El duque de L'Omelette
The Duc de L'Omlette, 1832
Y pasó al punto a un clima más fresco.
COWPER
Y pasó al punto a un clima más fresco.
COWPER
Keats sucumbió a una crítica. ¿Quién murió de una Andrómaca?3 ¡Almas innobles! El
duque De L'Omelette pereció de un verderón. L'histoire en est brève. ¡Ayúdame, espíritu
de Apicio!
Una jaula de oro llevó al pequeño vagabundo alado, enamorado, derretido,
indolente, desde su hogar en el lejano Perú a la Chaussée d'Antin; de su regia dueña, La
Bellísima, al duque De L'Omelette; y seis pares del reino transportaron el dichoso
pájaro.
Aquella noche el duque debía cenar a solas. En la intimidad de su despacho
reclinábase lánguidamente sobre aquella otomana por la cual había sacrificado su
lealtad al pujar más que su rey en la subasta... la famosa otomana de Cadêt.
El duque hunde el rostro en la almohada. ¡Suena el reloj! Incapaz de contener sus
sentimientos, su Gracia come una aceituna. En ese instante ábrese la puerta a los dulces
sones de una música y, ¡oh maravilla!, el más delicado de los pájaros aparece ante el más
enamorado de los hombres. Pero, ¿qué inexpresable espanto se difunde en las facciones
del duque? “Horreur! chien Baptiste! L'oiseau! ah, bon Dieu! cet oiseau modeste que tu
as déshabillé de ses plumes, et que tu as servi sans papier!» Sería superfluo agregar nada: el
duque expira en un paroxismo de asco.
—¡Ja, ja, ja! —dijo su Gracia, tres días después de su fallecimiento.
—¡Je, je, je! —repuso suavemente el diablo, enderezándose con un aire de hauteur.
—Vamos, supongo que esto no es en serio —observó De L'Omelette— . He pecado,
c'est vrai, pero, querido señor... ¡supongo que no tendrá la intención de llevar a la
práctica tan bárbaras amenazas!
—¿Tan qué? —dijo su Majestad—. ¡Vamos, señor, desnúdese!
—¿Desnudarme? ¡Muy bonito en verdad? ¡No, señor, no me desnudaré! ¿Quién es
usted para que yo, duque De L'Omelette, príncipe de Foie-Gras, apenas mayor de edad,
autor de la Mazurquiada y miembro de la Academia, tenga que quitarme obedientemente
los mejores pantalones jamás cortados por Bourdon, la más bonita robe de chambre salida
3 Montfleury. El autor del Parnasse Réformé le hace decir en el Hades: L'homme donc qui voudrais savoir ce
dont je suis mort, qu’il ne demande pas s’il fût de fièvre ou de podagre ou d’autre chose, mais qu’il entende que ce
fût de “L’Andromache”.
de manos de Rombèrt, por no decir nada de los papillotes y para no mencionar la
molestia que me representaría quitarme los guantes?
—¿Que quién soy? ¡Ah, es verdad! Soy Baal-Zebub, príncipe de la Mosca. Acabo de
sacarte de un ataúd de palo de rosa incrustado de marfil. Estabas extrañamente
perfumado y tenías, una etiqueta como si te hubieran facturado. Te mandaba Belial, mi
inspector de cementerios. En cuanto a esos Pantalones que dices cortados por Bourdon,
son un excelente par de calzoncillos de lino, y tu robe de chambre es una mortaja de no
pequeñas dimensiones.
—¡Caballero —replicó el duque— , no me dejo insultar impunemente! ¡Aprovecharé
la primera oportunidad para vengarme de esta afrenta! ¡Oirá usted hablar de mí!
¡Entretanto... au revoir!
Y el duque se inclinaba, antes de apartarse de la satánica presencia, cuando se vio
interrumpido y devuelto a su sitio por un guardián. En vista de ello, su Gracia se frotó
los ojos, bostezó, encogióse de hombros y reflexionó. Luego de quedar satisfecho sobre
su identidad, echó una mirada a vuelo de pájaro sobre los alrededores.
El aposento era soberbio a un punto tal, que De L'Omelette lo declaró bien comme il
faut. No tanto por su largo o su ancho, sino por su altura... ¡ah, qué espantosa altura! No
había techo... ciertamente no lo había... Solamente una densa masa atorbellinada de
nubes de color de fuego. Su Gracia sintió que la cabeza le daba vueltas al mirar hacia
arriba. Desde lo alto colgaba una cadena de un metal desconocido de color rojo sangre;
su extremidad superior se perdía, como la ciudad de Boston, parmi les nuages. En su
extremo inferior se balanceaba un enorme fanal. El duque comprendió que se trataba de
un rubí; pero de ese rubí emanaba una luz tan intensa, tan fija, como jamás fue adorada
en Persia, o imaginada por Gheber, o soñada por un musulmán cuando, intoxicado de
opio, cae tambaleándose en un lecho de amapolas, la espalda contra las flores y el rostro
vuelto al dios Apolo. El duque murmuró un suave juramento, decididamente
aprobatorio.
Los ángulos del aposento se curvaban formando nichos. Tres de ellos aparecían
ocupados por estatuas de proporciones gigantescas. Su hermosura era griega, su
deformación egipcia, su tout ensemble francés. En el cuarto nicho, la estatua aparecía
velada y no era colosal. Veíase empero un tobillo ahusado, un pie con sandalia. De
L'Omelette llevó su mano al corazón, cerró los ojos, volvió a abrirlos y sorprendió a su
satánica majestad... cuando se sonrojaba.
¡Pero aquellas pinturas! ¡Kupris! ¡Astarté! ¡Astoreth! ¡Mil y la misma! ¡Y Rafael las ha
contemplado! Sí, Rafael estuvo aquí: ¡acaso no pintó la ... ? ¿Y no se condenó a causa de
ello? ¡Las pinturas, las pinturas! ¡Oh lujo, oh amor! ¿Quién, contemplando aquellas
bellezas prohibidas, tendría ojos para las exquisitas obras que, en sus marcos de oro,
salpican como estrellas las paredes de jacinto y de pórfido?
Empero, el corazón del duque desfallece. No se siente, como lo suponéis, marcado
por la magnificencia, ni embriagado por el intenso perfume de los innumerables
incensarios. C'est vrai que de toutes ces choses il a pensé beaucoup mais! El duque De
L'Omelette está aterrado. ¡A través de la cárdena visión que le ofrece la sola ventana sin
cortinas se divisa el más espantoso de los fuegos!
Le pauvre Duc! No podía impedirse imaginar que las admirables, las voluptuosas, las
inmortales melodías que invadían aquel salón, a medida que pasaban filtrándose y
trasmutándose por la alquimia de las encantadas ventanas, eran los gemidos y los
alaridos de los condenados sin esperanza. ¡Y allí, allí, sobre la otomana! ¿Quién está ahí?
¡Es él, el petit-maître... no, la Deidad... sentado como si estuviera esculpido en mármol, et
qui sourit, con su pálido rostro, si amèrement!
Mais il faut agir... vale decir que un francés no se desmaya nunca de golpe. Además,
a su Gracia le repugna una escena... De L'Omelette ha recobrado todo su dominio. Ha
visto unos floretes sobre la mesa y unas dagas. El duque ha estudiado con B...; il avait tué
ses six hommes. Por lo tanto, il peut s'échapper. Mide dos armas y, con inimitable gracia,
ofrece la elección a su Majestad. Horreur! ¡Su Majestad no sabe esgrima!
Mais il joue! ¡Feliz idea! Su Gracia tuvo siempre una excelente memoria. Alguna vez
hojeó Le Diable, del abate Gualtier. Allí se dice que le Diable n'ose pas refuser un jeu
d'écarté.
¡Pero las probabilidades... las probabilidades! Remotísimas, desesperadas, es verdad;
empero, apenas más desesperadas que el duque mismo. Además, ¿no está en el secreto?
¿No ha leído al Pére Le Brun? ¿No era miembro del Club Vingt-et-un? Si je perds dice
je serai deux fois perdu... quedaré dos veces condenado... voilà tout! (Y aquí su Gracia se
encogió de hombros.) Si je gagne, je reviendrai á mes ortolons... que les cartes soient préparées!
Su Gracia era todo cuidado, todo atención; su Majestad, todo confianza. Un
espectador hubiera pensado en Francisco y en Carlos. Su Gracia pensaba en su juego. Su
Majestad no pensaba: barajaba. El duque cortó.
Distribuyéronse las cartas. Diose vuelta la primera. ¡El rey! ¡Pero no... era la reina! Su
Majestad maldijo sus vestimentas masculinas. De L'Omelette se llevó la mano al
corazón.
Jugaron. El duque contaba. Había terminado la mano. Su Majestad contaba
lentamente, sonriendo, bebiendo vino. El duque escamoteó una carta.
—C'est á vous de faire —dijo su Majestad, cortando—. Su Gracia se inclinó, barajó las
cartas y levantóse en presentant leRoi.
Su Majestad pareció apesadumbrado.
Si Alejandro no hubiese sido Alejandro, hubiera querido ser Diógenes, y el duque
aseguró a su antagonista mientras se despedía de él, que s'il n'eût été De L'Omelette il
n’aurait point d’objection d’être le Diable.