GIBRÁN KHALIL GIBRÁN
EL REY
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La gente del Reino de Sadik rodeó el palacio de su rey gritando en rebelión contra él. Y el rey descendió la escalera del palacio portando su corona en una mano y su cetro en la otra. La majestuosidad de su presencia silenció a la multitud, y, deteniéndose frente a ellos, dijo:
-Amigos míos, puesto que no sois más mis súbditos he aquí que restituyo mi corona y mi cetro. Seré uno de vosotros. Soy solamente un hombre más, como tal trabajaré junto a vosotros y nuestra tierra crecerá mejor. No existe necesidad de un rey. Vayamos, pues, a los campos y viñedos y trabajaremos lado a lado. Sólo debéis indicarme a qué prado o viñedo debo dirigirme. Todos vosotros sois ahora el rey.
Y el pueblo se maravilló, y el silencio los cubrió; pues el rey, a quien juzgaran la causa de su descontento, les restituía la corona y el cetro, y se transformaba en uno de ellos.
Luego todos y cada uno siguieron su camino, y el rey se dirigió al prado acompañado por un hombre.
Mas, el Reino de Sadik no marchaba sin un rey, y el velo de descontento aún permanecía sobre la tierra. La gente gritaba en el mercado diciendo que debían ser gobernados y que debían tener un rey que los dirigiera. Y los ancianos y los jóvenes decían al unísono:
-Tendremos nuestro rey.
Y buscaron al rey y lo encontraron afanándose en el campo, y lo llevaron hasta su trono devolviéndole la corona y el cetro. Y así hablaron:
-Ahora gobiérnanos con grandeza y justicia.
Entonces llegaron hasta su presencia hombres y mujeres para hablarle sobre un barón que los maltrataba y de quien eran sólo esclavos. De inmediato el rey llamó al barón ¡unto a él y le dijo:
-La vida de un hombre pesa como la vida de cualquier otro en la escala de Dios. Y porque tú no sabes pesar la vida de quienes trabajan tus tierras y tus viñedos quedas desterrado y abandonarás este reino para siempre.
Al día siguiente llegó otro grupo hasta el rey y habló de la cruel condesa del otro lado de las colinas, y de cómo los había conducido a la miseria. De inmediato la condesa fue traída hasta la corte y el rey también la sentenció al destierro diciendo:
-Aquéllos que labran nuestros campos y cuidan nuestros viñedos son más nobles que nosotros, quienes comemos el pan preparado por ellos y bebemos el vino de sus lagares. Y porque tú no lo sabes, dejarás esta tierra y vivirás lejos de este reino.
Luego vinieron hombres y mujeres diciendo que el obispo les hacía traer piedras y esculpirlas para la catedral, mas no les había pagado pese a que el cofre del obispo se hallaba repleto de oro y plata, mientras ellos mismos se encontraban vacíos y hambrientos.
El rey requirió la presencia del obispo, y cuando lo tuvo frente a sí, dijo:
-Esa cruz que usas sobre tu pecho debería significar dar vida a la vida. Mas, tú has tomado la vida y devuelto nada, por lo que abandonarás este reino para nunca regresar.
Y así cada día, hasta el tiempo de luna llena, hombres y mujeres llegaban hasta el rey para contarle sobre las cargas que pesaban sobre ellos. Y cada día, y todos los días de una luna entera, algún opresor era exiliado de esta tierra.
El pueblo de Sadik estaba maravillado, y había alegría en sus corazones.
Y cierto día los ancianos y los jóvenes rodearon la torre del rey y pidieron por él. El descendió llevando la corona en una mano y el cetro en la otra.
-Y ahora -les dijo-, ¿qué queréis de mí? Tened, os devuelvo lo que vosotros deseasteis que yo tuviera.
- ¡No, no! -gritaron ellos-. Tú eres nuestro legítimo rey. Has limpiado la tierra de víboras y reducidos los lobos a la nada. Hemos venido a cantarte nuestro agradecimiento. La corona es vuestra en majestad y el cetro es vuestro en gloria.
- ¡Yo no! -respondió el rey-. ¡Yo no! Vosotros mismos sois el rey. Cuando me juzgaron incapaz y mal gobernante, vosotros mismos erais incapaces e ingobernables. Y ahora la tierra crece bien porque está en vuestra voluntad el hacerlo. Yo no existo sino en vuestras acciones. No existe una persona gobernante. Existen sólo los que se gobiernan a sí mismos. El rey retornó a la torre con su corona y su cetro. Y los ancianos y los jóvenes tomaron su diferentes caminos sintiéndose felices.
Y cada uno de ellos se imaginó a sí mismo un rey con la corona en una mano y el cetro en la otra.
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