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jueves, 31 de marzo de 2011

AGENTE DEL CAOS


AGENTE DEL CAOS
Norman Spinrad


«Todo conflicto social es un escenario en el cual actúan tres fuerzas antagónicas entre si: el orden constituido, por un lado; la oposición, que persigue el derrumbe de dicho orden para reemplazarlo por el suyo propio, por otro lado; y la tendencia hacía un aumento de la entropía social que genera todo conflicto social. En este contexto, esta última puede ser considerada como la fuerza del caos.»
GREGOR MARKOWITZ, La teoría de la entropía social.

1
Boris Johnson descendió con paso liviano y descuidado de la cinta más lenta de la calzada móvil. Caminó por la acera. La mole del nuevo Ministerio de Custodia, blanca y fríamente inhumana, se alzaba delante de él, separada de la acera por una amplía franja de césped que la rodeaba por completo.
Frente a la escalinata del Ministerio se encontraba una pequeña tribuna, alrededor de la cual se había congregado una multitud, si es que se podía aplicar ese término al grupo de Protegidos, de rostros plácidos e indiferentes, que se encontraban allí. Johnson estimó su cantidad en tres o cuatro mil hombres y mujeres, indudablemente arreados hasta el Ministerio por los Custodios para efectuar la ceremonia. Permanecían de pie, a la espera, sin siquiera conversar entre si ni moverse. Al igual que todas las concentraciones de Protegidos de la Hegemonía, constituían más bien una masa inerte de gente y no una verdadera multitud. Johnson notó que los Protegidos hablan sido confinados a un sector relativamente pequeño, cerca de la escalinata del Ministerio, y que estaban rodeados por un semicírculo de Custodios de rostros severos y ataviados con sus uniformes de gala. Parecían gorilas afeitados en traje de noche.
Con esta disposición, la gente que había estaba amontonada en un espacio pequeño, a pesar de haber mucho más lugar disponible sobre el césped.
Hasta aquí todo iba bien.
Deambulando tranquilamente, con una indiferencia que contrastaba violentamente con la expresión tensa que suponía reflejada en su rostro firme, Johnson franqueó el circulo de Custodios que rodeaba a la multitud. Pasó delante de las narices de uno de ellos un hombre alto y corpulento, de profundas marcas de hostilidad y desconfianza permanentes grabadas en su rostro de ojos crueles. Saludó al Custodio con un movimiento indefinido de la cabeza; era un gesto de reconocimiento que concordaría con su propio atuendo gris, que lo sindicaba como perteneciente al Ministerio de Mantenimiento. El rostro del Custodio se resquebrajó en una sonrisa fría y ofidia, y Johnson le retribuyó una mueca igualmente sincera.
Mientras se abría paso hacía la tribuna, Johnson comprendió por qué los Protegidos habían sido amontonados de esa manera en un espacio tan innecesariamente pequeño. Un móvil de televisión se había instalado en una calle, dos niveles más arriba, a unos diez metros del nivel cero, conectada al Ministerio por medía de una rampa. Filmarían la ceremonia de dedicación por encima de las cabezas de la gente ubicada en el parque sobre el nivel cero, para dar así la ilusión de que un público enorme rodeaba el edificio.
Johnson rió para sus adentros, sin modificar su expresión neutral e indiferente. Esa era una muestra típica del sobrecontrol que ejercía la Hegemonía. Al observar más detenidamente todo el montaje, descubrió que en realidad era una escenografía cuidadosamente preparada para las cámaras de televisión que retransmitirían el discurso de Khustov en vivo a todas las bóvedas que había en Marte, y luego, en película, a todos los demás planetas de la Hegemonía. Todo estaba planeado para lograr el máximo efecto: los uniformes de gala de los Custodios, adornados de azul, dorado y negro, que no se usaban casi nunca; la ilusión óptica de una multitud enorme; los muros del Ministerio, blancos, extensos y sin ventanas, que caían como un gran telón de fondo enmarcando la tribuna, y la enorme bandera de la Hegemonía, con sus nueve círculos concéntricos dorados sobre un fondo azul. que flameaba en la brisa.. ¿Flameaba en la brisa?
Johnson tuvo que hacer un gran esfuerzo para no estallar en una carcajada. Cada molécula de aire. dentro de la bóveda era producida de manera artificial y puesta escrupulosamente en circulación por el sistema de control ambiental. Por lo tanto no había brisas en Marte para hacer flamear una bandera. Por
lo visto, habían instalado un ventilador oculto detrás de la bandera para proporcionar la brisa necesaria.
Era el perfecto toque final.
Concordaba perfectamente con el guión: un pomposo discurso de dedicación para el nuevo edificio del Ministerio de Custodia de Marte, pronunciado por el Coordinador Hegemónico en persona.
Lo que no saben, pensó Johnson, es que ha habido una pequeña modificación en el guión, efectuada por la Liga Democrática. Displicentemente introdujo las manos en los bolsillos y acarició la empuñadura de su pistola de rayos láser con su mano derecha.
El espectáculo sería excelente, sin lugar a dudas, aunque no se desarrollaría con arreglo a los planes del Consejo Hegemónico. En vez de la ceremonia de dedicación, todos los Protegidos de Marte serían testigos del asesinato público del Coordinador Hegemónico en persona, Vladimir Khustov. (Desgraciadamente, los demás planetas se lo perderían, ya que era obvio que nunca proyectarían la película.)
Después de este hecho, se verían obligados a tomar en serio a la Liga Democrática. Khustov estaría muerto ya; y habría demasiados testigos del acontecimiento como para que la Hegemonía lo pudiera borrar de la mente de sus Protegidos, negando que hubiera ocurrido, como era su costumbre. Johnson tanteó el contenido de su bolsillo izquierdo: una bomba anunciadora, con forma de huevo, que contenía un mensaje grabado para informar que la Liga había asesinado a Khustov. Después del asesinato, volaría sobre la multitud con sus pequeñas hélices, pregonando su mensaje no sólo a los Protegidos físicamente presentes, sino también a millones de televidentes de todo Marte. No habría un solo Protegido en Marte que no supiera quién había eliminado al Coordinador.
La Liga era pequeña y débil, y era casi imposible hacer conocer siquiera su existencia a un sector más o menos grande de la población de la Hegemonía si se considera que ésta controlaba en forma tiránica no sólo a todos los planetas habitados del Sistema Solar, sino también todos los medios de comunicación.
Era necesario algo más que una buena planificación para lograr algún resultado significativo; y ese algo más se llamaba suerte. Grandes dosis de suerte.
Suerte que el Consejo Hegemónico hubiera decidido televisor la ceremonia de dedicación. Y, aun más, que Arkady Solkowni hubiera decidido unirse a la Liga.
Johnson estiró el cuello por encima de la multitud y estudió a los Custodios apostados en la periferia. Hombres altos todos ellos, taciturnos y desconfiados, con sus armas prontas y los ojos constantemente puestos en el gentío. Se miraban entre sí con mayor desconfianza aún, producto de una paranoia especialmente fomentada y condicionada.
Los Custodios eran hombres cuidadosamente elegidos, prolijamente verificados y condicionados. Debían cumplir con requisitos exactos en cuanto a ambiente familiar, tipo psicológico, educación y hasta características genéticas. Y aún cuando sus antecedentes resultaran satisfactorios, eran sometidos a una semana entera de interrogatorios profundos con toda una serie de psiconarcóticos.
Era absolutamente imposible infiltrar un agente de la Liga entre los Custodios. No había planificación, ni habilidad, ni dedicación que pudiera llevarlo a cabo.
Solamente la suerte.
Ningún agente de la Liga podía ser Custodio, pero no era totalmente imposible que un Custodio se uniera a la Liga. Eso era lo que había hecho Arkady Solkowni. Es más; Solkowni no era solamente Custodio, sino que era miembro de la guardia personal de Khustov.
Sin lugar a dudas, la suerte era uno de los pocos factores que la Hegemonía aún no había encontrado manera de controlar. Por eso trataban de compensarlo. Los Custodios eran un eslabón potencialmente débil en el férreo control Hegemónico del Sistema Solar, y el Consejo lo sabía desde hacía mucho tiempo. El sometimiento, la apatía y la indiferencia bovina eran características ideales en una población controlada, y los Protegidos avanzaban cada día más en esa dirección. Pero esas características eran sumamente indeseables en la organización paramilitar cuya función era la de controlar a dicha población Los Custodios debían ser sagaces, inescrupulosos dueños de una cuota considerable de iniciativa propia, y por sobre todo duros. En una palabra, era necesario que fueran peligrosos.
Pero una cosa que la Hegemonía no podía tolerar era un grupo selecto y adiestrado de hombres armadas, con espíritu de cuerpo, es decir, una Guardia Pretoriana.
¿No había sido uno de los antiguos filósofos —Platón, Toynbee o Markowitz—, ya proscritos, quien había formulado aquella vieja paradoja de: "¿Quién custodiará a los Custodios?", pensó Johnson.
Hizo una mueca para sí. ¡Quienquiera que haya sido, no había vivido bajo la Hegemonía! Ellos habían encontrado la respuesta...
La respuesta era el miedo. La paranoia institucionalizada y cuidadosamente fomentada. Los Custodios vigilaban a los Custodios. Estaban condicionados para desconfiar de todo ser humano, con excepción de los Consejeros, y se vigilaban entre si con aun mayor celo que el que empleaban con los Protegidos. Se les enseñaba deliberadamente a vivir con el dedo en el gatillo, a disparar primero y preguntar después. Los protegía el Preámbulo de la Constitución Hegemónica Reformada: "Es mejor que perezca un millón de Protegidos antes que permanezca sin castigo siquiera un solo Acto Prohibido". Los Custodios se asemejaban más a una jauría de perros de caza inteligentes y salvajes que a un ejército. Su condicionamiento los llevaba a matar a cualquiera que pareciera salirse de la línea. y esto incluía a sus propios compañeros.
Paradójicamente, era esa misma paranoia institucionalizada la que había llevado a un hombre como Solkowni a dudar del mismo Consejo Hegemónico, y a depositar su única lealtad en a Liga Democrática, al menos por un tiempo. No demanda mucho esfuerzo el transformar a un "perro de un solo amo" en un "perro de nadie".
De todos modos, pensó Johnson, ningún Custodio podía asesinar a Khustov. El resto de los guardias lo acribillarían ni bien hiciera un movimiento sospechoso.
A menos que...
Johnson estudió los rostros vacíos de los Protegidos que estaban alrededor. El miedo, la prosperidad y un control férreo estaban logrando que la Hegemonía redujera a esos seres a la condición de ganado, bien alimentados, bien alojados y bien entretenidos. Lo único que les faltaba era la libertad, y hasta el significado de dicha palabra se estaba tornando oscuro con rapidez.
Cuatro mil Protegidos de la Hegemonía equivalían a otras tantas cabezas de ganado humano, totalmente inofensivos en sí mismos. Pero diseminados entre ese rebaño apático se encontraban diez agentes de la Liga, armados y dispuestos a matar.
Los diez agentes solos no podían eliminar a Khustov. Entre otras cosas, los Custodios eran hombres excepcionalmente altos y fornidos—de más de dos metros de estatura—, y Khustov estaría rodeado por ellos. De modo que, al menor indicio de problemas, lo escudarían con sus propios cuerpos.
Los agentes diseminados en la multitud no podían asesinar a Khustov. Solkowni no podía hacerlo. Los Protegidos ni siquiera soñaban con la idea.
Pero los tres juntos...
Hubo una conmoción cerca de la entrada que daba a la escalinata del Ministerio. Ocho Custodios enormes, con sus uniformes de gala, salieron del edificio: era la guardia personal de Khustov. El rubio de la derecha debía de ser Solkowni.
Boris Johnson miró su reloj. En esos momentos estaría comenzando la transmisión de televisión, y Khustov aparecería en cualquier momento.
Hubo una fanfarria de trompetas grabadas y Vladimir Khustov, El Coordinador Hegemónico, apareció en lo alto de la escalinata, casi invisible detrás de la pantalla de Custodios.
Khustov marchó lentamente por los escalones, mientras los acordes de Nueve Planetas por Siempre, el himno de la Hegemonía, llenaban el aire.
Johnson nunca había vista a Khustov antes, aunque su imagen televisada era conocida por todos en la Hegemonía. A pesar de que Johnson jamás lo hubiera admitido, el Coordinador Hegemónico tenía un extraño parecido con él, desdibujado por los cincuenta años que los separaban, cierto, pero parecido al fin. Ambos tenían cabello negro, largo y lacio, y si el de Khustov raleaba a causa de sus ochenta años. había sabido ocultarlo con maestría. El cuerpo de Johnson era macizo y atlético; Khustov parecía ser un boxeador retirado, con sus fuertes músculos transformados hace tiempo en masa adiposa. Ambos tenían ojos grises, y si bien los de Johnson eran húmedos mientras que los de Khustov eran fríos como el acero, en ambos reflejaban una vivacidad poco común en el grueso de los Protegidos de la Hegemonía.
Khustov y sus guardaespaldas llegaron a la tribuna al pie de la escalinata. El Coordinador se instaló directamente detrás de aquélla y escuchó los últimos acordes del Himno. Cuatro Custodios se agazaparon sobre una pequeña plataforma que sobresalía delante de la tribuna, en posición de escudar a Khustov de la multitud al ponerse de pie. Los restantes cuatro se habían dividido en dos parejas, una de cada lado y atrás de Khustov, sobre la escalinata, un escalón más arriba que la tribuna.
Solkowni se encontraba al costado derecho de la tribuna en la ubicación más cercana a Khustov. Mejor suerte aún.
La música dejó de sonar.
—Protegidos de la Hegemonía... —comenzó Khustov en inglés. A pesar de su nombre ruso, se sabía que su ascendencia era al menos en parte norteamericana, y manejaba con fluidez ambos idiomas ofíciales. Como la mayor parte de la población de Marte era de origen norteamericano, había optado por hablar en inglés, tal como Johnson lo había previsto.
Era importante para su plan que los once agentes de la Liga abrieran fuego con pocos segundos de diferencia. Como estaban distribuidos entre la multitud, no había forma de que Johnson pudiera dar una señal precisa. Por esa razón, se había decidido arbitrariamente que abrirían fuego en el momento en que Khustov pronunciara la palabra "Custodia" por primera vez. Como el objeto de la ceremonia era un nuevo edificio para el Ministerio de Custodia, y Khustov estaba hablando en inglés, era previsible que dijera esa palabra en algún momento.
Johnson empuñó la pistola láser en su bolsillo con más fuerza. Ése era el gran momento, el primer paso real hacía la destrucción de la Hegemonía y la restauración de la Democracia. La muerte de Khustov no era importante en si misma, Jack Torrence, el Vicecoordinador, aprovecharía la oportunidad para tomar el poder y consolidarlo rápidamente. Pero el hecho de que la Liga Democrática pudiera matar a un Coordinador la transformaría finalmente en una fuerza de tener en cuenta, después de diez largos años de reuniones clandestinas inútiles, propaganda oral limitada y pequeños actos de sabotaje.
—... y así hay se coloca otra piedra del gran edificio del Orden...—decía Khustov monótonamente—... otro baluarte en la lucha contra el caos y el desorden, y contra el hambre, el descontento y la miseria que acarrean esos conflictos sociales. Así es, Protegidos de la Hegemonía. Este nuevo edificio del Ministerio permitirá a la División Marciana del Ministerio de Custodia mejorar aún más...
¡Custodia!
Johnson extrajo su pistola láser. Era un arma compacta, con su cañón de rubí sintético encastrado en una empuñadura de unos doce centímetros, de ebonita negra, que contenía un cargador de cincuenta electrocristales que liberaban uno a uno la energía almacenada en su estructura, en un terrible haz de luz coherente, cada vez que se oprimía el botón disparador. Imposible confundirla con otra cosa. Una mujer gruesa, situada a la derecha de Johnson, lanzó un chillido agudo. El hombre que la acompañaba trató desesperadamente de ganar un lugar seguro pasando a través de la muralla compacta de cuerpos humanos que lo rodeaba. En cuestión de segundos, los Protegidos, alrededor de Johnson, trataban de escapar frenéticamente y arremetían contra sus vecinos para huir de aquel loco que empuñaba un arma.
Pero tuvieron poco éxito, pues había otros diez "locos" entre la multitud que provocaban otras tantas reacciones similares en grupos de Protegidos aterrorizados, quienes, al empujar unos contra otros en sus desesperados intentos por escapar, impedían con asombrosa efectividad la fuga de cualquiera de ellos.
Johnson apuntó con su pistola hacía el cordón de Custodios que rodeaba a la multitud y oprimió el disparador. Un haz de luz coherente relumbró en el cañón y golpeó en el hombro de un Custodio alto de tez oscura, quien, aullando de dolor, disparó de inmediato en la dirección aproximada de Johnson. El disparo alcanzó a un Protegido que comenzó a gritar. Al instante, decenas y luego cientos de Protegidos aullaban, confusos y aterrorizados.
Boris Johnson arremetió en dirección de la tribuna y disparó nuevamente, esta vez hacía ella. Los guardaespaldas de Khustov habían formado un circulo estrecho alrededor de ésta, y el Coordinador se agazapaba detrás de ellos, casi invisible. El disparo de Johnson dio contra uno de los escalones de plastomármol, cerca de la tribuna, y derritió una parte del material sintético que empezó a gotear por la escalinata en un hilo de líquido viscoso.
Johnson se detuvo para apuntar de nuevo. y pudo ver que su gente estaba cumpliendo bien con su tarea. Uno de ellos había acertado a la bandera, cuyos restos calcinados colgaban del mástil. Mientras contemplaba el panorama. un rayo láser cortó la base del mástil. Este se meció un instante y cayó sobre la tribuna, muy cerca de Khustov.
La multitud estaba ya en un estado de pánico avanzado. Algunos Protegidos corrían en círculos, enloquecidos, empujando ciegamente, gritando y dando puntapiés. Otros se habían agrupado para formar una cuña y trataban de romper el cordón pero los Custodios de la periferia de la concentración estaban disparando y las cuñas eran dispersadas por hordas de Protegidos que intentaban huir del fuego mortal.
Johnson disparó un tiro, calculándolo para que pasara bien: lejos de la barrera de Custodios que rodeaba a Khustov, pues sería un desastre si alguno de los agentes de la Liga derribara a Solkowni por error.
El aire estaba lleno de gritos y aullidos y saturado de un olor acre a carne achicharrada, sintéticos derretidos y metales quemados. Los Custodios que rodeaban a la multitud no podían hacer nada y los agentes de la Liga que actuaban de francotiradores estaban eficazmente escudados por la multitud aterrorizada que corría de un lado a otro. Esto no impedía que los Custodios, reaccionando de acuerdo con su entrenamiento y condicionamiento, vaciaran sus armas en la dirección aproximada en la cual suponían que podían encontrarse los agentes de la Liga, sin reparar en la matanza de indefensos Protegidos que constituía el único resultado visible de sus esfuerzos. Actuaban como perros en un gallinero: perseguían a los zorros y poco les importaba cuántos pollos, de los que intentaban proteger perecían en la cacería.
Tres rayos láser, en rápida sucesión, se concentraron sobre un mismo sector del cordón de Custodios. Dos de ellos cayeron fulminados, y los restantes respondieron con un terrible fuego concentrado que arrasó con un sector de la multitud. Los Protegidos lanzaron un gemido al descubrir que los Custodios estaban comenzando a gozar con la posibilidad de una carnicería.
Todo marchaba de acuerdo con el plan, pensó Johnson, extasiado. Dentro de poco, hasta la guardia de Khustov dejaría de pensar y comenzaría a matar por placer, y ninguno de ellos se daría cuenta cuando Solkowni...
¡Ahora!
—¡Salgamos! ¡Salgamos! comenzó a gritar Johnson rítmicamente—. ¡A la calle! ¡A la calle!
Tal como hablan convenido, los demás agentes de la Liga empezaron a repetir la consigna, y en pocos instantes los Protegidos tomaban el canto, con su ritmo urgente y sincopado.
—¡Para ese lado!—gritó Johnson, empujando al hombre que tenía delante—. ¡Miren, el cordón está roto! ¡Salgamos!
De repente, como una enorme ala que rompía, la multitud de aterrorizados Protegidos se lanzó en una estampida frenética y cargó contra la hilera de Custodios que la separaba de la calle y de la salvación. El terror había transformado a los plácidos y apáticos Protegidos de la Hegemonía en una turba salvaje.
Los ojos de los Custodios brillaron, no de miedo, sino con sed de sangre. Se prepararon para resistir el asalto. Era una contienda entre salvajes; pero como los salvajes con vistosos uniformes de gala estaban armados, comenzaron a disparar contra la multitud a bocajarro. Los concentrados haces de las armas chocaron contra el frente de la masa de gente como un muro de llamas. Decenas de Protegidos aullaron, carbonizados.
Inmediatamente, la multitud se detuvo en su avance y el pánico volvió a cundir. Los Protegidos volvieron sobre sus pasos y se dirigieron en una carrera ciega hacía las escalinatas del Ministerio, donde los aguardaban los guardias de Khustov.
¡Este es el momento!, pensó Johnson.
Los guardias comenzaron a disparar contra la turbo, con la mirada salvaje clavada en sus víctimas. Khustov estaba protegido detrás de sus cuerpos, seguro de que ninguno de los indefensos Protegidos podría traspasar la muralla humana que lo rodeaba.
Siete de los Custodios disparaban sin misericordia contra los Protegidos, cuyo avance empezaba a flaquear frente al fuego graneado que los calcinaba uno tras otro...
Pero el octavo Custodio giró de repente sobre si mismo y apuntó su pistola láser directamente a la cabeza del Coordinador Khustov. Los demás Custodios estaban demasiado ocupados en la matanza para ver qué ocurría a sus espaldas.
¡El plan funcionaba! Dentro de un segundo...
Pero mientras Johnson observaba la escena con asombro, por lo menos cinco haces de rayos láser dieron contra el cuerpo de Solkowni en forma casi simultánea, antes que él pudiera disparar. Su rostro tomó una expresión estúpida en el momento en que su cuerpo era incinerado en menos de un segundo El cascarón carbonizado se mantuvo de pie un instante, y luego se desplomó en un montón de cenizas.
¿Qué diablos había ocurrido?, pensó Johnson, todavía demasiado aturdido para sentirse decepcionado. Ese no había sido un error. . . Entonces miró hacía arriba, hacía la calle, sobre el nivel dos, y alcanzó a ver a seis hombres que corrían hacía la calzada móvil de ese nivel bajo la mirada atónita de los operarios de televisión.
Khustov había gritado, y los Custodios hablan girado para mirar fijamente el montón de cenizas sobre la escalinata.
—¡Suban las escalinatas, imbéciles—rugió Khustov con el rostro convulsionado de rabia y de miedo. Rodeado por sus guardaespaldas vigilantes, el Coordinador Hegemónico se batió en retirada por la escalinata.
Los seis hombres que corrían llegaron a la calzada móvil del nivel dos en el momento justo en que Khustov franqueaba la puerta del Ministerio. Antes de poner los pies en la calzada que lo llevaría a un lugar seguro, el último hombre lanzó al aire un objeto redondo y plateado.
¿Una bomba?, pensó Johnson, confuso.
Entonces vio las pequeñas hélices que sostenían a la bomba mientras ésta volaba a bajo altura sobre la multitud. Era una bomba anunciadora. Pero ¡si las bombas anunciadoras eran usadas solamente por la Liga Democrática! Por la Liga y por. . .
—La vida del Coordinador Khustov acaba de ser salvada —tronó la voz amplificada y hueca de la bomba—por cortesía de la Hermandad de los Asesinos.




"En un lugar sin pasado no hay dónde ocultar el futuro del presente."
GREGOR MARKOWITZ, Caos y cultura.

2
Boris Johnson arrojó la pistola láser lejos de sí, un poco por la frustración, un poco por precaución. Khustov estaba a salvo, y la pistola sólo serviría para identificarlo como uno de sus posibles asesinos. Parecía ser que los demás agentes de la Liga estaban haciendo lo mismo, pues los únicos disparos que se oían provenían del cordón de Custodios, quienes en pocos instantes también se percataron de que la función había terminado y cesaron el fuego.
Los Custodios estrecharon filas y empujaron a la multitud, ahora más tranquila, hacía la escalinata del Ministerio. Parecían estar esperando algo...
¡La Hermandad de los Asesinos!, pensó Johnson con amargura mientras buscaba sus papeles de identificación falsos en el bolsillo. Pero ¿por qué? ¿Cuál era la causa por la que la Hermandad había salvado a Khustov?
Por otro lado, ¿quién sabía algo realmente cierto acerca de la Hermandad? Se suponía que había sido fundada casi trescientos años atrás, cuando la Unión Atlántica, dominada por los Estados Unidos, se había unificado con la Gran Unión Soviética para formar la Hegemonía Solar.
En un comienzo, parecía haber sido un tipo de movimiento de resistencia. Habían asesinado a tres de los siete primeros Coordinadores Hegemónicos y a más de una docena de Consejeros. Habían detonado la bomba de fusión que destruyó el Puerto Gagarin.
Pero luego de una década aproximadamente, el esquema de actividades de la Hermandad parecía teñirse de locura. Salvaron la colonia de Umbriel cuando una sorpresiva tormenta de meteoros perforó la bóveda, pero luego giraron ciento ochenta grados y volaron la bóveda en Ceres, aniquilando a toda la población del único asteroide habitado. Comenzaron a asesinar Protegidos seleccionados aparentemente al azar, al igual que los Custodios y los funcionarios de la Hegemonía. No obedecían a ninguna constante lógica, sino que parecían seguidores de algún culto arcaico remanente del Milenio de las Religiones, creyentes de un dogma supersticioso y sin sentido, salvo para los iniciados.
Ahora, sin razón aparente, habían salvado a Khustov.
Un coche aéreo aterrizó justo fuera del cordón de Custodios y de él descendió un hombre, vestido con el uniforme verde de fajina de los Custodios, pero que no era alto y fornido como éstos. Bajo y delgado, tenía una expresión lejana y abstraída en sus ojos celestes.
Johnson hizo una mueca. Eso era lo peor que le podía pasar: habían traído a un Edético.
Johnson portaba dos juegos de papeles falsos. Uno a nombre de "Samuel Sklar", comerciante que tenía un pose para viajar ida y vuelta de la Tierra a Fobos, y que oficialmente no podía estar nunca en Marte. En este planeta, Johnson era "Vassily Thomas", operario de Mantenimiento del Ministerio de Custodia. De este modo, aunque se descubriese la presencia de Johnson en Marte, los Custodios buscarían a "Thomas", mientras que, de regreso a Fobos, podría volver a caso tranquilamente como "Sklar", quien nunca había puesto su pie en Marte.
Pero ahora todo fracasaría.
El esmirriado Custodio que acababa de llegar era un Edético, un hombre con una capacidad selectiva de memoria total cuidadosamente condicionada. Tendría en su cabeza la descripción completa de todos los Enemigos de la Hegemonía, ninguno de los cuales, por excelentes que fueran sus papeles falsos, podría burlar su memoria fotográfica.
Boris Johnson, en su condición de jefe de la Liga Democrática, era el Enemigo Hegemónico Número Uno.
Observó cómo los Custodios hacían pasar a los Protegidos uno a uno por el cordón, frente a la mirada fija del Edético. Tardarían horas en dejar en libertad a todos los Protegidos, a ese ritmo; pero los Custodios tenían todo el tiempo del mundo y como nadie podía salir sin pasar por el Edético, estaban seguros de capturar a todos los agentes de la Liga. Johnson sabía que no había forma de pasar inadvertido, pero... a pesar de su situación se sonrió. El último lugar en el cual los Custodios buscarían a un Enemigo Hegemónico sería dentro de su propio cuartel general. Y allí estaba el Ministerio de Custodia. Si bien en sus entrañas estaba el Custodio Maestro de Marte, la computadora central que controlaba todo el planeta, el resto del edificio servía de cuartel a los Custodios. Si pudiera subir las escalinatas y entrar en el edificio... Le sobrarían problemas una vez adentro, pero al menos escaparía de la mirada del Edético.
Con los codos y las rodillas, Johnson se abrió paso a través de la multitud hasta la tribuna situada al pie de la escalinata. Con la expresión agria adoptada desde tiempo inmemorial por todos los encargados de mantenimiento al contemplar desastres similares, se inclinó y comenzó a examinar la masa de metal y plastomármol fundido en la base de la tribuna.
Viendo que se aproximaba un Custodio con cara de pocos amigos, comenzó a maldecir y refunfuñar en voz bajo.
—¡Esta porquería está toda fundida! ¡Qué lío inmundo! Me va a llevar cinco horas...
—¿Qué está haciendo?—preguntó el Custodio, apuntando a Johnson con su pistola láser.
—¿Qué hago? ¿Qué clase de pregunta estúpida es ésa? ¿O se piensa que puedo arreglar este desastre con las manos? ¡Esto, aquí, es una verdadera calamidad! ¡Está totalmente fundido, hombre! Voy a necesitar una lámpara para cortarlo, y una pistola térmica para remodelar el plastomármol. ¡Por lo menos medio día de trabajo!
—¡Vagos de mantenimiento!—gruñó el Custodio—. ¡Y bueno, no se quede ahí agachado con cara de estúpido! ¡Póngase a trabajar!
—Ya le dije—se quejó Johnson—. No puedo hacer nada sin las herramientas.
—Entonces ¿por qué cuernos no las va a buscar?—bramó el Custodio.
—Ustedes no dejan entrar a nadie en el edificio—murmuró Johnson, con un aire hosco de triunfo.
El Custodio sacudió la cabeza sabiamente.
—¡Y ustedes, sarta de inútiles, hacen cualquier cosa con tal de no trabajar! —dijo—. Así que a mover el esqueleto; rápido al Ministerio, buscar las herramientas. ¡Ya, y a trabajar! ¡ Rápido!
—Bueno, bueno, no se ponga nervioso—protestó Johnson con cara de haber sido descubierto criando sebo—. Ya voy, ya voy.
Comenzó a subir la escalinata del Ministerio bajo la mirada dura del Custodio, y entró en el edificio por la puerta de servicio, ubicada a un costado del portón grande.
Al trasponer el umbral se permitió una pequeña carcajada, pues no habría mucho oportunidad para festejos una vez adentro. Al igual que todos los demás edificios públicos, y cada vez más de los particulares, también, los pasillos estaban llenos de Visores y Cápsulas. Se decía que hasta una expresión equivocada en el rostro podía traer aparejada una muerte instantánea.
La puerta daba directamente al salón principal. Como el edificio acababa de ser inaugurado oficialmente, el salón estaba casi vacío, con excepción de algunos Custodios, que estaban acostumbrados a mirar a través de los empleados de Mantenimiento como si no existieran.
La ruta de escape era simple; caminar cincuenta metros, cruzando el salón hasta los ascensores, subir hasta el tercer piso, y abandonar el edificio por la salida que daba a la calle sobre el nivel dos. Una vez sobre la calzada móvil del nivel dos, Johnson sabía que estaría fuera del área del Ministerio en escasos minutos. Seguramente los pocos Custodios que se encontraban dentro del edificio no repararían en las idas y venidas de un simple operario de Mantenimiento...
Sin embargo, Johnson tenía las palmas húmedas de miedo cuando comenzó a cruzar el salón. A pocos metros se encontraba disimulado el primer Visor, una pequeña lente de televisión a ras de la pared, con un micrófono aún más pequeño al lado. Ambos estaban conectados directamente al Custodio Maestro de Marte, la enorme computadora encargada de administrar el Código de Justicia en ese planeta. Se decía que la Directiva Primordial de la computadora era "Todo lo que no está permitido está Prohibido". En la práctica esto significaba que el resto del Código Hegemónico se componía de una larga lista de las cosas que eran permitidas a los Protegidos en determinadas áreas, los llamados Actos Permitidos. Todo lo que no concordaba con los Actos Permitidos registrados en la programación del Custodio Maestro era un Acto No Permitido, es decir, un delito. Y todos los delitos merecían la pena capital.
El juicio y la ejecución eran instantáneos.
Directamente debajo del Visor había un pequeño tapón de plomo. Este tapón sellaba un cilindro de plomo, una Cápsula, que se encontraba dentro de la pared y que contenía un isótopo radiactivo mortal. Las Cápsulas también estaban conectadas al Custodio Maestro más cercano.
De esto manera, la "Justicia" había sido reducida a un arco reflejo automático. Un Visor transmitía observaciones al Custodio y éste verificaba la información y la controlaba con su lista de Actos Permitidos. Se decía que cualquier Acto No Permitido, por trivial que fuese, era motivo para que una señal enviada a la Cápsula hiciera saltar el tapón de plomo para llenar el área circundante de radiación mortal. El tiempo de reacción del dispositivo era de una fracción de segundo. Johnson no sabía si era verdad todo esto, y si el Custodio Maestro realmente podía matar a un hombre por cualquier Acto No Permitido. No sabía si era posible incorporar un programa así a una computadora. Pero lo que sí era un hecho innegable era que muchos Protegidos habían muerto en circunstancias de presumible inocencia...
Johnson franqueó el primer Visor y verificó un tanto abstraídamente que seguía con vida. Si era cierto lo que afirmaba la Hegemonía acerca de los Visores y las Cápsulas, sería muy fácil cometer un error fatal: una mirada rebelde, una prenda poco común, internarse en un sector por el cual no debía pasar el personal de Mantenimiento... Lo terrible era que el número de acciones por las cuales el Custodio no activaría el circuito eran muy limitadas, en tanto que las que sí resultarían en una muerte instantánea eran prácticamente infinitas. Y peor todavía sería que la Hegemonía no estuviera diciendo la verdad acerca del dispositivo, pues en ese caso se podría morir sin causa alguna.
Los Visores y Cápsulas estaban distribuidos cada diez metros, lo que significaba que tendría que pasar por cinco de ellos antes de llegar a los ascensores. Uno ya quedaba atrás; ahora pasaba por otro, con aire de indiferencia, pero sin exagerar no fuera a ser un Acto No Permitido el intentar engañar a un Visor...
Estos aparatos existían en todos los edificios públicos de la Hegemonía: comercios, teatros y cines, además de los edificios del gobierno. En casi todos los lugares cubiertos, ya que en el exterior la radiación de las Cápsulas se dispersaría demasiado y los "criminales" tendrían una oportunidad demasiado grande para huir cuando saltara el tapón. En todos lados, salvo en las residencias particulares. Se rumoreaba que el Consejo estaba por decidir la instalación de los Visores y Cápsulas en todas las viviendas nuevas; pero si eso fuera verdad, significaría el final del último resto de intimidad para los Protegidos.
El tercer Visor quedó atrás... Luego, el cuarto... Ahora había un solo Visor entre él y los ascensores. Estaba ubicado encima de éstos, por lo visto para impedir su uso por personal no autorizado. Esta sería la parte más difícil de todas...
Al acercarse al ascensor del medio, Johnson extrajo un trapo de su bolsillo. Tarareando en voz bajo, comenzó a limpiar las guarniciones de bronce afuera del ascensor, que estaba abierto. Luego, con el trapo todavía en la mano, entró y se poso a limpiar adentro, concentrándose en la manija de la puerta.
¡Estoy vivo!, pensó exaltado. ¡Está resultando!
Estaba por extender la mano y oprimir el botón del tercer piso, cuando se le ocurrió mirar hacía arriba. El corazón se le fue a los pies.
¡Había un Visor y una Cápsula en el techo del ascensor!
Tiene que haber un modo de burlarlo, pensó. Es arriesgado pero no hay otra salida.
Terminó de pulir la manija de la puerta y empezó a limpiar la consola de los botones. Al pasar el trapo por los botones, oprimió el tres a través de la tela con su pulgar.
Las puertas se cerraron y el ascensor comenzó a subir. Johnson dio un salto e hizo un gesto de sorpresa que esperaba que fuera convincente. Luego se encogió de hombros y siguió puliendo. Contuvo la respiración mientras el ascensor subía...
El Visor había sido engañado. ¡El tapón de la Cápsula no salto!
El ascensor se detuvo en el tercer piso y la puerta sé abrió.
Johnson dio el último toque a la consola de botones con su trapo y salió del ascensor.
Mientras se encaminaba por el pasillo hacía la salida sobre el nivel dos, contuvo un suspiro de alivio. La cosa marchaba. Habla pasado lo peor. Por lo vista ni siquiera el Custodio Maestro prestaba mucho atención a los vaivenes de un operario de Mantenimiento.
Después de recorrer un pasillo que parecía tener un kilómetro de largo y un millón de Visores en las paredes, Johnson se encontró fuera del edificio, sobre la rampa que daba a la calle sobre el nivel dos. Si pudiera ganar la calle sin ser visto, saltaría por las cintas móviles de la calzada hasta la cinta central, la más rápida, y estaría en cosa de unos minutos a varios kilómetros de distancia, oculto entre la multitud de Protegidos ..
Comenzó a caminar con paso firme pero no demasiado rápido hacia la calle. Algunos metros más y...
—¡Eh, tú!—rugió una voz desde la calle, a nivel cero, más abajo.
Johnson miró hacía abajo. Era un Custodio.
—¡Tú, ahí arriba!—gritó el Custodio—. ¡Vuelve al edificio! ¡Nadie puede abandonar esta área todavía!
Johnson dio algunos pasos hacía el Ministerio y se colocó en el centro de la rampa para cubrirse un poco de los disparos de láser desde abajo. De repente giró y se dirigió a la carrera hacía la calzada móvil. Eran unos pocos metros, nada más que un segundo.
Los Custodios lograron efectuar un par de disparos que pasaron lejos, y Johnson ya estaba sobre el borde de la calzada móvil. Saltó a la cinta de tres kilómetros por hora, donde derribó a un gordo que lo amenazó con sus puños endebles, y luego saltó a la cinta siguiente que pasaba a diez kilómetros.
Ya se encontraba a varias cuadras del Ministerio. Lo importante, ahora, era no llamar demasiado la atención. La calzada estaba llena de Protegidos, y un hombre que corriese de aquí para allí derribándolos sería una mosca en la leche. Esforzándose por mantener la calma, Johnson se dirigió hacía la cinta central que avanzaba a cincuenta kilómetros por hora, pidiendo paso educadamente a los Protegidos que viajaban en las cintas de dieciocho, veintisiete y treinta y cinco kilómetros por hora.
Finalmente se encontró sobre la cinta central. Había ganado un poco de tiempo. En menos de una hora todos los Custodios habrían sido alertados y estarían buscando a un hombre en ropa de fajina cuya descripción figuraba en los papeles de "Vassily Thomas".
Tenía que salir rápidamente de la bóveda y volver a Fobos. Sabía que le quedaban pocas horas de seguridad en Marte, pero "Samuel Sklar" no correría peligro en Fobos.
Siempre y cuando Johnson pudiera salir de la bóveda antes que dieran con él.
El férreo sistema de control de la Hegemonía estaba basado en tres elementos independientes: los Visores y Cápsulas, los Custodios humanos y el sistema de pases.
Todo Protegido debía portar siempre consigo sus documentos de identidad. Para poder viajar entre los planetas y sus lunas, debía tener un pase especial de viajero, adjunto a sus papeles, para el destino específico que fuera. Los pases de viajero se otorgaban por un período limitado, y sólo cuando la Hegemonía consideraba que había razones válidas para hacerlo. No existían pases permanentes ni válidos para todos los planetas y sus lunas, salvo para los funcionarios más importantes de la Hegemonía. Cada pase servía para un viaje de ida y vuelta entre dos lugares, a menos que fuera un pase de inmigrante. Ser aprehendido viajando sin el pase correspondiente era un delito que, al igual que todos los demás Actos No Permitidos, merecía la pena de muerte.
Johnson había viajado desde la Tierra a Fobos, la gran "estación especial natural" de Marte, con sus papeles a nombre de "Samuel Sklar", que incluían un pase de viajero Tierra-Fobos con una excursión autorizada a Deimos. Los papeles de "Vassily Thomas" eran los de un residente marciano y por lo tanto no incluían ningún pase de viajero.
De este modo, Johnson era "Thomas" en Marte y "Sklar" mientras viajaba, sin que hubiera una conexión detectable entre ambos.
El truco consistía en viajar de Fobos a Marte en forma clandestina, y volver del mismo modo.
Johnson había cambiado varias veces de dirección sobre el complejo de calzadas móviles para asegurarse de que no lo siguieran, y se encontraba en una cinta expreso, en el nivel cero, rumbo al perímetro de la bóveda y la compuerta número ocho.
A medida que se acercaba a los límites de la bóveda. Boris Johnson experimentaba aquella vieja y conocida sensación de encierro que lo asaltaba en cualquier lugar que no fuera la Tierra.
El problema de los Cuerpos Extraterrestres consistía en que las colonias eran islas controladas por la Hegemonía y rodeadas de un medio mortalmente hostil. Solamente en la Tierra los hombres podían sobrevivir sin la protección de un traje espacial o de una bóveda de vitrolux.
Todas las bóvedas eran obra de la Hegemonía y estaban planificadas y controladas hasta su última molécula de aire. Era una paradoja irónica: en el espacio, en los mundos fronterizos y sus satélites, donde todos los pensadores de la época preespacial habían imaginado la existencia de esta tradicional libertad de frontera; reinaba el control Hegemónico más absoluto. Sobre la Tierra, con sus miles de años de historia, sus áreas todavía deshabitadas, sus lugares secretos y olvidados, existía aun la posibilidad de eludir a los Visores de la Hegemonía. Pero las colonias eran su creación, y las enormes bóvedas de vitrolux que mantenían a raya a la muerte eran como acuarios para paces tropicales... o jaulas.
De este modo, cualquier refugio de la Liga Democrática, por precario que fuera, tenía que estar en la Tierra.
Johnson se encaminó hacía el borde de la calzada móvil, hasta la cinta de tres kilómetros por hora. Cuando llegó a la altura de la compuerta número ocho descendió de la calzada y caminó por la acera. La compuerta número ocho era poco usada Habla sido ideada originalmente como una salida para excursionistas marcianos, pero como la curiosidad era una característica desalentada—y como, de todos modos, había muy poco de interés en la superficie marciana para quien no fuera especialista— la compuerta estaba desatendida y dotada de una guardia mínima.
El solitario Custodio, apoyado contra la hilera de trajes espaciales frente a la puerta externa, tenía aspecto de estar muy, pero muy aburrido.
Johnson avanzó tranquilamente hacía el Custodio.
—Quisiera salir—dijo.
—¿Por qué?—gruñó el Custodio, aliviado al tener una oportunidad de mostrarse desagradable.
—Tengo ganas de dar una vuelta. Quizás encuentre la Ciudad Perdida de los Marcianos—dijo Johnson riendo. Lo de la Ciudad Perdida era una broma corriente en Marte, ya que la forma de vida más evolucionada que se podía encontrar en el planeta eran unos pequeños escuerzos de arena.
—Muy gracioso—dijo el Custodio—. Pero ocurre que en este preciso momento nadie puede salir de la bóveda.
—¿Ah, si?—dijo Johnson—. ¿Ocurre algo?
—¡Pregunta si ocurre algo! ¿Dónde estuvo? ¡La Hermandad de los Asesinos acaba de intentar asesinar al Coordinador!
—¿La Hermandad...? —dijo Johnson asombrado—. Pero sí...
Y cortó la frase justo a tiempo. ¡Ese Khustov era listo, no cabía duda! No había forma de negar que había habido un atentado—lo había presenciado todo Marte—, pero debían de haber suspendido la transmisión antes que se activara la bomba anunciadora. Era mucho mejor para la imagen de Khustov el haber escapado de un atentado de la Hermandad que tener que difundir la noticia de que había sido salvado por esa misma Hermandad de un complot de la Liga. Solamente los pocos cientos de Protegidos que hablan presenciado el hecho sabían lo que había ocurrido en realidad; pero de poco valdrían sus testimonios aislados contra todo el peso de la propaganda masiva. El atentado de la Liga nunca habría tenido lugar para la mayoría de los Protegidos de la Hegemonía. ¡Maldito sea!
—¿Qué le ocurre. ..?—preguntó el Custodio, acariciando su pistola láser y mirando fijamente a Johnson.
Johnson pensó rápidamente. Si no volvía a Fobos pronto sería hombre muerto. Lo habían visto abandonar el Ministerio, y en cualquier momento este Custodio recibiría una llamada ordenándole detener a cualquiera con uniforme de Mantenimiento cuya descripción concordara con la de "Thomas"-Johnson. Si hacía eso, verificarían los papeles de identidad de Thomas. Los papeles eran perfectos, pero si los comparaban con el Custodio Maestro de Marte descubrirían que "Vassily Thomas' no existía; no había constancia ni de su nacimiento, ni de su educación ni de su trabajo. Johnson sabía que debía llegar a Fobos o moriría. Para ello tendría que sortear a este Custodio, sin demorar un instante.
—Debe de haber alguna conexión...—murmuró Johnson.
—¿Qué?
—Dije que debe de haber alguna conexión entre el intento de asesinato y el sabotaje a los trajes espaciales—concluyó
—¿De qué está hablando?—gruñó el Custodio.
—Bueno; como usted tiene sus instrucciones, tendré que informarle—concedió Johnson a regañadientes—. Soy del equipo de Mantenimiento de Trajes Espaciales. Hace un par de días descubrimos tres trajes espaciales saboteados en la compuerta dos. Un trabajo bien hecho: unos orificios demasiado pequeños que no se notan hasta que uno está demasiado lejos de la bóveda como para volver con vida. Esa es la verdadera razón por la cual quería ir al exterior. Estamos verificando todos los trajes de la bóveda, pero es una tarea lenta y tenemos orden de no causar alarma. Sería un problema grave si los Protegidos descubriesen que alguien pudo hacer este sabotaje. Pero ya que no puedo salir, tendré que examinarlos aquí mismo. Espero que no se lo comente a nadie.
—¡No me enseñe a mí cómo mantener la seguridad!—rugió el Custodio—. Vamos, verifique los trajes.
Johnson se acercó al depósito de trajes y comenzó a revisarlos. Quitó el casco de uno de ellos y se lo puso.
—¡Pero esto es increíble! —exclamó de repente, lanzando un juramento.
—¿Qué sucede?
Johnson silbó, sacó la cabeza del casco por su cuello amplio
—Hombre, no lo podría creer—dijo consternado—. ¡Es absolutamente increíble!
—¡Pero, hombre! ¿Qué encontró?—gritó el Custodio.
Johnson señaló el traje, atónito.
—Mire eso—chilló—. ¡Mírelo!
Murmurando, el Custodio se acercó e introdujo la cabeza en el casco. Entonces Johnson le asestó un golpe con el canto de la mano en la base del cráneo.
El Custodio lanzó un leve quejido y se desplomó en el suelo.
Rápidamente, Johnson se puso un traje. tomó la pistola láser del Custodio y llenó los demás trajes de agujeros.
Luego se detuvo y miró por largo rato al Custodio inconsciente. Sabía que lo más sensato sería matarlo, pero le repugnaba asesinar a un hombre indefenso, aun a un cerdo como ese, al cual no dudaría un instante en eliminar. Encogiéndose de hombros ante su propia debilidad, abrió la compuerta y salió al exterior.
Esperaba que el asalto al Custodio y el sabotaje de los trajes especiales fueran tomados como un mero acto de terrorismo cuando se descubriera; al menos hasta que el Custodio recobrara el conocimiento. Después de todo, esa compuerta daba solamente al desierto marciano. Todas las naves interplanetarias estaban controladas por la Hegemonía, de modo que por un buen tiempo no se darían cuenta de que ésa era una vía de escape de Marte.
Y más tarde no habría nada que vinculara el asunto con "Samuel Sklar", un hombre que jamás había puesto un pie en Marte.

Cualquiera que se hubiera topado con la pequeña nave oculta entre las enormes rocas rojas de óxido de hierro habría tenido dificultad en explicar la presencia de ella en la superficie marciana. La nave era de las que se usaban para viajar entre Fobos y Deimos, los pequeños satélites de Marte, y tenía muy poca potencia.
Boris Johnson se encaminó con dificultad hacía la nave, escalando las rocas en su pesado traje, y sintió que jadeaba cuando abrió la escotilla de la minúscula cabina. Habla avanzado a campo traviesa con la mayor rapidez posible, maldiciendo la debilidad que le había impedido ganar más tiempo de haber matado al Custodio. Si deducían lo ocurrido antes que pudiera despegar de Marte...
La Hegemonía se preocupaba en mantener la mayor cantidad posible de ilusiones de libertad. Junto a la creciente prosperidad, ayudaba a mantener tranquilos a los Protegidos. Deimos se conservaba como una especie de parque nacional, donde un hombre podía estar a solas con las estrellas en esa pequeña roca sin aire y sentirse libre.
Pero como todas las demás "libertades" de la Hegemonía, ésta era una mera i1usión. Los visitantes de Fobos podían alquilar pequeñas naves que ofrecían agencies privadas, las cuales tenían combustible para ir a Deimos y volver, nada más. En la nave, el hombre podría sentir que el vasto universo era suyo y que podía explorarlo, pero la cruda realidad era que solamente podía ir a Deimos y volver.
De este modo, la Hegemonía se sentía perfectamente segura permitiendo que los Protegidos hicieran turismo espacial: Deimos era una roca deshabitada y sin aire, y las naves llevaban aire suficiente sólo para dos días.
"Samuel Sklar" había alquilado una de esas naves en Fobos, en la agencia "Fobos Phil", una de las más pequeñas. Oficialmente, Sklar estaba en Deimos—una coartada perfecta—, y "Fobos Phil" era miembro de la Liga...
Johnson se introdujo por la escotilla en la diminuta cabina. La nave era simple y barata: una cabina individual que se cerraba herméticamente—pero que carecía de compuerta, ya que la pérdida de aire resultante de su contacto directo con el espacio exterior sería mínima—, con unos cohetes propulsores situados debajo de la cabina y cubiertos por una lamina de metal.
Pero Fobos Phil había efectuado algunos cambios en esta nave en particular. Su apariencia exterior era la de un vulgar crucero a Deimos, pero debajo de la lámina de metal se ocultaban motores mucho más poderosos que los autorizados para una nave de ese tipo. Lo suficientemente poderosos y con bastante combustible para aterrizar en Marte y regresar a Fobos. . .
Johnson se acomodó en el asiento del piloto y desconectó el medidor. Las naves se alquilaban por kilómetro y el recorrido total aparecía en el medidor, otra manera que tenía la Hegemonía de asegurarse de que no se hicieran viajes sin autorización.
Johnson oprimió el botón N° 3 de la minicomputadora de la nave. "Tres" era la trayectoria de emergencia a Deimos: aceleración máxima durante toda la trayectoria.
Se preparó para el despegue y el arduo viaje. Su idea era llegar a Deimos, donde la nave debía estar en el menor tiempo posible para reducir al mínimo las posibilidades de ser descubierto.
Los propulsores arrancaron con un rugido ensordecedor y aplastaron a Johnson en su asiento. Tendría que aguantar seis gravedades durante todo el recorrido a Deimos, sin dispositivos antigravitacionales, pero la peor parte del viaje sería no saber si viviría o no hasta llegar a Deimos. Si una nave Hegemónica ~: lo avistaba en esa trayectoria prohibida, lo fulminaría sin previo aviso...
Con la aceleración nublándole la vista, Johnson tuvo su primer momento de repaso desde el atentado. No estaba aliviado pues sentía sobre él todo el peso del fracaso, peor que las seis gravedades de aceleración. El resultado había sido desastroso una pérdida total. No sólo Khustov estaba a salvo, sino que la Liga Democrática ni siquiera aparecía implicada en el intento de asesinarlo. Adjudicar el operativo a la Hermandad había puesto el asunto más allá del dominio Hegemónico, pues la actitud de la mayoría de los Protegidos hacía la Hermandad era la misma que tenía hacía el destino o la enfermedad mental. Sus acciones parecían obra de fanáticos religiosos, quienes, según se rumoreaba, seguían los mandamientos de un libro místico de antiguas supersticiones, que recibía nombres tan diversos como "La Biblia", "El Corán" o "La Teoría de la Entropía Social"
Nadie conocía el contenido de ese libro; pero, sea cual fuera, era algo surgido directamente del Milenio de la Religión, y los dementes que lo adoraban debían ser considerados corno una peste natural, al igual que las víctimas de otras enfermedades mentales que subsistían.
Todo esto hacía que fuera muy conveniente para el Consejo acusar a la Hermandad de los Asesinos de realizar los atentados que en realidad perpetraba la Liga, pues de ese modo aparecían como la obra de fanáticos dementes...
Johnson esforzó la vista para leer el cronómetro. Faltaban solamente un minuto o dos para llegar a Deimos...
Quizás logre llegar, después de todo...", pensó; "aunque no se de qué servirá..." La pura verdad era que la Liga estaba en un callejón sin salida. Sus miembros, que nunca hablan sido muy numerosos, eran menos cada día, y el control de la Hegemonía era cada vez más estricto. Más y más lugares se equipaban con Visores y Cápsulas. Los Protegidos se volvían cada vez más bovinos y satisfechos con su suerte a medida que el nivel de vida subía y el castigo a los Actos No Permitidos se tornaba más seguro.
Ahora, la Hermandad parecía estar ayudando a la Hegemonía, aunque esto pasara inadvertido para la mayoría. ...
¿Quizá la Hermandad de los Asesinos no era otra cosa que un brazo de la Hegemonía?
No tenía mucho sentido seguir la lucha... Quizás lo mejor fuera que detectasen la nave y...
En ese momento los propulsores se apagaron y Johnson comenzó a flotar en su arnés, sin el peso de la gravedad. Y así como el final de la aceleración alivió el peso sobre su cuerpo, la imagen de Deimos, esa roca muerta y escarpada que veía por la ventanilla, trajo alivio a su espíritu.
A pesar de todo lo ocurrido al menos estaba vivo. Había logrado llegar a Deimos y ahora podría volver a casa. Era "Samuel Skar", que regresaba a Fobos después de una excursión a Deimos. Dentro de pocos minutos estaría de regreso en Fobos, y en menos de un día estaría embarcado en una nave de regreso a la Tierra, el único lugar donde la Liga tenía alguna posibilidad de sobrevivir. Dos mil de los tres mil miembros de la Liga estaban en la Tierra.
La Tierra era demasiado compleja y estaba demasiado llena de lugares olvidados para ser controlada de forma total. La Liga sobrevivía, y él también. Se había perdido una batalla, pero la lucha continuaría; la lucha para destruir la Hegemonía y reemplazarla por esa cosa llamada Democracia. Sí, la lucha continuaría, y la próxima vez...
Boris Johnson se prometió que al menos habría una próxima vez.


"El orden es enemigo del caos. Pero el enemigo del orden es también el enemigo del caos."
GREGOR MARKOWITZ, La teoría de la entropía social.

3
El Salón del Consejo era ostentoso en su simplicidad Las paredes y el cielo raso eran de duroplástico color crema; y el piso estaba alfombrado en lana marrón. El centro de la habitación estaba ocupado por una mesa de nogal enorme funcional y sólida a la vez.
Había cuatro sillones a cada lado de la mesa, uno en cada extremo de ésta. En el centro de la mesa se encontraban dos bandejas de plata lisas, en una de ellas había copas de varios tamaños, y en la otra, por tradición, tres garrafas: una con vino, otra con whisky y otra con vodka.
Desde esto modesta habitación los diez hombres sentados alrededor de la mesa gobernaban a veinte mil millones de habitantes. No había congreso ni poder judicial independientes. La última instancia de poder en el Sistema Solar, en todos los casos, era el Consejo Hegemónico. Cinco de sus miembros eran elegidos por los protegidos (aunque rara vez se disputaban las elecciones). Los otros cinco eran seleccionados de forma científica por el Custodio del Sistema, la supercomputadora que tenía acceso a los bancos de información de todos los Custodios sectoriales.
El Coordinador y el Vicecoordinador eran elegidos por el método político más consagrado: la lucha descarnada por el poder dentro del Consejo.
Vladimir Khustov, el hombre más poderosos de la Hegemonía, hablaba con la voz entrecortada por el enojo.
—¿Así que te parece divertido, Jack? ¿Y si hubieran tratado de asesinarte a ti?
Jack Torrence, el Vicecoordinador, tomó un sorbo de su vodka con una sonrisa sardónica sobre su rostro delgado de roedor.
—Pero Vladimir—dijo lentamente—. Después de todo disparaban contra ti, no contra mí. A mí me parece de muy buen gusto de parte de la Liga.
—Todos conocemos tus ambiciones de llegar a ser Coordinador—dijo Khustov—y yo sé lo desconsolado que estarías ante mi muerte. Pero hasta tú tendrías que comprender que lo importante es que la Liga casi asesina a un Coordinador Hegemónico. ¿Qué pasaría si llegaras a Coordinador, Jack? ¿Te gustaría que te dispararan?
Torrence pensó un momento, echó una mirada a Obrina, Kuryakin, Lao, Cordona y Ulanuzov—los cinco votes de Khustov en el Consejo—, y cuando habló, era a ellos a quienes en realidad se dirigía.
—Quizás no lo pasaría tan mal—respondió—si mis amigos de la Hermandad de los Asesinos estuvieran allí para protegerme.
—¡Ese es un comentario totalmente improcedente! —gritó Khustov, y sus secuaces se mostraron debidamente escandalizados. Pero sólo debidamente, notó Torrence con interés.
—¿Quizá te gustaría instalar un Visor y Cápsula en el Salón del Consejo, Vladimir?—sugirió Torrence—. Eso se encargaría de los comentarios "improcedentes".—Jones y Steiner, hombres de Torrence, se rieron.
—Estoy cansado de tu humor—dijo Khustov—. La situación es sería. La Liga Democrática puede ser ineficaz, pero es el único enemigo real que nos queda, el único obstáculo que impide el Orden total. Una vez que la Liga haya sido eliminada podremos establecer el control total sobre la raza humana. ¡Ya hemos avanzado mucho en el camino! Tres siglos atrás, la Gran Unión Soviética y la Unión Atlántica estaban a punto de destruirse mutuamente. De no haber sido por la guerra sinosoviética, que los volvió a la cordura... Bueno, por suerte ambas potencias se dieron cuenta de que la raza humana necesitaba del Orden para sobrevivir. Y ahora, después de trescientos años, pueden ver lo que se ha logrado con el Orden. Las enfermedades casi erradicadas; la guerra, eliminada; un nivel de vida cuatro veces más alto. Yo le digo al Consejo aquí presente que el único obstáculo real para un control aun mas completo es la Liga. Una vez eliminada, podremos instalar Visores y Cápsulas en todos lados. Pero ¿por qué quedarnos en eso? ¿Por qué no controlar la genética, además del medio? ¡Yo les digo que sólo estamos empezando!
Torrence suspiró. "Cada vez que Vladimir se larga a hablar así", pensó, "me cuesta decidir si es un imbécil total o un hipócrita mayor que yo. Uno llega a pensar que en verdad cree que las llamadas ejecucionesdel Custodio por Actos No Permitidos son realmente el fruto de la omnisciencia de las computadoras en vez de una detonación al azar de las Cápsulas."
—Y para alcanzar esa edad de oro—dijo Torrence, llenando su vaso—, ¿tenemos que gastar millones de créditos e invertir decenas de miles de horas-hombre para erradicar un grupúsculo de románticos estúpidos? Vamos, Vladimir, tú mismo lo has dicho: nuestro control es prácticamente total. ¿En serio piensas que debemos tratar a esa Liga de pacotilla como si fuera una amenaza real?
—¿Cuándo fue la última vez que te dispararon a ti?—espetó Khustov.
"Es el momento de aplicar la picana", pensó Torrence.
—¡Ajá! —contestó—. ¡Ahora llegamos al fondo del asunto! Te dispararon a ti, y ésa es la gran amenaza. Eso es lo que transforma a una manada de tontos en una conspiración peligrosa. Dime, Vladimir, ¿por qué no estás tan ansioso por eliminar a la Hermandad? Después de todo, han causado muchos más problemas que la Liga. ¿Será posible que sepas algo acerca de la Hermandad que nosotros ignoramos? ¿Puede ser que hayas llegado a un entendimiento con la Hermandad? Después de todo, te salvaron la vida...
Torrence notó con considerable satisfacción que hasta los hombres de Khustov parecían estar pensativos ahora.
—¡Te estás excediendo, Torrence! —rugió Khustov—. La Hermandad es una banda de fanáticos religiosos, como los antiguos judeocristianos. ¿Cómo quieres que sepa por qué me salvaron la vida? Dicen que los antiguos creyentes solían despanzurrar animales y decidir sus acciones en base a la forma en la cual caían las entrañas. La Hermandad de los Asesinos pertenece a esa categoría. Los judeocristianos tenían su Biblia, los comunistas su Marx-Lenin, y la Hermandad tiene a Markowitz y su Teoría de la entropía social. Todo es parte del mismo galimatías sin sentido. Los fanáticos religiosos pueden ser peligrosos pero no constituyen una amenaza sería pues ni siquiera viven en el mundo real...
—Y la Liga, por supuesto, es una amenaza real. ..
—Sí, lo es, porque lo que ofrecen es, al menos en apariencia, una alternativa real. ¿Qué hubiera pasado si lograban asesinarme?
Torrence lanzó una carcajada.
—No me pidas que sea tan crudo como para contestar a eso —respondió. Por millonésima vez se preguntó cómo era que Khustov lograba conservar el poder, y la respuesta volvió a ser la de siempre: porque cinco consejeros creían en la misma cantinela que él. Tampoco era de extrañarse, ya que tanto Obrina como Cordona y Kuryakin habían sido seleccionados por el Custodio.
—¡Quiero decir, además de nombrarte a ti como Coordinador! La Liga podría jactarse de haber eliminado a un Coordinador, y sustentar sus afirmaciones en un programa directo de televisión, por añadidura. Seguramente tenían una bomba anunciadora lista para detonar en el momento en que yo muriera. Estuvieron a un paso de ser una auténtica amenaza.
—Y la Hermandad de los Asesinos les negó ese placer—dijo Torrence—. ¡Qué curioso...!
—Maldito seas, Torrence, yo...
Por favor, Consejeros—dijo el Consejero Constantin Gorov, y Torrence lanzó un gemido. Ese individuo calvo e imperturbable era lo más parecido a una computadora humana que Torrence hubiese visto jamás: digno aporte del Custodio al Consejo. Académicamente, Gorov era brillante... había que admitirlo, pensó Torrence. Pero cuando se trataba de seres humanos, era un imbécil insoportable.
—¿No se dan cuenta de que ésta es justamente la manera en la cual se supone que deben reaccionar ante las acciones de la Hermandad?—dijo Gorov con convicción—. Si uno estudia la Teoría de la entropía socialy el resto de los trabajos de Markowitz, se ve a las claras que el mismo carácter fortuito de las actividades de la Hermandad configure en sí una norma de conducta. Estamos seguros, como lo señaló Vladimir, de que la Hermandad cree tanto en la obra de Markowitz como los judeocristianos solían creer en...
—¡Basta, Gorov, basta!—ladró Khustov—. Esto no nos lleva a ninguna parte. ¡Debemos actuar ahora! Creo poder afirmar que nadie en este Consejo, ni siquiera nuestro buen Vicecoordinador, puede ver alguna razón por la cual la Liga Democrática deba continuar existiendo.
—Eso no viene al caso —dijo Torrence cansadamente—. Lo que yo objeto es el costo de rastrear a dos o tres mil miembros de la Liga en una población de veinte mil millones.
—¿Y si podemos destruir a la Liga sin ese costo?
—Entiendo que tienes una propuesta—dijo Torrence—. Te ruego que la hagas.—Esto ya no tiene sentido. pensó. Vladimir tiene suficientes votos como para hacer aprobar casi cualquier cosa en el Consejo.
—Muy bien; en primer lugar, debemos ajustar el control de seguridad. Los Custodios deben ser mejor examinados y deben someterse a un interrogatorio a fondo cada seis meses. Eso eliminaría cualquier futura infiltración de Custodios de parte de la Liga. ¿Todos a favor?
La aprobación fue unánime. Torrence no pudo encontrar razones para disentir.
—Segundo, los especialistas correspondientes del Ministerio de Custodia recibirán instrucciones para elaborar un plan económico conducente a la destrucción de la Liga Democrática.
El voto fue nuevamente unánime.
—Finalmente, propongo que nuestro plaza original para la instalación de Visores y Cápsulas en las nuevas viviendas sea adelantado y se comience con dichas instalaciones en seguida.
Torrence hizo una mueca. Todo el asunto de los Visores y Cápsulas le parecía ridículo. Era cierto que los Custodios podían detectar y reprimir infracciones grandes al Código, pero la creencia general de que las Cápsulas matarían a aquellos que incurrieran en delitos menores era simple propaganda, reforzada por la matanza de cientos de Protegidos inocentes al azar. El peligro era que Khustov, Gorov y la gente como ellos lograran algún día transformar la propaganda en realidad, y si el control llegaba a ser tan estricto, nadie podría desplazar a Khustov.
Pero la votación era un estricto enfrentamiento de fuerzas y sólo Torrence, Jones y Steiner votaron en contra de la medida. Como Torrence suponía, Gorov se plegó a la mayoría, aunque carecía de la suficiente humanidad para ser cómplice de Khustov.



La órbita del asteroide lo elevaba varios grados del plano de la eclíptica, y estaba mucho más cercano a Júpiter que las demás rocas del Cinturón. Era un mundo diminuto, de un kilómetro y medía de diámetro, y había miles de asteroides exactamente iguales. Era una roca sin valor ni utilidad, muy, muy lejos de las rutas de tránsito normales entre los satélites de Marte y Júpiter. De acuerdo con todas las leyes de la economía, la logística y la astronáutica, permanecería sin uso por siempre jamás.
Sin embargo, estaba habitado,
Este hecho era imposible de ser detectado desde el espacio, ya que todas las instalaciones estaban bajo la superficie. Es más: quizá fuera más exacto pensar que el asteroide era como un edificio, ya que los pasillos, las salas y las fosas lo recorrían en todos los sentidos. Cerca del centro del asteroide había un reactor nuclear, con un blindaje mayor que el requerido por la seguridad, que proporcionaba la energía. Era importante que no se filtraran radiaciones detectables al espacio exterior.
Ese era el cuartel general de la Hermandad de los Asesinos.
Arkady Duntov permanecía mudo en un enorme salón en las entrañas del asteroide. Un salón cuyas paredes, techo y piso eran la roca viva del asteroide. Estaba de pie, frente a una enorme mesa redonda, también labrada en la roca que formaba parte del suelo. Había ocho hombres sentados alrededor de la mesa, ataviados con pantalones cortos y remeras verdes, el equipo normal para un lugar así. Cada uno llevaba un medallón de oro colgado de una cadena alrededor del cuello. Los medallones tenían grabados la letra "G" sobre un fondo negruzco.
Aunque la mesa era perfectamente redonda, Duntov tenía la impresión de que uno de los hombres transformaba el lugar en el cual se sentaba en la cabecera de la mesa por su sola presencia. Era un hombre de edad, pero de edad indefinida. Su largo y fino cabello era negro aún, y su tez cobriza estaba cubierta por una red de pequeñas arrugas finamente labradas. Sus ojos oscuros y profundos tenían un aire sólo ligeramente oriental, pero sus pómulos altos y salientes no dejaban dudas acerca de su ascendencia.
—En el nombre del Caos—entonó, con una voz sorprendentemente poderosa—, yo, Robert Ching, Primer Agente, llamo al orden a esta reunión de Agentes Principales de la Hermandad de los Asesinos.
A Duntov le parecía un gesto puramente ceremonial, pues le parecía imposible imaginar a esos hombres en desorden. Había estado en ese salón ya cinco veces, pero esos hombres eran sólo nombres para él—Ching, N'gana, Smith, Felipe, Steiner, Nagy, Mustafá, Hoover—, los Agentes Principales, hombres tan distantes, tan plácidos, tan seguros, que se sentía contento de seguirlos sin dudar, sin saber sus nombres de pila... y sin querer saberlos.
—Procederemos a escuchar el informe del Agente Arkady Duntov, quien estuvo encargado de nuestra reciente operación en Marte—dijo Robert Ching—. Adelante, Hermano Duntov.
Arkady Duntov respiró hondo. Varios de los Agentes Principales podrían ser algo menores que él—como Hoover, Felipe, o Nagy—, pero se sentía frente a un cónclave de ancianos.
—Si, Primer Agente—comenzó, y su rostro ancho y eslavo tomó un tinte solemne y sombrío—. Con arreglo a mis órdenes, dejé mi tarea principal y me dirigí a Marte, donde me reuní con cinco Hermanos. Como habíamos planificado, caminamos tranquilamente por la calle sobre el nivel dos, cerca del Ministerio, en el momento en que el Coordinador debía comenzar su discurso. Después de comenzada la revuelta, cuando el agente de la Liga que pertenecía a la guardia personal de Khustov apuntó su arma contra el Coordinador, lo liquidamos Luego nos dispersamos, y cuando se apaciguó la cacería de agentes de la Liga nos reagrupamos en nuestra nave en el desierto y yo regresé aquí a presentar el informe.
Aunque sabía que había cumplido con sus órdenes al pie de la letra, tenía la sensación de haber fallado en algo, y que esos hombres lo juzgarían de acuerdo con parámetros que jamás podría comprender.
—Bien —dijo Ching—. ¿Y qué hay de los agentes de la Liga? ¿Y de Boris Johnson?
—Fueron capturados nueve agentes de la Liga, Primer Agente. Johnson no se encontraba entre ellos. Como la Hegemonía no ha anunciado su capture, supongo que ha podido abandonar Marte.
—¡Ah!—exclamó Ching—. ¡Una victoria total para el Caos! Está muy bien que el Sr. Boris Johnson haya escapado. Más aún, si hubiera sido capturado, quizás hubiéramos tenido que intervenir en su favor. Es interesante, ¿no es cierto?, cómo la Liga Democrática, a pesar de sus recursos limitados, todavía logra sobrevivir de alguna manera...
—Bien podría ser simplemente una serie de Factores Fortuitos que los favorecen—sugirió un negro alto y delgado a quien Duntov sólo conocía como N'gana.
—Puede ser—respondió Robert Ching—. Pero sabemos que nuestra supervivencia depende de algo más que de una serie de Factores Fortuitos favorables, ¿no es cierto? Se requiere cierta planificación. Por ejemplo, ¿cómo fue posible para el Hermano Duntov y sus hombres esperar en Marte durante la persecución Hegemónica mientras que los agentes de la Liga tenían que huir o ser atrapados? Ambos grupos tenían documentos perfectos. Sin embargo, la Liga falsifica los documentos, mientras que nosotros falsificamos a la gente. Seis Protegidos desaparecen y son reemplazados por seis Hermanos, modificados, si fuese necesario, para ser sus duplicados exactos. Al usar papeles reales y personas falsas, no tenemos miedo de que los Custodios comparen los documentos con los registros. ¡La planificación, Hermano N'gana! Es una herejía atribuir el Reino del Caos a una mera cuestión de suerte.
—Bien dicho, Primer Agente—dijo N'gana—. Lo que quería señalar era que la Liga Democrática no parece ser demasiado pródiga en planes... ni en inteligencía, dicho sea de paso.
—No confundamos la ignorancia con la estupidez —dijo Ching—. Después de todo, los Protegidos de la Hegemonía son totalmente ignorantes del Camino del Caos, de la Ley de la Entropía Social. Y esto incluye a la Liga Democrática, por supuesto. No es su culpa que tengan que vagar por la oscuridad, sin saber el camino. Antes que reírnos de sus numerosos fracasos, deberíamos admirarnos de sus pocos éxitos, ya que, aunque avanzan a tientas, su causa es buena.
—Sus almas serán puras, pero se están transformando rápidamente en un Factor Predecible—dijo N'gana secamente.
Ching frunció el ceño, sacudió la cabeza y dijo:
—Quizá tengas razón. Pero no es el momento de tomar tales decisiones. Tenemos otro informe pendiente, y estoy seguro de que éste nos causará mucho placer.
Duntov, quien había estado escuchando cada vez más confundido toda la conversación, cuya mayor parte transcurría más allá de su comprensión, dio un paso hacía la puerta, pero Ching lo llamó.
—Hermano Duntov—le dijo—, has servido bien al Caos. Considero correcto que permanezcas aquí.
—Gracias, Primer Agente—respondió Duntov disciplinadamente. Se preguntó si realmente quería saber más acerca de la causa a la cual servía. ¿No era suficiente servir a una cause en la cual podía creerse, sin tratar de comprender lo incomprensible?
Ching oprimió un botón en la pequeña consola del intercomunicador instalada en la mesa. Una puerta se abrió, y entró un hombre anciano, pequeño y arrugado, que avanzó con pasos cortos y enérgicos.
Hubo un murmullo alrededor de la mesa
—¿Schneeweiss? ¿Novedades del Proyecto?
Ching sonrió.
—Creo que todos los Agentes Principales conocen al Dr. Schneeweiss y viceversa. Dr. Schneeweiss, permítame que le presente al Hermano Arkady Duntov, un valiosísimo agente de campo.
—¿Usted... usted es el Dr. Richard Schneeweiss—tartamudeó Duntov—. ¿El Dr. Schneeweiss? ¡La Hegemonía piensa que está muerto!
Schneeweiss se rió abruptamente.
—Una suposición bastante exagerada, como puede comprobar—respondió—. Estoy muy vivo y trabajando muy intensamente.
—¿Ha sido un Hermano desde el principio?
—No, hijo, —dijo Schneeweiss—. Desde el principio, no, Pero como físico, mi trabajo me llevó cada vez más a explorar ciertas áreas que llevan a la larga a un aumento de la Entropía Social. Cuando el Consejero Gorov, un hombre de lo más perspicaz, se dio cuenta de la dirección que tomaba mi trabajo informó al Consejo y este organismo canceló mi subsidio, a pesar de la oposición del mismo Gorov. EL próximo paso, sin duda, hubiera sido... éste... cancelarme a . En ese momento uno de mis ayudantes, un Hermano desde años atrás, tomó contacto conmigo. Se urdió mi "accidente". . . y aquí me tiene.
—Vamos, doctor—interrumpió el que llamaban Smith, cuyos ojos de un azul puro e intenso contrastaban extrañamente con su cuerpo corpulento—. Puede charlar con el Hermano Duntov en otro momento. ¡Díganos qué ocurre con el Proyecto Prometeo!
—¡Así es, queremos un cuadro de situación!
—Muy bien, caballeros—dijo Schneeweiss—. Debo decirles que el trabajo teórico ha sido completado, los detalles técnicos más o menos aclarados, y que se está probando con éxito un modelo en este mismo momento. Es más: el trabajo preliminar sobre el Proyecto en sí está muy avanzado, y podemos suponer que el Proyecto Prometeo estará listo en un plazo de cuatro a seis meses.
—¡Solamente medio año!
—¡El fin del Orden se avecina!
Robert Ching se rió sin humor, y parecía que sus enormes ojos negros contemplaban un panorama vasto y místico que sólo él, de todos los hombres de la habitación, podía ver.
—Así es, mis Hermanos en el Caos—dijo Ching—. El Proyecto Prometeo ha dejado de ser un sueño para transformarse rápidamente en una realidad. Durante tres siglos hemos luchado contra el terrible Orden de la Hegemonía del Sol con el único aliciente de nuestro conocimiento de la gran obra de Markowitz. Durante trescientos años hemos mantenido nuestra fe en el triunfo inevitable del Caos. Y ahora, el principio del fin de la Hegemonía ha llegado. Dentro de seis meses, el trabajo de tres siglos dará sus frutos, y el reinado antinatural del Orden comenzará a resquebrajarse, aunque tarde décadas en desmoronarse del todo.
Y el Reinado del Caos resurgirá al fin.
Arkady Duntov tuvo la sensación de que, si presionaba a Ching o a Schneeweiss, se enteraría de cosas que estaban fuera de la imaginación de cualquier Protegido. Pero se retiró sin decir palabra. Había algunas cosas que quizá fuera mejor no saberlas. Era suficiente seguir a quienes sí las sabían. Era bueno seguir el Camino del Caos y tener fe en el triunfo de algo más grande que el Hombre. Pero era algo totalmente distinto tratar de comprender a aquella fuerza que llamaban Caos.

"Es un error simplista igualar el caos con aquello que se suele llamar estado natural. Por supuesto, el caos subyace bajo la creciente entropía del universo natural pero también llena todos los intersticios de la más desafiante de las construcciones antientrópicas: la sociedad humana ordenada."
GREGOR MARKOWITZ, La teoría de la entropía social.

4
Las cúpulas de los edificios más altos de la Gran Nueva York se elevaban a más de un kilometro y medio, y había docenas de estas montañas artificiales. Habla también miles de edificios—rascacielos antiguos y edificios más recientes—de más de setenta pisos, unidos a distintos niveles por calzadas móviles, calles elevadas, ascensores y tubos neumáticos que formaban una inmensa madriguera aérea de muchos niveles que se extendía desde Albany al norte hasta Trenton al sur desde Montauk en el este hasta Paterson en el oeste, desde las nubes, arriba, hasta el nivel del suelo, abajo un nivel que no se distinguía en nada de los demás niveles apilados por encima.
Pero a pesar de haber franqueado las nubes y de haber superpuesto nivel tras nivel hasta que toda la ciudad no fue más que un gran edificio enorme e inimaginable, la Gran Nueva York, a diferencia de su antiguo antepasado, se detenía a nivel del suelo.
Debajo de este nivel existía un vasto laberinto subterráneo, una ciudad olvidada y oculta, compuesta por túneles de trenes subterráneos abandonados. canales de desagüe, túneles y tubos subfluviales que pasaban debajo del Hudson y hasta antiguas grutas que hablan existido en la época de la ya olvidada Guerra Civil norteamericana.
Este panal olvidado debajo de la ciudad cruzaba el Hudson por los Túneles del Tubo, de Holland y de Lincoln; por el túnel del tren subterráneo Metroway. Casi olvidado por la Hegemonía, totalmente olvidado por los Protegidos, tachado de los libros de historia y de las guías turísticas, sin patrullaje de los Custodios, carente de Visores y Cápsulas, inexplorado y quizás inexplorable, este laberinto subterráneo era la ciudadela secreta de la Liga Democrática.
Caminando por las abandonadas vías del subterráneo, entre las viejas estaciones de las calles 135 y 125, mientras el delgado haz de luz de su linterna penetraba la oscuridad aterciopelada y envolvente, Boris Johnson experimentó una extraña sensación de seguridad absoluta.
Los subterráneos eran territorio de la Liga. A decir verdad, lo único que impedía la extinción de la Liga Democrática era esta ciudad bajo tierra y otras grutas, también abandonadas, hechas por la mano del hombre en Chicago; Bay City, Gran Londres, París, Moscú, Leningrado y cientos de ciudades de la Tierra. Arriba estaban el control, los Custodios, los Visores y Cápsulas, las verificaciones de los documentos. Pero un hombre podía desaparecer entre las ruinas subterráneas hasta obtener los papeles falsos necesarios si las cosas se ponían demasiado difíciles en la superficie. Allí se podían ocultar armas, celebrar reuniones, falsificar papeles sin problemas. Seguramente, el Consejo Hegemónico estaba al tanto del uso que se les daba a esas madrigueras, pero le era imposible sellar todos los accesos casi olvidados, instalar Visores y Cápsulas en cada túnel o patrullarlos. Tampoco se podían dinamitar, pues eso provocaría el derrumbe de las ciudades que se encontraban en la superficie.
Al igual que la Liga, los túneles eran molestias demasiado pequeñas como para justificar el enorme gasto de eliminarlos totalmente. En ese cálculo de economía residía la precaria seguridad de la Liga.
Johnson había llegado a la estación de la calle 125 donde divisó un circulo de luces de linterna sobre el andén oscuro. Los demás ya habían arribado al lugar de reunión. Johnson subió al andén por una escalera de metal herrumbrado y se encontró frente a un panorama de restos de bancos de madera podrida, máquinas expendedoras rotas y el asfalto quebrado de la plataforma misma.
Trastabillando entre trozos amorfos de metal corroído y asfalto levantado, llegó hasta el circulo de hombres reunidos cerca de la escalera que conducía a la entrada clausurada de la estación, en el nivel del suelo. Estaba cubierto por un parque, pero la Liga lo había reabierto y lo había vuelto a cerrar con un tepe de tierra y césped, transformándolo en una de las innumerables entradas ocultas del laberinto bajo la ciudad.
Habla doce hombres reunidos en círculo, con sus rostros iluminados solamente por la luz de las linternas. Eran diez Jefes de Sección de Nueva York y dos hombres más.
Lyman Rhee era un hombre pálido y fantasmal, que había pasado ya cinco años viviendo debajo de la ciudad. Había cometido un crimen indecible: asesinar a un Custodio ante una multitud de Protegidos. Alto y delgado, con la piel nacarada y los ojos rojizos característicos de los albinos, estaba condenado a vivir allí, fuera de la vista de los demás como un gusano pálido, un topo humano en medía de una oscuridad perpetua.
Habla otros que, como Rhee, vivían en los subterráneos, pero ninguno llevaba en ellos tanto tiempo; y, según se decía, ninguno conocía el laberinto tan bien como él. Rhee era el Jefe de Sección de ese pequeño ejército de fantasmas que moraban en las olvidadas entrañas de la Gran Nueva York.
Johnson sonrió cuando vio que el duodécimo hombre era Arkady Duntov, su mano derecha, el individuo que más se parecía a un amigo para él. Era un hombre tan común y corriente que ni siquiera figuraba en la lista de Enemigos de la Hegemonía, pero al mismo tiempo sugería los planes y la información mas sorprendentes, como si tuviera acceso a una fuente oculta de sabiduría que iba más allá de sus propios y aparentemente elementales recursos mentales. Johnson no comprendía a este ruso rubio de rostro ancho, pero lo valoraba como uno de los agentes más útiles de la Liga.
Hubo movimientos de cabeza y saludos apenas audibles cuando Johnson se acercó al círculo reunido sobre el asfalto quebrado y sucio del andén.
—Bueno, me imagino que ya estarán enterados de lo ocurrido en Marte—dijo Johnson.
—La TV y los periódicos dicen que la Hermandad y no nosotros, intentó asesinar a Khustov. ¿Qué ocurrió, Boris? —preguntó Luke Forman, su rostro negro trasformado en una máscara de contusión tallada en ébano por la luz de su linterna.
Boris gruñó.
—¿Qué te parece a ti, Luke?—dijo—. En realidad la Hermandad salvó a Khustov y el Consejo debió de haber decidido que era mejor culparla del atentado. Los Protegidos consideran que la Hermandad es algo como una calamidad natural, así que le conviene a la Hegemonía culparla a ella en vez de admitir que nosotros podamos llegar a ser un peligro. Ya sabes cuál es la actitud oficial hacía nosotros: somos una broma, un entretenimiento de cuyos actos se informa junta con los resultados deportivos. . si es que se informa. Si hubiésemos asesinado a Khustov, hubieran tenido que cambiar esa actitud, pero así. . .
—Estamos en la hoja cero de nuevo—dijo Mike Feinberg con una mueca.
—Como si no hubiéramos empezado—agregó Manuel Gómez—. Hay cada vez menos miembros. Los Protegidos se vuelven más gordos y acomodados cada día. Hay más Visores y Cápsulas en todas partes. Y nosotros casi no podemos hacer sentir que existimos. No me gusto decir esto, Boris, pero en momentos como éste me pregunto si no nos equivocamos. No hay más guerras, el nivel de vida sube, todo el mundo está contento... Quizá debamos disolver la Liga y seguir la corriente... tratar de estar bien mientras podamos. Después de todo, ¿sabemos en realidad qué esa Democracia por la que estamos luchando? Quizá sea solamente una palabra. Quizás en el fondo no tenga ningún significado.
—Vamos, Manuel—dijo Johnson, tratando de dar un tono seguro a su voz—. Todos sabemos qué es la Democracia. Es. .. poder hacer lo que quieras, cuando quieras y como quieras. La Democracia es que cada uno haga lo que le parezca mejor, sin que haya nadie, ni siquiera un Custodio Maestro, organizándole cada instante de su vida.
—Si cada uno hace lo que quiere, entonces ¿qué ocurre cuando los intereses chocan?—dijo Gómez.
—Pues... Decide la mayoría, por supuesto—replicó Johnson vagamente— La mayoría decide por el bien de todos.
—No parece ser muy distinto a la Hegemonía.
Johnson frunció el ceño. Con este tipo de charla no iban a ninguna parte. El momento de preocuparse de la Democracia sería cuando la Hegemonía hubiera sido destruida; entonces habría tiempo para discutir acerca de los frutos de la victoria y para ese momento faltaba mucho. Lo que importaba ahora era la acción. Demasiada especulación acerca de los objetivos causaba confusión...
Lyman Rhee se hizo eco de los pensamientos aún no formulados de Johnson.
—Este no es momento de discutir trivialidades —dijo el albino con su voz chillona—. Durante cinco años me he podrido dentro de estos túneles, y hay unos cuantos como yo. Democracia es poder salir a la luz del sol nuevamente. Eso es suficiente explicación para mí y para todos.
—Eso es—dijo Johnson—, estamos todos pudriéndonos de una manera u otra en la oscuridad. La Democracia es la luz, y no podemos pretender ver aquello que nos va a mostrar la luz hasta que la tengamos. Y no la vamos a tener hasta que derribemos la Hegemonía. Ahora tenemos que planear nuestro próximo paso.
—No creo que podamos hacer mucho—dijo Gómez—. No tenemos suficientes hombres como para empezar una revolución en serio; y aun si los tuviéramos, no podríamos interesar a los Protegidos porque la Hegemonía controla todos los medios de difusión y además mantiene gordos y contentos a los Protegidos. Mi opinión es que lo único que podemos hacer es seguir intentando asesinar a un Consejero. Si tenemos éxito, tendrán que tomarnos más en serio, y entonces quizás algunos de los Protegidos se pongan a pensar...
La mayoría de los presentes asintió con la cabeza,
—Por supuesto, tienes razón—dijo Johnson—. El problema es el siguiente: cuál de ellos, y cuándo, dónde y cómo. ¿Gorov? ¿Steiner? ¿Cordona?
—¿Qué importa?—dijo Rhee—. Un Consejero es un Consejero.
—No es así—dijo Arkady Duntov. Johnson lo miró detenidamente, preguntándose si Duntov iba a producir otra idea brillante—. El hombre a quien hay que asesinar es el Vicecoordinador Torrence—dijo Duntov—: Todo el mundo sabe que quiere ser Coordinador; por eso es enemigo de Khustov. Si asesinamos a Torrence, todos se pondrán a pensar: ¿Están enfrentadas la Hermandad y la Liga? ¿Era Torrence un aliado de la Hermandad? Si se supone que la Hermandad intentó asesinar a Khustov, y luego Torrence, el principal enemigo de Khustov, es asesinado, el Consejo no podrá culpar de eso a la Hermandad. ¡Se verán forzados a adjudicarnos el atentado!
¿De dónde sacará todo eso?, se preguntó Johnson. Duntov tenía razón. Si pudieran eliminar a Torrence ahora, la triquiñuela de Khustov de culpar a la Hermandad del atentado contra su vida se volvería en su propia contra. ¡Se vería obligado a acusar a la Liga de haber asesinado a Torrence, pues de lo contrario la acusación recaería sobre él mismo.
—Creo que Torrence iba a hablar en el Museo de Cultura de esto ciudad la semana que viene—dijo Johnson—. Es el blanco más fácil porque siempre está echando discursos en su intento de derrocar a Khustov. Ahora, ¿cómo hacemos para...?
—¡El Museo está en la planta bajo! —gritó Rhee de repente—. ¡Claro! Hay una estación de subterráneo justo debajo del auditorio. Torrence estará muy custodiado, pero no pensarán en...
—¿Cuál es la distancia exacta entre el auditorio y esa estación?—preguntó Johnson.
—¡Hay una entrada vieja exactamente debajo del piso!—dijo Rhee—. EL Museo fue construido en un lugar donde solía haber una gran plaza, encima de la estación de la calle 59. Había muchas salidas. Las clausuraron con acero plástico cuando construyeron el Museo sobre la vieja estación. El auditorio está encima de una de las salidas clausuradas. Hay entre treinta y sesenta centímetros de acero plástico para perforar... y ahí está el auditorio.
—Tengo una idea mejor—dijo Johnson—. Ni siquiera es necesario entrar en el auditorio; basta con poner una buena bomba debajo del piso. Torrence nunca sabrá qué pasó. Nos encontraremos en la estación de la calle 59, tú, Rhee, por supuesto, yo y... Feinberg. Tú eres nuestro mejor experto en explosivos de modo que traerás lo necesario. Y entonces...
¿Qué fue eso?—gritó Forman de repente. El grito repercutió por el túnel, provocando un eco... un eco que no se apagaba...
Johnson escuchó cómo el eco del grito de Forman se transformaba en un ruido seco de pasos que se acercaban por las vías desde el centro de la ciudad. Muchos pasos, y cada vez más cerca.
—¡Apaguen las luces!—susurró Johnson, apagando a su vez su linterna y desenfundando su pistola láser. Los pasos seguían avanzando en la oscuridad total y al parecer con más prisa.
—Son por lo menos veinte hombres—musitó Rhee al oído de Johnson—. ¡Están dentro de la estación. ahora! ¡Escucha cómo cambia el sonido de sus pasos a medida que entran en el espacio más grande de la estación! Diez... Trece... Diecisiete... Veintidós... Eso es, son veintidós.
—¿Crees que nos habrán oído?—preguntó Johnson.
Rhee rió suavemente.
—El sonido viaja por kilómetros aquí dentro —susurró— Si nosotros los oímos, ellos también nos oyeron.
—No enciendan las linternas—ordenó Johnson—. Si ellos las encienden primero, serán un blanco perfecto... y viceversa. Trató de recordar el plano de la estación.
—Los rieles están a unos dos metros por debajo del nivel de este andén—dijo Rhee—. Si nos dejamos caer sobre la vía opuesta, de manera que el andén quede entre nosotros y los Custodios, no nos verán.
—Está bien—dijo Johnson, deslizándose sobre el borde del andén y dejándose caer con cuidado sobre los durmientes podridos y los rieles corroídos—. Pero sin hacer ruido. Si nos callamos, quizá pasen de largo.
Con rapidez los agentes de la Liga siguieron su ejemplo mientras los pasos sonaban cada vez más cerca... casi frente a ellos, sobre la vía del otro lado del andén.
Johnson contuvo la respiración, sin atreverse a hacer el menor ruido. Los Custodios, del otro lado, también estaban callados, y no se ala nada salvo el ruido de pasos. Mantenían sus linternas apagadas.
Se pudo oír, entonces, que algunos hombres hacían un esfuerzo y subían al andén. Desde allí, los Custodios podrían usar sus linternas para iluminar toda la estación; pero para hacerlo tendrían que ponerse en descubierto.. .
Johnson aferró aun más su pistola.
De repente una luz bañó el andén de enfrente. Sus ojos lucharon por acostumbrarse y en seguida vio a cinco Custodios con linternas en una mano y pistolas en la otra, de pie sobre el andén, a menos de tres metros de donde él estaba.
Antes que Johnson pudiera dar una orden, Forman, Gómez y varios otros que no alcanzó a ver comenzaron a disparar. Tremendas lanzas de intensa luz roja se clavaron en los Custodios que estaban sobre el andén, quienes en medio de alaridos cayeron calcinados y humeando. Sus linternas todavía encendidas, se desparramaron por doquier cortando la oscuridad con enloquecidas franjas de luz y salpicando los muros de brillantes círculos amarillos.
Pero los Custodios que todavía se hallaban sobre la vía los habían descubierto. Usando como resguardo el andén que estaba entre ellos y los agentes de la Liga, comenzaron a disparar sobre sus cabezas.
Johnson se refugió bajo el borde del andén en el momento justo en que un rayo láser cortaba el aire a centímetros de su cabeza.
A la luz de los mortíferos fogonazos rojos de los rayos láser que danzaban sobre sus cabezas, Johnson pudo ver a sus hombres agazapados sobre las vías. Estaban atrapados, pero los Custodios también lo estaban. Johnson levantó el cañón de su arma por encima del borde del andén y efectuó un rápido tiro a ciegas. Pero los Custodios podían esperar refuerzos.
—Tenemos que salir de aquí—musitó Johnson.
—¡Escucha! —exclamó Rhee a su lado—. Vienen más Custodios desde el sur. ¡Son muchos!
Por encima del silbido de los disparos Johnson pudo oír un rugido lejano, que más que oírse se podía sentir como una onda de vibración que avanzaba por el túnel.
—¡Tenemos que dividirnos!—dijo—. Que la mitad se dirija hacía el sur, y el resto que venga hacía el norte conmigo. Ni bien lleguen a una bifurcación en los túneles, sepárense de nuevo. No nos pueden seguir a todos. No traten de llegar a una salida hasta que estén seguros de haberlos perdido.
Johnson condujo a Duntov, Rhee, Forman y dos más a quienes no pudo reconocer en la semioscuridad hacía el norte, agachándose para no ofrecer blanco. Mientras corrían por la vía, trastabillando sobre los durmientes, oyó los gritos de los Custodios que saltaban sobre el andén y se lanzaban tras ellos.
—¡Más rápido!—gritó sin aliento mientras corría—. ¡Tenemos que llegar a la próxima estación antes que nos alcancen!
Salieron de la estación y se vieron envueltos en la oscuridad casi total del túnel, donde trastabillaron sobre los rieles, los durmientes y los cambios de las vías. A sus espaldas podían percibir los pasos inexorables de los Custodios, cuyas linternas lejanas iluminaban el camino de los fugitivos .
Unos doscientos metros más adelante, Rhee vio la salvación.
—¡La bifurcación!—jadeó—. El túnel de la izquierda corresponde al viejo expreso y sigue hasta la estación de la calle 145. El de la derecha va a la calle 135. Separémonos aquí. Con suerte seguirán a un solo grupo.
Rhee tomó a Johnson de la mano y lo condujo hacía la oscuridad aun mayor del túnel de la derecha. La mano de Rhee era húmeda y desagradable. Johnson se aferró a la mano de otro y lo arrastró detrás de él y Rhee. Los demás siguieron por el otro túnel.
Oyó el siseo de los láseres detrás de ellos mientras avanzaban corriendo por el túnel, y luego gritos y más siseos. Los Custodios estaban luchando con el otro grupo. ¿Eso significaría...?
¡Pero no! Tras él oía pasos que se acercaban cada vez más, y los círculos de luz de las linternas de los Custodios bailoteaban sobre las paredes del túnel a poca distancia de donde se encontraban. ¡Los Custodios también se habían dividido!
Con los pulmones a punto de estallar se obligó a correr más rápido. Rhee lo arrastraba y el hombre que iba detrás bufaba y jadeaba.
De repente, Rhee se detuvo.
—Pero ¿qué...?
—¡Escucha!—dijo el albino—. ¡Delante de nosotros! ¡Hay más, y vienen hacía el sur a buscarnos! ¡Estamos atrapados!
—Quizá podamos romper el cerco de los que están delante —sugirió el tercer hombre. Al oír su voz, Johnson se dio cuenta de que era Arkady Duntov.
—Son por lo menos una docena—dijo Rhee—. ¿No los oyen?—Rió nerviosamente—. ¡Pero cómo van a poder! ¡Estamos perdidos...! ¡Pero no, esperen! Debe de haber uno por aquí cerca...
Arrastró a Johnson por la oscuridad, remolcando a Duntov detrás. Parecía estar tanteando la pared con su mano libre mientras corría...
De repente se encontraron delante de un cuadrado gris, una pequeña mancha de luz tenue en la oscuridad total.
—¡El conducto de ventilación!—dijo Rhee—. Da a una calle, allá arriba. Si tenemos suerte y no hay nadie por allí podremos salir. Fíjate.
Johnson se aproximó al cuadrado iluminado. Un hueco de unos setenta centímetros de diámetro sabía en un ángulo de cuarenta y cinco grados hacía la calle. Johnson se introdujo en él y se encaramó por el cemento sucio y resbaladizo, valiéndose de sus codos y rodillas para afirmarse mejor. A unos tres metros de la entrada, el hueco terminaba en una reja antigua y corroída. Manteniéndose en el hueco con los pies, Johnson limpió un poco el enrejado y miró a través de él.
¡La suerte les sonreía! El enrejado daba sobre el bordillo de un callejón que corría detrás de un edificio semiderruido y aparentemente abandonado.
—¡Apúrate!—dijo Rhee desde abajo—. ¡Se están acercando!
Johnson retrocedió un poco, desenfundó su pistola láser y rápidamente quemó los tornillos que sujetaban la reja. Luego la empujó hacía afuera con el dorso de la mano, y al hacerlo se quemó los nudillos.
Sin demora salió por la abertura y una vez en la cuneta se puso de pie. Una tenue luz solar se filtraba entre las múltiples calzadas, rampas y calles que se extendían hacía arriba. Un momento después Duntov, parpadeando, salió del pozo.
Luego la cabeza de Rhee asomó por el orificio: una cabeza pálida, de un blanco fantasmal, con rasgos orientales y ojos colorados de rata. Rhee parpadeó en la tenue luz y cerró sus párpados casi traslúcidos.
—¡No puedo ver nada aquí arriba! —gimió el albino—. ¡Demasiada luz! ¡Demasiada luz! Levantó sus brazos delgados para apoyarse en el borde, los ojos cerrados con fuerza.
—¡Vamos, vamos! —le dijo Johnson.
—No... no puedo—dijo Rhee—. Sigan ustedes. Me quedaré en el pozo hasta que pasen.—Rió con amargura—. Estuve tanto tiempo allí abajo que no puedo aguantar la luz. Pero no se preocupen por mi. Nunca me van a agarrar en mis túneles. Los veré debajo del Museo, como quedamos.
—¿Estás seguro...?
—Descuiden—dijo Rhee—. Estaré allí.
Johnson se encogió de hombros e hizo una señal con la cabeza a Duntov. Se limpiaron un poco y salieron del callejón hacía una calle semidesierta adyacente.
Johnson echó una mirada hacía atrás mientras Duntov sin mirarlo, se alejaba calle arriba hacía un pequeño grupo de Protegidos.
Rhee estaba prendido del borde del pozo. Solamente se velan sus brazos pálidos y huesudos y su cabeza blanca, con los ojos cerrados con fuerza. Una criatura de las tinieblas fulminada por la luz.
"La paradoja es un asunto del caos."
GREGOR MARKOWITZ, Caos y cultura.

5
—Y entonces, luego de separarme de Johnson, y al darme cuenta de la gravedad del asunto, de inmediato pedí una nave por la frecuencia de onda de la Hermandad y me presenté aquí, ante ustedes, los Agentes Principales—concluyó Arkady Duntov.
Estudió los rostros de los ocho Agentes sentados alrededor de la mesa de roca maciza. Con su fidelidad perruna, esperaba que estuvieran satisfechos de su actuación; porque después de todo, la muerte de Torrence crearía confusión y sembraría el Caos. ¿Acaso no introduciría lo que ellos llamaban Factor Fortuito, el que la Liga pudiera asesinar al Vicecoordinador7
Pero siete de los ocho lo observaban con el ceño fruncido y miradas portentosas. Solamente Robert Ching, el Primer Agente, sonreía con esa sonrisa enigmática y delicada que le era característica. ¿Y quién podía saber lo que significaba?
—Ese plan para liquidar a Torrence, Hermano Duntov, fue una idea suya y no de Johnson, ¿no es cierto? —dijo N'gana finalmente, rompiendo el silencio opresivo.
—Así es, señor—dijo Duntov, incómodo.
—¿Y puedo preguntarle por qué propuso ese plan?—inquirió N'gana con aspereza.
—¿Por qué persigues al muchacho?—intervino el Hermano de rostro cetrino y afilado llamado Felipe—. Bien sabes que su misión es la de informarnos acerca de la Liga y mantenerse en una posición que pueda influir en las acciones de Johnson cuando así lo deseemos. Por lo tanto estaba perfectamente dentro del alcancé de sus instrucciones proponer un plan de acción.
—Lo que quiero decir es que desde nuestro punto de vista es un plan muy malo—insistió N'gana—. ¿Por qué habríamos de desear la muerte de Torrence? Torrence es el principal opositor de Khustov dentro del Consejo, y por lo tanto representa una fuente de Factores Fortuitos. El resultado de su muerte sería un aumento del Orden y una disminución de la Entropía Social. ¡Y ésa no es en absoluto la tarea que le encargamos desempeñar al Hermano Duntov dentro de la Liga!
—¡Bah!—repuso el Hermano Felipe—. Eres demasiado simplista en tu forma de pensar, N'gana. Recuerda lo que sabe el Consejo: que salvamos a Khustov. Si permitimos que la Liga elimine al enemigo de Khustov, parecerá que estamos apoyando a ésta. Todos los demás Consejeros comenzarán a preguntarse cosas, y eso por cierto que aumentará el Caos.
—Puede ser—aceptó N'gana—. Sin embargo, la muerte de Torrence eliminará una fuente de Factores Fortuitos dentro del Consejo, aunque introduzca otra nueva. El problema real es el siguiente: ¿ganamos más de lo que perdemos con su muerte? ¿Hay un aumento en la cantidad total de Entropía Social?
Duntov escuchaba con atención ese intercambio de opiniones, asombrado de las sutiles implicaciones que los Agentes Principales habían descubierto en una idea que a él le había parecido tan simple. Sus razonamientos parecían surgir de una dimensión muy alejada de la esfera de su propio pensamiento. Para él, el Caos era un asunto simple: sembrar la confusión, el miedo y la duda en el campo enemigo. Pero, para esos hombres, el Caos era un ser viviente que los impulsaba, así como ellos lo impulsaban a él. Del mismo modo en que él era un instrumento de los Agentes Principales, éstos parecían ser instrumentos de algo más grande, sobrehumano e invencible. El misterio y la incomprensibilidad de ese ente llamado Caos no hacía más que aumentar su dedicación a la causa. Se sentía del lado de algo mucho más grandioso que las meras pasiones humanas, algo tan imponente que era imposible que fracasara a la larga.
—Quizá más Caótico sería matar a Torrence nosotros mismos—dijo el Hermano alto y rubio llamado Steiner—. Ese sería un acto realmente Fortuito. La posición de Khustov sería insostenible. Aparecería como aliado nuestro, sin ninguna duda. El Consejo se volvería contra él, e incluso podría llegar a ejecutarlo. Y sin Torrence en el Consejo, el Caos sería magnifico ya que no habría ningún centro de poder alrededor del cual el Consejo pudiera agruparse.
—Pero de ese modo apareceríamos como un factor predecible —dijo N'gana—. Es todo demasiado obvio.
—Todo lo contrario; sería...
Robert Ching había estado escuchando la conversación muy atentamente sin que su rostro reflejara nada. Ni siquiera miraba a los demás Agentes Principales; pero cuando empezó a hablar, en voz bajo, los demás callaron inmediatamente.
—El plan del Hermano Duntov tiene interesantes efectos paradójicos —dijo Ching y sonrió a Duntov—. El solo hecho de haber generado una disputa en nuestro seno me indica que el Hermano Duntov no se ha equivocado. La Paradoja y el Caos, después de todo, se dan la mano. El Caos es paradójico y la Paradoja es caótica. Hasta la formulación más elemental de la Ley de la Entropía Social hecha por Markowitz es en sí misma paradójica: "Tanto en los órdenes sociales como en el reino natural, la tendencia hacía un mayor desorden, o entropía, es innata. Cuanto mayor sea el Orden imperante en una sociedad, mayor es la cantidad de Energía Social necesaria para mantener ese Orden; al mismo tiempo, es mayor la cantidad de Orden necesaria para generar esa Energía Social. Las dos necesidades paradójicas se alimentan entre sí en una espiral que crece en forma geométrica. Por lo tanto, una sociedad muy Ordenada tiende a volverse aún más Ordenada, y puede tolerar cada vez menos Factores Fortuitos a medida que El cicl0 avanza. Por eso el Caos es inevitable—continuó Ching—. EL incremento del Orden lleva tan inexorablemente al Caos como la disminución del Orden. Todo es Paradoja.
La cabeza de Duntov daba vueltas. Nunca se había puesto a leer las obras de Markowitz, pero ese enunciado de la Ley de la Entropía Social le era familiar. Sin embargo, nunca se le hubiera ocurrido considerarlo como una paradoja. Su adoctrinamiento le decía que su significado era que cualquier acto que quebrara el Orden servía al Caos. Nunca había pensado que el Orden, el adversario del Caos, también podría servirlo. Aún no podía aprender el concepto en su totalidad, pero la misma complejidad de la cuestión lo llenaba de éxtasis. ¿Se sentían así los antiguos judeocristianos acerca de aquello que llamaban Dios? Habla algo terriblemente reconfortante en la idea de que existiese una fuerza superior, utilizable pero incomprensible, subyacente debajo de todo.
La Hegemonía jamás podría tener éxito en su lucha contra el Caos, pues el mismo hecho de combatirlo servía al Caos.
—No entiendo por qué está repitiendo algo que todos sabemos, Primer Agente —dijo Felipe respetuosamente. como si supiera que Ching debía de tener alguna razón; por algo era quien era.
—Porque nos haría bien recordar que obramos dentro de Paradojas que a su vez obran dentro de otras Paradojas—dijo Ching—. Por supuesto, Torrence vivo es una fuente de Factores Fortuitos dentro del Consejo. Es igualmente obvio que el asesinato de Torrence por la Hermandad también produciría Factores Fortuitos, ya que lo menos que ocurriría sería que Khustov cayese bajo sospecha. Es una buena Paradoja: la muerte de Torrence aumentaría la Entropía Social de una manera pero dejarlo con vida lo haría de otra. Nosotros debemos actuar dentro de esta Paradoja.
—Creo que debemos elegir el curso de acción que produzca el mayor Caos—dijo N'gana—. Nuestra estrategia fundamental es la de introducir Factores Fortuitos dentro del sistema cerrado de la Hegemonía, al menos hasta que se complete el Proyecto Prometeo. Dentro de una Paradoja como ésta, tenemos que elegir el mejor de los dos caminos. No podemos optar por ambos.
—Pero ¿por qué no podemos optar por ambos?—dijo Robert Ching—. Dejamos a Torrence con vida, y el conflicto entre él y Khustov genera Factores Fortuitos. ¿Y si asesinamos a Torrence? Mejor aún, ¿qué pasaría si tanto la Liga como la Hermandad atentaran contra Torrence? Primero frustramos a la Liga al birlarle la muerte de Khustov, y luego aparecemos como sus aliados, y también los de Khustov cuando los ayudamos a matar a Torrence. ¡Una verdadera Acción Fortuita!
—No lo puedo seguir, Primer Agente—dijo N'gana—. ¿Cómo hacemos para matar a Torrence y mantenerlo viva al mismo tiempo?
—No es necesario que tengamos éxito en el atentado—dijo Robert Ching—. Lo único necesario es que parezca que queremos eliminar a Torrence. Torrence quedará convencido de que intentarnos asesinarlo. Pero salvamos a Khustov.., ¿Ven las posibilidades? Más aún: si podemos salvar a Torrence de la Liga con nuestro atentado...
Lentamente, los rostros de los Agentes Principales se cubrieron de sonrisas. "Por la vista entendieron el asunto", pensó Duntov. "Ojalá pudiera decir lo mismo... Pero, realmente, ¿quiero entenderlo?"

Boris Johnson subió al andén de la estación de la calle 59. A la luz de su linterna vio que Mike Feinberg ya había llegado, y enseguida se encaminó hacía el centro del andén, donde estaba aquél con dos bidones de metal, un cepillo grande y una pequeña caja también metálica.
—¿Rhee no llegó aún?—preguntó Johnson.
—No lo he vista —respondió Feinberg—. Aquí tengo las cosas, pero no podemos hacer nada sin Rhee. No puedo orientarme aquí. Hay muchas salidas y todo el techo es una hoja de acero plástico. ¡Quién sabe dónde está el auditorio!... ¿Piensas que los Custodios pudieron atrapar a Rhee?
—¿Aquí? ¡De ninguna manera! —dijo Johnson—. Rhee ya casi no es un ser humano. Aquí abajo puede ver; en cambio la luz lo ciega. Pero si le ocurrió algo...
—¡No se preocupen por mi!—siseó una voz detrás de él.
Johnson giró justo a tiempo para ver la pálida figura de Lyman Rhee que surgía de atrás de una columna.
"¡Este hombre sé mueve como un fantasma!", pensó.
—Preferiría que no hicieras eso—dijo Johnson—. Lo más probable es que te maten si sigues sorprendiendo a la gente así.
Rhee rió estruendosamente.
—Es una costumbre difícil de abandonar—dijo—. Vamos a trabajar.
Los condujo por un tramo derruido de la escalinata hasta un salón de techo bajo que había sido la entrada a la estación. El techo, nunca muy alto, era más bajo aún ahora, pues el cielo raso de hormigón había sido reemplazado por una gruesa capa de acero plástico, brillante, que no armonizaba con las ruinas. Sobre esa base sólida estaba edificado el Museo de Cultura.
El albino cruzó una hilera de herrumbrados torniquetes, pasó por el costado de una casilla que parecía un puesto de guardia, y los llevó por un tramo corto de escalones hasta el techo. Los escalones se cortaban abruptamente, cercenados por la capa de acero plástico.
Rhee puso el oído contra el techo y escuchó en silencio durante unos segundos.
—Aquí estamos—dijo finalmente—. Justo debajo del auditorio; para más datos, debajo de la tribuna. ¡Escuchen! El salón se está llenando. Puedo oír las vibraciones de muchos pasos, excepto en el área que da directamente encima de nuestras cabezas, lo cual significa que aquí está la tribuna. ¡Estamos con suerte y llegamos a tiempo!
Una vez más Johnson se admiró de la agudeza del oído de Rhee, y de su conocimiento exhaustivo del mundo subterráneo. La Hegemonía se había hecho de un enemigo formidable al perseguir a Rhee hasta ese laberinto.
—Bien—dijo Johnson—. A trabajar, entonces.
Feinberg abrió uno de sus bidones, mojó un pincel en la sustancia gris y viscosa que contenía y comenzó a extenderla por el techo.
—Esto es nitroplástico—dijo, mientras lo hacía—. Se seca en forma casi instantánea y es muy poderoso.
Después de unos minutos de trabajo, todo el área del pozo de la escalera, de unos seis metros cuadrados, estaba cubierta de nitroplástico. Feinberg pasó el dedo por la capa gris.
—Ya está seco—dijo—. ¿Me puedes alcanzar la espoleta de tiempo, Boris?
Johnson le alcanzó una pequeña caja de metal. De un lado tenía un cuadrante con una perilla giratoria, y dos puntas de metal del otro.
Feinberg clavó las puntas en el nitroplástico, donde se adhirieron.
—Esto se hace detonar eléctricamente —dijo—. Puedo graduar la espoleta para que demore hasta una hora. ¿Cuándo quieres que explote?
Johnson pensó un instante. Torrence iba a comenzar a hablar dentro de pocos minutos. Podía seguir hablando durante una hora o más. La espoleta debía darles tiempo suficiente a los tres para alejarse del lugar...
—Dentro de medía hora—repuso.
—Bien —dijo Feinberg, y graduó la perilla sobre el cuadrante—. Ahora, a aplicar el reflector. Alcánzame otro bidón y el pincel, por favor.
Feinberg empezó a cubrir el nitroplástico con una sustancia blanca y gomosa.
—Este es un producto interesante —dijo, mientras cubría prolijamente cada centímetro de explosivo con la pasta—. Es un reflector explosivo. No sé muy bien cómo funciona, pero lo que hace es reflejar toda la energía descendente de la explosión y forzarla hacía arriba. Uno podría quedarse aquí abajo cuando detone sin ser lastimado, a no ser por esquirlas de acero plástico o cosas por el estilo. Pero allí arriba... ¡Van a tener que despegar los restos de Torrence del cielo raso del auditorio!
Feinberg terminó su trabajo y lo inspeccionó con su linterna. Tanto el nitroplástico como la espoleta estaban perfectamente cubiertos por la pasta blanca.
—Bien—dijo—. Todo listo. Tenemos veinticinco minutos para salir de aquí. Después... ¡hasta siempre, Jack Torrence!
Johnson sonrió satisfecho mientras bajaban las escaleras. Ni siquiera la Hermandad podría salvar a Torrence, ahora. No había forma de detener la explosión, aún sabiendo que la carga estaba allí. ¡Y nadie, fuera de la Liga, lo sabía!
Jack Torrence entró en el auditorio del Museo de Cultura por la puerta trasera, detrás de una pantalla de Custodios. Contó a los presentes mientras caminaba por el pasillo principal hacía la tribuna sobre el escenario, y notó con alguna satisfacción que, aunque la sala sólo estaba a medio llenar, a los Protegidos presentes los habían reunido en la parte delantera del auditorio, de acuerdo con sus instrucciones. De este modo, las cámaras de televisión del fondo podrían enfocarlo por encima de las cabezas del público para dar la impresión de una multitud.
Por supuesto, lo que realmente importaba era lo que mostraba la televisión, pensó Torrence. Los Protegidos eran como ovejas tontas: si uno les mostraba que era popular la suficiente cantidad de veces, comenzarían a creer que era cierto. Y si pensaban que uno era popular, lo acompañarían, y entonces sí que sería popular de veras.
A Torrence no le importaba la popularidad en si. Lo importante era que el periodo de gobierno de un Consejero era de diez años, y varios caducaban en poco tiempo. Si podía crearse una imagen más favorable que la del Consejo, como había hecho Khustov, quizás podría hacer elegir a uno o dos más de sus secuaces en el Consejo. Si llegaba a ser lo suficientemente popular, hasta podría llegar a afectar el criterio del Custodio Maestro en la selección de Consejeros, ya que la armonía interna dentro del Consejo parecía ser uno de los factores que tenía en cuenta. Nunca es demasiado temprano para iniciar una campaña, pensó. Especialmente si en realidad Vladimir tiene de su lado a la Hermandad.
Pero eso era poco probable. "Vladimir tiene razón cuando dice que los de la Hermandad son fanáticos estrafalarios", pensó. Pero la insinuación de una componenda era una buena arma para usar contra Vladimir de vez en cuando. Gorov, por ejemplo, era más máquina que el mismo Custodio Maestro. Si alguna vez su voto llegaba a ser importante, esto vinculación de Vladimir con la Hermandad podría ser la clave para ganarlo...
Torrence subió al escenario, se detuvo ante la tribuna y revisó los papeles que tenía delante. El discurso de hoy se refería a la influencia benéfica del Orden sobre el Arte, que para Torrence era lo mismo que la influencia de las sandeces sobre las pamplinas. La verdad era que ya casi no quedaba nada sobre lo cual pronunciar discursos. La paz y la prosperidad podían mencionarse de vez en cuando, pero no todas las veces. Los Protegidos no se sentirían exactamente contentos al enterarse de que se instalarían Visores y Cápsulas en todas las viviendas. Por muy buenas razones no era político que un Consejero criticara abiertamente a otro. Tampoco era político atacar a la Liga o a la Hermandad, pues sería darles publicidad gratuita. De modo que había que hablar de trivialidades, como el Arte. Los Protegidos no prestaban atención a lo que uno decía, de todos modos. Lo único importante era mostrar la cara.
Torrence miró hacía el equipo de televisión. El director hizo una seña. Estaba en el aire.
—Protegidos de la Hegemonía—comenzó—. Es correcto que estemos aquí reunidos en el Museo de Cultura, pues el Arte y Cultura son los logros más importantes de toda civilización y la Hegemonía del Sol constituye el más alto grado de civilización al cual puede aspirar la raza humana. A veces tendemos a olvidar que durante el Milenio de las Religiones, el Arte, al igual que el Hombre, estaba a merced de cientos de doctrinas y teorías antagónicas. Hoy es difícil para nosotros darnos cuenta de que él Arte de ese oscuro periodo era llevado por cualquier camino, arrastrado por las pautas estéticas de cualquier culto idiota o inadaptado social que...
De repente hubo un revuelo en el fondo del auditorio. Torrence vio que la puerta trasera brillaba con un resplandor rojizo y luego se desplomaba hacía adentro. En el vano había dos hombres con pistolas láser. Torrence se pasó el dedo por la garganta—la señal para que se suspendiera la transmisión televisiva—y se arrojó detrás de la tribuna en el momento que varios Custodios saltaban sobre el escenario para protegerlo.
—¡Gas!—gritó alguien, y los Protegidos comenzaron a gritar y aullar. Torrence se asomó por el borde de la tribuna y vio una nube de vapor espeso y verde que cubría el fondo del auditorio. Reconoció el gas: era Nervolin, un tóxico de contacto que provocaba una muerte instantánea a quien tocara...
En la parte delantera del auditorio los Protegidos saltaban de sus asientos, chillando de terror, y corrían sin dirección. El gas alcanzó a los operarios de televisión, que se desplomaron en silencio, instantáneamente, muertos antes de caer al suelo.
Torrence pasó por un largo momento de pánico total. El gas avanzaba lentamente hacía la tribuna. La única salida estaba obstruida por el gas verde.
Pero el momento de terror pasó cuando Torrence se dio cuenta de que quien había lanzado la granada de gas lo había hecho con muy, pero con muy mala puntería. La nube era demasiado pequeña para llenar el auditorio, y ahora se estaba disolviendo rápidamente. El Nervolin era un gas usado para controlar disturbios, y los Custodios lo empleaban para levantar cortinas y escudar un avance, de modo que era necesario que sus efectos tóxicos se disiparan rápidamente. Para ser efectiva, la granada tendría que haber caído cerca de la tribuna, pero no lo hablan logrado. Alguien había cometido un error, o quizás no pudo apuntar bien debido al contraataque de los Custodios que había en el edificio.
Torrence se puso de pie. El gas ya casi se había dispersado. Los operarios de televisión estaban muertos, pero él estaba a salvo y los Protegidos comenzaban a calmarse. Torrence rió, un poco para aliviar la tensión, pero un poco divertido también.
Era una típica muestra de la chapucería de la Liga, pensó.
Ni siquiera podían...
De repente vio una pequeña esfera volando sobre las cabeza de los Protegidos. En un gesto involuntario se agazapó nuevamente detrás de la tribuna, pero casi con la misma rapidez volvió a erguirse cuando se dio cuenta de que era una bomba anunciadora.
—¡Muera el Consejo Hegemónico!—proclamó una voz fuerte y latosa—. ¡Viva el Caos! ¡Sepan que el Vicecoordinador Jack Torrence ha sido destruido por la Hermandad de los Asesinos!
—¡La Hermandad!—exclamó Torrence—. ¿Y no la Liga...? —Hizo una seña rápida a los Custodios—. ¡Evacuen la sala! —ordenó—. ¡Nunca se puede saber qué va a hacer la Hermandad! ¡Saltamos de aquí!
Torrence descendió del escenario, los Custodios formaron un círculo alrededor de él y lo escoltaron rápidamente fuera del auditorio, hacía la antesala.
Todavía dentro de su circulo de hombres armados, Torrence se alejó unos diez metros de la puerta del auditorio y luego se volvió para mirar a la masa de Protegidos atontados que salían del salón.
Permaneció allí hasta que la antesala quedó vacía. "¡Hay algo extraño en todo esto!", pensó. "Primero, la Hermandad salva a Vladimir, y luego intentan asesinarme a mi. Quizá me equivoqué, después de todo, y Vladimir realmente tenga un arreglo con la Hermandad. Por suerte estos fanáticos locos parecen ser tan incompetentes como los secuaces de Johnson. De todos modos, habrá que hacer algo. Quizá... si, claro, no importa si Vladimir está confabulado con la Hermandad o no. Pienso usar esto en contra de él. ¿Por qué no? Es una prueba concreta. Quizá convenza a Gorov, al menos, y lo atraiga a mi campo. Quedaríamos seis a cuatro; y con uno más que se pase de bando, el Consejo quedaría inmovilizado y se forzaría una elección general. ¡Quién sabe...!"
—El auditorio está evacuado, señor —dijo el jefe de la guardia de Jack Torrence—. Me autoriza...
BUUUUM.
En ese instante se oyó el rugido terrible de una explosión dentro del auditorio, y después otro de igual volumen cuando el techo se derrumbó. Una enorme nube de humo y polvo salió por la puerta destrozada y el edificio tembló. Torrence quedó tendido en el suelo, y los Custodios, más fuertes, tuvieron serías dificultades para mantenerse en pie.
Todavía atontado, Torrence se puso de pie y se asomó al auditorio, con los ojos afectados por el humo. No obstante, pudo ver que en el lugar donde había estado el estrado se encontraba un enorme agujero. El cielo raso, encima del agujero, también estaba perforado, y se podía ver la habitación de arriba por el orificio.
Restregándose los ojos Torrence se volvió hacía la antesala. "¡Esto no tiene sentido!', pensó. "Una bomba, y justo después que la Hermandad intentó envenenarme con gas. ¿Por qué. . .?"
¡A menos... a menos... que fuera la Liga la que había puesto la bomba! ¡Dos intentos de asesinato en pocos minutos! Esa tenía que ser la respuesta; ambos atentados no podían ser parte del mismo complot de la Hermandad. Sabrían que si el gas fracasaba, se evacuaría el auditorio de inmediato, y que la bomba como reaseguro era inútil.
A pesar de los dos atentados, Jack Torrence no pudo reprimir una risa seca y corta. ¡La Hermandad, con su intento chapucero de envenenarlo, le había salvado la vida! Si no hubiera sido por el atentado, habría estado sobre el escenario al estallar la bomba y hubiera quedado untado en lo que quedaba de techo...
Torrence hizo una mueca. No por eso era menos enojoso este asunto. "La Liga no es tan inofensiva, después de todo", pensó. "Vladimir tiene razón en una cosa al menos: la Liga debe ser destruida lo antes posible. ¡Al diablo con el costo! ¡Pueden llegar a tratar de hacer una cosa así de nuevo!"
"Pero, después de eliminar a la Liga Democrática, tendremos que acabar con la Hermandad", pensó Torrence. "Y Vladimir tendrá que aceptarlo. Si no lo hace será una comprobación de que es un aliado de la Hermandad, y hasta sus Consejeros amaestrados se volverán contra él. Aun cuando sea un aliado de la Hermandad no podrá oponerse. ¡Cuando hayamos acabado con la Liga y con la Hermandad le habrá llegado la hora al señor Vladimir Khustov en persona!"
"En ciertas oportunidades es sensato introducir un verdadero factor fortuito en vuestras acciones en contra de un orden existente. El problema reside en que el azar por definición, no puede ser planeado. Sin embargo la emoción humana es un factor fortuito, y se podría decir que servir los intereses del propio sistema endocrino es servir al caos."
GREGOR MARKOWITZ, La teoría de la entropía social.
6
"Absurdo, absurdo, totalmente absurdo!", pensó Constantin Gorov, mientras Jack Torrence continuaba vociferando, ostensiblemente en contra de Khustov, pero en realidad con los ojos puestos sobre todo el Consejo Hegemónico.
—...Y estoy comenzando a preguntarme por qué estás tan interesado en eliminar a la Liga, Vladimir—decía Torrence su rostro delgado enrojecido por una ira que, Gorov estaba seguro, era simulada—en tanto que a la Hermandad de los Asesinos la consideras una simple molestia que debe ser tolerada. Al menos supongo que la consideras una molestia, ¿no?
Khustov frunció el ceño.
"Más sobreactuación absurda", pensó Gorov
—¿Qué significa ese comentario?—dijo el Coordinador Hegemónico.
Torrence hizo una pausa y miró a cada uno de los Consejeros a los ojos antes de proseguir. Cuando la vista del Vicecoordinador se encontró con la de Gorov, éste tuvo una idea bastante clara de los planes de Torrence. ¡Todas esas absurdas rencillas políticas! ¡Uno casi podía pensar que el Consejo Hegemónico existía simplemente para proporcionar una arena política para idiotas como Torrence y Khustov en vez de ser un complemento humano del Custodio, cuyo solemne deber era elevar al máximo el Orden y asegurar paz y prosperidad a la raza humana!
—Ni yo mismo sé qué significa —dijo Torrence finalmente—. Lo único que tengo por seguro son los hechos: que el Consejo saque sus propias conclusiones. Hecho: La Liga Democrática trató de asesinarte, Vladimir, y la Hermandad te salva, de modo que se comprende que estés decidido a destruir a la Liga, pero eres un poco más... favorable a la Hermandad. Hecho: es un secreto a voces que nosotros dos somos... pues... rivales, podríamos decir, de un modo caballeresco, claro está. Hecho: la Hermandad, que hace poco te salvó la vida, acaba de atentar contra mi vida. Pero, ¿quién soy yo para sacar conclusiones? Este Consejo está compuesto por adultos suficientemente inteligentes. Creo que son capaces de llegar a sus propias conclusiones.
—¡Estoy harto de tus insinuaciones encubiertas, Torrence! —rugió Khustov. Luego, más calmo, prosiguió: —Debo recordarte que la Liga Democrática trató de matarnos a los dos. La Liga es la amenaza principal. Te recuerdo que la Hermandad de los Asesinos es una logia de fanáticos religiosos. ¿Quién sabe por qué hacen lo que hacen?—Miró fijamente a Torrence, con una sonrisa tensa y amenazadora—. Quizá deba recordarte, Torrence, que te guste o no te guste, todavía soy el Coordinador Hegemónico. Acusarme sin fundamentos de traición puede ser interpretado como un acto de traición en sí. Sería mejor que midieras tus palabras.
—¿Traición contra quién, Vladimir?—dijo Torrence—. ¿O contra qué? ¿Contra la Hegemonía? ¿Contra el Custodio? ¿Contra este Consejo? ¿O simplemente contra Vladimir Khustov? ¿O quizá contra la Hermandad de. . .?
—¡Ya te has extralimitado! —gritó Khustov con el rostro rojo de ira, ahora genuina.
Constantin Gorov no se pudo contener. ¡Esos idiotas se estaban comportando en la forma exacta que quería la Hermandad!
—Consejeros, ¡por favor!—dijo Gorov—. ¿No ven lo que está ocurriendo? ¡Esta es la razón por la cual la Hermandad le salvó la vida, Consejero Khustov! Esta es la razón por la que intentó asesinar al Consejero Torrence... si es que de veras fue un atentado.
—¿Qué estás balbuceando ahora, Gorov? —dijo Khustov—. ¿Otra vez con esas estupideces acerca de la Teoría de la Entropía Social? ¡Es como para pensar que eres miembro de la Hermandad de los Asesinos tú también! A veces me pregunto si acaso crees en esa charlatanería mística de Markowitz acerca del "Caos inevitable".
—Para oponerse racionalmente a fanáticos religiosos—dijo Gorov serenamente—, hay que tratar de comprender su dogma. De otro modo sus actos se vuelven totalmente impredecibles.
—¿Hay que suponer que  puedes predecir los actos de la Hermandad?—dijo Torrence con sarcasmo.
—Hasta cierto punto —respondió Gorov ignorando el tono—. La Teoría de la Entropía Social dice que una Sociedad Ordenada como lo es la Hegemonía, puede tolerar cada vez menos factores fortuitos a medida que su control se vuelve más completo De modo que, obviamente, la estrategia de la Hermandad es introducir tales factores fortuitos. En otros términos, uno puede predecir que sus actos serán impredecibles.
—¡Esos son sofismas dialécticos sin sentido!—gritó el Consejero Ulanuzov.
"¡Qué ciegos e ignorantes!", penso Gorov.
—De ninguna manera—dijo con tranquilidad—. Este asunto es un ejemplo perfecto de la lógica de la Hermandad, casi podríamos decir de la intencionada falta de lógica. Al aparecer aliados al Coordinador en contra del Consejero Torrence, fomentan el conflicto dentro del Consejo. Y tanto uno como otro le están haciendo el juego a la Hermandad. ¿No se dan cuenta de que...?
—¡Bueno, basta de esto! —dijo Khustov.
—¡Sí! ¡Basta!—asintieron varios Consejeros.
—Debo decir que por esta vez estoy de acuerdo con nuestro buen Coordinador—dijo Torrence—. Estas especulaciones teóricas no nos llevan a ninguna parte. El problema de fondo es el siguiente: ¿Estás de acuerdo, Vladimir, en que la destrucción de la Hermandad es igualmente importante que la eliminación de la Liga?
—La Hermandad no debe ser destruida hasta que la Liga sea eliminada—dijo Khustov en forma terminante.
—¿Supongo que nos puedes dar alguna razón lógica....? —dijo Torrence dubitativamente.
—Si pensaras en otra cosa que no fuera en el logro de tus propios objetivos personales, podrías ver la razón—dijo Khustov—. Es evidente que mientras exista la Liga, la Hermandad nos es útil. Todo lo que hace la Liga puede ser atribuido a la Hermandad. Los Protegidos pueden entender por qué la Liga hace lo que hace: quieren derrocar a la Hegemonía nada más. Pero los objetivos de la Hermandad, si es que existen, son totalmente incomprensibles. Para los Protegidos, la Hermandad no es más que una banda de fanáticos religiosos. Es mucho más seguro adjudicar los atentados de la Liga a estos dementes que admitir que existe una conspiración revolucionaría coherente y peligrosa. Mientras la Liga subsista, la Hermandad nos sirve como un chive expiatorio inocuo y convincente: todo atentado en contra de la Hegemonía puede ser calificado como obra de locos. Una vez eliminada la Liga, te prometo que daremos máxima prioridad a la destrucción de la Hermandad. Pero no antes de ese momento.
—¿Y cuándo llegará ese momento glorioso? —preguntó Torrence—. Podemos controlar a la Liga, pero ¿cómo podemos eliminarla sin gastar billones? Los jefes siempre pueden ocultarse en los túneles subterráneos. Los miembros son solamente unos miles, y hay unos doscientos hombres claves, pero están desparramados por toda la Hegemonía. ¿Lo que dices no implica de algún modo que nunca vamos a atacar a la Hermandad?
Khustov sonrió con complacencia.
—Todo lo contrario—dijo—. Pronto eliminaremos a la Liga. Lograremos que la Liga comprometa a toda su conducción en una solo misión, una misión que atraerá la atención del mismo Boris Johnson. Una vez capturada o destruida la conducción, el resto de la Liga se desbandará rápidamente.
Gorov estaba perplejo ante la aparente seguridad de Khustov.
—¿Cómo piensas lograr eso?—preguntó.
—El Ministerio de Custodia y el mismo Custodio del Sistema se están ocupando del problema—dijo Khustov—. Hemos descubierto a un agente de la Liga en un puesto clave del Ministerio de Custodia de Mercurio.
—¿Se lo ha capturado vivo?—preguntó el Consejero Cordona.
—No se lo ha capturado —respondió Khustov—. Nos es mucho más útil donde está. Estamos tras una presa mayor. El Consejo Hegemónico se reunirá en Mercurio dentro de dos meses.
—¿Qué?—gritó Torrence—. ¿Mercurio? Nunca nos hemos reunido en Mercurio. Existe solamente una pequeña bóveda, la más pequeña y reciente de la Hegemonía.. . ¡Pero si la colonia no es factible como tal! A los Protegidos no les gusta estar tan cerca del Sol... y a mí tampoco, a decir verdad.
—Esa será la razón aparente de nuestra visita—dijo Khustov—. Anunciaremos que la reunión del Consejo en Mercurio es para demostrar nuestra confianza en la seguridad de la bóveda.
—No me gusto—dijo Torrence—. Es un espacio demasiado reducido, demasiado precario. Si la Liga logra concentrar todas sus fuerzas allí, es posible incluso que logre matarnos a todos.
—Justamente —dijo Khustov—. Esto es lo que pensará Boris Johnson, y más aún teniendo un hombre en el edificio del Ministerio donde lo estaremos esperando. Dejaremos que haga el intento, y entonces será el final de la Liga Democrática de una vez por todas.
—¡Estás proponiendo usarnos a nosotros como señuelo —exclamó Torrence.
El recinto del Consejo se llenó de murmullos de sorpresa. Sin embargo, Constantin Gorov estaba intrigado. ¿Qué mejor señuelo que el Consejo Hegemónico?, pensó. Seguramente la Liga se sentirá atraída. Tenía que admitir que era una idea excelente, siempre y cuando la trampa fuera segura.
—¡Caballeros!—dijo Khustov, y el murmullo se apagó—. Les puedo asegurar que no habrá ningún riesgo. La trampa es perfecta.—Sonrió—. Cuando sepan el plan, estoy seguro de que hasta nuestro Vicecoordinador dará su aprobación.
Los Consejeros, especialmente Torrence, gruñeron con incredulidad. Pero cuando Khustov les esbozó el plan, el voto a favor fue unánime. Hasta Torrence, luego de unas protestas formales, lo apoyó.

Boris Johnson tanteó la pared del túnel de la vieja estación de la calle 4. Sus dedos encontraron una hendidura en la pared casi imperceptiblemente más profunda que los cientos de hendiduras que estriaban los muros. Introdujo los dedos de la mano en la hendidura y tiró. Una sección de cemento giró hacía adentro sobre sus goznes ocultos, y dejó a la vista un pasadizo oscuro y angosto. Johnson entró, cerró el panel y en seguida, iluminando el camino con la linterna. avanzó lentamente por el túnel.
Ese túnel secreto, construido por la Liga dos años atrás, llevaba al lugar de reunión más seguro de toda la red subterránea del Gran Nueva York. Era una gruta pequeña e increíblemente antigua debajo de la que había sido la calle MacDougald en Greenwich Village. La Liga la había descubierto accidentalmente unos tres años atrás, y no aparecía ni siquiera en los mapas más antiguos. Los entendidos en historia de la Liga supusieron que había sido construida como refugio para esclavos prófugos mucho antes de la Guerra Civil norteamericana. Era doblemente seguro, pues nadie fuera de la Liga sabía de su existencia, y aunque los Custodios registraran la estación de la calle 4, era altamente improbable que encontraran el pasadizo hasta la gruta.
"Es difícil llegar hasta aquí", pensó Johnson, "pero vale la pena". "En este momento, todas las precauciones son válidas. Al fin tenemos la oportunidad de destruir todo el Consejo Hegemónico. Tendremos que arriesgar todo, pero nuestra causa ganará años de lucha."
"Quizás... quizás", se atrevió a pensar, "con el Consejo integro eliminado de un solo golpe, hasta la Hegemonía pueda desintegrarse."
Finalmente llegó al extremo del pasadizo. Éste daba a un recinto semicilíndrico, de poco más de dos metros de altura en el punto más elevado, y unos cuatro metros de largo. El techo, combado, era de ladrillos rojos cubiertos de moho, y el piso era de tierra. La gruta era algo húmeda, pero en ella hacía calor, ya que los cuerpos de los veinte hombres reunidos aumentaban considerablemente la temperatura ambiente. Eran todos los Jefes de Sección que hablan podido ser convocados a tiempo, además de Arkady Duntov, por supuesto, y de Andy Mason, el jefe del Servicio de Falsificaciones de la Liga.
—Espero que nos hayas metido a todos en este pozo por una buena razón, Boris —dijo Mason, un hombre rechoncho de rasgos aguileños—. Hace un calor infernal aquí dentro.
—La mejor razón del mundo —dijo Johnson—. ¡Grandes novedades! ¡Vamos a asesinar a todo el Consejo Hegemónico de una solo vez!
Molestos por el calor y el encierro, los hombres murmuraron con enojo.
—¡Pero eso es una locura! —dijo Manuel Gómez—. ¿Nos trajiste aquí para decirnos eso? ¡Es imposible!
—¿Pero ustedes no miran televisión ni leen los periódicos
El Consejo Hegemónico se reunirá en Mercurio de aquí a dos meses. Va a comprobar que el planeta es seguro o algo así. ¡Ya van a ver lo inseguro que es para ellos!
—Por supuesto que lo sabemos. ¿Y qué hay con eso?—dijo Gómez—· Todos los planetas tienen una sala de reuniones para el Consejo dentro del Ministerio de Custodia, y puedes apostar que afuera del Ministerio estarán rodeados de Custodios a cada instante. Nunca podríamos llegar hasta ellos, afuera.
—No lo dudo—dijo Johnson—. Esperarán que intentemos algo cuando viajan hasta el Ministerio, y ahí no tendremos ni una posibilidad porque nos van a estar esperando.—Hizo una pausa—. Por eso los vamos a matar cuando estén dentro del Ministerio—concluyó.
—¡Imposible!
—¡Es una locura!
—¡No existe esa posibilidad!
—¿Estás totalmente loco, Boris? —intervino Arkady Duntov—. Cada pasillo, cada habitación, cada rincón del Ministerio tiene su Visor y su Cápsula. Ni siquiera se puede tener una expresión sospechosa en el rostro dentro del Ministerio. Al primer movimiento, empezarían a saltar Cápsulas por todos lados. Aun intentando algún tipo de ataque suicide, dudo que pudiésemos avanzar diez metros. Es totalmente imposible.
—Eso es exactamente lo que piensa el Consejo —convino Johnson—. Por eso mi plan funcionará.
"Bueno", pensó, "me esperaba una reacción así. Es una buena señal. Si hasta mis propios hombres piensan que me volví loco, entonces el Consejo podrá ser tomado totalmente por sorpresa.
—¿Qué plan? —inquirió Gómez—. ¿Cuál es el plan que nos permitirá asesinar al Consejo en un edificio plagado de Visores y Cápsulas en todas las habitaciones?
—Una corrección —dijo Johnson—. Hay dos habitaciones en el Ministerio que no tienen Visores ni Cápsulas
—¿Eh...?—dijo Arkady Duntov.
—Por supuesto. En primer lugar, la sala de reuniones del Consejo. El Consejo no quiere que el Custodio controle lo que hace. Puedes tener la certeza de que allí ocurren Actos No Permitidos.
—¿Y eso de qué nos sirve? —preguntó Mike Feinberg— Tendríamos que tener acceso a la sala de reuniones, y eso es imposible. ¿Sabes cuál es el esquema de seguridad de esas salas? Están totalmente rodeadas, por los cuatro costados, arriba y abajo, por pasillos donde no circula nadie. En el instante en que alguien, aunque sea un Custodio, entra en uno de esos pasillos sin autorización, todos los pasillos se llenan de radiación. Si tuviéramos mucho cuidado—y mucha suerte—podríamos infiltrar agentes en el edificio; pero en el momento en que alguien entrase en ese cajón de corredores, saltarían todas las Cápsulas.
—¿Y qué le ocurre al Consejo cuando los pasillos se llenan de radiación?—preguntó Johnson retóricamente.
—¡No seas tonto, Boris! —protestó Feinberg—. La sala de reuniones está forrada con una capa de sesenta centímetros de plomo. Se queda allí hasta que pase el peligro. Son totalmente autosuficientes allí adentro.
—¿Y qué respiran cuando están encerrados? —continuó Johnson—. ¿El vacío?
Sintió que la tensión aumentaba dentro de la gruta húmeda. Los hombres callaron en forma total e instantánea: lo escuchaban.
—Es típico del proceder de la Hegemonía—prosiguió Johnson—. Todo es la quintaesencia de la seguridad, pero hay un punto débil. Un ataque simulado, fuera del edificio, hará que aíslen la Sala del Consejo, ¿no es cierto? Eso ya lo sabemos. Ahora, cuando la sala está herméticamente aislada, ¿de donde sacan el aire?
Nadie quiso adivinar la respuesta.
—Tenemos un agente dentro del Ministerio de Custodia, en Mercurio, un operario de Mantenimiento—dijo Johnson—. En cuanto supe que el Consejo se reuniría allí le pedí un plano completo del edificio. Cuando la Sala del Consejo está aislada, recibe aire a través de cañerías de plomo de una pequeña sala de bombeo ubicada dos pisos más abajo. No hay necesidad de penetrar en la sala de reuniones del Consejo. Una vez que esté aislada, lo único que hay que hacer es dejar caer una cápsula de gas venenoso concentrado dentro de la cañería de la sala de bombeo.
—Pero ¿cómo podemos hacer eso?—preguntó Feinberg—. —En el momento en que entremos en la sala de bombeo saltarán las Cápsulas.
—¡Piensa, hombre, piensa! —exclamó Johnson con excitación—. ¿Cómo puede haber Cápsulas en la sala de bombeo? Recuerda que, en una emergencia, el Consejo depende de esa bomba para respirar. No se atreverían a poner Cápsulas allí dentro, porque si lo hicieran, cualquier cosa, una palabra equivocada, un gesto, mataría a los operarios, dentro de la sala de bombeo, con radiaciones. Si eso ocurriera cuando la sala de reuniones está aislada, los Consejeros se ahogarían. No. Lo que hay en la sala de bombeo es una medía docena de Custodios para vigilar al personal de Mantenimiento. Por supuesto, la pared y las puertas de la sala de bombeo están forradas en plomo por si algo hace saltar las Cápsulas de los pasillos adyacentes Si podemos infiltrar medía docena de hombres, podemos reducir a los Custodios, cerrar la puerta de plomo y envenenar a los Consejeros a través de la toma de aire antes que nos descubran.
—Pero ¿cómo entramos en la sala de bombeo?—dijo Gómez—. En el momento en que empecemos a romper la puerta, las Cápsulas del pasillo saltarán.
—Tú eres el experto, Feinberg—dijo Johnson—. ¿Cuánta demora hay entre el momento en que un Visor registra un Acto No Permitido y el momento en que salta la Cápsula?
—Dos o tres segundos como máximo—respondió Feinberg.
—¿Y cuánto tiempo antes que la radiación en el área inmediata alcance un nivel peligroso?
—Pues, calcula otros dos segundos.
—Bueno—dijo Johnson—. Ahí tenemos cinco segundos a partir del momento en que efectuamos nuestro primer movimiento, para entrar y cerrar esa puerta de plomo detrás de nosotros. —No se puede hacer—dijo Feinberg—. ¿Qué vamos a hacer, golpear la puerta y pedirles a los Custodios que nos dejen pasar? Hasta eso puede ser considerado un Acto No Permitido.
—Eso es lo más fácil de todo—dijo Johnson—. Lo que me preocupa es si podremos falsificar suficientes permisos de viaje para trasladar a unos doscientos agentes a Mercurio, antes de las festividades. ¿Qué te parece, Mason, se puede hacer?
—No va a ser fácil—dijo Mason—, aunque se puede hacer. Pero volviendo a lo anterior, ¿cómo piensas entrar en la sala de bombeo?
Johnson se rió.
—El agente del cual les hablé—dijo—, ¿recuerdan?, el que está en Mantenimiento en el Ministerio, se llama Jeremy Daid y trabaja en la sala de bombeo.
Johnson sonreía abiertamente. El ánimo de los hombres cambió en seguida y sacudieron la cabeza sonriéndole a su vez. Ahora estaban tan confiados como él. Todo parecía muy improbable hasta esa revelación final, pero ahora se tornaba muy fácil.
Sin embargo, era difícil acostumbrarse a la idea de que, después de diez años de fracasos en empresas mucho menos ambiciosas, la Liga Democrática estuviera tan cerca de la destrucción de todo el Consejo Hegemónico. Y Johnson no podía ver ni una solo falla en el plan...

Arkady Duntov hizo una pausa y miró nerviosamente alrededor de la sala cavada en la roca viva, estudiando los rostros calmos e inescrutables de los ocho Agentes Principales de la Hermandad de los Asesinos. Siete de ellos parecían sumidos en sus pensamientos sopesando la nueva información. Pero Robert Ching parecía sonreír con un aire de sabiduría. ¿Era que realmente sabía algo que los demás ignoraban, o simplemente veía relaciones entre las cosas donde los demás sólo veían el desorden? ¿Veía el Caos donde los otros velan el Orden?
—Así que Johnson planea asesinar al Consejo con gas venenoso a través de sus conductos de aire—continuó Duntov—. El agente de la Liga que trabaja en la sala de bombeo les franqueará la entrada. Probablemente el éxito les cueste la vida, pues el plan no parece tener recursos para la fuga, pero... Boris en general no piensa con tanta anticipación de modo que si lo ha considerado quizás esté dispuesto a hacer el sacrificio.
—¿Qué piensa de todo esto, Primer Agente?—dijo el Hermano Felipe.
—Si, Primer Agente, ¿cuál es su opinión?
Los Agentes Principales miraron a Ching, esperando que hablara. Pero cuando Ching habló, se dirigió a Duntov sonriendo con suavidad y mirándolo fijamente con sus ojos calmos aunque penetrantes. Duntov se sintió a la vez nervioso y reconfortado
_¿Qué piensa usted, Hermano Duntov?—preguntó Ching— Usted estaba allí y lo conoce a Boris Johnson
_¿Qué... pienso de qué, señor? —tartamudeó Duntov.
—Del plan de Johnson, para empezar —dijo Ching.
Duntov se preguntó qué pensaba realmente del plan y comenzó a pensar en voz alto.
—Bueno, es un plan complicado, a decir verdad.. Atacando el Ministerio desde afuera logran que el Consejo cierre la Sala herméticamente... Eso resultará. Si tienen mucho cuidado, y mucha suerte, podrán lograr infiltrar una medía docena de agentes hasta la puerta de la sala de bombeo en el momento , justo sin despertar sospechas. No será fácil, pero la Liga tiene bastante experiencia en este tipo de cosas... Una vez dentro de la sala de bombeo, contarían con la sorpresa y podrían eliminar a los Custodios sin problemas... Después de eso asesinar al Consejo sería un juego de niños. Por supuesto, el factor clave es entrar en la sala de bombeo en cinco segundos, antes que salten las Cápsulas del pasillo. Si eso es factible, el plan es viable. Y tienen un agente en la sala de bombeo. .
—Bien... —dijo Ching—. Un análisis excelente, Hermano Duntov. ¿Pueden percibir sus implicaciones, Hermanos?
Duntov notó que los Agentes Principales miraban a Ching con la misma expresión de incomprensión que tenía él mismo.
Ching rió.
—Pues es así—dijo—: La vida de los Consejeros Hegemónicos está en juego. La Liga Democrática arriesga hasta su existencia. Hay cientos de hombres involucrados... Y la muerte de todo el Consejo si el atentado tiene éxito, o la destrucción de la Liga Democrática si fracasa. Todo este plan, cientos de vidas, dependen de un solo hombre. ¡Un solo hombre!
De repente Duntov se dio cuenta. Era obvio. Todo terminaba en Jeremy Daid, ¡el hombre de la sala de bombeo!
—El agente de la Liga en la sala de bombeo...—musitó.
—Exactamente—dijo Ching—. Vean ustedes.. . Si este Daid logra introducir a Johnson y sus hombres en la sala de bombeo el Consejo Hegemónico está condenado. Si fracasa, el Consejo sobrevive y la Liga Democrática es la condenada. Todo por un hombre .. ¿Qué les sugiere esto, Hermanos?
—¡La Mano del Caos!—exclamó Smith—. ¡El Azar Perfecto! EL destino, tanto del Consejo, con su Orden y sus recursos y el de la Liga, con su planificación cuidadosa, dependen de un hombre, quien a su vez es un mero peón en el juego. ¡Es el Caos completo!
Ching sonrió.
—Creo que no es así—dijo—. Tengan en cuenta a la Hegemonía, tan Ordenada, con sus dispositivos de seguridad casi paranoicos. ¿No les parece extraño que el Consejo Hegemónico se reúna en el único planeta donde la Liga tiene un agente en el único lugar donde eso le permitiría asesinar al Consejo? ¿No les parece extraño que la Hegemonía, con sus Custodios, sus guardias, sus psicoinvestigaciones y su obsesión por la seguridad no haya descubierto a un agente de la Liga en semejante lugar clave? Cuando hay tantos Factores Fortuitos que coinciden, uno debe empezar a sospechar de lo Fortuito de todo el asunto, y entrever la mano del Orden detrás de la fachada del Caos aparente. . .
—¿Qué está insinuando, Primer Agente?—preguntó el Hermano Felipe.
—Lo siguiente—dijo Ching—: ¿Qué señuelo más irresistible puede haber para la Liga que el propio Consejo? Un señuelo tan irresistible que hasta al inocente Sr. Johnson le parecería una trampa, si no fuera por la ventaja secreta que piensa tener: un agente en la sala de bombeo. Pero ¿para quién constituye una ventaja Jeremy Daid? Para la Liga si el Consejo ignora su vinculación con ella; pero si el Consejo lo sabe, estaría usando a Jeremy Daid como parte del señuelo...
—¡Pero claro!—exclamó Duntov—. ¡Ya me parecía que era una trampa!
—Creo que podemos suponerlo sin temor a equivocarnos —asintió Ching—. Aunque no tenemos forma de saber los detalles de la trampa en sí. Pero eso no es importante, pues podemos suponer que el plan del Consejo, sea cual fuera, tendrá éxito. En este tipo de asuntos Vladimir Khustov supera ampliamente a Boris Johnson. La pregunta que debemos contestar es, ¿cuál será nuestro curso de acción?
—Quizá ninguno—.sugirió N'gana—. La Liga es superficialmente una enemiga de la Hegemonía, peto si analizamos sus actos en el marco de la dinámica social de la Teoría de la Entropía Social, nos damos cuenta de que, lejos de constituir un verdadero Factor Fortuito que aumenta la Entropía Social, es en realidad un factor predecible—la "Oposición Desleal"—y por lo tanto disminuye la Entropía Social. ¿Por qué no permitir que la Liga sea destruida por la Hegemonía? Deberíamos alegrarnos ante su desaparición, sobre todo con un desarrollo tan avanzado del Proyecto Prometeo.
—Es un punto que hay que tener en cuenta—dijo Ching—. Sí. . . la Liga debe desaparecer pronto, y este momento es tan bueno como cualquier otro. Pero no creo que deba resultar de un plan exitoso de la Hegemonía. Eso aumentaría el Orden. Además, aunque deseo ver la eliminación de la Liga como Factor Social, no deseo la muerte de Boris Johnson.
—¿Desde cuándo esa debilidad, Primer Agente?—se quejó N'gana—. ¡Empiezo a creer que siente cierto afecto por Johnson!
Ching sonrió.
—¿Por qué no?—dijo—. Lo admito. Se mueve a tientas e ignora hasta la naturaleza de esa Democracia que dice defender. Ni siquiera tiene la Teoría de la Entropía Social para reasegurarlo de la caída final de la Hegemonía. La historia de la Liga Democrática es un catálogo de fracasos, pero sigue luchando. La valentía ciega es, después de todo, un Factor Fortuito, al igual que el heroísmo. Podríamos decir que la necedad también lo es y, paradójicamente, Johnson es una fuente de las tres cosas. Pero por encima de todo esto, el hombre está de nuestro lado. Ambos luchamos por un mismo fin: la destrucción de la Hegemonía y la libertad del Hombre. A pesar de sus defectos, ¿no merece algo mejor que una muerte a manos de la Hegemonía?
El Hermano Felipe rió.
—En el fondo creo que todo ese razonamiento no es más que una emoción racionalizada, Primer Agente—dijo sin agresividad—. Apela a Markowitz simplemente para justificar su deseo emocional de salvar a Boris Johnson.
Ching volvió a sonreír y se encogió de hombros.
—Acepto la acusación —dijo—. Pero, ¿acaso la emoción no es en sí misma un Factor Fortuito? ¿Si salvamos a Johnson sin razones lógicas de ningún tipo, no somos fieles al Caos? Tengan en cuenta que no propongo salvar a la Liga, sino sólo a Johnson. La Liga debe ser destruida, pero no por la Hegemonía. Debemos interponernos entre el Consejo y la Liga. Primero salvaremos a la Liga del Consejo de tal modo que resulte claro que lo hacemos nosotros. Quizás lo mejor sea tener a ambos a nuestra merced, para elegir a quién salvamos y a quién destruimos. Esta será nuestra prerrogativa... ¡Y además, hay una forma en la cual podemos destruir salvando!
—Supongo que está elaborando un plan, Primer Agente —dijo el Hermano Felipe.
—¡Así es!—reconoció Ching—. Y será la cosa más caótica que jamás hayamos hecho. Markowitz se divertiría mucho. A decir verdad, no podríamos hacer nada más Caótico, salvo el Acto Caótico Final.
Arkady Duntov miró alrededor de la mesa. Los Agentes Principales asentían con la cabeza. Aunque no conocían el plan, tenían confianza en Ching. Y Duntov, aun más ignorante que los demás, se encontró asintiendo también...
—Hermano Duntov —dijo Ching volviéndose hacía él—. Creo que ha llegado el momento de romper su relación con la Liga Democrática. Creo que es justo que usted comande nuestra pequeña expedición a Mercurio. Ha servido al Caos en secreto, Arkady Duntov, y lo ha servido bien. Ha llegado el momento de que sirva al Caos en forma directa. Tengo planes para usted, Hermano Duntov. . . Planes tan grandes como la Galaxia misma.
Duntov quedó mudo y sólo atinó a asentir torpemente con la cabeza. Se sentía exaltado por la visión de aquello que servía con fe y que siempre serviría con fe. Ahora, de algún modo recibiría su premio.
Pero la sensación era amarga y dulce a la vez. Esa fe que tenía en lo desconocido, ¿se vería afirmada o debilitada por el contacto más intimo con los hombres que estaban más cerca del Caos que él?
"Si un hombre te pregunta dónde puede ser detectada por los sentidos humanos este caos del cual hablas, sácalo afuera una noche y muéstrale las estrellas, pues en el firmamento infinito brilla el rostro del caos."
GREGOR MARKOWITZ, Caos v cultura.

7
Hacía el sudoeste, muchos kilómetros más allá de lo que alguna vez había sido Newark, el entorno de la Gran Nueva York era una extensión casi infinita de edificaciones bajas y enormes, con techos de vidrio. Kilómetro tras kilómetro de invernaderos hidropónicos cubrían las llanuras de Nueva Jersey como un inmenso y refulgente espejo.
Lo único que estaba ocupado por seres humanos era la cinta expreso de la calzada móvil, que cruzaba la planicie de vidrio, recta como una flecha sobre sus pilares. Al final de esto cinta estaba el espaciopuerto de la ciudad, cuyo uso era poco fomentado por la Hegemonía; el sistema de pases y el rígido control producían el efecto contrario.
Boris Johnson viajaba sobre esa cinta expreso, entrecerrando los ojos, cuando los haces de la luz solar reflejados por los vidrios golpearon su rostro y lo encandilaron. La cinta lo transportaba hacía el espaciopuerto a unos cincuenta kilómetros por hora. Su equipaje ya había sido despachado, pero los tres elementos más importantes viajaban con él, distribuidos sobre su persona.
En el tacón hueco de su zapato izquierdo había una cápsula de gas venenoso concentrado. Una pistola láser desarmada estaba distribuida por todo su cuerpo—algunos piezas cosidas dentro de la ropa, otras ocultas en el tacón de un zapato, y otras temerariamente puestas en sus calzoncillos.
Pero ninguno de los dos elementos sería usado jamás si no lograba pasar los controles de los Custodios con dos al menos, de los tres juegos de papeles de identidad falsos que portaba.
Había estado viviendo en el Gran Nueva York bajo el nombre de "Michael Olinsky", técnico de televisión. Era una identidad de condición humilde que no llamaba demasiado la atención, es decir del tipo preferido por la Liga.
Pero "Olinsky" no tenía razones valederas para viajar a Mercurio, al menos a los ojos de los Custodios. Por esto razón, el taller de falsificación de Mason había producido un segundo juego de papeles a nombre de "Daniel Lovarin", representante de Tectrónica Unida con pase de viaje a Mercurio, con el justificativo ostensible de evaluar las perspectivas de instalar una fábrica de calculadoras de oficina en ese planeta. Era una excelente excusa, ya que la Hegemonía estaba ansiosa de atraer a la industria a la bóveda de Mercurio, que todavía era bastante cuestionada.
Una vez en Mercurio, "Lovarin" desaparecería, y Johnson se transformaría en "Yuri Smith", operario de Mantenimiento del Ministerio de Custodia. Si el atentado tenía éxito y lograba escapar, volvería a la Tierra con documentos a nombre de "Harrison Ortega", un hombre de Mercurio, dedicado a la publicidad, que viajaba a la Tierra para organizar una campaña destinada a atraer más Protegidos a ese planeta. Esto es, otra razón para viajar altamente preciada por la Hegemonía.
Johnson sonrió al tantear los papeles de "Lovarin" en su bolsillo. A veces era difícil no mezclar las identidades y recordar quién era. en cada puesto de control. Pero el cambio constante de identidades era esencial. "Lovarin" podía viajar a Mercurio, "Smith" tenía derecho a estar en el Ministerio, "Ortega" estaba autorizado a viajar a la Tierra. Si un solo 'hombre" tuviera en su poder papeles que lo autorizaran a las tres cosas, sería muy sospechoso. Normalmente los Custodios revisaban los papeles para verificar si la descripción y la fotografía eran las del portador. A veces comparaban las conformaciones de la retina con las que figuraban en los papeles, pero los papeles resistían todos esos exámenes. Pero si se encontraban con algo inesperado, los Custodios controlaban los papeles con la información del Custodio Maestro. En ese caso se darían cuenta de que eran falsos y de que el "hombre" para el cual estaban hechos no existía. Por estas razones era más seguro portar varios juegos de papeles comunes que un solo juego con demasiados pases adjuntos.
Johnson vio que el brillo de los invernaderos desaparecía a la distancia delante de él. Estaba acercándose rápidamente a enorme pista de cemento del espaciopuerto, con su edificio terminal chato en un extremo. Dentro de poco estaría en camino a Mercurio... o a la tumba.
A pesar de todo, esto último no era muy probable. Todo había salido mucho mejor de lo que esperaba. La Liga Democrática nunca había intentado trasladar más de unas docenas de agentes entre un planeta y otro, pero esto vez habían enviado a doscientos hombres a Mercurio en menos de dos meses. El departamento de falsificaciones había trabajado día y noche para tener listos los papeles, y Johnson había calculado fríamente que perderían aproximadamente una docena de agentes en el traslado. Se basaba en los casos probables de control verificado por el Custodio Maestro. Mientras fueran pocos los agentes apresados, no despertaría sospechas. Johnson esperaba perder algunos hombres y había ajustado sus planes a esa eventualidad.
Pero hasta ese momento, más de ciento cincuenta agentes de la Liga hablan abandonado la Tierra rumbo a Mercurio,, y extrañamente ni una solo había sido aprehendido. Eran los me]ores, también, pues todos querían participar en este asunto, y Johnson pensaba que su deber hacía los cuadros de la Liga era asignar los puestos a aquellos que se lo merecieran por su hoja de servicios. Era un golpe fantástico de suerte que ninguno de estos hombres, mucho de los cuales ocupaban lugares prominentes en la lista de Enemigos Hegemónicos, hubiera sido detectado. "¡Vaya!", pensó. "La Liga ha tenido tanta mala suerte desde su fundación, que ya era hora de que se emparejaran las cosas."
Como ya llegaba al edificio de la terminal Johnson pasó a una cinta más lenta y luego a otra, hasta llegar a la acera, delante de la puerta principal.
Alcanzaba a ver el casco azulado de una nave de pasajeros, del otro lado del edificio de acero plástico blanco. No eran muchas las naves que despegaban diariamente del espaciopuerto comercial. Esa, pues, parecía ser la única, y por lo tanto debía de ser la nave con destino a Mercurio.
Johnson subió por los escalones de piedra sintética hasta la puerta de acceso, y entró bajo la mirada vigilante de cuatro Custodios de aspecto brutal que flanqueaban la entrada de a dos.
El interior del edificio era un inmenso salón con una serie de diez portones en la pared que daba frente a la entrada principal, numerados con carteles luminosos. Solamente el portón número siete estaba iluminado, lo que indicaba, según pudo entender, que ese día sólo salía el vuelo siete, con destino a Mercurio. Paseó una mirada nerviosa por los otros tres muros del salón, donde había Visores y Cápsulas instaladas cada tres metros.
Johnson extrajo del bolsillo sus papeles a nombre de "Lovarin" y se encaminó rápidamente hacía el portón número siete. Al franquearlo se encontró dentro de un Tubo de Unión. Era un pasillo flexible que conectaba la terminal con la compuerta de la nave, y constituía una medida más de seguridad, ya que justo delante de la compuerta de la nave había una fila de Protegidos esperando que cuatro Custodios que estaban instalados allí les revisaran los papeles. Cada tanto verificaban las impresiones de retina con un pequeño ocular que portaba uno de ellos. Este era el único acceso a la nave.
Johnson se puso en la fila y ya en ella reconoció a Igor Mallionov, uno de los agentes de la Liga asignado al operativo Mercurio, que estaba a dos lugares delante de él, pero ni siquiera cambiaron miradas de entendimiento.
Un Custodio rubio y fornido echó: un vistazo a los papeles de Mallionov y le indicó que entrara por la compuerta. El Protegido que estaba delante de Johnson mostró sus papeles, pasó y enseguida le llegó el turno a él.
Aunque había pasado por muchos controles de documentos en su vida, tantos que no los podía recordar a todos, Johnson no pudo evitar la tensión cuando el Custodio alargó una enorme mano hacía él y gruñó:
—¡Sus papeles!
Su vida y mucho más dependían de lo que fuera a ocurrir de ahora en adelante...
Sin palabras, Johnson entregó sus documentos de "Lovarin" con el pase de viaje adjunto.
El Custodio los revisó rápidamente y miró. a Johnson una vez al comparar la foto con su rostro.
Estaba a punto de indicarle que prosiguiera, cuando un Custodio negro, que portaba el Ocular, lo detuvo.
—Revisemos los ojos de éste—dijo.
El rubio encogió los hombros, desabrochó un pequeño trozo . de película de los papeles, y se lo entregó al otro Custodio. El negro levantó el Ocular. Era una pequeña caja de metal a con una luz roja y otra verde en la parte superior. una de cada lado de una rendija en la cual cabía el trozo de película.; Había un botón en la parte posterior de la caja y dos orificios oculares en la parte delantera.
Johnson sabía que era un instrumento común de control. La película de sus retinas se ponía en la rendija. y él debía apoyar los ojos contra los oculares. Cuando se oprimía el botón, una microcámara dentro de la caja sobreponía la imagen de sus retinas con las de la película. Si concordaban, se encendía la luz verde. De lo contrario, se encendía la luz roja, señal de que la identidad de un hombre no concordaba con la de sus papeles, Acto No Permitido que merecía la muerte.
El Custodio introdujo la película en la caja y la arrimó al rostro de Johnson sin decir palabra, pues todos los Protegidos de la Hegemonía conocían el procedimiento. Johnson acercó los ojos a los oculares.
Quedó enceguecido durante un instante por el destello de luz cuando el Custodio oprimió el botón y el Ocular comparó la película con sus ojos.
El Custodio bajó la caja e indicó a Johnson que entrara en la nave, devolviéndole sus papeles .
Johnson se restregó los ojos y lanzó un suspiro de alivio al entrar por la compuerta. Aunque sabía que las imágenes concordarían, los reflejos de temor, eran difíciles de evitar.
Otro Custodio lo condujo hasta un tubo elevador cuyos dispositivos antigravitacionales lo transportaron hacía arriba y lo depositaron en una cabina grande donde había unos ciento ochenta Capullos Antíaceleración, la mitad de los cuales estaban ocupados.
Johnson eligió un Capullo—parecían huevos de metal descapotados—y se sentó sobre el mullido asiento. El borde del Capullo le llegaba hasta el cuello.
Luego de unos diez minutos de espera, durante los cuales una docena más de Protegidos tomaron ubicación en la cabina, sonó una alarma.
Unos delgados filamentos de plástico comenzaron a salir de cientos de pequeños poros de las paredes metálicas del Capullo, y en pocos instantes éste quedó completamente lleno de ellos. Los filamentos envolvían el cuerpo de Johnson de manera que sólo su cabeza, que descansaba sobre un soporte del asiento, quedaba libre. Estaba envuelto en un embalaje antichoques como si fuera una copa de cristal.
Cuando se encendieron los dispositivos antigravitacionales de; la nave se sintió sin peso por un momento, al aislarse la nave y su contenido de la gravedad terrestre.
La sensación duró sólo un instante, ya que al encenderse los impulsores de la nave comprobó que, si bien ni él ni la nave tenían peso, no carecían de inercia. Se sintió aplastado dentro del Capullo, pero protegido por el embalaje blando y mullido de la aceleración de la nave.
Sintió un espasmo de entusiasmo. ¡Había tenido éxito! Nada podría impedir su arribo a Mercurio ahora. ¡La primera etapa del plan había concluido exitosamente!


Robert Ching estudió los rostros impasibles de los siete Agentes Principales de la Hermandad de los Asesinos que estaban sentados alrededor de la enorme mesa de roca y pensó cuán distinta era su calma de la de Arkady Duntov, a quien tenía de pie ante si.
¿Cómo comprender a un hombre como Duntov?, pensó Ching. Era ignorante, pero estaba contento con su ignorancia. Un hombre de acción y nada más, que se sometía a las órdenes de cualquier hombre al que sintiese su superior, y que incluso deseaba encontrar a alguien a quien sentir como su superior. ¿Qué hacía un hombre así al servicio del Caos, y no de la Hegemonía?
—¿La nave está lista para la partida, Hermano Duntov? —preguntó Ching.
—Si, Primer Agente.
—¿Comprende sus órdenes?
—Sí, Primer Agente.
—¿Tiene alguna pregunta que formular?
—No, Primer Agente.
Ching suspiró. Este Duntov era un hombre que se rebelaba contra el Orden, pero sin embargo siempre buscaba algo que obedecer, algo más grande que su propia alma. Era un religioso dogmático, un tipo humano del pasado que sobrevivía en una época en la que ya no había religiones. Para Duntov, que buscaba creer aunque no comprendiera, la Hermandad era una organización religiosa y el Caos era un dios. Las bases de la Hermandad estaban formadas por muchos hombres así. Sin duda, para ellos el Caos era un dios, y su servicio una vocación religiosa. Quizá, para ser más precisos, debería decirse que la necesidad de una religión persistía en tales hombres. que se plegaban a la Hermandad porque el Caos era lo más cercano a un dios que podían encontrar...
¿Qué había escrito Markowitz acerca de dios y el Caos?: "Dios es la máscara que los hombres erigen ante sí mismos para ocultarse del inaceptable Reinado del Caos... Dios es el postulado de los hombres temerosos, es el señor omnipotente de un Orden sobrehumano. Lo postulan para protegerse de la terrible verdad: que el carácter fortuito del universo no es una ilusión provocada por la inhabilidad del Hombre mortal para comprender en su totalidad el Orden de Dios que abarca a todas las cosas, sino que la última realidad es el Caos, y que el universo, en su esencia, está basado sobre el Azar Fortuito, y sobre nada más estructurado ni menos indiferente a la realidad del Hombre..."
¡Qué ironía, pensó Ching, que los hombres que buscaban un dios acudieran al servicio del Caos, la ciega verdad del azar detrás de la desesperadamente Ordenada ilusión de un universo prolijo gobernado por un dios! ¡Qué ironía y, a la vez, qué situación perfectamente Caótica!
—Muy bien—dijo Ching—. Ahora se unirá a sus hombres en la nave y partirán de inmediato para Mercurio.
—¡Perfectamente, Primer Agente!—dijo Duntov. Giró sobre sus talones y se retiró.
Ching, que lo contemplaba mientras se iba, se preguntó si los hombres como él no estarían un poco en lo cierto. Quizás, a su manera, la Hermandad fuese una orden religiosa. ¿Se necesitaba un dios antropomórfico para una religión? ¿O era suficiente la conciencia de que había algo más grande que el hombre y sus obras, algo que siempre frustraría el Orden absoluto y cierto dentro del cual el Hombre intentaba encerrarse? ¿Importaba que ese algo omnipotente no fuera un dios, ni un ente, sino que fuera la tendencia inherente a cada cosa del universo, desde un átomo hasta una galaxia, hacía una entropía
cada vez mayor, hacía el Caos mismo? Quizás, a su modo, el Caos fuese un dios... inmortal, infinito, omnipotente...
—Todo va bien, Primer Agente —dijo el Hermano Felipe, interrumpiendo las cavilaciones de Ching—. Este Duntov no es complicado, pero es bueno para llevar a cabo sus órdenes, y...
—¡Volvió! ¡Volvió!
El Dr. Richard Schneeweiss entró de repente en la sala agitando los brazos, con su pequeño rostro de gnomo enrojecido por la excitación.
—¡Volvió! ¡Volvió!—gritaba.
—¿Qué volvió?—dijeron varios de los Agentes Principales al unísono.
—¡La sonda!—exclamó Schneeweiss—. La Sonda Prometeo.
¡El paquete de instrumentos interestelares! Ha regresado del sistema Cygnus 61. La propulsión a una velocidad mayor que la de la luz funciona. Se está procesando la película en los laboratorios en estos precisos momentos.
Una ala de excitación burbujeante recorrió la habitación. Hasta Robert Ching se había puesto de pie; sonriendo como un niño. ¡Al fin!, pensó. ¡La primera etapa del Proyecto Prometeo es un éxito! ¡La propulsión funciona! Y ahora la sonda ha regresado con fotos del primer planeta fuera del sistema solar vista por ojos humanos... Ching sabía que ése era un gran momento en la historia científica, pero para él significaba mucho, pero mucho más. Era el principio del fin de la Hegemonía, el preludio del triunfo final del Caos. ¿Qué mostrará la película?, pensó. ¿Un planeta habitable más allá del Sistema Solar, fuera del control de la Hegemonía? Quizás, incluso...
—¡Vamos!—gritó Schneeweiss—. ¡A la sala de proyecciones! Ya tendrán lista la película para cuando lleguemos.
—Pues vamos—dijo Ching—. Veamos eso con nuestros propios ojos.
Condujo a los Agentes Principales y a Schneeweiss por un pasillo labrado en la roca del asteroide, y de ahí descendieron por un tubo elevador que los llevó suavemente hasta las entrañas de las catacumbas.
A medida que los antigravitacionales lo bajaban por el tubo, miles de preguntas pasaban por la mente de Ching. ¿Había un planeta habitable en Cygnus 61? ¿Uno o más? ¿O quizás habría. . . otra raza inteligente siguiendo su destino en esa estrella distante...?
Llegaron al fondo del tubo, avanzaron por otro pasillo e ingresaron en un pequeño auditorio donde había una pantalla a instalada delante de varios hileras de asientos. En el fondo del auditorio, un técnico había instalado un proyector.
Mientras Ching y los demás se ubicaban en los asientos, Schneeweiss sostuvo una consulta rápida y en voz bajo con el técnico de proyección que Ching no alcanzó a escuchar. El rostro del físico adoptó una expresión de éxtasis y Ching tuvo que reprimir su deseo de exigir un informe inmediato. ¡Después de todo, esto era mejor experimentarlo a través de los propios sentidos!
—Lo que ustedes verán es una versión resumida de lo que vieron las cámaras de la sonda, por supuesto, captado a gran velocidad—dijo Schneeweiss—. Pero igualmente podrán ver... ¡Pero no les voy a decir nada! ¡Véanlo por ustedes mismos! ¡A ver, la película!
La pantalla cobró vida y Ching vio un manta de estrellas sobre un fondo negro. Mientras, miraba, la película comenzó a saltar varios veces sucesivas, y una de las estrellas parecía crecer espasmódicamente, dominando a las demás, transformándose en un disco visible que crecía y crecía...
—La aproximación al sistema de Cygnus 61—dijo la voz de Schneeweiss desde el fondo del auditorio—. Un sistema de cinco planetas. . .
La imagen, en la pantalla, cambió abruptamente y mostró una roca desierta y escarpada que giraba en el espacio oscuro...
—El planeta más alejado, muerto, sin aire, del tamaño aproximado de la Lana—dijo Schneeweiss.
Imágenes de dos planetas con franjas de color aparecieron en la pantalla y desaparecieron en rápida sucesión; el primero, rojo, naranja y amarillo; el otro a franjas azules y verdeazuladas.
—Dos gigantes gaseosos, del tamaño aproximado de Urano y Saturno, respectivamente—dijo Schneeweiss—. Un diminuto planeta infierno, cuyo diámetro equivale a dos tercios del de Titán.
La pantalla mostró un pequeño disco negro, netamente recortado sobre el incandescente fondo de la estrella cercana.
—Y...—dijo Schneeweiss, haciendo una pausa dramática—. ¡El segundo planeta! ¡1,09 de diámetro de la Tierra, atmósfera de oxígeno y nitrógeno, 0,94 de gravedad! ¡Con agua en estado liquido! ¡Miren!
Un disco verde azulado apareció sobre la pantalla y creció a saltos de perspectiva hasta alcanzar el tamaño de una naranja, de un melón y luego de una enorme esfera que llenaba todo el campo visual. Ching quedó atónito al ver los enormes océanos, los cuatro extensos continentes, marrones y verdes, las capes de hielo en los polos, los ríos, las islas, las nubes..
La perspectiva del lente de la cámara dio otro salto, y ahora enfocaba desde el aire una parte de un continente, áreas verdes, seguramente arboladas, ríos y lagos azules: ¡vida! El lente enfocó un sector más pequeño, y pudieron ver detalles: bosques, planicies y... ¡y campos arados! Imposible confundir las hileras de vegetación; las filas ordenadas y los campos cuadriculados, y las bandas más sinuosas que seguían el contorno de las colinas. ¡No podían ser otra cosa!
—¡Si! —dijo Schneeweiss—. ¡Seres inteligentes, sin duda! ¡Pero hay algo más! ¡Miren!
Ahora el lente parecía zambullirse hacía la superficie, aumentando el detalle de la imagen y disminuyendo el campo visual. Pareció detenerse un instante sobre el estuario de un río grande, pero luego la imagen saltó nuevamente, y sobre la pantalla se vio...
¡Una ciudad! Decenas de kilómetros cuadrados de edificios altos y plateados sobre ambas márgenes del río y sobre la costa marina. Muelles que penetraban en las aguas. Caminos que se internaban en los campos aledaños. Sobre la ciudad sobrevolaban pequeños destellos de luz...
De repente, la imagen cambió como si la cámara hubiera sido girada. Cielo azul, nubes blanquecinas, y luego...
Un objeto de forma de huevo, metálico, de un rojo brillante apareció sobre la pantalla. La proa parecía ser traslúcida. Tenía alrededor un anillo de ojos de buey, o lentes, y una pequeña serpentina de algún metal azul en la popa...
En ese momento la pantalla se volvió blanca.
—¿Se dan cuenta de lo que significa esto? —exclamó Ching.
—Por supuesto—dijo Schneeweiss—. ¡Una civilización extraterrestre muy avanzada! La más...
—¡Mucho más que eso! —dijo Ching—. Piensen un poco: acabamos de descubrir seres inteligentes en el primer sistema Solar que investigamos; algo como nuestro vecino, en términos galácticos. ¿No se dan cuenta de lo que esto implica? ¡Significa que la galaxia debe de estar llena de razas inteligentes, cientos, miles, quizá millones! ¡El Caos, Hermanos, El Caos Final! Una enorme confluencia caótica de millones de civilizaciones, cada una de ellas la única de su tipo. ¡Incontables Factores Fortuitos! ¡El verdadero rostro del Caos, un universo infinito con infinitas civilizaciones, todas diferentes!
—¡Claro, el Caos! ¡El fin de la Hegemonía! ¡La derrota final del Orden! —todos gritaban al mismo tiempo.
—Sí—dijo Ching—, y además...
De repente el sonido estridente de una sirena llenó la sala. ¡La alarma! Algo se acercaba al asteroide. ¿La Hegemonía habrá descubierto esta base finalmente?, se preguntó Ching.
—¡Alarma!—gritó N'gana—. ¡Qué momento para ser descubiertos por la Hegemonía!
—¡Rápido!—gritó Ching—. A la sala de observación.
Salieron corriendo del auditorio y se lanzaron por el pasillo mientras la sirena continuaba aullando su aviso. Por un elevador antigravitacional, llegaron hasta el núcleo mismo del asteroide, cerca del reactor.
El elevador parecía desembocar en el espacio externo. Ching y los demás salieron flotando del tubo para entrar en un recinto: oscuro y sin gravedad; por los cuatro costados estaban rodeados por el espacio negro, salpicado de joyas multicolores: las estrellas. Lo único que indicaba que estaban dentro del asteroide era la salida del elevador, un extraño "orificio en el espacio" encima de sus cabezas. Ese espacio negro y colmado de estrellas era una ilusión, creado por la inmensa pantalla esférica dentro de la cual flotaban, en el centro sin gravedad del asteroide, como embriones dentro de un huevo enorme y transparente.
Igualmente Ching sintió un vértigo oceánico al flotar en el "espacio", examinando las imágenes de las estrellas que lo rodeaban, buscando al intruso, quienquiera que fuera. Siempre se sentía más cerca de la Verdad en este lugar, más cerca del Caos. Pasaba muchas horas solo en la sala de observación, contemplando la infinidad del universo, sintiéndolo en su derredor, un enorme océano de Caos primitivo frente al cual e Hombre era insignificante, pero al serlo, se transfiguraba.. .
Pero el sonido de la sirena le recordó que ése no era momento para la meditación.
—¿Qué es?—dijo en voz alto al espacio—. ¿Han podido determinar su trayectoria?
Una voz surgió de los parlantes ubicados detrás de la pantalla, como si saliera de las mismas estrellas:
—El desconocido ha sido ubicado, Primer Agente.
Un círculo rojo apareció alrededor de un punto luminoso sobre el negro espacio simulado. Entonces pudo ver que un punto rojizo que había tomado por una estrella estaba creciendo, tomando la forma de un disco que se acercaba rápidamente al asteroide. Pero... ¡no venía del lado del Sol, de la Tierra! Venía de afuera, donde se encontraban Saturno o Júpiter. Si la Hegemonía estuviera buscando los cuarteles de la Hermandad, era casi seguro que la nave vendría del lado del Sol, y no de los planetas exteriores...
—¿ De dónde viene?—preguntó Ching.
—No estamos seguros, Primer Agente—contestó la voz incorpórea—. De la zona de Plutón, en términos generales, pero hemos reconstituido su trayectoria hasta mucho más allá de la órbita de Plutón, y no se corta con ningún planeta ni satélite. Parece. .. parece no venir de ninguna parte, a menos que haya hecho movimientos evasivos, o... o provenga del espacio interestelar.
Ching miró fijamente a los que flotaban a su lado, especialmente al Dr. Schneeweiss. El físico, a su vez, tenía los ojos fijos en el objeto que se acercaba al asteroide, cuya forma de disco se veía claramente ahora. Se podía ver cómo el disco crecía segundo a segundo, a medida que se acercaba.
¿Qué tamaño tendrá?, se preguntó Ching. Imposible de calcular, si uno no sabía la distancia.
—¿A qué distancia está? —preguntó.
—Tres kilómetros, Primer Agente—dijo la voz del operador.
—¡Imposible! —exclamó Schneeweiss—. A esa distancia, el objeto no podría tener más de diez metros de diámetro con este aumento de la pantalla. ¡Verifiquen sus cálculos!
Hubo un momento de silencio durante el cual el intruso cambió de rumbo. Y no aumentaba de tamaño: aparentemente había entrado en órbita alrededor del asteroide a una distancia de un kilómetro y medía aproximadamente. El óvalo rojizo pasó por sobre sus cabezas, bajó a sus espaldas y debajo de sus pies, pasando de nuevo delante de ellos, y así otra vez. Una órbita extraordinariamente veloz, pensó Ching, que no se encuadraba dentro de las leyes conocidas de la astrofísica.
—Distancia: 1,3 kilómetros —dijo la voz del oficial del radar—. Lo verificamos dos veces. Es una órbita alrededor del asteroide, a una velocidad increíble. Tiene que tener fuerza motriz propia. Debe de ser una nave.
—¡No puede ser una nave! —insistió Schneeweiss—. ¡Es demasiado pequeño!
—Denos aumento máximo sobre la pantalla—ordenó Ching.
Por un instante vertiginoso, el "espacio" en el cual flotaban pareció esfumarse, y luego la imagen tomó forma nuevamente. Las estrellas lejanas eran todavía puntos luminosos, y la negrura del espacio la misma que antes. Pero... el objeto que orbitaba alrededor del asteroide se veía ahora como una sonda con forma de huevo, metálico y rojizo, de unos doce metros de diámetro, con un anillo de lentes y una serpentina de metal azul en la popa.
—¿Se dan cuenta de lo que es?—gritó Schneeweiss, mientras el huevo metálico seguía girando alrededor de ellos—. Es el mismo tipo de nave que vimos en la película. ¡Debe... debe de haber seguido a nuestra sonda hasta aquí!
—¡Desde Cygnus! —exclamó Felipe.
—¡Desde las estrellas!
—Estamos recibiendo señales por radio—dijo la voz del oficial—. En la banda del hidrógeno.
—La longitud de onda universalmente lógica para un contacto interestelar—exclamó Schneeweiss
—Retrasmítalo hasta aquí—ordenó Ching
Siseos y chisporroteos, y luego una pulsación irregular y extraña, una serie de señales y pausas, que se escuchaban mientras la nave roja describía sus órbitas. Ching tuvo la extraña sensación de que la nave los miraba de la misma manera que ellos la observaban, y que podía oírlos del mismo modo que ellos oían sus pulsaciones de radio.
Pip-pip-pip. Pausa. Pip. Pausa. Pip-pip-pip-pip. Pausa. Pip. Pausa. Pip-pip-pip-pip-pip-pip. Luego una pausa más larga y la secuencia se repetía.
—¿Qué es?—dijo Ching—. Tiene un aire familiar...
—Tres.. . uno. .. cuatro.. . uno. .. seis. . .—musitó Schneeweiss—. ¡Claro! ¡Tres, uno, cuatro, uno, seis! —gritó—. ¡Es' Pi! El número Pi hasta el cuarto decimal, repetido una y otra vez. ¡La relación entre el perímetro de la circunferencia y su diámetro! ¡Nos está diciendo que comprende nuestra matemática, y que sabe que nuestro sistema numérico es un sistema decimal!
—También nos dice de su existencia inteligente y que sabe que nosotros también somos inteligentes—dijo Ching.
De repente, la sonda ovalada quebró su órbita y comenzó a acelerar rápidamente en dirección a Plutón. El disco disminuyó rápidamente de tamaño a medida que la sonda extraterrestre se alejaba. Ching no tuvo que preguntar para saber que se retiraba en dirección al sistema Cygnus 61.
De repente, cuando todavía era un disco visible, el extraterrestre rojo brilló un instante y luego desapareció.
Quedaron solos, acompañados solamente por las imágenes de los miles de estrellas que llenaban la oscuridad en la cual flotaban.
Pero ya no estaban solos, pensó Ching mientras contemplaba los miles de puntos luminosos, rojos, azules, blancos, amarillos sobre el firmamento. Era como si cada punto luminoso fuera un ojo que lo observara, y sabía que la ilusión no era tan distinta de la realidad. Porque esos puntos luminosos ya no eran cosas muertas Eran las moradas de miles de civilizaciones, hasta donde alcanzaban sus ojos, y más aún, hasta la eternidad sin fin.
Al fin el universo había revelado su verdadero rostro al Hombre, un rostro de un millón de ojos, vasto e infinito, un rostro infinitamente maravilloso y variado...
Robert Ching contempló el rostro del universo.
Y el rostro que le devolvió la mirada, glorioso e infinito, era el rostro del Caos.
"Por el solo hecho de luchar para mantener un rincón de entropía social disminuida en un contexto universal hostilmente caótico, el servidor del orden imagina peligros que acechan a cada paso. El servidor del caos no se imagina tales peligros; sabe que existen."
GREGOR MARKOWITZ, La teoría de la entropía social.

8
Vestido con un simple guardapolvo gris de Mantenimiento, Boris Johnson estaba parado sobre un cuadrado de césped directamente frente a la entrada del edificio del Ministerio de Custodia de Mercurio. Era el edificio más alto del planeta exceptuando la bóveda ambiental, y su fachada de acero plástico blanco se elevaba casi hasta el vitrolux polarizado de la bóveda. Afuera soplaba el liviano pero corrosivo viento de Mercurio... la muerte instantánea para quienquiera que saliera, y que transformaba a la bóveda en una cárcel mucho más perfecta que cualquiera que la Hegemonía pudiera construir. Ese sector del planeta estaba mirando al Sol, y permanecería así durante los próximos sesenta días, mientras Mercurio completaba su lenta revolución sobre si mismo casi tan larga como su órbita alrededor del Sol. El rugiente horno solar, tan cercano, podía verse borrosamente a través del vitrolux casi opaco por la polarización. Recordaba a todos, dentro de la bóveda, cuán frágiles e indefensos eran, confinados dentro de su burbuja artificial de seguridad.
El parque donde estaba Johnson era un intento de la Hegemonía de paliar esa sensación amenazante de destrucción, de artificio; esa sensación de encierro que bordeaba la claustrofobia. Aunque medía sólo sesenta metros por setenta, el parque era de césped legitimo, rodeado de una hilera de rubíes. Ambas cosas habían sido traídas de la Tierra y plantadas y cuidadas aquí a un costo enorme. No era un lujo estético, sino una necesidad psicológica para Mercurio, una ilusión bucólica en esa jaula de vitrolux.
El parque estaba repleto de Protegidos. A Johnson le parecía que todos los Protegidos que no tenían otra ocupación, en ese momento, en otra parte de la bóveda, estaban amontonados en ese espacio verde, tratando de olvidarse por un instante de que estaban atrapados en una jaula sobre el planeta más hostil del Sistema Solar, con excepción, quizá, de los grandes planetas gaseosos.
Mejor así, pensó Johnson mientras tanteaba la pistola láser en uno de sus bolsillos y la cápsula de gas en el otro. Había unos trescientos Protegidos paseando por el parque, y casi ciento cincuenta eran agentes de la Liga, comprometidos a arriesgar sus vidas en el ataque frontal de distracción sobre el edificio del Ministerio, con el objetivo de forzar al Consejo Hegemónico a cerrar herméticamente la Sala de Reuniones, y así tornarse vulnerable al verdadero ataque desde dentro del Ministerio.
Medía hora antes había habido unos cincuenta agentes más en el parque, hombres que hablan ido voluntariamente hacía una muerte segura.
Las anchas escalinatas de plastomármol que conducían hasta el Ministerio estaban ocupadas por Protegidos que iban y venían constantemente, pues el Ministerio era el edificio de mas movimiento en todo Mercurio, con cientos de Protegidos que acudían diariamente para uno u otro trámite: obtención de pases de viajeros, permisos de trabajo, autorizaciones de domicilio y una serie de diligencias burocráticas que engalanaban la vida del Protegido de la Hegemonía desde su nacimiento hasta su muerte.
Era tarea fácil para los cincuenta agentes entrar en el edificio durante un periodo de medía hora, uno por uno, mezclados entre docenas de Protegidos inocentes. En ese momento entraba otro agente, Guilder, uno de los seis que Johnson había escogido para el asalto contra la sala de bombeo una vez que los ataques de distracción hubieran comenzado.
Mientras los agentes ubicados en la cuadra atacaban al Ministerio desde afuera, los cincuenta agentes que estaban dentro del edificio sacrificarían sus vidas a las Cápsulas mortales, atacando los pasillos que rodeaban la Sala de Reuniones (segunda maniobra de distracción).
Boris Johnson no sentía ningún placer en mandar a cincuenta hombres a una muerte segura, y había mantenido en secreto esto parte del plan salvo ante quienes era absolutamente necesario que lo supieran; pero había que jugarse el todo por el todo, sin miramientos El ataque desde el exterior del edificio era tan evidentemente sin sentido que el Consejo y los Custodios seguramente lo tomarían por lo que era, una maniobra distractiva, y se mantendrían alerta a la espera del segundo y verdadero ataque. Tomarían el sacrificio de los cincuenta hombres en el sector de la Sala de Reuniones como el intento real de asesinato, y se concentrarían sobre eso.
No era probable que descubrieran que ésa también era una maniobra de distracción, y descubrirían el atentado real cuando ya fuese demasiado tarde...
Cincuenta hombres pagarían con sus vidas el precio de la destrucción del Consejo Hegemónico, pero Boris Johnson, aunque sentía pesar, no sentía culpa. Como todos los que estaban involucrados en esto misión, esos hombres eran voluntarios y sabían exactamente lo que estaban haciendo.
Además, Johnson no tenía ilusiones acerca de sus propias posibilidades de sobrevivir. Sería posible entrar en la sala de bombeo y asesinar al Consejo, pero después de eso... la fuga era poco menos que imposible.
Pero valdría la pena. De un solo golpe se destruiría toda la conducción de la Hegemonía. Habría un revuelo y en la confusión quizá fuese factible escapar. Pero todos los que participaban en esa misión tenían que considerarse hombres muertos hasta que el Consejo fuera eliminado. Había una cierta libertad en considerarse ya muerto uno mismo. Todo hombre tenía que morir algún día, y si ese día era hoy, se podía pensar en darle algún significado a esa muerte, darle algún peso... Ya se pensaría en cómo sobrevivir una vez que la misión estuviera finalizada.
Johnson vio cómo otro agente más de la Liga subía por las escalinatas y penetraba en el edificio.
Miró su reloj. La sincronización era importante y debía ser muy precisa. Dentro de veintisiete minutos, el ataque al Ministerio comenzaría. Dos minutos más tarde, los cincuenta agentes que ahora estaban diseminados por todo el Ministerio para eludir que los descubriesen convergerían sincronizadamente sobre los pasillos que rodeaban la Sala del Consejo y efectuarían la segunda tarea de distracción. En ese momento la atención de los Custodios estaría dividida entre el ataque frontal el atentado a la Sala del Consejo.
A la vez, Johnson y seis hombres más habrían convergido sobre la sala de bombeo, sin despertar sospechas, por caminos separados, sin siquiera insinuar un Acto No Permitido.
Dentro de la sala de bombeo, Jeremy Daid tendría que lograr que los Custodios abrieran la puerta unos segundos después que los agentes convergieran afuera; no más de cinco segundos después que la sola presencia de un grupo hubiera hecho saltar las Cápsulas en el pasillo.
Era necesaria una precisión enorme que cada hombre debía lograr en forma independiente. Era algo que asustaba si uno lo pensaba demasiado. Una mala sincronización y se acabaría todo: los Custodios harían saltar todas las Cápsulas del edificio, accionándolas manualmente si no lo hacía el Custodio Maestro.
Johnson miró nuevamente su reloj. Faltaban veinticinco minutos. Había estimado diecinueve minutos para hacer el recorrido, sin prisa, desde la cuadra hasta la puerta de la sala de bombeo. De acuerdo con este cálculo debería emprender la marcha dentro de seis minutos...
Sintió que su tensión aumentaba a medida que los segundos pasaban lentamente. El plan exigía una perfección absoluta, y había muchos hombres involucrados, muchos factores. Demandaba un orden más absoluto que el de la misma Hegemonía...
Faltaban tres minutos...
Se limpió las manos en el guardapolvo, y alisó la tela contra su cuerpo mientras acomodaba el bulto de la pistola sobre su cadera.
Un minuto.
Miró hacía la bóveda encima de su cabeza, vio el sol que apenas penetraba a través del material opaco, y pensó que era muy poco probable que volviera a verlo otra vez.
¡Ya!
Boris Johnson salió lentamente del parque, cruzó la calle y comenzó a ascender por la escalinata que conducía a la entrada del Ministerio, cuidando de no moverse con mayor rapidez qué los diez o doce Protegidos que se encontraban en torno de él.
Llegó a la entrada flanqueada por dos Custodios que estudiaban silenciosamente a los Protegidos que entraban en el edificio. Johnson contuvo la respiración mientras franqueaba la puerta frente a los Custodios; una revisión de papeles en ese momento le arruinaría la sincronización.
Pero los Custodios lo miraron como si no existiera, y por una vez agradeció su arrogante indiferencia.
Ahora estaba en la sala principal. Habla dos grupos de ascensores, cerca de la entrada, con la leyenda "Personal autorizado solamente". Los Visores lo contemplaban amenazadores desde las paredes, las Cápsulas aguardaban con su cargo mortal. Debía mirar su reloj para controlar el tiempo, pero el gesto tendría que ser casual.
Se rascó la nariz pasando el reloj delante de los ojos rápidamente al hacerlo. Faltaban dieciséis minutos. Todo bien hasta ese momento.
Se encaminó lentamente hacía la escalera mecánica del fondo de la sale. "Tengo que usar dos minutos", pensó. Paso Custodios que iban hacía los ascensores, Protegidos que venían de la escalera mecánica, saludó a dos operarios de Mantenimiento que se le cruzaron, y llegó a la escalera.
Vaciló un instante antes de subir, preguntándose si podría arriesgar otra mirada al reloj. Echó un vistazo al Visor y la Cápsula que estaban en el techo, encima de la escalera, y decidió no hacerlo.
Calculando que faltarían unos catorce minutos, subió a la escalera móvil. La sala de bombeo estaba cuatro pisos más arriba, y calculaba dos minutos por tramo de escalera.
El viaje por la escalera parecía de una lentitud desesperante mucho mayor que lo que pensaba. En cada uno de los descansos intermedios tuvo que resistir la gran tentación de mirar su reloj, pero los Visores y Cápsulas lo convencieron de que no podía hacer otra cosa.
Finalmente llegó al cuarto piso y bajó de la escalera. Tengo que controlar la hora aquí, se dijo. Paseó la vista por el pasillo que tenía delante con el aire de un Protegido preocupado en no llegar tarde a una cita con algún funcionario gruñón, y miró rápidamente su reloj. Un Visor de la pared lo observó y pasó el dato a la computadora, pero ésta pareció considerar el gesto como inocuo. Johnson dio un respiro de alivio.
Faltaban cinco minutos. Tenía poco más de cinco minutos para llegar hasta la puerta de la sala de bombeo, pero una llegada anticipada sería tan desastroso como una llegada tarde.
Comenzó a caminar por el corredor, pasando puertas numeradas, Visores y Cápsulas, unos tras otros, y recorriendo mentalmente el camino: hasta el final del pasillo, doblar a la derecha por otro pasillo, seguir hasta el extremo, girar a la izquierda y caminar otros cincuenta metros hasta la puerta de la sala de bombeo.
Johnson avanzó despacio sintiendo los Visores del Custodio Maestro de Mercurio sobre sus espaldas e imaginando que podían ver la pistola láser y la cápsula de gas a través de sus vestimentas, que cada Cápsula que pasaba estaba a punto de saltar, que caminaba demasiado despacio, que era sospechoso... pero sabiendo que una espera frente a la puerta de bombeo sería fatal...
Un Custodio que pasó en la dirección opuesta lo miró sin verlo, dos hombres de Mantenimiento pasaron y lo saludaron, y al cabo llegó a un pasillo que cortaba el suyo en ángulo recta. Vio a Guilder, uno de sus seis hombres, que avanzaba por ese pasillo y a otro agente, Jonás, unos diez metros más atrás. No les prestó atención y cruzó la intersección sin cambiar de paso, sabiendo sin mirar que Guilder y Jonás hablan doblado y estaban detrás de él, espaciados, y que lo seguían a la sala de bombeo.
Al final del pasillo había una intersección en T por la cual dobló a la derecha hacía un pasillo más poblado. Habla docenas de Protegidos y unos cuantos Custodios que marchaban en ambas direcciones. ¡Bien! Él, Guilder y Jonás ya no formarían un grupo tan notorio, moviéndose en la misma dirección entre esa multitud... Y ahí estaba Wright, unos doce metros más adelante, pasando a esos dos Custodios. Los recorridos individuales comenzaban a converger de acuerdo con lo planificado.
Johnson siguió por el pasillo, aceleró un poco el paso y se fue acercando a Wright. Al llegar al siguiente cruce en T, estaba a menos de ocho metros de éste. Hizo una pausa cuando Wright giró a la izquierda, y se arriesgó a echar una mirada al reloj. Faltaban tres minutos para la hora cero.
Johnson giró a la izquierda y siguió de cerca a Wright, que estaba disminuyendo un poco su paso. Al doblar pudo ver que a Guilder y Jonás los separaban menos de seis metros, y que el primero estaba doblando a menos de ocho metros de donde él estaba. ¡Todo iba resultando! ¡Convergían perfectamente!
Paseó la vista por el pasillo y vio los Visores y Cápsulas sobre las paredes, cada diez metros, y varios puertas blancas. Unos treinta metros más adelante pudo distinguir una puerta oscura, revestida de plomo gris, con un cartel rojo que sabía que decía 'Personal Autorizado Solamente", y un Visor y una Cápsula justo debajo del cartel. Era la sala de bombeo.
En el otro extremo del pasillo, más allá de la sala de bombeo pudo ver a dos hombres que venían en dirección opuesta, hacía él y hacía la sala de bombeo: Poulson y Smith, separados por unos diez metros y acercándose entre sí. Y ahora Ludowiki doblaba la esquina, a menos de cinco metros de Smith. ¡Era perfecto!
Johnson apresuró la marcha a medida que Wright se retrasaba, calculando que él, Wright, Poulson, Smith y Ludowiki se juntarían en la puerta de la sala de bombeo en menos de dos minutos, y que Guilder y Jonás los alcanzarían en ese preciso instante.
"En este momento", pensó Johnson, "los hombres de la plaza deben de estar cruzando la calle y cargando contra la escalinata del Ministerio." Los podía imaginar... Y también a los agentes del parque, cargando como un solo hombre contra la multitud de Protegidos, derribando a algunos tal vez, provocando el pánico en los demás. .. Los ciento cincuenta agentes de la Liga llegando al pie de la escalinata, disparando con sus pistolas láser, quizá subiendo sin oposición hasta que los Custodios saliesen por la puerta principal...
Y la batalla campal que habría en esos momentos entre los agentes de la Liga y los Custodios, cuerpos calcinados que rodaban por los escalones, Protegidos que gritan y que huyen, el aire lleno del olor dulzón y desagradable de la carne quemada...
Y más arriba la Sala del Consejo cerrada herméticamente, mientras que en la sala de bombeo, a unos metros delante de él, las bombas activándose y alimentando de aire vivificador la Sala del Consejo, aire que momentos después estaría cargado de muerte...
"En cualquier momento", pensó Johnson a medida que se acercaba a la puerta grisácea que estaba a diez metros escasos, cuando Wright casi se detenía a unos cinco metros de él, cuando Smith, Poulson y Ludowiki se acercaban a la puerta, y cuando ya podía oír los pasos de Guilder y de Jonás muy cerca detrás de él.... "En cualquier momento empieza la segunda operación de distracción..." Visualizó a los cincuenta agentes de la Liga que se abalanzaban sobre los pasillos situados alrededor de la Sala del Consejo. Saltarían docenas de Cápsulas y el anillo de pasillos se transformaría en una trampa mortal radiactiva donde entregarían sus vidas por la causa de la Democracia, al mismo tiempo que...
Johnson y otros seis agentes convergían frente a la puerta de la sala de bombeo. Supuso que la imagen sería recibida por el Visor y transmitida a la computadora en las entrañas del Ministerio...
Johnson desenfundó su pistola láser, y sus seis hombres lo imitaron.
Luego oyó una rápida sucesión de explosiones y golpes secos, y saltaron los tapones de todas las Cápsulas del pasillo. Vio cómo el tapón de la Cápsula situada sobre la puerta de la sala de bombeo saltaba al aire, seguido por una nube de humo blanco, y supo que la radiación, invisible pero mortal, estaba inundando el pasillo. Entonces...

Vladimir Khustov miró contento toda la Sala del Consejo: las paredes enchapadas en blanco que ocultaban una capa de plomo, las pequeñas rejillas del zócalo por las cuales podría circular el aire; la pantalla de televisión que tenía delante, sobre la mesa de nogal, la consola portátil de control y comunicación que estaba a su lado, los tanques plateados con su regulador en un rincón de la sala. Khustov sonrió despreciativamente mientras miraba los rostros nerviosos de los demás Consejeros, la máscara apacible de robot de Constantin Gorov, y a ese cretino de Torrence que se servía otro whisky de la garrafa que había sobre la bandeja de plata en el centro de la mesa.
Khustov se rió, se sirvió un pequeño vaso de vodka y tomó un sorbo, saboreando el escozor de la bebida sobre los labios.
—No veo lo cómico de la situación, Vladimir —protestó Torrence mientras vaciaba la mitad de su vaso de un solo trago—. Hemos vista a docenas de agentes conocidos de la Liga afuera y podemos presumir que están armados. Y hay más dentro del edificio mismo. Están por todos lados, y no me gusta, con plan o sin él.
"¡Cobarde!", pensó Khustov con desdén. "Torrence es peor que un cobarde: es un anacronismo, un ser que correspondería mejor a ese terrible milenio antes de la Hegemonía, cuando estábamos divididos en cientos de naciones y todas se atacaban... Es a esa época a la que pertenece. Hasta un idiota puede ver que Jack sirve al Orden solamente porque en esto época es el único camino al poder. No comprende al Orden para nada; si pudiera entender se daría cuenta de la inutilidad de oponerse a él; no comprende lo inútil que es este intento de la Liga porque no puede creer que todo esté totalmente controlado. Es probable que ni siquiera crea que el Orden total sea posible, de lo contrario no perdería su tiempo y esfuerzo en esas interminables maniobras políticas. Si comprendiera a la Hegemonía se daría cuenta de que toda la estructura, las computadoras, los Custodios, todo está conmigo y contra él."
Sirviendo al Orden, asegurando la paz y la prosperidad Khustov sabía que se servía a si mismo, pues toda la Hegemonía, hasta el último planeta visitado por los hombres, hasta el último Protegido, configuraban una trama de Orden absoluta y eterno, y él, Vladimir Khustov, estaba en su centro. Servía bien al Orden y el Orden le devolvía la atención. Era el mejor de los mundos y no había Torrence que pudiera destruirlo...
—El plan—dijo Khustov tranquilamente—no tiene fallos. Los Custodios están esperando a esos agentes de la Liga en la plaza, y garantizo que ninguno de ellos llegará a la puerta del Ministerio; y aunque lo lograran, ¿de qué les serviría? ¿Cómo pueden pretender franquear la entrada y abrirse paso a través de un edificio lleno de Visores, Cápsulas y Custodios?
—A eso quería llegar—dijo Torrence, terminando su whisky y sirviéndose otro en un movimiento continuo—. Ni siquiera Johnson es tan estúpido como para creer que esos hombres puedan lograr algo. De modo que van a actuar de distracción, como un señuelo. Los que me preocupan son los otros agentes de la Liga, los que están dentro del edificio. ¡Quién sabe qué harán! Estás hilando demasiado fino, Vladimir. Sabemos que hay por lo menos cuarenta agentes de la Liga dentro del edificio, y algunos están bastante arriba en la jerarquía de la organización. ¿Por qué no vamos a lo seguro y hacemos saltar todas las cápsulas del edificio para liquidarlos?
—Lo que me sorprende es que tú, Jack, con tu... capacidad para los trucos, no puedas descubrir el truco de Johnson. Los hombres que están afuera del. edificio sirven para hacernos creer que los que están dentro son la verdadera fuerza de ataque—dijo Khustov—. Pero es igualmente obvio, si piensas un poco, que Johnson tiene que saber que los agentes que hay dentro del Ministerio tampoco pueden lograr nada. ¿Crees que intentarán tomar esto sala por asalto? En cuanto lo intenten, esta sala se cierra en forma hermética y los pasillos que nos rodean se inundan de radiación. Estaríamos seguros sin un solo Custodio dentro del edificio, y eso Johnson debe de saberlo. Así que el truco es doble: los dos grupos son de distracción.
—¿Y qué importa?—dijo Torrence—. ¿A quién le preocupa si son señuelos o no? ¡Matémoslos!
—Lo que importa, es que estamos tras presas mayores—prosiguió Khustov—. Quiero atrapar a Johnson en persona, y lo quiero vivo. Se podrá aprender mucho estudiándolo con los... procedimientos adecuados. No sólo quiero destruir la Liga Democrática, sino que quiero ir más allá. Quiero saber por qué los hombres se empecinan en esta locura, para tomar medidas que aseguren que no vuelva a formarse jamás una organización de ese tipo. Estamos muy cerca del control total. Ya controlamos el medio, y el próximo paso es controlar la genética. Espero que podamos aprender lo suficiente de las correlaciones entre la mente de Johnson y su genotipo como para poder erradicar esa rebeldía de la raza humana. Entonces el Orden será realmente total.
—Ya estás delirando acerca del Orden y el control—se mofó Torrence—. ¿Y qué estás haciendo? Estás arriesgando nuestras vidas como señuelo. Las estás apostando sobre tu capacidad para leer la mente de Johnson. ¿Cómo puedes estar tan seguro? ¿Qué paso con lo que Gorov llamaría "factores fortuitos"?
—Hay algo de cierto en lo que dice—dijo Gorov—. Tu plan es internamente coherente, pero depende de saber exactamente lo que Boris Johnson piensa hacer. Quizás...
Khustov lanzó una carcajada arrogante. "¡Idiotas!", pensó. "Hasta Gorov, que debería ser más inteligente."
—Lo voy a probar, si es que así se van a sentir mejor —dijo—. Vengan aquí, frente a la pantalla, y les voy a mostrar exactamente qué está haciendo la Liga. Creo que hasta  podrás creer lo que tus propios ojos ven, Jack.
Murmurando, los Consejeros se agolparon frente a la pantalla a cada lado de Khustov: Torrence, sin abandonar su bebida.
—Este aparato ha sido conectado al circuito del Custodio Maestro, de modo que podemos ver lo visto por cualquier Visor del edificio—dijo Khustov y encendió el aparato. Luego oprimió uno de los varios botones de la consola de mando y la pantalla mostró una vista del parque, frente al Ministerio, desde la perspectiva de un Visor ubicado en la fachada del edificio ~. Aquí tenemos a los agentes de Johnson en el parque—prosiguió Khustov—, disimulados entre una multitud de Protegidos, o por lo menos eso creen ellos. No contaron con los bancos de información de la computadora. Hay suficientes de ellos que figuran como Enemigos de la Hegemonía en las listas como para descubrirlos con una verificación facial. Ellos serán sin duda los que atacarán primero, y luego... —Khustov oprimió otro botón y entonces la pantalla mostró un pasillo repleto de gente, dentro del Ministerio—. Los agentes aquí... —dijo, y cambió la imagen para mostrar otro pasillo similar—. Y aquí...—Otro pasillo más—. Y aquí... y así sucesivamente, comenzarán la segunda distracción con un intento de ataque frontal a la Sala del Consejo. Y probablemente en ese precise momento el señor Boris Johnson...
Khustov cambió la imagen nuevamente, y ahora la pantalla mostró la puerta de la sala de bombeo y unos diez metros de pasillo a cada lado. Una exclamación colectiva surgió de los labios de los Consejeros, pues Boris Johnson en persona había aparecido dentro del campo visual del Visor.
—¡La Cápsula! ¡La Cápsula! ¡Hagan saltar la Cápsula! —gritó Torrence—. ¡Lo tenemos! ¿Qué están esperando?
—Ya dije... —siguió Khustov—. Lo quiero vivo... Mira eso: más agentes de la Liga convergen sobre la sala de bombeo. Ahora hasta tú puedes ver que está haciendo exactamente lo que dije que haría, Jack. Dos ataques de distracción y Johnson con un grupo pequeño de hombres, irrumpe en la sala de bombeo. Los ataques nos obligan a aislar la Sala del Consejo y Johnson nos llena la cañería de aire con gas. Hay que admirar su coraje, me supongo, si no estuviera basado en una estupidez tan total. Sin duda está contando con que su agente Daid le abra la puerta de la sala de bombeo antes que la radiación del pasillo lo mate junto con sus hombres.
—¿Por supuesto, ha relevado a Daid?—preguntó Cordona.
—Todo lo contrario —replicó Khustov—. Se le permitirá que abra la puerta para que Johnson se meta directamente en la trampa.—Khustov conectó de nuevo con el Visor exterior—. Ahora todo lo que hay que hacer es esperar—dijo. Los Consejeros contemplaron la escena en la plaza por unos instantes.
De repente, una ala de hombres cargó hacía el Ministerio.
Khustov se rió.
—La trampa está por cerrarse—dijo, y movió una llave de la consola—. Acabo de sellar la Sala de Reuniones en forma hermética. Dependemos de nuestra provisión interna de aire, que es lo que Johnson quería. Sin embargo...—Movió otra llave—. Ahora he cerrado los conductos que vienen de la sala de bombeo. Estamos tan aislados en esto sala como si estuviéramos en una nave especial.
Khustov se dirigió hacía los tanques que estaban en un rincón de la habitación y ajustó la válvula.
—Listo—dijo—. Tenemos suficiente aire aquí para dos horas. Que Johnson haga lo que quiera. Está liquidado.
Cuando saltaron los tapones de las Cápsulas en el pasillo, Boris Johnson, parado junto a sus seis hombres, pistola en mano, trató de imaginarse la escena dentro de la sala de bombeo. Hacía unos segundos, Daid debía de haber lanzado un grito para advertirle a uno de los Custodios que le parecía que alguien estaba intentando forzar la puerta de la sala. El Custodio se habría quejado, pero se sentiría obligado a verificar el asunto. En cualquier momento, la puerta debería abrirse. En un segundo... y si no se abría en un segundo...
La puerta de plomo se abrió un poco y empezó a girar hacía adentro lentamente. En cuanto pudo, Johnson la trabó con el pie.
Se oyó un juramento del otro lado de la puerta y sintió que alguien intentaba cerrarla apretándole el pie, pero en ese momento él y cuatro agentes más se abalanzaron sobre la puerta con todo el peso de sus cuerpos.
La puerta de abrió de par en par, y se vio a un Custodio atontado tirado en el suelo y pistola en mano.
Antes que pudiera moverse, Johnson y cuatro o cinco más le dispararon. Su cuerpo quedó incinerado en una fracción de segundo. y entre las cenizas que se desintegraban, los agentes penetraron en la sale. Wright, que fue el último en franquear la puerta de plomo, la cerró.
"¡A salvo!", pensó Johnson. "¡Llegamos adentro y estamos vivos! "
Respiró hondo y examinó la situación rápidamente, La sala de bombeo era muy pequeña; unos cuatro metros por siete. Las bombas estaban sobre la pared opuesta a la puerta, atendidas por cinco hombres sorprendidos con guardapolvos. El hombre bajo y flaco que observaba debía de ser Daid.
Entre la puerta y las bombas había una colección desordenada de cajas, cajones de metal, piezas de repuesto y objetos varios. Entre las bombas y los montículos de equipo había cinco Custodios vigilando a los operarios. Al cerrarse la puerta, giraron, desenfundando sus pistolas, y durante un instante infinito e idiota, los Custodios y los Agentes de la Liga se miraron cara a cara.
Johnson se arrojó al suelo, rodando y disparando mientras caía. Un Custodio gritó y cayó incinerado. Johnson se refugió detrás de una caja grande de metal. Oyó un grito detrás de él y al volverse vio que Guilder había sido alcanzado y le faltaba todo el brazo derecho y parte del hombro.
Los demás agentes de la Liga estaban cuerpo a tierra tratando de ocultarse mientras disparaban contra los Custodios. Otro Custodio se desplomó gritando cuando dos rayos convergieron sobre su pecho.
Los tres Custodios restantes se echaron al suelo tratando de protegerse disparando para impedir que los agentes de la Liga pudieran levantar la cabeza para apuntar.
Johnson vio que los rayos láser golpeaban en la caja de metal que lo protegía, y sintió el calor que despedía al recibir el fuego concentrado de dos Custodios.
Se oyó otro aullido. Ludowiki había salido de su refugio y atacaba a los Custodios, pero cayó alcanzado en el hombro izquierdo. Al caer, empero, le dio a uno de los Custodios en la cara con un rayo y la cabeza de éste desapareció en medía de una nube de humo negro y aceitoso. Jonás saltó hacía adelante en el momento en que los dos Custodios restantes concentraban su atención sobre Ludowiki.
Jonás y uno de los Custodios recibieron impactos casi idénticos al dispararse entre sí: en el cuello. Ninguno tuvo tiempo de gritar cuando sus cabezas calcinadas se separaron de sus cuerpos mientras caían.
Johnson rodó por el suelo y alcanzó al último Custodio con un disparo en medio de la espalda. El Custodio emitió un grito corto y agudo, y el silencio reinó en la sala de bombeo.
Johnson se puso de pie y corrió hacía las bombas. Smith, Wright y Poulson, los tres agentes sobrevivientes, lo siguieron.
Los cinco operarios los miraron atontados. Jeremy Daid se adelantó.
—¡Buen trabajo! —gritó—. ¡Lo hicimos! ¡Lo hicimos!
Johnson no prestó atención a Daid y se dirigió a los acobardados operarios de Mantenimiento.
—Se portan bien y no les pasará nada—sentenció—. Pero se mueve uno y matamos a todos.—Luego miró a Daid—. ¡Los conductos de aire!—dijo.
Daid asintió sin palabras y lo condujo hasta las bombas. Habla unos delgados caños de plomo que subían hasta el cielo raso.
—Este lleva el aire hasta la Sala del Consejo—dijo Daid, señalando la bomba central.
Johnson sacó la cápsula de gas venenoso concentrado de su bolsillo.
—¿Cómo hago para...?
Daid señaló una rejilla de alambre fino sobre el frente de la bomba.
—Esta es la toma de aire—dijo—. Ponla ahí, y yo la voy a sellar con soldadura plástica. La bomba empujará el gas puro por los conductos.
Johnson destapó la cápsula y echó el liquido dentro de la toma. Empezó a vaporizar de inmediato, mientras la bomba lo absorbía. Daid puso una capa de soldadura plástica sobre la toma. El vacío provocado por la bomba la atrajo y selló la abertura.
—¡Lo hicimos! —gritó Johnson—. ¡Ya deben de estar sin. tiendo los efectos del gas!—Sonrió a sus hombres—. ¡Hemos asesinado a todo el Consejo Hegemónico! Este gas es instantáneo. ¡Ya deben de estar todos muertos!
—¡Al fin!—comenzó a decir Wright—. Hemos. . .
—¡Miren! —gritó Smith, señalando la puerta de plomo que empezaba a brillar con un rojo incandescente.
—¡Los Custodios! —gritó Poulson—.¡Están quemando la puerta!
Johnson tuvo una sensación fría y pesada en el estómago. Había previsto ese momento desde el principio, pero ahora estaba frente a él. Sólo escasos momentos después de la victoria total tenía que vérselas con una muerte segura, atrapado en una habitación sin salida, con los Custodios derribando la puerta con sus pistolas láser y el pasillo lleno de radiación mortal... Entonces se dio cuenta de que tenía muchas ganas de vivir, ahora que había tantas razones para hacerlo.
Johnson miró la puerta fijamente. Toda la puerta era de un rojo cereza, y podía sentir el calor que irradiaba desde el otro extremo de la habitación. Pero tenía algo en un rincón de la mente, algo que...
—¡Claro!—gritó de repente—. ¡Si están quemando la puerta desde afuera, deben de haber sellado las Cápsulas! ¡Si podemos evitar a esos Custodios quizás podamos escapar!
Miró la puerta. El metal, alrededor de los goznes, comenzaba a ceder, a correr como alquitrán caliente...
—¡Cúbranse! —ordenó—. ¡Disparen a medida que vayan entrando!
Indicó a los cinco operarios aterrorizados que se escondieran detrás de un cajón y de inmediato éstos se echaron al suelo, demasiado asustados para moverse. Johnson se parapetó detrás de una pieza de cañería que estaba delante de las bombas. Daid recuperó una de las pistolas de los Custodios muertos y se unió a los demás.
Johnson y sus hombres apuntaron hacía la puerta, que estaba totalmente combada hacía adentro.
—Serán un blanco perfecto cuando entren—dijo Johnson—. Empiecen a disparar en cuanto caiga la puerta y no retrocedan. Estamos cubiertos aquí adentro y podemos aguantar bastante tiempo; si derribamos a los Custodios a medida que traten de entrar, tenemos una pequeña posibilidad de salir. Tendrán que sellar las Cápsulas en este pasillo al menos, y quizás las del resto del edificio también hayan sido selladas nuevamente. Si es así, quizás lleguemos a la calle...
Johnson mismo no podía creer demasiado en lo que estaba diciendo. Huir del Ministerio era algo casi imposible, pero al menos cobrarían caras sus vidas. Podrían arrastrar consigo a la muerte a decenas, quizás a cientos de Custodios. Sería un día memorable y la Hegemonía temblaría ante ese recuerdo mientras durara. Quizás los Protegidos se envalentonasen y...
La puerta se arqueó más aún y con un ruido metálico y una lluvia de plomo derretido acabó por caer.
Johnson y sus hombres comenzaron a disparar, en cuanto la puerta tocó el suelo, en forma instintiva. Pero los disparos no deban en ningún blanco, pues no había Custodios en la puerta.
Entonces el aire en la puerta comenzó a espesarse y un vapor pesado empezó a entrar en la sale. Un vapor rojizo, bombeado a gran presión avanzó hacía ellos como algo sólido.
Johnson se incorporó de un salto y los otros lo imitaron; luego retrocedió hasta las bombas del fondo de la habitación, a medida que el aire respirable desaparecía cada vez más bajo el avance arrollador del pesado gas rojizo.
Johnson sintió las llaves de la bomba contra su espalda. Toda la habitación estaba llena de gas, y ese gas lo envolvía, lo enceguecía. Inútilmente contuvo la respiración hasta que los pulmones comenzaron a dolerle. Luchó contra el dolor del pecho, trató de no respirar, hasta que no pudo ya con los reflejos de su cuerpo.
Con un suspiro exhaló el aire viciado de sus pulmones...
Y el gas rojo penetró de inmediato, una sustancia pesada y asfixiante que parecía correr como melaza por su garganta, sus pulmones, su estómago, su misma sangre...
Se sintió inundado en un mar de melaza... Se le nubló la vista, las rodillas se le aflojaron. Lo envolvió la oscuridad y se sintió caer. Una caída sin fin...
Sintió que su conciencia se desvanecía a medida que su cuerpo cola dentro de un pozo negro...
Lo combatió durante unos instantes, débilmente, y entonces su último resto de voluntad se disipó" y fue un grano ínfimo que se desvanecía, a la derive' hacía la oscuridad, el vacío...
La nada.

"El servidor del orden intenta forzar a su enemigo a que acepte lo inaceptable. Para servir al caos, basta enfrentar a vuestro enemigo con lo inaceptable y elegirá gustosamente cualquier mal menor que deseáis hacer inevitable."
GREGOR MARKOWITZ, Caos y cultura.

9
Un torbellino negro retrocediendo en la oscuridad del vacío... Un vórtice de la nada un poco menos profundo que el océano de inexistencia en el cual nadaba...
Luego, la sensación táctil de firmeza, de alguna sustancia debajo de él y contra su espalda. Su cuerpo estaba sentado sobre algo... una silla...
El cerebro obnubilado de Johnson experimentó un momento de éxtasis total. "¡Estoy vivo!", pensó. "De algún modo, en algún lado, estoy vivo. ¡Vivo! ¡Vivo! ¡Vivo!"
Entonces empezó a ver más claro. Un enorme globo blanco flotaba delante de él, un globo con cabello negro y largo... un globo que le sonreía... Su vista adquirió nitidez y el corazón se le fue a los pies cuando sus ojos enfocaron el rostro sonriente que tenía delante.
—Así que finalmente nos conocemos —dijo Vladimir Khustov.
—¡Está... está vivo! —balbuceó Johnson, y miró desesperadamente en derredor. Entonces vio la enorme mesa de nogal y los hombres sentados en torno de él... Gorov, Torrence, todos los Consejeros Hegemónicos lo miraban fijamente, estudiándolo como si fuera un insecto extraño...
"Están todos vivos!", pensó. "¡Fracasé, fracasé miserablemente! Pero ¿cómo... cómo?"
Khustov rió.
—Veo que está algo confundido —dijo—. Esperaba que estuviéramos todos muertos, ¿no es cierto?; y, sin duda, cuando lo afectó el gas, pensó que usted mismo moría también. Pero como bien puede ver, el gas era un somnífero inocuo, tan inocuo como su propio estúpido plan, y todos estamos vivos. ¿No es ésta una sorpresa agradable, después de todo?
—¿Pero cómo...? ¿El gas venenoso...?—susurró Johnson desolado—. No pueden estar vivos... Ustedes...
—Vamos, vamos. Hasta usted debe creer lo que le dicen sus sentidos—dijo Khustov—. Estamos todos muy vivos. Lo derrotó su propio orgullo necio acerca de su supuesta inteligencia, Johnson. ¿Realmente pensó que uno de sus agentes, en un lugar tan importante como la sala de bombeo, podía pasar inadvertido? Una falla psicológica peculiar... un hombre que cree lo que quiere creer. Todo era una trampa señor Boris Johnson, y usted cayó. Una vez que supimos que Daid era un agente de la Liga, supimos que usted no podría resistir la tentación de eliminarnos a todos si le ofrecíamos la oportunidad. Dejamos que pensara que tenía una ventaja, un arma secreta dentro del Ministerio, pero esa misma información que usted poseía fue el arma que usamos contra usted. Simplemente lo dejamos proseguir con su plan, cerrando la Sala del Consejo en forma hermética, pero usando una fuente interna de aire en vez de la que provenía de la sala de bombeo... Y, bueno, usted sabe lo que sigue.
Johnson estaba anonadado más allá de la desesperación. ¡La Hegemonía se había anticipado a cada paso! ¡Se había comportado como un idiota total!
—¿Por qué no me mató, Khustov?—dijo cansadamente—. Supongo que no es su intención dejarme ir...
Khustov parecía estar estudiándolo seriamente.
—¡Ah!, pero usted es demasiado interesante para matarlo simplemente —dijo—. No lo comprendo, Johnson, y quiero comprenderlo. La Liga Democrática está totalmente liquidada. Me imagino que comprende eso...
A pesar de si mismo y de su odio por Khustov y todo lo que representaba, Johnson se encontró asintiendo con la cabeza. Estaba terminado, y la Liga estaba liquidada. ¿Tenía alguna importancia? ¿Había tenido la Liga alguna posibilidad de éxito en algún momento? Eran un puñado de hombres contra un gobierno que controlaba cada centímetro cuadrado del Sistema Solar Se sentía totalmente inútil, gastado, desilusionado. "¿Por qué empecé todo esto?", se preguntó. "¡Cómo pude creer que era posible destruir a la Hegemonía, con sus Custodios y sus computadoras, sus enormes recursos, su control total."
—Veo que estamos de acuerdo en una cosa al menos—dijo Khustov—. La Liga Democrática está terminada. Nunca fue una amenaza seria, pero debo admitir que eran molestos, y no hay lugar para molestias en la Hegemonía del Sol. Debemos asegurarnos de que tales molestias no se vuelvan a producir. Por eso está usted con vida. No puedo comprender por qué alguien puede querer unirse a una cosa como la Liga, por qué pueden querer quebrar el Orden de la Hegemonía. Quiero comprender esa psicosis. Debemos comprenderla para eliminarla del cuadro genético de la raza. ¿Por qué, Johnson, por qué? Estoy dispuesto a escucharlo. Dígame, ¿qué esperaban lograr?
Johnson miró fijamente a Khustov. "¿Qué clase de pregunta es ésa?", pensó. "¿Es obvio... o no? ¡Los hombres siempre lucharán por su libertad contra la tiranía! ¡Hasta un tirano como Khustov debe darse cuenta de eso!"
—¡La destrucción de la Hegemonía, por supuesto! —dijo—. ¡El fin de esta tiranía y la libertad para la raza humana!
—La destrucción de la Hegemonía... —suspiró Khustov, meneando la cabeza—. Pero, ¿por qué? ¿Con qué la reemplazarían?
—¡Con la Democracia! ¡Con la libertad!
Una vez más Khustov sacudió la cabeza con incredulidad.
—¿Por qué? —repitió—. ¿Qué tiene de mala la Hegemonía? ¿Hay guerras en las que mueren miles de seres como durante; el Milenio de las Religiones y la Nacionalidad? ¡No! ¡El orden de la Hegemonía ha traído una paz real por primera vez en la historia del hombre! ¿La gente paso hambre? ¿Los Protegidos sufren de enfermedades endémicas incurables? ¡No! Nunca han tenido tanta salud y prosperidad. Nadie pasa hambre; ni siquiera hay pobreza. Esa palabra ya casi no tiene significado, a no ser el histórico. Paz, prosperidad, plenitud; ¡hasta placidez! Usted más que nadie debe saber que los Protegidos están contentos con la Hegemonía. La Liga existió durante diez años, ¿y cuántos Protegidos lograron reclutar? ¡Un puñado de idiotas y de neuróticos! Y dentro de poco hasta la estupidez y las neurosis: desaparecerán. Las eliminaremos de la raza. ¡Hemos construido una utopía! El Orden es casi total, y dentro de poco será total. Entonces la Hegemonía podrá gobernar en forma absoluta sobre cada planeta, sobre cada roca que pise el hombre. EL Sistema Solar será un paraíso, no por un año, ni por un siglo o un milenio, sino hasta que la humanidad se acabe. ¡Ni siquiera un idiota puede querer destruir esto! ¡Le hemos dada al hombre todo lo que necesita! ¿Qué más puede pedir?
A pesar de su agotamiento, a pesar de saber que lo peor ya había ocurrido, Boris Johnson se sorprendió al verificar que todavía existía algo que pudiera chocarle. ¡Khustov hablaba en serio! ¡Sus palabras eran sinceras! ¡No pensaba de sí que pudiese ser un tirano! Era la quintaesencia de la tiranía, el triunfo final del despotismo total, el mismo déspota prisionero del sistema. Ni siquiera podía ver que... que...
—¿Y eso es todo, Khustov?—dijo—. ¿Usted cree eso, realmente? ¿Y qué pasa con la Libertad?
—¿Y qué pasa?—replicó Khustov blandamente—. Es una palabra, nada más. ¿Libertad de qué? ¿De la enfermedad, de la pobreza, de la guerra? Ya la tenemos. ¿O quiere decir libertad para? ¿Para tener hambre? ¿Para sufrir? ¿Para matar? ¿Para hacer la guerra? ¿Para ser infelices? ¿Qué es esto libertad? ¡Una palabra caduca y sin sentido! ¡Qué idiota es usted, desperdiciar su vida por una palabra!
—No es solamente una palabra—insistió Johnson—. Es...
—¿Qué es?—dijo Khustov—. ¿Usted lo sabe? ¿Me lo puede decir? ¿Se lo puede decir a sí mismo siquiera?
—Es la Democracia... Es cuando la gente tiene el gobierno que quiere. Cuando gobierna la mayoría...
—¡Pero la gente ya tiene el gobierno que quiere!—exclamó Khustov—. Quieren la Hegemonía. Los Protegidos están contentos.—Miró a Torrence, quien observaba todo eso con una mueca de desagrado—. ¿Quizás sea simplemente que usted quiere gobernar por su propio placer, como... como algunos que podría mencionar? ¿Es eso, Johnson? ¿No es usted el que quiere ser un tirano, el que quiere coartar los anhelos de los Protegidos y forzarlos a aceptar algo que no desean?
Johnson permaneció callado. ¡Khustov estaba equivocado! La libertad era... buena. La Hegemonía era... mala. Cualquiera podía darse cuenta de eso, ¿no es cierto? Pero...
Pero Khustov lo había enfrentado a un precipicio. Nunca había pensado que su deseo de derrocar a la Hegemonía tuviera motivaciones personales. Sabía que la Libertad y la Democracia eran lo correcto, y que la Hegemonía estaba equivocada en su absolutismo, siempre lo había sabido, y aun ahora podía sentirlo en el fondo de su corazón.
Pero no podía verbalizar sus razones, ni siquiera para sí mismo. ¿Podía ser mentira toda su vida? ¿La había derrochado por nada?
¿Por qué?

Arkady Duntov entrecerró los ojos por el resplandor crudo y polarizó aun más el visor de su casco espacial. El traje era caluroso y ni ese traje, especialmente adaptado, podía mantener vivo a un hombre sobre el lado iluminado de Mercurio por más de cuatro horas. Pero en ese tiempo sería suficiente.
Duntov dio media vuelta y miró hacía atrás. A la sombra de la nave había diez hombres, figures oscuras y torpes vestidas con trajes espaciales, los visores de sus cascos casi opacos. Portaban pistolas láser en los cintos, y dos de los hombres cargaban voluminosas mochilas. Hizo una seña y sus hombres avanzaron hacía él. Debía mantener en silencio la radio hasta el momento del ultimátum. La misión había sido ensayada miles de veces, y a estas alturas ya casi no eran necesarias las señas.
Duntov verificó las correas del poderoso transmisor auxiliar que llevaba sobre sus espaldas, y luego avanzó pesadamente a través del paisaje infernal.
Por todos lados había grandes colinas de rocas escarpadas, enormes peñascos solitarios y erosionados, cuyas formas torcidas y extrañas eran obra de la atmósfera de gases parcialmente ionizados. El suelo, si es que podía llamarse así, estaba cubierto de millones de fragmentos de rocas desprendidas de las colinas y peñascos por las oscilaciones de la temperatura, en extremo calurosa de día, allí en Mercurio, y sumamente fría por la noche. Las lagunas traicioneras de roca en polvo se alternaban con pozos de plomo fundido, bajo el color del horno solar, que podía quemar las retinas de un hombre en un segundo si se lo miraba directamente, aun con vidrios polarizados.
Duntov condujo a sus hombres por un desfiladero angosto entre dos acantilados, dando un rodeo para evitar un pozo de plomo burbujeante. La temperatura dentro del traje estaba aumentando, avanzando hacía lo inaguantable.
Tal la superficie de Mercurio, pensó Duntov, el lugar más inhóspito del Sistema Solar. Sólo la superficie de un planeta gaseoso podría ser más mortal...
Y mejor para nosotros, pensó.
Llegó hasta el otro extremo del cañadón que dominaba una planicie enorme con forma de plato, quizás el resto de algún cráter. En el centro de la depresión, entre peñascos erosionados, pozos de plomo fundido y millones de fragmentos de rocas, estaba la bóveda ambiental de vitrolux, única morada humana sobre Mercurio. El sol transformaba su superficie en una burbuja de fuego, desafiante y artificial en ese infierno sin vida.
Una burbuja y, por ende, muy vulnerable. La bóveda tenía sólo dos compuertas: la principal, que estaba del otro lado y que daba al espaciopuerto, y otra que Duntov alcanzaba a distinguir frente a él y que era una salida de emergencia, inútil por cierto, puesto que una perforación de la bóveda provocaría una muerte instantánea y segura a todos los habitantes de Mercurio. Sin duda, pensó Duntov, la segunda compuerta está allí para brindar acceso al espaciopuerto en caso de que algo ocurra con la principal.
Las entradas de las compuertas estarían custodiadas, pues tal era la prolijidad paranoica de la Hegemonía que llegaban hasta a vigilar esas puertas hacía la nada, a través de las cuales nadie pasaba, aunque la guardia fuera aliviada.
Duntov hizo una seña a sus hombres cuando salieron a la planicie y se encaminaron hacía la bóveda. El grupo se dividió: siete hombres comenzaron a rodear la bóveda hacía la compuerta del espaciopuerto del otro lado, en tanto que los tres restantes continuaron con Duntov hacía la compuerta auxiliar.
Duntov los detuvo cerca de un montículo de rocas, a unos veinticinco metros de la compuerta, se ocultó detrás de una roca pequeña y les indicó que hicieran lo mismo..
Observó la compuerta desde atrás de la roca. Era un túnel corto en forma de semicilindro que sobresalía del costado de la bóveda como la entrada de un iglú. A los costados de la compuerta cerrada, en el extremo opuesto del túnel, descansaban dos hombres con trajes espaciales. ¡Sólo dos! ¡Era pan comido!, pensó Duntov mientras desenfundaba su pistola y apuntaba al hombre de la izquierda. Hizo un gesto a sus hombres De acuerdo con lo planeado, uno de ellos apuntó al mismo hombre que Duntov mientras los otros dos hacían lo mismo con el restante Custodio.
Duntov levantó la mano izquierda y aguardó. El asunto tenía que estar bien sincronizado. Tenía que darle tiempo al otro grupo para que llegase hasta la compuerta principal antes de tomar la que tenían delante, de lo contrario el plan se descubriría y los Custodios más numerosos de la compuerta principal se alertarían.
No era totalmente necesario controlar ambas compuertas, pero si se dejaba una en manos de los Custodios, podrían enviar una fuerza represiva grande contra la otra, cruzando la superficie de Mercurio, antes que se rindiera el Consejo. Si eso ocurría se vería forzado a cumplir con el plan y liquidar a todos los habitantes de la bóveda, perspectiva ésta que no le agradaba.
Por eso, Arkady Duntov aguardó largos minutos y volvía a apuntar cuando su blanco se movía. Aguardaba mientras la temperatura continuaba subiendo y las gotas de sudor comenzaban a rodar por su rostro...
Tres... cinco... diez... quince minutos.
Debe de ser suficiente, pensó. Si no están listos ahora, no lo estarán nunca...
Empujó con su mentón la palanca dentro del casco y encendió el transmisor.
—Trampa—dijo secamente, tratando de romper lo menos posible el silencio de la radio.
—¡De ratones! —vino la contraseña, distorsionada por la estática solar. Duntov apagó el transmisor. ¡Ahora!, pensó, y dejó caer su mano izquierda.
Cuatro pistolas láser dispararon simultáneamente lanzando sendos rayos rojos que por un momento fueron más brillantes que el sol agobiante.
Los dos Custodios se desplomaron a la vez. El aire se escapaba visiblemente por los orificios en sus trajes. Cayeron, mortalmente heridos por los rayos láser, y cocinados dentro de sus trajes por el terrible color de Mercurio.
Sin romper el silencio radial, Duntov condujo a sus hombres hacía la compuerta y examinó la pesada puerta exterior. No sería fácil cortar un agujero. Quizás—aunque la Hermandad no había podido suministrar la información—hubiese una forma de abrirla desde afuera...
¡Esto parece ser lo que busco!, pensó al ver un botón sobre un panel en el marco de la puerta.
Duntov apretó el botón y la puerta comenzó a deslizarse pesadamente hacía arriba. Apuntó su pistola láser hacía la puerta, por las dudas...
Cuando la puerta quedó totalmente abierta pudo verse a un Custodio con los ojos entrecerrados en una mueca de dolor por la luz solar que lo enceguecía.
Duntov le disparó al vientre y luego a la cabeza mientras se desplomaba. Uno de los agentes movió otra perilla del lado de adentro de la puerta, y ésta se cerró detrás de ellos.
¡Entramos!, pensó Duntov, mientras esperaba que la cámara de presión compensara la atmósfera y la volviese a la normal terrestre. Abrió su visor y respiró hondo el aire fresco.
—Muy bien—dijo—. Proceda con la instalación, Rogers.
El hombre que llevaba la mochila se la quitó, sacó un enorme paquete de explosivo plástico adhesivo y lo colocó sobre la puerta interna de la cámara mientras otro de los hombres tomaba una pequeña espoleta de su mochila, la clavaba en el paquete de explosivo y la conectaba a un pequeño radiotransmisor. Duntov ya sabía que el explosivo podía ser detonado por ese transmisor, por el que tenían en la nave o por el que tenía el otro grupo. Además, cualquiera de los tres transmisores podía detonar las dos cargas.
—¡Todo listo!—dijo Rogers.
Duntov se sacó el transmisor de gran potencia de la espalda, lo paso en el suelo y sintonizó la Frecuencia Normal Interna del Ministerio de Custodia.
Habló a través del micrófono de su traje especial.
—¡Trampa de Ratones Uno a Trampa de Ratones Dos! ¡El Queso Uno está en posición!
Hubo un momento de silencio, y luego una voz distorsionada por la estática respondió: —¡Trampa de Ratones Dos a Trampa de Ratones Uno! ¡El Queso Dos está en posición!
La segunda cargo explosiva estaba puesta en la compuerta principal.
—Muy bien y terminado—dijo Duntov—. Estén atentos.
"Bien", musitó mientras encendía el transmisor auxiliar. "¡La Hegemonía atrapó su ratón y ahora nosotros tenemos el nuestro! "
Descolgó el micrófono del transmisor, lo encendió y comenzó a hablar.

—Por supuesto, podría hacerlo matar—dijo Vladimir Khustov a Boris Johnson—. Quizá finalmente lo haga. Pero si coopera , si se somete a un psicosondeo profundo , puede ser que lo perdonemos. Incluso es posible que se lo cure de su locura. Si podemos determinar la naturaleza exacta de la psicosis que produce individuos aberrantes como usted, puede ser posible establecer una correlación entre la enfermedad y ciertas características genéticas específicas. Prohibiendo la reproducción a aquellos Protegidos que tengan esas características, podremos eliminarlas de la raza...
Jack Torrence observaba todo el triste espectáculo con una mezcla de diversión despreciativa y desagrado. "Este es un aspecto de su persona que nunca pude comprender", pensó. "Khustov el pedante... Casi como Gorov, ahora. Khustov el fanático... ¿Creerá de veras en los disparates que dice? Es imposible, porque después de todo es lo suficientemente realista y hábil políticamente como para haber llegado a Coordinador y mantenerse en el sillón... hasta ahora. Un hombre así tiene que ser un pragmático, no puede creer en verdad en todas las tonterías que dice. Por supuesto, Vladimir tiene la mejor razón del mundo para querer preservar el orden de la Hegemonía: él está en el centro. Por mi parte estaría de acuerdo con cualquier sistema que me tuviera como centro, sin importarme los cambios que se produjeran. EI sistema es para quien lo gobierna, y no a la inversa. Vladimir lo debe saber... ¿Cuál puede ser su motivo oculto para dar este espectáculo cansador? ¿Qué razón sensata hay para mantener vivo a Johnson? Vladimir Khustov: un fanático. Debe de haber alguna manera de usar eso en su contra..."
—¿No es suficiente ya, Vladimir?—dijo Torrence finalmente—. Esta farsa es una pérdida de tiempo. Eliminemos a Johnson y asunto terminado.
—Ya te he dicho que debemos estudiar a Johnson y a la gente como él para determinar...
—¡Bueno, basta!—dijo Torrence—. Primero te ablandas con la Hermandad, y ahora no quieres matar a Boris Johnson. ¿Debo recordarte que este hombre trató de asesinarnos a ambos no hace mucho tiempo? —Miró significativamente a los demás Consejeros—. ¿Debo recordarles, también, que intentó asesinarnos a todos? ¿Te estás volviendo blando, Vladimir? La Hegemonía no puede tener un Coordinador blando...
Estudió los rostros de los Consejeros al decir esto última frase. Hasta los Consejeros mansos de Khustov parecían preocupados, y con razón, ya que el hombre que su jefe quería mantener con vida acababa de atentar contra la de todos ellos. Solamente Gorov parecía estar interesado en los planes de Khustov para "estudiar" a Johnson, pero era tan idiota que estudiaría a un maniático mientras éste lo cortaba en pedazos con un cuchillo.
Khustov, por otro lado, parecía estar realmente enojado.
—Me estoy cansando un poco de tus comentarios, Jack—dijo—. Quiero recordar a todo el Consejo que mi plan ha funcionado a la perfección a cada paso. Lo que cuenta son los resultados, y ninguno puede negar que yo se los he proporcionado. El Vicecoordinador es muy bueno para hablar de balde. . . yo sería el último en negarlo. Pero resultados... Eso exige otro tipo de mentalidad. Hasta ahora he tenido razón, y creo que tenemos muy buenas razones para...
El intercomunicador comenzó a sonar. Con enojo, Khustov encendió la radio. . .
—Bueno, ¿qué paso ahora?—gruñó.
Una voz desconocida llenó la Sala del Consejo:
—Les habla un agente de la Hermandad de los Asesinos. Les habla un agente de la Hermandad de los Asesinos. Ambas compuertas de la bóveda ambiental están controladas en estos momentos por la Hermandad. Hemos puesto cargas explosivas muy potentes en ambas compuertas. Las cargas están conectadas a trampas cazabobos. Cualquier intento de retomar las compuertas resultará en su detonación inmediata. Tienen siete minutos para verificar esto situación. Al final de este lapso se les impartirá nuevas órdenes. Si dichas órdenes no son obedecidas o se realiza algún intento de tomar las compuertas, las cargas serán detonadas y las compuertas volarán en pedazos junta con las partes adyacentes de la bóveda. Esto expondrá a los habitantes de la bóveda al contacto con las condiciones atmosféricas de la superficie de Mercurio. La destrucción será total. A continuación procederán a verificar la situación y a aguardar nuevas órdenes. ¡Terminado!
Todos comenzaron a gritar al mismo tiempo en el momento en que la transmisión terminó.
—¿Qué?
—¡Esto es un truco!
—¡Enviemos a los Custodios a las compuertas!
—¡Sellemos las puertas de la Sala del Consejo!—gritó Torrence, y luego se dio cuenta de que no serviría de nada. Si se perforaba la bóveda, todo el sistema de control ambiental sería destruido por el color terrible y los gases cáusticos. Podrían sobrevivir un poco más dentro de la Sala cerrada, pero solamente sería posponer el momento inevitable... Pero que. .
Boris Johnson se estaba riendo.
—¿Cómo se sienten? —cacareó—. Atrapados dentro de su propia trampa. Los cazadores cazados. La...
—¡Diviértase mientras pueda! —gritó Torrence—. ¿Qué le hace pensar que la Hermandad está de su lado? Probablemente. . .
—¡Silencio! —rugió Khustov en medía del griterío. Los Consejeros, Torrence y hasta Johnson callaron—. No tenemos tiempo de gritarnos entre nosotros. Debemos actuar, y lo primero que hay que hacer es verificar la situación. Podría ser nada más que un truco tonto...
—Se dirigió al intercomunicador y dijo algunos frases en ruso.
—Sabes que algunos de nosotros no habíamos ruso—se quejó Torrence—. ¿Qué fue lo que...?
—Simplemente di instrucciones al Comandante de los Custodios para que intente establecer contacto con los hombres apostados en las compuertas—dijo Khustov—. En un instante sabremos si...
Una voz que hablaba excitadamente en ruso salió del intercomunicador, y Torrence no necesitó entender el idioma para interpretar el ceño cada vez más arrugado de Khustov, que golpeó su puño sobre la palma y comenzó a proferir juramentos en ambos idiomas.
—No es un truco—dijo Khustov—. Las radios de los trajes de los Custodios que estaban en las compuertas no contestan, los controles telemétricos de registro vital tampoco registran nada... Los Custodios deben de estar muertos. Tampoco responden los intercomunicadores ubicados dentro de las cámaras. ¡Lo hicieron de veras!
—Pero lo de las bombas podría ser un engaño—sugirió débilmente el Consejero Kuryakin—. Quizá debamos arriesgarnos y atacar las compuertas...
—Si capturaron las compuertas no hay ninguna razón para que nos estén engañando respecto de lo demás—dijo Khustov—. Ya habrá tiempo para medidas desesperadas cuando sepamos qué es lo que quieren...
Los Consejeros aguardaron en silencio; "como ganado en el matadero", pensó Torrence. Su mente trabajaba enloquecidamente, pero en lo único que podía pensar era en sus ganas de vivir. ¡Qué dementes eran estos de la Hermandad! ¿Qué podían hacer? ¿Qué salida había? ¡La cosa no podía terminar así... era imposible!
Finalmente, la voz de la Hermandad se dejó oír de nuevo por el intercomunicador:
—Han tenido tiempo más que suficiente para verificar la situación—dijo la voz—. Ya saben que deben seguir nuestras órdenes o morirán. Se les dará exactamente quince minutos para cumplir.
Hubo una pausa terrible, y la voz continuó:
—Sus órdenes son las siguientes: Boris Johnson será conducido hasta la compuerta de emergencia y entregado a la Hermandad de los Asesinos.
Hubo otra pausa durante la cual los Consejeros dieron un suspiro de alivio y el rostro de Johnson reveló la más absoluta confusión.
Jack Torrence por poco se ocho a reír. " ¡Vaya con esto Hermandad!", pensó. "Podrían matarnos a todos, pero sólo quieren a Johnson. Una victoria total se transforma en parcial. No es tan malo después de todo..."
La voz prosiguió hablando.
—El Consejero Constantin Gorov y el Coordinador Vladimir Khustov acompañarán a Johnson. Los tres deberán ser entregados en la compuerta de emergencia, y deben llegar solos hasta allí. Al menor atisbo de traición, la compuerta principal será volada de inmediato. Si se hace algún intento de perseguirnos cuando nos vayamos, los explosivos serán detonados por control remoto. Tienen quince minutos para cumplir a partir de mi indicación. Si los tres hombres no están en nuestras manos para ese entonces, ustedes estarán todos muertos. ¡Ya! Terminado.
Khustov se puso pálido.
—¡Mandaré a todos los Custodios que haya a las compuertas! —dijo—. Vamos a...
—¡Un momento!—cortó Torrence, recobrándose de su confusión. "La Hermandad quita, y la Hermandad da", pensó. "¡Bendita sea la Hermandad de los Asesinos!"
—No me parece que las vidas de todo este Consejo y de todos los habitantes de la bóveda sean tuyas para que dispongas de ellas según tu voluntad, Vladimir—dijo Torrence—. Este es un asunto sobre el cual debe decidir todo el Consejo. Exijo una votación. Yo digo que debemos aceptar las condiciones de la Hermandad. O morimos todos o perdemos a nuestro prisionero, a nuestro buen Consejero Gorov... y, por supuesto, a nuestro preciado Coordinador. Entregamos a dos de los nuestros como prisioneros o morimos todos. La elección es obvia. ¡Votemos!
Los Consejeros asintieron en silencio.
—¡No hay otra salida! —dijo Steiner.
—¡Tiene razón!
—No podemos resistir.
—¡Esperen, esperen!—gritó Khustov—. ¡No pueden hacerme esto! ¡No podemos aceptar amenazas! Tenemos que luchar para...
—Me temo que el Vicecoordinador tiene razón—interrumpió Gorov en un tono frío y tranquilo—. Si nos resistimos, todos moriremos, nosotros dos incluidos, Vladimir. Nosotros no tenemos nada que perder si aceptamos. Quizás no nos maten. Es absolutamente imposible predecir los actos de la Hermandad de los Asesinos. Nunca hacen lo que es obvio.
"¡Bueno, bueno!", pensó Torrence. "¡Este es un aliado inesperado! Gorov está loco como una cabra. Una máquina humana.. . Pero lo que dijo debería cerrar la discusión..."
—¡Votemos, caballeros!—dijo—. Los votos afirmativos, por favor.
—¡No pueden hacer eso! —gritó Khustov—. ¡Yo soy el Coordinador! ¡No pueden hacer eso!
Torrence sonrió ampliamente.
—Y nosotros somos el Consejo Hegemónico—digo—.Te elegimos y podemos..., decidir tu destino. Los que estén a favor de acatar el ultimátum que digan "sí", por favor.
—¡Sí!—respondieron siete voces en rápida sucesión.
—Sí...—dijo Constantin Gorov.
—¡Sí!—dijo Torrence sonriendo—. ¿Y por la negativa?
—¡No! —aulló Khustov—. ¡No! ¡No! ¡No!
—Nueve a uno por la afirmativa—dijo Torrence—. La moción queda aprobada.
Se puso de pie de un salto y se abalanzó sobre el intercomunicador.
—Custodios—ordenó, mientras Khustov lo miraba furioso y lleno de miedo—. Envíen un pelotón a la Sala del Consejo, de inmediato. Deben conducir a Boris Johnson, al Consejero Gorov y al... ex Coordinador Khustov a la compuerta de emergencia...
Se volvió hacía el Consejo.
—Creo que sería prudente relevar temporalmente a Vladimir de su cargo de Coordinador para que los Custodios no reciban órdenes contrarias—dijo—. Por supuesto, si Vladimir de algún modo... vuelve a nosotros, reasumiría su puesto. Pero en la emergencia actual creo que lo más correcto es que yo asuma el cargo de Coordinador Hegemónico en forma interina. Espero que no haya objeciones.
Ningún Consejero dijo palabra.
—Comandante —dijo Torrence por el intercomunicador—. Informe a todos los Custodios que los poderes del Coordinador Khustov han sido suspendidos por el Consejo Hegemónico. Infórmeles que el Consejero Torrence es ahora Coordinador Interino y que nadie puede revocar mis órdenes... en especial el Consejero Khustov.
Torrence estaba exultante mientras aguardaba la llegada de los Custodios. ¡Coordinador Interino! ¡Al fin! Y eso de "interino" sería fácil de eliminar una vez ausente Vladimir. Coordinador Hegemónico Jack Torrence... ¡Ah, qué bien sonaba! Habría cambios... ¡Y si la nave de la Hermandad fuera interceptada... hum! Quizá fuera mejor ordenar que la destruyesen ni bien la avistaran... ¡Vaya si habría cambios!

"Es inútil buscar terreno firme sobre el cual pisar. Después de todo, la materia sólida del terreno no es sino una ilusión causado por una configuración energética particular, al igual que el pie que lo pisa. La materia es una ilusión, la solidez es una ilusión. Sólo el caos es real.''
GREGOR MARKOWITZ, La teoría de la entropía social.

10
Boris Johnson se encontró caminando mecánicamente por un pasillo en dirección a la compuerta, flanqueado por Gorov y Khustov. Los tres estaban rodeados por una falange de taciturnos Custodios. En cuanto salieron de la Sala del Consejo, Khustov había ordenado a los Custodios que volvieran y arrestaran a Torrence, pero éstos ni siquiera se habían tomado el trabajo de responderle. Se limitaron a escoltar a los tres hacía un vehículo de tierra sin decir palabra, como si Khustov no fuera más que un Protegido cualquiera cuya eliminación hubiese sido dispuesta.
Y ésa era su condición real en esos mementos, pensó Johnson. Los Custodios no tenían lealtades personales: obedecían incondicionalmente a quien estuviera presidiendo el Consejo Hegemónico. Khustov parecía haberse dado cuenta de eso, pues no dijo una solo palabra ni intentó contradecir las órdenes de Torrence nuevamente durante todo el trayecto a lo largo de la bóveda hasta la entrada a la compuerta.
Ahora, mientras caminaba hasta la puerta interna rodeado de Custodios, los hombros de Khustov se encogían y su rostro estaba pálido y demacrado: parecía un hombre acabado. Johnson simpatizaba con él de un modo un tanto sardónico. Una derrota en el momento culminante de la victoria... Ambos la habían sufrido hacía poco tiempo. Ahora ambos iban hacía...
"¿Hacía qué?", pensó Johnson. "La Hermandad de los Asesinos es imprevisible. Salvan a Khustov, salvan a Torrence y ahora me salvan a mi de la Hegemonía... ¡pero capturan a Gorov y también a Khustov! ¿Por qué a Gorov? ¿Por qué a Khustov? ¿Por qué a mí? ¿Por qué todo?"
Johnson no tenía miedo. Luego de experimentar la victoria la derrota y la salvación, una tras otra, en forma tan rápida y desconcertante, no se sentía capaz de experimentar ninguna sensación. Su mundo, su vida, estaban en ruinas, y estaba preparado para enfrentar el futuro con una temeridad nacida de una indiferencia total. Cuando no se tiene nada, pensó, no se pierde nada tampoco.
A unos diez metros de la puerta interna de la cámara, los Custodios se detuvieron y su Capitán empujó a los prisioneros.
—Nosotros nos quedamos aquí —gruñó—. Ustedes vayan hasta el intercomunicador y díganles que llegaron.
Johnson, Khustov y Gorov se detuvieron frente a la puerta sin saber quién sería el vocero más apto. ¿Johnson, un prisionero que cambiaba de manos; Khustov, presumiblemente un enemigo de la Hermandad; o Gorov, cuya situación también era presumiblemente la misma?
—¡Vamos! —gritó el Capitán de los Custodios—. Faltan pocos minutos. ¡A ver si se mueve alguno de ustedes!
Johnson y Khustov se miraron con encono, como si se desafiaran mutuamente a hacerse cargo de la situación. Pero fue Gorov quien oprimió el botón del intercomunicador.
—Soy Gorov. Khustov y Johnson están aquí conmigo.
—Estamos transportando el explosivo de la puerta hasta una pared para que puedan entrar—respondió una voz por el intercomunicador. Aunque distorsionada por la radio, la voz le pareció familiar a Johnson.— La otra bomba permanecerá en su lugar y ambas pueden ser detonadas en un instante si intentan algo. Los Custodios que están con ustedes deben abandonar el pasillo. Si vemos algún Custodio cuando abramos la compuerta, destruiremos la bóveda y todo lo que contiene.
Los Custodios se alejaron con mal disimulada premura y desaparecieron a la vuelta de una esquina.
La puerta de la cámara de abrió.
—¡Adentro! ¡Rápido! —ordenó una voz desde adentro.
Johnson, Gorov y Khustov penetraron en la cámara y la puerta volvió a cerrarse de inmediato.
Con su indiferencia recientemente adquirida, Johnson observó el cadáver del Custodio, el paquete de explosivos sobre una pared y las cuatro figuras con trajes espaciales que estaban en el centro de la cámara de compensación. Pero cuando vio el rostro del jefe del grupo de la Hermandad a través de su visor, su capacidad de asombro reapareció abruptamente.
—¡Arkady! ¡Tú!—graznó Johnson—. La Hermandad...
Era el absurdo final, la demostración definitiva de la inutilidad de todo lo que era, de todo lo que había intentado hacer. ¡Arkady Duntov era miembro de la Hermandad! ¡Su brazo derecho, el hombre con todos los planes! ¡Arkady Duntov!
Cosas que habían parecido misterios se aclararon de repente. Cómo Duntov, al parecer tan ordinario, había sugerido tantos planes complicados... Cómo la Hermandad había sabido del plan de la Liga para matar a Khustov... a Torrence... al Consejo en pleno...
¡Viejos misterios que desaparecían, para revelar... nada más que una confusión mayor! Pero ¿por qué? ¿Cuál era el juego de la Hermandad? ¿Qué significaba todo esto?
—¿Por qué, Arkady, por qué? —susurró.
Duntov lo miró fijamente, pero parecía atravesarlo con la vista.
—No hay tiempo para hablar ahora, Boris—dijo—. Pónganse esos trajes espaciales—ordenó mientras les señalaba unos trajes colgados en la pared.
Johnson, Khustov y Gorov comenzaron a ponerse los trajes. Cuando Johnson ya tenía puesto el casco y estaba por cerrar el visor, Duntov se volvió hacía él y lo miró fijamente.
—Quiero que lo sepas ahora, Boris, por si... por si pasa algo: que aunque no hemos estado, tú y yo, del mismo bando, en realidad hemos estado luchando por las mismas cosas.
—¿Cómo puedes decir eso? ¡Después de todas las trabas que la Hermandad ha puesto a nuestros planes!
—Ojalá pudiera contestarte—dijo Duntov—. Pero los llevaremos a ver a alguien que puede responder mucho mejor que yo. Confío en él y espero que tú también confíes. Robert Ching te dará las respuestas... ¡Y ahora salgamos de aquí!
Duntov abrió la puerta exterior, y Johnson entrecerró los ojos a pesar de su visor polarizado. Los hombres de la Hermandad formaron un cordón alrededor de los tres prisioneros y comenzaron a cruzar el trecho de pesadilla que los separaba de la nave.
Cruzaron la planicie y al acercarse al borde se encontraron con el segundo grupo de la Hermandad.
Avanzaban en silencio, y Johnson ni siquiera notaba la temperatura cada vez mayor de su traje. No importaba eso ni ninguna otra cosa. Se sentía como un peón movido por fuerzas que no podía ver ni comprender. Se preguntaba si algo de lo que había hecho era producto de su propia voluntad. Todo parecía ser una ilusión. Pero el misterio central, lo único que le preocupaba, era la naturaleza de la Hermandad de los Asesinos. ¿De qué lado estaban? ¿Qué intentaban hacer?
Finalmente llegaron a la pequeña nave plateada escondida entre las rocas. Duntov abrió la compuerta y entraron.
No bien la compuerta se hubo cerrado, y antes de quitarse el traje, Duntov se puso en acción.
—¡Tenemos que salir rápido de aquí! —dijo—. Cuídenlos mientras se sacan los trajes y colóquenlos en los Capullos lo antes posible. Yo voy a preparar la nave para partir de inmediato. Luego desapareció mientras los prisioneros se desvestían junto a los diez silenciosos agentes de la Hermandad.
Cuando se despojaron de los trajes, tres de los agentes los llevaron a punta de pistola a una cabina pequeña con ocho Capullos.
—¡Adentro!—ordenó uno de los agentes. Johnson se introdujo en uno de los Capullos, y Gorov y Khustov en otros dos. Sólo cuando ya estuvieron bien inmovilizados por los filamentos, los agentes de la Hermandad se acomodaron en sus propios Capullos.
Sonó una alarma y Johnson tuvo una sensación de falta de peso al encenderse los dispositivos antIgravitacionales.
La nave despegó, rumbo a su extraño destino.

La nave siguió acelerando y Johnson sintió la presión dentro de su Capullo, suavemente mecido por los filamentos que ayudaban a relajarlo un poco.
Quizás era la inactividad obligada, o simplemente el paso del tiempo, pero sintió que su letargo lo abandonaba poco a poco. Su vida pasada, sus diez años con la Liga Democrática, estaban terminados. No había posibilidades de volver atrás; no había a qué volver.
Sin embargo, Johnson sentía qué lo invadía un cierto ánimo, un interés por lo que le depararía el futuro inmediato. El Consejo Hegemónico lo había hecho quedar como un idiota y lo había derrotado totalmente. Pero la Hermandad de los Asesinos había dejado peor parado al Consejo: la Hegemonía no era invulnerable ni invencible.
Miró de reojo a Vladimir Khustov, pálido y tenso en su Capullo. El Coordinador Hegemónico había perdido más que él ese día. Había sido el primero y ahora no era nada. sólo un objeto a merced de esa Hermandad incomprensible. "Y yo, lo único que perdí fue una conspiración que estaba condenada al fracaso desde el comienzo", pensó.
Se le ocurrió preguntarse si no tendría una deuda de gratitud con la Hermandad; si en realidad no sabia ya hace tiempo que la Liga Democrática era una empresa inútil. Quizás había continuado con la lucha simplemente porque no tenía otra cosa que hacer, otro lado a dónde ir.
Ahora la Hermandad lo había liberado de ese pasado. Quizás Arkady le había dicho la verdad y estaban luchando por las mismas cosas. Si ese era el caso, la Hermandad era mucho más competente. Habían durado siglos, habían usado a la Liga como un peón y tenían por lo menos una nave especial... Si la Hermandad estaba realmente del lado de la libertad, quizás hubiese un puesto para él. Era la lucha por la libertad lo que importaba, y no quién la dirigía. Y Johnson se vio forzado a admitir que si la Hermandad estaba luchando por la libertad, el que la dirigía sabía hacer su trabajo mucho mejor que él...
Se sentía como una pizarra totalmente limpia y a la espera de lo que el destino quisiera escribir sobre ella. No era una sensación totalmente desagradable. En realidad, era aquello por lo cual había luchado: la sensación menos común en la Hegemonía del Sol: la de la libertad.
Ahora la nave parecía cambiar de curso, y una enorme pantalla se encendió en la parte delantera de la cabina. Se veía a Mercurio, una enorme esfera a plena luz contra una oscuridad total, y Johnson pudo distinguir dos puntos que despegaban de la parte luminosa, cerca de la ubicación de la bóveda.
—Nos siguen—dijo la voz de Duntov por el intercomunicador—. Son dos cruceros pesados.
El rostro de Vladimir Khustov se iluminó de repente y sonrió satisfecho.
—No podrán escapar de dos cruceros—dijo—. ¿Por qué no se ahorran el trabajo y se rinden ante mí ahora mismo? Prometo que me encargaré de que las cosas sean más leves para ustedes. Para ser franco, me pondría en mejor posición frente al Consejo si ustedes se rindiesen y no fuera necesario que me rescataran. Otórguenme esa ventaja y les pagaré cuando vuelva a ser Coordinador.
La voz de Duntov rió.
—La Hegemonía no ha hecho demasiado para impulsar el desarrollo científico. Perdieron a su diseñador de naves espaciales hace bastante tiempo; si recuerda; era el Dr. Richard Schneeweiss. La Hermandad... solicitó sus servicios. Esta nave tiene ciertas modificaciones que nos permitirán contrarrestar la velocidad y poder de fuego superiores de los cruceros. Por otro lado, si yo fuera usted, estaría rezando porque pudiéramos escapar, Khustov. Dudo de que esas naves tengan órdenes de capturarnos vivos.
—Me temo que tiene razón, al menos acerca de las órdenes impartidas por Jack Torrence—dijo Gorov—. Ambos conocemos sus ambiciones, Vladimir. Tiene todas las razones y excusas para ordenar que esta nave sea destruida de inmediato. Si tú mueres, tiene la seguridad de mantener su posición como Coordinador. Lo único que espero es que nuestros capturadores estén tan acertados acerca de su capacidad para eludir a nuestros perseguidores como lo están respecto de lo que piensa Torrence.
Johnson sonrió al ver el juego de emociones sobre el rostro preocupado de Khustov. ¡Khustov conocía a Torrence demasiado bien, y ahora se vela forzado a esperar que sus capturadores pudieran eludir a sus supuestos "salvadores"!
La imagen de la pantalla cambió, se oscureció y hasta las estrellas parecieron desdibujarse... De repente, un enorme globo de fuego apareció y Johnson se dio cuenta de que el lente de la cámara había sido polarizado y que la nave había dada vuelta y se dirigía directamente hacía el Sol.
El Sol aumentó cada vez más de tamaño en la pantalla y las manchas solares se volvieron visibles como grandes zonas de moho negro a medida que la nave traspasaba la órbita de Mercurio.
—¡Nos quemaremos!—gritó Johnson finalmente—. ¡No podemos sobrevivir tan cerca del Sol!
—Eso es exactamente lo que pensarán los comandantes de esos cruceros—dijo Duntov por el intercomunicador—. Pero esta nave tiene un nuevo escudo anticalórico perfeccionado por el Dr. Schneeweiss. Es una especie de aparato de termocupla. Todo el casco de la nave es un transformador de energía solar supereficiente. Alimenta un sistema de bombeo y refrigeración que hace circular helio liquido a través de un sistema capilar en las paredes internas. Cuanto mayor es el color afuera, más eficiente es el sistema. Usa el calor solar para enfriar la nave.
El Sol se volvió cada vez más grande hasta que llenó la pantalla por completo. Johnson nunca había sabido de nave alguna que pudiera acercarse tanto al Sol, pero la temperatura dentro de ella se mantenía agradable. El sistema refrigerante, como fuere que funcionara, lo hacía bien.
—Creo que nos vieron—dijo Duntov—. Pero no les servirá de mucho. Estamos entre ellos y el Sol. A tan corta distancia el radar no funciona, sus buscadores láser están inutilizados y no nos pueden ver.
—¡No se puede quedar aquí para siempre, idiota! —dijo Khustov—. En cuanto demos vuelta nos verán. Nos tienen atrapados contra el Sol.
—Así que simplemente tendremos que desaparecer, ¿no es cierto?—respondió Duntov.
La nave siguió su camino hacía el Sol. Una enorme erupción solar se desprendió de su superficie a unos millones de kilómetros a la izquierda de la nave, un monstruoso volcán de plasma que sobrepasó la trayectoria de la nave. "¡Vaya si estamos cerca!", pensó Johnson cuando la imagen de la pantalla se distorsionó por la estática solar. La nave siguió avanzando hacía el inmenso horno solar...
En ese momento el disco solar dejó de crecer y se mantuvo estable. Johnson sentía que la nave aceleraba, pero la distancia al Sol no aumentaba ni disminuía.. .
De repente, Johnson se dio cuenta de lo que estaba haciendo Duntov: colocaba la nave en una trayectoria parabólica alrededor del Sol, usando el impulso de la nave y la enorme gravedad del astro para girar alrededor de él como una piedra sobre un hilo, y poniendo al Sol entre ellos y sus perseguidores.
La especulación de Johnson se vio confirmada momentos después, cuando la aceleración de la nave aumentó cada vez más. El Sol la había capturado y la llevaba a rastras, casi como un cometa. La nave mantenía su distancia del Sol a medida que aceleraba. Estaban en la órbita correcta, y a esa distancia el Sol era un aliado doble: impedía que sus perseguidores los vieran y su gravedad aumentaba la velocidad en su trayectoria hacía el otro lado. ¡Era cierto que desaparecerían! Los comandantes de las naves de la Hegemonía, que ignoraban la existencia del nuevo escudo anticalórico, supondrían que se habían acercado demasiado al Sol y que habían sido vaporizados, al no detectar la nave y al ver que no trataba de volver y eludirlos. No era probable que sospecharan que la nave fuese a dar la vuelta al Sol, pues ésa era una maniobra que no podían realizar sus propias naves y la Hegemonía tenía absoluta confianza en que su equipo era el mejor.
Ahora se veía un espacio abierto a un costado del Sol. Ya habían empezado a dar la vuelta...
El Sol se transformó en una medía circunferencia, y luego en un arco cada vez más pequeño del costado derecho de la pantalla... Ya casi estaban del otro lado...
Y el Sol quedó atrás cuando el último resplandor desapareció de la pantalla, la polarización del lente disminuyó... y salieron las estrellas...
—¡Estamos a salvo!—dijo Duntov—. ¡La próxima parada es el cuartel general de la Hermandad!

A pesar de lo desagradable de la situación, Constantin Gorov empezó a tratar de entablar conversación con los agentes de la Hermandad, tanto por aburrimiento como por curiosidad.
El viaje era largo, cualquiera que fuera su destino, y la conversación con Khustov producía solamente una serie de gruñidos. Boris Johnson estaba dispuesto a conversar y lo hacía cuando la oportunidad se le presentaba, pero era un tonto, y Gorov ya sabía tanto o más que él de lo que le interesaba saber acerca de la Liga Democrática.
Pero la Hermandad de los Asesinos era otro cantar. Esos agentes tenían un sentido exagerado de la seguridad o eran totalmente ignorantes. Había tratado de entrar en tema citando algunos trozos de la Teoría de la Entropía Social de Markowitz, y aún partes de sus obras menos conocidas, como Cultura y Caos, pero la única respuesta que había recibido eran miradas silenciosas. ¿Era posible que esos hombres ignoraran la doctrina a la cual servían? Qué curioso... Habla cierto paralelismo con el Milenio de las Religiones. En aquel tiempo también había creyentes que luchaban por diversos dogmas, pero no porque estuvieran convencidos de su verdad, sino simplemente porque creían... sin saber a ciencia cierta qué era lo que creían. ¡Un estilo de pensamiento muy curioso, a decir verdad!
Quizá su jefe... pensó Gorov, al ver que Duntov entraba en la cabina y descansaba en la parte de adelante. Gorov salió de su Capullo y fue hasta él.
—Usted parece ser un individuo inteligente—comenzó Gorov con intensidad—. ¿Realmente cree que las teorías de Markowitz les permitirán derrocar a la Hegemonía? Debo admitir que esas teorías tienen cierta consistencia interna, pero me parece que hay un factor que las invalida empíricamente: el tiempo. Markowitz nunca menciona el factor tiempo cuando habla de las paradojas de Orden y Caos. Es decir, aunque debo admitir que en un tiempo infinito cualquier sociedad ordenada se destruirá a si misma en una espiral de paradojas, parece que Markowitz ignore el hecho de que el periodo de evolución de la raza humana es finito. ¿O es que tienen acceso a otras obras que desconozco?
Gorov se dio cuenta de que el jefe de los Hermanos lo miraba perplejo.
—No... no he leído mucho de Markowitz—dijo Duntov—. En realidad no sé de qué está hablando.
"¡Increíble!", pensó Gorov. "¡Absolutamente increíble! ;Hasta el jefe es un ignorante total!"
—¿Me quiere decir que ha abandonado las ventajas que le brindaba ser un leal Protegido de la Hegemonía sin saber por qué?—exclamó Gorov.
Duntov se retorció.
—Es... que algo falta en la Hegemonía—dijo—. Lo experimento desde que tengo memoria. La Hermandad parece tener eso que falta... Lo llamamos Caos. Puedo creer en el Caos, y eso me hace sentir... bueno,protegido.
—¿Y qué es ese Caos que le da tal sentido de seguridad?
Duntov se encogió de hombros.
—Algo demasiado grande, demasiado poderoso y eterno para ser comprendido por mi o por cualquier otro hombre—respondió—. Es algo más grande que el Hombre, una fuerza que gobierna al universo... ¿Nunca ha sentido la necesidad de saber que hay algo, en alguna parte, más grande que la raza humana...?
"¡Fantástico!", pensó Gorov. "Aunque no lo sabe este hombre está hablando del concepto que los antiguos llamaban "Dios"." Un pensamiento a la vez nuevo y antiguo apareció en la mente de Gorov. Aunque todo el conocimiento de la tesis de Dios había desaparecido junto con el Milenio de las Religiones, ¿era posible que existiera en ciertos hombres una necesidad interna de descubrir algún orden sobrenatural y creer en él, una necesidad que no tenía un objeto específico, sino que de algún modo era su propio objeto?
"¡Vaya teoría interesante!", pensó. "Quizás... si sobrevivo a esto experiencia, habré ganado algo. ¡El conocimiento se encuentra en los lugares más inesperados!"
—A sus Capullos, caballeros—dijo Duntov por el intercomunicador—. Aterrizamos dentro de cinco minutos.
Johnson se acomodó en su Capullo y vio en la pantalla encendida la imagen de una roca desierta que flotaba en el espacio. Los filamentos lo envolvieron, pero no se encendieron los antIgravitacionales; la gravedad de un guijarro así debía de ser casi nula, y una gravedad artificial interna no afectaría a la nave. Vio que la nave se aproximaba velozmente al asteroide, como si Duntov estuviera familiarizado con el aterrizaje, describiendo una trayectoria veloz en arco que los llevaba al otro lado. No parecía haber nada sobre el pequeño planetoide, ni siquiera un trecho de terreno llano sobre el cual aterrizar. Estaba lleno de picas escarpados y grietas... Un peñasco enorme a la deriva.
Pero cuando la nave circunnavegó el asteroide y comenzó a desacelerar, una de las grietas empezó a agrandarse como las valvas de una ostra y Johnson pudo ver que lo que le había parecido una grieta natural era en realidad parte de una puerta de entrada hábilmente disimulada, formada por dos bloques cubiertos de rocas que se deslizaban hacía atrás para dejar al descubierto una enorme fosa excavada en el asteroide. En el fondo podía distinguir el piso de metal de una pista de aterrizaje. Una pista bastante grande, a decir verdad.
Cuando la nave descendió hacía la pista, Johnson pudo ver cinco naves similares estacionadas en el costado izquierdo de ella. Pero la nave estacionada sobre la derecha era enorme. Nunca había visto nada tan grande, pues era mucho mayor que cualquier nave de la Hegemonía. El diseño también era extraño: un casco liso y plateado, sin propulsión visible, como un huevo alargado de puntas afiladas, con dos bandas de dispositivos extraños alrededor de su parte más ancha.
Aun antes que la nave hubiera tocado la pista, las enormes puertas del techo volvieron a cerrarse y ésta quedó fuera del alcance de toda mirada indiscreta al restablecerse la ilusión de un asteroide totalmente desierto.
—¿Qué es esa nave?—gritó Johnson al aterrizar.
—Es el Prometeo—dijo Duntov—. El futuro de la humanidad... Algún día viajaré en él y nos iremos a donde no haya Hegemonía para...
—La Hegemonía está en todas partes —dijo Khustov—. ¡No podrán escapar de ella!
—Puede ser—dijo Duntov con rapidez, como si hubiera cometido una indiscreción—. Yo sólo repito lo que me dicen, y eso es lo único que puedo decirles. Ya sabrán lo demás bien pronto... aquellos de ustedes a quienes Robert Ching quiera informar. Salgan de sus Capullos, todos. Van a conocer a; Robert Ching... el hombre más inteligente que yo haya conocido jamás.
Pero Boris Johnson no estaba pensando en Robert Ching, en quien Duntov parecía confiar tan ciegamente, cuando salió del Capullo.
"¿Dónde no está la Hegemonía...?", pensó. "¿Cómo puede una nave ir a donde no haya Hegemonía? ¡La Hegemonía se extiende desde Mercurio hasta Plutón!... A menos que... ¡Pero todo el mundo dijo que era imposible! Incluso se sabía por qué era imposible..."
¿O era que la Hegemonía quería que la gente creyese que era imposible?
"El orden, al ser antientrópico, requiere un contexto fijo y limitado para su existencia. El caos contiene tales contextos limitados dentro de sí como remansos insignificantes que resisten temerariamente la tendencia universal básica hacía una mayor entropía social."
GREGOR MARKOWITZ, La teoría de la entropía social.

11
Robert Ching estaba sentado solo frente a la gran mesa de roja en la sala de reuniones. Este día, este momento, era la culminación de su vida, de su carrera como Primer Agente—y no había dualidad entre las dos cosas—y no lo compartiría con nadie.
Tres hombres..., pensó Ching, y todos temerosos de la muerte a manos de algo que no entendían. Y sin embargo, ninguno moriría, salvo que ellos mismos así lo dispusieran, lo que era improbable. La salvación esperaba a dos de ellos, y algo quizá peor que la muerte para el tercero... Al menos algo mucho más Caótico que la mera eliminación.
Las cosas se desarrollaban con rapidez, como si un drama que había durado siglos llegara a su desenlace final. El Prometeo estaría listo para viajar en pocas semanas más. En la Hegemonía, los Factores Fortuitos proliferaban a un ritmo nunca vista...
La Liga, la "Oposición Desleal", había sido destruida. Sin embargo, a partir de ahora, cualquier incidente debería ser reconocido como obra de la Hermandad de los Asesinos, por parte del Consejo Hegemónico, al menos ante sí mismo—y aún ante los Protegidos, si la acción de la Hermandad alcanzaba un mayor estado público y dramático—. Y la Hermandad era una fuerza desconocida, impredecible, que actuaba con fines desconocidos, y no una conspiración infantil como la Liga, fácilmente comprensible y por lo tanto manejable.
Y el cambio de Coordinador también aumentaría la Entropía Social pensaba Ching. Jack Torrence, aunque era oportunista, sería mucho más flexible que Khustov, si bien más inescrupuloso. Cuando el Prometeoabriera finalmente el sistema cerrado de la Hegemonía al Caos infinito, Torrence, a diferencia de Khustov, trataría de aprovecharse de las nuevas condiciones en vez de intentar frenar lo inevitable. Un oportunista como Torrence, casi un psicópata, era un tipo de individuo mucho mejor para ejercer el gobierno en un momento de conmoción social que un fanático. Especialmente cuando el fanático, por desprestigiado que estuviera, continuaba en escena para mantener el desequilibrio... Sí, Vladimir Khustov con vida podría servir al Caos a su manera...
El intercomunicador interrumpió las cavilaciones de Ching con su zumbido. Lo encendió.
—Sí —dijo.
—Los prisioneros están afuera, Primer Agente.
—Hágalos pasar—dijo Robert Ching—. Pero solos. Que los guardias esperen afuera por si hay tropiezos.
Un momento después se abrió la puerta y Johnson, Gorov y Khustov fueron empujados hacía adentro por los Hermanos. Ching estudió sus rostros.
Boris Johnson parecía confundido, un tanto escéptico, quizá, pero sin hostilidad aparente. Parecía estar observando las cosas con la esperanza de descubrir un nuevo mundo que pudiera reemplazar el que había perdido tan repentinamente. Habla sido despojado de sus ilusiones y anhelaba descubrir otras. Una actitud que prometía, aunque no fuese enteramente admirable...
El rostro de Vladimir Khustov era un libro abierto. Estaba obviamente aterrorizado, pero también había odio en sus ojos y algo parecido a la repulsión... el rechazo que siente un fanático por quien le parece otro fanático de un credo distinto. "Y quizás haya algo de verdad en lo que le dictan sus instintos", penso Ching.
Gorov, por el contrario, era impenetrable. Su rostro era una máscara blanda, autosuficiente y sin emoción. Su reputación de robot humano, de ente motivado sólo por su sed de saber, de máquina de pensar, parecía estar justificada. Aunque a Ching le resultaba repelente, no podía dejar de sentir una curiosa afinidad con él. Y si bien diferían en todo lo demás, ambos respetaban las maravillas del universo que bordeaban lo místico, a pesar de que Gorov jamás lo admitiría. De los tres, Ching sabía que Gorov sería el primero en comprender lo que les iba a decir.
—Bienvenidos al cuartel de la Hermandad de los Asesinos —dijo Ching—. Les ruego que tomen asiento, caballeros.
Boris Johnson se sentó de inmediato en el extremo opuesto al de Ching y miró fijamente al Primer Agente con una curiosidad tan evidente que a éste le pareció simpática. Los hombres como Johnson eran lo mejor que podía producir la raza humana bajo las condiciones de la Hegemonía, pensó Ching. Rebeldes instintivos, visceralmente dogmáticos en su oposición al Orden de la Hegemonía, pero sin compromisos y flexibles en el momento de la verdad.
Gorov dudó un instante, y luego se sentó al lado de Johnson. Khustov, sin embargo, no se movió de su lugar y miró a Ching con gesto desafiante.
—Vamos, señor Khustov—lo retó Ching—. Seguramente no querrá que llame a los guardias para hacer que se siente. Me turbo verlo ahí de pie, e insisto en que se siente. No me haga usar la fuerza. Aborrezco la violencia sin sentido.
—Usted... usted... —tartamudeó Khustov, sentándose al fin—. ¡Usted aborrece la violencia! ¡Ustedes! ¡La Hermandad de los Asesinos! ¡Criminales! ¡Locos! ¡Verdugos dementes y fanáticos! ¡Ustedes aborrecen la violencia!
—Dije que aborrecía la violencia sin sentido—repitió Ching mansamente—. Pero las condiciones de la Hegemonía conducen a la violencia hasta a los hombres más sensatos. Sólo por medio de la violencia puede ser destruida la Hegemonía.
—¡Entonces Arkady me decía la verdad! —exclamó Johnson—. ¡Son enemigos de la Hegemonía! Pero... ¿por qué se han opuesto a nosotros a cada paso? ¡Debían saber que la Liga era enemiga de la Hegemonía! Podríamos haber colaborado... —dijo Johnson, casi con nostalgia—. Eramos enemigos de sus enemigos, al menos. ¿Por qué nos sabotearon siempre?
¿Cómo explicarle a un hombre como Johnson que su misma lucha ha servido a aquello contra lo cual luchó?, pensó Ching. ¿Cómo explicarlo sin quebrarlo?
—¿Está familiarizado con la Ley de la Entropía Social? —preguntó a modo de tanteo.
Johnson lo miró sin comprender.
Ching suspiró. ¡Por supuesto que no!, pensó.
—¿Al menos ha oído hablar de Gregor Markowitz?
—¿El profeta del Milenio de las Religiones...?—dijo Johnson—. Se rumorea que son sus seguidores ¿Es cierto que basan sus decisiones en los augurios de las entrañas de los animales, de acuerdo con algo llamado la "Biblia"? ¿Es por eso que nada de lo que hacen tiene sentido?
Ching rió.
—¡Entrañas de animales! ¡La Biblia! —exclamó—. Mi amigo, la Hegemonía lo ha mantenido en una ignorancia aún mayor que la que suponía. No somos brujos, ni Markowitz fue un profeta como usted se imagina. Era lo que en una época se llamaba "Científico Social", un hombre que estudiaba sociedades. La Teoría de la Entropía Social no es un libro de profecías, sino un tratado científico. Le puedo asegurar que nuestras acciones son totalmente lógicas; sólo que aparecen como ilógicas porque son Fortuitas.
—Las dos palabras significan lo mismo—insistió Johnson.
—Eso es lo que la Hegemonía quiere que crea —dijo Ching—. El Orden es lógico, el Caos es ilógico. Los que sirven al Orden son pragmáticos y los que sirven al Caos son fanáticos religiosos. Pero considere la Ley de la Entropía Social. Déjeme enunciarla de forma que la pueda comprender. La tendencia natural del mundo físico es la de avanzar hacía un grado cada vez mayor de desorden, o azar, que nosotros llamamos Caos o Entropía. Lo mismo ocurre en el campo de la cultura humana. Revertir esta tendencia en un lugar y durante un tiempo determinados del mundo físico requiere energía. Lo mismo ocurre con las sociedades humanas: requieren Energía Social. Cuanto más Ordenada sea una sociedad, y por lo tanto más antinatural y antientrópica, mayor es la cantidad de Energía Social necesaria para mantener esa situación artificial. ¿Cómo se obtiene esta Energía Social? ¡Pues ordenando a la sociedad de forma tal que la produzca! Lo que genera a su vez una mayor demanda de Orden, como puede ver. Esto crea una mayor necesidad de Energía Social, y así sucesivamente, en una progresión geométrica que avanza en espiral mientras la sociedad intente alcanzar el Orden. Se ve la paradoja, ¿no es cierto? Cuanto más Ordenada sea una sociedad, mayor será el Orden que debe engendrar para mantener su Orden original, lo que requiere aún más Energía Social, y nunca llega a estabilizarse. Y de este modo, una sociedad puede tolerar cada vez menos factores fortuitos a medida que se vuelve más y más Ordenada.
Ching vio que Johnson se debatía con el concepto y que su rostro reflejaba perplejidad.
—Píenselo en términos específicos —sugirió Ching—. La Hegemonía es una estructura altamente Ordenada y antinatural, opuesta a la naturaleza básicamente Caótica del universo. El enfoque de su Liga Democrática era luchar contra el Orden en forma Ordenada, y como la Hegemonía es mucho más Ordenada que lo que la Liga jamás podía aspirar a ser, nunca hubieran podido obtener la Energía Social necesaria para sustituir el Orden existente por el suyo. En realidad, la Liga, como "Oposición Desleal", absorbió mucho de la hostilidad fortuita hacía la Hegemonía y transformó estos Factores Fortuitos en factores predecibles, contribuyendo por lo tanto al Orden de la Hegemonía. Por otro lado nosotros, al actuar en forma fortuita, introduciendo Factores Fortuitos Intolerables, estamos seguros de nuestro triunfo final, ya que el Caos, la naturaleza misma del universo, está de nuestro lado en un sentido más que figurado.
—¿Cuánto tiempo más debemos seguir escuchando esas patrañas?—exclamó Vladimir Khustov—. ¡Mátenos y basta! ¿Es necesario agregar el aburrimiento al asesinato?
—¿Matarlos?—dijo Ching, sonriente—. Eso sería lo lógico, lo previsible, ¿no es cierto? Usted es el enemigo y hay que matarlo, ¿no? Sería lo que usted haría en mi lugar. Pero usted sirve al Orden, y yo al Caos. Por lo tanto, yo hago lo que es Caótico, que en este caso sería dejar que se fuera.
Ching sonrió con picardía al ver las expresiones en los rostros de Khustov y Johnson. Esperanza en el de Khustov, con algo de desprecio y miles de planes. Desazón en el de Johnson. Sólo el rostro de Constantin Gorov permanecía calmo, como si supiera. Había sido una decisión sabia sacar a Gorov del Consejo. Era un hombre brillante y su ansía de saber era casi obscena. Si esa ansia hubiera estado combinada con un anhelo igual de poder... ¡Gorov como Coordinador hubiera sido un enemigo formidable!
—Por supuesto—continuó Ching—, deberá quedarse como nuestro invitado en otra base de la Hermandad. Creo que seis meses normales será suficiente. Después de eso quedará en libertad. La reacción de Jack Torrence por su repentina reaparición después de seis meses con la Hermandad de los Asesinos será de lo más... Caótica.
Khustov se puso pálido.
—¡No puede hacerme eso! —gritó—. ¡El Consejo pensará que estuve del lado de la Hermandad en todo momento! Torrence les ha estado insinuando eso siempre. ¡Me... me harán ejecutar!
—Quizá—dijo Robert Ching—. Y por otro lado, quizá no. Ya que le hemos regalado el puesto de Coordinador a Torrence, creo que lo justo es hacerle a usted una sugerencia que pueda asegurar su supervivencia. Considere esto: podría sugerirle al Consejo que la ejecución de un ex Coordinador no sería prestigiosa para la Hegemonía, en especial si se sugiere que era un agente de la Hermandad. Implicaría que la Hermandad ha sido capaz de infiltrarse en el mismo Consejo Hegemónico. Además, su eliminación del Consejo sería un paso en falso por la misma razón, como que provocaría dudas en la cabeza de los Protegidos, dudas difíciles de aclarar. Un hombre de sus talentos debería ser capaz de convencer al Consejo de que le permitan conservar su puesto de Consejero hasta las elecciones siguientes.
Ching oprimió un botón en su intercomunicador.
—Envíen a los guardias para llevar al señor Khustov—dijo.
Un momento más tarde, la puerta se abrió y entraron cinco Hermanos armados. Ching miró cómo se llevaban a Khustov con una profunda sensación de satisfacción. La Entropía Social funcionaría al máximo. Khustov y Torrence cambiarían de lugar durante los años que faltaban hasta la elección, con Torrence como Coordinador y Khustov en la oposición. Y la Hermandad, actuando bien, podría hacer parecer que Torrence era su aliado. Una vez más, un Consejo dividido. Y mucho antes que Khustov volviera a poder ser elegido, el Prometeo volvería de su misión para enfrentar a un Consejo Hegemónico dividido. Con las fuerzas del Orden dispersas y las fuerzas del Caos apoyadas por la evidencia de que la Galaxia era un conjunto de infinitas civilizaciones —una evidencia demasiado grande y revolucionaría para ser suprimida—, la Hegemonía del Sol estaba condenada a muerte, y los siglos de introducir pequeños Factores Fortuitos en el sistema cerrado de ella estarían justificados. ¡El Caos reinaría para siempre!
—Así que mis suposiciones eran correctas —dijo Gorov—. Los actos aparentemente sin sentido de la Hermandad eran realmente la introducción de factores fortuitos en el Orden de la Hegemonía, de acuerdo con las teorías de Markowitz. Un cuerpo de teorías interesante, sin duda, pero que tiene fallas que aseguran su derrota final.
—¿Ah, si, Gorov?—dijo Ching, algo divertido—. Sin lugar a dudas que un hombre de su intelecto podrá encontrar todo tipo de fallas en una teoría que ha aguantado más de tres siglos.
—Así es—respondió Gorov sin humor—. La falla básica de la teoría de Markowitz es su obsesión por lo universal y lo infinito. Debo conceder que un sistema cerrado la Hegemonía deberá sucumbir ante factores fortuitos a medida que el Orden aumenta hacía lo absoluto. A la larga, muy a la larga. Pero nos movemos con realidades específicas y no con abstracciones. A la larga, la Hegemonía está condenada, al igual que todas las obras de los hombres, ya que la vida del género es en sí limitada. Pero el factor tiempo trabaja en su contra. La Teoría de la Entropía Social ignora supinamente el factor tiempo. Por supuesto, su estrategia daría resultado si tuviera la eternidad para llevarla a cabo. Pero esa no es ni remotamente la situación. A la larga, el Hombre, al igual que todas las especies que lo precedieron, se extinguirá cuando el Sol se enfríe o probablemente mucho antes, de resultas de factores que no podemos imaginar. Pero esa extinción se producirá mucho antes que ustedes puedan derrocar a la Hegemonía, pues ésta también quiere ganar tiempo, y dentro de poco ejercerá un control total sobre el Sistema Solar, sobre el medio del Hombre. Será un perfecto sistema cerrado. Y si bien puede ser verdad que dicho sistema tolerará cada vez menos factores fortuitos, también es verdad que cada vez será más difícil introducir dichos factores, y la Hegemonía podrá posponer su desaparición por millones de años, es decir por toda la existencia del género humana. Ustedes no son los únicos capaces de planear a largo plaza, y allí está la falla fatal de su estrategia .
Ching estaba impresionado ante la profundidad de la visión de Gorov, pues había puesto el dedo en la llaga. Esa era la paradoja que había preocupado a los mejores pensadores de la Hermandad durante siglos, hasta que se hizo posible el Proyecto Prometeo. Ching se convenció aun más de la sabiduría de haber depuesto a un hombre así del campo enemigo, y se sintió con esperanzas de que un hombre como Gorov, dominado por la lógica, pudiera ser ganado para la causa del Caos con argumentos intelectuales.
—No defrauda usted mis expectativas. Constantin Gorov —dijo Ching—. Su análisis de la dinámica de un sistema social cerrado es perfecto. El mismo Markowitz estaría impresionado. Siempre y cuando la discusión, y también el alcance del Hombre, estén confinados en un sistema cerrado de ese tipo. Pero considere a la Galaxia, al universo entero. En si es infinito, y por lo tanto es un sistema abierto, intrínsecamente Caótico. En ese contexto, una partícula Ordenada como la Hegemonía no puede durar mucho.
—¡Usted está confundiendo la discusión!—insistió Gorov—. Estamos hablando de la realidad pragmática, no de la fantasía. Estamos hablando del entorno finito del Hombre, el Sistema Solar, y no de una hipotética infinitud.
—¡Ah! —dijo Ching—. ¿Pero es imprescindible que el Hombre viva confinado a este sistema solar, condenado a morir cuando el Sol se apague? ¿No es posible que el Hombre rompa ese cascarón como un pollo, y salga del huevo que imagine ser el universo, para entrar en el mundo infinito del Caos y de la inmortalidad como género?
Ching miró los rostros ahora pensativos de Gorov y Johnson.
—Creo que ha llegado el momento de mostrarles algo que conmoverá sus convicciones, del mismo modo que conmovió las mías... Y creo que hará tambalear los esquemas mentales de toda la especie humana.
Habló por el intercomunicador.
—Preparen la película de la sonda para verla de inmediato en el auditorio.

Boris Johnson siguió a Ching, que junta con Gorov y cuatro guardias, marchaban por el pasillo hacía el ascensor. Estaba totalmente fascinado. Había algo aleteando en el umbral de su conciencia: la respuesta a alguna pregunta que no podía formular. Mucho de lo conversado entre Gorov y Ching acerca de esta Teoría de la Entropía Social le había resultado incomprensible, pero había algo en lo que había dicho Ching que le parecía cierto... Más que eso: le parecía obvio, evidente por si mismo...
Mientras bajaba junta con los demás hacía el centro del asteroide, el rompecabezas se armó de repente en su mente. Habla odiado a la Hegemonía desde que tenía memoria, pero sin saber por qué realmente; había estado decidido a destruirla, pero con una idea muy vaga de cómo encarar la tarea.
Pero ahora había descubierto que otros hombres compartían sus sentimientos. Eran hombres que, a diferencia de él, tenían acceso a la sabiduría olvidada y prohibida del pasado, que entendían la naturaleza esencial de la causa por la cual luchaban, que sabían luchar eficazmente, y por sobre todo, que parecían tener una visión más amplía del destino del Hombre que la mera destrucción de la Hegemonía; que veían esa destrucción como un simple preludio a algo más vasto e inmortal.
Sabía que era eso lo que le había faltado a la Liga Democrática. La Liga se había opuesto a algo y nada más; no había luchado a favor de nada. Hasta la "Democracia" se había planteado como la desaparición de la Hegemonía. La negación de la negación, pero nunca una visión positiva con su propia legitimidad.
Pero la Hermandad tenía aquello que llamaban Caos... un concepto difícil de comprender, pero no porque fuera una palabra vacía, sino por su misma grandeza.
Miró fijamente a Robert Ching cuando llegaron al fondo del tubo elevador y el jefe de la Hermandad los condujo hasta el auditorio. Sabía que estaba frente a un hombre que tenía una visión coherente del universo y de todo lo que lo rodeaba. Este Caos, que era de alguna manera la esencia de todo lo que existía, había brindado a Ching una visión certera de la realidad cotidiana. La prueba estaba en el hecho de que la Hermandad había podido superar tanto a la Liga como a la Hegemonía a cada paso. Ahora comenzaba a entender la casi adoración que le profesaba Duntov a Ching. No cualquiera estaba en condiciones de comprender el Caos, pero estaba claro que Ching sí podía hacerlo. Y si uno no podía comprenderlo por uno mismo, lo menos que podía hacer era seguir a quien si lo comprendía sin cuestionamientos...
Una vez en el auditorio, Ching les señaló sus asientos en silencio. Se sentó y sin decir palabra hizo una seña al técnico que estaba junto al proyector en el fondo de la sala.
Una imagen apareció sobre la pantalla que tenían delante.
Johnson vio una guirnalda de estrellas sobre un fondo negro. Una de ellas comenzó a crecer a saltos hasta transformarse en un disco cada vez más grande.
—Ustedes están presenciando la proyección de una versión abreviada de la película tomada por una sonda interestelar no tripulada—dijo Ching.
Johnson oyó una exclamación de Gorov.
—¡Vuelos interestelares! ¿A velocidades mayores que la luz...? ¡Es imposible! Sólo Schneeweiss podría haber... y se mató cuando esos idiotas del Consejo impidieron su trabajo, a pesar de mis protestas... ¿O no se mató?—musitó Gorov.
—¿Qué le parece?—dijo Robert Ching, mientras las imágenes de varios planetas se sucedían sobre la pantalla, y eran reemplazadas finalmente por la imagen de un planeta con océanos y nubes... ¡Un planeta que giraba alrededor de un sol distinto!, pensó Johnson de repente, cayendo en la cuenta, sobrecogido por lo maravilloso del acontecimiento.
Gorov se mantuvo callado mientras seguía la película. Ching tampoco dijo nada ante las imágenes de continentes, de vegetación y de praderas cultivadas. Johnson tenía miedo de respirar. ¿Qué podía decir? Estaba presenciando el acontecimiento más importante de la historia humana, un acontecimiento tan enorme, tan cargado de posibilidades infinitas que lo sobrecogía. ¡Que los hombres pudieran alcanzar las estrellas algún día! Un nuevo sistema solar; no sólo uno, sino varios sistemas nuevos... ¡Aquí estaba la esperanza de una libertad verdadera, basada en un hecho objetivo, y no sobre meras fantasías!
Se le escapó un gruñido cuando vio la ciudad extraterrestre, y otro cuando la nave extraña apareció en su campo visual.
La película terminó y la pantalla quedó en blanco.
—Ahora lo han presenciado—dijo Ching—. Ahora conocen el acontecimiento más importante de la historia humana. La película que acaban de ver fue tomada en el sistema de Cygnus 61, un sistema próximo en términos Galácticos, y el primero que sondeamos. Piensen esto: si en nuestro primer intento nos encontramos con una civilización altamente desarrollada, ¿cuántas más podrán existir en nuestra Galaxia solamente? ¿Un millón? ¿Un billón? ¿Y cuántos planetas desocupados pero habitables? ¿Dónde quedó su sistema cerrado ahora, Gorov? Ni siquiera es posible que la Hegemonía sueñe con controlar toda una Galaxia.
—No... —musitó Gorov—. Comprendo que tiene razón, dentro de este nuevo contexto. La Hegemonía parte de la suposición de una raza humana limitada a un área determinada. Pero si los hombres viajan a las estrellas, si el entorno potencial de la raza se vuelve infinito, es evidente que la Hegemonía está condenada... y no lamentaría su desaparición, pues ya no sería una estructura social útil y funcional. Es una lástima...
—¿Todavía se lamenta por la Hegemonía después de lo que ha vista, Gorov?—dijo Ching—. Esperaba algo más de un hombre de su capacidad intelectual.
—Se equivoca en su apreciación—dijo Gorov—. Nunca di mi lealtad a la Hegemonía como tal. Cuando cambian las condiciones, las formas deben cambiar junto a ellas. Los idiotas del Consejo Hegemónico nunca quisieron entenderlo así. Soy leal a la verdad, a la verdad y aquel orden social que mejor sirva a los intereses de la mayoría en determinadas condiciones. Hasta ahora, el Orden de la Hegemonía ha asegurado la paz y la prosperidad. Pero cuando cambian las condiciones, un hombre racional reformula sus hipótesis y analiza la nueva realidad. Si de algo me lamento es de saber que la Hegemonía jamás permitirá los viajes interestelares. Es obvio que se darán cuenta de su significado. Es una lástima, pues nos aguarda un enorme depósito de nuevos conocimientos allí afuera.
—¡Ah!—dijo Ching—. Pero usted ya sabe que la Hegemonía no es la única organización capaz de construir naves interestelares. El Proyecto Prometeo, la culminación de trescientos años de historia de la Hermandad, está casi terminado. El Proyecto Prometeo es...
—¡Una nave interestelar!—exclamó Johnson de repente—. Esa nave de formas extrañas que vimos al aterrizar. Es una nave interestelar, ¿no es cierto?
—Así es—dijo Robert Ching—. El Prometeo es una nave interestelar. Dentro de un mes partirá rumbo al sistema Cygnus 61, y al igual que su antecesor mitológico cambiará el curso de la cultura humana a su regreso. Para bien o para mal, pero para siempre. La era de la Hegemonía tocará a su fin. Cuando se sepa la noticia—y pueden tener la certeza de que la Hermandad se encargará de que se sepa—, Torrence deberá optar por una de estas dos cosas: por construir naves interestelares o por suprimir los viajes. Por razones puramente políticas, si Torrence toma partido por una actitud, Khustov apoyará la otra. Pero hay algo más que ustedes no saben. Nuestra sonda fue seguida en su viaje de regreso por una sonda extraterrestre. Está claro que los Cygnianos estarán en condiciones de construir sus propias naves interestelares dentro de poco tiempo. Si el Hombre no va hacía las estrellas; éstas vendrán hacía el Hombre. El resultado final será el mismo: el Hombre se verá inevitablemente sumergido en la Galaxia, y eso será el fin de la Hegemonía. El control cederá paso a la libertad, y el Orden al Caos. .. y a lo infinito. Y ustedes, caballeros, tendrán la posibilidad de participar en forma directa en esto gran aventura.
Ching se dirigió a Johnson, y éste pudo ver una expresión casi envidiosa en sus ojos calmos.
—Usted, Boris Johnson, se ha ganado un lugar en el Prometeo—dijo—. Aunque luchó a ciegas, lo hizo en el bando del Hombre, y esa valentía será necesaria cuando nos encontremos cara a cara con otros seres inteligentes. Además, debemos dejar en claro que las estrellas pertenecen a todos los hombres y no a la Hegemonía ni a la Hermandad de los Asesinos en forma exclusiva.—Ching miró a Constantin Gorov—. Usted tiene las condiciones ideales para tratar con seres no humanos—dijo—. Confieso que no me agrada su frialdad, su falta de emoción humana, pero su ansía de conocimiento y su brillantez servirán bien al Hombre en la tarea de comprender una civilización totalmente extraña y de entablar una comunicación verdadera. —Hizo una pausa y luego sonrió fríamente—. Creemos que los hombres deben poder elegir, aunque sea de una manera meramente formal—dijo—. No es una elección justa, debo admitirlo, pero es una elección al fin. Pueden embarcarse como voluntarios en la nave Prometeo o ser ejecutados de manera humanitaria. La decisión, si es que cabe darle ese nombre, es suya, caballeros. ¿Cuál es la respuesta?...
Johnson movió la cabeza, un gesto a la vez involuntario y. de asentimiento. Estaba totalmente anonadado: había sido derrotado, destruido, su mundo había sido carcomido cruelmente por una serie de desilusiones, y ahora se le ofrecía una vida nueva que superaba sus expectativas más delirantes. De la misma manera que había intuido la corrección de la Teoría de la Entropía Social sin comprenderla en su totalidad, ahora comprendía instintivamente que la apertura de la Galaxia al Hombre, la libertad para recorrer esa Galaxia habitada por incontables seres, era la culminación de todo por cuanto había luchado, aunque jamás se le hubiera ocurrido como posibilidad antes de ese momento.
Su guerra contra la Hegemonía había sido una lucha por la Democracia, que para él significaba la libertad simplemente, pero ahora comprendía el significado más profundo de la palabra libertad; no la de estar libre de una tiranía particular, ni aun de la tiranía en general, sino la libertad para hacer cosas. Para que los hombres fuesen realmente libres, ese "para" tenía que ser abierto, tenía que referirse a todas las posibilidades que pudieran existir. La libertad era el derecho de cada hombre de cumplir con su destino particular, y había al menos tantos destinos como hombres. La libertad era lo infinito, y sólo las estrellas podían ser la forma concrete de esta libertad teórica. En un universo infinito, el Hombre tendría lugar para volverse él mismo infinito, y quizás encontrar la inmortalidad en esa infinitud. En cuanto a él, personalmente, estaría más allá de la Hegemonía, pudiendo respirar libremente al fin, no en sueños lejanos, ¡sino aquí y ahora!
Johnson sabía que había captado un poco de la verdadera naturaleza del universo, oceánico y preñado de posibilidades, donde todo podía ocurrir, y todas las cosas posibles eran la naturaleza infinita de la existencia que Robert Ching llamaba Caos.
Asintió de nuevo con la cabeza, esto vez con firmeza y voluntad.
—Iré—dijo—. Iré con mucho gusto.
—¿Y usted, Constantin Gorov? —dijo Ching.
—Usted me insulta—dijo Gorov sin humor—. Me insulta al amenazarme con la muerte si no deseo aceptar el desafío más grande a mi intelecto que jamás hubiera podido concebir. ¿Me toma por idiota total? ¿Qué hombre en su sano juicio se negaría a aceptar una oportunidad así? La cantidad de conocimientos que se pueden adquirir en contacto con una civilización extraterrestre es inconcebible, ya que tales criaturas deben de diferir de nosotros en aspectos que ni siquiera podemos imaginar, y deben de haber formulado pensamientos que jamás surgieron en cerebro humano alguno. Será como llegar desnudo a nuestra propia civilización. ¡Avanzaremos milenios en forma instantánea! Un tesoro inconmensurable. ¡Por supuesto que acepto! ¡Sería una locura elegir la muerte antes que este conocimiento!
—Pensé que quizá su lealtad a la Hegemonía...
—Pero la Hegemonía es una cosa transitoria—dijo Gorov—. Sigo sosteniendo que es una estructura que ha servido bien al Hombre en un contexto determinado. Pero ahora el contexto se amplía y debemos ampliarnos junto con él. Un conocimiento que se adquiere no puede borrarse, ni aun en el caso de estar tan locos como para querer hacer tal cosa. Solamente el conocimiento es inmutable e inmortal.
—Han elegido bien, caballeros —dijo Robert Ching—. Lo único que lamento es no poder acompañarlos. La aventura no es para los viejos, y hay muchas cosas que quedan por hacer aquí. El trabajo de la Hermandad no se terminará hasta que toda la humanidad goce de la libertad de viajar a las estrellas como ustedes. El Prometeo es sólo el comienzo. Como su mítico homónimo traerá el fuego de los dioses—el Caos, lo infinito—a las manos del Hombre. Pero es tarea de los hombres hacer algo bueno con ese regalo, y no algo dañino. Habrá trabajo para la Hermandad mientras haya Hegemonía... Pero estoy desvariando, y no hay tiempo para eso. Tenemos mucho que hacer el próximo mes. Es mejor comenzar ahora.
"El hombre tiende a la vida y elude la muerte; tiende a la victoria y elude la derrota. ¿Qué puede ser más paradójico, por lo tanto, que el triunfo a través de la muerte? ¿Qué acto puede ser más caótico que lograr la victoria a través del suicidio?"
GREGOR MARKOWITZ, Caos y cultura.

12
Arkady Duntov estaba en la sala de mando de la nave Prometeo, a la que había llegado a considerar como su nave, paulatinamente, durante ese último mes de preparación que finalizaría mañana.
En verdad, sería su nave, al menos durante la trayectoria hasta Cygnus 61. Era el capitán, el jefe titular de la expedición. Una vez en su destino, otros hombres, incluso Gorov, un ex enemigo, serían más importantes que él; pero durante los viajes de ida y de regreso sería su nave.
Mañana sería el gran día. Las últimas provisiones estaban siendo cargadas a bordo y mañana la dotación completa estaría en sus puestos y zarparían. Duntov recorrió los controles y visores con una mirada cariñosa.
La nave tenía dos sistemas de mando independientes: uno de ellos le era familiar, el otro era totalmente nuevo. Cada uno controlaba uno de los dos mecanismos de propulsión que poseía el Prometeo. Para despegar, aterrizar y viajar dentro de los sistemas solares, la nave estaba dotada de dispositivos antigravitacionales y propulsores de reacción convencionales. Pero cuando hubieran pasado la órbita de Plutón usarían el otro mecanismo, que permitiría desarrollar velocidades mayores que la de la luz.
Duntov meneó la cabeza por milésima vez al contemplar los controles del segundo mecanismo. Había pasado horas y horas junta a Schneeweiss ese último mes, pero la teoría del mecanismo seguía siendo incomprensible para él, aunque su manejo era bastante simple.
—En realidad, el Prometeo no entra en contradicción con las ecuaciones de Einstein que limitan la velocidad de los cuerpos a la de la luz—decía Schneeweiss, para luego tomarse media hora para explicar cuáles eran esas ecuaciones que no se habían invalidado. Y así es el asunto—había dicho luego de señalar que, de acuerdo con esas ecuaciones, se requería una fuerza infinita para acelerar una nave más allá de la velocidad de la luz dentro de lo que él llamaba "el continuo principal"—. No podemos sobrepasar la velocidad de la luz en términos del pasaje de la nave a través del continuo temporo-espacial principal. Por lo tanto, salimos de ese continuo principal. Se usa la propulsión convencional para apuntar en dirección a Cygnus 61 y obtener una velocidad convencional grande. Luego se activa el Generador de Estasis. ElPrometeo, con un pequeño volumen del espacio que lo rodea, se encierra en una burbuja temporal, o, para ser más exactos, en un campo en el cual el tiempo se ha detenido en relación con el continuo principal. En relación con el microcontinuo dentro del campo, la nave no sobrepasa la velocidad de la luz, pero la burbuja en si viaja a través del continuo principal a la velocidad de la luz elevada a su propia potencia. Como la nave ha dejado de ocupar un lugar en el tiempo y el espacio del continuo principal, las ecuaciones de Einstein permanecen vigentes.
Arkady Duntov conocía sus limitaciones y su lugar dentro del esquema, y estaba satisfecho con ambas cosas. Siempre habría cosas en el universo que no comprendería nunca, y que tampoco deseaba comprender. Era suficiente saber que había hombres como Robert Ching en los cuales podía confiar enteramente. Tampoco envidiaba la sabiduría de Gorov o Schneeweiss: para él era importante creer y poder actuar en función de esa creencia. No envidiaba a nadie. Aun más, en el transcurso de las últimas semanas se había preguntado si hombres como Ching, que si sabían, pero no podían actuar, no sentirían un poco de envidia hacía él...

Constantin Gorov flotaba al lado de Ching en la sala de observaciones esférica en el centro del asteroide. La ilusión d espacio y estrellas le producía una curiosa sensación de vértigo que, al igual que la persona misma de Ching, le fascinaba repelía a la vez. Había frecuentado mucho este lugar duran su estadía en el cuartel de la Hermandad, y también había frecuentado la compañía de Robert Ching.
"Ching es un hombre muy extraño", pensó. "Es muy parecido a mí en tantas cosas... es un hombre que respeta el saber, un hombre con una mente que piensa, que respeta a los demás que cultivan el saber, lo que constituye una excepción dentro de la raza humana."
Pero la otra cara de Ching le resultaba repulsiva. ¿Cómo era posible que un hombre tan inteligente tuviera una actitud tan retrógrada y cargada de superstición frente al saber que cosechaba? Esta obsesión suya con el Caos... era su religión, sin duda. Era a la vez ridículo y un tanto escalofriante ver a un hombre de la capacidad intelectual de Ching que adoraba la nada, el azar. Casi se podía decir que adoraba el Principio de Incertidumbre de Heisenberg...
—Mire, Gorov—dijo Ching—. Todas esas estrellas, cada una un sol, una morada posible para el Hombre... Lo infinito del Caos, lo enorme del universo...
De repente Gorov dejó de escucharlo. Había visto algo, una pequeña formación de puntos que se acercaba a ellos desde el Sol, desde la Tierra... —¡Mire!—gritó, señalando. ¡Allí! ¡Son naves!
Ching, sorprendido, miró en la dirección que señalaba Gorov.
—¡Comando de radar!—dijo al aire—. ¡Se acercan naves al asteroide! ¿Las pueden identificar? ¡Compute su trayectoria inmediatamente!
Hubo una pausa larga, durante la cual Gorov sintió resignación y desesperación en forma alternada. Deben de ser naves de la Hegemonía, pensó. ¿Cómo sería posible detenerlas? Perder la posibilidad de viajar a las estrellas ahora, a último momento...
La voz del oficial de radar llenó la sala de observación.
—Son cruceros de la Hegemonía, Primer Agente. Unos treinta. Se dirigen directamente hacía nosotros, como si supieran que estamos aquí. Se estima que llegarán dentro de tres horas.
—¡Es imposible! —exclamó Ching—. Todas nuestras instalaciones están ocultas. Hemos estado manteniendo un silencio de radio total. Nuestro reactor está tan bien blindado que es imposible detectarnos por la emisión de radiación. ¿Cómo...?
—Simple prolijidad Hegemónica —dijo Gorov—. Torrence debe de haber adivinado que el cuartel general de la Hermandad estaría en algún lugar del Cinturón de Asteroides. Después de eso... Pues, tuvo un mes para investigar. Hay una cosa que no se puede ocultar en forma total: el calor. Es posible que hayan revisado todos los asteroides del Cinturón con detectores calóricos supersensitivos. Una tarea indudablemente aburrida, pero ninguno de los asteroides tiene fuentes calóricas internas. Por lo tanto, un asteroide que registra una diferencia de temperatura con el espacio circundante tiene que estar habitado, No había forma de encubrirlo. No será posible enfrentarse esos cruceros... ¿No podemos alistar el Prometeo y zarpar antes de tiempo? Tenemos tres horas...
—Es posible—dijo Ching—. Pero el Prometeo sería alcanzado. Es un poco más lento que una nave común bajo propulsión convencional, y se destruiría si se activa el Generador de Estasis tan cerca de una masa estelar, al menos eso dice Schneeweiss. No hay nada que podamos hacer. A menos que...
La expresión del rostro de Ching cambió, pasando de la desesperación total al triunfo, casi al éxtasis.
—¡Claro!—exclamó—. ¡Un Acto Caótico Final! ¡Es la única salida! ¡El Acto Caótico Final, totalmente justificado por las circunstancias, además! ¿Qué otra solución habría?
Se dirigió a Gorov. El aura de éxtasis religioso que despedía era casi palpable, una luminosidad que llenó a Gorov de miedo y repulsión, pero a la vez de esperanza, de una esperanza estúpida y sin fundamento que lo avergonzaba con su falta de lógica. ¿Qué se traería entre manos este fanático brillante? No había salida. ¿Qué sería un "Acto Caótico Final"?
—Vamos, apresúrese—dijo Ching—. ¡Al Prometeo! ¡Suban todos a bordo! El hombre llegará a las estrellas, y yo... me permitiré un Acto Caótico Final.
Gorov vaciló, a punto de preguntar qué era ese "Acto Caótico Final". Pero cuando miró los ojos de Ching, profundos y brillantes, perdidos en la contemplación de una visión lejana y terrible, Constantin Gorov se sorprendió al sentir que finalmente se había encontrado con algo que no deseaba saber.

Luego de dos horas de correr de un lado a otro, cargando las últimas provisiones, preparando su equipaje y haciendo miles de otras pequeñas tareas, Boris Johnson se encontró envuelto en los filamentos de su Capullo en la cabina de mando del Prometeo. A su costado, en su Capullo especial de piloto, que dejaba las manos libres, Arkady Duntov efectuaba las verificaciones finales, mientras avanzaba la cuenta regresiva acelerada... Los otros tres Capullos de la cabina de mandos estaban ocupados por desconocidos, mientras que Gorov y cien hombres más estaban embalados como huevos en la cabina principal de la nave detrás de él. Faltaba poco para el despegue.
Ahora, en los instantes de espera, Johnson se daba cuenta de lo inútil que había sido toda la actividad febril, todo el esfuerzo realizado, y de lo desesperada que era su situación.
Los cruceros Hegemónicos estaban a menos de medía hora de viaje, y su forma de avanzar sobre el asteroide no dejaba dudas acerca de su meta y sus intenciones. Era imposible que el Prometeo pudiera sacarles ventaja antes de llegar a Plutón, y todas las pequeñas naves de la Hermandad que había en el asteroide quizás les permitirían ganar cinco minutos si se enfrentaban a los treinta cruceros...
Era inútil... pero Johnson había perdido las esperanzas tantas veces en los meses pasados, sin sucumbir, que había dejado de sentir que una situación aparentemente desesperada fuera realmente irremediable.
Toda la base de la Hermandad estaba ocupada en alguna actividad aparentemente salvadora. Estaban planeando algo, y Johnson había oído a varios de los Agentes Principales susurrar acerca de un "Acto Caótico Final" con expresiones de éxtasis en sus rostros. Estaba claro que sabían algo que él ignoraba, una situación que Johnson había aprendido a aceptar como la normal en los últimos tiempos. ¿Pero qué sería...?
La voz de Robert Ching sonó por el intercomunicador:
—Agente Duntov, no debe responderme. De ahora en adelante mantendrá silencio de radio absoluto. Obedecerá mis órdenes al pie de la letra.—La voz de Ching sonaba extrañamente tensa, y tenía una inflexión metálica y nueva; era una voz de mando—. Sus órdenes son las siguientes—prosiguió—: Tendrá al Prometeo en condiciones de despegar en forma inmediata, pero no efectuará el despegue hasta que se imparta la señal. La señal será la apertura de las puertas que cubren la pista de aterrizaje. No se detendrá a corregir su curso hacía Cygnus 61 en ese momento, sino que avanzará en la dirección general de ese sistema con la máxima aceleración de emergencia hasta que pase el peligro de intercepción por las naves Hegemónicas. No se preocupe, sabrá cuándo ha llegado ese momento. Entonces corregirá su trayectoria final. Obedezca estas órdenes en forma estricta y sirva bien al Caos. Terminado... y hasta siempre.
—Pero ¿qué pasa si las naves Hegemónicas...?—empezó a decir Duntov por el intercomunicador; y luego, recordando la orden de Ching, reformuló la pregunta en forma retórica a Johnson—. No los podemos aventajar, Boris. Y tienen mejor artillería que las naves de aquí. La base más cercana de la Hermandad está a varios días de distancia. ..
—No me preguntes a , Arkady—contestó Johnson—. La Hermandad maneja esto. Ching parece saber lo que hace. Siempre ha salido victorioso en otras ocasiones.
—Sí—musitó Duntov—. Robert Ching no puede fallarnos.
Ojalá tuviera tu fe, Arkady... pensó Johnson con desesperación. Pero ¿realmente quiero tenerla?

La sala de observación del asteroide estaba llena de Hermanos—los Agentes principales, agentes de campo, técnicos—: todos los hombres del asteroide que no estaban dentro del Prometeo flotaban sombríamente en el ambiente ingrávido, en silencio y sin moverse.
El único sector libre estaba cerca de una de las paredes de la sala, donde flotaba Robert Ching, de espaldas a la pantalla: que formaba la pared, con una serie de aparatos delante de él, cuyos cables de conexión cruzaban entre la multitud silenciosa y desaparecían por el pozo del elevador por encima de sus cabezas. Los aparatos eran una pequeña caja de controles con dos llaves, dos pantallas-visores y un radiotransmisor.
En una de las pantallas se podía ver la roca falsa que cubría: las puertas de la fosa de aterrizaje; en la otra se veía una extensión similar de terreno del otro lado del asteroide.
Ching se apartó de las pantallas pequeñas delante de él y volvió hacía el panorama más vasto de estrellas y espacio se curvaba en derredor en forma majestuosa, aunque la majestad del espectáculo se veía arruinada por la formación de naves Hegemónicas que giraban en órbita alrededor del asteroide, como lobos alrededor de la presa.
Miró hacía las estrellas con nostalgia, esas estrellas que nunca llegaría a ver, esas maravillas que el Prometeo exploraría, y de las cuales ya nunca se enteraría...
La muerte es un momento que todo hombre debe enfrentar tarde o temprano, pensó. Es inevitable, y lo mejor que uno puede esperar es morir con sentido. ¿Cuántos hombres tenían la fortuna de elegir la muerte más llena de significado de todas el Acto Caótico Final, la victoria a través del suicidio la paradoja más grande de todas? ¿Qué final podría ser más digno para una vida dedicada al servicio del Caos...?
Pero ahora debo actuar, pensó, arrancando su vista del panorama de joyas sobre terciopelo negro y volviendo a sus instrumentos. Ya vendrán los momentos para la reflexión y la contemplación final.
Encendió el transmisor, y sintió cómo la tensión aumentaba entre los hombres en la sala al comenzar el primer acto de este drama final.
—Base de la Hermandad al Comandante de la Flota Hegemónica...—dijo Ching, mientras la formación de naves giraba cada vez más cerca del asteroide—. Base de la Hermandad al Comandante de la Flota Hegemónica...
Una voz seca y áspera respondió por el transmisor:
—Habla el Vicealmirante Lazar, comandante de la Flota Hegemónica Treinta y Cuatro. Su base ha sido rodeada. Tenemos suficiente poder de fuego para vaporizar todo el asteroide. No intenten escapar. No intenten resistirse. La mitad de mi fuerza aterrizará mientras la otra mitad permanece alerta, lista para destruirlos si cometen la insensatez de intentar resistirse a la captura. Respondan de inmediato.
La mente de Ching trabajaba a una velocidad poco común para él. El Acto Caótico Final que había planeado exigía que aterrizaran todas las naves. Era necesario destruirlas a todas para proporcionarle una vía libre al Prometeo hacía las estrellas. Si escapaba siquiera una de las naves, podría alcanzar al Prometeo y destruirlo. ¡Había que lograr que este almirante aterrizara con toda su fuerza!
Una sonrisa seria se esbozó sobre los labios de Ching. La forma de lograr que un hombre haga lo que uno quiere que haga es prohibirle esa acción, pensó.
—Base de la Hermandad al Vicealmirante Lazar... —dijo—. Nos damos cuenta de que no tenemos escapatoria. Sin embargo, hay varios miles de Hermanos bien armados, en esta base, que están en condiciones de hacerles pagar bien cara su victoria. No obstante, estamos dispuestos a negociar una rendición pacífica para evitar un derramamiento inútil de sangre. Su nave capitana deberá aterrizar sola, y las demás naves permanecerán en órbita mientras negociamos los términos de la rendición. Cualquier otra actitud será enfrentada con una resistencia encarnizada hasta el último hombre.
—¿Se atreve a darme órdenes a mí?—siseó el Comandante Hegemónico con furia—. ¿Cree que soy tan imbécil como para aterrizar solo en una base llena de hombres armadas? Yo doy las órdenes aquí. Tengo treinta naves con cien hombres de asalto cada una. Voy a aterrizar con toda la dotación de inmediato, le guste a usted o no. Pueden resistir si quieren. A ver qué pueden hacer contra tres mil Custodios armadas.
—Está bien—dijo Ching, fingiendo resignación—. Veo que nos superan en número. No ofreceremos resistencia si sus tropas no nos disparan. Puede aterrizar sobre el lado del asteroide que da al Sol.
—¡Voy a aterrizar con mis naves donde yo quiera! —gritó Lazar.
—Por supuesto, la decisión es suya —dijo Ching secamente. Sin embargo, para protegernos, creo que debo informarle que el otro lado del asteroide es falso. Está compuesto de algunos pilones y camuflaje que oculta nuestras instalaciones. Si intenta aterrizar allí, sus naves se incrustarán en las instalaciones provocando nuestra muerte y la de ustedes también.
—Muy bien—dijo Lazar a regañadientes—. Aterrizaremos del lado del Sol y avanzaremos con toda la tropa hasta su base. Recuerden que cualquier intento de resistencia conducirá a su aniquilamiento total. Terminado.
Robert Ching apagó el transmisor y levantó la vista para mirar a los Hermanos reunidos en la sala.
—La suerte está echada, y no nos podemos volver atrás ahora —dijo con solemnidad—. Como saben, nos quedan pocos minutos de vida. El curso de los acontecimientos es simple. Aterrizarán todas las naves Hegemónicas. Una vez sobre e! suelo, tardarán varios minutos en despegar de nuevo. Cuando hayan aterrizado, moveré la primera llave, y las puertas de la fosa de aterrizaje se abrirán y el Prometeo despegará. Señaló la caja de controles que flotaba ingrávida entre él y los Hermanos.
Hizo una pausa, suspiró, y continuó hablando:
—Se calcula que ninguna de las naves de la Hegemonía podrá despegar en menos de tres minutos a partir del momento en que vean al Prometeo. Por lo tanto, el Prometeo tendrá dos minutos y cincuenta segundos para alejarse del asteroide antes de accionar la segunda llave. Y no tengo que decirles qué significa eso...
Ching calló un instante, y cuando habló nuevamente lo hizo como un hombre transfigurado, hablando más para si mismo que para 10s hermanos, quizás más al Caos, a la posteridad, que a sí mismo.
—El Acto Caótico Final —dijo Robert Ching con éxtasis solemne—. La Victoria a través del Suicidio. La inmortalidad a través de la muerte. Nunca antes en la historia de la Hermandad de los Asesinos ha estado la victoria tan al alcance de la mano. Es por eso que nunca fue posible concebir el Acto Caótico final. Moriremos contentos, con los mayores honores para que triunfe el Caos, para que el Hombre llegue a las estrellas, la libertad y la inmortalidad. ¿Qué son nuestras muertes? Todos los hombres deben morir, pocos eligen el momento de su muerte. Es una prerrogativa que puede ser ejercida por cualquier hombre en cualquier momento: el suicidio es un derecho que ninguna tiranía puede reprimir; pero nunca antes en nuestra historia fue posible lograr que el suicidio condujera a la victoria. Ahora todos tenemos la posibilidad de compartir un Acto Caótico Final. No existe una muerte más justa para un servidor del Caos. Moriremos como hombres, pero la Hermandad seguirá su camino como siempre lo ha hecho. Los hombres pasan, pero el Caos perdura, y sus servidores se inmortalizan en él. No habrá tiempo para despedidas más tarde, así que... adiós. Todos ustedes han servido bien al Caos durante sus vidas. Ahora brindarán el servicio final con su muerte. Por el Caos, caballeros... ¡Caos y victoria!
Nadie se movió. Nadie habló. Robert Ching se sentía orgulloso de sus Hermanos. Sabía que se habían estado preparando desde el momento en que la flota Hegemónica había sido avistada; pero que, en un sentido más amplio, toda su vida había sido una preparación para esto. Ya se había dicho lo que era necesario decir. Sólo faltaba actuar.
Ching puso atención en la pantalla que mostraba el lado del asteroide que daba al Sol. Sobre la superficie brotaba un pequeño bosque de esbeltas naves plateadas. A cada momento descendían más, y Ching comenzó a contarlas... quince... diecisiete... veinte...
Las compuertas de los primeros en llegar se estaban abriendo, y se veían hombres armadas y con trajes espaciales sobre la superficie del asteroide.
Veintitrés... veintisiete... ¡Treinta! Ya habían aterrizado todas.
La mano de Ching se detuvo sobre la llave que abriría las puertas de la fosa de aterrizaje. Era mejor esperar que desembarcaran más hombres, para asegurar un máximo de confusión cuando despegara elPrometeo...
Los hombres seguían saliendo de las naves, y la zona donde éstas se hallaban bullía en actividad. Las tropas formaban fila, desembarcaban artillería...
—¡Ahora! —dijo Ching en voz alta, y movió la llave. De inmediato fijó su vista sobre la pantalla que mostraba la superficie de la fosa de aterrizaje. Las puertas comenzaron a abrirse... la grieta se ensanchaba... Las puertas ya estaban abiertas, y la pantalla mostraba al Prometeo, posado sobre la pista, apuntando al espacio infinito...

En la sala de mando del Prometeo, Boris Johnson, sentado en su Capullo, miraba la pantalla del visor cada vez con más confusión, mientras veía aterrizar a las naves de la Hegemonía. De alguna manera, Ching había logrado que aterrizaran. Duntov podría despegar con el Prometeo, quizás alejarse un poco del asteroide...
Pero todo eso parecía no tener sentido. Quizá ganaran cinco minutos de ventaja antes que el comandante de la flota se diera cuenta de lo que ocurría. Pero ¿de qué les serviría? Aunque tuvieran cinco horas de ventaja, los cruceros estarían en condiciones de alcanzar al Prometeo y volarlo en pedazos...
Confuso, maldiciendo a medías esa pequeña llama de esperanza que aún brillaba dentro de él, Johnson miró hacía la pantalla que mostraba las puertas de la fosa sobre su cabeza. Y mientras las miraba, las puertas comenzaron a abrirse, lenta e inexorablemente...
Las estrellas brillaron, claras e incitantes, encima del Prometeo.
—Bueno, aquí va el fracaso...—dijo Arkady Duntov débilmente, y encendió los dispositivos antigravitacionales.
Johnson sintió la momentánea sensación de ingravidez cuando los dispositivos neutralizaron la gravedad artificial de la base junto a la poca gravedad natural del asteroide, y luego fue aplastado dentro de su Capullo al encenderse el reactor principal, abierto a propulsión máxima, y el Prometeo saltó de la fosa hacía el espacio negro y frío, hacía la libertad.
A pesar de la tremenda aceleración que oprimía su cuerpo, Johnson mantuvo la vista fija sobre el panorama suave del espacio en la pantalla de proa, sin atreverse a mirar lo que ya lo obsesionaba: las naves Hegemónicas que en esos mementos debían de estar avistando al Prometeo, preparándose para despegar y perseguirlos...
Mientras el Prometeo aceleraba hacía afuera, rumbo a las estrellas, Johnson se preparaba para el choque que vendría cuando las naves Hegemónicas atacaran con cañones láser, con cohetes termonucleares... Morbosamente se preguntó si tendría tiempo de sorprenderse antes de ser pulverizado...
El Prometeo enfilaba hacía las estrellas, y Boris Johnson esperaba a la muerte... en cualquier momento vendría el golpe fatal... Y esperó... y siguió esperando...
La visión de la nave interestelar que saltaba de la fosa de aterrizaje le parecía a Ching lo más grandioso que hubiera visto, la culminación de toda su vida. Sentía que su alma acompañaba a la nave mientras viajaba rumbo a las estrellas y al futuro del hombre.
Ese futuro no le será negado, juró Ching. Comenzó a contar mentalmente los segundos que faltaban para poder mover la otra llave sin riesgos para la nave... diez... quince... treinta... Con un gran esfuerzo mental, Ching arrancó sus ojos del Prometeo y se concentró en la pantalla que mostraba las naves Hegemónicas. Por lo visto ya habían detectado al Prometeo, pues reinaba gran confusión entre el bosque de naves. Algunas compuertas ya estaban cerradas, otras cargando las tropas, y había Custodios yendo y viniendo sin rumbo...
Un minuto... un minuto y diez segundos... y quince...
Ching recorrió la asamblea de Hermanos con la mirada. Todos miraban la pantalla, y vio que muchos labios se movían al unísono mientras lo acompañaban en la cuenta mental.
Dos minutos y diez segundos... veinte... treinta... cuarenta...
Robert Ching vaciló una fracción de segundo, parpadeó y movió la segunda llave.
Dentro de las entrañas del asteroide, una señal llegó al control automático del reactor atómico del cuartel, rodeado por toneladas de blindaje de plomo. Uno por uno, los dispositivos de contención dejaron de funcionar y la masa reactive avanzó rápidamente hacía su punto critico, hacia ese momento en el cual estallaría en holocausto nuclear que atomizaría a todo el asteroide junto con todo lo que contenía: Hermanos, Custodios, naves Hegemónicas.
La gran explosión nuclear que destruiría todas las naves Hegemónicas y dejaría libre el camino a las estrellas.
La victoria a través del Suicidio... El Acto Caótico Final.
Robert Ching volvió su mirada a las estrellas, al espacio infinito que mostraba la pantalla enorme dentro de la cual flotaba. Por sobre las cabezas de los Hermanos, cada uno solo y ensimismado en este momento, pudo ver la pequeña estela plateada del Prometeo, enfilando hacía las estrellas cuyas imágenes veía en su pantalla.
Ching parpadeó, y le parecía que la imagen de la pantalla era la realidad misma...
Flotaba libre en el espacio, unido al universo del cual era una simple partícula, unido a los millones y millones de estrellas, cada una un sol, hasta el infinito. Caóticamente... el destino del Hombre.
En su imaginación vio consumado el momento de destrucción que sobrevenía... El asteroide, las naves Hegemónicas, su propio cuerpo, devueltos al Caos primitivo del cual habían surgido por obra del fuego nuclear... Su mente, sus pensamientos, todo su ser, no sólo destruidos sino desintegrados. Fortuitos, fusionados al universo Caótico...
En el momento en el cual esa anticipación se volvió realidad, el asteroide, las naves, los hombres y Robert Ching, Primer Agente de la Hermandad de los Asesinos se transformaban en átomos, su último pensamiento fue de éxtasis. Saboreó su muerte en el momento en que ocurría... Una muerte victoriosa, una muerte que lo unía, cuerpo y alma, a aquello que había servido en vida.
Al fin, Robert Ching y el Caos eran una solo cosa.

De repente, Boris Johnson sintió un temblor en el casco del Prometeo, sacudiendo sus huesos aún dentro del Capullo. Era lo que esperaba; una avería por un disparo mal calculado, y luego el aniquilamiento total cuando dieran en el blanco, y el Prometeo volara en pedazos.
Pero nada de eso ocurrió. Sintió el golpeteo de partículas pequeñas sobre el casco exterior, como si la nave pasara a través de una nube de meteoros terriblemente dense.
Y luego... ¡nada! Los golpes cesaron, no hubo más sonidos No hubo fuego nuclear. Nada. Estaban... vivos.
Miró hacía la pantalla que mostraba la imagen de proa: nada más que estrellas y oscuridad.
—¿Qué fue eso? gruñó finalmente.
—No sé—dijo Duntov—. A menos que...
Extendió la mano y activó la pantalla de popa. La pantalla se iluminó, y Johnson buscó el asteroide y la flota Hegemónica que ya los perseguía con toda seguridad...
Pero no vio ninguna de las dos cosas. Solamente se veía una nube de polvo y escombros, tan fino que parecía pedregullo. Eso era lo que había sentido. La explosión del asteroide y la lluvia de restos sobre el casco de la nave. Y todos esos hombres...
Pero el Prometeo estaba a salvo.
Johnson se sintió flotando sin peso cuando Duntov apagó los reactores de propulsión.
—¿Qué Acto puede ser más Caótico que lograr la Victoria a través del suicidio.. .?—musitó Arkady Duntov.
—¿Qué?
—Una cita de Markowitz—dijo Duntov—. Acerca de algo que él llamaba el "Acto Caótico Final". La Victoria a través del suicidio.
—¿Qué quieres decir... que piensas que no fue un accidente? —dijo Johnson—. ¿Que Ching hizo volar el asteroide a propósito?
—Estoy seguro—dijo Duntov—. Dieron sus vidas para destruir las naves Hegemónicas. Se sacrificaron para que el Prometeo pudiera ir a las estrellas.
Boris Johnson entendía y no entendía a la vez. Era algo que podía haber hecho un hombre fríamente racional como Gorov, un balance desapasionadamente lógico entre sus propias vidas y el futuro de la raza humana. Pero en el fondo de su ser sospechaba que el acto no tenía nada de frío.
También sintió que para Robert Ching no había sido un acto de desesperación, sino algo más, algo que tenía un sentido que él no podría comprender jamás. Johnson sintió un escalofrío. Se suponía que el Milenio de las Religiones había terminado siglos atrás. ¿Había terminado hoy con Robert Ching? ¿Se terminaría alguna vez?, se preguntó.
Una hora más tarde, cuando habían hecho las correcciones finales de la trayectoria y el Prometeo viajaba irrevocablemente rumbo a Cygnus 61, Boris Johnson miraba maravillado las estrellas lejanas hacía las cuales pronto viajarían a velocidades muchas veces mayores que la de la luz.
Contemplando las estrellas, se dio cuenta de que nada había terminado, aunque la Hegemonía y los peligros que había pasado quedaban a sus espaldas; sino que sólo comenzaba todo.
¿Qué habría allí afuera? Estrella tras estrella, raza tras raza, peligro tras peligro, sin fin ni en el tiempo ni en el espacio. La inmortalidad racial del Hombre, quizás, pero una inmortalidad para la cual tendría que luchar una y otra vez contra un universo indiferente.
Esa lucha apenas comenzaba. Dentro de un billón de año seguiría en sus comienzos. Siempre estaría comenzando.
Boris Johnson, una frágil partícula de una entropía temporalmente detenida, contempló los billones de estrellas que se extendían delante de él, islas de un océano sin fondo y sin costas... y por primera vez en su vida contempló al frente el rostro del Caos.
Le parecía que desde esas estrellas brillantes, los múltiple ojos ciegos del Caos, los átomos dispersos del rostro de Robert Ching le devolvían la mirada.
FIN

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