BLOOD

william hill

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viernes, 5 de noviembre de 2010

EL ARMARIO -- GUY DE MAUPASSANT

    EL ARMARIO


          
     Hablábamos de mujeres galantes, la eterna conversación de los hombres.
      Uno dijo:
     —Voy a referir un suceso extraño.
      Y era como sigue:
     ***
     Un anochecer de invierno se apoderó de mí un abandono perturbador; uno de los terribles abandonos que dominan cuerpo y alma de cuando en cuando. Estaba solo, y comprendí que me amenazaba una crisis de tristeza, esas  tristezas lánguidas que pueden  conducirnos al suicidio.
     Me puse un abrigo y salí a la calle. Una lluvia menuda me calaba la ropa, helándome los huesos. En los cafés no había gente. Y ¿Adónde ir? ¿Dónde pasar dos horas? Decidime a entrar en Folies-Bergére, divertido mercado carnal. Había escaso público; los hombres vulgares, y las mujeres, las mismas de siempre, las miserables mozas desapacibles, fatigadas, con esa expresión de imbécil desdén que muestran todas, no sé por qué.
     De pronto descubrí entre aquellas pobres criaturas despreciables a una joven fresca, linda, provocadora. La detuve y brutalmente, sin reflexionar, ajusté con ella el precio de la noche. Yo no quería volver a mi casa.
     Y la seguí. Vivia en la calle de los Mártires. La escalera estaba oscura. Subí despacio, encendiendo cerillas.
     Ella se detuvo en el cuarto piso,  y cuando entramos en su habitación, echando el cerrojo de su puerta, me preguntó:
     —¿Piensas quedarte aquí hasta mañana?
     —Eso me propongo; eso convinimos.
     Bien, mi vida, lo pregunté por curiosidad. Aguárdame un minuto que enseguida vuelvo.
     Y me dejó a oscuras. Oí cerrar dos puertas; luego me pareció que aquella mujer hablaba con alguien. Quedé sorprendido, inquieto. La idea de un chulo me turbó, aun cuando tengo bastante fuerza defenderme.
     «Veremos lo que sucede», pensé.
     Y afinando el oído, escuchaba. Se movían con grandes precauciones para no hacer ningún ruido. Luego sentí abrir otra puerta y me pareció que hablaban, pero muy bajo.
     La moza volvió al fin con una bujía, diciéndome:
     —Ya puedes entrar.
     Entré, y pasando por un comedor donde sin duda nunca se come, me condujo a un gabinete alcoba.
     —Ponte cómodo, mi vida.
     Yo lo inspeccionaba todo y no encontraba cosa que pudiera causarme inquietud.
     Ella se desnudó tan de prisa, que ya estaba en la cama cuando yo no me había quitado aún el abrigo.
     Y riendo, prosiguió:
     —¿Qué te ocurre? ¿Te has convertido en estatua de sal? Acaba y ven.
     Así lo hice.
     A los cinco minutos me daban intenciones de vestirme y escapar. Pero el maldito abandono que me amenazó en mi casa con tristezas crueles, me quitaba las energías, reteniéndome, a disgusto mío, en aquella cama pública. El encanto sensual que me había hecho sentir aquella criatura en el teatro, desapareció cuando la vi tan cerca y deseosa de complacerme. Su carne vulgar, semejante a la de todas, y sus besos insípidos, me desilusionaron.
     Para entretenerme le hice varias preguntas:
     —¿Hace mucho que vives en esta casa?
     —El quince de febrero hará seis meses.
     —Y antes, ¿en dónde vivías?
     —En la calle Clauzel. Pero la portera la tomó conmigo y tuve que despedirme.
     Relatóme con detalles minuciosos aquella historia.
     De pronto sentí ruido cerca de nosotros; así como un suspiro; después un roce ligero, como si alguien se removiera sobre una silla.
     Me senté con viveza en la cama, preguntando:
     —¿Qué significa ese ruido?
     Ella respondió tranquilamente:
     —No te importe, mi vida; es en el otro cuarto. Como son tan delgadas las paredes, todo se oye. ¡Hacen unas casas! ¡De cartón!
     Mi abandono era tan grande, que me arrebujé de nuevo entre sábanas. Y proseguimos la conversación. Movido por la estúpida curiosidad que induce a todos los hombres a conocer la primera falta de las mujeres galantes, como para encontrar en ellas un rastro de inocencia, tal vez evocada por una frase ingenua que ofrece la imagen del pudor perdido, pues aun cuando mienten se descubre alguna vez entre mentiras algo conmovedor, le dije:
     —Vaya, cuéntame cómo cediste al primer amante.
     —Yo era criada en el restaurante Marinero de Agua Dulce, y un señorito me forzó mientras le hacía la cama.
     Recordé la teoría de un médico amigo, un observador filósofo que, por hacer servicio en un hospital de mujeres, conoce todas las flaquezas de las pobres criaturas victimas de la embestida brutal del macho errante con dinero en el bolsillo.
     —Siempre—me decía—, siempre una moza es vencida por un hombre de su clase o condición. Tengo anotadas muchas observaciones acerca del asunto. Se acusa a los ricos de coger la flor de la inocencia entre las niñas pobres. No es verdad. Los. ricos pagan luego las flores tronchadas; las cogen en la segunda floración, pero no cortan jamás el primer capullo.
     Reí, mirando a mi compañera.
     —Ya sabes que conozco tu historia. El señorito no era el primero. Hubo antes otro.
     —Te lo juro, mi vida.
     —Mientes, mi cielo.
     —No, no; te lo juro.
     —Mientes... Vaya, dime la verdad.
     Ella dudó, asombrada; yo continué.
     —Soy adivino, somnámbulo. Ahora no me dices la verdad. Cuando te duermas yo haré que la digas.
     Tuve miedo; era estúpida como todas, balbució:
     —¿Cómo lo has adivinado?
     —Vamos, dilo.
     —¡Ah! La primera vez casi no fué nada. Para una fiesta contrataron a un gran cocinero. Desde que Alejandro llegó, dispuso de toda la fonda. El amo, el ama, estaban a sus órdenes, como si fuera un rey. Desde la cocina gritaba: «¡Manteca! ¡Huevos! ¡Coñac! » Y era necesario llevarle corriendo lo que pedía, porque si no se incomodaba mucho y daba miedo.
     Cuando hubo acabado, sentóse a fumar su pipa frente a la puerta, y al pasar yo con una pila de platos, me dijo:
     —Muchacha, vente conmigo a la ribera para enseñarme la campiña.
     Fui con él como una tonta, y apenas llegamos a la orilla del río, me forzó con tal prisa, que apenas me di cuenta de lo que hizo. Luego se fue en el tren de las nueve. No le vi más.
     —Y ¿así acabó todo?
     —Creo que Angel es hijo suyo.
     —¿Quién es Angel?
     —Mi nene.
     —¡Ah! Muy bien. Y luego dijiste al señorito que te había hecho la criatura, ¿no es cierto?
     —Si.
     —¿Tenia dinero el señorito?
     —Algo. Me dejó una renta de trescientos francos.
     Aquellas confianzas me divertían. Proseguí.
     —Muy bien, mi cielo; muy bien. Sois menos tontas de lo que parece. Y ¿cuántos años tiene Angel?
     —Doce. Hará su primera comunión en primavera.
     —Bravo. Y desde que te ocurrió esa... desgracia... te dedicaste al oficio...
     Suspiró, resignada.
     —Se hace lo que se puede...
     Un ruido, bastante fuerte, me hizo saltar de la cama. No me cabía duda; era el ruido que produce un cuerpo que se desploma y luego se levanta de nuevo agarrándose a la pared.
     Cogí la bujía y miré alrededor, furioso. Ella se había levantado también, y trataba de contenerme, repitiendo:
     —No es nada, mi vida; te aseguro que no es nada.
     Pero yo, que sabía ya dónde se produjo el ruido, me dirigí a un armario que había junto a la cabecera de la cama y lo abrí de par en par...
     Tembloroso, aterrado, con los ojos muy abiertos y brillantes, apareció un chiquillo anémico y débil agarrado a los barrotes de una silla, de la cual había caído, sin duda.
     Al verme rompió a llorar, tendiendo los brazos hacia su madre.
     —Yo no tengo la culpa, mamá; yo no tengo la culpa. Estaba dormido y me caí. No me castigues; yo no tengo la culpa.
     Acercándome a la mujer, dije:
     —¿Qué significa esto?
     Ella, confusa y desalentada, respondió entre dientes:
     —Ya lo ves. No gano bastante para tenerlo pensionista y no puedo pagar un cuarto mayor. Duerme conmigo cuando no hay nadie, y cuando alguien viene por una hora o dos, lo escondo en el armario. Pero cuando hay cliente para toda la noche se cansa y le duelen los riñones de dormir en la silla... Tampoco él tiene la culpa. Quisiera verte durmiendo en una silla, metido en un armario... Ya veríamos...
     Irritándose, gritaba.
     El niño seguía llorando.
     Yo también sentía ganas de llorar.
     Y volví a mi casa tristemente.
     
  

VELANDO EL CADÁVER -- GUY DE MAUPASSANT



VELANDO EL CADÁVER


     Había muerto sin agonía, tranquilamente, como mujer cuya vida fué irreprochable; y descansaba ahora en la cama boca arriba, cerrados los ojos, tranquilas sus facciones, los largos cabellos blancos cuidadosamente peinados cual si hubiese hecho su tocado diez minutos antes de morir, y toda su fisonomía de difunta tan recogida, tan reposada, tan resignada, que se comprendía que un alma tiernísima había habitado en aquel cuerpo, que aquella anciana serena había llevado la más tranquila de las existencias, que en su fin no había habido ni sacudidas ni remordimientos.
     De rodillas junto al lecho mortuorio, su hijo, un magistrado de principios inflexibles, y su hija Margarita, en religión la hermana Eulalia, lloraban amargamente.
     Desde su infancia les había inculcado una irreprochable moral, enseñándoles la religión sin debilidades y el deber sin transacción. Él, el varón, se había hecho magistrado, y blandiendo la ley sacudía sin piedad a los débiles, a los desfallecidos; ‘ella, la muchacha, empapada en la virtud que la había bañado en aquella familia austera, se había casado con Dios, disgustada de los hombres. No habían conocido a su padre; lo único que sabían era que había hecho a su madre desgraciada; y no tenían más detalles acerca de él.
     La religiosa besaba locamente una de las manos de la muerta, una mano de marfil semejante a la del Cristo amortajado. Al otro lado del cuerpo tendido, la otra mano de la difunta parecía tener todavía la colcha estrujada con ese errante gesto que se llama el decisivo; y la ropa había allí conservado pequeñas arrugas, como un recuerdo de los movimientos que preceden a la eterna inmovilidad. Unos ligeros golpes dados en la puerta hicieron que se alzasen los dos trastornados rostros, y el sacerdote, que acababa de cenar, entró nuevamente. Estaba rojo, sofocado por los comienzos de la digestión, pues había echado mucho coñac en el café para luchar contra la fatiga de las pasadas noches y la de la noche de vela que comenzaba.
     Parecía triste; en su rostro se veía esa falsa tristeza del eclesiástico para quien la muerte es una manera de ganarse la vida. Hizo la señal de la cruz, y acercándose con su gesto profesional:
     —Aquí estoy, pobres hijos míos —murmuró—, dispuesto a ayudarlos a pasar estas tristes horas.
     Pero sor Eulalia se levantó súbitaamente:
     —Gracias, padre mío; mi hermano y yo deseamos quedar solos con ella. Son éstos los últimos instantes que la veremos, y deseamos estar los tres solos, como en otra época, como cuando..., cuando... cuando éramos niños y nuestra po..., pobre madre…
     No pudo acabar; tantas eran sus lágrimas, de tal modo la oprimía el dolor.
     El sacerdote se inclinó, más alegre, pensando en su cama.
     —Como gustéis, hijos míos—dijo. Se arrodilló, se santiguó, rezó, se levantó y salió despacito, murmurando:
     —¡Era una santa!
     La difunta y sus hijos quedaron solos. Un oculto reloj producía en la sombra un ruido regular, y por la abierta ventana los suaves perfumes del heno y de la madera penetraban con un lánguido claror de luna. De la campiña no llegaba ningún sonido más que el de las notas volantes de los sapos y, a veces, el ronquido de un insecto nocturno que penetraba como una bala y chocaba en la pared. Una infinita paz, una divina melancolía y una silenciosa serenidad rodeaban a aquella difunta, pareciendo huir con ella y echarse fuera de allí apaciguando la propia Naturaleza.
     De pronto, el magistrado, de rodillas siempre y con la cabeza oculta entre las ropas del lecho, con voz lejana, desgarradora, lanzada a través de las mantas y las sábanas, gritó:
     —¡Madre, madre, madre!
     Y la hermana, echándose contra el suelo, dando en el entarimado con su frente de fanática, convulsionada, retorcida, vibrante, como en una crisis de epilepsia, gimió:
     —¡Jesús, Jesús, madre, Jesús! Y, sacudidos por un huracán de dolor, ambos jadeaban, gemían amargamente.
     Mucho tiempo después se levantaron y se quedaron mirando el querido cadáver. Y los recuerdos, esos recuerdos lejanos, ayer tan dulces y hoy tan crueles, se presentaban en su imaginación con todos esos pequeños detalles olvidados, esos pequeños detalles íntimos y familiares que hacen vivir de nuevo al ser desaparecido. Recordaban circunstancias, palabras, sonrisas, entonaciones de voz de la que ya no volvería a hablarles. La tornaban a ver feliz y tranquila, se repetían las frases que en otro tiempo les dirigiera con un ligero movimiento de la mano que ella empleaba a veces, como para llevar el compás, cuando pronunciaba un discurso importante.
     Y la amaban como nunca la habían amado. Y comprendían, midiendo su desesperación, hasta qué punto iban ahora a verse abandonados.
     Luego, poco a poco, la fuerza de la crisis fue disminuyendo como las lluviosas calmas siguen a las borrascas en el agitado Océano, y se pusieron a llorar de un modo más suave.
     Era su sostén, su guía, toda su juventud, toda la alegre parte de su existencia lo que desaparecía; era su lazo con la vida, la madre, la mamá, la carne creadora, el punto de unión con los abuelos que no tenían ya.
     Ahora quedaban solitarios, aislados; ya no podrían mirar tras sí.
     La monja dijo a su hermano:
     —Ya sabes que mamá tenía grande afición a leer sus viejas cartas; todas están ahí, en ese cajón. ¿No haríamos bien en leerlas a nuestra vez, reviviendo toda su vida en esta noche que hemos de pasar junto a ella? Sería como un camino del Calvario, como un conocimiento que haríamos con su madre, con nuestros viejos parientes desconocidos, cuyas cartas se encuentran ahí, y de quienes tan a menudo nos hablaba. ¿Te acuerdas?
     *
     
     Y tomaron del cajón unos diez legajos de papeles amarillentos, cuidadosamente sujetos y colocados unos contra otros. Depositaron encima de la cama estas reliquias y escogiendo una de ellas, sobre la cual estaba escrita la palabra «Padre», la abrieron y leyeron.
     Eran esas viejas epístolas que se encuentran en los antiguos muebles familiares, esas epístolas que tienen el olor de otro siglo. La primera rezaba: «Querida mía»; y otra: «Mi hermosa hijita», y las otras: «Mi querida niña», y otras, por fin: «Mi querida hija.» Y de pronto la monja se puso a leer en voz alta, a leer nuevamente a la muerta su historia, todos sus dulces recuerdos. Y el magistrado, con un codo apoyado en la cama, le prestaba atención, fijos los ojos en su madre. Y el cadáver Inmóvil parecía feliz.
     Interrumpiéndose, sor Eulalia dijo de pronto:
     —Será menester meterlas en su tumba, hacerle un sudario de todo esto y amortajarla con él.
     Y cogiendo otro legajo, sobre el cual nada había escrito, principió a leer como antes.
     
     «Querida mía: Te amo hasta la locura. Desde ayer sufro como un condenado, achicharrado por tu recuerdo. Siento tus labios bajo los míos, tus ojos bajo mis ojos, tu carne bajo mi carne. ¡Te amo, te amo! Me has enloquecido. Mis brazos se abren, jadeo impulsado por un ansia inmensa de poseerte nuevamente. He conservado en mi boca el sabor de tus besos...»
     
     El magistrado se había puesto en píe; la monja se interrumpió; le arrancó la carta, buscó la firma. No la llevaba el papel; sólo se leían estas palabras: «El que te adora»; el nombre era «Enrique». Su padre se llamaba Renato. Entonces el hijo, con rápidas manos, revolvió el paquete de cartas, tomó otra y leyó:
     
     «No puedo vivir sin tus caricias...»
     
     Y en pie, severo como en su tribunal, miró impasible a la muerta. La monja, erguida como una estatua, con algunas olvidadas lágrimas en los extremos de los ojos, contemplando a su hermano, esperaba. El atravesó entonces el aposento andando despacio, llegó a la ventana y, con la mirada perdida en la noche, meditó.
     Cuando volvió la cabeza, sor Eulalia, ya secos los ojos, permanecía en pie, junto al lecho, baja la cara.
     El avanzó, recogió vivamente las cartas y las fué echando revueltas en el cajón; en seguida corrió los cortinajes de la cama.
     Y cuando el día hizo palidecer las bujías que ardían sobre la mesa, el hijo abandonó lentamente su sillón y, sin mirar ni una vez más a la madre, que había, condenándola, separado de ellos, dijo lentamente:
     —Ahora, hermana mía, salgamos de aquí.
     

RESIDENT EVIL DOS -- LA ENSENADA CALIBAN -- parte 1ª




RESIDENT EVIL VOLUMEN DOS


LA ENSENADA CALIBAN


S.D. PERRY


A través de la avaricia, el mal sonríe.


A través de la locura, canta.


Anónimo
Prólogo






Raccoon Times, 24 de julio, 1998


LA MANSIÓN SPENCER RESULTA DESTRUIDA TRAS UNA EXPLOSIÓN Y UN INCENDIO


Raccoon City — Los vecinos del distrito de Victory Lake se vieron despertados de su sueño aproximadamente a las seis de esta madrugada por una rugiente explosión que resonó por todo el nordeste del bosque de Raccoon, causada aparentemente por un incendio que arrasó la abandonada mansión Spencer y provocó el estallido de unos productos químicos almacenados en su sótano. Los retrasos causados por las barricadas policiales establecidas en la zona del perímetro del bosque (por la serie de asesinatos en cadena producidos en Raccoon City) impidieron a los bomberos de la localidad salvar los edificios del terreno. Después de una batalla de tres horas contra el devorador incendio, la mansión de treinta y un años de antigüedad y el edificio colindante, para el uso de los sirvientes, fueron totalmente destruidos.


Construida por el aristócrata europeo Lord Oswall Spencer, uno de los fundadores de la compañía internacional farmacéutica Umbrella Inc., la mansión fue diseñada por el famoso arquitecto George Trevor como casa de invitados para los ejecutivos de mayor nivel de la compañía, pero fue clausurada por razones desconocidas poco después de finalizar su construcción. Según Amanda Whitney, portavoz de la compañía Umbrella, algunas partes de la propiedad se utilizaban como almacén de ciertos productos de limpieza y disolventes de tipo industrial empleados por la compañía. Whitney anunció ayer en una declaración pública que Umbrella asumiría la total responsabilidad de lo ocurrido y del desafortunado incidente, admitiendo que fue «… un grave descuido por nuestra parte. Todos esos productos químicos deberían haber sido trasladados de la mansión Spencer hace mucho tiempo, y debemos estar agradecidos de que nadie resultara herido».


Se desconocen por el momento las causas que provocaron el incendio, pero Whitney afirmó que Umbrella traería su propio equipo de investigadores que registrarían todo el lugar y los restos para intentar aclarar el punto de origen del incendio…


Raccoon Weekly, 29 de julio, 1998


LOS STARS SON APARTADOS DE LA INVESTIGACIÓN SOBRE LOS ASESINATOS


Raccoon City — En unas sorprendentes declaraciones por parte de las autoridades de la ciudad, ayer, durante una conferencia de prensa, la sección de los STARS en Raccoon City fue oficialmente apartada de la investigación sobre los nueve brutales asesinatos y las cinco desapariciones de ciudadanos ocurridas a lo largo de las últimas diez semanas. El miembro del consejo municipal que leyó la declaración, Edward Weist, afirmó que la principal razón de la retirada de los STARS del caso es un acto de grave incompetencia.


Los lectores recordarán que la primera acción de los STARS, tras serles asignados los casos, fue registrar la zona noroeste del bosque en busca de los supuestos asesinos caníbales. Weist declaró que debido a su «conducta y a su evidente falta de profesionalidad» su misión acabó en un desastre completo, que tuvo como resultado un helicóptero estrellado y la pérdida de seis de sus once miembros, incluido el jefe de la sección, el capitán Albert Wesker.


«Después de ver los errores cometidos por los STARS en su registro del bosque —continuó diciendo Weist—, hemos decidido que sea el departamento de policía de Raccoon City el encargado de resolver los casos. Tenemos motivos suficientes para creer que los agentes de los STARS ingirieron alcohol y/o drogas antes de iniciar la búsqueda, y hemos suspendido el uso de sus servicios por un período de tiempo indefinido.»


Junto a Weist se encontraba Sarah Jacobsen, en representación del alcalde, y el comisionado de policía J. C. Washington para leer la declaración y responder a las preguntas. No ha sido posible contactar ni con el jefe de policía, Irons, ni con ninguno de los supervivientes del equipo de los STARS para que respondieran a nuestras preguntas…


Cityside, 3 de agosto, 1998


EL INCENDIO DE LA MANSIÓN SPENCER SE CONSIDERA ACCIDENTAL


Raccoon City — Después de una investigación exhaustiva por parte de los especialistas que trabajan para Umbrella, la División de Servicios Industriales, se ha determinado que el fuego que arrasó la propiedad de la empresa contratante, situada en el bosque de Raccoon, fue causado por la imprudencia por parte de una o varias personas desconocidas, lo que fue anunciado ayer en una conferencia de prensa. El jefe de dicho equipo de investigación de la División de Servicios Industriales, David Bischoff, dyo: «Al parecer, alguien intentó encender una fogata dentro de una de las habitaciones de la mansión. No hemos encontrado ningún indicio de que se tratara de un incendio provocado de forma voluntaria». Continuó diciendo que aunque la destrucción de la propiedad ha sido completa, no se han encontrado pruebas de que alguien muriera por el incendio o por la posterior explosión.


El jefe del departamento de policía de Raccoon City, Brian Irons, estuvo presente en la rueda de prensa, y, cuando se le preguntó si creía que el incendio estaba relacionado con la serie de asesinatos y desapariciones todavía sin resolver que han estado asolando la ciudad, contestó que no había forma alguna de estar seguro.


«En este momento —dijo Irons—, cualquier cosa que dijera sería una pura conjetura, aunque he de admitir que el hecho de que los asesinatos hayan cesado desde la noche del incendio puede significar que quizá los criminales estaban ocultándose en ese lugar. Sólo podemos mantener la esperanza de que hayan abandonado la zona y de que sean capturados dentro de poco.»


El jefe Irons se negó a realizar comentarios sobre las alegaciones del consejo municipal relativas a la grave falta de profesionalidad de los STARS durante su breve asignación a la investigación sobre los asesinatos. Únicamente admitió que estaba de acuerdo con la decisión del consejo municipal y que estaban pensando tomar medidas disciplinarias.
Capítulo 1


Rebecca Chambers pedaleó montada en su bicicleta de montaña a través de las oscuras y sinuosas calles del distrito de Cider. La tardía luna de verano brillaba oronda sobre el despejado cielo nocturno. Aunque era relativamente temprano, las calles de las afueras continuaban desiertas, ya que el toque de queda seguía en vigor: nadie menor de dieciocho años podía estar fuera de su casa después de caer la noche hasta que los asesinos se encontraran entre rejas. Había sido un verano muy tenso pero muy tranquilo en Raccoon City, al menos en apariencia…


Pasó en silencio junto a las mudas casas. El brillo de los televisores encendidos se desparramaba sobre el césped bien cortado, y el lejano chirrido de los grillos y algún que otro ladrido esporádico de un perro de la vecindad eran los únicos sonidos presentes en el aire que pasaba zumbando al lado de sus orejas. Los intranquilos ciudadanos de Raccoon City vivían detrás de puertas bien cerradas con llave, a la espera de la declaración que anunciara que los asesinos habían sido capturados y que su ciudad era por fin segura de nuevo.


Si supieran la verdad…


Rebecca los envidió durante unos momentos por su ignorancia. A lo largo de las dos últimas semanas había llegado a la desalentadora conclusión de que saber la verdad no era tan bueno como ella suponía, sobre todo si nadie la creía.


Habían pasado trece largos e inmisericordes días desde la pesadilla ocurrida en la mansión Spencer. Los STARS supervivientes habían logrado escapar de la muerte y de la traición sólo para encontrarse de bruces con un enorme muro de incredulidad desdeñosa cuando habían intentado contar lo que había sucedido. Jill, Chris, Barry y ella misma habían sido tachados de adictos a las drogas y de cosas aun peores en los periódicos locales, sin duda por las presiones de Umbrella, y después de su suspensión, hasta la policía de Raccoon City se había negado a creerles. Y ahora, Umbrella estaba haciéndose cargo de la investigación sobre el fuego que había destruido la mansión, y se estaría librando sin duda alguna de las últimas pruebas. Parecía que, fuesen donde fuesen los STARS, Umbrella había llegado antes y había «untado» al personal necesario, ocultando su rastro e impidiendo que alguien quisiera escuchar su relato, cuanto menos creerlo.


De todos modos, tampoco habría sido sencillo. Una de las compañías farmacéuticas más grandes y respetables del mundo, por no mencionar la principal suministradora de puestos de trabajo en Raccoon City, involucrada en la investigación sobre armas biológicas en el interior de un laboratorio secreto, donde creaba monstruos experimentales. Si no supiese la verdad, yo también creería que es una locura.


Al menos, lo peor ya había pasado. Con el laboratorio destruido, los ataques contra Raccoon City habían cesado, y aunque la gente responsable de todo aquello todavía no había sido acusada, supuso que sólo sería cuestión de tiempo. Umbrella estaba experimentando con algo muy peligroso, y no podría ocultarlo a una investigación de los STARS, una en profundidad. Ella y los demás sólo tendrían que vigilar sus espaldas mientras la oficina central enviaba refuerzos…


Hablando de lo cual… ¡Ay!


La funda que llevaba le estaba golpeando las costillas. Rebecca la acomodó a través del fino tejido de algodón de su camiseta, con la esperanza de que después de aquella noche ya no tendría que llevar el arma durante más tiempo. Era un revólver de cañón corto del calibre 38, una de las piezas de la colección de Barry. No sabía cómo lo llevarían los demás, pero ella no había podido dormir ni una sola noche de un tirón desde que habían logrado escapar de la mansión Spencer, y la verdad es que ir armada a todos lados no era su idea de sentirse segura.


Suspiró para sus adentros y dobló hacia la izquierda en la calle Foster, pedaleando a través de la oscuridad en dirección a la casa de Barry y recordando que su compañero probablemente había convocado la reunión porque había recibido órdenes de la oficina central. Se había limitado a decir que se habían producido «cambios» y que lo mejor era que se acercara a su casa lo antes posible, y aunque estaba intentando que su imaginación no se desbocara, no podía evitar que el pulso se le acelerara por la emoción que sentía en el estómago desde que él había llamado.


Quizá nos harán volar hasta Nueva York para que informemos al equipo de investigación, o incluso hasta Europa, para que estemos presentes en el momento que entren en las instalaciones principales de Umbrella…


Fuera donde fuese que los mandasen, sería mejor que permanecer en Raccoon City. La tensión de mirar permanentemente a la espalda por encima del hombro estaba agotándolos a todos. Chris creía que Umbrella estaba esperando que la opinión pública dejara de prestar atención a los STARS para realizar algún tipo de ataque, aunque sólo era una teoría, y no precisamente la mejor para dormir con tranquilidad. El gallina de Vickers se había marchado de la ciudad sólo dos días después, incapaz de soportar la tensión, y aunque Jill, Barry y Chris habían criticado la cobardía de Brad, Rebecca comenzaba a preguntarse si la idea del piloto del equipo Alfa no había sido la mejor. No es que quisiera que Umbrella se saliera de rositas y quedara sin castigo, ni que sus experimentos no fueran moralmente reprobables, pero hasta que la oficina central de STARS mandara refuerzos, Raccoon City era una ciudad peligrosa para ellos.


Pero esto se acaba esta noche. Sólo se trata de aguantar un poco más y todo esto habrá acabado. Se acabaron las armas, se acabaron las puertas cerradas con llave. Se acabó preocuparse por lo que hará Umbrella contra nosotros por saber la verdad de todo.


Cuando habían redactado su informe, sus superiores de Nueva York les habían dicho que no hicieran nada. El subdirector Kurtz en persona les había prometido iniciar una investigación y comunicarles los resultados, pero de aquello ya hacía once días, y todavía no habían recibido mensaje alguno. No tenía intención de salir corriendo, como había hecho Brad, pero había acabado odiando la sensación causada por la pistolera, odiando el peso del acero letal que llevaba en su costado a todas horas del día y de la noche. Por el amor de Dios, se suponía que ella era una científica…


Y en cuanto lleguen los refuerzos, quiza pueda pedir un traslado a uno de los laboratorios para estudiar el virus. Técnicamente, todavía soy miembro del equipo Bravo, así que no creo que me quieran de ninguna manera en la línea de combate…


No había duda de cuál sería el mejor modo de aprovechar su talento. Los demás eran soldados ya curtidos y experimentados, pero Rebecca sólo llevaba en los STARS cinco semanas. Su primera misión había sido explorar el bosque de Raccoon, en la que se había perdido la mitad de los efectivos de la sección en la ciudad y en la que habían descubierto el secreto de Umbrella. Desde entonces, había pasado bastante tiempo repasando la estructura molecular de los virus, intentando determinar la estrategia de reproducción del virus-T. Los STARS no necesitaban médicos de campo en aquel preciso momento, necesitaban científicos, y si ella había aprendido algo del desastre en la mansión Spencer era que su espacio natural era un laboratorio. Había logrado mantener el tipo aquella noche, pero también sabía que trabajar con el virus-T era la mejor contribución que podía hacer para detener a la compañía Umbrella.


Y será mejor que lo admitas —le susurró su mente—, estás fascinada por él. La oportunidad de estudiar un mutágeno emergente sin clasificar, descubrir cómo funciona. Eso es lo que te hace funcionar a ti.


Bueno, tampoco es que fuera una vergüenza disfrutar de su trabajo. Se había alistado en los STARS con la esperanza de disponer de una oportunidad semejante, y con algo de suerte, después de aquella noche empacaría sus cosas y saldría pitando de Raccoon City, para comenzar una nueva fase de su vida como bioquímica de los STARS.


Se detuvo al final del bloque enfrente de una enorme casa de estilo victoriano remodelada y de dos pisos, pintada de color amarillo pálido. Miró alrededor para comprobar que no había nadie sospechoso y, más tranquila, bajó de la bicicleta. La familia Burton vivía al lado de un enorme parque, repleto de árboles. Incluso unas cuantas semanas antes, ella habría vagabundeado por el silencioso parque disfrutando de la suave noche veraniega mientras observaba las estrellas. Aquella noche no era más que otro lugar oscuro donde podía haber alguien escondido. Se estremeció ligeramente a pesar del ambiente cálido y húmedo y se apresuró, a cruzar el sendero de la entrada.


Llevó la bicicleta hasta el porche de la entrada y se secó el sudor de la nuca mientras echaba un vistazo a su reloj. Había tardado realmente poco, unos veinte minutos contados desde la llamada de Barry. Rebecca apoyó la bicicleta en la barandilla, rezando para que lo que tenía que decirle Barry fueran buenas noticias.


Éste abrió la puerta antes de que tuviera tiempo de llamar a la puerta. Iba vestido con una camiseta y unos pantalones vaqueros. Su musculoso cuerpo tapaba casi todo el umbral de la entrada. Barry hacía pesas. Con muchas ganas.


Sonrió y dio un paso para que entrara. Echó un rápido vistazo a la desierta calle antes de seguirla hasta la sala de entrada. Tenía enfundado su revólver Cok Python en una pistolera de cadera, lo que le daba todo el aspecto de vaquero demasiado crecido.


—¿Has visto a alguien? —le preguntó en tono despreocupado.


—No. —Rebecca negó con la cabeza—. Además, he venido por calles secundarias.


Barry asintió, y aunque lo hizo con una pequeña sonrisa, ella percibió su mirada de animal acosado, la misma mirada que tenía desde que los habían rescatado. Rebecca deseaba decirle que nadie lo culpaba, pero sabía que no serviría de gran cosa. Él todavía se consideraba el responsable de buena parte de lo sucedido en la mansión aquella noche. También parecía estar perdiendo peso, aunque supuso que esto tendría más que ver con que echaba de menos a su mujer y a sus hijas, a las que había enviado de inmediato fuera de la ciudad en cuanto regresaron, sintiéndose aterrorizado por su seguridad.


Otra pequeña muestra de cómo Umbrella ha dañado nuestras vidas…


La condujo a través de un espacioso pasillo más allá de las escaleras, con las paredes decoradas por dibujos enmarcados realizados por sus hijas. La casa de los Burton era amplia y laberíntica, repleta de muebles un poco gastados y heterodoxos.


—Chris y Jill llegarán en cualquier momento. ¿Quieres café?


Parecía estar tenso y no paraba de rascarse su barba pelirroja.


—No, gracias. Prefiero un poco de agua…


—Sí, claro. Entra y preséntate tú misma. Regreso en un momento.


Se apresuró a entrar en la cocina antes de que ella pudiera preguntarle qué era lo que ocurría.


¿Presentarme yo misma? ¿Qué demonios pasa aquí?


Atravesó el umbral arqueado del pasillo que daba a la acogedora y abarrotada sala de estar y se detuvo en seco, un poco sorprendida al ver a un tipo al que no conocía sentado en una de las butacas. Se puso de pie en cuanto ella entró, sonriendo, pero por el modo en que sus ojos oscuros se entrecerraron al mirarla, adivinó que estaba valorándola.


Unas cuantas semanas antes, aquel cuidadoso escrutinio la hubiera incomodado terriblemente. Era el miembro más joven de los STARS jamás admitido en servicio activo, y sabía el aspecto que tenía y la impresión que daba. Pero si algo positivo había sacado del incidente en los laboratorios de Umbrella era que ya no le importaban en absoluto situaciones como la vergüenza social. Enfrentarse a una casa llena de monstruos llevaba a considerar la mayoría de los planteamientos desde esa perspectiva. Además, verse observada por la gente se había convertido en una práctica bastante habitual desde aquella noche.


Ella le respondió a su mirada con otra mirada imperturbable, al mismo tiempo que aprovechaba para observarlo detenidamente a su vez. Pantalones vaqueros, una camisa elegante, zapatillas de deporte. También llevaba una Beretta de nueve milímetros en una funda en la cadera, el arma reglamentaria de los STARS. Era bastante alto, quizá medía algo más de un metro ochenta y cinco, por lo que le sacaba poco menos de treinta centímetros, y era delgado pero robusto, con el físico de un nadador. Su rostro era bastante atractivo, del tipo de una estrella de cine. Sus cejas y sus cabellos eran cortos y oscuros, sus rasgos parecían tallados en piedra, y su penetrante mirada indicaba una gran inteligencia.


—Tú debes de ser Rebecca Chambers —dijo. Se le notaba un acento británico al hablar, y sus palabras sonaban precisas y hasta pulidas—. Eres la bioquímica, ¿no es así?


Rebecca asintió.


—Así es. ¿Y usted es…?


La sonrisa del extraño se ensanchó al tiempo que meneaba la cabeza.


—Por favor, disculpe mis modales. No había esperado… quiero decir, yo creía… —dio la vuelta a la mesa de café de Barry y le tendió la mano, un poco sonrojado—. Soy David Trapp, de la sección Exeter de los STARS en Maine.


Rebecca sintió una oleada de alivio recorrerle el cuerpo: los STARS habían enviado directamente ayuda en lugar de llamar antes. Por lo que a ella se refería, encantada. Estrechó su mano y esbozó una sonrisa, porque sabía que su aspecto lo había desconcertado. Nadie se esperaba a una científica de dieciocho años, y aunque se había acostumbrado a las miradas de sorpresa, todavía sentía una especie de placer travieso por pillar a la gente con la guardia bajada.


—Entonces, ¿es el explorador o algo así? —preguntó ella.


Trapp frunció el entrecejo con expresión extrañada.


—¿Cómo?


—Sí, para la investigación. ¿Los equipos restantes ya están aquí, o ha venido el primero para echar un vistazo y empezar a publicarlo todo sobre Umbrella…?


Ella dejó de hablar poco a poco al ver que él sacudía la cabeza lentamente, casi con tristeza, con un gesto negativo. En sus ojos oscuros brillaba una emoción que Rebecca no llegó a discernir al principio.


Lo descubrió cuando Trapp comenzó a hablar y sus palabras rezumaron rabia y frustración… y, mientras hablaba, Rebecca sintió que le temblaban las rodillas por el pánico que la invadía.


—Siento tener que decirle esto, señorita Chambers, pero tengo razones más que suficientes para creer que Umbrella controla a miembros clave de la organización de STARS, ya sea mediante el chantaje o mediante el soborno. No se va a llevar a cabo ninguna investigación… no va a venir nadie más.


Una expresión de terror y de sorpresa pasó de repente por los ojos de color marrón avellana de la chica y desapareció con la misma rapidez con la que había llegado. Inspiró profundamente y luego dejó salir el aire con lentitud.


—¿Está seguro? Quiero decir, ¿Umbrella ha intentado comprarle o, o… ¿Está completamente seguro?


David meneó la cabeza.


—No, no estoy absolutamente seguro, pero no estaría aquí si no me sintiera… preocupado por el asunto.


Decir aquello era quedarse corto, pero David todavía no se había recuperado de la sorpresa de ver que ella era tan joven, y sintió la necesidad instintiva de no alarmarla más de lo necesario. Barry había mencionado que era algo así como una niña prodigio, pero la verdad es que no se esperaba que realmente fuese una niña. Llevaba puestos unos pantalones vaqueros recortados a la altura de la rodilla y unos calcetines largos, todo ello rematado por una camiseta negra.


Supera esto de una vez y mira más allá de su aspecto: es posible que esta chica sea el único científico que nos quede.


Aquella idea hizo renacer la furia que David había sentido en las tripas desde hacía unos cuantos días. Lo que había descubierto después de la llamada de Barry no era precisamente bonito, sino un relato lleno de traiciones y mentiras. El hecho de que los STARS, sus STARS, estuviesen involucrados en todo aquello…


Barry entró en la habitación con un vaso de agua y Rebecca lo tomó agradecida, bebiéndose casi la mitad de un solo sorbo.


Barry miró a David por un instante y luego centró su atención en Rebecca.


—Te lo ha dicho, ¿no?


La chica asintió.


—¿Lo saben Chris y Jill?


—Todavía no. Por eso os he llamado —contestó Barry—. Mira, no tiene sentido que lo repitamos dos veces, así que será mejor que esperemos a que lleguen antes de comenzar a contar los detalles.


—De acuerdo —fue la respuesta de David.


Generalmente, pensaba que las primeras impresiones eran las que más decían de una persona, y si iban a trabajar juntos, quería conocer más a fondo el carácter de la chica.


Se sentaron los tres, y Barry comenzó a contarle a Rebecca cómo se habían conocido David y él durante el entrenamiento básico, cuando ambos eran mucho más jóvenes. El relato de Barry fue bastante bueno, aunque sólo lo contase para matar el tiempo hasta que llegaran los demás. David lo escuchó a medias, mientras contaba una anécdota sobre su noche de graduación, que incluía elementos como un sargento instructor con bastante poco sentido del humor y numerosas serpientes de goma. La chica comenzó a relajarse e incluso a disfrutar de las correrías juveniles de ellos dos…


Hace diecisiete años. Ella estaría celebrando su primer cumpleaños por aquellas fechas.


Aún así, la chica había dejado a un lado todas las preguntas cuando Barry se lo había pedido, aunque David sabía que estaría ansiosa por lo que él le había dicho. La capacidad de redirigir la concentración con tanta rapidez era una característica admirable, que él nunca había logrado poseer por completo.


No había sido capaz de pensar en casi nada más desde que había efectuado aquella llamada a la sede principal de los STARS. La devoción que David sentía por la organización había hecho aún más amarga la aparente traición, como un mal sabor de boca que no lograra quitarse. Los STARS habían sido la vida de David durante casi veinte años, y le habían proporcionado todo de lo que él había carecido durante su crecimiento: un sentido de propósito en la vida, autoconfianza, integridad…


Y ahora resulta que las vidas de unos hombres y unas mujeres dedicados y entregados, mi vida y el trabajo de toda una vida son arrojados a un lado como si no valiesen nada, ¿Cuánto les habrá costado? ¿Cuanto habrá tenido que pagar Umbrella para comprar el honor de los STARS?


David se quitó de encima la rabia con una sacudida y dirigió de nuevo su atención a Rebecca. Si todo lo que había descubierto era verdad, les quedaba poco tiempo, y sus recursos también habían quedado muy mermados. Su motivación no era tan importante en aquel momento como la de ella.


Por su postura adivinó que no era del tipo de personas sumisas o tímidas, y que obviamente era muy inteligente: su mirada lo demostraba. Por lo que Barry le había contado, se había comportado de un modo absolutamente profesional a lo largo de toda la operación en la mansión Spencer. Su ficha sugería que estaba más que preparada para trabajar en el estudio de un virus químico, suponiendo que fuese tan buena como decían los informes sobre ella…


Suponiendo que quiera poner de nuevo su vida en peligro.


Aquél iba a ser el tema más complicado. Ella no llevaba mucho tiempo en los STARS, y saber que sus propios compañeros la habían vendido al mejor postor no iba precisamente a llenarla de confianza respecto a lo que se avecinaba. Le sería mucho más fácil quitarse de en medio. En ese sentido, la verdad es que sería la opción más inteligente para todos ellos.


Alguien llamó a la puerta, probablemente los otros dos miembros del equipo Alfa. La mano de David bajó hasta la culata de su pistola de calibre nueve milímetros mientras Barry se acercaba para abrir la puerta. David sólo se relajó cuando Barry regresó seguido por los dos STARS, y luego se puso de pie para ser formalmente presentado.


—Jill Valentine, Chris Redfield, éste es el capitán David Trapp, estratega militar de la sección Exeter de los STARS de Maine.


Chris era el tirador experto, si David no recordaba mal, y Jill era algo así como una especialista encubierta en economía y comercio. Barry también le había dicho que el piloto, Brad Vickers, se había largado poco después de los incidentes ocurridos en la mansión Spencer. De todas maneras, por lo que había podido deducir, no se trataba de una pérdida importante. Al parecer, el tipo era bastante poco de fiar cuando se encontraba en una situación límite.


Estrechó la mano de ambos y todos se sentaron. Barry lo señaló con un gesto de la cabeza.


—David es un viejo camarada mío. Trabajamos juntos en el mismo equipo durante unos dos años, justo después de salir del campo de entrenamiento. Apareció en mi puerta hace una hora con ciertas noticias, y he creído que lo mejor era no esperar. ¿David?


David carraspeó para aclararse la garganta e intentó concentrarse en los hechos más importantes. Después de una pausa, comenzó por el principio.


—Como ya sabéis, Barry llamó hace unos seis días a varias ramas de los STARS para saber si habían recibido alguna información sobre la tragedia que había ocurrido aquí. Yo fui uno de los que recibieron esas llamadas. Fue la primera noticia que tuve de todo ello, y desde entonces he descubierto que la oficina de Nueva York no ha hablado con nadie sobre vuestros descubrimientos. Ni avisos ni informes. No se ha comunicado absolutamente nada a los STARS que sea referente a la compañía Umbrella.


Chris y Jill intercambiaron una mirada de preocupación.


—Quizá no han acabado de investigar —repuso Chris con lentitud.


David negó con la cabeza.


—Hablé con el subdirector en persona al día siguiente de que me llamara Barry. No le dije que alguien había contactado conmigo, sino que simplemente había oído ciertos rumores sobre un problema en Raccoon City y quería saber qué había de cierto…


Miró al grupo que tenía reunido y suspiró para sus adentros, con la sensación de que ya había pasado por aquello un millar de veces.


Pero sólo en mi mente, en busca de otra respuesta que no fuera ésa… sólo que no la hay.


—El subdirector no me confirmó nada en ese momento —siguió diciendo—, y sólo me dijo que no hablara con nadie sobre aquello hasta que fuera oficial. Lo que sí admitió era que se había producido un accidente de helicóptero en Raccoon City, y que los miembros supervivientes del equipo estaban intentando echarle la culpa a Umbrella porque estaban furiosos con ciertos asuntos de apoyo económico.


—¡Pero eso no es verdad! —exclamó Jill—. Estábamos investigando los asesinatos, y descubrimos que…


—Sí, Barry ya me lo ha contado —la interrumpió David—. Descubristeis que los asesinatos eran resultado de un accidente de laboratorio. El virus-T con el que Umbrella estaba experimentando escapó de algún modo e infectó a los investigadores, convirtiéndolos en asesinos enloquecidos.


—Eso es exactamente lo que pasó —intervino Chris—. Sé que suena a patraña, pero nosotros estuvimos allí y lo vimos.


David asintió.


—Os creo. Tengo que admitir que me sentí bastante escéptico después de hablar con Barry. Como has dicho, suena a «patraña», pero mi llamada a Nueva York y lo que ha ocurrido desde entonces lo han cambiado todo. Conozco a Barry desde hace muchos años, y sabía que él no sería capaz de culpar a Umbrella por el desafortunado accidente si realmente la compañía no era culpable. Incluso me contó que se había visto involucrado contra su voluntad en un intento por ocultar las pruebas.


—Pero si Tom Kurtz le dijo que no existía una conspiración… —dijo Chris sin terminar la frase.


David suspiró, esta vez en voz alta.


—Sí, eso significa que debemos suponer que o bien la organización falla en la dirección… o que, al igual que ocurrió con vuestro capitán Wesker, existen miembros de los STARS que trabajan para Umbrella.


Se produjo una pausa de pasmado silencio mientras acababan de absorber aquella información. David advirtió la confusión y la furia reflejadas en sus rostros. Sabía cómo se sentían. Aquello significaba que Umbrella había controlado o sobornado a los directivos de STARS, y que, en cualquiera de los dos casos, los supervivientes del equipo de Raccoon City se habían quedado colgados y podían ser presa de cualquier acción de Umbrella.


Oh, Dios. Si al menos existiera la posibilidad de que se tratara de un error.


—Hace tres días, descubrí que alguien me estaba siguiendo mientras me dirigía al trabajo —dijo en voz baja—. No pude distinguir de quién se trataba, pero supongo que son agentes de Umbrella, alarmados por mi llamada a la oficina central de Nueva York.


—¿Ha intentado entrar en contacto con Palmieri? —preguntó Jill.


David asintió. Él sabía que el jefe nacional de los STARS era una persona que jamás aceptaría un soborno. Marco Palmieri había pertenecido a los STARS desde su misma fundación.


—Me informaron de que estaba dirigiendo una operación secreta en Oriente Medio y nadie podría ponerse en contacto con él durante meses. Además, se rumorea que se están llevando a cabo los preparativos necesarios para jubilarlo mientras está fuera.


—¿Cree que Umbrella está detrás de todo eso?


—Umbrella ha realizado donaciones muy importantes a los STARS a lo largo de los años, lo que significa que tiene contactos en el interior de la organización. Si los jefes de Umbrella están intentando que los STARS no los investiguen, librarse del doctor Palmieri sería una gran ventaja para ellos.


David miró alrededor intentando discernir cuan preparados estaban para lo que vendría a continuación. Tanto Jill como Rebecca parecían perdidas en sus propios pensamientos, aunque se dio cuenta de que habían aceptado lo que les había dicho como algo cierto. Al menos, aquello les ahorraría tiempo…


Chris se puso de pie y comenzó a andar arriba y abajo, con sus juveniles rasgos enrojecidos por la ira.


—Así que, básicamente, no tenemos credibilidad en las fuerzas de seguridad locales, no viene ningún refuerzo a apoyarnos y nuestra propia gente nos tilda de mentirosos. La investigación sobre Umbrella está muerta y nosotros estamos jodidos. ¿Es un buen resumen de nuestra situación?


David se dio cuenta de que la furia de Chris no estaba dirigida contra él, lo mismo que la rabia que él sentía no iba contra el joven miembro Alfa. La idea de lo que Umbrella había hecho, del asunto en que los STARS estaban involucrados… Todo aquello lo hacía sentirse enfermo de rabia, con sentimientos que no había tenido desde su infancia.


Deja de pensar en ti. Diles todo lo demás.


David se puso de pie y miró a Chris, aunque les habló a todos. Ni siquiera había tenido tiempo todavía de decírselo a Barry.


—La verdad es que todavía hay más. Al parecer, existe otra instalación de Umbrella que se dedica a continuar con los experimentos sobre ese virus. Está en la costa de Maine y, al igual que ocurrió aquí, los investigadores han perdido el control de la situación.


David se giró hacia Rebecca y cuando terminó de hablar, clavó su mirada en los ojos desorbitados y horrorizados de la muchacha.


—Voy a ir con un equipo, sin la autorización de los STARS… y quiero que vengas con nosotros.
Capítulo 2


Todos se quedaron mirando fijamente a David. Chris se sentía igual que si le hubieran dado un puñetazo en la boca del estómago. Todavía estaba asombrado por la información que les habían proporcionado sobre los manejos internos en STARS, pasmado al darse cuenta de que iban a tener que apañárselas ellos solos… ¿y además había otro laboratorio?


Y quiere que Rebecca lo acompañe.


David continuó hablando, con sus ojos oscuros fijos todavía en la joven miembro del equipo Bravo.


—He hablado con la gente de mi equipo en la que creo que puedo confiar, y tres de ellos han accedido a venir conmigo. No voy a mentirte: será peligroso y, sin los STARS para apoyarnos, no tenemos garantía de que seremos capaces de cerrar de una forma definitiva el laboratorio. Sólo queremos entrar, recoger pruebas convincentes sobre ese tal virus-T y regresar antes de que nadie sepa que hemos…


Chris lo interrumpió sin poder contenerse durante más tiempo.


—Yo también voy.


—Todos queremos ir —dijo Barry con firmeza. Jill asintió, colocando su brazo alrededor de los hombros de Rebecca.


La joven parecía avergonzada por las atenciones, y sus mejillas se pusieron rojas por la emoción. Al mirarla, Chris recordó de nuevo a su hermana Claire. Era algo más que el parecido físico: Rebecca tenía el mismo ingenio, la misma combinación inspirada de valor y de sentido de la preparación que tenía la hermana pequeña de Chris. Además, desde que se había producido aquel desastre en la mansión Spencer, Chris había sentido el mismo impulso protector hacia Rebecca. Ya habían muerto demasiados amigos suyos: Joseph, Richard, Kenneth, Forest y Enrico, por no mencionar a Billy Rabbitson. No se había encontrado su cuerpo, pero Chris no tenía la menor duda sobre su destino: Umbrella lo había matado para impedir que hablara. No es que Rebecca no fuese capaz de cuidar de sí misma, pero…


Pero maldita sea, es parte de tu equipo. De ninguna manera irá sin nosotros.


David meneó la cabeza con un gesto negativo.


—Mira, ésta no es una operación a gran escala. La verdad es que cinco personas ya es pasarse un poco. Rebecca tiene la formación que necesitamos para encontrar los datos sobre el virus, y ya conoce los síntomas que estamos buscando.


—Ya tiene un equipo aquí —repuso Chris—. Nos lleva a nosotros en lugar de a los suyos, que se pueden dedicar a investigar toda la trama oculta…


David volvió a reclinarse en su butaca y miró fijamente a Chris, con el rostro completamente inexpresivo.


—Dime quién está implicado en la conspiración de Umbrella para ocultar sus investigaciones —dijo por fin.


Chris miró a los demás compañeros de equipo, y luego volvió a mirar a David, decidido a que éste no advirtiera su confusión.


—Sospechamos de bastante gente de la localidad. De los trabajadores de las oficinas de Umbrella, por supuesto… del jefe de policía, Irons, de un par de sus hombres…


David asintió.


—Y ahora que parece que también los STARS están metidos en el ajo, ¿qué propones que hagamos?


¿Adónde demonios quiere llegar con todo esto?


Chris suspiró.


—No lo sé. Yo… deberíamos contactar con los federales, quizá con una división de asuntos internos que investigue a los STARS y a la policía de Raccoon City…


Barry lo interrumpió metiéndose de lleno en la conversación.


—Nos pondremos en contacto con las demás secciones de los STARS. Todavía hay buena gente trabajando que no va a estar nada contenta cuando se entere de que Umbrella ha estado metiendo mano para intentar hacerse con el control de la organización.


David asintió de nuevo.


—Así que estamos de acuerdo en que debemos detener a Umbrella, aunque eso sea peligroso, ¿verdad?


—Joder, eso está claro —contestó Chris, furioso—. No podemos quedarnos sentados sin hacer absolutamente nada. ¡No sabemos qué puede llegar a pasar si el virus-T se escapa de nuevo!


—¿Y qué puedes decirme sobre la clasificación de ese virus? —preguntó David con voz tranquila.


Chris abrió la boca para contestarle… pero la cerró de nuevo y se quedó mirando pensativo a David.


Estaba a punto de contestarle que se lo preguntara a Rebecca, pero eso ya lo sabe.


David se puso de pie y los miró de uno en uno mientras hablaba con un tono de voz intenso y decidido.


—Estoy de acuerdo con que debemos detener a Umbrella, pero no nos engañemos: estamos hablando de separarnos de los STARS y de enfrentarnos a una compañía multimillonaria nosotros solos y sin ayuda. No vamos a estar seguros en ningún lado. Además, la única posibilidad que tenemos de lograr nuestro objetivo es si cada uno de nosotros hace todo lo que puede, en lo que hacemos mejor, para acabar con Umbrella.


Fijó su fría mirada en Chris, como si se hubiese dado cuenta de que era a él a quien debía convencer.


—Tú, Jill y Barry ya sabéis lo que tenéis que buscar por aquí, y lleváis en los STARS mucho más tiempo que Rebecca.


»Deberíais quedaros aquí, pero deberíais permanecer fuera de la vista, y ver si podéis conseguir averiguar cuál es la conexión entre la policía local y Umbrella. Poneos también en contacto con los miembros de STARS que creáis que son de confianza y que puedan sernos de ayuda. —David se volvió de nuevo hacia Rebecca y añadió—: Y si estás de acuerdo, creo que deberíamos salir esta misma noche hacia Maine. Creo que, por la información de la que dispongo, la situación ya se ha salido de madre. Mi equipo está preparado y a la espera. Podremos infiltrarnos en las instalaciones de Umbrella mañana por la noche.


La habitación quedó en silencio durante unos instantes, silencio sólo roto por el zumbido del ventilador del techo. Chris todavía se sentía furioso, pero no pudo encontrar ningún fallo en la lógica de David. Tenía razón con respecto a las opciones de que disponían y, le gustase o no, la decisión de ir a Maine correspondía por entero a Rebecca.


—¿De qué información dispone? —preguntó Jill pensativa—. ¿Cómo ha descubierto lo del laboratorio?


David extendió la mano hacia una desgastada cartera que había dejado al lado de su butaca y rebuscó en su interior.


—Bueno, eso ya es otra cuestión, además de bastante extraña. Esperaba que alguno de vosotros me ayudara a descifrar parte de esto… —dejó tres hojas de papel en la mesita de café mientras hablaba. Parecían fotocopias de recortes de papel y un diagrama bastante simple—. Poco después de hablar con la oficina central, recibí la vista de un extraño, un hombre que dijo ser amigo de los STARS. Me dijo que se llamaba Trent y me entregó todo esto.


—¡Trent! —lo interrumpió Jill, exaltada.


Se giró hacia Chris con los ojos abiertos de par en par, y éste sintió que el corazón le daba un salto. Casi se había olvidado de su misterioso benefactor.


El tipo que le dijo a Jill que tuviera cuidado con los traidores, el que le dijo a Brad dónde debía recogernos…


David se quedó mirando a Jill con una expresión extrañada en el rostro.


—¿Lo conoces?


—Justo antes de partir en la misión de rescate de los miembros del equipo Bravo, un tal Trent me entregó información sobre la propiedad Spencer y me advirtió sobre Wesker —explicó Jill—. Era todo un personaje, muy sombrío. No logré adivinar nada sobre él, ¿sabe? Pero sabía lo que estaba ocurriendo en Umbrella, y lo que me dijo encajaba a la perfección.


Barry asintió.


—Además, Brad Vickers nos dijo que Trent le había indicado por radio las coordenadas de la mansión Spencer justo después de que Wesker activara el sistema de autodestrucción. Si no hubiera llamado por radio, habríamos volado por los aires con el resto de la mansión.


Chris se dio cuenta de repente de que empezaba a sentir un fuerte dolor de cabeza, mientras los demás se acercaban a la mesita de café de Barry para echar un vistazo a los papeles de David. Los STARS estaban trabajando para Umbrella, había otro laboratorio repleto de virus-T en Maine, y Trent aparecía de nuevo, de forma inesperada y como si se tratase de una extraña especie de hada madrina. No tenía ni idea de los motivos que lo impulsaban a hacerlo. Era algo parecido a un juego, y las apuestas eran todo o nada mientras luchaban por llegar hasta el fondo de la conspiración Umbrella.


Y no nos queda más remedio que jugar, pero ¿a qué juego estamos jugando? ¿Qué es lo que estamos arriesgando si fallamos?


Chris lanzó una rápida y desasosegada mirada a Rebecca, pensando de nuevo en su hermana y deseando, no por primera vez, que nunca hubieran oído hablar de Umbrella.


David los observó mientras estudiaban la información que Trent le había entregado, y en cierto modo no se sorprendió de que aquel extraño y enigmático individuo hubiese contactado con los STARS con anterioridad. Era obvio que el hombre era un profesional, aunque lo que no estaba tan claro era en qué campo exactamente, y David Trapp no lograba imaginárselo.


¿Por qué querría ayudarnos a luchar contra Umbrella? ¿Qué representa todo esto para él?


David se dedicó a recordar el breve encuentro que había tenido con él sólo cinco días atrás, e intentó rebuscar en su memoria alguna pista, algún dato que se le hubiera pasado por alto. Había llegado tarde a casa del trabajo y había estado lloviendo…


Mejor dicho, diluviando, una tremenda tormenta veraniega que hacía temblar los cristales y que casi ocultó el leve sonido de sus llamadas a la puerta…


Los STARS de Exeter habían tenido un verano bastante tranquilo, con más papeleo que acción. Los miembros del equipo Bravo se habían marchado a un seminario sobre conductas criminales que se celebraba en New Hampshire, y David había estado pensando en hacer una pequeña maleta y asistir los últimos días… hasta que recibió la llamada de Barry, seguida del primer indicio de que algo andaba mal en la oficina central.


Había pasado todo el día siguiente llamando a varios de sus contactos en las demás secciones y haciéndoles preguntas muy discretas, mientras revisaba los informes sobre Umbrella, y no había llegado a su casa hasta casi la medianoche. La lluvia lo había obligado a entrar rápidamente, y el tiempo hacía juego perfectamente con el humor que tenía. Se había servido un whisky escocés y, literalmente, se había dejado caer sobre el sofá. La cabeza le daba vueltas por las consecuencias de lo que se había enterado: o bien su viejo amigo Barry estaba mintiendo, o bien el subdirector de los STARS había sido…


Los golpes en su puerta habían sido tan suaves que al principio ni los oyó debido a la fuerza con la que caía la lluvia. Después sonaron más fuertes e insistentes.


David frunció el entrecejo y miró su reloj. Se acercó lentamente a la puerta preguntándose quién demonios podía llamar a su puerta a aquellas horas de la noche. Vivía solo y no tenía familia, así que tenía que ser alguien del trabajo o alguien que había tenido algún problema con su coche…


Abrió un poco la puerta… y vio a un hombre con una gabardina negra en mitad del porche de entrada con unos gruesos regueros de agua bajándole por el rostro.


El desconocido sonrió, con una expresión amistosa en la cara y con los ojos brillando de buen humor.


—¿David Trapp?


David echó un rápido vistazo al individuo. Era alto y delgado, quizá con unos cuantos años más que él, unos cuarenta y tres o cuarenta y cuatro años. Su pelo de color oscuro estaba chorreando agua y aplastado contra su cráneo por la lluvia que caía. Tenía un gran sobre en una de sus enguantadas manos.


—¿Sí?


La sonrisa del desconocido se ensanchó.


—Me llamo Trent. Esto es para usted.


Extendió la mano para entregarle el sobre, pero David lo miró con sospecha, indeciso sobre si tomarlo o no. El señor Trent no parecía peligroso o, al menos, no parecía amenazador… pero aún así era un desconocido, y David prefería conocer a la gente que le hacía regalos.


—¿Lo conozco? —preguntó David.


Trent meneó negativamente la cabeza, pero su sonrisa no disminuyó.


—No, pero yo sé quién es usted, señor Trapp. Y también sé contra lo que se enfrenta. Créame, va a necesitar toda la ayuda que pueda conseguir.


—No sé de qué me está hablando. Quizá me ha confundido con otra persona…


La sonrisa desapareció por completo del rostro del desconocido, y sus ojos oscuros se entrecerraron ligeramente.


—Señor Trapp, está lloviendo, y esto es para usted.


Confuso y también un poco irritado, David abrió un poco más la puerta y tomó el sobre. Trent se dio la vuelta y comenzó a alejarse en cuanto él cogió el sobre.


—Un momento…


Trent hizo caso omiso y desapareció bajo la cortina de lluvia.


David se quedó, allí de pie, bajo el umbral de la puerta, sin saber qué hacer, con el sobre en la mano y mirando la oscuridad durante todo un minuto antes de entrar de nuevo en la casa. Cuando por fin estudió el contenido del sobre, deseó haber salido en pos de Trent, sólo que para entonces, por supuesto, ya era demasiado tarde.


Demasiado tarde, y lo que quería decir era demasiado obvio. Sabía lo que pasaba en Umbrella y en los STARS, pero ¿para quién trabaja? Y lo que es más importante, ¿por qué me escogió a mí?.


Jill y Rebecca estudiaban con detenimiento el mapa mientras Barry y y Chris repasaban los recortes de los artículos de periódicos. Eran cuatro, todos recientes y centrados en la zona costera de alrededor de un pequeño pueblo pesquero llamado Ensenada de Calibán, en Maine. Tres de ellos comentaban la desaparición de pescadores locales, y a todos se les daba por muertos. El cuarto artículo trataba de una forma bastante «humorística» sobre los fantasmas que habitaban en la ensenada. Al parecer, muchos habitantes de la localidad habían oído extraños ruidos que flotaban por encima de las aguas a altas horas de la madrugada, a los que habían descrito como «gritos de condenados». El autor del artículo había sugerido chistosamente que los testigos de semejante hecho deberían dejar de beberse los enjuagues bucales antes de irse a la cama.


Muy divertido, a menos que sepas lo que nosotros sabemos sobre Umbrella.


El mapa mostraba una franja de terreno costero justo al sur del pequeño pueblo. Era una toma aérea de la propia ensenada. David había descubierto unos cuantos datos sobre la zona en una visita a la biblioteca de Exeter. Se había sentido un poco incómodo con la idea de utilizar el ordenador de los STARS después de la llamada de Barry. Era un área bastante aislada que había sido adquirida hacía ya bastantes años por un grupo anónimo. Al norte se alzaba un faro en desuso, situado en lo alto de un risco supuestamente repleto de cuevas marinas.


El mapa de Trent mostraba varios edificios detrás del faro, que llegaban hasta un pequeño muelle en el extremo sur de la cala. En el mapa se veía una línea que recorría toda la parte interior de la ensenada y que probablemente era una valla. En el extremo superior se leía «Ensenada de Calibán» escrito con grandes letras. Justo debajo, pero con letras más pequeñas, decía: «Investigación y Pruebas, Umbrella».


La tercera hoja de papel que Trent le había entregado era la que David no acababa de entender. Era una corta lista de nombres, seguida de un texto. Los nombres eran siete en total: LYLE AMMON, ALAN KINNESON, TOM ATHENS, LOUIS THURMAN, NICOLAS GRIFFITH, WILLIAM BIRKIN, TIFFANY CHIN.


El texto estaba justo debajo de la lista, y era algo en cierto modo poético, escrito en mitad de la página con una letra recurvada.


Jill había tomado el papel en su mano y estaba leyendo el texto cuidadosamente. Luego levantó la vista y miró a David con una media sonrisa en el rostro.


—Está claro que se trata del mismo Trent. A este tipo le encantan los acertijos.


—¿Tienes alguna idea de lo que significa? —quiso saber David.


Jill suspiró profundamente.


—Bueno, uno de los nombres que aparece aquí también estaba en la lista que Trent me entregó a mí. Es William Birkin. Descubrimos que al menos algunos de los nombres pertenecían a científicos que trabajaban en la mansión Spencer, así que apostaría algo a que esta gente también trabaja para Umbrella. Puede que Birkin no estuviera en la mansión cuando fue destruida. No reconozco los demás nombres…


David asintió.


—Los he introducido en el ordenador de los STARS y no ha salido nada sobre ellos. Pero en cuanto al resto… ¿Es alguna clase de adivinanza o algo así?


Jill miró de nuevo el papel, ceñuda, mientras lo leía para sí misma.


Mensaje de Ammon recibido/serie azul/introducir respuesta para la clave/letras y números a la inversa/arco iris del tiempo/no contar/azul para acceder.


Rebecca tomó el papel de manos de Jill mientras ésta miraba, de forma pensativa, a David.


—Buena parte de lo que Trent me entregó parecía material escogido bastante al azar, pero parte de él estaba relacionado con los secretos de la mansión Spencer. Todo el lugar estaba repleto de cerraduras de rompecabezas y de trampas. Quizás este texto consiste en lo mismo. Debe de estar relacionado con lo que encontraremos en ese lugar…


—Oh, mierda.


Todos se giraron hacia Rebecca, que estaba mirando el extremo superior de la página, con el rostro completamente pálido. Miró a David con una ansiosa expresión de desesperación.


—Nicolas Griffith está en la lista.


—¿Sabes quién es? —inquirió David.


Ella los miró uno por uno, con una tremenda inquietud en su juvenil rostro.


—Sí, sólo que pensaba que estaba muerto. Era uno de los mejores, uno de los científicos más brillantes que jamás haya trabajado en el campo de la biología y de la bioquímica —miró fijamente a David, con los ojos llenos de temor, y añadió—: Si está trabajando para Umbrella, tendremos que preocuparnos mucho más que por un escape del virus-T. Es un genio en el campo de la virología molecular… y si lo que se cuenta sobre él es cierto, también está completamente loco.


Rebecca miró de nuevo la lista, con un nudo en el estómago.


El doctor Griffith todavía vivo… y trabajando para Umbrella. ¿Es que la cosa puede ir aún a peor? No creo.


—¿Qué puedes contarnos sobre él? —preguntó David.


Rebecca sentía la boca seca. Extendió la mano hasta el vaso de agua y lo vació de un trago antes de volverse hacia David.


—¿Cuánto sabes sobre el estudio de los virus? —preguntó ella a su vez.


—Absolutamente nada —repuso David, con una ligera sonrisa—. Por eso estoy aquí.


Rebecca asintió mientras intentaba pensar por dónde empezar.


—Bien. Los virus se clasifican según su modo de reproducirse y multiplicarse, y por el tipo de ácido nucleico que tienen en el virión, que es el elemento especializado del virus que le permite transferir su genoma a otra célula viva. Un genoma es una cadena sencilla de cromosomas. Según la Clasificación Baltimore, existen siete tipos distintos de virus, y cada grupo infecta a ciertos organismos de un modo concreto.


»A principios de los sesenta, un joven científico de una universidad privada de California desafió esta teoría, insistiendo en que existía un octavo grupo, basado en virus del tipo ADNds y además virus ADNss, el cual podría infectar a cualquier organismo con el que entrase en contacto. Era el doctor Griffith. Publicó numerosos artículos, y aunque las deducciones eran erróneas, sus razonamientos eran excelentes. Lo sé porque los he leído. La comunidad científica se burló de la teoría, pero su investigación sobre los organismos de inclusión específica de virus en el citoplasma sin un genoma lineal…


Rebecca se calló poco a poco al darse cuenta de las expresiones de desconcierto en sus caras.


—Lo siento. Bueno, el caso es que Griffith dejó de intentar demostrar su teoría, pero mucha gente estaba muy interesada en saber con qué nueva idea saldría.


Jill la interrumpió, con el entrecejo fruncido.


—¿Dónde has aprendido todo eso?


—En clase. Uno de mis profesores era un aficionado entusiasta de la historia de la ciencia. Su especialidad eran las teorías pasadas de moda… y los escándalos.


—¿Qué es lo que ocurrió? —preguntó David.


—La siguiente vez que se oyó hablar de Griffith fue a raíz de su expulsión de la universidad. El doctor Vachss, mi profesor, nos dijo que oficialmente lo habían despedido por tomar drogas, meta-anfetaminas, pero los rumores decían que había estado experimentando modificaciones de la conducta inducidas por drogas en un par de sus estudiantes. Ninguno de los dos admitió nada, pero uno de ellos terminó en el manicomio y el otro acabó suicidándose. No se pudo demostrar nada, pero después de aquello, nadie quiso contratarlo nunca más. Ésa fue la última vez que se oyó hablar de Nicolas Griffith.


—Pero hay algo más, ¿verdad? —insistió David.


Rebecca asintió lentamente.


—La policía tuvo que entrar a mediados de los años ochenta en un laboratorio privado de Washington. Encontraron los cuerpos de tres hombres, muertos por una infección filovírica. Se trataba del virus de Marburg, uno de los más letales que existen. Llevaban más de tres semanas muertos, y fue el olor a podrido lo que alertó a los vecinos. Los documentos que la policía encontró en el laboratorio indicaban que los tres individuos eran los ayudantes de un tal doctor Nicolas Dunne, que se habían dejado inocular lo que ellos creían que era un virus inactivo e inofensivo. El doctor Dunne quería encontrar una cura para ese virus.


Rebecca se puso de pie y cruzó los brazos con fuerza, como si quisiera abrazarse a sí misma. La agonía que debían de haber sufrido aquellos hombres tuvo que ser horrible. Ella había visto fotografías de las víctimas del virus de Marburg. Comienza por un fuerte dolor de cabeza y luego, al cabo de pocos días, aparecen todos los síntomas: fiebre, coágulos, lesiones en el cerebro, hemorragias masivas por todos los orificios del cuerpo. Seguramente murieron sobre charcos de su propia sangre…


—¿Y tu profesor pensó que se trataba de Griffith? —preguntó Jill en voz baja.


Rebecca alejó aquellas imágenes de su mente y se dio la vuelta hacia Jill para terminar el relato del mismo modo que lo había hecho el doctor Vachss.


—El nombre de soltera de la madre de Griffith era Dunne.


Barry dejó escapar un suave silbido mientras Chris y Jill intercambiaban una mirada de preocupación. David la observaba fijamente, pero su mirada no dejaba traslucir ningún pensamiento. No obstante, ella sabía lo que le estaba pasando por la cabeza.


Se está preguntando si esto lo cambia todo, si iré con ellos a las instalaciones de la Ensenada de Calibán ahora que sé que allí trabaja gente como Griffith.


Rebecca apartó la vista del intenso escrutinio de David y miró a los demás. Se dio cuenta de que el resto del equipo estaba mirándola a ella, con los rostros marcados por la preocupación. Desde aquella terrible noche en la mansión Spencer, se habían convertido en algo muy parecido a una familia para ella. No quería marcharse, no quería arriesgarse a no verlos nunca más…


Pero David tiene razón. Sin el apoyo de los STARS, ningún lugar será seguro para nosotros. Ésta es mi oportunidad de contribuir en la misión, de hacer lo que mejor sé hacer…


Quería creer que ésa era la única razón, que iba allí para librar una batalla justa…, pero no podía evitar el ligero estremecimiento de emoción que suponía ponerle las manos encima al virus-T. Sería una oportunidad de oro para estudiar el mutágeno antes que nadie, de clasificar los efectos y de separar el virión justo hasta su última y más pequeña cápside.


Rebecca inspiró profundamente y luego dejó escapar el aire lentamente. Había tomado una decisión.


—Lo haré —dijo—. ¿Cuándo salimos?
Capítulo 3


Jill sintió que su corazón se aceleraba al oír las palabras de Rebecca. Sintió que todo ocurría demasiado deprisa y que todavía no estaban preparados. Su decisión le pareció demasiado precipitada, aunque Jill no había dudado en ningún momento que Rebecca acudiría voluntariamente. Aquella muchacha era mucho más fuerte de lo que parecía a simple vista.


Miró alrededor, a la amplia y agradable sala de estar de Barry, observando discretamente la reacción de sus compañeros de equipo. El rostro de Chris mostraba claramente la tensión que sentía. Tenía los labios apretados mientras miraba con aire ausente el mapa de la zona de la Ensenada de Calibán. Entretanto, Barry se había acercado a una de las ventanas de la sala de estar y miraba hacia fuera refunfuñando sobre todo en general y sobre nada en particular.


También están preocupados por ella, y quizás estamos en lo cierto. Ese tal Griffith parece un psicópata de primera. Sin embargo, ¿habríamos dudado alguno de nosotros si nos lo hubiera pedido?


Con su decisión, Rebecca acababa de demostrar que estaba tan comprometida como cualquiera de ellos, lo cual no era sorprendente. Conocer a fondo a la joven miembro del equipo Bravo había sido una de las pocas cosas buenas que le había ocurrido a lo largo de los frustrantes días que habían pasado desde que la mansión había ardido hasta los cimientos. La chica había permanecido indefectiblemente optimista con respecto a las posibilidades que tenían contra Umbrella aun después de que los hubieran suspendido de sus cargos. Se había esforzado de forma incansable por mantener la moral alta. Además, era extremadamente inteligente, pero nunca se había vanagloriado de ello ni se había mostrado despectiva con ellos cuando habían discutido ciertos aspectos técnicos del virus-T.


Rebecca parecía un poco inquieta, y miraba a los tres hombres de la estancia. Incluso David Trapp parecía un poco incómodo por su decisión, probablemente debido a la juventud de Rebecca.


Hombres, ella es joven, es bonita y sin duda es mucho más inteligente que todos nosotros juntos, pero lo de joven y bonita suele hacerles perder de vista lo de inteligente.


Jill la miró a los ojos y le sonrió para darle ánimos. Jill ya era una ladrona profesional a la edad de Rebecca, y bastante buena. Ella también estaba preocupada por Rebecca, pero sólo porque la apreciaba. El hecho de que fuese una mujer joven no era motivo para subestimar su talento o sus habilidades.


Rebecca le respondió con otra sonrisa y se acercó para sentarse a su lado mientras David le dirigía un dubitativo gesto de asentimiento a su nueva compañera de equipo.


—Bueno, pues entonces, muy bien. Hay un avión que sale de Bangor a las once de esta noche —comenzó a explicar David—, y tomaremos otro vuelo que nos llevará hasta un aeropuerto en las afueras de Exeter. Creo que podemos discutir ahora un poco sobre estrategia y después pasar por tu casa de camino al aeropuerto para que recojas algo para tu equipaje.


Rebecca asintió, y Barry se volvió a sentar con ellos, en el brazo de una de las butacas, después de abrir una ventana. Cruzó sus brazos sobre su enorme pecho y señaló con la barbilla a David.


—Tú eres el estratega —dijo sin dejar de ser amable—. ¿Por qué no empiezas tú?


El respeto mutuo de ambos hombres era obvio, lo que hacía que a Jill le gustase David aún más. A pesar de la actuación de Barry durante la operación Spencer, Jill había acabado confiando ciegamente en él, algo que normalmente le costaba mucho hacer con cualquier persona y, por lo que parecía, Barry también confiaba a ciegas en las habilidades de David.


—No pretendo tomar el mando —repuso David—, pero tengo unas cuantas ideas sobre cómo debemos enfrentarnos a esta situación. Conozco la traición dentro de los STARS desde hace ya unos cuantos días, pero creo que todos deberíamos pensar unos instantes en cuál ha de ser nuestro plan de acción. Me doy perfecta cuenta de que esto debe haber sido un golpe para vosotros.


Jill advirtió el tono de amargura en la voz de David cuando pronunció la palabra «traición». Era obvio que el hecho de que los STARS estuvieran «liados» con Umbrella no le estaba sentando nada bien al señor Trapp…


Y probablemente tampoco a Barry y a Chris. Ambos han pasado mucho más tiempo que Rebecca o yo en los STARS.


Jill estaba furiosa y decepcionada porque los STARS se hubiesen vendido, pero eso no afectaría a su decisión de ayudar a derribar a Umbrella. Ya había escogido su camino el día en que las hermanas McGee habían sido brutalmente asesinadas. Las dos pequeñas niñas inocentes habían sido las primeras víctimas de los efectos del virus-T en las criaturas de la mansión Spencer, y eran sus amigas.


Alejó aquellos pensamientos y se concentró en lo que estaban discutiendo. Sin el apoyo de los STARS, su misión iba a ser aún más difícil. No imposible, pero tenía que admitir que sus probabilidades de éxito habían caído casi al nivel de cero. Menos mal que a ella no le importaba hacer de David frente a Goliat…


Nada de eso importa. Umbrella va a pagar por lo que ha hecho, de un modo o de otro…


La ronca voz de Barry rompió el silencio de la sala de estar.


Tenía la mirada pensativa.


—Quizá deberíamos hablar con la prensa. No con la local, sino con un periódico nacional…


David suspiró mientras negaba con la cabeza.


—Ya pensé en ello. Es una buena idea, pero en este momento no tenemos pruebas de ninguna clase para demostrar todo esto.


—Sí, pero al menos Umbrella no se atrevería a atacarnos mientras todo el mundo está pendiente de nosotros.


—No podemos estar seguros de eso —respondió Jill—. Si han podido comprar a los STARS, han podido comprar a cualquiera. Y sin ningún tipo de prueba… Bueno, tenemos que admitirlo: es una historia que ni siquiera el periódico más sensacionalista publicaría.


Se produjo una pausa de silencio malhumorado, como si las palabras de Jill les hubieran recordado que todo aquello sonaba a locura, como le sonaría a cualquier persona que no hubiera pasado por la situación que ellos habían vivido.


Un virus que accidentalmente convierte a las personas en zombis y que se utilizaba para crear monstruos increíbles que actuaban como armas vivientes, un virus creado y luego ocultado por una compañía que contrata a científicos locos para que experimenten con seres humanos vivos. Lo único que falta es un criminal de guerra nazi que posee una bomba atómica y entonces tendríamos todo un novelón en las manos.


—Bueno, sobre lo que estábamos hablando antes, lo de reclutar a unos cuantos miembros fiables de STARS —intervino Chris—, he pensado en unas cuantas personas, unos cuantos tipos con los que realicé el entrenamiento básico. Además, sé que Barry tiene un montón de contactos.


—Sí —David asintió—, creo que eso debería ser una prioridad. Lo que me preocupa es cómo ponernos en contacto con ellos. Es posible que los teléfonos de las oficinas estén intervenidos, y Umbrella debe desconocer nuestros planes durante el mayor tiempo posible. Por desgracia, no dispondremos de los STARS durante mucho más tiempo.


—Quizá deberíamos buscar a alguien que actuara como intermediario —dijo Jill con lentitud—. Alguien que no tenga ataduras con los STARS.


Chris sonrió de repente.


—Conozco a un tipo de cuando estaba en la Fuerza Aérea y que ahora trabaja para Jack Hamilton, uno de los jefes de sección del FBI. No conozco mucho a Hamilton, pero Pete es todo lo honesto que se puede ser, y además me debe un favor.


—Estupendo —convino David—. Quizá podrías pedirle que también te ayude a investigar a la policía local. En cuanto tengamos pruebas procedentes de las instalaciones de Umbrella en Maine, podremos acudir a tu amigo y pedirle que inicie una investigación federal.


Sonaba bien, pero Jill comenzó a sentirse frustrada por toda aquella charla. Quería entrar en acción. Esperar a que los STARS entrasen en contacto con ellos ya había sido bastante duro, pero saber con toda seguridad que Rebecca iba a arriesgar su vida mientras ellos se quedaban cruzados de brazos iba a ser algo muy, pero muy difícil.


—Ha dicho que tenía unas cuantas ideas sobre lo que debíamos hacer —dijo Jill.


—Sí —asintió David—, aunque en cuanto el gobierno esté involucrado, es posible que no haga falta algo tan atrevido y arriesgado. He estado desarrollando un plan para infiltrarnos en las oficinas centrales de Umbrella. Como veis, es una propuesta bastante osada, y me quedo corto. De momento, creo que lo mejor es trabajar a una escala mucho menor, pero de lo que sí estoy convencido es de que vosotros tres deberíais quitaros de la circulación cuanto antes. También creo que sería bastante prudente intentar averiguar todo lo que podáis del tal señor Trent, aunque me da la sensación de que no descubriréis mucho sobre él, eso si encontráis algo…


Sonrió ligeramente, y Jill, que ya había conocido a Trent, comprendió sus dudas. Su extraño benefactor le había parecido un hombre cuidadoso en extremo.


—Tengo la impresión de que sólo descubriremos lo que a él le interese que descubramos —continuó diciendo David—, pero merece la pena intentarlo y echar un vistazo. Necesitamos acordar un punto de encuentro para después de que…


Su suave y musical voz se detuvo de repente cuando inclinó la cabeza hacia un lado, como si escuchara con mucha atención. Jill oyó el sonido en ese mismo instante, y sintió que el corazón se le encogía en el pecho.


Un susurro de voces proveniente del arbusto situado al lado de la ventana que Barry había abierto.


Umbrella.


—¡Agachaos! —gritó Jill mientras se tiraba del sofá y arrastraba a Rebecca con ella justo en el momento en que la ventana saltaba en pedazos y las cortinas se veían sacudidas por las ráfagas de disparos de un rifle automático.


David se lanzó de cabeza al suelo casi al mismo tiempo que las balas acribillaban la butaca en la que estaba sentado momentos antes, a la vez que desenfundaba su arma. Unas cuantas motas del relleno de la butaca pasaron flotando por delante de sus ojos mientras en la pared de enfrente se abría una hilera de agujeros humeantes que lanzaron una lluvia de astillas de madera y restos de yeso.


Por todos los…


Se produjo una brevísima pausa en el tiroteo, la suficiente para oír el ruido de cristales rotos en la parte trasera de la casa.


—¡Barry, las luces! —gritó David, pero Barry ya lo había pensado, y el tronar de su revólver Colt ahogó el ruido de las intermitentes ráfagas de fuego automático.


¡Bam! ¡Bam!


La estancia se oscureció cuando los proyectiles de Barry acertaron en sus objetivos, y los cristales comenzaron a caerles desde arriba. La luz continuó entrando en la sala procedente del pasillo de la entrada, y otra ráfaga de proyectiles llegó desde la ventana.


Chris se arrastró sobre los codos y las rodillas hasta la entrada al pasillo y, con un ágil movimiento, rodó sobre su costado y disparó, eliminando las luces del pasillo. Ahora la sala de estar se encontraba completamente a oscuras, y las ráfagas de fuego automático cesaron.


Por encima del zumbido de sus oídos, David percibió el ruido de unas botas que aplastaban cristales rotos en la parte posterior de la casa, en la cocina. Los pesados pasos se detuvieron: probablemente el intruso estaba esperando a que el tirador de la ventana lo alcanzara…


Y habrá más de dos, todos cubriendo las salidas: la puerta, de la cocina, el porche frontal, alguien vigilando las ventanas…


Se oyó otra serie de pasos que entraba en la cocina. Esta vez eran pasos apresurados y más discretos, pero también se detuvieron. Los dos individuos se quedaron a la espera, ya fuera a que llegara el resto de su equipo o a que los STARS allí reunidos efectuaran algún movimiento. Los pensamientos de David comenzaron a formarse en su cabeza de forma independiente, formulando y rechazando planes y teorías de un modo automático y a una velocidad de vértigo.


Subimos al piso de arriba, los eliminamos de uno en uno según vayan subiendo…


… a menos que pretendan incendiar la casa…


… así que nos lanzamos sobre ellos y salimos por la parte trasera…


… pero ellos tienen mayor potencia de fuego y, quizás incluso aparatos de visión nocturna y sólo seremos objetivos en movimiento. No hay posibilidad así…


De lo único que estaba seguro era de que no podían permanecer allí quietos donde se encontraban. No dispondrían de ningún lugar donde ponerse a cubierto cuando los sicarios de Umbrella se cansaran de esperar.


Oyó un suave movimiento a la derecha cuando la enorme masa del cuerpo de Barry se arrastró hacia donde él se encontraba. Los ojos de David ya se habían acostumbrado lo suficiente a la oscuridad como para ver que Jill y Rebecca se encontraban al otro lado de la mesita de café, acuclilladas y con sus pistolas en la mano. No podía distinguir dónde se encontraba Chris, pero probablemente estaba cerca del pasillo.


La casa de Barry era la última de la calle, justo al lado de un parque repleto de árboles. Si pudieran salir y llegar hasta los árboles…


Aquella idea fue la que finalmente quedó. Era mejor tener un mal plan que no tener ninguno en absoluto, y no tenían tiempo de pensar en alternativas.


—¿Puerta de sótano? —susurró David.


La ronca voz de Barry sonó esta vez mucho más suave pero llena de tensión.


—Sí.


No serviría: seguro que había alguien vigilándola. Tendrían que salir por la segunda planta.


—Saldremos a través del parque —susurró velozmente—. Jill, acércate a Chris y prepárate para cubrirme en cuanto te dé la señal. Barry, Rebecca, en cuanto empecemos a disparar, echad a correr y subid las escaleras hasta llegar a una ventana que dé al este. Es la caída menos peligrosa. Nosotros os seguiremos. ¿Preparados? Ahora.


Jill ya estaba dando la vuelta al sofá en silencio y desapareciendo en las sombras, seguida de cerca por Barry y Rebecca. David se detuvo lo justo para recoger los papeles que Trent les había entregado. Se los metió en la camisa y sintió el frescor de las páginas contra su sudorosa piel. Nada de lo que había en la cartera les causaría problemas si la encontraban los de Umbrella.


Se arrastró hasta la oscuridad de la entrada de la sala de estar y se dirigió hacia donde se hallaban Jill y Chris. La entrada estaba encarada hacia un lado de las escaleras. La puerta de entrada estaba a la izquierda, y a la derecha, la tranquila cocina al extremo de un largo pasillo, donde dos de los agentes de Umbrella los estaban esperando.


Ellos a la derecha, y yo a la izquierda. En cuanto comiencen los disparos, los restantes atacantes se dirigirán hacia la puerta principal…


O eso esperaba David. Si la sincronización no era perfecta, estaban muertos. Se hallaban demasiado lejos de la débil luz de las ventanas, y el pasillo estaba demasiado oscuro para hacer señales con las manos. Se acercó hasta Jill y Chris y habló en un susurro.


—Los dos a la derecha, Jill abajo y fuera —susurró. Sospechaba que sus enemigos no apuntarían hacia el suelo, y Chris podría utilizar la cobertura de la pared de la entrada como escudo.


—Yo me encargo de la puerta principal. Manteneos durante… seis segundos exactos, ni uno más. En el segundo cero, tenéis que estar en las escaleras y fuera del pasillo. A mi señal… ¡ahora!


Los tres se colocaron de un salto en sus posiciones, con Chris y Jill disparando en dirección a la cocina y con David corriendo hacia la izquierda. Se acercó velozmente a la puerta principal semiagachado mientras contaba en silencio.


… seis… cinco…


Detrás de él, Barry y Rebecca se lanzaron corriendo hacia las escaleras en mitad del tiroteo. David apuntó su Beretta hacia la oscuridad que tenía delante de él, y sólo estaba a treinta centímetros de la puerta cuando alguien la abrió de una patada.


¡Bum!


Su hombro entró en contacto con la pesada madera y lanzó su peso para cerrarla de golpe. Se dejó caer al suelo y la mantuvo cerrada con el talón en una esquina.


… dos…


Disparó a través de la puerta con un ángulo inclinado hacia arriba, cinco disparos todo lo deprisa que pudo apretar el gatillo. Se oyó un grito ahogado y el ruido de algo pesado que caía sobre el porche de la entrada. Disparó otras tres veces antes de ponerse de pie y echar a correr hacia el hueco que había al lado de las escaleras y salir de la línea de tiro. Se les había acabado el tiempo.


David se giró y vio que Chris y Jill se encaminaban hacia arriba y estaban a mitad de camino, pero en cuanto sus pies pasaron el primer peldaño, oyó un sonido parecido a una explosión a su espalda. La puerta principal comenzó a convertirse de repente en una lluvia de astillas que se desperdigaron en todas direcciones cuando unos pesados proyectiles atravesaron la madera y todo el pasillo hasta la cocina. Estaba claro que el equipo de Umbrella había decidido que ya era hora de poner fin al enfrentamiento. Si los disparos de los dos miembros del equipo Alfa todavía no habían matado a los dos individuos de la cocina, los proyectiles de sus camaradas ya lo habrían hecho.


David se dio la vuelta a mitad de camino de las escaleras y disparó otras dos veces a través de la puerta que se desintegraba por momentos. Esperaba haber conseguido suficiente tiempo para que los STARS pudiesen escapar.


Diez, quizá veinte segundos antes de que se den cuenta de que nos hemos ido.


El tiempo iba a ser muy justo, demasiado justo.


Rebecca estaba de pie en el oscuro rellano. El palpitar de su corazón resonaba con tanta fuerza como los disparos que perseguían a Jill y Chris.


Vamos, vamos…


Barry estaba a su derecha en el extremo del rellano, apenas visible bajo la luz de la luna que se derramaba a través de la ventana abierta. Jill fue la primera en alcanzar el rellano. Rebecca la dirigió hacia Barry con un ligero toque en el hombro, y Chris la siguió de cerca.


¡Bam! ¡Bam!


La boca del cañón de la pistola de David iluminó por un momento la oscuridad de las escaleras, y un momento después apareció en la oscuridad justo delante de ella, como si fuera un fantasma sudoroso.


—Por aquí…


Rebecca se giró y echó a correr hacia la ventana, con David a su lado. Jill ya había desaparecido, y Chris estaba a mitad de su descenso, con Barry agarrándolo de una mano mientras intentaba mantener el equilibrio.


Por favor, Dios mío, que haya un colchón, un montón de hojas…


¡Bum!


El ruido del impacto de la puerta al ser abierta de par en par fue seguido por el de una serie de pasos pesados y el murmullo de unas voces masculinas furiosas y con tono autoritario. Chris desapareció a través de la ventana y Barry extendió la mano hacia ella, con los labios apretados. Rebecca metió la pistola de nuevo en su funda y se acercó a la ventana.


Sintió la tibia mano de Barry en su espalda mientras se subía al alféizar y miraba hacia abajo. Divisó unos setos pegados a la pared de la casa, frondosos y espesos, y muy, muy abajo. Vio de refilón a Jill, de pie en el césped, apuntando con su arma hacia la parte frontal de la casa. También vio a Chris, que miraba hacia arriba, hacia ellos, y su rostro estaba marcado por la tensión…


No lo pienses. Sólo hazlo.


Rebecca se deslizó hasta quedar fuera de la ventana mientras los fuertes dedos de Barry agarraban su mano. Su hombro protestó cuando la gravedad se apoderó por completo de su cuerpo. Barry asomó su propio cuerpo todo lo que pudo para acortarle la caída todo lo posible, y el cuerpo de Rebecca quedó suspendido en mitad del aire.


La dejó caer antes de que ella tuviera tiempo de sentirse realmente aterrorizada. Cayó sobre uno de los setos y sintió un ligero dolor cuando las ramas y ramitas le arañaron sus piernas desnudas. Un instante después, Chris ya estaba ayudándola a ponerse de pie, levantándola con facilidad de entre la espesura.


—Cubre la parte trasera —le dijo en voz baja mientras ya centraba de nuevo su atención en la ventana.


Rebecca desenfundó el revólver mientras salía al césped y se giraba para encarar las sombras que componían el patio trasero del edificio. A unos veinte metros a su izquierda se alzaba un oscuro grupo de árboles, silenciosos e inmóviles.


Deprisa, deprisa…


Oyó una atronadora ráfaga de proyectiles en el interior de la casa y un fuerte golpe en los arbustos a su derecha, pero no se volvió, concentrada en la tarea que le habían encomendado.


Un movimiento en la esquina de la casa. Rebecca no dudó y disparó dos proyectiles contra la sombra más oscura. El revólver de calibre 38 de Barry saltó en sus manos. La silueta se derrumbó en el suelo y, al caer hacia adelante, Rebecca vio que era un hombre que sostenía un rifle y que, desde luego, no volvería a ponerse de pie de nuevo.


Nunca había disparado a nadie antes.


—¡Vamos! —gritó Chris.


Rebecca giró bruscamente la cabeza y vio a Barry salir de entre los arbustos y tambalearse hacia ellos. Oyó un grito procedente de la ventana, al que siguió una ráfaga de disparos de un rifle de asalto. Rebecca llegó a sentir los disparos impactar contra el suelo cerca de sus pies y que levantaron grandes trozos de césped demasiado crecido. Los terrones de tierra golpearon sus piernas.


¡Mierda!


David y Jill respondieron a los disparos mientras corrían hacia los árboles, con Chris a la cabeza. El atacante de Umbrella se agachó o le acertaron, porque el tableteo del arma automática cesó de repente. Cuando llegaron al primer árbol del grupo más cercano a la casa, Rebecca oyó el ulular de unas sirenas que se acercaban, al que siguió el ruido de pasos y gritos en el porche frontal de la casa de Barry. Segundos después, oyó el chirrido de unos neumáticos al acelerar.


Rebecca avanzó tambaleándose a través del tupido grupo de arbustos al pie de los árboles, esquivando sus troncos e intentando no perder de vista los demás. Sentía la pesadez del revólver en su sudorosa mano, y le parecía que todo su cuerpo latía. Le temblaban las piernas y su respiración era agitada y jadeante. Todo había ocurrido con tanta rapidez. Ella sabía que se encontraban en peligro, que Umbrella quería quitarlos de en medio… pero una cosa era saberlo y otra muy distinta darse cuenta realmente de ello, darse cuenta de que unos individuos entraban por la fuerza en la casa de Barry e intentaban matarlos…


Y puede que en lugar de eso hayamos matado a uno de ellos.


La idea de que podía haber matado a alguien… Se obligó a pensar en otra cosa antes de que aquello la aturdiera, y se concentró en la difusa sombra de la camiseta de Chris, que se encontraba delante de ella. Su conciencia tendría que esperar hasta que tuviera tiempo de pensar a fondo.


El espeso bosque se abrió dando paso a un claro, y bajo la pálida luz de la luna vio unos cuantos columpios y otros aparatos típicos de un parque de recreo para niños. Chris bajó el ritmo de la carrera hasta convertirla en un trote y finalmente se detuvo justo donde acababa la línea de árboles, al mismo tiempo que se giraba para escudriñar las sombras en busca de sus compañeros.


Rebecca llegó a su lado, con Jill y Barry pegados a su espalda, todos ellos jadeaban, y se los veía tan aturdidos y a la vez tan alertas como ella misma se sentía.


—David. ¿Dónde está David? —preguntó Chris entre jadeos. Mientras se daban la vuelta para registrar la oscuridad más allá de las ramas cercanas, Rebecca percibió un ligero movimiento en las sombras que había a su izquierda. Fue un movimiento silencioso y escurridizo—. ¡Cuidado!


Se tiró al suelo al mismo tiempo que gritaba y una nueva sensación de pánico le recorría las venas.


La sombra disparó dos veces contra ellos, pero los disparos sonaron de un modo casi discreto comparados con el tiroteo en el interior de la casa. Oyó un tercer disparo, mucho más cercano y fuerte, y la sombra tropezó y cayó contra un árbol antes de desplomarse en silencio al suelo. El parque quedó por completo en silencio de nuevo, con excepción del lejano ulular de las sirenas de la policía.


Rebecca levantó lentamente la cabeza, alzándola por encima de su hombro, y vio a David, de pie y todavía apuntando con su Beretta al tirador caído en el suelo. Jill y Chris estaban agachados al lado de ella, ambos con las armas desenfundadas y mirando alrededor con los ojos bien abiertos…


Y Barry estaba a su otro lado, tirado sobre el suelo del bosque, con la cara enterrada en la capa de agujas de pino y hojas secas.


Estaba inmóvil.
Capítulo 4


Durante un rato impreciso, todo permaneció a oscuras, una oscuridad silenciosa y absoluta… y después comenzó a oír voces, unas voces que lo arrastraban desde las profundidades del limbo donde se encontraba, unas voces que no pudo identificar al principio. Y a lo lejos, en algún punto indeterminado, oyó el lamento de unas sirenas de policía.


Le han dado.


Oh, Dios mío.


Comprueba que no hay nadie más.


Espera. No puedo encontrar la herida. Ayúdame. ¿Barry? Barry, puedes…


—Barry, ¿puedes oírme?


Rebecca. Barry abrió los ojos y los cerró inmediatamente, apretando las pupilas al sentir el palpitante dolor en el interior de su cabeza. Sentía otro pinchazo de dolor en su brazo izquierdo, agudo y constante pero no tan intenso como el dolor de su cabeza. Ya había conocido ambos tipos de dolor en el pasado.


Me han disparado y luego me he dado de frente contra un árbol… o contra algún cabrón con un bate de béisbol.


Intentó abrir los ojos de nuevo mientras unas manos pequeñas le recorrían el pecho, buscando suavemente. Tardó un segundo en enfocar la vista en los preocupados rostros que lo rodeaban: Jill, Chris y una Rebecca de aspecto aterrorizado que le estaba metiendo los dedos por debajo de su camiseta para buscar la herida. Gracias a Dios, las sirenas habían enmudecido, aunque todavía oía los coches de policía subir a toda marcha por la calle, el eco de sus potentes motores resonando a través del parque boscoso.


—El bíceps izquierdo —murmuró Barry, y comenzó a levantarse.


Los oscuros árboles comenzaron a girar a un lado y a otro, y Rebecca lo empujó suavemente para que se tumbara de nuevo.


—No te muevas —dijo con voz firme—. Quédate tumbado un momentito, ¿de acuerdo? Chris, dame tu camiseta.


—Pero Umbrella… —comenzó a decir Barry.


—No están aquí —dijo David, de rodillas junto a ellos—. Estáte quieto.


Rebecca le levantó el brazo con cuidado y lo miró por ambos lados. Barry flexionó un poco el brazo y frunció el rostro por el dolor que sintió, pero se dio cuenta de que la herida no era grave: el hueso estaba intacto.


—Justo en el deltoides —dijo por fin Rebecca—. Me parece que vas a tener que dejar de levantar pesas durante una temporada.


Su tono de voz era desenfadado, pero él percibió la preocupación reflejada en su mirada. Comenzó enrollar la camiseta de Chris alrededor de la herida mientras lo observaba con detenimiento.


—Tienes un chichón bastante feo en la sien —dijo—. ¿Cómo te sientes?


Aunque sentía que la cabeza todavía le latía, el dolor se había convertido en una molestia sorda. Estaba un poco mareado y sentía unas leves ganas de vomitar, pero recordaba su nombre y qué día de la semana era. Si era una conmoción cerebral, la verdad es que no le impresionaba mucho.


He tenido resacas peores.


—Me siento bastante jodido —contestó—, pero aparte de eso, estoy bastante bien. Debo de haberme dado un golpe con un árbol al caer.


Se levantó de nuevo hasta quedarse sentado mientras Rebecca terminaba el improvisado vendaje, y esta vez se mantuvo firme sin problemas. Tenían que ponerse en movimiento antes de que la policía decidiera registrar el bosque, pero ¿adónde irían? Les parecía poco probable que Umbrella atacara dos veces en la misma noche, pero no les apetecía poner a prueba su teoría. No estarían a salvo en ninguno de sus hogares. Al menos, su familia estaba lejos del peligro en la casa de los padres de Kathy, en Florida. La idea de que las niñas podían haber estado jugando en sus habitaciones cuando comenzó el tiroteo…


Se puso de pie tambaleándose, pero encontró la fuerza necesaria para hacerlo en la rabia con la que vivía desde aquella noche en la mansión Spencer. Wesker había amenazado a Kathy y a las niñas para que Barry lo ayudara a llegar a los laboratorios subterráneos y lo había obligado a cooperar con él para ocultar todas las pruebas que implicaban a Umbrella. El sentimiento de culpabilidad de Barry se había convertido en una sensación de furia en los días siguientes, una rabia que superaba cualquier otro sentimiento similar que hubiera tenido en su vida.


—Cabrones —gruñó Barry—. Malditos cabrones de Umbrella.


Los demás se pusieron de pie al mismo tiempo que él, y la pálida luz de la luna se reflejó en el torso desnudo de Chris. Todos parecían sentirse muy aliviados de que no estuviera gravemente herido… todos, menos David, que parecía desolado como jamás antes lo había visto Barry. Tenía los hombros hundidos por un peso invisible y desconocido y, cuando comenzó a hablar, fue incapaz de mirar a los ojos de Barry.


—El hombre que te ha disparado —dijo David mientras levantaba una mano en la que se veía una pistola del nueve con silenciador, con todo el cañón manchado de sangre—. Barry, lo he matado. Es… es Jay Shannon.


Barry se quedó mirándolo fijamente. Entendió las palabras, pero no pudo aceptar lo que significaban. No era posible.


—No, no has visto bien. Está demasiado oscuro…


David se dio la vuelta y atravesó el espacio lleno de árboles que los separaba del cuerpo caído. Barry lo siguió tambaleándose, y su cabeza comenzó a dolerle por algo más que un golpe contra el tronco de un árbol.


No puede ser Shannon. No, de ninguna manera. David ha perdido los nervios por el tiroteo. Eso es. Ha cometido un error…


Sólo que David jamás perdía los nervios en un tiroteo, jamás lo había hecho, y no cometía errores con tanta facilidad. Barry apretó los dientes por el dolor que sentía y lo siguió, esperando y deseando por primera vez que su amigo estuviese equivocado.


El individuo se había caído de espaldas o David le había dado la vuelta. Fuese como fuese, ahora sus ojos abiertos miraban sin vida el cielo estrellado, con una aguja de pino metida en uno de ellos. El proyectil semi-perforante de la Beretta de David había abierto un agujero directamente en el corazón del atacante. Sin duda, había sido un disparo afortunado. Cuando miró la cara blanca por la pérdida de sangre del cadáver, Barry sintió que su corazón también quedaba sin vida y se convertía en piedra.


Dios, Shannon, ¿por qué? ¿Por qué lo has hecho?


—¿Quién es? —preguntó Jill en voz baja. Barry se quedó mirando fijamente al hombre muerto, incapaz de contestar. La respuesta de David llegó carente de tono y sentimiento.


—Es el capitán Jay Shannon, de los STARS de Oklahoma City. Barry y yo nos entrenamos con él.


Barry encontró fuerzas para hablar, pero fue incapaz de dejar de mirar la cara inmóvil de Jay.


—Lo llamé la semana pasada, cuando llamé a David. Estaba preocupado por nosotros. Me dijo que se mantendría ojo avizor con respecto a las actividades de Umbrella…


Y seguimos hablando de tonterías durante un par de minutos, poniéndonos al día sobre nuestras cosas y también contándonos viejas historias. Le dije que le iba a enviar fotografías de mis hijas, y él me dijo que tenía que colgar, que le había encantado hablar conmigo pero que tenía que marcharse a una reunión…


En ese momento Umbrella ya debía de haberlo comprado, y darse cuenta de aquello fue una revelación brutal y repentina, algo horrible y cruel. Puede que Umbrella fuera la responsable del ataque, pero los que lo habían llevado a cabo eran los STARS, de modo que la casa de Barry había sido destrozada por gente a la que él conocía, y le había disparado un hombre al que él consideraba su amigo.


El silencio se vio roto por el ladrido de varios perros, un sonido que se filtró a través de los árboles. Por el número y el lugar de donde procedían, parecían ser el equipo de perros de la policía de Raccoon City, que había llegado a la casa. Barry alejó la mirada del cadáver y sus pensamientos regresaron al presente y a la situación en que se encontraban. Tenían que marcharse.


—¿Adónde podemos ir? —preguntó David con rapidez—. ¿Tenemos algún lugar donde a Umbrella no se le ocurriría mirar? Una cabaña, un edificio vacío… Algún lugar al que podamos llegar a pie.


¡Brad!


—El apartamento del gallina está alquilado por un par de meses —dijo Barry—. Está vacío y a menos de dos kilómetros de aquí.


—Vamos —ordenó David.


Atravesaron el terreno de juego del parque con Barry a la cabeza y los demás siguiéndolo bajo la luz de la luna. Vieron un pequeño sendero que salía del parque, un par de bloques de edificios más allá, y hacia allí se dirigieron con la esperanza de que estuvieran lo bastante lejos como para que los policías no se acercaran a investigar. Barry había atravesado aquel parque un millón de veces con su mujer a su lado y sus hijas trotando alrededor…


Mi hogar. Éste es mi hogar, y nunca volverá a ser el mismo para mí.


Barry sintió que el agujero de bala se volvía a abrir y comenzaba a sangrar de nuevo. Apretó su mano derecha sobre la pegajosa camiseta y dejó que el dolor que sentía alimentara su determinación de seguir adelante mientras atravesaban los escasos árboles y se dirigían a la casa de Brad.


Se acabó. Esto se acabó. Mis hijas no van a crecer en un mundo en el que puede suceder algo como esto, no si yo puedo hacer algo por evitarlo.


Ya habían ocurrido tantas cosas, y éste sólo era el comienzo de su lucha. Todavía conocía gente en los STARS en quien sabía que podía confiar, personas con las que podía contar, y no lo pillarían con la guardia bajada dos veces. Quizá la próxima vez que Umbrella llamara a su puerta no tendrían que salir corriendo. Y si Rebecca y David lograban tener éxito con la operación de Maine, tendrían lo que necesitaban para hacer caer a la compañía, de una vez para siempre.


Umbrella se había metido con la gente equivocada, y Barry planeaba estar en el lugar apropiado cuando se dieran cuenta de su error.


Jill abrió la puerta de la pequeña casa como una auténtica experta utilizando un simple clip pisapapeles y uno de los pendientes de Rebecca. La joven se llevó inmediatamente a Barry al cuarto de baño para utilizar el botiquín de la casa, mientras Chris se dedicaba a buscar una camisa o algo similar para vestirse. David y Jill registraron minuciosamente todo el lugar, y él se sintió a cada minuto más satisfecho de la elección tomada.


No podían haber escogido un escondite mejor, y era un alivio saber que tanto Barry como los otros dos miembros del equipo Alfa dispondrían de un sitio seguro desde donde trabajar. La casa de dos dormitorios compartía un patio con una familia muy preocupada por el tema de la seguridad: en cuanto David abrió la puerta trasera, unas grandes y brillantes luces inundaron el pequeño rectángulo de césped. Además, por el aspecto de la valla y unos cuantos detalles más en su interior, adivinó que tenían un perro bastante grande en algún lugar de la casa. También había otras dos casas a ambos lados, y la ventana de la parte frontal daba al patio de un colegio, al otro lado de la calle. No existiría ningún tipo de cobertura para cualquier equipo de asalto que quisiera acercarse.


La casa estaba amueblada de forma sencilla aunque desordenada. Era bastante obvio que su anterior ocupante había huido presa del pánico. Unos cuantos objetos personales y algunos libros estaban esparcidos aquí y allá por todas las habitaciones, como si Vickers hubiera sido incapaz de decidir qué llevarse en su apresuramiento por abandonar Raccoon City.


Y con lo que ha ocurrido esta noche, tampoco puedo culparlo por salir huyendo…


Era evidente que Vickers había escogido el trabajo equivocado, aunque eso no lo convertía necesariamente en un cobarde. Arriesgar la vida de forma casi diaria no era un trabajo adecuado para todo el mundo, y si se tenían en cuenta todos los acontecimientos de las últimas horas, la opción más inteligente para alguien como Brad Vickers era alejarse de aquella situación. Les hubiera venido muy bien su ayuda, pero por lo poco que Barry le había contado sobre aquel individuo, el piloto del equipo Alfa no era el tipo de persona con el que a él le gustaba trabajar. Aun en el caso de que no se pegara un tiro por accidente, Vickers había perdido la confianza de sus compañeros de equipo, y no había nada peor que aquello en una situación de crisis.


David se quedó sentado en la atestada y oscura sala, sobre un sofá de un horrible color verde, intentando ordenar sus ideas, mientras Jill inspeccionaba más a fondo la cocina. Él había logrado encontrar una libreta y un bolígrafo, y ya estaba escribiendo los nombres y los números de teléfono de los miembros de su equipo y de sus contactos, además del teléfono de la casa de Brad para llevárselo. Miró alrededor sin ver nada, mientras se esforzaba por recuperarse de los efectos de la adrenalina sobrante, algo que siempre le ocurría después de un combate. No quería olvidar nada importante, ningún detalle que necesitara ser discutido antes de que él y Rebecca se marcharan. Barry, Jill y Chris tendrían que enfrentarse a las consecuencias del ataque por sí solos.


Los STARS, el poema de Trent, los objetivos y los contactos…


Era difícil concentrarse después de pasar por una experiencia tan agotadora, y el hecho de que ya hubiera llegado cansado a Raccoon City no lo ayudaba en nada. Desde hacía días no dormía bien, y pensar en todo lo que se avecinaba hacía aún más difícil concentrarse. La información de Rebecca sobre el doctor Griffith era desconcertante, y eso era quedarse corto. Aunque estaba tan decidido como antes a llevar la operación en la Ensenada de Calibán, era otra preocupación que añadir a una lista ya de por sí interminable.


Chris entró en la habitación con una camiseta desteñida de color azul sin mangas, y se dejó caer en una silla que había justo delante de David. El rostro le quedó envuelto en las sombras de la estancia. Se quedó así durante unos momentos, y luego se inclinó hacia adelante, por lo que su cara quedó iluminada por los pocos rayos de luz que entraban por la ventana y David pudo ver su expresión. La mirada del joven era cansada, pensativa… y estaba llena de culpabilidad.


—Mira, David —dijo tuteándolo—. Las dos últimas semanas han sido muy duras para todos nosotros, ¿sabes? Esperar para saber cuál iba a ser la reacción de Umbrella, la suspensión de empleo y sueldo, la sensación de que nuestros amigos habían muerto en vano… —Chris se detuvo un instante antes de continuar—. Sólo quiero decirte que lo siento si empezamos con mal pie antes, y que me alegro mucho de que estés de nuestro lado. No tendría que haberme portado como un auténtico capullo.


David se quedó sorprendido e impresionado por la sinceridad de aquellas palabras. Cuando él tenía veinticinco años, hubiera preferido que le arrancasen las uñas a mostrar sus sentimientos, excepto en el caso de la rabia, por supuesto. Jamás había tenido problemas para expresar sus cabreos. Otra herencia de tu querido padre…


—No creo que debas sentirte culpable por nada de eso —contestó David en voz baja—. Tus preocupaciones están más que justificadas. Yo… yo también me encuentro bastante tenso, y no quería llegar y ponerme en plan mandón. Los STARS son… Para mí significan mucho, y quiero que nosotros… Quiero que los STARS sean lo que fueron al principio…


Jill apareció procedente de la cocina, lo que le evitó a David tener que continuar con su balbuceante discurso. Se sintió aliviado al ver que Chris parecía entender lo que le había querido decir. El joven lo miró fijamente a los ojos y asintió lentamente, como diciendo que la situación se había aclarado entre los dos. David suspiró para sus adentros, preguntándose si alguna vez lograría superar su reticencia a expresar sus emociones.


Había pensado mucho desde que Barry lo había llamado, tanto sobre sí mismo como sobre su obsesiva rabia por la traición de los STARS, y había llegado a la preocupante conclusión de que no estaba nada contento con el rumbo que estaba tomando su vida. Se había lanzado de cabeza y se había concentrado de tal modo en su trabajo para evitar tener que resolver sus problemas causados por una niñez problemática. Era algo que siempre había sabido, pero era en ese momento, cuando se enfrentaba a Umbrella y a la traición de la organización que consideraba su familia, cuando se había visto obligado a pensar en las consecuencias de su elección. Aquello lo había convertido en un soldado excelente, pero no tenía amigos estrechos ni compromisos amorosos, y quedarse de repente sin «familia» era un modo muy cruel de darse cuenta de que había basado toda su vida en alejarse de cualquier contacto que no fuera estrictamente profesional.


Es estupendo que me haya dado cuenta tan tarde en mi vida. Supongo que tendré que darle las gracias a Umbrella por eso: si no me matan, al menos habrán logrado que vaya a un psicólogo.


Jill había llevado una jarra con agua y varios vasos de distinto tamaño y color que entregó a cada uno, mientras Barry y Rebecca se unían a ellos. Barry llevaba puesto un vendaje limpio en el hombro, y su rostro parecía bastante pálido bajo la escasa luz, y desde luego, bastante descompuesto después de descubrir lo del capitán Shannon. David se sentía mal por haber matado a Shannon, aunque ya se había hecho a la idea de lo que ocurría en un combate: la gente moría. El capitán Shannon había tomado una decisión, y había resultado ser la equivocada.


Bebieron en silencio, con los cuatro miembros de los STARS de Raccoon City (ex miembros) pensativos y con un aspecto sombrío, como si estuviesen pendientes del tictac del reloj. Él y Rebecca tendrían que marcharse en pocos minutos. Al otro lado de la calle, un poco más lejos, había una tienda y una cabina de teléfonos al lado, desde donde podrían llamar a un taxi. David deseó poder decir algo que los animara, pero la verdad era incuestionable: se marchaban para meterse de lleno en una misión, y no existía garantía alguna de que ninguno de ellos sobreviviría para verse de nuevo.


—¿Has pensado qué le dirás a la policía? —preguntó a Barry.


Este se encogió de hombros.


—No tendremos que mentir mucho. Nosotros tres estábamos en mi casa cuando un grupo de individuos entraron a saco e intentaron matarnos, así que salimos huyendo.


—Irons probablemente lo achacará a un intento fallido de robo —dijo Chris con sarcasmo—. Si está tan metido en esto como yo creo, no querrá llamar la atención sobre nada de lo que está haciendo Umbrella.


—Tened cuidado de no mencionar que habéis matado a gente —aconsejó David—. Puede que tuvieran tiempo de retirar los cuerpos. También deberíais decir que os persiguieron hasta el parque. Eso explicaría que abandonarais la escena del crimen, además del cuerpo del capitán Shannon.


Barry sonrió con cansancio.


—Podemos manejar la situación. Mañana por la mañana llamaré a primera hora para pedir algo de ayuda. Tú preocúpate de tu parte, ¿de acuerdo?


David asintió y se puso de pie, lo mismo que Chris. El capitán estrechó la mano de todos y luego se giró hacia Rebecca, sintiéndose incómodo por alejarla de sus amigos y compañeros de equipo. La chica los miró de uno en uno con expresión pensativa, y de repente sonrió, con una sonrisa despreocupada y llena de malicia y travesura.


—¿Estáis seguros de que podéis manejaros sin mí durante un par de días? No me gusta pensar en vosotros yendo y viniendo sin dirección mientras David y yo acabamos con Umbrella.


—Intentaremos sobrevivir sin ti, que eres nuestro cerebro —respondió Chris, también sonriendo—. No será fácil, pero…


Rebecca le propinó un leve puñetazo en el hombro.


—Te enviaré una postal con instrucciones —le hizo un gesto con la barbilla a Barry—. Cuídate ese brazo. Manténlo limpio y seco y, si tienes fiebre o te sientes mareado, vete a un médico inmediatamente.


—Sí, señora —repuso Barry, sonriendo.


—Haz que las pasen canutas, Rebecca —se despidió Jill, abrazándola.


Rebecca asintió.


—Tú también. Buena suerte con Irons. —Se giró hacia David, todavía sonriente—. ¿Nos vamos?


Echaron a andar juntos hacia la puerta mientras David se preguntaba a qué venía la aparente tranquilidad del comportamiento de la chica. Habían sobrevivido por los pelos a un ataque, un ataque perpetrado por personas que probablemente la habían entrenado a ella misma, y allí estaba, marchándose con un desconocido camino de una misión en la que podía perder la vida. O estaba fingiendo o era increíblemente optimista. Y si estaba fingiendo aquella valentía, merecía un premio por su interpretación.


La observó con atención mientras salían al pequeño y descuidado jardín de la casa de Brad Vickers, y vio que su sonrisa desaparecía y era rápidamente sustituida por una mirada de tristeza. Pero más allá, en la profundidad de sus ojos, atisbó la misma concentración intensa que había advertido cuando ella les habló acerca del doctor Griffith y sus investigaciones. Fuese lo que fuese lo que estuviese pensando, aquella mirada le indicó a David que ella conocía perfectamente los riesgos a los que se iban a enfrentar, pero que se negaba a sentirse acobardada por ellos.


La definición más exacta de valentía. David estaba satisfecho por la decisión que había tomado de alistar a Rebecca Chambers en aquella misión. Era inteligente, profesional y estaba tan comprometida como el resto del equipo. Además, era tan superior en su campo de especialización como los demás lo eran en el suyo propio.


Su única esperanza era que la combinación de sus habilidades fuese suficiente para entrar y salir de una sola pieza de las instalaciones de la Ensenada de Calibán, con las pruebas necesarias para demostrar la naturaleza de los experimentos de Umbrella. Aquello podía llevar a la ruina a la compañía que había corrompido a los STARS, y, quizá, gracias a ello, él podría dormir de nuevo tranquilo.


David asintió, y los dos comenzaron a andar hacia el teléfono para llamar al taxi.


Rebecca dobló las hojas después de volver a leer toda la información sobre la Ensenada de Calibán y las metió con cuidado en la bolsa de deporte que David llevaba debajo de su asiento. Había comprado tres bolsas en el aeropuerto, una para las armas, que en aquel momento estaba en el compartimiento de carga del avión, y las otras a fin de no llamar la atención por no llevar equipaje. Rebecca deseó que también hubiera comprado algo para comer de paso. No había probado bocado desde el mediodía, y el paquete de cacahuetes que le habían dado después del despegue no estaba aliviándole mucho el hambre que sentía.


Extendió la mano para apagar la luz de lectura y luego se reclinó e intentó aprovechar el zumbido de los motores del Boeing 747 para dormitar un poco. La mayoría de los pasajeros del avión a medio llenar ya estaban dormidos. La tenue luz «nocturna» y el ronroneo de los motores ya habían hecho su efecto en David. Sin embargo, a pesar de lo cansada que se sentía por los acontecimientos de aquella tarde, tuvo que dejar de intentar dormir después de un minuto o dos. Tenía que pensar en demasiadas cosas, y sabía que no podría dormir hasta que resolviera al menos unas cuantas.


Me siento como si ya estuviera soñando. Esto no es más que otra posibilidad estrambótica y una subtrama que se desarrolla a partir del campo izquierdo…


A lo largo de los últimos tres meses, se había graduado en la universidad, había superado el entrenamiento del equipo Bravo de los STARS y se había mudado a su primer apartamento, que además estaba en una ciudad desconocida para ella. Y después de todo aquel follón, había acabado como uno de los cinco supervivientes de una catástrofe provocada por el hombre, en la que estaban implicados el uso de armas biológicas y una conspiración nacional con una compañía farmacéutica como protagonista. Además, en las últimas tres horas, su vida había dado otro cambio brusco y también completamente inesperado. Había deseado tener una oportunidad de salir de Raccoon City para investigar el virus-T. La ironía de la situación no se le escapaba, pero no estaba muy segura de que le gustasen las circunstancias en las que se había cumplido su deseo.


Giró la cabeza hacia un lado y miró a David, que tenía su cabeza apoyada contra el cristal de la ventanilla. Pudo ver bajo sus ojos unos círculos oscuros debidos al agotamiento. Después de explicarle unos cuantos detalles más sobre la ensenada y de contarle cuál sería el plan de acción del día siguiente, David le había dicho que intentara echar una cabezada («duerme un poco» habían sido sus palabras exactas), y luego había seguido su propio consejo poco después. No era que se hubiera dormido: más bien parecía que había caído en coma de forma instantánea.


Incluso duerme de manera eficiente, sin dar vueltas ni moverse en su asiento. Parece que se obliga a sí mismo a obtener el máximo descanso posible en el poco tiempo que tiene.


Le parecía un hombre extremadamente eficaz e inteligente, aunque un poco solitario. A pesar de la tranquilidad que mostraba cuando se encontraba bajo presión, a la hora de mantener una charla informal parecía bloquearse, lo que llevó a Rebecca a preguntarse qué clase de vida llevaba. Había quedado impresionada por la rapidez con que había trazado un plan para escapar de la casa de Barry, y estaba encantada de que fuera el jefe de la operación en la Ensenada de Calibán, aunque le costaba pensar en él como en un capitán. No emanaba una aureola de autoridad y no parecía agradarle la idea, ya que había insistido en que lo llamara David. Incluso cuando había tomado el mando durante el ataque, no parecía tanto que estuviera dando órdenes como que estuviera ofreciendo consejos.


Quizá sea el acento. Todo lo que dice parece tan amable…


David frunció el entrecejo mientras dormía, y sus párpados se estremecieron. Al cabo de unos cuantos segundos, sus labios dejaron escapar un gemido casi infantil de angustia. Rebecca pensó por un momento en despertarlo, pero entonces pareció superar cualquiera que fuese su inquietud, ya que su ceño desapareció. Rebecca apartó la vista al sentir de repente que estaba invadiendo su intimidad.


Quizás está soñando con el ataque, por haber tenido que matar a alguien que conocía…


Se preguntó si a ella la acosaría el recuerdo del hombre que había matado, la silueta recortada entre las sombras que se había desplomado al suelo junto a la casa de Barry. Todavía estaba esperando la sensación de culpabilidad, pero cuando se detuvo a pensarlo con mayor tranquilidad, se sorprendió al descubrir que no estaba intentando razonar sobre el asunto. Había disparado contra alguien, y esa persona podía estar muerta… y lo único que sentía era alivio por haber impedido que la matara a ella o a algún otro miembro del equipo.


Rebecca cerró los ojos e inspiró profundamente el fresco y presurizado aire de la cabina. Notó el olor a sudor seco sobre su piel, y decidió que su principal prioridad en cuanto llegaran al hotel sería darse una buena ducha. David no quería correr el riesgo de ir hasta su casa por si alguno de los asaltantes lo había reconocido, así que irían a un hotel cercano al aeropuerto poco después de cambiar de aviones. La reunión previa a la misión se celebraría en la casa de uno de los otros tres miembros del equipo, una experta forense llamada Karen Driver. David le había comentado que probablemente Karen pudiera prestarle ropa limpia, aunque se había ruborizado al decirlo. Desde luego, en algunas cosas era un tipo raro…


E inmediatamente después de la reunión, recogeremos nuestro equipo y nos iremos, asi de fácil.


Aquel pensamiento le provocó un nudo en el estómago, le envió un escalofrío por todo el cuerpo, y la obligó a admitir la verdadera razón por la que no podía dormir: sólo dos semanas después de la pesadilla vivida en la mansión de Umbrella, allá en Raccoon City, estaba por enfrentarse de nuevo a la misma situación. Sin embargo, al menos esta vez tenía una idea de lo que podía encontrar y del embrollo en el que se estaba metiendo. Además, el plan era entrar y salir de las instalaciones sin siquiera enfrentarse a las criaturas creadas por el virus-T… pero el recuerdo del peor monstruo de Umbrella, el Tirano, estaba muy fresco en su memoria. Aquel enorme cuerpo contrahecho creado con fragmentos de su propio ser, como aquella tremenda garra, que habían visto en el helipuerto de la mansión. La sola idea de que alguien como Nicolas Griffith pudiera tener acceso al virus para utilizarlo…


Rebecca decidió que ya había pensado demasiado y que tenía que dormir un poco. Aclaró su mente lo mejor que pudo y se concentró en su respiración, inhalando y exhalando cada vez con mayor lentitud, al tiempo que contaba mentalmente hacia atrás a partir de cien. Aquella técnica de meditación jamás le había fallado con anterioridad, aunque no creía que funcionara en esa ocasión.


…noventa y nueve, noventa y ocho, el doctor Griffith, David, STARS, Calibán…


Se quedó profundamente dormida antes de llegar a noventa. Soñó con sombras que se movían, sin estar provocadas por ninguna luz.
Capítulo 5


Al igual que la mayoría de las mañanas desde que había comenzado el experimento, Nicolas Griffith se sentó en la terraza abierta que se encontraba en la parte superior del faro y observó el sol que se alzaba por encima de la línea del horizonte del mar. Era un espectáculo impresionante, desde el principio hasta el fin. En primer lugar, las olas negras adquirían un color gris mientras el color del cielo también se aclaraba. Luego, las rocas que se alineaban a ambos lados de la ensenada comenzaban a tomar forma bajo los neblinosos vientos que subían desde el agua. Cuando por fin el radiante astro comenzaba a asomar por encima del borde del mundo, sus primeros rayos dubitativos manchaban el mar con un profundo azul oscuro y pintaban el horizonte de un tono pastel repleto de promesas de renovación y de una suave aceptación de todo lo que tocaba.


Por supuesto, todo era una mentira. A las pocas horas, el incandescente monstruo golpearía inmisericorde con sus rayos la orilla y toda aquella mitad del planeta. Su inicial bondad era un engaño, una pretendida ignorancia de la feroz radiación y el agostador calor que vendría después…


Pero no es menos espectacular por ser una mentira. Después de todo, no se lo puede culpar por no darse cuenta de lo que hace: es lo que es.


Griffith siempre se quedaba mirando hasta que el sol asomaba completamente por encima del horizonte antes de comenzar con las tareas del día. Aunque apreciaba la belleza de cada radiante amanecer, lo que más le atraía era la exacta repetición diaria, no la suya, sino la del universo. Cada amanecer era una declaración de intenciones que anunciaba la inevitable progresión del tiempo, y un recordatorio de que el mundo continuaría girando eternamente sobre sus pasos galácticos, haciendo caso omiso de los sueños de los seres que se consideraban importantes y correteaban por encima de su superficie.


Seres como yo mismo, si no fuera por una diferencia crucial: sé cuánto merecen la pena mis sueños…


Griffith se puso de pie mientras el hinchado sol se alzaba por encima del mar, y se apoyó en la barandilla de la terraza al mismo tiempo que repasaba mentalmente el trabajo del día. Había terminado por fin el trabajo sanguíneo en la serie Leviatán, por lo que podría trabajar de forma más intensiva con los doctores. Los tres habían respondido de manera favorable al cambio, y el ritmo de degeneración celular se había reducido de forma considerable desde que había comenzado a ponerles las inyecciones de enzimas. Había llegado el momento de concentrarse en el comportamiento situacional, la última etapa del experimento. En una semana, estaría preparado para expandirse más allá de los confines de la instalación.


Expansión. Una limpieza.


El viento marino, fresco y salado, agitó sus cabellos grises. Los hambrientos gritos de las gaviotas lo impulsaron por fin a ponerse en movimiento. Tenía que hacer entrar a las Triescuadras antes de que aquellos pájaros carroñeros comenzaran a explorar la costa en busca de comida. Ya habían quedado horriblemente mutiladas muchas unidades, y no quería arriesgar más hasta que hubiera finalizado sus planes. En cuanto perdían los ojos, quedaban inútiles para las misiones de patrulla.


De todas maneras, ha pasado tanto tiempo y no ha venido nadie. Si el doctor Ammon hubiese tenido éxito, ya habrían enviado a alguien. La verdad es que es mala suerte: probablemente todavía está esperando…


Aquel pensamiento era bastante incómodo, y le traía recuerdos de escenas llenas de color rojo y calor, de cuerpos tendidos en el suelo bajo el feroz sol del verano y el tronar de las olas en la oscuridad. Echó a un lado aquellas visiones y se recordó a sí mismo que aquello era parte del pasado. Además, sólo había hecho lo que era estrictamente necesario.


Griffith entró en el faro, alisándose el cabello mientras bajaba por la escalera en espiral. Sus zapatos resonaron sobre los peldaños metálicos, creando un agradable eco en el amplio edificio. Tener todas las instalaciones para él solo lo convertía en un trabajo agradable, y había acabado por disfrutar de los pequeños detalles de la vida: comer a la hora que quería y lo que quería, tener sus propias horas de trabajo, sus amaneceres en el tejado del faro. Antes, aquel lugar había estado atestado de gente, se había visto obligado a adaptarse a unos horarios y a unos esquemas de trabajo que parecían pensados para recortar la creatividad. Horarios de comida, horarios de trabajo, horarios de sueño… ¿Cómo podía un hombre respirar, pensar, crear, en esas condiciones? Había sufrido durante tanto tiempo, había estado sentado a lo largo de interminables reuniones escuchando los balbuceantes pensamientos e ideas de sus «colegas» mientras discutían minucias sobre el virus del doctor Birkin. Habían esclavizado a personas para crear las Triescuadras para Umbrella, quedando encantados como niños con los resultados, y aparentemente habían olvidado el fallo con los Ma7. Eran incapaces de ver más allá de su propia arrogancia, no eran capaces de ver el futuro y el gran plan…


Como si las triescuadras fueran algo más que simples cuerpos con armas. Son útiles como guardias pero apenas son un logro, apenas son importantes.


Aunque se había esforzado por no permitir que el éxito se le subiera a la cabeza, Griffith se permitió un único momento de orgullo cuando llegó al final de la escalera y se encaminó hacia la salida. Había visto el virus-T como lo que realmente era: una plataforma de lanzamiento primitiva pero efectiva para algo mucho más grande. Había aislado sus proteínas y había reorganizado la envoltura de las nucleocápsides para permitir distintas variables de capacidad infectiva. De ese modo, había creado una respuesta, la respuesta a la plaga en la que se había convertido la raza humana. Una solución sin violencia ni sufrimiento.


Salió por la puerta sonriendo y caminó bajo la sombra del faro hacia el edificio de los dormitorios, con las olas del mar resonando a sus espaldas al chocar contra las rocas. Ya había logrado sintetizar un virus capaz de infectar a través del aire, y disponía de una cantidad más que suficiente como para infectar toda Norteamérica. En cuanto el virus se extendiese, la evolución tomaría el mando de nuevo y los más débiles de espíritu caerían ante aquellos con los instintos más fuertes. Y cuando todo acabara, el sol saldría para iluminar un mundo muy distinto, habitado por gente de carácter y voluntad pacíficas.


Quítale a un hombre su capacidad de elegir y su mente queda libre, como una hoja de papel en blanco. Con un poco de entrenamiento se convierte en una mascota; sin ese entrenamiento, se convierte en un simple animal tan inofensivo como un ratón. Cubre la superficie del mundo con esos animales y sólo sobrevivirán los más fuertes…


Entró en una de las habitaciones del edificio y encendió las luces, sin dejar de sonreír. Sus doctores estaban exactamente donde los había dejado, sentados en la mesa de reuniones y con los ojos cerrados. En condiciones ideales, debería haber llevado a cabo las pruebas con individuos sin entrenar, pero aquellos tres hombres tendrían que bastar. Estaban infectados con la variante del virus que iba a soltar, y eran los seres humanos más cercanos al mundo que estaba a punto de eclosionar en unos cuantos días. Mis mascotas. Mis niños.


Además del laboratorio de investigación, las instalaciones de la ensenada estaban diseñadas para entrenar las armas biológicas, como las Triescuadras o los Ma7, pero también para medir el uso de la lógica por parte de los sujetos humanoides. En los búnkers había una serie de objetos que podrían utilizar, desde las pruebas con piezas de madera que tenían que meter en sus huecos correspondientes hasta los rompecabezas más complejos para los sujetos con una elevada capacidad de razonamiento. Dudaba mucho que los doctores fueran siquiera capaces de superar la serie roja, pero observar su comportamiento y sus reacciones le proporcionaría un material de información muy valioso, sobre todo en las pruebas en las que existía un factor de presión ambiental.


Piensan, pero no pueden tomar decisiones. Funcionan, pero no sin recibir información. ¿Cómo se las apañarán sin mi mano que los guíe?


El doctor Athens abrió los ojos cuando Griffith se acercó a la mesa, quizá para determinar si lo que se acercaba era una amenaza. De los tres, Tom Athens era el más fuerte, y el que tenía más posibilidades de sobrevivir por sí mismo. Era uno de los especialistas en el comportamiento humano. De hecho, la idea de formar equipos de tres unidades había sido suya, y ése era el origen de las Triescuadras. Había insistido en que las unidades infectadas trabajarían con mayor eficiencia en pequeños grupos. Había estado en lo cierto.


El doctor Thurman y el doctor Kinneson permanecieron inmóviles. Griffith notó un hedor procedente de debajo de uno de ellos. Frunció el entrecejo y miró por debajo de la mesa: sus sospechas se vieron confirmadas por la mancha de humedad en los pantalones del doctor Thurman. Se ha cagado encima. Otra vez.


Griffith sintió de repente una sensación de lástima casi irrefrenable por Thurman, pero aquel sentimiento fue sustituido casi inmediatamente por el de asco irritado. Thurman ya era un idiota antes, un biólogo bastante bueno pero con la misma estrechez de mente que los demás. Se había encargado de la crianza de la mayoría de los Ma7, y cuando resultaron ser incontrolables, le echó la culpa a todo el mundo menos a él mismo. Si alguien se merecía estar cubierto de mierda, ése era Louis Thurman. Lo único malo era que el buen doctor era incapaz en su estado actual de darse cuenta de que se había convertido en un ser patéticamente repulsivo. No duraría ni un solo día si no fuese por mí.


Griffith suspiró y dio un paso atrás para alejarse de la mesa.


—Buenos días, caballeros —saludó. Los tres hombres giraron al unísono sus cabezas para mirarlo, con unos ojos tan faltos de expresión como sus rostros. A pesar de ser físicamente muy diferentes, sus rasgos carentes de cualquier expresión y sus miradas lentas y vacías de contenido les hacían parecer hermanos.


—Parece ser que el doctor Thurman ha vaciado sus intestinos —dijo Griffith—. Está sentado sobre sus propias heces. Eso es divertido.


Los tres sonrieron al mismo tiempo. El doctor Kinneson incluso soltó una pequeña carcajada. Había sido el último en ser infectado, por lo que era el que había sufrido menos degeneración en los tejidos. Si se le daban las instrucciones adecuadas, Alan todavía podía pasar por un ser humano normal. Griffith sacó el silbato de policía de uno de sus bolsillos y lo puso en la mesa delante de Athens.


—Doctor Athens, haga regresar a las Triescuadras de sus rondas. Atienda sus necesidades físicas y luego envíelas a la habitación fría. Cuando acabe sus tareas, vaya a la cafetería y espéreme allí.


Athens recogió el silbato mientras se ponía de pie. Luego salió de la habitación y recorrió el pasillo que llevaba a la otra salida. El silbato desactivaría los equipos y los haría regresar. Eran cuatro Triescuadras, doce hombres en total. En ese momento estarían rondando por los bosques pero cerca de las vallas o acechando en la proximidad de los búnkers. Se los había entrenado para permanecer alejados de la zona nororiental de las instalaciones, el faro y el edificio dormitorio. Griffith había tenido que admitir que eran bastante efectivos en su misión. Umbrella había pedido soldados que mataran sin compasión y que lucharan hasta que se los volara literalmente en pedazos. El virus-T había sido apropiado para ello, y puesto que habían logrado acelerar el tiempo de amplificación, habían podido transformar a los sujetos en cuestión de horas en lugar de tardar días. En cuanto se las entrenó en el uso de las armas, las Triescuadras se habían convertido en máquinas de matar, aunque debido a la reciente ola de calor, no sabía cuánto tiempo más serían viables…


Griffith centró su atención en el doctor Thurman, que todavía sonreía y apestaba como una especie de extraño niño hiperdesarrollado. La verdad es que realmente parecía un bebe, calvo y de grandes mejillas sonrosadas, con una sonrisa tan inocente y falta de malicia como un niño pequeño.


—Doctor Thurman, vaya a su habitación y quítese la ropa. Luego dúchese y póngase ropa limpia. Después vaya a las cuevas y alimente a los Ma7. Cuando haya acabado, vaya a la cafetería y espéreme allí.


Thurman se puso de pie, y Griffith observó que el asiento de la silla estaba húmedo y manchado.


Jesús.


—Llévese la silla con usted —indicó a Thurman con un suspiro—. Déjela en su habitación.


Griffith se sentó frente a Alan en cuanto Thurman salió de la estancia, y de repente se sintió muy cansado. El orgullo que había sentido unos momentos antes había desaparecido y, en su lugar, sólo había quedado un vacío helado. Mis niños. Mi creacion…


El virus era tan bonito, con una ingeniería genética tan perfecta, que había llorado la primera vez que lo había visto. Habían sido meses de investigación privada, de desmenuzar el virus-T y de aislar sus efectos, meses que habían culminado cuando había obtenido aquel primer micrógrafo. Mientras los demás se habían sentido orgullosos de sus juguetes de guerra, él había descubierto el auténtico camino hacia un nuevo comienzo.


¿Y aprecian lo que he logrado? ¿Sabe alguno lo crucial que es mi descubrimiento? Se caga encima como un niño asqueroso, como un mono, echando a perder mi trabajo, mi vida…


Griffith miró a Alan Kinneson y observó atentamente sus bellos rasgos, sus ojos carentes de toda expresión. El doctor Kinneson le devolvió la mirada, esperando que le dijera qué tenía que hacer. Había sido neurólogo. En su habitación tenía fotografías de su mujer y de su bebé, un niño con una sonrisa preciosa y encantadora…


La cordura de Griffith se estremeció de repente, con un remolino que lo mareó. Un millar de voces aullaron de forma ininteligible a través de las grietas de realidad. Sintió por un momento que estaba perdiendo la cabeza.


¿Cuántos morirán de hambre, sentados en charcos de sus propias heces, esperando que les digan qué hacer? ¿Millones? ¿Billones?


—¿Qué pasará si estoy equivocado? —susurró Griffith—. Alan, dime que no estoy equivocado. Dime que todo lo que hago tiene una buena razón.


—No está equivocado —repuso el doctor Kinneson con voz tranquila—. Hace todo esto por una buena razón.


—Dime que tu esposa es una puta —ordenó Griffith, mirándolo fijamente.


—Mi esposa es una puta —dijo el doctor Kinneson, sin ninguna pausa, sin ninguna duda.


Griffith sonrió, y sus temores desaparecieron.


Mirad lo que he logrado. Es un regalo. Mi creación es un regalo para el mundo. Es una oportunidad para que el hombre sea fuerte de nuevo, una muerte pacífica para todos los Louis Thurman que existen, y eso es mucho más de lo que merecen…


Había estado trabajando demasiado, se había agotado, y la tensión estaba pasándole factura. Después de todo, sólo era humano… Pero no podía permitir que la tensión de su cuerpo le afectara de nuevo la mente. Ya no habría más pruebas. En su lugar, se pasaría el día efectuando los preparativos necesarios para la purificación, preparándose a sí mismo para ello.


Al día siguiente, al amanecer, el doctor Griffith le entregaría su regalo al viento.
Capítulo 6


Karen Driver era una mujer alta y algo delgaducha de treinta y pocos años, con un pelo corto y rubio y una actitud seria y profesional. Su pequeña casa estaba inmaculadamente ordenada y limpia de un modo casi antiséptico. Había escogido ropas muy prácticas para Rebecca y se las había entregado perfectamente dobladas: una camiseta de color verde oscuro y unos pantalones a juego, además de unos calcetines negros, lo mismo que la ropa interior. Hasta el cuarto de baño parecía reflejar su personalidad. Las paredes blancas estaban cubiertas de estanterías, cada una de ellas repleta de objetos perfectamente ordenados según su uso.


Si rascas la superficie de un científico forense, encontrarás un maníaco compulsivo debajo…


Rebecca se sintió culpable inmediatamente por pensar aquello. Karen había sido muy amable al recibirla, incluso amistosa a su brusca manera. Quizá sólo era que odiaba el desorden.


Se sentó en el borde del retrete y se enrolló los bordes del pantalón, que le quedaba largo, alrededor de los tobillos, aliviada de poder librarse de sus viejas y sudadas prendas. Se sentía sorprendentemente despejada después de una noche de sueño interrumpido una y otra vez. David había alquilado coche en el aeropuerto, y habían encontrado un hostal barato a primeras horas de la madrugada. Se habían tambaleado cada uno hacia sus respectivas habitaciones y Rebecca se había sentido demasiado exhausta incluso como para hacer otra cosa que quitarse los zapatos y dejarse caer sobre la cama. Se despertó justo antes de las diez, se dio una ducha y ya estaba esperando impaciente cuando David llamó a su puerta.


Oyó que alguien abría la puerta de la calle y la cerraba, al mismo tiempo que nuevas voces llegaban hasta ella procedentes de la sala de estar. Se puso sus botas de caña alta y anudó los cordones rápidamente, sintiendo que su nerviosismo aumentaba un grado: el equipo ya estaba reunido. Estaba mucho más cerca de comenzar la operación, y aunque apenas había pensado en otra cosa desde que se había despertado, se sobresaltó al tomar nuevamente conciencia de ello. El ataque por sorpresa de Umbrella contra la casa de Barry parecía haber ocurrido en otra vida, aunque sólo habían transcurrido horas…


Y dentro de unas cuantas horas, todo esto habrá acabado. Lo que me preocupa es lo que va a ocurrir en ese tiempo. David y su equipo no estaban allí, no vieron los perros, las serpientes, las criaturas antinaturales de los túneles… o al Tirano.


Rebecca apartó aquellas imágenes de su mente mientras se ponía de pie. Recogió sus ropas sucias del suelo y las metió en la bolsa vacía que había llevado en el avión. No tenía razón alguna para suponer que las instalaciones de la Ensenada de Calibán serían iguales que las de la mansión Spencer, y preocuparse por ello no cambiaría nada. Se detuvo un momento delante del espejo, observó con detenimiento los tensos rasgos de la joven que vio reflejada y luego salió del cuarto de baño.


Se dirigió a la sala de estar, situada más allá de la resplandeciente cocina y a la vuelta de la esquina del pasillo. Le llegó la cantarina voz de David, que al parecer estaba resumiendo lo que había pasado la noche anterior.


—… y dijo que llamaría a otros a primera hora de esta misma mañana. Otro de los miembros del equipo tiene un contacto en el FBI, al que va a utilizar como intermediario y para iniciar una investigación en cuanto tengamos pruebas palpables y suficientes. Esperan que nos comuniquemos con ellos en cuanto hayamos finalizado la operación de hoy…


Se interrumpió en cuanto Rebecca entró en la habitación, y los ojos de todos los presentes se volvieron hacia ella. Karen había colocado unas cuantas sillas más en la sala y estaba sentada en una de ellas al lado de una mesita de café con la superficie de cristal. Había dos hombres sentados en el sofá, justo enfrente de David. Este sonrió mientras los dos hombres se ponían de pie y daban un paso adelante para ser presentados.


—Rebecca, éste es Steve López, nuestro genio informático y, además, nuestro mejor tirador.


Steve sonrió casi como pidiendo disculpas por la presentación tan elogiosa, y la sonrisa encajaba a la perfección con sus rasgos juveniles. Le estrechó la mano, y Rebecca se fijó en sus dientes, que resaltaban en su piel morena. Sus ojos, negros como su cabello, eran vivaces, y sólo era un poco más alto que ella.


Tampoco tiene muchos más años que yo. Su mirada era directa y amistosa y, a pesar de las circunstancias, Rebecca deseó haberse pasado al menos un cepillo por el pelo antes de salir del baño. Dicho de un modo más sencillo, Steve era muy atractivo.


—… y éste es John Andrews, nuestro especialista en comunicaciones y explorador de campo.


La piel de John tenía un oscuro tono de color caoba y, aunque no llevaba barba, le recordó a Barry. Tenía la constitución de un toro, y en sus más de un metro ochenta resaltaban los músculos por todos lados. Le sonrió amistosamente, y su sonrisa resplandeció.


—Ella es Rebecca Chambers, bioquímica y médico de campo de los STARS de Raccoon City —dijo David como presentación.


John le soltó la mano, sin dejar de sonreír.


—¿Bioquímica? Por todos los… ¿Cuántos años tienes?


Rebecca respondió a las sonrisas con otra propia, y se dio cuenta del brillo de humor que reflejaban los ojos de John.


—Dieciocho. Y tres cuartos.


John lanzó una carcajada mientras se sentaba de nuevo. Miró a Steve y luego la miró de nuevo.


—Entonces será mejor que vigiles a López —dijo mientras bajaba la voz hasta convertirla en un susurro fingido—. Acaba de cumplir veintidós, y está soltero.


—Déjalo ya —intervino Steve con un gruñido al mismo tiempo que se ruborizaba. La miró y meneó la cabeza—. Tendrás que perdonar a John. Cree que tiene gracia, y nadie puede convencerlo de lo contrario.


—Tu madre cree que soy divertido —contestó John, pero David levantó una mano antes de que Steve pudiera responderle.


—Es suficiente —dijo con voz tranquila—. Sólo tenemos unas pocas horas para organizarnos si queremos llevar a cabo la operación hoy mismo. Empecemos, ¿de acuerdo?


Las bromas entre Steve y John habían sido un alivio bienvenido para la tensión que Rebecca sentía, y aquello hizo que se sintiera parte del equipo de forma casi instantánea, pero también agradeció las miradas serias y concentradas de sus rostros cuando centraron su atención en David. Éste sacó la información que le había entregado Trent y la desplegó sobre la mesa. Le alegraba saber que eran auténticos profesionales…


¿Pero eso importará algo? —le susurró su mente—. Los STARS de Raccoon City también eran auténticos profesionales. Y saber el tipo de investigaciones que lleva a cabo Umbrella, ¿servirá de algo? ¿Qué ocurrirá si el virus ha mutado y todavía es infeccioso? ¿Qué ocurrirá si el lugar está plagado de Tiranos… o de algo peor?


Rebecca no tenía ninguna respuesta para aquel insistente susurro. En lugar de intentar hallarla, se concentró en David, diciéndose en silencio que sus ansiedades no se interpondrían en su trabajo. Y que su segunda misión no sería la última.


David comenzó la reunión como si se tratase de un equipo completamente nuevo, para que Rebecca no se sintiera muy perdida. No quería que permaneciera callada por temor a hablar fuera de tiempo. Quería aprovechar su inteligencia y su experiencia en la anterior instalación de Umbrella.


—Nuestro objetivo es entrar en los laboratorios, recoger pruebas de las investigaciones que está llevando a cabo Umbrella y de lo que ha conseguido hasta ahora, y salir de allí con los menores contratiempos posibles. Voy a ir paso por paso, a conciencia, y si cualquiera de vosotros tiene alguna idea o alguna pregunta sobre la operación, quiero escuchar lo que tenga que decir. ¿Entendido?


Todos asintieron alrededor de la mesa. David continuó hablando, más tranquilo después de haber dejado bien claro aquel asunto.


—Ya hemos discutido unas cuantas posibilidades con respecto a lo que ha podido pasar, y todos habéis leído los artículos de los distintos periódicos. Supongo que nos enfrentamos de nuevo a una especie de accidente. Umbrella se ha esforzado mucho por ocultar el problema en Raccoon City, y aunque podemos suponer que han estando secuestrando o matando pescadores que han entrado en su territorio, me parece poco probable que quieran llamar la atención.


—¿Por qué Umbrella no ha enviado un equipo para «limpiar» todo aquello? —preguntó John.


—¿Quién dice que no lo han hecho? —respondió David meneando la cabeza—. Puede que descubramos que ya se han encargado de eliminar todas las pruebas del lugar. En ese caso, nos reuniremos con la gente de Raccoon City y con nuestros propios contactos y comenzaremos de nuevo a partir de cero.


Todos los asistentes asintieron de nuevo. No se preocupó por decir algo que era bastante obvio: el virus todavía podía ser contagioso. Todos sabían que existía esa posibilidad, aunque David había planeado que Rebecca les diera una pequeña charla antes de acabar la reunión.


David bajó la mirada al mapa de nuevo y suspiró para sus adentros antes de pasar al siguiente punto.


—Lugar de entrada —dijo—. Si se tratara de un asalto directo y abierto, llegaríamos por helicóptero o simplemente saltaríamos la verja, pero si todavía queda gente viva allí dentro y hacemos saltar una alarma, todo habrá acabado siquiera antes de empezar. Puesto que no queremos arriesgarnos a que nos descubran, la mejor opción es acercarse en un bote. Podemos utilizar una de las lanchas neumáticas de la operación contra el petrolero del año pasado.


Karen levantó la mano.


—¿No tendrán una alarma colocada en el muelle?


David señaló un punto en el mapa con el dedo, justo por debajo de la línea intermitente que indicaba la valla, en la parte sur de las instalaciones.


—La verdad es que no veo que sea muy recomendable entrar por el muelle. Si entramos por aquí, un poco más arriba del muelle… —Recorrió con el dedo la costa de la ensenada—… podremos echar un vistazo a todas las instalaciones y, al mismo tiempo, esconder la lancha en una de las cuevas que se encuentran debajo del faro. Por lo que veo, existe un sendero natural que va desde la base del risco hasta el propio faro. Si el sendero ha quedado bloqueado, retrocederemos y buscaremos una ruta alternativa.


—¿No atraerá la lancha neumática la atención si alguien de fuera está vigilando? —preguntó Rebecca.


David negó con la cabeza. Los STARS de Exeter habían utilizado lanchas de aquel tipo el verano anterior para acercarse a un petrolero que había sido secuestrado por unos terroristas que amenazaban derramar al océano toda la carga si no se accedía a cumplir sus demandas. Había sido una operación nocturna.


—Es negra y tiene un motor subacuático. Si entramos inmediatamente después del anochecer, seremos casi invisibles. La otra ventaja de esta forma de acercarnos es que si las instalaciones tienen un aspecto… insalubre, podremos abortar la operación e intentarlo en otro momento.


Esperó mientras los demás pensaban en el plan propuesto, ya que no quería presionarlos. Eran buenos soldados, eran su equipo, pero esta misión era completamente voluntaria. Si cualquiera de ellos tenía dudas serias sobre todo aquello, era mejor que las dijera en aquel momento. Además, estaba dispuesto a escuchar otras sugerencias.


Su mirada se posó en el juvenil rostro de Rebecca, y advirtió que tenía la mirada y la expresión de un buen operativo de los STARS en sus vivarachos ojos castaños, y en su lento y pensativo cálculo de las posibilidades de su plan. Comenzaba a gustarle, y por algo más que por su utilidad para la misión. Tenía un carácter abierto y seguro que le atraía, sobre todo después de su aceptación de su inseguridad emocional. Parecía estar tan segura de sí misma…


David se obligó a dejar a un lado aquellos pensamientos al darse cuenta de repente de la tremenda tensión a la que había estado sometido, de lo cansado que seguía: su capacidad de concentración había disminuido de manera notable.


Concéntrate, hombre. Este no es el momento de andar divagando.


—Y ahora, los detalles concretos —siguió—. En cuanto entremos, avanzaremos en una línea escalonada a través de las instalaciones, siempre pegados a las sombras. John marchará en cabeza, con Karen a su espalda, y explorarán la zona en busca del laboratorio y para tener una idea de lo que ha ocurrido. Steve y Rebecca los seguirán, y yo cubriré la retaguardia. Cuando encontremos el laboratorio, entraremos juntos. Rebecca sabrá qué tenemos que buscar en cuanto a material y pruebas, y si todavía les funciona el sistema de computadoras, Steve podrá entrar en los archivos informáticos. Los demás los cubriremos. En cuanto tengamos la información, saldremos por el mismo sitio por el que habremos entrado.


Tomó en la mano el poema que Trent le había entregado y le dio unos golpecitos con la otra mano.


—Una de los compañeros de equipo de Rebecca ya ha tenido tratos con el tal señor Trent. Ella cree que esto puede ser importante para encontrar lo que queremos, así que quiero que todos le echéis un vistazo otra vez antes de que nos vayamos. Insisto, puede que sea importante.


—¿Podemos confiar en él? —preguntó Karen—. Quiero decir, este Trent, ¿está limpio?


David frunció el entrecejo, sin estar seguro de la respuesta.


—Sí. Parece ser que, por alguna razón que desconocemos, está de nuestro lado en este asunto —dijo lentamente por fin—. Además, Rebecca ha reconocido uno de los nombres de la lista. Es un investigador que ha trabajado con anterioridad en el campo de los virus. La información parece ser correcta.


No era una respuesta demasiado clara, pero tendría que valer.


—¿Tenemos idea de cuáles son las probabilidades de que nos infectemos con el virus? —preguntó Steve con voz baja y tranquila.


David inclinó la cabeza hacia Rebecca.


—Si pudieras darnos algunas indicaciones sobre lo que podemos llegar a ver, alguna información de lo que podemos encontrarnos…


Ella asintió, y se giró hacia el resto del equipo.


—No puedo deciros con qué nos vamos a encontrar con exactitud —comenzó a explicar Rebecca—. Cuando a nuestro equipo lo echaron de la investigación del caso, perdí la posibilidad de analizar las muestras de tejido y de saliva. Sin embargo, por los efectos que pude ver, es bastante obvio que el virus-T es un mutágeno y que altera la estructura de los cromosomas del ser que infecta. Es un agente infeccioso multiespecie, o sea, que es capaz de afectar a plantas, mamíferos, pájaros, reptiles… lo que queráis. En ciertas criaturas provoca un crecimiento desmesurado, pero en todas causa un comportamiento violento y agresivo. Por algunos informes que encontré en la mansión, estoy segura de que afecta los procesos químicos cerebrales, al menos en los seres humanos, y que induce un comportamiento parecido a una psicosis esquizofrénica mediante unos niveles extremadamente elevados de receptores D2. También anula la sensación de dolor. Las víctimas humanas con las que nos encontramos en aquel lugar apenas reaccionaron a los impactos de bala, y aunque se estaban descomponiendo, ni siquiera parecían darse cuenta…


La joven bioquímica se detuvo durante unos momentos, quizá recordando lo ocurrido en la mansión Spencer. De repente, su rostro adquirió una apariencia de mayor edad.


—La infección en la residencia Spencer parecía haberse extendido por el aire, pero no creo que el virus se haya diseñado para diseminarse de ese modo o que sea su vía preferida. Es prácticamente seguro que los científicos del lugar lo inyectaban además de utilizar la experimentación genética. Y puesto que ninguno de nosotros hemos contraído la enfermedad ni la hemos transmitido, supongo que no tenemos que preocuparnos por respirar el virus.


»Con lo que sí debemos tener mucho cuidado es con no entrar en contacto con uno de los seres infectados, y con eso quiero decir cualquier tipo de contacto. Tengo que insistir: Esta infección es terriblemente agresiva en cuanto entra en la corriente sanguínea, y una simple gota de sangre de un ser infectado puede contener cientos de millones de partículas víricas. Necesitaríamos un laboratorio completamente equipado y un virólogo experto en enfermedades contagiosas y epidemias para estar seguros de cuál es su forma de reproducción, pero de todas maneras debemos evitar a toda costa el contacto con las víctimas. Con un poco de suerte, ya habrán muerto… o, al menos, se habrán deteriorado hasta perder la capacidad de moverse. Bueno, eso por lo que respecta a los seres humanos.


Se produjo una pausa de tenso silencio mientras todos pensaban en las consecuencias de lo que Rebecca había dicho. David se dio cuenta de que estaban un poco conmocionados, lo mismo que él. Saber que un virus era infeccioso no era lo mismo que conocer sus efectos sobre una persona.


Dios mío… ¿En qué estaban pensando esas gentes? ¿Cómo podían vivir con la conciencia de que estaban infectando a cualquier ser vivo con algo así?


Aquel pensamiento lo condujo a otro: ¿cómo podría vivir él si por su culpa uno de los miembros del equipo contraía aquella enfermedad? Ya había estado al mando de misiones en las que sus subordinados habían resultado heridos, y dos veces, antes de que lo nombrasen capitán, había participado en misiones en las que habían muerto operativos de STARS, pero aquello era distinto a llevar a un equipo por propia iniciativa a una zona donde una enfermedad terrible y letal podía infectarlos si no morían bajo las garras de un monstruo inhumano…


Me marcaría para siempre. Ésta es una misión no autorizada, y la responsabilidad final es mía. ¿Realmente puedo pedirles que hagan esto?


—Bueno, suena mucho a una operación de mierda —dijo por fin John—, pero si queremos llegar allí a tiempo, será mejor que empecemos a prepararnos —le sonrió a David, con una sonrisa tímida nada habitual en él. Sin embargo, seguía siendo una sonrisa—. Ya me conoces. Me encanta una buena pelea. Además, alguien tiene que detener a esos cabrones para que dejen de esparcir esa porquería, ¿verdad?


Tanto Steve como Karen asintieron con la cabeza para indicar su acuerdo con las palabras de John, y sus rostros mostraban la misma determinación que la de su compañero de equipo. Rebecca, que sabía mejor que cualquiera de ellos con qué iban a encontrarse, ya había tomado su decisión en Raccoon City. David sintió una repentina oleada de emoción hacia todos ellos, una extraña mezcla de orgullo y miedo, junto a un sentimiento de cariño, y no supo muy bien qué hacer con toda aquella combinación.


Después de unos segundos de silencio dubitativo, asintió con rapidez y echó un vistazo a su reloj. Tardarían unas cuantas horas en llegar al lugar de partida.


—Muy bien —concluyó—. Será mejor que recojamos el equipo y lo carguemos. Podemos repasar el resto del plan en el camino.


Se levantaron para iniciar los preparativos de la marcha, y David se recordó a sí mismo que hacían aquello porque era necesario, y que todos y cada uno de ellos había tomado la decisión de participar en aquella peligrosa misión por voluntad propia. Conocían los riesgos a los que se enfrentaban, y también sabían que, si algo salía mal, aquel conocimiento los reconfortaría muy poco.


Karen estaba sentada en la parte posterior de la furgoneta, metiendo balas en los cargadores de las armas. Las palabras del misterioso mensaje se repetían una y otra vez en su cabeza mientras introducía los proyectiles de nueve milímetros,


… mensaje de Ammon recibido/serie azul/introducir respuesta para la clave/letras y números a la inversa/arco iris del tiempo/no contar/azul para acceder.


Acabó de meter balas en un cargador, extendió la mano para dejarlo junto a los demás y se limpió los dedos manchados de aceite en la pernera del pantalón de forma distraída antes de tomar otro cargador. Una agradable brisa entró en la parte trasera de la furgoneta, repleta de olor a sal y agua de mar calentada por la fuerza del sol. Habían salido de la carretera en un punto al sur de la ensenada y habían logrado encontrar un sendero que los había llevado a menos de medio kilómetro de la orilla del mar. El sol había comenzado a ponerse, provocando la aparición de largas sombras sobre el terreno polvoriento. El cercano ruido de las olas rompiendo en la orilla era tranquilizador, un ruido de trasfondo sobre el que destacaban las voces de los demás miembros del equipo mientras lo preparaban todo. Steve y David estaban poniendo a punto la lancha neumática, mientras John revisaba el motor. Rebecca estaba reuniendo los elementos que habían tomado «prestados» del almacén de equipo de los STARS para formar un pequeño botiquín de campaña.


Las letras y los números… ¿Quizás un código? ¿Está relacionado con un período de tiempo? ¿Lo de contar se refiere a la suma de las líneas, o a otra cosa?


Su mente revisaba una y otra vez el acertijo de forma incesante, dándole vueltas a las palabras lo mismo que un perro le da vueltas a un hueso para roerlo. ¿Estaban todas las líneas del mensaje relacionadas con un mismo y único concepto, o cada una de ellas representaba un aspecto diferente de un enigma mayor? ¿Era el tal Ammon el que había enviado el mensaje? ¿Y si trabajaba para Umbrella, por qué lo había hecho?


Acabó de rellenar el último cargador y extendió la mano para recoger una bolsa impermeable, concentrándose de nuevo en la tarea que estaba llevando a cabo. Sabía que su mente volvería otra vez a ocuparse del corto y extraño poema en cuanto finalizara la tarea que tenía encomendada. Así era como trabajaba su mente: no podía relajarse cuando se encontraba frente a un enigma como aquél. Siempre existía una respuesta, siempre, y encontrarla sólo era cuestión de concentrarse lo suficiente, de dar los pasos adecuados en el orden correcto.


Las pistolas semiautomáticas estaban limpias y preparadas. Las había colocado ordenadamente y en línea al lado del equipo de radio, que también había comprobado de forma exhaustiva y que se encontraba en el suelo de la furgoneta. No llevaban otra arma aparte de las Berettas reglamentarias de los STARS. David había insistido en que tenían que viajar con poco peso. Aunque Karen estuvo de acuerdo, lamentaba tener que dejar atrás los rifles de asalto, equipados con visores de puntería nocturnos. Después de oír unos cuantos detalles más sobre las criaturas parecidas a zombis durante el viaje hasta la Ensenada de Calibán, no estaba muy segura de sentirse tranquila sólo con una pistola y una linterna de luz halógena.


Reconócelo. Estás preocupada por todo este asunto, y llevas así desde que David te lo contó todo. Todos los hechos se encuentran fuera de orden alguno, y las piezas no encajan del modo que se supone que deberían hacerlo.


Resultaba irónico que las razones que la impulsaban a resolver el misterio fueran las mismas que la hacían sentirse tan intranquila: Trent, la aparente complicidad de los STARS con Umbrella, la posibilidad de un accidente de tipo bioquímico con agentes infecciosos en su estado natal. ¿Quién había sido sobornado? ¿Qué había ocurrido en la Ensenada de Calibán? ¿Qué es lo que expondrían a la luz pública? ¿Qué quería decir el poema?


No dispongo de los datos suficientes. Todavía no.


Siempre se había enorgullecido de su falta de imaginación, de su habilidad para descubrir la verdad basándose en las pruebas empíricas más que en las intuiciones sin base lógica y carentes de pruebas. Ésta era la clave del éxito en su campo de trabajo, y aunque se daba cuenta de que a veces daba la impresión de ser demasiado seca (incluso fría), aceptaba su propio modo de ser, la paz que conocía al saber todos los hechos y todo sobre esos hechos. Ya fuese al examinar la manera en que se habían esparcido las gotas de sangre sobre el tejido o al medir los ángulos de incisión de una herida, para ella representaba una enorme satisfacción no sólo resolver el porqué, sino también el cómo. Las preguntas sin respuesta sobre la Ensenada de Calibán eran una afrenta a su meticuloso proceso mental. Aquello iba contra su propia esencia como persona y alteraba su ordenado sentido de la realidad. Y sabía que no encontraría descanso alguno hasta que respondiera a todas aquellas preguntas.


Había acabado con las armas. Debía revisar todos los cinturones de combate para asegurarse de que todos sus compartimientos estaban cerrados y con su correspondiente equipo. Después le preguntaría a David qué era lo siguiente que debía hacer…


Karen dudó por un momento y sintió que una gota de sudor tibio le corría por la espalda. No se veía a nadie a través de la puerta abierta de la furgoneta, y ya había comprobado dos veces cada bolsillo y cada compartimiento de los cinturones de combate. Sintió un ligero sentimiento de culpa cuando metió rápidamente la mano en uno de los bolsillos de su chaleco y sacó su secreto, y se sintió tranquilizada por su peso mientras lo agarraba con la mano.


Demonios, si los chicos lo supieran, me lo echarían en cara para siempre.


Se lo había dado su padre, y era un recuerdo de su participación en la Segunda Guerra Mundial, y uno de los pocos objetos que tenía como recuerdo de él: una granada de mano con metralla, de las llamadas piñas por su aspecto exterior. Llevarla encima durante las misiones era una de sus pocas manías que no tenían un fin práctico, y era algo que la hacía sentir un poco tonta. Se había esforzado mucho por dar la imagen de una mujer inteligente y completamente racional, con poca inclinación a mostrar emociones sentimentales, y en la mayoría de los sentidos, ella era así. Sin embargo, la granada era su patita de conejo, su amuleto de la suerte, y jamás iba a una misión sin llevarla con ella. Además, había logrado convencerse a medias de que quizás algún día le resultaría útil…


Sí, muy bien, tú sigue convenciéndote con esos argumentos. Los STARS disponen de granadas digitalizadas, con temporizadores, incluso granadas cegadoras y aturdidoras con circuitos computarizados. La anilla de esta granada no podrías sacarla ni con unos alicates…


—Karen, ¿necesitas que te eche una mano?


Karen levantó la vista, sorprendida, y vio los juveniles rasgos del rostro de Rebecca. La muchacha estaba apoyada con las dos manos en el suelo de la entrada posterior de la furgoneta. Su mirada inquisitiva bajó rápidamente a la granada, y sus ojos se abrieron de par en par, llenos de repente por una repentina curiosidad.


—Creía que no íbamos a llevar explosivos… Oye, ¿eso no es una granada de piña? Nunca había visto una de tan cerca. ¿Está cargada?


Karen echó un rápido vistazo alrededor, temerosa de que alguno de los restantes miembros del equipo hubiera oído a Rebecca, y luego sonrió con timidez a la joven bioquímica, avergonzada de su propia vergüenza.


Por todos los… Tampoco es que me haya pillado masturbándome. No me conoce, así que, ¿qué demonios le importa a ella que sea un poco supersticiosa?


—¡Chist! Nos van a oír. Acércate un momento —le dijo, y Rebecca subió de forma obediente a la furgoneta, con una sonrisa cómplice en el rostro.


A pesar de su autocontrol, Karen se sentía absurdamente complacida de que Rebecca hubiera descubierto su pequeño secreto. Nadie lo había descubierto en los siete años que llevaba sirviendo en los STARS, y a ella le había caído bien la joven desde el principio.


—Sí, es una piña, y no, no planeamos llevar explosivos. No puedes decírselo a nadie, ¿de acuerdo? La llevo porque me trae buena suerte.


Rebecca alzó las cejas en un gesto de sorpresa.


—¿Llevas una granada cargada para que te traiga buena suerte?


Karen asintió, mirándola muy seria.


—Sí, y si Steve o John se enteran, se cachondearán de mí. Sé que suena estúpido, pero es algo así como un secreto.


—No creo que sea estúpido. Mi amiga Jill tiene una boina de la suerte —Rebecca alzó la mano y se tocó el pañuelo rojo que llevaba atado en la frente y que le sujetaba los mechones sueltos de cabello—. Yo llevo con esto puesto desde hace casi dos semanas. Lo llevaba puesto cuando entramos en la mansión Spencer.


Su joven rostro se ensombreció un poco, pero volvió a sonreír inmediatamente, y la mirada de sus ojos castaños fue directa y sincera.


—No diré una palabra sobre ello.


Karen estuvo segura desde ese momento que la chica le caía bien. Metió la granada de nuevo en su chaleco mientras asentía.


—Te lo agradezco. Entonces, ¿ya estamos listos para salir?


En la cara de Rebecca aparecieron unas pequeñas líneas de preocupación.


—Sí, ya casi estamos listos. John quiere efectuar otra comprobación con los auriculares, pero aparte de eso, todo está preparado.


Karen asintió de nuevo, deseando poder decir algo para aliviar el miedo que sentía la chica, pero no había nada que decir. Rebecca ya se había enfrentado antes con Umbrella, y cualquier discurso que le dijera sonaría vacío y sin sentido. Incluso podía sonar pretencioso y altivo. Ella misma se sentía un poco nerviosa. Sería una estúpida si no se sintiera así, pero sentir miedo era algo que no le ocurría a menudo, y no le sentaba nada bien. Al igual que en la mayoría de las misiones, su principal sentimiento era el de expectación, una especie de hambre cerebral en busca de la verdad.


—Reparte las armas. Yo me encargo del resto —dijo Karen por último. Al menos, podría mantenerla ocupada.


Rebecca la ayudó a descargar el equipo mientras el sol descendía aún más en dirección al horizonte que separaba el cielo del mar. La brisa procedente del océano se hizo más fría y las primeras estrellas brillaron con luz pálida sobre el Atlántico.


Descendieron hasta el agua mientras el crepúsculo desaparecía para dar paso a la noche, en un silencio incómodo. Enfundaron sus armas, se desperezaron y se quedaron mirando las negras aguas que subían y bajaban, repletas de secretos en su interior.


Cuando el último fulgor del día desapareció en el horizonte, ya estaban todo lo preparados que podían estar. Mientras John y David deslizaban la lancha neumática hasta la ondulante agua, Karen se puso una gorra de visera negra como las de la armada y palmoteó el pesado bulto que llevaba en el chaleco para tener suerte, diciéndose que no iba a necesitarla.


La verdad estaba esperándola. Era hora de descubrir qué estaba pasando de verdad.
Capítulo 7


Steve y David subieron a la lancha y se colocaron en la proa, y Karen y Rebecca los siguieron. John fue el último en saltar a bordo, y apretó el botón de encendido del motor en cuanto David le hizo la señal. La lancha era tan silenciosa como había prometido David. Sólo se oía un levísimo zumbido por encima del suave sonido del movimiento de las olas.


—Vámonos —indicó David en voz baja. Rebecca inspiró profundamente y dejó escapar el aire con lentitud cuando pusieron rumbo al norte y se dirigieron hacia la ensenada.


Nadie dijo ni una sola palabra mientras la orilla se deslizaba por babor. Sólo se veían unas sombras rotas y fragmentadas bajo la pálida luz de la luna a la izquierda, y un inmenso y susurrante vacío a la derecha.


Babor y estribor —le recordó su mente—. Proa y popa. Escudriñó la oscuridad en busca de una señal que indicara el comienzo del terreno privado, pero no distinguió gran cosa. Todo estaba mucho más oscuro de lo que ella se había esperado, y también hacía más frío, pero los escalofríos que sentía se debían más a que sabía que por debajo de ellos había un mundo infinito y extraño, repleto de vida de sangre fría.


Rebecca vio un leve destello de luz cuando David sacó los prismáticos de visión nocturna para descubrir si había algún movimiento en la orilla. El brillo del aparato de infrarrojos iluminó su rostro justo antes de acomodarlo en sus ojos, y aquello provocó que sus rasgos tomaran una extraña expresión de inmovilidad.


Ahora que por fin estaban en marcha, que realmente habían comenzado la operación, Rebecca se sentía mucho mejor de lo que se había sentido a lo largo de todo el día. No es que estuviera relajada, todavía sentía miedo, aquel temor a lo desconocido y a lo que pudieran encontrar, pero los sentimientos de indefensión, la ansiedad que embotaba su mente desde los incidentes en Raccoon City, todo aquello había desaparecido y había dado paso a la esperanza.


Al menos, estamos haciendo algo positivo. Estamos tomando la ofensiva en lugar de esperar a que vengan a buscarnos.


—Ya veo la valla —anunció David en voz baja. Su rostro era una mancha pálida en la tensa oscuridad.


Lo siguiente es el muelle. Quizá veamos los edificios cuando el terreno ascienda en dirección al faro y las cuevas…


El agua chapoteaba al estrellarse contra los costados de la lancha. El ruido de las olas aumentaba cada vez que la pequeña embarcación era golpeada de lado y se estremecía bajo su impacto. Rebecca también se estremeció y sintió que se le aceleraba el corazón. Aunque le gustaba mirar al mar, no le entusiasmaba meterse en él. De pequeña había visto Tiburón, y una vez había sido más que suficiente.


Mantuvo su atención fija en la orilla, intentando calcular la distancia que había hasta ella y, más que ver, sintió cómo el terreno se abría mientras la lancha se deslizaba por encima de las olas.


Las enormes siluetas de los árboles dieron paso a un claro, a unos veinte metros de ellos. Percibió el agua batiendo suavemente contra la rocosa orilla, y en aquel momento sintió que se abrían espacios a ambos lados de ellos. Habían llegado a las instalaciones de Umbrella.


—Allí está el muelle —dijo David—. John vira a estribor, a las dos en punto.


Rebecca distinguió a duras penas la sombra de una silueta fabricada por el hombre, una línea oscura que sobresalía del agua. Oyó un leve chirrido de metal rozando madera: el pequeño muelle tensándose sobre las pilastras que lo sostenían. No vio ningún bote.


Rebecca se esforzó por ver algo más allá mientras dejaban atrás el muelle. A duras penas distinguió una estructura rectangular al otro lado de la madera flotante, lo que parecía ser un almacén para botes y un embarcadero más grande para las instalaciones. No vio ninguno de los otros edificios que aparecían en el mapa que les había entregado Trent. Había otros cinco aparte del faro, extendidos a lo largo de la ensenada, dispuestos en dos líneas paralelas a la costa, con tres en la línea delantera y dos en la otra. El sexto edificio estaba justo detrás del faro, y todos esperaban que aquél fuese el laboratorio, ya que podrían conseguir lo que habían ido a buscar sin tener que recorrer todas las instalaciones…


—El edificio del almacén de botes es de madera, los demás son de cemento. No creo que… Un momento —el susurro de David adquirió un tono tenso—. Veo a alguien… Dos, tres personas. Han desaparecido justo detrás de uno de los edificios.


Rebecca sintió una extraña sensación de alivio recorrerle el cuerpo. El alivio estaba entremezclado con la decepción y con un repentino sentimiento de confusión. Si todavía quedaba gente con vida, quizá no se había producido un escape del virus-T. Sin embargo, aquello también significaba que los edificios estarían ocupados y que el lugar estaría vigilado por patrullas, lo que haría imposible una misión relámpago sin que los descubrieran.


Entonces, ¿por qué está todo tan oscuro? ¿Por qué da una sensación de vacío y de muerte este lugar?


—¿Abortamos la misión? —preguntó Karen en un susurro, pero antes de que David pudiera responder, Steve dio un respingo, con una inspiración de aire que heló la sangre a Rebecca. Sus pensamientos enloquecieron en un espasmo de miedo primigenio.


—¡A las tres en punto! ¡Jesús, es enorme…!


¡Bam!


Algo impactó contra la lancha y la lanzó por los aires en mitad de una explosión de goteante negrura. La embarcación dio la vuelta en el aire y Rebecca vio el cielo y olió un hedor frío y corrupto… y finalmente cayó al agua, sumergiéndose en la oscuridad del océano.


El mar lo envolvió, y el agua salada le escoció los ojos y las ventanas de la nariz mientras manoteaba de forma desesperada, confundido y sin aire.


Dónde está…


David había llegado a verlo: una inmensa y manchada superficie de carne que surgía del agua justo antes del terrible impacto. Aquella superficie lo había arrastrado hacia el fondo, y ahora estaba pataleando para alejarse de las tenebrosas profundidades, completamente aterrorizado. Su cabeza salió finalmente al exterior, a una tranquilidad ominosa.


¿Dónde está el equipo…?


David giró la cabeza mientras boqueaba en busca de aire, y en ese instante oyó una tos ahogada a su derecha.


—Ve a la orilla —logró decir entre jadeos mientras seguía girando la cabeza, en un intento por descubrir dónde se encontraban y dónde estaba la criatura, al mismo tiempo que se maldecía por ser tan estúpido.


Pescadores desaparecidos, aguas malditas. Idiota, idiota…


La lancha neumática estaba a unos diez metros detrás de él, zozobrada por completo, y las ahora agitadas olas chocaban contra sus costados. La fuerza del ataque los había hecho volar por los aires, pero los había acercado a tierra. Vio dos siluetas redondeadas que parecían flotar en el agua: rostros que se encontraban entre él y la orilla. Oyó otro chapoteo cuando una tercera cabeza apareció en la superficie del agua. No veía por ningún lado al ser antinatural que había atacado la lancha, pero esperaba sentir sus dientes clavándosele en cualquier momento, el frío tacto de unos colmillos como cuchillos desgarrándole la carne.


—¡Id hacia la orilla! —logró gritar. Sentía los latidos de su corazón como truenos en sus oídos, y sus piernas tremendamente vulnerables. Seguir pataleando era llamar la atención de forma tan obvia…


No puedo seguir. Tres, ¿dónde está el cuarto?


—¡David!


El aterrorizado grito lo había lanzado John, que se encontraba al otro lado de la lancha.


—¡Aquí! ¡John, por aquí! ¡Ven hacia aquí! ¡Sigue mi voz!


John comenzó a nadar hacia David mientras éste se impulsaba de espaldas hacia la orilla sin dejar de gritar en ningún momento. Vio aparecer la cabeza de John, y luego distinguió sus brazos nadando a toda velocidad sobre la negra superficie del mar.


—Sígueme. Estoy aquí. Tenemos que llegar…


Una gigantesca y pálida silueta surgió suavemente por detrás de John. Era redonda, tenía una anchura de al menos tres metros y goteaba. Era imposible que existiera una criatura así. El tiempo pareció frenar su marcha normal, y todo comenzó a ocurrir como en cámara lenta. David distinguió unos gruesos tentáculos a cada lado de la sombra que crecía a cada momento, y un enorme tajo en aquella silueta de color de cadáver…


No, no son tentáculos. Son antenas…


Entonces se dio cuenta de que lo que veía era el vientre de un animal monstruoso, un animal que era imposible que existiera: un barbo del tamaño de una casa. La negra línea de su boca se abrió con un siseo y dejó al descubierto hilera tras hilera de unos dientes grandes como puños y afilados como estacas.


En cuanto la bestia se sumergiera, John sería devorado por aquellas inmensas mandíbulas, o sería aplastado o, incluso, arrastrado al fondo para servir más tarde de alimento a la criatura…


Sólo tardó un segundo en darse cuenta de ello, y comenzó a gritar mientras terminaba de percatarse de la situación.


—¡Sumérgete! ¡Sumérgete!


El tiempo se aceleró de nuevo, y la bestia comenzó a caer hacia adelante, y su largo y sinuoso cuerpo dejó pequeño el tamaño de la lancha neumática. Su sombra cubrió por completo al desesperado nadador. David distinguió unos enormes ojos bulbosos del tamaño las pelotas de playa…


Y todo el conjunto se desplomó en el agua, lanzando surtidores al aire y ocultando las estrellas bajo unos grandes chorros de espuma. Antes ni siquiera de que David pudiera tomar aire, una enorme ola llegó hasta él y lo arrojó hacia las burbujeantes y negras profundidades de nuevo.


Notó otra vez la sensación de indefensión cuando fue arrastrado. Luchó contra la fuerza que lo tiraba de las extremidades, luchó por subir de nuevo y llenar sus pulmones de aire. Volvió a patalear frenéticamente y atravesó el velo líquido que lo separaba de la supervivencia, sintiendo el frescor del aire en su piel… y unas manos cálidas que tiraban de sus hombros. Inhaló de forma convulsiva mientas las rocas arañaban sus botas al ser arrastrado. Oyó la voz ronca de Karen al lado de su oreja…


—Lo tengo.


David dejó que lo arrastraran de espaldas al tiempo que intentaba apoyar los pies. Se dio la vuelta cuando finalmente recuperó el equilibrio. Unas siluetas húmedas le tendían la mano. Eran Steve y Rebecca…


Oh, Dios mío. John…


—Estoy bien —dijo David entre jadeos y avanzando a tropezones. Sus rodillas chocaban con las piedras que sus ojos aturdidos y velados se negaban a ver—. John… ¿Alguien ve donde está?


Nadie respondió. Parpadeó para despejarse los ojos de la sal del mar y giró la cabeza para enfrentarse a la oscuridad que lo rodeaba mientras las olas seguían batiendo la orilla rocosa a sus pies.


—John —gritó en la voz más alta que se atrevió, mientras intentaba discernir algo en la oscuridad, aunque no logró ver nada.


Sentía su corazón tan frío como su cuerpo, y en el pecho un peso similar al empapado chaleco antibalas de Kevlar que llevaba puesto.


Sin chaleco salvavidas… ya lo habríamos visto…


—¡John! —gritó de nuevo su nombre, pero sus esperanzas disminuían por momentos.


Una voz que tosía atragantada le respondió procedente de unas rocas situadas a la izquierda.


—¿Qué?


David relajó los hombros, aliviado, y respiró profundamente cuando la goteante silueta de John surgió de las sombras. Steve se apresuró a acercarse y agarró el brazo del hombretón para ayudarlo a apoyarse en las rocas.


—Me sumergí —dijo con voz rasposa y cansada. David se dio la vuelta y miró más allá de la estrecha playa de guijarros y rocas para observar con detenimiento las instalaciones. Estaban al fondo de una ladera pronunciada, pero a plena vista. La impresión causada por el monstruoso pez (si se lo podía llamar pez) quedó de repente relegada a un segundo plano al darse cuenta de aquello. Ya habían salido del agua y no estaban a cubierto.


¿Nos habrán oído? ¿Nos habrán visto? No vamos a poder llegar a las cuevas, y no podemos quedarnos aquí…


—El almacén de botes —dijo con un susurro y girándose hacia el sur—. Deprisa…


El equipo pasó trastabillando a su lado, con Karen a la cabeza y los demás siguiéndola de cerca. Nadie parecía estar herido de gravedad, lo que era un pequeño milagro. David trotó detrás de Steve, considerando la situación mientras sus piernas doloridas lo llevaban a través de las rocas.


Tenemos que ponemos a cubierto, atrancar la puerta, reagruparnos, llegar a la valla…


El terreno ascendía de forma abrupta delante de ellos, y el muelle apareció ante sus ojos. Mientras terminaban de trepar por las rocas, David percibió un apagado tintineo metálico: era Rebecca, que sostenía contra su pecho la goteante bolsa en la que llevaban la munición. Sintió un nuevo rayo de esperanza. Si lograban llegar al interior de alguna de las instalaciones, a algún lugar seguro…


El edificio se encontraba delante de ellos, un poco a la derecha. No se veía ninguna luz en su interior, ni tampoco se oía ningún ruido. Una única puerta cerrada daba al embarcadero de madera. No tenían modo alguno de estar seguros de que no hubiera nadie en su interior, y aunque se encontraba a poco menos de diez metros, era un terreno completamente despejado. No había ni un miserable guijarro donde esconder aunque fuera la punta de la bota.


No tenemos elección.


—Avanzad agachados —susurró David a su equipo.


Instantes después, todos echaban a correr agazapados hacia el edificio. Karen fue la primera en llegar a la puerta y la abrió. No salió luz de su interior, y tampoco sonó ninguna alarma. Rebecca y Steve entraron después de ella, seguidos por John y, finalmente por David, que cerró la puerta con un hombro frío y húmedo.


—No os mováis de donde estáis —les dijo en voz baja mientras manoteaba en busca de su linterna halógena.


Aparte de los jadeos de los miembros de su equipo, en la estancia reinaba el silencio absoluto… aunque en el ambiente flotaba un hedor tremendo, el pestilente olor a algo muerto ya hacía tiempo…


El estrecho haz de luz de la linterna atravesó la oscuridad y les mostró que se encontraban en el interior de una gran estancia casi vacía y sin apenas ventanas. Unos chalecos salvavidas y unas cuantas cuerdas colgaban de unos percheros de madera, y a lo largo de una de las paredes se extendía una mesa de trabajo. Unas cuantas estanterías, unos cuantos caballetes…


Oh, Dios mío…


La luz se detuvo sobre la otra puerta del edificio, situada justo enfrente de la que habían utilizado para entrar. El haz recorrió a lo largo la fuente del hedor que inundaba la estancia, reflejándose ligeramente en el hueso al desnudo y en una bata de laboratorio desgarrada y manchada de algo aceitoso. Unos jirones secos de músculos colgaban de un rostro sonriente.


Alguien había clavado un cadáver a la puerta, y una de las manos estaba alzada a modo de gesto de bienvenida. Por su aspecto, llevaba allí colgado desde hacía ya varias semanas.


Steve sintió que el estómago se le subía a la garganta. Tragó saliva para calmar aquella sensación y miró a otro lado, pero la grotesca imagen ya estaba fijada en su mente: la cara sin ojos y con tiras de piel colgando, los dedos cuidadosamente puestos en su lugar para dar la impresión de saludo…


Jesús, ¿se supone que esto es una especie de broma?


Steve se sintió mareado, sin respiración desde su baño de pesadilla y su alocada carrera a través de las rocas, sin contar con la visión de aquel monstruo de Umbrella. El hedor seco y putrefacto de cadáver no era la mejor ayuda para recuperarse precisamente.


Nadie dijo una palabra durante unos cuantos segundos. Por fin, David tapó la luz con una mano y habló con una voz sorprendentemente tranquila y serena.


—Comprobad vuestros cinturones y reponed los cargadores. Quiero un informe del estado de todos y cada uno de vosotros, primero de heridas y luego del equipo. Quiero que todos respiréis profundamente. ¿John?


La profunda voz de John resonó por toda la habitación, procedente de algún punto a la izquierda de Steve, acompañada por unos ruidos húmedos de ropa mojada. Karen y Rebecca estaban a su derecha, y David permanecía cerca de la puerta.


—Estoy cubierto por moco de pez, pero aparte de eso, estoy bien. Tengo mi arma, pero me ha desaparecido la linterna. También las radios…


—¿Rebecca?


Su voz sonó titubeante pero rápida.


—Estoy bien, y… eeech… Mi arma está aquí, la linterna también, el botiquín… Ah, y también la munición.


Steve comprobó el estado de su equipo mientras ella hablaba. Desenfundó su Beretta, sacó el cargador mojado y lo metió en uno de los bolsillos. Había un hueco en su cinturón en el lugar donde debería estar su linterna.


—¿Steve?


—Bien, tampoco estoy herido. Tengo mi arma, pero me he quedado sin linterna.


—¿Karen?


—Lo mismo.


David separó un poco los dedos del foco de la linterna y dejó que iluminara ligeramente la estancia.


—Bueno, nadie ha resultado herido y todos estamos armados todavía. La situación podría ser mucho peor. Rebecca, pasa los cargadores, por favor. La valla no puede estar a más de cincuenta metros al sur de este punto, y disponemos de suficiente árboles como para permanecer a cubierto en el camino, suponiendo que nadie nos haya visto todavía. Esta operación queda abortada. Nos vamos de aquí.


Steve tomó los tres cargadores que le entregó Rebecca y asintió para darle las gracias. Metió de una palmada uno de los cargadores e introdujo un proyectil en la recámara del arma inmediatamente.


Bien, estupendo, salgamos de aquí. Esa criatura casi nos come de un bocado, y ahora el Doctor Muerte nos saluda con familiaridad, como si lo hubieran colocado ahí para darnos la bienvenida…


Steve no se asustaba con facilidad, pero sabía reconocer una mala situación en cuanto la veía. Admiraba profundamente a los STARS y quería participar en la operación para hacer justicia, pero con su bote destrozado y con el plan inicial hecho mierda, acabar con Umbrella tendría que esperar.


David se acercó al cadáver descompuesto, y en su rostro apareció una muestra de asco visible bajo la luz de la linterna.


—Karen, Rebecca, acercaos a echar un vistazo. John, toma la linterna de Rebecca. Tú y Steve registrad el lugar para ver si encontráis algo que pueda sernos útil.


Rebecca le entregó su linterna a John, quien hizo un gesto de asentimiento a Steve. Los dos hombres se alejaron hacia el final de la mesa de trabajo. Las voces susurradas de los demás llegaron hasta sus oídos en la quietud de la estancia.


—El virus-T no es el responsable de esto —dijo Rebecca—. El proceso de descomposición no es el habitual…


Se produjo un momento de silencio, interrumpido por Karen.


—¿Veis eso? David, déjame la linterna un momento.


John tapó a medias el rayo de luz de la linterna con una mano e iluminó la plancha de madera de la mesa de trabajo. Una taza de café rota. Una pila de tuercas y tornillos amontonados encima de una carta de mareas. Un destornillador eléctrico, oxidado y mellado. Un par de pequeñas piezas metálicas encima de un trapo manchado.


Nada, aquí no hay nada. Deberíamos irnos antes de que alguien nos descubra…


John abrió un cajón y revolvió en su interior mientras Steve intentaba averiguar lo que había en una de las estanterías superiores. A sus espaldas, Karen comenzó a hablar de nuevo.


—No estaba muerto cuando lo clavaron en la puerta, aunque yo diría que le faltaba poco para ello. Desde luego, estaba inconsciente. No hay desgarros, lo que sugiere que no forcejeó… y mirad esto. Son marcas de arrastre, aquí y aquí. Yo diría que lo mataron en la puerta trasera y lo arrastraron hasta aquí.


John ya había acabado de registrar el cajón y ambos continuaron avanzando. Sus botas hicieron chirriar la madera del suelo. Un par de llaves inglesas. Una radio barata. Una bola de papel al lado de un trozo de lápiz.


Algo se agitó en la mente de Steve. Se detuvo y miró de nuevo la bola de papel. El lápiz…


Recogió la bola de papel y la extendió. Le dio la vuelta y pudo ver varias líneas cerca del extremo inferior, escritas por una mano temblorosa.


—Eh, hemos descubierto algo —dijo John en voz baja iluminando mejor el papel mientras los demás se apresuraban a acercarse.


Steve lo leyó en voz alta, entrecerrando los ojos para leer mejor la letra temblorosa bajo la incierta luz de la linterna. En el arrugado papel, no había ningún signo de puntuación, así que se esforzó todo lo que pudo para identificar las pausas mientras leía.


… 20 de julio. La comida tenía droga. Estoy enfermo… Escondí el material para vosotros, enviad los datos. Ha hundido los botes y ha dejado que las…


Steve frunció el entrecejo, incapaz de leer bien la palabra.


¿Tries…? ¿Triescuadras?


Ha hundido los botes y ha dejado que las Triescuadras salgan. Ya es de noche, pronto vendrán. Creo que ha matado a todos los demás. Detenedle. Dios sabe lo que él piensa hacer. Destruid el laboratorio… Encontrad a Krista, decidle que lo siento, que Lyle lo siente. Ojalá…


Ya no había nada más.


—El mensaje de Ammon —dijo Karen en voz baja—. Lyle Ammon.


No hacía falta ser un genio de primera para hacerse una idea de quién era el que estaba colgado de unos clavos en aquella puerta. El purulento y desmadejado Doctor Muerte ya tenía una identidad, aunque aquello no sirviera de mucho. Y el mensaje que Trent le había dado a David era tan incoherente debido a que el pobre individuo estaba drogado cuando lo escribió.


—Es bonito ponerle un rostro al nombre, ¿verdad?


El intento de chiste por parte de John no provocó una sonrisa, ni siquiera en su rostro. La breve nota desprendía desesperación además de ser ominosa, aun sin tener en cuenta el brutal asesinato que respaldaba su contenido.


¿Qué es una Triescuadra?¿Quién es «él»?


—Quizás deberíamos seguir echando un vistazo… —comenzó a decir Rebecca en un tono de voz titubeante, pero David negó con la cabeza.


—Creo que es mejor que lo dejemos por ahora. Lo que haremos será…


Dejó de hablar cuando unos pasos pesados sonaron al otro lado del edificio de madera, justo en el exterior de la puerta por la que habían entrado.


Todo el mundo se quedó inmóvil al instante y se mantuvo a la escucha. Eran más de uno, y quienes quieran que fuesen, no se esforzaban en absoluto por acercarse en silencio. Se detuvieron delante de la puerta… y allí se quedaron, sin intentar abrirla con el pomo o de una patada, sin hacer ningún otro ruido. Simplemente a la espera.


David trazó una circunferencia en el aire con un dedo, y luego señaló primero a Karen y luego la puerta donde estaba colgado el reseco cuerpo del doctor Lyle Ammon. Era la señal para ponerse en marcha, con Karen a la cabeza.


Se dirigieron hacia el sonriente cadáver. Steve fruncía el rostro con cada crujido que provocaban en la madera mientras respiraba por la boca para evitar inhalar el hedor causado por el muerto…


Y cuando Karen abrió la puerta, el silencio fue roto por el tableteo de las armas automáticas que disparaban desde algún punto situado delante y a la izquierda de ellos… de la dirección hacia donde querían escapar.
Capítulo 8


Karen dio un salto atrás en cuanto las balas comenzaron a estrellarse contra la madera y a atravesarla. Los trozos de carne podrida del cadáver de Ammon comenzaron a saltar hacia todos lados. El cuerpo bailó y se agitó en un movimiento provocado por un ritmo macabro.


David agarró la bata del cadáver y tiró de ella, pero la puerta se mantuvo abierta debido a la potencia de los disparos… y los atacantes se estaban acercando, porque los impactos de los proyectiles explosivos sonaban con mayor fuerza, y los trozos de carne y piel que saltaban cada vez tenían mayor tamaño. Estaban atrapados, y las dos salidas estaban bloqueadas.


Rebecca apretó su Beretta con mano temblorosa mientras esperaba una señal de David. Éste señaló hacia el oeste, hacia el grupo de edificios, y gritó para que lo escucharan por encima del tableteo de las armas automáticas.


—¡Rebecca, por la otra puerta! ¡John, Karen, asegurad el edificio más próximo! ¡Steve, tú y yo los cubrimos! ¡Vamos!


Steve y David se asomaron al mismo tiempo y comenzaron a disparar. Los rugientes estampidos de sus armas contrastaban con los proyectiles más ligeros pero igualmente letales de sus atacantes.


John y Karen salieron a la carrera y desaparecieron inmediatamente en la oscuridad. Rebecca se giró en redondo y apuntó su arma hacia la puerta trasera, sintiendo el corazón a punto de salirle por la boca. Las paredes temblaban y se estremecían por los impactos.


—¡Morid! ¡Jesús! ¿Por qué no se mueren? —gritó Steve a sus espaldas, con un tono de voz que reflejaba incredulidad y terror.


A Rebecca se le heló la sangre.


¿Zombis?


Rebecca gritó lo más alto que pudo sin dejar de mirar el rectángulo de oscuridad que se abría en la madera delante de ella, y su voz resonó por encima del chasquido de las balas.


—¡En la cabeza! ¡Disparad a la cabeza!


No tenía forma de saber si la habían oído. Los rifles de asalto continuaron con su tableteo, acercándose más y más. Sus pensamientos se aceleraron al comprender lo que estaba ocurriendo, y a su mente acudieron los recuerdos de las víctimas del virus-T. Se habían convertido en algo distinto a un ser humano, en algo sin mente, lento…


Y había ocurrido de forma accidental, no a propósito. No a propósito…


—¡Rebecca, vámonos!


Todavía se oía el ruido de un rifle automático, pero el almacén de botes ya no temblaba por el impacto de los disparos. Miró hacia atrás y vio a Steve que todavía disparaba contra algo y a David que le hacía gestos para que comenzara a moverse.


Se dirigió hacia la puerta abierta y echó asqueada un último vistazo de reojo al cadáver acribillado a balazos que todavía colgaba de la puerta. La cabeza se había hundido sobre sí misma como una calabaza podrida, con los dientes destrozados y unos pegajosos restos de tejido que colgaban de la parte trasera de su cráneo. La mano que saludaba ya no estaba conectada al podrido brazo: el radio y el cubito habían sido literalmente destrozados. La extremidad colgaba como una pieza decorativa asquerosa, como si les estuviera haciendo señas…


Steve disparó una vez más y, finalmente, el tableteo del arma automática cesó. Levantó su arma, con los ojos abiertos de par en par por la enorme sorpresa mientras abría la boca para decir algo…


Y en ese preciso instante, la puerta trasera se abrió de golpe. Las balas atravesaron la oscuridad, que se llenó de líneas de color naranja. David la empujó con fuerza para que Rebecca saliera por la puerta delantera. Mientras corría, oyó los estampidos de respuesta de los proyectiles de nueve milímetros a su espalda.


Hay que llegar al edificio, hay que ponerse a cubierto…


Atravesó la oscuridad exterior a la carrera, y sus botas húmedas resonaron sobre la polvorienta superficie rocosa. Su mirada logró discernir la silueta de un enorme bloque de cemento y los árboles que lo rodeaban en las sombras que tenía por delante.


—¡Aquí! —gritó una voz.


Torció hacia el lugar de donde había procedido el grito y vio la musculosa figura de John recortada bajo la pálida luz de la luna en una de las esquinas del edificio. Vio la puerta abierta cuando se acercó hasta él, y a Karen apuntando con su arma hacia el almacén de botes. Las balas todavía resonaban en la oscuridad.


—¡Entra! —le gritó Karen quitándose de su camino.


Rebecca pasó corriendo a su lado, sin detenerse hasta que estuvo bien adentro y se golpeó dolorosamente una cadera contra el borde de una mesa, que no vio en la oscuridad.


Se dio la vuelta y vio que era Karen la que estaba disparando mientras John gritaba…


—¡Vamos! ¡Vamos!


A continuación apareció Steve lanzado a la carrera y jadeando. Se detuvo justo antes de chocar contra ella, sosteniendo una mano contra el pecho.


Rebecca se acercó a la puerta y se abrazó a la frialdad del material mientras su mente absorbía el hecho de que era acero, al mismo tiempo que David aparecía velozmente gritando.


—¡Karen, John!


Ella continuó encarada hacia la oscuridad, con el arma todavía en alto. Resonaron otros tres disparos procedentes de su Beretta antes de que por fin John entrara corriendo, con la mandíbula apretada y las ventanas de su nariz dilatadas por completo.


Rebecca cerró la puerta de golpe, y sus dedos encontraron un cerrojo de pasador. Apenas percibió el suave chasquido de la cerradura al encajar porque los oídos le zumbaban. Las balas habían dejado de silbar en el exterior. Los atacantes no intercambiaron gritos, no se oyó el ulular de ninguna alarma, ni el ladrido de perros, ni siquiera los gemidos de los heridos. El repentino silencio fue absoluto, roto sólo por los jadeos de los miembros del equipo en la tibia y esta vez acogedora oscuridad.


Un rayo de luz halógena apareció de repente e iluminó uno por uno los pasmados rostros de todos los presentes cuando David lo fue pasando a su alrededor para investigar el lugar en el que se habían visto obligados a refugiarse. Era una habitación de mediano tamaño, repleta de mesas y equipos de ordenadores. No se veía ninguna ventana.


—¿Habéis visto eso? —dijo Steve entre jadeos, sin preguntárselo a nadie en particular—. Dios, no paran. ¿Los visteis?


Nadie le respondió, y aunque ya se encontraban fuera de cualquier peligro inmediato, Rebecca sintió que los niveles de adrenalina seguían por las nubes en su sangre, y que no daban muestras de bajar, lo mismo que las pulsaciones de su corazón. Al parecer, Umbrella había encontrado una nueva utilidad para el virus-T.


Nos guste o no —pensó Rebecca—, vamos a tener que enfrentarnos a las consecuencias.


Estaban atrapados en la Ensenada de Calibán. Y en aquellas instalaciones, las criaturas tenían armas automáticas.


David inspiró profundamente por última vez y exhaló con lentitud mientras apuntaba el rayo de luz de la linterna hacia la puerta.


—Yo diría que nos han descubierto —dijo, con la esperanza de que lo que decía no sonara tan desesperado como él se sentía—. Ya que estamos, podríamos ver con más detalle dónde nos hemos metido. Rebecca, ¿puedes encender las luces, por favor?


Tras pulsar el botón de la pared, la estancia quedó iluminada con unas pulsantes luces de neón de techo. David parpadeó por el repentino brillo y, al echar un vistazo rápido a los miembros de su equipo, advirtió que Steve tenía una mano apretada contra el pecho.


—¿Te han dado?


—El chaleco ha detenido la bala —dijo, pero parecía más falto de aire que los demás, y su rostro estaba más pálido de lo que debería estar.


Rebecca miró a David y lo interrogó con la mirada. El asintió.


No parece que tengamos ningún otro sitio al que ir…


—Comprueba cómo se encuentra. ¿Alguien más?


Nadie respondió, y Rebecca se acercó hasta Steve mientras le hacía gestos para que se quitara el chaleco. David se dio la vuelta y estudió la estancia en la que se encontraban, intentando contrastarla con lo que había visto en el mapa de Trent y con lo poco que había visto desde el exterior. Había media docena de mesas de metal barato, cada una con un ordenador y un montón de papeles encima. Las paredes de cemento eran lisas y sin ningún tipo de decoración. Había otra puerta en el lado oeste del edificio, que llevaba al interior de éste.


—Karen, vigila allí —indicó David. Ya registrarían el resto del edificio cuando hubieran decidido qué iban a hacer.


Cuando tú hayas decidido qué hacer, capitán. Quizás te apetezca que naden un poco. No puede ser peor que lo que has decidido hasta ahora.


David no hizo caso de aquella voz interior, aunque se daba perfecta cuenta de lo mucho que había subestimado la situación. No era necesario que el resto del equipo lo viera sumido en un mar de dudas. Aquello no los ayudaría en nada. La cuestión era, ¿qué hacían a continuación?


—Veamos —dijo en voz alta—. Después de todo, no parece que nos enfrentemos a un accidente. ¿Qué era lo que decía la nota? «La comida tenía droga», y algo sobre un tal «él» que había matado a los demás… ¿Es posible que no se haya producido un escape del virus-T?


Rebecca levantó la vista de su exploración del pecho de Steve. El experto en ordenadores estaba sentado en una de las mesas enfrente de ella. Steve arrugó la frente por el dolor cuando los dedos de Rebecca palparon el morado que se estaba formando en su pectoral derecho. Ella sonrió con expresión culpable, pero negó con la cabeza.


—Estás bien. No tienes nada roto.


Se giró hacia David, y la sonrisa desapareció de su rostro.


—Sí. Si se hubiera producido un escape, el tipo de la puerta, el tal Ammon, habría resultado afectado. Pero lo de las Triescuadras… Si son el resultado de un experimento con el virus-T, tendrían que haberse caído a trozos completamente podridos a estas alturas. Hace más de tres semanas que escribió esa nota, así que esa gente debería ser un montón de carne podrida. O es un virus diferente, o alguien se ha ocupado de que se conserven en buen estado. Un mantenimiento de las enzimas, o quizás algún tipo de refrigeración…


David asintió con lentitud mientras se percataba de las conclusiones de la línea de razonamiento de Rebecca.


—Y si ese «alguien» se ha vuelto loco y ha matado a todos los demás científicos, ¿por qué preocuparnos?


—Ese cadáver, saludándonos con la mano —intervino Karen con tono pensativo—. Y la criatura, o las criaturas, en la ensenada. Es como si estuviese esperando que llegase gente…


—… pero no quisiera que esa gente llegara demasiado lejos. —Steve terminó la frase por ella.


Aquello le recordó a David la frase de la nota en la que pedía que lo detuvieran.


Dios sabe lo que él piensa hacer.


Steve se puso de nuevo la camisa y se estremeció al sentir de nuevo la fría humedad de la prenda.


—Entonces, ¿qué hacemos ahora?


David no le respondió. No estaba seguro de qué decir. Se sentía tan cansado, tan exhausto, tan inseguro…


—Yo… Nuestras opciones son marcharnos o meternos más a fondo —dijo en voz baja—. Teniendo en cuenta todo lo que ha ocurrido hasta el momento, no me agrada la idea de tener que tomar esa decisión. ¿Qué queréis hacer vosotros?


David miró una cara tras otra, esperando ver furia o desprecio: el jefe había fallado, los había llevado hasta una situación peligrosa sin tener un plan de emergencia. Y todo porque no podía soportar la idea de ver manchado el honor de los STARS y, para colmo, ahora que estaban atrapados, no sabía qué hacer.


Las expresiones que tenían, como grupo, eran pensativas y concentradas. Se quedó sorprendido al ver a Karen incluso sonreír, y cuando ella habló, su tono era de impaciencia.


—Ya que lo preguntas, quiero resolver este enigma. Quiero saber qué es lo que ha ocurrido aquí.


—Sí, yo también —dijo Rebecca, tras asentir varias veces mientras Karen hablaba—. Además, todavía quiero echarle un vistazo al virus-T.


—Yo quiero encargarme de unos cuantos más de esos Triescorias —dijo John también sonriendo—. Tío, zombis con rifles de asalto M-16… Ja, la noche de la escuadra de los muertos vivientes.1


Steve suspiró mientras se apartaba unos mechones de cabello húmedo de la frente.


—La verdad es que, ya puestos, podríamos seguir mirando —dijo, por fin—. Volver por el mismo camino no es que sea precisamente muy seguro. No es el modo en que me gustaría hacerlo, pero poner de mierda hasta el cuello a Umbrella sí era parte del plan original, de modo que sí, quiero acabar con esos cabrones.


David sonrió, y se sintió justamente avergonzado de sí mismo. No sólo había subestimado la situación: también había subestimado a su equipo.


—¿Qué es lo que tú quieres? —preguntó Rebecca de repente—. De verdad.


La pregunta lo pilló por sorpresa, no sólo porque era ella quien se la había hecho, sino porque, de repente, no tenía respuesta. Pensó en los STARS, en su obsesión con su carrera y en lo que aquello les había costado hasta entonces. Su único deseo a lo largo de los últimos días había sido sentir que el trabajo de su vida había valido la pena… y se había convencido de que poner al descubierto la traición dentro de la organización sería un descanso para su alma, como si desenmascarar la corrupción demostrara en cierto modo que su vida había tenido sentido.


He adorado el altar de la organización durante tanto tiempo… pero ésa no es la razón. ¿Cuál es el verdadero motivo? ¿Podría decirlo, aquí, en esta habitación, ante estas caras?


Miró detenidamente sus rostros inquisitivos y sintió la tensión de su espera mientras lo observaban.


—Quiero que todos nosotros sobrevivamos —dijo por fin, con acento sincero—. Quiero que todos nosotros logremos salir de aquí.


—Amén a eso —dijo John con un murmullo. David recordó lo que había dicho a los del equipo de Raccoon City, sobre hacer cada uno lo que mejor sabía para lograr vencer a Umbrella. Lo había dicho para que Chris diera su aprobación a su plan, pero era una verdad que podía aplicarse a todos ellos.


Ponte manos a la obra, capitán…


—John, tú y Karen echad un vistazo por el edificio y comprobad las puertas. Regresad en menos de diez minutos. Steve, enciende uno de los ordenadores e intenta sacar un plano detallado de los alrededores. Rebecca, tú y yo registraremos las mesas. Buscamos mapas, datos sobre las Triescuadras y sobre el virus-T… Cualquier dato personal sobre los investigadores del lugar que pueda indicarnos quién está detrás de todo esto.


David les indicó con un gesto de asentimiento que se pusieran en marcha, sintiéndose más despejado y equilibrado emocionalmente que nunca.


—Vamos allá —dijo. Al infierno con los STARS. Ellos solos iban a encargarse de derribar a Umbrella.


Probablemente, el doctor Griffith no se habría enterado de la incursión si no hubiese sido por los Ma7. Al parecer, iban a ser útiles después de todo, aunque no del modo para el que habían sido diseñados.


Había pasado la mayor parte del día en el laboratorio, mirando sin ver los recipientes presurizados que se encontraban al lado de la entrada. El reluciente acero brillaba con un reflejo seductor bajo la suave luz de neón. En cuanto había tomado la decisión de dejar libre el virus, se había dado cuenta de que ya no necesitaba hacer nada más. Las horas habían pasado volando: cada vez que había mirado el reloj, se había llevado una sorpresa, aunque no desagradable. Después de todo, él sería el primero en convertirse al nuevo modo de vida de la Tierra. Con aquello delante de él, por lo único que tenía que preocuparse era por llevar los recipientes hasta lo más alto del faro, y con los doctores esperando silenciosa y pacientemente sus órdenes, incluso eso estaba preparado. Justo antes del amanecer, les daría las instrucciones finales y llevaría lleno de orgullo a la especie humana a la luz, al milagro de la paz.


Entonces se había acordado de los Ma7, lo que lo llevó a levantarse y acercarse a las cuevas, la única preocupación que no había considerado trivial. Ya había cometido un error con los Leviatanes2. Cuando se había apoderado de las instalaciones, había bajado las puertas de reja de las cuevas submarinas por un súbito impulso, deseando que fueran tan libres como él se sentía. No fue hasta el día siguiente que se dio cuenta de que era posible que Umbrella los descubriera y se acercase hasta allí para averiguar qué había ocurrido, lo cual frustraría sus planes. Él había continuado enviando informes semanales para mantener las apariencias, pero no habría tenido una explicación «razonable» para que se escaparan aquellas cuatro criaturas. Había sido pura suerte que los Leviatanes hubiesen regresado por propia voluntad.


Por supuesto, los Ma7 era un asunto completamente distinto. Eran demasiado violentos e impredecibles como para soltarlos, pero dejar que murieran de hambre en sus jaulas no le había parecido justo, sobre todo porque ellos también disfrutarían de los efectos de su regalo. No habían escogido existir como criaturas de destrucción, ni siquiera habían elegido existir. Y, puesto que él había contribuido un poco en el proceso de su creación, se sentía obligado a hacer algo por aquellos pobres seres…


Se quedó delante de la puerta exterior durante bastante tiempo, considerando todos los aspectos del problema mientras los cinco animales se lanzaban repetidas veces contra la reforzada rejilla de acero y el sonido de sus extraños aullidos parecidos a lamentos rebotaban por las paredes de las húmedas y sinuosas cuevas. Había un mecanismo de apertura manual cerca del recinto, y otro en el laboratorio, pero no había forma alguna de soltarlos desde el faro.


Desde luego, no podía dejarlos salir hasta que él se encontrara a salvo, aunque podía enviar a uno de los doctores para que lo hiciera, pero los Ma7 tenían un metabolismo mucho más lento que los humanos, y existía el riesgo de que llegaran hasta él antes de que se transformaran. Un mes antes, la doctora Chin y dos de sus técnicos veterinarios habían cometido el error de querer atender a uno de los ejemplares enfermos: había sido una muerte horrible. Y aunque él no sentiría dolor en cuanto hubiese realizado la transición, deseaba permanecer en el nuevo mundo el máximo tiempo posible.


Griffith había decidido finalmente que la eutanasia era la única opción razonable. Era una decisión tomada a regañadientes, pero no había encontrado otra alternativa. Aunque el laboratorio estaba bien aprovisionado de material, los venenos no eran su punto fuerte, así que había decidido consultar hi base de datos principal… y allí, en la fría comodidad de su laboratorio sellado, había descubierto que su santuario había sido invadido.


Se sentó delante del ordenador, pasmado en cierto modo, y se quedó mirando la parpadeante señal que indicaba que uno de los ordenadores del bunker estaba accediendo al sistema. No existía ninguna posibilidad de que se tratase de un error. Excepto los ordenadores del laboratorio, el resto del material informático había sido apagado hacía ya varias semanas. Umbrella había llegado.


La primera emoción que sintió después de la sorpresa pasmada fue la rabia, una furia absoluta que le arrancó todo indicio de razón y le hizo ver puntitos rojos, una ira que descendió sobre él como un fuego divino. Durante unos momentos quedó perdido, y su cuerpo se vio poseído por aquella fuerza primitiva. Agarró y arrancó y destrozó todo los inservibles e insignificantes objetos que encontró a su alrededor.


Ellos NO me, NO me detendrán, NO lo harán…


Cuando por fin sus manos tocaron el frío metal de los recipientes presurizados, aquel fuego se convirtió en cenizas. Los pulidos y plateados envases fueron como una ola de razón que lo hicieron volver a ser él mismo. Su autocontrol regresó de un modo tan abrupto como había desaparecido.


Mi creación. Mi trabajo.


Parpadeó entre jadeos y, de repente, se encontró en mitad de un torbellino de destrucción, en medio de un mar de papeles destrozados, de cristales rotos y de cables arrancados. Había logrado machacar el ordenador, el portador de las malas noticias, contra el frío suelo. Cualquier otro día se hubiera sentido avergonzado por el ataque de histeria, pero en aquel momento, en el umbral de lograr la grandeza, reconoció que aquella furia estaba más que justificada.


Justificada quizá, pero no tiene sentido. ¿Cómo vas a lograr que no te detengan? No puedes liberar el virus aquí, ni tampoco arriesgarte a salir, no en esta situación… ¿Qué planean hacer? ¿Cuánto saben?


Podría averiguarlo con facilidad. Todavía quedaban otras dos terminales de ordenador en el laboratorio. Se dirigió rápidamente hacia una de ellas, echando un breve vistazo a los mudos doctores, sentados al lado de un compartimiento estanco. Si se habían dado cuenta de su ataque de ira, no daban señal alguna de ello. Sintió una breve oleada de odio hacia ellos por crear las inútiles Triescuadras, los «imparables» guardias que le habían fallado en el preciso momento que más los necesitaba.


Se sentó y giró el monitor, esperando impaciente a que el giratorio logotipo de la compañía desapareciera de la pantalla. El sistema de seguridad de todo el lugar tenía su base en el laboratorio. Podría ver qué estaban buscando los intrusos sin que éstos detectaran su presencia. Bueno, eso si se acordaba de cómo se accedía a la información…


Pulsó varias teclas, esperó, y luego introdujo su número de seguridad. Después de una brevísima pausa, unas líneas de color verde repletas de datos aparecieron por toda la pantalla. Lo había logrado.


Buscar, encontrar, localizar…


Frunció el entrecejo al ver la información, y se preguntó por qué demonios cualquiera que Umbrella hubiese enviado estaría buscando el laboratorio. Y por qué lo estaba buscando en el sistema principal. Los diseñadores de sistemas no eran idiotas: no existía nada sobre el trazado de las instalaciones en aquellos archivos…


En Umbrella lo saben, lo que significa… Una sensación de alivio recorrió su cuerpo, una sensación tan agradable que empezó a reírse en voz alta. De repente se sintió muy estúpido por la reacción tan infantil que había tenido al enterarse de que alguien había entrado. La persona que estaba buscando información no era de Umbrella, y aquello lo cambiaba todo. Incluso si lograban encontrar el laboratorio, lo cual era bastante improbable dada su localización, no podrían entrar sin una tarjeta de acceso, y Griffith las había destruido todas…


Todas, excepto la de Ammon, que nunca apareció. Griffith se quedó inmóvil por un momento y luego meneó la cabeza. Una sonrisa nerviosa apareció en su cara. No, no. Había buscado en todos los sitios posibles para encontrar la tarjeta que faltaba, así que ¿qué probabilidades tendrían los allanadores de su laboratorio de encontrarla?


¿Y cuáles eran las probabilidades de que lograran atravesar las Triescuadras, eh? ¿Y qué estuvo haciendo Lyle durante todas las horas que tardaste en encontrarlo? ¿Qué pasa si logró enviar un mensaje? Sólo comprobaste las transmisiones con Umbrella, ¿pero que ocurre si se ha puesto en contacto con otra gente?


Mientras aquella terrible e imposible idea llenaba su mente, en la pantalla del ordenador comenzaron a aparecer listas de información sobre las pruebas de habilidades lógicas, la serie de pruebas sociopsicológicas que el doctor Ammon había diseñado.


Griffith sintió que su autocontrol desaparecía de nuevo. Cerró las manos y apretó los puños, negándose a ceder a la rabia. Había demasiado en juego y no podía permitir que las emociones lo dominaran, no en ese momento. Tenía que pensar.


Soy un científico, no un soldado. ¡Ni siquiera sé disparar o luchar! Sería completamente inútil en un combate, completamente…


Impredecible. Incontrolable.


Por el rostro de Griffith comenzó a extenderse lentamente una sonrisa.


De sus puños comenzó a caer sangre, procedente de las heridas causadas por sus uñas al clavarse en la palma de sus manos, pero no sintió dolor alguno. Su mirada vagó por el abierto y silencioso laboratorio y se detuvo un instante en el compartimiento estanco. Luego miró las caras sin expresión de sus doctores. Luego los cilindros llenos de aire comprimido y de virus, su milagro. Y, finalmente, los controles que abrían la puerta de la verja del recinto de los animales.


La sonrisa del doctor Griffith se ensanchó aún más.


Que vengan por mí.


1 El comentario hace referencia a una famosa película que se ha convertido en un clásico de las películas de terror, La noche de los muertos vivientes, que está repleta de zombis. (N. del t.)


2 Monstruo marino descrito en la Biblia, de carácter maligno, y término que en general se aplica a cualquier ser acuático de gran tamaño. (N. del t.)

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