DIÁLOGO SOBRE LA PENA CAPITAL
Eco:Te noto turbado, ¡oh, Renzo Tramaglino! ¿Qué es lo que inquieta tu
ahora tan tranquila existencia, en la paz de las leyes y el orden? ¿Quizás es
Lucía,, que, empujada por los nuevos caprichos llamados «feministas», te niega
los placeres de¡ tálamo asumiendo su propio derecho a la no procreación? ¿O
Inés que, estampando besitos demasiado intensos en las mejillas de tus retoños
socava indebidamente su inconsciente volviéndoles blandos y mother oriented?
¿O el Azzeccagarbugli que te habla de convergencias paralelas embotando tu
capacidad de intervenir en la cosa pública? ¿O don Rodrigo que, imponiendo el
cúmulo de los réditos, te obliga a pagar tributos superiores a los del
Innominado, que exporta dineros al bergamasco?
RENZO: Me turba, ¡oh, cortés visitante!, el Griso. Ahora organiza
bandas de malhechores no muy diferentes a él y, con la ayuda de tramposos
deshonestos, rapta de nuevo muchachas, pero para obtener pingües rescates y, en
habiéndoles, las asesina bárbaramente.
Y, donde los hombres de bien reúnen su fortuna, aparece él con el rostro
cubierto con una media, y rapiña y saquea y toma otros rehenes y aterroriza la
ciudad, hoy teatro de insensatos crímenes, mientras los ciudadanos temblamos y
los esbirros, impotentes, no logran contener esta riada de delitos, y los
buenos, los honestos se preguntan afligidos dónde iremos a parar.
Y yo, que soy apacible y jovial, yo que me había adherido a las tesis de un
grande de estas tierras, el Beccaria, quien había demostrado para siempre que
el Estado no podía enseñar a no matar a través del asesinato legal, yo, me
siento turbado. Y me pregunto si no
debiera restaurarse para tan odiosos delitos la pena de muerte, en defensa del
ciudadano indefenso y como advertencia a todos quienes intentaran hacerle daño.
Eco: Te comprendo, Renzo. Es humano
que, ante vicisitudes tan atroces, que hurtan jovencísimas hijas a bienamados
progenitores, surja el pensar en la venganza y en la defensa a ultranza. También yo que soy padre me pregunto qué
haría si, con mi hijo asesinado por desconocidos raptores, pudiera dar con los
culpables antes que los esbirros.
RENZO: ¿Y qué harías, vamos?
Eco:En el primer momento creo que querría matarlos.Pero frenaria mi
impulso, considerando mucho más afectivo para apaciguar mi exasperado dolor una
larga tortura. Los llevaría a un lugar seguro
y una vez allí empezaría por trabajarles los testículos. Después las uñas, por inserción de trozos de
bambú, como se dice que hacen los crueles pueblos orientales. Luego les arrancaría las orejas, y los
atormentaría en la cabeza con cables eléctricos pelados. Y, después de este baño de horror y de
sangre, sentiría que mi dolor, si no calmado, se habría saciado de crueldad,
y me abandonaría entonces a mi destino, sabiendo que mi mente jamás podría
ya recobrar la paz y el equilibrio de antes.
RENZO:Veamos, entonces...
Eco:Sí, pero en seguida me entregaría a la guardia, para que me encadenasen
y me castigasen ejemplarmente. Porque,
con todo, siempre habría cometido un delito al haber quitado la vida a un
hombre, cosa que no debe hacerse.
Parecería una justificación el hecho de que entre el dolor de un padre
cegado y la insania hay muy poca diferencia y pediría parcial indulgencia. Pero jamás podría pedir al Estado que me
sustituyese, incluso porque el Estado no tiene pasiones que satisfacer, y sólo debe
prevalecer el
hecho de que quitar una vida es en cualquier caso un mal. Por tanto, el Estado no puede segar una vida
para señalar, justamente, que es delito quitar la vida.
RENZO:Conozco estos argumentos. El retorno a la pena de muerte lo piden
ciertos ambiguos individuos que querrían el orden corno terror, para poder
reinstaurar los tiempos del atropello y del acuso. Pero hace unos días he leído en una de las
más importantes gacetas del país un extenso y pacato artículo de un severo
filósofo en el que éste, después de haber sopesado las cuestiones en causa, se
preguntaba con sutil preterición si no sería lícito, frente a delitos tan
graves, restaurar, con la autoridad del Estado, el derecho a repartir
generosamente penas supremas para tranquilizar al ciudadano. De hecho, la pena de muerte tiene al menos un
valor disuasorio o infunde temor a otros malvados, mientras que las cárceles
actuales, lugar de amenas reeducaciones y de fáciles evasiones, no logran
detener la mano homicida de nadie. Eco:
He escuchado estos razonamientos, que parecen convencer a todos. pero quizá tú
no conozcas a otro filósofo que nos ha enseñado mucho a todos y también a los
filósofos que piden el retorno de la pena capital. Se trata de un tal Kant, que señaló que los
hombres debían ser usados siempre como fines y no como medios...
RENZO:¡Sublime prescripción!
Eco:Efectivamente. Si yo mato a Cayo
como advertencia a Tizio, ¿no uso acaso a Cayo como medio para advertir a
Tizio, para defender a los demás de las posibles intenciones de Tizio? Y si es lícito que use a Cayo como mensaje a
Tizio, ¿por qué no sería lícito usar a Samuel para fabricar jabón para Adolf?
RENZO:Pero hay una diferencia. Cayo ha cometido un delito y es justo que sea
castigado con igual pena, no por venganza, sino por ecuánime justicia. Samuel es inocente. No así Cayo.
Eco:Pero, ¿entonces ya no piensas que Cayo debe ser ejecutado para
atemorizar a Tizio, sino simplemente que hay que hacer padecer a Cayo todo
cuanto él ha hecho padecer?
RENZO: Ambas cosas juntas.
Estoy autorizado a usar a Cayo como
medio porque, al hacerse indigno de ser considerado un fin en sí mismo, su
muerte sirve para evitar otras, y todos sabemos que se padece aquello que se
hace padecer. El Estado es garantía para
los ciudadanos, a través de la severa balanza de la ley. Y, si para garantizar seguridad parece útil
la abstracta, rigurosa y sublime ley del talión, bienvenida sea, porque
contiene principios de antigua sabiduría.
El talión del Estado no es venganza, sino geometría.
Eco:No desdeño, oh Renzo, la antigua sabiduría. Mas dime: dado que tienes tal severa y
sobrehumana visión de la ley, y admites que la muerte con que castiga el Estado
no es asesinato, sino distribución ecuánime, si el Estado, por sorteo o
rotación, te eligiese a ti para administrar la muerte a quien ha matado,
¿aceptarías? RENZO: No podría decir que no. Y mi
conciencia estaría tranquila. Cualquiera
que se declara partidario de la pena capital debe mostrarse dispuesto a
conminarla, si se lo manda la comunidad.
Eco:Ahora dime, ¿no hay otros delitos tan odiosos y terribles como el
homicidio? ¿Qué dirías de quien, en vez de asesinar a tu hijo pequeño, cometiera
en él, con inhumana violencia, actos de sodomía, volviéndotelo loco para toda
la vida?
RENZO:Sería un delito parecido, si no peor.
Eco:Y si el principio del talión del Estado fuese válido, ¿no debería, con
las aprobaciones de la ley, someterse, y violentamente, sodomía sobre su
persona?
RENZO:Ahora que me lo señalas, pienso que sí, ciertamente.
Eco:Y si el Estado, por rotación o sorteo, te pidiera que le administraras
violencia sodomítica, ¿te encargarías de tal tarea?
Renzo:¡Oh, no! ¡De ningún modo, no soy un maníaco sexual!
Eco:¿Es que, por el contrario, eres un maníaco homicida?
RENZO:No me confundas.
Lo que digo es que este segundo gesto me produciría repulsión y
disgusto.
Eco:¿Quizás el primero te proporcionaría placer y sádica alegría?
RENZO:No me hagas decir lo que no he dicho. Matando no me causo a mí mismo daño alguno,
mientras que ocupándome en una acción que me repugna sólo sacaré fastidio y
dolor. El Estado no puede pretender que,
para castigar a un malvado, sufra yo mal alguno.
Eco:Esto me dice que tú no quieres ser usado como medio.
RENZO: ¡Oh, no!
Eco.- Sin embargo usarías un hombre vivo dandole muerte, como medio de atemorizar a
otros hombres.
RENZO: Sí, pero aquél, al haber cometido el daño, es menos
hombre
que los demás... ¿O, no?
Eco:No. Y me inquieta el hecho de que quienes están dispuestos a considerar
a este hombre menos hombre, se muestren en cambio implacables contra las
prácticas abortivas, alegando que un ser humano es siempre un ser humano, aun
cuando sea todavía la propuesta de un feto. ¿No están en contradicción?
RENZO:Me confundes las ideas. ¿Y la legítima defensa?
Eco:Ésta considera a dos hombres, uno de los cuales pretende reducir al
otro a simple medio mientras el segundo debe evitar este atropello. Si es posible sin matar al otro, aunque si
fuese necesario impidiendo al otro hacer el mal. Y, en este caso, entre el derecho del
inocente y el derecho del culpable, prevalece el primero. Pero el Estado que ajusticia al culpable no
le impide con eso cometer el acto y simplemente, repito, lo usa como puro
medio. Y, una vez se usa un hombre como
medio admitiendo que existen hombres menos hombres que otros, se anula la
esencia misma del contrato con que se rige el Estado. Y, en realidad, la cuestión del aborto no
contempla la pregunta de si es lícito matar a un hombre, sino antes bien si un
feto es un hombre y si, propuesta informe en la profundidad del útero, está ya
bajo las leyes del contrato social o sólo es propiedad del seno materno. Pero un homicida, inserto en el contrato
social, es un hombre a todos los efectos.
Y si se le considera menos hombre que a otro, mañana se podría
considerar menos hombres a quienes se atreven a defender la pena de muerte y
podría proponerse su muerte para disuadir a los demás de sostener tan insanos
pensamientos.
RENZO: Pero entonces, ¿qué es lo que debería hacer?
Eco: Pregúntate
si don Rodrigo, en su palacio, no controla la banda de tramposos, pasando
doblones al bergamasco e incitando al Griso a recaudar dinero mediante
homicidios.
RENZO: Pero, ¿y suponiendo que lo descubriera?
Eco:
Comprenderías que el Griso en el patíbulo no garantiza la vida de tus hijos.
¿Por qué no aterrorizar directamente a don Rodrigo?
RENZO: ¿Y qué es lo que podría aterorizarle?
Eco: El
tiranicidio. Pero éste es ya otro discurso.
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