Giovanni Papini - El Libro Negro
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Conversación
VERDUGOS VOLUNTARIOS
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Tung-Kwang, 6 de octubre.
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Supe que en esta ciudad rige una costumbre que no se conoce en ningún otro lugar de la tierra,
costumbre que vale la pena consignar aquí.
Todos los condenados a muerte de las provincias cercanas, son enviados y reunidos en Tung-
Kwang, donde hay una prisión bastante grande, una de las más modernas de China. Mas las
ejecuciones capitales no son hechas por verdugos profesionales, sino por ciudadanos privados
que no sólo se ofrecen voluntariamente para ese trabajo de alta justicia, sino que además pagan
una suma bastante elevada para obtener el placer y el honor de ejecutar las sentencias con sus
propias manos.
Estas ejecuciones se realizan en días fijos, tres veces a la semana, pero con sistemas diversos. Los
lunes están reservados a la muerte por la horca; los miércoles a los fusilamientos y los viernes a
la silla eléctrica. Hay personas que prefieren uno u otro de esos sistemas, pero tampoco faltan los
que quieren probar ya uno, ya otro método de quitar la vida a los delincuentes.
En estos tiempos de perturbaciones y guerras civiles las condenas a muerte son numerosas, y
cada semana afluyen a Tung-Kwang verdaderas caravana de rebeldes, ladrones, traidores,
desertores y prevaricadores públicos. Me han asegurado que llegan a la ciudad por lo menos
treinta condenados por día. El verdugo jefe, a quien corresponde asignar las clases de
ajusticiamiento, los divide en tres grupos: los condenados políticos son reservados al
fusilamiento; los ladrones y bandoleros a la horca, y el resto de los delincuentes menores a la silla
eléctrica, considerada el método menos doloroso.
Los ciudadanos que desean ejercitar el oficio de verdugo voluntario, deben inscribirse una
semana antes y pagar los derechos determinados por la ley. Los postulantes abundan, más de lo
necesario, tanto es así que delante de la puerta del jefe de verdugos siempre hay cola, y los
retrasados deben esperar hasta dos y tres semanas para poder hacer ejecuciones. He podido
observar que esos verdugos voluntarios son hombres de todas las edades y condiciones sociales;
me han hecho saber que los pobres echan mano a préstamos gravosos a fin de procurarse la suma
requerida, bastante elevada. También se admite a las mujeres con tal que hayan alcanzado la edad
de veinte años y sean robustas, y me dicen que frecuentemente son ellas más entusiastas y
capaces que los hombres.
Pregunté a un viejo literato que sabe inglés y que dice ser taoísta, cuáles eran las razones de tan
singular costumbre, y me respondió:
- Se trata de una sabia estratagema ideada por nuestro gobernador para mejorar la moralidad
pública. Usted sabe que en nuestro pueblo está muy difundida y arraigada profundamente, la
necesidad de matar. Según la doctrina de Tao, los instintos demasiado reprimidos acaban por
vengarse, y así hemos hallado el secreto para encauzar, por lo menos en parte, esa manía
homicida, que se satisface así periódicamente sin daño de los inocentes y sin los temores y
remordimientos de los asesinatos clandestinos. Los hombres y mujeres que experimentan con
más fuerza esa necesidad de matar, tan común en nuestra naturaleza, pueden satisfacerla
impunemente, y en lugar de matar arbitrariamente, según los caprichos del odio personal, brindan
su trabajo para obtener la supresión de seres malvados que merecen la muerte por sus
desenfrenados delitos. Así hemos abierto una legitima vía de escape que no daña a nadie, y,
además, es muy útil para la comunidad.
Le hice observar que, si esa cura lograra plenamente sus efectos, gradualmente disminuirían los
verdaderos asesinos, con lo cual también seria menor el número de las condenas a muerte. Esta
objeción no conmovió lo más mínimo al literato.
- Nosotros condenamos a muerte no sólo a los asesinos, sino también a los ladrones, a los
revoltosos, a los violadores de mujeres y a los sacrílegos; gente de esa especie siempre habrá en
abundancia. Y nada impide cambiar los códigos de modo que se pueda aplicar condena capital
incluso por delitos que hoy son castigados únicamente con la cárcel. Finalmente, piense en los
beneficios que obtiene el erario; con dicho sistema el gobierno no sólo ahorra el salario que
correspondería a los verdugos de carrera, sino que, con las condenas a muerte, obtiene una
entrada bastante voluminosa.
La pasión de los ciudadanos de todas las clases sociales por esas macabras prestaciones de
servicios por las que se paga, es tan popular y poderosa, que un diario de Tung-Kwang está
realizando una campaña contra los jueces acusándolos de indulgencia exagerada y de venalidad
desenmascarada. Según parece los jueces no dictan suficientes condenas a muerte, con el
resultado de que muchos amantes del arte del verdugo no puedan comprar con la necesaria
frecuencia el derecho a matar legalmente a sus prójimos.
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