CHARLES BAUDELAIRE
3ªparte
AGREGADOS Y POESIAS DIVERSAS
AGREGADOS DE LA TERCERA EDICIÓN
DE LAS FLORES DEL MAL
I
EPÍGRAFE PARA UN LIBRO CONDENADO
Lector plácido y bucólico,Sobrio y simple hombre de bien,Arroja este libro saturniano,Orgíaco y melancólico.
Si no has cursado tu retóricaEn lo de Satán, el astuto decano,¡Arrójalo! tú no comprenderás en él nada,
0 me creerás histérico.
Pero si, sin dejarse encantar,
Tu mirada sabe penetrar en los abismos,
Léeme, para aprender a amarme;
Alma curiosa que sufresY vas buscando tu paraíso,
¡Compadéceme!... Sino, ¡Yo te maldigo!
1861.
II
A THEODORE DE BANVILLE
Has empuñado las crines de la DiosaCon un puño tal que se os hubiera tomado, al verEse aire dominador y esa bella despreocupación,Por un joven rufián revolcando a su amante.
Alerta la mirada y lleno del fuego de la precocidad,Te has pavoneado con orgullo de arquitectoEn construcciones cuya audacia correctaHace barruntar lo que será tu madurez.
Poeta, nuestra sangre se nos escapa por cada poro;¿Acaso, por azar, el manto del CentauroQue cambió toda vena en fúnebre arroyo
Fue teñido treinta veces en las babas sutiles
De esos vengativos y monstruosos reptiles
Que el pequeño Hércules estranguló en su cama?
1842.
III
IMITACIÓN DE LONGFELLOW
(Se suprime LA IMITACIÓN de Longfellow, intitulada Le calumet de la paix, traducción que el 28 de febrero de 1861 apareció en La revue contemporaine, fragmento de la pieza The song of Hiawatha del poeta norteamericano destinada al músico Robert Stoepel.)
IV
LA PLEGARIA DE UN PAGANO
¡Ah! no atenuéis tus llamas;Calienta mi corazón embotado,¡Voluptuosidad, tortura de las almas!¡Diva! ¡supplicem exaudi!
¡Diosa en el aire diluida,
Llama en nuestro subterráneo!
Acoge un alma hastiada,
Que te consagra un canto de bronce.
¡Voluptuosidad, sé todavía mi reina!Toma la forma de una sirenaHecha de carne y de terciopelo,
O viérteme tus pesados sueñosEn el vino informe y místico,¡Voluptuosidad, fantasma inasible!
1861.
V
LA TAPADERA
En cualquier lugar donde vaya, sobre el mar o sobre la tierra,Bajo un clima llameante o bajo un sol mortecino,Servidor de Jesús, cortesano de Citerea,Mendigo tenebroso o Creso rutilante,
Ciudadano, camarada, vagabundo, sedentario,
Que su ínfimo cerebro sea activo o sea lento,
En todas partes el hombre sufre el terror del misterio,
Y no mira hacia lo alto sino con ojos temblorosos.
En lo alto, ¡el Cielo! Esta bóveda que agobia,
Cielo raso iluminado para una ópera bufa
En la que cada histrión holla un suelo ensangrentado;
Terror del libertino, esperanza del loco ermitaño;¡El Cielo! Tapadera negra de la gran marmitaDonde bulle la imperceptible y vasta Humanidad.
1861.
VI
EL EXAMEN DE MEDIANOCHE
El péndulo, sonando la medianoche,Irónicamente nos induceA recordar qué usoHicimos del día que se fue:—Hoy, fecha fatídica,Viernes, trece, hemos,Malgrado todo lo que sabemos,Llevado el tren de un herético,
Hemos blasfemado de Jesús,De los Dioses ¡el más incontestable!Como un parásito en la mesaDe cualquier monstruoso Creso,Para complacer al bruto,Digno vasallo de los Demonios,Hemos insultado lo que amamosY halagado lo que nos repugna;
Contristado, servil verdugo,
El débil que injustamente se desprecia;
Saludado la enorme Bestia,
La Bestialidad con testuz de toro;
Besado la estúpida MateriaCon gran devoción,Y de la putrefacciónBendecido la descolorida luz.
Finalmente, para ahogarEl vértigo en el delirio,Sacerdotes orgullosos de la Lira,Cuya gloria consiste en desplegarLa embriaguez de las cosas fúnebres,Hemos bebido sin sed y comido sin hambre!...—¡Rápido, soplemos la lámpara, a finDe ocultarnos en las tinieblas!
1863.
VII
MADRIGAL TRISTE
I
¿Qué me importa que seas discreta?¡Sé bella! ¡Y sé triste! Las lágrimasAgregan un encanto al rostro,Como el río al paisaje;La tempestad rejuvenece las flores.
Yo te amo sobre todo cuando el júbiloDesaparece de tu frente abatida;Cuando tu corazón en el horror se ahoga;Cuando sobre tu presente se despliegaLa nube horrenda del pasado.
Yo te amo cuando tu intensa mirada vuelcaUn raudal ardiente como la sangre;
Cuando, malgrado mi mano que te mece,Tu angustia, harto pesada, horadaComo un estertor de agonizante.
Yo aspiro, ¡voluptuosidad divina!¡Himno profundo, delicioso!Todos los sollozos de tu pecho,Y creo que tu cuerpo se iluminaCon las perlas que vierten tus ojos.
II
Yo sé que tu corazón, que rebalsa
Pasados amores desarraigados,
Llamea aún como una fragua,
Y que tú cobijas bajo tu garganta
Un poco del orgullo de los condenados;
Pero, querida mía, en tanto que tus sueñosNo hayan reflejado el Infierno,Y que en una pesadilla sin treguas,Soñando con venenos y dagas,Prendada de pólvora y de hierro,
No abriendo a cada uno sino con miedo,Barruntando la desdicha por doquier,Convulsionándote cuando la hora suene,Tú no hayas sentido el abrazoDel irresistible Tedio,
Tú no podrás, esclava reinaQue no me amas sino con espanto,En el horror de la noche malsanaDecirme, el alma de gritos desbordante:"Yo soy tu igual, ¡oh, mi Rey!"
1861.
VIII
EL ANUNCIADOR
Todo hombre digno de este nombre
Tiene en el corazón una Serpiente amarilla,
Instalada como sobre un trono,
Que si él dice: "¡Quiero!" responde: "¡No!"
Hunde tu mirada en los ojos fijos
De las Satiresas o de las Ninfas,
La Inquina dice: "¡Piensa en tu deber!"
Haz hijos, planta árboles,
Pule rimas, esculpe mármoles.
La Inquina dice: "¿Vivirás esta tarde?"
Por más que esboce o espere,
El hombre no vive sino un instante
Sin soportar la advertencia
De la insoportable Víbora.
1861.
IX
EL REBELDE
Un Ángel furioso hiende el cielo como un águila,
Del incrédulo coje a pleno puño los cabellos,
Y dice, sacudiéndolo: "¡Discernirás la norma!"
(Porque yo soy tu Ángel bueno, ¿entiendes?) ¡Yo lo exijo!
Entiendo que es preciso amar, sin hacer remilgos,Al pobre, al malo, al deforme, al imbécil,
Para que puedas hacerle a Jesús, cuando pase,Un tapiz triunfal con tu caridad.
¡Tal es el amor! Antes de que tu corazón no se hastíe,En la gloria de Dios vuelve a encender tu éxtasis;"¡Que esa es la voluptuosidad verdadera de los perdurables encantos!"
¡Y el Ángel, castigando lo mismo, a fe mía que gusta!,Con sus puños de gigante tortura el anatema;Mas el condenado replica siempre: "¡Yo no quiero!"
1861.
X
MUY LEJOS DE AQUÍ
Esta es la morada sagrada
Donde esta muchacha engalanada,
Tranquila y siempre dispuesta,
Con una mano abanicando sus pechos,
Y su codo en los cojines,
Escucha llorar las fuentes:
Esta es la alcoba de Dorotea.—La brisa y el agua cantan a lo lejosSu canción por sollozos quebradaPara mecer esta criatura mimada.
De arriba abajo, con gran cuidado,Su piel delicada es friccionadaCon óleo perfumado y benjuí.—Las flores desfallecen en un rincón.
1864.
XI
EL ABISMO
Pascal tenía su abismo, en él se movía—¡Ah! Todo es abismo, —acción, deseo, ensueño,¡Palabra! Y sobre mi pelo que enhiesto se poneMuchas veces del Miedo siento pasar el viento.
Arriba, abajo, por doquier, la profundidad, la playa.El silencio, el espacio horrendo y cautivante...Sobre el fondo de mis noches Dios, con su dedo sabioDibuja una pesadilla multiforme y sin tregua.
Tengo miedo del sueño como se teme un gran agujero,Colmado de vago horror, llevando no se sabe dónde;No veo más que infinito por todas las ventanas,
Y mi espíritu, siempre de vértigo ahíto,
Celoso del vacío de la insensibilidad.
-¡Ah! ¡No salir jamás de los Números y de los Seres!
1862.
XII
LAS LAMENTACIONES DE UN ICARO
Los amantes de las prostitutasSon felices dispuestos y satisfechos;En cuanto a mí, mis brazos están rotosPor haber abrazado las nubes.
Es gracias a los astros innumerables,Que en el fondo del cielo centellean,
Que mis ojos consumidos no venSino recuerdos de soles.
En vano he querido del espacioEncontrar el final y el medio;No sé bajo qué mirada de fuegoYo siento mi ala que se quiebra;
Y quemado por el amor de lo bello,No tendré el honor sublimeDe dar mi nombre al abismoQue me servirá de tumba.
1862.
XIII
RECOGIMIENTO
Modérate, ¡oh, mi Dolor! y tranquilízate.Reclamabas la Tarde; ella desciende; hela aquí:Una atmósfera oscura envuelve a la ciudad,A unos trayéndoles la paz, a los otros la aflicción.
Mientras que de los mortales la multitud vil,Bajo el látigo del Placer, este verdugo implacable,Recoge remordimientos en la fiesta servil,Mi Dolor, dame la mano; ven por aquí,
Lejos de ellos. Ve inclinarse a los difuntos Años,
Sobre los balcones del Cielo, con vestimentas anticuadas;
Surgir del fondo de las aguas el Pesar sonriente;
El Sol, moribundo, se adormece bajo un arco,
Y, cual un amplio sudario, arrastrándose hacia Oriente,
Escucha, mi amada, escucha a la Dulce Noche que avanza.
1860.
XIV
LA LUNA OFENDIDA
¡Oh Luna que adoraban discretamente nuestros padres,De lo alto de países azules donde, radiante serrallo,Los astros van a seguirte en rozagante atavío,Mi vieja Cintia, lámpara de nuestros refugios,
¿Ves, acaso, los amantes sobre sus jergones prósperos,De sus bocas, durmiendo, mostrar el fresco esmalte?¿El poeta obstinar la frente sobre su trabajo?¿O bajo los céspedes secos acoplarse las víboras?
Bajo tu dominó amarillo, y con pie clandestino,¿Acudes como antaño, de la noche a la mañana,A besar de Endimión las gracias envejecidas?
"—Yo veo tu madre, hija de este siglo empobrecido,Que hacia su espejo inclina un pesado montón de años,Y adereza artísticamente el seno que te ha nutrido."
1862.
POESÍAS DIVERSAS
I
¿No es verdad que es grato, ahora que estamos
Como el resto de los hombres, fatigados y marchitos.
Escudriñar algunas veces en el Oriente lejano
Si vemos todavía los arreboles matinales,
Y, cuando avanzamos en la ruda carrera,
Escuchar los ecos cantarines y a la zaga
Y los cuchicheos de aquellos juveniles amores
Que el Señor puso en el comienzo de nuestros días?.
1864.
II
Se complacía en verla, con sus faldas blancas,Correr a través de frondas y ramajes,Aturdida y llena de gracia, mientras ocultabaSu pierna, si el vestido se enredaba en las zarzas.
1864.
III
INCOMPATIBILIDAD
Todo a lo alto, todo a lo alto, lejos del camino seguro,De las granjas, de los valles, más allá de los ribazos,Más allá de las florestas, los tapices de verdor,Lejos de los postreros prados hollados por los rebaños,
Se encuentra un lago sombrío encajado en el abismoQue forman algunos picos desolados y nevados;El agua, noche y día, duerme allí en un reposo sublime,Y no interrumpe jamás su silencio borrascoso.
En este triste desierto, al oído indistintos
Llegan por momentos ruidos débiles y prolongados,
Y ecos más muertos que el lejano cencerro
De una vaca que pace en las laderas de un cerro.
Sobre estos montes donde el viento borra todo vestigio,Estos glaciares bordeados que ilumina el sol,Sobre estas rocas altivas donde acecha el vértigo,En este lago donde el sol contempla su tono bermejo,
Bajo mis pies, sobre mi cabeza, por doquier, el silencio,El silencio que hace que uno quisiera huir,El silencio eterno y la montaña inmensa,Porque el aire está inmóvil y todo parece soñar.
Se diría que el cielo, en esta soledad,
Se contempla en la onda, y que estos montes, allá,
Escuchan, recogidos, en su grave actitud,
Un misterio divino que el hombre no alcanza.
Y cuando por azar una nube erranteEnsombrece en su vuelo al lago silencioso,
Creeríase ver el manto o la sombra transparenteDe un espíritu que viaja y por los cielos pasa.
1838 (?)
IV
[A Henri Hignard.]
Recién acabo de escuchar
Resonar afuera dulcemente
Un aire monótono y tan tierno
Que el rumor hasta mí llega vagamente,
Es una de esas antiguas lamentaciones,Musas de los pobres auverneses,Que antes en las horas ociosasTanto nos deleitaban con frecuencia.
Y, su esperanza destruida,
La pobre se marchó tristemente;
Y yo pensé de inmediato
En el amigo a quien amo tanto,
Que me decía, paseándonos,
Que para él era un placer
Que semejante serenata
Llegara en un prolongado y monótono holgar.
Amemos esta humilde músicaTan dulce a nuestros espíritus abrumadosCuando ella llega, melancólica,Respondiendo a tristes pensamientos.
—Y he dejado las ventanas cerradas,Ingrato, porque me ha hecho tambiénSoñar en tan deliciosas cosas,Y pensar en mi caro Henri!
V
[A Henri Hignard.]
¡Ah! ¿Quién no ha gemido por otro, por sí mismo?Y, ¿quién no ha dicho a Dios?: "¡Perdona Señor,Si alguno no me ama y si nadie llega a mi corazón!Todos me han corrompido: ¡nadie os ama!"
¡Ah!, cansado del mundo y de sus vanos discursos,Menester es levantar la mirada hacia las bóvedas sin nubes,Y no dirigirse más que a las mudas imágenes,De aquellos que nada aman, consoladores amores.
Entonces, hay que rodearse de misterio,
Cerrarse a las miradas, y sin ceño y sin hiel,
Sin decirles a los vecinos: "¡Yo no amo más que el cielo!",
Decirle a Dios: "¡Consuela mi alma de la tierra!"
Tal, cerrado por su sacerdote, un piadoso monumento,Cuando sobre nuestros sombríos techos la noche ha descendido,
Cuando la multitud ha dejado las piedras de la calle,Colmándose de silencio y de recogimiento.
VI
[A Antony Bruno.]
Compañero, tienes el corazón de poeta,¿Has pasado por alguna aldea engalanada, todo bermejo,Cuando el cielo y la tierra tienen un lindo aire de fiesta,Un domingo iluminado por un joyante sol?
Cuando el campanario se agita y canta desgañitándose,Y tiene desde la madrugada la aldea despierta,
Cuando todos, para entonar el oficio que se prepara,Se marchan, jóvenes y viejos, en pimpante conjunto;
Entonces, elevándose en el fondo de vuestra alma mundana,Tonos de órgano murientes y de campana lejana¿No te ha recordado, triste y dulce,
Esta devoción de los campos, alegre y franca?¿No te ha recordado, triste y dulce,Que antaño gustabas de los domingos?
1843.
VII
[A Alexandre Bouchon (?)]
Yo no tengo por amante una "leona" ilustre:La usurera, de mi alma, empeña todo su brillo;Invisible a las miradas del universo burlón,Su belleza no florece sino en mi triste corazón.
Para tener zapatos ha vendido su alma;
Pero el buen Dios reiría si, cerca de esta infame,
Yo posara de Tartufo y remedara su altura,
Yo que vendo mi pensamiento y quiero ser autor.
Vicio mucho más grave, ella lleva peluca.
Todos sus bellos cabellos negros han huido de su blanca nuca;
Lo cual no impide que los besos amorososLluevan sobre su frente más pelada que un leproso.
Es bizca, y el efecto de esta mirada extraña
Que sombrean las pestañas negras más largas que las de un ángel,
Es tal que todos los ojos por los que uno se condenaNo valen para mí lo que sus pupilas de judía, ojerosa.
No tiene más que veinte años; el pecho ya fláccidoPende de cada lado como una calabaza,Y sin embargo, arrastrándome cada noche sobre su cuerpo,Cual un recién nacido, yo los succiono y los muerdo;
Y si bien ella con frecuencia no tiene ni un óboloPara frotarse la carne y para ungirse los hombros;Yo la lamo en silencio con más fervorQue Magdalena fogosa los dos pies del Salvador.
La pobre criatura, por el placer sofocada,
Tiene roncos hipos en su pecho hinchado,
Y yo adivino, por el ruido de su soplo brutal
Que ella con frecuencia ha mordido el pan del hospital.
Sus grandes ojos inquietos, durante la noche cruel,Creen ver otros dos ojos en el fondo del callejón,Porque, habiendo abierto mucho su corazón a cuantos llegan,Tiene miedo a oscuras y cree en los aparecidos.
Esto hace que de sebo ella consuma más librasQue un viejo sabio acostado día y noche sobre sus grimorios,Y lamente mucho menos el hambre y sus tormentosQue la aparición de sus difuntos amantes.
Si la encontráis, grotescamente ataviada,Deslizándose en la esquina de una calle perdida,Y la cabeza y la mirada baja como pichón herido.Arrastrando en el arroyo su talón descalzo,
Señores, no escupáis ni juramentos ni injuriasAl rostro pintarrajeado de esta pobre impuraQue, la Diosa Hambre, en una noche invernal,Ha obligado a recoger sus faldas al aire libre.
Esta bohemia es mi todo, mi riqueza,
Mi perla, mi joya, mi reina, mi duquesa,
Es la que me ha mecido sobre su regazo vencedor,
Y la que entre sus dos manos ha caldeado mi corazón.
VIII
Yace aquí aquel que por haber amado mucho a las rameras,Descendió, joven aún, al reino de los topos.
IX
[A Sainte-Beuve.]
Todos imberbes entonces, sobre los viejos bancos de roble,Más pulidos y relucientes que eslabones de cadena,Que día a día la piel de los hombres ha pulido,—Arrastrábamos tristemente nuestro tedio, acurrucadosY encorvados bajo el cuadrado cielo de las soledades,Donde el niño bebe, diez años, la áspera leche de los estudios.
—Era en aquel pasado tiempo, memorable y notable,En que forzados, para liberarse del clásico dogal,Los profesores, todavía rebeldes a vuestras rimas,Sucumbían bajo el esfuerzo de nuestras locas esgrimasY dejaban al escolar, triunfante y revoltoso,Hacer aullar a su gusto Triboulet en latín.—¿Quién de nosotros, en aquellos tiempos de adolescentes pálidos,
No ha conocido el embotamiento de las fatigas claustrales,—La mirada perdida en el azul mohíno de un cielo de estío,O el deslumbramiento de la nieve —acechada,La oreja ávida y erguida,— y bebido, como una jauría,El eco lejano de un libro, o el grito de una sedición?
Era, sobre todo, en verano, cuando los plomos de los techados se fundíanCuando aquellos grandes muros ennegrecidos en tristeza abundaban,
Cuando la canícula o el brumoso otoño,Irradiaban los cielos con su fuego monótono,Y hacían adormecer, en los esbeltos torreones,
Los vocingleros gavilanes, terror de los blancos pichones;
Estación de ensueño, en que la Musa se engancha
Durante un día entero al badajo de una campana;
Donde la Melancolía, al mediodía, cuando todo duerme,
El mentón en la mano, al fondo del corredor,
—La pupila más negra y más azul que la de la Religiosa
De la que cada uno sabe la historia obscena y dolorosa—,
Arrastra un pie fatigado por precoces molestias,
Y su frente humedece aún la languidez de sus noches.
Y después venían las tardes malsanas, las noches febricientes,
Que convierten a las muchachas de su cuerpo amorosas,Y las hacen ante los espejos —estéril voluptuosidad—Contemplar los frutos maduros de su nubilidad.Las tardes italianas, de lánguida indolencia,Que de placeres engañosos revelan la ciencia,Cuando la sombría Venus, desde lo alto de sus balcones negros,
Vierte raudales de almizcle con sus frescos incensarios.
.........................................................................................................
Esto fue en este conflicto de plácidas circunstancias,Maduro por vuestros sonetos, preparado por vuestras estancias,
Que una noche, habiendo aspirado el libro y su espíritu,
Estreché sobre mi corazón la historia de Amaury.
Todo abismo místico está a dos pasos de la Duda.
—El bebedizo infiltrado, lentamente, gota a gota,
En mí que desde los quince años hacia el abismo atraído
Descifraba de corrido los suspiros de Rene,
Y que de lo desconocido la sed extravagante alterada,
Ha trabajado el fondo de la delgada arteria.
Yo he absorbido todo, los miasmas, los perfumes,
El suave cuchicheo de los recuerdos difuntos,
Los prolongados enlaces de las frases simbólicas,
—Rosarios murmurantes de madrigales místicos;
—Libro voluptuoso, si jamás hubo alguno.
Y luego, ya sea en el fondo de un asilo frondoso,
Como bajo los soles de zonas diferentes,
El eterno balanceo de las olas embriagantes,
Y el aspecto renaciente de horizontes sin fin
Reconduzcan este corazón hacia el sueño divino,
Ya sea en los pesados ocios de un día canicular,
O bien en la ociosidad friolenta de frimario
Bajo las oleadas del tabaco que enmascaran el cielo raso,
—Yo por todas partes he hojeado el misterio profundo
De este libro tan caro a las almas adormecidas
Que su destino marca con las mismas enfermedades,
Y ante el espejo he perfeccionado
El arte cruel que un Demonio al nacer me ha dado,
—El Dolor para lograr una voluptuosidad verdadera, —
Y ensangrentar su mal y rascar su llaga.
Poeta, ¿es ésta una injuria o bien un cumplido?
Porque yo estoy frente a ti como un amante
Cara al fantasma, el gesto lleno de alicientes,
Del cual la mano y la mirada tienen para impulsar las fuerzas
Encantos desconocidos. — Todos los seres amados
Son vasos de hiel que se beben con los ojos cerrados.
Y el corazón traspasado que el dolor halaga
Expira cada día bendiciendo su flecha.
1843.
X
Noble mujer de brazo firme, que durante los largos días,Sin pensar bien ni mal duermes o sueñas siempreFieramente alhajada a la antigua,
Tú que desde hace diez años, que para mí se hacen lentos,Mi boca, bien adiestrada para los besos suculentosHalaga con un amor monástico —
Sacerdotisa del libertinaje, hermana mía en el placerque siempre desdeñas llevar y nutrirUn hombre en tus cavidades santas,
Tanto temes y tanto huyes del estigma alarmanteQue la virtud socava con su hierro infamanteEn el flanco de las matronas preñadas.
1844.
XI
SOBRE UN ÁLBUM DE MADAME EMILE CHEVALET
En medio de la multitud, errantes, confundidas,Conservando el recuerdo precioso de otros tiempos,Ellas buscan el eco de sus voces desesperadas,Tristes, como la noche, dos palomas perdidasY que se llaman en el bosque.
1845.
XII
Yo vivo, y tu perfume es la arquitectura:
Es él la belleza, porque yo soy la natura;
Si siempre la natura embellece la hermosura,
Yo hago valer tus flores... ¡heme aquí halagado!
1846.
XIII
[A Charles Asselineau]
De un espíritu extravagante el seductor proyecto-¡Quién, entre tantos héroes va a escoger a Bruandet!
1855.
XIV
MONSELET PAILLARD(Versos destinados a su retrato)
Me llaman el gatito;Modernas pequeñas amantes,Yo agrego a vuestras delicadezasLa fuerza de un joven pacha.
La suavidad de la bóveda azulEstá concentrada en mi mirada;Si queréis verme huraño,Lectoras, mordedme la cola.
1864.
PROYECTO DE EPILOGO
PARA LA SEGUNDA EDICIÓN DE
LAS FLORES DEL MAL
Tranquilo como un sabio, suave como un maldito
yo he dicho:
Yo te amo ¡oh! mi bellísima, oh mi encantadora...
Cuantas veces...
Tus desvíos sin sed y tus amores sin alma,
Tu anhelo de infinito
Que por todo, aun en el mismo mal, se proclama,
Tus bombas, tus puñales, tus victorias, tus festejos,
Tus arrabales melancólicos,Tus amuebladas,
Tus jardines llenos de suspiros e intrigas,Tus templos vomitando las plegarias hechas música,Tus desesperaciones de niño, tus juegos de virgen loca,
Tus desalientos;
Y tus fuegos artificiales, erupciones de alegría,Que hacen reír al Cielo, mudo y tenebroso.Tu vicio venerable exhibido en la seda,Y tu virtud risible, a la mirada desdichada,Suave, extasiándose ante el lujo que despliega...
Tus principios salvados y tus leyes insultadas,
Tus monumentos altivos en los que se agarran las brumas,
Tus cúpulas metálicas inflamadas por el sol,
Tus reinas teatrales con voces encantadoras
Tus rebatos, tus cañones, orquesta ensordecedora,
Tus mágicos empedrados, erigidos en fortalezas,
Tus ínfimos oradores, con sus ampulosidades barrocas,Predicando el amor, y por otra parte, tus cloacas llenas de sangre,Precipitándose en el Infierno cual Orinocos,
Tus ángeles, tus bufones flamantes con viejos harapos.Ángeles revestidos de oro, de púrpura y de jacinto,¡Oh, vosotros! Testigos sois de que he cumplido mi deberComo un perfecto químico y como un alma santa.
Porque de cada cosa extraje la quintaesencia,
Tú me has dado tu barro y yo lo he convertido en oro.
1861.
DE LAS FLORES DEL MAL
I
EPÍGRAFE PARA UN LIBRO CONDENADO
Lector plácido y bucólico,Sobrio y simple hombre de bien,Arroja este libro saturniano,Orgíaco y melancólico.
Si no has cursado tu retóricaEn lo de Satán, el astuto decano,¡Arrójalo! tú no comprenderás en él nada,
0 me creerás histérico.
Pero si, sin dejarse encantar,
Tu mirada sabe penetrar en los abismos,
Léeme, para aprender a amarme;
Alma curiosa que sufresY vas buscando tu paraíso,
¡Compadéceme!... Sino, ¡Yo te maldigo!
1861.
II
A THEODORE DE BANVILLE
Has empuñado las crines de la DiosaCon un puño tal que se os hubiera tomado, al verEse aire dominador y esa bella despreocupación,Por un joven rufián revolcando a su amante.
Alerta la mirada y lleno del fuego de la precocidad,Te has pavoneado con orgullo de arquitectoEn construcciones cuya audacia correctaHace barruntar lo que será tu madurez.
Poeta, nuestra sangre se nos escapa por cada poro;¿Acaso, por azar, el manto del CentauroQue cambió toda vena en fúnebre arroyo
Fue teñido treinta veces en las babas sutiles
De esos vengativos y monstruosos reptiles
Que el pequeño Hércules estranguló en su cama?
1842.
III
IMITACIÓN DE LONGFELLOW
(Se suprime LA IMITACIÓN de Longfellow, intitulada Le calumet de la paix, traducción que el 28 de febrero de 1861 apareció en La revue contemporaine, fragmento de la pieza The song of Hiawatha del poeta norteamericano destinada al músico Robert Stoepel.)
IV
LA PLEGARIA DE UN PAGANO
¡Ah! no atenuéis tus llamas;Calienta mi corazón embotado,¡Voluptuosidad, tortura de las almas!¡Diva! ¡supplicem exaudi!
¡Diosa en el aire diluida,
Llama en nuestro subterráneo!
Acoge un alma hastiada,
Que te consagra un canto de bronce.
¡Voluptuosidad, sé todavía mi reina!Toma la forma de una sirenaHecha de carne y de terciopelo,
O viérteme tus pesados sueñosEn el vino informe y místico,¡Voluptuosidad, fantasma inasible!
1861.
V
LA TAPADERA
En cualquier lugar donde vaya, sobre el mar o sobre la tierra,Bajo un clima llameante o bajo un sol mortecino,Servidor de Jesús, cortesano de Citerea,Mendigo tenebroso o Creso rutilante,
Ciudadano, camarada, vagabundo, sedentario,
Que su ínfimo cerebro sea activo o sea lento,
En todas partes el hombre sufre el terror del misterio,
Y no mira hacia lo alto sino con ojos temblorosos.
En lo alto, ¡el Cielo! Esta bóveda que agobia,
Cielo raso iluminado para una ópera bufa
En la que cada histrión holla un suelo ensangrentado;
Terror del libertino, esperanza del loco ermitaño;¡El Cielo! Tapadera negra de la gran marmitaDonde bulle la imperceptible y vasta Humanidad.
1861.
VI
EL EXAMEN DE MEDIANOCHE
El péndulo, sonando la medianoche,Irónicamente nos induceA recordar qué usoHicimos del día que se fue:—Hoy, fecha fatídica,Viernes, trece, hemos,Malgrado todo lo que sabemos,Llevado el tren de un herético,
Hemos blasfemado de Jesús,De los Dioses ¡el más incontestable!Como un parásito en la mesaDe cualquier monstruoso Creso,Para complacer al bruto,Digno vasallo de los Demonios,Hemos insultado lo que amamosY halagado lo que nos repugna;
Contristado, servil verdugo,
El débil que injustamente se desprecia;
Saludado la enorme Bestia,
La Bestialidad con testuz de toro;
Besado la estúpida MateriaCon gran devoción,Y de la putrefacciónBendecido la descolorida luz.
Finalmente, para ahogarEl vértigo en el delirio,Sacerdotes orgullosos de la Lira,Cuya gloria consiste en desplegarLa embriaguez de las cosas fúnebres,Hemos bebido sin sed y comido sin hambre!...—¡Rápido, soplemos la lámpara, a finDe ocultarnos en las tinieblas!
1863.
VII
MADRIGAL TRISTE
I
¿Qué me importa que seas discreta?¡Sé bella! ¡Y sé triste! Las lágrimasAgregan un encanto al rostro,Como el río al paisaje;La tempestad rejuvenece las flores.
Yo te amo sobre todo cuando el júbiloDesaparece de tu frente abatida;Cuando tu corazón en el horror se ahoga;Cuando sobre tu presente se despliegaLa nube horrenda del pasado.
Yo te amo cuando tu intensa mirada vuelcaUn raudal ardiente como la sangre;
Cuando, malgrado mi mano que te mece,Tu angustia, harto pesada, horadaComo un estertor de agonizante.
Yo aspiro, ¡voluptuosidad divina!¡Himno profundo, delicioso!Todos los sollozos de tu pecho,Y creo que tu cuerpo se iluminaCon las perlas que vierten tus ojos.
II
Yo sé que tu corazón, que rebalsa
Pasados amores desarraigados,
Llamea aún como una fragua,
Y que tú cobijas bajo tu garganta
Un poco del orgullo de los condenados;
Pero, querida mía, en tanto que tus sueñosNo hayan reflejado el Infierno,Y que en una pesadilla sin treguas,Soñando con venenos y dagas,Prendada de pólvora y de hierro,
No abriendo a cada uno sino con miedo,Barruntando la desdicha por doquier,Convulsionándote cuando la hora suene,Tú no hayas sentido el abrazoDel irresistible Tedio,
Tú no podrás, esclava reinaQue no me amas sino con espanto,En el horror de la noche malsanaDecirme, el alma de gritos desbordante:"Yo soy tu igual, ¡oh, mi Rey!"
1861.
VIII
EL ANUNCIADOR
Todo hombre digno de este nombre
Tiene en el corazón una Serpiente amarilla,
Instalada como sobre un trono,
Que si él dice: "¡Quiero!" responde: "¡No!"
Hunde tu mirada en los ojos fijos
De las Satiresas o de las Ninfas,
La Inquina dice: "¡Piensa en tu deber!"
Haz hijos, planta árboles,
Pule rimas, esculpe mármoles.
La Inquina dice: "¿Vivirás esta tarde?"
Por más que esboce o espere,
El hombre no vive sino un instante
Sin soportar la advertencia
De la insoportable Víbora.
1861.
IX
EL REBELDE
Un Ángel furioso hiende el cielo como un águila,
Del incrédulo coje a pleno puño los cabellos,
Y dice, sacudiéndolo: "¡Discernirás la norma!"
(Porque yo soy tu Ángel bueno, ¿entiendes?) ¡Yo lo exijo!
Entiendo que es preciso amar, sin hacer remilgos,Al pobre, al malo, al deforme, al imbécil,
Para que puedas hacerle a Jesús, cuando pase,Un tapiz triunfal con tu caridad.
¡Tal es el amor! Antes de que tu corazón no se hastíe,En la gloria de Dios vuelve a encender tu éxtasis;"¡Que esa es la voluptuosidad verdadera de los perdurables encantos!"
¡Y el Ángel, castigando lo mismo, a fe mía que gusta!,Con sus puños de gigante tortura el anatema;Mas el condenado replica siempre: "¡Yo no quiero!"
1861.
X
MUY LEJOS DE AQUÍ
Esta es la morada sagrada
Donde esta muchacha engalanada,
Tranquila y siempre dispuesta,
Con una mano abanicando sus pechos,
Y su codo en los cojines,
Escucha llorar las fuentes:
Esta es la alcoba de Dorotea.—La brisa y el agua cantan a lo lejosSu canción por sollozos quebradaPara mecer esta criatura mimada.
De arriba abajo, con gran cuidado,Su piel delicada es friccionadaCon óleo perfumado y benjuí.—Las flores desfallecen en un rincón.
1864.
XI
EL ABISMO
Pascal tenía su abismo, en él se movía—¡Ah! Todo es abismo, —acción, deseo, ensueño,¡Palabra! Y sobre mi pelo que enhiesto se poneMuchas veces del Miedo siento pasar el viento.
Arriba, abajo, por doquier, la profundidad, la playa.El silencio, el espacio horrendo y cautivante...Sobre el fondo de mis noches Dios, con su dedo sabioDibuja una pesadilla multiforme y sin tregua.
Tengo miedo del sueño como se teme un gran agujero,Colmado de vago horror, llevando no se sabe dónde;No veo más que infinito por todas las ventanas,
Y mi espíritu, siempre de vértigo ahíto,
Celoso del vacío de la insensibilidad.
-¡Ah! ¡No salir jamás de los Números y de los Seres!
1862.
XII
LAS LAMENTACIONES DE UN ICARO
Los amantes de las prostitutasSon felices dispuestos y satisfechos;En cuanto a mí, mis brazos están rotosPor haber abrazado las nubes.
Es gracias a los astros innumerables,Que en el fondo del cielo centellean,
Que mis ojos consumidos no venSino recuerdos de soles.
En vano he querido del espacioEncontrar el final y el medio;No sé bajo qué mirada de fuegoYo siento mi ala que se quiebra;
Y quemado por el amor de lo bello,No tendré el honor sublimeDe dar mi nombre al abismoQue me servirá de tumba.
1862.
XIII
RECOGIMIENTO
Modérate, ¡oh, mi Dolor! y tranquilízate.Reclamabas la Tarde; ella desciende; hela aquí:Una atmósfera oscura envuelve a la ciudad,A unos trayéndoles la paz, a los otros la aflicción.
Mientras que de los mortales la multitud vil,Bajo el látigo del Placer, este verdugo implacable,Recoge remordimientos en la fiesta servil,Mi Dolor, dame la mano; ven por aquí,
Lejos de ellos. Ve inclinarse a los difuntos Años,
Sobre los balcones del Cielo, con vestimentas anticuadas;
Surgir del fondo de las aguas el Pesar sonriente;
El Sol, moribundo, se adormece bajo un arco,
Y, cual un amplio sudario, arrastrándose hacia Oriente,
Escucha, mi amada, escucha a la Dulce Noche que avanza.
1860.
XIV
LA LUNA OFENDIDA
¡Oh Luna que adoraban discretamente nuestros padres,De lo alto de países azules donde, radiante serrallo,Los astros van a seguirte en rozagante atavío,Mi vieja Cintia, lámpara de nuestros refugios,
¿Ves, acaso, los amantes sobre sus jergones prósperos,De sus bocas, durmiendo, mostrar el fresco esmalte?¿El poeta obstinar la frente sobre su trabajo?¿O bajo los céspedes secos acoplarse las víboras?
Bajo tu dominó amarillo, y con pie clandestino,¿Acudes como antaño, de la noche a la mañana,A besar de Endimión las gracias envejecidas?
"—Yo veo tu madre, hija de este siglo empobrecido,Que hacia su espejo inclina un pesado montón de años,Y adereza artísticamente el seno que te ha nutrido."
1862.
POESÍAS DIVERSAS
I
¿No es verdad que es grato, ahora que estamos
Como el resto de los hombres, fatigados y marchitos.
Escudriñar algunas veces en el Oriente lejano
Si vemos todavía los arreboles matinales,
Y, cuando avanzamos en la ruda carrera,
Escuchar los ecos cantarines y a la zaga
Y los cuchicheos de aquellos juveniles amores
Que el Señor puso en el comienzo de nuestros días?.
1864.
II
Se complacía en verla, con sus faldas blancas,Correr a través de frondas y ramajes,Aturdida y llena de gracia, mientras ocultabaSu pierna, si el vestido se enredaba en las zarzas.
1864.
III
INCOMPATIBILIDAD
Todo a lo alto, todo a lo alto, lejos del camino seguro,De las granjas, de los valles, más allá de los ribazos,Más allá de las florestas, los tapices de verdor,Lejos de los postreros prados hollados por los rebaños,
Se encuentra un lago sombrío encajado en el abismoQue forman algunos picos desolados y nevados;El agua, noche y día, duerme allí en un reposo sublime,Y no interrumpe jamás su silencio borrascoso.
En este triste desierto, al oído indistintos
Llegan por momentos ruidos débiles y prolongados,
Y ecos más muertos que el lejano cencerro
De una vaca que pace en las laderas de un cerro.
Sobre estos montes donde el viento borra todo vestigio,Estos glaciares bordeados que ilumina el sol,Sobre estas rocas altivas donde acecha el vértigo,En este lago donde el sol contempla su tono bermejo,
Bajo mis pies, sobre mi cabeza, por doquier, el silencio,El silencio que hace que uno quisiera huir,El silencio eterno y la montaña inmensa,Porque el aire está inmóvil y todo parece soñar.
Se diría que el cielo, en esta soledad,
Se contempla en la onda, y que estos montes, allá,
Escuchan, recogidos, en su grave actitud,
Un misterio divino que el hombre no alcanza.
Y cuando por azar una nube erranteEnsombrece en su vuelo al lago silencioso,
Creeríase ver el manto o la sombra transparenteDe un espíritu que viaja y por los cielos pasa.
1838 (?)
IV
[A Henri Hignard.]
Recién acabo de escuchar
Resonar afuera dulcemente
Un aire monótono y tan tierno
Que el rumor hasta mí llega vagamente,
Es una de esas antiguas lamentaciones,Musas de los pobres auverneses,Que antes en las horas ociosasTanto nos deleitaban con frecuencia.
Y, su esperanza destruida,
La pobre se marchó tristemente;
Y yo pensé de inmediato
En el amigo a quien amo tanto,
Que me decía, paseándonos,
Que para él era un placer
Que semejante serenata
Llegara en un prolongado y monótono holgar.
Amemos esta humilde músicaTan dulce a nuestros espíritus abrumadosCuando ella llega, melancólica,Respondiendo a tristes pensamientos.
—Y he dejado las ventanas cerradas,Ingrato, porque me ha hecho tambiénSoñar en tan deliciosas cosas,Y pensar en mi caro Henri!
V
[A Henri Hignard.]
¡Ah! ¿Quién no ha gemido por otro, por sí mismo?Y, ¿quién no ha dicho a Dios?: "¡Perdona Señor,Si alguno no me ama y si nadie llega a mi corazón!Todos me han corrompido: ¡nadie os ama!"
¡Ah!, cansado del mundo y de sus vanos discursos,Menester es levantar la mirada hacia las bóvedas sin nubes,Y no dirigirse más que a las mudas imágenes,De aquellos que nada aman, consoladores amores.
Entonces, hay que rodearse de misterio,
Cerrarse a las miradas, y sin ceño y sin hiel,
Sin decirles a los vecinos: "¡Yo no amo más que el cielo!",
Decirle a Dios: "¡Consuela mi alma de la tierra!"
Tal, cerrado por su sacerdote, un piadoso monumento,Cuando sobre nuestros sombríos techos la noche ha descendido,
Cuando la multitud ha dejado las piedras de la calle,Colmándose de silencio y de recogimiento.
VI
[A Antony Bruno.]
Compañero, tienes el corazón de poeta,¿Has pasado por alguna aldea engalanada, todo bermejo,Cuando el cielo y la tierra tienen un lindo aire de fiesta,Un domingo iluminado por un joyante sol?
Cuando el campanario se agita y canta desgañitándose,Y tiene desde la madrugada la aldea despierta,
Cuando todos, para entonar el oficio que se prepara,Se marchan, jóvenes y viejos, en pimpante conjunto;
Entonces, elevándose en el fondo de vuestra alma mundana,Tonos de órgano murientes y de campana lejana¿No te ha recordado, triste y dulce,
Esta devoción de los campos, alegre y franca?¿No te ha recordado, triste y dulce,Que antaño gustabas de los domingos?
1843.
VII
[A Alexandre Bouchon (?)]
Yo no tengo por amante una "leona" ilustre:La usurera, de mi alma, empeña todo su brillo;Invisible a las miradas del universo burlón,Su belleza no florece sino en mi triste corazón.
Para tener zapatos ha vendido su alma;
Pero el buen Dios reiría si, cerca de esta infame,
Yo posara de Tartufo y remedara su altura,
Yo que vendo mi pensamiento y quiero ser autor.
Vicio mucho más grave, ella lleva peluca.
Todos sus bellos cabellos negros han huido de su blanca nuca;
Lo cual no impide que los besos amorososLluevan sobre su frente más pelada que un leproso.
Es bizca, y el efecto de esta mirada extraña
Que sombrean las pestañas negras más largas que las de un ángel,
Es tal que todos los ojos por los que uno se condenaNo valen para mí lo que sus pupilas de judía, ojerosa.
No tiene más que veinte años; el pecho ya fláccidoPende de cada lado como una calabaza,Y sin embargo, arrastrándome cada noche sobre su cuerpo,Cual un recién nacido, yo los succiono y los muerdo;
Y si bien ella con frecuencia no tiene ni un óboloPara frotarse la carne y para ungirse los hombros;Yo la lamo en silencio con más fervorQue Magdalena fogosa los dos pies del Salvador.
La pobre criatura, por el placer sofocada,
Tiene roncos hipos en su pecho hinchado,
Y yo adivino, por el ruido de su soplo brutal
Que ella con frecuencia ha mordido el pan del hospital.
Sus grandes ojos inquietos, durante la noche cruel,Creen ver otros dos ojos en el fondo del callejón,Porque, habiendo abierto mucho su corazón a cuantos llegan,Tiene miedo a oscuras y cree en los aparecidos.
Esto hace que de sebo ella consuma más librasQue un viejo sabio acostado día y noche sobre sus grimorios,Y lamente mucho menos el hambre y sus tormentosQue la aparición de sus difuntos amantes.
Si la encontráis, grotescamente ataviada,Deslizándose en la esquina de una calle perdida,Y la cabeza y la mirada baja como pichón herido.Arrastrando en el arroyo su talón descalzo,
Señores, no escupáis ni juramentos ni injuriasAl rostro pintarrajeado de esta pobre impuraQue, la Diosa Hambre, en una noche invernal,Ha obligado a recoger sus faldas al aire libre.
Esta bohemia es mi todo, mi riqueza,
Mi perla, mi joya, mi reina, mi duquesa,
Es la que me ha mecido sobre su regazo vencedor,
Y la que entre sus dos manos ha caldeado mi corazón.
VIII
Yace aquí aquel que por haber amado mucho a las rameras,Descendió, joven aún, al reino de los topos.
IX
[A Sainte-Beuve.]
Todos imberbes entonces, sobre los viejos bancos de roble,Más pulidos y relucientes que eslabones de cadena,Que día a día la piel de los hombres ha pulido,—Arrastrábamos tristemente nuestro tedio, acurrucadosY encorvados bajo el cuadrado cielo de las soledades,Donde el niño bebe, diez años, la áspera leche de los estudios.
—Era en aquel pasado tiempo, memorable y notable,En que forzados, para liberarse del clásico dogal,Los profesores, todavía rebeldes a vuestras rimas,Sucumbían bajo el esfuerzo de nuestras locas esgrimasY dejaban al escolar, triunfante y revoltoso,Hacer aullar a su gusto Triboulet en latín.—¿Quién de nosotros, en aquellos tiempos de adolescentes pálidos,
No ha conocido el embotamiento de las fatigas claustrales,—La mirada perdida en el azul mohíno de un cielo de estío,O el deslumbramiento de la nieve —acechada,La oreja ávida y erguida,— y bebido, como una jauría,El eco lejano de un libro, o el grito de una sedición?
Era, sobre todo, en verano, cuando los plomos de los techados se fundíanCuando aquellos grandes muros ennegrecidos en tristeza abundaban,
Cuando la canícula o el brumoso otoño,Irradiaban los cielos con su fuego monótono,Y hacían adormecer, en los esbeltos torreones,
Los vocingleros gavilanes, terror de los blancos pichones;
Estación de ensueño, en que la Musa se engancha
Durante un día entero al badajo de una campana;
Donde la Melancolía, al mediodía, cuando todo duerme,
El mentón en la mano, al fondo del corredor,
—La pupila más negra y más azul que la de la Religiosa
De la que cada uno sabe la historia obscena y dolorosa—,
Arrastra un pie fatigado por precoces molestias,
Y su frente humedece aún la languidez de sus noches.
Y después venían las tardes malsanas, las noches febricientes,
Que convierten a las muchachas de su cuerpo amorosas,Y las hacen ante los espejos —estéril voluptuosidad—Contemplar los frutos maduros de su nubilidad.Las tardes italianas, de lánguida indolencia,Que de placeres engañosos revelan la ciencia,Cuando la sombría Venus, desde lo alto de sus balcones negros,
Vierte raudales de almizcle con sus frescos incensarios.
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Esto fue en este conflicto de plácidas circunstancias,Maduro por vuestros sonetos, preparado por vuestras estancias,
Que una noche, habiendo aspirado el libro y su espíritu,
Estreché sobre mi corazón la historia de Amaury.
Todo abismo místico está a dos pasos de la Duda.
—El bebedizo infiltrado, lentamente, gota a gota,
En mí que desde los quince años hacia el abismo atraído
Descifraba de corrido los suspiros de Rene,
Y que de lo desconocido la sed extravagante alterada,
Ha trabajado el fondo de la delgada arteria.
Yo he absorbido todo, los miasmas, los perfumes,
El suave cuchicheo de los recuerdos difuntos,
Los prolongados enlaces de las frases simbólicas,
—Rosarios murmurantes de madrigales místicos;
—Libro voluptuoso, si jamás hubo alguno.
Y luego, ya sea en el fondo de un asilo frondoso,
Como bajo los soles de zonas diferentes,
El eterno balanceo de las olas embriagantes,
Y el aspecto renaciente de horizontes sin fin
Reconduzcan este corazón hacia el sueño divino,
Ya sea en los pesados ocios de un día canicular,
O bien en la ociosidad friolenta de frimario
Bajo las oleadas del tabaco que enmascaran el cielo raso,
—Yo por todas partes he hojeado el misterio profundo
De este libro tan caro a las almas adormecidas
Que su destino marca con las mismas enfermedades,
Y ante el espejo he perfeccionado
El arte cruel que un Demonio al nacer me ha dado,
—El Dolor para lograr una voluptuosidad verdadera, —
Y ensangrentar su mal y rascar su llaga.
Poeta, ¿es ésta una injuria o bien un cumplido?
Porque yo estoy frente a ti como un amante
Cara al fantasma, el gesto lleno de alicientes,
Del cual la mano y la mirada tienen para impulsar las fuerzas
Encantos desconocidos. — Todos los seres amados
Son vasos de hiel que se beben con los ojos cerrados.
Y el corazón traspasado que el dolor halaga
Expira cada día bendiciendo su flecha.
1843.
X
Noble mujer de brazo firme, que durante los largos días,Sin pensar bien ni mal duermes o sueñas siempreFieramente alhajada a la antigua,
Tú que desde hace diez años, que para mí se hacen lentos,Mi boca, bien adiestrada para los besos suculentosHalaga con un amor monástico —
Sacerdotisa del libertinaje, hermana mía en el placerque siempre desdeñas llevar y nutrirUn hombre en tus cavidades santas,
Tanto temes y tanto huyes del estigma alarmanteQue la virtud socava con su hierro infamanteEn el flanco de las matronas preñadas.
1844.
XI
SOBRE UN ÁLBUM DE MADAME EMILE CHEVALET
En medio de la multitud, errantes, confundidas,Conservando el recuerdo precioso de otros tiempos,Ellas buscan el eco de sus voces desesperadas,Tristes, como la noche, dos palomas perdidasY que se llaman en el bosque.
1845.
XII
Yo vivo, y tu perfume es la arquitectura:
Es él la belleza, porque yo soy la natura;
Si siempre la natura embellece la hermosura,
Yo hago valer tus flores... ¡heme aquí halagado!
1846.
XIII
[A Charles Asselineau]
De un espíritu extravagante el seductor proyecto-¡Quién, entre tantos héroes va a escoger a Bruandet!
1855.
XIV
MONSELET PAILLARD(Versos destinados a su retrato)
Me llaman el gatito;Modernas pequeñas amantes,Yo agrego a vuestras delicadezasLa fuerza de un joven pacha.
La suavidad de la bóveda azulEstá concentrada en mi mirada;Si queréis verme huraño,Lectoras, mordedme la cola.
1864.
PROYECTO DE EPILOGO
PARA LA SEGUNDA EDICIÓN DE
LAS FLORES DEL MAL
Tranquilo como un sabio, suave como un maldito
yo he dicho:
Yo te amo ¡oh! mi bellísima, oh mi encantadora...
Cuantas veces...
Tus desvíos sin sed y tus amores sin alma,
Tu anhelo de infinito
Que por todo, aun en el mismo mal, se proclama,
Tus bombas, tus puñales, tus victorias, tus festejos,
Tus arrabales melancólicos,Tus amuebladas,
Tus jardines llenos de suspiros e intrigas,Tus templos vomitando las plegarias hechas música,Tus desesperaciones de niño, tus juegos de virgen loca,
Tus desalientos;
Y tus fuegos artificiales, erupciones de alegría,Que hacen reír al Cielo, mudo y tenebroso.Tu vicio venerable exhibido en la seda,Y tu virtud risible, a la mirada desdichada,Suave, extasiándose ante el lujo que despliega...
Tus principios salvados y tus leyes insultadas,
Tus monumentos altivos en los que se agarran las brumas,
Tus cúpulas metálicas inflamadas por el sol,
Tus reinas teatrales con voces encantadoras
Tus rebatos, tus cañones, orquesta ensordecedora,
Tus mágicos empedrados, erigidos en fortalezas,
Tus ínfimos oradores, con sus ampulosidades barrocas,Predicando el amor, y por otra parte, tus cloacas llenas de sangre,Precipitándose en el Infierno cual Orinocos,
Tus ángeles, tus bufones flamantes con viejos harapos.Ángeles revestidos de oro, de púrpura y de jacinto,¡Oh, vosotros! Testigos sois de que he cumplido mi deberComo un perfecto químico y como un alma santa.
Porque de cada cosa extraje la quintaesencia,
Tú me has dado tu barro y yo lo he convertido en oro.
1861.
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