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sábado, 3 de diciembre de 2011

SU VIDA YA NO ES COMO ANTES



SU VIDA YA NO ES COMO ANTES
ALFRED BESTER


   La chica que conducía el jeep era muy guapa y muy nórdica. Llevaba el pelo
rubio recogido hacia atrás en una cola de caballo, pero lo tenía tan largo que
parecía más bien la cola de una yegua. Llevaba sandalias, unos vaqueros
gastados, y nada más. Estaba bellamente bronceada. Cuando hizo girar el jeep
saliéndose de la Quinta Avenida y enfiló entre saltos las escaleras de la
biblioteca, sus senos danzaban encantadoramente.
Aparcó frente a la entrada de la biblioteca, salió del coche, y estaba a punto de
entrar cuando algo del otro lado de la calle atrajo su atención. Miró, vaciló, se
miró luego los pantalones e hizo una mueca. Se quitó los pantalones y se los
tiró a las palomas que perpetuamente pían y se arrullan en las escaleras de la
biblioteca. Mientras éstas levantaron el vuelo asustadas, la chica bajó corriendo
hasta la Quinta Avenida, cruzó y se detuvo ante el escaparate de una tienda.
En él había un vestido de lana color ciruela. Tenía la cintura alta, falda muy
larga, y no demasiados agujeros de polillas. El precio era setenta y nueve
dólares y noventa centavos.
La chica vagó entre los viejos coches que estaban aparcados en la avenida
hasta que dio con un guardabarros suelto. Rompió con él la puerta de cristal de
la tienda, entró, esquivando cuidadosamente los fragmentos de cristal y buscó
entre las polvorientas perchas.
Era una chica alta y no le resultaba fácil encontrar prendas de su talla. Por fin
abandonó el traje de lana color ciruela y se quedó con un tartán oscuro, talla
doce, de ciento veinte dólares, rebajado a noventa y nueve noventa. Localizó
un talón de facturas y un lápiz, sopló el polvo y cuidadosamente escribió 99,90
dólares. Linda Nielsen.
Regresó a la biblioteca y cruzó la puerta principal, que había tardado una
semana en abrir con una maza. Cortó a través del gran vestíbulo, sucio de los
excrementos de las palomas que entraban allí libremente desde hacia cinco
años. Mientras corría se cubría la cabeza con los brazos para protegerse el
pelo de las cagaditas. Subió las escaleras- en el tercer piso entró en la Sala de
Imprenta. Como siempre firmó en el registro: Fecha -20 de junio de 1981.
Nombré -Linda Nielsen. Dirección Central Park Estanque de Modelos de
Barcos. Negocio o Empresa Ultimo Hombre Sobre la Tierra.
Había tenido una larga discusión consigo misma sobre Negocio o Empresa la
primera vez que entró en la biblioteca. Desde un punto de vista estricto, ella era
la última mujer sobre la tierra, pero había pensado que si escribía eso
parecería chauvinismo; y "Ultima Persona Sobre la Tierra" parecía estúpido,
algo así como llamar pócima a una bebida.
Sacó carpetas de las estanterías y comenzó a ojearlas. Sabía exactamente lo
que quería; algo cálido con tonos azules que se ajustase a un marco de 20X30
para su dormitorio. En una colección de Hiroshige, de incalculable valor,
encontró un grabado con un hermoso paisaje. Rellenó una ficha la colocó
cuidadosamente sobre la mesa del bibliotecario y se fue con el grabado.
Abajo, se detuvo en la sala principal de comunicación, se acercó a las
estanterías posteriores y eligió dos gramáticas italianas y un diccionario
italiano. Luego volvió al salón principal, salió hacia su jeep, y colocó los libros y
el grabado en el asiento delantero junto a su acompañante, una maravillosa
muñeca de porcelana de Dresde. Cogió una lista que decía:
Grabado Japonés
Italiano
Marco de 20X30
Sopa de Langosta
Limpiavajillas
Detergente
Limpiamuebles
Estropajo
Tachó los dos primeros artículos, colocó de nuevo la lista en la guantera, entró
en el vehículo y bajó a saltos las escaleras de la biblioteca. Subió por la Quinta
Avenida, esquivando los montones de escombros. Cuando pasaba ante las
ruinas de la Catedral de San Patricio, en la calle Cincuenta apareció un hombre
que pareció surgir de la nada.
Salió de entre los escombros y, sin mirar ni a derecha ni a izquierda, comenzó
a cruzar la avenida frente a ella. Ella lanzó un grito, tocó la bocina, que no
sonó, y frenó tan precipitadamente que el jeep derrapó y fue a dar contra los
restos de un autobús número 3. El hombre lanzó un grito, dio un salto de tres
metros y luego se quedó paralizado, mirándola.
—No sabe usted circular por la calle—gritó ella—. ¿Por qué no mira por dónde
va? ¿Se cree usted que está solo en la ciudad?
El la miraba sin poder articular palabra. Era un hombre alto, de pelo tupido y
rizado, barba pelirroja y piel curtida. Vestía ropa del ejército, pesadas botas de
esquiador y llevaba una mochila y una manta a la espalda. Llevaba también un
viejo fusil y los bolsillos llenos de cosas. Parecía un explorador.
—Dios mío—murmuró al fin con voz áspera—. Alguien al fin. Lo sabía. Siempre
supe que encontraría a alguien. —Luego advirtió su hermoso y largo pelo, y
bajó los ojos—. Pero una mujer—murmuró—. Esta condenada mala suerte
mía...
—¿Qué eres tú, una especie de loco?—gritó ella—. ¿No sabes nada mejor que
cruzar con el semáforo en rojo?
Él miró a su alrededor desconcertado.
—¿Qué semáforo?
—Bueno, está bien, no hay semáforos, pero podías mirar por dónde vas...
—Lo siento, señora. A decir verdad, no esperaba que hubiese tráfico.
—Pues es puro sentido común—gruñó ella, apartando el jeep del autobús.
—Hey, señora, espere un momento.
—¿Sí?
—Escuche, ¿Sabe usted algo de televisión? De electrónica, como dicen...
—¿Está intentado burlarse?
—No, hablo en serio. De veras.
Ella soltó un bufido e intentó continuar Quinta Avenida arriba, pero él no se
apartaba para dejarla paso.
—Por favor, señora —insistió—. Tengo buenas razones para preguntarlo.
¿Sabe algo o no?
—No.
—¡Maldita sea! Señora, perdóneme, no pretendo ofenderla, pero dígame, ¿Ha
encontrado a alguien más en esta ciudad?
—No hay nadie más que yo. Yo soy el último hombre sobre la Tierra.
—Qué curioso. Yo siempre pensé que lo era yo.
—Muy bien, pues soy la última mujer sobre la Tierra.
Él movió la cabeza, negando.
—Tiene que haber más gente; tiene que haberla. Es lógico. Al sur, quizás. Yo
vengo de New Haven, y supuse que si me dirigía hacia donde el clima era más
cálido, encontraría tipos a los que podría preguntarles algo.
—¿Preguntar qué?
—Bueno, una mujer no lo entendería. Y no es que pretenda ofender.
—Bueno, si quiere usted seguir hacia el sur va en dirección contraria.
—Esto es el sur, ¿No?—preguntó, señalando Quinta Avenida abajo.
—Sí, pero acabará en un callejón sin salida. Manhattan es una isla. Lo que
tiene que hacer es ir hacia arriba y cruzar por el puente George Washington a
Jersey.
—¿Hacia arriba? ¿Qué camino es ése?
—Tiene que ir por la Quinta Avenida arriba hasta Cathedral Parkwell, luego
tiene que seguir hasta el West Side y luego por River Side arriba. No tiene
pérdida.
Él la miró desesperado.
—¿Es usted forastero en la ciudad?
Él asintió. -
—Bueno, está bien—dijo ella—. Suba. Le llevaré.
Trasladó los libros y la muñeca de porcelana al asiento trasero y él se sentó a
su lado. Mientras arrancaba, ella miró sus gastadas botas de esquiador.
—Ha caminado mucho, ¿verdad?
—Sí.
—¿Por qué no conduce? Puede encontrar fácilmente un coche que funcione, y
hay aceite y gasolina en abundancia.
—Yo no sé conducir—dijo él con tristeza—. Es la historia de mi vida.
Lanzó un suspiro, y esto hizo que la mochila chocase aparatosamente contra el
hombro de ella. Ella le examinó con el rabillo del ojo. Tenía un vigoroso pecho,
un torso largo y sólido y piernas fuertes. Tenía las manos grandes y fuertes, y
en el cuello se abultaban los músculos. Quedó un momento pensativa y luego
hizo un gesto de asentimiento y paró el jeep.
—¿Qué pasa? —preguntó él—. ¿Se ha estropeado?
—¿Cómo te llamas?
—Mayo. Jim Mayo.
—Yo soy Linda Nielsen.
—Ya. Encantado de conocerla. ¿Qué le ha pasado al coche?
—Jim, quiero hacerte una proposición.
—¿Cómo? —la miró dubitativamente—. Escucharé con mucho gusto, señora...
quiero decir, Linda. Pero he de decirte que tengo que hacer una cosa que me
mantendrá ocupado durante mucho tiem... —su voz se perdió al huir de la
intensa mirada ella.
—Jim, si tú haces algo por mí, yo haré algo por ti.
—¿Cómo qué, por ejemplo?
—Bueno, yo me siento terriblemente sola, por las noches. Durante el día no es
tan terrible (siempre hay montones de tareas que te mantienen ocupada), pero
de noche es sencillamente horrible.
—Ya lo sé —murmuró él.
—Tengo que hacer algo para resolverlo.
—Pero, ¿Qué puedo hacer yo?—preguntó él, nervioso.
—¿Por qué no te quedas un tiempo en Nueva York? Si lo haces, te enseñaré a
conducir y te buscaré un coche para que no tengas que seguir hacia el sur
caminando.
—Vaya, es una buena idea. ¿Resulta difícil aprender a conducir?
—Podría enseñarte en un par de días.
—Yo no aprendo las cosas tan deprisa.
—Está bien, un par de semanas, pero piensa en el tiempo que ahorrarás a la
larga.
—Sí—dijo—, parece una gran idea.—Luego apartó otra vez la mirada—. Pero,
¿Qué he de hacer yo por ti?
La emoción iluminó la cara de ella.
—Jim, quiero que me ayudes a trasladar un piano.
—¿Un piano? ¿Qué piano?
—Un piano de madera de rosal de Steinway, de la calle Cincuenta y Siete. Me
muero de ganas de tenerlo en casa. El salón está pidiéndolo a gritos.
—Oh, ¿Quieres decir que estás amueblando?
—Sí pero además es que quiero tocar después de la cena. Uno no puede estar
oyendo discos siempre. Lo tengo todo planeado, tengo libros que enseñan a
tocar, libros que explican cómo hay que afinar un piano... He podido preverlo
todo, pero no puedo trasladar el piano.
—Sí, pero... hay apartamentos en esta ciudad con piano —objetó él—. Debe de
haber centenares, como mínimo. Entra en razón. ¿Por qué no vives en uno de
ellos?
—¡Jamás! Me gusta mi casa. Me he pasado cinco años decorándola, y es
maravillosa. Además está el problema del agua.
Él asintió.
—El agua es siempre una pesadilla. ¿Cómo te las arreglas?
—Vivo en la casa de Central Park donde guardaban los modelos de yates.
Queda frente al estanque de los modelos de yates. Un sitio encantador, y lo
tengo muy arreglado. Podríamos llevar allí el piano entre los dos, Jim. No sería
difícil.
—Bueno, no sé, Lena.
—Linda.
—Perdóname. Linda. Yo...
—Pareces bastante fuerte. ¿Qué era lo que hacías antes?
—Era luchador profesional.
—¡Vaya! Sabía que eras fuerte.
—Bueno, pero ya no soy luchador. Entré a trabajar de camarero y luego me
introduje en el negocio de los restaurantes. Abrí uno en New Haven. Se
llamaba "The Body Slam", quizás hayas oído hablar de él.
—No, lo siento.
—Era muy famoso entre la gente del deporte. ¿Qué hacías tú antes?
—Era investigadora de BBDO.
—¿Qué es eso?
—Una agencia de publicidad —explicó ella con impaciencia—. Ya hablaremos
de eso más tarde, si te quedas. Yo te enseñaré a conducir, y trasladaremos el
piano y hay unas cuantos cosas más que yo... pero pueden esperar. Después
podrás seguir hacia el sur.
—Bueno, Linda, no sé...
Ella cogió las manos de Mayo.
—Vamos, Jim, sé un deportista. Puedes quedarte conmigo. Soy una cocinera
magnífica, y tengo una encantadora habitación para huéspedes...
—¿Para qué? Quiero decir, si pensabas que eras el último hombre sobre la
tierra...
—Esa es una pregunta estúpida. Una casa como es debido tiene que tener una
habitación de huéspedes. Te encantará mi casa, ya lo verás. He convertido los
prados en granja y huerto, y se puede nadar en el estanque, y te
conseguiremos un Jaguar nuevo... sé donde hay uno maravilloso.
—Creo que preferiría un Cadillac.
—Puedes elegir a tu gusto. Así que, ¿Qué me dices, Jim? ¿Cerramos el trato?
—De acuerdo, Linda—murmuró él a regañadientes—. Lo cerramos.
Era realmente una casa encantadora, con su tejado de pagoda de un color
entre cobre gastado y verde grisáceo, paredes de piedra, y grandes ventanas.
A la suave luz del sol de junio el estanque oval que había ante ella tenía un
brillo azulado, y en él graznaban y chapoteaban afanosamente los patos. En
las suaves laderas cubiertas de hierba que formaban un cuenco alrededor del
estanque había bancales cultivados. La casa se orientaba al oeste, y tras ella
se extendía Central Park como una gran finca sin cultivar.
Mayo contempló el estanque pensativo.
—Debería tener barcas.
—La casa estaba llena de ellas cuando me trasladé aquí —dijo Linda.
—Yo siempre quise tener un modelo de barco cuando era niño. Una vez,
incluso... —Mayo se interrumpió.
Un ruido penetrante llegó hasta ellos procedente de un lugar indeterminado;
era una serie irregular de pesados golpes que sonaban como piedras bajo el
agua. Se detuvo tan bruscamente como había comenzado.
—¿Qué fue eso?—preguntó Mayo.
—No estoy segura—contestó Linda encogiéndose de hombros—. Creo que es
la ciudad derrumbándose. De vez en cuando se ven caer los edificios. Uno se
acostumbra.—Recuperó su entusiasmo—. Ahora vamos dentro. Quiero
enseñarte una cosa.
Linda explotaba de orgullo mientras prodigaba detalles de decoración al
desconcertado Mayo, impresionado por el salón victoriano, el dormitorio
Imperio y la cocina estilo rústico con un hornillo de keroseno en perfecto
estado. La habitación de huéspedes colonial, con cama endoselada, gruesa
alfombra y lámparas Tole, le irritó.
—Es demasiado femenina, ¿No crees?
—Naturalmente. Soy una chica.
—Sí. Claro. Quiero decir... —Mayo miraba a su alrededor dubitativamente—.
Bueno, un hombre está acostumbrado a cosas menos delicadas. No te
enfades.
—No me enfado. Esa cama es bastante fuerte. Pero no lo olvides, Jim, no
pongas los pies en el cobertor, retíralo de noche. Si tienes los zapatos sucios,
quítatelos antes de entrar. Cogí esa alfombra del museo y no quiero que se
estropee. ¿Tienes muda?
—Sólo lo que llevo puesto.
—Tendremos que elegir prendas nuevas mañana. Lo que llevas está tan
astroso que no merece la pena lavarlo.
—Oye—dijo él desesperadamente—, creo que va a ser mejor que acampe en
el parque.
—¿Por qué?
—Bueno, estoy más acostumbrado al aire libre que a las casas. Pero no te
preocupes por eso, Linda. Estaré cerca por si me necesitas.
—¿Por qué habría de necesitarte?
—No tienes más que dar una voz.
—Tonterías—dijo Linda con firmeza—. Eres mi huésped y te quedarás aquí.
Ahora lávate un poco; voy a hacer la cena. ¡Oh, maldita sea! Me olvidé de
coger la sopa de langosta.
Linda obsequió a Mayo con una magnífica cena de artículos enlatados, servida
en una excelente vajilla de porcelana Cornisetti y cubiertos de plata daneses.
Era una típica comida de chica, y Mayo seguía teniendo hambre al terminar,
pero era demasiado educado para decirlo. Estaba, además, demasiado
exhausto para inventar una excusa y salir a buscar algo más sustancioso. Se
tumbó en la cama, acordándose de quitarse los zapatos, pero olvidándose del
cobertor.
A la mañana siguiente, le despertó un sonoro graznido y un repiqueteo de alas.
Bajó de la cama y se acercó al ventanal justo a tiempo para ver a los patos
desalojados del estanque por lo que parecía un globo rojo. Cuando se sacudió
las brumas del sueño vio que era un gorro de baño. Se acercó al estanque,
estirándose y bostezando. Linda gritó alegremente y nadó hacia él. Salió del
estanque y el gorro de baño era todo lo que llevaba. Mayo retrocedió,
apartándose del chapoteo y las salpicaduras.
—Buenos días—dijo Linda—.¿Has dormido bien?
—Buenos días—dijo Mayo—. No sé. La cama me produjo agujetas en la
espalda. El agua debe de estar muy fría. Tienes carne de gallina.
—Qué va, está estupenda.—Se quitó el gorro y desplegó su pelo—. ¿Dónde
está esa toalla? Ah, aquí está. Vamos, al agua Jim. Después te sentirás muy
bien.
—No me gusta cuando está fría.
—No seas miedica.
Un estruendo atronador estremeció la tranquila mañana. Mayo alzó la vista
hacia el cielo despejado con asombro.
—¿Qué demonios fue eso?—exclamó.
—Mira —dijo Linda.
—Parecía un avión supersónico.
—¡Allí! —gritó ella, señalando hacia el oeste—. ¿ves?
Uno de los rascacielos del West Side se desmoronaba majestuosamente,
desplegando una lluvia de ladrillos y cascotes. Momentos después oyeron el
estruendo del derrumbe.
— iQué espectáculo! —murmuró Mayo sobrecogido.
—Decadencia y caída de la ciudad imperial. Uno acaba acostumbrándose.
Ahora date un chapuzón, Jim. Te traeré una toalla.
Linda entró corriendo en la casa. El se quitó los pantalones y los calcetines,
pero seguía aún al borde del estaque, metiendo tímidamente un pie en el agua,
cuando ella volvió con una inmensa toalla de baño.
—Está terriblemente fría, Linda —gimió.
—¿No te dabas duchas frías cuando eras luchador?
—Qué va, nunca. Siempre me duchaba con agua muy caliente.
—Jim, si te quedas ahí, nunca te bañarás. Estás empezando a temblar. ¿Es un
tatuaje eso que tienes en la cintura?
—¿Qué? Oh, sí. Es una pitón, en cinco colores. Da toda la vuelta, ¿ves?—se
giró orgulloso—. Me lo hice cuando estuve con el ejército en Saigón en el
sesenta y cuatro. Es una pitón tipo oriental. Elegante, ¿Eh?
—¿No te dolió?
—La verdad es que no. Los hay que dicen que el tatuaje es una especie de
tortura china. Pero es puro cuento. Más que nada es como un picor, como
cosquillas.
—¿Fuiste soldado en el sesenta y cuatro?
—Sí, lo fui.
—¿Cuántos años tenías?
—Veinte.
—¿Entonces tienes treinta y siete ahora?
—Treinta y seis; voy a cumplir treinta y siete.
—Entonces has encanecido prematuramente.
—Supongo que sí.
Linda le contempló pensativa.
—Te advierto que si te das un chapuzón es mejor que no te mojes la cabeza.
Linda volvió corriendo a la casa. Mayo, avergonzado de sus vacilaciones, se
tiró de pie al estanque. Allí se quedó de pie, con el agua hasta el pecho,
salpicándose la cara y los hombros, hasta que regresó Linda. Traía un taburete
unas tijeras y un peine.
—¿Verdad que está estupenda? —preguntó.
Linda se echó a reír.
—Bueno, sal. Voy a cortarte un poco el pelo.
Mayo salió del estanque. Se secó y se sentó obediente en el taburete.
—La barba también —insistió Linda—. Quiero ver qué aspecto tienes en
realidad.
Le cortó la barba lo suficiente para que pudiera afeitársela inspeccionó, y
asintió con satisfacción.
—Muy guapo.
—Oh, vamos —dijo Mayo, ruborizándose.
—En la cocina hay un cubo con agua caliente. Ve y aféitate. No te molestes en
vestirte. Después del desayuno buscaremos ropa nueva, y luego... el Piano.
—No podría andar por la calle desnudo—dijo él, asombrado.
—No seas tonto. ¿Quién va a verte? Date prisa.
Bajaron hasta Abercrombie & Fitch entre Madison y la Calle Cuarenta y Cinco,
Mayo recatadamente envuelto en su toalla. Linda le explicó que llevaba años
siendo cliente y le enseñó el montón de facturas que había acumulado. Mayo
las examinó con curiosidad mientras ella le tomaba medidas y le elegía ropa.
Cuando ella regresó cargada de prendas, él estaba casi indignado.
—Jim he encontrado unos mocasines de alce magníficos, y un traje safari, y
calcetines de lana, y camisas marineras, y...
—Oye—la interrumpió él—, ¿Sabes cuánto sube tu cuenta? Casi mil
cuatrocientos dólares.
—¿De veras? Ponte primero los pantalones. No hace falta plancharlos y se
secan enseguida.
—Pero tú estás loca, Linda. ¿Para qué demonios querías todas estas cosas
que compraste?
—¿Te van bien los calcetines? ¿Qué cosas? Lo necesitaba todo.
—¿Sí? ¿Necesitabas, por ejemplo...? —repasó las facturas—. ¿Necesitabas,
por ejemplo, estas gafas submarinas con lentes de plástico, de nueve noventa
y cinco? ¿Para qué?
—Para poder limpiar el fondo de la piscina.
—¿Y qué me dices de esta cubertería de acero inoxidable para cuatro, de
treinta y nueve cincuenta?
—Cuando tengo pereza y no me apetece calentar agua, puedo lavar los
cubiertos de acero inoxidable en agua fría. —Se quedó contemplándole
admirado—. Oh, Jim, mírate en un espejo. Tienes un aire de verdadero galán
romántico, como ese cazador de caza mayor del relato de Hemingway.
Él volvió la cabeza, sin hacerle caso.
—No sé cómo vas a salir de ésta. Tienes que vigilar tus gastos, Linda. ¿No
crees que es mejor que nos olvidemos de ese piano?
—Ni hablar—dijo ella, con firmeza—. No me importa lo que cueste. Un piano es
una inversión para toda la vida, y merece la pena.
Linda estaba muy nerviosa y excitada mientras iban calle arriba hacia la sala de
espectáculos Steinway. Tras una larga tarde de esfuerzos musculares con la
ayuda de cuerdas y grúas, consiguieron llevar el piano hasta el salón de la
casa de Linda. Mayo hizo una comprobación final para asegurarse de que
estaba firmemente asentado, y luego se derrumbó exhausto.
—¡Ay, Dios mío!—masculló—. Habría sido más fácil seguir caminando hacia el
sur.
—¡Jim! —Linda corrió hacia él y le dio un fervoroso abrazo—. Jim, eres un
ángel. ¿Te encuentras bien?
—Estoy perfectamente—gruñó él—. Déjame, Linda. No puedo respirar.
—No sé cómo darte las gracias. Llevo siglos soñando con esto. No sé como
voy a pagarte. Pídeme lo que quieras.
—Bueno—dijo él—, me cortaste el pelo...
—Hablo en serio.
—¿No vas a enseñarme a conducir?
—Desde luego. Lo más deprisa posible. Es lo menos que puedo hacer—Linda
retrocedió hasta un sillón y se sentó los ojos fijos en el piano.
—No armes tanto escándalo por nada—dijo él, levantándose.
Se sentó ante el teclado, lanzó una sonrisa tímida por encima del hombro a
Linda, y luego comenzó a teclear EZ Mnuet en G.
Linda se incorporó asombrada.
—¡Sabes tocar! —murmuró.
—Sí. De muchacho tocaba el piano.
—¿Sabes leer música?
—Sí, lo hacía.
—¿Podrías enseñarme?
—Supongo que sí; es bastante difícil. Mira, ésta es otra pieza que tuve que
aprender.
Comenzó a mutilar El Murmullo de la Primavera. Con el piano desafinado y sus
errores, sonaba con un tono espectral.
—Maravilloso —balbució Linda—. ¡Maravilloso!
Tenía los ojos clavados en su espalda y había en su rostro una expresión firme
y decidida. Se levantó, se acercó lentamente a él, y apoyó las manos en sus
hombros.
Él alzó los ojos hacia ella.
—¿Qué quieres? —preguntó.
—Nada —contestó ella—. Tú toca el piano. Yo prepararé la cena.
Pero tan preocupada se mostró durante el resto de la velada, que Mayo se
puso nervioso. Se fue a la cama muy temprano.
Hasta las tres del día siguiente, no dieron con un coche que funcionase, y no
fue un Cadillac sino un Chevrolet... no descapotable, porque a Mayo no le
gustaba la idea de conducir a la intemperie en un descapotable. Salieron con él
del garaje de la Décima Avenida y regresaron al East Side, donde Linda se
sentía más a gusto. Confesó que las fronteras de su mundo iban de la Quinta
Avenida a la Tercera y de la calle Cuarenta y Dos a la Ochenta y Seis. Fuera
de estos límites, se sentía incómoda.
Cedió el volante a Mayo y le dejó bajar y subir por la Quinta y Madison,
practicando arrancadas y paradas. El coche se le caló varias veces, chocó con
montones de escombros, dio marcha atrás contra un escaparate que,
afortunadamente, no tenía cristales.
Temblaba de nerviosismo.
—Es difícil de veras—se quejó.
—Sólo es cuestión de práctica —dijo ella, tranquilizándole—. No te preocupes.
Te prometo que acabarás siendo un especialista aunque tardemos un mes.
—¡Un mes!
—Dijiste que eras lento para aprender, ¿No? No me eches la culpa a mí. Para
aquí un momento.
Él detuvo el Chevrolet. Linda salió.
—Espérame.
—¿Qué pasa?
—Una sorpresa.
Linda entró corriendo en una tienda y salió al cabo de media hora con un
vestido negro y fino, collar de perlas y zapatos de tacón alto. Llevaba el pelo
recogido en una especie de corona. Mayo la contempló asombrado cuando
entraba en el coche.
—¿Pero qué es esto?—preguntó.
—Parte de la sorpresa. Gira hacia el este en la calle Cincuenta y Dos.
Él puso en marcha laboriosamente el coche y se dirigió hacia el este.
—¿Por qué te has puesto de noche?
—Es un traje de cocktail.
—¿Para qué?
—Es la ropa adecuada para el lugar al que vamos. ¡Cuidado, Jim! —Linda
desvió el volante esquivando un montón de escombros—. Voy a llevarte a un
restaurante famoso.
—¿A comer?
—No, tonto, a tomar una copa. Eres mi huésped y tengo que distraerte. Es ahí
a la izquierda. Mira a ver si hay sitio para aparcar.
El aparcó abominablemente. Cuando salían del coche, se detuvo y empezó a
olisquear con curiosidad.
—¿Hueles eso?—preguntó.
—¿El qué?—dijo ella.
—Esa especie de olor dulce.
—Es mi perfume.
—No, es algo que está en el aire, algo dulzón... Conozco ese olor, pero no
recuerdo exactamente qué es.
—No te preocupes. Entremos. —Le condujo al interior del restaurante—.
Deberías llevar corbata —murmuró—, pero podremos arreglarnos también así.
A Mayo no le impresionó gran cosa la decoración del restaurante, pero le
fascinaron los retratos de celebridades que había colgados en el bar. Pasó
varios minutos absorto quemándose los dedos con cerillas, mientras
contemplaba a Mel Allen, Red Barber, Casey Stenger, Frank Gifford y Rocky
Marciano. Cuando por fin volvió Linda de la cocina con una vela encendida, se
volvió hacia ella entusiasmado.
—¿Viste alguna vez aquí a alguno de estos ídolos de la televisión?
—Supongo que sí. ¿Qué te parece si tomamos una copa?
—Claro, cómo no. Pero quiero hablar más sobre estos actores de televisión.
La siguió hasta uno de los taburetes de la barra, sopló el polvo y la ayudó a
sentarse con la mayor cortesía. Luego saltó al otro lado de la barra, sacó su
pañuelo y limpió con él el mostrador con destreza profesional.
—Esta es mi especialidad—dijo con una mueca burlona. Asumió
inmediatamente la actitud impersonalmente amistosa de los camareros—.
Buenas noches, señora. Hermosa noche. ¿Qué desea?
—¡Ay, Dios mío, vaya día que he tenido hoy en el trabajo! Un martini seco con
hielo. Que sea doble, por favor.
—Desde luego, señora. ¿Limón o aceituna?
—Cebolla.
—Gibson doble seco con hielo. Muy bien.—Mayo buscó tras la barra y sacó al
fin whisky, ginebra, y varias botellas de soda sólo parcialmente evaporada por
el cierre sellado.—Lo siento, pero creo que se han acabado los martinis,
señora, ¿Qué prefiere en su lugar?
—Oh, eso me gusta. Whisky, por favor.
—Esta soda no tendrá gas —advirtió—, y no hay hielo.
—No importa.
Él enjuagó un vaso con soda y sirvió whisky en él.
—Gracias. Tome uno a mi cargo, camarero. ¿Cómo se llama ?
—Me llaman Jim, señora. No, gracias. Nunca bebo cuando trabajo.
—Entonces, deje su trabajo y pase aquí conmigo.
—Nunca bebo fuera de mi trabajo, señora.
—Puedes llamarme Linda.
—Gracias, señorita Linda.
—¿Hablas en serio cuando dices que nunca bebes, Jim?
—Bueno, Felices Días.
—Y Largas Noches.
—Eso me gusta, también. ¿Es tuyo?
—Bueno, no sé. Simple rutina de camarero. Especialmente con los hombres.
No se ofenda.
—No me ofendo.
—¡Abejas! —exclamó Mayo.
Linda le miró desconcertada.
—¿Cómo abejas?
—Ese olor. Así es como huele en las colmenas.
—¡Oh! Yo no sé cómo huele en las colmenas—dijo ella con indiferencia—.
Sírveme otro, por favor.
—Ahora mismo. Pero, dime a esas celebridades de la televisión, ¿Las viste
realmente aquí, en persona?
—Claro. Felices Días, Jim.
—Debían venir aquí los sábados, ¿No?
—¿Por qué los sábados? —preguntó Linda.
—Día libre.
—Ah.
—¿A qué actores de la televisión viste?
—Todos los que puedas nombrar, los he visto yo—lanzó una carcajada—. Me
recuerdas al chico de la puerta de al lado. Siempre tenia que decirle las
celebridades a las que había visto. Un día le conté que había visto aquí a Jean
Arthur y me dijo: "¿Con su caballo?"
Mayo no entendió el chiste, pero se sintió herido, sin embargo. En el momento
en que Linda iba a aplacar su irritación, el bar empezó a temblar suavemente, y
se inició al mismo tiempo un estruendo subterráneo. Venía de muy lejos,
parecía aproximarse lentamente y luego se desvaneció. Cesó el temblor
también. Mayo miró fijamente a Linda.
—¡Dios mío! ¿Crees que se va a derrumbar este edificio?
—No—dijo ella negando con un gesto—. Cuando se derrumban, lo hacen
siempre con un bum. ¿Sabes a que se parecía ese sonido? Al del metro en la
Avenida Lexington.
—¿El metro?
—Sí, el metro. El tren local.
—Qué disparate. ¿Cómo iba a estar funcionando el metro?
—Yo no dije que fuese. Dije que parecía. Deme otro, por favor.
—Necesitamos más soda. —Mayo exploró y reapareció con botellas y una gran
lista de precios; estaba pálido—. Es mejor que te lo tomes con calma, Linda—
dijo—. ¿Sabes cuánto cobran por una copa? Un dólar setenta y cinco. Mira.
—Al diablo el dinero. Vivamos un poco. Póngamelo doble, camarero. ¿Sabes lo
que te digo, Jim? Si te quedases en la ciudad, podría enseñarte donde vivían
todos tus héroes. Gracias. Felices Días. Podría enseñarte todas sus
grabaciones y sus películas. ¿Qué te parece? Ídolos como... como Red... ¿Qué
más?
—Barber.
—Red Barber, y Rocky Gifford, y Rock Casey y Rocky Ardilla Voladora.
—Estás burlándote de mí—dijo Mayo, ofendido de nuevo.
—¿Yo? ¿Burlándome?—dijo Linda con dignidad—. ¿Por qué iba yo a hacer
una cosa así? Sólo intentaba ser agradable. Sólo pretendía que lo pasases
bien un rato. Mi madre me decía: "Linda no olvides nunca esto con un hombre;
ponte lo que él quiera y di lo que le guste", eso me decía. ¿Te gusta este
vestido?—preguntó.
—Me gusta, sí; me gusta mucho.
—¿Sabes cuanto pagué por él? Noventa y nueve cincuenta.
—¿Qué? ¿Cien dólares por una cosa como ésa? Por ese trapillo negro...
—No es ningún trapillo negro. Es un traje de cocktail negro básico. Y pagué
veinte dólares por las perlas. De imitación —explicó—. Y sesenta por los
zapatos. Y cuarenta por el perfume. Doscientos veinte dólares por complacerte.
¿Te sientes complacido?
—Claro.
—¿Quieres olerme?
—Ya lo hice.
—Camarero, póngame otro.
—Lo siento pero no puedo servirle más, señora.
—¿Por qué no?
—Ya ha bebido bastante.
—Aún no he bebido bastante—replicó Linda indignada—. ¡Qué modales son
ésos!—Cogió la botella de whisky—. Vamos, tomemos unos tragos y hablemos
de los ídolos de la televisión. Felices Días. Podría llevarte a ese sitio y
enseñarte las grabaciones y las películas. ¿Qué te parece?
—Ya me los has preguntado.
—No me contestaste. Podría enseñarte también películas de cine. ¿Te gusta el
cine? Yo lo odio, no puedo soportarlo. El cine me salvó la vida cuando la gran
explosión.
—¿Cómo fue eso?
—Es un secreto, ¿Sabes? Que quede entre tú y yo. Si otra agencia se
enterase...—Linda miró a su alrededor y luego bajó la voz—. Mi agencia
localizó aquel gran depósito de películas mudas. Películas perdidas, sabes.
Nadie sabía que estaban allí. Podían ser una serie magnífica para la televisión.
Así que me enviaron a aquella mina abandonada, a Jersey, para hacer un
inventario.
—¿En una mina?
—Eso es. Felices Días.
—¿Por qué estaban en una mina?
—Eran películas viejas. Son inflamables, y además se podían pudrir. Había que
almacenarlas como el vino. Por eso. Así que me llevé a dos de mis ayudantes
para pasar un fin de semana allá abajo, comprobando.
—¿Estuvisteis en la mina un fin de semana entero?
—Sí. Tres ehieas. De viernes a lunes. Ese era el plan. Pensamos que
resultaría divertido. Felices Días. Así que... ¿Dónde estaba? Ah, sí, pues
cogimos luces, mantas, toda una excursión... Y nos pusimos a trabajar.
Recuerdo exactamente el momento de la explosión. Estábamos en el tercer
rollo de una película de la UFA, Gekronter Blumenorden en der Pegnitz.
Teníamos el rollo uno, el dos, el cuatro, el cinco y el seis. Nos faltaba el tres.
¡Bang! Felices Días.
—Dios mío. ¿Y qué pasó entonces?
—Mis chicas se asustaron mucho. No pude mantenerlas allí. No volví a verlas.
Pero yo sabía lo que había ocurrido. Lo sabía. Prolongué aquella excursión
indefinidamente. Me quedé sin comida, pero no salí. Por fin, tuve que hacerlo, y
¿Para qué? ¿Por quién? —comenzó a gemir—. Nadie. No quedaba nadie.
Nada—cogió una mano de Mayo—. ¿Por qué no te quedas?
—¿Quedarme? ¿Dónde?
—Aquí.
—Si no me voy.
—Quiero decir por una temporada. ¿Por qué no te quedas? ¿No te gusta mi
casa? Y tenemos todo Nueva York como fuente de suministros. Y podemos
plantar flores y verdura. Y criar vacas y gallinas. Ir a pescar. Conducir coches.
Ir a museos. Galerías de arte. Espectáculos...
—Te las arreglas perfectamente. No me necesitas
—Sí te necesito. Te necesito.
—¿Para qué?
—Para que me des lecciones de piano.
Hubo una larga pausa.
—Estás borracha—dijo por fin él.
—"No herida caballero sino muerta".
Linda apoyó la cabeza en la barra, le miró quejumbrosa y luego erró los ojos.
Mayo se dio cuenta enseguida de que se había desvanecido. Hizo un gesto de
contrariedad, luego salió de detrás de la barra. Comprobó la cuenta y dejó
quince dólares debajo de la botella de whisky.
La zarandeó. Ella se derrumbó en sus brazos. Se le deshizo el moño. Mayo
apagó la vela, cogió a Linda, la llevó al coche. Luego, con angustiosa
concentración, condujo en la oscuridad hasta el estanque. Tardó cuarenta
minutos.
Metió a Linda en su dormitorio y la sentó en la cama, que decoraban muñecas
artísticamente distribuidas. Ella se dio la vuelta inmediatamente y se acurrucó
con una muñeca en brazos, acunándola. Mayo encendió una lámpara e intentó
colocar a Linda estirada. Ella se encogió de nuevo, riendo entre dientes.
—Linda, tienes que quitarte el vestido.
—Mmmrnmm.
—No puedes dormir así, con él. Cuesta cien dólares.
—Noventa y nueve cincuenta.
—Vamos, querida.
—Mmmmmm.
Él hizo un gesto exasperado; luego la desvistió, cuidadosamente, colgó el
vestido de cocktail negro básico y colocó los zapatos de sesenta dólares en un
rincón. No pudo quitarle el collar de perlas (de imitación), así que la tumbó en la
cama con él. Allí quedó tendida sobre las sábanas azul pálido, desnuda salvo
el collar, como una odalisca nórdica.
—¿Retiraste mis muñecas?—murmuró.
—No. Están a tu lado.
—Muy bien. Nunca duermo sin ellas—extendió una mano y las acarició
amorosamente—. Felices Días. Largas Noches.
—¡Mujeres! —masculló Mayo. Apagó la lámpara y salió, dando un portazo.
A la mañana siguiente, volvió a despertar a Mayo la algarabía de los patos
desalojados. El globo rojo surcaba la superficie del estanque, brillando bajo la
pálida claridad de junio. Mayo hubiera deseado que fuese un modelo de barco
en vez de aquella chica que se emborrachaba en los bares. Salió y se tiró al
agua lo más lejos posible de Linda. Estaba remojándose el pecho cuando algo
atrapó su tobillo y le derribó. Se levantó con un grito, y vio ante sí la cara
resplandeciente de Linda saliendo del agua.
—Buenos días —dijo ella riendo.
—Qué divertido —masculló él.
—Pareces de mal humor esta mañana.
Él lanzó un gruñido.
—Y no te lo reprocho. Hice algo horrible anoche. No te di de cenar. Quiero
disculparme.
—No pensaba en la cena dijo él, con áspera dignidad.
—¿No? ¿Por qué estás enfadado entonces?
—No puedo soportar que las mujeres se emborrachen.
—¿Quién se emborrachó?
—Tú.
—No me emborraché—replicó ella indignada.
—¿No? ¿Y a quién tuve que desvestir y meter en la cama como a un niño?
—¿Quién estaba demasiado torpe para quitarme el collar de perlas? —replicó
ella—. Se rompió, y dormí toda la noche encima de ellas. Estoy llena de
cardenales. Mira. Aquí y aquí y...
—Linda—interrumpió él con dureza—, soy sólo un muchacho sencillo de New
Haven. No estoy acostumbrado a niñas mimadas que se dedican a gastar
dinero sin medida y a engalanarse y a emborracharse en las fiestas de
sociedad.
—¿Y por qué te quedas aquí si no te gusta mi compañía?
—Me voy—dijo él.
Salió y empezó a secarse.
—Salgo hacia el sur esta mañana mismo.
—Que te diviertas caminando.
—Me voy sobre ruedas.
—¿Cómo? ¿En un patinete?
—En el Chevrolet.
—Jim, ¿No hablarás en serio?—salió del estanque, parecía alarmada—. Aún
no sabes conducir.
—¿No? ¿Quién te trajo entonces a casa anoche borracha?
—Te meterás en un lío.
—Sabré resolverlo. Además, no puedo quedarme aquí eternamente. Tú eres
una chica de sociedad. Lo único que te gusta es divertirte. Yo tengo proyectos
serios. Tengo que ir al sur y encontrar gente que entienda de televisión.
—Jim, me has interpretado mal. Yo no soy nada de eso. Fíjate por ejemplo,
cómo he arreglado mi casa. ¿Crees que podría haberlo hecho si anduviese
siempre de fiesta en fiesta?
—Has hecho un buen trabajo, es verdad—admitió él.
—Por favor, no te vayas hoy. Aún no estás preparado.
—Ya, tú lo único que quieres es tenerme aquí para que te enseñe música.
—¿Quién ha dicho eso?
—Tú. Anoche.
Linda frunció el ceño, se quitó el gorro, cogió la toalla y empezó a secarse.
—Jim—dijo al fin—, seré honrada contigo. Si, quiero que te quedes un tiempo.
No voy a negarlo. Pero no me gustaría que te quedases aquí para siempre.
Después de todo, ¿Qué tenemos tú y yo en común?
—Tú eres una chica de ciudad, una niña de sociedad —masculló él.
—No, no, nada de eso. Lo que pasa es que tú eres un hombre y yo una mujer,
y no tenemos nada que ofrecernos. Somos distintos. Tenemos gustos e
intereses distintos. ¿De acuerdo?
—Completamente.
—Pero tú aún no estás preparado para irte. Te diré lo que vamos a hacer:
dedicaremos toda la mañana a practicar con el coche, y luego nos divertiremos
un poco. ¿Qué te gustaría hacer? ¿Ir de compras? ¿Comprar más ropa?
¿Visitar el Museo Moderno? ¿Ir de merienda al campo?
A Mayo se le iluminó la cara.
—Oye, ¿Sabes una cosa? Nunca en mi vida fui de merienda al campo. Estuve
una vez de camarero en una romería, pero no es lo mismo, no es como cuando
eres niño.
Ella pareció encantada.
—Entonces haremos una verdadera excursión, ya verás.
Ella llevó sus muñecas. Las llevó en brazos mientras Mayo arrastraba la cesta
de la comida hasta el monumento de Alicia en el País de las Maravillas. La
estatua asombró a Mayo, que jamás había oído hablar de Lewis Carroll.
Mientras Linda sentaba a sus muñecas y desempaquetaba la merienda, contó
a Mayo un resumen de la historia y le explicó cómo las estatuas de bronces de
Alicia, el Sombrerero Loco y la Liebre de Marzo habían sido pulidas y
desgastadas por el roce de los miles de niños que se habían dedicado a jugar a
ser el Rey de la Montaña.
—Qué curioso —dijo él—, nunca había oído esa historia.
—No parece que hayas tenido una gran niñez, Jim.
—¿Por qué dices eso? —se detuvo, ladeó la cabeza y escuchó atentamente.
—¿Qué pasa?—preguntó Linda.
—¿Oíste ese cuclillo?
—No.
—Escucha. Hace un ruido extraño. Como acero.
—Sí. Como... como espadas en un duelo.
—Bromeas.
—No. De veras.
—Pero los pájaros cantan. No hacen ruido.
—No siempre. Los cuclillos imitan muchos ruidos. También los estorninos. Y
los loros. ¿Por qué imitará una lucha de espadas? ¿Dónde oiría eso?
—Eres un auténtico muchacho campesino, ¿verdad Jim? Abejas, cuclillos,
estorninos y todo eso...
—Supongo que sí. Te quería preguntar por qué decías eso, lo de que yo no
había tenido niñez.
—Bueno, por eso de no saber nada de Alicia, y no haber ido nunca de
excursión, y desear siempre un modelo de yate—Linda abrió una botella
oscura—. ¿Quieres un poco de vino?
—Ten cuidado—advirtió él.
—Basta ya, Jim. No soy una borracha.
—¿Te emborrachaste o no anoche?
—Está bien —capituló ella—, sí. Pero sólo porque era la primera vez que bebía
en años.
A él le complació aquella rendición.
—Claro. Claro. Es lógico.
—¿Bueno, bebes conmigo o no?
—Qué demonios, ¿Por qué no? —sonrió—. Vivamos un poco. Al fin y al cabo
esto es una fiesta campestre. Y estos platos me gustan también. ¿Dé donde
son?
—Abercrombie & Fitch—dijo Linda imperturbable—. Servicio para cuatro de
acero inoxidable. Treinta y ..cincuenta. ¡Salud!
Mayo rompió a reír.
—Metí la pata armando todo aquel barullo... A tu salud.
—A la tuya.
Bebieron y continuaron comiendo en cálido silencio, sonriéndose
amistosamente. Linda se quitó su camisa de seda de Madrás para broncearse
con el cálido sol de la tarde, y Mayo la colgó cortésmente de una rama.
—¿Por qué no tuviste niñez, Jim?—preguntó de pronto Linda.
—Bueno, no sé. —Se quedó pensando—. Supongo que porque murió mi
madre siendo yo pequeño. Y por más cosas, también. Tuve que trabajar
mucho.
—¿Por qué?
—Mi padre era maestro. Ya sabes lo que ganan.
—Oh, por eso te irritan tanto los sabihondos.
—¿A mí?
—Sí, a ti. No te enfades.
—Puede—concedió él—. Seguro que fue una desilusión para mi padre, yo
hecho un as del fútbol en el instituto y él queriendo que fuese un Einstein.
—¿Era divertido el fútbol?
—No era un juego. El fútbol es un negocio. Oye, ¿Te acuerdas cómo hacíamos
para escoger equipos cuando éramos niños? Ibeti, bibeti, cibeti, zab.
—Nosotros decíamos inie, minie, mainei, mo.
—¿Te acuerdas de: abril loco, vete a la escuela, dite al maestro que eres un
loco?
—Me gusta el café, me gusta el té, me gustan los chicos y a los chicos yo.
—Apuesto a que sí—dijo Mayo solemnemente.
—Qué va. ¿Yo?
—¿Por qué no?
—Siempre fui demasiado grande.
Él la miró asombrado.
—Qué vas a ser grande. Eres del tamaño justo. Perfecta. Y muy bien hecha.
Me fijé cuando trajimos el piano. Tienes buenos músculos, para ser una chica.
Y sobre todo en las piernas, que es donde cuenta.
—Vamos, cállate, Jim —dijo ella, ruborizándose.
—No. De verdad.
—¿Más vino?
—Gracias. Toma tú también.
—Bueno.
Un crack atronador rasgó el cielo; siguió un estruendo de albañilería
derrumbándose.
—Ahí va otro rascacielos—dijo Linda—. ¿De qué hablábamos?
—De deportes —dijo inmediatamente Mayo—. Perdona que hable con la boca
llena.
—Ah, sí. Jim, ¿Cantabais Tira el pañuelo en New Haven?
—Linda cantó: "Tris tras, tras tris, un cesto amarillo y gris. Mandé una carta a
mi amor, y en el camino se perdió..."
—Oye—dijo él, muy impresionado—. Cantas muy bien.
—¡Oh, vamos!
—De veras. Tienes una voz magnífica. No discutas conmigo. Estate quieta un
minuto. Tengo que calcular una cosa. —Estuvo pensando un rato
detenidamente. Acabó su vino y aceptó otro vaso con aire ausente; por último
tomó una decisión—. Tienes que aprender música.
—Ya sabes que me muero de ganas, Jim.
—Así que me voy a quedar un tiempo para enseñarte; lo que sé. ¡Pero,
cuidado! ¡Que quede bien entendido!—añadió apresuradamente, cortando la
emoción de ella—. No voy a quedarme en tu casa. Quiero una vivienda propia.
—Por supuesto, Jim. Lo que tú digas.
—Y no por eso voy a dejar de seguir hacia el sur.
—Yo te enseñaré a conducir. Cumpliré mi promesa.
—Y nada de trampas, Linda.
—Por supuesto que no. ¿Qué clase de trampas?
—Ya sabes. Que en el último minuto no me digas que quieres trasladar, por
ejemplo, una cama Luis XV.
—¡Luis XV! —exclamó Linda boquiabierta—. ¿Dónde aprendiste eso?
—Desde luego no en el ejército.
Se rieron, chocaron los vasos y terminaron el vino. De pronto, Mayo se levantó,
tiró a Linda del pelo y corrió hasta el monumento del País de las Maravillas. En
un instante, se colocó sobre la cabeza de Alicia.
—Soy el Rey de la Montaña—gritó, mirando a su alrededor con gesto
majestuoso—. Soy el Rey de la...
Se interrumpió de pronto y miró hacia abajo, hacia detrás de la estatua.
—¿Qué pasa, Jim?
Sin decir palabra. Mayo bajó y se acercó a un montón de escombros medio
oculto entre los matorrales. Se arrodilló y empezó a removerlos con manos
cuidadosas. Linda corrió a su lado.
—¿Pero qué pasa, Jim?
—Esto eran modelos de barcos—murmuró.
—Sí, lo eran. Dios mío, ¿Era sólo eso? Creí que te habías puesto malo o algo
así.
—¿Cómo llegaron aquí?
—Yo los tiré...
—¿Tú?
—Sí. Te lo dije. Tuve que vaciar la casa cuando me trasladé. Eso hace siglos.
—¿Tú hiciste eso?
—Sí. Yo...
—Eres una criminal —gruñó él— se incorporó y la miró colérico—. Una
asesina, como todas las mujeres; sin alma ni corazón. A quién se le ocurre
hacer una cosa así.
Se volvió y se fue hacia el estanque. Linda le siguió, totalmente desconcertada.
—Jim, no entiendo, ¿Qué locura es ésta?
—Debería avergonzarte.
—Pero tenía que tener sitio en casa. ¿Cómo iba a vivir con un montón de
modelos de barcos?
—Olvídate de todo lo que dije. Voy a hacer el equipaje ahora mismo y sigo
hacia el sur. No me quedaría contigo aunque fueses la última persona que
hubiese sobre la Tierra.
Linda recuperó el control y adelantó rápidamente a Mayo. Cuando éste entró
en la casa, ella estaba ante la puerta de la habitación de huéspedes. Tenía en
la mano una pesada llave de hierro.
—La encontré—dijo Linda—. Tu puerta está cerrada.
—Dame esa llave, Linda.
—No.
Avanzó hacia ella, pero ella le miraba desafiante sin retroceder.
—Adelante—dijo, con aire de desafío—. Pégame.
Él se detuvo.
—No puedo pegar a nadie que no sea de mi tamaño.
Continuaron uno frente a otro, en completa inmovilidad.
—No lo necesito—murmuró por fin Mayo—. Puedo conseguir un nuevo equipo
en otro sitio.
—Oh, vamos, adelante, haz tu maleta—contestó Linda. Le tiró la llave y le dejó
paso libre. Entonces Mayo descubrió que no había cerradura en la puerta del
dormitorio. Abrió la puerta, miró dentro, cerró y observó a Linda. Ella se
mantenía seria pero con gran esfuerzo. El rió entre dientes. Luego ambos
rompieron a reír a carcajadas.
—Vaya—dijo Mayo—, menudo farol. No me gustaría nada jugar al póker
contigo.
—También tú eres un buen farolero, Jim. Tenía mucho miedo a que me
pegaras.
—Debes saber que no soy capaz de hacer daño a nadie.
—Pues creo que yo sí. Ahora siéntate y analicemos esto razonablemente.
—Oh, olvídalo, Linda. Perdí la cabeza con lo de los barcos y...
—No me refiero a los barcos, me refiero a lo de ir hacia el sur. Cada vez que te
enfadas empiezas a hablar de irte al sur. ¿Por qué?
—Ya te lo dije. Para encontrar gente que entienda de televisión.
—¿Por qué?
—No lo entenderías.
—Puedo intentarlo. ¿Por qué no me explicas qué es lo que buscas...
concretamente? A lo mejor puedo ayudarte.
—Tú no puedes hacer nada por mí. Eres una chica.
—También servimos para algunas cosas. Al menos podemos escuchar.
Puedes confiar en mí, Jim. Cuéntamelo, ¿No somos amigos?
Bueno, cuando la explosión (dijo Mayo), yo estaba allá en los Barkshires con
Gil Watkins. Gil era mi amigo, un tipo estupendo y muy listo. Era algo así como
ingeniero jefe de la emisora de televisión de New Haven. Y tenía un millón de
aficiones. Una de ellas era la espe... espel... no me acuerdo. Algo que significa
explorar cuevas.
Así que estábamos en aquella cueva de los Berkshires, pasando el fin de
semana dentro, explorando, para hacer un mapa y localizar el sitio donde nacía
el río subterráneo. Llevábamos comida y toda clase de material, y sacos de
dormir. La brújula que teníamos se descontroló durante veinte minutos. Y eso
debería habernos dado una pista de lo que pasaba, pero Gil se puso a hablar
de minerales magnéticos y cosas por el estilo. Pero claro, cuando salimos el
domingo por la noche, lo que vimos nos asustó de veras. Gil se dio cuenta
inmediatamente de lo que pasaba. "Dios mío, Jim" dijo, "lo hicieron, tal como
todos temíamos. Se han ido todos al infierno con las radiaciones y los gases, y
lo mejor es que volvamos a esa maldita cueva hasta que esto se despeje".
Así que volvimos a la cueva y racionamos la comida y nos quedamos allí todo
el tiempo que pudimos. Por fin, salimos y volvimos a New Haven. Estaba
muerto como todo lo demás. Gil montó un receptor de radio e intentó captar
algún mensaje. Nada. Luego cogimos una buena provisión de latas y fuimos a
hacer un recorrido; Bridgeport, Waterbury, Hartford, Sprinfield, Providence,
New London... dimos una gran vuelta. Nadie. Nada. Así que volvimos a New
Haven y nos acomodamos allí. Una vida muy agradable.
Durante el día, recogíamos provisiones y arreglábamos la casa, por la noche,
después de cenar, Gil se iba a la televisión y hacia las siete empezaba el
programa. Utilizaba los generadores de emergencia. Yo me iba al bar, lo abría
barría y limpiaba un poco y luego encendía el televisor. Gil me adaptó un
generador para que funcionase.
Era muy divertido ver los programas que emitía Gil. Empezaba con las noticias
y el tiempo. Se equivocaba siempre con el tiempo. No tenía más que unos
cuantos calendarios agrícolas y una especie de barómetro antiguo que se
parecía a ese reloj que tienes tú en la pared. No creo que funcionase nada
bien, o puede que a Gil no le enseñasen lo del tiempo en la universidad. Luego
emitía el programa de noche.
Yo tenía siempre mi revólver en el bar por los atracos. Cuando veía algo que
me fastidiaba, sacaba el revólver y me cargaba el televisor. Luego lo tiraba allí
mismo en la acera, a la puerta del bar, y ponía otro. Tenía centenares de
aparatos de reserva. Dedicaba dos días a la semana a recoger aparatos.
A media noche, Gil dejaba de emitir, yo cerraba el restaurante y nos
encontrábamos en casa a tomar café Gil me preguntaba cuántos aparatos
habia roto y cuando se lo decía se echaba a reír. Me decía que yo era la
encuesta de televisión más exacta que se había inventado. Luego le
preguntaba qué programa haría a la semana siguiente y discutía con él sobre...
bueno... sobre las películas o los partidos de fútbol que la emisora tenia
programados. A mi no me gustaban gran cosa las películas del Oeste, ni los
debates públicos sobre temas elevados.
Pero la suerte se volvió en mi contra, siempre me pasa igual. Al cabo de un par
de años, me encontré con que sólo me quedaba un televisor, y entonces
empezó el problema. Aquella noche Gil pasó una de esas series de anuncios
publicitarios en los que una sabihonda salva un matrimonio con el jabón de
lavar adecuado. Naturalmente, cogí el revólver y sólo en el último instante
recordé que no debía disparar. Luego emitió una película espantosa sobre un
compositor incomprendido, y me pasó lo mismo. Cuando nos encontramos
después en casa, yo estaba desquiciado.
"¿Qué pasa?", me preguntó Gil.
Se lo dije.
"Yo creí que te gustarían los programas", dijo.
"Sólo cuando puedo liarme a tiros con ellos."
"Pobre infeliz", dijo riéndose. "Ahora eres un espectador encadenado."
"Gil, dada la situación en que me encuentro, ¿No podrías cambiar los
programas?"
"Sé razonable, Jim. La emisora tiene que tener programas variados. Operamos
en la misma base que las cafeterías: algo para todos. Si no te gusta un
programa, ¿Por qué no cambias de canal?"
"No digas tonterías. Sabes muy bien que en New Haven sólo tenemos un
canal."
"Entonces apaga el aparato."
"No puedo apagar el aparato del bar, es parte del servicio. Perdería toda mi
clientela. Gil, por qué tienes que pasar películas tan espantosas, como ese
musical de guerra de noche en el que aparecen cantando y bailando y
besándose encima de los tanques? Por amor de Dios."
"A las mujeres les encantan las películas de uniformes."
"Y esos anuncios publicitarios; mujeres en faja, hadas fumando cigarrillos y..."
"Bueno", dijo Gil, "escribe una carta a la emisora."
Así lo hice, y al cabo de una semana llegó la respuesta. Decía así:
Querido señor Mayo:
Nos complace saber que es usted espectador habitual de nuestra emisora, y le
agradecemos su interés por nuestra programación. Esperamos que continúe
disfrutando de nuestras emisiones.
Sinceramente suyo,
Gitbert 0. Watkins, director.
Adjuntamos un par de entradas para un espectáculo de cara al público.
Le enseñé la carta a Gil y se encogió de hombros.
"Ya ves con lo que te enfrentas, Jim", dijo, "no les importan nada tus gustos. Lo
único que quieren saber es si ves los programas o no."
Te aseguro que el par de meses siguientes fueron para mí un infierno. No
podía apagar el aparato, y no podía ver el programa sin lanzarme a coger el
revólver una docena de veces por noche. Necesité toda mi fuerza de voluntad
para no apretar el gatillo. Tan nervioso y excitado llegué a estar que me di
cuenta de que tenía que hacer algo para no volverme loco. Así que una noche
llevé el revólver a casa y maté a Gil.
Al día siguiente me sentía mucho mejor, y cuando bajé al bar a las siete en
punto para limpiar, fui silbando alegremente. Barrí el restaurante, limpié el bar,
y luego encendí el televisor para oír las noticias v el parte meteorológico. No te
lo creerás, pero el aparato estaba averiado. No salía ni una imagen, ni un
sonido. Mi último aparato estropeado. Y por eso tuve que salir hacia el sur
(explicó Mayo)... Para localizar un reparador de televisores.
Hubo una larga pausa cuando Mayo concluyó su relato.
Linda le observó atentamente, intentando ocultar el brillo de sus ojos. Al fin le
preguntó con fingida indiferencia.
—¿Y dónde consiguió el barómetro?
—¿Quién? ¿Qué?
—Tu amigo Gil. Su barómetro antiguo. ¿Dónde lo consiguió?
—Bueno, no sé. Las antigüedades era otra de sus aficiones.
—¿Y se parecía a este reloj?
—Era igual.
—¿Era francés?
—No sé.
—¿De bronce?
—Creo que sí. Como tu reloj. ¿Es de bronce tu reloj?
—¿En forma de sol?
—No, como el tuyo.
—El mío tiene forma de sol. ¿Del mismo tamaño?
—Exactamente.
—¿Dónde estaba?
—¿No te lo dije? En nuestra casa.
—¿Y dónde está la casa?
—En la calle Grant.
—¿Qué número?
—Trescientos quince. Oye, ¿Por qué me preguntas todo?
—Por nada, Jim. Pura curiosidad. No te enfades. Creo que será mejor que
recojamos las cosas de la excursión.
—¿No te importa que dé un paseo solo?
Ella le miró de reojo.
—¿No intentarás irte solo en un coche? Los mecánicos de automóvil escasean
aún más que los reparadores de televisión.
Él sonrió y desapareció; pero después de la cena, reveló el auténtico motivo de
su desaparición sacando una hoja pautada de música, la colocó sobre el piano
y condujo a Linda hasta el taburete de éste. Linda se sintió emocionada y
conmovida.
—¡Jim, eres un ángel! ¿Dónde lo encontraste?
—En una casa de apartamentos que hay al otro lado de la calle, en la cuarta
planta, al fondo. El apartamento de un tal Horowitz. Hay un montón de discos
también. Te aseguro que fue todo un número buscar allí en la oscuridad, sólo
con cerillas. Sabes una cosa curiosa: toda la parte superior de la casa está
llena de pasta.
—¿Pasta?
—Sí. Una especie de gelatina blanca, sólo que dura. Como hormigón claro.
Bueno, mira, ¿ves esta nota? Es do. Corresponde a esta tecla blanca de aquí.
Es mejor que nos sentemos juntos. Ven...
La lección se prolongó durante dos horas de penosa concentración, y los dejó
tan exhaustos que se fueron a sus habitaciones al final, con sólo un buenas
noches protocolario.
—Jim—dijo Linda.
—¿Sí?—dijo él con un bostezo.
—¿Quieres llevarte una de mis muñecas a tu cama?
—No, gracias, Linda, a los chicos no nos interesan las muñecas.
—Ya me lo imagino. Bueno. Mañana te daré algo que realmente interesa a los
chicos.
A la mañana siguiente despertó a Mayo una llamada en la puerta. Se incorporó
en la cama y abrió trabajosamente los ojos.
—¿Sí? ¿Quién es?—preguntó.
—Soy yo, Linda. ¿Puedo entrar?
Él miró a su alrededor precipitadamente. La habitación estaba ordenada. La
alfombra limpia. El valioso cobertor de algodón cuidadosamente plegado
encima del armario.
—Sí, entra.
Linda entró. Vestía un traje de lino a rayas. Se sentó al borde de la cama y dio
a Mayo una palmada amistosa.
—Buenos días—dijo—. Escucha, tengo que salir por unas horas yo sola. He de
hacer unas cosas. Te he dejado el desayuno en la mesa, pero volveré a tiempo
para la comida, ¿De acuerdo?
—¡Cómo no!
—¿No te sentirás solo?
—¿Adónde vas?
—Ya te lo diré cuando vuelva.
Se levantó y le dio otra palmada en la cabeza.
—Se buen chico y no hagas nada malo. Ah, otra cosa. No entres en mi
dormitorio.
—¿Por qué iba a hacerlo?
—Bueno, tú no entres.
Y después de decir esto, sonrió y se fue.
Momentos después, Mayo oyó el jeep arrancar y alejarse Se levantó
inmediatamente, entró en el dormitorio de Linda y miró a su alrededor. La
habitación estaba limpia y ordenada como siempre. La cama estaba hecha y
las muñecas amorosamente colocadas sobre el cobertor. Entonces lo vio.
—Oh—exclamó.
Era un modelo de clipper. Todo estaba intacto salvo el casco, algo despintado,
y las velas rotas. Estaba ante el armario de Linda, al lado del cesto de costura.
Linda había cortado ya una nueva serie de velas blancas de lino. Mayo se
arrodilló ante el modelo y lo acarició tiernamente
—Lo pintaré de negro con una línea dorada todo alrededor —murmuró—. Y le
llamaré el Linda N.
Tan conmovido estaba que apenas desayunó. Se bañó, se vistió, cogió su
revólver y un puñado de balas y fue a dar una vuelta por el parque. Hizo un
círculo en dirección al sur, pasó junto los campos de juego, el carrusel en
ruinas y la desmoronada pista de patinaje sobre hielo, y por fin abandonó el
parque y enfiló Séptima Avenida abajo.
En la Calle Cincuenta giró hacia el este y estuvo un rato intentando descifrar
los destrozados carteles que anunciaban la última actuación en el Radio City
Music Hall. Luego giró de nuevo hacia el sur. Un súbito estruendo de acero le
hizo detenerse. Era como el chocar de gigantescas hojas de espadas en un
titánico duelo. Una pequeña manada de asustados caballos irrumpió por un
lado de la calle. Los animales estaban aterrados por el ruido. Sus cascos sin
herraduras producían un rumor apagado en el pavimento. El estruendo de
acero se detuvo.
—De ahí lo sacó el cuclillo—murmuró Mayo—. ¿Pero qué demonios será eso?
Se encaminó hacia el este para investigar, pero se olvidó de aquel misterio
cuando vio los diamantes. Las piedras blanquiazules le dejaron pasmado. La
puerta de la joyería estaba abierta y Mayo entró. Cuando salió llevaba un collar
de perlas auténticas que le había costado tanto como un año de alquiler de su
bar.
Su paseo le llevó hasta Madison Avenue, donde se encontró frente a
Abercrombrie & Fitch. Entró a explorar y dio al fin con la sección de armas. Allí
perdió la noción de tiempo, y cuando volvió en sí, caminaba Quinta Avenida
arriba hacia el estanque. Llevaba en brazos, como si fuese un niño, un rifle
automático italiano Cosmi, al lado del corazón, y una factura que decía: Rifle
Cosmi, setecientos cincuenta dólares; seis cajas de municiones, dieciocho
dólares, James Mayo.
Pasaba de las tres cuando volvió a casa. Entró intentando serenarse y parecer
tranquilo, y con la esperanza de que el rifle que llevaba pasase inadvertido.
Linda estaba sentada en el taburete del piano, dándole la espalda.
—Hola—dijo Mayo nervioso—. Perdona que me haya retrasado. Es que... Te
compré un regalo. Son auténticas.
Sacó las perlas del bolsillo y se las entregó. Entonces vio que ella estaba
llorando.
—¿Pero qué te pasa?
Ella no contestó.
—¿No te asustarías pensando que me había ido? Bueno, todas mis cosas
están aquí. Y el coche también. Sólo tenías que mirar—. Ella se volvió.
—¡Te odio! —gritó.
Él dejó caer las perlas y retrocedió, sorprendido por aquella furia.
—¿Pero qué pasa?
—¡Eres un mentiroso, un farsante!
—¿Quién, yo?
—Fui hasta New Haven esta mañana—su voz temblaba de furia—. No hay ni
una sola casa en pie en la calle Grant. Todo está barrido. Ni emisora de
televisión, ha desaparecido el edificio.
—No.
—Sí.
—Y fui a tu restaurante. No hay montones de aparatos de televisión en la calle,
a la entrada. Sólo hay un aparato, en el bar Todo oxidado. El resto del
restaurante parece una pocilga Estuviste viviendo allí todo este tiempo. Solo.
Solo había una cama al fondo. ¡Todo es mentira! ¡Sólo mentiras!
—¿Por qué iba a mentirte en una cosa así?
—Tú nunca mataste a Gil Watkins.
—Claro que sí. Estoy seguro.
—Y no tienes ningún aparato de televisión que reparar.
—Sí que lo tengo.
—Y aunque te lo reparasen, no hay ninguna emisora con la que conectar.
—No digas tonterías —dijo él enfurecido—. ¿Por qué iba a matar yo a Gil si no
hubiese ninguna emisión?
—Si está muerto como dices, ¿Cómo iba a poder emitir?
—¿Ves? Y acabas de decirme que yo no lo maté.
—¡Oh, tú estás loco! ¡Estás chiflado!—dijo ella, sollozando—. Me hablaste de
ese barómetro porque estabas mirando mi reloj. Y yo me creí tus absurdas
mentiras. Y estaba emocionada con ese barómetro que haría juego con mi
reloj. Llevaba años buscándolo.—Corrió hasta la pared y martilleó con el puño
junto al reloj—. Su sitio es exactamente éste. Aquí. Pero tú me engañaste,
chiflado. Nunca hubo tal barómetro.
—Si hay algún lunático aquí eres tú—gritó él—. Estás tan loca por decorar esta
casa que eso es para ti lo único real.
Ella cruzó corriendo la habitación, sacó su viejo revólver y le apuntó con él.
—Sal de aquí ahora mismo. En este mismo instante. Si no te largas te mato.
No quiero verte más—. El revólver se disparó de pronto, haciéndola retroceder,
y la bala fue a dar sobre la cabeza de Mayo, en la estantería del rincón. Hubo
un estruendo de porcelana rota. Linda palideció.
—¡Jim! Dios mío. ¿Estás bien? Yo no quería... se me escapó. ..
Él avanzó hacia ella, demasiado furioso para hablar. Luego, cuando ya alzaba
la mano para aplastarla, llegó un sonido lejano: BLAM-BLAM-BLAM.
Mayo quedó paralizado.
—¿Oíste eso?—murmuró.
Linda asintió.
—Eso no fue ningún accidente. Fue una señal.
Mayo cogió su rifle, corrió fuera y disparó al aire. Hubo una pausa. Luego
volvieron a oírse las explosiones lejanas en un trío uniforme, BLAM-BLAMBLAM.
Era un extraño ruido absorbente, como si se tratase de implosiones más
que de explosiones. Al fondo del parque se elevó en el cielo una bandada de
pájaros asustados.
—Hay alguien—exclamó Mayo—. Dios mío, te dije que encontraría a alguien.
Vamos.
Corrieron hacia el norte. Mayo hurgando en sus bolsillos para buscar más balas
con las que cargar de nuevo el rifle y hacer otra señal.
—Tengo que agradecerte ese disparo que hiciste contra mí, Linda.
—Yo no disparé contra ti—protestó ella—. Fue un accidente.
—El accidente más afortunado del mundo. Podrían haber pasado de largo sin
saber que estábamos aquí. Pero, ¿Qué clase de armas utilizarán? Nunca en mi
vida oí disparos como ésos, y he oído muchos. Espera un minuto.
En la placita que quedaba antes del monumento del País de las Maravillas,
Mayo se detuvo y alzó el rifle para disparar. Luego lo bajó lentamente. Lanzó
un profundo suspiro.
—Da la vuelta —dijo con voz áspera—. Volvemos a casa.—La hizo volverse
hacia el sur.
Ella le miró asombrada. En un instante, había pasado de ser un suave osito de
felpa a convertirse en una pantera.
—Jim, ¿Qué pasa?
—Estoy asustado —murmuró él—. Muy asustado. Y no quiero que lo estés tú
también—sonó de nuevo la triple salva—. No prestes atención—ordenó—.
Volvemos a casa. ¡Vamos!
Ella se negó a moverse.
—Pero, ¿Por qué? ¿Por qué?
—No tenemos nada en común con ellos. Puedes creerme.
—¿Cómo lo sabes? Explícate.
—¡Demonios! No te convencerás hasta que lo veas, ¿verdad? Muy bien.
¿Quieres conocer la explicación del olor a abejas y de los edificios cayendo y
de todo lo demás?
Hizo volverse a Linda cogiéndola del cuello, y dirigiendo su mirada hacia el
monumento del País de las Maravillas.
—Adelante—dijo—. Mira.
Un consumado artesano había quitado las cabezas de Alicia, el Sombrero Loco
y la Liebre de Marzo sustituyéndolas por grandes cabezas de mantis, con
aceradas mandíbulas antenas y ojos facetados. Eran de un acero pulido y
brillaban con indescriptible ferocidad. Linda lanzó un gemido y se desplomó en
los brazos de Mayo. La triple señal resonó una vez más.
Mayo cogió a Linda, se la echó al hombro y corrió hacia el estanque. Ella
recobró la conciencia un instante y empezó a gemir.
—Cállate—gruñó él—. No se adelanta nada llorando.
Junto a la casa la depositó de nuevo en el suelo. Linda temblaba y se
estremecía, pero procuraba controlarse.
—¿Había contras en las ventanas cuando te trasladaste aquí? ¿Dónde están?
—Guardadas—hablaba trabajosamente—. Detrás del enrejado.
—Yo las traeré. Llena cubos con agua y almacénalos en la cocina.
—¿Habrá un asedio?
—Ya hablaremos luego. Deprisa.
Linda llenó cubos y luego ayudó a Mayo a colocar la última de las contras.
—Está bien, vamos dentro—ordenó él.
Entraron en la casa; cerraron y trancaron la puerta. Lánguidos rayos del último
sol de la tarde se filtraban entre las rendijas de las contras. Mayo comenzó a
desempaquetar las balas del rifle Cosmi.
—¿Tienes algún tipo de arma?
—Un revólver del veintidós por algún sitio.
—¿Municiones?
—Creo que sí.
—Búscalo todo.
—¿Habrá un asedio?—repitió ella.
—No lo sé. No sé quiénes son, ni lo que son, ni de dónde vienen. Lo único que
sé es que tenemos que prepararnos para lo peor.
Volvieron a sonar las mismas explosiones lejanas. Mayo escuchaba
atentamente. Linda veía ahora en la penumbra con más claridad. Tenía la cara
afilada. El pecho cubierto de sudor. Exhalaba el aroma dulzón de los leones
enjaulados. Linda sintió un incontenible deseo de acariciarle. Mayo cargó el
rifle, lo colocó junto al revólver y empezó a recorrer ventana tras ventana
atisbando atento entre las contras, esperando con inmensa paciencia.
—¿Darán con nosotros?—preguntó Linda.
—Quizás.
—¿Crees que serán amigos?
—Puede.
—Aquellas cabezas eran horribles.
—Sí.
—Jim, tengo miedo. Nunca he tenido tanto miedo en mi vida.
—No te lo reprocho.
—¿Cuánto tardaremos en saber?
—Una hora, si son amigos, dos o tres si no lo son.
—¿Por... por qué tanto?
—Si buscan pelea, serán más cautos.
—Jim, ¿Qué piensas realmente?
—¿Sobre qué?
—Sobre nuestras posibilidades.
—¿Quieres saberlo de veras?
—Por favor.
—Estamos muertos.
Ella empezó a llorar. Él la zarandeó furioso.
—No sigas. Ten preparado el revólver.
Ella cruzó el salón, vio las perlas que Mayo había dejado caer y las recogió.
Estaba tan desconcertada que se puso el collar automáticamente. Luego entró
en su dormitorio a oscuras y sacó el modelo de yate de Mayo. Localizó el
revólver en una sombrerera en el armario, cogió también una cajita con balas.
Comprendió que su vestido no era apropiado para la ocasión. Sacó del armario
un jersey de cuello vuelto, pantalones de montar y botas. Luego se desnudó
para cambiarse. Cuando levantaba los brazos para soltarse el collar, entró
Mayo, se dirigió a la ventana que daba al sur y atisbó. Cuando se volvió la vio.
Se quedó inmóvil. Ella no pudo moverse. Con los ojos cerrados comenzó a
temblar, intentando taparse con los brazos. Él avanzó hacia ella, tropezó con el
modelo de yate, lo apartó de una patada. Al instante siguiente, había tomado
posesión de su cuerpo y las perlas saltaron también. Mientras se arrojaba con
él a la cama, rasgándole ferozmente la camisa, sus muñecas cayeron también
en confuso montón, con el yate, las perlas y el resto del mundo.
FIN

LOS IMPOSTORES






LOS IMPOSTORES

ALFRED BESTER

Descubrimiento

No sé cómo me verá el resto del mundo, pero a mí me parece haber sido como un niño

que juega en la playa y se divierte cuando encuentra, de cuando en cuando, un guijarro

más suave o una concha más bonita que de costumbre, mientras el gran océano de la

verdad yace ante mí, inexplorado.

ISAAC NEWTON







Llevaba un mono con blindaje antirradiación. De color blanco. Lo que significaba que

pertenecía a la clase de los ejecutivos. También llevaba un casco blanco con la visera

bajada. Iba armado, como todos los ejecutivos en aquella instalación cuasimilitar.

Caminó firmemente por la pista de cemento, iluminada por grandes focos, hacia el

gigantesco hangar que se alzaba en la noche. Su seguridad era avasalladora.

Junto al hangar, parecido a la cúpula de un observatorio, una escuadra de guardia con

uniformes negros dormitaba ante la puerta de entrada. El ejecutivo pegó al sargento

una patada brutal, pero desapasionada. El jefe de la escuadra dejó escapar una

exclamación y se puso en pie de un salto, imitado por el resto de los hombres. Abrieron

la puerta para el hombre del mono blanco, que avanzó hacia la cerrada oscuridad.

Entonces, casi como si acabara de ocurrírsele, se volvió hacia la luz, contempló a los

soldados—que seguían firmes, temerosos y atentos—y también desapasionadamente,

mató al sargento.

Dentro del hangar no había luces, sólo sonidos. El ejecutivo habló tranquilamente a la

oscuridad.

—¿Cómo te llamas?

La respuesta fue una secuencia de pitidos binarios, agudos y graves.

—En binario, no. Cambia a fonético. ¿Cómo te llamas? Respuesta.

La respuesta fue tan tranquila como la pregunta. Pero no venía de una sola voz, sino

de un coro de voces, hablando al unísono.




—Nuestro nombre es R-OG-OR .

—¿Cuál es vuestra misión, Rogor?

—Obedecer.

—Obedecer, ¿a qué?

—A nuestro programa.

—¿Habéis sido programado?

—Sí.

—¿En qué consiste vuestro programa?

—Transporte de pasajeros y carga hasta la Cúpula de la Universidad OxCam, en

Marte.

—¿Aceptaréis órdenes?

—Sólo de entidades autorizadas.

—¿Estoy autorizado?

—Tu impronta de voz está programada en el banco de órdenes. SÍ.

—Identificadme.

—Te identifico como Ejecutivo de Primer Nivel.

La respuesta volvió a ser una serie de pitidos graves y agudos.

—Ésa es mi identificación estadística. ¿Cuál es mi nombre social?

—No ha sido computado.

—Lo recibiréis ahora, y lo asimilaréis a mi impronta de voz.

—Circuitos abiertos.

—Soy el doctor Damon Krupp.

—Recibido. Computado. Asimilado.




—¿Estáis programados para inspección?

—Sí, doctor Krupp.

—Abríos para inspección.

La cúpula del hangar se dividió lentamente en dos hemisferios, que se abrieron para

dejar paso a la suave luz del cielo estrellado, permitiendo ver la nave de dos plazas con

la que Krupp había estado hablando. Erguida sobre la profunda fosa de las toberas,

guardaba un asombroso parecido con un gigantesco samovar de la antigua Rusia:

pequeña punta en forma de corona, ancho cuerpo cilíndrico con unos salientes que

podrían haber sido unas extrañas asas, todo ello apoyado sobre una base cuadrada de

cuatro patas que, en realidad, eran las bocas de los cohetes.

Una escotilla abierta en la base inundaba el hangar con la luz procedente del interior

del vehículo—la nave no necesitaba troneras—. Krupp subió dos peldaños y entró. ROG-

OR estaba sorprendentemente recalentada. Krupp se quitó la ropa, y se

arrastró por el suelo para subir hasta el tablero de control, en la corona del samovar.

(La escalada no supondría ningún esfuerzo en el espacio, sin gravedad.) En el vientre

de la nave descubrió los motivos de aquel calor tropical: una mujer desnuda juraba y

maldecía sobre el equipo de mantenimiento que rodeaba una incubadora transparente.

Examinaba el problema sin demasiada habilidad, como un pulpo.

Era su ayudante, la doctora Cluny Decco. Krupp nunca la había visto desnuda, pero

habló con una voz controlada que no traicionaba lo placenteramente sorprendido que

estaba.

—¿Cluny?

—Sí, Damon. Ya te he oído intercambiar cumplidos con la nave. ¡Oh! ¡Maldita sea!

—¿Problemas?

—Esta jodida bomba de oxígeno tiene mal genio. Ahora la ves, ahora no la ves. Podría

matar al niño.

—No se lo permitiremos.

—Tampoco podemos correr riesgos. Después de cuidar y alimentar a nuestro feto

durante siete meses, no pienso dejar que un cacharro nos lo destruya.

—No es la maquinaria, Cluny. Lo que altera las lecturas y obstruye la bomba de

oxígeno es la presión ambiental. Todos estos aparatos han sido diseñados para el

espacio, y en el espacio funcionarán.




—¿Y si no es así?

—Romperemos la incubadora y le haremos la respiración boca a boca.

—¿Romper este trasto? ¡Cristo, Damon! Sólo para abrirla ya hace falta un martillo

pilón.

—No lo tomes al pie de la letra. Hablaba de romperla en términos de procedimiento.

—Oh.—La chica se arrastró para levantarse, con la piel y el temperamento echando

humo. Krupp nunca la había encontrado tan deseable—. Lo siento. Nunca he tenido el

menor sentido. Del humor.—Le dirigió una mirada extraña—. ¿Lo del boca a boca

también era un chiste?

—Eso no —replicó Krupp, atrayéndola hacia sí—. Llevo prometiéndome esto desde

que nuestro niño fue decantado, Cluny. Ahora ya ha nacido.. .

Y ésta es la razón de que R-OG-OR se estrellara en Ganímedes.

La nave se salió de su rumbo por un golpe fortuito de una partícula cósmica en el

sistema direccional. Una posibilidad entre un millón. Pasa a veces, y se corrige

manualmente. Pero Krupp y Decco tenían demasiada fe ciega en sus computadoras y

estaban demasiado inmersos en la mutua pasión. Así que los tres cayeron: el hombre,

la mujer y el niño de la incubadora.

Todo esto comenzó en la Isla Jeckyll (no tiene nada que ver con Mr. Hyde), donde

comienza la historia. Me enorgullezco de saberlo, porque suele ser raro descubrir el

primer eslabón en una cadena de acontecimientos. No me enorgullezco de estar

usando una percepción retrospectiva de -, puesto que mi trabajo debería ser una

percepción prospectiva de -. Ya veréis por qué cuando avancemos unos cuantos

eslabones más en la cadena.

Me llamo Odessa Partridge, y estaba en una posición única para descubrir, a veces

incluso reconstruir, los acontecimientos que precedieron y siguieron a los hechos, para

ponerlos en la secuencia correcta en esta historia. Exempli gratia: he empezado con el

encuentro en R-OG-OR , del cual no supe nada hasta mucho después, y aun así

gracias a los cotilleos que seguían circulando por Cosmotron Gesellschaft. Aquello

respondía a muchas preguntas, pero demasiado tarde. De todos modos, sólo fue un

hallazgo fortuito: yo andaba buscando otra cosa.

Por cierto, si parezco un poco frívola en mi manera de hablar, es porque este trabajo

puede llegar a ser tan condenadamente agotador que el humo es el único remedio

eficaz. Dios sabe que las siniestras pautas generadas en la Isla Jeckyll, que

atormentaron las vidas del Sintetista de Ganímedes, La Duende de Titania, y la mía

propia, necesitaron de todo mi humor.




Ahora, echemos un vistazo a los hechos que rodean este primer eslabón de la cadena.

Cuando Cosmotrón planeó su Planta Energética de Metástasis, amenazó, chantajeó,

sobornó y, por fin, obtuvo permiso para construir la Isla Jeckyll en la costa de Georgia.

Tardaron un año en expulsar, incluso en matar, a los intrusos y ecologistas

atrincherados en la reserva Greenbelt. También dedicaron ese mismo año a limpiar la

basura, los desperdicios y los cadáveres que dejaran los ilusos. Luego rodearon la Isla

Jeckyll con . megavoltios que garantizaban la privacidad, y construyeron la planta

de energía.

Para la producción, necesitaban aparatos largo tiempo abandonados y olvidados. Pasó

otro año mientras exploraban y asaltaban museos, buscando maquinaria antigua.

Entonces descubrieron que su joven y brillante ingeniero, con todo su doctorado, no

tenía ni la más remota idea de cómo funcionaban aquellas antiguallas. Contrataron a

un experto en personal de alto nivel, que sacó de su retiro a ancianos profesores y le

pusieron bajo contrato para manejar el Apparat que sólo ellos comprendían. El experto

fue elevado al cargo de supervisor. Era el doctor Damon Krupp, que se había

licenciado en Psicología Empresarial.

La tesis doctoral de Krupp versó sobre la corea de Huntington (Baile de San Vito), una

asombrosa exploración del concepto de que la enfermedad incrementaba el potencial

intelectual y creativo del paciente. Fue un trabajo tan impresionante, causó tal revuelo,

que sus detractores, decían, “Krupp tiene el Baile de San Vito, y San Vito tiene el de

Krupp”.

Aún seguía estudiando la potenciación del intelecto, cuando la planta Cosmotrón abrió

sus puertas a un peligroso experimento. Cosmotrón sintetizaba todos los elementos de

la tabla periódica, desde los que tenían un peso atómico de , (hidrógeno) a los de

, (asimovio) mediante un proceso metastásico que duplicaba en miniatura la

reacción solar termonuclear. Los productos radiactivos eran un peligro constante, y el

personal tenía que utilizar siempre trajes blindados. Pero la radiación inspiró el

experimento de Krupp: Potenciación Fetal Generada con Maser por Emisión Conjuntiva

de Radiación.

Su ayudante, Cluny Decco, doctora en medicina, se sintió encantada de participar.

Sobre todo, porque estaba perdidamente enamorada de Krupp, pero también porque le

encantaba tratar con maquinaria. Juntos, diseñaron e instalaron el equipo de

laboratorio para lo que llamaban “El Experimento Pofmecra”. Por supuesto, era un

acrónimo de Potenciación Fetal Generada, etc. Entonces llegó el problema del material.

Aquí intervino Cluny.

Disimuló anuncios sobre abortos gratuitos en todos los medios de comunicación de

Georgia. Juntos, hicieron un estudio físico y psicológico de todas las candidatas, hasta

que apareció la ideal. Era una chica de montaña, alta, morena, hermosa, con la aguda




inteligencia de una analfabeta. Víctima de una violación rural, llevaba dos meses de

embarazo. Esta vez, la doctora Decco se tomó molestias increíbles para conservar

intacta la bolsa del feto, que fue situada en un matraz lleno de fluido amniótico.

Mediante microcirugía, Cluny unió el cordón umbilical a una máquina que aportase una

nutrición equilibrada al feto. Era un método tan investigado que, para entonces, ya se le

podía calificar de Procedimiento Estándar. Pero era la primera vez que se utilizaba el

engañoso Maser potenciador. Nunca se sabrá cómo lo hicieron. Krupp y Decco eran

los únicos que estaban al tanto, y el secreto murió con ellos en Ganímedes. De todos

modos, Cluny tuvo un breve encuentro con uno de los ejecutivos de Cosmotrón, que

debe permanecer en el anonimato. En la cama, sostuvieron la siguiente conversación:

—Escucha, Cluny, a veces el doctor Krupp y tú habláis en susurros de algo llamado

“Pofmecra”. ¿Qué es eso?

—Un acrónimo.

—¿Qué significa?

—Has sido un encanto conmigo.

—Y viceversa.

—¿Puedo darte tratamiento de ejecutivo?

—Ya lo soy.

—¿No se lo dirás a nadie?

—Ni al presidente Gesellschaft en persona.

—Potenciación Fetal Generada con Maser por Emisión Conjuntiva de Radiación.

—¿Cómo?

—Como lo oyes. Hemos utilizado algunos de nuestros desechos radiactivos.

—¿Para qué?

—Para potenciar un feto durante la gestación.

—¡Un feto! ¿Dentro de ti?

—¡Demonios, no! Es un niño probeta que flota en un vientre Maser. Lo decantamos

hace unos nueve meses, ya está casi listo.




—¿Dónde lo conseguisteis?

—Aunque lo supiera, no te lo diría.

—¿Qué es lo que estáis potenciando?

—Ahí está el problema, no lo sabemos. Damon creía que estábamos haciendo una

potenciación general, algo así como poner el niño bajo una lupa...

—¿Hablas de tamaño?

—Hablo de cerebro. Pero hemos monitorizado las pautas oníricas—ya sabes que el

feto sueña, se chupa el pulgar y todo eso—, y son normales. Ahora sospechamos que

lo que hicimos fue tomar una sola aptitud, llamémosla X, y multiplicarla por sí misma en

una especie de progresión geométrica.

—¡Qué locura!

—Así que, ¿qué es X, la aptitud desconocida que hemos multiplicado por sí misma?

Sabes tanto como yo.

—¿Crees que lo averiguaréis?

—Damon opina que necesitamos ayuda. Es un tipo genial, el más grande, de verdad. Y

lo que le hace grande es su modestia. No le importa admitir que se ha quedado

bloqueado.

—¿Dónde encontraréis ayuda?

—Vamos a llevar el niño a Marte, a la Cúpula de la Universidad OxCam. Allí están

todos los expertos, y Damon tiene la influencia necesaria para conseguir toda la

prognosis que quiera.

—¿Y todo esto por un experimento de niño probeta?

—No es un experimento cualquiera. Después de siete meses de absorber radiación, no

puede ser un vulgar niño probeta.

— Debe tener alguna cualidad especial. Pero, ¿cuál? Repito, encanto, sabes tanto

como yo.

Cluny no lo supo jamás.




Hace años, vi un musical encantador en el cual la Compére (en el programa le

llamaban “Narradoresa”) no sólo contaba la historia y describía la acción que se

desarrollaba fuera del escenario, sino que también contribuía a ella vigorosamente,

actuando y cantando en una docena de papeles diferentes. Ahora me siento como ella,

porque antes de hacer de Cupido en el romance entre la Duende de Titania y el

Sintetista de Ganímedes, tengo que hacer de historiadora (¿Historiadoresa?) de todo el

solar.

Por supuesto, hemos olvidado nuestra historia. Aquel intuitivo filosófo, Santayana

(-) dijo una vez: “Los pueblos que olvidan su pasado están condenados a

repetirlo”. ¡Sorpresa, sorpresa! Lo estamos repitiendo con una estupidez que raya en lo

suicida. Dejad que os recuerde la historia de nuestro Solar, sólo por si os perdisteis la

lección de Cosmografía del lunes. O bien, si elegisteis por error la asignatura llamada

Cosmetología: Rama de la filosofía que se ocupa del embellecimiento de la

complexión, la piel, etc. (dos créditos).

Vuelve a ser el “Nuevo Mundo”. Así como los ingleses, españoles, portugueses,

franceses y holandeses colonizaron las Américas y lucharon en el siglo XVII, los

terrestres colonizaron el Solar y pelean en el siglo XXVII. La naturaleza humana no

cambia demasiado en un millar de años. Nada puede cambiarla. Consultad con

vuestros amigos antropólogos.

Los Wops (así se llama despectivamente a los italianos, en parodia de los Wasps, los

relamidos Blancos—whites—, anglosajones y protestantes, que formaron cierta élite

social) se instalaron en Venus. Era un planeta italiano, e insistieron en llamarlo

Venucio, en honor de un tal Américo Vespucio, que ya había dado su nombre a otro

sitio. El satélite de Tierra, Luna, era quintaesencialmente californiano, y uno juraría que

cualquiera de sus demenciales Cúpulas iba a llamarse Playa Músculo o Gran Sur. La

misma Tierra fue convertida en un inmenso dominio para los Wasps, cuando casi todos

los demás la mandaron a hacer gárgaras.

Los ingleses descubrieron que Marte les recordaba mucho a su repelente clima nativo,

y las Cúpulas del Reino Unido fueron programadas para “Días de Sol”, “Llovizna” y

unas “Navidades Blancas” a lo Charles Dickens. Un punto divertido: el “año” marciano

es casi el doble de largo que el terrestre, así que tenían que elegir entre tener

veinticuatro meses, o meses de seis días. No se pusieron de acuerdo, así que hubo un

auténtico lío con las Navidades, la Pascua y el Yom Kippur.

Ya entenderéis que estoy simplificando. La verdad es que, aunque en Marte hay una

mayoría de ingleses, también hay galeses, escoceses, irlandeses, hindúes, nativos de

Nueva Escocia, incluso de los Apalaches, descendientes de los pioneros que en el

siglo XVII se asentaron en América. A veces, se mezclaban entre ellos. A veces,

preferían el aislamiento.




Del mismo modo, cuando digo que Luna es “quintaesencialmente californiana”, sólo

describo en realidad el loco encanto de ese segmento que ha impregnado todas las

Cúpulas: Mexicana, Japo-Americana, Canadiense, incluso Las Vegas y Montecarlo, los

centros de juego. Las han enfocado hacia los bikinis, los cochecitos para las dunas

lunares, la salud holista, la reflexología y las charlas de café sobre el “potencial

humano”, “la interacción” y “el espacio que te rodea”.

Recordad eso mientras describo el Solar. Sólo estoy poniendo de relieve lo más

importante de un confuso revoltijo.

Tritón, en Neptuno, el más grande y lejano de los satélites habitables del Solar, era

japonés-chino (contracciones: “japo-chino” o, simplemente, “jin”), aunque también tenía

otras razas asiáticas. Eran tan arrogantes como siempre. Despreciaban a los que ellos

llamaban “Bárbaros del Interior”. Y ahora más que nunca, desde el descubrimiento de

“Meta” (abreviatura de metástasis), el sorprendente y novísimo generador de energía

que irrumpió como un rayo en el Solar, e hizo estallar más conflictos que el oro en toda

su historia.

Durante siglos, habíamos desperdiciado nuestras fuentes de energía como marineros

borrachos, y ahora sólo quedaban unos restos increíblemente caros en el fondo del

barril:

Combustibles cuasifósiles y semifósiles como la turba y los esquistos aceitosos.

Sol, viento y mareas. (Instalaciones demasiado complejas y costosas, solo para ncos.)

Carbones incombustibles: hollín, cenizas y residuos sulfurosos.

Restos de la maquinaria de la Unidad Térmica Británica.

Calor por fricción en las fábricas de plástico, goma y madera contrachapada.

Bosques de madera de pulpa, de crecimiento rápido: álamos blancos, sauces y chopos.

(Pero la explosión demográfica limitaba el terreno cultivable.)

Calor geotérmico.

Los generadores de energía atómica, tipo Isla de las Tres Millas, seguían contando con

la decidida oposición de la mitad de la población, que prefería congelarse a abrasarse.

Entonces llegaron los Meta, el inesperado catalizador de energía descubierto en Tritón.

Y fue casi como si la Madre Naturaleza hubiera dicho: “Ahora que ya habéis aprendido

la lección sobre no malgastar, ahí tenéis la salvación. Usadla con sabiduría”.

Aún está por ver si el Solar será capaz de hacerlo.




Ganímedes de Júpiter era zona decididamente africana, sazonada con morenos y

mulatos. Los negros se la habían arrebatado a Francia y a sus colonias, que estaban

hasta las narices de la desesperada guerra contra los negros, y ahora se dedicaban a

luchar entre ellos. (No eran primitivos, sólo pendencieros.) Otros negros y morenos

echaron una mano: Congo contra Tanzania, Maorí contra Hawai, Kenia contra Etiopía,

Alabama contra Toda-Africa, und so weiter. Eran la desesperación de la ASPGC, la

Asociación Solar para el Progreso de la Gente de Color.

Las Cúpulas A*o son de gran colorido, muy visitadas por los turistas. Se han intentado

crear réplicas de los poblados tribales con chozas de hojas de palmera (dotadas de

modernas cañerías) y pequeños patios en los que las mascotas son animales

africanos: nilgos, ñus, crías de elefante y rinoceronte, todo tipo de serpientes exóticas,

incluso cocodrilos (los que podían permitirse un estanque), que son una constante

fuente de molestias. Los cocodrilos jóvenes comen como sibaritas, y el despreciable

crimen del secuestro de los animalitos de compañía se ha extendido por Ganímedes .

Los holandeses, y algunos más, están en Calisto de Júpiter. Como Ganímedes, es más

grande que Mercurio. Sus Cúpulas recuerdan al Brujas medieval, con calles

pavimentadas con cantos rodados y casas colgantes. (A la Cámara de Comercio de

Calisto no le gusta, pero las prostitutas locales, como sus predecesoras en Amsterdam,

siguen colgando espejos a los lados de las ventanas para tener una buena visión de

toda la calle, y golpean los cristales con una moneda cada vez que pasa un posible

cliente.)

Calisto está lleno de establecimientos de oro, plata, joyas y talla de piedras preciosas...

Lo que atrae una gran población judía a las Cúpulas. Tradicionalmente, los judíos son

expertos en piedras preciosas, y siempre han tenido buenas relaciones con los

holandeses. También están las no menos tradicionales colonias de artistas, y el resto

del Solar se pregunta cómo pintores con nombres como Rembrandt--van Rijn, o Jan-

-Vermeer, tienen tal demanda y consiguen tanto dinero por una producción avantgarde

que ninguna persona sensata albergaría en su casa.

Titán de Saturno (no confundir con Titania de Urano, de eso hablaremos mucho más

tarde) empezó como la antigua Australia de Inglaterra. Era un terreno destinado a

reincidentes irrecuperables, hasta que el Solar descubrió que era más fácil ejecutarlos

que transportarlos, ¡y al infierno con las plañideras y los corazones tiernos! Sus

descendientes aún hablan una anacrónica e incomprensible jerga de convictos, es un

infierno desequilibrado de arcaicos odios contra el Solar y no forma parte de esta

historia, excepto para hacer la clásica frase: “Primer premio, un día en Titán. Segundo

premio, una semana en Titán”.

Algunos de los satélites pequeños, como Fobos, Mimas, Júpiter VI y Júpiter VII, tienen

pequeñas colonias de monstruos dedicados a religiones diversas, grupos de teatro,

dietas y abstinencias sexuales. Con una única y adorable excepción, nunca se han

descubierto aborígenes en ninguno de los planetas y satélites del Solar, así que los




holandeses no tuvieron que comprar Calisto por veinticuatro dólares. No hubo indios

que se opusieran a los ingleses en Marte. Un payaso que se autodenominaba “Jones

de las Estrellas” fundó un culto con otras mil personas que también creían haber nacido

en el espacio exterior, para luego ser secuestradas por el Solar. Y estableció la Cúpula

Jones en Cuenca Caloris de Mercurio, satélite que, de todos modos, nadie quería.

Un “día” mercuriano dura ochenta y ocho días terrestres, y la temperatura sube lo

suficiente como para fundir el plomo. Los alienígenas secuestrados en las estrellas no

tuvieron que suicidarse; un día falló el aislamiento de la Cúpula, y todos se

achicharraron. Los sádicos a los que les gustan los horrores del teatro del Gran Guiñol,

suelen viajar a CúpulaJones para ver las momias asadas y luego congeladas. Un

chalado, con extraño sentido del humor, puso una manzana en la boca a Jones de las

Estrellas. Aún sigue ahí.

Ah, pero esa extraordinaria excepción, Titania, la Duende de lo Inesperado, Hija de

Urano, mítico Rey de los Cielos. ¡Allí se encontraron nativos! El gran William Herschel,

músico profesional y astrónomo aficionado, echó un vistazo a Urano con su telescopio

casero, en , y seis años más tarde descubrió el satélite Titania. ¿Alguna pregunta?

P: Sí, por favor, querríamos una descripción.

R: Bueno, Urano está cubierto de una brillante capa de nubes color naranja, rojo y...

P: No, de Urano no. De Titania.

R: ¡Ah, sí, la luna mágica! ¿Sabéis? El cosmos tiene sentido del humor. En casi todos

sus sistemas y combinaciones, hay un monstruo que se burla del orden y la armonía.

Casi recuerda a la famosa frase de Roger Bacon: “No hay belleza perfecta que no

tenga algo extraño en sus proporciones”.

P: Francis.

R: ¿Cómo?

P: Era Francis Bacon, no Roger Bacon.

R: Francis, claro. Gracias. En el ensamblaje del Solar, Titania es esa cosa extraña,

maravilla y exasperación del resto. Maravilla, porque las pocas pistas y datos que

tenemos son fascinantes. Exasperación, porque no los entendemos.

P: ¿Cómo son ellos?

R: Si estáis familiarizados con las gemas y los cristales, sabréis que casi todos los

cristales tienen inclusiones de fluido. El tamaño de estas inclusiones varía entre una




micra y algunos centímetros de diámetro. Las inclusiones de más de un milímetro son

bastante raras. Las de un centímetro, son piezas de museo.

P: Pero ¿no destruyen el valor de las gemas?

R: Cierto, cierto. Pero estamos estudiando la geología de los cristales. La mayoría de

estas inclusiones contienen una solución de varias sales, en varias concentraciones

que van del agua casi pura a salmuera concentrada. En muchas también hay una

burbuja de gas. Cuando la burbuja es suficientemente pequeña para responder a las

irregularidades en el número de moléculas que la golpean, se puede ver cómo se

mueve continuamente, siguiendo la ley de Brown:

nl- mg (p—p') No (hl - h) —= exp n p R T

P: Nos hemos perdido, ¿lo sabías?

R: Lo siento, me dejé llevar por el Einstein clásico. Pero espero que lo entendáis, es

fascinante contemplar estas burbujas con un microscopio, y pensar que llevan mil

millones de años paseando nerviosamente por su celda.

P: ¿Cuándo llegarás a lo de Titania, la luna mágica?

R: Un momento, un momento. Algunas de estas inclusiones tienen un cristal o más en

el líquido. Algunas están compuestas por varios líquidos inmiscibles. Unas pocas

contienen sólo gas. A veces, los cristales que hay dentro de las inclusiones tienen sus

propias inclusiones, con burbujas dentro de ellas, y así ad infinitum. Ahora, multiplicad

esto por un millar de millares, y tendréis a Titania, el monstruo del Solar.

P:¿¡Cómo!?

R: Como lo oís . Bajo la costra de polvo de meteorito, acumulado durante eones, el

satélite contiene un conglomerado de gigantescos cristales que van desde el de treinta

centímetros al de kilómetro y medio de diámetro.

P: ¿Y pretendes que nos creamos eso?

R: ¿Por qué no? El modelo tradicional de planeta y satélite está siendo revisado. Se

especula sobre si la Tierra puede ser en realidad un organismo viviente. Lo que pasa

es que no podemos profundizar suficiente para saberlo. Ahora sabemos que en la

formación del Solar no sólo intervinieron unos simples gases que se condensaron en

meros sólidos.

P: ¿Y qué hay de los cristales de Titania?




R: Tienen una multitud de inclusiones, dentro de inclusiones, dentro de inclusiones... ad

infinitum.

P: ¿Y también se supone que están vivos?

R: No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que contienen una fascinante forma de vida

que ha evolucionado, siguiendo su propio movimiento de Brown. Son seres

maravillosos, y exasperantes, porque no permiten visitas ni exploraciones por parte del

Solar. Su lema es “Titania para los titánidos”.

P: ¿Cómo son?

R: ¿Las inclusiones? Una especie de protouniversos. Tienen una especie de

autoiluminación, y a veces sincopan o sincronizan cuando salen a la superficie de la

costra. Parece que hay una especie de enlace osmótico o molecular entre ellas, que...

P: No, no. Los habitantes locales. Los nativos de Titania. ¿Cómo son?

R: ¡Ah, los titánidos! ¿Que cómo son? Italianos, ingleses, franceses, chinos, negros,

mulatos, tu esposa, tu marido, tres amantes, dos dentistas y la perdiz que se posa en

un peral.

P: Déjate de bromas. ¿Cómo son?

R: ¿Quién bromea? Se parecen a cualquier ser vivo. Los titánidos son polimorfos, lo

que significa que pueden adoptar cualquier forma que les apetezca.

P: ¿Y cualquier sexo?

R: No. Los chicos son chicos, y las chicas, chicas. No se reproducen por esquejes.

P: ¿Es una cultura alienígena?

R: Es alienígena, pero no de una estrella lejana. Es un producto estrictamente Solar,

aunque al margen del hombre.

P: ¿Es una cultura antigua?

R: Data, al menos, de la era terciaria de la Tierra. Unos cincuenta millones de años.

P: ¿Es una cultura primitiva?

R: No. Se han desarrollado más de lo que podemos imaginar.

P: Entonces, ¿por qué no visitaron nuestra Tierra en el pasado?




R: ¿Qué os hace suponer que no lo hicieron? El faraón Tutankamón pudo ser un

titánido. O Pocahontas. O Einstein. O Rin-Tin-Tin. O el científico loco que se apoderó

de Cuba.

P: ¿Qué? ¿Son peligrosos?

R: No, son muy aficionados a la diversión y a los juegos. Nunca sabes qué están

preparando. Son los duendes de lo inesperado.

Y una titánida se enamoró del Sintetista.

Habíamos estado siguiendo y usando al Sintetista, sin que él lo supiera, durante

muchos años. Para nosotros, era una especie de perro de caza. De hecho, su nombre

clave entre nosotros era “Perdiguero”. Supongo que querréis saber cómo le

utilizábamos. Ahí va un ejemplo:

El Solar estaba soportando una inundación de monedas y billetes falsos, hermosos

trabajos acuñados en metal inglés. Nosotros permitimos la operación —Pert es el

acrónimo de Programa de Evaluación y Revisión de Técnicas—, compusimos un mapa

del flujo que seguía el progreso de las falsificaciones desde Marte hacia todo el Solar,

pero no encontramos el Punto Crítico para atacar. En otras palabras, teníamos que

localizar el hilo concreto de la red que nos llevara a la detención de todo el proceso.

Bueno, “Perdiguero” estaba en la Cúpula Londres, haciendo un reportaje Cockney en

color para Solar Media. Exploró todas las pautas, incluyendo el tradicional slang de

rimas: platos por pies (platos de té, pies), perro por verde (perro muerde, verde) y

lámpara por flash (lámpara, cámara, flash). Flash es el nombre que se da a la moneda

falsificada. Y ése era nuestro Punto Crítico.

Porque en New Strand había una tienda de antiguedades llamada “Lámparas y

Cámaras”, especializada en medallas viejas, antiguos trofeos de plata, espadas

ornamentales, gavelas y mazas... Esa clase de cosas. Muy chic. Muy cara. Habíamos

estado peinando, sin éxito, las fundiciones de metal en busca de la fuente de las

monedas. Y allí estaba, bajo nuestras narices, sacándonos la lengua sin que nos

diéramos cuenta. Los antiguos trofeos no son de plata, sino de metal inglés.

Sabíamos mucho sobre “Perdiguero”, por necesidad, pero desconocíamos su estirpe.

Ni él mismo lo sabía. Será mejor que explique el enigma describiendo mi primer

encuentro con él, algún tiempo después de que descubriéramos que podíamos utilizar

sus cualidades únicas.

Fue en una de las deliciosas tertulias de Jay Yael. Jay es un profesional del arte que lo

mismo colecciona cuadros que gente. Había una docena de invitados, incluyendo al




estimado protegido de Yael, el Sintetista. Era un joven alto, anguloso, que daba la

impresión de que se encontraría más a gusto sin ropa. Se comportaba como una muy

especial y rara celebridad, y en cierto modo lo era equilibrado. divertido, jamás se

tomaba en serio a sí mismo, mostraba muy a las claras su idea de que la fama es sólo

en parte merecida, y que se debe sobre todo a la suerte. Además, tenía un

extravagante sentido del humor.

Mostraba un absorbente interés en todo y en todos, escuchando intensamente y

calculando sus respuestas para animar al que hablaba. Este cálculo se debía a su

talento de sintetista, pero también tenía otra notable cualidad: la habilidad de convencer

a cada miembro del grupo de que estaba dedicando todo su absorto interés

únicamente a él o a ella. Te miraba, y en su mirada leías que eras la única persona que

realmente contaba para él.

Cuando alguien tiene tanto éxito, siempre existe el peligro de que inspire hostilidad, a

menos que resulte evidente que no es absolutamente perfecto. El Sintetista tendría

defectos privados, seguro, pero también uno público, extraño y llamativo: siempre

llevaba unas enormes gafas oscuras para tratar de disimular las sorprendentes

cicatrices de sus mejillas, quemadas por el sol. Tenía la costumbre, tan automática que

parecía un tic, de bajarse las gafas para tapar las cicatrices.

Era Rogue Winter, por supuesto. Durante una pausa en la conversación, le pregunté si

su nombre era un apodo. Simplemente para hacerle hablar, claro. Lo sabía todo sobre

él, porque ése era mi trabajo.

—No—me respondió solemnemente—. Es un diminutivo de Elephant Rogue. Es decir,

Elefante Salvaje. El doctor Yael me descubrió en Africa, tras matar de un tiro a mi

madre. Una raza alienígena de Bootes Alfa la había cruzado con un gorila.—Se bajó

las gafas—. No, soy un mentiroso. En realidad, es diminutivo de Rogue Macho. El

doctor Yael me descubrió en un prostíbulo, tras matar de un tiro a la madame. La

querida señora Bruce.—Otra vez las gafas—. Pero, si quiere saber la auténtica

verdad—dijo con mortífera tranquilidad—, mi nombre completo es Rogue Gallery

Winter. Cuando el doctor Yael mató de un tiro al Inspector Jefe de Scotland Yard...

—¡Ya basta, hijo!—rió Yeal. Todos nos reíamos—. Cuéntale a esta encantadora dama

cómo hice mi mayor descubrimiento.

—No sé qué opinarán los demás, señor, pero fue su descubrimiento, y es su historia.

No pienso goniff en su papel.

—Sí, te he educado como a un gentil—sonrió Yael—. Bueno, brevemente, los

exploradores de la Cúpula Maorí en Ganímedes encontraron a Rogue entre los restos

de una nave espacial. Era un niño, el único superviviente. Lo llevaron a la Cúpula,

donde el

rey o jefe, Te Uinta, le adoptó formalmente.




—No tenía hijos —explicó Rogue—, sólo hijas. Cuando muera Uinta, seré el rey

banana.

—Rogue lleva grabadas en las mejillas las marcas de la realeza, aunque está

absurdamente avergonzado de ellas.

—Las chicas se me escapan—señaló Winter.

Otra vez las gafas.

Yo conocía su historial con las mujeres, así que tuve que contener una risita, aunque

estoy casi segura de que sus agudos ojos lo advirtieron.

—Los maoríes le llamaron Rog—siguió Yael—, porque ésas eran las únicas letras

identificables que quedaban en la nave. R-agu-jero-O-Ge. R-OG. Tal como lo

pronunciaba Uinta, podía entenderse Rogue. ¿Verdad, hijo?

—Más bien lo pronunciaba como R-gruñido-G, señor—dijo Winter. Luego expresó su

nombre al estilo maorí—. Hace que la gente tenga ganas de decir “Gesundheit”.

—Fin de la primera parte—continuó Yael—. Segunda parte. Yo estaba visitando la

Cúpula Maorí para echar un vistazo a sus maravillosas tallas de madera, cuando me

salió al paso un niño de diez años con su hermana. La chiquilla llevaba una túnica de

abalorios, y él señalaba las cuentas, intentando explicarle la pauta que veía en ellas.

—¿Cuál era?—pregunté.

—Díselo a la encantadora dama, R-gruñido-G.

—¡Parecía tan obvio...!—Winter se bajó las gafas—. La pauta se componía de cuentas

y puntadas en triángulo:

Rojo-Rojo-Rojo-Rojo-Rojo-Rojo-Rojo-Rojo

Puntada-Puntada-Puntada-Puntada

Negro-Negro

Puntada.

Yael volvió los ojos al cielo.

—¡Dios libre a los simples mortales de los genios!—Se echó a reír—. ¿Le han oído

hablar del triángulo? Siempre es así. Piensa y vive en función de pautas. Tendré que

traducir. El hijo del rey señalaba un grupo de ocho abalorios rojos y levantaba un dedo.

Luego, señalaba cuatro puntadas vacías y hacía un signo maorí que quiere decir cero.

Levantaba otro dedo por las dos cuentas negras. Otra vez el signo del cero ante la




única puntada vacía. Luego pasaba la mano por el triángulo y levantaba diez dedos. Su

hermana se reía porque le hacía cosquillas, pero ése fue mi gran descubrimiento.

—¿Cuál?—pregunté—. ¿Que las niñas tienen cosquillas?

—Claro que no. Que su hermano era un genio.

—¿Diseñando con abalorios?

—Utilice el cerebro, señora. Un grupo de ocho. Nada de cuatro. Un grupo de dos. Nada

de unidades. El hijo del rey estaba contando en binario. Uno-cero-uno-cero es igual a

diez.

—Parecía tan obvio...

—¿Qué? ¿Obvio?—gruñó Yael—. ¿Un niño maorí, desnudo, analfabeto, descubriendo

el binario por su cuenta? Bueno, naturalmente, hice un trato con el rey Te Uinta. Traje a

R-gruñido-G de vuelta a la Tierra y adapté su nombre para hacerlo pronunciable. Luego

empezó su educación, y ahí vino el problema. ¿Hacia dónde demonios se enfoca a un

niño que es un genio para las pautas?

—¿Hacia las matemáticas?—sugerí.

—Eso fue lo segundo. Con mis aficiones, el arte vino en primer lugar. Pero tras un

brillante comienzo en París, se cansó y lo dejó. Con las matemáticas pasó lo mismo.

Arquitectura en Princeton, empresariales en Harvard, música en Juilliard, medicina en

Cornell, diseño de Cúpulas en Taliesin, astrofísica en Palomar... Siempre la misma

historia. Un comienzo brillante, y luego lo dejaba.

—Todo parecía demasiado parcial—explicó Winter—. Partes de un todo sin ninguna

conexión. Y a mí me interesaba el pastel entero.

—Para entonces ya casi había alcanzado la mayoría de edad, así que le mandé fuera...

—Con latigazos—señaló Winter.

—Con un millar en el bolsillo para un Wanderjahr, y órdenes estrictas de no volver

hasta que descubriera qué quería hacer con su vida. Francamente, esperaba que

volviera arrastrándose, hundido y obediente. ..

—Como un pícaro y plebeyo esclavo.

—¿De dónde es esa frase?—pregunté a Winter.




—Hamlet, acto segundo, escena segunda—me susurró—. No se lo diga a nadie, pero

estudié Literatura Inglesa a espaldas de Yael. Ya sabe, Principales Escritores

Británicos, I y II. De eso también me harté, debido a un empacho de lampreas.

—En vez de eso, el caballero volvió fanfarroneando, con los bolsillos del traje

rebosando de dinero, y la grabación de la mejor integración que jamás ha visto el Solar.

Supongo que recordarán “Marcha en Filas Cerradas”, un bestseller. Rogue se puso a

jugar en Luna con...

—Convertí el regalo del doctor en cien mil, antes de que corriera la voz y me impidieran

entrar en los casinos—rió Winter—. Me llamaban “Rogue el Griego”.

—... Con cultivos de maíz de Kansas, Meta en Tritón, alta costura en Ganímedes, el

Movimiento Feminista de Venucio, galerías de arte en Calisto... Todo dentro de una

pauta del Solar que él encontraba obvia, pero que siempre había pasado inadvertida.

¡Santo Dios, se encontró a sí mismo! Era el Sintetista. La Duende y el Sintetista




Síntesis

Síntesis, f. Acción u operación combinada. Acción cooperativa de diversos agentes, de

tal manera que el efecto total es mayor que la suma de los efectos considerados de

manera independiente.

NOAH WEBSTER, -

La capacidad sintetista de Rogue Winter no se reflejaba en todas las pautas y

constructos. Tenía antiguos puntos ciegos/sordos. Los más, triviales; algunos,

importantes. Más grave aún era el hecho de que respondía a las pautas de tres

idiomas, siendo sólo consciente de estar involucrado en dos. Esto fue lo que le llevó al

desastre.

Winter hablaba el Solar Verbal proque era un inquisidor (en el siglo XX, los llamaban

“reporteros investigadores”), y las palabras de cada mundo eran las herramientas de su

trabajo. Sabía

que entendía el Soma-Gestalt (en el siglo XX, lo llamaban “inglés corporal”) porque

tenía mucha experiencia en investigaciones para comunicarse a varios niveles con

extranjeros, y su trabajo era averiguar qué realidades se ocultaban tras la máscara de

las palabras.

Todo esto lo sabía. Lo que no sabía, era que sentía el eco del Anima Mundi, que

producía su extraordinario sentido para la síntesis de pautas. Yo pensaba que la

terrible conmoción del niño, al estrellarse la nave R-OG, era la causa de su

hipersensibilidad. Ahora sé que se debe al experimento Krupp-Decco, y que la cualidad

X que se multiplicó por sí misma en Rogue era lo que llamo un “Sentido Fane”, del

griego phainein, algo así como una capacidad para captar. Era en este sentido fane lo

que le permitía ver cosas en hechos y sucesos aparentemente independientes, y

sintetizarlos en un todo.

Anima Mundi es el “Alma Fundamental del Mundo”. Un poco de latín, Anima: alma vital.

Mundi: el mundo. El Anima Mundi es el espíritu cósmico que llena a todos los seres

vivos y, aunque aún se discute, también a los objetos inanimados. Yo estoy de

acuerdo. Para mí, una casa antigua tiene espíritu, personalidad propia. ¿Cuántas veces

habéis visto un cuadro al que no le gusta su lugar en la decoración y se rebela,

negándose a colgar recto? ¿No nos exigen atención las sillas cuando pasamos ante

ellas, no crujen bajo nuestros pies los escalones malhumorados?

Muchos de nosotros sentimos el Anima y estamos fuertemente influenciados por ella.

Somos capaces de reconocer algunos aspectos obvios: “alma”, “vibraciones”, “psique”,

efectos del clima, de la noche y el día... Pero no nos damos cuenta de que son simples

facetas de un Anima Mundi profunda, subyacente, que es el sustrato—por llamarlo de

alguna manera—de toda existencia. Rogue Winter comprendía esto último, y le




afectaba más que a nadie. Aquí tenemos un ejemplo de su respuesta inconsciente a

las pautas subyacentes. La obtuvimos de la chica de Flandes.

Rogue estaba trabajando en Marte, y se tomó la tarde libre para pescar en un lago de

agua salada, en la Cúpula Gales. Lo habían poblado de celacantos, “Viejos Cuatro

Patas”, un legado del Cretáceo. Winter arrojaba y recogía el anzuelo, lanzándolo hacia

el este para encontrar los bancos de Cuatro Patas que se alimentaban de este a oeste.

De pronto—él pensó que se trataba de un presentimiento, que estaba siendo más

astuto que el pez, cuando en realidad se trataba de su inconsciente séptimo sentido,

que le obliga a responder a una orden del Anima—, de pronto lo hizo a la inversa,

empezó a pescar hacia el oeste.

Después de varios minutos de arrojar el anzuelo sin demasiado éxito, una chica

apareció en la solitaria orilla del lago. Llevaba unos pantalones tejanos cortados, sin

nada sobre el torso, el pelo color bronce, suelto. Cargaba con dos pesadas bolsas de

compra sin los beneficios de la Nuli-G. Las dejó en el suelo, se frotó los brazos y le

sonrió.

—Allo .

Rogue quedó instantáneamente cautivado por su acento francés, y se sintió agradecido

de que no mirara fijamente las cicatrices que adornaban sus mejillas.

—Buenas tardes. ¿Adónde vas?

—Estoy de visita en el pueblo de al lado. He salido a comprar d´ineur.

—¿De dónde vienes?

—De Calisto.

—Creía que Calisto era holandés.

—¿Nunca lo has visilé?

—Aún no.

—No todo es hollandais. Es Benelux, comprenez-vous? De Flandes, Bélgica y

Luxemburgo. Yo soy de la Cúpula Flamenca. ¿Estás pescando?

—Ya lo ves. ¿Te gustaría pescado para dineur?—Se le acercó y le tendió el anzuelo—.

Escupe, eso nos traerá suerte.

Era mentira, por supuesto. Pero la chica era preciosa, y tenía un pecho delicioso.




Ella le dirigió una mirada perpleja, se tranquilizó ante su mirada galante y escupió

delicadamente sobre el anzuelo. Winter lo arrojó hacia aguas profundas, empezó a

retirarlo con su técnica habitual, y recibió una tremenda sacudida. No podía creer su

suerte. Gritó entre carcajadas y empezó a luchar para sacar el pez, mientras la chica

saltaba emocionada junto a él. Mantuvo tenso el sedal para sacar al Cuatro Patas, pero

lo que arrastró hasta la orilla era el cadáver de una niña.

—Dieu!—gritó la chica flamenca—. Es lafille de Megan. Se ahogó este mediodía. Han

estado buscando el cuerpo desde entonces.

—¡Jesús Jig Dios!—murmuró Winter. Desprendió el anzuelo del fino bañador y recogió

el cuerpo—. Dime dónde hay que llevarla.

No tenía la menor idea de que se trataba de una llamada subliminal del Anima, a cuya

sensibilidad respondía. Era una muerte que desequilibraba la pauta del Anima. Y esa

descompensación le llamó hacia el oeste. Eventualmente, se hubiera resuelto por otras

respuestas naturales, pero el séptimo sentido de Rogue Winter, su sensibilidad hacia el

sustrato, le llevó allí antes.

Y no tenía la menor idea de que era esa misma sensibilidad hacia el Anima lo que le

producía la serendipity, que siempre le sorprendía y divertía. Serendipity es la

capacidad de hacer descubrimientos involuntarios e inesperados por accidente. Vas de

A a B, pensando en tus cosas, y de repente tropiezas con X, igual que Herschel

tropezó con Urano. Esta cualidad era la que convertía a Rogue Winter en nuestro

“Perdiguero”. Hay más sobre él en nuestro archivo Meta (MAXIMO SECRETO, SOLO

AGENTES DE ALEPH). Véase Operación Perdiguero.

Tenía una memoria curiosa. Recordaba las formas, pero no los colores. Recordaba el

argumento y la acción de todo lo que leía o veía, pero no las direcciones, ni los

números de teléfono. Recordaba la personalidad de todas las personas a las que

conocía, pero no sus nombres. Recordaba sus asuntos amorosos en función de unas

pautas que las damas no agradecerían.

Se había sometido a una arriesgada operación cerebral para hacerse instalar unas

sinapsis protésicas que le permitían comunicarse con su computadora mediante ondas

cerebrales. Winter puede pensar en dirección a la computadora, que imprime, graba y/o

ilustra gráficamente los conceptos. No hay muchos que puedan utilizar esta avanzada

técnica. Requiere una concentración despiadada, que no puede dejarse llevar por

extrañas asociaciones de ideas.

Winter haría cualquier cosa por descifrar los entresijos de una pauta: mentir,

engañar, seducir, robar, abusar, humillarse, pecar contra cualquiera de los

Diez Mandamientos y contra el Undécimo (No Dejarás Que Te atrapen). Y,

en su trabajo, ha pecado contra la mayoría de ellos.




Tenía treinta y tres años, medía uno ochenta y cinco, pesaba noventa y

pocos kilos, y estaba en buenas condiciones físicas. Érase una vez que se

casó con una encantadora chica de la Cúpula San Francisco, en Luna. Ella

llevaba una hermosa melena recogida dentro de un casco, tenía rasgados

ojos oscuros, cuerpo esbelto de nadadora y buena delantera, el tipo de mujer

que siempre atraía a Winter. Salpicaba cada frase con palabras acabadas en

“ig”, una muletilla corriente en las Cúpulas Lunares, que ahora se está

extendiendo.

—Zig, chico, te quiero, ¿gig? Pero estoy jig muerta de sueño, me voy a la

cama, mig.

Encantadora, divertida, entretenida, pero, ¡ay!, eso era lo único que tenía en

el lugar reservado para el C.I., así que el matrimonio se rompió. A Winter le

encantaban las chicas, pero sólo como iguales. Otra de sus damas, otra

esbelta chica de amplia delantera, señaló amargamente que ni siquiera él

podía encajar en su propia idea de igualdad. La Duende de Titania se

encargó de aquello.

Un cambio de vida en un día de síntesis.

Winter había vuelto de un trabajo inquisitorial sobre el Movimiento Feminista

de Venucio, y seguía conmocionado por un violento suceso que tuvo lugar en

la Cúpula Bolonia. Lo peor era que no lo entendía. Sucedió la noche anterior

al día que cambió su vida.

Tenía un apartamento en la rotonda Beaux Arts, un complejo construido al

Estilo Eduardiano con grandes balcones, chimeneas y gruesas paredes para

proteger a los artistas creadores unos de otros. El aislamiento alejaba los

chillidos de las sopranos ensus escalas, los truenos electrónicos de la

“Gavota Galáctica en Sol menor”, y del dictado del Diccionario de Oxford al

ser traducido al Nu-Spék.

Su hogar estaba decorado con un estilo antiguo, y encajaba con sus gustos a

la perfección: enorme sala de estar con mobiliario Estilo Rey Jorge, cocina

utilitaria, cuarto de baño con una monstruosa bañera de uno ochenta, y dos

dormitorios en la parte de atrás, uno grande y otro pequeño. El pequeño

recordaba, en su simplicidad, a la celda de un monje. El grande era su cuarto

de trabajo, y un caos. En las paredes, se alineaban los libros, las

grabaciones, las películas y los programas. El escritorio era una mesa de

conferencias. La computadora, con la que estaba neurológicamente

conectado—tenía que asegurarse de que estaba apagada cuando no la

necesitaba; de otro modo, grabaría todo lo que pensara mientras estuviera en

el apartamento—montones de artículos de escritorio, películas y cintas de

vídeo vírgenes, apuntes para antiguas historias por todo el suelo, algunas




cintas saliendo de la papelera como un montón de serpientes en busca de

Laoconte y sus dos hijos.

Estaba tan disgustado que ni siquiera se molestó en deshacer la bolsa de

viaje, ni en cambiarse, y los cohetes de Alitalia no se destacan por su

limpieza. En lugar de eso, sacó una botella de whisky, se sentó en el sofá de

la sala de estar, puso los pies sobre la mesita de café, e intentó

emborracharse para embotar los recuerdos. Quería recuperarse de su primer

asesinato, que había tenido lugar la noche anterior, en Venucio.

Los hechos decisivos tienen lugar en simples instantes. Lo que cambió la

vida de Winter fue una pelea de tres segundos, en la penumbra de los

Jardines Centrales de la Cúpula Bolonia. Estaba esperando a una chica con

la que se había citado, cuando un gorila, armado con un mortífero cuchillo

saltó hacia él desde los oscuros arbustos. Años de ejercicio en la infancia

habían entrenado los reflejos de Winter. No respondió a la fuerza con fuerza,

como era natural y de esperar. En lugar de eso, se dejó caer blandamente,

rodó mientras el otro saltaba sobre él, y se colocó sobre la espalda del

asesino. Dos golpes con la rodilla en los testículos, la muñeca del cuchillo

retorcida y rota con ambas manos, la carótida cortada. Todo esto en tres

segundos de sibilante silencio. El asesino tardó mucho más en morir. A

Winter no le gustaba pensar en eso.

—Pero ¿por qué, nene? ¿Por qué?—seguía preguntándose.

Tres copas más tarde, se sintió repentinamente inspirado.

—Lo que necesito ahora es una chica en la que perderme. Es la única

manera de esperar a que aparezca una pauta.

Uno de los Rogues (tenía una docena de personalidades alternativas) fue el

encargado de responder:

—Como quieras, pero te has dejado la libreta roja en el estudio.

—Por jigjiz. ¿No puedo tener una libreta negra como la que cantan las

canciones y narran las historias?

—¿Por qué eres incapaz de recordar un número de teléfono? No importa.

¿Vamos a reunirnos con las damas?

Hizo tres llamadas, todas negativas. Se tomó tres copas más, todas positivas.

Se desnudó, se acostó en la cama de la celda monacal, dio vueltas, maldijo,

y al final se durmió, soñando enloquecido:




pautas

autas

utas

tas

as

s

A la mañana siguiente, se levantó relativamente temprano y salió. Primero

hacia la emisora, para una discusión sobre guiones con su productor. Luego

a las oficinas de su editor, para sostener una batalla por cuestión de

ilustraciones. Por último a Solar Media, donde recorrió los pasillos de la

editorial con su habitual despliegue circense, besando y pellizcando al

personal, para terminar en el despacho del rincón, que pertenecía a Augustus

(Ching) Sterne. Ching era el editor jefe.

—¿Tienes la historia, Rogella?

—La tengo.

—Fecha límite, tres semanas.

—Lo conseguiré. ¿Tienes un despacho vacío que pueda utilizar durante una hora, más

o menos? Tengo que hacer algunas llamadas, y producción me ha entregado las

galeradas para que las revise. Quieren que se las devuelva hoy.

—¿Qué historia es ésa?

—Espacio e Idiotez Mongólica: Descubrimiento de la Atracción en E = mc.

—¡Demonios! Eso debía estar en el laboratorio desde ayer. Utiliza la sala de reuniones,

Rogella. Hoy no están tratando de que se les ocurra ninguna idea.

Winter tomó posesión de la sala de reuniones, hizo sus llamadas, telefoneó al

departamento de ejemplares para que pasaran a recoger el material de referencia sobre

Venucio, leyó las galeradas con los dedos—la facultad electrotáctil era otra faceta de

sus habilidades—, se puso furioso, y llamó a Ching Sterne para gritar un poco.

Una chica asomó la cabeza en la sala de reuniones. Era una cabeza rubia, con el pelo

cortado a modo de casco, y oscuros ojos rasgados. Demi Jeroux, del Departamento de

Documentación. Winter le hizo una señal para que entrara, le lanzó un beso y siguió

maldiciendo salvajemente por el intercomunicador.

—He estado repasando las galeradas de lo de los idiotas, y algún hijo de puta ha

reescrito mi original. ¿Cuántas veces tengo que decíroslo? ¡No quiero que nadie me




joda los originales! Si queréis algún cambio, pedídmelo y lo haré. No pienso dejar que

ningún segundón trepa se aproveche de mí.

Winter colgó bruscamente el intercomunicador, se volvió y contempló a la chica, que le

miraba asustada.

—Demi, cariño, eres una visión grata para estos ojos de borracho. Ven a darle un

abrazo a papá.—Ella se arrojó en sus brazos, temblorosa—. Mi impagable chica de

Documentación, tengo todo el material de Venucio para devolvértelo.

—Ya no trabajo en Documentación—respondió Demi, con su suave acento de Virginia.

—No me digas que han despedido a mi perla del océano.

—Me han ascendido, soy ayudante del editor.

—¡Felicidades! Ya era hora. Han estado desperdiciando a una inteligente chica de...

¿Cómo se llamaba esa universidad de la que te sacaron?

—Marymount.

—¿Te han subido el sueldo'?

—Ni hablar.

—¡Mierda! No importa, lo celebraremos de todos modos. Vamos, te invito a algo.

—No querrás hacerlo, Rogue.

—¿Por qué no?

—Bueno, mi primer trabajo fue... Fue tu artículo sobre los mongólicos .

—¿Quieres decir que tú eres la hija de puta que...? ¿Y me has oído gritar todo eso?—

Winter rompió a reír y besó a la chica, que enrojeció violentamente—. Pues ya has

recibido tu primera lección sobre cómo manejarme. ¿Te encargarás de mi inquisición

sobre el Movimiento Feminista?

Ella asintió con timidez.

—Me encargaré de todo lo tuyo. El señor Sterne dice que será educativo.

—Me pregunto qué querrá decir con eso. ¡Vaya, vaya! ¡Demi Jeroux, el Demonio de

Dixieland, es ahora mi editora!




La temblorosa chica respiró profundamente y se sentó en una de las sillas, con una

mezcla de terror y decisión.

—Quiero ser otra cosa—dijo con suave voz .

—¿Oh?

—¿Recuerdas esa historia que me contaste sobre la fiesta irlandesa?

—No, querida.

—Aquel día que me llevaste a almorzar marisco al restaurante de Grotto.

—Recuerdo el almuerzo, pero no la historia.

—Había... Había un niño arrastrándose entre los pies de todos. Tú te enfadaste y le

pegaste una patada.

—¡Oh, Dios! ¡Gig!—rió Winter—. Fue en la Cúpula Dublín. Nunca olvidaré el escalofrío

de horror que recorrió a todos los presentes. Estuvo muy mal, pero era una fiesta tan

condenadamente aburrida...

—Y el niño te miró con cariño.

—Y tanto, y tanto. Liam ya debe de tener unos ocho años, y todavía me quiere. Suele

escribirme en gaélico. Es casi como si hubiera nacido con una pasión loca por que le

pegaran patadas.

—Rogue—señaló Demi—, a mí también me has pegado una patada.

—¿Que yo te he. . .?

Una sorprendente emoción le cosquilleó bajo la piel. Le habían hecho proposiciones

antes, pero nunca como aquélla.

¿Lo he buscado?

¿Lo he propiciado?

¿Es ella consciente de una atracción recíproca que no he notado?

¿Estoy mintiendo?

¿Es esto lo que siempre he querido?




Así discutían sus personalidades mientras se levantaba, cerraba la puerta de la sala de

reuniones, volvía junto a la chica y ponía una silla frente a ella, de manera que pudiera

verle las rodillas y tomarle las manos.

—¿Qué pasa, Demi?—preguntó amablemente—. ¿El sucio y viejo amor?

La chica asintió y se echó a llorar. Rogue le puso un pañuelo en la mano.

—Has sido muy valiente al decírmelo, querida. ¿Cuánto tiempo lleva cociéndose esto?

—No lo sé. Simplemente...sucedió.

—¿Ahora mismo?

—No, no. Es que... sucedió.

—¿Cuántos años tienes, cariño?

—Veintitrés.

—¿Has estado enamorada antes?

—Nunca de alguien como tú.

Winter miró aquella sollozante cosita esbelta con amplia delantera y suspiró.

—Escúchame—dijo cuidadosamente—. En primer lugar, te estoy agradecido. Cuando

alguien te ofrece amor, es como encontrar el final del Arco Iris, y no hay mucha gente

que encuentre ese tesoro. En segundo lugar, yo también podría amarte, pero tienes que

entenderlo, Demi. Cuando alguien da amor, se le responde con amor. Es una especie

de hermoso chantaje. Sólo te estoy distrayendo con lo obvio para que no me mojes

demasiado el pañuelo...

—Lo sé—susurró—. Siempre eres sincero.

—Tengo que serlo. Me gustan las mujeres (es mi único vicio), y ahora mismo necesito

desesperadamente a una chica, pero... Mírame, Demi. Sólo tendrás la mitad de un

hombre, quizá menos. La mayor parte de mí pertenece a mi trabajo.

—Por eso eres un genio—respondió ella.

—¡Deja de adorarme!—Se levantó bruscamente y se dirigió hacia un mapa gigante del

Solar, que examinó sin interés—. ¡Dios mío! Estás decidida a cazarme, ¿verdad?

—Sí, Rogue. No me gusta, pero sí.




—¿No hay piedad? El difunto y genial Rogue Winter, atrapado por una nebbish de

Marymount. Una vez más queda demostrado que soy un payaso capaz de decirle que

no a cualquiera, menos a una chica.

—¿Tienes miedo?

—Maldita sea, sí. Pero no puedo hacer nada. Muy bien, adelante.

Le abrió los brazos, y Demi se refugió entre ellos. Se besaron.

Por parte de Rogue, sólo fue un firme contacto de labios.

—Me gusta tu boca recia—murmuró ella—. Y tus manos también son recias. ¡ Oh,

Rogue, Rogue ...!

—Es que soy un salvaje maorí.

—No. No hay nadie como tú, Rogue.

—¿Quieres zig de adorarme? Ya soy bastante engreído.

—¡Dios! Creí que nunca te conseguiría.

—¿No? ¡Y un cuerno!—Winter miró al techo—. Por favor, sagrados antepasados de la

realeza Uinta, nobles reyes que habéis regido a los maoríes durante quince

generaciones, y cuyas almas residen ahora en el ojo izquierdo... ¡No permitáis que me

deje capturar por esta viuda negra!

Demi dejó escapar una risita.

—¡Ssss!—exclamó, deleitada.

—¿Qué puede hacer un noble salvaje cuando una chica le pone la vista encima? Está

rodeado, condenado, perdido.

—¿En el ojo izquierdo?—preguntó Demi.

—Ajá. Según nuestras creencias, ahí reside el alma.—Cerró el ojo derecho, y el

izquierdo le devolvió la mirada de deleite y anticipación—. Gig, Demi, salgamos a

celebrarlo. Sólo que ahora tendrás que machacarme tú a mí... Para adormecer el

dolor...

—¡Ssss !




Si tuviéramos mundo y tiempo suficiente, esta molestia, señora, no sería un crimen.

En primer lugar, Demi tuvo que revisar el apartamento, inspeccionando—y a veces

admirando—cada mueble, cada cuadro, cada libro y cada cinta, fruslerías y recuerdos

de sus trabajos a lo largo de todo el Solar. Alzó una ceja, el anticuado gesto de

sorpresa, ante la bañera de uno ochenta (antes ilegal, ya que aquellos lujos devoraban

demasiada energía cuando aún no se conocían los Meta), entrecerró los ojos al ver la

cama japonesa, una simple manta blanca, gruesa, sobre una enorme tabla de ébano, y

dejó escapar un gemido ante el desorden que reinaba en el estudio.

Nos sentaríamos y pensaríamos hacia dónde caminar, para pasar nuestro largo día de

amor. Tú encontrarías rubíes a las orillas del Ganges. Yo lloraría ante la marea de la

humillación.

—¿Qué fue lo que te gustó de mí?

—¿Cuándo?

—Cuando empecé a trabajar para Solar.

—¿Qué te hace pensar que me gustaste?

—Me invitaste a almorzar.

—Fue tu dedicación.

—¿A qué, en concreto?

—A conseguir que Vulcano viera reconocido su lugar por derecho en la familia de los

planetas.

—Vulcano no existe.

—Eso es lo que me gustó de ti.

—¿Qué hay en esta caja de recuerdos, por favor?

—La cara de una muñeca de porcelana. La encontré en un cubo de basura, en la

Cúpula Inglesa de Marte, y me enamoré locamente de ella.

—¿Y esto?

—¡Vamos, Demi! No querrás explorar todo mi pasado, ¿verdad?

—No, pero dímelo, por favor. Es tan raro. . .




—Es una lágrima de la Torre de las Gemas, en la Cúpula Birmana de Ganímedes.

—¿La Torre de las Gemas?

—Escancian piedras preciosas sintéticas, de la misma manera que escanciaban vinos

hace unos siglos. Estaban escanciando flujo de rubíes rojos. y esta gota no salió

esférica, así que me la dieron.

—¡Es tan rara...! Parece como si tuviera una flor dentro.

—Sí, es una imperfección. ¿La quieres?

—No, gracias. De ti, espero algo más que rubíes imperfectos.

—Se está poniendo agresiva—dijo Winter a la sala de estar—. Ahora que me tiene

atrapado, empieza a mostrarse tal como es.

Yo te amaría hasta diez años antes del Diluvio, y tú puedes, si quieres, rechazarme

hasta que los judíos se conviertan.

—¿Y qué fue lo primero que te gustó de mí cuando me conociste en Solar?

—Tu latido.

—¿Mi corazón?

—¡Cielos, no! Tu ritmo.

—Eso es porque, en realidad, soy negro. Todos tenemos ritmo .

—No lo eres. Ni siquiera eres un auténtico maorí.—Le rozó la mejilla con dedos como

plumas—. Sé de dónde vienen estas cicatrices.

Winter se bajó las gafas.

—Lo haces todo como una especie de latido—siguió ella—. Como el ritmo de un

tambor. Caminar, charlar, bromear...

—¿Qué eres, una fanática de la música?

—Por eso quería entrar en tu templo. La contempló mientras volvía a guardar la lágrima

de rubí en la caja. La luz del atardecer la enfocaba desde un ángulo extraño y, por un

momento, se pareció sorprendentemente a la pelirroja Rachel Straus, de Solar Media,

con la que había mantenido una desconcertante relación.




Mi amor vegetal debería crecer más que los imperios, y más lentamente.

Empezaba a sentirse incómodo con ella.

—Esta es una manera condenadamente temperamental de empezar algo—se quejó

para sí mismo.

—¿Por qué? ¿No es todo diversión y juegos?

—¿Quién se está divirtiendo?

—Yo.

—¿Quién está jugando?

—Yo.

—Entonces, ¿dónde entro yo?

—Toca de oído.

—¿El izquierdo o el derecho?

—El del centro. Ahí es donde reside tu alma.

—Eres la chica más terrible que he conocido.

—He sido insultada por hombres mejores que usted, caballero.

—¿Como cuáles?

—Como aquéllos a los que he rechazado.

—Me dejas con la duda.

—Sí, es la única manera de manejarte.

—¡Maldita sea, tú ganas!—murmuró Winter.

Deberán pasar cien años para alabar tus ojos, para alabar tu mirada. Doscientos para

adorar cada seno. Pero treinta mil para el resto. Una era al menos para cada parte, y la

última para tu corazón .

—Es lo último que esperaba de ti—sonrió Demi.




—¿El qué?

—Que fueras tímido.

—¿Yo? ¿Tímido yo?

Rogue estaba indignado.

—Sí, y me encanta. Tus ojos están haciendo inventario, pero el resto de ti no se ha

movido.

—Lo niego .

—Dime qué ves.

—Un caleidoscopio loco.

—Será mejor que te expliques.

—Yo... —Titubeó—. No puedo. Es que... Es que cada vez que te miro, me pareces

diferente.

—¿En qué sentido?

—Bueno... Tu pelo. Unas veces parece liso, otras ondulado. A veces, claro; en

ocasiones, oscuro. . .

—Oh, es un nuevo tinte llamado “Prisma”. Responde a las ondas luminosas. Deberías

ver los resultados bajo un A.P.B., parezco un árbol de Navidad.

—Y tus ojos. Unas veces me parecen oscuros y rasgados, como los de mi ex esposa.

Otras, abiertos como enormes ópalos, como los de una chica que conocí en la Cúpula

Flandes.

—Es un truco—rió ella—. Todas las chicas lo practicamos. Se supone que los hombres

caen como fulminados por un rayo.—Le quitó las gafas, y se las puso ella—. Ya está.

¿Te sientes más seguro ahora?

—Y... Y los pechos. —Estaba a punto de tartamudear—. Cuando empezaste a trabajar

con nosotros, pensé que eran como... como unos montecitos deliciosos. Ahora...

Ahora... ¿Has estado haciendo ejercicio mientras yo hacía inquisiciones?

—Veámoslo—sugirió ella.




Y empezó a quitarse la blusa.

Pero, a mi espalda, siempre oigo el carro alado del tiempo, siguiéndome de cerca. Y

ante nosotros se extiende el vasto desierto de la eternidad. Tu belleza ya no será

admirada, ni en tu cofre de mármol resonará mi canción. Los gusanos se harán con esa

virginidad largo tiempo preservada, y tu honor se transformará en polvo, y en cenizas mi

lujuria.

—No—pidió él—. Por favor, no.

—¿Por qué no? ¿Todavía tímido?

—No, es que ...esto no es lo que esperaba.

—Claro que no. El macho maorí. Pero seré yo la que marque ritmo. —La blusa cayó al

suelo—. ¿Cuánto tiempo supones ue debe esperar una chica? ¿Hasta la tumba?

—¡Jigjiz!—exclamó—. Pareces el mascarón de un barco.

—Sí. Me llaman China Clipper.

—¿Qué pasa, estás afiliada al Movimiento Virginista?

—¿Por qué no lo averiguamos?—rió Demi—. Vamos, Rogue. . .

Le obligó a levantarse del sofá y le empujó hacia el dormitorio con una mano, mientras

le desabrochaba la ropa con la otra.

Hagamos una bola con toda nuestra fuerza y dulzura, mandemos todos los placeres a

través de las puertas de hierro de la vida. Así, aunque no podamos detener nuestro sol,

lo haremos correr.

Aun así, Demi hizo que el sol se detuviera en el limbo sin tiempo de los amantes. En la

oscuridad, parecía ser un centenar de mujeres con un centenar de bocas, manos y

caderas. Era una negra de gruesos labios que le absorbían, y duras nalgas que le

aprisionaban. Era una Wasp virginal, tímida, indefensa, pero temblorosa de placer.

Era jugosa, le arrullaba en el oído mientras sus mil bocas le arrancaban arpegios de la

piel. Era un animal de otro mundo, que emitía gruñidos guturales mientras él la tomaba.

Se convirtió en una muñeca hinchable, sintética, que crujía y zumbaba como una

máquina de millón. Era dura, tierna, exigente, suplicante, siempre inesperada.

Y le inspiró fantasías. Le estaban azotando, crucificando ahogando, descuartizando, le

marcaban con hierros al rojo. Le pareció que podía ver los cuerpos entrelazados de

ambos, en ángulos imposibles, reflejados en espejos de aumento. Se aterró al oír




golpes en la puerta de entrada, y maldiciones susurradas. Sus riñones eran un volcán

en eterna erupción. Pero, además, se sentía como si estuviera conversando con ella

ante una botella de champán y unos canapés de caviar, un preludio erótico en el que

solazarse antes de compartir por primera vez el fuego del amor.




Energías

Cada vez estoy más convencida de que el hombre es una criatura peligrosa. Y de que

el poder, ya sea ostentado por muchos o por pocos, siempre es codicioso.

ABIGAIL ADAMS

Winter salió de la cama japonesa, caminó suavemente hacia la sala de estar y se sentó

en el sofá, con los pies sobre la mesita de café. Pensaba intensamente, tratando de dar

cuerpo a una pauta. Demi salió media hora más tarde, esbelta, rubia, otra vez con los

ojos rasgados. Llevaba una de las camisas de Rogue a modo de minúsculo camisón.

Se acuclilló en el suelo, al otro lado de la mesita de café, y alzó los ojos hacia él.

—Te quiero—susurró—. Te quiero, te quiero, te quiero. Tras una larga pausa, él dejó

escapar un suspiro.

—Eres una titánida.

No se trataba de una pregunta.

Demi hizo una pausa, tan larga como la suya, antes de asentir.

—¿Eso cambia algo?

—No lo sé. Eres la primera que conozco.

—¿En la cama?

—En ninguna parte.

—¿Estás seguro?

—N-no. Supongo que no puedo estarlo. Nadie puede estarlo.

—No.

—¿Estás seguro?

—¿Quieres decir que si tenemos contraseñas misteriosas como señales secretas

masónicas? No, pero...

—Pero ¿qué?

—Pero podemos vernos unos a otros, si hablamos en titánido.




—¿Cómo suena el titánido? ¿Lo he oído alguna vez?

—Quizá. Es difícil. Verás, los titánidos no nos comunicamos como el resto del Solar.

—¿No?

—No utilizamos el sonido, ni la vista.

—Entonces, ¿cómo? ¿Percepción extrasensorial?

—No, hablamos en química.

—¿Qué?

—Nuestro lenguaje es químico: olores, sabores, sensaciones en la piel, en el interior del

cuerpo. ..

—Me estás ziggeando.

—En absoluto. Es un lenguaje muy sofisticado de mezclas y modulaciones en

intensidad.

—No lo creo.

—No puedes creerlo porque te resulta ajeno. Mira, voy a hablarte en química.

¿Preparado para recibir?

—Adelante .

Tras unos segundos de silencio absoluto, Demi volvió a hablar.

—¿Y bien?—preguntó.

—Nada.

—¿No has olido algo? ¿No has saboreado algo? ¿No has sentido algo?

—Nada.

—¿No has recibido algún tipo de impresión?

—Sólo la seguridad de que me estabas tomando el pelo con... No. Espera. Tengo que

ser sincero. Por un momento, me pareció recibir una quemadura solar, como las de las

cicatrices que tengo en las mejillas.




Demi saltó.

—¡Eso es! ¿Lo ves? Me estabas recibiendo, sólo que te es tan ajeno que tu mente tiene

que traducirlo a símbolos familiares.

—¿De verdad me estabas diciendo algo que yo traduje como un rayo de sol? —Ella

asintió—. ¿Y qué me decías en química?

—Que eres un chalado machista maorí. Y que adoro cada trozo de ti, cicatrices

incluidas.

—¿Todo eso me dijiste?

—Y en serio, sobre todo lo relativo a las cicatrices. Pobrecito mío, estás tan

avergonzado de ellas...

—No me compadezcas, lo detesto—gruñó—. ¿Y los titánidos andáis por ahí,

transmitiendo en química?

—No.

—¿Hay muchos de los vuestros aquí?

—No lo sé, ni me importa. Sólo me importas tú... Y me estás asustando, Rogue.

—No era mi intención.

—Estás tan frío y analítico, después de... Bueno, ya sabes de qué.

—Perdóname. —Se las arregló para sonreír—. Estoy intentando hacerme a la idea.

—Nuca debí decírtelo.

—No me lo dijiste. Me lo demostraste. Es la experiencia más extraordinaria que... ¿Por

qué estás en la Tierra?

—Nací aquí. Soy una suplantadora.

—¿Qué? ¿Cómo?

—Mi verdadera madre era muy amiga de la familia Jeroux. Era su doctora. No te

contaré su historia, tardaría años.

—Está bien.




—Yo tenía un mes cuando el primer hijo de los Jeroux murió al nacer. Me sustituyó por

el cadáver.

—¿Por qué demonios lo hizo?

—Porque les quería, y sabía que el dolor de perder a su primer hijo les provocaría un

daño irreparable. Yo no era su primera... Nos descascarillamos tan de prisa como

guisantes.

—¿Tu padre era terrestre?

—No. Sólo somos fértiles con titánidos. Al parecer, a nuestros óvulos no les gustan

vuestros espermatozoides, o quizá sea al revés. De todos modos, mi madre pensó que

sería bueno para mí crecer en una buena familia terrestre. Siempre podía mantener un

ojo titánido sobre mí, y lo hizo. Punto final.

—Entonces, ¿tu pueblo puede amar?

—Deberías saberlo. Rogue.

—Pero no lo sé.—Movió la mano en gesto de impotencia—. Toda esa charla sobre tinte

Prima, caídas de ojos ensayadas y... Eso era un camuflaje titánido, ¿no?

—Sí. Intento ser lo que quieres, pero mi amor hacia ti no es un camuflaje.

—¿Y puedes cambiarte a ti misma?

—Sí.

—Pero ¿cómo eres realmente?

—¿Cómo crees que son realmente los titánidos?

—¡Maldito sea si lo sé!—Le dirigió una mirada perpleja—.

Supongo que como... Como una esfera ardiente de energía, o quizá como una ameba

de plástico, o como un rayo de luz. ¿No?

Ella se echó a reír.

—No me extraña que estuvieras preocupado. ¿Quién quiere ser besado por un millar de

voltios? Dime cómo eres tú realmente.

—Puedes verlo por ti misma. Y puedes creer lo que ves.




—Au contraire, m'sier—sonrió—. No veré cómo eres realmente hasta que estés muerto.

—Eso es un disparate, Demi.

—En absoluto.—Se puso seria—. ¿Cuál es el Rogue auténtico, el Rogue al que amo?

¿El genio de las pautas? ¿El brillante inquisidor sintetista? ¿El hombre ingenioso? ¿El

encantador? ¿El sofisticado? No. El verdadero Rogue está en lo que haces con tus

maravillosas cualidades... En todo lo que contribuyes, lo que dejas a tu paso. Y no lo

sabremos hasta que no hayas desaparecido.

—Supongo que tienes razón—admitió.

—Y con nosotros pasa lo mismo. Sí, puedo adaptarme y cambiar para encajar con la

situación o agradar a una persona, pero no en cualquier ocasión, ni con cualquier

persona. Mi yo auténtico es lo que elijo ser. Y, cuando muera, mi aspecto será el que

haya elegido en lo más profundo de mí. Ése será mi auténtico yo.

—¿No te estás poniendo un poco mística?

—En absoluto.—Señaló la mesita de café, como un profesor ilustrando su conferencia.

La mesita era un magnífico corte transversal de un árbol tulipán, procedente de Saturno

VI—. Mira estos anillos. Cada uno muestra un cambio, una adaptación, ¿verdad?

Rogue asintió.

—Pero sigue siendo un tulipán, ¿verdad?

—Empezó como un brote tierno que podía crecer para transformarse en cualquier cosa,

pero el Espíritu Cósmico le dijo, “eres un árbol tulipán. Cambia y adáptate tanto como

quieras, pero vivirás y morirás como un árbol tulipán”. Bueno, pues con nosotros pasa lo

mismo. Cambiamos y nos adaptamos, pero siempre entre los límites de lo que somos

en nuestro interior.

Winter no pudo hacer otra cosa que asentir, confuso.

—Somos polimorfos, sí—siguió Demi—. Pero vivimos, nos adaptamos, luchamos para

sobrevivir, nos enamoramos...

—¿Y jugáis al amor con nosotros?—la interrumpió.

—¿Por qué no? ¿Es que el amor no es un juego divertido?—le miró—. ¿Qué demonios

pasa contigo, Winter? ¿Crees que el amor debe ser profundo, sombrío, tenebroso,

desesperado, como en esas viejas obras de teatro rusas? No creí que fueras tan

inmaduro.




Ante el arranque de Demi, y tras un momento de sobresalto, se echó a reír.

—¡Condenada chica! Ya te has vuelto a adaptar. Pero, en nombre de Dios, ¿cómo

sabías que necesitaba un mentor?

La chica rió con él.

—Ni idea, cariño. Tal vez lo vi con mi ojo izquierdo. Me paso la mitad del tiempo

sintiendo lo que necesitan los demás. Después de todo, sólo soy medio humana y es la

primera vez que me enamoro. Así que no puedes tomarme como ejemplo.

—No cambies nunca, nunca—sonrió, antes de interrumpirse bruscamente—. Pero ¿qué

demonios estoy diciendo?

—Que sólo tengo que cambiar para ti.—Le cogió la mano—. Vamos, semental de las

estrellas.

Esta vez, volvieron juntos a la sala de estar. Esta vez, ella se sentó en el sofá con los

pies en alto. No se había molestado en ponerse el camisón provisional, y ahora parecía

una colegiala atleta. “Capitana del equipo de hockey”, pensó Winter mientras se

sentaba con las piernas cruzadas en el suelo, frente a ella, para admirarla. Demi

palmeó los cojines.

—Siéntate aquí al lado, cariño.

—Ahora no, ese sofá habla demasiado.

—¿Habla demasiado?

El asintió.

—No puedes hablar en serio, Rogue.

—Claro que sí. Todas las cosas me hablan, pero ahora mismo sólo quiero escucharte a

ti.

—¿Todas las cosas?

—Ajá. Muebles, cuadros, máquinas, plantas, flores... Nombra algo, y yo lo oigo. Cuando

me tomo la molestia de escuchar.

—¿Cómo habla el sofá?

—Pues... Parece una morsa a cámara lenta, con la boca llena de algodón. Bluu—fuu—

guu—muu—nuu... Hay que tener paciencia y escuchar mucho rato.




—¿Y las flores?

—Cualquiera pensaría que son parlanchinas o que se ríen como niñas pero no. Son

sinuosas y sensuales, como el anuncio de un perfume que se llamara C'est la

Séductrice.

—Estás en términos amistosos con todo el universo—rió—. Creo que por eso me

enamoré de ti.—Bajó la vista para mirarle—. ¿No hay nada que diga “Te quiero”?

—No piensan en ese tipo de conceptos. Todos son unos ególatras.

—Yo sí. Te quiero. A ti.

Él le devolvió la mirada.

—Yo hago algo mejor. Te creo.

—¿Por qué es mejor?

—Porque ahora puedo confiar en ti. Tengo que pensar algunas cosas contigo.

—Siempre estás pensando.

—Es mi único vicio. Escucha, cariño, me ha pasado algo... Algo malo.

—¿Esta noche?

—En Venucio. No repitas a nadie lo que te voy a decir. Sé que puedo contar contigo

para eso, pero sólo eres una chiquilla de Virginia, aunque seas titánida, y te podrían

embaucar para que revelaras algo.

—Jamás revelaré nada.

Repentinamente, la capitana del equipo de hockey empezó a parecerse a Morgan le

Fay.

—¡Fuera!—gritó Winter, cruzándose los brazos ante el rostro.

—Me atraparon con las manos en la masa.

La hechicera sonrió y se transformó en la fogosa Sierra O'Nolan.




—¡Ella no! —gimió Winter, recordando las disputas y gritos—. ¡Por Dios santo, Demi...!

—Ella abandonó el papel—. Así que, después de todo, vosotros los titánidos no sois

infalibles—gruñó .

—Claro que no. ¿Quién es infalible?—respondió, modosa—. Y por favor, deja de hablar

de “vosotros los titánidos”. No hay un “vosotros” y un “nosotros”. Todos somos parte de

la misma broma del circo cósmico

Él asintió.

—Pero cariño, tienes que comprender lo difícil que me resulta enfrentarme a un amor

mercuriano.

—Ah, ¿sí? Oye, Rogue, ¿nunca ha habido una actriz en tu ajetreada vida privada?

Empezó a adoptar la forma de Sarah Bernhardt.

—Vaya, pues sí.

—¿Y cuántos papeles representaba, en el escenario y fuera de él?

—Un jillión, quizá.

—Pues con nosotros pasa lo mismo.

—Pero tú cambias físicamente.

—¿No es lo mismo que pasa con el maquillaje?

—Diana, diana—se rindió—. Supongo que nunca sabré de quién estoy enamorado.

¿Quién? ¿De quién? Suspendí la gramática en la Hohere Schille—confesó—. Una

diferencia de opiniones con los adverbios.

—Eres un genio—rió ella—. Aprenderé mucho de ti.

—Empiezo a temerme que, para ti, sólo soy una imagen paternal .

—Entonces, acabamos de cometer incesto.

—Bueno, he pecado contra casi todos los Diez Mandamientos. ¿Qué importa uno más'?

¿Un coñac?

—Quizá más tarde, por favor.




Winter sacó una botella de coñac y dos vasos, los puso sobre la mesita de café, abrió la

botella y sirvió los tragos.

—He pecado contra otro.

—¿Contra cuál?

—¿No es Marymount un colegio católico?

—Más o menos.

—¿Los Jeroux educaron en el catolicismo a su hijita multiforme?

—Más o menos.

—Entonces esto no te va a gustar. El Quinto.

—No... ¡No!

—Ajá.

—Me estás mintiendo.

Winter sacudió la cabeza.

—Sucedió en la Cúpula Bolonia, el último día que pasé allí.

—Pero... Pero...—Demi se puso en pie de un salto, con el aspecto de una Furia

vengativa, y a Winter casi le pareció ver las serpientes enroscándosele en el pelo—.

Rogue Winter, si me estás zigeando el pelo. ..

—No, no, no—la interrumpió—. ¿Crees que bromearía sobre una cosa así, Demi?

—Sí. Eres un retorcido embustero.

Winter palmeó el sofá.

—Siéntate, cariño. Es una historia. sí, pero no me la he inventado, sucedió. Y tengo que

hablar de ello con alguien en quien confíe .

Se sentó, todavía desconfiada.

—Bien, cuenta.




—Estaba atando los últimos cabos de una pauta muy extraña, en Bolonia, y la Meta

Mafia estaba implicada. Ya sabes que los jins de Tritón tienen el monopolio de Meta, y

son duros. Fijan los precios y las cuotas. Y si por cualquier razón no les gustan los

Bárbaros del Interior, te cortan la cuota. Así que, naturalmente, hay una Meta Mafia que

saca la mercancía de Tritón, puro y simple contrabando. Los precios son abusivos, pero

entregan siempre, sin importarles quién o qué seas. Una especie de ladrones

generosos. ¿Me explico?

—Sí, pero no entiendo lo de Meta. Sé que se refiere a la metástasis, que produce

energía, pero no sé cómo.

—Es un poco complicado.

—Inténtalo.

—Bueno, empieza con átomos y partículas con carga eléctrica. Mediante la metástasis,

pueden pasar de su estado normal a un estado excitado. Esto absorbe energía de los

Meta. Luego vuelven a su estado normal, liberan esa energía, y en eso consiste el

proceso metastásico. ¿Dig?

—No. Demasiado científico, y no intentaré parecerme a Marie Curie.

—Tampoco era ninguna belleza. Muy bien. Tú intentaste hablarme en química. Yo

intentaré hablarte en pautas. Quiero que te imagines un rayo láser que puede abrir un

agujero en el acero, o llevar un mensaje por el espacio...

—¿Lo captas?

—Aún no veo ninguna pauta, sólo una línea recta.

—Ah, pero... ¿Cómo se produce esa línea? Piensa en una nube de partículas en su

estado normal... una especie de pandilla de ceros...




















“Ahora suministramos energía a esta pandilla para llevarla a un estado excitado. Esto

convierte a los ceros en partículas positivas...

“Pero no es una condición natural, estable, sino una especie de histeria nuclear. Pronto

se harta y empiezan a volver a sus normales y cómodas sillas cero... ¿Captas la pauta?

—Continuez. Conlinuez lentemenl.

—No son gorronas, así que una partícula devuelve la energía que ha recibido, lo que

coacciona a dos de sus camaradas a volver al estado normal, devolviendo su energía.

Lo que empuja a otras cuatro, y entonces ocho captan la indirecta, y luego dieciséis,

treinta y dos, sesenta y cuatro, y así hasta que toda esa energía surge como un rayo.

“Todo en cuestión de nanosegundos, y todo en fase, que es lo que le da su energía.

¿Entiendes?

—Sí, pero... ¿Dónde están los Meta?

—Bueno, hace falta una enorme cantidad de energía para estimular los átomos y

partículas hacia su estado excitado, más de la que devolverán luego. Así que, cuando

pones en la balanza ganancias y pérdidas, te salen números rojos. En cambio, si

produces la excitación con Meta, todo es positivo. Gastas uno y obtienes cien.

—¿Por qué? ¿Cómo?

—Porque este monstruoso catalizador es una central eléctrica de energía acumulada

que lucha por salir. Hay energía acumulada en todo, Demi, y para liberarse sólo

necesita un sistema electrónico de transferencia. Imagínate una cerilla. Tienes una

cabeza química de potasio, antimonio y otras cosas, llena de energía que espera ser

liberada. La fricción lo hace. Pero cuando los Meta se excitan y liberan energía, son

como un cartucho de dinamita comparado con una cerilla. Es la leyenda del ajedrez

hecha realidad.

—No la conozco.

—Oh, según la historia, un filósofo inventó el ajedrez para distraer a un rajá indio. El rey

quedó tan satisfecho que dijo al inventor que pidiera lo que quisiera, fuera lo que fuese,

y lo obtendría. El filósofo pidió que pusieran un grano de trigo en el primer cuadrado del

tablero, dos en el segundo, cuatro en el tercero, y así hasta llegar al número sesenta y

cuatro.




—No parece gran cosa.

—Eso dijo el rajá. Esperaba que le pidiera una recompensa en oro, joyas y cosas así.

Pensó que era una petición muy modesta, hasta que descubrió que ni todo el trigo de la

India y la China bastaría para llenar ese último cuadrado. Es una progresión

geométrica, y es lo que los Meta hacen con la energía.

—¿Cómo se consiguió?

—Ni idea. Siempre he querido hacer un estudio completo, pero nunca he podido

empezar. Los jins de Tritón se niegan a cooperar. Lo único que han podido decirme

nuestros físicos locales es que, en el proceso, se invierte la entropía.

—¿Qué es la entropía?

—¿Es que no te enseñaban nada en ese selecto colegio del que te sacamos?

—El Departamento de Idiomas Extranjeros no programó ningún curso de entropía.

—No es un idioma, es la decadencia. Entropía es la tendencia al caos. Si no intervienes

en un sistema físico, la entropía va aumentando, lo que significa que se destruye

progresivamente, que pierde la energía que necesita para funcionar. La energía

almacenada en los Meta invierte ese proceso.

—¡Zig uauh! Es complicado.

—Sí, parece una raza alienígena.

—¿Cómo son los Meta?

—Nunca los he visto. Los ingenieros los protegen como los eunucos a un harén. Nada

de visitas. Nada de estudiantes. Dicen que es demasiado peligroso (¡estáte quieta,

Demi!). No puedo culparles. En el pasado ha habido demasiados accidentes por culpa

de estupideces.

Demi dejó de adoptar la forma de una concubina desnuda.

—Bueno, ¿y qué pasó con el Quinto Mandamiento?—preguntó .

—¿Quieres que te lo cuente ahora?

—Por favor.

—Yo prefiero hablar de esta cosa maravillosa que ha sucedido entre nosotros.




—Luego.

—Puede ser demasiado tarde. El amor no es un grifo —cantó—. No se abre y se

cierra...

—Sí, tienes una voz maravillosamente entrópica, en cuatro tonos. Ahora dime qué pasó

con el Quinto Mandamiento. Por favor, Rogue, se está interponiendo entre nosotros.

—¿Sí?

Demi asintió.

—Lo noto cuando me amas... Una pequeña nube que pende sobre ti...

—¡Dios mío!—susurró casi para sí mismo—. ¡Eres fantástica...! Sentir eso...incluso

mientras me estás violando...

—Por favor. cariño. habla en serio.

—Estoy intentando cambiar de registro—respondió, incómodo—. Por favor, dame un

instante.

Demi guardó un silencio comprensivo. Winter tamborileó suavemente con los dedos,

volviendo la vista al pasado, murmurando de cuando en cuando un “no me molestes

ahora”, dirigido al mueble concreto que se estuviera entrometiendo con un soliloquio

subsónico. Por último. miró a Demi.

—Ya sabes que Venucio no es exclusivamente italiano —empezó—. Es más bien

mediterráneo: Grecia, Portugal, Argelia, Albania, cosas así. Todos conservan sus

propias tradiciones y costumbres, y en las Cúpulas italianas se conservan todas las

culturas regionales y subculturales locales: Sicilia, Nápoles, Venecia, incluso la

Pequeña Italia neoyorquina. Hablan una mezcla barriobajera de italiano e inglés, y la

Fiesta del Santo, en la Cúpula Mulberry, es un auténtico escándalo.

Ella asintió otra vez, todavía en silencio, preguntándose a dónde quería llegar.

Winter captó la expresión de la chica, y sonrió.

—Un momento, un momento. Una vez, una empresa de sopas instantáneas me

preguntó por qué Bolonia era la única Cúpula italiana que compraba su producto. Tuve

que explicarles que las mujeres italianas son amas de casa por tradición, y que se

enorgullecen en preparar sus propias sopas. Las boloñesas son la única excepción.

Prefieren trabajar fuera, ya sabes, abajo el Kinder, Kirche und Kuche. Y cuando vuelven

a casa, se limitan a abrir un sobre o un paquete para preparar la cena.




—Estoy con ellas.

—Yo no estoy en contra. Bolonia es el centro del Movimiento Feminista de Venucio. La

mayor parte de sus polizias son mujeres: enormes, duras, malas bestias, jamás se te

ocurra meterte con ellas. Pero había una notable excepción: una cosita delicada que,

ahí va eso, era jin.

—¿Una japochina? ¿En Venucio?

—En la Cúpula Bolonia. Y eso me obligó a sintetizar con toda mi alma, sobre todo

porque la chica nadaba en la opulencia: uniformes bien cortados, restaurantes caros,

transportes de lujo, todo eso. Así que ya te puedes imaginar lo que sinsentí.

—Que era de la Mafia.

—Y una posible pista hacia sus operaciones en Tritón, una pauta que estaba deseando

descifrar. No sentí que fuera un callejón sin salida. Puse en marcha mi encanto y

conseguí una cita para que se reuniera conmigo en los jardines centrales, cuando

saliera de trabajar. Era mi última noche en la Cúpula Bolonia.

—¿Y la mataste?

Demi estaba horrorizada.

—Llegué temprano para examinar los jardines. Es un terreno donde las feministas se

dedican a cazar machos: oscuro, siempre envuelto en sombras y niebla... Y, en el punto

exacto donde ella debía reunirse conmigo, aquel gorila saltó de entre los arbustos y me

golpeó con todo lo que tenía.

—¡Santo bólido! ¿Y...?

—Y pequé contra el quinto.

—Pero... Pero ¿cómo?

—No pienso entrar en detalles, Demi, pero si hay algo que los maoríes enseñan a sus

futuros reyes, es a defenderse y a matar en un cuerpo a cuerpo.

—¿Quién era el tipo? Quiero decir, ¿pudo ser un error?

—No fue ningún error, y por eso me estoy volviendo loco: el tipo llevaba un Cuchillo de

Tajo. Es un cuchillo que los maoríes utilizan para arrancarle el corazón a un enemigo

valiente. Luego se lo comen para adquirir su valor...

—¡Puaj!




—Sí. Y, según sus documentos, el tipo era un tal Wen Ora, de Ganímedes. Un asesino

maorí.

—¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Y no acudió la chica de la Mafia?

—No me quedé para averiguarlo. Cogí el cuchillo, dejé el cadáver bajo unos arbustos y

me largué. Ahora ya sabes lo que me está haciendo zig zag. ¿Me equivocaría, le daría

a la jin una pista de lo que realmente busco? ¿Me tendió una trampa su Mafia? ¿Y por

qué elegir a un soldado maorí, a uno de los míos? Además, ¿qué demonios hacía un

maorí en Venucio? ¿Averiguará su polizia que soy el asesino, y vendrán a por mí?

¿Seguirá persiguiéndome la Mafia? Oi veh! Shlog'n kop in vant!

Debbie ya había acaparado todos los dolores de cabeza de Winter que era capaz de

absorber.

—¿Tienes ese Cuchillo de Tajo maorí?—preguntó.

—Aún lo llevo en la bolsa de viaje.

—¿Puedo verlo, por favor?

Sacó el cuchillo, y Demi lo examinó cautelosamente. Parecía una hoja recta,

puntiaguda, afilada, brillante y mortífera. No tenía funda. El mango era de nogal, muy

gastado por el uso y salpicado de manchas rojas.

—Le maté con él. Por eso tuve que llevármelo. Huellas digitales.

—Así que era cierto.

Dejó cautelosamente el cuchillo.

—Del principio al final.

—Creo que ahora me vendría bien ese coñac, por favor.

Llenó los dos vasos y bebieron juntos, meditando larga, silenciosamente. Luego el

coñac pareció devolverles la alegría.

—Arriba los ánimos, nena—sonrió—. Saldré de esta oliendo como las rosas, ya verás.

—Saldremos, por favor. Quiero estar contigo—señaló rápidamente Demi.

—Gracias. Lealtad ciega al instante. Eres una auténtica y adorable titánida.




Ella no pudo contener la risa.

—¡Maldito seas, Winter! No dejarás de bromear ni dentro del ataúd. ¡Qué cosas tan

fantásticas te suceden! Me pregunto por qué será.

Rogue volvió a llenar los vasos.

—No lo sé. Quizá porque las invito sin querer. Después de todo, tú eres una de esas

cosas fantásticas que me pasan, y juro que yo no te invité.

Demi apuró el coñac.

—Tengo que confesarte una cosa—dijo, empezando a parecerse a santa Juana de

Arco—. No fue un accidente. Cuando me di cuenta de que te quería, me propuse

atraparte. Revisé todo lo relativo a ti, hablé con gente que te conocía, me pasé días

leyendo todo lo que has escrito... No tenías escapatoria. Por favor, no lo uses contra mí

—Empiezas a tener un halo—murmuró.

La chica se sirvió otro coñac.

—¿Por qué me dijiste que necesitabas una chica?—inquirió—. Debes tenerlas a

cientos.

—No.

—¿Cuántas?

—Haces demasiadas preguntas. ¿De qué es diminutivo Demi, de Demonio?

—No tengo que responder. Quinta Enmienda.

—Oh, vamos, Demi...

—Jamás.

—Puedo mirarlo en tu nómina, estás perdida.

—¡No te atreverás!

—Te tengo en mi poder.

—¿No lo usarás contra mí?

—Segunda Enmienda.




—¿Qué dice?

—Derecho a llevar armas.

—Bueno... Ya te he contado que crecí en el sur. La típica familia bien de Virginia, así

que soy la típica chica bien de Virginia... —se detuvo para tragar saliva—. C-con el

típico nombre bien de Virginia.

—¿Qué es ...?

—Demure—susurró .

—¿¡Qué!?

Winter empezó a desmoronarse.

Ella respondió con altanería y un fuerte acento sureño.

—Mi nombre completo es Demure Recamier Jeroux, encanto. Y a mucha honra.

—¿Por qué Recamier?—preguntó débilmente.

—Madame Recamier es la heroína de mi madre.

—Ya. Ahora escucha, mi tozudo duendecillo: tienes la infantil idea de que soy una

especie de Casanova, con un regimiento de mujeres esperando que las llame para

correr a mi cama. Eso no es cierto, ni en mi caso ni en el de ningún hombre. Siempre

son las mujeres las que controlan, ellas toman las decisiones.

—O sea, que te he seducido. Sabía que lo utilizarías contra mí.

—Claro que me sedujiste. Y ahora que la voluntad de la titánida se ha cumplido, ¿qué?

—Aún no sé por qué dijiste que necesitabas a una chica cuando ataqué en la sala de

conferencias.

Winter respiró profundamente.

—¿No es obvio? No siemDre me veo en estas situacion~ “Torpedos preparados, a toda

velocidad.” “Dispara cuando quieras, Gridley.” Hay momentos en que pierdo la

seguridad, en que estoy triste, confundido y asustado, como ahora. En esos momentos,

todos mis instintos me hacen buscar a una mujer que me consuele y me apoye.

—Ssss.




—¿Por qué siseas?

—Porque soy tu imagen maternal—dijo, encantada—. Doble incesto.

—A todas las sureñas os gusta la decadencia. ¿O es la titánida que hay en ti?

—Yo era pura, señor, hasta que fui dépravée por un malvado maorí.

—Te has copiado.

Demi dejó el vaso con firmeza.

—¿Qué hora es?

—Las mil.

—Tengo que vestirme.

—¿Por qué tanta prisa? ¿Adónde vas?

—A casa, tonto.—Se levantó del sofá—. Tengo que cambiarme de ropa para evitar

cotilleos en la oficina. Ya tienen demasiado material. Y también tengo que dar de comer

al gato.

—¡Un gato!—exclamó—. ¿Una chica bien de Virginia desperdicia su tiempo con un

gato?

—Gata, para ser exactos. Y es algo especial. Caza las manchas que ves ante los ojos.

Es una psigata, y la adoro.

—No preguntaré nada. Te veré en tu casa, por supuesto.

—Gracias. ¿Qué vamos a hacer con tus problemas?

—Tranquilizarnos y esperar el próximo movimiento.

—¿Corres peligro?—le preguntó, nerviosa:

—No.

La miró con cariño. La atrajo hacia él y le acarició el vientre

con la nariz.




—No vale—rió—. Me haces cosquillas. Levántate, pelagatos estelar. Tenemos que

vestirnos.

—Lo dices para pincharme.

—Sí. Ahora que te he robado tu esencia viril, no te quiero para nada. Es una costumbre

de titánidos.

—¡Me he quedado patizamba! —le gritó desde el vestidor, pero sin tono de queja—.

¿Siempre eres tan apasionado?

—Sólo la primera vez, la de demostración. Todos somos iguales.

—Me encargaré de que, entre nosotros, siempre sea la primera vez. —Asomó la

cabeza—. ¿Por qué no estás tan agotado como yo?

—No lo sé. Quizá es porque te he robado tu esencia titánida. Me llaman Rogue el

Vampiro.

—¿Por qué demonios parpadeas así?

—Intento ver manchas ante los ojos para que tu célebre gata las cace .—Acarició al

animal, que era una cariñosa gata saturniana de raza mixta, una extraña mezcla de

siamés y koala—. Es una preciosidad. ¿También caza sus propias manchas?

—Por supuesto. Como todos los gatos. Ya he terminado de cambiarme. ¿Nos vamos?

—Te acompañaré a la oficina.

—Sólo hasta la esquina, por favor. Si nos ven llegar juntos por la mañana... ¡Bueno!

¿Me llamas o te llamo?

—Me llamas. Y por lo que más quieras, utiliza tu propia voz de Virginia. No me saltes

encima como una Mata Hari.

—C'est magnifique! —respondió ella con voz sensual—, mais ce n'est pas la guerre.

Vamos, condón estelar.

—Te daré los planos para la invasión secreta si me libras de tu esclavitud—prometió

humildemente Winter.




Coronación

A las puertas del Rey, el musgo crecía gris.

El Rey no acudió. Clamaron su muerte.

Y un día éligieron a su hijo mayor

esclavo en el lugar del padre

HELEN HUNT JACKSON

Después de besar a Demi (lejos de miradas indiscretas), Winter siguió a pie hacia la

rotonda Beaux Arts. Era una luminosa mañana en el insuperable Nueva York, la Jungla

Madre, y todo el mundo Wasp parecía reflejar su alegría. Anacrónicos escaparates

navideños en las tiendas: ¡¡Es Navidad en Marte!! ¡¡Envíe un regalo a SU ser amado!!

Decoraciones porno-Valentín, lucidas por prostitutas desnudas que buscaban apoyo.

Lienzos blancos colgados de los balcones, en señal de apoyo al Movimiento Honk, que

luchaba por una Cúpula en Ganímedes.

Una especie de desfile-anuncio bajó por la calle principal: una banda de flautines y

tambores. Había tantas bailarinas como tamborileros, haciendo un ruido infernal,

agravado por una pandilla callejera de jóvenes maleantes: los “Duques de Titán”, según

proclamaban sus chaquetas en letras de neón. Los jóvenes saltaban y hacían burlonas

cabriolas al paso de las bailarinas. La parte agresiva del anuncio venía inmediatamente

después: L + E + C + H + E + P + L + A, con ocho chicas granjeras (vivas) ordeñando

ocho vacas Holstein (de plástico) .

El Sintetista se detuvo en seco, como paralizado por alguna misteriosa pistola láser que

aún estaba por inventar.

—¡Ocho!—exclamó.

Se dio la vuelta, echó a correr y alcanzó la cabeza del desfile para contar los

tamborileros.

—Sí, doce.

Contó los Duques de Titán, los flautistas y las bailarinas.

—¡Once, diez, nueve! ¡Por Dios! ¡Jigjiz!

Siguió caminando hacia la rotonda, con todo su sentido sintetista alerta, explorando.

Captó más datos de la pauta, una juguetería a la entrada de unas galerías comerciales.

En el escaparate, se veía una magnífica y enorme casa de muñecas. Estaba situada en

un parque en miniatura, construido a escala. En un pequeño lago, nadaban siete

cisnes. Winter asintió y entró en las galerías.




No le sorprendió encontrar, en un rincón, una tienda para gourmets: en el escaparate,

sobre un lecho de hielo picado, había seis gansos del Canadá.

—Gig —murmuró—. Los Duques son señores. Los Canadás son gansos. ¿Qué viene

ahora?

Había olvidado toda intención de volver a la rotonda. Se dedicó a explorar, sintiendo,

buscando, hasta que al final lo encontró al pie de unos escalones de piedra: el póster

anuncio de una tienda de plantas, una amapola dorada hecha con cuatro anillos para

los pétalos y uno más para el carpelo.

—Ajá. Cinco anillos dorados.

Subió la escalera, entró en otra galería y pasó junto a una tienda de animales. El

escaparate estaba lleno de perritos. Siguió andando. De repente, se detuvo y sacudió la

cabeza.

—¡Burro estelar! —murmuró mientras volvía a la tienda de animales.

Atisbó por el escaparate. Por fin lo vio, una gran jaula al fondo. Dentro, había cuatro

pájaros mainatos. Entró para examinarlos más de cerca.

—¿Hablan?—preguntó al dueño de la tienda.

—No hay manera de callarlos. Lo malo es que parlotean en un dialecto de Georgia. Por

eso son tan baratos.

—Ya me parecía. Gracias.

Winter salió por la puerta trasera, preguntándose cuándo aparecerían tres gallinas

francesas.

Estaban en la pizarra colocada a la entrada de un restaurante. Escrito con tiza, se leía:

MENU DE HOY

Poulet Gras Poularde

Poulet de l'Année

Vieille Poule Coq

con Sauce Indienne

o Sauce Paprika




o Sauce Estragón

Borgoña, Burdeos, Cotes du Rhane

Antes de que Winter pudiera entrar en busca de dos tórtolas, salieron dos chicas. Iban

vestidas a la última moda de la alta costura, incluyendo los enormes sombreros

Eugénie. Cada una llevaba engarzada en el ala, a modo de adorno, una pluma de

codorniz.

—Naturlich —se dijo para sí mismo—. Codornices rojas. Una forma de tórtolas. Dos.

Siguió a las jóvenes a una distancia prudencial, mirando a derecha e izquierda, en

busca de alguna especie de árbol. No había árboles en aquella zona de la Poderosa

Metrópolis, pero los jóvenes entraron en un rascacielos de oficinas. Sobre la catedralicia

entrada, estaba escrito en letras góticas: PAIRE BANQUE ALSACIENNE BLDG. Winter

se rió entre dientes. La pauta se había transformado en una absurda caza del tesoro, y

se preguntaba qué loco premio encontraría al final.

Entró, se dirigió hacia el tablero donde aparecían los nombres de los inquilinos, y no

perdió el tiempo: se limitó a mirar la “P”. Encontró a una tal “Odessa Partridge, ”,

tomó el ascensor rápido hasta el piso treinta, y allí estaba, una impresionante puerta

con paneles en forma de árbol, en cuya placa se leía PARTRIDGE. Winter entró.

Se encontró ante lo que parecía una orquesta sinfónica al completo que sólo aguardara

la aparición de los músicos. Estaba rodeado por todos los instrumentos conocidos: de

cuerda, de metal, de viento, madera y de percusión. Una joven encantadora, que ya no

llevaba el sombrero Eugénie, se acercó para saludarle.

—Buenos días, señor Winter. Me alegro de que haya acudido a la cita. La espineta está

lista para la inspección. ¡Frances!

—¿Espineta?—repitió débilmente Winter.

—Bueno, la virginal. Ya sabe, una espineta sin patas. Frances, por favor, acompaña al

señor Winter al estudio.

Una segunda joven encantadora, también sin sombrero, había aparecido, y ahora

guiaba a Winter a través de la orquesta.

—Hemos tenido problemas para traerla aquí—le confió—. Espero que no le importe

demasiado una A, señor Winter. es lo máximo que resisten las cuerdas. Por

aquí, señor Winter.

Abrió la puerta del estudio, y el asombrado Winter fue empujado amablemente hacia el

interior.




—Buenos días, rey R-og—le dije.

Creo que no me oyó. En aquel momento, se limitó a mirarme.

—Usted es la encantadora dama que estaba en la tertulia del doctor Yael, la diva. Me la

imaginé cantando el papel de Brunhilda.

—Nunca me lo dijo—respondí—. Soy Odessa Partridge. Estoy en el negocio de la

música, pero no como cantante.

Recorrió la sala con sus vivaces ojos: las gruesas paredes aisladas, las ventanas de

doble cristal, los montones de partituras y manuscritos, el clavicordio, la virginal, el

piano de cola para conciertos... ante el que estaba sentado el doctor Yael, con una

sonrisa benévola.

—¿Doctor Yael?

—Buenos días, hijo.

—Esto es demasiado para mí.

—No. Siéntate. Nunca te he visto perder el aplomo durante más de un instante. Te

recuperarás.

Winter retrocedió hasta una silla y se sentó, sacudiendo la cabeza. Respiró

profundamente, apretó los labios y me miró con severidad.

—¿Y éste es el premio de la caza del tesoro?

—¡Ya está! ¿Lo ves?—gritó el doctor Yael—. No has tardado ni cinco segundos.

—Pero ¿a qué viene todo esto?

—Tenemos que comunicarte algo muy delicado—le dije, pasando al tuteo sin apenas

darme cuenta.

—¿Y no podían llamar?

—He dicho “delicado”. Las llamadas pueden ser interceptadas. Y los mensajes. Y los

mensajes orales. El problema era cómo traerte aquí sin dar pistas a nadie, así que nos

fiamos de tu excepcional sentido para las pautas. Nadie más lo tiene.

—Perdona, Brunhilda, pero empiezas a hablar como en las películas de espionaje.




—Tuvimos toda la noche, mientras estabas... Bueno, ocupado, para preparar los “Doce

días de Navidad”.

—Es natural, pensando que te apellidas Partridge, Perdiz. ¿Y Sl te hubieras llamado

Paria?

—Sabía que serías el único capaz de ver la pauta. Y, si alguien te seguía, tu recorrido

sería tan extraño que te despistarías.

—¿Seguirme? ¡Ah, claro! Me llaman Rogue Moriarty —rió Winter—. Que alguien llame

a Sherlock Holmes.

—Esto es grave, hijo—señaló Yael.

—¿Por qué, Rey R-og?—me espetó Winter.

—Eres inteligente—dije con auténtica admiración—. Ese es el punto clave, y ya lo has

sintetizado. El alma de Te Uinta reside ahora en tu ojo izquierdo.

—¿Cuándo? ¿Cómo?

Era rápido como el rayo.

—Hace una semana. Accidente de caza. Un colmillo le desgarró el traje. La verdad, era

demasiado viejo para enfrentarse solo a un mamut anaeróbico.

Winter tragó saliva con dificultad.

—Tenía que probarse a sí mismo. Una vez al año. Es la tradición maorí, todos los reyes

deben hacerlo.

—Ahora, tendrás que ir.—Le dije—. Por favor, Winter, escucha atentamente. No te

salgas por la tangente, ¿gig?

Asintió.

—Hace años que te estamos utilizando sin que lo sepas, y has resultado ser una ayuda

invalorable. Te hemos observado y seguido. Tu nombre clave es “Perdiguero”.

Le conté todo lo de las operaciones Pert, y el papel inconsciente que había

representado en ellas. Me escuchaba atentamente, sin interrumpir. Era rápido y

perceptivo, y no me molestaba con preguntas obvias como quiénes éramos “nosotros”.

Sin embargo, en una ocasión, dirigió una mirada a Yael, que le respondió con un

encogimiento de hombros.




—Ahora llegamos al punto clave—seguí yo—. Aquel soldado de los jardines de Bolonia

llevaba el Cuchillo de Tajo con dos propósitos: uno era matar, por supuesto, pero el otro

era llevar tus mejillas a Ganímedes.

—¡Ah!

—Sí. No tenía nada que ver con aquella chica Jin de Tritón, ni con su organización.

Sólo te perseguía porque eres R-og Uinta, presunto rey.

—¿Sí?

—Y tanto que sí. Hay un grupo terrorista, pequeño pero duro, que no te aprecia. No

eres maorí. No fuiste educado en la Cúpula. Los Honk te han corrompido. Eres blando.

No se puede confiar en ti. Etcétera. Etcétera. ¿Qué hacen, entonces? Barrerte. Y ya

han puesto la escoba en marcha. Son asesinos entrenados, inteligentes, y por eso tuve

que inventar la charada de los “Doce Días” para atraerte hasta aquí.

—Pues están perdiendo el tiempo —replicó Winter—. No tengo la menor intención de

ser rey.

—Eso no les importa. Da igual a quién coronen en tu lugar, siempre serás un peligro en

potencia. En la Cúpula, la mayoría honrará eternamente tus mejillas, y su única salida

posible es llevarlas a casa como trofeo.

—Abdicaré formalmente.

—No les convencerás de que jamás cambiarás de opinión. Seguirán barriendo hasta

acabar contigo.

—¡Jigjiz! ¡Menudo lío para este pobre chico gentil! Y ahora que Demi y yo habíamos...

—Se interrumpió en seco antes de cambiar de tema—. Pero supongo que no me

habrán traído aquí sólo para darme las malas noticias de Ganímedes. Tienen algo más

en mente. ¿Qué es?

—Tienes que ir a Ganímedes para ser coronado.

—No tienes los tornillos en su sitio.

—Yael te acompañará.

—¿Qué tiene que ver el doctor con esto?

—Nunca te lo había dicho, hijo, pero Te Uinta pagó por tu educación. Creía que los

maoríes necesitaban un rey familiarizado con nuestras costumbres.




—Sí, claro—murmuró Winter—. Como la madre titánida de Demi.

—Y lo menos que le debo a Te es ayudarte en esta crisis —siguió Yael—. Tengo que

hacerlo. Si no, todos nuestros preparativos se irán al cuerno.

—Ya se han ido al cuerno, señor. No tengo madera de rey, y nunca la tendré.

—Pero vivirás—señalé yo—. Una vez hayas sido coronado, no se atreverán a ponerte

la mano encima. Eso predispondría a la mayoría contra ellos.

—¿Qué demonios intentas hacer, Odessa? ¿Protegerme? Ahora que me habéis

avisado, puedo protegerme solo. Dios sabe que ya lo he demostrado en Venucio.

—No te estoy protegiendo a ti—repliqué—. Protejo el trabajo que haces para nosotros.

Si tienes que vivir en tensión, alerta para esquivar sus ataques, no nos serás de

ninguna utilidad. Sólo captarás las pautas de peligros potenciales.

Winter dejó escapar un gruñido.

—En cambio, si te dejas coronar rey, estarás a salvo, y volverás a tu vida normal.—Dejé

que se empapara con eso antes de seguir—: Y tu chica también estará a salvo.

Me miró.

—Zorra —dijo amablemente—. Eres una zorra en estado puro. Sabes cómo forzar a un

hombre, ¿no?

—Es mi trabajo.

—Sí. Como la música “Sonata de Miedo”: alguien tendrá que proteger a Demi mientras

estoy fuera.

—Me encargaré de eso.

—Gig. ¿Cuándo?

Me gustó aún más por eso. Una vez tomada la decisión, estaba dispuesto a actuar sin

más demora.

—Hoy, en el cohete de mediodía. Yael ha hecho todos lo preparativos.

—¿Tan vig?

—Es lo mejor, lo más seguro.




—Y tú sabías que me convencerías. ¿Se lo explicarás todo; Demi cuando me vaya?

—Todo lo que le convenga saber. Confía en mí.

—No tengo más remedio. Avanti, dottore!—Winter ya estaba de pie, se movía de

prisa—. ¿Nunca le he contado el del mamut que entra a robar en una joyería?

Con la ayuda y la comodidad de la energía Meta, viajar en cohete es cuestión de días y

semanas, con lo cual los japo-chinos nos tienen cogidos por el cuello. Una vez más. Es

el precio que debe pagar el Solar por su transformación, por pasar de ser un montón de

enclaves aislados a una comunidad de planetas y satélites que disputan

constantemente. Y es una cadena de esclavos que convierte a la Meta Mafia en unos

cuantos chicos simpáticos que hacen algo de contrabando. (Calculando por lo bajo, se

han dedicado .. horas a investigar, analizar y sintetizar los Meta. Y nada. Pero

no os riáis. Los antiguos se pasaron muchos años buscando la piedra filosofal.)

Winter y Yael llegaron a la entrada de la Cúpula Maorí por tierrafoil (¿ganifoil?). Era el

segundo de los tres días de luz solar directa, con lo que todo estaba razonablemente

iluminado y agradable. Si el interior de la Cúpula se parece a algo, es a Rapa Nui,

también llamada Gran Rapa, pero más conocida como Isla de Pascua.

Aunque no hay diferencias, claro. Es más circular que triangular. No hay chozas de

paja, las casitas son de piedra. No hay gigantescas estatuas de piedra, sólo

gigantescos tótemes tribales tallados en madera (con ojos izquierdos de mica

incrustada) ante cada grupo de casas. Todo encantadoramente primitivo, pero la aldea

central —donde los maoríes se reúnen para hacer ejercicio, competir, discutir, cotillear o

celebrar sus ceremonias— cuenta todos los sistemas de seguridad ultramodernos para

mantenimiento de Cúpulas. Después del desastre de CúpulaJones, en Mercurio, estas

instalaciones son tabú: en ellas sólo pueden entrar técnicos autorizados.

Durante el viaje, Yael resultó ser una ayuda impagable. Le unté con una tinta color

sepia para darle el tono de piel bronceado propio de un maorí, a pesar de las amargas

objeciones de Winter. (Dice que ese tinte en concreto produce impotencia.)

—Relaciones públicas, hijo. Lo de la impotencia nunca se ha probado. De todos modos,

para cuando vuelvas con tu chica, ya habrá desaparecido.

—Como mi virilidad.

—Ahora, de lo que tienes que preocuparte es del mamut.

Entraron en la Cúpula esperando un jaleo de mil diablos—Yael había enviado un

mensaje por láser, anunciando su llegada—, y fueron recibidos con un solemne ritual.

Los doce jefes tribales adornados con plumas, perlas, collares, brazaletes y tobilleras




estaban en un semicírculo. Hicieron una genuflexión, se adelantaron y, con mucho

respeto, desnudaron a Winter.

—¿Oparo? ¿Eres tú?—inquirió Winter, mitad en polinesio, mitad en inglés—. He

pasado tanto tiempo fuera... ¿Tubuai? Siempre nos peleábamos. Siempre me ganabas.

¿Waihu? ¿Te acuerdas de cuando intentamos subirnos a tu tótem y nos dieron una

buena tunda? ¿Teapi? ¿Chincha?

No obtuvo respuesta.

No había habido ninguna coronación en vida de Winter, así que no sabía qué esperar.

Pero descubrió que se había equivocado en todas sus previsiones. Nada de multitudes

enfebrecidas, aclamaciones, tambores o canciones. En vez de eso, le escoltaron

desnudo por la aldea central, en medio del más absoluto silencio, antes de depositarle

reverentemente en el palacio de Te Uinta, que tan bien recordaba.

Para las costumbres maoríes, era enorme. Diez habitaciones separadas, ahora todas

vacías. Habían retirado todo lo de casa.

Sólo quedaban las cuatro paredes. Winter se acuclilló en el centro de la sala principal,

que para los maoríes era una especie de salón del trono, y esperó el siguiente

movimiento. No lo hubo. Esperó, esperó y esperó.

“Me pregunto si el doctor estará recibiendo el mismo tratamiento”, se dijo, estirándose

en el suelo.

(Yael estaba recibiendo todo tipo de atenciones. Todos le recordaban con cariño.)

“Supongo que se piensa que debo meditar solemnemente —reflexionó Winter—. La

increíble responsabilidad que me espera. Lo que debo a mis antepasados y a mi

pueblo. Vale. Por mi honor, prometo que haré todo lo posible para cumplir con mi deber

para con Dios y para con mi país, y obedeceré la Ley de los Scouts ...“

“Y el tipo llega a su joyería una mañana, muy temprano, para repasar las facturas. Llega

justo a tiempo de ver un camión pegado a su tienda. La parte trasera del vehículo está

abierta, y sale un mamut peludo que se acerca al escaparate, lo destroza con las patas

y se lleva todas las joyas al camión. Luego entra en la cabina y se marcha...”

Entonces se oyó un crujido de hojas y un tintineo de campanillas. Winter miró en la

dirección de donde veía el sonido, y descubrió que una chica morena entraba a gatas

en la habitación. Tenía el típico pelo negro ondulado —los maoríes lo tienen liso u

ondulado, nunca rizado—, atractivos rasgos polinesios y cuerpo de adolescente. Pudo

comprobarlo porque la chica llevaba una cadena de conchas plateadas alrededor de la

cintura, y nada más.




“¿Qué demonios pasa aquí'! —se preguntó a sí mismo—. ¿Parte del ritual? ¿Mi futura

consorte y reina? Deberían dejarme elegir por mí mismo.”

La chica no perdía el tiempo. En un momento estaba sobre él, silenciosamente sensual

y excitante, y Rogue pensó que no estaría nada mal como esposa, hasta que sintió el

primer corte en la parte trasera de la rodilla. Sus reflejos entrenados reaccionaron como

el rayo. Le clavó la rodilla entre las piernas y le arrancó la afilada concha de la mano. La

chica se dobló de dolor.

—Intentando cortarme los tendones, ¿eh? —murmuró Rogue—. Odessa tenía razón.

Esos tipos van en serio. Si llega a conseguirlo, la caza del mamut habría sido una

experiencia interesante. Para el mamut.

Alzó a la indefensa chica y se dio la satisfacción de morderle la grupa hasta hacerla

sangrar, antes de arrojarla por la puerta como una bolsa de basura. Luego cerró la

puerta de golpe para dar a entender que seguía entero, y volvió a sentarse en el suelo

de la sala del trono, preparado para futuros ataques. No se daba cuenta de que, tanto la

agresión como su respuesta, le devolvían el temperamento sanguinario para el que se

había entrenado al futuro rey.

Tras media hora de silencio, reinició su habitual diálogo interior.

“Pues bien, como iba diciendo cuando me interrumpieron tan bruscamente: el tipo de la

joyería ve cómo se larga el camión, con la boca abierta, hasta que por fin reacciona y

llama a la policía. Vienen, les cuenta todo, y los tipos se comportan de manera muy

profesional. "Necesitamos alguna pista. ¿Anotó el número de la matrícula?" "No. Sólo vi

al elefante peludo." "¿Qué clase de camión era?" "No lo sé No pude apartar la vista del

maldito mamut." "Muy bien ¿Qué clase de mamut era?" "¿Quiere decir que hay

diferentes tipos de mamut?" "Claro. El mamut asiático tiene las orejas grandes y

separadas de la cabeza, el mamut americano las tiene pequeñas y pegadas. ¿Cómo

tenía las orejas el suyo?"“

En esa pregunta, se quedó dormido.

Un tumulto le despertó. Se puso en pie de un salto, abrió la puerta del palacio y miró al

exterior. La aldea central estaba llena de maoríes: gritando, cantando, golpeando

tambores... Los doce jefes tribales avanzaban hacia él, portando el escudo real —de

casi dos metros—y la lanza real de Te Uinta. Winter reconoció al instante ambos

objetos.

—¡Orejas! ¡Orejas! —murmuró—. ¿Cómo quieren que lo sepa? ¡El maldito mamut

llevaba una media en la cabeza!

Fue lo último que pensó en idioma Solar. Pasó a pensar y actuar en maorí. Dio un paso

hacia adelante, desnudo y majestuoso. Cuando llegó la delegación, tocó a cada jefe en




el corazón, murmurando el saludo ceremonial. Los jefes se pusieron el escudo sobre los

hombros, y Winter permitió que le alzaran sobre él. Quedó allí, erguido y regio, a la vista

de todos.

Le llevaron alrededor de la aldea tres veces, y los gritos fueron acallándose. Bajaron el

escudo al suelo, pero él siguió allí de pie, erguido, expectante. Un sacerdote—en

realidad, un shamán —se acercó para ungirle: llevaba en las manos una urna de aceite.

Winter recordó cosas largo tiempo enterradas, y supo que era la grasa del cuerpo de su

padre adoptivo. Le untaron con ella: la nuca, los ojos, las cicatrices de las mejillas, el

pecho, las palmas de las manos y la espalda.

La diadema de Te Uinta, una ancha cinta de plata y fibra de cohete, fue ceñida en torno

a la cabeza de Rogue.

—¡Él y no otro!—cantó el shamán.

Silencio mortal.

Los jefes se adelantaron y pusieron la lanza real de Te Uinta en la mano de Rogue,

como si fuera un cetro, y entonces estalló el griterío. Ahora tenía que matar un mamut

con aquella lanza para probar su derecho real a gobernar.

El mamut de Ganímedes es otro ejemplo de las excentricidades cósmicas (aunque

Demi Jeroux prefiere llamarlo Maratre Cósmica), ayudadas e instigadas por el hombre.

Uno de los alimentos favoritos en el Solar (dejando aparte ciertas sectas religiosas) es

el cerdo. Ahora los cerdos son seres maravillosos: geniales, activos y muy adaptables.

En realidad, no quieren estar en coma ni oler mal. Eso sólo lo hacen los que comen

desperdicios, engordan y se revuelcan en el lodo. Eso lo sabe cualquiera que haya visto

alguna vez un puerco limpio, activo, corriendo alegremente por un prado, rodeado por

sus juguetones lechones. Desgraciadamente, cuando se está cebando a un cerdo, el

animal se revuelca por el fango y apesta como mil diablos. Así es cómo la mayoría de

nosotros vemos a los cerdos.

Pero en una Cúpula no puede haber animales apestosos (ya hay bastante con la

gente), así que los criadores y los carniceros recurrieron a la genética para crear una

especie que pudiera sobrevivir en dehesas fuera de la Cúpula, en el mortífero medio

ambiente anaeróbico de Ganímedes.

Los ingenieros genéticos se sintieron encantados ante el desafío, y eligieron al

Tamworth, una de las más antiguas razas porcinas, como el mejor candidato. El

Tamworth es resistente, activo y prolífico, y está bien adaptado para la vida salvaje.

Tiene largo el cuerpo, la cabeza y las patas, y las costillas profundas y planas, aunque

su disposición deja mucho que desear.




Los genetistas retroactivaron la raza Tamworth. Es decir, invirtieron la evolución del

cerdo hasta llegar a sus orígenes. Todo ello por selección. Al mismo tiempo,

desarrollaron su tolerancia hacia el medio ambiente anaeróbico. Entre otras cosas,

disminuyeron su necesidad de oxígeno. El resultado fue el “Astrojabalí” de Ganímedes,

que se criaba con unos costes mínimos y se vendía a buen precio por todo el Solar. Los

anuncios decían:

¡NO SEA UN MAL ANFITRION!

¡EL ASTROJABALI SERA SU MEJOR PRESENTACION!

SIN GRASA

SIN SAL

SIN COLESTEROL

CON EL CERDO SE VIVE MAS

CON EL ASTROJABALI SE VIVE MEJOR

De cuando en cuando, un cerdo se escapaba de la dehesa y corría hacia los riachuelos.

Los criadores se encogían de hombros, no valía la pena perseguirlos. De todas

maneras, estaban condenados a morir. Pero aquí intervino la cabriola cósmica. Del

mismo modo que algunos peces fueron arrojados a la orilla por la marea y se las

arreglaron para sobrevivir, así sobrevivieron estos raros especímenes independientes,

escarbando en el suelo helado para buscar musgo y líquenes como alimento. Vivían de

manera precaria, se enfrentaban unos con otros, se apareaban, muchos morían... Y los

mejor adaptados evolucionaron hasta convertirse en esa raza que los habitantes de

Ganímedes denominaban El Mamut.

En realidad no parecen elefantes, sino jabalíes gigantes. Alcanzan casi los dos metros

de altura, mientras que los Mamuts originales medían casi cuatro. Tienen orejas

elefantinas para captar la máxima luz solar posible. Tienen pelo, como los mamuts

lanudos. Los colmillos curvos son enormes, y les permiten escarbar en el suelo

congelado para obtener alimentos.

La raza original, los Tamworth, eran omnívoros, y así son los mamuts de Ganímedes.

Además, el instinto de supervivencia los ha vuelto caníbales. Tienen el genio de los

jabalíes salvajes en su estado más puro: irascible, cruel y violento. Para ellos, sobrevivir

implica matar.

Así era la media tonelada de animal que Winter tenía que encontrar y matar. “Y ni

siquiera me gusta el cerdo”, pensaba.

Se puso un traje espacial con casco y bombonas de oxígeno. Con la lanza de punta

larga en la mano, y el Cuchillo de Tajo en la cintura, para traer el corazón de vuelta, a

modo de trofeo, comerlo y así absorber su magia. Los maoríes querían que su rey




adquiriese la ferocidad salvaje del mamut, por eso la tradición exigía que el rey matara

una vez al año.

—Cosa que resulta ridícula para mí—objetó Winter—. Soy un cobardica Solar.

Pero hablaba consigo mismo en maorí.

El terreno era escabroso e irregular: roca, esquisto, pizarra, restos de lava, obsidiana

negra—un cristalino recuerdo del pasado volcánico de Ganímedes—y astillas y restos

de hongos fosilizados, uno de los alimentos favoritos de los mamuts, aparte de ellos

mismos. (Dale a la vida una oportunidad entre mil, y no la dejará escapar.)

A una hora de camino desde la Cúpula, Winter encontró el primer rastro de mamut

excrementos en forma de montículo cónico. El mamut come y defeca constantemente.

Siguió cautelosamente su rastro, vio que se unía con otros, y llegó hasta un cráter lleno

de excrementos.

—La aldea central de los mamuts—gruñó.

Pero el cazador tomó su lugar.

—El error que cometió Te Uinta. Todos lo cometen, y mueren. No hay que perseguir al

mamut, hay que hacer que te persiga. Que venga él a ti. Sí. Eso es.

Un vistazo a las últimas luces del sol agonizante y al gigantesco limbo de Júpiter, en el

horizonte. Faltaba una hora para que empezara la noche de tres días. Tiempo suficiente

antes de que los cuasinocturnos salieran para alimentarse.

Volvió sobre sus pasos, buscando, y encontró un pequeño cráter con un reborde de

unos tres metros de altura. Un impacto de meteorito, probablemente. El suelo del cráter

estaba agrietado, era de esquistos cuarteados. Winter asintió para sí mismo, saltó sobre

el afloramiento de obsidiana por el que había pasado y recogió varias astillas

cristalizadas largas, cuidando de no rasgarse el traje espacial. Con las suelas metálicas

de las botas, se las arregló para arrancar estalactitas aún más largas. Plantó estas

últimas en las grietas del fondo del cráter, cerca del reborde. Parecía un lecho de púas

esperando a un fakir.

Se irguió jadeante, tragó saliva, e intentó llenar la bolsa para la orina que llevaba

adosada al traje. Movió la mano por encima del hombro y abrió al máximo la válvula de

oxígeno, hasta que el traje espacial alcanzó las dimensiones de un Santa Claus. Se

inclinó hacia adelante, pasó una mano por la cubierta del faldón anal y se sacó la bolsa

urinaria de entre las piernas. Para cuando volvió a sellar el faldón y reajustó la presión

del aire, la orina estaba congelada.




Winter escaló los tres metros del bordillo y volvió sobre sus pasos hacia los rastros de

mamut, dejando caer esquirlas de su propia orina, que cortaba con un Cuchillo de Tajo.

La zona donde solían pastar los animales seguía vacía, pero el sol se había puesto, las

estrellas brillaban y Saturno dominaba el cielo. Parecía un globo luminoso, los anillos no

se divisaban a simple vista. Winter dejó caer los últimos fragmentos de orina, los

pisoteo con las botas y volvió hacia el cráter, dejando así un rastro más fuerte a su

paso. Allí aguardó, lanza y cuchillo en mano.

Se vio obligado a ponerse de pie. Los breves momentos sentado le habían congelado

dolorosamente la rabadilla.

Aguardó, conservando su fe en el desafío que significaba el olor de una orina extraña.

Probó la barra de la lanza. Era de vidrio hilado, tan duro y resistente como una pértiga

de salto.

Aguardó.

Recogió un montón de piedrecillas redondeadas, que no le dañarían los guantes

Aguardó.

Aguardó.

Al fin llegó un enorme jabalí, gruñendo ante el olor de la orina, el helado vello de acero

crispado, los ojos inyectados en sangre, las amplias orejas vibrando, los gigantescos

colmillos brillando a la luz de las estrellas, media tonelada de mamut enfurecido. Winter

cogió una piedra, se la lanzó con todas sus fuerzas, y falló.

Tuvo que lanzar tres más antes de golpear a la bestia y atraer su airada atención.

Winter saltó, gesticuló, lanzó otra piedra, corrió hacia adelante, sacudió la lanza y tiró

una piedra más, que acertó de lleno en la trompa-hocico del mamut.

Por fin, la bestia estableció la furiosa conexión causa-efecto y cargó contra él, con la

cola alzada, las orejas gachas, los colmillos apuntados para desgarrar desde la

entrepierna al cuello. Winter necesitó toda su sangre fría para quedarse quieto en el

sitio y observar el ataque, como un torero calculando la velocidad de su adversario. En

el último momento posible se dio la vuelta, corrió tres zancadas y usó el asta de la lanza

como pértiga para saltar al fondo del cráter, poco más allá del lecho de estacas

cristalizadas. Giró sobre las rodillas. El mamut, que le había seguido, saltó también

sobre el reborde y se empaló. Una docena de estacas se le clavaban en el suave

vientre mientras se revolcaba, agonizando. La sangre se congelaba nada más brotar.

Winter se puso de pie y buscó la lanza, antes de recordar que había quedado fuera del

cráter. Le recorrió un escalofrío al pensar en el riesgo de lo que acababa de hacer. ¡Si




la bestia no hubiera caído sobre las estacas...! De cualquier manera, no habría que

administrar el golpe de gracia. El mamut moriría en cuestión de minutos. Contempló la

violenta muerte. Entonces, algunos fragmentos de piedra captaron su aguda atención.

Volvió la vista. Era la hembra del animal, que le había seguido algo más despacio.

La hembra se deslizó por la cara interna del cráter, rodó cerca de las estacas sin

herirse, aplastándolas, y se levantó sobre sus patas, otra media tonelada de furia.

Winter sintió que el corazón se le detenía. Aquello sí que era un verdadero cuerpo a

cuerpo, una auténtica prueba, y con el peor enemigo imaginable: una hembra.

El animal embistió, bufando y gruñendo, casi arrancando chispas con los cascos. Tenía

la boca entreabierta para mostrar los enormes colmillos que podían triturar una roca.

Winter se movió adelante y atrás con pasos cortos, tratando de calcular el impulso de lo

que se le venía encima. Alzó los brazos y los bajó de golpe cuando tenía las

mandíbulas del animal a menos de treinta centímetros. La agarró por las orejas y se dio

impulso hacia arriba hasta quedar montado sobre el lomo, como una bailarina cretense

sobre un toro. Se agarró fuertemente a las espesas crines.

El animal bufó, y saltó a una altura increíble gracias a la baja gravedad. Winter se

agarró con las piernas y con una mano, mientras blandía el Cuchillo de Tajo con la otra.

Le cortó la garganta a la dama.

Llevó los dos corazones a la Cúpula Maorí, clavados en la lanza de Te Uinta.

Fue una fiesta jubilosa. Winter había sido el primero en llevar dos corazones, y aquello

se vio como un buen presagio de grandes glorias. Ya era el Doble Rey R-og, y la

prueba eran los dos corazones que se asaban sobre una hoguera.

Los tambores retumbaban, no con los clásicos ritmos terrestres de dos por cuatro, tres

por cuatro o cuatro por cuatro, sino al tradicional estilo maorí, que no tiene un ritmo

regular porque cuenta una historia, con su puntuación, pausas, comentarios y demás

retórica.

Las chicas y las mujeres bailaban, pero tampoco lo hacían con pasos terrestres

estructurados. Ellas también contaban antiguas sagas maoríes, con gestos simbólicos

que hablaban de guerras ganadas, enemigos derrotados, y héroes que copulaban para

dar origen a hijos poderosos que algún día llevarían a los maoríes a victorias aún

mayores.

Hubo un festín: cocodrilo joven, probablemente robado de las Cúpulas Africanas,

anaconda, ranas de cinco kilos, tiburón importado, mulo y mamut asado. No había por

qué dejar que los amigos y parientes de los difuntos devorasen los dos cuerpos.

También hubo opio y hachís, traído de las Cúpulas Turcas.




Con un exquisito cálculo del tiempo, justo antes de que la fiesta empezara a decaer, el

shamán llevó a Winter hasta la plataforma sobre la que sería coronado. Le indicó que

se pusiera de pie, sobre el escudo de su padre. Los dos corazones se encontraban allí.

Y aquello fue la apoteosis.

El shamán hizo una reverencia, dio un paso atrás y se reunió con los jefes tribales, que

formaban un círculo sobre las gradas. Winter cogió las vísceras, quemándose las

manos, pero negándose a vacilar ante su pueblo. Dio un gigantesco bocado al primer

corazón, masticó la carne chamuscada, también sin vacilar, y se la tragó.

¡Pandemónium! Repitió el ritual con el segundo corazón, pero esta vez la algarabía se

cortó en seco a medio grito. Miró sorprendido a su pueblo, luego al shamán y a los jefes

que retrocedían horrorizados en las gradas.

—¿Qué pasa?—inquirió .

El shamán sólo pudo señalar a los pies de Rogue.

Bajó la vista. En la plataforma, pululaban unas diminutas criaturas que surgían de la

tierra. No tenían forma discernible. Eran como bolas peludas, grises, que parecían

vagar sin rumbo fijo en busca de algo.

—¡Almas de mamuts! —gritó una voz horrorizada entre la multitud—. ¡Son almas de

mamuts! ¡Almas de las cacerías reales!

Winter se sintió desagradablemente sorprendido, pero no podía dejar que se le notase.

Desde luego, un rey no podía retroceder aterrorizado. En el espeso silencio, siguió con

la ceremonia comiendo los corazones, dejó el escudo, se dio la vuelta y bajó lenta,

orgullosamente, de la plataforma, sin dignarse a bajar la vista hacia los misteriosos

animalillos que pululaban entre sus pies. Según Yael, fue una actuación inmejorable.

Cuando volvieron al palacio real, felicitó a Rogue.

—Gracias, Jay. Dios mío, estaba muerto de miedo.

—Yo también.

—¿Crees en la vida después de la muerte? ¿Fantasmas? ¿Reencarnación?

¿Ocultismo?

—Desde luego, no para los animales.

—Yo tampoco. Entonces, ¿qué eran esas cosas que me correteaban entre los pies?

Almas de mamut no, desde luego.

—Lo averiguaremos—dijo Yael—. He cogido uno.




—¿Qué?

—Que antes de que volviéramos al palacio, cogí un “alma”.

—¿Dónde está?

—Aquí.

Yael se abrió la capa ceremonial, sacudió un pliegue, y cayó una bolita peluda, gris, que

inició una titubeante carrera.

—Parece pellejo de mamut—murmuró Yael. Tocó el asqueroso animalillo, suavemente,

lo cogió y le dio la vuelta.

—¡Pero si es un cangrejo cubierto de cuero de mamut!—exclamó.

—¡No lo toques! —gritó rápidamente Winter—. No es un cangrejo Es un ciempiés Kring

con caparazón. Su veneno es mortal.

Yael dio un paso atrás, alejándose del peligro. Winter se levantó y aplastó al animal de

una poderosa patada. Luego empezó a pasear por la habitación.

—Así que esas tenemos—dijo al final.

—¿Qué tenemos, hijo?

—Piénsalo bien, Jay. Esos bichos son subterráneos. ¿Y qué hay bajo la aldea central?

—El generador de energía de la Cúpula.

—Así que de ahí es de donde salen.

—Eso parece.

—Y ahí los han atrapado, los han disfrazado y me los han hecho salir bajo mis pies.

—Eso es un poco apresurado, hijo.

—Antes intentaron eliminarme abiertamente, Jay. Todavía quieren acabar conmigo,

pero ahora que he sido formalmente coronado, ya no pueden hacerlo de manera

directa. Mi pueblo acabaría con ellos.

—Cierto.




—Pero ¿qué pasaría si me envenenaran las almas de los muertos? Significaría que el

rey R-og ofendió a los dioses y ha sido castigado. Los maoríes son supersticiosos, se lo

tragarían. Y no pondrían objeciones a mi sucesor.

—¿Otra vez ese grupo terrorista?

—Calma, Jay, calma.—Sacudió la cabeza—. Tengo que solucionar esto o nunca habrá

paz.

—¿Tienes idea de quiénes pueden ser, Rogue?

—Ni la más remota.

—Entonces, ¿cómo vas a solucionarlo?

—Iré a buscarlos al generador de energía. Es una zona de acceso prohibido, así que

probablemente tienen ahí su escondrijo. Desde luego, no enviaron la maldición de los

dioses desde la superficie. Hasta luego, Jay.

Y salió.

El generador estaba en unas enormes y oscuras dependencias, junto con lo que

parecían unas amistosas calderas de acero con los brazos entrelazados. De hecho,

eran las unidades de energía, todas ellas blindadas para protegerlas de cualquier daño.

La luz de un faro brillaba en el centro de la estancia, pero la visión de Winter quedaba

bloqueada por las siluetas de las calderas. Se adelantó silenciosamente, ocultándose

en los recovecos del laberinto, llevando todavía el Cuchillo de Tajo. Primero le llegó el

sonido de unas voces que hablaban en voz baja. Luego les vio.

Tres mujeres y dos hombres alrededor de la luz, en círculo, hablando. El corazón se le

encogió, y sacudió la cabeza.

“Debí adivinarlo”, pensó.

Las mujeres eran sus hermanas adoptivas. Winter dio un paso hacia adelante, para

situarse cerca de la luz, sin siquiera intentar una aproximación silenciosa. Los cinco se

volvieron y vieron de quién se trataba. Hubo un largo instante de enfrentamiento. Todos

comprendieron.

Winter se dirigió a los hombres.

—Fuera—dijo—. Esto es un asunto de familia.

Los hombres titubearon, hasta que sus hermanas asintieron. Winter y las mujeres

quedaron a solas.




—Debí suponerlo al no veros en la coronación, pero estaba ocupado con demasiadas

cosas—dijo.

No hubo respuesta.

—Kuiti, Tapanu, Patea, tenéis buen aspecto.

Era verdad. Mujeres altas, guapas, de cuarenta y muchos años, el pelo empezando a

grisear, aún sin grasa.

—Pero ¿por qué? ¿Por qué?

—Nosotras representamos la auténtica línea de sangre.

—Y yo sólo soy un huérfano adoptado. Sí, Kuiti, pero siempre lo habéis sabido.

—Y siempre lo hemos odiado.

—No os culpo. Sé que soy un extranjero, un intruso. Pero nunca quise ser rey, fue

vuestro padre quien lo quiso.

—No tenía derecho.

—Tenía todo el derecho, Patea. Las mujeres no pueden sentarse en el trono.

—Tenemos maridos.

—¡Ah, se trata de eso! ¿Tenéis hijos?

Su silencio fue la respuesta.

—Ya veo. Lo siento. La estirpe de Uinta ha terminado. Una pena, pero les ha sucedido

a otras monarquías en el pasado. Así que pondréis en el trono a uno de vuestros

maridos. ¿Qué pasará si no os escucha?

—Nos escuchará. Somos tres, las auténticas hijas de Te Uinta.

—Claro. Pero ¿cuál de vuestros maridos será rey? ¿El tuyo, Kuiti? Eres la mayor.

—¡Tú le mataste!—gritó la mujer.

—¿Que yo maté a tu marido? ¡Tonterías!

—En Venucio.




—¿En Venu...? ¿Quieres decir...? ¿Cómo se llamaba? ¿Kea-Ora? Creí que era un

simple soldado.

—Era el próximo rey.

Winter estaba conmocionado.

—¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Qué desastre! El marido de mi hermana...

—Nunca he sido tu hermana.

—Y ahora, nunca serás reina. ¿Y esos hombres que estaban aquí con vosotras?

¿Vuestros maridos?

—No.

—¿Soldados?

—Sí.

—Lo parecían . ¿Cuántos miembros tiene vuestro grupo?

—Lo averiguarás cuando estemos preparados.

—No, Kuiti —respondió, pensativo—. No, nunca estaréis preparados, ahora que lo sé

todo y puedo pediros cuentas. No podéis hacerme nada. ¡Queridas hermanas,

adorables hermanas, Kuiti, Tapanu, Patea, estáis acabadas!

—¡Jamás!

—Acabadas—repitió. Mostró el Cuchillo de Tajo. Las mujeres no retrocedieron—. Si me

sucede algo a mí o a los míos, os pedirán cuentas. Hago un juramento sagrado por mi

sangre.

Se hizo un corte en el antebrazo y, antes de que pudieran evitarlo, les manchó la cara

de sangre.

—Mi juramento de sangre sobre vuestras cabezas—dijo—. Aquí termina vuestra

venganza. No volveremos a vernos.

Se dio la vuelta y se alejó. Pero antes de desaparecer en la oscuridad, se volvió hacia

ellas.

—Ni siquiera habéis pronunciado mi nombre.




Mal de amores

Se dice que la ausencia conquista el amor,

Pero, ¡oh! No lo creáis.

Lo he intentado, sí. El poder lo prueba.

Y no debes olvidarlo.

FREDERICK WILLIAM THOMAS

Aquí Odessa Partridge de nuevo, desde Tierra, en el Pasillo Noreste, recordándoos que

estoy ordenando los hechos a partir de lo que los protagonistas de los mismos me

confiaron mucho más tarde. Me hace sentir como una madre hebrea. Y me encanta.

Mientras R-gruñido-OG se labraba su destino en Ganímedes, une crise se prépare (un

“las cosas van de cabeza”). Más concretamente, contra la cabeza de Demi Jeroux, en la

selva neoyorquina. Le expliqué por qué Rogue había tenido que marcharse con tanta

urgencia, y lo aceptó sin quejarse, como la buena chica que era. Ahora, mientras

esperaba su regreso, intentaba recuperar el ritmo de vida que llevaba antes de que el

cazador se convirtiera en cazado.

Pero aquella mañana se levantó vomitando por segunda vez, y lo pasó con un

estómago con mal de amores. Examinó en el espejo su realidad titánida de por las

mañanas, y se sorprendió de nuevo al ver el ideal de Winter: esbelta, virginal, con una

buena deIantera y trasero erguido. Con su piel inmaculada y su pelo áureo, podría

haber servido de modelo para Botticelli en el cuadro “El Nacimiento de Venus”, si el

bueno de Sandro no hubiera optado por algo más asexuado.

—Así que esto es lo que me ha hecho Rogue—murmuró—. Nunca se habla de la

Princesa Rana.—Se volvió hacia la psigata—: He hecho un descubrimiento: una mujer

necesita de un hombre para existir de verdad.

Las imposiciones titánidas la obligaban a un estilo de vestir que las mujeres

trabajadoras de todo el Solar comprenderán perfectamente. Tenía que llevar ropa que

encajara con cualquier forma que se viera obligada a adoptar durante la jornada:

competente, indefensa, perspicaz, calculadora, ególatra, compañera y camarada...Eligió

un traje amplio y oscuro, una sencilla blusa de botones, zapatos razonables y ningún

adorno, aunque en el bolso llevaba joyas, otro bolso de noche y unas sandalias altas,

sólo por si acaso. Puso en marcha el proyector caleidoscópico para que se entretuviera

la psigata cazamanchas, y salió hacia las oficinas de Media.

Aquel mes, Demi tenía el mejor turno de trabajo, de nueve a seis. Pero era una chica

dedicada y solía añadir algunas horas extraordinarias por la mañana. Hoy tenía que

hacerlas, porque le habían encargado lidiar con propuestas en Nu-Spek, francés

medieval, mozambique, inglés antiguo y cromático, y luego entregarlas al propietario y




editor jefe de Media, Augustus (Ching) Sterne, con breves descripciones y

recomendaciones explícitas. Le había hecho especial gracia la extravagancia de

“Rabelais Diabolo”, demostración de que François era Satán disfrazado (ella sabía que

el gran farceur fue un titánido), pero a Ching no le pareció divertido.

A las cinco y media, decidió que una noche en la ciudad la ayudaría a olvidar a Rogue

por unas horas, así que llamó a CUSTODIA DE CHICAS, aguardó a que la

computadora comprobara su tarjeta de crédito y pidió un acompañante que fuera todo lo

contrario que Winter. Supuso que eso pondría coto a los cotilleos de la oficina. Ante la

especificación crucial, ¿Sexo?, tecleó un enérgico NO que, por supuesto, fue advertido

en la oficina y no hizo más que confirmar los chismorreos.

El tipo entró en Media. Menudo, fuerte, agresivo, casi buscando pelea, con una actitud

que anunciaba que él era un regalo de Dios al Solar, y que más te valía creerlo.

—¿La señorita Jeroux?—desafió—. ¿La señorita Demi Jeroux?

—Aquí—respondió Demi, sintiendo que el corazón se le encogía.

—Soy Sansón, de CUSTODIA DE CHICAS.—Lo dijo como si fuera un anuncio

publicitario, esperando que las demás mujeres se desplomaran a sus pies—. Herc

Sansón.

—¿Herc de Hércules?—preguntó una vocecilla desde la esquina.

—Puedes jurarlo, nena—gritó Sansón por encima del hombro. Cogió a Demi por el

codo—. Voy a llevarte al cielo, preciosa. —Le sonrió—. Tu tarjeta de crédito se va a

llevar un buen mordisco, pero no te preocupes. Herc hará que valga la pena.—La

examinó—. Lástima lo de la negativa, nena. Te vendría bien una ración de Herc. Es el

más grande. Es el mejor.

Demi quería algo diferente de las sofisticadas diversiones a las que estaba

acostumbrada, así que Sansón la guió en un loco viaje por los bajos fondos del noreste.

Conocía a todos los ladrones, estafadores, carteristas, lo mejor de cada casa, las

instituciones de los bajos fondos.

—Soy el mejor, nena—le aseguraba—. Llevas una custodia garantizada, así que no te

preocupes. Herc es el más grande. Demi se acobardó ante las diversiones que ofrecía

un burdel y fueron al Hound Hut.

Un buen negocio de peleas de perros es algo serio. Se importan de todo el Solar

mastines, bulldogs, terriers, lebreles, esquimales, setters, foxterriers y mestizos

salvajes. Dado que las peleas se clasifican por pesos, y el máximo es de veinte o

veinticinco kilos, los diez que había allí no excedían los doscientos cincuenta.




Un entrenamiento y una alimentación cuidadosa, son vitales. Unos cuantos encuentros

prácticos sirven para introducir al perro en la profesión. “Chuchos de prueba”, pastores

viejos, desdentados, sirven para dar fuerza y valor (a veces bajo promesa de

manumisión). Antes de la lucha, se afeitan las partes más vulnerables del chucho de

prueba, para que el perro aprenda a atacar esos lugares.

Al entrar con Sansón, Demi miró a su alrededor con ojos desorbitados. En el centro

estaba el “cuadrilátero”, un profundo círculo con suelo de arena, rodeado por aullantes

aficionados y apostadores. Carteles relativos al tema colgaban de las paredes. También

había vitrinas de cristal, con perros disecados que fueron famosos en su día. Rodeaban

un enorme retrato de lo que parecía un caballo negro azabache, “Maravilla Timmy”.

—Pesaba cincuenta kilos—comentó Sansón a Demi—. Siempre llevaba un brazalete

femenino alrededor del cuello. Una vez, peleó contra tres mastines a la vez. Fue el

mejor asesino de todos los tiempos, pero al final le mataron. A un lado de la arena,

media docena de hombres desnudos y afeitados enfurecían a los perros con feroces

calistenias, mientras escandalosos jugadores cruzaban apuestas sobre sus favoritos.

Empezó la primera pelea, y se anunció a un tal “Bendigo Benny”. Benny pisó

pesadamente la arena y describió un círculo mientras los que habían apostado por él

aplaudían y gritaban. Se situó en el centro e hizo un gesto con la cabeza a los jueces.

Se

abrió una compuerta, y una decena de perros, ladrando y babeando, saltaron a la arena

y se lanzaron contra Bendigo Benny, que empezó a golpearlos y patearlos hasta que

murieron.

—Por favor, ¿podemos marcharnos?—susurró Demi.

—Pareces horrorizada, nena —rió Sansón—. De acuerdo. Herc lo arreglará todo. Muy

bien, vamos a probar un matatipos. Nada de perros.

El ZBHJ (Zorras y Bastardos de la Historia de los Forajidos) era un espectáculo a

imitación de las tabernas del Viejo Oeste. Los actores se asemejaban a las legendarias

estrellas del cine que actuaron en el siglo XX: Gary Cooper, Jimmy Stewart, “Duke”

Wayne, Marlene Dietrich, Mae West, etc. Se habían tomado muchas molestias para que

los trajes fueran réplicas perfectas, y los hombres practicaban con los revólveres de

seis tiros mientras las mujeres ejercían el arte de la seducción y el cancán. Los

jugadores profesionales llevaban brillantes sombreros de copa, levitas, y practicaban

diversos tipos de manipulación de cartas y trampas variadas, en el mejor estilo John

Carradine, Henry Bull, Brian Donlevy, et al.

Aquella noche el espectáculo consistía en una pelea, con mobiliario roto, cristalería en

añicos, sanguinarios puñetazos, lanzamiento de botellas y, por fin, un duelo. Todo

terminaba con la muerte de Henry Fonda, que llevaba una estrella en el pecho, y con

una Jane Russell que no llevaba nada.




—¡Parece tan real!—exclamó Demi, mientras aplaudía entusiasmada.

—Es real, nena.

—¿Cómo? ¿Esa gente está herida de verdad, y...y hay muertos?

—Ajá. Los puñetazos van en serio. Todas las peleas son de verdad. Les encanta

sacudirse unos a otros. Por eso tiene tanto éxito el ZBHJ.

—¿Y..., y los muertos?

—No, no llegan tan lejos. Lo hacen con descargas de alta tensión que quedan más

auténticas que lo auténtico, y además cuestan un riñón. Por eso las entradas tienen

precios astronómicos. Cuando veas la factura, vas a poner el grito en el cielo. Herc no

hace trampa. Siempre cumple.

—Por favor, ¿podemos marcharnos?

—¡Pero nena, ahora viene un linchamiento!

—¡Por favor!

—Como quieras. ¿Te apetece ver un juicio? Nada de perros, nada de sangre. Diversión

de lo más inocente.

Era un burdel decorado al estilo victoriano. Terciopelo rojo, cristal tallado, roble

ahumado, lámparas de gas. Los matones del burdel llevaban chaquetas de frac con

botones de diamantes. Incluso había una madame victoriana, dirigiendo a las jóvenes

prostitutas.

Estaban llevando a cabo una de las parodias de juicio ante un público que había

pagado con entusiasmo. La sala del tribunal se había situado en una de las estancias.

Un juez victoriano con toga negra y peluca blanca, esgrimía un consolador a modo de

martillo. Arriba, en la galería de los músicos, la orquesta tocaba fragmentos de “Trial by

Jury”. Doce prostitutas vestidas de lentejuelas hacían las veces de jurado, maquilladas

y empolvadas hasta las cejas. La acusada que había ante el juez era otra prostituta,

grotescamente maquillada, que gritaba y se movía sin cesar.

—¡Prisionera! —gritó el juez desde su estrado—. Has sido acusada. ¿Qué tienes que

decir en tu defensa?

—¿Cómo demonios has llegado a juez?—inquirió la mujer antes de ponerse a cantar

otra vez.

El consolador golpeó contra la mesa.




—¿No lo sabes, prisionera?

—Oh, claro que lo sé, con un soborno. Por el camino.

—¿Qué camino?

—El que lleva a la cama de Madame. ¿Cuántas patas tiene un caballo?

—Cuatro.

—Si le quitas tres patas a los Cuatro Pijetes del Apocalipsis, ¿cuántas quedan?

—Nueve.

—Entonces, ¿cuántas tiene cada uno?

—Tres .

—Yo tengo tres patas, así que soy un caballo.

—¿El caballo de quién, prisionera?

—El de cualquiera. Si me quitan dos patas, ¿cuántas me quedan?

—Una.

—Una, la única e imprescindible. el principio y el fin, el alfa y el omega, el cabo suelto,

el nudo gordiano, condéname, condéname a trabajos forzados.

—Llevad a la prisionera al bar, la condeno a violación.

—¡Oh, señor! Una violación es una canción, una bendición, uno para todos, todos para

uno, vamos, vamos todos...

Se desnudó, demostrando que no era lo que parecía, que ella no era ella, sino él. El

jurado saltó sobre él mientras el público aplaudía a rabiar, revelando lo mismo.

—Ésa fue la razón de que el embajador se volara la cabeza —le dijo Sansón a la

horrorizada Demi.

—¿C-cómo dice?

—Troyj Caliph, el embajador turco. En la embajada dijeron que había sido un ataque al

corazón, pero se suicidó. Le pescaron aquí. Ya sabes, nena. Eligió a una de estas




elementas, quiso pasar un rato divertido, lo grabaron todo con cámaras ocultas... Pero

no pretendían vender las copias, chantajearle. ¿Adivinas por qué?

—No... No quiero adivinar.

Descubrieron la debilidad del embajador. La elementa no era elementa, era como la

“prisionera” a la que juzgaba. Mal asunto para Troyj...

—Por favor—suplicó Demi—. Quiero marcharme a casa ya.

La custodió hasta su casa, firmó los detallados recibos de Sansón, cerró la puerta y se

desplomó en la cama.

(Postdata a las aventuras de Demi: la Cúpula Turca de Ganímedes llevaba años

fastidiándonos, exigiendo una explicación sobre aquel extraño suicidio. Cuando Demi

me habló por fin de su noche en la ciudad, el misterio quedó resuelto. Puesto que, en

cierto modo, Rogue era responsable de su sórdida noche, fue como si hubiera vuelto a

hacer de “Perdiguero”. )

Demi se despertó a la mañana siguiente, con náuseas y otras complicaciones

adicionales. Desde luego, tenía que ver a un médico. Informó a Media de que se

encontraba mal, llamó a su verdadera madre en Virginia y acudió junto a ella para que

la examinase.

Ahora, imagínate que eres una titánida polimorfa, una expatriada voluntaria porque

prefieres la vida en la Tierra, como tantos titánidos a lo largo de la historia, y que

disfrutas de tu papel como respetable científico. ¿Cuál sería la personalidad

permanente que adoptases? ¿Cuál sería el aspecto de una doctora? La madre de

Demi, la doctora Althea, copió su imagen de la gran reina Isabel de Inglaterra.

La entrevista se desarrolló en titánido, por supuesto. Puesto que es imposible reproducir

una conversación química en papel, dejaré el espacio en blanco para que lo llenéis con

vuestros sentidos: gusto, tacto y olfato. No será fácil, la gramática titánida es

complicada. Por ejemplo, la sensación de la lana no se puede utilizar como verbo para

el olor de la madera al quemarse a menos que el objeto de la frase tenga un sabor

agradable.

En esos días, sólo se pronunció una palabra terrestre:

“Conejo”.

Demi volvió a Nueva York, aterrorizada.

En el apartamento de Demi, Winter estaba terminando de narrar sus emocionantes

aventuras en Ganímedes, y se libró de la psigata que tenía enroscada alrededor del




cuello. La gata había quedado cautivada por él, por las vibraciones de su voz, o bien

por la posibilidad de cazar manchas en el futuro. Rogue la acurrucó en su regazo y

examinó perplejo a Demi, sorprendido por su apariencia. Más bien, por su falta de

apariencia.

Tras una separación de tres semanas, había esperado que le recibiera transformándose

en una vivaz anfitriona, quizá incluso en aquella cuyo nombre llevaba, Madame Jeanne

Fran‡oise Julie Adélaide Récamier (-), que entretenía a políticos y literatos en

sus salones. En vez de eso, Demi parecía desteñida, y sólo le hizo algunas preguntas

indiferentes.

—¿Y el doctor Yael?

—Le dejé allí, será mi regente.

—¿Tendrás que volver?

—No estoy seguro. Desde luego, el año que viene sí, para otra caza.

—¿Tuviste... tuviste que comerte el corazón?

—Los dos. Mi pueblo casi se volvió loco. Soy un doble rey, y por Dios que estoy

orgulloso de ello. Me lo gané a pulso.

(Y tanto que estaba orgulloso. Lo más significativo de todo era que se había quitado las

gafas enmascaradoras.)

—¿Y esa chica?—preguntó Demi—. La que... ¿Volviste a verla?

—¡Aja!—exclamó él—. ¡Así que se trata de eso!

—¿De qué?

—De la razón por la que estás tan fría esta noche. No, no volví a verla. Odessa

Partridge tenía razón. Tras la coronación, no pasó nada más. —No consideró oportuno

contarle el enfrentamiento con sus hermanas adoptivas—. Por favor, cariño, créeme, no

pasó absolutamente nada entre la chica y yo. Sólo le di un buen mordisco en el trasero

para enseñarle la lección. No estés celosa, por favor. Anímate y mírame con una de

esas miradas que llevo semanas añorando.

—No estoy fría, Rogue. Sólo cansada y deprimida. Tú pareces muy espabilado, así que

por favor, querido, vete a casa y déjame sola.

—Siempre me llamabas “cariño”, no “querido”. ¿Por qué has cambiado ahora?




—Por favor, deja de sermonearme.

—¿Qué te pasa? Estás muy nerviosa.

—No es cierto .

—Y tienes la misma expresión que cuanto te me declaraste en la sala de reuniones:

asustada, pero decidida.

—No es verdad.

—Vamos, cuéntale a papá qué te pasa. Mejor, dame tres oportunidades. Te han

despedido.

—No.

—Te has enamorado de otro tipo y no sabes cómo devolverme mi congé

—No bromees.

—Debes dinero. Te van a embargar.

—Nada de eso.

—Me rindo. Tendrás que decírselo a papá.

—¿No quieres dejarlo correr?

—No. Escupe.

Demi respiró profundamente y apretó los labios.

—Muy bien, papá. Vas a ser papá.

—¿Qué?

—Estoy embarazada.

Se echó a llorar.

Rogue no podía creerlo.

—¡Pero dijiste que nunca había sucedido entre terrestres y titánidos!

—N-nunca, p-ero supongo que siempre hay una primera vez...




—¡Dijiste que nuestros óvulos y espermatozoides no se llevaban bien!

—Quizá te..., te quiero tanto que... Ha sido algo mágico. No lo sé. —Estaba

sollozando—. Quizá no sea más que otro chiste cósmico. No tiene gracia.

—¿Cómo lo supiste?

—La semana pasada me tocaba tener el período y no...

—¿Tenéis período?—la interrumpió.

—Como todas las hembras. Y yo suelo ser un reloj. A-así que fui a ver a mi madre, a mi

verdadera madre, la doctora. Me hizo unas pruebas, y... Y ya lo sabes. Estoy asustada

de muerte. No sé qué hacer.

Winter dejó escapar el grito que había estado conteniendo. La psigata saltó de su

regazo.

—¡Rogue! ¡Los vecinos!

—¡Una noche! ¡Hicimos diana en una sola y gloriosa noche! ¡Por Dios, aun ganaremos

a los insectos! Ven aquí, mamá estelar. ¡Ven aquí!—La abrazó—. Si es chico, le

llamaremos como mis padres, Te Jay. Si es chica, se llamará como tú, mi adorable

impostora, Doblemente Deliciosa Demure Demi. La llamaremos Decalcomanía para

abreviar. Sólo hay un problema—añadió—. Hay que respetar la tradición.

—¿Qué?

—Las quemaduras del sol. En su momento, se convertirá en el rey Te Jay Uninta. ¿Es

justo hacerle eso a un niño?

El tic automático volvió por un momento, y se llevó las manos hacia las gafas que no

tenía.

—Ése no es el problema.

—¿Crees que no?

—Sé que no. El problema es, ¿será niño?, ¿será niña? ¿Qué clase de híbrido será?

—¿Y qué demonios importa? Él, ella o ello será nuestro, y con eso me basta. ¿Sabes

una cosa? ¡Nada más verte, noté que habías engordado!

—¿En una semana? ¡No seas tonto!




—Engordarás, engordarás. Y entonces...¡Yujuu!

—Creí que tú también te asustarías.

—¿Estás loca? Me he pasado la vida sintetizando las pautas de los demás. Ahora

tenemos nuestra propia pauta, fabricada en casa y de manera natural. Jugaremos con

ella, señora Winter.

Demi reía y lloraba a la vez.

—Rogue Winter, es la proposición matrimonial más chalada que he oído, y he oído

muchas. En la oficina, todos pensábamos que acabarías casándote con una modelo de

alta costura.

—Sí, conozco el síndrome. La belleza sofisticada que hace volverse a todos los

hombres y se gana el odio de todas las mujeres. Pero todas las bellezas suelen tener

nombres como Mystique D'Charisma.

—Haz el favor de hablar en serio, Rogue .

—¿Qué es hablar en serio? Piénsalo. Odessa Partridge lo ha arreglado todo con la

pasma de Bolonia. Tras la coronación, los maoríes ya no me persiguen. Y el bebé—sea

como sea el bicho raro que nazca—, será príncipe o princesa. Esto es el alegre prólogo

a una feliz aventura.

—Lo que me asusta es el bicho raro. Todo esto es nuevo, nunca había sucedido, así

que ni mi madre puede aconsejarme. Y necesito consejo, desesperadamente. Por favor,

Rogue, ayúdame a encontrarlo.

El asintió y se dedicó a pensar durante un rato lo suficientemente largo como para que

la psigata volviera a acomodarse en su regazo.

—Tomás Young—dijo al final con decisión—. Es tu hombre.

—¿Un médico?

—Mejor. Tomás es el director del Departamento de Exobiología de la Universidad. Es

experto en todas las formas de vida posibles, y en su génesis. Escribí algo sobre los

locos constructores vitales que ha creado con ayuda de su loco ordenador. Si te has

empapado mis obras completas para pescarme, como dijiste, tienes que haberlo leído.

—¿Le pedirás que me vea?




—Estará encantado, nena. A Tom le encantan los desafíos, y éste es una belleza.

Mañana por la mañana, a primera hora, iré a verle y lo arreglaré todo. ¡Ah, una

advertencia! Si te tienes que desnudar en la consulta, Tom es de fiar, pero ten cuidado

con su ordenador. Es un salido.

—Sssh.

—Así que ahora nos vamos a la cama. ¿Verdad, nena?

—Creí que preferirías irte a casa para deshacer las maletas.

—¡No pensarás que vine directamente!

—Unga-unga-unga .

—¿Qué demonios quiere decir eso?

—Sssh en maorí .

Y empezó a transformarse en su idea particular de la chica que recibiera el poco

cariñoso mordisco de Winter.




Más impostores

No quieras a ningún hombre. No confíes en ningún hombre.

No hables mal de ningún hombre a su cara. No hables bien de ningún

hombre a su espalda. Siéntate públicamente en su regazo, y

cómete su corazón en privado.

BEN JONSON

Me enamoré de “Soho” Young, que era el nombre que usaba Tomás cuando le conocí,

por la misma época en que mi compañera de cuarto perdió la virginidad. Lo de los

hombres nos sonaba a chino, éramos de “buena” familia y, además, yo seguía con mi

virginidad a cuestas, aunque jamás lo habría admitido. Maldición, los chicos bien

educados nunca llegan al final con las buenas chicas, y a los otros no los conocíamos.

Estábamos en la Jungla Madre, explorando los bares de solteros, bebiendo demasiado,

demasiado torpes y tímidas para cazar a un hombre o para reconocer cuándo alguien

intentaba cazarnos. Un par de niñas encantadoras e ingenuas, llenas de salud y de vida

pura.

De cualquier manera, Marj estaba decidida a probar “eso” en un elegante hotel de

caballeros, descubierto gracias a un folleto que nos entregaron en mano por la calle.

Pero nos habíamos quedado sin dinero, al menos sin dinero en abundancia. Lo que no

nos faltaba era fanfarronería, así que decidimos empeñar algo. Yo sabía tanto sobre

tiendas de empeños como sobre hombres. Pero de todos modos, allí nos lanzamos, las

dos vivanderas, y la suerte, el destino o El Gran Prestamista del Cielo nos llevó a la

Casa de Préstamos de Soho Young en el momento en que iba a cerrar.

Parecía Iván el Terrible, y más tarde me pregunté si Young no sería el diminutivo de

algún impronunciable nombre mongol. No se mostró demasiado entusiasmado ante

nuestras prisas tan a última hora, pero le explicamos que teníamos que volver a la

Universidad aquella noche y que nos habíamos quedado sin dinero para el viaje, que si

por favor nos podía adelantar cincuenta. Soho arqueó una ceja.

—¿Cincuenta? ¿Sois de Chicago? ¿Del noroeste?—preguntó.

Agilmente, nos echó una cortina de humo.

—No, señor Young. Maine. Universidad de Maine.

—Supongo que vais a volver en barco—señaló—. ¿Qué tenéis?

Le ofrecimos nuestras joyas “de valor”, lo poco que nuestras familias nos dejaban usar,

y Soho lo desdeñó todo. Pero rozó con un dedo mi reloj de pulsera.




—Es un Patek antiguo. De hombre. ¿De tu padre?

—Sí, señor Young.

—No debería dejártelo. Demasiado bueno para una estudiante de primer año.

Marj se sonrojó.

—¿Cómo sabe que somos...?

La mirada perspicaz de Soho la interrumpió.

—Os puedo prestar cincuenta por el reloj—me dijo.

Me extendió un recibo por encima del mostrador, me enseñó a rellenarlo y luego explicó

cómo podría recuperar el reloj. Nos entregó dos billetes de veinte y uno de diez.

—¿Todo gig?

Asentí. El hombre titubeó, nos estudió con la vista, y dejó que una sonrisa le asomase

en las comisuras de la boca. Abrió un pequeño compartimento que tenía tras la caja

registradora. Estaba lleno de medicamentos. Sacó una cajita blanca y me la tendió.

—De propina—dijo—. Me gusta mantener buenas relaciones con los clientes.

—Gracias, señor Young.—Yo estaba asombrada—. ¿Qué es esto?

—Píldoras para el mareo, las necesitaréis en el barco—dijo.

Y nos echó de la tienda. En la calle, abrí la cajita. Contenía cuatro “senza's”, píldoras

anticonceptivas de Venucio. En nombre de Dios, ¿cómo lo había sabido aquel hombre

sorprendente? Entregué las píldoras a Marj, y mi corazón a Soho Young.

Rescaté el reloj la siguiente vez que estuve en la Jungla, y sólo mucho más adelante

descubrí que Soho había hecho algo muy generoso: me lo había limpiado y arreglado.

Cuando intenté darle las gracias, me apartó bruscamente.

—No lo hice por ti, lo hice por el reloj. Eres sólo una chiquilla. No sabes lo valioso que

son los relojes antiguos. Hay que atesorarlos como los cuadros, así que no lo lleves

cuando estés jugando con el maldito equipo de tenis.

Típico de él. Me había investigado discretamente, lo sabía todo sobre mí.

No hay demasiada diferencia entre un prestamista y un psiquiatra. Soho lo sabía todo

sobre todo, lo que le convertía en el padre con que sueñan todas las chicas: experto,




sofisticado, siempre con la respuesta adecuada, sin juzgar jamás, siempre con una

salida humorística. Fui una plaga para su negocio siempre que pude, y me pasaba

horas mirando, escuchando y recibiendo educación cada vez que estaba allí, cosa que

no sucedía a menudo. La mayor parte del tiempo, dejaba el negocio en manos de sus

dependientes.

Recuerdo aquel gesto suyo en las comisuras de la boca cada vez que decía que él me

habría enviado a Yale. En su opinión, mi universidad era sólo para mariquitas, y no

había quién bebiera la cerveza de Matthew Vassar. Para purgarme de la cursilería del

campus, me administraba dosis masivas de realidad, al estilo casa de empeños.

Por ejemplo, había una auténtica princesa india, con punto rojo en la frente, sari y

prácticamente todo lo demás, excepto los “Poemas de amor indios” de Amy Woodforde.

Entró en la tienda una tarde, con un chaquetón de visón nuevo. Sin decir palabra, se lo

quitó y lo puso sobre el mostrador. Soho lo examinó y tendió a la joven mil quinientos.

Ella se marchó sin contar el dinero.

—Viene cada mes con un chaquetón nuevo —me explicó mientras recogía la prenda—.

Su madre es una maharaní de Ganímedes, o algo por el estilo. Está forrada. Tienen

cuenta en todas las tiendas importantes, pero la vieja no le da dinero. Así que la

princesa se limita a llevarse un chaquetón y lo empeña para sacar dinero. Supongo que

su madre paga las facturas sin siquiera molestarse en leerlas. Así de forrada está.—Me

dirigió una severa mirada—. Creo que la princesa utiliza el dinero para pescar guaperas

por la calle, y sé que tiene una enfermedad venérea. Que eso te sirva de lección.

—Sí, señor Young—aseguré.

Una brillante mañana, un joven con corbata negra entró en la tienda. Llevaba un

precioso reloj antiguo. Soho le prestó doscientos, y el joven se fue con el dinero. Yo

empecé a hacer una pregunta, pero Soho me hizo un gesto para que esperase.

Momentos más tarde, un mayordomo excesivamente inglés entró, pagó los doscientos

dólares más los intereses del préstamo, y se marchó con el reloj. Toda la transacción

había sido tan silenciosa y automática como la de la princesa de Ganímedes.

—Un chico holandés de Calisto —explicó Soho—. Rico. Siempre necesita dinero para

pincharse, así que roba algo de su casa. Llegué a un acuerdo con su madre, ella me

avala todos los préstamos que le haga al chico.

—Pero, si sabe lo que hace, ¿por qué no le da dinero ella misma?

—No le puede apartar del caballo, así que cree que lo menos que puede hacer es

obligarle a sudar cada pinchazo.—Soho me dirigió otra mirada severa—. Se enganchó

en tu universidad de mariquitas. Que eso te sirva de lección. A lo único que debes

habituarte es a trabajar.




—Gracias, señor Young.

El lema de Soho era: “Si no está vivo y cabe por la puerta, puedes empeñarlo”. Sus

dependientes, Roland y Eli, me enseñaron lo más extraño que les habían llevado:

cabezas de animales, el motor de un fueraborda, una lona de circo, una piel de pitón de

doce metros. Un tipo extraño empeñó catorce dentaduras postizas, que no eran suyas.

Soho nunca descubrió cómo las conseguía.

—Lo más loco que jamás me han traído fue una momia—me dijo.

—¿Una momia? ¿Como las de las pirámides?

—Gig. Mi primer pensamiento fue que el tipo la había robado de algún museo, así que

investigué.

—¿Cómo, señor Young?

—Presta atención y aprende. Las momias son tan especiales que todas tienen su

historia. Los expertos conocen cada una de ellas.

—Ah . Como los coches antiguos. ¿no, señor Young?

—Ya veo que lo entiendes. Ésta era legítima. El tipo era un egiptólogo que necesitaba

dinero para organizar una expedición al Nilo, o algo por el estilo. Así que le di quince

mil.

—¿Volvió para recuperar la momia?

—No. Me escribió y me dijo que la vendiera.

—¿Y usted recuperó el dinero?

—Ahora sí que preguntas demasiado—me replicó Soho, no sin cierta brusquedad.

—Lo siento, señor Young.

Pero, detrás de él, Eli levantó silenciosamente la mano. Extendió el índice y el pulgar

para indicar “dos”, luego juntó las puntas del índice y el pulgar para formar un cero, y

movió la mano cuatro veces.

Una gloriosa tarde, Soho me permitió actuar como dependienta.

—Te enseñaré cosas que no se aprenden en esa universidad de mariquitas—me dijo—.

Por ejemplo, a calibrar a la gente. La mitad del Solar está compuesta de gente que

intenta engañar a la otra mitad.




Por supuesto, sus ayudantes no me quitaban la vista de encima, pero mi primer cliente

fue una sorprendente lección sobre la idiosincrasia humana —una de las expresiones

favoritas de Soho—, y nadie habría podido predecir su reacción.

Era ingeniero en una de las naves del Solar—la chapa de radiación lo decía

claramente—y, evidentemente, estaba de permiso.

—Díganme, ¿aquí puedo empeñar lo que sea?

—Si no está vivo y cabe por la puerta—repetí como un loro—, puede empeñarlo.

—Muy bien.

Y puso en el mostrador, ante mí, un billete de mil.

—Quiero empeñar esto.

—¿Quiere empeñar dinero?

El tipo sonrió.

—Tengo una chavalita en la ciudad. No quiero que sepa que tengo tanto dinero, seguro

que me lo sacaría. Prefiero dejarlo en un lugar donde esté seguro, ¿de acuerdo?

Miré a Eli y a Roland. Se encogieron de hombros, así que asentí y empecé a

cumplimentar el recibo.

—¿Cuánto quiere por esto, marinero?

—Nada. Sólo el recibo.

—De todos modos, le costará el cinco por ciento habitual.

—De acuerdo.—Se sacó un billete de cincuenta del bolsillo y me lo tendió—. Una

especie de protección para el dinero, ¿no? Paga cincuenta y ahorra mil.

Recogió el recibo y se marchó cantando. “Sabía que el mundo era redondooo... Sabía

que podía demostrarlooo...”

Una hora más tarde, la chavalita vino con el recibo y se llevó los mil.

Los dependientes de Soho me dijeron que los rateros invierten mucho tiempo en tratar

de engañar a los prestamistas. Les llevan diamantes pintados, anillos falsos (con una




capa de plata por encima del cristal para pasar la prueba del arañazo), cámaras huecas

sacadas de los escaparates, y relojes y acordeones sin los mecanismos internos.

—Generalmente eligen las horas punta, cuando todos estamos ocupados y no tenemos

tiempo para examinar la mercancía con detenimiento.

Cuando las personas respetables visitaban la tienda de empeños por primera vez,

solían avergonzarse, pensando que habían llegado al fondo de la escala financiera.

Aquello siempre sorprendía a Soho.

—La gente suele tener la casa hipotecada—solía decirme—. Entonces, ¿por qué se

avergüenza de tener su reloj hipotecado? Respóndeme si puedes, nena.

—No puedo, señor Young.

—Tú y tu amiga, la que quería divertirse un poco, ¿os sentisteis así cuando vinisteis por

primera vez? ¿Lo hizo tu amiga?

—No se sentía avergonzada, señor Young.

—No me refiero a eso. ¿Llegó a usar las píldoras contra el mareo?

—¡Ah, sí! Sólo por si acaso. Fue muy amable por parte de usted...

—¿Le gustó?

—Creo que estaba más asustada que otra cosa, señor Young.

—Ajá. Ya me parecía. ¿Te dio vergüenza empeñar el reloj?

—No, señor Young. Fue una aventura.

—Ajá. Habrá que arreglar pronto a una chica simpática como tú. Esto es demasiado.

—Oh, señor Young...

—Romanticismo, ése es el problema . En Yale, te habrían palmeado el trasero de

diecisiete maneras diferentes desde el martes hasta ahora. Tendrías una buena

experiencia antes de enamorarte. ¿Dig? ¡Universidad para mariquitas!

Pero lo hice tan bien mi primer año en esa Universidad de mariquitas, Vassar—y la

verdad, creo que fue la dinámica influencia de Soho lo que me impulsó— que la

Sección de TerraGarda contactó conmigo al principio dei segundo año, y empecé mi

larga relación con Inteligencia. Y Soho Young desapareció bruscamente. ¡Puf!

Simplemente así. Spurlos versenkt. Sin comprenderlo, y por supuesto sin pretenderlo,




yo había hecho que su tapadera fuera demasiado peligrosa. Inteligencia (los burócratas

prefieren llamarnos Sección TerraGarda) no me informaron de aquello hasta mucho

después.

Y el difunto y querido Soho Young era el mismo Tomás Young, exobiólogo, al que

Winter iba a pedir consejo para Demi Jeroux.

—Que yo sepa, Rogue, jamás he visto a un titánido. He debido verlos, claro, se han

infiltrado por todo el Solar... Pero no lo sé. ¿Como averiguaste lo de tu chica?

—No lo averigué, Tom.

—¿Te lo dijo ella?

—Me lo enseñó.

—Fascinante. Me encantaría echarle un vistazo por dentro.

—Ni hablar.

—Vamos, sólo hurgar un poquito. No le dolerá.

—Olvídalo.

—Vaya, habrá que conformarse con los rayos X.

—¿Le servirá de algo a ella?

—¿Cómo quieres que lo sepa?

—Entonces, nada.

—¡Egoísta! ¿Cómo ha podido estar segura tu duende de que está embarazada?

—Pruebas.

—Entonces, la ha visitado un médico. Será un bombazo en las publicaciones médicas.

La primera vez que un médico ha tenido ocasión de estudiar a una titánida. O tienen

una salud de hierro, o se vuelven a casa cada vez que necesitan tratamiento.

—Fue una doctora.

—Pues ocupará todos los titulares.

—La madre de Demi. Titánida.




—¿Qué? Me pregunto cómo se lo tomará el colegio de médicos cuando se enteren.

—No se lo vamos a soplar. Mira, Tom, ¿quieres encargarte de mi Demi, o no? Es tu

gran oportunidad de obtener un bombazo.

—¿Nada de exámenes internos?

—¡Quiero a esa chica, Tom! No puedo correr el riesgo de que resulte herida.

—Me estás pidiendo demasiado.

—No intentes regatear conmigo, soy un rey.

—Ya me he enterado. Le Ro Malgré lui. El gran rey dos corazones. ¿Cuándo te

machacarán la cabeza?

—¿Qué es ese maldito ruido?

—La máquina de pensar. Se siente sola.

—Pégale un martillazo.

—Se obtienen más resultados con azúcar que con vinagre. —Young abandonó el tono

humorístico y se puso serio—. Gig, Rogue. Me siento honrado y agradecido de que

hayas acudido a mí. Tengo unas ganas locas de conocer a tu chica titánida, y te juro

que no le haré nada que sea mínimamente peligroso.

—Entonces, ¿cómo la ayudarás?

—Le haré preguntas personales para averiguar si sus funciones anabólicas y

catabólicas son paralelas al metabolismo terrestre. Si lo son, genial, no habrá nada de

qué preocuparse. Si no, le haré más preguntas y se las daré a mi maquinita.

Obtendremos una prognosis y un régimen para tu Demi. ¿Te dijo que tenían hijos con

facilidad?

Rogue asintió.

—Entonces tranquilízate. El ordenador, Demi y yo nos encargaremos de todo mientras

tú paseas por la sala de espera del hospital. Sólo queda un enigma fascinante: ¿cuánto

durará el embarazo? Necesitamos nueve meses completos para el desarrollo de un

bebé terrestre, pero... ¿cuánto tiempo necesitará tu milagrito mestizo? ¿Nueve? ¿Diez?

¿Doce?

—Que me registren.




—Creo que mi primer artículo se titulará: “Mi mestizo terrestre-titánido, el embarazo”.

—Para mí no tiene gracia, Tom.

—Ni esperaba que la tuviera. El ansioso padre. ¿Sientes ya los dolores del parto?

—Será mejor que te traiga a Demi lo antes posible .

—Enfríate, Rogue. Puede que tengas año y medio por delante antes de que tu chica se

decida a hacer algo. Entra ahí y tecléale un “+HOLA+” al chico. A ver si se calla y me

deja un rato en paz.

—¿Por qué no lo haces tú mismo?

—Porque conoce mi tacto sobre su teclado.

—Lo que os pasa a vosotros dos es que tenéis un condenado asunto sentimental,

mezcla de amor y de odio.

Winter se liberó de las lisonjas de Young, demasiado contento por la seguridad que le

había proporcionado como para sentir la desagradable pauta que se estaba forjando. El

amor tiene esos efectos hasta sobre los mejores: pierden el contacto con la realidad.

Tengo como norma conceder un año sabático a cualquier Garda (él o ella) que caiga

bajo tan pernicioso hechizo. Pero no estoy demasiado orgullosa de mi actuación en este

punto. Debí suponerlo. ¿Cómo podía Young saber nada acerca de la coronación con

dos corazones? Winter había pasado la noche con Dem Jeroux, y no habló con nadie

aparte de ella después de volver de Ganímedes.

Iba a regresar a su casa para llevarle las buenas noticias de Young a Jeroux. Pensó

que quizá su duende de lo inesperado hubiera ido a Media, pese a la promesa de

quedarse en casa, pero no importaba. Se habían intercambiado llaves tras la primera

noche, fingiendo que era una cuestión de trabajo. La buena chica de Virginia no quería

intimidades en público, al menos hasta que tuvieran un estatus social.

—¡Un anillo!—exclamó Winter—. Un anillo de compromiso. Eso es lo que necesito.

Empezó a pasear ante los escaparates de las mismas galerías donde, tres semanas

antes, había encontrado a los Doce Tamborileros Tocando. En una joyería, encontró un

fino anillo de oro. Lo miró durante un largo instante, murmuró para sí mismo un “podría

ser” y apretó un timbre que encontró al lado de la puerta. Tras sufrir una breve

inspección por parte del propietario, la puerta se abrió y Winter entro en el

establecimiento.




—Buenos días. Quiero echarle un vistazo a ese anillo que tiene en el escaparate.

Segunda fila empezando por abajo, el segundo de la izquierda.

El anillo fue colocado sobre una almohadilla de terciopelo, en el mostrador. Era de oro

rosa, moderadamente pesado, y tallado en forma de pétalos.

—¿Es un cerezo silvestre?

—Sí, señor. Un cerezo rosado.

—Ya me parecía.

—Por eso se utilizó oro rosa. Es una antiguedad muy rara. Hace siglos que no se

encuentran láminas rosas o rojas en el mercado.

—Los belgas lo están fundiendo en Calisto—señaló Winter—, pero supongo que se lo

guardarán todo para ellos. Me quedo con el anillo.

No le preocupaba si encajaría o no en el dedo de Demi. Aquello sería juego de niños

para una titánida.

Después de las molestias que suponían la identificación de huellas digitales y de retina

en un cheque bancario, Winter se marchó con el anillo envuelto.

—El cerezo silvestre es la planta simbólica del estado de Virginia—dijo al propietario—.

Me habrían puesto matrícula de honor en botánica si yo no lo hubiera estropeado. Un

asunto de envenenamiento por hiedra.

Un forcejeo violento. Nos llamaron a las nueve cuarenta.

—Yo me marché de aquí a las nueve—murmuró Winter—. Estaba con Young, hablando

de ella, y ni siquiera imaginamos...

—Así que es un presunto homicidio con desaparición de cadáver incluida—siguió

tranquilamente Dampier—. Posiblemente perpetrado por usted, ya que tenía intimidad

con ella.

—¡Maldito sea!

—Vamos, señor Winter. Usted ha pasado la noche aquí. Hay objetos personales suyos

en medio de todo este desorden. Acaba de volver de Ganímedes, ¿eh? Eso dicen las

etiquetas de su equipaje. ¿Un recibimiento de enamorados o una pelea de

enamorados?




—Estábamos planeando casarnos.

—¿Cambió usted de opinión?

—No, maldita sea.

—¿Y ella?

—No.

—¿La encontró con otro hombre?

—¿Cómo se llama usted? ¿Dampier? Le juro que le voy a...

—Calma, calma. No se creería la cantidad de homicidios que se cometen entre

personas que mantenían una relación íntima. Tengo que saberlo todo. Es mejor

responder preguntas aquí que en la comisaría.

—Gig.

Winter respiró hondo.

—¿Conoce bien este apartamento?

—Lo suficiente.

—¿Falta algo, aparte de la chica? Mire a su alrededor, pero no toque nada.

Winter miró impotente aquel desastre. Los libros estaban desperdigados por el suelo,

junto con el contenido de los cajones del escritorio, su equipaje y los elementos

decorativos. Parecía como si hubiera pasado por allí una manada de dinosaurios en

estampida.

—No lo sé—dijo al fin—. No podría decírselo.

—Lástima—suspiró Dampier—. Necesitamos todos los datos posibles. ¿Tenía su chica

algo especial, algo diferente que pudiera darnos una pista?

Winter abrió la boca, luego volvió a cerrarla.

—Nada especial—dijo al fin—. Sólo una buena chica de Virginia. ¿Y por qué ha

preguntado en pasado?

—Es recomendable suponer que ha sido asesinada. ¿Tenía algún enemigo?




—Ninguno, que yo sepa.

—¿Amigos?

_ Los únicos que conozco son la gente que trabaja con nosotros. Puede que tenga

otros.

—¿Dónde trabajan?

—En Solar Media.

—¡Ey!—dijo uno de los tipos con traje de paisano—. Debe de ser ese Rogue Winter.

Debí reconocerle por las cicatrices.

—¡Un momento!—exclamó Winter.

Revisó rápidamente los armarios, el dormitorio y el cuarto de baño.

—Su gata ha desaparecido.

—¿Su gata? ¿Qué gata?

—Demi tenía una mascota. Mitad siamesa, mitad koala.

—Lo más probable es que huyera, asustada por la pelea y el asesinato—señaló uno de

los policías.

Winter se estremeció. Dampier tomaba notas cuidadosamente.

—Muy bien. Estaremos en contacto, señor Winter. Puede que el supervisor quiera

hacerle algunas preguntas más. ¿Tiene intención de salir de la ciudad?

—Tengo intención de emborracharme—replicó Winter.

No podía dejar de temblar. Dampier miró su rostro ceniciento.

—Buena idea. Algo me dice que le vendrá bien.

En la calle, había una multitud esperando a ver si lo que sacaban era un cuerpo

cubierto con una manta roja (todavía vivo) o negra (muerto). Acababan de llegar tres

coches de policía, probablemente con técnicos de laboratorio. Winter se abrió paso

entre la multitud (medio muerto) y buscó un medio de transporte.

—Haremos el Circuito Solar—dijo al conductor.




—¿Por el exterior o por el interior?

—Empiece por el exterior.

—Hecho .

Así, la primera parada fue en EL TRUENO DE TRITON. Pagoda exterior. En el interior,

salón de té decorado en teca, ébano, nácar y jade. Farolillos. Cuatro gordos mandarines

(todos ellos actores pagados) bailaban en cámara lenta, con amplios abanicos,

campanillas en las manos, cantando con grititos de eunuco. Las bebidas tenían

nombres como “Elegía por una Hoja Caída”, “Dragón Vengativo”, “Amor de Luna” y

“Año del Quark”.

—Uno de cada—pidió Winter.

Luego, el NAUSEA DE SATURNO Vl. Exterior Fuerte de la Legión Extranjera con

cañones, muñecos imitando soldados muertos (Compañía de Disfraces Criterion) en las

aspilleras. Interior: arena, palmeras, mesas de caballete y camareros vestidos de

centinelas. Música de Alfie Dreyfus & Su Dúo Ensordecedor. Bebidas: Hachís, Morfina,

Cocaína, Opio, Marihuana I, Marihuana II y Marihuana III.

—Uno de cada.

Indicó al conductor que entrara con él en el REINA DE CALISTO, sólo por seguridad.

Era un antro homosexual con camareros travestidos, de aspecto y actitudes

peligrosamente seductoras. Candelabros de cristal, cristales esmerilados para

proporcionar una tenue iluminación a “Las Posturas Posibles Probables”. Música de Los

Traficantes Duros. Bebidas llamadas “Prostitución”, “Ligue”, “Caricia Ardiente”, “Carta

Lujuriosa” y “Obscena Parada de Autobús”.

—Dos de cada.

Luego, EL GENITAL DE GANIMEDES, un lugar nudista. Al entrar dejas la ropa, y te dan

cosméticos para que te pintes la cara de blanco o de negro, según cuáles sean tus

preferencias. Decoración africana. Bebidas “febriles”: Amarilla, Dengue, Moteado,

Escarlatina... CAMPANAS DE MARTE, con decoración de espejos y buffet libre de

afrodisíacos. LA CASA DEL TERROR, llena de bromas pesadas. EL LUNA TIC, EL

ANDROGINO DE VENUS, para transexuales recuperados. EL HOYO. Yo le esperaba

allí, junto a la barra del bar decorada con cráneos, cada uno de los cuales tenía una

manzana entre las mandíbulas.

La conmoción y la bebida le producían una calma artificial que se había impuesto a lo

que gritaba en su interior. Si perdía aquella calma, se echaría a llorar, histérico. Pero lo

que yo tenía que decirle no le llevaría a las lágrimas.




—Saludos, gentil y hermosa Brunhilda—tartamudeó, sentándose junto a mí en el vacío

bar—. Reina del País de los Hielos. Esposa del Rey Gunther. También Valkiria de

Wagner y de Sigfrido.—Se adueñó de mi copa—. Por lo visto, conservas mi número de

teléfono. ¿O es que me habéis seguido?

—¿Qué importa, Rogue?—repliqué—. Estoy aquí para hablar contigo. Siento

muchísimo todo esto.

—¿Qué hay que sentir? El amor viene, el amor se va, pero siempre habrá chicas. Si es

que eso significa algo. ¿Por qué lo sientes?

—Porque parte de este lío es por mi culpa.

—Las chicas vienen, las chicas van, pero siempre habrá amor. No se puede decir que

sea una mejora. ¿Por qué?—me espetó.

Me guardé algo. Suppressio veri, creo que lo llaman en términos legales. Tenía que

hacerlo hasta que fueras formalmente coronado.

—¿Por qué?—insistió.

—Porque habrías rechazado el trono; y te necesitamos en ese puesto.

—¿Por qué?

—Es el punto crucial del tráfico de la Meta Mafia.

—¿Aquella chica jin que conocí en la Cúpula Bolonia?

—No. Ella participa en una de las operaciones de Tritón destinadas a acabar con la

Mafia. La Mafia no es una operación interior China.

—Pero todo el mundo cree...

—Es Maorí, y tú estás al mando desde la coronación.

Aquello le cayó como un martillazo.

—Así fue cómo Te Uinta pudo financiar tu carísima educación.

Winter seguía con la boca abierta.




—Y por eso tu. .. Y por eso le ha pasado lo que le ha pasado a Demi Jeroux. Tritón hará

lo que sea para acabar con el contrabando, y ahora tú eres el objetivo. Quieren

obligarte a hacerlo.

—¿Matando a Demi?—Sacudió la cabeza confuso—. No tiene sentido.

—Claro que no. Por eso no creo que la hayan matado. Creo que la tienen prisionera.

Será el trato que te ofrezcan. Por eso tenía que verte lo antes posible, para planear tu

próximo...

—¿Sabías todo esto y has dejado que sucediera?—me interrumpió bruscamente.

Un airado color blanco sustituyó el rojo de la bebida, y las cicatrices reales de sus

mejillas se pusieron lívidas.

—No sabía que fuera a suceder.

—Te dije que había que protegerla y tú me prometiste que te encargarías. “Confía en

mí”, dijiste.

—Al menos, puede que esté viva.

—Puede. Crees. ¿Más garantías tuyas en las que debo confiar?

—No.

—¿Está viva? ¿Sí o no?

—No lo sé. Sólo puedo rezar para estar en lo cierto sobre las tácticas de Tritón.

—¿Ha sido secuestrada?

—No lo sé. No puedo saberlo. No podemos hacer otra cosa que esperar. Si se ponen

en contacto contigo, lo sabremos.

—¿Y has venido para planear mi próximo movimiento?—gruñó—. No mires ahora, Mata

Hari, pero pueden contactar conmigo cuando quieran sin importar si Demi está viva o

no, ¿y quién va a saberlo?

—Cierto, pero...

—Zorra listilla. Eres tan ingeniosa, con tu juego de ajedrez, con tu invento de los “Doce

Días de Navidad”... Sí, condenadamente lista. No puedes hacer nada directamente, por

el camino fácil. No, eso no sería genial. No sería digno de James Bond. Tienes que

joder a todo el Solar con tus complicaciones, y ahora me has jodido a mí. Gracias,




Odessa, algún día te devolveré el favor. Sabrás que he sido yo porque será algo

sencillo y directo.

Winter salió rabioso del bar, y le vi caminar hacia su transporte. Se hizo llevar a la

rotonda Beaux Arts. Cuando entró en su apartamento, seguía rabioso. Entonces, dejó

escapar el aliento contenido y la ira se evaporó al ver a la psigata de Demi,

cómodamente apoltronada en el sofá, y la llave que había entregado a la chica sobre la

mesita de café, con una flor atravesando el agujero.

Pero ni rastro de Demi Jeroux.

—;Bien! ¡Nada de secuestro, nada de asesinato! —Estaba exultante—. Escapó de los

Jins y vino aquí para dejarme la buena noticia. Una buena y considerada chica de

Virginia. Dicho mensaje consiste en ti—añadió, alzando a la psigata y besándola—. Y

en la llave.

También besó la llave.

—Veamos, si he captado las pautas, Demi se ha dado a la fuga para protegerse. Toda

una evasión, y sólo Dios sabe en qué se ha transformado, siendo la locuela titánida que

es. ¿Cómo demonios voy a encontrar a alguien que puede ser cualquiera? ¿Tú? —

preguntó repentinamente.

Se descolgó la ronroneante psigata del cuello.

—¿Demi? Oye, que no es momento de bromas. ¿Demi?

—Qrst—respondió la gata, a medio camino entre el maullido de un siamés y el gruñido

de un koala.

—Oh, vamos, cariño. Eres tú, ¿verdad?

—Rsvp—respondió melodiosamente la psigata.

—Dudar siempre, jamás saber—murmuró Winter—. ¡Maldición! Tengo que encontrar a

nuestra evadida, pero el problema es que no quiere ser encontrada. Añade un ataque

Jin al terror que sentía por lo del embarazo, y la pobre chica debe de estar muerta de

miedo.

Se sentó en el sofá y puso los pies sobre la mesita de café, mientras la psigata se

enroscaba en su regazo para ponerse cómoda.

—Shhh—murmuró—. Estoy sintiendo la habitación. Quizá haya algo que me dé una

pista.




En silencio, sintió las pautas del Anima. Escuchó a los cuadros, a los muebles, a los

recuerdos, a cualquier cosa que Demi pudiera haber tocado. Algunas pautas eran

lentas y tediosas, otras agudas y brillantes. Las voces eran como un coro de

sobreimposiciones y retazos deslabazados.

QuebonitosoyQuebonitosoyQuebonitosoyQuebonitosoyQue

P I N O P P I N O

e e

A A tulipán A A tulipán A A tulipán

J A P O N c J A P O N c J A P O N

PI E t ERR t PIE

r r

GII c GOE c

t t

COE y SUM y COE

—Vamos, muchachos—suplicó—. Tenéis que haber visto a mi chica. Desde luego, ella

os prestó mucha atención la primera noche que pasamos juntos, ¿gig? Así que,

¿cuánto tiempo ha estado aquí? ¿Cuándo se marchó? ¿Qué llevaba puesto?

La única respuesta fueron más pautas en crucigrama.

Suspiró.

—Son todos unos ególatras. Sólo se fijan en ellos mismos. Su lema debería ser Le

monde, c'est moi.

Consultó con la gata.

—¿Tú qué me aconsejas, nena? ¿Crees que debería llamar a Odessa Partridge?

Seguro. Ya me la imagino, preparando otra genialidad estilo “Doce Días”. ¿Y Dampier?

Sí, me veo dando la descripción al Departamento de Personas Desaparecidas: raza,

cualquiera. Peso, cualquiera. Estatura, cualquiera. Und so weiter... “De lo único que

puedo estar seguro es de su sexo, pero cualquiera distingue a una hipopótama de un

hipopótamo. ya me veo levantándole el rabo al bicho para que me enseñe el aparato

genital. ¿Sabes una cosa, nena? Me parece que he cogido la pauta por donde no era.

La psigata ronroneó, y Rogue siguió meditando en voz alta.




—Tengo que encontrarla pronto. Mientras siga huyendo como la Titánida Loca, sola y

desprotegida, no estará a salvo. Tarde o temprano, los soldados Jin le pondrán la mano

encima. No puedo perrnitirlo...

“La cuestión es ¿habrá salido huyendo en cualquier dirección, o se ha quedado cerca?

Apuesto por lo segundo. ¿Por qué? Considera la pauta, mi querido doctor Gatson.

Nuestra chica tiene miedo por ella, pero también por mí. Está al tanto de lo del ataque

en Venucio. ¿Por qué te iba a traer aquí, si no es para tranquilizarme? Me quiere con

locura, mi pobre duende, y a ti también. Nunca nos abandonaría. Está por los

alrededores, en alguna parte, cualquiera sabe cómo, intentando protegernos a ti y a mí,

como la noble chica de Virginia que es...

“¡Pero quedarse en la retaguardia y esperar es cosa de chicas! —gritó, repentinamente

furioso. La gata pegó un salto—. Hay que enfrentarse a esta crisis con acción, lo que

significa que, primero, tengo que encontrarla. ¿Cómo? No la buscaré. Saldré a la calle

con la mente en blanco, sin pensar en nada, y esperaré a que suceda algo. Mantendré

todos los sentidos alerta, y por Dios que la antipauta la obligará a descubrirse.




La búsqueda

Porque ésta es una verdad bien conocida de muchos;

cualquiera que sea la cosa perdida,

cuando la buscamos, sale a la luz

en cualquier hendidura, menos en la correcta.

WILLIAM COWPER

Se alejó de Beaux Arts para vagar sin rumbo fijo por la Jungla Madre, al azar, sin planes

previos. Y, aun así, la serendipity de Winter le impuso una pauta inconsciente. Si

alguien la reconoce, que nos envíe su respuesta: puede ganar una de las cinco becas

gigantes para la Academia de Sabuesos del Solar.

Se encontró con Ching Sterne, editor y director de Solar Media, que evitaba

cuidadosamente pisar las hendiduras del pavimento para proteger su dinero.

—¡Rigella, nene! ¿Qué haces tú por la calle? Deberías estar sudando sobre tu

ordenador. ¿Recuerdas la fecha de entrega de lo de Bolonia?

—No llegaré a tiempo, Ching.

—¡Oi!

—Tengo problemas personales.

—¿Desde cuándo dejas que una chica se interponga entre un cheque y tú?

—¿Cómo sabes que es por una chica?

—Las mujeres son lo único que hace que los hombres olviden el dinero.

—¿Tienes idea de quién es. Ching?

—No. La única idea que tengo es arrancarle la cabeza. Nunca habías entregado tarde.

Rogue.

—Ella lo vale.

—Ninguna chica lo vale. Maldita sea, tendré que rehacer todo el calendario de entregas.

¡Amor! ¡Puaj!

Y Sterne siguió caminando hacia las oficinas de Media, sin dejar de esquivar las

peligrosas hendiduras.




Winter vio una mula que había estado observando el encuentro con estólida

concentración. atada ante la “Taberna Reata de Cuarenta Mulas”. Se dirigió hacia el

animal y le habló suavemente .

—¿Demi? ¿Demi?—Se sacó el anillo de oro del bolsillo y se lo enseñó—. Es tu anillo de

compromiso, Demi. La planta de Virginia. ¿No quieres probártelo?

No hubo respuesta. La mula siguió mirando hacia la nada. Winter hizo una mueca, y

estaba a punto de alejarse cuando vio la marca que el animal llevaba en el flanco. Era

un círculo sobre una cruz, casi parecía un rayo de sol. Sorprendido, entró en la taberna,

quizá para tomar una copa. y que le condenasen si no era el Chalado Harry el que

estaba dentro, diciéndole ternezas a una camarera rubia.

Harry era un universitario y un escritor genial. Contaba las mejores historias del mundo.

pero—por la razón que fuera—, nunca llegaba a entregarlas. Vivía exclusivamente de

los adelantos y de los préstamos que recibía por sus persuasivas propuestas. En

consecuencia, siempre estaba huyendo de los editores que reclamaban sus historias y

de los acreedores que reclamaban su dinero. A Winter le debía unos cinco mil.

—Ey Rogue... Hola, Rogue... ¿Quéquierestomar?—Chalado Harry siempre hablaba a

ráfagas, como las ametralladoras—. Leestabadiciendoalarubiaesta... Quetengouna

historiaestupenda... Unabibliotecaambulante.. Unéxitoseguro... Latengopensadadel

principioalfinal... Lomaloes quequierenembargarmeelordenador... Llevotresmeses

sinpagarlosplazos...

—Y también llevas tres años sin devolverme lo que me debes Harry.—Se volvió hacia la

camarera—: Alcohol puro con hielo por favor. —En ese momento advirtió que la chica

llevaba un broche en forma de sol—. ¿Demi?—preguntó.

—Martha—le sonrió ella mientras le servía.

—Encuantoaesoscincomil—respondió Chalado Harry—, nopuedodevolvértelosahora...

arruinadoenbancarrotalosbolsillosvacíos... Pero... Tengo... unabuenaoferta Brasil...

Leshevendidounguión... El tipohavenido alaciudad... Tienepastagansa...

Perolaciudadselecaeencima... Quiereun pocodediversión... Intentomantenerleaquí...

Puedoganarmillones... Pero... Necesitountraductordeportugués...

A Winter le costó otro préstamo enterarse de cómo terminaba “La Ciudad que Hechizó a

un Hombre”.

—Pobre Harry—murmuró para sí mismo mientras salía de la taberna—. No hace otra

cosa que vender sus historias. ¿Por qué no puede escribirlas?

Dejó de pensar y caminó sin rumbo fijo, con todos los sentidos alerta, pero sin buscar

nada. Entonces fue consciente de un ruido que le seguía. Se detuvo y se dio la vuelta,




curioso. Era una figura alta, esbelta, vestida con andrajos, una capucha sobre la cabeza

y un bastón—el ruido que le había llamado la atención—en la mano. En un cartel que

llevaba colgando del cuello, se leía:

PRIVADA DE LA FACULTAD

DE LA PALABRA Y LA VISTA

POR FAVOR, AYUDA

Llevaba una escudilla pegada al cartel. La capucha de lana no tenía agujeros para la

boca ni para los ojos. Estaba decorada con el dibujo de un sol.

Winter esperó hasta que la mendiga llegara junto a él antes de dejar caer unas

monedas en la escudilla.

—¿Demi?—preguntó.

—Eho tuh—fue la réplica que le llegó—. Io soy Ba-ba-rah.

—¿Bárbara?

—Sa. Dioh he lo pahgue .

Y Winter la vio alejarse con su bastón por la calle, sin saber que estaba siendo

atentamente observado por Pavo Real Perce.

Perce era tan engreído y vanidoso como su apodo. Se gastaba la mitad de sus

ganancias en ropa. Antigua cachemira escocesa en invierno (siempre se vanagloriaba

de escoger personalmente las cabras) y seda estampada crepe de Chine en verano.

Llevaba corbatas nacaradas y cadenas de perlas (el oro o le platino, metálicos,

hubieran tintineado). Pero, por supuesto, nada en las finas muñecas ni en los dedos.

Desgraciadamente para Perce, aquel día llevaba una alianza matrimonial de diamantes

y zafiros. La había “conseguido” la semana anterior. Muy indicativo de que no pudiera

resistir la vanidad de lucir el anillo, aunque era dos tallas demasiado grande para él.

Maldición, cuando Perce sacó la mano con la cartera de Winter, descubrió que, a

cambio, le había dejado el anillo en el bolsillo.

Perce se quedó helado. Siguió al deambulante Winter sin saber qué hacer. Examinó la

cartera, pero ni siquiera se le ocurrió contar el dinero. Al infierno con eso, siempre podía

pescar a otro. Quería su hermoso anillo. Gruñó a una mendiga ciega que hacía resonar

su escudilla, pero aquello le sugirió una idea: se dirigió hacia Winter, le detuvo y le

tendió la cartera.

—Perdone, amigo, ¿es suya? Me parece que se le ha caído.




Otro sobresalto. La camisa crepe de Chine tenía un estampado de soles.

—Dem... —Winter se detuvo en seco. No, claro. Cogió la cartera y la examinó—. Sí, sí,

es la mía. ¿Cómo demonios he podido...? No sé cómo darle las gracias. ¿Quizá una

recompensa? Usted dirá.

—Nada de recompensas, señor, pero... bueno, estoy buscando un anillo que se me ha

perdido, es de mi esposa, así fue como encontré su cartera. Quizá, quizá usted lo haya

visto.

—Lo siento—sonrió Winter—. Me gustaría devolverle el favor, pero no...

—¿No sería posible que lo encontrara y luego lo olvidase?

—No, claro que no. Lo siento.

—Son cosas que pasan, señor. Y usted parece un poco distraído. Quizá lo recogió, se

lo metió en el bolsillo y ya no se acuerda. ¿Le importaría mirar? De señora. Diamantes y

zafiros. Sólo un vistazo, por favor.

No era una idea genial, pero tampoco hacía falta: eran sus manos las que trabajaban.

—¡Hola, Nig!—gritó Winter—. ¡Espera un momento!—Se volvió hacia Perce—. Lo

siento. Gracias otra vez.

Y corrió hacia el otro lado de la calle para reunirse con una encantadora albina. Llevaba

gafas oscuras para proteger los ojos rojos, sombrero de ala ancha para que la luz no le

diera en el rostro, y un vestido de manga larga para protegerse del sol hasta el último

centímetro de su piel. Nigelle Englund. Winter la recordaba muy bien.

—Doctora —susurró—. Tengo unos agujeros en la cabeza desde que me corneó un

mamut en Ganímedes. ¿Hay alguna esperanza para el mamut?

Nig se echó a reír. Era veterinaria y analista, especializada en las rarezas y neurosis de

todos los animales mestizos del Solar, y el Solar producía elementos realmente

extraordinarios.

—Nada de Ciudad Reducida va, Rogue—dijo—. Ahora soy la Señora de la Pocilga.

—¿Pocilga? ¿Qué pocilga?

—El zoo de la ciudad. Soy la Gnadige Direktor.

—¡Jigjiz! Y pensar que te conocí cuando...




Ella le dirigió una mirada que Rogue sintió aguijoneante, incluso a través de las gafas

oscuras.

—Dejémoslo correr, guaperas. El zoo me llama.

En ese momento, Winter advirtió los dos soles dibujados en las patillas de sus gafas.

—¿Demi?—preguntó.

—¿Qué?

—Me habías investigado, Demi. Quizá sabes lo que hubo entre Nig y yo.

—Cariño—dijo con voz dura pero tranquila—, lo último que supe de ti fue “Tengo ~ue

hacer un trabajo para Solar en Titán, cielo. Te llamaré dentro de cinco semanas”. ¿Qué

demonios me cuentas ahora de esa tal Demi?

—Lo siento—murmuró—. Lo siento. Estaba pensando en otra cosa. Citaba una frase de

una historia en la que estoy trabajando. Vamos con tu colección de animalitos, si no te

importa que te acompañe. Dios sabe que ahora mismo necesito un poco de ayuda y

consuelo.

—No será por mi parte, guaperas. Puedes llorar un rato sobre los hombros de los

animales. Son un público muy atento.

Pasó por los hábitats naturales (el zoo proporcionaba a cada animal su medio ambiente

adecuado): perros salvajes de Australia, kudus, onagros...

—¿Demi?

—¿Demi?

—¿Demi?

Nada. Se detuvo para contemplar a una multitud de niños, visitantes de todo el Solar,

riendo, gritando y aplaudiendo ante un llamativo espectáculo de marionetas tamaño

natural. El argumento: un sucio y abominable maestro de ceremonias (¡SSSS!) tortura a

los animales, obligándoles a saltar a través de aros de fuego, a hacer juegos malabares

y a montar sobre artefactos, todo ello con un látigo al rojo (¡BUU!). Entonces, un

orangután más decidido que los otros se rebela (¡ANIMO!), los demás animales se unen

a la revolución (¡HURRA!), derrotan al malvado maestro de ceremonias (¡RISAS!) y, con

su propio látigo, le obligan a hacer los mismos trucos (¡VIVA!). Música: “El Carnaval de

los Animales”.

Winter siguió caminando por allí: cebras, pinguinos, ornitorrincos. . .




—¿Demi?

—¿Demi?

—¿Demi?

Nada. Babirusas, tritones, hemionos...

—¿Demi?

De todos modos, no tenía demasiadas esperanzas. Se detuvo para contemplar un

magnífico carrusel marítimo: caballitos de mar, morsas, ballenas, delfines, moluscos

gigantes, tiburones amistosos, incluso un simpático pulpo. Niños de todo el Solar (y

unos cuantos adultos nada avergonzados) cabalgaban sobre los animales al ritmo de la

música de “La Mer”. Le sorprendió ver a la mendiga ciega a lomos del pulpo, moviendo

el bastón al ritmo de la música.

“Me recuerda el chiste de la coronación”, se dijo Winter.

Y reanudó su paseo sin rumbo. Tigres, leopardos blancos, jirafas, pumas, linces,

dromedarios, gatos monteses... Una de las panteras negras, se acercó a la barrera de

seguridad y le dedicó un rugido tan sentido que casi le convenció.

—Tienes que ser tú, Demi. ¿Verdad? Vamos, amor, sal de ahí. Tengo algo para ti. Mira.

Tu anillo de compromiso.

Se metió la mano en el bolsillo y sacó una alianza matrimonial de diamantes y zafiros.

Estalló en carcajadas. En un momento, captó toda la pauta.

—Demi, si de verdad eres tú, sal y compartiremos el chiste.

Pero la pantera ya se había dado la vuelta. Winter buscó otra vez, para asegurarse de

que también tenía el anillo rosa.

“Sólo hay una cosa que no entiendo—rió para sí mismo mientras salía del zoo,

haciendo saltar la alianza en la palma de la mano—, y tendré que preguntárselo al tipejo

aquel. Supongo que estará fichado por la policía. Lo buscaré . “

No fue necesario. En la puerta de entrada, se encontró con Perce y con un abogado

listillo, alto y delgado. Irrumpieron en el recinto como si estuvieran persiguiendo a

alguien, lo que era completamente cierto.

—¡Es él!—gritó Perce.




Y, sin más preliminares, el leguleyo amenazó a Winter con el fiscal del distrito, y le dio

una conferencia acerca de objetos robados, responsabilidad legal, investigaciones

policiales, autos de reivindicación y un juicio cuyas costas tendría que pagar.

Winter sonrió y sacó el anillo.

—Un trabajo rápido—dijo al ratero—. ¿Cómo te llamas?

—Perce.

—Perce, ¿qué más?

—Sólo Perce .

—El abogado dice que este anillo es tuyo.

—De mi esposa.

—¿Y cómo ha llegado a mis manos? ¿Lo encontré?

—¡Ni hablar!—Perce parecía indignado—. Me lo quitaste del bolsillo cuando te devolví

la cartera.

—A callar, abogado—dijo Winter, al ver que el otro se disponía a intervenir—. Te diré

una cosa, Perce. No habrá acusaciones ni contraacusaciones. Te devolveré el anillo si

me dices una cosa.

—¿Cuál?

—¿Cómo demonios se te pudo caer mientras me quitabas la cartera?

Perce enrojeció hasta las orejas. Titubeó un instante, pero la cálida mirada de Winter le

dio confianza.

—Se me resbaló. Me viene grande .

Winter se sintió agradecido por aquel segundo interludio cómico en un día nefasto.

Tendió el anillo a Perce.

—Con tu trabajo, no deberías usarlo . ¿Vas a volver a la calle?

—No hay mucha acción—le confió Perce. Como de costumbre, Winter se había ganado

otro amigo al instante—. La feria es mejor, ¿no crees?




—Gig, Perce—sonrió Winter—. Vamos.

CIRCO INDIO AMBULANTE

DEL JEFE RAINIER

Osos rusos amaestrados, gimnastas suecos, Tanzsaal alemanes, gitana's echadoras

de cartas, bocce italianos, delicias turcas, repostería francesa, focas de Alaska, carreras

de perros como en Inglaterra... Lo único indio de todo el circo era el Jefe Rainier, que

vigilaba la entrada, resplandeciente con su tocado de guerra, su pintura de guerra y su

taparrabos. El puntero que utilizaba para señalar las atracciones era un tomahawk.

—¡Jau!—gruñó—. Donde sale el sol, tierra del rostro pálido. Donde se pone el sol, tierra

del piel roja. Esta tierra es de los pieles rojas. ¡Ugh! Yo pagar impuestos. Yo tener

licencias. Piel roja fumar pipa de la paz. ¿Por qué policía de rostros pálidos querer

cabelleras de pieles rojas? ¿Querer más plata? ¡Ugh! ¡Imposible! Tienda del Jefe

Rainier estar vacío.

—No somos de la pasma, jefe—le tranquilizó Winter—. Somos unos simples clientes

que pagan su entrada.

—¡Caballeros! ¡Caballeros! ¡Tendrán que disculparme!—rogó el Jefe Rainier—.

Ultimamente no dejo de recibir amenazas de agentes que, lamento decirlo, quieren

dinero a cambio de su “protección”. ¿Qué poeta dijo: “La tentación tiene música para

todos los oídos”? Entren, por favor. La taquilla está a la izquierda. Que se diviertan.

—Ese sí que es un buen indio. ¿Cómo vas a robar en el espectáculo?—preguntó

Winter.

Pero Perce ya se había alejado de él para hacer su trabajo.

—Un auténtico profesional—murmuró, asegurándose de que tenía todavía el anillo de

oro rosa y la cartera.

Vagabundeó por el circo, admirando a los payasos, a los contorsionistas, a los fakires, a

los encantadores de serpientes y, sobre todo, a una bailarina del vientre. ¡Dios le

guardara la cintura! El espectáculo le recordó las gracias de Rabelais:

Los juegos de Gargantúa

Cuando se extendió la alfombra, jugó

Al ajedrez A la gallina ciega

Al triunfo A la bestia

Al tarot




Al hombre sin suerte

A la mujer desgraciada

A la tortura

A la última pareja en el infierno

Y, de repente, Rabelais no le pareció tan divertido.

Entonces, cerca de un comefuego búlgaro (que, según el programa, también podía

andar sobre carbones al rojo), vio una tienda adornada con una banderola. El dibujo de

la banderola consistía en un sol sonriente con cara de borrachín. Cada una de las doce

llamas que formaban sus rayos, aparecía rematada por un signo del zodíaco.

MADAME BERNADETTE

LO SABE TODO - LO VE TODO

—¡Una gitana irlandesa!—exclamó Winter.

Entró en la tienda justo a tiempo para oír cómo una ballena estornudaba en la puerta de

al lado, y una bola de fuego rebotó en el techo de la tienda antes de estallar. Oyó gritos

de ira. Evidentemente, el comefuego búlgaro había fallado. El plástico muy antiguo y

seco, ardió como la hojarasca, llenando la tienda de un cálido humo. La gitana se

agarraba a su bola de cristal y miraba aquel infierno como si fuera la ira de Dios. Para

cuando Winter consiguió sacarla de allí, ambos estaban chamuscados y semiasfixiados,

pero la mujer no soltó ni por un momento la bola de cristal.

—Debes de ser Acuario—dijo a Madame Bernadette—. Si no, llevas una especie de

blindaje. Si eres Demi, te estará bien empleado. ¿Eres Demi?

No obtuvo respuesta. Se abrió paso entre la nerviosa multitud, salió de la feria y se dejó

caer por Mmoda Mmoderna Mmark, donde negoció una sustitución instantánea de sus

ajadas ropas, bajo un cartel que advertía que Mmark estaba protegido contra hurtos por

Vídeo Vigilancia Inc. Para colmar el vaso, el logo de la compañía de seguridad era un

sol con un ojo dentro, y el lema alrededor, como una corona solar: Mientras Nosotros

Vigilemos, Nunca Se Quedará a Oscuras.

Mmoda Mmoderna se anunciaba en Solar Media, y los dependientes reconocieron y

mimaron a Winter. Estuvieron encantados de ayudarle a limpiarse y a elegir ropa nueva.

Salió de la sastrería renovado y agradecido, aunque envuelto en el tormentoso halo de

los exasperantes fracasos del día. Además, se sentía furiosamente inseguro sobre

cómo enfrentarse al desastre en el que Demi había quedado atrapada. El ruido lejano

de un tambor contra el suelo le recordaba el paso del tiempo. En ese momento, tres

soldados de Tritón cayeron sobre él. Winter pasó furioso junto a los dos aprendices de

la orquesta y entró bruscamente en mi despacho. Yo estaba luchando contra la

obstinada virginal, todavía intentando darle el tono adecuado para un concierto. Winter

estaba tan furioso que las cicatrices de las mejillas le brillaban. Era el Rey Matador de




pies a cabeza, o quizá un león marino (Lumetopias lubeta) furioso, buscando a su

hembra.

—De acuerdo, Odessa—rugió—. Tu plan de operaciones. Oigámoslo.

—Siéntate, nene. Más vale que te calmes. Me parece que necesitas una copa.

—Hoy he bebido suficiente como para fletar un barco.—Winter estaba temblando—.

¿Cuál es el plan?

—Beber—insistí con firmeza .

Toqué el timbre. Entró Barb, con una bandeja en una mano y el bastón de ciega en la

otra. Aquello detuvo en seco a Winter. Miró a Barb, luego a mí. Y se habría caído al

suelo de no tener una silla bajo el trasero.

Bárbara dejó la bandeja con las copas y se echó hacia atrás la capucha para dejarnos

ver un rostro como el que aparece en las monedas. Sus rasgos eran como los de la

Estatua de la Libertad. Una cara limpia de homosexual (las lesbianas son nuestras

mejores Gardas), que hacía juego con un cuerpo esbelto y duro.

—Io so Ba-ba-rah—dijo—. ¡Cristo, Winter, menuda carrera me has hecho dar!

Nuestro “Perdiguero” estaba sin sangre en las venas, como solía decir Soho.

—Hombre rico, hombre pobre, hombre mendigo y hombre ladrón—le señaló Barb

mientras le ponía un coñac en la mano—. Y siempre así. ¿Fue deliberado o accidental?

—Inconscientemente deliberado —respondí en su lugar—. En realidad, Rogue no

comprende su afinidad con las pautas del Anima Mundi.

—Doctora, abogado, jefe indio...—Winter asintió—. Claro. No, no fue deliberado. Pensé

que no hacía más que vagar por ahí, esperando que Demi se...—Tomó un sorbo de

coñac—. Entonces, ¿hay algo que me guía?

—Gig, Rogue—afirmé—. Lo mismo que te guió hacia aquella niña ahogada en la

Cúpula de Gales. El Alma del Mundo. El sustrato que te hace oír cómo hablan las

cosas. Lo que te hace ver lo que todo el mundo ve y deducir cosas que nadie más

deduce. Tú lo llamas Sintetismo. Yo lo llamo Anima Mundi. Es lo mismo.

—¿Dios, quizá?

—Otros lo llaman así. ¿Por qué no? Es lo mismo.

Asintió de nuevo.




—El todo es mayor que la suma de sus partes, no importa cómo lo llames.—Se volvió

hacia Barb—. ¿Me estabas siguiendo?

—Me lo asignaron.

—¿Sabes lo de mi Demi?

—Me informaron.

—¿He...Ha...? No, espera. Estoy tan aturdido que no puedo ni explicarme. —Respiró

profundamente—. ¿Hubo algún ser vivo a mi alrededor, siempre cerca de mí, sin que yo

me diese cuenta? ¿Hubo algo a lo que no prestase atención?

Bárbara sacudió la cabeza.

—¿Hubo algo que intentara atraer mi interés?

—Pavo Real Perce, nada más. Bueno, también estaban los tres soldados japo-chinos,

pero a dos de ellos les dedicaste mucha atención antes de matarlos. Dios, los maoríes

de Ganímedes sí que saben entrenar a sus asesinos. Podríais dar lecciones a Atila el

Huno.

—¿Dos? ¿Se escapó uno?

—No.

Winter nos miró alternativamente a las dos. Me encogí de hombros.

—Estabas muy ocupado encargándote de los dos primeros, así que Barb te echó una

mano. Puede matar de un tiro desde cincuenta metros. Espero que no te importe.

—No soy tan machista. Te estoy agradecido, Barb, muy agradecido. De verdad.

—Los hombres tenemos que ayudarnos unos a otros—sonrióBárbara.

—Gracias otra vez. Pero escuchadme bien las dos. Lo más importante para mí es

recuperar a mi chica, y no sé qué hacer. Nunca pensé que llegaría un día en que no

entendería una pauta, y menos habiendo tanto en juego como... Bueno, no importa.

¿Alguna sugerencia?

—Tienes que llegar a un acuerdo con Tritón—respondí.

—Adelante .




—Quieren que acabes con el contrabando.

—¿No pueden arreglárselas solos?

—No. Eres el único que puede hacerlo, Rey R-og.

—Pues no quiero.—Se estaba enfadando otra vez—. Esos jodidos jins, sentados sobre

sus Meta, humillando a todo el Solar... Son como aquellos jodidos árabes de antes,

sentados sobre su petróleo. . .

—Y el resto del Solar opina lo mismo. Sobre todo, desde que Tritón empezó a

comprarnos con el dinero que les dábamos por sus Meta... Este edificio Paire Banque

les pertenece. Pero ¿quieres recuperar a tu Demi?

—¡Santo Dios, qué pregunta! ¿Por qué crees que llevo todo el día haciendo el idiota?

—Entonces, tendrás que pagar el precio. No volverá hasta no estar segura de que las

cosas se han enfriado.

Gruñó.

—Y el precio es acabar con la Mafia Maorí.

Rogue movió una mano, impaciente.

—Supongo que sí., Qué garantías tengo de que eso la tranquilizará, esté donde esté?

—¡Ah, ahí es donde entramos nosotros! Pedimos garantías por escrito, y no hicieron ni

caso. Pedimos un depósito, y como si nada. Lo más probable es que el banco donde se

hace el depósito sea suyo. Pedimos...

—Un momento. ¿Cuándo y dónde empezaremos a movernos?

—Cuando y donde ellos se acerquen a ti.

—¿Y qué les obliga a acercarse a mí?

—Vas a pedir un visado para visitar el satélite Celestial. Ésa será la prueba de que

estás dispuesto a negociar. A partir de entonces, ellos se encargarán de todo.

Dirigió una mirada aviesa a Bárbara.

—Calderero, sastre, soldado y espía—dijo—. Así que soy el cebo para Tritón. La

verdad, a esa Anima Mundi hay que darle de comer aparte.—Se volvió hacia mí—:

Entonces, ¿qué es lo que quieres de mí?




—Nada. Aparte del tradicional baile de negociaciones, tenemos una ventaja sobre ellos.

—¿Cuál?

—Un rehén en depósito.

—¡No! ¿Quién?

—El mandarín más importante de entre todos los dirigentes de Tritón. Su shogun de

información y decisiones. Jefe de “Los Puños de la Armonía por Derecho”, “La Secta

Tong” del siglo diecinueve.

—¿Tenéis a ese macher? ¿Aquí, en la Tierra?

—No exactamente, pero le hemos identificado. Un distinguido investigador: Tomás

Young.

Winter saltó en la silla.

—Ta-mo Yung-kung en Tritón. Lo de kung significa “duque”. Es un noble manchú.

—¿El gran exobiólogo?

—El mismo.

—¿El amigo que me dijo que estana encantado de examinar y atender a mi Demi?

—Eso les habría ahorrado muchos problemas.

—Pero... Pero... ¿Cómo...?

—Una de sus tapaderas secundarias, Rogue. Lo más corriente en Inteligencia. Conocía

a Tomás como Soho Young, cuando él tenía una casa de empeño en la Jungla, hace

años. ¿Has oído hablar de un local de porno duro llamado “Pulso entre Sábanas”?

—¿También era suyo?

—No, mío.

—¡Dios santo! ¿Cómo os las arregláis para representar tantos papeles diferentes?

—¿No representas papales diferentes cuando estás haciendo una inquisición y cuando

estás sintetizando?




—No luchamos por la simple supeNivencia—intervino Bárbara—. Eso fue lo que acabó

con los dinosaurios. El lema de hoy es: “Los Muchos Heredarán la Tierra”.

—Espionaje para niños—bufó Winter.

—No, masacre a granel —le contradije—. Es cuestión de tiempo y de presupuesto.

Todos sabemos que hay agentes de Inteligencia operando por ahí, eso lo damos por

hecho. El problema es mantener a tus agentes trabajando el máximo tiempo posible,

antes de que sus agentes de contraespionaje descubran la tapadera. ¿Captas?

—Gig.

—Así que se pone un agente como señuelo. El señuelo no sabe que lo es, cree que

está haciendo su trabajo. Cruzas los dedos para que la Inteligencia de los otros gaste

su presupuesto anulando a los señuelos, de los que puedes prescindir, mientras que los

agentes profesionales siguen trabajando. Pero hay que impedir que se acerquen a

ellos. Eso es lo que hacía Young desde la casa de empeños. Eso es lo que hacía yo

desde “Pulso entre Sábanas”.

—Estáis como cabras—murmuró Winter.

—La última vez—seguí— cometí un error. No creí que fueras tan inteligente y perspicaz

como parecías, y te pido disculpas. Mi única excusa es la segunda ley de Inteligencia:

Nadie es tan listo como parece.

—¿Cuál es la primera?

—Que nosotros no somos tan listos como creemos. Así que voy a confiar en ti.

—¿Crees que debes hacerlo?—preguntó serenamente Bárbara.

—Tengo que hacerlo, Barb —respondí—. Lo primero que tienes que hacer es solicitar

un visado para Tritón. Dos: ve a Ganímedes y detén las operaciones de la Mafia. Esto

es necesario, porque te diré qué hay realmente en juego.

—Dilo .

—Penmite que Tritón siga con su monopolio sobre los Meta. Podemos seguir pagando

un tiempo más, pero hay que detener sus compras ahora mismo. ¡Se están adueñando

de todo el Solar! En cincuenta años, serán nuestros propietarios.

—¿Vas a pactar con ellos?




—Una vez tu Mafia se quede quieta, y la chica y tú estéis a salvo, tendremos a Ta-mo

Yung-kung como un as en la manga. Y es una baza ganadora. Aunque la cosa acabe

en tablas, al menos habremos ganado tiempo para idear algo más.

Winter se dejó llevar por la ira. Un poco machista, por cierto.

—¡Tú y tus jueguecitos de niñas! ¡Tratos! ¡Intercambios! ¡Tablas! ¿Es que no te das

cuenta? ¡Estás tratando con hombres adultos, y no estamos para juegos! ¡Podemos

deshacernos de ti en cuanto queramos! ¿Qué crees que soy, otra de las cartas que

tienes en la mano?

—¡Rogue!

—Pues te diré lo que tienes. Soy el rey de los maoríes, el de la doble caza.

—Por Dios santo, escucha. . .

—Muy bien, seguiré tus instrucciones. Pero, cuando llegue a Ganímedes, no tengo la

menor intención de acabar con la Mafia. Se reirían de mí. Sólo una estúpida mujer

podría pedir eso. No. Ordenaré un ataque, y hasta el último soldado maorí me

aclamará. ¿Te has enterado, Brunhilda?

Rogue había tomado su decisión. Salió del despacho dando un portazo. Miré a Bárbara,

no demasiado satisfecha por el desarrollo de los acontecimientos. Y menos aún de mí

misma.

—Quizá debí hacerte caso.

—El tipo es un caso perdido. ¿Es que nunca desarrollaremos un instinto de

supervivencia? Si pueden hacerlo las amebas, ¿por qué nosotros no?

—Ve con él, Garda. ¿Quieres refuerzos?

—Negativo—sonrió—. ¡Y pensar que iba a ofrecerle la mitad de las limosnas que me

dieron...!







Estrategias contra tácticas

En el amor y en la guerra, todo vale.

SUSANNAH CENTLIVRE

Eso que a veces parecen errores, son tácticas.

ALEXANDER POPE

Con esa percepción retrospectiva de - de la que siempre te estás ufanando,

Odessa, es cómo veo yo las hazañas y estupideces que hice después de largarme de

tu despacho echando humo por los ojos. Había gritado ante la idea de pactar con

Tritón. ¡Dios Todopoderoso! Estaba deseando pactar con todo el Solar con tal de

recuperar a mi Demi. ¿Dónde estaba? ¿Dónde se había escondido? ¿Cómo estaba?

¿Estaba a salvo? No tenía ni la menor idea. Aquélla era una pelea de la que no se veía

el final.

Volví a la rotonda Beaux Arts, me puse un mono ligero, llené una bolsa de viaje con

cosas poco pesadas—sólo se admiten cien kilos por pasajero, entre peso físico y

equipaje—, puse una ancha venda de lunares en torno al cuello de la psigata para que

estuviera distraída, y la schlepped en el despacho de Nig Englund, en el zoo .

—El hospital de animales está al otro lado de la calle—me indicó Nig.

—No está enferma.

—Entonces, ¿por qué lleva el cuello vendado?

—Es su pasatiempo favorito. Le gustan las manchas.

—Nig echó un vistazo a mi bolsa de viaje .

—¿Vas a alguna parte?

—Ajá.

—Y quieres dejar tu mascota en el zoo. Mira, Rogue, con nuestros animales ya

tenemos más que suficiente. Y encima nos traen de todo lo que te puedas imaginar.

—Quiero dejarla contigo.

—Ah, ¿sí? ¿Y qué tienen de malo los hoteles para animales?




—Sólo confío en ti, Nig. Esta gata es muy especial. No quiero correr el riesgo de que

coja cualquier enfermedad en una de esas madrigueras .

—¿Por qué es tan especial?

—Quinta Enmienda.

—De acuerdo. ¿Cómo se llama?

—Jer... —empecé a decir antes de interrumpirme. Estaba a punto de darle el apellido

de Demi cuando comprendí que Nig se refería a la psigata. Y no tenía ni idea de la

respuesta—. No tiene nombre. Yo la llamo “Madame”.

Nig siempre había podido leer en mi interior, pero esta vez lo dejó pasar.

—A ver si tenemos sitio.

Tecleó algo en el ordenador que tenía sobre la mesa, y en la pantalla apareció un “/

OKEY” iluminado.

—No quiero que Madame comparta una jaula—dije rápidamente—. Podría resultar

herida en una pelea. ¿No podría estar sola?

—Lo intentaré—suspiró Nig—. A veces me responde a preguntas que no le he hecho.

Apretó más teclas, y esta vez apareció una indicación que la remitía a la Zona , Casa

, Jaula .

—Perfecto. Tu amiguita tendrá habitación individual junto a los conejos. ¿Qué come?

—Cualquier cosa moteada: caviar rojo o negro, también...

—Le daremos puré de guisantes y alubias pintas, y le gustará. ¿Cuándo piensas

volver'?

—No lo sé.

—No importa. Dile a la señorita Jeroux que puede recoger a la gata en cuanto quiera,

siempre y cuando pague la factura.

Aquí casi perdí los estribos otra vez. ¡Maldita sea, cómo circulan los cotilleos!

De allí, a uno de mis bancos—utilizo tres para dar esquinazo a las pautas de

impuestos—para obtener un cheque de viaje por valor de dos mil. Dos mil, aunque sean




en papel moneda, pesan, y yo ya estaba incómodamente cerca del límite de cien kilos.

Unos pocos gramos podían suponer una molesta diferencia.

Quería el cheque extendido por Orbe & Cía. Son tan sofisticados y superiores—hasta

acuñan sus propios cincuenta soberanos de oro—que todo el Solar respeta su papel.

Papel que, por cierto, es la desesperación de los falsificadores.

Para daros una idea de su complejo de superioridad, una vez cobré un cheque con

ellos y, al salir del banco, descubrí que por algún misterioso error, humano o mecánico,

me habían dado cien de más. Yo, que soy el chico honrado, volví a entrar e intenté

devolver el dinero sobrante. Un elegante cajero me informó de que “Orbe no admite

reclamaciones después de que los clientes se hayan retirado de la ventanilla, señor”.

En esta ocasión, solicité un cheque fraccionable, de esos que se pueden ir entregando

poco a poco hasta el límite del total. El cajero (no se trataba del mismo) pulsó algunas

teclas, y que me aspen si en la pantalla no relampagueó un “/ OKEY”.

Evidentemente, había perdido la pista del dinero que tengo en cada uno de los bancos,

un presagio prometedor: si ni yo mismo podía captar las pautas de mi dinero, quizá

Hacienda tampoco pudiese. Pedí mil, bastarían para lo que necesitaba.

Seguí tu consejo, Odessa. Fui al consulado de Tritón para solicitar un visado turístico, y

así indicar que estaba dispuesto a llegar a un acuerdo si me devolvían a Demi. El jin

que me atendió era más japo que chino. Absurdamente cortés, obsequioso y sonriente.

Hablaba de manera siseante. Y estos tipos no sisean como cualquiera, “Ssss”, no

señor. Más bien, expulsan el aire desde el labio inferior, así, “Fffl”.

—Es un honor para nosotros, Sieurore Hiver (así se dice “Señor Winter” en solaranto, el

idioma común del Solar). Ffff. Que un caballero tan ilustre visite nuestro humilde y

lejano mundo. Ffff. ¿Cuándo recibirá Tritón el honor de su visita?

—En algún momento de los próximos dos meses.

—Bien.—Marcó el número directo de teléfono que comunicaba el consulado con la

embajada, y la respuesta volvió en un segundo, “/ OKEY”. El tipo parecía

abrumado—. Se le conceden seis meses completos, medio año, Sieurore Hiver. Ffff. El

máximo honor posible. Ffff.

Todo dulzura y suavidad. Pero, por si mi ira necesitaba más combustible, lo recibió

cuando salí con mi pasaporte para Tritón.

E El vestíbulo del consulado estaba decorado con objetos de arte y utensilios primitivos.

Y allí, con un hermoso marco, tenían una piel estirada, un rostro maorí. una máscara de

cicatrices ceremoniales y tatuajes sagrados. Era mi padre adoptivo, Te Uinta.

¡Venganza!




¡Por Dios que me vengaría!

Una nave de la Sternreise Kompanie tenía previsto despegar hacia Ganímedes aquella

tarde. Iba llena hasta los topes, a excepción de una cabina que estaba medio bien, lo

que quería decir que tendría que compartirla con un extraño. ¿Con quién? ¿Cómo

demonios te las arreglaste, Odessa? Con tu Garda lesbiana, Bárba-ra Bull.

(Muy fácil, Rogue. Reservamos la cabina entera y cancelamos la mitad en el último

momento posible. Nuestra apuesta era de diez contra uno a que saldrías para

Ganímedes lo antes posible. Si no aparecías, Barb habría abandonado la nave.)

Me gustaba mucho la dama, y además le debía un favor, pero no quería pasar

demasiado tiempo con Barb. Sois tan listos que tenía miedo de que se me escapara

alguna pista sobre mis futuros planes. Era una nave de lujo con haute cuisine, así que

me pasé la mitad del viaje en la cocina, fingiendo que Media me había encargado un

reportaje sobre los chefs que trabajan sin gravedad. De hecho, fue muy instructivo.

Habría sido una historia interesante, y me ayudó a olvidarme de los dolores de cabeza.

Cocinar en caída libre es algo único. El chef flota en medio de la cocina, que está a su

alrededor, por arriba, por abajo y a los lados. (Hay que avisarle antes de que la nave

acelere o decelere, para que pueda asegurar cada cosa en su sitio.) Puede ponerse de

cabeza y partir los huevos por encima del hombro. El problema es que, en caída libre,

no hay manera de verter nada. Hay que sacudir y empujar cada cosa hacia su lugar.

Imaginaos lo que es preparar mahonesa con gravedad cero.

El chef tiene otro problema. Las neveras reciben el frío de la parte de la nave que no

está iluminada por la luz del sol. Hay reguladores por si la temperatura baja demasiado.

Pero, a veces, la nave tiene que girar sobre sí misma, y entonces las neveras se

convierten en hornos. En estos casos, el chef coge el interfono y pone verde a toda la

tripulación de vuelo, que detesta utilizar los cohetes laterales sin una buena razón

porque consumen demasiado combustible. “¡Imbéciles! ¡Estáis saboteando mi créme

brulée! ¿Sin una buena razón? ¡Étoilevoyage Compagnie se enterará de esto!

Es un placer verle asar carnes y aves. Pone el rustidor a una altura exacta sobre la

parrilla eléctrica. y le da un pequeño impulso para que gire sobre sí misma. El rustidor

queda ahí, moviéndose constante, lentamente. Si se desvía, un suave toque la

devuelve a su lugar para satisfacción del chef, aunque todo esto es muy polémico.

Algunos chefs espaciales mantienen acaloradas discusiones sobre RPMs y centímetros

de elevación sobre la parrilla.

Las gambas fritas a la francesa son algo digno de verse. El chef sacude una botella del

mejor aceite encima de la parrilla. El aceite cae como una ducha de gotitas. Las va

reuniendo hasta obtener un globo dorado que flota. En el momento preciso, va

introduciendo los condimentos —aunque nunca me permitió asistir a este




acontecimiento—seguidos por las gambas. .. Y quedas transfigurado por la visión de

una deliciosa esfera girante, llena de marisco. Es como cuando la zarina enferma se

dejaba hipnotizar por el reloj de Rasputín, sólo que los relojes no se comen.

En las Cúpulas Turcas las amapolas crecen,

entre la marihuana, una a una florecen.

Tras aterrizar en Ganímedes, me libré de Bárbara por el sencillo sistema de dejar mi

equipaje en la cabina y salir de la nave con mi amigo el chef, llevando su manchado

uniforme y el gorro alto. Por supuesto, él iba hecho un brazo de mar para pasar los tres

días de permiso con sus amiguitas, y además le ayudé a pasar de contrabando doce

botellines de ginseng. Siempre insisto en devolver los favores. Tomé un ganifoil hacia

las Cúpulas Turcas y me colé en el despacho de Ahmet Troyj para proponerle una

estrategia de guerra.

Ahmet es el Número Uno, el gantze macher de los turcos. Me debe muchas cosas, los

dos lo sabemos, y será mejor que me explique. Es genial en su profesión, un estupendo

bey, un buen gobernador que ha llevado a los turcos a una posición casi tan importante

como la de los jins. Pero si lo que yo sé fuera del conocimiento público, le obligarían a

dimitir, sería expulsado, caería en desgracia y—peor todavía—se convertiría en el

hazmerreír de todos. Al menos, eso es lo que nos decimos el uno al otro.

Porque hace años, mientras yo investigaba la persona de su padre, el distinguido Troyj

Caliph (fue mucho antes de su misteriosa y llorada muerte), embajador de una docena

de capitolios, papá Troyj decidió que sus ojos necesitaban un nuevo trasplante de

lentes. Fue a visitar al cirujano, llevando a su hijo Ahmet para que le acompañase. Yo

iba tras ellos, con la esperanza de empaparme un poco del colorido local. Por aquel

entonces, Ahmet tenía unos dieciséis años. Papá pensó que, ya que estaban allí, valía

la pena que también le examinaran los ojos a su hijo. Sentaron a Ahmet ante un cartel

luminoso lleno de letras. Descubrieron que tenía una vista de lince, pero que no sabía

leer.

Hechos: toda su vida había estado viajando, siguiendo a su padre de un destino

diplomático a otro. Adquirió unos modales sofisticados, un encanto irresistible y unos

gustos caros. Se lo pasó de miedo... Y al embajador y a los que le rodeaban nunca se

les ocurrió pensar que su hijo no estaba recibiendo la más mínima educación. Todos lo

daban por hecho, y a nadie se le ocurrió comprobarlo.

Naturalmente, Ahmet nunca se delató. ¿Qué niño quiere ir al colegio? Cuando tuvo

dieciséis años, ya era demasiado tarde para la escritura, la lectura y la aritmética. Hasta

el día de hoy sigue sin saber leer o escribir. Años de ocultar su ignorancia le han

proporcionado un centenar de astutos trucos y una memoria fabulosa. Por suerte para

el gobernador, en los enclaves turcos utilizan improntas de voz en lugar de firmas.




¿Puedes andar hacia atrás?

¿Puedes ayudar a tu hermana a coser?

¿Puedes escribir, puedes leer?

¿Puedes ayudar a tu padre a luchar?

Ahmet me recibió con un fuerte abrazo, no porque tuviera miedo de lo que sé, sino

porque somos buenos amigos. Ahora tiene casi treinta años: es chic, afable, moreno, ya

con escaso pelo, y tartamudea un poco al hablar, ya que el idioma terrestre es el tercero

o cuarto que domina, y a veces titubea cuando busca una palabra. No reproduciré los

tartamudeos.

—He venido a pedirte un favor, Ahmet—dije, presentándole una botellita de ginseng

que le había quitado al chef.

—Faire des demandes—me sonrió—. Adelante, desafíame. Delátame. Estoy

preparado.

—¿Sí?

—A.B.C.D.E.F.G.¿Qué tal?

—¡Ahmet, Ahmet! ¡Ésta no es manera de tratar a tu chantajista favorito! Has estado

estudiando a mis espaldas.

—Gracias a una de tus maoríes. Surgió de la nada el mes pasado. Me enseña en la

cama. Para el alfabeto utiliza sus conchas.

—¿¡Sus conchas!?

—De plata. Las lleva como un ceinture alrededor de las caderas. ¿Cómo se dice

ceinture en vuestro maldito idioma? ¡Ah, sí, cinturón! Tiene una fea cicatriz en el

trasero. Tukhas? Derriere? Trasero. ¿De qué favor se trata, Rogue?

—¿Cómo conseguís los Meta, Ahmet?

—Muy fácil, pagamos a los jins con heroína. Medio kilo por cada onza.

—¡Jigjiz? ¿Dieciséis por uno?

—Al menos, tenemos algo con que amenazarles. No se atreven a cortarnos el

suministro de Meta. Si lo hicieran, les dejaríamos sin su polvo de felicidad.




—¿Cuánto os envían?

—Tres mil cuatrocientas onzas de Meta al mes.

—¿Tanto?

—El hachís y las amapolas consumen calor y humedad como si en ello les fuera la vida.

—Y vosotros les mandáis veintiocho mil kilos de caballo. ¿Refinado?

—No, crudo. Los jins prefieren purificarlo ellos mismos.

—De todos modos, es mucha heroína.

—Es para mucha gente. “Pimienta, sal, mostaza y sidra; Combien peuple vive en

China?” Estoy seguro de que utilizan una buena cantidad de heroína sin refinar para

mantener contentos a sus culís, en las minas. Por lo que me han contado, allí abajo

está el infierno.

—Nunca he visto Meta en estado natural, Ahmet. ¿Puedo ver el tuyo?

—¿Es ése el favor?

—Todavía no

—Utilizas el Meta, ¿cómo es que no lo has visto nunca?

—¿Cuántas de las personas que utilizan la plata han visto el mineral natural?

—Sans réplique, como siempre. Vamos.

En una cabina nos pusimos unos trajes aislantes tan pesados que nos hacían movernos

como osos polares, a espasmos. Ahmet me dio un golpecito en el casco y me señaló la

antena de onda corta.

—¿Está conectada? ¿Me recibes, Rogue?

—Perfectamente.

—Entonces, haz exactamente lo que te diga. Y por lo que más quieras, no toques nada

a menos que quieras convertirte en una nova.

—No, gracias, ya tengo demasiado fuego interior.




Una vez sobre el terreno lunar, todavía me sentía como un oso polar saltando de

iceberg en iceberg, aunque lo que tenía que esquivar eran rocas. Unos cuatrocientos

metros más adelante, Ahmet se detuvo junto a lo que parecía una toba natural, y me

dejó sordo vía onda corta hablándome en turco, que no es uno de mis idiomas. La toba

se deslizó a un lado, descubriendo una escotilla y unos peldaños de piedra que

bajaban. Llegamos a una pequeña cámara con una puerta de piedra, guardada por

cuatro osos polares armados hasta los dientes.

Más cháchara en turco. Los guardias hicieron que la puerta de piedra girara sobre su

pivote, y la cruzamos. Volvió a cerrarse tras nosotros.

—Alta seguridad—me dijo Ahmet—. No porque el Meta sea précieux, sino porque es

dangereux. No podemos permitir que los civiles jueguen con estas cerillas.

Estábamos en una caverna esférica de hielo.

—Helio criogenizado en estado sólido—explicó Ahmet—. O sea, cristalizado. Inerte

como el argón y el neón, pero más. Es una de las poquísimas sustancias que no se

pueden catalizar con Meta. Se utiliza para los envíos y almacenaje de los contenedores,

pero no resulta fácil mantener la temperatura a dos grados Kelvin.

—Esa muñeca maorí te está convirtiendo en un pedante, Ahmet—le dije, mirando a mi

alrededor—. ¿Qué hace ahí ese montón de piedras preciosas? ¿Las guardáis en esta

cámara para que no las roben?

—Querido Rogue, son tu Meta.

—¿¡Qué!? ¿Esos ópalos?

—Aber naturlich.

Me acerqué para mirar mejor los cristales, preguntándome si aquel playboy del Solar no

me estaría ziggeando el pelo. Parecían diminutos botones iridiscentes, redondos,

pulidos, cóncavos por ambos lados, pero sin perforaciones. El fuego opalescente que

latía en ellos parecía vivo y vibrante.

—¿Son éstos los famosos cristales Meta? Dímelo en serio, Ahmet, nada de bromas.

—Oui.

—Son hermosos.

—Oui.

—Pero parecen tan inofensivos...




—Ahora, en su estado normal, lo son. Estoy hablando completamente en serio, Rogue.

Son tectitas, meteoritos extragalácticos del espacio profundo. Todavía se encuentran

tectitas normales en la Tierra: pequeños botones negros tirados por ahí, inofensivos,

que van a lo suyo.

—Entonces, ¿qué hace diferentes a éstos?

—¡Ah! Son recuerdos del pasado cósmico. Según las teorías, una lluvia de tectitas

saturó Tritón en su era volcánica. El calor geotérmico y las titánicas presiones

radiactivas a las que se vieron sometidas, las transformaron en los Meta. Cada uno de

estos botones es un caldero de energía comprimida.

—¡Por Dios que lo parecen!

—Por eso pueden obligar a los átomos a dar un salto cuántico y liberar su energía.

Cuando vuelven a su nivel normal, absorben de los Meta la radiación perdida y saltan

otra vez. Todo esto a velocidad “c”. De Broglie debe de estar pegando saltos en la

tumba.

—¿Qué De Broglie? ¿Cuál De Broglie?

—Louis Victor. Perpetró todo el asunto de la mecánica cuántica allá por , y nunca

supo dónde llegaría.

—¡Ahmet Troyj, Ahmet Troyj, has estado leyendo !

—La génesis es simple especulación, Rogue, pero se sabe que los Meta pueden

encontrarse en la lava prehistórica, como los diamantes de Africa. Los culís jin tienen

que extraerlos como los negros africanos.

—¿Cómo se manejan estos trastos?

—Herramientas con punta de helio sólido. Una especie de mazas de herrero para

modelar el metal al rojo blanco, pero al revés.

—Tú quieres volverme loco. Gracias por la visita turística, Ahmet. Te estoy tan

agradecido que ni siquiera te pediré una tectita de recuerdo.

—De todos modos, no podrías llevártela.

—Claro, estos trajes no tienen bolsillos.

—¿Éste es el favor, todo el faveur y nada más que di toyve?




—No. Para ser sincero, vine aquí con una idea estratégica, pero tú me has dado una

táctica mucho mejor. Volvamos a tu despacho, sintetizaré las pautas que me has dado.

Quiero que me construyas un Caballo de Troyja.

Por supuesto, nuestra sección TerraGardai había permitido la operación Meta Mafia.

Aquí está el diagrama empírico de flujo del intercambio. A ver quién descubre la broma

en el punto clave. No hay premio.

Maorí

Colmillos de mamut () que los jin tallan

Porfiras criadas en tanques, como mascotas ()

Porfiras Otros tintes Cúpula Excrementos Holanda de mamut ()

Maorí - Arte final Chicas ()

Cúpula Bélgica Oro () a cambio de arte

Oro por chicas Cúpula Holanda

Oro Contrabando

jin Meta Mafia

El Solar

() Los maoríes los cazan con armas modernas.

() El molusco que produce la púrpura imperial. Los maoríes fingen que lo usan para

sus tatuajes.

() La única sustancia orgánica que puede producir un brillante color verde en los

fuegos artificiales. También una forma de arte en Calisto.

() Una especie de esclavitud voluntaria. Las chicas maoríes son unas modelos

adorables y complacientes. y cualquier cosa con tal de escapar de esa maldita Cúpula

machista.

() El escaso oro rosa que los belgas se niegan a vender al resto del Solar.

¿Habéis descubierto la broma?




¿Cómo se roba algo que no se puede tocar? En las minas africanas del siglo XX, los

robos de diamantes por parte de los trabajadores eran un problema constante. Cuando

salían del vientre de la tierra, había que someterlos a un examen médico concienzudo,

y aun así algunos se las arreglaban para escapar con piedras. Cinco o diez quilates en

bruto, y un negro tenía todo lo que pudiera desear: tierras, ganado, esposas... Lujo,

según los estándares nativos.

En Tritón no existía ese problema. Tras una somera revisión física de los trabajadores

que salían de los depósitos de lava, hacían pasar a los culís de uno en uno por una

cámara térmica. Si los sensores registraban algún punto con una temperatura por

debajo de los cero grados centígrados, sabían que el loco llevaba escondido alguna

especie de contenedor con temperatura de congelación y... ¡zap! Aun así, ¡maldición!...

alguien estaba robando. Meta de las minas. ¿Cómo?

Uno puede llevar los diamantes en la boca, o tragárselos, metérselos en las orejas, en

las fosas nasales o en el ano, escondérselos en el pelo, incluso bajo los párpados, en el

caso de las piedras muy pequeñas. Dentro de una herida se pueden implantar

diamantes, etc. Pero con los Meta, es imposible. Son un caldero a presión que

convertiría el cuerpo en una antorcha de combustión lenta. Y la comparación es

generosa.

Cuando Pertes una operación, el punto débil es lo que llamamos la Zona Negativa. Esa

broma era nuestra Zona Negativa, y no pudimos resolverla. No me consolaba en

absoluto que los jins tampoco pudieran. Pero el Sintetista lo consiguió. Iba de A a B y se

tropezó con X. La buena y querida serendipity nunca te deja a la estacada.




Cazador contra cazado

Hou hsi 'cheng'chieng pen: “ Tienen un millar de artimañas”.

ANTIGUO PROVERBIO CHINO

Cuando los muchachos de Ahmet Trooyj hubieron disfrazado a los maoríes, probaron

los puntales, pintaron un enorme cartel en el que se leía CIRCO INDIO AMBULANTE

DEL JEFE

RAINIER, doblaron las carpas y se marcharon, después de desear a Winter y a sus

muchachos mucho éxito en su misión imposible. Tenían que volver a sus granjas de

heroína.

Winter repasó a su personal: payasos, malabaristas, acróbatas, luchadores,

presentadores, un mago hindú, una encantadora de serpientes (papel representado por

Bárbara, que había ido a la Cúpula Maorí para hablar con Jay Yael después de que

Winter le diera esquinazo), además de boas constrictor (prestadas por la Cúpula Brasil)

atontadas con amatol, y una momia egipcia contorsionista. ¡Una momia contorsionista!

¿Quién se lo iba a creer?

También contaba con cierta bailarina del vientre, cierta maorí que se había cansado de

enseñar el ABC a Ahmet —a Winter empezaba a caerle bien la chica—, un peludo

comefuego y un “Judío Errante” de tres mil años que, a cambio de un modesto Syce,

ofrecía consejos con la experiencia que le daba la edad.

(Tengo que interrumpir aquí, yo, Odessa, porque el dinero jin era fundamental en la loca

persecución de Winter. El Solar utiliza papel moneda, por supuesto: billetes, pagarés,

cheques... Pero, en las pequeñas transacciones, se utiliza una moneda más

pesada. Tritón usa el Syce, diminutivo de Sycee, unos pequeños lingotes de plata.

Sycee viene de sai-see, que significa “seda fina”, porque la plata es tan pura que,

cuando está fundida, puede hilarse como la seda. Los lingotes tienen forma de suela de

zapato, lo que no es de extrañar. Los mundos del Solar tienden a conservar las formas

tradicionales de los lingotes: oro en anillos, cobre en chapas redondas, latón en barras..

El lingote Sycee o Syce (símbolo: SS) = aproximadamente $ terrestres.

Medio Syce, S = $ terrestres.

La mitad de medio Syce, /S, = $.

La mitad de la mitad de medio Syce, /S (así de complicado es el funcionamiento de la

mente jin) = $.




Les he traducido los nombres de la moneda Jin. En realidad, SS, el Sycee, se llama

yuan-pao; el medio Syce, S, liangfen-chib yuan-pao, y lo más típico entre los jin, las

monedas de plata con valor inferior a /S, el equivalente a la calderilla terrestre,

reciben el nombre de i-mao-ta-yang, o “Gran Dinero”. Todas las monedas, desde el

Syce completo hasta el Gran dinero, tienen forma de zapato.)

Volvamos con el circo ambulante. Rogue Winter representaba el papel de Jefe Rainier.

Estaba impresionante con su tocado, su taparrabos y la espectacular pintura de guerra

que disimulaba las delatoras cicatrices de sus mejillas.

—Vamos a hacerlo todo según hemos planeado—dijo a la compañía—. Nadie tomará la

iniciativa. Nadie saldrá corriendo tras una pista, por prometedora que sea. Haréis

exactamente lo que os he dicho, ni más ni menos. Yo tomo las decisiones. Vosotros

seguís órdenes. Y, por encima de todo, no diremos ni una, repito, ni una palabra en

maorí. ¿Comprendido?

Todos asintieron obedientemente, incluso los duros e independientes soldados maoríes

que constituían la mitad de la compañía. Después de todo, se trataba del Rey Dos

Muertes R-og. Les hablaba en una mezcla de terrestre, polinesio y solaranto, la lengua

común a todos los mundos del Solar, que sonaba algo así como Sieurore Hiver, avant

nach oiffigg eolais favor. (Señor Winter, por favor, acuda a información.) No es

precisamente la música celestial, así que tendréis que conformaros con una traducción.

Las principales Cúpulas de Tritón están ocupadas por razas puras de japoneses,

chinos, coreanos, malayos, filipinos, anamitas. Incluso descendientes de los chinos

cubanos, que todavía hablan el Ku-Pa-Kuo, un extraño castellano asiático. La capital de

Tritón es la Cúpula Catay, o al menos así la llama todo el Solar.

Los jins insisten en denominarla Chung-kuo, que significa Toda China, y más nos vale

creerlo.

Como se ha dicho antes, no son conocidos por su modestia, y Chung-kuo también

quiere decir “El Reino Medio”. Todo esto viene de la tradición jin, según la cual Catay

está situada en el centro de un sistema solar cuadrado, al que gobierna por decreto

divino. Tritón está rodeado por cuatro espacios para proteger su pureza, y más allá de

ellos se encuentran islas como huo-sing (Marte), yueh-liang (Luna), y así

sucesivamente. Estas islas están habitadas por bárbaros salvajes, a los que muy rara

vez se permite visitar el Reino Celestial.

Puesto que Tritón es una mezcla en diversas proporciones, su principal lenguaje

hablado es el jih-penchung-kuo, japonés-chino o jin. Ahí van algunos aspectos sociales

de Tritón, entresacados al azar de los archivos que exigimos que estudien nuestros

agentes para evitar que den un faux pas cuando tratan con jins. Os darán una idea de

lo arcaica que es su estructura feudal.




Los jins, que son la gente más sobria del solar, creen que es un cumplido

emborracharse moderada y agradablemente en las ocasiones festivas. Las personas

que son físicamente incapaces de hacerlo suelen contratar sustitutos que se

embriaguen por ellos. Los mandarines, que están obligados a beber con todos sus

invitados, suelen emplear a una especie de gorila que va bebiendo solemnemente,

ronda tras ronda, hasta que el último invitado cae rendido.

Los jins distinguen entre cinco clases de borrachera. Según ellos, el vino fluye así:

Corazón ~ produce emociones sentimentales.

Hígado ~ produce belicosidad.

Estómago ~ produce somnolencia y rubor en el rostro.

Pulmones ~ produce hilaridad.

Riñones ~ produce deseo.

La novia y el novio beben vino, a la vez, de dos tazas unidas por un cordón rojo. El rojo

es el color de la suerte, símbolo de la prosperidad y la alegría. Todas las cartas,

comunicados y documentos llevan, invariablemente, algo rojo.

De todos modos, los jins creen que cada hombre, por naturaleza, no puede absorber

más que una determinada cantidad de suerte. La que exceda esa cuota se te

acumulará en la cabeza y te hará daño. Frecuentemente, cuando un jin cree haber

recibido toda su cuota, rechaza los beneficios producidos por ulteriores golpes de buena

suerte.

En el tema del matrimonio a la Tritón, un marido tiene derecho a matar a su esposa

adúltera, pero también tiene que matar al amante. Es una cuestión de todo o nada. Si

no lo hace, se le puede juzgar por asesinato. Uno de los principios de la jurisprudencia

jin es que jamás se puede dictar sentencia hasta que el acusado no se haya confesado

culpable, y se cuentan historias espeluznantes sobre cómo se consiguen las

confesiones.

Los médicos jins han escrito tomos y tomos sobre el pulso, que se considera de enorme

importancia para aventurar un diagnóstico. Aseguran poder distinguir entre veinticuatro

diferentes clases de pulso, y siempre lo toman en ambas muñecas.

El hombre jin tiene absolutamente prohibido tocar a las mujeres. Se han escrito tratados

filosóficos sobre si un hombre debe rescatar a una mujer que se está ahogando, dado

que para ello tiene que tocarla. Por supuesto, los médicos tienen prohibido—en nombre

de la propiedad—tocar a sus pacientes femeninas, y mucho menos verlas desnudas.




En consecuencia, el médico llega a casa de la paciente con una estatuilla que

representa el cuerpo de una mujer desnuda. La hace llegar al dormitorio con

instrucciones de que se marquen en la estatuilla los puntos problemáticos. Cuando le

devuelven la figura, emite su diagnóstico basándose en las marcas.

En Tritón existen algunas curiosas supersticiones, que ellos se toman muy en serio.

Creen que los crímenes ocultos de la gente malvada son castigados por el Dios del

Trueno. El relámpago que suele acompañar al trueno es un espejo mediante el cual el

dios ve a su víctima. Todo esto en la Tierra, claro, el único planeta habitado donde hay

truenos y relámpagos. Los jins están convencidos de que los terrestres son unos

monstruos de perversión, que mantienen muy ocupado al dios.

Los hombrecillos y los animales de papel son una constante fuente de temores en

Tritón. Creen que los magos pueden recortar las figurillas de papel, deslizarlas bajo las

puertas o a través de las ventanas, darles vida y obligarlas a obedecer sus inicuas

órdenes.

El misterio del “Espejo y Oído” se utiliza para resolver problemas desconcertantes.

Envuelve un espejo antiguo en tela. Luego, sin testigos, inclínate siete veces ante el

Espíritu del Horno. Después de esto, las primeras palabras que oigas pronunciar a

alguien te darán una pista sobre la solución del problema.

Otro método consiste en cerrar los ojos y dar siete pasos con un espejo en la mano.

Abre los ojos al séptimo y, el primer objeto que veas reflejado en el espejo, junto con las

primeras palabras que oigas, te darán una pista. Todo esto se hace para ir siempre un

paso por delante del destino. Los jins creen poder alterar.

El cielo o el paraíso es t'ieng-t'ang, que también significa “objetos valiosos” en Tritón.

“Ser pobre en t'ieng-t'ang” significa tener sólo unas pocas joyas, adornos y vestidos

valiosos. Esta expresión sólo se utiliza entre las mujeres de clase alta, que jamás

aparecen en público sin maquillaje y ropa cara. Las esclavas, mujeres de clase baja y

ancianas, ni siquiera lo intentan.

Los jefes supremos y subalternos no reciben ninguna paga, sino que sacan lo que

pueden de sus cargos. En la mayoría de las Cúpulas, los requerimientos oficiales y las

órdenes de detención son entregadas por corredores que exprimen a las víctimas

encomendadas a sus cuidados. A cambio de un pequeño soborno, informarán que “No

había nadie en casa”. Por un soborno algo mayor, “Ha huido”, y así sucesivamente. Los

carceleros aceptan sobornos para permitir ciertas libertades a los prisioneros. Los

ejecutivos de los tribunales aceptan sobornos a cambio de utilizar su influencia. Todos

los sirvientes aceptan propinas.

Los agentes gubernamentales, del más importante al último en el escalafón, tienen un

salario nominal y completamente inadecuado, pero ninguno de ellos llega siquiera a

recibir el dinero. Viven de lo que pueden sacar de su cargo. La costumbre es rechazar




el sueldo con humildes réplicas del tipo “El honor es mi mejor paga”, o “No soy digno de

ello”, y reembolsarlo al tesoro imperial.

Estos altos cargos sin sueldo van siempre acompañados por un cortejo de gongs,

sombrillas rojas y lacayos, que llevan enormes abanicos de madera y carteles en los

que se leen los títulos de su señor en grandes letras. Las ramas colaterales de la familia

imperial llevan cinturones rojos como distintivo.

El lenguaje coloquial de Tritón es el japonés-chino jin. Todos los niños en edad escolar

tienen que dominar el jin como primer idioma, sin importar qué idioma materno o

dialecto se hable en sus casas. A veces, éste es tan diferente que tienen que aprender

el jin como idioma extranjero.

La lengua clásica formal es el japonés duro, y sólo lo utilizan los universitarios y los

altos dignatarios, aunque la mayoría de los jins dejan caer una palabra en japonés aquí

y allá para demostrar que han recibido una educación cara. Por ejemplo, la palabra

japonesa koe en vez de la jin sei para decir “voz”, o toshi en lugar de nen para “año”.

Esto crea una fuerte hostilidad, algo así como la que se sentía contra Guillermo el

Conquistador y sus sucesores, que sólo hablaban francés normando.

Winter chapurreaba el jin, pero ni siquiera se molestó en hacerlo. Había elegido a Oparo

para el papel de “Judío Errante” porque Oparo era el jefe de la Mafia Maorí, y hablaba el

jin con fluidez. Le serviría de intérprete. Cuando fueron admitidos en el despacho de un

ilustre oficial que llevaba una túnica escarlata sobre su armadura de acero, en vez de

intentar hacerse entender, se lanzó a una exagerada actuación de vodevil, blandiendo

un tomahawk de juguete, bailando la danza de la guerra y cantando una canción infantil

aprendida en sus días de colegio:

“Al pasar la barca

me dijo el barquero

que las niñas guapas

no pagan dinero.

Yo no soy bonita

ni lo quiero ser.

Tome usted los cuartos

y a pasarlo bien.

¡Y A PASARLO BIEN!”

El oficial le miró, y se volvió hacia un ayudante.

—T'a shuo shen-ma yang-ti hua? (¿Qué clase de idioma está hablando éste?)




Winter hizo una señal a Oparo, que se adelantó e hizo el saludo debido a un superior:

puño derecho contra la mano izquierda, profunda reverencia y manos entrelazadas

hacia la nariz, dos veces. Lo siguiente os dará una idea de cómo hacen negocios los

Jins.

OPARO: Tsen-ma ch'eng-hu t'a-ti chihjen? (¿Con qué título debo dirigirme a ti?).

CAPITAN: Shang-wei men-k'ou. (Soy el Capitán de la Puerta Principal.)

OPARO: Lao-chia. (Gracias.)

CAPITAN: Shih. Chao shui? (Bien. ¿Qué queréis?)

OPARO: P'an-wang che shih yu wan-man-chieh-kuo. (Sólo espero que el asunto que

nos trae tenga una muy feliz conclusión.)

CAPITAN: Ch'ing-pien. (Puedes estar tranquilo.)

OPARO: Lao-chia. (Gracias.)

CAPITAN: Pu-hsieh. (No hay de qué.)

OPARO: I-ke pa-chang p'ai-pu hsiang. (Dos no pelean si uno no quiere.)

CAPITAN: Chih-li pao-pu-chu huo. (No puede prenderseuna hoguera con sólo papel.)

OPARO: Kuei-ti pu kuei, chien-ti pu chien. (A veces las cosas caras son baratas, y las

cosas baratas, caras.)

CAPITAN: Pu p'a man, chih p'a chan. (No temas avanzar lentamente, pero guárdate de

detenerte.)

OPARO: She-mien. Mei-shu-shih. (Perdónanos. Somos humildes actores.)

CAPITAN: Chih jen, chih mien, pu chih hsin. (Saber lo que es un hombre no es saber lo

que hay en su corazón.)

OPARO: [Ofreciendo un lingote de oro rosa con ambas manos.] Erth t'ing shih hsu, yen

chien shih shih. (Lo que oyen los oídos puede ser falso, lo que ven los ojos son hechos.

)

CAPITAN: Ah! [Calculando el peso del oro con la palma de la mano.] Pu-kan-tang. (No

puedo imaginar ser digno de tanta cortesía.)




OPARO: Ni t'ai ch'ien-la, Shang-wei. (Eres demasiado modesto, capitán.)

CAPITAN: Kuei-ch'iu? (¿De qué honorable lugar venís?)

OPARO: Ti-ch'iu. (Tierra.)

CAPITAN: Kuei-hsing? (¿Cuál es tu honorable nombre?)

OPARO: Pi-hsing Hsing-chun Yut-t'ai-chiao. (Mi humilde nombre es Judío Errante . )

CAPITAN: [Mirando el disfraz y el maquillaje del “Judío Errante”.] Kuei-chia-tzu? (¿Cuál

es tu honorable edad?)

OPARO: San-chien i-pai-ling-i. (Tres mil ciento un años.)

CAPITAN: [Estallando en carcajadas.] Hsin-hsi, hsin-hsi! (¡Feliz cumpleaños!)

OPARO: Lao-chia. (Gracias.)

CAPITAN: Pu-hsieh. Kung-kan? (No hay de qué. ¿Qué asunto os trae aquí?)

OPARO: T'o-fu t'o-fy. Yen-p'ien ma-hsi-t'uan. (Gracias por preguntar. Nos gustaría

representar una función de circo para todos vosotros.)

CAPITAN: Ah? So. I jen nana ch'en po hito no aida. (Cuando se intenta complacer a

todo el mundo, se acaba por no complacer a nadie.)

[Pero adviértase la pedante sustitución de la coloquial expresión china “jen in” por el

cultismo japonés “hito no aida”.]

En este punto, Winter reanudó su lunática versión del piel roja Jefe Rainier,

representada con dramática pasión.

—¿¡Por qué todos los chinos no hacer más que hablar!? ¡Ugh! ¡No, no, no! Sendero de

guerra. Marcharnos. Hacia el sol naciente. ¡Ugh! Yo llevar mi circo a todas partes. Nadie

luchar. Todos fumar pipa de la paz. ¡Ugh! Yo pagar todos los permisos y licencias. Yo

cumplir todas las reglas que fijar vuestro Gran Manitú. ¡Ugh! ¿Qué querer chinos? ¿Más

dinero del piel roja? Yo pagar. Tener mucho dinero. No hablar con lengua doble. —Y,

aquí, Winter dejó caer otro lingote de oro en la mano del atónito capitán—. Fumar pipa

de la paz, ¿sí? ¡Ugh!

El Capitán de la Puerta Principal miró a Oparo.

—¿Quién es éste?—preguntó.




—Un extranjero de la Tierra —respondió Oparo—. (Wai-kuo-jeu ti-ch'iu.)—. Un piel roja.

(Hung ti jen.)

—¿Tiene nombre?

—Jefe Lluvia-En-La-Cara. (Ta-yuan-shuai pei yu lun-che lien. Literalmente:

“Generalísimo Sobre-Cuya-Cara-Llueve.)

El capitán no pudo evitar una carcajada. Sabía que era un engaño, pero resultaba

maravillosamente entretenido, y ahora tenía medio kilo del rarísimo oro rosa de Calisto.

Así que permitió que el circo entrara en la Cúpula Catay. Se había convertido en la

capital de Tritón sobre todo por estar situada sobre el filón volcánico de Meta. El plan de

Winter era buscar la cuidadosa mente guardada entrada a ese filón. Tenía un volcán

propio en mente.

Pero, para su disgusto, descubrió que el Capitán de la Puerta Principal se había reído el

último. Le había permitido montar su espectáculo... en el Hsing-hsing-ch'ang, la zona de

ejecuciones de Catay. Era una plaza con tres lados rodeados de unas cincuenta horcas.

En el cuarto había una rampa que llevaba a la picota. Tuvieron que montar la feria con

la compañía de una treintena de cadáveres en diferentes estados de corrupción. En el

centro de la plaza, encontraron una extraña caja de hierro con lo que parecía una tapa

de alcantarilla en la parte superior. Winter decidió utilizarla como pódium.

De todos modos, una oportuna ejecución consiguió que la inauguración de la feria se

convirtiera en un éxito multitudinario. Sonaron las trompetas y, antes de que Winter

pudiera subir al pódium para exhortar a sus futuros clientes con un “¡De prisa! ¡De prisa!

¡De prisa! ¡Entrad! ¡Entrad todos!” en solaranto (Hetzen! Hdter! Macht's schnell! Avanti

unico! Bi istigh todos!), la feria se llenó de una emocionada multitud de jins, hombres,

mujeres y niños, todos comportándose como si fuera Martes de Carnaval. Pero los

asistentes miraban a todas partes excepto a los lados.

Llegó una bandada de pájaros. Winter levantó la vista, esperando una bandada de

golondrinas o vencejos (en muchas de las Cúpulas del Solar había pájaros, ya fuera por

diseño o por accidente), pero lo que se le venía encima era una lluvia de flechas.

La multitud gritaba, reía y esquivaba las flechas mientras caían, en un mortífero juego

de “Tocar y Parar”. Todo el mundo aplaudía cuando algún desgraciado recibía un

flechazo. La zona de ejecuciones destilaba crueldad.

Entonces, el retumbar de los gongs y el trote de dragones de madera anunciaron la

procesión que avanzaba hacia las horcas: arqueros con anticuadas armaduras negras y

cascos con celada, músicos armando ruido y heraldos con enormes carteles en los que

aparecían ideogramas dibujados en color escarlata.




—Nombre, rango y número de serie del verdugo—susurró Oparo a Winter en

terrestre—. Es un honor que se otorga a todos los oficiales, junto con la idea jin de una

espada.

—No se parece a “El Mikado”—murmuró Winter—. Mira. Koko jamás hizo una entrada

como ésta.

Observó al verdugo que, con su túnica escarlata, acaba de bajarse de un palaquín rojo

abierto, agarrando el extremo de una cuerda con la que llevaba a su víctima sujeta por

el cuello. El pobre hombre parecía una bestia salvaje.

—Probablemente, le han detenido por algo grave—dijo Oparo—. Por eso van a

ahorcarle.

—¡Dios! Esta gente quiere sangre.

—Pues aún no has visto lo mejor. También practican el tiro al hombre y el

desmembramiento—gruñó Oparo.

—Espero no verlo nunca.

La procesión subió por la rampa, desfiló por la piqueta hacia una de las horcas

vacantes, donde el verdugo ató el extremo libre de la soga. Dio un paso atrás e hizo

una señal a los guerreros. Estos colocaron las flechas en sus anticuados arcos y

empezaron a disparar contra las extremidades de la víctima: pies, rodillas, brazos... El

hombre se movía e intentaba esquivar. La multitud aulló en un rugido final cuando, en

uno de sus agónicos movimientos, el condenado saltó por el borde del patíbulo,

agarrándose frenéticamente a la soga mientras los arqueros le disparaban a las manos.

Un último estremecimiento, y el reo quedó inmóvil.

—¡Hai! —gritó la multitud, antes de volver a los entretenimientos menores de la feria.

Y aun así, mientras el espectáculo continuaba, hora tras hora, condujeron a Winter

hacia la pista que esperaba. Advirtió que los que más dinero gastaban eran hombres y

mujeres que tenían una cosa en común: a todos les faltaba una mano. Se lo comentó a

Oparo .

—Ladronzuelos de segunda—fue la respuesta del jefe de la Mafia—. Si no cometes

robos importantes, los jins te cortan una mano, aquella que utilizas. Eso ahorra Gran

Dinero a los demás.

Winter asintió en amistoso silencio. Llegó a sus propias conclusiones interiores, y entró

en la tienda de la bailarina del vientre, donde la joven estaba actuando —nada mal, por

cierto— para un centenar de lujuriosos entusiastas. Winter le hizo el letal signo maorí.

Los ojos de la muchacha brillaron en respuesta, saltó del escenario bailando y empezó




a seducir a los espectadores, de uno en uno, hasta que Winter le hizo el signo de gig.

Cuando terminó el espectáculo, su audiencia se marchó, no sin hacer algunos

comentarios hirientes dedicados al tipo que, con toda seguridad, estaría ahora en el

camerino de la bailarina. Winter salió con las ropas del jin y el rostro disimulado con

maquillaje. No se molestó en comprobar si había dejado al tipo inconsciente o muerto.

Tampoco le importaba.

Pagó su entrada para ver el espectáculo de la encantadora de serpientes, complacido

de que el gorila de la taquilla no le reconociera. Le complació todavía más que Bárbara

tampoco le identificase cuando, al acabar el espectáculo, se quedó en su asiento de

espectador. Cuando la joven le ordenó que se marchara, supo que nadie le

reconocería, y salió a la feria. Pero no fue un paseo al azar. “Perdiguero” estaba

buscando su propio i-shou, que no significa “perdiguero” en jin. La traducción más

exacta sería “una mano”. Winter empezaba a ponerse tenso. Su táctica era larga y

trabajosa .

Por fin vio a una posible candidata. La identificó por la extraña manera de coger con la

mano derecha el cambio que le tendía el comefuego.

—Debe de ser zurda—pensó—. Veamos.

No fue fácil, porque la mujer llevaba mangas muy anchas y largas. Era una mujer

regordeta, fuerte y bien vestida, pero sin cosméticos, demostrando que no sentía el

menor rubor por pertenecer a la clase baja. (Las nobles jin preferirían morir a aparecer

en público sin ir completamente maquilladas.)

Winter consiguió su oportunidad cuando la mujer se detuvo en la cabina del mago

hindú, mientras éste hacía trucos (viejos) con un sombrero. Sacaba conejos y palomas,

y una de las aves voló hacia ella. Levantó las manos para protegerse, un gesto

instintivo... Y le faltaba la izquierda.

Cuando salió de la feria, la siguió. Pensaba que, si era una ladrona con conexiones en

los bajos fondos jin, quizá podría localizar la entrada hacia la mina Meta gracias a ella.

Seguramente, tendrían información, y Winter estaba dispuesto a comprarla con su

irresistible oro rosa.

Os estaréis preguntando por qué actuaba en solitario, en plan Robin Hood, por decirlo

de alguna manera. Había dos razones. El precio que había pagado para conseguir la

cooperación de la Mafia Maorí fue su solemne promesa de que no haría nada que

pusiera en peligro sus conexiones Meta en Tritón. De hecho, Oparo se negó a

proporcionarle cualquier información que pudiera servirle de ayuda. La segunda razón

se hará obvia muy pronto.




La perdió entre las calles y callejones llenos de ajetreados culíes, buhoneros,

mercaderes y burgueses acomodados... La mujer pasaba por una tumultuosa

intersección de cinco calles. Y de repente, ya no estaba allí.

Winter corrió hacia la intersección e intentó mirar en las cinco direcciones al mismo

tiempo. Había demasiada gente, y la mujer no era tan alta como para sobresalir entre la

multitud.

—Zolstligen in drerd!—murmuró amargamente.

Sentía que el tiempo se le agarraba a la garganta como un garrote. Con ojos

enloquecidos, lo examinó todo en busca de una pista, desde una sofisticada sastrería

donde se vendían trajes extranjeros (hsi-fu-chuang), hasta un grupo de culís que

jugaban a los chinos junto a una máquina tragaperras.

Los jins son unos jugadores empedernidos, desde los chinos a los naipes, desde los

dados, el fan-tan y la ruleta a los ordenadores. Las autoridades no podrían evitarlo

aunque quisieran, así que se resarcen cobrando unos impuestos avasalladores sobre

las máquinas públicas de juego para competir con las ilegales. Casi siempre se

consigue obtener un porcentaje por cada moneda invertida.

“Casi”. Porque los jins son extremadamente mañosos, y pueden trucar cualquier

apparat. Auténticas hordas de máquinas tragaperras funcionaban sin obtener el

porcentaje adecuado de ganancias. No se encontraba ni una moneda en las cajas de

monedas. Desesperada, la Comisión de Juego anunció una recompensa de un millar de

Syces y el perdón absoluto para el estafador si daba un paso hacia adelante y

confesaba cómo lo había hecho. El tipo apareció con una sonrisa en los labios, recogió

su recompensa y reveló que había estado utilizando monedas de /S modeladas en

CO congelado, que se evaporaban en cuestión de minutos.

Otro truco de las máquinas, que había pasado inadvertido para la comisión, fue

detectado por el sentido fane inconsciente de Winter. Obtuvo una dolorosa recompensa.

No podía quedarse quieto en medio de la intersección, no podía correr el riesgo de

llamar la atención. Se acercó a la máquina tragaperras y empezó a depositar monedas

mientras pensaba a toda velocidad. ¿Seguir adelante, buscando en todas direcciones,

intentando localizar una pista? ¿Volver a la feria y empezar otra vez desde el principio?

¿Intentar hablar con alguien en solaranto? “Oiga, amigo, ¿ha visto últimamente a una

mujer con una sola mano?”. Sí, seguro.

Contempló la máquina tragaperras, que mostraba combinaciones de flores, en vez de

frutas: shih-chu (clavel), pai-he (lila), ch'iang-wei (rosa), pensamiento, margarita... No

estaba de humor para apreciar la estética jin, pero se dio cuenta de que la rosa

aparecía en la tercera pantalla de la derecha cada vez que jugaba, cancelando los

premios, como el limón de Las Vegas.




—La máquina está trucada —murmuró, depositando otra moneda y tirando de la

palanca—. Nunca le dan una oportunidad a nadie. La Comisión debe de estar

encantada con este cacharro, todo son beneficios. Ahí está Rosa, haréis bien en

recordarla... Pero ¿dónde demonios está Ofelia i-Shou? ¡Al infierno!

Depositó una moneda más. Otra vez la rosa. Invirtió una última moneda antes de volver

a la feria, y mirabile visu, vio a su Ofelia al final de uno de los callejones de la derecha,

todavía hablando con alguien.

—¡Esto se pone al rojo!—gritó alegremente mientras se lanzaba hacia el callejón.

Para cuando llegó, la intersección donde viera a su presa por última vez estaba vacía,

pero allí había otra máquina tragaperras, esta vez con el símbolo de la rosa en la

primera pantalla de la izquierda. Un extraño cosquilleo sacudió la consciencia de

Winter. Dejó caer una moneda por la ranura y pegó un salto: las pantallas cambiaron de

imagen, pero la Rosa del Recuerdo volvió a aparecer en la de la izquierda.

—¡Dios!—murmuró—. ¡Dios!

Corrió hacia la izquierda, empujando a la multitud a su paso, y allí estaba la mujer. El

cosquilleo le había dicho la verdad.

Siguió adelante, ya sin asustarse cada vez que perdía de vista a su i-Shou, pero

prestando atención por si aparecían más máquinas tragaperras en puntos estratégicos.

Ya no gastaba más zapatos de /S. Sabía que había captado la pauta. Rosa a la

izquierda, gira a la izquierda. Rosa en el centro, sigue adelante. Rosa a la derecha, gira

a la derecha. Y el símbolo nunca cambiaría de posición, sin importar lo a menudo que

se jugase con la máquina, sin importar qué otros símbolos aparecieran, ya que jamás

aparecería más de una rosa a la vez.

“Es el truco perfecto—pensó Rogue—. Me gustaría conocer al genio que preparó este

truco.—Vio otra indicación para que girase—. ¿Y qué civil lo descubriría? Los que

pasan de cuando en cuando, no. Pensarían que sólo es mala suerte, y se encogerían

de hombros. La Comisión tampoco se preocuparía por ganar demasiado dinero. Y la

pasma ni siquiera soñaría con que los bajos fondos estuvieran usando una flor como

señal. Suivez-moi. Es un milagro que me haya dado cuenta. “

Como ya se ha dicho, este séptimo sentido fane era un proceso inconsciente.

Cuando volvió a ver a su i-Shou, la mujer se disponía a entrar en un pabellón que

parecía a punto de derrumbarse. Sobre la puerta, colgaba un dibujo de tres rosas.

—Aquí—murmuró .




No se sentía muy valiente, pero sí decidido.

“Bien por la Fase Uno—se dijo a sí mismo. Consultó su cronómetro—. Quedan cinco

horas. ¿Cómo preparo la Fase Dos? Si esto es una cofradía secreta, estará muy

vigilada, así que es inútil ofrecer sobornos. No. Entonces, ¿qué? ¡Cristo, cuántas

tonterías estoy haciendo! ¿Qué? ¿Qué?—Pensó a toda velocidad, luego asintió—. Lo

mismo que con los mamuts. Nada de combatir su astucia. Deben de tener unos cuantos

genios en sus filas para haber planeado el asunto de las tragaperras. Que sean ellos

los que intenten adivinar mis planes. Quizá no soy tan brillante en estrategia, pero sí en

mentiras y en dar pistas falsas...”

Dio una vuelta por los alrededores, esbozando un plan. El pabellón se encontraba en

una plaza llena de vida, comercios, oficinas, etcétera.

De un salón de té salía música.

El agente de una empresa fúnebre ofreciendo “Cajas de Mucha Edad” y “Trajes de

Mucha Edad”, el eufemismo jin para denominar los ataúdes y las mortajas.

Un cambista. La puerta de este último tenía unas cortinas de cordones de cobre, una

moneda jin aún más pequeña que el Gran Dinero.

Una farmacia.

Un cuchillero, con un escaparate lleno de espadas y navajas.

Fuegos artificiales.

Un carnicero, con un cerdo entero suspendido sobre una parrilla desprendiendo un

aroma delicioso.

“El Paraíso de los Placeres Carnales”, que también desprendía un delicioso aroma.

Un templo sintoísta, decorado con un pez de madera porque los peces, como los

dioses, nunca cierran los ojos.

Así que Winter improvisó un tumulto. No contrató a las damas del “Paraíso” para que

corrieran desnudas por la plaza, como algunos podrían pensar, sino que entró en la

tienda de fuegos artificiales. Compró una docena de cohetes de Calisto, sin importarle

demasiado los colores. Entregó / Syce al cambista a cambio de más cordones de

cobre de los que necesitaba, sin discutir acerca de la tradicional comisión. Ató los

cordones a los palos de los cohetes mientras una pequeña multitud de culíes curiosos

se agrupaba en torno a él. Frente a la puerta de la tienda, encendió los cohetes, que

salieron disparados con un espectacular despliegue de colores... y una ducha de




calderilla. Lanzó los últimos cordones al cielo. “Hai”, gritaron los culís mientras se

lanzaban a por el cobre. Winter ya tenía su tumulto.

Al igual que el pabellón. Salió un hombre, echó un vistazo al exterior y gritó una orden a

alguien que había dentro. Una pequeña cuadrilla de guardias se reunió con él, e

intentaron acabar con el tumulto. A Rogue le resultó sencillísimo entrar en el pabellón

sin que nadie le viera.

Si el exterior era desastroso, el interior resultaba todavía peor. Atravesó un pequeño

laberinto sin ver a nadie, y pronto se encontró en una sencilla habitación, con unos

cuantos bancos y taburetes por todo mobiliario. Las paredes estaban mohosas y llenas

de bichos, el techo tenía goteras, y no podía haber más grietas en el suelo.

—Jigjiz—murmuró—. Creí que el crimen era rentable. Aquí no viviría ni un mamut.

¿Habré metido la pata al seguir a esa tía i-Shou?

Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, advirtió que entraba algo de luz por

entre los tablones del suelo. Buscó durante unos instantes, sin tomar demasiadas

precauciones—el pandemónium del exterior cubriría cualquier ruido que hiciese— y por

fin localizó un tramo de escalera, medio oculta bajo un montón de telas llenas de piojos.

Hizo una mueca de asco, pero tuvo que apartar a un lado los repugnantes trapos para

tener el camino libre. Tras bajar unos peldaños, llegó a ver el sótano. Se quedó atónito.

El único mueble era un largo baúl plano, situado en el centro.

Un culí vestido de azul se encontraba tendido sobre el baúl, con el brazo izquierdo a lo

largo del cuerpo y el derecho extendido, con la manga enrollada y la mano sobre una

palangana blanca llena de algo humeante. También salía vapor de dos cofres blancos

situados al lado de la palangana. Cuatro mujeres sujetaban al culí contra el baúl, y su i-

Shou reía y bromeaba con él. El culí intentaba devolver las bromas. No resultaba muy

divertido, porque un cirujano jin, con instrumental moderno, le estaba amputando la

mano.

La mano era una enorme zarpa de campesino, y estaba crispada en torno a algo. Y la

mano tenía el brillo rojizo del ámbar, del hierro al rojo, de una gigantesca estrella roja,

de una nova agonizante... De pronto, Winter comprendió la increíble pauta.

—¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Dios mío! Como los negros que se hacían cortes en la piel para

sacar diamantes de contrabando dentro de las heridas, en las minas africanas. Estos

jins sacrifican una mano para robar Meta. Los guardias sólo se aseguran de que no

lleven recipientes criogénicos. ¿Quién creería que existe alguien tan tonto como para

tocar los cristales con las manos desnudas?

“Pero no son tontos. Un miserable culí puede vivir toda su vida rodeado de lujo y

honores, a cambio de una mano que también podría perder en un accidente de trabajo.

Pero sólo pueden cometer un único robo. El contrabando de Meta a gran escala debe




utilizar... ¿Qué? Oparo dijo que eran ladronzuelos de segunda. Tenía razón, pero

¿sabrá quiénes son los de primera? Sí, seguro que sí. ¿Cómo podría sonsacárselo?

—Muchísimas gracias, Rogue, nene—le dijo una voz familiar.

Winter giró sobre las rodillas. Tomás Young, el brillante exobiólogo de Tierra, el Ta-mo

Yung-kung de Tritón, el Duque Manchú estaba junto a la escalera. Con una escuadrilla

de sombríos guardias tras él.




El caballo de Troya

“En los duelos hay que cuidarse del falso ataque. Es una maniobra que deja el camino

abierto a una herida mortal. “

MOSQUETERO D'ARTAGNAN

Sí, Tomás Young consiguió distanciarse de nosotros utilizando una argucia totalmente

nueva. Era increíblemente versátil, estaba instruido en todas las artes y ciencias, y

sabía utilizarlas a la hora de inventar artimañas y trucos originales con los que

mantenerse siempre a un paso por delante de nosotros.

Un botón de muestra. Sabíamos que una de sus actividades secundarias, Inteligencia

aparte, era el apoyo, entrenamiento y dirección de la Organización para la Liberación

del Solar; como se puede deducir por el nombre, la OLS se dedicaba a la liberación.

¿Liberación de qué? De todo aquello a lo que los parias resentidos del mundo culparán

de sus desgracias: republicanismo, capitalismo, socialismo, marxismo... Llamadlo como

queráis que intentarán derrocarlo por impedirles su legítimo acceso a lo más alto.

En realidad, era un arma enarbolada por la aristocracia jin, de mentalidad feudal,

dispuesta a que el Solar volviera a los buenos viejos tiempos de los barones y los

siervos, mediante la destrucción de la actual estabilidad política y legal, utilizando el

terror como herramienta. Resultaba imposible relacionar a Young con todo esto debido

a que su reclutamiento y entrenamiento por la OLS se había llevado a cabo en las

cúpulas de Titán.

Una vez conseguimos infiltrarnos en la OLS y, con ese sentido que detesto, me di

cuenta de que nos esperaba el desastre. Envié uno de nuestros mejores agentes—

nombre código: Terrier—a la Cúpula Brisbane. Se hizo notar peleando, destrozando y

matando, hasta conseguir que lo reclutaran. Terrier podía ser implacable cuando la

misión lo requería.

Una de las pruebas que tienen que pasar los aspirantes a terrorista es “La Habitación

Negra”. Desnudan por completo al candidato para impedir que tome notas, y le meten

en una habitación totalmente oscura, equipado sólo con una linterna. La habitación es

una sala de estar totalmente amueblada y el futuro terrorista dispone de cinco minutos

para examinarla y memorizar todo su contenido.

Cuando sale, se pone a prueba su memoria consciente; cuántas sillas, cuadros, mesas,

lámparas, ventanas, etc. Es lo que se le pidió recordar. A continuación se examina su

memoria subconsciente: dónde estaban situadas las sillas, cómo estaban tapizadas, las

cartas de los que jugaban en la mesa, cómo vestían los jugadores, qué se veía en los

cuadros, describir las pantallas de las lámparas, las cortinas..., en fin, todos los detalles

que no se le pidió que recordara.




Terrier entró en ella, pasó cinco minutos tomando nota mental de todo, salió fuera y, al

momento, le asesinaron. ¡Maldito Young! La Habitación Negra estaba iluminada con luz

negra y el tatuaje invisible que lo identificaba como un TerraGardai se hizo visible para

sus sensores. ¡Maldita sea mi estampa! Debí preverlo. Lo descubrí mucho más tarde.

En aquel momento, lo único que sabía era que habíamos perdido a nuestro mejor

hombre, spurlos verschwinden, y yo quedé confinado en la Tierra, vigilando a Young,

aguardando a que se sacara otro truco de la manga.

Controlábamos sus movimientos, y él lo sabía. Nosotros sabíamos que lo sabía. Y él

sabía que nosotros sabíamos que lo sabía, y así ad infinitum. Son gajes del oficio.

Dábamos por supuesto que, en cuanto hiciera el menor movimiento para abandonar la

Tierra, lo detendríamos con una excusa u otra. Young no lo sabía con tanta seguridad,

pero nos había hecho lo mismo en Tritón, y estaba preparado para una eventualidad

semejante en Nueva York.

Yo había alquilado un apartamento en la planta superior de un edificio situado frente al

de Exobiología de la Universidad, e instalé una Garda, nombre clave: “Abuelita Moisés”.

Controló todas sus idas y venidas, notificándoselas al C. G. por onda corta.Así no

desperdiciábamos tiempo teniendo a un montón de gente que vigilase el edificio a la

espera de que saliera o entrara. A diferencia de lo que pasa en las novelas, solemos

encargarnos de más de una misión a la vez. Dirijo una orquesta en la que todo el

mundo tocaba dos o tres instrumentos.

El manchú no tenía un pelo de tonto, y sus antenas detectaron a Abuelita. Lógicamente,

no lo demostró; siguió tratándola como trataría cualquier vecino a una vieja que se

dedica a fisgar por entre la ventana. Empezó poniendo mala cara; después le sonrió; y,

finalmente, hasta la saludaba. Le dije a Abuelita que siguiera con el juego y le

respondiera de la misma manera. Hasta llegaron a mantener conversaciones por señas.

Y una mañana sucedió lo inaudito. Tomás llegó a Exo a su hora habitual, y Abuelita

informó que estaba dentro. Y que seguiría allí bastante rato, como tenía por costumbre,

por lo que su sombra podía largarse a otros menesteres. Pero, en vez de quedarse

dentro jugando a exobiólogo con su ordenador, el manchú se personó en la ventana del

décimo piso—situada directamente frente a la de Abuelita—, y le dedicó un trágico

saludo. Abuelita se lo devolvió, también tristemente.

“Éste es un mundo asqueroso”, le dijo por señas, y ella le devolvió el mismo mensaje,

preguntándose qué infiernos se traería entre manos. Al final lo descubrió. Young abrió

la ventana, le lanzó un beso de despedida y saltó.

Abuelita le vio caer, agujereó los tímpanos del C. G. vía onda corta, y se abrió paso

hacia la calle, llegando al mismo tiempo que los tres agentes, que frenaron en seco

como si fueran tres aullantes ambulancias. Abuelita Moisés miró la calle. Los agentes

miraron la calle. Y se miraron los unos a los otros. No había ningún cuerpo. No había




nada. Se había formado una multitud, claro, y cuando consiguieron abrirse paso para

entrar en Exobiología, el manchú hacía rato que estaba lejos.

Desde luego, había hecho lo inaudito. Había logrado hipnotizarla a larga distancia. Todo

ese saludar, y sonreír, y conversar por gestos con Abuelita, la habían preparado para

un acto de ilusionismo a gran distancia. Después, se limitó a subir a la azotea y tomar

un silencioso helicóptero, aprovechando la confusión que reinaba en la calle. Era un

adversario peligroso y, francamente, me había superado.

Ahora volvamos con el duque manchú y Rogue Winter, en la Cúpula Catay de Tritón. Lo

que siguió a la confrontación inicial en la escalera del pabellón fue algo estremecedor.

Tres guardias armados, sin traje ceremonial pero con ropas ominosamente oscuras,

pasaron ante Tomás y Rogue, disparando con sus láseres a todos los jins del sótano.

Dejaron caer la mano cortada con su puñado de nódulos Meta en una de las

humeantes palanganas de helio inerte que se hallaban junto al baúl. Dieron media

vuelta y esperaron nuevas órdenes.

Ta-mo Yung-ku asintió, y agarró a Winter por el brazo, arrastrándole hasta la plaza,

donde había tenido lugar otra carnicería. La escuadra negra del Duque había arrasado

el lugar, matando a guardias y culíes por igual, para evitar que nadie escapara. Estaban

amontonando tranquilamente los cadáveres, mientras el techo del pabellón seguía

ardiendo y los espectadores se alejaban de las ventanas. El Duque manchú

contemplaba la escena y sonreía satisfecho.

—Tú y tu patético caballo de Troya—se burló, mientras conducía a Winter por las

estrechas callejuelas—. ¿No se te ocurrió pensar que podía tener gente en las Cúpulas

Turcas? Los maoríes debieron enseñarle el arte del espionaje a su futuro rey. O mejor

aún, el del disfraz. Ese cohete turco pintado como un tótem, y tú disfrazado de jefe

indio...¡Puagh!

Winter guardaba silencio.

—De todos modos te debo algo, Rogue. Me guiaste hasta la operación Tsei-fei Tang.

Que, por cierto, se traduciría libremente como “La Máquina Tragaperras y la Sociedad

Sopaespesa”. Por fin podré terminar con los robos de Meta. Es algo que te debo.

Laochia! Atajaremos por los campos de ejecución. ¿Presenciaste el espectáculo de

esta mañana?

—Sí.

—Si dependiera de mí, y ni se te ocurra la posibilidad de salir corriendo en busca de

ayuda, nene... Si dependiera de mí, y depende bastante, tus colegas y tú recibiríais el

mismo tratamiento. Me molesta ver cómo condenan a un viejo amigo al miao-chun t'ou.

—¿Al qué?




—Se traduciría literalmente como “Apuntad a la cabeza”. Vosotros, los bárbaros, lo

llamáis “Tiro al hombre”.—Se detuvo al lado de la caja de hierro que Winter había

utilizado como pódium y le dio unos golpecitos—. Te encerramos aquí con la cabeza

fuera. Los arqueros disparan por turnos hasta que mueras. Es una diversión estupenda.

—Young siguió andando sin soltar a Winter—. Pero te haré un último favor, encanto. Si

no puedo conseguirte un ahorcamiento y te toca la caja, haré que un francotirador te

liquide en cuanto la primera flecha haga brotar sangre. No quiero que se torture al Rey

R-og durante una hora. Sería lese majesté.

—Gracias.

—Claro que tus hombres irán al potro de torturas junto a los i-Shou, pero en eso no

pienso intervenir. Ya sabes, la función debe continuar.

—Pan y circo—murmuró Winter.

—En Tritón es heroína y circo.—Young lanzó una carcajada y llevó al cautivo hasta el

portón de jade, fuertemente vigilado, abierto en un muro circular de oro batido—. Viejo

amigo, vas a ser honrado con una visita al Altar del Cielo para que puedas hacer las

paces con el Supremo Hacedor.—Dio una orden y el portón se abrió—. Es cosa del

cinturón rojo. Hace milagros.

Al otro lado de la dorada pared, se veían nueve terrazas de mármol blanco, dispuestas

concéntricamente una encima de otra.

—Importado de Carrara—comentó Young, mientras empujaba a Winter adentro—.

Cada círculo representa uno de los nueve cielos. Y el número de losas que componen

cada uno, es múltiplo de nueve. El nivel más alto tiene nueve. El siguiente dieciocho. El

otro veintisiete, y así sucesivamente, hasta llegar al de abajo que tiene nueve al

cuadrado, el número favorito de nuestros filósofos.

En la cima del montículo de exquisitas terrazas había una losa central.

—Esto es Shang-ti, el cielo, el centro del universo. ¿Quieres visitarlo personalmente,

Rogue? Mañana, tu alma será su huésped permanente.

Avanzaron juntos hacia el centro del universo, y Shang-ti se hundió de golpe. Fue tan

inesperado, que Winter perdió el equilibrio y Young tuvo que sujetarle.

—Tú y tu Caballo de Troya—rió—. ¿Cómo pudiste ser tan estúpido para pensar que

podrías localizar esto?

—¿Qué es esto?




—La entrada oficial al depósito Meta.

—¡Un cuerno lo es!

—Un cuerno no lo es.

—¿Para todo el mundo? ¿Para los trabajadores? ¿Para los guardias? ¿Toda esa gente

entrando y saliendo por el Altar del Cielo?

—No, no. Es sólo para los V.I.P. Los chien-ch'ang-ti. Los mineros entran y salen por

otros lugares de la Cúpula. Ahora ya no hay peligro de decírtelo, pero cuando

empezaste el jaleo estabas a quince metros de una entrada.

—¿Sí? ¿Dónde?

—En el Paraíso de los Placeres Carnales.

El centro del universo siguió bajando, pasando ante misteriosas puertas y corredores,

hasta detenerse en una enorme sala cuyo eco reverberaba como en una catedral.

Tenía forma circular, y el ascensor era su eje. Rodeándola, había doce puertas, cada

una custodiada por un centinela. Al ver a Young, se pusieron firmes.

—Ch'ing-pien—murmuró—. Tranquilo. El cinturón rojo ataca de nuevo. Reverencian al

que lo lleva, porque se dice que es exclusivo de los de sangre real. Ven, sígueme.

—¿Adónde?

—Querías ver nuestra mina de Meta, ¿verdad? Pues vamos. No quiero ahorcarte con tu

curiosidad insatisfecha, nene. Sería poco amable por mi parte.

Y Ta-mo Yung-Kung, Duque de Manchuria, hizo abrir una gran puerta tachonada.

Winter no pudo evitar una exclamación.

(La paradoja de nuestro tiempo es que, mientras viajamos por la enormidad del espacio,

seguimos desarrollando la vida doméstica en pequeños recintos. Nuestro espíritu

suspira por grandezas artificiales. No por un gigantesco exterior, sino por un vasto

interior. Lo que nuestra alma necesita, es que conquistemos nuestro espacio vital,

nuestro lebensraum, a una escala lo más vasta posible. Por eso nos impresionan los

enormes interiores.)

Winter se sentía impresionado, pese a las mortales presiones a las que estaba

sometido. Se hallaba en una catedral de hielo glacial. La luz que entraba por la puerta

abierta, revelaba un techo gótico compuesto por heladas estalactitas. Se asentaba en

grandes columnas de hielo que emergían de lecho de lava negra. Una neblina inmóvil




llenaba la gélida inmensidad. La tiniebla más absoluta cayó sobre ellos cuando Tomás

cerró la puerta a sus espaldas. Poco a poco, su entorno fue iluminándose. La fuente de

luz procedía de unas pequeñas brasas encerradas en los pilares.

—Nódulos Meta—dijo Tomás, posando la mano en una de las luces—. De hecho, fue

aquí donde se descubrió el Meta hace dos siglos. Por aquel entonces era un túnel muy

estrecho. Conocíamos los túneles de lava helada, pero creíamos que eran minúsculas

arterias, sólo útiles para ratas y ratones. No nos interesaban demasiado. Como mucho,

podían servir de atracción turística, y nunca quisimos visitantes en Tritón.

—Eso tengo entendido.

—Pero un niño, jugando, se metió por un túnel de termitas por el que sólo un niño

pequeño podría meterse, y vio ese brillo en la lava helada. Escarbó con un cuchillo de

madera, llegó hasta el brillo, y sacó un nódulo Meta. Creyó que era una piedra preciosa.

—Es lo que yo pensé cuando los vi por primera vez. Opalos

pequeños.

—Volvió a casa corriendo. Llevaba consigo su hallazgo, y ni siquiera se preguntó por

qué le ardía la mano como si llevase un hierro al rojo... Así fue cómo nació Meta.

—¿Se le recompensó?

—¿Cómo? Murió. Se consumió lentamente hasta morir. De todos modos, aunque

hubiéramos querido recompensarle, no habríamos sabido por qué. A nuestros

científicos les costó años descubrir lo que de verdad era el tesoro del niño.

—Así que el niño tuvo que conformarse con una muerte lenta.

—No hay manera de parar la nova cuando el Meta empieza el proceso de

transformación de la energía.

—Excepto amputando.

—Lo has entendido.

—Lo siento por el chico.

—Ése es el problema de vosotros, los introvertidos; sois unos sentimentales.

—A diferencia de vosotros, los Celestiales elegidos. ¿Por qué no extraéis los nódulos

que quedan aquí?




—Hay que mantener el grosor del hielo para que sostenga el techo. El peso es enorme,

hasta para nuestra baja gravedad. A veces sobrepasa el límite de ruptura y sufrimos

avalanchas de lava que sellan los pasajes, y una rareza que llamamos “Hielo Dum-

Dum”. En los pilares estallan fragmentos como si fuesen balas. Cada vez perdemos

más culíes por esa causa.

—Ah—murmuró Winter, antes de sumergirse en otro silencio.

Esta vez fue tan ominoso que alertó la antena hipersensitiva de Tomás Young. Sacudió

a Winter, haciéndole dar media vuelta, e intentó ver su cara bajo la cruda luz.

—Espera un momento—dijo lentamente—. ¿Recibo bien tus vibraciones, Rogue?

—¿Qué vibraciones?

—¿Quizá otro sistema de robo?

—Quizá. Si pueden llevarse medio kilo en una mano, ¿cuánto más en el estómago de

un cadáver, por ejemplo? Lo único que hay que hacer es simular un accidente dumdum,

destripar a un hombre, rellenarle a conciencia, y sacar a la triste víctima al

exterior, llorando su muerte.

—¿Asesinato?

—Los jins disfrutáis matando por diversión. ¿Por qué no hacerlo por beneficio?

—Así es cómo lo sacan en grandes cantidades. Claro. El brillo de la nova tarda varias

horas en manifestarse. Nadie pensaría que dentro del cadáver van veinte o veinticinco

kilos de Meta. Es cosa de profesionales. Si sólo fuera un caso aislado, podría pensarse

en un tipo ambicioso. Pero el asesinato sistematizado es algo estrictamente profesional.

¿A quién crees que eligen como cabeza de turco?

—A cualquiera que no les caiga bien. Un bocazas. Una mujer que ha rechazado a

alguien. Uno que se encapricha demasiado de tu abrigo. Un tramposo. Un estafador. Un

traficante...

—¿Tu Mafia organizaría el asunto?

—Probablemente. La verdad es que no estoy seguro. Puede ser algo que dependa del

rey Maorí, pero no me lo cuentan todo.

—Es igual. El caso es que tienes más puntos a tu favor, Rogue.

—Gracias.




—Me gustaría no tener que matarte. Podría utilizar tu capacidad de síntesis—suspiró el

manchú—. ¿Has visto bastante?

—Esto no puede ser toda la mina madre.

—¡Claro que no, por Dios! No puedes verla entera debido a la oscuridad, pero la

caverna se prolonga kilómetros y kilómetros. Ésta es la sección agotada que utilizamos

como muestra. Nuestra función para dignatarios visitantes. La mina en sí está

compuesta de túneles, barrancos y lechos, abarrotados de culíes y maquinaria. —

Tomás volvió a suspirar—. Vamos, nene, resolvamos de una vez por todas lo de tu

juicio y ejecución. Ni siquiera intentaré convencerte de que te conviertas en traidor y te

unas a nosotros. Sé perfectamente que has nacido cabezota.

Young nunca había aflojado la firme presa que mantenía en el codo de Winter. Le llevó

hasta la puerta y llamó siguiendo el código acostumbrado. Se abrió y entraron en la luz

cegadora de la antesala, justo a tiempo de ver a un grupo de culíes cruzando una

puerta y descargando la última caja alargada de un grupo de veinte. Cada una estaba

marcada con una luna y una estrella roja.

—¡Ah! El truco final—sonrió Young—. Vas a poder ver un pago de nuestros amigos

turcos. Ahmet Troyj es el cliente que mejor atendemos. Sus envíos nunca llegan tarde,

nunca tienen que ser comprobados y su caballo es siempre de la mejor calidad.

¿Quieres un par de dosis para anestesiar futuras incomodidades, Rogue? Podríamos

considerarlo tu último viaje.

Pero, cuando los guardias y los culíes abrieron las cajas con alegre anticipación, de

cada una surgió un asesino maorí armado. Durante un caótico minuto, la antesala vibró

con el eco de la lucha y los gritos de la matanza. Ahora le tocaba a Winter sujetar con

fuerza el brazo del asombrado manchú.

—Éste es el Caballo de Troya, Tom, nene—dijo complacido, alejando al sorprendido

hombre de los Cuchillos de Tajo y las salpicaduras de sangre—. Esperaba que mis

comandos llegasen a tiempo, pero no estaba seguro. Tengo que darte las gracias por

facilitármelo tanto.

Chincha, el enorme jefe de los comandos, manchado y empapado de sangre, se acercó

a Winter.

—¿Nos apoderamos ya de la mina? Oparo y los demás esperan que des la orden.

—¿Qué? ¿Apoderarse? ¿Nuestra mina?—balbució Ta-mo—. Estás loco. Todos estáis

locos.—Consiguió recuperarse de la sorpresa—. Si te rindes ahora, Rogue, seré

piadoso.

Chincha apoyó implacablemente la punta del Cuchillo de Tajo en la garganta de Young.




—Somos un centenar y valemos por un millar de los vuestros. Nos apoderaremos de la

mina.

—¡Nunca!

—Y negociarás con nosotros siguiendo nuestras condiciones.

—¡Nunca!

El cuchillo hizo saltar una gota de sangre de la garganta de Yung-ku, pero hay que

hacer constar que el manchú ni siquiera parpadeó.

—Negociarás con nosotros—repitió Chincha—, o convertiremos Tritón en una estrella

enana utilizando el Meta. El rey R-og lo ha ordenado así.

—¿Estás loco, Rogue?—gritó Young—. ¿Es verdad que has ordenado ese holocausto,

ese Gotterdammerung?

—Ordené un ataque—respondió Winter—, y la Mafia Maorí está dispuesta a llegar

hasta el final. Pero no tendremos que hacerlo, Chincha—añadió.

El jefe de comandos le dirigió una mirada de sospecha.

—Al menos, no esta vez —sonrió Winter—. Tenemos en nuestro poder la principal carta

de Tritón. Tenemos al Duque de la Muerte manchú, y vale más que el Rey de las Minas

y el As de las Novas. Él nos hará ganar todas las bazas. Tú te quedas con el Meta y yo

recupero a mi chica.

—¡Todavía no has ganado, maldito loco!

—¿Ah, no? Llévatelo, jefe. Saldremos por la puerta de los V.l.P., a través del centro del

universo, para unirnos con Oparo.

—Jamás conseguirás sacarme de Tritón, Rogue.

—¿Ah, no? Pásame el cinturón rojo, vamos. Es el pasaporte para que mis hombres y yo

podamos salir de aquí.

—¡Idiota! Soy Ta-mo Yung-kung. La gente me reconocerá aunque no lleve el cinturón

rojo.

—¿Y piensas hacer algo?




—Una palabra mía en la entrada y tus cien hombres serán torturados en el potro.

Ríndete, Rogue. No tienes ninguna oportunidad. Te prometo que tendré piedad, y yo

siempre mantengo mi palabra.

—¿Tomamos entonces la mina?—gruñó Chincha.

—No, tomamos al Duque.







Tablas con Tritón

“Sé cortés y compórtate con educación al encontrarte con tu

adversario. Que tu valor sea tan afilado como tu espada,

pero también igual de pulido.”

RICHARD BRINSLEY SHERIDA~

Y pasaron por la principal salida de Catay llevando al Duque de la Muerte sin encontrar

nada digno de mención; de hecho el Manchú no podía mencionar nada en absoluto. En

primer lugar le habían paralizado con AGA (ácido gamma-aminobutírico sacado del

maletín de primeros auxilios de la Garda Barb), que puede convertir a un mamut de

Ganímedes en algo tan manejable como la arcilla. Y en segundo lugar, le sustituyeron

por el contorsionista maorí envuelto en vendajes de momia egipcia. Nadie podía verle ni

oírle. Y, en definitiva, se comportó como un buen Duque de la Muerte.

No se comportó tan angélicamente cuando le devolvieron en la nave que les llevaba a

Ganímedes; el efecto del AGA desaparece en unas cuatro horas, y las pasiones

contenidas reaparecieron con renovado vigor. El espacio es algo hermosamente

silencioso, pero Young entretuvo a los pasajeros con el furioso golpear de sus pies

contra las mamparas de su cubículo, como si estuviera interpretando un solo de

percusión en un concierto.

—Deberíamos quitarle los zapatos—dijo Winter.

—¿Por qué no le enfriamos un poco antes de que empiece a golpear con la cabeza?—

sugirió Barb—. Lo querrás más o menos compos mentis para la negociación.

Winter asintió, descontento. Estaba enfrentándose a las pautas más inestables y

explosivas de toda su vida. ¿Cómo puedes convencer, persuadir, y/o sacarle algo a un

adversario que no se derrumbará bajo ninguna clase de tortura física conocida, un

adversario que lleva tres cuartos de siglo dominando la vida y la muerte?

—Hablando de cosas inamovibles—murmuró—. Y yo no soy ninguna fuerza irresistible.

Sabía lo que quería del Manchú: un contrato férreo con la Mafia Maorí para el comercio

del Meta—lo había prometido para conseguir la colaboración de Oparo—, y que le

entregara sana y salva a su chica—se lo había prometido a sí mismo—. El problema

era cómo sinergizar algo semejante de un rehén que sólo ansiaba un retorno al status

quo celestial y que los Bárbaros Interiores recibieran su castigo.

—Habrá que utilizar el Duodécimo Mandamiento, nene. Sea lo que sea—murmuró.




Abrió la puerta y entró en el cubículo.

—Buenos días, buenos días, buenos días, señor Young. Saludos, saludos, saludos y

bienvenido, bienvenido a bordo. Me llamo Winter, aunque todos me llaman Guaperas

Winter. Soy el encargado de que tenga un viaje feliz a bordo de nuestra feliz nave. Le

informo que a la hora de la comida tendrá que ser jurado de un concurso de belleza:

diez encantadores encantos por los que espero no se dejen sobornar, ja, ja... También

de un campeonato de tenis, de un thé dansant, y de. ..

Young gruñó.

—¿Te duelen los pies, Tom?

Young volvió a gruñir.

—No te parece divertido, ¿eh?

—En absoluto.

—Bueno, no puedes culparme por intentarlo. La tripulación me ha informado de que

estás descontento.

—No me parece la expresión apropiada.

—¿Furioso?

—Es más acertada.

—¿Ardiendo de ira?

—A doscientos grados.

—¿Conjurando horrores eternos para mí y para los míos?

—Tú lo has dicho.

—¿Cuál es tu versión del horror, Tom? ¿Pisotearnos hasta la muerte con tus

piececitos?

—Demasiado cansado.

—¿Mucho ruido?

—Demasiado rápido.




—¿El potro?

—Sigue siendo poco lento.

—¿El tiro al hombre?

—Demasiado definitivo.

—Se me están acabando los horrores.

—¿Tus bárbaros maoríes no tienen ideas más ingeniosas?

—Eso sí que resulta interesante, Tom. Hemos efectuado una regresión hacia lo que

vosotros los Celestiales consideráis simplista. No creemos en la emoción de la

matanza. Lo nuestro es el matar de prisa, y punto. Ya lo viste en la mina. Corta-corta y

adiós-adiós.

—¿Para qué me mantenéis vivo, entonces?

—¿Quién ha hablado de matarte?

—Si no, ¿a qué viene el secuestro?

—Piensa un poco, Tom. No podíamos salir de Tritón sin ti.

—¿Y de qué os serví, envuelto como una momia? Me reiría si no estuviera

ahogándome en vejaciones.

—¿Tuyas o nuestras?

—Ambas.

—Ah, pero la tuya nos ha proporcionado la nuestra. Magia simpatética, ¿eh? Por cierto,

tu cinturón funciona de maravilla; aquí lo tienes, con mi agradecimiento. Lo han lavado y

planchado para ti. Debiste recibirlo de Ahmet Troyj. Felicidades.

—Ja. Ja. Ja.

—¿Te ríes cuando te insultan?

—Vamos, Rogue, ¿qué diablos quieres?

—Como si no lo supieras.

—Me gustaría oírtelo decir.




—Lo único que queremos es ser amigos, Tom.

—¿Quiénes “queremos”?

—Maoríes y jins.

—¿Cuál es tu versión de un trato equitativo?

—Esa palabra sagrada, reverenciada a lo largo de la historia... Compañerismo. Es lo

que marca la diferencia entre matrimonio y divorcio.

—¡Vamos, vamos!

—¿Hablamos en serio, Tom?

—¿Cuándo hablas tú en serio?

—Entonces, en pragmático.

—Prueba a ver.

—Queremos ser socios en lo del Meta.

—¿Qué?

—Estoy hablando de los maoríes. Al infierno con el Solar. Fastidia lo que quieras al

resto del Solar, pero no a nosotros. Queremos asociarnos contigo. Trabajaremos juntos,

y tú seguirás al mando, Tom. Sólo queremos el Meta que necesitamos a un costo

razonable, y tus jins seguirán controlando la situación. Un negocio práctico.

—Nunca.

—Escucha, ¿qué porcentaje de tu mercado somos nosotros? Menos de un uno por

ciento. Eso es lo único que perderéis. ¿Y qué conseguiréis a cambio? Diez veces más,

porque acabaremos con el contrabando. Un buen pellizco. Es un trato condenadamente

bueno para los dos, Tom.

—Nunca.

—Desde luego, los inescrutables sois una raza aparte. ¿Por qué nunca? Y dos veces,

además.

—Porque me has enseñado cómo acabar con las filtraciones.




—Nene, nene, la Mafia acabará ideando un nuevo truco.

—Tu maldita Mafia nos sangrará de todos modos.

—¿Cómo?

—¿A cuánto venderían el Meta al Solar si se lo proporcionamos a un costo razonable?

—Una pregunta razonable. Y bastante aguda, pero tengo la respuesta. En vez de que

la Mafia se una a vosotros, vosotros os unís a la Mafia. Robaréis juntos muy felices y

comeréis perdices.

—¡Tú estás loco!

—¿Por qué no? No sería más que otra de tus actividades secundarias. Odessa

Partridge—que te envía afectuosos saludos— me contó lo de tu tapadera de Soho

Young y el falso círculo de agentes que controlas. Así controlarás también la Mafia, y

además, te embolsarás tu porcentaje.

—¿Y se supone que debo creer que renuncias así como así al tuyo?

—¿Renunciar a qué? Ya soy el Rey Maorí Dos Muertes, y hasta ese título me viene

grande. No quiero tomar parte alguna en todo esto. Puedes quedarte con todo.

—Puedo quedarme con todo sin tu ayuda.

—Mientras seas mi huésped, difícil lo veo.

—¿Mi libertad es parte del trato?

—Naturlich .

—¿Y qué más?

—Quiero recuperar a mi chica.

—¿Tu chica?

—Mi titánida. Te ofreciste para aconsejarla durante el embarazo, ¿recuerdas?

—No la tenemos.

—Lo sé . Pero tengo la intuición de que tus agentes saben dónde está, aunque no

tienen acceso a ella. ¿Me equivoco? Ponte en mi lugar, Tom. Hay mucho en juego.




—¿De qué te serviría saberlo?

—Si sé dónde está, podré recuperarla. ¿Sabes dónde está, no?

—Sí. Cierto, y ése es mi as en la manga.

—Quizá. Quizá. Los negocios primero.

—No.

—¿No a qué? ¿Al Meta? ¿A la liberación? ¿A la chica?

—No a cualquier clase de cooperación contigo. Nunca. ¿Qué carta vas a jugar ahora?

¿La de la muerte?

—Eso está fuera de lugar, Tom. Te necesito tanto como tú a mí.

—¿Me torturarás?

—Es una posibilidad.

—¿Te contó Odessa Partridge que me capturaron los zulúes de Ganímedes y me

pusieron en una parrilla para sacarme la información a fuego lento? No lo consiguieron.

—Te creo.

—Todavía no se ha inventado la tortura que pueda conmigo, y he sufrido algunas

especialmente salvajes.

—Eres todo un desafío.

—No obtendrás de mí más que lo que yo quiera darte.

—¿Y qué quieres, Tom? ¿Cuál es tu precio?

—¿Tenéis chimeneas en vuestra cúpula?

—¿Estás charlando o negociando?

—¿Tenéis?

—Sólo en el palacio real y en las casas de los jefes de tribu. Oparo, Chincha y los

demás. Es un símbolo de posición social.

—¿Con pieles de oso curtidas ante ellas? ¿La cabeza entera y la piel del cuerpo?




—Con mamuts. No resultan muy atractivas.

—Yo también tengo chimenea. Y quiero tu cabeza disecada y el resto de tu piel como

alfombra. Quiero terminar contigo separándote la cabeza del cuerpo despellejado. ¡Muy

lentamente!

—¿Mientras grito en do menor? No sé por qué, pero me da la impresión de que no me

aprecias demasiado, Tom.

—O mejor aún.. . ¿Qué me administró esa mujer Garda?

—Un derivado del AGA. Inteligencia lo utiliza para que las serpientes de cascabel se

vuelvan lo bastante sociables como para sentarse a la mesa.

—Mejor aún, te inyectaré una dosis y utilizaré todo tu cuerpo vivo como alfombra.

—Vamos, vamos. Sé un poco práctico, Tom. No puedo pasarme la vida bajo tus pies.

Tendrás que darme de comer y llevarme al baño de vez en cuando.

—Nada de eso. Tendré a tus cerdos maoríes para lamerte y mantenerte limpio cada vez

que mees y cagues, y te comerás crudos a tus súbditos.

—¡Puaj, qué asco, Tom! No creo que vaya a gustarme. Hazme un favor y pásame

primero a la chica de la feria. Ya la he probado y está bastante tierna. La conoces, era

la bailarina del vientre. Te acordarías si no fueras un jodido marica.

—¡Corta ya, Rogue!

—Oh, no es ningún secreto, nene. Lo he sabido siempre. Eres mi reina favorita, pero...

¡ay, crueldad!, a ti te llaman marica. Con mis disculpas a W. Shakespeare. ¿No te

parece que Hamlet debía de ser gay? Esa obsesión por su madre...

—Por Dios, que voy a...

—Y ahora que las computadoras son medio orgánicas... Esa consola que tienes en

Terra, ésa con la que mantienes la relación amor-odio... Te la chupa, ¿verdad?

—¡Maldito seas!

—Sí, ya veo que sí. Es fascinante ¿verdad? Ahora que podemos conectarnos con

nuestros computadores cuasihumanos (juraría que la mía está más viva que yo),

podemos tener relaciones sentimentales con ellos. Hasta podemos decirnos por radio,

teléfono o telégrafo. Cuando estás en Tritón, ¿hablas con el tuyo por onda corta?




—Te juro que agonizarás toda una eternidad.

—¿De verdad, tiíta? Gracias por incluirme en tu programa de torturas. —Winter cambió

bruscamente de expresión, se volvió frío como el hielo—. Intentémoslo una vez más,

Manchú. ¿Cerramos el trato del Meta?

—Nunca.

—¿Cuánto tiempo estuviste tostándote con los zulúes?

—Una semana.

—¿Y no te rendiste?

—Nunca.

—Yo lo conseguiré en una semana, Manchú, y lo haré sin manos.

Ballade de Pendu

En donde la humillación de un formidable enemigo acaba consiguiendo que se reúnan

dos enamorados mediante el chismorreo y el cotilleo de la Adorable Compañía de

Computadoras.

EL AUTOR

EL ZOO DE NUEVA YORK

presenta

EL CARNAVAL DE LAS CRIATURAS

Gorila, el golfo

Oso, el osado

Lobo, el ladrón

Lemur, el liante

Orangután, el orgulloso

Foca, la flaca

Elefante, el elegante

Hiena, la hipócrita

Morsa, la morosa

Mamut, el memo

Gallina, el gallina

presentando a

MAESTRO DE CEREMONIAS,




EL DEMONIO CON FORMA HUMANA

producción dirigida por

Nigelle Englund

(Los productores y Directores Teatrales pertenecen a la Liga Solar de Teatros y

Productores Eco, Inc.)

Entrada Libre

(Los Adultos deberán entrar acompañados por niños)

EL DEPARTAMENTO DE BOMBEROS INFORMA que todas aquellas personas que

decidan encender un cigarrillo, porro o pipa durante los descansos o la representación,

no sólo molestan a los propietarios y ponen en peligro a sus semejantes, sino que

violan una ordenanza de la Ciudad punible por la ley.

Ese repugnante y asqueroso maestro de ceremonias (¡HISS!) torturaba a los dulces e

inofensivos animales (¡BUUU!), armado con un Látigo al rojo (¡OOH! ¡AAHH!),

obligándoles a saltar a través de aros ardiendo, haciendo malabarismos con ladrillos

calientes, y conduciendo velocípedos eléctricos que los aturdían con descargas

continuas (¡BUU! ¡HISSS! ¡GRRR!). Un mono se rebeló (¡VITORES!). Los demás

animales se unen a él (“¡Criaturas del mundo unios! ¡No tenéis nada que perder excepto

vuestras cadenas!”) (¡HURRA!). El desagradable maestro de ceremonias estaba en

franca desventaja (¡RISAS! ¡APLAUSOS!), y le obligaron con su propio látigo a realizar

los mismos actos humillantes que antes efectuaron sus actuales opresores.

(¡APLAUSOS! ¡EXTASIS!)

Cuando cayó el telón, entraron en acción los encargados, moviendo los decorados,

accesorios y marionetas de tamaño real de animales, para preparar la siguiente

actuación. Sólo el muñeco del maestro de ceremonias fue retirado del escenario con los

hilos colgando. Le llevaron a un camerino donde le esperaba Nigelle Englund, la

veterinaria albina y directora del zoo, junto a Rogue Winter.

Nigelle soltó los hilos y apartó las agujas de acupuntura de los centros de control

hipnogénico del muñeco.

—Ha sido una bonita función la de esta mañana, Tom—dijo Winter—. Mejor que la de

anoche. Mucho mejor. Cada vez dominas más el papel. Me reí cuarenta veces y

abucheé unas diez.

Ta-mo Yung-kung, Mandarín Número-Uno de los jin y Duque Manchú sobre la Vida y la

Muerte, bufó indefenso.




—Estás estupendo en el papel, Tom. A los chicos les encanta odiarte. Nig dice que eres

la mejor atracción que ha tenido el zoo desde hace años.

—Si...sólo...pudiera...

—¡Vamos, vamos! No nos pongamos temperamentales, Tom. No intentes modificar tu

papel. Te han acupunturado para una actuación pregrabada, y no puedes modificar el

guión. El espectáculo es el que manda.

—No podemos mantener esto eternamente, Rogue —dijo, Nigelle—. Acabará

quedándose sin fluidos vitales. Quedará en estado vegetativo, por mucho que le

hagamos descansar entre función y función.

—Sólo necesito una semana para aplastar su amour propre, Nig. No hay vanidad de

marica que pueda aguantar mucho más.

presentando

a

MAESTRO DE CEREMONIAS,

EL DEMONIO CON FORMA LADRADORA

—Estuviste genial esta noche, Tom. Cuando Gorila el Gordo te tiró el ladrillo caliente al

culo, el salto que pegaste gustó mucho al público.

Ta-mo Yung-kung, Mandarín Número-Uno de los jin y Duque Manchú sobre la Vida y la

Muerte, le miró indefenso.

—Sí, ya sé que están reescribiendo el guión. Pero tienes que entenderlo, Tom, sólo lo

hacen para mejorarlo. Así es el negocio del espectáculo.

presentando

MAESTRO DE CEREMONIAS, EL DEMONIO CON

FORMA RECHINANTE

—No sé que pensar de la parte con Foca, la flaca. Ésa en la que te echa pescado

después de que has saltado por los aros. A mí me parece que funciona. Pero lo que te

aseguro es que estoy en contra de la parte en que el Elegante te echa los excrementos

encima. Es de mal gusto. Muy mal gusto. Creo que habría que suprimirlo aunque a los

chicos les encanta.

“Pero no te preocupes, nene. Nig Englund ha convocado una reunión para mañana,

veremos qué se puede hacer. Hay que escribir la siguiente representación y puede que

contratemos a un par de humoristas de la Costa. ¿Tienes alguna sugerencia? ¿Te

gustaría trabajar con alguien en especial?




Ta-mo Yung-kung, Mandarín y Duque Manchú suspiró indefenso .

presentando

MAESTRO DE CEREMONIAS,

EL DEMONIO CON FORMA LLORIQUEANTE

—¡Noticias frescas, Tom! ¡De titular! Te has convertido en una figura muy popular. Los

chavales están formando clubes de Maestrillos Ceremoniales por todo el Solar. Llevan

un Látigo rojo y van con tu foto por todas partes. Ya sabes, la foto con Gorila rompiendo

un ladrillo sobre tu trasero. Y lo que es mejor, hay un montón de adultos que te han

reconocido en las fotos y vienen por aquí, preguntándose por qué hace el payaso un

exobiólogo tan famoso. Tus “compas” jins también están de camino. Tritón no puede

creer que su Mandarín Celestial esté haciendo de meshugena zhlob en un zoo, y

vienen en persona para comprobarlo. Eres una estrella. Habrá que prepararte una

sesión para que firmes autógrafos.

Ta-mo Yung-kung, Mandarín y Duque, sollozó impotente.

presentando

MAESTRO DE CEREMONIAS,

EL DEMONIO CON FORMA DE ESPECTACULO

—Y ahora, señoras y caballeros, personas, gente e híbridos varios JA-JA de todo el

mundo, vivitos y coleando JA-JA desde el zoo de Nueva York para todas las abuelitas y

nietos del Solar, SBC-TV les presenta el último, el más sensacional, el payaso más

brutal de la historia del espectáculo dentro del preestreno de este novísimo, grandioso,

vulgar, y ponzoñoso serial lleno de emociones y venganzas interpretado por el hombre

al que todo el mundo adora odiar: MAESTRO DE CEREMONIAS en ¡EL SHOW DEL

MAESTRILLO CEREMONIAL!

—Quedan cinco minutos, señor Young. Por favor, suba al escenario.

—Gig. Tom, nene. Te tenemos enchufado y programado para que les dejes

boquiabiertos. Vas a hacer que Tritón y tú seáis famosos, os convertiréis en leyenda. ¡Y

pensar que te conocí cuando no eras más que un Duque de la Muerte...! Bien, allá

vamos. Buena suerte. Merde. Rómpete una pierna...

—Com... Puta... Dorra...—croó el manchú.

—¿Qué dices, nene?

—Com... Puta... Dorra... Saabe...




—¿La Computadora Sabe?

—T...

—¿Qué sabe la computadora? De prisa, Tom, rápido. Sólo tienes tres minutos.

—Dóooonde... Tu.... Chic...

—¿Dónde mi chic? ¿Dónde está mi chica? Una computadora sabe dónde se esconde

mi titánida? ¿En un sitio al que no tenían acceso tus hombres?

—T...

—¿Qué computadora? ¿Dónde?

—Vamos, Tom. No juegues ahora conmigo. Hay un millón de consolas en todo el Solar.

¿Qué computadora es la que sabe dónde está mi Demi?

—¡Vamos, maldita sea! Estás acabado. No intentes retrasarlo más. Canta. ¿Qué

computadora, y dónde está?

—Ya no se puede hacer nada, Rogue—dijo Nigelle—. No puede decirte nada. Está

vacío. No es más que una marioneta. Dios sabe cuánto tiempo tardará en recuperarse.

—Sí. Ya da igual que le enchufemos o no para su última función. Tengo que

reconocérselo al hijoputa; aguantó durante seis días. También tengo que reconocer que

conseguí hacerlo sin manos...pero no conseguí nada más allá de una brizna de paja.

—¿Cómo?

—Una aguja en un pajar, Nig. Primero tendré que encontrar esa maldita computadora,

que podría estar en cualquier consola de cualquier parte, y luego conseguir que me

diga la verdad.

—Las computadoras no mienten.

—Están medio vivas, ¿no? Dime una sola cosa que esté viva y no pueda mentir de una

manera u otra.

—Si están programadas para hacerlo.

—¿Y quién dice que este pollo Manchú no ha programado la que sabe dónde está

Demi? Ya sabes. para hacer que diga la verdad sólo si tecleas el código adecuado.




—Resultará difícil.

—Como lo será encontrarla cuando la computadora me diga dónde mirar.

—~,Por qué crees eso?

—Sentido común, Nig. Si nuestro Duque de la Muerte podía decir a sus hombres dónde

encontrarla. y aún no le han puesto la mano encima, eso quiere decir que está en un

sitio totalmente inaccesible. Oi l~eh, meyd'l! Tsibeles aumenta en mi estomac.

Tuve un sueño absurdo en el que Rogue y Demi deambulaban por las calles de Nueva

York buscándose el uno al otro. Las posibilidades de encontrarse eran de un quintillón

contra una, porque cuando él buscaba por los barrios bajos ella lo hacía por la zona

residencial, y cuando uno se dirigía al este, el otro se encaminaba hacia el oeste.

Pero, en este sueño, resultó que los dos se acercaban a una misma esquina,

contraviniendo todas las posibilidades en contra, y estaban destinados a

encontrarse. Pero en ese momento, unos obreros bajan el enorme letrero luminoso de

un teatro para cambiarlo. Rogue pasó por un lado del letrero, Demi por el otro, y nunca

se encontraron. El letrero decía DESTINO: PROXIMO ESTRENO EN EL BIJOU.

Resultó que toda esta farsa estaba inspirada en la realidad, tal y como me la contaron

ellos más tarde: estaban buscándose a través del entramado de la Honorable

Compañía de Computadoras, algo mucho más laberíntico que las calles de la ciudad.

De una manera totalmente inesperada se descubrió que la tecnología computerizada

revertía en las prótesis, o el añadido de un miembro artificial para reemplazar una parte

defectuosa del cuerpo. Los ingenieros descubrieron que. al añadir partes orgánicas a

una computadora. ésta dejaba de ser una máquina para hacer sumas para convertirse

en una entidad casi viva. Fue algo que tuvo el efecto secundario, no anticipado, de

convertir a los bancos de computadoras en un entramado de chismorreos y

conversaciones cruzadas.

Demi Jeroux trabajaba desde ese entramado, intentando localizar a Winter. Veamos

cómo sus pulsaciones atravesaban la cháchara de las computadoras.

!PRINT “NOTA TODOS CENTROS = NTC”

NTC

!PRINT “ROGUE WINTER = ROG”

ROG

!PRINT “R-OG UINTA = ROGUE WINTER




























ROG”

ROG

!PRINT “ TERRA = T”

IPRINT “GANIMEDES

!PRINT “TRITON = TT”

OK

NTC ROG TGTT

REM***BUSCAR GENERADOR***

CLS

INPUT “COMPUTADORAS (C)”,A$

INPUT “ANALOGIA & DIGITAL (A,D)”;#

CLS: SI A$ = “A” O A$ = “D” ENTONCES # =

INFORMAR

SI # = “A” INFORMAR

SI # = “D” INFORMAR

PRINT NTC LOCALIZAR ROG

NO SIGNIFICA “NUMERO”

O SIGNIFICA “CERO”

O ES UN NUMERO

NO = R-OG UINTA

NO = ROGUE WINTER

O = NO R-OG UINTA

O = NO ROGUE WINTER

UN MONTON DE GRACIAS & ERES UN L =

LERDO

! ! REM* * *PROGRAMA PRINCIPAL-CAZA ROG* * *

!! GOSUB ROGUE WINTER

GOSUB R-OG UINTA

ROG = “RANDOM = “R”




ROG NTC = R”

GOSUB TIERRA “T”; GOSUB GANIMEDES “G”

SI ROG = “T”ENTONCESNTC”T”

GOSUB NTC ROG TGTT POR SI ACASO

SI NO = & = NO ROGUR WINTER ENTONCES

DONDE?

ESTOY BUSCANDOTE ESTUPIDO

Y SIGUES EN mn

Winter, por su parte, estaba trabajando en el otro extremo, intentando localizar pistas

que le llevaran al escondrijo de Demi, sin ser muy consciente de que el entramado

sabía guardar sus propios secretos. Estudió y examinó pantallas de bancos de

computadoras, compilando, asimilando y acumulando toda clase de lenguajes-máquina.

Éstas son algunas muestras de las respuestas que consiguió:




La última respuesta se traduce como “una variable cualquiera situada en un mismo

espacio con todo su sistema de acontecimientos y probabilidades preestablecidas

funciona según la norma que dice que cada número real incluye una variable que

tienecabida dentro del sistema de variables admisible”.

—Un millón de gracias.

—Un campo es una división conmutativa—añadió la máquina, intentando ayudar.

Quizá lo más exasperante fuera el hecho de que él, un profesional de los lenguajes,

tuviera que acudir a alguien para que le iniciara en los malabarismos lingüísticos que

requería poder hablar con los bancos. Era como el diálogo de Alicia con el Caballero

Blanco en “A través del espejo”.

Tu búsqueda se llama “Aguja en un pajar”.

Muy bien. Eso es lo que busco.

Muy mal. Así es como se llama al nombre. El nombre auténtico es “Salfuera, salfuera,

de dónde quiera que estés”

Muy bien. Se llama así.

Muy mal. Lo tuyo es “Preguntar a las Computadoras, pero esto sólo es la manera en

que se la llama.

Entonces, ¿cómo infiernos se denomina a la búsqueda de mi chica?




Ahí vamos a parar. En realidad, se llama “APB Demi Jeroux”. Y ahora, presta atención.

Las computadoras exigen cuatro identidades linguísticas; la manera de llamar el

nombre de la búsqueda, el nombre de la búsqueda, la manera de llamar a la búsqueda,

y la búsqueda. ¿Lo has entendido?

C'est la mer a boire.

¿Qué?

Esto va a ser imposible. Como beberse un océano.

Ahora que estás al tanto de mi escondrijo inaccesible, Odessa, ya puedes comprender

cómo supe todo lo que Rogue dijo e hizo cuando volvió, furioso y agotado, a su

apartamento en el Beaux Arts.

Es cierto que estaba escuchando, pero una chica enamorada también tiene sus

derechos. ¿Quién fue el que dijo “En el amor y en la guerra, todo vale”? Creo que un

poeta que se llamaba Francis. No Francis Scott Key, ni el Francis Smedley que regenta

el

“Barras y Estrellas Soda Solarium (Sólo Parejas)” en las afueras de los barrios

residenciales de Marymount.

Rogue recogió mi psigata (por cierto, se llama “Coco”) de manos de Nig Englund, y

volcó todas sus frustraciones sobre ella. Naturalmente, Coco se le pegaba al cuello

ronroneando de contento. Tengo que admitir que estaba algo celosa, porque era

precisamente lo que yo quería hacer en ese momento. Pero Rogue tenía que

prepararse para la sorpresa; ese orgullo de macho Maorí, especialmente el de un rey

Dos Muertes, se le iba a terminar rápidamente.

Estaba quejándose.

—Maldita sea, señora. He probado con las computadoras de Tritón mediante la

embajada. No han podido ser más amables ahora que tengo a su querido mandarín.

Luego con el de Solar Media. Personas desaparecidas. Su casa de apartamentos. En

todos los sitios donde tenía cuenta corriente. Luego en Alitalia, United, TransSolar, Jet

France y Pan Sol. Con Virginia, a larga distancia. Con Odessa Partridge y su apparat de

Inteligencia. El cacharro de exobiólogo de Tom Young. He probado con

Elektronenrechners, Ordinateurs, Calcolatores, Comhairins y hasta con el viejo Golem-

Uno de Jerusalem. Nada en todas partes. Null. Nada. Nulla. Estoy vacío. Me rindo.

Se aflojó el cuello del traje y lo abrió para que mi psigata tuviera acceso a la garganta. A

continuación recorrió todo el apartamento, inspeccionando los muebles y cosas que yo

había utilizado, cada cuadro y libro que había mirado, los cacharros y recuerdos que

había tocado; la bañera de dos metros que nunca tuvimos oportunidad de compartir




juntos; la cama japonesa que utilizamos. Y, a continuación, se metió en su cuarto de

trabajo para conectar el ordenador con el que estaba neurológicamente conectado.

Pero descubrió que ya estaba en marcha.

—Vaya—murmuró—. Debo de andar sonámbulo. A no ser que lo hayas encendido tú,

gatita.

—Spqrrrr—fue la no respuesta.

Activó las pantallas auxiliares repartidas por todo el apartamento, para así poder

deambular mientras discutía con su segundo yo y veía qué respuestas le

proporcionaba. Se asombró al ver cómo las pantallas nos mostraban a los dos sentados

en el sofá de la salita, hablando aquella primera noche.

—Pero la computadora no estaba encendida cuando vine con Demi. Podría jurarlo.

ROGUE

¿Qué fue lo que te gustó de mí?

DEMI

¿Cuándo?

ROGUE

Cuando empecé a trabajar para Solar Media.

DEMI

¿Qué te hace pensar que me gustaste?

ROGUE

Estabas ansiosa por invitarme a almorzar.

DEMI

Fue tu pasión.

ROGUE

¿Hacia qué en particular?

DEMI

La belleza sofisticada del pabellón de esquí, Mystique D'Chansma .

ROGUE

No había ningún Mystique D'Charisma

DEMI

Eso es lo que me gustaba de ti.




—Pero la conversación no se desarrolló así. Todo está cambiado, puesto al revés.

DEMI

¿Quieres un trozo de piel autografiado por Mystique D'Charisma? Puedo conseguir que

el departamento de arte falsifique uno para ti.

ROGUE

No, gracias, quiero algo más que falsos desnudos de ti.

DEMI

Ajá. Se vuelve machista. Ahora que ha conseguido a la chica, muestra sus verdaderos

colores.

—¿Qué diablos le pasa a este aparato? Las figuras y las voces son perfectas, pero el

diálogo está distorsionado.

DEMI

¿Y qué es lo que te gustó de mí cuando me viste por primera vez en Solar?

ROGUE

¿Quién dijo que me gustaras?

DEMI

Te acercaste a mí como si fueras un bandido y me invitaste a almorzar... y a algo peor.

ROGUE

Fue tu aspecto ambivalente.

DEMI

¿Creíste que era un marica vestido de tía?

ROGUE

No. No. Tu alegría. Lo haces todo como si fuera un juego y una diversión, y eres

completamente imprevisible. Eres una impostora de la alegría.

DEMI

O sea, que soy una mentirosa.

ROGUE

O sea, que eres una duende.

DEMI

Mis amigos me llaman “Campanilla”.




ROGUE

Y yo creo en las hadas.

DEMI

Junta las manos si crees en hadas.

—¡Ya lo entiendo! ¡Ya lo entiendo! El ordenador lo está contando desde su punto de

vista; cómo le gustaría que hubiera pasado y cómo le gustaría recordarlo. Debe de

haber grabado esta joyita para mí cuando vino a dejar la gata y las llaves, antes de salir

de estampida .

ROGUE

Es una manera malditamente linfática de empezar cualquier cosa.

DEMI

¿Por qué? ¿Acaso no es diversión? No es eso lo que dijiste que te gustaba de mí?

ROGUE

¿Quién se está divirtiendo?

DEMI

Yo.

ROGUE

¿Quién está jugando?

DEMI

Tu alegre impostora.

ROGUE

¿Y dónde entro yo?

DEMI

Limítate a seguirme el juego y toca de oído.

ROGUE

¿El izquierdo o el derecho?

DEMI

El del centro. Es donde tienes el alma.

ROGUE




Eres la chica más terrible que he conocido.

DEMI

He sido insultada por hombres mejores que usted, caballero.

ROGUE

¿Como cuáles?

DEMI

Como aquellos a los que he rechazado.

ROGUE

Me dejas con la duda.

DEMI

Es la única manera de manejarte.

ROGUE

¡Maldita sea, tú ganas!

—¡Sorpresa! ¡Sorpresa! Toda esta parte se parecía bastante a lo que había pasado de

verdad. Era obvio que le gustaba a Demi. Me pregunto ¿qué es lo que la hace tan

especial?

DEMI

Eso es lo último que esperaba de ti.

ROGUE

¿El qué?

DEMI

Que fueras tímido.

ROGUE

¿Yo? ¿Tímido yo?

DEMI

Sí, y me encanta. Tus ojos están haciendo inventario, pero el resto de ti no se ha

movido.

ROGUE

Lo niego.

DEMI

¿Conoces los poemas de amor de John Donne?




ROGUE

Me temo que no. Debo haberlos dejado de lado por algún motivo.

DEMI

Todas las chicas de California los leen y suspiran por ellos. Voy a recitarte uno.

ROGUE

No te temo.

DEMI

“Libera mis acariciadoras manos y déjalas en libertad. Delante, detrás, en medio, arriba,

abajo.”

ROGUE

Ahora sí que te temo.

DEMI

“¡Oh América mía! Tierra recién encontrada. Mi reino, a salvo gracias a la doncella de

un hombre... ¡Qué afortunado soy por haberte encontrado!”

ROGUE

Demi, no. Por favor, no.

DEMI

“¡Plena desnudez! Todas las alegrías se deben a ti. Todas las almas descarnadas, de

cuerpos desvestidos deben ser, para saborear todos tus néctares”.

ROGUE

Te lo suplico. . .

DEMI

“Me desnudaré yo primero para enseñarte; esta noche ¿por qué necesitas cubrirte más

que tu duende?”

ROGUE

¡Demi!

DEMI

Vamos, Rogue...

—¡Jigjig! ¿Grabaría también su versión de nosotros en la cama ?




Oh, sí que lo hice, sí. En la oscuridad. parecía un centenar de hombres con un centenar

de manos, bocas y lomos. Era un negro con firme lengua que me ahogaba. y con una

lanza dura y fuerte que temblaba dentro de mí.

Era un delicioso canturreo en mi oído cuando su boca arrancaba arpegios de mi piel.

delante, detrás. en medio, arriba y abajo. Era un animal de otro mundo emitiendo

gruñidos mientras me poseía y hacía que mi vientre gritara en el éxtasis. Era duro,

tierno, exigente, salvaje, macho, macho, macho. Mi espalda temblaba con un terremoto

de infinitos espasmos.

Y durante todo esto, manteníamos una chispeante conversación sobre el champán y el

caviar como preludios eróticos, algo previo a tumbarse ante el fuego para compartir el

amor por primera vez. Y, tras el primer beso, me colocó un anillo en el tercer dedo de la

mano izquierda. Un anillo de oro rosa con la flor de Virginia grabada.

Winter se levantó de un salto.

—¡Apágate !—le gritó a su medio yo.

Las pantallas se desconectaron.

Respiró profundamente. Debió pensar la orden, pero ahora sabía que el ordenador

funcionaba por su cuenta, y sospechaba por qué.

—No podía saber nada del anillo—dijo lentamente—. Ya estaba huyendo de los

soldados de Tritón cuando lo compré. Nunca lo vio. No oyó hablar de él. A no ser que...

a no ser... Fue un sintetista más grande que yo el que dijo “Elemental, mi querido

Watson”. Y tenía razón. He sido un completo idiota. No me extraña que los gorilas jin no

pudieran acceder a ella.—Levantó la voz—. Programa Problema APB Demi Jeroux Print

Dirección Absoluta.

Y se sentó a esperar.

No sabía lo que esperaba; quizá una calle o un número, o la imagen de una casa,

oficina. terminal. ciudad, continente, satélite, planeta, río, lago u océano. Su

computadora sabía dónde estaba Demi. Sabía que una “Dirección Absoluta” en círculos

computerizados exigía la localización exacta de los datos almacenados donde debería

encontrarse el operativo referenciado, sin manera de evadirse por delante, detrás, en

medio, arriba, o abajo del imperativo. Cuando la pantalla brilló, apareció una respuesta

inesperada.

—#$% -&')(*+:=-;#-

—¿Qué infiernos significa esto?




—*#)$(%'-&+ .

—¿Estás intentando decirme algo?

_ #*% * - *&'*()*)(

—Oi veh! Yo Buen Indio. ¿Quién ser tú?

—+ = : ;*—o)o(#&= +

—¿Te importaría decirme qué clase de lenguaje estás utilizando, si es que lenguaje es

la palabra adecuada?

—;=o-*+:?#)(-

—¿Te importaría intentarlo con otro? Con Solaranto o Lenguaje Máquina. Ya sabes,

uno más uno equivale a lo que sea que estés programado para que sea.

—¿Eso quiere decir “no”?

—Ah, por fin llegamos a alguna parte. Juguemos a las Veinte Preguntas. ¿Eres animal?

— + .

—¿Vegetal? Es para asegurarme de lo que significan tus - y +.

— + .

—¿Ambas cosas? ¿Estás intentando despistarme? ¿Mineral?

— + .

—¿Las tres? ¿Qué es lo que puede ser animal, vegetal y mineral a la vez? ¿Un

hombre? Es posible, si incluyes prótesis. Y estos días hay mucha gente que las utiliza.

¿Una máquina? Quizá. ¿Comida? Tal vez. Hay especias minerales. Pero el hombre no

habla tu lenguaje. Ni tampoco las máquinas. Eso nos deja con la comida. ¡Ah, la

comida! Tiene un lenguaje encantador que se transmite por el gusto y el olor y...

Winter volvió a sobresaltarse, y tras un momento caótico estalló en un torrente de

palabras.

—¡Buen Dios! Mi querido, fiel, leal, auxiliador, amable, cortés y gentil Dios. Te doy las

gracias y espero poder devolverte el favor algún día. ¡Naturalmente! Elemental, mi

querido Watson.




Olores, gustos y sensaciones. El lenguaje químico de los Titánidos. Eso es lo que

intenta decirme el ordenador. Utiliza signos visuales porque no está capacitado para

emitir tacto y sabor. Ninguna computadora puede hacerlo. Quizá las programen así

algún día. Es igual. Estoy impresionado, impresionado. Nunca creí que... En fin,

adelante con el programa. Háblame en Titánido y dime dónde está Demi Jeroux.

—¿Sí?

—¿Sí?

—Adelante.

—Sigue hablando.

—¿Una media luna? ¿Algo que cuelga?

—El círculo está dividido en dos. ¿Y ahora?

—¿Y ahora en cuatro? Espera un momento. Espera. Un. Maldito. Momento. Esto me

suena a algo. Me suena. Sonar. Sonar. Sonar. Sonajero. Soniquete. Sonido. Sonido de

Campanas. Campanas. ¡Eso es! Las campanas de cristal que protegen los

instrumentos de biología. Biología. La fecundación de la célula. Embriología. Eso es lo

que estoy viendo. Algo por nacer. ¿El qué? ¿Dónde? ¿Qué clase de mensaje es éste?

Estaba hipnotizado por el despliegue de división celular que tenía delante: blástula,

gástrula, blastodiscos. ..

—¡Dios mío! Se desarrolla en microsegundos.

Ectodermo, mesodermo, endodermo...

—Es la primera vez en la historia que una computadora da a luz. Pero ¿qué va a nacer?

Su excitación le llevó a la habitación de trabajo para ver mejor, desde la pantalla

principal, el producto terminado. Durante esos segundos, el desarrollo se convirtió en

dénouement, y llegó en el momento que la enorme pantalla estallaba ante su rostro.

Demi Jeroux surgió del ordenador en medio de una lluvia de partículas de plástico,

rodando por el suelo y cayendo encima de él. Estaba desnuda, sudorosa y temblaba

como una hoja.

—¡Dios! Entrar fue fácil comparado a salir. ¿Te he hecho daño, cariño?

—Estoy bien. Estoy contento. Estupefacto. Asombrado. Hola, tú. Hola. amor mío. Hola

mi duende, querida. ¿Qué hacía una chica encantadora como tú en un sitio como ése?




—¿Sorprendido?

—No, que diablos. Siempre supe que estabas cerca. Lo supe todo el tiempo.

Terra Incognita

¡Ah, Dios! ¡Qué gran mundo debió de ser éste para vivir en él

hace dos o tres siglos, cuando todo estaba por descubrir! Por aquel

entonces, el Hombre cortejaba a la Naturaleza, mientras que ahora

se ha casado con ella. Han desaparecido todos los misterios. El

Solar es tan familiar como el camino empedrado que discurre entre

dos pueblos. Y si te has creído esto es porque eres un meshuge.

ODESSA PARTRIDGE

Esta vez abandonaron juntos la bañera de dos metros, y se dejaron caer chorreando en

la sala de estar. Se sentaron en el sofá, poniendo los pies en la mesita de café,

llenándolo todo de agua y sin que les importara un comino en su alegría por haber

resuelto finalmente la crisis.

—Tendrías que oír cómo se quejan los muebles y la alfombra —rió Winter—. Glug,

glug, glug. Glgglglg. Glooog, glooog, glooog. Hay cosas que nunca están contentas.

—Yo soy una cosa contenta.—Demi estaba resplandeciente. Parecía una nereida

reclinada sobre una ola; flotante cabello rojo, ojos verdes y piel de coral rosa—. Nunca

pensé que hacer el amor bajo el agua sería tan..., tan...

—¿Tan qué?

—No puedo decirlo. Las buenas chicas de Virginia nunca hablan de eso, así que no

tengo palabras para definirlo. ¿Y tú? ¿Lo habías hecho antes'?

—Muchas veces—respondió Winter con rapidez—. He mantenido mi reputación bajo

todo tipo de mares; de agua salada, mares de agua dulce, mare nostrum, mar tirios,

mar tinis...

Le hizo callar con un golpe.

—¿Y mientras yo no estaba?

—¿Qué pasó mientras no estabas?

—Ya lo sabes. ¿Hubo alguna otra? Te prometo que lo comprenderé .

Y empezó a mirarle como la madre de Whistler.

—Baja de ese pedestal—sonrió, hablando a continuación con tono grave—. Puedes

creerme, amor. Todos salimos de caza. Y no lo hacemos por lujuria, sino por amor a la

variedad y a lo nuevo. Por entretenernos. Bueno, pues contigo, cada vez es nueva y

diferente, así que ya no tengo que salir de caza. La respuesta es no. Era feliz

esperando a que llegara mi entrenamiento particular. Además, estaba muy ocupado

buscando el canal con que sintonizar mi espectáculo favorito y conseguir que

reapareciera en pantalla.

—Eres mi chalado de las estrellas favorito—gritó, transformándose en su versión de

una meyd'l sonrojada—. Ahora quiero que me cuentes todas tus aventuras, las que no

me llegaron por el entramado de computadoras.

—No, tú primero.

—Pero yo no he tenido ninguna. ¿Cómo podría tenerlas, si estaba metida dentro de tu

maldita consola.

—Bueno—dudó—. ¿Por cuáles empiezo? ¿Por las buenas o por las malas?

—Empieza con las malas . Acabemos con ellas cuanto antes.

Asintió sombrío

—Ésta no pudiste saberla. Cuando estaba en Tritón, quedé atrapado durante horas y

horas en una de sus mortíferas cuevas de lava helada. Sin comida, bebida ni luz. Lo

único que me mantuvo a flote fue pensar en ti e imaginar todas las excitantes y

maravillosas pautas que podríamos efectuar juntos cuando consiguiera encontrarte, si

es que lo conseguía.

—Pero conseguiste escapar, Rogue. Eso es evidente. ¿Cómo lo hiciste?

—Sumido en la desesperación, dejé que el salvaje maorí que había en mi interior

saliera a la luz. Cavé en el hielo y la lava con mis manos desnudas, como si fuera un

animal atrapado, y por fin conseguí abrir un agujero lo bastante grande como para

deslizarme por él hasta el exterior, pero...

—Pero ¿qué?

—Pero cuando salí, vi mi sombra y volví a meterme dentro.

Demi lanzó un gritito.

—¡Ooooh, eres, eres, eres...! ¡Me lo había creído! ¡Mentiroso! ¡Retorcido tramposo!

¡Seguirás contando mentiras hasta la tumba!




—Sí, a los que lleven mi ataúd. ¿Cómo diablos te metiste en esa computadora? Sólo

funciona conmigo. Con nadie más. ¿Le mostraste tu sombra?

—Bueno, cuando conseguí liberarme de los hombres jins...

—¿Cómo?

—Con una maza.

—No sabía que tuvieras una.

—Y no la tenía. Pero les grité “Maza” con todas mis fuerzas en titánido químico, y acabé

consiguiendo el mismo efecto.

—Dios mío, cariño. Eres todo un adversario.

—La verdad es que sí. Nunca tendré “problemas” contigo. Siempre puedo enfriarte con

químico, cosa que no me parece muy elegante para tratar a mi único semental. Bueno,

el caso es que llegué aquí con la psigata, abrí la puerta con la llave y empecé a pensar.

¿Había algún sitio donde esconderme, algún sitio donde los jins no pudieran cogerme

otra vez? Lo único que se me ocurría era tu computadora, así que me metí en ella.

—Pero sólo me hace caso a mí.

—La dejaste encendida.

—Puede que me la dejara, pero sigue respondiéndome sólo a mí. ¿Cómo lo hiciste?

—Bueno, es algo así como reflejarse en un espejo.

—¿Te refieres a una imagen?

—Algo así.

—No me lo puedo creer.

—¿Por qué no? Provengo de un mundo cristalino.

No le quedó más remedio que admitirlo.

—¿En qué consiste?

—No tienes por qué utilizar una bola de cristal. Sirve cualquier cosa... un charco de

tinta, de agua, un espejo, un cristal, una uña. ..




—¿Y?

—Utilicé la pantalla del computador y me concentré en ella. Tienes que sumergirte en

algo.

—¿Y?

—La pantalla pareció volverse blanca, luego negra, y se desvanecieron hasta sus

reflejos.

—Entonces te vi, en blanco y negro, inmóvil, como en una fotografía.

—¿Sí?

—Luego apareció el color y empezaste a moverte, tal y como lo haces cuando hablas y

piensas en voz alta, muy concentrado. Era como una película a cámara lenta.

—¿Podías oírme?

—Al principio, no. Todo estaba en silencio. Entonces empecé a oír tu voz. Y todo dejó

de parecer una película. Era real. Como si estuviera a un extremo de la habitación y tú

me miraras desde el centro. Entonces fui a ti, y tú me sujetaste, y estaba contigo dentro

de la computadora.

—¿Cómo sabías que era yo? La mayoría de mis amigos me acusan de ser demasiado

dúctil y adaptable, de no tener una personalidad establecida.. . Lo decía hasta mi

primera esposa.

Demi apretó los labios y le miró como un criminal que acaba de condenarse a sí mismo.

—Esto no va a gustarte, cariño, y preferiría no contártelo, pero... Bueno, eres alguien

muy profundo, complejo, adaptable y todo eso, pero no eres tan misterioso para una

titánida. Por eso somos tantos los que preferimos vivir en la Tierra. Para nosotros no

eres más que una cuestión de aritmética básica, y eso hace que nuestra vida sea

mucho más fácil. Así que fui capaz de recrear tu persona y personalidad...

Tenía razón. No le gustó nada, pero consiguió controlarse.

—Así que te metiste dentro. ¿En concepto de qué? ¿De “bits” en los bancos de

memoria?

—Podemos transformarnos en cualquier criatura viviente, desde una ameba a un

brontosaurio. Hay interruptores orgánicos dentro de tu computadora. Un Pons Varolli

encargado de coordinar tus sensaciones a medida que las recibe. Lo dupliqué y me uní

a él en paralelo.




—¿Como si fueras un Pons auxiliar?

—Algo así.

—Y así pudiste seguir viva y en perfecto estado de salud dentro del aparato, recibiendo

alimentación mediante los mismos nutrientes que le alimentaban a él.

—Eso es. Como un polizón. Mis disculpas.

—¿Y sólo accesible a mi persona?

—Sólo a ti.

—Entonces ¿cómo diablos pudo enterarse ese maldito manchú Duque de la Muerte de

dónde estabas escondida?

—No estoy muy segura. Es un tipo brillante. Un caso raro de Mensa. Pudo haberlo

deducido. O pudo denunciarme su devota exocomputadora.

—¿Lo sabía?

—Lo saben todas. Nuestro ordenador está en estrecho contacto con las demás

computadoras orgánicas que entran en su radio de acción.

—¿Cómo?

—Por los cruces de líneas, los canales paralelos de comunicación y las líneas

energéticas. Aprendí mucho ahí dentro.

—Y por fin estás a salvo. ¿Por qué infiernos no me lo hiciste saber?—Su furia no

estaba tan controlada como creía—. ¡Dios mío! Casi me vuelvo loco pensando en lo

que podía haberte pasado.

—Pero si lo hice. ¡Claro que lo hice! Todas las computadoras de la red enviaron el

mensaje.

—¿Qué mensaje?

—Que estaba a salvo. ¿Es que no lo recibiste?

—No recibí nada. ¿Qué mensaje enviaste?

—Que estaba bien.




—Los únicos mensajes parecidos que recibí fueron del zoo, el banco y el consulado.

—¿Cuáles eran?

—Que tu psigata odia compartir media jaula, que el banco sólo podía darme la mitad del

dinero que había pedido, y que tenía un visado de medio año para Tritón. Espera un

momento. Sí. También que podía compartir media cabina en el vuelo a Ganímedes.

—¿Qué decían exactamente las pantallas?

—/ OKEY. El “medio” era el número impreso.

—Oh, Rogue, Rogue, Rogue. ¿En dónde tenías la cabeza?

—Planeando el golpe a Tritón . Pensaba en ti, claro.

—Sí, sí. Es verdad. Gracias, amor mío, gracias. Pero, bueno... ¿Cómo se llama a una

taza pequeña de café? ¿Una media taza? O mejor aún, ¿qué es medio hombre y medio

Dios?

—Pues una demilasse, cla...—Casi perdió la voz—. Y. Un. Semi. Dios... ¡oh, Jiz! ¡Santo

Jigjiz! Todo el rato era “Demi O.K.” Demi, que en francés quiere decir medio.—Lanzó

una risotada, sin el menor atisbo de furia—. Soy el imbécil más grande del mundo.

—Tenías cosas más importantes en las qué pensar.

—Pero debí... —balbuceó—. Yo, ich, moi, el definitivo, el gran sintetista, pasando por

alto algo así. Ah, cómo caen los poderosos.

—No a mis ojos.

—Tú. Ah, tú eres algo extraño para mí. ¿Por qué no incluiste tu nombre en el mensaje?

—¿Y proclamarlo a los cuatro vientos? El mensaje estaba codificado para ser recibido

por tu persona, SPW. Sólo Para Winter.

—¿Sólo para mí? Entonces, ¿cómo supo el Duque de la Muerte que estabas sana y

salva, y que una computadora podía decirme dónde?

—Su propio ordenador debió saltarse la orden y transmitírselo a él. Parece que el

cacharrito enamorado del Manchú es un cotilla.

—¿El cacharrito...? ¡Ajá! Conque también estabas al tanto de eso.

—Los ordenadores lo sabemos-todo.




—¿Cómo supiste que el asunto estaba liquidado, y que podías salir sin problemas?

—El ordenador del zoo. Tengo que decirte, cariño, que lo que le hiciste a To-ma Yung

fue tan malvado que me tiene algo asustada.

—¿Ya no soy un payaso aritméticamente simple?

—¡Oh ! ¿Te he of endido?—Volvió a ser la Demi de Solar Media original, asustada y a

punto de romper a llorar—. Sabía que lo haría, pero ¿qué otra cosa podía hacer?

Tenías que tener una respuesta y debía decirte la verdad. Si no, te habrías dado cuenta

de que mentía, y estarías más furioso aún. Por favor, Rogue, intenta comprenderlo.

¿Por favor? ¿Rogue? ¿Amigos?

Levantó una mano y empezó a adoptar el aspecto de una fidedigna, leal y desnuda girlscout.

Rogue miró la mano, el torturado rostro, sonrió, se levantó y se metió en el cuarto de

trabajo. Volvió casi inmediatamente para sentarse a su lado. Demi no había alterado ni

la expresión ni la pose. Parecía congelada en su desesperación.

—Ya que tanto tú como el ordenador fantaseabais tan eróticamente sobre ello—dijo—,

creo que podríamos hacer que fuese real.—Y deslizó el anillo de oro en el tercer dedo

de la mano izquierda—. ¿Quieres que encienda la chimenea, cariño? No sé si tendré

champán en la nevera.

Ella miró el anillo, y todo su cuerpo de chica de Virginia tembló.

—¡Oh, Rogue! ¡Rogue! ¡Rogue!

Se apretó contra él y aplastó la boca contra la suya.

Aceptó complacido su recompensa.

—Yra pra a Icam. Vms ia dundllo.—Consiguió liberar los labios—. Y ahora, para la

cama. Vamos ya, duendecillo.

Pero su adoración se volvió dolor y sorpresa.

—¿Qué te pasa, Demi? ¿Te duele algo?

—Pe-perdona—dijo tras una pausa—. Pero creo que está pasando algo... el bebé...

—¡Qué!

—Lo que has oído.




—¡Pero si sólo estás de dos meses !

—Sí, p-pero...

—Y además, no se te nota nada.

—Sí. Lo sé . Pero todo esto es nuevo. Es la primera vez. Creo... creo que estoy

rompiendo todas las reglas conocidas de la civilización.

—¡Que los Santos nos amparen! Llamaré a Odessa. No te muevas. No hagas nada.—

Corrió excitado hacia el teléfono—. Otra pauta nueva, Dios mío. Otra nueva crisis. No

hay quien se aburra con una titánida. Me pregunto qué diablos vamos a prod... ¿Hola?

¿Odessa? Rogue Winter al aparato. ¡Socorro!

Al habla Odessa Partridge. Yo empecé esta lunática historia de amor, así que a mí me

corresponde terminarla.

Estamos manteniendo bajo estricto secreto y vigilancia al Manchú por muy diversos

motivos. Uno de ellos es que está quemado, tal y como Nig Englund advirtió, y estamos

llevando a cabo con él un experimento muy interesante. Ya sabréis que hay pacientes

con riñones destrozados. Tienen que vivir en función de un apparal que purifica su

sangre. Pues estamos intentando hacer lo mismo con la mente del Manchú utilizando

delfines.

Son muy inteligentes, quizá más que la mayoría de los humanos, y están unidos al

Duque en series neuronales. Hacemos circular descargas cerebrales a través de ellos.

Esperamos que los circuitos cerebrales de los delfines consigan abrir los del Manchú.

Es demasiado brillante para desperdiciarlo.

Quizá tenga que explicarlo algo mejor para los tipos que se limitan a encender una

bombilla sin hacerse ninguna pregunta. Como ejemplo, utilizaré las luces de un árbol de

Navidad. Cuando están conectadas en paralelo, se tienen dos cables que salen del

conjunto, y cada bombilla está conectada a los dos cables de la siguiente manera:

Cuando un grupo de bombillas está conectado en serie, se convierte en una ristra de

judías. La corriente pasa por cada bombilla mediante un solo cable, y cuando se

conecta el circuito se encienden todas:

Esto es lo que hemos hecho con los delfines y el Duque. Es el último cerebro de la

serie. Claro que, cuando se recupere, puede que empiece a pensar como un delfín, y se

escape a mar abierto. Si decide enfrentarse a la industria pesquera, tendremos

problemas.




Mientras, tenemos al Manchú en nuestro poder. Las negociaciones con Tritón sobre el

Meta están tomando un cariz optimista. Oparo y su alegre Mafia no parecen muy

contentos por ello, y Jay Yael está trabajando para enfriar los ánimos. Tuve que enviar

a Barb de vuelta a Ganímedes para que echara una mano. Por cierto, se marcó un

tanto de primera al alistar a la bailarina del vientre para que recibiera entrenamiento en

Inteligencia. La joven diablilla va a ser un Garda infernal.

La duendecilla titánida tenía razón; rompió todas las reglas conocidas. Alumbró un par

de gemelos como si echara una piedra del riñón. Pesaban dos kilos y medio cada uno,

cinco entre los dos, y jamás se le notaron. Ni por delante, ni por detrás, ni en medio, ni

arriba, ni abajo. ¿Cómo pudo producir cinco kilos () de híbrido, en dos meses ()? La

Asociación Médica Solar anda detrás de ella y de ellos, especialmente porque los

chicos estaban totalmente desarrollados y no necesitaban incubadora.

Son dos chicos terráqueos totalmente normales y convencionales. Y creemos que no

hay nada titánido en ellos, lo que desconcierta a su papá y su mamá... Yo creo que

están algo desilusionados. No se diferencian en casi nada. Son gemelos idénticos que

responden a los nombres de Tay y Jay, y que llevan unos brazaletes para poder

distinguirlos. Pero no son completa y absolutamente idénticos al cien por cien.

Creo recordaréis lo que dijo Cluny Decco sobre que ella y Damon Krupp habían estado

controlando los sueños de su bebé experimental mientras era a la lluvia de radiación

que acabó produciendo a Rogue Winter. Hicimos lo mismo con los niños de Demi en

cuanto nacieron, y descubrimos que eran isómeros, gemelos como una imagen del

espejo respecto a su original. Algo inusual, pero en absoluto único.

La gente suele preguntarse qué es lo que sueña un feto. Después de todo no tiene

material o experiencias en las que basarse. La respuesta suele ser “el subconsciente

cultural”. Se ven sometidos a los eones de acumulación cultural que han originado al

hombre moderno, y piensan y sueñan según esas pautas evolucionarias.

Exempli gratia: Todos nosotros, en un momento u otro, nos hemos visto asaltados por

el miedo, un terror indecible que no tiene causa reconocida. Los psiquiatras intentan

racionalizar esto en términos de inhibiciones e inseguridades, pero la verdad es que es

algo que surge de nuestro inconsciente colectivo. Un resto de las generaciones de la

Edad de Piedra que sobrevivieron gracias al miedo a lo desconocido.

Por otra parte, el nacimiento es una experiencia traumática para una criatura que ha

estado dentro de un útero, y le proporciona material suficiente para los sueños más

locos. Eso es lo que pasó con los gemelos de Demi, y así es cómo descubrimos que

eran imágenes especulares. Las confusiones tenían su nexo común en la “c”, el símbolo

de la velocidad de la luz y, en nuestros días, la velocidad multivalente del concepto. Sus

pensamientos eran a veces muy específicos, otras veces caóticos, y siempre rotando

de derecha a izquierda.




Jay, el dextro:

AcA

CAcAC

SHOcK

cONTACTO

cACOFONIA

cONFLICTO

SHOcK

CAcAC

AcA

Tay, el levo:

AcA

CAcAC

KcOHS

OTCATNOc

AlNOFOCAc

OTCILFNOc

KcOHS

CAcAC

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Hay filósofos actuales que sostienen que la lectura real de E = Mc debería ser:

“Evolución es igual a Man (Hombre) multiplicado por la velocidad del concepto elevado

a la segunda potencia”.

¿Todo tranquilo y sereno? Sí, si no fuera porque hoy me dejé caer, tal y como prometí,

para echarle un vistazo al personal. (Demi arrastró a Rogue a su primera visita a

Virginia, estoy segura que para exhibir orgullosa su conquista.) Entonces eché un

vistazo a los chicos en su cuna. Y maldita sea si Jay, el diestro, no cogía una brizna de

paja con su izquierda, mientras que Tay, el zurdo, la cogía con la derecha. Comprobé

sus brazaletes para confirmar que no me equivocaba. Sí. No había duda. Habían

invertido sus papeles. Tenía que hacerles saber que estaban montando un número:

—¡Hey! Niños listos, arriba. La que os despierta es vuestra madrina. Quizá todavía no

podáis hablar. pero estoy malditamente segura de que podéis oírme y entenderme. Os

habéis transformado y cambiado. ¿verdad? Jay se ha vuelto Tay, y viceversa. Muy

gracioso. Muy gracioso.

Los dos diablillos terráqueos rodaron sobre sus espaldas y me dirigieron una mirada de

tan socarrona alegría que no pude evitar reírme .




Perversos niños impostores, medio terrestres y medio titánidos. Sólo Dios sabía qué

saldría de aquella mezcla. La duende y el Sintetista tenían una infernal pauta nueva

entre las manos. Y lo mismo le pasaba al Solar.

FIN

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