LA SEGUNDA LEY
LA SEGUNDA LEY
Barry Longyear
Cuando subía por los graderíos del
sector de espectadores del Gran Circo, lord Ashly
Allenby se detuvo a escuchar cómo un
poeta menor de Porse ensayaba su
argumentación. El individuo, regordete
y ataviado con una túnica a rayas azules y
grises, se aclaró la gargarita, se
irguió, se inclinó saludando y recitó.
Estamos aquí para votar la Segunda
Ley,
aunque ignoro bien por qué.
Los horrores del debate, al parecer,
no vale este esfuerzo.
Lord Allenby nos ha convocado aquí,
para rogarle al Noveno que pierda su
miedo.
El malvado Décimo no tardará en
llegar,
cosa terrible, Si es cierta.
En el momento en que Allenby fruncía
el ceño y avanzaba hacía el poeta, sintió que
Disus, su jefe de personal, le tocaba
en el brazo. Se volvió y vio cómo el payaso
sacudía la cabeza.
Pero, descendientes de la nove cirense
Ciudad de Baraboo,
he de formuIaros una pregunta:
Hemos vivido aquí libres y con una
sola Ley
durante cien años, sin un fallo.
¿Necesitamos otra? ¡Yo digo que no! Y
ahora, adiós.
Mientras los escasos oyentes
aplaudían. Disus se llevó a Allenby hacia sus asientos. El
embajador tomó asiento de golpe y
movió la cabeza.
- ¡Junio, plenilunio, infortunio! -
exclamó - Espero que los ejércitos del Décimo
Cuadrante se diviertan con el bufón.
Echó hacia atrás la caperuza de listas
negras y escarlatas de su túnica de mago, y se
recodó en el peldaño de piedra del
anfiteatro, con los codos apoyados en la grada
superior. Disus se alisó su túnica
anaranjada y adoptó una postura similar. Cuando el
embajador del Noveno Cuadrante se hubo
calmado un poco, Disus sacó su bolsa.
- Un móvil por tus pensamientos.
Allenby extendió la mano y el payaso
dejó caer una moneda de cobre en ella.
- Hallan mi misión excesivamente
cómica, y tal vez... - sonrió - ...demasiada seriedad en
mí.
- Tienes que estar orgulloso de muchas
cosas, Allenby. Míralos - Disus señaló a las
gradas llenas de masas, jinetes,
payasos, representantes, mimos, juglares, monstruos,
acróbatas, mercaderes y artesanos
-.Todos son maestros... ¡Mira! Allí está el Gran
Vyson de los representantes de
Dofstaffl... ¡Y mira! ¡El Gran Kamera!
Allenby sonrió, sabiendo que Disus, el
también un maestro de Payasos, miraba con
adoración al Gran Kamera, maestro de
payasos y jefe de la delegación para el Circo de
Tarzak. Sintió saltar su propio
corazón cuando reconoció al Gran Fyx, el anciano
maestro de magos, en la delegación. Se
inclinó hacia delante, y él y Disus saludaron
cuando la delegación llegó a los
asientos de los espectadores.
Kamera saludó a Disus, pero Fyx se
apartó de los delegados y le hizo un signo a
Allenby para que se le acercase. Con
el corazón palpitante, Allenby pasó por entre las
gradas de espectadores y se detuvo
ante el Gran Fyx.
- Allenby, debería haber venido antes,
pero los años pesan más que mi magia. ¿Que
me cobras por el viaje?
- Nada, Gran Fyx. Es un honor para mí.
Fyx sonrió con su boca desdentada.
- Baja a la arena. Deseo hablarte en
privado.
Allenby saltó el parapeto de piedra y
quedó de pie junto al gran mago.
- ¿Qué deseas?
Fyx se le acercó, se llevó su huesuda
mano a los labios y susurró:
- Tu truco de las siete cartas. Quiero
adquirirlo.
- Me siento muy honrado
- ¿Cuánto?
- Perdona, Gran Fyx - respondió
Allenby - pero creo que he perdido el sentido ¿Tú
quieres comprarme un truco? ¡Estoy
asombrado!
- Un buen truco es un buen truco,
venga de dónde venga. Te vi ejecutarlo en el camino
de Miira.
- Imposible - frunció Allenby el ceño
-. Perdona, Gran Fyx, pero te habría reconocido.
No has podido ver ese truco en el
camino de Miira.
- Eres un gran mago, AIlenby -
carraspeó Fyx, golpeando la arena con el pie -, pero
eres novato. Escucha - Fyx compuso sus
facciones, cerró los ojos un segundo y se
cubrió el rostro con la túnica. Cuando
la apartó de nuevo, la cara de una joven le
sonreía sensualmente a Allenby - Iría
contigo detrás de las dunas Lord Allenby, Ashly...
pero debo preservarme para mi amado...
- ¡Dorna! - exclamó Allenby. Después,
sonrió al ver como el Gran Fyx recuperaba su
propio rostro, con sus arrugas que se
retorcían cuando reía - ¡Excelente, Fyx! Y es
cierto que he pensado mucho en esa
doncella.
- Fuste muy convincente, Allenby, pero
me alegro de no haber cedido a tu encanto. ¡Yo
no soy ese estupendo ilusionista!
Los dos magos rieron hasta saltárseles
las lagrimas.
- Sí, Gran Fyx, éste es mi precio por
el truco de las siete cartas: la verdad acerca de
Dorna. Y tal vez ahora podré soñar en
otras cosas.
Allenby sacó una cartera de entre los
pliegues de su túnica. Rebuscó entre varios
papeles, escogió uno y se lo entregó
al mago. Fyx se lo metió en su propia cartera,
extrajo otro y se lo tendió a Allenby.
- Tu magia es buena, Allenby, pero
como comerciante eres muy débil. Toma esto: es
sólo una ilusión menor a cambio del
truco.
Allenby aceptó el papel con manos
temblorosas.
- Me siento muy honrado. Muchas
gracias.
Fyx miró hacia el centro del Circo
donde un individuo, ataviado con prendas de color
rojo brillante, daba instrucciones a
otros vestidos de blanco.
- El amo del Circo da instrucciones a
los cajeros, y debo reunirme con mi delegación.
Allenby se inclinó, el viejo mago
saludó y se dirigió cojeando hacia la parte de graderías
que pertenecía a la ciudad de Tarzak.
Allenby examinó el papel que le
acababa de dar Fyx. Era la ilusión de éste para una
persona desplazada; una ilusión menor
para Fyx, pero que constituiría la pieza maestra
para un mago de menor categoría. Metió
el papel en su cartera y trepó por las gradas
hasta donde se hallaba Disus. Al
sentarse, sus ojos captaron el vislumbre del verde y
amarillo de una especie de monstruo.
- ¿Es aquél Yehudin, Disus? -
inquirió.
Disus volvió la cabeza, protegiéndose
los ojos del sol con la mano.
- Sí, es él. Y corre... ¿Habrá
aterrizado ya la misión?
Allenby frunció el ceño y los dos se
pusieron de pie para recibir a Yehudin. Éste, casi
falto de aliento, se detuvo ante ellos
y extendió la mano. Allenby le puso una moneda
en la palma. La piel de la mano de
Yehudin, así como del resto de su cuerpo, era
gruesa, estaba segmentada y mostraba
un color marrón.
- ¿Qué pasa? - preguntó Allenby.
- Allenby, ha llegado Humphries. Y
desea verte al instante.
- ¿Que hace aquí? - Allenby se volvió
hacia Disus y dejó caer unas monedas en la
mano del payaso -. Vigila por ahí y
ven a mí si me necesitan.
Allenby y Yehudin descendieron por las
gradas y dieron la vuelta al Circo hasta llegar a
la entrada de los espectadores. Tras
internarse por el túnel tallado en la roca, Allenby
apretó el hombro espinoso de Yehudin.
- ¿Dijo Humphries qué quería?
- No le entendí, Allenby. Pero parecía
muy trastornado. - Salieron del helado túnel a una
calle polvorienta, flanqueada por
casas y tiendas de una sola planta -. Se mostró muy
desdeñoso hasta que le enseñé las
oficinas de la embajada. ¡Entonces empezó a
insultarme!
- Me disculpo en su nombre, Yehudin.
- No eres tú el que debe disculparse.
Allenby asintió y ambos se dirigieron
hasta un edificio de dos plantas, construido de
adobe. Encima del portal se leían las
palabras: «Embajada del Noveno Cuadrante de la
Federación de Planetas Habitables». De
pie en la entrada, Allenby divisó a Bertrum
Humphries, su más próximo subordinado,
gordinflón, y resplandeciente con su uniforme
de vice-embajador.
- Soy Allenby.
Humphries miró a Allenby desde su
caperuza negra y escarlata a sus sandalias y sus
pies sucios.
- Allenby - rió Humphries, señalando
el edificio -, ¿qué significa esto? ¿Espera que me
comporte como un auténtico
representante del cuadrante en una..., cuadra? ¿Y por qué
lleva usted un traje tan carnavalesco?
- Primero, Humphries, llámeme lord
Allenby o señor embajador - le recriminó Allenby.
Humphries frunció el ceño, luego bajó
el brazo y entrecerró los ojos -. Segundo, creo
que usted le debe disculpas a mi
secretario.
- ¿Esto... - Humphries blandió un dedo
hacia Yehudin - esto es su secretario?
- ¡Esto tiene un nombre, Humphries! Se
llama Yehudin, el cocodrilo de los Monstruos de
Tarzak. Su familia es una de las más
distinguidas de Momus, y es mi secretario, señor
vice-embajador.
Humphries esbozó una mueca, después se
volvió hacia Yehudin y ladeó ligeramente la
cabeza.
- Le ofrezco mis excusas por mis
observaciones, señor...
- Yehudin - El hombre cocodrilo
sonrió, dejando al descubierto dos hileras de dientes
afiladísimos, y luego extendió la mano
con la palma hacia arriba.
Humphries miró a Allenby y luego a la
mano extendida.
- Humphries, usted le debe una
disculpa. Creo que veinte móviles serán suficientes.
Yehudin asintió.
- ¿Espera seriamente que yo pague a
esto..., a esto...?
- Sí, a mi secretario..., y lo espero.
Humphries metió una mano en su
bolsillo del pecho y exhibió la cartera. La abrió y sacó
varios billetes.
- ¿A cómo está el cambio?
- Todos los cajeros de Tarzak están en
el Circo - repuso Yehudin.
Allenby le cogió algunos billetes a
Humphries y le entregó veinte monedas de cobre.
- Éste es el cambio, Humphries.
Humphries cogió las monedas, con una
expresión de extrañeza en su rostro, y se las
dio a Yehudin. Éste se las embolsó,
sonrió otra vez y, pasando por detrás de
Humphries, abrió la cortina que
cerraba la puerta de la embajada.
- ¿Caballeros...?
Ya dentro de la embajada, sentado en
uno de los varios almohadones de color bronce
colocados en torno a una mesita baja,
Allenby fue dándose cuenta de cómo Humphries
se iba sintiendo más incómodo minuto a
minuto. Era obvio que la blusa de cuello alto de
su uniforme le estaba asfixiando.
Allenby no tuvo el valor para comunicarle al viceembajador
que cuando se había recostado en la
pared de adobe encalado se había
manchado la espalda de su uniforme
color medianoche con blanco de cal.
- Oh, Humphries - dijo en cambio -,
lamento mucho haber empezado tan mal. Es
importante que nuestras relaciones
sean de mutuo respeto y buena colaboración.
- Supongo que habrá actuado al saber
la noticia, Lord Allenby.
- ¿Qué noticia?
- ¿Cómo qué noticia? ¡Que Momus
todavía no ha autorizado las relaciones con la
Federación del Cuadrante!
- Estas cosas necesitan tiempo,
Bertrum..., ¿puedo llamarle Bertrum?
- Ben.
- Muy bien, Ben.
- Lleva usted en este planeta más de
dos años, Lord Allenby, y creo que ya ha habido
tiempo suficiente.
Allenby se encogió de hombros y elevó
los brazos.
- Primero tuvo que esparcirse la
noticia, después vinieron las solicitudes de las
poblaciones, las asambleas, la
formación de las delegaciones y el traslado a Tarzak.
Las delegaciones ciudadanas se están
reuniendo ahora en el Gran Circo para votar la
Segunda Ley...
- ¿La Segunda ley? - frunció el ceño
Humphries -. ¿Ha dicho la Segunda Ley?
Allenby dejó caer los brazos y
asintió.
- Sí, Ben. Momus sólo tiene una Ley.
La Primera Ley se votó hace más de un siglo, sin
que realmente nadie recuerde por qué
se votó.
- ¿Y cuál es la Primera ley?
- Es la ley que permite hacer leyes.
Si, es una lástima que desde entonces no hayan
dictado ninguna más. Porque, para
dictar otra, primero tiene que reunirse la gente de
una población y solicitar una asamblea
general a fin de elegir una delegación...
- Por favor - le interrumpió Humphries
levantando una mano. Luego sacudió la cabeza -
¿Es decir que no existe ningún cuerpo
político con el que tratar?
- Ha acertado - sonrió Allenby.
- ¡Imposible! Esto va en contra de
todas las cláusulas de la aceptada teoría política para
una población de esta densidad...
Quiero decir, ¿qué hacen con los impuestos, el
crimen y, por ejemplo, la
representación de este planeta en la Federación del Noveno
Cuadrante?
Allenby tabaleó sobre la mesa y
estudió al vice-embajador.
- Respecto a los impuestos, Ben -
repuso con un suspiro -, todo el mundo paga por lo
que usa según el grado en que lo usa.
- Y por lo visto no existe la
criminalidad - rezongó Humphries.
- Poca, aunque existe. Si uno roba o
estafa, hay que indemnizar a la víctima o sufrir el
exilio. En caso de homicidio, sólo hay
el exilio.
- ¿Exilio de dónde o de qué?
- Exilio de la compañía de las
personas honradas. Los exiliados son marcados y
enviados al desierto. Nadie les da
nada ni les vende charla, descanso, comida o
consuelos.
- ¿Y quiénes juzgan?
- El pueblo..., Ben, ¿no ha estado
jamás en un circo?
- ¿Un circo? - Humphries se quedó
boquiabierto.
- Sí
- Bueno, de niño, por televisión...
- Es una sociedad muy unida, Ben,
apegada a sus costumbres y tradiciones. Y la
naturaleza de estas costumbres y
tradiciones es la causa de que Momus sólo posea
una Ley, y que probablemente hubiese
podido sobrevivir sin ella.
- Excepto por una cosa, lord Allenby:
el Décimo Cuadrante.
- Cierto - asintió Allenby.
- Lo cual nos lleva de nuevo a la
pregunta de lo que ha hecho usted durante estos dos
años.
- Ben, tuve que apoderarme de una nave
transbordadora para llegar hasta aquí y
cuando aterricé sólo llevaba una capa.
Primero tuve que llamar la atención de la gente y
después conseguir su respeto.
- ¿Respeto? ¡Usted es un embajador de
primer rango!
- La política y la diplomacia - se
encogió de hombros Allenby -, no se reconocen aquí
como ocupaciones legítimas...
- ¿Legítimas? Supongo que consiguió el
respeto vistiendo esas ropas ridículas...
- Me gané los colores de Mago, Ben, y
a decir verdad, son unas ropas mas confortables
que la chaqueta que lleva usted.
- ¡Dios mío, vaya pantalones! ¿Lleva
algo más debajo?
- No, Ben, en absoluto. Aparte de lo
indispensable - Sonrió Allenby.
- Lord Allenby, esta broma es de un
gusto pésimo - gruñó Humphries.
- Pues Disus afirma que es un chiste
bueno, y me costó diez monedas de cobre.
- ¿Disus?
- Mi jefe de personal.
- Supongo que es un comediante.
- No, un payaso.
- ¿Y así se la ganado usted el respeto
de este pueblo?
- Puedo demostrarlo - Allenby rebuscó
en sus bolsillos y exhibió su cartera. Extrajo de
ella un papel que dejó sobre la mesa,
delante de Humphries -. El Gran Fyx, el más
honorable de los magos de Momus, me
dio esto a cambio de mi truco de las siete
cartas. Esta ilusión de la persona
desplazada.
- ¿Puedo hablar con franqueza. lord
Allenby? - preguntó Humphries, con el ceño
fruncido.
- Adelante.
Allenby volvió a meter el papel en su
cartera y ésta en su túnica.
- Antes de abandonar el sistema solar,
Bensonhurst, el secretario de Estado del
Cuadrante...
- Le conozco.
- Por lo visto, también él le conoce a
usted.
- Vamos, desembuche.
- El secretario me manifestó que a
usted lo eligieron embajador en Momus a causa de
sus tácticas diplomáticas poco
ortodoxas... - Humphries hizo un gesto como abarcando
todo el planeta -. Y ya tengo algunos
indicios del por qué. Pero esto... - bajó las manos
hasta sus rodillas -, esto es
lastimoso.
- Algo parecido me dijo el Gran Fyx,
más él puede decirlo como superior mío que es.
Como superior de usted, será mejor que
me de una explicación.
- ¿Una explicación? La misión
diplomática lleva diez días en órbita alrededor de
Momus, y la misión militar llegará
dentro de otras tres semanas. Y aquí está usted, con
un albornoz, viviendo en una cabaña de
barro, y glorificándose por un nuevo truco...
- Una ilusión.
- Bien, ilusión. ¡De todos modos, está
usted jugando a magias con un monstruo y un
payaso, mientras aún no ha quedado
satisfecha la legalidad de las misiones diplomática
y militar.
- Creo que ya está bien de franqueza
por hoy, Humphries
- Pues aún tiene que enterarse de otra
cosa.
- ¿De qué se trata?
- He de informar directamente al
secretario.
Allenby asintió. No había esperado
otra cosa.
- ¿Qué sabe usted de Momus?
- Me dieron unas lecciones, claro.
- No le pregunto esto.
- Está bien. Hace ciento setenta
unidades anuales terrestres, el circo espacial City of
Baraboo, en ruta al primer sistema de
su circuito por los planetas del Décimo
Cuadrante, estableció una órbita en
torno a Momus debido a dificultades de los
motores. Su órbita, debido a las
mismas dificultades, era irregular, y sólo permitió a los
titiriteros y parle del ganado...
- Animales.
- Perdón. Parte de los animales a huir
en naves salvavidas antes de que la nave y la
tripulación ardieran en la atmósfera.
- ¿Y...?
- Creo que esto es todo, salvo los
datos astrofísicos. Las coordinadas del Cuadrante y
otros factores
- O sea que usted apenas sabe nada de
Momus.
- Por lo que veo, Lord Allenby, Momus
está a dos pasos de sociedad muy primitiva.
Mi..., nuestro primordial interés es
contrarrestar las ambiciones territoriales del Décimo
Cuadrante. Estoy seguro de que
nosotros y el general Kahn podemos llevar a cabo esta
misión sin tener que mezclarnos para
nada con una pandilla de titiriteros pintarrajeados.
- ¡Titiriteros! - exclamó Allenby sin
cambiar de expresión. Luego, se ajustó la túnica y se
inclinó hacia el vice-embajador -.
Humphries, viejo amigo...
- ¿Sí?
- ¿Ve esta marca negra entre los ojos?
El vice-embajador se inclinó a su vez
y casi bizqueó sus ojos.
- Hummm..., sí. ¿A qué se debe?
- Siga mirándola. Ahora, coloque las
palmas de sus manos sobre la mesa.
Humphries colocó las manos planas
sobre la mesa, con gesto lento, Allenby sonrió a
medida que las manos de Humphries se
iban calentando cada vez más.
- ¿Qué diablos pasa aquí?
- Bien, Humphries, baje la vista. Mire
la mesa.
Humphries obedeció, atemorizado. Al
instante siguiente, soltó un chillido y trató de
liberar sus manos. Allenby sabía que
el otro se veía a sí mismo gritando en un pozo
insondable de llamas y azufre, con la
piel chamuscada, asándose hasta los huesos.
También él había sufrido el mismo
efecto, y por esto le había pagado a Norman dos mil
móviles por la ilusión. Sintióse casi
feliz por la llegada de Humphries. Nunca había
odiado tanto a un ser humano. Allenby
dio dos palmadas y Humphries cayó de bruces
sobre la mesa.
- ¡Dios mío! ¡Dios...!
- Humphries, viejo amigo..
- Allenby..., ¿qué ha pasado?
- Es un truco menor, una ilusión
llamada «visiones del infierno». ¿Le ha gustado?
- ¡Dios mío, Allenby!
El vice-embajador se incorporó, se
desabrochó el cuello de su chaqueta de uniforme y
se secó el sudor del rostro.
- Momus no es una colonia de titiriteros,
Bert. Y le haría mucho bien a usted, por otra
parte, conocer algunos trucos. Como
dije, ésta es sólo una ilusión menor - Allenby
volvióse hacia la puerta -. ¡Yehudin!
El hombre cocodrilo entró y se cuadró
junto a la mesa.
- ¿Por fin has probado la ilusión
infernal?
- Sí, Yehudin. Por favor, ayuda al
vice-embajador a llegar a su trasbordador.
Yehudin ayudó a Humphries a levantarse
y se embolsó las monedas que Allenby arrojó
sobre la mesa.
- Humphries...
- ¿Sí?
- No volverá al planeta sin mi
permiso. Y esto se aplica también a todo el personal de la
misión ¿Está claro?
- Sí.
Allenby hizo un gesto con la mano y el
hombre cocodrilo condujo al tembloroso
diplomático hacia fuera. Durante largo
tiempo, Allenby permaneció sentado, tabaleando
sobre la mesa. Comprendía la actitud
de Humphries. Aunque considerándolo un poco
falto de ortodoxia por parte del
cuerpo diplomático del Cuadrante, Allenby había servido
en él la mayor parte de su vida y
conocía y respetaba las costumbres y tradiciones del
mismo, fundadas sobre siglos de
experiencia diplomática. Sonrió al recordar su primer
encuentro con un habitante de Momus, y
luego frunció el entrecejo al evocar la
detestable declaración de Humphries
respecto a Bensonhurst. Desde el primer
momento, el secretario había dado a
entender que echar del cuerpo diplomático a
Allenby era uno de los grandes
objetivos de su existencia. De pronto, Allenby sacó de
entre los pliegues de su túnica el
comunicador de bolsillo que le había entregado la
partida de aterrizaje, al iniciar su
misión. Sabía que aquel aparato de radio era el único
que parecía amenazador en todo el
planeta, aunque ignoraba cómo y porqué. Pulsó el
botón de llamada.
- Nave EIite del Cuadrante.
Comunicaciones. - carraspeó la cajita del tamaño de la
palma de la mano, con la magia de
otros tiempos.
- Aquí Allenby.
- Si, señor embajador. ¿Qué se le
ofrece?
- Deseo hablar con el comandante de la
misión militar.
- ¿El general Kahn? Un momento, por
favor, señor embajador - la cajita calló unos
instantes y luego volvió a la vida con
otra voz mas poderosa -. Lord Allenby, soy el
general Kahn.
- General, necesito cierta
información.
- De acuerdo, Lord Allenby.
- ¿Está completo el plan de defensa y
ocupación de Momus, general?
- Si.
- Deseo verlo..., aquí.
- ¿Ya sabe, lord Allenby, que todo
está en fichas de memoria?
- ¿Representa esto un problema?
- Todos nuestros lectores, es decir,
los aparatos de lectura están con el contingente
militar. Lo único que tenemos en la
Elite son las computadoras de la nave y una unidad
de mando de campaña. Los
transbordadores de la Elite no están equipados para los
aparatos de lectura. No se trata del
peso, sino del tamaño.
- General, no me importa que tenga que
abrir un transbordador nuevo en torno al lector.
- De acuerdo, señor. ¿Para cuándo lo
quiere?
- ¿Cuándo puede llegar aquí sin demora
alguna?
- ¿Sin demora alguna?
- Sin demora. Cierro.
Allenby se alisó la túnica, se puso de
pie y se acercó a la ventana abierta para
contemplar la polvorienta callejuela.
- ¡Eh, pregonero! - gritó, al divisar
la figura con la túnica a rayas rojas y purpúreas de un
pregonero.
El aludido cruzó la calle y se detuvo
bajo la ventana, con la mano extendida. Allenby
dejó caer una moneda en ella.
- ¿Qué se te ofrece, mago?
- ¿Puedes ir en busca de Tayla, la
adivinadora?
- Cobrará caro.
- Pagaré lo que pida, y doscientos
cobres para tí si la traes antes de una hora.
El pregonero desapareció calle abajo,
antes de que el polvo de su primer paso se
hubiera asentado otra vez.
Aquella tarde, en el desierto al oeste
de Tarzak, Allenby estuvo dentro del
transbordador y se preguntó qué magia
habría usado Khan para meter el enorme lector
holográfico por la diminuta portilla
del aparato. La esfera, que representaba a Momus
bajo un ataque de las fuerzas del
Décimo Cuadrante, apenas dejaba espacio libre en el
techo. Tayla tomó asiento ante la
esfera, en tanto sus negros ojos absorbían cada
detalle de la imaginaria batalla. El
general Kahn, todavía dudoso de las dotes
adivinatorias de Tayla, se colocó
entre ella y el operador del aparato lector.
La adivinadora se pasó sus arrugadas
manos por los ojos y después sobre la esfera, y
finalmente se echó hacia atrás su
capuchón celeste y miró al general.
- Kahn, ordene que el planeta se vea
más grande.
Kahn le hizo una seña al operador, el
cual pulsó un botón. La esfera quedó llena con el
planeta, con sus desiertos, sus
selvas, sus océanos y sus ciudades, todo ello lleno de
vida.
- Muéstreme las instalaciones, Kahn, y
esta vez explíqueme cómo funcionan.
Khan señaló una pantalla situada sobre
la consola, bajo la esfera.
- Ahí aparecerá todo lo que usted
desee saber sobre las bases.
Tayla miró a Allenby con vacilación.
- Tayla es una adivinadora, general, y
no sabe leer. Hágalo usted por ella.
Kahn volvió a hacerle una seña al
operador y la esfera se oscureció, salvo unos puntitos
que conservaron un color terroso,
amarillo-rojizo, verde-castaño.
- Dame la base de Tarzak.
Desaparecieron todos los puntitos
excepto uno que se amplió hasta ocupar toda una
cara de las esfera de Tayla. El
general se aclaró la garganta.
- Ésta es la base de Tarzak, la
primera y la mayor. Servirá primordialmente como
cuartel general de la misión militar y
para alojar al personal que no esté en órbita y a
sus familias.
- ¿Cuántos? - preguntó Tayla,
levantando una mano.
- ¿Cuántos..., qué?
- Soldados y demás.
Kahn alargó una mano y pidió la
respuesta a la consola.
- El total del personal civil y
militar será de doscientos veinte mil.
Tayla asintió.
- Otra base, general.
El general y la adivinadora repasaron
todas las instalaciones militares del Cuadrante,
desde la base de entrenamiento de
combate localizada en el Gran Desierto hasta los
sistemas de Satélites defensivos en
órbita. La vieja adivinadora examinó de este modo
las bases de lucha orbitales y
planetarias, los almacenes de víveres, los comisariados y
las instalaciones del correo, los
materiales en crudo y las dependencias pedagógicas,
sanitarias y recreativas. Cuando
terminó toda la serie, Tayla cerró los ojos e inclinó la
cabeza.
- Apague esto, Kahn.
El general miró al operador, y la
esfera se tornó transparente y sin vida. Allenby se
acercó a Tayla y le oprimió un brazo.
- ¿Te encuentras bien, Gran Tayla?
Ella levantó la cabeza, mostrando sus
fatigados ojos.
- He visto tales cosas en la bola de
cristal, Allenby..., tales cosas... - sacudió la cabeza -
Tardaré algún tiempo, pues debo
consultar a mi pobre bola - miró hacia el aparato lector
-. Ah, daría una fortuna por poseer
esta bola, aunque - sacudió de nuevo la cabeza -
forme parte del problema.
Extrajo una pequeña bola de cristal de
entre los pliegues de su ropón y la sostuvo de
manera que captase el rayo de una luz
de Servicio de la consola del lector. Al cabo de
unos segundos, la adivinadora empezó a
respirar pausadamente, mientras contemplaba
la esfera fijamente.
El general Kahn golpeó el hombro del
operador del lector y lo condujo hacia la carlinga
del transbordador. Quedamente, el
soldado abandonó el compartimiento. Kahn se
apartó del aparato lector, cogió a Allenby
por el codo y lo llevó al fondo de la zona de
pasaje.
- Lord Allenby, para obedecer sus
órdenes me he saltado alegremente medio volumen
de los reglamentos del Cuadrante, pero
esto de la bola de cristal es demasiado. ¿Qué
puede ver esa mujer en su bola que no
haya visto en el lector?
- En su bola no ve nada, Kahn -
replicó Allenby -. Emplea la luz de la bola para
concentrar sus ideas. Ahora, su mente
trabaja a toda marcha, organizando asociando y
abstactando todo lo que ella sabe,
incluyendo la información obtenida por el lector.
Toma esta información, la sospesa y
saca sus propias conclusiones.
- Pero se trata de una adivinadora...
- Kahn frunció el ceño.
- Tiene otro nombre: previsora por
estadísticas...
- Pero a bordo de la nave tenemos el
equipo necesario para efectuar proyecciones
sociológicas, y hay científicos
altamente adiestrados que pueden interpretar y
comprobar las informaciones. Y lo
único que tenemos aquí es la palabra de una anciana.
- No, Kahn. Tenemos la palabra de la
Gran Tayla, la mejor adivinadora de Momus. Más
aún, porque ella posee unas cualidades
de las que carece su equipo, general.
- ¿Como cuales?
- Sentido común, sentimientos, y un
corazón sintonizado con los intereses de Momus y
su población.
Tayla levantó la cabeza, se puso de
pie y dejó que la bola se rompiese sobre la mesa.
- ¡Allenby!
Éste se apresuró a su lado y la cogió
del brazo al ver que empezaba a tambalearse.
- ¿Qué sucede, Tayla?
- Nos destruirán. Hay que mantenerles
alejados. Los soldados no deben venir a nuestro
planeta.
Aquella noche, con la calle que se
veía desde la ventana de la habitación de Allenby,
helada y tranquila. Allenby y Kahn
estuvieron sentados en la oscuridad, bebiendo vino.
Yehudin había acompañado a Tayla hasta
su hogar, había vuelto y les había deseado
una buena noche. AIlenby, con su bolsa
bastante aligerada a causa de los sucesos del
día, dejó su copa y miró a Kahn. En la
oscuridad, el general se parecía a un oso
inclinado sobre la mesa y sorbiendo su
la copa.
- ¿Y bien, general?
La oscura figura asintió con lentitud.
- Lo que dice esa anciana adivinadora
es cierto, Allenby. Ya lo vi antes, en el Markab
VIII.
- Entonces, ¿qué le trastorna?
- Lo vi antes, mas jamás pensé en
ello. Siempre ha sido un mal necesario de la
Ocupación militar - Kahn vació su copa
y volvió a llenarla -. Llegan las tropas, los
créditos empiezan a circular
profusamente, la economía sufre un súbito aumento en
sueldos y ventas, y casi al momento
las bases están repletas de prostitutas, tabernas y
garitos. Después, ya es sólo cuestión
de tiempo que la criminalidad llegue al punto en
que la única respuesta sea un hombre a
caballo - Kahn vació nuevamente su copa -.
Entonces, entran en acción los mandos
militares y establecen un gobierno. Sí, la
importancia de la misión militar que
debe ocupar Momus atraerá el comercio del resto
del Cuadrante.
- Lo que significa más gente, más
basura, más crímenes...
- Y más gobierno - Kahn sacudió la
cabeza -. Bien, no debe preocuparme tanto. Ya lo
he visto antes. Pero esa anciana...,
lo que ha descrito es la muerte de toda una
población. Ha descrito su propia
muerte.
- ¿Qué sería peor, Kahn: esto o que el
Décimo Cuadrante ocupara Momus?
- No hay elección. Depende de que uno
desee morir lentamente o deprisa - Kahn llenó
su copa con exceso y derramó unas
gotas de vino sobre la mesa -. Lo siento.
- No importa.
El general bebió apresuradamente y
dejó la copa en la mesa.
- Bien, no es misión nuestra freír
este pescado, ¿verdad?
- ¿Cómo?
- Como ya habrá indicado el
vice-embajador Humphries, todos nosotros trabajamos
para el Cuadrante. No se trata sólo de
impedir que el Décimo Cuadrante ocupe Momus.
Hay mucho más en juego. El Décimo
Cuadrante ha puesto en pie una armada que
supera a todas las de la Galaxia, y
están dispuestos a usarla. Si pueden conquistar
planetas sin luchar, estupendo. Pero
tampoco les asusta el combate. En realidad, ya
hemos tenido algunas escaramuzas con
ellos.
- No sabía nada de esto.
- Ni nuestro Cuadrante ni el Décimo lo
admiten, pues una sola mención oficial
significaría la guerra. Se limitan a
ir lo más lejos posible sin perder naves y vidas. Lo
que desean es este Cuadrante, y si
nosotros preferimos defender los intereses de
Momus contra los de todo el
Cuadrante...
- Entonces, sacrificamos al peón.
- Ahora ha hablado como un verdadero
diplomático - Kahn arrojó su copa al suelo -.
¡Diablo, estoy borracho!
- ¿Y qué hay de la solución de Tayla?
- ¿La adivinadora? - Kahn movió la
cabeza de lado a lado - Imposible. La única forma
de mantenerlos apartados del planeta
sería poner en órbita a toda la misión militar. Y
aun así, necesitaríamos poseer la
fuerza y el material.
- La fuerza y el material podrían
conseguirse con un mínimo de contacto, ¿no?
- Supongo que sí. Pero aquí está la
cosa. El gasto de mantener a la misión en órbita...
El secretario jamás lo avalaría. Es
prohibitivo.
- ¿Éste es todo el dilema? ¿El gasto?
- Técnicamente podría hacerse.
- Bien, Kahn - rió Allenby -. Momus
pagará su propia defensa.
- ¿Qué?
- Si no la pagan, la población de
Momus pensará que su defensa no vale nada. Habrá
un intenso regateo, pero Momus pagará
por mantener la misión en órbita. ¿Cuánto
tiempo tardará usted en trazar un
plan?
- ¿Sin que importe el coste? - Allenby
rió y asintió. Kahn meditó unos instantes -.
Cuando me haya serenado, unas tres o
cuatro horas Todo está en la computadora. Lo
único que hemos de hacer es alterar
los datos.
- ¿Mañana al mediodía?
- No. Tardaré una hora en llegar a la
nave, y algo mas en izar hasta ella el lector. ¿Y si
lo hiciésemos aquí, en el planeta?
Puedo utilizar el transbordador y meter el lector en
las computadoras de la nave. Estaría
antes de mediodía.
- De acuerdo. Que sea de este modo.
- Bien, ¿dónde duermo?
- Junte unos almohadones en el suelo y
tiéndase encima.
Kahn dio unas vueltas por la
habitación, y luego se dejó caer sobre los almohadones.
Unos segundos más tarde, respiraba ya
pausadamente, prometiendo roncar. Disus se
levantó de su oscuro rincón y dejó
unas monedas sobre la mesa.
- Un viaje a través de una mente
ajena..., excelente, Allenby. La ilusión de la persona
desplazada vale diez veces su precio.
- Me sorprende haber movido bien mis
piezas al primer intento. Fyx jamás se ganará la
vida como escriba.
- Cuando sentí la aproximación del
aura, intuí que él no habría observado que no había
consumido mucha parte de tu savia.
- Conseguiré la adecuada combinación
con la práctica - afirmó Allenby - ¿Y respecto a
lo que te pregunté?
- Kahn es un hombre honrado, Allenby.
Intentará cuanto pueda.
Allenby colocó sus almohadones y se
tumbó encima
- Disus, he de descansar. Quiero estar
temprano en el Circo.
Disus asintió y dio media vuelta,
dispuesto a marcharse.
- Mañana te necesitaremos. Hablará el
Gran Kamera y se opondrá a la Segunda ley.
A la mañana siguiente, muy temprano,
calentando el sol sólo el borde superior del muro
occidental del anfiteatro, Allenby
contemplaba ya cómo los representantes de Boosthit
de Farransetti y su aprendiz relataban
una vez más las noticias que Allenby había
llevado a Momus. El aprendiz
interpretaba el papel de Allenby, y por haber presenciado
ya antes la misma representación, se
perdía el factor sorpresa. Pero la representación
era buena y conseguía muchas monedas.
Cuando los dos representantes se inclinaron
delante de Allenby, sentado en el
sector de los espectadores, los cajeros de túnica
blanca cogieron las bandejas del
dinero y se estacionaron entre los delegados. El amo
del Circo tocó el silbato y la
cháchara de los delegados bajó de tono. Un cajero salió de
entre la delegación de Tarzak, anduvo
hasta el centro del Circo y le entregó al amo un
papelito. Después de tocar de nuevo el
silbato, el amo del truco se dirigió a las
graderías.
- ¡Damas y caballeros! ¡El Gran Fyx de
la delegación de Tarzak hablará para el Gran
Circo!
Los cajeros se movían entre los
delegados, cobrando de aquellos que escucharían a
Fyx, y haciendo salir a los que no
deseaban oír el discurso. Cuando terminaron, los
cajeros se agruparon al borde del
Circo y presentaron sus cobros al cajero mayor,
quien. a su vez, se los ofreció a Fyx.
El anciano mago aceptó sus móviles, se puso de
pie y pasó el centro del Circo.
Levantando las manos, hizo aparecer una bola de llamas
anaranjadas por encima de su cabeza,
que después se convirtió en un humo negro que
lentamente se disolvió en el aire.
- Un grano de arena - empezó Fyx.
señalando el humo - es a una montaña como estas
volutas de humo son a la guerra.
Los delegados aplaudieron esta primera
frase del mago, y Allenby, por su parte,
aplaudió más que nadie. Era un truco
viejo, pero captaba la atención. La multitud volvió
a aquietarse, y Fyx bajó las manos y
miró a los delegados de las gradas.
- Ya hemos oído a los representantes
de Boosthit de Farransetti contar las noticias que
Allenby trajo a Momus. Y hemos oído
los malvados planes de la Federación del Décimo
Cuadrante. Controlarían nuestro
planeta con o sin nuestro consentimiento. Con nuestro
consentimiento seríamos esclavos; sin
nuestro consentimiento... - Fyx indicó la
nubecilla de humo - nos atacarían con
terribles armas y se apoderarían de cuanto
quisieran - volvió a bajar la mano -.
Al protegernos, el Noveno Cuadrante nos ahorraría
tal elección, más no podemos conseguir
su protección sin dar nuestro consentimiento.
El anciano mago señaló a la delegación
de Tarzak y un aprendiz salió de las graderías
llevando un cayado de puño curvo. Se
lo entregó a Fyx y regresó a su sitio. El mago se
apoyó en el cayado con ambas manos.
Inclinó su cabeza por un instante y prosiguió su
perorata.
- La Segunda ley debe, en primer
lugar, pedirle a la Federación del Noveno Cuadrante
que actúe en defensa nuestra. Segundo,
debe crear el medio de representar a Momus
como un planeta completo que planee y
forme la naturaleza de tal defensa,
conjuntamente con los oficiales del
Noveno Cuadrante - levantó más la cabeza y el
cayado por encima de aquélla -. Henos
de hacer esto. ¡Y recordad lo que nos aguarda
en caso contrario!
En aquel momento, la parte del circo
donde estaba Fyx se llenó de un humo blanco,
muy denso. Cuando se despejó, el viejo
mago estaba sentado otra vez con la
delegación de Tarzak.
Mientras todos aplaudían, Allenby
divisó a Disus trepando por las gradas en su
dirección.
- ¿Me he perdido la actuación del Gran
Kamera, Allenby?
- No. Fyx estuvo bastante bien, pero
no veo a Kamera con su delegación.
Disus se sentó y se frotó las manos.
- Es el mejor payaso de Momus,
Allenby. Por tanto, tiene que hacer su entrada.
- ¿Y qué hay de Kahn? - Disus pareció
confuso un instante y después asintió con el
gesto.
- Asegura que tendrá trazado el plan
cuando el sol caliente el Circo.
Extendió la mano y aceptó las monedas.
Tras embolsarlas, dirigió su atención hacia la
entrada norte del Circo. Un cajero
entró por allí y corrió hacia el amo del Circo, a quien
entregó un papel.
- ¡Damas y caballeros, el Gran Kamera
hablará al Gran Circo de Tarzak!
Los cajeros se apresuraron a efectuar
los cobros, y el cajero mayor hizo que un
aprendiz le ayudase a llevar el dinero
al Gran Kamera, pues muchos habían pagado por
verle actuar. El cajero mayor y el
aprendiz se perdieron en la oscuridad de la entrada
norte y luego volvieron al Circo
tratando de ahogar sus risas al ocupar de nuevo sus
sitios respectivos.
Allenby tendió la mirada por las
gradas y la detuvo en Disus. Todo el gentío, excepto él,
miraba hacia la entrada norte, disponiéndose
a reír como tontos. Al volver la vista a
dicha entrada, Allenby trató de
ahuyentar su aprensión. Pero volvió a experimentarla
cuando un lastimoso sonido de
«¡skiugi, skiugi!» resonó en la entrada, provocando un
alud de carcajadas. Cuando éstas empezaron
a calmarse, una máscara de papel liso
surgió a la luz, miró a derecha e
izquierda, y después al frente, de manera que todo el
mundo, menos los que estaban detrás de
la entrada, pudieran verla. Allenby se
estremeció al oír las carcajadas
causadas por la máscara, y también ante ésta. Con
unos ojos azules, anormalmente grandes
y anchos, unas mejillas sonrosadas y una
boca en forma de O, era la cara de un
chiquillo asombrado, y al mismo tiempo una
grotesca imitación del rostro de
Allenby.
Con el sonido de «¡skiugi, skiugi!» la
figura penetró en el Circo.
El sonido, causado por unos enormes
pies postizos, pronto quedó ahogado por las risas
y los aplausos de la multitud. El
payaso, sosteniendo la máscara ante su rostro, llevaba
una túnica de mago en su lado derecho
y una túnica de representante en el izquierdo.
Los extremos sueltos estaban anudados
en torno a su cuerpo, sujetos por un cinturón
del que colgaba una gran variedad de
objetos. Cuando llegó casi al centro del Circo,
Kamera se detuvo y levantó la mano
libre pidiendo silencio, con la manga floja sobre su
mano. Inmediatamente, el extremo de la
manga empezó a echar humo, y los intentos
de Kamera para apagar el fuego con sus
enormes pies no tardaron en provocar la risa
en Allenby.
Una vez aparentemente apagado el
fuego, Kamera volvió a levantar su brazo libre,
siempre con la mano sobre su mano. El
Payaso volvió la máscara y el rostro hacia el
brazo levantado, y la muchedumbre
calló cuando el brazo cubierto con la manga
empezó a temblar. Al cabo de un
momento, el brazo se alargó más que la manga,
dejando al descubierto el puño. El
brazo dejó de temblar y el payaso pareció
acobardarse al contemplar cómo se le
abría el puño. Ya con los dedos bien extendidos,
Kamera se volvió y mostró su mano
abierta a todos los espectadores de las gradas.
- ¡Damas y caballeros, os doy la
ilusión de la Mano Renacida! ¡Ta, ta, taaa!
Allenby frunció el ceño y se volvió
hacia Disus.
- ¡Está yendo demasiado lejos! ¡Me
gustaría enseñarle la ilusión del payaso frito!
Ya muerto de risa, cuando oyó a
Allenby, Disus se dobló sobre sí y cayó rodando por
las gradas. Allenby, sin prestarle
mucha atención, miró a Kamera, que de nuevo
intentaba aquietar su mano.
- Os hablo, damas y caballeros, como
Allenby, el mago... - Kamera miró la manga negra
que era la derecha de su vestidura -.
No, ésta es una manga de representante.
Entonces, os hablo como Allenby, el representante...
- de pronto, el payaso miró su otra
manga, a rayas negras y rojas - ¡Ah,
ahora soy un mago! ¿Cómo podría deslumbraros
con mi magia? - Hizo una pausa -.
Pero, si no soy un representante de noticias, ¿cómo
podré daros las noticias del ofrecimiento
del Noveno Cuadrante?
Volvió a mirar su manga izquierda. Se
sobresaltó a su vista, se llevó una mano al
cinturón y cogió una cinta. Usándola
para asegurar la máscara al rostro, extendió
ambos brazos al frente. Primero se
miró una manga y luego la otra. Dejó caer los
brazos al costado y sacudió
tristemente la cabeza.
- Dejémoslo por el momento - extendió
ambos brazos -. De todos modos os hablaré
como el Allenby de la ciudad de..., de
la ciudad de... Vaya, tampoco me acuerdo de esto
- se volvió hacia la delegación de
Tarzak -. Yo vivo en Tarzak, pero ¿he sido aceptado
alguna vez por la población?
- ¡No! - grito un sacerdote ataviado
de negro y diamante blanco levantándose entre los
delegados.
Kamera se volvió de espaldas a la
delegación de Tarzak y meneo la cabeza. Entonces,
empezó a pasearse trazando un pequeño
círculo, mientras con los pies hacía «¡skiugi!
¡skiugi!». Tendió las manos adelante y
dio la vuelta al Circo.
- ¿Soy acaso de Kuumic?
- ¡No! - repitió el sacerdote de la
delegación de Kuumic.
(«Skiugi; skiugi.»)
- ¿Soy de la ciudad de Miira?
- ¡No!
El payaso fue de delegación en
delegación, meneando la cabeza, rascándosela,
frotándose la barbilla y tirándose de
la nariz sin cesar. Al fin, se detuvo cerca del centro
del Circo y se encogió de hombros.
- No importa, ya me acordaré - levantó
la mano derecha y señaló a la multitud -. Al
menos, os hablo como Allenby. ¡De esto
si estoy seguro! - Dejó caer la mano y volvió a
rascarse la cabeza. Completamente
seguro.
Allenby señaló a Kamera y se volvió
hacía Disus.
- ¿Acaso no acabará nunca? ¡Me está
matando aquí mismo!
Disus, con sus mejillas bañadas por
las lágrimas, sólo logró asentir y absorber una
bocanada de aire. Allenby miró a la
delegación de Tarzak, y a Fyx que estudiaba
atentamente a Kamera.
El payaso levantó de nuevo las manos.
- Ya me acuerdo. Yo soy Allenby -
cuando los gritos de la multitud se acallaron, Kamera
bajó las manos y dio una palmada -.
Soy un embajador, esto también lo recuerdo. Soy
de la Federación del Noveno Cuadrante
de los Planetas Habitables, y tengo un plan. Mi
plan es lograr que vosotros
representáis a Momus ante el Noveno Cuadrante, eligiendo
a un payaso para este servicio.
- ¡No! - gritaron los delegados, la
mayoría de los cuales no eran payasos.
Kamera se rascó la cabeza.
- Al menos, creí que éste era el
plan..., ¿tal vez un mago?
- ¡No!
El payaso sacudió la cabeza.
- Ya veo que no era éste el plan - Tal
vez una ciudad. Una ciudad posee todos los
comercios, y Tarzak es la ciudad más
poblada. ¿Representará Tarzak a todas las
ciudades? ¿Era éste mi plan?
- ¡No! - gritaron los delegados, la
mayor parte de los cuales no eran de Tarzak.
- Ya veo que no es éste mi plan -
asintió Kamera -. Y estaba seguro de tener uno... - El
payaso se enderezó muy erguido y
adoptó la postura de Eureka, con un dedo al aire -.
¡Ya me acuerdo! Este Gran Circo
representa a todas las ciudades y a todos los
comercios de Momus. Mi plan es
reteneros aquí por el resto de vuestra vida, aquí, en el
Gran Circo, para que representáis a
Momus ante el Noveno Cuadrante.
- ¡No!
Kamera abatió sus hombros y meneé la
cabeza.
- No, de acuerdo - se enderezó
ligeramente, y empezó a dirigirse a la entrada norte
(«¡skiugi, skiugi!») -. Por un momento
me pareció claro que... que tal vez tuviera otro
plan en mi cesto («¡skiugi, skiugi!»).
Se detuvo en la salida, se quitó la
máscara y saludó.
A Allenby le pareció oír cómo se estremecían
las piedras del Oran Circo bajo los
aplausos.
Cuando éstos cesaron, Allenby se
volvió hacia Disus. El payaso se estaba secando las
lágrimas con la manga de su túnica
color naranja.
- ¿Bien, Disus?
Disus miró a Allenby y estalló en una
carcajada. Otros miraron en su dirección, y pronto
todo el sector de espectadores estuvo
riendo alocadamente.
- Perdona, Allenby..., - el payaso
dejó caer unas monedas en la mano del embajador -.
¿Cuál era tu pregunta?
- Los aplausos... ¿han sido por la
representación o por la posición adoptada?
- Por ambas cosas - repuso Disus,
dejando de reír -. Él no se opone a que el Noveno
Cuadrante defienda a Momus, por lo
cual somos muy afortunados. Mas, en tu calidad
de embajador del Noveno, Allenby, ¿con
quién has de tratar? Esto es a lo que has de
responder.
Allenby volvióse hacia el frente y
murmuró:
- Yo no he de responder a esa
pregunta, Disus.
- Cierto. Momus debe escoger su propio
camino - Disus señaló al Circo -. Mas creo que
tu pregunta se aproxima ya.
Un cajero salió de entre la delegación
de Tarzak y le entregó otro papel al amo del
Circo. Allenby miró a aquella delegación
y vio a una figura ataviada como adivinadora
que se disponía a levantarse.
- ¡Tayla!
- Sí - asintió Disus -. Ignoraba que
fuese delegada.
Allenby golpeó su puño derecho contra
su mano izquierda.
- No lo era. Debe de haber ingresado
esta mañana.
- ¡Damas y caballeros! - se hizo un
silencio total -. Gran Tayla de la delegación de
Tarzak hablará para el Gran Circo.
Los cajeros pasaron entre los
delegados y el cajero mayor se acercó a Tayla. Allenby
vio cómo la mujer rebuscaba en su
túnica y le entregaba una bolsa al cajero mayor.
- Tayla es respetada..., ¿por qué ha
de abonar el saldo?
- Es difícil actuar después de Kamera
- sonrió Disus.
Allenby asintió. Tayla abrió los
brazos.
- Yo, Tayla, hablo como persona que ha
visto lo que debía ver. - La voz de la anciana
era débil y la multitud calló como si
encima le hubiera caído una casa -. Vi muchas
cosas en la gran bola de cristal de la
nave de la Federación del Noveno Cuadrante...,
muchas cosas. He visto un gran
ejército descendiendo sobre Momus para destruirnos.
Convirtiendo nuestros móviles en papel
y nuestras acciones en vergüenza. Tienta a
nuestros hijos con su brillo y los
aparta del camino de sus padres; alejándolos de
Momus..., para cobijarse en los pozos
inmundos de miles de planetas.. - Este ejército se
aproxima desde la Federación del
Noveno Cuadrante...
El gentío estalló en miles de
conversaciones y parloteos, mientras el amo del Circo
tocaba el silbato pidiendo silencio.
El alboroto se transformó en un murmullo y al final
cesó. Allenby pidió un cajero. Un
espectador del borde del Circo silbó a uno y señaló a
Allenby. Mientras Tayla continuaba, el
cajero subió la gradería y se inclinó ante Allenby.
- El saldo de la oradora es de mil
doscientos móviles - susurró el cajero.
Allenby exhibió dos bolsas y las dejó
sobre la bandeja del cajero.
- No hay preguntas. Hablaré. Soy
Allenby, el mago.
- ¿Tu ciudad? - inquirió el cajero
levantando la vista de su libreta.
- No tengo ciudad.
El cajero frunció el ceño, y al fin
enarcó las cejas en señal de reconocimiento.
Descendió de las gradas, corrió por la
arena y el aserrín de la pista, y le entregó el
papel al amo del Circo. Éste lo leyó y
aguardó a que Tayla terminase sus conclusiones.
Allenby observó cómo un pregonero le
señalaba a él desde la entrada de los
espectadores, y después divisó a
Humphries al lado del pregonero.
Tayla concluyó su oratoria y fue a
sentarse, al tiempo que Humphries subía las gradas.
- ¡Damas y caballeros, Allenby el mago
hablará para el Gran Circo!
Mientras los cajeros estaban atentos a
su negocio, Humphries llegó al lado de Allenby.
- Allenby, ¿qué está haciendo?
- Intento salvar la Segunda Ley, pero
creo haber dado la orden de que usted se
quedase en la nave.
Humphries tomó asiento junto á Disus.
- Estoy aquí por orden directa del
secretario -. Allenby hizo callar a su interlocutor
cuando el cajero mayor subió para
ofrecerle a Allenby cuatro bolsas llenas de móviles.
Allenby le dio las bolsas a Disus, se
levantó y abrió los brazos.
- Yo, Allenby, hablo como embajador en
Momus de la Federación del Noveno
Cuadrante de los Planetas Habitables.
La multitud se alborotó. y al fin se
restableció el silencio.
- Gran Tayla ha dicho la verdad - el
silencio se hizo más pesado -. La verdad que ha
dicho es que sí la misión militar del
Cuadrante se establece en el planeta, todo iría mal.
Este era nuestro plan. Pero ahora se
ha cambiado - Allenby observó cómo el sol
iluminaba el reborde del Circo - En
este momento el general Kahn de la misión militar
del Cuadrante está completando un plan
que mantendrá a la misión en órbita, fuera del
planeta... lejos de la población de
Momus.
Allenby sintió un tirón en la manga y
vio que era Humphries el autor del tirón.
- ¡Calle Allenby! ¡No puede decir al
cosa!. Tengo órdenes del secretario...
- ¿Me han dimitido como embajador?
- No, pero...
- Entonces, calle usted. Mis órdenes
aún se obedecen aquí.
- Pero el secretario...
- ¡Silencio! - Allenby volvióse hacia
la asamblea, respiró profundamente y continuó -:
Por quinientos móviles haría que Tayla
os contase lo que vio si las fuerzas quedasen
separadas del pueblo, y lo que vio si
Momus estuviera indefenso contra la Décima
Federación.
Allenby se sentó y Disus despidió al
cajero, dándole el saldo, mientras Tayla se
levantaba y aceptaba el pago de manos
del cajero
- Ahora - le pidió Allenby a Humphries
mientras tanto -, explíquese.
- Por orden del secretario he enviado
a Kahn a la nave. Y yo he venido para acelerar las
cosas...
- Déjeme ver esta orden - Humphries le
entrego a Allenby una hoja de papel doblada.
Allenby la desdobló, la leyó y abrió
los ojos aterrado - ¿Usted hizo todo esto?
- Sí...
- ¿Usted se apoderó de la embajada y
apostó guardias armados?
- Oh, mis órdenes...
Antes de que Humphries terminase la
frase, Allenby corrió frenéticamente arriba del
graderío, hasta el muro. Tendió la
vista hacia el sur, donde se hallaba la embajada, y
distinguió una débil nube de humo y el
rayo de una pistola energética a través de la
bruma del mediodía. Al instante
siguiente, Humphries estaba a su lado.
- ¿Qué ocurre? - preguntó con voz
alterada.
- ¡Idiota! - le apostrofó Allenby -.
¡Maldito, maldito idiota!
En la embajada, sentado a su mesa,
Allenby miró a Humphries, deseando que la ira
lograra apartar de su mente la escena
de carnicería que había presenciado. Dos
tiendas situadas al otro lado de la
calle aún estaban en llamas, mientras cuatro
soldados del Cuadrante y diecisiete
ciudadanos de Tarzak yacían muertos en el polvo,
entre ellos Yehudin, el hombre
cocodrilo. Humphries estaba sentado, de codos sobre la
mesa, con los puños apretados,
contemplando al joven representante de noticias,
sentado frente a él. El representante
tenía la cabeza inclinada, como sumido en honda
meditación, mientras Disus le estaba
vendando un brazo.
- ¡Ya estoy harto! - rugió Humphries,
dirigiéndose al representante -. ¡Habla! ¿Qué ha
sucedido?
Allenby asió a Humphries por el cuello
de su uniforme y lo contuvo.
- ¡Cállese asno! ¿Aún no ha hecho
bastante daño?
Humphries se liberó y se frotó la
garganta.
- Esto es imperdonable, Allenby. Y se
enterará el secretario, se lo aseguro.
- Dije que se callase; Humphries. El
representante tiene que preparar su material.
- Ya está, Allenby - dijo de pronto
Disus, soltando el brazo vendado del herido.
- Gracias - expresó Allenby -. Ahora,
ocúpate de Yehudin.
Disus asintió y salió del cuarto. Por
un momento reinó el silencio, luego el representante
se echó atrás su capuchón negro. En su
cabeza se veían unas magulladuras de mal
aspecto.
- Allenby - empezó a decir -, tú te
ganaste tu túnica negra con Boosthit en el canino de
Tarzak a Kuumic. Y sabes por qué he de
llevar mis noticias al camino.
- Lo comprendo. Zath - afirmó Allenby
-, y juro que nadie de aquí las repetirá. Dinos qué
viste y obtendrás nuestro silencio y
mil móviles.
- Interpretaré la Gran Plaza.
- La conozco
- Muy bien - murmuró el representante,
encogiéndose de hombros. Cerró un instante los
ojos, los abrió y puso las palmas de
sus manos delante de los dos diplomáticos -. Esta
noticia es la gloriosa Batalla de la
calle de la embajada entre soldados de la Federación
del Noveno Cuadrante y los viajeros y
los residentes de la calle.
- Buen principio, Zath - alabó Allenby
-. Continúa.
- Gorgo, el hombre forzudo de los
Monstruos de Tarzak se hallaba delante de la
embajada, pasando el tiempo con
Yehudin, el hombre cocodrilo, cuando Elena, la
ayudante del mago, pasó por allí y les
dio los buenos días.
Allenby levantó una mano.
- Yo usaría más diálogo, Zath...
- ¿Quiere dejar de interrumpir? -
gruñó Humphries, aporreando la mesa.
- Solo deseo que mejore su
interpretación.
Humphries arrugó la frente y movió la
cabeza.
- Un soldado que se hallaba delante de
la puerta de la embajada - prosiguió Zath - le
silbó a Elena y le dedicó un piropo
obsceno. Gorgo fue hacia el soldado y le rogó que se
excusase. El soldado se echó a reír.
Entonces, lo levantó en vilo y volvió a pedirle que
se disculpara.
«Otro soldado que salía de la embajada
se dio cuenta de lo que ocurría, sacó su arma y
disparó contra Gorgo, matándole.
Entonces... un fuego pareció iluminar los ojos de
Zath. entonces, Yehudin lanzó el
antiguo grito de combate. Gritó: «¡Eh, Ruben!», la
llamada a la guerra.
«Yehudin hundió sus afilados dientes
en el cuello del segundo soldado, matándole,
mientras otros dos soldados salían
corriendo de la embajada, llameantes sus armas.
Yehudin cayó partido en dos por
aquellas terribles pistolas.»
«Por aquel entonces, la gente de la
calle, los monstruos, los pregoneros y hasta los
mercaderes estaban corriendo y
atacando a los soldados con palos, piedras, dientes y
uñas. Las terribles pistolas abatieron
a diecisiete e hirieron a muchos más antes de que
todos los soldados cayeran muertos.»
- Excelente, Zath. Necesita un poco
más de pulimento, pero está bien hecho.
Allenby empujó dos bolsas hacia el
representante, el cual se las metió entre la túnica,
se puso de pie y se marchó. Humphries
estaba que echaba humo.
- ¡Por el Dios vivo, castigaré a todo
el mundo como responsables y los llevaré ante un
pelotón de ejecución!
- ¿Piensa suicidarse?
- ¿Qué dice?
- El hombre responsable está ahora
sentado sobre su almohadón, Humphries.
- ¡Tonterías!
- ¿No es verdad?
- Yo no he cometido ningún crimen,
Allenby. Sólo he seguido las órdenes del
secretario...
- Y ha desobedecido las mías.
- Seguí las directrices del secretario
de Estado del Cuadrante, y cuatro de mis hombres
han sido brutalmente asesinados. ¡En
la Elite tenemos bastantes oficiales para formar
un tribunal! ¡Formaremos uno y
juzgaremos a esos culpables!!
Allenby tamborileó sobre la mesa y
luego se sirvió una copa de vino.
- No habrá ningún tribunal, Humphries
- apuró la copa y la dejó sobre la mesa -. Hasta
que se apruebe la Segunda Ley, el
Cuadrante no sentenciará la extradición de Momus -
Claro que usted tiene razón en una cosa.
- ¿Sí?
- Se ha cometido un crimen. Usted lo
posibilitó, aunque no lo cometió.
- ¿Y las partes culpables?
- Ya han sido juzgadas, sentenciadas y
juzgadas.
Humphries se puso de pie.
- ¿No piensa hacer nada?
- Como dije, los tribunales de Momus
ya han sentenciado. Esto cae fuera de la
jurisdicción del Cuadrante.
- ¡Por Dios, Allenby! ¿Se olvida de su
juramento? ¿Es usted miembro del cuerpo
diplomático o es uno de esos
monstruos? ¿De que lado está usted?
Allenby contempló la mesa y no
contestó.
- Márchese, Humphries. Vuelva a la
nave.
- ¿Cree que el Secretario no se
enterará de esto?
- ¡He dicho que largo!
Humphries salió del cuarto como alma
que lleva el diablo. Tras llenar otra vez su copa,
Allenby sentóse a beber. En tanto la
luz de la calle iba disminuyendo hasta oscurecer
por completo, Allenby seguía sin
encontrar respuesta a la pregunta de Humphries. De
pronto, lloró al recordar a su amigo
Yehudin. El joven representante no había realizado
una buena interpretación, pues debía
haber aprendido los nombres de los muertos y los
heridos. Allenby era agradecido. Sólo
podía Imaginarse qué otros amigos habría
perdido o habrían quedado mutilados en
la batalla. Llegó Disus, pero estaba demasiado
oscuro para ver a través de sus ojos
arrasados en llanto.
- ¿Te has ocupado de Yehudin?
- Sí, todo está listo.
- ¿Quiénes..., quiénes otros murieron?
- Mañana.
Disus encendió un quinqué y lo sostuvo
bajo su barbilla. Su cara, pintada de blanco,
con unos labios muy rojos, aparecía
triste bajo su peluca rizada de color púrpura. Cruzó
la estancia, cambió su túnica por unos
pantalones abombados sujetos por unos tirantes
amarillos y encendió otro quinqué e
imitó a una carretilla, aterrizando sobre el suelo
panza arriba.
- Basta, Disus. Me harás reír.
- Para esto estamos los payasos,
Allenby. Ríe, que el mañana llegará demasiado pronto.
Mientras Disus divertía a Allenby, Fyx
y Kamera se hallaban juntos en el Gran Circo.
Vacío y en tinieblas, el anfiteatro
parecía tragarse sus voces. Ataviado con la túnica
anaranjada de los payasos, Kamera
sacudió la cabeza.
- Un asunto espantoso.
Fyx se indiné hacía atrás y apoyó los
codos en la grada que tenia a su espalda.
- Por ahora sólo chismorreos, Kamera.
Todavía no hemos oído a ningún representante.
- ¿No crees en las habladurías? Tayla
parece tener razón - asintió Fyx -. Aunque el
Noveno nos defienda, debemos
mantenerles alejados.
Kamera imitó a Fyx y señaló el cielo
negro con una mano.
- ¿Cómo podremos mantenerles alejados,
Fyx, sin que algo o alguien vele por nuestros
intereses?
- Estuviste muy bien esta mañana - Fyx
volvió a inclinarse hacia delante y se volvió cara
al payaso - Pero, ¿no son estas cosas
excesivamente pesadas y morbosas para los
oídos de un payaso?
- Lo cierto es que tengo muy pocas
cosas de qué reírme - respondió el payaso.
- ¿No querría el mejor payaso de Momus
adquirir un chiste a un pobre mago?
- ¿Comedia de un mago? - inquirió
Kamera, enarcando una ceja y sonriendo.
- Hoy he visto a un payaso hacer magia
- replicó Fyx, encogiéndose de hombros.
- ¿Qué escondes en tu manga, viejo
tramposo? - preguntó Kamera, incorporándose.
- Te diré una cosa: es algo más
sustancioso que la famosa ilusión de la Mano Renacida.
- ¿Cuánto pides por este esfuerzo de
aficionado?
- ¿Cuánto pagarías por el mejor de
todos tus chistes? - quiso saber Fyx, sonriendo.
- Vaya - rió Kamera -, la edad no te
hace más modesto.
- Kamera, es un chiste que hará
palidecer a todas tus interpretaciones anteriores, un
chiste del que se enterará todo el
Cuadrante..., tal vez toda la Galaxia.
- Fyx, tienes alma de pregonero - el
payaso se restregó la barbilla y asintió -. Muy bien,
te escucho.
A la mañana siguiente en el Gran
Circo, con el anfiteatro atestado por completo y en
absoluto silencio, el amo del Circo
abrió el papel que acababa de entregarle el cajero de
los espectadores. Lo leyó, miró a los
delegados y se aclaré la garganta.
- ¡Damas y caballeros! ¡Allenby, el
mago, hablará para el Gran Circo!.
Los cajeros pasaron silenciosamente
por entre los delegados. El cajero mayor subió
hasta donde se hallaba Allenby y se
inclinó.
- Allenby, si quieres hablar, nos
debes ochocientos treinta móviles.
Allenby se volvió hacia Disus y
asintió.
El payaso contó las monedas y se las
dio al cajero mayor.
Allenby se puso de pie y paseó la
mirada por todo el anfiteatro.
- Yo, Allenby, os hablo..., sólo como
Allenby. Esta mañana, hace apenas unos minutos,
el secretario de Estado del Noveno
Cuadrante de la Federación de Planetas Habitables
me ha cesado en el cargo de embajador
de Momus.
La multitud murmuró y algunos
gritaron. Cuando se restableció el silencio, Allenby bajó
la mirada.
- Desde el Décimo Cuadrante estáis en
trance de una aniquilación rápida y total a
menos que os defendáis. Mas, desde el
Noveno Cuadrante, si no tan deprisa, vuestra
aniquilación no será por ello menos
completa. Ya oísteis a la Gran Tayla - Allenby
paseó de nuevo la mirada por las
gradas y se detuvo en Kamera - También oísteis al
Gran Kamera y sabéis por qué Momus no
puede decidirse por un representante que
entre en tratos con el Noveno
Cuadrante. Pero os diré una cosa: si la Segunda Ley no
nombra a nadie que mire por los
intereses de Momus, nadie lo hará.
«Esta tarde, el embajador Humphries
hablará ante el Gran Circo y tratará de que votéis
que sea su departamento el que se
ocupe de vuestra defensa. El secretario de Estado
ha dictaminado que esto satisfaría a
las leyes del Cuadrante. Si os conformáis con esto
la Gran Tayla habrá tenido razón... -
tartamudeó y volvió a bajar la vista. Disus se
levantó, quedándose a su lado -.
Yo..., yo terno ser el culpable de haberes colocado en
esta situación. Las minas de Momus no
tienen cobre bastante para mis disculpas.»
Allenby inclinó la cabeza y se sentó.
Disus miró en tomo al Circo, y también se sentó al
lado del ex-embajador.
Por la entrada norte, un cajero se
acercó al amo del Circo y le entregó un papel.
- ¡Damas y Caballeros, el Gran Kamera
hablará para el Gran Circo!
Mientras los cajeros se movían entre
los delegados, Disus le preguntó a Allenby:
- ¿Deseas marcharte?
- Igual que los niños - repuso Allenby
en un murmullo -, siguen jugando mientras arden
sus casas, ellos tienen derecho a
divertirse. Me quedo.
Cuando el cajero mayor y su aprendiz
regresaron de tas tinieblas de la entrada norte,
Allenby observó que Humphries y dos
ayudantes habían entrado por el sector de los
espectadores, tomando asiento en la
primera grada. El silencio fue roto por el familiar
«¡skiugi, skiugi!», y las carcajadas.
Pero éstas sonaban diferentes, casi amargas.
La máscara que surgió a la luz era la
de un chico, pero también era la máscara de la
tristeza. Los grandes ojos azules
soltaban lágrimas de gelatina y las comisuras de la
boca caían hacia abajo. Ante los
aplausos, Kamera dio la vuelta al Circo con su atavío
medio de mago, medio de representante,
y sus torpes pies postizos. Levantó los brazos
pidiendo silencio.
- Os hablo como Allenby, el alma
pérdida. Ah, no sería perdida si una ciudad me
aceptase - extendió los brazos al
frente y dio media vuelta («¡skiugi, skiugi!») -.
¿Ninguna ciudad me aceptará?
En medio de las carcajadas, se oyó
distintamente varios «¡No!». Kamera bajó los
brazos, abatió los hombros e inclinó
la cabeza.
- Entonces, ninguna ciudad me debe
lealtad, por lo que yo no puedo dar mi lealtad a
ninguna ciudad. - Dos lagrimones
saltaron de los ojos de la máscara. Kamera levantó
una mano y se irguió en toda su estatura
-. ¡Esperad! ¡Al menos, soy un mago...!
- ¡No! - Todos vieron a Fyx de pie
entre los delegados de Tarzak -. Tú no eres un mago,
Allenby. Jamás hiciste el aprendizaje
y vistes el negro de los representantes. ¡los
magos no te deben nada!
Fyx sentóse entre fuertes aplausos.
Kamera corrió hacia la delegación Sina
(«¡skiugi, skiugi!»).
- Booshit, yo hice el aprendizaje
gracias a ti. ¿Soy acaso un representante de noticias?
- No, Allenby - negó Boosthit,
poniéndose de pie -. Abandonaste tu ropaje de
representante para disfrazarte de
mago. Los representantes no te debemos nada.
Con pánico fingido, Kamera corrió
(«¡skiugi, skiugi!») y se detuvo delante de Humphries.
- ¿Soy al menos un embajador?
Humphries se levantó y miró
nerviosamente al imitador de Allenby que suplicaba ante él.
- Yo creía... - señaló al verdadero
Allenby y luego volvió a mirar a Kamera -. Ashly
Allenby ha sido cesado como embajador
para Momus. Además, usted..., hum...,
también ha cesado como miembro del
cuerpo diplomático. Ya no posee la menor
autoridad.
Otras lágrimas manaron de los ojos de
la máscara de Kamera, mojando el uniforme de
Humphries. Después, se volvió hacia
los delegados («¡skiugi, skiugi!»).
- Bien, ya no me queda nada... ¡Nada!
- aumentó el volumen de las lágrimas, y de
pronto cesaron -. Nada, excepto ser el
representante de Momus ante el Noveno
Cuadrante... - todo el graderío guardó
silencio -. Y lo pongo a votación. ¿Debo
convenirme en el Gran Allenby,
Estadista de Momus, para tratar con el Noveno
Cuadrante en favor del planeta Momus?
Allenby empezó a sonreír al ver la
confusión que sé pintaba en el rostro de Humphries.
Entonces, soltó la carcajada que fue
coreada por todos los espectadores del Circo,
incluyendo a los delegados.
- ¡SÍ! ¡SÍ!
Kamera se quitó la máscara y saludó a
Allenby, mas su gesto se perdió en el aire.
Allenby, Gran Estadista de Momus, se
había caído rodando de su grada.
FIN