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miércoles, 6 de enero de 2010

LA TEORIA DE LAS MASCOTAS DE L.T.

STEPHEN KING

LA TEORIA DE LAS MASCOTAS DE L.T.

Mi amigo L.T. casi nunca habla sobre cómo su esposa desapareció, o de que ella probablemente

este muerta, simplemente otra victima del Hombre del Hacha, pero a le gusta contar

la historia de cómo le dejó. Lo hace poniendo los ojos en blanco, como si dijera “ella me engaño,

muchachos, mucho, y como Dios manda”. A veces cuenta la historia a un grupo de

hombres sentados en uno de los muelles de carga detrás de la fabrica mientras comen sus

almuerzos, él también toma el almuerzo, el que se prepara él mismo – ninguna Lulubelle ha

vuelto a casa para hacerlo en estos tiempos. Normalmente ríe cuando cuenta la historia,

que siempre termina con la Teoría de las Mascotas de L.T. Demonios, yo normalmente me

río. Es una historia divertida, incluso si sabes como termina. Pero ninguno de nosotros lo

sabe, no completamente.

“Fiché a las cuatro, como siempre”, decía L.T., “entonces fui a Deb´s Den a tomar un par de

cervezas, como la mayoría de los días. Jugué una partida al pinball, y me fui a casa. Fue en

ese momento cuando las cosas dejaron de ser como habitualmente. Cuando una persona se

levanta por la mañana, no tiene la mas mínima idea de cuánto puede haber cambiado su

vida cuando descansa la cabeza por la noche. ‘Él no sabe el día o la hora’, dice la Biblia. Yo

creo que este verso en particular es sobre el final, pero es apropiado para cualquier cosa,

chicos. Cualquier cosa en el mundo. Nunca sabes cuando vas a hacer saltar la trampa”.

“Cuando giré hacia el camino de entrada vi que la puerta del garaje estaba abierta y que el

pequeño Subaru que trajo al matrimonio no estaba, pero esto no me pareció extraño en el

momento. Ella siempre estaba yendo a algún sitio – un rastrillo o algún otro sitio – y dejando

la maldita puerta del garaje abierta. Yo se lo decía, ‘Lulu, si sigues haciendo esto el tiempo

suficiente, a la larga alguien lo aprovechara. Vendrá y se llevara un rastrillo o una bolsa

de musgo. Demonios, incluso un Adventista del Séptimo Día recién salido de la escuela

haciendo su ronda para ganarse una insignia robaría si pones la suficiente tentación en su

camino, y es el peor tipo de persona para tentar, porque ellos la sienten más que el resto de

nosotros’. De todas maneras, ella siempre decía ‘Mejoraré, L.T., lo intentare, de cualquier

modo, realmente lo haré, cariño’. Y lo hacía bien, hasta que reincidía de vez en cuando como

cualquier pecador”.

“Aparque pegado a un lado para que ella pudiera meter el coche dentro cuando llegara de

donde fuera, pero cerré la puerta del garaje. Luego me dirigí a la cocina. Comprobé el buzón,

pero estaba vacío, el correo estaba dentro, en el aparador, así que ella debía haberse ido

después de las once, porque no llega al menos hasta entonces. El cartero, quiero decir”.

“Bien, Lucy estaba junto a la puerta, maullando como lo hacen los Siameses –me encanta

ese maullido, creo que es algo bonito, pero Lulu siempre lo ha odiado, quizá porque suena

como el llanto de un niño y ella no quiere tener nada que ver con niños. ‘¿Qué haría con

una alfombra de piel de mono1?’ solía decir”.

“Lucy esperando en la puerta tampoco era nada fuera de lo normal. Esa gata me quería.

Todavía lo hace. Ahora tiene dos años. La adquirimos al principio del último año que estuvimos

casados. Ya vale de dar rodeos. Parece imposible creer que Lulu se fuera hace un año,

y eso que solo estuvimos juntos tres. Pero Lulubelle era del tipo que impresionan. Lulubelle

tenía lo que yo llamo calidad de estrella. ¿Sabes a quién me recordaba siempre? A Lucille

Ball. Ahora que lo pienso, creo que esa fue la razón por la que llame Lucy a la gata, aunque

no recuerdo haber pensado en ello en aquel momento. Podría haber sido lo que llaman una

asociación subconsciente. Ella entraba en una habitación –Lulubelle, quiero decir, no la

gata – y la iluminaba de alguna manera. Una persona como esa, cuando se ha ido apenas

puedes creerlo, y te quedas esperando a que vuelva.

“Mientras tanto, aquí esta la gata. Su nombre era Lucy, para empezar, pero Lulubelle odiaba

la forma en que actuaba, tanto que empezó a llamarla Screwlucy2, y cosas de ese tipo. Lucy

1 La expresión original para “alfombra de piel de mono” es rugmonkey. No he sido capaz de

encontrar una traducción adecuada, así que si alguien es capaz de hacerlo, lo cambiare (N.

del T.)

2 Screw significa arruinar o estropear algo, así que la traducción literal sería algo Ali como

Fastidiolucy o Jodelucy. (N. del T.)

no estaba loca, creo, solo quería ser amada. Quería ser amada mas que cualquier otra mascota

que yo haya tenido en mi vida, y he tenido unas cuantas”.

“De modo que entré en casa y cogí a la gata y le acaricie un poco y ella subió a mi hombro y

se sentó allí, ronroneando y hablando en el lenguaje siamés. Comprobé el correo que estaba

en el aparador, tire las facturas a la papelera, y fui al frigorífico a por algo de comer para

Lucy. Siempre guardo una lata abierta de comida para gatos ahí, con un trozo de papel de

aluminio encima. Evita que Lucy se excite y clave sus garras en mi hombro cuando oye el

abrelatas. Los gatos son inteligentes, ya sabéis, mucho mas listos que los perros. También

son diferentes en otras cosas. Puede ser que la mayor división en el mundo no sea hombres

y mujeres, sino gente a la que le gusta los gatos y gente a la que le gusta los perros. ¿Alguno

de vosotros, empaquetadores de cerdo, ha pensado en eso alguna vez?”.

“Lulu protestaba como el demonio por tener una lata abierta de comida para gatos en el

frigorífico, aun cuando tuviera un trozo de papel de aluminio encima, decía que eso provocaba

que todo supiera como atún rancio, pero yo nunca cedí en eso. En la mayoría de las

cosas deje que se saliera con la suya, pero ese asunto de la lata de comida para gatos era

una de las cosas en las que defendí mis derechos. De todas maneras, no tenía nada que ver

con la lata de comida para gatos. Tenía que ver con la gata. A ella no le gustaba Lucy, eso

era todo. Lucy era su gata, pero a ella no le gustaba”.

“De modo que fui al frigorífico y vi que había una nota en él, sujeto con uno de los imanes

con forma de vegetal. Era de Lulubelle. Mas o menos como lo recuerdo, decía algo así:

“ ’Querido L.T. – Te estoy abandonando, cariño. A menos que llegues temprano a casa, me

habré ido hace tiempo cuando leas esta nota. No creo que llegues temprano a casa, no has

llegado temprano a casa en todo el tiempo que llevamos casados, pero al menos sé que leerás

esto nada mas vuelvas a casa, porque lo primero que haces siempre al regresar no es

venir a verme y decir “Hola cariño, estoy en casa” y darme un beso, sino ir al frigorífico y

sacar lo que sea que quede en la ultima asquerosa lata de Calo3 que pusieras ahí y dar de

comer a Screwlucy. Al menos sé que no irás arriba y te darás un susto al ver que mi foto de

La Ultima cena de Elvis no está, y mi mitad del armario este casi vacío y pienses que ha

venido un ladrón al que le gusta la ropa de mujer (al menos alguien a quien solo le importa

lo que hay debajo de ella)’. ”

“ ’Yo me enfado contigo algunas veces, cariño, pero sigo pensando que eres dulce y cariñoso

y amable, tú serás siempre mi pequeño bizcochito de sirope de arce, no importa donde nos

lleven los caminos. Es solo que he decidido que no estaba hecha para ser la esposa de un

envasador de Spam4. Esto no lo digo de una forma presuntuosa. Incluso llame a la Línea

Psicológica la semana pasada, he meditado esta decisión, permaneciendo despierta noche

tras noche (oyéndote roncar, chico, no quiero herir tus sentimientos pero siempre tienes un

ronquido en ti), y me dieron este consejo: “Una cuchara rota puede ser un tenedor”. Al principio

no lo entendí, pero no me di por vencida. No soy lista como algunas personas (o como

creen algunas personas que son), pero trabajo en las cosas. Mi madre solía decir que el mejor

molino muele despacio pero sumamente fino, y yo lo molí cono un molinillo de pimienta

en un restaurante chino, pensando por la noche, mientras roncabas y soñabas sin dudas,

en cuantos morros de cerdo podías meter en una lata de Spam. Y entendí el refrán, porque

la forma en que una cuchara rota puede llegar a convertirse en tenedor es una bonita cosa

en la que pensar. Porque el tenedor tiene puntas. Y estas puntas pueden separarse, tal como

tu y yo debemos separarnos, pero siguen teniendo el mismo mango. Así estamos. Somos

seres humanos, L.T., capaces de amarnos y respetarnos. Fíjate en todas las peleas que

hemos tenido sobre Frank y Screwlucy, y a pesar de eso normalmente nos las arreglamos

para entendernos. Pero el momento me ha llegado para probar suerte por caminos diferentes

a los tuyos, y meterme en el gran río de la vida con un punto de vista diferente al tuyo.

Además, echo de menos a mi madre’. ”

3 Marca de comida para gatos.

4 Marca comercial. Carne troceada, normalmente cerdo, compacta y en barra. Algo así como

la mortadela o el chopped. (N. del T.)

(No puedo decir seguro si todo estas cosas realmente estaban en la nota que L.T. encontró

en su frigorífico; no parece totalmente posible, debo admitirlo, pero –los hombres que escuchaban

su historia estarían acurrucándose en el pasillo en este punto o alrededor del muelle

de carga-, al menos suena a Lucibelle, eso puedo asegurarlo).

“ ’Te lo ruego, no intentes seguirme, L.T., y aunque estaré en casa de MI madre y sé que

tienes el numero, apreciaría que no llamaras y esperaras a que yo te llame. En su momento

lo haré, pero mientras tanto tengo un montón de cosas en las que pensar, y aunque esté en

el buen camino, todavía estoy hecha un lío. Supongo que finalmente te pediré el divorcio, y

creo que es justo decírtelo. Nunca he sido una persona que ofrezca falsas esperanzas, siendo

partidaria de que es mejor decir la verdad y ahuyentar al diablo. Por favor, recuerda que

lo que hago lo hago por amor, no por odio o resentimiento. Y por favor, recuerda lo que me

dijeron y que ahora te digo yo: una cuchara rota puede ser un tenedor disfrazado. Con todo

cariño,

Lulubelle Simms’. “

L.T. hacia una pausa aquí, dejándoles digerir el que ella se había despedido con su nombre

de soltera, y dando a sus ojos unos de esos giros patentados por L.T. DeWitt. Luego les contaba

la postdata que ella puso en la nota:

“ ‘Me llevo a Frank conmigo y te dejo a Screwlucy. Pienso que probablemente esto es lo querrías.

Con cariño, Lulu’.”

Si la familia DeWitt era un tenedor, Screwlucy y Frank eran las otras dos puntas en él. Si no

fuera un tenedor (y hablando para mi mismo, siempre he tenido la sensación de que el matrimonio

es mas parecido a un cuchillo –del tipo mas peligroso con dos filos afilados), se

podría decir que Screwlucy y Frank eran lo que resumía todo lo que iba mal en el matrimonio

de L.T. y Lulubelle. Porque, pensad en ello –aunque Lulubelle compró a Frank para L.T.

(en el primer aniversario de boda) y L.T. compro a Lucy, que pronto seria Screwlucy, para

Lulubelle (segundo aniversario de boda), cada uno acabó con la mascota del otro cuando

Lulu abandonó el matrimonio.

“Ella me compró ese perro porque a mí me gustaba el que salía en Frasier”, decía L.T. La

raza del perro era terrier, pero no recuerdo ahora como se llama ese tipo. Jack algo. ¿Jack

Sprat?, ¿Jack Robinson?, ¿Jack Shit5?. ¿Sabéis cómo una cosa como esa se te queda en la

punta de la lengua?”.

Alguien le dijo que el perro de Frasier era un terrier Jack Russel y L.T. asintió con la cabeza

enérgicamente.

“¡Eso es!, exclamó. “¡Seguro!. ¡Exactamente!. Eso es lo que Frank era, correcto, un terrier

Jack Rusell. Pero ¿quieres saber la fría y dura verdad?. Dentro de una hora se me olvidará

otra vez, estará en mi cerebro, pero como algo bajo de una piedra. Dentro de una hora me

estaré diciendo a mí mismo ‘¿qué dijo ese tipo que era Frank?. ¿Un terrier Jack Handle?.

¿Un terrier Jack Rabbit?. Es algo así, sé que es algo así..’. Etcétera. ¿Por qué?. Creo que es

porque yo odiaba tanto a ese pequeño jodido. Esa rata ladradora. Esa maquina de mierda

con piel. Lo odiaba desde la primera vez que puse los ojos en él. Ya. No está y estoy contento.

¿Y queréis saber por qué?. Frank sentía lo mismo por mi. Fue odio a primera vista”.

“¿Sabéis cómo algunos hombres entrenan a sus perros para que les lleven las zapatillas?.

Frank no me traía las zapatillas, pero vomitaba en ellas. Sí. La primera vez que lo hizo, metí

en eso el pie derecho. Fue como meter el pie en tapioca caliente con grumos extra grandes

en ella. Aunque no lo vi, mi teoría es que esperó fuera del dormitorio hasta que vio que llegaba

–jodidamente escondido mas allá de la puerta del dormitorio– entonces entró, descargó

en mi zapatilla derecha y se escondió debajo de la cama para ver la diversión. Deduje esto

basándome en que todavía estaba caliente. Puñetero perro. El mejor amigo del hombre, y

una mierda. Quise mandarlo a la perrera, con correa y todo, pero a Lulu le dio una mierda

de ataque. La tendríais que haber visto cuando llego a la cocina y me pilló intentando hacerle

al perro un lavado de estomago”.

5 Jack Mierda (N. del T.)

“ ‘Si llevas a Frank a la perrera, también podrías hacerlo conmigo’, dijo, empezando a llorar.

‘Eso es lo que quieres hacer con él, y eso es lo que quieres hacerme. Cariño, todo lo que somos

para ti es una molestia de la que te gustaría deshacerte. Esa es la dura realidad’. Quiero

decir, oh mis sangrantes almorranas, sin parar”.

“ ‘Ha vomitado en mis zapatillas’, dije”.

“ ‘El perro vomitó en sus zapatillas así que le corten la cabeza’, dijo ella. ‘¡Oh, pastelillo de

azúcar, si solo pudieras oírte!’

“ ‘Hey’, dije, ‘intenta meter tu pie desnudo en una zapatilla llena de vómito de perro y verás

como te gusta’. Poniéndola furiosa, ya sabéis.

“Excepto que poner furiosa a Lulu nunca era nada bueno. La mayoría de las veces, si tú

tenías un rey, ella tenía un as. Si tú tenías un as, ella tenía un triunfo. Además, la mujer

era jodidamente exagerada. Si algo pasaba y yo me enfadaba, ella se ponía furiosa. Si yo me

ponía furioso, ella enloquecía. Si yo en enloquecía, ella se ponía en la jodida Alerta Roja Defcon

I y vaciaba los silos de misiles. Estoy hablando de arrasar la Tierra. Normalmente no

merecía la pena. Pero normalmente cuando nos peleábamos, yo lo olvidaba.

“Ella continuó ‘Oh, cariño. Has metido tu piececito en un poco de vómito’. Intenté intervenir,

explicarle que no era cierto, que un poco de vomito es como un poco de saliva, un regurgitado

no tiene esos grandes trozos flotando, pero ella no me dejó decir palabra. Para entonces,

ella había pasado al carril de adelantamiento, todo adelante y lista para dar una lección”.

“ ‘Deja que te diga algo, cariño’, empezó, ‘unas pocas babas en tus zapatillas es algo menor.

Tío, escúchame. Intenta ser una mujer algún día, ¿vale?. Intenta ser quien siempre termina

apoyándose en esa pequeña parte de tu espalda donde tienes una espinilla, o quien va al

baño en mitad de la noche y el tipo ha dejado la maldita tapa subida y te caes y chapoteas

en ese agua fría. Un poco de buceo a medianoche. Tampoco ha tirado de la cadena, los

hombres piensan que el Hada de la Orina viene a eso de las dos de la mañana y se ocupa de

todo, y ahí estas, pringada de meado, y entonces te das cuenta de que tus pies también están

en eso, estas chapoteando en Porquería de Limón porque aunque los tíos piensan que

son Dick el tirador con eso, la mayoría no aciertan una mierda, borrachos o sobrios acaban

pringando todo el maldito suelo alrededor del retrete antes de que empiecen a acertar. Toda

mi vida he vivido con eso, cariño –un padre, cuatro hermanos, un ex-marido, aparte de algunas

aventurillas que no vienen al caso a estas alturas– y tú estas dispuesto a mandar al

pobre Frank a la cámara de gas porque sólo una vez ha echado unas cuantas babas en tus

zapatillas’. ”

“ ‘Mí zapatilla de piel’, le dije, pero eso solo fue una pequeña andanada por encima de mi

hombro. Una cosa acerca de la vida con Lulu, y mas vale que me creáis, yo siempre sabia

cuando había sido vencido. Cuando perdía, era jodidamente decisivo. Una cosa que seguro

no iba a decirle nunca es que estaba seguro de que el perro había vomitado en mis zapatillas

a propósito, de la misma forma que se meaba en mi ropa interior a propósito si me olvidaba

de ponerla en el cesto de la ropa sucia antes de irme a trabajar. Ella podía dejarse las

bragas y las medias esparcidas desde el infierno a Harvard –y lo hacia– pero si yo me dejaba

un par de calcetines de deporte en una esquina, volvía a casa y me encontraba con que el

maldito terrier Jack Shit les había dado una ducha de limonada. Pero, ¿se lo dije?. Me

habría concertado hora con un psiquiatra. Lo habría hecho aunque supiera que era cierto.

Porque ella se habría dado cuenta de que hablaba en serio, y no quería hacerlo. Ella quería

a Frank, sabeéis, y Frank la quería. Eran como Romeo y Julieta o Rocky y Adrian”.

“Frank solía venir a su sillón cuando estábamos viendo la tele, se tumbaba en el suelo a su

lado, y apoyaba el hocico en su zapato. Simplemente se quedaba echado ahí toda la noche,

mirándola, todo sentimiento y amor, con su trasero apuntado en mi dirección, así que si

tenía que echar un pequeño gas, yo me beneficiaria de todo. Él la quería y ella le quería.

¿Por qué?. Dios lo sabe. El amor es un misterio para todo el mundo menos para los poetas,

creo, y nadie en su sano juicio puede entender nada de lo que escriben sobre eso. Yo no creo

que la mayoría de ellos puedan entenderse a sí mismos en las pocas ocasiones en que se

levantan de la cama y huelen el café”.

“Pero Lulubelle no me regaló ese perro para poder tenerlo ella, dejemos las cosas claras. Yo

sé que hay gente que hace cosas como esas –un tipo le regala a su mujer un viaje a Miami

porque él quiere ir, o una esposa le regala a su marido un NordicTrack6 porque piensa que

él debe hacer algo con su barriga– pero esto no fue ese tipo de regalo. Al principio nosotros

nos amábamos; yo sé que la amaba, y apostaría mi vida a que ella también. No, ella me

compró ese perro porque yo siempre me reía mucho con el que salía en Frasier. Ella quiso

hacerme feliz, eso es todo. No sabia que Frank iba a quedar encantado con ella, o ella con

él, no mas que lo que sabia que el perro iba a odiarme lo suficiente como para que vomitar

en mis zapatillas o mordisquear la parte de abajo de las sabanas de mi lado de la cama fuera

el punto culminante de su día”.

L.T. miraría a los hombres sonrientes, sin sonreír, pero haría su conocido giro de ojos, y

reirían otra vez. Yo también, cómo no, a pesar de que yo sabia lo del Hombre del Hacha.

“A mí nunca me habían odiado”, decía, “ningún hombre o animal, y esto me inquietó bastante.

Me sorprendió mucho tiempo. Intente hacer amistad con Frank –primero por mí, luego

por aquella que me lo regaló– pero no funcionó. Por lo que sé, él pudo intentar hacerse

amigo mío, ¿cómo puedo explicarlo?. Si lo hizo, tampoco funcionó. Algún tiempo después leí

–creo que en ‘Dear Abby’– que una mascota es el peor regalo que puedes hacerle a alguien, y

estoy de acuerdo. Quiero decir, a no ser que te guste el animal y tú le gustes al animal, pensad

en qué significa esa clase de regalo. Significa: ‘cariño, te doy este maravilloso regalo, es

una máquina que come por un lado y caga por el otro, funcionará durante quince años,

tómalo o déjalo, felices jodidas Navidades’. ¿Qué es lo único que pensarías después de eso,

aparte de no? ¿Sabéis lo que quiero decir?”

“Creo que lo hicimos lo mejor que pudimos. Frank y yo. Después de todo, a pesar de que

nos odiábamos mutuamente, ambos amábamos a Lulubelle. Por eso, creo, que aunque a

veces me gruñía si me sentaba cerca de ella en el sofá mientras ponían Murphy Brown o

una película o algo, nunca me mordió. Sin embargo, eso me volvía loco. Simplemente su

jodida caradura, esa pequeña bolsa de pelo y ojos tenía la osadía de gruñirme. ‘Escúchale’,

decía yo, ‘me está gruñendo’. ”

“Ella acariciaba su cabeza de una forma en la que casi nunca acariciaba la mía, a no ser

que hubiera bebido un poco, y decía que realmente era la versión canina de un ronroneo.

Por cosas como esa él era feliz estando con nosotros, pasando una tranquila tarde en casa.

Os diré una cosa, sin embargo, nunca intenté acariciarle cuando ella no estaba cerca. Le di

de comer en ocasiones, y nunca le di una patada (aunque estuve tentado algunas veces,

sería un mentiroso si dijera algo distinto), pero nunca intenté acariciarle. Creo que hubiera

intentado morderme, y entonces la hubiéramos tenido. Casi como dos tipos viviendo con la

misma chica guapa. Menage a trois es como se le llama en el Foro Penthouse. Ambos la

amábamos y ella nos amaba a los dos, pero el tiempo pasa, empecé a darme cuenta de que

la proporción estaba cambiando y ella empezaba a querer a Frank un poco más que a mí.

Quizá porque nunca le replicaba y nunca vomitaba en sus zapatillas y con Frank la maldita

tapa del váter nunca era un problema, porque él lo hacía fuera. A menos que, por supuesto,

me hubiera dejado un par de calzoncillos en una esquina o debajo de la cama”.

En este punto L.T. probablemente terminaría el café helado de su termo, haría crujir los

nudillos, o ambas cosas. Era su manera de decir que el primer acto había terminado y el

Acto Segundo estaba a punto de empezar.

“Así que un día, un sábado, Lulu y yo estábamos en el centro comercial. Simplemente paseando,

como la gente suele hacer. Ya sabéis. Y llegamos a Pet Notions, cerca de J.C. Penney,

y había una multitud frente al escaparate. ‘Oh, vamos a mirar’, dijo Lulu, así que fuimos

y nos abrimos paso hasta la parte delantera”.

“Era un árbol falso con ramas desnudas y falsa hierba – Astroturf7 por todos lados. Y ahí

estaban unos gatitos Siameses, media docena persiguiéndose unos a otros, subiendo al árbol,

golpeándose las orejas”.

“ ‘Oh, ¿no son una monada?’, dijo Lulu, ‘¿Oh, no son los bebes más graciosos?. ¡Mira, cariño,

mira! “.

6 Nombre comercial. Máquina de ejercicios para practicar esquí de fondo. (N. del T.)

7 Marca comercial. Césped artificial. (N. del T.)

“ ‘Estoy mirando’, dije, y lo que estaba pensando es que acababa de encontrar lo que yo

quería para Lulu por nuestro aniversario. Y fue un alivio. Yo quería que fuera algo extra

especial, algo que la asombrara, porque las cosas habían estado un poco escasas de intensidad

entre nosotros durante el último año. Yo pensé en Frank, pero no estaba muy preocupado

por él, gatos y perros siempre pelean en los dibujos animados, pero en la vida real

normalmente se entienden, esa ha sido mi experiencia. Habitualmente se entienden mejor

que algunas personas. Especialmente cuando hace frío en el exterior”.

“Para hacer una larga historia un poco mas corta: compré uno y se lo regalé por nuestro

aniversario. Le puse un collar de terciopelo, y una pequeña tarjeta debajo. ‘¡HOLA, soy LUCY!

–decía la tarjeta- ¡De parte de L.T. con cariño! ¡Feliz segundo aniversario!’ ”

“Probablemente sabréis lo que voy a contaros ahora, ¿no?. Seguro. Es como con el maldito

Frank el terrier otra vez, solo que al revés. Al principio yo estaba feliz como un cerdo en la

mierda con Frank, y Lulubelle estaba feliz como una cerda en la mierda con Lucy, al principio.

Acercando su cabeza a la suya, hablándole como a un niño, ‘Oh cosita, o cosita linda,

pequeñita’, y así una vez y otra. Hasta que Lucy soltó un maullido y golpeó la punta de la

nariz de Lulubelle. Con las uñas fuera, claro. Entonces corrió y se escondió bajo la mesa de

la cocina. Lulu se lo tomó a risa, como si fuera la cosa más graciosa que le hubiera pasado

nunca, y tan mono como cualquier cosa que un gatito pudiera hacer, pero pude ver que

estaba cabreada”.

“Justo entonces Frank llegó. Había estado durmiendo arriba, en nuestra habitación –a los

pies del lado de la cama de ella- porque Lulu soltó un pequeño chillido cuando la gatita le

arañó la nariz, así que bajó a ver qué era ese lío”.

“Observó a Lucy bajo la mesa y enseguida se dirigió a ella, olfateando el linóleo donde había

estado”.

“Detenlos, cariño, detenlos, L.T., se van a pelear’, decía Lulubelle. ‘Frank la matará’. ”

“Dejémoslos solos un minuto, dije. Veamos que pasa. Lucy se arqueó de la forma en que lo

hacen los gatos, pero se mantuvo en el sitio, viéndole llegar. Lulu empezó a avanzar, intentando

ponerse en medio a pesar de lo que yo había dicho (obedecer no era precisamente uno

de los puntos fuertes de Lulu), pero yo la cogí de la muñeca y la sujeté en su espalda. Es

mejor dejar que lo solucionen entre ellos. Siempre es mejor. Es más rápido”.

“Bien, Frank fue al borde de la mesa, metió la nariz debajo, y empezó ese gruñido en su garganta.

‘Déjame ir, L.T. Tengo que cogerla’, decía Lulubelle, ‘Frank le está gruñendo’. ”

“No, no lo hace, dije, solo está ronroneando. Lo reconozco de todas las veces que me ha ronroneado”.

“Ella me echó una mirada que podría haber hecho hervir agua, pero no dijo nada. Las únicas

veces en los tres años que estuvimos casados en que ella no tenía la última palabra, era

siempre acerca de Frank y Screwlucy. Extraño pero cierto. En cualquier otro tema, Lulu

podía liarme. Pero cuando era sobre las macotas, parecía que se quedara sin poder reaccionar.

Solía volverla loca”.

“Frank introdujo la cabeza bajo la mesa un poco más, y Lucy le golpeó la nariz de la misma

forma que había arañado la de Lulubelle –solo que cuando golpeó a Frank, lo hizo sin sacar

las uñas. Pensé que Frank iría a por ella, pero no lo hizo. Soltó una especie de gritito, y

apartó la vista. No asustado, mas como si estuviera pensando, ‘Oh, vale, así que esto es lo

que pasaba’. Se fue al salón y se tumbó frente a la TV”.

“Y esta fue la única confrontación que hubo entre ellos. Dividieron el territorio mucho mejor

de lo que Lulu y yo lo hicimos el último año que pasamos juntos, cuando las cosas se pusieron

mal; el dormitorio pertenecía a Frank y Lulu, la cocina me pertenecía a mí y a Lucy –

solo a partir de Navidad, Lulubelle empezó a llamarla Screwlucy– y el salón era terreno neutral”..

“Los cuatro pasamos un montón de tardes ahí el último año, Screwlucy en mis rodillas,

Frank con el hocico en los zapatos de Lulu, los humanos en el sillón, Lulubelle leyendo un

libro y yo viendo la Rueda de la Fortuna o Estilo de vida de los Ricos y Famosos, al que Lulubelle

siempre llamaba “Estilo de vida de los Ricos y

“La gata no tenía nada que hacer con ella, no desde el día uno. Frank, de vez en cuando

tenía la idea de que Frank estaba finalmente intentando entenderse conmigo. Al final, su

naturaleza siempre intentaba obtener lo mejor de él aunque mordiera mis zapatillas o agujereara

mis calzoncillos, pero de vez en cuando parecía que hacía un esfuerzo. Lamía mi mano,

quizá me sonreía. Normalmente si yo tenía un plato de algo, él quería un bocado”.

“Sin embargo, los gatos son diferentes. Un gato nunca buscara tu favor a no ser que le convenga

a sus intereses el hacerlo. Un gato no puede ser hipócrita. Si hubiera mas predicadores

que fueran como gatos, este volvería a ser un país religioso otra vez. Si le gustas a un

gato, lo sabes. Si no, también lo sabes. A Screwlucy nunca le gustó Lulu, ni un poquito, y lo

dejó claro desde el principio. Si me estaba preparando para darle de comer, Lucy se restregaba

contra mis piernas, maullando, mientras le servía la comida en el plato. Si Lulu la alimentaba,

Lucy se sentaba al otro lado de la cocina, junto al frigorífico, mirándola. Y no se

acercaba al plato hasta que Lulu se marchaba. Esto volvía loca a Lulu. ‘Esta gata cree que

es la Reina de Saba’, decía. Por entonces, había renunciado a hablarle como a un bebe.

También había renunciado a coger a Lucy. Si lo hacía, conseguía un arañazo en la muñeca

la mayoría de las veces.

“Vale, yo intentaba fingir que me gustaba Frank y Lulu intentaba fingir que le gustaba Lucy,

pero Lulu dejó de fingirlo mucho antes que yo. Yo creo que es porque ninguna de las dos, la

gata o la mujer, resisten ser unas hipócritas. No creo que Lucy fuera la una razón por la que

Lulu me abandonó repentinamente, sé que no –pero estoy seguro de que Lucy ayudó a que

Lulubelle tomara su decisión final. Las mascotas pueden vivir mucho tiempo, ya sabéis. Así

que el regalo que le hice para nuestro segundo aniversario fue la gota que colmó el vaso.

¡Contádselo a ‘Dear Abby’!

“La charla de la gata era lo peor, en lo que concernía a Lulu. No podía soportarlo. Una noche

Lulu me dijo ‘Si esa gata no deja de aullar, L.T., creo que le voy a lanzar una enciclopedia’. ”

“ ‘No está aullando’, le dije, ‘está charlando’.

“ ‘Bien’, dijo Lulu, ‘Me gustaría que dejara de charlar’.”

“Y justo entonces, Lucy salto en mis rodillas y se calló. Siempre lo hacía, excepto por un

bajo ronroneo, subiendo por su garganta. Le rasqué entre las orejas como le gustaba, y sucedió

que levanté la mirada. Lulu bajó la vista a su libro, pero antes de que lo hiciera, lo que

vi fue autentico odio. No a mí. A Screwlucy. ¿Lanzarle una enciclopedia?. Parecía como si

quisiera meter a la gata entre dos enciclopedias y aplastarla hasta la muerte.”

Algunas veces Lulu llegaba a la cocina y cogía a la gata de la mesa y la echaba fuera. Yo le

preguntaba si alguna vez me había visto echar a Frank de la cama de esa manera –él se

tumbaba, ya sabéis, siempre en su lado, y dejaba esas asquerosas pelotillas de pelo blanco.

Cuando yo decía eso, Lulu me sonreía. Sus dientes se veían, al menos. ‘Si lo intentas alguna

vez, te encontrarás con uno o dos dedos menos, probablemente’, respondía.”

“A veces Lucy realmente era Screwlucy. Los gatos tienen un humor variable, y algunas veces

se ponen frenéticos, cualquiera que haya tenido alguno podría decíroslo. Sus ojos se agrandan

y brillan, sus colas se estiran, empiezan a correr alrededor de la casa; a veces se encabritan

sobre las patas traseras y manotean, boxeando al aire, como si estuvieran luchando

con algo que ellos pueden ver pero los humanos no. Lucy se puso de ese humor una noche

cuando tenía un año –no pudo ser mas de tres semanas antes del día que llegué a casa y

descubrí que Lulubelle se había ido.”

“Bueno, Lucy salió lanzada de la cocina, hizo una especie de carrera deslizándose por el

suelo de madera, saltó sobre Frank, y fue subiendo por las cortinas del salón, zarpa sobre

zarpa. Dejando unos buenos agujeros en ellas, con trozos colgando. Entonces se sentó en la

barra, mirando la habitación con sus grandes y salvajes ojos azules y la punta del rabo moviéndose

de acá para allá.”

“Frank sólo se sobresaltó un poco y luego volvió a apoyar el hocico en el zapato de Lulubelle,

pero la gata le dio un susto del demonio a Lulubelle, que estaba concentrada en su libro, y

cuando levantó la vista hacia la gata, pude ver ese absoluto odio en sus ojos otra vez.”

“ ‘Vale’, dijo, ‘ya está bien. Se acabó. Vamos a encontrar una buena casa para esa zorra de

ojos azules, y si no fuéramos capaces de encontrar una casa para una Siamesa de pura raza,

la llevaremos a un refugio de animales. Ya he tenido bastante.’ ”

“ ‘¿Qué quieres decir?, le pregunté”

“ ‘¿Estás ciego?’, preguntó. ‘Mira lo que ha hecho a mis cortinas. ¡Están llenas de agujeros!’

“ ‘Si quieres ver cortinas con agujeros’, le dije, ‘¿por qué no subes y miras los que hay en mi

lado de la cama?. Los bajos están hechos harapos. Porque él los mastica.’ ”

“ ‘Eso es diferente’, dijo, chillándome. ‘Es diferente y lo sabes’ ”

“Bien, no iba a dejar pasar esa mentira. De ninguna manera iba a dejar pasar esa mentira.

‘La única razón por la que crees que es diferente es porque te gusta el perro que me regalaste

y no te gusta la gata que yo te regalé’, dije. ‘Pero te diré una cosa, Señora DeWitt: si llevas

a la gata a un refugio el martes por arañar las cortinas, te garantizo que el miércoles llevaré

al perro a la perrera por mascar los bajos de la cama. ¿Lo entiendes?’ ”

“Ella me miró y empezó a llorar. Me lanzó el libro y me llamó hijo de puta. Mezquino hijo de

puta. Intenté sujetarla, hacer que se quedara el tiempo suficiente para intentar disculparme

–si había forma de disculparme sin echarme atrás, lo cual no quería hacer esta vez- pero

ella se desasió y corrió a la habitación. Frank corrió tras ella. Subieron las escaleras y la

puerta del dormitorio se cerró de golpe.”

“Le di media hora o así para que se tranquilizara, y subí las escaleras. La puerta del dormitorio

todavía estaba cerrada, y cuando empecé a abrirla, chocó contra Frank. Puede moverlo,

pero fue un trabajo lento con él deslizándose sobre el suelo, y también fue una labor ruidosa.

Estaba gruñendo. Y quiero decir gruñendo, amigos míos; no era un jodido ronroneo.

Si hubiera entrado, creo que hubiera hecho su mejor intento de arrancarme mi virilidad.

Dormí en el sofá esa noche. Por primera vez.”

“Un mes mas tarde, me guste o no, ella se había ido”.

Si L.T. había sincronizado bien su historia (la mayoría de las veces lo hacía; la practica conduce

a la perfección), la campana que indicaba la vuelta al trabajo de la Planta de Carne

Procesada W.S. Hepperton de Ames, Iowa, sonaría justo entonces, librándole de cualquier

pregunta de los nuevos hombres (los obreros antiguos sabían... sabían que no se debía preguntar)

sobre si L.T. y Lulubelle se reconciliaron, o si sabía donde estaba ella, o –la pregunta

del millón- si ella y Frank todavía seguían juntos. No había nada como la campana de

vuelta al trabajo para cerrar al público preguntas más delicadas sobre la vida.

“Bien”, solía decir L.T., guardando su termo y levantándose y estirándose, “todo esto me

llevó a crear lo que llamo la Teoría de las Mascotas de L.T. DeWitt”.

Ellos le miraban expectantes, como hice yo la primera vez que le oí usar la gran frase, pero

ellos siempre tendrían un sentimiento de decepción, como lo tenía yo siempre; una historia

tan buena merecería un mejor final, pero L.T. nunca lo cambiaba.

“Si tu perro y tu gato se llevan mejor que tú y tu mujer”, decía, “lo mejor es que esperes llegar

a casa alguna noche y encontrar una nota de Querido John en la puerta de tu frigorífico”.

Contaba mucho esta historia, como ya he dicho, y una noche cuando vino a mi casa a cenar,

se la contó a mi mujer y a su hermana. Mi esposa invitó a Holly, que se había divorciado

hacía casi dos años, de forma que chicos y chicas estuvieran igualados. Estoy seguro que

fue por eso, porque a Roslyn nunca le gustó L.T. DeWitt. A la mayoría de la gente le gustaba,

mucha gente se entregaba a él como las manos se entregan al agua caliente, pero Roslyn

nunca ha sido como la mayoría de la gente. A ella tampoco le gustó nunca la historia de la

nota en el frigorífico y las mascotas –puedo asegurar que no le gustaba, a pesar de que sonreía

en las partes adecuadas. Holly... mierda, no lo sé. Nunca he sido capaz de saber que

piensa esa chica. Principalmente solo se sentó allí con las manos en el regazo, sonriendo

como la Mona Lisa. Fue culpa mía esa vez, sin embargo, lo admito. L.T. no quería contarla,

pero le incité a hacerlo porque estaba todo tan callado alrededor de la mesa, solo el ruido de

la plata y el tintineo de los vasos, y podía sentir la antipatía de mi esposa hacia L.T. Parecía

desprenderse en oleadas. Y si L.T. era capaz de sentir la pequeña aversión del terrier Jack

Russel, probablemente sería capaz de sentir a mi esposa haciendo lo mismo. De todos modos,

eso es lo que yo imaginaba.

Así que la contó, principalmente para agradarme, supongo, e hizo girar sus ojos en las partes

adecuadas, como si dijera “Dios mío, me engañó totalmente, ¿verdad?” y mi mujer sonrió

aquí y allí –me sonaba tan falso como el dinero del Monopoly- y Holly sonreía con su pequeña

sonrisa de Mona Lisa con los ojos bajos. Aparte de eso la cena fue bien, y cuando terminó

L.T. le dijo a Roslyn que le estaba agradecido por “una excelentemente interesante comida”

(signifique eso lo que signifique) y ella le dijo que viniera cuando quisiera, que estaríamos

muy contentos de volver a verle en casa. Era una mentira por su parte, pero dudo que

haya habido una cena en la historia del mundo en la que unas cuantas mentiras no hayan

sido contadas. Así que todo fue bien, al menos hasta que le llevé en coche a su casa. L.T.

comenzó a hablar de que en una semana o así haría un año desde que Lulubelle se había

ido, su cuarto aniversario, que significa flores si estás anticuado, o electrodomésticos si eres

más moderno. Entonces contó cómo la madre de Lulubelle –por cuya casa Lulubelle nunca

apareció- iba a colocar una lápida con el nombre de Lulubelle en el cementerio local. “La Sr.

Simms dice que debemos considerarla como muerta”, dijo L.T., y luego empezó a chillar.

Tuve tal sobresalto que casi me salgo de la maldita carretera.

Gritó tan alto que empecé a asustarme, empecé a temerme que todo ese dolor reprimido

pudiera matarle con una apoplejía o porque se le reventara una vena o algo. Se balanceaba

adelante y atrás en el asiento y apretó las manos contra el salpicadero. Era como si hubiera

un tornado suelto dentro de él. Finalmente me hice a un lado de la carretera y empecé a

palmearle el hombro. Podía sentir el calor de su piel incluso a través de la camisa, tan caliente

como si se estuviera asando.

“Vamos, L.T.”, dije. “Ya es suficiente”.

“La echo de menos”, dijo con una voz tan llena de lágrimas que apenas entendía que estaba

diciendo. Tan jodidamente de menos. Llego a casa y no hay nadie aparte de la gata, maullando

y maullando, y pronto yo también estoy llorando, los dos llorando mientras le lleno el

plato con la maldita porquería que come”.

Giró su llorosa y congestionada cara hacia mí. Mirarle era mas de lo que podía soportar,

pero lo hice, sentía que tenía que hacerlo. Después de todo, ¿quien le había llevado a contar

la historia de Lucy y Frank y el frigorífico esa noche?. No había sido Mike Wallace, o Dan

Rather, eso seguro. Así que le miré. No llegué a abrazarle, por si acaso el tornado de alguna

manera saltaba de él a mí, pero seguí palmeándole el brazo.

“Creo que ella está viva en alguna parte, eso es lo que creo”, dijo. Su voz todavía sonaba

espesa y vacilante, pero también había un lastimoso pequeño intento de desafío en ella. No

me estaba contando lo que creía, sino lo que quería creer. Estoy bastante seguro de eso.

“Bien”, dije, “puedes creer eso. No hay leyes que lo prohíban, ¿verdad?. Y no es como si

hubieran encontrado su cuerpo, o algo así.”

“Me gusta pensar que está por ahí, en Nevada, cantando en el hotel de algún pequeño casino”,

dijo. “No en Las Vegas o en Reno, no podría hacerlo en una gran ciudad, pero en Winnemucca

o Ely estoy seguro de que podría conseguirlo. Algún lugar como esos. Ella simplemente

vería un cartel de SE NECESITA CANTANTE y renunciaría a la idea de ir a casa de su

madre. Demonios, intentarlo no cuesta una mierda, es lo que Lu solía decir. Y ella sabía

cantar, ya sabes. No sé si alguna vez la oíste, pero sabía. No se si era magnifica, pero era

buena. La primera vez que la vi, estaba cantando en el salón del Hotel Marriott. En Columbus,

Ohio, allí estaba. O, otra posibilidad...”.

Vaciló, luego continuó en voz baja.

“La prostitución es legal en Nevada, ya lo sabes”. No en todas las ciudades, pero en la mayoría.

Ella podría estar trabajando en alguno de esas caravanas Green Lantern o el Mustang

Ranch. Montones de mujeres tienen una vena de prostituta en ellas. Lu la tenía. No quiero

decir que se lanzara a ello, o lo hubiera hablado conmigo, así que no puedo decir como lo sé,

pero lo sé. Ella... si, ella podría estar en alguno de esos lugares.”

Paró, con la mirada perdida, quizá imaginando a Lulubelle en una cama en la habitación

trasera de un prostíbulo de Nevada, Lulubelle no llevaría nada mas que las medias, chupando

la polla tiesa de algún vaquero desconocido mientras desde otra habitación llega el

sonido de Steve Earle and the Dukes cantando “Six Days on the Road” o una TV dando

Hollywood Squares. Lulubelle prostituyéndose pero no muerta, el coche al lado de la carretera

–el pequeño Subaru que ella llevó a la boda- sin nada en la mirada. De la forma en que

la mirada de un animal, aparentemente atento, normalmente no significa nada.

“Puedo creerlo si quiero”, dijo, secándose los hinchados ojos con las muñecas.

“Seguro”, dije. “Apuesta por ello, L.T”. Preguntándome si los sonrientes hombres que oían su

historia mientras se comían la comida podrían imaginar a este L.T., este tembloroso hombre

con las mejillas pálidas y los ojos enrojecidos y la piel caliente.

“Diablos”, dijo, “lo creo”. Vaciló, y luego dijo otra vez: “lo creo”.

Cuando volví a casa, Roslyn estaba en la cama con un libro en la mano y la manta subida

hasta el pecho. Holly se había ido a casa mientras yo llevaba a L.T. a la suya. Roslyn estaba

de mal humor, y averigüé por qué muy pronto. La mujer detrás de la sonrisa de Mona Lisa

le había cogido cariño a mi amigo. Totalmente loca por él, quizás. Y no cabía duda de que mi

mujer no lo aprobaba.

“¿Cómo perdió el carné de conducir?” preguntó, y antes de que pudiera responder: “Bebiendo,

¿no?”.

“Bebiendo, si” Me senté en mi lado de la cama y me quité los zapatos. “Pero hace casi seis

meses, y si se mantiene limpio otros dos meses, lo recuperará. Creo que lo conseguirá. Va a

Alcohólicos Anónimos, lo sabes”.

Mi mujer gruñó, claramente no impresionada. Me quité la camisa, olí los sobacos, la colgué

en el armario. Solo la había usado una o dos horas, solamente para cenar.

“¿Sabes?”, dijo mi mujer, “creo que es una pena que la policía no le investigara mas a fondo

después de que su esposa desapareciera”.

“Le hicieron algunas preguntas”, dije, “pero solo para obtener la máxima información posible.

Nunca hubo ninguna duda de que lo hiciera, Ros. Nunca fue sospechoso de ello”.

“Oh, estás muy seguro”.

“En realidad, lo estoy. Sé algunas cosas. Lulubelle llamó a su madre desde un hotel al este

de Colorado el día que se fue, y volvió a llamarla desde Salt Lake City el día siguiente. Por

entonces ella estaba bien. Fue en días laborales, y L.T. estaba en la fábrica. También estaba

en la fábrica el día que encontraron su coche aparcado en una carretera comarcal cerca de

Caliente. A no ser que pueda transportarse mágicamente de lugar en lugar en un abrir y

cerrar de ojos, no pudo matarla. Además, no podría. La amaba.”

Ella gruñó. Era ese odioso sonido de escepticismo que hacía a veces. Incluso después de

treinta años de matrimonio, ese sonido todavía hace que quiera volverme y gritarle que pare,

que se vaya a la mierda o que saque los pies del tiesto, cualquiera de las dos, que diga lo

que tenga que decir o que se quede callada. Esta vez pensé en contarle cómo L.T. había llorado;

cómo estaba que parecía que tuviera un ciclón dentro de él, llorando desconsoladamente

por todo lo que no había podido retener. Pensé hacerlo, pero no lo hice. Las mujeres

no se fían de las lágrimas de los hombres. Pueden decir algo distinto, pero en el fondo no se

creen las lágrimas de los hombres.

“Quizá deberías llamar a la policía”, dije. “Ofréceles un poco de tu experta ayuda. Indícales

lo que han pasado por alto, como Angela Lansbury en Murder, She Wrote8

Metí las piernas en la cama. Ella apagó la luz. Permanecimos tendidos en la oscuridad.

Cuando habló otra vez, su tono era más amable.

“No me gusta. Eso es todo. No me gusta y nunca lo hará”.

8 En España “Se ha escrito un crimen” (N. del T.)

“Sí”, dije. “Creo que eso lo aclara”.

“Y no me gusta la forma en que miraba a Holly”

Lo que significaba, tal y como averigüé finalmente, que no le gustaba la forma en que Holly

le miraba a él. Cuando no estaba mirando a su plato, claro.

“Preferiría que no volvieras a invitarle a cenar”, dijo.

Permanecí en silencio. Era tarde, Estaba cansado. Había sido un día duro, una tarde dura,

y estaba cansado. Lo último que quería era tener una discusión con mi esposa estando cansado

y ella preocupada. Era el tipo de discusión que podía llevarte a pasar la noche en el

sofá. Y la única forma de parar una discusión como esa es estar callado. En el matrimonio,

las palabras son como lluvia. Y la tierra del matrimonio está llena de cauces secos y arroyos

que pueden convertirse en torrentes en un abrir y cerrar de ojos. Los terapeutas creen en el

diálogo, pero la mayoría de ellos son divorciados o maricones. El silencio es el mejor amigo

del matrimonio.

Silencio.

Al cabo de un rato, mi mejor amigo giró hacia su lado, lejos de mí al lugar al que ella iba

cuando finalmente daba por terminado el día. Permanecí despierto largo rato, pensando en

un polvoriento coche pequeño, quizá una vez fue blanco, caído en una zanja junto a una

carretera comarcal en el desierto de Nevada, no demasiado lejos de Caliente. La puerta del

conductor permanentemente abierta, el retrovisor arrancado de su enganche y caído en el

suelo, el asiento delantero empapado de sangre y marcada con las huellas de los animales

que han venido a investigar, quizá a probarla.

Había un hombre –creen que era un hombre, normalmente lo es- que había descuartizado a

cinco mujeres en aquella parte del mundo, cinco en tres años, la mayoría durante la época

en que L.T. había vivido con Lulubelle. Cuatro de las mujeres estaban de paso. De alguna

manera debió conseguir que pararan, las arrastró fuera de sus coches, las violó, las descuartizó

con un hacha, abandonándolas uno o dos desvíos mas allá para los buitres y los

cuervos y las comadrejas. La quinta víctima fue la esposa de un anciano ranchero. La policía

llama a este asesino el Hombre del Hacha. Cuando escribo esto, el Hombre del Hacha

todavía no ha sido detenido. No ha vuelto a matar; si Cynthia Lulubelle Simms DeWitt fue la

sexta victima del Hombre del Hacha, también fue la última, al menos por ahora. Todavía

hay algunas dudas, sin embargo, sobre si fue o no la sexta víctima. Si no en la mayoría de

las mentes, esa duda existe en la mente de L.T. que todavía se permite tener esperanza.

La sangre del asiento no era sangre humana, ¿sabéis?; a la Unidad Forense del Estado de

Nevada le llevó menos de cinco horas determinarlo. El trabajador de rancho que encontró el

Subaru de Lulubelle vio una nube de pájaros a media milla, y cuando llegó no encontró una

mujer descuartizada, sino un perro descuartizado. Poco quedaba aparte de huesos y dientes;

depredadores y carroñeros habían tenido su día, y no había demasiada carne de un

terrier Jack Russell con lo que empezar. No cabe duda de que el Hombre del Hacha encontró

a Frank; el destino de Lulubelle es probable, pero está lejos de ser seguro.

Quizá, pensé, ella está viva. Cantando “Tie a Yellow Ribbon” en The Jailhouse en Ely o “Take

a Message to Michael” en The Rose of Santa Fe en Hawthorne. Vestida con un conjunto de

tres piezas. Hombres viejos intentando parecer jóvenes con chalecos rojos y negras corbatas

de lazo. O quizá esté aplastando vaqueros de GM9 en Austin o Wendover –doblándolos hacia

delante hasta que sus pechos se aplasten contra sus muslos, bajo un calendario en el que

aparecen tulipanes en Holanda; sujetando pares y pares de nalgas flácidas en sus manos y

pensando en qué ver en la TV esa noche, cuando termine su turno. Quizá ella aparcó a un

lado de la carretera y se fue caminando. La gente hace eso. Lo sé, y probablemente vosotros

también. Algunas veces la gente dice “a la mierda” y se marcha. Quizá ella dejó a Frank

atrás, pensando que alguien llegaría y le daría un buen hogar, sólo que fue el Hombre del

Hacha el que llegó, y...

9 GM Cowboys. Debe ser algo así como globos con forma de vaquero. No estoy seguro, así

que si alguien lo sabe, que avise (N. del T.)

12

Pero no. Conocía a Lulubelle, y aunque me vaya la vida no puedo verla abandonado un perro

que probablemente se ase hasta la muerte o muera de hambre en el yermo. Especialmente

un perro que amaba de la manera en que amaba a Frank. No, L.T. no exageraba sobre

eso, yo los había visto juntos, y lo sabía.

Ella todavía podría estar viva en alguna parte. Técnicamente hablando, al menos. L.T. está

en lo cierto sobre eso. Solo porque yo no puedo imaginar una situación que lleve a ese coche

con la puerta permanente abierta y el retrovisor caído en el suelo y el perro muerto y picoteado

por los cuervos dos desvíos mas allá, solo porque no puedo imaginar una situación

que lleve desde ese lugar cerca de Caliente a algún otro lugar donde Lulubelle Simms cante

o cosa o haga mamadas a los camioneros, fuera de peligro y de incógnito, bien, eso no significa

que dicha situación no exista. Como le dije a L.T., no es como si hubieran encontrado

su cuerpo, sólo encontraron su coche, y los restos del perro cerca del coche. Lulubelle podría

estar en cualquier parte. Podéis estar seguros de eso.

No podía dormir y estaba sediento. Me levanté, fui al baño, y saque los cepillos de dientes

del vaso en el que los guardamos cerca del lavabo. Llené el vaso de agua. Luego me senté

sobre la tapa del váter y bebí el agua y pensé en el sonido que hacen los gatos Siameses, ese

extraño aullido, cómo suena bien si te gustan, cómo debe sonar cuando llegas a casa.

FIN

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