PARACELSO
Me propongo hablaros de las cuatro especies de seres de naturaleza espiritual, es decir, de las ninfas (o ninfos), gnomos (pigmeos o duendes), silfos y salamandras: a estas cuatro especies, en verdad, habría que añadir los gigantes y otros muchos. Estos seres, aunque tienen apariencia humana no descienden de Adán y tienen un origen completamente diferente de los hombres y de los animales. Se unen, por tanto, al hombre y de esta unión nacen individuos de la raza humana, yo diré la causa inmediatamente.
He aquí cómo he dividido este libro: en el primer tratado estudiaré la generación y naturaleza de estos seres; en el segundo, su medio y régimen; en el tercero, aquellos de dichos seres que se nos aparecen y mezclan a nosotros; en el cuarto, los milagros de que son capaces: en el quinto, la generación, origen y fin de los gigantes.
Aunque nada se opone a que me inspire en libros escritos por otros, yo no lo haré, por la excelente razón de que los filósofos nada han dicho de estos seres y no han proporcionado sobre los mismos ningún dato, a causa de que no creen más que en lo que ven. Apenas han dicho algunas palabras sobre los gigantes. Pero está plenamente permitido el tratar de este tema, puesto que en el Antiguo y el Nuevo Testamento se describen determinadas maravillas que Dios opone a la razón. Y si no está prohibido el admitir la existencia de los diablos y los espíritus, tampoco está prohibido el estudiar su
naturaleza. Examinemos, por tanto, todas las creaciones de Dios y reconozcamos que hay aquí abajo cosas verdaderamente inexplicables.
Para creer en una cosa, es suficiente el conocer su finalidad. El lector podrá encontrar mi libro inútil y vano, en tanto no haya llegado al tratado VI, en el que expongo con toda claridad la finalidad de estos seres; una vez que haya leído este tratado, me felicitará por haber estudiado el primero tal tema y releerá con atención. mi libro. El que mira ve.
TRATADO I
Lo que son el espíritu y el alma.
Hay dos especies de naturaleza: la de Adán y la que no le pertenece. La primera es palpable, objetivable, por estar formada de tierra. La segunda no es ni palpable ni visible, porque es sutil, porque no está formada de tierra. La naturaleza de Adán es compuesta; el hombre —que es de esta naturaleza— no puede pasar a través de los muros si en ellos no existe una abertura. Para los seres de la otra naturaleza los muros no existen, penetran a través de los obstáculos más densos sin tener necesidad de deteriorarlos. Por último, existe una tercera naturaleza que participa de las dos.
A la primera naturaleza pertenece el hombre, que está formado de sangre, carne, huesos, que se reproduce, bebe, evacua, habla; a la segunda pertenecen los espíritus, que no pueden hacer nada de esto. A la tercera pertenecen los seres que son ligeros, como los espíritus, y que engendran como el hombre, poseen su aspecto y su régimen.
Esta última naturaleza participa a la vez de la del hombre y de la del espíritu, sin llegar a constituir ni una ni otra de dichas naturalezas. Efectivamente, los seres que pertenecen a esta categoría no podrían ser clasificados entre los hombres, puesto que vuelan de la misma forma que lo hacen los espíritus; no podrían tampoco clasificarse entre los espíritus, puesto que evacuan, beben, tienen carne y huesos, de la misma forma que los hombres. El hombre tiene un alma, el espíritu no la necesita; las criaturas en cuestión no tienen alma y, por lo tanto, no son semejantes a los espíritus; estos últimos no mueren nunca, pero aquellos sí mueren. ¿Estas criaturas que mueren y tienen alma, son acaso animales? No son animales, efectivamente, hablan y nada de cuanto hacen pueden
realizarlo los animales. En consecuencia, se parecen más a los hombres que a los animales. Pero se asemejan a los hombres sin llegar a ser seres humanos, de forma parecida a como un mono se parece por sus gestos y su industria, y el cerdo por su anatomía, sin dejar por ello de ser un mono o un cerdo. Se puede decir también que son superiores a los hombres por ser impalpables como los espíritus; pero, conviene añadir que el Cristo, habiendo nacido y muerto para rescatar a los seres dotados de alma y que descienden de Adán, no ha rescatado a estas criaturas, que no poseen alma y no descienden de Adán.
Nadie puede asombrarse o dudar de su existencia. Es preciso solamente sentir admiración por la inmensa variedad que ha dado Dios a sus obras. Es verdad que no se ve todos los días a estos seres, no siendo posible verlos más que muy raramente. Yo mismo no los he visto si no era en una especie de ensueño. Pero no se puede sondar la profunda sabiduría de Dios, ni apreciar sus tesoros, ni conocer todas sus maravillas. Los que guardan estos tesoros y nos los descubren de cuando en cuando no pertenecen a la naturaleza de Adán, esto lo volveré a decir en mi último tratado.
Estas criaturas se reproducen dando a luz seres que se les parecen y no se asemejan a nosotros. Son seres prudentes, ricos, sabios, humildes, a veces maniáticos, como nosotros. Son la imagen grosera del hombre, como éste es la imagen grosera de Dios. Continúan siendo tal como fueron concebidos por Dios, que no quiere que sus criaturas puedan elevarse a un rango superior o proseguir otro objetivo que el que les es propio y les prohíbe obtener un alma y prohíbe, igualmente, que el hombre trate de igualárseLe.
Estos seres no temen ni al fuego, ni al agua. Están sometidos, sin embargo, a las enfermedades y las indisposiciones humanas. Mueren como seres salvajes y su carne se pudre como la carne animal. Virtuosos o viciosos, puros o impuros, mejores o peores, como los hombres, tienen sus costumbres, sus gestos, su lenguaje, como ellos difieren en su aspecto externo y viven bajo una ley común, trabajando con sus manos, tejiendo sus propios vestidos, gobernándose con sabiduría y justicia, dando pruebas en todo momento de razón. Para ser hombres sólo les falta el alma y no pueden ni servir a Dios ni seguir sus mandamientos; el instinto solamente les impulsa a conducirse honestamente.
Así, de la misma forma que entre las criaturas terrestres el hombre es la que se aproxima más a Dios, entre los animales son nuestros seres lo que están más cerca del hombre.
TRATADO II
Acerca de su habitación.
Nuestras criaturas tienen cuatro tipos de habitación: acuática, aérea, terrestre e ígnea. Aquellos que habitan en el agua se llaman Ninfos; en el aire, Silfos; en la tierra, Duendes o Pigmeos y en el fuego, Salamandras. No creo que estos sean los nombres que verdaderamente ellos utilizan entre sí, y pienso que se les han atribuido por personas que no han estado nunca en contacto con ellos. Pero, puesto que están en uso entre nosotros, los conservaré, aunque también se puede llamar a las criaturas acuáticas Ondinas, a las aéreas Silvestres, a las terrestres Gnomos y a las ígneas Vulcanos. En último término, poco importan los nombres, lo que es preciso saber es que estas cuatro
clases de seres habitan en medios muy diferentes que los ninfos, por ejemplo, no tienen en absoluto comercio con los pigmeos. De esta forma, los hombres, comprendiendo la sabiduría de Dios, ven que éste no ha dejado un solo elemento vacío o estéril.
Se sabe que hay cuatro elementos: aire, agua, tierra y fuego. Se sabe también que nosotros, los hombres, descendientes de Adán, vivimos en el aire, que estamos rodeados, como los peces lo están por el agua. Para los peces la onda reemplaza el aire, para los hombres, el aire reemplaza el agua. Cada criatura es apropiada al elemento en el que está sumergida; los ondinos, concebidos para vivir en el agua, se asombran al vernos vivir en
el aire, como nosotros nos admiramos de verlos vivir en el agua. De la misma forma, los gnomos atraviesan sin la menor dificultad las rocas más densas, como
nosotros atravesamos el aire, porque la tierra está en su caos y porque este caos está formado por piedras y rocas, como el nuestro lo está de aire.
Cuanto más espeso es el caos, sus habitantes son más sutiles, y viceversa. Los gnomos, que habitan un caos espeso, son sutiles; el hombre, que habita un caos sutil, es espeso. Son los silvestres los que se parecen más a nosotros; viven en el aire, se sofocan en el agua, se aplastan bajo tierra y se consumen en el fuego.
Que esto no nos admire. Dios prueba que es Dios creando cosas que nosotros no podemos comprender, porque si pudiéramos comprender todo lo que Él ha creado, resultaría muy débil y nosotros querríamos compararnos a Él.
Para comprender lo que vamos a decir sobre la nutrición de nuestros seres, es necesario saber que cada caos tiene por encima de él un cielo y por debajo, una tierra; nuestro caos tiene encima el cielo y debajo la tierra; así, cielo y tierra nos nutren a nosotros. Los habitantes del agua, es decir, aquellos que tienen el agua por caos, tienen, por debajo de ellos, la tierra y por encima el cielo. Los gnomos que tienen la tierra por su propio caos, tienen por encima de ellos al agua y por debajo, la superficie de la tierra, porque la tierra reposa sobre el agua: así, los ondinos y los gnomos se nutren, en consecuencia. Los silfos, que tienen el mismo caos que los hombres, siguen su mismo régimen.
Nosotros tenemos el agua para aplacar nuestra sed; para apagar la suya, estos seres tienen un agua que nos es desconocida y que no podemos ver. Tienen necesidad de comer y beber, pero comen y beben aquello que es alimento y bebida propios de ellos.
Se visten y ocultan sus partes vergonzosas a su manera, no a la nuestra. Ellos nombran guardias, magistrados, jefes, como las abejas eligen una reina, o las bestias salvajes escogen un guía. Dios ha ocultado las partes secretas de todos los animales, pero no lo ha hecho para estos seres que, como el hombre, deben valerse de su propia industria. Como a nosotros, Dios les ha dado la lana de oveja. Dios, en efecto, puede crear ovejas diferentes de las que nosotros vemos y que pastan en el fuego, el agua o la tierra.
Nuestros seres duermen, reposan, velan de la misma forma que los hombres, tienen un sol y un firmamento como ellos. Los gnomos ven a través de la tierra, el sol, la luna y las estrellas, de la misma forma los ondinos descubren el sol a través del agua y las salamandras lo ven fecundar y calentar su caos y sucederse el verano, el invierno, el día y la noche.
Como nosotros, están sometidos a la peste, las fiebres, la pleuresía y otras enfermedades, enviadas por el cielo, porque son hombres, o mejor dicho, porque lo serán: ya que, hasta el juicio final, permanecerán como animales.
En cuanto a su físico, es bien evidente que varía: los ondinos de ambos sexos tienen aspecto humano, los silvestres son más espesos, más grandes, más robustos. los gnomos más pequeños, de una altura de unos dos palmos, las salamandras delgadas, gráciles, esbeltas. Los ninfos habitan en los ríos, cerca de los lugares en donde se lavan los hombres y bañan sus caballos. Los gnomos habitan en las montañas; es por esto por lo que se encuentran túneles y excavaciones del diámetro de un codo. En el monte Etna se pueden oír los gritos de las salamandras, el ruido de sus trabajos, que movilizan su elemento. Se conoce más fácilmente la habitación de los silfos, pudiendo verlos.
Podría añadir otras muchas cosas admirables, en relación con la moneda, las costumbres de estos seres. Lo haré cuando sea llegado el momento.
TRATADO III
Por qué razón estos seres se nos aparecen.
Todo cuanto Dios ha creado termina por manifestarse ante el hombre. Dios algunas veces le envía el Diablo y los espíritus con el fin de que el hombre quede persuadido de su existencia. De lo alto del cielo, le envía también los ángeles, sus servidores. Estos seres se nos aparecen, por tanto, no para permanecer con nosotros o aliarse a nosotros, sino con el fin de que podamos comprenderlos. Estas apariciones son raras, en verdad; pero, ¿por qué no habían de serlo? , ¿no basta que uno de nosotros perciba un ángel para que todos nosotros creamos en los demás ángeles?
Por otra parte, para que la prueba de su existencia sea más manifiesta, Dios permite que los ninfos no solamente sean vistos por ciertos hombres, sino que mantengan comercio carnal con ellos y les den hijos. Permite igualmente que los hombres no vean solamente a los pigmeos, sino que de ellos reciban plata, y que otros viajen con los silfos.
De la misma forma que un hombre no aparece semejante ante dos personas, los ninfos se nos presentan de forma diferente a como nosotros aparecemos. Los ninfos y nosotros no juzgamos de manera paralela, porque diferimos en nuestro medio y cada uno juzga según las ideas de su propio medio ambiente. Los ninfos y los pigmeos no se dan cuenta de que pueden venir a vivir, morar y amar entre nosotros, porque siendo sutiles, soportan nuestro caos, mientras que nosotros, siendo espesos, no sabríamos soportar el suyo.
Hemos dicho que estos seres podían mantener comercio carnal con los hombres y tener hijos. Estos hijos son de raza humana porque el padre, siendo hombre y descendiendo de Adán, les da un alma que los hace semejantes a él y eternos. Y yo creo que la hembra que recibe este alma con la semilla, es, como la mujer, rescatada por el Cristo. Nosotros no llegamos al reino divino más que en cuanto comulgamos con Dios. De la misma
forma, esta mujer no adquiere un alma mas que al conocer un hombre. Lo superior, en efecto, comunica su virtud a lo inferior.
He aquí, por tanto, una de las razones de la aparición de estos seres: buscan nuestro amor para elevarse, como los paganos buscan el bautismo para adquirir un alma y renacer con el Cristo.
Es preciso añadir que si se aproximan a nosotros es porque se nos asemejan, como el lobo se parece a un perro salvaje. Todos estos seres, efectivamente, no tienen relaciones carnales con el hombre. Los ninfos son los que las tienen en mayor grado, les siguen los silfos y en cuanto a los pigmeos, no tienen en absoluto este tipo de relaciones con el hombre y se contentan con servirle. Se considera generalmente a los pigmeos y las salamandras como espíritus, porque aparecen como seres brillantes y deslumbradores, y es que no se reflexiona que su carne y su sangre son de naturaleza luminosa. Los pigmeos y las salamandras son ágiles y ligeros como los espíritus, conocen el presente,
el futuro y el pasado, revelan a los hombres lo que está oculto; tienen la razón del hombre sin poseer el alma, tienen la ciencia y la inteligencia de los espíritus sin poseer su conocimiento de Dios.
Hemos dicho que los ninfos dejan las aguas para venir a vernos, hablar y aliarse con nosotros. Los silfos son más groseros, y no conocen en absoluto nuestra lengua. Los gnomos hablan el mismo lenguaje que los ninfos. Las salamandras hablan poco. Los silfos son más tímidos que los hombres. Los gnomos son más pequeños y se les toma con frecuencia por llamas errantes, espíritus, almas en fuego o fantasmas. Las llamas que vuelan por encima de los prados, se alejan y se aproximan, no son otra cosa que gnomos. Las salamandras son parecidas, pero, a causa de su naturaleza, frecuentan poco al hombre, prefieren el trato con las mujeres viejas y con las hechiceras. Por ello, su
vecindad es peligrosa, porque en ellas bulle el Diablo. Por lo demás el Diablo se inmiscuye algunas veces en el cuerpo de los gnomos, de los silfos, sobre todo en el de los individuos del sexo femenino, complaciéndose en hacerles parir fetos afectos de lepra, sífilis u otra enfermedad incurable.
Que el hombre que tiene relaciones con una ninfa no la atormente cerca del agua; que el que tiene relaciones con un pigmeo no lo moleste cerca de sus cavernas; ninfa y pigmeo desaparecerán. Esta desaparición no puede cumplirse más que cuando la pareja se encuentre cerca del elemento de la ninfa o el pigmeo, lejos de este elemento, el hombre puede siempre forzarlos a seguir morando a su lado.
Los gnomos, cuando han acudido a nuestra llamada, nos sirven con fidelidad a condición de que cumplamos sus deseos. Si nosotros mantenemos nuestras promesas, ellos mantienen las suyas y nos dan plata; efectivamente, ellos tienen mucha plata a su disposición, ya que la extraen y trabajan por sí mismos. Pero no nos la regalan si no es con la condición de no atesorarla, sino de distribuirla.
TRATADO IV
Hemos dicho que estos seres se alían a los hombres y tienen hijos de ellos; hemos dicho también que, si el hombre los irritaba cerca de su elemento, desaparecían. Añadamos que lo que le sucede a una ninfa le ocurre igualmente a su esposo; si ella se sofoca, él se sofoca igualmente. Él cree que ella ha desaparecido simplemente en el agua, y no se da cuenta de que su propia vida está en peligro grave, que su unión con la ninfa no se ha deshecho y que no es como la unión de una mujer con un hombre, que puede quedar disuelta por la simple huida de ella. Es preciso, efectivamente, para que tal unión se disuelva, el consentimiento de los dos esposos; es preciso recordar que la ninfa que se ha unido a un hombre, estará presente en el juicio final, porque ha ganado por tal unión un alma en este comercio, siendo por lo tanto una mujer y su unión con un hombre no se disuelve más que si ello consiente. Si el marido toma otra esposa sin su permiso, ella reaparece y lo mata.
Las sirenas nadan especialmente en la superficie de las aguas, más que en su interior y aunque no tienen el aspecto de la mujer, se le parecen en parte. Son verdaderos monstruos lo que engendran los hombres y las mujeres con ellos.
Supongamos, en efecto, que los ninfos, que engendran entre ellos como lo hacen los hombres, engendren monstruos que nadan en la superficie de las aguas; estos serán sirenas. Estas sirenas saben cantar y tocar la flauta. Los ninfos y los gnomos engendran todavía otros monstruos, los monacos, que se parecen a los hombres y habitan en su medio. De la misma manera las estrellas engendran monstruos los cometas, que no siguen su curso. Dios, como veis, crea cosas admirables.
TRATADO V
Los gigantes.
Es preciso hablar de dos razas que tienen relación con la de los ninfos y los pigmeos, son los gigantes y los enanos. Los gigantes y los enanos no descienden tampoco de Adán. San Cristóbal, en realidad fue un gigante, pero él poseía la naturaleza humana y no debe ser colocado entre estos seres, una de cuyas características es el no poseer esta naturaleza. Testigos los gigantes Bernensis, Sigenotto, Hildebrando, Dietrico. Diremos otro tanto de los enanos, testigos de ello, Laurino y otros.
No ignoramos que muchas personas no creen, ni en los gigantes ni en los enanos. Se contentan con decir: los gigantes son extraordinarios y muy fuertes, los negaremos y consideraremos que son ilusiones.
Los gigantes son engendrados por los silfos y los enanos por los pigmeos. Gigantes y enanos son monstruos de los silfos y de los pigmeos, como las sirenas son los monstruos de las ninfas. He aquí por qué son tan raros; sin embargo, se han visto en demasiadas ocasiones para dudar de su existencia. Son notables por su sólida constitución.
He aquí lo que es preciso pensar de su alma: Se trata de hombres originados en los animales y son monstruos, por lo tanto, carecen de alma. Se creerá, por lo tanto, que tienen una, al ver sus buenas acciones y su amor a la verdad. Porque, así como el mono imita los gestos del hombre, ellos pueden también actuar como los hombres.
Dios habría podido dar a estos seres un alma si lo hubiera querido, como le ha otorgado una al hombre, comunicándose con él y como le da una a las ninfas que se casan con los hombres. No lo ha querido así, para no crear una raza semejante a la humana. A pesar de todas sus buenas acciones, no creo que los gigantes ni los enanos participen en la redención. Pero, si no tienen fe, son sabios de la misma forma que los animales.
Los enanos nacen de los pigmeos. He aquí porqué no tienen la talla de los gigantes, porque los silfos de los que nacen éstos, son mucho más grandes que los pigmeos.
Los gigantes y los enanos pueden tener comercio carnal con las mujeres descendientes de Adán y satisfacerlas. Pero no sabrían engendrar hijos de su propia raza, bien se casen entre ellos o se alíen a la especie humana. En efecto, son monstruos y no pueden engendrar entre ellos, como tampoco pueden hacerlo los consanguíneos; por otra parte, si se alían al hombre, el feto será de una doble naturaleza, es decir, de la suya y de la del hombre y como consecuencia, el niño será de raza humana, porque teniendo como padres a un ser sin alma y otro con alma, pertenece a la raza de este último. Los gigantes y los enanos mueren, pues, sin herederos. De la misma forma, los cometas no engendran otros cometas, ni los temblores de tierra otros temblores de tierra.
TRATADO VI
Por qué Dios ha creado estos seres.
Dios ha hecho estos seres para proporcionar unos guardianes a su creación. De tal manera que los gnomos guardan los tesoros de la tierra, metales y otros: e impiden que se vean a la luz del día antes del tiempo querido. Porque esos tesoros, oro, plata, hierro, etc. no deben ser encontrados todos el mismo día, sino ser distribuidos poco a poco y no a algunas personas solamente, sino a todos. Las salamandras guardan los tesoros de las
regiones ígneas. Los silfos guardan los tesoros que llevan los vientos, los ondinos los que se encuentran en el agua. Es en las regiones ígneas, por el cuidado de las salamandras, donde son fabricados todos los tesoros para ser inmediatamente
distribuidos y guardados en los demás medios.
Las sirenas, los gigantes, los manes y las escintillas (que son monstruos engendrados por las salamandras) han sido creados con otro fin: deben prevenir de los acontecimientos graves a los hombres, indicarles que estalla un incendio, advertirles de la ruina de un reino. Los gigantes anuncian más especialmente la devastación de un país, los manes el hambre y las sirenas la muerte de los reyes y los príncipes.
La causa inicial del universo sobrepasa nuestro entendimiento. Pero, a medida que el mundo se aproxima a su fin, las cosas se manifiestan a nosotros, cada vez con mayor claridad; vemos así su naturaleza y su utilidad. El día postrero todo aparecerá claro, todo será conocido y nada quedará ignorado, cada uno recibirá la recompensa de sus esfuerzos y de su amor a la verdad. Entonces no será médico o profesor el que lo desee. La cizaña será separada del grano, la paja del trigo. Entonces se inhibirá aquel que hoy grita. Aquel que cuenta el número de las páginas que tiene todavía por escribir sucumbirá bajo el peso de su obra. Entonces será feliz aquel que en este momento trata de ver. Y se podrá comprobar si yo he mentido.