Anónimo
(Siglo XV)
Romance del enamorado y la muerte
Un sueño soñaba anoche,
soñito del alma mía,
soñaba con mis amores
que en mis brazos los tenía.
Vi entrar señora tan blanca
muy más que la nieve fría.
-¿Por dónde has entrado, amor?
¿Cómo has entrado, mi vida?
Las puertas están cerradas,
ventanas y celosías.
No soy el amor, amante:
la Muerte que Dios te envía
¡Ay Muerte tan rigurosa,
déjame vivir un día!
¡Un día no puede ser,
una hora tienes de vida!
Muy de prisa se calzaba,
más de prisa se vestía:
ya se va para la calle,
en donde su amor vivía.
- ¡Ábreme la puerta, blanca,
ábreme la puerta niña!
¿Cómo te podré yo abrir
si la ocasión no es venida?
Mi padre no fue al palacio
mi madre no está dormida.
Si no me abres esta noche,
ya no me abrirás, querida:
la Muerte me está buscando,
junto a ti vida sería.
Vete bajo la ventana
donde labraba y cosía,
te echaré cordón de seda
para que subas arriba,
y si el cordón no alcanzare
mis trenzas añadiría.
La fina seda se rompe;
la Muerte que allí venía:
Vamos, el enamorado
que la hora ya está cumplida.
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