Dirk Gentil, Agencia de investigaciones holísticas
Douglas Adams
Y SIGUE 1ª:
Douglas Adams
Y SIGUE 1ª:
La muchacha volvió a por su pañuelo, pero con sigilo, para que su ex jefe no la
oyera. Luego se marchó definitivamente.
-Sí, Dirk Gently, Agencia de investigaciones holísticas. ¿En qué puedo servirle?
Había cesado el torrente de francés en el piso de arriba. Reinaba una especie
de calma tensa.
-De acuerdo, señora Sunderland -dijo la voz de dentro-, los divorcios
complicados son nuestra especialidad.
Hubo una pausa.
-Sí, gracias, señora Sunderland, no tan complicado.
Colgaron el teléfono, pero inmediatamente sonó otro.
Richard echó un vistazo a la siniestra oficinilla. El mobiliario era muy escaso.
Un escritorio...........había respondido: "¡Ni hablar!"
Y debajo: "¡Está despedida!"
Y otra vez debajo: "¡Qué bien!"
En eso parec.......................das las cosas. Yo no me dedico a cosas tan
mezquinas como polvos para huellas digitales, pruebas reveladoras como pelusa
en los bolsillos y huellas anodinas. Yo creo que la solución de todos los problemas
puede encontrarse en el tejido y la trama del conjunto. Las relaciones entre causa
y efecto suelen ser más sutiles y complejas de lo que nosotros podríamos
naturalmente suponer con nuestra grosera e inmediata comprensión del mundo
físico, señora Rawlison.
"Permítame ponerle un ejemplo. Si le duelen las muelas y va a la acupuntura
le pondrán una aguja en el muslo, ¿verdad? ¿Sabe usted por qué, señora
Rawlison?
"Ni yo tampoco, señora Rawlison, pero nosotros intentamos averiguarlo. Ha
sido un placer hablar con usted, señora Rawlison. Adiós.
Al colgar ese teléfono, .........................ecordaba muy claramente de nueve años
antes subiendo con tétrica sonrisa al furgón de un coche celular de la policía de
Cambridgeshire. Llevaba un viejo traje de paño grueso marrón claro que parecía
haber sido utilizado a menudo para realizar expediciones entre zarzales en un
pasado remoto y más feliz, una camisa roja de cuadros que no lograba hacer
juego del todo con el traje y una corbata verde a rayas de imposible vinculación
con las otras do..........................enviado una hace menos de tres meses. Me
pregunto si será eso lo que turba su eterno descanso.
Con un gesto brusco, Dirk indicó a Richard que entrase y luego le hizo señas
para que le pasase el arrugado paquete de cigarrillos franceses que habla apenas
fuera de su alcance.
-Entonces, el domingo por la noche, señora Bluthall. El domingo por la noche,
a las ocho y media. Ya sabe la dirección. Sí, estoy seguro de que miss Tiddles
aparecerá, igual que su cuaderno de cheques. Hasta entonces, señora Bluthall,
hasta entonces.
Otro teléfono sonó en el momento en que se libraba de la señora Bluthall. Lo
cogió, encendiendo al mismo tiempo el arrugado cigarrillo.
-¡Ah, señora Sauskind! -respondió a la nueva llamada-. Mi cliente más antigua
y diría que más valiosa. Buenos días tenga usted, señora Sauskind, muy buenos
días. Me temo que, lamentablemente, aún no hay señales del joven Roderik, pero
la búsqueda se intensifica a medida que se acerca a sus etapas finales, de eso
estoy convencido, y confío en que un día de estos el tunantuelo volverá de forma
permanente a sus brazos y maullará sin parar. ¡Ah, sí!, y espero que haya
recibido la factura.
El arrugado cigarrillo de Dirk lo estaba tanto que no tiraba, así que sujetó el
teléfono en el hombro y rebuscó otro en el paquete, pero estaba vacío.
Exploró la mesa en busca de un trozo de papel y un lápiz gastado y escribió
una nota que pasó a Richard.
-Sí, señora Sauskind -aseguró al teléfono-, la escucho con la mayor atención.
La nota decía: "Dile a la secretaria que vaya a por pitillos."
-Sí -prosiguió Dirk al teléfono-, pero como me he esforzado en explicarle
durante los siete años que nos conocemos, señora Sauskind, en este asunto me
inclino por el punto de vista de la mecánica cuántica. Mi teoría es que su gato no
se ha perdido, sino que su estructura ondular se ha disgregado de forma pasajera
y debe reconstrui...........................to y luego añadió en el papel: "¡Maldita sea su
estampa!", y la pasó de nuevo.
-Estoy de acuerdo con usted, señora Sauskind -continuó Dirk en tono
despreocupado-, en que diecinueve años es, podríamos decir, una edad venerable
para un gato, pero ¿podemos permitirnos creer que un gato como Roderick no la
haya alcanzado? ¿Y deberíamos abandonarle a su destino ahora, en el otoño de
su vida? No cabe duda de que éste es el momento en que más necesita el apoyo
de nuestras incesantes investigaciones. Es el momento en que deberíamos
redoblar nuestros esfuerzos y, con su permiso, señora Sauskind, eso es lo que
pretendo hacer. Imagínese, señora Sauskind, con qué cara le miraría si no hiciese
por él algo tan sencillo.
Richard manoseó la nota, se encogió de hombros, escribió: "Yo iré a por ellos",
y la pasó a Dirk.
Dirk meneó la cabeza con aire de admonición y escribió: "No puedo imaginar
mayor amabilidad." En cuanto Richard lo leyó, Dirk volvió a coger la nota y
añadió: "Pide di. ......................... Dirk, que se limitó a echarle una ojeada y a hacer una
marca en "No puedo imaginar mayor amabilidad."
-Sí, bueno -prosiguió Dirk con la señora Sauskind-, usted podría repasar los
apartados de la factura que no acaba de entender. Sólo los apartados más
amplios. Richard salió.
Bajó corriendo las escaleras y se cruzó con un muchacho esperanzado con
cazadora vaquera y pelo muy corto que miraba expectante hacia arriba.
-¿Merece la pena, amigo? -preguntó a Richard. -Es algo tremendo -contestó
Richard-, sencillamente asombroso.
Encontró un quiosco cerca y cogió un par de paquetes de Disque Bleu para
Richard y un ejemplar de Personal Computer World con una fotografía de Gordon
Way en la portada.
-Qué lástima, ¿verdad? -comentó el vendedor. -¿Cómo? Ah..., pues sí -dijo
Richard.
El solía pensar lo mismo, pero le sorprendió ver que sus sentimientos tuviesen
tanto eco. Cogió también el Guardian, pagó y se marchó. Cuando volvió, Dirk
seguía al teléfono con los pies encima de la mesa. Evidentemente, llevaba las
negociaciones con soltura.
-Sí, en las Bahamas los costes fueron, bueno, caros, señora Sauskind, eso es
normal en los costes. Por eso se llaman así.
Cogió los paquetes de cigarrillos que le ofrecían, pareció decepcionado de que
sólo hubiese dos, pero enarcó brevemente las cejas hacia Richard en señal de
agradecimiento por el favor que le había hecho y luego le indicó que se sentara.
Del piso de arriba se filtraba el rumor de una discusión mantenida en parte en
francés.
-Claro que le explicaré de nuevo por qué el viaje a las Bahamas fue tan
absolutamente necesario -dijo Dirk Gently en tono conciliador-. Nada podría
causarme mayor placer. Como ya sabe, señora Sauskind, mi teoría se basa en la
interrelación de todas las cosas. Además, tracé y uní mediante triángulos los
vectores de la i............................rgico al sol como a los ponches de ron, pero todos
tenemos nuestra cruz, ¿verdad, señora Sauskind?
Del teléfono surgió un borbotón de palabras.
-Me entristece usted, señora Sauskind. Desearía decirle desde lo más profundo
de mi ser que su escepticismo es una recompensa y un acicate para mí, pero a
pesar de que tengo la mejor voluntad del mundo no puedo hacerlo. El caso me ha
agotado, señora Sauskind, me ha dejado vacío. Creo que en la factura encontrará
un dato referido a tal punto. Veamos.
Cogió un papel de calco que tenía cerca.
-"Detectar y efectuar la triangulación de los vectores de la interconexión de
todos los datos, libras." Ya comentaremos eso. "Seguir la pista de los mismos
a una playa de las Bahamas, viaje y alojamiento." Sólo . libras. El
alojamiento fue angustiosamente modesto, desde luego. Ah, sí; aquí está. "Lucha
contra el agotador escepticismo de los clientes y bebidas: , libras." Quisiera
no tener que presentarle estos gastos, mi querida señora Sauskind, ojalá no me
viera continuamente en esta situación. El que no crea en mis métodos, sólo me
dificulta más ................................n poco de las estimaciones iniciales, pero estoy
seguro de que usted también reconocerá que un trabajo de siete años ha de ser
más difícil que el que se solventa en una tarde y que, por lo tanto, también debe
ser más caro. Tengo que revisar continuamente mis cálculos sobre la dificultad de
la tarea, a la vista de los obstáculos que se presentan.
El parloteo que salía del teléfono se hacía más frenético. -Mi querida señora
Sauskind, ¿o puedo llamarla Joyce? Entonces, de acuerdo. Mi querida señora
Sauskind, permítame decirle lo siguiente. No se preocupe por esa factura, que no
la desconcierte ni la alarme. Le ruego que no la convierta en una fuente de
ansiedad para usted. Sólo apriete los dientes y pagúela.
Quitó los pies de encima de la mesa y se inclinó sobre el escritorio, acercando
inexorablemente el teléfono hacia la horquilla.
-Como siempre, ha sido un gran placer hablar con usted, señora Sauskind. De
momento,.......................ado.
-No, gracias. He desayunado. Cómetela tú, por favor. -Les dije que te pasarías
el fin de semana a pagar la cuenta. A propósito, bienvenido a mis oficinas. -Hizo
un gesto vago hacia el destartalado despacho y, señalando a la ventana, añadió-:
La luz funciona y la gravedad también. Dejó caer un lápiz al suelo.
-Con todo lo demás tenemos que correr un riesgo. -¿Qué es esto? -inquirió
Richard, aclarándose la garganta.
-¿Qué es qué?
-¡Esto! -exclamó Richard-. Todo esto. Según parece, tienes una agencia de
investigaciones holísticas, y yo no sé qué es eso.
-Facilito un servicio único en el mundo -explicó Dirk-. El término "holísticas" se
refiere a mi convicción de que debemos ocuparlos de la interrelación fundamental
de todas...
-Sí, eso ya lo he oído antes -le interrumpió Richard-. Debo decir que me
parece una excusa para aprovecharte de crédulas ancianas.
-¿Aprovecharme? Bueno, supongo que así sería si me pagaran alguna vez.
Pero te aseguro, querido Richard, que no parece haber ni el más remoto peligro
de ello. Vivo de lo que se acostumbra a denominar esperanzas. Espero casos
fascinantes y lucrativos, mi secretaria espera que le pague, el dueño de su casa
espera que ella le abone el .............. sus gatos. ¿Es que hay, me preguntas
(y formulo la pregunta por ti, porque sé que sabes cómo me fastidia que me
interrumpan), es que existe un solo caso que requiera la más mínima parte de mi
intelecto y que, ocioso es decirlo, sea prodigioso? No. Pero ¿me desespero?
¿Estoy deprimido? Sí. Hasta hoy.
-Vaya, me alegro -comentó Richard-. Pero ¿qué eran todas esas tonterías de
gatos y mecánica cuántica?
Suspirando, Dirk abrió la tapa de la pizza con un rápido y experto movimiento
de los dedos. Examinó con cierta tristeza la fría circunferencia y cortó un pedazo.
Sobre el escritori................................
-¿De qué se trata?
-Es un ejemplo -contestó Richard, removiéndose incómodo en el asiento- del
principio de que, a nivel cuántico, todos los acontecimientos están regidos por
probabilidades...
-A nivel c..................................... Continúa.
Se llenó la boca con más pizza fría.
Richard pensó que ya la tenía bastante llena. Así que, con eso y con todo lo
que hablaba, por sus labios había un tráfico casi incesante. Por otro lado, en una
conversación normal sus oídos permanecían en una inactividad casi absoluta. Se
le ocurrió que si Lamarck hubiese tenido razón y se estableciese una relación
entre su conducta actual y la de varias generaciones anteriores, había grandes
posibilidades de que hubiese que efectuar un buen cambio de cañerías en el
cerebro.
-No sólo los acontecimientos a nivel cuántico están regidos por probabilidades,
sino que esas probabilidades ni siquiera se traducen en acontecimientos hasta
que son medidas. O para utilizar una frase que te acabo de oír en otro extraño
sentido, el acto de medir cancela la probabilidad de la estructura ondular. Hasta
ese punto, todos los posibles medios de acción, incluido, por ejemplo, un
electrón, coexisten con la probabilidad de la estructura ondular. Nada está
decidido hasta que se mide.
-Más o menos -concedió Dirk, tomando otro bocado-. Pero ¿y lo del gato?
Richard decidió que sólo había un medio de evitar el espectáculo de Dirk
comiéndose el resto de la pizza, y era comerse él lo que quedaba. Lo cogió, hizo
un rollo y dio un mordisquito por el extremo. Estaba bastante bueno. Tomó otro
bocado. Dirk observaba la operación con sorprendido disgusto.
-Así que la idea subyacente al Gato de Schródinger era tratar de imaginar un
modo de que los efectos del comportamiento probabilístico a nivel cuántico
pudiesen observarse a escala macroscópica. O en otras palabras, en el plano
cotidiano.
-Eso es -dijo Dirk, mirando el resto de la pizza con expresión abatida. Richard
dio otro mordisco y prosiguió animadamente:
-Así que suponte que metes un gato en una caja que se pueda cerrar
herméticamente. En la misma caja también pones un trocito de material
radiactivo y un frasco con gas venenoso. Haces lo necesario para que después de
un período de tiempo determinado haya una probabilidad de exactamente el
cincuenta por ciento de que un átomo del fragmento de material radiactivo se
desintegre y emita un electrón. Si llega a desintegrarse, producirá la descarga del
gas y matará al gato. Si no, el gato vivirá. Cincuenta por ciento de
probabilidades. Dependiendo de una posibilidad del cincuenta por ciento de que
un átomo llegue o no a desintegrarse.
"El problema, tal y como yo lo entiendo, es el siguiente: como la
desintegración de un solo átomo es un hecho a nivel cuántico que no puede
resolverse en un sentido u otro hasta que no se observa, y como la observación
no se efectúa hasta que se abre la caja y se comprueba si el gato está vivo o
muerto, de ello s............................entana, probablemente no tanto para
contemplar el mezquino panorama que ofrecía de un viejo almacén en el que un
actor alternativo despilfarraba sus amplios honorarios en la transformación del
solar en apartamentos de lujo, como para no presenciar la desaparición del último
resto de pizza.
-¡Bravo! -exclamó-. Exacto.
-Pero ¿qué tiene que ver todo eso con... esta agencia de investigaciones?
-Ah, ya. Bueno, pues unos investigadores realizaron una vez ese experimento,
pero cuando abrieron la caja el gato no estaba ni vivo ni muerto, sino que habla
desaparecido sin dejar ni rastro, y entonces me llamaron a mí. Por fin pude
deducir que no había..................... gato se llamaba Bernice, ¿entiendes?
-Bueno, espera un momento -le dijo Richard.
-Y recuperaron el gato en seguida. Un caso bastante sencillo, pero parece que
produjo gran impresión en ciertos círculos y, como suele suceder, una cosa llevó
a otra y todo culminó en la próspera actividad que tienes ante ti.
-Espera un momento, aguarda un poco -insistió Richard, dando una palmada
en la mesa.
-¿Sí? -inquirió Dirk con aire inocente.
-¿De qué estás hablando, Dirk?
-¿Te has perdido en algún punto de la explicación?
-Pues no sé por dónde empezar -protestó Richard-. Muy bien. Has dicho que
unos investigado....................................... conjunto ondular se disuelve y las
probabilidades se resuelven. Es frustrante. Completamente inútil.
-Hasta el momento, todo lo que dices es absolutamente correcto -repuso Dirk,
volviendo a su asiento. Sacó un cigarrillo, le dio unos golpecitos en la mesa, se
inclinó hacia adelante, apuntó con el filtro hacia Richard y prosiguió-: Pero piensa
en esto. Suponte que incorporas en el experimento a un médium, una persona
con poderes psíquicos, clarividente, que pueda adivinar el estado de salud del
gato sin abrir la caja. Alguien que tenga, quizá, cierta afinidad con los gatos.
¿Qué pasaría? ¿Nos aportaría eso un nuevo enfoque del problema de la física
cuántica?
-¿Es eso lo que querían hacer?
-Eso es lo que hicieron.
-Dirk, eso es una completa tontería. Dirk enarcó las cejas con aire desafiante.
-De acuerdo, muy bien -dijo Richard, alzando las manos con las palmas hacia
arriba-, sigamos el argumento hasta el final. Aun admitiendo, que no lo admito ni
por un momento, que la clarividencia tenga algún fundamento, ello no alteraría la
característica ese
de mirar en el interior de la caja y,
si no,............................... golpecitos con el cigarrillo sobre la mesa y miró a Richard con
el ceño fruncido. Hubo un silencio denso y prolongado, sólo interrumpido por el
rumor de lejanos gritos en francés.
-De la clarividencia opino lo que siempre he pensado -anunció Dirk, al cabo.
-¿Y qué es?
-Que yo no soy clarividente.
-¿De verdad? -inquirió Richard-. ¿Y qué me dices de los exámenes?
La mirada de Dirk se ensombreció ante aquella alusión.
-Fue una casualidad -dijo bruscamente, en voz baja-. Una extraña e
inquietante coincidencia, pero coincidencia a fin y al cabo. Que, debería añadir,
fue la causa de que pasara una considerable temporada en la cárcel. Las
coincidencias pueden ser algo horripilante y peligroso...
Dirk dedicó a Richard otra de sus fijas y apreciativas miradas.
-Te he estado observando atentamente -prosiguió-. Para un hombre en tu
situación, pareces sumamente tranquilo. A Richard aquello le pareció un
comentario extraño, y por un momento trató de encontrarle sentido. Entonces se
hizo la luz, y le resultó molesta.
-¡Santo cielo! -exclamó-. No te lo habrá encargado a ti también, ¿verdad?
A su vez, Dirk pareció perplejo por aquella observación.
-¿Quién no me habrá encargado qué?
-Gordon. No, claro que no. Cordón Way. Tiene la costumbre de hacer que otras
personas ejerzan presión sobre mí para que prosiga el trabajo que él considera
importante. Por un momento creí que... Bueno, olvídalo. ¿A qué te referías,
entonces?
-Así que Gorgon Way tiene esa costumbre, ¿eh?
-Sí, y no me gusta. ¿Por qué?
Dirk miró duramente a Richard durante un momento, dando golpecitos en la
mes........................................................esinato. Además, el médico que
examinó el cadáver opina que mister Way fue estrangulado después de los
disparos, lo que parece indicar cierta confusión mental por parte del asesino.
"Por una sorprendente coincidencia, parece que la policía tuvo anoche la
oportunidad de e........................acDuff. Claro que las policía ignora esto último
y, si podemos evitarlo, no lo sabrá. No obstante, las relaciones entre ambos
individuos se someterán a un examen detallado. Las noticias de la radio afirman
que se ha organizado una urgente búsqueda de mister MacDuff, de quien se cree
que contribuirá a la buena marcha de las pesquisas policiales, pero por el tono del
locutor estaba claro que era de lo más culpable.
"Mi tarifa de honorarios es la siguiente: doscientas libras al día más gastos. Los
gastos no son negociables, y a veces pueden sorprender a quienes no
comprenden estas cosas como algo circunstancial. Todos ellos son necesarios y,
como he dicho, no negociables. ¿Estoy contratado?
-Lo siento -dijo Richard, asintiendo levemente-, ¿podrías repetírmelo desde el
principio?
El Monje Eléctrico ya no sabía en qué creer. Durante las últimas horas había
pasado por una confusa serie de sistemas de creencia, la mayoría de los cuales
no le habían aportado el duradero solaz espiritual que estaba eternamente
obligado a buscar.
Francamente, estaba harto. Y cansado. Desanimado. Además, y eso le pilló de
sorpresa, echaba mucho de menos a su caballo. Una criatura obtusa y humilde,
desde luego, que apenas merecía la preocupación de alguien cuya mente estaba
destinada para siempre a inquietudes mayores que superaban la comprensión de
un simple caballo; pero le echaba de menos de todos modos.
Quería montarlo, acariciarlo. Deseaba sentir su falta de entendimiento. Se
preguntó dónde estaría.
Desconsolado, dejó colgar el pie de la rama del árbol donde había pasado la
noche. Se había encaramado a él en pos de algún sueño extraño y fantástico;
pero se atascó y hubo de permanecer allí hasta el amanecer. Incluso ahora, a la
luz del día, no estaba seguro de cómo iba a bajar. Por un momento estuvo
peligrosamente cerca de creer que podía volar, pero la idea fue atajada por un
protocolario control de errores que le sugirió no ser tan imbécil.
Pero era un problema.
Fuese cual fuese el fervoroso impulso que, inspirado en las alas de la
esperanza, le había empujado a trepar las ramas del árbol en las mágicas horas
de la noche, no le había facilitado las instrucciones para volver a bajar cuando, al
igual que en muchísimas apariciones ardientes de la fe, lo había abandonado por
la mañana.
Y hablando, o más bien pensando, de cosas ardientes, poco antes de amanecer
había habido un incendio a poca
..................................... distancia de allí. Creyó que había estallado en la
..................................... distancia de allí. Creyó que había estallado en la
dirección de donde él venía cuando se sintió arrastrado por un hondo impulso
espiritual hacia aquel árbol, incómodamente alto pero, por lo demás,
enojosamente ordinario. Ansió ir a venerar el fuego, entregarse eternamente a su
sagrada luz, pero mientras pugnaba inútilmente por hallar un camino entre las
ramas, llegaron equipos de bomberos y apagaron el divino resplandor. Eso fue
otro credo tirado por la ventana.
Hacía horas que había salido el sol y, aunque había ocupado el tiempo lo mejor
que pudo, creyendo en nubes, ramitas, en una especie articulada de escarabajo
volador, ahora creía que estaba harto y tenía, además, el pleno convencimiento
de que le estaba entrando hambre.
Deseó haber tenido la precaución de llevarse algo de comida de la mansión
que había vis.............................................itado
parecieron
confusos. Le habían ordenado claramente que "disparase", y se sintió
extrañamente inclinado a obedecer, pero quizá se equivocara al cumplir tan
precipitadamente una orden dada en una lengua que hacía dos minutos acababa
de aprender. Desde luego, la reacción de la persona a la que había disparado le
pareció un tanto exagerada. En su mundo, la gente a quien disparaba de aquella
manera volvía por más al cabo de una semana, pero no creía que esa persona
hiciera lo mismo.
Un golpe de viento sacudió el árbol, doblándolo vertiginosamente. Descendió
un poco. Al principio fue muy fácil, porque las ramas estaban bastante juntas. La
última parte parecía constituir un obstáculo: una caída en picado que podría
causarle graves heridas o desgarramientos internos y que, además, podría
inducirle a creer cosas extremadamente raras.
Levantó un momento la vista al oír voces en un lugar apartado del campo,
donde acabab............................................"cuarto de baño".
Volvió a mirar el camión, a lo lejos. Había un hombre vestido con un uniforme
azul explicándole algo a otro que llevaba un mono de trabajo y parecía disgustado
por algo. El viento le trajo las palabras "hasta que sepamos quién es el dueño" y
"completamente chiflado, desde luego". El del mono aceptaba claramente la
situación, aunque de mala gana.
Momentos después, de la parte trasera del camión sacaron un caballo. El
Monje parpadeó. Sus circuitos vibraron, estremecidos de asombro. Al fin había
algo en lo que podía creer, un acontecimiento verdaderamente milagroso, una
tardía recompensa por su inquebrantable, aunque promiscua, devoción.
El caballo se movía con paso tranquilo, complaciente. Hacía mucho que estaba
acostumbrado a ir por donde lo llevaban, pero por una vez no parecía importarle.
Encontraba agradable aquel campo. Había hierba. Un seto que podía contemplar.
Y espacio suficiente para trotar, si después tenía ganas de hacerlo. Los humanos
lo habían traído allí, dejándolo campar a su antojo, y eso sí le gustaba. Dio unos
pasos y luego, porque sí, dejó de caminar. Podía hacer lo que quisiera.
Qué placer. Qué gusto tan grande y desacostumbrado. Observó el campo
despacio y luego decidió planificarse para pasar el día tranquilo. Más tarde, un
trotecito, pensó; quizá hacia las tres. Y después una siestecita por la parte
Dirk Gentil, Agencia de investigaciones holísticas Douglas Adams
derecha del campo, donde había más hierba. Parecía un lugar adecuado para
pensar en la cena.
Le pareció que el lado sur se prestaba más para la comida, ya que por allí
corría un riachuelo. ¡Santo cielo, almorzar junto a un arroyo! Una bendición.
También le gustaba mucho la idea de pasar media hora caminando un poco hacia
la izquierda y otra media hora hacia la derecha; no sabía por qué. Tampoco sabía
si entre las dos y las tres lo pasaría mejor sacudiendo el rabo o rumiando cosas.
Claro que, si así lo deseaba, bien podía hacer ambas cosas e ir a trotar un poco
más tarde. Y acababa de descubrir lo que parecía un espléndido seto para
considerar las cosas, en donde podía pasar agradablemente una o dos horas
antes de comer.
Bien. Un plan excelente. Y lo mejor es que ya podía ignorarlo por completo. En
cambio, se dirigió al único árbol del campo y allí se detuvo con aire de
complacencia....................................................... de Cambrigde, por motivos que te
puedes imaginar, conozco a un par de personas.
-Ni siquiera me decido a creerte -dijo Richard con voz queda-. ¿Puedo llamar
por teléfono?
Cortésmente, Dirk cogió el teléfono de la papelera y se lo entregó. Richard
marcó el número de Susan.
Contestaron casi inmediatamente, y una voz asustada dijo:
-¿Diga?
-Hola, Susan, soy Ri...
-¡Richard! ¿Dónde estás? ¿Dónde te has metido, por amor de Dios? ¿Estás
bien?
-No le digas dónde estás -terció Dirk.
-Susan, ¿qué ha pasado?
-¿Es que no...?
-Me han dicho que algo le ha ocurrido a Gordon pero...
-¿Que le ha ocurrido algo? Está muerto, Richard, lo han asesinado.
-Cuelga -ordenó Dirk.
-Susan, escuucha...
-Cuelga -repitió Dirk, arrebatándole el teléfono y cortando la comunicación.
-Puede que la policía tenga el teléfono intervenido y estén localizando la
llamada -explicó, descolgando el teléfono y tirándolo de nuevo a la papelera.
-¡Pero tengo que ir a la policía! -exclamó Richard.
-¿Ir a la policía?
-¿Qué otra cosa puedo hacer? Tengo que presentarme a la policía y decirles
que soy inocente.
-¿Decirles que eres inocente? -repitió Dirk, incrédulo-. Bueno, entonces espero
que con eso se....................................................e dan patadas en
la cabeza. Vale, dime lo que crees que debo hacer.
-Hipnotismo.
-¿Qué?
-Dadas las circunstancias, no es raro que no puedas pensar con claridad. Pero
es vital que alguien piense por ti. Sería mucho más sencillo para los dos que me
permitieras hipnotizarte. Mucho me temo que en tu mente hay un montón de
datos revueltos que no se desenredarán hasta que no te concentres, que no
afloran a tu ........................................................aparate de un
restaurante griego.
"Dolmades", pensó, desesperado. "Suvlaki." "Una salchicha griega, con
muchas especias", se le ocurrió, agitado.
Sin volverse, trató de reconstruir la escena en su imaginación. Había un policía
vigilando la calle y, según podía recordar por la breve ojeada que había echado,
el portal de................................................ugitivo?, se preguntó indignado.
Al igual que había insistido con Dirk, se repitió que no debería escapar de la
policía. Pensó que, tal como le habían enseñado de pequeño, la policía estaba
para ayudar y proteger al inocente. Esa idea le hizo echar a correr y casi chocó
con el nuevo y orgulloso propietario de una lámpara de pie eduardina bastante
fea. Interrumpió bruscamente su carrera y siguió andando, mirando a su
alrededor c...............................................................
conducían inexorablemente de vuelta a las serpenteantes callejas de más allá del
canal. Se detuvo brevemente en una esquina, junto a una tienda, y luego pasó de
prisa ante los solares del ayuntamiento, dejando atrás la zona de los
especuladores inmobiliarios y llegando al fin ante la puerta del de Pec-kender
Street. Una ráfaga de viento azotó la calle y un niño tropezó con él.
-¡A tomar por culo! -gorjeó el niño, que hizo una pausa, le miró y añadió-:
Oiga, míster, ¿me da su chaqueta? -No -contestó Richard. -¿Por qué no? -dijo la
criatura. -Pues porque me gusta.
-No entiendo por qué -masculló el niño-. ¡A tomar por culo! Siguió su camino
con aire indolente, lanzando de un puntapié una piedra contra un gato.
Richard entró de nuevo en el edificio, subió inquieto las escaleras y atisbo al
interior de la oficina.
La secretaria de Dirk, sentada a su escritorio, tenía la cabeza gacha y los
brazos cruzados. -No estoy aquí -advirtió. -Ya veo -dijo Richard.
-Sólo he vuelto -explicó ella sin levantar la vista del punto de la mesa al que
miraba con enfado- para asegurarme de que se ha dado cuenta de que me he
despedido. Si no, se le olvidaría. -¿Está? -preguntó Richard.
-¿Quién sabe? ¿A quién le importa? Será mejor que pregunte a alguien que
trabaje para él, porque yo no soy empleada suya. -¡Hágale pasar! -gritó la voz de
Dirk.
La secretaria frunció el ceño, se levantó y abrió de par en par la puerta
interior.
-Hágale entrar usted mismo -dijo. Cerró de un portazo y volvió a su asiento. -
¿Y por qué no me hago entrar yo solo? -sugirió Richard. -Ni siquiera le oigo -dijo
la ex secretaria de Dirk con la mirada fija en su escritorio-. ¿Cómo piensa que
puedo oírle si no estoy aquí?
Richard hizo un gesto conciliador, que ella ignoró, se dirigió a la puerta del
despacho de Dirk y la abrió. Se sobresaltó al ver la habitación en penumbra. La
persiana estaba echada y Dirk, reclinado sobre su asiento, tenía el rostro
extrañamente iluminado por una serie de objetos colocados sobre la mesa. En el
extremo del escritorio había un viejo faro de bicicleta vuelto del revés que
alumbraba débilmente un metrónomo que oscilaba con suavidad de un lado a
otro. Atada al vástago del instrumento había una cucharita de plata muy pulida.
Richard tiró sobre la mesa un par de cajas de cerillas.
-Siéntate, relájate y mira fijamente la cucharita -dijo Dirk-, empiezas a tener
sueño...
Otro coche patrulla se detuvo con un chirrido de ruedas ante la casa de
Richard. Bajó un hombre de expresión sombría y se acercó a uno de los agentes
que estaban de guardia.
-Inspector Masón, Brigada de investigación criminal -dijo, enseñando una
tarjeta de identidad-. ¿Es ésta la casa de MacDuff?
El agente asintió con la cabeza y le indicó la puerta lateral, que daba a una
larga y estrecha escalera por la que se subía al apartamento del último piso.
Masón entró apresuradamente y volvió a salir a toda prisa.
-Hay un sofá en medio de la escalera -dijo-. Que lo quiten.
-Ya lo han intentado unos compañeros, señor -explicó el agente-. Parece que
está atascado. De momento, hay que saltar por encima. Lo siento, señor.
Masón le lanzó otra mirada sombría perteneciente a un amplio repertorio que
había creado y que iba desde un sombrío muy sombrío, en lo más bajo de la
escala, hasta llegar a un sombrío leve, harto y resignado, que reservaba para el
cumpleaños de sus hijos.
-Que lo quiten -repitió sombríamente.
Volvió a entrar con sombría expresión por la puerta, tirándose del abrigo y del
pantalón a fin de prepararse para la sombría ascensión que le esperaba.
-¿Sigue sin haber rastro de él? -preguntó el conductor del coche patrulla,
presentándose como el sargento Gilks. Tenía una expresión hastiada.
-No, que yo sepa -dijo el agente-. Pero a mí nadie me cuenta nada.
-Sé cómo se siente -convino Gilks-. Cuando la Brigada de investigación
criminal entra en acción, a uno lo relegan a simple conductor. Y yo soy el único
que sabe qué aspecto tiene. Anoche le paré en la carretera. Acabábamos de salir
de la casa. Un verdadero cuadro.
-Vaya nochecita, ¿eh?
-Variada. Hubo de todo. Desde un asesinato hasta un caballo en un cuarto de
baño. Ni me lo pregunte. ¿Tienen ustedes estos mismos coches? -inquirió
señalando al suyo-. Este me está volviendo loco. Hace frío incluso con la
calefacción a tope, y la radio se conecta y desconecta continuamente ella sola.
Aquella misma mañana Michael Wenton-Weakes se levantó de un extraño
humor. Había que conocerlo bastante bien para saber que estaba de un humor
particularmente extraño porque, para empezar, la gente ya le consideraba un
poco raro. Pocas personas le conocían así de bien. Su madre, quizá, pero entre
ellos existía una especie de guerra fría y no se hablaban desde hacía semanas.
También tenía un hermano mayor, Peter, que ahora ostentaba un altísimo
rango en la infantería de Marina. Sin contar el entierro de su padre, Michael no
había visto a Peter desde que éste volvió de las Malvinas cubierto de gloria,
ascensos y un frío desprecio hacia su hermano menor. A Peter le encantó que su
madre se hiciese cargo de Magna y, con ese motivo, envió a Michael una tarjeta
de Navidad del regimiento. Su mayor satisfacción seguía consistiendo en tirarse a
una trinchera embarrada y disparar una ametralladora al menos durante un
minuto, y no creía que la industria periodística y editorial británica, aun en su
actual situación de inestabilidad, fuese a procurarle ese placer, como mínimo
hasta que en ella se introdujeran algunos australianos más.
Michael se levantó muy tarde tras una noche de fría brutalidad seguida de
sueños inquietos que aún le inquietaban a la última luz de la mañana. Las
pesadillas rebosaban de las familiares sensaciones de pérdida, aislamiento,
culpabilidad, etcétera, pero inexplicablemente también incluían grandes
cantidades de barro. Por la facultad que Ja noche poseía de condensar las cosas,
la pesadilla de barro y soledad pareció prolongarse horriblemente durante un
tiempo inimaginable, y sólo concluyó con la aparición de seres viscosos que
arrastraban las patas en un mar de babas. Aquello fue la gota que colmó el vaso,
y se despertó sobresaltado, bañado en un sudor frío. Aunque todo el asunto del
barro le había parecido extraño, la sensación de pérdida, de soledad y, en
particular, de la pesadumbre, la necesidad de enmendar un error, todo aquello
había encontrado fácilmente un hueco en su espíritu.
Incluso los seres viscosos con patas le parecían extrañamente familiares, y su
irritante presencia persistía en su imaginación mientras se preparaba un tardío
desayuno. Tomó un pomelo y té chino y ojeó un poco las páginas de arte del
Daily Telegraph; después, con bastante dificultad, se cambió la venda que llevaba
sobre los cortes de la mano. Una vez realizados esos pequeños menesteres, se
encontró sin saber qué hacer a continuación.
Podía repasar los acontecimientos de la noche pasada con una tranquilidad y
un despego que no podía haberse imaginado. Había salido bien, se había hecho
con limpieza y correctamente. Pero no había resuelto nada. Estaba todo por
hacer.
¿Todo qué? Frunció el ceño.
Normalmente, a esa hora solía pasarse por el club. Y lo hacía con la placentera
sensación de que había muchas otra cosas que debería hacer. Pero ahora no
había otra cosa que hacer, por lo que el tiempo que desperdiciase, allí o en otra
parte, le llenarla de impaciencia. Al llegar haría lo de siempre: se complacería en
un gin to-nic y una conversación sin importancia para luego hojear
tranquilamente las páginas del Times Literary Supplement, Opera, The New
Yorker o cualquier otra publicación que le cayera en las manos, pero no cabía
duda de que últimamente se entregaba a aquellas ocupaciones con menos agrado
y entusiasmo que antes.
Y después almorzaría. Hoy, de nuevo, no tenía planes para comer con nadie, y
por lo tanto se quedaría probablemente en el club y tomaría un lenguado de
Dover a la plancha, poco hecho, con patatas hervidas y, de postre, una buena
porción de bizcocho borracho. Una cepita o dos de Sancerre. Luego, café; y
después, la tarde, con lo que quisiera ofrecerle.
Pero hoy se sentía extrañamente impulsado a no hacer eso. Fle-xionó los
músculos de la mano herida, se sirvió otra taza de té, miró con curiosa
indiferencia el enorme cuchillo de cocina que seguía junto a la finísima tetera de
porcelana y esperó un momento a ver qué hacía a continuación. En realidad, lo
que hizo después fue subir al primer piso.
Su casa era de una perfección que rayaba en lo gélido, y tenía el aspecto que
gusta a la gente que compra copias de mueble de estilo. Con salvedad, claro
está, de que aquí todo era auténtico, cristal de roca, caoba y alfombras de
Bruselas, y sólo parecía falso por su total ausencia de vida.
Entró en su estudio, la única habitación de la casa donde no imperaba un
orden inútil, aunque entre el desorden de libros y periódicos reinase, en cambio,
una desidia estéril. Una fina capa de polvo se había instalado sobre todos los
objetos. Hacía semanas que Michael no entraba allí, y la señora de la limpieza
tenía claras instrucciones de dejarlo todo como estaba. No trabajaba allí desde la
edición del último número de Fanthom. No el último número real, sino el último
número correcto. El último número por lo que a él tocaba. Dejó la taza de
porcelana sobre la fina capa de polvo y se dirigió a inspeccionar su antiguo
tocadiscos. En él encontró una antigua grabación de unos conciertos de viento de
Vivaldi. La puso y se sentó.
Esperó otra vez a ver qué haría a continuación y, para su sorpresa, descubrió
que ya lo estaba haciendo: escuchar música. Una expresión de asombro empezó
a insinuársele en el rostro al comprender que nunca lo había hecho antes. Había
oído música muchas, muchas veces, apreciaba sumamente los sonidos y a
menudo le parecía un agradable telón de fondo para hablar de cosas como la
temporada de conciertos, pero jamás se le había ocurrido que estuviera
realmente escuchando. Se quedó estupefacto por la interacción de melodía y
contrapunto que de repente se le revelaba con una claridad que nada debía a la
superficie impregnada de polvo del disco o a los catorce años de antigüedad de la
aguja.
Pero junto con la revelación tuvo una casi inmediata sensación de desengaño
que no hizo sino confundirle más. La música le pareció de pronto extrañamente
frustrante. Era como si su capacidad de entender la música se hubiese
incrementado súbitamente hasta superar las posibilidades de satisfacción que la
propia música encerraba. Todo ello en un dramático momento. Se esforzó en
escuchar lo que se estaba perdiendo y sintió que la música era como un ave sin
alas que ni siquiera sabía qué función había perdido. Caminaba muy bien, pero en
realidad debería remontarse, se deslizaba por donde habría de abatirse en picado,
Dirk Gentil, Agencia de investigaciones holísticas Douglas Adams
se arrastraba cuando tendría que ascender y ladearse y caer en barrena, andaba
y debería vibrar sintiendo el vuelo. Ni siquiera alzaba la vista alguna vez.
Levantó la cabeza y, al cabo del rato, se dio cuenta de que sólo miraba
estúpidamente el lecho. Sacudió la cabeza y descubrió que la sensación había
desaparecido, dejándolo atontado y un poco mareado. No había desaparecido por
entero, sino que se había hundido en su interior, a una profundidad a la que él no
podía llegar. La música proseguía como telón de fondo; era como un agradable
surtido de amenos sonidos, pero ya no le emocionaba.
Necesitaba indicios de qué era lo que acababa de experimentar, y por la
cabeza le pasó rápidamente la idea de dónde podría encontrarlos. La desechó con
irritación, pero volvió a pensar en ella una y otra vez hasta que al fin obró en
consecuencia.
De debajo del escritorio sacó una amplia papelera metálica. Como de momento
había prohibido la entrada a la señora de la limpieza, la papelera no se había
vaciado y en ella encontró lo que parecían los mugrientos restos de un cenicero.
Superó el desagrado con sombría determinación y, despacio, depositó el
contenido del odioso objeto sobre la mesa pegando torpemente sus pedazos con
cinta adhesiva que se enrollaba, pegaba mal y se le fijaba en los dedos
regordetes y en el escritorio hasta que al fin, toscamente ensamblado, tuvo ante
sí un ejemplar de Fathom. Editado por aquel ser execrable, A. J. Ross.
Pasmoso.
Pasó las pegajosas y apelmazadas hojas como si estuviera rebuscando entre
menudillos de pollo. Ni una sola línea que tratase de Joan Sutherland o Marilyn
Horne. Ni una semblanza de ninguno de los principales marchantes de Cork
Street, ni una sola. Su serie sobre los Rossetti, interrumpida. "Chismes del salón
verde", suprimido. Meneó incrédulo la cabeza ante la pura... Había encontrado el
artículo que buscaba.
Música y paisajes /raciales, de Richard MacDuff.
Se saltó los dos primeros párrafos introductorios y empezó a leer un poco más
adelante:
El análisis matemático y el diseño informático nos revelan que las formas y
procesos que hallamos en la naturaleza -la forma en que crecen las plantas, el
modo en que los copos de nieve y las islas se forman, el dibujo que la luz traza
sobre una superficie, la forma en que la leche se repliega y extiende al removerla
en el café, el modo en que una carcajada contagia a una multitud-, todas esas
cosas y su complejidad aparentemente mágica pueden describirse mediante la
interacción de procesos matemáticos que resultan, en el mejor caso, aún más
mágicos dentro de su simplicidad. Las formas que creemos fortuitas son, en
realidad, consecuencias de complejas redes cambiantes de números que
obedecen a normas sencillas. La misma palabra "natural", que solemos entender
como "sin estructurar", describe efectivamente formas y procesos que parecen
tan insondables y complejos que no llegamos a percibir conscientemente las
simples leyes naturales que los regulan. Todos ellos pueden describirse con
números.
Extrañamente, esa idea le parecía ahora a Michael menos desagradable que en
la primera y rápida lectura. Continuó con creciente atención.
Sin embargo, sabemos que la mente es capaz de entender toda la complejidad
y simplicidad de esos temas. Un globo que se mueve en el aire responde a la
fuerza y dirección con que se le impulsa, a la acción de la gravedad, la fricción del
aire que debe superar empleando su energía, la turbulencia del viento en torno a
su superficie y la velocidad y dirección del giro del globo. Y no obstante, alguien
que tuviese dificultad en calcular cuántas son x x no tardarla en efectuar un
cálculo diferencial y toda una serie de operaciones afines encaminadas a atrapar
un globo que se desplaza en el aire. Las personas que denominan "instinto" a tal
capacidad se limitan a dar un nombre a dicho fenómeno, pero no explican nada.
Creo que en la música es donde los seres humanos se acercan más a la
expresión de nuestro conocimiento de las complejidades de la naturaleza. Es el
arte más abstracto, no tiene más sentido ni propósito que existir en sí misma.
Todo aspecto particular de una composición musical puede representarse
mediante series numéricas. Desde la organización de los movimientos de una
sinfonía hasta las pautas de ritmo y tono que conforman las melodías y armonías,
pasando por el timbre de las propias notas, su frecuencia, la forma en que
cambian en el tiempo, en suma, todos los elementos de un sonido que distinguen
la cadencia del flautín y el tañido de los timbales, todo ello puede explicarse
mediante series y jerarquías numéricas.
Y según mi experiencia, cuantas más relaciones internas existan entre las
series numéricas de los diferentes niveles de la jerarquía, por complejas y sutiles
que tales relaciones puedan ser, más satisfactoria y, sí, más completa parecerá la
música.
En realidad, cuanto más sutiles y complejas sean estas relaciones, y cuanto
más lejos estén del alcance de la mente consciente -por lo que entiendo, esa
parte de la mente que puede efectuar cálculos diferenciales tan asombrosamente
rápidos que colocarán la mano en el sitio exacto para atrapar un globo en vuelo-,
más se revelará en ello esa parte del cerebro. La música de cierta complejidad (e
incluso "Tres ratones ciegos" puede poseer su propia complejidad en el momento
en que alguien lo toque en un instrumento con su timbre y articulación
personales) sobrepasa la mente consciente hasta penetrar en la capacidad
matemática particular de cada individuo, que mora en el inconsciente y responde
a todas las complejidades internas, relaciones y proporciones de las que creemos
ignorarlo todo.
Algunos se oponen a tal concepción de la música, arguyendo que si ésta se
reduce a las matemáticas, ¿dónde queda la emoción? Yo contestaría que la
emoción nunca ha estado al margen.
Las cosas que pueden suscitar nuestras emociones -la forma de una flor o una
urna griega, cómo crece un niño, el viento al acariciar el rostro, el desplazamiento
de las nubes, sus formas, la danza de la luz sobre el agua, los narcisos que
palpitan con la brisa o el movimiento de la cabeza de la persona amada con las
correspondientes oscilaciones del cabello, la curva descrita por la caída del último
acorde de una música que agoniza-, todo eso puede describirse mediante la
compleja fluencia de los números. No es una reducción de la música, sino su
belleza. No hay más que preguntar a Newton, o a Einstein. Al poeta (Keats) que
dijo que lo que la imaginación percibe como belleza debe ser verdad. También
pudo haber dicho que lo que la mano percibe como globo debe ser verdad, pero
no lo dijo porque era poeta y prefería vagar bajo los árboles con un frasco de
láudano y un cuaderno que jugar al criquet, pero lo mismo habría sido verdad.
Eso despertó un vago recuerdo en la memoria de Michael, pero de momento
no pudo situarlo.
Porque ello está en el centro de la relación entre nuestra comprensión
"instintiva" de contorno, forma, movimiento y luz, por un lado, y, por otro, con
nuestras respuestas emocionales a tales manifestaciones.
Y por eso creo que debe existir una forma de música inherente a la naturaleza,
que reside en los objetos naturales, en la configuración de los procesos naturales.
Una música que darla una satisfacción tan intensa como toda la belleza que existe
en la naturaleza; al fin y al cabo, nuestras emociones más intensas son una
manifestación de la belleza que reside en la naturaleza...
Michael dejó de leer y apartó poco a poco los ojos de la página. Se preguntó
qué sería una música así, si la conocía, y rebuscó en los apartados meandros de
su memoria. Cada uno de los recuerdos, que afloraron a su mente parecía
confirmar que la había oído alguna vez y que segundos después sólo quedó el
último eco agonizante de algo que era incapaz de percibir y escuchar. Dejó la
revista a un lado. Luego recordó que la mención de Keats fue lo que había
despertado su memoria.
Los seres viscosos con patas de su pesadilla. Una fría calma le inundó al sentir
que se acercaba mucho a algo.
Coleridge. Eso era.
"Sí, seres viscosos con patas se arrastraban
Sobre el viscoso mar."
La balada del viejo marinero.
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Y SIGUE 2ª
Un escalofrío recorrió a Richard.
-Sí -admitió-. Creo que tienes toda la razón.
-Entonces, ¿en qué momento te abandonó el fantasma?
Richard tragó saliva.
-Cuando Michael Wenton-Weakes salió de la habitación.
-Me pregunto qué posibilidades vio el fantasma en él. ¿Habrá encontrado esta
vez lo que buscaba? Creo que no tendremos que esperar mucho.
Llamaron a la puerta.
Cuando la abrieron, allí estaba Michael Wenton-Weakes.
-Necesito su ayuda, por favor -dijo en tono lacónico.
Reg y Richard miraron a Dirk y, luego, a Michael. -¿Les importa que deje esto
en alguna parte? -preguntó Michael-. Pesa bastante. Contiene un equipo de
buceo.
-Sí, ya entiendo -dijo Susan-. Gracias, Nicola, ensayaré esa digitación. Estoy
segura de que puso ahí ese mi bemol sólo para fastidiar a la gente. Sí, no lo he
dejado en toda la tarde. Algunas de las semicorcheas del segundo movimiento
son absolutamente puñeteras. Pues sí, me ha ayudado a pensar en otra cosa. No,
ninguna noticia. Todo es muy confuso y tremendamente horroroso. Ni siquiera
tengo ganas de... Mira, quizá te vuelva a llamar más tarde para ver cómo te
encuentras. Lo sé, sí, nunca se sabe qué es peor, si la enfermedad, los
antibióticos o el trato excesivamente atento del médico. Cuídate o, por lo menos,
trata de que Simón lo haga. Dile que te exprima litros de zumo de limón caliente.
De acuerdo. Bueno, después hablamos. No cojas frío. Hasta luego.Colgó y volvió
al violonchelo. Apenas había empezado a estudiar de nuevo el problema del
irritante mi bemol cuando el teléfono volvió a sonar. Lo había dejado toda la tarde
descolgado, pero después de llamar olvidó hacerlo de nuevo.
Suspiró, apoyó el instrumento, dejó el arco y se dirigió al teléfono.
-¿Diga?
Una vez más no hubo respuesta, sólo un lejano susurro. Colgó el teléfono con
rabia. Esperó unos segundos a que se despejara la línea y se disponía a descolgar
de nuevo cuando pensó que Richard podía necesitarla. Admitió que no había
puesto el contestador porque sólo lo conectaba para Gordon, y eso era algo que
no deseaba recordar. Pero conectó la máquina, puso el volumen al mínimo y
volvió al mi bemol que Mozart sólo había incluido para molestar a los
violonchelistas.
En la penumbra de la oficina de la Agencia de investigaciones holísticas de Dirk
Gently, Gordon Way manipulaba torpemente el teléfono para volverlo a colgar;
luego se dejó caer en una silla sumido en el mayor de los abatimientos. Ni
siquiera dejó de resbalar a través del asiento hasta descansar suavemente en el
suelo.
Miss Pierce se había largado a galope de la oficina la primera vez que el
teléfono empezó a funcionar solo, agotada ya su paciencia de soportar esa clase
de cosas, momento desde el cual Gordon habla dispuesto la oficina
exclusivamente para él. Pero sus intentos para comunicarse con alguien habían
sido fallidos por completo. O mejor dicho, sus intentos de ponerse en contacto
con Susan, que era lo único que le importaba. Con Susan era con quien estaba
hablando cuando murió, y sabía que tenía que volver a hablar con ella como
fuese. Pero había tenido el teléfono descolgado durante casi toda la tarde y,
cuando contestó, ni siquiera pudo oírle.
Renunció. Se levantó del suelo y, deslizándose, salió a la calle cuando
empezaba a oscurecer. Erró sin objeto durante un rato, fue a dar un paseo sobre
las aguas del canal, un truco al que pronto dejó de verle la gracia, y volvió a las
calles. Las casas de donde brotaban luz y vida le molestaban de manera especial,
porque la invitación que parecían ofrecer no le estaba destinada. Se preguntó si a
alguien le importaría que se metiera en su casa a pasar la tarde viendo la tele. No
causaría ninguna molestia. O al cine. Eso estaba mejor, al cine sí podía ir.
Se adentró con paso más resuelto, aunque todavía inmaterial, por Noel Road,
cuyo nombre le sonaba vagamente. Tenía la impresión de que recientemente
había tratado un asunto con alguien en Noel Road.
¿Con quién?
Un horrible grito de terror que resonó por toda la calle interrumpió sus
pensamientos. Se quedó quieto como un poste. Unos instantes después se abrió
de golpe una puerta a pocos pasos de él y una mujer salió corriendo, aullando y
con la mirada enloquecida.
A Richard nunca le había sido simpático Michael Wenton-Wea-kes, y con un
fantasma en su interior le caía aún peor. No sabría decir el porqué, no tenía nada
en contra de los fantasmas, no creía que pudiera juzgarse adversamente a una
persona sólo por el hecho de que estuviera muerta, pero... no le gustaba.
Sin embargo, resultaba difícil no sentir cierta compasión por él.
Michael se sentó con aire afligido en un taburete con el codo apoyado en la
mesa y la cabeza descansando en la mano. Estaba demacrado y tenía un aspecto
enfermizo. Parecía enormemente cansado. Ofrecía una imagen patética. Su
narración había sido desgarradora, y concluyó con sus esfuerzos de poseer
primero a Reg y luego a Richard.
-Tenías razón. Completamente -dijo a Dirk.
El detective hizo una mueca, como si tratara de no esbozar demasiadas
sonrisas de triunfo en un solo día.
La voz era la de Michael, pero no del todo. A lo largo de más o menos un billón
de años de aislamiento y pavor, la voz había cobrado un timbre especial, que era
lo que ahora llenaba a sus oyentes del espanto y aturdimiento que se apodera de
la mente y el estómago de quien se asoma de noche a un abismo.
Observó a Reg y luego a Richard, y el efecto de sus ojos también suscitaba
piedad y horror. Richard tuvo que desviar la mirada.
-Debo una disculpa a ustedes dos -dijo el espíritu que habitaba el cuerpo de
Michael-, que les presento desde lo más profundo de mi corazón, y confío en que
cuando lleguen a comprender lo desesperado de mi situación y la esperanza que
me brinda esa máquina, también entenderán por qué he obrado de esa manera y
encontrarán motivos para perdonarme. Y ayudarme. Se lo ruego.
-Déle un whisky a este hombre -dijo Dirk, con aspereza.
-No tengo whisky -repuso Reg-. ¿Oporto? Humm. Hay una botella de Margaux
que puedo abrir. Espléndida. Hay que ponerla a la temperatura ambiente durante
una hora, pero se puede hacer, es muy fácil, yo...
-¿Me ayudarán? -interrumpió el fantasma.
Reg se apresuró a buscar el oporto y unas copas.
-¿Por qué ha tomado posesión del cuerpo de este hombre? -inquirió Dirk.
-Debo tener una voz con que hablar y un cuerpo para actuar. A él no le
ocurrirá ningún daño, ningún daño...
-Permítame repetirle la pregunta. ¿Por qué se ha apoderado del cuerpo de este
hombre? -insistió Richard.
El fantasma hizo que el cuerpo de Michael se encogiera de hombros.
-Porque estaba dispuesto. Estos dos caballeros, muy comprensiblemente, se
resistieron a..., bueno, a que los hipnotizasen. Su analogía es acertada. ¿Este?
Pues creo que su sentido de la propia identidad está muy debilitado, y ha
consentido. Le estoy muy agradecido y no le causaré daño alguno.
-Su sentido de la propia identidad está muy debilitado -repitió Dirk con aire
pensativo.
-Supongo que es cierto -dijo Richard a Dirk, en voz baja-. Anoche parecía muy
deprimido. Le quitaron lo único que le importaba porque, en realidad, no lo hacía
muy bien. Aunque es orgulloso, quizá se mostrase muy receptivo ante la idea de
que se le necesitara para algo.
-Humm -dijo Dirk, y lo repitió.
Volvió a decirlo por tercera vez, con sentimiento. Luego giró sobre sus talones
y gritó al que estaba sentado en el taburete.
-¡Michael Wenton-Weakes!
Michael volvió la cabeza bruscamente y pestañeó.
-¿Sí? -dijo con su lúgubre voz habitual. Sus ojos seguían los movimientos de
Dirk.
-¿Me oyes, puedes responderme por ti mismo? -le preguntó Dirk.
-Pues sí -contestó Michael-. Claro que sí.
-Ese ser..., ese espíritu. ¿Sabes que está en tu interior? ¿Aceptas su
presencia? ¿Estás dispuesto a participar en lo que pretende hacer?
-Exactamente. Me conmovió mucho su historia, y estoy de acuerdo en
ayudarle. En realidad, creo que está bien que lo haga.
-De acuerdo -dijo Dirk, chasqueando los dedos-. Puedes marcharte.
La cabeza de Michael se inclinó de pronto hacia adelante y al cabo de un
momento volvió a erguirse despacio, como si hubiesen inflado un neumático. El
fantasma había vuelto a tomar posesión de él.
Dirk cogió una silla, le dio la vuelta y se sentó en ella a horcajadas mirando
fijamente a los ojos del fantasma que poseía a Michael.
-Otra vez -le dijo-, cuéntemelo otra vez. Un relato rápido, resumido.
El cuerpo de Michael se puso ligeramente en tensión. Alargó una mano y tocó
el brazo de Dirk.
-¡No me toque! -saltó Dirk-. Sólo cuénteme los hechos. En cuanto trate de
hacerme sentir compasión por usted, le daré un puñetazo en un ojo. O mejor
dicho, en el ojo que ha pedido prestado. Así que olvídese de esa historia que
parece sacada de..., hummm...
-De Coleridge -dijo Richard-. Parece sacada exactamente de Coleridge. Se
parecía a la Balada del viejo marinero. Bueno, había trozos de ese poema.
-¿Coleridge? -repitió Dirk, frunciendo el ceño.
-Intenté contarle mi historia -admitió el fantasma-. Yo...
-Lo siento, tendrá que excusarme -dijo Dirk-, hasta ahora nunca había
interrogado a un fantasma de cuatro billones de años. ¿Estamos hablando de
Samuel Taylor? ¿Quiere decir que contó su historia a Samuel Taylor Coleridge?
-Podía penetrar en su mente en... determinados momentos. Cuando se
encontraba en un estado impresionable.
-¿Se refiere a cuando había tomado láudano? -le preguntó Richard.
-Exacto. Entonces estaba más distendido.
-Ya lo creo -rió Reg-. Le vi algunas veces en una situación asombrosamente
distendida. Bueno, voy a hacer café.
Desapareció en la cocina, donde empezó a reírse solo.
-Estoy en otro mundo -murmuró Richard para sí, sentándose y meneando la
cabeza.
-Pero lamentablemente, cuando estaba en plena posesión de sí mismo, por así
decirlo, me resultaba imposible -prosiguió el fantasma-. Así que con él falló la
cosa. Y lo que escribió es muy confuso. .
-Habría que discutirlo -dijo Richard para sí, enarcando las cejas.
-Profesor -dijo Dirk en voz alta-, esto quizá le parezca ridículo, pero ¿intentó
alguna vez Coleridge... utilizar su máquina del tiempo? Puede usted debatir la
cuestión a su gusto, del modo que le parezca.
-Pues vino una vez y se puso a husmear, ¿sabes? -dijo Reg, asomando la
cabeza por la puerta de la cocina-, pero creo que se encontraba en un estado
demasiado distendido para hacer nada.
-Entiendo -repuso Dirk quien, volviéndose de nuevo hacia la extraña figura de
Michael desplomado en el taburete, preguntó-: Pero ¿por qué ha tardado tanto en
encontrar a alguien?
-Durante períodos muy prolongados soy muy débil, casi absolutamente
inexistente, e incapaz de ejercer influencia alguna sobre nadie. Y además, en
aquella época todavía no había máquina del tiempo, claro, y... ninguna esperanza
para mí.
-Quizá los fantasmas existan como configuraciones de ondas -sugirió Richard-,
como formas de interferencia entre lo real y lo posible. Habría crestas y senos
irregulares, como en una onda musical.
El fantasma fijó los ojos de Michael en Richard.
-Usted... -dijo-, usted escribió aquel artículo...
-Pues..., sí.
-Me emocionó mucho -confesó el fantasma en su tono de contrita añoranza
que, por su carácter repentino, pareció sorprender tanto a él como a sus oyentes.
-Ah, bueno. Pues gracias. La última vez que lo mencionó no le había gustado
tanto. Bueno, ya sé que en realidad no era usted...
Richard se recostó en el asiento, frunciendo el ceño.
-Así que, volviendo al principio -dijo Dirk.
El fantasma hizo que Michael contuviese el aliento y empezase de nuevo:
-Estábamos en una nave.
-En una nave espacial.
-Sí. Habíamos salido de Salaxala, un mundo en..., bueno, muy lejos de aquí.
Un lugar agitado y violento. Un grupo de unas nueve docenas de nosotros
salimos, como suele hacerse en estos casos, a buscar un nuevo planeta donde
vivir. Ninguno de los mundos de este sistema era adecuado para nuestros
propósitos, pero nos paramos aquí para abastecernos de algunos minerales
necesarios. Lamentablemente, nuestra nave de desembarco se averió al
atravesar la atmósfera. Sufrió bastantes daños, pero podían repararse.
"Yo era el ingeniero de a bordo y a mí me correspondía la tarea de supervisar
la reparación de la nave y prepararla para volver a nuestra nave nodriza. Y ahora,
para entender lo que pasó a continuación, deben conocer algunas características
de una sociedad altamente automatizada. Todo trabajo puede efectuarse mejor
con la ayuda de una informatización avanzada. Y había algunos problemas muy
concretos vinculados a un viaje con un objetivo como el nuestro...
-¿Y cuál era? -preguntó bruscamente Dirk.
El fantasma de Michael pestañeó como si la respuesta fuese evidente.
-Pues encontrar un mundo nuevo y mejor en el cual todos pudiéramos vivir en
paz, libertad y armonía para siempre. Por supuesto.
Dirk enarcó las cejas.
-Ah, ya -dijo-. Y supongo que lo planearían con todo cuidado.
-Hicimos que se planeara. Llevábamos unos instrumentos muy especializados
para ayudarnos a seguir creyendo en el objetivo del viaje, incluso cuando las
cosas se pusieran difíciles. Por lo general funcionaban bastante bien, pero creo
que llegamos a confiar demasiado en ellos.
-¿Y en qué demonios consistían? -preguntó Dirk.
-Quizá les resulte difícil entender la tranquilidad que nos proporcionaban. Y por
eso cometí aquel error fatal. Cuando quise saber si era o no seguro despegar, yo
no quería saber si podría no ser seguro, sólo quería estar absolutamente seguro.
Así que en vez de comprobarlo personalmente, se lo encargué a uno de los
Monjes Eléctricos.
La placa de bronce de la puerta roja de Peckender Street destelló al reflejar la
luz de una farola. Brilló un momento al recibir el violento haz luminoso de un
coche patrulla que pasó a toda velocidad. Se oscureció un poco cuando un
espectro muy pálido la atravesó silenciosamente. En el momento de oscurecerse
relució, porque el espectro temblaba con horrenda agitación.
El fantasma de Cordón Way hizo una pausa en el oscuro vestíbulo. Necesitaba
algo donde apoyarse y, por supuesto, no había nada. Trató de sobreponerse, pero
no encontró nada para lograrlo. El horror de lo que había visto le produjo náuseas
pero, por supuesto, no tenía nada en el estómago. Medio a trompicones, medio
flotando, logró subir las escaleras como un náufrago que tratara de aferrarse al
agua.
Tambaleante, atravesó la pared, el escritorio, la puerta, tratando de serenarse
e instalándose frente a la mesa del despacho de Dirk.
Si por casualidad alguien hubiera entrado en la oficina, como una señora de la
limpieza si Dirk Gently tuviese contratada alguna, que no era el caso, dado que
habría que pagarla y Dirk no estaba dispuesto a hacerlo, o tal vez un ladrón si en
la oficina hubiera habido algo que mereciese la pena robar, que no lo había,
habrían contemplado el siguiente espectáculo con la correspondiente
estupefacción.
El auricular del enorme teléfono rojo que había sobre la mesa se descolgó de
pronto. Se oyó el zumbido de la señal de línea. Luego, uno por uno, se pulsaron
siete botones numéricos y, al cabo de una larga pausa que la compañía de
teléfonos británica le concede a uno para poner en claro las ideas y olvidar a
quién se está llamando, se oyó sonar un teléfono al otro lado del hilo. Tras dos
llamadas, hubo un sonido metálico, un zumbido y un ruido como de una máquina
tomando aliento. Entonces una voz empezó a decir: "Hola, soy Su-san. En este
momento no puedo ponerme porque estoy ensayando un mi bemol, pero si quiere
dejar su nombre..."
-Entonces, bajo la orden de un..., apenas me atrevo a pronunciar estas
palabras..., de un Monje Eléctrico, usted intenta despegar y, ante su absoluto
estupor, la nave explota -dijo Dirk en cierto tono de burla-. ¿Desde cuándo...?
-¿Desde cuándo estoy solo en este planeta? -terminó la frase el fantasma-.
Solo, con la conciencia de lo que hice a mis compañeros de la nave. Solo,
completamente solo...
-Sí, sáltese esa parte -le cortó Dirk, irritado-. ¿Qué me dice de la nave
nodriza? Es de suponer que continuó viaje en busca de...
-No.
-¿Qué le ocurrió, entonces?
-Nada. Sigue aquí.
-¿Qué sigue aquí?
Dirk se puso en pie de un salto y empezó a dar vueltas por la habitación con el
ceño fruncido.
La cabeza de Michael se inclinó un poco hacia delante, pero alzó la mirada
hacia Reg y Richard con aire lastimero.
-Sí. Todos estábamos a bordo de la nave de desembarco. Al principio me sentí
poseído por los fantasmas de los demás, pero sólo eran imaginaciones mías.
Durante millones y luego billones de años caminé por el fango solo por completo.
Es imposible que conciban ustedes ni la más mínima parte del tormento de una
eternidad así. Después, hace poco, surgió la vida en este planeta. Vida.
Vegetación, seres marinos y, luego, al fin, ustedes. Vida inteligente. Recurro a
ustedes para que me liberen de los tormentos que he sufrido.
Michael abatió desconsoladamente la cabeza sobre el pecho y así quedó unos
momentos. Luego, poco a poco, volvió a alzarse y los miró de nuevo con brillos
aún más sombríos en los ojos.
-Llévenme allí, se lo ruego, devuélvanme a la nave de desembarco.
Permítanme enmendar mi error. Puede arreglarse con sólo una palabra mía, las
reparaciones se efectuarán adecuadamente, la nave de desembarco podrá
entonces volver a la nave nodriza, podremos seguir nuestro viaje, mi tormento
cesará y yo dejaré de ser una carga para ustedes. Se lo suplico.
Hubo un breve silencio mientras su ruego pendía en el aire.
-Pero eso no puede resultar bien, ¿verdad? -dijo Richard-. Si lo hacemos,
aquello no habrá sucedido. ¿No produciremos toda clase de paradojas?
-No serán peores que muchas de las que ya existen -dijo Reg, interrumpiendo
el hilo de sus propios pensamientos-. Si el universo llegara a su fin cada vez que
hay alguna incertidumbre sobre los sucesos que en él se desarrollan, jamás
habría sobrevivido a su primer microsegundo. Y por supuesto, muchos universos
no han pasado de ahí. Es como el cuerpo humano, ¿entienden? Unos cuantos
arañazos y cortes aquí y allá no lo daflan. Ni siquiera una operación quirúrgica
importante, si se hace como es debido. Las paradojas no son más que heridas
abiertas. El tiempo y el espacio cicatrizan sobre ellos y la gente sólo recuerda una
versión de los acontecimientos que tiene sentido.
"Lo que no quiere decir que si uno se encuentra ante una paradoja las cosas
no le choquen y le parezcan muy raras; no obstante, si uno vive sin que le ocurra
eso, no sé en qué universo habitará, pero desde luego no será en éste.
-Pero si eso es así -arguyó Richard-, ¿por qué se mostró tan inflexible con
respecto a no hacer nada para salvar al dodo?
-No entiendes nada en absoluto -suspiró Reg-. El dodo no se habría extinguido
si no me hubiese empeñado tanto en salvar al ce-lacanto.
-¿El celacanto? ¿El pez prehistórico? Pero ¿qué relación tienen uno y otro?
-¡Ah! Esa sí es una buena pregunta. Las complejidades de causa y efecto
desafían el análisis. El continuo no sólo es como el cuerpo humano, también se
parece a una pared mal empapelada. Si se aprieta una burbuja en un sitio, una
nueva pompa aparecerá en otro. No hay más dodos a causa de mi interferencia.
Acabé imponiéndome la norma a mí mismo, porque sencillamente ya no podía
soportarlo. Lo único que realmente sale malparado''cuando se intenta modificar el
tiempo es uno mismo.
Esbozó una yerma sonrisa y miró a otro lado. Luego, tras un largo momento
de reflexión, añadió:
-No, se puede hacer. Sólo me muestro cínico porque muchas veces el
resultado ha sido desastroso. La historia de este pobrecillo es muy patética, y
terminar con su desgracia no puede hacer mal a nadie. Los hechos acaecieron
hace muchísimo tiempo en un planeta muerto. Si le ayudamos, cada uno de
nosotros albergará en su memoria el suceso que haya vivido personalmente. Si el
resto del mundo no está completamente de acuerdo con ello, mala suerte. No
sería la primera vez.
La cabeza de Michael se inclinó.
-Estás muy silencioso, Dirk -dijo Richard.
Dirk le lanzó una mirada colérica.
-Quiero ver esa nave -exigió.
En la oscuridad, el teléfono rojo se deslizó sobre la mesa y, a sacudidas, llegó
al otro lado. Si alguien hubiera estado allí, habría logrado atisbar la forma que lo
movía. Sólo emitía un débil resplandor, más leve que el de las manecillas de un
reloj con esfera luminosa. Era como si la penumbra que la envolvía fuese más
oscura y la forma espectral estuviera en su interior como una ancha cicatriz bajo
la superficie de la noche.
Gordon trató de coger por última vez el recalcitrante teléfono. Al fin logró
asirlo y colocarlo encima de la horquilla. El instrumento se fue deslizando hacia su
lugar de reposo y se colgó. En el mismo momento, y una vez realizada su última
llamada, el espectro de Gordon Way se deslizó hacia su propio lugar de reposo y
desapareció.
Entre el montón de escombros que ya flotaban para siempre girando despacio
en las altas órbitas a la sombra de la Tierra, había un bulto oscuro de mayor
volumen y de formas más regulares que los demás. Y muchísimo más viejo.
Durante cuatro billones de años había seguido absorbiendo datos del mundo
de abajo, registrando, analizando, procesando. De cuando en cuando emitía
algunos mensajes si lo creía útil, si pensaba que podrían ser recibidos. Pero si no,
observaba, escuchaba, grababa. Ni el pliegue de una ola ni el latido de un
corazón escapaba a su atención.
Aparte de eso, nada se había movido en su interior en cuatro billones de años,
salvo el aire que seguía circulando y las motas de polvo que bailaban en un
remolino sin fin.
Lo que ahora ocurrió sólo fue una levísima alteración. Calladamente, sin
alboroto, como una gota de rocío se precipita del aire a una hoja, en una pared
que había sido gris durante cuatro billones de años apareció una puerta. Una
puerta blanca, corriente, con un pequeño y abollado llamador de bronce.
Este acontecimiento silencioso también fue registrado e incorporado al
continuo flujo de proceso de datos que la nave efectuaba de manera incesante.
No sólo la llegada de la puerta, sino también la de los que estaban tras ella, su
aspecto, sus movimientos, las impresiones de lo que veían. Todo procesado,
registrado, transformado.
La puerta se abrió al cabo de unos momentos.
En su interior se veía una habitación completamente distinta a cualquiera de
las de la nave, con suelos de madera y muebles de raída tapicería, donde
brincaba un fuego. El movimiento de las llamas bailaba en los ordenadores de la
nave y las motas de polvo formaban un coro en el aire.
En la puerta apareció una silueta voluminosa y lúgubre, en cuyos ojos bailaba
ahora un destello. Cruzó el umbral, se adentró en la nave y su rostro quedó
súbitamente inundado de una calma que había añorado creyendo que nunca la
volvería a experimentar.
Tras él salió un hombre de más edad, menor estatura y pelo blanco y rebelde.
Al pasar del reino de sus habitaciones al ámbito de la nave, se detuvo y parpadeó
maravillado. Lo siguió un tercer hombre, tenso e impaciente, con un largo abrigo
de cuero de amplios faldones. Se detuvo a su vez, momentáneamente
estupefacto por algo que no entendía. Con una expresión de la más absoluta
perplejidad, echó a andar observando las polvorientas y grises paredes de la vieja
nave.
Por fin llegó el cuarto, un hombre alto y delgado. Se inclinó al salir por la
puerta y, casi al instante, se detuvo como si hubiese tropezado con un muro.
Y en cierto modo, así había sido.
Quedó paralizado. Si alguien le hubiese visto la cara en aquel momento, le
habría resultado más que evidente que estaba viviendo el acontecimiento más
asombroso de toda su existencia.
Cuando de nuevo se movió, despacio, empezó a caminar de una manera
curiosa, como si nadase a cámara lenta. El menor movimiento de su cabeza
parecía enviar a su rostro nuevas oleadas de temor reverente. Los ojos le
rebosaban de lágrimas y, maravillado, se quedó sin aliento.
Dirk se volvió y le miró, para que no se rezagase.
-¿Qué te pasa? -le gritó por encima del ruido.
-La música... -murmuró Richard.
El ambiente estaba inundado de música. Tanto, que no había sitio para nada
más. Y cada partícula de aire parecía tener su propia música, de modo que
cuando Richard movía la cabeza oía una melodía nueva y diferente, aunque cada
ritmo particular encajaba a la perfección con las demás armonías que giraban a
su alrededor. Las modulaciones estaban perfectamente logradas: increíbles saltos
dados sin esfuerzo hacia remotas tonalidades, con un simple movimiento de
cabeza. Nuevos temas, nuevos flecos de melodía, en perfecta y asombrosa
proporción, se desgranaban continuamente en el incesante conjunto. Grandes y
lentas oleadas de movimiento, vibrantes de frenéticos bailes, retozos ligeramente
chispeantes que brincaban en las danzas, largas y enmarañadas tonadas cuyo
final era tan semejante al principio que se mordían la cola, se volvían del revés,
se ponían..........................................................ta que todo se convirtió
en una inmensa explosión de
en una inmensa explosión de
armonía que se difundió por su mente con mayor rapidez de la que cualquier
imaginación podría soportar.
Y entonces todo fue más sencillo. En su imaginación retozó una sola melodía
que captó toda su atención. Era una música que empapó todo el flujo mágico,
dándole forma y contorno, vida, altura y hasta la propia esencia. Con fuerza,
vibrante, briosa al principio, se hacía más lenta para después efectuar nuevos y
más difíciles giros, parecía zozobrar en remolinos de duda y confusión que de
pronto se fundían en los primeros rizos de una nueva y gigantesca ola de energía
que irrumpía gozosamente desde el fondo.
Muy despacio, Richard empezó a desmayarse.
Estaba tumbado muy quieto.
Se sintió como una esponja empapada en parafina y puesta a secar al sol.
Se sintió como un caballo viejo quemándose entre la neblina del sol. Soñó con
aceite, suave y fragante, con mares oscuros de altas olas. Estaba en una playa
blanca, borracho de peces, ahito de arena, descolorido, adormilado, maltrecho de
luz, debilitado, calculando la densidad de las vaporosas nubes de lejanas
nebulosas, flotando en un placer absoluto. Era una fuente de la que manaba agua
fresca en primavera y que se vertía en un oloroso montecillo de hierba recién
cortada. Sonidos casi inaudibles se quemaban en la lejanía como un sueño
remoto. Corría y tropezaba. Las luces de un puerto giraban en la noche. Como un
espíritu oscuro, el mar golpeaba infinitesimal-mente la arena, destellante,
inconsciente. Donde el mar era más frío y profundo, él se mecía fácilmente entre
las densas olas que se expandían como aceite en torno a sus oídos, y sólo le
molestaba el distante zumbido del timbre del teléfono.
Poco a poco comprendió que el distante zumbido del timbre del teléfono era
que sonaba un teléfono.
Se incorporó bruscamente.
Estaba en una cama individual, con las sábanas en desorden, en una
habitación pequeña y desordenada que reconocía pero no podía ubicar. Estaba
atestada de libros y zapatos. Parpadeó desconcertado.
Junto a la cama sonaba el teléfono. Lo cogió.
-¿Diga?
-¡Richard!
Era la voz de Susan, completamente angustiada. Sacudió la cabeza y no
recordó nada útil.
-¿Diga? -repitió.
-¿Eres tú Richard? ¿Dónde estás?
-Espera un momento, voy a ver.
Dejó el teléfono sobre las sábanas arrugadas, donde quedó emitiendo confusas
quejas, se levantó tambaleante de la cama, se acercó a trompicones a la puerta y
la abrió.
Era un cuarto de baño. Lo observó con aire de duda. Lo reconoció pero tuvo la
impresión de que faltaba algo. Ah, sí. Debería haber un caballo. O al menos había
un caballo la última vez que lo había visto. Atravesó el baño y salió por la otra
puerta. Tambaleante, bajó las escaleras y entró en la sala de estar de Reg. Lo
que vio le sorprendió.
Habían cedido las tormentas de la víspera y del día anterior, así como las
inundaciones de la semana precedente. El cielo aún seguía henchido de lluvia,
pero lo único que ahora caía era una especie de chubasco monótono.
El viento barría la llanura en penumbra, vagaba por las bajas colinas y soplaba
por un estrecho valle en el que una estructura, una especie de torre solitaria e
inclinada, se erguía en una pesadilla de fango.
Era el muñón renegrido de una torre. Parecía una efusión de magma surgida
de uno de los más pestilentes pozos del infierno y se inclinaba formando un
ángulo extraño, como presionada por algo mucho más tremendo que su enorme
peso. Era como algo muerto, fenecido siglos atrás.
El único movimiento era el de un río de lodo que discurría perezosamente por
el fondo del valle junto a la torre. Un kilómetro más allá, el río caía por un
barranco y desaparecía bajo tierra.
Pero a medida que las sombras del atardecer se espesaban, resultó que la
torre no carecía por entero de vida. Una mortecina luz roja brillaba en sus
recintos más recónditos.
Esta era la escena que sorprendió a Richard desde la pequeña puerta blanca
que se abría a un costado de la loma del valle, a unos centenares de metros de la
torre.
-¡No salgas! -le dijo Dirk, cortándole el paso con el brazo-. El aire está
envenenado. No sé qué es lo que tiene, pero seguro que deja muy limpias las
alfombras.
Dirk estaba en el umbral, contemplando el valle con expresión de honda
desconfianza.
-¿Dónde estamos? -preguntó Richard.
-En las Bermudas -contestó Dirk-. Es un poco complicado.
-Gracias.
Richard dio media vuelta y, tambaleante, cruzó de nuevo la habitación, donde
Reg se ocupaba en comprobar que el traje de inmersión de Michael Wenton-
Weakes encajaba a la perfección y que la escafandra y el regulador de aire
funcionaban adecuadamente.
-Discúlpenme -dijo Richard a Reg-. Lo siento, querría pasar. Gracias.
Volvió a subir las escaleras, entró en la habitación de Reg, se sentó tembloroso
al borde de la cama y cogió el teléfono.
-En las Bermudas -dijo-, es un poco complicado.
Abajo, Reg acabó de dar vaselina a todas las junturas del traje y a las pocas
partes de piel que quedaban expuestas en torno a la escafandra, y luego anunció
que todo estaba dispuesto. Dirk se retiró de la puerta y se puso a un lado con el
peor de los humores.
-Pues entonces, lárguese -dijo-. ¡Que le vaya bien! Yo me lavo las manos en
todo este asunto. Supongo que tendremos que esperar aquí hasta que nos envíe
el envase, por si vale algo.
Empezó a dar vueltas alrededor del sofá con movimientos coléricos. No le
gustaba aquello. No le gustaba nada. En especial no le gustaba que Reg supiese
del espacio tiempo más que él. Le enfurecía no saber por qué no le gustaba.
-Mi querido amigo -le dijo Reg en tono conciliador-, piensa qué pequeño
esfuerzo nos cuesta ayudar a este pobrecillo. Lamento que esto constituya un
desengaño para ti después de tus extraordinarias hazañas de deducción. Sé que
una simple misión de misericordia no te parecerá suficiente, pero deberlas ser
más caritativo.
-Caritativo, ¡ja! Pago mis impuestos, ¿qué más quiere?
Se sentó de golpe en el sofá con expresión de resentimiento.
El poseído cuerpo de Michael estrechó la mano de Reg y musitó unas palabras
de agradecimiento. Luego se dirigió a la puerta con movimientos envarados y se
despidió con una inclinación. Dirk movió la cabeza con una sacudida y le lanzó
una mirada de odio con los ojos destellantes tras las gafas y los cabellos
fieramente despeinados.
El fantasma le devolvió la mirada y por un momento tembló de aprensión. Un
instinto supersticioso le hizo saludar con la mano. Movió tres veces la mano de
Michael, en círculo, y luego dijo una sola palabra:
-Adiós.
Tras lo cual se dio la vuelta, se agarró al marco de la puerta con ambas manos
y saltó resueltamente al barro y al aire pestilente y envenenado. Se detuvo un
momento para asegurarse de que el terreno era lo bastante sólido como para
sostener su peso y, sin volverse a mirar, se alejó de ellos, fuera del alcance de los
seres viscosos con patas, en dirección a su nave.
-¿Y qué demonios significa esto? -preguntó Dirk, describiendo con gesto
irritado la extraña triple curva.
Richard bajó en tromba las escaleras, abrió de golpe la puerta y se precipitó en
la habitación con ojos desorbitados.
-¡Han asesinado a Ross! -gritó.
-¿Quién cono es Ross? -preguntó Dirk, también a gritos.
-¡Pues un tal Ross, por amor de Dios! -exclamó Richard-. El nuevo director de
Fathom.
-¿Qué es Fathom?
-¡La puñetera revista de Michael, Dirk! ¿Recuerdas? Gordon despidió a Michael
y en su lugar nombró director a ese Ross. Michael le odiaba. ¡Y anoche fue y lo
asesinó!
Hizo una pausa, jadeante.
-Bueno, por lo menos lo han asesinado. Y Michael era el único que tenía
motivos para matarle.
Echó a correr hacia la puerta, miró la silueta que desaparecía en la distancia y
se volvió de nuevo hacia la habitación.
-¿Va a volver? -preguntó.
Dirk se puso en pie de un salto y parpadeó un momento.
-Eso es... -dijo-. Por eso Michael era el sujeto perfecto. Eso es lo que debería
haber investigado. Lo que el fantasma le obligó a hacer para establecer su
dominio, e.........................................hierba y las retorció entre los
dedos.
Las levantó hacia la luna, cambiándolas de posición para ver el efecto que la
luz causaba sobre ellas.
-¡Qué música! -exclamó-. No soy creyente, pero si lo fuese diría que fue como
una visión fugaz de la mente de Dios. A lo mejor así fue y tendría que volverme
creyen..................................................................................................................................................................................................................................................................niciaba una larga sucesión y se
apresuró por el camino hacia Richard.
-Bueno, creo que ya está arreglado -anunció, frotándose las manos-. Me
parece que había empezado a escribirlo, pero no recordará ni una palabra más,
eso de fijo. ¿Dónde está el egregio profesor? Ah, ahí lo tenemos. ¡Santo cielo!, no
tenía ni idea de que hubiese tardado tanto. Nuestro mister Coleridge es un
individuo de lo más fascinante y divertido o, mejor dicho, creo que lo habría sido
si le hubiese dado la oportunidad, pero estaba muy ocupado tratando de ser
fascinante yo mismo.
"Ah, hice lo que me pediste, Richard, al final le pregunté por el albatros y me
dijo: "¿Qué albatros?" Así que le contesté: "Bueno, no tiene importancia, el
albatros no importa." Y él repuso: "¿Qué albatros no tiene importancia?" Y yo le
contesté que se olvidara del albatros, que no tenía importancia y él dijo que sí
importaba, que si alguien venía en plena noche a su casa para desvariar y
hablarle de un albatros, quería saber por qué. Yo le dije que a tomar por culo el
puñetero albatros y él contestó que no le parecía mal y que no estaba seguro de
que aquello no fuese a darle alguna idea para un poema en el que estaba
trabajando. Era mucho mejor, añadió, que a uno le cayese un asteroide encima,
lo que consideraba forzar un poco la credulidad. Y después, me despedí.
"Y ahora, después de haber salvado a la raza humana de su extinción, me
vendría bien una pizza. ¿Qué os parece la idea?
Richard no manifestó su opinión. En cambio, miraba a Reg con cierta
perplejidad.
-¿Te preocupa algo? -preguntó Reg, desconcertado.
-Qué truco tan bueno -dijo Richard-. Hubiera jurado que no llevaba barba
cuando se metió detrás del árbol.
-Ah, sí -dijo Reg, pasándose los dedos por la frondosa barba de cinco
centímetros-. Despiste..., un simple despiste.
-¿Qué ha estado haciendo?
-Pues unas cuantas adaptaciones. Un poco de cirugía, ¿entiendes? Nada
espectacular.
Pocos minutos después, cuando les hizo atravesar la nueva puerta que un
establo de vacas acababa misteriosamente de adquirir, volvió a mirar al cielo
justo a tiempo para ver cómo destellaba y desaparecía un pequeño punto
luminoso.
-Lo siento, Richard -murmuró, siguiéndoles al interior.
Dirk Gentil, Agencia de investigaciones holísticas Douglas Adams
-No, gracias -dijo Richard en tono firme-, a pesar de que me encantaría tener
la oportunidad de invitarte a una pizza y ver cómo te la comes, Dirk, quiero irme
derecho a casa. Tengo que ver a Susan. ¿Es eso posible, Reg? ¿Derecho a mi
casa? La semana que viene tengo que acercarme a Cambridge a recoger el coche.
-Ya hemos llegado -anunció Reg-. No tienes más que salir por la puerta y
estarás en casa. Será la primera hora de la tarde del viernes.
-Gracias. Bueno, Dirk, ya nos veremos, ¿vale? ¿Te debo algo? No sé.
Dirk desechó el asunto con un leve gesto.
-Ya tendrás noticias de miss Pearce a su debido tiempo -le indicó.
-Bueno, muy bien, ya te veré cuando haya descansado un poco. Todo ha sido,
bueno, inesperado.
Se dirigió a la puerta y la abrió. Luego se volvió, como si acabara de
ocurrirsele algo.
-Reg, ¿podríamos desviarnos un poco? Creo que sería una buena iniciativa si
invitara a cenar a Susan esta noche, sólo que en el sitio que estoy pensando se
necesita hacer reserva. ¿Podrías conseguirme tres semanas?
-Nada más fácil. Ya sabes dónde está el teléfono.
Richard se precipitó escaleras arriba, entró en la habitación de Reg y telefoneó
a L'Esprit d'Escalier. El maitre dijo que se sentía honrado y encantado de tomar
nota de su reserva y que esperaba verle dentro de tres semanas. Richard bajó las
escaleras maravillado, meneando la cabeza.
-Necesito un fin de semana de realidad palpable -dijo-. ¿Qué era eso que ha
salido por la puerta?
-Eso era tu sofá, que lo van a entregar a domicilio. El mozo de cuerda
preguntó si nos importaba que abriera la puerta para dar la vuelta al mueble, y le
dijimos que estaríamos encantados de que lo hiciese.
Sólo unos minutos después, Richard estaba subiendo las escaleras de la casa
de Susan. Al llegar a la puerta le agradó, como siempre, oír los graves tonos del
violonchelo. Entró sin hacer ruido, y al llegar a la sala de música se quedó
paralizado de asombro. La melodía que tocaba Susan la había oído antes. Unas
armonías que se aceleraban, que se hacían más lentas, que empezaban a girar
con mayor dificultad...
Tenía una expresión de tanta perplejidad que Susan dejó de tocar nada más
verle.
-¿Qué te pasa? -preguntó alarmada.
-¿De dónde has sacado esa música? -murmuró Richard.
-Pues de la tienda de música -contestó ella, encogiéndose de hombros.
No quería ser sarcástica, simplemente no entendía la pregunta.
-¿Qué es?
-Es de una cantata que voy a tocar dentro de un par de semanas -contestó
ella-. Bach, número seis.
-¿Quién la compuso?
-Pues Bach, supongo. Si se piensa un poco.
-¿Quién?
-Fíjate en mis labios. Bach. B-A-CH. Johannes Sebastian. ¿Recuerdas?
-No. Nunca he oído hablar de él. ¿Quién es? ¿Compuso algo más?
Susan dejó el arco, colocó el violonchelo, se levantó y se acercó a él.
-¿Estás bien? -le preguntó.
-Pues es difícil saberlo. ¿Qué es...?
Vio la pila de libros de música que había en un rincón del cuarto. En la
partitura de arriba había el mismo nombre escrito. BACH. Se precipitó hacia el
montón y rebuscó en él. Uno tras otro, todos eran del mismo: J. S. BACH.
Sonatas para violonchelo. Conciertos de Brandenburgo. Misa en si menor.
Alzó la vista hacia ella con absoluta perplejidad.
-Nunca he visto nada de esto -explicó.
-Pero Richard, cariño -protestó ella, acariciándole la mejilla-. ¿Qué demonios te
pasa? No son más que partituras de Bach.
-¿Pero es que no lo comprendes? -insistió él, agitando un puñado de
partituras-. ¡Nunca jamás he visto nada de esto!
-Bueno -repuso ella con burlona seriedad-, si no te pasaras el tiempo en el
ordenador jugando a hacer música...
La miró sorprendido, luego se sentó con la espalda contra la pared y empezó a
reírse histéricamente.
El lunes por la tarde, Richard telefoneó a Reg.
-¡Felicidades, Reg! Su teléfono funciona.
-¡Ah, sí, querido amigo! -repuso Reg-. Cuánto me alegro de oírte. Sí, hace
poco vino un joven muy mañoso y me lo arregló. No creo que vuelva a
estropearse. Son buenas noticias, ¿no te parece?
-Muy buenas. Entonces, ¿llegó usted sin novedad?
-Pues sí, gracias. Bueno, pasamos un rato divertido aquí arriba después de
dejarte. ¿Te acuerdas del caballo? Pues volvió a presentarse con el dueño. Habían
tenido un desgraciado encuentro con la policía y deseaban volver a su casa. Tanto
mejor. Me pareció un tipo peligroso para dejarle suelto por ahí. Muy bien. Y tú,
¿qué tal estás?
-Reg... La música.
-Ah, sí. Pensé que te gustaría. Me costó bastante trabajo, te lo aseguro. Sólo
salvé una mínima parte, claro, pero aun así hice trampa. Era bastante más de lo
que una sola persona podía hacer en la vida, pero supongo que nadie investigará
seriamente esa cuestión.
-Reg, ¿podemos conseguir un poco más de esa música?
-Pues no. La nave se ha marchado, y además...
-Podríamos viajar en el tiempo.
-No, ya te lo he dicho. Han arreglado el teléfono de manera que ya no vuelva a
estropearse.
-¿Y qué?
-Que la máquina ya no funciona. Se ha quemado. Está tan agotada como un
dodo. Me temo que no hay nada que hacer. Pero quizá sea mejor así, ¿no te
parece?
El lunes, la señora Sauskind llamó a la Agencia de investigaciones holísticas de
Dirk............................ dos años que mi querido Roderick
falleció y no tengo ningún deseo de reemplazarlo.
-Ah, entonces, señora Sauskind, lo que probablemente no entienda es que una
consecuencia directa de mis esfuerzos... Si pudiera explicarle la interrelación de
todas...
... Continuará