Época de siembra
Pete Adams y Charles Nightingale
«Tú eres mi miel, mi flor dadora de miel, y yo soy la abeja...» La forma en que estas flores podían hacerse libar era suficiente para hacerle zumbar a uno.
Randy Richmond se sentía aburrido, excesiva, intolerablemente, y, lo que parecía ser, eternamente aburrido. De hecho, se sentía tan aburrido que ya ni siquiera se preguntaba qué clase de programa habría bombeado el hipnocondicionador para hacerle regresar al sector X113 antes de volver a ser lanzado de nuevo al espacio. Fuera lo que fuese, no le causaría ninguna impresión en absoluto.
Se suponía que el hipnocondicionador alteraba el sentido del tiempo para relajar el intelecto y conseguir una plácida exploración de los más atrayentes caminos secundarios de las matemáticas espaciales, o de cualquier otro problema concebible con el que se encontraran los equipos planetarios de investigación. Como consecuencia de ello, se esperaba que uno terminara su viaje a través de las estrellas no sólo tan fresco como si el viaje acabara de comenzar aquella misma mañana, sino también en un estado inspirado que se aproximaba al nivel del genio. De este tratamiento se había predicho que era capaz de producir gigantescos saltos mentales para la humanidad, pero Randy aún tenía que conocer a cualquier viajero plus-luz que surgiera de la experiencia con cualquier otra cosa que no fueran ideas de la naturaleza más fundamental, por muy inventivas que algunas de ellas pudieran ser consideradas.
Suponía que alguien, en alguna parte, tendría que haberse dado cuenta de que el viaje plus-luz parecía actuar más como un estímulo físico que mental, porque los compañeros espaciales más recientes habían empezado a desarrollar accesorios notablemente sofisticados. Las computadoras siempre habían sido instrumentos esenciales en el espacio, desde luego, pero las nuevas computadoras CMP DIRAC-deriv. Mk IV Astg. multimedia podían proporcionar toda forma imaginable de entretenimiento, así como unas cuantas inimaginables, cuando el piloto se salía de sí. Ni siquiera se necesitaba estimularlas con un destornillador clandestino como los modelos antiguos. Proporcionaban una gran cantidad de diversión.
Pero hasta ellas tenían sus limitaciones, y después de nueve meses viajando en plus-luz con su compañera corriente, con su voluptuoso marco abrazando la pequeña cabina como un alocado edredón de plástico, Randy se encontró suspirando por alcanzar una realidad que la computadora no le podría proporcionar nunca. Dirigido hacia una estrella particularmente obscura, de clase K, situada en uno de los extremos de la espiral de la galaxia, aún tenía que enfrentarse a otros nueve meses de confinamiento. Los libros, las películas, las cintas y las obras de arte habían quedado exhaustas ya de toda su potencia, y Randy se veía ahora reducido a observar la revisión animada producida por la compañera de las ilustraciones de Beardsley «Bajo la colina», una de las videocintas Favoritas Clásicas. A juzgar por las crecientes desviaciones del original, parecía evidente que la computadora compartía la sospecha del piloto de que sus pasiones no volverían a surgir otra vez.
Fue en este momento crítico, tan perfectamente calculado como para invitar casi a extraer ciertas conclusiones sobre las motivaciones de la computadora, cuando la compañera anunció que sería deseable encontrar un planeta para repostar los suministros químicos de la nave. A sólo unas pocas horas de distancia se encontraba una estrella que poseía un planeta del tipo E, en el que había los materiales apropiados, a partir de los cuales la nave podría sintetizar lo que necesitaba. De acuerdo con los informes, el planeta estaba habitado por una raza del tipo humano que se encontraba en una fase de desarrollo bastante primitiva; perfectamente consciente de las estrictas directrices de la Federación en cuestiones de contacto intercultural, Randy proyectó aterrizar en una de las muchas islas deshabitadas desparramadas por el hemisferio oceánico norte.
Finalmente, la computadora seleccionó una isla exuberante, en forma cónica, que, según los detectores infrarrojos, no contenía una vida animal capaz de plantear grandes problemas, y la nave terminó por posarse en tierra con una cierta agitación. Las compañeras siempre disfrutaban con una oportunidad de dar un espectáculo y se habían conocido aterrizajes en los que las computadoras experimentaban una explosión de banderas, fuegos artificiales y el himno nacional del planeta de procedencia, echando a perder todas las esperanzas de establecer un contacto pacífico con las formas de vida locales. Pero, en esta ocasión, la puerta de la nave se limitó a abrirse con un susurro, y Randy salió al exterior con un enorme alivio.
Se encontraban en una planicie abierta y llena de hierba, cerca del reluciente mar zafiro, con una playa de arena blanca en contacto con sus bordes Aquí y allá surgían de la hierba intrigantes plantas en forma de vaina, con magníficas y aterciopeladas hojas verdes. Algunos árboles tenían frutos que la computadora comprobó eran aceptables para la constitución humana, y Randy les prestó una atención entusiasta; se hundieron suculentamente en sus manos, revelando jugos y carne que tenían un sabor embriagador. Cuando al final ya no pudo comer más echó a correr hacia las aguas claras y asombrosamente poco profundas del océano y eliminó de su mente nueve meses de plus-luz. Se revolcó bajo el sol, rió y gritó, saltó sobre su propia sombra e hizo las cosas más tontas que se pueden imaginar y, a su debido tiempo, volvió a recuperar la calma, enfrentándose con el problema que las fragancias y brisas de la isla no hacían nada por solucionar.
Una parte del problema consistía en que la nave no le necesitaba. Su brillante serpiente terrestre, dirigida por la computadora, investigaba la superficie del planeta en busca de vetas minerales adecuadas, mientras que la sección de laboratorio de la compañera zumbaba, llena de una autosatisfactoria actividad. Se fueron probando muestras, se fundieron minerales, se mezclaron reactivos y se llevaron a cabo procesos de centrifugación; el tacleteo de la música puntuaba la murmurante letanía de las ecuaciones, una señal a la que el piloto ya se había resignado como indicación de que la computadora estaba profundamente enfrascada en pensar. Se encogió de hombros, tratando de librarse de la sensación de impotencia que amenazaba con hacerle regresar demasiado pronto, y se puso a explorar la isla. Sería muy bueno para él poder entregarse a un reparador sueño natural aunque sólo fuera por una vez, en lugar de tener que aceptar las nauseabundas drogas adormecedoras de la computadora, que, al margen de la forma y del color, y su amplitud parecía infinita, siempre le producían pesadillas de una decadencia demoledora.
La línea de la costa era una verdadera delicia y estaba compuesta por colores claros en ondas y curvas repentinas. Un sol de oro silencioso colgaba en el cielo, como si la tarde pudiera durar siempre, y el aire olía a perfume, una clase de perfume que parecía traer inesperados recuerdos de realización propia. Siguiendo ensoñadoramente el instinto de su nariz, Randy fue andando por entre un bosquecillo de árboles que le hizo apartarse de la vista de la nave y se detuvo de pronto en sus sombras, mientras desaparecían de su mente todas las consideraciones sobre los castigos que se imponían a causa de la interferencia cultural. En la llanura verde que había al otro lado, la realidad relucía, como si las propias ondas de luz se estuvieran fundiendo con el calor. Después, su visión se aclaró y allí apareció ante él, sentada en una especie de asiento hecho de hojas aterciopeladas, una criatura de tan espectacular belleza, que se encontró prometiéndose febrilmente a sí mismo no volver a perder jamás su tiempo con las figuras 3-D de la revista Stagman.
Ella parecía no haberle visto cuando dirigió unos ojos de mirada misteriosa hacia el mar, con su cuerpo lánguido y relajado sobre el amplio asiento. No llevaba nada, excepto una corta camisa azul de algún material complicadamente elaborado, y la luz del sol acariciaba su piel para formar un tapiz de brillantes curvas y exquisitas sombras. Actuando con suavidad, Randy se fue acercando a ella por un lado y, extrañamente, ella se volvió para darle la bienvenida, haciendo un movimiento a modo de prueba que él tomó como una invitación. Se sentó, guardó silencio por un momento, a punto de entablar la conversación, pero en lugar de hacerlo extendió la mano para acariciar el pelo moreno que ondulaba como un largo velo, bajándole por la espalda. Las palabras no eran necesarias porque los mensajes que se establecieron entre los dos, en el aire electrizado, así como la propia mujer, no mostraban signos de desear ninguna lección de lenguaje.
Ella suspiró como el murmullo de las hojas a mediados de verano y se extendió ante él, elevando suavemente la punta de su blusa para revelar zonas obscuras y apetitosas. Despedía un aroma que olía a canela, a almizcle y a violetas puras, sofocando así cualquier pensamiento racional. Randy se volcó como un borracho sobre ella y en ella, y se vio rodeado por la carne que se retorcía delicadamente contra su propia carne, mientras ella le acariciaba con unos dedos suavemente empolvados, mientras él se hundía, boqueaba y se estremecía. La tarde explotó entonces en fragmentos dorados.
Después, Randy se deslizó hacia un lado y permaneció echado sobre la arena blanca, convencido, como la compañera nunca había sido capaz de convencerle, de que ahora tenía una excelente oportunidad para comprender su lugar en el universo. Era como si, de repente, seres procedentes de alguna otra galaxia se hubieran dado cuenta de su presencia; pero mientras ellos empezaban a moverse para saludarle, él comenzó a temer el eco hueco de sus pensamientos, la música disonante de su conocimiento, y volvió a regresar a un estado de desvelo. Una neblina de verde retorcido y de sombras de color púrpura permaneció brevemente sobre sus ojos, y unas voces de advertencia susurraron mensajes instantáneamente olvidados. Pero la mujer seguía permaneciendo plácidamente sentada en su asiento y, ante su vista, la confusión de Randy desapareció por completo. El propósito y la anticipación le hicieron ponerse bruscamente en pie.
Ante su sorpresa, el gesto de bienvenida de ella no fue repetido. La mujer le sonrió, con una expresión ausente, y después volvió su mirada hacia el océano. Cuando intentó acariciarlo como antes, su carne pareció arrastrarse llena de disgusto, y no hizo ningún movimiento para tenderse hacia atrás, mientras su blusa permanecía recatadamente extendida hasta sus rodillas. Randy estaba ya medio inclinado para forzar la situación, pero las directrices de la Federación comenzaron a pulular de nuevo en el fondo de su mente y, finalmente, abandonó el intento. Prometiendo regresar pronto con regalos sin precio, oferta a la que ella no prestó la menor atención, Randy reanudó su exploración de la isla.
La línea costera volvió a producir una inclinación, y la mujer no tardó en desaparecer tras él. La abundante hierba se desgarraba al calor y el aire se estremecía con un olor picante que hizo acelerar la velocidad de su sangre; junto a él, el océano despedía millones de reflejos procedentes del cielo. Protegiéndose los ojos con las manos, observó, sin dar crédito a lo que veía, a una nueva mujer que estaba echada sobre su cama de terciopelo, ondulando su cuerpo con indudable delicia ante su aproximación. Podría haber sido la hermana de la magnífica criatura que acababa de dejar: el mismo pelo obscuro cayéndole en ondulaciones perfectas sobre la espalda, el mismo caleidoscopio de delicadas luces y sombras recogido por la luz del sol y extendido a lo largo de los suaves y flexibles miembros, el mismo aroma dulce extendiéndose y atrayéndole sobre la hierba. Hasta llevaba una blusa similar, aunque ésta era roja. Su textura era muy complicada, con diminutos diseños que cambiaban y fluían a medida que él trataba de seguirlos con la mirada; atractivos dibujos que le sugerían un simbolismo elusivo cuya comprensión se le escapaba.
No sintiéndose inclinado a poner en duda los regalos que el destino ponía tan raramente en su camino, Randy se apresuró a acudir reverentemente hacia el asombroso y hermoso fenómeno que le esperaba. Una vez más, podía desechar las palabras, por ser totalmente innecesarias. Los ojos de la mujer, profundos estanques violeta llenos de promesas, le recibieron agradablemente con una inequívoca invitación, reforzados por el cuerpo complaciente y receptivo. Llegó a perder el sentido de sí mismo, y se dejó llevar hacia un frenesí de sensaciones que se mezclaron las unas con las otras, hasta que una estrella nova pareció brillar ante él, y terminó por hundirse en un estado somnoliento en el que cada movimiento y cada gesto de la mujer parecía formar una parte de una comunicación obscura pero vital entre un extremo del universo y el otro. El se quedó mirando fijamente sus ojos, fascinado, mientras un hálito de gloriosos colores formaba una espiral sobre el lecho, y después tuvo que haberse quedado dormido, pues hubo un momento en que las hierbas y las enredaderas que alfombraban la isla parecieron explorarle con sus tentáculos, y en el que el musgo creció inconteniblemente bajo su espalda. El sol parecía tener un dorado más profundo y había descendido bastante en el cielo cuando Randy se remojó la cabeza en el océano y regresó, ya refrescado, hacia donde se encontraba su deliciosa compañera.
Cerca de ella, sintió cómo se reavivaba su deseo con tanta fuerza como si nunca hubiera quedado satisfecho, pero cuando trató de acercarse más la encontró tan inflexible como un bloque de madera, mientras su mirada permanecía fría y fija sobre el mar. Por mucho que lo intentó, fue incapaz de despertar su interés por los saludables propósitos atléticos que albergaba en su mente. Ella le ignoró tan completamente que él ni siquiera pudo estar seguro de que ella entendiera lo que deseaba. Finalmente, Randy decidió que tendría que dejarla allí, con la esperanza de que al día siguiente se encontraría en un estado de ánimo más tratable. Besó la boca inmóvil y emprendió el camino de regreso hacia la nave.
Fue chapoteando en las aguas bajas, a lo largo de la costa, mientras la arena se deshacía bajo sus pies y la brisa se agitaba por entre la hierba y hacía mover las ramas de los árboles. La mujer que llevaba puesta la blusa azul todavía estaba tomando baños de sol en el mismo lugar en que él la dejara, y Randy se detuvo al borde del agua, sin saber muy bien si debía saludarla con la mano y marcharse a toda prisa, o debía detenerse un momento para hablar con ella de su experiencia.
Su perfume solucionó la cuestión. A medida que se fue aproximando, dejándose dirigir de nuevo por su olfato, ella se movió y se extendió y su sonrisa pareció penetrarle el cuerpo, sonando en su interior como una verdadera orquesta. Ella le atrajo hacia sí con una urgencia irresistible y, una vez más, él volvió a sentirse suspendido en el interior de ella, con un incomprensible torrente de alegría y placer. Apartándole por completo la blusa, se abandonó totalmente a una extraordinaria sinfonía de ritmos y caricias eróticas. Era como si el propio planeta se hubiera abierto para tragarle, con la hierba y las gigantescas hojas verdes cerrándose sobre su cabeza.
El clímax pareció desparramarle por todo el paisaje, como fragmentos de una vaina que acabara de estallar. Durante un largo tiempo, permaneció allí, incapaz de moverse, con fantásticas visiones de seres extraños y con una música extraordinaria bailándole a través de su mente. Los colores de la tarde que se iba yendo se fueron reuniendo lentamente hasta formar una magnífica puesta de sol, y cuando finalmente se puso de pie, ya estaba obscureciendo. La mujer estaba echada en su lecho, encogida sobre sí misma, y él no pudo hacer nada por despertarla. Renunciando de mala gana a llevarla a la nave, arriesgándose a despertar las sospechas de la compañera sobre sus actividades ilegales, extendió sobre ella la blusa y colocó algunas de las grandes hojas aterciopeladas sobre su cuerpo, como una forma de protección contra la noche, y reanudó su camino a través de la hierba.
La computadora estaba bastante pesada por haber sido abandonada durante tanto tiempo, pero, después de alguna discusión, consintió en apagar las luces. Randy se quedó dormido casi inmediatamente en su litera y las cápsulas para dormir terminaron por deslizársele del pecho, donde las había dejado, para caer al suelo.
Cuando se despertó a la mañana siguiente, la compañera permaneció en extraño silencio, aunque las luces se encendían y apagaban aquí y allá, en su consola. Los cuadrantes de información indicaban que la tarea de la recarga química ya estaba completa, pero no aparecía ninguna indicación respecto a que ya se habían hecho los cálculos necesarios para reanudar el viaje. Preguntándose si debía echar un vistazo a la caja de fusibles, Randy se dio cuenta de repente de que la puerta de la nave estaba completamente abierta, poniendo al descubierto el mar, la arena y la luz del sol. El aire picante de la isla le atrajo y él respondió con placer.
Allá fuera todo aparecía poblado. Los lechos verdes estaban extendidos alrededor, al sol, cerca de la nave, pero también desperdigados por la hierba en todas direcciones, cubriendo la isla, por lo que podía apreciar Randy. Y sobre ellos permanecían reclinadas mujeres de todas las descripciones, tamaños y colores. Todas ellas llevaban blusas del diseño que ya le era familiar, con colores que comprendían todos los del arco iris, aunque, sin duda alguna, el azul y el rojo eran los favoritos. Por lo demás, las mujeres se parecían en el hecho de que todas ellas eran cegadoramente hermosas y en que sus profundos ojos claros estaban fijos en Randy, como si sus vidas hubieran sido especialmente construidas para este momento de éxtasis. Cuando él apareció, una oleada de placer se extendió sobre la audiencia, y él creyó haber escuchado a la propia isla suspirar en el estremecido silencio de la mañana. Sus fans le estaban esperando y había mucho que hacer allí. Su perfume le atrajo hacia adelante.
Randy estuvo extremadamente ocupado durante varias horas. Brazos, cuerpos y piernas le agarraron como en una trampa de espesa y voluptuosa carne, y el apetito y el placer se persiguieron el uno al otro con frenética urgencia. El se fue abriendo paso a través de la increíble plantación de piel bañada por el sol, encontrándose con las blusas ya levantadas y con voluptuosas bienvenidas, hasta que su respuesta se hizo demasiado dolorosa como para que valiera la pena seguir haciendo el esfuerzo, mientras que las pausas entre los encuentros se vieron ensombrecidas por incómodos sueños en los que todo su ser se fragmentaba y parecía desmenuzarse hasta convertirse en arena, con una inescrutable finalidad. Se felicitó confusamente a sí mismo por su realización, y al final hasta llegó a confiar en la idea de que podría pasarse el resto de sus días sin necesidad de dirigir sus ojos hacia otra forma femenina.
Librándose de las ansiosas filas de sus admiradoras, se bañó y flotó en el cálido océano hasta que una modesta confianza regresó a sus piernas, permitiéndole pensar que éstas podrían sostenerle de nuevo. Afortunadamente, las chicas no hicieron ningún intento por seguirle, sino que permanecieron adorándole desde la orilla, ondulándose tristemente en sus lechos de hojas. Randy comió alguna fruta y estuvo andando por el borde del agua, manteniéndose fuera de su alcance, conservando siempre una sonrisa amable y observando a las mujeres con mirada desapasionada, mientras se dedicaba a pensar.
De repente, descubrió entre las que tomaban baños de sol a la chica de la blusa azul que él había dejado envuelta en hojas la noche anterior. Evidentemente, la noche pasada no debió haber sido muy beneficiosa para ella. Permanecía alejada de las demás, inmóvil sobre el lecho petrificado y desgastado, y su blusa le caía sobre las piernas como si se tratara de un sudario corrompido. La piel relumbrante que había brillado ante él el día anterior, aparecía ahora pálida y apagada, aflojándose en algunos lugares para crear huecos de demacración; su mata de pelo moreno se había coagulado, formando una masa fláccida y repelente. Horrorizado ante la aparente consecuencia de sus atenciones, Randy se dirigió hacia ella; la compañera le había asegurado que, bajo circunstancias normales, no podía haber ninguna incompatibilidad entre las bacterias locales y la propia colección de Randy de virus extragalácticos; pero las circunstancias se habían dispersado, yendo mucho más allá de lo normal. Si aquella mujer tenía problemas, lo más probable era que Randy también los tuviera.
En un primer movimiento automático de diagnóstico, Randy le cogió la mano. Esta se partió inmediatamente, separándose de la aflojada masa de su cuerpo y permaneciendo fláccidamente en su propia mano, en forma de una materia verdosa que goteaba por la muñeca separada. Los dedos se rompieron y rezumaron en la palma de su mano, y el dedo gordo cayó al suelo, produciendo un suave chapoteo. Apartando con una convulsión revulsiva el tejido corrompido, volvió el rostro de la mujer hacia él. Se deshizo ante el contacto de su mano y sus dedos se hundieron en la gelatina negra donde habían estado sus ojos.
Randy echó a correr a toda prisa, saltando inconteniblemente a través de un paisaje lleno de encantadoras sonrisas. La isla parecía agitarse bajo sus pies y el sol pegaba como un martillo sobre su cráneo. Cuando llegó a la nave, iba arrastrándose y tuvo la impresión de que estaba haciendo mucho ruido. Cayó a través del umbral de la puerta y bajó el cierre de la escotilla.
La computadora recibió la confesión de Randy con el máximo desprecio. Si al menos se hubiera molestado en estudiar toda la información disponible antes de salir de la nave como un nudista yugoslavo (el indudable ardor apócrifo de esta raza legendaria formaba la base de una de las sagas más memorables del espacio), podría haber evitado, según la computadora, el convertirse a sí mismo en un tonto espectacular. Debía de haber sabido, añadió la compañera, que nada era desconocido o imprevisible para las computadoras CMP DIRAC-deriv. Mk IV Astg. multimedia, y que explosiones como la protagonizada por Randy no sólo no contaban con ninguna esperanza de permanecer en secreto, sino que eran incluso tan predecibles que hasta se podían calcular con toda exactitud, de acuerdo con una, ahora probada, constante en la que x era igual a quince raíces cuadradas de plus-luz, divididas simultáneamente por cero coma siete. Durante las horas en las que Randy había dejado de cumplir con sus obligaciones, confirmó la compañera, había tenido la oportunidad de preparar una tesis sobre este mismo tema, demostrando una amplitud de visión tan extraordinaria que la compañera estaba perfectamente convencida de que se le concederían los más elevados honores intergalácticos cuando terminara el viaje. Con una tosecilla modesta, la compañera desembuchó un volumen de seiscientas páginas de impresiones computarizadas, elegantemente encuadernadas en piel, con bordes dorados. La compañera sugirió que a Randy le podría interesar echar un vistazo a esta obra que marcaría una época, mientras preparaba su propio informe para la Federación, aunque, de todos modos, no sería probable que trataran su caso con mucha simpatía si lo presentaba de acuerdo con su estilo normalmente inarticulado.
Introduciendo débilmente el libro en el reciclador, Randy apretó el botón Bowman (el control de emergencia, conocido únicamente por el piloto en las naves plus-luz), y dejó que la computadora cantara canciones de cuna durante media hora, mientras él consumía un tubo entero de pasta nerviosa suavizante. Relajándose en la litera de control, volvió después a reajustar los bancos de información de la computadora y evocó todos los hechos y referencias disponibles sobre el planeta en el que se encontraban. La compañera había dejado de informarle, desde luego, de que el lugar ya había sido visitado con anterioridad, de modo que, en lugar de la lista, normalmente corta, de investigación aérea y de la información correspondiente, se disponía de voluminosos informes técnicos y ecológicos, la mayor parte de los cuales resultaban incomprensibles para el que no estaba especializado en el tema. Todos los datos fueron pasando por la pantalla informativa, y Randy frunció el ceño al observarlos, sin encontrar en ellos nada que le pudiera ayudar. Las deducciones biológicas que se habían establecido no parecían estar relacionadas en modo alguno con sus propias experiencias, y sólo uno de los grupos de los equipos de exploración había estado cerca, en alguna parte de las islas del hemisferio norte, pero sus propósitos y conclusiones estaban relacionadas simplemente con la botánica.
Después de presentar todos los textos principales, la computadora comenzó a presentar las notas a pie de página y las addenda. Haciendo que toda esta información pasara a una velocidad doble a la usual, Randy estaba a punto de abandonar toda esperanza cuando una pequeña imagen surgió repentinamente, como un débil acorde que volvió a desaparecer inmediatamente. Hizo retroceder la información, y después se la quedó mirando durante un largo rato. La ilustración, brillantemente iluminada, mostraba un corte transversal de una flor, y el artículo que la acompañaba, situado bajo un serio título latino, era un informe escrito por uno de los botánicos.
De las tres especies de Bacchantius que crecen en el planeta Rosy Lee, la más inusitada es quizá la Gigantiflora. La planta es herbácea y perenne, subsistiendo por medio de gruesos tubos almidonados. Florece anualmente en las condiciones adecuadas y es un miembro de la familia Phorusorchidacae, la familia local de las orquídeas. (Véase referencia Axaia, página 74.418 para la descripción de la evolución paralela de plantas floráceas de los mundos del tipo E. Véase referencia Modoinisk, página 731.111 para parámetros detallados de las condiciones del tipo E.) Normalmente, la Gigantiflora sólo florece después de haber recibido los productos de desecho transportados por el aire de las especies humanoides Gaggus gaggus, que habitan en el planeta Rosy Lee. Los brotes tardan unos cinco meses en madurar, pero no requieren ningún estímulo externo para iniciar la formación. Cuando se han desarrollado por completo, permanecen adormilados bajo una gruesa capa de hojas verdes aterciopeladas, una vez que la presencia de un humanoide ha despertado la respuesta tendente a la floración, los brotes se elevan de la noche a la mañana por encima de las hojas y se abren justo antes del amanecer. Las flores son enormes y poseen una configuración sorprendente. Los especímenes examinados alcanzaban alturas que oscilaban entre los 1,3716 y los 1,8315 metros.
La fecundación se lleva a cabo por medio de la pseudocopulación, como sucede con muchas especies de plantas, pero es excepcional en este caso en el que el agente fecundador es un macho Gaggus. Las flores son réplicas exactas de las mujeres nativas, y toda su estructura, compuesta por sépalos y pétalos unidos, es completa casi en cada uno de los detalles externos. Una de las pocas diferencias visibles es la fibra, similar a un hilo, aunque robusta, que emerge de la parte más pequeña de la zona posterior de la planta.
El pétalo, análogo al labio en otras orchidacae, es primariamente de un brillante color rojo o azul, aunque a menudo se pueden encontrar otros matices basados en estos colores. Ofreciendo el aspecto de una especie de blusa corta, está unido al perigonio únicamente por una junta diminuta situada en la nuca y puede ser apartada por completo sin producir ningún daño aparente, aunque se marchita con rapidez.
Las flores tienen un aroma muy intenso, y aunque la estructura química de éste aún tiene que ser determinada, se sabe que posee pronunciadas propiedades alucinatorias y afrodisíacas, por lo que se piensa que esto actuó originalmente para impedir que el Gaggus descubriera la verdadera naturaleza de la mujer con la que, aparentemente, se encontraba. Bajo la influencia del aroma, por ejemplo, el macho nota que los ojos de la planta parecen vivos y móviles, cuando, en realidad, son la parte menos lograda de toda la imitación.
Capaz de producir una serie bastante sofisticada de movimientos mecánicos, así como de reacciones, la Gigantiflora, al ser perturbada por un estímulo apropiado, emprenderá movimientos que se parecerán a los efectuados por una coqueta primitiva. El macho nativo Gaggus es a menudo completamente adicto a los placeres ofrecidos por estas flores, hasta el punto de llegar a repudiar a su propia esposa. El Gaggus hembra, por su parte, destruye estas plantas cada vez que las encuentra. Parece ser sostenible la teoría de que la población de Rosy Lee se ha mantenido a un bajo nivel debido al desperdicio de esfuerzo masculino en el cultivo de la Gigantiflora.
El polen se desarrolla ante el gineceo y forma un espeso polvo en la zona «púbica» de la planta. Durante la seudocopulación, este polen se adhiere al macho, y la próxima vez que éste se entretiene con una Gigantiflora es transferido a la zona que rodea el «ombligo» de la nueva flor, que es, en realidad, el estigma, completando así la fecundación o polinización. Inmediatamente después de este proceso, la flor es capaz de evitar nuevos intentos por parte del mismo macho, adoptando una postura rígida, de modo que se evite así la autopolinización.
Las semillas de la planta son como polvo y vuelan muchos kilómetros, atravesando incluso los océanos. En algunas de las numerosas islas no habitadas del planeta, se pueden encontrar colonias enteras de plantas; como el Gaggus no muestra tendencia a viajar, faltándole cualquier gran incentivo o energía para hacerlo así, se supone que estas colonias nunca alcanzan la fase de florecimiento. Cuando los miembros de la presente expedición aterrizaron en una de tales islas, las flores aparecieron al segundo día, en tan gran cantidad que se aproximaban a proporciones de infección, proporcionando el mismo efecto que un burdel abarrotado. Como quiera que el equipo estaba compuesto únicamente por mujeres, no fue posible juzgar el efecto sobre un hombre, pero la vista, el olor y los vapores alucinatorios fueron de tanta fuerza como para convencernos de que los efectos serían insuperables, incluso para un hombre civilizado.
Tengo que confesar (añadía el informe, adoptando de repente un tono personal) que, como botánico, las flores me parecieron fascinantes, aunque como mujeres las encontré profundamente perturbadoras, produciéndome casi una sensación de disgusto. Incluso cuando estaba cortando fragmentos del pétalo del «rostro», lo que representa un ejercicio bastante inquieto, la parte inferior de la planta llevó a cabo varios intentos de seducirme, a pesar de que, como bien sabíamos, únicamente los hombres pueden poner en marcha el mecanismo de la polinización. El hecho de que, en las regiones deshabitadas, las flores puedan reaccionar a las mujeres igual que a los hombres, nos llevaría a la interesante especulación sobre medios alternativos de polinización. Y aunque cada uno de los miembros de nuestro equipo demostraba un gran disgusto por estas flores, no cabe la menor duda de que algunas plantas colocaron sus semillas durante nuestra estancia en la isla, a pesar de la imposibilidad de la autopolinización.
Sin duda alguna, en reste campo se puede llevar a cabo una investigación posterior, pero aunque esto sería bastante divertido para los especialistas, no se puede anticipar ningún valor particular de esta clase de tarea. En botánica estamos familiarizados con los principios básicos de la pseudocopulación, estudiada con detalle en la Tierra durante el pasado siglo. (Referencia: Flores salvajes del mundo, por Everard & Morley, reimpresión bajo la etiqueta de Tesoros de la antigüedad: «La forma del labio, similar a un insecto, y la fragancia de la flor en la Ophrys atrae a los machos de ciertos insectos y les estimula para llevar a cabo intentos malogrados de copulación. Durante esta pseudocopulación, el insecto recoge diminutos granos de polen o bien transfiere el polen a los estigmas. Algunas orquídeas tropicales han demostrado igualmente poseer unos aromas particulares que excitan sexualmente a los insectos».) En consecuencia con todo lo anterior se recomienda un índice de Prioridad de Investigación a un nivel situado en un simple grado Z.
Seguían algunos aspectos técnicos sobre la morfología y la citología de la planta, pero Randy ya había leído suficiente. Su corazón le dolía de latir con tanta fuerza, mientras un torrente de ideas y esquemas cruzaban su mente con rapidez, y se dio cuenta de que el hipnocondicionamiento por el que había pasado a través del sector X113 iba a tener al fin la posibilidad de rendir frutos, gracias a su excepcional agotamiento. En rápidos fogonazos de inspiración, se dio cuenta de que estaba destinado a convertirse en el mayor jardinero jamás conocido. Cogió un destornillador y comenzó a trabajar.
El resto, desde luego, es historia. Randy esperó en Rosy Lee el tiempo suficiente para recoger diez vainas de semillas a las que él se refirió posteriormente en su autobiografía como su descendencia, y al cabo de unos pocos meses apareció en el planeta «seco» Bergia (donde la prostitución es ilegal), como el propietario de «Los jardines del placer de Rosy Lee». El escándalo llegó a producir un juicio que obligó a presentar un espécimen magnífico de Bacchantius Gigantiflora ante el encantado juez, y todas las acusaciones fueron rechazadas. Las noticias se extendieron por toda la galaxia y con ello Randy logró hacer una verdadera fortuna. Fue capaz de lograr la compra, sin precedentes, de una nave plus-luz, de la que él fue propietario. El trato lo hizo con la misma Federación, y la nave estaba dotada de su correspondiente compañera.
Siendo el viaje plus-luz tan complicado como es, había muy pocas personas capaces de seguirle las huellas hasta el planeta en el que Randy recogía sus suministros, pero quienes lograron llegar a las islas de Rosy Lee dijeron que sólo encontraron allí zonas desérticas, cubiertas de baja maleza y acantilados pelados. El lugar, según dijeron, tenía una atmósfera de terror, y se sintieron contentos de marcharse de allí; la población Gaggus, sin embargo, pareció no sentirse perturbada en lo más mínimo, a pesar de la extraña preferencia por parte de los machos por una especie de coliflor que emitía un hedor insoportable, similar a pulpa corrompida.
Parece ser que Randy y su destornillador, llevados hasta las máximas alturas de la creatividad por el hipnocondicionamiento que atravesaba su cerebro, logró que la compañera de la nave alcanzara nuevos niveles de realizaciones químicas. Cuando la computadora terminó con Rosy Lee, la brisa afrodisíaca que se extendía por el planeta había adquirido un matiz que pasó desapercibido para los Gaggus, pero que llenaba los sentidos humanos de la más fuerte revulsión. De este modo, Randy y su camada conservan un cómodo monopolio. La compañera también demostró ser una maestra sin rival posible; las chicas de los «Jardines del placer», que se han convertido ahora en una atracción universal, son renovadas tanto en cuanto a su conversación seductora como en cuanto a sus habilidades físicas. Naturalmente, todas ellas son expertas en música adormecedora. Y las deformaciones híbridas desarrolladas con la ayuda de la computadora se hacen más deliciosas de año en año, especialmente cuando se trata de aquellos especímenes de elevado valor que tienen reputación de parecerse a famosas bellezas del pasado. El convulsionador Cleopatra, el frenesí a lo Bardot, y el paralizador Lazo de Amor, han pasado a la leyenda.
Esta es, chicas, la historia del famoso horticultor Randy Richmond, conocido en toda la galaxia como «mister Dedos Verdes» (aunque, según tengo entendido, los pilotos plus-luz tienen una versión ligeramente diferente). ¡Vigor para su abono y que su spray nunca se acabe! Y ahora, adentro. Otro grupo de visitantes acaba de detenerse ante nuestra casa verde.
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