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miércoles, 29 de agosto de 2012

EL ESPECTRO -- HORACIO QUIROGA


EL ESPECTRO 
HORACIO QUIROGA 


Todas las noches, en el Grand Splendid de Santa Fe, Enid y yo asistimos a los estrenos cinematográficos. Ni borrascas ni noches de hielo nos han impedido introducirnos, a las diez en punto, en la tibia penumbra del teatro. Allí, desde uno u otro palco, seguimos las historias del film con un mutismo y un interés tales, que podrían llamar sobre nosotros la atención, de ser otras las circunstancias en que actuamos. 
Desde uno u otro palco, he dicho; pues su ubicación nos es indiferente. Y aunque la misma localidad llegue a faltarnos alguna noche, por estar el Splendid en pleno, nos instalamos, mudos y atentos siempre a la representación, en un palco cualquiera ya ocupado. 
No estorbamos, creo; o, por lo menos, de un modo sensible. Desde el fondo del palco, o entre la chica del antepecho y el novio adherido a su nuca, Enid y yo, aparte del mundo que nos rodea, somos todos ojos hacia la pantalla. Y si en verdad alguno, con escalofrío de inquietud cuyo origen no alcanza a comprender, vuelve a veces la cabeza para ver lo que no puede, o siente un soplo helado que no se explica en la cálida atmósfera, nuestra presencia de intrusos no es nunca notada; pues preciso es advertir ahora que Enid y yo estamos muertos. De todas las mujeres que conocí en el mundo vivo, ninguna produjo en mí el efecto que Enid. La impresión fue tan fuerte que la imagen y el recuerdo mismo de todas las demás mujeres se borró. En mi alma se hizo de noche, donde se alzó un solo astro imperecedero: Enid. La sola posibilidad de que sus ojos llegaran a mirarme sin indiferencia, deteníame bruscamente el corazón. Y ante la idea de que alguna vez podía ser mía, la mandíbula me temblaba ¡Enid! 
Tenía ella entonces, cuando vivíamos en el mundo, la más divina belleza que la epopeya del cine ha lanzado a miles de leguas y expuesto a la mirada fija de los hombres. Sus ojos, sobre todo, fueron únicos; y jamás terciopelo de mirada tuvo un marco de pestañas como los ojos de Enid; terciopelo azul, húmedo y reposado, como la felicidad que sollozaba en ellos. 
La desdicha me puso ante ella cuando ya estaba casada. 
No es ahora del caso ocultar nombres. Todos recuerdan a Duncan Wyoming, el extraordinario actor que, comenzando su carrera al mismo tiempo que William Hart, tuvo, como éste y a la par de éste, las mismas hondas virtudes de interpretación viril. Hart ha dado ya al cine todo lo que podíamos esperar de él, y es un astro que cae. De Wyoming, en cambio, no sabemos lo que podíamos haber visto, cuando apenas en el comienzo de su breve y fantástica carrera creó—como contraste con el empalagoso héroe actual— el tipo del varón rudo, áspero, feo, negligente y cuanto se quiera, pero hombre de la cabeza a los pies, por la sobriedad, el empuje y el carácter distintivos del sexo.Hart prosiguió actuando, y ya lo hemos visto. Wyoming nos fue arrebatado en la flor de la edad, en instantes en que daba fin a dos cintas extraordinarias, según informes de la empresa: El páramo y Más allá de lo que se ve. 
Pero el encanto—la absorción de todos los sentimientos de un hombre—que ejerció 
sobre mí Enid, no tuvo sino una amargura como igual: Wyoming, que era su marido, era también mi mejor amigo. Habíamos pasado dos años sin vernos con Duncan; él, ocupado en sus trabajos de cine, y yo en los míos de literatura. Cuando volví a hallarlo en Hollywood, ya estaba casado. 
—Aquí tienes a mi mujer—me dijo echándomela en los brazos. 
Y a ella: 
—Apriétalo bien, porque no tendrás un amigo como Grant. Y bésalo, si quieres. No me besó, pero al contacto con su melena en mi cuello, sentí en el escalofrío de todos mis nervios que jamás podría yo ser un hermano para aquella mujer. Vivimos dos meses juntos en el Canadá, y no es difícil comprender mi estado de alma respecto de Enid. Pero ni en una palabra, ni en un movimiento, ni un gesto me vendí 
ante Wyoming. Sólo ella leía en mi mirada, por tranquila que fuera, cuán profundamente la deseaba. Amor, deseo... Una y otra cosa eran en mí gemelas, agudas y mezcladas; porque si la deseaba con todas las fuerzas de mi alma incorpórea, la adoraba con todo el torrente de mi sangre substancial. 
Duncan no lo veía. ¿Cómo podía verlo? 
A la entrada del invierno regresamos a Hollywood, y Wyoming cayó entonces con el ataque de gripe que debía costarle la vida. Dejaba a su viuda con fortuna y sin hijos. Pero no estaba tranquilo, por la soledad en que quedaba su mujer. 
—No es la situación económica—me decía—, sino el desamparo moral. Y en este infierno del cine... 
En el momento de morir, bajándonos a su mujer y a mí hasta la almohada, y con voz ya difícil: 
—Confíate a Grant, Enid... Mientras lo tengas a él, no temas nada. Y tú, viejo amigo, vela por ella. Sé su hermano... No, no prometas... Ahora puedo ya pasar al otro lado... Nada de nuevo en el dolor de Enid y el mío. A los siete días regresábamos al Canadá, a la misma choza estival que un mes antes nos había visto a los tres cenar ante la carpa. Como entonces, Enid miraba ahora el fuego, achuchada por el sereno glacial, mientras yo, de pie, la contemplaba. Y Duncan no estaba más. 
Debo decirlo: en la muerte de Wyoming yo no vi sino la liberación de la terrible águila enjaulada en nuestro corazón, que es el deseo de una mujer a nuestro lado que no se puede tocar. Yo había sido el mejor amigo de Wyoming, y mientras él vivió el águila no deseó su sangre; se alimentó—la alimenté—con la mía propia. Pero entre él y yo se había levantado algo más consistente que una sombra. Su mujer fue, mientras él vivió 
—y lo hubiera sido eternamente—, intangible para mí. Pero él había muerto. No podía Wyoming exigirme el sacrificio de la Vida en que él acababa de fracasar. Y Enid era mi vida, mi porvenir, mi aliento y mi ansia de vivir, que nadie, ni Duncan—mi amigo íntimo, pero muerto—, podía negarme. Vela por ella... ¡Sí, mas dándole lo que él le había restado al perder su turno: la adoración de una vida entera consagrada a ella! 
Durante dos meses, a su lado de día y de noche, velé por ella como un hermano. Pero al tercero caí a sus pies. Enid me miró inmóvil, y seguramente subieron a su memoria los últimos instantes de Wyoming, porque me rechazó violentamente. Pero yo no quité la cabeza de su falda. 
—Te amo, Enid—le dije—. Sin ti me muero... 
—¡Tú, Guillermo! —murmuró ella—. ¡Es horrible oírte decir esto! 
—Todo lo que quieras —repliqué—. Pero te amo inmensamente. 
—¡Cállate, cállate! 
—Y te he amado siempre... Ya lo sabes. 
—¡No, no sé! 
—Sí, lo sabes. 
Enid me apartaba siempre, y yo resistía con la cabeza entre sus rodillas. 
—Dime que lo sabías... 
—¡No, cállate! Estamos profanando... 
—Dime que lo sabías... 
—¡Guillermo! 
—Dime solamente que sabías que siempre te he querido. . . 
Sus brazos se rindieron cansados, y yo levanté la cabeza. Encontré sus ojos un instante, un solo instante, antes que Enid se doblegara a llorar sobre sus propias rodillas. La dejé sola; y cuando una hora después volví a entrar, blanco de nieve, nadie hubiera sospechado, al ver nuestro simulado y tranquilo afecto de todos los días, que acabábamos de tender, hasta hacerlas sangrar, las cuerdas de nuestros corazones. Porque en la alianza de Enid y Wyoming no había habido nunca amor. Faltóle siempre una llamarada de insensatez, extravío, injusticia—la llama de pasión que quema la moral entera de un hombre y abrasa a la mujer en largos sollozos de fuego—. Enid había querido a su esposo, nada más; y lo había querido, nada más que querido ante mí, que era la cálida sombra de su corazón, donde ardía lo que no le llegaba de Wyoming, y donde ella sabía iba a refugiarse todo lo que de ella no alcanzaba hasta él. La muerte, luego, dejando un hueco que yo debía llenar con el afecto de un hermano... 
¡De hermano, a ella, Enid, que era mi sola sed de dicha en el inmensomundo! 
A los tres días de la escena que acabo de relatar regresamos a Hollywood. Y un mes más tarde se repetía exactamente la situación: yo de nuevo a los pies de Enid con la cabeza en sus rodillas, y ella queriendo evitarlo. 
—Te amo cada día más, Enid... 
—¡Guillermo! 
—Dime que algún día me querrás. 
—¡No! 
—Dime solamente que estás convencida de cuánto te amo. 
—¡No! 
—Dímelo. 
—¡Déjame! ¿No ves que me estás haciendo sufrir de un modo horrible? 
Y al sentirme temblar mudo sobre el altar de sus rodillas, bruscamente me levantó la cara entre las manos: 
—¡Pero déjame, te digo! ¡Déjame! ¿No ves que también te quiero con toda el alma y que estamos cometiendo un crimen? 
Cuatro meses justos, ciento veinte días transcurridos apenas desde la muerte del hombre que ella amó, del amigo que me había interpuesto como un velo protector entre su mujer y un nuevo amor... Abrevio. Tan hondo y compenetrado fue el nuestro, que aun hoy me pregunto con asombro qué finalidad absurda pudieron haber tenido nuestras vidas de no habernos encontrado por bajo de los brazos de Wyoming. 
Una noche—estábamos en Nueva York—me enteré de que se pasaba por fin "El Páramo", una de las dos cintas de que he hablado, y cuyo estreno se esperaba con ansiedad. Yo también tenía el más vivo interés de verla, y se lo propuse a Enid. ¿Por qué no? Un largo rato nos miramos; una eternidad de silencio, durante el cual el recuerdo galopó hacia atrás entre derrumbamiento de nieve y caras agónicas. Pero la mirada de Enid era la vida misma, y presto entre el terciopelo húmedo de sus ojos y los míos no medió sino la dicha convulsiva de adorarnos. ¡Y nada más! 
Fuimos al Metropole, y desde la penumbra rojiza del palco vimos aparecer, enorme y con el rostro más blanco que a la hora de morir, a Duncan Wyoming. Sentí temblar bajo mi mano el brazo de Enid. 
¡Duncan! 
Sus mismos gestos eran aquéllos. Su misma sonrisa confiada era la de sus labios. Era su misma enérgica figura la que se deslizaba adherida a la pantalla. Y a veinte metros de él, era su misma mujer la que estaba bajo los dedos del amigo íntimo... Mientras la sala estuvo a oscuras, ni Enid ni yo pronunciamos una palabra ni dejamos un instante de mirar. Y mudos siempre, volvimos a casa. Pero allí Enid me tomó la cara entre las manos. Largas lágrimas rodaban por sus mejillas, y me sonreía. Me sonreía sin tratar de ocultarme sus lágrimas. 
—Sí, comprendo, amor mío... —murmuré, con los labios sobre un extremo de sus pieles, que, siendo un oscuro detalle de su traje, era asimismo toda su persona idolatrada—. Comprendo, pero no nos rindamos... ¿Sí?... Así olvidaremos... Por toda respuesta, Enid, sonriéndome siempre, se recogió muda en mi cuello. A la noche siguiente volvimos. ¿Qué debíamos olvidar? La presencia del otro, vibrante en el haz de luz que lo transportaba a la pantalla palpitante de vida; su inconsciencia de la situación; su confianza en la mujer y el amigo; esto era precisamente a lo que debíamos acostumbrarnos . Una y otra noche, siempre atentos a los personajes, asistimos al éxito creciente de El Páramo. 
La actuación de Wyoming era sobresaliente y se desarrollaba en un drama de brutal energía: una pequeña parte en los bosques del Canadá y el resto en la misma Nueva York. La situación central constituíala una escena en que Wyoming, herido en la lucha con un hombre, tiene bruscamente la revelación del amor de su mujer a ese hombre, a quien él acaba de matar por motivos apartes de este amor. Wyoming acababa de atarse un pañuelo a la frente. Y tendido en el diván, jadeando aún de fatiga, asistía a la desesperación de su mujer sobre el cadáver del amante. 
Pocas veces la revelación del derrumbe, la desolación y el odio han subido al rostro humano con más violenta claridad que en esa circunstancia a los ojos de Wyoming. La dirección del film había exprimido hasta la tortura aquel prodigio de expresión, y la escena se sostenía un infinito número de segundos, cuando uno solo bastaba para mostrar al rojo blanco la crisis de un corazón en aquel estado. Enid y yo, juntos e inmóviles en la oscuridad, admirábamos como nadie al muerto amigo, cuyas pestañas nos tocaban casi cuando Wyoming venía desde el fondo a llenar él solo la pantalla. Y al alejarse de nuevo a la escena del conjunto, la sala entera parecía estirarse en perspectiva. Y Enid y yo, con un ligero vértigo por este juego, sentíamos aún el roce de los cabellos de Duncan que habían llegado a rozarnos. ¿Por qué 
continuábamos yendo al Metropole? ¿Qué desviación de nuestras conciencias nos llevaba allá noche a noche a empapar en sangre nuestro amor inmaculado? ¿Qué 
presagio nos arrastraba como a sonámbulos ante una acusación alucinante que no se dirigía a nosotros, puesto que los ojos de Wyoming estaban vueltos a otro lado? ¿A dónde miraban? No sé a dónde, a un palco cualquiera de nuestra izquierda. Pero una noche noté, lo sentí en la raíz de los cabellos, que los ojos se estaban volviendo hacia nosotros. Enid debió de notarlo también, porque sentí bajo mi mano la honda sacudida de sus hombros. Hay leyes naturales, principios físicos que nos enseñan cuán fría magia es esa de los espectros fotográficos danzando en la pantalla, remedando hasta en los más íntimos detalles una vida que se perdió. Esa alucinación en blanco y negro es sólo la persistencia helada de un instante, el relieve inmutable de un segundo vital. Más fácil nos sería ver a nuestro lado a un muerto que deja la tumba para acompañarnos que percibir el más leve cambio en el rastro lívido de un film. Perfectamente. Pero a despecho de las leyes y los principios, Wyoming nos estaba viendo. Si para la sala El páramo era una ficción novelesca, y Wyoming vivía sólo por una ironía de la luz; si no era más que un frente eléctrico de lámina sin costados ni fondo, para nosotros —Wyoming, Enid y yo—la escena filmada vivía flagrante, pero no en la pantalla, sino en un palco, donde nuestro amor sin culpa se transformaba en monstruosa infidelidad ante el marido vivo... ¿Farsa de actor? ¿Odio fingido por Duncan ante aquel cuadro de El páramo? ¡No! Allí estaba la brutal revelación; la tierna esposa y el amigo íntimoen la sala de espectáculos, riéndose, con las cabezas juntas, de la confianza depositada en ellos... Pero no nos reíamos, porque noche a noche, palco tras palco, la mirada se iba volviendo cada vez más a nosotros. 
—¡Falta un poco aún!... —me decía yo. 
—Mañana será... —pensaba Enid. 
Mientras el Metropole ardía de luz, el mundo real de las leyes físicas se apoderaba de nosotros y respirábamos profundamente. Pero en la brusca cesación de la luz, que como un golpe sentíamos dolorosamente en los nervios, el drama espectral nos cogía otra vez. A mil leguas de Nueva York, encajonado bajo tierra, estaba tendido sin ojos Duncan Wyoming. Mas su sorpresa ante el frenético olvido de Enid, su ira y su venganza estaban vivas allí, encendiendo el rastro químico de Wyoming, moviéndose en sus ojos vivos, que acababan, por fin, de fijarse en los nuestros. 
Enid ahogó un grito y se abrazó desesperada a mí. 
—¡Guillermo! 
—Cállate, por favor... 
—¡Es que ahora acaba de bajar una pierna del diván! 
Sentí que la piel de la espalda se me erizaba, y miré: Con lentitud de fiera y los ojos clavados en nosotros, Wyoming se incorporaba del diván. Enid y yo lo vimos levantarse, avanzar hacia nosotros desde el fondo de la escena, llegar al monstruoso primer plano... Un fulgor deslumbrante nos cegó, a tiempo que Enid lanzaba un grito. La cinta acababa de quemarse. 
Mas en la sala iluminada las cabezas todas estaban vueltas a nosotros. Algunos se incorporaron en el asiento a ver lo que pasaba. 
—La señora está enferma; parece una muerta—dijo alguno en la platea. 
—Más muerto parece él—agregó otro. 
El acomodador nos tendía ya los abrigos y salimos. ¿Qué más? Nada, sino que en todo el día siguiente Enid y yo no nos vimos. Únicamente al mirarnos por primera vez de noche para dirigirnos al Metropole, Enid tenía ya en sus pupilas profundas la tiniebla del más allá, y yo tenía un revólver en el bolsillo. 
No sé si alguno de la sala reconoció en nosotros a los enfermos de la noche anterior. La luz se apagó, se encendió y tornó a apagarse, sin que lograra reposarse una sola idea normal en el cerebro de Guillermo Grant, y sin que los dedos crispados de este hombre abandonaran un instante el gatillo. 
Yo fui toda la vida dueño de mí. Lo fui hasta la noche anterior, cuando contra toda justicia un frío espectro que desempeñaba su función fotográfica de todos los días crió 
dedos estranguladores para dirigirse a un palco a terminar el film. Como en la noche anterior, nadie notaba en la pantalla algo anormal, y es evidente que Wyoming continuaba jadeante adherido al diván. Pero Enid—¡Enid entre mis brazos!—
tenía la cara vuelta a la luz, pronta para gritar... ¡Cuando Wyoming se incorporó por fin! 
Yo lo vi adelantarse, crecer, llegar al borde mismo de la pantalla, sin apartar la mirada de la mía. Lo vi desprenderse, venir hacia nosotros en el haz de luz; venir en el aire por sobre las cabezas de la platea, alzándose, llegar hasta nosotros con la cabeza vendada. Lo vi extender las zarpas de sus dedos... a tiempo que Enid lanzaba un horrible alarido, de esos en que con una cuerda vocal se ha rasgado la razón entera, e hice fuego. No puedo decir qué pasó en el primer instante. Pero en pos de los primeros momentos de confusión y de humo, me vi con el cuerpo colgado fuera del antepecho, muerto. Desde el instante en que Wyoming se había incorporado en el diván, dirigí el cañón del revólver a su cabeza. Lo recuerdo con toda nitidez. Y era yo quien había recibido la bala en la sien. Estoy completamente seguro de que quise dirigir el arma contra Duncan. Solamente que, creyendo apuntar al asesino, en realidad apuntaba contra mí mismo. Fue un error, una simple equivocación, nada más; pero que me costó la vida. Tres días después Enid quedaba a su vez desalojada de este mundo. Y aquí concluye nuestro idilio. Pero no ha concluído aún. No son suficientes un tiro y un espectro para desvanecer un amor como el nuestro. Más allá de la muerte, de la vida y sus rencores, Enid y yo nos hemos encontrado. Invisibles dentro del mundo vivo, Enid y yo estamos siempre juntos, esperando el anuncio de otro estreno cinematográfico. Hemos recorrido el mundo. Todo es posible esperar menos que el más leve incidente de un film pase inadvertido a nuestros ojos. No hemos vuelto a ver más El Páramo. La actuación de Wyoming en él no puede ya depararnos sorpresas, fuera de las que tan dolorosamente pagamos. 
Ahora nuestra esperanza está puesta en más allá de lo que se ve. Desde hace siete años la empresa filmadora anuncia su estreno, y hace siete años que Enid y yo esperamos. Duncan es su protagonista; pero no estaremos más en el palco, por lo menos en las condiciones en que fuimos vencidos. En las presentes circunstancias, Duncan puede cometer un error que nos permita entrar de nuevo en el mundo visible, del mismo modo que nuestras personas vivas, hace siete años, le permitieron animar la helada lámina de su film. 
Enid y yo ocupamos ahora, en la niebla invisible de lo incorpóreo, el sitio privilegiado de acecho que fue toda la fuerza de Wyoming en el drama anterior. Si sus celos persisten todavía, si se equivoca al vernos y hace en la tumba el menor ovimiento hacia afuera, nosotros nos aprovecharemos. La cortina que separa la vida de la muerte no se ha descorrido unicamente en su favor, y el camino está entreabierto. Entre la Nada que ha disuelto lo que fue Wyoming, y su eléctrica resurrección, queda un espacio vacío. Al más leve movimiento que efectúe el actor, apenas se desprenda de la pantalla, Enid y yo nos deslizaremos como por una fisura en el tenebroso corredor. Pero no seguiremos el camino hacia el sepulcro de Wyoming; iremos hacia la Vida, entraremos en ella de nuevo. Y es el mundo cálido de que estamos expulsados, el amor tangible y vibrante en cada sentido humano, lo que nos espera entones a Enid y a mí. Dentro de un mes o de un año, ello llegará. Sólo nos inquieta la posibilidad de que Más allá de lo que se ve se estrene bajo otro nombre, como es costumbre en esta ciudad. Para evitarlo, no perdemos un estreno. Noche a noche entramos a las diez en punto en el Grand Splendid, donde nos instalamos en un palco vacío o ya ocupado, indiferentemente. 

Un manifiesto Cyberpunk



Un manifiesto Cyberpunk


Por Christian como. Kirtchev
Somos las MENTES ELECTRÓNICAS, un grupo de rebeldes libre de ideas afines. Cyberpunks.
Vivimos en el Ciberespacio, estamos en todas partes, nosotros no conocemos fronteras.
Este es nuestro manifiesto. El manifiesto del Cyberpunks.


Cyberpunk I. 

1 / Somos aquellos, los diferentes. Ratas tecnológicos, nadando en el océano de la información. 2 / Somos el niño retraído, poco en la escuela, sentado en el último pupitre, en la esquina de la sala de clase. 3 / Somos el adolescente considera extraño a todo el mundo 4 / Somos el sistemas de los estudiantes piratería informática, la exploración de la profundidad de su alcance. 5 / We Are The adulto en el parque, sentado en un banco, un ordenador portátil sobre las rodillas, programando la última realidad virtual. 6 / Nuestro es el garage, rellenos con electrónica .El soldador en la esquina de la mesa, cerca del desensamblado de radio son también los nuestros. La nuestra es la bodega con las computadoras, impresoras y módems zumbido pitidos. 7 / Somos aquellos que vemos la realidad de una manera diferente. Nuestro punto de vista muestra más de la gente ordinaria puede ver. Sólo ven lo que está afuera, pero no vemos lo que hay dentro. Eso es lo que son -. Realistas con las gafas de soñadores 8 / NOSOTROS somos esa gente extraña, casi desconocidas para el vecindario. La gente, el espectáculo de sus propios pensamientos, sentadas día tras día ante el ordenador, saqueando la red para algo. No nos hacemos a menudo fuera de casa, sólo de vez en cuando, sólo para ir al cuarto de radio cercana, o al bar de siempre para cumplir con algunos de los pocos amigos que tenemos, o para cumplir con un cliente, o al farmacéutico callejón. .. o simplemente a dar un paseo. 9 / No tenemos muchos amigos, sólo unos pocos con los que van a fiestas. Todos los demás que sabemos que sabemos en la red. Nuestros verdaderos amigos están ahí, al otro lado de la línea.Los conocemos de nuestro canal favorito de IRC, de los grupos de noticias, de los sistemas que colgar-en torno a: 10 / Somos los que no me importa una mierda lo que la gente piensa de nosotros, no nos importa lo que buscamos gusta o lo que la gente habla de nosotros en nuestra ausencia. 11 / La mayoría de nosotros nos gusta vivir en la clandestinidad, siendo desconocido para todos excepto aquellos pocos que, inevitablemente, debe ponerse en contacto con. / 12 A otros les encanta la publicidad, les encanta la fama. Todos ellos son conocidos en el mundo subterráneo. Sus nombres se oyen a menudo allí. Pero todos estamos unidos por una cosa -. estamos Cyberpunks 13 / La sociedad no nos entiende, somos "raros" y "locos" a los ojos de las personas comunes y corrientes que viven lejos de la información y las ideas libres.La sociedad niega nuestra manera de pensar - una sociedad, viviendo, pensando y respirando de una y sólo una manera -. Clichc un 14 / Nos niegan porque pensamos como gente libre, y el pensamiento libre está prohibido. 15 / Cyberpunk El tiene una apariencia exterior , no es un movimiento. Cyberpunks son personas, a partir de lo cotidiano y conocido a nadie persona, al artista-tecnomaníaco, al músico, tocando la música electrónica, el erudito superficial. 16 / Cyberpunk El género no es literatura ya, ni siquiera una subcultura ordinaria. El Cyberpunk es un stand-alone nueva cultura descendencia, de la nueva era. Una cultura que une a nuestros intereses comunes y puntos de vista. Somos una unidad. Somos Cyberpunks. II. Sociedad 1 / La sociedad que nos rodea está obstruido con concervacy tirando de todo y de todos a sí mismo, mientras se hunde lentamente en las arenas movedizas del tiempo. 2 / Sin embargo obstinadamente algunos se niegan a creer, es obvio que vivimos en una sociedad enferma. Las llamadas reformas que nuestros gobiernos utilizan con habilidad para hacer alarde, no son nada más que un pequeño paso adelante, un salto cuando todo se puede hacer. 3 / La gente teme el. nuevo y desconocido Ellos prefieren las viejas, las verdades conocidas y comprobado. Tienen miedo de lo que el nuevo puede traer a ellos. Tienen miedo de que se puede perder lo que tienen. 4 / Su temor es tan fuerte que se ha proclamado el por vuelta a un enemigo y una idea de la libre - su arma. Eso es culpa de ellos. 5 / Las personas deben dejar ese miedo atrás y adelante. ¿Qué sentido tiene que atenerse a lo poco que tiene ahora cuando se puede tener más mañana. Todo lo que tiene que hacer es estirar la mano y sentir lo nuevo, dar libertad a los pensamientos, las ideas, a las palabras: 6 /Durante siglos ha sido cada generación educada es un mismo patrón. Los ideales es lo que todo el mundo sigue. La individualidad se olvida.La gente piensa en idéntica forma, siguiendo el clichc perforados en ellas en la infancia, la clichc-educación para todos los niños: Y, cuando alguien se atreve desafiar la autoridad, es castigado y dado como un mal ejemplo. "Esto es lo que te pasa cuando expresas tu propia opinión y negar uno de su maestro". 7 / Nuestra sociedad está enferma y necesita ser curada. La cura es un cambio en el sistema ... III. El Sistema 1 /System. Siglos de antigüedad, existente en los principios que cuelgan no más hoy. Un sistema que no ha cambiado mucho desde el día de su nacimiento. 2 / El Sistema está equivocado. 3 / El Sistema debe imponer su verdad sobre nosotros para que pueda gobernar. El gobierno necesita nosotros lo siguen ciegamente. Por esta razón, vivimos en un eclipse informativo. Cuando las personas adquieren otra información que desde el gobierno, no puede distinguir el bien del mal. Así que la mentira se convierte en verdad - una verdad, fundamental para todo lo demás. Así, el control de los líderes de mentiras y la gente común no tiene idea de lo que es verdad y seguir el gobierno a ciegas, confiando en él. 4 / Nosotros luchamos por la libertad de información. Luchamos por la libertad de expresión y de prensa. Por la libertad de expresar nuestros pensamientos libremente, sin ser perseguidos por el sistema. 5 / Incluso en los países más desarrollados y "democrático", el sistema impone la desinformación. Incluso en los países que pretenden ser la cuna de la libertad de expresión. La información errónea es uno de arma principal del sistema. Un arma, utilizan muy bien. 6 / Es la red que ayuda a difundir la información libremente. La red, sin límites y el límite de la información 7 / Ours es tuyo, lo tuyo es nuestro. 8 / Todo el mundo puede compartir información, sin restricciones. 9 / Cifrado de informattion es nuestra arma. Así, las palabras de la revolución pueden propagar sin interrupción, y el gobierno sólo puede adivinar. 10 / La Red es nuestro reino, en la Red somos los reyes. 11 / Leyes. El mundo está cambiando, pero las leyes son las mismas. El Sistema no está cambiando, sólo unos pocos detalles se reparado para el nuevo tiempo, pero todo en el concepto sigue siendo el mismo. 12 / Necesitamos nuevas leyes. Leyes, ajustando los tiempos en que vivimos, con el mundo que nos rodea. No leyes construir sobre la base del pasado. Las leyes, construir hoy, las leyes, que se ajuste a mañana. 13 / Las leyes que sólo nos estribillo. Las leyes que tanto necesitan revisión. IV. La visión 1 / A algunas personas no les importa mucho lo que pasa a nivel mundial. Ellos se preocupan por lo que pasa a su alrededor, en su micro-universo. 2 / Estas personas sólo pueden ver un futuro oscuro, porque ellos sólo pueden ver la vida que vivo ahora. 3 / Otros muestran cierta preocupación por los asuntos globales. Ellos están interesados ​​en todo, en el futuro en perspectiva, en lo que va a suceder a nivel mundial. 4 / Ellos tienen una visión más optimista. Para ellos el futuro es más limpio y más bonito, para que puedan ver en él y ven a un hombre más maduro, un mundo más inteligente. 5 / Nosotros estamos en el medio. Estamos interesados ​​en lo que sucede ahora, pero lo que en lo que va a suceder día de mañana también. 6 / Buscamos en la red, y la red es cada vez más amplio y más amplio. 7 / Pronto todo en este mundo será tragado por la red: desde los sistemas militares a la PC en el hogar. 8 / Pero la red es una casa de la anarquía. 9 / No puede ser controlada y en esto está su poder. 10 / Cada hombre será dependiente de la red. 11 / La información Plenario estar allí, encerrado en el abismo de ceros y unos. / 12 ¿Quién controla la red, controla la información. 13 / Viviremos en una mezcla de pasado y presente. 14 / El mal proviene de que el hombre y el bien viene de tecnología. 15 / La red controlará el hombrecillo, y vamos a controlar la red. 16 / Por es que no controlas, serás controlado. 17 / La información es poder! V. ¿Dónde estamos? 1 / ¿Dónde estamos? 2 / Todos vivimos en un mundo enfermo, donde el odio es un arma, y la libertad -. un sueño 3 / El mundo crece tan lentamente. Es difícil para un cyberpunk vivir en un mundo subdesarrollado, mirando a la gente a su alrededor, viendo lo mal que se desarrollan. 4 / Seguimos adelante, nos tire hacia atrás de nuevo. La sociedad nos suppressses. Sí, se suprime la libertad de pensamiento. Con sus programas de educación crueles en escuelas y universidades. Entrenan a los niños en su visión de las cosas y todo intento de expresar una opinión diferente es negada y castigada. 5 /Nuestros hijos crecen educados en este viejo sistema y sin cambios todavía. Un sistema que no tolera la libertad de pensamiento y demanda una estricta a las obeyance reules ... 6 / En lo que es un mundo, lo diferente de este, ¿podríamos vivir ahora, si las personas estaban haciendo saltos y se arrastra no. 7 / Es tan difícil vivir en este mundo, Cyberpunk. 8 / Es como si el tiempo se ha detenido. 9 / Vivimos en el lugar correcto, pero no en el momento adecuado. 10 / Todo es tan ordinario, la gente es todo lo mismo, sus obras toos. Como si la sociedad sintiera una necesidad urgente de vivir en el tiempo. 11 / Algunos intentan encontrar su propio mundo, el mundo de un Cyberpunk, y encontrándolo, construyen su propio mundo. Construir en sus pensamientos, cambia la realidad, pone sobre ella y así vivir en un mundo virtual. El pensamiento en marcha, se basan en la realidad: 12 / Otros simplemente se acostumbran al mundo tal como es. Ellos siguen viviendo en ella, a pesar de que no les gusta. Ellos no tienen otra opción sino la esperanza descubierto que el mundo va a salir de su hueco y seguirá adelante.13 / Lo que estamos tratando de hacer es cambiar la situación. Estamos tratando de ajustar el mundo presente a nuestras necesidades y puntos de vista. Para utilizar al máximo lo que está en forma y hacer caso omiso de la basura. Si no podemos, acabamos de vivir en este mundo, como Cyberpunks, no importa lo duro que, cuando la sociedad nos combate que luchar. 14 / Construimos nuestros mundos en el Ciberespacio. 15 / Entre los ceros y unos, entre los bits de información. 16 / Construimos nuestra comunidad. La comunidad de Cyberpunks.

jueves, 16 de agosto de 2012

UN DIA EN EL REFLEJO DEL ESPEJO


UN DIA EN EL REFLEJO DEL ESPEJO


Un dia quize preguntarle al reflejo de mi viejo espejo...
a donde iria el viento...?cuales eran los misterios que tenia?
hay niños que lloran...y hombres que solo suelen sollozar...
tambien pregunte donde se encuentra esa tierra lejana...ardiente,
lacerada por el dolor, acechada por la muerte...
donde los cuervos hacen su guarida...y la lluvia de fuego consume las retinas...devorando los sueños de gente perdida...
y solo me contesto...mira tu reflejo...que has hecho...?
destilas el odio acumulado por años... desde tu infancia...prohibida
hasta tu vejez...llena de rosas con espinas...
mira los estragos en el recuento de los daños...
desde tus letras glaciares...que solo matan y envenenan los sentimientos bellos...
mira tu reflejo ya no es el mismo...es solo un harapo de lo que fuiste un dia...furia desatada en el cataclismo...donde el amor propio muerde...y la saliva sangra en la hemorragia de los instintos...ese es el verdadero reflejo de lo que buscas...y temes encontrar...

lunes, 6 de agosto de 2012

LA SEGUNDA LEY


LA SEGUNDA LEY

LA SEGUNDA LEY
Barry Longyear

Cuando subía por los graderíos del sector de espectadores del Gran Circo, lord Ashly
Allenby se detuvo a escuchar cómo un poeta menor de Porse ensayaba su
argumentación. El individuo, regordete y ataviado con una túnica a rayas azules y
grises, se aclaró la gargarita, se irguió, se inclinó saludando y recitó.
Estamos aquí para votar la Segunda Ley,
aunque ignoro bien por qué.
Los horrores del debate, al parecer,
no vale este esfuerzo.
Lord Allenby nos ha convocado aquí,
para rogarle al Noveno que pierda su miedo.
El malvado Décimo no tardará en llegar,
cosa terrible, Si es cierta.
En el momento en que Allenby fruncía el ceño y avanzaba hacía el poeta, sintió que
Disus, su jefe de personal, le tocaba en el brazo. Se volvió y vio cómo el payaso
sacudía la cabeza.
Pero, descendientes de la nove cirense
Ciudad de Baraboo,
he de formuIaros una pregunta:
Hemos vivido aquí libres y con una sola Ley
durante cien años, sin un fallo.
¿Necesitamos otra? ¡Yo digo que no! Y ahora, adiós.
Mientras los escasos oyentes aplaudían. Disus se llevó a Allenby hacia sus asientos. El
embajador tomó asiento de golpe y movió la cabeza.
- ¡Junio, plenilunio, infortunio! - exclamó - Espero que los ejércitos del Décimo
Cuadrante se diviertan con el bufón.
Echó hacia atrás la caperuza de listas negras y escarlatas de su túnica de mago, y se
recodó en el peldaño de piedra del anfiteatro, con los codos apoyados en la grada
superior. Disus se alisó su túnica anaranjada y adoptó una postura similar. Cuando el
embajador del Noveno Cuadrante se hubo calmado un poco, Disus sacó su bolsa.
- Un móvil por tus pensamientos.
Allenby extendió la mano y el payaso dejó caer una moneda de cobre en ella.
- Hallan mi misión excesivamente cómica, y tal vez... - sonrió - ...demasiada seriedad en
mí.
- Tienes que estar orgulloso de muchas cosas, Allenby. Míralos - Disus señaló a las
gradas llenas de masas, jinetes, payasos, representantes, mimos, juglares, monstruos,
acróbatas, mercaderes y artesanos -.Todos son maestros... ¡Mira! Allí está el Gran
Vyson de los representantes de Dofstaffl... ¡Y mira! ¡El Gran Kamera!
Allenby sonrió, sabiendo que Disus, el también un maestro de Payasos, miraba con
adoración al Gran Kamera, maestro de payasos y jefe de la delegación para el Circo de
Tarzak. Sintió saltar su propio corazón cuando reconoció al Gran Fyx, el anciano
maestro de magos, en la delegación. Se inclinó hacia delante, y él y Disus saludaron
cuando la delegación llegó a los asientos de los espectadores.
Kamera saludó a Disus, pero Fyx se apartó de los delegados y le hizo un signo a
Allenby para que se le acercase. Con el corazón palpitante, Allenby pasó por entre las
gradas de espectadores y se detuvo ante el Gran Fyx.
- Allenby, debería haber venido antes, pero los años pesan más que mi magia. ¿Que
me cobras por el viaje?
- Nada, Gran Fyx. Es un honor para mí.
Fyx sonrió con su boca desdentada.
- Baja a la arena. Deseo hablarte en privado.
Allenby saltó el parapeto de piedra y quedó de pie junto al gran mago.
- ¿Qué deseas?
Fyx se le acercó, se llevó su huesuda mano a los labios y susurró:
- Tu truco de las siete cartas. Quiero adquirirlo.
- Me siento muy honrado
- ¿Cuánto?
- Perdona, Gran Fyx - respondió Allenby - pero creo que he perdido el sentido ¿Tú
quieres comprarme un truco? ¡Estoy asombrado!
- Un buen truco es un buen truco, venga de dónde venga. Te vi ejecutarlo en el camino
de Miira.
- Imposible - frunció Allenby el ceño -. Perdona, Gran Fyx, pero te habría reconocido.
No has podido ver ese truco en el camino de Miira.
- Eres un gran mago, AIlenby - carraspeó Fyx, golpeando la arena con el pie -, pero
eres novato. Escucha - Fyx compuso sus facciones, cerró los ojos un segundo y se
cubrió el rostro con la túnica. Cuando la apartó de nuevo, la cara de una joven le
sonreía sensualmente a Allenby - Iría contigo detrás de las dunas Lord Allenby, Ashly...
pero debo preservarme para mi amado...
- ¡Dorna! - exclamó Allenby. Después, sonrió al ver como el Gran Fyx recuperaba su
propio rostro, con sus arrugas que se retorcían cuando reía - ¡Excelente, Fyx! Y es
cierto que he pensado mucho en esa doncella.
- Fuste muy convincente, Allenby, pero me alegro de no haber cedido a tu encanto. ¡Yo
no soy ese estupendo ilusionista!
Los dos magos rieron hasta saltárseles las lagrimas.
- Sí, Gran Fyx, éste es mi precio por el truco de las siete cartas: la verdad acerca de
Dorna. Y tal vez ahora podré soñar en otras cosas.
Allenby sacó una cartera de entre los pliegues de su túnica. Rebuscó entre varios
papeles, escogió uno y se lo entregó al mago. Fyx se lo metió en su propia cartera,
extrajo otro y se lo tendió a Allenby.
- Tu magia es buena, Allenby, pero como comerciante eres muy débil. Toma esto: es
sólo una ilusión menor a cambio del truco.
Allenby aceptó el papel con manos temblorosas.
- Me siento muy honrado. Muchas gracias.
Fyx miró hacia el centro del Circo donde un individuo, ataviado con prendas de color
rojo brillante, daba instrucciones a otros vestidos de blanco.
- El amo del Circo da instrucciones a los cajeros, y debo reunirme con mi delegación.
Allenby se inclinó, el viejo mago saludó y se dirigió cojeando hacia la parte de graderías
que pertenecía a la ciudad de Tarzak.
Allenby examinó el papel que le acababa de dar Fyx. Era la ilusión de éste para una
persona desplazada; una ilusión menor para Fyx, pero que constituiría la pieza maestra
para un mago de menor categoría. Metió el papel en su cartera y trepó por las gradas
hasta donde se hallaba Disus. Al sentarse, sus ojos captaron el vislumbre del verde y
amarillo de una especie de monstruo.
- ¿Es aquél Yehudin, Disus? - inquirió.
Disus volvió la cabeza, protegiéndose los ojos del sol con la mano.
- Sí, es él. Y corre... ¿Habrá aterrizado ya la misión?
Allenby frunció el ceño y los dos se pusieron de pie para recibir a Yehudin. Éste, casi
falto de aliento, se detuvo ante ellos y extendió la mano. Allenby le puso una moneda
en la palma. La piel de la mano de Yehudin, así como del resto de su cuerpo, era
gruesa, estaba segmentada y mostraba un color marrón.
- ¿Qué pasa? - preguntó Allenby.
- Allenby, ha llegado Humphries. Y desea verte al instante.
- ¿Que hace aquí? - Allenby se volvió hacia Disus y dejó caer unas monedas en la
mano del payaso -. Vigila por ahí y ven a mí si me necesitan.
Allenby y Yehudin descendieron por las gradas y dieron la vuelta al Circo hasta llegar a
la entrada de los espectadores. Tras internarse por el túnel tallado en la roca, Allenby
apretó el hombro espinoso de Yehudin.
- ¿Dijo Humphries qué quería?
- No le entendí, Allenby. Pero parecía muy trastornado. - Salieron del helado túnel a una
calle polvorienta, flanqueada por casas y tiendas de una sola planta -. Se mostró muy
desdeñoso hasta que le enseñé las oficinas de la embajada. ¡Entonces empezó a
insultarme!
- Me disculpo en su nombre, Yehudin.
- No eres tú el que debe disculparse.
Allenby asintió y ambos se dirigieron hasta un edificio de dos plantas, construido de
adobe. Encima del portal se leían las palabras: «Embajada del Noveno Cuadrante de la
Federación de Planetas Habitables». De pie en la entrada, Allenby divisó a Bertrum
Humphries, su más próximo subordinado, gordinflón, y resplandeciente con su uniforme
de vice-embajador.
- Soy Allenby.
Humphries miró a Allenby desde su caperuza negra y escarlata a sus sandalias y sus
pies sucios.
- Allenby - rió Humphries, señalando el edificio -, ¿qué significa esto? ¿Espera que me
comporte como un auténtico representante del cuadrante en una..., cuadra? ¿Y por qué
lleva usted un traje tan carnavalesco?
- Primero, Humphries, llámeme lord Allenby o señor embajador - le recriminó Allenby.
Humphries frunció el ceño, luego bajó el brazo y entrecerró los ojos -. Segundo, creo
que usted le debe disculpas a mi secretario.
- ¿Esto... - Humphries blandió un dedo hacia Yehudin - esto es su secretario?
- ¡Esto tiene un nombre, Humphries! Se llama Yehudin, el cocodrilo de los Monstruos de
Tarzak. Su familia es una de las más distinguidas de Momus, y es mi secretario, señor
vice-embajador.
Humphries esbozó una mueca, después se volvió hacia Yehudin y ladeó ligeramente la
cabeza.
- Le ofrezco mis excusas por mis observaciones, señor...
- Yehudin - El hombre cocodrilo sonrió, dejando al descubierto dos hileras de dientes
afiladísimos, y luego extendió la mano con la palma hacia arriba.
Humphries miró a Allenby y luego a la mano extendida.
- Humphries, usted le debe una disculpa. Creo que veinte móviles serán suficientes.
Yehudin asintió.
- ¿Espera seriamente que yo pague a esto..., a esto...?
- Sí, a mi secretario..., y lo espero.
Humphries metió una mano en su bolsillo del pecho y exhibió la cartera. La abrió y sacó
varios billetes.
- ¿A cómo está el cambio?
- Todos los cajeros de Tarzak están en el Circo - repuso Yehudin.
Allenby le cogió algunos billetes a Humphries y le entregó veinte monedas de cobre.
- Éste es el cambio, Humphries.
Humphries cogió las monedas, con una expresión de extrañeza en su rostro, y se las
dio a Yehudin. Éste se las embolsó, sonrió otra vez y, pasando por detrás de
Humphries, abrió la cortina que cerraba la puerta de la embajada.
- ¿Caballeros...?
Ya dentro de la embajada, sentado en uno de los varios almohadones de color bronce
colocados en torno a una mesita baja, Allenby fue dándose cuenta de cómo Humphries
se iba sintiendo más incómodo minuto a minuto. Era obvio que la blusa de cuello alto de
su uniforme le estaba asfixiando. Allenby no tuvo el valor para comunicarle al viceembajador
que cuando se había recostado en la pared de adobe encalado se había
manchado la espalda de su uniforme color medianoche con blanco de cal.
- Oh, Humphries - dijo en cambio -, lamento mucho haber empezado tan mal. Es
importante que nuestras relaciones sean de mutuo respeto y buena colaboración.
- Supongo que habrá actuado al saber la noticia, Lord Allenby.
- ¿Qué noticia?
- ¿Cómo qué noticia? ¡Que Momus todavía no ha autorizado las relaciones con la
Federación del Cuadrante!
- Estas cosas necesitan tiempo, Bertrum..., ¿puedo llamarle Bertrum?
- Ben.
- Muy bien, Ben.
- Lleva usted en este planeta más de dos años, Lord Allenby, y creo que ya ha habido
tiempo suficiente.
Allenby se encogió de hombros y elevó los brazos.
- Primero tuvo que esparcirse la noticia, después vinieron las solicitudes de las
poblaciones, las asambleas, la formación de las delegaciones y el traslado a Tarzak.
Las delegaciones ciudadanas se están reuniendo ahora en el Gran Circo para votar la
Segunda Ley...
- ¿La Segunda ley? - frunció el ceño Humphries -. ¿Ha dicho la Segunda Ley?
Allenby dejó caer los brazos y asintió.
- Sí, Ben. Momus sólo tiene una Ley. La Primera Ley se votó hace más de un siglo, sin
que realmente nadie recuerde por qué se votó.
- ¿Y cuál es la Primera ley?
- Es la ley que permite hacer leyes. Si, es una lástima que desde entonces no hayan
dictado ninguna más. Porque, para dictar otra, primero tiene que reunirse la gente de
una población y solicitar una asamblea general a fin de elegir una delegación...
- Por favor - le interrumpió Humphries levantando una mano. Luego sacudió la cabeza -
¿Es decir que no existe ningún cuerpo político con el que tratar?
- Ha acertado - sonrió Allenby.
- ¡Imposible! Esto va en contra de todas las cláusulas de la aceptada teoría política para
una población de esta densidad... Quiero decir, ¿qué hacen con los impuestos, el
crimen y, por ejemplo, la representación de este planeta en la Federación del Noveno
Cuadrante?
Allenby tabaleó sobre la mesa y estudió al vice-embajador.
- Respecto a los impuestos, Ben - repuso con un suspiro -, todo el mundo paga por lo
que usa según el grado en que lo usa.
- Y por lo visto no existe la criminalidad - rezongó Humphries.
- Poca, aunque existe. Si uno roba o estafa, hay que indemnizar a la víctima o sufrir el
exilio. En caso de homicidio, sólo hay el exilio.
- ¿Exilio de dónde o de qué?
- Exilio de la compañía de las personas honradas. Los exiliados son marcados y
enviados al desierto. Nadie les da nada ni les vende charla, descanso, comida o
consuelos.
- ¿Y quiénes juzgan?
- El pueblo..., Ben, ¿no ha estado jamás en un circo?
- ¿Un circo? - Humphries se quedó boquiabierto.
- Sí
- Bueno, de niño, por televisión...
- Es una sociedad muy unida, Ben, apegada a sus costumbres y tradiciones. Y la
naturaleza de estas costumbres y tradiciones es la causa de que Momus sólo posea
una Ley, y que probablemente hubiese podido sobrevivir sin ella.
- Excepto por una cosa, lord Allenby: el Décimo Cuadrante.
- Cierto - asintió Allenby.
- Lo cual nos lleva de nuevo a la pregunta de lo que ha hecho usted durante estos dos
años.
- Ben, tuve que apoderarme de una nave transbordadora para llegar hasta aquí y
cuando aterricé sólo llevaba una capa. Primero tuve que llamar la atención de la gente y
después conseguir su respeto.
- ¿Respeto? ¡Usted es un embajador de primer rango!
- La política y la diplomacia - se encogió de hombros Allenby -, no se reconocen aquí
como ocupaciones legítimas...
- ¿Legítimas? Supongo que consiguió el respeto vistiendo esas ropas ridículas...
- Me gané los colores de Mago, Ben, y a decir verdad, son unas ropas mas confortables
que la chaqueta que lleva usted.
- ¡Dios mío, vaya pantalones! ¿Lleva algo más debajo?
- No, Ben, en absoluto. Aparte de lo indispensable - Sonrió Allenby.
- Lord Allenby, esta broma es de un gusto pésimo - gruñó Humphries.
- Pues Disus afirma que es un chiste bueno, y me costó diez monedas de cobre.
- ¿Disus?
- Mi jefe de personal.
- Supongo que es un comediante.
- No, un payaso.
- ¿Y así se la ganado usted el respeto de este pueblo?
- Puedo demostrarlo - Allenby rebuscó en sus bolsillos y exhibió su cartera. Extrajo de
ella un papel que dejó sobre la mesa, delante de Humphries -. El Gran Fyx, el más
honorable de los magos de Momus, me dio esto a cambio de mi truco de las siete
cartas. Esta ilusión de la persona desplazada.
- ¿Puedo hablar con franqueza. lord Allenby? - preguntó Humphries, con el ceño
fruncido.
- Adelante.
Allenby volvió a meter el papel en su cartera y ésta en su túnica.
- Antes de abandonar el sistema solar, Bensonhurst, el secretario de Estado del
Cuadrante...
- Le conozco.
- Por lo visto, también él le conoce a usted.
- Vamos, desembuche.
- El secretario me manifestó que a usted lo eligieron embajador en Momus a causa de
sus tácticas diplomáticas poco ortodoxas... - Humphries hizo un gesto como abarcando
todo el planeta -. Y ya tengo algunos indicios del por qué. Pero esto... - bajó las manos
hasta sus rodillas -, esto es lastimoso.
- Algo parecido me dijo el Gran Fyx, más él puede decirlo como superior mío que es.
Como superior de usted, será mejor que me de una explicación.
- ¿Una explicación? La misión diplomática lleva diez días en órbita alrededor de
Momus, y la misión militar llegará dentro de otras tres semanas. Y aquí está usted, con
un albornoz, viviendo en una cabaña de barro, y glorificándose por un nuevo truco...
- Una ilusión.
- Bien, ilusión. ¡De todos modos, está usted jugando a magias con un monstruo y un
payaso, mientras aún no ha quedado satisfecha la legalidad de las misiones diplomática
y militar.
- Creo que ya está bien de franqueza por hoy, Humphries
- Pues aún tiene que enterarse de otra cosa.
- ¿De qué se trata?
- He de informar directamente al secretario.
Allenby asintió. No había esperado otra cosa.
- ¿Qué sabe usted de Momus?
- Me dieron unas lecciones, claro.
- No le pregunto esto.
- Está bien. Hace ciento setenta unidades anuales terrestres, el circo espacial City of
Baraboo, en ruta al primer sistema de su circuito por los planetas del Décimo
Cuadrante, estableció una órbita en torno a Momus debido a dificultades de los
motores. Su órbita, debido a las mismas dificultades, era irregular, y sólo permitió a los
titiriteros y parle del ganado...
- Animales.
- Perdón. Parte de los animales a huir en naves salvavidas antes de que la nave y la
tripulación ardieran en la atmósfera.
- ¿Y...?
- Creo que esto es todo, salvo los datos astrofísicos. Las coordinadas del Cuadrante y
otros factores
- O sea que usted apenas sabe nada de Momus.
- Por lo que veo, Lord Allenby, Momus está a dos pasos de sociedad muy primitiva.
Mi..., nuestro primordial interés es contrarrestar las ambiciones territoriales del Décimo
Cuadrante. Estoy seguro de que nosotros y el general Kahn podemos llevar a cabo esta
misión sin tener que mezclarnos para nada con una pandilla de titiriteros pintarrajeados.
- ¡Titiriteros! - exclamó Allenby sin cambiar de expresión. Luego, se ajustó la túnica y se
inclinó hacia el vice-embajador -. Humphries, viejo amigo...
- ¿Sí?
- ¿Ve esta marca negra entre los ojos?
El vice-embajador se inclinó a su vez y casi bizqueó sus ojos.
- Hummm..., sí. ¿A qué se debe?
- Siga mirándola. Ahora, coloque las palmas de sus manos sobre la mesa.
Humphries colocó las manos planas sobre la mesa, con gesto lento, Allenby sonrió a
medida que las manos de Humphries se iban calentando cada vez más.
- ¿Qué diablos pasa aquí?
- Bien, Humphries, baje la vista. Mire la mesa.
Humphries obedeció, atemorizado. Al instante siguiente, soltó un chillido y trató de
liberar sus manos. Allenby sabía que el otro se veía a sí mismo gritando en un pozo
insondable de llamas y azufre, con la piel chamuscada, asándose hasta los huesos.
También él había sufrido el mismo efecto, y por esto le había pagado a Norman dos mil
móviles por la ilusión. Sintióse casi feliz por la llegada de Humphries. Nunca había
odiado tanto a un ser humano. Allenby dio dos palmadas y Humphries cayó de bruces
sobre la mesa.
- ¡Dios mío! ¡Dios...!
- Humphries, viejo amigo..
- Allenby..., ¿qué ha pasado?
- Es un truco menor, una ilusión llamada «visiones del infierno». ¿Le ha gustado?
- ¡Dios mío, Allenby!
El vice-embajador se incorporó, se desabrochó el cuello de su chaqueta de uniforme y
se secó el sudor del rostro.
- Momus no es una colonia de titiriteros, Bert. Y le haría mucho bien a usted, por otra
parte, conocer algunos trucos. Como dije, ésta es sólo una ilusión menor - Allenby
volvióse hacia la puerta -. ¡Yehudin!
El hombre cocodrilo entró y se cuadró junto a la mesa.
- ¿Por fin has probado la ilusión infernal?
- Sí, Yehudin. Por favor, ayuda al vice-embajador a llegar a su trasbordador.
Yehudin ayudó a Humphries a levantarse y se embolsó las monedas que Allenby arrojó
sobre la mesa.
- Humphries...
- ¿Sí?
- No volverá al planeta sin mi permiso. Y esto se aplica también a todo el personal de la
misión ¿Está claro?
- Sí.
Allenby hizo un gesto con la mano y el hombre cocodrilo condujo al tembloroso
diplomático hacia fuera. Durante largo tiempo, Allenby permaneció sentado, tabaleando
sobre la mesa. Comprendía la actitud de Humphries. Aunque considerándolo un poco
falto de ortodoxia por parte del cuerpo diplomático del Cuadrante, Allenby había servido
en él la mayor parte de su vida y conocía y respetaba las costumbres y tradiciones del
mismo, fundadas sobre siglos de experiencia diplomática. Sonrió al recordar su primer
encuentro con un habitante de Momus, y luego frunció el entrecejo al evocar la
detestable declaración de Humphries respecto a Bensonhurst. Desde el primer
momento, el secretario había dado a entender que echar del cuerpo diplomático a
Allenby era uno de los grandes objetivos de su existencia. De pronto, Allenby sacó de
entre los pliegues de su túnica el comunicador de bolsillo que le había entregado la
partida de aterrizaje, al iniciar su misión. Sabía que aquel aparato de radio era el único
que parecía amenazador en todo el planeta, aunque ignoraba cómo y porqué. Pulsó el
botón de llamada.
- Nave EIite del Cuadrante. Comunicaciones. - carraspeó la cajita del tamaño de la
palma de la mano, con la magia de otros tiempos.
- Aquí Allenby.
- Si, señor embajador. ¿Qué se le ofrece?
- Deseo hablar con el comandante de la misión militar.
- ¿El general Kahn? Un momento, por favor, señor embajador - la cajita calló unos
instantes y luego volvió a la vida con otra voz mas poderosa -. Lord Allenby, soy el
general Kahn.
- General, necesito cierta información.
- De acuerdo, Lord Allenby.
- ¿Está completo el plan de defensa y ocupación de Momus, general?
- Si.
- Deseo verlo..., aquí.
- ¿Ya sabe, lord Allenby, que todo está en fichas de memoria?
- ¿Representa esto un problema?
- Todos nuestros lectores, es decir, los aparatos de lectura están con el contingente
militar. Lo único que tenemos en la Elite son las computadoras de la nave y una unidad
de mando de campaña. Los transbordadores de la Elite no están equipados para los
aparatos de lectura. No se trata del peso, sino del tamaño.
- General, no me importa que tenga que abrir un transbordador nuevo en torno al lector.
- De acuerdo, señor. ¿Para cuándo lo quiere?
- ¿Cuándo puede llegar aquí sin demora alguna?
- ¿Sin demora alguna?
- Sin demora. Cierro.
Allenby se alisó la túnica, se puso de pie y se acercó a la ventana abierta para
contemplar la polvorienta callejuela.
- ¡Eh, pregonero! - gritó, al divisar la figura con la túnica a rayas rojas y purpúreas de un
pregonero.
El aludido cruzó la calle y se detuvo bajo la ventana, con la mano extendida. Allenby
dejó caer una moneda en ella.
- ¿Qué se te ofrece, mago?
- ¿Puedes ir en busca de Tayla, la adivinadora?
- Cobrará caro.
- Pagaré lo que pida, y doscientos cobres para tí si la traes antes de una hora.
El pregonero desapareció calle abajo, antes de que el polvo de su primer paso se
hubiera asentado otra vez.
Aquella tarde, en el desierto al oeste de Tarzak, Allenby estuvo dentro del
transbordador y se preguntó qué magia habría usado Khan para meter el enorme lector
holográfico por la diminuta portilla del aparato. La esfera, que representaba a Momus
bajo un ataque de las fuerzas del Décimo Cuadrante, apenas dejaba espacio libre en el
techo. Tayla tomó asiento ante la esfera, en tanto sus negros ojos absorbían cada
detalle de la imaginaria batalla. El general Kahn, todavía dudoso de las dotes
adivinatorias de Tayla, se colocó entre ella y el operador del aparato lector.
La adivinadora se pasó sus arrugadas manos por los ojos y después sobre la esfera, y
finalmente se echó hacia atrás su capuchón celeste y miró al general.
- Kahn, ordene que el planeta se vea más grande.
Kahn le hizo una seña al operador, el cual pulsó un botón. La esfera quedó llena con el
planeta, con sus desiertos, sus selvas, sus océanos y sus ciudades, todo ello lleno de
vida.
- Muéstreme las instalaciones, Kahn, y esta vez explíqueme cómo funcionan.
Khan señaló una pantalla situada sobre la consola, bajo la esfera.
- Ahí aparecerá todo lo que usted desee saber sobre las bases.
Tayla miró a Allenby con vacilación.
- Tayla es una adivinadora, general, y no sabe leer. Hágalo usted por ella.
Kahn volvió a hacerle una seña al operador y la esfera se oscureció, salvo unos puntitos
que conservaron un color terroso, amarillo-rojizo, verde-castaño.
- Dame la base de Tarzak.
Desaparecieron todos los puntitos excepto uno que se amplió hasta ocupar toda una
cara de las esfera de Tayla. El general se aclaró la garganta.
- Ésta es la base de Tarzak, la primera y la mayor. Servirá primordialmente como
cuartel general de la misión militar y para alojar al personal que no esté en órbita y a
sus familias.
- ¿Cuántos? - preguntó Tayla, levantando una mano.
- ¿Cuántos..., qué?
- Soldados y demás.
Kahn alargó una mano y pidió la respuesta a la consola.
- El total del personal civil y militar será de doscientos veinte mil.
Tayla asintió.
- Otra base, general.
El general y la adivinadora repasaron todas las instalaciones militares del Cuadrante,
desde la base de entrenamiento de combate localizada en el Gran Desierto hasta los
sistemas de Satélites defensivos en órbita. La vieja adivinadora examinó de este modo
las bases de lucha orbitales y planetarias, los almacenes de víveres, los comisariados y
las instalaciones del correo, los materiales en crudo y las dependencias pedagógicas,
sanitarias y recreativas. Cuando terminó toda la serie, Tayla cerró los ojos e inclinó la
cabeza.
- Apague esto, Kahn.
El general miró al operador, y la esfera se tornó transparente y sin vida. Allenby se
acercó a Tayla y le oprimió un brazo.
- ¿Te encuentras bien, Gran Tayla?
Ella levantó la cabeza, mostrando sus fatigados ojos.
- He visto tales cosas en la bola de cristal, Allenby..., tales cosas... - sacudió la cabeza -
Tardaré algún tiempo, pues debo consultar a mi pobre bola - miró hacia el aparato lector
-. Ah, daría una fortuna por poseer esta bola, aunque - sacudió de nuevo la cabeza -
forme parte del problema.
Extrajo una pequeña bola de cristal de entre los pliegues de su ropón y la sostuvo de
manera que captase el rayo de una luz de Servicio de la consola del lector. Al cabo de
unos segundos, la adivinadora empezó a respirar pausadamente, mientras contemplaba
la esfera fijamente.
El general Kahn golpeó el hombro del operador del lector y lo condujo hacia la carlinga
del transbordador. Quedamente, el soldado abandonó el compartimiento. Kahn se
apartó del aparato lector, cogió a Allenby por el codo y lo llevó al fondo de la zona de
pasaje.
- Lord Allenby, para obedecer sus órdenes me he saltado alegremente medio volumen
de los reglamentos del Cuadrante, pero esto de la bola de cristal es demasiado. ¿Qué
puede ver esa mujer en su bola que no haya visto en el lector?
- En su bola no ve nada, Kahn - replicó Allenby -. Emplea la luz de la bola para
concentrar sus ideas. Ahora, su mente trabaja a toda marcha, organizando asociando y
abstactando todo lo que ella sabe, incluyendo la información obtenida por el lector.
Toma esta información, la sospesa y saca sus propias conclusiones.
- Pero se trata de una adivinadora... - Kahn frunció el ceño.
- Tiene otro nombre: previsora por estadísticas...
- Pero a bordo de la nave tenemos el equipo necesario para efectuar proyecciones
sociológicas, y hay científicos altamente adiestrados que pueden interpretar y
comprobar las informaciones. Y lo único que tenemos aquí es la palabra de una anciana.
- No, Kahn. Tenemos la palabra de la Gran Tayla, la mejor adivinadora de Momus. Más
aún, porque ella posee unas cualidades de las que carece su equipo, general.
- ¿Como cuales?
- Sentido común, sentimientos, y un corazón sintonizado con los intereses de Momus y
su población.
Tayla levantó la cabeza, se puso de pie y dejó que la bola se rompiese sobre la mesa.
- ¡Allenby!
Éste se apresuró a su lado y la cogió del brazo al ver que empezaba a tambalearse.
- ¿Qué sucede, Tayla?
- Nos destruirán. Hay que mantenerles alejados. Los soldados no deben venir a nuestro
planeta.
Aquella noche, con la calle que se veía desde la ventana de la habitación de Allenby,
helada y tranquila. Allenby y Kahn estuvieron sentados en la oscuridad, bebiendo vino.
Yehudin había acompañado a Tayla hasta su hogar, había vuelto y les había deseado
una buena noche. AIlenby, con su bolsa bastante aligerada a causa de los sucesos del
día, dejó su copa y miró a Kahn. En la oscuridad, el general se parecía a un oso
inclinado sobre la mesa y sorbiendo su la copa.
- ¿Y bien, general?
La oscura figura asintió con lentitud.
- Lo que dice esa anciana adivinadora es cierto, Allenby. Ya lo vi antes, en el Markab
VIII.
- Entonces, ¿qué le trastorna?
- Lo vi antes, mas jamás pensé en ello. Siempre ha sido un mal necesario de la
Ocupación militar - Kahn vació su copa y volvió a llenarla -. Llegan las tropas, los
créditos empiezan a circular profusamente, la economía sufre un súbito aumento en
sueldos y ventas, y casi al momento las bases están repletas de prostitutas, tabernas y
garitos. Después, ya es sólo cuestión de tiempo que la criminalidad llegue al punto en
que la única respuesta sea un hombre a caballo - Kahn vació nuevamente su copa -.
Entonces, entran en acción los mandos militares y establecen un gobierno. Sí, la
importancia de la misión militar que debe ocupar Momus atraerá el comercio del resto
del Cuadrante.
- Lo que significa más gente, más basura, más crímenes...
- Y más gobierno - Kahn sacudió la cabeza -. Bien, no debe preocuparme tanto. Ya lo
he visto antes. Pero esa anciana..., lo que ha descrito es la muerte de toda una
población. Ha descrito su propia muerte.
- ¿Qué sería peor, Kahn: esto o que el Décimo Cuadrante ocupara Momus?
- No hay elección. Depende de que uno desee morir lentamente o deprisa - Kahn llenó
su copa con exceso y derramó unas gotas de vino sobre la mesa -. Lo siento.
- No importa.
El general bebió apresuradamente y dejó la copa en la mesa.
- Bien, no es misión nuestra freír este pescado, ¿verdad?
- ¿Cómo?
- Como ya habrá indicado el vice-embajador Humphries, todos nosotros trabajamos
para el Cuadrante. No se trata sólo de impedir que el Décimo Cuadrante ocupe Momus.
Hay mucho más en juego. El Décimo Cuadrante ha puesto en pie una armada que
supera a todas las de la Galaxia, y están dispuestos a usarla. Si pueden conquistar
planetas sin luchar, estupendo. Pero tampoco les asusta el combate. En realidad, ya
hemos tenido algunas escaramuzas con ellos.
- No sabía nada de esto.
- Ni nuestro Cuadrante ni el Décimo lo admiten, pues una sola mención oficial
significaría la guerra. Se limitan a ir lo más lejos posible sin perder naves y vidas. Lo
que desean es este Cuadrante, y si nosotros preferimos defender los intereses de
Momus contra los de todo el Cuadrante...
- Entonces, sacrificamos al peón.
- Ahora ha hablado como un verdadero diplomático - Kahn arrojó su copa al suelo -.
¡Diablo, estoy borracho!
- ¿Y qué hay de la solución de Tayla?
- ¿La adivinadora? - Kahn movió la cabeza de lado a lado - Imposible. La única forma
de mantenerlos apartados del planeta sería poner en órbita a toda la misión militar. Y
aun así, necesitaríamos poseer la fuerza y el material.
- La fuerza y el material podrían conseguirse con un mínimo de contacto, ¿no?
- Supongo que sí. Pero aquí está la cosa. El gasto de mantener a la misión en órbita...
El secretario jamás lo avalaría. Es prohibitivo.
- ¿Éste es todo el dilema? ¿El gasto?
- Técnicamente podría hacerse.
- Bien, Kahn - rió Allenby -. Momus pagará su propia defensa.
- ¿Qué?
- Si no la pagan, la población de Momus pensará que su defensa no vale nada. Habrá
un intenso regateo, pero Momus pagará por mantener la misión en órbita. ¿Cuánto
tiempo tardará usted en trazar un plan?
- ¿Sin que importe el coste? - Allenby rió y asintió. Kahn meditó unos instantes -.
Cuando me haya serenado, unas tres o cuatro horas Todo está en la computadora. Lo
único que hemos de hacer es alterar los datos.
- ¿Mañana al mediodía?
- No. Tardaré una hora en llegar a la nave, y algo mas en izar hasta ella el lector. ¿Y si
lo hiciésemos aquí, en el planeta? Puedo utilizar el transbordador y meter el lector en
las computadoras de la nave. Estaría antes de mediodía.
- De acuerdo. Que sea de este modo.
- Bien, ¿dónde duermo?
- Junte unos almohadones en el suelo y tiéndase encima.
Kahn dio unas vueltas por la habitación, y luego se dejó caer sobre los almohadones.
Unos segundos más tarde, respiraba ya pausadamente, prometiendo roncar. Disus se
levantó de su oscuro rincón y dejó unas monedas sobre la mesa.
- Un viaje a través de una mente ajena..., excelente, Allenby. La ilusión de la persona
desplazada vale diez veces su precio.
- Me sorprende haber movido bien mis piezas al primer intento. Fyx jamás se ganará la
vida como escriba.
- Cuando sentí la aproximación del aura, intuí que él no habría observado que no había
consumido mucha parte de tu savia.
- Conseguiré la adecuada combinación con la práctica - afirmó Allenby - ¿Y respecto a
lo que te pregunté?
- Kahn es un hombre honrado, Allenby. Intentará cuanto pueda.
Allenby colocó sus almohadones y se tumbó encima
- Disus, he de descansar. Quiero estar temprano en el Circo.
Disus asintió y dio media vuelta, dispuesto a marcharse.
- Mañana te necesitaremos. Hablará el Gran Kamera y se opondrá a la Segunda ley.
A la mañana siguiente, muy temprano, calentando el sol sólo el borde superior del muro
occidental del anfiteatro, Allenby contemplaba ya cómo los representantes de Boosthit
de Farransetti y su aprendiz relataban una vez más las noticias que Allenby había
llevado a Momus. El aprendiz interpretaba el papel de Allenby, y por haber presenciado
ya antes la misma representación, se perdía el factor sorpresa. Pero la representación
era buena y conseguía muchas monedas. Cuando los dos representantes se inclinaron
delante de Allenby, sentado en el sector de los espectadores, los cajeros de túnica
blanca cogieron las bandejas del dinero y se estacionaron entre los delegados. El amo
del Circo tocó el silbato y la cháchara de los delegados bajó de tono. Un cajero salió de
entre la delegación de Tarzak, anduvo hasta el centro del Circo y le entregó al amo un
papelito. Después de tocar de nuevo el silbato, el amo del truco se dirigió a las
graderías.
- ¡Damas y caballeros! ¡El Gran Fyx de la delegación de Tarzak hablará para el Gran
Circo!
Los cajeros se movían entre los delegados, cobrando de aquellos que escucharían a
Fyx, y haciendo salir a los que no deseaban oír el discurso. Cuando terminaron, los
cajeros se agruparon al borde del Circo y presentaron sus cobros al cajero mayor,
quien. a su vez, se los ofreció a Fyx. El anciano mago aceptó sus móviles, se puso de
pie y pasó el centro del Circo. Levantando las manos, hizo aparecer una bola de llamas
anaranjadas por encima de su cabeza, que después se convirtió en un humo negro que
lentamente se disolvió en el aire.
- Un grano de arena - empezó Fyx. señalando el humo - es a una montaña como estas
volutas de humo son a la guerra.
Los delegados aplaudieron esta primera frase del mago, y Allenby, por su parte,
aplaudió más que nadie. Era un truco viejo, pero captaba la atención. La multitud volvió
a aquietarse, y Fyx bajó las manos y miró a los delegados de las gradas.
- Ya hemos oído a los representantes de Boosthit de Farransetti contar las noticias que
Allenby trajo a Momus. Y hemos oído los malvados planes de la Federación del Décimo
Cuadrante. Controlarían nuestro planeta con o sin nuestro consentimiento. Con nuestro
consentimiento seríamos esclavos; sin nuestro consentimiento... - Fyx indicó la
nubecilla de humo - nos atacarían con terribles armas y se apoderarían de cuanto
quisieran - volvió a bajar la mano -. Al protegernos, el Noveno Cuadrante nos ahorraría
tal elección, más no podemos conseguir su protección sin dar nuestro consentimiento.
El anciano mago señaló a la delegación de Tarzak y un aprendiz salió de las graderías
llevando un cayado de puño curvo. Se lo entregó a Fyx y regresó a su sitio. El mago se
apoyó en el cayado con ambas manos. Inclinó su cabeza por un instante y prosiguió su
perorata.
- La Segunda ley debe, en primer lugar, pedirle a la Federación del Noveno Cuadrante
que actúe en defensa nuestra. Segundo, debe crear el medio de representar a Momus
como un planeta completo que planee y forme la naturaleza de tal defensa,
conjuntamente con los oficiales del Noveno Cuadrante - levantó más la cabeza y el
cayado por encima de aquélla -. Henos de hacer esto. ¡Y recordad lo que nos aguarda
en caso contrario!
En aquel momento, la parte del circo donde estaba Fyx se llenó de un humo blanco,
muy denso. Cuando se despejó, el viejo mago estaba sentado otra vez con la
delegación de Tarzak.
Mientras todos aplaudían, Allenby divisó a Disus trepando por las gradas en su
dirección.
- ¿Me he perdido la actuación del Gran Kamera, Allenby?
- No. Fyx estuvo bastante bien, pero no veo a Kamera con su delegación.
Disus se sentó y se frotó las manos.
- Es el mejor payaso de Momus, Allenby. Por tanto, tiene que hacer su entrada.
- ¿Y qué hay de Kahn? - Disus pareció confuso un instante y después asintió con el
gesto.
- Asegura que tendrá trazado el plan cuando el sol caliente el Circo.
Extendió la mano y aceptó las monedas. Tras embolsarlas, dirigió su atención hacia la
entrada norte del Circo. Un cajero entró por allí y corrió hacia el amo del Circo, a quien
entregó un papel.
- ¡Damas y caballeros, el Gran Kamera hablará al Gran Circo de Tarzak!
Los cajeros se apresuraron a efectuar los cobros, y el cajero mayor hizo que un
aprendiz le ayudase a llevar el dinero al Gran Kamera, pues muchos habían pagado por
verle actuar. El cajero mayor y el aprendiz se perdieron en la oscuridad de la entrada
norte y luego volvieron al Circo tratando de ahogar sus risas al ocupar de nuevo sus
sitios respectivos.
Allenby tendió la mirada por las gradas y la detuvo en Disus. Todo el gentío, excepto él,
miraba hacia la entrada norte, disponiéndose a reír como tontos. Al volver la vista a
dicha entrada, Allenby trató de ahuyentar su aprensión. Pero volvió a experimentarla
cuando un lastimoso sonido de «¡skiugi, skiugi!» resonó en la entrada, provocando un
alud de carcajadas. Cuando éstas empezaron a calmarse, una máscara de papel liso
surgió a la luz, miró a derecha e izquierda, y después al frente, de manera que todo el
mundo, menos los que estaban detrás de la entrada, pudieran verla. Allenby se
estremeció al oír las carcajadas causadas por la máscara, y también ante ésta. Con
unos ojos azules, anormalmente grandes y anchos, unas mejillas sonrosadas y una
boca en forma de O, era la cara de un chiquillo asombrado, y al mismo tiempo una
grotesca imitación del rostro de Allenby.
Con el sonido de «¡skiugi, skiugi!» la figura penetró en el Circo.
El sonido, causado por unos enormes pies postizos, pronto quedó ahogado por las risas
y los aplausos de la multitud. El payaso, sosteniendo la máscara ante su rostro, llevaba
una túnica de mago en su lado derecho y una túnica de representante en el izquierdo.
Los extremos sueltos estaban anudados en torno a su cuerpo, sujetos por un cinturón
del que colgaba una gran variedad de objetos. Cuando llegó casi al centro del Circo,
Kamera se detuvo y levantó la mano libre pidiendo silencio, con la manga floja sobre su
mano. Inmediatamente, el extremo de la manga empezó a echar humo, y los intentos
de Kamera para apagar el fuego con sus enormes pies no tardaron en provocar la risa
en Allenby.
Una vez aparentemente apagado el fuego, Kamera volvió a levantar su brazo libre,
siempre con la mano sobre su mano. El Payaso volvió la máscara y el rostro hacia el
brazo levantado, y la muchedumbre calló cuando el brazo cubierto con la manga
empezó a temblar. Al cabo de un momento, el brazo se alargó más que la manga,
dejando al descubierto el puño. El brazo dejó de temblar y el payaso pareció
acobardarse al contemplar cómo se le abría el puño. Ya con los dedos bien extendidos,
Kamera se volvió y mostró su mano abierta a todos los espectadores de las gradas.
- ¡Damas y caballeros, os doy la ilusión de la Mano Renacida! ¡Ta, ta, taaa!
Allenby frunció el ceño y se volvió hacia Disus.
- ¡Está yendo demasiado lejos! ¡Me gustaría enseñarle la ilusión del payaso frito!
Ya muerto de risa, cuando oyó a Allenby, Disus se dobló sobre sí y cayó rodando por
las gradas. Allenby, sin prestarle mucha atención, miró a Kamera, que de nuevo
intentaba aquietar su mano.
- Os hablo, damas y caballeros, como Allenby, el mago... - Kamera miró la manga negra
que era la derecha de su vestidura -. No, ésta es una manga de representante.
Entonces, os hablo como Allenby, el representante... - de pronto, el payaso miró su otra
manga, a rayas negras y rojas - ¡Ah, ahora soy un mago! ¿Cómo podría deslumbraros
con mi magia? - Hizo una pausa -. Pero, si no soy un representante de noticias, ¿cómo
podré daros las noticias del ofrecimiento del Noveno Cuadrante?
Volvió a mirar su manga izquierda. Se sobresaltó a su vista, se llevó una mano al
cinturón y cogió una cinta. Usándola para asegurar la máscara al rostro, extendió
ambos brazos al frente. Primero se miró una manga y luego la otra. Dejó caer los
brazos al costado y sacudió tristemente la cabeza.
- Dejémoslo por el momento - extendió ambos brazos -. De todos modos os hablaré
como el Allenby de la ciudad de..., de la ciudad de... Vaya, tampoco me acuerdo de esto
- se volvió hacia la delegación de Tarzak -. Yo vivo en Tarzak, pero ¿he sido aceptado
alguna vez por la población?
- ¡No! - grito un sacerdote ataviado de negro y diamante blanco levantándose entre los
delegados.
Kamera se volvió de espaldas a la delegación de Tarzak y meneo la cabeza. Entonces,
empezó a pasearse trazando un pequeño círculo, mientras con los pies hacía «¡skiugi!
¡skiugi!». Tendió las manos adelante y dio la vuelta al Circo.
- ¿Soy acaso de Kuumic?
- ¡No! - repitió el sacerdote de la delegación de Kuumic.
(«Skiugi; skiugi.»)
- ¿Soy de la ciudad de Miira?
- ¡No!
El payaso fue de delegación en delegación, meneando la cabeza, rascándosela,
frotándose la barbilla y tirándose de la nariz sin cesar. Al fin, se detuvo cerca del centro
del Circo y se encogió de hombros.
- No importa, ya me acordaré - levantó la mano derecha y señaló a la multitud -. Al
menos, os hablo como Allenby. ¡De esto si estoy seguro! - Dejó caer la mano y volvió a
rascarse la cabeza. Completamente seguro.
Allenby señaló a Kamera y se volvió hacía Disus.
- ¿Acaso no acabará nunca? ¡Me está matando aquí mismo!
Disus, con sus mejillas bañadas por las lágrimas, sólo logró asentir y absorber una
bocanada de aire. Allenby miró a la delegación de Tarzak, y a Fyx que estudiaba
atentamente a Kamera.
El payaso levantó de nuevo las manos.
- Ya me acuerdo. Yo soy Allenby - cuando los gritos de la multitud se acallaron, Kamera
bajó las manos y dio una palmada -. Soy un embajador, esto también lo recuerdo. Soy
de la Federación del Noveno Cuadrante de los Planetas Habitables, y tengo un plan. Mi
plan es lograr que vosotros representáis a Momus ante el Noveno Cuadrante, eligiendo
a un payaso para este servicio.
- ¡No! - gritaron los delegados, la mayoría de los cuales no eran payasos.
Kamera se rascó la cabeza.
- Al menos, creí que éste era el plan..., ¿tal vez un mago?
- ¡No!
El payaso sacudió la cabeza.
- Ya veo que no era éste el plan - Tal vez una ciudad. Una ciudad posee todos los
comercios, y Tarzak es la ciudad más poblada. ¿Representará Tarzak a todas las
ciudades? ¿Era éste mi plan?
- ¡No! - gritaron los delegados, la mayor parte de los cuales no eran de Tarzak.
- Ya veo que no es éste mi plan - asintió Kamera -. Y estaba seguro de tener uno... - El
payaso se enderezó muy erguido y adoptó la postura de Eureka, con un dedo al aire -.
¡Ya me acuerdo! Este Gran Circo representa a todas las ciudades y a todos los
comercios de Momus. Mi plan es reteneros aquí por el resto de vuestra vida, aquí, en el
Gran Circo, para que representáis a Momus ante el Noveno Cuadrante.
- ¡No!
Kamera abatió sus hombros y meneé la cabeza.
- No, de acuerdo - se enderezó ligeramente, y empezó a dirigirse a la entrada norte
(«¡skiugi, skiugi!») -. Por un momento me pareció claro que... que tal vez tuviera otro
plan en mi cesto («¡skiugi, skiugi!»).
Se detuvo en la salida, se quitó la máscara y saludó.
A Allenby le pareció oír cómo se estremecían las piedras del Oran Circo bajo los
aplausos.
Cuando éstos cesaron, Allenby se volvió hacia Disus. El payaso se estaba secando las
lágrimas con la manga de su túnica color naranja.
- ¿Bien, Disus?
Disus miró a Allenby y estalló en una carcajada. Otros miraron en su dirección, y pronto
todo el sector de espectadores estuvo riendo alocadamente.
- Perdona, Allenby..., - el payaso dejó caer unas monedas en la mano del embajador -.
¿Cuál era tu pregunta?
- Los aplausos... ¿han sido por la representación o por la posición adoptada?
- Por ambas cosas - repuso Disus, dejando de reír -. Él no se opone a que el Noveno
Cuadrante defienda a Momus, por lo cual somos muy afortunados. Mas, en tu calidad
de embajador del Noveno, Allenby, ¿con quién has de tratar? Esto es a lo que has de
responder.
Allenby volvióse hacia el frente y murmuró:
- Yo no he de responder a esa pregunta, Disus.
- Cierto. Momus debe escoger su propio camino - Disus señaló al Circo -. Mas creo que
tu pregunta se aproxima ya.
Un cajero salió de entre la delegación de Tarzak y le entregó otro papel al amo del
Circo. Allenby miró a aquella delegación y vio a una figura ataviada como adivinadora
que se disponía a levantarse.
- ¡Tayla!
- Sí - asintió Disus -. Ignoraba que fuese delegada.
Allenby golpeó su puño derecho contra su mano izquierda.
- No lo era. Debe de haber ingresado esta mañana.
- ¡Damas y caballeros! - se hizo un silencio total -. Gran Tayla de la delegación de
Tarzak hablará para el Gran Circo.
Los cajeros pasaron entre los delegados y el cajero mayor se acercó a Tayla. Allenby
vio cómo la mujer rebuscaba en su túnica y le entregaba una bolsa al cajero mayor.
- Tayla es respetada..., ¿por qué ha de abonar el saldo?
- Es difícil actuar después de Kamera - sonrió Disus.
Allenby asintió. Tayla abrió los brazos.
- Yo, Tayla, hablo como persona que ha visto lo que debía ver. - La voz de la anciana
era débil y la multitud calló como si encima le hubiera caído una casa -. Vi muchas
cosas en la gran bola de cristal de la nave de la Federación del Noveno Cuadrante...,
muchas cosas. He visto un gran ejército descendiendo sobre Momus para destruirnos.
Convirtiendo nuestros móviles en papel y nuestras acciones en vergüenza. Tienta a
nuestros hijos con su brillo y los aparta del camino de sus padres; alejándolos de
Momus..., para cobijarse en los pozos inmundos de miles de planetas.. - Este ejército se
aproxima desde la Federación del Noveno Cuadrante...
El gentío estalló en miles de conversaciones y parloteos, mientras el amo del Circo
tocaba el silbato pidiendo silencio. El alboroto se transformó en un murmullo y al final
cesó. Allenby pidió un cajero. Un espectador del borde del Circo silbó a uno y señaló a
Allenby. Mientras Tayla continuaba, el cajero subió la gradería y se inclinó ante Allenby.
- El saldo de la oradora es de mil doscientos móviles - susurró el cajero.
Allenby exhibió dos bolsas y las dejó sobre la bandeja del cajero.
- No hay preguntas. Hablaré. Soy Allenby, el mago.
- ¿Tu ciudad? - inquirió el cajero levantando la vista de su libreta.
- No tengo ciudad.
El cajero frunció el ceño, y al fin enarcó las cejas en señal de reconocimiento.
Descendió de las gradas, corrió por la arena y el aserrín de la pista, y le entregó el
papel al amo del Circo. Éste lo leyó y aguardó a que Tayla terminase sus conclusiones.
Allenby observó cómo un pregonero le señalaba a él desde la entrada de los
espectadores, y después divisó a Humphries al lado del pregonero.
Tayla concluyó su oratoria y fue a sentarse, al tiempo que Humphries subía las gradas.
- ¡Damas y caballeros, Allenby el mago hablará para el Gran Circo!
Mientras los cajeros estaban atentos a su negocio, Humphries llegó al lado de Allenby.
- Allenby, ¿qué está haciendo?
- Intento salvar la Segunda Ley, pero creo haber dado la orden de que usted se
quedase en la nave.
Humphries tomó asiento junto á Disus.
- Estoy aquí por orden directa del secretario -. Allenby hizo callar a su interlocutor
cuando el cajero mayor subió para ofrecerle a Allenby cuatro bolsas llenas de móviles.
Allenby le dio las bolsas a Disus, se levantó y abrió los brazos.
- Yo, Allenby, hablo como embajador en Momus de la Federación del Noveno
Cuadrante de los Planetas Habitables.
La multitud se alborotó. y al fin se restableció el silencio.
- Gran Tayla ha dicho la verdad - el silencio se hizo más pesado -. La verdad que ha
dicho es que sí la misión militar del Cuadrante se establece en el planeta, todo iría mal.
Este era nuestro plan. Pero ahora se ha cambiado - Allenby observó cómo el sol
iluminaba el reborde del Circo - En este momento el general Kahn de la misión militar
del Cuadrante está completando un plan que mantendrá a la misión en órbita, fuera del
planeta... lejos de la población de Momus.
Allenby sintió un tirón en la manga y vio que era Humphries el autor del tirón.
- ¡Calle Allenby! ¡No puede decir al cosa!. Tengo órdenes del secretario...
- ¿Me han dimitido como embajador?
- No, pero...
- Entonces, calle usted. Mis órdenes aún se obedecen aquí.
- Pero el secretario...
- ¡Silencio! - Allenby volvióse hacia la asamblea, respiró profundamente y continuó -:
Por quinientos móviles haría que Tayla os contase lo que vio si las fuerzas quedasen
separadas del pueblo, y lo que vio si Momus estuviera indefenso contra la Décima
Federación.
Allenby se sentó y Disus despidió al cajero, dándole el saldo, mientras Tayla se
levantaba y aceptaba el pago de manos del cajero
- Ahora - le pidió Allenby a Humphries mientras tanto -, explíquese.
- Por orden del secretario he enviado a Kahn a la nave. Y yo he venido para acelerar las
cosas...
- Déjeme ver esta orden - Humphries le entrego a Allenby una hoja de papel doblada.
Allenby la desdobló, la leyó y abrió los ojos aterrado - ¿Usted hizo todo esto?
- Sí...
- ¿Usted se apoderó de la embajada y apostó guardias armados?
- Oh, mis órdenes...
Antes de que Humphries terminase la frase, Allenby corrió frenéticamente arriba del
graderío, hasta el muro. Tendió la vista hacia el sur, donde se hallaba la embajada, y
distinguió una débil nube de humo y el rayo de una pistola energética a través de la
bruma del mediodía. Al instante siguiente, Humphries estaba a su lado.
- ¿Qué ocurre? - preguntó con voz alterada.
- ¡Idiota! - le apostrofó Allenby -. ¡Maldito, maldito idiota!
En la embajada, sentado a su mesa, Allenby miró a Humphries, deseando que la ira
lograra apartar de su mente la escena de carnicería que había presenciado. Dos
tiendas situadas al otro lado de la calle aún estaban en llamas, mientras cuatro
soldados del Cuadrante y diecisiete ciudadanos de Tarzak yacían muertos en el polvo,
entre ellos Yehudin, el hombre cocodrilo. Humphries estaba sentado, de codos sobre la
mesa, con los puños apretados, contemplando al joven representante de noticias,
sentado frente a él. El representante tenía la cabeza inclinada, como sumido en honda
meditación, mientras Disus le estaba vendando un brazo.
- ¡Ya estoy harto! - rugió Humphries, dirigiéndose al representante -. ¡Habla! ¿Qué ha
sucedido?
Allenby asió a Humphries por el cuello de su uniforme y lo contuvo.
- ¡Cállese asno! ¿Aún no ha hecho bastante daño?
Humphries se liberó y se frotó la garganta.
- Esto es imperdonable, Allenby. Y se enterará el secretario, se lo aseguro.
- Dije que se callase; Humphries. El representante tiene que preparar su material.
- Ya está, Allenby - dijo de pronto Disus, soltando el brazo vendado del herido.
- Gracias - expresó Allenby -. Ahora, ocúpate de Yehudin.
Disus asintió y salió del cuarto. Por un momento reinó el silencio, luego el representante
se echó atrás su capuchón negro. En su cabeza se veían unas magulladuras de mal
aspecto.
- Allenby - empezó a decir -, tú te ganaste tu túnica negra con Boosthit en el canino de
Tarzak a Kuumic. Y sabes por qué he de llevar mis noticias al camino.
- Lo comprendo. Zath - afirmó Allenby -, y juro que nadie de aquí las repetirá. Dinos qué
viste y obtendrás nuestro silencio y mil móviles.
- Interpretaré la Gran Plaza.
- La conozco
- Muy bien - murmuró el representante, encogiéndose de hombros. Cerró un instante los
ojos, los abrió y puso las palmas de sus manos delante de los dos diplomáticos -. Esta
noticia es la gloriosa Batalla de la calle de la embajada entre soldados de la Federación
del Noveno Cuadrante y los viajeros y los residentes de la calle.
- Buen principio, Zath - alabó Allenby -. Continúa.
- Gorgo, el hombre forzudo de los Monstruos de Tarzak se hallaba delante de la
embajada, pasando el tiempo con Yehudin, el hombre cocodrilo, cuando Elena, la
ayudante del mago, pasó por allí y les dio los buenos días.
Allenby levantó una mano.
- Yo usaría más diálogo, Zath...
- ¿Quiere dejar de interrumpir? - gruñó Humphries, aporreando la mesa.
- Solo deseo que mejore su interpretación.
Humphries arrugó la frente y movió la cabeza.
- Un soldado que se hallaba delante de la puerta de la embajada - prosiguió Zath - le
silbó a Elena y le dedicó un piropo obsceno. Gorgo fue hacia el soldado y le rogó que se
excusase. El soldado se echó a reír. Entonces, lo levantó en vilo y volvió a pedirle que
se disculpara.
«Otro soldado que salía de la embajada se dio cuenta de lo que ocurría, sacó su arma y
disparó contra Gorgo, matándole. Entonces... un fuego pareció iluminar los ojos de
Zath. entonces, Yehudin lanzó el antiguo grito de combate. Gritó: «¡Eh, Ruben!», la
llamada a la guerra.
«Yehudin hundió sus afilados dientes en el cuello del segundo soldado, matándole,
mientras otros dos soldados salían corriendo de la embajada, llameantes sus armas.
Yehudin cayó partido en dos por aquellas terribles pistolas.»
«Por aquel entonces, la gente de la calle, los monstruos, los pregoneros y hasta los
mercaderes estaban corriendo y atacando a los soldados con palos, piedras, dientes y
uñas. Las terribles pistolas abatieron a diecisiete e hirieron a muchos más antes de que
todos los soldados cayeran muertos.»
- Excelente, Zath. Necesita un poco más de pulimento, pero está bien hecho.
Allenby empujó dos bolsas hacia el representante, el cual se las metió entre la túnica,
se puso de pie y se marchó. Humphries estaba que echaba humo.
- ¡Por el Dios vivo, castigaré a todo el mundo como responsables y los llevaré ante un
pelotón de ejecución!
- ¿Piensa suicidarse?
- ¿Qué dice?
- El hombre responsable está ahora sentado sobre su almohadón, Humphries.
- ¡Tonterías!
- ¿No es verdad?
- Yo no he cometido ningún crimen, Allenby. Sólo he seguido las órdenes del
secretario...
- Y ha desobedecido las mías.
- Seguí las directrices del secretario de Estado del Cuadrante, y cuatro de mis hombres
han sido brutalmente asesinados. ¡En la Elite tenemos bastantes oficiales para formar
un tribunal! ¡Formaremos uno y juzgaremos a esos culpables!!
Allenby tamborileó sobre la mesa y luego se sirvió una copa de vino.
- No habrá ningún tribunal, Humphries - apuró la copa y la dejó sobre la mesa -. Hasta
que se apruebe la Segunda Ley, el Cuadrante no sentenciará la extradición de Momus -
Claro que usted tiene razón en una cosa.
- ¿Sí?
- Se ha cometido un crimen. Usted lo posibilitó, aunque no lo cometió.
- ¿Y las partes culpables?
- Ya han sido juzgadas, sentenciadas y juzgadas.
Humphries se puso de pie.
- ¿No piensa hacer nada?
- Como dije, los tribunales de Momus ya han sentenciado. Esto cae fuera de la
jurisdicción del Cuadrante.
- ¡Por Dios, Allenby! ¿Se olvida de su juramento? ¿Es usted miembro del cuerpo
diplomático o es uno de esos monstruos? ¿De que lado está usted?
Allenby contempló la mesa y no contestó.
- Márchese, Humphries. Vuelva a la nave.
- ¿Cree que el Secretario no se enterará de esto?
- ¡He dicho que largo!
Humphries salió del cuarto como alma que lleva el diablo. Tras llenar otra vez su copa,
Allenby sentóse a beber. En tanto la luz de la calle iba disminuyendo hasta oscurecer
por completo, Allenby seguía sin encontrar respuesta a la pregunta de Humphries. De
pronto, lloró al recordar a su amigo Yehudin. El joven representante no había realizado
una buena interpretación, pues debía haber aprendido los nombres de los muertos y los
heridos. Allenby era agradecido. Sólo podía Imaginarse qué otros amigos habría
perdido o habrían quedado mutilados en la batalla. Llegó Disus, pero estaba demasiado
oscuro para ver a través de sus ojos arrasados en llanto.
- ¿Te has ocupado de Yehudin?
- Sí, todo está listo.
- ¿Quiénes..., quiénes otros murieron?
- Mañana.
Disus encendió un quinqué y lo sostuvo bajo su barbilla. Su cara, pintada de blanco,
con unos labios muy rojos, aparecía triste bajo su peluca rizada de color púrpura. Cruzó
la estancia, cambió su túnica por unos pantalones abombados sujetos por unos tirantes
amarillos y encendió otro quinqué e imitó a una carretilla, aterrizando sobre el suelo
panza arriba.
- Basta, Disus. Me harás reír.
- Para esto estamos los payasos, Allenby. Ríe, que el mañana llegará demasiado pronto.
Mientras Disus divertía a Allenby, Fyx y Kamera se hallaban juntos en el Gran Circo.
Vacío y en tinieblas, el anfiteatro parecía tragarse sus voces. Ataviado con la túnica
anaranjada de los payasos, Kamera sacudió la cabeza.
- Un asunto espantoso.
Fyx se indiné hacía atrás y apoyó los codos en la grada que tenia a su espalda.
- Por ahora sólo chismorreos, Kamera. Todavía no hemos oído a ningún representante.
- ¿No crees en las habladurías? Tayla parece tener razón - asintió Fyx -. Aunque el
Noveno nos defienda, debemos mantenerles alejados.
Kamera imitó a Fyx y señaló el cielo negro con una mano.
- ¿Cómo podremos mantenerles alejados, Fyx, sin que algo o alguien vele por nuestros
intereses?
- Estuviste muy bien esta mañana - Fyx volvió a inclinarse hacia delante y se volvió cara
al payaso - Pero, ¿no son estas cosas excesivamente pesadas y morbosas para los
oídos de un payaso?
- Lo cierto es que tengo muy pocas cosas de qué reírme - respondió el payaso.
- ¿No querría el mejor payaso de Momus adquirir un chiste a un pobre mago?
- ¿Comedia de un mago? - inquirió Kamera, enarcando una ceja y sonriendo.
- Hoy he visto a un payaso hacer magia - replicó Fyx, encogiéndose de hombros.
- ¿Qué escondes en tu manga, viejo tramposo? - preguntó Kamera, incorporándose.
- Te diré una cosa: es algo más sustancioso que la famosa ilusión de la Mano Renacida.
- ¿Cuánto pides por este esfuerzo de aficionado?
- ¿Cuánto pagarías por el mejor de todos tus chistes? - quiso saber Fyx, sonriendo.
- Vaya - rió Kamera -, la edad no te hace más modesto.
- Kamera, es un chiste que hará palidecer a todas tus interpretaciones anteriores, un
chiste del que se enterará todo el Cuadrante..., tal vez toda la Galaxia.
- Fyx, tienes alma de pregonero - el payaso se restregó la barbilla y asintió -. Muy bien,
te escucho.
A la mañana siguiente en el Gran Circo, con el anfiteatro atestado por completo y en
absoluto silencio, el amo del Circo abrió el papel que acababa de entregarle el cajero de
los espectadores. Lo leyó, miró a los delegados y se aclaré la garganta.
- ¡Damas y caballeros! ¡Allenby, el mago, hablará para el Gran Circo!.
Los cajeros pasaron silenciosamente por entre los delegados. El cajero mayor subió
hasta donde se hallaba Allenby y se inclinó.
- Allenby, si quieres hablar, nos debes ochocientos treinta móviles.
Allenby se volvió hacia Disus y asintió.
El payaso contó las monedas y se las dio al cajero mayor.
Allenby se puso de pie y paseó la mirada por todo el anfiteatro.
- Yo, Allenby, os hablo..., sólo como Allenby. Esta mañana, hace apenas unos minutos,
el secretario de Estado del Noveno Cuadrante de la Federación de Planetas Habitables
me ha cesado en el cargo de embajador de Momus.
La multitud murmuró y algunos gritaron. Cuando se restableció el silencio, Allenby bajó
la mirada.
- Desde el Décimo Cuadrante estáis en trance de una aniquilación rápida y total a
menos que os defendáis. Mas, desde el Noveno Cuadrante, si no tan deprisa, vuestra
aniquilación no será por ello menos completa. Ya oísteis a la Gran Tayla - Allenby
paseó de nuevo la mirada por las gradas y se detuvo en Kamera - También oísteis al
Gran Kamera y sabéis por qué Momus no puede decidirse por un representante que
entre en tratos con el Noveno Cuadrante. Pero os diré una cosa: si la Segunda Ley no
nombra a nadie que mire por los intereses de Momus, nadie lo hará.
«Esta tarde, el embajador Humphries hablará ante el Gran Circo y tratará de que votéis
que sea su departamento el que se ocupe de vuestra defensa. El secretario de Estado
ha dictaminado que esto satisfaría a las leyes del Cuadrante. Si os conformáis con esto
la Gran Tayla habrá tenido razón... - tartamudeó y volvió a bajar la vista. Disus se
levantó, quedándose a su lado -. Yo..., yo terno ser el culpable de haberes colocado en
esta situación. Las minas de Momus no tienen cobre bastante para mis disculpas.»
Allenby inclinó la cabeza y se sentó. Disus miró en tomo al Circo, y también se sentó al
lado del ex-embajador.
Por la entrada norte, un cajero se acercó al amo del Circo y le entregó un papel.
- ¡Damas y Caballeros, el Gran Kamera hablará para el Gran Circo!
Mientras los cajeros se movían entre los delegados, Disus le preguntó a Allenby:
- ¿Deseas marcharte?
- Igual que los niños - repuso Allenby en un murmullo -, siguen jugando mientras arden
sus casas, ellos tienen derecho a divertirse. Me quedo.
Cuando el cajero mayor y su aprendiz regresaron de tas tinieblas de la entrada norte,
Allenby observó que Humphries y dos ayudantes habían entrado por el sector de los
espectadores, tomando asiento en la primera grada. El silencio fue roto por el familiar
«¡skiugi, skiugi!», y las carcajadas. Pero éstas sonaban diferentes, casi amargas.
La máscara que surgió a la luz era la de un chico, pero también era la máscara de la
tristeza. Los grandes ojos azules soltaban lágrimas de gelatina y las comisuras de la
boca caían hacia abajo. Ante los aplausos, Kamera dio la vuelta al Circo con su atavío
medio de mago, medio de representante, y sus torpes pies postizos. Levantó los brazos
pidiendo silencio.
- Os hablo como Allenby, el alma pérdida. Ah, no sería perdida si una ciudad me
aceptase - extendió los brazos al frente y dio media vuelta («¡skiugi, skiugi!») -.
¿Ninguna ciudad me aceptará?
En medio de las carcajadas, se oyó distintamente varios «¡No!». Kamera bajó los
brazos, abatió los hombros e inclinó la cabeza.
- Entonces, ninguna ciudad me debe lealtad, por lo que yo no puedo dar mi lealtad a
ninguna ciudad. - Dos lagrimones saltaron de los ojos de la máscara. Kamera levantó
una mano y se irguió en toda su estatura -. ¡Esperad! ¡Al menos, soy un mago...!
- ¡No! - Todos vieron a Fyx de pie entre los delegados de Tarzak -. Tú no eres un mago,
Allenby. Jamás hiciste el aprendizaje y vistes el negro de los representantes. ¡los
magos no te deben nada!
Fyx sentóse entre fuertes aplausos.
Kamera corrió hacia la delegación Sina («¡skiugi, skiugi!»).
- Booshit, yo hice el aprendizaje gracias a ti. ¿Soy acaso un representante de noticias?
- No, Allenby - negó Boosthit, poniéndose de pie -. Abandonaste tu ropaje de
representante para disfrazarte de mago. Los representantes no te debemos nada.
Con pánico fingido, Kamera corrió («¡skiugi, skiugi!») y se detuvo delante de Humphries.
- ¿Soy al menos un embajador?
Humphries se levantó y miró nerviosamente al imitador de Allenby que suplicaba ante él.
- Yo creía... - señaló al verdadero Allenby y luego volvió a mirar a Kamera -. Ashly
Allenby ha sido cesado como embajador para Momus. Además, usted..., hum...,
también ha cesado como miembro del cuerpo diplomático. Ya no posee la menor
autoridad.
Otras lágrimas manaron de los ojos de la máscara de Kamera, mojando el uniforme de
Humphries. Después, se volvió hacia los delegados («¡skiugi, skiugi!»).
- Bien, ya no me queda nada... ¡Nada! - aumentó el volumen de las lágrimas, y de
pronto cesaron -. Nada, excepto ser el representante de Momus ante el Noveno
Cuadrante... - todo el graderío guardó silencio -. Y lo pongo a votación. ¿Debo
convenirme en el Gran Allenby, Estadista de Momus, para tratar con el Noveno
Cuadrante en favor del planeta Momus?
Allenby empezó a sonreír al ver la confusión que sé pintaba en el rostro de Humphries.
Entonces, soltó la carcajada que fue coreada por todos los espectadores del Circo,
incluyendo a los delegados.
- ¡SÍ! ¡SÍ!
Kamera se quitó la máscara y saludó a Allenby, mas su gesto se perdió en el aire.
Allenby, Gran Estadista de Momus, se había caído rodando de su grada.
FIN

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