¡Fuera de Aquí! - Fredric Brown
¡Fuera de Aquí!Fredric Brown
Daptina es el secreto de todo. Primero la llamaron Adaptina; luego la abreviaron,
convirtiéndola en Daptina. Nos permitió adaptarnos.
Esto nos lo explicaron cuando teníamos diez años; creo que pensaron que éramos
demasiado niños para entenderlo antes de esa edad, a pesar que ya estábamos bien enterados.
Lo sabíamos desde que nos desembarcaron en Marte.
—Éste será vuestro hogar, niños —nos dijo nuestro maestro cuando hubimos
penetrado en la cúpula de glasita que nos habían construido allí. Y nos anunció que aquella
noche teníamos que asistir a una importante conferencia que se daba en nuestro honor.
Y aquella misma noche ya nos lo contó todo, con sus porqués y sus cómos. Nos lo
dijo todo de pie ante nosotros, vistiendo un traje del espacio provisto de casco y calefacción,
porque la temperatura que reinaba en la cúpula era agradable para nosotros, pero para él era
helada. Además, la atmósfera era demasiado tenue para sus pulmones. Su voz nos llegaba a
través del aparato de radio portátil que llevaba su casco.
—Muchachos —nos dijo— considérense en vuestro hogar. Están en Marte, el planeta
donde a partir de ahora pasarán el resto de vuestra vida. Considérense marcianos. Han vivido
cinco años en la Tierra y otros cinco en pleno espacio interplanetario. Ahora pasarán diez
años, hasta que sean mayores de edad, en esta cúpula, aunque hacia el fin de este período se
les permitirá pasar momentos cada vez más largos en el exterior.
»Entonces saldrán para construir vuestros hogares y vivir vuestras vidas como
verdaderos marcianos. Contraerán matrimonio entre ustedes mismos y vuestros hijos ya
nacerán marcianos.
»Ya es hora que les cuente la historia de este gran experimento, del cual cada uno de
ustedes es parte integrante.
Y entonces nos la refirió. Éstas fueron sus palabras:
—El hombre —nos dijo—, llegó por primera vez a Marte en 1985. Comprobó que en
el planeta rojo no existía vida inteligente (hay abundante vida vegetal y algunas clases de
insectos ápteros) y se comprobó que no era habitable para los seres humanos. El hombre sólo
podría sobrevivir en Marte residiendo en el interior de cúpulas de glasita y revistiendo trajes
del espacio cuando quisiera abandonarlas para recorrer el exterior. Únicamente durante el día
y en la estación más cálida, la temperatura le resultaba soportable. La atmósfera era
demasiado tenue y una larga exposición al sol (las radiaciones solares peligrosas atravesaban
con mayor facilidad aquella atmósfera, menos densa que la terrestre), podía serle fatal. Las
plantas no eran comestibles debido a su extraña composición química y ello le obligaba a
traer víveres desde la Tierra o establecer cultivos hidropónicos.
Durante cincuenta años el hombre trató de colonizar Marte, pero todos sus esfuerzos
se estrellaron contra la naturaleza hostil del planeta. Además de aquella cúpula que había
sido construida para nosotros, sólo había otro puesto avanzado, otra cúpula de glasita mucho
más pequeña que se encontraba a poco más de un kilómetro.
Parecía como si el hombre no hubiese de poder extenderse jamás hacia los otros
planetas del Sistema Solar pues, de todos ellos, Marte era el menos inhóspito; si no podía
vivir allí, sería perder el tiempo tratar de colonizar los restantes.
Hasta que en 2034, es decir hace treinta años, un eminente bioquímico llamado
Waymoth, descubrió la daptina. Una droga milagrosa cuyos efectos se dejaban sentir no sólo
en el animal o la persona a quien se le suministraba, sino a los descendientes que dicho
animal o persona engendraba durante un período limitado después de la inoculación.
El producto proporcionaba a los descendientes una adaptabilidad casi ilimitada a las
más diversas condiciones ambientales, a condición que los cambios se realizasen
gradualmente.
El Doctor Waymoth inoculó la droga a una pareja de conejillos de Indias, macho y
hembra; de estos nacieron cinco crías y poniendo a cada una de ellas en medios distintos que
poco a poco iban cambiando, el sabio obtuvo resultados sorprendentes. Cuando los cinco
miembros de la camada alcanzaron la edad adulta, uno de ellos vivía cómodamente bajo una
temperatura constante de cuarenta grados bajo cero; otro, en cambio, se encontraba muy a
sus anchas a sesenta y cinco grados sobre cero. Un tercero medraba perfectamente con un
régimen que hubiera sido mortal para un conejillo de Indias ordinario, mientras que un
cuarto estaba muy satisfecho bajo un bombardeo constante de rayos X que hubiera matado a
uno de sus progenitores en pocos minutos.
Los experimentos que luego se realizaron con otras camadas demostraron que los
animales que se habían adaptado a condiciones similares se reproducían perfectamente y que
su progenie se hallaba acondicionada desde su nacimiento para vivir bajo aquellas
condiciones.
—Hace diez años, es decir diez años después de lo que les he contado —nos dijo el
maestro— nacieron ustedes. Nacieron de padres cuidadosamente seleccionados entre los que
se ofrecieron voluntarios para el experimento. Y desde el día de vuestro nacimiento los
hemos criado en condiciones cuidadosamente reguladas y sometidas a cambio gradual.
»Desde el día en que vinieron al mundo el aire que han respirado se ha ido haciendo
cada vez menos denso y su contenido de oxígeno se ha ido reduciendo. Vuestros pulmones
han compensado esta disminución con un aumento notable en su capacidad, lo cual explica
que vuestro tórax sea mucho más amplio que el de vuestros maestros y asistentes; cuando
alcancen la plena madurez y respiren la atmósfera de Marte, la diferencia será aún más
apreciable.
»Vuestros cuerpos comienzan a cubrirse de vello, como defensa contra el frío
creciente. Ahora se encuentran muy bien bajo condiciones que serían fatales para seres
humanos ordinarios. Desde que tenían cuatro años de edad vuestras niñeras y maestros han
tenido que protegerse especialmente ante unas condiciones que a ustedes les parecen
normales.
»Dentro de ocho o diez años, cuando alcancen la mayoría de edad, ya estarán
completamente aclimatados a Marte. Su atmósfera les parecerá normal; sus plantas
constituirán vuestro sustento. Soportarán fácilmente los rigores de su clima y sus
temperaturas medias les resultarán agradables. Como ya han permanecido cinco años en el
espacio bajo los efectos de una gravedad cada vez menor, la gravedad marciana les parece
completamente normal.
»Marte será vuestro planeta, en el que crecerán y se multiplicarán. Son hijos de la
Tierra, pero también son los primeros marcianos dignos de este nombre.
Nosotros, naturalmente, ya estábamos enterados de muchas cosas.
El año anterior fue el mejor. El aire que llenaba la cúpula —con excepción de las
partes con aire acondicionado donde vivían nuestros maestros y asistentes— era casi igual al
exterior, y cada vez nos dejaban pasar períodos más largos fuera de la cúpula. Nos gustaba
estar al aire libre.
Durante los últimos meses se mostraron menos rigurosos en lo tocante a la separación
de los sexos para que pudiésemos comenzar a escoger pareja, si bien nos dijeron que no
autorizarían uniones hasta después del último día, cuando ya nos hubiesen dado de alta, por
así decir. La elección no fue difícil en mi caso. Ya la había hecho desde mucho antes y
estaba seguro que ella compartía mis sentimientos. Acerté.
Mañana será el día de nuestra libertad. Mañana seremos marcianos, los marcianos.
Mañana el planeta pasará a nuestras manos.
Entre nosotros, algunos apenas podían dominar su impaciencia, pero se impuso el
buen sentido y nos dispusimos a esperar. Hemos esperado veinte años y podemos esperar un
día más.
Hasta mañana.
Mañana, a una señal dada, mataremos a nuestros maestros y a todos los terrestres que
se encuentran entre nosotros, antes de salir al exterior. Como ellos no sospechan nada, la
tarea será fácil.
Hemos disimulado durante años enteros. Ellos no se imaginan cómo les odiamos. No
saben qué repugnantes y desagradables les encontramos, con sus cuerpos feos y deformes, de
hombros estrechos y pechos hundidos, con sus voces débiles y sibilantes que tienen que ser
amplificadas para oírse en nuestra atmósfera marciana, y sobre todo con su epidermis blanca,
pastosa y lampiña.
Les mataremos y luego iremos a destruir la otra cúpula, para que perezcan todos los
terrestres que viven allí.
Si vienen más terrestres para castigarnos, viviremos en las montañas, donde ellos
nunca podrán encontrarnos. Y si tratan de construir más cúpulas, también las destruiremos.
No queremos saber nada con la Tierra.
Éste es nuestro planeta y no queremos forasteros.
¡Fuera de aquí!
F I N
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