La soledad del escritor en el siglo XXI
©Pedro Antonio Curto
El escritor húngaro Imre Madách dijo que si alguien buscaba la soledad, la podría encontrar entre los hombres. Hoy las personas nos agrupamos la mayoría en ciudades, grandes urbes cada vez mejor comunicadas unas con las otras, una comunicación que se amplía hasta lo inimaginable por unas redes tecnológicas que permiten a un ciudadano de Pekín y a uno de Buenos Aires jugar una partida de ajedrez contemplándose en la pantalla del ordenador e, incluso, con un poco de fantasía, dar unos pasos de tango. Porque a través de la red, de la red de redes y demás enredos, pueden circular palabras, versos, música, cuentos, relatos y hasta novelas.
¡Señores literatos, la imprenta de Gutenberg ha sido mandada a la prehistoria, el mundo es nuestro y de nuestras creaciones! Millones de lectores esperan nuestros versos para enamorar, embaucarse con nuestros cuentos, vivir con nuestras novelas. ¡ El siglo XXI es sin duda nuestro siglo!
Los del XIX creían que a través de llenar páginas en blanco, con el poder de la palabra, podían cambiar el mundo; qué ingenuos, nosotros ya lo tenemos cambiado y sin mover un dedo, sin hacer ninguna revolución, sin encabezar ninguna vanguardia. ¿O no es así?
Paseé usted por la gran ciudad, mire sus escaparates, sus paredes, sus paneles publicitarios, escuche sus músicas e, incluso, entre en esos templos que son bibliotecas y librerías, vea las pantallas televisivas, hable con las gentes… ¡Ah! que no ve usted ahí nuestros versos, nuestros cuentos, nuestras novelas, que las gentes no se mueven, ni se emocionan, ni piensan, ni siquiera se perturban por lo que dice algún literato. ¿Será que la bohemia se ha quedado en la estética? ¿Que la palabra literaria no anda por los escaparates? ¿Que la literatura ha sido consumida en la vorágine?
Entonces le recomiendo pasear al lado del mar, hundir sus zapatos en las aguas negras, porque sí, de noche las aguas son más oscuras o nos hacen ese regalo visual. A un lado escuchará el bullicio de la ciudad, al otro lado el rumor del mar, solitario, enigmático. Es ese sendero de la mano izquierda por donde siempre han ido brujas, magos, vagabundos, artistas… pero ¡cuidado!, no crea que es un privilegio, sino un camino sin destino conocido.
Lance una mirada hacia ese lado, al horizonte, al horizonte, siempre al horizonte, a ese lugar donde no alcanzamos a ver a la altura de nuestros ojos y hallará el auténtico destinatario de nuestras palabras: no es un lector, ni un millón, ni los críticos, ni los editores, ni la trascendencia, ni la posteridad, la cosa es más simple y sencilla: se trata del vacío.