EL CENTRO DEL INFIERNO
H. A. Murena
(Héctor Álvarez)
JUDAS. Allí está, en el centro del Infierno, punto que
es asimismo la base detoda la morada. Sobre el recinto que lo aloja se alza el misterioso edificio, vastísima
y en apariencia caótica construcción de la que nadie sabe dónde se inicia ni hasta
dónde se extiende, p
ero en algunas de cuyas habitaciones penetramos, junto aalgunos de cuyos muros marchamos, los no muertos, en esta Tierra, sin saberlo,
acaso sintiéndolo, porque es aquí donde empieza ese reino que podemos
franquearnos con un gesto: se los reconoce
—a tales cuartos, a tales paredes—,pese a su aspecto natural y humano, por un latido singular, seco y afiebrado, que
percibiríamos con perturbadora claridad si apoy
ásemos una mano sobre ellos; sedice que los latidos son los del corazón del condenado que está en el centro, y que
resultan más notables en los límites exteriores del edificio que sobre el pecho mismo
del que surgen
, que parecería yerto; pero sólo uno ha tocado ese pecho.Está echado boca arriba, cubierto con una túnica de color rosa muy tenue, está
inmóvil, el vientre des
mesuradamente hinchado, sin duda a causa de la largapermanencia en la misma posición; mantiene los ojos casi siempre cerrados, pero al
anochecer los abre, negros, con una chispa en el medio, de fijeza irreal increíble: un
largo aprendizaje debe haber tras esa cautela que hace que no los desvíe hacia lado
alguno. Porque el recinto en que yace se halla invadido por una bruma blanquecina
y húmeda, a causa de la cual mana de toda cosa un abundante sudor frío y resulta
imposible distinguir los confines del lugar; pero, no obstante, la bruma permite ver
sombras que se mueven en torno al condenado, formas negras, más grandes que
un hombre, a veces quietas, velludas, arañas, tarántulas gigantescas, se cree.
Con los ojos abiertos, con los ojos cerrados, bajo la escolta de sus negras
compañeras, sueña, esto es, en su presente infinito —en esa condición desde la que
por fin advierte que tanto tarda en caer a tierra el pétalo de una rosa como una
existencia humana en transcurrir o una estrella en apagarse, en ese estado en el
que comprende que todos los siglos pasados, presentes y futuros son una sola,
efímera chispa—, vuelve a vivir, fantasiosa, terroríficamente, algunos de los
instantes que ahora se agolpan en tropel contra él, pero que en este mundo,
convertidos en actos o peligrosas larvas de actos, guardando una sucesión que
parecía un orden, compusieron el fuego para su eternidad.
Llega a la casa del monte, donde los otros están reunidos, tan lejos, tan alto
para un mediodía ardiente, aunque no por capricho, sino por precaución, prudencia
en la que también se mezcla una veta de desafío, pues la ciudad está demasiado
cerca. Del agua tibia, de los pescados descompuestos, de los eucaliptos color coral
bajo la corteza rota, de las porquerizas, de los limoneros en flor, cunde sobre el país
entero un olor a felicidad putrefacta, que a él lo oprime, lo fatiga más que la marcha
hasta el vómito. En tres oportunidades le hab
ló ya, cada vez que le oyó anunciar susproyectos insensatos. ¿Qué es la humanidad, qué es el reino de otro mundo?, le
dijo. Fantasías, fantasmas, vacuas generalidades. La humanidad soy yo, y aquél y
aquel o
tro que te siguen, aquellos a quienes piensas abandonar a mano de losverdugos; el otro mundo más valdría que se hiciese sentir un poco aquí abajo. En
cada oportunidad le lanzó una mirada excesivamente dura, acaso excesivamente
tierna, le contestó con el
silencio. ¿Será el Dios? Nunca lo creyó ni dejó de creerlo.Por lo demás, ¡tanto importa! Mientras esté en la Tierra como hombre, ese
relámpago debe servir al hombre. Ahora llora, de pie, erguido en su elevada
estatura, hermoso, con una pelusa apenas visible sobre sus mejillas de niño
consentido, llora, y los otros, tirados
en la habitación, lo contemplan sin saber quéhacer, excepto Juan, por supuesto, que se abraza a sus piernas y también llora. No
lo esperaron para comer, ahítos ya de un pan ázimo devorado más por miedo que
por hambre; pero él no quiere comer. Habla. En seguida d
e llegar, aunque es denoche cerrada, aunque el habitáculo se llena de escorpiones, cincuenta, cien, que
l
os demás matan como pueden. Lo enfrenta. ¿Has visto el dolor de los que tesiguen, la miseria de nuestro pueblo esclavizado, los leprosos, los famélicos,
elabandono en que viven?, le dice. ¿Qué derecho tienes a buscarte el suicidio cuando
los que te amamos confiamos en que no nos dejarás solos con nuestras llagas? ¿En
qué Dios te convertirás cuando la muerte te haya cerrado los ojos al sufrimiento?
Lava primero el mal que tienes a tu alcance, y piensa, habla luego, si t
e quedatiempo, del otro mundo: eso le dice. Lo hace llorar, para impedirle que termine con
una mísera muerte de delincuente su vida de taumaturgo capaz tal vez de
sacrificarlo todo por el brillo. Gracias a esa dura sabiduría suya se ha tornado
posible esta mansa, triunfal entrada en Tesalónica: aunque deba viajar en litera
cubierta, pues la luz demasiado intensa le hace daño, El puede ver
—levantando unpoc
o los visillos— no sólo a los pobladores, arrodillados en reverencial silencio antesu paso, sino también a los soldados, los romanos, abandonados por sus jefes, q
uehuyeron, ligeramente despavoridos, ante el éxtasis en que cayeron sus inferiores a
la noticia de que llegaba quien
llegaba. Y este paso por Nicópolis, donde elmismísimo cónsul los honra con su untuosa cordialidad burocrática, l
es ofrece sumansión; y este feliz arribo a Nápol
es, donde sus preceptos se cumplen antes deverlo siqui
era, todo esto se lo deben a él, a él, capaz de presumirlo desde el día enqu
e descubrió al entonces joven hipnotizador desperdiciando sus actos mágicos encuracion
es arbitrarias, que beneficiaban a uno y dejaban a la multitud seducida, perotan enferma como si no hubi
ese ocurrido nada, lo comprendió cuando abandonó susimportantes posesiones, su situación social
, las tradiciones: el jovenzuelo, guiado,podía lle
varlos muy lejos por el camino de la salvación de su escarnecida raza.Hasta Roma, como lo dijo con sincero, fervoroso regocijo Caifás,
la noche que éllogró que se abrazaran
en el monte de los Olivos, la Roma bañada por la luz lunarque cont
emplan desde lo que fuera recinto del Senado, silla ahora del dulce poder,del v
erdadero Dios, pastor de los pueblos satisfechos, libres y pacíficos. Pues esoesp
eran las naciones, a los discípulos, a los misioneros que, tras un sumario cursode adiestramiento, llegan, multiplican y multiplican los panes, sin dificultad, incluso
de modo un poco
mecánico, curan los males con panaceas asombrosas, que se lesentregan a granel, persuaden a los ricos
—quizá con cierto esfuerzo, pero siempreeficazment
e— para que cedan sus bienes a los pobres, en el tiempo en que tardauna mano en abrirse erigen altos palacios donde sólo había tugurios, pantanos,
alargan la dicha a todos. Henchidos de agradecimientos, peregrinos y legados de
cada comarca del orbe avanzan con unción hacia este sitial del bien, avanzan,
interminablemente, en bello orden, bajo la mirada paternal de los fornidos,
minuciosos guardias (pues la felicidad común enfurece tanto a los que fueran
explotadores, poderosos, que es menest
er durante esta generación —nada más quedurante esta generación, claro est
á— reforzar con prudencia la vigilancia para quecuatro insensatos no logren desbaratar lo construido). El príncipe los recibe, a la
distancia consid
erable que la santidad exige, los mira llorando, porque le haqu
edado esa costumbre, que recrudece sobre todo en las oportunidades en que secru
za con Pedro, quien ha engordado tanto, llora, sin causa, teniendo en cuenta queincluso en los milagros especiales, a los que ahora s
e limita, alcanza cumbres noimaginadas, como esta resurrección d
el tal Lázaro, al que arrancó de la tumbahediendo, rígido, en forma quizá un poco espectacular para estos tiempos, p
ero decualquier modo edifi
cante, si se deja de lado a la parienta del resucitado, a la que yano es posible sacarse de encima, siempre con su frasco de ungüento. La verdad, él
sient
e de pronto miedo ante milagros semejantes, debe confesárselo, se pregunta sis
erá el Dios, pero piensa en seguida que está ya viejo, algo chocho, con susarrebatos de patética grandeza, y q
ue aunque ahora se le ocurriera hacersecrucificar no conseguiría que le diesen el gusto, entre gentes tan satisfechas, nadie
que aspire ya a nada, en la perfecta organización que se extiende a toda la
superficie habitable, nadie que quiera cosa alguna fuera de lo q
ue tiene, hasta talpunto que muchos, en el hartazgo de felicidad, ceden a la censurable moda que
busca
un último goce en el suicidio. Salvo la insignificancia de los escorpiones, queextrañamente se multiplican en las ciudades, irrumpen aquí, en el mismo recinto del
bien, a decenas, a centenares, pero a los que los discípulos, gracias a una larga
práctica, ultiman con gran destreza, la situación alcanzada merece un solo calificativo:
perfecta. Y resulta grato ser el lugarteniente del príncipe (habiéndose al fin
establecido las imprescindibles jerarquías), recibir los reflejos más directos de su
nimbo, ser un segundo acaso más importante que el primero, pues la acción está en
su mano, y las masas agradecen más
las acciones que las promesas, vivan sunombre a la par que el del príncipe, ahora que han salido a los balcones, lo vivarán
más cuando, con los treinta dineros que cada fiel debe donar a la entrada del
templo, el bienestar crezca y crezca y crezca.
Sueña. Pero sus velludas compañeras velan, marchan en círculo
en torno a él,se detienen, adelantan sus negras cabezas, hunden
los picos en los pómulos, bajola túnica rosa, en el pecho, en el vientre, en los que han sido, son o serán sus
genitales, muerden, tiran. El condenado sale de su ensueño, ve dónde está, la
morada cuyo horror se torna más nítido a luz evanescente de su quimera, ve, y
lanza un alarido, no por dolor, sino por ver, pues las heridas, como en este mundo,
no están destinadas a hacerlo sufrir, tienen por fin llamarlo a la realidad, a juicio ante
e
lla, pero su alejamiento es tal que aproximarse se confunde con lo doloroso. Clama,calla, vuelve a clamar, con una fuerza que haría estremecer las paredes, si esas
paredes pudieran estremecerse. Después se reanuda el silencio. que parecería no
haber sido interrumpido jamás.
Es que, otra vez, sueña, mientras las oscuras formas
retoman su ronda, cedenuevamente a las llamas de su éxtasis.
Por fin, por fin entiende, estalla en su cerebro la luz prodigiosa, se multiplica en
otros estallidos igua
lmente esclarecedores, después de tanta penuria de vidacrasamente material, después de obedecer a ciegas en la noche de lo que no era fe
sino credulidad, entiende. Los torpes, los bastos, los medrosos se apartan
temblando hasta los confines más remotos del cuartucho, vuelven la cara contra las
paredes, querrían desaparecer en ellas, habiendo oído decir al Maestro que aquel a
quien dé el bocado será el que lo entregará, habiendo visto estirarse hacia todos,
con el gesto del más pobre de los pobres, la mano que ofrece el bocado. Qué
ascenso entonces, no sólo por arriba de los otros, sino también hasta la altura del
Maestro, cuando se adelanta, en apariencia sereno, pero lo cierto que estremecido
de gloria, y toma el bocado, come, único dispuesto al sacrificio, único dispuesto a
darlo todo, igual que el Maestro, come. Pues, ¿de qué modo, si no? Descubre, más
penetrante que cualquiera, qué les exige, qué les suplica El: que lo entreguen, uno
con amor más fuerte que el amor, decidido a descender al pozo de abyección en
cuyo fondo yace el puñal reservado a su pecho, que lo arrastren al patíbulo, para
que lo que está escrito sea consumado. ¿Quién lo hará? ¿Acaso los tibios regentes
de la sinagoga, con imaginación a lo sumo para mandar una banda de sicarios a fin
de que ejecuten una tropelía inútil entre las so
mbras? ¿Acaso los tiernos discípulos,hijos de la con
fusión y la pasividad, que no saben más que lamentarse, asombrarse,llorar? Nadie fuera de él con fuerzas para contemp
lar al Maestro con las manosatadas atrás
, tan evidentemente diminuto entre los gordos doctores que,envale
ntonados por la superioridad numérica, lo interrogan, lo vejan; sólo quientenga la religiosidad de él puede v
er el rostro simple y maduro, de ojos chispeantesde dignidad, el rostro enmarcado por el cabello azuli
no y ardiente, por la barba denoble abundan
cia, el rostro amado y temido, padeciendo las bofetadas de esacrápula, los escupitajos, y saber que todo lo qu
e acontece es obra suya. Y aún lopeor, a tanta distancia de la cruz gloriosa e infamante, oír e
l gemido de la hora nonacomo si lo gritasen j
unto a sus orejas, sobrellevar de pie, inmóvil, en medio delcampo, las tres horas de oscuridad diurna, sintiendo cómo tira de él
hacia el centrode la Tierra el peso prodigioso, mágico de los treinta irrisorios dineros por los que
había simulado v
enderse. Cuánto más fácil ser uno de los once, llegar a la casa delsupuesto traidor después de los días iniciales de confusión, arrodillarse ante é
l yr
everenciarlo, habiendo empezado a descubrir su grandeza, que aunque el Maestroentregó el cuerpo, la sangr
e, él dio algo más preciado, el alma, el amor, ese amorqu
e ellos graciosa, cómodamente pudieron demostrar en forma invariable hacia elMaestro antes, hacia é
l ahora, al terminar por filtrarse en sus espesas cabezas laluz, besándolo, abrazándolo, pese al inconveniente que significan las pequeñas
serpientes verd
es que han penetrado en la casa, se echan sobre los adoradores,intentan introducirse en las partes más molestas, hay que arrancarle una a Pedro,
entre los chillidos del infeliz. Por otro lado, ¿quién de ellos hu
biera podido acertarcon el camino entre la maraña d
e señales legadas por el Maestro, que, si se quiere,había hablado a veces un poquito demás? Hubieran cedido a la primaria,
s
entimental propensión a imitarlo, se hubiesen buscado el sacrificio, llámeselocárcel, leo
nes, crucifixión u hoguera, borrado en unos meses cualquier rastro deellos, incluso de la doctrina, el curioso poder de ser los administradores del otro
mundo derrochado en un tris. Imposible que ll
egaran a comprender que en materiade gestos desesperados bastaba con lo d
el Maestro, que era necesario ceder pasoa la ra
zón va, al cálculo, para obligar a la fuerza romana a un pacto, colocándosebajo la tibia ala del imperio, pero siendo su mismo corazón, desalo
jados de allí losidó
latras, y avanzar a la sombra de sus picas y espadas en la conversión de lospueblos aún renitentes. No, no estarían hoy en el Capitolio, guardianes de la fe oficial,
amparados y, sin embargo, independient
es, por no escatimar apoyo anadie, ni a gob
ernantes ni a opositores, estar sabiamente con los oprimidos ycon
los que los oprimen, pues, ¿qué es el mundo sino ciudadela del Demonio, sitiod
e prueba? Así hay que dejarlo, en toda su iniquidad. Merced a esta iluminada,piadosa diplomacia, la iglesia es finalm
ente ecuménica, incluso al disperso puebloas
esino se le brinda auxilio, estando cada uno de sus integrantes registrado,fichado, a la espera del turno para el potro de tor
tura que lo conducirá a la salvaciónque su enferma voluntad no te permite desear. Una, infalible, el pecho se les llena
de gloria cuando contemplan en los mapas la extensión de la iglesia, el
cumplimiento del mandato del Maestro de difundir su evangelio, aunque haya sido
preciso actuar con rigor contra algunos desequilibrados que, invocando la
enseñanza, pretendieron cometer irregularida
des, curaciones milagrosas, sacrificiosde amor
, manumisión de esclavos, toda la gama de lo subversivo. Bien estaba esoen el pasado, cuando el Maestro moraba con ellos, pero ahora Dios regresó al cielo,
y en la Tierra han quedado los hombres: cada cual en s
u sitio. Porque es sabido loque acontecería si se insistiera en traer a este mundo el Reino de Dios: abominación,
ayuntamiento con la bajeza, matrimonio con el pecado. ¿Quién querría ir
entonces hacia Dios? Hasta tal punto que si el mismo Dios pusiera su mano en la
balanza en favor de la repetición de sus extremismos, por su propia causa sería
preferible cortar esa mano. Las gentes son toscas, brutales, entienden blanco sobre
negro, hay que inculcarles odio a la Tierra, quedando sólo para los sacerdotes la
mesurada apreciación de lo escasamente positivo que el mundo alberga. Aunque
sea penoso, desgarre el alma verlo, las gentes deben sufrir, sólo así acud
en alsantuario, aumenta el número de los prosélitos de comun
ión diaria, o sea lo primordial,la asiduidad disciplinada, la fe, la cotidiana búsqueda del beso que todo lo lava
(suprimida la costumbre de la comunión mediante el pan, peligrosa por sus
reminiscencias), acuden, no obstante la rara plaga de serpientes verdes que llenan
los santuarios en los momentos menos indicados, buscan introducirse en
las partesmás molestas de los devotos. Acuden, y conforta o
írlos, apiñados en la plaza delCapitolio sin que les importe la violenta lluvia, el frío, mientras él, vestido de blanco,
esperará aún largo rato antes de salir, por estricta piedad, escuchando que lo llaman
padre incomparable, maestro sapientísimo, hermano infinito, sabiendo que, más allá
de los nubarrones, la sonrisa de Dios se extiende como el arco iris en el cielo.
Sueña, con los ojos abiertos, con los ojos cerrados. Pero sus compañeras se
mueven otra vez, clavan sus filosas, sanguinolentas bocas en esa carne, destrozan
un cuerpo desdichadamente indestrozable. El condenado grita, calla, grita, en
instantes eternos, hasta que vuelve el silencio. Porque de nuevo sueña.
Imposible seguir prestándose a ese juego: ¿quién
echa agua sobre las brasaspara ir a soplar las llamas? Es un hombre común, y lo sabe; como todos los hombres
comunes ha aceptado y practicado una religión en la que no cree, un dios por
supuesto inexistente, ritos ridículos a los que se asiste sólo por no llamar la a
tenciónen vano. Pero cuando apareció este otro, cuando la luz de sus promesas descubrió
sin atenuantes la putrefacción, el oscurantismo, la senectud reaccionaria del
San
edrín, ni siquiera fue necesario un chistido pura que lo siguiera, dejándolo todo,y como un perro.
Resultaba tan claro que había en éste un soplo liberal, renovación,un impulso progresista que ayudaría a desembarazarse de las antiguallas, prejuicios
caducos, cualquier cosa qu
e se opusiera al juego franco del sentido común. ¡Quégozo verlo desafiar las leyes del sábado, arrancar al templo el monopolio del
comercio expulsando de allí a los mercaderes, alternar con prostitutas y esclavos,
viva prueba del cual debe ser el comportamiento de un verdadero demócrata, el
criterio a
justado sólo al valor, no a la castas! Porque, ¿cómo se puede insistir en lapatraña de que existe un Dios que contempla las desigualdades, la miseria, la injusticia,
los sufrimientos, todo el mal del mundo, y permanece con los brazos cruzados,
amando al hombre? Dicen que se trata de un misterio, que haya mal, que se debe
amar a Dios a través de ese misterio, aunque claro que lo dicen los que engordan no
obstante tal misterio, casi gracias a él, los caballeros de la sinagoga. Y éste los
había calado desde el principio, los tenía sin duda entre ceja y ceja, quisiéralo o no
descargaba golpes mortales sobre la patraña. Verdad que de entrada tal oro había
aparecido envuelto en mucha ganga, como los milagros, trucos ya practicados por
tantos mag
os, que eran una insistencia en lo nebuloso, en el oscurantismo que seatacaba. Estaban además las insin
uaciones de que era una encamación de Dios,Dios mismo, aunque las enunciaba en forma suficientemente sibilina para que
resultaran tolerables, y lo resultaron, marcaron en realidad el límite de su tolerancia.
Pues cuando v
e que aquella mujer le derrama encima el perfume de más alto precioen el mercado, las monedas de la subsistencia común, el despilfarro que no suscita
reprensión sino la sonrisa complacida del preludio a una recaída de imprevisto furor
en las pretension
es principescas, reconoce, cómo no, que éste es igual a los demás,ambicioso de coronar la pirámide de un nuevo San
hedrín, partidario de lases
clavizadoras diferencias sociales, torrente de reacción, que acaba de salpicarlocon lo que para su paciencia es la última gota. Y en cuanto a demagogia, especular
con el fondo oscuro d
e los hombres, mistificarlos con la nube de la sangre y laridícula creencia en un más allá, ha resultado al fin peor que los fariseos, si se
atiende a los anuncios de la melodramática muerte que proyecta, más peligroso.
¿Qué no puede desatarse en esa ciudad
hirviente de peregrinos llegados de loscuatro rincones del mundo, crispado magma de fanatismo y
expectación, la mínimachispa hasta dónde es capaz de arrastrar a las masas ebrias de augurios, qué imágenes
fatales, perniciosas pueden grabar el esbozo de una nueva quimera, un gesto
de este extraviado? No:
no será él quien proporcione zancos a otro déspota. Y si
ese rostro de miradainhumana (ligeramente obli
cua, la del rey que no quiere fulminar aún a sus vasallos),si ese cráneo cubierto por el cabello aplastado, ondulado con minuciosa simetría de
la que sólo se burla en la frente un mechón recalcitrante que refleja todo lo antipático
de su carácter, si esa boca entreabierta y temblona, con la
exasperación quejosa delos niños, reclaman un traidor, sea: él está dispuesto. Mente fría, corazón sereno,
servidor de la razón, no permitirá el encumbramiento, que progrese el espectáculo
pr
eparado, hará que lo encarcelen, sí, traicionará, si es que la fidelidad a lo sensato,limpio, merece llamarse traición. Creer que exista un dios perfecto qu
e permite quesu creación
esté corrompida por el mal puede ser un capricho, veleidad de mentesdébiles; aceptar que ese dios, además d
e existir, está encarnado en un hombre quenecesita una falsa muert
e para arreglar su situación, es ya una demencia que exigeremedio a la carrera. A paso rápido, como avanza hacia la ciudad, entre las zarzas y
las rosas silvestres que le hacen sangrar levemente las piernas sin que
lo sienta,urgido ante estos seres decrépitos, animales embalsamados a los
cuales la estopaque es su carne les vibra únicamente por la cólera o la desconfianza, a pesar de las
negociaciones previas, desconfianza sin embargo, pues lo hacen esperar en el
re
cinto exterior, mientras discuten la hora, magnitud, estilo de la patrulla. Aparte,siempre aparte el que defiende la verdad, marcha con los policías en la noche, trepa
por el monte a la luz de los ha
chones, llegan, avanza hacia el otro, el primero, nadaque ocultar, obrando en nombre d
el bien. Y es extraño entonces cómo todo sedetiene, se acalla, se esfuma, quedan solos, uno ante el otro, horas, mirándose,
mientras aclara, con lentitud terrible, pese a l
a ausencia del sol, amanece, surge elresplandor desde el círculo íntegro del horizonte, aunque los sirvientes inmóviles no
se decidan a apagar los hachones, el candente fulgor del mediodía lo traspasa todo,
y sabe que él está cometiendo un insondable daño, porque la luz no lo atraviesa,
resbala, rebota, se afana sobre los límites de su cuerpo, único núcleo maligno, listo
a expandirse
1 cuando la luz ceda. Grandes ratas trepan por sus piernas, seintroducen bajo su vestimenta, lo habitan desde siempre, aunque acabe de
advertirlo, pero no le repugnan ni lo avergüenzan, bajo la mirada de El, tan distinta
de lo que había imaginado cuando no se atrevía a afrontarla, más infinita que el
amor, más piadosa que la sombra, más profunda que la muerte. Lo besa ahora,
Dios, lo ha abrazado y lo besa, no para impedir la traición, sino convirtiéndose casi
en el brazo que la ejecuta, mientras él, como si se desangrara, siente que es Dios,
sin dejar de ser una
hirviente cueva de ratas, se transforma en ese terrible misterio,gracias al b
eso, se ha transformado en Dios, tan lejos de sí, habiendo llegado alcentro de sí, donde estaba Dios, más cerca de él que él mismo.
Sueña, pero las tarántulas del dolor llegan junto a él, tiran de sus músculos, su
piel, sus vísceras, hasta que se despierta, y clama. Porque, hombre, hombre común,
mente sensata, corazón pequeño, no tolera el misterio, no se comprende, tiembla
ante la posibilidad de amar, sufre por perderla, y grita, sufre, y grita, para callar sólo
cuando vuelven a poseerlo los sueños.
Sueña, tendido boca arriba, hinchado, cubierto por su túnica rosa, sueña de
nuevo en este instante
, porque esos tres sueños deben acosarlo incesantementehasta el fin de lo creado.
Se dice que a cada uno de sus alaridos una partícula de redención desciende
sobre los dementes, los tristes que son sus hermanos, la cofradía de casi todos los
no muertos.
Y se dice también que por gracia al dolor que padece cada vez que despierta
1
“expanderse” en el original.(inimaginable para los hom
bres, presumible quizá sólo por los santos) el resto delInfierno está deshabitado, para siempre, vacío, abolido.