LAS MIL Y UNA NOCHE -- TOMO 3 --3ºparte
Luego dijo Schehrazada:
LA JOVEN FRESCURA-DE-LOS-OJOS
Amrú ben-Mosseda nos cuenta la anécdota siguiente:
"Un día, Abú-Issa, hijo de Harún Al-Raschid, vio en casa de su pariente Alí, hijo de Hescham,
una esclava joven, llamada Frescura-de-los-Ojos, de la cual quedó violentamente prendado. Con el
mayor cuidado probó Abú-Issa ocultar el secreto de su amor y no participar a nadie los
sentimientos que experimentaba; pero hizo cuanto pudo para decidir indirectamente a Alí a que le
vendiera su esclava.
Al cabo de un largo transcurso de tiempo, comprendió que eran inútiles todos los trabajos
encaminados a tal fin, y resolvió cambiar de plan. Fué en busca de su hermano el califa Al-
Mamúm, hijo de Al-Raschid, y le rogó que le acompañara al palacio de Alí, con objeto de darle una
sorpresa con su visita. El califa aprobó la idea; hicieron preparar los caballos y se presentaron en el
palacio de Alí, hijo de Hescham.
Cuando Àlí les vió entrar, besó la tierra entre las manos del califa, e hizo abrir la sala de los
festines en la cual les introdujo. Se encontraron en una sala hermosísima, cuyos pilares y muros
eran de mármoles de diferentes colores, con incrustaciones de estilo griego, que trazaban dibujos
muy agradables a la vista; y el piso de la sala estaba cubierto por una estera de Indias, sobre la
que se extendía una alfombra de Bassra, de una pieza, que ocupaba toda la superficie de la sala a
lo largo y a lo ancho.
Al-Mamúm se detuvo primero un instante para admirar el techo, las paredes y el suelo, y
luego dijo: "Bueno Alí, ¿a qué esperas para darnos de comer?" Al momento dió Alí una palmada, y
entraron unos esclavos cargados con mil variedades de pollos, pichones y asados de todas clases,
calientes y fríos; había también todo género de manjares líquidos y manjares sólidos, y
especialmente mucha caza rellena con pasas y almendras, porque a Al-Mamúm le gustaba de una
manera extraordinaria la caza, principalmente rellena con pasas y almendras. Acabada la comida,
llevaron un vino asombroso extraído de unas uvas escogidas grano a grano y cocido con frutas
perfumadas y nueces aromáticas comestibles; y en copas de oro, de plata y de cristal lo sirvieron
unos jóvenes como lunas, que iban vestidos con ligeras telas ondulantes de Alejandría adornadas
con delicados bordados de plata y oro; al mismo tiempo que presentaban las copas a los
comensales, aquellos jóvenes les rociaban con agua de rosas almizclada, valiéndose de hisopos
enriquecidos con pedrerías.
Tan encantado de todo aquello quedó el califa, que abrazó a su huésped, y le dijo: "¡Por Alah,
oh Alí! ¡En adelante ya no te llamaré Alí, sino el Padre-de-la-Belleza!" Y Alí, hijo de Hescham, a
quien desde entonces llamaron, efectivamente, Abul-tamal, besó la mano del califa, y luego hizo
una seña a su chambelán. Enseguida se descorrió al fondo de la sala un cortinaje, y aparecieron
diez jóvenes cantoras, vestidas de seda negra y hermosas como un pensil de flores. Se
adelantaron y fueron a sentarse en unos sillones de oro que habían puesto en corro en la sala diez
esclavos negros. Y preludiaron algo en instrumentos de cuerda, con una ciencia perfecta, cantando
luego a coro una oda de amor.
Entonces Al-Mamúm miró a la que más le había emocionado de las diez, y le preguntó:
"¿Cómo te llamas?" Ella contestó: "Me llamo Armonía, ¡oh Emir de los Creyentes!" El dijo: "¡Sabes
llevar muy bien el nombre, Armonía! ¡Deseo oírte cantar cualquier cosa!"
Entonces Armonía templó su laúd y cantó:
¡Mi dulzura
tiene miedo de las miradas,
y mi corazón sensible
teme
a los ojos de los enemigos!
¡Pero cuando se acerca el amigo
el placer
me hace estremecerme
y toda derretida
me entrego a él!
¡Pero si se aleja,
tiemblo de emoción,
como la gacela
que pierde a su cría!
Al-Mamúm le dijo encantado: "Triunfaste, ¡oh joven! ¿Y quién compuso esos versos?" Ella
contestó: "Amrú Al-Zobaidí; y la música es de Mobed". El califa vació la copa que tenía en la mano,
y su hermano Abú-lssa y Abul-tamal hicieron lo propio. Cuando ya dejaban las copas, entraron
otras diez cantoras, vestidas de seda azul y ceñidas con cendales del Yamán bordados de oro; se
acomodaron en los sitios de las diez primeras, que se marcharon entonces, y templando sus
laúdes preludiaron un coro con notable maestría.
A la sazón fijó sus miradas el califa en una de ellas, que era un cristal de roca, y le preguntó:
"¿Cuál es tu nombre, ¡oh joven!?" Ella contestó: "Corza, ¡oh Emir de los Creyentes!"
El dijo: "¡Pues bien, Corza, cántanos cualquier cosa!" Entonces, la que se llamaba Corza
templó su laúd y cantó...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 390ª NOCHE
Ella dijo:
...Entonces la que se llamaba Corza, templó su laúd y cantó:
¡Libres huríes y vírgenes,
nos reímos de las sospechas!
¡Somos las gacelas de la Meca,
a las que está prohibido espantar!
¡La gente soez
nos acusa de vicios
porque tenemos los ojos lánguidos
y porque es encantador nuestro lenguaje!
¡Hacemos ademanes indecentes
que obligan a desviarse
a los musulmanes piadosos!
A Al-Mamúm le pareció deliciosa esta canción, y preguntó a la joven: "¿De quién es?" Ella
contestó: "Los versos son de Jarir, y la música es de lbn-Soraij". Entonces, el califa y los otros dos
vaciaron sus copas, mientras se retiraban las esclavas para ser reemplazadas al punto por otras
diez cantoras, vestidas de seda escarlata, ceñidas con cendales escarlata, y mostrando suelto el
cabello, que les caía pesadamente por la espalda. Ataviadas con aquel color rojo, semejábanse a
un rubí de múltiples reflejos. Se sentaron en los sillones de oro y cantaron a coro, acompañándose
cada cual con su laúd.
Y Al-Mamúm se encaró con la que brillaba más en medio de sus compañeras, y le preguntó:
"¿Cómo te llamas?" Ella contestó: "Seducción, ¡oh Emir de los Creyentes!" El dijo: "Entonces, ¡oh
Seducción! date prisa a hacernos oír tu voz sola".
Y acompañándose con el laúd, Seducción cantó:
Los diamantes y los rubíes,
los brocados y las sedas,
importan poco a las bellas!
Sus ojos son de diamantes,
sus labios son de rubíes,
Y de seda es lo demás!
Extremadamente encantado, preguntó el califa a la cantora: "¿De quién es ese poema, ¡oh
Seducción!?" Ella contestó: "Es de Adí ben-Zeid; en cuanto a la música, es muy antigua, y se
desconoce al autor".
Al-Mamúm, su hermano Abú-Issa y Alí ben-Hescham vaciaron sus copas, y diez nuevas
cantoras, vestidas de tisú de oro y con el talle oprimido por cinturones de oro resplandecientes de
pedrerías, fueron a sentarse en los sillones y cantaron como las anteriores. Y el califa preguntó a la
de cintura fina: "¿Tu nombre?"
Ella dijo: "Gota-de-Rocío, ¡oh Emir de los Creyentes!" Dijo él: "¡Pues bien, Gota-de-Rocío,
esperamos de ti unos versos!" Y al punto cantó ella:
¡He bebido vino en su mejilla,
y se me huyó la razón!
¡Y vestida solamente
con mi camisa per fumada
de nardo y de aromas;
saldré a la calle
para dar fe de nuestros amores,
con mi camisa perfumada
de nardo y de aromas!
Al oir estos versos, exclamó Al-Mamúm: "¡Ya Alah! ¡Triunfaste, oh Gota-de-Rocío! ¡Repíteme
los últimos versos!" Y pulsando las cuerdas de su laúd, Gota-de-Rocío los repitió en un tono más
sentido:
¡Saldré a la calle
para darte fe de nuestros amores,
con mi camisa perfumada
de nardo y de aromas!
Y el califa le preguntó: " ¿De quién son esos versos, ¡oh Gota-de- Rocío?Ella dijo: "De Abu-
Nowas, ¡oh Emir de los Creyentes! y la música es de Ishak".
Cuando acabaron de tocar las diez esclavas, el califa quiso dar por terminada la fiesta y
levantarse. Pero se adelantó Alí ben-Hescham, y le dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! todavía
tengo una esclava que he comprado por diez mil dinares y que deseo mostrar al califa; dígnese,
pues, permanecer aún algunos momentos.
Si le gusta, podrá guardarla como suya; si no le gusta, no habré dejado de someterla a su
opinión".
Al-Mamúm dijo: "¡Venga a mí, pues, esa esclava!" En el mismo momento apareció una joven
de incomparable belleza, flexible y delgada como una rama de bambú, con ojos babilónicos llenos
de hechizos, con cejas de arco riguroso y con tez robada a los jazmines; ceñia a su frente una
diadema enriquecida con perlas y pedrerías, sobre la cual corría este verso en letras de diamantes:
¡Encantadora y educada por los genios, sabe punzar los corazones con las flechas de
un arco sin cuerda!
La joven continuó avanzando lentamente, y fué a sentarse sonriendo en el sillón de oro que
estaba reservado para ella. Pero apenas la vió entrar Abú-Issa, el hermano del califa, cambió de
color de manera tan inquietante, que Al-Mamúm se dio cuenta de ello, y le preguntó: "¿Qué te
pasa, ¡oh, hermano mío! para cambiar de color así?"
El interpelado contestó: "¡Oh, Emir de los Creyentes! ¡sólo es una molestia en el hígado, que
ya me ha dado otras veces!" Pero Al-Mamúm insistió y le dijo: "¿Acaso conoces a esa joven y la
viste antes de hoy?" Abú-Issa no quiso negarlo, y dijo: "¿Habrá ¡oh Emir de los Creyentes! quien
ignore la existencia de la luna?"
El califa se encaró entonces con la joven, y le preguntó: "¿Cómo te llamas, joven?" Ella
contestó: "Frescura-de-los-Ojos, ¡oh Emir de los Creyentes!"
Él dijo: "¡Pues bien, Frescura-de-los-Ojos, cántanos cualquier cosa!" Y cantó ella:
¿Sabe amar quien no lleva el amor más que en su lengua, y aloja la diferencia en su
corazón?
¿Sabe amar aquel cuyo corazón es una roca, mientras finge pasión su rostro?
¡ Me han dicho que la ausencia cura las torturas del amor! Pero ¡ay! ¡no nos curó la
ausencia!
¡Nos dicen que volvamos junto al ser amado, pero el remedio no surte efecto, porque el
ser amado desconoce nuestro amor!
Maravillado de su voz, le preguntó el califa: "¿Y de quién es esa canción, ¡oh Frescura-de-los-
Ojos!?" Ella dijo: "Los versos son de El-Kherzaí y la música es de Zarzur". Pero Abú-Issa, a quien
sofocaba la emoción, dijo a su hermano: "¡Permíteme responderle, oh Emir de los Creyentes!"
Dio el califa su aprobación, y Abú-Issa cantó:
¡En mis ropas hay un cuerpo adelgazado, y un corazón torturado dentro de mi seno!
¡Si mantuve mi amor sin que me saliera a los ojos, fue por temor de ofender a la luna en
quien se cifra!
Cuando Alí, Padre-de-la-Belleza, hubo oído esta respuesta, comprendió que Abú-Issa amaba
locamente a su esclava Frescura-de-losOjos. Levantóse al punto, e inclinándose ante Abú-Issa, le
dijo: "¡Oh huésped mío! no se dirá que nadie formuló en mi casa un anhelo, aunque fuera
mentalmente, sin haberlo realizado al instante.
¡Así, pues, si el califa quiere permitirme que haga una oferta en su presencia, Frescura-de-los-
Ojos se convertirá en tu esclava!"
Y como el califa dió su consentimiento, Abú-Issa se llevó a la joven.
¡ Porque tanta era la generosidad sin par de Alí y de los hombres de su época!"
Luego, para terminar, aún contó Schehrazada esta anécdota:
¿MUJERES O JOVENZUELOS?
Cuenta el sabio Omar Al-Homs:
"En el año quinientos sesenta y uno de la hégira hizo un viaje a Hama la mujer más instruida y
más elocuente de Bagdad, la que todos los sabios del Irak llamaban la Maestra de los Maestros. Y
he aquí que aquel año llegaron a Hama desde todas las comarcas de los países musulmanes los
hombres más versados en las diversas ramas de los conocimientos; y todos se alegraban de poder
oír e interrogar a esta mujer maravillosa entre todas las mujeres, que viajaba de aquel modo de
país en país, en compañía de un joven hermano suyo, para sostener tesis públicas acerca de las
cuestiones más difíciles, e interrogar y ser interrogada sobre todas las ciencias, la jurisprudencia, la
teología y las bellas letras.
Deseoso de oírla, rogué a mi amigo el sabio jeique El-Salhaní que me acompañara al sitio
donde argumentaba ella aquel día. El jeique El-Salhaní aceptó, y nos presentamos ambos en la
sala donde Sett Zahía se mantenía detrás de una cortina de seda para no contravenir la
costumbre de nuestra religión. Nos sentamos en un banco de la sala, y su hermano cuidó de
nosotros, sirviéndonos frutas y refrescos.
Después de haberme hecho anunciar a Sett Zahía, declinando mi nombre y mis títulos, empecé
con ella una discusión acerca de la jurisprudencia divina y acerca de las diferentes interpretaciones
que a la ley dieron los más sabios teólogos de los tiempos antiguos. En cuanto a mi amigo el jeique
El-Salhaní, desde el instante que divisó al joven hermano de Sett Zahía, jovenzuelo de una belleza
extraordinaria de rostro y de formas, quedó maravillado de admiración en el límite del entusiasmo,
y no separó de él ya sus miradas. Así es que no tardó Sett Zahía en darse cuenta de la distracción
de mi compañero, y cuando la observó, acabó por comprender los sentimientos que le animaban.
Le llamó de pronto por su nombre, y le dijo: "Me parece ¡oh jeiquel que eres de los que prefieren
los jovenzuelos a las mujeres...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 391ª NOCHE
Ella dijo:
"...de los que prefieren los jovenzuelos a las mujeres". Mi amigo sonrió, y dijo: "¡Así es!" Ella
preguntó: "¿Y por qué? ¡oh jeique!"
El dijo: "¡Porque Alah ha modelado el cuerpo de los jovenzuelos con una perfección admirable,
en detrimento de las mujeres, y mis gustos me impulsan a preferir en toda cosa lo perfecto a lo
imperfecto!" Ella se rió detrás de la cortina, y dijo: "¡Pues bien; si quieres defender tu opinión, estoy
dispuesta a responderte!" El dijo: "¡Con mucho gusto!"
Entonces le preguntó ella: "¡En tal caso, explícame cómo podrás probarme la superioridad de
los hombres y de los adolescentes sobre las mujeres y las jóvenes!"
El dijo: "¡Oh mi señora! la prueba que me pides puede hacerse de una parte por la lógica del
razonamiento y de otra parte por el Libro y por la Sunna.
"En efecto, dice el Corán: "Los hombres superan con mucho a las mujeres, porque Alah les ha
dado la superioridad". También dice: "En cualquier herencia, la parte correspondiente al hombre
debe ser el doble de la correspondiente a la mujer; así es que el hermano heredará dos veces más
que su hermana". Estas palabras santas nos prueban, pues, y establecen de manera permanente,
que a una mujer no se la debe considerar más que como a la mitad de un hombre.
"En cuanto a la Sunna, nos enseña que el Profeta (¡con él la plegaria y la paz!) estimaba el
sacrificio expiatorio de un hombre como si tuviese dos veces más valor que el de una mujer.
"Si recurrimos ahora a la lógica pura, veremos que la razón confirma la tradición y la enseñanza.
En efecto, si nos preguntamos sencillamente: "¿Quién tiene la prioridad, el ser activo o el ser
pasivo?", la respuesta será sin duda alguna en favor del ser activo. Y el principio activo es el
hombre, y la mujer es el principio pasivo. No hay que vacilar, por tanto. ¡El hombre se halla por
encima de la mujer, y el joven es preferible a la joven!"
Pero Sett Zahía contestó: "¡Tus citas son exactas!, ¡oh jeique! Y contigo reconozco que en su
Libro Alah ha dado a los hombres preferencia sobre las mujeres. Pero no especificó nada y habló
de una manera general. ¿Por qué, pues, si buscas la perfección de las cosas, te diriges solamente
a los jóvenes? ¡Deberías preferir a los hombres de barba, a los venerables jeiques de frente
arrugada, pues que fueron más lejos en la vía de la perfección!"
El contestó: "Sí, por cierto, ¡oh mi señora! Pero no comparo ahora a los ancianos con las
mujeres viejas, pues no se trata de eso, sino solamente de sacar deducciones de los jóvenes. En
efecto, me concederás, ¡oh mi señora! que nada en la mujer puede compararse a las perfecciones
de un joven hermoso, a su talle flexible, a la finura de sus miembros, al conjunto de colores tiernos
que hay en sus mejillas, a la gentileza de su sonrisa y al encanto de su voz. Por cierto que para
ponernos en guardia contra una cosa tan evidente, nos dice el propio Profeta: "¡No prolonguéis
vuestras miradas sobre los mozuelos sin barba, porque tienen ojos más tentadores que los de las
huríes!"
Además, ya sabes que la mayor alabanza que puede hacerse de la belleza de una joven es
compararla con la de un mozuelo. Bien conoces los versos en que el poeta Abu-Nowas habla de
todo eso, y el poema en que dice:
¡Tiene ella las caderas de un mozo, y se balancea al viento ligero como al soplo del
Norte se balancea la rama del ban!
"Así, pues, si los encantos de los jóvenes no fueran notoriamente superiores a los de las
jóvenes, ¿por qué se sirven de ellos los poetas como término de comparación?
"Además, no ignoras que el adolescente no se limita a estar bien formado, sino que sabe
arrebatarnos los corazones con el encanto de su lenguaje y lo agradable de sus maneras. ¡Y es
tan delicioso cuando un bozo incipiente comienza a sombrear sus labios y sus mejillas, donde
anidan pétalos de rosa! ¿Y es que puede encontrarse en el mundo algo comparable al encanto que
en aquel momento despide? ¡Qué razón tenía el poeta Abu-Nowas al exclamar:
Me dicen sus calumniadores envidiosos: "¡Ya empiezan los pelos a hacer rugosos sus
labios!" Pero yo les digo: "¡Cuán grande es vuestro error! ¿Cómo puede pareceros un
defecto ese adorno?
"¡Ese bozo realza la blancura de su cara y de sus dientes, como un engarce verde realza
el brillo de las perlas! ¡Es un indicio encantador de las fuerzas nuevas que adquiere su
grupa!
"Han hecho las rosas juramento solemne de no borrar jamás de las mejillas de él sus
colores milagrosos! ¡Saben sus párpados hablarnos con lenguaje más elocuente que el de
sus labios, y sus cejas saben contestar con precisión!
"¡Los pelos, objeto de vuestra maledicencia, sólo han crecido para preservar sus
encantos y ponerlos al abrigo de vuestros ojos groseros! ¡Dan al vino de su boca un sabor
más pronunciado; y el verde de su barba en sus mejillas de plata les añade un color más
vivo para entusiasmarnos!”
"También ha dicho otro poeta:
Me dicen los envidiosos: "¡Cuán ciega es tu pasión! ¿No ves que ya los pelos cubren
sus mejillas?"
Yo les digo: "¡Si no estuviera la blancura de su rostro atenuada por la sombra dulce de
su bozo, sería imposible que sostuvieran su resplandor mis ojos!
"Y además, ¿cómo, después de haber cultivado una tierra mientras era fértil, voy a
abandonarla cuando la fertiliza la primavera?"
"Por último, ha dicho otro entre mil:
¡Esbelto mozo! ¡Sus miradas y sus mejillas luchan entre sí por quién hará más víctimas
entre los hombres!
¡Derrama sangre de corazones con una espada hecha de pétalos de narciso, y cuya
vaina y cuyo tahalí se lo robaron a los mirtos!
¡Tantas envidias suscitan sus perfecciones, que la misma belleza desea convertirse en
mejilla velluda!
"He aquí ¡oh mi señora! pruebas bastantes para demostrar la Superioridad de la belleza de los
mozos sobre la de las mujeres en general."
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 392ª NOCHE
Ella dijo:
"... la superioridad de la belleza de los mozos sobre la de las mujeres en general".
Al oír estas palabras, contestó Sett Zahía: "Alah perdone tus argumentos erróneos, si es que
no hablaste solamente por hablar o en broma. ¡Pero ahora va a triunfar la verdad! No endurezcas
tu corazón y prepara tu oído para escuchar mis argumentos.
¡Por Alah sobre ti! Dime dónde se halla el joven cuya belleza puede compararse con la de una
joven. ¿Olvidas que la piel de una joven, no sólo tiene el resplandor y la blancura de la plata, sino
también la dulzura de los terciopelos y las sedas? ¡Su cintura es la rama del mirto y del ban! ¡Su
boca es una manzanilla en flor, y sus labios dos anémonas húmedas! Sus mejillas, manzanas;
calabacitas de marfil, sus senos.
Su frente irradia claridad, y de continuo dudan sus dos cejas, sin saber si deben reunirse o
separarse. Cuando habla, se desgranan en su boca perlas finas; cuando sonríe, se escapan
torrentes de luz de sus labios, que son más dulces que la miel y más suaves que la manteca. En el
hoyo de su mentón está impreso el sello de la belleza. En cuanto a su vientre, ¡qué bonito es!
Tiene a los lados líneas admirables y pliegues generosos que se superponen unos a otros. Sus
muslos están hechos con una sola pieza de marfil y los sostienen las columnas de sus pies,
formados con pasta de almendra.
¡Pero por lo que respecta a sus nalgas, son de buena ley, y cuando suben y bajan se las
creería las olas de un mar de cristal o montañas de luz! ¡Oh pobre jeique!, ¿acaso pueden
compararse los hombres a los genios? ¿No sabes que los reyes, los califas y los más grandes
personajes de que hablan los anales fueron esclavos obedientes de las mujeres y consideran
como una gloria soportar su yugo? ¡
Cuántos hombres eminentes bajaron la frente, sojuzgados por sus encantos! ¡Cuántos
abandonaron por ellas riquezas, país, padre y madre! ¡Cuántos reinos perdiéronse por ellas! ¡Oh
pobre jeique!, ¿no es para ellas para quienes se levantan los palacios, se borda la seda y los
brocados y se tejen las telas más ricas? ¿No es para ellas para quienes tan buscados son por su
perfume agradable y dulce el ámbar y el almizcle? ¿Olvidas que sus encantos han condenado a
los habitantes del paraíso, y han trastornado la tierra y el universo y han hecho correr ríos de
sangre?
"Pero respecto a las Palabras que citaste del Libro, son más favorables a mi causa que a la
tuya.
Son esas Palabras: "¡No prolonguéis vuestras miradas sobre los mozuelos sin barba, porque
tienen ojos más tentadores que los de las huríes!" Ya ves que se trata de una alabanza directa a
las huríes del paraíso, que sirven de término de comparación, siendo mujeres y no mozos. ¡Y hasta
vosotros, los aficionados a los adolescentes, cuando queréis describir a vuestros amigos,
comparáis sus caricias con las de las jóvenes! No os da vergüenza de vuestros gustos
corrompidos, os complacéis en ellos y los satisfacéis en público.
Olvidáis las palabras del Libro: "¿Por qué buscar el amor de los varones? ¿No ha creado Alah
a las mujeres para satisfacción de vuestros deseos?' ¡Gozad, pues, con ellas a vuestro sabor!
¡Pero sois un pueblo terco!"
"Si a veces comparáis a las jóvenes con los mozuelos, unicamente se debe a vuestros deseos
corrompidos y a vuestro gusto pervertido!
Sí, conocemos bien a vuestros poetas aficionados a los mozos! ¿No ha dicho el más grande
de ellos, el jeique de los pederastas, Abu-Nowas, hablando de una joven:
¡Igual que un joven, no tiene caderas, y hasta se ha cortado los cabellos! ¡Y he aquí que
un tierno bozo sombrea su rostro y da doble valor a sus encantos! ¡Así puede satisfacer al
pederasta y al adúltero!
“Y en cuanto al supuesto atractivo que da la barba a los jó venes...
En este momento de su narración. Schehrazada vió aparecer la mañana y calló discretamente.
CUANDO LLEGO LA 393ª NOCHE
Ella dijo:
"... Y en cuanto al supuesto atractivo que da la barba a los jóvenes, ¿no sabes ¡oh jeique! los
versos del poeta a este respecto?
Escucha:
¡He aquí que al nacer en su mejilla los primeros pelos, ha huído su amante!
¡Porque cuando el carbón de la barba ennegrece el mentón, convierte en humo los
encantos del joven!
Y cuando la página en blanco del rostro se llena con lo negro de la escritura, ¿quién que
no sea un ignorante querrá tomar la pluma todavía?
"Así, pues, ¡oh jeique! rindamos homenaje a Alah el Altísimo, que supo reunir en las mujeres
todos los goces que pueden llenar la vida, y prometió a los profetas, a los santos y a los creyentes
darles el paraíso como recompensa a las huríes maravillosas. Y claro que, si Alah el infinitamente
bueno comprendiera que había en realidad fuera de las mujeres otras voluptuosidades, sin duda se
las huiese prometido y reservado a sus fieles creyentes. Sin embargo, Alah no habla nunca de los
mozuelos más que para presentarlos como servidores de los elegidos en el paraíso; pero a nadie
se los prometió ninguna vez con otros fines. ¡Y el mismo Profeta (¡con él la plegaria y la paz!) no se
inclinó jamás en tal sentido, sino al contrario! Porque acostumbraba repetir a sus compañeros:
"¡Tres cosas te hacen amar este mundo: las mujeres, los perfumes y la frescura que presta al alma
la plegaria!".
Pero mejor de lo que yo sabría hacerlo, resurnen mi opinión ¡oh jeique! estos versos del poeta:
¡Entre trasero y trasero hay diferencia! ¡Si os acercáis a uno, se os tizna de amarillo el
traje; pero si os acercáis al otro se os perfurna!
¿Cómo hay quien compare al mozo con la moza? ¿Se atrevió nunca nadie a preferir la
madera olorosa del nadd a los excrementos de los cetáceos?
"Pero veo que la discusión me excitó demasiado y me hace rebasar los límites de la
conveniencia en que deben mantenerse las mujeres, principalmente en presencia de los jeiques y
los sabios. Me apresuro, pues, a pedir perdón a quienes hayan podido molestarse u ofenderse, y
cuento con su discreción para cuando salgan de esta entrevista, porque dice el proverbio:
"¡El corazón de los hombres bien nacidos es una tumba para los secretos!"
Cuando hubo acabado de contar esta anécdota, Schehrazada dijo: "¡Y esto es ¡oh rey
afortunado! lo que pude recordar de las anécdotas encerradas en el Paraíso florido del ingenio y el
Jardín de la galantería!"
Y dijo el rey Schahriar: "¡En verdad, Schehrazada, que me encantaron en extremo esas
anécdotas, y me entran ahora deseos de oír una historia como las que me contabas antes!"
Schehrazada contestó:
"¡En ello pensaba precisamente!" Y dijo enseguida:
EL FALSO CALIFA
Cuentan que una noche el califa Harún Al-Raschid, presa del insomnio, hizo llamar a su visir
Giafar Al-Barmaki, y le dijo: "¡Tengo oprimido el pecho, y deseo ir a pasearme por las calles de
Bagdad y liegar hasta el Tigris, para ver si paso la noche distraído!" Giafar contestó oyendo y
obedeciendo, y al punto se disfrazó de mercader, tras de ayudar al califa a que se disfrazara de lo
mismo y de llamar al portaalfanje Massrur para que les acompañara disfrazado como ellos. Luego
salieron del palacio por la puerta secreta, y empezaron a recorrer lentamente las calles de Bagdad,
silenciosas a aquella hora, y de esta guisa llegaron a la orilla del río. En una barca amarrada vieron
a un barquero viejo que se disponía a arroparse en su manta para dormir.
Se acercaron a él, y después de las zalemas, le dijeron: "¡Oh jeique! ¡deseamos de tu
amabilidad que nos lleves en tu barca para pasearnos un poco por el río, ahora que hace fresco y
es deliciosa la brisa! ¡Y he aquí un dinar por tu trabajo!" Y el interpelado contestó con acento de
terror en la voz: "¿Sabéis lo que pedís, señores? Por lo visto no conocéis la prohibición. ¿No veis
venir hacia nosotros el barco en que se halla el califa con todo su séquito?"
Preguntaron muy asombrados: "¿Estás seguro que ese barco que se acerca lleva al propio
califa?" El otro contestó: "¡Por Alah! ¿y quién no conoce en Bagdad la cara de nuestro amo el
califa? ¡Sí, mis señores, es el mismo, con su visir Giafar y su portaalfanje Massrur! ¡Y mirad con
ellos a los mamalik y a los cantores! Oíd cómo grita el pregonero, de pie en la proa: ".Prohibido a
grandes y pequeños a jóvenes y a viejos, a notables y a plebeyos, pasearse por el río! ¡A quien
contravenga esta orden se le cortará la cabeza o será colgado del mástil de su barco!"
Al oír tales palabras...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 394ª NOCHE
Ella dijo:
... Al oír tales palabras, Al-Raschid llegó al límite del asombro, porque no había dado nunca
semejante orden, y hacía más de un año que no se paseaba por el río. Miró, pues, a Giafar y le
interrogó con los ojos acerca de lo que significaba aquello. Pero Giafar, tan asombrado como el
califa, se encaró con el barquero viejo, y le dijo: "¡Oh jeique" he aquí dos dinares para ti. Pero date
prisa a llevarnos en tu barca y a ocultarnos en una de esas casetas abovedadas que hay a flor de
agua, sencillamente para que podamos ver el paso del califa y su séquito sin que nos vean y nos
prendan". Tras de dudar mucho, el barqueroo aceptó la oferta, y después de llevar en su barca a
los tres, los guareció en una caseta y extendió sobre ellos una manta negra para que se les
divisase menos aún.
Apenas se habían colocado así, vieron acercarse el barco, iluminado por la claridad de teas y
antorchas que alimentaban con madera de áloe, esclavos jóvenes vestidos de raso rojo, con los
hombros cubiertos con mantos amarillos y la cabeza envuelta en muselina blanca. Unos se
hallaban a proa y otros a popa, y levantaban sus teas y sus antorchas, pregonando de cuando en
cuando la prohibición consabida. También vieron a doscientos mamalik de pie, alineados a ambos
lados del barco, rodeando un estrado situado en el centro, donde aparecía sentado en trono de oro
un joven vestido con un traje de paño negro realzado con bordados de oro; y a su derecha se
mantenía un hombre que se asemejaba asombrosamente al visir Giafar; y a su izquierda se
mantenía con el alfanje desenvainado, otro hombre que se asemejaba exactamente a Massrur,
mientras en la parte baja del estrado estaban sentadas por orden veinte cantarinas y tañedoras de
instrumentos.
Al ver aquello, exclamó Al-Raschid: "¡Giafar!"
El visir contestó: “!A tus órdenes, oh Emir de los Creyentes!" El califa dijo: "¡Seguramente debe
ser uno de nuestros hijos, quizá Al-Mamúm o quizá Al-Amín! Y de los dos que están de pie a su
lado, uno se parece a ti y el otro a mi portaalfanje Massrur. ¡Y las que se sientan al pie del estrado
parecen de un modo extraño a mis cantarinas habituales y a mis tañedoras de instrumentos! ¿Qué
piensas de todo esto? ¡Yo estoy sumido en una perplejidad grande!" Giafar contestó: "¡Yo también,
¡por Alah! oh Emir de los Creyentes!"
Pero ya habíase alejado de su vista el barco iluminado, y libre su angustia exclamó el viejo
barquero: "¡Por fin estamos seguros! ¡No nos ha visto nadie!"
Y salió de la caseta y condujo a la orilla a sus tres pasajeros. Cuando desembarcaron, se
encaró con él el califa, y le preguntó: "¡Oh jeique! ¿dices que el califa viene todas las noches a
pasearse como hoy en ese barco iluminado?" El otro contestó: "¡Sí, señor, y ya hace un año de
esto!" El califa dijo: "¡Oh jeique! somos extranjeros que estamos de viaje, y nos gusta regocijarnos
con todos los espectáculos y pasear por todos los sitios donde hay cosas hermosas que ver!
¿Quieres, pues, admitir estos diez dinares y esperarnos aquí mismo mañana a esta hora?" El
barquero contestó: "¡Quiero y me honro!" Entonces se despidieron de él el califa y sus dos
acompañantes y regresaron al palacio comentando aquel espectáculo extraño.
Al día siguiente, después de tener reunido el diwán durante toda la jornada y de recibir a sus
visires, chambelanes, emires y lugartenientes, y de despachar los asuntos corrientes, y juzgar y
condenar, y absolver, el califa se retiró a sus habitaciones, quitándose sus ropas reales para
disfrazarse de mercader, y acompañado de Giafar y Massrur tomó el mismo camino que la víspera,
y no tardaron en llegar al río, donde les esperaba el viejo barquero. Se metieron en la barca y
fueron a ocultarse en la caseta, en la cual esperaron la llegada del barco iluminado.
No tuvieron tiempo de impacientarse, porque algunos instantes después apareció el barco
sobre el agua encendida por las antorchas y al son de los instrumentos. Y divisaron a las mismas
personas que la víspera, el mismo número de mamalik y los mismos invitados, en medio de los
cuales se hallaba sentado en el estrado el falso califa entre el falso Giafar y el falso Massrur.
Al ver aquello, Al-Raschid dijo a Giafar: "¡Oh visir, estoy viendo una cosa que nunca habría
creído si fueran a contármela!" Luego dijo al barquero: "¡Oh jeique toma diez dinares más y
condúcenos a la zaga de ese barco; y nada temas, pues no nos han de ver porque están en medio
de la luz y nosotros en las tinieblas. Nuestro objeto es disfrutar el hermoso espectáculo de esta
iluminación sobre el agua!" El barquero aceptó los diez dinares, y aunque muy atemorizado,
empezó a remar sin ruido por la estela del barco, cuidando de no entrar en el círculo luminoso...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 395ª NOCHE
Ella dijo:
..cuidando de no entrar en el círculo luminoso, hasta que llegaron todos a un parque que
bajaba en cuesta hasta el río, y en aquel sitio amarraron el barco. Desembarcaron el falso califa y
todo su séquito, y al son de los instrumentos penetraron en el parque.
Cuando estuvo lejos el barco, el viejo jeique costeó la orilla con su barca en la oscuridad para
que a su vez desembarcaran sus pasajeros. Ya en tierra, fueron a mezclarse con la muchedumbre
de individuos que rodeaban al falso califa llevando antorchas en la mano.
Y he aquí que, mientras seguían de tal modo al cortejo, fueron advertidos por algunos mamalik
y reconocidos como instrusos. Al punto, los prendieron y condujeron a presencia del joven, que les
preguntó: ¿Cómo os arreglasteis para entrar aquí y por qué razón vinisteis?
Contestaron: "¡Oh señor nuestro! somos mercaderes extranjeros en este país. Hemos llegado
hoy precisamente, y nos hemos aventurado al acceso a este jardín. ¡Ibamos tan tranquilos,
cuando nos ha prendido vuestra gente, conduciéndonos entre vuestras manos!"
El joven les dijo: "¡No temáis, ya que sois extranjeros en Bagdad! De no ser así, sin duda
haría que os cortaran la cabeza!" Luego se encaró con su visir, y le dijo: "Déjales que vengan con
nosotros. ¡Serán nuestros huéspedes por esta noche!" Acompañaron entonces al cortejo, y
llegaron de tal suerte a un palacio que no podía compararse en magnificencia más que con el del
Emir de los Creyentes.
En la puerta de aquel palacio aparecía grabada esta inscripción:
En esta morada donde siempre es bien venido el huésped, puso el tiempo la belleza de
sus matices y lo decoró el arte, y la acogida generosa de su dueño contenta el espíritu.
Entraron entonces en una sala magnífica, con el piso cubierto por una alfombra de seda
amarilla, y sentándose en un trono de oro, el falso califa permitió a los demás sentarse a su
alrededor. Se sirvió inmediatamente un festín; y todos comieron y se lavaron las manos; luego,
cuando pusieron las bebidas encima del mantel, bebieron prolongadamente en la misma copa, que
se pasaban de unos a otros. Pero cuando le llegó la vez, el califa Harún Al-Raschid no quiso beber.
Entonces se encaró el falso califa con Giafar y le preguntó: "¿Por qué no quiere beber tu amigo?"
Giafar contestó: "¡Hace mucho tiempo, señor, que dejó de beber!" El otro dijo: "¡En tal caso,
mandaré que le sirvan otra cosa!"
Al punto dió una orden a uno de sus mamalik, que se apresuró a traer un frasco lleno de
sorbete de manzanas, y se lo ofreció a Al-Raschid, que lo aceptó aquella vez y se puso a
bebérselo con mucho gusto.
Cuando se hizo sentir en los cerebros la bebida, el falso califa, que tenía en la mano una varita
de oro, dió con ellas tres golpes en la mesa, y al momento se abrieron las dos hojas de una ancha
puerta que estaba al fondo de la sala, para dar paso a dos negros que llevaban a hombros un sillón
de marfil, en el cual aparecía sentada una joven esclava blanca, de rostro brillante como el sol.
Colocaron el sillón frente a su amo, y se quedaron detrás en pie y sin moverse. Entonces cogió la
esclava un laúd indio, lo templó, y preludió de veinticuatro modos distintos con un arte que
entusiasmó al auditorio.
Luego volvió al primer tono, y cantó:
¿Cómo puedes consolarte lejos de mí, cuando mi corazón está de duelo por tu
ausencia?
¡El Destino ha separado a los amantes y está vacía la morada que resonaba con
cánticos de dicha!
Cuando el falso califa oyó cantar estos versos, lanzó un grito agudo, desgarró su hermoso
traje constelado de diamantes, su camisa y la demás ropa, y cayó desvanecido. Enseguida
apresuráronse los mamalik a echarle encima un manto de raso, pero no con la rapidez suficiente
para que el califa, Giafar y Massrur no tuvieran tiempo de notar que el cuerpo del joven ostentaba
extensas cicatrices y huellas de bastonazos y latigazos.
Al ver aquello, el califa dijo a Giafar: "¡Por Alah! ¡qué lástima que un joven tan hermoso tenga
en el cuerpo señales que nos muestran de manera evidente que nos las tenemos que haber con
algún criminal escapado de la cárcel!" Pero ya los mamalik habían vestido a su amo con otra ropa
más hermosa y más rica que la anterior, y el joven volvió a sentarse en el trono como si no hubiese
sucedido nada.
Advirtió entonces que los tres invitados se hablaban en voz baja, y les dijo: "¿A qué vienen esa
cara de asombro y esas palabras dichas en voz baja?" Giafar contestó: "Este compañero mío me
decía que ha recorrido todos los países y tratado muchos personajes y reyes, sin que jamás haya
visto ninguno tan generoso como nuestro huésped. Y también se asombraba de ver que
desgarrabas un traje que seguramente vale diez mil dinares. Y me citaba en tu honor estos
versos...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, v se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 396ª NOCHE
Ella dijo:
".. Y me citaba en tu honor estos versos: ,
¡La generosidad erigió su morada en medio de la palma de tu mano, e hizo de tal morada
el asilo deseado!
¡Si un día cerrase sus puertas la generosidad, tu mano sería la llave que abriera sus
cerraduras!
Al oír estos versos, se mostró muy satisfecho el joven, y ordenó que obsequiasen a Giafar con
mil dinares y con un ropón tan hermoso como el que había desgarrado él, y siguieron bebiendo y
divirtiéndose.
Pero Al-Raschid, que no estaba tranquilo desde que advirtió huellas golpes en el cuerpo del
joven, dijo a Giafar: "¡Pídele una explicación la cosa!" Giafar contestó: "¡Mejor será tener paciencia
todavía y no resultar indiscretos!" El califa dijo: "¡Por mi cabeza y por la tumba Abbas, que como
no le interrogues enseguida acerca del particular Giafar! dejará de pertenecerte tu alma en cuanto
lleguemos a palacio!”
Y he aquí que el joven, que les estaba mirando, se dió cuenta de que aún hablaban en voz
baja, y les preguntó: "¿Tanta importancia tiene eso que os decís en secreto?" Giafar contestó:
"¡Nada malo es!" El joven añadió: "¡Por Alah! te suplico que me pongas al corriente de lo que os
decís, sin ocultarme nada!" Giafar dijo: "¡Señor, mi compañero ha notado que tienes en los
costados cicatrices y huellas de vergajos y latigazos! ¡Y está asombrado hasta el límite del
asombro! ¡Y desearía ardientemente saber a consecuencia de qué aventura ha sufrido nuestro
dueño el califa semejante trato, tan poco compatible con su dignidad y sus prerrogativas!"
Al oír estas palabras, sonrió el joven, y dijo: "¡Sea! ¡Puesto que sois extranjeros, os revelaré la
causa de todo! ¡Y es mi historia tan prodigiosa y tan llena de maravillas, que si se escribiera con
agujas en el ángulo interior del ojo, serviría de lección a quien la escuchase atentamente!"
Luego dijo:
"Sabed, señores míos, que yo no soy el Emir de los Creyentes, sino sencillamente el hijo del
síndico de los joyeros de Bagdad. Me llamo Mohammad-Alí. Al morir mi padre, me dejó en herencia
mucho oro, plata, perlas, rubíes, esmeraldas, alhajas y objetos de orfebrería; me dejó además
propiedades edificadas, terrenos, huertos, jardines, tiendas y almacenes de reserva; y me hizo
dueño de este palacio con todo lo que contiene, esclavos de ambos sexos, guardias y criados,
mozos y mozas.
Y he aquí que, estando yo sentado un día en mi tienda en medio de los esclavos que
ejecutaban mis órdenes, vi que a la puerta se paraba, y bajaba de una mula ricamente enjaezada,
una joven, a la que acompañaban otras tres jóvenes, hermosas como lunas las tres. Entró en mi
tienda y se sentó, mientras yo, en honor suyo, me ponía de pie; luego me preguntó: "¿Verdad que
eres Mohammad-Alí el joyero?" Contesté: "¡Claro que sí, ¡oh mi señora! y soy tu esclavo, dispuesto
a servirte!" Ella me dijo: "¿Tendrías alguna alhaja verdaderamente hermosa y que pudiera
gustarme?" Yo le dije: "¡Oh mi señora! voy a traerte lo más hermoso de mi tienda y a ponerlo en tus
manos. ¡Si llega a convenirte algo, nadie se considerará por ello más dichoso que tu esclavo; y si
nada logra detener tus miradas, deploraré mi mala suerte durante toda mi vida!"
Precisamente tenía yo en mi tienda cien collares preciosos, maravillosamente labrados, que en
seguida hice que me trajeran y se los enseñaran. Los cogió y los miró despacio uno por uno,
demostrando entender más de lo que en su caso hubiera entendido yo mismo; luego me dijo: "¡Lo
quiero mejor!"
Entonces me acordé de un collarcito que mi padre compró por cien mil dinares en otro tiempo,
y que tenía yo guardado, al abrigo de todas las miradas, en un precioso cofrecillo para él sólo, me
levanté entonces y traje el cofrecillo en cuestión con mil precauciones y le abrí ceremoniosamente
en presencia de la joven, diciéndole: "¡No creo que lo tengan igual reyes ni sultanes, grandes ni
pequeños!"
Cuando la joven hubo echado una rápida ojeada al collar, lanzó un grito de júbilo y exclamó:
"¡Esto es lo que en vano anhelé toda mi vida!" Luego me dijo: "¿Cuánto vale?" Contesté: "Su precio
exacto de reventa fue para mi difunto padre el de cien mil dinares. ¡Si te gusta, ¡oh mi señora!
llegaré al límite de la felicidad ofreciéndotelo por nada!" Me miró ella, sonrió ligeramente, y me dijo:
"¡Añade al precio que acabas de decir cinco mil dinares por los intereses del capital muerto, y será
de mi propiedad el collar!"
Contesté: "¡Oh mi señora! el collar y su propietario actual son ya de tu propiedad y se hallan
entre tus manos! ¡Nada más tengo que añadir!" Volvió ella a sonreír, y contestó: "¡Ya he dicho las
condiciones de compra, y añado que te soy deudora de gratitud!" Y tras de pronunciar estas
palabras, se levantó vivamente, saltó a la mula con una ligereza extrema, sin recurrir a la ayuda de
sus servidores, y me dijo al partir: "¡Oh mi señor! ¿quieres acompañarme ahora mismo para
llevarme el collar y cobrar el dinero en mi casa? ¡Créeme que gracias a ti el día de hoy ha sido para
mí como la leche!" No quise insistir más para no contrariarla, ordené a mis criados que cerraran la
tienda, y seguí a pie a la joven hasta su casa...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 397ª NOCHE
Ella dijo:
... y seguí a pie a la joven hasta su casa. Allí le entregué el collar, y ella penetró en sus
habitaciones después de rogarme que me sentara en el banco del vestíbulo para esperar la llegada
del cambista que debía pagarme los cien mil dinares con sus intereses.
Estando sentado en aquel banco del vestíbulo, vi llegar a una sirviente joven, que me dijo:
"¡Oh mi señor, tómate la molestia de entrar a la antecámara de la casa, pues la espera a la puerta
no se hizo para personas de tu calidad!" Me levanté entonces y penetré en la antecámara, donde
me senté en un escabel tapizado de terciopelo verde y así, permanecí esperando algún tiempo.
Entonces vi entrar a una segunda sirviente, que me dijo: "¡Oh señor mío, mi señora te ruega que
entres en la sala de recepción, donde desea que descanses hasta que llegue el cambista!" No dejé
de obedecer, y seguí a la joven a la sala de recepción. Apenas llegué allá, se descorrió un gran
cortinaje al fondo, y se adelantaron hacia mí cuatro esclavas que llevaban un trono de oro en el
que aparecía sentada la joven, con un rostro hermoso como una luna llena y con el collar al cuello.
Al ver su rostro sin velo y completamente descubierto, sentí turbárseme la razón y acelerarse
los latidos de mi corazón. Y he aquí que ella hizo seña de que se retiraran a sus esclavas, avanzó
hacia mí, y me dijo: "¡Oh luz de mis ojos! ¿crees que todo ser bello debe conducirse con la que le
ama tan duramente como tú lo haces?" Contesté: "¡En ti está la belleza entera, y lo que de ella
sobra, si sobra algo, se distribuyó entre los demás seres humanos!"
Ella me dijo: "¡Oh joyero Mohammad-Alí, has de saber que te amo, y que si me he valido de
este medio ha sido sólo para decidirte a que vengas a mi casa!" Y tras de pronunciar estas
palabras se inclinó sobre mí perezosamente, y me atrajo hacia ella mirándome con ojos lánguidos.
Extremadamente emocionado, cogí entonces su cabeza con mis manos y la besé varias veces, en
tanto que ella me devolvía largamente mis besos y me oprimía contra sus senos duros, que sentía
yo incrustarse en mi pecho. Comprendí a la sazón que no debía retroceder y quise poner en
ejecución lo que en mí estaba ejecutar. Pero en el preciso momento en que el niño, completamente
despierto, reclamaba con ardor a su madre, me dijo ésta: "¿Qué pretendes hacer con eso, ¡oh mi
señor!?" Contesté: "¡Ocultarlo para que me deje tranquilo!" Dijo ella: "El caso es que no vas a
poder ocultarlo en mí, porque no está abierta la casa. ¡Sería preciso para ello abrir una brecha
antes! ¡Pues has de saber que soy una virgen intacta de toda perforación! ¡Y si crees que hablas
con una mujer cualquiera o con alguna meretriz entre las meretrices de Bagdad, debes
desengañarte en seguida! Porque sabrás que tal como me ves, ¡oh Mohammad-Alí! soy la
hermana del gran visir Giafar, la hija de Yahía ben-Khaled Al-Barmaki".
Al oír estas palabras ¡oh señores míos! sentí que el niño caía en un profundo sueño, y
comprendí cuán impropio estuvo por mi parte el escuchar sus gritos y querer acallarlos pidiendo
ayuda a la joven. Sin embargo, le dije: "¡Por Alah, ¡oh mi señora! que no es mía la culpa si quise
que el hijo se aprovechara de la hospitalidad que al padre se le ha dado! ¡Tú misma eres quien se
mostró generosa conmigo, haciéndome ver el paraíso por las puertas abiertas de tu hospitalidad!"
Ella me contestó: "¡No tienes por qué hacerme reproches, sino al contrario! Y si quieres lograrás
tus fines; pero por los únicos caminos legales. ¡Todo puede ser con la voluntad de Alah! ¡Soy, en
efecto, dueña de mis actos, y nadie tiene el derecho de intervenir en ellos! ¿Me quieres, pues, por
esposa legítima?" Contesté "¡Claro que sí!" Al punto hizo ella ir al kadí y a los testigos, y les dijo:
"He aquí a Mohammad-Alí, hijo del difunto síndico Alí. Me pide en matrimonio y me reconoce como
dote este collar que me ha dado. ¡Yo acepto y consiento!" Se redactó enseguida nuestro contrato
de matrimonio, y después de extenderlo nos dejaron solos. Trajeron los esclavos bebidas, copas y
laúdes, y empezamos ambos a beber hasta que resplandeció nuestro ingenio. Tomó ella entonces
el laúd, y cantó acompañándose con él:
¡Por la finura de tu talle, por tu andar orgulloso, te juro que sufro con tu alejamiento!
¡Ten piedad de un corazón abrasado en el fuego de tu amor!
¡Me exalta la copa de oro, donde al beber de su licor, encuentro vivo tu recuerdo!
¡Así en medio de las rosas brillantes, la flor de mirto me hace apreciar mejor los colores
vivos!
Cuando hubo ella acabado de cantar, tomé a mi vez el laúd, y después de demostrar que
sabía sacar de él el mejor partido, dije estos versos del poeta, acompañándome en sordina:
¡Oh prodigio! ¡En tus mejillas veo unirse cosas contrarias: la frescura del agua y el rojo
de la llama!
¡Eres para mi corazón fuego y frescura! ¡Oh, cuán amarga y dulce eres en mi corazón!
Cuando acabamos de cantar, notamos que ya era hora de ir pensando en acostarse. La cogí
en mis brazos y la tendí en la cama suntuosa que nos habían preparado las esclavas...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente.
CUANDO LLEGO LA 398ª NOCHE
Ella dijo:
... en la cama suntuosa que nos habían preparado las esclavas. Entonces, cuando la desnudé,
pude comprobar que era una perla sin perforar y una yegua que no habían cabalgado. Mucho me
regocijé con ello, ¡y puedo, por cierto, asegurar que en mi vida pasé una noche tan agradablecomo
aquella noche en que, hasta que llegó la mañana tuve apretada contra mí a mi esposa como
podría tenerse en la mano a un pichón con las alas plegadas!
Y no fue solamente una noche la que pasé de esta manera, sino un mes entero, sin
interrupción. Y olvidé mis intereses, mi tienda, los bienes que manejaba y mi casa con todo lo que
contenía, hasta que un día, el primero del segundo mes, fué a buscarme ella, y me dijo: "Tengo
precisión de ausentarme algunas horas, el tiempo preciso para ir al hammam y regresar. Te suplico
que no abandones el lecho, y no te levantes hasta que esté yo de vuelta. ¡Y volveré del hammam
completamente fresca, y ligera, y perfumada!" Luego, para estar más segura de que ejecutaría yo
su orden, me hizo prestar juramento de que no me movería del lecho. Tras de lo cual, se llevó a
dos de sus esclavas, que cogieron las toallas y los líos de ropa blanca y vestidos, y se fué con ellas
al hammam.
Y he aquí ¡oh señores míos! que no bien salió ella de la casa ¡por Alah! vi abrirse la puerta y
entrar en mi cámara a una vieja, que me dijo, después de las zalemas: "¡Oh mi señor Mohammad!
Sett Zobeida, la esposa del Emir de los Creyentes, me envía a ti para rogarte que te presentes en
palacio, donde desea verte y oírte porque la han hablado en términos tan admirativos de tus
maneras distinguidas, de tu cortesía y de tu hermosa voz, que tiene muchas ganas de conocerte."
Contesté: "¡Por Alah! mi buena tía, Sett Zobeida me hace un honor extremado al invitarme a ir a
verla; pero no puedo dejar la casa antes de que vuelva mi esposa, que ha ido al hamman."
La vieja me dijo: "Hijo mío, en interés tuyo te aconsejo que no difieras un instante la visita que
se te pide, si no quieres que Sett Zobeida sea tu enemiga! ¡Porque te advierto, por si lo ignoras,
que la enemistad de Sett Zobeida es muy peligrosa! ¡Luego regresarás a tu casa enseguida!"
Estas palabras me decidieron a salir, a despecho del juramento que presté a mi esposa, y
seguí a la vieja, que echó a andar delante de mí y me condujo al palacio, en el cual me introdujo
sin dificultad.
Cuando Sett Zobeida me vió entrar, me sonrió, hízome acercarme a ella, y me dijo: "¡Oh luz de
los ojos! ¿eres tú el bienamado de la hermana del gran visir?" Contesté: "¡Soy tu esclavo y tu
servidor!"
Ella me dijo: "¡En verdad que no exageraron tus méritos quienes me describieron tus modales
encantadores y tu manera de hablar distinguida! Deseo verte y conocerte, para juzgar con mis ojos
la elección y los gustos de la hermana de Giafar. Por ahora estoy satisfecha. ¡Pero harás que mi
placer llegue a sus límites extremos, si quieres dejarme oír tu voz cantando cualquier cosa!"
Contesté: "¡Quiero y me honro!" Y cogí un laúd que llevó una esclava y canté dos o tres estrofas
sobre el amor correspondido. Cuando cesé de cantar, me dijo Sett Zobeida: "Remate Alah su obra
haciéndote más perfecto todavía de lo que eres, ¡oh joven encantador! Te agradezco que hayas
venido a verme. ¡Ahora date prisa a entrar en tu casa antes del regreso de tu esposa, para que no
se imagine que quiero sustraerte a su afecto!" Besé entonces la tierra entre sus manos, y salí del
palacio por la misma puerta que entré.
Cuando llegué a la casa, encontré en el lecho a mi esposa, que me había precedido. Dormía
ya, y no hizo ningún movimiento indicador de que fuera a despertarse. Me eché entonces a sus
pies y empecé a acariciarle las piernas con mucha suavidad. Pero de pronto abrió los ojos y me
asestó fríamente en el costado un puntapié, que me hizo rodar por tierra debajo del lecho, y exclamó:
"¡Oh traidor! ¡oh perjuro! ¡Faltaste a tu juramento, y has ido a ver a Sett Zobeida! ¡Por Alah,
que si no tuviese horror al oprobio y a revelar en público mis intimidades, ahora mismo iría a hacer
saber a Sett Zobeida las consecuencias que trae el seducir a los maridos ajenos! ¡Pero hasta
entonces vas a pagar por ella y por ti!" Y dió una palmada y exclamó "¡Ya Sauab!" Al punto
apareció el jefe de sus eunucos, un negro que siempre me miró atravesado, y le dijo ella: "¡Corta
en seguida el cuello a este traidor, a este embustero, a este perjuro!" Inmediatamente blandió el
negro su espada, se desgarró un pedazo del borde del ropón y me vendó los ojos con el jirón de
tela que se había arrancado. Luego me dijo: "¡Haz tu acto de fe!" y se dispuso a cortarme la
cabeza. oro en aquel momento entraron todas las esclavas, grandes y peueñas, jóvenes y viejas,
con las cuales había yo sido siempre generoso ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 399ª NOCHE
Ella dijo:
...grandes y pequeñas, jóvenes y viejas con las cuales había yo sido siempre generoso, y le
dijeron: "¡Oh señora nuestra! te suplicamos que le perdones, en gracia a que ignoraba la gravedad
de su falta. ¡No sabía él que nada podía contrariarte más que su visita a tu enemiga Sett Zobeida!
¡Desconocía absolutamente la rivalidad que pudiera existir entre vosotras dos! ¡Perdónale, oh
señora nuestra!"
"¡Está bien! le dejaré salvar la vida; pero deseo que le quede un recuerdo imborrable de su
falta". E hizo seña a Sauab de que cambiase la espada por el palo. Y al punto cogió el negro una
vara de flexibilidad terrible, y empezó a golpearme con ella en los sitios más sensibles de mi
cuerpo. Tras de lo cual cogió un latigo y me asestó con él quinientos latigazos, enroscándolo
cruelmente a mis partes más delicadas y a mis costillas. Esto os explicará, señores míos, las
huellas y cicatrices que hace un rato pudísteis observar en mi cuerpo.
Después de infligirme este tratamiento, hizo que me sacaran de allí y me arrojaran a la calle,
como una espuerta de basura. Entonces, arreglándome como pude, me arrastré hasta mi casa
todo ensangrentado, para caer desvanecido cuan largo era apenas entré en mi habitación,
abandonada desde hacía tanto tiempo. Cuando, al cabo de un largo espacio de tiempo volví de mi
desmayo, acudí a un sabio cirujano, de mano muy suave, que me cuidó delicadamente las heridas,
y a fuerza de bálsamos y de ungüentos logró obtener mi curación. Permanecí dos meses, empero,
acostado y sin moverme; y cuando pude salir, lo primero que hice fué ir al hammam, y después de
bañarme, me personé en mi tienda. En ella me apresuré a subastar cuantas cosas preciosas
contenía, realicé todo lo que pude realizar, y con la suma que su importe me produjo compré
cuatrocientos jóvenes mamalik, a los cuales vestí ricamente, y ese barco donde me habéis visto
esta noche en su compañía. Escogí para que se mantuviese a mi derecha a uno de ellos que se
parecía a Giafar, y a otro para darle las prerrogativas de portaalfanje, a ejemplo de lo que hace el
Emir de los Creyentes. Y con el objeto de olvidar mis tribulaciones, me disfracé yo mismo de califa,
y adquirí la costumbre de pasearme por el río todas las noches en medio de la iluminación de mi
barco y de los cánticos y sones de instrumentos. ¡Y así transcurre mi vida desde hace un año,
conservando la ilusión suprema de que soy el califa, por ver si con ello consigo ahuyentar de mi
espíritu la pena que lo invade a partir del día en que mi esposa hizo que me castigaran tan
cruelmente por culpa de la mutua rivalidad que alimentaban Sett Zobeida y ella!
¡Y sólo yo, que ignoraba todo aquello, sufrí las consecuencias de semejante disputa de
mujeres! ¡He aquí mi triste historia, oh mis señores! ¡Y ya no me resta más que daros las gracias
por haber querido reuniros con nosotros para pasar la noche amistosamente!"
Cuando el califa Harún Al-Raschid oyó esta historia, exclamó: "¡Loor a Alah, que hace que
cada efecto tenga su causa!" Luego se levantó y pidió permiso al joven para retirarse con sus
compañeros. Se lo permitió el joven, y el califa salió de allí para regresar al palacio, pensando en el
modo de reparar la injusticia cometida con el joven por las dos mujeres. Y por su parte, estaba
Giafar muy desolado de que su hermana fuese la causante de tal aventura, destinada entonces a
que todo el palacio se enterase de ella.
Al día siguiente, revestido con las insignias de su autoridad, en medio de sus emires y
chambelanes, el califa dijo a Giafar: "¡Haz que se presente a mí el joven que nos dió hospitalidad
ayer por la noche!" Y Giafar salió inmediatamente, para volver muy pronto con el joven, que besó la
tierra entre las manos del califa, y después de las zalemas, le cumplimentó en versos.
Encantado Al-Raschid, le mandó acercarse y sentarse al lado suyo, y le dijo: "¡Oh
Mohammad-Alí!, te he llamado para oír de tus labios la historia que ayer contaste a los tres
mercaderes. ¡Es prodigiosa y está llena de enseñanzas útiles!"
El joven dijo, muy emocionado: "¡No podré hablar ¡oh Emir de los Creyentes! mientras no me
des el pañuelo de seguridad!" El califa le tiró al punto su pañuelo en prueba de que estaba seguro,
y el joven repitió su relato sin omitir detalle. Cuando acabó, Al-Raschid le dijo: "¿Y quisieras que tu
esposa volviese ahora a tu lado, a pesar de sus yerros para contigo?"
El joven contestó: "¡Bien venido sea todo lo que me venga de mano del califa, porque los
dedos de nuestro amo son las llaves de los beneficios, y sus acciones no son acciones,
sino collares preciosos. adorno de los cuellos!"
Entonces el califa dijo a Giafar: "Venga a mí ¡oh Giafar! tu hermana, la hija del emir Yahía".
Y Giafar hizo que se presentara su hermana en seguida; y el califa le preguntó: "Dime, ¡oh hija
de nuestro fiel Yahía! ¿conoces a este joven?" Ella contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¿desde
cuándo saben las mujeres conocer a los hombres?" El califa sonrió y dijo: "Pues bien; voy a decirte
su nombre. Se llama Mohammad-Alí, y es hijo del difunto síndico de los joyeros. ¡Lo pasado,
pasado, y al presente deseo darte a él por esposo!" Ella contestó: "¡La dádiva de nuestro amo está
por encima de nuestras cabezas y de nuestros ojos!"
Al momento llamó el califa al kadí y a los testigos, e hizo extender legalmente el contrato de
matrimonio, uniendo aquella vez a los dos jóvenes de un modo duradero para su dicha, que fué
perfecta. Y quiso retener junto a él a Mohammad-Alí para contarle entre sus íntimos hasta el fin de
sus días. ¡Y he aquí cómo Al-Raschid sabía consagrar sus ocios a unir lo que estaba desunido y a
hacer felices a aquellos a quienes traicionó el Destino!
Pero no creas, ¡oh rey afortunado! continuó Schehrazada, que esta historia, que sólo te conté
para distraerte de las anécdotas cortas, pueda igualar de cerca ni de lejos a la maravillosa Historia
de Rosa-En-El-Cáliz y de Delicia-Del-Mundo
HISTORIA DE ROSA-EN-EL-CALIZ Y DE
DELICIA-DEL-MUNDO
Y Schehrazada dijo al rey Schahriar:
Cuentan que, en la antigüedad del tiempo y el pasado de las épocas y de las edades, había un
rey muy ilustre lleno de poderío y de gloria. Tenía un visir llamado Ibrahim, cuya hija era una
maravilla de gracia y de belleza, superando a todas en elegancia y perfección, y estaba dotada de
una inteligencia notable y de maneras notoriamente exquisitas. Además, le gustaban en extremo
las reuniones animadas y el vino que da alegría, sin que desdeñase los semblantes lindos, los
versos en cuanto de más refinado tienen y las historias extraordinarias. Atesoraba en sí tantas
delicadas delicias, que atraía enamorados de ella a los corazones y a las cabezas, como le dijo
cierta vez uno de los poetas que le cantaron:
¡Estoy prendado de la seductora! ¡Encantadora de turcos y árabes, conoce todas las
finuras de la jurisprudencia, de la sintaxis y de las bellas letras!
Así es que cuando discutimos ambos acerca de estas cosas, he aquí lo que me dice a
veces la maligna:
"¡Yo soy agente pasivo, y tú te obstinas en ponerme en el caso indirecto! ¿Por qué? ¡En
cambio, dejas siempre en el acusativo a tu régimen, cuya misión es ser activo, y jamás le
otorgas el signo de la erección!"
Yo le digo: "¡No sólo te pertenece mi régimen, ¡oh mi señora! sino también mi vida y
toda mi alma! Pero no te asombres ya de este trueque de papeles. Hoy cambiaron los
tiempos y se trastornaron las cosas.
No obstante, si a pesar de lo que te digo no quieres creer en tal cambio, ¡no dudes más
y mira mi régimen! ¿No has notado que el nudo de la cabeza lo tiene en la cola?"
Y esta joven era tan exquisita, tan dulce y de una belleza tan viva, que la llamaban Rosa-en-el-
Cáliz...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana v se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 400ª NOCHE
Ella dijo:
...Y esta joven era tan exquisita, tan dulce y de una belleza tan viva, que la llamaban Rosa-enel-
Cáliz.
El rey, a quien gustaba mucho que estuviera ella a su lado en los festines, por lo bien dotada
que se hallaba de finura de ingenio y distinción, tenía por costumbre dar todos los años grandes
fiestas, y con esta ocasión aprovecharse de la presencia en palacio de los principales personajes
de su reino para jugar con ellos a la pelota.
Cuando llegó el día en que los invitados del rey se reunían con motivo de este juego de pelota,
Rosa-en-el-Cáliz se sentó a su ventana para disfrutar del espectáculo. Enseguida empezó a
animarse el juego, y la hija del visir, que seguía con la vista a los jugadores y observaba sus
movimientos, divisó entre ellos a un joven infinitamente hermoso, de rostro encantador, de dientes
sonrientes, de cintura breve y de anchos hombros. Al verle, experimentó tal placer que no pudo
hartarse de contemplarle ni dejar de lanzarle ojeadas repetidas. Acabó por llamar a su nodriza, y le
preguntó: "¿Sabes el nombre de ese joven exquisito, tan lleno de distinción, que está en medio de
los jugadores?" La nodriza contestó: "¡Oh hija mía, todos son hermosos! No sé de cuál quieres
hablar". La joven dijo: "¡Espera, que voy a enseñártelo!"
Y cogió al punto una manzana y se la arrojó al joven, que se volvió y levantó la cabeza en
dirección a la ventana. Vió entonces a Rosa-en-el-Cáliz, sonriente y bella como la luna llena al
iluminar las tinieblas; y de repente, sin tener tiempo de separar de allí ya su mirada, se sintió
extremadamente conmovido de amor; y recitó estos versos del poeta:
¿Quién punzó mi corazón enamorado? ¿Fue el arquero o la flecha de tus pupilas?
¿De dónde vienes tan veloz, flecha acerada? ¿De la muchedumbre de guerreros o de
una ventana simplemente?
Rosa-en-el-Cáliz preguntó a su nodriza: "Y ahora, ¿puedes ya decirme el nombre de ese
joven?"
La nodriza contestó: "Se llama Delicia-del-Mundo". Al oír tales palabras, la joven echó atrás la
cabeza con placer y emoción, dejóse caer en el diván, gimió profundamente e improvisó estas
estrofas:
No ha tenido por qué arrepentirse quien te llamó Delicia-delMundo, ¡oh tú que unes una
delicadeza exquisita de modales a todas las cualidades excelentes!
¡Oh naciente luna llena! ¡Oh rostro brillante que alumbras el universo e iluminas el
mundo!
¡Entre todas las criaturas, eres el único sultán de la belleza! ¡Y tengo testigos que me
den la razón!
¿No es tu ceja la letra nun, perfectamente trazada? ¿No se asemeja la almendra de tu
ojo a la letra sad, escrita por los dedos amorosos del Creador?
¡Y tu cintura! ¿No es la joven, la tierna rama flexible que toma todas las formas
deseables?
Si ya tu intrepidez ¡oh jinete! sobrepujó al valor de los más fuertes, ¿qué no diré de tu
gracia superior y de tu hermosura?
Terminada esta improvisación, Rosa-en-el-Cáliz cogió una hoja de papel y transcribió los
versos cuidadosamente. La dobló luego y la metió en una bolsita de seda bordada en oro, la cual
escondió debajo del cojín del diván.
Y he aquí que la vieja nodriza, que había observado estos diversos movimientos de su señora,
se puso a charlar con ella de unas cosas y de otras hasta que la dejó dormida. Entones sacó
cuidadosamente de debajo del cojín la hoja de papel, la leyó, y convencida de la pasión que sentía
Rosa-en-el-Cáliz, la colocó en el mismo sitio. Luego, cuando se despertó la joven, le dijo: "¡Oh mi
señora, soy para ti la mejor y más tierna de las consejeras! Debo, pues, decirte cuán violenta es la
pasión de amor, y prevenirte de que cuando se concentra en un corazón sin poder expansionarse,
lo derrite aunque sea de acero, y produce en el cuerpo muchas enfermedades y deformidades.
¡Por el contrario, si la persona que sufre de este mal de amor se lo revela a otra, tal cosa sólo alivio
ha de proporcionarle!"
Al oír estas palabras de su nodriza, Rosa-en-el-Cáliz dijo: "¡Oh nodriza! ¿conoces un remedio
para el amor?" La nodriza contestó: "Lo conozco. ¡Consiste en poseer a la persona amada!" La
joven preguntó: "¿Y qué hacer para conseguir esa posesión?" La nodriza dijo: "¡Oh mi señora! por
el pronto basta con cambiar cartas llenas de palabras dulces, de salutaciones y de cumplimientos;
porque tal es el medio mejor a que para reunirse recurren dos amigos, y lo primero que hay que
hacer para resolver dificultades y prevenir complicaciones. Así, pues ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente.
CUANDO LLEGO LA 401ª NOCHE
Ella dijo:
"...Así, pues, ¡oh mi señora! en caso de que ocultes en tu corazón alguna cosa, no temas
confiármela; porque si es un secreto lo guardaré intacto de toda divulgación ¡y nadie como yo
sabrá servirte con sus ojos y su cabeza para satisfacer tus menores deseos y llevar discretamente
tus misivas!"
Cuando Rosa-en-el-Cáliz hubo oído estas palabras de su nodriza, sintió que la alegría le
arrebataba la razón; pero retuvo en su alma cualquier palabra imprudente que revelase la causa de
la turbación que la agitaba, diciendo para sí: "Nadie conoce todavía mi secreto; y para mayor
seguridad, más vale no informar de nada a esta mujer mientras no posea pruebas ciertas de su
fidelidad".
Pero ya añadía la nodriza: "¡Oh hija mía! la noche última vi a un hombre que se me apareció
en sueños y me dijo: "¡Has de saber que tu joven señora y Delicia-del-Mundo están enamorados
uno de otro, y a ti te incumbe favorecer la aventura y encargarte de sus misivas, haciéndoles toda
clase de servicios con gran discreción, si quieres disfrutar tranquilamente una porción de ventajas!"
Yo ¡oh mi señora! te cuento lo que he visto. ¡Tú serás ahora quien decida!"
Rosa-en-el-Cáliz contestó: "¡Oh nodriza! ¿te sientes verdaderamente capaz de callar
secretos?" La nodriza dijo: "¿Cómo puedes dudarlo ni un instante, cuando soy una esencia entre
las esencias de los corazones selectos?"
Entonces ya no dudó la joven, exhibiéndole el papel en que había escrito los versos y se lo
entregó, diciéndole: "¡Date prisa a llevar esto a Delicia-del-Mundo y a traerme la respuesta!" La
nodriza se levantó al punto y se presentó en casa de Delicia-del-Mundo, empezando por besarle la
mano para luego cumplimentarle con las expresiones más amables y corteses. Tras de lo cual le
entregó el billete.
Delicia-del-Mundo desdobló el papel y lo leyó. Luego, cuando se enteró bien del contenido,
escribió al dorso de la hoja los versos siguientes:
¡Exaltado por el amor, late mi corazón apasionadamente, y en vano trato de contener su
ímpetu tumultuoso! ¡El estado en que me halio descubre mis sentimientos!
Si mis lágrimas se desbordan, le digo a mi censor: "¡Es porque tengo los ojos malos!"
Así creo engañarle acerca del verdadero motivo, ocultándole mis intimidades.
¡Libre aún ayer de toda ligadura y con el corazón tranquilo, yo ignoraba el amor! ¡Y he
aquí que me despierto con el corazón dominado por el amor!
¡Voy a revelaros mi estado y a contaros mi cuita de amor, a fin de que vuestro corazón
se compadezca del desgraciado que arde de pasión y a quien tortura la suerte!
¡Con las lágrimas de mis ojos trazo aquí este lamento, para con ello daros una prueba
del amor a que obedece!
¡Preserve Alah de toda asechanza a un rostro que la belleza se encargó de cubrir con su
velo, y ante el cual se inclina la luna, honrándole las estrellas cual esclavas!
¡Como hermosura, no he visto nada parecido! ¡Oh, su talle! ¡Las flexibles ramas
aprenden a ondular viéndolo balancearse!
¡Ahora, si no os fastidia, me atrevo a suplicaros que vengáis a verme! ¡Oh, eso tiene
para mí un valor muy grande!
¡No me resta ya más que haceros don de mi alma, con la esperanza de que acaso la
aceptéis! ¡Vuestra llegada será para mí el Paraíso, y la Gehenna vuestra repulsa!
Después de escribir lo anterior, dobló la hoja, la besó y se la entregó a la nodriza, diciéndole:
"¡Madre mía, cuento con tu bondad para predisponer en mi favor la voluntad de tu señora!" Ella
contestó: "¡Escucho y. obedezco!" Cogió el billete y volvió a toda prisa al lado de su señora, a
quien se lo entregó.
Al tomar el billete, Rosa-en-el-Cáliz se lo llevó a los labios y luego a la frente, lo desdobló y lo
leyó.
Y cuando se hubo enterado bien de su contenido, escribió debajo los siguientes versos:
¡Oh tú cuyo corazón se prendó de nuestra belleza, no te arrepientas de unir la paciencia
al amor! ¡Tal vez sea un medio de llegar a poseernos!
¡Cuando hemos advertido que tu amor era sincero y que tu corazón sufrió los mismos
torméntos que nuestro corazón ,Sentimos un deseo igual a tu deseo de vernos por fin
unidos; pero nos retuvo el temor a nuestros guardianes!
¡Sabe que, al descender sobre nos la noche llena de tinieblas, se exalta tanto nuestro
ardor, que se encienden hogueras en nuestras entrañas!
¡Las tiránicas torturas del deseo que nos llama a ti ahuyentan de nuestra cama el sueño
entonces, y de nuestro cuerpo se apodera el dolor!
¡Pero no olvides que el primer deber de los enamorados es ocultar a los demás su amor!
¡Guárdate, pues, de descorrer ante extrañas miradas el velo que nos proteje!
¡Y ahora quiero gritar que mis entrañas se hallan rebosando amor a cierto jovenzuelo!
¡Oh! ¿por qué no se quedó para siempre en nuesIra morada?
Cuando acabó de escribir estos versos . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 402ª NOCHE
Ella dijo:
... Cuando acabó de escribir estos versos, dobló el papel y se lo entregó a la nodriza, que lo
cogió y salió del palacio. Pero quiso el Destino que se encontrase precisamente con el chambelán
del visir, padre de Rosa-en-el-Cáliz, que le preguntó: "¿Adónde vas así a esta hora?''' A estas
palabras se sintió ella presa de una turbación extremada, y contestó: "¡Al hammam!" Y continuó su
camino, pero tan turbada, que dejó caer, sin advertirlo, el billete mal guardado en un pliegue de su
cinturón. iY esto en cuanto a ella!
Pero por lo que respecta al billete caído a tierra cerca de la puerta del palacio, lo recogió uno
de los eunucos, que apresuróse a llevárselo al visir.
Y he aquí que precisamente el visir acababa de salir de su harén y había entrado en la sala de
recepción para sentarse en su diván. Y mientras permaneció sentado de tal guisa tan tranquilo, el
eunuco se adelantó con el billete consabido en la mano y le dijo: "Mi señor, acabo de encontrar por
el suelo en la casa este billete, que me he apresurado a recoger". El visir se lo arrebató de las
manos, lo desdobló, y vio escritos allí los versos en cuestión. Los leyó, y cuando se penetró de su
sentido, examinó la letra, que le pareció ser, sin género de duda, la de su hija Rosa-en-el-Cáliz.
Al ver aquello, se levantó y fue en busca de su esposa, madre de la joven, llorando tan
abundantemente, que se mojó con lágrimas toda la barba.
Y le preguntó su esposa: "¿Qué te impulsa a llorar de esa manera, ¡oh mi dueño!?" El
contestó: "¡Toma este papel y mira lo que dice!" Cogió ella el papel, lo leyó, y se dio cuenta que
había correspondencia entre su hija Rosa-en-el-Cáliz y Delicia-del-Mundo. Al averiguarlo,
acudieron a sus ojos las lágrimas; pero torturó su alma sin llorar, y dijo al visir: "Oh mi señor, de
ninguna utilidad serán las lágrimas, y la única idea excelente consiste en imaginar la manera de
poner a salvo tu honor y ocultar el enredo en que se ha metido tu hija!" Y siguió consolándole y
mitigándole las penas. El contestó: "¡Mucho me aflige por mi hija esa pasión! ¿No sabes que el
sultán experimenta por Rosa-en el-Cáliz una afección muy grande? Así es que mi temor en este
asunto obedece a dos causas: primero por lo que me concierne, pues que se trata de mi hija;
después por lo que afecta al sultán, ya que Rosa-en-el-Cáliz es la favorita del sultán, y pueden
originarse de ahí graves complicaciones. ¿Y qué opinas tú de todo esto?"
Ella contestó: "¡Espera un poco, para darme tiempo a que pronuncie la plegaria que me ha de
iluminar en cuanto al partido que debe tomarse!" Y al punto colocóse en actitud de orar, según el
rito y la Sunna, ejecutando las prácticas piadosas prescritas para tal caso".
Terminada la plegaria, dijo a su esposo: "Has de saber que en medio del mar llamado Bahr Al-
Konuz hay una montaña que se llama la Montaña-marina-de-la-Madre-que-perdió-su-hijo. Nadie
puede arribar a ese paraje más que con dificultades infinitas. Te aconsejo, pues, que instales allí
una vivienda para tu hija".
Conforme en este punto con su esposa, el visir resolvió hacer que se construyera en aquella
Montaña-marina-de-la-Madre-que-perdió-suhijo un palacio inaccesible, en el cual confinaría a
Rosa-en-el-Cáliz, cuidando de surtirla de provisiones para un año, que se renovaría a principios del
año siguiente, y dándole un séquito que la hiciere compañía y la sirviese.
Una vez que hubo tomado semejante resolución, el visir congregó a carpinteros, albañiles y
arquitectos y los mandó a aquella montaña, donde no dejaron de edificar un palacio inaccesible y
tal como no se había visto otro en el mundo.
Entonces el visir hizo preparar las provisiones para el viaje, organizó la caravana, y penetró de
noche en las habitaciones de su hija, ordenándola que se pusiera en marcha. Ante una orden así,
Rosa-en-el-Cáliz sintió con violencia las angustias de la separación, y cuando salió del palacio y se
dio cuenta de los preparativos del viaje, no pudo menos de llorar con un llanto abundante. Con
objeto de informar a Delicia-del-Mundo del ardor amoroso que pasaba por ella, capaz por lo
violento de estremecer la piel, fundir las rocas más duras y hacer desbordarse las lágrimas, se le
ocurrió entonces escribir sobre la puerta los versos siguientes:
¡Oh casa! ¡Si a la mañana pasase el ser amado, saludando con señas amorosas,
Devuélvele de parte nuestra un saludo delicioso y perfumado, porque no sabemos
adónde nos llevará la suerte esta noche!
¡Ni yo misma sé hacia qué lugares me transporta el viaje, pues me conducen de prisa, y
con equipaje reducido!
¡Vendrá la noche, y un pájaro oculto en los ramajes anunciará con sus endechas
moduladas la noticia de nuestro triste destino!
Dirá con su lenguaje: "¡Qué dolor! ¡Cuán cruel es separarse de quien se ama!"
¡Y cuando vi ya llenas las copas de la separación y a la suerte dispuesta a ofrecérnoslas
a pesar nuestro,
He gustado con resignación el amargo brebaje! ¡Pero la resignación ¡ay! no podrá nunca
procurarme el olvido!
Cuando trazó sobre la puerta estos versos ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 403ª NOCHE
Ella dijo:
...Cuando trazó sobre la puerta estos versos, se colocó en su palanquín, y la caravana se puso
en marcha. Franquearon llanuras y desiertos, terrenos uniformes y montes accidentados, y llegaron
de tal suerte al mar de Al-Konuz, a la orilla del cual armaron sus tiendas; y construyeron un gran
navío, en el que hicieron embarcarse con su séquito a la joven.
Y como el visir había dado orden a los conductores de la caravana de que cuando dejasen a la
joven confinada en el palacio enclavado en la cima de la montaña volviesen a la playa y
destruyesen el navío, se guardaron muy mucho de desobedecer, y ejecutaron puntualmente la
misión que se les encargó, para regresar luego a presencia del visir, llorando por todo aquello. ¡Y
he aquí cuanto a ellos se refiere!
Pero respecto a Delicia-del-Mundo, cuando se despertó al día siguiente no dejó de hacer su
oración matinal y de montar a caballo para ponerse al servicio del sultán, como de costumbre. Al
pasar por la puerta del visir, advirtió los versos escritos en ella, y al leerlos creyó perder el sentido,
y se encendió el fuego en sus entrañas trastornadas. Volvióse entonces a su casa, donde no pudo
estarse quieto ni un momento, presa de la impaciencia, de la inquietud y de la agitación.
Luego, al caer la noche, temeroso de revelar su estado a la servidumbre, se apresuró a salir,
vagando a la ventura por los caminos, perplejo y hosco.
Anduvo de tal modo toda la noche y parte de la mañana siguiente, hasta que el calor intenso y
la sed torturadora le obligaron a descansar algo. Y he aquí que precisamente había llegado al
borde de un arroyo sombreado por un árbol, y se sentó allí y cogió agua en el hueco de las manos.
Pero al llevar a sus labios esta agua no le encontró sabor ninguno; al mismo tiempo sintió que se le
demudaba el semblante y se le ponía amarillo el color; y vió que tenía los pies hinchados por
lamarcha y el cansancio.
Entonces se echó a llorar copiosamente, y con las mejillas empapadas de lágrimas recitó estos
versos:
¡ Se embriaga el enamorado con el amor de su amigo, y aumenta su embriaguez la
intensidad de sus deseos!
¡La locura de su amor le hace vagar exaltado y frenético; no halla en ninguna parte
asilo; no tiene gusto ninguno en alimentarse!
¿Cómo puede encontrar alegría el enamorado, viviendo lejos de su amiga? ¡Ah! ¡sería
prodigioso!
¡Derretido estoy desde que el amor habita en mí; y torrentes de Ilanto me lavan las
mejillas!
Oh! ¿cuándo veré al amigo o a alguien de su tribu que traiga un poco de calma a este
torturado corazón?
Cuando hubo recitado estos versos, Delicia-del-Mundo lloró hasta mojar la tierra; luego se
levantó y alejóse de aquellos parajes. Caminando de tal manera, desolado por llanuras y desiertos,
vio de pronto ante sí un león de hirsuta crin, formidable cuello, cabeza enorme como una cúpula,
fauces más anchas que una puerta y dientes parecidos a colmillos de elefante. Al verlo no dudó ni
por un momento de su perdición; se volvió en dirección a la Meca, pronunció su acto de fe y se
preparó a morir.
Pero en aquel preciso instante acordóse de pronto de haber leído antaño en los libros antiguos
que el león era sensible a la dulzura de las palabras, se complacía con las adulaciones, y de este
modo se dejaba amansar fácilmente. Entonces empezó a decirle: "¡Oh león de las selvas! ¡oh león
de las llanuras! ¡oh león intrépido! ¡oh jefe temido de los bravos! ¡oh sultán de los animales!
¡delante de tu grandeza tienes a un pobre enamorado aniquilado por la separación y con la mente
enloquecida, a quien la pasión redujo hasta este extremo! ¡Escucha mis palabras y apiádate de mi
perplejidad y mi dolor!"
Cuando el león hubo oído este discurso, retrocedió unos pasos, se sentó, levantó la cabeza
mirando a Delicia-del-Mundo, y púsose a jugar con su cola y sus patas delanteras.
Al ver aquellos movimientos del león, Delicia-del-Mundo recitó estos versos:
¡Oh león del desierto! ¿vas a matarme antes de que encuentre a quien me ató el
corazón?
¡Oh, no soy caza preciada, ni siquiera gorda, porque consumido está mi cuerpo por la
pérdida del amigo, y tengo el corazón devastado!
¿Qué harás con un muerto a quien sólo el sudario falta?
¡Oh león tumultuoso en la refriega!
¡Si me maltratas, alegrarás con ello a los que me envidian!
¡No soy más que un pobre enamorado anegado en lágrimas, con el corazón oprimido
por la ausencia del amigo!
¿Qué ha sido del amigo? ¡Oh tristes pensamientos de mis noches inquietas!
¡He aquí que no sé si mi vida se debate en la nada!
Cuando el león hubo oído estos versos, se levantó . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 404ª NOCHE
Ella dijo:
. . . Cuando el león hubo oído estos versos, se levantó, y con los ojos llenos de lágrimas,
avanzó con mucha dulzura hacia Delicia-delMundo, poniéndose a lamerle pies y manos con la
lengua. Tras de lo cual hízole señas de que le siguiera y echó a andar delante de él.
Delicia-del-Mundo siguió al león, y caminaron ambos de tal suerte durante cierto tiempo.
Después de escalar una montaña alta y descender por la vertiente, vieron en la llanura huellas de
la caravana. Entonces Delicia-del-Mundo empezó a seguir con atención aquellas huellas, y al verle
ya sobre la pista, el león le dejó que continuase solo sus pesquisas y volvió pies atrás para
emprender de nuevo su camino.
En cuanto a Delicia-del-Mundo, continuó siguiendo día y noche las huellas de la caravana, y
de tal suerte llegó a orillas del mar rugiente, de olas tumultuosas, donde los pasos se perdían en el
agua. Comprendió entonces que la caravana habíase embarcado y había proseguido por el mar su
ruta, y perdió toda esperanza de encontrar a su bienamada.
A la sazón dejó correr sus lágrimas y recitó estos versos:
¡Muy lejos está la amiga ahora, y mi paciencia llega al límite!
¿Cómo ir en pos de ella por los abismos del mar?
¿Cómo resignarme cuando están consumidas mis entrañas, y el insomnio sustituyó al
sueño de mis ojos?
¡Desde que abandonó las moradas y nuestra tierra, mi corazón está inflamado!
¡Y qué llama le inflama!
¡Oh grandes ríos Seyhún, Jeyhún y tú, Eufrates! ¡Cual vosotros corren ya mis lágrimas!
¡Corren y se desbordan con más intensidad que los diluvios y las lluvias!
¡De tanto como los golpean esos torrentes de lágrimas, se me han ulcerado los
párpados, y se incendió mi corazón al contacto de tantas chispas!
Las hordas de mi pasión y de mis deseos han sabido al asalto de mi corazón!
¡Y el ejército de mi paciencia quedó vencido y derrotado!-...
¡Sin cálculo arriesgué mi vida por su amor, pero el riesgo de mi vida es el menor de los
peligros que corrí!
¡Ojalá no sean castigados mis ojos por haber visto en el recinto prohibido a esa
maravillosa belleza, más resplandeciente que la luna!
¡Caí en tierra herido, con el corazón traspasado por las flechas que sin arco disparan
sus anchos ojos maravillosamente rasgados!
¡Me ha seducido con la armonía de sus movimientos y su ligereza; Su ligereza que no
igualaría la flexibilidad de la rama joven sobre tronco del sauce!
¡Con toda mi alma le imploro socorro para mis penas y quebrantos!
¡Pero ella me redujo al triste estado en que me véis, y sólo su mirada seductora causó
mi perdición!
Cuando acabó de recitar estos versos, se echó a llorar de tal manera, que cayó sin
conocimiento, y permaneció mucho tiempo así. Pero vuelto ya de su desmayo, giró la cabeza a la
derecha y a la izquierda, y como se veía en un desierto sin habitantes, tuvo miedo a ser presa de
los animales salvajes, y se puso a trepar por una alta montaña, en la cima de la cual oyó que
salían de una caverna sonidos de voz humana. Escuchó la voz atentamente, y observó que era la
de un ermitaño que había dejado el mundo para consagrarse a la devoción. Se acercó a aquella
caverna y golpeó tres veces la puerta, sin obtener respuesta del ermitaño y sin verle salir.
Entonces suspiró profundamente y recitó estos versos:
¡Oh deseos míos! ¿cómo alcanzaréis vuestro fin?
¡Oh alma mía! ¿cómo olvidarás tus quebrantos, tus penas y tus fatigas?
¡Una a una, vinieron todas las calamidades a envejecer mi corazón Y a blanquear mi
cabeza en mi primera juventud!
Ningún socorro dulcifica la pasión que me consume, ningún amigo aligera la carga que
pesa sobre mi alma!
¡Ah! ¿quién sabrá decir los tormentos de mis deseos, ahora que se volvió en contra mía
el Destino?
¡Gracia, piedad para el pobre enamorado desolado, el que bebió en el cáliz de la
separación y el abandono!
¡Hay fuego en este corazón; se consumieron las entrañas, y de tanto como la pasión la
ha torturado, la razón ha huido!
¡Ningún día fue más terrible que el de mi llegada a su morada, cuando vi los versos
escritos en la puerta!
¡Oh, cuánto lloré! ¡A la tierra hice beber mis lágrimas ardientes, pero callé mi secreto
ante allegados y extraños!
¡Oh ermitaño que buscaste el refugio de esta gruta para no ver nada de este mundo!
¡Acaso gustaras por ti mismo el amor, y se te huyera la razón también!
¡Yo, no obstante, a pesar de esto y aquello, a pesar de todo, olvidaría sin duda mis
penas y fatigas si lograra mi propósito.
Cuando acabó de recitar estos versos, vió abrirse de pronto la puerta de la gruta y oyó que
alguien gritaba: "¡La misericordia sobre ti!"
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 405ª NOCHE
Ella dijo:
... y oyó que alguien gritaba: "¡La misericordia sobre tí!" Entonces franqueó la puerta y deseó la
paz al ermitaño, que le devolvió su saludo y le preguntó: "¿Cuál es tu nombre?" El joven dijo: "¡Me
llamo Delicia-del-Mundo!" El ermitaño le preguntó: "¿A qué obedece tu llegada?" El joven le contó
entonces su historia desde el principio hasta el fin, y también cuanto le había acaecido. Y el
ermitaño se echó a llorar, y le dijo: "¡Oh Delicia-del-Mundo! Veinte años hace que yo habito estos
lugares y jamás vi a nadie durante mi estancia aquí, si exceptuamos al día de ayer. Porque oí
llantos y tumultos, y al mirar por el lado de donde venían aquellas voces, vi una muchedumbre de
gente y tiendas de campaña armadas en la playa. Luego vi que aquellas gentes construían un
navío, en el que se embarcaron para desaparecer por alta mar. Volvieron poco tiempo después,
aunque eran menos en número que a la ida; desarmaron el navío y de nuevo emprendieron el
camino por donde habían venido. ¡Y me parece que los que partieron sin volver son precisamente
los que tú buscas, ¡oh Delicia-delMundo! ¡Comprendo, pues, la intensidad de tu dolor, y te
compadezco! Pero sabe que es imposible dar con un enamorado que no haya sufrido penas de
amor!" Y el ermitaño recitó estos versos:
¡Oh Delicia-del-Mundo! Me crees despreocupado y con el corazón lleno de quietud,
¡Y no sabes que el ardor de la pasión me dobla y me desdobla como a un lienzo!
¡Desde mi primera infancia conocí el amor; cuando mamaba aún, conocí los transportes
de amor! ¡Y si le preguntaras por mí, él te diría que me conoce!
¡Practiqué el amor durante tanto tiempo, que hube de hacerme célebre; ¡Y si le
preguntaras por mí, él te diría que me conoce!
¡Bebí en la copa del amor y gusté su languidez amarga!
¡Tanto se estropeó mi cuerpo, que no soy ya más que una apariencia de mí mismo!
¡Lleno de fuerza estuve antaño; ahora ha desaparecido mi vigor. Y el ejército de mi
paciencia quedó maltrecho bajo los alfanjes de las miradas!
¡No creas que llegarás al amor sin sufrir sinsabores, porque desde tiempos antiguos los
extremos se tocan!
¡Para todos los enamorados decretó el amor que el olvido es lo mismo de ilícito que la
impiedad!
Y cuando el ermitaño hubo acabado de recitar estos versos, se acercó a Delicia-del-Mundo, y
le estrechó en sus brazos; y juntos lloraron ambos de tal modo, que las montañas retemblaron con
sus gemidos, y acabaron ellos por caer desmayados.
Cuando recobraron el conocimiento, se juraron mutuamente que en adelante se considerarían
como hermanos en Alah (¡exaltado sea!) ; y dijo el ermitaño a Delicia-del-Mundo: "Esta noche voy
a orar y a consultar a Alah acerca de lo que debes hacer". Delicia-del-Mundo contestó: "¡Escucho y
obedezco!" ¡Y he aquí lo que a ellos atañe!
Pero he aquí lo que afecta a Rosa-en-el-Cáliz:
Cuando las gentes que la acompañaban la condujeron a la Montaña-marina-de-la-Madre-queperdió-
su-hijo, y entró ella en el palacio que habíanla preparado, lo examinó con atención y miró
todo su mobiliario; luego se echó a llorar, y exclamó: "¡Oh morada, deliciosa eres, ¡por Alah! pero
falta entre tus muros la presencia del amigo!" Después, al notar que la isla estaba habitada por
pájaros; ordenó a su séquito que tendieran redes para capturar estos pájaros y que los enjaularan
conforme los fueran capturando, para más tarde llevarlos al interior del palacio. E inmediatamente
se ejecutó su orden. Entonces Rosa-en-el-Cáliz se acodó en la ventana y dejó a su pensamiento ir
en pos de los recuerdos. Y aquello despertaba en ella ardores pasados, deseos abrasadores y
transportes, y le hacía verter lágrimas de sentimiento, trayéndole a la memoria estos versos, que
recitó:
¿A quién dirigiré la cuita de amor que hay en mi alma, hablándome de las angustias que
la alejan del amigo y del fuego que arde en mis costillas? ¡Pero me callaré por temor a mi
guardián!
¡Más flaco que un mondadientes tengo el cuerpo, pues estoy consumida por los
ardores, las tristezas de la ausencia y las lamentaciones!
¿En dónde están los ojos del amigo, para que vean el triste estado de extravíos a que
rne ha reducido su recuerdo?
¡Se han excedido en sus derechos al transportarme a un paraje donde no puede venir mi
bienamado!
¡Al sol le encargo que por tarde y mañana transmita a millares mis saludos al amante
cuya hermosura cubre de vergüenza a la luna llena naciente, y cuya figura de talle supera a
la de la rama tierna!
Si las rosas quisieran imitar a su mejilla, diría yo a las rosas: "¡No conseguiréis
pareceros a una mejilla suya ¡oh rosas! mientras no seáis las rosas de su otra mejilla!"
¡Destila su boca una saliva que refrescaría la lumbre de un brasero encendido!
¿Cómo olvidarle, cuando es mi corazón, mi alma, mi sufrimiento, mi mal, mi médico y mi
bienamado?
Pero cuando avanzó la noche con sus tinieblas, Rosa-en-el-Cáliz sintió aumentar la intensidad
de sus deseos . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 406ª NOCHE
Ella dijo:
...Rosa-en-el-Cáliz sintió aumentar la intensidad de sus deseos y avivarse el recuerdo
abrasador de sus desventuras. Entonces recitó estos versos:
¡He aquí la noche, que con sus tinieblas me trae ardores intensos y molestias; y mis
deseos avivan en mí dolores abrasadores!
¡En mis entrañas habita ahora el tormento de la separación; mis pensamientos me
aniquilan, mis ardores me agitan, mis transportes me queman y mis lágrimas traicionan un
querido secreto!
¡Enamorada como estoy, no sé el modo de hacer cesar mi delgadez, mi debilidad y mi
dolor!
¡Cada vez se enciende más el incendio de mi corazón, y la intensidad de su llama me
devora el hígado!
¡En el día de la separación, no pude despedirme de mi bienamado ¡Qué pena! ¡Que
dolor!
¡Pero tú caminante que has de informar de todos mis tormentos al amigo, dile que he
soportado sufrimientos que no sabría describir ninguna pluma!
¡Por Alah! ¡Juro que mi amor será fiel siempre al bienamado! Porque en el código del
amor es lícito el juramento!
¡Oh noche! ¡Vé a llevar mi saludo al bienamado, y dile que eres testigo de mis
insomnios!
Y así era como se lamentaba Rosa-en-el-Cáliz.
¡He aquí lo relativo a Delicia-del-Mundo! El ermitaño le dijo: "Baja al valle y tráeme una
cantidad grande de fibras de palmera". Bajó el joven, para regresar luego con las fibras que se le
habían pedido; y el ermitaño las cogió y confeccionó con ellas una especie de red semejante a las
redes donde se transporta la paja, después dijo a Delicia-del-Mundo: "Has de saber que en el
fondo del valle crece una clase de calabaza que cuando está madura se seca y se separa de sus
raíces. Baja a coger una porción de esas calabazas secas, sujétalas a esta red y tíralo todo al mar.
No dejes de subirte encima, y la corriente te llevará entonces a alta mar y te hará alcanzar el fin
que persigues. ¡Y no olvides que sin riesgos no se consigue nunca lo que uno se propone!" El
joven contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y después que el ermitaño le deseó buena suerte, se
despidió de él y bajó al valle, donde no dejó de hacer lo que se le había aconsejado.
Cuando, llevado por la red de calabazas, llegó en medio del mar, levantóse con violencia un
viento que le impulsó rápidamente y le hizo desaparecer a la vista del ermitaño. Zarandéandole las
olas, alzándole unas veces sobre montes de espumas, hundiéndolas otras en su seno anchuroso,
y de este modo fué juguete de los terrores del mar durante tres días y tres noches, hasta que los
destinos le arrojaron al pie de la Montaña-marina-de-la-Madre-que-perdió-su-hijo. Llegó a la playa
en un estado análogo al de un pollo mareado, con hambre y sed; pero no tardó en encontrar cerca
de allí arroyos de agua corriente, aves canoras y árboles cargados de racimos de fruta, y así pudo
satisfacer su hambre comiendo de aquellas frutas y aplacar su sed bebiendo de aquella agua pura.
Tras de lo cual se dirigió hacia el interior de la isla, y vio a lo lejos una cosa blanca, a la que fué
aproximándose y observó que era un palacio imponente, de muros escarpados, y se dirigió a la
puerta, encontrándola cerrada. Entonces se sentó y no se movió ya durante tres días; al cabo de
los cuales vió abrirse por fin la puerta y salir un eunuco, que le preguntó: "¿De dónde vienes?" ¿Y
cómo te arreglaste para llegar hasta aquí?
El joven contestó: "¡Vengo de Ispahán! ¡Viajaba por mar con mis mercancías, cuando se
estrelló el navío en que yo iba, y las olas me arrojaron a esta isla!" Al oír tales palabras, el esclavo
se puso a llorar; luego se echó al cuello de Delicia-del-Mundo, y le dijo: "¡Consérvele con vida Alah,
¡oh rostro amigo! Ispahán es mi tierra, y también vivía allá la hija de mi tío, la que amé en mi
primera infancia y a la que estuve ligado estrechamente. Pero un día nos atacó una tribu más
numerosa que la nuestra, capturando a una gran parte de nosotros; y yo estaba comprendido en el
botín. Como en aquella época era yo un niño todavía, me cortaron los compañones para que
aumentara mi precio y me vendieron como eunuco. ¡Y en este estado es como me ves! Luego, tras
de desear la paz una vez más a Delicia-del-Mundo, el eunuco le hizo entrar al patio principal del
palacio.
Vio entonces el joven un maravilloso estanque rodeado de árboles de hermosas ramas
frondosas, donde piaban agradablemente, bendiciendo al creador, pájaros encerrados en jaula de
plata con puertas de oro. Se aproximó a la primera jaula, la examinó con atención y vio que
contenía una tórtola, que al punto lanzó un grito que significaba: "¡Oh generoso!" Y al oír aquel
grito, Delicia-del-Mundo, cayó desmayado; luego, cuando volvió en sí dejó escapar profundos
suspiros, y recitó estos versos . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 407ª NOCHE
Ella dijo:
...dejó escapar profundos suspiros, y recitó estos versos:
¡Si estás prendada de amor como yo, oh tórtola! invoca al Señor y arrulla: "¡Oh
generoso!"
¡Quién sabe si es tu canto un grito de alegría o la queja de amor de un corazón turbado!
¿Gimes a causa de la partida de tú amigo, o porque te dejó débil y lánguida, o acaso
porque perdiste al objeto de tu amor? ¡Si es así, no temas, exhalar tus quejas y proclamar a
gritos el amor antiguo que te rebosa del corazón!
¡En cuanto a mí, conserve Alah a mi bienamada, y prometo no olvidarle nunca, hasta
cuando mis huesos sean ya polvo!
Después de recitar estos versos se echó a llorar de tal manera, que cayó desvanecido. Y
cuando recobró el conocimiento anduvo hasta llegar a la segunda jaula, en la que halló una paloma
zorita, que al verle se puso a cantar, diciendo: "¡Oh Eterno, yo te glorifico!" Entonces Delicia-del-
Mundo suspiró prolongadamente, y recitó estos versos:
¡La paloma zorita ha dicho quejosa!: ¡Oh Eterno, yo te glorifico a pesar de mis
calamidades!
¡Oh Eterno, espero que tu bondad me permita reunirme con la bienamada en este
destierro!
¡Cuántas veces se me apareció con sus labios de miel aromática, y me dejó más
abrasado que nunca!
Mientras el fuego consume mi corazón y lo reduce a cenizas, lloro lágrimas de sangre,
que se desbordan inundando mis mejillas, y me digo: "¡La criatura no se fortalece más que
con sinsabores!"
¡Por eso es que quiero tomar mis males con paciencia!
¡Y si quiere Alah que me reúna con la dueña de mi corazón, gastaré mis riquezas en
albergar a la tribu de mis semejantes los enamorados!
¡Libertaré de su prisión a las aves, y en mi felicidad, me despojaré de mi duelo!
Cuando hubo acabado de recitar estos versos, se acercó a la tercera jaula, y vió que contenía
un ruiseñor, que, tan pronto como se dió cuenta que le observaban, se puso a cantar. Y al oírle,
recitó estos versos Delicia-del-Mundo:
¡Oh! ¡cómo me encanta el ruiseñor cuando deja oír su voz gentil, que se asemeja a una
enamorada voz desfalleciente de amor!
¡Piedad para los enamorados! ¡Cuántas noches no pasan víctimas de las zozobras, los
deseos y la inquietud!¡Tan crueles son sus angustias, que parece que nunca conocieron
ellos más que noches sin sueño y sin mañana!
¡En cuanto a mí, desde que vi a mi amiga me encadenó su amor, y encadenado de tal
suerte, dejo que de mis ojos se deslicen cadenas de lágrimas! Y me digo: "¡He aquí las
cadenas que al deslizarse de mis ojos encadenan toda mi persona!" ¡Y en esta forma se
desborda mi ardor!
¡Al mismo tiempo estoy herido por el alejamiento de la amiga! ¡Se agotaron los tesoros
de mi paciencia, y mis fuerzas se rindieron!
¡Si, de ser equitativa la suerte, me reuniría con mi amiga!
¡Y ahora, cúbrame con su velo Alah, para que pueda yo desnudar mi cuerpo ante la
amiga y hacerle ver así el grado de agotamiento a que me redujeron las alarmas, la inquietud
y el abandono!
Cuando acabó de recitar estos versos, se adelantó hasta la cuarta jaula y vió en ella un bulbul
que al punto se puso a modular notas melancólicas. Y al oír aquel canto, Delicia-del-Mundo dejó
escapar profundos suspiros, y recitó estos versos:
¡En las albas y las auroras, el bulbul consuela el corazón del enamorado con el sonido
melodioso de las cuerdas de su voz!
¡Oh Delicia-del-Mundo, quejumbroso y languideciente! ¡Aniquilado por el amor está tu
ser!
¡Hasta mí llegan no sé cuántos cánticos maravillosos, que enternecerían la dureza del hierro
y de la piedra!
¡Y he aquí que el aire ligero de la mañana viene a nosotros pasando por los edenes de
las praderas y las flores exquisitas!
¡Oh, los cantos de pájaros en las albas y las mañanas, y tú, embalsamada brisa de las
primeras claridades del día, cómo transportáis mi alma!
¡Pienso entonces en la amiga lejana, y mis lágrimas se precipitan en lluvia torrencial,
mientras en mis entrañas arde un fuego terrible entre chispas y llamas!
¡Haga por fin Alah que el enamorado apasionado vuelva a ver a su amiga y a disfrutar de
sus encantos! Porque, ¿acaso el enamorado no tiene una excusa manifiesta?¡Digo esto
porque sé que no hay como el hombre avisado para ver claro y disculpar!
Luego, cuando acabó de recitar estos versos, Delicia-del-Mundo anduvo un poco...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañanay se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 408ª NOCHE
Ella dijo:
... Delicia-del-Mundo anduvo un poco, y vio una jaula maravillosa, mucho más bonita que
todas las demás jaulas. Aquella jaula aprisionaba a un pichón salvaje, que tenía al cuello un collar
de perlas admirables. Y al ver Delicia-del-Mundo a aquel pichón, conocido por su canto
melancólico y amoroso, y a la sazón preso en aquella jaula con un aire muy triste y soñador,
empezó a sollozar, y recitó estos versos:
¡Oh pichón de los bosques frondosos! ¡Oh hermano de los amantes, compañero de las
almas sensibles, yo te saludo!
¡Amo a una tierna gacela, cuya mirada penetró en mi corazón más profundamente que el
filo de una hoja cortante!
¡Su amor abrasó mi corazón y mis entrañas, y su lejanía arruinó mi cuerpo con
enfermedades!
¡Desde hace largo tiempo no saboreo las dulzuras del comer y del dormir!
¡De mi alma huyeron la paciencia y la tranquilidad, y la pasión vino a instalarse en ella
para siempre!
¿Cómo podré en lo sucesivo encontrar alegría viviendo lejos de la amiga ausente?
¿Acaso no es ella mi aspiración, mi deseo y mi alma toda?
Cuando el pichón oyó estos versos de Delicia-del-Mundo, salió de su ensueño y empezó a
gemir y a arrullar de manera tan quejumbrosa y melancólica, que parecía ser humana su voz, y que
en su lenguaje recitaba estos versos:
¡Oh joven enamorado! ¡Acabas de recordarme la época de mi juventud sumergida en el
pasado,cuando me seducía mi amigo, cuyas formas graciosas adoraba yo, porque era
maravillosamente hermoso!
¡A través de las ramas del montículo arenoso, su voz sumíase en un éxtasis
entusiasmado con los caros acordes de la flauta!
¡Un día tendió una red el cazador y le apresó! Y exclamó mi amigo: "¡Oh mi libertad en el
espacio! ¡Oh felicidad fugitiva!"
¡Sin embargo, yo esperaba que el cazador se compadeciese de mi amor y me devolviera
a mi amigo; pero fué cruel!
¡Y ahora son ya excesivas mis torturas, y mis deseos se avivan con el fuego de tan dura
ausencia!
¡Oh! ¡Proteja Alah a los amantesl enloquecidos y torturados por angustias como las
mías! ¡Y ojalá alguno de ellos, al mirarme tan triste en mi jaula, me abra la puerta de ella y
me devuelva a mi amigo!
Entonces Delicia-del-Mundo se encaró con su amigo el eunuco de Ispahán, y le dijo: "¿Qué
palacio es éste? ¿Quiénes lo habitan? ¿Y quién lo construyó?" El eunuco contestó: "¡Es el visir de
tal rey quien lo construyó para su hija, con objeto de resguardarla de los acontecimientos del
tiempo y de los accidentes del Destino! Acá la confinó con sus servidores y su séquito. ¡Y no se
abren sus puertas más que una vez al año, el día en que nos mandan provisiones!"
Al oír estas palabras, pensó para su alma Delicia-del-Mundo: "¡Por fin consigo mi propósito!
Pero ¡cuán penoso me resulta tener que esperar tanto antes de verla!"
Y he aquí lo que a él atañe.
¡Pero he aquí ahora lo concerniente a Rosa-en-el-Cáliz!
Desde que llegó al palacio, no tuvo gusto ya para saborear el placer de beber y comer, ni el
del reposo y el sueño. Por el contrario, sentía aumentar en ella los tormentos de sus transportes
apasionados; y mataba el tiempo recorriendo todo el palacio en busca de una salida, pero sin
resultado.
Y un día en que no podía más, estalló en sollozos, y recitó estos versos:
¡Para torturarme, me han aprisionado lejos de mi amigo, y en mi prisión me hacen sufrir
toda clase de tormentos!
¡Con los fuegos de la pasión, me quemaron el corazón, alejándolodo del amigo de mis
ojos!
¡Me encerraron en fortificadas torres que alzaron sobre montañas entre los abismos
marinos!
¿Es que con ello quisieron que olvidara? ¡Pues desde entonces creció más aún mi
amor!
¿Cómo podré olvidar? ¿No se debe todo lo que sufro a una sola mirada que dirijí al
rostro del amado?
¡Entre penas se deslizan mis días, y me paso la noche asaltada por tristes
pensamientos!
¡Pero aunque carezco de la presencia amada, me queda su recuerdo para consolarme
en la soledad!
¡Ah! ¡Ojalá, después de todo esto, pueda ver un día que el Destino me reúna con el
bienamado!
Cuando acabó de recitar estos versos, Rosa-en-el-Cáliz subió a la terraza del palacio. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente.
CUANDO LLEGO LA 409ª NOCHE
Ella dijo:
. . . Rosa-en-el-Cáliz subió a la terraza del palacio, y valiéndose de sólidas telas de Baalbek,
con las cuales se ató cuidadosamente, se descolgó a tierra desde lo alto de los muros. Y vestida
como estaba con sus trajes más hermosos y con el cuello adornado por un collar de pedrerías,
atravesó las llanuras desiertas que rodeaban el palacio, y llegó de esta manera a la orilla del mar.
Divisó allí a un pescador, a quien el viento de través había arrojado a lo largo de aquella costa
mientras pescaba sentado en su barca. El pescador divisó asimismo a Rosa-en-el-Cáliz, y
creyéndola una aparición obra de algún efrit, se atemorizó mucho y empezó a maniobrar para
alejarse de allí cuanto antes.
Entonces Rosa-en-el-Cáliz le llamó repetidas veces, y haciéndole numerosas señas, le recitó
estos versos:
jOh pescador! ¡Calma tu turbación, pues soy un ser humano semejante a los demás!
¡Te pido que respondas a mis súplicas y escuches mi verídica historia!
¡Ten piedad de mí, y si un día llegas a posar tus ojos en un amigo adusto y despiadado,
Alah te preservará de los ardores que me abrasan!
¡Porque amo a un jovenzuelo cuyo rostro resplandeciente hace palidecer el brillo del sol
y de la luna,cuyas miradas hicieron que la propia gacela exclamara disculpándose: "¡Soy tu
esclava!"
¡Sobre su frente escribió la belleza este renglón encantador, de sentido conciso:
"¡Quién le mira como a la antorcha del amor, va por buen camino; pero quien se separa de
él, comete una falta grave y una impiedad!"
¡Oh pescador! ¡ Cuál no sería mi dicha si consintieras en consolarme haciéndome que
le encontrara! ¡Y cuán agradecida te quedaría yo entonces !¡Te daría pedrerías y joyas, y
perlas cogidas en el agua, y cuantas cosas preciosas hay!
¡Ojalá pueda satisfacer mi amigo un día mis deseos, porque en la espera se derrite mi
corazón y se desmenuza!
Cuando oyó el pescador estas palabras, lloró, gimió y se lamentó, acordándose también de los
días de su juventud, cuando estaba rendido de amor, atormentado por la pasión, torturado por
zozobras y deseos, abrasado en el fuego de los transportes amorosos. Y se puso a recitar estos
versos:
¡Qué perentoria excusa de la intensidad de mi ardor! ¡Miembros descarnados, lágrimas
esparcidas, ojos rotos por las vigilias, corazón golpeado como un eslabón brillante!
¡La calamidad del amor se apoderó de mí en la juventud, y he saboreado todas sus
dulzuras engañosas!
¡Ahora quiero venderme para encontrar a un amigo ausente, a riesgo de perder el alma!
Í No obstante, espero que me sea lucrativa esta venta, porque es costumbre en los
enamorados no regatear nunca el precio de su amigo!
Una vez que el pescador hubo acabado de recitar estos versos, se acercó con su barca a la
orilla, y dijo a la joven: "¡Embárcate, pues estoy dispuesto a conducirte adonde quieras!" Entonces
se embarcó Rosa-en-el-Cáliz, y el pescador se alejó de tierra a fuerza de remos.
Cuando se distanciaron un poco, se levantó un viento que empujó a la barca por la popa con
tanta velocidad, que no tardaron en perder de vista la tierra, sin que supiese ya el pescador dónde
se hallaba. Sin embargo, al cabo de tres días se calmó la tempestad, amenguó el viento, y con la
venia de Alah (¡exaltado sea!) llegó la barca a una ciudad situada a orillas del mar.
Y he aquí que precisamente en el momento en que llegaba la barca del pescador, el rey de la
ciudad, que era el rey Derbas, estaba sentado con su hijo a una ventana de su palacio que daba al
mar; y vio entrar en el puerto la barca del pescador y divisó a aquella joven, hermosa como la luna
llena en el seno del cielo puro, que llevaba en las orejas pendientes de rubíes magníficos y al
cuello un collar de maravillosas pedrerías. Supuso entonces que debía ser hija de un rey o de un
soberano, y seguido de su hijo abandonó el palacio y se dirigió a la playa, saliendo por la puerta
que daba al mar.
En aquel momento ya estaba amarrada la barca, y la joven dormía en ella tranquilamente.
Entonces el rey se acercó a la joven y veló su sueño. Y cuando abrió los ojos, ella se echó a
llorar. Y el rey le preguntó: "¿De dónde vienes? ¿De quién eres hija? ¿Y a qué obedece tu llegada
a esta comarca?"
Ella contestó: "Soy la hija de Ibrahim, visir del rey Schamikh. ¡Y mi llegada aquí obedece a
algo extraordinario y a una aventura muy extraña!" Luego contó al rey toda su historia, desde el
principio hasta el fin, sin ocultarte nada. Tras de lo cual dejó escapar profundos suspiros, vertió
llanto y recitó estos versos:
¡He aquí que han ulcerado mis párpados las lágrimas! ¡Ah! ¡Para que se desborden de
tal modo han sido precisas tribulaciones muy singulares!
¡Y la causa de todo es un ser caro a mi corazón, con el cual jamás pude aplacar la sed
de mis deseos!
¡Su rostro es tan hermoso, tan radiante y tan resplandeciente, que supera a la belleza de
turcos y árabes!
¡Al verle aparecer, el sol y la luna se inclinaron con amor, prendados de sus encantos, y
rivalizaron en galanterías para con él! ...
¡Su mirada hechicera es tan encantadora, que a todos los corazones fascina con su
tirante arco dispuesto a lanzar flechas!
¡Oh tú, a quien acabo de contar detalladamente mis penas amargas, ten piedad de un
enamorado convertido en juguete de las vicisitudes del amor!
¡Ay! ¡En triste estado me arrojó el mar en medio de tu país, y sólo en tu generosidad
tengo ya esperanza!
¡El hombre de corazón generoso que protege a quien le implora su hospitalidad, realiza,
por lo general, una obra muy meritoria! ¡...Oh tú, esperanza mía; extiende el velo protector
sobre la tribu de los enamorados, y has ¡oh mi señor! que se reúnan!
Luego, una vez que hubo recitado estos versos, contó al rey algunos otros pormenores más...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 410ª NOCHE
Ella dijo:
... una vez que hubo recitado estos versos, contó al rey algunos otros pormenores más
después quedóse hecha un mar de lágrimas, e improvisó los versos siguientes:
¡He podido disfrutar de la vida hasta el día en que conocí a aquel prodigio de amor!
¡Ojalá todos los meses del año sean para el amigo meses de tranquilidad, como lo es el mes
sagrado de Bagdad!
¡Cuán asombroso sería que el día de mi destierro las lágrimas que vertí pudieran
transformarse en fuego líquido dentro de mis entrañas!
¡Aquel día cayó de mis párpados una lluvia de sangre en gotas redondas; y la superficie
de mis mejillas se coloreó de rojo!
¡Y los lienzos con que se enjugaron todas estas lágrimas se tiñeron tan de rojo, que
parecían la túnica de Joset coloreada de una sangre engañosa!
Cuando oyó el rey las palabras de Rosa-en-el-Cáliz, no dudó ni por un instante de la
profundidad del mar de amor que la aquejaba; y se compadeció de ella y le dijo: "¡No temas ni te
aterres, conseguiste tu propósito! ¡Porque heme aquí dispuesto a hacer que logres tus
aspiraciones y a darte al que pides! ¡Créeme, pues, y escucha algunas palabras mías!"
Y al punto el rey recitó estos versos:
¡Oh hija de raza noble y generosa, llegaste a la meta perseguida! ¡Te lo anuncio con
alegría! ¡Nada tienes que temer ya aquí!
¡Hoy mismo acumularé grandes riquezas y se las enviaré al rey Schamikh custodiadas
por jinetes y guerreros!
¡Le enviaré cofrecillos de almizcle y fardos con brocados, añadiendo a ello oro y plata
virgen!
¡Sí! ¡Y mis cartas enterarán, por medio de la escritura, de que deseo ser su aliado y su
pariente!
¡Hoy mismo te ayudaré con todas mis fuerzas para que te unas lo más pronto posible al
que amas!
¡Por mí propio gusté siempre la amargura del amor! ¡Y he aprendido a complacer y
disculpar a quienes bebieron en tan amargo cáliz!
Cuando acabó de recitar estos versos, fué el rey en busca de sus soldados, y después de
llamar a su visir, hízole que preparara un número incalculable de fardos con los presentes
consabidos, dándole orden de que él mismo se pusiera en camino para llevarlas al rey Schamikh, y
le dijo: "¡Es preciso, además, que sin remisión traigas de allá contigo a una persona que se llama
Delicia-del-Mundo! Y dirás al rey: "Mi amo desea ser tu aliado, y el pacto de alianza entre tú y él
será el matrimonio de Rosa-en-el-Cáliz con Delicia-del-Mundo, que es uno de los personajes de tu
séquito. ¡Así, pues, has de confiarme a ese joven y le conduciré junto al rey Derbas para que en su
presencia se extienda el contrato de matrimonio!"
Tras de lo cual el rey Derbas escribió al rey Schamikh una carta alusiva, se la entregó al visir,
reiterándole las órdenes concernientes a Delicia-del-Mundo, y le dijo: "¡Has de saber que como no
me lo traigas, se te destituirá de tu cargo!" El visir contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y al punto se
puso en camino, con los presentes aquellos, hacia las comarcas del rey Schamikh.
Cuando llegó a presencia del rey Schamikh, le transmitió la zalema de parte del rey Derbas, y
le entregó la carta y los presentes que había traído para el.
Al ver aquellos presentes y al leer la carta, donde se hacía referencia a Delicia-del-Mundo, el
rey Schamikh vertió abundantes lágrimas y dijo al visir del rey Derbas: "¡Ay! ¿Dónde estará ahora
Delicia-delMundo? ¡Porque ha desaparecido! ¡E ignoramos en qué sitio se encuentra! ¡Si puedes
traérmelo, ¡oh visir embajador te daré el doble de lo que suponen los presentes que me ofreces!" Y
al decir estas palabras, quedó hecho un mar de lágrimas el rey, lanzando gemidos, lamentándose
y estallando en sollozos.
Luego recitó estos versos:
¡Devolvedme a mi bienamado, y os obsequiaré con tesoros de perlas y diamantes!
¡Era él para mí la luna llena en el seno de un cielo puro y bello! ¡Era el amigo predilecto,
por sus modales exquisitos y encantadores!
¡No podría compararse con él la fina gacela! ¡Es su talle la rama del bambú, del que
serían frutos sus maneras deliciosas!
¡Pero ni la frágil rama, a pesar de su belleza joven, podría seducir a la razón humana
como él!
¡Entre las caricias le eduqué en sus tiernos años! ¡Y heme aquí ahora triste y desolado
por su alejamiento, y con el espíritu poseído de una turbación sin límite!
Tras de lo cual se encaró con el visir emisario que le llevó regalos y carta, y le dijo: "Regresa a
tu país y dile a tu rey: «¡Delicia-del-Mundo se marchó hace ya más de un año, y su amo el rey
ignora lo que de él ha sido!»" El visir contestó: "¡Oh mi señor! mi amo me ha dicho: «¡Si no traes a
Delicia-del-Mundo, se te destituirá del visirato y nunca más pondrás los pies en la ciudad! » ¿Cómo
voy a regresar, por consiguiente, sin el joven?"
Entonces el rey Schamikh se encaró con su propio visir Ibrahim, padre de Rosa-en-el-Cáliz, y
le dijo: "¡Vas a acompañar al visir emisario, y llevarás contigo una escolta importante; y de ese
modo le ayudarás a hacer por todas las comarcas las pesquisas necesarias para encontrar a
Delicia-del-Mundo!" El visir contestó: "¡Escucho y obedezco!"
Y al punto se hizo escoltar por una tropa de guardias, y en compañía del visir emisario partió
en busca de Delicia-del-Mundo.
De esta suerte viajaron durante mucho tiempo y cada vez que se cruzaban con beduínos o
caravanas, les pedían noticias de Delicia-del-Mundo, diciéndole: "¿Habéis visto pasar a un
individuo así, cuyo nombre es éste y cuyas señas son tales y cuales?" Y la gente contestaba...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 411ª NOCHE
Ella dijo:
... Y la gente contestaba: "¡No le conocemos!" Y continuaron informándose de esta manera por
ciudades y poblados, y haciendo pesquisas por llanuras y terrenos accidentados, por tierras y
desiertos, hasta que llegaron a la orilla del mar. Se embarcaron entonces a bordo de un navío, y
viajaron por mar para arribar un día a la Montaña-marina-de-la-Madre-que-perdió-a-su-hijo.
El visir del rey Derbas dijo entonces al visir del rey Schamikh: "¿Por qué motivo dieron ese
nombre a esta montaña?" El otro contestó: "¡Voy a decírtelo enseguida!
"Has de saber que en los tiempos antiguos bajó a esta montaña una gennia de la raza de los
genn chinos. Y he aquí que un día, en sus excursiones terrestres, se tropezó con un hombre, y le
amó con un amor apasionado. Pero temiendo ella la cólera de los genn de su raza, si se divulgaba
la aventura, cuando ya no pudo reprimir el ardor de sus deseos, se puso en busca de un paraje
solitario donde ocultar su amante a los ojos de sus parientes los genn, y acabó por dar con esta
montaña desconocida de hombres y genn, por no ser camino de éstos ni de aquéllos. Se apoderó
entonces de su amante y le transportó por los aires para depositarle en esta isla, donde hubo de
vivir con él. Y de cuando en cuando se ausentaba de aquí para hacer acto de presencia entre sus
parientes, dándose prisa por regresar enseguida, ocultamente, junto a su bienamado.
Al cabo de cierto tiempo de llevar aquella vida, quedó encinta de él varias veces, y echó al
mundo en esta montaña numerosos hijos. Y cuando pasaban cerca de esta montaña los
mercaderes que viajaban por acá, oían desde sus navíos voces de niños que parecían los gritos
quejumbrosos de una madre lamentándose, y se decían: «¡En esta montaña debe haber alguna
pobre madre que perdió a sus hijos! Y ése es el motivo de tal nombre".
Al oír aquellas palabras, se asombró en extremo el visir del rey Derbas.
Pero ya habían echado pie a tierra, y llegaron al palacio, llamando a la puerta. Se abrió la
puerta al punto, y salió de ella un eunuco, que reconoció inmediatamente a su amo el visir Ibrahim,
padre de Rosa-en-el-Cáliz. Enseguida le besó la mano y le introdujo en el palacio con su
compañero y su séquito.
Llegado que fué al patio del palacio, el visir Ibrahim advirtió entre los servidores a un hombre
de aspecto miserable, a quien no reconoció, y que no era otro que Delicia-del-Mundo. Así es que
preguntó a su gente:
"¿De dónde viene este individuo?" Le contestaron: "Es un pobre mercader que naufragó,
perdiendo todas sus mercancías, y pudo salvarse él sólo. ¡Se trata de un hombre inofensivo, de un
santo sumido de continuo en el éxtasis de la plegaria!" El visir no insistió más y penetró en el
interior del palacio.
Se dirigió al aposento de su hija, y cuando llegó a él, no la encontró allí. Preguntó a las
jóvenes que la servían de esclavas, y le contestaron: "¡No sabemos cómo ha salido de aquí! ¡Lo
único que podemos decirte es que con nosotros sólo estuvo muy poco tiempo, porque
desapareció!"
A estas palabras, el visir derramó muchas lágrimas e improvisó estos versos:
¡Oh casa amenizada por los cantos de tus pájaros, y cuyos umbrales fueron tan
soberbios y hermosos, hasta el momento en que el enamorado vino a ti llorando su deseo, y
encontró abiertas de par en par tus puertas hospitalarias!
¡Aquí, antaño, vivían los chambelanes, entre el lujo, la felicidad y los honores! ¡Y se
tendían por todas partes estofas de brocado! ¡Ay! ¿quién me dirá ya la suerte que corrieron
los dueños que la habitaron?
Luego, cuando acabó de recitar estos versos, el visir Ibrahim empezó a llorar, a gemir y a
lamentarse, y dijo: "¡Nadie puede escapar a los designios de Alah ni burlar lo que trazó El de
antemano!" Después subió a la terraza del palacio, y encontró allá las telas de Baalbek que
estaban atadas por un extremo a las almenas y pendían hasta la parte baja de los muros.
Entonces comprendió que su hija había huido valida de este medio, y extraviada por la pasión y
enloquecida de dolor, se había marchado. Al mismo tiempo divisó dos pájaros grandes: un cuervo
el uno y un buho el otro; y sin dudar ya de que aquello era un triste presagio, estalló en sollozos y
recitó estos versos:
¡He venido a la morada de mi amigo con la esperanza de. que al verle se extinguiera la
llama de mi amor y mis tormentos! ¡Pero el amigo no estaba en la casa, y sólo vi la aparición
siniestra de un cuervo y de un buho!
Y me decía este espectáculo: ”!Oprimiste a dos seres que se amaban con ternura,
separándoles con violencia!” “ ¡Ahora te toca a ti acercar a tus labios la copa de amargura
que les diste a beber! ¡Y pasarás tu vida con dolor, entre lágrimas y quemaduras!"
Tras de lo cual bajó de la terraza...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 412ª NOCHE
Ella dijo:
"Tras de lo cual bajó de la terraza llorando, y dió orden a los esclavos para que fueran por la
montaña haciendo todas las pesquisas necesarias para dar con su ama. Y los esclavos ejecutaron
la orden. Pero no dieron ya con su señora. ¡Y he aquí lo que atañe a ellos!
¡Pero he aquí ahora lo referente a Delicia-del-Mundo!
Cuando el joven adquirió la certeza de la fuga de Rosa-en-el-Cáliz lanzó un grito terrible y
cayó desmayado al suelo. Como no recobraba el conocimiento y seguía tendido sin moverse, las
gentes del palacio creyeron que le poseía el éxtasis divino y que tenía el alma absorta en la belleza
de la contemplación augusta del Altísimo. ¡Y tal es lo concerniente a él!
En cuanto al visir del rey Derbas, cuando vió que el visir Ibrahim había perdido toda esperanza
de encontrar a su hija y a Delicia-delMundo y que tenía afectado muy penosamente con todo
aquello el corazón, resolvió regresar a la ciudad del rey Derbas sin haber cumplido la misión de
que estaba encargado. Se despidió, pues, del visir Ibrahim, padre de Rosa-en-el-Cáliz, y le dijo,
mostrándole al pobre joven: "Quisiera llevarme conmigo a este santo hombre. ¡Tal vez, merced a
sus méritos, caiga la bendición sobre nosotros y Alah (¡exaltado sea!) conmueva el corazón de mi
amo el rey y le impida destituirme de mis funciones! Y después no dejaré yo de enviar este santo
hombre a Ispahán, su ciudad, que no está lejos de nuestro país". El visir Ibrahim le contestó: "¡Haz
lo que quieras!"
Luego se separaron los dos visires, y cada uno tomó el camino de su país respectivo, no sin
haber tenido cuidado el visir del rey Derbas de llevarse consigo a Delicia-del-Mundo, cuya
identidad estaba muy lejos de suponer, y le acondicionó en una mula en vista del estado de
inconsciencia tenaz en que se hallaba el joven.
Tres días duró este estado de inconsciencia mientras viajaban, y Delicia-del-Mundo ignoraba
absolutamente cuanto pasaba a su alrededor. Por fin volvió de su desmayo, y dijo: "¿Dónde
estoy?" Le contestaron: "¡Estás en compañía del visir del rey Derbas!" Luego fueron a prevenir al
visir de que había vuelto de su desmayo el santo hombre. Entonces le mandó el visir agua de
rosas azucarada y le hicieron que se la bebiera, con lo que acabó de reanimarse. Tras de lo cual
siguieron el viaje y llegaron a la ciudad del rey Derbas.
El rey Derbas al punto envió a decir a su visir: "¡Si no está contigo Delicia-del-Mundo, guárdate
bien de ponerte en mi presencia!" Al recibir esta orden, el desgraciado visir no supo qué partido
tomar. Porque ignoraba completamente la presencia de Rosa-en-el-Cáliz cerca del rey, ni el porqué
deseaba el rey encontrar a Delicia-del-Mundo y aliarse con él; e ignoraba asimismo que Delicia-del-
Mundo estaba con él allí y era el joven que había estado inconsciente. Por su parte, Delicia-del-
Mundo no sabía adónde le llevaban ni que el visir estaba precisamente encargado de buscarle.
De modo que cuando el visir vió que Delicia-del-Mundo había recobrado el conocimiento, le
dijo: "¡Oh santo hombre de Alah! Deseo recurrir a tus consejos en la perplejidad cruel en que me
hallo. Has de saber que mi amo el rey me despachó con una misión que no logré cumplir. Y al
informarse de mi regreso ahora, me ha enviado una carta en la que me dice: "¡Si no cumpliste tu
misión, no debes entrar en mi ciudad!"
El joven le preguntó: "¿Y qué misión era esa?" Entonces le contó el visir toda la historia, y
Delicia-del-Mundo dijo: "¡Nada temas! Preséntate al rey y llévame contigo. ¡Y yo asumo la
responsabilidad de la vuelta de Delicia-del-Mundo!" Mucho se regocijó con aquello el visir, y dijo:
"¿Hablas de verdad?" El joven contestó: "¡Sí, por cierto!" Montó a caballo entonces el visir, y
llevando consigo a Delicia-del-Mundo, se presentó con él al rey.
Cuando se personaron ante el rey, preguntó éste al visir: "¿Dónde está Delicia-del-Mundo?"
Entonces se adelantó el santo hombre y contestó: "¡Oh gran rey, yo sé dónde se encuentra Deliciadel-
Mundo!" Hízole el rey señas para que se acercara más, y en extremo emocionado, le preguntó:
"¿En qué sitio se encuentra?" El joven contestó: "¡En un sitio que está muy cerca de aquí! Pero
dime antes para qué lo buscas, y me apresuraré a hacerle venir entre tus manos". Dijo el rey:
"¡Cierto que te lo diré con mucho gusto y obligado; pero el caso exige que estemos solos!" Y al
punto ordenó a su gente que se alejara, se llevó al joven a una sala retirada, y le contó la historia
desde el principio hasta el fin.
Entonces Delicia-del-Mundo dijo al rey: "Haz que me traigan vestidos suntuosos y dámelos
para vestirme con ellos. ¡Y al instante haré venir a Delicia-del-Mundo!" Hizo el rey que le llevaran
enseguida un traje suntuoso, y Delicia-del-Mundo se vistió con él, y exclamó: "¡Yo soy Delicia-del-
Mundo, la desolación de los envidiosos!" Y tras estas palabras, partiendo los corazones con
sus miradas hermosas, improvisó estos versos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 413ª NOCHE
Ella dijo;
...tras estas palabras, partiendo los corazones con sus miradas hermosas, improvisó estos
versos:
¡El recuerdo de mi bienamada me hace deliciosa compañía en mi soledad, y aleja de mí
los penosos pesares de la ausencia!
¡No tengo aquí otro manantial que el de mis lágrimas, pero cuando de mis ojos fluye ese
manantial, mitiga mis angustias!
¡Mis deseos son violentos, y nada puede compararse con ellos! IAh! ¿habrá algo más
prodigioso que lo que con el amor y la amistad me ocurre?
;Paso mis noches con los párpados abiertos en medio del insomnio, y mi vida amorosa
transcurre en el infierno y el paraíso!
¡Otrora estaba yo dotado de noble resignación; pero ya perdí esa virtud, y la aflicción
es el don único que me legó el amor!
¡Ha enflaquecido mi cuerpo y ha cambiado mi semblante con la ausencia y el ardor de la
pasión!
¡A fuerza de correr por ellos lágrimas, se han ulcerado los párpados de mis ojos, y sin
embargo, no puedo hacer que vuelvan a mis ojos las lágrimas! ¡Ah, ya no puedo! ¡he
perdido el corazón! ¡Ah! ¡las penas siguen a las penas!
¡Mi corazón y mi cabeza se asemejan, ahora que han envejecido y blanqueado juntos
como consecuencia del alejamiento de la bienamada, la más hermosa de las bienamadas!
¡Mal de su grado se verificó nuestra separación y al presente, su única preocupación es
volver a verme y poseerme!
¡Pero quién sabe ya si, después de tan prolongada ausencia, el Destino me reunirá
todavía con mi amiga, y la suerte cerrará el libro del alejamiento, abierto durante todo este
tiempo, y permtirá que a las angustias de la separación sucedan las delicias del encuentro!
¡Y quién sabe si me será posible tornar a ver aún a mi amiga compartiendo mis placeres
en nuestras moradas, y si mis pesares, por fin, se convertirán en delicias puras!
Cuando Delicia-del-Mundo hubo acabado de recitar estos versos, rey Derbas le dijo: "¡Por
Alah! ahora veo bien claro que ambos os amábais con la misma sinceridad y la misma intensidad.
¡En verdad que en el cielo de la belleza sois dos astros luminosos! ¡Prodigiosa es vuestra historia y
sorprendentes vuestras aventuras!"
Luego contó el rey con toda clase de detalles la historia de Rosa-en-el-Cáliz. Y Delicia-del-
Mundo le preguntó: "¿Puedes ahora decirme ¡oh rey del tiempo! dónde está ella?"
El rey contestó: "¡Está en mi palacio!" Y al punto hizo ir al kadí y a los testigos, y les hizo
extender el contrato de matrimonio de Rosa-en-el-Cáliz con Delicia-del-Mundo. Tras de lo cual le
colmó de honores y beneficios, y despachó en seguida un correo para que informase al rey
Schamikh de todo lo acaecido a Delicia-del-Mundo y a Rosa-en-el-Cáliz.
Cuando el rey Schamikh se enteró de esta noticia, se regocijó hasta el límite del regocijo y
envió al rey Derbas una carta en la cual le decía: "¡Puesto que ya se ha extendido el contrato de
matrimonio, deseo que la celebración de las nupcias y la consumación del matrimonio tengan lugar
en mi palacio!" Y al punto hizo preparar camellos, caballos y hombres para que fuesen a recoger a
los recién casados.
Al llegar aquella carta y aquella escolta, el rey Derbas regaló a los recién casados sumas
considerables, les dió un séquito magnífico y se despidió de ellos.
Y partieron.
Y he aquí que fué un día memorable aquel en que llegaron a la ciudad de Ispahán, su país,
donde reinaba el rey Schamikh. ¡Nunca vióse un día más hermoso ni siquiera comparable con
aquél! Porque, para celebrar la fiesta, el rey Schamikh congregó a todos los tañedores de
instrumentos armónicos y dió grandes festines. Y duró el alborozo tres días enteros, en los cuales
el rey distribuyó al pueblo muchas dádivas y regaló numerosos ropones de honor.
¡He aquí ahora lo referente a los recién casados! Una vez concluído el festín de la primera
noche, Delicia-del-Mundo penetró en la cámara nupcial de Rosa-en-el-Cáliz; y se arrojaron ambos
en brazos uno de otro, pues hasta aquel momento no habían podido verse a solas desde su
encuentro; y fue tanta su felicidad, que no pudieron por menos de llorar de alegría durante un buen
rato. Y Rosa-en-el-Cáliz improvisó estos versos:
¡Por fin vino la alegría a ahuyentar la tristeza y la pena; y henos aquí reunidos, con gran
confusión de los que nos envidian!
¡La brisa de la reunión nos echó su aliento perfumado, reanimándonos el corazón, las
entrañas y el cuerpo!
¡En nuestros rostros ha brillado la embriaguez del retorno, y a nuestro alrededor
anunciaron nuestro regreso tambores y gritos de alegría!
¡No creáis que nuestras lágrimas son de pesar, sabed, por el contrario, que quien nos
hace llorar es la dicha!
¡Cuántas calamidades, desvanecidas ya, hemos sufridol ¡Con qué resignación hemos
soportado dolores angustiososl
¡En una hora de reunión olvidé torturas y contrariedades tan terribles que blanquearon
mi cabeza!
Terminada que fué esta improvisación, se abrazaron estrechamente y permanecieron
enlazados en brazos uno de otro, hasta caer desfallecidos de júbilo y felicidad...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 414ª NOCHE
Ella dijo:
... hasta caer desfallecidos de júbilo y felicidad.
Vueltos ya de su desfallecimiento, Delicia-del-Mundo improvisó los versos siguientes:
¡Oh dulzura de las noches largo tiempo esperadas, cuando el bienamado se muestra fiel
a su promesa y se entrega a su amiga!
¡Henos aquí reunidos para siempre tras la ausencia, y se han roto las cadenas que nos
tenían cautivos en la separación!
¡Después de mostrarse con nosotros tan adusto, el Destino nos sonríe y nos concede
sus favores diligentemente!
´ ¡La dicha ha desplegado su estandarte en nuestro honor, y para tranquilizarnos, nos
brindó la copa pura del placer!
Reunidos, por fin, después de la tormenta, nos contamos nuestras penas pasadas y
nuestras noches de insomnio que transcurrieron entre tristezas!
¡Oh mi señor, olvidemos ahora nuestros sufrimientos! ¡Y enriquezca nuestra alma con el
olvido el Dispensador de misericordias!
¡Ah! ¡cuán dulce es la vida! ¡cuán deliciosa es la vida! ¡La unión sólo consigue avivar mi
llama y mi ardor!
Recitados que fueron estos versos, los dos amantes se abrazaron por segunda vez, y cayendo
en su cama nupcial, se enlazaron estrechamente en medio de las más exquisitas voluptuosidades;
y continuaron acariciándose y entregándose a mil ternezas y juegos amables hasta que se
hundieron en el mar de los amores tumultuosos. Y fueron tan intensas sus delicias, sus
voluptuosidades, su ventura, sus placeres y sus alegrías, que dejaron transcurrir siete días y siete
noches sin darse cuenta de la fuga del tiempo y su mudanza, como si las siete jornadas no
hubieran sido más que una. Sólo al ver llegar a los tañedores de instrumentos, comprendieron que
se hallaban al final del séptimo día de su matrimonio. Así es que en el límite de la sorpresa, Rosaen-
el Cáliz improvisó al instante los versos que vas a oír:
¡Aunque fui víctima de tanta envidia y estuve tan vigilada, pude poseer a mi bienamado!
¡ Sobre la seda virgen y los terciopelos, se entregó a mí con mil caricias, encima de un
colchón de tierna piel y relleno con plumón de pájaros de especie extraordinaria!
¿Qué necesidad tengo de beber vino, si un amante, pleno de ardores nuevos me hace
saborear su saliva voluptuosa?
¡El pasado y el presente se confunden para nosotros en una unión que nos da el
olvido!¿No es cosa prodigiosa que hayan pasado sobre nuestras cabezas siete noches
enteras sin que nos enteráramos?
¡Porque, con ocasión del séptimo día, han venido a felicitarme y a decirme: "¡Alah
eternice tu unión con tu amigo!"
Cuando hubo recitado ella estos versos, Delicia-del-Mundo la abrazó un número incalculable
de veces, y luego improvisó estos versos:
¡He aquí el día de la dicha y de la felicidad! ¡Y mi amiga ha venido a sacarme del
aislamiento!
¡Cuán enervante y deliciosa es su presencia! ¡Que encanto tiene su lenguaje espiritual!
¡Me hizo beber el sorbete voluptuoso de su intimidad, y esta bebida transportó fuera del
mundo a mis sentidos!
¡Nos hemos expansionado! ¡Nos hemos dilatado! ¡Nos hemos embriagado tendidos en
nuestra cama! ¡Y hemos cantado mientras bebíamos!
¡La embriaguez de la dicha hizo que perdiéramos la noción del tiempo y ya no supimos
distinguir el primer día del último!
¡Sea para nosotros siempre delicioso el amor! ¡Mi amiga experimentó goces iguales a
los míos!
¡Cómo yo, tampoco se acuerda de los días amargos! ¡Mi Señor la ha favorecido lo
mismo que me favoreció a mí!
Después de recitados estos versos, se levantaron ambos, salieron de la cámara nupcial y
distribuyeron a toda la servidumbre del palacio grandes sumas en plata, trajes magníficos, regalos
y presentes. Tras de lo cual, Rosa-en-el-Cáliz dio orden a sus esclavas de que hicieran evacuar
para ella sola el hammam del palacio, y dijo a Delicia-del-Mundo: "¡Oh frescura de mis ojos! ¡ahora
quiero verte por fin en el hammam para estar ambos solos a nuestro sabor!" Y llegando en aquel
momento al límite de la dicha, improvisó estos versos:
¡Amigo, que desde hace tanto tiempo dominas mi corazón! – no quiero hablar de cosas
pretéritas-!
¡Oh tú, sin quien ya no podría pasarme y a quien no podría ya ,sustituir en mi intimidad,
ven al hammam, ¡oh luz de mis ojos! ¡Para mí será como un infierno de llamas en medio de
un paraíso de delicias!
¡Quemaremos el sahumerio del nadd hasta que los vapores embalsamados llenen la
sala toda y se esparzan en todos sentidos!
¡Perdonaremos al Destino sus crímenes para con nosotros, y glorificaremos la bondad
de nuestro Señor!
Y al mirarte en el baño, cantaré: “!Que el baño ¡Oh bienamado! te sea leve y delicioso!"
Una vez recitados estos versos, los dos amantes se levantaron y fueron al hammam, donde
pudieron disfrutar de instantes agradables. Tras de lo cual volvieron al palacio, pasando allí su vida
en medio de las felicidades más intensas, ¡hasta el momento en que fué a visitarle la Destructora
de placeres y la Separadora de amigos!
¡Gloria al Inmutable, al Eterno, en el cual convergen los seres y las cosas!
"¡Pero no creas, ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazadaque esta historia puede
asemejarse a la HISTORIA MÁGICA DEL CABALLO DE ÉBANO!"
Y dijo el rey Schahriar: "¡Entusiasmado estoy ¡oh Sebehrazada! con los versos nuevos que se
recitaron esos amantes fieles! ¡Así es que me tienes dispuesto a oírte cómo cuentas esa historia
mágica que no conozco!"
Y dijo Schehrazada:
HISTORIA MAGICA DEL CABALLO DE EBANO
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que en la antigüedad del tiempo y lo pasado de las
épocas y de las edades, había un rey muy grande y muy poderoso entre los reyes de los persas,
que se llamaba Sabur, y era sin duda el rey más rico en tesoros de todas clases, como también el
más dotado de sagacidad y de prudencia. Además, estaba lleno de generosidad y de amabilidad, y
tenía siempre abierta sin desmayo la mano para ayudar a los que le imploraban, sin rechazar
nunca a quienes le solicitaban un socorro. Sabía otorgar la hospitalidad liberalmente a los que sólo
le pedían cobijo, y reconfortar en ocasiones, con sus palabras y sus maneras impregnadas de
dulzura y de amenidad, a los corazones heridos. Era bueno y caritativo con los pobres; y los
extranjeros nunca veían cerradas a su llamamiento las puertas de los palacios de aquel soberano.
En cuanto a los opresores, no encontraban gracia ni indulgencia de su severa justicia. Y así era, en
verdad, él.
El rey Sabur tenía tres hijas, que eran como otras tantas lunas hermosas en un cielo glorioso o
como tres flores maravillosas por su brillo en un parterre bien cuidado, y un hijo que era la misma
luna y se llamaba Kamaralakmar.(Luna de las Lunas)
Todos los años daba el rey a su pueblo dos grandes fiestas, una al comienzo de la primavera,
la de Nuruz, y otra en el otoño, la del Mihrgán; y con ambas ocasiones mandaba abrir las puertas
de todos sus palacios, distribuía dádivas, hacía que sus pregoneros públicos proclamasen edictos
de indulto, nombraba numerosos dignatarios y otorgaba ascensos a sus lugartenientes y
chambelanes. Así es que de todos los puntos de su vasto Imperio acudían los habitantes para
rendir pleitesía a su rey y regocijarse en aquellos días de fiesta, llevándole presentes de todo
género y esclavos y eunucos en calidad de regalo.
Y he aquí que durante una de esas fiestas, la de la primavera precisamente, estaba sentado
en el trono de su reino el rey, quien a todas sus cualidades añadía el amor a la ciencia, a la
geometría y a la astronomía, cuando vió que ante él avanzaban tres sabios, hombres muy
versados en las diversas ramas de los conocimientos más secretos y de las artes más sutiles, los
cuales sabían modelar la forma con una perfección que confundía al entendimiento y no ignoraban
ninguno de los misterios que de ordinario escapan al espíritu humano. Y llegaban a la ciudad del
rey estos tres sabios desde tres comarcas muy distintas y hablando diferente lengua cada uno: el
primero era hindí, el segundo rumí y el tercero ajamí de las fronteras extremas de Persia.
Se acercó primero al trono el sabio hindí, se prosternó ante el rey, besó la tierra entre sus
manos, y después de haberle deseado alegría y dicha en aquel día de fiesta, le ofreció un presente
verdaderamente real: consistía en un hombre de oro, incrustado de gemas y pedrerías de gran
precio, que tenía en la mano una trompeta de oro.
Y le dijo el rey Sabur: '»¡Oh, sabio! ¿para que sirve esta figura?" El sabio contestó: "¡Oh mi
señor! este hombre de oro posee una virtud admirable! ¡Si le colocas a la puerta de la ciudad, será
un guardián a toda prueba, pues si viniese un enemigo para tomar la plaza, le adivinará a
distancia, y soplando en la trompeta que tiene a la altura de su rostro, le paralizará y le hará caer
muerto de terror!" Y al oír estas palabras, se maravilló mucho el rey, y dijo: "¡Por Alah, ¡oh sabio!
que si es verdad lo que dices, te prometo la realización de todos tus anhelos y de todos tus
deseos!"
Entonces se adelantó el sabio rumí, que besó la tierra entre las manos del rey, y le ofreció
como regalo una gran fuente de plata, en medio de la cual se encontraba un pavo real de oro
rodeado por veinticuatro pavas reales del mismo metal. Y el rey Sabur los miró con asombro, y
encarándose con el rumí, le dijo: "¡Oh sabio! ¿para qué sirven este pavo y estas pavas?"
El sabio contestó: "¡Oh mi señor! a cada hora que transcurre del día o de la noche, el pavo da
un picotazo a cada una de las veinticuatro pavas y la cabalga, agitando las alas, y así
sucesivamente cabalga a las veinticuatro pavas, marcando las horas; luego, cuando ha dejado
transcurrir el mes de esta manera, abre la boca, y en el fondo de su gaznate aparece el cuarto
creciente de la luna nueva".
Y exclamó el rey maravillado: "¡Por Alah, que si es verdad lo que dices, se cumplirán todas tus
aspiraciones!"
El tercero que avanzó fué el sabio de Persia. Besó la tierra entre las manos del rey, y después
de los cumplimientos y de los votos le ofreció un caballo de madera de ébano, de la calidad más
negra y más rara, incrustado de oro y pedrerías, y enjaezado maravillosamente con una silla, una
brida y unos estribos como sólo llevan los caballos de los reyes. Así es que el rey Sabur quedó
maravillado hasta el límite de la maravilla y desconcertado por la belleza y las perfecciones de
aquel caballo; luego dijo: "¿Y qué virtudes tiene este caballo de ébano?"
El persa contestó: "¡Oh mi señor! las virtudes que posee este caballo son cosa prodigiosa,
hasta el punto de que cuando uno monta en él, parte con su jinete a través de los aires con la
rapidez del relámpago, y le lleva a cualquier sitio donde se le guíe, cubriendo en un día distancias
que tardaría un año en recorrer un caballo vulgar". Prodigiosamente asombrado con aquellas tres
cosas prodigiosas que se habían sucedido en un mismo día, el rey encaróse con el persa, y le dijo:
"¡Por Alah el Omnipotente (¡exaltado sea!), que crea los seres todos y les da de comer y de beber,
que si me pruebas la verdad de tus palabras te prometo la realización de tus anhelos y del menor
de tus deseos!"
Tras de lo cual el-rey mandó someter a prueba durante tres días las virtudes diversas de los
tres regalos, haciendo que los tres sabios los pusieran en movimiento. Y en efecto, el hombre de
oro sopló con su trompeta de oro, el pavo real de oro picoteó y cabalgó regularmente a sus
veinticuatro pavas reales de oro, y el sabio persa...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 416ª NOCHE
Ella dijo:
... y el sabio persa montó en el caballo de ébano, le hizo elevarse por los aires y recorrer un
gran espacio con una rapidez extraordinaria, para descender, después de haber descrito un amplio
círculo, en el mismo sitio de donde partió.
Al ver todo aquello, el rey Sabur quedó al principio estupefacto, y luego se tambaleó de tal
manera que parecía iba a volverse loco de alegría. Dijo entonces a los sabios: "¡Oh sabios ilustres!
ahora tengo ya una prueba de la verdad de vuestras palabras y a mi vez cumpliré mi promesa.
¡Pedidme, pues, lo que deseéis, y se os concederá al instante!"
Entonces contestaron los tres sabios: "¡Puesto que nuestro amo el rey está satisfecho de
nosotros y de nuestros presentes y nos deja que elijamos lo que hemos de pedirle, le rogamos que
nos dé en matrimonio a sus tres hijas, pues anhelamos vivamente ser yernos suyos! ¡Y en nada
podrá turbar tal cosa la tranquilidad del reino! ¡Aunque así fuese, los reyes no se desdicen de sus
promesas nunca!" El rey contestó: `'¡Al instante daré satisfacción a vuestro deseo!" Y al punto dió
orden de hacer ir al kadí y a los testigos para que extendieran el contrato de matrimonio de sus tres
hijas con los tres sabios.
¡Eso fué todo!
Pero acaeció que, mientras tanto, las tres hijas del rey estaban sentadas precisamente detrás
de una cortina de la sala de recepción y oían aquellas palabras. Y la más joven de las tres
hermanas se puso a considerar con atención al sabio que debía escogerla por esposa, ¡y he aquí
su descripción! Era un viejo muy anciano, de una edad de cien años lo menos, como no tuviese
más; con restos de cabellos blanqueados por el tiempo; con una cabeza oscilante; cejas roídas de
tiña; orejas colgantes y hendidas; barba y bigotes teñidos y sin vida; ojos rojos y bizcos, que se
miraban atravesados; carrillos fláccidos, amarillos y llenos de huecos; nariz semejante a una
gruesa berenjena negra; cara tan arrugada como el delantal de un zapatero remendón; dientes
saledizos como los dientes de un cerdo salvaje, y labios flojos y jadeantes como los testículos del
camello; en una palabra, aquel viejo sabio era una cosa espantosa, un horror compuesto de
monstruosas fealdades que sin duda le hacían ser el hombre más deforme de su época, pues
ninguno hubo como él, con aquellos diversos atributos, y además, con sus mandíbulas vacías de
molares, ostentando a guisa de colmillos unos garfios que le hacían semejante a los efrits que
asustan a los niños en las casas desiertas y hacen cacarear de miedo a los pollos en los gallineros.
¡Eso fué todo!
Y precisamente la princesa, que era la más joven de las tres hijas del rey, resultaba la joven
más bella y más graciosa de su tiempo, más elegante que la tierna gacela, más dulce y más suave
que la brisa más acariciadora, y más brillante que la luna llena; diríase que verdaderamente estaba
hecha para los escarceos amorosos; se movía y la rama flexible se avergonzaba al ver sus
balanceos ondulantes; andaba, y el corzo ligero se avergonzaba al ver su andar gracioso; y sin
disputa superaba con mucho a sus hermanas en hermosura, en blancura, en encantos y en
dulzura.
Y así era ella, en verdad.
De modo que cuando vió al sabio que debía tocarle en suerte, corrió a su habitación y se dejó
caer de bruces en el suelo, desgarrándose los vestidos, arañándose las mejillas y sollozando y
lamentándose.
Mientras permanecía ella en aquel estado, su hermano el príncipe Kamaralakmar, que la
quería mucho y la prefería a sus otras hermanas, volvía de una partida de caza, y al oír lamentarse
y llorar a su hermana, penetró en su aposento y le preguntó: "¿Qué tienes? ¿Qué te ha ocurrido?
¡Dímelo enseguida y no me ocultes nada!"
Entonces ella se golpeó el pecho y exclamó: "¡Oh único hermano mío! ¡oh querido nada te
ocultaré. ¡Sabe que, aunque el palacio debiera hundirse luego encima de tu padre, estoy dispuesta
a abandonarlo; y si adquiero la certeza de que tu padre va a cometer actos tan odiosos, huiré de
aquí sin que me dé provisiones para el camino, porque Alah proveerá!"
Al escuchar estas palabras, el príncipe Kamaralakmar le dijo:
"¡Pero dime al fin a qué viene ese lenguaje y qué es lo que te oprime el pecho y turba tus
humores!" La joven princesa contestó: "¡Oh único hermano mío! ¡oh querido! has de saber que mi
padre me prometió en matrimonio a un sabio viejo, a un mago horrible que le ha regalado un
caballo de madera de ébano; y sin duda le ha embrujado con su hechicería y ha abusado de él con
su astucia y su perfidia! ¡En cuanto a mí, estoy resuelta a dejar este mundo antes que pertenecer a
ese viejo asqueroso!"
Su hermano empezó entonces a tranquilizarla y a consolarla, acariciándola y mimándola, y
luego se fué en busca de su padre el rey, y le dijo: "¿Quién es ese hechicero a quien prometiste
casarle con mi hermana pequeña? ¿Y qué regalo es ése que te ha traído para decidirte así a hacer
que muera de pena mi hermana? ¡Eso no es justo y no puede suceder!"
Y he aquí que el persa estaba cerca y oía aquellas palabras del hijo del rey, y se sintió muy
furioso y muy mortificado.
Pero el rey contestó...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 417* NOCHE
Ella dijo:
. .. el rey contestó: "¡Oh hijo mío Kamaralakmar! ¡no estarías tan turbado y tan estupefacto si
vieras el caballo que me ha dado el sabio!" Y salió en seguida con su hijo al patio principal del
palacio, y dió orden a los esclavos de que llevaran el caballo consabido. Y los esclavos ejecutaron
la orden.
Cuando el joven príncipe vió el caballo, lo encontró muy hermoso y le entusiasmó mucho. Y
como era un jinete excelente, saltó con ligereza a lomos del bruto y le pinchó de pronto en los
flancos con las espuelas, metiendo los pies en los estribos. Pero no se movió el caballo. Y el rey
dijo al sabio: "¡Ve a mirar por qué no se mueve, y ayuda a mi hijo, quien a su vez tampoco dejará
de ayudarte para que realices tus anhelos!”
De modo que el persa, que guardaba rencor al joven a causa de su oposición al matrimonio de
su hermana, se acercó al príncipe caballero, y le dijo: "Esta clavija de oro que hay a la derecha del
arzón de la silla es la clavija que sirve para subir. ¡No tienes más que darle la vuelta!"
Entonces el príncipe dió la vuelta a la clavija que servía para subir, ¡y he aquí lo que pasó! Al
punto se elevó por los aires el caballo con la rapidez del ave, y a tanta altura, que el rey y todos los
circunstantes le perdieron de vista a los pocos momentos.
Al ver desaparecer así a su hijo, sin que regresara al cabo de algunas horas que estuvieron
esperándole, inquietóse mucho el rey Sabur, y muy perplejo, dijo al persa: "¡Oh sabio! ¿qué vamos
a hacer ahora para que vuelva?" El sabio contestó: "¡Oh mi amo! ¡nada puedo hacer ya, y no verás
de nuevo a tu hijo hasta el día de la Resurrección! ¡Porque el príncipe no ha querido escuchar más
que a su presunción y a su ignorancia, y en vez de darme tiempo para que le explicase el
mecanismo de la clavija de la izquierda, que es la clavija que sirve para bajar, ha puesto en marcha
el caballo antes de lo debido!"
Cuando el rey Sabur hubo oído estas palabras del sabio, se llenó de furor, e indignándose
hasta el límite de la indignación, ordenó a los esclavos que dieran una paliza al persa y le arrojaran
después al calabozo más lóbrego, en tanto que se quitaba él de la cabeza la corona, golpeándose
en la cara y mesándose las barbas, tras de lo cual se retiró a su palacio, hizo cerrar todas las
puertas, y empezaron a sollozar, a gemir y a lamentarse con él su esposa, sus tres hijas, su
servidumbre y todos los habitantes del palacio, como también los de la ciudad. Y he aquí cómo se
tornó su alegría en aflicción, y su felicidad en tristeza y desesperación.
¡Y esto en cuanto a ellos atañe!
Por lo que afecta al príncipe, el caballo continuó elevándose por los aires con él, sin detenerse
y como si fuera a tocar el sol. Entonces comprendió el joven el peligro que corría y cuán horrible
muerte le esperaba en aquellas regiones del cielo; y se inquietó bastante y se arrepintió mucho de
haber subido en el caballo, y pensó para su ánima: "¡Sin duda, la intención del sabio fué perderme
en vista de lo que opiné con respecto a mi hermana menor! ¿Qué hacer ahora? ¡No hay fuerza ni
poder más que en Alah el Omnipotente! ¡heme aquí perdido sin remisión!" Luego se dijo: "Pero
¿quién sabe si no hay una segunda clavija que sirva para bajar, lo mismo que la otra sirve para
subir?" Y como estaba dotado de sagacidad, de ciencia y de inteligencia, se puso a buscarla por
todo el cuerpo del caballo, y acabó por encontrar, en el lado izquierdo de la silla, un tornillo
minúsculo, no mayor que la cabeza de un alfiler; y se dijo: "¡No veo más que esto!" Entonces
apretó aquel tornillo y al punto comenzó a disminuir la ascensión poco a poco y el caballo se paró
un instante en el aire, para empezar inmediatamente después a descender con la misma rapidez
de antes, amenguando luego la marcha poco a poco según se acercaba al suelo; y acabó por tocar
en tierra sin ninguna sacudida ni contratiempo, mientras su jinete respiraba con libertad y se
tranquilizaba por su vida.
Y he aquí que entre las ciudades que de aquella suerte se mostraban por debajo de él, divisó
una ciudad de casas y edificios alineados con simetría y de manera encantadora en medio de una
comarca surcada por numerosas aguas corrientes y rica en prados donde triscaban en paz
saltarinas gacelas.
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 418* NOCHE
Ella dijo:
...donde triscaban en paz saltarinas gacelas.
Como por temperamento era aficionado a distraerse y a observar, Kamaralakmar se dijo: "¡Es
necesario que sepa yo el nombre de esa ciudad y la comarca en que está situada!" Y empezó a
dar vueltas en el aire alrededor de la ciudad, deteniéndose encima de los parajes más hermosos.
Mientras tanto, empezaba a declinar el día y el sol había llegado en el horizonte a lo más bajo de
su carrera; y pensó el príncipe: "¡Por Alah, que no encontraré indudablemente sitio mejor para
pasar la noche que esta ciudad! Por consiguiente, dormiré aquí, y al apuntar el día de mañana,
emprenderé de nuevo la ruta de mi reino para regresar con mis parientes y mis amigos. ¡Y contaré
entonces a mi padre cuanto me acaeció y cuanto han visto mis ojos!" Y echó en torno suyo una
mirada para escoger un lugar donde pasar la noche con seguridad y sin que se le importunase, y
donde resguardar a su caballo, y acabó por dejar recaer su elección, en un palacio elevado que
aparecía en medio de la ciudad, y lo flanqueaban torres almenadas, y lo guardaban cuarenta
esclavos negros vestidos con cotas de malla y armados con lanzas, alfanjes, arcos y flechas. Así
es que se dijo el joven: "¡He ahí un lugar excelente!" Y apretando el tornillo que servía para bajar,
guió hacia aquel lado a su caballo, que fué a posarse dulcemente, como un pájaro cansado, en la
terraza del palacio. Entonces dijo el príncipe: "¡Loor a Alah!" Y se apeó de su caballo. Púsose luego
a dar vueltas en torno al animal y a examinarle, diciendo: "¡Por Alah! ¡Quien con tal perfección te
fabricó es un maestro como obrero y el más hábil de los artífices! ¡De modo que si el Altísimo
prolonga el término de mi vida y me reúne con mi padre y con los míos, no dejaré de colmar con
mis bondades a ese sabio y de hacer que se beneficie con mi generosidad!"
Pero ya había caído la noche, y el príncipe permaneció en la terraza, esperando que en el
palacio estuviese dormido todo el mundo. Después, como se sentía torturado por el hambre y la
sed ya que desde su partida no había comido ni bebido nada, se dijo: "¡En verdad que no debe
carecer de víveres un palacio como éste!" Dejó, pues, el caballo en la terraza, y resuelto a buscar
algo con que alimentarse, se encaminó a la escalera del palacio y descendió por sus peldaños
hasta abajo. Y de pronto se encontró en un ancho patio con piso de mármol blanco y de alabastro
transparente, en el que se reflejaba por la noche la luz de la luna. Y le maravilló la belleza de aquel
palacio, y de su arquitectura; pero en vano miró a derecha y a izquierda, porque no vió alma
viviente ni oyó sonido de una voz humana; y se notó muy inquieto y muy perplejo, y no supo qué
hacer. Se decidió, sin embargo, a salir de su estupor al fin, pensando. "¡Por el momento no puedo
hacer nada mejor que volver a subir a la terraza de donde he bajado, y pasar la noche junto a mi
caballo; y mañana a los primeros resplandores del día, montaré de nuevo en mi caballo y me
marcharé!" Y cuando ya iba a poner en práctica este proyecto, advirtió una claridad en el interior
del palacio, y avanzó por aquel lado para saber de qué provenía. Y vió que aquella luz era la de
una antorcha encendida delante de la puerta del harén, a la cabecera del lecho de un eunuco
negro que dormía roncando de una manera muy ruidosa, y se asemejaba a algún efrit entre los
efrits a las órdenes de Soleimán o a algún genni de la tribu negra de los genn; estaba acostado en
un colchón a lo ancho de la puerta, y la atrancaba mejor que lo hubiera hecho un tronco de árbol o
el banco de un portero; y a la luz de la antorcha resplandecía furiosamente el mango de su alfanje,
mientras que por encima de su cabeza colgaba de una columna de granito su saco de provisiones.
Al ver a aquel negro espantable, el joven Kamaralakmar quedó aterrado, y murmuró: "¡Me
refugio en Alah el Todopoderoso! ¡Oh dueño único del cielo y de la tierra! ¡Tú que ya me salvaste
de una perdición segura, socórreme otra vez y sácame sano y salvo de la aventura que me espera
en este palacio!" Dijo, y tendiendo la mano hacia el saco de provisiones del negro, lo cogió con
presteza, salió de la habitación, lo abrió, y encontró dentro víveres de la mejor calidad. Se puso a
comer, y acabó por dejar completamente vacío el saco; y después de haberse reanimado así, fué a
la fuente del patio y aplacó su sed bebiendo del agua pura y dulce que manaba. Tras de lo cual
volvió junto al eunuco, colgó el saco en su sitio, y sacando de la vaina el alfanje del esclavo, lo
cogió en tanto que el otro dormía y roncaba más que nunca, y salió sin saber aún lo que le
deparaba su destino...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 419* NOCHE
Ella dijo:
... sin saber aún lo qué le deparaba su destino.
Siguió, pues, avanzando por dentro del palacio y llegó a una segunda puerta, sobre la cual
caía una cortina de terciopelo. Levantó aquella cortina, y encontróse en una sala maravillosa, en la
cual vió un amplio lecho del marfil más blanco, incrustado de perlas, rubíes, jacintos y otras
pedrerías, y tendidas en el suelo cuatro jóvenes esclavas, que dormían. Se acercó entonces
sigilosamente al lecho para saber quién podría estar acostado en él. ¡Y vió a una joven que tenía
por toda camisa nada más que su cabellera! ¡Y era tan hermosa, que se la hubiera tomado, no ya
por la luna cuando sale en el horizonte oriental, sino por otra luna más maravillosa que surgiese de
las manos del Creador! ¡Su frente era una rosa blanca, y sus mejillas dos anémonas de un rojo
tenue, cuyo brillo se realzaba con un delicado grano de belleza a cada lado!
Al ver tal cúmulo de hermosura y de gracias, de encantos y de elegancia, Kamaralakmar creyó
caerse de espaldas desvanecido, si no muerto. Y cuando pudo dominar un poco su emoción, se
aproximó a la joven dormida, temblándole todos los músculos y todos los nervios y
estremeciéndose de placer y voluptuosidad la besó en la mejilla derecha.
Al contacto de aquel beso la joven se despertó sobresaltada, abrió mucho los ojos, y
advirtiendo al joven príncipe que permanecía de pie a su cabecera, exclamó: "¿Quién eres y de
dónde vienes?" El contestó: "¡Soy tu esclavo y el enamorado de tus ojos!"
Ella preguntó: "¿Y quién te condujo hasta aquí?"
El contestó: "¡Alah, mi destino y mi buena suerte!"
Al oír estas palabras, la princesa Schamsennahar (que tal era su nombre), sin mostrar
demasiada sorpresa ni espanto, dijo al joven:
"¿Acaso eres el hijo del rey de la India que me pidió ayer en matrimonio, y a quien mi padre el
rey no aceptó como yerno a causa de su pretendida fealdad?
Porque si eres tú, ¡por Alah! no tienes nada de feo, y tu belleza ya me ha subyugado, ¡oh mi
señor!" Y como, efectivamente, era él tan radiante cual la brillante luna, le atrajo a sí y le abrazó, y
la abrazó él, y embriagados ambos de su mutua hermosura y de su juventud, se hicieron mil
caricias, acostados uno en brazos de otro, y se dijeron mil locuras, entregándose a mil juegos
amables, y prodigándose mil mimos dulces y ardientes.
Mientras ellos se divertían de tal manera, las servidoras despertáronse de pronto, y al advertir
con su ama al príncipe, exclamaron: "¡Oh, ama nuestra! ¿quién es ese joven que está contigo?"
Ella contestó: "¡No lo sé! ¡Le encontré a mi lado al despertarme! ¡Sin embargo, supongo que es el
que ayer me solicitó a mi padre en matrimonio!" Turbadas por la emoción, exclamaron ellas: "¡El
nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti, oh señora nuestra! Ni por asomo es éste el que te pidió
en matrimonio ayer; porque aquél era muy feo y muy repulsivo, y este joven es gentil y
deliciosamente bello, y sin duda procede de ilustre estirpe. ¡En cuanto al otro, el feo de ayer, ni de
ser tu esclavo es digno!"
Tras de lo cual se levantaron las servidoras y fueron a despertar al eunuco de la puerta, y le
pusieron la alarma en el corazón, diciéndole: "¿Cómo se explica que siendo guardián del palacio y
del harén, dejes a los hombres penetrar en nuestros aposentos mientras dormimos?"
Cuando oyó estas palabras el eunuco negro, saltó sobre ambos pies y quiso apoderarse de su
alfanje; pero no encontró más que la vaina. Aquello le sumió en un terror grande, y todo tembloroso
levantó el tapiz y entró en la sala. Y vió con su ama en el lecho al hermoso joven, sintiéndose de tal
modo deslumbrado, que hubo de decirle: "¡Oh mi señor! ¿eres un hombre o un genni?"
El príncipe contestó: "¿Cómo te atreves confundir a los hijos de los reyes Khosroes con un
genn demoníaco y efrits, tú, miserable esclavo y el más maléfico de los negros de betún?" Y así
diciendo, furioso cual un león herido, empuñó el alfanje y gritó al eunuco: "¡Soy yerno del rey, que
me ha casado con su hija y me mandó que penetrara en ella!"
Al oír esas palabras, contestó el eunuco: "¡Oh mi señor! ¡si verdaderamente eres un hombre
de la especie de los hombres y no un genni, digna de tu belleza es nuestra joven ama, y te la
mereces mejor que cualquier otro rey, hijo de rey o de sultán!"
Después corrió el eunuco en busca del rey, lanzando gritos terribles, desgarrando sus vestidos
y cubriéndose con polvo la cabeza. De modo que, al oír sus gritos de loco, le preguntó el rey:
"¿Qué calamidad te aqueja? ¡Habla pronto y sé breve, porque me estás estremeciendo el
corazón!" El eunuco contestó...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 420* NOCHE
Ella dijo:
... El eunuco contestó: "¡Oh rey! ¡date prisa a volar en socorro de tu hija, porque un genni entre
los genn, con la apariencia de un hijo de rey, se ha posesionado de ella y ha hecho en ella su
domicilio! ¡Eso es todo! ¡Corre! ¡Duro con él!"
Al oír estas palabras de su eunuco, el rey llegó al límite del furor, y a punto estuvo de matarle;
pero le gritó: "¿Cómo te atreviste a ser negligente hasta el extremo de perder de vista a mi hija,
cuando te tengo encargado de su custodia diurna y nocturna, y cómo dejaste que penetrara en su
aposento y se posesionara de ella ese efrit demoníaco?" Y loco de emoción se abalanzó hacia las
habitaciones de la princesa, donde se encontró con las servidoras, que a la puerta le esperaban
pálidas y temblorosas, y les preguntó: "¿Qué le ha pasado a mi hija?" Ellas contestaron: "¡Oh rey!
no sabemos lo que ha sucedido mientras estábamos dormidas; pero cuando nos hemos
despertado encontramos en el lecho de la princesa a un joven, que nos pareció la luna llena de tan
hermoso como era, y que charlaba con tu hija de una manera deliciosa y sin dejar lugar a dudas. Y
en verdad que nunca vimos a nadie más hermoso que ese joven. Sin embargo, le preguntamos
quién era, y nos contestó: "¡Soy aquel a quien el rey concedió en matrimonio a su hija!"
¡Nada más que eso sabemos! Y no podemos decirte si se trata de un hombre o un genni. ¡De
todos modos, hemos de asegurarte que es amable, bien intencionado, modesto, cortés, e incapaz
de cometer la menor fechoría o de hacer cosa censurable! ¿Cómo, siendo tan bello, se puede
hacer cosa censurable?"
Cuando el rey hubo oído estas palabras, se le enfrió la cólera y su inquietud se apaciguó; y
muy suavemente y con mil precauciones, levantó un poco la cortina de la puerta y vió acostado
junto a su hija en el lecho, y charlando graciosamente a un príncipe de lo más encantador, cuyo
rostro resplandecía como la luna llena.
En vez de tranquilizarle por completo, el resultado de aquello fue excitar hasta el último
extremo su celo paternal y sus temores por el peligro que corría el honor de su hija. Así es que,
precipitándose por la puerta se abalanzó a ellos con la espada en la mano y furioso y feroz cual un
ghul monstruoso. Pero el príncipe, que desde lejos vióle llegar, preguntó a la joven: "¿Es ése tu
padre?" Ella contestó: "¡Sí!"
Al punto saltó sobre ambos pies el joven, y empuñando su alfanje lanzó a la vista del rey un
grito tan terrible, que hubo de asustarle. Más amenazador que nunca, entonces Kamaralakmar se
dispuso a arrojarse sobre el rey y a atravesarle; pero el rey, que se comprendió el más débil, se
apresuró a envainar su espada y tomó una actitud conciliadora. De modo que cuando vió ir hacia él
al joven, le dijo con el tono más cortés y más amable: "¡Oh jovenzuelo! ¿eres hombres o genni?" El
otro contestó: "¡Por Alah, que si no respetara tus derechos tanto como los míos, y si no me
preocupase del honor de tu hija, ya hubiera vertido sangre tuya! ¿Cómo te atreves a confundirme
con los genn y los demonios, cuando soy un príncipe real de la raza de los Khosroes, que si
quisieran apoderarse de tu reino sería para ellos cosa de juego el hacerte saltar de tu trono como
si sintieras un temblor de tierra, y frustrarte los honores, la gloria y el poderío?"
Cuando el rey hubo oído estas palabras, le invadió un gran sentimiento de respeto, y temió
mucho por su propia seguridad. Así es que se dió prisa a responder: "¿Cómo se explica entonces,
si eres verdaderamente hijo de reyes, que te hayas atrevido a penetrar en mi palacio sin mi
consentimiento, a destruir mi honor y hasta a posesionarte de mi hija, pretendiendo ser su esposo
y proclamando que yo te la había concedido en matrimonio, cuando hice matar a tantos reyes e
hijos de reyes que querían obligarme a que se la diera por esposa?" Y excitado por sus propias
palabras, continuó el rey: "¿Y quién podrá ahora salvarte de entre mis manos poderosas cuando yo
ordene a mis esclavos que te condenen a la peor de las muertes, y obedezcan ellos en esta hora y
en este instante?"
Cuando el príncipe Kamaralakmar oyó del rey estas palabras, contestó: "¡En verdad que estoy
estupefacto de tu corta vista y del espesor de tu entendimiento! Dime, ¿podrás encontrar jamás
mejor partido que yo para tu hija? ¿Y acaso viste nunca a un hombre más intrépido o mejor
formado, o más rico en ejércitos, esclavos y posesiones que yo mismo?"
El rey contestó: "¡No, por Alah! pero ¡oh jovenzuelo! yo hubiese querido ver que te convertías
en marido de mi hija ante el kadí y los testigos. ¡Pero un matrimonio efectuado de esta manera
secreta, sólo podrá destruir mi honor!" El príncipe contestó: "Bien hablas, ¡oh rey! ¿Pero es que no
sabes que si verdaderamente tus esclavos y tus guardias vinieran a precipitarse sobre mí todos y
me condenaran a muerte, según tus recientes amenazas, no harías más que correr de un modo
cierto a la perdición de tu honor v de tu reino haciendo pública tu desgracia y obligando a tu mismo
pueblo a revolverse contra ti?
Créeme, pues, ¡oh rey! ¡Sólo te queda un partido que tomar, y consiste en escuchar lo que
tengo que decirte y en seguir mis consejos!' Y exigió el rey: "¡Habla, pues, y oiga yo algo de lo que
tienes que decirme...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañanay se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 421* NOCHE
Ella dijo:
"¡ ... Habla, pues, y oiga yo algo de lo que tienes que decirme!" El otro contestó: "¡Helo aquí!
Una de dos: o te avienes a luchar conmigo en singular combate, y el que venza a su adversario
será proclamado el más valiente y ostentará así un título serio que le dé opción al trono del reino, o
bien me dejas pasar aquí toda esta noche con tu hija, y mañana por la mañana mandas contra mí
al ejército entero de tu caballería, y tu infantería, y tus esclavos y... ¡pero dime antes a cuántos
asciende su número!"
El rey contestó: "¡Son cuatro mil jinetes, sin contar a mis esclavos, que son otros tantos!"
Entonces dijo Kamaralakmar. "Está bien. Así, pues, a las primeras claridades del día, haz que
vengan contra mí en orden de batalla y diles: "¡Ese hombre que ahí tenéis acaba de solicitar de mí
en matrimonio a mi hija, con la condición de luchar él solo contra todos vosotros juntos y venceros
y derrotaros, sin que podáis salir con bien! ¡Y eso es lo que pretende!" ¡Luego me dejarás luchar yo
solo contra todos ellos! Si me mataran, quedaría a salvo tu honor y mejor guardado que nunca tu
secreto. ¡Si, por el contrario, triunfo yo de todos ellos y les derroto, habrás encontrado un yerno del
que podrían enorgullecerse los reyes más ilustres!"
No dejó de compartir el rey esta última opinión y de aceptar tal proposición, si bien estaba
estupefacto de la seguridad con que hablaba el joven y no sabía a qué atribuir una pretensión tan
loca; porque en el fondo de su corazón se hallaba persuadido de que el príncipe perecería en
aquella lucha insensata, y así quedaría a salvo su honor y mejor guardado su secreto. De modo
que llamó al jefe eunuco y le dió orden de que sin dilación fuera en busca del visir y le mandara
que congregase a todas las tropas y las tuviese preparadas con sus caballos y dispuestas con sus
armas de guerra. Y el eunuco transmitió la orden al visir, que al punto reunió a los oficiales y a los
principales notables del reino y les dispuso en orden de batalla a la cabeza de sus tropas
revestidas con las armas de guerra.
¡Y he aquí lo que atañe a ellos!
En cuanto al rey, se quedó todavía por algún tiempo charlando con el joven príncipe, pues
estaba encantado de sus palabras sesudas, de su buen criterio, de sus maneras distinguidas y de
su belleza, además que no quería dejarle solo con su hija aquella noche. Pero apenas apuntó el
día, se volvió a su palacio y se sentó en su trono y dió orden a sus esclavos de que tuvieran
preparado para el príncipe el caballo más herrmoso de las caballerizas reales, le ensillaran con
magnificencia y le enjaezaran con gualdrapas suntuosas. Pero el príncipe dijo: "¡No quiero montar
a caballo mientras no esté en presencia de las tropas!" El rey contestó: "¡Hágase conforme
deseas!" Y salieron ambos al meidán, donde estaban las tropas alineadas en orden de batalla, y
así pudo el príncipe juzgar su número y calidad. Tras de lo cual se encaró el rey con todos y
exclamó: "¡Oíd, guerreros! este joven que ahí tenéis ha venido en busca mía y me ha pedido a mi
hija en matrimonio. Y a la verdad, jamás vi nada más bello ni caballero más intrépido que él. Pero
he aquí que pretende que él solo puede triunfar de todos vosotros y derrotaros; que aunque fueseis
cien mil veces más numerosos, no os daría la menor importancia, y a pesar de todo, habría de
venceros.
¡Así, pues, cuando arremeta contra vosotros, no dejéis de recibirle con la punta de vuestros
alfanjes y de vuestras lanzas! ¡Eso le enseñará lo que cuesta meterse en empresas tan graves!"
Luego el rey se encaró con el joven le dijo: "¡Animo, hijo mío, y haznos ver tus proezas!" Pero el
joven contestó:
"¡Oh rey, no me tratas con justicia ni imparcialidad! porque ¿cómo quieres que luche con
todos, estando yo a pie y ellos a caballo?"
El rey le dijo: "¡Ya te ofrecí caballo para que montaras, y b. rehusaste! ¡Escoge ahora para
cabalgadura el que te parezca mejor de todos mis caballos!"
Pero contestó el príncipe: "¡No me gusta ninguno de tus caballos, y sólo montaré en el que me
ha traído hasta tu ciudad!"
El rey le preguntó: "¿Y dónde está tu caballo?" El príncipe dijo: "Está encima de tu palacio".
El rey preguntó: "¿Qué sitio es ese que está encima de mi palacio?" El príncipe contestó: "La
terraza de tu palacio".
Al oír estas palabras, le miró con atención el rey y exclamó: "¡Qué extravagancia! ¡Esa es la
mejor prueba de tu locura! ¿Cómo es posibleque un caballo suba a una terraza? ¡Pero enseguida
vamos a ver si mientes o si dices la verdad!"
Luego se encaró con el jefe de sus tropas y le dijo: "¡Corre al palacio y vuelve a decirme lo
que veas! !Y tráeme lo que haya en la terraza!"
Y el pueblo se maravillaba de las palabras del joven príncipe; y se preguntaba la gente:
"?Como va a poder bajar un caballo por la escalera desde la altura de la terraza?
¡Verdaderamente, es una cosa de la que nunca en nuestra vida oímos hablar!"
Entretanto, el mensajero del rey llegó al palacio, y cuando subió a la terraza encontró allí el
caballo y le pareció que jamás había visto otro igual en belleza; pero no bien se acercó a él y le
hubo examinado, vio que era de madera de ébano y de marfil. Entonces, al darse cuenta de la
cosa, se echaron a reír él y todos los que le acompañaban, y se decían unos a otros...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 422ª NOCHE
Ella dijo:
...y se decían unos a otros: "¡Por Alah! he aquí el caballo de que hablaba ese jovenzuelo, al
que no debemos mirar en adelante más que como a un loco. Sin embargo, veamos lo que puede
haber de verdad en todo eso. ¡Porque después de todo, podría suceder que se tratase de un
asunto más importante de lo que parece, y que ese joven procediese realmente de alta estirpe y
gozara de excelentes méritos!" Así diciendo, cargaron entre todos con el caballo de madera, y
transportándolo a cuestas, lo pusieron delante del rey, mientras toda la gente se agrupaba a su
alrededor para mirarlo, maravillándose de su hermosura, de sus proporciones, de la riqueza de su
silla y de sus arneses. Y también el rey se admiró mucho y se maravilló hasta el límite de la
maravilla; luego preguntó a Kamaralakmar: "¡Oh joven! ¿es ése tu caballo?
El príncipe contestó: "Sí, ¡oh rey! ¡Es mi caballo, y no tardarás en ver las cosas maravillosas
que va a mostrarte!" Y le dijo el rey: "¡Tómale y móntate en él entonces!" El príncipe contestó: "¡No
lo enseñaré mientras no se alejen toda esa gente y esas tropas que se agrupan a su alrededor!"
Entonces el rey dio a todo el mundo orden de que se distanciaran de allí a un tiro de flecha. Y
le dijo el joven príncipe: "Mírame bien, ¡oh rey! Voy a subir en mi caballo y a precipitarme a todo
galope sobre tus tropas, dispersándolas a derecha y a izquierda, ¡e infundiré el espanto y el pavor
en sus corazones!" Y contestó el rey: "Haz ahora lo que quieras, ¡y no tengas compasión de ellos,
porque ellos no la tendrán de ti!"
Y Kamaralakmar apoyó ligeramente su mano en el cuello de su caballo,y de un salto se plantó
en el lomo del bruto.
Por su parte, las tropas, ansiosas habíanse alineado más lejos en filas apretadas y
tumultuosas; y decíanse los guerreros unos a otros: "¡Cuando llegue a nuestras filas ese
jovenzuelo le clavaremos la punta de nuestras picas y le recibiremos con el filo de nuestras
cimitarras!" Pero decían otros: "¡Por Alah! hay que ser muy insensato para creer que vamos a
vencer fútilmente a ese joven! Cuando se ha metido él en semejante aventura, sin duda es porque
tiene la seguridad de salir airoso. ¡Aunque así no fuese, lo que hace nos da ya prueba de su valor y
de la intrepidez de su alma y de su corazón!"
En cuanto a Kamaralahmar, una vez que se afirmó bien sobre la silla, hizo jugar la clavija que
servía para subir, en tanto que se volvían hacia él todos los ojos para ver qué iba a hacer. Y al
punto empezó su caballo a agitarse, a piafar, a balancearse, a inclinarse, a avanzar y a retroceder
para comenzar luego con una elasticidad maravillosa, a caracolear y a andar de lado de la manera
más elegante que caracolearon nunca los caballos mejor guiados de reyes y sultanes. Y de pronto
se estremecieron y se hincharon de viento sus flancos, ¡y más rápido que una flecha disparada al
aire, emprendió con su jinete el vuelo en línea recta por elcielo!
Al ver aquello, creyó el rey volverse loco de sorpresa y de furor, y gritó a los oficiales de sus
guardias: "¡La desgracia sobre vosotros! ¡cogedle! ¡cogedle! ¡Que se nos escapa!" Pero le
contestaron sus visires y lugartenientes: "¡Oh rey! ¿puede el hombre alcanzar al pájaro que tiene
alas? ¡Sin duda no se trata de un hombre como los demás, sino de un poderoso mago o de algún
efrit o mared entre los efrits y mareds del aire! iY Alah te ha librado de él, y a nosotros contigo!
¡Demos, pues, gracias al Altísimo que ha querido salvarte de entre sus manos, y contigo a tu
ejército!"
Emocionado hasta el límite de la perplejidad el rey regresó entonces a su palacio, y entrando
en el aposento de su hija, la puso al corriente de lo que acababa de ocurrir en el meidán. Y al
saber la noticia de la desaparición del joven príncipe, la joven se quedó afligida y desesperada, y
lloró y se lamentó de manera tan dolorosa, que cayó gravemente enferma y la acostaron en su
lecho, presa del calor de la fiebre y de la negrura de sus ideas. Y al verla en aquel estado, empezó
su padre a abrazarla, a mecerla, a estrecharla contra su pecho y a besarla entre los ojos
repitiéndole lo que había visto en el meidán y diciéndole: "¡Hija mía, da más bien gracias a Alah
(¡exaltado sea!) y glorifícale por habernos librado de las manos de ese insigne mago, de ese
embustero, de ese seductor, de ese ladrón, de ese cerdo!" Pero en vano le hablaba y la mimaba
para consolarla, porque ella no oía, ni escuchaba, sino al contrario. Cada vez sollozaba más, y
lloraba y gemía suspirando: "¡Por Alah ya no quiero comer ni beber hasta que Alah me reúna con
mi enamorado encantador! ¡Y ya no quiero saber nada que no sea verter lágrimas y enterrarme en
mi desesperación!" Entonces al ver que no podía sacar a su hija de aquel estado de languidez y de
aflicción, quedó el padre muy apenado, y se entristeció su corazón, y el mundo se ennegreció ante
él. ¡Y esto en cuanto al rey y su hija la princesa Schamsennahar...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 423ª NOCHE
Ella dijo:
¡...Y esto en cuanto al rey y su hija la princesa Schamsennahar! ¡Pero he aquí ahora lo relativo
al príncipe Kamaralakmar! Cuando se elevó muy alto por los aires, hizo volver la cabeza a su
caballo en dirección a su tierra natal, y puesto ya en el buen camino, se dedicó a soñar con la
belleza de la princesa, con sus encantos y con los medios de que se valdría para volver a
encontrarla. Y le parecía muy difícil la cosa, aunque tuvo cuidado de que ella le informara acerca
del nombre de la ciudad de su padre. Así había sabido que aquella ciudad se llamaba Sana y era
la capital del reino de Al-Yamán.
Mientras duró el viaje continuó él pensando en todo aquello, y merced a la gran rapidez de su
caballo, acabó por llegar a la ciudad de su padre. Entonces hizo ejecutar a su caballo un círculo
aéreo por encima de la ciudad, y fue a echar pie a tierra en la terraza del palacio. Dejó entonces a
su caballo en la terraza y bajó al palacio, donde notó por todas partes un ambiente de duelo y vio
regadas de ceniza todas las habitaciones, y creyendo que habría muerto alguien de su familia,
penetró, como tenía por costumbre, en los aposentos privados, y encontró a su padre, a su madre
y a sus hermanas vestidas con trajes de luto, y muy amarillos de cara, y enflaquecidos, y
demudados, y tristes, y desolados. Y he aquí que, cuando entró él, su padre se levantó de pronto
al advertirle, y cierto ya de que aquel era verdaderamente su hijo, lanzó un gran grito y cayó
desmayado; luego recobró el sentido y se arrojó en los brazos de su hijo, y le abrazó y le estrechó
contra su pecho con trasportes de la más loca alegría y emocionado hasta el límite de la emoción;
y su madre y sus hermanas, llorando y sollozando se le comían a besos a cual más, y bailaban y
saltaban en medio de su dicha.
Cuando se calmaron un poco le interrogaron acerca de lo que había acaecido; y les contó él la
cosa desde el principio hasta el fin; pero no hay para qué repetirla. Entonces exclamó su padre:
"¡Loores a Alah por tu salvación, ¡oh frescura de mis ojos y mucho de mi corazón!"
E hizo celebrar grandes fiestas populares y grandes regocijos durante siete días enteros, y
repartió dádivas al son de pífanos y címbalos, e hizo adornar todas las calles y proclamar un
indulto general para todos los presos, haciendo abrir de par en par las puertas de cárceles y
calabozos. Luego, acompañado de su hijo, recorrió a caballo los diversos barrios de la ciudad para
dar a su pueblo la alegría de volver a ver al joven príncipe, a quien se creyó perdido para siempre.
Pero una vez terminadas las fiestas, Kamaralakmar dijo a su padre: "¡Oh padre mío! ¿qué ha
sido del persa que te dio el caballo?" Y contestó el rey: "¡Confunda Alah a ese sabio! y retire su
bendición para él y para la hora en que mis ojos le vieron por vez primera, pues él fue causa de
que te separaras de nosotros, ¡oh hijo mío! ¡En este momento está encerrado en un calabozo, y es
el único a quien no perdoné!" Pero como se lo suplicó su hijo, el rey le hizo salir de la prisión, y
ordenándole que fuera a su presencia, le volvió a la gracia, y le dió un ropón de honor y le trató con
gran liberalidad, concediéndole toda clase de honores y riquezas; pero no le mencionó siquiera a
su hija ni pensó dársela en matrimonio. Así es que el sabio rabió hasta el límite de la rabia y se
arrepintió mucho de la imprudencia que había cometido dejando montar en el caballo al joven
príncipe, ¡pues comprendió que se había descubierto el secreto del caballo, como también su
manejo!
En cuanto al rey, que no estaba muy tranquilo todavía con respecto al caballo, dijo a su hijo:
"¡Soy de opinión, hijo mío, de que no debes acercarte en adelante a ese caballo de mal agüero, y
sobre todo de que nunca más le montes, ya que estás lejos de conocer las cosas misteriosas que
puede contener aún, y no te hallas sobre él seguro!" Por su parte, Kamaralakmar contó a su padre
su aventura con el rey de Sana y su hija, y cómo había escapado a la furia de este rey; y contestó
su padre: "¡Si debiera matarte el rey de Sana, hijo mío, te hubiera matado: pero el Destino no
habría fijado todavía tu hora!"
Durante este tiempo, a pesar de los regocijos y festines que su padre continuaba dando con
motivo de su regreso, Kamaralakmar estaba lejos de olvidar a la princesa Schamsennahar, y lo
mismo cuando comía que cuando bebía, pensaba siempre en ella. Y he aquí que un día, el rey,
que tenía esclavas muy expertas en el arte del canto y en el de tocar el laúd, les ordenó que
hicieran resonar las cuerdas de los instrumentos y cantaran algunos versos hermosos. Y tomó una
de ellas su laúd, y apoyándoselo en las rodillas cual podría una madre colocar en su regazo a su
hijo, cantó, acompañándose, estos versos entre otros versos:
¡Tu recuerdo ¡oh bienamado! no se borrará de mi corazón ni con la ausencia ni con la
distancia!
¡Pueden pasar los días y morir el tiempo, pero jamás podrá morir en mi corazón tu amor!
¡Con este amor quiero morir yo misma, y con este amor resucitar!
Cuando hubo oído el príncipe estos versos, en su corazón chispeó el fuego del deseo,
redoblaron su calor las llamas de la pasión, las tristezas le llenaron de duelo el espíritu y el amor le
trastornó las entrañas. Así es que, sin poder ya resistir a los sentimientos que le animaban con
respecto a la princesa de Sana, se levantó en aquella hora y aquel instante, subió a la terraza del
palacio, y a pesar del consejo de su padre, saltó a lomos del caballo de ébano y dió una vuelta a la
clavija que servía para subir. Al punto se elevó por los aires como un pájaro el caballo con él,
remontando su vuelo hacia las altas regiones del cielo.
Y he aquí que al día siguiente por la mañana le buscó por el palacio su padre el rey, y como no
le encontró, subió a la terraza y quedó consternado al notar la desaparición del caballo; y se
mordió los dedos, arrepentido de no haber hecho trizas aquel caballo, y se dijo: "¡Por Alah, que si
vuelve a regresar mi hijo, destruiré ese caballo para que pueda estar tranquilo mi corazón y no se
alarme mi espíritu!" Y bajó de nuevo a su palacio, donde estalló en llantos, sollozos y
lamentaciones. ¡Y esto por lo que atañe a él!
En cuanto a Kamaralakmar, prosiguió su rápido viaje aéreo, y llegó a la ciudad de Sana. Echó
pie a tierra en la terraza del palacio, bajó por la escalera sin hacer ruido v se dirigió hacia el
aposento de la princesa. Allí encontróse al eunuco dormido, como de costumbre, delante de la
puerta; pasó por encima de él, y cuando hubo penetrado en el interior de la estancia, llegó a la
segunda puerta. Se acercó entonces muy sigilosamente a la cortina, y antes de levantarla
escuchó con atención.
Y he aquí que oyó a su bienamada sollozar amargamente y recitar versos quejumbrosos,
mientras trataban de consolarla sus mujeres, y la decían: "¡Oh ama nuestra! . ..
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 424ª NOCHE
Ella dijo:
"¡...Oh ama nuestra! ¿por qué lloras a quien seguramente no te llora a ti?"
Ella contestó: "¿Qué decís, ¡oh faltas de juicio!? ¿Acaso creéis que el encantador a quien amo
y por quien lloro es de los que olvidan o de aquellos a quienes se puede olvidar?" Y redobló en sus
llantos y gemidos, y lo hizo tan fuerte y durante tanto tiempo, que le dió un desmayo. Entonces el
príncipe sintió que se le partía a causa de ello el corazón y que la vejiga de la hiel le estallaba en el
hígado. Así es que levantó la cortina sin tardanza y penetró en la habitación. Y vio a la joven
acostada en su lecho, con su cabellera por toda camisa y con su abanico de plumas blancas por
toda sábana. Y como parecía amodorrada, se acercó a ella y le hizo una caricia muy dulcemente.
Al punto abrió ella los ojos y le vió de pie a su lado, inclinado con una actitud interrogante de
ansiedad, y murmurando: "¿A qué vienen esas lágrimas y esos gemidos?"
Al ver aquello, reanimada con una vida nueva, se irguió de pronto la joven, y arrojándose a él,
le rodeó el cuello con sus brazos y empezó a cubrirle de besos el rostro, diciéndole: "¡Todo era por
causa de tu amor y de tu ausencia, ¡oh luz de mis ojos!" El contestó: "¡Oh dueña mía! ¡pues si
supieras en qué desolación estuve yo sumido por causa tuya durante todo este tiempo!" Ella
añadió: "¡Pues y yo! ¡qué desolada por tu ausencia estuve también! ¡Si hubieras tardado algo más
en volver, sin duda me habrías encontrado muerta!"
El dijo: "¡Oh dueña mía! ¿qué te parece lo que me ocurrió con tu padre y la manera que tuvo
de tratarme? ¡Por Alah, que si no hubiera sido por tu amor, ¡oh seductora de la Tierra, del Sol y de
la Luna, y tentadora de los habitantes del Cielo, de la Tierra y del Infierno! le hubiera degollado
seguramente, dando así ejemplo y enseñanza a todos los observadores! ¡Pero, como te amo, le
amo a él también ahora!"
Ella preguntó: "¿Qué te decidió a abandonarme? ¿Crees que la vida podría parecerme dulce
sin ti?" El dijo: "Ya que me amas, ¿quieres escucharme y seguir mis consejos?" Ella contestó: "¡No
tienes más que hablar, y te obedeceré y escucharé tus consejos y me conformaré con todas tus
opiniones!" El dijo: "¡Empieza, entonces, por traerme de comer y de beber, porque tengo hambre y
sed! ¡Y después hablaremos! "
Entonces dió orden la joven a sus servidoras de que le llevaran manjares y bebidas; y se
pusieron ambos a comer y a beber y a charlar hasta que casi hubo transcurrido toda la noche.
Entonces, como comenzaba a apuntar el día, Kamaralakmar se levantó para despedirse de la
joven y marcharse antes de que se despertara el eunuco; pero le preguntó Schamsennahar: "¿Y
adónde vas a ir así?" El contestó: "¡A casa de mi padre! ¡Pero me comprometo bajo juramento a
volver a verte una vez a la semana!"
Al oír estas palabras, ella rompió en sollozos y exclamó: "¡Oh! ¡te conjuro por Alah el
Todopoderoso a que me cojas y me lleves contigo adonde quieras, antes que hacerme saborear
de nuevo la amargura de la coloquíntida de la separación!"
Y exclamó él, entusiasmado: "¿Quieres verdaderamente venir conmigo?" Ella contestó: "¡Sí!
El dijo: "¡Entonces, levántate y partamos!" De modo que se levantó ella, abrió un cofre lleno de
vestidos suntuosos y de objetos de valor, y se arregló y se puso encima todo lo más rico y precioso
que había entre las cosas hermosas de su pertenencia, sin olvidar collares, sortijas, brazaletes y
diversas joyas engastadas con las más bellas pedrerías; luego salió en compañía de su
bienamado, sin que ni por pienso lo impidieran sus servidoras.
Entonces la condujo Kamaralakmar, y tras de hacerla subir a la terraza del palacio, saltó a
lomos de su caballo, la sentó a ella en la grupa, le recomendó que se sujetara con fuerza y la ató a
él con cuerdas sólidas. Tras de lo cual dio vuelta a la clavija que servía para subir, y remontó el
vuelo el caballo y se elevó con ellos por los aires.
Al ver aquello, empezaron a gritar tan alto las servidoras, que el rey y la reina acudieron a la
terraza a medio vestir, mal despiertos aún, y sólo tuvieron tiempo para ver al caballo mágico
emprender su vuelo aéreo con el príncipe y la princesa. Y el rey, emocionado y consternado hasta
el límite de la consternación, tuvo alientos, no obstante, para gritar al joven, que cada vez se
elevaba más: "¡Oh hijo de rey! ¡te conjuro a que tengas compasión de mí y de mi esposa, que es
esta anciana que aquí ves, y no nos prives de nuestra hija!"
Pero no le contestó el príncipe. Sin embargo, por si acaso la joven sentía pena al dejar así a
su padre y a su madre, le preguntó: "Dime, ¡oh esplendor! ¡oh entusiasmo de tu siglo y de mis ojos!
¿quieres volver con tu padre y con tu madre?...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ LA 425ª NOCHE
Ella dijo:
"¡...Oh esplendor! ¡oh entusiasmo de tu siglo y de mis ojos! ¿quieres volver con tu padre y con
tu madre?" Ella contestó: "¡Por Alah, ¡oh mi dueño! que no es ése mi deseo! Lo único que anhelo
es estar contigo donde estés tú, ¡porque el amor que por ti siento me hace despreciar todo y
olvidarlo todo, incluso a mi padre y a mi madre!"
Al oír estas palabras, el príncipe se alegró hasta el límite de la alegría, e hizo volar a su
caballo con la mayor rapidez posible, sin que inquietara semejante cosa a la joven; y no tardaron
de aquel modo en llegar a la mitad del camino, a un paraje en que se extendía una magnífica
pradera regada por aguas corrientes, en la que echaron pie a tierra por un instante. Comieron,
bebieron y descansaron algo, para volver inmediatamente después a montar en su caballo mágico
y a partir a toda velocidad con dirección a la capital del rey Sabur, a la vista de la cual llegaron una
mañana. Y el príncipe se regocijó mucho por haber arribado sin accidentes, ¡y de antemano sintió
un gran placer al pensar que por fin iba a poder mostrar a la princesa las propiedades y territorios
que poseía en su mano, y hacerle observar el poderío y la gloria de su padre el rey Sabur,
probándole con ello cuánto más rico y más ilustre que el rey de Sana, padre de la joven, era el rey
Sabur!
Empezó, pues, por aterrizar en medio de un hermoso jardín, situado fuera de la ciudad, donde
su padre, el rey, tenía costumbre de ir para distraerse y respirar el aire libre; condujo a la joven al
pabellón de verano, coronado por una cúpula que el rey había hecho construir y acondicionar para
él mismo, y le dijo: "¡Voy a dejarte aquí un momento para ir a prevenir a mi padre de nuestra
llegada. Mientras esperas, ten cuidado del caballo de ébano, que dejo a la puerta, y no le pierdas
de vista. ¡Y en seguida te enviaré a un mensajero para que te saque de aquí y te conduzca al
palacio especial que voy a hacer que preparen para ti sola!" Y la joven quedó en extremo
encantada con estas palabras, y comprendió que, efectivamente, no debía entrar en la ciudad más
que entre los honores y homenajes propios de su rango. Luego se despidió de ella el príncipe, y
encaminóse al palacio de su padre el rey.
Cuando el rey Sabur vió llegar a su hijo, creyó morirse de alegría y de emoción, y después de
los abrazos y bienvenidas, le reprochó, llorando, su marcha, que les puso en las puertas de la
tumba a todos. Tras de lo cual le dijo Kamaralakmar: "¿A que no adivinas a quién traje de allá
conmigo?" El rey contestó: "¡Por Alah, no lo adivino!"
El joven dijo: "¡A la propia hija del rey de Sana, a la joven más perfecta de Persia y de Arabia!
¡La he dejado, por el pronto, fuera de la ciudad, en nuestro jardín, y vengo a avisarte para que
hagas que dispongan al punto el cortejo que ha de ir a buscarla, y que deberá ser lo más
espléndido posible, para darle de antemano una alta idea de tu poderío, de tu grandeza y de
tus riquezas!" Y contestó el rey: "¡Con alegría y generosidad, por darte el gusto!"
E inmediatamente dio orden de que adornaran la ciudad y la embellecieran con el decorado
más hermoso y los más hermosos ornamentos; y después de organizar un cortejo extraordinario, él
mismo se puso a la cabeza de sus jinetes vestidos de gala, y a banderas desplegadas salió al
encuentro de la princesa Schamsennahar, cruzando por todos los barrios de la ciudad entre la
aglomeración de los habitantes, que se alineaban en varias filas, precedido por tañedores de
pífanos, clarinetes, timbales y tambores, y seguido por la multitud inmensa de guardias, soldados,
gente del pueblo, mujeres y niños.
Por su parte, el príncipe Kamaralakmar abrió sus cofres, sus arquillas y sus tesoros, y sacó de
ellos lo más hermoso que había, como joyas, alhajas y otras cosas maravillosas con que se
atavían los hijos de los reyes para hacer ostentación de su fausto, sus riquezas y su esplendor; e
hizo preparar para la joven un inmenso palio de brocados rojos, verdes y amarillos, debajo del cual
se alzaba un trono de oro resplandeciente de pedrerías; y en las gradas del inmenso trono
coronado por un pabellón de sedas doradas, hizo que se alinearan esclavas indias, griegas y
abisinias, sentadas unas y de pie otras, mientras que a los cuatro lados del trono se mantenían
cuatro esclavas blancas que hacían aire con grandes abanicos de plumas de aves de especie
extraordinaria. Y dos negros desnudos hasta la cintura llevaron a hombros el estrado aquel en pos
del cortejo, rodeados por una muchedumbre más densa aún que la anterior, y entre los gritos
jubilosos de todo un pueblo y los lú-lú-les estridentes que salían de las gargantas de las mujeres
sentadas al pie del trono y de todas las que se aglomeraban a su alrededor, emprendieron el
camino de los jardines.
En cuanto a Kamaralakmar, no tuvo paciencia para acompañar el cortejo al paso, y lanzando
su caballo a la carrera, tomó por el atajo más corto y en algunos instantes llegó al pabellón donde
había dejado a la princesa, hija del rey de Sana. Y la buscó por todas partes; pero ni encontró a la
princesa ni al caballo de ébano.
Entonces, en el límite de la desesperación, Kamaralakmar se abofeteó con ira el rostro, rompió
sus vestidos y echó a correr y a vagar como un loco por el jardín, gritando mucho y llamando con
toda la fuerza de su garganta. ¡Pero fué en vano!
Al cabo de cierto tiempo, hubo de calmarse un poco y volver a la razón, y se dijo: "¿Cómo ha
podido dar con el secreto para el manejo del caballo de ébano, si no le revelé nada que con ello se
relacionase? ¡Como no sea pue el sabio constructor del caballo haya caído sobre ella de improviso
y se la haya llevado para vengarse del tratamiento que le infligió mi padre!" Y al punto corrió en
busca de los guardas del jardín, y les preguntó ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 426ª NOCHE
Ella dijo:
...Y al punto corrió en busca de los guardas del jardín, y les preguntó: "¿Habéis visto pasar por
aquí o cruzar el jardín a alguien? ¡Decidme la verdad, o haré saltar vuestras cabezas al instante!"
Aterrados con sus amenazas quedaron los guardas, y contestaron como una sola voz: "¡Por Alah,
que nadie vimos entrar en el jardín, a no ser el sabio persa, que vino aquí para coger hierbas
curativas, y a quien no vimos salir aún!"
Al oír estas palabras, el príncipe tuvo ya certeza de que era el sabio persa quien le arrebató a
la joven, y llegó al límite de la consternación y de la perplejidad; y muy conmovido y desconcertado
salió al paso del cortejo, y encarándose con su padre, le contó lo que había sucedido, y le dijo:
"Vuélvete a tu palacio con tus tropas; en cuanto a mí, ¡no volveré hasta que no haya aclarado este
asunto negro!"
Al oír estas palabras y enterarse de la determinación tomada por su hijo, el rey empezó a
llorar, a lamentarse y a golpearse el pecho, y le dijo: "Por favor, ¡oh hijo mío! calma tu cólera,
reprime tu pena y vuélvete a casa con nosotros. ¡Y escogerás entonces a la hija del rey o del
sultán que quieras, y te la daré en matrimonio!" Pero Kamaralakmar no se avino a prestar la menor
atención a las palabras de su padre ni a escuchar sus ruegos, le dijo algunas frases de despedida
y se marchó montado en su caballo, mientras el rey, en el límite de la desesperación, regresaba a
la ciudad con llantos y gemidos. Y así fué como su alegría se tornó en tristeza, en sobresaltos y en
tormentos. ¡Y esto en cuanto a ellos!
¡Pero he aquí ahora lo que aconteció al mago y a la princesa!
Como lo había decretado de antemano el Destino, el mago persa fué aquel día al jardín, para
coger, efectivamente, hierbas curativas y simples y plantas aromáticas y sintió un olor delicioso de
almizcle y otros perfumes admirables; así es que, venteando con la nariz, se encaminó hacia el
lado por donde llegaban hasta él aquel olor extraordinario. Y aquel olor era precisamente el que
despedía la princesa, embalsamando con él todo el jardín. De modo que, guiado por su olfato
perspicaz, no tardó el mago tras algunos tanteos en llegar al propio pabellón en que se encontraba
la princesa. ¡Y cuán no sería su alegría al ver desde el umbral, de pie sobre las cuatro patas, al
caballo mágico; obra de sus manos! ¡Y cuáles no serían los estremecimientos de su corazón al ver
aquel objeto cuya pérdida le había quitado la gana de comer y de beber y el reposo y el sueño!
Se puso entonces a examinarlo por todas partes y lo encontró intacto y en buen estado.
Luego, cuando se disponía a saltar encima y hacerlo volar, dijo para sí: "¡Antes conviene que vea
qué ha podido traer en el caballo y dejar aquí el príncipe!" Y penetró en el pabellón. Entonces vio
perezosamente tendida en el diván a la princesa, a quien tomó primero por el sol cuando sale de
un cielo tranquilo. Y ni por un instante dudó ya de que tenía ante sus ojos a alguna dama de ilustre
nacimiento y de que el príncipe la había llevado en el caballo y la dejó en aquel pabellón para ir a
la ciudad él mismo a preparar un cortejo espléndido. Así es que, por su parte, se adelantó el sabio,
se prosternó delante de ella y besó la tierra entre sus manos, a tiempo que la joven levantaba a él
los ojos, y encontrándole extraordinariamente horrible y repulsivo, se apresuró a volver a cerrarlos
para no verle, y le preguntó: "¿Quién eres?"
El sabio contestó: "¡Oh mi dueña! soy el mensajero que te envía el príncipe Kamaralakmar
para que te conduzca a otro pabellón más hermoso que éste y más próximo a la ciudad; porque
hoy está un poco indispuesta mi ama la reina, madre del príncipe, y como no quiere, sin embargo,
que se la adelante nadie a verte, pues tu llegada ha producido mucho júbilo, ha dispuesto este
pequeño cambio que la ahorrará una caminata prolongada". La joven preguntó: "¿Pero dónde está
el príncipe?" El persa contestó: "¡Está en la ciudad con el rey, y pronto vendrá a tu encuentro con
gran aparato y en medio de un cortejo espléndido!"
Ella dijo: "Pero dime, ¿es que no ha podido el príncipe encontrar otro mensajero un poco
menos repulsivo que tú para enviármele?" Al oír estas palabras, aunque le mortificaron mucho, el
mago se echó a reír con el mandil arrugado de su cara amarilla, y contestó: "¡Ciertamente, ¡por
Alah, oh mi dueña! que no hay en el palacio otro mameluco tan repulsivo como yo! ¡Pero acaso la
mala apariencia de mi fisonomía y la abominable fealdad de mi cara te induzcan a error con
respecto a mi valer! ¡Y ojalá puedas un día comprobar mi capacidad y aprovecharte, como el
príncipe, del don precioso que poseo! ¡Y al saber entonces cómo soy, me alabarás! ¡En cuanto al
príncipe, si me escogió para que viniera a tu lado, lo ha hecho precisamente a causa de mi fealdad
y de mi odiosa fisonomía, y con el fin de que sus celos no tengan nada que temer con tus encantos
y tu belleza! Y no son mamelucos, ni esclavos jóvenes, ni hermosos negros, ni eunucos, ni
servidores, lo que faltan en palacio! ¡Gracias a Alah, su número es incalculable, y son todos a cual
más seductores ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 427ª NOCHE
Ella dijo:
"...y son todos a cuál más seductor!" Y he aquí que estas palabras del mago tuvieron el poder
de persuadir a la joven, que se levantó al punto, puso su mano en la mano del viejo sabio, y le dijo:
"¡Oh padre mío! ¿qué cabalgadura me trajiste contigo para que la monte?" El persa contestó: "¡Oh
mi dueña, montarás en el caballo en que viniste!" Ella dijo: "¡Pero si yo no sé montar ahí sola!" Entonces
sonrió él y comprendió que la tendría a merced suya en adelante y contestó: "¡Yo mismo
montaré contigo!" Y saltó a su caballo, sentó en la grupa a la joven, sujetándola contra él y
atándola sólidamente con cuerdas, en tanto que la princesa estaba muy ajena de lo que con ella
iba a hacer. Dio vuelta entonces él a la clavija que servía para subir, y súbito el caballo llenó de
viento su vientre, se movió y, se agitó saltando como las olas del mar; remontó el vuelo,
elevándose por los aires cual un pájaro, y en un instante dejó detrás de sí en la lejanía, la ciudad y
los jardines.
Al ver aquello, exclamó la joven, muy sorprendida: "¡Oye! ¿adónde vas sin ejecutar las
órdenes de tu amo?" El sabio contestó: "¡Mi amo! ¿Y quién es mi amo?" Ella dijo: "¡El hijo del rey!"
El sabio preguntó: "¿Qué rey?" Ella dijo: "¡No sé cuál!" Al oír estas palabras se echó a reír el mago,
y dijo: "Si te refieres al joven Kamaralakmar, ¡confunda Alah a ese bribón estúpido, que en suma
no es más que un pobre muchacho!"
Ella exclamó: "¡La desgracia sobre ti, ¡oh barba de mal agüero! ¿Cómo te atreves a hablar así
de tu amo y a desobedecerle?" El mago contestó: "¡Te repito que ese jovenzuelo no es mi amo!
¿Sabes quién soy?"
La princesa dijo: "¡No sé de ti más que lo que tú mismo me has contado!" El sabio sonrió y dijo:
"¡Lo que te conté sólo era una estratagema ideada por mí en contra tuya y del hijo del rey! Porque
has de saber que ese canalla logró robarme este caballo en que estás ahora, y que es obra de mis
manos; y me quemó durante mucho tiempo el corazón haciéndome llorar tal pérdida. ¡Pero he aquí
que de nuevo soy dueño de lo mío, y a mi vez quemo el corazón a ese ladrón y hago que sus ojos
lloren por haberte perdido! Reanima, pues, tu alma y seca y refresca tus ojos, porque seré para ti
yo más provechoso que ese joven alocado. Además, soy generoso poderoso y rico; mis servidores
y mis esclavos te obedecerán como a su ama; te vestiré con los más hermosos vestidos y te
engalanaré con las galas más hermosas, ¡y realizaré el menor de tus deseos antes de que me lo
formules!"
Al oír estas palabras, la joven se golpeó el rostro y empezó a sollozar; luego dijo: "¡Ah, qué
desgracia la mía! ¡Ay! ¡Acabo de perder a mi bienamado, y antes perdí a mi padre y a mi madre!" Y
siguió vertiendo lágrimas muy amargas y muy abundantes por lo que le sucedía, en tanto que el
mago guiaba el vuelo de su caballo hacia el país de los rums, y después de un largo aunque veloz
viaje, aterrizó sobre una verde pradera rica en árboles y en aguas corrientes.
Pero aquella pradera estaba situada cerca de una ciudad donde reinaba un rey muy poderoso.
Y precisamente aquel día salió de la ciudad el rey para tomar el aire, y encaminó su paseo por el
lado de la pradera. Y divisó al sabio junto al caballo y la joven. Y antes de que el mago tuviese
tiempo de evadirse, los esclavos del rey habíanse precipitado sobre él, la joven y el caballo y los
habían llevado entre las manos del rey.
Cuando vio el rey la horrible fealdad del viejo y su horrible fisonomía, y la belleza de la joven y
sus encantos arrebatadores, dijo: "¡Oh mi dueña! ¿qué parentesco te une a este viejo tan
horroroso?" Pero el persa se apresuró a responder: "¡Es mi esposa y la hija de mi tío!" Entonces, a
su vez se apresuró la joven a contestar, desmintiendo al viejo: "¡Oh rey! ¡por Alah, que no conozco
a este adefesio! ¡Qué ha de ser mi esposo! ¡No es sino un pérfido hechicero que me ha raptado a
la fuerza y con astucias!"
Al oír estas palabras de la joven, el rey de los rums dió orden a sus esclavos de que apalearan
al mago; y tan a conciencia lo hicieron, que estuvo a punto de expirar bajo los golpes. Tras de lo
cual mandó el rey que se lo llevaran a la ciudad y le arrojaran en un calabozo, mientras él mismo
conducía a la joven y hacía transportar el caballo mágico, cuyas virtudes y manejo secreto estaba
muy lejos de suponer.
¡Y he aquí lo referente al mago y a la princesa!
En cuanto al príncipe Kamaralakmar, se vistió de viaje, tomó consigo los víveres y el dinero de
que tenía necesidad, y emprendió el camino, con el corazón muy triste y el espíritu en muy mal
estado. Y se puso en busca de la princesa, viajando de país en país y de ciudad en ciudad; y en
todas partes pedía noticias del caballo de ébano, y aquellos a quienes interrogaban se
asombraban en extremo de su lenguaje y encontraban sus preguntas de lo más extrañas y
extravagantes ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 428ª NOCHE
Ella dijo:
...y encontraban sus preguntas de lo más extrañas y extravagantes. Y así continuó durante
mucho tiempo, haciendo pesquisas más activas cada vez y pidiendo cada vez más datos, sin llegar
a saber ninguna noticia que lo orientase. Tras de lo cual acabó por llegar a la ciudad de Sana,
donde reinaba el padre de Schamsennahar, y pidió informes al llegar; pero nadie había oído nada
relacionado con la joven, ni pudieron decirle lo que fue de ella desde su rapto; y le enteraron del
estado de aniquilamiento y desesperación en que se hallaba sumido el viejo rey.
Entonces continuó su ruta y se encaminó al país de los rums, inquiriendo siempre nuevas de la
princesa y del caballo de ébano en todos los sitios por donde pasaba y en todas las etapas del
viaje.
Y he aquí que durante su caminata se detuvo cierto día en un khan donde vio a un grupo de
mercaderes sentados en corro y charlando entre sí; y se sentó a su lado y oyó que decía uno de
ellos: "¡Oh amigos míos! ¡acaba de sucederme muy recientemente la cosa más prodigiosa entre
las cosas prodigiosas!" Y todos le preguntaron: ",De qué se trata?"
El mercader aquel dijo: "Había ido yo con mis mercancías a la ciudad tal (y dijo el nombre de la
ciudad donde se hallaba la princesa), en la provincia de cual, y oí que los habitantes se contaban
unos a otros una cosa muy extraña que acababa de suceder. ¡Decían que, habiendo salido un día
de cacería con su séquito el rey de la ciudad, se había encontrado a un viejo muy repulsivo que
estaba de pie junto a una joven de belleza incomparable y junto a un caballo de ébano y marfil!" Y
el mercader contó a sus compañeros, que se maravillaron extremadamente, la historia consabida,
que no tiene ninguna utilidad repetir ahora.
Cuando Kamaralakmar hubo oído esta historia, no dudó ni por un instante de que se trataba
de su bienamada y del caballo mágico. Así es que, tras de informarse bien del nombre y situación
de la ciudad, se puso en camino enseguida, dirigiéndose hacia aquel lado, y viajó sin dilación hasta
que llegó allá. Pero cuando quiso franquear las puertas de la ciudad aquella, los guardias se
apoderaron de él para conducirle a presencia de su rey, según los usos en vigor dentro de aquel
país, a fin de interrogarle por su condición, por la causa de su ida al país y por su oficio. Y he aquí
que ya era muy tarde el día en que llegó el príncipe; y como sabían que el rey estaba muy
ocupado, los guardias dejaron para el día siguiente la presentación del joven y le llevaron a la
cárcel para que pasase allí la noche. Pero cuando los carceleros vieron la belleza y gentileza del
joven, no pudieron determinarse a encerrarle, y le rogaron que se sentara con ellos y les hiciese
compañía; y le invitaron a compartir con ellos su comida.
Cuando hubieron comido, se pusieron a charlar y preguntaron al príncipe: "¡Oh jovenzuelo!
¿de qué país eres?" El príncipe contestó: "¡Del país de Persia, tierra de los Khosroes!" Al oír estas
palabras se echaron a reír los carceleros, y uno de ellos dijo al joven: "¡Oh natural del país de los
Khosroes! ¿acaso eres un embustero tan prodigioso como ese compatriota tuyo que está
encerrado en nuestros calabozos?" Y dijo otro: "¡En verdad que conocí gentes y escuché sus
discursos e historias, y observé su manera de ser; pero nunca tropecé con nadie tan extravagante
como ese viejo loco que tenemos encerrado!" Y añadió otro: "¡Y jamás ¡por Alah! vi yo nada tan
repulsivo como su cara ni tan feo y odioso como su fisonomía!"
El príncipe preguntó: "¿Y qué sabéis de sus mentiras?" Le contestaron: "¡Dice que es un sabio
e ilustre médico! El rey se encontró con él durante una partida de caza, y el viejo iba en compañía
de una joven y de un caballo maravilloso de ébano y marfil. Y prendóse el rey en extremo de la
belleza de la joven, y quiso casarse con ella ¡pero ella se volvió loca de pronto! Así, pues, si ese
viejo sabio fuera un ilustre médico, como pretende, hubiera hallado modo de curarla; porque el rey
ha hecho todo lo posible para descubrir un remedio que cure la enfermedad de esa joven, y ya
hace un año que a tal fin derrocha inmensas riquezas en pagar a médicos y astrólogos, ¡aunque
sin resultado! En cuanto al caballo de ébano, está guardado con los tesoros del rey; y el viejo
asqueroso está encerrado aquí; y en toda la noche no deja de gemir y lamentarse, ¡hasta el punto
de que nos impide conciliar el sueño!"
Al oír estas palabras, se dijo Kamaralakmar: "Heme aquí, por fin, sobre la pista tan deseada.
¡Ahora necesito un medio de conseguir mis propósitos!" Pero al ver que se acercaba la hora de
dormir, no tar-
LAS MIL, si ese viejo sabio fuera un ilustre médico, como pretende, hubiera hallado modo de
curarla; porque el rey ha hecho todo lo posible para descubrir un remedio que cure la enfermedad
de esa joven, y ya hace un año que a tal fin derrocha inmensas riquezas en pagar a médicos y
astrólogos, ¡aunque sin resultado! En cuanto al caballo de ébano, está guardado con los tesoros
del rey; y el viejo asqueroso está encerrado aquí; y en toda la noche no deja de gemir y
lamentarse, ¡hasta el punto de que nos impide conciliar el sueño!"
Al oír estas palabras, se dijo Kamaralakmar: "Heme aquí, por fin, sobre la pista tan deseada.
¡Ahora necesito un medio de conseguir mis propósitos!"
Pero al ver que se acercaba la hora de dormir, no tardaron los carceleros en conducirle al
interior de la prisión y cerrar tras él la puerta. Entonces oyó el joven al sabio, que lloraba y gemía
y deploraba en lengua persa su desdicha, diciendo: "¡Ay! ¡en qué calamidad caí, por no haber
sabido combinar mejor mi plan, perdiéndome yo mismo sin haber realizado mis anhelos ni
satisfeho mi deseo en esa joven! ¡Todo esto me sucede por culpa de mi poco juicio y por
ambicionar lo que no estaba destinado para mí!"
Entonces Kamaralakmar se dirigió a él en persa, y le dijo: "¿Hasta cuándo van a durar esos
llantos y esas lamentaciones? ¿Acaso crees ser el único que ha sufrido desventuras? Y animado
por estas palabras, el sabio se puso en conversación con él, ¡y empezó a quejársele de sus penas
e infortunios, sin conocerle!
Y así pasaron la noche, hablando como dos amigos.
Al día siguiente por la mañana, los carceleros fueron a sacar de la prisión a Kamaralakmar, y
le llevaron a presencia del rey diciendo: "¡Este joven...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 429ª NOCHE
Ella dijo:
... y le llevaron a presencia del rey, diciendo: "¡Este joven llegó ayer por la noche muy tarde, y
no pudimos traerle a tu presencia antes, ¡oh rey! para que sea sometido a interrogatorio!"
Entonces le preguntó el rey: "¿De dónde vienes? ¿Cómo te llamas? ¿Cuál es tu profesión? ¿Y
a qué obedece tu venida a nuestra ciudad?" El príncipe contestó: "¡Respecto a mi nombre, me
llamo en persa Harjab! ¡En cuanto a mi país, es Persia! Y por lo que afecta a mi oficio, soy un sabio
entre los sabios, especialmente versado en la medicina y en el arte de curar a locos y alienados.
¡Y con tal objeto recorro comarcas y ciudades para ejercer mi arte y adquirir nuevos conocimientos
que añadir a los que poseo ya! Y hago todo esto sin ataviarme como por lo general lo hacen los
astrólogos y los sabios; no ensancho mi turbante ni aumento el número de sus vueltas, no me
alargo las mangas, no llevo bajo el brazo un gran paquete de libros, no me ennegrezco los
párpados con kohl negro, no me cuelgo al cuello un inmenso rosario con millares de cuentas
grandes, y curo a mis enfermos sin musitar palabras en un lenguaje misterioso, sin soplarles en la
cara y sin morderles el lóbulo de la oreja. ¡Y tal es ¡oh rey! mi profesión!"
Cuando el rey hubo oído estas palabras, se regocijó con una alegría considerable, y le dijo:
"¡Oh excelentísimo médico, llegas a nosotros en el momento en que más necesidad tenemos de
tus servicios!" Y le contó el caso de la joven, y añadió:
"¡Si quieres ponerla en tratamiento y la curas de la locura en que la sumieron gentes
perversas, no tienes más que pedir lo que desees y te será concedido!"
El príncipe contestó: "¡Conceda Alah sus gracias y favores a nuestro amo el rey! ¡Pero ante
todo es preciso que me cuentes detalladamente cuanto hayas notado en su locura, y me digas los
días que hace que se encuentra en tal estado, sin olvidarte de contarme cómo la trataste a ella, al
viejo persa y al caballo de ébano!"
Y el rey le contó toda la historia desde el principio hasta el fin, y añadió: "¡En cuanto al viejo,
está en el calabozo!"
El príncipe preguntó:. "¿Y el caballo?"
El rey contestó: "¡Le tengo cuidadosamente guardado en uno de los pabellones de mi
morada!"
Y Kamaralakmar dijo para sí: "Antes que nada, me conviene ver el caballo y asegurarme por
mis propios ojos del estado en que se halla. Si está intacto y en buen estado, todo irá bien y
conseguiré mi propósito; pero si se ha deteriorado su mecanismo, tendré que pensar en libertar de
otra manera a mi bienamada".
Entonces se encaró con el rey y le dijo: "¡Oh rey! primeramente es necesario que vea yo el
caballo, pues quizás examinándole encuentre algo que me sirva para curar a la joven". El rey
contestó: "¡Con mucho gusto y de buena gana!" Y le cogió de la mano y le condujo al recinto donde
se hallaba el caballo de ébano. Y el príncipe empezó a dar vueltas alrededor del caballo, le
examinó atentamente, y encontrándolo intacto y en buen estado, se alegró mucho, y dijo al rey:
"¡Alah favorezca y exalte al rey! ¡Heme aquí dispuesto a ir en busca de la joven para ver lo que
tiene! ¡Y espero llegar a curarla con la ayuda de Alah y valiéndome de este caballo de madera!"
Y mandó a los guardias que vigilasen bien el caballo, y se dirigió con el rey al aposento de la
princesa.
En cuanto penetró en la estancia donde estaba ella, la vió que se retorcía las manos, y se
golpeaba el pecho, y se arrojaba al suelo revolcándose, y hacía jirones sus vestidos, como tenía
por costumbre. Y comprendió que no se trataba más que de una locura simulada, sin que ni genn
ni hombres la hubiesen trastornado la razón, sino al contrario.
¡Y advirtió que no hacía todo aquello más que con el fin de impedir cualquier asechanza!
Al darse cuenta, Kamaralakmar se adelantó hacia ella, y le dijo: "¡Oh encantadora de los Tres
Mundos, lejos de ti penas y tormentos!" Y cuando le hubo mirado, reconocióle ella enseguida, y
llegó a una alegría tan enorme, que lanzó un gran grito y cayó sin conocimiento.
Y el rey no dudó que aquella crisis era efecto del temor que le inspiraba el médico. Pero
Kamaralakmar se inclinó sobre ella, y tras de reanimarla, le dijo en voz baja: "¡Oh Schamsennhar!
¡oh pupila de mis ojos, núcleo de mi corazón! cuida de tu vida y de mi vida y ten valor y un poco de
paciencia aún; porque nuestra situación reclama gran prudencia y precauciones infinitas, si
queremos evadirnos de las manos de ese rey tiránico.
Por lo pronto, voy a afirmarle en su idea con respecto de ti, diciéndole que estabas poseída
por los genn, y que a eso obedecía tu locura; pero le aseguraré que acabo de curarte en el instante
por medio de medicinas misteriosas que poseo. ¡Tú no tienes más que hablarle con calma y
amenidad para probarle así tu curación con mi ciencia! ¡Y de ese modo lograremos nuestro deseo
y podremos realizar nuestro plan!" Y contestó la joven: "¡Escucho y obedezco!"
Entonces Kamaralakmar se acercó al rey, que se mantenía en un extremo de la estancia, y
con un semblante de buen augurio le dijo:
"¡Oh rey afortunado! merced a tu buena suerte, he podido conocer la enfermedad y dar con el
remedio de la dolencia. ¡Y la he curado! Puedes, pues, acercarte a ella y hablarle dulcemente y
con bondad, y prometerle lo que tienes que prometerle, ¡y se cumplirá cuanto desees de ella!"
Y en el límite de la maravilla, acercóse el rey a la joven, que se levantó al punto y besó la
tierra entre sus manos, dándole luego la bienvenida, y le dijo:
"¡Tu servidora está confundida por el honor que le haces visitándola hoy!"
Y al oír y ver todo aquello, el rey estuvo a punto de volverse loco de alegría...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGÓ LA 430ª NOCHE
Ella dijo:
.. . estuvo a punto de volverse loco de alegría, y dió orden a las servidoras, a las esclavas y a
los eunucos para que se pusieran al servicio de la joven, la condujeran al hammam y le prepararan
trajes y atavíos. Y entraron las mujeres y las esclavas, y le hicieron zalemas; y les devolvió ella las
zalemas de la manera más amable y con el más dulce tono de voz. Entonces la vistieron con
vestiduras rojas, le rodearon el cuello con un collar de pedrerías y la condujeron al hammam,
donde la bañaron y la arreglaron para llevarla a su aposento luego, igual que la luna en su
décimocuarto día.
¡Eso fué todo!
De modo que el rey, con el pecho dilatado en extremo y satisfecha el alma, dijo al joven
príncipe: "¡Oh prudente! ¡oh sabio médico! ¡oh tú el dotado de filosofía! ¡Toda esta dicha que nos
llega ahora se la debemos a tus méritos y a tu bendición! ¡Aumente Alah en nosotros los beneficios
de tu soplo curativo!"
El joven contestó: "¡Oh rey! para dar cima a la curación, es preciso que con todo tu séquito, tus
guardias y tus tropas vayas al paraje donde encontraste a la joven, llevándola contigo y haciendo
transportar allá el caballo de ébano que estaba al lado suyo y que no es otra cosa que un genn
demoníaco; y él es precisamente el que la poseía y la había vuelto loca. Y allí haré entonces los
exorcismos necesarios, sin lo cual tornaría ese genni a poseerla a primeros de cada mes, y no
habríamos conseguido nada; ¡mientras que ahora, en cuanto me haya adueñado de él, le
acorralaré y le mataré!"
Y exclamó el rey de los rums: "¡De todo corazón y como homenaje debido!" Y acompañado
por el príncipe y la joven y seguido de todas sus tropas, el rey emprendió inmediatamente el
camino de la pradera consabida.
Cuando llegaron allá, Kamaralakmar dió orden de que montaran a la joven en el caballo de
ébano y se mantuvieran todos a bastante distancia, con objeto de que ni el rey ni sus tropas
pudiesen fijarse bien en sus manejos. Y se ejecutó la orden al instante.
Entonces dijo él al rey de los rums: "¡Ahora con tu permiso y tu venia, voy a proceder a las
fumigaciones y a los conjuros, apoderándome de ese enemigo del género humano para que no
pueda ser dañoso en adelante! Tras de lo cual también yo me montaré en ese caballo de madera
que parece de ébano, y pondré detrás de mí a la joven. Y verás entonces cómo se agita el caballo
en todos sentidos, vacilando hasta decidirse a echar a correr para detenerse entre tus manos. Y de
este modo te convencerás de que le tenemos por completo a nuestro albedrío. ¡Después podrás ya
hacer con la joven cuanto quieras!"
Cuando el rey de los rums oyó estas palabras, se regocijó, en tanto que Kamaralakmar subía
al caballo y sujetaba fuertemente detrás de sí a la joven. Y mientras todos los ojos estaban fijos en
él y le miraban maniobrar, dio vuelta a la clavija que servía para subir; y el caballo, emprendiendo
el vuelo, se elevó con ellos en línea recta, desapareciendo por los aires en la altura.
El rey de los rums, que estaba lejos de sospechar la verdad, continuó en la pradera con sus
tropas, esperando durante medio día a que regresaran. Pero como no les veía volver, acabó por
decidirse a esperarles en su palacio. Y su espera fué igualmente vana. Entonces pensó en el
horrible viejo que estaba encerrado en el calabozo, y haciéndole ir a su presencia, le dijo: "¡Oh
viejo traidor! ¡oh posaderas de mono! ¿cómo te atreviste a ocultarme el misterio de ese caballo
hechizado y poseído por los genn demoníacos?
He aquí que acaba de llevarse por los aires ahora al médico que ha curado de su locura a la
joven, y hasta a la propia joven. ¡Y quién sabe lo qué les ocurrirá! ¡Además, te hago responsable
por la pérdida de todas las alhajas y cosas preciosas con que hice que la ataviaran a ella al salir
del hammam, y que valen un tesoro! ¡Así, pues, al instante va a saltar de tu cuerpo tu cabeza!" Y a
una señal del rey, se adelantó el portaalfanje, ¡y de un solo tajo hizo del persa-dos persas!
¡Y he aquí lo concerniente a todos éstos!
Pero en cuanto al príncipe Kamaralakmar y la princesa Schamsennahar, prosiguieron
tranquilamente su veloz viaje aéreo, y llegaron con toda seguridad a la capital del rey Sabur.
Aquella vez no aterrizaron ya en el pabellón del jardín, sino en la misma terraza del palacio. Y el
príncipe se apresuró a dejar en sitio seguro a su bienamada, para ir cuanto antes a avisar a su
padre y a su madre de su llegada.
Entró, pues, en el aposento donde se hallaban el rey, la reina y sus hermanas las tres
princesas, sumidos en lágrimas y desesperación, y les deseó la paz y les abrazó, mientras ellos, al
verle, sentían que se les llenaba de felicidad el alma y se les aligeraba el corazón del peso de
aflicciones y tormentos.
Entonces, para commemorar aquel regreso y la llegada de la princesa hija del rey de Sana, el
rey Sabur dio a los habitantes de la ciudad grandes festines, y festejos, que duraron un mes
entero. Y Kamaralakmar entró en la cámara nupcial y se regocijó con la joven en el transcurso de
largas noches benditas.
Tras de lo cual, para estar en lo sucesivo con el espíritu tranquilo, el rey Sabur mandó hacer
añicos el caballo de ébano y él mismo destruyó su mecanismo.
Por su parte, Kamaralakmar escribió al rey de Sana, padre de su esposa, una carta...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 432* NOCHE
Ella dijo:
.. . Por su parte, Kamaralakmar escribió al rey de Sana., padre su esposa, una carta, en la que
le ponía al corriente de toda su história, anunciándole su matrimonio v la completa dicha en que
vivían ambos. Y envió esta carta con un mensajero acompañado por criados que llevaban
presentes magníficos y cosas raras de gran valor. Y llegó el mensajero a Sana, en el Yamán, y
entregó la carta y los regalos al padre de la princesa, que cuando leyó la carta se alegró hasta el
límite de la alegría y aceptó los obsequios. Tras de lo cual preparó a su vez presentes muy ricos
para su yerno, el hijo del rey Sabur, y se los envió con el mensajero.
Al recibir los presentes del padre de su esposa, el hermoso príncipe Kamaralakmar se regocijó
extremadamente, porque le era penoso saber que el viejo rey de Sana estaba descontento de la
conducta de ambos. Y hasta tomó la costumbre de mandarle cada año una nueva carta y nuevos
presentes. Y continuó obrando así hasta la muerte del rey de Sana.
Luego, cuando su propio padre el rey Sabur murió a su vez, le sucedió en el trono del reino, y
comenzó su reinado casando a su hermana más joven, a la que tanto quería, con el rey del
Yamán. Después de lo cual gobernó a su reino con sabiduría y a sus súbditos con equidad; y de tal
manera adquirió en todas las comarcas supremacía y la felicidad de corazón de todos los
habitantes. Y continuaron su esposa y él viviendo la vida más deliciosa, la más dulce, la más
serena y la más tranquila, ¡hasta que fué a verles la Destructora de delicias, la Separadora de
sociedades y de amigos, la Saqueadora de palacios y cabañas, la Constructora de tumbas y la
Proveedora de los cementerios!
Y ahora, ¡gloria al Unico Viviente que no muere nunca y tiene en Sus manos la dominación de
los Mundos y el imperio de lo Visible y de lo Invisible!
Y cuando hubo terminado así esta historia, se calló Schehrazada, la hija del visir. Entonces le
dijo el rey Schahriar: "¡Prodigiosa es esa historia, Schehrazada! ¡Y en verdad que quisiera saber el
mecanismo extraordinario de aquel caballo de ébano!"
Schehrazada dijo: "¡Ay, se destruyó!" Y dijo Schahriar: "¡Por Alah, que he torturado mucho mi
espíritu tratando de averiguarlo!"
Schehrazada contestó: "Entonces, ¡oh rey afortunado! para que descanse tu espíritu estoy
dispuesta, si tú me lo permites, a contarte la historia más dilatadora que conozco, aquella que trata
de Dalila la Taimada y de su hija Zeinab la Embustera!"
Y el rey Schahriar exclamó: "¡Por Alah, puedes hablar! ¡Porque no conozco esa historia!
¡Después ya pensaré lo que debo hacer con tu cabeza!"
Entonces dijo Schehrazada:
HISTORIA DE LOS ARTIFICIOS DE DALILA LA TAIMADA Y DE SU
HIJA ZEINAB LA EMBUSTERA CON AHMAD-LA-TIÑA,
HASSAN-LA-PESTE Y ALI AZOGUE
Cuentan ¡oh rey afortunado! que en tiempo del califa Harún Al-Raschid había en Bagdad un
hombre llamado Ahmad-la-Tiña y otro hombre llamado Hassán-la-Peste, y estaban reputados
ambos por su maestría en estratagemas y latrocinios. Sus hazañas a este respecto eran
completamente prodigiosas, por lo cual, el califa, que sabía sacar partido de los talentos de
cualquier clase que fueran, les llamó y les nombró jefes de policía. A tal fin les invistió con su
cargo, dándole a cada uno un ropón de honor, mil dinares de oro mensuales como emolumentos, y
una guardia de cuarenta jinetes sólidos.
Ahmad-la-Tiña quedó encargado de la seguridad de la ciudad en su parte terrestre, y Hassánla-
Peste del lado del río. Y en las grandes ceremonias marchaban ambos a los lados del califa, uno
a su derecha y otro a su izquierda.
Y he aquí que el día de su nombramiento para este empleo salieron con el walí de Bagdad, el
emir Khaled, acompañados por sus cuarenta bizarros guardias de a caballo y precedidos de un
heraldo que pregonaba el decreto del califa, y decía: "¡Oh vosotros todos, habitantes de Bagdad!
¡Por orden del califa sabed que el jefe de policía de la Mano Derecha no será en adelante otro que
Ahmad-la-Tiña, y el jefe de policía de la Mano Izquierda no será otro que Hassán-la-Peste! ¡Y en
toda ocasión les deberéis obediencia y respeto!"
Por aquel entonces vivía en Bagdad una vieja temible, llamada Dalila, y además conocida con
el nombre de Dalila la Taimada, que tenía dos hijas: una estaba casada y era madre de un
bribonzuelo al que llamaban Mahmud el Aborto, y la otra estaba soltera y se la coconocía con el
nombre de Zeinab la Embustera.
El marido de la vieja Dalila fué en otra época un gran personaje, el director de las palomas
que servían para llevar por todo el Imperio mensajes y cartas, y cuya vida era para el califa, a
causa de los servicios que hacía, más cara y preciosa que la de sus propios hijos. Así es que el
esposo de Dalila tenía honores y prerrogativas, y emolumentos de mil dinares mensuales. ¡Pero
murió v se le olvidó!, y había dejado a aquella vieja con aquellas dos hijas. Y en verdad que la tal
Dalila era una vieja experta en astucias, artificios, latrocinios, trapisondas y recursos de
toda especie, una bruja capaz de engañar a la serpiente, atrayéndola fuera de su guarida, y
de dar al mismo Eblis lecciones de astucia y de embaucamientos.
Así, pues, el día de la investidura de Ahmad-la-Tiña y de Hassánla-Peste en las funciones de
jefes de policía, la joven Zeinab oyó que el pregonero anunciaba la cosa a la población, y dijo a su
madre:
"¡Mira ¡oh madre! a ese miserable de Ahmad-la-Tiña! Vino a Bagdad antaño fugitivo,
expulsado de Egipto, y no hay trapacería y hazaña importante que no haya cometido aquí desde
que llegó. ¡Y de esta manera se ha hecho tan famoso, que el califa acaba de investirle con el cargo
de jefe de policía de su Mano Derecha, mientras que a su compadre Hassán-la-Peste, ese
sarnoso, de jefe de policía de la Mano Izquierda! Y cada uno de ellos tiene el mantel puesto de día
y de noche en el palacio del califa, y una guardia, y mil dinares de emolumentos mensuales, y
honores y todo género de prerrogativas. ¡Y nosotros, en tanto, ¡ay! permanecemos dentro de
nuestra casa, sin empleo y olvidadas, sin honores ni privilegios, y sin que nadie se preocupe por
nuestra suerte!" Y la vieja Dalila meneó la cabeza, y dijo "¡Así es, ¡por Alah! hija mía".
Entonces le dijo Zeinab: "¡Levántate, pues, ¡oh madre! y a ver si encontramos un recurso
capaz de darnos renombre o realizamos una trastada que nos haga famosas y notorias en Bagdad
hasta el punto de que llegue la voz de ello a oídos del califa y nos devuelva éste los gajes y
prerrogativas de que nuestro padre disfrutaba!"
Cuando Zeinab la Embustera dijo estas palabras a su madre, le contestó Dalila la Taimada:
"¡Por la vida de tu cabeza!, ¡oh hija mía! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 433ª NOCHE
Ella dijo:
"¡Por la vida de tu cabeza, ¡oh hija mía! te prometo hacer en Bagdad algunas jugarretas de
primera calidad, que superarán con mucho a las hechas por Ahmad-la-Tiña y Hassán-la-Peste!" Y
se irguió en aquella hora y aquel instante, se tapó la cara con litham, se vistió como un pobre, sufi
poniéndose un gran hábito de mangas tan prodigiosas que le bajaban hasta los talones, y se ciñó
el talle con un ancho cinturón de lana; luego cogió una jarra, que llenó de agua hasta el cuello, y
metió tres dinares en la abertura, que obstruyó con un tapón hecho de fibras de palmera; luego se
rodeó los hombros y el cuello con varias sartas de rosarios grandes de cuentas tan pesadas como
una carga de leña, y tomó en la mano una bandera semejante a la que llevan los sufis pordioseros,
hecha con jirones de trapo encarnado, amarillo y verde; y ataviada de este modo, salió de su casa,
diciendo en alta voz: "íAlah! ¡Alah!" Orando así con la lengua mientras su corazón corría por
el hipódromo de los demonios y su pensamiento se obstinaba en buscar estratagemas
perversas y temibles.
De esta manera recorrió los diversos barrios de la ciudad, pasando de una calle a otra calle,
hasta que llegó a un callejón sin salida, pavimentado de mármol y barrido y regado, en el fondo del
cual vió una Puerta grande rematada por una magnífica cornisa de alabastro, y en el umbral estaba
sentado el portero, un moghrabín (Marroquí) vestido con mucha limpieza. Y aquella puerta era de
madera de sándalo, guarnecida con sólidas anillas de bronce y con un candado de plata. Y he aquí
que aquella casa pertenecía al jefe de los guardias del califa, que era un hombre muy considerado
y propietario de grandes bienes, muebles e inmuebles, a quien se habían señalado importantes
emolumentos para subvenir a las funciones propias de su cargo; pero al mismo tiempo era un
hombre muy violento y de malos modales; y por eso se le llamaba Mustafá Azote-de-las-Calles,
porque hacía preceder siempre los golpes a las palabras.
Estaba casado con una joven encantadora, a la que amaba mucho, y a quien había jurado,
desde la noche de su penetración primera, que nunca tomaría segunda mujer mientras ella viviese,
ni dormiría nunca fuera de su casa ninguna noche. Y así ocurrió, hasta que un día en que Mustafá
Azote-de-las-Calles vio en el diván que cada emir tenía consigo un hijo o dos.
Y precisamente aquel día fue al hammam luego, y mirándose en un espejo, vió que los pelos
blancos de su barba eran más numerosos que los pelos negros, a los que cubrían completamente,
y dijo para sí: "¿Acaso El que se llevó a tu padre no va a gratificarte al fin con un hijo?"
Y fué en busca de su esposa, y se sentó de muy mal humor en el diván, sin mirarla ni dirigirle
la palabra. Entonces se acercó ella a él y le dijo: "¡Buenas noches!"
El contestó: "¡Quítate de mi vista! ¡Desde el día en que te conocí no me ha sucedido nada
bueno!"
Ella preguntó: "¿A qué viene eso?" El dijo: "La noche de mi penetración en ti me hiciste prestar
juramento de que jamás tomaría otra mujer. ¡Y te escuché! Y he aquí que hoy, en el diván, vi a
cada emir con un hijo y hasta con dos hijos, y entonces me vino el pensamiento de la muerte, y me
afectó en extremo porque no fui gratificado con un hijo, ni siquiera con una hija!
¡Y no ignoro que quien no deja posteridad no deja memoria de sí! Y tal es el motivo de mi mal
humor, ¡oh estéril que hiciste caer mi semilla en una tierra de rocas y guijarros!"
A estas palabras replicó la ruborosa joven: "¡Y eres tú quien habla! ¡El nombre de Alah sobre
mí y alrededor de mí! ¡No está en mí el retraso! Y la cosa no es por culpa mía. ¡Me he medicinado
de tal modo, que acabé por estropear y agujerear los morteros a fuerza de machacar en ellos
especies, pulverizar cuerpos simples y triturar raíces preconizadas contra la esterilidad! ¡Pero el
retraso está en ti! ¡No eres más que un mulo impotente, de nariz chata y tus compañones son
transparentes, con semilla sin consistencia y grano que no fecunda!"
El contestó: "¡Está bien! ¡En cuanto regrese de un viaje que voy a emprender, tomaré una
segunda mujer!"
Ella contestó: "Mi destino y mi suerte están con Alah!" Entonces salió él de su casa; pero al
llegar a la calle se arrepintió de lo que había pasado; y su esposa, la joven, se arrepintió también
de las palabras un poco vivas que dirigió a su dueño. ¡Y esto es lo referente al propietario de la
casa situada en el callejón sin salida pavimentado de mármol!
¡Pero he aquí ahora lo que atañe a Dalila la Taimada! Cuando llegó al pie de los muros de la
casa, vio de pronto a la joven esposa del emir acodada a su ventana, como una recién casada,
¡tan bella y tan brillante cual un verdadero tesoro, con todas las joyas que la adornaban, y luminosa
cual una cúpula de cristal con las blancas ropas de nieve que la vestían!
Al ver aquello la vieja, alcahueta de mal augurio dijo para sí: "¡Oh Dalila, he aquí que te llegó el
momento de abrir el saco de tus trapacerías! Veremos si consigues atraer a esta joven fuera de la
casa de su dueño, y despojarla de sus alhajas y desnudarla de sus hermosos vestidos, para
apoderarte de todo ello!" Entonces se paró debajo de la ventana del emir, y se puso a invocar en
alta voz el nombre de Alah, diciendo: "Alah! ¡Alah! ¡Y vosotros todos, los amigos de Alah, los
walíes bienhechores, iluminadme!"
Al oír estas invocaciones, y al ver a aquella santa vieja vestida como los sufis pordioseros,
todas las mujeres del barrio acudieron a besar la orla de su hábito y a pedirle su bendición; y pensó
la joven esposa del emir Azote-de-las-Calles: "¡Alah nos concederá sus gracias por intercesión de
esa santa vieja!" Y con los ojos húmedos de emoción, la joven llamó a su servidora y le dijo: "Vé a
buscar a nuestro portero el jeique Abu-Alí, bésale la mano, y dile: "¡Mi ama Khatún te ruega que
dejes entrar en nuestra casa a esa santa vieja, con el fin de que obtenga para nosotros los favores
de Alah!" Y la servidora bajó en busca del portero y le besó la mano, y le dijo: "¡Oh jeique Abu-Alí!
mi ama Khatún te dice: "¡Deja entrar en nuestra casa a esa santa vieja, con el fin de que obtenga
para nosotros los favores de Alah! ¡Y quizá su bendición se extienda sobre todos nosotros!"
Entonces se acercó el portero a la vieja y quiso primeramente besarle la mano; pero ella retrocedió
con viveza y se lo impidió, diciendo: "¡Aléjate de mí! ¡Tú que rezas tus plegarias sin abluciones,
como todos los criados, me mancharías con tu contacto impuro y haría nula y vana mi ablución!
Alah te libre de tu servidumbre, ¡oh portero Abu-Alí! porque te distinguen los santos de Alah y los
walíes".
Y he aquí que tal deseo conmovió en extremo al portero Abu-Alí, porque precisamente el
terrible emir Azotede-las-Calles le debía el salario de tres meses, y tenía él una ansiedad con tal
motivo y no sabía qué medio emplear para recobrarlo.
Así es que dijo a la vieja: "¡Oh madre mía, dame a beber un poco de agua de tu jarra, para que
con ello pueda ganar tu bendición!" Entonces ella cogió la jarra que llevaba al hombro y la volteó
en el aire varias veces, de modo que el tapón de fibras de palmera se escapó del cuello del
cacharro y los tres dinares rodaron por el piso como si cayesen del cielo. Y el portero se apresuró a
recogerlos, y dijo para su ánima: "¡Gloria a Alah! ¡Esta vieja pordiosera es una santa entre los
santos que tienen a su disposición tesoros ocultos! Y acaba de revelársela que soy un pobre
portero que no ha cobrado su salario y tiene mucha necesidad de dinero para atender a los gastos
indispensables, y ha hecho conjuros a fin de obtener para mí tres dinares, atrayéndolos del
espacio".
Luego ofreció los tres dinares a la vieja, y le dijo: "¡Toma, tía mía, los tres dinares que creo se
han caído de tu jarra!" Ella contestó: "¡Aléjate de mí con ese dinero! ¡No, nunca fui de las que se
ocupan de las cosas mundanas! ¡Puedes guardarte ese dinero y mejorarte con él un poco la
existencia, resarciéndote de los salarios que te debe el emir!" Entonces el portero alzó los brazos, y
exclamó: "¡Loores a Alah por su ayuda! ¡He ahí una revelación!"
Entretanto, ya se había acercado a la vieja la servidora, y después de besarle la mano, se
apresuraba a conducirla a presencia de su señora. Cuando la vieja estuvo ante la joven, quedó
estupefacta de su hermosura; porque la esposa del emir era verdaderamente cual un tesoro
descubierto, cuyos sellos talismánicos se hubiesen roto para mostrarlo así en su gloria...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, v se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 434ª NOCHE
Ella dijo:
...Cuando la vieja estuvo ante la joven, quedó estupefacta de su hermosura; porque la esposa
del emir era verdaderamente cual un tesoro descubierto, cuyos sellos talismánicos se hubiesen
roto para mostrarlo así en su gloria. Y por su parte, la bella Khatún se apresuró a arrojarse a los
pies de la vieja y a besarle las manos; y la vieja le dijo: "¡Oh hija mía! ¡no vengo más que porque
he adivinado, con la inspiración de Alah, que tienes necesidad de mis consejos!" Y Khatún
comenzó primeramente por servirle de comer, según costumbre establecida con los santos
pordioseros; pero la vieja no consintió en tocar los manjares, y dijo: "¡Ya no quiero comer más que
manjares del Paraíso, y ayuno siempre, excepto cinco días al año! ¡Pero te veo afligida ¡oh hija
mía! y deseo que me cuentes la causa de tu tristeza!" La joven contestó: "¡Oh madre mía! el día de
la penetración hice jurar a mi esposo que nunca tomaría después de mí una segunda mujer; pero
ve él a los hijos de los demás, y anhela tener hijos también, y me dice: «¡Eres estéril!» Y le
contesto: «¡Y tú eres un mulo que no fecundas a la hembra!» Entonces sale él encolerizado, y me
dice: «¡A la vuelta de un viaje que voy a emprender, volveré a casarme!» Y yo ¡oh madre mía!
tengo ahora miedo de que se realice su amenaza y tome una segunda mujer que le dé hijos! Y es
rico, pues posee tierras, casas, emolumentos y poblados enteros; y si de la segunda mujer tuviera
hijos, ¡me quedaría yo privada de todos esos bienes!”
La vieja contestó: "¡Bien se ve, hija mía, cuán ignorante estás de las virtudes de mi señor el
jeique Padre-de-los-Asaltos, el poderoso Maestro-de-las-Cargas, el Multiplicador-de los-
Embarazos! ¿Acaso no sabes que una sola visita a ese santo hace de un pobre deudor un rico
acreedor y de una mujer estéril un granero de fecundidad?"
La bella Khatún contestó: "¡Oh madre mía! ¡desde el día de mi matrimonio no he salido una
sola vez de casa, y ni siquiera he podido hacer visitas de felicitación o pésame!" La vieja dijo: "Oh,
hija mía! quiero conducirte a casa de mi señor el jeique Padre-de-los-Asaltos y Multiplicador-delos-
Embarazos. Y no temas confiarle la pesadumbre que te oprime, y hazle una promesa. Y
puedes estar segura entonces de que a su regreso del viaje tu esposo se acostará contigo,
uniéndose a ti por la copulación; y por obra suya quedarás encinta de una niña o de un niño. ¡Pero
sea tu hijo varón o hembra, has de hacer la promesa de consagrarle como derviche al servicio de
mi señor el Padre-de-los-Asaltos! "
Al oír estas palabras, la bella Khatún se vistió con sus trajes más hermosos y se adornó con
sus más hermosas alhajas; luego dijo a su servidora: "¡Cuida bien de la casa!" Y la servidora
contestó: "¡Escucho y obedezco, ¡oh mi ama!"
Entonces Khatún salió con Dalila, y a la puerta encontró al viejo portero mograbín Abu-Alí, que
le preguntó: "¿Adónde vas, ¡oh mi ama!?" Ella contestó: "¡Voy a visitar al jeique Multiplicador-delos-
Embarazos!"
El portero dijo: "¡Qué bendición de Alah es esta santa vieja, oh mi alma! ¡A su disposición tiene
tesoros enteros! Me ha dado tres dinares de oro rojo; y adivinó lo que me ocurre y conoció mi
situación sin hacerme ninguna pregunta, ¡y ha sabido que estaba yo apurado de dinero! ¡Ojalá
caiga sobre mi cabeza el beneficio de su ayuno de todo el año!"
Mientras tanto, Dalila la Taimada se decía a sí misma: "¿Cómo voy a arreglarme para quitarle
sus alhajas y dejarla desnuda en medio de la muchedumbre de transeúntes que van y vienen?"
Luego dijo de pronto: "¡Oh hija mía! echa a andar detrás de mí y a distancia, aunque sin perderme
de vista; porque yo, tu madre, soy una vieja a la que cargan con fardos cuyo peso no pueden
soportar los demás; y a todo lo largo del camino hay gente que viene a entregarme ofrendas
piadosas consagradas a mi mejor jeique, y me ruegan que se las lleve. ¡Así, pues, es mejor que
vaya yo sola por el momento!"
Y la joven echó a andar detrás de la vieja taimada, hasta que llegaron ambas al zoco principal
de los mercaderes. ¡Y desde lejos se oía resonar el zoco abovedado, al paso de la joven, el ruido
de los cascabeles de oro de sus pies delicados y el tintineo de los cequíes de su cabellera, tan
melodioso y cadencioso, que se diría una música de cítaras y timbales sonoros!
Ya en el zoco, pasaron por delante de la tienda de un mercader joven que se llamaba Sidi-
Mohsen, y era un muchacho muy lindo con un bozo naciente en las mejillas. Y notó la belleza
de la joven y se puso a lanzarle de soslayo ojeadas, que no tardó mucho en adivinar la vieja. Así
es que se volvió hacia la joven, y le dijo: "¡Vas a sentarte un momento separada de mí para que
descanses, hija mía, mientras yo hablo de un asunto con ese mercader joven que está allá!"
Y obedeció Khatún y se sentó cerca de la tienda del hermoso mozo, que así pudo mirarla
mejor, y creyó volverse loco a la primera mirada que le dirigió ella. Cuando le pareció que estaba él
en punto, se le aproximó la vieja alcahueta y le dijo, después de las zalemas: "¿No eres Sidi-
Mohsen el mercader?" El contestó: "¡Sí, por cierto! ¿Quién ha podido decirte mi nombre? ...
En ese momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, v se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 435ª NOCHE
Ella dijo:
"¡ ... Sí, por cierto! ¿Quién ha podido decirte mi nombre?" Ella dijo: "Es gente de bien quien me
ha enviado a ti. Y vengo, hijo mío, a enterarte de que esa joven que ves ahí es hija mía; y su padre,
que era un gran mercader, murió, dejándole riquezas considerables. Sale hoy de casa por primera
vez, porque hace poco tiempo que es púber, y sé que ha entrado en la edad de casarse, porque he
visto en ella señales que no dejan lugar a duda. Y he aquí que me apresuré a hacer que salga,
pues dicen los prudentes: "¡Ofrece en matrimonio tu hija, pero no ofrezcas tu hijo!" Y ahí tienes
cómo, advertida por una inspiración divina y por un presentimiento secreto, me he decidido a venir
para ofrecértela en matrimonio. Y no te preocupes por lo demás, si eres pobre, te daré todo su
capital y en vez de una tienda, te abriré dos tiendas. ¡ De esta manera no solamente serás
gratificado por Alah con una encantadora joven, sino con tres cosas deseables que
empiezan con C y son a saber: Capital, Comodidad y Culo!”
Al oír estas palabras, el joven mercader Sidi-Mohsen contestó a la vieja: "¡Oh madre mía! Todo
eso es excelente, y jamás pude anhelar tanto. Así es que te doy las gracias, y no dudo de tus
palabras en lo que concierne a las dos primeras C. Pero en cuanto a la tercera C; te confieso que
no estaré tranquilo mientras no lo haya visto y comprobado por mis propios ojos; porque antes de
morir me lo recomendó mucho mi madre, y me dijo: "¡Cuánto hubiera deseado casarte, hijo mío,
con una joven a la que pudiera juzgar con mis propios ojos!" ¡Y la juré que no dejaría de hacerlo yo
por ella! ¡Y se murió tranquila ya!"
Entonces contestó la vieja: "¡En ese caso, levántate y sígueme! Yo me encargo de mostrártela
completamente desnuda. Pero has de tener cuidado de ir a distancia de ella, aunque sin perderla
de vista. ¡Y yo iré a la cabeza para enseñarte el camino!"
Entonces se levantó el joven mercader y llevó consigo una bolsa con mil dinares, diciéndose:
"No se sabe lo que ha de ocurrir, y así podré depositar en el momento el importe de los gastos del
contrato". Y siguió de lejos a la vieja zorra, que abría la marcha y se decía a sí misma: "¿Cómo vas
a arreglarte ahora ¡oh Dalila llena de sagacidad para desvalijar a ese ternero joven!?"
Caminando de tal suerte, seguida por la joven, a la que a su vez seguía el lindo mercader,
llegó a la tienda de un tintorero que se llamaba Hagg-Mohammad y era hombre conocido en todo
el zoco por la duplicidad de sus gustos. En efecto, era como el cuchillo del vendedor de colocasias,
que a la vez perfora las partes masculinas y femeninas del tubérculo; y le gustaba lo mismo el
sabor dulce del higo y el sabor ácido de la granada.
Y he aquí que al oír el tintineo de cequíes y cascabeles, Hagg-Mohammad levantó la cabeza y
divisó al lindo mozo y a la hermosa joven. ¡Y sintió lo que sintió.
Pero ya Dalila se había acercado a él, y tras de las zalemas, le había dicho, sentándose:
"¿Eres Hagg-Mohammad el tintorero?" El contestó: "¡Sí, soy Hagg-Mohammad! ¿Qué deseas?"
Ella contestó: "¡Me ha hablado de ti gente de bien! ¡Mira a esa jovenzuela encantadora, que es mi
hija, y a ese gracioso jovenzuelo imberbe, que es mi hijo! ¡Les he educado a ambos, y su
educación me costó bastantes dispendios! Y ahora has de saber que nuestra vivienda es un vasto
y viejo edificio ruinoso, que últimamente me he visto obligada a reparar con vigas de madera y
puntales grandes; pero me ha dicho el maestro arquitecto: "¡Harás bien en irte a vivir a otra casa,
porque corres mucho riesgo de que se desmorone ésta encima de ti! Y cuando la hayas hecho
reparar, podrás volver a habitarla, ¡pero no antes!"
Entonces salí en busca de una casa donde vivir transitoriamente con esos dos hijos; y me ha
encaminado a ti gente de bien. ¡Desearía, por tanto, alojarme en tu casa con esos dos hijos que
ves ahí! ¡Y no dudes de mi generosidad!"
Al oír estas palabras de la vieja, el tintorero sintió bailarle el corazón en medio de las entrañas,
y dijo para sí: "¡Ya Hagg-Mohammad! ¡He aquí que se te pone al alcance de los dientes un pedazo
de manteca encima de un pastel!" Luego dijo a Dalila: "Cierto es que tengo una casa con una
habitación grande en el piso superior; pero no puedo disponer de ningún cuarto, porque yo vivo en
la planta baja, y la habitación de arriba me sirve para recibir a mis invitados los aldeanos que me
traen índigo". Ella contestó: "Hijo mío, la reparación de mi casa sólo exigirá un mes a dos a lo más,
y conocemos a poca gente aquí. Te ruego, pues, que dividas en dos la habitación grande de arriba
y nos des la mitad para nosotros tres. Y ¡por tu vida, ¡oh hijo mío! si quieres que tus invitados los
cultivadores de índigo sean invitados nuestros, bienvenidos sean! ¡Estamos dispuestos a comer
con ellos y a dormir con ellos!"
Entonces el tintorero se apresuró a entregarle las llaves de su casa; eran tres: una grande, una
pequeña y una torcida. Y le dijo: “La llave grande es de la puerta de la casa, la llave pequeña es la
del vestíbulo, y la llave torcida es la de la habitación de arriba. ¡De todo puedes disponer, mi buena
madre!" Entonces cogió las llaves Dalila y se alejó seguida por la joven, a la que seguía el joven
mercader, y de tal suerte llegó a la callejuela donde se entraba a la casa del tintorero, cuya puerta
se apresuró ella a abrir con la llave grande...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 436ª NOCHE
Ella dijo
... Cuya puerta se apresuró a abrir con la llave grande.
Ante todo empezó por entrar la primera e hizo entrar a la joven, diciendo al mercader que
esperase. Y llevó a la bella Khatún a la habitación de arriba, diciéndole: "Hija mía, en el piso bajo
vive el venerable jeique Padre-de-los-Asaltos. Tú espérame aquí, y por lo pronto, quítate ese velo
tan grande. ¡No tardaré en volver a buscarte!" Y bajó a abrir la puerta al joven mercader, y le
introdujo en el vestíbulo, diciéndole: "¡Siéntate aquí y espérame a que vuelva a buscarte con mi
hija, para que compruebes lo que quieres comprobar con tus propios ojos!"
Luego subió de nuevo a ver a la bella Khatún, y le dijo: "¡Ahora vamos a visitar al Padre-delos-
Asaltos!" Y exclamó la jovenzuela: "¡Qué alegría, oh madre mía!" La vieja añadió: "¡Pero me
atemoriza por ti una cosa!" La joven preguntó: "¿Y cuál es ¡oh madre mía!?" La vieja contestó:
"Abajo está un hijo mío idiota, que es representante y ayudante del jeique Padre-de-los-Asaltos.
¡No sabe diferenciar el frío del calor, y continuamente va desnudo! ¡Pero cuando entra en casa del
jeique una visitante noble como tú, la vista de las galas y sedas con que está vestida le pone
furioso, y se precipita sobre ella y le rompe los vestidos y le tira de sus arracadas, desgarrándole
las orejas, y la despoja de todas sus alhajas. Por consiguiente, harás bien en empezar por quitarte
aquí tus alhajas y desnudarte de todos tus vestidos y camisas; y te lo guardaré yo todo hasta que
regreses de tu visita al jeique Padre-de-los-Asaltos". Entonces se quitó la joven todas sus alhajas,
se desnudó de todos sus vestidos, sin quedarse más que con la camisa interior de seda, y lo
entregó todo a Dalila, que le dijo: "¡En honor tuyo, voy a colocar esto debajo de la ropa del Padrede-
los-Asaltos, para que con su contacto vaya a ti la bendición!" Y bajó con todo hecho un lío, y por
el momento lo escondió en el hueco de la escalera, luego fue a ver al joven mercader y le encontró
esperando a la jovenzuela.
Y le preguntó él: "¿Dónde está tu hija, para que yo pueda examinarla?" Pero de improviso
comenzó la vieja a golpearse el rostro y el pecho en silencio. Y le preguntó el joven mercader:
"¿Qué te pasa?" Ella contestó: "¡Ah! ¡Ojalá se murieran las vecinas malintencionadas y envidiosas
y calumniadoras! ¡Acaban de verte entrar conmigo, y me han preguntado quién eres; y les dije que
te había escogido para esposo futuro de mi hija. Pero probablemente, por envidia y celosas de mi
suerte para contigo, han ido en busca de mi hija y le han dicho: "¿Tan cansada está de mantenerte
tu madre que quiere casarte con un individuo atacado de sarna y de lepra?" ¡Entonces le he jurado
yo, como tú mismo lo hiciste a tu madre, que no se uniría a ti sin haberte visto completamente
desnudo!"
Al oír estas palabras, exclamó el joven mercader: "¡Recurro a Alah contra los envidiosos y
malintencionados!" Y así diciendo, se quitó toda su ropa, y surgió desnudo e intacto y blanco como
la plata virgen. Y le dijo la vieja: "¡En verdad que con lo hermoso y puro que eres no tienes nada
que temer!" Y exclamó él: "¡Que venga a verme ahora!" Y amontonó a un lado su magnífico capote
de marta, su cinturón, su puñal de plata y oro y el resto de su ropa, ocultando en los pliegues la
bolsa con los mil dinares.
Y le dijo la vieja: "No conviene dejar en el vestíbulo todas estas cosas tentadoras. ¡Voy a
ponerlas en lugar seguro!" E hizo un lío con todo aquello, como había hecho con la ropa de la
jovencita, y abandonando al joven mercader lo encerró con llave, cogió debajo de la escalera el
primer lío y salió sin ruido de la casa, llevándoselo todo.
Una vez en la calle, empezó por poner, efectivamente, en lugar seguro los dos líos,
depositándolos en casa de un mercader de especias conocido suyo, y volvió a casa del tintorero
libidinoso, que la esperaba con impaciencia, y hubo de preguntarle en cuanto la divisó: "¿Que hay,
tía mía? ¡Inschalah creo que te habrá convenido mi casa! Ella contestó: "¡Tu casa es una casa
bendita! Estoy satisfecha hasta el límite de la satisfacción. ¡Ahora voy a buscar a un cargador para
que transporte nuestros muebles y nuestros efectos! Pero como estoy tan ocupada y mis hijos no
han comido nada desde esta mañana, aquí tienes un dinar, que te ruego admitas, para comprarles
con él una empanada rellena y cubierta con picadillo de carne, y vé a la casa para almorzar con
ellos y hacerles compañía". El tintorero contestó: "Pero ¿quién tendrá, mientras, cuidado de mi
tienda, y de los efectos de mis clientes?" Ella dijo: "¡Por Alah! ¡tu dependiente!"
El contestó: "¡Sea!" Y cogió un plato y una fuente y se marchó para comprar y llevar la
consabida empanada rellena. ¡Y he aquí lo referente al tintorero, al que, por cierto, volveremos a
encontrar!
Pero en cuanto a Dalila la Taimada, corrió a recoger los dos líos que había dejado en casa del
tendero de especias, y regresó inmediatamente a la tintorería para decir al mozo del tintorero: "¡Tu
amo me manda a decirte que vayas a reunirte con él en casa del fabricante de empanadas! Yo
cuidaré de la tienda hasta tu regreso. ¡No tardes!"
El mozo contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y salió de la tienda, en tanto que la vieja se
dedicaba a meter mano en los efectos de los clientes y en cuanto pudo coger de la tienda. Mientras
estaba ella ocupada en aquello, acertó a pasar por allí con un burro un arriero que desde hacía una
semana no encontraba trabajo y que era un terrible tragador de haschisch. Y la vieja zorra le llamó,
gritando: "¡Eh, arriero, ven!" Y el arriero se paró a la puerta con su burro, y la vieja le preguntó:
"¿Conoces a mi hijo el tintorero?" El otro contestó: "¡Ya Alah! ¿quién le conocerá mejor que yo, ¡oh
mi ama!?"
Ella le dijo: "Entonces has de saber ¡oh arriero de bendición! que el pobre mozo...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 437ª NOCHE
Ella dijo:
"...Entonces has de saber ¡oh arriero de bendición! que el pobre mozo es insolvente, y siempre
que le han metido en la cárcel conseguí sacarle de ella. Pero hoy, para acabar de una vez quiero
que se declare en quiebra al fin. Y en este momento estaba dedicándome a recoger los efectos de
los clientes para llevárselos a sus propietarios. Deseo, pues, que me prestes tu borrico para
cargarle con todas estas ropas, y aquí tienes un dinar por el alquiler del asno.
Mientras yo vuelvo, dedícate tú aquí a desbaratarlo todo, rompiendo las cubas de tinta y
destruyendo las tinas, con objeto de que cuando venga la gente enviada por el kadí para
comprobar la quiebra no encuentre en la tienda nada que llevarse". (antiguamente la quiebra de un
negocio era la ruptura de todos los artefactos del mismo, eso demostraba la falta de dinero del
comerciante, de ahí su nombre actual)
El arriero contestó: "¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos, ¡oh mi ama! Porque tu hijo, el
maestro tintorero, me colmó de mercedes, y como le estoy agradecido, quiero hacerle de balde
este servicio y romper y destruir todo lo de la tienda, ¡por Alah!"
Entonces le dejó la vieja, y después de cargar todo encima del burro, se encaminó a su casa,
llevando del ronzal al asno.
Con la ayuda y protección del Protector, llegó sin incidentes a su casa y entró a ver a su hija
Zeinab, que estaba en ascuas esperándola, y que le dijo: "¡Contigo estuvo mi corazón, oh madre
mía! ¿Cuántos chascos has dado? Dalila contestó: "¡En este primer día he jugado cuatro malas
pasadas a cuatro personas: un mercader joven, la esposa de un capitán terrible, un tintorero
libidinoso y un arriero! ¡Y te traigo todas sus ropas y efectos en el asno del arriero!
Y exclamó Zeinab: "¡Oh madre mía! ¡en lo sucesivo no vas a poder circular por Bagdad a
causa del capitán, a quien dejaste desnudo, del tintorero a quien arrebataste los efectos de sus
clientes, y del arriero amo del burro!" Dalila contestó: "¡Bah! ¡todos me tienen sin cuidado, menos el
arriero, que me conoce!" Y he aquí lo que por el momento concierne a Dalila.
En cuanto al maestro tintorero, una vez que hubo comprado las consabidas empanadas
rellenas, se las dió a su mozo y tomó con él el camino de su casa, pasando de nuevo por delante
de su tintorería. ¡Y he aquí lo que pasó! Vió al arriero en la tienda dedicado a demolerlo todo y
romper las cubas grandes y las tinas; y ya no era la tienda más que un montón de escombros y de
barro azul que corría por todas partes. Y exclamó al ver aquello: "¡Detente, oh arriero!" Y el arriero
interrumpió su tarea, y dijo el tintorero: "¡Loores a Alah por tu salida de la cárcel, ¡oh maestro
tintorero! ¡Contigo estaba mi corazón verdaderamente!"
El otro preguntó: "¿Qué dices, ¡oh arriero! y qué significa todo esto?" El arriero dijo: "¡Durante
tu ausencia se ha declarado tu quiebra!" Con el gaznate apretado y los labios temblorosos y los
ojos desorbitados, preguntó el tintorero: "¿Quién te lo ha dicho?" El arriero replicó: "¡Me lo ha dicho
tu propia madre, y por interés tuyo me ha ordenado que lo destruyera todo y lo rompiera todo aquí,
para que los enviados del kadí no puedan llevarse nada!"
En el límite de la estupefacción, contestó el tintorero: "¡Alah confunda al Lejano-Maligno!
¡Hace ya mucho tiempo que está muerta mi madre!" Y se dio en el pecho fuertes golpes, gritando
con toda su alma: "¡Ay! ¡he perdido lo mío y lo de mis clientes!" Y el arriero, por su parte, empezó a
llorar y a gritar: "¡Ay! ¡he perdido mi borrico!" Luego dijo al tintorero: "¡Oh tintorero de mi trasero,
devuélveme mi borrico, que me lo ha robado tu madre!"
Y el tintorero se arrojó sobre el arriero, lo cogió por la nuca y empezó a molerle a puñetazos,
exclamando: "¿Dónde está tu zorra vieja?" Pero el arriero se puso a gritar desde el fondo de sus
entrañas: "¡Mi borrico! ¿dónde está mi borrico? ¡Devuélveme mi borrico!"
Y vinieron a las manos ambos, mordiéndose, insultándose, administrándose golpes a cual
más, y cabezazos en el estómago y tratando cada uno de agarrar por los compañones al
adversario para espachurrárselos entre los dedos.
Entretanto, se aglomeraba alrededor de ellos una multitud que iba engrosando más cada vez;
y por fin lograron separarlos, aunque no ilesos, y preguntó al tintorero uno de los circunstantes:
"¡Ya Hagg-Mohammad! ¿qué ha pasado entre vosotros?" Pero el arriero se apresuró a contestar
contando a voces su historia, y terminó así: "¡Yo todo lo hice por servir al tintorero!"
Entonces preguntaron al tintorero: "¡Ya Hagg-Mohammad! ¡tú, sin duda, conocerás a esa vieja
para confiarle de ese modo la custodia de tu tienda!" El interpelado contestó: "¡Hasta hoy no la
conocí! ¡Pero ha ido a habitar en mi casa con su hijo y su hija!" Entonces opinó uno de los
circunstantes: "¡Yo creo en conciencia que el tintorero debe responder por el asno del arriero;
porque si el arriero no advirtiese que el tintorero había confiado la custodia de su tienda a la vieja,
no hubiera él a su vez confiado a tal vieja su burro!" Y añadió un tercero: "¡Ya Hagg-Mohammad!
¡desde el momento en que alojaste a esa vieja en tu casa, debes devolver al arriero el borrico o
pagarle una indemnización!"
Luego, con los dos adversarios, se encaminaron todos a casa del tintorero. ¡Eso fue todo! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, v se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 438ª NOCHE
Ella dijo:
¡ ...Eso fue todo!
¡Pero he aquí ahora lo que respecta a la jovenzuela y al joven mercader!
Mientras el joven mercader esperaba en el vestíbulo la llegada de la jovenzuela para
examinarla, ésta por su parte, esperaba en la habitación de arriba a que la vieja santa regresase
con el permiso del idiota representante del Padre-de-los-Asaltos, a fin de visitar al Padre-de-los-
Asaltos ella. Pero como la vieja tardaba en volver, la bella Khatún salió de la habitación y bajó la
escalera, vestida solamente con su sencilla camisa fina. Entonces oyó en el vestíbulo al joven
mercader, quien al reconocer el tintineo de los cascabeles que no pudo ella quitarse de los tobillos,
le decía: "¡Date prisa y ven aquí con tu madre, que te trajo para casarte conmigo!" Pero la joven
contestó: "¡Mi madre ha muerto Eres el idiota!, ¿verdad? ¿Y no eres también el representante del
Padre-de-los-Asaltos?" El contestó inmediatamente: "¡No, ¡por Alah! ¡oh ojos míos! no estoy
todavía idiota del todo. ¡En cuanto a lo de ser Padre-de-los-Asaltos, estoy reputado como tal!" Al
oír estas palabras no supo cómo comportarse la ruborizada jovenzuela, y a pesar de las objeciones
del joven mercader, a quien seguía tomando ella por el idiota representante del Multiplicador-delos-
Embarazos, resolvió esperar en la escalera a que se presentase la santa vieja.
Mientras tanto, llegó la gente que acompañaba al tintorero y al arriero; y llamaron a la puerta y
estuvieron mucho tiempo esperando que les abriesen desde dentro. Pero como no contestaba
nadie, echaron la puerta abajo y se precipitaron primeramente al vestíbulo, donde vieron al joven
mercader completamente desnudo y tratando de ocultar y abarcar con las dos manos su mercancía
al aire. Y le dijo el tintorero: ¡Ah, hijo de zorra! ¿dónde está tu calamitosa madre?"
El otro contestó: "¡Hace ya mucho tiempo que murió mi madre! La vieja que vive en esta casa
sólo es mi futura suegra. Y contó al tintorero y al arriero y a toda la muchedumbre su historia con
todo género de detalles. Y añadió: "¡En cuanto a la joven que yo debía contemplar, está ahí detrás
de esa puerta!"
Al oír estas palabras derribaron la puerta y encontraron detrás a la asustada jovenzuela, que
con sólo la camisa procuraba cubrir hasta lo más abajo posible sus muslos de gloria. Y el tintorero
le preguntó: "¡Ah hija adulterina! ¿dónde está tu madre, la alcahueta?" Ella contestó muy
avergonzada: "Mi madre murió hace mucho tiempo. ¡Pero la vieja que me condujo aquí es una
santa al servicio de mi señor el jeique Multiplicador!"
Al oír estas palabras, todos los circunstantes, incluso el tintorero, a pesar de su tienda
destruida, y el arriero, a pesar de su borrico robado, y el joven mercader, a pesar de la pérdida de
su bolsa y sus trajes, se echaron a reír de tal manera, que se cayeron de trasero.
Después, comprendiendo que la vieja se había burlado de ellos, los tres chasqueados por ella
decidieron vengarse; y empezaron por dar ropa a la asustada jovenzuela, que se vistió y
apresuróse a regresar a su casa, donde volveremos a encontrarla al retorno del viaje de su
esposo.
En cuanto al tintorero Hagg-Mohammad y al arriero, se reconciliaron, pidiéndose perdones
mutuamente, y en compañía del joven mercader fueron en busca del walí de la ciudad, el emir
Khaled, a quien contaron su aventura, demandando de él venganza contra las vieja calamitosa
Y les contesto el wali: ¡Oh, que historia tan prodigiosa me contais, buena gente!" Ellos
contestaron: "¡Oh amo nuestro! ¡por Alah, y por la vida de la cabeza del Emir de los Creyentes, que
no te decimos más que la verdad!”
Y les dijo el Walí: “!Oh buena gente! ¿cómo queréis que encuentre a una vieja determinada
entre todas las viejas de Bagdad? ¡Ya sabéis que no podemos mandar que nuestros hombres
recorran los harenes levantando el velo a las mujeres!”
Ellos exclamaron: "¡Qué calamidad! ¡ay de mi tienda!; ¡ay de mi burro!; ¡ay de mi bolsa con mil
dinares!" Entonces, compadecido de su suerte, les dijo el walí: "¡Oh buena gente! ¡recorred toda la
ciudad y procurad encontrar a esa vieja y capturarla! Y si lo conseguís, os prometo que la
someteré a tortura en honor vuestro, y la obligaré a que declare!"
Y las tres víctimas de Dalila la Taimada se dispersaron en diferentes direcciones, a la busca y
captura de la maldita vieja. ¡Y los dejaremos por el comento, pues ya volveremos a encontrarlos!
En cuanto a la vieja Dalila la Taimada, dijo a su hija Zeinab: "¡Oh hija mía, todo esto no es
nada! ¡Voy a hacer algo mejor!" Y le dijo Zeinab: "¡Oh madre mía, tengo miedo por ti ahora!" La
vieja contestó: "No temas nada por mi suerte. ¡Soy como el haba en su vaina, invulnerable por el
fuego y por el agua! .. .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 439ª NOCIfE
Ella dijo:
"¡ ... Soy como el haba en su vaina, invulnerable por el fuego y por el agua!" Y se levantó,
quitóse sus vestiduras de sufi para ponerse un traje de servidora entre las servidoras de los ricos, y
salió reeditando la nueva fechoría que iba a perpetrar en Bagdad.
Y llegó de tal modo a una calle retirada, muy adornada y empavesada a todo lo largo y a todo
lo ancho con telas hermosas y linternas multicolores; y el suelo estaba cubierto de ricas alfombras.
Y oyó dentro voces de cantarinas y tamborilazos de dufufs y golpetear de darabukas sonoras y
estridor de címbalos. Y vio en la puerta de la morada empavesada a una esclava que llevaba a
horcajadas en su hombro un tierno niño vestido con telas espléndidas de tisú de oro y plata, y
tocado con un tarbush rojo adornado con tres sartas de perlas, llevando al cuello un collar de oro
incrustado de pedrerías y con los hombros cubiertos por una manteleta de brocado.
Y los curiosos e invitados que entraban y salían la enteraron de que aquella casa pertenecía al
síndico de los mercaderes de Bagdad y que aquel niño era hijo suyo. Y también se enteró que el
síndico tenía una hija virgen y púber, cuyos esponsales se celebraban aquel día precisamente; y
tal era el motivo de semejante alarde de ornamentación. Y como la madre del niño estaba muy
ocupada en recibir a las damas invitadas por ella y hacerles los honores de su casa, había
confiado el niño, que la importunaba pegándosele a las faldas de continuo, a aquella joven esclava
recomendándole que le distrajera y jugara con él hasta que las invitadas se marchasen. Cuando la
vieja Dalila vió a aquel niño montado en el hombro de la esclava y se informó con respecto a los
padres y a la ceremonia que tenía lugar, dijo para sí: "¡Oh, Dalila, lo que tienes que hacer por el
momento es escamotear a ese niño, arrebatándoselo a esa esclava!" Y se adelantó hacia ella,
exclamando: "¡Qué vergüenza para mí haber llegado con tanto retraso a casa de la digna esposa
del síndico!" Luego dijo a la esclava, que era una infeliz, poniéndole en la mano una moneda falsa:
"¡Aquí tienes un dinar por el trabajo! Sube, hija mía, en busca de tu ama y dile: "¡Tu vieja nodriza
Omm Al-Khayr te felicita de muy buen grado, como cumple a quien tantas bondades tiene que
agradecerte! ¡Y el día de la gran reunión vendrá a verte con sus hijas, y no dejará de poner
generosas ofrendas nupciales, como es costumbre, en manos de las azafatas!"
La esclava contestó: "Mi buena madre, con mucho gusto cumpliría tu encargo; pero mi amo
pequeño, que es este niño, cada vez que ve a su madre no quiere separarse de ella y se coge a
sus vestidos". La vieja contestó: "¡Pues déjale conmigo mientras vas y vienes!" Y la esclava se
guardó la moneda falsa y entregó el niño a la vieja para subir inmediatamente a cumplir su
encargo.
En cuanto a la vieja, se apresuró a huir con el niño, metiéndose en una callejuela oscura,
donde le quitó todas las cosas preciosas que llevaba él encima y dijo para sí: "¡Todavía no lo has
hecho todo, ¡oh Dalila! ¡Si verdaderamente eres sutil entre las sutiles, hay que sacar de este
monigote todo el partido posible, negociándole, por ejemplo, para proporcionarte una cantidad
respetable!"
Cuando se le ocurrió aquella idea, saltó sobre ambos pies y fué al zoco de los joyeros, donde
vió en una tienda a un gran lapidario judío que estaba sentado detrás de su mostrador; y entró en
la tienda del judío, diciéndose: "¡Ya hice negocio!" Cuando el judío la vio por sus propios ojos
entrar, miró al niño que llevaba ella y conoció al hijo del síndico de los mercaderes. Y aunque muy
rico, aquel judío no dejaba de envidiar a sus vecinos cuando hacían una venta si, por casualidad,
no hacía él otra en el mismo momento. Así es que, muy contento con la llegada de la vieja, le
preguntó: "¿Qué deseas, ¡oh mi ama!?" Ella contestó: "Eres maese Izra el judío?"
El contestó: "¡Naam!" Ella le dijo: "La hermana de este niño, hija del schahbandar de los
mercaderes, se ha casado hoy, y en este momento se celebra la ceremonia de los esponsales. ¡Y
he aquí que necesita ciertas alhajas, como dos pares de pulseras de oro para los tobillos, un par
de brazaletes corrientes de oro, un par de arracadas de perlas, un cinturón de oro afiligranado, un
puñal con puño de jade inscrustado de rubíes y una sortija de sello!" Enseguida se apresuró el
judío a darle lo que pedía, y cuyo precio se elevaba a mil dinares de oro, por lo menos. Y Dalila le
dijo: "¡Me lo llevo todo esto con la condición de que mi ama escoja en casa lo que mejor le
parezca! Luego volveré para traerte el importe de lo que escoja. Mientras tanto, quédate con el
niño hasta que yo vuelva!" El judío contestó: "¡Como gustes!" Y se llevó ella las joyas, dándose
prisa por llegar a su casa.
Cuando la joven Zeinab la Embustera vio a su madre, le dijo: `¿Qué hazaña acabas de
emprender, ¡oh madre mía!?" La vieja contestó: "Por esta vez solamente una nimiedad. ¡Me he
contentado con robar y desvalijar al hijo pequeño del schahbandar de los mercaderes, dejándolo
en prenda por varias alhajas que valdrán mil dinares, en casa del judío Izra!"
Entonces exclamó su hija: "¡Esta vez es seguro que se acabó ya todo para nosotras! ¡No vas a
poder salir y circular por Bagdad!" La vieja contestó: "¡Todo lo que hice no es nada, ni siquiera la
milésima parte de lo que pienso hacer! ¡No tengas por mí ningún cuidado, hija mía!"
Volviendo a la infeliz esclava joven, es el caso que entró en la sala de recepción y dijo: "¡Oh
ama mía, tu nodriza Omm Al-Khayr te envía sus zalemas y sus votos y te felicita, diciendo que
vendrá aquí con sus hijas el día del matrimonio y será generosa con las azafatas!"
Su ama le preguntó: "¿Dónde dejaste a tu amo pequeño?" La esclava contestó: "¡Lo he
dejado con ella para que no se agarrase a ti! ¡y aquí tienes una moneda de oro que me dió tu
nodriza para las cantarinas!" Y ofreció la moneda a la cantarina principal, diciendo: "¡He aquí el
aguinaldo!" Y la cantarina cogió la moneda y vio que era de cobre. Entonces gritó el ama a la
servidora: "¡Ah, perra! ¡vete ya a buscar a tu amo pequeño!" Y la esclava apresuróse a bajar; pero
no encontró ya ni al niño ni a la vieja. Entonces lanzó un grito estridente y se cayó de bruces,
mientras acudían todas las mujeres de arriba, tornándose la alegría en duelo dentro de sus
corazones. Y he aquí que precisamente entonces llegaba el propio síndico y su esposa, con el
semblante demudado de emoción, se apresuró a ponerle al corriente de lo que acababa de pasar.
Al punto salió el padre en busca del niño, seguido por todos los mercaderes a quienes había
invitado, que por su parte se pusieron a hacer pesquisas en todas direcciones. Y después de mil
incidencias, acabó el síndico por encontrar al niño casi desnudo a la puerta de la tienda del judío y
loco de alegría y de cólera se precipitó sobre el judío gritando: "¡Mi maldito! ¿Qué querías hacer
con mi hijo? ¿Y por qué le has quitado sus vestidos?"
Temblando y en el límite de la estupefacción, contestó el judío: "¡Por Alah, ¡oh mi amo! que yo
no tenía necesidad de semejante rehén! ¡Pero la vieja se empeñó en dejármelo tras de haberse
llevado para tu hija alhajas por valor de mil dinares!"
El síndico exclamó, cada vez más indignado: "¿Pero crees, maldito, que mi hija no tiene
alhajas y necesita recurrir a ti? ¡Devuélveme ahora los vestidos y adornos que le quitaste a mi hijo!
Al oír estas palabras, exclamó el judío, aterrado: "¡Socorro, oh musulmanes!" Y precisamente,
viniendo de diferentes direcciones, aparecieron en aquel momento los tres chasqueados antes: el
arriero, el joven mercader y el tintorero. Y se informaron de la cosa, y al enterarse de lo que se
trataba, no dudaron ni por un instante que aquello era una nueva hazaña de la vieja calamitosa y
exclamaron: "¡Nosotros conocemos a la vieja! ¡Es una estafadora que nos ha engañado antes que
a vosotros!"
Y contaron su historia a los presentes, que se quedaron estupefactos, y el síndico exclamó,
conformándose: "Después de todo, he tenido suerte al encontrar a mi hijo! ¡Ya no quiero
preocuparme de sus ropas perdidas, pues que bien valen su rescate! ¡Pero me gustaría poder
reclamárselas a la vieja!" Y no quiso faltar más de su casa, y corrió a participar con su esposa de la
alegría de haber recuperado su hijo.
En cuanto al judío, preguntó a los otros tres: "¿Qué pensáis hacer ahora?" Le contestaron:
"¡Vamos a continuar nuestras pesquisas!" El les dijo: "¡Llevadme con vosotros!" Luego preguntó:
"¿Hay entre vosotros alguno que la conociera antes de esta hazaña?"
El arriero contestó: "¡Yo!"
El judío dijo: "¡Entonces vale más que no vayamos juntos y que hagamos pesquisas por
separado para no ponerla alerta!" Entonces contestó el arriero: "¡Muy bien!; y para encontrarnos,
nos citaremos a mediodía en la tienda del barbero moghrabín Hagg-Mass'ud!" Se citaron, y cada
uno púsose en camino por su parte.
Pero estaba escrito que el arriero sería el primero que se encontrase con la vieja taimada...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 441ª NOCHE
Ella dijo:
. . . Pero estaba escrito que el arriero sería el primero que se encontrase con la vieja taimada,
mientras recorría ella la ciudad en busca de alguna nueva estratagema. En efecto, no bien la divisó
el arriero, la reconoció, a pesar de su disfraz, y se abalanzó a ella, gritando: "¡Maldita seas, vieja
decrépita, astilla seca! ¡Por fin te encuentro!" Ella preguntó: ¿Qué te ocurre hijo mío?"
El exclamó: "!El burro! ¡Devuélveme el burro!"
Ella contestó con voz enternecida: "¡Hijo mío, habla bajo y cubre lo que Alah ha cubierto con
su velo! ¡Veamos! ¿Qué pides? ¿Tu burro o los efectos de los otros?"
El contestó: "¡Mi burro solamente!"
Ella dijo: "Hijo mío, sé que eres pobre y no he querido, por tanto, privarte de tu burro. Le he
dejado en casa del barbero moghrabín Hagg-Mass'ud, que tiene su tienda ahí enfrente. Voy a
buscarle ahora mismo y a rogarle que me entregue el asno. ¡Espérame un instante!" Y se adelantó
a él, y entró llorando en casa del barbero Hagg-Mass'ud, le cogió de la mano, y dijo: "¡Ay de mí!"
El barbero le preguntó: "¿Qué te pasa, buena tía?" Ella contestó: "¿No ves a mi hijo que está
de pie ahí enfrente de tu tienda? Tenía el oficio de arriero conductor de burros. Pero cayó malo un
día a consecuencia de un aire que le corrompió y trastornó la sangre, ¡y ha perdido la razón y se
ha vuelto loco! Desde entonces no cesa de pedirme su asno. Al levantarse, grita: "¡Mi burro!"; al
acostarse, grita: "¡Mi burro!", vaya por donde vaya, grita: "¡Mi burro!" Y he aquí que me ha dicho el
médico entre los médicos: "Tu hijo tiene la razón dislocada y en peligro. ¡Y nada podrá curarle y
volverle a ella, como no le saquen las dos últimas muelas de la boca y le cautericen en las sienes
con dos cantáridas o con un hierro candente! Aquí tienes, pues, un dinar por tu trabajo, y llámale y
dile: "Tengo tu burro en mi casa. ¡Ven!".
Al oír estas palabras contestó el barbero: "¡Que me quede un año sin comer si no le pongo su
burro entre las manos, tía mía!" Luego, como tenía a su servicio dos oficiales de barberos
acostumbrados a todos los trabajos propios del oficio, dijo a uno de ellos: "¡Pon al rojo dos clavos!"
Después gritó al arriero: "¡Oye, hijo mío, ven aquí! ¡Tengo tu burro en mi casa!" Y al tiempo que el
arriero entraba en la tienda, salía la vieja y se paraba a la puerta.
Así, pues, una vez que hubo entrado el arriero, el barbero le cogió de la mano y le llevó a la
trastienda, dentro de la cual le aplicó un puñetazo en el vientre, echándole la zancadilla, y le hizo
caer de espalda en el suelo, donde los dos ayudantes le agarrotaron sólidamente pies y manos y le
impidieron hacer el menor movimiento. Entonces se levantó el maestro barbero y empezó por
meterle en el gaznate dos tenazas como las de los herreros, que le servían para dominar los
dientes recalcitrantes; luego, dando una vuelta a las tenazas le extirpó las dos muelas a la vez
Tras de lo cual, a pesar de los rugidos y contorsiones del paciente, cogió con unas pinzas, uno
después de otro, los dos clavos al rojo, y le cauterizó a conciencia las sienes, invocando el nombre
de Alah para que la cosa tuviese éxito.
Cuando el barbero hubo terminado ambas operaciones, dijo al arriero: "¡Ualahí!" ¡bien contenta
estará de mí tu madre! ¡Voy a llamarla para que compruebe la eficacia de mi trabajo y tu curación!"
Y en tanto que el arriero se debatía entre los puños de los ayudantes, el barbero entró en su tienda
y allí... ¡vió que la tienda estaba vacía y limpia como por una ráfaga de viento! ¡No quedaba ya
nada! ¡Navajas, espejos de nácar de mano, tijeras, suavizadores, bacías, jarros, paños, taburetes,
todo había desaparecido! ¡No quedaba ya nada! ¡Ni la sombra de todo aquello! ¡Y también había
desaparecido la vieja! ¡Nada! ¡Ni siquiera el olor de la vieja! Y además, la tienda estaba muy
barrida y regada, como si acabasen de alquilarla de nuevo en aquel instante.
Al ver aquello, el barbero, en el límite del furor, se precipitó a la trastienda, y cogiendo por el
cuello al arriero, le zarandeó como a una banasta, y le gritó: "¿Dónde está la alcahueta de tu
madre?"
Loco de dolor y de rabia, le dijo el pobre arriero: "¡Ah hijo de mil zorras! ¿Mi madre? ¡Pero si mi
madre está en el país de Alah!" El otro siguió zarandeándole, y le gritó: "¿Dónde está la vieja zorra
que te trajo aquí y que se ha ido después de haberme robado toda la tienda?" Iba el arriero a
responder, agitado su cuerpo por temblores, cuando de pronto entraron en la tienda, de vuelta de
sus pesquisas infructuosas, los otros tres chasqueados: el tintorero, el joven mercader y el judío. Y
los vieron riñendo, al barbero con los ojos fuera de las órbitas y al arriero con las sienes
cauterizadas e hinchadas por dos anchas ampollas, y con los labios espumeantes de sangre, y
colgándole aún a ambos lados de la boca las dos muelas. Entonces exclamaron: "¿Qué sucede?"
Y el arriero gritó con todas sus fuerzas: "¡Oh musulmanes, justicia contra este marica!"
Y les contó lo que acababa de ocurrir. Entonces preguntaron al barbero: "¿Por qué has obrado
así con este arriero, ¡oh maese Massud!?"
Y el barbero les contó a su vez cómo acababa la vieja de limpiarle la tienda. A la sazón ya no
dudaron que era también la vieja quien había hecho aquel nuevo desaguisado, y exclamaron:
"¡Por Alah, la causante de todo es la vieja maldita!" Y acabaron por explicarse todo y ponerse de
acuerdo. Entonces el barbero se apresuró a cerrar su tienda, uniéndose a los cuatro burlados para
ayudarles en sus pesquisas. Y el pobre arriero no cesaba de gimotear: "¡Ay de mi burro! ¡Ay de mis
muelas perdidas! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 442ª NOCHE
Ella dijo:
"¡ ... Ay de mi burro! ¡Ay de mis muelas perdidas!"
De esta manera estuvieron recorriendo durante mucho tiempo los diversos barrios de la
ciudad; pero de improviso, al volver una esquina el arriero fué también el primero en divisar y
reconocer a Dalila la Taimada, cuyo nombre y cuya vivienda ignoraban todos ellos. Y no bien la
vió, se abalanzó a ella el arriero, gritando: "¡Hela aquí! ¡Ahora va pagarnos todo!" Y la arrastraron a
casa del walí de la ciudad, que era el emir Khaled.
Llegados que fueron al palacio del walí, entregaron la vieja a los guardias, y les dijeron:
"¡Queremos ver al walí! Los guardias contestaron: "Está durmiendo la siesta. ¡Esperad un poco a
que se despierte! Y los cinco querellantes esperaron en el patio, mientras los guardias hacían
entrega de la vieja a los eunucos para que la encerraran en un cuarto del harén hasta que se
despertase el walí.
En cuanto llegó al harén, la vieja taimada consiguió escurrirse hasta el aposento de la esposa
del walí, y después de las zalemas y de besarla la mano, dijo a la dama, que estaba lejos de
suponer la verdad: ¡Oh ama mía, desearía ver a nuestro amo el walí!" La dama contestó: "¡ El walí
está durmiendo la siesta! Pero, ¿qué quieres de él?" La vieja dijo: "Mi marido, que es mercader de
muebles y esclavos, antes de partir para un viaje me entregó cinco mamelucos con encargo de
venderselos al mejor postor. Y precisamente los vió conmigo nuestro amo el walí, y me ofreció por
ellos mil doscientos dinares, consintiendo yo en dejárselos por ese precio. ¡Y vengo ahora a
entregárselos!" Y he aquí que, efectivamente, el walí tenía necesidad de esclavos, y la misma
víspera, sin ir más lejos, había dado a su esposa mil dinares para que los comprara. Así es que no
dudó ella de las palabras de la vieja, y le preguntó: "¿Dónde están los cinco esclavos?" La vieja
contestó: "¡Ahí, en el patio del palacio, debajo de tus ventanas!" Y la dama se asomó al patio y vio
a los cinco chasqueados que esperaban a que el walí se despertase. Entonces dijo: "¡Por Alah!
¡son muy hermosos, y especialmente uno de ellos vale él sólo los mil dinares!" Luego abrió su
cofre y entregó a la vieja mil dinares, diciéndole: "Mi buena madre, te debo todavía doscientos
dinares para completar el precio. Pero, como no los tengo, espérate a que se despierte el walí". La
vieja contestó: "¡Oh ama mía! ¡de esos doscientos dinares te rebajo ciento en gracia a la jarra de
jarabe que me has dado a beber, y ya me pagarás los otros ciento en mi próxima visita! ¡Ahora te
ruego que me hagas salir del palacio por la puerta reservada para el harén, con el fin de que no me
vean mis antiguos esclavos!" Y la esposa del walí la hizo salir por la puerta secreta, y el Protector
la protegió y la dejó llegar sin obstáculos a su casa.
Cuando la vio entrar su hija Zeinab, le preguntó: "¡Oh, madre mía!, ¿qué hiciste hoy?" La vieja
contestó: "Hija mía, he jugado una mala pasada a la esposa del walí, vendiéndole por mil dinares,
como esclavos, ¡al arriero, al tintorero, al judío, al barbero y al joven mercader! Sin embargo, hija
mía, entre todos ellos no hay más que uno que me preocupe y cuya perspicacia temo: ¡el arriero!
¡Siempre me reconoce ese hijo de zorra!" Y le dijo su hija: "¡Entonces, madre mía, déjate ya de
salidas!" Cuida ahora de la casa, y no olvides el proverbio que dice:
¡No es cierto que el jarro
No se rompa nunca, por mucho que le tiren!
Y trató de convencer a su madre de que no saliese en lo sucesivo; pero inútilmente.
¡He aquí lo que les ocurrió a los cinco! Cuando el walí se despertó de su siesta, le dijo su
esposa: "¡Ojalá te haya endulzado la dulzura del sueño! ¡Me tienes muy contenta con los cinco
esclavos que compraste!"
El preguntó: "¿Qué esclavos?" Ella dijo: "¿Por qué me lo quieres ocultar? ¡Así te engañen ellos
como tú me engañas!" El dijo: "¡Por Alah, que no he comprado esclavos! ¿Quién te ha informado
tan mal?" Ella contestó: "¡La misma vieja a quien se los compraste por mil doscientos dinares los
trajo aquí y me lo enseñó en el patio, vestido cada cual con un traje que por sí solo vale mil
dinares!" El preguntó: "¿Y le has dado el dinero?" Ella dijo: "¡Si, por Alah!" Entonces el walí bajó al
patio, donde no vio a nadie más que al arriero, al barbero, al judío, al joven mercader y al tintorero,
y preguntó a sus guardias: "¿Dónde están los cinco esclavos que la vieja comerciante acaba de
vender a vuestra ama?" Le contestaron: "¡Durante toda la siesta de nuestro amo, no hemos visto
más que a esos cinco que están ahí!" Entonces el walí se encaró con los cinco y les dijo: "¡Vuestra
ama, la vieja, acaba de venderos a mí por mil dinares! ¡Vais a dar comienzo a vuestro trabajo
limpiando los pozos negros!" Al oír estas palabras, exclamaron los cinco querellantes, en el límite
de la estupefacción: "¡Si así es como haces justicia, no nos queda más remedio que recurrir a
nuestro amo el califa para quejarnos de ti! ¡Somos hombres libres que no se nos puede vender ni
comprar! ¡Yalah! ¡Ven con nosotros a ver al califa! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 443ª NOCHE
Ella dijo:
"...iYalah! ¡Ven con nosotros a ver al califa!" Entonces el walí les dijo: "¡Si no sois esclavos,
seréis estafadores y ladrones! ¡Porque vosotros fuisteis quienes trajisteis a la vieja y combinásteis
con ella semejante estafa! Pero ¡por Alah, que a mi vez os venderé a extranjeros por cien dinares
cada uno!"
Mientras tanto, entró en el patio del palacio el capitán Azote de-las-Calles, que venía a
querellarse ante el walí de la aventura acaecida a su esposa la jovenzuela. Porque, al regreso de
su viaje, había visto en cama a su esposa, enferma de vergüenza y de emoción, y por ella había
sabido cuanto le sucedió, y añadió ella: "¡Todo esto me ha pasado sólo por culpa de tus palabras
duras, que me decidieron a recurrir a los buenos oficios del jeique Multiplicador!"
Así es que cuando el capitán Azote divisó al walí, hubo de gritarle: "¿Eres tú quien así permite
que las viejas alcahuetas penetren en los harenes y estafen a las esposas de los emires? ¿Para
eso nada más tienes tu oficio? Pero ¡por Alah!, que te hago responsable de la estafa cometida
conmigo y de los daños y perjuicios causados a mi esposa!"
Al oír estas palabras del capitán Azote-de-las-Calles, los cinco exclamaron: "¡Oh, emir! ¡Oh
valiente capitán Azote! ¡También nosotros ponemos nuestro pleito entre tus manos!" Y les preguntó
él: "¿Qué tenéis que reclamar también vosotros?" Entonces le contaron ellos toda su historia, que
es inútil repetir. Y les dijo el capitán Azote: "¡Ciertamente, también fuisteis burlados vosotros! ¡Y
está muy equivocado ahora el walí si cree que va a poder encarcelaros!"
Cuando el walí hubo oído todas estas palabras dijo al capitán Azote: "¡Oh emir! ¡De mi cuenta
corre el pago de las indemnizaciones que te corresponden y la restitución de los efectos de tu
esposa, y me comprometo a dar con la vieja estafadora!" Luego se encaró con los cinco, y les
preguntó: "¿Quiénes de vosotros sabrá reconocer a la vieja?" El arriero contestó, coreado por los
demás: "¡Todos sabremos reconocerla!" Y añadió el arriero: "¡Entre mil zorras la conocería yo por
sus ojos azules y brillantes! ¡Danos solamente diez de tus guardias para que nos ayuden a
apoderarnos de ella!" Y cuando el walí les dio los diez guardias pedidos salieron del palacio.
Y he aquí que apenas habían andado por la calle algunos pasos, con el arriero a la cabeza,
cuando se tropezaron precisamente con la vieja que acababa de evadírseles. Pero consiguieron
atraparla y le ataron las manos a la espalda y la arrastraron a presencia del walí, que le preguntó:
"¿Qué has hecho de todas las cosas que robaste?" Ella contestó: "¿Yo? ¡Nunca he robado nada a
nadie! ¡Y nada he visto ni comprendo lo que dices!" Entonces el walí se encaró con el celador
mayor de las prisiones, y le dijo:
"¡Métela hasta mañana en el calabozo más húmedo que tengas!"
Pero contestó el carcelero: "¡Por Alah, que me guardaré muy mucho de cargar con semejante
responsabilidad! ¡Estoy seguro de que sabrá dar con alguna estratagema para escaparse de mi
custodia!"
Entonces se dijo el walí: "¡Lo mejor será tenerla expuesta a todas las miradas para que no
pueda escaparse, y hacer que la vigilen durante toda esta noche para que podamos juzgarla
mañana!" Y montó a caballo, y seguido por toda la banda hizo que la arrastraran fuera de las
murallas de Bagdad y la ataran por los cabellos a un poste en pleno campo. Después, para tener
mayor seguridad, encargó a los cinco querellantes que la vigilaran por sí mismos aquella noche
hasta la mañana.
Así es que los cinco, principalmente el arriero, empezaron por vengar su resentimiento en ella
motejándola con todos los dicterios que les sugerían las vejaciones y engaños sufridos por ellos.
Pero como todo tiene fin, hasta el fondo del saco de maldiciones de un arriero, y la bacía de
malicias de un barbero, y el túnel de ácidos de un tintorero, y como les tenía, además, rendidos la
falta de sueño durante tres días y las emociones experimentadas, los cinco querellantes, una vez
terminada su cena, acabaron por amodorrarse al pie del poste en que estaba sujeta por los
cabellos Dalila la Taimada.
Y he aquí que ya había transcurrido gran parte de la noche, y alrededor del poste roncaban los
cinco individuos, cuando acertaron a pasar por el paraje en que se hallaba presa Dalila dos
beduínos a caballo, que iban al paso charlando uno con otro. Y la vieja oyó que cambiaban
impresiones. Porque uno de los beduínos preguntaba a su compañero: "Oye; hermano, ¿qué es lo
mejor que hiciste durante tu estancia en la maravillosa Bagdad? ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 444ª NOCHE
Ella dijo:
"...Oye, hermano, ¿qué es lo mejor que hiciste durante tu estancia en la maravillosa Bagdad?
Después de una pausa, contestó el otro: "¡Por Alah! ¡he comido deliciosos buñuelos de miel y
crema, que tanto me gustan! ¡Y ahí tienes lo mejor que hice en Bagdad!"
Entonces exclamó su interlocutor como venteando por el aire el olor de imaginarios buñuelos
fritos en aceite y rellenos de crema y endulzados con miel: "Por el honor de los árabes, que ahora
mismo me vuelvo a Bagdad para comer ese delicioso bocado que no probé en mi vida durante mis
correrías por el desierto!" . A la sazón, el beduino que ya había comido, buñuelos rellenos de
crema y miel se despidió de su engolosinado compañero para seguir su camino, en tanto el otro,
volviendo sobre sus pasos a Bagdad, llegaba al poste y descubría allí a Dalila atada por los
cabellos y con los cinco hombres dormidos en torno suyo.
Al ver aquello, se aproximó a la vieja y le preguntó: "¿Qué te ocurre? ¿Y por qué estás ahí?"
Ella dijo llorando: "¡Oh jeique de los árabes, bajo tu protección me pongo!" Dijo él: "¡No hay mayor
Protector que Alah! Pero, ¿por qué estás atada a ese poste?" Ella contestó: "Has de saber, ¡oh
jeique árabe! ¡oh honorabilísimo! que tengo por enemigo a un pastelero vendedor de buñuelos
rellenos de crema y miel, que sin duda es el más reputado de Bagdad por lo a punto que
confecciona y fríe esos buñuelos. Pues bien; para vengarme de una injuria que me había inferido,
el otro día me acerqué a su mostrador y escupí en sus buñuelos. Entonces el pastelero fué a
aquerellarse contra mí al walí el cual me condenó a estar atada a este poste y permanecer en él
mientras no pueda comerme de una sentada diez bandejas enteramente llenas de buñuelos. Y
mañana por la mañana es cuando deben presentarme las diez bandejas de buñuelos. Pero el caso
es ¡por Alah! ¡oh jeique de los árabes! que a mi alma siempre la disgustaron todos los dulces, y
principalmente es refractaria a los buñuelos rellenos de crema y miel. ¡Ay de mí!" Al oír estas
palabras, exclamó el beduíno: "¡Por el honor de los árabes! ¡no me separé de mi tribu y no volví a
Bagdad más que para satisfacer mi deseo de buñuelos! ¡Si quieres, mi buena tía, yo me comeré
por ti los de las bandejas!" Ella contestó: "¡No te dejarán, a no ser que estés atado en mi lugar a
este poste! iY como precisamente he llevado velado siempre el rostro, no me ha visto nadie ni
sabrán adivinar el cambio! ¡No tienes más que trocar tus trajes por los míos después de
desatarme!" El beduído, que no deseaba otra cosa, se apresuró a desatarla, y luego de cambiar de
traje con ella, hizo que le atara al poste en lugar suyo, tras de lo cual, vestida con el albornoz del
beduíno y ceñida la cabeza con sus cordones negros de pelo de camello, la vieja saltó al caballo y
desapareció en la lejanía camino de Bagdad.
Al día siguiente, cuando abrieron los ojos, los cinco recomenzaron con sus invectivas de la
noche para dar los buenos días a la vieja. Pero les dijo el beduíno: "¿Dónde están los buñuelos?
¡Mi estómago los anhela ardientemente!"
Al oír aquella voz, exclamaron los cinco: "¡Por Alah! ¡si es un hombre! ¡Y habla como los
beduínos!"
Y el arriero saltó sobre sus pies y se acercó a él, y le preguntó: "¡Ya Badawi! ¿qué haces ahí?
¿Y cómo te atreviste a desatar a la vieja?"
El interpelado contestó: "¿Dónde están los buñuelos? ¡En toda la noche no he comido! ¡Sobre
todo, no economicéis la miel! Ella, la pobre vieja, tenía un alma que aborrecía las confituras; pero a
la mía le gustan mucho".
Al oír estas palabras, comprendieron los cinco que, como a ellos, también había chasqueado
la vieja al beduíno, y después de golpearse la cara con fuerza en su desesperación, exclamaron:
"¡Nadie puede rehuír su Destino ni evitar que se cumpla lo que está escrito por Alah!"
Y mientras permanecían indecisos sin saber qué hacer, llegó el walí acompañado de sus
guardias al paraje en que se encontraban y se acercó al poste. Entonces le preguntó el beduíno:
"¿Dónde están las bandejas con buñuelos de miel?" Al oír estas palabras, el walí alzó la vista hacia
el poste y vió al beduíno en lugar de la vieja; y preguntó a los cinco: "¿Qué es esto?"
Le contestaron: "¡Es el Destino!" Y añadieron: "La vieja se escapó embaucando a este
beduíno. Y a ti es ¡oh walí! a quien hacemos responsable ante el califa de su fuga; porque si nos
hubieras dado guardias para vigilarla, no hubiera conseguido escaparse. ¡Nosotros no somos
guardias, como tampoco somos esclavos a quienes se vende o se compra!"
Entonces el walí se encaró con el beduíno y le preguntó qué había pasado; y éste, con un sin
fin de exclamaciones de deseo, le contó su historia, y terminó diciendo: "¡Pronto, que me traigan
los buñuelos!" Al oír tales palabras, el walí y los guardias lanzaron una carcajada considerable,
mientras los cinco, con los ojos rojos de sangre y de venganza, le decían: "¡No nos separaremos
de ti más que ante nuestro amo el Emir de los Creyentes!" Y acabando de comprender que se
habían burlado de él, el beduíno dijo igualmente al walí: "¡Yo a ti solo te hago responsable de la
pérdida de mi caballo y de mi traje!" Entonces el walí se vio en la precisión de llevarlos con él a
Bagdad, al palacio del Emir de los Creyentes, el califa Harún Al-Raschid. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 445ª NOCHE
Ella dijo:
...de llevarlos con él a Bagdad, al palacio del Emir de los Creyentes, el califa Harún Al-Raschid.
Se les concedió audiencia y entraron al diwán, donde ya se había adelantado a ellos el capitán
Azote-de-las-Calles, que era uno de los primeros querellantes.
El califa, que obraba por sí mismo siempre, empezó por interrogarles uno tras de otro, al
arriero el primero y al walí el último. Y cada cual contó al califa su historia con todos los detalles.
Entonces el califa, extremadamente maravillado con aquel asunto, les dijo a todos: "¡Por el honor
de mis abuelos los Bani-Abbas, os doy seguridad de que todo lo que se os robó os será devuelto!
¡Tú, arriero, tendrás tu burro y una indemnización! ¡Tu, barbero, tendrás todos tus muebles y
utensilios! ¡Tú, mercader, tu bolsa y tus vestiduras! ¡Tú, judío, tus alhajas! ¡Tú, tintorero, una tienda
nueva! ¡Y tú, jeique árabe, tu caballo, tu traje y tantas bandejas de buñuelos de miel como pueda
anhelar la capacidad de tu alma! ¡Pero lo que hace falta ante todo es encontrar a la vieja!"
Y se encaró con el walí y con el capitán Azote, y les dijo: "¡A ti, emir Khaled, te serán
igualmente restituidos tus mil dinares! Y a ti, emir Mustafá, las alhajas y los vestidos de tu esposa,
amén de una indemnización. ¡Pero tenéis que encontrar a la vieja! Os dejo encargados de ello.
Al oír estas palabras, el emir Khaled sacudió sus vestiduras y alzó al cielo los brazos, exclamando:
"¡Por Alah, excúsame, oh Emir de los Creyentes! ¡No me atrevo a volver a encargarme de
semejante tarea! ¡Después de todas las jugarretas que me ha hecho esa vieja, no respondo que
no dé ella con algún otro medio para lucrarse a mis expensas!"
Y el califa se echó a reír y le dijo: "¡Encarga a otro de esa misión entonces!" El walí dijo: "En
ese caso, ¡oh Emir de los Creyentes! da tú mismo la orden de buscar a la vieja al hombre más hábil
de Bagdad, que es el propio jefe de policía de Tu Derecha, Ahmad-la-Tiña! ¡Hasta ahora no ha
tenido nada que hacer, no obstante su habilidad, los servicios que puede prestar y el importante
sueldo que cobra!"
Entonces llamó el califa: "¡Ya mokaddem Ahmad!" Y al punto avanzó Ahmad-la-Tiña entre las
manos del califa, y dijo: "A tus órdenes, ¡oh Emir-de los Creyentes!"
El califa dijo: "¡Escucha, capitán Ahmad! ¡hay una vieja que hace tales y cuales cosas! ¡Y tú
eres el encargado de encontrarla y traérmela!" Y dijo Ahmad.laTiña: "Te garanto de que te la
traeré, ¡oh Emir de los Creyentes!" Y salió seguido de sus cuarenta alguaciles, mientras el califa
hacía que se quedaran con él los cinco y el beduíno.
Y he aquí que el jefe de los alguaciles de Ahmad-la-Tiña era un hombre ducho en esta clase
de pesquisas, y que se llamaba Ayub Lomo-de-Camello. Como estaba acostumbrado a hablar con
libertad a su jefe el antiguo ladrón Ahmad-la-Tiña, se acercó a él, y le dijo: "Capitán Ahmad, en
Bagdad hay más de una vieja, ¡y por mi barba, que va a ser difícil la captura!" Y Ahmad-la-Tiña le
preguntó: "¿Qué quieres decirme con eso, ¡oh Ayub Lomo-de-Camello!?" El otro contestó: "Jamás
seremos lo bastante numerosos para conseguir atrapar a la vieja, y opino que debemos convencer
al capitán Hassán-la-Peste para que nos acompañe con sus cuarenta alguaciles, pues él tiene más
experiencia que nosotros en esta clase de expediciones". Pero Ahmadla-Tiña, que no quería
compartir con su colega la gloria de la captura, contestó en alta voz para que le oyese Hassán-la-
Peste, que estaba en la puerta principal del palacio: "¡Por Alah! ¡oh Lomo-de-Camello! ¿desde
cuándo tenemos necesidad de otro para resolver nuestros asuntos?" Y pasó orgullosamente a
caballo, con sus cuarenta alguaciles, por delante de Hassán-la-Peste, a quien mortificó mucho
aquella respuesta y también la elección que el califa hizo escogiendo sólo a Ahmadla-Tiña y
desdeñándole a él, a Hassán. Y se dijo: "¡Por la vida de mi cabeza afeitada, que tendrán necesidad
de mí!"
Volviendo a Ahmad-la-Tiña, una vez que llegó a la plaza enclavada delante del palacio del
califa, arengó a su hombres para animarlos y les dijo: "¡Oh bravos míos! vais a dividiros en cuatro
grupos para hacer indagaciones en los cuatro barrios de Bagdad. ¡Y mañana a mediodía tornaréis
a reuniros conmigo en la taberna de la calle Mustafá para darme cuenta de lo que hicisteis o
encontrasteis!" Y tras de acordar de esta manera el punto de cita, se dividieron en cuatro grupos,
cada uno de los cuales fué a recorrer un barrio diferente, mientras que por su parte, Ahmad-la-Tiña
se dedicaba a husmear el aire a su paso.
En cuanto a Dalila y su hija Zeinab no tardaron en enterarse, por el rumor público, de las
indagaciones que el califa encargó a Ahmad-la-Tiña con objeto de detener a una vieja bribona
cuyas bellaquerías eran la comidilla de todo Bagdad. Al saber tal noticia, Dalila dijo a su hija: "¡Oh
hija mía! nada tengo que temer de todos ellos no yendo en su compañía Hassán-la-Peste! porque
Hassán es en Bagdad el único hombre cuya perspicacia me pone en cuidado, pues sólo él me
conoce y te conoce, y en cuanto quisiera, hoy mismo, podía venir a detenernos, sin que nos fuera
posible la menor estratagema para escaparnos de él. ¡Demos, pues, gracias al Protector que nos
protege!" Su hija Zeinab contestó: "¡Oh madre mía! ¡qué buena ocasión es ésta para jugarles
alguna mala pasada a ese Ahmad-la-Tiña y a sus cuarenta idiotas! ¡qué alegría, oh madre mía!"
Dalila contestó: "¡Oh hija de mis entrañas! como hoy me siento un poco indispuesta, cuento contigo
para mofarnos de esos cuarenta y un bandidos. ¡La cosa es fácil, y no dudo de tu sagacidad!"
Entonces Zeinab, que era una joven graciosa y esbelta, con ojos oscuros en un rostro encantador y
claro...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 446ª NOCHE
Ella dijo:
...Entonces Zeinab, que era una joven graciosa y esbelta con ojos oscuros en un rostro
encantador y claro, se levantó al punto y se vistió con gran elegancia y se veló la cara con una
ligera muselina de seda, de modo que el brillo de sus ojos era más aterciopelado y subyugante.
Adornada a la sazón de esta manera, fué a abrazar a su madre, y le dijo:
"¡Oh madre! ¡juro por la integridad de mi candado intacto y cerrado, que me adueñaré
de los cuarenta y uno y serán mi juguete!" Y salió de la casa y se fue a la calle Mustafá, y entró
en la taberna de Hagg-Karim el de Mossul.
Empezó por hacer una zalema muy amable al tabernero Hagg-Karim, quien se la devolvió con
creces, encantado. Entonces le dijo ella: "¡Ya Hagg-Karim! ¡he aquí cinco dinares para ti si quieres
alquilarme hasta mañana la sala interior grande, adonde voy a invitar a algunos amigos, sin que
puedan penetrar allí tus parroquianos habituales!"
El tabernero contestó: "¡Por tu vida!, ¡oh mi ama! y por la vida de tus ojos, hermosos ojos, que
consiento en alquilarte por nada mi sala grande, con la sola condición de que no escatimes las
bebidas a tus invitados!" Ella sonrió, y le dijo: "¡Aquellos a quienes invito son jarras cuyo fondo se
olvidó de cerrar el alfarero que hubo de construírlas, y por ellas pasarán todos los líquidos de tu
tienda! ¡No tengas cuidado por eso!" Y volvió en seguida a su casa cogiendo el burro del arriero y
el caballo del beduíno, cargándolos con colchones, alfombras, taburetes, manteles, bandejas,
platos y otros utensilios, y a toda prisa regresó a la taberna, descargando al asno y al caballo de
todas aquellas cosas para colocarlas en la sala grande que había alquilado. Extendió los manteles,
puso en orden los frascos de bebidas, las copas y los platos que compró, y cuando hubo acabado
este trabajo, fué a apostarse en la puerta de la taberna.
No hacía mucho tiempo que se hallaba allí, cuando vio asomar por las inmediaciones a diez de
los alguaciles de Ahmad-la-Tiña llevando a la cabeza a Lomo-de-Camello, que tenía un aspecto
muy feroz. Y precisamente se encaminaba él a la tienda con los otros nueve; y a su vez vio a la
bella joven, que había tenido cuidado de levantarse, como por inadvertencia, el ligero velo de
muselina que le cubría la cara. Y Lomo-de-Camello quedó deslumbrado y a la par que encantado
de aquella tierna belleza tan agradable, y le preguntó: "¿Qué haces ahí, ¡oh jovenzuela!?"
Ella contestó, asestándole de soslayo una mirada lánguida: "¡Nada! ¡Espero mi Destino!
¿Acaso eres el capitán Ahmad?" El dijo: "¡No, por Alah! Pero puedo reemplazarle si se trata de
hacerte algún servicio que tengas que pedirle, porque soy el jefe de sus alguaciles, Ayub Lomo-de-
Camello, tu esclavo, ¡oh ojos de gacela!"
Ella le sonrió otra vez, y le dijo: "¡Por Alah!, ¡oh jefe alguacil! que si la cortesía y las buenas
maneras quisieran elegir un domicilio seguro, tomarían como guías a vuestros cuarenta! ¡Entrad,
pues, aquí y bienvenidos seáis! ¡La acogida amistosa que encontraréis en mí no es más que un
homenaje merecido por tan encantadores huéspedes!" Y les introdujo en la sala dispuesta de
antemano, e invitándoles a que se sentaran en torno a las bandejas grandes con bebidas, les dió
de beber vino mezclado con el narcótico bang. Así es que a las primeras copas que vaciaron los
diez se cayeron de espaldas como elefantes borrachos o como búfalos poseídos por el vértigo, y
se sumergieron en un profundo sueño.
Entonces Zeinab los arrastró de los pies uno por uno y los arrojó a lo último de la tienda,
amontonándolos unos sobre otros, y escondiéndolos debajo de una manta grande, corrió por
delante de ellos una amplia cortina, y salió para apostarse de nuevo en la puerta de la taberna.
Enseguida apareció la segunda patrulla de diez alguaciles, que también quedó hechizada por
los ojos oscuros y el rostro claro de la bella Zeinab, y sufrió el mismo trato que la patrulla anterior, e
igual hubo de ocurrirles a la tercera y a la cuarta patrullas. Y después de haber amontonado unos
encima de otros detrás de la cortina a todos los alguaciles, la joven puso en orden la sala y salió a
esperar la llegada del propio Ahmad-la-Tiña.
No hacía mucho que se encontraba allí, cuando apareció en su caballo Ahmad-la-Tiña,
amenazador y con los ojos relampagueantes y los pelos de la barba y del bigote erizados cual los
de la hiena hambrienta. Llegado que fue a la puerta, se apeó de su caballo y ató la brida del animal
a una de las anillas de hierro empotradas en los muros de la taberna, y exclamó: "¿Dónde están
todos esos hijos de perro? ¡Les ordené que me esperasen aquí! ¿Los has visto?
Entonces Zeinab balanceó sus caderas, asestó una mirada dulce a la izquierda, luego a la
derecha, sonrió con los labios, y dijo: "¿A quién, ¡oh mi amo?”
Y he aquí que tras las dos miradas que le lanzó la joven, Ahmad sintió que sus entrañas
le trastornaban el estómago y que gemía el niño, única herencia que le quedaba como
capital e intereses.
Entonces dijo a la sonriente Zeinab, que permanecía inmóvil en una postura candorosa: "¡Oh
jovenzuela, a mis cuarenta alguaciles!"
Como súbitamente poseída por un sentimiento de respeto al oír estas palabras, Zeinab se
adelantó hacia Ahmad-la-Tiña y le besó la mano, diciendo: "¡Oh capitán Ahmad, jefe de la Derecha
del califa! los cuarenta alguaciles me han encargado que te diga que al extremo de la callejuela
han visto a la vieja Dalila que buscas y que iban en su persecución sin pararse aquí; pero
aseguraron que volverían con ella pronto; y ya no tienes más que esperarles en la sala grande de
la taberna, donde yo misma te serviré con mis ojos".
Entonces, precedido por la joven, Ahmad-la-Tiña entró en la tienda, y embriagado con los
encantos de aquella bribona y subyugado por sus artificios, no tardó en ponerse a beber copa tras
copa, cayendo como muerto bajo el efecto operado en su razón por el bang adormecedor con las
bebidas.
A la sazón Zeinab, sin pérdida de tiempo, empezó por quitar a Ahmad-la-Tiña toda la ropa y
cuanto llevaba encima de él, no dejándole sobre el cuerpo más que la camisa y el amplio
calzoncillo; luego fue adonde estaban los otros y les despojó de la propia manera. Tras de lo cual
recogió todos sus utensilios y todos los efectos que acababa de robar, los cargó en el caballo de
la-Tiña en el del beduíno y en el burro del arriero, y enriquecida así con aquellos trofeos de su
victoria, regresó sin incidentes a su casa, y se lo entregó todo a su madre Dalila, que hubo de
abrazarla llorando de alegría.
En cuanto a Ahmad-la-Tiña y sus cuarenta compañeros...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 447ª NOCHE
Ella dijo:
...En cuanto a Ahmad-la-Tiña y sus cuarenta compañeros, estuvieron durmiendo durante dos
días y dos noches, y cuando por la mañana del tercer día despertaron de su sueño extraordinario,
no supieron explicarse al pronto su presencia allí dentro, y a fuerza de suposiciones, acabaron por
no dudar ya de la jugarreta de que habían sido víctimas. Aquello les humilló mucho, especialmente
a Ahmad-la-Tiña, que había mostrado tanta seguridad en presencia de Hassán-la-Peste y que
estaba muy avergonzado a la sazón por tener que salir a la calle de aquella manera. Sin embargo,
hubo de decidirse a abandonar la taberna, y precisamente la primera persona con quien se
encontró por su camino fué Hassán-la-Peste, quien al verle vestido sólo con la camisa y el
calzoncillo y seguido por sus cuarenta alguaciles ataviados como él, comprendió al primer golpe de
vista la aventura que acababa de ocurrirles.
Ante semejante espectáculo, Hassán-la-Peste se regocijó hasta el límite del regocijo, y se
puso a cantar estos versos:
;Las jóvenes candorosas creen parecidos a todos los hombres! ¡No saben que no nos
parecemos más que en nuestros turbantes!
¡Entre nosotros, unos son sabios y otros imbéciles! ¿No hay en el cielo estrellas sin
fulgor y otras como perlas?
¡Las águilas y los halcones no comen carne muerta, en tanto que los buitres impuros se
posan sobre los cadáveres!
Cuando Hassán-la-Peste hubo acabado de cantar, se aproximó a Ahmad-la-Tiña, y habiéndolo
reconocido , le dijo:
"¡Por Alah, mokaddem Ahmad, las mañanas son frescas a orillas del Tigris, y cometéis una
imprudencia al salir así sólo con la camisa y el calzoncillo!"
Y contestó Ahmad-la-Tiña: "¡Y tú, ya Hassán, eres aun más pesado y más frío de ingenio que
la mañana! Nadie escapa a su suerte, y nuestra suerte fué vernos burlados por una joven. ¿Acaso
la conoces?"
Hassán contestó: "¡La conozco y conozco a su madre! Y si quieres, al instante te las
capturaré".
Ahmad preguntó: "¿Y cómo?" Hassán contestó: "¡No tienes más que presentarte al califa, y
para hacer patente tu incapacidad, agitarás tu collar, y has de decirle que me encargue a mí de la
captura en lugar tuyo!"
Entonces Ahmad-laTiña, después de vestirse, fué al diwán con Hassán-la-Peste, y el califa le
preguntó: "¿Dónde está la vieja, mokaddem Ahmad?" El aludido agitó su collar y contestó: "¡Por
Alah, ¡oh Emir de los Creyentes! que no la encuentro! ¡El mokaddem Hassán cumplirá mejor esa
misión! ¡La conoce, y hasta afirma que la vieja no ha hecho todo eso más que para que se hable
de ella y atraerse la atención de nuestro amo el califa!"
Entonces Al-Raschid se encaró con Hassán, y le preguntó: "¿Es cierto, mokaddem Hassán?
¿Conoces a la vieja? ¿Y crees que no ha hecho todo eso más que para merecer mis favores?" El
interpelado contestó: "¡Es cierto, oh Emir de los Creyentes!"
Entonces exclamó el califa: "¡Por la tumba y el honor de mis antecesores, que perdonaré a la
tal vieja si restituye a todos éstos lo que les ha robado!"
Y dijo Hassán-la-Peste: "Si así es, ¡oh Emir de los Creyentes! dame para ella el salvoconducto
de seguridad". Y el califa tiró su pañuelo a Hassán-la-Peste en prenda de seguridad para la vieja.
Al punto salió del diwán Hassán, tras de haber recogido la prenda de seguridad, y corrió
directamente a casa de Dalila, a quien conocía de larga fecha. Llamó a la puerta y fué a abrirle la
propia Zeinab. Preguntó él: "¿Dónde está tu madre?" Ella dijo: "¡Arriba!" Dijo él: "Vé a decirle que
abajo está Hassán, el mokaddem de la Izquierda, que trae para ella de parte del califa el pañuelo
de seguridad, pero con la condición de que restituya todo cuanto ha robado. ¡Y dile que baje por
buenas, pues si no me veré obligado a emplear con ella la fuerza!"
Y he aquí que Dalila, la cual había oído estas palabras, exclamó desde dentro: "¡Tírame el
pañuelo de seguridad! ¡Y te acompañaré a la presencia del califa con todas las cosas robadas!"
Entonces Hassán-la-Peste le tiró el pañuelo, que Dalila hubo de anudarse al cuello; luego ayudada
por su hija, empezó a cargar al burro del arriero y a los dos caballos con todos los objetos robados.
Cuando acabaron, Hassán dijo a Dalila: "¡Todavía faltan los efectos de Ahmad-la-Tiña y sus cuarenta
hombres!" Ella contestó: "¡Por el Nombre Más grande, que no fui yo quien se apoderó de
ellos!"
Hassán se echó a reír y dijo: "¡Es verdad! ¡Fué tu hija Zeinab la que hizo esa jugarreta!
¡Guárdalos, pues!" Luego, seguido por las tres acémilas, que guiaba él en reata con una cuerda, se
llevó a Dalila y la condujo al diwán entre las manos del califa...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 448ª NOCHE
Ella dijo:
... se llevó a Dalila y la condujo al diwán entre las manos del califa.
Cuando Al-Raschid vió entrar a aquella vieja diabólica, no pudo por menos de ordenar en alta
voz que la arrojaran inmediatamente en la alfombra de la sangre para ejecutarla. Entonces,
exclamó ella: "Estoy bajo tu protección, ¡oh Hassán!"
Y Hassán-la-Peste se levantó y besó las manos del califa, y le dijo: "Perdónala, ¡oh Emir de
los Creyentes! Le has dado la prenda de seguridad. ¡Mírala en su cuello!" El califa contestó: "¡Es
cierto! ¡Así que la perdono por consideración hacia ti!" Luego se encaró con Dalila, y le dijo: "Ven
aquí, ¡oh vieja! ¿Cuál es tu nombre?" Ella contestó: "¡Mi nombre es Dalila, y soy la esposa del
antiguo director de tus palomares!"
Dijo él: "En verdad que eres astuta y estás llena de estratagemas. ¡Y en adelante te llamarás
Dalila la Taimada!" Luego le dijo: "¿Puedes decirme, por lo menos, con qué objeto hiciste todas
esas jugarretas a esta gente que ves aquí y levantaste tanto ruido, fatigándonos los corazones?"
Entonces Dalila se arrojó a los pies del califa, y contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! créeme que
no fué por avaricia por lo que obré así. ¡Pero cuando oí hablar de las pasadas estratagemas y
jugarretas hechas en otro tiempo en Bagdad por los jefes de Tu Derecha y de Tu Izquierda Ahmadla-
Tiña y Hassán-la-Peste, se me ocurrió hacer lo mismo que ellos a mi vez, y aun superarlos, a fin
de poder obtener de nuestro amo el califa los sueldos y el cargo de mi difunto marido, padre de mis
pobres hijas!"
Al escuchar estas palabras, el arriero se levantó con viveza, y exclamó: "¡Juzgue y sentencie
Alah entre esta vieja y yo! ¡No solamente no se ha contentado ella en robarme el borrico, sino que
impulsó al barbero moghrabín que está aquí a que me arrancara las dos últimas muelas y me
cauterizara las sienes con clavos al rojo!"
Y también el beduíno se levantó, y exclamó: "¡Juzgue y sentencie Alah entre esta vieja y yo!
¡No solamente no se ha contentado ella con atarme al poste en su lugar y robarme el caballo, sino
que me impidió satisfacer mi deseo de buñuelos rellenos de miel!"
Y a su vez el tintorero, el barbero, el joven mercader, el capitán Azote, el judío y el walí se
levantaron pidiendo a Alah reparación de los daños que les causó la vieja. Así es que el califa, que
era magnánimo y generoso, empezó por devolver a cada cual los objetos que se le habían robado,
y les indemnizó ampliamente por cuenta de su peculio particular. Y especialmente al arriero, pues
hizo que le dieran mil dinares de oro, a causa de la pérdida de sus dos muelas y de las
cauterizaciones sufridas, y le nombró jefe de la corporación de arrieros. Y todos salieron del diwán
felicitándose de la generosidad del califa y de su justicia, y olvidaron sus tribulaciones.
En cuanto a Dalila, le dijo el califa: "¡Ahora, ¡oh Dalila! puedes pedirme lo que anheles!" Ella
besó la tierra entre las manos del califa, y contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡no anhelo de tu
generosidad más que una cosa, y es ser reintegrada en el cargo y sueldo de mi difunto marido, el
director de las palomas mensajeras! Y sabré llenar estas funciones, pues en vida de mi marido era
yo quien, ayudada por mi hija Zeinab, daba de comer a las palomas y les ataba al cuello las cartas
y limpiaba el palomar. Y era yo igualmente quien cuidaba el khan grande que hiciste construir para
las palomas y que guardaban de día y de noche cuarenta negros y cuarenta perros, los mismos
que tomaste al rey de los afghans, descendientes de Soleimán, cuando venciste a aquel
soberano".
Y contestó el califa: "¡Sea, oh Dalila! Al instante voy a hacer que se te adjudique la dirección
del khan grande de las palomas mensajeras y el mando de los cuarenta negros y los cuarenta
perros ganados al rey de los afghans, descendientes de Soleimán. Y con tu cabeza responderás
entonces la pérdida de cualquiera de esas palomas que para mí son más preciosas que la misma
vida de mis hijos. ¡Pero no dudo de tus aptitudes!" A la sazón añadió Dalila: "También quisiera ¡oh
Emir de los Creyentes! que mi hija Zeinab habitara conmigo en el khan para que me ayudase en la
vigilancia general". Y el califa le dió autorización para ello.
Entonces, después de haber besado las manos del califa, Dalila regresó a su casa, y ayudada
por su hija Zeinab, hizo transportar sus muebles y efectos al khan grande, y escogió para
habitación el pabellón construido a la misma entrada del khan. Y el propio día tomó el mando de
los cuarenta negros, y vestida con traje de hombre y tocada la cabeza con un casco de oro, se
presentó a caballo ante el califa para tomar órdenes e informarse de los mensajes que tenía que
expedir él a las provincias. Y cuando llegó la noche, soltó en el patio principal del khan, para que lo
guardaran, a los cuarenta perros de la raza de aquellos que sirvieron a los pastores de Soleimán. Y
siguió presentándose a caballo en el diwán todos los días, tocada con el casco de oro rematado
por una paloma de plata, y acompañada por el cortejo de sus cuarenta negros vestidos de seda
roja y de brocado. Y para adornar su nueva vivienda, colgó en ella los trajes de Ahmad-la-Tiña, de
Ayub Lomo-de-Camello y de sus cuarenta compañeros.
¡Y así fué como Dalila la Taimada y su hija Zeinab la Embustera obtuvieron en Bagdad,
merced a su destreza y a sus artificios, el honorable cargo de la dirección de los palomares y el
mando de los cuarenta negros y los cuarenta perros guardianes nocturnos del khan grande! ¡Pero
Alah es más sabio!
Pero ya es hora ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada- de hablar de Alí Azogue y de sus
aventuras con Dalila y su hija Zeinab, y con Zaraik, el hermano de Dalila, que era vendedor de
pescado frito, y con el mago judío Azaria. ¡Porque esas aventuras son infinitamente más
asombrosas y más extraordinarias que todas las oídas hasta el presente!"
Y dijo para sí el rey Schahriar: "¡Por Alah, que no la mataré mientras no haya oído las
aventuras de Alí Azogue!" Y al ver aparecer la mañana, Schehrazada se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 449ª NOCHE
Ella dijo:
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que en tiempos de Ahmadla-Tiña y Hassán-la-Peste,
había en Bagdad otro ladrón tan sagaz y tan escurridizo que jamás consiguió capturarle la policía;
pues no bien creía tenerle ya cogido, se le escapaba como se escurre entre los dedos una bola de
azogue que se quisiera sujetar. A eso obedecía que en El Cairo, su patria, le pusieran el apodo de
Alí Azogue.
Porque antes de su llegada a Bagdad, Alí Azogue vivía en El Cairo, y partió de allí para ir a
Bagdad con motivo de cosas memorables que merecen ser mencionadas al comienzo de esta
historia.
Un día estaba sentado, triste y ocioso, en medio de sus compañeros, dentro del subterráneo
que les servía de punto de reunión, y viendo los demás que tenía el corazón apretado y oprimido el
pecho, trataban de distraerle; pero él seguía adusto en su rincón con el semblante enfurruñado,
contraídas las facciones y fruncidas las cejas. Entonces le dijo uno de ellos: "¡Oh jefe nuestro!
¡para dilatarte el pecho, nada hay mejor que un paseo por las calles y zocos de El Cairo!" Y Alí
Azogue acabó por levantarse y salir, caminando sin rumbo por los barrios de El Cairo, aunque no
se le aclaró su negro humor. Y llegó de tal suerte a la calle Roja, mientras a su paso la gente se
retiraba presurosa en prueba de consideración y respeto hacia él.
Cuando desembocaba en la calle Roja y se disponía a entrar en una taberna donde
acostumbraba a embriagarse, vio cerca de la puerta a un aguador con su odre de piel de cabra a la
espalda y el cual seguía por su camino haciendo tintinear, al chocar una con otra, las dos tazas de
cobre en que echaba de beber a los sedientos. Y canturreaba su pregón, diciendo unas veces que
su agua era como miel y otras veces que era como vino, a medida de todos los deseos. Y aquel
día, acompasando su pregón al tintineo de las dos tazas que se entrechocaban, cantaba de este
modo:
¡De la uva se saca el licor mejor! ¡No hay dicha sin un amigo de corazón! ¡La dicha
duplica su valor en él! ¡Y el sitio de honor es para el que habla bien!
Cuando vio el aguador a Alí Azogue, hizo tintinear en honor suyo las dos tazas sonoras, y
cantó:
¡Oh transeúnte! ¡he aquí la pura, la dulce, la deliciosa, la fresca agua! ¡mi agua, que es el
ojo del gallo! ¡mi agua, que es el cristal! ¡mi agua, que es el ojo, la alegría de las gargantas,
el diamante! ¡agua, agua, mi agua!
Luego preguntó: "¿Quieres una taza, mi señor?" Azogue contestó: "¡Dámela!" Y el aguador le
llenó una taza, que tuvo cuidado de enjuagar previamente, y se la ofreció, diciendo: "¡Es una
delicia!" Pero Alí Azogue cogió la taza, la miró un instante, la volcó y tiró el agua al suelo, diciendo:
"¡Dame otra!" Entonces se puso serio el aguador, considerándole con la mirada, y exclamó: "¡Por
Alah! ¿y qué encuentras en esta agua, más clara que el ojo del gallo, para tirarla al suelo así?" Alí
contestó: "¡Me da la gana! ¡Echame otra taza!" Y el aguador llenó de agua por segunda vez la taza
y se la ofreció religiosamente a Alí Azogue, quien la cogió y la vertió de nuevo, diciendo:
"¡Llénamela otra vez!" Y exclamó el aguador: "¡Ya sidi, si no quieres beber, déjame proseguir mi
camino!" Y le brindó una tercera taza de agua. Pero aquella vez Azogue vació de un sorbo la taza y
se la entregó al aguador, depositando en ella como gratificación un dinar de oro. Y he aquí que el
aguador, lejos de mostrarse satisfecho por semejante ganancia, midió con la mirada a Azogue y le
dijo con tono zumbón: "¡Que tengas buena suerte, mi señor, y que yo tenga buena suerte! ¡Una
cosa es la gentuza, y los grandes señores son otra cosa muy distinta!"
Al oír estas palabras, Alí Azogue, que no necesitaba tanto para que le hiciese estornudar la
cólera, cogió de la ropa al aguador, le administró una andanada de puñetazos, zarandéandoles a él
y a su odre, le arrinconó contra el muro de la fuente pública de la calle Roja, y le gritó: "¡Ah hijo de
alcahuete! ¿te parece que un dinar de oro es poco por tres tazas de agua? ¡Ah! ¿conque es muy
poco? ¡Pues si tal como está tu odre valdrá apenas tres monedas de plata, y la cantidad de agua
que he tirado al barro no llega ni a una pinta!"
El aguador contestó: "¡Así es, mi señor!" Azogue preguntó: "Pues entonces, ¿por qué me
hablaste de esa manera? ¿Habrás encontrado en tu vida a alguien más generoso de lo que yo fui
contigo?"
El aguador contestó: "¡Sí, por Alah! He encontrado en mi vida a alguien más generoso que tú!
¡Porque mientras estén encinta las mujeres y engendren hijos, habrá siempre sobre la tierra
hombres de corazón generoso!" Azogue preguntó: "¿Y podrías decirme quién es ese hombre que
encontraste más generoso que yo?"
El aguador contestó: "¡Ante todo, suéltame, y siéntate ahí, en el escalón de la fuente! ¡Y te
contaré mi aventura, que es extremadamente extraña!"
Entonces soltó Azogue al aguador; y después de sentarse ambos en una de las gradas de
mármol de la fuente pública, junto al odre que dejaron en el suelo, el aguador contó. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 450ª NOCHE
Ella dijo:
...y después de sentarse ambos en una de las gradas de mármol de la fuente pública, junto al
odre, que dejaron en el suelo, el aguador contó:
"Has de saber ¡oh mi generoso amo! que mi padre era el jeique de la corporación de
aguadores de El Cairo, no de los aguadores que venden agua al por mayor en las casas, sino de
los que, como yo, la venden al por menor, llevándola a la espalda y despachándola por las calles.
"Cuando murió mi padre, me dejó de herencia cinco camellos, una mula, la tienda y la casa.
¡Aquello era más de lo que necesitaha para visir dichoso un hombre de mi condición! Pero ¡oh mi
amo! el pobre nunca está satisfecho, ¡y el día en que por casualidad se siente satisfecho al
fin, muere! Así, pues, yo pensaba para mi ánima: "¡Voy a aumentar mi herencia con el tráfico y el
comercio!" Y al punto fui en busca de diversos prestamistas que me confiaron mercancías. Cargué
aquellas mercancías en mis camellos y en mi mula, y me marché a traficar en Hedjaz durante la
época de peregrinación a la Meca. Pero ¡oh mi amo! el pobre no se enriquece nunca, ¡y si se
enriquece, muere! Fui tan desgraciado con mi tráfico, que antes de terminarse la peregrinación
perdí cuanto poseía, y me vi obligado a vender mis camellos y mi mula para atender a las
necesidades del momento. Y me dije: «¡Si vuelves a El Cairo, te cogerán tus acreedores y te
meterán en la cárcel!» Entonces me agregué a la caravana de Siria, y fui a Damasco, a Alepo y de
allí a Bagdad.
"Una vez llegado a Bagdad, pregunté por el jefe de la corporación de aguadores y me presenté
a él. Como buen musulmán, empecé por recitarle el capítulo liminar del Korán y le deseé la paz. A
la sazón me interrogó por mi estado, y le conté todo lo que me había sucedido. Y sin tardanza me
dió un ajustador, un odre y dos tazas para que pudiese ganarme la vida. Y salí una mañana por el
camino de Alah, con mi odre a la espalda, y empecé a circular por los diversos barrios de la ciudad,
cantando mi pregón, como los aguadores de El Cairo. Pero ¡oh mi amo! el pobre permanece
pobre porque tal es su destino!
"En efecto, no tardé en ver cuán grande era la diferencia entre los habitantes de Bagdad y los
de El Cairo. En Bagdad, ¡oh mi amo! la gente no tiene sed; ¡y los que por casualidad se deciden a
beber no pagan! ¡Porque el agua es de Alah! Al oír las respuestas de los primeros individuos a
quienes hice mis ofertas cantadas, advertí todo lo malo que era el tal oficio. Pues cuando a uno de
ellos le brindé mi taza, hubo de contestarme: "¿Pero acaso me diste de comer, para darme de
beber ahora?"
Yo continué entonces mi camino, asombrándome de la funesta manera de comenzar allí en mi
oficio, y brindé la taza a otro; pero me contestó: "¡La ganancia está en Alah! Sigue tu camino ¡oh
aguador!" No quise desalentarme, y continué caminando por ¡os zocos, parándome delante de las
tiendas bien acreditadas; pero nadie me hizo seña de que le sirviera agua ni quiso dejarse tentar
por mis ofertas y el tintineo de mis vasos de cobre. Y así permanecí hasta mediodía, sin haber
ganado con qué comprarme una bizcochada de pan y un cohombro. Porque ¡oh mi amo! el destino
del pobre le obliga a tener a veces hambre. ¡Pero el hambre, oh mi amo! es menos dura que la
humillación! Y el rico experimenta bastantes humillaciones y las soporta peor que el pobre, que no
tiene nada que perder ni que ganar. Así yo, por ejemplo, si me he enfadado por tu cólera, no es por
mí, sino por mi agua, que es un don excelente de Alah. Pero tu cólera para conmigo ¡oh mi amo!
se debe a motivos que afectan a tu persona.
"El caso es que, al ver que mi estancia en Bagdad comenzaba de manera tan triste, pensé
para mi ánima: "¡Más te hubiera valido ¡oh pobre! morir en una cárcel dentro de tu país que en
medio de esas gentes a quienes no les gusta el agua!" Y mientras me obstinaba en tales
pensamientos, vi de pronto levantarse en el zoco una gran polvareda y correr gente en cierta
dirección. Entonces, como mi oficio consiste en ir a donde va muchedumbre, corrí con todas mis
fuerzas, llevando mi odre a la espalda, y me dejé llevar por la corriente. Y a la sazón vi un cortejo
espléndido compuesto por dos filas de hombres que llevaban en la mano bastones, ostentaban
gorros enriquecidos con perlas, iban vestidos con hermosos albornoces de seda y al costado les
colgaban magníficos alfanjes incrustados ricamente. Y marchaba al frente de ellos un jinete de
aspecto terrible, ante el cual todas las cabezas se inclinaban hasta la tierra. Entonces pregunté:
«¿A qué se debe este cortejo? ¿Y quién es ese jinete?» Me contestaron: «¡Bien se ve, por tu
acento egipcio y tu ignorancia, que no eres de Bagdad! Ese cortejo es el del mokaddem Ahmad-la-
Tiña, jefe de policía de la Derecha del califa, que está encargado de mantener el orden por los
arrabales. Y el que ves a caballo es él mismo. ¡Disfruta de muchos honores y de un sueldo de mil
dinares al mes, exactamente igual que su colega. Hassán-la-Peste, jefe de la Izquierda! ¡Y cada
uno de sus hombres cobra cien dinares mensuales! ¡Precisamente acaban de salir del diwán
ahora, y van a su casa para hacer la comida de mediodía!»
"Entonces ¡oh mi amo! me puse a vocear mi pregón a estilo egipcio, tal como me viste hace
poco, acompañándome con el tintineo de mis vasos sonoros. Y lo hice de modo que me oyó y me
vió el mokaddem Ahmad, y guiando hacia mí su caballo me dijo: "¡Oh hermano de Egipto, por tu
canto te reconozco! ¡Dame una taza de tu agua!" Y cogió la taza que le brindé, la volcó y tiró al
suelo el contenido para hacérmela llenar por segunda vez y verterla en el suelo de nuevo,
exactamente igual que tú, ¡oh mi amo! y beber de un sorbo la tercera taza que me hizo que le
llenase. Luego exclamó en alta voz: «¡Viva El Cairo con sus habitantes, ¡oh aguador, hermano mío!
¿Por qué viniste a esta ciudad en donde no se estima y remunera a los aguadores?» Y le conté mi
historia y le hice comprender que estaba sin dinero y huido a causa de mis deudas y de mis
apuros. Entonces exclamó: «Bien venido seas, pues, a Bagdad!» Y me dió cinco dinares de oro, y
encarándose con todos los hombres de su cortejo les dijo, «¡Por el amor de Alah, recomiendo a
vuestra liberalidad este hombre de mi patria!» ¡Al punto cada hombre del cortejo me pidió una taza
de agua, y después de bebérsela, dejó en ella un dinar de oro! De modo que al cabo de aquella
ronda tenía yo más de cien dinares de oro en la caja de cobre que colgabá de mi cinturón. Luego
me dijo el mokaddem Ahmad-la-Tiña: «¡Esta será tu remuneración cada vez que nos sirvas de
beber durante tu estancia en Bagdad!» Así es que en pocos días se llenó varias veces mi caja de
cobre; y conté los dinares y vi que poseía mil y pico.
Entonces pensé para mi ánima: «Ya te llegó la hora de volver a tu país, ¡oh aguador! pues por
muy bien que se esté en tierra extraña, se encuentra uno en su patria mejor todavía. ¡Y además,
tienes deudas, y has de pagarlas!» Entonces me dirigí al diwán, donde ya me conocían y me
trataban con muchos miramientos; y entré a despedirme de mi bienhechor, recitándole estos
versos...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 451ª NOCHE
Ella Dijo:
"... y entré a despedirme de mi bienhechor, recitándole estos versos:
¡La morada del extranjero en tierra extranjera es semejante a un edificio construído en el
aire!
¡Sopla el viento, se derrumba el edificio, y el extranjero lo abandona! ¡Más le hubiera
valido no construirlo!
Luego le dije: "¡He aquí que parte para El Cairo una caravana, quisiera agregarme a ella para
volver con los míos!" Entonces me dio él una mula y cien dinares, y me dijo: "A mi vez ¡oh jeique!
quisiera encargarte una comisión de confianza.¿Conoces a mucha gente en El Cairo?" Yo
contesté: "¡Conozco a toda la gente generosa que allá habita!" El me dijo: "Entonces toma esta
carta y entrégasela en propia imano a mi antiguo compañero Alí Azogue, de El Cairo; y dile de mi
parte: "¡Tu jete te envía sus zalemas y sus votos! ¡Ahora está con el kalifa Harún Al-Raschid!"
"Cogí la carta, besé la mano del mokaddem Ahmad, y abandoné Bagdad para venir a El
Cairo, donde llegué hace cinco días apenas. Empecé por buscar a mis acreedores, a quienes
pagué religiosamente con todo el dinero que había ganado en Bagdad merced a la generosidad de
Ahmad-la-Tiña. Tras de lo cual volví a ponerme mi ajustador de cuero, cargué mi odre a la espalda
y me hice aguador como antes, tal cual me ves, ¡oh mi amo! ¡Pero en vano busco por todo El Cairo
al amigo de Ahmad-la-Tiña, a Alí Azogue, pues no puedo dar con él para entregarle la carta que
llevo siempre entre los pliegues de mi ropa!
"Y tal es ¡oh mi amo! la aventura que me acaeció con el más generoso de mis clientes".
Cuando el aguador hubo acabado de contar su historia, Alí Azogue se levantó y le abrazó como el
hermano abraza al hermano, y le dijo: "¡Oh aguador, semejante mío, perdóname mi cólera de hace
poco para contigo! ¡Sin duda el hombre que encontraste en Bagdad y era más generoso que yo, el
único más generoso que yo, es mi antiguo jefe! ¡Porque el Alí Azogue a quien buscas, el primer
compañero de Ahmad-laTiña, soy yo mismo! ¡Regocija, pues, tu alma, refresca tus ojos y tu
corazón y dame la carta de mi superior!" Entonces el aguador hubo de entregarle la carta,
abriéndola el otro, y leyendo en ella lo que sigue:
"¡La zalema del Mokaddem Ahmad-la-Tiña al más ilustre y al primero de sus hijos, Alí Azogue!
"Te escribo ¡oh adorno de los más hermosos! en una hoja que volará hacia ti con el viento.
"¡Si fuese pájaro, yo mismo a tus brazos volaría transportado por el deseo! Pero, ¿podrá volar
aún el pájaro a quien cortaron las alas? "Porque has de saber ¡oh el más hermoso! que estoy
ahora a la cabeza de los cuarenta alguaciles de Ayub Lomo-de-Camello, todos ellos, como
nosotros, antiguos bravos, autores de mil soberbias hazañas. Y fui nombrado por nuestro amo el
califa Harún Al-Raschid, jefe de policía de Su Derecha, encargado de custodiar la ciudad y los
arrabales, con un sueldo de mil dinares al mes, sin contar los ingresos extraordinarios y ordinarios
por parte de las gentes que desean congraciarse conmigo. "Si tú ¡oh el más querido! quieres dar
un vasto meidán al vuelo de tu genio y abrirte la puerta de las bienandanzas y las riquezas no
tienes más que venir a Bagdad para reunirte con tu amigo. Aquí acometerás altas empresas, y te
prometo obtenerte entonces los favores del califa, una plaza digna de ti y de nuestra amistad y un
tratamiento tan considerable como el mío.
"¡Ven, pues, hijo mío, a reunirte conmigo y a dilatarme el corazón con tu presencia deseada!
"¡Y sean contigo la paz de Alah y sus bendiciones, ¡ya Alí!"
Cuando Alí Azogue hubo leído esta carta de su jefe Ahmad-la-Tiña, se estremeció de alegría y
de emoción, y blandiendo su largo bastón en una mano y la carta en la otra mano, ejecutó una
danza fantástica sobre los escalones de la fuente, atropellando a las viejas y a los mendigos.
Después besó varias veces la carta, llevándosela a la frente luego; y se quitó su cinturón de cuero
y lo vació, dejando en las manos del aguador todas las monedas de oro que contenía, para darle
gracias por la buena noticia y la comisión. Y se apresuró a reunirse en el subterráneo con los
bergantes de su banda para anunciarles su inmediata partida a Bagdad.
Cuando estuvo entre ellos, les dijo: "¡Hijos míos, os dejo encomendados unos a otros!"
Entonces exclamó su lugarteniente: "¿Cómo, maestro? ¿Es que nos abandonas?" Alí contestó:
"¡Me espera mi destino en Bagdad, entre las manos de mi jefe Ahmad-la-Tiña!" el otro dijo:
"¡Precisamente nos hallamos en un momento de apuro! ¡Nuestro almacén de provisiones está
vacío! ¿Y qué va a ser de nosotros sin ti?" Alí contestó: "Antes de llegar a Bagdad, en cuanto entre
en Damasco, ya encontraré la manera de enviaros algo con que podáis atender a todas vuestras
necesidades. ¡No temáis, pues, hijos míos!" Luego se quitó la ropa que llevaba, hizo sus
abluciones y se vistió con un traje ceñido a la cintura y con un largo capote de viaje de amplias
mangas; guardó en su cinturón de cuero dos puñales y un machete; se puso a la cabeza un
tarbusch extraordinario y empuñó una inmensa lanza de cuarenta y dos codos de longitud, y hecha
con nudos de bambú que podían meterse a voluntad unos con otros. Después saltó a lomos de su
caballo y se marchó.
Apenas había salido de El Cairo, cuando divisó ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente:
Y CUANDO LLEGO LA 452ª NOCHE
Ella dijo:
... Apenas había salido de El Cairo, cuando divisó una caravana, a la cual se agregó al
enterarse que se dirigía a Damasco y a Bagdad. Aquella caravana era del síndico de los
mercaderes de Damasco, hombre muy rico que volvía desde la Meca a su país. Y he aquí que Alí,
que era joven, hermoso y todavía no tenía pelo en las mejillas, le gustó en extremo al síndico de
los mercaderes, a los camelleros y a los muleteros, y a la vez que se defendía de sus diversos
atentados nocturnos, supo hacerle una porción de servicios apreciables, protegiéndolos centra
los beduínos salteadores y los leones del desierto; de modo que a su llegada a Damasco le
demostraron su agradecimiento gratificándole cada cual con cinco dinares. Y Alí, que no se
olvidaba de sus compañeros de El Cairo, se apresuró a enviarles todo aquel dinero, sin guardar
para él más que lo estrictamente necesario para continuar su camino y llegar a Bagdad por fin.
Y así fué como Alí Azogue, de El Cairo, abandonó su país para ir a Bagdad, buscando su destino
entre las manos de su maestro Ahmad-la-Tiña, el antiguo jefe de aquellos bravos.
No bien hubo entrado en la ciudad, se dedicó a buscar la vivienda de su amigo preguntando a
varias personas nue no supieron o no quisieron indicársela. Y llegó de tal suerte a una plaza
llamada Al-Nafz, donde vio a unos muchachos que estaban jugando bajo la dirección de otro más
pequeño que todos ellos y al que llamaban Mahmud el Aborto. Y precisamente se trataba de aquel
Mahmud el Aborto que era hijo de la hermana casada de Zeinab. Y Alí Azogue pensó para sí: "¡Ya
Alí! las nuevas de las personas nos las facilitan sus hijos!"
Y para atraerse a los chicos, al punto se dirigió a la tienda de un confitero y compró un pedazo
grande de halawa con aceite de sésamo y azúcar; luego se acercó a los pequeñuelos que jugaban,
y les dijo: "¿Cuál de vosotros quiere halawa todavía caliente?" Pero Mahmud el Aborto no dejó
acercarse a los demás chicos, y fué a ponerse delante de Alí él solo, y le dijo: "¡Dame halawa!"
Entonces Alí le dió el pedazo, deslizándole en la mano al mismo tiempo una moneda de plata. Pero
cuando el Aborto vió el dinero, creyó que aquel hombre se lo daba para atentar contra él y
seducirle, y le gritó:
"¡Vete! ¡Yo no me vendo! ¡Yo no hago cosas feas! ¡Pregunta a los demás por mí y te lo
dirán!"
Alí Azogue, que en aquel momento no pensaba en liviandades ni en nada semejante, dijo al
pequeño pervertido: "Hijo mío, lo que te doy es para pagarte un informe que deseo de ti; y si te
pago es porque los bravos pagan siempre los servicios que sean de otros bravos. ¿Puedes
decirme solamente dónde está la vivienda del mokaddem Ahmad-la-Tiña?" El Aborto contestó: "¡Si
no es más que eso lo que deseas de mí, la cosa es fácil! Echaré a andar delante de ti, y cuando
llegue frente a la casa-de Ahmad-la-Tiña, con mis pies descalzos lanzaré contra la puerta un
guijarro. De este modo nadie me verá hacerte la indicación. ¡Y así sabrás cuál es la vivienda de
Ahmad-la-Tiña!" Y efectivamente, echó a correr delante de Azogue, y al cabo de cierto tiempo
cogió con sus pies descalzos un guijarro, y sin moverse, lo lanzó contra la puerta de una casa. Y
maravillado de la puntería, de la precocidad, de la destreza, de la desconfianza, de la malicia y de
la sutileza del pillastre, exclamó Azogue: "¡Inschalah, ya Mahmud! el día en que también me
nombren jefe de policía, te escogeré para que seas el primero entre tris bravos!" Luego Alí llamó a
la puerta de Ahmad-la-Tiña.
Cuando Ahmad-la-Tiña oyó los golpes dados en la puerta, saltó sobre ambos pies en el límite
de la emoción, y dijo a voces a su lugarteniente Lomo-de-Camello: "¡Oh Lomo-de-Camello! ¡ve a
abrir en seguida al más hermoso entre los hijos de los hombres! ¡El que llama a mi puerta no es
otro que Alí Azogue, mi antiguo lugarteniente de El Cairo! ¡Lo conozco por su manera de llamar!" Y
Lomo-de-Camello ni por un instante dudó que fuese precisamente Alí Azogue quien estaba al otro
lado de la puerta, y se apresuró a abrirla y a introducirle donde esperaba Ahmad-la-Tiña. Y
abrazáronse tiernamente los dos antiguos amigos; y después de las primeras efusiones y las
zalemas reiteradas como si se tratase de un hermano suyo, Ahmad-la-Tiña le vistió con un traje
magnífico, diciéndole: "¡Cuando el califa me nombró jefe de Su Derecha y me dio ropas para mis
hombres, reservé este traje para ti, pensando que te encontraría un día u otro!"
Luego le hizo sentarse en medio de ellos, en el sitio de honor; e hizo servir un festín prodigioso
para festejar su encuentro; y se pusieron todos a comer, a beber y a regocijarse durante toda
aquella noche.
Al día siguiente por la mañana, cuando llegó para Ahmad la hora de ir al diwán al frente de sus
cuarenta, dijo a su amigo Alí: "¡Ya Alí! tienes que ser prudente al comienzo de tu estancia en
Bagdad. ¡Guárdate, pues, de salir de casa para no atraerte la curiosidad de estos habitantes, que
son pegajosos! ¡No creas que Bagdad es El Cairo! ¡Bagdad es la corte del califa, y los espías
hormiguean aquí como en Egipto las moscas, y los estafadores y sacadineros pululan por aquí
como por allá las ocas y los sapos!"
Y contestó Alí Azogue: "¡Oh maestro! ¿acaso vine a Bagdad para encerrarme como una virgen
entre las cuatro paredes de una casa?" Pero Ahmad le aconsejó que tuviera paciencia, y se
marchó al diwán al frente de sus alguaciles.
En cuanto à Alí Azogue...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 453ª NOCHE
Ella dijo:
... En cuanto a Alí Azogue, tuvo paciencia para permanecer encerrado tres días en casa de su
amigo. Pero al cuarto día, sintió que se le contraía el corazón y se le oprimía el pecho, y preguntó
a Ahmad si era ya tiempo de comenzar las hazañas que debían ilustrarle y hacerle merecedor de
los favores del califa. Ahmad contestó: "Cada cosa a su hora, hijo mío. ¡Déjame a mí solo el
cuidado de ocuparme de ti y predisponer para contigo al califa antes de que emprendas tus
hazañas!"
Pero en cuanto salió Ahmad-la-Tiña, Alí Azogue no pudo estarse quieto, y se dijo: "¡Voy a
tomar un poco de aire nada más para dilatarme el pecho!" Y dejó la casa y empezó a recorrer las
calles de Bagdad, trasladándose de un lugar a otro y deteniéndose a veces en casa de un
pastelero o en la tienda de un cocinero para tomar un bocado o devorar cualquier cosa de
pastelería. Y he aquí que divisó un cortejo de cuarenta negros vestidos de seda roja, cubiertos con
gorros altos de fieltro blanco y armados de grandes machetes de acero. Iban ordenados de dos en
dos; y detrás de ellos, montada en una mula con ricos jaeces; cubierta con un casco de oro
coronado por una paloma de plata, y vestida con una cota de malla de acero, avanzaba, en medio
de su gloria y su esplendor, la directora de las palomas, Dalila la Taimada.
... Precisamente acababa de salir del diwán y volvía al khan. Pero al pasar por delante de Alí
Azogue, a quien no conocía y que no la conocía a ella, quedó asombrada de su belleza, de su
juventud, de su buen aspecto, de su apostura elegante, de su apariencia agradable y sobre todo de
su semejanza en la expresión de la mirada con el propio Ahmad-la-Tiña, su enemigo. Y al punto
dijo unas palabras a uno de sus negros, que fue a informarse a hurtadillas, entre los mercaderes
del zoco, acerca del nombre y la condición del hermoso joven; pero ninguno pudo decirle nada. Así
es que cuando Dalila regresó a su pabellón del khan, llamó a su hija Zeinab y le dijo que le llevara
la mesa de la arena adivinatoria; luego añadió: "¡Hija mía, acabo de encontrarme en el zoco con un
joven tan hermoso, que la belleza le reconocería como uno de sus favoritos! ¡Pero ¡oh hija mía! su
mirada se asemeja de un modo muy extraño a la de nuestro enemigo Ahmad-la-Tiña! ¡Y mucho me
temo que ese extranjero a quien nadie en el zoco conoce, haya venido a Bagdad para jugarnos
alguna mala pasada! ¡Por eso voy a consultar acerca de él a mi mesa adivinatoria!"
Tras estas palabras, agitó la arena a estilo cabalístico, murmurando palabras talismánicas y
leyendo al revés unos renglones de escritura hebrea; luego en un libro mágico combinaciones
algebráicas y químicas de números y letras, y encarándose con su hija, le dijo: "Oh hija mía! ese
hermoso joven se llama Alí Azogue y viene de El Cairo! ¡Es amigo de nuestro enemigo Ahmad-la-
Tiña, que no le ha hecho venir a Bagdad más que para jugarnos una mala pasada y vengarse así
de la que tú misma le jugaste enborrachándole y quitándole el traje a él y a sus cuarenta. Además,
sé que vive en casa de Ahmad-la-Tiña".
Pero le contestó su hija Zeinab: "¡Oh madre mía! y después de todo; ¿qué nos importa el tal
individuo? ¡No hagas caso de ese jovenzuelo imberbe!"
La vieja contestó: "¡La arena adivinatoria acaba de revelarme también que la suerte de ese
joven sobrepujará con mucho a mi suerte y a la tuya!" Zeinab dijo: "Ahora vamos a verlo, ¡oh
madre!" Y enseguida se puso su ropa mejor, después de haberse sombreado la mirada con su
barrita de kohl y juntado las cejas con su pasta negra fumada, y salió para ver si encontraba al
consabido joven.
Empezó a recorrer lentamente los zocos de Bagdad balanceando sus caderas y guiñando los
ojos por debajo de su velo, y lanzando miradas destructoras de corazones, y prodigando a su paso
sonrisas para unos, promesas tácitas para otros, coqueterías, mimos, arrumacos, respuestas con
las pupilas, preguntas con las cejas, asesinatos con las pestañas, despertares con los brazaletes,
música con sus cacabeles y fuego en todas las entrañas, hasta que ante el escaparate de un
vendedor de kenafa se encontró con el propio Alí Azogue, a quien conoció por su hermosura.
Entonces se acercó a él, y como por inadvertencia le dio con él hombro un golpe que le hizo
vacilar, y fingiéndose enfadada porque la habían tropezado, le dijo: "¡Vivan los ciegos! ¡oh
clarividente!"
Al oír estas palabras, Alí Azogue se limitó a sonreír junto a la bella joven cuya mirada le
traspasaba ya de una parte a otra, y contestó: "¡Oh, cuán hermosa eres, jovenzuela! ¿A quién
perteneces?" Ella entornó por debajo del velo sus ojos magníficos, y contestó: "¡A todo ser bello
que se parezca a ti!" Azogue preguntó: "¿Estás casada o eres virgen?" Ella contestó: "¡Casada
para suerte tuya!" El dijo: "¿Será, entonces, en mi casa o en tu casa?" Ella contestó: "Prefiero en
mi casa. Sabe que estoy casada con un mercader, y soy hija de un mercader. Y hoy es la vez
primera que por fin puedo salir de casa, porque mi esposo acaba de ausentarse por una semana.
Y he aquí que en cuanto él marchó quise divertirme, y dije a mi servidora que guisara para mí
manjares muy apetitosos. ¡Pero como los más apetitosos manjares no serían deliciosos sin la
sociedad de los amigos, he salido de casa en busca de alguien tan hermoso y tan bien educado
como tú para que comparta mi comida y pase conmigo la noche! Y te he visto, y se me entró en el
corazón tu amor. ¿Te dignarás, pues, regocijarte el alma, aliviarte el corazón y aceptar un bocado
de comida en mi casa...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 454ª NOCHE
Ella dijo:
".. y aceptar un bocado de comida en mi casa?" El joven contestó: "¡Cuando a uno le invitan,
no es posible rehusar!" Entonces echó a andar ella delante de él, y él la siguió de calle en calle,
caminando a cierta distancia.
Y mientras caminaba así detrás de ella, iba pensando él: "¡Ya Alí, lo que hiciste resulta una
imprudencia en un extranjero recién llegado! ¿Quién sabe si no te vas a ver expuesto al rencor del
marido, que puede caer de improviso sobre ti mientras duermes, y cortarte em venganza tu gallo
y los huevos que empolla?
Y he aquí que el Sabio ha dicho:
"¡Al que copula en um país extranjero donde le hospedan, le castigará el Gran
Hospitalario!"
Será, por consiguiente, más razonable por parte tuya excusarte cortésmente con ella,
diciéndole algunas palabras amables". Aprovechó, pues, el momento en que llegaban a un lugar
retirado, se acercó a ella, y le dijo: "Mira, ¡oh jovenzuela! toma este dinar para ti y dejemos nuestra
entrevista para otro día". Ella contestó: "¡Por el Nombre Más Grande! es absolutamente preciso
que seas hoy mi huésped, porque nunca me he sentido tan predispuesta como hoy a los escarceos
múltiples y a los juegos ardorosos".
Entonces la siguió, y llegó con ella frente a una vasta casa cuya puerta estaba cerrada con
fuerte cerradura de madera. Y la joven hizo ademán de buscar en su vestido la llave, y exclamó
luego contrariada: "¡Pues he perdido mi llave! ¿Cómo vamos a arreglarnos para abrir ahora?"
Después fingió tomar una decisión, y le dijo: "¡Abre tú!" El dijo: "¿Cómo voy a abrir sin llave una
cerradura? ¡No me atrevo a forzarla!"
Por toda respuesta le lanzó ella bajo el velo dos miradas, que le abrieron sus cerraduras más
profundas; luego añadió: "¡No tendrás más que tocarla y se abrirá!" Y Azogue puso su mano en la
cerradura, y la puerta se abrió. Entraron ambos, y le condujo ella a una sala llena de armas
hermosas y alfombrada con hermosos tapices, donde le hizo sentarse. Extendió sin tardanza el
mantel, y sentándose junto al joven, se puso a comer en su compañía y a colocarle ella misma la
comida entre los labios, bebiendo luego con él y divirtiéndose sin permitirle siquiera que la tocara, o
la diera un beso, o un pellizco, o un mordisco; porque en cuanto se inclinaba él hacia ella para
besarla, ella interponía la mano vivamente entre su mejilla y los labios del joven, y el beso iba a
darle en la mano solamente. Y a las demandas apremiantes de Alí, contestaba Zeinab:
" ¡La voluptuosidad no llega a su plenitud más que por la noche!”
Terminada de tal suerte su comida, se levantaron para lavarse las manos y salieron al patio,
acercándose al pozo; y Zeinab quiso manejar por sí sola la cuerda y la polea y sacar el cubo del
fondo del pozo; pero de pronto lanzó un grito y se asomó al brocal, golpeándose el pecho y
retorciéndose los brazos presa de una desesperación extremada; y le preguntó Azogue: "¿Qué te
ocurre, ojos míos?" Ella contestó: "Acaba de escurrírseme y caérseme al fondo del pozo mi sortija
de rubíes, que me estaba grande. ¡Me la había comprado mi marido ayer por quinientos dinares! Y
como me estaba muy grande, la achiqué con cera; pero no me sirvió de nada, pues acaba de
caérseme ahí abajo!"
Luego añadió: "¡Ahora mismo voy a ponerme desnuda y a bajar al pozo, que no es profundo,
para buscar mi sortija! ¡Vuélvete, pues, de cara a la pared para que pueda desnudarme!" Pero
Azogue contestó: ¡Qué vergüenza para mí ¡oh mi señora! si consintiera yo que en mi presencia te
tomaras el trabajo de bajar! ¡Yo solo bajaré a buscar en el fondo del agua tu sortija!" Y al momento
se desnudó completamente, cogióse con las dos manos a la cuerda de fibras de palmera de la
garucha, y se dejó bajar en el cubo al fondo del pozo.
Cuando tocó el agua, soltó la cuerda y se sumergió en busca de la sortija; y le llegaba a los
hombros el agua fría y negra en la oscuridad. Y en aquel mismo nstante Zeinab la Embustera tiró
con viveza del cubo y gritó a Azogue: `¡Ya puedes llamar para que te socorra a tu amigo Ahmad-la-
Tiña!" Y se apresuró a salir de la casa llevándose las ropas de Azogue. Luego, sin cerrar detrás de
ella la puerta, se volvió con su madre.
Y he aquí que la casa adonde Zeinab había arrastrado a Azogue pertenecía a un emir del
diwán, ausente entonces para ir a sus asuntos. Así es que cuando estuvo de regreso en su casa y
vio la puerta abierta, no le cupo duda de que allí había entrado un ladrón, y llamó a su palafrenero
y empezó a hacer pesquisas por toda la casa; pero al ver que no se habían llevado nada y que no
había huellas de ladrones, no tardó en tranquilizarse. Luego, como quería hacer sus abluciones,
dijo a su palafrenero: "¡Coge el jarro y llénamelo con agua fresca del pozo!" Y el palafrenero fue al
pozo e hizo bajar el cubo, y cuando lo creyó bastante lleno quiso tirar de él; pero lo encontró
extraordinariamente pesado. Entonces miró al fondo del pozo y divisó sentada en el cubo una vaga
forma negra que le pareció un efrit. Al ver aquello, soltó la cuerda y echó a correr, gritando
enloquecido: "¡Ya sidi! ¡en el pozo hay un efrit! ¡Está sentado en el cubo!
Entonces le preguntó el emir: "¿Y cómo es?" El palafrenero dijo: "¡Es terrible y negro! ¡Y
gruñía como un cochino!" El emir le dijo: "¡Corre a buscar a cuatro sabios lectores del Korán para
que vengan a leer el Korán en presencia de ese efrit y a exorcizarle...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 455ª NOCHE
Ella dijo:
". . . para que vengan a leer el Korán en presencia de ese efrit y a exorcizarle!" Y el palafrenero
salió al punto corriendo en busca de los sabios lectores del Korán, que se instalaron alrededor del
pozo. Y comenzaron a recitar los versículos conjuratorios, mientras el palafrenero y su amo tiraban
de la cuerda y sacaban el cubo fuera del pozo. Y en el límtie del espanto, vieron todos al efrit
consabido, que no era otro que Alí Azogue saltar del cubo sobre ambos pies y exclamar: "¡Alah
Akbar!" Y se dijeron los cuatro lectores: "¡Es un efrit de los creyentes, porque pronuncia el
Nombre!" Pero el emir no tardó en ver que era un hombre de la especie de los hombres, y le dijo:
"¿Acaso eres un ladrón?"
El joven contestó: "¡No, por Alah! pero soy un pobre pescador. Estando dormido a orillas del
Tigris, he copulado con el aire en sueños, y como al, despertarme me encontré mojado, me metí en
el agua para lavarme; pero un remolino me arrastró al fondo del agua, y una corriente subterránea
me impulsó entre las sábanas líquidas hasta este pozo donde estaban mi destino y mi salvación,
gracias a ti".
Ni por un instante dudó el emir de la veracidad de aquel relato, y dijo: "¡Todo sucede porque
así está escrito!" Y le dio un manto viejo para que se cubriese y le despidió condoliéndose de su
estancia en el agua fría del pozo.
Cuando Alí Azogue llegó a casa de Ahmad-la-Tiña, donde ya estaban muy inquietos por su
ausencia, y contó su aventura, se burlaron mucho de él, especialmente Ayub Lomo-de-Camello,
que le dijo: "¡Por Alah! ¿Cómo puedes haber sido jefe de banda en El Cairo, dejándote engañar y
robar en Bagdad por una jovenzuela?" Y Hassán-la-Peste, que precisamente estaba de visita en
casa de su colega, preguntó a Azogue: "¡Oh, inocente egipcio! ¿conoces por lo menos el nombre
de la joven que jugó contigo, y sabes quién es y de quién es hija?" Alí contestó: "¡Sí, por Alah! ¡es
hija de un mercader y esposa de un mercader! ¡Pero no me dijo su nombre!" Al oír estas palabras
soltó una carcajada Hassán-la-Peste, y le dijo: "¡Voy a describírtela! ¡La que tú crees una mujer
casada, es una joven virgen, y de ello te respondo! ¡Se llama Zeinab! ¡Y no es hija de ningún
mercader, sino de Dalila-la-Taimada, directora de nuestras palomas mensajeras! Con su dedo
meñique hacían dar vueltas a todo Bagdad ella y su madre, ¡ya Alí! y se trata de la misma que
embaucó a tu maestro, robándole los trajes a él y a sus cuarenta aquí presentes!"
Y como Alí Azogue reflexionara profundamente, Hassán-la-Peste le preguntó: "¿Qué piensas
hacer ahora?" Alí contestó: "¡Casarme con ella! ¡Porque la amo locamente a pesar de todo!"
Entonces le dijo Hassán: "¡En ese caso te auxiliaré, pues sin mí ya puedes abandonar de
antemano un proyecto tan temerario, renunciando a él y acallando tu hígado con respecto a la lista
jovenzuela!"
Azogue exclamó: "¡Ya Hassán, ayúdame con tus consejos!" Hassán le dijo: "¡De todo corazón
amistoso! ¡Pero con la condición de que en lo sucesivo no bebas más que en la palma de mi mano,
ni obres más que bajo mis banderas! ¡Y en tal caso, te prometo el logro de tu proyecto y la
satisfacción de tus deseos!" El joven contestó: "¡Ya Hassán, soy tu criado y tu discípulo!" Entonces
le dijo la-Peste: "¡Empieza por desnudarte completamente!" Y Azogue se quitó el manto viejo que
llevaba, y quedóse desnudo por completo.
Entonces Hassán-la-Peste cogió un puchero lleno de pez y una pluma de gallina, y barnizó
con aquello todo el cuerpo de Azogue y la cara, de modo que le dio apariencia de un negro; luego,
para completar la semejanza, le tiñó de rojo vivo los labios y el borde de los párpados, le dejó
secar un momento, le tapó con un paño blanco la venerable herencia de su padre, y le dijo
después: "¡Hete aquí transformado en negro, ¡ya Alí! y también vas a convertirte en cocinero!
¡Porque has de saber que el cocinero de Dalila, de Zeinab, de los cuarenta negros y de los
cuarenta perros de la raza de aquellos que sirvieron a los pastores de Soleimán, es un negro como
tú!
Vas a procurar encontrarte con él, y le hablarás en lengua negra, y después de las zalemas, le
dirás: "¡Hace mucho tiempo, hermano negro, que no nos hemos reunido para beber nuestra bebida
fermentada, la excelente buza, y comer kabad de cordero! ¿Vamos a festejar el día de hoy?" Pero
te contestará que se lo impiden sus ocupaciones y los cuidados de su cocina. Entonces tratarás de
emborracharle y de interrogarle de la calidad y cantidad de los manjares que guisa para Dalila y su
hija, del alimento de los cuarenta negros y los cuarenta perros, del sitio en que están las llaves de
la cocina y de la despensa, y de todo. ¡Y todo te lo dirá! Porque el borracho no oculta nada de
lo que deja de contar cuando no le domina la embriaguez. Una vez que hayas adquirido de él
estos diversos datos, le narcotizas con bang; te vestirás con sus propios trajes; te meterás en el
cinturón sus cuchillos de cocina; cogerás el cesto de provisiones; irás al zoco a comprar carne y
verduras; volverás a la cocina; irás a la despensa para sacar lo que necesites, como manteca,
aceite, arroz y otras cosas por el estilo; guisarás los manjares conforme a las indicaciones
aprendidas; los presentarás bien, echarás bang en ellos, y te irás a servírselos a Dalila, a su hija, a
los cuarenta negros y a los cuarenta perros, durmiéndoles de aquel modo.
Entonces les quitarás todos sus efectos y sus ropas, y me los traerás. ¡Pero si ¡ya Alí! deseas
obtener por esposa a Zeinab, has de apoderarte, además de las cuarenta palomas mensajeras del
califa, meterlas en una jaula y traérmelas también...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 456ª NOCHE
Ella dijo:
"...has de apoderarte, además, de las cuarenta palomas mensajeras del califa, meterlas en
una jaula y traérmelas también!"
Al oír estas palabras, Alí Azogue se llevó la mano a la frente por toda respuesta, y sin decir
nada salió en busca del cocinero negro. Le encontró en el zoco, se arrimó a él, y después de las
zalemas de reconocimiento, le invitó a beber buza. Pero el cocinero pretextó sus ocupaciones, e
invitó a Alí a que le acompañara al khan. Allí obró Azogue, exactamente conforme con las
instrucciones de Hassán-la-Peste, y una vez que hubo emborrachado a su huésped le interrogó
acerca de los platos del día. El cocinero contestó: "¡Oh hermano negro! a diario, para la comida de
mediodía, hay que preparar cinco platos diferentes y de diferente color para Sett Dalila y Sett
Zeinab; y el mismo número de platos para la comida de la noche. Pero hoy me han pedido dos
platos más. Y he aquí los platos que voy a guisar para mediodía: lentejas, guisantes, una soja, un
cochifrito de carnero y sorbete de rosa; en cuanto a los dos platos suplementarios, son: arroz con
miel y azafrán, y una bandeja de granos de granada con almendras mondadas, azúcar y flores".
Alí le preguntó: "¿Y cómo les sirves de ordinario la comida a tus amas?" El otro contestó: "A
cada una le pongo su mantel aparte". Alí preguntó: "¿Y a los cuarenta negros?" El cocinero dijo:
"¡Les doy habas cocidas con agua y condimentadas con manteca y cebollas, y para beber, un
cántaro de buza! ¡Bastante es para ellos!" Alí preguntó: "¿Y a los perros?" El cocinero dijo: "¡A
esos les doy tres onzas de carne para cada uno y los huesos sobrantes de la comida de mis
amas!"
Cuando Azogue estuvo en posesión de estas diversas indicaciones, echó con presteza bang
en la bebida del cocinero, que en cuanto la absorbió se cayó al suelo como un búfalo negro.
Entonces Azogue se apoderó de las llaves que colgaban de un clavo y distinguió la llave de la
cocina por las telas de cebollas y las plumas que tenía pegadas, y la llave de la despensa por el
aceite y la manteca de que estaba impregnada. Y fué cogiendo y comprando todas las provisiones
que necesitaba, y guiado por el gato del cocinero, a quien engañaba la semejanza de Alí con su
amo, circuló por todo el khan como si habitase en él desde su infancia, guisó los manjares, puso
los manteles y sirvió de comer a Dalila, a Zeinab, a los negros y a los perros, después de
haber echado bang en la comida, sin que nadie extrañase el condimento ni al cocinero.
Cuando Azogue vio que en el khan dormía todo el mundo por efecto del narcótico, comenzó
por desnudar a la vieja, y la encontró extremadamente fea y detestable en absoluto. Se apoderó de
su traje de parada y de su casco, y penetró en el aposento de Zeinab, a la que amaba y en honor
de la cual estaba realizando su primera hazaña.
La desnudó completamente, y la encontró maravillosa y de lo más deseable, y cuidada y limpia
y oliendo bien; pero como era muy escrupuloso, no quiso abrirla sin su consentimiento, y se
contentó con tocarla y palparla por todas partes, como entendido, para juzgar mejor acerca de su
valor futuro, de su consistencia, de su grado de ternura; de su aterciopelado y de su sensibilidad; y
para efectuar esta última experiencia, la hizo cosquillas en la planta de los pies, y en vista del
violento puntapié que ella le dio, hubo de comprender que era sensible en extremo. Entonces,
seguro ya de su temperamento, se llevó sus vestidos, y fue a despojar a todos los negros; luego
subió a la terraza, entró en el palomar y se apoderó de todas las palomas, metiéndolas en una
jaula, y tranquilamente, sin cerrar las puertas, regresó a casa de Ahmad-la-Tiña, donde le
esperaba Hassán-la-Peste, que maravillado de su destreza, le felicitó y le prometió su concurso a
fin de obtener para él a Zeinab en matrimonio.
En cuanto a Dalila la Taimada, fue la primera en salir del sueño en que la había sumido el
bang. Necesitó algún tiempo para recobrar completamente el sentido; pero cuando comprendió
que la habían narcotizado, se cubrió con sus acostumbradas vestiduras de vieja y corrió
primeramente al palomar, encontrándolo vacío de sus palomas. Y bajó entonces al patio del khan,
y vio a sus perros dormidos todavía y echados como muertos en sus perreras. Buscó a los negros,
y los halló sumergidos en el sueño, como también al cocinero. A la sazón, en el límite del furor, fue
corriendo al aposento de su hija Zeinab, y la vio durmiendo, toda desnuda y colgándole del cuello
un hilo y un papel. Abrió el papel, y leyó en él las siguientes palabras: "¡Yo Alí Azogue, de El
Cairo, y nada más que yo, soy el bravo, el valiente, el listo, el diestro autor de todo esto!" Al ver
aquello, pensó Dalila: "¿Quién sabe si ese maldito no le ha roto el candado?" Y se inclinó con
viveza sobre su hija, examinándola, y vio que su candado seguia intacto.
Esta seguridad la consoló un poco y la decidió a despertar a Zeinab, haciéndole aspirar
contrabang. Luego de contarle lo que acababa de suceder, y añadió: "¡Oh hija mía! ¡después de
todo debes estar agradecida a ese Azogue, porque no te ha roto el candado, aunque hubiera
podido hacerlo impunemente!
En vez de hacer sangre a tu pájaro, se ha contentado con llevarse las palomas del
califa. ¿Qué va a ser de nosotras ahora?"
Pero enseguida dio con un medio de recobrar las palomas y dijo a su hija: "Espérame aquí.
¡No voy a ausentarme por mucho tiempo!" Y salió del khan y se dirigió a casa de Ahmad-la-Tiña y
llamó a la puerta.
Al punto exclamó Hassán-la-Peste, que estaba allí: "¡Es Dalila la Taimada! La conozco por su
manera de llamar. ¡Ve a abrirle en seguida, ¡ya Alí!". Y Alí, en compañía de Lomo-de-Camello, fue
a abrir la puerta a Dalila, que entró con cara sonriente y saludó a toda la concurrencia.
Y he aquí que precisamente Hassán-la-Peste, Ahmad-la-Tiña y los demás, estaban en aquel
momento sentados en tierra alrededor del mantel, y comían pichones asados, rábanos y
cohombros. Y cuando entró Dalila, la-Peste y la-Tiña se levantaron en honor suyo, y le dijeron:
"¡Oh, vieja llena de espiritualidad, madre nuestra, siéntate a comer de estos pichones con nosotros!
¡Te hemos reservado tu parte de festín!"
Al oír estas palabras, Dalila sintió ennegrecerse el mundo ante ella, y exclamó: "¿No os da a
todos vosotros vergüenza robar y asar las palomas que el califa prefiere a sus propios hijos?"
Ellos contestaron: "¿Y quién ha robado las palomas del califa, ¡oh madre nuestra!?" Ella dijo:
"¡El egipcio Alí Azogue!"
Este contestó: "¡Oh madre de Zeinab! cuando hice asar estas palomas, no sabía que eran
mensajeras! ¡De todos modos, aquí tienes una que vuelve a ti!" Y le ofreció uno de los pichones
asados. Entonces Dalila cogió un trozo de alón, se lo llevó a los labios, lo saboreó un instante y
exclamó: "¡Por Alah, mis palomas viven todavía, porque no es su carne ésta! ¡Las alimenté con
grano mezclado con almizcle, y las distinguiría en el olor y en el sabor que conservan!"
Al oír estas palabras de Dalila, toda la asistencia se echó a reír, y dijo Hassán-la-Peste: "¡Oh
madre nuestra, tus palomas están seguras en mi casa! ¡Y consentiré gustoso en devolvértelas,
pero con una condición!"
Ella dijo: "¡Habla, ya Hassán! ¡De antemano accedo a todas las condiciones, y entre tus manos
tienes mi cabeza...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 457ª NOCHE
Ella dijo: -
"¡...Habla, ya Hassán! ¡De antemano accedo a todas las condiciones, y entre tus manos tienes
mi cabeza!" Hassán dijo: "¡Pues bien; si quieres recobrar tus palomas, no tienes más que
complacer en su deseo a Alí Azogue, de El Cairo, que es el primero de los nuestros!" Ella
preguntó: "¿Y cuál es su deseo?" Alí dijo: "¡Que me des en matrimonio a tu hija Zeinab!"
La vieja contestó: "¡Para mí y para ella es un honor! ¡Lo pondré por encima de mi cabeza y de
mis ojos! Pero no puedo forzar a mi hija a casarse mal de su grado. ¡Empieza, pues, por
devolverme mis palomas! ¡Porque no es con estratagemas como hay que conseguir a mi hija, sino
con los procedimientos de la galantería!"
Entonces Hassán dijo a Alí: "¡Devuélvele las palomas!" Azogue entregó la jaula a Dalila, que
le dijo: "Si verdaderamente deseas unirte como es debido a mi hija, ¡oh muchacho! no es a mí a
quien tienes que dirigirte ahora, sino a su tío, mi hermano Zoraik, el vendedor de pescado frito.
¡Porque el tutor legal de Zeinab es él, y ni yo ni ella podemos hacer nada sin su consentimiento!
¡Pero te prometo que hablaré de ti a mi hija, e intercederé por ti con mi hermano Zoraik!"
Y se fue, riendo, a contar a su hija Zeinab lo que acababa de ocurrir y cómo la pedía en
matrimonio Alí Azogue. Y Zeinab contestó: "¡Oh madre mía! ¡Por mi parte no me opongo a ese
matrimonio, porque Alí es guapo y amable, y además, estuvo muy circunspecto conmigo al no
romper durante mi sueño lo que pudo romper!" Pero contestó Dalila: "¡Oh hija mía! ¡estoy segura
de que antes de lograr que consienta tu tío Zoraik, perderá Alí en la empresa sus brazos y sus
piernas, si no pierde hasta la vida!" ¡Y he aquí lo referente a ellas!
En cuanto a Alí Azogue, preguntó a Hassán-la-Peste: "¡Dime ya quién es ese Zoraik y dónde
está su tienda, para que al instante vaya a pedirle en matrimonio la hija de su hermana!" La-Peste
contestó: "¡Hijo mío, puedes despedirte de la bella Zeinab desde este instante, como no pienses
obtenerla más que de ese bribón que se llama Zoraik! ¡Porque has de saber ¡ya Alí! que el viejo
Zoraik, actualmente vendedor de pescado frito, es un antiguo jefe de banda conocido en todo el
Irak por sus hazañas que superan a las mías, a las tuyas y a las de nuestro hermano Ahmad-la-
Tiña! Se trata de un compadre tan astuto y tan diestro que es capaz, sin moverse, de horadar las
montañas, de coger del cielo las estrellas y de robar el kohl que embellece los ojos de la luna.
Ninguno de nosotros puede igualarle en supercherías, en malicias y en jugarretas de toda clase.
Cierto es que ahora se ha corregido, y habiendo renunciado a su antiguo oficio de ladrón y jefe de
banda, ha abierto tienda y se ha hecho vendedor de pescado frito. Lo que, a pesar de todo, no
obsta para que le queden algunas de sus argucias pasadas.
Y para darte ¡ya Alí! una idea de la sagacidad de este foragido, no te contaré más que la
última estratagema que se le ocurrió, y pone en práctica, para atraer a su tienda clientes y dar
salida a su pescado. A la puerta de su tienda ha colgado de un cordón de seda una bolsa con mil
dinares, que es toda su fortuna, y ha hecho que el pregonero público vaya anunciando por todo el
zoco: "¡Oh vosotros todos, ladrones del Irak, bribones de Bagdad, salteadores del desierto,
bandidos de Egipto, escuchad la noticia! ¡Y vosotros todos, genn y efrits dei aire y de debajo de la
tierra, escuchad la noticia! ¡El que pueda apoderarse de la bolsa colgada en la tienda de Zoraik
vendedor de pescado frito, será su legítimo poseedor!"
Fácilmente comprenderás que en vista de semejante anuncio se han apresurado a acudir a la
tienda clientes que, mientras intentan apoderarse de la bolsa, compran pescado; pero no han
tenido éxito en su tarea ni los más hábiles; porque el taimado Zoraik instaló todo un mecanismo
que por medio de un bramante se pone en contacto con la bolsa colgada. Así es que apenas la
tocan, empieza a funcionar el mecanismo, compuesto de una combinación asombrosa de
campanillas y cascabeles que arman tal estrépito, que aunque se encuentre Zoraik en lo últimõ de
la tienda o esté ocupado con algún cliente, oye el ruido y le da tiempo para impedir el robo de su
bolsa. No tiene entonces nada más que inclinarse a coger un pedazo grueso de plomo de una
provisión de ellos.que hay amontonados a sus pies, y tirárselo con todas sus fuerzas al ladrón,
rompiéndole un brazo o una pierna o destrozándole el cráneo a veces. Así, pues, ¡ya Alí! te
aconsejo la abstención para que no te parezcas a esas gentes que van detrás de un entierro y se
lamentan sin saber siquiera el nombre del muerto.
Tú no puedes luchar con un pillastre de esa talla. Y en tu lugar, yo me olvidaría de Zeinab y del
casamiento con Zeinab; porque el olvido es el principio de la dicha. ¡y quién olvida una cosa
puede pasarse sin ella en lo sucesivo!"
Cuando oyó Alí Azogue estas palabras del prudente Hassán-laPeste, exclamó: "¡No, ¡por Alah!
no podré nunca decidirme a olvidar a esa jovenzuela de ojos oscuros, de sensibilidad extremada,
de temperamento extraordinario! ¡Sería deshonroso para un hombre como yo! ¡Es preciso, pues,
que vaya a intentar apoderarme de esa bolsa y obligar de tal suerte al viejo bandido a que
consienta en mi matrimonio, dándome la joven a cambio de la bolsa cogida!" Y al instante buscó
trajes como los que usan las jóvenes y se vistió con ellos después de alargarse los ojos con Kohl y
teñirse las uñas con henné. Tras de lo cual se echó modestamente por la cara el velo de seda, y
ensayó a andar balanceándose como las mujeres, y lo consiguió a maravilla. ¡Pero no fué eso
todo! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 458ª NOCHE
Ella dijo:
¡...Pero no fue eso todo! ¡Hizo que le llevaran un carnero, le degolló, recogió la sangre, le sacó
el estómago, llenó este estómago con sangre y se lo colocó en su vientre por debajo de los
vestidos, de modo que parecía una mujer encinta. Tras de lo cual degolló dos pollos, les sacó el
buche, llenó de leche tibia las dos mollejas, y se aplicó una encima de cada seno para que aquella
parte le abultase mucho y le diese apariencia de una mujer que está próxima a dar a luz. ¡Aún
queda más! para no dejar nada que desear, se puso detrás varias ristras de pañuelos
almidonados, los cuales, cuando se secaron, formáronle una grupa montuosa y sólida a la vez.
Transformado de aquel modo, salió Azogue a la calle y se dirigió lentamente a la tienda de Zoraik
el vendedor de pescado frito, haciendo que a su paso exclamasen los hombres: "¡Ya Alah, qué
trasero tan gordo!"
Por el camino, como Azogue se encontraba muy molesto con aquella grupa hecha de
pañuelos almidonados que le mortificaban, llamó a un arriero que pasaba con su asno, e hizo que
le encaramaran encima del burro con mil precauciones para no romper la vejiga llena de sangre o
las mollejas llenas de leche, y de este modo llegó delante de la tienda de pescado frito, donde vio
la bolsa colgada a la puerta, efectivamente, y a Zoraik ocupado en freír pescado, mirándolo con un
ojo mientras que con el otro ojo vigilaba las idas y venidas de los clientes y de los transeúntes.
Entonces Azogue dijo al arriero: "¡Ya hammar! ¡mi olfato se ha impresionado con el olor de
pescado frito, y mi deseo de mujer encinta se fija con intensidad en ese pescado! ¡Date prisa,
pues, a buscarme uno de esos peces para que me lo coma enseguida, porque si no, voy a abortar
sin duda en medio de la calle!"
Entonces el arriero paró su burro delante de la tienda, y dijo a Zoraik: "¡Dame pronto un
pescado frito para esta dama encinta, cuyo hijo, a causa de este olor a fritura, ha empezado a
agitarse de un modo tremendo y amenaza con salir provocando un aborto!"
El viejo bribón contestó:
"Espera un poco. ¡Todavía no está frito el pescado! ¡Y si no puedes esperar, haz que yo vea la
anchura de tu espalda!"
El arriero dijo: "¡Dame uno de esos peces que tienes de muestra!" Zoraik contestó: "¡Esos no
se venden!" Luego, sin volver a preocuparse del arriero, que ayudaba a la pretendida mujer encinta
a bajar del borrico y a apoyarse con ansiedad en el mostrador de la tienda, Zoraik, con la sonrisa
del oficio, continuó su tarea de dar vuelta al pescado en la sartén, cantando su pregón de
vendedor:
¡Comida de los delicados!
¡Oh carne de los pájaros del agua!
¡Oro y plata que se compra con una moneda de cobre!
¡Oh pescados que bullís en el aceite feliz por conteneros!
¡Oh comida de los delicados!
Y he aquí que mientras Zoraik cantaba su pregón de vendedor, la mujer encinta lanzó de
pronto un grito estridente al tiempo que por debajo de sus vestidos se escapaba una ola de sangre
e inundaba la tienda; y gemía ella dolorosamente: "¡Ay! ¡ay! ¡uy! ¡uy! ¡el fruto de mis entrañas! ¡Ay!
¡se me rompe la espalda! ¡Ah! ¡Mis costados! ¡Ah! ¡Mi hijo!"
Al ver aquello, gritó el arriero a Zoraik: "Ya lo ves, ¡oh barba calamitosa! ¡Te lo había dicho!
¡Por no darte la gana de satisfacer su deseo, la hiciste abortar! ¡Ante Alah y ante su marido eres
responsable de ello!" Entonces Zoraik, un poco asustado por aquel accidente y temiendo que le
manchase la sangre que vertía la mujer, retrocedió hasta lo último de la tienda, perdiendo de vista
por un instante su bolsa colgada a la puerta. Entonces Azogue quiso aprovecharse de este corto
momento para apoderarse de la bolsa; pero apenas había puesto en ella la mano, cuando un
estrépito extraordinario de campanillas, cascabeles y cascajo repercutió por todos los rincones de
la tienda y descubrió la tentativa a Zoraik, que acudió, y al ver con la mano tendida a Azogue,
comprendió de una ojeada la jugarreta que querían hacerle, cogió un gran trozo de plomo y se lo
tiró al vientre a Azogue, exclamando: "¡Ah! ¡toma, pájaro de patíbulo!"
Y disparó el pastel de plomo con tanta violencia, que Alí rodó por medio de la calle
enredándose con sus pañuelos, manchado de sangre y de la leche de las mollejas rotas, y creyó
rendir al golpe el alma. Sin embargo, pudo incorporarse y arrastrarse hasta la casa de Ahmad-la-
Tiña, donde dio cuenta de su tentativa infructuosa, mientras los transeúntes se agrupaban delante
de la tienda de Zoraik, y le decían: "¿Eres mercader del zoco o batallador de profesión? ¡Si eres
mercader ejerce tu oficio sin bravatas, quita esa bolsa tentadora; y libra así a la gente de tu malicia
y tu maldad!"
El aludido contestó en broma: "¡Por el Nombre de Alah! ¡Bismílah! ¡Sobre mi cabeza y sobre
mis ojos!"
Volviendo a Alí Azogue, una vez que entró en la casa y se repuso la violenta sacudida que
había sufrido, no quiso, a pesar de todo, renunciar a llevar a cabo su proyecto. Se lavó y se limpió,
se disfrazó palafrenero, cogió con una mano una fuente vacía y cinco monedas cobre con la otra
mano, y se presentó en la tienda de Zoraik para comprar pescado...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana v se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 459ª NOCHE
Ella dijo:
... se presentó en la tienda de Zoraik para comprar pescado. Dió las cinco monedas de cobre a
Zoraik, y le dijo: "¡Echame pescado en esta fuente!" Y Zoraik contestó: "¡Por encima de mi cabeza,
¡oh mi amo!" Y quiso dar al palafrenero del pescado que estaba expuesto en la bandeja de
muestra; pero el palafrenero lo rechazó diciendo: "¡Lo quiero caliente!" Y contestó Zoraik: "Todavía
está por freír. ¡Espera un poco, que atizaré el fuego!" Y entró en la trastienda.
Al punto se aprovechó de aquel momento Azogue para echar mano a la bolsa; pero de pronto
retembló toda la tienda con el estrépito ensordecedor de las campanillas, cascabeles, sonajas y
cascajo; y Zoraik saltando de un extremo a otro de su tienda, agarró una pella de plomo y la tiró
con toda su fuerza a la cabeza del falso palafrenero, gritando: "¡Ah viejo marica! ¿acaso crees que
no había adivinado tus intenciones sólo con ver tu modo de llevar la fuente y las monedas?" Pero
Azogue, a quien ya había puesto en guardia la primera experiencia, esquivó el golpe, bajando la
cabeza con rapidez, y abandonó la tienda; ¡en tanto que la pella de plomo iba a estrellarse contra
una bandeja que contenía porcelanas llenas de leche cuajada y que llevaba a la cabeza el esclavo
del kadí! Y la leche cuajada saltó a la cara y a la barba del kadí y le inundó su traje y su turbante. Y
los transeúntes, reunidos frente a la tienda, gritaron a Zoraik: "Esta vez ¡oh Zoraik! el kadí te hará
pagar los intereses del capital encerrado en tu bolsa, ¡oh jefe de los batalladores!"
Volviendo a Azogue, una vez que hubo llegado a casa de Ahmadla-Tiña, a quien dio cuenta, a
la vez que a la-Peste, de su segunda tentativa fracasada, no quiso desalentarse, porque le
sostenía el amor de Zeinab. Se disfrazó de encantador de serpientes y prestidigitador, y se puso
delante de la tienda de Zoraik. Se sentó en el suelo, sacó de su saco tres serpientes gordas, de
cuello hinchado y lengua puntiaguda como un dardo, y se puso a tocar la flauta, interrumpiéndose
de cuando en cuando para hacer una multitud de juegos de manos; pero de pronto, con un
movimiento brusco, lanzó la serpiente más gorda en medio de la tienda, a los pies de Zoraik, que
huyó aullando espantado al último rincón de su establecimiento, porque nada le asustaba tanto
como las serpientes. Y Azogue saltó inmediatamente sobre la bolsa, y quiso llevársela.
Pero no contaba con Zoraik que a pesar de su terror le vigilaba con un ojo, y logró primero
asestar a la serpiente con una pella de plomo un golpe tan certero que le aplastó la cabeza, y con
la otra mano arrojó luego con todas sus fuerzas una nueva pella a la cabeza de Azogue, el cual la
esquivó inclinándose y huyó, mientras la pella formidable iba a dar a una vieja y la aplastaba sin
remedio. Entonces gritaron todas las personas agrupadas en torno: "¡Ya Zoraik ! eso no es lícito,
¡por Alah ! ¡Es absolutamente necesario que descuelgues de ahí tu bolsa calamitosa o te la
quitaremos a la fuerza! ¡Bastantes desgracias suscitaste ya con tu maldad!"
Y contestó Zoraik: "¡Sobre mi cabeza!"
Y aunque de muy mala gana, se decidió a descolgar la bolsa y a ocultarla en su casa,
diciéndose: "¡Si no lo hago así, ese bergante de Alí Azogue, con lo terco que es, llegaría a
introducirse por la noche en mi tienda y me arrebataría la bolsa!"
Y he aquí que Zoraik estaba casado con una negra que en otro tiempo fué esclava de Giafar
Al-Barmaki, y a quien la generosidad de su amo había libertado después. Y Zoraik había tenido de
su esposa la negra un hijo varón cuya circuncisión iba a celebrarse pronto. Así es que cuando
Zoraik entregó la bolsa a su mujer, le dijo ésta: "¡He ahí una generosidad que no sueles tener, oh
padre de Abdalah! ¡La circuncisión de Abdalah va a celebrarse, pues, suntuosamente!" Zoraik
contestó: "¿Pero acaso crees que te traigo la bolsa para que la dejes vacía gastando en la
circuncisión? ¡No, por Alah! ¡Vé ya a ocultarla abajo dentro de un agujero abierto en el suelo de la
cocina! ¡Y vuelve pronto para que durmamos!" Y la negra bajó a abrir un agujeto en la cocina,
enterró allí la bolsa y volvió a acostarse a los pies de Zoraik. Y con el calor que despedía la negra,
Zoraik se sintió invadido por el sopor, y tuvo un sueño en el cual le parecía ver que un pájaro muy
grande abría con el pico un agujero en su cocina, desenterraba la bolsa y se la llevaba en las
garras volando por los aires. Y se despertó sobresaltado y gritando: "¡Oh madre de Abdalah,
acaban de robar la bolsa! ¡Vé a ver a la cocina, rápido!" Y despierta de su sueñ, la negra se
apresuró a bajar a la cocina con luz, y efectivamente, vio, no un pájaro, sino un hombre que con la
bolsa en la mano huía por la puerta abierta y corría a la calle. Era Azogue, que había seguido a
Zoraik, espiando sus movimientos y los de su esposa, y oculto detrás de la puerta de la cocina
acabó por conseguir apoderarse al fin de aquella bolsa tan codiciada.
Cuando supo Zoraik la pérdida de su bolsa, exclamó: "¡Por Alah, que la recuperaré esta misma
noche!"
Y le dijo su esposa la negra: Como no la traigas, no te abro la puerta de nuestra casa y te dejo
dormir en la calle!"
Entonces Zoraik. ..
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.
...Entonces Zoraik salió de su casa a toda prisa, y por atajos llegó antes que Azogue a casa de
Ahmad-la-Tiña, donde sabía que se alojaba el joven; abrió el picaporte de la puerta valiéndose de
diversas llaves con que iba siempre pertrechado, la cerró con cuidado tras él y esperó
tranquilamente a Azogue que no tardó en llegar a su vez y llamar como tenía por costumbre.
Entonces preguntó Zoraik, simulando la voz de Hassán-la-Peste: "¿Quién es?" El joven contestó:
"¡Alí el egipcio!" El viejo le preguntó: "¿Y traes la bolsa de ese bribón de Zoraik?" Alí contestó: "¡La
traigo!" El otro dijo: "¡Pásamela entonces por el ventanillo antes de que te abra la puerta, porque he
hecho con la Tiña una apuesta de la que ya te hablaré!" Y Azogue pasó la bolsa por el ventanillo
de la puerta de Zoraik, quien al punto escaló la terraza y desde allí saltó a la terraza de una casa
contigua, por cuya escalera bajó, y abriendo la puerta, se escapó a la calle y se encaminó a su
casa.
En cuanto a Alí Azogue, estuvo esperando en la calle mucho rato; pero cuando vio que no se
decidía nadie a abrirle, llamó a la puerta con un golpe terrible, que despertó a toda la casa, y
exclamó Hassán-laPeste: "¡Alí está a la puerta! ¡Vé a abrirle enseguida, ¡oh Lomo-deCamello!"
Luego, cuando hubo entrado Azogue, le preguntó irónico: "¿Y la bolsa del bribón?" Azogue
exclamó: "¡Basta de chanzas, maestro! ¡Ya sabes que te la he dado por el ventanillo de la puerta!"
Al oír estas palabras, Hassán-la-Peste se cayó de trasero por la fuerza explosiva de su risa, y
exclamó: "¡Todo está por hacer de nuevo, ¡ya Alí! ¡Zoraik ha recuperado lo suyo!"
Entonces Azogue reflexionó un instante, y exclamó: "¡Por Alah, oh maestro! que como de esta
hecha no te traiga la tal bolsa, no quiero considerarme digno de mi nombre!" Y sin tardanza corrió
por el camino más corto a casa de Zoraik, llegando antes que éste; penetró en ella por la terraza
contigua, y empezó por entrar al aposento donde dormía la negra con su hijo, el pequeñuelo a
quien debían circuncidar al día siguiente. Y se abalanzó primeramente a la negra, la inmovilizó en
su colchón atándole brazos y piernas y la amordazó; luego cogió al pequeñuelo, a quien también
amordazó, le puso en un cesto lleno de pasteles, calientes todavía, que estaban preparados para
la fiesta del día siguiente, y fue a asomarse a la ventana, esperando la llegada de Zoraik, que no
tardó en llamar a la puerta.
Entonces Azogue, simulando la voz y el modo de hablar de la negra, preguntó: "Eres tú, ¡ya
sidi!?" El viejo contestó: "¡Sí, soy yo!" Azogue dijo: "¿Traes la bolsa?" Zoraik dijo: "¡Mírala!" "¡No la
veo en la oscuridad! ¡Y no te abriré la puerta mientras no haya contado el dinero! ¡Voy a bajar por
la ventana un cesto y la pondrás en él! ¡Y te abriré la puerta luego!" Después Azogue bajó por la
ventana un cesto, donde Zoraik puso la bolsa; y entonces se apresuró a subirlo el joven. Cogió la
bolsa, el pequeñuelo y el cesto de pasteles y huyó por el camino por donde había ido, para llegar a
casa de Ahmad-la-Tiña y poner por fin entre las manos de Hassán-la-Peste el triple botín triunfal. Al
ver aquello, la-Peste le felicitó mucho y quedó muy complacido de él; y todos se pusieron luego a
comer los pasteles de la fiesta, gastando mil bromas a costa de Zoraik.
En cuanto a Zoraik, esperó en la calle mucho rato a que le abriese su esposa la negra; pero la
negra no acudía, e impaciente, acabó por llamar a la puerta con golpes tan redoblados, que
despertaron todos los vecinos y perros del barrio. Y no le abría nadie. Entonces derribó la puerta, y
subió al aposento de su esposa, y vio lo que vio.
Cuando tras de libertar a su esposa se enteró por ella de lo que acababa de ocurrir, se golpeó
con fuerza el rostro, se mesó la barba, y de aquella manera corrió a llamar a la puerta de Ahmadla-
Tiña. Ya había amanecido, y estaba levantado todo el mundo. Así es que Lomo-de-Camello fue
a abrir e introdujo a Zoraik en un estado deplorable en la sala de reunión, donde se le acogió con
una carcajada general. Entonces se encaró él con Azogue, y le dijo: "¡Por Alah, ¡ya Alí! te has
ganado la bolsa! ¡Pero devuélveme a mi hijo!" Y contestó Hassán-la-Peste: "Has de saber ¡oh
Zoraik! que mi discípulo Alí Azogue está dispuesto a devolverte tu hijo y hasta tu bolsa, si quieres
consentir en darle en matrimonio a la hija de tu hermana Dalila, a la joven Zeinab de quien está
enamorado". El viejo contestó: "¿Y desde cuándo se imponen condiciones al padre para pedirle en
matrimonio su hija?
i Devuélvanseme antes el niño y la bolsa, y después ya hablaremos del asunto!" Entonces
Hassán hizo una seña a Alí, quien al punto entregó a Zoraik el niño y la bolsa, y le dijo: "¿Cuándo
va a ser el casamiento?"
Y Zoraik sonrió, y contestó: "¡Despacio! ¡Despacio! ¿Acaso crees, ¡ya Alí! que puedo disponer
de Zeinab como de un carnero o de un pescado frito? ¡No puedo concedértela mientras no le
aportes la dote que reclama!"
Azogue contestó: "¡Dispuesto estoy a aportarle la dote que reclama. “¿Qué es?"
Zoraik dijo: "¡Has de saber que hizo juramente no dejarse cabalgar de frente por ninguno
sin que la hubiese llevado antes como presentes nupciales, el traje recamado de oro de la joven
Kamaria, hija del judío Azaria, así como su corona de oro, su cinturón de oro y su babucha de oro...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 461ª NOCHE
Ella dijo:
i. ..Has de saber que hizo juramento de no dejarse cabalgar de frente por ninguno sin que
la hubiese llevado antes, como presentes nupciales, el traje recamado de oro de la joven Kamaria,
hija del judío Azaria, así como su corona de oro, su cinturón de oro y su babucha de oro!" Entonces
exclamó Azogue: "¡Si no es más que eso, deseo perder todo derecho a casarme con Zeinab como
no la lleve esta misma noche los presentes reclamados!"
Al oír estas palabras, le dijo Hassán-la-Peste: "¡Desgraciado de ti, ¡ya Alí! lo que acabas de
jurar! ¡Eres hombre muerto! ¿Acaso no sabes que el judío Azaria es un mago pérfido, taimado y
lleno de malicia? ¡A sus órdenes tiene a todos los genn y los efrits! ¡Vive fuera de la ciudad en un
palacio construido con ladrillos de oro y plata alternados! Pero ese palacio, visible sólo cuando le
habita el mago, desaparece a diario cuando su propietario viene a la ciudad para ventilar sus
asuntos de usurero. Todas las noches, una vez que ha regresado a él, el judío se asoma a su
ventana y enseña en una bandeja de oro el traje de su hija, gritando: "¡Oh vosotros todos,
maestros en el arte de robar y bergantes del Irak, de Persia y de Arabia! ¡venid, si podéis, a
apoderaros del traje de mi hija Kamaria! ¡Y daré a Kamaria en matrimonio al que logre llevarse su
traje!" Pero, ¡ya Alí! ni los ladrones más listos ni los bergantes más astutos de entre nosotros
pudieron hasta ahora intentar la aventura sin sufrir sus consecuencias; porque el insigne mago ha
convertido, a los que pretendieron emprender la hazaña, en mulas, en osos, en burros o en monos.
¡Te aconsejo, pues, que renuncies a la cosa y te quedes con nosotros!"
Pero Alí exclamó: "¡Qué vergüenza para mí si por esa dificultad renunciara yo al amor de la
sensible Zeinab! ¡Por Alah, que me traeré el traje de oro y vestiré a Zeinab con él la noche de la
boda, y pondré en su cabeza la corona de oro, y el cinturón de oro en torno de su talle exquisito, y
la babucha de oro en su pie!" Y salió inmediatamente en busca de la tienda del judío mago y
usurero Azaria.
Llegado que fué al zoco de los cambistas, Alí preguntó por la tienda, y le enseñaron al judío,
que precisamente estaba ocupado en pesar oro en sus balanzas para meterlo luego en sacos y
cargar los sacos a lomos de una mula atada a la puerta. ¡Era muy feo y de aspecto avinagrado! Y a
Alí le impresionó un poco su fisonomía. Sin embargo, esperó a que el judío acabase de alinear los
sacos, de cerrar su tienda y de cinchar su mula, siguiéndole sin ser notado. Y de tal suerte llegó
tras él fuera de las murallas de la ciudad.
Comenzaba a preguntarse Alí hasta dónde iba a seguir andando aún, cuando de pronto vio al
judío extraer del bolsillo de su manto un saco, meter en él la mano, sacarla llena de arena y arrojar
la arena al aire soplando por encima de ella. Y al punto vio elevarse ante él un magnífico palacio
de ladrillos de oro y plata alternados, con un inmenso pórtico de alabastro y escalones de mármol,
por los que subió el judío con su mula para desaparecer en el interior. Pero algunos instantes más
tarde, apareció en la ventana con una bandeja de oro en la que había un traje espléndido
recamado de oro, una corona, un cinturón y la babucha de oro, y exclamó: "¡Oh vosotros todos,
maestros en el arte de robar y bergantes del Irak, de Persia y de Arabia! ¡venid, si podéis, a
apoderaros de todo esto, y os pertenecerá mi hija Kamaria!"
Al ver y oír aquellas cosas, Azogue, que era muy juicioso, se dijo: "¡Por lo pronto, lo más
prudente es ir a buscar a ese maldito judío y pedirle el traje con buenas palabras, explicándole lo
que me ocurre con Zoraik!" Y levantó un dedo en el aire, gritando al mago: "¡Yo, Alí Azogue, el
primero de los subalternos de Ahmad el mokaddem del califa, deseo hablarte!"
Y le dijo el judío: "¡Puedes subir!" Y cuando estuvo Alí en su presencia, le preguntó: "¿Qué
quieres?" Y Alí le contó su historia, y le dijo: "¡Ahora, por último, necesito ese traje de oro y los
demás objetos para llevárselos a Zeinab, la hija de Dalila!"
Al oír estas palabras, el judío se echó a reír, enseñando unos dientes espantosos, cogió una
mesa con arena adivinatoria, y después de haber sacado el horóscopo de Alí, le dijo: "¡Escucha! ¡si
aprecias tu vida y no quieres perderte sin remedio, sigue mi consejo! ¡Renuncia a tu proyecto!
¡Porque los que te impulsaron a emprender esa aventura no lo hicieron más que para perderte,
como se han perdido todos los que intentaron ya la cosa! ¡Y cuenta que si no acabase yo de sacar
tu horóscopo y saber por la arena que tu fortuna sobrepujará a mi fortuna, no hubiera vacilado,
ciertamente, en cortarte el cuello!" Pero Alí, a quien inflamaron y estimularon estas últimas
palabras, sacó de repente su alfanje, y amenazando con él al pecho del mago judío, exclamó: "¡Si
no consientes en darme esos efectos ya, y en abjurar, además, de tus herejías y hacerte
musulmán pronunciando el acto de fe, tu alma va a salir de tu cuerpo!" Entonces el judío extendió
la mano como para pronunciar el acto de fe, y dijo: "¡Que se te seque la mano derecha!" E
inmediatamente la mano derecha de Alí, con la cual sostenía el alfanje, se secó en la posición en
que estaba, y el alfanje cayó al suelo. Pero lo recogió Alí con la mano izquierda y amenazó de
nuevo el pecho del judío; mas éste pronunció: "¡Oh mano izquierda, sécate!" Y se secó la
amenazadora mano izquierda de Alí, y el alfanje cayó al suelo. Entonces Alí, en el límite del furor,
levantó la pierna derecha y quiso dar una patada en el vientre al judío; pero extendiendo éste su
mano, pronunció: "¡Oh pierna derecha, sécate!" Y la pierna derecha de Alí se secó en el aire en la
misma posición en que estaba, y Alí se encontró sostenido sólo con el pie izquierdo...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 462ª NOCHE
Ella dijo:
...Y Alí se encontró sostenido sólo con el pie izquierdo. Y por más que quiso servirse de sus
miembros inútiles, no consiguió más que perder el equilibrio, tan pronto cayéndose como
levantándose, hasta que se quedó rendido, y le dijo el mago: "¿Has renunciado a tu proyecto?"
Pero Alí replicó: "¡Necesito absolutamente los efectos de tu hija!" Entonces le dijo el judío: "¡Ah!
¿quieres los efectos? ¡Pues bien; voy a hacer que te los traigan!"
Y cogió una taza llena de agua, con la que le roció, y gritó: "¡Conviértete en burro!" Y al
instante Alí Azogue se transformó en burro, con figura de burro, cascos herrados y orejas
monumentales. Y se puso desde luego a rebuznar como un burro, levantando el hocico y la cola y
sorbiendo el aire. Y el judío pronunció las palabras dominadoras para adueñarse de él
completamente, y le obligó a bajar la escalera sobre sus patas traseras; y una vez que estuvieron
en el patio del palacio, trazó un círculo mágico en la arena alrededor del burro; y al punto alzóse en
torno a él una muralla que le encerraba en un recinto muy estrecho, del que no podía escaparse.
Por la mañana fué allá el judío, lo ensilló, lo embridó, lo montó, y le dijo al oído: "¡Vas a
reemplazar a la mula!" Y le hizo salir del palacio encantado, el cual desapareció en seguida, y le
guió por el camino de la tienda, adonde no tardó en llegar. Abrió su tienda, ató al borrico Alí en el
sitio en que estaba atada la mula el día anterior y se puso a maniobrar con sus balanzas, sus
pesos, su oro y su plata. Y el borrico Alí, que dentro de su piel conservaba todas sus facultades,
excepto la de la palabra, se vio obligado, para no morirse de hambre, a morder con sus dientes su
ración de habas secas; pero para consolarse desahogaba su mal humor soltando varias series de
cuescos sonoros en la cara de los clientes.
Entretanto, llegó en busca del judío usurero Azaria un joven mercader arruinado por
reveses de fortuna, y le dijo: "Estoy arruinado, y sin embargo, necesito ganarme la vida y mantener
a mi esposa. ¡He aquí que te traigo sus brazaletes de oro, única y última propiedad que nos resta,
para que me des a cambio su valor en dinero y pueda yo comprarme una mula o un asno y ejercer
el oficio de vendedor de agua de riego". El judío contestó: "¿Piensas maltratar al asno que vas a
comprar y darle mala vida si se niega a andar o a llevar cargas pesadas de agua?" El futuro arriero
contestó: "¡Por Alah! ¡si se niega a trabajar, le obligaré a cumplir su tarea!" ¡Eso fué todo! Y el
borrico Alí oyó semejantes palabras, y a manera de protesta, lanzó un cuesco espantoso.
En cuanto al judío Azaria, contestó a su cliente: "En ese caso, te cederé a cambio de esos
brazaletes mi propio burro, que está ahí atado a la puerta. No tengas con él contemplaciones para
que no se acostumbre a holgazanear; y cárgale bien el lomo, porque es robusto y joven".
Luego, terminada la compra, el vendedor de agua se llevó al borrico Alí, en tanto que pensaba
éste para su ánima: "¡Ya Alí! ¡tu amo está dispuesto a cargarte al lomo unas aguaderas de madera
dura y pesados odres grandes, y te obligará a hacer cada día diez carreras largas o más!
¡Indudablemente, estás perdido sin remedio!"
Cuando el vendedor de agua condujo el asno a su casa, dijo a su esposa que bajara a la
cuadra a dar el pienso al animal. Y la esposa, que era joven y muy agradable a la vista, cogió la
ración de habas y bajó en busca del borrico Alí para colgarle del pescuezo el saco de pienso. Pero
el borrico Alí, que desde hacía un momento la miraba de reojo, se puso de pronto a resollar con
fuerza y le dio un cabezazo que la tiró con las ropas desordenadas encima de la pila de beber las
caballerías, la cubrió, acariciándole la cara con sus gruesos labios temblorosos, y puso de
manifiesto su mercancía de burro, considerable herencia de burros antepasados.
Al ver aquello, la esposa del vendedor de agua empezó a lanzar gritos tan agudos que al
punto acudieron a la cuadra todas las vecinas, y al ver el espectáculo, se apresuraron a hacer
bajar el asno de la mujer derribada. Y he aquí que también llegó el marido que hubo de
preguntarle: "¿Qué te pasa?" Ella le escupió en la cara y le dijo: "¡Ah hijo de adulterinos! ¿no
supiste comprar en todo Bagdad más que este asno acosador de mujeres? ¡Por Alah! ¡escoge
entre el divorcio o la devolución de este borrico!". El marido preguntó: "¿Pero qué ha hecho este
borrico?" Ella dijo: "¡Me ha derribado y me ha cubierto! ¡Y si no es por las vecinas, me habría
penetrado espantosamente!" Entonces el vendedor de agua la emprendió a estacazos con el asno,
y acabó por llevársele de nuevo al judío, a quien dio cuenta de sus atentados inconvenientes y le
obligó a quedarse con él otra vez y a restituirle los brazaletes.
Cuando se hubo marchado el vendedor de agua, el mago Azaria se encaró con el borrico Alí y
le dijo: "¿Conque te dedicas a hacer bribonadas con las mujeres, !oh malvado!? ¡Espera! ¡ya que
estás contento con tu condición de asno y no refrenas tus caprichos desvergonzados, te voy a
convertir en algo que sea la irrisión de pequeños y grandes!" Y cerró su tienda, cinchó al burro y
salió de la ciudad.
Como la víspera, hizo surgir de la tierra y del fondo del aire el palacio encantado ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 463* NOCHE
Ella dijo:
...Como la víspera, hizo surgir de la tierra y del fondo del aire el palacio encantado, y penetró
con el burro en el recinto protector alzado en un extremo del patio. Comenzó por murmurar ante el
borrico Alí palabras cabalísticas, y le roció con algunas gotas de agua, que le tornaron a su primera
forma humana; luego, manteniéndose a cierta distancia de él, le dijo: "¿Quieres ¡ya Alí! seguir
ahora mis consejos, y antes de que te metamorfosee bajo cualquier otra forma peor que la primera,
renunciar a tu proyecto temerario y marcharte por tu camino?" El joven contestó: "¡No, ¡por Alah! ya
que está escrito que mi fortuna sobrepujará a tu fortuna, necesito matarte o apoderarme del traje
de Kamaria y convertirte a la fe del Islam!"
Y quiso precipitarse sobre el mago Azaria, que, al ver aquello, extendió la mano y le arrojó al
rostro algunas gotas del agua que contenía la taza grabada con palabras talismánicas, gritándole:
"¡Conviértete en oso!" Y al punto Alí Azogue quedó transformado en oso, con una gruesa cadena
unida a una anilla de hierro que le atravesaba el hocico, y con bozal, como los osos amaestrados
para que bailen. Luego se inclinó el judío al oído del joven, y le dijo: "¡Ah malvado, eres semejante
a la nuez, de la que no puede uno servirse mientras no le rompe la cáscara!" Y le ató a una estaca
hincada en el recinto fortificado, y no fue a buscarle hasta el día siguiente. Montó entonces en su
mula de los días anteriores y arrastró detrás de él al oso Alí a la tienda después de haber hecho
desaparecer el castillo encantado, y le ató junto a la mula, para ocuparse luego de su oro y de sus
clientes. ¡Y el oso Alí oía y comprendía, pero no podía hablar!
Entretanto, acertó a pasar por delante de la tienda un hombre que vio al oso encadenado, y
entró al instante para preguntar al judío: "¡0h maese Azaria! ¿quieres venderme ese oso? A mi
esposa, que está enferma, la han recetado carne de oso y grasa de oso para ungüentos: pero no
encuentro nada de eso por ninguna parte". El mago le dijo: "¿Vas a inmolarle en seguida o le
cebarás primero para que te dé más ungüento?" El otro contestó: "Está bastante gordo así para lo
que necesita mi esposa. ¡Y hoy mismo voy a hacer que le degüellen!" El mago repuso en el límite
de la alegría: "¡Puesto que es para bien de tu esposa, te lo cedo de balde!" Entonces el hombre se
llevó al oso a su casa y llamó a un carnicero que llegó con dos hachas grandes, poniéndose a
afilarlas una contra otra después de remangarse. Al ver aquello, el aprecio en que tenía su alma
duplicó las fuerzas del oso Alí, que, en el momento en que le derribaban para degollarle, saltó
súbito de entre las manos de sus verdugos, y voló más que corrió hasta el palacio del mago.
Cuando Azaria vió volver al oso Alí, se dijo: "¡Voy a hacer aún con él la última tentativa!" Le
roció, como de costumbre, y le devolvió su forma humana después de haber llamado aquella vez a
su hija Kamaria para que presenciase la metamorfosis. Y la joven vio a Alí en su forma humana y le
encontró tan hermoso, que concibió en su corazón un amor violento hacia él. Así es que
encarándosele, le preguntó: "¿Es verdad, ¡oh hermoso joven! que no es a mí a quien deseas, sino
sólo mi traje y mis efectos?" El contestó: "¡Es verdad! ¡Porque se los destino a Zeinab, la sensible
hija de Dalila, la lista!" Estas palabras sumieron a la joven en un dolor y una consternación
grandes,'haciendo exclamar a su padre: "¡Tú misma oíste al malvado! ¡No se arrepiente!" Y roció al
instante a Alí con el agua de la taza talismánica, gritándole: "¡Vuélvete perro!" Y Alí se encontró en
seguida convertido en perro callejero; y el mago le escupió en la cara y le dió un puntapié,
echándole del palacio.
El perro Alí empezó a vagabundear extramuros de la ciudad; pero como no encontraba nada
que comer, se decidió a entrar en Bagdad. Y he aquí que inmediatamente le acogieron los ladridos
de todos los perros de los diversos barrios por donde pasaba, que al ver a aquel extranjero a quien
no conocían y que así violaba las fronteras de que eran ellos guardianes, hubieron de perseguirle a
dentelladas hasta los límites respectivos. Y de tal suerte iba el intruso de sitio en sitio, acosado y
mordido cruelmente por doquiera; pero por fin pudo refugiarse en una tienda abierta que por
casualidad estaba enclavada en territorio neutral. Por cierto que el propietario, que era un prendero
vendedor de objetos de segunda mano, al ver a aquel desgraciado perro con la cola entre piernas,
perseguido furiosamente por el ejército de los demás perros, cogió su bastón y le defendió contra
los agresores, que acabaron por dispersarse ladrando desde lejos. Entonces, para demostrar su
agradecimiento al prendero, el perro Alí se echó a sus pies con lágrimas en los ojos y le acarició,
lamiéndole y moviendo la cola con emoción. Y permaneció a su lado hasta la noche, diciéndose:
"¡Más vale ser perro que mono, por ejemplo, o algo peor todavía!" Y por la noche, cuando el
prendero cerró su tienda, se pegó a él y le siguió a su casa.
Y he aquí que apenas hubo entrado en su casa el prendero, su hija se tapó el rostro, y
exclamó ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 464* NOCHE
Ella dijo:
...Y he aquí que apenas hubo entrado en su casa el prendero, su hija se tapó el rostro y
exclamó: "¡Oh padre mío! ¿cómo te atreves a hacer entrar en el aposento de tu hija a un extraño?"
El prendero dijo: "¿Quién es ese extraño? ¡No hay aquí nadie más que un perro!" Ella contestó:
"¡Ese perro no es otro que Alí Azogue, de El Cairo, que fué hechizado por el judío Azaria el mago a
causa del traje de su hija Kamaria!" Al oír estas palabras, el prendero se encaró con el perro, y le
preguntó: "¿Es verdad eso?" Y el perro hizo con la cabeza una seña que significaba: "¡Sí!" Y
continuó la joven: "¡Dispuesta estoy, si quiere casarse conmigo, a devolverle su primitiva forma
humana!" Y exclamó el prendero: "¡Por Alah! ¡oh hija mía! ¡devuélvele su forma, y sin duda se
casará contigo!'' Luego se volvió hacia el perro, y le preguntó:
"¡Ya lo has oído! ¿Consientes en ello?" El perro meneó la cola e hizo con la cabeza una seña
que significaba: "¡Sí!" Entonces la joven cogió una taza talismánica llena de agua, y comenzaba a
pronunciar sobre ella las palabras conjuratorias, cuando de improviso se dejó oír un grito estridente
y la esclava de la joven entró entonces en el aposento diciendo a su ama: "¿Qué fué ¡oh mi
señora! de la promesa y del pacto que entre las dos hicimos? ¡Cuando te enseñé la hechicería, me
juraste no verificar nunca una operación mágica sin consultarme! precisamente también yo quiero
casarme con el joven Alí Azogue, que ahora está convertido en perro: y no consentiré que se le
transforne en hombre más que con la condición de que nos pertenezca a ambas en común y pase
una noche conmigo y una noche contigo!" Y en cuanto la joven accedió a este arreglo, su padre le
preguntó, muy asombrado de todo aquello: "¿Y desde cuándo estás iniciada en la hechicería?" Ella
contestó: "¡Desde que llegó esta esclava nueva, que la había aprendido estando al servicio del
judío Azaria, pues a hurtadillas hojeaba los libros mágicos y los volúmenes antiguos de ese insigne
mago!"
Tras de lo cual cada una de las dos jóvenes cogió una taza talismánica, y después de haber
murmurado en lengua hebrea algunas paiabras, rociaron con el agua al perro Alí, diciéndole: "¡Por
las virtudes, y los méritos de Soleimán, torna a convertirte en un ser humano vivo ! Y al instante
saltó sobre sus dos pies Alí Azogue, más joven y más hermoso que nunca. Pero en aquel mismo
momento se dejó oír un grito estridente, abrióse de par en par la puerta, y una maravillosa joven
hizo su entrada en la estancia, llevando en sus brazos dos bandejas de oro superpuestas; en la
bandeja áurea de abajo estaban el traje de oro, la corona de oro, el cinturón de oro y la babucha de
oro, y en la bandeja de arriba, que era más pequeña, estaba la cabeza cortada del judío Azaria,
sanguinolenta y con los ojos extraviados.
"Porque aquella tercera joven tan bella no era otra que Kamaria, la hija del mago, que
poniendo las dos bandejas a los pies de Alí Azogue le dijo: "¡Aquí te traigo, ¡oh Alí! los efectos que
codiciabas y la cabeza de mi padre el judío, porque te amo! ¡Sabrás también que me he vuelto
musulmana ahora!" Y pronunció: “! No hay más dios que Alah! !Y Mohammed es el enviado de
Alah'.
Al oír estas palabras, contestó Alí Azogue: "¡Consiento en casarme contigo a la vez que con
estas dos jóvenes que están aquí, ya que siendo mujer y contra los usos corrientes, me traes un
presente nupcial tan hermoso! ¡Pero es con la condición de regalar estos objetos a Zeinab, hija de
Dalila, a quien deseo tener como cuarta esposa, pues que la ley permite cuatro esposas
legítimas!'" Kamaria accedió a ello, y también las otras dos jóvenes. Y preguntó, el prendero: "¿Nos
prometerás, por lo menos, no tomar concubinas además de tus cuatro esposas legítimas?" Alí
contestó: "¡Lo prometo!" Y cogió la bandeja de oro que contenía los efectos de Kamaria, y salió
para llevárselos a Zeinab, la hija de Dalila.
Mientras se dirigía a casa de Dalila, vió a un vendedor ambulante que llevaba a la cabeza una
bandeja grande con confituras secas, halawa y almendras agarrapiñadas, y se dijo: "¡Estará bien
que lleve conmigo dulces de estos para dárselos a Zeinab!" Y he aquí que el vendedor, que
parecía acecharle, le dijo: "¡Oh mi amo, no hay en Bagdad quien saque como yo la confitura de
zanahorias con nueces! ¿Cuánto necesitas? ¡Pero antes de comprarme nada, prueba este
pedacito y dime cómo lo encuentras!" Y Azogue cogió el pedazo y se lo tragó. Pero en el mismo
momento cayó al suelo como inanimado. El pedazo de confitura estaba mezclado con bang; y el
vendedor no era otro que Mahmud el Aborto, que ejercía el oficio lucrativo de despojar a sus
clientes. Había visto todas las cosas hermosas que llevaba Azogue, y le había narcotizado para
robárselas. En efecto, no bien quedó Azogue tendido sin movimiento, el Aborto se apoderó del
traje de oro y de las demás cosas y se dispuso a huir; pero de pronto apareció a caballo Hassán-la-
Peste, acompañado por sus cuarenta guardias, y vio al ladrón y le detuvo. Y el Aborto no tuvo más
remedio que declarar y enseñar a Hassán aquel cuerpo tendido en el suelo. Al punto Hassán, que
desde la desaparición de Alí recorría en busca suya con sus guardias todos los barrios de Bagdad,
hizo traer contrabang y se lo administró. Y cuando hubo despertado el joven, sus primeras
palabras fueron para pedir noticias de los efectos que llevaba a Zeinab. Y Hassán se los enseñó, y
después de las efusiones propias del encuentro, le felicitó por su destreza, y le dijo: "¡Por Alah, nos
superas a todos!" Luego le condujo a casa de Ahmad-la-Tiña, y tras nuevas zalemas por una y otra
parte, se hizo contar toda la aventura, y le dijo: "¡Pues entonces el palacio encantado del mago te
corresponde por derecho propio, ya que una de tus cuatro esposas va a ser Kamaria! ¡Allí
celebraremos tus bodas cuádruples! Voy al instante a llevar a Zeinab de tu parte los presentes y a
decidir a su tío Zoraik a que te la conceda en matrimonio. ¡Y te lo prometo que no rehusará esta
vez el viejo bribón! ¡En cuanto a Mahmud el Aborto no podemos castigarle porque va a ser pariente
tuyo al entrar tú en su familia...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana. v se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 465* NOCHE
Ella dijo.
"¡ . . . En cuanto a Mahmud el Aborto, no podemos castigarle porque va a ser pariente tuyo al
entrar tú en la familia!"
Cuando hubo dicho estas palabras, Hassán-la-Peste cogió el traje de oro, la corona de oro, el
cinturón de oro y la babucha de oro y fue al khan de las palomas, donde encontró a Dalila y a
Zeinab dedicadas precisamente a repartir la comida a las palomas. Después de las zalemas, les
dijo que hicieran ir a Zoraik, les hizo ver los presentes nupciales que habían reclamado para dote
de Zeinab, y les dijo: "¡Ahora es imposible cualquier repulsa! ¡Si no, sería la ofensa para mí, para
Hassán!" Y Dalila y Zoraik aceptaron los presentes, y dieron su consentimiento para el casamiento
de Zeinab con Alí Azogue.
Al día siguiente Alí Azogue fue a tomar posesión del palacio del judío Azaria; y aquella noche,
ante el kadí y los testigos por una parte, y ante Ahmad-la-Tiña con sus cuarenta y Hassán-la-Peste
con su cuarenta por otra parte, se extendió el contrato de matrimonio de Alí Azogue con Zeinab,
hija de Dalila; con Kamaria, hija de Azaria; con la hija del prendero y con la joven esclava del
prendero. Y se celebraron suntuosamente las ceremonias de los cuatro casamientos. Y sin duda
era Zeinab, según todas las mujeres del cortejo, la más atrayente y la más bella bajo sus velos de
desposada. Y por cierto que iba vestida con el traje de oro, la corona de oro, el cinturón de oro y la
babucha de oro; y las otras tres jóvenes se mostraban a su alrededor como las estrellas alrededor
de la luna.
Así es que aquella misma noche Alí Azogue comenzó a hacer sus visitas nupciales,
penetrando primero en su esposa Zeinab. Y se encontró con que era una verdadera perla
imperforada y una cabalgadura sin montar aún. Y se deleitó con ella hasta el límite del deleite, y
luego penetró por turno en cada una de sus otras tres esposas. Y como las halló
absolutamente perfectas de belleza y de virginidad, se deleitó también con ellas y les tomó lo
que tenía que tomarles y les dio lo que tenía que darles, y se hizo por una y otra parte con toda
generosidad y a completa satisfacción.
Respecto de los festines dados con ocasión de las bodas, duraron treinta días y treinta
noches; y no se perdonó nada para que fuesen dignos de su dispensador. Y hubo regocijo, y se
rio, y se cantó, y se divirtieron extremadamente los invitados.
Cuando se terminaron los festejos, Hassán-la-Peste fue en busca de Azogue, y después de
reiterarle sus felicitaciones, le dijo: "¡Ya Alí! ¡he aquí que te llegó la hora de ser presentado a
nuestro amo el califa para que te otorgue sus favores!" Y le llevó al diwán, donde no tardó en hacer
su entrada el califa.
Al ver a Alí Azogue, el califa quedó muy encantado; porque en verdad que la buena cara del
joven predisponía en favor suyo, y la belleza podía dar fe de que le reconocía como su elegido. Y
empujado por Hassán-la-Peste, Alí Azogue avanzó ante el califa y besó la tierra entre sus manos.
Luego se levantó, y cogiendo una bandeja que tenía cubierta Lomo-de-Camello con un paño de
seda, la descubrió ante el califa. Y se vió la cabeza cortada del judío Azaria, el mago.
Asombró aquello al califa, que hubo de preguntar: "¿De quién es esta cabeza?" Y contestó
Azogue: "¡Del mayor de tus enemigos, ¡oh Emir de los Creyentes! ¡Su propietario era un insigne
mago capaz de destruir Bagdad con todos sus palacios!" Y contó a Harún Al-Raschid toda la
historia desde el principio hasta el fin sin omitir un detalle.
Aquella historia maravilló al califa de tal modo, que al instante nombró a Azogue intendente
general de policía, con la misma categoría, las mismas prerrogativas y los mismos emolumentos
que Ahmad-la-Tiña y Hassán-la-Peste; luego le dijo: "¡Vivan los bravos como tú, ¡ya Alí! ¡Quiero
que me pidas alguna cosa mas!" Azogue contestó: "¡La eterna duración de la vida del califa, y
permiso para hacer venir de El Cairo, mi patria, a mis cuarenta compañeros antiguos para tenerles
aquí como guardias, al igual de los de mis dos colegas!" Y contestó el califa: "¡Ya puedes hacerlo!"
Luego ordenó a los más hábiles escribas del palacio que escribieran cuidadosamente aquella
historia y la encarpetaran en los archivos del reino para qué a la vez sirviese de lección y de
diversión a los pueblos musulmanes y a todos los futuros creyentes en Alah y en su profeta
Mahomed, el mejor de los hombres (¡con El la plegaria y la paz!).
¡Y vivieron todos la vida más deliciosa y más alegre, hasta que fué a visitarles la Destructora
de Alegrías y la Separadora de los Amigos!
¡Y tal es como ha llegado a mí, con todos sus detalles exactos, oh rey afortunado! la historia
verídica de Dalila la Taimada y de su hija Zeinab la Embustera con Ahmad-la-Tiña, Hassán-la-
Peste, Alí Azogue y Zoraik, el vendedor de pescado frito! ¡Pero Alah (¡glorificado y exaltado sea!)
es más sabio y más penetrante!
Luego añadió Schehrazada: "No creas, sin embargo, ¡oh rey afortunado! que esta historia es
más verídica que la de JUDER EL PESCADOR y sus hermanos". Y en seguida contó:
HISTORIA DE JUDER EL PESCADOR O EL SACO ENCANTADO
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que había antaño un mercader llamado Omar, que
tenía una posteridad de tres hijos: uno se llamaba Salem, el segundo se llamaba Salim y el más
pequeño se llamaba Juder. Les educó hasta que llegaron a la edad de hombres; pero como quería
a Juder mucho más que a sus hermanos, notaron éstos tal preferencia, se apoderó de ellos la
envidia y detestaron a Juder. Así es que, cuando el mercader Omar, que era hombre cargado ya
de años, notó a su vez el odio que sus dos hijos mayores tenían al hermano, temió que a su
muerte hiciesen sufrir a Juder. Congregó, pues, a los miembros de su familia y a algunos hombres
de ciencia, así como a diversas personas que por orden del kadí se ocupaban de las sucesiones, y
les dijo: "¡Que traigan todos mis bienes y todas las telas de mi tienda!" Y cuando se lo llevaron
todo, dijo: "¡Dividid estos bienes y estas telas en cuatro partes, como manda la ley!" Y lo dividieron
en cuatro partes. Y el anciano dio a cada uno de sus hijos una parte, guardó para sí la cuarta parte,
y dijo: "Esa era toda mi fortuna y se la he repartido en vida para que nada tengan que reclamarme
ni reclamarse entre ellos y no disputen a mi muerte. ¡En cuanto a la cuarta parte que me reservé,
será para mi esposa, la madre de mis hijos, a fin de que con ella pueda atender a sus
necesidades!"
Y he aquí que poco tiempo después murió el anciano; pero sus hijos Salem y Salim no
quisieron contentarse con el reparto que se había hecho, y reclamaron a Juder parte de lo que le
había tocado, diciéndole: "¡La fortuna de nuestro padre fué a parar a tus manos...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 466* NOCHE
Ella dijo:
"¡ ... La fortuna de nuestro padre fue a parar a tus manos!"
Y Juder se vio obligado a recurrir en contra de ellos a los jueces y a hacer comparecer a los
testigos musulmanes que habían asistido al reparto y que dieron fe de lo que sabían; así es que el
juez prohibió a los dos hermanos mayores que tocaran el patrimonio de Juder. Pero las costas del
proceso hicieron perder a Juder y a sus hermanos parte de lo que poseían. Aquello, sin embargo,
no impidió que estos últimos conspiraran contra Juder, el cual se vio obligado a apelar una vez
más en contra de ellos a los jueces; y de nuevo el pleito les hizo gastar a los tres una buena parte
de su peculio en las costas. Pero no cejaron en sus propósitos, y fueron a un tercer juez, y luego al
cuarto, y así sucesivamente, hasta que los jueces se comieron toda la herencia, y los tres
quedaron tan pobres que no tenían ni una moneda de cobre para comprarse un panecillo y una
cebolla.
Cuando los dos hermanos Salem y Salim se vieron en aquel estado, como ya no podían
reclamar nada a Juder, que estaba tan miserable como ellos, conspiraron contra su madre, a la
que engañaron y despojaron después de maltratarla. Y la pobre mujer fué llorando en busca de su
hijo Juder, y le dijo: "¡Tus hermanos me han hecho tal y cual cosa! ¡Y me han privado de mi parte
de herencia!" Y empezó a proferir imprecaciones contra ellos.
Pero Juder le dijo:
"¡Oh madre mía! ¡no lances contra ellos imprecaciones! ¡Porque ya se encargará Alah de tratar
a cada cual según sus actos! Por lo que a mí respecta, no quiero denunciarles al kadí y a los
demás jueces, porque los procesos exigen dispendios, y en juicios perdí todo mi capital. Vale más,
pues, que nos resignemos al silencio ambos. Después de todo, ¡oh madre! no tienes más que
venirte a vivir conmigo y te cederé el pan que yo coma. Encárgate tú !oh madre mía! de hacer
votos por mí, y Alah me concederá lo necesario para mantenerte.
En cuanto a mis hermanos, déjales, que ya recibirán del Juez Soberano la recompensa por su
acción, y consuélate con estas palabras del poeta :
¡Si te oprime el insensato, sopórtale con paciencia; y no cuentes para vengarte, más
que con el tiempo!
¡Pero evita la tiranía! ¡porque si una montaña oprimiera a otra montaña, sería rota a su
vez por otra más sólida que ella y volaría hecha trizas!
Y Juder siguió prodigando a su madre palabras de consuelo, acariciándola y calmándola, y
consiguió así aliviarla y decidirla a que se fuera a vivir con él. Y para ganarse el sustento, se
procuró una red de pesca, y todos los días se iba a pescar al Nilo, en Bulak, a los estanques
grandes o a otros sitios en que hubiese agua; y de aquel modo sacaba una ganancia de diez
monedas de cobre unas veces, de veinte, otras, de treinta otras; y se lo gastaba todo en su madre
y en sí mismo; así es que comían bien y bebían bien.
En cuanto a sus dos hermanos, no poseían nada; ni oficio, ni venta, ni compra. Abrumábanles
la miseria, la ruina y todas las calamidades; y como no tardaron en disipar lo que habían
arrebatado a su madre, quedaron reducidos a la más miserable condición, y se convirtieron en dos
mendigos desnudos que carecían de todo. Así es que se vieron obligados a recurrir a su madre y a
humillarse ante ella hasta el extremo, y a quejársele del hambre que les torturaba. ¡ Y el corazón
de una madre es compasivo y piadoso! Y conmovida de su miseria, su madre les daba los
mendrugos que sobraban y que con frecuencia estaban mohosos; y les servía también las sobras
de la comida de la víspera, diciéndoles: "¡Comed pronto y marchaos antes de que vuelva vuestro
hermano, pues al veros aquí se disgustará y se le endurecerá el corazón en contra mía, con lo que
me comprometeréis ante él!"
Y se daban prisa ellos a comer y a marcharse. Pero un día entre los días, entraron en casa de
su madre, que, como de costumbre, les sacó manjares y pan para que comiesen; y entró de pronto
Juder. Y la madre se quedó muy avergonzada y bastante confusa; y temiendo que se enfadase
con ella, bajó la cabeza, con miradas muy humildes para su hijo. Pero Juder lejos de mostrarse
contrariado sonrió a sus hermanos, y les dijo: '¡Bienvenidos seáis, oh hermanos míos! ¡ Y bendita
sea vuestra jornada! ¿Pero qué os ocurrió para que al fin os hayáis decidido a venir a vernos en
este día de bendición?" Y se colgó a su cuello, y les abrazó con efusión, diciéndoles: "¡En verdad
que hicisteis mal en dejarme languidecer así con la tristeza de no veros! ¡No vinisteis nunca a mi
casa para saber de mí y de vuestra madre!" Ellos contestaron: "¡Por Alah! ¡oh hermano nuestro!
también nos hizo languidecer el deseo de verte; y no nos ha alejado de ti más que la vergüenza
por lo que hubo de pasar entre nosotros y tú. ¡Pero henos aquí ya en extremo arrepentidos! ¡Sin
duda aquella fué obra de Satán (¡maldito sea por Alah el Exaltado!), y ahora no tenemos otra
bendición que tú y nuestra madre!"
Y Juder, muy conmovido con estas palabras, les dijo: "¡Y yo no tengo otra bendición que
vosotros dos, hermanos míos!" Entonces la madre se encaró con Juder, y le dijo: "¡Oh hijo mío,
blanquee Alah tu rostro y aumente tu prosperidad, pues eres el más generoso de todos nosotros,
¡oh hijo mío!" Y dijo Juder: "¡Bienvenidos seáis y venid conmigo! ¡Alah es generoso, y en la morada
hay abundancia!" Y acabó de reconciliarse con sus hermanos, que cenaron en su compañía y
pasaron la noche en su casa.
Al día siguiente almorzaron todos juntos, y Juder, cargado con su red, se marchó confiando en
la generosidad del Abridor, mientras sus dos hermanos se iban por otra parte y permanecían
ausentes hasta mediodía para volver a comer con su madre. En cuanto a Juder, no volvía hasta la
noche llevando consigo carne y verduras compradas con su ganancia del día. Y así vivieron
durante el transcurso de un mes, pescando Juder peces para venderlos y gastar el producto con su
madre y sus hermanos, que comían y triunfaban.
Pero un día entre los días...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 467* NOCHE
Ella dijo:
". . . Pero un día entre los días, Juder echó su red al río, y cuando la recogió, la encontró vacía;
la echó por segunda vez, y la recogió vacía; entonces dijo para sí: "¡No hay pescado en esta
parte!" Y cambió de sitio, y echando su red, la recogió vacía de nuevo. Cambió de sitio por
segunda vez, por tercera vez, y así sucesivamente, desde por la mañana hasta por la noche, sin
conseguir pescar ni un solo gobio. Entonces exclamó: "¡Oh prodigios! ¿No habrá ya peces en el
agua? ¿0 será otra cosa la causa de ello?" Y como caía la tarde, se cargó la red a la espalda y
regresó muy apenado, muy triste, apesadumbrándose y preocupándose por sus hermanos y su
madre, sin saber cómo iba a arreglarse para darles de cenar; y de tal suerte pasó por delante de
una panadería, donde tenía costumbre de entrar a comprar el pan para la noche. Y vio a la
muchedumbre de clientes que con el dinero en la mano se apretujaban para comprar pan, sin que
el panadero se fijase en él. Y Juder se apartó tristemente, mirando a los compradores y
suspirando. Entonces le dijo el panadero: "¡La bienvenida sobre ti, oh Juder! ¿Necesitas pan?"
Pero Juder guardó silencio. El panadero le dijo: "¡Aunque no traigas dinero encima, llévate lo que
necesites, y ya me lo pagarás!"
Y Juder le dijo entonces: "¡Dame pan por valor de diez monedas de cobre, y quédate con mi
red en prenda!" Pero contestó el panadero: "No, ¡oh pobre! tu red es la puerta de tu ganancia, y si
me quedara yo con ella, te cerraría la puerta de la subsistencia. ¡He aquí, pues, los panes que
sueles comprar! Y he aquí la parte mía de diez monedas de cobre, por si acaso las necesitas. ¡Y
mañana ¡ya Juder! me traerás pescado por valor de veinte monedas de cobre!"
Y contestó Juder: "¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos!" Y después de dar al panadero
muchas gracias, cogió el pan y las diez monedas de cobre, con las cuales fué a comprar carne y
verduras, diciéndose: "¡Mañana el Señor me procurará los medios de desquitarme, y disipará mis
preocupaciones!" Y volvió a su casa, y su madre hizo la cena como de ordinario. Y Juder
cenó y se fue a dormir.
Al día siguiente cogió su red y se preparó para salir; pero le dijo su madre: "¡Qué ¿te vas sin
comer el pan que tomas por la mañana?!" El contestó: "Cómetelo tú con mis hermanos, ¡oh
madre!" Y se fue al río, donde echó su red por primera, segunda y tercera vez, cambiando de sitio
varias veces, y llegó la hora de la plegaria de la siesta sin que pescase nada. Entonces recogió su
red y regresó desolado en extremo; y como no había otro camino para dirigirse a su casa, se vio
obligado a pasar por delante de la panadería, y al verle el panadero le contó diez nuevos panes y
diez monedas de cobre, y le dijo: "¡Toma eso y vete! ¡Y mañana llegará lo que la suerte ha
decidido que no llegue hoy!" Y Juder quiso excusarse; pero el panadero le dijo: "No tienes para qué
disculparte conmigo, ¡oh pobre! ¡Si hubieras pescado algo, ya me habrías pagado! ¡Y si no pescas
nada mañana, ven sin vergüenza aquí, porque tienes crédito a plazo ilimitado!"
Tampoco al día siguiente pescó Juder nada en absoluto, y una vez más se vio obligado a
presentarse en casa del panadero; y tuvo la misma mala suerte durante siete días seguidos, al
cabo de los cuales se le puso muy angustiado el corazón, y dijo para sí: "Hoy voy a ir a pescar al
lago Karún. ¡Acaso encuentre mi destino allí!"
Fue, pues, al lago Karún, situado no lejos de El Cairo, y se disponía a echar su red, cuando vio
ir hacia él a un moghrabín montado en una mula. Iba vestido con un traje extraordinariamente
hermoso, y tan envuelto estaba en su albornoz y en su pañuelo de la cabeza, que no se le veía
más que un ojo. También la mula estaba cubierta y enjaezada con tisú de oro y sedas, y a la grupa
llevaba unas alforjas de lana de color.
Cuando el moghrabín estuvo junto a Juder, se apeó de su mula, y dijo: "¡La zalema contigo,
¡oh Juder! ¡Oh hijo de Omar!" Y contestó Juder: "¡Y contigo la zalema, ¡oh mi señor peregrino!" El
moghrabín dijo: "¡Oh, Juder, te necesito! ¡Si quieres obedecerme, alcanzarás grandes ventajas y
una ganancia inmensa, y serás mi amigo, y arreglarás todos mis asuntos!"
Juder contestó: "¡Oh mi señor peregrino! dime ya lo que estás pensando, y te obedeceré en
seguida!" Entonces le dijo el moghrabín: "¡Empieza, pues, por recitar el capítulo liminar del Korán!"
Y Juder recitó con él la fatiha del Korán.
Entonces le dijo el moghrabín: "¡Oh, Juder, hijo de Omar! Vas a atarme los brazos con estos
cordones de seda lo más sólidamente que puedas! Después de lo cual me arrojarás al lago y
esperarás algún tiempo. Si ves aparecer por encima del agua una mano mía antes que mi cuerpo,
echa en seguida tu red y sácame con ella a la orilla; pero si ves aparecer un pie mío fuera del
agua, sabe que habré muerto. No te inquietes por mí ya entonces, coge la mula con las alforjas y
ve al zoco de los mercaderes, donde encontrarás a un judío llamado Schamayaa. ¡Le entregarás la
mula, y te dará él cien dinares, con los cuales te irás por tu camino!
¡Pero has de guardar el secreto de todo esto!...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 468* NOCHE
Ella dijo:
"...¡Pero has de guardar el secreto de todo esto!" Entonces contestó Juder: '*¡Escucho y
obedezco!" Y ató los brazos al moghrabín, que le decía: "¡Más fuerte todavía!" Y cuando acabó la
cosa, lo levantó y lo tiró al lago. Luego esperó algunos instantes para ver qué pasaba.
Pero al cabo de cierto tiempo vió de pronto surgir del agua los dos pies del moghrabín.
Entonces comprendió que había muerto el hombre, y sin inquietarse más por él cogió la mula y
fue al zoco de los mercaderes, donde, efectivamente, vio sentado en una silla, a la puerta de su
tienda, al consabido judío, que exclamó al ver la mula: "¡No hay duda! ha perecido el hombre!"
Luego prosiguió: "¡Ha sido víctima de la codicia!" Y sin añadir una palabra, tomó de manos de
Juder la mula, v le contó cien dinares de oro, recomendándole que guardara el secreto. Juder
cogió, pues, el dinero del judío, y se apresuró a ir en busca del panadero, al cual tomó el pan de
costumbre, y dándole un dinar, le dijo: "¡Esto es para pagarte lo que te debo, oh mi amo!" Y el
panadero echó la cuenta, y le dijo: "¡Todavía con lo que sobra, tienes pagado en mi casa el pan de
dos días!"
Juder le dejó y fue en busca del carnicero y del verdulero, y dándoles un dinar a cada uno, les
dijo: "¡Dadme lo que necesito y quedaos con el resto del dinero a cuenta de lo que compre más
adelante!" Y compró carne y verduras y lo llevó todo a su casa, donde encontró a sus hermanos
con mucha hambre y a su madre que les decía que tuviesen paciencia hasta la vuelta del hermano.
Entonces dejó ante ellos las provisiones, sobre las cuales se precipitaron como ghuls, y empezaron
por devorar todo el pan mientras se hacía la comida.
Al día siguiente, antes de marcharse, Juder entregó a su madre todo el oro que tenía,
diciéndole: "¡Guárdalo para ti y para mis hermanos, a fin de que nunca carezcan de nada!"
Y cogió su red de pesca, y volvió al lago Karún; y ya iba a comenzar su trabajo, cuando vio
avanzar hacia él a un segundo moghrabín que se parecía al primero e iba vestido con más riqueza
y montado en una mula: "¡La zalema contigo, oh Juder, hijo de Omar!"
El pescador contestó: "¡Y contigo la zalema, oh mi señor peregrino!"
El otro dijo: "¿Viste ayer a un moghrabín montado en una mula como ésta?" Pero Juder, que
tenía miedo que le acusaran por la muerte del hombre, se dijo que valdría más negar
absolutamente, y contestó: "¡No, no vi a nadie!"
El segundo moghrabín sonrió y dijo: "¡Oh pobre Juder! ¿Acaso no sabes que no ignoro nada
de lo que ha pasado? ¡El hombre a quien tiraste al lago y cuya mula vendiste al judío Schamayaa
por cien dinares es mi hermano! ¿Por qué intentas negar?"
El pescador contestó: "Si sabías todo eso, ¿para qué me lo preguntas?"
El otro dijo: "Porque necesito ¡oh Juder! que me hagas el mismo servicio que a mi hermano". Y
sacó de sus alforjas preciosas unos cordones gordos de seda, que entregó a Juder, diciéndole:
"¡Atame todo lo sólidamente que puedas y arrójame al agua! ¡Si ves salir mi pie antes que
nada, es que habré muerto! Entonces cogerás la mula y se la venderás al judío por cien dinares!"
Juder contestó: "¡Acércate, entonces!"
Y se acercó el moghrabín y Juder le ató los brazos, y levantándolo en alto lo tiró al fondo del
lago.
Y he aquí que al cabo de algunos instantes vio salir del agua dos pies. Y comprendió que
había muerto el moghrabín; y se dijo:
"¡Ha muerto! ¡Que no vuelva y quédese con su calamidad! ¡Inschalah! ¿Vendrá a mí
cada día un moghrabín para que le tire al agua, haciéndome ganar cien dinares?
Y cogió la mula y se fue en busca del judío, que exclamó al verle: "¡Ha muerto el segundo!"
Juder contestó: ¡Ojalá viva tu cabeza!" Y añadió el judío: "¡Esa es la recompensa de los
ambiciosos!" Y se quedó con la mula y dio cien dinares a Juder, que volvió con su madre y se los
entregó. Y le preguntó su madre: "¿Pero de dónde sacas tanto dinero, ¡oh hijo mío!?" Entonces le
contó él lo que le había pasado; y su madre le dijo muy asustada: "¡No debes volver al lago Karún!
¡Tengo miedo que los moghrabines te acarreen alguna desgracia!"
El contestó: "¡Pero si los tiro al agua con su consentimiento! ¡oh madre! Además, ¿por qué
no hacerlo, si el oficio de ahogador me reporta cien dinares diarios? ¡Por Alah! ¡que ahora
quiero ir todos los días al lago Karún hasta que con mis manos ahogue al último de los
moghrabines y no quede la menor señal de moghrabines!"
Al tercer día, pues, volvió Juder al lago Karún, y en el mismo instante vio llegar a un tercer
moghrabín, que se parecía asombrosamente a los dos primeros, pero que les superaba aún en la
riqueza de sus vestidos y en la hermosura de los jaeces con que estaba adornada la mula en que
montaba; y detrás de él, en cada lado de las alforjas, había un bote de cristal con su tapadera. Se
acercó aquel hombre a Juder, y le dijo: "¡La zalema contigo, oh, Juder, hijo de Omar!"
El pescador le devolvió la zalema, pensando: "¿Cómo me conocerán y sabrán mi nombre
todos?"
El moghrabín le preguntó...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente
CUANDO LLEGO LA 469* NOCHE
Ella dilo:
"...El moghrabín le preguntó: "¿Has visto pasar moghrabines por aquí?" El pescador contestó:
"¡Dos!" El otro preguntó: "¿Por dónde han ido?" El pescador dijo: "¡Les até los brazos y les tiré a
este lago, en donde se ahogaron! ¡Y si te conviene seguir su suerte, puedo hacer contigo lo
mismo!"
Al oír estas palabras, el moghrabín se echó a reír y contestó: "¡Oh, pobre! ¿No sabes que
toda vida tiene fijado de antemano su término?"
Y se apeó de su mula, y añadió tranquilamente: "¡Oh Juder, deseo que hagas conmigo igual
que hiciste con ellos!" Y sacó de sus alforjas unos cordones gordos de seda y se los entregó; y le
dijo Juder: "¡Entonces deja que te coja las manos para atártelas a la espalda; y date prisa, porque
estoy muy atareado y el tiempo apremia! ¡Por lo demás, estoy muy al corriente del oficio, y puedes
tener confianza en mi habilidad de ahogador!"
Entonces el moghrabín le presentó los brazos. Juder se los ató a la espalda; luego lo levantó
en alto y lo arrojó al lago, en donde le vió hundirse y desaparecer. Y antes de marcharse con la
mula, esperó a que saliesen del agua los pies del moghrabín; pero con gran sorpresa por su parte,
vió que surgían del agua las dos manos precediendo a la cabeza y al moghrabín entero, que le
gritó: "¡No sé nadar! ¡Cógeme en seguida con tu red, oh pobre!" Y Juder le echó la red y consiguió
sacarle a la orilla. A la sazón vió en las manos de aquel hombre, sin que lo hubiese notado antes,
dos peces de color rojo como el coral, un pez en cada mano. Y el moghrabín se apresuró a coger
de su mulo los dos botes de cristal, metió un pez en cada bote, los tapó, y colocó de nuevo los
botes en las alforjas. Tras de lo cual volvió hacia Juder, y cogiéndole en brazos, se puso a besarle
con mucha efusión en la mejilla derecha y en la mejilla izquierda; y le dijo: "¡Por Alah! ¡Sin ti no
estaría vivo yo ahora, y no hubiera podido atrapar estos dos peces!" ¡Eso fué todo!
Y he aquí que Juder, que estaba inmóvil de sorpresa, acabó por decirle: "¡Por Alah, oh mi
señor peregrino! ¡Si verdaderamente crees que intervine algo en tu liberación y en la captura de
esos peces, cuéntame pronto, como única prueba de gratitud, lo que sepas con respecto de los
dos moghrabines ahogados, y la verdad acerca de los dos peces consabidos y acerca del judío
Schamayaa el del zoco!"
Entonces dijo el moghrabín:
"¡Oh Juder! Sabe que los dos moghràbines que se ahogaron eran hermanos míos. Uno se
llamaba Abd Al-Salam y el otro se llamaba Abd Al-Abad. En cuanto a mí me llamo Abd Al-Samad.
Y el que tú crees judío no tiene nada de judío, pues es un verdadero musulmán del rito malekita; su
nombre es Abd Al-Rahim, y también es hermano nuestro. Y he aquí ¡ya Juder! que nuestro padre,
que se llamaba Abd Al-Wadud, era un gran mago que poseía a fondo todas las ciencias
misteriosas, y nos enseñó a sus cuatro hijos la magia, la hechicería y el arte de descubrir y abrir los
tesoros más ocultos. Así es que hubimos de dedicarnos incesantemente al estudio de esas
ciencias en las que logramos alcanzar tal grado de sabiduría, que acabamos por someter a
nuestras órdenes a los genn, a los mareds y a los efrits.
"Cuando murió nuestro padre, nos dejó muchos bienes y riquezas inmensas. Entonces nos
repartimos equitativamente los tesoros que nos dejó, los talismanes y los libros de ciencia; pero no
nos pusimos de acuerdo sobre la posesión de ciertos manuscritos. El más importante de aquellos
manuscritos era un libro titulado Anales de los Antiguos, verdaderamente inestimable de precio y
de valor, que ni siquiera podría pagarse con su peso en pedrerías. Porque en él se encontraban
indicaciones precisas acerca de la solución de los enigmas y los signos misteriosos. Y en aquel
manuscrito precisamente había agotado nuestro padre toda la ciencia que poseía.
"Cuando comenzaba a acentuarse entre nosotros la discordia, vimos entrar en nuestra casa a
un venerable jeique, el mismo que había educado a nuestro padre y le había enseñado la magia y
la adivinación. Y aquel jeique, que se llamaba El Profundísimo Cohén, nos dijo: "¡Traedme ese
libro!" Y le llevamos los Anales de los Antiguos, que cogió él y nos dijo: "¡Oh hijos míos, sois hijos
de mi hijo, y no puedo favorecer a uno de vosotros en detrimento de los demás! ¡Es necesario,
pues, que aquel de vosotros que desee poseer este libro vaya a abrir el tesoro llamado Al-
Schamardal, y me traiga la esfera celeste, la redomita de kohl, el alfanje y el anillo, que todos estos
objetos contiene el tesoro! ¡Y son extraordinarias sus virtudes! En efecto, el sello está guardado
por un genni, cuyo sólo nombre da miedo pronunciarlo: se llama el Efrit Trueno-Penetrante. Y el
hombre que se haga dueño de este anillo, puede afrontar sin temor el poderío de los reyes y
sultanes; y cuando quiera podrá ser el dominador de la tierra en todo lo que tiene de ancha y larga.
Quien posea el alfanje, podrá destruir a su albedrío ejércitos sin más que blandirlo, pues al punto
saldrán de él llamas y relámpagos, que reducirán a la nada a todos los guerreros. Quien posea la
esfera celeste, podrá viajar a su antojo por todos los puntos del universo sin molestarse ni cambiar
de sitio, y visitar todas las comarcas de Oriente a Occidente. Para ello, le bastará tocar con el dedo
el punto adonde quiere ir y las regiones que desea recorrer, y la esfera empezará a dar vueltas,
haciendo desfilar ante sus ojos todas las cosas interesantes del país en cuestión, así como sus
pobladores, todo cual si lo tuviese entre las manos. Y si a veces está quejoso de la hospitalidad de
los indígenas de cualquier país o el recibimiento que le dispensó una ciudad entre las ciudades, le
bastará dirigir el sol hacia el punto en que se encuentra la región enemiga, e inmediatamente será
la tal presa de las llamas y arderá con todos sus habitantes. En cuanto a la redomita de kohl, quien
se frota los párpados con el kohl que contiene, ve al instante todos los tesoros ocultos en la tierra.
¡Ya lo sabéis! Así, pues, el libro no le pertenecerá de derecho más que a quien realice la empresa;
y quienes fracasen, no podrán hacer reclamación ninguna. ¿Aceptáis estas condiciones?"
Contestamos: "Las aceptamos, ¡oh jeique de nuestro padre! ¡Pero no sabemos nada relativo a ese
tesoro de Schamardal!" Entonces nos dijo: "Sabed, hijos míos, que el tal tesoro de Schamardal se
encuentra...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 470* NOCHE
Ella dijo:
"...Sabed, hijos míos, que el tal tesoro de Schamardal se encuentra bajo la dominación de los
dos hijos del rey Rojo. En otro tiempo vuestro padre trató de apoderarse de ese tesoro; pero para
abrirlo era necesario apoderarse antes de los hijos del rey Rojo. Y he aquí que en el momento en
que vuestro padre iba a ponerles la mano encima, se escaparon y fueron a arrojarse,
transformados en peces rojos, al fondo del lago Karún, en las proximidades de El Cairo. Y como
aquel lago estaba también encantado, por mucho que hizo vuestro padre no pudo atrapar a los dos
peces. Entonces fué a buscarme y se me quejó de la ineficacia de sus tentativas. Y enseguida hice
yo mis cálculos astrológicos y saqué el horóscopo; y descubrí que aquel tesoro de Schamardal no
podía abrirse más que con ayuda y en presencia de un joven de El Cairo llamado Juder ben-Omar,
pescador de oficio. Se encontrará el tal Juder a orillas del lago Karún. Y el encanto de ese lago no
puede romperse más que por el propio Juder, que deberá atar los brazos a aquel cuyo destino sea
bajar al lago; y le tirará al agua. Y el que se arroje allí tendrá que luchar contra los dos hijos
encantados del rey Rojo; y si tiene la suerte de vencerlos y apoderarse de ellos, no se ahogará, y
sobrenadará por encima del agua su mano antes que nada. ¡Y le recogerá Juder con su red! ¡Pero
el que perezca, sacará del agua antes que nada los pies, y deberá ser abandonado!"
"Al oír estas palabras del jeique Profundísimo Cohén, contestamos: «¡Ciertamente,
intentaremos la empresa, aun a riesgo de perecer!' Sólo nuestro hermano Abd Al-Rahim no quiso
intentar la aventura, y nos dijo: "¡Yo no quiero!" Entonces le decidimos a que se disfrazara de
mercader judío; y juntos convinimos en enviarle la mula y las alforjas para que se las comprase al
pescador, dado caso de que pereciéramos en nuestra tentativa.
"Por lo demás, ya sabes ¡oh Juder! lo ocurrido. ¡Mis dos hermanos perecieron en el lago,
víctimas de los hijos del rey Rojo! Y también yo creí sucumbir a mi vez luchando contra ellos
cuando me tiraste al lago, pero gracias a un conjuro mental, logré desembarazarme de mis
ligaduras, romper el encanto invencible del lago y apoderarme de los dos hijos del rey Rojo, que
son estos dos peces color de coral que me has visto encerrar en los botes de mis alforjas. Y he
aquí que esos dos peces encantados, hijos del rey Rojo son nada menos que dos efrits
poderosos; y merced a su captura, por fin voy a poder abrir el tesoro de Schamardal.
"¡Pero para abrir el tal tesoro, es absolutamente necesario que estés presente, porque el
horóscopo sacado por El Profundísimo Cohén predecía que la cosa no podría hacerse más que a
tu vista!
"¿Quieres, pues, ¡oh Juder! consentir en ir conmigo al Maghreb, a un paraje situado cerca de
Fas y Miknas, para ayudarme a abrir el tesoro de Schamardal? ¡Y te daré todo lo que pidas! ¡Y
serás por siempre mi hermano en Alah! ¡Y después de ese viaje, regresarás entre tu familia con el
corazón jubiloso!"
Cuando Juder hubo oído estas palabras, contestó: "¡Oh mi señor peregrino, tengo pendientes
de mi cuello a mi madre y a mis hermanos! ¡Y soy yo el encargado de mantenerles! Así, pues, si
consiento en marcharme contigo, ¿quién les dará el pan para alimentarse?" El moghrabín contestó:
"¡Te abstienes sólo por pereza! ¡Si verdaderamente no te impide partir más que la falta de dinero y
el cuidado de tu madre, estoy dispuesto a darte ya, mil dinares de oro para que subsista tu madre
mientras tú vuelves, que será al cabo de una ausencia de cuatro meses apenas!" Al oír lo de los
mil dinares, Juder exclamó: "¡Dame ¡oh peregrino! los mil dinares para que vaya a llevárselos a mi
madre y parta luego contigo!" Y el moghrabín le entregó al punto los mil dinares, y el pescador fué
a dárselos a su madre, diciéndole: "¡Toma estos mil dinares para tus gastos y los de mis
hermanos, porque me marcho con un moghrabín a hacer un viaje de cuatro meses al Maghreb! Y
haz votos por mí durante mi ausencia, ¡oh madre! y tu bendición me colmará de beneficios". Ella
contestó: "¡Oh hijo mío, cómo me va a hacer languidecer de tristeza tu ausencia! ¡Y qué miedo
tengo por ti!"
El joven dijo: "¡Oh madre mía! ¡nada hay que temer por quien está bajo la guarda de Alah!
¡Además, el moghrabín es un buen hombre!" Y le elogió mucho el moghrabín. Y su madre, le dijo:
"¡Incline Alah hacia ti el corazón de ese moghrabín de bien! ¡Vete con él, hijo mío! ¡Acaso sea
generoso contigo!"
Entonces Juder dijo adiós a su madre y se fué en busca del moghrabín.
Y al verle llegar el moghrabín le preguntó: "¿Consultaste a tu madre?" Juder contestó: "¡Sí, por
cierto, e hizo votos por mí y me bendijo!" Díjole el otro: "¡Sube detrás de mí a la grupa!" Y Juder
montó a lomos de la mula detrás del moghrabín, y de aquel modo viajó desde mediodía hasta
media tarde.
Y he aquí que el viaje despertó un gran apetito en Juder, que tenía mucha hambre...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 471ª NOCHE
Ella dijo:
"...Y he aquí que el viaje despertó un gran apetito en Juder, que tenía mucha hambre. Pero
como no veía provisiones en el saco de viaje, dijo al moghrabín: "¡Oh mi señor peregrino, me
parece que se te olvidó de coger víveres para comer durante el viaje!" El otro contestó: "¿Acaso
tienes hambre?" Juder dijo: "¡Ya lo creo! ¡Ualah!" Entonces el moghrabín paró la mula, echó pie a
tierra seguido de Juder, y dijo a éste: "¡Dame el saco!"
Y cuando le dio el saco Juder, le preguntó: "¿Qué anhela tu alma, oh hermano mío?" Juder
contestó: "¡Cualquier cosa!" El moghrabín dijo: "¡Por Alah sobre ti, dime qué quieres comer!" Juder
contestó: "¡Pan y queso!" El otro sonrió, y dijo: "¿Nada más que pan y queso, ¡oh pobre!?
¡Verdaderamente, es poco digno de tu categoría! ¡Pídeme, pues, algo excelente!"
Juder contestó: "¡En este momento todo lo encontraría excelente!" El moghrabín le preguntó:
"¿Te gustan los pollo asados?" Juder dijo: "¡Ya Alah! ¡Sí!" El otro le preguntó: "Te gusta el arroz
con miel?" Juder dijo: "¡Mucho!" El otro le preguntó: "¿Te gustan las berengenas rellenas? ¿Y las
cabezas de pájaros con tomate? ¿Y la cotufas con perejil y las colocasias? ¿Y las cabezas de
carnero al horno? ¿Y los buñuelos de harina de cebada rebozados? ¿Y las hojas de vid rellenas?
¿Y los pasteles? ¿Y ésta y aquella cosa y la de más allá?" Y enumeró así hasta veinticuatro platos
distintos, en tanto que Juder pensaba: "¿Estará loco? Porque, ¿de dónde va a sacar los platos que
acaba de enumerarme, si no hay aquí cocina ni cocinero? ¡Voy a decirle que ya basta en verdad!"
Y dijo al moghrabín: "¡Basta! ¿Hasta cuándo vas a estar haciéndome desear esos diferentes
manjares sin mostrarme ninguno?"
Pero contestó el moghrabín: "¡La bienvenida sobre ti, ¡oh Juder!" Y metió la mano en el saco, y
extrajo de él un plato de oro con dos pollos asados y calientes; luego metió la mano por segunda
vez, y sacó un plato de oro con chuletas de cordero, y uno tras otro, sacó exactamente los
veinticuatro platos que había enumerado.
Estupefacto quedó Juder al ver aquello. Y le dijo el moghrabín: Come, pobre amigo mío!" Pero
exclamó Juder: "¡Ualah! ¡oh mi señor peregrino! sin duda has colocado en ese saco una cocina
con sus utensilios y cocineros!" El moghrabín se echó a reír, y contestó: Oh Juder, este saco está
encantado! ¡Lo sirve un efrit que, si quisiéramos nos traería al instante mil manjares indios y mil
manjares chinos!"
Y exclamó Juder: "¡Oh, qué hermoso saco, y qué prodigios contiene y qué opulencia!" Luego
comieron ambos hasta saciarse, y tiraron lo que les sobró de la comida. Y el moghrabín guardó
otra vez en el saco los platos de oro; luego metió la mano en el otro bolso de las alforjas, y sacó
una jarra de oro llena de agua fresca y dulce.
Y bebieron e hicieron sus abluciones y recitaron la plegaria de la tarde, metiendo después la
jarra en el saco junto a uno de los botes, poniendo el saco a lomos de la mula y montando en la
mula ellos para continuar su viaje.
Al cabo de cierto tiempo, el moghrabín preguntó a Juder: "¿Sabes ¡oh Juder! el camino que
hemos recorrido desde El Cairo hasta aquí?" Juder contestó: "¡Por Alah, que no lo sé!" El otro dijo:
"En dos horas hemos recorrido exactamente un trayecto que exige un mes de camino, por lo
menos!" Juder preguntó: "¿Y cómo es eso?"
El otro dijo: "¡Sabe oh Juder que esta mula que montamos es nada menos que una gennia
entre los genn. En un día suele recorrer el trayecto de un año de camino; pero hoy va despacio, al
paso, para que no te fatigues".
Y así prosiguieron su camino hacia el Maghreb; y todos a días, por la mañana y por la tarde,
el saco atendía a todas las necesidades; y Juder no tenía más que desear un manjar, aunque fuera
eI más complicado y el más extraordinario, para encontrarlo al punto en el fondo del saco,
completamente guisado y servido en un plato de oro.
Y de tal suerte, al cabo de cinco días llegaron al Maghreb y entraron en la ciudad de Mas y
Miknas.
Y he aquí que todos los transeúntes que se encontraban a lo largo de las calles conocían al
moghrabín, y le deseaban la zalema o iban besarle la mano, hasta que llegaron a la puerta de una
casa, donde se apeó el moghrabín para llamar. Y enseguida se abrió la puerta y en el umbral
apareció una joven absolutamente como la luna, y bella esbelta cual una gacela sedienta, que les
sonrió con una sonrisa de bienvenida.
Y el moghrabín le dijo, paternal: "¡Oh Rahma, hija mía! Date prisa a abrirnos la sala principal
del palacio!" Y contestó la joven Rahma: "¡Sobre la cabeza y sobre los ojos!" Y los precedió al
interior del palacio, balanceando sus caderas. Y Juder perdió la razón; y dijo para sí: "¡No cabe
duda! ¡Esta joven es, indiscutiblemente, la hija de un rey!"
En cuanto al moghrabín, comenzó primero por coger del lomo de la mula el saco, y dijo: "¡Oh,
mula, vuélvete al sitio de donde viniste! ¡Y Alah te bendiga!"
Y he aquí que de pronto se abrió la tierra y recibió en su seno a la mula para cerrarse sobre
ella inmediatamente.
Y exclamó Juder: "¡Oh, Protector! ¡Loores a Alah, que nos libró de tal cosa y veló por nosotros
mientras estuvimos a lomos de esta mula!" Pero el moghrabín dijo: "¿Por qué te asombras, ¡oh
Juder!? ¿No te previne que era una gennia entre los efrits? ¡Pero démonos prisa a entrar en el
palacio y a subir a la sala principal!"
Y siguieron a la joven.
Cuando Juder hubo penetrado en el palacio, quedó deslumbrado...
En este momento de su narración, Schherazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente
Y CUANDO LLEGO LA 472ª NOCHE
Ella dijo:
"...Cuando Juder hubo penetrado en el palacio, quedó deslumbrado por el esplendor y la
multitud de riquezas que encerraba y por la hermosura de las arañas de plata y las lámparas de
oro, así como la profusión de pedrerías y metales. Y una vez sentados en la alfombra, el
moghrabín dijo a su hija: "¡Ya Rahma, ve a traernos el paquete de seda que sabes!" Y al punto
echó a correr la joven, volviendo con el paquete consabido, y se lo dio a su padre, que lo abrió y
sacó de él un traje que valía mil dinares por lo menos, y dándoselo a Juder, le dijo: "¡Póntelo, ¡oh
Juder! y bienvenido seas como huésped aquí!" Y Juder se vistió con aquella ropa, y quedó tan
espléndido que parecía un rey entre los reyes de los árabes occidentales.
Tras de lo cual, el moghrabín, que tenía ante sí el saco, metió la mano en él y sacó multitud de
platos, que colocó en el mantel puesto por la joven, y no se detuvo en su tarea mientras no hubo
alineado de aquel modo cuarenta platos de color diferente y con manjares diferentes. Luego dijo a
Juder: "Extiende la mano y come, ¡oh mi señor! y dispénsanos por lo poco que te servimos; porque
verdaderamente aún no sabemos tus gustos y preferencias sobre manjares. ¡No tienes más que
decir lo que quieres mejor y lo que anhela tu alma, y te lo presentaremos sin tardanza!" Juder
contestó: "¡Por Alah, ¡oh mi señor peregrino! que me gustan todos los manjares, sin excepción, y
ninguno me repugna! ¡No me interrogues, pues, acerca de mis preferencias y pónme todo lo que te
parezca! ¡Porque lo único que sé es comer, y eso es lo que más me gusta en el mundo! ¡Ya sabes
que tengo buen diente!"
Y comió mucho aquella noche, y también los demás días, sin que nunca viese salir humo de la
cocina. Porque no tenía el moghrabín más que meter su mano en el saco, pensando en un manjar,
y al punto lo sacaba en un plato de oro. Y lo mismo ocurría con las frutas y las cosas de repostería.
Y de tal suerte vivió Juder en el palacio del moghrabín durante veinte días, cambiando de traje
todas las mañanas; y cada traje era más maravilloso que el anterior.
Por la mañana del vigésimoprimer día, fue a buscarle el moghrabín, y le dijo: "¡Levántate, oh
Juder! ¡Hoy es el día fijado para la apertura del tesoro de Schamardal!" Y Juder se levantó y salió
con el moghrabín. Y cuando llegaron extramuros de la ciudad, aparecieron de pronto dos mulas, en
las que se montaron ellos, y dos esclavos negros que echaron a andar detrás de las mulas. Y
caminaron de aquel modo hasta mediodía, en que llegaron a orillas de un río; y el moghrabín echó
pie a tierra, y dijo a Juder: "¡Apéate!" Y cuando se hubo apeado Juder, el otro hizo una seña con la
mano a los dos negros, diciéndoles: "¡Vamos! Los dos negros se llevaron las mulas, que
desaparecieron, volviendo luego los esclavos cargados con una tienda de campaña y una alfombra
y pusieron dentro alrededor los cojines y las almohadas. Tras de lo cual aportaron el saco y los dos
botes en que estaban encerrados los dos peces de color de coral. Después extendieron el mantel y
sirvieron una comida de veinticuatro platos que sacaron del saco. Tras de lo cual desaparecieron.
Entonces levantóse el moghrabín, colocó ante él encima de un taburete los dos botes, y se
puso a murmurar sobre ellos fórmulas mágicas y conjuros, hasta que empezaron a gritar ambos
peces dentro: "¡Henos aquí! ¡Oh, soberano mago, ten misericordia de nosotros!" Y continuaron
suplicándole en tanto que formulaba él los conjuros.
De pronto estallaron a la vez y volaron en pedazos ambos botes, mientras aparecían frente al
moghrabín dos personajes que decían, con los brazos cruzados humildemente: "¡La salvaguardia y
el perdón, oh poderoso adivino! ¿Qué intención abrigas para con nosotros?"
El moghrabín contestó: "¡Mi intención es estrangularos y quemaros a menos que me prometáis
abrir el tesoro de Schamardal!" Los otros dijeron: "¡Te lo prometemos y abriremos para ti el tesoro!
Pero es absolutamente preciso que hagas venir aquí a Juder, el pescador de El Cairo. ¡Porque
está escrito en el libro del Destino que el tesoro no puede abrirse más que en presencia de Juder!
¡Y nadie puede entrar en el lugar en que se encuentra el tal tesoro, no siendo Juder, hijo de Omar!"
El moghrabín contestó: "¡Ya he traído al individuo de quien habláis!
¡Aquí mismo está presente! ¡Este es! ¡Os está viendo y oyendo!" Y los dos personajes miraron
a Juder con atención, y dijeron: "¡Ya están salvados todos los obstáculos y puedes contar con
nosotros! ¡Te lo juramos por el Nombre!" Así es que el moghrabín les permitió marcharse adonde
tenían que ir. Y desaparecieron en el agua del río.
Entonces el moghrabín cogió una gruesa caña hueca, encima de la cual colocó dos láminas de
cornalina roja, y encima de estas dos láminas puso un braserillo de oro lleno de carbón, soplándolo
una sola vez. Y al punto encendió el carbón y hubo de tornarse brasa ardiente. A la sazón el
moghrabín esparció incienso sobre las brasas, y dijo: "¡Oh Juder, ya se eleva el humo del incienso,
y en seguida voy a recitar los conjuros mágicos de la apertura! ¡Pero como una vez comenzados
los conjuros no podré interrumpirlos sin riesgo de anular los poderes talismánicos, voy antes a
instruirte acerca de lo que tienes que hacer para lograr el fin que nos hemos propuesto al venir al
Maghreb!" Y contestó Juder: "¡Instrúyeme, oh mi señor soberano!"
Y el moghrabín dijo: "¡Sabe, oh Juder! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 473ª NOCHE
Ella dijo:
"...Sabe ¡oh Juder! que en cuanto yo me ponga a recitar las fórmulas mágicas sobre el
incienso humeante, el agua del río empezará a disminuir poco a poco, y el río acabará por secarse
completamente y dejar su lecho al descubierto. Entonces verás que en la pendiente del cause seco
se te aparece una gran puerta de oro, tan alta como la puerta de la ciudad, con dos aldabas del
mismo metal. Dirígete a esa puerta y golpéala muy ligeramente con una de las aldabas que tiene
en cada hoja, y espera un instante. Llama luego con un segundo aldabonazo más fuerte que el
primero, ¡y espera todavía! Después llamarás con un tercer aldabonazo más fuerte que los otros
dos, y no te muevas ya. Y cuando hayas llamado así con tres aldabonazos consecutivos, oirás
gritar a alguien desde dentro: «¿Quién llama a la puerta de los Tesoros sin saber romper los
encantos?» Tú contestarás: «¡Soy Juder el pescador, hijo de Omar, de El Cairo! Y se abrirá la
puerta y en el umbral se te aparecerá un personaje que ha de decirte, alfanje en mano: «¡Si eres
verdaderamente ese hombre, presenta el cuello para que te corte la cabeza! Y le presentarás tu
cuello sin temor, y alzará sobre ti el alfanje, cayendo a tus pies inmediatamente, ¡y no verás ya más
que un cuerpo sin alma! Y no te habrá hecho daño alguno. Pero si por miedo te niegas a
obedecerle, te matará en aquella hora y en aquel instante.
"Cuando hayas roto de tal modo ese primer encanto, pasarás dentro y verás una segunda
puerta, a la que llamarás con un aldabonazo solo, pero muy fuerte. Entonces se te aparecerá un
jinete con una lanza grande al hombro, y te dirá, amenazándote con su lanza enristrada de
repente: «¿Qué motivo te trae a estos lugares que no frecuentan ni pisan nunca las hordas
humanas ni las tribus de los genn?» Y por toda respuesta, le presentarás resueltamente tu pecho
descubierto para que te hiera; y te dará con su lanza. Pero no sentirás daño ninguno, y caerá él a
tus pies, ¡y no verás más que un cuerpo sin alma! ¡Pero te matará si retrocedes!
"Llegarás entonces a una tercera puerta, por la que saldrá a tu encuentro un arquero que te
amenazará con su arco armado de flecha; pero preséntale resueltamente tu pecho como blanco, ¡y
caerá a tus pies convertido en un cuerpo sin alma! ¡No obstante, te matará, como vaciles!
"Penetrarás más adentro y llegarás a una cuarta puerta, desde la cual se abalanzará sobre ti
un león de cara espantosa, que abrirá las anchas fauces para devorarte. No has de tenerle ningún
miedo ni huir de él, sino que le tenderás tu mano, y en cuanto le des con ella en la boca, caerá a
tus pies sin hacerte daño.
"Dirígete entonces a la quinta puerta, de la que verás salir a un negro de betún que te
preguntará: «¿Quién eres» Tú dirás: «¡Soy Juder!» Y te contestará él: «¡Si eres verdaderamente
ese hombre, intenta abrir la sexta puerta!»
"Al punto irás a abrir la sexta puerta, y exclamarás: «¡Oh Jesús, ordena a Moisés que abra la
puerta! » Y la puerta se abrirá ante ti y verás aparecer dos dragones enormes, uno a la derecha y
otro a la izquierda, los cuales saltarán sobre ti con las fauces abiertas. ¡No tengas miedo! Tiéndele
a cada uno una de tus manos, en las que te querrán morder; pero en vano, porque ya habrán caído
impotentes a tus pies. Y sobre todo no aparentes temerlos, pues tu muerte sería segura.
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"Llegarás a la séptima puerta, por último, y llamarás en ella. ¡Y la persona que ha de abrirte y
aparecerte en el umbral, será tu madre! Y te dirá: «¡Bienvenido seas, hijo mío! ¡Acércate a mí para
que te desee la paz!» Pero le contestarás: «¡Sigue donde estabas! ¡Y desnúdate!»
Ella te dirá: «¡Oh hijo mío, soy tu madre! ¡Y me debes alguna gratitud y respeto, en gracia a
que te amamanté y a la educación que te di ¿Cómo quieres obligarme a que me ponga desnuda?»
Tú le contestarás, gritando: «¡Si no te quitas la ropa, te mato!» Y cogerás un alfanje que hallarás
colgado en la pared, a la derecha, y le dirás: «¡Empieza pronto!» Y ella procurará conmoverte y
hará para engañarte, para que te apiades de ella. Pero guárdate de dejarte persuadir por sus
ruegos, y cada vez que se quite una prenda de vestir, has de gritarle: «¡Quítate lo demás!» Y
continuarás amenazándola con la muerte hasta que esté completamente desnuda. ¡Pero entonces
verás que se desvanece y desaparece!
"Y de esta manera ¡oh Juder! habrás roto todos los encantos y disuelto todos los hechizos, a la
vez que pondrás en salvo tu vida. Y te restará sólo recoger el fruto de tus trabajos.
"A tal fin, no tendrás más que franquear esa séptima puerta, y dentro encontrarás montones de
oro. Pero no les prestes la menor atención, y dirígete a un pabellón pequeño que hay en medio de
la estancia del tesoro, y sobre el cual se extiende una cortina corrida. ¡Levanta entonces la cortina,
y verás, acostado en un trono de oro, al gran mago Schamardal, el mismo a quien pertenece el
tesoro! Y junto a su cabeza verás brillar una cosa redonda como la luna: es la esfera celeste. ¡Le
verás con el alfanje consabido a la cintura, con el anillo en un dedo y con la redomita del kohl
sujeta al cuello por una cadena de oro! ¡No vaciles entonces! ¡Apodérate de esos cuatro objetos
preciosos, y date prisa a salir del tesoro para venir a entregármelos!
"Pero ten mucho cuidado ¡oh Juder! con no olvidar nada de lo que acabo de enseñarte o con
no obrar conforme a mis recomendaciones. En ese caso, te arrepentirás de ello más tarde, y habría
que temer mucho por ti!"
Y cuando hubo hablado, así, el moghrabín reiteró a Juder sus recomendaciones una, dos, tres
y cuatro veces para que se las aprendiera bien, y siguió repitiéndoselas, hasta que el propio Juder
le dijo: "¡Ya lo sé perfectamente! ¿Pero qué ser humano. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana. v se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 474ª NOCHE
Ella dijo:
"... ¡Ya lo sé perfectamente! ¿Pero qué ser humano podrá afrontar esos formidables
talismanes de que hablas y soportar tan terribles peligros?" El moghrabín contestó: "¡Oh Juder, no
les tengas ningún temor! ¡Los diversos personajes a quienes verás en las puertas, no son más que
vanos fantasmas sin alma! ¡Puedes, pues, estar verdaderamente tranquilo!"
Y pronunció Juder: "¡Pongo mi confianza en Alah!" Al punto comenzó el moghrabín con sus
fumigaciones mágicas. Y echó de nuevo incienso en la lumbre del brasero, y se puso a recitar las
fórmulas conjuratorias. Y he aquí que el agua del río disminuyó poco a poco y desapareció, y el
lecho del río quedó seco, ostentando la enorme puerta del tesoro.
Al ver aquello, Juder, sin dudar ya, avanzó por el cauce del río y se encaminó a la puerta de
oro, llamando a ella ligeramente una, dos y tres veces. Y desde dentro se hizo oír una voz que
decía: "¿Quién llama a la puerta de los Tesoros sin saber romper los encantos?"
El contestó: "¡Soy Juder-ben-Omar!" Y al instante se abrió la puerta, y en el umbral apareció
un personaje que hubo de gritarle, alfanje en mano: "¡Presenta el cuello!" Y Juder le presentó su
cuello; y el otro iba a darle con su alfanje, pero cayó en el mismo momento. Y sucedió lo propio con
las otras puertas, hasta la séptima, exactamente como se lo había predicho y recomendado el
moghrabín. Y a cada vez rompía Juder con gran valor todos los encantos, hasta que se le apareció
su madre saliendo de la séptima puerta. Le miró, y le dijo: "¡Contigo todas las zalemas, ¡oh hijo
mío!"
Pero Juder le gritó: "¿Y quién eres tú?" Ella contestó: "Soy tu madre, ¡oh hijo mío! ¡Soy la
que te ha llevado nueve meses en su seno, la que te ha amamantado y te ha dado la educación
que tienes, ¡oh hijo mío!" El exclamó: "¡Quítate la ropa!" Ella replicó: "¿Cómo, siendo mi hijo, me
pides que me ponga desnuda?" El dijo: "¡Quítatelo todo, o si no, te derribaré la cabeza con este
alfanje!" Y echó mano al alfanje que pendía de la pared, y lo empuñó, gritando: "¡Como no te
desnudes, te mato!" Entonces decidióse ella a guiitarse parte de sus vestiduras; pero le dijo él:
"¡Quítate lo demás!" Y se quitó ella algo más. El le dijo: "¡Más todavía!" Y continuó apremiándola
hasta que se quitó ella toda la ropa y no tuvo encima más que el calzón, y hubo de decirle
avergonzada: "¡Ah hijo mío! ¡todo el tiempo que empleé en educarte lo perdí! ¡Qué decepción!
¡Tienes un corazón de piedra! ¡Y he aquí que quieres ponerme en una posición vergonzosa,
obligándome a mostrar mi desnudez más íntima! ¡Oh hijo mío! ¿no te parece una cosa ilícita y un
sacrilegio?"
El dijo: "¡Es verdad! ¡Quédate, pues, con el calzón!" Pero apenas hubo pronunciado Juder
estas palabras, exclamó la vieja: "¡Ha consentido! ¡Pegadle!" Y al punto sintió él que le daban en
los hombros golpes fuertes y tan numerosos como gotas de lluvia, los cuales le eran asestados por
todos los guardianes invisibles del tesoro. ¡Y en verdad que aquello fue para Juder una paliza sin
precedentes y que nunca en su vida olvidaría! ¡Luego, en un abrir y cerrar de ojos, los efrits
invisibles le echaron a golpes fuera de las salas del tesoro y de la última puerta, la cual dejaron
cerrada, como estaba antes!
Y he aquí que el moghrabín vio que le arrojaban de la puerta, y se apresuró a recogerle, pues
ya las aguas surgían otra vez con gran estrépito, invadiendo el lecho del río y tornando a su curso
interrumpido. Y le transportó a la orilla, desmayado, y se puso a recitar sobre él versículos del
Korán hasta que recobró el sentido.
Entonces le dijo: "¡Ya había salvado todos los obstáculos y roto todos los encantos! ¡Fué el
calzón de mi madre lo que me hizo perder cuanto gané antes, y me atrajo esa paliza de la que aun
tengo señales!" Y le contó todo lo que le había ocurrido en el sitio del tesoro.
Entonces le dijo el moghrabín: "¿No te recomendé que no me desobedecieras? ¡Ya lo ves!
¡Me has defraudado y te has defraudado a ti mismo por no querer obligarla a que se quitara el
calzón! ¡Por este año todo ha terminado! ¡Y tendremos que esperar hasta el año próximo para
repetir nuestras tentativas! ¡Desde ahora hasta entonces vivirás conmigo!"
Y llamó a los dos negros, que aparecieron en seguida, y plegaron la tienda de campaña, y
recogieron lo que estaba por recoger y se ausentaron un momento para volver con las dos mulas,
sobre las cuales montaron Juder y el moghrabín, regresando inmediatamente a la ciudad de Fas.
Juder vivió, pues, en casa del moghrabín un año entero, poniéndose cada día un traje nuevo
de gran valor y comiendo bien y bebiendo de cuanto salía del saco, conforme a sus anhelos y
deseos.
Y he aquí que llegó el día de la nueva tentativa, a primeros del año siguiente, y el moghrabín
fué en busca de Juder, y le dijo: "¡Levántate! ¡Y vamos adonde tenemos que ir!"
Juder contestó: "¡Bueno!" Y salieron de la ciudad, y vieron a los dos negros, que les
presentaron las dos mulas, y subieron al punto a ellas y las guiaron en dirección del río, a cuyas
orillas no tardaron en llegar. Se levantó, y alfombró, y amuebló la tienda de campaña como la vez
anterior.
Y después de comer, el moghrabín cogió la caña hueca, las tabletas de cornalina roja, el
braserillo con lumbre y el incienso; y antes de comenzar las fumigaciones mágicas, dijo a Juder:
"¡Oh Juder, tengo que hacerte una recomendación!"
Juder exclamó: "¡Oh mi señor peregrino, en verdad que no vale la pena! ¡Como no me olvidé
de la paliza que recibí, tampoco me olvidé de tus excelentes recomendaciones del año pasado ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, v se calló
discretamente
PERO CUANDO LLEGO LA 475ª NOCHE
Ella dijo:
"¡...Como no me olvidé de la paliza que recibí, tampoco me olvidé de tus excelentes
recomendaciones del año pasado!" El otro preguntó: "¿De verdad las recuerdas!" Juder contestó:
"¡Ah, sí por cierto!"
El otro dijo: "¡Pues bien, Juder, conserva tu alma! ¡Y sobre todo, no vayas a imaginarte otra
vez que la vieja es tu madre, pues no es más que un fantasma que toma la apariencia de tu madre
para inducirte a error! ¡Y sabe que si la primera vez saliste de allá con tus huesos cabales, si te
dejas engañar, es seguro que los perderás en el tesoro!" Juder contestó: "¡Me dejé engañar una
vez! ¡Pero si ahora volviera a engañarme merecería que me quemaran!"
Entonces el moghrabín echó incienso en la lumbre y formuló sus conjuros. Y al punto se secó
el río, y permitió a Juder adelantarse hacia la puerta de oro. Llamó a ella, y se abrió; y consiguió él
romper los encantos diversos de las puertas hasta que llegó a presencia de su madre, que le dijo:
"¡Bienvenido seas, oh hijo mío!"
El contestó: "¿Y desde cuándo y por qué soy tu hijo, ¡oh maldita!? ¡Quítate la ropa!" Entonces
ella, tratando de engañarle empezó a quitarse la ropa lentamente y prenda a prenda hasta que no
tuvo encima más que el calzón. Y exclamó Juder: "¡Quítatelo! ¡oh maldita!" Y se quitó ella el
calzón, desvaneciéndose cual fantasma sin alma.
Juder penetró entonces sin dificultad en la estancia del tesoro, y vio los montones de oro
agrupados en apretadas filas; pero se dirigió al pabellón sin prestarles la menor atención, y cuando
hubo levantado la cortina, vió al gran adivino Al-Schamardal acostado en el trono de oro, con el
alfanje talismánico a la cintura, el anillo en un dedo, la redomita de kohl sujeta al cuello por una
cadena de oro, y encima de su cabeza aparecía la esfera celeste, brillante y redonda como la luna.
Entonces se adelantó Juder sin vacilar y quitó del tahalí el alfanje, sacó el anillo talismánico,
desató la redoma de kohl, cogió la esfera celeste y retrocedió para salir. Y al punto se hizo oír a su
alrededor un concierto de instrumentos que hubo de acompañarle triunfalmente hasta la salida, en
tanto que de todos los puntos del tesoro subterráneo se elevaban las voces de los guardianes que
le felicitaban gritando:
"¡Que te haga buen provecho ¡oh Juder! lo que supiste ganar! ¡Enhorabuena! ¡Enhorabuena!"
Y no dejó de tocar la música ni dejaron de felicitarle las voces hasta que estuvo fuera del tesoro
subterráneo.
Y al verle llegar cargado con los talismanes, el moghrabín cesó en sus fumigaciones y
conjuros, y se levantó y empezó a besarle, oprimiéndole contra su pecho y haciéndole zalemas
cordiales. Y cuando Juder le hubo entregado los cuatro talismanes, llamó a los dos negros, que
llegaron desde el fondo del aire, cerraron la tienda de campaña y les presentaron las dos mulas, en
las que se montaron Juder y el moghrabín para regresar a la ciudad de Fas.
Cuando estuvieron en el palacio, se sentaron ante el mantel puesto y servido con
innumerables platos sacados del saco, y el moghrabín dijo a Juder: "¡Oh hermano mío! ¡oh Juder,
come!" Y Juder comió y se hartó. Entonces metieron otra vez en el saco los platos vacíos,
levantaron el mantel y el moghrabín Abd-Al-Sanad dijo: "¡Oh Juder, abandonaste tu tierra y tu país
por mi causa! ¡Y has sacado a flote mis asuntos! ¡Y he aquí que te soy deudor de los derechos que
sobre mí adquiriste! ¡No tienes más que estipular tú mismo esos derechos, porque Alah (¡exaltado
sea!) se sentirá generoso para contigo por intercesión nuestra! ¡Pide, pues, lo que anheles, y no te
avergüences de hacerlo, ya que lo has merecido!"
Juder contestó: "¡Oh mi señor! ¡solamente anhelo de Alah y de ti que me des el saco!" Y al
punto el moghrabín le puso el saco entre las manos, diciéndole: "¡Sin duda lo mereciste! ¡Y si
hubieras deseado cualquier otra cosa, la hubieras tenido! Pero ¡oh pobre! este saco sólo te servirá
para comer". Juder contestó: "¿Y qué más podría yo anhelar?"
El otro dijo: "Soportaste en mi compañía bastantes fatigas, y te prometía reconducirte a tu país
con el corazón jubiloso y satisfecho. Y he aquí que este saco no puede suministrarte más que la
comida, pero no te enriquecerá. ¡Y yo quiero, además, enriquecerte! Toma, pues, el saco para
extraer de él todos los manjares que anheles pero voy a darte también un saco lleno de oro y de
joyas de todas clases, para que cuando te halles de regreso en tu país, te hagas mercader en
grande escala y puedas atender con exceso a todas tus necesidades y a las de tu familia, sin
preocuparte nunca de economizar".
Luego añadió: "¡Con respecto al saco de la comida, voy a enseñarte cómo te has de servir de
él para extraer los manjares que desees! No tienes más que meter la mano, formulando: "¡Oh
servidor de este saco, por la virtud de los Potentes Nombres Mágicos que lo pueden todo sobre ti,
te conjuro a que traigas tal manjar!" ¡Y al instante encontrarás en el fondo del saco todos los
manjares que desees! ¡No tienes más que meter la mano, formulando: "¡Oh servidor de este saco,
por la virtud de los Potentes Nombres Mágicos que lo pueden todo sobre ti, te conjuro a que traigas
tal manjar!" ¡Y al instante encontrarás en el fondo del saco todos los manjares que hayas deseado,
aunque cada día fueran mil de colores diferentes v de diferente sabor!"
Luego el moghrabín hizo aparecer a uno de los dos Negros con una de las dos mulas, cogió
unas alforjas grandes parecidas al saco de la comida, y llenó uno de los bolsos con oro en moneda
y en lingote, y el otro bolso con joyas y pedrerías; lo puso a lomos de la mula, la tapó con el saco
de la comida, que parecía completamente vacío, y dijo a Juder: "¡Monta en la mula! El negro irá
delante de ti y te enseñará el camino que has de seguir, y te conducirá de tal suerte hasta la misma
puerta de tu casa de El Cairo. ¡Y cuando llegues, coge los dos sacos y deja la mula al negro, que
él me la traerá! ¡Y no pongas a nadie al corriente de nuestro secreto! ¡Y ahora, me despido de ti
en Alah ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la rrañana y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 476ª NOCHE
Ella dijo:
"¡...Y ahora, me despido de ti en Alah!" Juder contestó: "¡Alah aumente tu prosperidad y tus
beneficios! ¡Muchas gracias!" Y subió a los lomos de la mula, llevando consigo los dos sacos
dobles, y se puso en camino precedido por el negro.
Y la mula siguió fielmente al negro conductor durante el transcurso del día y de la noche; y
únicamente necesitó un día para efectuar el viaje del Maghreb a El Cairo; porque al día siguiente
por la mañana Juder se vio ante las murallas de El Cairo y entró en su ciudad natal por la Puerta
de la Victoria. Y llegó a su casa. Y vio sentada en el umbral a su madre, que, con la mano tendida
a los transeúntes, pedía limosna, diciendo: "¡Dadme algo, por Alah!"
Al ver aquello, abandonó la razón a Juder, que apeóse de la mula, y con los brazos abiertos se
abalanzó a su madre, la cual hubo de echarse a llorar al verle. Y la arrastró a la casa, después de
coger los dos sacos y confiar la mula al negro para que se la llevara al moghrabín; porque la mula
era una gennia y el negro un genni.
Cuando Juder estuvo con su madre dentro de la casa, la hizo sentarse en la estera, y afectado
muy penosamente de verla mendigar por la calle, le dijo: "¡Oh madre! ¿están bien mis hermanos?"
Ella contestó: "¡Bien están!" El preguntó: "¿Por qué mendigas en la calle?" Ella contestó: "¡Oh hijo
mío, porque tengo hambre!" El dijo: "¿Cómo es eso? ¡Antes de partir te di cien dinares un día, cien
dinares otro día y mil dinares el día de la marcha!" Ella dijo: "¡Oh hijo mío, tus hermanos
imaginaron contra mí una estratagema y consiguieron cogerme todo ese dinero, echándome luego
de la casa! ¡Y para no morirme de hambre me he visto obligada a mendigar por las calles!"
El dijo: "¡Oh madre mía, ya no tienes nada por qué sufrir estando yo de vuelta! ¡No te
preocupe, pues, lo más mínimo! ¡He aquí un saco lleno de oro y de joyas! ¡Y la riqueza abunda hoy
en la morada!" Ella contestó: "¡Oh hijo mío, verdaderamente naciste bendito y afortunado!
¡Concédate Alah sus buenas mercedes y aumente sobre ti sus beneficios! iVé ahora, hijo mío, en
busca de un poco de pan para ambos, porque ayer me acosté sin haber comido nada, y esta
mañana estoy en ayunas todavía!" Y al oír hablar de pan, Juder sonrió, y dijo: "La bienvenida y la
liberalidad sobre ti, ¡oh madre mía! ¡No tienes más que pedir los manjares que anheles, y te los
daré al instante, sin tener que ir a comprarlos al zoco ni guisarlos en la cocina!" Ella dijo: "¡Oh hijo
mío! ¡el caso es que no veo que tengas nada de comer! ¡Y por todo equipaje no has traído más
que esos dos sacos, vacío uno de ellos!" El dijo: "¡Tengo todos los manjares que quieras y de
todos los colores!" Ella dijo: "¡Hijo mío. el hambre!" El dijo: "¡Es verdad! :Cuando el hombre está
necesitado se contenta con la menor cosa! ¡Pero habiendo abundancia de todo, da gusto escoger
y comer sólo las cosas más delicadas! ¡Y he aquí que tengo en abundancia de todo, y
puedes elegir!”
Ella dijo “;Entonces, hijo mío, deseo un panecillo caliente y un pedazo de queso!"
El contestó: "¡Oh madre mía! ¡eso no es digno de tu categoría!" Ella dijo: "Más bien que yo
sabrás tú lo que es mejor. ¡Has, pues, lo que mejor te parezca!" El dijo: "¡Oh madre mía! ¡me
parece lo mejor y más digno de tu categoría un cordero asado, y también unos pollos asados y
arroz sazonado con pimienta! ¡Asimismo, me parecen propios de tu categoría las tripas rellenas,
las calabazas rellenas, los carneros rellenos, las chuletas rellenas, la kenafa hecha con almendras,
miel de abejas y azúcar, los pasteles rellenos de alfónsigos y perfumados con ámbar y los
losanges de Baklaua!"
Al oír estas palabras, la pobre mujer creyó que su hijo se burlaba de ella o que había perdido
la razón, y exclamó: "¡Yuh! ¡Yuh! ¿Qué te ha sucedido, ¡oh hijo mío! ¡oh Juder!? ¿Sueñas, o acaso
te has vuelto loco?" El dijo: "¿Y por qué,?" Ella contestó: "¡Pues porque acabas de citarme cosas
tan asombrosas y tan caras y tan difíciles de preparar, que costaría un trabajo ímprobo poseerlas!"
El dijo: "¡Por mi vida, que necesito absolutamente que comas al instante cuanto acabo de
enumerar!"
Ella contestó: "¡Pues aquí no veo por ninguna parte nada de eso!" El dijo: "¡Tráeme el saco!" Y
le llevó ella el saco, y lo palpó y lo encontró vacío. Se lo dio, sin embargo, y al punto metió la mano
él en el saco y extrajo primero un plato de oro en que se alineaban, olorosas y húmedas y nadando
en su propia salsa apetitosa, las tripas rellenas; luego metió la mano por segunda vez, y una
porción de veces más, para ir sacando sucesivamente todas las cosas que había enumerado y
hasta algunas otras que no hubo de enumerar. Y le dijo su madre: "¡Hijo mío, el saco es pequeñito
y estaba completamente vacío, y he aquí que sacaste de él todos esos manjares y todos esos
platos! ¿Dónde estaba todo eso?" El dijo: "¡Oh madre mía! ¡has de saber que este saco me lo dio
el moghrabín! ¡Y está encantado! ¡Tiene por servidor un genni que obedece las órdenes que se le
dan según tal fórmula!" Y le dijo la fórmula. Y le preguntó su madre: "Así, pues, si yo meto la mano
en este saco pidiendo un manjar con arreglo a la fórmula, ¿lo encontraré?" El dijo: "¡Sin duda!"
Entonces metió la mano ella, y dijo: "¡Oh servidor de este saco! ¡por la virtud de los Nombres
Mágicos que lo pueden todo sobre ti, te conjuro a que me traigas además otra chuleta rellena ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 477° NOCHE
Ella dijo;
. "...te conjuro a que me traigas además otra chuleta rellena!" Y al punto notó debajo de su
mano el plato, y lo sacó del saco. ¡Y era una chuleta rellena maravillosamente y aromatizada con
clavo y otras especias finas! Entonces dijo ella: "¡A pesar de todo, deseo también un panecillo
caliente y queso, porque estoy acostumbrada a ello y nada me satisface tanto!" Y metió la mano,
pronunció la fórmula, y extrajo lo que había pedido. A la sazón le dijo Juder: "¡Oh madre mía! ¡es
preciso que cuando acabemos de comer metamos otra vez en el saco los platos vacíos, porque así
lo exige el talismán! ¡Y sobre todo, no divulgues el secreto y oculta bien este saco en tu cofre para
no sacarlo más que en el momento que se necesite! Pero no tengas cuidado por lo demás, sé
generosa con todo el mundo, con los vecinos y los pobres; y sirve de todos los manjares a mis
hermanos, igual estando yo presente que en mi ausencia".
¡Y he aquí que, apenas había acabado de hablar Juder, entraron sus dos hermanos y vieron la
comida maravillosa!
Porque acababan de saber la noticia de la llegada de su hermano Juder por un hombre del
barrio, que les dijo: "¡Vuestro hermano acaba de llegar de viaje, montado en una mula, precedido
por un negro y vestido con trajes que no tienen igual!"
Y se dijeron entonces: "¡Pluguiera a Alah que no hubiésemos maltratado a nuestra madre
nunca! ¡Porque sin duda va a contarle ahora lo que le hicimos sufrir! ¡Y cuál será nuestra confusión
frente a él entonces!"
Pero añadió uno de ellos: "¡Nuestro hermano es compasivo! ¡De todos modos, aunque ella le
contara la cosa, nuestro hermano es aún más compasivo que ella y más indulgente! ¡Y si
alegamos cualquier disculpa de nuestra conducta, admitirá nuestra disculpa y nos excusará!" Y al
cabo decidiéronse a buscarle.
Así, pues, cuando entraron y los vio Juder, se levantó en honor suyo y hubo de desearles la
paz con las mayores muestras de consideración, y les dijo: "¡Sentaos y comed con nosotros!" Y se
sentaron y comieron. ¡Y estaban muy debilitados y enflaquecidos por el hambre y las privaciones!
Cuando acabaron de comer y se sintieron saciados Juder les dijo: "¡Oh hermanos míos!
¡coged lo que sobró de la comida y repartídselo a los pobres y a los mendigos de nuestro barrio!"
Ellos contestaron: "¡Oh hermano nuestro! ¡mejor será que nos lo guardemos para cenar!" Juder les
dijo: "¡A la hora de cenar tendréis bastante más!" Entonces recogieron las sobras y salieron para
repartirlas entre los pobres y los mendigos que pasaban, diciéndoles: "¡Tomad y comed!" Tras de
lo cual, devolvieron los platos vacíos a Juder, que se los entregó a su madre, diciéndole: "¡Mételos
en el saco!"
Por la noche, a la hora de cenar, Juder cogió el saco y sacó de él cuarenta especies de platos
que su madre puso sobre el mantel uno tras de otro; luego invitó a sus hermanos a que entrasen
para comer. Y cuando hubieron acabado, les sacó pasteles para que se endulzasen; y se
endulzaron. Entonces les dijo: "¡Coged lo que sobró de la comida y repartidlo entre los pobres y los
mendigos!" Al día siguiente les sirvió comidas no menos espléndidas; y lo mismo ocurrió en el
transcurso de diez días consecutivos.
Pero al cabo de este tiempo, Salem dijo a Salim: "¿Sabes cómo se arregla nuestro hermano
para servirnos comidas tan espléndidas a diario, una por la mañana, otra a mediodía, otra por la
noche, y por la noche también pasteles? ¡En verdad que ni los sultanes comen así! ¿De dónde
pudo venirle semejante fortuna y tanta opulencia? ¡Y es cosa de preguntarse asimismo de dónde
saca todos esos manjares asombrosos y esa pastelería, si jamás le vemos comprar nada, ni
encender lumbre, ni atender a la cocina, ni poseer cocinero!"
Y contestó Salim: "¡Por Alah, que no sé nada! ¿Pero conoces a alguien que pueda revelarnos
la verdad de todo eso?" El otro dijo: "¡Únicamente nuestra madre! podría ilustrarnos acerca del
particular!" Y al instante imaginaron una estratagema y entraron en casa de su madre en ausencia
de su hermano, y le dijeron: "¡Oh madre nuestra, tenemos hambre!" Ella contestó: "¡Pues
regocijáos porque vais a satisfacerla enseguida!"
Y entró en la sala donde estaba el saco, metió la mano en él pidiendo al servidor algunos
manjares bien calientes, y los sacó al punto para llevárselos a sus hijos, que le dijeron: "¡Oh madre
nuestra, estos manjares están calientes, y el caso es que jamás te vemos cocinar ni soplar la
lumbre!" Ella contestó: "¡Los cojo del saco!" Ellos preguntaron: "¿Y qué saco es ése?" Ella
contestó: "¡Es un saco encantado. Y el genni servidor del saco proporciona cuanto se le pide!" Y
les explicó la fórmula, y les dijo: "¡Guardad el secreto!" Ellos contestaron: "Puedes estar tranquila.
¡Guardaremos el secreto!" Y después de haber experimentado por sí mismos las virtudes del saco
y conseguir extraer de él varios manjares, se quedaron tranquilos por aquella noche.
Pero al día siguiente Salem dijo a Salim: "¡Oh hermano mío! ¿hasta cuándo vamos a continuar
viviendo en casa de Juder como unos criados, comiendo de limosna? ¿No te parece mejor que nos
valgamos de alguna estratagema para coger ese saco y llevárnoslo para nosotros solos?" Salim
contestó: "¿Y qué estratagema inventaríamos?" El otro dijo: "¡Sencillamente, venderle nuestro
hermano Juder al capitán mayor del mar de Suez!"
Salim preguntó: "¿Y cómo nos arreglaremos para venderle?" Salem contestó: "!Iremos tú y yo
a ver a ese capitán mayor, que en este momento se halla en El Cairo...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 478ª NOCHE
Ella dijo:
"¡ ... Iremos tú y yo a ver a ese capitán mayor, que en este momto se halla en El Cairo, y le
invitamos a que venga con dos de sus marineros a comer en nuestra compañía! ¡Y ya verás! ¡Tú
no tienes más que asentir a todas las palabras que yo diga a Juder, y ya verás lo le hago antes de
que acabe la noche!"
Cuando se pusieron de acuerdo acerca de la venta de su hermano ie proyectaban, fueron en
busca del capitán mayor de Suez, y le dijeron después de las zalemas: "¡Oh capitán, venimos a
verte para algo te te regocijará sin duda!" El capitán contestó: "¡Bueno!"
Ellos dijeron: "Somos dos hermanos pero tenemos otro hermano que es un bergante que
no sirve para nada. Cuando murió nuestro padre, nos dejó una herencia que repartimos
entre los tres; y nuestro hermano cogió su parte y ocupóse de derrocharla en el libertinaje y
la corrupción. ¡Y cuando vióse reducido a la miseria, empezó a tratarnos con una injusticia
extraordinaria, y acabó por citarnos ante jueces inicuos y opresores, acusándonos de
haberle privado de su parte de herencia. ¡Y no tardaron los jueces inicuos y corrompidos en
hacernos proceso! ¡Pero no se contentó él con esta primera fechoría y hubo de citarnos por
segunda vez ante los opresores, y de tal modo consiguió reducirnos a la última miseria! ¡Y
como no sabemos lo que medita ahora contra nosotros, venimos en tu busca para pedirte
que nos libres de su presencia, comprándonosle para utilizarle como remero en alguno de
tus navíos!"
El capitán mayor contestó: "¿Podríais dar con cualquier estratagema para traerle aquí? ¡En
ese caso, yo me encargo de hacer que le transporten al mar sin tardanza!" Ellos contestaron: "Muy
difícil será traerle hasta aquí! Pero deja que te invitemos esta noche, y llévate consigo sólo dos de
tus hombres. ¡Y cuando esté dormido, le cogeremos entre los cinco, le pondremos en la boca una
mordaza y te lo entregaremos! ¡Y a favor de la noche puedes sacarle de la casa y hacer con él lo
que quieras!" El capitán les contestó: "¡Con todo el oído y la obediencia! ¿Queréis cedérmelo por
cuarenta dinares?"
Ellos contestaron: "¡Muy poco es, en verdad, pero por ser para ti, accederemos! ¡A la caída de
la tarde, irás, pues, a tal calle junto a la mezquita tal, donde encontrarás esperándote a uno de
nosotros! ¡Y no te olvides de llevar contigo dos de tus hombres!"
Y se fueron en busca de Juder, y al cabo de cierto tiempo que pasaron con él hablando de
distintas cosas, Salem le besó la mano en actitud suplicante. Y Juder le dijo: "¿Qué quieres, ¡oh
hermano mío!?" El otro contestó: "Sabrás ¡oh hermano mío ¡oh Juder! que tengo un amigo que
hubo de invitarme bastantes veces a su casa durante tu ausencia, y siempre me trató con muchos
miramientos; así es que le estoy muy agradecido. Hoy estuve a hacerle una visita para darle las
gracias, y me invitó a cenar con él; pero yo le dije: "¡En verdad que no puedo dejar solo en casa a
mi hermano Juder!" Me dijo él: "¡Tráele contigo!" Contesté: "¡No creo que acepte! ¡Pero acepta tú
nuestra invitación, y ven esta noche a comer con mis hermanos!" Y como estaban presentes sus
hermanos, los invité también, creyendo que no aceptarían la invitación; pero, desgraciadamente,
no pusieron ninguna dificultad, y su hermano, al ver que aceptaban, aceptó asimismo, y me dijo:
"¡Espérame a la entrada de tu calle junto a la puerta de la mezquita, y allí estaré con mis hermanos
para reunirme contigo!" Y el caso es ¡oh hermano mío Juder! que ya deben estar allá, y me tienes
muy avergonzado en tu presencia por haberme tomado esa libertad. Y si quieres, en verdad, que
por siempre te esté reconocido, acéptales como huéspedes por esta noche!
¡Nos colmaste de beneficios, y en tu morada reside la abundancia, ¡oh hermano mío! ¡Pero si
por cualquier razón no los quieres como huéspedes en tu casa, permíteme que les invite en casa
del vecino, adonde yo mismo les serviré!"
Juder contestó: "¿Y por qué invitarle en casa del vecino, ¡oh Salem!? ¿Acaso es nuestra casa
tan estrecha y tan inhospitalaria? ¿O tal vez no tenemos qué darle de cenar? ¿No te da
verdaderamente vergüenza consultarme semejante cosa? ¡No tienes más que hacerles entrar y
servirles en abundancia manjares y confituras, sin parsimonia y disponiendo de todo! ¡Y si en lo
sucesivo invitas a tus amigos durante mi ausencia, bastará con que pidas a nuestra madre todos
los manjares necesarios, y aun los superfluos!
¡Ve pues, a buscar a tus amigos de esta noche! ¡Las bendiciones han bajado hasta nosotros
por mediación de tales huéspedes, ¡oh hermano mío!"
Al oír estas palabras, Salem besó la mano de Juder, y se fue a la puerta de la mezquita en
busca de los individuos consabidos, con quienes se apresuró a volver a la casa. Y Juder levantóse
en honor suyo, y les dijo: "¡La bienvenida sea con vosotros!" Luego les hizo sentarse a su lado, y
se puso a charlar con ellos amistosamente, ¡sin sospechar lo que le ocultaba el Destino, de quien
aquella gente era instrumento!
Y rogó a su madre que extendiera el mantel y les sirviera una comida de cuarenta platos de
distinto color, diciéndole: "¡Tráenos tal color, y tal color y tal color." Y comieron y se hartaron los
invitados, creyendo que tan espléndida comida era debida a la generosidad de los hermanos
Salem y Salim. Luego, transcurrida ya la tercera parte de la noche, se sirvieron los dulces y
pasteles; y se comió hasta media noche. Entonces, a una señal de Salem, los marineros se
precipitaron sobre Juder, y entre todos le sujetaron, le amordazaron, le ataron sólidamente los
brazos, le agarrotaron los pies; y le sacaron de la casa, a favor de las tinieblas, poniéndose al
punto en camino para Suez, y cuando llegaron, arrojáronle al fondo de uno de los navíos, con
grillos en los pies, entre otros esclavos y forzados, y le condenaron a prestar servicio un año entero
en los bancos de los remeros!
Y esto en cuanto a Juder. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 479ª NOCHE
Ella dijo:
"' Y esto en cuanto a Juder!
Respecto de sus hermanos, no bien se despertaron a la mañana siguiente, entraron en el
aposento de su madre, que no se había enterado de nada, y le dijeron: "¡Oh madre nuestra,
todavía no se ha despertado Juder!" Ella dijo: "¡Podéis ir a despertarle!"
Ellos contestaron: "¿Dónde se acostó?" Ella dijo: "¡En la estancia de los invitados!"
Ellos añadieron: "¡No hay nadie en esa estancia! ¡Acaso se haya marchado anoche con esos
marineros! Porque ¡oh madre nuestra! nuestro hermano Juder les tomó gusto a los viajes lejanos.
Y además, le oímos hablar con esos extranjeros que le decían: "¡Te llevaremos con nosotros y
abrirás los tesoros ocultos de que tenemos noticia!" Ella dijo: "¡Es probable, entonces, que se haya
marchado sin avisarnos! ¡Podemos estar tranquilos por él, pues Alah sabrá llevarle por el buen
camino, y como nació afortunado y el Destino le favorece, pronto volverá a nosotros con inmensas
riquezas!"
Luego, como a pesar de todo, se echó a llorar. Entonces ellos exclamaron: "¡Oh maldita
malvada, cómo quieres a Juder! ¡en cambio, si nos ausentáramos o regresáramos nosotros, que
también somos tus hijos, ni te afligirías ni te alegrarías! ¿Es que no somos tan hijos tuyos como
Juder?" Ella contestó: "¡También sois hijos míos; pero sois dos miserables, dos infames! ¡Desde el
día en que murió vuestro padre, no me hicisteis ningún bien, y ni un día dichoso me disteis ni
tuvisteis por mí el menor cuidado! Juder por el contrario, fué muy bondadoso conmigo; me ha
complacido siempre de buena gana y me ha guardado respeto y me ha tratado con generosidad.
¡Así es que bien merece que llore por él, pues disfruté de sus beneficios y también disfrutasteis
vosotros!"
Al oír hablar con semejante lenguaje a su pobre madre, los dos miserables empezaron a
injuriarla y a pegarla; luego entraron en la otra habitación y buscaron por todas partes el saco
encantado y el saco de las cosas preciosas; y acabaron por dar con ellos y los cogieron, sacando
del segundo todo el oro que había en uno de sus bolsos, y todas las joyas y pedrerías que se
encontraban en el otro bolso; y dijeron: "¡Esta es la fortuna de nuestro padre!" Pero la madre
exclamó: "¡No, por Alah! ¡es la fortuna de vuestro hermano Juder, que la trajo del país de los
moghrabines!" Entonces le dijeron ellos: "¡Mientes! ¡es la fortuna de nuestro padre! Y tenemos
derecho a usar de ella a nuestro antojo!" Y al punto se dispusieron a repartirla entre los dos.
Pero no lograron ponerse de acuerdo acerca de la posesión del saco encantado porque decía
Salem: "¡Me lo llevo yo!" y decía Salim: "¡Me lo llevo yo!" y surgió entre ellos la disputa y la
querella.
A la sazón hubo de decirles su madre: "¡Oh hijos míos! ya os repartisteis el saco del oro y las
joyas; pero este otro saco no puede repartirse ni cortarse, pues se rompería su encanto y perdería
sus virtudes. Lo mejor es que me lo dejéis; y todos los días sacaré de él los manjares que deseéis
y tantas veces como lo deseéis. Y por lo que a mí afecta, os prometo contentarme con un pedazo
de pan o con lo que me dejéis vosotros. Y si además quisierais darme lo indispensable, como
vestidos, será por una generosidad de parte vuestra y no por obligación. ¡De tal modo cada uno de
vosotros podrá dedicarse sin contratiempos a ejercer el comercio que le parezca! No me olvido de
que ambos sois hijos míos y de que yo soy vuestra madre. ¡Permanezcamos unidos y pongámonos
de acuerdo, para que cuando regrese vuestro hermano no tengáis que reprocharos nada ni
avergonzaros frente a él de vuestras acciones!"
Pero no quisieron aceptar sus consejos, y se pasaron la noche disputando a voces y
regañando tan fuerte, que un alguacil del rey, que estaba invitado en la casa contigua, oyó lo que
decían y comprendió al dedillo el motivo del litigio. Así es que por la mañana se apresuró a ir a
palacio, pidiendo que le concediera audiencia el rey de Egipto, que se llamaba Schams Al-Daula, y
le contó cuanto había oído. Y enseguida envió el rey a buscar a los dos hermanos de Juder y les
hizo sufrir tortura hasta que hicieron declaraciones completas. Entonces el rey les quitó los dos
sacos, y los arrojó a ellos en un calabozo. Tras de lo cual señaló a la madre de Juder una pensión
suficiente para sus necesidades cotidianas.
¡Y esto en cuanto a todos ellos!
¡Pero volvamos a Juder! Cuando ya hacía un año que estaba de esclavo en el navío
perteneciente al capitán mayor de Suez, se levantó una tempestad que puso en peligro el navío, y
lo desamparó y lo arrojó contra una costa escarpada, de modo que se estrelló el barco y se
ahogaron todos los que en él iban, excepto Juder, que pudo ganar a nado la orilla. Y logró
adentrarse por tierra; y de tal suerte llegó a un campamento de beduínos nómades, que le
interrogaron acerca de su estado y le preguntaron si era marino. Y les contó que, efectivamente
era marino a bordo de un navío que había naufragado; y les dio detalles de su historia.
Y he aquí que en el campamento había un mercader oriundo de Jedda, que sintió compasión
por Juder, y le dijo: "¿Quieres entrar a mi servicio, ¡oh egipcio!? Y te daré ropa y te llevaré conmigo
a Jedda" Y Juder consintió entrar a su servicio y partió con él y llegó a Jedda, donde el mercaderle
trató generosamente y le colmó de beneficios.
Algún tiempo después el mercader fue en peregrinación a la Meca y le llevó también consigo.
Cuando llegaron a la Meca. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 430ª NOCHE
Ella dijo:
"...Cuando llegaron a la Meca, Juder se apresuró a agregarse a la procesión que rodeaba el
recinto sagrado de la Kaaba para dar las siete vueltas rituales, y he aquí que precisamente
encontró entre los peregrinos a su amigo el jeique Abd Al-Samad el moghrabín, que también
estaba dando sus siete vueltas. Y el moghrabín le vio a su vez, y le hizo una zalema fraternal y le
pidió noticias suyas. Entonces se echó a llorar Juder. Luego le contó lo que había ocurrido. Y el
moghrabín le cogió de la mano y le condujo a la casa en que se hospedaba, le trató
generosamente, le vistió con un traje espléndido y sin par, le dijo: "¡La desgracia se alejó de ti en
absoluto, ¡oh Juder!"
Luego hubo de sacar su horóscopo, viendo lo que les había sucedido a los hermanos del
pescador, y le dijo: "Sabe ¡oh Juder! que ha acaecido tal y cuál cosa a tus hermanos, y que a la
hora de ahora están presos en el calabozo del rey de Egipto. ¡Pero estás de bienvenida en mi
casa, donde vas a permanecer hasta la terminación de los ritos prescritos! ¡Y ya verás cómo todo
saldrá bien en adelante!"
Juder contestó: "Permíteme ¡oh mi señor! que vaya en busca del mercader con quien vine,
para pedirle su beneplácito y despedirme de él. ¡Y volveré a tu lado enseguida!" El otro le preguntó:
"¿Le debes dinero?" Juder contestó: "¡No!" El otro dijo: "¡Vé, pues, a pedirle su beneplácito y a
despedirte de él sin tardanza, porque en verdad que se deben consideraciones a la gente honrada
en cuya casa hemos comido el pan!"
Y Juder fué en busca de su amo, el mercader de Jedda, le pidió su beneplácito, y le dijo:
"¡Acabo de encontrar a mi amigo, a quien quiero más que a un hermano!" El mercader contestó:
"¡Vé por él y daremos un festín en honor suyo!" Juder dijo: "¡Por Alah, no necesita él de festines!
¡Es uno de los hijos de la opulencia, y tiene muchos servidores!" Entonces el mercader le dio
veinte dinares, diciéndole:”! Tómalos y libra mi conciencia y mi responsabilidad!”
Juder contestó: " ¡Que Alah te indemnice por todo lo que hiciste por mí!" Y se despidió de él y
salió para buscar a su amigo el moghrabin. Pero encontró en el camino a un pobre hombre y le dio
de limosna los veinte dinares; luego llegó a casa del moghrabín, y vivió con él hasta que se
terminaron todos los ritos y obligaciones de la peregrinación.
Entonces el moghrabín fué en busca suya, y sacándose del dedo el anillo que en otro tiempo
había cogido Juder del tesoro de Scharamardal, se lo dio, diciendo: "¡Oh Juder, toma este anillo
que realizará todos tus anhelos! Porque has de saber que este anillo tiene por servidor a un genni,
llamado Trueno-Penetrante, que estará a tus órdenes para cuanto le pidas. ¡No tienes más que
frotar el engarce del anillo, y al punto se te aparecerá Trueno-Penetrante, que se encargará de
ejecutar todas tus voluntades y de darte, si se los pides, todos los bienes del universo que desees!"
Y para enseñarle su manejo, lo frotó delante de él con el pulgar. Al punto apareció el efrit Trueno-
Penetrante, e inclinándose ante el moghrabín, dijo: "¡Heme aquí, ¡ya sidi! ¡Ordena y serás
obedecido! ¡Pide y recibirás! ¿Quieres reconstruir una ciudad en ruinas o destruir una ciudad
floreciente? ¿Quieres matar y asesinar? ¿Quieres arrancar el alma a un rey o solamente diezmar
sus ejércitos? ¡Habla!"
El moghrabín contestó: "¡Oh Trueno! ¡ahí tienes al que será tu amo en adelante! ¡Te lo
recomiendo mucho! ¡Sírvele bien!" Después le despidió, y encarándose con Juder, le dijo: "No
olvides ¡oh Juder! que por medio de este anillo podrás deshacerte y vengarte de todos tus
enemigos! ¡Y experimenta sin cuidado su poder!"
Juder dijo: "En ese caso, ¡oh mi señor! desearía volver a mi país y a mi morada".
El otro contestó: "Frota el anillo, y cuando el efrit Trueno se te aparezca y te diga: « ¡ Heme
aquí! ¡ Pide y obtendrás! », respóndele: « i Quiero subir a tu espalda! ¡Llévame a mi país hoy
mismo! ¡Y te obedecerá!"
Entonces Juder se despidió de Abd Al-Samad el moghrabín y frotó el anillo. Y al instante
apareció Trueno-Penetrante, que le dijo: "¡Heme aquí! ¡Pide y obtendrás!" Y Juder contestó:
"¡Condúceme a El Cairo hoy mismo!" El genni dijo: "¡Fácil es!" Y encorvándose por completo, se lo
puso a la espalda y echó a volar con él. Y duró el viaje desde mediodía hasta media noche; y el
efrit dejó a Juder en El Cairo, en la propia casa de su madre y desapareció.
Cuando la madre de Juder vió entrar a éste, se levantó y lloró, deseándole la paz. Luego le
contó lo que les había sucedido a sus hermanos, y cómo el rey había hecho que les apalearan y
les había quitado el saco encantado y el saco del oro y de las joyas. Y al oír aquello, Juder no pudo
permanecer indiferente a la suerte de sus hermanos, y dijo a su madre: "¡No te aflijas por eso! ¡Al
instante te probaré lo que puedo y te traeré a mis hermanos!"
Y al mismo tiempo frotó el engarce del anillo; y al punto apareció el servidor, que dijo: "¡Heme
aquí! ¡Pide y obtendrás!"
Juder dijo: "¡Te ordeno que vayas a sacar a mis hermanos del calabozo del rey para
traérmelos aquí!" Y desapareció el genni para ejecutar la orden.
Y he aquí que Salem y Salim yacían en un calabozo, llenos de grandes sufrimientos y de las
penas y angustias más profundas, a causa de las torturas y privaciones experimentadas, hasta tal
punto, que deseaban la muerte como una liberación y un término de sus males. Y precisamente
hablaban entre sí con gran amargura a este respecto, llamando a la muerte, cuando vieron que a
sus pies se abría de pronto el suelo y se les aparecía Trueno-Penetrante, quien, sin darles tiempo
para nada, se los llevó a ambos, y desapareció con ellos en las profundidades de la tierra., en tanto
que los dos hermanos se le desmayaban en sus brazos para no recobrar el sentido hasta que
estuvieron en casa de su madre, y se encontraron echados en la alfombra entre su hermano Juder
y su madre que los cuidaban con solicitud. Y al verles abrir los ojos, les dijo Juder: "¡Sean con
vosotros todas las zalemas!, ¡oh hermanos míos! ¿No me reconocéis ya y me habéis olvidado? ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 481ª NOCHE
Ella dijo:
"¡ ... Sean con vosotros todas las zalemas, ¡oh hermanos míos! ¿No me reconocéis ya y me
habéis olvidado?" Bajaron ellos la cabeza y se echaron a llorar en silencio, entonces les dijo Juder:
"¡No lloréis! ¡Porque fueron Satán y la codicia los que hubieron de obligaros a obrar cual
obrasteis! ¿Mas cómo pudisteis decidiros a venderme? ¡Pero no lloréis! ¡Si para mi es un
consuelo pensar que me parezco en eso a José, hijo de Jacob, a quien también vendieron
sus hermanos! ¡No obstante, los hermanos de José se portaron con él peor que vosotros
comnigo, pues además le arrojaron al fondo de una cisterna! ¡Limitaos a pedir perdón a
Alah, arrepintiéndoos, y os perdonará (porque es el Clemente Ilimitado y el Gran
Perdonador) como yo os perdono!
¡Sea con vosotros la bienvenida! ¡Y estad en adelante tranquilos, sin ningún temor y sin ningún
encogimiento!'' Y siguió consolándolos y reconfortándolos hasta que hubo colmado sus corazones;
luego empezó a contarles todos los sinsabores y sufrimientos que soportó hasta encontrar en la
Meca al jeique Abd Al-Samad. Y también les enseñó el anillo mágico.
Entonces le contestaron ellos: "¡Oh hermano nuestro, perdónanos por esta vez! ¡Si
volviéramos a reincidir, haz con nosotros lo que te parezca!”
Juder repuso: "¡No os apenéis ni os preocupéis por eso ya! ¡Y daos prisa a contarme lo que
os hizo el rey!" Ellos dijeron: "¡Hizo que nos apalearan, y nos amenazó con algo peor; luego acabó
por quitarnos los dos sacos!"
Juder dijo: "¡Ahora va a ver él!" Y frotó el engarce del anillo; y al punto apareció el efrit Trueno-
Penetrante.
Al verle, quedaron espantados ambos hermanos, y creyeron de corazón que no le había
llamado Juder más que para que los matara. Y se precipitaron en el aposento de su madre,
gritando: "¡Oh madre nuestra, nos ponemos bajo tu generosa protección! ¡Oh madre nuestra
intercede por nosotros!"
Ella contestó: "¡Oh hijos míos, no tengáis miedo!"
Entretanto, Juder había dicho a Trueno: "¡Te ordeno que me traigas todas las joyas y cosas
preciosas que hay en los armarios del rey, sin dejar nada, y trayéndome al mismo tiempo el saco
encantado el saco de las cosas preciosas que fueron sustraídos a mis hermanos!" Y contestó el
genni del anillo: "¡Escucho y obedezco!" Y al instante fue a ejecutar la orden y volvió para poner
entre las manos de Juder los dos sacos intactos y los tesoros del rey, diciendo: "¡Ya sidi! ¡no he
dejado nada en los armarios!"
Entonces Juder entregó a su madre el saco de las cosas preciosas y los tesoros del rey,
recomendándole que los guardara bien, y colocó ante sí el saco encantado. Luego dijo al genni del
anillo: "Te ordeno que esta misma noche me construyas un palacio alto y espléndido, decorándolo
con oro y tapizándolo y amueblándole suntuosamente. Y quiero que al despuntar el día esté
terminado todo!"
Y el genni del anillo, Trueno-Penetrante, contestó: "¡Se cumplirá tu soluntad!" Y desapareció
en el seno de la tierra, mientras Juder sacaba del saco encantado manjares deliciosos que se puso
a comer con su madre y sus hermanos en el límite del contento, durmiéndose luego hasta por la
mañana.
En cuanto al genni del anillo, congregó al punto a sus compañeros los efrits subterráneos,
escogiendo a los más hábiles en albañilería; y pusieron todos manos a la obra. Y unos tallaron
piedras, otros edificaron, revocaron otros las paredes, esculpieron y grabaron otros, y otros, en fin,
tapizaron y amueblaron las salas, de modo que al despuntar el día estaba el palacio enteramente
terminado y decorado. Entonces se presentó el genni del anillo a Juder en cuanto se despertó éste,
y le dijo: "¡Ya sidi! ¡el palacio está concluido! ¿Quieres venir a verlo y examinarlo?" Entonces se
levantó Juder y salió en compañía de su madre y de sus hermanos; y examinaron el palacio todos
juntos y vieron que no tenía igual de tanto como confundía la razón con la belleza de su
arquitectura y de su feliz emplazamiento.
Y encantado quedó Juder al mirar su fachada imponente en verdad, y se maravilló pensando
que no le había costado nada todo aquello. Y se encaró con su madre, y le preguntó: "¿Quieres
habitar en este palacio?" Ella contestó: "¡Vaya si quiero!" E hizo votos por él e invocó sobre su
cabeza las bendiciones de Alah. Entonces Juder frotó el anillo talismánico y dijo al genni, que
apareció al punto: "¡Té ordeno que me traigas al instante cuarenta esclavas jóvenes, blancas y
muy hermosas; cuarenta negras jóvenes y bien formadas; cuarenta criados jóvenes y cuarenta
negros!"
El genni contestó: "¡Todo es ya tuyo!" Y con cuarenta de sus compañeros voló a las comarcas
de la India, de Sindh y de Persia; y se llevaron a toda joven a quien encontraron completamente
hermosa y a todo joven completamente hermoso. Y reunieron así cuarenta de cada especie, tras
de lo cual escogieron cuarenta negras hermosas y cuarenta negros hermosos, y los transportaron
ante Juder, que los encontró de su gusto a todos, y dijo: "¡Ahora hay que dar a cada uno y a cada
una un traje de lo mejor...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGÒ LA 482ª NOCHE
Ella dijo:
"¡. ..dar a cada uno y a cada una un traje de lo mejor!" El genni contestó: "¡Helo aquí!" Juder
dijo: "¡Hay que traer, además, un traje para mi madre y otro traje para mí!" Y Trueno lo llevó todo, y
él mismo vistió a las jóvenes esclavas blancas y negras, diciéndoles: "¡Id ahora a besar la mano de
vuestra ama, madre de vuestro amo! ¡Y cumplid bien las órdenes que os dé, y seguidla con los
ojos, ¡oh blancas y negras!" Luego fue también el genni Trueno a vestir a los jóvenes y a los
negros, y les mandó besar la mano de Juder. Después vistió a Salem y Salim con especial
cuidado. Y cuando estuvo vestido todo el mundo, Juder parecía verdaderamente un rey y visires
sus hermanos.
Como el palacio era muy grande, Juder hizo habitar en uno de los lados del edificio a su
hermano Salem y a sus servidores y mujeres, y en el otro a su hermano Salim con sus servidores y
mujeres. En cuanto a él, habitó con su madre en el centro del palacio. Y cada uno tenía sus
aposentos como un sultán. ¡Y esto respecto de ellos!
¡Pero volvamos al rey!
Cuando el tesorero mayor fue por la mañana a coger del armario del tesoro algunos objetos
que necesitaba para el rey, lo abrió, y se encontró con que no había nada.
Y a fe que podría aplicarse a aquel armario este dicho del poeta:
,Este viejo tronco de árbol era opulento y hermoso con su colmena de abejas sonoras y
sus chorros de miel dorada; pero cuando le abandonó el enjambre de abejas y desapareció
la colmena, ya no fue más que un hueco vacío!
Y al ver aquello, el tesorero mayor lanzó un grito estridente y cayó sin conocimiento. Y cuando
volvió en sí, se precipitó fuera de la estancia del tesoro, y con los brazos en alto corrió en busca del
rey Schams Al-Daula, al cual dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡vengo a informarte que esta noche
dejaron vacío el tesoro!"
Y exclamó el rey: "¡Oh miserable! ¿qué hiciste de las riquezas que contenía el tesoro?" El otro
contestó: "¡Nada, por Alah! ¡Y ni sé qué ha sido de ellas ni cómo se ha vaciado el tesoro! ¡Ayer por
la noche, sin ir más lejos, revisé el tesoro, como de costumbre, y lo encontré lleno; y fui allí esta
mañana y me lo encuentro vacío, sin nada! ¡No obstante, las puertas están sin forzar, y las he
hallado cerradas y sin huellas de perforación o fractura, con los candados intactos y las cerraduras
también cerradas! ¡No es, pues, un ladrón quien dejó vacío el tesoro!"
El rey preguntó: "¿Y han desaparecido asimismo los dos sacos?" El otro contestó: "¡S¡!"
Al oír estas palabras, la razón huyó de la cabeza del rey, que irguióse sobre sus pies, y gritó al
tesorero mayor: "¡Echa a andar delante de mí!"
Y el tesorero se dirigió al tesoro; y el rey le siguió y llegó al tesoro, encontrándolo, en
efecto, completamente vacío por dentro e intacto por fuera; y hubo de quedar estupefacto y
aniquilado el rey, y dijo: "¡He aquí que robaron mi tesoro sin temor a mi poder y a mi cólera!"
Y se enojó con mucho enojo y al instante fue a reunir su diwán; y los emires y notables de la
corte entraron en el diwán, y cada cual se preguntaba con espanto si no sería él causa del enojo
del rey. Pero el rey les dijo: "¡Oh vosotros todos! ¡Sabed que mi tesoro fué saqueado esta noche; e
ignoro quién cometió esta acción, infligiéndome tal afrenta y ultrajándome con tamaño ultraje, sin
temer mi cólera!"
Y preguntaron todos: "Pero, ¿cómo ha sido?" El rey contestó: "¡No tenéis más que interrogar al
tesorero mayor, que está ahí presente!" Y le interrogaron, y les dijo él: "¡Ayer mismo el tesoro
estaba lleno, y lo he visitado y lo encontré vacío, sin nada, y por fuera no hay en la puerta
perforación ni fractura!" Y se quedaron todos prodigiosamente asombrados; y sin saber qué
contestar, bajaron la cabeza ante las miradas fulgurantes del rey y guardaron silencio
Pero en aquel mismo momento entró el alguacil que había denunciado la otra vez a vez a
Salem y a Salim, y dijo:
"¡Oh rey del tiempo, me han tenido sin dormir toda la noche las cosas extraordinarias que he
visto!" Y preguntó el rey: "¿Pues qué viste?"
El otro dijo: "Sabrás ¡oh rey del tiempo! que me pasé toda la noche distraído y agradablemente
divertido con mirar a unos albañiles que se disponían a edificar trabajando con martillo, llanas y
todas las demás herramientas. Y al despuntar el día he visto en aquel paraje un magnífico palacio
enteramente acabado y que no tiene igual en el mundo. He pedido entonces detalles, y me los han
dado, diciendo: "¡Es que Jader, hijo de Omar, ha vuelto de viaje y construyó este palacio! ¡Trajo
consigo numerosos esclavos y muchos criados jóvenes! ¡Y viene cargado de riquezas y colmado
de dinero! ¡Y libertó del calabozo a sus hermanos! ¡Y ahora está sentado en su palacio como un
sultán!"
Al oír estas palabras del kawas, dijo el rey: "¡Qué vayan en seguida a ver el calabozo!" Y
fueron a ver el calabozo y volvieron para anunciar al rey que Salem y Salim no estaban allí ya.
Entonces el rey exclamó: "¡Ya di con el ladrón! ¡Quien sacó de la cárcel a Salem y a Salim tiene
que ser el mismo que robó mi tesoro!"
Y preguntó el gran visir: "¿Pero quién es?" El rey contestó: "¡Juder, el hermano de los presos!
¡Y también es el quien robó los dos sacos!
Pero ¡oh visir mío! al instante vas a enviar contra todos esos individuos a un emir con
cincuenta guerreros que los capturarán, y después de sellarles todos sus bienes, me los traerás
aquí a ellos para que yo los cuelgue ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 483ª NOCHE
Ella dijo:
"...me los traerás aquí a ellos para que yo los cuelgue". Y aumentó su enojo. y exclamó: "¡Sí,
que vayan a buscarlos enseguida, porque quiero matarlos!” : El gran Visir contestó: "¡Oh rey, sé
clemente e indulgente, porque clemente es Alah y no se apresura a a castigar a su esclavo rebelde
y caído en falta! ¡Y además, el hombre que ha podido levantar un palacio en el transcurso de una
noche, no tendrá, en verdad, nada que temer de nadie en el mundo! ¡En cambio, tengo miedo por
el emir que envíes y temo que se encolerice Juder con él! ¡Paciencia, pues, hasta que dé yo con
un medio de que llegues a conocer la verdad sobre el asunto, y sólo entonces podrás realizar sin
inconveniente lo que resolviste realizar!"
Y contestó el rey: "Entonces, ¡oh visir mío! dime lo que tengo que hacer". El visir dijo: "Manda
que vaya un emir para invitarle a que venga a palacio. ¡Y ya encontraré a la sazón un modo de
capturarle; le fingiré mucha amistad y le preguntaré hábilmente acerca de lo que hace y de lo que
no hace! ¡Y veremos entonces! Si es verdaderamente grande su poder, le capturaremos con
astucia; pero si su poder es débil, le capturaremos a la fuerza; y te lo entregaremos. ¡Y harás con
él lo que quieras!"
Dijo el rey: "¡Que se le invite!" Y el gran visir dio orden a un emir llamado el emir Othmán que
fuera en busca de Juder y le invitara, diciéndole: "¡El rey desea verte entre sus huéspedes de hoy!"
Y añadió el propio rey: "¡Y no dejes de venir con él!"
Y he aquí que el tal emir Othmán era un hombre estúpido, orgulloso e infatuado. Al llegar a la
puerta del palacio vio a un eunuco sentado sobre el umbral en una hermosa silla de bambú. Y
avanzó a él; pero el eunuco no se levantó ni se preocupó por el emir lo más mínimo, como si no le
viera. ¡Y sin embargo, el emir Othmán era muy visible, y llevaba consigo cincuenta hombres muy
visibles! Se acercó, a pesar de todo, y le preguntó: "¡Oh esclavo! ¿dónde está tu amo?" El esclavo
contestó: "¡En el palacio!", sin volver siquiera la cabeza ni salir de su actitud indiferente y de su
postura indolente.
Entonces sintióse muy enfurecido el emir Othmán y el gritó: "¡Oh calamitoso eunuco de pez!
¿No te da vergüenza permanecer, mientras hablo yo, tendido en postura indolente como un
holgazán cualquiera?"
El eunuco contestó: "¡Vete ya! ¡Y no repliques ni una palabra más!" Al oír aquello, el emir
Othmán llegó al límite de la indignación, y blandiendo su maza, quiso pegar con ella al eunuco.
Pero ignoraba que el tal eunuco no era otro que Trueno-Penetrante, el efrit del anillo, a quien Juder
había encargado que actuase de portero del palacio. Así es que cuando el presunto eunuco vio el
movimiento del emir Othmán, se levantó, mirándole sólo con un ojo y manteniendo cerrado el otro
ojo, le sopló en la cara, y bastó aquel soplo para tirarle al suelo. Luego le quitó de las manos la
maza y sin más ni más, le asestó cuatro mazasos.
Al ver aquello, se indignaron los cincuenta soldados del emir, y no pudiendo soportar la afrenta
infligida a su jefe, sacaron sus alfanjes y se precipitaron sobre el eunuco para exterminarle. Pero el
eunuco sonrió con calma, y les dijo: "¡Ah! ¿sacáis vuestros alfanjes, ¡oh perros!? ¡Pues esperad un
poco!" Y cogió a algunos y les hundió en el vientre sus propios alfanjes y los ahogó en su propia
sangre! Y siguió diezmándolos de tal manera que los que quedaron huyeron poseídos de espanto
con el emir a la cabeza, y no pararon hasta llegar a la presencia del rey, en tanto que Trueno volvía
a tomar en la silla su postura indolente.
Cuando el rey se enteró por el emir Othmán de lo que acababa de suceder, llegó al límite del
furor, y dijo: "¡Que vayan contra ese eunuco cien guerreros!" Y llegados que fueron los cien
guerreros a la puerta del palacio, el eunuco los recibió a mazazos, zurrándolos y poniéndolos en
fuga en un abrir y cerrar de ojos. Y volvieron a decir al rey: "¡Nos ha dispersado y aterrado!" Y el
rey dijo: "¡Que vayan doscientos!" Y salieron doscientos, y fueron destrozados por el eunuco.
Entonces gritó el rey a su gran visir: "¡Tú mismo irás ahora con quinientos guerreros para traérmele
al instante! ¡Y también me traerás a su amo Juder con sus dos hermanos!" Pero contestó el gran
visir: "¡Oh rey del tiempo, prefiero no llevar conmigo guerrero ninguno e ir en su busca
completamente solo y sin armas!"
El rey dijo: "¡Vé, y haz lo que te parezca mejor!"
Entonces arrojó el gran visir de sí sus armas y se vistió con un largo ropón blanco; luego se
puso en la mano un rosario muy grande, y se encaminó con lentitud a la puerta del palacio de
Juder, pasando las cuentas del rosario. Y vio sentado en la silla al eunuco consabido, y se le
acercó sonriendo, se sentó en el suelo frente a él con mucha cortesía, y le dijo: "¡La zalema sea
con vos!" El otro contestó: "¡Sea contigo la zalema, oh ser humano! ¿Qué deseas?" Cuando el
gran visir hubo oído lo de "ser humano", comprendió que el eunuco era un genni entre los genn, y
tembló de espanto. Luego le preguntó humildemente: "¿Está tu amo, el señor Juder?" El otro
contestó: "¡Sí, está en el palacio!" El visir añadió: "¡Ya sidi! te ruego que vayas a buscarle y a
decirle: "¡Ya sidi! el rey Schams Al-Daula te invita a que te presentes a él, pues da un festín en tu
honor. ¡Y él mismo te transmite la zalema y te ruega que honres su morada aceptando su
hospitalidad!"
Trueno contestó: "¡Espérame aquí mientras voy a pedirle; su beneplácito...!
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente
Y CUANDO LLEGO LA 484ª NOCHE
Ella dijo:
"¡ ... Espérame aquí mientras voy a pedirle su beneplácito!" Y el gran visir se puso a esperar
en una actitud muy cortés, en tanto que el mared iba en busca de Juder, al cual dijo: "Has de
saber, ¡ya sidi! que el rey envió por ti primero a un emir muy presuntuoso, a quien he agredido, y
luego a doscientos, a quienes deshice y puse en fuga. ¡Entonces ha enviado a su gran visir sin
armas y vestido de blanco para invitarte a que comas manjares de su hospitalidad! ¿Qué te
parece?"
Juder contestó: "¡Tráeme aquí al gran visir!" Y bajó Trueno a decirle: "¡Oh visir, ven a hablar
con mi amo!" El visir contestó: "¡Sobre la cabeza!" Y subió al palacio, y entró en la sala de
recepción, donde vio a Juder, más imponente que los reyes, sentado en un trono como no podría
poseerlo ningún sultán, con un tapiz de lo más espléndido extendido a sus pies. Y quedó
estupefacto, y permaneció pasmado, y absorto, y deslumbrado por la belleza del palacio, por sus
adornos, por su decorado, por sus esculturas y por sus muebles; y vio que en comparación era él
menos que un mendigo junto a cosas tan hermosas y frente al dueño de aquel recinto. Así es que
se inclinó y besó la tierra entre las manos de Juder e hizo votos por su prosperidad. Y Juder le
preguntó: "¿Qué tienes que pedirme, ¡oh visir!?"
El visir contestó: "¡Oh mi señor, tu amigo el rey Schams Al-Daula te transmite la zalema! ¡Y
desea ardientemente alegrarse los ojos con tu cara; y a tal objeto da un festín en tu honor!
¿Querrás aceptarlo por complacerle?" Juder contestó: "¡Desde el momento en que es mi amigo, ve
a transmitirle mi zalema, y dile que venga antes él mismo a mi casa!"
Dijo el visir: "¡Sobre la cabeza!" Entonces Juder frotó el engarce del anillo; y cuando apareció
Trueno, le dijo: "¡Tráeme un ropón de lo más hermoso!" Y cuando Trueno le llevó el ropón, Juder
dijo al visir: "¡Es para ti, oh visir! ¡Póntelo!" Y cuando el visir se puso el ropón, Juder le dijo: "¡Vé a
decir al rey lo que oíste y viste!" Y el visir salió llevando aquel traje tan magnífico, que nadie lo llevó
semejante, y fue en busca del rey, le puso al corriente de la posición de Juder, le hizo una
admirable descripción del palacio y de lo que contenía, y le dijo: "¡Juder te invita!"
Dijo el rey: "¡Vamos, oh soldados!" Y se irguieron todos sobre sus pies, y el rey les dijo:
"¡Montad en vuestros caballos! ¡Y que me traigan mi corcel de guerra para ir a ver a Juder!" Luego
montó a caballo, y seguido por sus guardias y soldados, se dirigió al palacio de Juder.
Cuando Juder vio desde lejos llegar al rey con su séquito, dijo al efrit del anillo: "Deseo que me
traigas a tus compañeros los efrits para que, con aspecto de seres humanos, formen el paso del
rey en el patio principal del palacio. Y como el rey advertirá su número y calidad, quedará aterrado
y espantado, y se estremecerá su corazón. ¡Y comprenderá entonces para su bien que mi poder
supera al suyo!" Y al instante el efrit Trueno convocó e hizo aparecer a doscientos efrits con
aspecto de guardias armados y de estatura enorme. Y entró el rey en el patio y pasó por entre las
dos filas de soldados; y al ver su aspecto terrible, sintió estremecérsele el corazón. Luego subió al
palacio y entró en la sala donde se hallaba Juder; y le encontró sentado de una manera y con una
apostura que no tuvo nunca verdaderamente ningún rey ni sultán. Y le hizo la zalema, y se inclinó
entre sus manos, y formuló sus votos, sin que Juder se levantase en honor suyo o le guardara
consideraciones o le invitara a sentarse. Por el contrario, le tuvo de pie para hacerse valer, así, de
modo que el rey perdió por completo la serenidad, y ya no supo si debía permanecer allí o
marcharse.
Y al cabo de cierto tiempo, le dijo Juder por fin: "¿Te parece, en verdad, manera de conducirse
el oprimir, como lo has hecho, a personas indefensas, despojándolas de sus bienes?" El rey
contestó: "¡Oh mi señor, dígnate excusarme! ¡Me impulsaron a obrar así la codicia y la ambición, y
tal era mi destino! ¡Y por otra parte, si no hubiera falta, no habría perdón!" Y continuó
excusándose por cuanto pudo cometer en el pasado y suplicando indulgencia y perdón; y entre
otras excusas, hasta le recitó estos versos:
¡Oh tú, carácter generoso, hijo de ilustres antecesores y de una raza noble, no me
reproches por el daño que en el pasado pudiera hacerte!
¡Lo mismo que nosotros te perdonaríamos si fueses culpable de cualquier mala acción,
debes perdonarnos cuando los culpables somos nosotros!”
Y no cesó de humillarse de aquel modo entre las manos de Juder, hasta que Juder hubo de
decirle: "¡Que te perdone Alah!" Y le permitió sentarse, y se sentó el rey. Entonces Juder le puso el
ropón de la salvaguardia, y dio a sus hermanos orden de que extendieran el mantel y sirvieran
manjares extraordinarios y numerosos. Y después de la comida regaló hermosas vestiduras a
todos los individuos del séquito del rey, y les trató con miramientos y generosidad. Sólo entonces
fue cuando el rey se despidió de Juder y salió del palacio; pero fue para volver todos los días a
pasarlos por entero con Juder y hasta reunió en casa de éste su diwán, ventilando allí los asuntos
del reino. Y la amistad entre ambos no hizo más que aumentar y consolidarse. Y así vivieron algún
tiempo.
Pero un día en que el rey se hallaba solo con su gran visir, le dijo: "j Oh visir mío, tengo miedo
de que Juder me mate y se apodere de mi trono!...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 485ª NOCHE
Ella dijo:
"¡ ... 0 visir mío, tengo miedo de que Juder me mate y se apodere de mi trono!" El visir
contestó: "¡Oh rey del tiempo! no temas que Juder se apodere de tu trono! ¡Porque el poderío y la
opulencia de Juder son mucho más considerable que los del rey! ¿Qué quieres que haga con tu
trono? ¡Además que la posesión de tu trono sería en él una prueba de decadencia, dada su actual
posición! Pero en cuanto a matarte, si lo temes verdaderamente, ¿para qué tienes una hija?
¡Bastará con que se la des en matrimonio, y de ese modo compartirás con él el poder supremo; y
estaréis ambos en las mismas condiciones!"
El rey contestó: "¡Oh visir, actúa de intermediario entre él y yo!" El visir dijo: "No tienes para
eso más que invitarle a tu casa; y pasaremos la velada en la sala principal del palacio. Entonces
ordenarás a tu hija que se atavíe con sus mejores galas y pase como un relámpago por delante de
la puerta de la sala. Y Juder la divisará; y como ha de excitarse mucho su curiosidad y su espíritu
se preocupará por la princesa entrevista, quedará locamente enamorado; y me preguntará quién
es ella. Entonces yo me inclinaré misteriosamente hacia él, le diré: "¡es la hija del rey!" ¡Y me
pondré a conversar con él acerca del particular, dejando escapar palabras y palabras, sin que sepa
que estás al corriente, hasta que le decida a venir a pedírtela en matrimonio! ¡Y cuando de tal
suerte le hayas casado con la joven, vuestra alianza será firme para lo sucesivo; y a su muerte
heredarás la mayor parte de lo que él posea!" Y el rey contestó: "¡Verdad dices, oh visir!" Y dio el
festín e invito a Juder, que se presentó en el palacio y sentóse en la sala principal, acogido con
júbilo y agasajo, hasta la noche.
Y he aquí que el rey había enviado a decir a su esposa que pusiera a la joven sus mejores
preseas, y la adornara con sus adornos más hermosos, y la hiciera pasar muy de prisa por delante
de la puerta de la sala del festín. Y la madre de la joven ejecutó lo que le habían ordenado
ejecutar. Así es que cuando la joven pasó por delante de la sala del festín como un relámpago,
bella y enjoyada y brillante y maravillosa, Juder la divisó y lanzó un grito de admiración y un
profundo suspiro, y hubo de modular: "¡Ah!" ¡Y se relajaron sus miembros, y se le puso amarillo el
rostro! Y el amor, y la pasión, y el deseo, y el ardor entraron en él y le dominaron.
Entonces le dijo el visir: "¡Lejos de ti toda pena y todo mal, mi señor! ¿Por qué te veo
súbitamente demudado, y sufriendo, y dolorido?" Juder contestó: "¡Oh visir, la culpa es de esa
joven!
¿De quién es hija? ¡Me ha avasallado y me ha arrebatado la razón!" El visir contestó: "¡Es la
hija de tu amigo el rey! ¡Si te gusta, verdaderamente, hablaré al rey para que te la dé en
matrimonio!"
Juder dijo: "¡Oh visir, háblale! ¡Y por mi vida, que te daré todo lo que me pidas! ¡Y daré al rey
cuanto me reclame como dote de su hija! ¡Y seremos amigos y parientes por alianza!"
El visir contestó: "¡Voy a emplear toda mi influencia a fin de obtener para ti lo que anhelas!" Y
habló al rey en secreto, y le dijo: "¡Oh rey Schams Al-Daula, he aquí que tu amigo Juder desea
aproximarse a ti con alianza! ¡Y se ha encomendado a mí para que te hable con objeto de que le
concedas en matrimonio tu hija El-Sett Asia! ¡No me rechaces, pues, y acepta mi intercesión! ¡Y te
pagará Juder cuanto pidas como dote de tu hija!" El rey contestó: "¡Pagada y recibida está ya la
dote! ¡Y la hija es una esclava a su servicio! ¡Se la doy por esposa, y con aceptarla él de mí, me
hace el mayor de los honores!" Y dejaron transcurrir aquella noche sin concretar más.
Pero al día siguiente por la mañana el rey congregó su diwán, y convocó a él a grandes y a
pequeños, a amos y a servidores; e hizo ir al jeique al-Islam para la circunstancia. Y Juder formuló
su demanda de matrimonio, y el rey la aceptó, y dijo: "¡En cuanto a la dote, ya la recibí!" Y se
extendió el contrato.
Entonces Juder hizo llevar allí el saco de las joyas y de las pedrerías, y se lo regaló al rey
como dote de su hija. Y al punto resonaron los timbales y los tambores, y tocaron las flautas y los
clarinetes, y la fiesta y la alegría llegaron a su apogeo, en tanto que Juder penetraba en la cámara
nupcial y poseía a la joven.
Y Juder y el rey vivieron juntos, estrechamente unidos, durante días numerosos. Tras de lo
cual murió el rey.
Entonces las tropas reclamaron a Juder para el sultanato, y como él rehusara, siguieron
importunándole hasta que aceptó. Y le nombraron sultán.
Y he aquí que el primer acto de Juder sultán consistió en erigir una mezquita sobre la tumba
del rey Schams Al-Daula; y llevó a ellos ricos donativos; y para emplazamiento de aquella mezquita
escogió el barrio de los Bundukania, elevándose su palacio en el barrio de los Yamania. Y desde
aquel entonces el barrio de la mezquita y la propia mezquita tomaron el nombre de Judería.
Luego se apresuró el sultán Juder a nombrar visires a sus dos hermanos, a Salem visir de Su
Derecha y a Salim visir de Su Izquierda. Y vivieron así en paz sólo un año, no más.
Al cabo de este tiempo, Salem dijo a Salim: "¡Oh hermano mío! ¿hasta cuándo? ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 486ª NOCHE
Ella dijo:
... Al cabo de este tiempo, Salem dijo a Salim: "¡Oh hermano mío! ¿hasta cuándo vamos a
permanecer en tal estado? ¿Nos vamos a pasar toda la vida como servidores de Juder, sin
disfrutar a nuestra vez de la autoridad y la felicidad mientras Juder viva?
Salim contestó: "¿Qué podríamos hacer para matarle y quitarle el anillo y el saco? ¡Sólo tú
sabrás combinar alguna estratagema para llegar a matarle, porque eres más experto y más
inteligente que yo!" Dijo Salem: "Si combinara yo una estratagema para su muerte, ¿te
conformarías con que yo fuese sultán y te tuviese a ti por visir de Mi Derecha! ¡Y sería para mí el
anillo y para ti el saco!" El otro dijo: "¡Acepto!" Y acordaron el asesinato de Juder para alcanzar el
poder soberano y disfrutar como reyes los bienes de este mundo.
Cuando hubieron combinado la estratagema, fueron en busca de Juder y le dijeron: "¡Oh
hermano nuestro! ¡quisiéramos que esta tarde te dignaras darnos el gusto de ir a merendar en
nuestro mantel, por que hace mucho tiempo que no te hemos visto franquear el umbral de nuestra
hospitalidad!" Dijo Juder: "¡Pues no os atormentéis por eso! ¿En casa de cuál de vosotros dos
debo presentarme a aceptar la invitación?
Salem contestó: "¡Primero en mi casa! ¡Y cuando hayas probado los manjares de mi
hospitalidad, irás a aceptar la invitación de mi hermano!" Juder repuso: "No hay inconveniente. Y
fué a ver a Salem en sus habitaciones del palacio.
¡Pero no sabía lo que le esperaba, porque apenas tomó el primer bocado del festín, cayó
hecho trizas, con la carne por un lado y los huesos por otro! El veneno había surtido su efecto.
Entonces se levantó Salem y quiso sacarle del dedo el anillo; pero como el anillo no quería
salir, le cortó el dedo con un cuchillo. Cogió entonces el anillo y frotó el engarce. Al punto apareció
el efrit Trueno-Penetrante, servidor del anillo, que dijo: "¡Héme aquí! ¡Pide y obtendrás!" Salem le
dijo: "Te ordeno que te apoderes de mi hermano Salim y le mates. ¡Luego le cogerás y también
cogerás a Juder, que está ahí sin vida, y arrojarás los dos cuerpos, el del envenenado y
el del asesinado, a los pies de los principales jefes de las tropas!" Y el efrit Trueno, que obedecía
todas las órdenes dadas pos cualquier poseedor del anillo, fue a buscar a Salim y le mató;
después cogió los dos cuerpos sin vida y los arrojó a los pies de los jefes de las tropas, que
precisamente estaban reunidos comiendo en la sala de las comidas.
Cuando los jefes de las tropas vieron los cuerpos sin vida de Juder y de Salim, dejaron de
comer y alzaron los brazos, encantados y temblorosos, preguntando al mared: "¿Quién cometió
ese crimen en las personas del rey y del visir?" El otro contestó: "¡Su hermano Salem!" Y en aquel
mismo momento hizo Salem su entrada, y les dijo: "¡Oh jefe de mis tropas y vosotros todos,
soldados míos, comed y estad contentos! Me he hecho dueño de este anillo que arrebaté a mi
hermano Juder. Y este mared que tenéis ante vosotros es el mared Trueno-Penetrante, servidor
del anillo. ¡Y soy yo quien le ha ordenado que diera muerte a mi hermano Salim para no tener que
compartir el trono con él! ¡Por otra parte, era un traidor, temía que me traicionase! ¡Así es que,
como Juder ha muerto, quedo yo por sultán único! ¿Queréis aceptarme para rey, o queréis mejor
que frote el anillo y haga que el efrit os mate a todos, grandes y pequeños, hasta el último?"
Al oír estas palabras, los jefes de las tropas, poseídos de un temor grande, no osaron
protestar, y contestaron: "¡Te aceptamos por rey y sultán!"
Entonces ordenó Salem que se celebraran los funerales de sus hermanos. Luego convocó al
diwán, y cuando todo el mundo estuvo de vuelta de los funerales, se sentó en el trono; y recibió
como rey los homenajes de sus súbditos, después de lo cual, dijo: "¡Ahora quiero que se extienda
mi contrato matrimonial con la esposa de mi hermano!"
Le contestaron: "¡No hay inconveniente! ¡Pero es preciso esperar a que pasen los cuatro
meses y diez días de viudedad!"
Salem contestó: "Conmigo no rezan esas formalidades ni otras fórmulas análogas! ¡Por la vida
de mi cabeza, que necesito entrar en la esposa de mi hermano esta misma noche!" No hubo más
remedio que extender el contrato de matrimonio, y se previno de la cosa a la esposa de Juder, El-
Sett Asia, la cual repuso: "¡Que venga...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGÒ LA 487ª NOCHE
Ella dijo:
...y se previno de la cosa a la esposa de Juder, El-Sett Asia, la cual repuso: "¡Que venga!" Y
cuando llegó la noche, Salem penetró en el aposento de la esposa de Juder, que hubo de recibirle
con las demostraciones de la alegría más viva y con los deseos de bienvenida. Y le ofreció, para
que se refrescase, una copa de sorbete, bebiéndola él para caer destrozado, como cuerpo sin
alma. Y así acaeció su muerte.
A la sazón El-Sett Asia cogió el anillo mágico y lo hizo añicos para que nadie en adelante lo
utilizase de un modo culpable, y cortó en dos el saco encantado, rompiendo así el encanto que
poseía.
Tras de lo cual, mandó prevenir al jeique al-Islam de cuanto había sucedido, y avisó a los
notables del reino que ya podían elegir nuevo rey, diciéndoles: "¡Escoged otro sultán para que os
gobierne!"
"¡Y he aquí -continuó Schehrazada- todo lo que sé de la historia de Juder, de sus hermanos y
del saco y el anillo encantados! Pero también sé, ¡oh rey afortunado! una historia asombrosa que
se llama...
HISTORIA DE ABU-KIR Y DE ABU-SIR
Dijo Schehrazada:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que en la ciudad de lskandaria había antaño dos
hombres, uno de los cuales era tintorero y se llamaba Abu-Kir, y el otro era barbero y se llamaba
Abu-Sir. Y eran vecinos uno de otro en el zoco, porque se tocaban las puertas de sus tiendas.
¡Y he aquí que el tintorero Abu-Kir era un insigne bribón, un embustero de lo más detestable, un
desvergonzado! ¡Ni más ni menos! ¡Sin duda alguna, debieron tallarse sus sienes con algún
granito irreductible y debió labrarse su cabeza con la piedra de los escalones de una iglesia de
judíos!
De no ser así, ¿cómo hubiera él tenido tan desvergonzada audacia para las fechorías y las
ruindades todas? Entre otras diversas estafas, acostumbraba a hacer que sus clientes le pagasen
por adelantado, con pretexto de que necesitaba dinero para comprar colores, y nunca devolvía las
telas que le llevaban a teñir. Por el contrario, no sólo se gastaba el dinero que había cobrado de
antemano, comiendo y bebiendo a su sabor, sino que vendía en secreto las telas depositadas en
su casa, y con ello se pagaba toda clase de regocijos y diversiones de primera calidad. Y cuando
volvían los clientes para reclamarle sus efectos, siempre encontraba medio de entretenerles y
hacerles esperar indefinidamente, unas veces con un pretexto y otras con otro.
Por ejemplo, decía: "¡Por Alah, ¡ oh mi amo! que ayer parió mi esposa, y me he visto obligado
a correr de un lado para otro durante todo el día!" 0 decía también: "Ayer tuve invitados y me
ocuparon todo el tiempo mis deberes de hospitalidad para con ellos; pero, si vuelves dentro de dos
días, desde el amanecer encontrarás terminada tu tela". Y dilataba todo lo posible los compromisos
con sus parroquianos, hasta que alguno exclamama, impacientado: "¡Bueno! ¿vas a decirme la
verdad de lo que ocurre con mis telas? ¡Devuélvemelas! ¡Ya no quiero teñirlas!" Entonces
contestaba él: "¡Por Alah, que estoy desesperado!" Y alzaba al cielo las manos, haciendo toda
clase de juramentos de que iba a decir la verdad. Y después de lamentarse y golpearse las manos
una contra otra, exclamaba: "Figúrate, ¡oh mi amo! que cuando estuvieron teñidas las telas, las
puse a secar bien tendidas en las cuerdas que hay delante de mi tienda, y me ausenté un instante
para ir a orinar; cuando volví habían desaparecido, robándomelas algún foragido, ¡quizá mi mismo
vecino, ese barbero calamitoso!"
Al oír estas palabras, si el cliente era un buen hombre entre las personas tranquilas, se contentaba
con responder: "¡Álah me indemnizará!" y se iba. Pero si el cliente era hombre irritable, se
ponía furioso y llenaba de injurias al tintorero y comenzaba a golpes con él, provocando una
disputa pública en la calle en medio de la aglomeración de gente. Y a pesar de todo, y aun a
despecho de la autoridad del kadí, no conseguía recobrar sus efectos, ya que faltaban pruebas, y
por otra parte, en la tienda del tintorero no había nada que pudiese embargarse y venderse. Y
aquel comercio duró bastante tiempo, el necesario para chasquear uno tras de otro a todos los
mercaderes del zoco y a todos los habitantes del barrio. Y el tintorero Abu-Kir vio a la sazón
perdido irremediablemente su crédito y aniquilado su comercio, pues no había ya nadie a quien
pudiese despojar. Y fue objeto de la desconfianza general, y se le citaba en proverbios cuando se
quería hablar de las bribonadas que hacen las gentes de mala fe.
Cuando el tintorero Abu-Kir vióse reducido a la miseria, fué a sentarse delante de la tienda de
su vecino el barbero Abu-Sir, y le puso al corriente del mal estado de sus negocios, y le dijo que ya
no le quedaba más que morirse de hambre. Entonces el barbero Abu-Sir, que era un hombre que
marchaba por la senda de Alah, y aunque muy pobre era escrupuloso y honrado, se compadeció
de la miseria de quien era más pobre que él y contestó:
"¡El vecino se debe a su vecino! ¡Quédate aquí y come y bebe y participa de los bienes
de Alah hasta que lleguen días mejores!" Y le recibió con bondad, y atendió a todas sus
necesidades durante un largo transcurso de tiempo.
Pero he aquí que un día el barbero Abu-Sir se quejaba al tintorero Abu-Kir de los rigores de la
suerte, y le decía: "Ya lo ves, hermano mío! No soy, ni mucho menos, un barbero torpe y mi mano
es ligera en la cabeza de mis clientes. ¡Pero como mi tienda es pobre y yo también soy pobre,
nadie viene a afeitarse en mi casa! ¡Apenas si por la mañana, en el hammam, algún mandadero o
algún fogonero se dirige a mí para que le afeite los sobacos o le aplique en el vientre pasta
depilatoria! ¡Y con las pocas monedas que esos pobres dan a un pobre como yo, puedo
alimentarte, alimentarme y subvenir a las necesidades de la familia que soporto a mi cuello!
¡Pero Alah es grande y generoso!"
El tintorero Abu-Kir contestó: "Verdaderamente eres muy infeliz al aguantar con tanta
paciencia la miseria y los rigores de la suerte, habiendo medios de enriquecerse y de vivir con
holgura. Te disgusta tu oficio, que no te produce nada, y yo no puedo ejercer el mío en este país
lleno de gentes malévolas. No nos queda otro recurso que abandonar esta tierra cruel y
marcharnos a viajar en busca de alguna ciudad donde nos sea fácil ejercer nuestro arte con fruto y
satisfacción.
¡Por lo demás, cuántas ventajas reportan los viajes! ¡Viajar es alegrarse, es respirar el aire
libre, es descansar de las preocupaciones de la vida, es ver nuevos países y nuevas tierras, es
instruirse, y cuando se tiene entre las manos un oficio tan honorable y excelente como el mío y el
tuyo, y sobre todo tan admitido generalmente en todas las tierras y en los pueblos más diversos, es
ejercerlo con grandes beneficios, honores y prerrogativas.
Y además, no ignoras lo que ha dicho el poeta acerca del viaje:
¡Deja las moradas de tu patria, si aspiras a cosas grandes, e invita a viajar a tu alma!
¡En el umbral de tierras nuevas te esperan los placeres, las riquezas, los buenos
modales, la ciencia y las amistades escogidas!
Y si te dicen: "¡Qué de penas y preocupaciones y peligros vas a soportar en tierra
lejana, amigo!" contesta: "¡Vale más estar muerto que vivo, si ha de vivirse siempre en el
mismo lugar, cual insecto roedor, entre envidiosos y espías!”
"¡Así pues, hermano mío, no podemos hacer nada mejor que cerrar nuestras tiendas y viajar
juntos para mejorar de suerte!" Y continuó hablándole con lengua tan elocuente, que el barbero
Abu-Sir quedó convencido de la urgencia de la marcha, y se apresuró a hacer sus preparativos,
que consistieron en envolver en un retazo viejo de tela remendada su bacía, sus navajas, sus
tijeras, su suavizador y algunos otros pequeños utensilios, yendo luego a despedirse de su familia
y volviendo a la tienda en busca de Abu-Kir, que le esperaba.
Y le dijo el tintorero: "Ahora sólo nos resta recitar la Fatiha liminar del Korán para dar fe de
que somos hermanos y comprometernos juntos a guardar en lo sucesivo en la misma arca
nuestras ganancias, repartiéndolas con toda imparcialidad a nuestro regreso a Iskandaria. ¡Como
también debemos prometernos que aquel de entre nosotros que encuentre antes trabajo se
obligará a mantener al que no pueda ganar nada"
El barbero Abu-Kir no puso ninguna dificultad al reconocer la legitimidad de estas condiciones;
y ambos entonces, para afirmar sus mutuos compromisos, recitaron la Fatiha liminar del Korán...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 488ª NOCHE
Ella dijo:
". . . y ambos entonces, para afirmar sus mutuos compromisos, recitaron la Fatiha liminar del
Korán. Tras de lo cual el honrado Abu-Sir cerró su tienda y entregó la llave al propietario, a quien
pagó en seguida; luego tomaron ambos el camino del puerto, y sin ninguna clase de provisiones,
embarcaron en un navío que se hacía a la vela. El Destino les favoreció durante el viaje y hubo de
ayudarles por mediación de uno de ellos. En efecto, entre los pasajeros y la tripulación, cuyo
número total ascendía a ciento cuarenta hombres, sin contar al capitán, no había más barbero que
Abu-Sir; y por consiguiente, él solo podía afeitar convenientemente a los que necesitaban afeitarse.
Así es que, en cuanto el navío se hizo a la vela, el barbero dijo a su compañero: "Hermano mío,
nos hallamos en mitad del mar, y es preciso que encontremos de comer y beber. ¡Voy, pues, a
intentar ofrecer mis servicios a los pasajeros y a los marineros, por si me dice alguno: «¡Ven ¡oh
barbero! a afeitarme la cabeza!» ¡Y le afeitaré la cabeza mediante un pan o algún dinero o un trago
de agua, de lo cual podremos aprovechar tú y yo!"
El tintorero Abu-Kir, contestó: "¡No hay inconveniente!" Y se echó en el puente, colocó la
cabeza lo mejor que pudo y se durmió sin más ni más, mientras el barbero se disponía a buscar
trabajo.
A este fin, Abu-Sir cogió sus pertrechos y una taza de agua, se echó al hombro un pedazo de
lienzo a modo de toalla, pues era pobre, y empezó a circular entre los pasajeros. A la sazón uno de
ellos le dijo: "¡Ven, ¡oh maestro! a afeitarme!" Y el barbero le afeitó la cabeza. Y cuando hubo
acabado, como el pasajero le ofreciera alguna moneda de cobre, le dijo él: "¡Oh hermano mío!
¿qué voy a hacer aquí con este dinero? ¡Si quisieras darme un pedazo de pan me resultaría más
ventajoso y más bendito en este mar, porque traigo conmigo un compañero de viaje y son exiguas
nuestras provisiones!" Entonces el pasajero le dió un pedazo de pan y un trozo de queso y le llenó
de agua la taza. Y Abu-Sir cogió aquello y fué a ver a AbuKir, y le dijo: "¡Toma este pedazo de pan
y cómetelo con este trozo de queso y bebe agua de esta taza!"
Y Abu-Kir lo tomó, y comió y bebió. Entonces Abu-Sir el barbero volvió a coger sus
pertrechos, se echó al hombro la tela, cogió en la mano la taza vacía, y empezó a recorrer el navío
entre las filas de pasajeros, agrupados o echados, y afeitó a uno por dos panecillos, a otro por un
pedazo de queso, o un cohombro, o una raja de sandía, o incluso por dinero; y tuvo tanta suerte,
que al fin de la jornada había recogido treinta panecillos, treinta medios dracmas, y una porción de
queso, y aceitunas, y cohombros, y varias tortas de lechecilla seca de Egipto, que se extrae de los
excelentes pescados de Damieta. Y además, supo ganarse tantas simpatías entre los pasajeros,
que podía obtener de ellos cuanto les pidiera. Y se hizo tan popular, que su habilidad llegó a oídos
del capitán el cual quiso que también le afeitara a él la cabeza. Y Abu-Sir afeitó la cabeza al
capitán y no dejó de quejársele de los rigores de la suerte y de la penuria en que se hallaba y de
las escasas provisiones que poseía. Y asimismo le dijo que llevaba con él un compañero de viaje.
Entonces el capitán, que era un hombre espléndido y que, además. estaba encantado de los
buenos modales y de la ligereza de mano del barbero, contestó: "¡Bienvenido seas! Deseo que
todas las noches vengas con tu compañero a cenar conmigo. ¡Y no os preocupéis por nada
ninguno de los dos mientras viajéis en nuestra compañía!"
El barbero fué entonces a buscar al tintorero, que, como de costumbre, estaba durmiendo, y
que cuando una vez despierto vió junto a su cabeza tanta abundancia de panecillos, queso,
sandía, aceitunas, cohombros y lechecillas secas, exclamó maravillado: "¿De dónde sacaste todo
eso?"
Abu-Sir contestó: "De la munificencia de Alah (¡exaltado sea!").
Entonces el tintorero se arrojó sobre las provisiones, como si fuese a pasarlas todas de una
vez a su estómago querido; pero le dijo el barbero: "No comas de esas cosas, hermano mío, que
pueden sernos útiles en un momento de necesidad, y escúchame. Has de saber, en efecto, que he
afeitado al capitán, y me he quejado ante él de nuestra escasez de provisiones; y me contestó:
"¡Bienvenido seas, y ven todas las noches con tu compañero a cenar conmigo!" Y he aquí que
precisamente esta noche comeremos por primera vez con él!"
Pero AbuKir contestó: "¡Me tienen sin cuidado todos los capitanes! ¡Estoy mareado y no puedo
abandonar mi sitio! ¡Déjame aplacar el hambre con estas provisiones y vé a cenar con el capitán tú
solo!" Y dijo el barbero: "¡No hay inconveniente en hacerlo!" Y en espera de la hora de cenar, se
quedó mirando comer a su compañero.
Y he aquí que el tintorero se puso a partir y a probar los alimentos como el picapedrero que
parte bloques de piedra en las canteras, y a devorarlos con un ruido igual al que haría un elefante
que estuviera días y días sin comer y tragara con gruñidos y gargarizaciones; y unos bocados
ayudaban a otros bocados, empujándolos a las puertas del gaznate; y cada pedazo entraba antes
de que hubiera desaparecido el anterior; y los ojos del tintorero se abrían exageradamente como
los ojos de un ghul al desfilar cada trozo y lo cocían con sus resplandores, abrasándolo, y
resoplaba y berreaba cual un buey que bramase ante las habas y el heno.
Entretanto, apareció un marinero, que dijo al barbero: "¡Oh maestro de tu oficio! el capitán te
dice: "¡Trae a tu compañero y ven a cenar!" Entonces Abu-Sir preguntó a Abu-Kir: "¿Te decides a
acompañarme?" El otro contestó: "¡No tengo fuerzas para andar!" Y se fue el barbero solo y vio al
capitán sentado en el suelo ante un amplio mantel encima del cual había veinte manjares, o acaso
más, de diferentes colores; y no esperaban más que a que llegase para empezar la comida, a la
que también estaban invitadas diversas personas de a bordo. Y al verle solo, el capitán le
preguntó...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 489ª NOCHE
Ella dijo:
"...Y al verle solo, el capitán le preguntó: "¿Dónde está tu compañero?" El barbero contestó:
"¡Oh mi amo, se ha mareado y está aturdido!" El capitán dijo: "Esto no tiene la menor importancia.
¡Ya se le pasará el mareo! ¡Siéntate junto a mí, y en el nombre de Alah!" Y cogió un plato y lo llenó
de manjares de todos colores con tan poca paciencia que cada ración podría satisfacer a diez
personas. Y cuando el barbero hubo acabado de comer, el capitán le ofreció otro plato, diciéndole:
"¡Lleva este plato a tu compañero!" Y Abu-Sir se apresuró a llevar el plato lleno a Abu-Kir, a quien
encontró masticando con los colmillos y trabajando con las muelas corno un camello, en tanto que
seguían desapareciendo rápidamente en sus fauces bocados enormes, uno tras de otro. Y le dijo
Abu-Sir: "¿No te dije que no te hartaras con esas provisiones? ¡Mira! He aquí las cosas admirables
que te envía el capitán. ¿Qué tienes que decir de estas excelentes agujas de kabad de cordero
que vienen de la mesa de nuestro capitán?" Abu-Kir dijo con un gruñido: "¡Dámelo!" Y se precipitó
sobre el plato que le ofrecía el barbero, y se puso a devorarlo todo a dos manos con la voracidad
del lobo, o la rapacidad del león, o la ferocidad del águila que se abate sobre las palomas, o la
furia del hambriento que creyó perecer de hambre y no hace remilgos para rellenarse
desaforadamente. Y en algunos instantes dejó limpio el plato y lo lamió para tirarlo luego vacío en
absoluto. Entonces el barbero recogió el plato y se lo dio a unos tripulantes para ir después él a
beber algo con el capitán, volviendo más tarde para pasar la noche al lado de Abu-Kir, que ya
roncaba por todos los agujeros de su cuerpo, produciendo tanto estrépito como el agua al
azotar el barco.
Al día siguiente y en los posteriores el barbero Abu-Sir siguió afeitando a los pasajeros y a los
marineros, ganando víveres y provisiones, cenando por la noche con el capitán y sirviendo con
toda generosidad a su compañero, quien, por su parte, se limitaba a dormir, sin despertarse más
que para comer o hacer sus necesidades, y así durante veinte días de navegación, hasta que, por
la mañana del vigésimoprimero día, el navío entró en el puerto de una ciudad desconocida.
Entonces Abu-Kir y Abu-Sir bajaron a tierra y fueron a alquilar en un khan una vivienda
pequeña, que se apresuró a amueblar el barbero con una estera nueva comprada en el zoco de los
estereros, y dos mantas de lana. Tras de lo cual el barbero, no bien atendió a todas las
necesidades del tintorero, que continuaba quejándose del mareo, le dejó dormido en el khan, y se
fue por la ciudad, cargado con sus pertrechos, para ejercer su profesión por las esquinas, al aire
libre, afeitando a mandaderos, a arrieros, a barrenderos, a vendedores ambulantes y hasta a
mercaderes de bastante importancia, que fueron a él atraídos por su navaja experta. Y por la
noche, volvió para poner los manjares a la vista de su compañero, al cual halló dormido y no
consiguió despertarle más que haciéndole oler las emanaciones de las agujas de cordero. Y duró
de tal forma aquel estado de cosas cuarenta días enteros, quejándose siempre Abu-Kir de un resto
de marco: y a diario, una vez a mediodía y otra vez al ponerse el sol, iba el barbero al khan para
servir y dar de comer al tintorero con la ganancia que le proporcionaba el destino del día y su
navaja; y el tintorero se tragaba panecillos, cohombros, cebollas frescas y agujas de kabab sin
fatiga ninguna de su cuidado estómago; y en vano el barbero le encomiaba la belleza sin par
de aquella ciudad desconocida y le invitaba a que le acompañase a dar un paseo por los zocos o
los jardines, pues Abu-Kir contestaba invariablemente: "¡Todavía tengo mareo en la cabeza!" y
después de exhalar diversos regüeldos y soltar diversos cuescos de diversas calidades, se
sumergía de nuevo en su pesado sueño.
Y el excelente y honrado barbero Abu-Sir no hacía el menor reproche a su desvergonzado
compañero ni le importunaba con quejas o disputas.
Pero, al cabo de aquellos cuarenta días el pobre barbero cayó enfermo, y como no podía salir
para dedicarse a su trabajo, rogó al portero del khan que cuidase a su compañero Abu-Kir y le
comprara todo lo que necesitase. Pero algunos días después empeoró tan gravemente el estado
del barbero, que el pobre perdió sus facultades y quedóse inerte y como muerto.
Así es que, como ya no le alimentaban ni le compraban lo necesario, el tintorero acabó por
sentir la cruel quemadura del hambre y se vio obligado a levantarse para buscar a derecha y a
izquierda algo que echarse a la boca. Pero ya había limpiado toda la vivienda, y no encontró
absolutamente nada que comer; entonces registró la ropa de su compañero, que yacía inerte en el
suelo, encontró una bolsa con la ganancia del pobre acumulada moneda a moneda durante la
travesía y en los cuarenta días de trabajo, se la guardó en el cinturón, y sin preocuparse de su
compañero enfermo, como si no existiese, salió, cerrando tras de sí el picaporte de la puerta de su
vivienda. Y como en aquel momento estaba ausente el portero del khan, nadie le vió salir ni le
preguntó adónde iba.
Y he aquí que lo primero que hizo Abu-Kir fué correr a casa de un pastelero, donde se compró
una bandeja entera de kenafa y otra de hojaldres escarchados; y encima se bebió un cántaro de
sorbete de almizcle y otro de ámbar y azufaifas. Tras de lo cual...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 490ª NOCHE
Ella dijo:
... Tras de lo cual se dirigió al zoco de los mercaderes y se compró hermosos vestidos y
preseas hermosas, y suntuosamente ataviado empezó a pasearse despacio por las calles,
distrayéndose y divirtiéndose con las cosas nuevas que a cada paso descubría en aquella ciudad
sin par en el mundo, según creía él.
Pero, entre otras cosas, le llamó la atención particularmente un hecho extraño. Notó, en
efecto, que todos los habitantes, sin excepción, iban vestidos iguales, con telas de los mismos
colores: no se veían más que azules y blancas y no otras. Hasta en las tiendas de los mercaderes
no habían más que telas blancas y telas azules, sin que las hubiese de otro color. En los
establecimientos de los vendedores de perfumes tampoco había más que blanco y azul; y el kohl
mismo era visiblemente azul. Los expendedores de sorbetes no tenían en las garrafas más que
sorbetes blancos, sin que los tuviesen rojos, o rosados o violados. Y aquel descubrimiento le
asombró en extremo. Pero donde su estupefacción llegó a los últimos límites, fue a la puerta de un
tintorero; en las cubas del tintorero sólo vio, efectivamente, tinte azul índigo y ninguno otro más.
Entonces, sin poder reprimir su curiosidad y su asombro, Abu-Kir entró en la tienda y sacó del
bolsillo un pañuelo blanco, dándoselo al tintorero, y diciéndole: "¿Cuánto me llevarás ¡oh maestro
de tu oficio! por teñirme este pañuelo? ¿Y de qué color le dejarás?" El maestro tintorero contestó:
"¡Por teñirte ese pañuelo no te llevaré más que veinte dracmas!" Indignado ante demanda tan
exhorbitante, exclamó Abu-Kir: "¡Cómo! ¿pides veinte dracmas por teñirme este pañuelo, y lo vas a
hacer de azul? ¡Pero en mi país no cuesta más que medio dracma!" El maestro tintorero contestó:
"¡En ese caso, buen hombre, vuélvete a tu país para teñirlo! ¡Aquí no podemos hacerlo por menos
de veinte dracmas, sin rebajar ni una moneda de cobre!"
Entonces repuso Abu-Kir: "¡Bueno! pero no quiero teñirlo de azul. ¡Es rojo como lo quiero!" El
otro preguntó: "¿En qué lengua estás hablando? ¿Y qué entiendes por rojo? ¿Acaso hay tinte
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rojo?"
Abu-Kir dijo estupefacto: "¡Entonces de amarillo!" El otro contestó: "¡No conozco, ese tinte!" Y
Abu-Kir siguió enumerándole diversos colores de tintes, sin que el maestro tintorero comprendiese
lo que le decía.
Y como le preguntase Abu-Kir si los demás tintoreros eran tan ignorantes como él, le contestó:
"En esta ciudad hay cuarenta tintoreros que formamos una corporación inasequible para todos los
demás habitantes, y nuestro arte se transmite de padres a hijos y solamente al morir uno de
nosotros. ¡En cuanto a emplear otro tinte que el azul jamás pensamos en semejante cosa!"
Al oír estas palabras del tintorero, dijo Abu-Kir: "Mas de saber ¡oh maestro en tu oficio! que
también vo soy tintorero y sé teñir las telas no sólo de azul, sino de una infinidad de colores que ni
siquiera sospechas. ¡Tómame, pues, a tu servicio, mediante un salario, y te enseñaré todos los
detalles de mi arte, y entonces podrás gloriarte de tu saber ante toda la corporación de tintoreros!"
El otro contestó: "¡No podemos aceptar extranjeros en nuestra corporación y en nuestro oficio!"
Abu-Kir preguntó: "¿Y si yo abriera por mi cuenta una tintorería?" El otro contestó: "¡Tampoco
podrás hacerlo!" Entonces no insistió más Abu-Kir, salió de la tienda y fue en busca de un segundo
tintorero, luego de un tercero, y de un cuarto, y de todos los demás tintoreros de la ciudad, y todos
le recibieron igual y le dieron las mismas respuestas, sin aceptarle ni como maestro ni como
aprendiz. Y fue a exponer su queja al jeique síndico de la corporación, que le contestó: "Nada
puedo hacer. Nuestra costumbre y nuestras tradiciones nos prohiben que admitamos entre
nosotros un extranjero".
Ante semejante recibimiento de unánime repulsa por parte de todos los tintoreros, Abu-Kir
sintió que se le hinchaba de furor el hígado, y fue a palacio y se presentó al rey de la ciudad, y le
dijo: Oh rey del tiempo! soy extranjero y ejerzo la profesión de tintorero, sé teñir de cuarenta
colores diferentes las telas...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 491ª NOCHE
Ella dijo:
". . . y sé teñir de cuarenta colores diferentes las telas. Y sin embargo, me ha sucedido tal y
cual cosa con los tintoreros de esta ciudad, que no saben teñir más que de azul. No obstante, yo
puedo dar a una tela los colores y matices más encantadores; el rojo en sus diversos tonos, como
el rosa y el azufaifa; el verde en sus diversos tonos, como verde vegetal, verde alfónsigo, verde
aceituna y verde ala de cotorra; el negro en sus diversos tonos, como negro carbón, negro de brea
y negro azulado de kohl; el amarillo anaranjado: amarillo limón y amarillo de oro, ¡y otros muchos
colores extraordinarios! ¡Ni más ni menos! ¡Y he aquí que, a pesar de todo, los tintoreros de acá no
han querido admitirme ni como maestro ni como aprendiz a jornal!"
Al oír estas palabras de Abu-Kir y esta enumeración prodigiosa de colores de que nunca había
oído hablar ni supuesto su existencia, el rey se maravilló y se estremeció, y exclamó: "¡Ya Alah,
eso es admirable!"
Luego dijo a Abu-Kir: "Si es verdad lo que dices, ¡oh tintorero! y si verdaderamente puedes,
merced a tu arte, regocijarnos la vista con tantos colores maravillosos, desecha toda preocupación
y tranquilízate. Yo mismo voy a abrirte una tintorería y a darte un fuerte capital en dinero. ¡Y no
tienes nada que temer de los de la corporación, pues si alguno de ellos, por desgracia, intentara
molestarte, haría que le colgaran a la puerta de su tienda!"
Y al punto llamó a los arquitectos de palacio, y les dijo: "Acompañad a este maestro
admirable, recorred con él toda la ciudad, y cuando haya encontrado un lugar de su gusto, sea
tienda o khan, o casa jardín, echad de allí inmediatamente a su propietario, y construíd a toda prisa
en aquel emplazamiento una gran tintorería con cuarenta cubas de grandes dimensiones y otras
cuarenta de dimensiones más pequeñas. Y obrad en todo conforme a las indicaciones de este gran
maestro tintorero; observad puntualmente sus órdenes ¡y guardáos de desobedecerle en nada, ni
siquiera con un gesto!" Luego el rey regaló a Abu-Kir un hermoso ropón de honor y una bolsa con
mil dinares, diciéndole: "¡Diviértete con este dinero en tanto está lista la nueva tintorería!" Y le
regaló, además, dos mozos jóvenes para su servicio y un maravilloso caballo enjaezado con una
hermosa silla de terciopelo azul y una gualdrapa de seda del mismo color. Además, puso a su
disposición, para que la habitara, una casa ricamente amueblada bajo su dirección y servida por
gran número de esclavos.
¡Así es que Abu-Kir, vestido de brocado a la sazón y montado en un hermoso caballo aparecía
brillante y majestuoso como un emir hijo de emir! Y al día siguiente, montado siempre en su caballo
y precedido por dos arquitectos y por los dos mozos jóvenes, que hacían separarse a la multitud al
pasar él, no dejó de recorrer las calles y los zocos en busca de un lugar donde levantar su
tintorería. Y acabó por elegir una inmensa tienda abovedada, que estaba situada en medio del
zoco, y dijo: "¡Este sitio es excelente!" Al punto los arquitectos y los mozos echaron al propietario, y
comenzaron en seguida a demoler por un lado y a edificar por otro, y tanto celo pusieron en el
cumplimiento de su tarea a las órdenes de Abu-Kir, que les decía desde su caballo: "¡Haced aquí
tal y cual cosa, y allá tal y cual otra!", que en muy poco tiempo terminaron la construcción de una
tintorería que no tenía igual en ningún lugar de la tierra.
Entonces hizo el rey que le llamaran, y le dijo: "Ahora hay que poner en movimiento la
tintorería; pero sin dinero nada puede ponerse en movimiento. He aquí, pues, para empezar, cinco
mil dinares de oro como primeros fondos". Y Abu-Kir cogió los cinco mil dinares, guardándolos
cuidadosamente en su casa, y con algunos dracmas -pues los ingredientes necesarios estaban
muy baratos y no tenían salida-compró en casa de un droguero todos los colores que estaban
apilados en sacos intactos todavía, y los hizo transportar a su tintorería, donde los preparó y los
disolvió diestramente en las cubas grandes y pequeñas...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 492ª NOCHE
Ella dijo:
"... y los disolvió diestramente en las cubas grandes y pequeñas. Entretanto, le envió el rey
quinientas piezas de telas blancas de seda, de lana y de lino, para que las tiñese con arreglo a su
arte. Abu-Kir las tiñó de diferentes maneras, dándoles a unas colores puros de toda mezcla y a
otras colores compuestos, de modo que no hubo ni una sola tela que se pareciese a otra; luego,
para secarlas, tendió en cuerdas que partían de su tienda e iban de un extremo otro de la calle; y al
secarse, se acentuaban maravillosamente los matices de las telas coloreadas y ofrecían al sol un
espectáculo espléndido.
Cuando los habitantes de la ciudad vieron cosa tan nueva para ellos, quedaron pasmados; y
los mercaderes cerraron sus tiendas para acudir a ver mejor aquello, y las mujeres y los niños
prorrumpían en gritos de admiración, y preguntaban a Abu-Kir unos y otros: "¡Oh maestro tintorero!
¿cómo se llama este color?" Y les contestaba él: "¡Ese es rojo granate! ¡éste es verde de aceite!
¡éste es amarillo toronja!" Y les nombraba todos los colores en medio de exclamaciones y de
brazos alzados en señal de una admiración sin límites.
Pero de pronto el rey, a quien habían advertido que las telas estaban ya teñidas, se presentó
en medio del zoco a caballo, precedido de sus espoliques, que le abrían paso entre la
muchedumbre, y seguido por su escolta de honor. Y a la vista de tantos colores cambiantes como
ofrecían las telas a impulso de la brisa que las hacía ondular en el aire incandescente, quedó
entusiasmado hasta el límite del entusiasmo, y permaneció largo tiempo inmóvil, sin respirar y con
los ojos en blanco.
Y hasta los caballos, lejos de espantarse de aquel espectáculo inusitado, se mostraron
sensibles a la fascinación de colores tan hermosos, y así como otras veces caracolean al son de
flautas y clarinetes, se pusieron a bailar por su parte, embriagados con toda aquella gloria que
rasgaba el aire y estallaba al viento.
En cuanto al rey, sin saber cómo honrar al tintorero, hizo apearse del caballo a su gran visir
para que Abu-Kir montara en su lugar, manteniéndole a su derecha, y habiendo hecho recoger las
telas, emprendió el camino de palacio, donde colmó a Abu-Kir de oro, de presentes y de privilegios.
Hizo luego que con las telas coloreadas cortasen trajes para él, para sus mujeres y para los
notables del palacio, y que dieran otras mil piezas a Abu-Kir con objeto de que las tiñese tan
maravillosamente; de modo que, al cabo de cierto tiempo, todos los emires primero, y después
todos los funcionarios, tuvieron trajes de colores. Y afluyeron los pedidos en cantidad tan
considerable a casa de Abu-Kir, que fue nombrado tintorero real y que no tardó en ser el hombre
más rico de la ciudad; y los demás tintoreros, con el jefe de la corporación a la cabeza, fueron a
darle excusas por su conducta anterior y le rogaron que los empleara en su casa en calidad de
aprendices sin salario. Pero él no admitió sus excusas y les despidió humillantemente. Y ya no se
veían por calles y zocos más que gentes vestidas con telas multicolores y fastuosas que había
teñido Abu-Kir, el tintorero del rey.
¡Y esto por lo que a él se refiere!
¡Pero he aquí lo referente a Abu-Sir, el barbero...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Luego dijo Schehrazada:
LA JOVEN FRESCURA-DE-LOS-OJOS
Amrú ben-Mosseda nos cuenta la anécdota siguiente:
"Un día, Abú-Issa, hijo de Harún Al-Raschid, vio en casa de su pariente Alí, hijo de Hescham,
una esclava joven, llamada Frescura-de-los-Ojos, de la cual quedó violentamente prendado. Con el
mayor cuidado probó Abú-Issa ocultar el secreto de su amor y no participar a nadie los
sentimientos que experimentaba; pero hizo cuanto pudo para decidir indirectamente a Alí a que le
vendiera su esclava.
Al cabo de un largo transcurso de tiempo, comprendió que eran inútiles todos los trabajos
encaminados a tal fin, y resolvió cambiar de plan. Fué en busca de su hermano el califa Al-
Mamúm, hijo de Al-Raschid, y le rogó que le acompañara al palacio de Alí, con objeto de darle una
sorpresa con su visita. El califa aprobó la idea; hicieron preparar los caballos y se presentaron en el
palacio de Alí, hijo de Hescham.
Cuando Àlí les vió entrar, besó la tierra entre las manos del califa, e hizo abrir la sala de los
festines en la cual les introdujo. Se encontraron en una sala hermosísima, cuyos pilares y muros
eran de mármoles de diferentes colores, con incrustaciones de estilo griego, que trazaban dibujos
muy agradables a la vista; y el piso de la sala estaba cubierto por una estera de Indias, sobre la
que se extendía una alfombra de Bassra, de una pieza, que ocupaba toda la superficie de la sala a
lo largo y a lo ancho.
Al-Mamúm se detuvo primero un instante para admirar el techo, las paredes y el suelo, y
luego dijo: "Bueno Alí, ¿a qué esperas para darnos de comer?" Al momento dió Alí una palmada, y
entraron unos esclavos cargados con mil variedades de pollos, pichones y asados de todas clases,
calientes y fríos; había también todo género de manjares líquidos y manjares sólidos, y
especialmente mucha caza rellena con pasas y almendras, porque a Al-Mamúm le gustaba de una
manera extraordinaria la caza, principalmente rellena con pasas y almendras. Acabada la comida,
llevaron un vino asombroso extraído de unas uvas escogidas grano a grano y cocido con frutas
perfumadas y nueces aromáticas comestibles; y en copas de oro, de plata y de cristal lo sirvieron
unos jóvenes como lunas, que iban vestidos con ligeras telas ondulantes de Alejandría adornadas
con delicados bordados de plata y oro; al mismo tiempo que presentaban las copas a los
comensales, aquellos jóvenes les rociaban con agua de rosas almizclada, valiéndose de hisopos
enriquecidos con pedrerías.
Tan encantado de todo aquello quedó el califa, que abrazó a su huésped, y le dijo: "¡Por Alah,
oh Alí! ¡En adelante ya no te llamaré Alí, sino el Padre-de-la-Belleza!" Y Alí, hijo de Hescham, a
quien desde entonces llamaron, efectivamente, Abul-tamal, besó la mano del califa, y luego hizo
una seña a su chambelán. Enseguida se descorrió al fondo de la sala un cortinaje, y aparecieron
diez jóvenes cantoras, vestidas de seda negra y hermosas como un pensil de flores. Se
adelantaron y fueron a sentarse en unos sillones de oro que habían puesto en corro en la sala diez
esclavos negros. Y preludiaron algo en instrumentos de cuerda, con una ciencia perfecta, cantando
luego a coro una oda de amor.
Entonces Al-Mamúm miró a la que más le había emocionado de las diez, y le preguntó:
"¿Cómo te llamas?" Ella contestó: "Me llamo Armonía, ¡oh Emir de los Creyentes!" El dijo: "¡Sabes
llevar muy bien el nombre, Armonía! ¡Deseo oírte cantar cualquier cosa!"
Entonces Armonía templó su laúd y cantó:
¡Mi dulzura
tiene miedo de las miradas,
y mi corazón sensible
teme
a los ojos de los enemigos!
¡Pero cuando se acerca el amigo
el placer
me hace estremecerme
y toda derretida
me entrego a él!
¡Pero si se aleja,
tiemblo de emoción,
como la gacela
que pierde a su cría!
Al-Mamúm le dijo encantado: "Triunfaste, ¡oh joven! ¿Y quién compuso esos versos?" Ella
contestó: "Amrú Al-Zobaidí; y la música es de Mobed". El califa vació la copa que tenía en la mano,
y su hermano Abú-lssa y Abul-tamal hicieron lo propio. Cuando ya dejaban las copas, entraron
otras diez cantoras, vestidas de seda azul y ceñidas con cendales del Yamán bordados de oro; se
acomodaron en los sitios de las diez primeras, que se marcharon entonces, y templando sus
laúdes preludiaron un coro con notable maestría.
A la sazón fijó sus miradas el califa en una de ellas, que era un cristal de roca, y le preguntó:
"¿Cuál es tu nombre, ¡oh joven!?" Ella contestó: "Corza, ¡oh Emir de los Creyentes!"
El dijo: "¡Pues bien, Corza, cántanos cualquier cosa!" Entonces, la que se llamaba Corza
templó su laúd y cantó...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 390ª NOCHE
Ella dijo:
...Entonces la que se llamaba Corza, templó su laúd y cantó:
¡Libres huríes y vírgenes,
nos reímos de las sospechas!
¡Somos las gacelas de la Meca,
a las que está prohibido espantar!
¡La gente soez
nos acusa de vicios
porque tenemos los ojos lánguidos
y porque es encantador nuestro lenguaje!
¡Hacemos ademanes indecentes
que obligan a desviarse
a los musulmanes piadosos!
A Al-Mamúm le pareció deliciosa esta canción, y preguntó a la joven: "¿De quién es?" Ella
contestó: "Los versos son de Jarir, y la música es de lbn-Soraij". Entonces, el califa y los otros dos
vaciaron sus copas, mientras se retiraban las esclavas para ser reemplazadas al punto por otras
diez cantoras, vestidas de seda escarlata, ceñidas con cendales escarlata, y mostrando suelto el
cabello, que les caía pesadamente por la espalda. Ataviadas con aquel color rojo, semejábanse a
un rubí de múltiples reflejos. Se sentaron en los sillones de oro y cantaron a coro, acompañándose
cada cual con su laúd.
Y Al-Mamúm se encaró con la que brillaba más en medio de sus compañeras, y le preguntó:
"¿Cómo te llamas?" Ella contestó: "Seducción, ¡oh Emir de los Creyentes!" El dijo: "Entonces, ¡oh
Seducción! date prisa a hacernos oír tu voz sola".
Y acompañándose con el laúd, Seducción cantó:
Los diamantes y los rubíes,
los brocados y las sedas,
importan poco a las bellas!
Sus ojos son de diamantes,
sus labios son de rubíes,
Y de seda es lo demás!
Extremadamente encantado, preguntó el califa a la cantora: "¿De quién es ese poema, ¡oh
Seducción!?" Ella contestó: "Es de Adí ben-Zeid; en cuanto a la música, es muy antigua, y se
desconoce al autor".
Al-Mamúm, su hermano Abú-Issa y Alí ben-Hescham vaciaron sus copas, y diez nuevas
cantoras, vestidas de tisú de oro y con el talle oprimido por cinturones de oro resplandecientes de
pedrerías, fueron a sentarse en los sillones y cantaron como las anteriores. Y el califa preguntó a la
de cintura fina: "¿Tu nombre?"
Ella dijo: "Gota-de-Rocío, ¡oh Emir de los Creyentes!" Dijo él: "¡Pues bien, Gota-de-Rocío,
esperamos de ti unos versos!" Y al punto cantó ella:
¡He bebido vino en su mejilla,
y se me huyó la razón!
¡Y vestida solamente
con mi camisa per fumada
de nardo y de aromas;
saldré a la calle
para dar fe de nuestros amores,
con mi camisa perfumada
de nardo y de aromas!
Al oir estos versos, exclamó Al-Mamúm: "¡Ya Alah! ¡Triunfaste, oh Gota-de-Rocío! ¡Repíteme
los últimos versos!" Y pulsando las cuerdas de su laúd, Gota-de-Rocío los repitió en un tono más
sentido:
¡Saldré a la calle
para darte fe de nuestros amores,
con mi camisa perfumada
de nardo y de aromas!
Y el califa le preguntó: " ¿De quién son esos versos, ¡oh Gota-de- Rocío?Ella dijo: "De Abu-
Nowas, ¡oh Emir de los Creyentes! y la música es de Ishak".
Cuando acabaron de tocar las diez esclavas, el califa quiso dar por terminada la fiesta y
levantarse. Pero se adelantó Alí ben-Hescham, y le dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! todavía
tengo una esclava que he comprado por diez mil dinares y que deseo mostrar al califa; dígnese,
pues, permanecer aún algunos momentos.
Si le gusta, podrá guardarla como suya; si no le gusta, no habré dejado de someterla a su
opinión".
Al-Mamúm dijo: "¡Venga a mí, pues, esa esclava!" En el mismo momento apareció una joven
de incomparable belleza, flexible y delgada como una rama de bambú, con ojos babilónicos llenos
de hechizos, con cejas de arco riguroso y con tez robada a los jazmines; ceñia a su frente una
diadema enriquecida con perlas y pedrerías, sobre la cual corría este verso en letras de diamantes:
¡Encantadora y educada por los genios, sabe punzar los corazones con las flechas de
un arco sin cuerda!
La joven continuó avanzando lentamente, y fué a sentarse sonriendo en el sillón de oro que
estaba reservado para ella. Pero apenas la vió entrar Abú-Issa, el hermano del califa, cambió de
color de manera tan inquietante, que Al-Mamúm se dio cuenta de ello, y le preguntó: "¿Qué te
pasa, ¡oh, hermano mío! para cambiar de color así?"
El interpelado contestó: "¡Oh, Emir de los Creyentes! ¡sólo es una molestia en el hígado, que
ya me ha dado otras veces!" Pero Al-Mamúm insistió y le dijo: "¿Acaso conoces a esa joven y la
viste antes de hoy?" Abú-Issa no quiso negarlo, y dijo: "¿Habrá ¡oh Emir de los Creyentes! quien
ignore la existencia de la luna?"
El califa se encaró entonces con la joven, y le preguntó: "¿Cómo te llamas, joven?" Ella
contestó: "Frescura-de-los-Ojos, ¡oh Emir de los Creyentes!"
Él dijo: "¡Pues bien, Frescura-de-los-Ojos, cántanos cualquier cosa!" Y cantó ella:
¿Sabe amar quien no lleva el amor más que en su lengua, y aloja la diferencia en su
corazón?
¿Sabe amar aquel cuyo corazón es una roca, mientras finge pasión su rostro?
¡ Me han dicho que la ausencia cura las torturas del amor! Pero ¡ay! ¡no nos curó la
ausencia!
¡Nos dicen que volvamos junto al ser amado, pero el remedio no surte efecto, porque el
ser amado desconoce nuestro amor!
Maravillado de su voz, le preguntó el califa: "¿Y de quién es esa canción, ¡oh Frescura-de-los-
Ojos!?" Ella dijo: "Los versos son de El-Kherzaí y la música es de Zarzur". Pero Abú-Issa, a quien
sofocaba la emoción, dijo a su hermano: "¡Permíteme responderle, oh Emir de los Creyentes!"
Dio el califa su aprobación, y Abú-Issa cantó:
¡En mis ropas hay un cuerpo adelgazado, y un corazón torturado dentro de mi seno!
¡Si mantuve mi amor sin que me saliera a los ojos, fue por temor de ofender a la luna en
quien se cifra!
Cuando Alí, Padre-de-la-Belleza, hubo oído esta respuesta, comprendió que Abú-Issa amaba
locamente a su esclava Frescura-de-losOjos. Levantóse al punto, e inclinándose ante Abú-Issa, le
dijo: "¡Oh huésped mío! no se dirá que nadie formuló en mi casa un anhelo, aunque fuera
mentalmente, sin haberlo realizado al instante.
¡Así, pues, si el califa quiere permitirme que haga una oferta en su presencia, Frescura-de-los-
Ojos se convertirá en tu esclava!"
Y como el califa dió su consentimiento, Abú-Issa se llevó a la joven.
¡ Porque tanta era la generosidad sin par de Alí y de los hombres de su época!"
Luego, para terminar, aún contó Schehrazada esta anécdota:
¿MUJERES O JOVENZUELOS?
Cuenta el sabio Omar Al-Homs:
"En el año quinientos sesenta y uno de la hégira hizo un viaje a Hama la mujer más instruida y
más elocuente de Bagdad, la que todos los sabios del Irak llamaban la Maestra de los Maestros. Y
he aquí que aquel año llegaron a Hama desde todas las comarcas de los países musulmanes los
hombres más versados en las diversas ramas de los conocimientos; y todos se alegraban de poder
oír e interrogar a esta mujer maravillosa entre todas las mujeres, que viajaba de aquel modo de
país en país, en compañía de un joven hermano suyo, para sostener tesis públicas acerca de las
cuestiones más difíciles, e interrogar y ser interrogada sobre todas las ciencias, la jurisprudencia, la
teología y las bellas letras.
Deseoso de oírla, rogué a mi amigo el sabio jeique El-Salhaní que me acompañara al sitio
donde argumentaba ella aquel día. El jeique El-Salhaní aceptó, y nos presentamos ambos en la
sala donde Sett Zahía se mantenía detrás de una cortina de seda para no contravenir la
costumbre de nuestra religión. Nos sentamos en un banco de la sala, y su hermano cuidó de
nosotros, sirviéndonos frutas y refrescos.
Después de haberme hecho anunciar a Sett Zahía, declinando mi nombre y mis títulos, empecé
con ella una discusión acerca de la jurisprudencia divina y acerca de las diferentes interpretaciones
que a la ley dieron los más sabios teólogos de los tiempos antiguos. En cuanto a mi amigo el jeique
El-Salhaní, desde el instante que divisó al joven hermano de Sett Zahía, jovenzuelo de una belleza
extraordinaria de rostro y de formas, quedó maravillado de admiración en el límite del entusiasmo,
y no separó de él ya sus miradas. Así es que no tardó Sett Zahía en darse cuenta de la distracción
de mi compañero, y cuando la observó, acabó por comprender los sentimientos que le animaban.
Le llamó de pronto por su nombre, y le dijo: "Me parece ¡oh jeiquel que eres de los que prefieren
los jovenzuelos a las mujeres...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 391ª NOCHE
Ella dijo:
"...de los que prefieren los jovenzuelos a las mujeres". Mi amigo sonrió, y dijo: "¡Así es!" Ella
preguntó: "¿Y por qué? ¡oh jeique!"
El dijo: "¡Porque Alah ha modelado el cuerpo de los jovenzuelos con una perfección admirable,
en detrimento de las mujeres, y mis gustos me impulsan a preferir en toda cosa lo perfecto a lo
imperfecto!" Ella se rió detrás de la cortina, y dijo: "¡Pues bien; si quieres defender tu opinión, estoy
dispuesta a responderte!" El dijo: "¡Con mucho gusto!"
Entonces le preguntó ella: "¡En tal caso, explícame cómo podrás probarme la superioridad de
los hombres y de los adolescentes sobre las mujeres y las jóvenes!"
El dijo: "¡Oh mi señora! la prueba que me pides puede hacerse de una parte por la lógica del
razonamiento y de otra parte por el Libro y por la Sunna.
"En efecto, dice el Corán: "Los hombres superan con mucho a las mujeres, porque Alah les ha
dado la superioridad". También dice: "En cualquier herencia, la parte correspondiente al hombre
debe ser el doble de la correspondiente a la mujer; así es que el hermano heredará dos veces más
que su hermana". Estas palabras santas nos prueban, pues, y establecen de manera permanente,
que a una mujer no se la debe considerar más que como a la mitad de un hombre.
"En cuanto a la Sunna, nos enseña que el Profeta (¡con él la plegaria y la paz!) estimaba el
sacrificio expiatorio de un hombre como si tuviese dos veces más valor que el de una mujer.
"Si recurrimos ahora a la lógica pura, veremos que la razón confirma la tradición y la enseñanza.
En efecto, si nos preguntamos sencillamente: "¿Quién tiene la prioridad, el ser activo o el ser
pasivo?", la respuesta será sin duda alguna en favor del ser activo. Y el principio activo es el
hombre, y la mujer es el principio pasivo. No hay que vacilar, por tanto. ¡El hombre se halla por
encima de la mujer, y el joven es preferible a la joven!"
Pero Sett Zahía contestó: "¡Tus citas son exactas!, ¡oh jeique! Y contigo reconozco que en su
Libro Alah ha dado a los hombres preferencia sobre las mujeres. Pero no especificó nada y habló
de una manera general. ¿Por qué, pues, si buscas la perfección de las cosas, te diriges solamente
a los jóvenes? ¡Deberías preferir a los hombres de barba, a los venerables jeiques de frente
arrugada, pues que fueron más lejos en la vía de la perfección!"
El contestó: "Sí, por cierto, ¡oh mi señora! Pero no comparo ahora a los ancianos con las
mujeres viejas, pues no se trata de eso, sino solamente de sacar deducciones de los jóvenes. En
efecto, me concederás, ¡oh mi señora! que nada en la mujer puede compararse a las perfecciones
de un joven hermoso, a su talle flexible, a la finura de sus miembros, al conjunto de colores tiernos
que hay en sus mejillas, a la gentileza de su sonrisa y al encanto de su voz. Por cierto que para
ponernos en guardia contra una cosa tan evidente, nos dice el propio Profeta: "¡No prolonguéis
vuestras miradas sobre los mozuelos sin barba, porque tienen ojos más tentadores que los de las
huríes!"
Además, ya sabes que la mayor alabanza que puede hacerse de la belleza de una joven es
compararla con la de un mozuelo. Bien conoces los versos en que el poeta Abu-Nowas habla de
todo eso, y el poema en que dice:
¡Tiene ella las caderas de un mozo, y se balancea al viento ligero como al soplo del
Norte se balancea la rama del ban!
"Así, pues, si los encantos de los jóvenes no fueran notoriamente superiores a los de las
jóvenes, ¿por qué se sirven de ellos los poetas como término de comparación?
"Además, no ignoras que el adolescente no se limita a estar bien formado, sino que sabe
arrebatarnos los corazones con el encanto de su lenguaje y lo agradable de sus maneras. ¡Y es
tan delicioso cuando un bozo incipiente comienza a sombrear sus labios y sus mejillas, donde
anidan pétalos de rosa! ¿Y es que puede encontrarse en el mundo algo comparable al encanto que
en aquel momento despide? ¡Qué razón tenía el poeta Abu-Nowas al exclamar:
Me dicen sus calumniadores envidiosos: "¡Ya empiezan los pelos a hacer rugosos sus
labios!" Pero yo les digo: "¡Cuán grande es vuestro error! ¿Cómo puede pareceros un
defecto ese adorno?
"¡Ese bozo realza la blancura de su cara y de sus dientes, como un engarce verde realza
el brillo de las perlas! ¡Es un indicio encantador de las fuerzas nuevas que adquiere su
grupa!
"Han hecho las rosas juramento solemne de no borrar jamás de las mejillas de él sus
colores milagrosos! ¡Saben sus párpados hablarnos con lenguaje más elocuente que el de
sus labios, y sus cejas saben contestar con precisión!
"¡Los pelos, objeto de vuestra maledicencia, sólo han crecido para preservar sus
encantos y ponerlos al abrigo de vuestros ojos groseros! ¡Dan al vino de su boca un sabor
más pronunciado; y el verde de su barba en sus mejillas de plata les añade un color más
vivo para entusiasmarnos!”
"También ha dicho otro poeta:
Me dicen los envidiosos: "¡Cuán ciega es tu pasión! ¿No ves que ya los pelos cubren
sus mejillas?"
Yo les digo: "¡Si no estuviera la blancura de su rostro atenuada por la sombra dulce de
su bozo, sería imposible que sostuvieran su resplandor mis ojos!
"Y además, ¿cómo, después de haber cultivado una tierra mientras era fértil, voy a
abandonarla cuando la fertiliza la primavera?"
"Por último, ha dicho otro entre mil:
¡Esbelto mozo! ¡Sus miradas y sus mejillas luchan entre sí por quién hará más víctimas
entre los hombres!
¡Derrama sangre de corazones con una espada hecha de pétalos de narciso, y cuya
vaina y cuyo tahalí se lo robaron a los mirtos!
¡Tantas envidias suscitan sus perfecciones, que la misma belleza desea convertirse en
mejilla velluda!
"He aquí ¡oh mi señora! pruebas bastantes para demostrar la Superioridad de la belleza de los
mozos sobre la de las mujeres en general."
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 392ª NOCHE
Ella dijo:
"... la superioridad de la belleza de los mozos sobre la de las mujeres en general".
Al oír estas palabras, contestó Sett Zahía: "Alah perdone tus argumentos erróneos, si es que
no hablaste solamente por hablar o en broma. ¡Pero ahora va a triunfar la verdad! No endurezcas
tu corazón y prepara tu oído para escuchar mis argumentos.
¡Por Alah sobre ti! Dime dónde se halla el joven cuya belleza puede compararse con la de una
joven. ¿Olvidas que la piel de una joven, no sólo tiene el resplandor y la blancura de la plata, sino
también la dulzura de los terciopelos y las sedas? ¡Su cintura es la rama del mirto y del ban! ¡Su
boca es una manzanilla en flor, y sus labios dos anémonas húmedas! Sus mejillas, manzanas;
calabacitas de marfil, sus senos.
Su frente irradia claridad, y de continuo dudan sus dos cejas, sin saber si deben reunirse o
separarse. Cuando habla, se desgranan en su boca perlas finas; cuando sonríe, se escapan
torrentes de luz de sus labios, que son más dulces que la miel y más suaves que la manteca. En el
hoyo de su mentón está impreso el sello de la belleza. En cuanto a su vientre, ¡qué bonito es!
Tiene a los lados líneas admirables y pliegues generosos que se superponen unos a otros. Sus
muslos están hechos con una sola pieza de marfil y los sostienen las columnas de sus pies,
formados con pasta de almendra.
¡Pero por lo que respecta a sus nalgas, son de buena ley, y cuando suben y bajan se las
creería las olas de un mar de cristal o montañas de luz! ¡Oh pobre jeique!, ¿acaso pueden
compararse los hombres a los genios? ¿No sabes que los reyes, los califas y los más grandes
personajes de que hablan los anales fueron esclavos obedientes de las mujeres y consideran
como una gloria soportar su yugo? ¡
Cuántos hombres eminentes bajaron la frente, sojuzgados por sus encantos! ¡Cuántos
abandonaron por ellas riquezas, país, padre y madre! ¡Cuántos reinos perdiéronse por ellas! ¡Oh
pobre jeique!, ¿no es para ellas para quienes se levantan los palacios, se borda la seda y los
brocados y se tejen las telas más ricas? ¿No es para ellas para quienes tan buscados son por su
perfume agradable y dulce el ámbar y el almizcle? ¿Olvidas que sus encantos han condenado a
los habitantes del paraíso, y han trastornado la tierra y el universo y han hecho correr ríos de
sangre?
"Pero respecto a las Palabras que citaste del Libro, son más favorables a mi causa que a la
tuya.
Son esas Palabras: "¡No prolonguéis vuestras miradas sobre los mozuelos sin barba, porque
tienen ojos más tentadores que los de las huríes!" Ya ves que se trata de una alabanza directa a
las huríes del paraíso, que sirven de término de comparación, siendo mujeres y no mozos. ¡Y hasta
vosotros, los aficionados a los adolescentes, cuando queréis describir a vuestros amigos,
comparáis sus caricias con las de las jóvenes! No os da vergüenza de vuestros gustos
corrompidos, os complacéis en ellos y los satisfacéis en público.
Olvidáis las palabras del Libro: "¿Por qué buscar el amor de los varones? ¿No ha creado Alah
a las mujeres para satisfacción de vuestros deseos?' ¡Gozad, pues, con ellas a vuestro sabor!
¡Pero sois un pueblo terco!"
"Si a veces comparáis a las jóvenes con los mozuelos, unicamente se debe a vuestros deseos
corrompidos y a vuestro gusto pervertido!
Sí, conocemos bien a vuestros poetas aficionados a los mozos! ¿No ha dicho el más grande
de ellos, el jeique de los pederastas, Abu-Nowas, hablando de una joven:
¡Igual que un joven, no tiene caderas, y hasta se ha cortado los cabellos! ¡Y he aquí que
un tierno bozo sombrea su rostro y da doble valor a sus encantos! ¡Así puede satisfacer al
pederasta y al adúltero!
“Y en cuanto al supuesto atractivo que da la barba a los jó venes...
En este momento de su narración. Schehrazada vió aparecer la mañana y calló discretamente.
CUANDO LLEGO LA 393ª NOCHE
Ella dijo:
"... Y en cuanto al supuesto atractivo que da la barba a los jóvenes, ¿no sabes ¡oh jeique! los
versos del poeta a este respecto?
Escucha:
¡He aquí que al nacer en su mejilla los primeros pelos, ha huído su amante!
¡Porque cuando el carbón de la barba ennegrece el mentón, convierte en humo los
encantos del joven!
Y cuando la página en blanco del rostro se llena con lo negro de la escritura, ¿quién que
no sea un ignorante querrá tomar la pluma todavía?
"Así, pues, ¡oh jeique! rindamos homenaje a Alah el Altísimo, que supo reunir en las mujeres
todos los goces que pueden llenar la vida, y prometió a los profetas, a los santos y a los creyentes
darles el paraíso como recompensa a las huríes maravillosas. Y claro que, si Alah el infinitamente
bueno comprendiera que había en realidad fuera de las mujeres otras voluptuosidades, sin duda se
las huiese prometido y reservado a sus fieles creyentes. Sin embargo, Alah no habla nunca de los
mozuelos más que para presentarlos como servidores de los elegidos en el paraíso; pero a nadie
se los prometió ninguna vez con otros fines. ¡Y el mismo Profeta (¡con él la plegaria y la paz!) no se
inclinó jamás en tal sentido, sino al contrario! Porque acostumbraba repetir a sus compañeros:
"¡Tres cosas te hacen amar este mundo: las mujeres, los perfumes y la frescura que presta al alma
la plegaria!".
Pero mejor de lo que yo sabría hacerlo, resurnen mi opinión ¡oh jeique! estos versos del poeta:
¡Entre trasero y trasero hay diferencia! ¡Si os acercáis a uno, se os tizna de amarillo el
traje; pero si os acercáis al otro se os perfurna!
¿Cómo hay quien compare al mozo con la moza? ¿Se atrevió nunca nadie a preferir la
madera olorosa del nadd a los excrementos de los cetáceos?
"Pero veo que la discusión me excitó demasiado y me hace rebasar los límites de la
conveniencia en que deben mantenerse las mujeres, principalmente en presencia de los jeiques y
los sabios. Me apresuro, pues, a pedir perdón a quienes hayan podido molestarse u ofenderse, y
cuento con su discreción para cuando salgan de esta entrevista, porque dice el proverbio:
"¡El corazón de los hombres bien nacidos es una tumba para los secretos!"
Cuando hubo acabado de contar esta anécdota, Schehrazada dijo: "¡Y esto es ¡oh rey
afortunado! lo que pude recordar de las anécdotas encerradas en el Paraíso florido del ingenio y el
Jardín de la galantería!"
Y dijo el rey Schahriar: "¡En verdad, Schehrazada, que me encantaron en extremo esas
anécdotas, y me entran ahora deseos de oír una historia como las que me contabas antes!"
Schehrazada contestó:
"¡En ello pensaba precisamente!" Y dijo enseguida:
EL FALSO CALIFA
Cuentan que una noche el califa Harún Al-Raschid, presa del insomnio, hizo llamar a su visir
Giafar Al-Barmaki, y le dijo: "¡Tengo oprimido el pecho, y deseo ir a pasearme por las calles de
Bagdad y liegar hasta el Tigris, para ver si paso la noche distraído!" Giafar contestó oyendo y
obedeciendo, y al punto se disfrazó de mercader, tras de ayudar al califa a que se disfrazara de lo
mismo y de llamar al portaalfanje Massrur para que les acompañara disfrazado como ellos. Luego
salieron del palacio por la puerta secreta, y empezaron a recorrer lentamente las calles de Bagdad,
silenciosas a aquella hora, y de esta guisa llegaron a la orilla del río. En una barca amarrada vieron
a un barquero viejo que se disponía a arroparse en su manta para dormir.
Se acercaron a él, y después de las zalemas, le dijeron: "¡Oh jeique! ¡deseamos de tu
amabilidad que nos lleves en tu barca para pasearnos un poco por el río, ahora que hace fresco y
es deliciosa la brisa! ¡Y he aquí un dinar por tu trabajo!" Y el interpelado contestó con acento de
terror en la voz: "¿Sabéis lo que pedís, señores? Por lo visto no conocéis la prohibición. ¿No veis
venir hacia nosotros el barco en que se halla el califa con todo su séquito?"
Preguntaron muy asombrados: "¿Estás seguro que ese barco que se acerca lleva al propio
califa?" El otro contestó: "¡Por Alah! ¿y quién no conoce en Bagdad la cara de nuestro amo el
califa? ¡Sí, mis señores, es el mismo, con su visir Giafar y su portaalfanje Massrur! ¡Y mirad con
ellos a los mamalik y a los cantores! Oíd cómo grita el pregonero, de pie en la proa: ".Prohibido a
grandes y pequeños a jóvenes y a viejos, a notables y a plebeyos, pasearse por el río! ¡A quien
contravenga esta orden se le cortará la cabeza o será colgado del mástil de su barco!"
Al oír tales palabras...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 394ª NOCHE
Ella dijo:
... Al oír tales palabras, Al-Raschid llegó al límite del asombro, porque no había dado nunca
semejante orden, y hacía más de un año que no se paseaba por el río. Miró, pues, a Giafar y le
interrogó con los ojos acerca de lo que significaba aquello. Pero Giafar, tan asombrado como el
califa, se encaró con el barquero viejo, y le dijo: "¡Oh jeique" he aquí dos dinares para ti. Pero date
prisa a llevarnos en tu barca y a ocultarnos en una de esas casetas abovedadas que hay a flor de
agua, sencillamente para que podamos ver el paso del califa y su séquito sin que nos vean y nos
prendan". Tras de dudar mucho, el barqueroo aceptó la oferta, y después de llevar en su barca a
los tres, los guareció en una caseta y extendió sobre ellos una manta negra para que se les
divisase menos aún.
Apenas se habían colocado así, vieron acercarse el barco, iluminado por la claridad de teas y
antorchas que alimentaban con madera de áloe, esclavos jóvenes vestidos de raso rojo, con los
hombros cubiertos con mantos amarillos y la cabeza envuelta en muselina blanca. Unos se
hallaban a proa y otros a popa, y levantaban sus teas y sus antorchas, pregonando de cuando en
cuando la prohibición consabida. También vieron a doscientos mamalik de pie, alineados a ambos
lados del barco, rodeando un estrado situado en el centro, donde aparecía sentado en trono de oro
un joven vestido con un traje de paño negro realzado con bordados de oro; y a su derecha se
mantenía un hombre que se asemejaba asombrosamente al visir Giafar; y a su izquierda se
mantenía con el alfanje desenvainado, otro hombre que se asemejaba exactamente a Massrur,
mientras en la parte baja del estrado estaban sentadas por orden veinte cantarinas y tañedoras de
instrumentos.
Al ver aquello, exclamó Al-Raschid: "¡Giafar!"
El visir contestó: “!A tus órdenes, oh Emir de los Creyentes!" El califa dijo: "¡Seguramente debe
ser uno de nuestros hijos, quizá Al-Mamúm o quizá Al-Amín! Y de los dos que están de pie a su
lado, uno se parece a ti y el otro a mi portaalfanje Massrur. ¡Y las que se sientan al pie del estrado
parecen de un modo extraño a mis cantarinas habituales y a mis tañedoras de instrumentos! ¿Qué
piensas de todo esto? ¡Yo estoy sumido en una perplejidad grande!" Giafar contestó: "¡Yo también,
¡por Alah! oh Emir de los Creyentes!"
Pero ya habíase alejado de su vista el barco iluminado, y libre su angustia exclamó el viejo
barquero: "¡Por fin estamos seguros! ¡No nos ha visto nadie!"
Y salió de la caseta y condujo a la orilla a sus tres pasajeros. Cuando desembarcaron, se
encaró con él el califa, y le preguntó: "¡Oh jeique! ¿dices que el califa viene todas las noches a
pasearse como hoy en ese barco iluminado?" El otro contestó: "¡Sí, señor, y ya hace un año de
esto!" El califa dijo: "¡Oh jeique! somos extranjeros que estamos de viaje, y nos gusta regocijarnos
con todos los espectáculos y pasear por todos los sitios donde hay cosas hermosas que ver!
¿Quieres, pues, admitir estos diez dinares y esperarnos aquí mismo mañana a esta hora?" El
barquero contestó: "¡Quiero y me honro!" Entonces se despidieron de él el califa y sus dos
acompañantes y regresaron al palacio comentando aquel espectáculo extraño.
Al día siguiente, después de tener reunido el diwán durante toda la jornada y de recibir a sus
visires, chambelanes, emires y lugartenientes, y de despachar los asuntos corrientes, y juzgar y
condenar, y absolver, el califa se retiró a sus habitaciones, quitándose sus ropas reales para
disfrazarse de mercader, y acompañado de Giafar y Massrur tomó el mismo camino que la víspera,
y no tardaron en llegar al río, donde les esperaba el viejo barquero. Se metieron en la barca y
fueron a ocultarse en la caseta, en la cual esperaron la llegada del barco iluminado.
No tuvieron tiempo de impacientarse, porque algunos instantes después apareció el barco
sobre el agua encendida por las antorchas y al son de los instrumentos. Y divisaron a las mismas
personas que la víspera, el mismo número de mamalik y los mismos invitados, en medio de los
cuales se hallaba sentado en el estrado el falso califa entre el falso Giafar y el falso Massrur.
Al ver aquello, Al-Raschid dijo a Giafar: "¡Oh visir, estoy viendo una cosa que nunca habría
creído si fueran a contármela!" Luego dijo al barquero: "¡Oh jeique toma diez dinares más y
condúcenos a la zaga de ese barco; y nada temas, pues no nos han de ver porque están en medio
de la luz y nosotros en las tinieblas. Nuestro objeto es disfrutar el hermoso espectáculo de esta
iluminación sobre el agua!" El barquero aceptó los diez dinares, y aunque muy atemorizado,
empezó a remar sin ruido por la estela del barco, cuidando de no entrar en el círculo luminoso...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 395ª NOCHE
Ella dijo:
..cuidando de no entrar en el círculo luminoso, hasta que llegaron todos a un parque que
bajaba en cuesta hasta el río, y en aquel sitio amarraron el barco. Desembarcaron el falso califa y
todo su séquito, y al son de los instrumentos penetraron en el parque.
Cuando estuvo lejos el barco, el viejo jeique costeó la orilla con su barca en la oscuridad para
que a su vez desembarcaran sus pasajeros. Ya en tierra, fueron a mezclarse con la muchedumbre
de individuos que rodeaban al falso califa llevando antorchas en la mano.
Y he aquí que, mientras seguían de tal modo al cortejo, fueron advertidos por algunos mamalik
y reconocidos como instrusos. Al punto, los prendieron y condujeron a presencia del joven, que les
preguntó: ¿Cómo os arreglasteis para entrar aquí y por qué razón vinisteis?
Contestaron: "¡Oh señor nuestro! somos mercaderes extranjeros en este país. Hemos llegado
hoy precisamente, y nos hemos aventurado al acceso a este jardín. ¡Ibamos tan tranquilos,
cuando nos ha prendido vuestra gente, conduciéndonos entre vuestras manos!"
El joven les dijo: "¡No temáis, ya que sois extranjeros en Bagdad! De no ser así, sin duda
haría que os cortaran la cabeza!" Luego se encaró con su visir, y le dijo: "Déjales que vengan con
nosotros. ¡Serán nuestros huéspedes por esta noche!" Acompañaron entonces al cortejo, y
llegaron de tal suerte a un palacio que no podía compararse en magnificencia más que con el del
Emir de los Creyentes.
En la puerta de aquel palacio aparecía grabada esta inscripción:
En esta morada donde siempre es bien venido el huésped, puso el tiempo la belleza de
sus matices y lo decoró el arte, y la acogida generosa de su dueño contenta el espíritu.
Entraron entonces en una sala magnífica, con el piso cubierto por una alfombra de seda
amarilla, y sentándose en un trono de oro, el falso califa permitió a los demás sentarse a su
alrededor. Se sirvió inmediatamente un festín; y todos comieron y se lavaron las manos; luego,
cuando pusieron las bebidas encima del mantel, bebieron prolongadamente en la misma copa, que
se pasaban de unos a otros. Pero cuando le llegó la vez, el califa Harún Al-Raschid no quiso beber.
Entonces se encaró el falso califa con Giafar y le preguntó: "¿Por qué no quiere beber tu amigo?"
Giafar contestó: "¡Hace mucho tiempo, señor, que dejó de beber!" El otro dijo: "¡En tal caso,
mandaré que le sirvan otra cosa!"
Al punto dió una orden a uno de sus mamalik, que se apresuró a traer un frasco lleno de
sorbete de manzanas, y se lo ofreció a Al-Raschid, que lo aceptó aquella vez y se puso a
bebérselo con mucho gusto.
Cuando se hizo sentir en los cerebros la bebida, el falso califa, que tenía en la mano una varita
de oro, dió con ellas tres golpes en la mesa, y al momento se abrieron las dos hojas de una ancha
puerta que estaba al fondo de la sala, para dar paso a dos negros que llevaban a hombros un sillón
de marfil, en el cual aparecía sentada una joven esclava blanca, de rostro brillante como el sol.
Colocaron el sillón frente a su amo, y se quedaron detrás en pie y sin moverse. Entonces cogió la
esclava un laúd indio, lo templó, y preludió de veinticuatro modos distintos con un arte que
entusiasmó al auditorio.
Luego volvió al primer tono, y cantó:
¿Cómo puedes consolarte lejos de mí, cuando mi corazón está de duelo por tu
ausencia?
¡El Destino ha separado a los amantes y está vacía la morada que resonaba con
cánticos de dicha!
Cuando el falso califa oyó cantar estos versos, lanzó un grito agudo, desgarró su hermoso
traje constelado de diamantes, su camisa y la demás ropa, y cayó desvanecido. Enseguida
apresuráronse los mamalik a echarle encima un manto de raso, pero no con la rapidez suficiente
para que el califa, Giafar y Massrur no tuvieran tiempo de notar que el cuerpo del joven ostentaba
extensas cicatrices y huellas de bastonazos y latigazos.
Al ver aquello, el califa dijo a Giafar: "¡Por Alah! ¡qué lástima que un joven tan hermoso tenga
en el cuerpo señales que nos muestran de manera evidente que nos las tenemos que haber con
algún criminal escapado de la cárcel!" Pero ya los mamalik habían vestido a su amo con otra ropa
más hermosa y más rica que la anterior, y el joven volvió a sentarse en el trono como si no hubiese
sucedido nada.
Advirtió entonces que los tres invitados se hablaban en voz baja, y les dijo: "¿A qué vienen esa
cara de asombro y esas palabras dichas en voz baja?" Giafar contestó: "Este compañero mío me
decía que ha recorrido todos los países y tratado muchos personajes y reyes, sin que jamás haya
visto ninguno tan generoso como nuestro huésped. Y también se asombraba de ver que
desgarrabas un traje que seguramente vale diez mil dinares. Y me citaba en tu honor estos
versos...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, v se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 396ª NOCHE
Ella dijo:
".. Y me citaba en tu honor estos versos: ,
¡La generosidad erigió su morada en medio de la palma de tu mano, e hizo de tal morada
el asilo deseado!
¡Si un día cerrase sus puertas la generosidad, tu mano sería la llave que abriera sus
cerraduras!
Al oír estos versos, se mostró muy satisfecho el joven, y ordenó que obsequiasen a Giafar con
mil dinares y con un ropón tan hermoso como el que había desgarrado él, y siguieron bebiendo y
divirtiéndose.
Pero Al-Raschid, que no estaba tranquilo desde que advirtió huellas golpes en el cuerpo del
joven, dijo a Giafar: "¡Pídele una explicación la cosa!" Giafar contestó: "¡Mejor será tener paciencia
todavía y no resultar indiscretos!" El califa dijo: "¡Por mi cabeza y por la tumba Abbas, que como
no le interrogues enseguida acerca del particular Giafar! dejará de pertenecerte tu alma en cuanto
lleguemos a palacio!”
Y he aquí que el joven, que les estaba mirando, se dió cuenta de que aún hablaban en voz
baja, y les preguntó: "¿Tanta importancia tiene eso que os decís en secreto?" Giafar contestó:
"¡Nada malo es!" El joven añadió: "¡Por Alah! te suplico que me pongas al corriente de lo que os
decís, sin ocultarme nada!" Giafar dijo: "¡Señor, mi compañero ha notado que tienes en los
costados cicatrices y huellas de vergajos y latigazos! ¡Y está asombrado hasta el límite del
asombro! ¡Y desearía ardientemente saber a consecuencia de qué aventura ha sufrido nuestro
dueño el califa semejante trato, tan poco compatible con su dignidad y sus prerrogativas!"
Al oír estas palabras, sonrió el joven, y dijo: "¡Sea! ¡Puesto que sois extranjeros, os revelaré la
causa de todo! ¡Y es mi historia tan prodigiosa y tan llena de maravillas, que si se escribiera con
agujas en el ángulo interior del ojo, serviría de lección a quien la escuchase atentamente!"
Luego dijo:
"Sabed, señores míos, que yo no soy el Emir de los Creyentes, sino sencillamente el hijo del
síndico de los joyeros de Bagdad. Me llamo Mohammad-Alí. Al morir mi padre, me dejó en herencia
mucho oro, plata, perlas, rubíes, esmeraldas, alhajas y objetos de orfebrería; me dejó además
propiedades edificadas, terrenos, huertos, jardines, tiendas y almacenes de reserva; y me hizo
dueño de este palacio con todo lo que contiene, esclavos de ambos sexos, guardias y criados,
mozos y mozas.
Y he aquí que, estando yo sentado un día en mi tienda en medio de los esclavos que
ejecutaban mis órdenes, vi que a la puerta se paraba, y bajaba de una mula ricamente enjaezada,
una joven, a la que acompañaban otras tres jóvenes, hermosas como lunas las tres. Entró en mi
tienda y se sentó, mientras yo, en honor suyo, me ponía de pie; luego me preguntó: "¿Verdad que
eres Mohammad-Alí el joyero?" Contesté: "¡Claro que sí, ¡oh mi señora! y soy tu esclavo, dispuesto
a servirte!" Ella me dijo: "¿Tendrías alguna alhaja verdaderamente hermosa y que pudiera
gustarme?" Yo le dije: "¡Oh mi señora! voy a traerte lo más hermoso de mi tienda y a ponerlo en tus
manos. ¡Si llega a convenirte algo, nadie se considerará por ello más dichoso que tu esclavo; y si
nada logra detener tus miradas, deploraré mi mala suerte durante toda mi vida!"
Precisamente tenía yo en mi tienda cien collares preciosos, maravillosamente labrados, que en
seguida hice que me trajeran y se los enseñaran. Los cogió y los miró despacio uno por uno,
demostrando entender más de lo que en su caso hubiera entendido yo mismo; luego me dijo: "¡Lo
quiero mejor!"
Entonces me acordé de un collarcito que mi padre compró por cien mil dinares en otro tiempo,
y que tenía yo guardado, al abrigo de todas las miradas, en un precioso cofrecillo para él sólo, me
levanté entonces y traje el cofrecillo en cuestión con mil precauciones y le abrí ceremoniosamente
en presencia de la joven, diciéndole: "¡No creo que lo tengan igual reyes ni sultanes, grandes ni
pequeños!"
Cuando la joven hubo echado una rápida ojeada al collar, lanzó un grito de júbilo y exclamó:
"¡Esto es lo que en vano anhelé toda mi vida!" Luego me dijo: "¿Cuánto vale?" Contesté: "Su precio
exacto de reventa fue para mi difunto padre el de cien mil dinares. ¡Si te gusta, ¡oh mi señora!
llegaré al límite de la felicidad ofreciéndotelo por nada!" Me miró ella, sonrió ligeramente, y me dijo:
"¡Añade al precio que acabas de decir cinco mil dinares por los intereses del capital muerto, y será
de mi propiedad el collar!"
Contesté: "¡Oh mi señora! el collar y su propietario actual son ya de tu propiedad y se hallan
entre tus manos! ¡Nada más tengo que añadir!" Volvió ella a sonreír, y contestó: "¡Ya he dicho las
condiciones de compra, y añado que te soy deudora de gratitud!" Y tras de pronunciar estas
palabras, se levantó vivamente, saltó a la mula con una ligereza extrema, sin recurrir a la ayuda de
sus servidores, y me dijo al partir: "¡Oh mi señor! ¿quieres acompañarme ahora mismo para
llevarme el collar y cobrar el dinero en mi casa? ¡Créeme que gracias a ti el día de hoy ha sido para
mí como la leche!" No quise insistir más para no contrariarla, ordené a mis criados que cerraran la
tienda, y seguí a pie a la joven hasta su casa...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 397ª NOCHE
Ella dijo:
... y seguí a pie a la joven hasta su casa. Allí le entregué el collar, y ella penetró en sus
habitaciones después de rogarme que me sentara en el banco del vestíbulo para esperar la llegada
del cambista que debía pagarme los cien mil dinares con sus intereses.
Estando sentado en aquel banco del vestíbulo, vi llegar a una sirviente joven, que me dijo:
"¡Oh mi señor, tómate la molestia de entrar a la antecámara de la casa, pues la espera a la puerta
no se hizo para personas de tu calidad!" Me levanté entonces y penetré en la antecámara, donde
me senté en un escabel tapizado de terciopelo verde y así, permanecí esperando algún tiempo.
Entonces vi entrar a una segunda sirviente, que me dijo: "¡Oh señor mío, mi señora te ruega que
entres en la sala de recepción, donde desea que descanses hasta que llegue el cambista!" No dejé
de obedecer, y seguí a la joven a la sala de recepción. Apenas llegué allá, se descorrió un gran
cortinaje al fondo, y se adelantaron hacia mí cuatro esclavas que llevaban un trono de oro en el
que aparecía sentada la joven, con un rostro hermoso como una luna llena y con el collar al cuello.
Al ver su rostro sin velo y completamente descubierto, sentí turbárseme la razón y acelerarse
los latidos de mi corazón. Y he aquí que ella hizo seña de que se retiraran a sus esclavas, avanzó
hacia mí, y me dijo: "¡Oh luz de mis ojos! ¿crees que todo ser bello debe conducirse con la que le
ama tan duramente como tú lo haces?" Contesté: "¡En ti está la belleza entera, y lo que de ella
sobra, si sobra algo, se distribuyó entre los demás seres humanos!"
Ella me dijo: "¡Oh joyero Mohammad-Alí, has de saber que te amo, y que si me he valido de
este medio ha sido sólo para decidirte a que vengas a mi casa!" Y tras de pronunciar estas
palabras se inclinó sobre mí perezosamente, y me atrajo hacia ella mirándome con ojos lánguidos.
Extremadamente emocionado, cogí entonces su cabeza con mis manos y la besé varias veces, en
tanto que ella me devolvía largamente mis besos y me oprimía contra sus senos duros, que sentía
yo incrustarse en mi pecho. Comprendí a la sazón que no debía retroceder y quise poner en
ejecución lo que en mí estaba ejecutar. Pero en el preciso momento en que el niño, completamente
despierto, reclamaba con ardor a su madre, me dijo ésta: "¿Qué pretendes hacer con eso, ¡oh mi
señor!?" Contesté: "¡Ocultarlo para que me deje tranquilo!" Dijo ella: "El caso es que no vas a
poder ocultarlo en mí, porque no está abierta la casa. ¡Sería preciso para ello abrir una brecha
antes! ¡Pues has de saber que soy una virgen intacta de toda perforación! ¡Y si crees que hablas
con una mujer cualquiera o con alguna meretriz entre las meretrices de Bagdad, debes
desengañarte en seguida! Porque sabrás que tal como me ves, ¡oh Mohammad-Alí! soy la
hermana del gran visir Giafar, la hija de Yahía ben-Khaled Al-Barmaki".
Al oír estas palabras ¡oh señores míos! sentí que el niño caía en un profundo sueño, y
comprendí cuán impropio estuvo por mi parte el escuchar sus gritos y querer acallarlos pidiendo
ayuda a la joven. Sin embargo, le dije: "¡Por Alah, ¡oh mi señora! que no es mía la culpa si quise
que el hijo se aprovechara de la hospitalidad que al padre se le ha dado! ¡Tú misma eres quien se
mostró generosa conmigo, haciéndome ver el paraíso por las puertas abiertas de tu hospitalidad!"
Ella me contestó: "¡No tienes por qué hacerme reproches, sino al contrario! Y si quieres lograrás
tus fines; pero por los únicos caminos legales. ¡Todo puede ser con la voluntad de Alah! ¡Soy, en
efecto, dueña de mis actos, y nadie tiene el derecho de intervenir en ellos! ¿Me quieres, pues, por
esposa legítima?" Contesté "¡Claro que sí!" Al punto hizo ella ir al kadí y a los testigos, y les dijo:
"He aquí a Mohammad-Alí, hijo del difunto síndico Alí. Me pide en matrimonio y me reconoce como
dote este collar que me ha dado. ¡Yo acepto y consiento!" Se redactó enseguida nuestro contrato
de matrimonio, y después de extenderlo nos dejaron solos. Trajeron los esclavos bebidas, copas y
laúdes, y empezamos ambos a beber hasta que resplandeció nuestro ingenio. Tomó ella entonces
el laúd, y cantó acompañándose con él:
¡Por la finura de tu talle, por tu andar orgulloso, te juro que sufro con tu alejamiento!
¡Ten piedad de un corazón abrasado en el fuego de tu amor!
¡Me exalta la copa de oro, donde al beber de su licor, encuentro vivo tu recuerdo!
¡Así en medio de las rosas brillantes, la flor de mirto me hace apreciar mejor los colores
vivos!
Cuando hubo ella acabado de cantar, tomé a mi vez el laúd, y después de demostrar que
sabía sacar de él el mejor partido, dije estos versos del poeta, acompañándome en sordina:
¡Oh prodigio! ¡En tus mejillas veo unirse cosas contrarias: la frescura del agua y el rojo
de la llama!
¡Eres para mi corazón fuego y frescura! ¡Oh, cuán amarga y dulce eres en mi corazón!
Cuando acabamos de cantar, notamos que ya era hora de ir pensando en acostarse. La cogí
en mis brazos y la tendí en la cama suntuosa que nos habían preparado las esclavas...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente.
CUANDO LLEGO LA 398ª NOCHE
Ella dijo:
... en la cama suntuosa que nos habían preparado las esclavas. Entonces, cuando la desnudé,
pude comprobar que era una perla sin perforar y una yegua que no habían cabalgado. Mucho me
regocijé con ello, ¡y puedo, por cierto, asegurar que en mi vida pasé una noche tan agradablecomo
aquella noche en que, hasta que llegó la mañana tuve apretada contra mí a mi esposa como
podría tenerse en la mano a un pichón con las alas plegadas!
Y no fue solamente una noche la que pasé de esta manera, sino un mes entero, sin
interrupción. Y olvidé mis intereses, mi tienda, los bienes que manejaba y mi casa con todo lo que
contenía, hasta que un día, el primero del segundo mes, fué a buscarme ella, y me dijo: "Tengo
precisión de ausentarme algunas horas, el tiempo preciso para ir al hammam y regresar. Te suplico
que no abandones el lecho, y no te levantes hasta que esté yo de vuelta. ¡Y volveré del hammam
completamente fresca, y ligera, y perfumada!" Luego, para estar más segura de que ejecutaría yo
su orden, me hizo prestar juramento de que no me movería del lecho. Tras de lo cual, se llevó a
dos de sus esclavas, que cogieron las toallas y los líos de ropa blanca y vestidos, y se fué con ellas
al hammam.
Y he aquí ¡oh señores míos! que no bien salió ella de la casa ¡por Alah! vi abrirse la puerta y
entrar en mi cámara a una vieja, que me dijo, después de las zalemas: "¡Oh mi señor Mohammad!
Sett Zobeida, la esposa del Emir de los Creyentes, me envía a ti para rogarte que te presentes en
palacio, donde desea verte y oírte porque la han hablado en términos tan admirativos de tus
maneras distinguidas, de tu cortesía y de tu hermosa voz, que tiene muchas ganas de conocerte."
Contesté: "¡Por Alah! mi buena tía, Sett Zobeida me hace un honor extremado al invitarme a ir a
verla; pero no puedo dejar la casa antes de que vuelva mi esposa, que ha ido al hamman."
La vieja me dijo: "Hijo mío, en interés tuyo te aconsejo que no difieras un instante la visita que
se te pide, si no quieres que Sett Zobeida sea tu enemiga! ¡Porque te advierto, por si lo ignoras,
que la enemistad de Sett Zobeida es muy peligrosa! ¡Luego regresarás a tu casa enseguida!"
Estas palabras me decidieron a salir, a despecho del juramento que presté a mi esposa, y
seguí a la vieja, que echó a andar delante de mí y me condujo al palacio, en el cual me introdujo
sin dificultad.
Cuando Sett Zobeida me vió entrar, me sonrió, hízome acercarme a ella, y me dijo: "¡Oh luz de
los ojos! ¿eres tú el bienamado de la hermana del gran visir?" Contesté: "¡Soy tu esclavo y tu
servidor!"
Ella me dijo: "¡En verdad que no exageraron tus méritos quienes me describieron tus modales
encantadores y tu manera de hablar distinguida! Deseo verte y conocerte, para juzgar con mis ojos
la elección y los gustos de la hermana de Giafar. Por ahora estoy satisfecha. ¡Pero harás que mi
placer llegue a sus límites extremos, si quieres dejarme oír tu voz cantando cualquier cosa!"
Contesté: "¡Quiero y me honro!" Y cogí un laúd que llevó una esclava y canté dos o tres estrofas
sobre el amor correspondido. Cuando cesé de cantar, me dijo Sett Zobeida: "Remate Alah su obra
haciéndote más perfecto todavía de lo que eres, ¡oh joven encantador! Te agradezco que hayas
venido a verme. ¡Ahora date prisa a entrar en tu casa antes del regreso de tu esposa, para que no
se imagine que quiero sustraerte a su afecto!" Besé entonces la tierra entre sus manos, y salí del
palacio por la misma puerta que entré.
Cuando llegué a la casa, encontré en el lecho a mi esposa, que me había precedido. Dormía
ya, y no hizo ningún movimiento indicador de que fuera a despertarse. Me eché entonces a sus
pies y empecé a acariciarle las piernas con mucha suavidad. Pero de pronto abrió los ojos y me
asestó fríamente en el costado un puntapié, que me hizo rodar por tierra debajo del lecho, y exclamó:
"¡Oh traidor! ¡oh perjuro! ¡Faltaste a tu juramento, y has ido a ver a Sett Zobeida! ¡Por Alah,
que si no tuviese horror al oprobio y a revelar en público mis intimidades, ahora mismo iría a hacer
saber a Sett Zobeida las consecuencias que trae el seducir a los maridos ajenos! ¡Pero hasta
entonces vas a pagar por ella y por ti!" Y dió una palmada y exclamó "¡Ya Sauab!" Al punto
apareció el jefe de sus eunucos, un negro que siempre me miró atravesado, y le dijo ella: "¡Corta
en seguida el cuello a este traidor, a este embustero, a este perjuro!" Inmediatamente blandió el
negro su espada, se desgarró un pedazo del borde del ropón y me vendó los ojos con el jirón de
tela que se había arrancado. Luego me dijo: "¡Haz tu acto de fe!" y se dispuso a cortarme la
cabeza. oro en aquel momento entraron todas las esclavas, grandes y peueñas, jóvenes y viejas,
con las cuales había yo sido siempre generoso ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 399ª NOCHE
Ella dijo:
...grandes y pequeñas, jóvenes y viejas con las cuales había yo sido siempre generoso, y le
dijeron: "¡Oh señora nuestra! te suplicamos que le perdones, en gracia a que ignoraba la gravedad
de su falta. ¡No sabía él que nada podía contrariarte más que su visita a tu enemiga Sett Zobeida!
¡Desconocía absolutamente la rivalidad que pudiera existir entre vosotras dos! ¡Perdónale, oh
señora nuestra!"
"¡Está bien! le dejaré salvar la vida; pero deseo que le quede un recuerdo imborrable de su
falta". E hizo seña a Sauab de que cambiase la espada por el palo. Y al punto cogió el negro una
vara de flexibilidad terrible, y empezó a golpearme con ella en los sitios más sensibles de mi
cuerpo. Tras de lo cual cogió un latigo y me asestó con él quinientos latigazos, enroscándolo
cruelmente a mis partes más delicadas y a mis costillas. Esto os explicará, señores míos, las
huellas y cicatrices que hace un rato pudísteis observar en mi cuerpo.
Después de infligirme este tratamiento, hizo que me sacaran de allí y me arrojaran a la calle,
como una espuerta de basura. Entonces, arreglándome como pude, me arrastré hasta mi casa
todo ensangrentado, para caer desvanecido cuan largo era apenas entré en mi habitación,
abandonada desde hacía tanto tiempo. Cuando, al cabo de un largo espacio de tiempo volví de mi
desmayo, acudí a un sabio cirujano, de mano muy suave, que me cuidó delicadamente las heridas,
y a fuerza de bálsamos y de ungüentos logró obtener mi curación. Permanecí dos meses, empero,
acostado y sin moverme; y cuando pude salir, lo primero que hice fué ir al hammam, y después de
bañarme, me personé en mi tienda. En ella me apresuré a subastar cuantas cosas preciosas
contenía, realicé todo lo que pude realizar, y con la suma que su importe me produjo compré
cuatrocientos jóvenes mamalik, a los cuales vestí ricamente, y ese barco donde me habéis visto
esta noche en su compañía. Escogí para que se mantuviese a mi derecha a uno de ellos que se
parecía a Giafar, y a otro para darle las prerrogativas de portaalfanje, a ejemplo de lo que hace el
Emir de los Creyentes. Y con el objeto de olvidar mis tribulaciones, me disfracé yo mismo de califa,
y adquirí la costumbre de pasearme por el río todas las noches en medio de la iluminación de mi
barco y de los cánticos y sones de instrumentos. ¡Y así transcurre mi vida desde hace un año,
conservando la ilusión suprema de que soy el califa, por ver si con ello consigo ahuyentar de mi
espíritu la pena que lo invade a partir del día en que mi esposa hizo que me castigaran tan
cruelmente por culpa de la mutua rivalidad que alimentaban Sett Zobeida y ella!
¡Y sólo yo, que ignoraba todo aquello, sufrí las consecuencias de semejante disputa de
mujeres! ¡He aquí mi triste historia, oh mis señores! ¡Y ya no me resta más que daros las gracias
por haber querido reuniros con nosotros para pasar la noche amistosamente!"
Cuando el califa Harún Al-Raschid oyó esta historia, exclamó: "¡Loor a Alah, que hace que
cada efecto tenga su causa!" Luego se levantó y pidió permiso al joven para retirarse con sus
compañeros. Se lo permitió el joven, y el califa salió de allí para regresar al palacio, pensando en el
modo de reparar la injusticia cometida con el joven por las dos mujeres. Y por su parte, estaba
Giafar muy desolado de que su hermana fuese la causante de tal aventura, destinada entonces a
que todo el palacio se enterase de ella.
Al día siguiente, revestido con las insignias de su autoridad, en medio de sus emires y
chambelanes, el califa dijo a Giafar: "¡Haz que se presente a mí el joven que nos dió hospitalidad
ayer por la noche!" Y Giafar salió inmediatamente, para volver muy pronto con el joven, que besó la
tierra entre las manos del califa, y después de las zalemas, le cumplimentó en versos.
Encantado Al-Raschid, le mandó acercarse y sentarse al lado suyo, y le dijo: "¡Oh
Mohammad-Alí!, te he llamado para oír de tus labios la historia que ayer contaste a los tres
mercaderes. ¡Es prodigiosa y está llena de enseñanzas útiles!"
El joven dijo, muy emocionado: "¡No podré hablar ¡oh Emir de los Creyentes! mientras no me
des el pañuelo de seguridad!" El califa le tiró al punto su pañuelo en prueba de que estaba seguro,
y el joven repitió su relato sin omitir detalle. Cuando acabó, Al-Raschid le dijo: "¿Y quisieras que tu
esposa volviese ahora a tu lado, a pesar de sus yerros para contigo?"
El joven contestó: "¡Bien venido sea todo lo que me venga de mano del califa, porque los
dedos de nuestro amo son las llaves de los beneficios, y sus acciones no son acciones,
sino collares preciosos. adorno de los cuellos!"
Entonces el califa dijo a Giafar: "Venga a mí ¡oh Giafar! tu hermana, la hija del emir Yahía".
Y Giafar hizo que se presentara su hermana en seguida; y el califa le preguntó: "Dime, ¡oh hija
de nuestro fiel Yahía! ¿conoces a este joven?" Ella contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¿desde
cuándo saben las mujeres conocer a los hombres?" El califa sonrió y dijo: "Pues bien; voy a decirte
su nombre. Se llama Mohammad-Alí, y es hijo del difunto síndico de los joyeros. ¡Lo pasado,
pasado, y al presente deseo darte a él por esposo!" Ella contestó: "¡La dádiva de nuestro amo está
por encima de nuestras cabezas y de nuestros ojos!"
Al momento llamó el califa al kadí y a los testigos, e hizo extender legalmente el contrato de
matrimonio, uniendo aquella vez a los dos jóvenes de un modo duradero para su dicha, que fué
perfecta. Y quiso retener junto a él a Mohammad-Alí para contarle entre sus íntimos hasta el fin de
sus días. ¡Y he aquí cómo Al-Raschid sabía consagrar sus ocios a unir lo que estaba desunido y a
hacer felices a aquellos a quienes traicionó el Destino!
Pero no creas, ¡oh rey afortunado! continuó Schehrazada, que esta historia, que sólo te conté
para distraerte de las anécdotas cortas, pueda igualar de cerca ni de lejos a la maravillosa Historia
de Rosa-En-El-Cáliz y de Delicia-Del-Mundo
HISTORIA DE ROSA-EN-EL-CALIZ Y DE
DELICIA-DEL-MUNDO
Y Schehrazada dijo al rey Schahriar:
Cuentan que, en la antigüedad del tiempo y el pasado de las épocas y de las edades, había un
rey muy ilustre lleno de poderío y de gloria. Tenía un visir llamado Ibrahim, cuya hija era una
maravilla de gracia y de belleza, superando a todas en elegancia y perfección, y estaba dotada de
una inteligencia notable y de maneras notoriamente exquisitas. Además, le gustaban en extremo
las reuniones animadas y el vino que da alegría, sin que desdeñase los semblantes lindos, los
versos en cuanto de más refinado tienen y las historias extraordinarias. Atesoraba en sí tantas
delicadas delicias, que atraía enamorados de ella a los corazones y a las cabezas, como le dijo
cierta vez uno de los poetas que le cantaron:
¡Estoy prendado de la seductora! ¡Encantadora de turcos y árabes, conoce todas las
finuras de la jurisprudencia, de la sintaxis y de las bellas letras!
Así es que cuando discutimos ambos acerca de estas cosas, he aquí lo que me dice a
veces la maligna:
"¡Yo soy agente pasivo, y tú te obstinas en ponerme en el caso indirecto! ¿Por qué? ¡En
cambio, dejas siempre en el acusativo a tu régimen, cuya misión es ser activo, y jamás le
otorgas el signo de la erección!"
Yo le digo: "¡No sólo te pertenece mi régimen, ¡oh mi señora! sino también mi vida y
toda mi alma! Pero no te asombres ya de este trueque de papeles. Hoy cambiaron los
tiempos y se trastornaron las cosas.
No obstante, si a pesar de lo que te digo no quieres creer en tal cambio, ¡no dudes más
y mira mi régimen! ¿No has notado que el nudo de la cabeza lo tiene en la cola?"
Y esta joven era tan exquisita, tan dulce y de una belleza tan viva, que la llamaban Rosa-en-el-
Cáliz...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana v se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 400ª NOCHE
Ella dijo:
...Y esta joven era tan exquisita, tan dulce y de una belleza tan viva, que la llamaban Rosa-enel-
Cáliz.
El rey, a quien gustaba mucho que estuviera ella a su lado en los festines, por lo bien dotada
que se hallaba de finura de ingenio y distinción, tenía por costumbre dar todos los años grandes
fiestas, y con esta ocasión aprovecharse de la presencia en palacio de los principales personajes
de su reino para jugar con ellos a la pelota.
Cuando llegó el día en que los invitados del rey se reunían con motivo de este juego de pelota,
Rosa-en-el-Cáliz se sentó a su ventana para disfrutar del espectáculo. Enseguida empezó a
animarse el juego, y la hija del visir, que seguía con la vista a los jugadores y observaba sus
movimientos, divisó entre ellos a un joven infinitamente hermoso, de rostro encantador, de dientes
sonrientes, de cintura breve y de anchos hombros. Al verle, experimentó tal placer que no pudo
hartarse de contemplarle ni dejar de lanzarle ojeadas repetidas. Acabó por llamar a su nodriza, y le
preguntó: "¿Sabes el nombre de ese joven exquisito, tan lleno de distinción, que está en medio de
los jugadores?" La nodriza contestó: "¡Oh hija mía, todos son hermosos! No sé de cuál quieres
hablar". La joven dijo: "¡Espera, que voy a enseñártelo!"
Y cogió al punto una manzana y se la arrojó al joven, que se volvió y levantó la cabeza en
dirección a la ventana. Vió entonces a Rosa-en-el-Cáliz, sonriente y bella como la luna llena al
iluminar las tinieblas; y de repente, sin tener tiempo de separar de allí ya su mirada, se sintió
extremadamente conmovido de amor; y recitó estos versos del poeta:
¿Quién punzó mi corazón enamorado? ¿Fue el arquero o la flecha de tus pupilas?
¿De dónde vienes tan veloz, flecha acerada? ¿De la muchedumbre de guerreros o de
una ventana simplemente?
Rosa-en-el-Cáliz preguntó a su nodriza: "Y ahora, ¿puedes ya decirme el nombre de ese
joven?"
La nodriza contestó: "Se llama Delicia-del-Mundo". Al oír tales palabras, la joven echó atrás la
cabeza con placer y emoción, dejóse caer en el diván, gimió profundamente e improvisó estas
estrofas:
No ha tenido por qué arrepentirse quien te llamó Delicia-delMundo, ¡oh tú que unes una
delicadeza exquisita de modales a todas las cualidades excelentes!
¡Oh naciente luna llena! ¡Oh rostro brillante que alumbras el universo e iluminas el
mundo!
¡Entre todas las criaturas, eres el único sultán de la belleza! ¡Y tengo testigos que me
den la razón!
¿No es tu ceja la letra nun, perfectamente trazada? ¿No se asemeja la almendra de tu
ojo a la letra sad, escrita por los dedos amorosos del Creador?
¡Y tu cintura! ¿No es la joven, la tierna rama flexible que toma todas las formas
deseables?
Si ya tu intrepidez ¡oh jinete! sobrepujó al valor de los más fuertes, ¿qué no diré de tu
gracia superior y de tu hermosura?
Terminada esta improvisación, Rosa-en-el-Cáliz cogió una hoja de papel y transcribió los
versos cuidadosamente. La dobló luego y la metió en una bolsita de seda bordada en oro, la cual
escondió debajo del cojín del diván.
Y he aquí que la vieja nodriza, que había observado estos diversos movimientos de su señora,
se puso a charlar con ella de unas cosas y de otras hasta que la dejó dormida. Entones sacó
cuidadosamente de debajo del cojín la hoja de papel, la leyó, y convencida de la pasión que sentía
Rosa-en-el-Cáliz, la colocó en el mismo sitio. Luego, cuando se despertó la joven, le dijo: "¡Oh mi
señora, soy para ti la mejor y más tierna de las consejeras! Debo, pues, decirte cuán violenta es la
pasión de amor, y prevenirte de que cuando se concentra en un corazón sin poder expansionarse,
lo derrite aunque sea de acero, y produce en el cuerpo muchas enfermedades y deformidades.
¡Por el contrario, si la persona que sufre de este mal de amor se lo revela a otra, tal cosa sólo alivio
ha de proporcionarle!"
Al oír estas palabras de su nodriza, Rosa-en-el-Cáliz dijo: "¡Oh nodriza! ¿conoces un remedio
para el amor?" La nodriza contestó: "Lo conozco. ¡Consiste en poseer a la persona amada!" La
joven preguntó: "¿Y qué hacer para conseguir esa posesión?" La nodriza dijo: "¡Oh mi señora! por
el pronto basta con cambiar cartas llenas de palabras dulces, de salutaciones y de cumplimientos;
porque tal es el medio mejor a que para reunirse recurren dos amigos, y lo primero que hay que
hacer para resolver dificultades y prevenir complicaciones. Así, pues ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente.
CUANDO LLEGO LA 401ª NOCHE
Ella dijo:
"...Así, pues, ¡oh mi señora! en caso de que ocultes en tu corazón alguna cosa, no temas
confiármela; porque si es un secreto lo guardaré intacto de toda divulgación ¡y nadie como yo
sabrá servirte con sus ojos y su cabeza para satisfacer tus menores deseos y llevar discretamente
tus misivas!"
Cuando Rosa-en-el-Cáliz hubo oído estas palabras de su nodriza, sintió que la alegría le
arrebataba la razón; pero retuvo en su alma cualquier palabra imprudente que revelase la causa de
la turbación que la agitaba, diciendo para sí: "Nadie conoce todavía mi secreto; y para mayor
seguridad, más vale no informar de nada a esta mujer mientras no posea pruebas ciertas de su
fidelidad".
Pero ya añadía la nodriza: "¡Oh hija mía! la noche última vi a un hombre que se me apareció
en sueños y me dijo: "¡Has de saber que tu joven señora y Delicia-del-Mundo están enamorados
uno de otro, y a ti te incumbe favorecer la aventura y encargarte de sus misivas, haciéndoles toda
clase de servicios con gran discreción, si quieres disfrutar tranquilamente una porción de ventajas!"
Yo ¡oh mi señora! te cuento lo que he visto. ¡Tú serás ahora quien decida!"
Rosa-en-el-Cáliz contestó: "¡Oh nodriza! ¿te sientes verdaderamente capaz de callar
secretos?" La nodriza dijo: "¿Cómo puedes dudarlo ni un instante, cuando soy una esencia entre
las esencias de los corazones selectos?"
Entonces ya no dudó la joven, exhibiéndole el papel en que había escrito los versos y se lo
entregó, diciéndole: "¡Date prisa a llevar esto a Delicia-del-Mundo y a traerme la respuesta!" La
nodriza se levantó al punto y se presentó en casa de Delicia-del-Mundo, empezando por besarle la
mano para luego cumplimentarle con las expresiones más amables y corteses. Tras de lo cual le
entregó el billete.
Delicia-del-Mundo desdobló el papel y lo leyó. Luego, cuando se enteró bien del contenido,
escribió al dorso de la hoja los versos siguientes:
¡Exaltado por el amor, late mi corazón apasionadamente, y en vano trato de contener su
ímpetu tumultuoso! ¡El estado en que me halio descubre mis sentimientos!
Si mis lágrimas se desbordan, le digo a mi censor: "¡Es porque tengo los ojos malos!"
Así creo engañarle acerca del verdadero motivo, ocultándole mis intimidades.
¡Libre aún ayer de toda ligadura y con el corazón tranquilo, yo ignoraba el amor! ¡Y he
aquí que me despierto con el corazón dominado por el amor!
¡Voy a revelaros mi estado y a contaros mi cuita de amor, a fin de que vuestro corazón
se compadezca del desgraciado que arde de pasión y a quien tortura la suerte!
¡Con las lágrimas de mis ojos trazo aquí este lamento, para con ello daros una prueba
del amor a que obedece!
¡Preserve Alah de toda asechanza a un rostro que la belleza se encargó de cubrir con su
velo, y ante el cual se inclina la luna, honrándole las estrellas cual esclavas!
¡Como hermosura, no he visto nada parecido! ¡Oh, su talle! ¡Las flexibles ramas
aprenden a ondular viéndolo balancearse!
¡Ahora, si no os fastidia, me atrevo a suplicaros que vengáis a verme! ¡Oh, eso tiene
para mí un valor muy grande!
¡No me resta ya más que haceros don de mi alma, con la esperanza de que acaso la
aceptéis! ¡Vuestra llegada será para mí el Paraíso, y la Gehenna vuestra repulsa!
Después de escribir lo anterior, dobló la hoja, la besó y se la entregó a la nodriza, diciéndole:
"¡Madre mía, cuento con tu bondad para predisponer en mi favor la voluntad de tu señora!" Ella
contestó: "¡Escucho y. obedezco!" Cogió el billete y volvió a toda prisa al lado de su señora, a
quien se lo entregó.
Al tomar el billete, Rosa-en-el-Cáliz se lo llevó a los labios y luego a la frente, lo desdobló y lo
leyó.
Y cuando se hubo enterado bien de su contenido, escribió debajo los siguientes versos:
¡Oh tú cuyo corazón se prendó de nuestra belleza, no te arrepientas de unir la paciencia
al amor! ¡Tal vez sea un medio de llegar a poseernos!
¡Cuando hemos advertido que tu amor era sincero y que tu corazón sufrió los mismos
torméntos que nuestro corazón ,Sentimos un deseo igual a tu deseo de vernos por fin
unidos; pero nos retuvo el temor a nuestros guardianes!
¡Sabe que, al descender sobre nos la noche llena de tinieblas, se exalta tanto nuestro
ardor, que se encienden hogueras en nuestras entrañas!
¡Las tiránicas torturas del deseo que nos llama a ti ahuyentan de nuestra cama el sueño
entonces, y de nuestro cuerpo se apodera el dolor!
¡Pero no olvides que el primer deber de los enamorados es ocultar a los demás su amor!
¡Guárdate, pues, de descorrer ante extrañas miradas el velo que nos proteje!
¡Y ahora quiero gritar que mis entrañas se hallan rebosando amor a cierto jovenzuelo!
¡Oh! ¿por qué no se quedó para siempre en nuesIra morada?
Cuando acabó de escribir estos versos . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 402ª NOCHE
Ella dijo:
... Cuando acabó de escribir estos versos, dobló el papel y se lo entregó a la nodriza, que lo
cogió y salió del palacio. Pero quiso el Destino que se encontrase precisamente con el chambelán
del visir, padre de Rosa-en-el-Cáliz, que le preguntó: "¿Adónde vas así a esta hora?''' A estas
palabras se sintió ella presa de una turbación extremada, y contestó: "¡Al hammam!" Y continuó su
camino, pero tan turbada, que dejó caer, sin advertirlo, el billete mal guardado en un pliegue de su
cinturón. iY esto en cuanto a ella!
Pero por lo que respecta al billete caído a tierra cerca de la puerta del palacio, lo recogió uno
de los eunucos, que apresuróse a llevárselo al visir.
Y he aquí que precisamente el visir acababa de salir de su harén y había entrado en la sala de
recepción para sentarse en su diván. Y mientras permaneció sentado de tal guisa tan tranquilo, el
eunuco se adelantó con el billete consabido en la mano y le dijo: "Mi señor, acabo de encontrar por
el suelo en la casa este billete, que me he apresurado a recoger". El visir se lo arrebató de las
manos, lo desdobló, y vio escritos allí los versos en cuestión. Los leyó, y cuando se penetró de su
sentido, examinó la letra, que le pareció ser, sin género de duda, la de su hija Rosa-en-el-Cáliz.
Al ver aquello, se levantó y fue en busca de su esposa, madre de la joven, llorando tan
abundantemente, que se mojó con lágrimas toda la barba.
Y le preguntó su esposa: "¿Qué te impulsa a llorar de esa manera, ¡oh mi dueño!?" El
contestó: "¡Toma este papel y mira lo que dice!" Cogió ella el papel, lo leyó, y se dio cuenta que
había correspondencia entre su hija Rosa-en-el-Cáliz y Delicia-del-Mundo. Al averiguarlo,
acudieron a sus ojos las lágrimas; pero torturó su alma sin llorar, y dijo al visir: "Oh mi señor, de
ninguna utilidad serán las lágrimas, y la única idea excelente consiste en imaginar la manera de
poner a salvo tu honor y ocultar el enredo en que se ha metido tu hija!" Y siguió consolándole y
mitigándole las penas. El contestó: "¡Mucho me aflige por mi hija esa pasión! ¿No sabes que el
sultán experimenta por Rosa-en el-Cáliz una afección muy grande? Así es que mi temor en este
asunto obedece a dos causas: primero por lo que me concierne, pues que se trata de mi hija;
después por lo que afecta al sultán, ya que Rosa-en-el-Cáliz es la favorita del sultán, y pueden
originarse de ahí graves complicaciones. ¿Y qué opinas tú de todo esto?"
Ella contestó: "¡Espera un poco, para darme tiempo a que pronuncie la plegaria que me ha de
iluminar en cuanto al partido que debe tomarse!" Y al punto colocóse en actitud de orar, según el
rito y la Sunna, ejecutando las prácticas piadosas prescritas para tal caso".
Terminada la plegaria, dijo a su esposo: "Has de saber que en medio del mar llamado Bahr Al-
Konuz hay una montaña que se llama la Montaña-marina-de-la-Madre-que-perdió-su-hijo. Nadie
puede arribar a ese paraje más que con dificultades infinitas. Te aconsejo, pues, que instales allí
una vivienda para tu hija".
Conforme en este punto con su esposa, el visir resolvió hacer que se construyera en aquella
Montaña-marina-de-la-Madre-que-perdió-suhijo un palacio inaccesible, en el cual confinaría a
Rosa-en-el-Cáliz, cuidando de surtirla de provisiones para un año, que se renovaría a principios del
año siguiente, y dándole un séquito que la hiciere compañía y la sirviese.
Una vez que hubo tomado semejante resolución, el visir congregó a carpinteros, albañiles y
arquitectos y los mandó a aquella montaña, donde no dejaron de edificar un palacio inaccesible y
tal como no se había visto otro en el mundo.
Entonces el visir hizo preparar las provisiones para el viaje, organizó la caravana, y penetró de
noche en las habitaciones de su hija, ordenándola que se pusiera en marcha. Ante una orden así,
Rosa-en-el-Cáliz sintió con violencia las angustias de la separación, y cuando salió del palacio y se
dio cuenta de los preparativos del viaje, no pudo menos de llorar con un llanto abundante. Con
objeto de informar a Delicia-del-Mundo del ardor amoroso que pasaba por ella, capaz por lo
violento de estremecer la piel, fundir las rocas más duras y hacer desbordarse las lágrimas, se le
ocurrió entonces escribir sobre la puerta los versos siguientes:
¡Oh casa! ¡Si a la mañana pasase el ser amado, saludando con señas amorosas,
Devuélvele de parte nuestra un saludo delicioso y perfumado, porque no sabemos
adónde nos llevará la suerte esta noche!
¡Ni yo misma sé hacia qué lugares me transporta el viaje, pues me conducen de prisa, y
con equipaje reducido!
¡Vendrá la noche, y un pájaro oculto en los ramajes anunciará con sus endechas
moduladas la noticia de nuestro triste destino!
Dirá con su lenguaje: "¡Qué dolor! ¡Cuán cruel es separarse de quien se ama!"
¡Y cuando vi ya llenas las copas de la separación y a la suerte dispuesta a ofrecérnoslas
a pesar nuestro,
He gustado con resignación el amargo brebaje! ¡Pero la resignación ¡ay! no podrá nunca
procurarme el olvido!
Cuando trazó sobre la puerta estos versos ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 403ª NOCHE
Ella dijo:
...Cuando trazó sobre la puerta estos versos, se colocó en su palanquín, y la caravana se puso
en marcha. Franquearon llanuras y desiertos, terrenos uniformes y montes accidentados, y llegaron
de tal suerte al mar de Al-Konuz, a la orilla del cual armaron sus tiendas; y construyeron un gran
navío, en el que hicieron embarcarse con su séquito a la joven.
Y como el visir había dado orden a los conductores de la caravana de que cuando dejasen a la
joven confinada en el palacio enclavado en la cima de la montaña volviesen a la playa y
destruyesen el navío, se guardaron muy mucho de desobedecer, y ejecutaron puntualmente la
misión que se les encargó, para regresar luego a presencia del visir, llorando por todo aquello. ¡Y
he aquí cuanto a ellos se refiere!
Pero respecto a Delicia-del-Mundo, cuando se despertó al día siguiente no dejó de hacer su
oración matinal y de montar a caballo para ponerse al servicio del sultán, como de costumbre. Al
pasar por la puerta del visir, advirtió los versos escritos en ella, y al leerlos creyó perder el sentido,
y se encendió el fuego en sus entrañas trastornadas. Volvióse entonces a su casa, donde no pudo
estarse quieto ni un momento, presa de la impaciencia, de la inquietud y de la agitación.
Luego, al caer la noche, temeroso de revelar su estado a la servidumbre, se apresuró a salir,
vagando a la ventura por los caminos, perplejo y hosco.
Anduvo de tal modo toda la noche y parte de la mañana siguiente, hasta que el calor intenso y
la sed torturadora le obligaron a descansar algo. Y he aquí que precisamente había llegado al
borde de un arroyo sombreado por un árbol, y se sentó allí y cogió agua en el hueco de las manos.
Pero al llevar a sus labios esta agua no le encontró sabor ninguno; al mismo tiempo sintió que se le
demudaba el semblante y se le ponía amarillo el color; y vió que tenía los pies hinchados por
lamarcha y el cansancio.
Entonces se echó a llorar copiosamente, y con las mejillas empapadas de lágrimas recitó estos
versos:
¡ Se embriaga el enamorado con el amor de su amigo, y aumenta su embriaguez la
intensidad de sus deseos!
¡La locura de su amor le hace vagar exaltado y frenético; no halla en ninguna parte
asilo; no tiene gusto ninguno en alimentarse!
¿Cómo puede encontrar alegría el enamorado, viviendo lejos de su amiga? ¡Ah! ¡sería
prodigioso!
¡Derretido estoy desde que el amor habita en mí; y torrentes de Ilanto me lavan las
mejillas!
Oh! ¿cuándo veré al amigo o a alguien de su tribu que traiga un poco de calma a este
torturado corazón?
Cuando hubo recitado estos versos, Delicia-del-Mundo lloró hasta mojar la tierra; luego se
levantó y alejóse de aquellos parajes. Caminando de tal manera, desolado por llanuras y desiertos,
vio de pronto ante sí un león de hirsuta crin, formidable cuello, cabeza enorme como una cúpula,
fauces más anchas que una puerta y dientes parecidos a colmillos de elefante. Al verlo no dudó ni
por un momento de su perdición; se volvió en dirección a la Meca, pronunció su acto de fe y se
preparó a morir.
Pero en aquel preciso instante acordóse de pronto de haber leído antaño en los libros antiguos
que el león era sensible a la dulzura de las palabras, se complacía con las adulaciones, y de este
modo se dejaba amansar fácilmente. Entonces empezó a decirle: "¡Oh león de las selvas! ¡oh león
de las llanuras! ¡oh león intrépido! ¡oh jefe temido de los bravos! ¡oh sultán de los animales!
¡delante de tu grandeza tienes a un pobre enamorado aniquilado por la separación y con la mente
enloquecida, a quien la pasión redujo hasta este extremo! ¡Escucha mis palabras y apiádate de mi
perplejidad y mi dolor!"
Cuando el león hubo oído este discurso, retrocedió unos pasos, se sentó, levantó la cabeza
mirando a Delicia-del-Mundo, y púsose a jugar con su cola y sus patas delanteras.
Al ver aquellos movimientos del león, Delicia-del-Mundo recitó estos versos:
¡Oh león del desierto! ¿vas a matarme antes de que encuentre a quien me ató el
corazón?
¡Oh, no soy caza preciada, ni siquiera gorda, porque consumido está mi cuerpo por la
pérdida del amigo, y tengo el corazón devastado!
¿Qué harás con un muerto a quien sólo el sudario falta?
¡Oh león tumultuoso en la refriega!
¡Si me maltratas, alegrarás con ello a los que me envidian!
¡No soy más que un pobre enamorado anegado en lágrimas, con el corazón oprimido
por la ausencia del amigo!
¿Qué ha sido del amigo? ¡Oh tristes pensamientos de mis noches inquietas!
¡He aquí que no sé si mi vida se debate en la nada!
Cuando el león hubo oído estos versos, se levantó . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 404ª NOCHE
Ella dijo:
. . . Cuando el león hubo oído estos versos, se levantó, y con los ojos llenos de lágrimas,
avanzó con mucha dulzura hacia Delicia-delMundo, poniéndose a lamerle pies y manos con la
lengua. Tras de lo cual hízole señas de que le siguiera y echó a andar delante de él.
Delicia-del-Mundo siguió al león, y caminaron ambos de tal suerte durante cierto tiempo.
Después de escalar una montaña alta y descender por la vertiente, vieron en la llanura huellas de
la caravana. Entonces Delicia-del-Mundo empezó a seguir con atención aquellas huellas, y al verle
ya sobre la pista, el león le dejó que continuase solo sus pesquisas y volvió pies atrás para
emprender de nuevo su camino.
En cuanto a Delicia-del-Mundo, continuó siguiendo día y noche las huellas de la caravana, y
de tal suerte llegó a orillas del mar rugiente, de olas tumultuosas, donde los pasos se perdían en el
agua. Comprendió entonces que la caravana habíase embarcado y había proseguido por el mar su
ruta, y perdió toda esperanza de encontrar a su bienamada.
A la sazón dejó correr sus lágrimas y recitó estos versos:
¡Muy lejos está la amiga ahora, y mi paciencia llega al límite!
¿Cómo ir en pos de ella por los abismos del mar?
¿Cómo resignarme cuando están consumidas mis entrañas, y el insomnio sustituyó al
sueño de mis ojos?
¡Desde que abandonó las moradas y nuestra tierra, mi corazón está inflamado!
¡Y qué llama le inflama!
¡Oh grandes ríos Seyhún, Jeyhún y tú, Eufrates! ¡Cual vosotros corren ya mis lágrimas!
¡Corren y se desbordan con más intensidad que los diluvios y las lluvias!
¡De tanto como los golpean esos torrentes de lágrimas, se me han ulcerado los
párpados, y se incendió mi corazón al contacto de tantas chispas!
Las hordas de mi pasión y de mis deseos han sabido al asalto de mi corazón!
¡Y el ejército de mi paciencia quedó vencido y derrotado!-...
¡Sin cálculo arriesgué mi vida por su amor, pero el riesgo de mi vida es el menor de los
peligros que corrí!
¡Ojalá no sean castigados mis ojos por haber visto en el recinto prohibido a esa
maravillosa belleza, más resplandeciente que la luna!
¡Caí en tierra herido, con el corazón traspasado por las flechas que sin arco disparan
sus anchos ojos maravillosamente rasgados!
¡Me ha seducido con la armonía de sus movimientos y su ligereza; Su ligereza que no
igualaría la flexibilidad de la rama joven sobre tronco del sauce!
¡Con toda mi alma le imploro socorro para mis penas y quebrantos!
¡Pero ella me redujo al triste estado en que me véis, y sólo su mirada seductora causó
mi perdición!
Cuando acabó de recitar estos versos, se echó a llorar de tal manera, que cayó sin
conocimiento, y permaneció mucho tiempo así. Pero vuelto ya de su desmayo, giró la cabeza a la
derecha y a la izquierda, y como se veía en un desierto sin habitantes, tuvo miedo a ser presa de
los animales salvajes, y se puso a trepar por una alta montaña, en la cima de la cual oyó que
salían de una caverna sonidos de voz humana. Escuchó la voz atentamente, y observó que era la
de un ermitaño que había dejado el mundo para consagrarse a la devoción. Se acercó a aquella
caverna y golpeó tres veces la puerta, sin obtener respuesta del ermitaño y sin verle salir.
Entonces suspiró profundamente y recitó estos versos:
¡Oh deseos míos! ¿cómo alcanzaréis vuestro fin?
¡Oh alma mía! ¿cómo olvidarás tus quebrantos, tus penas y tus fatigas?
¡Una a una, vinieron todas las calamidades a envejecer mi corazón Y a blanquear mi
cabeza en mi primera juventud!
Ningún socorro dulcifica la pasión que me consume, ningún amigo aligera la carga que
pesa sobre mi alma!
¡Ah! ¿quién sabrá decir los tormentos de mis deseos, ahora que se volvió en contra mía
el Destino?
¡Gracia, piedad para el pobre enamorado desolado, el que bebió en el cáliz de la
separación y el abandono!
¡Hay fuego en este corazón; se consumieron las entrañas, y de tanto como la pasión la
ha torturado, la razón ha huido!
¡Ningún día fue más terrible que el de mi llegada a su morada, cuando vi los versos
escritos en la puerta!
¡Oh, cuánto lloré! ¡A la tierra hice beber mis lágrimas ardientes, pero callé mi secreto
ante allegados y extraños!
¡Oh ermitaño que buscaste el refugio de esta gruta para no ver nada de este mundo!
¡Acaso gustaras por ti mismo el amor, y se te huyera la razón también!
¡Yo, no obstante, a pesar de esto y aquello, a pesar de todo, olvidaría sin duda mis
penas y fatigas si lograra mi propósito.
Cuando acabó de recitar estos versos, vió abrirse de pronto la puerta de la gruta y oyó que
alguien gritaba: "¡La misericordia sobre ti!"
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 405ª NOCHE
Ella dijo:
... y oyó que alguien gritaba: "¡La misericordia sobre tí!" Entonces franqueó la puerta y deseó la
paz al ermitaño, que le devolvió su saludo y le preguntó: "¿Cuál es tu nombre?" El joven dijo: "¡Me
llamo Delicia-del-Mundo!" El ermitaño le preguntó: "¿A qué obedece tu llegada?" El joven le contó
entonces su historia desde el principio hasta el fin, y también cuanto le había acaecido. Y el
ermitaño se echó a llorar, y le dijo: "¡Oh Delicia-del-Mundo! Veinte años hace que yo habito estos
lugares y jamás vi a nadie durante mi estancia aquí, si exceptuamos al día de ayer. Porque oí
llantos y tumultos, y al mirar por el lado de donde venían aquellas voces, vi una muchedumbre de
gente y tiendas de campaña armadas en la playa. Luego vi que aquellas gentes construían un
navío, en el que se embarcaron para desaparecer por alta mar. Volvieron poco tiempo después,
aunque eran menos en número que a la ida; desarmaron el navío y de nuevo emprendieron el
camino por donde habían venido. ¡Y me parece que los que partieron sin volver son precisamente
los que tú buscas, ¡oh Delicia-delMundo! ¡Comprendo, pues, la intensidad de tu dolor, y te
compadezco! Pero sabe que es imposible dar con un enamorado que no haya sufrido penas de
amor!" Y el ermitaño recitó estos versos:
¡Oh Delicia-del-Mundo! Me crees despreocupado y con el corazón lleno de quietud,
¡Y no sabes que el ardor de la pasión me dobla y me desdobla como a un lienzo!
¡Desde mi primera infancia conocí el amor; cuando mamaba aún, conocí los transportes
de amor! ¡Y si le preguntaras por mí, él te diría que me conoce!
¡Practiqué el amor durante tanto tiempo, que hube de hacerme célebre; ¡Y si le
preguntaras por mí, él te diría que me conoce!
¡Bebí en la copa del amor y gusté su languidez amarga!
¡Tanto se estropeó mi cuerpo, que no soy ya más que una apariencia de mí mismo!
¡Lleno de fuerza estuve antaño; ahora ha desaparecido mi vigor. Y el ejército de mi
paciencia quedó maltrecho bajo los alfanjes de las miradas!
¡No creas que llegarás al amor sin sufrir sinsabores, porque desde tiempos antiguos los
extremos se tocan!
¡Para todos los enamorados decretó el amor que el olvido es lo mismo de ilícito que la
impiedad!
Y cuando el ermitaño hubo acabado de recitar estos versos, se acercó a Delicia-del-Mundo, y
le estrechó en sus brazos; y juntos lloraron ambos de tal modo, que las montañas retemblaron con
sus gemidos, y acabaron ellos por caer desmayados.
Cuando recobraron el conocimiento, se juraron mutuamente que en adelante se considerarían
como hermanos en Alah (¡exaltado sea!) ; y dijo el ermitaño a Delicia-del-Mundo: "Esta noche voy
a orar y a consultar a Alah acerca de lo que debes hacer". Delicia-del-Mundo contestó: "¡Escucho y
obedezco!" ¡Y he aquí lo que a ellos atañe!
Pero he aquí lo que afecta a Rosa-en-el-Cáliz:
Cuando las gentes que la acompañaban la condujeron a la Montaña-marina-de-la-Madre-queperdió-
su-hijo, y entró ella en el palacio que habíanla preparado, lo examinó con atención y miró
todo su mobiliario; luego se echó a llorar, y exclamó: "¡Oh morada, deliciosa eres, ¡por Alah! pero
falta entre tus muros la presencia del amigo!" Después, al notar que la isla estaba habitada por
pájaros; ordenó a su séquito que tendieran redes para capturar estos pájaros y que los enjaularan
conforme los fueran capturando, para más tarde llevarlos al interior del palacio. E inmediatamente
se ejecutó su orden. Entonces Rosa-en-el-Cáliz se acodó en la ventana y dejó a su pensamiento ir
en pos de los recuerdos. Y aquello despertaba en ella ardores pasados, deseos abrasadores y
transportes, y le hacía verter lágrimas de sentimiento, trayéndole a la memoria estos versos, que
recitó:
¿A quién dirigiré la cuita de amor que hay en mi alma, hablándome de las angustias que
la alejan del amigo y del fuego que arde en mis costillas? ¡Pero me callaré por temor a mi
guardián!
¡Más flaco que un mondadientes tengo el cuerpo, pues estoy consumida por los
ardores, las tristezas de la ausencia y las lamentaciones!
¿En dónde están los ojos del amigo, para que vean el triste estado de extravíos a que
rne ha reducido su recuerdo?
¡Se han excedido en sus derechos al transportarme a un paraje donde no puede venir mi
bienamado!
¡Al sol le encargo que por tarde y mañana transmita a millares mis saludos al amante
cuya hermosura cubre de vergüenza a la luna llena naciente, y cuya figura de talle supera a
la de la rama tierna!
Si las rosas quisieran imitar a su mejilla, diría yo a las rosas: "¡No conseguiréis
pareceros a una mejilla suya ¡oh rosas! mientras no seáis las rosas de su otra mejilla!"
¡Destila su boca una saliva que refrescaría la lumbre de un brasero encendido!
¿Cómo olvidarle, cuando es mi corazón, mi alma, mi sufrimiento, mi mal, mi médico y mi
bienamado?
Pero cuando avanzó la noche con sus tinieblas, Rosa-en-el-Cáliz sintió aumentar la intensidad
de sus deseos . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 406ª NOCHE
Ella dijo:
...Rosa-en-el-Cáliz sintió aumentar la intensidad de sus deseos y avivarse el recuerdo
abrasador de sus desventuras. Entonces recitó estos versos:
¡He aquí la noche, que con sus tinieblas me trae ardores intensos y molestias; y mis
deseos avivan en mí dolores abrasadores!
¡En mis entrañas habita ahora el tormento de la separación; mis pensamientos me
aniquilan, mis ardores me agitan, mis transportes me queman y mis lágrimas traicionan un
querido secreto!
¡Enamorada como estoy, no sé el modo de hacer cesar mi delgadez, mi debilidad y mi
dolor!
¡Cada vez se enciende más el incendio de mi corazón, y la intensidad de su llama me
devora el hígado!
¡En el día de la separación, no pude despedirme de mi bienamado ¡Qué pena! ¡Que
dolor!
¡Pero tú caminante que has de informar de todos mis tormentos al amigo, dile que he
soportado sufrimientos que no sabría describir ninguna pluma!
¡Por Alah! ¡Juro que mi amor será fiel siempre al bienamado! Porque en el código del
amor es lícito el juramento!
¡Oh noche! ¡Vé a llevar mi saludo al bienamado, y dile que eres testigo de mis
insomnios!
Y así era como se lamentaba Rosa-en-el-Cáliz.
¡He aquí lo relativo a Delicia-del-Mundo! El ermitaño le dijo: "Baja al valle y tráeme una
cantidad grande de fibras de palmera". Bajó el joven, para regresar luego con las fibras que se le
habían pedido; y el ermitaño las cogió y confeccionó con ellas una especie de red semejante a las
redes donde se transporta la paja, después dijo a Delicia-del-Mundo: "Has de saber que en el
fondo del valle crece una clase de calabaza que cuando está madura se seca y se separa de sus
raíces. Baja a coger una porción de esas calabazas secas, sujétalas a esta red y tíralo todo al mar.
No dejes de subirte encima, y la corriente te llevará entonces a alta mar y te hará alcanzar el fin
que persigues. ¡Y no olvides que sin riesgos no se consigue nunca lo que uno se propone!" El
joven contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y después que el ermitaño le deseó buena suerte, se
despidió de él y bajó al valle, donde no dejó de hacer lo que se le había aconsejado.
Cuando, llevado por la red de calabazas, llegó en medio del mar, levantóse con violencia un
viento que le impulsó rápidamente y le hizo desaparecer a la vista del ermitaño. Zarandéandole las
olas, alzándole unas veces sobre montes de espumas, hundiéndolas otras en su seno anchuroso,
y de este modo fué juguete de los terrores del mar durante tres días y tres noches, hasta que los
destinos le arrojaron al pie de la Montaña-marina-de-la-Madre-que-perdió-su-hijo. Llegó a la playa
en un estado análogo al de un pollo mareado, con hambre y sed; pero no tardó en encontrar cerca
de allí arroyos de agua corriente, aves canoras y árboles cargados de racimos de fruta, y así pudo
satisfacer su hambre comiendo de aquellas frutas y aplacar su sed bebiendo de aquella agua pura.
Tras de lo cual se dirigió hacia el interior de la isla, y vio a lo lejos una cosa blanca, a la que fué
aproximándose y observó que era un palacio imponente, de muros escarpados, y se dirigió a la
puerta, encontrándola cerrada. Entonces se sentó y no se movió ya durante tres días; al cabo de
los cuales vió abrirse por fin la puerta y salir un eunuco, que le preguntó: "¿De dónde vienes?" ¿Y
cómo te arreglaste para llegar hasta aquí?
El joven contestó: "¡Vengo de Ispahán! ¡Viajaba por mar con mis mercancías, cuando se
estrelló el navío en que yo iba, y las olas me arrojaron a esta isla!" Al oír tales palabras, el esclavo
se puso a llorar; luego se echó al cuello de Delicia-del-Mundo, y le dijo: "¡Consérvele con vida Alah,
¡oh rostro amigo! Ispahán es mi tierra, y también vivía allá la hija de mi tío, la que amé en mi
primera infancia y a la que estuve ligado estrechamente. Pero un día nos atacó una tribu más
numerosa que la nuestra, capturando a una gran parte de nosotros; y yo estaba comprendido en el
botín. Como en aquella época era yo un niño todavía, me cortaron los compañones para que
aumentara mi precio y me vendieron como eunuco. ¡Y en este estado es como me ves! Luego, tras
de desear la paz una vez más a Delicia-del-Mundo, el eunuco le hizo entrar al patio principal del
palacio.
Vio entonces el joven un maravilloso estanque rodeado de árboles de hermosas ramas
frondosas, donde piaban agradablemente, bendiciendo al creador, pájaros encerrados en jaula de
plata con puertas de oro. Se aproximó a la primera jaula, la examinó con atención y vio que
contenía una tórtola, que al punto lanzó un grito que significaba: "¡Oh generoso!" Y al oír aquel
grito, Delicia-del-Mundo, cayó desmayado; luego, cuando volvió en sí dejó escapar profundos
suspiros, y recitó estos versos . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 407ª NOCHE
Ella dijo:
...dejó escapar profundos suspiros, y recitó estos versos:
¡Si estás prendada de amor como yo, oh tórtola! invoca al Señor y arrulla: "¡Oh
generoso!"
¡Quién sabe si es tu canto un grito de alegría o la queja de amor de un corazón turbado!
¿Gimes a causa de la partida de tú amigo, o porque te dejó débil y lánguida, o acaso
porque perdiste al objeto de tu amor? ¡Si es así, no temas, exhalar tus quejas y proclamar a
gritos el amor antiguo que te rebosa del corazón!
¡En cuanto a mí, conserve Alah a mi bienamada, y prometo no olvidarle nunca, hasta
cuando mis huesos sean ya polvo!
Después de recitar estos versos se echó a llorar de tal manera, que cayó desvanecido. Y
cuando recobró el conocimiento anduvo hasta llegar a la segunda jaula, en la que halló una paloma
zorita, que al verle se puso a cantar, diciendo: "¡Oh Eterno, yo te glorifico!" Entonces Delicia-del-
Mundo suspiró prolongadamente, y recitó estos versos:
¡La paloma zorita ha dicho quejosa!: ¡Oh Eterno, yo te glorifico a pesar de mis
calamidades!
¡Oh Eterno, espero que tu bondad me permita reunirme con la bienamada en este
destierro!
¡Cuántas veces se me apareció con sus labios de miel aromática, y me dejó más
abrasado que nunca!
Mientras el fuego consume mi corazón y lo reduce a cenizas, lloro lágrimas de sangre,
que se desbordan inundando mis mejillas, y me digo: "¡La criatura no se fortalece más que
con sinsabores!"
¡Por eso es que quiero tomar mis males con paciencia!
¡Y si quiere Alah que me reúna con la dueña de mi corazón, gastaré mis riquezas en
albergar a la tribu de mis semejantes los enamorados!
¡Libertaré de su prisión a las aves, y en mi felicidad, me despojaré de mi duelo!
Cuando hubo acabado de recitar estos versos, se acercó a la tercera jaula, y vió que contenía
un ruiseñor, que, tan pronto como se dió cuenta que le observaban, se puso a cantar. Y al oírle,
recitó estos versos Delicia-del-Mundo:
¡Oh! ¡cómo me encanta el ruiseñor cuando deja oír su voz gentil, que se asemeja a una
enamorada voz desfalleciente de amor!
¡Piedad para los enamorados! ¡Cuántas noches no pasan víctimas de las zozobras, los
deseos y la inquietud!¡Tan crueles son sus angustias, que parece que nunca conocieron
ellos más que noches sin sueño y sin mañana!
¡En cuanto a mí, desde que vi a mi amiga me encadenó su amor, y encadenado de tal
suerte, dejo que de mis ojos se deslicen cadenas de lágrimas! Y me digo: "¡He aquí las
cadenas que al deslizarse de mis ojos encadenan toda mi persona!" ¡Y en esta forma se
desborda mi ardor!
¡Al mismo tiempo estoy herido por el alejamiento de la amiga! ¡Se agotaron los tesoros
de mi paciencia, y mis fuerzas se rindieron!
¡Si, de ser equitativa la suerte, me reuniría con mi amiga!
¡Y ahora, cúbrame con su velo Alah, para que pueda yo desnudar mi cuerpo ante la
amiga y hacerle ver así el grado de agotamiento a que me redujeron las alarmas, la inquietud
y el abandono!
Cuando acabó de recitar estos versos, se adelantó hasta la cuarta jaula y vió en ella un bulbul
que al punto se puso a modular notas melancólicas. Y al oír aquel canto, Delicia-del-Mundo dejó
escapar profundos suspiros, y recitó estos versos:
¡En las albas y las auroras, el bulbul consuela el corazón del enamorado con el sonido
melodioso de las cuerdas de su voz!
¡Oh Delicia-del-Mundo, quejumbroso y languideciente! ¡Aniquilado por el amor está tu
ser!
¡Hasta mí llegan no sé cuántos cánticos maravillosos, que enternecerían la dureza del hierro
y de la piedra!
¡Y he aquí que el aire ligero de la mañana viene a nosotros pasando por los edenes de
las praderas y las flores exquisitas!
¡Oh, los cantos de pájaros en las albas y las mañanas, y tú, embalsamada brisa de las
primeras claridades del día, cómo transportáis mi alma!
¡Pienso entonces en la amiga lejana, y mis lágrimas se precipitan en lluvia torrencial,
mientras en mis entrañas arde un fuego terrible entre chispas y llamas!
¡Haga por fin Alah que el enamorado apasionado vuelva a ver a su amiga y a disfrutar de
sus encantos! Porque, ¿acaso el enamorado no tiene una excusa manifiesta?¡Digo esto
porque sé que no hay como el hombre avisado para ver claro y disculpar!
Luego, cuando acabó de recitar estos versos, Delicia-del-Mundo anduvo un poco...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañanay se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 408ª NOCHE
Ella dijo:
... Delicia-del-Mundo anduvo un poco, y vio una jaula maravillosa, mucho más bonita que
todas las demás jaulas. Aquella jaula aprisionaba a un pichón salvaje, que tenía al cuello un collar
de perlas admirables. Y al ver Delicia-del-Mundo a aquel pichón, conocido por su canto
melancólico y amoroso, y a la sazón preso en aquella jaula con un aire muy triste y soñador,
empezó a sollozar, y recitó estos versos:
¡Oh pichón de los bosques frondosos! ¡Oh hermano de los amantes, compañero de las
almas sensibles, yo te saludo!
¡Amo a una tierna gacela, cuya mirada penetró en mi corazón más profundamente que el
filo de una hoja cortante!
¡Su amor abrasó mi corazón y mis entrañas, y su lejanía arruinó mi cuerpo con
enfermedades!
¡Desde hace largo tiempo no saboreo las dulzuras del comer y del dormir!
¡De mi alma huyeron la paciencia y la tranquilidad, y la pasión vino a instalarse en ella
para siempre!
¿Cómo podré en lo sucesivo encontrar alegría viviendo lejos de la amiga ausente?
¿Acaso no es ella mi aspiración, mi deseo y mi alma toda?
Cuando el pichón oyó estos versos de Delicia-del-Mundo, salió de su ensueño y empezó a
gemir y a arrullar de manera tan quejumbrosa y melancólica, que parecía ser humana su voz, y que
en su lenguaje recitaba estos versos:
¡Oh joven enamorado! ¡Acabas de recordarme la época de mi juventud sumergida en el
pasado,cuando me seducía mi amigo, cuyas formas graciosas adoraba yo, porque era
maravillosamente hermoso!
¡A través de las ramas del montículo arenoso, su voz sumíase en un éxtasis
entusiasmado con los caros acordes de la flauta!
¡Un día tendió una red el cazador y le apresó! Y exclamó mi amigo: "¡Oh mi libertad en el
espacio! ¡Oh felicidad fugitiva!"
¡Sin embargo, yo esperaba que el cazador se compadeciese de mi amor y me devolviera
a mi amigo; pero fué cruel!
¡Y ahora son ya excesivas mis torturas, y mis deseos se avivan con el fuego de tan dura
ausencia!
¡Oh! ¡Proteja Alah a los amantesl enloquecidos y torturados por angustias como las
mías! ¡Y ojalá alguno de ellos, al mirarme tan triste en mi jaula, me abra la puerta de ella y
me devuelva a mi amigo!
Entonces Delicia-del-Mundo se encaró con su amigo el eunuco de Ispahán, y le dijo: "¿Qué
palacio es éste? ¿Quiénes lo habitan? ¿Y quién lo construyó?" El eunuco contestó: "¡Es el visir de
tal rey quien lo construyó para su hija, con objeto de resguardarla de los acontecimientos del
tiempo y de los accidentes del Destino! Acá la confinó con sus servidores y su séquito. ¡Y no se
abren sus puertas más que una vez al año, el día en que nos mandan provisiones!"
Al oír estas palabras, pensó para su alma Delicia-del-Mundo: "¡Por fin consigo mi propósito!
Pero ¡cuán penoso me resulta tener que esperar tanto antes de verla!"
Y he aquí lo que a él atañe.
¡Pero he aquí ahora lo concerniente a Rosa-en-el-Cáliz!
Desde que llegó al palacio, no tuvo gusto ya para saborear el placer de beber y comer, ni el
del reposo y el sueño. Por el contrario, sentía aumentar en ella los tormentos de sus transportes
apasionados; y mataba el tiempo recorriendo todo el palacio en busca de una salida, pero sin
resultado.
Y un día en que no podía más, estalló en sollozos, y recitó estos versos:
¡Para torturarme, me han aprisionado lejos de mi amigo, y en mi prisión me hacen sufrir
toda clase de tormentos!
¡Con los fuegos de la pasión, me quemaron el corazón, alejándolodo del amigo de mis
ojos!
¡Me encerraron en fortificadas torres que alzaron sobre montañas entre los abismos
marinos!
¿Es que con ello quisieron que olvidara? ¡Pues desde entonces creció más aún mi
amor!
¿Cómo podré olvidar? ¿No se debe todo lo que sufro a una sola mirada que dirijí al
rostro del amado?
¡Entre penas se deslizan mis días, y me paso la noche asaltada por tristes
pensamientos!
¡Pero aunque carezco de la presencia amada, me queda su recuerdo para consolarme
en la soledad!
¡Ah! ¡Ojalá, después de todo esto, pueda ver un día que el Destino me reúna con el
bienamado!
Cuando acabó de recitar estos versos, Rosa-en-el-Cáliz subió a la terraza del palacio. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente.
CUANDO LLEGO LA 409ª NOCHE
Ella dijo:
. . . Rosa-en-el-Cáliz subió a la terraza del palacio, y valiéndose de sólidas telas de Baalbek,
con las cuales se ató cuidadosamente, se descolgó a tierra desde lo alto de los muros. Y vestida
como estaba con sus trajes más hermosos y con el cuello adornado por un collar de pedrerías,
atravesó las llanuras desiertas que rodeaban el palacio, y llegó de esta manera a la orilla del mar.
Divisó allí a un pescador, a quien el viento de través había arrojado a lo largo de aquella costa
mientras pescaba sentado en su barca. El pescador divisó asimismo a Rosa-en-el-Cáliz, y
creyéndola una aparición obra de algún efrit, se atemorizó mucho y empezó a maniobrar para
alejarse de allí cuanto antes.
Entonces Rosa-en-el-Cáliz le llamó repetidas veces, y haciéndole numerosas señas, le recitó
estos versos:
jOh pescador! ¡Calma tu turbación, pues soy un ser humano semejante a los demás!
¡Te pido que respondas a mis súplicas y escuches mi verídica historia!
¡Ten piedad de mí, y si un día llegas a posar tus ojos en un amigo adusto y despiadado,
Alah te preservará de los ardores que me abrasan!
¡Porque amo a un jovenzuelo cuyo rostro resplandeciente hace palidecer el brillo del sol
y de la luna,cuyas miradas hicieron que la propia gacela exclamara disculpándose: "¡Soy tu
esclava!"
¡Sobre su frente escribió la belleza este renglón encantador, de sentido conciso:
"¡Quién le mira como a la antorcha del amor, va por buen camino; pero quien se separa de
él, comete una falta grave y una impiedad!"
¡Oh pescador! ¡ Cuál no sería mi dicha si consintieras en consolarme haciéndome que
le encontrara! ¡Y cuán agradecida te quedaría yo entonces !¡Te daría pedrerías y joyas, y
perlas cogidas en el agua, y cuantas cosas preciosas hay!
¡Ojalá pueda satisfacer mi amigo un día mis deseos, porque en la espera se derrite mi
corazón y se desmenuza!
Cuando oyó el pescador estas palabras, lloró, gimió y se lamentó, acordándose también de los
días de su juventud, cuando estaba rendido de amor, atormentado por la pasión, torturado por
zozobras y deseos, abrasado en el fuego de los transportes amorosos. Y se puso a recitar estos
versos:
¡Qué perentoria excusa de la intensidad de mi ardor! ¡Miembros descarnados, lágrimas
esparcidas, ojos rotos por las vigilias, corazón golpeado como un eslabón brillante!
¡La calamidad del amor se apoderó de mí en la juventud, y he saboreado todas sus
dulzuras engañosas!
¡Ahora quiero venderme para encontrar a un amigo ausente, a riesgo de perder el alma!
Í No obstante, espero que me sea lucrativa esta venta, porque es costumbre en los
enamorados no regatear nunca el precio de su amigo!
Una vez que el pescador hubo acabado de recitar estos versos, se acercó con su barca a la
orilla, y dijo a la joven: "¡Embárcate, pues estoy dispuesto a conducirte adonde quieras!" Entonces
se embarcó Rosa-en-el-Cáliz, y el pescador se alejó de tierra a fuerza de remos.
Cuando se distanciaron un poco, se levantó un viento que empujó a la barca por la popa con
tanta velocidad, que no tardaron en perder de vista la tierra, sin que supiese ya el pescador dónde
se hallaba. Sin embargo, al cabo de tres días se calmó la tempestad, amenguó el viento, y con la
venia de Alah (¡exaltado sea!) llegó la barca a una ciudad situada a orillas del mar.
Y he aquí que precisamente en el momento en que llegaba la barca del pescador, el rey de la
ciudad, que era el rey Derbas, estaba sentado con su hijo a una ventana de su palacio que daba al
mar; y vio entrar en el puerto la barca del pescador y divisó a aquella joven, hermosa como la luna
llena en el seno del cielo puro, que llevaba en las orejas pendientes de rubíes magníficos y al
cuello un collar de maravillosas pedrerías. Supuso entonces que debía ser hija de un rey o de un
soberano, y seguido de su hijo abandonó el palacio y se dirigió a la playa, saliendo por la puerta
que daba al mar.
En aquel momento ya estaba amarrada la barca, y la joven dormía en ella tranquilamente.
Entonces el rey se acercó a la joven y veló su sueño. Y cuando abrió los ojos, ella se echó a
llorar. Y el rey le preguntó: "¿De dónde vienes? ¿De quién eres hija? ¿Y a qué obedece tu llegada
a esta comarca?"
Ella contestó: "Soy la hija de Ibrahim, visir del rey Schamikh. ¡Y mi llegada aquí obedece a
algo extraordinario y a una aventura muy extraña!" Luego contó al rey toda su historia, desde el
principio hasta el fin, sin ocultarte nada. Tras de lo cual dejó escapar profundos suspiros, vertió
llanto y recitó estos versos:
¡He aquí que han ulcerado mis párpados las lágrimas! ¡Ah! ¡Para que se desborden de
tal modo han sido precisas tribulaciones muy singulares!
¡Y la causa de todo es un ser caro a mi corazón, con el cual jamás pude aplacar la sed
de mis deseos!
¡Su rostro es tan hermoso, tan radiante y tan resplandeciente, que supera a la belleza de
turcos y árabes!
¡Al verle aparecer, el sol y la luna se inclinaron con amor, prendados de sus encantos, y
rivalizaron en galanterías para con él! ...
¡Su mirada hechicera es tan encantadora, que a todos los corazones fascina con su
tirante arco dispuesto a lanzar flechas!
¡Oh tú, a quien acabo de contar detalladamente mis penas amargas, ten piedad de un
enamorado convertido en juguete de las vicisitudes del amor!
¡Ay! ¡En triste estado me arrojó el mar en medio de tu país, y sólo en tu generosidad
tengo ya esperanza!
¡El hombre de corazón generoso que protege a quien le implora su hospitalidad, realiza,
por lo general, una obra muy meritoria! ¡...Oh tú, esperanza mía; extiende el velo protector
sobre la tribu de los enamorados, y has ¡oh mi señor! que se reúnan!
Luego, una vez que hubo recitado estos versos, contó al rey algunos otros pormenores más...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 410ª NOCHE
Ella dijo:
... una vez que hubo recitado estos versos, contó al rey algunos otros pormenores más
después quedóse hecha un mar de lágrimas, e improvisó los versos siguientes:
¡He podido disfrutar de la vida hasta el día en que conocí a aquel prodigio de amor!
¡Ojalá todos los meses del año sean para el amigo meses de tranquilidad, como lo es el mes
sagrado de Bagdad!
¡Cuán asombroso sería que el día de mi destierro las lágrimas que vertí pudieran
transformarse en fuego líquido dentro de mis entrañas!
¡Aquel día cayó de mis párpados una lluvia de sangre en gotas redondas; y la superficie
de mis mejillas se coloreó de rojo!
¡Y los lienzos con que se enjugaron todas estas lágrimas se tiñeron tan de rojo, que
parecían la túnica de Joset coloreada de una sangre engañosa!
Cuando oyó el rey las palabras de Rosa-en-el-Cáliz, no dudó ni por un instante de la
profundidad del mar de amor que la aquejaba; y se compadeció de ella y le dijo: "¡No temas ni te
aterres, conseguiste tu propósito! ¡Porque heme aquí dispuesto a hacer que logres tus
aspiraciones y a darte al que pides! ¡Créeme, pues, y escucha algunas palabras mías!"
Y al punto el rey recitó estos versos:
¡Oh hija de raza noble y generosa, llegaste a la meta perseguida! ¡Te lo anuncio con
alegría! ¡Nada tienes que temer ya aquí!
¡Hoy mismo acumularé grandes riquezas y se las enviaré al rey Schamikh custodiadas
por jinetes y guerreros!
¡Le enviaré cofrecillos de almizcle y fardos con brocados, añadiendo a ello oro y plata
virgen!
¡Sí! ¡Y mis cartas enterarán, por medio de la escritura, de que deseo ser su aliado y su
pariente!
¡Hoy mismo te ayudaré con todas mis fuerzas para que te unas lo más pronto posible al
que amas!
¡Por mí propio gusté siempre la amargura del amor! ¡Y he aprendido a complacer y
disculpar a quienes bebieron en tan amargo cáliz!
Cuando acabó de recitar estos versos, fué el rey en busca de sus soldados, y después de
llamar a su visir, hízole que preparara un número incalculable de fardos con los presentes
consabidos, dándole orden de que él mismo se pusiera en camino para llevarlas al rey Schamikh, y
le dijo: "¡Es preciso, además, que sin remisión traigas de allá contigo a una persona que se llama
Delicia-del-Mundo! Y dirás al rey: "Mi amo desea ser tu aliado, y el pacto de alianza entre tú y él
será el matrimonio de Rosa-en-el-Cáliz con Delicia-del-Mundo, que es uno de los personajes de tu
séquito. ¡Así, pues, has de confiarme a ese joven y le conduciré junto al rey Derbas para que en su
presencia se extienda el contrato de matrimonio!"
Tras de lo cual el rey Derbas escribió al rey Schamikh una carta alusiva, se la entregó al visir,
reiterándole las órdenes concernientes a Delicia-del-Mundo, y le dijo: "¡Has de saber que como no
me lo traigas, se te destituirá de tu cargo!" El visir contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y al punto se
puso en camino, con los presentes aquellos, hacia las comarcas del rey Schamikh.
Cuando llegó a presencia del rey Schamikh, le transmitió la zalema de parte del rey Derbas, y
le entregó la carta y los presentes que había traído para el.
Al ver aquellos presentes y al leer la carta, donde se hacía referencia a Delicia-del-Mundo, el
rey Schamikh vertió abundantes lágrimas y dijo al visir del rey Derbas: "¡Ay! ¿Dónde estará ahora
Delicia-delMundo? ¡Porque ha desaparecido! ¡E ignoramos en qué sitio se encuentra! ¡Si puedes
traérmelo, ¡oh visir embajador te daré el doble de lo que suponen los presentes que me ofreces!" Y
al decir estas palabras, quedó hecho un mar de lágrimas el rey, lanzando gemidos, lamentándose
y estallando en sollozos.
Luego recitó estos versos:
¡Devolvedme a mi bienamado, y os obsequiaré con tesoros de perlas y diamantes!
¡Era él para mí la luna llena en el seno de un cielo puro y bello! ¡Era el amigo predilecto,
por sus modales exquisitos y encantadores!
¡No podría compararse con él la fina gacela! ¡Es su talle la rama del bambú, del que
serían frutos sus maneras deliciosas!
¡Pero ni la frágil rama, a pesar de su belleza joven, podría seducir a la razón humana
como él!
¡Entre las caricias le eduqué en sus tiernos años! ¡Y heme aquí ahora triste y desolado
por su alejamiento, y con el espíritu poseído de una turbación sin límite!
Tras de lo cual se encaró con el visir emisario que le llevó regalos y carta, y le dijo: "Regresa a
tu país y dile a tu rey: «¡Delicia-del-Mundo se marchó hace ya más de un año, y su amo el rey
ignora lo que de él ha sido!»" El visir contestó: "¡Oh mi señor! mi amo me ha dicho: «¡Si no traes a
Delicia-del-Mundo, se te destituirá del visirato y nunca más pondrás los pies en la ciudad! » ¿Cómo
voy a regresar, por consiguiente, sin el joven?"
Entonces el rey Schamikh se encaró con su propio visir Ibrahim, padre de Rosa-en-el-Cáliz, y
le dijo: "¡Vas a acompañar al visir emisario, y llevarás contigo una escolta importante; y de ese
modo le ayudarás a hacer por todas las comarcas las pesquisas necesarias para encontrar a
Delicia-del-Mundo!" El visir contestó: "¡Escucho y obedezco!"
Y al punto se hizo escoltar por una tropa de guardias, y en compañía del visir emisario partió
en busca de Delicia-del-Mundo.
De esta suerte viajaron durante mucho tiempo y cada vez que se cruzaban con beduínos o
caravanas, les pedían noticias de Delicia-del-Mundo, diciéndole: "¿Habéis visto pasar a un
individuo así, cuyo nombre es éste y cuyas señas son tales y cuales?" Y la gente contestaba...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 411ª NOCHE
Ella dijo:
... Y la gente contestaba: "¡No le conocemos!" Y continuaron informándose de esta manera por
ciudades y poblados, y haciendo pesquisas por llanuras y terrenos accidentados, por tierras y
desiertos, hasta que llegaron a la orilla del mar. Se embarcaron entonces a bordo de un navío, y
viajaron por mar para arribar un día a la Montaña-marina-de-la-Madre-que-perdió-a-su-hijo.
El visir del rey Derbas dijo entonces al visir del rey Schamikh: "¿Por qué motivo dieron ese
nombre a esta montaña?" El otro contestó: "¡Voy a decírtelo enseguida!
"Has de saber que en los tiempos antiguos bajó a esta montaña una gennia de la raza de los
genn chinos. Y he aquí que un día, en sus excursiones terrestres, se tropezó con un hombre, y le
amó con un amor apasionado. Pero temiendo ella la cólera de los genn de su raza, si se divulgaba
la aventura, cuando ya no pudo reprimir el ardor de sus deseos, se puso en busca de un paraje
solitario donde ocultar su amante a los ojos de sus parientes los genn, y acabó por dar con esta
montaña desconocida de hombres y genn, por no ser camino de éstos ni de aquéllos. Se apoderó
entonces de su amante y le transportó por los aires para depositarle en esta isla, donde hubo de
vivir con él. Y de cuando en cuando se ausentaba de aquí para hacer acto de presencia entre sus
parientes, dándose prisa por regresar enseguida, ocultamente, junto a su bienamado.
Al cabo de cierto tiempo de llevar aquella vida, quedó encinta de él varias veces, y echó al
mundo en esta montaña numerosos hijos. Y cuando pasaban cerca de esta montaña los
mercaderes que viajaban por acá, oían desde sus navíos voces de niños que parecían los gritos
quejumbrosos de una madre lamentándose, y se decían: «¡En esta montaña debe haber alguna
pobre madre que perdió a sus hijos! Y ése es el motivo de tal nombre".
Al oír aquellas palabras, se asombró en extremo el visir del rey Derbas.
Pero ya habían echado pie a tierra, y llegaron al palacio, llamando a la puerta. Se abrió la
puerta al punto, y salió de ella un eunuco, que reconoció inmediatamente a su amo el visir Ibrahim,
padre de Rosa-en-el-Cáliz. Enseguida le besó la mano y le introdujo en el palacio con su
compañero y su séquito.
Llegado que fué al patio del palacio, el visir Ibrahim advirtió entre los servidores a un hombre
de aspecto miserable, a quien no reconoció, y que no era otro que Delicia-del-Mundo. Así es que
preguntó a su gente:
"¿De dónde viene este individuo?" Le contestaron: "Es un pobre mercader que naufragó,
perdiendo todas sus mercancías, y pudo salvarse él sólo. ¡Se trata de un hombre inofensivo, de un
santo sumido de continuo en el éxtasis de la plegaria!" El visir no insistió más y penetró en el
interior del palacio.
Se dirigió al aposento de su hija, y cuando llegó a él, no la encontró allí. Preguntó a las
jóvenes que la servían de esclavas, y le contestaron: "¡No sabemos cómo ha salido de aquí! ¡Lo
único que podemos decirte es que con nosotros sólo estuvo muy poco tiempo, porque
desapareció!"
A estas palabras, el visir derramó muchas lágrimas e improvisó estos versos:
¡Oh casa amenizada por los cantos de tus pájaros, y cuyos umbrales fueron tan
soberbios y hermosos, hasta el momento en que el enamorado vino a ti llorando su deseo, y
encontró abiertas de par en par tus puertas hospitalarias!
¡Aquí, antaño, vivían los chambelanes, entre el lujo, la felicidad y los honores! ¡Y se
tendían por todas partes estofas de brocado! ¡Ay! ¿quién me dirá ya la suerte que corrieron
los dueños que la habitaron?
Luego, cuando acabó de recitar estos versos, el visir Ibrahim empezó a llorar, a gemir y a
lamentarse, y dijo: "¡Nadie puede escapar a los designios de Alah ni burlar lo que trazó El de
antemano!" Después subió a la terraza del palacio, y encontró allá las telas de Baalbek que
estaban atadas por un extremo a las almenas y pendían hasta la parte baja de los muros.
Entonces comprendió que su hija había huido valida de este medio, y extraviada por la pasión y
enloquecida de dolor, se había marchado. Al mismo tiempo divisó dos pájaros grandes: un cuervo
el uno y un buho el otro; y sin dudar ya de que aquello era un triste presagio, estalló en sollozos y
recitó estos versos:
¡He venido a la morada de mi amigo con la esperanza de. que al verle se extinguiera la
llama de mi amor y mis tormentos! ¡Pero el amigo no estaba en la casa, y sólo vi la aparición
siniestra de un cuervo y de un buho!
Y me decía este espectáculo: ”!Oprimiste a dos seres que se amaban con ternura,
separándoles con violencia!” “ ¡Ahora te toca a ti acercar a tus labios la copa de amargura
que les diste a beber! ¡Y pasarás tu vida con dolor, entre lágrimas y quemaduras!"
Tras de lo cual bajó de la terraza...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 412ª NOCHE
Ella dijo:
"Tras de lo cual bajó de la terraza llorando, y dió orden a los esclavos para que fueran por la
montaña haciendo todas las pesquisas necesarias para dar con su ama. Y los esclavos ejecutaron
la orden. Pero no dieron ya con su señora. ¡Y he aquí lo que atañe a ellos!
¡Pero he aquí ahora lo referente a Delicia-del-Mundo!
Cuando el joven adquirió la certeza de la fuga de Rosa-en-el-Cáliz lanzó un grito terrible y
cayó desmayado al suelo. Como no recobraba el conocimiento y seguía tendido sin moverse, las
gentes del palacio creyeron que le poseía el éxtasis divino y que tenía el alma absorta en la belleza
de la contemplación augusta del Altísimo. ¡Y tal es lo concerniente a él!
En cuanto al visir del rey Derbas, cuando vió que el visir Ibrahim había perdido toda esperanza
de encontrar a su hija y a Delicia-delMundo y que tenía afectado muy penosamente con todo
aquello el corazón, resolvió regresar a la ciudad del rey Derbas sin haber cumplido la misión de
que estaba encargado. Se despidió, pues, del visir Ibrahim, padre de Rosa-en-el-Cáliz, y le dijo,
mostrándole al pobre joven: "Quisiera llevarme conmigo a este santo hombre. ¡Tal vez, merced a
sus méritos, caiga la bendición sobre nosotros y Alah (¡exaltado sea!) conmueva el corazón de mi
amo el rey y le impida destituirme de mis funciones! Y después no dejaré yo de enviar este santo
hombre a Ispahán, su ciudad, que no está lejos de nuestro país". El visir Ibrahim le contestó: "¡Haz
lo que quieras!"
Luego se separaron los dos visires, y cada uno tomó el camino de su país respectivo, no sin
haber tenido cuidado el visir del rey Derbas de llevarse consigo a Delicia-del-Mundo, cuya
identidad estaba muy lejos de suponer, y le acondicionó en una mula en vista del estado de
inconsciencia tenaz en que se hallaba el joven.
Tres días duró este estado de inconsciencia mientras viajaban, y Delicia-del-Mundo ignoraba
absolutamente cuanto pasaba a su alrededor. Por fin volvió de su desmayo, y dijo: "¿Dónde
estoy?" Le contestaron: "¡Estás en compañía del visir del rey Derbas!" Luego fueron a prevenir al
visir de que había vuelto de su desmayo el santo hombre. Entonces le mandó el visir agua de
rosas azucarada y le hicieron que se la bebiera, con lo que acabó de reanimarse. Tras de lo cual
siguieron el viaje y llegaron a la ciudad del rey Derbas.
El rey Derbas al punto envió a decir a su visir: "¡Si no está contigo Delicia-del-Mundo, guárdate
bien de ponerte en mi presencia!" Al recibir esta orden, el desgraciado visir no supo qué partido
tomar. Porque ignoraba completamente la presencia de Rosa-en-el-Cáliz cerca del rey, ni el porqué
deseaba el rey encontrar a Delicia-del-Mundo y aliarse con él; e ignoraba asimismo que Delicia-del-
Mundo estaba con él allí y era el joven que había estado inconsciente. Por su parte, Delicia-del-
Mundo no sabía adónde le llevaban ni que el visir estaba precisamente encargado de buscarle.
De modo que cuando el visir vió que Delicia-del-Mundo había recobrado el conocimiento, le
dijo: "¡Oh santo hombre de Alah! Deseo recurrir a tus consejos en la perplejidad cruel en que me
hallo. Has de saber que mi amo el rey me despachó con una misión que no logré cumplir. Y al
informarse de mi regreso ahora, me ha enviado una carta en la que me dice: "¡Si no cumpliste tu
misión, no debes entrar en mi ciudad!"
El joven le preguntó: "¿Y qué misión era esa?" Entonces le contó el visir toda la historia, y
Delicia-del-Mundo dijo: "¡Nada temas! Preséntate al rey y llévame contigo. ¡Y yo asumo la
responsabilidad de la vuelta de Delicia-del-Mundo!" Mucho se regocijó con aquello el visir, y dijo:
"¿Hablas de verdad?" El joven contestó: "¡Sí, por cierto!" Montó a caballo entonces el visir, y
llevando consigo a Delicia-del-Mundo, se presentó con él al rey.
Cuando se personaron ante el rey, preguntó éste al visir: "¿Dónde está Delicia-del-Mundo?"
Entonces se adelantó el santo hombre y contestó: "¡Oh gran rey, yo sé dónde se encuentra Deliciadel-
Mundo!" Hízole el rey señas para que se acercara más, y en extremo emocionado, le preguntó:
"¿En qué sitio se encuentra?" El joven contestó: "¡En un sitio que está muy cerca de aquí! Pero
dime antes para qué lo buscas, y me apresuraré a hacerle venir entre tus manos". Dijo el rey:
"¡Cierto que te lo diré con mucho gusto y obligado; pero el caso exige que estemos solos!" Y al
punto ordenó a su gente que se alejara, se llevó al joven a una sala retirada, y le contó la historia
desde el principio hasta el fin.
Entonces Delicia-del-Mundo dijo al rey: "Haz que me traigan vestidos suntuosos y dámelos
para vestirme con ellos. ¡Y al instante haré venir a Delicia-del-Mundo!" Hizo el rey que le llevaran
enseguida un traje suntuoso, y Delicia-del-Mundo se vistió con él, y exclamó: "¡Yo soy Delicia-del-
Mundo, la desolación de los envidiosos!" Y tras estas palabras, partiendo los corazones con
sus miradas hermosas, improvisó estos versos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 413ª NOCHE
Ella dijo;
...tras estas palabras, partiendo los corazones con sus miradas hermosas, improvisó estos
versos:
¡El recuerdo de mi bienamada me hace deliciosa compañía en mi soledad, y aleja de mí
los penosos pesares de la ausencia!
¡No tengo aquí otro manantial que el de mis lágrimas, pero cuando de mis ojos fluye ese
manantial, mitiga mis angustias!
¡Mis deseos son violentos, y nada puede compararse con ellos! IAh! ¿habrá algo más
prodigioso que lo que con el amor y la amistad me ocurre?
;Paso mis noches con los párpados abiertos en medio del insomnio, y mi vida amorosa
transcurre en el infierno y el paraíso!
¡Otrora estaba yo dotado de noble resignación; pero ya perdí esa virtud, y la aflicción
es el don único que me legó el amor!
¡Ha enflaquecido mi cuerpo y ha cambiado mi semblante con la ausencia y el ardor de la
pasión!
¡A fuerza de correr por ellos lágrimas, se han ulcerado los párpados de mis ojos, y sin
embargo, no puedo hacer que vuelvan a mis ojos las lágrimas! ¡Ah, ya no puedo! ¡he
perdido el corazón! ¡Ah! ¡las penas siguen a las penas!
¡Mi corazón y mi cabeza se asemejan, ahora que han envejecido y blanqueado juntos
como consecuencia del alejamiento de la bienamada, la más hermosa de las bienamadas!
¡Mal de su grado se verificó nuestra separación y al presente, su única preocupación es
volver a verme y poseerme!
¡Pero quién sabe ya si, después de tan prolongada ausencia, el Destino me reunirá
todavía con mi amiga, y la suerte cerrará el libro del alejamiento, abierto durante todo este
tiempo, y permtirá que a las angustias de la separación sucedan las delicias del encuentro!
¡Y quién sabe si me será posible tornar a ver aún a mi amiga compartiendo mis placeres
en nuestras moradas, y si mis pesares, por fin, se convertirán en delicias puras!
Cuando Delicia-del-Mundo hubo acabado de recitar estos versos, rey Derbas le dijo: "¡Por
Alah! ahora veo bien claro que ambos os amábais con la misma sinceridad y la misma intensidad.
¡En verdad que en el cielo de la belleza sois dos astros luminosos! ¡Prodigiosa es vuestra historia y
sorprendentes vuestras aventuras!"
Luego contó el rey con toda clase de detalles la historia de Rosa-en-el-Cáliz. Y Delicia-del-
Mundo le preguntó: "¿Puedes ahora decirme ¡oh rey del tiempo! dónde está ella?"
El rey contestó: "¡Está en mi palacio!" Y al punto hizo ir al kadí y a los testigos, y les hizo
extender el contrato de matrimonio de Rosa-en-el-Cáliz con Delicia-del-Mundo. Tras de lo cual le
colmó de honores y beneficios, y despachó en seguida un correo para que informase al rey
Schamikh de todo lo acaecido a Delicia-del-Mundo y a Rosa-en-el-Cáliz.
Cuando el rey Schamikh se enteró de esta noticia, se regocijó hasta el límite del regocijo y
envió al rey Derbas una carta en la cual le decía: "¡Puesto que ya se ha extendido el contrato de
matrimonio, deseo que la celebración de las nupcias y la consumación del matrimonio tengan lugar
en mi palacio!" Y al punto hizo preparar camellos, caballos y hombres para que fuesen a recoger a
los recién casados.
Al llegar aquella carta y aquella escolta, el rey Derbas regaló a los recién casados sumas
considerables, les dió un séquito magnífico y se despidió de ellos.
Y partieron.
Y he aquí que fué un día memorable aquel en que llegaron a la ciudad de Ispahán, su país,
donde reinaba el rey Schamikh. ¡Nunca vióse un día más hermoso ni siquiera comparable con
aquél! Porque, para celebrar la fiesta, el rey Schamikh congregó a todos los tañedores de
instrumentos armónicos y dió grandes festines. Y duró el alborozo tres días enteros, en los cuales
el rey distribuyó al pueblo muchas dádivas y regaló numerosos ropones de honor.
¡He aquí ahora lo referente a los recién casados! Una vez concluído el festín de la primera
noche, Delicia-del-Mundo penetró en la cámara nupcial de Rosa-en-el-Cáliz; y se arrojaron ambos
en brazos uno de otro, pues hasta aquel momento no habían podido verse a solas desde su
encuentro; y fue tanta su felicidad, que no pudieron por menos de llorar de alegría durante un buen
rato. Y Rosa-en-el-Cáliz improvisó estos versos:
¡Por fin vino la alegría a ahuyentar la tristeza y la pena; y henos aquí reunidos, con gran
confusión de los que nos envidian!
¡La brisa de la reunión nos echó su aliento perfumado, reanimándonos el corazón, las
entrañas y el cuerpo!
¡En nuestros rostros ha brillado la embriaguez del retorno, y a nuestro alrededor
anunciaron nuestro regreso tambores y gritos de alegría!
¡No creáis que nuestras lágrimas son de pesar, sabed, por el contrario, que quien nos
hace llorar es la dicha!
¡Cuántas calamidades, desvanecidas ya, hemos sufridol ¡Con qué resignación hemos
soportado dolores angustiososl
¡En una hora de reunión olvidé torturas y contrariedades tan terribles que blanquearon
mi cabeza!
Terminada que fué esta improvisación, se abrazaron estrechamente y permanecieron
enlazados en brazos uno de otro, hasta caer desfallecidos de júbilo y felicidad...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 414ª NOCHE
Ella dijo:
... hasta caer desfallecidos de júbilo y felicidad.
Vueltos ya de su desfallecimiento, Delicia-del-Mundo improvisó los versos siguientes:
¡Oh dulzura de las noches largo tiempo esperadas, cuando el bienamado se muestra fiel
a su promesa y se entrega a su amiga!
¡Henos aquí reunidos para siempre tras la ausencia, y se han roto las cadenas que nos
tenían cautivos en la separación!
¡Después de mostrarse con nosotros tan adusto, el Destino nos sonríe y nos concede
sus favores diligentemente!
´ ¡La dicha ha desplegado su estandarte en nuestro honor, y para tranquilizarnos, nos
brindó la copa pura del placer!
Reunidos, por fin, después de la tormenta, nos contamos nuestras penas pasadas y
nuestras noches de insomnio que transcurrieron entre tristezas!
¡Oh mi señor, olvidemos ahora nuestros sufrimientos! ¡Y enriquezca nuestra alma con el
olvido el Dispensador de misericordias!
¡Ah! ¡cuán dulce es la vida! ¡cuán deliciosa es la vida! ¡La unión sólo consigue avivar mi
llama y mi ardor!
Recitados que fueron estos versos, los dos amantes se abrazaron por segunda vez, y cayendo
en su cama nupcial, se enlazaron estrechamente en medio de las más exquisitas voluptuosidades;
y continuaron acariciándose y entregándose a mil ternezas y juegos amables hasta que se
hundieron en el mar de los amores tumultuosos. Y fueron tan intensas sus delicias, sus
voluptuosidades, su ventura, sus placeres y sus alegrías, que dejaron transcurrir siete días y siete
noches sin darse cuenta de la fuga del tiempo y su mudanza, como si las siete jornadas no
hubieran sido más que una. Sólo al ver llegar a los tañedores de instrumentos, comprendieron que
se hallaban al final del séptimo día de su matrimonio. Así es que en el límite de la sorpresa, Rosaen-
el Cáliz improvisó al instante los versos que vas a oír:
¡Aunque fui víctima de tanta envidia y estuve tan vigilada, pude poseer a mi bienamado!
¡ Sobre la seda virgen y los terciopelos, se entregó a mí con mil caricias, encima de un
colchón de tierna piel y relleno con plumón de pájaros de especie extraordinaria!
¿Qué necesidad tengo de beber vino, si un amante, pleno de ardores nuevos me hace
saborear su saliva voluptuosa?
¡El pasado y el presente se confunden para nosotros en una unión que nos da el
olvido!¿No es cosa prodigiosa que hayan pasado sobre nuestras cabezas siete noches
enteras sin que nos enteráramos?
¡Porque, con ocasión del séptimo día, han venido a felicitarme y a decirme: "¡Alah
eternice tu unión con tu amigo!"
Cuando hubo recitado ella estos versos, Delicia-del-Mundo la abrazó un número incalculable
de veces, y luego improvisó estos versos:
¡He aquí el día de la dicha y de la felicidad! ¡Y mi amiga ha venido a sacarme del
aislamiento!
¡Cuán enervante y deliciosa es su presencia! ¡Que encanto tiene su lenguaje espiritual!
¡Me hizo beber el sorbete voluptuoso de su intimidad, y esta bebida transportó fuera del
mundo a mis sentidos!
¡Nos hemos expansionado! ¡Nos hemos dilatado! ¡Nos hemos embriagado tendidos en
nuestra cama! ¡Y hemos cantado mientras bebíamos!
¡La embriaguez de la dicha hizo que perdiéramos la noción del tiempo y ya no supimos
distinguir el primer día del último!
¡Sea para nosotros siempre delicioso el amor! ¡Mi amiga experimentó goces iguales a
los míos!
¡Cómo yo, tampoco se acuerda de los días amargos! ¡Mi Señor la ha favorecido lo
mismo que me favoreció a mí!
Después de recitados estos versos, se levantaron ambos, salieron de la cámara nupcial y
distribuyeron a toda la servidumbre del palacio grandes sumas en plata, trajes magníficos, regalos
y presentes. Tras de lo cual, Rosa-en-el-Cáliz dio orden a sus esclavas de que hicieran evacuar
para ella sola el hammam del palacio, y dijo a Delicia-del-Mundo: "¡Oh frescura de mis ojos! ¡ahora
quiero verte por fin en el hammam para estar ambos solos a nuestro sabor!" Y llegando en aquel
momento al límite de la dicha, improvisó estos versos:
¡Amigo, que desde hace tanto tiempo dominas mi corazón! – no quiero hablar de cosas
pretéritas-!
¡Oh tú, sin quien ya no podría pasarme y a quien no podría ya ,sustituir en mi intimidad,
ven al hammam, ¡oh luz de mis ojos! ¡Para mí será como un infierno de llamas en medio de
un paraíso de delicias!
¡Quemaremos el sahumerio del nadd hasta que los vapores embalsamados llenen la
sala toda y se esparzan en todos sentidos!
¡Perdonaremos al Destino sus crímenes para con nosotros, y glorificaremos la bondad
de nuestro Señor!
Y al mirarte en el baño, cantaré: “!Que el baño ¡Oh bienamado! te sea leve y delicioso!"
Una vez recitados estos versos, los dos amantes se levantaron y fueron al hammam, donde
pudieron disfrutar de instantes agradables. Tras de lo cual volvieron al palacio, pasando allí su vida
en medio de las felicidades más intensas, ¡hasta el momento en que fué a visitarle la Destructora
de placeres y la Separadora de amigos!
¡Gloria al Inmutable, al Eterno, en el cual convergen los seres y las cosas!
"¡Pero no creas, ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazadaque esta historia puede
asemejarse a la HISTORIA MÁGICA DEL CABALLO DE ÉBANO!"
Y dijo el rey Schahriar: "¡Entusiasmado estoy ¡oh Sebehrazada! con los versos nuevos que se
recitaron esos amantes fieles! ¡Así es que me tienes dispuesto a oírte cómo cuentas esa historia
mágica que no conozco!"
Y dijo Schehrazada:
HISTORIA MAGICA DEL CABALLO DE EBANO
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que en la antigüedad del tiempo y lo pasado de las
épocas y de las edades, había un rey muy grande y muy poderoso entre los reyes de los persas,
que se llamaba Sabur, y era sin duda el rey más rico en tesoros de todas clases, como también el
más dotado de sagacidad y de prudencia. Además, estaba lleno de generosidad y de amabilidad, y
tenía siempre abierta sin desmayo la mano para ayudar a los que le imploraban, sin rechazar
nunca a quienes le solicitaban un socorro. Sabía otorgar la hospitalidad liberalmente a los que sólo
le pedían cobijo, y reconfortar en ocasiones, con sus palabras y sus maneras impregnadas de
dulzura y de amenidad, a los corazones heridos. Era bueno y caritativo con los pobres; y los
extranjeros nunca veían cerradas a su llamamiento las puertas de los palacios de aquel soberano.
En cuanto a los opresores, no encontraban gracia ni indulgencia de su severa justicia. Y así era, en
verdad, él.
El rey Sabur tenía tres hijas, que eran como otras tantas lunas hermosas en un cielo glorioso o
como tres flores maravillosas por su brillo en un parterre bien cuidado, y un hijo que era la misma
luna y se llamaba Kamaralakmar.(Luna de las Lunas)
Todos los años daba el rey a su pueblo dos grandes fiestas, una al comienzo de la primavera,
la de Nuruz, y otra en el otoño, la del Mihrgán; y con ambas ocasiones mandaba abrir las puertas
de todos sus palacios, distribuía dádivas, hacía que sus pregoneros públicos proclamasen edictos
de indulto, nombraba numerosos dignatarios y otorgaba ascensos a sus lugartenientes y
chambelanes. Así es que de todos los puntos de su vasto Imperio acudían los habitantes para
rendir pleitesía a su rey y regocijarse en aquellos días de fiesta, llevándole presentes de todo
género y esclavos y eunucos en calidad de regalo.
Y he aquí que durante una de esas fiestas, la de la primavera precisamente, estaba sentado
en el trono de su reino el rey, quien a todas sus cualidades añadía el amor a la ciencia, a la
geometría y a la astronomía, cuando vió que ante él avanzaban tres sabios, hombres muy
versados en las diversas ramas de los conocimientos más secretos y de las artes más sutiles, los
cuales sabían modelar la forma con una perfección que confundía al entendimiento y no ignoraban
ninguno de los misterios que de ordinario escapan al espíritu humano. Y llegaban a la ciudad del
rey estos tres sabios desde tres comarcas muy distintas y hablando diferente lengua cada uno: el
primero era hindí, el segundo rumí y el tercero ajamí de las fronteras extremas de Persia.
Se acercó primero al trono el sabio hindí, se prosternó ante el rey, besó la tierra entre sus
manos, y después de haberle deseado alegría y dicha en aquel día de fiesta, le ofreció un presente
verdaderamente real: consistía en un hombre de oro, incrustado de gemas y pedrerías de gran
precio, que tenía en la mano una trompeta de oro.
Y le dijo el rey Sabur: '»¡Oh, sabio! ¿para que sirve esta figura?" El sabio contestó: "¡Oh mi
señor! este hombre de oro posee una virtud admirable! ¡Si le colocas a la puerta de la ciudad, será
un guardián a toda prueba, pues si viniese un enemigo para tomar la plaza, le adivinará a
distancia, y soplando en la trompeta que tiene a la altura de su rostro, le paralizará y le hará caer
muerto de terror!" Y al oír estas palabras, se maravilló mucho el rey, y dijo: "¡Por Alah, ¡oh sabio!
que si es verdad lo que dices, te prometo la realización de todos tus anhelos y de todos tus
deseos!"
Entonces se adelantó el sabio rumí, que besó la tierra entre las manos del rey, y le ofreció
como regalo una gran fuente de plata, en medio de la cual se encontraba un pavo real de oro
rodeado por veinticuatro pavas reales del mismo metal. Y el rey Sabur los miró con asombro, y
encarándose con el rumí, le dijo: "¡Oh sabio! ¿para qué sirven este pavo y estas pavas?"
El sabio contestó: "¡Oh mi señor! a cada hora que transcurre del día o de la noche, el pavo da
un picotazo a cada una de las veinticuatro pavas y la cabalga, agitando las alas, y así
sucesivamente cabalga a las veinticuatro pavas, marcando las horas; luego, cuando ha dejado
transcurrir el mes de esta manera, abre la boca, y en el fondo de su gaznate aparece el cuarto
creciente de la luna nueva".
Y exclamó el rey maravillado: "¡Por Alah, que si es verdad lo que dices, se cumplirán todas tus
aspiraciones!"
El tercero que avanzó fué el sabio de Persia. Besó la tierra entre las manos del rey, y después
de los cumplimientos y de los votos le ofreció un caballo de madera de ébano, de la calidad más
negra y más rara, incrustado de oro y pedrerías, y enjaezado maravillosamente con una silla, una
brida y unos estribos como sólo llevan los caballos de los reyes. Así es que el rey Sabur quedó
maravillado hasta el límite de la maravilla y desconcertado por la belleza y las perfecciones de
aquel caballo; luego dijo: "¿Y qué virtudes tiene este caballo de ébano?"
El persa contestó: "¡Oh mi señor! las virtudes que posee este caballo son cosa prodigiosa,
hasta el punto de que cuando uno monta en él, parte con su jinete a través de los aires con la
rapidez del relámpago, y le lleva a cualquier sitio donde se le guíe, cubriendo en un día distancias
que tardaría un año en recorrer un caballo vulgar". Prodigiosamente asombrado con aquellas tres
cosas prodigiosas que se habían sucedido en un mismo día, el rey encaróse con el persa, y le dijo:
"¡Por Alah el Omnipotente (¡exaltado sea!), que crea los seres todos y les da de comer y de beber,
que si me pruebas la verdad de tus palabras te prometo la realización de tus anhelos y del menor
de tus deseos!"
Tras de lo cual el-rey mandó someter a prueba durante tres días las virtudes diversas de los
tres regalos, haciendo que los tres sabios los pusieran en movimiento. Y en efecto, el hombre de
oro sopló con su trompeta de oro, el pavo real de oro picoteó y cabalgó regularmente a sus
veinticuatro pavas reales de oro, y el sabio persa...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 416ª NOCHE
Ella dijo:
... y el sabio persa montó en el caballo de ébano, le hizo elevarse por los aires y recorrer un
gran espacio con una rapidez extraordinaria, para descender, después de haber descrito un amplio
círculo, en el mismo sitio de donde partió.
Al ver todo aquello, el rey Sabur quedó al principio estupefacto, y luego se tambaleó de tal
manera que parecía iba a volverse loco de alegría. Dijo entonces a los sabios: "¡Oh sabios ilustres!
ahora tengo ya una prueba de la verdad de vuestras palabras y a mi vez cumpliré mi promesa.
¡Pedidme, pues, lo que deseéis, y se os concederá al instante!"
Entonces contestaron los tres sabios: "¡Puesto que nuestro amo el rey está satisfecho de
nosotros y de nuestros presentes y nos deja que elijamos lo que hemos de pedirle, le rogamos que
nos dé en matrimonio a sus tres hijas, pues anhelamos vivamente ser yernos suyos! ¡Y en nada
podrá turbar tal cosa la tranquilidad del reino! ¡Aunque así fuese, los reyes no se desdicen de sus
promesas nunca!" El rey contestó: `'¡Al instante daré satisfacción a vuestro deseo!" Y al punto dió
orden de hacer ir al kadí y a los testigos para que extendieran el contrato de matrimonio de sus tres
hijas con los tres sabios.
¡Eso fué todo!
Pero acaeció que, mientras tanto, las tres hijas del rey estaban sentadas precisamente detrás
de una cortina de la sala de recepción y oían aquellas palabras. Y la más joven de las tres
hermanas se puso a considerar con atención al sabio que debía escogerla por esposa, ¡y he aquí
su descripción! Era un viejo muy anciano, de una edad de cien años lo menos, como no tuviese
más; con restos de cabellos blanqueados por el tiempo; con una cabeza oscilante; cejas roídas de
tiña; orejas colgantes y hendidas; barba y bigotes teñidos y sin vida; ojos rojos y bizcos, que se
miraban atravesados; carrillos fláccidos, amarillos y llenos de huecos; nariz semejante a una
gruesa berenjena negra; cara tan arrugada como el delantal de un zapatero remendón; dientes
saledizos como los dientes de un cerdo salvaje, y labios flojos y jadeantes como los testículos del
camello; en una palabra, aquel viejo sabio era una cosa espantosa, un horror compuesto de
monstruosas fealdades que sin duda le hacían ser el hombre más deforme de su época, pues
ninguno hubo como él, con aquellos diversos atributos, y además, con sus mandíbulas vacías de
molares, ostentando a guisa de colmillos unos garfios que le hacían semejante a los efrits que
asustan a los niños en las casas desiertas y hacen cacarear de miedo a los pollos en los gallineros.
¡Eso fué todo!
Y precisamente la princesa, que era la más joven de las tres hijas del rey, resultaba la joven
más bella y más graciosa de su tiempo, más elegante que la tierna gacela, más dulce y más suave
que la brisa más acariciadora, y más brillante que la luna llena; diríase que verdaderamente estaba
hecha para los escarceos amorosos; se movía y la rama flexible se avergonzaba al ver sus
balanceos ondulantes; andaba, y el corzo ligero se avergonzaba al ver su andar gracioso; y sin
disputa superaba con mucho a sus hermanas en hermosura, en blancura, en encantos y en
dulzura.
Y así era ella, en verdad.
De modo que cuando vió al sabio que debía tocarle en suerte, corrió a su habitación y se dejó
caer de bruces en el suelo, desgarrándose los vestidos, arañándose las mejillas y sollozando y
lamentándose.
Mientras permanecía ella en aquel estado, su hermano el príncipe Kamaralakmar, que la
quería mucho y la prefería a sus otras hermanas, volvía de una partida de caza, y al oír lamentarse
y llorar a su hermana, penetró en su aposento y le preguntó: "¿Qué tienes? ¿Qué te ha ocurrido?
¡Dímelo enseguida y no me ocultes nada!"
Entonces ella se golpeó el pecho y exclamó: "¡Oh único hermano mío! ¡oh querido nada te
ocultaré. ¡Sabe que, aunque el palacio debiera hundirse luego encima de tu padre, estoy dispuesta
a abandonarlo; y si adquiero la certeza de que tu padre va a cometer actos tan odiosos, huiré de
aquí sin que me dé provisiones para el camino, porque Alah proveerá!"
Al escuchar estas palabras, el príncipe Kamaralakmar le dijo:
"¡Pero dime al fin a qué viene ese lenguaje y qué es lo que te oprime el pecho y turba tus
humores!" La joven princesa contestó: "¡Oh único hermano mío! ¡oh querido! has de saber que mi
padre me prometió en matrimonio a un sabio viejo, a un mago horrible que le ha regalado un
caballo de madera de ébano; y sin duda le ha embrujado con su hechicería y ha abusado de él con
su astucia y su perfidia! ¡En cuanto a mí, estoy resuelta a dejar este mundo antes que pertenecer a
ese viejo asqueroso!"
Su hermano empezó entonces a tranquilizarla y a consolarla, acariciándola y mimándola, y
luego se fué en busca de su padre el rey, y le dijo: "¿Quién es ese hechicero a quien prometiste
casarle con mi hermana pequeña? ¿Y qué regalo es ése que te ha traído para decidirte así a hacer
que muera de pena mi hermana? ¡Eso no es justo y no puede suceder!"
Y he aquí que el persa estaba cerca y oía aquellas palabras del hijo del rey, y se sintió muy
furioso y muy mortificado.
Pero el rey contestó...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 417* NOCHE
Ella dijo:
. .. el rey contestó: "¡Oh hijo mío Kamaralakmar! ¡no estarías tan turbado y tan estupefacto si
vieras el caballo que me ha dado el sabio!" Y salió en seguida con su hijo al patio principal del
palacio, y dió orden a los esclavos de que llevaran el caballo consabido. Y los esclavos ejecutaron
la orden.
Cuando el joven príncipe vió el caballo, lo encontró muy hermoso y le entusiasmó mucho. Y
como era un jinete excelente, saltó con ligereza a lomos del bruto y le pinchó de pronto en los
flancos con las espuelas, metiendo los pies en los estribos. Pero no se movió el caballo. Y el rey
dijo al sabio: "¡Ve a mirar por qué no se mueve, y ayuda a mi hijo, quien a su vez tampoco dejará
de ayudarte para que realices tus anhelos!”
De modo que el persa, que guardaba rencor al joven a causa de su oposición al matrimonio de
su hermana, se acercó al príncipe caballero, y le dijo: "Esta clavija de oro que hay a la derecha del
arzón de la silla es la clavija que sirve para subir. ¡No tienes más que darle la vuelta!"
Entonces el príncipe dió la vuelta a la clavija que servía para subir, ¡y he aquí lo que pasó! Al
punto se elevó por los aires el caballo con la rapidez del ave, y a tanta altura, que el rey y todos los
circunstantes le perdieron de vista a los pocos momentos.
Al ver desaparecer así a su hijo, sin que regresara al cabo de algunas horas que estuvieron
esperándole, inquietóse mucho el rey Sabur, y muy perplejo, dijo al persa: "¡Oh sabio! ¿qué vamos
a hacer ahora para que vuelva?" El sabio contestó: "¡Oh mi amo! ¡nada puedo hacer ya, y no verás
de nuevo a tu hijo hasta el día de la Resurrección! ¡Porque el príncipe no ha querido escuchar más
que a su presunción y a su ignorancia, y en vez de darme tiempo para que le explicase el
mecanismo de la clavija de la izquierda, que es la clavija que sirve para bajar, ha puesto en marcha
el caballo antes de lo debido!"
Cuando el rey Sabur hubo oído estas palabras del sabio, se llenó de furor, e indignándose
hasta el límite de la indignación, ordenó a los esclavos que dieran una paliza al persa y le arrojaran
después al calabozo más lóbrego, en tanto que se quitaba él de la cabeza la corona, golpeándose
en la cara y mesándose las barbas, tras de lo cual se retiró a su palacio, hizo cerrar todas las
puertas, y empezaron a sollozar, a gemir y a lamentarse con él su esposa, sus tres hijas, su
servidumbre y todos los habitantes del palacio, como también los de la ciudad. Y he aquí cómo se
tornó su alegría en aflicción, y su felicidad en tristeza y desesperación.
¡Y esto en cuanto a ellos atañe!
Por lo que afecta al príncipe, el caballo continuó elevándose por los aires con él, sin detenerse
y como si fuera a tocar el sol. Entonces comprendió el joven el peligro que corría y cuán horrible
muerte le esperaba en aquellas regiones del cielo; y se inquietó bastante y se arrepintió mucho de
haber subido en el caballo, y pensó para su ánima: "¡Sin duda, la intención del sabio fué perderme
en vista de lo que opiné con respecto a mi hermana menor! ¿Qué hacer ahora? ¡No hay fuerza ni
poder más que en Alah el Omnipotente! ¡heme aquí perdido sin remisión!" Luego se dijo: "Pero
¿quién sabe si no hay una segunda clavija que sirva para bajar, lo mismo que la otra sirve para
subir?" Y como estaba dotado de sagacidad, de ciencia y de inteligencia, se puso a buscarla por
todo el cuerpo del caballo, y acabó por encontrar, en el lado izquierdo de la silla, un tornillo
minúsculo, no mayor que la cabeza de un alfiler; y se dijo: "¡No veo más que esto!" Entonces
apretó aquel tornillo y al punto comenzó a disminuir la ascensión poco a poco y el caballo se paró
un instante en el aire, para empezar inmediatamente después a descender con la misma rapidez
de antes, amenguando luego la marcha poco a poco según se acercaba al suelo; y acabó por tocar
en tierra sin ninguna sacudida ni contratiempo, mientras su jinete respiraba con libertad y se
tranquilizaba por su vida.
Y he aquí que entre las ciudades que de aquella suerte se mostraban por debajo de él, divisó
una ciudad de casas y edificios alineados con simetría y de manera encantadora en medio de una
comarca surcada por numerosas aguas corrientes y rica en prados donde triscaban en paz
saltarinas gacelas.
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 418* NOCHE
Ella dijo:
...donde triscaban en paz saltarinas gacelas.
Como por temperamento era aficionado a distraerse y a observar, Kamaralakmar se dijo: "¡Es
necesario que sepa yo el nombre de esa ciudad y la comarca en que está situada!" Y empezó a
dar vueltas en el aire alrededor de la ciudad, deteniéndose encima de los parajes más hermosos.
Mientras tanto, empezaba a declinar el día y el sol había llegado en el horizonte a lo más bajo de
su carrera; y pensó el príncipe: "¡Por Alah, que no encontraré indudablemente sitio mejor para
pasar la noche que esta ciudad! Por consiguiente, dormiré aquí, y al apuntar el día de mañana,
emprenderé de nuevo la ruta de mi reino para regresar con mis parientes y mis amigos. ¡Y contaré
entonces a mi padre cuanto me acaeció y cuanto han visto mis ojos!" Y echó en torno suyo una
mirada para escoger un lugar donde pasar la noche con seguridad y sin que se le importunase, y
donde resguardar a su caballo, y acabó por dejar recaer su elección, en un palacio elevado que
aparecía en medio de la ciudad, y lo flanqueaban torres almenadas, y lo guardaban cuarenta
esclavos negros vestidos con cotas de malla y armados con lanzas, alfanjes, arcos y flechas. Así
es que se dijo el joven: "¡He ahí un lugar excelente!" Y apretando el tornillo que servía para bajar,
guió hacia aquel lado a su caballo, que fué a posarse dulcemente, como un pájaro cansado, en la
terraza del palacio. Entonces dijo el príncipe: "¡Loor a Alah!" Y se apeó de su caballo. Púsose luego
a dar vueltas en torno al animal y a examinarle, diciendo: "¡Por Alah! ¡Quien con tal perfección te
fabricó es un maestro como obrero y el más hábil de los artífices! ¡De modo que si el Altísimo
prolonga el término de mi vida y me reúne con mi padre y con los míos, no dejaré de colmar con
mis bondades a ese sabio y de hacer que se beneficie con mi generosidad!"
Pero ya había caído la noche, y el príncipe permaneció en la terraza, esperando que en el
palacio estuviese dormido todo el mundo. Después, como se sentía torturado por el hambre y la
sed ya que desde su partida no había comido ni bebido nada, se dijo: "¡En verdad que no debe
carecer de víveres un palacio como éste!" Dejó, pues, el caballo en la terraza, y resuelto a buscar
algo con que alimentarse, se encaminó a la escalera del palacio y descendió por sus peldaños
hasta abajo. Y de pronto se encontró en un ancho patio con piso de mármol blanco y de alabastro
transparente, en el que se reflejaba por la noche la luz de la luna. Y le maravilló la belleza de aquel
palacio, y de su arquitectura; pero en vano miró a derecha y a izquierda, porque no vió alma
viviente ni oyó sonido de una voz humana; y se notó muy inquieto y muy perplejo, y no supo qué
hacer. Se decidió, sin embargo, a salir de su estupor al fin, pensando. "¡Por el momento no puedo
hacer nada mejor que volver a subir a la terraza de donde he bajado, y pasar la noche junto a mi
caballo; y mañana a los primeros resplandores del día, montaré de nuevo en mi caballo y me
marcharé!" Y cuando ya iba a poner en práctica este proyecto, advirtió una claridad en el interior
del palacio, y avanzó por aquel lado para saber de qué provenía. Y vió que aquella luz era la de
una antorcha encendida delante de la puerta del harén, a la cabecera del lecho de un eunuco
negro que dormía roncando de una manera muy ruidosa, y se asemejaba a algún efrit entre los
efrits a las órdenes de Soleimán o a algún genni de la tribu negra de los genn; estaba acostado en
un colchón a lo ancho de la puerta, y la atrancaba mejor que lo hubiera hecho un tronco de árbol o
el banco de un portero; y a la luz de la antorcha resplandecía furiosamente el mango de su alfanje,
mientras que por encima de su cabeza colgaba de una columna de granito su saco de provisiones.
Al ver a aquel negro espantable, el joven Kamaralakmar quedó aterrado, y murmuró: "¡Me
refugio en Alah el Todopoderoso! ¡Oh dueño único del cielo y de la tierra! ¡Tú que ya me salvaste
de una perdición segura, socórreme otra vez y sácame sano y salvo de la aventura que me espera
en este palacio!" Dijo, y tendiendo la mano hacia el saco de provisiones del negro, lo cogió con
presteza, salió de la habitación, lo abrió, y encontró dentro víveres de la mejor calidad. Se puso a
comer, y acabó por dejar completamente vacío el saco; y después de haberse reanimado así, fué a
la fuente del patio y aplacó su sed bebiendo del agua pura y dulce que manaba. Tras de lo cual
volvió junto al eunuco, colgó el saco en su sitio, y sacando de la vaina el alfanje del esclavo, lo
cogió en tanto que el otro dormía y roncaba más que nunca, y salió sin saber aún lo que le
deparaba su destino...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 419* NOCHE
Ella dijo:
... sin saber aún lo qué le deparaba su destino.
Siguió, pues, avanzando por dentro del palacio y llegó a una segunda puerta, sobre la cual
caía una cortina de terciopelo. Levantó aquella cortina, y encontróse en una sala maravillosa, en la
cual vió un amplio lecho del marfil más blanco, incrustado de perlas, rubíes, jacintos y otras
pedrerías, y tendidas en el suelo cuatro jóvenes esclavas, que dormían. Se acercó entonces
sigilosamente al lecho para saber quién podría estar acostado en él. ¡Y vió a una joven que tenía
por toda camisa nada más que su cabellera! ¡Y era tan hermosa, que se la hubiera tomado, no ya
por la luna cuando sale en el horizonte oriental, sino por otra luna más maravillosa que surgiese de
las manos del Creador! ¡Su frente era una rosa blanca, y sus mejillas dos anémonas de un rojo
tenue, cuyo brillo se realzaba con un delicado grano de belleza a cada lado!
Al ver tal cúmulo de hermosura y de gracias, de encantos y de elegancia, Kamaralakmar creyó
caerse de espaldas desvanecido, si no muerto. Y cuando pudo dominar un poco su emoción, se
aproximó a la joven dormida, temblándole todos los músculos y todos los nervios y
estremeciéndose de placer y voluptuosidad la besó en la mejilla derecha.
Al contacto de aquel beso la joven se despertó sobresaltada, abrió mucho los ojos, y
advirtiendo al joven príncipe que permanecía de pie a su cabecera, exclamó: "¿Quién eres y de
dónde vienes?" El contestó: "¡Soy tu esclavo y el enamorado de tus ojos!"
Ella preguntó: "¿Y quién te condujo hasta aquí?"
El contestó: "¡Alah, mi destino y mi buena suerte!"
Al oír estas palabras, la princesa Schamsennahar (que tal era su nombre), sin mostrar
demasiada sorpresa ni espanto, dijo al joven:
"¿Acaso eres el hijo del rey de la India que me pidió ayer en matrimonio, y a quien mi padre el
rey no aceptó como yerno a causa de su pretendida fealdad?
Porque si eres tú, ¡por Alah! no tienes nada de feo, y tu belleza ya me ha subyugado, ¡oh mi
señor!" Y como, efectivamente, era él tan radiante cual la brillante luna, le atrajo a sí y le abrazó, y
la abrazó él, y embriagados ambos de su mutua hermosura y de su juventud, se hicieron mil
caricias, acostados uno en brazos de otro, y se dijeron mil locuras, entregándose a mil juegos
amables, y prodigándose mil mimos dulces y ardientes.
Mientras ellos se divertían de tal manera, las servidoras despertáronse de pronto, y al advertir
con su ama al príncipe, exclamaron: "¡Oh, ama nuestra! ¿quién es ese joven que está contigo?"
Ella contestó: "¡No lo sé! ¡Le encontré a mi lado al despertarme! ¡Sin embargo, supongo que es el
que ayer me solicitó a mi padre en matrimonio!" Turbadas por la emoción, exclamaron ellas: "¡El
nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti, oh señora nuestra! Ni por asomo es éste el que te pidió
en matrimonio ayer; porque aquél era muy feo y muy repulsivo, y este joven es gentil y
deliciosamente bello, y sin duda procede de ilustre estirpe. ¡En cuanto al otro, el feo de ayer, ni de
ser tu esclavo es digno!"
Tras de lo cual se levantaron las servidoras y fueron a despertar al eunuco de la puerta, y le
pusieron la alarma en el corazón, diciéndole: "¿Cómo se explica que siendo guardián del palacio y
del harén, dejes a los hombres penetrar en nuestros aposentos mientras dormimos?"
Cuando oyó estas palabras el eunuco negro, saltó sobre ambos pies y quiso apoderarse de su
alfanje; pero no encontró más que la vaina. Aquello le sumió en un terror grande, y todo tembloroso
levantó el tapiz y entró en la sala. Y vió con su ama en el lecho al hermoso joven, sintiéndose de tal
modo deslumbrado, que hubo de decirle: "¡Oh mi señor! ¿eres un hombre o un genni?"
El príncipe contestó: "¿Cómo te atreves confundir a los hijos de los reyes Khosroes con un
genn demoníaco y efrits, tú, miserable esclavo y el más maléfico de los negros de betún?" Y así
diciendo, furioso cual un león herido, empuñó el alfanje y gritó al eunuco: "¡Soy yerno del rey, que
me ha casado con su hija y me mandó que penetrara en ella!"
Al oír esas palabras, contestó el eunuco: "¡Oh mi señor! ¡si verdaderamente eres un hombre
de la especie de los hombres y no un genni, digna de tu belleza es nuestra joven ama, y te la
mereces mejor que cualquier otro rey, hijo de rey o de sultán!"
Después corrió el eunuco en busca del rey, lanzando gritos terribles, desgarrando sus vestidos
y cubriéndose con polvo la cabeza. De modo que, al oír sus gritos de loco, le preguntó el rey:
"¿Qué calamidad te aqueja? ¡Habla pronto y sé breve, porque me estás estremeciendo el
corazón!" El eunuco contestó...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 420* NOCHE
Ella dijo:
... El eunuco contestó: "¡Oh rey! ¡date prisa a volar en socorro de tu hija, porque un genni entre
los genn, con la apariencia de un hijo de rey, se ha posesionado de ella y ha hecho en ella su
domicilio! ¡Eso es todo! ¡Corre! ¡Duro con él!"
Al oír estas palabras de su eunuco, el rey llegó al límite del furor, y a punto estuvo de matarle;
pero le gritó: "¿Cómo te atreviste a ser negligente hasta el extremo de perder de vista a mi hija,
cuando te tengo encargado de su custodia diurna y nocturna, y cómo dejaste que penetrara en su
aposento y se posesionara de ella ese efrit demoníaco?" Y loco de emoción se abalanzó hacia las
habitaciones de la princesa, donde se encontró con las servidoras, que a la puerta le esperaban
pálidas y temblorosas, y les preguntó: "¿Qué le ha pasado a mi hija?" Ellas contestaron: "¡Oh rey!
no sabemos lo que ha sucedido mientras estábamos dormidas; pero cuando nos hemos
despertado encontramos en el lecho de la princesa a un joven, que nos pareció la luna llena de tan
hermoso como era, y que charlaba con tu hija de una manera deliciosa y sin dejar lugar a dudas. Y
en verdad que nunca vimos a nadie más hermoso que ese joven. Sin embargo, le preguntamos
quién era, y nos contestó: "¡Soy aquel a quien el rey concedió en matrimonio a su hija!"
¡Nada más que eso sabemos! Y no podemos decirte si se trata de un hombre o un genni. ¡De
todos modos, hemos de asegurarte que es amable, bien intencionado, modesto, cortés, e incapaz
de cometer la menor fechoría o de hacer cosa censurable! ¿Cómo, siendo tan bello, se puede
hacer cosa censurable?"
Cuando el rey hubo oído estas palabras, se le enfrió la cólera y su inquietud se apaciguó; y
muy suavemente y con mil precauciones, levantó un poco la cortina de la puerta y vió acostado
junto a su hija en el lecho, y charlando graciosamente a un príncipe de lo más encantador, cuyo
rostro resplandecía como la luna llena.
En vez de tranquilizarle por completo, el resultado de aquello fue excitar hasta el último
extremo su celo paternal y sus temores por el peligro que corría el honor de su hija. Así es que,
precipitándose por la puerta se abalanzó a ellos con la espada en la mano y furioso y feroz cual un
ghul monstruoso. Pero el príncipe, que desde lejos vióle llegar, preguntó a la joven: "¿Es ése tu
padre?" Ella contestó: "¡Sí!"
Al punto saltó sobre ambos pies el joven, y empuñando su alfanje lanzó a la vista del rey un
grito tan terrible, que hubo de asustarle. Más amenazador que nunca, entonces Kamaralakmar se
dispuso a arrojarse sobre el rey y a atravesarle; pero el rey, que se comprendió el más débil, se
apresuró a envainar su espada y tomó una actitud conciliadora. De modo que cuando vió ir hacia él
al joven, le dijo con el tono más cortés y más amable: "¡Oh jovenzuelo! ¿eres hombres o genni?" El
otro contestó: "¡Por Alah, que si no respetara tus derechos tanto como los míos, y si no me
preocupase del honor de tu hija, ya hubiera vertido sangre tuya! ¿Cómo te atreves a confundirme
con los genn y los demonios, cuando soy un príncipe real de la raza de los Khosroes, que si
quisieran apoderarse de tu reino sería para ellos cosa de juego el hacerte saltar de tu trono como
si sintieras un temblor de tierra, y frustrarte los honores, la gloria y el poderío?"
Cuando el rey hubo oído estas palabras, le invadió un gran sentimiento de respeto, y temió
mucho por su propia seguridad. Así es que se dió prisa a responder: "¿Cómo se explica entonces,
si eres verdaderamente hijo de reyes, que te hayas atrevido a penetrar en mi palacio sin mi
consentimiento, a destruir mi honor y hasta a posesionarte de mi hija, pretendiendo ser su esposo
y proclamando que yo te la había concedido en matrimonio, cuando hice matar a tantos reyes e
hijos de reyes que querían obligarme a que se la diera por esposa?" Y excitado por sus propias
palabras, continuó el rey: "¿Y quién podrá ahora salvarte de entre mis manos poderosas cuando yo
ordene a mis esclavos que te condenen a la peor de las muertes, y obedezcan ellos en esta hora y
en este instante?"
Cuando el príncipe Kamaralakmar oyó del rey estas palabras, contestó: "¡En verdad que estoy
estupefacto de tu corta vista y del espesor de tu entendimiento! Dime, ¿podrás encontrar jamás
mejor partido que yo para tu hija? ¿Y acaso viste nunca a un hombre más intrépido o mejor
formado, o más rico en ejércitos, esclavos y posesiones que yo mismo?"
El rey contestó: "¡No, por Alah! pero ¡oh jovenzuelo! yo hubiese querido ver que te convertías
en marido de mi hija ante el kadí y los testigos. ¡Pero un matrimonio efectuado de esta manera
secreta, sólo podrá destruir mi honor!" El príncipe contestó: "Bien hablas, ¡oh rey! ¿Pero es que no
sabes que si verdaderamente tus esclavos y tus guardias vinieran a precipitarse sobre mí todos y
me condenaran a muerte, según tus recientes amenazas, no harías más que correr de un modo
cierto a la perdición de tu honor v de tu reino haciendo pública tu desgracia y obligando a tu mismo
pueblo a revolverse contra ti?
Créeme, pues, ¡oh rey! ¡Sólo te queda un partido que tomar, y consiste en escuchar lo que
tengo que decirte y en seguir mis consejos!' Y exigió el rey: "¡Habla, pues, y oiga yo algo de lo que
tienes que decirme...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañanay se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 421* NOCHE
Ella dijo:
"¡ ... Habla, pues, y oiga yo algo de lo que tienes que decirme!" El otro contestó: "¡Helo aquí!
Una de dos: o te avienes a luchar conmigo en singular combate, y el que venza a su adversario
será proclamado el más valiente y ostentará así un título serio que le dé opción al trono del reino, o
bien me dejas pasar aquí toda esta noche con tu hija, y mañana por la mañana mandas contra mí
al ejército entero de tu caballería, y tu infantería, y tus esclavos y... ¡pero dime antes a cuántos
asciende su número!"
El rey contestó: "¡Son cuatro mil jinetes, sin contar a mis esclavos, que son otros tantos!"
Entonces dijo Kamaralakmar. "Está bien. Así, pues, a las primeras claridades del día, haz que
vengan contra mí en orden de batalla y diles: "¡Ese hombre que ahí tenéis acaba de solicitar de mí
en matrimonio a mi hija, con la condición de luchar él solo contra todos vosotros juntos y venceros
y derrotaros, sin que podáis salir con bien! ¡Y eso es lo que pretende!" ¡Luego me dejarás luchar yo
solo contra todos ellos! Si me mataran, quedaría a salvo tu honor y mejor guardado que nunca tu
secreto. ¡Si, por el contrario, triunfo yo de todos ellos y les derroto, habrás encontrado un yerno del
que podrían enorgullecerse los reyes más ilustres!"
No dejó de compartir el rey esta última opinión y de aceptar tal proposición, si bien estaba
estupefacto de la seguridad con que hablaba el joven y no sabía a qué atribuir una pretensión tan
loca; porque en el fondo de su corazón se hallaba persuadido de que el príncipe perecería en
aquella lucha insensata, y así quedaría a salvo su honor y mejor guardado su secreto. De modo
que llamó al jefe eunuco y le dió orden de que sin dilación fuera en busca del visir y le mandara
que congregase a todas las tropas y las tuviese preparadas con sus caballos y dispuestas con sus
armas de guerra. Y el eunuco transmitió la orden al visir, que al punto reunió a los oficiales y a los
principales notables del reino y les dispuso en orden de batalla a la cabeza de sus tropas
revestidas con las armas de guerra.
¡Y he aquí lo que atañe a ellos!
En cuanto al rey, se quedó todavía por algún tiempo charlando con el joven príncipe, pues
estaba encantado de sus palabras sesudas, de su buen criterio, de sus maneras distinguidas y de
su belleza, además que no quería dejarle solo con su hija aquella noche. Pero apenas apuntó el
día, se volvió a su palacio y se sentó en su trono y dió orden a sus esclavos de que tuvieran
preparado para el príncipe el caballo más herrmoso de las caballerizas reales, le ensillaran con
magnificencia y le enjaezaran con gualdrapas suntuosas. Pero el príncipe dijo: "¡No quiero montar
a caballo mientras no esté en presencia de las tropas!" El rey contestó: "¡Hágase conforme
deseas!" Y salieron ambos al meidán, donde estaban las tropas alineadas en orden de batalla, y
así pudo el príncipe juzgar su número y calidad. Tras de lo cual se encaró el rey con todos y
exclamó: "¡Oíd, guerreros! este joven que ahí tenéis ha venido en busca mía y me ha pedido a mi
hija en matrimonio. Y a la verdad, jamás vi nada más bello ni caballero más intrépido que él. Pero
he aquí que pretende que él solo puede triunfar de todos vosotros y derrotaros; que aunque fueseis
cien mil veces más numerosos, no os daría la menor importancia, y a pesar de todo, habría de
venceros.
¡Así, pues, cuando arremeta contra vosotros, no dejéis de recibirle con la punta de vuestros
alfanjes y de vuestras lanzas! ¡Eso le enseñará lo que cuesta meterse en empresas tan graves!"
Luego el rey se encaró con el joven le dijo: "¡Animo, hijo mío, y haznos ver tus proezas!" Pero el
joven contestó:
"¡Oh rey, no me tratas con justicia ni imparcialidad! porque ¿cómo quieres que luche con
todos, estando yo a pie y ellos a caballo?"
El rey le dijo: "¡Ya te ofrecí caballo para que montaras, y b. rehusaste! ¡Escoge ahora para
cabalgadura el que te parezca mejor de todos mis caballos!"
Pero contestó el príncipe: "¡No me gusta ninguno de tus caballos, y sólo montaré en el que me
ha traído hasta tu ciudad!"
El rey le preguntó: "¿Y dónde está tu caballo?" El príncipe dijo: "Está encima de tu palacio".
El rey preguntó: "¿Qué sitio es ese que está encima de mi palacio?" El príncipe contestó: "La
terraza de tu palacio".
Al oír estas palabras, le miró con atención el rey y exclamó: "¡Qué extravagancia! ¡Esa es la
mejor prueba de tu locura! ¿Cómo es posibleque un caballo suba a una terraza? ¡Pero enseguida
vamos a ver si mientes o si dices la verdad!"
Luego se encaró con el jefe de sus tropas y le dijo: "¡Corre al palacio y vuelve a decirme lo
que veas! !Y tráeme lo que haya en la terraza!"
Y el pueblo se maravillaba de las palabras del joven príncipe; y se preguntaba la gente:
"?Como va a poder bajar un caballo por la escalera desde la altura de la terraza?
¡Verdaderamente, es una cosa de la que nunca en nuestra vida oímos hablar!"
Entretanto, el mensajero del rey llegó al palacio, y cuando subió a la terraza encontró allí el
caballo y le pareció que jamás había visto otro igual en belleza; pero no bien se acercó a él y le
hubo examinado, vio que era de madera de ébano y de marfil. Entonces, al darse cuenta de la
cosa, se echaron a reír él y todos los que le acompañaban, y se decían unos a otros...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 422ª NOCHE
Ella dijo:
...y se decían unos a otros: "¡Por Alah! he aquí el caballo de que hablaba ese jovenzuelo, al
que no debemos mirar en adelante más que como a un loco. Sin embargo, veamos lo que puede
haber de verdad en todo eso. ¡Porque después de todo, podría suceder que se tratase de un
asunto más importante de lo que parece, y que ese joven procediese realmente de alta estirpe y
gozara de excelentes méritos!" Así diciendo, cargaron entre todos con el caballo de madera, y
transportándolo a cuestas, lo pusieron delante del rey, mientras toda la gente se agrupaba a su
alrededor para mirarlo, maravillándose de su hermosura, de sus proporciones, de la riqueza de su
silla y de sus arneses. Y también el rey se admiró mucho y se maravilló hasta el límite de la
maravilla; luego preguntó a Kamaralakmar: "¡Oh joven! ¿es ése tu caballo?
El príncipe contestó: "Sí, ¡oh rey! ¡Es mi caballo, y no tardarás en ver las cosas maravillosas
que va a mostrarte!" Y le dijo el rey: "¡Tómale y móntate en él entonces!" El príncipe contestó: "¡No
lo enseñaré mientras no se alejen toda esa gente y esas tropas que se agrupan a su alrededor!"
Entonces el rey dio a todo el mundo orden de que se distanciaran de allí a un tiro de flecha. Y
le dijo el joven príncipe: "Mírame bien, ¡oh rey! Voy a subir en mi caballo y a precipitarme a todo
galope sobre tus tropas, dispersándolas a derecha y a izquierda, ¡e infundiré el espanto y el pavor
en sus corazones!" Y contestó el rey: "Haz ahora lo que quieras, ¡y no tengas compasión de ellos,
porque ellos no la tendrán de ti!"
Y Kamaralakmar apoyó ligeramente su mano en el cuello de su caballo,y de un salto se plantó
en el lomo del bruto.
Por su parte, las tropas, ansiosas habíanse alineado más lejos en filas apretadas y
tumultuosas; y decíanse los guerreros unos a otros: "¡Cuando llegue a nuestras filas ese
jovenzuelo le clavaremos la punta de nuestras picas y le recibiremos con el filo de nuestras
cimitarras!" Pero decían otros: "¡Por Alah! hay que ser muy insensato para creer que vamos a
vencer fútilmente a ese joven! Cuando se ha metido él en semejante aventura, sin duda es porque
tiene la seguridad de salir airoso. ¡Aunque así no fuese, lo que hace nos da ya prueba de su valor y
de la intrepidez de su alma y de su corazón!"
En cuanto a Kamaralahmar, una vez que se afirmó bien sobre la silla, hizo jugar la clavija que
servía para subir, en tanto que se volvían hacia él todos los ojos para ver qué iba a hacer. Y al
punto empezó su caballo a agitarse, a piafar, a balancearse, a inclinarse, a avanzar y a retroceder
para comenzar luego con una elasticidad maravillosa, a caracolear y a andar de lado de la manera
más elegante que caracolearon nunca los caballos mejor guiados de reyes y sultanes. Y de pronto
se estremecieron y se hincharon de viento sus flancos, ¡y más rápido que una flecha disparada al
aire, emprendió con su jinete el vuelo en línea recta por elcielo!
Al ver aquello, creyó el rey volverse loco de sorpresa y de furor, y gritó a los oficiales de sus
guardias: "¡La desgracia sobre vosotros! ¡cogedle! ¡cogedle! ¡Que se nos escapa!" Pero le
contestaron sus visires y lugartenientes: "¡Oh rey! ¿puede el hombre alcanzar al pájaro que tiene
alas? ¡Sin duda no se trata de un hombre como los demás, sino de un poderoso mago o de algún
efrit o mared entre los efrits y mareds del aire! iY Alah te ha librado de él, y a nosotros contigo!
¡Demos, pues, gracias al Altísimo que ha querido salvarte de entre sus manos, y contigo a tu
ejército!"
Emocionado hasta el límite de la perplejidad el rey regresó entonces a su palacio, y entrando
en el aposento de su hija, la puso al corriente de lo que acababa de ocurrir en el meidán. Y al
saber la noticia de la desaparición del joven príncipe, la joven se quedó afligida y desesperada, y
lloró y se lamentó de manera tan dolorosa, que cayó gravemente enferma y la acostaron en su
lecho, presa del calor de la fiebre y de la negrura de sus ideas. Y al verla en aquel estado, empezó
su padre a abrazarla, a mecerla, a estrecharla contra su pecho y a besarla entre los ojos
repitiéndole lo que había visto en el meidán y diciéndole: "¡Hija mía, da más bien gracias a Alah
(¡exaltado sea!) y glorifícale por habernos librado de las manos de ese insigne mago, de ese
embustero, de ese seductor, de ese ladrón, de ese cerdo!" Pero en vano le hablaba y la mimaba
para consolarla, porque ella no oía, ni escuchaba, sino al contrario. Cada vez sollozaba más, y
lloraba y gemía suspirando: "¡Por Alah ya no quiero comer ni beber hasta que Alah me reúna con
mi enamorado encantador! ¡Y ya no quiero saber nada que no sea verter lágrimas y enterrarme en
mi desesperación!" Entonces al ver que no podía sacar a su hija de aquel estado de languidez y de
aflicción, quedó el padre muy apenado, y se entristeció su corazón, y el mundo se ennegreció ante
él. ¡Y esto en cuanto al rey y su hija la princesa Schamsennahar...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 423ª NOCHE
Ella dijo:
¡...Y esto en cuanto al rey y su hija la princesa Schamsennahar! ¡Pero he aquí ahora lo relativo
al príncipe Kamaralakmar! Cuando se elevó muy alto por los aires, hizo volver la cabeza a su
caballo en dirección a su tierra natal, y puesto ya en el buen camino, se dedicó a soñar con la
belleza de la princesa, con sus encantos y con los medios de que se valdría para volver a
encontrarla. Y le parecía muy difícil la cosa, aunque tuvo cuidado de que ella le informara acerca
del nombre de la ciudad de su padre. Así había sabido que aquella ciudad se llamaba Sana y era
la capital del reino de Al-Yamán.
Mientras duró el viaje continuó él pensando en todo aquello, y merced a la gran rapidez de su
caballo, acabó por llegar a la ciudad de su padre. Entonces hizo ejecutar a su caballo un círculo
aéreo por encima de la ciudad, y fue a echar pie a tierra en la terraza del palacio. Dejó entonces a
su caballo en la terraza y bajó al palacio, donde notó por todas partes un ambiente de duelo y vio
regadas de ceniza todas las habitaciones, y creyendo que habría muerto alguien de su familia,
penetró, como tenía por costumbre, en los aposentos privados, y encontró a su padre, a su madre
y a sus hermanas vestidas con trajes de luto, y muy amarillos de cara, y enflaquecidos, y
demudados, y tristes, y desolados. Y he aquí que, cuando entró él, su padre se levantó de pronto
al advertirle, y cierto ya de que aquel era verdaderamente su hijo, lanzó un gran grito y cayó
desmayado; luego recobró el sentido y se arrojó en los brazos de su hijo, y le abrazó y le estrechó
contra su pecho con trasportes de la más loca alegría y emocionado hasta el límite de la emoción;
y su madre y sus hermanas, llorando y sollozando se le comían a besos a cual más, y bailaban y
saltaban en medio de su dicha.
Cuando se calmaron un poco le interrogaron acerca de lo que había acaecido; y les contó él la
cosa desde el principio hasta el fin; pero no hay para qué repetirla. Entonces exclamó su padre:
"¡Loores a Alah por tu salvación, ¡oh frescura de mis ojos y mucho de mi corazón!"
E hizo celebrar grandes fiestas populares y grandes regocijos durante siete días enteros, y
repartió dádivas al son de pífanos y címbalos, e hizo adornar todas las calles y proclamar un
indulto general para todos los presos, haciendo abrir de par en par las puertas de cárceles y
calabozos. Luego, acompañado de su hijo, recorrió a caballo los diversos barrios de la ciudad para
dar a su pueblo la alegría de volver a ver al joven príncipe, a quien se creyó perdido para siempre.
Pero una vez terminadas las fiestas, Kamaralakmar dijo a su padre: "¡Oh padre mío! ¿qué ha
sido del persa que te dio el caballo?" Y contestó el rey: "¡Confunda Alah a ese sabio! y retire su
bendición para él y para la hora en que mis ojos le vieron por vez primera, pues él fue causa de
que te separaras de nosotros, ¡oh hijo mío! ¡En este momento está encerrado en un calabozo, y es
el único a quien no perdoné!" Pero como se lo suplicó su hijo, el rey le hizo salir de la prisión, y
ordenándole que fuera a su presencia, le volvió a la gracia, y le dió un ropón de honor y le trató con
gran liberalidad, concediéndole toda clase de honores y riquezas; pero no le mencionó siquiera a
su hija ni pensó dársela en matrimonio. Así es que el sabio rabió hasta el límite de la rabia y se
arrepintió mucho de la imprudencia que había cometido dejando montar en el caballo al joven
príncipe, ¡pues comprendió que se había descubierto el secreto del caballo, como también su
manejo!
En cuanto al rey, que no estaba muy tranquilo todavía con respecto al caballo, dijo a su hijo:
"¡Soy de opinión, hijo mío, de que no debes acercarte en adelante a ese caballo de mal agüero, y
sobre todo de que nunca más le montes, ya que estás lejos de conocer las cosas misteriosas que
puede contener aún, y no te hallas sobre él seguro!" Por su parte, Kamaralakmar contó a su padre
su aventura con el rey de Sana y su hija, y cómo había escapado a la furia de este rey; y contestó
su padre: "¡Si debiera matarte el rey de Sana, hijo mío, te hubiera matado: pero el Destino no
habría fijado todavía tu hora!"
Durante este tiempo, a pesar de los regocijos y festines que su padre continuaba dando con
motivo de su regreso, Kamaralakmar estaba lejos de olvidar a la princesa Schamsennahar, y lo
mismo cuando comía que cuando bebía, pensaba siempre en ella. Y he aquí que un día, el rey,
que tenía esclavas muy expertas en el arte del canto y en el de tocar el laúd, les ordenó que
hicieran resonar las cuerdas de los instrumentos y cantaran algunos versos hermosos. Y tomó una
de ellas su laúd, y apoyándoselo en las rodillas cual podría una madre colocar en su regazo a su
hijo, cantó, acompañándose, estos versos entre otros versos:
¡Tu recuerdo ¡oh bienamado! no se borrará de mi corazón ni con la ausencia ni con la
distancia!
¡Pueden pasar los días y morir el tiempo, pero jamás podrá morir en mi corazón tu amor!
¡Con este amor quiero morir yo misma, y con este amor resucitar!
Cuando hubo oído el príncipe estos versos, en su corazón chispeó el fuego del deseo,
redoblaron su calor las llamas de la pasión, las tristezas le llenaron de duelo el espíritu y el amor le
trastornó las entrañas. Así es que, sin poder ya resistir a los sentimientos que le animaban con
respecto a la princesa de Sana, se levantó en aquella hora y aquel instante, subió a la terraza del
palacio, y a pesar del consejo de su padre, saltó a lomos del caballo de ébano y dió una vuelta a la
clavija que servía para subir. Al punto se elevó por los aires como un pájaro el caballo con él,
remontando su vuelo hacia las altas regiones del cielo.
Y he aquí que al día siguiente por la mañana le buscó por el palacio su padre el rey, y como no
le encontró, subió a la terraza y quedó consternado al notar la desaparición del caballo; y se
mordió los dedos, arrepentido de no haber hecho trizas aquel caballo, y se dijo: "¡Por Alah, que si
vuelve a regresar mi hijo, destruiré ese caballo para que pueda estar tranquilo mi corazón y no se
alarme mi espíritu!" Y bajó de nuevo a su palacio, donde estalló en llantos, sollozos y
lamentaciones. ¡Y esto por lo que atañe a él!
En cuanto a Kamaralakmar, prosiguió su rápido viaje aéreo, y llegó a la ciudad de Sana. Echó
pie a tierra en la terraza del palacio, bajó por la escalera sin hacer ruido v se dirigió hacia el
aposento de la princesa. Allí encontróse al eunuco dormido, como de costumbre, delante de la
puerta; pasó por encima de él, y cuando hubo penetrado en el interior de la estancia, llegó a la
segunda puerta. Se acercó entonces muy sigilosamente a la cortina, y antes de levantarla
escuchó con atención.
Y he aquí que oyó a su bienamada sollozar amargamente y recitar versos quejumbrosos,
mientras trataban de consolarla sus mujeres, y la decían: "¡Oh ama nuestra! . ..
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 424ª NOCHE
Ella dijo:
"¡...Oh ama nuestra! ¿por qué lloras a quien seguramente no te llora a ti?"
Ella contestó: "¿Qué decís, ¡oh faltas de juicio!? ¿Acaso creéis que el encantador a quien amo
y por quien lloro es de los que olvidan o de aquellos a quienes se puede olvidar?" Y redobló en sus
llantos y gemidos, y lo hizo tan fuerte y durante tanto tiempo, que le dió un desmayo. Entonces el
príncipe sintió que se le partía a causa de ello el corazón y que la vejiga de la hiel le estallaba en el
hígado. Así es que levantó la cortina sin tardanza y penetró en la habitación. Y vio a la joven
acostada en su lecho, con su cabellera por toda camisa y con su abanico de plumas blancas por
toda sábana. Y como parecía amodorrada, se acercó a ella y le hizo una caricia muy dulcemente.
Al punto abrió ella los ojos y le vió de pie a su lado, inclinado con una actitud interrogante de
ansiedad, y murmurando: "¿A qué vienen esas lágrimas y esos gemidos?"
Al ver aquello, reanimada con una vida nueva, se irguió de pronto la joven, y arrojándose a él,
le rodeó el cuello con sus brazos y empezó a cubrirle de besos el rostro, diciéndole: "¡Todo era por
causa de tu amor y de tu ausencia, ¡oh luz de mis ojos!" El contestó: "¡Oh dueña mía! ¡pues si
supieras en qué desolación estuve yo sumido por causa tuya durante todo este tiempo!" Ella
añadió: "¡Pues y yo! ¡qué desolada por tu ausencia estuve también! ¡Si hubieras tardado algo más
en volver, sin duda me habrías encontrado muerta!"
El dijo: "¡Oh dueña mía! ¿qué te parece lo que me ocurrió con tu padre y la manera que tuvo
de tratarme? ¡Por Alah, que si no hubiera sido por tu amor, ¡oh seductora de la Tierra, del Sol y de
la Luna, y tentadora de los habitantes del Cielo, de la Tierra y del Infierno! le hubiera degollado
seguramente, dando así ejemplo y enseñanza a todos los observadores! ¡Pero, como te amo, le
amo a él también ahora!"
Ella preguntó: "¿Qué te decidió a abandonarme? ¿Crees que la vida podría parecerme dulce
sin ti?" El dijo: "Ya que me amas, ¿quieres escucharme y seguir mis consejos?" Ella contestó: "¡No
tienes más que hablar, y te obedeceré y escucharé tus consejos y me conformaré con todas tus
opiniones!" El dijo: "¡Empieza, entonces, por traerme de comer y de beber, porque tengo hambre y
sed! ¡Y después hablaremos! "
Entonces dió orden la joven a sus servidoras de que le llevaran manjares y bebidas; y se
pusieron ambos a comer y a beber y a charlar hasta que casi hubo transcurrido toda la noche.
Entonces, como comenzaba a apuntar el día, Kamaralakmar se levantó para despedirse de la
joven y marcharse antes de que se despertara el eunuco; pero le preguntó Schamsennahar: "¿Y
adónde vas a ir así?" El contestó: "¡A casa de mi padre! ¡Pero me comprometo bajo juramento a
volver a verte una vez a la semana!"
Al oír estas palabras, ella rompió en sollozos y exclamó: "¡Oh! ¡te conjuro por Alah el
Todopoderoso a que me cojas y me lleves contigo adonde quieras, antes que hacerme saborear
de nuevo la amargura de la coloquíntida de la separación!"
Y exclamó él, entusiasmado: "¿Quieres verdaderamente venir conmigo?" Ella contestó: "¡Sí!
El dijo: "¡Entonces, levántate y partamos!" De modo que se levantó ella, abrió un cofre lleno de
vestidos suntuosos y de objetos de valor, y se arregló y se puso encima todo lo más rico y precioso
que había entre las cosas hermosas de su pertenencia, sin olvidar collares, sortijas, brazaletes y
diversas joyas engastadas con las más bellas pedrerías; luego salió en compañía de su
bienamado, sin que ni por pienso lo impidieran sus servidoras.
Entonces la condujo Kamaralakmar, y tras de hacerla subir a la terraza del palacio, saltó a
lomos de su caballo, la sentó a ella en la grupa, le recomendó que se sujetara con fuerza y la ató a
él con cuerdas sólidas. Tras de lo cual dio vuelta a la clavija que servía para subir, y remontó el
vuelo el caballo y se elevó con ellos por los aires.
Al ver aquello, empezaron a gritar tan alto las servidoras, que el rey y la reina acudieron a la
terraza a medio vestir, mal despiertos aún, y sólo tuvieron tiempo para ver al caballo mágico
emprender su vuelo aéreo con el príncipe y la princesa. Y el rey, emocionado y consternado hasta
el límite de la consternación, tuvo alientos, no obstante, para gritar al joven, que cada vez se
elevaba más: "¡Oh hijo de rey! ¡te conjuro a que tengas compasión de mí y de mi esposa, que es
esta anciana que aquí ves, y no nos prives de nuestra hija!"
Pero no le contestó el príncipe. Sin embargo, por si acaso la joven sentía pena al dejar así a
su padre y a su madre, le preguntó: "Dime, ¡oh esplendor! ¡oh entusiasmo de tu siglo y de mis ojos!
¿quieres volver con tu padre y con tu madre?...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ LA 425ª NOCHE
Ella dijo:
"¡...Oh esplendor! ¡oh entusiasmo de tu siglo y de mis ojos! ¿quieres volver con tu padre y con
tu madre?" Ella contestó: "¡Por Alah, ¡oh mi dueño! que no es ése mi deseo! Lo único que anhelo
es estar contigo donde estés tú, ¡porque el amor que por ti siento me hace despreciar todo y
olvidarlo todo, incluso a mi padre y a mi madre!"
Al oír estas palabras, el príncipe se alegró hasta el límite de la alegría, e hizo volar a su
caballo con la mayor rapidez posible, sin que inquietara semejante cosa a la joven; y no tardaron
de aquel modo en llegar a la mitad del camino, a un paraje en que se extendía una magnífica
pradera regada por aguas corrientes, en la que echaron pie a tierra por un instante. Comieron,
bebieron y descansaron algo, para volver inmediatamente después a montar en su caballo mágico
y a partir a toda velocidad con dirección a la capital del rey Sabur, a la vista de la cual llegaron una
mañana. Y el príncipe se regocijó mucho por haber arribado sin accidentes, ¡y de antemano sintió
un gran placer al pensar que por fin iba a poder mostrar a la princesa las propiedades y territorios
que poseía en su mano, y hacerle observar el poderío y la gloria de su padre el rey Sabur,
probándole con ello cuánto más rico y más ilustre que el rey de Sana, padre de la joven, era el rey
Sabur!
Empezó, pues, por aterrizar en medio de un hermoso jardín, situado fuera de la ciudad, donde
su padre, el rey, tenía costumbre de ir para distraerse y respirar el aire libre; condujo a la joven al
pabellón de verano, coronado por una cúpula que el rey había hecho construir y acondicionar para
él mismo, y le dijo: "¡Voy a dejarte aquí un momento para ir a prevenir a mi padre de nuestra
llegada. Mientras esperas, ten cuidado del caballo de ébano, que dejo a la puerta, y no le pierdas
de vista. ¡Y en seguida te enviaré a un mensajero para que te saque de aquí y te conduzca al
palacio especial que voy a hacer que preparen para ti sola!" Y la joven quedó en extremo
encantada con estas palabras, y comprendió que, efectivamente, no debía entrar en la ciudad más
que entre los honores y homenajes propios de su rango. Luego se despidió de ella el príncipe, y
encaminóse al palacio de su padre el rey.
Cuando el rey Sabur vió llegar a su hijo, creyó morirse de alegría y de emoción, y después de
los abrazos y bienvenidas, le reprochó, llorando, su marcha, que les puso en las puertas de la
tumba a todos. Tras de lo cual le dijo Kamaralakmar: "¿A que no adivinas a quién traje de allá
conmigo?" El rey contestó: "¡Por Alah, no lo adivino!"
El joven dijo: "¡A la propia hija del rey de Sana, a la joven más perfecta de Persia y de Arabia!
¡La he dejado, por el pronto, fuera de la ciudad, en nuestro jardín, y vengo a avisarte para que
hagas que dispongan al punto el cortejo que ha de ir a buscarla, y que deberá ser lo más
espléndido posible, para darle de antemano una alta idea de tu poderío, de tu grandeza y de
tus riquezas!" Y contestó el rey: "¡Con alegría y generosidad, por darte el gusto!"
E inmediatamente dio orden de que adornaran la ciudad y la embellecieran con el decorado
más hermoso y los más hermosos ornamentos; y después de organizar un cortejo extraordinario, él
mismo se puso a la cabeza de sus jinetes vestidos de gala, y a banderas desplegadas salió al
encuentro de la princesa Schamsennahar, cruzando por todos los barrios de la ciudad entre la
aglomeración de los habitantes, que se alineaban en varias filas, precedido por tañedores de
pífanos, clarinetes, timbales y tambores, y seguido por la multitud inmensa de guardias, soldados,
gente del pueblo, mujeres y niños.
Por su parte, el príncipe Kamaralakmar abrió sus cofres, sus arquillas y sus tesoros, y sacó de
ellos lo más hermoso que había, como joyas, alhajas y otras cosas maravillosas con que se
atavían los hijos de los reyes para hacer ostentación de su fausto, sus riquezas y su esplendor; e
hizo preparar para la joven un inmenso palio de brocados rojos, verdes y amarillos, debajo del cual
se alzaba un trono de oro resplandeciente de pedrerías; y en las gradas del inmenso trono
coronado por un pabellón de sedas doradas, hizo que se alinearan esclavas indias, griegas y
abisinias, sentadas unas y de pie otras, mientras que a los cuatro lados del trono se mantenían
cuatro esclavas blancas que hacían aire con grandes abanicos de plumas de aves de especie
extraordinaria. Y dos negros desnudos hasta la cintura llevaron a hombros el estrado aquel en pos
del cortejo, rodeados por una muchedumbre más densa aún que la anterior, y entre los gritos
jubilosos de todo un pueblo y los lú-lú-les estridentes que salían de las gargantas de las mujeres
sentadas al pie del trono y de todas las que se aglomeraban a su alrededor, emprendieron el
camino de los jardines.
En cuanto a Kamaralakmar, no tuvo paciencia para acompañar el cortejo al paso, y lanzando
su caballo a la carrera, tomó por el atajo más corto y en algunos instantes llegó al pabellón donde
había dejado a la princesa, hija del rey de Sana. Y la buscó por todas partes; pero ni encontró a la
princesa ni al caballo de ébano.
Entonces, en el límite de la desesperación, Kamaralakmar se abofeteó con ira el rostro, rompió
sus vestidos y echó a correr y a vagar como un loco por el jardín, gritando mucho y llamando con
toda la fuerza de su garganta. ¡Pero fué en vano!
Al cabo de cierto tiempo, hubo de calmarse un poco y volver a la razón, y se dijo: "¿Cómo ha
podido dar con el secreto para el manejo del caballo de ébano, si no le revelé nada que con ello se
relacionase? ¡Como no sea pue el sabio constructor del caballo haya caído sobre ella de improviso
y se la haya llevado para vengarse del tratamiento que le infligió mi padre!" Y al punto corrió en
busca de los guardas del jardín, y les preguntó ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 426ª NOCHE
Ella dijo:
...Y al punto corrió en busca de los guardas del jardín, y les preguntó: "¿Habéis visto pasar por
aquí o cruzar el jardín a alguien? ¡Decidme la verdad, o haré saltar vuestras cabezas al instante!"
Aterrados con sus amenazas quedaron los guardas, y contestaron como una sola voz: "¡Por Alah,
que nadie vimos entrar en el jardín, a no ser el sabio persa, que vino aquí para coger hierbas
curativas, y a quien no vimos salir aún!"
Al oír estas palabras, el príncipe tuvo ya certeza de que era el sabio persa quien le arrebató a
la joven, y llegó al límite de la consternación y de la perplejidad; y muy conmovido y desconcertado
salió al paso del cortejo, y encarándose con su padre, le contó lo que había sucedido, y le dijo:
"Vuélvete a tu palacio con tus tropas; en cuanto a mí, ¡no volveré hasta que no haya aclarado este
asunto negro!"
Al oír estas palabras y enterarse de la determinación tomada por su hijo, el rey empezó a
llorar, a lamentarse y a golpearse el pecho, y le dijo: "Por favor, ¡oh hijo mío! calma tu cólera,
reprime tu pena y vuélvete a casa con nosotros. ¡Y escogerás entonces a la hija del rey o del
sultán que quieras, y te la daré en matrimonio!" Pero Kamaralakmar no se avino a prestar la menor
atención a las palabras de su padre ni a escuchar sus ruegos, le dijo algunas frases de despedida
y se marchó montado en su caballo, mientras el rey, en el límite de la desesperación, regresaba a
la ciudad con llantos y gemidos. Y así fué como su alegría se tornó en tristeza, en sobresaltos y en
tormentos. ¡Y esto en cuanto a ellos!
¡Pero he aquí ahora lo que aconteció al mago y a la princesa!
Como lo había decretado de antemano el Destino, el mago persa fué aquel día al jardín, para
coger, efectivamente, hierbas curativas y simples y plantas aromáticas y sintió un olor delicioso de
almizcle y otros perfumes admirables; así es que, venteando con la nariz, se encaminó hacia el
lado por donde llegaban hasta él aquel olor extraordinario. Y aquel olor era precisamente el que
despedía la princesa, embalsamando con él todo el jardín. De modo que, guiado por su olfato
perspicaz, no tardó el mago tras algunos tanteos en llegar al propio pabellón en que se encontraba
la princesa. ¡Y cuán no sería su alegría al ver desde el umbral, de pie sobre las cuatro patas, al
caballo mágico; obra de sus manos! ¡Y cuáles no serían los estremecimientos de su corazón al ver
aquel objeto cuya pérdida le había quitado la gana de comer y de beber y el reposo y el sueño!
Se puso entonces a examinarlo por todas partes y lo encontró intacto y en buen estado.
Luego, cuando se disponía a saltar encima y hacerlo volar, dijo para sí: "¡Antes conviene que vea
qué ha podido traer en el caballo y dejar aquí el príncipe!" Y penetró en el pabellón. Entonces vio
perezosamente tendida en el diván a la princesa, a quien tomó primero por el sol cuando sale de
un cielo tranquilo. Y ni por un instante dudó ya de que tenía ante sus ojos a alguna dama de ilustre
nacimiento y de que el príncipe la había llevado en el caballo y la dejó en aquel pabellón para ir a
la ciudad él mismo a preparar un cortejo espléndido. Así es que, por su parte, se adelantó el sabio,
se prosternó delante de ella y besó la tierra entre sus manos, a tiempo que la joven levantaba a él
los ojos, y encontrándole extraordinariamente horrible y repulsivo, se apresuró a volver a cerrarlos
para no verle, y le preguntó: "¿Quién eres?"
El sabio contestó: "¡Oh mi dueña! soy el mensajero que te envía el príncipe Kamaralakmar
para que te conduzca a otro pabellón más hermoso que éste y más próximo a la ciudad; porque
hoy está un poco indispuesta mi ama la reina, madre del príncipe, y como no quiere, sin embargo,
que se la adelante nadie a verte, pues tu llegada ha producido mucho júbilo, ha dispuesto este
pequeño cambio que la ahorrará una caminata prolongada". La joven preguntó: "¿Pero dónde está
el príncipe?" El persa contestó: "¡Está en la ciudad con el rey, y pronto vendrá a tu encuentro con
gran aparato y en medio de un cortejo espléndido!"
Ella dijo: "Pero dime, ¿es que no ha podido el príncipe encontrar otro mensajero un poco
menos repulsivo que tú para enviármele?" Al oír estas palabras, aunque le mortificaron mucho, el
mago se echó a reír con el mandil arrugado de su cara amarilla, y contestó: "¡Ciertamente, ¡por
Alah, oh mi dueña! que no hay en el palacio otro mameluco tan repulsivo como yo! ¡Pero acaso la
mala apariencia de mi fisonomía y la abominable fealdad de mi cara te induzcan a error con
respecto a mi valer! ¡Y ojalá puedas un día comprobar mi capacidad y aprovecharte, como el
príncipe, del don precioso que poseo! ¡Y al saber entonces cómo soy, me alabarás! ¡En cuanto al
príncipe, si me escogió para que viniera a tu lado, lo ha hecho precisamente a causa de mi fealdad
y de mi odiosa fisonomía, y con el fin de que sus celos no tengan nada que temer con tus encantos
y tu belleza! Y no son mamelucos, ni esclavos jóvenes, ni hermosos negros, ni eunucos, ni
servidores, lo que faltan en palacio! ¡Gracias a Alah, su número es incalculable, y son todos a cual
más seductores ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 427ª NOCHE
Ella dijo:
"...y son todos a cuál más seductor!" Y he aquí que estas palabras del mago tuvieron el poder
de persuadir a la joven, que se levantó al punto, puso su mano en la mano del viejo sabio, y le dijo:
"¡Oh padre mío! ¿qué cabalgadura me trajiste contigo para que la monte?" El persa contestó: "¡Oh
mi dueña, montarás en el caballo en que viniste!" Ella dijo: "¡Pero si yo no sé montar ahí sola!" Entonces
sonrió él y comprendió que la tendría a merced suya en adelante y contestó: "¡Yo mismo
montaré contigo!" Y saltó a su caballo, sentó en la grupa a la joven, sujetándola contra él y
atándola sólidamente con cuerdas, en tanto que la princesa estaba muy ajena de lo que con ella
iba a hacer. Dio vuelta entonces él a la clavija que servía para subir, y súbito el caballo llenó de
viento su vientre, se movió y, se agitó saltando como las olas del mar; remontó el vuelo,
elevándose por los aires cual un pájaro, y en un instante dejó detrás de sí en la lejanía, la ciudad y
los jardines.
Al ver aquello, exclamó la joven, muy sorprendida: "¡Oye! ¿adónde vas sin ejecutar las
órdenes de tu amo?" El sabio contestó: "¡Mi amo! ¿Y quién es mi amo?" Ella dijo: "¡El hijo del rey!"
El sabio preguntó: "¿Qué rey?" Ella dijo: "¡No sé cuál!" Al oír estas palabras se echó a reír el mago,
y dijo: "Si te refieres al joven Kamaralakmar, ¡confunda Alah a ese bribón estúpido, que en suma
no es más que un pobre muchacho!"
Ella exclamó: "¡La desgracia sobre ti, ¡oh barba de mal agüero! ¿Cómo te atreves a hablar así
de tu amo y a desobedecerle?" El mago contestó: "¡Te repito que ese jovenzuelo no es mi amo!
¿Sabes quién soy?"
La princesa dijo: "¡No sé de ti más que lo que tú mismo me has contado!" El sabio sonrió y dijo:
"¡Lo que te conté sólo era una estratagema ideada por mí en contra tuya y del hijo del rey! Porque
has de saber que ese canalla logró robarme este caballo en que estás ahora, y que es obra de mis
manos; y me quemó durante mucho tiempo el corazón haciéndome llorar tal pérdida. ¡Pero he aquí
que de nuevo soy dueño de lo mío, y a mi vez quemo el corazón a ese ladrón y hago que sus ojos
lloren por haberte perdido! Reanima, pues, tu alma y seca y refresca tus ojos, porque seré para ti
yo más provechoso que ese joven alocado. Además, soy generoso poderoso y rico; mis servidores
y mis esclavos te obedecerán como a su ama; te vestiré con los más hermosos vestidos y te
engalanaré con las galas más hermosas, ¡y realizaré el menor de tus deseos antes de que me lo
formules!"
Al oír estas palabras, la joven se golpeó el rostro y empezó a sollozar; luego dijo: "¡Ah, qué
desgracia la mía! ¡Ay! ¡Acabo de perder a mi bienamado, y antes perdí a mi padre y a mi madre!" Y
siguió vertiendo lágrimas muy amargas y muy abundantes por lo que le sucedía, en tanto que el
mago guiaba el vuelo de su caballo hacia el país de los rums, y después de un largo aunque veloz
viaje, aterrizó sobre una verde pradera rica en árboles y en aguas corrientes.
Pero aquella pradera estaba situada cerca de una ciudad donde reinaba un rey muy poderoso.
Y precisamente aquel día salió de la ciudad el rey para tomar el aire, y encaminó su paseo por el
lado de la pradera. Y divisó al sabio junto al caballo y la joven. Y antes de que el mago tuviese
tiempo de evadirse, los esclavos del rey habíanse precipitado sobre él, la joven y el caballo y los
habían llevado entre las manos del rey.
Cuando vio el rey la horrible fealdad del viejo y su horrible fisonomía, y la belleza de la joven y
sus encantos arrebatadores, dijo: "¡Oh mi dueña! ¿qué parentesco te une a este viejo tan
horroroso?" Pero el persa se apresuró a responder: "¡Es mi esposa y la hija de mi tío!" Entonces, a
su vez se apresuró la joven a contestar, desmintiendo al viejo: "¡Oh rey! ¡por Alah, que no conozco
a este adefesio! ¡Qué ha de ser mi esposo! ¡No es sino un pérfido hechicero que me ha raptado a
la fuerza y con astucias!"
Al oír estas palabras de la joven, el rey de los rums dió orden a sus esclavos de que apalearan
al mago; y tan a conciencia lo hicieron, que estuvo a punto de expirar bajo los golpes. Tras de lo
cual mandó el rey que se lo llevaran a la ciudad y le arrojaran en un calabozo, mientras él mismo
conducía a la joven y hacía transportar el caballo mágico, cuyas virtudes y manejo secreto estaba
muy lejos de suponer.
¡Y he aquí lo referente al mago y a la princesa!
En cuanto al príncipe Kamaralakmar, se vistió de viaje, tomó consigo los víveres y el dinero de
que tenía necesidad, y emprendió el camino, con el corazón muy triste y el espíritu en muy mal
estado. Y se puso en busca de la princesa, viajando de país en país y de ciudad en ciudad; y en
todas partes pedía noticias del caballo de ébano, y aquellos a quienes interrogaban se
asombraban en extremo de su lenguaje y encontraban sus preguntas de lo más extrañas y
extravagantes ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 428ª NOCHE
Ella dijo:
...y encontraban sus preguntas de lo más extrañas y extravagantes. Y así continuó durante
mucho tiempo, haciendo pesquisas más activas cada vez y pidiendo cada vez más datos, sin llegar
a saber ninguna noticia que lo orientase. Tras de lo cual acabó por llegar a la ciudad de Sana,
donde reinaba el padre de Schamsennahar, y pidió informes al llegar; pero nadie había oído nada
relacionado con la joven, ni pudieron decirle lo que fue de ella desde su rapto; y le enteraron del
estado de aniquilamiento y desesperación en que se hallaba sumido el viejo rey.
Entonces continuó su ruta y se encaminó al país de los rums, inquiriendo siempre nuevas de la
princesa y del caballo de ébano en todos los sitios por donde pasaba y en todas las etapas del
viaje.
Y he aquí que durante su caminata se detuvo cierto día en un khan donde vio a un grupo de
mercaderes sentados en corro y charlando entre sí; y se sentó a su lado y oyó que decía uno de
ellos: "¡Oh amigos míos! ¡acaba de sucederme muy recientemente la cosa más prodigiosa entre
las cosas prodigiosas!" Y todos le preguntaron: ",De qué se trata?"
El mercader aquel dijo: "Había ido yo con mis mercancías a la ciudad tal (y dijo el nombre de la
ciudad donde se hallaba la princesa), en la provincia de cual, y oí que los habitantes se contaban
unos a otros una cosa muy extraña que acababa de suceder. ¡Decían que, habiendo salido un día
de cacería con su séquito el rey de la ciudad, se había encontrado a un viejo muy repulsivo que
estaba de pie junto a una joven de belleza incomparable y junto a un caballo de ébano y marfil!" Y
el mercader contó a sus compañeros, que se maravillaron extremadamente, la historia consabida,
que no tiene ninguna utilidad repetir ahora.
Cuando Kamaralakmar hubo oído esta historia, no dudó ni por un instante de que se trataba
de su bienamada y del caballo mágico. Así es que, tras de informarse bien del nombre y situación
de la ciudad, se puso en camino enseguida, dirigiéndose hacia aquel lado, y viajó sin dilación hasta
que llegó allá. Pero cuando quiso franquear las puertas de la ciudad aquella, los guardias se
apoderaron de él para conducirle a presencia de su rey, según los usos en vigor dentro de aquel
país, a fin de interrogarle por su condición, por la causa de su ida al país y por su oficio. Y he aquí
que ya era muy tarde el día en que llegó el príncipe; y como sabían que el rey estaba muy
ocupado, los guardias dejaron para el día siguiente la presentación del joven y le llevaron a la
cárcel para que pasase allí la noche. Pero cuando los carceleros vieron la belleza y gentileza del
joven, no pudieron determinarse a encerrarle, y le rogaron que se sentara con ellos y les hiciese
compañía; y le invitaron a compartir con ellos su comida.
Cuando hubieron comido, se pusieron a charlar y preguntaron al príncipe: "¡Oh jovenzuelo!
¿de qué país eres?" El príncipe contestó: "¡Del país de Persia, tierra de los Khosroes!" Al oír estas
palabras se echaron a reír los carceleros, y uno de ellos dijo al joven: "¡Oh natural del país de los
Khosroes! ¿acaso eres un embustero tan prodigioso como ese compatriota tuyo que está
encerrado en nuestros calabozos?" Y dijo otro: "¡En verdad que conocí gentes y escuché sus
discursos e historias, y observé su manera de ser; pero nunca tropecé con nadie tan extravagante
como ese viejo loco que tenemos encerrado!" Y añadió otro: "¡Y jamás ¡por Alah! vi yo nada tan
repulsivo como su cara ni tan feo y odioso como su fisonomía!"
El príncipe preguntó: "¿Y qué sabéis de sus mentiras?" Le contestaron: "¡Dice que es un sabio
e ilustre médico! El rey se encontró con él durante una partida de caza, y el viejo iba en compañía
de una joven y de un caballo maravilloso de ébano y marfil. Y prendóse el rey en extremo de la
belleza de la joven, y quiso casarse con ella ¡pero ella se volvió loca de pronto! Así, pues, si ese
viejo sabio fuera un ilustre médico, como pretende, hubiera hallado modo de curarla; porque el rey
ha hecho todo lo posible para descubrir un remedio que cure la enfermedad de esa joven, y ya
hace un año que a tal fin derrocha inmensas riquezas en pagar a médicos y astrólogos, ¡aunque
sin resultado! En cuanto al caballo de ébano, está guardado con los tesoros del rey; y el viejo
asqueroso está encerrado aquí; y en toda la noche no deja de gemir y lamentarse, ¡hasta el punto
de que nos impide conciliar el sueño!"
Al oír estas palabras, se dijo Kamaralakmar: "Heme aquí, por fin, sobre la pista tan deseada.
¡Ahora necesito un medio de conseguir mis propósitos!" Pero al ver que se acercaba la hora de
dormir, no tar-
LAS MIL, si ese viejo sabio fuera un ilustre médico, como pretende, hubiera hallado modo de
curarla; porque el rey ha hecho todo lo posible para descubrir un remedio que cure la enfermedad
de esa joven, y ya hace un año que a tal fin derrocha inmensas riquezas en pagar a médicos y
astrólogos, ¡aunque sin resultado! En cuanto al caballo de ébano, está guardado con los tesoros
del rey; y el viejo asqueroso está encerrado aquí; y en toda la noche no deja de gemir y
lamentarse, ¡hasta el punto de que nos impide conciliar el sueño!"
Al oír estas palabras, se dijo Kamaralakmar: "Heme aquí, por fin, sobre la pista tan deseada.
¡Ahora necesito un medio de conseguir mis propósitos!"
Pero al ver que se acercaba la hora de dormir, no tardaron los carceleros en conducirle al
interior de la prisión y cerrar tras él la puerta. Entonces oyó el joven al sabio, que lloraba y gemía
y deploraba en lengua persa su desdicha, diciendo: "¡Ay! ¡en qué calamidad caí, por no haber
sabido combinar mejor mi plan, perdiéndome yo mismo sin haber realizado mis anhelos ni
satisfeho mi deseo en esa joven! ¡Todo esto me sucede por culpa de mi poco juicio y por
ambicionar lo que no estaba destinado para mí!"
Entonces Kamaralakmar se dirigió a él en persa, y le dijo: "¿Hasta cuándo van a durar esos
llantos y esas lamentaciones? ¿Acaso crees ser el único que ha sufrido desventuras? Y animado
por estas palabras, el sabio se puso en conversación con él, ¡y empezó a quejársele de sus penas
e infortunios, sin conocerle!
Y así pasaron la noche, hablando como dos amigos.
Al día siguiente por la mañana, los carceleros fueron a sacar de la prisión a Kamaralakmar, y
le llevaron a presencia del rey diciendo: "¡Este joven...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 429ª NOCHE
Ella dijo:
... y le llevaron a presencia del rey, diciendo: "¡Este joven llegó ayer por la noche muy tarde, y
no pudimos traerle a tu presencia antes, ¡oh rey! para que sea sometido a interrogatorio!"
Entonces le preguntó el rey: "¿De dónde vienes? ¿Cómo te llamas? ¿Cuál es tu profesión? ¿Y
a qué obedece tu venida a nuestra ciudad?" El príncipe contestó: "¡Respecto a mi nombre, me
llamo en persa Harjab! ¡En cuanto a mi país, es Persia! Y por lo que afecta a mi oficio, soy un sabio
entre los sabios, especialmente versado en la medicina y en el arte de curar a locos y alienados.
¡Y con tal objeto recorro comarcas y ciudades para ejercer mi arte y adquirir nuevos conocimientos
que añadir a los que poseo ya! Y hago todo esto sin ataviarme como por lo general lo hacen los
astrólogos y los sabios; no ensancho mi turbante ni aumento el número de sus vueltas, no me
alargo las mangas, no llevo bajo el brazo un gran paquete de libros, no me ennegrezco los
párpados con kohl negro, no me cuelgo al cuello un inmenso rosario con millares de cuentas
grandes, y curo a mis enfermos sin musitar palabras en un lenguaje misterioso, sin soplarles en la
cara y sin morderles el lóbulo de la oreja. ¡Y tal es ¡oh rey! mi profesión!"
Cuando el rey hubo oído estas palabras, se regocijó con una alegría considerable, y le dijo:
"¡Oh excelentísimo médico, llegas a nosotros en el momento en que más necesidad tenemos de
tus servicios!" Y le contó el caso de la joven, y añadió:
"¡Si quieres ponerla en tratamiento y la curas de la locura en que la sumieron gentes
perversas, no tienes más que pedir lo que desees y te será concedido!"
El príncipe contestó: "¡Conceda Alah sus gracias y favores a nuestro amo el rey! ¡Pero ante
todo es preciso que me cuentes detalladamente cuanto hayas notado en su locura, y me digas los
días que hace que se encuentra en tal estado, sin olvidarte de contarme cómo la trataste a ella, al
viejo persa y al caballo de ébano!"
Y el rey le contó toda la historia desde el principio hasta el fin, y añadió: "¡En cuanto al viejo,
está en el calabozo!"
El príncipe preguntó:. "¿Y el caballo?"
El rey contestó: "¡Le tengo cuidadosamente guardado en uno de los pabellones de mi
morada!"
Y Kamaralakmar dijo para sí: "Antes que nada, me conviene ver el caballo y asegurarme por
mis propios ojos del estado en que se halla. Si está intacto y en buen estado, todo irá bien y
conseguiré mi propósito; pero si se ha deteriorado su mecanismo, tendré que pensar en libertar de
otra manera a mi bienamada".
Entonces se encaró con el rey y le dijo: "¡Oh rey! primeramente es necesario que vea yo el
caballo, pues quizás examinándole encuentre algo que me sirva para curar a la joven". El rey
contestó: "¡Con mucho gusto y de buena gana!" Y le cogió de la mano y le condujo al recinto donde
se hallaba el caballo de ébano. Y el príncipe empezó a dar vueltas alrededor del caballo, le
examinó atentamente, y encontrándolo intacto y en buen estado, se alegró mucho, y dijo al rey:
"¡Alah favorezca y exalte al rey! ¡Heme aquí dispuesto a ir en busca de la joven para ver lo que
tiene! ¡Y espero llegar a curarla con la ayuda de Alah y valiéndome de este caballo de madera!"
Y mandó a los guardias que vigilasen bien el caballo, y se dirigió con el rey al aposento de la
princesa.
En cuanto penetró en la estancia donde estaba ella, la vió que se retorcía las manos, y se
golpeaba el pecho, y se arrojaba al suelo revolcándose, y hacía jirones sus vestidos, como tenía
por costumbre. Y comprendió que no se trataba más que de una locura simulada, sin que ni genn
ni hombres la hubiesen trastornado la razón, sino al contrario.
¡Y advirtió que no hacía todo aquello más que con el fin de impedir cualquier asechanza!
Al darse cuenta, Kamaralakmar se adelantó hacia ella, y le dijo: "¡Oh encantadora de los Tres
Mundos, lejos de ti penas y tormentos!" Y cuando le hubo mirado, reconocióle ella enseguida, y
llegó a una alegría tan enorme, que lanzó un gran grito y cayó sin conocimiento.
Y el rey no dudó que aquella crisis era efecto del temor que le inspiraba el médico. Pero
Kamaralakmar se inclinó sobre ella, y tras de reanimarla, le dijo en voz baja: "¡Oh Schamsennhar!
¡oh pupila de mis ojos, núcleo de mi corazón! cuida de tu vida y de mi vida y ten valor y un poco de
paciencia aún; porque nuestra situación reclama gran prudencia y precauciones infinitas, si
queremos evadirnos de las manos de ese rey tiránico.
Por lo pronto, voy a afirmarle en su idea con respecto de ti, diciéndole que estabas poseída
por los genn, y que a eso obedecía tu locura; pero le aseguraré que acabo de curarte en el instante
por medio de medicinas misteriosas que poseo. ¡Tú no tienes más que hablarle con calma y
amenidad para probarle así tu curación con mi ciencia! ¡Y de ese modo lograremos nuestro deseo
y podremos realizar nuestro plan!" Y contestó la joven: "¡Escucho y obedezco!"
Entonces Kamaralakmar se acercó al rey, que se mantenía en un extremo de la estancia, y
con un semblante de buen augurio le dijo:
"¡Oh rey afortunado! merced a tu buena suerte, he podido conocer la enfermedad y dar con el
remedio de la dolencia. ¡Y la he curado! Puedes, pues, acercarte a ella y hablarle dulcemente y
con bondad, y prometerle lo que tienes que prometerle, ¡y se cumplirá cuanto desees de ella!"
Y en el límite de la maravilla, acercóse el rey a la joven, que se levantó al punto y besó la
tierra entre sus manos, dándole luego la bienvenida, y le dijo:
"¡Tu servidora está confundida por el honor que le haces visitándola hoy!"
Y al oír y ver todo aquello, el rey estuvo a punto de volverse loco de alegría...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGÓ LA 430ª NOCHE
Ella dijo:
.. . estuvo a punto de volverse loco de alegría, y dió orden a las servidoras, a las esclavas y a
los eunucos para que se pusieran al servicio de la joven, la condujeran al hammam y le prepararan
trajes y atavíos. Y entraron las mujeres y las esclavas, y le hicieron zalemas; y les devolvió ella las
zalemas de la manera más amable y con el más dulce tono de voz. Entonces la vistieron con
vestiduras rojas, le rodearon el cuello con un collar de pedrerías y la condujeron al hammam,
donde la bañaron y la arreglaron para llevarla a su aposento luego, igual que la luna en su
décimocuarto día.
¡Eso fué todo!
De modo que el rey, con el pecho dilatado en extremo y satisfecha el alma, dijo al joven
príncipe: "¡Oh prudente! ¡oh sabio médico! ¡oh tú el dotado de filosofía! ¡Toda esta dicha que nos
llega ahora se la debemos a tus méritos y a tu bendición! ¡Aumente Alah en nosotros los beneficios
de tu soplo curativo!"
El joven contestó: "¡Oh rey! para dar cima a la curación, es preciso que con todo tu séquito, tus
guardias y tus tropas vayas al paraje donde encontraste a la joven, llevándola contigo y haciendo
transportar allá el caballo de ébano que estaba al lado suyo y que no es otra cosa que un genn
demoníaco; y él es precisamente el que la poseía y la había vuelto loca. Y allí haré entonces los
exorcismos necesarios, sin lo cual tornaría ese genni a poseerla a primeros de cada mes, y no
habríamos conseguido nada; ¡mientras que ahora, en cuanto me haya adueñado de él, le
acorralaré y le mataré!"
Y exclamó el rey de los rums: "¡De todo corazón y como homenaje debido!" Y acompañado
por el príncipe y la joven y seguido de todas sus tropas, el rey emprendió inmediatamente el
camino de la pradera consabida.
Cuando llegaron allá, Kamaralakmar dió orden de que montaran a la joven en el caballo de
ébano y se mantuvieran todos a bastante distancia, con objeto de que ni el rey ni sus tropas
pudiesen fijarse bien en sus manejos. Y se ejecutó la orden al instante.
Entonces dijo él al rey de los rums: "¡Ahora con tu permiso y tu venia, voy a proceder a las
fumigaciones y a los conjuros, apoderándome de ese enemigo del género humano para que no
pueda ser dañoso en adelante! Tras de lo cual también yo me montaré en ese caballo de madera
que parece de ébano, y pondré detrás de mí a la joven. Y verás entonces cómo se agita el caballo
en todos sentidos, vacilando hasta decidirse a echar a correr para detenerse entre tus manos. Y de
este modo te convencerás de que le tenemos por completo a nuestro albedrío. ¡Después podrás ya
hacer con la joven cuanto quieras!"
Cuando el rey de los rums oyó estas palabras, se regocijó, en tanto que Kamaralakmar subía
al caballo y sujetaba fuertemente detrás de sí a la joven. Y mientras todos los ojos estaban fijos en
él y le miraban maniobrar, dio vuelta a la clavija que servía para subir; y el caballo, emprendiendo
el vuelo, se elevó con ellos en línea recta, desapareciendo por los aires en la altura.
El rey de los rums, que estaba lejos de sospechar la verdad, continuó en la pradera con sus
tropas, esperando durante medio día a que regresaran. Pero como no les veía volver, acabó por
decidirse a esperarles en su palacio. Y su espera fué igualmente vana. Entonces pensó en el
horrible viejo que estaba encerrado en el calabozo, y haciéndole ir a su presencia, le dijo: "¡Oh
viejo traidor! ¡oh posaderas de mono! ¿cómo te atreviste a ocultarme el misterio de ese caballo
hechizado y poseído por los genn demoníacos?
He aquí que acaba de llevarse por los aires ahora al médico que ha curado de su locura a la
joven, y hasta a la propia joven. ¡Y quién sabe lo qué les ocurrirá! ¡Además, te hago responsable
por la pérdida de todas las alhajas y cosas preciosas con que hice que la ataviaran a ella al salir
del hammam, y que valen un tesoro! ¡Así, pues, al instante va a saltar de tu cuerpo tu cabeza!" Y a
una señal del rey, se adelantó el portaalfanje, ¡y de un solo tajo hizo del persa-dos persas!
¡Y he aquí lo concerniente a todos éstos!
Pero en cuanto al príncipe Kamaralakmar y la princesa Schamsennahar, prosiguieron
tranquilamente su veloz viaje aéreo, y llegaron con toda seguridad a la capital del rey Sabur.
Aquella vez no aterrizaron ya en el pabellón del jardín, sino en la misma terraza del palacio. Y el
príncipe se apresuró a dejar en sitio seguro a su bienamada, para ir cuanto antes a avisar a su
padre y a su madre de su llegada.
Entró, pues, en el aposento donde se hallaban el rey, la reina y sus hermanas las tres
princesas, sumidos en lágrimas y desesperación, y les deseó la paz y les abrazó, mientras ellos, al
verle, sentían que se les llenaba de felicidad el alma y se les aligeraba el corazón del peso de
aflicciones y tormentos.
Entonces, para commemorar aquel regreso y la llegada de la princesa hija del rey de Sana, el
rey Sabur dio a los habitantes de la ciudad grandes festines, y festejos, que duraron un mes
entero. Y Kamaralakmar entró en la cámara nupcial y se regocijó con la joven en el transcurso de
largas noches benditas.
Tras de lo cual, para estar en lo sucesivo con el espíritu tranquilo, el rey Sabur mandó hacer
añicos el caballo de ébano y él mismo destruyó su mecanismo.
Por su parte, Kamaralakmar escribió al rey de Sana, padre de su esposa, una carta...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 432* NOCHE
Ella dijo:
.. . Por su parte, Kamaralakmar escribió al rey de Sana., padre su esposa, una carta, en la que
le ponía al corriente de toda su história, anunciándole su matrimonio v la completa dicha en que
vivían ambos. Y envió esta carta con un mensajero acompañado por criados que llevaban
presentes magníficos y cosas raras de gran valor. Y llegó el mensajero a Sana, en el Yamán, y
entregó la carta y los regalos al padre de la princesa, que cuando leyó la carta se alegró hasta el
límite de la alegría y aceptó los obsequios. Tras de lo cual preparó a su vez presentes muy ricos
para su yerno, el hijo del rey Sabur, y se los envió con el mensajero.
Al recibir los presentes del padre de su esposa, el hermoso príncipe Kamaralakmar se regocijó
extremadamente, porque le era penoso saber que el viejo rey de Sana estaba descontento de la
conducta de ambos. Y hasta tomó la costumbre de mandarle cada año una nueva carta y nuevos
presentes. Y continuó obrando así hasta la muerte del rey de Sana.
Luego, cuando su propio padre el rey Sabur murió a su vez, le sucedió en el trono del reino, y
comenzó su reinado casando a su hermana más joven, a la que tanto quería, con el rey del
Yamán. Después de lo cual gobernó a su reino con sabiduría y a sus súbditos con equidad; y de tal
manera adquirió en todas las comarcas supremacía y la felicidad de corazón de todos los
habitantes. Y continuaron su esposa y él viviendo la vida más deliciosa, la más dulce, la más
serena y la más tranquila, ¡hasta que fué a verles la Destructora de delicias, la Separadora de
sociedades y de amigos, la Saqueadora de palacios y cabañas, la Constructora de tumbas y la
Proveedora de los cementerios!
Y ahora, ¡gloria al Unico Viviente que no muere nunca y tiene en Sus manos la dominación de
los Mundos y el imperio de lo Visible y de lo Invisible!
Y cuando hubo terminado así esta historia, se calló Schehrazada, la hija del visir. Entonces le
dijo el rey Schahriar: "¡Prodigiosa es esa historia, Schehrazada! ¡Y en verdad que quisiera saber el
mecanismo extraordinario de aquel caballo de ébano!"
Schehrazada dijo: "¡Ay, se destruyó!" Y dijo Schahriar: "¡Por Alah, que he torturado mucho mi
espíritu tratando de averiguarlo!"
Schehrazada contestó: "Entonces, ¡oh rey afortunado! para que descanse tu espíritu estoy
dispuesta, si tú me lo permites, a contarte la historia más dilatadora que conozco, aquella que trata
de Dalila la Taimada y de su hija Zeinab la Embustera!"
Y el rey Schahriar exclamó: "¡Por Alah, puedes hablar! ¡Porque no conozco esa historia!
¡Después ya pensaré lo que debo hacer con tu cabeza!"
Entonces dijo Schehrazada:
HISTORIA DE LOS ARTIFICIOS DE DALILA LA TAIMADA Y DE SU
HIJA ZEINAB LA EMBUSTERA CON AHMAD-LA-TIÑA,
HASSAN-LA-PESTE Y ALI AZOGUE
Cuentan ¡oh rey afortunado! que en tiempo del califa Harún Al-Raschid había en Bagdad un
hombre llamado Ahmad-la-Tiña y otro hombre llamado Hassán-la-Peste, y estaban reputados
ambos por su maestría en estratagemas y latrocinios. Sus hazañas a este respecto eran
completamente prodigiosas, por lo cual, el califa, que sabía sacar partido de los talentos de
cualquier clase que fueran, les llamó y les nombró jefes de policía. A tal fin les invistió con su
cargo, dándole a cada uno un ropón de honor, mil dinares de oro mensuales como emolumentos, y
una guardia de cuarenta jinetes sólidos.
Ahmad-la-Tiña quedó encargado de la seguridad de la ciudad en su parte terrestre, y Hassánla-
Peste del lado del río. Y en las grandes ceremonias marchaban ambos a los lados del califa, uno
a su derecha y otro a su izquierda.
Y he aquí que el día de su nombramiento para este empleo salieron con el walí de Bagdad, el
emir Khaled, acompañados por sus cuarenta bizarros guardias de a caballo y precedidos de un
heraldo que pregonaba el decreto del califa, y decía: "¡Oh vosotros todos, habitantes de Bagdad!
¡Por orden del califa sabed que el jefe de policía de la Mano Derecha no será en adelante otro que
Ahmad-la-Tiña, y el jefe de policía de la Mano Izquierda no será otro que Hassán-la-Peste! ¡Y en
toda ocasión les deberéis obediencia y respeto!"
Por aquel entonces vivía en Bagdad una vieja temible, llamada Dalila, y además conocida con
el nombre de Dalila la Taimada, que tenía dos hijas: una estaba casada y era madre de un
bribonzuelo al que llamaban Mahmud el Aborto, y la otra estaba soltera y se la coconocía con el
nombre de Zeinab la Embustera.
El marido de la vieja Dalila fué en otra época un gran personaje, el director de las palomas
que servían para llevar por todo el Imperio mensajes y cartas, y cuya vida era para el califa, a
causa de los servicios que hacía, más cara y preciosa que la de sus propios hijos. Así es que el
esposo de Dalila tenía honores y prerrogativas, y emolumentos de mil dinares mensuales. ¡Pero
murió v se le olvidó!, y había dejado a aquella vieja con aquellas dos hijas. Y en verdad que la tal
Dalila era una vieja experta en astucias, artificios, latrocinios, trapisondas y recursos de
toda especie, una bruja capaz de engañar a la serpiente, atrayéndola fuera de su guarida, y
de dar al mismo Eblis lecciones de astucia y de embaucamientos.
Así, pues, el día de la investidura de Ahmad-la-Tiña y de Hassánla-Peste en las funciones de
jefes de policía, la joven Zeinab oyó que el pregonero anunciaba la cosa a la población, y dijo a su
madre:
"¡Mira ¡oh madre! a ese miserable de Ahmad-la-Tiña! Vino a Bagdad antaño fugitivo,
expulsado de Egipto, y no hay trapacería y hazaña importante que no haya cometido aquí desde
que llegó. ¡Y de esta manera se ha hecho tan famoso, que el califa acaba de investirle con el cargo
de jefe de policía de su Mano Derecha, mientras que a su compadre Hassán-la-Peste, ese
sarnoso, de jefe de policía de la Mano Izquierda! Y cada uno de ellos tiene el mantel puesto de día
y de noche en el palacio del califa, y una guardia, y mil dinares de emolumentos mensuales, y
honores y todo género de prerrogativas. ¡Y nosotros, en tanto, ¡ay! permanecemos dentro de
nuestra casa, sin empleo y olvidadas, sin honores ni privilegios, y sin que nadie se preocupe por
nuestra suerte!" Y la vieja Dalila meneó la cabeza, y dijo "¡Así es, ¡por Alah! hija mía".
Entonces le dijo Zeinab: "¡Levántate, pues, ¡oh madre! y a ver si encontramos un recurso
capaz de darnos renombre o realizamos una trastada que nos haga famosas y notorias en Bagdad
hasta el punto de que llegue la voz de ello a oídos del califa y nos devuelva éste los gajes y
prerrogativas de que nuestro padre disfrutaba!"
Cuando Zeinab la Embustera dijo estas palabras a su madre, le contestó Dalila la Taimada:
"¡Por la vida de tu cabeza!, ¡oh hija mía! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 433ª NOCHE
Ella dijo:
"¡Por la vida de tu cabeza, ¡oh hija mía! te prometo hacer en Bagdad algunas jugarretas de
primera calidad, que superarán con mucho a las hechas por Ahmad-la-Tiña y Hassán-la-Peste!" Y
se irguió en aquella hora y aquel instante, se tapó la cara con litham, se vistió como un pobre, sufi
poniéndose un gran hábito de mangas tan prodigiosas que le bajaban hasta los talones, y se ciñó
el talle con un ancho cinturón de lana; luego cogió una jarra, que llenó de agua hasta el cuello, y
metió tres dinares en la abertura, que obstruyó con un tapón hecho de fibras de palmera; luego se
rodeó los hombros y el cuello con varias sartas de rosarios grandes de cuentas tan pesadas como
una carga de leña, y tomó en la mano una bandera semejante a la que llevan los sufis pordioseros,
hecha con jirones de trapo encarnado, amarillo y verde; y ataviada de este modo, salió de su casa,
diciendo en alta voz: "íAlah! ¡Alah!" Orando así con la lengua mientras su corazón corría por
el hipódromo de los demonios y su pensamiento se obstinaba en buscar estratagemas
perversas y temibles.
De esta manera recorrió los diversos barrios de la ciudad, pasando de una calle a otra calle,
hasta que llegó a un callejón sin salida, pavimentado de mármol y barrido y regado, en el fondo del
cual vió una Puerta grande rematada por una magnífica cornisa de alabastro, y en el umbral estaba
sentado el portero, un moghrabín (Marroquí) vestido con mucha limpieza. Y aquella puerta era de
madera de sándalo, guarnecida con sólidas anillas de bronce y con un candado de plata. Y he aquí
que aquella casa pertenecía al jefe de los guardias del califa, que era un hombre muy considerado
y propietario de grandes bienes, muebles e inmuebles, a quien se habían señalado importantes
emolumentos para subvenir a las funciones propias de su cargo; pero al mismo tiempo era un
hombre muy violento y de malos modales; y por eso se le llamaba Mustafá Azote-de-las-Calles,
porque hacía preceder siempre los golpes a las palabras.
Estaba casado con una joven encantadora, a la que amaba mucho, y a quien había jurado,
desde la noche de su penetración primera, que nunca tomaría segunda mujer mientras ella viviese,
ni dormiría nunca fuera de su casa ninguna noche. Y así ocurrió, hasta que un día en que Mustafá
Azote-de-las-Calles vio en el diván que cada emir tenía consigo un hijo o dos.
Y precisamente aquel día fue al hammam luego, y mirándose en un espejo, vió que los pelos
blancos de su barba eran más numerosos que los pelos negros, a los que cubrían completamente,
y dijo para sí: "¿Acaso El que se llevó a tu padre no va a gratificarte al fin con un hijo?"
Y fué en busca de su esposa, y se sentó de muy mal humor en el diván, sin mirarla ni dirigirle
la palabra. Entonces se acercó ella a él y le dijo: "¡Buenas noches!"
El contestó: "¡Quítate de mi vista! ¡Desde el día en que te conocí no me ha sucedido nada
bueno!"
Ella preguntó: "¿A qué viene eso?" El dijo: "La noche de mi penetración en ti me hiciste prestar
juramento de que jamás tomaría otra mujer. ¡Y te escuché! Y he aquí que hoy, en el diván, vi a
cada emir con un hijo y hasta con dos hijos, y entonces me vino el pensamiento de la muerte, y me
afectó en extremo porque no fui gratificado con un hijo, ni siquiera con una hija!
¡Y no ignoro que quien no deja posteridad no deja memoria de sí! Y tal es el motivo de mi mal
humor, ¡oh estéril que hiciste caer mi semilla en una tierra de rocas y guijarros!"
A estas palabras replicó la ruborosa joven: "¡Y eres tú quien habla! ¡El nombre de Alah sobre
mí y alrededor de mí! ¡No está en mí el retraso! Y la cosa no es por culpa mía. ¡Me he medicinado
de tal modo, que acabé por estropear y agujerear los morteros a fuerza de machacar en ellos
especies, pulverizar cuerpos simples y triturar raíces preconizadas contra la esterilidad! ¡Pero el
retraso está en ti! ¡No eres más que un mulo impotente, de nariz chata y tus compañones son
transparentes, con semilla sin consistencia y grano que no fecunda!"
El contestó: "¡Está bien! ¡En cuanto regrese de un viaje que voy a emprender, tomaré una
segunda mujer!"
Ella contestó: "Mi destino y mi suerte están con Alah!" Entonces salió él de su casa; pero al
llegar a la calle se arrepintió de lo que había pasado; y su esposa, la joven, se arrepintió también
de las palabras un poco vivas que dirigió a su dueño. ¡Y esto es lo referente al propietario de la
casa situada en el callejón sin salida pavimentado de mármol!
¡Pero he aquí ahora lo que atañe a Dalila la Taimada! Cuando llegó al pie de los muros de la
casa, vio de pronto a la joven esposa del emir acodada a su ventana, como una recién casada,
¡tan bella y tan brillante cual un verdadero tesoro, con todas las joyas que la adornaban, y luminosa
cual una cúpula de cristal con las blancas ropas de nieve que la vestían!
Al ver aquello la vieja, alcahueta de mal augurio dijo para sí: "¡Oh Dalila, he aquí que te llegó el
momento de abrir el saco de tus trapacerías! Veremos si consigues atraer a esta joven fuera de la
casa de su dueño, y despojarla de sus alhajas y desnudarla de sus hermosos vestidos, para
apoderarte de todo ello!" Entonces se paró debajo de la ventana del emir, y se puso a invocar en
alta voz el nombre de Alah, diciendo: "Alah! ¡Alah! ¡Y vosotros todos, los amigos de Alah, los
walíes bienhechores, iluminadme!"
Al oír estas invocaciones, y al ver a aquella santa vieja vestida como los sufis pordioseros,
todas las mujeres del barrio acudieron a besar la orla de su hábito y a pedirle su bendición; y pensó
la joven esposa del emir Azote-de-las-Calles: "¡Alah nos concederá sus gracias por intercesión de
esa santa vieja!" Y con los ojos húmedos de emoción, la joven llamó a su servidora y le dijo: "Vé a
buscar a nuestro portero el jeique Abu-Alí, bésale la mano, y dile: "¡Mi ama Khatún te ruega que
dejes entrar en nuestra casa a esa santa vieja, con el fin de que obtenga para nosotros los favores
de Alah!" Y la servidora bajó en busca del portero y le besó la mano, y le dijo: "¡Oh jeique Abu-Alí!
mi ama Khatún te dice: "¡Deja entrar en nuestra casa a esa santa vieja, con el fin de que obtenga
para nosotros los favores de Alah! ¡Y quizá su bendición se extienda sobre todos nosotros!"
Entonces se acercó el portero a la vieja y quiso primeramente besarle la mano; pero ella retrocedió
con viveza y se lo impidió, diciendo: "¡Aléjate de mí! ¡Tú que rezas tus plegarias sin abluciones,
como todos los criados, me mancharías con tu contacto impuro y haría nula y vana mi ablución!
Alah te libre de tu servidumbre, ¡oh portero Abu-Alí! porque te distinguen los santos de Alah y los
walíes".
Y he aquí que tal deseo conmovió en extremo al portero Abu-Alí, porque precisamente el
terrible emir Azotede-las-Calles le debía el salario de tres meses, y tenía él una ansiedad con tal
motivo y no sabía qué medio emplear para recobrarlo.
Así es que dijo a la vieja: "¡Oh madre mía, dame a beber un poco de agua de tu jarra, para que
con ello pueda ganar tu bendición!" Entonces ella cogió la jarra que llevaba al hombro y la volteó
en el aire varias veces, de modo que el tapón de fibras de palmera se escapó del cuello del
cacharro y los tres dinares rodaron por el piso como si cayesen del cielo. Y el portero se apresuró a
recogerlos, y dijo para su ánima: "¡Gloria a Alah! ¡Esta vieja pordiosera es una santa entre los
santos que tienen a su disposición tesoros ocultos! Y acaba de revelársela que soy un pobre
portero que no ha cobrado su salario y tiene mucha necesidad de dinero para atender a los gastos
indispensables, y ha hecho conjuros a fin de obtener para mí tres dinares, atrayéndolos del
espacio".
Luego ofreció los tres dinares a la vieja, y le dijo: "¡Toma, tía mía, los tres dinares que creo se
han caído de tu jarra!" Ella contestó: "¡Aléjate de mí con ese dinero! ¡No, nunca fui de las que se
ocupan de las cosas mundanas! ¡Puedes guardarte ese dinero y mejorarte con él un poco la
existencia, resarciéndote de los salarios que te debe el emir!" Entonces el portero alzó los brazos, y
exclamó: "¡Loores a Alah por su ayuda! ¡He ahí una revelación!"
Entretanto, ya se había acercado a la vieja la servidora, y después de besarle la mano, se
apresuraba a conducirla a presencia de su señora. Cuando la vieja estuvo ante la joven, quedó
estupefacta de su hermosura; porque la esposa del emir era verdaderamente cual un tesoro
descubierto, cuyos sellos talismánicos se hubiesen roto para mostrarlo así en su gloria...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, v se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 434ª NOCHE
Ella dijo:
...Cuando la vieja estuvo ante la joven, quedó estupefacta de su hermosura; porque la esposa
del emir era verdaderamente cual un tesoro descubierto, cuyos sellos talismánicos se hubiesen
roto para mostrarlo así en su gloria. Y por su parte, la bella Khatún se apresuró a arrojarse a los
pies de la vieja y a besarle las manos; y la vieja le dijo: "¡Oh hija mía! ¡no vengo más que porque
he adivinado, con la inspiración de Alah, que tienes necesidad de mis consejos!" Y Khatún
comenzó primeramente por servirle de comer, según costumbre establecida con los santos
pordioseros; pero la vieja no consintió en tocar los manjares, y dijo: "¡Ya no quiero comer más que
manjares del Paraíso, y ayuno siempre, excepto cinco días al año! ¡Pero te veo afligida ¡oh hija
mía! y deseo que me cuentes la causa de tu tristeza!" La joven contestó: "¡Oh madre mía! el día de
la penetración hice jurar a mi esposo que nunca tomaría después de mí una segunda mujer; pero
ve él a los hijos de los demás, y anhela tener hijos también, y me dice: «¡Eres estéril!» Y le
contesto: «¡Y tú eres un mulo que no fecundas a la hembra!» Entonces sale él encolerizado, y me
dice: «¡A la vuelta de un viaje que voy a emprender, volveré a casarme!» Y yo ¡oh madre mía!
tengo ahora miedo de que se realice su amenaza y tome una segunda mujer que le dé hijos! Y es
rico, pues posee tierras, casas, emolumentos y poblados enteros; y si de la segunda mujer tuviera
hijos, ¡me quedaría yo privada de todos esos bienes!”
La vieja contestó: "¡Bien se ve, hija mía, cuán ignorante estás de las virtudes de mi señor el
jeique Padre-de-los-Asaltos, el poderoso Maestro-de-las-Cargas, el Multiplicador-de los-
Embarazos! ¿Acaso no sabes que una sola visita a ese santo hace de un pobre deudor un rico
acreedor y de una mujer estéril un granero de fecundidad?"
La bella Khatún contestó: "¡Oh madre mía! ¡desde el día de mi matrimonio no he salido una
sola vez de casa, y ni siquiera he podido hacer visitas de felicitación o pésame!" La vieja dijo: "Oh,
hija mía! quiero conducirte a casa de mi señor el jeique Padre-de-los-Asaltos y Multiplicador-delos-
Embarazos. Y no temas confiarle la pesadumbre que te oprime, y hazle una promesa. Y
puedes estar segura entonces de que a su regreso del viaje tu esposo se acostará contigo,
uniéndose a ti por la copulación; y por obra suya quedarás encinta de una niña o de un niño. ¡Pero
sea tu hijo varón o hembra, has de hacer la promesa de consagrarle como derviche al servicio de
mi señor el Padre-de-los-Asaltos! "
Al oír estas palabras, la bella Khatún se vistió con sus trajes más hermosos y se adornó con
sus más hermosas alhajas; luego dijo a su servidora: "¡Cuida bien de la casa!" Y la servidora
contestó: "¡Escucho y obedezco, ¡oh mi ama!"
Entonces Khatún salió con Dalila, y a la puerta encontró al viejo portero mograbín Abu-Alí, que
le preguntó: "¿Adónde vas, ¡oh mi ama!?" Ella contestó: "¡Voy a visitar al jeique Multiplicador-delos-
Embarazos!"
El portero dijo: "¡Qué bendición de Alah es esta santa vieja, oh mi alma! ¡A su disposición tiene
tesoros enteros! Me ha dado tres dinares de oro rojo; y adivinó lo que me ocurre y conoció mi
situación sin hacerme ninguna pregunta, ¡y ha sabido que estaba yo apurado de dinero! ¡Ojalá
caiga sobre mi cabeza el beneficio de su ayuno de todo el año!"
Mientras tanto, Dalila la Taimada se decía a sí misma: "¿Cómo voy a arreglarme para quitarle
sus alhajas y dejarla desnuda en medio de la muchedumbre de transeúntes que van y vienen?"
Luego dijo de pronto: "¡Oh hija mía! echa a andar detrás de mí y a distancia, aunque sin perderme
de vista; porque yo, tu madre, soy una vieja a la que cargan con fardos cuyo peso no pueden
soportar los demás; y a todo lo largo del camino hay gente que viene a entregarme ofrendas
piadosas consagradas a mi mejor jeique, y me ruegan que se las lleve. ¡Así, pues, es mejor que
vaya yo sola por el momento!"
Y la joven echó a andar detrás de la vieja taimada, hasta que llegaron ambas al zoco principal
de los mercaderes. ¡Y desde lejos se oía resonar el zoco abovedado, al paso de la joven, el ruido
de los cascabeles de oro de sus pies delicados y el tintineo de los cequíes de su cabellera, tan
melodioso y cadencioso, que se diría una música de cítaras y timbales sonoros!
Ya en el zoco, pasaron por delante de la tienda de un mercader joven que se llamaba Sidi-
Mohsen, y era un muchacho muy lindo con un bozo naciente en las mejillas. Y notó la belleza
de la joven y se puso a lanzarle de soslayo ojeadas, que no tardó mucho en adivinar la vieja. Así
es que se volvió hacia la joven, y le dijo: "¡Vas a sentarte un momento separada de mí para que
descanses, hija mía, mientras yo hablo de un asunto con ese mercader joven que está allá!"
Y obedeció Khatún y se sentó cerca de la tienda del hermoso mozo, que así pudo mirarla
mejor, y creyó volverse loco a la primera mirada que le dirigió ella. Cuando le pareció que estaba él
en punto, se le aproximó la vieja alcahueta y le dijo, después de las zalemas: "¿No eres Sidi-
Mohsen el mercader?" El contestó: "¡Sí, por cierto! ¿Quién ha podido decirte mi nombre? ...
En ese momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, v se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 435ª NOCHE
Ella dijo:
"¡ ... Sí, por cierto! ¿Quién ha podido decirte mi nombre?" Ella dijo: "Es gente de bien quien me
ha enviado a ti. Y vengo, hijo mío, a enterarte de que esa joven que ves ahí es hija mía; y su padre,
que era un gran mercader, murió, dejándole riquezas considerables. Sale hoy de casa por primera
vez, porque hace poco tiempo que es púber, y sé que ha entrado en la edad de casarse, porque he
visto en ella señales que no dejan lugar a duda. Y he aquí que me apresuré a hacer que salga,
pues dicen los prudentes: "¡Ofrece en matrimonio tu hija, pero no ofrezcas tu hijo!" Y ahí tienes
cómo, advertida por una inspiración divina y por un presentimiento secreto, me he decidido a venir
para ofrecértela en matrimonio. Y no te preocupes por lo demás, si eres pobre, te daré todo su
capital y en vez de una tienda, te abriré dos tiendas. ¡ De esta manera no solamente serás
gratificado por Alah con una encantadora joven, sino con tres cosas deseables que
empiezan con C y son a saber: Capital, Comodidad y Culo!”
Al oír estas palabras, el joven mercader Sidi-Mohsen contestó a la vieja: "¡Oh madre mía! Todo
eso es excelente, y jamás pude anhelar tanto. Así es que te doy las gracias, y no dudo de tus
palabras en lo que concierne a las dos primeras C. Pero en cuanto a la tercera C; te confieso que
no estaré tranquilo mientras no lo haya visto y comprobado por mis propios ojos; porque antes de
morir me lo recomendó mucho mi madre, y me dijo: "¡Cuánto hubiera deseado casarte, hijo mío,
con una joven a la que pudiera juzgar con mis propios ojos!" ¡Y la juré que no dejaría de hacerlo yo
por ella! ¡Y se murió tranquila ya!"
Entonces contestó la vieja: "¡En ese caso, levántate y sígueme! Yo me encargo de mostrártela
completamente desnuda. Pero has de tener cuidado de ir a distancia de ella, aunque sin perderla
de vista. ¡Y yo iré a la cabeza para enseñarte el camino!"
Entonces se levantó el joven mercader y llevó consigo una bolsa con mil dinares, diciéndose:
"No se sabe lo que ha de ocurrir, y así podré depositar en el momento el importe de los gastos del
contrato". Y siguió de lejos a la vieja zorra, que abría la marcha y se decía a sí misma: "¿Cómo vas
a arreglarte ahora ¡oh Dalila llena de sagacidad para desvalijar a ese ternero joven!?"
Caminando de tal suerte, seguida por la joven, a la que a su vez seguía el lindo mercader,
llegó a la tienda de un tintorero que se llamaba Hagg-Mohammad y era hombre conocido en todo
el zoco por la duplicidad de sus gustos. En efecto, era como el cuchillo del vendedor de colocasias,
que a la vez perfora las partes masculinas y femeninas del tubérculo; y le gustaba lo mismo el
sabor dulce del higo y el sabor ácido de la granada.
Y he aquí que al oír el tintineo de cequíes y cascabeles, Hagg-Mohammad levantó la cabeza y
divisó al lindo mozo y a la hermosa joven. ¡Y sintió lo que sintió.
Pero ya Dalila se había acercado a él, y tras de las zalemas, le había dicho, sentándose:
"¿Eres Hagg-Mohammad el tintorero?" El contestó: "¡Sí, soy Hagg-Mohammad! ¿Qué deseas?"
Ella contestó: "¡Me ha hablado de ti gente de bien! ¡Mira a esa jovenzuela encantadora, que es mi
hija, y a ese gracioso jovenzuelo imberbe, que es mi hijo! ¡Les he educado a ambos, y su
educación me costó bastantes dispendios! Y ahora has de saber que nuestra vivienda es un vasto
y viejo edificio ruinoso, que últimamente me he visto obligada a reparar con vigas de madera y
puntales grandes; pero me ha dicho el maestro arquitecto: "¡Harás bien en irte a vivir a otra casa,
porque corres mucho riesgo de que se desmorone ésta encima de ti! Y cuando la hayas hecho
reparar, podrás volver a habitarla, ¡pero no antes!"
Entonces salí en busca de una casa donde vivir transitoriamente con esos dos hijos; y me ha
encaminado a ti gente de bien. ¡Desearía, por tanto, alojarme en tu casa con esos dos hijos que
ves ahí! ¡Y no dudes de mi generosidad!"
Al oír estas palabras de la vieja, el tintorero sintió bailarle el corazón en medio de las entrañas,
y dijo para sí: "¡Ya Hagg-Mohammad! ¡He aquí que se te pone al alcance de los dientes un pedazo
de manteca encima de un pastel!" Luego dijo a Dalila: "Cierto es que tengo una casa con una
habitación grande en el piso superior; pero no puedo disponer de ningún cuarto, porque yo vivo en
la planta baja, y la habitación de arriba me sirve para recibir a mis invitados los aldeanos que me
traen índigo". Ella contestó: "Hijo mío, la reparación de mi casa sólo exigirá un mes a dos a lo más,
y conocemos a poca gente aquí. Te ruego, pues, que dividas en dos la habitación grande de arriba
y nos des la mitad para nosotros tres. Y ¡por tu vida, ¡oh hijo mío! si quieres que tus invitados los
cultivadores de índigo sean invitados nuestros, bienvenidos sean! ¡Estamos dispuestos a comer
con ellos y a dormir con ellos!"
Entonces el tintorero se apresuró a entregarle las llaves de su casa; eran tres: una grande, una
pequeña y una torcida. Y le dijo: “La llave grande es de la puerta de la casa, la llave pequeña es la
del vestíbulo, y la llave torcida es la de la habitación de arriba. ¡De todo puedes disponer, mi buena
madre!" Entonces cogió las llaves Dalila y se alejó seguida por la joven, a la que seguía el joven
mercader, y de tal suerte llegó a la callejuela donde se entraba a la casa del tintorero, cuya puerta
se apresuró ella a abrir con la llave grande...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 436ª NOCHE
Ella dijo
... Cuya puerta se apresuró a abrir con la llave grande.
Ante todo empezó por entrar la primera e hizo entrar a la joven, diciendo al mercader que
esperase. Y llevó a la bella Khatún a la habitación de arriba, diciéndole: "Hija mía, en el piso bajo
vive el venerable jeique Padre-de-los-Asaltos. Tú espérame aquí, y por lo pronto, quítate ese velo
tan grande. ¡No tardaré en volver a buscarte!" Y bajó a abrir la puerta al joven mercader, y le
introdujo en el vestíbulo, diciéndole: "¡Siéntate aquí y espérame a que vuelva a buscarte con mi
hija, para que compruebes lo que quieres comprobar con tus propios ojos!"
Luego subió de nuevo a ver a la bella Khatún, y le dijo: "¡Ahora vamos a visitar al Padre-delos-
Asaltos!" Y exclamó la jovenzuela: "¡Qué alegría, oh madre mía!" La vieja añadió: "¡Pero me
atemoriza por ti una cosa!" La joven preguntó: "¿Y cuál es ¡oh madre mía!?" La vieja contestó:
"Abajo está un hijo mío idiota, que es representante y ayudante del jeique Padre-de-los-Asaltos.
¡No sabe diferenciar el frío del calor, y continuamente va desnudo! ¡Pero cuando entra en casa del
jeique una visitante noble como tú, la vista de las galas y sedas con que está vestida le pone
furioso, y se precipita sobre ella y le rompe los vestidos y le tira de sus arracadas, desgarrándole
las orejas, y la despoja de todas sus alhajas. Por consiguiente, harás bien en empezar por quitarte
aquí tus alhajas y desnudarte de todos tus vestidos y camisas; y te lo guardaré yo todo hasta que
regreses de tu visita al jeique Padre-de-los-Asaltos". Entonces se quitó la joven todas sus alhajas,
se desnudó de todos sus vestidos, sin quedarse más que con la camisa interior de seda, y lo
entregó todo a Dalila, que le dijo: "¡En honor tuyo, voy a colocar esto debajo de la ropa del Padrede-
los-Asaltos, para que con su contacto vaya a ti la bendición!" Y bajó con todo hecho un lío, y por
el momento lo escondió en el hueco de la escalera, luego fue a ver al joven mercader y le encontró
esperando a la jovenzuela.
Y le preguntó él: "¿Dónde está tu hija, para que yo pueda examinarla?" Pero de improviso
comenzó la vieja a golpearse el rostro y el pecho en silencio. Y le preguntó el joven mercader:
"¿Qué te pasa?" Ella contestó: "¡Ah! ¡Ojalá se murieran las vecinas malintencionadas y envidiosas
y calumniadoras! ¡Acaban de verte entrar conmigo, y me han preguntado quién eres; y les dije que
te había escogido para esposo futuro de mi hija. Pero probablemente, por envidia y celosas de mi
suerte para contigo, han ido en busca de mi hija y le han dicho: "¿Tan cansada está de mantenerte
tu madre que quiere casarte con un individuo atacado de sarna y de lepra?" ¡Entonces le he jurado
yo, como tú mismo lo hiciste a tu madre, que no se uniría a ti sin haberte visto completamente
desnudo!"
Al oír estas palabras, exclamó el joven mercader: "¡Recurro a Alah contra los envidiosos y
malintencionados!" Y así diciendo, se quitó toda su ropa, y surgió desnudo e intacto y blanco como
la plata virgen. Y le dijo la vieja: "¡En verdad que con lo hermoso y puro que eres no tienes nada
que temer!" Y exclamó él: "¡Que venga a verme ahora!" Y amontonó a un lado su magnífico capote
de marta, su cinturón, su puñal de plata y oro y el resto de su ropa, ocultando en los pliegues la
bolsa con los mil dinares.
Y le dijo la vieja: "No conviene dejar en el vestíbulo todas estas cosas tentadoras. ¡Voy a
ponerlas en lugar seguro!" E hizo un lío con todo aquello, como había hecho con la ropa de la
jovencita, y abandonando al joven mercader lo encerró con llave, cogió debajo de la escalera el
primer lío y salió sin ruido de la casa, llevándoselo todo.
Una vez en la calle, empezó por poner, efectivamente, en lugar seguro los dos líos,
depositándolos en casa de un mercader de especias conocido suyo, y volvió a casa del tintorero
libidinoso, que la esperaba con impaciencia, y hubo de preguntarle en cuanto la divisó: "¿Que hay,
tía mía? ¡Inschalah creo que te habrá convenido mi casa! Ella contestó: "¡Tu casa es una casa
bendita! Estoy satisfecha hasta el límite de la satisfacción. ¡Ahora voy a buscar a un cargador para
que transporte nuestros muebles y nuestros efectos! Pero como estoy tan ocupada y mis hijos no
han comido nada desde esta mañana, aquí tienes un dinar, que te ruego admitas, para comprarles
con él una empanada rellena y cubierta con picadillo de carne, y vé a la casa para almorzar con
ellos y hacerles compañía". El tintorero contestó: "Pero ¿quién tendrá, mientras, cuidado de mi
tienda, y de los efectos de mis clientes?" Ella dijo: "¡Por Alah! ¡tu dependiente!"
El contestó: "¡Sea!" Y cogió un plato y una fuente y se marchó para comprar y llevar la
consabida empanada rellena. ¡Y he aquí lo referente al tintorero, al que, por cierto, volveremos a
encontrar!
Pero en cuanto a Dalila la Taimada, corrió a recoger los dos líos que había dejado en casa del
tendero de especias, y regresó inmediatamente a la tintorería para decir al mozo del tintorero: "¡Tu
amo me manda a decirte que vayas a reunirte con él en casa del fabricante de empanadas! Yo
cuidaré de la tienda hasta tu regreso. ¡No tardes!"
El mozo contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y salió de la tienda, en tanto que la vieja se
dedicaba a meter mano en los efectos de los clientes y en cuanto pudo coger de la tienda. Mientras
estaba ella ocupada en aquello, acertó a pasar por allí con un burro un arriero que desde hacía una
semana no encontraba trabajo y que era un terrible tragador de haschisch. Y la vieja zorra le llamó,
gritando: "¡Eh, arriero, ven!" Y el arriero se paró a la puerta con su burro, y la vieja le preguntó:
"¿Conoces a mi hijo el tintorero?" El otro contestó: "¡Ya Alah! ¿quién le conocerá mejor que yo, ¡oh
mi ama!?"
Ella le dijo: "Entonces has de saber ¡oh arriero de bendición! que el pobre mozo...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 437ª NOCHE
Ella dijo:
"...Entonces has de saber ¡oh arriero de bendición! que el pobre mozo es insolvente, y siempre
que le han metido en la cárcel conseguí sacarle de ella. Pero hoy, para acabar de una vez quiero
que se declare en quiebra al fin. Y en este momento estaba dedicándome a recoger los efectos de
los clientes para llevárselos a sus propietarios. Deseo, pues, que me prestes tu borrico para
cargarle con todas estas ropas, y aquí tienes un dinar por el alquiler del asno.
Mientras yo vuelvo, dedícate tú aquí a desbaratarlo todo, rompiendo las cubas de tinta y
destruyendo las tinas, con objeto de que cuando venga la gente enviada por el kadí para
comprobar la quiebra no encuentre en la tienda nada que llevarse". (antiguamente la quiebra de un
negocio era la ruptura de todos los artefactos del mismo, eso demostraba la falta de dinero del
comerciante, de ahí su nombre actual)
El arriero contestó: "¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos, ¡oh mi ama! Porque tu hijo, el
maestro tintorero, me colmó de mercedes, y como le estoy agradecido, quiero hacerle de balde
este servicio y romper y destruir todo lo de la tienda, ¡por Alah!"
Entonces le dejó la vieja, y después de cargar todo encima del burro, se encaminó a su casa,
llevando del ronzal al asno.
Con la ayuda y protección del Protector, llegó sin incidentes a su casa y entró a ver a su hija
Zeinab, que estaba en ascuas esperándola, y que le dijo: "¡Contigo estuvo mi corazón, oh madre
mía! ¿Cuántos chascos has dado? Dalila contestó: "¡En este primer día he jugado cuatro malas
pasadas a cuatro personas: un mercader joven, la esposa de un capitán terrible, un tintorero
libidinoso y un arriero! ¡Y te traigo todas sus ropas y efectos en el asno del arriero!
Y exclamó Zeinab: "¡Oh madre mía! ¡en lo sucesivo no vas a poder circular por Bagdad a
causa del capitán, a quien dejaste desnudo, del tintorero a quien arrebataste los efectos de sus
clientes, y del arriero amo del burro!" Dalila contestó: "¡Bah! ¡todos me tienen sin cuidado, menos el
arriero, que me conoce!" Y he aquí lo que por el momento concierne a Dalila.
En cuanto al maestro tintorero, una vez que hubo comprado las consabidas empanadas
rellenas, se las dió a su mozo y tomó con él el camino de su casa, pasando de nuevo por delante
de su tintorería. ¡Y he aquí lo que pasó! Vió al arriero en la tienda dedicado a demolerlo todo y
romper las cubas grandes y las tinas; y ya no era la tienda más que un montón de escombros y de
barro azul que corría por todas partes. Y exclamó al ver aquello: "¡Detente, oh arriero!" Y el arriero
interrumpió su tarea, y dijo el tintorero: "¡Loores a Alah por tu salida de la cárcel, ¡oh maestro
tintorero! ¡Contigo estaba mi corazón verdaderamente!"
El otro preguntó: "¿Qué dices, ¡oh arriero! y qué significa todo esto?" El arriero dijo: "¡Durante
tu ausencia se ha declarado tu quiebra!" Con el gaznate apretado y los labios temblorosos y los
ojos desorbitados, preguntó el tintorero: "¿Quién te lo ha dicho?" El arriero replicó: "¡Me lo ha dicho
tu propia madre, y por interés tuyo me ha ordenado que lo destruyera todo y lo rompiera todo aquí,
para que los enviados del kadí no puedan llevarse nada!"
En el límite de la estupefacción, contestó el tintorero: "¡Alah confunda al Lejano-Maligno!
¡Hace ya mucho tiempo que está muerta mi madre!" Y se dio en el pecho fuertes golpes, gritando
con toda su alma: "¡Ay! ¡he perdido lo mío y lo de mis clientes!" Y el arriero, por su parte, empezó a
llorar y a gritar: "¡Ay! ¡he perdido mi borrico!" Luego dijo al tintorero: "¡Oh tintorero de mi trasero,
devuélveme mi borrico, que me lo ha robado tu madre!"
Y el tintorero se arrojó sobre el arriero, lo cogió por la nuca y empezó a molerle a puñetazos,
exclamando: "¿Dónde está tu zorra vieja?" Pero el arriero se puso a gritar desde el fondo de sus
entrañas: "¡Mi borrico! ¿dónde está mi borrico? ¡Devuélveme mi borrico!"
Y vinieron a las manos ambos, mordiéndose, insultándose, administrándose golpes a cual
más, y cabezazos en el estómago y tratando cada uno de agarrar por los compañones al
adversario para espachurrárselos entre los dedos.
Entretanto, se aglomeraba alrededor de ellos una multitud que iba engrosando más cada vez;
y por fin lograron separarlos, aunque no ilesos, y preguntó al tintorero uno de los circunstantes:
"¡Ya Hagg-Mohammad! ¿qué ha pasado entre vosotros?" Pero el arriero se apresuró a contestar
contando a voces su historia, y terminó así: "¡Yo todo lo hice por servir al tintorero!"
Entonces preguntaron al tintorero: "¡Ya Hagg-Mohammad! ¡tú, sin duda, conocerás a esa vieja
para confiarle de ese modo la custodia de tu tienda!" El interpelado contestó: "¡Hasta hoy no la
conocí! ¡Pero ha ido a habitar en mi casa con su hijo y su hija!" Entonces opinó uno de los
circunstantes: "¡Yo creo en conciencia que el tintorero debe responder por el asno del arriero;
porque si el arriero no advirtiese que el tintorero había confiado la custodia de su tienda a la vieja,
no hubiera él a su vez confiado a tal vieja su burro!" Y añadió un tercero: "¡Ya Hagg-Mohammad!
¡desde el momento en que alojaste a esa vieja en tu casa, debes devolver al arriero el borrico o
pagarle una indemnización!"
Luego, con los dos adversarios, se encaminaron todos a casa del tintorero. ¡Eso fue todo! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, v se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 438ª NOCHE
Ella dijo:
¡ ...Eso fue todo!
¡Pero he aquí ahora lo que respecta a la jovenzuela y al joven mercader!
Mientras el joven mercader esperaba en el vestíbulo la llegada de la jovenzuela para
examinarla, ésta por su parte, esperaba en la habitación de arriba a que la vieja santa regresase
con el permiso del idiota representante del Padre-de-los-Asaltos, a fin de visitar al Padre-de-los-
Asaltos ella. Pero como la vieja tardaba en volver, la bella Khatún salió de la habitación y bajó la
escalera, vestida solamente con su sencilla camisa fina. Entonces oyó en el vestíbulo al joven
mercader, quien al reconocer el tintineo de los cascabeles que no pudo ella quitarse de los tobillos,
le decía: "¡Date prisa y ven aquí con tu madre, que te trajo para casarte conmigo!" Pero la joven
contestó: "¡Mi madre ha muerto Eres el idiota!, ¿verdad? ¿Y no eres también el representante del
Padre-de-los-Asaltos?" El contestó inmediatamente: "¡No, ¡por Alah! ¡oh ojos míos! no estoy
todavía idiota del todo. ¡En cuanto a lo de ser Padre-de-los-Asaltos, estoy reputado como tal!" Al
oír estas palabras no supo cómo comportarse la ruborizada jovenzuela, y a pesar de las objeciones
del joven mercader, a quien seguía tomando ella por el idiota representante del Multiplicador-delos-
Embarazos, resolvió esperar en la escalera a que se presentase la santa vieja.
Mientras tanto, llegó la gente que acompañaba al tintorero y al arriero; y llamaron a la puerta y
estuvieron mucho tiempo esperando que les abriesen desde dentro. Pero como no contestaba
nadie, echaron la puerta abajo y se precipitaron primeramente al vestíbulo, donde vieron al joven
mercader completamente desnudo y tratando de ocultar y abarcar con las dos manos su mercancía
al aire. Y le dijo el tintorero: ¡Ah, hijo de zorra! ¿dónde está tu calamitosa madre?"
El otro contestó: "¡Hace ya mucho tiempo que murió mi madre! La vieja que vive en esta casa
sólo es mi futura suegra. Y contó al tintorero y al arriero y a toda la muchedumbre su historia con
todo género de detalles. Y añadió: "¡En cuanto a la joven que yo debía contemplar, está ahí detrás
de esa puerta!"
Al oír estas palabras derribaron la puerta y encontraron detrás a la asustada jovenzuela, que
con sólo la camisa procuraba cubrir hasta lo más abajo posible sus muslos de gloria. Y el tintorero
le preguntó: "¡Ah hija adulterina! ¿dónde está tu madre, la alcahueta?" Ella contestó muy
avergonzada: "Mi madre murió hace mucho tiempo. ¡Pero la vieja que me condujo aquí es una
santa al servicio de mi señor el jeique Multiplicador!"
Al oír estas palabras, todos los circunstantes, incluso el tintorero, a pesar de su tienda
destruida, y el arriero, a pesar de su borrico robado, y el joven mercader, a pesar de la pérdida de
su bolsa y sus trajes, se echaron a reír de tal manera, que se cayeron de trasero.
Después, comprendiendo que la vieja se había burlado de ellos, los tres chasqueados por ella
decidieron vengarse; y empezaron por dar ropa a la asustada jovenzuela, que se vistió y
apresuróse a regresar a su casa, donde volveremos a encontrarla al retorno del viaje de su
esposo.
En cuanto al tintorero Hagg-Mohammad y al arriero, se reconciliaron, pidiéndose perdones
mutuamente, y en compañía del joven mercader fueron en busca del walí de la ciudad, el emir
Khaled, a quien contaron su aventura, demandando de él venganza contra las vieja calamitosa
Y les contesto el wali: ¡Oh, que historia tan prodigiosa me contais, buena gente!" Ellos
contestaron: "¡Oh amo nuestro! ¡por Alah, y por la vida de la cabeza del Emir de los Creyentes, que
no te decimos más que la verdad!”
Y les dijo el Walí: “!Oh buena gente! ¿cómo queréis que encuentre a una vieja determinada
entre todas las viejas de Bagdad? ¡Ya sabéis que no podemos mandar que nuestros hombres
recorran los harenes levantando el velo a las mujeres!”
Ellos exclamaron: "¡Qué calamidad! ¡ay de mi tienda!; ¡ay de mi burro!; ¡ay de mi bolsa con mil
dinares!" Entonces, compadecido de su suerte, les dijo el walí: "¡Oh buena gente! ¡recorred toda la
ciudad y procurad encontrar a esa vieja y capturarla! Y si lo conseguís, os prometo que la
someteré a tortura en honor vuestro, y la obligaré a que declare!"
Y las tres víctimas de Dalila la Taimada se dispersaron en diferentes direcciones, a la busca y
captura de la maldita vieja. ¡Y los dejaremos por el comento, pues ya volveremos a encontrarlos!
En cuanto a la vieja Dalila la Taimada, dijo a su hija Zeinab: "¡Oh hija mía, todo esto no es
nada! ¡Voy a hacer algo mejor!" Y le dijo Zeinab: "¡Oh madre mía, tengo miedo por ti ahora!" La
vieja contestó: "No temas nada por mi suerte. ¡Soy como el haba en su vaina, invulnerable por el
fuego y por el agua! .. .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 439ª NOCIfE
Ella dijo:
"¡ ... Soy como el haba en su vaina, invulnerable por el fuego y por el agua!" Y se levantó,
quitóse sus vestiduras de sufi para ponerse un traje de servidora entre las servidoras de los ricos, y
salió reeditando la nueva fechoría que iba a perpetrar en Bagdad.
Y llegó de tal modo a una calle retirada, muy adornada y empavesada a todo lo largo y a todo
lo ancho con telas hermosas y linternas multicolores; y el suelo estaba cubierto de ricas alfombras.
Y oyó dentro voces de cantarinas y tamborilazos de dufufs y golpetear de darabukas sonoras y
estridor de címbalos. Y vio en la puerta de la morada empavesada a una esclava que llevaba a
horcajadas en su hombro un tierno niño vestido con telas espléndidas de tisú de oro y plata, y
tocado con un tarbush rojo adornado con tres sartas de perlas, llevando al cuello un collar de oro
incrustado de pedrerías y con los hombros cubiertos por una manteleta de brocado.
Y los curiosos e invitados que entraban y salían la enteraron de que aquella casa pertenecía al
síndico de los mercaderes de Bagdad y que aquel niño era hijo suyo. Y también se enteró que el
síndico tenía una hija virgen y púber, cuyos esponsales se celebraban aquel día precisamente; y
tal era el motivo de semejante alarde de ornamentación. Y como la madre del niño estaba muy
ocupada en recibir a las damas invitadas por ella y hacerles los honores de su casa, había
confiado el niño, que la importunaba pegándosele a las faldas de continuo, a aquella joven esclava
recomendándole que le distrajera y jugara con él hasta que las invitadas se marchasen. Cuando la
vieja Dalila vió a aquel niño montado en el hombro de la esclava y se informó con respecto a los
padres y a la ceremonia que tenía lugar, dijo para sí: "¡Oh, Dalila, lo que tienes que hacer por el
momento es escamotear a ese niño, arrebatándoselo a esa esclava!" Y se adelantó hacia ella,
exclamando: "¡Qué vergüenza para mí haber llegado con tanto retraso a casa de la digna esposa
del síndico!" Luego dijo a la esclava, que era una infeliz, poniéndole en la mano una moneda falsa:
"¡Aquí tienes un dinar por el trabajo! Sube, hija mía, en busca de tu ama y dile: "¡Tu vieja nodriza
Omm Al-Khayr te felicita de muy buen grado, como cumple a quien tantas bondades tiene que
agradecerte! ¡Y el día de la gran reunión vendrá a verte con sus hijas, y no dejará de poner
generosas ofrendas nupciales, como es costumbre, en manos de las azafatas!"
La esclava contestó: "Mi buena madre, con mucho gusto cumpliría tu encargo; pero mi amo
pequeño, que es este niño, cada vez que ve a su madre no quiere separarse de ella y se coge a
sus vestidos". La vieja contestó: "¡Pues déjale conmigo mientras vas y vienes!" Y la esclava se
guardó la moneda falsa y entregó el niño a la vieja para subir inmediatamente a cumplir su
encargo.
En cuanto a la vieja, se apresuró a huir con el niño, metiéndose en una callejuela oscura,
donde le quitó todas las cosas preciosas que llevaba él encima y dijo para sí: "¡Todavía no lo has
hecho todo, ¡oh Dalila! ¡Si verdaderamente eres sutil entre las sutiles, hay que sacar de este
monigote todo el partido posible, negociándole, por ejemplo, para proporcionarte una cantidad
respetable!"
Cuando se le ocurrió aquella idea, saltó sobre ambos pies y fué al zoco de los joyeros, donde
vió en una tienda a un gran lapidario judío que estaba sentado detrás de su mostrador; y entró en
la tienda del judío, diciéndose: "¡Ya hice negocio!" Cuando el judío la vio por sus propios ojos
entrar, miró al niño que llevaba ella y conoció al hijo del síndico de los mercaderes. Y aunque muy
rico, aquel judío no dejaba de envidiar a sus vecinos cuando hacían una venta si, por casualidad,
no hacía él otra en el mismo momento. Así es que, muy contento con la llegada de la vieja, le
preguntó: "¿Qué deseas, ¡oh mi ama!?" Ella contestó: "Eres maese Izra el judío?"
El contestó: "¡Naam!" Ella le dijo: "La hermana de este niño, hija del schahbandar de los
mercaderes, se ha casado hoy, y en este momento se celebra la ceremonia de los esponsales. ¡Y
he aquí que necesita ciertas alhajas, como dos pares de pulseras de oro para los tobillos, un par
de brazaletes corrientes de oro, un par de arracadas de perlas, un cinturón de oro afiligranado, un
puñal con puño de jade inscrustado de rubíes y una sortija de sello!" Enseguida se apresuró el
judío a darle lo que pedía, y cuyo precio se elevaba a mil dinares de oro, por lo menos. Y Dalila le
dijo: "¡Me lo llevo todo esto con la condición de que mi ama escoja en casa lo que mejor le
parezca! Luego volveré para traerte el importe de lo que escoja. Mientras tanto, quédate con el
niño hasta que yo vuelva!" El judío contestó: "¡Como gustes!" Y se llevó ella las joyas, dándose
prisa por llegar a su casa.
Cuando la joven Zeinab la Embustera vio a su madre, le dijo: `¿Qué hazaña acabas de
emprender, ¡oh madre mía!?" La vieja contestó: "Por esta vez solamente una nimiedad. ¡Me he
contentado con robar y desvalijar al hijo pequeño del schahbandar de los mercaderes, dejándolo
en prenda por varias alhajas que valdrán mil dinares, en casa del judío Izra!"
Entonces exclamó su hija: "¡Esta vez es seguro que se acabó ya todo para nosotras! ¡No vas a
poder salir y circular por Bagdad!" La vieja contestó: "¡Todo lo que hice no es nada, ni siquiera la
milésima parte de lo que pienso hacer! ¡No tengas por mí ningún cuidado, hija mía!"
Volviendo a la infeliz esclava joven, es el caso que entró en la sala de recepción y dijo: "¡Oh
ama mía, tu nodriza Omm Al-Khayr te envía sus zalemas y sus votos y te felicita, diciendo que
vendrá aquí con sus hijas el día del matrimonio y será generosa con las azafatas!"
Su ama le preguntó: "¿Dónde dejaste a tu amo pequeño?" La esclava contestó: "¡Lo he
dejado con ella para que no se agarrase a ti! ¡y aquí tienes una moneda de oro que me dió tu
nodriza para las cantarinas!" Y ofreció la moneda a la cantarina principal, diciendo: "¡He aquí el
aguinaldo!" Y la cantarina cogió la moneda y vio que era de cobre. Entonces gritó el ama a la
servidora: "¡Ah, perra! ¡vete ya a buscar a tu amo pequeño!" Y la esclava apresuróse a bajar; pero
no encontró ya ni al niño ni a la vieja. Entonces lanzó un grito estridente y se cayó de bruces,
mientras acudían todas las mujeres de arriba, tornándose la alegría en duelo dentro de sus
corazones. Y he aquí que precisamente entonces llegaba el propio síndico y su esposa, con el
semblante demudado de emoción, se apresuró a ponerle al corriente de lo que acababa de pasar.
Al punto salió el padre en busca del niño, seguido por todos los mercaderes a quienes había
invitado, que por su parte se pusieron a hacer pesquisas en todas direcciones. Y después de mil
incidencias, acabó el síndico por encontrar al niño casi desnudo a la puerta de la tienda del judío y
loco de alegría y de cólera se precipitó sobre el judío gritando: "¡Mi maldito! ¿Qué querías hacer
con mi hijo? ¿Y por qué le has quitado sus vestidos?"
Temblando y en el límite de la estupefacción, contestó el judío: "¡Por Alah, ¡oh mi amo! que yo
no tenía necesidad de semejante rehén! ¡Pero la vieja se empeñó en dejármelo tras de haberse
llevado para tu hija alhajas por valor de mil dinares!"
El síndico exclamó, cada vez más indignado: "¿Pero crees, maldito, que mi hija no tiene
alhajas y necesita recurrir a ti? ¡Devuélveme ahora los vestidos y adornos que le quitaste a mi hijo!
Al oír estas palabras, exclamó el judío, aterrado: "¡Socorro, oh musulmanes!" Y precisamente,
viniendo de diferentes direcciones, aparecieron en aquel momento los tres chasqueados antes: el
arriero, el joven mercader y el tintorero. Y se informaron de la cosa, y al enterarse de lo que se
trataba, no dudaron ni por un instante que aquello era una nueva hazaña de la vieja calamitosa y
exclamaron: "¡Nosotros conocemos a la vieja! ¡Es una estafadora que nos ha engañado antes que
a vosotros!"
Y contaron su historia a los presentes, que se quedaron estupefactos, y el síndico exclamó,
conformándose: "Después de todo, he tenido suerte al encontrar a mi hijo! ¡Ya no quiero
preocuparme de sus ropas perdidas, pues que bien valen su rescate! ¡Pero me gustaría poder
reclamárselas a la vieja!" Y no quiso faltar más de su casa, y corrió a participar con su esposa de la
alegría de haber recuperado su hijo.
En cuanto al judío, preguntó a los otros tres: "¿Qué pensáis hacer ahora?" Le contestaron:
"¡Vamos a continuar nuestras pesquisas!" El les dijo: "¡Llevadme con vosotros!" Luego preguntó:
"¿Hay entre vosotros alguno que la conociera antes de esta hazaña?"
El arriero contestó: "¡Yo!"
El judío dijo: "¡Entonces vale más que no vayamos juntos y que hagamos pesquisas por
separado para no ponerla alerta!" Entonces contestó el arriero: "¡Muy bien!; y para encontrarnos,
nos citaremos a mediodía en la tienda del barbero moghrabín Hagg-Mass'ud!" Se citaron, y cada
uno púsose en camino por su parte.
Pero estaba escrito que el arriero sería el primero que se encontrase con la vieja taimada...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 441ª NOCHE
Ella dijo:
. . . Pero estaba escrito que el arriero sería el primero que se encontrase con la vieja taimada,
mientras recorría ella la ciudad en busca de alguna nueva estratagema. En efecto, no bien la divisó
el arriero, la reconoció, a pesar de su disfraz, y se abalanzó a ella, gritando: "¡Maldita seas, vieja
decrépita, astilla seca! ¡Por fin te encuentro!" Ella preguntó: ¿Qué te ocurre hijo mío?"
El exclamó: "!El burro! ¡Devuélveme el burro!"
Ella contestó con voz enternecida: "¡Hijo mío, habla bajo y cubre lo que Alah ha cubierto con
su velo! ¡Veamos! ¿Qué pides? ¿Tu burro o los efectos de los otros?"
El contestó: "¡Mi burro solamente!"
Ella dijo: "Hijo mío, sé que eres pobre y no he querido, por tanto, privarte de tu burro. Le he
dejado en casa del barbero moghrabín Hagg-Mass'ud, que tiene su tienda ahí enfrente. Voy a
buscarle ahora mismo y a rogarle que me entregue el asno. ¡Espérame un instante!" Y se adelantó
a él, y entró llorando en casa del barbero Hagg-Mass'ud, le cogió de la mano, y dijo: "¡Ay de mí!"
El barbero le preguntó: "¿Qué te pasa, buena tía?" Ella contestó: "¿No ves a mi hijo que está
de pie ahí enfrente de tu tienda? Tenía el oficio de arriero conductor de burros. Pero cayó malo un
día a consecuencia de un aire que le corrompió y trastornó la sangre, ¡y ha perdido la razón y se
ha vuelto loco! Desde entonces no cesa de pedirme su asno. Al levantarse, grita: "¡Mi burro!"; al
acostarse, grita: "¡Mi burro!", vaya por donde vaya, grita: "¡Mi burro!" Y he aquí que me ha dicho el
médico entre los médicos: "Tu hijo tiene la razón dislocada y en peligro. ¡Y nada podrá curarle y
volverle a ella, como no le saquen las dos últimas muelas de la boca y le cautericen en las sienes
con dos cantáridas o con un hierro candente! Aquí tienes, pues, un dinar por tu trabajo, y llámale y
dile: "Tengo tu burro en mi casa. ¡Ven!".
Al oír estas palabras contestó el barbero: "¡Que me quede un año sin comer si no le pongo su
burro entre las manos, tía mía!" Luego, como tenía a su servicio dos oficiales de barberos
acostumbrados a todos los trabajos propios del oficio, dijo a uno de ellos: "¡Pon al rojo dos clavos!"
Después gritó al arriero: "¡Oye, hijo mío, ven aquí! ¡Tengo tu burro en mi casa!" Y al tiempo que el
arriero entraba en la tienda, salía la vieja y se paraba a la puerta.
Así, pues, una vez que hubo entrado el arriero, el barbero le cogió de la mano y le llevó a la
trastienda, dentro de la cual le aplicó un puñetazo en el vientre, echándole la zancadilla, y le hizo
caer de espalda en el suelo, donde los dos ayudantes le agarrotaron sólidamente pies y manos y le
impidieron hacer el menor movimiento. Entonces se levantó el maestro barbero y empezó por
meterle en el gaznate dos tenazas como las de los herreros, que le servían para dominar los
dientes recalcitrantes; luego, dando una vuelta a las tenazas le extirpó las dos muelas a la vez
Tras de lo cual, a pesar de los rugidos y contorsiones del paciente, cogió con unas pinzas, uno
después de otro, los dos clavos al rojo, y le cauterizó a conciencia las sienes, invocando el nombre
de Alah para que la cosa tuviese éxito.
Cuando el barbero hubo terminado ambas operaciones, dijo al arriero: "¡Ualahí!" ¡bien contenta
estará de mí tu madre! ¡Voy a llamarla para que compruebe la eficacia de mi trabajo y tu curación!"
Y en tanto que el arriero se debatía entre los puños de los ayudantes, el barbero entró en su tienda
y allí... ¡vió que la tienda estaba vacía y limpia como por una ráfaga de viento! ¡No quedaba ya
nada! ¡Navajas, espejos de nácar de mano, tijeras, suavizadores, bacías, jarros, paños, taburetes,
todo había desaparecido! ¡No quedaba ya nada! ¡Ni la sombra de todo aquello! ¡Y también había
desaparecido la vieja! ¡Nada! ¡Ni siquiera el olor de la vieja! Y además, la tienda estaba muy
barrida y regada, como si acabasen de alquilarla de nuevo en aquel instante.
Al ver aquello, el barbero, en el límite del furor, se precipitó a la trastienda, y cogiendo por el
cuello al arriero, le zarandeó como a una banasta, y le gritó: "¿Dónde está la alcahueta de tu
madre?"
Loco de dolor y de rabia, le dijo el pobre arriero: "¡Ah hijo de mil zorras! ¿Mi madre? ¡Pero si mi
madre está en el país de Alah!" El otro siguió zarandeándole, y le gritó: "¿Dónde está la vieja zorra
que te trajo aquí y que se ha ido después de haberme robado toda la tienda?" Iba el arriero a
responder, agitado su cuerpo por temblores, cuando de pronto entraron en la tienda, de vuelta de
sus pesquisas infructuosas, los otros tres chasqueados: el tintorero, el joven mercader y el judío. Y
los vieron riñendo, al barbero con los ojos fuera de las órbitas y al arriero con las sienes
cauterizadas e hinchadas por dos anchas ampollas, y con los labios espumeantes de sangre, y
colgándole aún a ambos lados de la boca las dos muelas. Entonces exclamaron: "¿Qué sucede?"
Y el arriero gritó con todas sus fuerzas: "¡Oh musulmanes, justicia contra este marica!"
Y les contó lo que acababa de ocurrir. Entonces preguntaron al barbero: "¿Por qué has obrado
así con este arriero, ¡oh maese Massud!?"
Y el barbero les contó a su vez cómo acababa la vieja de limpiarle la tienda. A la sazón ya no
dudaron que era también la vieja quien había hecho aquel nuevo desaguisado, y exclamaron:
"¡Por Alah, la causante de todo es la vieja maldita!" Y acabaron por explicarse todo y ponerse de
acuerdo. Entonces el barbero se apresuró a cerrar su tienda, uniéndose a los cuatro burlados para
ayudarles en sus pesquisas. Y el pobre arriero no cesaba de gimotear: "¡Ay de mi burro! ¡Ay de mis
muelas perdidas! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 442ª NOCHE
Ella dijo:
"¡ ... Ay de mi burro! ¡Ay de mis muelas perdidas!"
De esta manera estuvieron recorriendo durante mucho tiempo los diversos barrios de la
ciudad; pero de improviso, al volver una esquina el arriero fué también el primero en divisar y
reconocer a Dalila la Taimada, cuyo nombre y cuya vivienda ignoraban todos ellos. Y no bien la
vió, se abalanzó a ella el arriero, gritando: "¡Hela aquí! ¡Ahora va pagarnos todo!" Y la arrastraron a
casa del walí de la ciudad, que era el emir Khaled.
Llegados que fueron al palacio del walí, entregaron la vieja a los guardias, y les dijeron:
"¡Queremos ver al walí! Los guardias contestaron: "Está durmiendo la siesta. ¡Esperad un poco a
que se despierte! Y los cinco querellantes esperaron en el patio, mientras los guardias hacían
entrega de la vieja a los eunucos para que la encerraran en un cuarto del harén hasta que se
despertase el walí.
En cuanto llegó al harén, la vieja taimada consiguió escurrirse hasta el aposento de la esposa
del walí, y después de las zalemas y de besarla la mano, dijo a la dama, que estaba lejos de
suponer la verdad: ¡Oh ama mía, desearía ver a nuestro amo el walí!" La dama contestó: "¡ El walí
está durmiendo la siesta! Pero, ¿qué quieres de él?" La vieja dijo: "Mi marido, que es mercader de
muebles y esclavos, antes de partir para un viaje me entregó cinco mamelucos con encargo de
venderselos al mejor postor. Y precisamente los vió conmigo nuestro amo el walí, y me ofreció por
ellos mil doscientos dinares, consintiendo yo en dejárselos por ese precio. ¡Y vengo ahora a
entregárselos!" Y he aquí que, efectivamente, el walí tenía necesidad de esclavos, y la misma
víspera, sin ir más lejos, había dado a su esposa mil dinares para que los comprara. Así es que no
dudó ella de las palabras de la vieja, y le preguntó: "¿Dónde están los cinco esclavos?" La vieja
contestó: "¡Ahí, en el patio del palacio, debajo de tus ventanas!" Y la dama se asomó al patio y vio
a los cinco chasqueados que esperaban a que el walí se despertase. Entonces dijo: "¡Por Alah!
¡son muy hermosos, y especialmente uno de ellos vale él sólo los mil dinares!" Luego abrió su
cofre y entregó a la vieja mil dinares, diciéndole: "Mi buena madre, te debo todavía doscientos
dinares para completar el precio. Pero, como no los tengo, espérate a que se despierte el walí". La
vieja contestó: "¡Oh ama mía! ¡de esos doscientos dinares te rebajo ciento en gracia a la jarra de
jarabe que me has dado a beber, y ya me pagarás los otros ciento en mi próxima visita! ¡Ahora te
ruego que me hagas salir del palacio por la puerta reservada para el harén, con el fin de que no me
vean mis antiguos esclavos!" Y la esposa del walí la hizo salir por la puerta secreta, y el Protector
la protegió y la dejó llegar sin obstáculos a su casa.
Cuando la vio entrar su hija Zeinab, le preguntó: "¡Oh, madre mía!, ¿qué hiciste hoy?" La vieja
contestó: "Hija mía, he jugado una mala pasada a la esposa del walí, vendiéndole por mil dinares,
como esclavos, ¡al arriero, al tintorero, al judío, al barbero y al joven mercader! Sin embargo, hija
mía, entre todos ellos no hay más que uno que me preocupe y cuya perspicacia temo: ¡el arriero!
¡Siempre me reconoce ese hijo de zorra!" Y le dijo su hija: "¡Entonces, madre mía, déjate ya de
salidas!" Cuida ahora de la casa, y no olvides el proverbio que dice:
¡No es cierto que el jarro
No se rompa nunca, por mucho que le tiren!
Y trató de convencer a su madre de que no saliese en lo sucesivo; pero inútilmente.
¡He aquí lo que les ocurrió a los cinco! Cuando el walí se despertó de su siesta, le dijo su
esposa: "¡Ojalá te haya endulzado la dulzura del sueño! ¡Me tienes muy contenta con los cinco
esclavos que compraste!"
El preguntó: "¿Qué esclavos?" Ella dijo: "¿Por qué me lo quieres ocultar? ¡Así te engañen ellos
como tú me engañas!" El dijo: "¡Por Alah, que no he comprado esclavos! ¿Quién te ha informado
tan mal?" Ella contestó: "¡La misma vieja a quien se los compraste por mil doscientos dinares los
trajo aquí y me lo enseñó en el patio, vestido cada cual con un traje que por sí solo vale mil
dinares!" El preguntó: "¿Y le has dado el dinero?" Ella dijo: "¡Si, por Alah!" Entonces el walí bajó al
patio, donde no vio a nadie más que al arriero, al barbero, al judío, al joven mercader y al tintorero,
y preguntó a sus guardias: "¿Dónde están los cinco esclavos que la vieja comerciante acaba de
vender a vuestra ama?" Le contestaron: "¡Durante toda la siesta de nuestro amo, no hemos visto
más que a esos cinco que están ahí!" Entonces el walí se encaró con los cinco y les dijo: "¡Vuestra
ama, la vieja, acaba de venderos a mí por mil dinares! ¡Vais a dar comienzo a vuestro trabajo
limpiando los pozos negros!" Al oír estas palabras, exclamaron los cinco querellantes, en el límite
de la estupefacción: "¡Si así es como haces justicia, no nos queda más remedio que recurrir a
nuestro amo el califa para quejarnos de ti! ¡Somos hombres libres que no se nos puede vender ni
comprar! ¡Yalah! ¡Ven con nosotros a ver al califa! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 443ª NOCHE
Ella dijo:
"...iYalah! ¡Ven con nosotros a ver al califa!" Entonces el walí les dijo: "¡Si no sois esclavos,
seréis estafadores y ladrones! ¡Porque vosotros fuisteis quienes trajisteis a la vieja y combinásteis
con ella semejante estafa! Pero ¡por Alah, que a mi vez os venderé a extranjeros por cien dinares
cada uno!"
Mientras tanto, entró en el patio del palacio el capitán Azote de-las-Calles, que venía a
querellarse ante el walí de la aventura acaecida a su esposa la jovenzuela. Porque, al regreso de
su viaje, había visto en cama a su esposa, enferma de vergüenza y de emoción, y por ella había
sabido cuanto le sucedió, y añadió ella: "¡Todo esto me ha pasado sólo por culpa de tus palabras
duras, que me decidieron a recurrir a los buenos oficios del jeique Multiplicador!"
Así es que cuando el capitán Azote divisó al walí, hubo de gritarle: "¿Eres tú quien así permite
que las viejas alcahuetas penetren en los harenes y estafen a las esposas de los emires? ¿Para
eso nada más tienes tu oficio? Pero ¡por Alah!, que te hago responsable de la estafa cometida
conmigo y de los daños y perjuicios causados a mi esposa!"
Al oír estas palabras del capitán Azote-de-las-Calles, los cinco exclamaron: "¡Oh, emir! ¡Oh
valiente capitán Azote! ¡También nosotros ponemos nuestro pleito entre tus manos!" Y les preguntó
él: "¿Qué tenéis que reclamar también vosotros?" Entonces le contaron ellos toda su historia, que
es inútil repetir. Y les dijo el capitán Azote: "¡Ciertamente, también fuisteis burlados vosotros! ¡Y
está muy equivocado ahora el walí si cree que va a poder encarcelaros!"
Cuando el walí hubo oído todas estas palabras dijo al capitán Azote: "¡Oh emir! ¡De mi cuenta
corre el pago de las indemnizaciones que te corresponden y la restitución de los efectos de tu
esposa, y me comprometo a dar con la vieja estafadora!" Luego se encaró con los cinco, y les
preguntó: "¿Quiénes de vosotros sabrá reconocer a la vieja?" El arriero contestó, coreado por los
demás: "¡Todos sabremos reconocerla!" Y añadió el arriero: "¡Entre mil zorras la conocería yo por
sus ojos azules y brillantes! ¡Danos solamente diez de tus guardias para que nos ayuden a
apoderarnos de ella!" Y cuando el walí les dio los diez guardias pedidos salieron del palacio.
Y he aquí que apenas habían andado por la calle algunos pasos, con el arriero a la cabeza,
cuando se tropezaron precisamente con la vieja que acababa de evadírseles. Pero consiguieron
atraparla y le ataron las manos a la espalda y la arrastraron a presencia del walí, que le preguntó:
"¿Qué has hecho de todas las cosas que robaste?" Ella contestó: "¿Yo? ¡Nunca he robado nada a
nadie! ¡Y nada he visto ni comprendo lo que dices!" Entonces el walí se encaró con el celador
mayor de las prisiones, y le dijo:
"¡Métela hasta mañana en el calabozo más húmedo que tengas!"
Pero contestó el carcelero: "¡Por Alah, que me guardaré muy mucho de cargar con semejante
responsabilidad! ¡Estoy seguro de que sabrá dar con alguna estratagema para escaparse de mi
custodia!"
Entonces se dijo el walí: "¡Lo mejor será tenerla expuesta a todas las miradas para que no
pueda escaparse, y hacer que la vigilen durante toda esta noche para que podamos juzgarla
mañana!" Y montó a caballo, y seguido por toda la banda hizo que la arrastraran fuera de las
murallas de Bagdad y la ataran por los cabellos a un poste en pleno campo. Después, para tener
mayor seguridad, encargó a los cinco querellantes que la vigilaran por sí mismos aquella noche
hasta la mañana.
Así es que los cinco, principalmente el arriero, empezaron por vengar su resentimiento en ella
motejándola con todos los dicterios que les sugerían las vejaciones y engaños sufridos por ellos.
Pero como todo tiene fin, hasta el fondo del saco de maldiciones de un arriero, y la bacía de
malicias de un barbero, y el túnel de ácidos de un tintorero, y como les tenía, además, rendidos la
falta de sueño durante tres días y las emociones experimentadas, los cinco querellantes, una vez
terminada su cena, acabaron por amodorrarse al pie del poste en que estaba sujeta por los
cabellos Dalila la Taimada.
Y he aquí que ya había transcurrido gran parte de la noche, y alrededor del poste roncaban los
cinco individuos, cuando acertaron a pasar por el paraje en que se hallaba presa Dalila dos
beduínos a caballo, que iban al paso charlando uno con otro. Y la vieja oyó que cambiaban
impresiones. Porque uno de los beduínos preguntaba a su compañero: "Oye; hermano, ¿qué es lo
mejor que hiciste durante tu estancia en la maravillosa Bagdad? ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 444ª NOCHE
Ella dijo:
"...Oye, hermano, ¿qué es lo mejor que hiciste durante tu estancia en la maravillosa Bagdad?
Después de una pausa, contestó el otro: "¡Por Alah! ¡he comido deliciosos buñuelos de miel y
crema, que tanto me gustan! ¡Y ahí tienes lo mejor que hice en Bagdad!"
Entonces exclamó su interlocutor como venteando por el aire el olor de imaginarios buñuelos
fritos en aceite y rellenos de crema y endulzados con miel: "Por el honor de los árabes, que ahora
mismo me vuelvo a Bagdad para comer ese delicioso bocado que no probé en mi vida durante mis
correrías por el desierto!" . A la sazón, el beduino que ya había comido, buñuelos rellenos de
crema y miel se despidió de su engolosinado compañero para seguir su camino, en tanto el otro,
volviendo sobre sus pasos a Bagdad, llegaba al poste y descubría allí a Dalila atada por los
cabellos y con los cinco hombres dormidos en torno suyo.
Al ver aquello, se aproximó a la vieja y le preguntó: "¿Qué te ocurre? ¿Y por qué estás ahí?"
Ella dijo llorando: "¡Oh jeique de los árabes, bajo tu protección me pongo!" Dijo él: "¡No hay mayor
Protector que Alah! Pero, ¿por qué estás atada a ese poste?" Ella contestó: "Has de saber, ¡oh
jeique árabe! ¡oh honorabilísimo! que tengo por enemigo a un pastelero vendedor de buñuelos
rellenos de crema y miel, que sin duda es el más reputado de Bagdad por lo a punto que
confecciona y fríe esos buñuelos. Pues bien; para vengarme de una injuria que me había inferido,
el otro día me acerqué a su mostrador y escupí en sus buñuelos. Entonces el pastelero fué a
aquerellarse contra mí al walí el cual me condenó a estar atada a este poste y permanecer en él
mientras no pueda comerme de una sentada diez bandejas enteramente llenas de buñuelos. Y
mañana por la mañana es cuando deben presentarme las diez bandejas de buñuelos. Pero el caso
es ¡por Alah! ¡oh jeique de los árabes! que a mi alma siempre la disgustaron todos los dulces, y
principalmente es refractaria a los buñuelos rellenos de crema y miel. ¡Ay de mí!" Al oír estas
palabras, exclamó el beduíno: "¡Por el honor de los árabes! ¡no me separé de mi tribu y no volví a
Bagdad más que para satisfacer mi deseo de buñuelos! ¡Si quieres, mi buena tía, yo me comeré
por ti los de las bandejas!" Ella contestó: "¡No te dejarán, a no ser que estés atado en mi lugar a
este poste! iY como precisamente he llevado velado siempre el rostro, no me ha visto nadie ni
sabrán adivinar el cambio! ¡No tienes más que trocar tus trajes por los míos después de
desatarme!" El beduído, que no deseaba otra cosa, se apresuró a desatarla, y luego de cambiar de
traje con ella, hizo que le atara al poste en lugar suyo, tras de lo cual, vestida con el albornoz del
beduíno y ceñida la cabeza con sus cordones negros de pelo de camello, la vieja saltó al caballo y
desapareció en la lejanía camino de Bagdad.
Al día siguiente, cuando abrieron los ojos, los cinco recomenzaron con sus invectivas de la
noche para dar los buenos días a la vieja. Pero les dijo el beduíno: "¿Dónde están los buñuelos?
¡Mi estómago los anhela ardientemente!"
Al oír aquella voz, exclamaron los cinco: "¡Por Alah! ¡si es un hombre! ¡Y habla como los
beduínos!"
Y el arriero saltó sobre sus pies y se acercó a él, y le preguntó: "¡Ya Badawi! ¿qué haces ahí?
¿Y cómo te atreviste a desatar a la vieja?"
El interpelado contestó: "¿Dónde están los buñuelos? ¡En toda la noche no he comido! ¡Sobre
todo, no economicéis la miel! Ella, la pobre vieja, tenía un alma que aborrecía las confituras; pero a
la mía le gustan mucho".
Al oír estas palabras, comprendieron los cinco que, como a ellos, también había chasqueado
la vieja al beduíno, y después de golpearse la cara con fuerza en su desesperación, exclamaron:
"¡Nadie puede rehuír su Destino ni evitar que se cumpla lo que está escrito por Alah!"
Y mientras permanecían indecisos sin saber qué hacer, llegó el walí acompañado de sus
guardias al paraje en que se encontraban y se acercó al poste. Entonces le preguntó el beduíno:
"¿Dónde están las bandejas con buñuelos de miel?" Al oír estas palabras, el walí alzó la vista hacia
el poste y vió al beduíno en lugar de la vieja; y preguntó a los cinco: "¿Qué es esto?"
Le contestaron: "¡Es el Destino!" Y añadieron: "La vieja se escapó embaucando a este
beduíno. Y a ti es ¡oh walí! a quien hacemos responsable ante el califa de su fuga; porque si nos
hubieras dado guardias para vigilarla, no hubiera conseguido escaparse. ¡Nosotros no somos
guardias, como tampoco somos esclavos a quienes se vende o se compra!"
Entonces el walí se encaró con el beduíno y le preguntó qué había pasado; y éste, con un sin
fin de exclamaciones de deseo, le contó su historia, y terminó diciendo: "¡Pronto, que me traigan
los buñuelos!" Al oír tales palabras, el walí y los guardias lanzaron una carcajada considerable,
mientras los cinco, con los ojos rojos de sangre y de venganza, le decían: "¡No nos separaremos
de ti más que ante nuestro amo el Emir de los Creyentes!" Y acabando de comprender que se
habían burlado de él, el beduíno dijo igualmente al walí: "¡Yo a ti solo te hago responsable de la
pérdida de mi caballo y de mi traje!" Entonces el walí se vio en la precisión de llevarlos con él a
Bagdad, al palacio del Emir de los Creyentes, el califa Harún Al-Raschid. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 445ª NOCHE
Ella dijo:
...de llevarlos con él a Bagdad, al palacio del Emir de los Creyentes, el califa Harún Al-Raschid.
Se les concedió audiencia y entraron al diwán, donde ya se había adelantado a ellos el capitán
Azote-de-las-Calles, que era uno de los primeros querellantes.
El califa, que obraba por sí mismo siempre, empezó por interrogarles uno tras de otro, al
arriero el primero y al walí el último. Y cada cual contó al califa su historia con todos los detalles.
Entonces el califa, extremadamente maravillado con aquel asunto, les dijo a todos: "¡Por el honor
de mis abuelos los Bani-Abbas, os doy seguridad de que todo lo que se os robó os será devuelto!
¡Tú, arriero, tendrás tu burro y una indemnización! ¡Tu, barbero, tendrás todos tus muebles y
utensilios! ¡Tú, mercader, tu bolsa y tus vestiduras! ¡Tú, judío, tus alhajas! ¡Tú, tintorero, una tienda
nueva! ¡Y tú, jeique árabe, tu caballo, tu traje y tantas bandejas de buñuelos de miel como pueda
anhelar la capacidad de tu alma! ¡Pero lo que hace falta ante todo es encontrar a la vieja!"
Y se encaró con el walí y con el capitán Azote, y les dijo: "¡A ti, emir Khaled, te serán
igualmente restituidos tus mil dinares! Y a ti, emir Mustafá, las alhajas y los vestidos de tu esposa,
amén de una indemnización. ¡Pero tenéis que encontrar a la vieja! Os dejo encargados de ello.
Al oír estas palabras, el emir Khaled sacudió sus vestiduras y alzó al cielo los brazos, exclamando:
"¡Por Alah, excúsame, oh Emir de los Creyentes! ¡No me atrevo a volver a encargarme de
semejante tarea! ¡Después de todas las jugarretas que me ha hecho esa vieja, no respondo que
no dé ella con algún otro medio para lucrarse a mis expensas!"
Y el califa se echó a reír y le dijo: "¡Encarga a otro de esa misión entonces!" El walí dijo: "En
ese caso, ¡oh Emir de los Creyentes! da tú mismo la orden de buscar a la vieja al hombre más hábil
de Bagdad, que es el propio jefe de policía de Tu Derecha, Ahmad-la-Tiña! ¡Hasta ahora no ha
tenido nada que hacer, no obstante su habilidad, los servicios que puede prestar y el importante
sueldo que cobra!"
Entonces llamó el califa: "¡Ya mokaddem Ahmad!" Y al punto avanzó Ahmad-la-Tiña entre las
manos del califa, y dijo: "A tus órdenes, ¡oh Emir-de los Creyentes!"
El califa dijo: "¡Escucha, capitán Ahmad! ¡hay una vieja que hace tales y cuales cosas! ¡Y tú
eres el encargado de encontrarla y traérmela!" Y dijo Ahmad.laTiña: "Te garanto de que te la
traeré, ¡oh Emir de los Creyentes!" Y salió seguido de sus cuarenta alguaciles, mientras el califa
hacía que se quedaran con él los cinco y el beduíno.
Y he aquí que el jefe de los alguaciles de Ahmad-la-Tiña era un hombre ducho en esta clase
de pesquisas, y que se llamaba Ayub Lomo-de-Camello. Como estaba acostumbrado a hablar con
libertad a su jefe el antiguo ladrón Ahmad-la-Tiña, se acercó a él, y le dijo: "Capitán Ahmad, en
Bagdad hay más de una vieja, ¡y por mi barba, que va a ser difícil la captura!" Y Ahmad-la-Tiña le
preguntó: "¿Qué quieres decirme con eso, ¡oh Ayub Lomo-de-Camello!?" El otro contestó: "Jamás
seremos lo bastante numerosos para conseguir atrapar a la vieja, y opino que debemos convencer
al capitán Hassán-la-Peste para que nos acompañe con sus cuarenta alguaciles, pues él tiene más
experiencia que nosotros en esta clase de expediciones". Pero Ahmadla-Tiña, que no quería
compartir con su colega la gloria de la captura, contestó en alta voz para que le oyese Hassán-la-
Peste, que estaba en la puerta principal del palacio: "¡Por Alah! ¡oh Lomo-de-Camello! ¿desde
cuándo tenemos necesidad de otro para resolver nuestros asuntos?" Y pasó orgullosamente a
caballo, con sus cuarenta alguaciles, por delante de Hassán-la-Peste, a quien mortificó mucho
aquella respuesta y también la elección que el califa hizo escogiendo sólo a Ahmadla-Tiña y
desdeñándole a él, a Hassán. Y se dijo: "¡Por la vida de mi cabeza afeitada, que tendrán necesidad
de mí!"
Volviendo a Ahmad-la-Tiña, una vez que llegó a la plaza enclavada delante del palacio del
califa, arengó a su hombres para animarlos y les dijo: "¡Oh bravos míos! vais a dividiros en cuatro
grupos para hacer indagaciones en los cuatro barrios de Bagdad. ¡Y mañana a mediodía tornaréis
a reuniros conmigo en la taberna de la calle Mustafá para darme cuenta de lo que hicisteis o
encontrasteis!" Y tras de acordar de esta manera el punto de cita, se dividieron en cuatro grupos,
cada uno de los cuales fué a recorrer un barrio diferente, mientras que por su parte, Ahmad-la-Tiña
se dedicaba a husmear el aire a su paso.
En cuanto a Dalila y su hija Zeinab no tardaron en enterarse, por el rumor público, de las
indagaciones que el califa encargó a Ahmad-la-Tiña con objeto de detener a una vieja bribona
cuyas bellaquerías eran la comidilla de todo Bagdad. Al saber tal noticia, Dalila dijo a su hija: "¡Oh
hija mía! nada tengo que temer de todos ellos no yendo en su compañía Hassán-la-Peste! porque
Hassán es en Bagdad el único hombre cuya perspicacia me pone en cuidado, pues sólo él me
conoce y te conoce, y en cuanto quisiera, hoy mismo, podía venir a detenernos, sin que nos fuera
posible la menor estratagema para escaparnos de él. ¡Demos, pues, gracias al Protector que nos
protege!" Su hija Zeinab contestó: "¡Oh madre mía! ¡qué buena ocasión es ésta para jugarles
alguna mala pasada a ese Ahmad-la-Tiña y a sus cuarenta idiotas! ¡qué alegría, oh madre mía!"
Dalila contestó: "¡Oh hija de mis entrañas! como hoy me siento un poco indispuesta, cuento contigo
para mofarnos de esos cuarenta y un bandidos. ¡La cosa es fácil, y no dudo de tu sagacidad!"
Entonces Zeinab, que era una joven graciosa y esbelta, con ojos oscuros en un rostro encantador y
claro...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 446ª NOCHE
Ella dijo:
...Entonces Zeinab, que era una joven graciosa y esbelta con ojos oscuros en un rostro
encantador y claro, se levantó al punto y se vistió con gran elegancia y se veló la cara con una
ligera muselina de seda, de modo que el brillo de sus ojos era más aterciopelado y subyugante.
Adornada a la sazón de esta manera, fué a abrazar a su madre, y le dijo:
"¡Oh madre! ¡juro por la integridad de mi candado intacto y cerrado, que me adueñaré
de los cuarenta y uno y serán mi juguete!" Y salió de la casa y se fue a la calle Mustafá, y entró
en la taberna de Hagg-Karim el de Mossul.
Empezó por hacer una zalema muy amable al tabernero Hagg-Karim, quien se la devolvió con
creces, encantado. Entonces le dijo ella: "¡Ya Hagg-Karim! ¡he aquí cinco dinares para ti si quieres
alquilarme hasta mañana la sala interior grande, adonde voy a invitar a algunos amigos, sin que
puedan penetrar allí tus parroquianos habituales!"
El tabernero contestó: "¡Por tu vida!, ¡oh mi ama! y por la vida de tus ojos, hermosos ojos, que
consiento en alquilarte por nada mi sala grande, con la sola condición de que no escatimes las
bebidas a tus invitados!" Ella sonrió, y le dijo: "¡Aquellos a quienes invito son jarras cuyo fondo se
olvidó de cerrar el alfarero que hubo de construírlas, y por ellas pasarán todos los líquidos de tu
tienda! ¡No tengas cuidado por eso!" Y volvió en seguida a su casa cogiendo el burro del arriero y
el caballo del beduíno, cargándolos con colchones, alfombras, taburetes, manteles, bandejas,
platos y otros utensilios, y a toda prisa regresó a la taberna, descargando al asno y al caballo de
todas aquellas cosas para colocarlas en la sala grande que había alquilado. Extendió los manteles,
puso en orden los frascos de bebidas, las copas y los platos que compró, y cuando hubo acabado
este trabajo, fué a apostarse en la puerta de la taberna.
No hacía mucho tiempo que se hallaba allí, cuando vio asomar por las inmediaciones a diez de
los alguaciles de Ahmad-la-Tiña llevando a la cabeza a Lomo-de-Camello, que tenía un aspecto
muy feroz. Y precisamente se encaminaba él a la tienda con los otros nueve; y a su vez vio a la
bella joven, que había tenido cuidado de levantarse, como por inadvertencia, el ligero velo de
muselina que le cubría la cara. Y Lomo-de-Camello quedó deslumbrado y a la par que encantado
de aquella tierna belleza tan agradable, y le preguntó: "¿Qué haces ahí, ¡oh jovenzuela!?"
Ella contestó, asestándole de soslayo una mirada lánguida: "¡Nada! ¡Espero mi Destino!
¿Acaso eres el capitán Ahmad?" El dijo: "¡No, por Alah! Pero puedo reemplazarle si se trata de
hacerte algún servicio que tengas que pedirle, porque soy el jefe de sus alguaciles, Ayub Lomo-de-
Camello, tu esclavo, ¡oh ojos de gacela!"
Ella le sonrió otra vez, y le dijo: "¡Por Alah!, ¡oh jefe alguacil! que si la cortesía y las buenas
maneras quisieran elegir un domicilio seguro, tomarían como guías a vuestros cuarenta! ¡Entrad,
pues, aquí y bienvenidos seáis! ¡La acogida amistosa que encontraréis en mí no es más que un
homenaje merecido por tan encantadores huéspedes!" Y les introdujo en la sala dispuesta de
antemano, e invitándoles a que se sentaran en torno a las bandejas grandes con bebidas, les dió
de beber vino mezclado con el narcótico bang. Así es que a las primeras copas que vaciaron los
diez se cayeron de espaldas como elefantes borrachos o como búfalos poseídos por el vértigo, y
se sumergieron en un profundo sueño.
Entonces Zeinab los arrastró de los pies uno por uno y los arrojó a lo último de la tienda,
amontonándolos unos sobre otros, y escondiéndolos debajo de una manta grande, corrió por
delante de ellos una amplia cortina, y salió para apostarse de nuevo en la puerta de la taberna.
Enseguida apareció la segunda patrulla de diez alguaciles, que también quedó hechizada por
los ojos oscuros y el rostro claro de la bella Zeinab, y sufrió el mismo trato que la patrulla anterior, e
igual hubo de ocurrirles a la tercera y a la cuarta patrullas. Y después de haber amontonado unos
encima de otros detrás de la cortina a todos los alguaciles, la joven puso en orden la sala y salió a
esperar la llegada del propio Ahmad-la-Tiña.
No hacía mucho que se encontraba allí, cuando apareció en su caballo Ahmad-la-Tiña,
amenazador y con los ojos relampagueantes y los pelos de la barba y del bigote erizados cual los
de la hiena hambrienta. Llegado que fue a la puerta, se apeó de su caballo y ató la brida del animal
a una de las anillas de hierro empotradas en los muros de la taberna, y exclamó: "¿Dónde están
todos esos hijos de perro? ¡Les ordené que me esperasen aquí! ¿Los has visto?
Entonces Zeinab balanceó sus caderas, asestó una mirada dulce a la izquierda, luego a la
derecha, sonrió con los labios, y dijo: "¿A quién, ¡oh mi amo?”
Y he aquí que tras las dos miradas que le lanzó la joven, Ahmad sintió que sus entrañas
le trastornaban el estómago y que gemía el niño, única herencia que le quedaba como
capital e intereses.
Entonces dijo a la sonriente Zeinab, que permanecía inmóvil en una postura candorosa: "¡Oh
jovenzuela, a mis cuarenta alguaciles!"
Como súbitamente poseída por un sentimiento de respeto al oír estas palabras, Zeinab se
adelantó hacia Ahmad-la-Tiña y le besó la mano, diciendo: "¡Oh capitán Ahmad, jefe de la Derecha
del califa! los cuarenta alguaciles me han encargado que te diga que al extremo de la callejuela
han visto a la vieja Dalila que buscas y que iban en su persecución sin pararse aquí; pero
aseguraron que volverían con ella pronto; y ya no tienes más que esperarles en la sala grande de
la taberna, donde yo misma te serviré con mis ojos".
Entonces, precedido por la joven, Ahmad-la-Tiña entró en la tienda, y embriagado con los
encantos de aquella bribona y subyugado por sus artificios, no tardó en ponerse a beber copa tras
copa, cayendo como muerto bajo el efecto operado en su razón por el bang adormecedor con las
bebidas.
A la sazón Zeinab, sin pérdida de tiempo, empezó por quitar a Ahmad-la-Tiña toda la ropa y
cuanto llevaba encima de él, no dejándole sobre el cuerpo más que la camisa y el amplio
calzoncillo; luego fue adonde estaban los otros y les despojó de la propia manera. Tras de lo cual
recogió todos sus utensilios y todos los efectos que acababa de robar, los cargó en el caballo de
la-Tiña en el del beduíno y en el burro del arriero, y enriquecida así con aquellos trofeos de su
victoria, regresó sin incidentes a su casa, y se lo entregó todo a su madre Dalila, que hubo de
abrazarla llorando de alegría.
En cuanto a Ahmad-la-Tiña y sus cuarenta compañeros...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 447ª NOCHE
Ella dijo:
...En cuanto a Ahmad-la-Tiña y sus cuarenta compañeros, estuvieron durmiendo durante dos
días y dos noches, y cuando por la mañana del tercer día despertaron de su sueño extraordinario,
no supieron explicarse al pronto su presencia allí dentro, y a fuerza de suposiciones, acabaron por
no dudar ya de la jugarreta de que habían sido víctimas. Aquello les humilló mucho, especialmente
a Ahmad-la-Tiña, que había mostrado tanta seguridad en presencia de Hassán-la-Peste y que
estaba muy avergonzado a la sazón por tener que salir a la calle de aquella manera. Sin embargo,
hubo de decidirse a abandonar la taberna, y precisamente la primera persona con quien se
encontró por su camino fué Hassán-la-Peste, quien al verle vestido sólo con la camisa y el
calzoncillo y seguido por sus cuarenta alguaciles ataviados como él, comprendió al primer golpe de
vista la aventura que acababa de ocurrirles.
Ante semejante espectáculo, Hassán-la-Peste se regocijó hasta el límite del regocijo, y se
puso a cantar estos versos:
;Las jóvenes candorosas creen parecidos a todos los hombres! ¡No saben que no nos
parecemos más que en nuestros turbantes!
¡Entre nosotros, unos son sabios y otros imbéciles! ¿No hay en el cielo estrellas sin
fulgor y otras como perlas?
¡Las águilas y los halcones no comen carne muerta, en tanto que los buitres impuros se
posan sobre los cadáveres!
Cuando Hassán-la-Peste hubo acabado de cantar, se aproximó a Ahmad-la-Tiña, y habiéndolo
reconocido , le dijo:
"¡Por Alah, mokaddem Ahmad, las mañanas son frescas a orillas del Tigris, y cometéis una
imprudencia al salir así sólo con la camisa y el calzoncillo!"
Y contestó Ahmad-la-Tiña: "¡Y tú, ya Hassán, eres aun más pesado y más frío de ingenio que
la mañana! Nadie escapa a su suerte, y nuestra suerte fué vernos burlados por una joven. ¿Acaso
la conoces?"
Hassán contestó: "¡La conozco y conozco a su madre! Y si quieres, al instante te las
capturaré".
Ahmad preguntó: "¿Y cómo?" Hassán contestó: "¡No tienes más que presentarte al califa, y
para hacer patente tu incapacidad, agitarás tu collar, y has de decirle que me encargue a mí de la
captura en lugar tuyo!"
Entonces Ahmad-laTiña, después de vestirse, fué al diwán con Hassán-la-Peste, y el califa le
preguntó: "¿Dónde está la vieja, mokaddem Ahmad?" El aludido agitó su collar y contestó: "¡Por
Alah, ¡oh Emir de los Creyentes! que no la encuentro! ¡El mokaddem Hassán cumplirá mejor esa
misión! ¡La conoce, y hasta afirma que la vieja no ha hecho todo eso más que para que se hable
de ella y atraerse la atención de nuestro amo el califa!"
Entonces Al-Raschid se encaró con Hassán, y le preguntó: "¿Es cierto, mokaddem Hassán?
¿Conoces a la vieja? ¿Y crees que no ha hecho todo eso más que para merecer mis favores?" El
interpelado contestó: "¡Es cierto, oh Emir de los Creyentes!"
Entonces exclamó el califa: "¡Por la tumba y el honor de mis antecesores, que perdonaré a la
tal vieja si restituye a todos éstos lo que les ha robado!"
Y dijo Hassán-la-Peste: "Si así es, ¡oh Emir de los Creyentes! dame para ella el salvoconducto
de seguridad". Y el califa tiró su pañuelo a Hassán-la-Peste en prenda de seguridad para la vieja.
Al punto salió del diwán Hassán, tras de haber recogido la prenda de seguridad, y corrió
directamente a casa de Dalila, a quien conocía de larga fecha. Llamó a la puerta y fué a abrirle la
propia Zeinab. Preguntó él: "¿Dónde está tu madre?" Ella dijo: "¡Arriba!" Dijo él: "Vé a decirle que
abajo está Hassán, el mokaddem de la Izquierda, que trae para ella de parte del califa el pañuelo
de seguridad, pero con la condición de que restituya todo cuanto ha robado. ¡Y dile que baje por
buenas, pues si no me veré obligado a emplear con ella la fuerza!"
Y he aquí que Dalila, la cual había oído estas palabras, exclamó desde dentro: "¡Tírame el
pañuelo de seguridad! ¡Y te acompañaré a la presencia del califa con todas las cosas robadas!"
Entonces Hassán-la-Peste le tiró el pañuelo, que Dalila hubo de anudarse al cuello; luego ayudada
por su hija, empezó a cargar al burro del arriero y a los dos caballos con todos los objetos robados.
Cuando acabaron, Hassán dijo a Dalila: "¡Todavía faltan los efectos de Ahmad-la-Tiña y sus cuarenta
hombres!" Ella contestó: "¡Por el Nombre Más grande, que no fui yo quien se apoderó de
ellos!"
Hassán se echó a reír y dijo: "¡Es verdad! ¡Fué tu hija Zeinab la que hizo esa jugarreta!
¡Guárdalos, pues!" Luego, seguido por las tres acémilas, que guiaba él en reata con una cuerda, se
llevó a Dalila y la condujo al diwán entre las manos del califa...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 448ª NOCHE
Ella dijo:
... se llevó a Dalila y la condujo al diwán entre las manos del califa.
Cuando Al-Raschid vió entrar a aquella vieja diabólica, no pudo por menos de ordenar en alta
voz que la arrojaran inmediatamente en la alfombra de la sangre para ejecutarla. Entonces,
exclamó ella: "Estoy bajo tu protección, ¡oh Hassán!"
Y Hassán-la-Peste se levantó y besó las manos del califa, y le dijo: "Perdónala, ¡oh Emir de
los Creyentes! Le has dado la prenda de seguridad. ¡Mírala en su cuello!" El califa contestó: "¡Es
cierto! ¡Así que la perdono por consideración hacia ti!" Luego se encaró con Dalila, y le dijo: "Ven
aquí, ¡oh vieja! ¿Cuál es tu nombre?" Ella contestó: "¡Mi nombre es Dalila, y soy la esposa del
antiguo director de tus palomares!"
Dijo él: "En verdad que eres astuta y estás llena de estratagemas. ¡Y en adelante te llamarás
Dalila la Taimada!" Luego le dijo: "¿Puedes decirme, por lo menos, con qué objeto hiciste todas
esas jugarretas a esta gente que ves aquí y levantaste tanto ruido, fatigándonos los corazones?"
Entonces Dalila se arrojó a los pies del califa, y contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! créeme que
no fué por avaricia por lo que obré así. ¡Pero cuando oí hablar de las pasadas estratagemas y
jugarretas hechas en otro tiempo en Bagdad por los jefes de Tu Derecha y de Tu Izquierda Ahmadla-
Tiña y Hassán-la-Peste, se me ocurrió hacer lo mismo que ellos a mi vez, y aun superarlos, a fin
de poder obtener de nuestro amo el califa los sueldos y el cargo de mi difunto marido, padre de mis
pobres hijas!"
Al escuchar estas palabras, el arriero se levantó con viveza, y exclamó: "¡Juzgue y sentencie
Alah entre esta vieja y yo! ¡No solamente no se ha contentado ella en robarme el borrico, sino que
impulsó al barbero moghrabín que está aquí a que me arrancara las dos últimas muelas y me
cauterizara las sienes con clavos al rojo!"
Y también el beduíno se levantó, y exclamó: "¡Juzgue y sentencie Alah entre esta vieja y yo!
¡No solamente no se ha contentado ella con atarme al poste en su lugar y robarme el caballo, sino
que me impidió satisfacer mi deseo de buñuelos rellenos de miel!"
Y a su vez el tintorero, el barbero, el joven mercader, el capitán Azote, el judío y el walí se
levantaron pidiendo a Alah reparación de los daños que les causó la vieja. Así es que el califa, que
era magnánimo y generoso, empezó por devolver a cada cual los objetos que se le habían robado,
y les indemnizó ampliamente por cuenta de su peculio particular. Y especialmente al arriero, pues
hizo que le dieran mil dinares de oro, a causa de la pérdida de sus dos muelas y de las
cauterizaciones sufridas, y le nombró jefe de la corporación de arrieros. Y todos salieron del diwán
felicitándose de la generosidad del califa y de su justicia, y olvidaron sus tribulaciones.
En cuanto a Dalila, le dijo el califa: "¡Ahora, ¡oh Dalila! puedes pedirme lo que anheles!" Ella
besó la tierra entre las manos del califa, y contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡no anhelo de tu
generosidad más que una cosa, y es ser reintegrada en el cargo y sueldo de mi difunto marido, el
director de las palomas mensajeras! Y sabré llenar estas funciones, pues en vida de mi marido era
yo quien, ayudada por mi hija Zeinab, daba de comer a las palomas y les ataba al cuello las cartas
y limpiaba el palomar. Y era yo igualmente quien cuidaba el khan grande que hiciste construir para
las palomas y que guardaban de día y de noche cuarenta negros y cuarenta perros, los mismos
que tomaste al rey de los afghans, descendientes de Soleimán, cuando venciste a aquel
soberano".
Y contestó el califa: "¡Sea, oh Dalila! Al instante voy a hacer que se te adjudique la dirección
del khan grande de las palomas mensajeras y el mando de los cuarenta negros y los cuarenta
perros ganados al rey de los afghans, descendientes de Soleimán. Y con tu cabeza responderás
entonces la pérdida de cualquiera de esas palomas que para mí son más preciosas que la misma
vida de mis hijos. ¡Pero no dudo de tus aptitudes!" A la sazón añadió Dalila: "También quisiera ¡oh
Emir de los Creyentes! que mi hija Zeinab habitara conmigo en el khan para que me ayudase en la
vigilancia general". Y el califa le dió autorización para ello.
Entonces, después de haber besado las manos del califa, Dalila regresó a su casa, y ayudada
por su hija Zeinab, hizo transportar sus muebles y efectos al khan grande, y escogió para
habitación el pabellón construido a la misma entrada del khan. Y el propio día tomó el mando de
los cuarenta negros, y vestida con traje de hombre y tocada la cabeza con un casco de oro, se
presentó a caballo ante el califa para tomar órdenes e informarse de los mensajes que tenía que
expedir él a las provincias. Y cuando llegó la noche, soltó en el patio principal del khan, para que lo
guardaran, a los cuarenta perros de la raza de aquellos que sirvieron a los pastores de Soleimán. Y
siguió presentándose a caballo en el diwán todos los días, tocada con el casco de oro rematado
por una paloma de plata, y acompañada por el cortejo de sus cuarenta negros vestidos de seda
roja y de brocado. Y para adornar su nueva vivienda, colgó en ella los trajes de Ahmad-la-Tiña, de
Ayub Lomo-de-Camello y de sus cuarenta compañeros.
¡Y así fué como Dalila la Taimada y su hija Zeinab la Embustera obtuvieron en Bagdad,
merced a su destreza y a sus artificios, el honorable cargo de la dirección de los palomares y el
mando de los cuarenta negros y los cuarenta perros guardianes nocturnos del khan grande! ¡Pero
Alah es más sabio!
Pero ya es hora ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada- de hablar de Alí Azogue y de sus
aventuras con Dalila y su hija Zeinab, y con Zaraik, el hermano de Dalila, que era vendedor de
pescado frito, y con el mago judío Azaria. ¡Porque esas aventuras son infinitamente más
asombrosas y más extraordinarias que todas las oídas hasta el presente!"
Y dijo para sí el rey Schahriar: "¡Por Alah, que no la mataré mientras no haya oído las
aventuras de Alí Azogue!" Y al ver aparecer la mañana, Schehrazada se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 449ª NOCHE
Ella dijo:
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que en tiempos de Ahmadla-Tiña y Hassán-la-Peste,
había en Bagdad otro ladrón tan sagaz y tan escurridizo que jamás consiguió capturarle la policía;
pues no bien creía tenerle ya cogido, se le escapaba como se escurre entre los dedos una bola de
azogue que se quisiera sujetar. A eso obedecía que en El Cairo, su patria, le pusieran el apodo de
Alí Azogue.
Porque antes de su llegada a Bagdad, Alí Azogue vivía en El Cairo, y partió de allí para ir a
Bagdad con motivo de cosas memorables que merecen ser mencionadas al comienzo de esta
historia.
Un día estaba sentado, triste y ocioso, en medio de sus compañeros, dentro del subterráneo
que les servía de punto de reunión, y viendo los demás que tenía el corazón apretado y oprimido el
pecho, trataban de distraerle; pero él seguía adusto en su rincón con el semblante enfurruñado,
contraídas las facciones y fruncidas las cejas. Entonces le dijo uno de ellos: "¡Oh jefe nuestro!
¡para dilatarte el pecho, nada hay mejor que un paseo por las calles y zocos de El Cairo!" Y Alí
Azogue acabó por levantarse y salir, caminando sin rumbo por los barrios de El Cairo, aunque no
se le aclaró su negro humor. Y llegó de tal suerte a la calle Roja, mientras a su paso la gente se
retiraba presurosa en prueba de consideración y respeto hacia él.
Cuando desembocaba en la calle Roja y se disponía a entrar en una taberna donde
acostumbraba a embriagarse, vio cerca de la puerta a un aguador con su odre de piel de cabra a la
espalda y el cual seguía por su camino haciendo tintinear, al chocar una con otra, las dos tazas de
cobre en que echaba de beber a los sedientos. Y canturreaba su pregón, diciendo unas veces que
su agua era como miel y otras veces que era como vino, a medida de todos los deseos. Y aquel
día, acompasando su pregón al tintineo de las dos tazas que se entrechocaban, cantaba de este
modo:
¡De la uva se saca el licor mejor! ¡No hay dicha sin un amigo de corazón! ¡La dicha
duplica su valor en él! ¡Y el sitio de honor es para el que habla bien!
Cuando vio el aguador a Alí Azogue, hizo tintinear en honor suyo las dos tazas sonoras, y
cantó:
¡Oh transeúnte! ¡he aquí la pura, la dulce, la deliciosa, la fresca agua! ¡mi agua, que es el
ojo del gallo! ¡mi agua, que es el cristal! ¡mi agua, que es el ojo, la alegría de las gargantas,
el diamante! ¡agua, agua, mi agua!
Luego preguntó: "¿Quieres una taza, mi señor?" Azogue contestó: "¡Dámela!" Y el aguador le
llenó una taza, que tuvo cuidado de enjuagar previamente, y se la ofreció, diciendo: "¡Es una
delicia!" Pero Alí Azogue cogió la taza, la miró un instante, la volcó y tiró el agua al suelo, diciendo:
"¡Dame otra!" Entonces se puso serio el aguador, considerándole con la mirada, y exclamó: "¡Por
Alah! ¿y qué encuentras en esta agua, más clara que el ojo del gallo, para tirarla al suelo así?" Alí
contestó: "¡Me da la gana! ¡Echame otra taza!" Y el aguador llenó de agua por segunda vez la taza
y se la ofreció religiosamente a Alí Azogue, quien la cogió y la vertió de nuevo, diciendo:
"¡Llénamela otra vez!" Y exclamó el aguador: "¡Ya sidi, si no quieres beber, déjame proseguir mi
camino!" Y le brindó una tercera taza de agua. Pero aquella vez Azogue vació de un sorbo la taza y
se la entregó al aguador, depositando en ella como gratificación un dinar de oro. Y he aquí que el
aguador, lejos de mostrarse satisfecho por semejante ganancia, midió con la mirada a Azogue y le
dijo con tono zumbón: "¡Que tengas buena suerte, mi señor, y que yo tenga buena suerte! ¡Una
cosa es la gentuza, y los grandes señores son otra cosa muy distinta!"
Al oír estas palabras, Alí Azogue, que no necesitaba tanto para que le hiciese estornudar la
cólera, cogió de la ropa al aguador, le administró una andanada de puñetazos, zarandéandoles a él
y a su odre, le arrinconó contra el muro de la fuente pública de la calle Roja, y le gritó: "¡Ah hijo de
alcahuete! ¿te parece que un dinar de oro es poco por tres tazas de agua? ¡Ah! ¿conque es muy
poco? ¡Pues si tal como está tu odre valdrá apenas tres monedas de plata, y la cantidad de agua
que he tirado al barro no llega ni a una pinta!"
El aguador contestó: "¡Así es, mi señor!" Azogue preguntó: "Pues entonces, ¿por qué me
hablaste de esa manera? ¿Habrás encontrado en tu vida a alguien más generoso de lo que yo fui
contigo?"
El aguador contestó: "¡Sí, por Alah! He encontrado en mi vida a alguien más generoso que tú!
¡Porque mientras estén encinta las mujeres y engendren hijos, habrá siempre sobre la tierra
hombres de corazón generoso!" Azogue preguntó: "¿Y podrías decirme quién es ese hombre que
encontraste más generoso que yo?"
El aguador contestó: "¡Ante todo, suéltame, y siéntate ahí, en el escalón de la fuente! ¡Y te
contaré mi aventura, que es extremadamente extraña!"
Entonces soltó Azogue al aguador; y después de sentarse ambos en una de las gradas de
mármol de la fuente pública, junto al odre que dejaron en el suelo, el aguador contó. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 450ª NOCHE
Ella dijo:
...y después de sentarse ambos en una de las gradas de mármol de la fuente pública, junto al
odre, que dejaron en el suelo, el aguador contó:
"Has de saber ¡oh mi generoso amo! que mi padre era el jeique de la corporación de
aguadores de El Cairo, no de los aguadores que venden agua al por mayor en las casas, sino de
los que, como yo, la venden al por menor, llevándola a la espalda y despachándola por las calles.
"Cuando murió mi padre, me dejó de herencia cinco camellos, una mula, la tienda y la casa.
¡Aquello era más de lo que necesitaha para visir dichoso un hombre de mi condición! Pero ¡oh mi
amo! el pobre nunca está satisfecho, ¡y el día en que por casualidad se siente satisfecho al
fin, muere! Así, pues, yo pensaba para mi ánima: "¡Voy a aumentar mi herencia con el tráfico y el
comercio!" Y al punto fui en busca de diversos prestamistas que me confiaron mercancías. Cargué
aquellas mercancías en mis camellos y en mi mula, y me marché a traficar en Hedjaz durante la
época de peregrinación a la Meca. Pero ¡oh mi amo! el pobre no se enriquece nunca, ¡y si se
enriquece, muere! Fui tan desgraciado con mi tráfico, que antes de terminarse la peregrinación
perdí cuanto poseía, y me vi obligado a vender mis camellos y mi mula para atender a las
necesidades del momento. Y me dije: «¡Si vuelves a El Cairo, te cogerán tus acreedores y te
meterán en la cárcel!» Entonces me agregué a la caravana de Siria, y fui a Damasco, a Alepo y de
allí a Bagdad.
"Una vez llegado a Bagdad, pregunté por el jefe de la corporación de aguadores y me presenté
a él. Como buen musulmán, empecé por recitarle el capítulo liminar del Korán y le deseé la paz. A
la sazón me interrogó por mi estado, y le conté todo lo que me había sucedido. Y sin tardanza me
dió un ajustador, un odre y dos tazas para que pudiese ganarme la vida. Y salí una mañana por el
camino de Alah, con mi odre a la espalda, y empecé a circular por los diversos barrios de la ciudad,
cantando mi pregón, como los aguadores de El Cairo. Pero ¡oh mi amo! el pobre permanece
pobre porque tal es su destino!
"En efecto, no tardé en ver cuán grande era la diferencia entre los habitantes de Bagdad y los
de El Cairo. En Bagdad, ¡oh mi amo! la gente no tiene sed; ¡y los que por casualidad se deciden a
beber no pagan! ¡Porque el agua es de Alah! Al oír las respuestas de los primeros individuos a
quienes hice mis ofertas cantadas, advertí todo lo malo que era el tal oficio. Pues cuando a uno de
ellos le brindé mi taza, hubo de contestarme: "¿Pero acaso me diste de comer, para darme de
beber ahora?"
Yo continué entonces mi camino, asombrándome de la funesta manera de comenzar allí en mi
oficio, y brindé la taza a otro; pero me contestó: "¡La ganancia está en Alah! Sigue tu camino ¡oh
aguador!" No quise desalentarme, y continué caminando por ¡os zocos, parándome delante de las
tiendas bien acreditadas; pero nadie me hizo seña de que le sirviera agua ni quiso dejarse tentar
por mis ofertas y el tintineo de mis vasos de cobre. Y así permanecí hasta mediodía, sin haber
ganado con qué comprarme una bizcochada de pan y un cohombro. Porque ¡oh mi amo! el destino
del pobre le obliga a tener a veces hambre. ¡Pero el hambre, oh mi amo! es menos dura que la
humillación! Y el rico experimenta bastantes humillaciones y las soporta peor que el pobre, que no
tiene nada que perder ni que ganar. Así yo, por ejemplo, si me he enfadado por tu cólera, no es por
mí, sino por mi agua, que es un don excelente de Alah. Pero tu cólera para conmigo ¡oh mi amo!
se debe a motivos que afectan a tu persona.
"El caso es que, al ver que mi estancia en Bagdad comenzaba de manera tan triste, pensé
para mi ánima: "¡Más te hubiera valido ¡oh pobre! morir en una cárcel dentro de tu país que en
medio de esas gentes a quienes no les gusta el agua!" Y mientras me obstinaba en tales
pensamientos, vi de pronto levantarse en el zoco una gran polvareda y correr gente en cierta
dirección. Entonces, como mi oficio consiste en ir a donde va muchedumbre, corrí con todas mis
fuerzas, llevando mi odre a la espalda, y me dejé llevar por la corriente. Y a la sazón vi un cortejo
espléndido compuesto por dos filas de hombres que llevaban en la mano bastones, ostentaban
gorros enriquecidos con perlas, iban vestidos con hermosos albornoces de seda y al costado les
colgaban magníficos alfanjes incrustados ricamente. Y marchaba al frente de ellos un jinete de
aspecto terrible, ante el cual todas las cabezas se inclinaban hasta la tierra. Entonces pregunté:
«¿A qué se debe este cortejo? ¿Y quién es ese jinete?» Me contestaron: «¡Bien se ve, por tu
acento egipcio y tu ignorancia, que no eres de Bagdad! Ese cortejo es el del mokaddem Ahmad-la-
Tiña, jefe de policía de la Derecha del califa, que está encargado de mantener el orden por los
arrabales. Y el que ves a caballo es él mismo. ¡Disfruta de muchos honores y de un sueldo de mil
dinares al mes, exactamente igual que su colega. Hassán-la-Peste, jefe de la Izquierda! ¡Y cada
uno de sus hombres cobra cien dinares mensuales! ¡Precisamente acaban de salir del diwán
ahora, y van a su casa para hacer la comida de mediodía!»
"Entonces ¡oh mi amo! me puse a vocear mi pregón a estilo egipcio, tal como me viste hace
poco, acompañándome con el tintineo de mis vasos sonoros. Y lo hice de modo que me oyó y me
vió el mokaddem Ahmad, y guiando hacia mí su caballo me dijo: "¡Oh hermano de Egipto, por tu
canto te reconozco! ¡Dame una taza de tu agua!" Y cogió la taza que le brindé, la volcó y tiró al
suelo el contenido para hacérmela llenar por segunda vez y verterla en el suelo de nuevo,
exactamente igual que tú, ¡oh mi amo! y beber de un sorbo la tercera taza que me hizo que le
llenase. Luego exclamó en alta voz: «¡Viva El Cairo con sus habitantes, ¡oh aguador, hermano mío!
¿Por qué viniste a esta ciudad en donde no se estima y remunera a los aguadores?» Y le conté mi
historia y le hice comprender que estaba sin dinero y huido a causa de mis deudas y de mis
apuros. Entonces exclamó: «Bien venido seas, pues, a Bagdad!» Y me dió cinco dinares de oro, y
encarándose con todos los hombres de su cortejo les dijo, «¡Por el amor de Alah, recomiendo a
vuestra liberalidad este hombre de mi patria!» ¡Al punto cada hombre del cortejo me pidió una taza
de agua, y después de bebérsela, dejó en ella un dinar de oro! De modo que al cabo de aquella
ronda tenía yo más de cien dinares de oro en la caja de cobre que colgabá de mi cinturón. Luego
me dijo el mokaddem Ahmad-la-Tiña: «¡Esta será tu remuneración cada vez que nos sirvas de
beber durante tu estancia en Bagdad!» Así es que en pocos días se llenó varias veces mi caja de
cobre; y conté los dinares y vi que poseía mil y pico.
Entonces pensé para mi ánima: «Ya te llegó la hora de volver a tu país, ¡oh aguador! pues por
muy bien que se esté en tierra extraña, se encuentra uno en su patria mejor todavía. ¡Y además,
tienes deudas, y has de pagarlas!» Entonces me dirigí al diwán, donde ya me conocían y me
trataban con muchos miramientos; y entré a despedirme de mi bienhechor, recitándole estos
versos...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 451ª NOCHE
Ella Dijo:
"... y entré a despedirme de mi bienhechor, recitándole estos versos:
¡La morada del extranjero en tierra extranjera es semejante a un edificio construído en el
aire!
¡Sopla el viento, se derrumba el edificio, y el extranjero lo abandona! ¡Más le hubiera
valido no construirlo!
Luego le dije: "¡He aquí que parte para El Cairo una caravana, quisiera agregarme a ella para
volver con los míos!" Entonces me dio él una mula y cien dinares, y me dijo: "A mi vez ¡oh jeique!
quisiera encargarte una comisión de confianza.¿Conoces a mucha gente en El Cairo?" Yo
contesté: "¡Conozco a toda la gente generosa que allá habita!" El me dijo: "Entonces toma esta
carta y entrégasela en propia imano a mi antiguo compañero Alí Azogue, de El Cairo; y dile de mi
parte: "¡Tu jete te envía sus zalemas y sus votos! ¡Ahora está con el kalifa Harún Al-Raschid!"
"Cogí la carta, besé la mano del mokaddem Ahmad, y abandoné Bagdad para venir a El
Cairo, donde llegué hace cinco días apenas. Empecé por buscar a mis acreedores, a quienes
pagué religiosamente con todo el dinero que había ganado en Bagdad merced a la generosidad de
Ahmad-la-Tiña. Tras de lo cual volví a ponerme mi ajustador de cuero, cargué mi odre a la espalda
y me hice aguador como antes, tal cual me ves, ¡oh mi amo! ¡Pero en vano busco por todo El Cairo
al amigo de Ahmad-la-Tiña, a Alí Azogue, pues no puedo dar con él para entregarle la carta que
llevo siempre entre los pliegues de mi ropa!
"Y tal es ¡oh mi amo! la aventura que me acaeció con el más generoso de mis clientes".
Cuando el aguador hubo acabado de contar su historia, Alí Azogue se levantó y le abrazó como el
hermano abraza al hermano, y le dijo: "¡Oh aguador, semejante mío, perdóname mi cólera de hace
poco para contigo! ¡Sin duda el hombre que encontraste en Bagdad y era más generoso que yo, el
único más generoso que yo, es mi antiguo jefe! ¡Porque el Alí Azogue a quien buscas, el primer
compañero de Ahmad-laTiña, soy yo mismo! ¡Regocija, pues, tu alma, refresca tus ojos y tu
corazón y dame la carta de mi superior!" Entonces el aguador hubo de entregarle la carta,
abriéndola el otro, y leyendo en ella lo que sigue:
"¡La zalema del Mokaddem Ahmad-la-Tiña al más ilustre y al primero de sus hijos, Alí Azogue!
"Te escribo ¡oh adorno de los más hermosos! en una hoja que volará hacia ti con el viento.
"¡Si fuese pájaro, yo mismo a tus brazos volaría transportado por el deseo! Pero, ¿podrá volar
aún el pájaro a quien cortaron las alas? "Porque has de saber ¡oh el más hermoso! que estoy
ahora a la cabeza de los cuarenta alguaciles de Ayub Lomo-de-Camello, todos ellos, como
nosotros, antiguos bravos, autores de mil soberbias hazañas. Y fui nombrado por nuestro amo el
califa Harún Al-Raschid, jefe de policía de Su Derecha, encargado de custodiar la ciudad y los
arrabales, con un sueldo de mil dinares al mes, sin contar los ingresos extraordinarios y ordinarios
por parte de las gentes que desean congraciarse conmigo. "Si tú ¡oh el más querido! quieres dar
un vasto meidán al vuelo de tu genio y abrirte la puerta de las bienandanzas y las riquezas no
tienes más que venir a Bagdad para reunirte con tu amigo. Aquí acometerás altas empresas, y te
prometo obtenerte entonces los favores del califa, una plaza digna de ti y de nuestra amistad y un
tratamiento tan considerable como el mío.
"¡Ven, pues, hijo mío, a reunirte conmigo y a dilatarme el corazón con tu presencia deseada!
"¡Y sean contigo la paz de Alah y sus bendiciones, ¡ya Alí!"
Cuando Alí Azogue hubo leído esta carta de su jefe Ahmad-la-Tiña, se estremeció de alegría y
de emoción, y blandiendo su largo bastón en una mano y la carta en la otra mano, ejecutó una
danza fantástica sobre los escalones de la fuente, atropellando a las viejas y a los mendigos.
Después besó varias veces la carta, llevándosela a la frente luego; y se quitó su cinturón de cuero
y lo vació, dejando en las manos del aguador todas las monedas de oro que contenía, para darle
gracias por la buena noticia y la comisión. Y se apresuró a reunirse en el subterráneo con los
bergantes de su banda para anunciarles su inmediata partida a Bagdad.
Cuando estuvo entre ellos, les dijo: "¡Hijos míos, os dejo encomendados unos a otros!"
Entonces exclamó su lugarteniente: "¿Cómo, maestro? ¿Es que nos abandonas?" Alí contestó:
"¡Me espera mi destino en Bagdad, entre las manos de mi jefe Ahmad-la-Tiña!" el otro dijo:
"¡Precisamente nos hallamos en un momento de apuro! ¡Nuestro almacén de provisiones está
vacío! ¿Y qué va a ser de nosotros sin ti?" Alí contestó: "Antes de llegar a Bagdad, en cuanto entre
en Damasco, ya encontraré la manera de enviaros algo con que podáis atender a todas vuestras
necesidades. ¡No temáis, pues, hijos míos!" Luego se quitó la ropa que llevaba, hizo sus
abluciones y se vistió con un traje ceñido a la cintura y con un largo capote de viaje de amplias
mangas; guardó en su cinturón de cuero dos puñales y un machete; se puso a la cabeza un
tarbusch extraordinario y empuñó una inmensa lanza de cuarenta y dos codos de longitud, y hecha
con nudos de bambú que podían meterse a voluntad unos con otros. Después saltó a lomos de su
caballo y se marchó.
Apenas había salido de El Cairo, cuando divisó ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente:
Y CUANDO LLEGO LA 452ª NOCHE
Ella dijo:
... Apenas había salido de El Cairo, cuando divisó una caravana, a la cual se agregó al
enterarse que se dirigía a Damasco y a Bagdad. Aquella caravana era del síndico de los
mercaderes de Damasco, hombre muy rico que volvía desde la Meca a su país. Y he aquí que Alí,
que era joven, hermoso y todavía no tenía pelo en las mejillas, le gustó en extremo al síndico de
los mercaderes, a los camelleros y a los muleteros, y a la vez que se defendía de sus diversos
atentados nocturnos, supo hacerle una porción de servicios apreciables, protegiéndolos centra
los beduínos salteadores y los leones del desierto; de modo que a su llegada a Damasco le
demostraron su agradecimiento gratificándole cada cual con cinco dinares. Y Alí, que no se
olvidaba de sus compañeros de El Cairo, se apresuró a enviarles todo aquel dinero, sin guardar
para él más que lo estrictamente necesario para continuar su camino y llegar a Bagdad por fin.
Y así fué como Alí Azogue, de El Cairo, abandonó su país para ir a Bagdad, buscando su destino
entre las manos de su maestro Ahmad-la-Tiña, el antiguo jefe de aquellos bravos.
No bien hubo entrado en la ciudad, se dedicó a buscar la vivienda de su amigo preguntando a
varias personas nue no supieron o no quisieron indicársela. Y llegó de tal suerte a una plaza
llamada Al-Nafz, donde vio a unos muchachos que estaban jugando bajo la dirección de otro más
pequeño que todos ellos y al que llamaban Mahmud el Aborto. Y precisamente se trataba de aquel
Mahmud el Aborto que era hijo de la hermana casada de Zeinab. Y Alí Azogue pensó para sí: "¡Ya
Alí! las nuevas de las personas nos las facilitan sus hijos!"
Y para atraerse a los chicos, al punto se dirigió a la tienda de un confitero y compró un pedazo
grande de halawa con aceite de sésamo y azúcar; luego se acercó a los pequeñuelos que jugaban,
y les dijo: "¿Cuál de vosotros quiere halawa todavía caliente?" Pero Mahmud el Aborto no dejó
acercarse a los demás chicos, y fué a ponerse delante de Alí él solo, y le dijo: "¡Dame halawa!"
Entonces Alí le dió el pedazo, deslizándole en la mano al mismo tiempo una moneda de plata. Pero
cuando el Aborto vió el dinero, creyó que aquel hombre se lo daba para atentar contra él y
seducirle, y le gritó:
"¡Vete! ¡Yo no me vendo! ¡Yo no hago cosas feas! ¡Pregunta a los demás por mí y te lo
dirán!"
Alí Azogue, que en aquel momento no pensaba en liviandades ni en nada semejante, dijo al
pequeño pervertido: "Hijo mío, lo que te doy es para pagarte un informe que deseo de ti; y si te
pago es porque los bravos pagan siempre los servicios que sean de otros bravos. ¿Puedes
decirme solamente dónde está la vivienda del mokaddem Ahmad-la-Tiña?" El Aborto contestó: "¡Si
no es más que eso lo que deseas de mí, la cosa es fácil! Echaré a andar delante de ti, y cuando
llegue frente a la casa-de Ahmad-la-Tiña, con mis pies descalzos lanzaré contra la puerta un
guijarro. De este modo nadie me verá hacerte la indicación. ¡Y así sabrás cuál es la vivienda de
Ahmad-la-Tiña!" Y efectivamente, echó a correr delante de Azogue, y al cabo de cierto tiempo
cogió con sus pies descalzos un guijarro, y sin moverse, lo lanzó contra la puerta de una casa. Y
maravillado de la puntería, de la precocidad, de la destreza, de la desconfianza, de la malicia y de
la sutileza del pillastre, exclamó Azogue: "¡Inschalah, ya Mahmud! el día en que también me
nombren jefe de policía, te escogeré para que seas el primero entre tris bravos!" Luego Alí llamó a
la puerta de Ahmad-la-Tiña.
Cuando Ahmad-la-Tiña oyó los golpes dados en la puerta, saltó sobre ambos pies en el límite
de la emoción, y dijo a voces a su lugarteniente Lomo-de-Camello: "¡Oh Lomo-de-Camello! ¡ve a
abrir en seguida al más hermoso entre los hijos de los hombres! ¡El que llama a mi puerta no es
otro que Alí Azogue, mi antiguo lugarteniente de El Cairo! ¡Lo conozco por su manera de llamar!" Y
Lomo-de-Camello ni por un instante dudó que fuese precisamente Alí Azogue quien estaba al otro
lado de la puerta, y se apresuró a abrirla y a introducirle donde esperaba Ahmad-la-Tiña. Y
abrazáronse tiernamente los dos antiguos amigos; y después de las primeras efusiones y las
zalemas reiteradas como si se tratase de un hermano suyo, Ahmad-la-Tiña le vistió con un traje
magnífico, diciéndole: "¡Cuando el califa me nombró jefe de Su Derecha y me dio ropas para mis
hombres, reservé este traje para ti, pensando que te encontraría un día u otro!"
Luego le hizo sentarse en medio de ellos, en el sitio de honor; e hizo servir un festín prodigioso
para festejar su encuentro; y se pusieron todos a comer, a beber y a regocijarse durante toda
aquella noche.
Al día siguiente por la mañana, cuando llegó para Ahmad la hora de ir al diwán al frente de sus
cuarenta, dijo a su amigo Alí: "¡Ya Alí! tienes que ser prudente al comienzo de tu estancia en
Bagdad. ¡Guárdate, pues, de salir de casa para no atraerte la curiosidad de estos habitantes, que
son pegajosos! ¡No creas que Bagdad es El Cairo! ¡Bagdad es la corte del califa, y los espías
hormiguean aquí como en Egipto las moscas, y los estafadores y sacadineros pululan por aquí
como por allá las ocas y los sapos!"
Y contestó Alí Azogue: "¡Oh maestro! ¿acaso vine a Bagdad para encerrarme como una virgen
entre las cuatro paredes de una casa?" Pero Ahmad le aconsejó que tuviera paciencia, y se
marchó al diwán al frente de sus alguaciles.
En cuanto à Alí Azogue...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 453ª NOCHE
Ella dijo:
... En cuanto a Alí Azogue, tuvo paciencia para permanecer encerrado tres días en casa de su
amigo. Pero al cuarto día, sintió que se le contraía el corazón y se le oprimía el pecho, y preguntó
a Ahmad si era ya tiempo de comenzar las hazañas que debían ilustrarle y hacerle merecedor de
los favores del califa. Ahmad contestó: "Cada cosa a su hora, hijo mío. ¡Déjame a mí solo el
cuidado de ocuparme de ti y predisponer para contigo al califa antes de que emprendas tus
hazañas!"
Pero en cuanto salió Ahmad-la-Tiña, Alí Azogue no pudo estarse quieto, y se dijo: "¡Voy a
tomar un poco de aire nada más para dilatarme el pecho!" Y dejó la casa y empezó a recorrer las
calles de Bagdad, trasladándose de un lugar a otro y deteniéndose a veces en casa de un
pastelero o en la tienda de un cocinero para tomar un bocado o devorar cualquier cosa de
pastelería. Y he aquí que divisó un cortejo de cuarenta negros vestidos de seda roja, cubiertos con
gorros altos de fieltro blanco y armados de grandes machetes de acero. Iban ordenados de dos en
dos; y detrás de ellos, montada en una mula con ricos jaeces; cubierta con un casco de oro
coronado por una paloma de plata, y vestida con una cota de malla de acero, avanzaba, en medio
de su gloria y su esplendor, la directora de las palomas, Dalila la Taimada.
... Precisamente acababa de salir del diwán y volvía al khan. Pero al pasar por delante de Alí
Azogue, a quien no conocía y que no la conocía a ella, quedó asombrada de su belleza, de su
juventud, de su buen aspecto, de su apostura elegante, de su apariencia agradable y sobre todo de
su semejanza en la expresión de la mirada con el propio Ahmad-la-Tiña, su enemigo. Y al punto
dijo unas palabras a uno de sus negros, que fue a informarse a hurtadillas, entre los mercaderes
del zoco, acerca del nombre y la condición del hermoso joven; pero ninguno pudo decirle nada. Así
es que cuando Dalila regresó a su pabellón del khan, llamó a su hija Zeinab y le dijo que le llevara
la mesa de la arena adivinatoria; luego añadió: "¡Hija mía, acabo de encontrarme en el zoco con un
joven tan hermoso, que la belleza le reconocería como uno de sus favoritos! ¡Pero ¡oh hija mía! su
mirada se asemeja de un modo muy extraño a la de nuestro enemigo Ahmad-la-Tiña! ¡Y mucho me
temo que ese extranjero a quien nadie en el zoco conoce, haya venido a Bagdad para jugarnos
alguna mala pasada! ¡Por eso voy a consultar acerca de él a mi mesa adivinatoria!"
Tras estas palabras, agitó la arena a estilo cabalístico, murmurando palabras talismánicas y
leyendo al revés unos renglones de escritura hebrea; luego en un libro mágico combinaciones
algebráicas y químicas de números y letras, y encarándose con su hija, le dijo: "Oh hija mía! ese
hermoso joven se llama Alí Azogue y viene de El Cairo! ¡Es amigo de nuestro enemigo Ahmad-la-
Tiña, que no le ha hecho venir a Bagdad más que para jugarnos una mala pasada y vengarse así
de la que tú misma le jugaste enborrachándole y quitándole el traje a él y a sus cuarenta. Además,
sé que vive en casa de Ahmad-la-Tiña".
Pero le contestó su hija Zeinab: "¡Oh madre mía! y después de todo; ¿qué nos importa el tal
individuo? ¡No hagas caso de ese jovenzuelo imberbe!"
La vieja contestó: "¡La arena adivinatoria acaba de revelarme también que la suerte de ese
joven sobrepujará con mucho a mi suerte y a la tuya!" Zeinab dijo: "Ahora vamos a verlo, ¡oh
madre!" Y enseguida se puso su ropa mejor, después de haberse sombreado la mirada con su
barrita de kohl y juntado las cejas con su pasta negra fumada, y salió para ver si encontraba al
consabido joven.
Empezó a recorrer lentamente los zocos de Bagdad balanceando sus caderas y guiñando los
ojos por debajo de su velo, y lanzando miradas destructoras de corazones, y prodigando a su paso
sonrisas para unos, promesas tácitas para otros, coqueterías, mimos, arrumacos, respuestas con
las pupilas, preguntas con las cejas, asesinatos con las pestañas, despertares con los brazaletes,
música con sus cacabeles y fuego en todas las entrañas, hasta que ante el escaparate de un
vendedor de kenafa se encontró con el propio Alí Azogue, a quien conoció por su hermosura.
Entonces se acercó a él, y como por inadvertencia le dio con él hombro un golpe que le hizo
vacilar, y fingiéndose enfadada porque la habían tropezado, le dijo: "¡Vivan los ciegos! ¡oh
clarividente!"
Al oír estas palabras, Alí Azogue se limitó a sonreír junto a la bella joven cuya mirada le
traspasaba ya de una parte a otra, y contestó: "¡Oh, cuán hermosa eres, jovenzuela! ¿A quién
perteneces?" Ella entornó por debajo del velo sus ojos magníficos, y contestó: "¡A todo ser bello
que se parezca a ti!" Azogue preguntó: "¿Estás casada o eres virgen?" Ella contestó: "¡Casada
para suerte tuya!" El dijo: "¿Será, entonces, en mi casa o en tu casa?" Ella contestó: "Prefiero en
mi casa. Sabe que estoy casada con un mercader, y soy hija de un mercader. Y hoy es la vez
primera que por fin puedo salir de casa, porque mi esposo acaba de ausentarse por una semana.
Y he aquí que en cuanto él marchó quise divertirme, y dije a mi servidora que guisara para mí
manjares muy apetitosos. ¡Pero como los más apetitosos manjares no serían deliciosos sin la
sociedad de los amigos, he salido de casa en busca de alguien tan hermoso y tan bien educado
como tú para que comparta mi comida y pase conmigo la noche! Y te he visto, y se me entró en el
corazón tu amor. ¿Te dignarás, pues, regocijarte el alma, aliviarte el corazón y aceptar un bocado
de comida en mi casa...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 454ª NOCHE
Ella dijo:
".. y aceptar un bocado de comida en mi casa?" El joven contestó: "¡Cuando a uno le invitan,
no es posible rehusar!" Entonces echó a andar ella delante de él, y él la siguió de calle en calle,
caminando a cierta distancia.
Y mientras caminaba así detrás de ella, iba pensando él: "¡Ya Alí, lo que hiciste resulta una
imprudencia en un extranjero recién llegado! ¿Quién sabe si no te vas a ver expuesto al rencor del
marido, que puede caer de improviso sobre ti mientras duermes, y cortarte em venganza tu gallo
y los huevos que empolla?
Y he aquí que el Sabio ha dicho:
"¡Al que copula en um país extranjero donde le hospedan, le castigará el Gran
Hospitalario!"
Será, por consiguiente, más razonable por parte tuya excusarte cortésmente con ella,
diciéndole algunas palabras amables". Aprovechó, pues, el momento en que llegaban a un lugar
retirado, se acercó a ella, y le dijo: "Mira, ¡oh jovenzuela! toma este dinar para ti y dejemos nuestra
entrevista para otro día". Ella contestó: "¡Por el Nombre Más Grande! es absolutamente preciso
que seas hoy mi huésped, porque nunca me he sentido tan predispuesta como hoy a los escarceos
múltiples y a los juegos ardorosos".
Entonces la siguió, y llegó con ella frente a una vasta casa cuya puerta estaba cerrada con
fuerte cerradura de madera. Y la joven hizo ademán de buscar en su vestido la llave, y exclamó
luego contrariada: "¡Pues he perdido mi llave! ¿Cómo vamos a arreglarnos para abrir ahora?"
Después fingió tomar una decisión, y le dijo: "¡Abre tú!" El dijo: "¿Cómo voy a abrir sin llave una
cerradura? ¡No me atrevo a forzarla!"
Por toda respuesta le lanzó ella bajo el velo dos miradas, que le abrieron sus cerraduras más
profundas; luego añadió: "¡No tendrás más que tocarla y se abrirá!" Y Azogue puso su mano en la
cerradura, y la puerta se abrió. Entraron ambos, y le condujo ella a una sala llena de armas
hermosas y alfombrada con hermosos tapices, donde le hizo sentarse. Extendió sin tardanza el
mantel, y sentándose junto al joven, se puso a comer en su compañía y a colocarle ella misma la
comida entre los labios, bebiendo luego con él y divirtiéndose sin permitirle siquiera que la tocara, o
la diera un beso, o un pellizco, o un mordisco; porque en cuanto se inclinaba él hacia ella para
besarla, ella interponía la mano vivamente entre su mejilla y los labios del joven, y el beso iba a
darle en la mano solamente. Y a las demandas apremiantes de Alí, contestaba Zeinab:
" ¡La voluptuosidad no llega a su plenitud más que por la noche!”
Terminada de tal suerte su comida, se levantaron para lavarse las manos y salieron al patio,
acercándose al pozo; y Zeinab quiso manejar por sí sola la cuerda y la polea y sacar el cubo del
fondo del pozo; pero de pronto lanzó un grito y se asomó al brocal, golpeándose el pecho y
retorciéndose los brazos presa de una desesperación extremada; y le preguntó Azogue: "¿Qué te
ocurre, ojos míos?" Ella contestó: "Acaba de escurrírseme y caérseme al fondo del pozo mi sortija
de rubíes, que me estaba grande. ¡Me la había comprado mi marido ayer por quinientos dinares! Y
como me estaba muy grande, la achiqué con cera; pero no me sirvió de nada, pues acaba de
caérseme ahí abajo!"
Luego añadió: "¡Ahora mismo voy a ponerme desnuda y a bajar al pozo, que no es profundo,
para buscar mi sortija! ¡Vuélvete, pues, de cara a la pared para que pueda desnudarme!" Pero
Azogue contestó: ¡Qué vergüenza para mí ¡oh mi señora! si consintiera yo que en mi presencia te
tomaras el trabajo de bajar! ¡Yo solo bajaré a buscar en el fondo del agua tu sortija!" Y al momento
se desnudó completamente, cogióse con las dos manos a la cuerda de fibras de palmera de la
garucha, y se dejó bajar en el cubo al fondo del pozo.
Cuando tocó el agua, soltó la cuerda y se sumergió en busca de la sortija; y le llegaba a los
hombros el agua fría y negra en la oscuridad. Y en aquel mismo nstante Zeinab la Embustera tiró
con viveza del cubo y gritó a Azogue: `¡Ya puedes llamar para que te socorra a tu amigo Ahmad-la-
Tiña!" Y se apresuró a salir de la casa llevándose las ropas de Azogue. Luego, sin cerrar detrás de
ella la puerta, se volvió con su madre.
Y he aquí que la casa adonde Zeinab había arrastrado a Azogue pertenecía a un emir del
diwán, ausente entonces para ir a sus asuntos. Así es que cuando estuvo de regreso en su casa y
vio la puerta abierta, no le cupo duda de que allí había entrado un ladrón, y llamó a su palafrenero
y empezó a hacer pesquisas por toda la casa; pero al ver que no se habían llevado nada y que no
había huellas de ladrones, no tardó en tranquilizarse. Luego, como quería hacer sus abluciones,
dijo a su palafrenero: "¡Coge el jarro y llénamelo con agua fresca del pozo!" Y el palafrenero fue al
pozo e hizo bajar el cubo, y cuando lo creyó bastante lleno quiso tirar de él; pero lo encontró
extraordinariamente pesado. Entonces miró al fondo del pozo y divisó sentada en el cubo una vaga
forma negra que le pareció un efrit. Al ver aquello, soltó la cuerda y echó a correr, gritando
enloquecido: "¡Ya sidi! ¡en el pozo hay un efrit! ¡Está sentado en el cubo!
Entonces le preguntó el emir: "¿Y cómo es?" El palafrenero dijo: "¡Es terrible y negro! ¡Y
gruñía como un cochino!" El emir le dijo: "¡Corre a buscar a cuatro sabios lectores del Korán para
que vengan a leer el Korán en presencia de ese efrit y a exorcizarle...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 455ª NOCHE
Ella dijo:
". . . para que vengan a leer el Korán en presencia de ese efrit y a exorcizarle!" Y el palafrenero
salió al punto corriendo en busca de los sabios lectores del Korán, que se instalaron alrededor del
pozo. Y comenzaron a recitar los versículos conjuratorios, mientras el palafrenero y su amo tiraban
de la cuerda y sacaban el cubo fuera del pozo. Y en el límtie del espanto, vieron todos al efrit
consabido, que no era otro que Alí Azogue saltar del cubo sobre ambos pies y exclamar: "¡Alah
Akbar!" Y se dijeron los cuatro lectores: "¡Es un efrit de los creyentes, porque pronuncia el
Nombre!" Pero el emir no tardó en ver que era un hombre de la especie de los hombres, y le dijo:
"¿Acaso eres un ladrón?"
El joven contestó: "¡No, por Alah! pero soy un pobre pescador. Estando dormido a orillas del
Tigris, he copulado con el aire en sueños, y como al, despertarme me encontré mojado, me metí en
el agua para lavarme; pero un remolino me arrastró al fondo del agua, y una corriente subterránea
me impulsó entre las sábanas líquidas hasta este pozo donde estaban mi destino y mi salvación,
gracias a ti".
Ni por un instante dudó el emir de la veracidad de aquel relato, y dijo: "¡Todo sucede porque
así está escrito!" Y le dio un manto viejo para que se cubriese y le despidió condoliéndose de su
estancia en el agua fría del pozo.
Cuando Alí Azogue llegó a casa de Ahmad-la-Tiña, donde ya estaban muy inquietos por su
ausencia, y contó su aventura, se burlaron mucho de él, especialmente Ayub Lomo-de-Camello,
que le dijo: "¡Por Alah! ¿Cómo puedes haber sido jefe de banda en El Cairo, dejándote engañar y
robar en Bagdad por una jovenzuela?" Y Hassán-la-Peste, que precisamente estaba de visita en
casa de su colega, preguntó a Azogue: "¡Oh, inocente egipcio! ¿conoces por lo menos el nombre
de la joven que jugó contigo, y sabes quién es y de quién es hija?" Alí contestó: "¡Sí, por Alah! ¡es
hija de un mercader y esposa de un mercader! ¡Pero no me dijo su nombre!" Al oír estas palabras
soltó una carcajada Hassán-la-Peste, y le dijo: "¡Voy a describírtela! ¡La que tú crees una mujer
casada, es una joven virgen, y de ello te respondo! ¡Se llama Zeinab! ¡Y no es hija de ningún
mercader, sino de Dalila-la-Taimada, directora de nuestras palomas mensajeras! Con su dedo
meñique hacían dar vueltas a todo Bagdad ella y su madre, ¡ya Alí! y se trata de la misma que
embaucó a tu maestro, robándole los trajes a él y a sus cuarenta aquí presentes!"
Y como Alí Azogue reflexionara profundamente, Hassán-la-Peste le preguntó: "¿Qué piensas
hacer ahora?" Alí contestó: "¡Casarme con ella! ¡Porque la amo locamente a pesar de todo!"
Entonces le dijo Hassán: "¡En ese caso te auxiliaré, pues sin mí ya puedes abandonar de
antemano un proyecto tan temerario, renunciando a él y acallando tu hígado con respecto a la lista
jovenzuela!"
Azogue exclamó: "¡Ya Hassán, ayúdame con tus consejos!" Hassán le dijo: "¡De todo corazón
amistoso! ¡Pero con la condición de que en lo sucesivo no bebas más que en la palma de mi mano,
ni obres más que bajo mis banderas! ¡Y en tal caso, te prometo el logro de tu proyecto y la
satisfacción de tus deseos!" El joven contestó: "¡Ya Hassán, soy tu criado y tu discípulo!" Entonces
le dijo la-Peste: "¡Empieza por desnudarte completamente!" Y Azogue se quitó el manto viejo que
llevaba, y quedóse desnudo por completo.
Entonces Hassán-la-Peste cogió un puchero lleno de pez y una pluma de gallina, y barnizó
con aquello todo el cuerpo de Azogue y la cara, de modo que le dio apariencia de un negro; luego,
para completar la semejanza, le tiñó de rojo vivo los labios y el borde de los párpados, le dejó
secar un momento, le tapó con un paño blanco la venerable herencia de su padre, y le dijo
después: "¡Hete aquí transformado en negro, ¡ya Alí! y también vas a convertirte en cocinero!
¡Porque has de saber que el cocinero de Dalila, de Zeinab, de los cuarenta negros y de los
cuarenta perros de la raza de aquellos que sirvieron a los pastores de Soleimán, es un negro como
tú!
Vas a procurar encontrarte con él, y le hablarás en lengua negra, y después de las zalemas, le
dirás: "¡Hace mucho tiempo, hermano negro, que no nos hemos reunido para beber nuestra bebida
fermentada, la excelente buza, y comer kabad de cordero! ¿Vamos a festejar el día de hoy?" Pero
te contestará que se lo impiden sus ocupaciones y los cuidados de su cocina. Entonces tratarás de
emborracharle y de interrogarle de la calidad y cantidad de los manjares que guisa para Dalila y su
hija, del alimento de los cuarenta negros y los cuarenta perros, del sitio en que están las llaves de
la cocina y de la despensa, y de todo. ¡Y todo te lo dirá! Porque el borracho no oculta nada de
lo que deja de contar cuando no le domina la embriaguez. Una vez que hayas adquirido de él
estos diversos datos, le narcotizas con bang; te vestirás con sus propios trajes; te meterás en el
cinturón sus cuchillos de cocina; cogerás el cesto de provisiones; irás al zoco a comprar carne y
verduras; volverás a la cocina; irás a la despensa para sacar lo que necesites, como manteca,
aceite, arroz y otras cosas por el estilo; guisarás los manjares conforme a las indicaciones
aprendidas; los presentarás bien, echarás bang en ellos, y te irás a servírselos a Dalila, a su hija, a
los cuarenta negros y a los cuarenta perros, durmiéndoles de aquel modo.
Entonces les quitarás todos sus efectos y sus ropas, y me los traerás. ¡Pero si ¡ya Alí! deseas
obtener por esposa a Zeinab, has de apoderarte, además de las cuarenta palomas mensajeras del
califa, meterlas en una jaula y traérmelas también...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 456ª NOCHE
Ella dijo:
"...has de apoderarte, además, de las cuarenta palomas mensajeras del califa, meterlas en
una jaula y traérmelas también!"
Al oír estas palabras, Alí Azogue se llevó la mano a la frente por toda respuesta, y sin decir
nada salió en busca del cocinero negro. Le encontró en el zoco, se arrimó a él, y después de las
zalemas de reconocimiento, le invitó a beber buza. Pero el cocinero pretextó sus ocupaciones, e
invitó a Alí a que le acompañara al khan. Allí obró Azogue, exactamente conforme con las
instrucciones de Hassán-la-Peste, y una vez que hubo emborrachado a su huésped le interrogó
acerca de los platos del día. El cocinero contestó: "¡Oh hermano negro! a diario, para la comida de
mediodía, hay que preparar cinco platos diferentes y de diferente color para Sett Dalila y Sett
Zeinab; y el mismo número de platos para la comida de la noche. Pero hoy me han pedido dos
platos más. Y he aquí los platos que voy a guisar para mediodía: lentejas, guisantes, una soja, un
cochifrito de carnero y sorbete de rosa; en cuanto a los dos platos suplementarios, son: arroz con
miel y azafrán, y una bandeja de granos de granada con almendras mondadas, azúcar y flores".
Alí le preguntó: "¿Y cómo les sirves de ordinario la comida a tus amas?" El otro contestó: "A
cada una le pongo su mantel aparte". Alí preguntó: "¿Y a los cuarenta negros?" El cocinero dijo:
"¡Les doy habas cocidas con agua y condimentadas con manteca y cebollas, y para beber, un
cántaro de buza! ¡Bastante es para ellos!" Alí preguntó: "¿Y a los perros?" El cocinero dijo: "¡A
esos les doy tres onzas de carne para cada uno y los huesos sobrantes de la comida de mis
amas!"
Cuando Azogue estuvo en posesión de estas diversas indicaciones, echó con presteza bang
en la bebida del cocinero, que en cuanto la absorbió se cayó al suelo como un búfalo negro.
Entonces Azogue se apoderó de las llaves que colgaban de un clavo y distinguió la llave de la
cocina por las telas de cebollas y las plumas que tenía pegadas, y la llave de la despensa por el
aceite y la manteca de que estaba impregnada. Y fué cogiendo y comprando todas las provisiones
que necesitaba, y guiado por el gato del cocinero, a quien engañaba la semejanza de Alí con su
amo, circuló por todo el khan como si habitase en él desde su infancia, guisó los manjares, puso
los manteles y sirvió de comer a Dalila, a Zeinab, a los negros y a los perros, después de
haber echado bang en la comida, sin que nadie extrañase el condimento ni al cocinero.
Cuando Azogue vio que en el khan dormía todo el mundo por efecto del narcótico, comenzó
por desnudar a la vieja, y la encontró extremadamente fea y detestable en absoluto. Se apoderó de
su traje de parada y de su casco, y penetró en el aposento de Zeinab, a la que amaba y en honor
de la cual estaba realizando su primera hazaña.
La desnudó completamente, y la encontró maravillosa y de lo más deseable, y cuidada y limpia
y oliendo bien; pero como era muy escrupuloso, no quiso abrirla sin su consentimiento, y se
contentó con tocarla y palparla por todas partes, como entendido, para juzgar mejor acerca de su
valor futuro, de su consistencia, de su grado de ternura; de su aterciopelado y de su sensibilidad; y
para efectuar esta última experiencia, la hizo cosquillas en la planta de los pies, y en vista del
violento puntapié que ella le dio, hubo de comprender que era sensible en extremo. Entonces,
seguro ya de su temperamento, se llevó sus vestidos, y fue a despojar a todos los negros; luego
subió a la terraza, entró en el palomar y se apoderó de todas las palomas, metiéndolas en una
jaula, y tranquilamente, sin cerrar las puertas, regresó a casa de Ahmad-la-Tiña, donde le
esperaba Hassán-la-Peste, que maravillado de su destreza, le felicitó y le prometió su concurso a
fin de obtener para él a Zeinab en matrimonio.
En cuanto a Dalila la Taimada, fue la primera en salir del sueño en que la había sumido el
bang. Necesitó algún tiempo para recobrar completamente el sentido; pero cuando comprendió
que la habían narcotizado, se cubrió con sus acostumbradas vestiduras de vieja y corrió
primeramente al palomar, encontrándolo vacío de sus palomas. Y bajó entonces al patio del khan,
y vio a sus perros dormidos todavía y echados como muertos en sus perreras. Buscó a los negros,
y los halló sumergidos en el sueño, como también al cocinero. A la sazón, en el límite del furor, fue
corriendo al aposento de su hija Zeinab, y la vio durmiendo, toda desnuda y colgándole del cuello
un hilo y un papel. Abrió el papel, y leyó en él las siguientes palabras: "¡Yo Alí Azogue, de El
Cairo, y nada más que yo, soy el bravo, el valiente, el listo, el diestro autor de todo esto!" Al ver
aquello, pensó Dalila: "¿Quién sabe si ese maldito no le ha roto el candado?" Y se inclinó con
viveza sobre su hija, examinándola, y vio que su candado seguia intacto.
Esta seguridad la consoló un poco y la decidió a despertar a Zeinab, haciéndole aspirar
contrabang. Luego de contarle lo que acababa de suceder, y añadió: "¡Oh hija mía! ¡después de
todo debes estar agradecida a ese Azogue, porque no te ha roto el candado, aunque hubiera
podido hacerlo impunemente!
En vez de hacer sangre a tu pájaro, se ha contentado con llevarse las palomas del
califa. ¿Qué va a ser de nosotras ahora?"
Pero enseguida dio con un medio de recobrar las palomas y dijo a su hija: "Espérame aquí.
¡No voy a ausentarme por mucho tiempo!" Y salió del khan y se dirigió a casa de Ahmad-la-Tiña y
llamó a la puerta.
Al punto exclamó Hassán-la-Peste, que estaba allí: "¡Es Dalila la Taimada! La conozco por su
manera de llamar. ¡Ve a abrirle en seguida, ¡ya Alí!". Y Alí, en compañía de Lomo-de-Camello, fue
a abrir la puerta a Dalila, que entró con cara sonriente y saludó a toda la concurrencia.
Y he aquí que precisamente Hassán-la-Peste, Ahmad-la-Tiña y los demás, estaban en aquel
momento sentados en tierra alrededor del mantel, y comían pichones asados, rábanos y
cohombros. Y cuando entró Dalila, la-Peste y la-Tiña se levantaron en honor suyo, y le dijeron:
"¡Oh, vieja llena de espiritualidad, madre nuestra, siéntate a comer de estos pichones con nosotros!
¡Te hemos reservado tu parte de festín!"
Al oír estas palabras, Dalila sintió ennegrecerse el mundo ante ella, y exclamó: "¿No os da a
todos vosotros vergüenza robar y asar las palomas que el califa prefiere a sus propios hijos?"
Ellos contestaron: "¿Y quién ha robado las palomas del califa, ¡oh madre nuestra!?" Ella dijo:
"¡El egipcio Alí Azogue!"
Este contestó: "¡Oh madre de Zeinab! cuando hice asar estas palomas, no sabía que eran
mensajeras! ¡De todos modos, aquí tienes una que vuelve a ti!" Y le ofreció uno de los pichones
asados. Entonces Dalila cogió un trozo de alón, se lo llevó a los labios, lo saboreó un instante y
exclamó: "¡Por Alah, mis palomas viven todavía, porque no es su carne ésta! ¡Las alimenté con
grano mezclado con almizcle, y las distinguiría en el olor y en el sabor que conservan!"
Al oír estas palabras de Dalila, toda la asistencia se echó a reír, y dijo Hassán-la-Peste: "¡Oh
madre nuestra, tus palomas están seguras en mi casa! ¡Y consentiré gustoso en devolvértelas,
pero con una condición!"
Ella dijo: "¡Habla, ya Hassán! ¡De antemano accedo a todas las condiciones, y entre tus manos
tienes mi cabeza...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 457ª NOCHE
Ella dijo: -
"¡...Habla, ya Hassán! ¡De antemano accedo a todas las condiciones, y entre tus manos tienes
mi cabeza!" Hassán dijo: "¡Pues bien; si quieres recobrar tus palomas, no tienes más que
complacer en su deseo a Alí Azogue, de El Cairo, que es el primero de los nuestros!" Ella
preguntó: "¿Y cuál es su deseo?" Alí dijo: "¡Que me des en matrimonio a tu hija Zeinab!"
La vieja contestó: "¡Para mí y para ella es un honor! ¡Lo pondré por encima de mi cabeza y de
mis ojos! Pero no puedo forzar a mi hija a casarse mal de su grado. ¡Empieza, pues, por
devolverme mis palomas! ¡Porque no es con estratagemas como hay que conseguir a mi hija, sino
con los procedimientos de la galantería!"
Entonces Hassán dijo a Alí: "¡Devuélvele las palomas!" Azogue entregó la jaula a Dalila, que
le dijo: "Si verdaderamente deseas unirte como es debido a mi hija, ¡oh muchacho! no es a mí a
quien tienes que dirigirte ahora, sino a su tío, mi hermano Zoraik, el vendedor de pescado frito.
¡Porque el tutor legal de Zeinab es él, y ni yo ni ella podemos hacer nada sin su consentimiento!
¡Pero te prometo que hablaré de ti a mi hija, e intercederé por ti con mi hermano Zoraik!"
Y se fue, riendo, a contar a su hija Zeinab lo que acababa de ocurrir y cómo la pedía en
matrimonio Alí Azogue. Y Zeinab contestó: "¡Oh madre mía! ¡Por mi parte no me opongo a ese
matrimonio, porque Alí es guapo y amable, y además, estuvo muy circunspecto conmigo al no
romper durante mi sueño lo que pudo romper!" Pero contestó Dalila: "¡Oh hija mía! ¡estoy segura
de que antes de lograr que consienta tu tío Zoraik, perderá Alí en la empresa sus brazos y sus
piernas, si no pierde hasta la vida!" ¡Y he aquí lo referente a ellas!
En cuanto a Alí Azogue, preguntó a Hassán-la-Peste: "¡Dime ya quién es ese Zoraik y dónde
está su tienda, para que al instante vaya a pedirle en matrimonio la hija de su hermana!" La-Peste
contestó: "¡Hijo mío, puedes despedirte de la bella Zeinab desde este instante, como no pienses
obtenerla más que de ese bribón que se llama Zoraik! ¡Porque has de saber ¡ya Alí! que el viejo
Zoraik, actualmente vendedor de pescado frito, es un antiguo jefe de banda conocido en todo el
Irak por sus hazañas que superan a las mías, a las tuyas y a las de nuestro hermano Ahmad-la-
Tiña! Se trata de un compadre tan astuto y tan diestro que es capaz, sin moverse, de horadar las
montañas, de coger del cielo las estrellas y de robar el kohl que embellece los ojos de la luna.
Ninguno de nosotros puede igualarle en supercherías, en malicias y en jugarretas de toda clase.
Cierto es que ahora se ha corregido, y habiendo renunciado a su antiguo oficio de ladrón y jefe de
banda, ha abierto tienda y se ha hecho vendedor de pescado frito. Lo que, a pesar de todo, no
obsta para que le queden algunas de sus argucias pasadas.
Y para darte ¡ya Alí! una idea de la sagacidad de este foragido, no te contaré más que la
última estratagema que se le ocurrió, y pone en práctica, para atraer a su tienda clientes y dar
salida a su pescado. A la puerta de su tienda ha colgado de un cordón de seda una bolsa con mil
dinares, que es toda su fortuna, y ha hecho que el pregonero público vaya anunciando por todo el
zoco: "¡Oh vosotros todos, ladrones del Irak, bribones de Bagdad, salteadores del desierto,
bandidos de Egipto, escuchad la noticia! ¡Y vosotros todos, genn y efrits dei aire y de debajo de la
tierra, escuchad la noticia! ¡El que pueda apoderarse de la bolsa colgada en la tienda de Zoraik
vendedor de pescado frito, será su legítimo poseedor!"
Fácilmente comprenderás que en vista de semejante anuncio se han apresurado a acudir a la
tienda clientes que, mientras intentan apoderarse de la bolsa, compran pescado; pero no han
tenido éxito en su tarea ni los más hábiles; porque el taimado Zoraik instaló todo un mecanismo
que por medio de un bramante se pone en contacto con la bolsa colgada. Así es que apenas la
tocan, empieza a funcionar el mecanismo, compuesto de una combinación asombrosa de
campanillas y cascabeles que arman tal estrépito, que aunque se encuentre Zoraik en lo últimõ de
la tienda o esté ocupado con algún cliente, oye el ruido y le da tiempo para impedir el robo de su
bolsa. No tiene entonces nada más que inclinarse a coger un pedazo grueso de plomo de una
provisión de ellos.que hay amontonados a sus pies, y tirárselo con todas sus fuerzas al ladrón,
rompiéndole un brazo o una pierna o destrozándole el cráneo a veces. Así, pues, ¡ya Alí! te
aconsejo la abstención para que no te parezcas a esas gentes que van detrás de un entierro y se
lamentan sin saber siquiera el nombre del muerto.
Tú no puedes luchar con un pillastre de esa talla. Y en tu lugar, yo me olvidaría de Zeinab y del
casamiento con Zeinab; porque el olvido es el principio de la dicha. ¡y quién olvida una cosa
puede pasarse sin ella en lo sucesivo!"
Cuando oyó Alí Azogue estas palabras del prudente Hassán-laPeste, exclamó: "¡No, ¡por Alah!
no podré nunca decidirme a olvidar a esa jovenzuela de ojos oscuros, de sensibilidad extremada,
de temperamento extraordinario! ¡Sería deshonroso para un hombre como yo! ¡Es preciso, pues,
que vaya a intentar apoderarme de esa bolsa y obligar de tal suerte al viejo bandido a que
consienta en mi matrimonio, dándome la joven a cambio de la bolsa cogida!" Y al instante buscó
trajes como los que usan las jóvenes y se vistió con ellos después de alargarse los ojos con Kohl y
teñirse las uñas con henné. Tras de lo cual se echó modestamente por la cara el velo de seda, y
ensayó a andar balanceándose como las mujeres, y lo consiguió a maravilla. ¡Pero no fué eso
todo! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 458ª NOCHE
Ella dijo:
¡...Pero no fue eso todo! ¡Hizo que le llevaran un carnero, le degolló, recogió la sangre, le sacó
el estómago, llenó este estómago con sangre y se lo colocó en su vientre por debajo de los
vestidos, de modo que parecía una mujer encinta. Tras de lo cual degolló dos pollos, les sacó el
buche, llenó de leche tibia las dos mollejas, y se aplicó una encima de cada seno para que aquella
parte le abultase mucho y le diese apariencia de una mujer que está próxima a dar a luz. ¡Aún
queda más! para no dejar nada que desear, se puso detrás varias ristras de pañuelos
almidonados, los cuales, cuando se secaron, formáronle una grupa montuosa y sólida a la vez.
Transformado de aquel modo, salió Azogue a la calle y se dirigió lentamente a la tienda de Zoraik
el vendedor de pescado frito, haciendo que a su paso exclamasen los hombres: "¡Ya Alah, qué
trasero tan gordo!"
Por el camino, como Azogue se encontraba muy molesto con aquella grupa hecha de
pañuelos almidonados que le mortificaban, llamó a un arriero que pasaba con su asno, e hizo que
le encaramaran encima del burro con mil precauciones para no romper la vejiga llena de sangre o
las mollejas llenas de leche, y de este modo llegó delante de la tienda de pescado frito, donde vio
la bolsa colgada a la puerta, efectivamente, y a Zoraik ocupado en freír pescado, mirándolo con un
ojo mientras que con el otro ojo vigilaba las idas y venidas de los clientes y de los transeúntes.
Entonces Azogue dijo al arriero: "¡Ya hammar! ¡mi olfato se ha impresionado con el olor de
pescado frito, y mi deseo de mujer encinta se fija con intensidad en ese pescado! ¡Date prisa,
pues, a buscarme uno de esos peces para que me lo coma enseguida, porque si no, voy a abortar
sin duda en medio de la calle!"
Entonces el arriero paró su burro delante de la tienda, y dijo a Zoraik: "¡Dame pronto un
pescado frito para esta dama encinta, cuyo hijo, a causa de este olor a fritura, ha empezado a
agitarse de un modo tremendo y amenaza con salir provocando un aborto!"
El viejo bribón contestó:
"Espera un poco. ¡Todavía no está frito el pescado! ¡Y si no puedes esperar, haz que yo vea la
anchura de tu espalda!"
El arriero dijo: "¡Dame uno de esos peces que tienes de muestra!" Zoraik contestó: "¡Esos no
se venden!" Luego, sin volver a preocuparse del arriero, que ayudaba a la pretendida mujer encinta
a bajar del borrico y a apoyarse con ansiedad en el mostrador de la tienda, Zoraik, con la sonrisa
del oficio, continuó su tarea de dar vuelta al pescado en la sartén, cantando su pregón de
vendedor:
¡Comida de los delicados!
¡Oh carne de los pájaros del agua!
¡Oro y plata que se compra con una moneda de cobre!
¡Oh pescados que bullís en el aceite feliz por conteneros!
¡Oh comida de los delicados!
Y he aquí que mientras Zoraik cantaba su pregón de vendedor, la mujer encinta lanzó de
pronto un grito estridente al tiempo que por debajo de sus vestidos se escapaba una ola de sangre
e inundaba la tienda; y gemía ella dolorosamente: "¡Ay! ¡ay! ¡uy! ¡uy! ¡el fruto de mis entrañas! ¡Ay!
¡se me rompe la espalda! ¡Ah! ¡Mis costados! ¡Ah! ¡Mi hijo!"
Al ver aquello, gritó el arriero a Zoraik: "Ya lo ves, ¡oh barba calamitosa! ¡Te lo había dicho!
¡Por no darte la gana de satisfacer su deseo, la hiciste abortar! ¡Ante Alah y ante su marido eres
responsable de ello!" Entonces Zoraik, un poco asustado por aquel accidente y temiendo que le
manchase la sangre que vertía la mujer, retrocedió hasta lo último de la tienda, perdiendo de vista
por un instante su bolsa colgada a la puerta. Entonces Azogue quiso aprovecharse de este corto
momento para apoderarse de la bolsa; pero apenas había puesto en ella la mano, cuando un
estrépito extraordinario de campanillas, cascabeles y cascajo repercutió por todos los rincones de
la tienda y descubrió la tentativa a Zoraik, que acudió, y al ver con la mano tendida a Azogue,
comprendió de una ojeada la jugarreta que querían hacerle, cogió un gran trozo de plomo y se lo
tiró al vientre a Azogue, exclamando: "¡Ah! ¡toma, pájaro de patíbulo!"
Y disparó el pastel de plomo con tanta violencia, que Alí rodó por medio de la calle
enredándose con sus pañuelos, manchado de sangre y de la leche de las mollejas rotas, y creyó
rendir al golpe el alma. Sin embargo, pudo incorporarse y arrastrarse hasta la casa de Ahmad-la-
Tiña, donde dio cuenta de su tentativa infructuosa, mientras los transeúntes se agrupaban delante
de la tienda de Zoraik, y le decían: "¿Eres mercader del zoco o batallador de profesión? ¡Si eres
mercader ejerce tu oficio sin bravatas, quita esa bolsa tentadora; y libra así a la gente de tu malicia
y tu maldad!"
El aludido contestó en broma: "¡Por el Nombre de Alah! ¡Bismílah! ¡Sobre mi cabeza y sobre
mis ojos!"
Volviendo a Alí Azogue, una vez que entró en la casa y se repuso la violenta sacudida que
había sufrido, no quiso, a pesar de todo, renunciar a llevar a cabo su proyecto. Se lavó y se limpió,
se disfrazó palafrenero, cogió con una mano una fuente vacía y cinco monedas cobre con la otra
mano, y se presentó en la tienda de Zoraik para comprar pescado...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana v se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 459ª NOCHE
Ella dijo:
... se presentó en la tienda de Zoraik para comprar pescado. Dió las cinco monedas de cobre a
Zoraik, y le dijo: "¡Echame pescado en esta fuente!" Y Zoraik contestó: "¡Por encima de mi cabeza,
¡oh mi amo!" Y quiso dar al palafrenero del pescado que estaba expuesto en la bandeja de
muestra; pero el palafrenero lo rechazó diciendo: "¡Lo quiero caliente!" Y contestó Zoraik: "Todavía
está por freír. ¡Espera un poco, que atizaré el fuego!" Y entró en la trastienda.
Al punto se aprovechó de aquel momento Azogue para echar mano a la bolsa; pero de pronto
retembló toda la tienda con el estrépito ensordecedor de las campanillas, cascabeles, sonajas y
cascajo; y Zoraik saltando de un extremo a otro de su tienda, agarró una pella de plomo y la tiró
con toda su fuerza a la cabeza del falso palafrenero, gritando: "¡Ah viejo marica! ¿acaso crees que
no había adivinado tus intenciones sólo con ver tu modo de llevar la fuente y las monedas?" Pero
Azogue, a quien ya había puesto en guardia la primera experiencia, esquivó el golpe, bajando la
cabeza con rapidez, y abandonó la tienda; ¡en tanto que la pella de plomo iba a estrellarse contra
una bandeja que contenía porcelanas llenas de leche cuajada y que llevaba a la cabeza el esclavo
del kadí! Y la leche cuajada saltó a la cara y a la barba del kadí y le inundó su traje y su turbante. Y
los transeúntes, reunidos frente a la tienda, gritaron a Zoraik: "Esta vez ¡oh Zoraik! el kadí te hará
pagar los intereses del capital encerrado en tu bolsa, ¡oh jefe de los batalladores!"
Volviendo a Azogue, una vez que hubo llegado a casa de Ahmadla-Tiña, a quien dio cuenta, a
la vez que a la-Peste, de su segunda tentativa fracasada, no quiso desalentarse, porque le
sostenía el amor de Zeinab. Se disfrazó de encantador de serpientes y prestidigitador, y se puso
delante de la tienda de Zoraik. Se sentó en el suelo, sacó de su saco tres serpientes gordas, de
cuello hinchado y lengua puntiaguda como un dardo, y se puso a tocar la flauta, interrumpiéndose
de cuando en cuando para hacer una multitud de juegos de manos; pero de pronto, con un
movimiento brusco, lanzó la serpiente más gorda en medio de la tienda, a los pies de Zoraik, que
huyó aullando espantado al último rincón de su establecimiento, porque nada le asustaba tanto
como las serpientes. Y Azogue saltó inmediatamente sobre la bolsa, y quiso llevársela.
Pero no contaba con Zoraik que a pesar de su terror le vigilaba con un ojo, y logró primero
asestar a la serpiente con una pella de plomo un golpe tan certero que le aplastó la cabeza, y con
la otra mano arrojó luego con todas sus fuerzas una nueva pella a la cabeza de Azogue, el cual la
esquivó inclinándose y huyó, mientras la pella formidable iba a dar a una vieja y la aplastaba sin
remedio. Entonces gritaron todas las personas agrupadas en torno: "¡Ya Zoraik ! eso no es lícito,
¡por Alah ! ¡Es absolutamente necesario que descuelgues de ahí tu bolsa calamitosa o te la
quitaremos a la fuerza! ¡Bastantes desgracias suscitaste ya con tu maldad!"
Y contestó Zoraik: "¡Sobre mi cabeza!"
Y aunque de muy mala gana, se decidió a descolgar la bolsa y a ocultarla en su casa,
diciéndose: "¡Si no lo hago así, ese bergante de Alí Azogue, con lo terco que es, llegaría a
introducirse por la noche en mi tienda y me arrebataría la bolsa!"
Y he aquí que Zoraik estaba casado con una negra que en otro tiempo fué esclava de Giafar
Al-Barmaki, y a quien la generosidad de su amo había libertado después. Y Zoraik había tenido de
su esposa la negra un hijo varón cuya circuncisión iba a celebrarse pronto. Así es que cuando
Zoraik entregó la bolsa a su mujer, le dijo ésta: "¡He ahí una generosidad que no sueles tener, oh
padre de Abdalah! ¡La circuncisión de Abdalah va a celebrarse, pues, suntuosamente!" Zoraik
contestó: "¿Pero acaso crees que te traigo la bolsa para que la dejes vacía gastando en la
circuncisión? ¡No, por Alah! ¡Vé ya a ocultarla abajo dentro de un agujero abierto en el suelo de la
cocina! ¡Y vuelve pronto para que durmamos!" Y la negra bajó a abrir un agujeto en la cocina,
enterró allí la bolsa y volvió a acostarse a los pies de Zoraik. Y con el calor que despedía la negra,
Zoraik se sintió invadido por el sopor, y tuvo un sueño en el cual le parecía ver que un pájaro muy
grande abría con el pico un agujero en su cocina, desenterraba la bolsa y se la llevaba en las
garras volando por los aires. Y se despertó sobresaltado y gritando: "¡Oh madre de Abdalah,
acaban de robar la bolsa! ¡Vé a ver a la cocina, rápido!" Y despierta de su sueñ, la negra se
apresuró a bajar a la cocina con luz, y efectivamente, vio, no un pájaro, sino un hombre que con la
bolsa en la mano huía por la puerta abierta y corría a la calle. Era Azogue, que había seguido a
Zoraik, espiando sus movimientos y los de su esposa, y oculto detrás de la puerta de la cocina
acabó por conseguir apoderarse al fin de aquella bolsa tan codiciada.
Cuando supo Zoraik la pérdida de su bolsa, exclamó: "¡Por Alah, que la recuperaré esta misma
noche!"
Y le dijo su esposa la negra: Como no la traigas, no te abro la puerta de nuestra casa y te dejo
dormir en la calle!"
Entonces Zoraik. ..
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 460ª NOCHE
Ella dijo:...Entonces Zoraik salió de su casa a toda prisa, y por atajos llegó antes que Azogue a casa de
Ahmad-la-Tiña, donde sabía que se alojaba el joven; abrió el picaporte de la puerta valiéndose de
diversas llaves con que iba siempre pertrechado, la cerró con cuidado tras él y esperó
tranquilamente a Azogue que no tardó en llegar a su vez y llamar como tenía por costumbre.
Entonces preguntó Zoraik, simulando la voz de Hassán-la-Peste: "¿Quién es?" El joven contestó:
"¡Alí el egipcio!" El viejo le preguntó: "¿Y traes la bolsa de ese bribón de Zoraik?" Alí contestó: "¡La
traigo!" El otro dijo: "¡Pásamela entonces por el ventanillo antes de que te abra la puerta, porque he
hecho con la Tiña una apuesta de la que ya te hablaré!" Y Azogue pasó la bolsa por el ventanillo
de la puerta de Zoraik, quien al punto escaló la terraza y desde allí saltó a la terraza de una casa
contigua, por cuya escalera bajó, y abriendo la puerta, se escapó a la calle y se encaminó a su
casa.
En cuanto a Alí Azogue, estuvo esperando en la calle mucho rato; pero cuando vio que no se
decidía nadie a abrirle, llamó a la puerta con un golpe terrible, que despertó a toda la casa, y
exclamó Hassán-laPeste: "¡Alí está a la puerta! ¡Vé a abrirle enseguida, ¡oh Lomo-deCamello!"
Luego, cuando hubo entrado Azogue, le preguntó irónico: "¿Y la bolsa del bribón?" Azogue
exclamó: "¡Basta de chanzas, maestro! ¡Ya sabes que te la he dado por el ventanillo de la puerta!"
Al oír estas palabras, Hassán-la-Peste se cayó de trasero por la fuerza explosiva de su risa, y
exclamó: "¡Todo está por hacer de nuevo, ¡ya Alí! ¡Zoraik ha recuperado lo suyo!"
Entonces Azogue reflexionó un instante, y exclamó: "¡Por Alah, oh maestro! que como de esta
hecha no te traiga la tal bolsa, no quiero considerarme digno de mi nombre!" Y sin tardanza corrió
por el camino más corto a casa de Zoraik, llegando antes que éste; penetró en ella por la terraza
contigua, y empezó por entrar al aposento donde dormía la negra con su hijo, el pequeñuelo a
quien debían circuncidar al día siguiente. Y se abalanzó primeramente a la negra, la inmovilizó en
su colchón atándole brazos y piernas y la amordazó; luego cogió al pequeñuelo, a quien también
amordazó, le puso en un cesto lleno de pasteles, calientes todavía, que estaban preparados para
la fiesta del día siguiente, y fue a asomarse a la ventana, esperando la llegada de Zoraik, que no
tardó en llamar a la puerta.
Entonces Azogue, simulando la voz y el modo de hablar de la negra, preguntó: "Eres tú, ¡ya
sidi!?" El viejo contestó: "¡Sí, soy yo!" Azogue dijo: "¿Traes la bolsa?" Zoraik dijo: "¡Mírala!" "¡No la
veo en la oscuridad! ¡Y no te abriré la puerta mientras no haya contado el dinero! ¡Voy a bajar por
la ventana un cesto y la pondrás en él! ¡Y te abriré la puerta luego!" Después Azogue bajó por la
ventana un cesto, donde Zoraik puso la bolsa; y entonces se apresuró a subirlo el joven. Cogió la
bolsa, el pequeñuelo y el cesto de pasteles y huyó por el camino por donde había ido, para llegar a
casa de Ahmad-la-Tiña y poner por fin entre las manos de Hassán-la-Peste el triple botín triunfal. Al
ver aquello, la-Peste le felicitó mucho y quedó muy complacido de él; y todos se pusieron luego a
comer los pasteles de la fiesta, gastando mil bromas a costa de Zoraik.
En cuanto a Zoraik, esperó en la calle mucho rato a que le abriese su esposa la negra; pero la
negra no acudía, e impaciente, acabó por llamar a la puerta con golpes tan redoblados, que
despertaron todos los vecinos y perros del barrio. Y no le abría nadie. Entonces derribó la puerta, y
subió al aposento de su esposa, y vio lo que vio.
Cuando tras de libertar a su esposa se enteró por ella de lo que acababa de ocurrir, se golpeó
con fuerza el rostro, se mesó la barba, y de aquella manera corrió a llamar a la puerta de Ahmadla-
Tiña. Ya había amanecido, y estaba levantado todo el mundo. Así es que Lomo-de-Camello fue
a abrir e introdujo a Zoraik en un estado deplorable en la sala de reunión, donde se le acogió con
una carcajada general. Entonces se encaró él con Azogue, y le dijo: "¡Por Alah, ¡ya Alí! te has
ganado la bolsa! ¡Pero devuélveme a mi hijo!" Y contestó Hassán-la-Peste: "Has de saber ¡oh
Zoraik! que mi discípulo Alí Azogue está dispuesto a devolverte tu hijo y hasta tu bolsa, si quieres
consentir en darle en matrimonio a la hija de tu hermana Dalila, a la joven Zeinab de quien está
enamorado". El viejo contestó: "¿Y desde cuándo se imponen condiciones al padre para pedirle en
matrimonio su hija?
i Devuélvanseme antes el niño y la bolsa, y después ya hablaremos del asunto!" Entonces
Hassán hizo una seña a Alí, quien al punto entregó a Zoraik el niño y la bolsa, y le dijo: "¿Cuándo
va a ser el casamiento?"
Y Zoraik sonrió, y contestó: "¡Despacio! ¡Despacio! ¿Acaso crees, ¡ya Alí! que puedo disponer
de Zeinab como de un carnero o de un pescado frito? ¡No puedo concedértela mientras no le
aportes la dote que reclama!"
Azogue contestó: "¡Dispuesto estoy a aportarle la dote que reclama. “¿Qué es?"
Zoraik dijo: "¡Has de saber que hizo juramente no dejarse cabalgar de frente por ninguno
sin que la hubiese llevado antes como presentes nupciales, el traje recamado de oro de la joven
Kamaria, hija del judío Azaria, así como su corona de oro, su cinturón de oro y su babucha de oro...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 461ª NOCHE
Ella dijo:
i. ..Has de saber que hizo juramento de no dejarse cabalgar de frente por ninguno sin que
la hubiese llevado antes, como presentes nupciales, el traje recamado de oro de la joven Kamaria,
hija del judío Azaria, así como su corona de oro, su cinturón de oro y su babucha de oro!" Entonces
exclamó Azogue: "¡Si no es más que eso, deseo perder todo derecho a casarme con Zeinab como
no la lleve esta misma noche los presentes reclamados!"
Al oír estas palabras, le dijo Hassán-la-Peste: "¡Desgraciado de ti, ¡ya Alí! lo que acabas de
jurar! ¡Eres hombre muerto! ¿Acaso no sabes que el judío Azaria es un mago pérfido, taimado y
lleno de malicia? ¡A sus órdenes tiene a todos los genn y los efrits! ¡Vive fuera de la ciudad en un
palacio construido con ladrillos de oro y plata alternados! Pero ese palacio, visible sólo cuando le
habita el mago, desaparece a diario cuando su propietario viene a la ciudad para ventilar sus
asuntos de usurero. Todas las noches, una vez que ha regresado a él, el judío se asoma a su
ventana y enseña en una bandeja de oro el traje de su hija, gritando: "¡Oh vosotros todos,
maestros en el arte de robar y bergantes del Irak, de Persia y de Arabia! ¡venid, si podéis, a
apoderaros del traje de mi hija Kamaria! ¡Y daré a Kamaria en matrimonio al que logre llevarse su
traje!" Pero, ¡ya Alí! ni los ladrones más listos ni los bergantes más astutos de entre nosotros
pudieron hasta ahora intentar la aventura sin sufrir sus consecuencias; porque el insigne mago ha
convertido, a los que pretendieron emprender la hazaña, en mulas, en osos, en burros o en monos.
¡Te aconsejo, pues, que renuncies a la cosa y te quedes con nosotros!"
Pero Alí exclamó: "¡Qué vergüenza para mí si por esa dificultad renunciara yo al amor de la
sensible Zeinab! ¡Por Alah, que me traeré el traje de oro y vestiré a Zeinab con él la noche de la
boda, y pondré en su cabeza la corona de oro, y el cinturón de oro en torno de su talle exquisito, y
la babucha de oro en su pie!" Y salió inmediatamente en busca de la tienda del judío mago y
usurero Azaria.
Llegado que fué al zoco de los cambistas, Alí preguntó por la tienda, y le enseñaron al judío,
que precisamente estaba ocupado en pesar oro en sus balanzas para meterlo luego en sacos y
cargar los sacos a lomos de una mula atada a la puerta. ¡Era muy feo y de aspecto avinagrado! Y a
Alí le impresionó un poco su fisonomía. Sin embargo, esperó a que el judío acabase de alinear los
sacos, de cerrar su tienda y de cinchar su mula, siguiéndole sin ser notado. Y de tal suerte llegó
tras él fuera de las murallas de la ciudad.
Comenzaba a preguntarse Alí hasta dónde iba a seguir andando aún, cuando de pronto vio al
judío extraer del bolsillo de su manto un saco, meter en él la mano, sacarla llena de arena y arrojar
la arena al aire soplando por encima de ella. Y al punto vio elevarse ante él un magnífico palacio
de ladrillos de oro y plata alternados, con un inmenso pórtico de alabastro y escalones de mármol,
por los que subió el judío con su mula para desaparecer en el interior. Pero algunos instantes más
tarde, apareció en la ventana con una bandeja de oro en la que había un traje espléndido
recamado de oro, una corona, un cinturón y la babucha de oro, y exclamó: "¡Oh vosotros todos,
maestros en el arte de robar y bergantes del Irak, de Persia y de Arabia! ¡venid, si podéis, a
apoderaros de todo esto, y os pertenecerá mi hija Kamaria!"
Al ver y oír aquellas cosas, Azogue, que era muy juicioso, se dijo: "¡Por lo pronto, lo más
prudente es ir a buscar a ese maldito judío y pedirle el traje con buenas palabras, explicándole lo
que me ocurre con Zoraik!" Y levantó un dedo en el aire, gritando al mago: "¡Yo, Alí Azogue, el
primero de los subalternos de Ahmad el mokaddem del califa, deseo hablarte!"
Y le dijo el judío: "¡Puedes subir!" Y cuando estuvo Alí en su presencia, le preguntó: "¿Qué
quieres?" Y Alí le contó su historia, y le dijo: "¡Ahora, por último, necesito ese traje de oro y los
demás objetos para llevárselos a Zeinab, la hija de Dalila!"
Al oír estas palabras, el judío se echó a reír, enseñando unos dientes espantosos, cogió una
mesa con arena adivinatoria, y después de haber sacado el horóscopo de Alí, le dijo: "¡Escucha! ¡si
aprecias tu vida y no quieres perderte sin remedio, sigue mi consejo! ¡Renuncia a tu proyecto!
¡Porque los que te impulsaron a emprender esa aventura no lo hicieron más que para perderte,
como se han perdido todos los que intentaron ya la cosa! ¡Y cuenta que si no acabase yo de sacar
tu horóscopo y saber por la arena que tu fortuna sobrepujará a mi fortuna, no hubiera vacilado,
ciertamente, en cortarte el cuello!" Pero Alí, a quien inflamaron y estimularon estas últimas
palabras, sacó de repente su alfanje, y amenazando con él al pecho del mago judío, exclamó: "¡Si
no consientes en darme esos efectos ya, y en abjurar, además, de tus herejías y hacerte
musulmán pronunciando el acto de fe, tu alma va a salir de tu cuerpo!" Entonces el judío extendió
la mano como para pronunciar el acto de fe, y dijo: "¡Que se te seque la mano derecha!" E
inmediatamente la mano derecha de Alí, con la cual sostenía el alfanje, se secó en la posición en
que estaba, y el alfanje cayó al suelo. Pero lo recogió Alí con la mano izquierda y amenazó de
nuevo el pecho del judío; mas éste pronunció: "¡Oh mano izquierda, sécate!" Y se secó la
amenazadora mano izquierda de Alí, y el alfanje cayó al suelo. Entonces Alí, en el límite del furor,
levantó la pierna derecha y quiso dar una patada en el vientre al judío; pero extendiendo éste su
mano, pronunció: "¡Oh pierna derecha, sécate!" Y la pierna derecha de Alí se secó en el aire en la
misma posición en que estaba, y Alí se encontró sostenido sólo con el pie izquierdo...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 462ª NOCHE
Ella dijo:
...Y Alí se encontró sostenido sólo con el pie izquierdo. Y por más que quiso servirse de sus
miembros inútiles, no consiguió más que perder el equilibrio, tan pronto cayéndose como
levantándose, hasta que se quedó rendido, y le dijo el mago: "¿Has renunciado a tu proyecto?"
Pero Alí replicó: "¡Necesito absolutamente los efectos de tu hija!" Entonces le dijo el judío: "¡Ah!
¿quieres los efectos? ¡Pues bien; voy a hacer que te los traigan!"
Y cogió una taza llena de agua, con la que le roció, y gritó: "¡Conviértete en burro!" Y al
instante Alí Azogue se transformó en burro, con figura de burro, cascos herrados y orejas
monumentales. Y se puso desde luego a rebuznar como un burro, levantando el hocico y la cola y
sorbiendo el aire. Y el judío pronunció las palabras dominadoras para adueñarse de él
completamente, y le obligó a bajar la escalera sobre sus patas traseras; y una vez que estuvieron
en el patio del palacio, trazó un círculo mágico en la arena alrededor del burro; y al punto alzóse en
torno a él una muralla que le encerraba en un recinto muy estrecho, del que no podía escaparse.
Por la mañana fué allá el judío, lo ensilló, lo embridó, lo montó, y le dijo al oído: "¡Vas a
reemplazar a la mula!" Y le hizo salir del palacio encantado, el cual desapareció en seguida, y le
guió por el camino de la tienda, adonde no tardó en llegar. Abrió su tienda, ató al borrico Alí en el
sitio en que estaba atada la mula el día anterior y se puso a maniobrar con sus balanzas, sus
pesos, su oro y su plata. Y el borrico Alí, que dentro de su piel conservaba todas sus facultades,
excepto la de la palabra, se vio obligado, para no morirse de hambre, a morder con sus dientes su
ración de habas secas; pero para consolarse desahogaba su mal humor soltando varias series de
cuescos sonoros en la cara de los clientes.
Entretanto, llegó en busca del judío usurero Azaria un joven mercader arruinado por
reveses de fortuna, y le dijo: "Estoy arruinado, y sin embargo, necesito ganarme la vida y mantener
a mi esposa. ¡He aquí que te traigo sus brazaletes de oro, única y última propiedad que nos resta,
para que me des a cambio su valor en dinero y pueda yo comprarme una mula o un asno y ejercer
el oficio de vendedor de agua de riego". El judío contestó: "¿Piensas maltratar al asno que vas a
comprar y darle mala vida si se niega a andar o a llevar cargas pesadas de agua?" El futuro arriero
contestó: "¡Por Alah! ¡si se niega a trabajar, le obligaré a cumplir su tarea!" ¡Eso fué todo! Y el
borrico Alí oyó semejantes palabras, y a manera de protesta, lanzó un cuesco espantoso.
En cuanto al judío Azaria, contestó a su cliente: "En ese caso, te cederé a cambio de esos
brazaletes mi propio burro, que está ahí atado a la puerta. No tengas con él contemplaciones para
que no se acostumbre a holgazanear; y cárgale bien el lomo, porque es robusto y joven".
Luego, terminada la compra, el vendedor de agua se llevó al borrico Alí, en tanto que pensaba
éste para su ánima: "¡Ya Alí! ¡tu amo está dispuesto a cargarte al lomo unas aguaderas de madera
dura y pesados odres grandes, y te obligará a hacer cada día diez carreras largas o más!
¡Indudablemente, estás perdido sin remedio!"
Cuando el vendedor de agua condujo el asno a su casa, dijo a su esposa que bajara a la
cuadra a dar el pienso al animal. Y la esposa, que era joven y muy agradable a la vista, cogió la
ración de habas y bajó en busca del borrico Alí para colgarle del pescuezo el saco de pienso. Pero
el borrico Alí, que desde hacía un momento la miraba de reojo, se puso de pronto a resollar con
fuerza y le dio un cabezazo que la tiró con las ropas desordenadas encima de la pila de beber las
caballerías, la cubrió, acariciándole la cara con sus gruesos labios temblorosos, y puso de
manifiesto su mercancía de burro, considerable herencia de burros antepasados.
Al ver aquello, la esposa del vendedor de agua empezó a lanzar gritos tan agudos que al
punto acudieron a la cuadra todas las vecinas, y al ver el espectáculo, se apresuraron a hacer
bajar el asno de la mujer derribada. Y he aquí que también llegó el marido que hubo de
preguntarle: "¿Qué te pasa?" Ella le escupió en la cara y le dijo: "¡Ah hijo de adulterinos! ¿no
supiste comprar en todo Bagdad más que este asno acosador de mujeres? ¡Por Alah! ¡escoge
entre el divorcio o la devolución de este borrico!". El marido preguntó: "¿Pero qué ha hecho este
borrico?" Ella dijo: "¡Me ha derribado y me ha cubierto! ¡Y si no es por las vecinas, me habría
penetrado espantosamente!" Entonces el vendedor de agua la emprendió a estacazos con el asno,
y acabó por llevársele de nuevo al judío, a quien dio cuenta de sus atentados inconvenientes y le
obligó a quedarse con él otra vez y a restituirle los brazaletes.
Cuando se hubo marchado el vendedor de agua, el mago Azaria se encaró con el borrico Alí y
le dijo: "¿Conque te dedicas a hacer bribonadas con las mujeres, !oh malvado!? ¡Espera! ¡ya que
estás contento con tu condición de asno y no refrenas tus caprichos desvergonzados, te voy a
convertir en algo que sea la irrisión de pequeños y grandes!" Y cerró su tienda, cinchó al burro y
salió de la ciudad.
Como la víspera, hizo surgir de la tierra y del fondo del aire el palacio encantado ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 463* NOCHE
Ella dijo:
...Como la víspera, hizo surgir de la tierra y del fondo del aire el palacio encantado, y penetró
con el burro en el recinto protector alzado en un extremo del patio. Comenzó por murmurar ante el
borrico Alí palabras cabalísticas, y le roció con algunas gotas de agua, que le tornaron a su primera
forma humana; luego, manteniéndose a cierta distancia de él, le dijo: "¿Quieres ¡ya Alí! seguir
ahora mis consejos, y antes de que te metamorfosee bajo cualquier otra forma peor que la primera,
renunciar a tu proyecto temerario y marcharte por tu camino?" El joven contestó: "¡No, ¡por Alah! ya
que está escrito que mi fortuna sobrepujará a tu fortuna, necesito matarte o apoderarme del traje
de Kamaria y convertirte a la fe del Islam!"
Y quiso precipitarse sobre el mago Azaria, que, al ver aquello, extendió la mano y le arrojó al
rostro algunas gotas del agua que contenía la taza grabada con palabras talismánicas, gritándole:
"¡Conviértete en oso!" Y al punto Alí Azogue quedó transformado en oso, con una gruesa cadena
unida a una anilla de hierro que le atravesaba el hocico, y con bozal, como los osos amaestrados
para que bailen. Luego se inclinó el judío al oído del joven, y le dijo: "¡Ah malvado, eres semejante
a la nuez, de la que no puede uno servirse mientras no le rompe la cáscara!" Y le ató a una estaca
hincada en el recinto fortificado, y no fue a buscarle hasta el día siguiente. Montó entonces en su
mula de los días anteriores y arrastró detrás de él al oso Alí a la tienda después de haber hecho
desaparecer el castillo encantado, y le ató junto a la mula, para ocuparse luego de su oro y de sus
clientes. ¡Y el oso Alí oía y comprendía, pero no podía hablar!
Entretanto, acertó a pasar por delante de la tienda un hombre que vio al oso encadenado, y
entró al instante para preguntar al judío: "¡0h maese Azaria! ¿quieres venderme ese oso? A mi
esposa, que está enferma, la han recetado carne de oso y grasa de oso para ungüentos: pero no
encuentro nada de eso por ninguna parte". El mago le dijo: "¿Vas a inmolarle en seguida o le
cebarás primero para que te dé más ungüento?" El otro contestó: "Está bastante gordo así para lo
que necesita mi esposa. ¡Y hoy mismo voy a hacer que le degüellen!" El mago repuso en el límite
de la alegría: "¡Puesto que es para bien de tu esposa, te lo cedo de balde!" Entonces el hombre se
llevó al oso a su casa y llamó a un carnicero que llegó con dos hachas grandes, poniéndose a
afilarlas una contra otra después de remangarse. Al ver aquello, el aprecio en que tenía su alma
duplicó las fuerzas del oso Alí, que, en el momento en que le derribaban para degollarle, saltó
súbito de entre las manos de sus verdugos, y voló más que corrió hasta el palacio del mago.
Cuando Azaria vió volver al oso Alí, se dijo: "¡Voy a hacer aún con él la última tentativa!" Le
roció, como de costumbre, y le devolvió su forma humana después de haber llamado aquella vez a
su hija Kamaria para que presenciase la metamorfosis. Y la joven vio a Alí en su forma humana y le
encontró tan hermoso, que concibió en su corazón un amor violento hacia él. Así es que
encarándosele, le preguntó: "¿Es verdad, ¡oh hermoso joven! que no es a mí a quien deseas, sino
sólo mi traje y mis efectos?" El contestó: "¡Es verdad! ¡Porque se los destino a Zeinab, la sensible
hija de Dalila, la lista!" Estas palabras sumieron a la joven en un dolor y una consternación
grandes,'haciendo exclamar a su padre: "¡Tú misma oíste al malvado! ¡No se arrepiente!" Y roció al
instante a Alí con el agua de la taza talismánica, gritándole: "¡Vuélvete perro!" Y Alí se encontró en
seguida convertido en perro callejero; y el mago le escupió en la cara y le dió un puntapié,
echándole del palacio.
El perro Alí empezó a vagabundear extramuros de la ciudad; pero como no encontraba nada
que comer, se decidió a entrar en Bagdad. Y he aquí que inmediatamente le acogieron los ladridos
de todos los perros de los diversos barrios por donde pasaba, que al ver a aquel extranjero a quien
no conocían y que así violaba las fronteras de que eran ellos guardianes, hubieron de perseguirle a
dentelladas hasta los límites respectivos. Y de tal suerte iba el intruso de sitio en sitio, acosado y
mordido cruelmente por doquiera; pero por fin pudo refugiarse en una tienda abierta que por
casualidad estaba enclavada en territorio neutral. Por cierto que el propietario, que era un prendero
vendedor de objetos de segunda mano, al ver a aquel desgraciado perro con la cola entre piernas,
perseguido furiosamente por el ejército de los demás perros, cogió su bastón y le defendió contra
los agresores, que acabaron por dispersarse ladrando desde lejos. Entonces, para demostrar su
agradecimiento al prendero, el perro Alí se echó a sus pies con lágrimas en los ojos y le acarició,
lamiéndole y moviendo la cola con emoción. Y permaneció a su lado hasta la noche, diciéndose:
"¡Más vale ser perro que mono, por ejemplo, o algo peor todavía!" Y por la noche, cuando el
prendero cerró su tienda, se pegó a él y le siguió a su casa.
Y he aquí que apenas hubo entrado en su casa el prendero, su hija se tapó el rostro, y
exclamó ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 464* NOCHE
Ella dijo:
...Y he aquí que apenas hubo entrado en su casa el prendero, su hija se tapó el rostro y
exclamó: "¡Oh padre mío! ¿cómo te atreves a hacer entrar en el aposento de tu hija a un extraño?"
El prendero dijo: "¿Quién es ese extraño? ¡No hay aquí nadie más que un perro!" Ella contestó:
"¡Ese perro no es otro que Alí Azogue, de El Cairo, que fué hechizado por el judío Azaria el mago a
causa del traje de su hija Kamaria!" Al oír estas palabras, el prendero se encaró con el perro, y le
preguntó: "¿Es verdad eso?" Y el perro hizo con la cabeza una seña que significaba: "¡Sí!" Y
continuó la joven: "¡Dispuesta estoy, si quiere casarse conmigo, a devolverle su primitiva forma
humana!" Y exclamó el prendero: "¡Por Alah! ¡oh hija mía! ¡devuélvele su forma, y sin duda se
casará contigo!'' Luego se volvió hacia el perro, y le preguntó:
"¡Ya lo has oído! ¿Consientes en ello?" El perro meneó la cola e hizo con la cabeza una seña
que significaba: "¡Sí!" Entonces la joven cogió una taza talismánica llena de agua, y comenzaba a
pronunciar sobre ella las palabras conjuratorias, cuando de improviso se dejó oír un grito estridente
y la esclava de la joven entró entonces en el aposento diciendo a su ama: "¿Qué fué ¡oh mi
señora! de la promesa y del pacto que entre las dos hicimos? ¡Cuando te enseñé la hechicería, me
juraste no verificar nunca una operación mágica sin consultarme! precisamente también yo quiero
casarme con el joven Alí Azogue, que ahora está convertido en perro: y no consentiré que se le
transforne en hombre más que con la condición de que nos pertenezca a ambas en común y pase
una noche conmigo y una noche contigo!" Y en cuanto la joven accedió a este arreglo, su padre le
preguntó, muy asombrado de todo aquello: "¿Y desde cuándo estás iniciada en la hechicería?" Ella
contestó: "¡Desde que llegó esta esclava nueva, que la había aprendido estando al servicio del
judío Azaria, pues a hurtadillas hojeaba los libros mágicos y los volúmenes antiguos de ese insigne
mago!"
Tras de lo cual cada una de las dos jóvenes cogió una taza talismánica, y después de haber
murmurado en lengua hebrea algunas paiabras, rociaron con el agua al perro Alí, diciéndole: "¡Por
las virtudes, y los méritos de Soleimán, torna a convertirte en un ser humano vivo ! Y al instante
saltó sobre sus dos pies Alí Azogue, más joven y más hermoso que nunca. Pero en aquel mismo
momento se dejó oír un grito estridente, abrióse de par en par la puerta, y una maravillosa joven
hizo su entrada en la estancia, llevando en sus brazos dos bandejas de oro superpuestas; en la
bandeja áurea de abajo estaban el traje de oro, la corona de oro, el cinturón de oro y la babucha de
oro, y en la bandeja de arriba, que era más pequeña, estaba la cabeza cortada del judío Azaria,
sanguinolenta y con los ojos extraviados.
"Porque aquella tercera joven tan bella no era otra que Kamaria, la hija del mago, que
poniendo las dos bandejas a los pies de Alí Azogue le dijo: "¡Aquí te traigo, ¡oh Alí! los efectos que
codiciabas y la cabeza de mi padre el judío, porque te amo! ¡Sabrás también que me he vuelto
musulmana ahora!" Y pronunció: “! No hay más dios que Alah! !Y Mohammed es el enviado de
Alah'.
Al oír estas palabras, contestó Alí Azogue: "¡Consiento en casarme contigo a la vez que con
estas dos jóvenes que están aquí, ya que siendo mujer y contra los usos corrientes, me traes un
presente nupcial tan hermoso! ¡Pero es con la condición de regalar estos objetos a Zeinab, hija de
Dalila, a quien deseo tener como cuarta esposa, pues que la ley permite cuatro esposas
legítimas!'" Kamaria accedió a ello, y también las otras dos jóvenes. Y preguntó, el prendero: "¿Nos
prometerás, por lo menos, no tomar concubinas además de tus cuatro esposas legítimas?" Alí
contestó: "¡Lo prometo!" Y cogió la bandeja de oro que contenía los efectos de Kamaria, y salió
para llevárselos a Zeinab, la hija de Dalila.
Mientras se dirigía a casa de Dalila, vió a un vendedor ambulante que llevaba a la cabeza una
bandeja grande con confituras secas, halawa y almendras agarrapiñadas, y se dijo: "¡Estará bien
que lleve conmigo dulces de estos para dárselos a Zeinab!" Y he aquí que el vendedor, que
parecía acecharle, le dijo: "¡Oh mi amo, no hay en Bagdad quien saque como yo la confitura de
zanahorias con nueces! ¿Cuánto necesitas? ¡Pero antes de comprarme nada, prueba este
pedacito y dime cómo lo encuentras!" Y Azogue cogió el pedazo y se lo tragó. Pero en el mismo
momento cayó al suelo como inanimado. El pedazo de confitura estaba mezclado con bang; y el
vendedor no era otro que Mahmud el Aborto, que ejercía el oficio lucrativo de despojar a sus
clientes. Había visto todas las cosas hermosas que llevaba Azogue, y le había narcotizado para
robárselas. En efecto, no bien quedó Azogue tendido sin movimiento, el Aborto se apoderó del
traje de oro y de las demás cosas y se dispuso a huir; pero de pronto apareció a caballo Hassán-la-
Peste, acompañado por sus cuarenta guardias, y vio al ladrón y le detuvo. Y el Aborto no tuvo más
remedio que declarar y enseñar a Hassán aquel cuerpo tendido en el suelo. Al punto Hassán, que
desde la desaparición de Alí recorría en busca suya con sus guardias todos los barrios de Bagdad,
hizo traer contrabang y se lo administró. Y cuando hubo despertado el joven, sus primeras
palabras fueron para pedir noticias de los efectos que llevaba a Zeinab. Y Hassán se los enseñó, y
después de las efusiones propias del encuentro, le felicitó por su destreza, y le dijo: "¡Por Alah, nos
superas a todos!" Luego le condujo a casa de Ahmad-la-Tiña, y tras nuevas zalemas por una y otra
parte, se hizo contar toda la aventura, y le dijo: "¡Pues entonces el palacio encantado del mago te
corresponde por derecho propio, ya que una de tus cuatro esposas va a ser Kamaria! ¡Allí
celebraremos tus bodas cuádruples! Voy al instante a llevar a Zeinab de tu parte los presentes y a
decidir a su tío Zoraik a que te la conceda en matrimonio. ¡Y te lo prometo que no rehusará esta
vez el viejo bribón! ¡En cuanto a Mahmud el Aborto no podemos castigarle porque va a ser pariente
tuyo al entrar tú en su familia...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana. v se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 465* NOCHE
Ella dijo.
"¡ . . . En cuanto a Mahmud el Aborto, no podemos castigarle porque va a ser pariente tuyo al
entrar tú en la familia!"
Cuando hubo dicho estas palabras, Hassán-la-Peste cogió el traje de oro, la corona de oro, el
cinturón de oro y la babucha de oro y fue al khan de las palomas, donde encontró a Dalila y a
Zeinab dedicadas precisamente a repartir la comida a las palomas. Después de las zalemas, les
dijo que hicieran ir a Zoraik, les hizo ver los presentes nupciales que habían reclamado para dote
de Zeinab, y les dijo: "¡Ahora es imposible cualquier repulsa! ¡Si no, sería la ofensa para mí, para
Hassán!" Y Dalila y Zoraik aceptaron los presentes, y dieron su consentimiento para el casamiento
de Zeinab con Alí Azogue.
Al día siguiente Alí Azogue fue a tomar posesión del palacio del judío Azaria; y aquella noche,
ante el kadí y los testigos por una parte, y ante Ahmad-la-Tiña con sus cuarenta y Hassán-la-Peste
con su cuarenta por otra parte, se extendió el contrato de matrimonio de Alí Azogue con Zeinab,
hija de Dalila; con Kamaria, hija de Azaria; con la hija del prendero y con la joven esclava del
prendero. Y se celebraron suntuosamente las ceremonias de los cuatro casamientos. Y sin duda
era Zeinab, según todas las mujeres del cortejo, la más atrayente y la más bella bajo sus velos de
desposada. Y por cierto que iba vestida con el traje de oro, la corona de oro, el cinturón de oro y la
babucha de oro; y las otras tres jóvenes se mostraban a su alrededor como las estrellas alrededor
de la luna.
Así es que aquella misma noche Alí Azogue comenzó a hacer sus visitas nupciales,
penetrando primero en su esposa Zeinab. Y se encontró con que era una verdadera perla
imperforada y una cabalgadura sin montar aún. Y se deleitó con ella hasta el límite del deleite, y
luego penetró por turno en cada una de sus otras tres esposas. Y como las halló
absolutamente perfectas de belleza y de virginidad, se deleitó también con ellas y les tomó lo
que tenía que tomarles y les dio lo que tenía que darles, y se hizo por una y otra parte con toda
generosidad y a completa satisfacción.
Respecto de los festines dados con ocasión de las bodas, duraron treinta días y treinta
noches; y no se perdonó nada para que fuesen dignos de su dispensador. Y hubo regocijo, y se
rio, y se cantó, y se divirtieron extremadamente los invitados.
Cuando se terminaron los festejos, Hassán-la-Peste fue en busca de Azogue, y después de
reiterarle sus felicitaciones, le dijo: "¡Ya Alí! ¡he aquí que te llegó la hora de ser presentado a
nuestro amo el califa para que te otorgue sus favores!" Y le llevó al diwán, donde no tardó en hacer
su entrada el califa.
Al ver a Alí Azogue, el califa quedó muy encantado; porque en verdad que la buena cara del
joven predisponía en favor suyo, y la belleza podía dar fe de que le reconocía como su elegido. Y
empujado por Hassán-la-Peste, Alí Azogue avanzó ante el califa y besó la tierra entre sus manos.
Luego se levantó, y cogiendo una bandeja que tenía cubierta Lomo-de-Camello con un paño de
seda, la descubrió ante el califa. Y se vió la cabeza cortada del judío Azaria, el mago.
Asombró aquello al califa, que hubo de preguntar: "¿De quién es esta cabeza?" Y contestó
Azogue: "¡Del mayor de tus enemigos, ¡oh Emir de los Creyentes! ¡Su propietario era un insigne
mago capaz de destruir Bagdad con todos sus palacios!" Y contó a Harún Al-Raschid toda la
historia desde el principio hasta el fin sin omitir un detalle.
Aquella historia maravilló al califa de tal modo, que al instante nombró a Azogue intendente
general de policía, con la misma categoría, las mismas prerrogativas y los mismos emolumentos
que Ahmad-la-Tiña y Hassán-la-Peste; luego le dijo: "¡Vivan los bravos como tú, ¡ya Alí! ¡Quiero
que me pidas alguna cosa mas!" Azogue contestó: "¡La eterna duración de la vida del califa, y
permiso para hacer venir de El Cairo, mi patria, a mis cuarenta compañeros antiguos para tenerles
aquí como guardias, al igual de los de mis dos colegas!" Y contestó el califa: "¡Ya puedes hacerlo!"
Luego ordenó a los más hábiles escribas del palacio que escribieran cuidadosamente aquella
historia y la encarpetaran en los archivos del reino para qué a la vez sirviese de lección y de
diversión a los pueblos musulmanes y a todos los futuros creyentes en Alah y en su profeta
Mahomed, el mejor de los hombres (¡con El la plegaria y la paz!).
¡Y vivieron todos la vida más deliciosa y más alegre, hasta que fué a visitarles la Destructora
de Alegrías y la Separadora de los Amigos!
¡Y tal es como ha llegado a mí, con todos sus detalles exactos, oh rey afortunado! la historia
verídica de Dalila la Taimada y de su hija Zeinab la Embustera con Ahmad-la-Tiña, Hassán-la-
Peste, Alí Azogue y Zoraik, el vendedor de pescado frito! ¡Pero Alah (¡glorificado y exaltado sea!)
es más sabio y más penetrante!
Luego añadió Schehrazada: "No creas, sin embargo, ¡oh rey afortunado! que esta historia es
más verídica que la de JUDER EL PESCADOR y sus hermanos". Y en seguida contó:
HISTORIA DE JUDER EL PESCADOR O EL SACO ENCANTADO
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que había antaño un mercader llamado Omar, que
tenía una posteridad de tres hijos: uno se llamaba Salem, el segundo se llamaba Salim y el más
pequeño se llamaba Juder. Les educó hasta que llegaron a la edad de hombres; pero como quería
a Juder mucho más que a sus hermanos, notaron éstos tal preferencia, se apoderó de ellos la
envidia y detestaron a Juder. Así es que, cuando el mercader Omar, que era hombre cargado ya
de años, notó a su vez el odio que sus dos hijos mayores tenían al hermano, temió que a su
muerte hiciesen sufrir a Juder. Congregó, pues, a los miembros de su familia y a algunos hombres
de ciencia, así como a diversas personas que por orden del kadí se ocupaban de las sucesiones, y
les dijo: "¡Que traigan todos mis bienes y todas las telas de mi tienda!" Y cuando se lo llevaron
todo, dijo: "¡Dividid estos bienes y estas telas en cuatro partes, como manda la ley!" Y lo dividieron
en cuatro partes. Y el anciano dio a cada uno de sus hijos una parte, guardó para sí la cuarta parte,
y dijo: "Esa era toda mi fortuna y se la he repartido en vida para que nada tengan que reclamarme
ni reclamarse entre ellos y no disputen a mi muerte. ¡En cuanto a la cuarta parte que me reservé,
será para mi esposa, la madre de mis hijos, a fin de que con ella pueda atender a sus
necesidades!"
Y he aquí que poco tiempo después murió el anciano; pero sus hijos Salem y Salim no
quisieron contentarse con el reparto que se había hecho, y reclamaron a Juder parte de lo que le
había tocado, diciéndole: "¡La fortuna de nuestro padre fué a parar a tus manos...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 466* NOCHE
Ella dijo:
"¡ ... La fortuna de nuestro padre fue a parar a tus manos!"
Y Juder se vio obligado a recurrir en contra de ellos a los jueces y a hacer comparecer a los
testigos musulmanes que habían asistido al reparto y que dieron fe de lo que sabían; así es que el
juez prohibió a los dos hermanos mayores que tocaran el patrimonio de Juder. Pero las costas del
proceso hicieron perder a Juder y a sus hermanos parte de lo que poseían. Aquello, sin embargo,
no impidió que estos últimos conspiraran contra Juder, el cual se vio obligado a apelar una vez
más en contra de ellos a los jueces; y de nuevo el pleito les hizo gastar a los tres una buena parte
de su peculio en las costas. Pero no cejaron en sus propósitos, y fueron a un tercer juez, y luego al
cuarto, y así sucesivamente, hasta que los jueces se comieron toda la herencia, y los tres
quedaron tan pobres que no tenían ni una moneda de cobre para comprarse un panecillo y una
cebolla.
Cuando los dos hermanos Salem y Salim se vieron en aquel estado, como ya no podían
reclamar nada a Juder, que estaba tan miserable como ellos, conspiraron contra su madre, a la
que engañaron y despojaron después de maltratarla. Y la pobre mujer fué llorando en busca de su
hijo Juder, y le dijo: "¡Tus hermanos me han hecho tal y cual cosa! ¡Y me han privado de mi parte
de herencia!" Y empezó a proferir imprecaciones contra ellos.
Pero Juder le dijo:
"¡Oh madre mía! ¡no lances contra ellos imprecaciones! ¡Porque ya se encargará Alah de tratar
a cada cual según sus actos! Por lo que a mí respecta, no quiero denunciarles al kadí y a los
demás jueces, porque los procesos exigen dispendios, y en juicios perdí todo mi capital. Vale más,
pues, que nos resignemos al silencio ambos. Después de todo, ¡oh madre! no tienes más que
venirte a vivir conmigo y te cederé el pan que yo coma. Encárgate tú !oh madre mía! de hacer
votos por mí, y Alah me concederá lo necesario para mantenerte.
En cuanto a mis hermanos, déjales, que ya recibirán del Juez Soberano la recompensa por su
acción, y consuélate con estas palabras del poeta :
¡Si te oprime el insensato, sopórtale con paciencia; y no cuentes para vengarte, más
que con el tiempo!
¡Pero evita la tiranía! ¡porque si una montaña oprimiera a otra montaña, sería rota a su
vez por otra más sólida que ella y volaría hecha trizas!
Y Juder siguió prodigando a su madre palabras de consuelo, acariciándola y calmándola, y
consiguió así aliviarla y decidirla a que se fuera a vivir con él. Y para ganarse el sustento, se
procuró una red de pesca, y todos los días se iba a pescar al Nilo, en Bulak, a los estanques
grandes o a otros sitios en que hubiese agua; y de aquel modo sacaba una ganancia de diez
monedas de cobre unas veces, de veinte, otras, de treinta otras; y se lo gastaba todo en su madre
y en sí mismo; así es que comían bien y bebían bien.
En cuanto a sus dos hermanos, no poseían nada; ni oficio, ni venta, ni compra. Abrumábanles
la miseria, la ruina y todas las calamidades; y como no tardaron en disipar lo que habían
arrebatado a su madre, quedaron reducidos a la más miserable condición, y se convirtieron en dos
mendigos desnudos que carecían de todo. Así es que se vieron obligados a recurrir a su madre y a
humillarse ante ella hasta el extremo, y a quejársele del hambre que les torturaba. ¡ Y el corazón
de una madre es compasivo y piadoso! Y conmovida de su miseria, su madre les daba los
mendrugos que sobraban y que con frecuencia estaban mohosos; y les servía también las sobras
de la comida de la víspera, diciéndoles: "¡Comed pronto y marchaos antes de que vuelva vuestro
hermano, pues al veros aquí se disgustará y se le endurecerá el corazón en contra mía, con lo que
me comprometeréis ante él!"
Y se daban prisa ellos a comer y a marcharse. Pero un día entre los días, entraron en casa de
su madre, que, como de costumbre, les sacó manjares y pan para que comiesen; y entró de pronto
Juder. Y la madre se quedó muy avergonzada y bastante confusa; y temiendo que se enfadase
con ella, bajó la cabeza, con miradas muy humildes para su hijo. Pero Juder lejos de mostrarse
contrariado sonrió a sus hermanos, y les dijo: '¡Bienvenidos seáis, oh hermanos míos! ¡ Y bendita
sea vuestra jornada! ¿Pero qué os ocurrió para que al fin os hayáis decidido a venir a vernos en
este día de bendición?" Y se colgó a su cuello, y les abrazó con efusión, diciéndoles: "¡En verdad
que hicisteis mal en dejarme languidecer así con la tristeza de no veros! ¡No vinisteis nunca a mi
casa para saber de mí y de vuestra madre!" Ellos contestaron: "¡Por Alah! ¡oh hermano nuestro!
también nos hizo languidecer el deseo de verte; y no nos ha alejado de ti más que la vergüenza
por lo que hubo de pasar entre nosotros y tú. ¡Pero henos aquí ya en extremo arrepentidos! ¡Sin
duda aquella fué obra de Satán (¡maldito sea por Alah el Exaltado!), y ahora no tenemos otra
bendición que tú y nuestra madre!"
Y Juder, muy conmovido con estas palabras, les dijo: "¡Y yo no tengo otra bendición que
vosotros dos, hermanos míos!" Entonces la madre se encaró con Juder, y le dijo: "¡Oh hijo mío,
blanquee Alah tu rostro y aumente tu prosperidad, pues eres el más generoso de todos nosotros,
¡oh hijo mío!" Y dijo Juder: "¡Bienvenidos seáis y venid conmigo! ¡Alah es generoso, y en la morada
hay abundancia!" Y acabó de reconciliarse con sus hermanos, que cenaron en su compañía y
pasaron la noche en su casa.
Al día siguiente almorzaron todos juntos, y Juder, cargado con su red, se marchó confiando en
la generosidad del Abridor, mientras sus dos hermanos se iban por otra parte y permanecían
ausentes hasta mediodía para volver a comer con su madre. En cuanto a Juder, no volvía hasta la
noche llevando consigo carne y verduras compradas con su ganancia del día. Y así vivieron
durante el transcurso de un mes, pescando Juder peces para venderlos y gastar el producto con su
madre y sus hermanos, que comían y triunfaban.
Pero un día entre los días...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 467* NOCHE
Ella dijo:
". . . Pero un día entre los días, Juder echó su red al río, y cuando la recogió, la encontró vacía;
la echó por segunda vez, y la recogió vacía; entonces dijo para sí: "¡No hay pescado en esta
parte!" Y cambió de sitio, y echando su red, la recogió vacía de nuevo. Cambió de sitio por
segunda vez, por tercera vez, y así sucesivamente, desde por la mañana hasta por la noche, sin
conseguir pescar ni un solo gobio. Entonces exclamó: "¡Oh prodigios! ¿No habrá ya peces en el
agua? ¿0 será otra cosa la causa de ello?" Y como caía la tarde, se cargó la red a la espalda y
regresó muy apenado, muy triste, apesadumbrándose y preocupándose por sus hermanos y su
madre, sin saber cómo iba a arreglarse para darles de cenar; y de tal suerte pasó por delante de
una panadería, donde tenía costumbre de entrar a comprar el pan para la noche. Y vio a la
muchedumbre de clientes que con el dinero en la mano se apretujaban para comprar pan, sin que
el panadero se fijase en él. Y Juder se apartó tristemente, mirando a los compradores y
suspirando. Entonces le dijo el panadero: "¡La bienvenida sobre ti, oh Juder! ¿Necesitas pan?"
Pero Juder guardó silencio. El panadero le dijo: "¡Aunque no traigas dinero encima, llévate lo que
necesites, y ya me lo pagarás!"
Y Juder le dijo entonces: "¡Dame pan por valor de diez monedas de cobre, y quédate con mi
red en prenda!" Pero contestó el panadero: "No, ¡oh pobre! tu red es la puerta de tu ganancia, y si
me quedara yo con ella, te cerraría la puerta de la subsistencia. ¡He aquí, pues, los panes que
sueles comprar! Y he aquí la parte mía de diez monedas de cobre, por si acaso las necesitas. ¡Y
mañana ¡ya Juder! me traerás pescado por valor de veinte monedas de cobre!"
Y contestó Juder: "¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos!" Y después de dar al panadero
muchas gracias, cogió el pan y las diez monedas de cobre, con las cuales fué a comprar carne y
verduras, diciéndose: "¡Mañana el Señor me procurará los medios de desquitarme, y disipará mis
preocupaciones!" Y volvió a su casa, y su madre hizo la cena como de ordinario. Y Juder
cenó y se fue a dormir.
Al día siguiente cogió su red y se preparó para salir; pero le dijo su madre: "¡Qué ¿te vas sin
comer el pan que tomas por la mañana?!" El contestó: "Cómetelo tú con mis hermanos, ¡oh
madre!" Y se fue al río, donde echó su red por primera, segunda y tercera vez, cambiando de sitio
varias veces, y llegó la hora de la plegaria de la siesta sin que pescase nada. Entonces recogió su
red y regresó desolado en extremo; y como no había otro camino para dirigirse a su casa, se vio
obligado a pasar por delante de la panadería, y al verle el panadero le contó diez nuevos panes y
diez monedas de cobre, y le dijo: "¡Toma eso y vete! ¡Y mañana llegará lo que la suerte ha
decidido que no llegue hoy!" Y Juder quiso excusarse; pero el panadero le dijo: "No tienes para qué
disculparte conmigo, ¡oh pobre! ¡Si hubieras pescado algo, ya me habrías pagado! ¡Y si no pescas
nada mañana, ven sin vergüenza aquí, porque tienes crédito a plazo ilimitado!"
Tampoco al día siguiente pescó Juder nada en absoluto, y una vez más se vio obligado a
presentarse en casa del panadero; y tuvo la misma mala suerte durante siete días seguidos, al
cabo de los cuales se le puso muy angustiado el corazón, y dijo para sí: "Hoy voy a ir a pescar al
lago Karún. ¡Acaso encuentre mi destino allí!"
Fue, pues, al lago Karún, situado no lejos de El Cairo, y se disponía a echar su red, cuando vio
ir hacia él a un moghrabín montado en una mula. Iba vestido con un traje extraordinariamente
hermoso, y tan envuelto estaba en su albornoz y en su pañuelo de la cabeza, que no se le veía
más que un ojo. También la mula estaba cubierta y enjaezada con tisú de oro y sedas, y a la grupa
llevaba unas alforjas de lana de color.
Cuando el moghrabín estuvo junto a Juder, se apeó de su mula, y dijo: "¡La zalema contigo,
¡oh Juder! ¡Oh hijo de Omar!" Y contestó Juder: "¡Y contigo la zalema, ¡oh mi señor peregrino!" El
moghrabín dijo: "¡Oh, Juder, te necesito! ¡Si quieres obedecerme, alcanzarás grandes ventajas y
una ganancia inmensa, y serás mi amigo, y arreglarás todos mis asuntos!"
Juder contestó: "¡Oh mi señor peregrino! dime ya lo que estás pensando, y te obedeceré en
seguida!" Entonces le dijo el moghrabín: "¡Empieza, pues, por recitar el capítulo liminar del Korán!"
Y Juder recitó con él la fatiha del Korán.
Entonces le dijo el moghrabín: "¡Oh, Juder, hijo de Omar! Vas a atarme los brazos con estos
cordones de seda lo más sólidamente que puedas! Después de lo cual me arrojarás al lago y
esperarás algún tiempo. Si ves aparecer por encima del agua una mano mía antes que mi cuerpo,
echa en seguida tu red y sácame con ella a la orilla; pero si ves aparecer un pie mío fuera del
agua, sabe que habré muerto. No te inquietes por mí ya entonces, coge la mula con las alforjas y
ve al zoco de los mercaderes, donde encontrarás a un judío llamado Schamayaa. ¡Le entregarás la
mula, y te dará él cien dinares, con los cuales te irás por tu camino!
¡Pero has de guardar el secreto de todo esto!...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 468* NOCHE
Ella dijo:
"...¡Pero has de guardar el secreto de todo esto!" Entonces contestó Juder: '*¡Escucho y
obedezco!" Y ató los brazos al moghrabín, que le decía: "¡Más fuerte todavía!" Y cuando acabó la
cosa, lo levantó y lo tiró al lago. Luego esperó algunos instantes para ver qué pasaba.
Pero al cabo de cierto tiempo vió de pronto surgir del agua los dos pies del moghrabín.
Entonces comprendió que había muerto el hombre, y sin inquietarse más por él cogió la mula y
fue al zoco de los mercaderes, donde, efectivamente, vio sentado en una silla, a la puerta de su
tienda, al consabido judío, que exclamó al ver la mula: "¡No hay duda! ha perecido el hombre!"
Luego prosiguió: "¡Ha sido víctima de la codicia!" Y sin añadir una palabra, tomó de manos de
Juder la mula, v le contó cien dinares de oro, recomendándole que guardara el secreto. Juder
cogió, pues, el dinero del judío, y se apresuró a ir en busca del panadero, al cual tomó el pan de
costumbre, y dándole un dinar, le dijo: "¡Esto es para pagarte lo que te debo, oh mi amo!" Y el
panadero echó la cuenta, y le dijo: "¡Todavía con lo que sobra, tienes pagado en mi casa el pan de
dos días!"
Juder le dejó y fue en busca del carnicero y del verdulero, y dándoles un dinar a cada uno, les
dijo: "¡Dadme lo que necesito y quedaos con el resto del dinero a cuenta de lo que compre más
adelante!" Y compró carne y verduras y lo llevó todo a su casa, donde encontró a sus hermanos
con mucha hambre y a su madre que les decía que tuviesen paciencia hasta la vuelta del hermano.
Entonces dejó ante ellos las provisiones, sobre las cuales se precipitaron como ghuls, y empezaron
por devorar todo el pan mientras se hacía la comida.
Al día siguiente, antes de marcharse, Juder entregó a su madre todo el oro que tenía,
diciéndole: "¡Guárdalo para ti y para mis hermanos, a fin de que nunca carezcan de nada!"
Y cogió su red de pesca, y volvió al lago Karún; y ya iba a comenzar su trabajo, cuando vio
avanzar hacia él a un segundo moghrabín que se parecía al primero e iba vestido con más riqueza
y montado en una mula: "¡La zalema contigo, oh Juder, hijo de Omar!"
El pescador contestó: "¡Y contigo la zalema, oh mi señor peregrino!"
El otro dijo: "¿Viste ayer a un moghrabín montado en una mula como ésta?" Pero Juder, que
tenía miedo que le acusaran por la muerte del hombre, se dijo que valdría más negar
absolutamente, y contestó: "¡No, no vi a nadie!"
El segundo moghrabín sonrió y dijo: "¡Oh pobre Juder! ¿Acaso no sabes que no ignoro nada
de lo que ha pasado? ¡El hombre a quien tiraste al lago y cuya mula vendiste al judío Schamayaa
por cien dinares es mi hermano! ¿Por qué intentas negar?"
El pescador contestó: "Si sabías todo eso, ¿para qué me lo preguntas?"
El otro dijo: "Porque necesito ¡oh Juder! que me hagas el mismo servicio que a mi hermano". Y
sacó de sus alforjas preciosas unos cordones gordos de seda, que entregó a Juder, diciéndole:
"¡Atame todo lo sólidamente que puedas y arrójame al agua! ¡Si ves salir mi pie antes que
nada, es que habré muerto! Entonces cogerás la mula y se la venderás al judío por cien dinares!"
Juder contestó: "¡Acércate, entonces!"
Y se acercó el moghrabín y Juder le ató los brazos, y levantándolo en alto lo tiró al fondo del
lago.
Y he aquí que al cabo de algunos instantes vio salir del agua dos pies. Y comprendió que
había muerto el moghrabín; y se dijo:
"¡Ha muerto! ¡Que no vuelva y quédese con su calamidad! ¡Inschalah! ¿Vendrá a mí
cada día un moghrabín para que le tire al agua, haciéndome ganar cien dinares?
Y cogió la mula y se fue en busca del judío, que exclamó al verle: "¡Ha muerto el segundo!"
Juder contestó: ¡Ojalá viva tu cabeza!" Y añadió el judío: "¡Esa es la recompensa de los
ambiciosos!" Y se quedó con la mula y dio cien dinares a Juder, que volvió con su madre y se los
entregó. Y le preguntó su madre: "¿Pero de dónde sacas tanto dinero, ¡oh hijo mío!?" Entonces le
contó él lo que le había pasado; y su madre le dijo muy asustada: "¡No debes volver al lago Karún!
¡Tengo miedo que los moghrabines te acarreen alguna desgracia!"
El contestó: "¡Pero si los tiro al agua con su consentimiento! ¡oh madre! Además, ¿por qué
no hacerlo, si el oficio de ahogador me reporta cien dinares diarios? ¡Por Alah! ¡que ahora
quiero ir todos los días al lago Karún hasta que con mis manos ahogue al último de los
moghrabines y no quede la menor señal de moghrabines!"
Al tercer día, pues, volvió Juder al lago Karún, y en el mismo instante vio llegar a un tercer
moghrabín, que se parecía asombrosamente a los dos primeros, pero que les superaba aún en la
riqueza de sus vestidos y en la hermosura de los jaeces con que estaba adornada la mula en que
montaba; y detrás de él, en cada lado de las alforjas, había un bote de cristal con su tapadera. Se
acercó aquel hombre a Juder, y le dijo: "¡La zalema contigo, oh, Juder, hijo de Omar!"
El pescador le devolvió la zalema, pensando: "¿Cómo me conocerán y sabrán mi nombre
todos?"
El moghrabín le preguntó...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente
CUANDO LLEGO LA 469* NOCHE
Ella dilo:
"...El moghrabín le preguntó: "¿Has visto pasar moghrabines por aquí?" El pescador contestó:
"¡Dos!" El otro preguntó: "¿Por dónde han ido?" El pescador dijo: "¡Les até los brazos y les tiré a
este lago, en donde se ahogaron! ¡Y si te conviene seguir su suerte, puedo hacer contigo lo
mismo!"
Al oír estas palabras, el moghrabín se echó a reír y contestó: "¡Oh, pobre! ¿No sabes que
toda vida tiene fijado de antemano su término?"
Y se apeó de su mula, y añadió tranquilamente: "¡Oh Juder, deseo que hagas conmigo igual
que hiciste con ellos!" Y sacó de sus alforjas unos cordones gordos de seda y se los entregó; y le
dijo Juder: "¡Entonces deja que te coja las manos para atártelas a la espalda; y date prisa, porque
estoy muy atareado y el tiempo apremia! ¡Por lo demás, estoy muy al corriente del oficio, y puedes
tener confianza en mi habilidad de ahogador!"
Entonces el moghrabín le presentó los brazos. Juder se los ató a la espalda; luego lo levantó
en alto y lo arrojó al lago, en donde le vió hundirse y desaparecer. Y antes de marcharse con la
mula, esperó a que saliesen del agua los pies del moghrabín; pero con gran sorpresa por su parte,
vió que surgían del agua las dos manos precediendo a la cabeza y al moghrabín entero, que le
gritó: "¡No sé nadar! ¡Cógeme en seguida con tu red, oh pobre!" Y Juder le echó la red y consiguió
sacarle a la orilla. A la sazón vió en las manos de aquel hombre, sin que lo hubiese notado antes,
dos peces de color rojo como el coral, un pez en cada mano. Y el moghrabín se apresuró a coger
de su mulo los dos botes de cristal, metió un pez en cada bote, los tapó, y colocó de nuevo los
botes en las alforjas. Tras de lo cual volvió hacia Juder, y cogiéndole en brazos, se puso a besarle
con mucha efusión en la mejilla derecha y en la mejilla izquierda; y le dijo: "¡Por Alah! ¡Sin ti no
estaría vivo yo ahora, y no hubiera podido atrapar estos dos peces!" ¡Eso fué todo!
Y he aquí que Juder, que estaba inmóvil de sorpresa, acabó por decirle: "¡Por Alah, oh mi
señor peregrino! ¡Si verdaderamente crees que intervine algo en tu liberación y en la captura de
esos peces, cuéntame pronto, como única prueba de gratitud, lo que sepas con respecto de los
dos moghrabines ahogados, y la verdad acerca de los dos peces consabidos y acerca del judío
Schamayaa el del zoco!"
Entonces dijo el moghrabín:
"¡Oh Juder! Sabe que los dos moghràbines que se ahogaron eran hermanos míos. Uno se
llamaba Abd Al-Salam y el otro se llamaba Abd Al-Abad. En cuanto a mí me llamo Abd Al-Samad.
Y el que tú crees judío no tiene nada de judío, pues es un verdadero musulmán del rito malekita; su
nombre es Abd Al-Rahim, y también es hermano nuestro. Y he aquí ¡ya Juder! que nuestro padre,
que se llamaba Abd Al-Wadud, era un gran mago que poseía a fondo todas las ciencias
misteriosas, y nos enseñó a sus cuatro hijos la magia, la hechicería y el arte de descubrir y abrir los
tesoros más ocultos. Así es que hubimos de dedicarnos incesantemente al estudio de esas
ciencias en las que logramos alcanzar tal grado de sabiduría, que acabamos por someter a
nuestras órdenes a los genn, a los mareds y a los efrits.
"Cuando murió nuestro padre, nos dejó muchos bienes y riquezas inmensas. Entonces nos
repartimos equitativamente los tesoros que nos dejó, los talismanes y los libros de ciencia; pero no
nos pusimos de acuerdo sobre la posesión de ciertos manuscritos. El más importante de aquellos
manuscritos era un libro titulado Anales de los Antiguos, verdaderamente inestimable de precio y
de valor, que ni siquiera podría pagarse con su peso en pedrerías. Porque en él se encontraban
indicaciones precisas acerca de la solución de los enigmas y los signos misteriosos. Y en aquel
manuscrito precisamente había agotado nuestro padre toda la ciencia que poseía.
"Cuando comenzaba a acentuarse entre nosotros la discordia, vimos entrar en nuestra casa a
un venerable jeique, el mismo que había educado a nuestro padre y le había enseñado la magia y
la adivinación. Y aquel jeique, que se llamaba El Profundísimo Cohén, nos dijo: "¡Traedme ese
libro!" Y le llevamos los Anales de los Antiguos, que cogió él y nos dijo: "¡Oh hijos míos, sois hijos
de mi hijo, y no puedo favorecer a uno de vosotros en detrimento de los demás! ¡Es necesario,
pues, que aquel de vosotros que desee poseer este libro vaya a abrir el tesoro llamado Al-
Schamardal, y me traiga la esfera celeste, la redomita de kohl, el alfanje y el anillo, que todos estos
objetos contiene el tesoro! ¡Y son extraordinarias sus virtudes! En efecto, el sello está guardado
por un genni, cuyo sólo nombre da miedo pronunciarlo: se llama el Efrit Trueno-Penetrante. Y el
hombre que se haga dueño de este anillo, puede afrontar sin temor el poderío de los reyes y
sultanes; y cuando quiera podrá ser el dominador de la tierra en todo lo que tiene de ancha y larga.
Quien posea el alfanje, podrá destruir a su albedrío ejércitos sin más que blandirlo, pues al punto
saldrán de él llamas y relámpagos, que reducirán a la nada a todos los guerreros. Quien posea la
esfera celeste, podrá viajar a su antojo por todos los puntos del universo sin molestarse ni cambiar
de sitio, y visitar todas las comarcas de Oriente a Occidente. Para ello, le bastará tocar con el dedo
el punto adonde quiere ir y las regiones que desea recorrer, y la esfera empezará a dar vueltas,
haciendo desfilar ante sus ojos todas las cosas interesantes del país en cuestión, así como sus
pobladores, todo cual si lo tuviese entre las manos. Y si a veces está quejoso de la hospitalidad de
los indígenas de cualquier país o el recibimiento que le dispensó una ciudad entre las ciudades, le
bastará dirigir el sol hacia el punto en que se encuentra la región enemiga, e inmediatamente será
la tal presa de las llamas y arderá con todos sus habitantes. En cuanto a la redomita de kohl, quien
se frota los párpados con el kohl que contiene, ve al instante todos los tesoros ocultos en la tierra.
¡Ya lo sabéis! Así, pues, el libro no le pertenecerá de derecho más que a quien realice la empresa;
y quienes fracasen, no podrán hacer reclamación ninguna. ¿Aceptáis estas condiciones?"
Contestamos: "Las aceptamos, ¡oh jeique de nuestro padre! ¡Pero no sabemos nada relativo a ese
tesoro de Schamardal!" Entonces nos dijo: "Sabed, hijos míos, que el tal tesoro de Schamardal se
encuentra...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 470* NOCHE
Ella dijo:
"...Sabed, hijos míos, que el tal tesoro de Schamardal se encuentra bajo la dominación de los
dos hijos del rey Rojo. En otro tiempo vuestro padre trató de apoderarse de ese tesoro; pero para
abrirlo era necesario apoderarse antes de los hijos del rey Rojo. Y he aquí que en el momento en
que vuestro padre iba a ponerles la mano encima, se escaparon y fueron a arrojarse,
transformados en peces rojos, al fondo del lago Karún, en las proximidades de El Cairo. Y como
aquel lago estaba también encantado, por mucho que hizo vuestro padre no pudo atrapar a los dos
peces. Entonces fué a buscarme y se me quejó de la ineficacia de sus tentativas. Y enseguida hice
yo mis cálculos astrológicos y saqué el horóscopo; y descubrí que aquel tesoro de Schamardal no
podía abrirse más que con ayuda y en presencia de un joven de El Cairo llamado Juder ben-Omar,
pescador de oficio. Se encontrará el tal Juder a orillas del lago Karún. Y el encanto de ese lago no
puede romperse más que por el propio Juder, que deberá atar los brazos a aquel cuyo destino sea
bajar al lago; y le tirará al agua. Y el que se arroje allí tendrá que luchar contra los dos hijos
encantados del rey Rojo; y si tiene la suerte de vencerlos y apoderarse de ellos, no se ahogará, y
sobrenadará por encima del agua su mano antes que nada. ¡Y le recogerá Juder con su red! ¡Pero
el que perezca, sacará del agua antes que nada los pies, y deberá ser abandonado!"
"Al oír estas palabras del jeique Profundísimo Cohén, contestamos: «¡Ciertamente,
intentaremos la empresa, aun a riesgo de perecer!' Sólo nuestro hermano Abd Al-Rahim no quiso
intentar la aventura, y nos dijo: "¡Yo no quiero!" Entonces le decidimos a que se disfrazara de
mercader judío; y juntos convinimos en enviarle la mula y las alforjas para que se las comprase al
pescador, dado caso de que pereciéramos en nuestra tentativa.
"Por lo demás, ya sabes ¡oh Juder! lo ocurrido. ¡Mis dos hermanos perecieron en el lago,
víctimas de los hijos del rey Rojo! Y también yo creí sucumbir a mi vez luchando contra ellos
cuando me tiraste al lago, pero gracias a un conjuro mental, logré desembarazarme de mis
ligaduras, romper el encanto invencible del lago y apoderarme de los dos hijos del rey Rojo, que
son estos dos peces color de coral que me has visto encerrar en los botes de mis alforjas. Y he
aquí que esos dos peces encantados, hijos del rey Rojo son nada menos que dos efrits
poderosos; y merced a su captura, por fin voy a poder abrir el tesoro de Schamardal.
"¡Pero para abrir el tal tesoro, es absolutamente necesario que estés presente, porque el
horóscopo sacado por El Profundísimo Cohén predecía que la cosa no podría hacerse más que a
tu vista!
"¿Quieres, pues, ¡oh Juder! consentir en ir conmigo al Maghreb, a un paraje situado cerca de
Fas y Miknas, para ayudarme a abrir el tesoro de Schamardal? ¡Y te daré todo lo que pidas! ¡Y
serás por siempre mi hermano en Alah! ¡Y después de ese viaje, regresarás entre tu familia con el
corazón jubiloso!"
Cuando Juder hubo oído estas palabras, contestó: "¡Oh mi señor peregrino, tengo pendientes
de mi cuello a mi madre y a mis hermanos! ¡Y soy yo el encargado de mantenerles! Así, pues, si
consiento en marcharme contigo, ¿quién les dará el pan para alimentarse?" El moghrabín contestó:
"¡Te abstienes sólo por pereza! ¡Si verdaderamente no te impide partir más que la falta de dinero y
el cuidado de tu madre, estoy dispuesto a darte ya, mil dinares de oro para que subsista tu madre
mientras tú vuelves, que será al cabo de una ausencia de cuatro meses apenas!" Al oír lo de los
mil dinares, Juder exclamó: "¡Dame ¡oh peregrino! los mil dinares para que vaya a llevárselos a mi
madre y parta luego contigo!" Y el moghrabín le entregó al punto los mil dinares, y el pescador fué
a dárselos a su madre, diciéndole: "¡Toma estos mil dinares para tus gastos y los de mis
hermanos, porque me marcho con un moghrabín a hacer un viaje de cuatro meses al Maghreb! Y
haz votos por mí durante mi ausencia, ¡oh madre! y tu bendición me colmará de beneficios". Ella
contestó: "¡Oh hijo mío, cómo me va a hacer languidecer de tristeza tu ausencia! ¡Y qué miedo
tengo por ti!"
El joven dijo: "¡Oh madre mía! ¡nada hay que temer por quien está bajo la guarda de Alah!
¡Además, el moghrabín es un buen hombre!" Y le elogió mucho el moghrabín. Y su madre, le dijo:
"¡Incline Alah hacia ti el corazón de ese moghrabín de bien! ¡Vete con él, hijo mío! ¡Acaso sea
generoso contigo!"
Entonces Juder dijo adiós a su madre y se fué en busca del moghrabín.
Y al verle llegar el moghrabín le preguntó: "¿Consultaste a tu madre?" Juder contestó: "¡Sí, por
cierto, e hizo votos por mí y me bendijo!" Díjole el otro: "¡Sube detrás de mí a la grupa!" Y Juder
montó a lomos de la mula detrás del moghrabín, y de aquel modo viajó desde mediodía hasta
media tarde.
Y he aquí que el viaje despertó un gran apetito en Juder, que tenía mucha hambre...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 471ª NOCHE
Ella dijo:
"...Y he aquí que el viaje despertó un gran apetito en Juder, que tenía mucha hambre. Pero
como no veía provisiones en el saco de viaje, dijo al moghrabín: "¡Oh mi señor peregrino, me
parece que se te olvidó de coger víveres para comer durante el viaje!" El otro contestó: "¿Acaso
tienes hambre?" Juder dijo: "¡Ya lo creo! ¡Ualah!" Entonces el moghrabín paró la mula, echó pie a
tierra seguido de Juder, y dijo a éste: "¡Dame el saco!"
Y cuando le dio el saco Juder, le preguntó: "¿Qué anhela tu alma, oh hermano mío?" Juder
contestó: "¡Cualquier cosa!" El moghrabín dijo: "¡Por Alah sobre ti, dime qué quieres comer!" Juder
contestó: "¡Pan y queso!" El otro sonrió, y dijo: "¿Nada más que pan y queso, ¡oh pobre!?
¡Verdaderamente, es poco digno de tu categoría! ¡Pídeme, pues, algo excelente!"
Juder contestó: "¡En este momento todo lo encontraría excelente!" El moghrabín le preguntó:
"¿Te gustan los pollo asados?" Juder dijo: "¡Ya Alah! ¡Sí!" El otro le preguntó: "Te gusta el arroz
con miel?" Juder dijo: "¡Mucho!" El otro le preguntó: "¿Te gustan las berengenas rellenas? ¿Y las
cabezas de pájaros con tomate? ¿Y la cotufas con perejil y las colocasias? ¿Y las cabezas de
carnero al horno? ¿Y los buñuelos de harina de cebada rebozados? ¿Y las hojas de vid rellenas?
¿Y los pasteles? ¿Y ésta y aquella cosa y la de más allá?" Y enumeró así hasta veinticuatro platos
distintos, en tanto que Juder pensaba: "¿Estará loco? Porque, ¿de dónde va a sacar los platos que
acaba de enumerarme, si no hay aquí cocina ni cocinero? ¡Voy a decirle que ya basta en verdad!"
Y dijo al moghrabín: "¡Basta! ¿Hasta cuándo vas a estar haciéndome desear esos diferentes
manjares sin mostrarme ninguno?"
Pero contestó el moghrabín: "¡La bienvenida sobre ti, ¡oh Juder!" Y metió la mano en el saco, y
extrajo de él un plato de oro con dos pollos asados y calientes; luego metió la mano por segunda
vez, y sacó un plato de oro con chuletas de cordero, y uno tras otro, sacó exactamente los
veinticuatro platos que había enumerado.
Estupefacto quedó Juder al ver aquello. Y le dijo el moghrabín: Come, pobre amigo mío!" Pero
exclamó Juder: "¡Ualah! ¡oh mi señor peregrino! sin duda has colocado en ese saco una cocina
con sus utensilios y cocineros!" El moghrabín se echó a reír, y contestó: Oh Juder, este saco está
encantado! ¡Lo sirve un efrit que, si quisiéramos nos traería al instante mil manjares indios y mil
manjares chinos!"
Y exclamó Juder: "¡Oh, qué hermoso saco, y qué prodigios contiene y qué opulencia!" Luego
comieron ambos hasta saciarse, y tiraron lo que les sobró de la comida. Y el moghrabín guardó
otra vez en el saco los platos de oro; luego metió la mano en el otro bolso de las alforjas, y sacó
una jarra de oro llena de agua fresca y dulce.
Y bebieron e hicieron sus abluciones y recitaron la plegaria de la tarde, metiendo después la
jarra en el saco junto a uno de los botes, poniendo el saco a lomos de la mula y montando en la
mula ellos para continuar su viaje.
Al cabo de cierto tiempo, el moghrabín preguntó a Juder: "¿Sabes ¡oh Juder! el camino que
hemos recorrido desde El Cairo hasta aquí?" Juder contestó: "¡Por Alah, que no lo sé!" El otro dijo:
"En dos horas hemos recorrido exactamente un trayecto que exige un mes de camino, por lo
menos!" Juder preguntó: "¿Y cómo es eso?"
El otro dijo: "¡Sabe oh Juder que esta mula que montamos es nada menos que una gennia
entre los genn. En un día suele recorrer el trayecto de un año de camino; pero hoy va despacio, al
paso, para que no te fatigues".
Y así prosiguieron su camino hacia el Maghreb; y todos a días, por la mañana y por la tarde,
el saco atendía a todas las necesidades; y Juder no tenía más que desear un manjar, aunque fuera
eI más complicado y el más extraordinario, para encontrarlo al punto en el fondo del saco,
completamente guisado y servido en un plato de oro.
Y de tal suerte, al cabo de cinco días llegaron al Maghreb y entraron en la ciudad de Mas y
Miknas.
Y he aquí que todos los transeúntes que se encontraban a lo largo de las calles conocían al
moghrabín, y le deseaban la zalema o iban besarle la mano, hasta que llegaron a la puerta de una
casa, donde se apeó el moghrabín para llamar. Y enseguida se abrió la puerta y en el umbral
apareció una joven absolutamente como la luna, y bella esbelta cual una gacela sedienta, que les
sonrió con una sonrisa de bienvenida.
Y el moghrabín le dijo, paternal: "¡Oh Rahma, hija mía! Date prisa a abrirnos la sala principal
del palacio!" Y contestó la joven Rahma: "¡Sobre la cabeza y sobre los ojos!" Y los precedió al
interior del palacio, balanceando sus caderas. Y Juder perdió la razón; y dijo para sí: "¡No cabe
duda! ¡Esta joven es, indiscutiblemente, la hija de un rey!"
En cuanto al moghrabín, comenzó primero por coger del lomo de la mula el saco, y dijo: "¡Oh,
mula, vuélvete al sitio de donde viniste! ¡Y Alah te bendiga!"
Y he aquí que de pronto se abrió la tierra y recibió en su seno a la mula para cerrarse sobre
ella inmediatamente.
Y exclamó Juder: "¡Oh, Protector! ¡Loores a Alah, que nos libró de tal cosa y veló por nosotros
mientras estuvimos a lomos de esta mula!" Pero el moghrabín dijo: "¿Por qué te asombras, ¡oh
Juder!? ¿No te previne que era una gennia entre los efrits? ¡Pero démonos prisa a entrar en el
palacio y a subir a la sala principal!"
Y siguieron a la joven.
Cuando Juder hubo penetrado en el palacio, quedó deslumbrado...
En este momento de su narración, Schherazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente
Y CUANDO LLEGO LA 472ª NOCHE
Ella dijo:
"...Cuando Juder hubo penetrado en el palacio, quedó deslumbrado por el esplendor y la
multitud de riquezas que encerraba y por la hermosura de las arañas de plata y las lámparas de
oro, así como la profusión de pedrerías y metales. Y una vez sentados en la alfombra, el
moghrabín dijo a su hija: "¡Ya Rahma, ve a traernos el paquete de seda que sabes!" Y al punto
echó a correr la joven, volviendo con el paquete consabido, y se lo dio a su padre, que lo abrió y
sacó de él un traje que valía mil dinares por lo menos, y dándoselo a Juder, le dijo: "¡Póntelo, ¡oh
Juder! y bienvenido seas como huésped aquí!" Y Juder se vistió con aquella ropa, y quedó tan
espléndido que parecía un rey entre los reyes de los árabes occidentales.
Tras de lo cual, el moghrabín, que tenía ante sí el saco, metió la mano en él y sacó multitud de
platos, que colocó en el mantel puesto por la joven, y no se detuvo en su tarea mientras no hubo
alineado de aquel modo cuarenta platos de color diferente y con manjares diferentes. Luego dijo a
Juder: "Extiende la mano y come, ¡oh mi señor! y dispénsanos por lo poco que te servimos; porque
verdaderamente aún no sabemos tus gustos y preferencias sobre manjares. ¡No tienes más que
decir lo que quieres mejor y lo que anhela tu alma, y te lo presentaremos sin tardanza!" Juder
contestó: "¡Por Alah, ¡oh mi señor peregrino! que me gustan todos los manjares, sin excepción, y
ninguno me repugna! ¡No me interrogues, pues, acerca de mis preferencias y pónme todo lo que te
parezca! ¡Porque lo único que sé es comer, y eso es lo que más me gusta en el mundo! ¡Ya sabes
que tengo buen diente!"
Y comió mucho aquella noche, y también los demás días, sin que nunca viese salir humo de la
cocina. Porque no tenía el moghrabín más que meter su mano en el saco, pensando en un manjar,
y al punto lo sacaba en un plato de oro. Y lo mismo ocurría con las frutas y las cosas de repostería.
Y de tal suerte vivió Juder en el palacio del moghrabín durante veinte días, cambiando de traje
todas las mañanas; y cada traje era más maravilloso que el anterior.
Por la mañana del vigésimoprimer día, fue a buscarle el moghrabín, y le dijo: "¡Levántate, oh
Juder! ¡Hoy es el día fijado para la apertura del tesoro de Schamardal!" Y Juder se levantó y salió
con el moghrabín. Y cuando llegaron extramuros de la ciudad, aparecieron de pronto dos mulas, en
las que se montaron ellos, y dos esclavos negros que echaron a andar detrás de las mulas. Y
caminaron de aquel modo hasta mediodía, en que llegaron a orillas de un río; y el moghrabín echó
pie a tierra, y dijo a Juder: "¡Apéate!" Y cuando se hubo apeado Juder, el otro hizo una seña con la
mano a los dos negros, diciéndoles: "¡Vamos! Los dos negros se llevaron las mulas, que
desaparecieron, volviendo luego los esclavos cargados con una tienda de campaña y una alfombra
y pusieron dentro alrededor los cojines y las almohadas. Tras de lo cual aportaron el saco y los dos
botes en que estaban encerrados los dos peces de color de coral. Después extendieron el mantel y
sirvieron una comida de veinticuatro platos que sacaron del saco. Tras de lo cual desaparecieron.
Entonces levantóse el moghrabín, colocó ante él encima de un taburete los dos botes, y se
puso a murmurar sobre ellos fórmulas mágicas y conjuros, hasta que empezaron a gritar ambos
peces dentro: "¡Henos aquí! ¡Oh, soberano mago, ten misericordia de nosotros!" Y continuaron
suplicándole en tanto que formulaba él los conjuros.
De pronto estallaron a la vez y volaron en pedazos ambos botes, mientras aparecían frente al
moghrabín dos personajes que decían, con los brazos cruzados humildemente: "¡La salvaguardia y
el perdón, oh poderoso adivino! ¿Qué intención abrigas para con nosotros?"
El moghrabín contestó: "¡Mi intención es estrangularos y quemaros a menos que me prometáis
abrir el tesoro de Schamardal!" Los otros dijeron: "¡Te lo prometemos y abriremos para ti el tesoro!
Pero es absolutamente preciso que hagas venir aquí a Juder, el pescador de El Cairo. ¡Porque
está escrito en el libro del Destino que el tesoro no puede abrirse más que en presencia de Juder!
¡Y nadie puede entrar en el lugar en que se encuentra el tal tesoro, no siendo Juder, hijo de Omar!"
El moghrabín contestó: "¡Ya he traído al individuo de quien habláis!
¡Aquí mismo está presente! ¡Este es! ¡Os está viendo y oyendo!" Y los dos personajes miraron
a Juder con atención, y dijeron: "¡Ya están salvados todos los obstáculos y puedes contar con
nosotros! ¡Te lo juramos por el Nombre!" Así es que el moghrabín les permitió marcharse adonde
tenían que ir. Y desaparecieron en el agua del río.
Entonces el moghrabín cogió una gruesa caña hueca, encima de la cual colocó dos láminas de
cornalina roja, y encima de estas dos láminas puso un braserillo de oro lleno de carbón, soplándolo
una sola vez. Y al punto encendió el carbón y hubo de tornarse brasa ardiente. A la sazón el
moghrabín esparció incienso sobre las brasas, y dijo: "¡Oh Juder, ya se eleva el humo del incienso,
y en seguida voy a recitar los conjuros mágicos de la apertura! ¡Pero como una vez comenzados
los conjuros no podré interrumpirlos sin riesgo de anular los poderes talismánicos, voy antes a
instruirte acerca de lo que tienes que hacer para lograr el fin que nos hemos propuesto al venir al
Maghreb!" Y contestó Juder: "¡Instrúyeme, oh mi señor soberano!"
Y el moghrabín dijo: "¡Sabe, oh Juder! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 473ª NOCHE
Ella dijo:
"...Sabe ¡oh Juder! que en cuanto yo me ponga a recitar las fórmulas mágicas sobre el
incienso humeante, el agua del río empezará a disminuir poco a poco, y el río acabará por secarse
completamente y dejar su lecho al descubierto. Entonces verás que en la pendiente del cause seco
se te aparece una gran puerta de oro, tan alta como la puerta de la ciudad, con dos aldabas del
mismo metal. Dirígete a esa puerta y golpéala muy ligeramente con una de las aldabas que tiene
en cada hoja, y espera un instante. Llama luego con un segundo aldabonazo más fuerte que el
primero, ¡y espera todavía! Después llamarás con un tercer aldabonazo más fuerte que los otros
dos, y no te muevas ya. Y cuando hayas llamado así con tres aldabonazos consecutivos, oirás
gritar a alguien desde dentro: «¿Quién llama a la puerta de los Tesoros sin saber romper los
encantos?» Tú contestarás: «¡Soy Juder el pescador, hijo de Omar, de El Cairo! Y se abrirá la
puerta y en el umbral se te aparecerá un personaje que ha de decirte, alfanje en mano: «¡Si eres
verdaderamente ese hombre, presenta el cuello para que te corte la cabeza! Y le presentarás tu
cuello sin temor, y alzará sobre ti el alfanje, cayendo a tus pies inmediatamente, ¡y no verás ya más
que un cuerpo sin alma! Y no te habrá hecho daño alguno. Pero si por miedo te niegas a
obedecerle, te matará en aquella hora y en aquel instante.
"Cuando hayas roto de tal modo ese primer encanto, pasarás dentro y verás una segunda
puerta, a la que llamarás con un aldabonazo solo, pero muy fuerte. Entonces se te aparecerá un
jinete con una lanza grande al hombro, y te dirá, amenazándote con su lanza enristrada de
repente: «¿Qué motivo te trae a estos lugares que no frecuentan ni pisan nunca las hordas
humanas ni las tribus de los genn?» Y por toda respuesta, le presentarás resueltamente tu pecho
descubierto para que te hiera; y te dará con su lanza. Pero no sentirás daño ninguno, y caerá él a
tus pies, ¡y no verás más que un cuerpo sin alma! ¡Pero te matará si retrocedes!
"Llegarás entonces a una tercera puerta, por la que saldrá a tu encuentro un arquero que te
amenazará con su arco armado de flecha; pero preséntale resueltamente tu pecho como blanco, ¡y
caerá a tus pies convertido en un cuerpo sin alma! ¡No obstante, te matará, como vaciles!
"Penetrarás más adentro y llegarás a una cuarta puerta, desde la cual se abalanzará sobre ti
un león de cara espantosa, que abrirá las anchas fauces para devorarte. No has de tenerle ningún
miedo ni huir de él, sino que le tenderás tu mano, y en cuanto le des con ella en la boca, caerá a
tus pies sin hacerte daño.
"Dirígete entonces a la quinta puerta, de la que verás salir a un negro de betún que te
preguntará: «¿Quién eres» Tú dirás: «¡Soy Juder!» Y te contestará él: «¡Si eres verdaderamente
ese hombre, intenta abrir la sexta puerta!»
"Al punto irás a abrir la sexta puerta, y exclamarás: «¡Oh Jesús, ordena a Moisés que abra la
puerta! » Y la puerta se abrirá ante ti y verás aparecer dos dragones enormes, uno a la derecha y
otro a la izquierda, los cuales saltarán sobre ti con las fauces abiertas. ¡No tengas miedo! Tiéndele
a cada uno una de tus manos, en las que te querrán morder; pero en vano, porque ya habrán caído
impotentes a tus pies. Y sobre todo no aparentes temerlos, pues tu muerte sería segura.
263
"Llegarás a la séptima puerta, por último, y llamarás en ella. ¡Y la persona que ha de abrirte y
aparecerte en el umbral, será tu madre! Y te dirá: «¡Bienvenido seas, hijo mío! ¡Acércate a mí para
que te desee la paz!» Pero le contestarás: «¡Sigue donde estabas! ¡Y desnúdate!»
Ella te dirá: «¡Oh hijo mío, soy tu madre! ¡Y me debes alguna gratitud y respeto, en gracia a
que te amamanté y a la educación que te di ¿Cómo quieres obligarme a que me ponga desnuda?»
Tú le contestarás, gritando: «¡Si no te quitas la ropa, te mato!» Y cogerás un alfanje que hallarás
colgado en la pared, a la derecha, y le dirás: «¡Empieza pronto!» Y ella procurará conmoverte y
hará para engañarte, para que te apiades de ella. Pero guárdate de dejarte persuadir por sus
ruegos, y cada vez que se quite una prenda de vestir, has de gritarle: «¡Quítate lo demás!» Y
continuarás amenazándola con la muerte hasta que esté completamente desnuda. ¡Pero entonces
verás que se desvanece y desaparece!
"Y de esta manera ¡oh Juder! habrás roto todos los encantos y disuelto todos los hechizos, a la
vez que pondrás en salvo tu vida. Y te restará sólo recoger el fruto de tus trabajos.
"A tal fin, no tendrás más que franquear esa séptima puerta, y dentro encontrarás montones de
oro. Pero no les prestes la menor atención, y dirígete a un pabellón pequeño que hay en medio de
la estancia del tesoro, y sobre el cual se extiende una cortina corrida. ¡Levanta entonces la cortina,
y verás, acostado en un trono de oro, al gran mago Schamardal, el mismo a quien pertenece el
tesoro! Y junto a su cabeza verás brillar una cosa redonda como la luna: es la esfera celeste. ¡Le
verás con el alfanje consabido a la cintura, con el anillo en un dedo y con la redomita del kohl
sujeta al cuello por una cadena de oro! ¡No vaciles entonces! ¡Apodérate de esos cuatro objetos
preciosos, y date prisa a salir del tesoro para venir a entregármelos!
"Pero ten mucho cuidado ¡oh Juder! con no olvidar nada de lo que acabo de enseñarte o con
no obrar conforme a mis recomendaciones. En ese caso, te arrepentirás de ello más tarde, y habría
que temer mucho por ti!"
Y cuando hubo hablado, así, el moghrabín reiteró a Juder sus recomendaciones una, dos, tres
y cuatro veces para que se las aprendiera bien, y siguió repitiéndoselas, hasta que el propio Juder
le dijo: "¡Ya lo sé perfectamente! ¿Pero qué ser humano. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana. v se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 474ª NOCHE
Ella dijo:
"... ¡Ya lo sé perfectamente! ¿Pero qué ser humano podrá afrontar esos formidables
talismanes de que hablas y soportar tan terribles peligros?" El moghrabín contestó: "¡Oh Juder, no
les tengas ningún temor! ¡Los diversos personajes a quienes verás en las puertas, no son más que
vanos fantasmas sin alma! ¡Puedes, pues, estar verdaderamente tranquilo!"
Y pronunció Juder: "¡Pongo mi confianza en Alah!" Al punto comenzó el moghrabín con sus
fumigaciones mágicas. Y echó de nuevo incienso en la lumbre del brasero, y se puso a recitar las
fórmulas conjuratorias. Y he aquí que el agua del río disminuyó poco a poco y desapareció, y el
lecho del río quedó seco, ostentando la enorme puerta del tesoro.
Al ver aquello, Juder, sin dudar ya, avanzó por el cauce del río y se encaminó a la puerta de
oro, llamando a ella ligeramente una, dos y tres veces. Y desde dentro se hizo oír una voz que
decía: "¿Quién llama a la puerta de los Tesoros sin saber romper los encantos?"
El contestó: "¡Soy Juder-ben-Omar!" Y al instante se abrió la puerta, y en el umbral apareció
un personaje que hubo de gritarle, alfanje en mano: "¡Presenta el cuello!" Y Juder le presentó su
cuello; y el otro iba a darle con su alfanje, pero cayó en el mismo momento. Y sucedió lo propio con
las otras puertas, hasta la séptima, exactamente como se lo había predicho y recomendado el
moghrabín. Y a cada vez rompía Juder con gran valor todos los encantos, hasta que se le apareció
su madre saliendo de la séptima puerta. Le miró, y le dijo: "¡Contigo todas las zalemas, ¡oh hijo
mío!"
Pero Juder le gritó: "¿Y quién eres tú?" Ella contestó: "Soy tu madre, ¡oh hijo mío! ¡Soy la
que te ha llevado nueve meses en su seno, la que te ha amamantado y te ha dado la educación
que tienes, ¡oh hijo mío!" El exclamó: "¡Quítate la ropa!" Ella replicó: "¿Cómo, siendo mi hijo, me
pides que me ponga desnuda?" El dijo: "¡Quítatelo todo, o si no, te derribaré la cabeza con este
alfanje!" Y echó mano al alfanje que pendía de la pared, y lo empuñó, gritando: "¡Como no te
desnudes, te mato!" Entonces decidióse ella a guiitarse parte de sus vestiduras; pero le dijo él:
"¡Quítate lo demás!" Y se quitó ella algo más. El le dijo: "¡Más todavía!" Y continuó apremiándola
hasta que se quitó ella toda la ropa y no tuvo encima más que el calzón, y hubo de decirle
avergonzada: "¡Ah hijo mío! ¡todo el tiempo que empleé en educarte lo perdí! ¡Qué decepción!
¡Tienes un corazón de piedra! ¡Y he aquí que quieres ponerme en una posición vergonzosa,
obligándome a mostrar mi desnudez más íntima! ¡Oh hijo mío! ¿no te parece una cosa ilícita y un
sacrilegio?"
El dijo: "¡Es verdad! ¡Quédate, pues, con el calzón!" Pero apenas hubo pronunciado Juder
estas palabras, exclamó la vieja: "¡Ha consentido! ¡Pegadle!" Y al punto sintió él que le daban en
los hombros golpes fuertes y tan numerosos como gotas de lluvia, los cuales le eran asestados por
todos los guardianes invisibles del tesoro. ¡Y en verdad que aquello fue para Juder una paliza sin
precedentes y que nunca en su vida olvidaría! ¡Luego, en un abrir y cerrar de ojos, los efrits
invisibles le echaron a golpes fuera de las salas del tesoro y de la última puerta, la cual dejaron
cerrada, como estaba antes!
Y he aquí que el moghrabín vio que le arrojaban de la puerta, y se apresuró a recogerle, pues
ya las aguas surgían otra vez con gran estrépito, invadiendo el lecho del río y tornando a su curso
interrumpido. Y le transportó a la orilla, desmayado, y se puso a recitar sobre él versículos del
Korán hasta que recobró el sentido.
Entonces le dijo: "¡Ya había salvado todos los obstáculos y roto todos los encantos! ¡Fué el
calzón de mi madre lo que me hizo perder cuanto gané antes, y me atrajo esa paliza de la que aun
tengo señales!" Y le contó todo lo que le había ocurrido en el sitio del tesoro.
Entonces le dijo el moghrabín: "¿No te recomendé que no me desobedecieras? ¡Ya lo ves!
¡Me has defraudado y te has defraudado a ti mismo por no querer obligarla a que se quitara el
calzón! ¡Por este año todo ha terminado! ¡Y tendremos que esperar hasta el año próximo para
repetir nuestras tentativas! ¡Desde ahora hasta entonces vivirás conmigo!"
Y llamó a los dos negros, que aparecieron en seguida, y plegaron la tienda de campaña, y
recogieron lo que estaba por recoger y se ausentaron un momento para volver con las dos mulas,
sobre las cuales montaron Juder y el moghrabín, regresando inmediatamente a la ciudad de Fas.
Juder vivió, pues, en casa del moghrabín un año entero, poniéndose cada día un traje nuevo
de gran valor y comiendo bien y bebiendo de cuanto salía del saco, conforme a sus anhelos y
deseos.
Y he aquí que llegó el día de la nueva tentativa, a primeros del año siguiente, y el moghrabín
fué en busca de Juder, y le dijo: "¡Levántate! ¡Y vamos adonde tenemos que ir!"
Juder contestó: "¡Bueno!" Y salieron de la ciudad, y vieron a los dos negros, que les
presentaron las dos mulas, y subieron al punto a ellas y las guiaron en dirección del río, a cuyas
orillas no tardaron en llegar. Se levantó, y alfombró, y amuebló la tienda de campaña como la vez
anterior.
Y después de comer, el moghrabín cogió la caña hueca, las tabletas de cornalina roja, el
braserillo con lumbre y el incienso; y antes de comenzar las fumigaciones mágicas, dijo a Juder:
"¡Oh Juder, tengo que hacerte una recomendación!"
Juder exclamó: "¡Oh mi señor peregrino, en verdad que no vale la pena! ¡Como no me olvidé
de la paliza que recibí, tampoco me olvidé de tus excelentes recomendaciones del año pasado ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, v se calló
discretamente
PERO CUANDO LLEGO LA 475ª NOCHE
Ella dijo:
"¡...Como no me olvidé de la paliza que recibí, tampoco me olvidé de tus excelentes
recomendaciones del año pasado!" El otro preguntó: "¿De verdad las recuerdas!" Juder contestó:
"¡Ah, sí por cierto!"
El otro dijo: "¡Pues bien, Juder, conserva tu alma! ¡Y sobre todo, no vayas a imaginarte otra
vez que la vieja es tu madre, pues no es más que un fantasma que toma la apariencia de tu madre
para inducirte a error! ¡Y sabe que si la primera vez saliste de allá con tus huesos cabales, si te
dejas engañar, es seguro que los perderás en el tesoro!" Juder contestó: "¡Me dejé engañar una
vez! ¡Pero si ahora volviera a engañarme merecería que me quemaran!"
Entonces el moghrabín echó incienso en la lumbre y formuló sus conjuros. Y al punto se secó
el río, y permitió a Juder adelantarse hacia la puerta de oro. Llamó a ella, y se abrió; y consiguió él
romper los encantos diversos de las puertas hasta que llegó a presencia de su madre, que le dijo:
"¡Bienvenido seas, oh hijo mío!"
El contestó: "¿Y desde cuándo y por qué soy tu hijo, ¡oh maldita!? ¡Quítate la ropa!" Entonces
ella, tratando de engañarle empezó a quitarse la ropa lentamente y prenda a prenda hasta que no
tuvo encima más que el calzón. Y exclamó Juder: "¡Quítatelo! ¡oh maldita!" Y se quitó ella el
calzón, desvaneciéndose cual fantasma sin alma.
Juder penetró entonces sin dificultad en la estancia del tesoro, y vio los montones de oro
agrupados en apretadas filas; pero se dirigió al pabellón sin prestarles la menor atención, y cuando
hubo levantado la cortina, vió al gran adivino Al-Schamardal acostado en el trono de oro, con el
alfanje talismánico a la cintura, el anillo en un dedo, la redomita de kohl sujeta al cuello por una
cadena de oro, y encima de su cabeza aparecía la esfera celeste, brillante y redonda como la luna.
Entonces se adelantó Juder sin vacilar y quitó del tahalí el alfanje, sacó el anillo talismánico,
desató la redoma de kohl, cogió la esfera celeste y retrocedió para salir. Y al punto se hizo oír a su
alrededor un concierto de instrumentos que hubo de acompañarle triunfalmente hasta la salida, en
tanto que de todos los puntos del tesoro subterráneo se elevaban las voces de los guardianes que
le felicitaban gritando:
"¡Que te haga buen provecho ¡oh Juder! lo que supiste ganar! ¡Enhorabuena! ¡Enhorabuena!"
Y no dejó de tocar la música ni dejaron de felicitarle las voces hasta que estuvo fuera del tesoro
subterráneo.
Y al verle llegar cargado con los talismanes, el moghrabín cesó en sus fumigaciones y
conjuros, y se levantó y empezó a besarle, oprimiéndole contra su pecho y haciéndole zalemas
cordiales. Y cuando Juder le hubo entregado los cuatro talismanes, llamó a los dos negros, que
llegaron desde el fondo del aire, cerraron la tienda de campaña y les presentaron las dos mulas, en
las que se montaron Juder y el moghrabín para regresar a la ciudad de Fas.
Cuando estuvieron en el palacio, se sentaron ante el mantel puesto y servido con
innumerables platos sacados del saco, y el moghrabín dijo a Juder: "¡Oh hermano mío! ¡oh Juder,
come!" Y Juder comió y se hartó. Entonces metieron otra vez en el saco los platos vacíos,
levantaron el mantel y el moghrabín Abd-Al-Sanad dijo: "¡Oh Juder, abandonaste tu tierra y tu país
por mi causa! ¡Y has sacado a flote mis asuntos! ¡Y he aquí que te soy deudor de los derechos que
sobre mí adquiriste! ¡No tienes más que estipular tú mismo esos derechos, porque Alah (¡exaltado
sea!) se sentirá generoso para contigo por intercesión nuestra! ¡Pide, pues, lo que anheles, y no te
avergüences de hacerlo, ya que lo has merecido!"
Juder contestó: "¡Oh mi señor! ¡solamente anhelo de Alah y de ti que me des el saco!" Y al
punto el moghrabín le puso el saco entre las manos, diciéndole: "¡Sin duda lo mereciste! ¡Y si
hubieras deseado cualquier otra cosa, la hubieras tenido! Pero ¡oh pobre! este saco sólo te servirá
para comer". Juder contestó: "¿Y qué más podría yo anhelar?"
El otro dijo: "Soportaste en mi compañía bastantes fatigas, y te prometía reconducirte a tu país
con el corazón jubiloso y satisfecho. Y he aquí que este saco no puede suministrarte más que la
comida, pero no te enriquecerá. ¡Y yo quiero, además, enriquecerte! Toma, pues, el saco para
extraer de él todos los manjares que anheles pero voy a darte también un saco lleno de oro y de
joyas de todas clases, para que cuando te halles de regreso en tu país, te hagas mercader en
grande escala y puedas atender con exceso a todas tus necesidades y a las de tu familia, sin
preocuparte nunca de economizar".
Luego añadió: "¡Con respecto al saco de la comida, voy a enseñarte cómo te has de servir de
él para extraer los manjares que desees! No tienes más que meter la mano, formulando: "¡Oh
servidor de este saco, por la virtud de los Potentes Nombres Mágicos que lo pueden todo sobre ti,
te conjuro a que traigas tal manjar!" ¡Y al instante encontrarás en el fondo del saco todos los
manjares que desees! ¡No tienes más que meter la mano, formulando: "¡Oh servidor de este saco,
por la virtud de los Potentes Nombres Mágicos que lo pueden todo sobre ti, te conjuro a que traigas
tal manjar!" ¡Y al instante encontrarás en el fondo del saco todos los manjares que hayas deseado,
aunque cada día fueran mil de colores diferentes v de diferente sabor!"
Luego el moghrabín hizo aparecer a uno de los dos Negros con una de las dos mulas, cogió
unas alforjas grandes parecidas al saco de la comida, y llenó uno de los bolsos con oro en moneda
y en lingote, y el otro bolso con joyas y pedrerías; lo puso a lomos de la mula, la tapó con el saco
de la comida, que parecía completamente vacío, y dijo a Juder: "¡Monta en la mula! El negro irá
delante de ti y te enseñará el camino que has de seguir, y te conducirá de tal suerte hasta la misma
puerta de tu casa de El Cairo. ¡Y cuando llegues, coge los dos sacos y deja la mula al negro, que
él me la traerá! ¡Y no pongas a nadie al corriente de nuestro secreto! ¡Y ahora, me despido de ti
en Alah ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la rrañana y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 476ª NOCHE
Ella dijo:
"¡...Y ahora, me despido de ti en Alah!" Juder contestó: "¡Alah aumente tu prosperidad y tus
beneficios! ¡Muchas gracias!" Y subió a los lomos de la mula, llevando consigo los dos sacos
dobles, y se puso en camino precedido por el negro.
Y la mula siguió fielmente al negro conductor durante el transcurso del día y de la noche; y
únicamente necesitó un día para efectuar el viaje del Maghreb a El Cairo; porque al día siguiente
por la mañana Juder se vio ante las murallas de El Cairo y entró en su ciudad natal por la Puerta
de la Victoria. Y llegó a su casa. Y vio sentada en el umbral a su madre, que, con la mano tendida
a los transeúntes, pedía limosna, diciendo: "¡Dadme algo, por Alah!"
Al ver aquello, abandonó la razón a Juder, que apeóse de la mula, y con los brazos abiertos se
abalanzó a su madre, la cual hubo de echarse a llorar al verle. Y la arrastró a la casa, después de
coger los dos sacos y confiar la mula al negro para que se la llevara al moghrabín; porque la mula
era una gennia y el negro un genni.
Cuando Juder estuvo con su madre dentro de la casa, la hizo sentarse en la estera, y afectado
muy penosamente de verla mendigar por la calle, le dijo: "¡Oh madre! ¿están bien mis hermanos?"
Ella contestó: "¡Bien están!" El preguntó: "¿Por qué mendigas en la calle?" Ella contestó: "¡Oh hijo
mío, porque tengo hambre!" El dijo: "¿Cómo es eso? ¡Antes de partir te di cien dinares un día, cien
dinares otro día y mil dinares el día de la marcha!" Ella dijo: "¡Oh hijo mío, tus hermanos
imaginaron contra mí una estratagema y consiguieron cogerme todo ese dinero, echándome luego
de la casa! ¡Y para no morirme de hambre me he visto obligada a mendigar por las calles!"
El dijo: "¡Oh madre mía, ya no tienes nada por qué sufrir estando yo de vuelta! ¡No te
preocupe, pues, lo más mínimo! ¡He aquí un saco lleno de oro y de joyas! ¡Y la riqueza abunda hoy
en la morada!" Ella contestó: "¡Oh hijo mío, verdaderamente naciste bendito y afortunado!
¡Concédate Alah sus buenas mercedes y aumente sobre ti sus beneficios! iVé ahora, hijo mío, en
busca de un poco de pan para ambos, porque ayer me acosté sin haber comido nada, y esta
mañana estoy en ayunas todavía!" Y al oír hablar de pan, Juder sonrió, y dijo: "La bienvenida y la
liberalidad sobre ti, ¡oh madre mía! ¡No tienes más que pedir los manjares que anheles, y te los
daré al instante, sin tener que ir a comprarlos al zoco ni guisarlos en la cocina!" Ella dijo: "¡Oh hijo
mío! ¡el caso es que no veo que tengas nada de comer! ¡Y por todo equipaje no has traído más
que esos dos sacos, vacío uno de ellos!" El dijo: "¡Tengo todos los manjares que quieras y de
todos los colores!" Ella dijo: "¡Hijo mío. el hambre!" El dijo: "¡Es verdad! :Cuando el hombre está
necesitado se contenta con la menor cosa! ¡Pero habiendo abundancia de todo, da gusto escoger
y comer sólo las cosas más delicadas! ¡Y he aquí que tengo en abundancia de todo, y
puedes elegir!”
Ella dijo “;Entonces, hijo mío, deseo un panecillo caliente y un pedazo de queso!"
El contestó: "¡Oh madre mía! ¡eso no es digno de tu categoría!" Ella dijo: "Más bien que yo
sabrás tú lo que es mejor. ¡Has, pues, lo que mejor te parezca!" El dijo: "¡Oh madre mía! ¡me
parece lo mejor y más digno de tu categoría un cordero asado, y también unos pollos asados y
arroz sazonado con pimienta! ¡Asimismo, me parecen propios de tu categoría las tripas rellenas,
las calabazas rellenas, los carneros rellenos, las chuletas rellenas, la kenafa hecha con almendras,
miel de abejas y azúcar, los pasteles rellenos de alfónsigos y perfumados con ámbar y los
losanges de Baklaua!"
Al oír estas palabras, la pobre mujer creyó que su hijo se burlaba de ella o que había perdido
la razón, y exclamó: "¡Yuh! ¡Yuh! ¿Qué te ha sucedido, ¡oh hijo mío! ¡oh Juder!? ¿Sueñas, o acaso
te has vuelto loco?" El dijo: "¿Y por qué,?" Ella contestó: "¡Pues porque acabas de citarme cosas
tan asombrosas y tan caras y tan difíciles de preparar, que costaría un trabajo ímprobo poseerlas!"
El dijo: "¡Por mi vida, que necesito absolutamente que comas al instante cuanto acabo de
enumerar!"
Ella contestó: "¡Pues aquí no veo por ninguna parte nada de eso!" El dijo: "¡Tráeme el saco!" Y
le llevó ella el saco, y lo palpó y lo encontró vacío. Se lo dio, sin embargo, y al punto metió la mano
él en el saco y extrajo primero un plato de oro en que se alineaban, olorosas y húmedas y nadando
en su propia salsa apetitosa, las tripas rellenas; luego metió la mano por segunda vez, y una
porción de veces más, para ir sacando sucesivamente todas las cosas que había enumerado y
hasta algunas otras que no hubo de enumerar. Y le dijo su madre: "¡Hijo mío, el saco es pequeñito
y estaba completamente vacío, y he aquí que sacaste de él todos esos manjares y todos esos
platos! ¿Dónde estaba todo eso?" El dijo: "¡Oh madre mía! ¡has de saber que este saco me lo dio
el moghrabín! ¡Y está encantado! ¡Tiene por servidor un genni que obedece las órdenes que se le
dan según tal fórmula!" Y le dijo la fórmula. Y le preguntó su madre: "Así, pues, si yo meto la mano
en este saco pidiendo un manjar con arreglo a la fórmula, ¿lo encontraré?" El dijo: "¡Sin duda!"
Entonces metió la mano ella, y dijo: "¡Oh servidor de este saco! ¡por la virtud de los Nombres
Mágicos que lo pueden todo sobre ti, te conjuro a que me traigas además otra chuleta rellena ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 477° NOCHE
Ella dijo;
. "...te conjuro a que me traigas además otra chuleta rellena!" Y al punto notó debajo de su
mano el plato, y lo sacó del saco. ¡Y era una chuleta rellena maravillosamente y aromatizada con
clavo y otras especias finas! Entonces dijo ella: "¡A pesar de todo, deseo también un panecillo
caliente y queso, porque estoy acostumbrada a ello y nada me satisface tanto!" Y metió la mano,
pronunció la fórmula, y extrajo lo que había pedido. A la sazón le dijo Juder: "¡Oh madre mía! ¡es
preciso que cuando acabemos de comer metamos otra vez en el saco los platos vacíos, porque así
lo exige el talismán! ¡Y sobre todo, no divulgues el secreto y oculta bien este saco en tu cofre para
no sacarlo más que en el momento que se necesite! Pero no tengas cuidado por lo demás, sé
generosa con todo el mundo, con los vecinos y los pobres; y sirve de todos los manjares a mis
hermanos, igual estando yo presente que en mi ausencia".
¡Y he aquí que, apenas había acabado de hablar Juder, entraron sus dos hermanos y vieron la
comida maravillosa!
Porque acababan de saber la noticia de la llegada de su hermano Juder por un hombre del
barrio, que les dijo: "¡Vuestro hermano acaba de llegar de viaje, montado en una mula, precedido
por un negro y vestido con trajes que no tienen igual!"
Y se dijeron entonces: "¡Pluguiera a Alah que no hubiésemos maltratado a nuestra madre
nunca! ¡Porque sin duda va a contarle ahora lo que le hicimos sufrir! ¡Y cuál será nuestra confusión
frente a él entonces!"
Pero añadió uno de ellos: "¡Nuestro hermano es compasivo! ¡De todos modos, aunque ella le
contara la cosa, nuestro hermano es aún más compasivo que ella y más indulgente! ¡Y si
alegamos cualquier disculpa de nuestra conducta, admitirá nuestra disculpa y nos excusará!" Y al
cabo decidiéronse a buscarle.
Así, pues, cuando entraron y los vio Juder, se levantó en honor suyo y hubo de desearles la
paz con las mayores muestras de consideración, y les dijo: "¡Sentaos y comed con nosotros!" Y se
sentaron y comieron. ¡Y estaban muy debilitados y enflaquecidos por el hambre y las privaciones!
Cuando acabaron de comer y se sintieron saciados Juder les dijo: "¡Oh hermanos míos!
¡coged lo que sobró de la comida y repartídselo a los pobres y a los mendigos de nuestro barrio!"
Ellos contestaron: "¡Oh hermano nuestro! ¡mejor será que nos lo guardemos para cenar!" Juder les
dijo: "¡A la hora de cenar tendréis bastante más!" Entonces recogieron las sobras y salieron para
repartirlas entre los pobres y los mendigos que pasaban, diciéndoles: "¡Tomad y comed!" Tras de
lo cual, devolvieron los platos vacíos a Juder, que se los entregó a su madre, diciéndole: "¡Mételos
en el saco!"
Por la noche, a la hora de cenar, Juder cogió el saco y sacó de él cuarenta especies de platos
que su madre puso sobre el mantel uno tras de otro; luego invitó a sus hermanos a que entrasen
para comer. Y cuando hubieron acabado, les sacó pasteles para que se endulzasen; y se
endulzaron. Entonces les dijo: "¡Coged lo que sobró de la comida y repartidlo entre los pobres y los
mendigos!" Al día siguiente les sirvió comidas no menos espléndidas; y lo mismo ocurrió en el
transcurso de diez días consecutivos.
Pero al cabo de este tiempo, Salem dijo a Salim: "¿Sabes cómo se arregla nuestro hermano
para servirnos comidas tan espléndidas a diario, una por la mañana, otra a mediodía, otra por la
noche, y por la noche también pasteles? ¡En verdad que ni los sultanes comen así! ¿De dónde
pudo venirle semejante fortuna y tanta opulencia? ¡Y es cosa de preguntarse asimismo de dónde
saca todos esos manjares asombrosos y esa pastelería, si jamás le vemos comprar nada, ni
encender lumbre, ni atender a la cocina, ni poseer cocinero!"
Y contestó Salim: "¡Por Alah, que no sé nada! ¿Pero conoces a alguien que pueda revelarnos
la verdad de todo eso?" El otro dijo: "¡Únicamente nuestra madre! podría ilustrarnos acerca del
particular!" Y al instante imaginaron una estratagema y entraron en casa de su madre en ausencia
de su hermano, y le dijeron: "¡Oh madre nuestra, tenemos hambre!" Ella contestó: "¡Pues
regocijáos porque vais a satisfacerla enseguida!"
Y entró en la sala donde estaba el saco, metió la mano en él pidiendo al servidor algunos
manjares bien calientes, y los sacó al punto para llevárselos a sus hijos, que le dijeron: "¡Oh madre
nuestra, estos manjares están calientes, y el caso es que jamás te vemos cocinar ni soplar la
lumbre!" Ella contestó: "¡Los cojo del saco!" Ellos preguntaron: "¿Y qué saco es ése?" Ella
contestó: "¡Es un saco encantado. Y el genni servidor del saco proporciona cuanto se le pide!" Y
les explicó la fórmula, y les dijo: "¡Guardad el secreto!" Ellos contestaron: "Puedes estar tranquila.
¡Guardaremos el secreto!" Y después de haber experimentado por sí mismos las virtudes del saco
y conseguir extraer de él varios manjares, se quedaron tranquilos por aquella noche.
Pero al día siguiente Salem dijo a Salim: "¡Oh hermano mío! ¿hasta cuándo vamos a continuar
viviendo en casa de Juder como unos criados, comiendo de limosna? ¿No te parece mejor que nos
valgamos de alguna estratagema para coger ese saco y llevárnoslo para nosotros solos?" Salim
contestó: "¿Y qué estratagema inventaríamos?" El otro dijo: "¡Sencillamente, venderle nuestro
hermano Juder al capitán mayor del mar de Suez!"
Salim preguntó: "¿Y cómo nos arreglaremos para venderle?" Salem contestó: "!Iremos tú y yo
a ver a ese capitán mayor, que en este momento se halla en El Cairo...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 478ª NOCHE
Ella dijo:
"¡ ... Iremos tú y yo a ver a ese capitán mayor, que en este momto se halla en El Cairo, y le
invitamos a que venga con dos de sus marineros a comer en nuestra compañía! ¡Y ya verás! ¡Tú
no tienes más que asentir a todas las palabras que yo diga a Juder, y ya verás lo le hago antes de
que acabe la noche!"
Cuando se pusieron de acuerdo acerca de la venta de su hermano ie proyectaban, fueron en
busca del capitán mayor de Suez, y le dijeron después de las zalemas: "¡Oh capitán, venimos a
verte para algo te te regocijará sin duda!" El capitán contestó: "¡Bueno!"
Ellos dijeron: "Somos dos hermanos pero tenemos otro hermano que es un bergante que
no sirve para nada. Cuando murió nuestro padre, nos dejó una herencia que repartimos
entre los tres; y nuestro hermano cogió su parte y ocupóse de derrocharla en el libertinaje y
la corrupción. ¡Y cuando vióse reducido a la miseria, empezó a tratarnos con una injusticia
extraordinaria, y acabó por citarnos ante jueces inicuos y opresores, acusándonos de
haberle privado de su parte de herencia. ¡Y no tardaron los jueces inicuos y corrompidos en
hacernos proceso! ¡Pero no se contentó él con esta primera fechoría y hubo de citarnos por
segunda vez ante los opresores, y de tal modo consiguió reducirnos a la última miseria! ¡Y
como no sabemos lo que medita ahora contra nosotros, venimos en tu busca para pedirte
que nos libres de su presencia, comprándonosle para utilizarle como remero en alguno de
tus navíos!"
El capitán mayor contestó: "¿Podríais dar con cualquier estratagema para traerle aquí? ¡En
ese caso, yo me encargo de hacer que le transporten al mar sin tardanza!" Ellos contestaron: "Muy
difícil será traerle hasta aquí! Pero deja que te invitemos esta noche, y llévate consigo sólo dos de
tus hombres. ¡Y cuando esté dormido, le cogeremos entre los cinco, le pondremos en la boca una
mordaza y te lo entregaremos! ¡Y a favor de la noche puedes sacarle de la casa y hacer con él lo
que quieras!" El capitán les contestó: "¡Con todo el oído y la obediencia! ¿Queréis cedérmelo por
cuarenta dinares?"
Ellos contestaron: "¡Muy poco es, en verdad, pero por ser para ti, accederemos! ¡A la caída de
la tarde, irás, pues, a tal calle junto a la mezquita tal, donde encontrarás esperándote a uno de
nosotros! ¡Y no te olvides de llevar contigo dos de tus hombres!"
Y se fueron en busca de Juder, y al cabo de cierto tiempo que pasaron con él hablando de
distintas cosas, Salem le besó la mano en actitud suplicante. Y Juder le dijo: "¿Qué quieres, ¡oh
hermano mío!?" El otro contestó: "Sabrás ¡oh hermano mío ¡oh Juder! que tengo un amigo que
hubo de invitarme bastantes veces a su casa durante tu ausencia, y siempre me trató con muchos
miramientos; así es que le estoy muy agradecido. Hoy estuve a hacerle una visita para darle las
gracias, y me invitó a cenar con él; pero yo le dije: "¡En verdad que no puedo dejar solo en casa a
mi hermano Juder!" Me dijo él: "¡Tráele contigo!" Contesté: "¡No creo que acepte! ¡Pero acepta tú
nuestra invitación, y ven esta noche a comer con mis hermanos!" Y como estaban presentes sus
hermanos, los invité también, creyendo que no aceptarían la invitación; pero, desgraciadamente,
no pusieron ninguna dificultad, y su hermano, al ver que aceptaban, aceptó asimismo, y me dijo:
"¡Espérame a la entrada de tu calle junto a la puerta de la mezquita, y allí estaré con mis hermanos
para reunirme contigo!" Y el caso es ¡oh hermano mío Juder! que ya deben estar allá, y me tienes
muy avergonzado en tu presencia por haberme tomado esa libertad. Y si quieres, en verdad, que
por siempre te esté reconocido, acéptales como huéspedes por esta noche!
¡Nos colmaste de beneficios, y en tu morada reside la abundancia, ¡oh hermano mío! ¡Pero si
por cualquier razón no los quieres como huéspedes en tu casa, permíteme que les invite en casa
del vecino, adonde yo mismo les serviré!"
Juder contestó: "¿Y por qué invitarle en casa del vecino, ¡oh Salem!? ¿Acaso es nuestra casa
tan estrecha y tan inhospitalaria? ¿O tal vez no tenemos qué darle de cenar? ¿No te da
verdaderamente vergüenza consultarme semejante cosa? ¡No tienes más que hacerles entrar y
servirles en abundancia manjares y confituras, sin parsimonia y disponiendo de todo! ¡Y si en lo
sucesivo invitas a tus amigos durante mi ausencia, bastará con que pidas a nuestra madre todos
los manjares necesarios, y aun los superfluos!
¡Ve pues, a buscar a tus amigos de esta noche! ¡Las bendiciones han bajado hasta nosotros
por mediación de tales huéspedes, ¡oh hermano mío!"
Al oír estas palabras, Salem besó la mano de Juder, y se fue a la puerta de la mezquita en
busca de los individuos consabidos, con quienes se apresuró a volver a la casa. Y Juder levantóse
en honor suyo, y les dijo: "¡La bienvenida sea con vosotros!" Luego les hizo sentarse a su lado, y
se puso a charlar con ellos amistosamente, ¡sin sospechar lo que le ocultaba el Destino, de quien
aquella gente era instrumento!
Y rogó a su madre que extendiera el mantel y les sirviera una comida de cuarenta platos de
distinto color, diciéndole: "¡Tráenos tal color, y tal color y tal color." Y comieron y se hartaron los
invitados, creyendo que tan espléndida comida era debida a la generosidad de los hermanos
Salem y Salim. Luego, transcurrida ya la tercera parte de la noche, se sirvieron los dulces y
pasteles; y se comió hasta media noche. Entonces, a una señal de Salem, los marineros se
precipitaron sobre Juder, y entre todos le sujetaron, le amordazaron, le ataron sólidamente los
brazos, le agarrotaron los pies; y le sacaron de la casa, a favor de las tinieblas, poniéndose al
punto en camino para Suez, y cuando llegaron, arrojáronle al fondo de uno de los navíos, con
grillos en los pies, entre otros esclavos y forzados, y le condenaron a prestar servicio un año entero
en los bancos de los remeros!
Y esto en cuanto a Juder. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 479ª NOCHE
Ella dijo:
"' Y esto en cuanto a Juder!
Respecto de sus hermanos, no bien se despertaron a la mañana siguiente, entraron en el
aposento de su madre, que no se había enterado de nada, y le dijeron: "¡Oh madre nuestra,
todavía no se ha despertado Juder!" Ella dijo: "¡Podéis ir a despertarle!"
Ellos contestaron: "¿Dónde se acostó?" Ella dijo: "¡En la estancia de los invitados!"
Ellos añadieron: "¡No hay nadie en esa estancia! ¡Acaso se haya marchado anoche con esos
marineros! Porque ¡oh madre nuestra! nuestro hermano Juder les tomó gusto a los viajes lejanos.
Y además, le oímos hablar con esos extranjeros que le decían: "¡Te llevaremos con nosotros y
abrirás los tesoros ocultos de que tenemos noticia!" Ella dijo: "¡Es probable, entonces, que se haya
marchado sin avisarnos! ¡Podemos estar tranquilos por él, pues Alah sabrá llevarle por el buen
camino, y como nació afortunado y el Destino le favorece, pronto volverá a nosotros con inmensas
riquezas!"
Luego, como a pesar de todo, se echó a llorar. Entonces ellos exclamaron: "¡Oh maldita
malvada, cómo quieres a Juder! ¡en cambio, si nos ausentáramos o regresáramos nosotros, que
también somos tus hijos, ni te afligirías ni te alegrarías! ¿Es que no somos tan hijos tuyos como
Juder?" Ella contestó: "¡También sois hijos míos; pero sois dos miserables, dos infames! ¡Desde el
día en que murió vuestro padre, no me hicisteis ningún bien, y ni un día dichoso me disteis ni
tuvisteis por mí el menor cuidado! Juder por el contrario, fué muy bondadoso conmigo; me ha
complacido siempre de buena gana y me ha guardado respeto y me ha tratado con generosidad.
¡Así es que bien merece que llore por él, pues disfruté de sus beneficios y también disfrutasteis
vosotros!"
Al oír hablar con semejante lenguaje a su pobre madre, los dos miserables empezaron a
injuriarla y a pegarla; luego entraron en la otra habitación y buscaron por todas partes el saco
encantado y el saco de las cosas preciosas; y acabaron por dar con ellos y los cogieron, sacando
del segundo todo el oro que había en uno de sus bolsos, y todas las joyas y pedrerías que se
encontraban en el otro bolso; y dijeron: "¡Esta es la fortuna de nuestro padre!" Pero la madre
exclamó: "¡No, por Alah! ¡es la fortuna de vuestro hermano Juder, que la trajo del país de los
moghrabines!" Entonces le dijeron ellos: "¡Mientes! ¡es la fortuna de nuestro padre! Y tenemos
derecho a usar de ella a nuestro antojo!" Y al punto se dispusieron a repartirla entre los dos.
Pero no lograron ponerse de acuerdo acerca de la posesión del saco encantado porque decía
Salem: "¡Me lo llevo yo!" y decía Salim: "¡Me lo llevo yo!" y surgió entre ellos la disputa y la
querella.
A la sazón hubo de decirles su madre: "¡Oh hijos míos! ya os repartisteis el saco del oro y las
joyas; pero este otro saco no puede repartirse ni cortarse, pues se rompería su encanto y perdería
sus virtudes. Lo mejor es que me lo dejéis; y todos los días sacaré de él los manjares que deseéis
y tantas veces como lo deseéis. Y por lo que a mí afecta, os prometo contentarme con un pedazo
de pan o con lo que me dejéis vosotros. Y si además quisierais darme lo indispensable, como
vestidos, será por una generosidad de parte vuestra y no por obligación. ¡De tal modo cada uno de
vosotros podrá dedicarse sin contratiempos a ejercer el comercio que le parezca! No me olvido de
que ambos sois hijos míos y de que yo soy vuestra madre. ¡Permanezcamos unidos y pongámonos
de acuerdo, para que cuando regrese vuestro hermano no tengáis que reprocharos nada ni
avergonzaros frente a él de vuestras acciones!"
Pero no quisieron aceptar sus consejos, y se pasaron la noche disputando a voces y
regañando tan fuerte, que un alguacil del rey, que estaba invitado en la casa contigua, oyó lo que
decían y comprendió al dedillo el motivo del litigio. Así es que por la mañana se apresuró a ir a
palacio, pidiendo que le concediera audiencia el rey de Egipto, que se llamaba Schams Al-Daula, y
le contó cuanto había oído. Y enseguida envió el rey a buscar a los dos hermanos de Juder y les
hizo sufrir tortura hasta que hicieron declaraciones completas. Entonces el rey les quitó los dos
sacos, y los arrojó a ellos en un calabozo. Tras de lo cual señaló a la madre de Juder una pensión
suficiente para sus necesidades cotidianas.
¡Y esto en cuanto a todos ellos!
¡Pero volvamos a Juder! Cuando ya hacía un año que estaba de esclavo en el navío
perteneciente al capitán mayor de Suez, se levantó una tempestad que puso en peligro el navío, y
lo desamparó y lo arrojó contra una costa escarpada, de modo que se estrelló el barco y se
ahogaron todos los que en él iban, excepto Juder, que pudo ganar a nado la orilla. Y logró
adentrarse por tierra; y de tal suerte llegó a un campamento de beduínos nómades, que le
interrogaron acerca de su estado y le preguntaron si era marino. Y les contó que, efectivamente
era marino a bordo de un navío que había naufragado; y les dio detalles de su historia.
Y he aquí que en el campamento había un mercader oriundo de Jedda, que sintió compasión
por Juder, y le dijo: "¿Quieres entrar a mi servicio, ¡oh egipcio!? Y te daré ropa y te llevaré conmigo
a Jedda" Y Juder consintió entrar a su servicio y partió con él y llegó a Jedda, donde el mercaderle
trató generosamente y le colmó de beneficios.
Algún tiempo después el mercader fue en peregrinación a la Meca y le llevó también consigo.
Cuando llegaron a la Meca. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 430ª NOCHE
Ella dijo:
"...Cuando llegaron a la Meca, Juder se apresuró a agregarse a la procesión que rodeaba el
recinto sagrado de la Kaaba para dar las siete vueltas rituales, y he aquí que precisamente
encontró entre los peregrinos a su amigo el jeique Abd Al-Samad el moghrabín, que también
estaba dando sus siete vueltas. Y el moghrabín le vio a su vez, y le hizo una zalema fraternal y le
pidió noticias suyas. Entonces se echó a llorar Juder. Luego le contó lo que había ocurrido. Y el
moghrabín le cogió de la mano y le condujo a la casa en que se hospedaba, le trató
generosamente, le vistió con un traje espléndido y sin par, le dijo: "¡La desgracia se alejó de ti en
absoluto, ¡oh Juder!"
Luego hubo de sacar su horóscopo, viendo lo que les había sucedido a los hermanos del
pescador, y le dijo: "Sabe ¡oh Juder! que ha acaecido tal y cuál cosa a tus hermanos, y que a la
hora de ahora están presos en el calabozo del rey de Egipto. ¡Pero estás de bienvenida en mi
casa, donde vas a permanecer hasta la terminación de los ritos prescritos! ¡Y ya verás cómo todo
saldrá bien en adelante!"
Juder contestó: "Permíteme ¡oh mi señor! que vaya en busca del mercader con quien vine,
para pedirle su beneplácito y despedirme de él. ¡Y volveré a tu lado enseguida!" El otro le preguntó:
"¿Le debes dinero?" Juder contestó: "¡No!" El otro dijo: "¡Vé, pues, a pedirle su beneplácito y a
despedirte de él sin tardanza, porque en verdad que se deben consideraciones a la gente honrada
en cuya casa hemos comido el pan!"
Y Juder fué en busca de su amo, el mercader de Jedda, le pidió su beneplácito, y le dijo:
"¡Acabo de encontrar a mi amigo, a quien quiero más que a un hermano!" El mercader contestó:
"¡Vé por él y daremos un festín en honor suyo!" Juder dijo: "¡Por Alah, no necesita él de festines!
¡Es uno de los hijos de la opulencia, y tiene muchos servidores!" Entonces el mercader le dio
veinte dinares, diciéndole:”! Tómalos y libra mi conciencia y mi responsabilidad!”
Juder contestó: " ¡Que Alah te indemnice por todo lo que hiciste por mí!" Y se despidió de él y
salió para buscar a su amigo el moghrabin. Pero encontró en el camino a un pobre hombre y le dio
de limosna los veinte dinares; luego llegó a casa del moghrabín, y vivió con él hasta que se
terminaron todos los ritos y obligaciones de la peregrinación.
Entonces el moghrabín fué en busca suya, y sacándose del dedo el anillo que en otro tiempo
había cogido Juder del tesoro de Scharamardal, se lo dio, diciendo: "¡Oh Juder, toma este anillo
que realizará todos tus anhelos! Porque has de saber que este anillo tiene por servidor a un genni,
llamado Trueno-Penetrante, que estará a tus órdenes para cuanto le pidas. ¡No tienes más que
frotar el engarce del anillo, y al punto se te aparecerá Trueno-Penetrante, que se encargará de
ejecutar todas tus voluntades y de darte, si se los pides, todos los bienes del universo que desees!"
Y para enseñarle su manejo, lo frotó delante de él con el pulgar. Al punto apareció el efrit Trueno-
Penetrante, e inclinándose ante el moghrabín, dijo: "¡Heme aquí, ¡ya sidi! ¡Ordena y serás
obedecido! ¡Pide y recibirás! ¿Quieres reconstruir una ciudad en ruinas o destruir una ciudad
floreciente? ¿Quieres matar y asesinar? ¿Quieres arrancar el alma a un rey o solamente diezmar
sus ejércitos? ¡Habla!"
El moghrabín contestó: "¡Oh Trueno! ¡ahí tienes al que será tu amo en adelante! ¡Te lo
recomiendo mucho! ¡Sírvele bien!" Después le despidió, y encarándose con Juder, le dijo: "No
olvides ¡oh Juder! que por medio de este anillo podrás deshacerte y vengarte de todos tus
enemigos! ¡Y experimenta sin cuidado su poder!"
Juder dijo: "En ese caso, ¡oh mi señor! desearía volver a mi país y a mi morada".
El otro contestó: "Frota el anillo, y cuando el efrit Trueno se te aparezca y te diga: « ¡ Heme
aquí! ¡ Pide y obtendrás! », respóndele: « i Quiero subir a tu espalda! ¡Llévame a mi país hoy
mismo! ¡Y te obedecerá!"
Entonces Juder se despidió de Abd Al-Samad el moghrabín y frotó el anillo. Y al instante
apareció Trueno-Penetrante, que le dijo: "¡Heme aquí! ¡Pide y obtendrás!" Y Juder contestó:
"¡Condúceme a El Cairo hoy mismo!" El genni dijo: "¡Fácil es!" Y encorvándose por completo, se lo
puso a la espalda y echó a volar con él. Y duró el viaje desde mediodía hasta media noche; y el
efrit dejó a Juder en El Cairo, en la propia casa de su madre y desapareció.
Cuando la madre de Juder vió entrar a éste, se levantó y lloró, deseándole la paz. Luego le
contó lo que les había sucedido a sus hermanos, y cómo el rey había hecho que les apalearan y
les había quitado el saco encantado y el saco del oro y de las joyas. Y al oír aquello, Juder no pudo
permanecer indiferente a la suerte de sus hermanos, y dijo a su madre: "¡No te aflijas por eso! ¡Al
instante te probaré lo que puedo y te traeré a mis hermanos!"
Y al mismo tiempo frotó el engarce del anillo; y al punto apareció el servidor, que dijo: "¡Heme
aquí! ¡Pide y obtendrás!"
Juder dijo: "¡Te ordeno que vayas a sacar a mis hermanos del calabozo del rey para
traérmelos aquí!" Y desapareció el genni para ejecutar la orden.
Y he aquí que Salem y Salim yacían en un calabozo, llenos de grandes sufrimientos y de las
penas y angustias más profundas, a causa de las torturas y privaciones experimentadas, hasta tal
punto, que deseaban la muerte como una liberación y un término de sus males. Y precisamente
hablaban entre sí con gran amargura a este respecto, llamando a la muerte, cuando vieron que a
sus pies se abría de pronto el suelo y se les aparecía Trueno-Penetrante, quien, sin darles tiempo
para nada, se los llevó a ambos, y desapareció con ellos en las profundidades de la tierra., en tanto
que los dos hermanos se le desmayaban en sus brazos para no recobrar el sentido hasta que
estuvieron en casa de su madre, y se encontraron echados en la alfombra entre su hermano Juder
y su madre que los cuidaban con solicitud. Y al verles abrir los ojos, les dijo Juder: "¡Sean con
vosotros todas las zalemas!, ¡oh hermanos míos! ¿No me reconocéis ya y me habéis olvidado? ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 481ª NOCHE
Ella dijo:
"¡ ... Sean con vosotros todas las zalemas, ¡oh hermanos míos! ¿No me reconocéis ya y me
habéis olvidado?" Bajaron ellos la cabeza y se echaron a llorar en silencio, entonces les dijo Juder:
"¡No lloréis! ¡Porque fueron Satán y la codicia los que hubieron de obligaros a obrar cual
obrasteis! ¿Mas cómo pudisteis decidiros a venderme? ¡Pero no lloréis! ¡Si para mi es un
consuelo pensar que me parezco en eso a José, hijo de Jacob, a quien también vendieron
sus hermanos! ¡No obstante, los hermanos de José se portaron con él peor que vosotros
comnigo, pues además le arrojaron al fondo de una cisterna! ¡Limitaos a pedir perdón a
Alah, arrepintiéndoos, y os perdonará (porque es el Clemente Ilimitado y el Gran
Perdonador) como yo os perdono!
¡Sea con vosotros la bienvenida! ¡Y estad en adelante tranquilos, sin ningún temor y sin ningún
encogimiento!'' Y siguió consolándolos y reconfortándolos hasta que hubo colmado sus corazones;
luego empezó a contarles todos los sinsabores y sufrimientos que soportó hasta encontrar en la
Meca al jeique Abd Al-Samad. Y también les enseñó el anillo mágico.
Entonces le contestaron ellos: "¡Oh hermano nuestro, perdónanos por esta vez! ¡Si
volviéramos a reincidir, haz con nosotros lo que te parezca!”
Juder repuso: "¡No os apenéis ni os preocupéis por eso ya! ¡Y daos prisa a contarme lo que
os hizo el rey!" Ellos dijeron: "¡Hizo que nos apalearan, y nos amenazó con algo peor; luego acabó
por quitarnos los dos sacos!"
Juder dijo: "¡Ahora va a ver él!" Y frotó el engarce del anillo; y al punto apareció el efrit Trueno-
Penetrante.
Al verle, quedaron espantados ambos hermanos, y creyeron de corazón que no le había
llamado Juder más que para que los matara. Y se precipitaron en el aposento de su madre,
gritando: "¡Oh madre nuestra, nos ponemos bajo tu generosa protección! ¡Oh madre nuestra
intercede por nosotros!"
Ella contestó: "¡Oh hijos míos, no tengáis miedo!"
Entretanto, Juder había dicho a Trueno: "¡Te ordeno que me traigas todas las joyas y cosas
preciosas que hay en los armarios del rey, sin dejar nada, y trayéndome al mismo tiempo el saco
encantado el saco de las cosas preciosas que fueron sustraídos a mis hermanos!" Y contestó el
genni del anillo: "¡Escucho y obedezco!" Y al instante fue a ejecutar la orden y volvió para poner
entre las manos de Juder los dos sacos intactos y los tesoros del rey, diciendo: "¡Ya sidi! ¡no he
dejado nada en los armarios!"
Entonces Juder entregó a su madre el saco de las cosas preciosas y los tesoros del rey,
recomendándole que los guardara bien, y colocó ante sí el saco encantado. Luego dijo al genni del
anillo: "Te ordeno que esta misma noche me construyas un palacio alto y espléndido, decorándolo
con oro y tapizándolo y amueblándole suntuosamente. Y quiero que al despuntar el día esté
terminado todo!"
Y el genni del anillo, Trueno-Penetrante, contestó: "¡Se cumplirá tu soluntad!" Y desapareció
en el seno de la tierra, mientras Juder sacaba del saco encantado manjares deliciosos que se puso
a comer con su madre y sus hermanos en el límite del contento, durmiéndose luego hasta por la
mañana.
En cuanto al genni del anillo, congregó al punto a sus compañeros los efrits subterráneos,
escogiendo a los más hábiles en albañilería; y pusieron todos manos a la obra. Y unos tallaron
piedras, otros edificaron, revocaron otros las paredes, esculpieron y grabaron otros, y otros, en fin,
tapizaron y amueblaron las salas, de modo que al despuntar el día estaba el palacio enteramente
terminado y decorado. Entonces se presentó el genni del anillo a Juder en cuanto se despertó éste,
y le dijo: "¡Ya sidi! ¡el palacio está concluido! ¿Quieres venir a verlo y examinarlo?" Entonces se
levantó Juder y salió en compañía de su madre y de sus hermanos; y examinaron el palacio todos
juntos y vieron que no tenía igual de tanto como confundía la razón con la belleza de su
arquitectura y de su feliz emplazamiento.
Y encantado quedó Juder al mirar su fachada imponente en verdad, y se maravilló pensando
que no le había costado nada todo aquello. Y se encaró con su madre, y le preguntó: "¿Quieres
habitar en este palacio?" Ella contestó: "¡Vaya si quiero!" E hizo votos por él e invocó sobre su
cabeza las bendiciones de Alah. Entonces Juder frotó el anillo talismánico y dijo al genni, que
apareció al punto: "¡Té ordeno que me traigas al instante cuarenta esclavas jóvenes, blancas y
muy hermosas; cuarenta negras jóvenes y bien formadas; cuarenta criados jóvenes y cuarenta
negros!"
El genni contestó: "¡Todo es ya tuyo!" Y con cuarenta de sus compañeros voló a las comarcas
de la India, de Sindh y de Persia; y se llevaron a toda joven a quien encontraron completamente
hermosa y a todo joven completamente hermoso. Y reunieron así cuarenta de cada especie, tras
de lo cual escogieron cuarenta negras hermosas y cuarenta negros hermosos, y los transportaron
ante Juder, que los encontró de su gusto a todos, y dijo: "¡Ahora hay que dar a cada uno y a cada
una un traje de lo mejor...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGÒ LA 482ª NOCHE
Ella dijo:
"¡. ..dar a cada uno y a cada una un traje de lo mejor!" El genni contestó: "¡Helo aquí!" Juder
dijo: "¡Hay que traer, además, un traje para mi madre y otro traje para mí!" Y Trueno lo llevó todo, y
él mismo vistió a las jóvenes esclavas blancas y negras, diciéndoles: "¡Id ahora a besar la mano de
vuestra ama, madre de vuestro amo! ¡Y cumplid bien las órdenes que os dé, y seguidla con los
ojos, ¡oh blancas y negras!" Luego fue también el genni Trueno a vestir a los jóvenes y a los
negros, y les mandó besar la mano de Juder. Después vistió a Salem y Salim con especial
cuidado. Y cuando estuvo vestido todo el mundo, Juder parecía verdaderamente un rey y visires
sus hermanos.
Como el palacio era muy grande, Juder hizo habitar en uno de los lados del edificio a su
hermano Salem y a sus servidores y mujeres, y en el otro a su hermano Salim con sus servidores y
mujeres. En cuanto a él, habitó con su madre en el centro del palacio. Y cada uno tenía sus
aposentos como un sultán. ¡Y esto respecto de ellos!
¡Pero volvamos al rey!
Cuando el tesorero mayor fue por la mañana a coger del armario del tesoro algunos objetos
que necesitaba para el rey, lo abrió, y se encontró con que no había nada.
Y a fe que podría aplicarse a aquel armario este dicho del poeta:
,Este viejo tronco de árbol era opulento y hermoso con su colmena de abejas sonoras y
sus chorros de miel dorada; pero cuando le abandonó el enjambre de abejas y desapareció
la colmena, ya no fue más que un hueco vacío!
Y al ver aquello, el tesorero mayor lanzó un grito estridente y cayó sin conocimiento. Y cuando
volvió en sí, se precipitó fuera de la estancia del tesoro, y con los brazos en alto corrió en busca del
rey Schams Al-Daula, al cual dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡vengo a informarte que esta noche
dejaron vacío el tesoro!"
Y exclamó el rey: "¡Oh miserable! ¿qué hiciste de las riquezas que contenía el tesoro?" El otro
contestó: "¡Nada, por Alah! ¡Y ni sé qué ha sido de ellas ni cómo se ha vaciado el tesoro! ¡Ayer por
la noche, sin ir más lejos, revisé el tesoro, como de costumbre, y lo encontré lleno; y fui allí esta
mañana y me lo encuentro vacío, sin nada! ¡No obstante, las puertas están sin forzar, y las he
hallado cerradas y sin huellas de perforación o fractura, con los candados intactos y las cerraduras
también cerradas! ¡No es, pues, un ladrón quien dejó vacío el tesoro!"
El rey preguntó: "¿Y han desaparecido asimismo los dos sacos?" El otro contestó: "¡S¡!"
Al oír estas palabras, la razón huyó de la cabeza del rey, que irguióse sobre sus pies, y gritó al
tesorero mayor: "¡Echa a andar delante de mí!"
Y el tesorero se dirigió al tesoro; y el rey le siguió y llegó al tesoro, encontrándolo, en
efecto, completamente vacío por dentro e intacto por fuera; y hubo de quedar estupefacto y
aniquilado el rey, y dijo: "¡He aquí que robaron mi tesoro sin temor a mi poder y a mi cólera!"
Y se enojó con mucho enojo y al instante fue a reunir su diwán; y los emires y notables de la
corte entraron en el diwán, y cada cual se preguntaba con espanto si no sería él causa del enojo
del rey. Pero el rey les dijo: "¡Oh vosotros todos! ¡Sabed que mi tesoro fué saqueado esta noche; e
ignoro quién cometió esta acción, infligiéndome tal afrenta y ultrajándome con tamaño ultraje, sin
temer mi cólera!"
Y preguntaron todos: "Pero, ¿cómo ha sido?" El rey contestó: "¡No tenéis más que interrogar al
tesorero mayor, que está ahí presente!" Y le interrogaron, y les dijo él: "¡Ayer mismo el tesoro
estaba lleno, y lo he visitado y lo encontré vacío, sin nada, y por fuera no hay en la puerta
perforación ni fractura!" Y se quedaron todos prodigiosamente asombrados; y sin saber qué
contestar, bajaron la cabeza ante las miradas fulgurantes del rey y guardaron silencio
Pero en aquel mismo momento entró el alguacil que había denunciado la otra vez a vez a
Salem y a Salim, y dijo:
"¡Oh rey del tiempo, me han tenido sin dormir toda la noche las cosas extraordinarias que he
visto!" Y preguntó el rey: "¿Pues qué viste?"
El otro dijo: "Sabrás ¡oh rey del tiempo! que me pasé toda la noche distraído y agradablemente
divertido con mirar a unos albañiles que se disponían a edificar trabajando con martillo, llanas y
todas las demás herramientas. Y al despuntar el día he visto en aquel paraje un magnífico palacio
enteramente acabado y que no tiene igual en el mundo. He pedido entonces detalles, y me los han
dado, diciendo: "¡Es que Jader, hijo de Omar, ha vuelto de viaje y construyó este palacio! ¡Trajo
consigo numerosos esclavos y muchos criados jóvenes! ¡Y viene cargado de riquezas y colmado
de dinero! ¡Y libertó del calabozo a sus hermanos! ¡Y ahora está sentado en su palacio como un
sultán!"
Al oír estas palabras del kawas, dijo el rey: "¡Qué vayan en seguida a ver el calabozo!" Y
fueron a ver el calabozo y volvieron para anunciar al rey que Salem y Salim no estaban allí ya.
Entonces el rey exclamó: "¡Ya di con el ladrón! ¡Quien sacó de la cárcel a Salem y a Salim tiene
que ser el mismo que robó mi tesoro!"
Y preguntó el gran visir: "¿Pero quién es?" El rey contestó: "¡Juder, el hermano de los presos!
¡Y también es el quien robó los dos sacos!
Pero ¡oh visir mío! al instante vas a enviar contra todos esos individuos a un emir con
cincuenta guerreros que los capturarán, y después de sellarles todos sus bienes, me los traerás
aquí a ellos para que yo los cuelgue ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 483ª NOCHE
Ella dijo:
"...me los traerás aquí a ellos para que yo los cuelgue". Y aumentó su enojo. y exclamó: "¡Sí,
que vayan a buscarlos enseguida, porque quiero matarlos!” : El gran Visir contestó: "¡Oh rey, sé
clemente e indulgente, porque clemente es Alah y no se apresura a a castigar a su esclavo rebelde
y caído en falta! ¡Y además, el hombre que ha podido levantar un palacio en el transcurso de una
noche, no tendrá, en verdad, nada que temer de nadie en el mundo! ¡En cambio, tengo miedo por
el emir que envíes y temo que se encolerice Juder con él! ¡Paciencia, pues, hasta que dé yo con
un medio de que llegues a conocer la verdad sobre el asunto, y sólo entonces podrás realizar sin
inconveniente lo que resolviste realizar!"
Y contestó el rey: "Entonces, ¡oh visir mío! dime lo que tengo que hacer". El visir dijo: "Manda
que vaya un emir para invitarle a que venga a palacio. ¡Y ya encontraré a la sazón un modo de
capturarle; le fingiré mucha amistad y le preguntaré hábilmente acerca de lo que hace y de lo que
no hace! ¡Y veremos entonces! Si es verdaderamente grande su poder, le capturaremos con
astucia; pero si su poder es débil, le capturaremos a la fuerza; y te lo entregaremos. ¡Y harás con
él lo que quieras!"
Dijo el rey: "¡Que se le invite!" Y el gran visir dio orden a un emir llamado el emir Othmán que
fuera en busca de Juder y le invitara, diciéndole: "¡El rey desea verte entre sus huéspedes de hoy!"
Y añadió el propio rey: "¡Y no dejes de venir con él!"
Y he aquí que el tal emir Othmán era un hombre estúpido, orgulloso e infatuado. Al llegar a la
puerta del palacio vio a un eunuco sentado sobre el umbral en una hermosa silla de bambú. Y
avanzó a él; pero el eunuco no se levantó ni se preocupó por el emir lo más mínimo, como si no le
viera. ¡Y sin embargo, el emir Othmán era muy visible, y llevaba consigo cincuenta hombres muy
visibles! Se acercó, a pesar de todo, y le preguntó: "¡Oh esclavo! ¿dónde está tu amo?" El esclavo
contestó: "¡En el palacio!", sin volver siquiera la cabeza ni salir de su actitud indiferente y de su
postura indolente.
Entonces sintióse muy enfurecido el emir Othmán y el gritó: "¡Oh calamitoso eunuco de pez!
¿No te da vergüenza permanecer, mientras hablo yo, tendido en postura indolente como un
holgazán cualquiera?"
El eunuco contestó: "¡Vete ya! ¡Y no repliques ni una palabra más!" Al oír aquello, el emir
Othmán llegó al límite de la indignación, y blandiendo su maza, quiso pegar con ella al eunuco.
Pero ignoraba que el tal eunuco no era otro que Trueno-Penetrante, el efrit del anillo, a quien Juder
había encargado que actuase de portero del palacio. Así es que cuando el presunto eunuco vio el
movimiento del emir Othmán, se levantó, mirándole sólo con un ojo y manteniendo cerrado el otro
ojo, le sopló en la cara, y bastó aquel soplo para tirarle al suelo. Luego le quitó de las manos la
maza y sin más ni más, le asestó cuatro mazasos.
Al ver aquello, se indignaron los cincuenta soldados del emir, y no pudiendo soportar la afrenta
infligida a su jefe, sacaron sus alfanjes y se precipitaron sobre el eunuco para exterminarle. Pero el
eunuco sonrió con calma, y les dijo: "¡Ah! ¿sacáis vuestros alfanjes, ¡oh perros!? ¡Pues esperad un
poco!" Y cogió a algunos y les hundió en el vientre sus propios alfanjes y los ahogó en su propia
sangre! Y siguió diezmándolos de tal manera que los que quedaron huyeron poseídos de espanto
con el emir a la cabeza, y no pararon hasta llegar a la presencia del rey, en tanto que Trueno volvía
a tomar en la silla su postura indolente.
Cuando el rey se enteró por el emir Othmán de lo que acababa de suceder, llegó al límite del
furor, y dijo: "¡Que vayan contra ese eunuco cien guerreros!" Y llegados que fueron los cien
guerreros a la puerta del palacio, el eunuco los recibió a mazazos, zurrándolos y poniéndolos en
fuga en un abrir y cerrar de ojos. Y volvieron a decir al rey: "¡Nos ha dispersado y aterrado!" Y el
rey dijo: "¡Que vayan doscientos!" Y salieron doscientos, y fueron destrozados por el eunuco.
Entonces gritó el rey a su gran visir: "¡Tú mismo irás ahora con quinientos guerreros para traérmele
al instante! ¡Y también me traerás a su amo Juder con sus dos hermanos!" Pero contestó el gran
visir: "¡Oh rey del tiempo, prefiero no llevar conmigo guerrero ninguno e ir en su busca
completamente solo y sin armas!"
El rey dijo: "¡Vé, y haz lo que te parezca mejor!"
Entonces arrojó el gran visir de sí sus armas y se vistió con un largo ropón blanco; luego se
puso en la mano un rosario muy grande, y se encaminó con lentitud a la puerta del palacio de
Juder, pasando las cuentas del rosario. Y vio sentado en la silla al eunuco consabido, y se le
acercó sonriendo, se sentó en el suelo frente a él con mucha cortesía, y le dijo: "¡La zalema sea
con vos!" El otro contestó: "¡Sea contigo la zalema, oh ser humano! ¿Qué deseas?" Cuando el
gran visir hubo oído lo de "ser humano", comprendió que el eunuco era un genni entre los genn, y
tembló de espanto. Luego le preguntó humildemente: "¿Está tu amo, el señor Juder?" El otro
contestó: "¡Sí, está en el palacio!" El visir añadió: "¡Ya sidi! te ruego que vayas a buscarle y a
decirle: "¡Ya sidi! el rey Schams Al-Daula te invita a que te presentes a él, pues da un festín en tu
honor. ¡Y él mismo te transmite la zalema y te ruega que honres su morada aceptando su
hospitalidad!"
Trueno contestó: "¡Espérame aquí mientras voy a pedirle; su beneplácito...!
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente
Y CUANDO LLEGO LA 484ª NOCHE
Ella dijo:
"¡ ... Espérame aquí mientras voy a pedirle su beneplácito!" Y el gran visir se puso a esperar
en una actitud muy cortés, en tanto que el mared iba en busca de Juder, al cual dijo: "Has de
saber, ¡ya sidi! que el rey envió por ti primero a un emir muy presuntuoso, a quien he agredido, y
luego a doscientos, a quienes deshice y puse en fuga. ¡Entonces ha enviado a su gran visir sin
armas y vestido de blanco para invitarte a que comas manjares de su hospitalidad! ¿Qué te
parece?"
Juder contestó: "¡Tráeme aquí al gran visir!" Y bajó Trueno a decirle: "¡Oh visir, ven a hablar
con mi amo!" El visir contestó: "¡Sobre la cabeza!" Y subió al palacio, y entró en la sala de
recepción, donde vio a Juder, más imponente que los reyes, sentado en un trono como no podría
poseerlo ningún sultán, con un tapiz de lo más espléndido extendido a sus pies. Y quedó
estupefacto, y permaneció pasmado, y absorto, y deslumbrado por la belleza del palacio, por sus
adornos, por su decorado, por sus esculturas y por sus muebles; y vio que en comparación era él
menos que un mendigo junto a cosas tan hermosas y frente al dueño de aquel recinto. Así es que
se inclinó y besó la tierra entre las manos de Juder e hizo votos por su prosperidad. Y Juder le
preguntó: "¿Qué tienes que pedirme, ¡oh visir!?"
El visir contestó: "¡Oh mi señor, tu amigo el rey Schams Al-Daula te transmite la zalema! ¡Y
desea ardientemente alegrarse los ojos con tu cara; y a tal objeto da un festín en tu honor!
¿Querrás aceptarlo por complacerle?" Juder contestó: "¡Desde el momento en que es mi amigo, ve
a transmitirle mi zalema, y dile que venga antes él mismo a mi casa!"
Dijo el visir: "¡Sobre la cabeza!" Entonces Juder frotó el engarce del anillo; y cuando apareció
Trueno, le dijo: "¡Tráeme un ropón de lo más hermoso!" Y cuando Trueno le llevó el ropón, Juder
dijo al visir: "¡Es para ti, oh visir! ¡Póntelo!" Y cuando el visir se puso el ropón, Juder le dijo: "¡Vé a
decir al rey lo que oíste y viste!" Y el visir salió llevando aquel traje tan magnífico, que nadie lo llevó
semejante, y fue en busca del rey, le puso al corriente de la posición de Juder, le hizo una
admirable descripción del palacio y de lo que contenía, y le dijo: "¡Juder te invita!"
Dijo el rey: "¡Vamos, oh soldados!" Y se irguieron todos sobre sus pies, y el rey les dijo:
"¡Montad en vuestros caballos! ¡Y que me traigan mi corcel de guerra para ir a ver a Juder!" Luego
montó a caballo, y seguido por sus guardias y soldados, se dirigió al palacio de Juder.
Cuando Juder vio desde lejos llegar al rey con su séquito, dijo al efrit del anillo: "Deseo que me
traigas a tus compañeros los efrits para que, con aspecto de seres humanos, formen el paso del
rey en el patio principal del palacio. Y como el rey advertirá su número y calidad, quedará aterrado
y espantado, y se estremecerá su corazón. ¡Y comprenderá entonces para su bien que mi poder
supera al suyo!" Y al instante el efrit Trueno convocó e hizo aparecer a doscientos efrits con
aspecto de guardias armados y de estatura enorme. Y entró el rey en el patio y pasó por entre las
dos filas de soldados; y al ver su aspecto terrible, sintió estremecérsele el corazón. Luego subió al
palacio y entró en la sala donde se hallaba Juder; y le encontró sentado de una manera y con una
apostura que no tuvo nunca verdaderamente ningún rey ni sultán. Y le hizo la zalema, y se inclinó
entre sus manos, y formuló sus votos, sin que Juder se levantase en honor suyo o le guardara
consideraciones o le invitara a sentarse. Por el contrario, le tuvo de pie para hacerse valer, así, de
modo que el rey perdió por completo la serenidad, y ya no supo si debía permanecer allí o
marcharse.
Y al cabo de cierto tiempo, le dijo Juder por fin: "¿Te parece, en verdad, manera de conducirse
el oprimir, como lo has hecho, a personas indefensas, despojándolas de sus bienes?" El rey
contestó: "¡Oh mi señor, dígnate excusarme! ¡Me impulsaron a obrar así la codicia y la ambición, y
tal era mi destino! ¡Y por otra parte, si no hubiera falta, no habría perdón!" Y continuó
excusándose por cuanto pudo cometer en el pasado y suplicando indulgencia y perdón; y entre
otras excusas, hasta le recitó estos versos:
¡Oh tú, carácter generoso, hijo de ilustres antecesores y de una raza noble, no me
reproches por el daño que en el pasado pudiera hacerte!
¡Lo mismo que nosotros te perdonaríamos si fueses culpable de cualquier mala acción,
debes perdonarnos cuando los culpables somos nosotros!”
Y no cesó de humillarse de aquel modo entre las manos de Juder, hasta que Juder hubo de
decirle: "¡Que te perdone Alah!" Y le permitió sentarse, y se sentó el rey. Entonces Juder le puso el
ropón de la salvaguardia, y dio a sus hermanos orden de que extendieran el mantel y sirvieran
manjares extraordinarios y numerosos. Y después de la comida regaló hermosas vestiduras a
todos los individuos del séquito del rey, y les trató con miramientos y generosidad. Sólo entonces
fue cuando el rey se despidió de Juder y salió del palacio; pero fue para volver todos los días a
pasarlos por entero con Juder y hasta reunió en casa de éste su diwán, ventilando allí los asuntos
del reino. Y la amistad entre ambos no hizo más que aumentar y consolidarse. Y así vivieron algún
tiempo.
Pero un día en que el rey se hallaba solo con su gran visir, le dijo: "j Oh visir mío, tengo miedo
de que Juder me mate y se apodere de mi trono!...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 485ª NOCHE
Ella dijo:
"¡ ... 0 visir mío, tengo miedo de que Juder me mate y se apodere de mi trono!" El visir
contestó: "¡Oh rey del tiempo! no temas que Juder se apodere de tu trono! ¡Porque el poderío y la
opulencia de Juder son mucho más considerable que los del rey! ¿Qué quieres que haga con tu
trono? ¡Además que la posesión de tu trono sería en él una prueba de decadencia, dada su actual
posición! Pero en cuanto a matarte, si lo temes verdaderamente, ¿para qué tienes una hija?
¡Bastará con que se la des en matrimonio, y de ese modo compartirás con él el poder supremo; y
estaréis ambos en las mismas condiciones!"
El rey contestó: "¡Oh visir, actúa de intermediario entre él y yo!" El visir dijo: "No tienes para
eso más que invitarle a tu casa; y pasaremos la velada en la sala principal del palacio. Entonces
ordenarás a tu hija que se atavíe con sus mejores galas y pase como un relámpago por delante de
la puerta de la sala. Y Juder la divisará; y como ha de excitarse mucho su curiosidad y su espíritu
se preocupará por la princesa entrevista, quedará locamente enamorado; y me preguntará quién
es ella. Entonces yo me inclinaré misteriosamente hacia él, le diré: "¡es la hija del rey!" ¡Y me
pondré a conversar con él acerca del particular, dejando escapar palabras y palabras, sin que sepa
que estás al corriente, hasta que le decida a venir a pedírtela en matrimonio! ¡Y cuando de tal
suerte le hayas casado con la joven, vuestra alianza será firme para lo sucesivo; y a su muerte
heredarás la mayor parte de lo que él posea!" Y el rey contestó: "¡Verdad dices, oh visir!" Y dio el
festín e invito a Juder, que se presentó en el palacio y sentóse en la sala principal, acogido con
júbilo y agasajo, hasta la noche.
Y he aquí que el rey había enviado a decir a su esposa que pusiera a la joven sus mejores
preseas, y la adornara con sus adornos más hermosos, y la hiciera pasar muy de prisa por delante
de la puerta de la sala del festín. Y la madre de la joven ejecutó lo que le habían ordenado
ejecutar. Así es que cuando la joven pasó por delante de la sala del festín como un relámpago,
bella y enjoyada y brillante y maravillosa, Juder la divisó y lanzó un grito de admiración y un
profundo suspiro, y hubo de modular: "¡Ah!" ¡Y se relajaron sus miembros, y se le puso amarillo el
rostro! Y el amor, y la pasión, y el deseo, y el ardor entraron en él y le dominaron.
Entonces le dijo el visir: "¡Lejos de ti toda pena y todo mal, mi señor! ¿Por qué te veo
súbitamente demudado, y sufriendo, y dolorido?" Juder contestó: "¡Oh visir, la culpa es de esa
joven!
¿De quién es hija? ¡Me ha avasallado y me ha arrebatado la razón!" El visir contestó: "¡Es la
hija de tu amigo el rey! ¡Si te gusta, verdaderamente, hablaré al rey para que te la dé en
matrimonio!"
Juder dijo: "¡Oh visir, háblale! ¡Y por mi vida, que te daré todo lo que me pidas! ¡Y daré al rey
cuanto me reclame como dote de su hija! ¡Y seremos amigos y parientes por alianza!"
El visir contestó: "¡Voy a emplear toda mi influencia a fin de obtener para ti lo que anhelas!" Y
habló al rey en secreto, y le dijo: "¡Oh rey Schams Al-Daula, he aquí que tu amigo Juder desea
aproximarse a ti con alianza! ¡Y se ha encomendado a mí para que te hable con objeto de que le
concedas en matrimonio tu hija El-Sett Asia! ¡No me rechaces, pues, y acepta mi intercesión! ¡Y te
pagará Juder cuanto pidas como dote de tu hija!" El rey contestó: "¡Pagada y recibida está ya la
dote! ¡Y la hija es una esclava a su servicio! ¡Se la doy por esposa, y con aceptarla él de mí, me
hace el mayor de los honores!" Y dejaron transcurrir aquella noche sin concretar más.
Pero al día siguiente por la mañana el rey congregó su diwán, y convocó a él a grandes y a
pequeños, a amos y a servidores; e hizo ir al jeique al-Islam para la circunstancia. Y Juder formuló
su demanda de matrimonio, y el rey la aceptó, y dijo: "¡En cuanto a la dote, ya la recibí!" Y se
extendió el contrato.
Entonces Juder hizo llevar allí el saco de las joyas y de las pedrerías, y se lo regaló al rey
como dote de su hija. Y al punto resonaron los timbales y los tambores, y tocaron las flautas y los
clarinetes, y la fiesta y la alegría llegaron a su apogeo, en tanto que Juder penetraba en la cámara
nupcial y poseía a la joven.
Y Juder y el rey vivieron juntos, estrechamente unidos, durante días numerosos. Tras de lo
cual murió el rey.
Entonces las tropas reclamaron a Juder para el sultanato, y como él rehusara, siguieron
importunándole hasta que aceptó. Y le nombraron sultán.
Y he aquí que el primer acto de Juder sultán consistió en erigir una mezquita sobre la tumba
del rey Schams Al-Daula; y llevó a ellos ricos donativos; y para emplazamiento de aquella mezquita
escogió el barrio de los Bundukania, elevándose su palacio en el barrio de los Yamania. Y desde
aquel entonces el barrio de la mezquita y la propia mezquita tomaron el nombre de Judería.
Luego se apresuró el sultán Juder a nombrar visires a sus dos hermanos, a Salem visir de Su
Derecha y a Salim visir de Su Izquierda. Y vivieron así en paz sólo un año, no más.
Al cabo de este tiempo, Salem dijo a Salim: "¡Oh hermano mío! ¿hasta cuándo? ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 486ª NOCHE
Ella dijo:
... Al cabo de este tiempo, Salem dijo a Salim: "¡Oh hermano mío! ¿hasta cuándo vamos a
permanecer en tal estado? ¿Nos vamos a pasar toda la vida como servidores de Juder, sin
disfrutar a nuestra vez de la autoridad y la felicidad mientras Juder viva?
Salim contestó: "¿Qué podríamos hacer para matarle y quitarle el anillo y el saco? ¡Sólo tú
sabrás combinar alguna estratagema para llegar a matarle, porque eres más experto y más
inteligente que yo!" Dijo Salem: "Si combinara yo una estratagema para su muerte, ¿te
conformarías con que yo fuese sultán y te tuviese a ti por visir de Mi Derecha! ¡Y sería para mí el
anillo y para ti el saco!" El otro dijo: "¡Acepto!" Y acordaron el asesinato de Juder para alcanzar el
poder soberano y disfrutar como reyes los bienes de este mundo.
Cuando hubieron combinado la estratagema, fueron en busca de Juder y le dijeron: "¡Oh
hermano nuestro! ¡quisiéramos que esta tarde te dignaras darnos el gusto de ir a merendar en
nuestro mantel, por que hace mucho tiempo que no te hemos visto franquear el umbral de nuestra
hospitalidad!" Dijo Juder: "¡Pues no os atormentéis por eso! ¿En casa de cuál de vosotros dos
debo presentarme a aceptar la invitación?
Salem contestó: "¡Primero en mi casa! ¡Y cuando hayas probado los manjares de mi
hospitalidad, irás a aceptar la invitación de mi hermano!" Juder repuso: "No hay inconveniente. Y
fué a ver a Salem en sus habitaciones del palacio.
¡Pero no sabía lo que le esperaba, porque apenas tomó el primer bocado del festín, cayó
hecho trizas, con la carne por un lado y los huesos por otro! El veneno había surtido su efecto.
Entonces se levantó Salem y quiso sacarle del dedo el anillo; pero como el anillo no quería
salir, le cortó el dedo con un cuchillo. Cogió entonces el anillo y frotó el engarce. Al punto apareció
el efrit Trueno-Penetrante, servidor del anillo, que dijo: "¡Héme aquí! ¡Pide y obtendrás!" Salem le
dijo: "Te ordeno que te apoderes de mi hermano Salim y le mates. ¡Luego le cogerás y también
cogerás a Juder, que está ahí sin vida, y arrojarás los dos cuerpos, el del envenenado y
el del asesinado, a los pies de los principales jefes de las tropas!" Y el efrit Trueno, que obedecía
todas las órdenes dadas pos cualquier poseedor del anillo, fue a buscar a Salim y le mató;
después cogió los dos cuerpos sin vida y los arrojó a los pies de los jefes de las tropas, que
precisamente estaban reunidos comiendo en la sala de las comidas.
Cuando los jefes de las tropas vieron los cuerpos sin vida de Juder y de Salim, dejaron de
comer y alzaron los brazos, encantados y temblorosos, preguntando al mared: "¿Quién cometió
ese crimen en las personas del rey y del visir?" El otro contestó: "¡Su hermano Salem!" Y en aquel
mismo momento hizo Salem su entrada, y les dijo: "¡Oh jefe de mis tropas y vosotros todos,
soldados míos, comed y estad contentos! Me he hecho dueño de este anillo que arrebaté a mi
hermano Juder. Y este mared que tenéis ante vosotros es el mared Trueno-Penetrante, servidor
del anillo. ¡Y soy yo quien le ha ordenado que diera muerte a mi hermano Salim para no tener que
compartir el trono con él! ¡Por otra parte, era un traidor, temía que me traicionase! ¡Así es que,
como Juder ha muerto, quedo yo por sultán único! ¿Queréis aceptarme para rey, o queréis mejor
que frote el anillo y haga que el efrit os mate a todos, grandes y pequeños, hasta el último?"
Al oír estas palabras, los jefes de las tropas, poseídos de un temor grande, no osaron
protestar, y contestaron: "¡Te aceptamos por rey y sultán!"
Entonces ordenó Salem que se celebraran los funerales de sus hermanos. Luego convocó al
diwán, y cuando todo el mundo estuvo de vuelta de los funerales, se sentó en el trono; y recibió
como rey los homenajes de sus súbditos, después de lo cual, dijo: "¡Ahora quiero que se extienda
mi contrato matrimonial con la esposa de mi hermano!"
Le contestaron: "¡No hay inconveniente! ¡Pero es preciso esperar a que pasen los cuatro
meses y diez días de viudedad!"
Salem contestó: "Conmigo no rezan esas formalidades ni otras fórmulas análogas! ¡Por la vida
de mi cabeza, que necesito entrar en la esposa de mi hermano esta misma noche!" No hubo más
remedio que extender el contrato de matrimonio, y se previno de la cosa a la esposa de Juder, El-
Sett Asia, la cual repuso: "¡Que venga...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGÒ LA 487ª NOCHE
Ella dijo:
...y se previno de la cosa a la esposa de Juder, El-Sett Asia, la cual repuso: "¡Que venga!" Y
cuando llegó la noche, Salem penetró en el aposento de la esposa de Juder, que hubo de recibirle
con las demostraciones de la alegría más viva y con los deseos de bienvenida. Y le ofreció, para
que se refrescase, una copa de sorbete, bebiéndola él para caer destrozado, como cuerpo sin
alma. Y así acaeció su muerte.
A la sazón El-Sett Asia cogió el anillo mágico y lo hizo añicos para que nadie en adelante lo
utilizase de un modo culpable, y cortó en dos el saco encantado, rompiendo así el encanto que
poseía.
Tras de lo cual, mandó prevenir al jeique al-Islam de cuanto había sucedido, y avisó a los
notables del reino que ya podían elegir nuevo rey, diciéndoles: "¡Escoged otro sultán para que os
gobierne!"
"¡Y he aquí -continuó Schehrazada- todo lo que sé de la historia de Juder, de sus hermanos y
del saco y el anillo encantados! Pero también sé, ¡oh rey afortunado! una historia asombrosa que
se llama...
HISTORIA DE ABU-KIR Y DE ABU-SIR
Dijo Schehrazada:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que en la ciudad de lskandaria había antaño dos
hombres, uno de los cuales era tintorero y se llamaba Abu-Kir, y el otro era barbero y se llamaba
Abu-Sir. Y eran vecinos uno de otro en el zoco, porque se tocaban las puertas de sus tiendas.
¡Y he aquí que el tintorero Abu-Kir era un insigne bribón, un embustero de lo más detestable, un
desvergonzado! ¡Ni más ni menos! ¡Sin duda alguna, debieron tallarse sus sienes con algún
granito irreductible y debió labrarse su cabeza con la piedra de los escalones de una iglesia de
judíos!
De no ser así, ¿cómo hubiera él tenido tan desvergonzada audacia para las fechorías y las
ruindades todas? Entre otras diversas estafas, acostumbraba a hacer que sus clientes le pagasen
por adelantado, con pretexto de que necesitaba dinero para comprar colores, y nunca devolvía las
telas que le llevaban a teñir. Por el contrario, no sólo se gastaba el dinero que había cobrado de
antemano, comiendo y bebiendo a su sabor, sino que vendía en secreto las telas depositadas en
su casa, y con ello se pagaba toda clase de regocijos y diversiones de primera calidad. Y cuando
volvían los clientes para reclamarle sus efectos, siempre encontraba medio de entretenerles y
hacerles esperar indefinidamente, unas veces con un pretexto y otras con otro.
Por ejemplo, decía: "¡Por Alah, ¡ oh mi amo! que ayer parió mi esposa, y me he visto obligado
a correr de un lado para otro durante todo el día!" 0 decía también: "Ayer tuve invitados y me
ocuparon todo el tiempo mis deberes de hospitalidad para con ellos; pero, si vuelves dentro de dos
días, desde el amanecer encontrarás terminada tu tela". Y dilataba todo lo posible los compromisos
con sus parroquianos, hasta que alguno exclamama, impacientado: "¡Bueno! ¿vas a decirme la
verdad de lo que ocurre con mis telas? ¡Devuélvemelas! ¡Ya no quiero teñirlas!" Entonces
contestaba él: "¡Por Alah, que estoy desesperado!" Y alzaba al cielo las manos, haciendo toda
clase de juramentos de que iba a decir la verdad. Y después de lamentarse y golpearse las manos
una contra otra, exclamaba: "Figúrate, ¡oh mi amo! que cuando estuvieron teñidas las telas, las
puse a secar bien tendidas en las cuerdas que hay delante de mi tienda, y me ausenté un instante
para ir a orinar; cuando volví habían desaparecido, robándomelas algún foragido, ¡quizá mi mismo
vecino, ese barbero calamitoso!"
Al oír estas palabras, si el cliente era un buen hombre entre las personas tranquilas, se contentaba
con responder: "¡Álah me indemnizará!" y se iba. Pero si el cliente era hombre irritable, se
ponía furioso y llenaba de injurias al tintorero y comenzaba a golpes con él, provocando una
disputa pública en la calle en medio de la aglomeración de gente. Y a pesar de todo, y aun a
despecho de la autoridad del kadí, no conseguía recobrar sus efectos, ya que faltaban pruebas, y
por otra parte, en la tienda del tintorero no había nada que pudiese embargarse y venderse. Y
aquel comercio duró bastante tiempo, el necesario para chasquear uno tras de otro a todos los
mercaderes del zoco y a todos los habitantes del barrio. Y el tintorero Abu-Kir vio a la sazón
perdido irremediablemente su crédito y aniquilado su comercio, pues no había ya nadie a quien
pudiese despojar. Y fue objeto de la desconfianza general, y se le citaba en proverbios cuando se
quería hablar de las bribonadas que hacen las gentes de mala fe.
Cuando el tintorero Abu-Kir vióse reducido a la miseria, fué a sentarse delante de la tienda de
su vecino el barbero Abu-Sir, y le puso al corriente del mal estado de sus negocios, y le dijo que ya
no le quedaba más que morirse de hambre. Entonces el barbero Abu-Sir, que era un hombre que
marchaba por la senda de Alah, y aunque muy pobre era escrupuloso y honrado, se compadeció
de la miseria de quien era más pobre que él y contestó:
"¡El vecino se debe a su vecino! ¡Quédate aquí y come y bebe y participa de los bienes
de Alah hasta que lleguen días mejores!" Y le recibió con bondad, y atendió a todas sus
necesidades durante un largo transcurso de tiempo.
Pero he aquí que un día el barbero Abu-Sir se quejaba al tintorero Abu-Kir de los rigores de la
suerte, y le decía: "Ya lo ves, hermano mío! No soy, ni mucho menos, un barbero torpe y mi mano
es ligera en la cabeza de mis clientes. ¡Pero como mi tienda es pobre y yo también soy pobre,
nadie viene a afeitarse en mi casa! ¡Apenas si por la mañana, en el hammam, algún mandadero o
algún fogonero se dirige a mí para que le afeite los sobacos o le aplique en el vientre pasta
depilatoria! ¡Y con las pocas monedas que esos pobres dan a un pobre como yo, puedo
alimentarte, alimentarme y subvenir a las necesidades de la familia que soporto a mi cuello!
¡Pero Alah es grande y generoso!"
El tintorero Abu-Kir contestó: "Verdaderamente eres muy infeliz al aguantar con tanta
paciencia la miseria y los rigores de la suerte, habiendo medios de enriquecerse y de vivir con
holgura. Te disgusta tu oficio, que no te produce nada, y yo no puedo ejercer el mío en este país
lleno de gentes malévolas. No nos queda otro recurso que abandonar esta tierra cruel y
marcharnos a viajar en busca de alguna ciudad donde nos sea fácil ejercer nuestro arte con fruto y
satisfacción.
¡Por lo demás, cuántas ventajas reportan los viajes! ¡Viajar es alegrarse, es respirar el aire
libre, es descansar de las preocupaciones de la vida, es ver nuevos países y nuevas tierras, es
instruirse, y cuando se tiene entre las manos un oficio tan honorable y excelente como el mío y el
tuyo, y sobre todo tan admitido generalmente en todas las tierras y en los pueblos más diversos, es
ejercerlo con grandes beneficios, honores y prerrogativas.
Y además, no ignoras lo que ha dicho el poeta acerca del viaje:
¡Deja las moradas de tu patria, si aspiras a cosas grandes, e invita a viajar a tu alma!
¡En el umbral de tierras nuevas te esperan los placeres, las riquezas, los buenos
modales, la ciencia y las amistades escogidas!
Y si te dicen: "¡Qué de penas y preocupaciones y peligros vas a soportar en tierra
lejana, amigo!" contesta: "¡Vale más estar muerto que vivo, si ha de vivirse siempre en el
mismo lugar, cual insecto roedor, entre envidiosos y espías!”
"¡Así pues, hermano mío, no podemos hacer nada mejor que cerrar nuestras tiendas y viajar
juntos para mejorar de suerte!" Y continuó hablándole con lengua tan elocuente, que el barbero
Abu-Sir quedó convencido de la urgencia de la marcha, y se apresuró a hacer sus preparativos,
que consistieron en envolver en un retazo viejo de tela remendada su bacía, sus navajas, sus
tijeras, su suavizador y algunos otros pequeños utensilios, yendo luego a despedirse de su familia
y volviendo a la tienda en busca de Abu-Kir, que le esperaba.
Y le dijo el tintorero: "Ahora sólo nos resta recitar la Fatiha liminar del Korán para dar fe de
que somos hermanos y comprometernos juntos a guardar en lo sucesivo en la misma arca
nuestras ganancias, repartiéndolas con toda imparcialidad a nuestro regreso a Iskandaria. ¡Como
también debemos prometernos que aquel de entre nosotros que encuentre antes trabajo se
obligará a mantener al que no pueda ganar nada"
El barbero Abu-Kir no puso ninguna dificultad al reconocer la legitimidad de estas condiciones;
y ambos entonces, para afirmar sus mutuos compromisos, recitaron la Fatiha liminar del Korán...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 488ª NOCHE
Ella dijo:
". . . y ambos entonces, para afirmar sus mutuos compromisos, recitaron la Fatiha liminar del
Korán. Tras de lo cual el honrado Abu-Sir cerró su tienda y entregó la llave al propietario, a quien
pagó en seguida; luego tomaron ambos el camino del puerto, y sin ninguna clase de provisiones,
embarcaron en un navío que se hacía a la vela. El Destino les favoreció durante el viaje y hubo de
ayudarles por mediación de uno de ellos. En efecto, entre los pasajeros y la tripulación, cuyo
número total ascendía a ciento cuarenta hombres, sin contar al capitán, no había más barbero que
Abu-Sir; y por consiguiente, él solo podía afeitar convenientemente a los que necesitaban afeitarse.
Así es que, en cuanto el navío se hizo a la vela, el barbero dijo a su compañero: "Hermano mío,
nos hallamos en mitad del mar, y es preciso que encontremos de comer y beber. ¡Voy, pues, a
intentar ofrecer mis servicios a los pasajeros y a los marineros, por si me dice alguno: «¡Ven ¡oh
barbero! a afeitarme la cabeza!» ¡Y le afeitaré la cabeza mediante un pan o algún dinero o un trago
de agua, de lo cual podremos aprovechar tú y yo!"
El tintorero Abu-Kir, contestó: "¡No hay inconveniente!" Y se echó en el puente, colocó la
cabeza lo mejor que pudo y se durmió sin más ni más, mientras el barbero se disponía a buscar
trabajo.
A este fin, Abu-Sir cogió sus pertrechos y una taza de agua, se echó al hombro un pedazo de
lienzo a modo de toalla, pues era pobre, y empezó a circular entre los pasajeros. A la sazón uno de
ellos le dijo: "¡Ven, ¡oh maestro! a afeitarme!" Y el barbero le afeitó la cabeza. Y cuando hubo
acabado, como el pasajero le ofreciera alguna moneda de cobre, le dijo él: "¡Oh hermano mío!
¿qué voy a hacer aquí con este dinero? ¡Si quisieras darme un pedazo de pan me resultaría más
ventajoso y más bendito en este mar, porque traigo conmigo un compañero de viaje y son exiguas
nuestras provisiones!" Entonces el pasajero le dió un pedazo de pan y un trozo de queso y le llenó
de agua la taza. Y Abu-Sir cogió aquello y fué a ver a AbuKir, y le dijo: "¡Toma este pedazo de pan
y cómetelo con este trozo de queso y bebe agua de esta taza!"
Y Abu-Kir lo tomó, y comió y bebió. Entonces Abu-Sir el barbero volvió a coger sus
pertrechos, se echó al hombro la tela, cogió en la mano la taza vacía, y empezó a recorrer el navío
entre las filas de pasajeros, agrupados o echados, y afeitó a uno por dos panecillos, a otro por un
pedazo de queso, o un cohombro, o una raja de sandía, o incluso por dinero; y tuvo tanta suerte,
que al fin de la jornada había recogido treinta panecillos, treinta medios dracmas, y una porción de
queso, y aceitunas, y cohombros, y varias tortas de lechecilla seca de Egipto, que se extrae de los
excelentes pescados de Damieta. Y además, supo ganarse tantas simpatías entre los pasajeros,
que podía obtener de ellos cuanto les pidiera. Y se hizo tan popular, que su habilidad llegó a oídos
del capitán el cual quiso que también le afeitara a él la cabeza. Y Abu-Sir afeitó la cabeza al
capitán y no dejó de quejársele de los rigores de la suerte y de la penuria en que se hallaba y de
las escasas provisiones que poseía. Y asimismo le dijo que llevaba con él un compañero de viaje.
Entonces el capitán, que era un hombre espléndido y que, además. estaba encantado de los
buenos modales y de la ligereza de mano del barbero, contestó: "¡Bienvenido seas! Deseo que
todas las noches vengas con tu compañero a cenar conmigo. ¡Y no os preocupéis por nada
ninguno de los dos mientras viajéis en nuestra compañía!"
El barbero fué entonces a buscar al tintorero, que, como de costumbre, estaba durmiendo, y
que cuando una vez despierto vió junto a su cabeza tanta abundancia de panecillos, queso,
sandía, aceitunas, cohombros y lechecillas secas, exclamó maravillado: "¿De dónde sacaste todo
eso?"
Abu-Sir contestó: "De la munificencia de Alah (¡exaltado sea!").
Entonces el tintorero se arrojó sobre las provisiones, como si fuese a pasarlas todas de una
vez a su estómago querido; pero le dijo el barbero: "No comas de esas cosas, hermano mío, que
pueden sernos útiles en un momento de necesidad, y escúchame. Has de saber, en efecto, que he
afeitado al capitán, y me he quejado ante él de nuestra escasez de provisiones; y me contestó:
"¡Bienvenido seas, y ven todas las noches con tu compañero a cenar conmigo!" Y he aquí que
precisamente esta noche comeremos por primera vez con él!"
Pero AbuKir contestó: "¡Me tienen sin cuidado todos los capitanes! ¡Estoy mareado y no puedo
abandonar mi sitio! ¡Déjame aplacar el hambre con estas provisiones y vé a cenar con el capitán tú
solo!" Y dijo el barbero: "¡No hay inconveniente en hacerlo!" Y en espera de la hora de cenar, se
quedó mirando comer a su compañero.
Y he aquí que el tintorero se puso a partir y a probar los alimentos como el picapedrero que
parte bloques de piedra en las canteras, y a devorarlos con un ruido igual al que haría un elefante
que estuviera días y días sin comer y tragara con gruñidos y gargarizaciones; y unos bocados
ayudaban a otros bocados, empujándolos a las puertas del gaznate; y cada pedazo entraba antes
de que hubiera desaparecido el anterior; y los ojos del tintorero se abrían exageradamente como
los ojos de un ghul al desfilar cada trozo y lo cocían con sus resplandores, abrasándolo, y
resoplaba y berreaba cual un buey que bramase ante las habas y el heno.
Entretanto, apareció un marinero, que dijo al barbero: "¡Oh maestro de tu oficio! el capitán te
dice: "¡Trae a tu compañero y ven a cenar!" Entonces Abu-Sir preguntó a Abu-Kir: "¿Te decides a
acompañarme?" El otro contestó: "¡No tengo fuerzas para andar!" Y se fue el barbero solo y vio al
capitán sentado en el suelo ante un amplio mantel encima del cual había veinte manjares, o acaso
más, de diferentes colores; y no esperaban más que a que llegase para empezar la comida, a la
que también estaban invitadas diversas personas de a bordo. Y al verle solo, el capitán le
preguntó...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 489ª NOCHE
Ella dijo:
"...Y al verle solo, el capitán le preguntó: "¿Dónde está tu compañero?" El barbero contestó:
"¡Oh mi amo, se ha mareado y está aturdido!" El capitán dijo: "Esto no tiene la menor importancia.
¡Ya se le pasará el mareo! ¡Siéntate junto a mí, y en el nombre de Alah!" Y cogió un plato y lo llenó
de manjares de todos colores con tan poca paciencia que cada ración podría satisfacer a diez
personas. Y cuando el barbero hubo acabado de comer, el capitán le ofreció otro plato, diciéndole:
"¡Lleva este plato a tu compañero!" Y Abu-Sir se apresuró a llevar el plato lleno a Abu-Kir, a quien
encontró masticando con los colmillos y trabajando con las muelas corno un camello, en tanto que
seguían desapareciendo rápidamente en sus fauces bocados enormes, uno tras de otro. Y le dijo
Abu-Sir: "¿No te dije que no te hartaras con esas provisiones? ¡Mira! He aquí las cosas admirables
que te envía el capitán. ¿Qué tienes que decir de estas excelentes agujas de kabad de cordero
que vienen de la mesa de nuestro capitán?" Abu-Kir dijo con un gruñido: "¡Dámelo!" Y se precipitó
sobre el plato que le ofrecía el barbero, y se puso a devorarlo todo a dos manos con la voracidad
del lobo, o la rapacidad del león, o la ferocidad del águila que se abate sobre las palomas, o la
furia del hambriento que creyó perecer de hambre y no hace remilgos para rellenarse
desaforadamente. Y en algunos instantes dejó limpio el plato y lo lamió para tirarlo luego vacío en
absoluto. Entonces el barbero recogió el plato y se lo dio a unos tripulantes para ir después él a
beber algo con el capitán, volviendo más tarde para pasar la noche al lado de Abu-Kir, que ya
roncaba por todos los agujeros de su cuerpo, produciendo tanto estrépito como el agua al
azotar el barco.
Al día siguiente y en los posteriores el barbero Abu-Sir siguió afeitando a los pasajeros y a los
marineros, ganando víveres y provisiones, cenando por la noche con el capitán y sirviendo con
toda generosidad a su compañero, quien, por su parte, se limitaba a dormir, sin despertarse más
que para comer o hacer sus necesidades, y así durante veinte días de navegación, hasta que, por
la mañana del vigésimoprimero día, el navío entró en el puerto de una ciudad desconocida.
Entonces Abu-Kir y Abu-Sir bajaron a tierra y fueron a alquilar en un khan una vivienda
pequeña, que se apresuró a amueblar el barbero con una estera nueva comprada en el zoco de los
estereros, y dos mantas de lana. Tras de lo cual el barbero, no bien atendió a todas las
necesidades del tintorero, que continuaba quejándose del mareo, le dejó dormido en el khan, y se
fue por la ciudad, cargado con sus pertrechos, para ejercer su profesión por las esquinas, al aire
libre, afeitando a mandaderos, a arrieros, a barrenderos, a vendedores ambulantes y hasta a
mercaderes de bastante importancia, que fueron a él atraídos por su navaja experta. Y por la
noche, volvió para poner los manjares a la vista de su compañero, al cual halló dormido y no
consiguió despertarle más que haciéndole oler las emanaciones de las agujas de cordero. Y duró
de tal forma aquel estado de cosas cuarenta días enteros, quejándose siempre Abu-Kir de un resto
de marco: y a diario, una vez a mediodía y otra vez al ponerse el sol, iba el barbero al khan para
servir y dar de comer al tintorero con la ganancia que le proporcionaba el destino del día y su
navaja; y el tintorero se tragaba panecillos, cohombros, cebollas frescas y agujas de kabab sin
fatiga ninguna de su cuidado estómago; y en vano el barbero le encomiaba la belleza sin par
de aquella ciudad desconocida y le invitaba a que le acompañase a dar un paseo por los zocos o
los jardines, pues Abu-Kir contestaba invariablemente: "¡Todavía tengo mareo en la cabeza!" y
después de exhalar diversos regüeldos y soltar diversos cuescos de diversas calidades, se
sumergía de nuevo en su pesado sueño.
Y el excelente y honrado barbero Abu-Sir no hacía el menor reproche a su desvergonzado
compañero ni le importunaba con quejas o disputas.
Pero, al cabo de aquellos cuarenta días el pobre barbero cayó enfermo, y como no podía salir
para dedicarse a su trabajo, rogó al portero del khan que cuidase a su compañero Abu-Kir y le
comprara todo lo que necesitase. Pero algunos días después empeoró tan gravemente el estado
del barbero, que el pobre perdió sus facultades y quedóse inerte y como muerto.
Así es que, como ya no le alimentaban ni le compraban lo necesario, el tintorero acabó por
sentir la cruel quemadura del hambre y se vio obligado a levantarse para buscar a derecha y a
izquierda algo que echarse a la boca. Pero ya había limpiado toda la vivienda, y no encontró
absolutamente nada que comer; entonces registró la ropa de su compañero, que yacía inerte en el
suelo, encontró una bolsa con la ganancia del pobre acumulada moneda a moneda durante la
travesía y en los cuarenta días de trabajo, se la guardó en el cinturón, y sin preocuparse de su
compañero enfermo, como si no existiese, salió, cerrando tras de sí el picaporte de la puerta de su
vivienda. Y como en aquel momento estaba ausente el portero del khan, nadie le vió salir ni le
preguntó adónde iba.
Y he aquí que lo primero que hizo Abu-Kir fué correr a casa de un pastelero, donde se compró
una bandeja entera de kenafa y otra de hojaldres escarchados; y encima se bebió un cántaro de
sorbete de almizcle y otro de ámbar y azufaifas. Tras de lo cual...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 490ª NOCHE
Ella dijo:
... Tras de lo cual se dirigió al zoco de los mercaderes y se compró hermosos vestidos y
preseas hermosas, y suntuosamente ataviado empezó a pasearse despacio por las calles,
distrayéndose y divirtiéndose con las cosas nuevas que a cada paso descubría en aquella ciudad
sin par en el mundo, según creía él.
Pero, entre otras cosas, le llamó la atención particularmente un hecho extraño. Notó, en
efecto, que todos los habitantes, sin excepción, iban vestidos iguales, con telas de los mismos
colores: no se veían más que azules y blancas y no otras. Hasta en las tiendas de los mercaderes
no habían más que telas blancas y telas azules, sin que las hubiese de otro color. En los
establecimientos de los vendedores de perfumes tampoco había más que blanco y azul; y el kohl
mismo era visiblemente azul. Los expendedores de sorbetes no tenían en las garrafas más que
sorbetes blancos, sin que los tuviesen rojos, o rosados o violados. Y aquel descubrimiento le
asombró en extremo. Pero donde su estupefacción llegó a los últimos límites, fue a la puerta de un
tintorero; en las cubas del tintorero sólo vio, efectivamente, tinte azul índigo y ninguno otro más.
Entonces, sin poder reprimir su curiosidad y su asombro, Abu-Kir entró en la tienda y sacó del
bolsillo un pañuelo blanco, dándoselo al tintorero, y diciéndole: "¿Cuánto me llevarás ¡oh maestro
de tu oficio! por teñirme este pañuelo? ¿Y de qué color le dejarás?" El maestro tintorero contestó:
"¡Por teñirte ese pañuelo no te llevaré más que veinte dracmas!" Indignado ante demanda tan
exhorbitante, exclamó Abu-Kir: "¡Cómo! ¿pides veinte dracmas por teñirme este pañuelo, y lo vas a
hacer de azul? ¡Pero en mi país no cuesta más que medio dracma!" El maestro tintorero contestó:
"¡En ese caso, buen hombre, vuélvete a tu país para teñirlo! ¡Aquí no podemos hacerlo por menos
de veinte dracmas, sin rebajar ni una moneda de cobre!"
Entonces repuso Abu-Kir: "¡Bueno! pero no quiero teñirlo de azul. ¡Es rojo como lo quiero!" El
otro preguntó: "¿En qué lengua estás hablando? ¿Y qué entiendes por rojo? ¿Acaso hay tinte
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rojo?"
Abu-Kir dijo estupefacto: "¡Entonces de amarillo!" El otro contestó: "¡No conozco, ese tinte!" Y
Abu-Kir siguió enumerándole diversos colores de tintes, sin que el maestro tintorero comprendiese
lo que le decía.
Y como le preguntase Abu-Kir si los demás tintoreros eran tan ignorantes como él, le contestó:
"En esta ciudad hay cuarenta tintoreros que formamos una corporación inasequible para todos los
demás habitantes, y nuestro arte se transmite de padres a hijos y solamente al morir uno de
nosotros. ¡En cuanto a emplear otro tinte que el azul jamás pensamos en semejante cosa!"
Al oír estas palabras del tintorero, dijo Abu-Kir: "Mas de saber ¡oh maestro en tu oficio! que
también vo soy tintorero y sé teñir las telas no sólo de azul, sino de una infinidad de colores que ni
siquiera sospechas. ¡Tómame, pues, a tu servicio, mediante un salario, y te enseñaré todos los
detalles de mi arte, y entonces podrás gloriarte de tu saber ante toda la corporación de tintoreros!"
El otro contestó: "¡No podemos aceptar extranjeros en nuestra corporación y en nuestro oficio!"
Abu-Kir preguntó: "¿Y si yo abriera por mi cuenta una tintorería?" El otro contestó: "¡Tampoco
podrás hacerlo!" Entonces no insistió más Abu-Kir, salió de la tienda y fue en busca de un segundo
tintorero, luego de un tercero, y de un cuarto, y de todos los demás tintoreros de la ciudad, y todos
le recibieron igual y le dieron las mismas respuestas, sin aceptarle ni como maestro ni como
aprendiz. Y fue a exponer su queja al jeique síndico de la corporación, que le contestó: "Nada
puedo hacer. Nuestra costumbre y nuestras tradiciones nos prohiben que admitamos entre
nosotros un extranjero".
Ante semejante recibimiento de unánime repulsa por parte de todos los tintoreros, Abu-Kir
sintió que se le hinchaba de furor el hígado, y fue a palacio y se presentó al rey de la ciudad, y le
dijo: Oh rey del tiempo! soy extranjero y ejerzo la profesión de tintorero, sé teñir de cuarenta
colores diferentes las telas...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 491ª NOCHE
Ella dijo:
". . . y sé teñir de cuarenta colores diferentes las telas. Y sin embargo, me ha sucedido tal y
cual cosa con los tintoreros de esta ciudad, que no saben teñir más que de azul. No obstante, yo
puedo dar a una tela los colores y matices más encantadores; el rojo en sus diversos tonos, como
el rosa y el azufaifa; el verde en sus diversos tonos, como verde vegetal, verde alfónsigo, verde
aceituna y verde ala de cotorra; el negro en sus diversos tonos, como negro carbón, negro de brea
y negro azulado de kohl; el amarillo anaranjado: amarillo limón y amarillo de oro, ¡y otros muchos
colores extraordinarios! ¡Ni más ni menos! ¡Y he aquí que, a pesar de todo, los tintoreros de acá no
han querido admitirme ni como maestro ni como aprendiz a jornal!"
Al oír estas palabras de Abu-Kir y esta enumeración prodigiosa de colores de que nunca había
oído hablar ni supuesto su existencia, el rey se maravilló y se estremeció, y exclamó: "¡Ya Alah,
eso es admirable!"
Luego dijo a Abu-Kir: "Si es verdad lo que dices, ¡oh tintorero! y si verdaderamente puedes,
merced a tu arte, regocijarnos la vista con tantos colores maravillosos, desecha toda preocupación
y tranquilízate. Yo mismo voy a abrirte una tintorería y a darte un fuerte capital en dinero. ¡Y no
tienes nada que temer de los de la corporación, pues si alguno de ellos, por desgracia, intentara
molestarte, haría que le colgaran a la puerta de su tienda!"
Y al punto llamó a los arquitectos de palacio, y les dijo: "Acompañad a este maestro
admirable, recorred con él toda la ciudad, y cuando haya encontrado un lugar de su gusto, sea
tienda o khan, o casa jardín, echad de allí inmediatamente a su propietario, y construíd a toda prisa
en aquel emplazamiento una gran tintorería con cuarenta cubas de grandes dimensiones y otras
cuarenta de dimensiones más pequeñas. Y obrad en todo conforme a las indicaciones de este gran
maestro tintorero; observad puntualmente sus órdenes ¡y guardáos de desobedecerle en nada, ni
siquiera con un gesto!" Luego el rey regaló a Abu-Kir un hermoso ropón de honor y una bolsa con
mil dinares, diciéndole: "¡Diviértete con este dinero en tanto está lista la nueva tintorería!" Y le
regaló, además, dos mozos jóvenes para su servicio y un maravilloso caballo enjaezado con una
hermosa silla de terciopelo azul y una gualdrapa de seda del mismo color. Además, puso a su
disposición, para que la habitara, una casa ricamente amueblada bajo su dirección y servida por
gran número de esclavos.
¡Así es que Abu-Kir, vestido de brocado a la sazón y montado en un hermoso caballo aparecía
brillante y majestuoso como un emir hijo de emir! Y al día siguiente, montado siempre en su caballo
y precedido por dos arquitectos y por los dos mozos jóvenes, que hacían separarse a la multitud al
pasar él, no dejó de recorrer las calles y los zocos en busca de un lugar donde levantar su
tintorería. Y acabó por elegir una inmensa tienda abovedada, que estaba situada en medio del
zoco, y dijo: "¡Este sitio es excelente!" Al punto los arquitectos y los mozos echaron al propietario, y
comenzaron en seguida a demoler por un lado y a edificar por otro, y tanto celo pusieron en el
cumplimiento de su tarea a las órdenes de Abu-Kir, que les decía desde su caballo: "¡Haced aquí
tal y cual cosa, y allá tal y cual otra!", que en muy poco tiempo terminaron la construcción de una
tintorería que no tenía igual en ningún lugar de la tierra.
Entonces hizo el rey que le llamaran, y le dijo: "Ahora hay que poner en movimiento la
tintorería; pero sin dinero nada puede ponerse en movimiento. He aquí, pues, para empezar, cinco
mil dinares de oro como primeros fondos". Y Abu-Kir cogió los cinco mil dinares, guardándolos
cuidadosamente en su casa, y con algunos dracmas -pues los ingredientes necesarios estaban
muy baratos y no tenían salida-compró en casa de un droguero todos los colores que estaban
apilados en sacos intactos todavía, y los hizo transportar a su tintorería, donde los preparó y los
disolvió diestramente en las cubas grandes y pequeñas...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 492ª NOCHE
Ella dijo:
"... y los disolvió diestramente en las cubas grandes y pequeñas. Entretanto, le envió el rey
quinientas piezas de telas blancas de seda, de lana y de lino, para que las tiñese con arreglo a su
arte. Abu-Kir las tiñó de diferentes maneras, dándoles a unas colores puros de toda mezcla y a
otras colores compuestos, de modo que no hubo ni una sola tela que se pareciese a otra; luego,
para secarlas, tendió en cuerdas que partían de su tienda e iban de un extremo otro de la calle; y al
secarse, se acentuaban maravillosamente los matices de las telas coloreadas y ofrecían al sol un
espectáculo espléndido.
Cuando los habitantes de la ciudad vieron cosa tan nueva para ellos, quedaron pasmados; y
los mercaderes cerraron sus tiendas para acudir a ver mejor aquello, y las mujeres y los niños
prorrumpían en gritos de admiración, y preguntaban a Abu-Kir unos y otros: "¡Oh maestro tintorero!
¿cómo se llama este color?" Y les contestaba él: "¡Ese es rojo granate! ¡éste es verde de aceite!
¡éste es amarillo toronja!" Y les nombraba todos los colores en medio de exclamaciones y de
brazos alzados en señal de una admiración sin límites.
Pero de pronto el rey, a quien habían advertido que las telas estaban ya teñidas, se presentó
en medio del zoco a caballo, precedido de sus espoliques, que le abrían paso entre la
muchedumbre, y seguido por su escolta de honor. Y a la vista de tantos colores cambiantes como
ofrecían las telas a impulso de la brisa que las hacía ondular en el aire incandescente, quedó
entusiasmado hasta el límite del entusiasmo, y permaneció largo tiempo inmóvil, sin respirar y con
los ojos en blanco.
Y hasta los caballos, lejos de espantarse de aquel espectáculo inusitado, se mostraron
sensibles a la fascinación de colores tan hermosos, y así como otras veces caracolean al son de
flautas y clarinetes, se pusieron a bailar por su parte, embriagados con toda aquella gloria que
rasgaba el aire y estallaba al viento.
En cuanto al rey, sin saber cómo honrar al tintorero, hizo apearse del caballo a su gran visir
para que Abu-Kir montara en su lugar, manteniéndole a su derecha, y habiendo hecho recoger las
telas, emprendió el camino de palacio, donde colmó a Abu-Kir de oro, de presentes y de privilegios.
Hizo luego que con las telas coloreadas cortasen trajes para él, para sus mujeres y para los
notables del palacio, y que dieran otras mil piezas a Abu-Kir con objeto de que las tiñese tan
maravillosamente; de modo que, al cabo de cierto tiempo, todos los emires primero, y después
todos los funcionarios, tuvieron trajes de colores. Y afluyeron los pedidos en cantidad tan
considerable a casa de Abu-Kir, que fue nombrado tintorero real y que no tardó en ser el hombre
más rico de la ciudad; y los demás tintoreros, con el jefe de la corporación a la cabeza, fueron a
darle excusas por su conducta anterior y le rogaron que los empleara en su casa en calidad de
aprendices sin salario. Pero él no admitió sus excusas y les despidió humillantemente. Y ya no se
veían por calles y zocos más que gentes vestidas con telas multicolores y fastuosas que había
teñido Abu-Kir, el tintorero del rey.
¡Y esto por lo que a él se refiere!
¡Pero he aquí lo referente a Abu-Sir, el barbero...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.