Oscar Wilde
Una mujer sin
importancia
ACTO PRIMERO
Escena: prado frente a la terraza de Hunstanton Chase. La
acción de la obra tiene lugar en unas veinticuatro horas.
Tiempo: el actual [del autor]. Sir John, lady Caroline
Pontefract y miss Worsley están sentados en sillas, bajo un gran tejo.
LADY CAROLINE.––Creo que ésta es la primera casa de campo
inglesa en la que vive usted, ¿verdad, miss Worsley?
HESTER.––Sí, lady Caroline.
LADY CAROLINE.––Me han dicho que tienen ustedes casas de
campo en América.
HESTER.––No muchas.
LADY CAROLINE.––¿Y tienen ustedes lo que aquí llamamos
campo?
HESTER.––(Sonriendo.) Tenemos el campo más grande del mundo,
lady Caroline. Suelen decirnos en la escuela que algunos de nuestros estados
son tan grandes como Inglaterra y Francia juntas.
LADY CAROLINE.––¡Ah! Supongo que sí. (A sir John.) John,
deberías ponerte la bufanda. ¿De qué sirve que yo siempre esté haciéndote
bufandas, si luego tú no las usas?
SIR JOHN.––Tengo mucho calor, Caroline, te lo aseguro.
LADY CAROLINE.—Creo que no, John. Bueno, no podía usted
haber venido a un sitio más encantador que éste, miss Worsley, aunque la casa
es excesivamente húmeda, de una humedad terrible, y la querida lady Hunstanton
a veces no está muy acertada en la elección de la gente que invita aquí. (A sir
John.) Jane hace demasiadas mezclas. Lord Illingworth, desde luego, es un
hombre de gran distinción. Es un privilegio conocerlo.Y ese miembro del
Parlamento, míster Kettle...
SIR JOHN.––Kelvil, querida, Kelvil.
LADY CAROLINE.––Debe de ser muy respetable. Nunca se ha oído
su nombre, lo cual dice mucho en favor de una persona hoy día. Pero mistress
Allonby no parece una dama muy satisfactoria.
FESTER.––No me gusta mistress Allonby. Me disgusta más de lo
que puedo decir.
LADY CAROLINE.––No creo que los extranjeros como usted hagan
bien en dejarse llevar por las simpatías o antipatías hacia la gente que tienen
que tratar. Mistress Allonby es de muy buena cuna. Es sobrina de Lord
Brancaster. Se dice, desde luego, que se escapó dos veces antes de casarse.
Pero ya sabe usted lo mala que es la gente muchas veces.Yo creo que sólo se
escapó una vez. om
HESTER.––Míster Arbuthnot es encantador.
LADY CAROLINE. ¡Ah, sí! El joven empleado de banco. Lady
Hunstanton es muy buena invitándolo aquí, y Lord Illingworth parece tenerle
gran afecto. Sin embargo, no estoy segura de que Jane haga bien sacándolo de su
posición. En mi juventud, miss Worsley, nunca había nadie en sociedad que
tuviese que trabajar para vivir. No estaba bien visto.
HESTER.––En América, ésa es la gente que respetamos más.
LADY CAROLINE.––No me cabe duda.
FESTER.––¡Míster Arbuthnot tiene un bello carácter! Es tan
simple y tan sincero. Tiene uno de los mejores caracteres que he conocido. Es
un privilegio conocerlo.
LADY CAROLINE.––No es costumbre en Inglaterra, miss Worsley,
que una mujer joven hable con tanto entusiasmo de una persona del sexo
contrario. Las mujeres inglesas ocultan sus sentimientos hasta después de
casadas. Entonces los muestran.
FESTER.––¿No conciben en Inglaterra la amistad entre un
hombre y una mujer jóvenes? (Entra lady Hunstanton, seguida de un criado que
trae chales y un almohadón.)
LADY CAROLINE.––Pensamos que es poco aconsejable. Jane,
precisamente estábamos hablando de la bella reunión a la que nos ha
invitado.Tienes un maravilloso don para elegir.
LADY HUNSTANTON.––¡Querida Caroline, qué amable
eres! Creo que congeniaréis todos muy bien.Y espero que nuestra encantadora
visitante americana se llevará un buen recuerdo de la vida de campo inglesa. (Al
criado.) El almohadón póngalo ahí, Francis.Y mi chal. El de Shetland.Traígame
el de Shetland. (Sale el criado. Entra Geral Arbuthnot.)
GERALD.––Lady Hunstanton, tengo una buena noticia que
comunicarle. Lord Illingworth acaba de ofrecerme el puesto de secretario suyo.
LADY HUNSTANTON.––¿Secretario suyo? Eso es magnífico,
Gerald. Le auguro un brillante porvenir. Su querida madre se alegrará mucho.
Realmente debo convencerla de que venga aquí esta noche. ¿Cree usted que
vendrá, Gerald? Sé lo difícil que es hacerla ir a cualquier parte.
GERALD.––¡Oh! Estoy seguro de que vendrá, lady Hunstanton,
si se entera de que Lord Illingworth me ha ofrecido el puesto de secretario
suyo. (Entra el criado con el chal.)
LADY HUNSTANTON.––Le escribiré diciéndoselo y pidiéndole que
venga a conocer a Lord Illingworth. (Al criado.) Espere un momento, Francis. (Escribe
una carta.)
LADY CAROLINE.––Ésta es una maravillosa oportunidad para un
joven como usted, míster Arbuthnot. GERALD.––Lo es realmente, lady Caroline.
Espero ser digno de esa confianza.
LADY CAROLINE.––Yo también espero que lo sea.
GERALD.––(A Hester) No me ha felicitado usted todavía, miss
Worsley.
HESTER.––¿Está usted contento?
GERALD.––Naturalmente que sí. Esto significa todo para mí...
Cosas en las que antes ni podía soñar, ahora tengo la esperanza de alcanzarlas.
HESTER.––Todo debería estar al alcance de la esperanza. La
vida es una esperanza.
LADY HUNSTANTON.––Creo, Caroline, que a Lord llbngworth le
gusta la diplomacia. He oído que le ofrecieron Viena. Pero puede no ser cierto.
LADY CAROLINE.––No creo que Inglaterra deba estar
representada en el extranjero por hombres solteros, Jane. Puede acarrear
complicaciones.
LADY HUNSTANTON.––Eres demasiado nerviosa, Caroline. Además,
Lord Ilhngworth puede casarse cualquier día.Yo tenía la esperanza de que se
casaría con lady Kelso. Pero creo que él dijo que tenía una familia demasiado
grande. ¿O eran los pies? Lo he olvidado. Lo sentí mucho. Ella estaba hecha
para ser la esposa de un embajador.
LADY CAROLINE.––Ciertamente tenía una maravillosa
facultad para recordar los nombres de la gente y olvidar sus rostros.
LADY HUNSTANTON.––Bueno, eso es muy natural, Caroline, ¿no
es cierto? (Al criado.) Dígale a Henry que espere contestación. He escrito unas
lineas a su querida madre, Gerald, diciéndole la buena noticia y rogándole que
venga a cenar. (Sale el criado.)
GERAL.––Es usted muy amable, lady Hunstanton. (A Hester.) ¿Quiere
que demos un paseo, miss Worsley?
HESTER.––Encantada. (Sale con Gerald.)
LADY HUNSTANTON.––Estoy muy contenta de la buena suerte de
Gerald Arbuthnot. Es un protegé mío. Y me agrada particularmente que Lord
Illingworth le haya ofrecido ese puesto sin que yo le haya ni siquiera sugerido
nada. A nadie le gusta que le pidan favores. Recuerdo a la pobre Charlotte
Pagden que
una temporada se hizo completamente impopular porque tenía
una institutriz francesa que quería recomendar a todo el mundo.
LADY CAROLINE.––Vi a la institutriz, Jane. Lady Pagden me la
envió. Fue antes que viniese Eleanor. Era demasiado bonita para estar en una
casa respetable. No me extraña que lady Pagden estuviera tan ansiosa por
deshacerse de ella.
LADY HuNSTANTON.––Eso lo explica todo.
LADY CAROLINE. John, la hierba está demasiado húmeda para
ti. Será mejor que te pongas inmediata-mente tus botines.
SIR JOHN.––Me encuentro muy confortablemente, Caroline, te
lo aseguro.
LADY CAROLINE.––Permítame que te diga que de esto sé más que
tú, John. Te ruego que hagas lo que te he dicho. (Sir John se levanta y sale.)
LADY HUNSTANTON.––Le estropeas *, Caroline; realmente es
así. (Entran mistress Allonby y lady Stufeld. A mis tress Allonby.) Bueno,
querida, espero que le haya gustado el parque. Es famoso por su arbolado.
* «Le estropeas»: La traducción debería decir «le mimas»,
que es la traducción aquí del verbo spoil.
MISTRESS ALLONBY.––Los árboles son maravillosos, lady
Hunstanton.
LADY STUTFIELD.––Completamente maravillosos.
MISTRESS ALLONBY.––Pero, sin embargo, creo que si yo viviese
en el campo durante seis meses me volvería tan insignificante que nadie se
preocuparía de mi.
LADY HUNSTANTON.––Le aseguro, querida, que el campo no
produce esos efectos. Desde Melthorpe, que está solo a dos millas de aquí, fue
desde donde se fugó lady Belton con Lord Fethesdale. Recuerdo el hecho
perfectamente. El pobre Lord Belton murió tres días más tarde de alegría o de
gota, ya lo he olvidado. En aquel momento había aquí una gran reunión, y todos
nos interesamos mucho en el asunto.
MISTRESS ALLONBY.––Creo que la fuga es una cobardía. Huir
del peligro. ¡Y el peligro es tan raro en la vida moderna!...
LADY CAROLINE.––Parece que las mujeres jóvenes de hoy día
tienen como único objeto en sus vidas jugar con fuego.
MISTRESS ALLONBY.––La ventaja de jugar con fuego, lady
Caroline, es que no nos quemamos. Sólo se quema la gente que no sabe jugar con
él.
LADY STUTFIELD.––Sí; ya lo sé. Es muy útil.
LADY HÜNSTANTON.––No sé lo que haría el mundo si tuviera una
teoría como ésa, querida mistress Allomby.
LADY STUTRELD. ¡Ah! El mundo está hecho para los hombres, no
para las mujeres.
MISTRESS ALLONBY. ¡Oh, no diga eso, lady Stutfield! Nosotras
estamos mucho mejor que ellos. Hay más cosas prohibidas para nosotras que para
ellos.
LADY STUTFIELD.––Sí; eso es cierto, completamente cierto. No
lo había pensado. (Entra sír John y mister Kelvil.)
LADY HUNSTANTON.––Bueno, míster Kelvil, ¿ha
terminado usted ya su trabajo?
KELVIL.––Por hoy he terminado de escribir, lady Hunstanton.
Ha sido una ardua tarea. Hoy día el hombre público necesita tener mucho
tiempo.Y no creo que se reconozca adecuadamente su esfuerzo.
LADY CAROLINE. John, ate has puesto los botines?
SIR JOHN.––Sí, amor mío.
LADY CAROLINE.––Creo que estarías mejor aquí,John. Está más
resguardado.
SIR JOHN.––Estoy muy confortablemente, Caroline.
LADY CAROLINE.––Creo que no, John. Estarías mejor a mi lado.
(SirJohn se levanta y se acerca a ella.)
LADY STUTFIELD.––¿Y qué ha estado usted escribiendo esta
mañana, míster Kelvil?
KELVIL.––He escrito sobre el tema de costumbre, lady
Stutfield: sobre la pureza.
LADY STUTFIELD.––Ése debe de ser un tema muy interesante
para escribir sobre él.
KELVIL.––Hoy día es un tema de importancia mundial, lady
Stutfield. Me propongo enviar a mis electores un escrito sobre el asunto antes
que se reúna el Parlamento. Creo que las clases más pobres de este país
demuestran un gran deseo de poseer una ética muy elevada.
LADY STUTFIELD.––Eso es una buena cosa.
LADY CAROLINE.––¿Le parece a usted bien que las mujeres
tomen parte en la política, míster Kettle?
SIR
JOHN.––Kelvil, amor mío, Kelvil.
KELVIL.––La creciente influencia de las mujeres es algo
alentador en nuestra vida política, lady Caroline. Las mujeres siempre están
del lado de la moral, tanto pública como privada.
LADY STUTFIELD.––Es muy agradable oírle decir eso.
LADY HUNSTANTON.––¡Ah, sí! Las cualidades morales de la
mujer... Ésa es una cosa importante. Temo, Caroline, que el querido Lord
Illingworth no valora adecuadamente las cualidades morales de las mujeres. (Entra
Lord Blíngworth.)
LADY STUTFIELD.––La gente dice que Lord Illingworth es muy
malo, muy malo.
LORD ILLINGWORTH.––Pero ¿qué gente dice eso, lady Stutfield?
Debe de ser la del futuro. Este mundo y yo estamos en excelentes relaciones. (Se
sienta junto a mistress Allonby.)
LADY STUTFIELD.––Yo sé que todos dicen que es usted malo.
LORD ILLINGWORTH.––Es enormemente monstruosa la costumbre
que tiene la gente hoy día de decir cosas contra los demás, a espaldas suyas,
que son absoluta y enteramente ciertas.
LADY HUNSTANTON.––El querido Lord Illingworth es un caso
perdido, lady Stutfield. He intentado reformarla, pero al fin he renunciado.
Habría que formar una compañía pública con un consejo de directores y un
secretario. Pero usted ya tiene secretario, ¿verdad, Lord Illingworth? Gerald
Arbuthnot nos ha hablado de su buena suerte; realmente es usted muy bueno.
LORD ILLINGWORTH.––¡Oh! No diga eso, lady Hunstanton. Bondad
es una palabra horrible. Me agradó mucho el joven Arbuthnot cuando lo conocí, y
me será considerablemente útil para algo que soy lo bastante loco para pensar
en hacer.
LADY HUNSTANTON.––Es un joven admirable. Y su madre es una
de mis más queridas amigas. Precisamente él acaba de ir a dar un paseo con
nuestra bella americana. Es muy bonita, ¿verdad?
LADY CAROLINE.––Demasiado bonita. Estas muchachas americanas
se llevan los mejores partidos. ¿Por qué no pueden quedarse en su país? Siempre
se nos dice que aquello es el paraíso de las mujeres.
LORD ILLINGWORTH.––Lo es, lady Caroline.Y por eso, como Eva,
todas están ansiosas por salir de él.
LADY CAROLINE.––¿Quiénes son los padres de miss Worsley?
LORD ILLINGWORTH.––Las mujeres americanas son lo bastante
inteligentes para ocultar a sus padres.
LADY HUNSTANTON.––Mi querido Lord IIlingworth, ¿qué quiere
usted decir? Lady Worsley es huérfana, Caroline. Su padre fue un gran
millonario o un filántropo, o ambas cosas, según creo, que recibió a mi hijo
muy hospitalariamente cuando visitó Boston. No sé cómo hizo su dinero.
KELVIL.––Supongo que a base de las mercancías americanas.
LADY HUNSTANTON.––¿Cuáles son las mercancías americanas?
LORD ILLINGWORTH.––Las novelas americanas.
LADY HUNSTANTON.––¡Qué singular!... Bueno, provenga de donde
provenga su gran fortuna, yo tengo en gran estima a miss Worsley. Viste
extremadamente bien. Compra sus vestidos en París.
MISTRESS ALLONBY.––Se dice, lady Hunstanton, que cuando los
americanos buenos mueren, van a París. LADY HUNSTANTON.––¿De veras? Y los
americanos malos, cuando mueren, ¿adónde van?
LORD ILLINGWORTH.––¡Oh! Van a América.
KELVIL.––Temo que usted no aprecia a América, Lord
Ilhngworth. Es un gran país, especialmente considerando su juventud.
LORD ILLINGWORTH.––La juventud de América es su más vieja
tradición. Ahora tiene unos trescientos años. Al oírlos hablar, podría pensarse
que están en su primera infancia. En cuanto a civilización, ellos están en la
segunda.
KELVIL.––Indudablemente hay mucha corrupción en la política
americana. ¿Supongo que alude usted a eso?
LORD ILLINGWORTH.––Me lo pregunto.
LADY HUNSTANTON.––Me han dicho que la política es algo muy
triste en todas partes. Ciertamente en Inglaterra lo es. El querido míster
Cardew está arruinando al país. Me pregunto por qué mistress Cardew se lo
permite. Estoy segura, Lord Illingworth, de que usted no está de acuerdo con
que a la gente inculta se le permita votar.
LORD ILLINGWORTH.––Creo que es la única gente que debería
hacerlo.
KELVIL.––¿No es usted de ningún partido político, Lord
Illingworth?
LORD ILLINGWORTH.––No debemos ser de ningún partido en nada,
míster Kelvil. Decidirse a tomar partido es empezar a ser sincero, e
inmediatamente después a ser formal, y entonces la existencia humana
se haría inaguantable. Sin embargo, la Cámara de los Comunes
realmente es poco dañina. La gente no puede hacerse buena por una orden del
Parlamento..., eso ya es algo.
KELVIL.––No puede usted negar que la Cámara de los Comunes
ha demostrado siempre gran simpatía por los sentimientos de la clase pobre.
LORD ILLINGWORTH.––Ése es un vicio muy especial. El vicio
más particular de nuestra época. Deberíamos simpatizar con la alegría, la
belleza, el color de la vida. Cuanto menos se hable de las penalidades del
mundo, mejor, míster Kelvil.
KELVIL.––Pero nuestro East End es un problema muy
importante.
LORD ILLINGWORTH.––Cierto. Es el problema de la esclavitud.
E intentamos resolverlo divirtiendo a los esclavos.
LADY HUNSTATON.––Ciertamente puede hacerse mucho por medio
de los entretenimientos baratos, como usted dice, Lord Illingworth. El querido
doctor Daubeny, nuestro párroco aquí, organiza, con ayuda de sus vicarios, unos
recreos realmente admirables durante el invierno para la gente pobre.Y se puede
hacer mucho bien con una linterna mágica o cualquier otra diversión popular por
el estilo.
LADY CAROLINE.––Yo no estoy de acuerdo con todo eso, Jane.
Mantas y carbón son suficientes. Hay mucho amor al placer entre las clases
altas. Lo que se desea en la vida moderna es salud.
KELVIL.––Está usted en lo cierto, lady Caroline.
LADY CAROLINE.––Creo que generalmente estoy en lo cierto
siempre.
MISTRESS ALLONBY.––¡Salud! Horrible palabra.
LORD ILLINGWORTH.––Una palabra tonta en nuestro
idioma; todos saben muy bien cuál es la idea corriente sobre la salud. El
caballero rural inglés galopando tras un zorro... Lo inexplicable persiguiendo
a lo incomible.
KELVIL.––¿Puedo preguntarle, Lord Illingworth, si considera
usted la Cámara de los Lores como una institución mejor que la Cámara de los
Comunes?
LORD ILLINGWORTH.––Una institución mucho mejor,
desde luego. Nosotros, los miembros de la Cámara de los Lores, nunca estamos en
contacto con la opinión pública. Eso nos hace ser más civilizados.
KELVIL.––¿Habla usted en serio al decir eso?
LORD ILLINGWORTH.––Completamente en serio, míster Kelvil. (A
mistress Allonby.) ¡Qué costumbre tiene la gente hoy día de preguntar, cuando
uno expone una idea, si habla en serio o no! Nada es serio excepto la pasión.
La inteligencia no es una cosa seria, nunca lo ha sido. Es un instrumento en el
que se toca, eso es todo. La única inteligencia seria que yo conozco es la
británica.Y sobre ella los ignorantes tocan el tambor.
LADY HUNSTANTON.––¿Qué dice usted de tambor, Lord Illingworth?
LORD ILLINGWORTH.––Simplemente estaba hablando con mistress
Allonby sobre los artículos de fondo de los periódicos de Londres.
LADY HUNSTANTON.––Pero ¿cree usted todo lo que se escribe en
los periódicos?
LORD ILLINGWORTH.––Sí. Hoy día lo único que ocurre es lo
ilegible. (Se levanta con mistress Allonby.)
LADY HUNSTANTON.––¿Se va usted, mistress Allonby?
MISTRESS ALLONBY.––Al invernadero. Lord Illingworth me ha
dicho esta mañana que hay allí una orquídea tan bella como los siete pecados
capitales.
LADY HUNSTANTON.––Querida, espero que no haya nada de eso.
Ciertamente tendré que hablar con el jardinero. (Salen mistress Allonby y Lord Illingworth.)
LADY
CAROLINE.––Gran mujer mistress Allonby.
LADY HUNSTANTON.––a veces se deja llevar por su lengua inteligente.
LADY CAROLINE.––¿Es la única cosa por la que mistress
Allonby se deja llevar, Jane?
LADY HUNSTANTON.––Supongo que sí, Caroline; estoy segura. (Entra
Lord Alfed.) Querido Lord Al-fred, únase a nosotros. (Lord Afred se sienta
junto a lady Stutfield.)
LADY CAROLINE.––Crees bueno a todo el mundo, Jane. Ése es un
gran error.
LADY STUTFIELD.––¿Cree usted realmente, lady Caroline, que
deberíamos creer malo a todo el mundo?
LADY CAROLINE.––Creo que es mucho más seguro, lady
Stutfield. Eso, naturalmente, hasta llegar a saber que la gente es buena. Pero
tal cosa, hoy día, requiere mucha investigación.
LADY STUTFIELD.––¡Hay escándalos tan horribles en la vida
moderna!
LADY CAROLINE.––Lord Illingworth me dijo anoche durante la
cena que la base de todo escándalo es una certeza completamente inmoral.
KELVIL.––Lord Illingworth es, desde luego, un hombre muy
brillante, pero me parece que no tiene esa hermosa fe en la nobleza y la pureza
de la vida que tan importante es en nuestro país.
LADY STUTFIELD.––Sí, es muy importante, ¿verdad?
KELVIL.––Me da la impresión de ser un hombre que no aprecia
la belleza de nuestra vida doméstica inglesa. Se diría que está influido por
las erróneas ideas extranjeras sobre esa cuestión.
LADY STUTFIELD.––No hay nada, nada como la belleza de la
vida doméstica, ¿verdad?
KELVIL.––Es el fundamento del sistema moral inglés, lady
Stutfield. Sin ella nosotros seríamos como nuestros vecinos.
LADY STUTFIELD.––Eso sería tan triste, ¿verdad?
KELVIL.––Temo que Lord Illingworth considere a la mujer como
un simple juguete.Yo nunca la he considerado así. La mujer es el apoyo
intelectual del hombre, tanto en la vida pública como en la privada. Sin ella
olvidaríamos nuestros verdaderos ideales. (Se sienta junto a lady Stutfield.)
LADY STUTFIELD.––Estoy muy contenta de oírlo decir eso.
LADY CAROLINE.––¿Está usted casado, míster Kettle?
SIR JOHN.––Kelvil, querida, Kelvil.
KELVIL.––Estoy casado, lady Caroline.
LADY CAROLINE.––¿Con hijos?
KELVIL.––Sí.
LADY CAROLINE.––¿Cuántos?
KELVIL.––Ocho. (Lady Stuprield vuelve su atención hacia Lord
Alfred.)
LADY CAROLINE.––¿Mistress Kettle y los niños estarán en la
playa supongo? (SirJohn se encoge de hombros.)
KELVIL––Mi esposa está en la playa con los niños, lady
Carohne.
LADY CAROLINE.––¿Seguramente se unirá a ellos más tarde?
KELVIL.––Si mis compromisos públicos me lo permiten.
LADY CAROLINE.––SU vida pública debe de causar gran
satisfacción a mistress Kettle.
SIR
JOHN.––Kelvil, amor mío, Kelvil.
LADY
STUTFIELD.––(A Lord Alfred.) ¡Qué deliciosos son esos cigarrillos de
boquilla dorada que tiene usted, Lord Alfred!
LORD ALFRED.––Son terriblemente caros. Sólo puedo comprarlos
cuando tengo deudas.
LADY STUTFIELD.––Debe de ser terrible tener deudas,
realmente terrible.
LORD ALFRED.––Hoy día hay que tener una ocupación. Si no
tuviese mis deudas, no sabría en qué pensar. Todos mis amigos tienen deudas.
LADY STUTFIELD.––Pero la gente a la que debe el dinero, ¿no
le causa grandes molestias? (Entra el criado.)
LORD ALFRED.––¡Oh, no! Ellos escriben; yo no.
LADY STUTFIELD.––¡Qué extraño, qué extraño!
LADY HUNSTANTON.––¡Ah, Caroline! Aquí está la carta de la
querida mistress Arbuthnot. No vendrá a cenar. Lo siento. Pero vendrá después.
Me alegro muchísimo. Es una de las mujeres más dulces. Tiene una bella letra,
tan grande, tan firme. (Le tiende la carta a lady Caroline.)
LADY CAROLINE.––(La mira.) Le falta feminidad, Jane. La
feminidad es la cualidad que yo admiro más en la mujer.
LADY HUNSTANTON.––(Cogiendo la carta y dejándola sobre la
mesa.) ¡Oh! Es muy femenina, Caroline, y muy buena. Deberías oír lo que dice de
ella el archidiácono. Es su mano derecha en la parroquia. (El criado le dice
algo.) En el salón amarillo. ¿Vamos todos adentro? Lady Stutfield, ¿vamos a
tomar el té?
LADY STUTFIELD.––Encantada, lady Hunstanton. (Se levantan
todos para irse. Sir John se ofrece a llevarle la capa a lady Stutfield.)
LADY CAROLINE.––John! Si permitieses a tu sobrino que
llevara la capa de lady Stutfield, tú podrías llevar mi cesto de costura. (Entran
Lord Illingworth y mistress Allonby.)
SIR JOHN.––Desde luego, amor mío. (Salen.)
MISTRESs ALLONBY.––Cosa curiosa: las mujeres feas siempre
están celosas de sus maridos; las bonitas, nunca.
LORD ILLINGWORTH.––Las bonitas no tienen tiempo. Siempre se
encuentran ocupadas en estar celosas de los maridos de las demás.
MISTRESS ALLONBY.––Creí que lady Caroline se había cansado
ya de esas preocupaciones conyugales. ¡Sir John es su cuarto marido!
LORD ILLINGWORTH.––No está bien casarse tantas veces. Veinte
años de romance hacen que una mujer parezca una ruina; pero veinte años de
matrimonio la convierten en algo así como un edificio público.
MISTRESS ALLONBY.––¡Veinte años de romance! ¿Existe tal
cosa?
LORD ILLINGWORTH.––En nuestros días, no. Las mujeres han
llegado a ser muy inteligentes y ocurrentes. Nada estropea tanto un romance
como el sentido del humor de la mujer.
MISTRESS ALLONBY.––O la carencia de él en el hombre.
LORD ILLINGWORTH.––Tiene razón. En un templo todos deben
estar serios, excepto el objeto que es adorado. MISTRESS ALLoNBY.––¿Y ése
debería ser el hombre?
LORD ILLINGWORTH.––Las mujeres se arrodillan graciosamente;
los hombres, no.
MISTRESS ALLONBY.––¡Está usted pensando en lady Stutfield!
LORD ILLINGWORTH.––Le aseguro que no he pensado en lady
Stutfield desde hace un cuarto de hora. MISTRESS ALLONBY.––¿Es ella un misterio
tan grande?
LORD ILLINGWORTH.––Es más que un misterio... Es un capricho.
MISTRESS ALLONBY.––Los caprichos no duran.
LORD ILLINGWORTH.––Es su principal encanto. (Entran Hester y
Gerald.)
GERALD.––Lord Illingworth, todos me han felicitado: lady
Hunstanton, lady Caroline y... todos. Espero que seré un buen secretario.
LORD ILLINGWORTH.––Será el secretario modelo, Gerald. (Habla
con él.)
MISTRESS ALLONBY.––¿Le gusta la vida de campo, miss Worsley?
HESTER.––Mucho.
MISTRESS ALLONBY ––¿No tiene ganas de asistir a una fiesta
en Londres?
HESTER.––No me gustan las reuniones en Londres.
MISTRESS ALLONBY.––Yo las adoro. La gente inteligente nunca
escucha y los estúpidos nunca hablan. HUSTER.––Creo que los estúpidos hablan
mucho.
MISTRESS ALLONBY.––¡Ah! ¡Yo nunca escucho!
LORD ILLINGWORTH.––Mi querido muchacho, si no me agradara
usted, no le habría hecho esa oferta. Es porque me agrada mucho por lo que
quiero tenerlo conmigo. (Salen Hester y Gerald.) ¡Un muchacho encantador Gerald
Arbuthnot!
MISTRESS ALLONBY.––Es muy agradable, muy agradable. Pero no
puedo soportar a la joven americana.
LORD ILLINGWORTH.––¿Por qué?
MISTRESS ALLONBY.––Me dijo ayer en voz alta que tenía
dieciocho años. Fue muy molesto.
LORD ILLINGWORTH.––No debería permitírsele a una mujer que
dijese su verdadera edad. Una mujer que dijese eso sería capaz de decirlo todo.
MISTRESS ALLONBY.––Además es una puritana...
LORD ILLINGWORTH.––¡Ah! Eso es inexcusable. No me importa
que las mujeres feas sean puritanas. Es la única excusa que tienen para ser
feas. Pero ella es muy bonita. La admiro enormemente. (Mira fijamente a
mistress Allonby.)
MISTRESS ALLONBY.––¡Qué hombre tan malo debe de ser usted!
LORD ILLINGWORTH.––¿A qué le llama usted ser hombre malo?
MISTRESS ALLONBY.––Al que admira la inocencia.
LORD ILLINGWORTH.––¿Y una mujer mala?
MISTRESS ALLONBY.––¡Oh! La clase de mujer de la que nunca se
cansa un hombre.
LORD ILLINGWoRTH.––Es usted severa... consigo misma.
MISTRESS ALLONBY.––Definanos como sexo.
LORD
ILLINGWORTH.––Esfinges sin secretos.
MISTRESS ALLONBY.––¿Eso también incluye a las puritanas?
LORD ILLINGWORTH.––¿Sabe usted que yo no creo en la
existencia de las mujeres puritanas? No creo que haya una mujer en el mundo que
no se sienta un poco halagada si uno le hace el amor. Eso es lo que hace a las
mujeres tan irresistiblemente adorables.
MISTRESS ALLONBY.––¿Cree usted que no hay una mujer en el
mundo que se resista a ser besada?
LORD ILLINGWORTH.––Muy pocas.
MISTRESS ALLONBY.––Miss Worsley no le dejaría que la besase.
LORD ILLINGWORTH.––¿Está usted segura?
MISTRESS ALLONBY.––Completamente.
LORD ILLINGWORTH.––¿Qué cree usted que haría ella si yo la
besase?
MISTRESS ALLONBY.––Se casaría con usted o le cruzaría la
cara con su guante. ¿Qué haría usted si le cruzase la cara con su_ guante?
LORD ILLINGWORTH.––Probablemente me enamoraría de ella.
MISTRESS ALLONBY.––¡Entonces es mejor que no la bese!
LORD ILLINGWORTH.––¿Eso es un reto?
MISTRESS ALLONBY.––Es una flecha lanzada al aire.
LORD ILLINGWORTH.––¿No sabe usted que yo siempre consigo lo
que quiero?
MISTRESS ALLONBY.––Siento oír eso. Las mujeres adoramos los
fracasos.Así los hombres se apoyan en nosotras.
LORD ILLINGWORTH.––Ustedes adoran el éxito. Se agarran a él.
MISTRESS ALLONBY.––Somos los laureles que ocultan su
calvicie.
LORD ILLINGWORTH.––Y nosotros siempre las necesitamos,
excepto en el momento del triunfo.
MISTRESS ALLONBY.––Entonces pierden ustedes todo interés.
LORD ILLINGWORTH.––Es usted un suplicio. (Una pausa.)
MISTRESS ALLONBY.––Lord Illingworth, hay una cosa por la que
siempre me ha gustado usted.
LORD ILLINGWORTH.––¿Sólo una cosa? ¡Y yo que tengo tantos
defectos!
MISTRESS ALLONBY.––¡Oh! No se vanaglorie de ellos. Puede
perderlos cuando se haga viejo.
LORD ILLINGWORTH.––Nunca pienso ser viejo. El alma nace
vieja y se va haciendo joven. Ésa es la comedia de la vida.
MISTRESS ALLONBY.––Y el cuerpo nace joven y se va haciendo
viejo. Ésa es la tragedia.
LORD ILLINGWORTH.––Y la comedia también, a veces. Pero ¿cuál
es la misteriosa razón por la que yo siempre le he gustado?
MISTRESS ALLONBY.––Porque nunca me ha hecho el amor.
LORD ILLINGWORTH.––Nunca he hecho otra cosa.
MISTRESS ALLONBY.––¿Sí? No lo había notado.
LORD ILLINGWORTH.––¡Qué mala suerte! Podía haber sido una
tragedia para los dos.
MISTRESS ALLONBY.––Hubiéramos sobrevivido.
LORD ILLINGWORTH.––Se puede sobrevivir a todo hoy día
excepto a la muerte, y soportarlo todo excepto la buena reputación.
MISTRESs ALLONBY.––¿Ha intentado usted crearse una buena
reputación?
LORD ILLINGWORTH.––Es una de las muchas molestias a las que
nunca he estado sujeto.
MISTRESS ALLONBY.––Podría sucederle.
LORD ILLINGWORTH.––¿Por qué me amenaza?
MISTRESS ALLONBY.––Se lo diré cuando haya besado a la
puritana. (Entra el criado.)
FRANCIS.––El té está servido en el salón amarillo, milord.
LORD ILLINGWORTH.––Dígale a la señora que ya vamos.
FRANCIS.––Sí, milord. (Sale.)
LORD ILLINGWORTH.––¿Vamos a tomar el té?
MISTRESS ALLONBY.––¿Le gustan los placeres sencillos?
LORD ILLINGWORTH.––Los adoro. Son el último refugio de lo
complejo. Pero, si lo desea, nos quedamos aquí. Sí, quedémonos aquí. El libro
de la vida empieza con un hombre y una mujer en un jardín.
MISTRESS ALLONBY.––Y acaba con el Apocalipsis.
LORD ILLINGWORTH.––Se defiende usted divinamente. Pero se ha
caído el botón de su florete.
MISTRESS ALLONBY.––Pero todavía tengo la careta.
LORD ILLINGWORTH.––Hace sus ojos más hermosos.
MISTRESS ALLONBY.––Gracias.Vamos.
LORD ILLINGWORTH.––(Ve la carta de mistress Arbuthnot sobre
la mesa, la coge y mira el sobre.) ¡Qué letra tan curiosa! Me recuerda la de
una mujer que conocí hace años.
MISTRESS
ALLONBY.––¿Quien?
LORD
ILLINGWORTH.––¡Oh! Nadie. Nadie en particular. Una mujer sin
importancia. (Deja la carta y sube las escaleras de la terraza con mistress
Allonby. Se sonríen uno a otro.)
TELÓN
ACTO SEGUNDO
Escena: salón de Hunstanton Chase después de la cena. Luces
encendidas. Puertas a izquierda y derecha. Las mujeres están sentadas en el
sofá.
MISTRESS ALLONBY––¡Qué bien se está un rato sin los hombres!
LADY STUTFIELD.––Sí; los hombres nos persiguen
horriblemente, ¿verdad?
MISTRESS ALLONBY.––¿Perseguirnos? Desearía que lo hiciesen.
LADY HUNSTANTON.––¡Querida!
MISTRESS ALLONBY.––Lo malo es que pueden ser perfectamente
felices sin nosotras. Por eso creo que el deber de toda mujer es no dejarlos
solos ni un momento, excepto durante este rato de después de la cena, sin el
cual creo que nosotras, las pobres mujeres, nos convertiríamos por completo en
sombras. (Entran criados con el café.)
LADY HUNSTANTON.––¿Convertirnos en sombras, querida?
MISTRESS ALLONBY.––Sí, lady Hunstanton. Es dificil mantener
a los hombres. Siempre están intentando escapársenos.
LADY STUTFIELD.––Me parece que somos nosotras las que
queremos escapar de ellos. Los hombres no tienen corazón. Conocen su poder y lo
utilizan.
LADY CAROLINE.––(Coge el café de manos de un criado.) ¡Qué
cantidad de tonterías sobre los hombres! Lo que hay que hacer es mantener a los
hombres en su lugar.
MISTRESS ALLONBY.––Pero ¿cuál es su lugar, lady Caroline?
LADY CAROLINE.––Tienen que cuidar de sus esposas, mistress Allonby.
MISTRESS ALLONBY.––(Cogiendo el café que le da un criado.) ¿De
veras? ¿Y si no están casados?
LADY CAROLINE.––Si no están casados, deberían buscar esposa.
Es escandalosa la cantidad de solteros que hay en sociedad. Debería haber una
ley que los obligase a casarse en una año como mucho.
LADY STUTFIELD.––(Rechaza su café.) Pero ¿si están
enamorados de una mujer ligada a otro hombre?
LADY CAROLINE.––En ese caso, lady Stutfield, deberían
casarse en menos de una semana con una fea y respetable muchacha que les
enseñase a no desear las propiedades ajenas.
MISTRESS ALLONBY.––No creo que debamos hablar de nosotras
como si fuésemos propiedad de otros. Todos los hombres casados son propiedad de
la mujer. Ésa es la única definición de lo que es realmente la propiedad de la
mujer casada. Pero nosotras no pertenecemos a nadie.
LADY STUTFIELD.––¡Oh! Me alegro mucho de oírla decir eso.
LADY HUNSTANTON.––Pero ¿crees realmente, querida Caroline,
que la legislación puede hacer que algo mejore? Me han dicho que hoy día los
hombres casados viven como solteros y los solteros como casados.
MISTRESS ALLONBY.––Ciertamente yo nunca he distinguido unos
de otros.
LADY STUTFIELD.––¡Oh! Creo que se puede saber facilmente si
un hombre tiene que mantener un hogar o no. He notado una expresión muy triste
en los ojos de muchos hombres casados.
MISTRESS ALLONBY.––¡Ah! Todo lo que yo he notado es que son
horriblemente aburridos cuando son buenos maridos y abominablemente engreídos
cuando no lo son.
LADY HUNSTANTON.––Bueno; supongo que el marido ha cambiado
desde mi juventud, pero puedo decir que mi pobre y querido Hunstanton era la
más deliciosa de las criaturas y tan bueno como el que más.
MISTRESS ALLONBY.––¡Ah! Mi marido es una especie de factura:
estoy cansada de pagarlo.
LADY CAROLINE.––Pero usted lo renueva de cuando en cuando,
¿verdad?
MISTRESS
ALLONBY.––¡Oh, no, lady Caroline! Sólo he tenido un marido. Supongo que
me mirará usted como a una aficionada.
LADY CAROLINE.––Con sus puntos de vista sobre la vida, me
extraña que se haya casado.
MISTRESS ALLONBY.––A mí también.
LADY HUNSTANTON.––Mi querida niña, creo que es usted
realmente feliz en su vida matrimonial, pero que le gusta ocultar a los, demás
su felicidad.
MISTRESS ALLONBY.––Le aseguro que Ernest me causó una gran
desilusión.
LADY HUNSTANTON.––¡Oh! Espero que no sea cierto, querida.
Conocí muy bien a su madre. Era una Stratton, Caroline, una de las hijas de
Lord Crowland.
LADY CAROLINE.––¿Victoria Sratton? La recuerdo
perfectamente. Una mujer rubia, tonta y sin barbilla.
MISTRESS ALLONBY.––¡Ah! Ernest tenía barbilla. Tenía una
barbilla fuerte y cuadrada. Era demasiado cuadrada.
LADY STUTFIELD.––Pero ¿cree usted realmente que la barbilla
de un hombre puede ser demasiado cuadrada?Yo pienso que un hombre debe ser muy
fuerte y su barbilla muy cuadrada.
MISTRESS ALLONBY.––Entonces seguro que conocería a Ernest,
lady Stutfield. Pero debo decirle que carece de conversación.
LADY STUTFIELD.––Adoro a los hombres callados.
MISTRESS ALLONBY.––¡Oh! Ernest no es callado. Habla
continuamente. Pero no tiene conversación. No sé de lo que habla. Hace años que
no lo escucho.
LADY CAROLINE.––Entonces ¿nunca lo ha perdonado? ¡Qué triste
es eso! Pero la vida en sí es muy triste, muy triste, ¿verdad?
MISTRESS ALLONBY.––La vida, lady Stutfield, es simplemente
un «mauvais quart d'heure» hecho con momentos exquisitos.
LADY STUTFIELD.––Sí, hay momentos, ciertamente. Pero ¿fue
algo muy malo lo que hizo míster Allonby? ¿Se encolerizó con uste o dijo algo
poco amable o que era verdad?
MISTRESS ALLONBY.––¡Oh, querida! No; Ernest es
invariablemente tranquilo. Ésa es una de las razones por la que siernpre me
pone nerviosa. Nada hay tan inaguantable como la calma. Hay algo brutal en el
buen carácter de la mayoría de los hombres modernos. Me admiro de que las
mujeres podamos soportarlo tan bien como lo hacemos.
LADY STUTFIELD.––Sí; el buen carácter de los hombres
demuestra que no son sensibles como nosotras. Abre una gran barrera entre
marido y mujer, ¿verdad? Pero me gustaría mucho saber qué fue lo que hizo de
malo míster Allonby.
MISTRESS ALLONBY.––Bueno; se lo diré si me promete
solemnemente contárselo a todo el mundo.
LADY STUTFIELD. Gracias, gracias. Será un gran placer
contarlo.
MISTRESS ALLONBY.––Cuando Ernest y yo nos prometimos, me
juró de rodillas que no había amado a otra mujer en su vida.Yo era muy joven
entonces, así que no lo creí, como es natural. Sin embargo, por desgracia no
empecé a hacer averiguaciones hasta unos cinco meses después de casada.
Entonces me enteré de que lo que me había dicho era absolutamente cierto. Y esa
clase de cosas hacen perder por completo el interés en un hombre.
LADY HUNSTANTON.––¡Querida!
MISTRESS ALLONBY.––Los hombres siempre quieren ser el primer
amor de una mujer. Eso halaga su vanidad. Las mujeres tenemos un instinto más
sutil de las cosas. Nos gusta ser el último amor del hombre.
LADY STUTFIELD.––Ya veo lo que quiere usted decir. Es muy,
muy bello.
LADY HUNSTANTON.––Querida mía, ¿no querrá usted decir que no
ha perdonado a su marido porque nunca amó a otra sino a usted? ¿Has oído alguna
vez tal cosa, Caroline? Estoy enormemente sorprendida.
LADY CAROLINE.––¡Oh! Las mujeres se han desarrollado mucho,
Jane. Nada sorprende hoy día, excepto los matrimonios felices. Son rarísimos.
MISTRESS ALLONBY.––¡Oh! Están fuera de lugar.
LADY STUTHELD.––Excepto entre la clase media, según me han
dicho.
MISTRESS ALLONBY.––¡Va mucho con ella!
LADY STUTFIELD.––Sí, ¿verdad? Es cierto, muy cierto.
LADY CAROLINE.––Si lo que nos dice usted de la clase media
es cierto, lady Stutfield, eso la acredita mucho. Es terrible que entre los de
nuestra clase la esposa persista en ser trivial, bajo la falsa impresión de que
tiene que ser así. A eso le atribuyo yo la infidelidad de muchos de los
matrimonios que todos conocemos en sociedad.
MISTRESS ALLONBY.––¿Sabe usted, lady Caroline, que yo no
creo que la frivolidad de la mujer tenga nada que ver con eso? Muchos
matrimonios fracasan por el sentido común del marido más que por otra cosa.
¿Cómo puede esperar ser feliz una mujer con un hombre que insiste en tratarla
como si fuese un ser perfectamente racional?
LADY HUNSTANTON.––¡Querida!
MISTRESS ALLONBY.––El hombre, el pobre, necesario y confiado
hombre, pertenece a un sexo que ha sido racional durante millones y millones de
años. Tiene que ser así. Es algo que lleva dentro. La historia de la mujer es
muy diferente. Siempre hacemos pintorescas protestas contra la mera existencia
del sentido común. Vimos su peligro desde el principio.
LADY STUTFIELD.––Sí; el sentido común de los maridos es
ciertamente muy, muy penoso. ¿Cuál es su concepto del marido ideal?
MISTRESS ALLONBY.––¿El marido ideal? No puede haber tal
cosa. Es un error.
LADY STUTFIELD.––El hombre ideal, entonces, en su relación
con nosotras.
LADY CAROLINE.––Probablemente, sería muy realista.
MISTRESS ALLONBY.––¡El hombre ideal! ¡Oh! El hombre ideal
seria el que nos hablase como si fuéramos diosas y nos tratase como si fuéramos
niñas. Nos negaría todas nuestras peticiones serias y satisfaría nuestros
caprichos. Nos prohibiría ejercer misiones. Siempre diría mucho más de lo que
en realidad quisiese decir y querría decir mucho más de lo que dijese.
LADY HÜNSTANTON.––Pero ¿cómo puede ser eso, querida?
MISTRESS ALLONBY.––No perseguiría a otras mujeres bonitas.
Eso demostraría su falta de gusto, o harta sospechar que tenía demasiado. No;
sería amable con todas, pero diría que ninguna le atraía.
LADY STUTFIELD.––Sí; es muy, muy agradable oír hablar de
otras mujeres.
MISTRESS ALLONBY.––Si le preguntásemos algo, tendría que
contestarnos hablándonos de nosotras. Invariablemente, debería ensalzar en
nosotras cualidades que supiera que no teníamos. Pero debe ser despiadado en
grado sumo para reprocharnos virtudes que jamás hemos soñado en tener. Nunca
debe creer que conocemos la utilidad de las cosas útiles. Eso sería
imperdonable. Pero debe darnos siempre todo lo que no necesitamos.
LADY CAROLNE.––Por lo que veo, no haría otra cosa que pagar
facturas y hacernos cumplidos.
MISTRESS ALLONBY.––Debe comprometernos siempre en público y
tratarnos con absoluto respeto cuando estuviésemos solos.También debe estar
siempre dispuesto a hacer una escena terrible cuando nosotras queramos, a
sentirse miserable cuando se lo indiquemos, a dirigirnos justos reproches
durante veinte minutos, a ser violento a la media hora, y a dejarnos para
siempre a las ocho menos cuarto, cuando tenemos que vestirnos para la cena.Y
cuando, después de esto, lo hayamos visto realmente por última vez, se haya negado
a aceptar la devolución de los pequeños regalos que nos haya hecho y nos haya
prometido no volver a vernos nunca o no volver a escribirnos cartas tontas,
debería estar con el corazón destrozado, telegrafiarnos durante todo el día,
enviarnos pequeñas notas cada media hora y cenar completamente solo en el club,
para que todos viesen lo desgraciado que era.Y después de toda una horrible
semana, durante la cual una se ha ido con su marido a cualquier parte, para
demostrar lo absolutamente sola que se encuentra, se le puede conceder una
última despedida definitiva, por la noche, y entonces, si su conducta ha sido
irreprochable y una ha sido realmente mala con él, se le puede permitir que
admita que la culpa ha sido enteramente suya, y una vez hecho esto es deber de
la mujer el perdonarlo, y entonces se puede volver a empezar, con variaciones.
LADY STUTFIELD.––Gracias, gracias. Ha sido algo muy bueno.
Debo intentar recordarlo. Hay gran número de detalles que son muy, muy
importantes.
LADY CAROLINE.––Pero no nos ha dicho todavía cuál sería la
recompensa del hombre ideal.
MISTRESS ALLONBY.––¿Su recompensa? ¡Oh! Una espera infinta.
Eso es bastante para él.
LADY STUTFIELD.––Pero los hombres son terriblemente
exigentes, ¿verdad?
MISTRESS ALLONBY.––Eso no importa. Una no debe nunca
rendirse.
LADY STUTRELD.––¿Ni aun ante el hombre ideal?
MISTRESS ALLONBY.––Ciertamente que no. A menos,
naturalmente, que una quiera cansarse de él.
LADY STUTRELD.––¡Ah!... Sí. Ya comprendo. ¿Cree usted,
mistress Allonby, que encontraré el hombre ideal? ¿O no hay más que uno?
MISTRESS ALLONBY.––En Londres hay exactamente cuatro, lady
Stutfield.
LADY HUNSTANTON.––¡Oh querida!
MISTRESS ALLONBY.––(Yendo hacia ella.) ¿Qué ha ocurrido?
Dígame.
LADY HUNSTANTON.––(En voz baja.) Había olvidado por completo
que la joven americana estaba en la habitación.Temo que su interesante charla
le haya chocado un poco.
MISTRESS ALLONBY.––¡Ah! ¡Le habrá venido muy bien!
LADY HUNSTANTON.––Esperemos que no haya entendido mucho.
Creo que sería mejor acercarse y hablar con ella. (Se levanta y va hacia Hester
Worsley.) Bueno, querida miss Worsley... (Se sienta junto a ella.) ¡Ha estado
usted muy callada en este rincón todo el tiempo! ¿Ha estado leyendo? Hay muchos
libros aquí, en la biblioteca.
HESTER.––No; he estado escuchando la conversación.
LADY HUNSTANTON.––No debe creer todo lo que se ha dicho,
querida.
HESTER.––No he creído nada.
LADY HUNSTANTON.––Ha hecho bien, querida.
HESTER.––(Continuando.) No podría creer que una mujer
tuviera ideas sobre la vida tales como las que esta noche he oído de labios de
algunas de sus invitadas. (Una pausa.)
LADY HUNSTANTON.––He oído que en América la sociedad es muy
agradable. Como la nuestra en algunos sitios, según me escribe mi hijo.
HESTER.––Hay reuniones en América, como en todas partes,
lady Hunstanton. Pero la verdadera sociedad americana está formada simplemente
por los hombres y mujeres buenos del país.
LADY HUNSTANTON.––¡Qué sistema tan sensato! Y me atrevo a
decir que también muy agradable. Temo que en Inglaterra poseamos demasiadas
barreras sociales. No sabemos tanto como debiéramos de las clases medias y
bajas. HESTER.––En América no hay clases bajas.
LADY HUNSTANTON.––¿De veras? ¡Qué extraño!
MISTRESS ALLONBY.––¿De qué está hablando esa horrible
muchacha?
LADY STUTFIELD.––Es muy vulgar, ¿verdad?
LADY CAROLINE.––Me han dicho que carecen de muchas cosas en
América, miss Worsley. Se dice que no poseen ruinas ni curiosidades.
MISTRESS ALLONBY.––(A lady Stutfield.) ¡Qué tontería! Tienen
sus padres* y sus modales.
* «Sus padres»: El texto inglés dice «sus madres».
HESTER.––La aristocracia inglesa nos surte de curiosidades,
lady Caroline. Nos las envía todos los veranos por barco, regularmente, y las
expone al día siguiente de la llegada. En cuanto a ruinas, estamos intentando
construir algo que dure más que el ladrillo y la piedra. (Se levanta para coger
su abanico de la mesa.)
LADY HUNSTANTON.––¿Y qué es, querida? ¡Ah, sí! Una
exposición de hierro en ese lugar que tiene un nombre tan curioso, ¿verdad?
HESTER.––(En pie, junto a la mesa.) Estamos intentando
construir la vida, lady Hunstanton, sobre una base mejor, más verdadera, más
pura, que la base sobre la que aquí descansa. No hay duda de que esto les
extrañará. ¿Cómo no podía extrañarles? Ustedes, la gente rica de Inglaterra, no
saben cómo viven. ¿Cómo lo van a saber? Han cerrado la sociedad para los
buenos. Se ríen del ser sencillo y puro. Viviendo, como lo hacen ustedes, por
encima de los demás, se burlan del sacrificio y si arrojan pan al pobre es para
tenerlo tranquilo una temporada. Con toda su fastuosidad, su fortuna y su arte,
no saben cómo viven... No saben ni siquiera eso. Aman la belleza que pueden
ver, tocar y sujetar, la belleza que pueden destruir y que destruyen, pero la
belleza invisible de la vida, la belleza de la vida elevada, no la conocen en
absoluto. Han perdido el secreto de la vida. ¡Oh! Su sociedad inglesa me parece
egoísta y tonta. Se ha cegado los ojos y se ha tapado los oídos.Yace entre
púrpura, pero como un leproso. Es como algo muerto pintado con oro. ¡Es
errónea, completamente errónea!
LADY STUTFIELD.––No creo que deban saberse esas cosas. No
son muy, muy bonitas, ¿verdad?
LADY HUNSTANTON.––Mi querida miss Worsley, pensé que le
gustaba mucho la sociedad inglesa. Ha tenido usted mucho éxito en ella, y ha
sido muy admirada por las mejores personas. He olvidado lo que Lord Henry
Weston dijo de usted...; pero fue un gran cumplido, y usted sabe que él es una
autoridad en lo que a belleza se refiere.
HESTER.––¡Lord Henry Weston! Lo recuerdo, lady Hunstanton.
Un hombre con una horrible sonrisa y un horrible pasado. Es invitado a todas
partes. Ninguna reunión está completa sin él. ¿Qué hay de aquellas mujeres cuya
vida destrozó? Son unas desgraciadas. No tienen nombre. Si usted las encontrase
por la calle, volvería la cabeza. No lamento su castigo. Todas las mujeres que
han pecado deben ser castigadas. (Mistress Arbuthnot entra por la terraza
envuelta en una capa y con un velo de encaje sobre la cabeza. Oye las últimas
palabras y se estremece.)
LADY HUNSTANTON.––¡Querida niña!
HUSTER.––Es justo que sean castigadas, pero no deben ser las
únicas que sufran. Si un hombre y una mujer han pecado, que ambos vayan al
desierto para amarse u odiarse. Que ambos sean malditos. Que queden marcados,
si se quiere, pero que no sea castigado uno y el otro quede libre. No tengamos
una ley para los hombres y otra para las mujeres. Son injustos con las mujeres
en Inglaterra. Y hasta que se den cuenta de que lo que es una vergüenza en una
mujer es una infamia en un hombre, siempre serán injustos, y la justicia, ese
bloque de fuego, y la injusticia, ese bloque de humo, estarán borrosos ante sus
ojos, o no los verán, y si los ven, no los mirarán.
LADY CAROLINE.––¿Le importa, ya que está en pie, darme mi
algodón, que está justamente detrás de usted, miss Worsley? Gracias.
LADY HUNSTANTON.––¡Mi querida mistress Arbuthnot! Me alegro
de que haya venido. Pero no me han avisado.
MISTRESS ARBUTHNOT.––¡Oh! Vine derecha, por la terraza, lady
Hunstanton, y justamente como estaba. No me dijo que tenía una reunión.
LADY HUNSTANTON.––No es una reunión. Sólo unos cuantos
invitados que están en la casa y que debe conocer. Permítame. (Intenta
ayudarla. Toca el timbre.) Caroline, ésta es mistress Arbuthnot, una de mis
mejores amigas. Lady Caroline Pontefract, lady Stutfield, mistress Allonby y mi
joven amiga americana, miss Worsley, que acaba de decirnos lo malas que somos.
HESTER.––Temo que crea que he hablado demasiado duramente,
lady Hunstanton. Pero hay algunas cosas en Inglaterra...
LADY HUNSTANTON.––Mi querida amiga; hay mucho de verdad en
lo que usted ha dicho, y estaba muy bonita mientras lo decía, lo cual es muy
importante, según dice Lord Ilhngworth. En lo único que creo que ha sido un
poco dura es en lo referente al hermano de lady Caroline, el pobre Lord Henry.
Realmente es una persona notable. (Entra el criado.) Llévese las cosas de
mistress Arbuthnot. (Sale el criado con la capa.)
HUSTER.––Lady Caroline, no tenía idea de que era su hermano.
Siento mucho el dolor que debo haberle causado ...Yo...
LADY CAROLiNE.––Mi querida mistress Worsley, la única parte
de su pequeño discurso, si puedo llamarlo así, con la que estoy de acuerdo, es
la que se ha referido a mi hermano. Nada de lo que se diga es lo
suficientemente malo para él. Henry es un ser infame, absolutamente infame.
Pero debo señalar, como lo hiciste tú, Jane, que es una persona notable, que
tiene uno de los mejores cocineros de Londres y que después de una buena cena
uno puede perdonar a cualquiera, hasta a sus propios parientes.
LADY
HUNSTANTON.––(A miss Worsley.) Ahora, querida, venga y hágase amiga de
mistress Arbuthnot. Es una de esas personas buenas y sencillas que usted nos ha
dicho que nunca admitimos en sociedad. Siento tener que decir que mistress
Arbuthnot viene muy raramente a rrú casa. Pero eso no es culpa mía.
MISTRESS ALLONBY.––¡Qué mal está que los hombres permanezcan
tanto tiempo fuera después de cenar! Imagino que estarán diciendo las cosas más
horribles sobre nosotras.
LADY STUTRELD.––¿Lo cree realmente?
MISTRESS ALLONBY.––Estoy segura de ello.
LADY STUTPIELD.––¡Qué espantoso! ¿Vamos a la terraza?
MISTRESS ALLONBY.––¡Oh! Cualquier cosa con tal de alejarse
de las viudas y los marimachos. (Se levanta y se va con lady Stufeld por la
izquierda.) Vamos a mirar las estrellas, lady Hunstanton.
LADY HUNDSTANTON.––Encontrarás muchas, querida. Pero no
cojan frío. (A místress Arbuthnot.) Sentiremos la falta de Gerald, querida
mistress Arbuthnot.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Pero ¿Lord Illingworth le ha ofrecido
realmente a Gerald el puesto de secretario?
LADY HUNSTANTON. ¡Oh, sí! Estaba encantado. Tiene una gran
opinión de su hijo. Creo que no conoce a Lord Illingworth, ¿verdad, querida?
MISTRESS ARBUTHNOT.––Nunca lo he visto.
LADY HUNSTÀNTON.––No hay duda de que lo conocerás por el
nombre.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Temo que no.Vivo fuera del mundo y veo
a tan poca gente... Recuerdo haber oído hablar hace años de un viejo Lord
Illingworth que vivía enYorkshire, me parece.
LADY HUNSTANTON. ¡Ah, sí! Sería el penúltimo conde. Era un
hombre muy curioso. Quería casarse con una mujer de clase inferior. O no
quería, ahora que recuerdo. Hubo algún escándalo sobre el asunto. El actual
Lord Illingworth es muy diferente. Es muy distinguido. Se ocupa en ... Bueno,
no se ocupa en nada, lo cual temo que a nuestra querida visitante americana no
le guste mucho, y no sé si a él le preocupan mucho los asuntos por los que se
interesa usted tanto, querida mistress Arbuthnot. ¿Crees, Caroline, que a Lord
Illingworth le interesan los albergues para gente pobre?
LADY CAROLINE.––Imagino que no mucho, Jane.
LADY HUNSTANTON.––Todos tenemos diferentes gustos, ¿no es
así? Pero Lord Illingworth tiene una posición elevada y no hay nada que no pueda
conseguir si quiere. Naturalmente, es aún relativamente joven y sólo tiene el
título desde hace... ¿Cuánto tiempo hace que tiene el título Lord Illingworth,
Caroline?
LADY CAROLINE.––Unos cuatro años, creo, Jane. Lo sé porque
fue el mismo año que apareció en los periódicos de la noche el último revuelo
causado por mi hermano.
LADY HUNSTANTON.––¡Ah! Ya recuerdo. Hará unos cuatro años.
Desde luego, se interponía mucha gente entre el actual Lord Illingworth y su
título, mistress Arbuthnot. Había... ¿Quiénes había, Caroline?
LADY CAROLINE.––Estaba el niño de la pobre Margaret.
Recordarás lo ansiosa que estaba por tener un niño varón, y lo tuvo, pero
murió, y su esposo murió poco después, y ella se casó casi inmediatamente con
uno de los hijos de Lord Ascot, quien, según me han dicho, le pegaba.
LADY HUNSTANTON.––¡Ah! Eso es de familia, querida. Y también
había un clérigo que quería hacerse pasar por loco, o un loco que quería
hacerse pasar por clérigo; he olvidado qué era, pero sé que el Tribunal de la Cancillería
investigó el asunto y juzgó que estaba completamente sano. Después lo vi en
casa del pobre Lord Plumstead con algo de paja en la cabeza. No puedo recordar
qué era. Frecuentemente siento que la querida lady Cecilia no haya vivido lo
suficiente para ver a su hijo con el título.
MISTRESS ARBUTHNOT.––¿Lady Cecilia?
LADY HUNSTANTON.––La madre de Lord Illingworth, querida
mistress Arbuthnot, era una de las bellas hijas de la duquesa de Jerningham, y
se casó con sir Thomas Harford, que no era considerado un buen partido en aquel
tiempo, aunque se decía que era el hombre más guapo de Londres. Los conocí
íntimamente, y a sus dos hijos,Arthur y George.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Naturalmente, fue el hijo mayor el que
heredó el título, ¿verdad, lady Hunstanton?
LADY HUNSTANTON.––No, querida; murió en una cacería. ¿O en
una pesca, Caroline? Lo he olvidado. Pero George lo heredó todo. Siempre le
digo que ningún hijo menor ha tenido la suerte que él.
MIsTRESs ARBUTHNOT.––Lady Hunstanton, quiero hablar con
Gerald ahora mismo. ¿Puedo verlo? ¿Le pueden avisar?
LADY HUNSTANTON.––Ciertamente, querida. Enviaré a uno de los
criados. No sé cómo se entretienen tanto los caballeros. (Toca el timbre.) Cuando
conocí a Lord Illingworth al principio, como simple George Harford, era sólo un
joven ocurrente sin un penique en el bolsillo, excepto lo que le daba la pobre
y querida lady Cecilia. Ella lo adoraba. Principalmente, creo yo, porque él
estaba en malas relaciones con su padre. ¡Oh! Aquí está el querido
archidiácono. (Al criado.) Ya no importa. (Entran sirJohn y el doc-tor Daubeny.
Sir John va hacia lady Stufield y el doctor Daubeny hacia lady Hunstanton.)
EL ARCHIDIÁCONO.––Lord Illingworth nos ha entretenido mucho.
Nunca me he divertido más. (Ve a mistress Arbuthnot.) ¡Ah, mistress Arbuthnot!
LADY HUNSTANTON.––(Al doctor Daubeny.) Ya ve que he
conseguido al fin que viniese mistress Arbuthnot.
EL ARCHIDIÁCONO.––Es un gran honor, lady Hunstanton.
Mistress Daubeny se sentirá celosa de usted.
LADY HUNSTANTON.––¡Ah! Siento mucho que mistress Daubeny no
haya venido esta noche con usted. Supongo que seguirá con su dolor de cabeza,
¿verdad?
EL ARCHIDIÁCONO.––Sí, lady Hunstanton; un martirio. Pero
ella es más feliz sola. Es más feliz sola.
LADY CAROLINE.––(A su esposo.) ¡John! (Sir John va hacia su
esposa. El doctor Daubeny habla con lady Hunstanton y mistress Arbuthnot
observa todo el tiempo a Lord Illingworth. El atraviesa la habitación sin darse
cuenta de la presencia de ella y se aproxima a mistress Allonby, que está en
pie con lady Stutfield junto a la puerta de la terraza.)
LORD ILLINGWORTH.––¿Cómo está la más encantadora
mujer del mundo?
MISTRESS ALLOÑBY.––(Cogiendo a lady Stutfield de la mano.) Las
dos estamos muy bien, gracias, Lord Illingworth. Pero ¡qué poco tiempo han
estado ustedes en el comedor! Parece como si nosotras acabáramos de salir de
allí.
LORD ILLINGWORTH.––Me aburría mortalmente. No
abrí los labios en todo el tiempo. Estaba deseando venir con ustedes.
MISTRESS ALLONBY.––Tenía que haber estado. La muchacha
americana nos dio un discurso.
LORD ILLINGWORTH.––¿Sí? Todos los americanos lo
hacen, según creo. Supongo que se deberá a su clima. ¿Sobre qué fue el
discurso?
MISTRESS ALLONBY.––¡Oh! Sobre el puritanismo, naturalmente.
LORD ILLINGWORTH.––Voy a convertirla. ¿Cuánto
tiempo me da para hacerlo?
MISTRESS ALLONBY.––Una semana.
LORD ILLINGWORTH.––Una semana es más de lo necesario. (Entran
Gerald y Lord Afred.)
GERALD.––(Yendo hacia mistress Arbuthnot.) ¡Querida mamá!
MISTRESS ARBUTHNOT. Gerald, no me encuentro bien. Lléveme a
casa, Gerald. No debiera haber venido. GERALD.––Lo siento mucho, mamá. Te
acompañaré. Pero antes debes conocer a Lord Ilingworth. (Cruza la habitación.)
MISTRESS ARBUTHNOT.––Esta noche no, Gerald.
GERALD.––Lord Illingworth, quiero que conozca usted a mi
madre;
LORD ILLINGWORTH.––Con mucho gusto. (A mistress Allonby.) Regresaré
al momento. Las madres de la gente siempre me aburren muchísimo *. Ésa es su
tragedia.
* En esta linea falta una frase crucial para entender la
irónica humorada de Wilde. Debe decir: «Todas las mujeres se acaban pareciendo
a sus madres. Esa es su tragedia.» MISTRESS ALLONBY: «Sin embargo, a los
hombres no les ocurre. Esa es la suya.»
MISTRESS ALLONBY. A los hombres no les ocurre. Esa es la
suya.
LORD ILLINGWORTH.––¡Qué delicioso humor tiene usted esta
noche! (Se da la vuelta y va con Gerald hacia mistress Arbuthnot. Cuando la ve,
se estremece y retrocede asombrado. Después vuelve los ojos lentamente hacia
Gerald.)
GERALD.––Mamá, éste es Lord Illingworth, que me ha ofrecido
el puesto de secretario suyo. (Mistress Arbuthnot se inclina fríamente.) Es un
principio maravilloso para mí, ¿verdad? Espero que no se lleve una desilusión
conmigo. Le darás las gracias a Lord Illingworth, ¿verdad, mamá?
MISTRESS ARBUTHNOT.––Lord Illingworth es muy bueno al
interesarse por ti.
LORD ILLINGWORTH.––(Poniendo su mano sobre el hombro de
Gerald.) ¡Oh! Gerald y yo somos grandes amigos ya, mistress Arbuthnot.
MISTRESS ARBUTHNOT.––No hay nada en común entre usted y mi
hijo, Lord Illingworth.
GERALD.––Querida mamá, ¿cómo puedes decir eso? Naturalmente,
Lord Illingworth es extraordinariamente inteligente y todo eso. No hay nada que
Lord Illingworth no sepa.
LORD ILLINGWOKTH.––¡Querido muchacho!
GERALD.––Sabe más sobre la vida que cualquiera de los que yo
he conocido. Me siento pequeño cuando estoy con usted, Lord Illingworth. Desde
luego, ¡he tenido tan pocas oportunidades! No he estado en Eton ni en Oxford,
como otros muchachos. Pero a Lord Illingworth eso no le importa. Ha sido muy
bueno conmigo, mamá.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Lord Illingworth puede cambiar de
opinión. Puede realmente no necesitarte como secretario.
GERALD.––¡Mamá!
MISTRESS ARBUTHNOT.––Debes recordar, como tú
mismo dijiste, que has tenido muy pocas oportunidades para formarte.
MISTRESS ALLONBY.––Lord Illingworth, quiero hablar con usted
un momento.Venga aquí.
LORD
ILLINGWORTH.––¿Me excusa usted, mistress Arbuthnot? No deje que su
encantadora madre ponga más dificultades, Gerald. La cosa está convenida, ¿no?
GERALD.––Eso espero. (Lord Illingworth va hacia mistress
Allonby)
MISTRESS ALLONBY.––Creí que no iba a dejar nunca a la dama
del terciopelo negro.
LORD ILLINGWORTH.––Es muy bella. (Mira a mistress
Arbuthnot.)
LADY HUNSTANTON.––Caroline, ¿vamos al salón de música? Miss
Worsley va a tocar. Usted vendrá también, ¿verdad, querida mistress Arbuthnot?
No sabe usted lo bien que lo pasará. (Al doctor Daubeny.) Realmente debo llevar
a miss Worsley alguna tarde a la parroquia. Me gustaría mucho que la querida
mistress Daubeny la oyera tocar el violín. ¡Ah! No me acordaba. La querida
mistress Daubeny tiene un pequeño defecto en los oídos, ¿verdad?
EL ARCHIDIÁCONO.––Su sordera es una gran privación para
ella. Ahora no puede oír mis sermones. Los lee en casa. Pero encuentra muchos
recursos en sí misma, muchos recursos. ,
LADY HUNSTANTON.––¿Supongo que leerá mucho?
EL ARCHIDIÁCONO.––Sólo los libros con letra grande. Su vista
se extingue rápidamente. Pero nunca se queja, nunca se queja.
GERALD.––(A Lord Illingworth.) Hable usted con mi madre
antes de entra al salón de música, Lord Illingworth. Parece creer que usted no
pensó lo que me dijo.
MISTRESS ALLONBY.––¿No entra usted?
LORD ILLINGWORTH.––Dentro de un instante. Lady Hunstanton,
si mistress Arbuthnot me lo permite, quisiera hablar unas palabras con ella, y
después me uniré a ustedes.
LADY HUNSTANTON.––¡Ah! Desde luego.Tendrá usted mucho que
decirle. No a todos los hijos les hacen tal oferta, mistress Arbuthnot. Pero sé
que usted lo apreciará, querida.
LADY CAROLINE.–– ¡John!
LADY HUNSTANTON.––Pero no entretenga mucho a mistress
Arbuthnot, Lord Illingworth. No podemos estar sin ella. (Sale seguida de los
otros invitados. Suena un violín dentro, en el salón de música.)
LORD ILLINGWORTH.––¡Así que ése es nuestro hijo, Rachel!
Bueno; estoy muy orgulloso de él. Es un Harford de la cabeza a los pies. Pero,
a propósito, ¿por qué Arbuthnot, Rachel?
MISTRESS ARBUTHNOT.––Un nombre es tan bueno como cualquier
otro cuando no se tiene ninguno.
LORD ILLINGWORTH.––Supongo que sí... Pero ¿por qué Gerald?
MISTRESS ARBUTHNOT.––Por un hombre cuyo corazón destrocé...
Por mi padre.
LORD ILLINGWORTH.––Bueno, Rachel, lo pasado, pasado. Todo lo
que ahora tengo que decir es que me agrada mucho, mucho, nuestro hijo. La gente
lo conocerá simplemente como mi secretario particular, pero para mí será algo
más próximo y más querido. Es curioso, Rachel; mi vida parecía estar
enteramente completa. No era así. Me faltaba algo. Me faltaba un hijo. Ahora he
encontrado a mi hijo. Me alegro de haberlo encontrado.
MISTRESS ARBUTHNOT.––No tienes derecho a reclamar ni la más
pequeña parte de él. El muchacho es enteramente mío, y seguirá siendo mío.
LORD ILLINGWORTH.––Mi querida Rachel, lo has tenido para ti
sola durante veinte años. ¿Por qué no me lo dejas un poco ahora? Es tan mío
como tuyo.
MISTRESS ARBUTHNOT.––¿Estás hablando del niño que
abandonaste? ¿El niño que por tu culpa podía haber muerto de hambre y de
necesidad?
LORD ILLINGWORTH.––Olvidas, Rachel, que fuistes tú la que me
dejaste, no yo quien te dejé a ti.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Te dejé porque te negaste a dar al niño
un nombre. Antes que mi hijo naciese, te imploré que te casaras conmigo.
LORD ILLINGWORTH.––Entonces yo no tenía posición. Y además,
Rachel, yo no era mucho mayor que tú. Sólo tenía veintidós años, o veintiuno,
creo, cuando todo empezó en el jardín de tu padre.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Cuando un hombre tiene la edad
suficiente para hacer el mal, también la tiene para hacer el bien.
LORD ILLINGWORTH.––Mi querida Rachel, las generalidades
intelectuales son siempre interesantes, pero las generalidades en moral no
significan absolutamente nada. En cuanto a lo de que yo dejé a mi hijo que
pasase hambre, es, por supuesto, incierto y tonto. Mi madre te ofreció
seiscientas libras al año. Pero tú no aceptaste nada. Simplemente
desapareciste, llevándote al niño.
MISTRESS ARBUTHNOT.––No hubiera aceptado ni un penique de
ella. Tu padre era diferente. Te dijo en mi presencia, cuando estábamos en
París, que tu deber era casarte conmigo.
LORD ILLINGWORTH.––¡Oh! El deber es lo que uno espera que
hagan los demás, pero que nunca hace uno mismo. Naturalmente, yo estaba
influido por mi madre. Todo hombre lo está cuando es joven.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Me alegro de oírte decir eso.
Ciertamente, Gerald no se irá contigo.
LORD ILLINGWORTH.––¡Qué tontería, Rachel!
MISTRESS ARBUTHNOT.––¿Crees que le permitiría a mi hijo...?
LORD ILLINGWORTH.––Nuestro hijo.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Mi hijo... (Lord Illngworth se encoge
de hombros.) ¿Marcharse con el hombre que manchó mi juventud, que arruinó mi
vida, que mancilló cada instante de ella? Tú no te das cuenta de que mi pasado
está lleno de sufrimiento y vergüenza.
LORD ILLINGWORTH.––Mi querida Rachel, debo decirte que creo
que el futuro de Gerald es considerablemente más importante que tu pasado.
MISTRESs ARBUTHNOT.––Gerald no puede separar su futuro de mi
pasado.
LORD ILLINGWORTH.––Eso es exactamente lo que debería hacer.
Eso es exactamente lo que deberías de ayudarle a hacer. ¡Qué típicamente
femenina eres! Hablas sentimentalmente y eres terriblemente egoísta. Pero no
tengamos una escena, Rachel, quiero que veas el asunto desde el punto de vista
del sentido común; desde el punto de vista de qué es mejor para nuestro hijo,
quedándonos tú y yo fuera de la cuestión. ¿Qué es ahora nuestro hijo? Un
empleadillo en un pequeño Banco provincial, en una ciudad inglesa de tercera
categoría. Si crees que es feliz así, estás equivocada. Está muy descontento.
MISTRESS ARBUTHNOT.––No lo estaba hasta conocerte a ti. Tú
lo hiciste cambiar.
LORD ILLINGWORTH.––Desde luego que sí. El descontento es el
primer paso en el progreso de un hombre o de una nación. Pero no sólo le hablé
de las cosas que ahora no podía obtener. No; le hice una gran oferta. Saltó de
gozo, no necesito decirlo. Cualquier hombre lo hubiera hecho.Y ahora,
simplemente
porque resulta que soy el padre del muchacho, tú te propones
arruinar su carrera. Es decir, si yo fuera un perfecto extraño, tú le hubieras
permitido a Gerald venir conmigo, pero como lleva mi propia sangre, no quieres.
¡Qué terriblemente ilógica eres!
MISTRESS ARBUTHNOT.––No te permitiré que te lo lleves.
LORD ILLINGWORTH.––¿Cómo podrás evitarlo? ¿Qué excusa puedes
darle para hacer que rechace una oferta como la mía? Yo no le diré qué lazos me
unen con él, como es natural. Pero tú tampoco te atreverás a decírselo. Sabes
que no. Observa cómo lo has educado.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Lo he educado para que sea un hombre
bueno.
LORD ILLINGWORTH.––Exactamente. ¿Y cuál es el resultado? Lo
has educado par que sea tu juez, si llega a enterarse de lo que hiciste.Y será
contigo un juez severo e injusto. Los hijos empiezan por amar a sus padres,
Rachel. Después los juzgan. Raramente, si es que ocurre alguna vez, los
perdonan.
MISTRESS ARBUTHNOT.––George, no me quites a mi hijo. He
pasado veinte años de dolor y sólo he tenido una persona que me amaba y a la
que yo amaba. Tú has llevado una vida de alegrías, placeres y éxitos. Has sido
completamente feliz; nunca has pensado en nosotros. No había razón, de acuerdo
con tus puntos de vista sobre la vida, para que nos recordases. Nos encontraste
por simple casualidad, por una horrible casualidad. Olvídalo. No vengas ahora a
robarme... lo único que tengo en el mundo. Eres rico en otras cosas. Déjame la
pequeña viña de mi vida; déjame el jardín vallado y el manantial de agua; el
cordero que Dios me envió en su piedad o en su ira. ¡Oh! Déjame eso. George, no
me arrebates a Gerald.
LORD ILLINGWORTH.––Rachel, ahora tú no eres necesaria para
la carrera de Gerald. Yo sí. No hay nada más que decir sobre el tema.
MISTRESS ARBUTHNOT.––No lo dejaré ir.
LORD
ILLINGWORTH.––Aquí está Gerald. Tiene derecho a decidir por sí mismo. (Entra
Gerald.)
GERALD.––Bien, mamá, espero que ya lo habrás arreglado todo
con Lord Illingworth.
MISTRESS ARBUTHNOT.––No, Gerald.
LORD ILLINGWORTH.––A su madre parece no gustarle que venga
usted conmigo, por alguna razón.
GERALD.––¿Por qué, mamá?
MISTRESS ARBUTHNOT.––Creí que eras completamente feliz
conmigo, Gerald. No sabía que estabas ansioso por dejarme.
GERALD.––Mamá, ¿cómo puedes decir eso? Naturalmente que he
sido completamente feliz contigo. Pero un hombre no puede permanecer siempre
con su madre. Ningún muchacho lo hace. Quiero crearme una posición, hacer algo.
Pensé que estarías orgullosa de verme de secretario de Lord Illingworth.
MISTRESS ARBUTHNOT.––No creo que fueras el secretario
adecuado para Lord Illingworth. No tienes facultades para eso.
LORD ILLINGWORTH.––No deseo que parezca que quiero
entrometerme, mistress Arbuthnot, pero en lo que concierne a su última
objeción, seguramente soy yo el mejor juez. Y puedo decir que su hijo tiene
todas las facultades que yo necesito. Tiene más, en realidad, de las que había
pensado. Muchas más. (Mistress Arburthnot permanece en silencio.) ¿Tiene alguna
otra razón, mistress Arbuthnot, para no desear que su hijo acepte este puesto?
GERALD.––¿La tienes mamá? Contesta.
LORD ILLINGWORTH.––Si la tiene, mistress Arbuthnot, le ruego
que la diga. Estamos solos aquí. Sea cual fuere la razón, no necesito decirle
que no la contaré a nadie.
GERALD.––¿Mamá?
LORD ILLINGWORTH.––Si desea quedarse sola con su hijo, los
dejo. Puede tener alguna razón que no desee que oiga yo.
MISTRESS ARBUTHNOT.––No tengo otra razón.
LORD ILLINGWORTH.––Entonces, muchacho, podemos dar la cosa
por hecha.Venga usted; iremos a la terraza a fumar juntos un cigarrillo.Y
mistress Arbuthnot, permítame que le diga que creo que ha obrado usted muy, muy
sabiamente. (Sale con Gerald. Mistress Arbuthnot se queda sola. Permanece
inmóvil con un gesto de infinito dolor en el rostro.)
TELÓN
ACTO TERCERO
Escena: la galería de retratos de Hunstanton Chase. Puerta
al fondo que da a la terraza. Lord Illingworth y Gerald están a la derecha.
Lord Illingworth, sobre un sofá. Gerald, en una silla.
LORD ILLINGWORTH.––Su madre es una mujer muy sensata,
Gerald. Sabía que al fin consentiría.
GERALD.––Mi madre es terriblemente escrupulosa, Lord
Illingworth, y sé que ella no cree que soy lo bastante apto para el puesto de
secretario suyo. Está en lo cierto. Fui muy holgazán cuado iba a la escuela y
no podía aprobar ni un examen.
LORD ILLINGWORTH.––Mi querido Gerald, los exámenes no tienen
ningún valor. Si un hombre es un caballero, ya sabe lo bastante, y si no lo es,
todo lo que sepa es perjudicial para él.
GERALD.––Pero ¡yo desconozco tanto el mundo, Lord
Illingworth!
LORD
ILLINGWORTH.––No tema, Gerald. Recuerde que posee la cosa más
maravillosa del mundo: ¡la juventud! No hay nada como la juventud. Los de edad
mediana tienen la vida hipotecada. Los viejos están en el desván de la vida.
Pero los jóvenes son los amos de la vida. La juventud tiene un reino
esperándola.Todo el mundo nace rey, y la mayoría de la gente muere en el
exilio, como la mayoría de los reyes. Para volver a conseguir mi juventud,
Gerald, yo haría cualquier cosa..., excepto ejercicio, levantarme pronto o ser
un miembro útil de la comunidad.
GERALD.––Pero ¿usted no se llamará viejo, Lord Illingworth?
LORD ILLINGWORTH.––Soy lo bastante viejo para ser tu padre,
Gerald.
GERALD.––Yo no recuerdo a mi padre; murió hace años.
LORD ILLINGWORTH.––Eso me dijo lady Hunstanton.
GERALD.––Es muy curioso, pero mi madre jamás me habla de mi
padre. A veces creo que mi padre era de clase más elevada.
LORD ILLINGWORTH.––(Con una mueca.) ¿De veras? (Se adelanta
y pone una mano sobre el hombro de Gerald.) Habrá usted sentido la falta de su
padre, ¿verdad, Gerald?
GERALD.––¡Oh, no! ¡Mi madre ha sido tan buena conmigo! Nadie
ha tenido una madre como la mía.
LORD ILLINGWORTH.––Estoy seguro de eso. Pero creo que la
mayoría de las madres no comprenden del todo a sus hijos. Quiero decir que no
se dan cuenta de que el hijo tiene ambiciones, o desea conocer la vida, o
hacerse un nombre. Después de todo, no esperaría usted pasarse toda la vida en
un agujero como Wrockley, ¿verdad?
GERALD.––¡Oh, no! Sería horrible.
LORD ILLINGWORTH.––El amor de una madre es
conmovedor, desde luego, pero muchas veces curiosamente egoísta. Quiero decir
que hay mucho egoísmo en él.
GERALD.––(Lentamente.) Supongo que sí.
LORD ILLINGWORTH.––Su madre es una mujer muy buena. Pero las
mujeres buenas tienen ideas limitadas sobre la vida; su horizonte es tan
pequeño, sus intereses tan poco importantes... ¿no es así?
GERALD.––Se interesan muchísimo, ciertamente, por cosas que
a nosotros no nos preocupan nada.
LORD ILLINGWORTH.––¿Supongo que su madre será muy religiosa?
GERALD.––¡Oh, sí! Va siempre a la iglesia.
LORD ILLINGWORTH.––¡Ah! No es moderna, y ser moderna es lo
único que vale la pena hoy día. Usted quiere ser moderno, ¿verdad, Gerald?
Usted quiere saber lo que es realmente la vida. Bien, ahora simplemente tiene
que introducirse en la mejor sociedad. Un hombre que puede dominar la mesa en
una cena en Londres puede dominar el mundo. El futuro le pertenece al dandi.
Los elegantes gobernarán el universo.
GERALD.––Me gustaría llevar buenos trajes, pero siempre me
han dicho que un hombre no debe pensar en eso.
LORD ILLINGWORTH.––La gente de hoy es tan absolutamente
superficial que no entiende la filosofia de lo superficial. A propósito,
Gerald, debe aprender a hacerse el nudo de la corbata mejor. El sentimentalismo
está bien para el ojal. Pero lo esencial para el nudo de la corbata es el
estilo. Un buen nudo de corbata es el primer paso serio en la vida.
GERALD.––(Riendo.) Puedo ser capaz de aprender a hacerme el
nudo de la corbata, Lord Illingworth, pero nunca seré capaz de hablar como
usted. No sé hablar.
LORD ILLINGWORTH.––¡Oh! Hable con todas las mujeres como si
estuviese enamorado de ellas y con todos los hombres como si lo aburriesen, y
al final de su primera temporada tendrá fama de poseer el más perfecto tacto
social.
GERALD.––Pero es muy difícil introducirse en sociedad, ¿no?
LORD ILLINGWORTH.––Hoy día, para introducirse en sociedad
hay que dar de comer a la gente, divertirla u ofenderla... ¡Eso es todo!
GERALD.––¡Supongo que la sociedad será deliciosa!
LORD ILLINGWORTH.––Estar en ella es sólo un aburrimiento.
Pero estar fuera de ella es una tragedia. La sociedad es una cosa necesaria.
Ningún hombre tiene un verdadero éxito en este mundo, a menos que cuente con la
ayuda de una mujer, y las mujeres gobiernan la sociedad. Si no tiene usted una
mujer a su lado, está perdido. Más le valdría entonces hacerse abogado, agente
de bolsa o periodista.
GERALD.––Es muy dificil entender a las mujeres, ¿verdad?
LORD ILLINGWORTH.––No intente nunca entenderlas. Las mujeres
son cuadros. Los hombres son problemas. Si desea saber lo que una mujer quiere
decir realmente, lo cual es siempre peligroso, mírela y no la escuche.
GERALD.––Pero las mujeres son terriblemente inteligentes,
¿no?
LORD ILLINGWORTH.––Siempre está bien decirles eso. Pero para
el filósofo, mi querido Gerald, la mujer representa el triunfo de la materia
sobre el espíritu, así como el hombre representa el triunfo del espíritu sobre
la moral.
GERALD.––Entonces, ¿cómo pueden tener las mujeres tanto
poder como usted dice?
LORD ILLINGWORTH.––La historia de la mujer es la historia de
la peor forma de tiranía que el mundo ha conocido. La tiranía del débil sobre
el fuerte. Es la única tiranía que perdura.
GERALD.––Pero ¿no poseen una influencia refinadora?
LORD ILLINGWORTH.––Lo único que refina es la inteligencia.
GERALD.––Sin embargo, hay muchas clases diferentes de
mujeres, ¿verdad?
LORD ILLINGWORTH.––En sociedad sólo dos clases: las feas y
las que no se pintan.
GERALD.––Pero hay mujeres buenas en sociedad, ¿no?
LORD ILLINGWORTH.––Demasiadas.
GERALD.––Pero ¿cree usted que las mujeres no deberían ser
buenas?
LORD ILLINGWORTH.––Nunca debe decírseles eso, porque todas
se harían buenas. Las mujeres son un sexo fascinadoramente terco. Toda mujer es
rebelde y corrientemente se revela salvajemente contra ella misma.
GERALD.––¿No se ha casado usted nunca, Lord Illingworth?
LORD ILLINGWORTH.––Los hombres se casan porque están
cansados; las mujeres, por curiosidad. Ambos se llevan una desilusión.
GERALD.––Pero ¿no cree que uno puede ser feliz cuando está
casado?
LORD ILLINGWORTH.––Perfectamente feliz. Pero la felicidad de
un hombre casado depende de las mujeres con las que no se ha casado, querido
Gerald.
GERALD.––Pero ¿si uno está enamorado?
LORD ILLINGWORTH. Uno siempre está enamorado. Ésa es la
razón por la que nunca debe casarse.
GERALD.––El amor es algo maravilloso, ¿no?
LORD ILLINGWORTH.––Cuando uno está enamorado, empieza por
engañarse a sí mismo. Y termina engañando a los demás. Eso es lo que el mundo
llama un romance. Pero una verdadera «grande passion» es muy rara hoy día. Es
el privilegio de la gente que no tiene nada que hacer. Ésa es la única utilidad
de la clase ociosa en un país, y la única explicación posible de nosotros, los
Harfords.
GERALD.––¿Harfords,
Lord Illingworth?
LORD
ILLINGWORTH.––Es mi nombre de familia. Debería estudiar la Guía
Nobiliaria, Gerald. Es un libro que todo joven mundano debe conocer bien, y
además es lo mejor que ha hecho Inglaterra.Y ahora, Gerald, va a entrar conmigo
en una vida completamente nueva, y quiero que aprenda a vivirla. (Aparece
mistress Arbuthnot tras ellos, por la terraza.) ¡Porque el mundo ha sido hecho
por los tontos para que los sabios vivan en él! (Entran por la izquierda lady
Hunstanton y el doctor Daubeny.)
LADY HUNSTANTON.––¡Ah! Está usted aquí, querido Lord
Illingworth. Bueno, supongo que le habrá estado diciendo a nuestro joven amigo
Gerald cuáles van a ser sus nuevos deberes y dándole muchos y buenos consejos
mientras fumaban un agradable cigarrillo.
LORD ILLINGWORTH.––Le he dado los mejores consejos, lady
Hunstanton, los mejores cigarrillos.
LADY HUNSTANTON.––Siento no haber estado aquí para
escucharlo, pero supongo que ya soy demasiado vieja para aprender. Excepto de
usted, querido archidiácono, cuando está en su hermoso púlpito. Pero entonces
siempre sé lo que va usted a decir, así que no me siento alarmada. (Ve a
mistress Arbuthnot.) ¡Ah! Querida mistress Arbuthnot, únase a nosotros.Venga,
querida. (Entra mistress Arbuthnot.) Gerald ha tenido una larga conversación
con Lord Illingworth; estoy segura de que está muy contenta del magnífico
porvenir que se le presente a su hijo. Sentémonos. (Se sientan.) ¿Y cómo va su
bello bordado?
MISTRESS ARBUTHNOT.––Siempre estoy trabajando, lady
Hunstanton.
LADY HUNSTANTON.––Mistress Daubeny también borda un poco,
¿verdad?
EL ARCHIDIÁCONO.––Antes era como una Dorcas manejando la
aguja. Pero la gota ha paralizado mucho sus dedos. No toca una aguja desde hace
nueve o diez años. Pero tiene muchos otros entretenimientos. Está muy
interesada con su salud.
LADY HUNSTANTON.––¡Ah! Eso es siempre una buena distracción,
¿verdad? Y ahora, Lord Ilhngworth, díganos de qué estaban hablando.
LORD ILLINGWORTH.––En este momento iba a explicarle a Gerald
que el mundo se ríe siempre de sus tragedias, porque es de la única forma que
es capaz de soportarlas.Y como consecuencia, lo que el mundo ha tratado
seriamente pertenece al lado cómico de las cosas.
LADY HUNSTANTON.––Eso está fuera de mi entendimiento, como
ocurre generalmente cuando habla Lord Illingworth.Y la sociedad es muy
despreocupada. Nunca me ayuda. Me deja naufragar. Tengo una ligera idea, Lord
Illingworth, de que está usted siempre del lado de los pecadores, y yo siempre
intento estar del lado de los santos, aunque hasta donde puedo.Y después de
todo, puede que esto sea simplemente la idea de una persona que se ahoga.
LORD ILLINGWORTH.––La única diferencia entre los santos y
los pecadores es que el santo tiene un pasado y el pecador un futuro.
LADY HUNSTANTON.––¡Ah! No tengo nada que decir a eso. Usted
y yo, querida mistress Arbuthnot, estamos anticuadas. No podemos seguir a Lord
Illingworth. Temo que se han cuidado demasiado de nuestra educación. Ser bien
educada es una gran desventaja hoy día. Le cierra a una muchas puertas.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Sentiría seguir a Lord
Illingworth en alguna de sus opiniones.
LADY HUNSTANTON.––Tiene usted razón, querida. (Gerald se
encoge de hombres y mira irritado a su madre. Entra lady Carolíne.)
LADY CAROLINE. Jane, ¿has visto a John en algún sitio?
LADY HUNSTANTON.––No necesitas preocuparte por él, querida.
Está con lady Stutfield; los vi hace un rato en el salón amarillo. Parecían muy
felices juntos. No te irás, ¿verdad, Caroline? Te ruego que te sientes.
LADY CAROLINE.––Creo que será mejor que vaya a buscar a
John. (Sale lady Caroline.)
LADY HUNSTANTON.––No debía prestarse tanta atención a los
hombres.Y Caroline no tiene realmente nada de que preocuparse. Lady Stutfield
es muy simpática. Es tan simpática con unos como con otros. Tiene un bello
carácter. (Entran sir John y místress Allonby.) ¡Ah! ¡Aquí está sir John! ¡Y
con mistress Allonby! Supongo que sería con ella con quien lo vi. Sir John,
Caroline está buscándolo por todas partes.
MISTRESS ALLONBY.––Hemos estado esperándola en el salón de
música, querida lady Hunstanton.
LADY HUNSTANTON.––¡Ah! El salón de música, naturalmente.
Creí que era en el salón amarillo; mi memoria no funciona bien. (Al
archidiácono.) Mistress Daubeny tiene una memoria maravillosa, ¿verdad?
EL ARCHIDIÁCONO.––Era notable por su memoria, pero desde que
tuvo el último ataque se acuerda principalmente de los acontecimientos de su
niñez. Pero encuentra un gran placer en tales recuerdos; un gran placer. (Entran
lady Stut Ield y mister Kelvil.)
LADY HUNSTANTON.––¡Ah! ¡Querida lady Stutfield! ¿De qué han
estado hablando míster Kelvil y usted?
LADY STUTFIELD.––Sobre el bimetalismo, si mal no recuerdo.
LADY HUNSTANTON.––¡El bimetalismo! ¿Es un bonito tema?
Aunque ya sé que la gente discute libremente de todo hoy día. ¿De qué hablaban
usted y sir John, querida mistress Allonby?
MISTRESS ALLONBY.––Sobre la Patagonia.
LADY HUNSTANTON.––¿Si? ¡Qué tema tan remoto! Pero de mucho
provecho, no hay duda.
MISTRESS ALLONBY.––El ha estado muy interesante hablando
sobre la Patagonia. Los salvajes parecen tener las mismas opiniones sobre todos
los asuntos que la gente civilizada. Están excesivamente avanzados.
LADY HUNSTANTON.––¿Qué hacen?
MISTRESS ALLONBY.––Aparentemente, de todo.
LADY HUNSTANTON.––Bueno; es muy grato que la naturaleza
humana perdure, ¿verdad, querido archidiácono? En conjunto, el mundo es el
mismo, ¿no?
LORD ILLINGWORTH.––El mundo simplemente está dividido en dos
clases: los que creen lo increíble, como el público, y los que creen los
improbable...
MISTRESS ALLONBY.––¿Como usted?
LORD ILLINGWORTH.––Sí; siempre me asombro de mí mismo. Es lo
único que hace la vida digna de ser vivida.
LADY STUTFIELD.––¿Y qué ha hecho usted últimamente que lo
asombre?
LORD ILLINGWORTH.––He estado descubriendo toda clase de
buenas cualidades en mi propio carácter. MisTRESS ALLONBY.––¡Ah! No se puede
ser perfecto en un instante. Se consigue gradualmente.
LORD ILLINGWORTH.––No intento ser perfecto del todo. Al
menos espero no serlo. Tendría muchos inconvenientes. Las mujeres nos aman por
nuestros defectos. Si tenemos los suficientes, nos lo perdonan todo, aun el
tener una inteligencia gigantesca.
MISTRESS ALLONBY.––Es prematuro pedirnos que perdonemos el
análisis. Perdonamos la adoración; eso es todo lo que debe esperarse de
nosotras. (Entra Lord Afred. Va junto a lady Stutfield.)
LADY HUNSTANTON.––¡Ah! Las mujeres debíamos perdonarlo todo,
¿verdad?, querida mistress Arbuthnot? Estoy segura de que está de acuerdo
conmigo en eso.
MISTRESS ARBUTHNOT.––No, lady Hunstanton. Creo que hay
muchas cosas que las mujeres no deben perdonar nunca.
LADY HUNSTANTON.––¿Qué clase de cosas?
MISTRESS ARBUTHNOT.––La ruina de la vida de otra mujer. (Se
va lentamente hacia el fondo.)
LADY HUNSTANTON.––¡Ah! Esas cosas son muy tristes, no hay
duda, pero creo que hay sitios admirables donde la gente de esa clase es
cuidada y reformada, y creo que todo el secreto de la vida es el tomar las
cosas con mucha tranquilidad.
MISTRESS ALLONBY.––El secreto de la vida está en no tener
jamás una emoción que no nos siente bien.
LADY STUTFIELD.––El secreto de la vida es apreciar el placer
de sentirse terriblemente desilusionada.
KELVIL.––El secreto de la vida es resistir la tentación,
lady Stutfield.
LORD ILLINGWORTH.––La vida no tiene ningún secreto. La meta
de la vida, si es que existe, es simplemente estar siempre buscando las
tentaciones. No hay muchas. A veces yo me paso todo el día sin que me venga una
sola. Es horrible. Me hace ponerme nervioso con respecto al futuro.
LADY HUNSTANTON.––(Apuntándole con el abanico.) No
sé por qué será, Lord Ilhngworth, pero todo lo que dice usted hoy me parece
excesivamente inmoral. Ha sido muy interesante escucharlo.
LORD ILLINGWORTH.––Todo pensamiento es inmoral. Su esencia
es la destrucción. Si piensa usted algo, lo mata. Nada sobrevive después de
pensar en ello.
LADY HUNSTANTON.––No entiendo una palabra, Lord Ilhngworth,
pero no hay duda de que está en lo cierto. Personalmente, no puedo discutir con
usted sobre el pensamiento. No creo que las mujeres piensen demasiado. Las
mujeres deberían pensar con moderación, deberían hacerlo todo con moderación.
LORD ILLINGWORTH.––La moderación es una cosa fatal, lady
Hunstanton. No hay nada como el exceso.
LADY HUNSTANTON.––Espero que recordaré eso. Parece una
admirable máxima. Pero estoy empezando a olvidarlo todo. Es una gran desgracia.
LORD ILLINGWORTH.––Esa es una de sus más fascinantes
cualidades, lady Hunstanton. Ninguna mujer debería tener memoria. La memoria en
una mujer es el principio de la dejadez. Por el sombrero de una mujer puede
adivinarse si tiene memoria o no.
LADY HUNSTANTON.––¡Qué encantador es usted, querido Lord
Illingworth! Usted siempre descubre en un gran defecto una importante virtud.
Tiene los más consoladores puntos de vista sobre la vida. (Entra Farquar)
FARQUAR.––¡El coche del doctor Daubeny!
LADY HUNSTANTON. ¡Mi querido archidiácono! Son sólo las diez
y media.
EL ARCHIDIÁCONO.––(Levantándose.) Siento tener que irme,
lady Hunstanton. Los martes mistress Daubeny siempre pasa una mala noche.
LADY HUNSTANTON.––(Levantándose.) Bien; no quiero apartarlo
de ella. (Va con él hacia la puerta.) Le he dicho a Farquar que pusiera un par
de perdices en el coche. Pueden gustarle a mistress Daubeny.
EL ARCHIDIÁCONO.––Es usted muy amable, pero ahora mistress
Daubeny no prueba los alimentos sólidos.Vive enteramente de purés. Pero siempre
está maravillosamente alegre. No tiene nada de qué quejarse. (Sale con lady
Hunstanton.)
MISTRESS ALLONBY.––(Yendo hacia Lord Illingworth.) Esta
noche hay una hermosa luna.
LORD ILLINGWORTH.––Vayamos a contemplarla. Hoy día es
encantador contemplar algo que no es constante. MISTRESS ALLONBY.––Tiene usted
su espejo.
LORD ILLINGWORTH.––Es malo. Sólo me muestra mis arrugas.
MISTRESS ALLONBY.––El mío es mejor. Nunca me dice la verdad.
LORD ILLINGWORTH.––Entonces está enamorado de usted. (Salen sir John, lady Stufield,
mister Kelvíl y lord Alfred.)
GERALD.––(A Lord Illingworth.) ¿Puedo yo ir también?
LORD ILLINGWORTH.––Claro, querido muchacho. (Va hacia la
puerta con mistress Allonby y Gerald. Entra lady Caroline, mira rápidamente a
su alrededor y se va en dirección opuesta a la que han tomado sirJohn y lady
Stufield.)
MISTRESS
ARBUTHNOT.––¡Gerald!
GERALD.––
¿Qué, mamá? (Sale Lord Illíngworth con mistress Allonby.)
MISTRESS ARBUTHNOT.––Es tarde.Vámonos a casa.
GERALD.––Querida mamá, esperemos un poco más. ¡Lord
Ilhngworth,es tan delicioso! Y a propósito, mamá, tengo que darte
una gran sorpresa. Nos vamos a la India a finales de esta mes.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Vámonos a casa.
GERALD.––Si realmente quieres, vámonos, mamá; pero antes debo
decirle adiós a Lord Illingworth. Volveré dentro de cinco minutos. (Sale.)
MISTRESS ARBUTHNOT.––Que me abandone si quiere, pero no con
él... ¡No con él! No podría soportarlo. (Pasea de un lado para otro. Entra
Hester.)
HESTER.––¡Qué hermosa es la noche, mistress Arbuthnot!
MISTRESS ARBUTHNOT.––¿De veras?
HESTER.––Mistress Arbuthnot, yo deseo que seamos amigas. ¡Es
usted tan diferente de las demás mujeres que hay aquí! Cuando entró en el salón
esta noche trajo con usted la sensación de lo que es bueno y puro en la vida.
He sido tonta. Hay cosas que se tiene derecho a decir, pero que no deben
decirse fuera de lugar y a gente indigna.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Oí lo que dijo. Estoy de acuerdo con
ello, miss Worsley.
HESTER.––No sabía que lo hubiese oído. Pero sabía que
estaría de acuerdo conmigo. Una mujer que ha pecado debe ser castigada,
¿verdad?
MISTRESS ARBUTHNOT.––Sí.
HESTER.––Y no debía permitírsele entrar en la sociedad de
los hombres y mujeres buenos.
MISTRESS ARBUTHNOT.––No debía permitírsele.
HESTER.––Y el hombre debe ser también castigado.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Del mismo modo. Y los hijos, si
existen, ¿también?
HESTER.––Sí; es justo que los pecados de los padres caigan
sobre los hijos. Es una ley justa. Es la ley de Dios.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Es una de las terribles leyes de Dios (Va
hacia la chimenea.)
HESTER.––¿Siente usted que su hijo la deje, mistress
Arbuthnot?
MISTRESS ARBUTHNOT.––Sí.
HESTER.––¿Le agrada que se vaya con Lord Illingworth? Desde
luego tendrá posición y dinero; pero la posición y el dinero no lo son todo,
¿verdad?
MISTRESS ARBUTHNOT.––No son nada; traen la miseria.
RESTER.––Entonces ¿por qué deja que su hijo se vaya con él?
MISTRESS ARBUTHNOT.––Lo desea.
HESTER.––Pero si usted le pidiera que se quedase, ¿lo haría?
MISTRESS ARBÜTHNOT.––Tiene mucha ilusión en su viaje.
HESTER.––No le negaría a usted nada. La ama demasiado.
Pídale que se quede. Déjeme que le diga que venga a hablar con usted. En este
momento está en la terraza con Lord Illingworth. Los oí reír cuando pasaba por
el salón de música.
MISTRESS ARBUTHNOT.––No se moleste, miss Worsley; puedo
esperar. No tiene importancia.
HESTER.––No. Le diré que quiere verlo. Pídale..., pídale que
se quede. (Sale Hester)
MISTRESS ARBUTHNOT.––No querrá venir... Sé que no querrá
venir. (Entra lady Caroline. Mira a su alrededor con ansiedad. Entra Gerald.)
LADY CAROLINE.––Mistress Arbuthnot, ¿ha visto a sir John en
la terraza?
GERALD.––No, lady Caroline, no está en la terraza.
LADY CAROLINE.––Es curioso. Es la hora en que él se retira a
descansar. (Sale lady Caroline.)
GERALD.––Querida mamá, siento que hayas estado esperando. Lo
había olvidado. ¡Soy tan feliz esta noche! Nunca he sido tan feliz.
MISTRESS ARBUTHNOT.––¿A causa del viaje?
GERALD.––No te pongas así, mamá. Naturalmente que siento
dejarte. Eres la mejor madre del mundo. Pero después de todo, como dice Lord
Illingworth, es imposible vivir en un sitio como Wrockley A ti no te
preocupa.Yo tengo aspiraciones; quiero algo más que eso. Quiero tener un
porvenir. Quiero hacer algo de lo que tú te sientas orgullosa, y Lord
Illingworth va a ayudarme.Va a hacerlo todo por mí.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Gerald, no te vayas con Lord
Ilhngworth. Te suplico que no lo hagas. ¡Gerald, te lo ruego!
GERALD. ¡Mamá, qué poco constante eres! Ni un solo momento
pareces saber lo que deseas. Hace una hora y media, en el salón, estabas de
acuerdo con todo; ahora vuelves a poner objeciones e intentas forzarme a que
deseche la mejor oportunidad de mi vida. Sí, la mejor oportunidad. No supondrás
que hombres como Lord Illingworth se encuentran todos los días, ¿verdad, mamá?
Es extraño que cuanto tengo yo tan buena suerte, la única persona que pone
dificultades es mi propia madre. Además, tú sabes, mamá, que amo a Hester
Worsley ¿Quién no iba a amarla? La amo más de lo que crees, mucho más.Y si
tuviera una posición, si tuviera porvenir, podría..., podría pedirle... ¿No
entiendes, mamá lo que significa para mí ser el secretario de Lord Illingworth?
Si lo fuera, podría pedirle a Hester que fuese mi mujer. Siendo empleado de
banco con cien libras al año seria una impertinencia pedírselo.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Temo que no puedas tener esperanzas con
miss Worsley. Conozco sus puntos de vista sobre la vida. Acaba de decírmelos. (Una
pausa.)
GERALD.––Entonces aún tendría mi ambición. Eso es algo...
¡Me alegro de tenerla! Siempre has intentado borrar mi ambición, mamá...,
¿verdad? Me has dicho que jel mundo es un lugar de perversión, que el éxito no
vale nada, que la sociedad es mala y todas esas cosas... Bien; no lo creo,
mamá. Creo que el mundo debe ser delicioso. Creo que la sociedad debe ser
exquisita. Creo que el éxito vale mucho. Estabas equivocada cuando me decías
eso, mamá, completamente equivocada. Lord Illingworth es un hombre que ha
tenido éxito. Es un hombre de moda. Un hombre que vive en el mundo y para el
mundo. Bien; yo lo daría todo por ser como Lord Illingworth.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Antes querría verte muerto.
GERALD.––Mamá, ¿qué tienes que oponer a Lord Illingworth?
Dímelo... Dime la verdad. ¿Qué es?
MISTRESS ARBUTHNOT.––Es un hombre perverso.
GERALD.––¿Perverso¿ ¿En qué sentido? No entiendo lo que
quieres decir.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Te lo diré.
GERALD.––Supongo que lo crees malo porque no piensa lo mismo
que tú. Los hombres son diferentes de las mujeres, mamá. Es natural que tengan
diferentes ideas.
MISTRESS ARBUTHNOT.––No es lo que piensa Lord Illingworth, o
lo que no piensa, lo que lo hace malo. Lo hace malo ser como es.
GERALD.––Mamá, ¿es algo que sabes de él? ¿Algo que sabes
realmente?
MISTRESS ARBUTHNOT.––Es algo que sé.
GERALD.––¿Algo de lo que estas completamente segura?
MISTRESS ARBUTHNOT.––Completamente segura.
GERALD.––¿Cuánto tiempo hace que lo sabes?
MISTRESS ARBUTHNOT.––Veinte años.
GERALD.––¿Veinte años no es retroceder demasiado en la
existencia de un hombre? ¿Y qué tenemos que ver tú y yo con la vida juvenil de
Lord Ilhngworth. ¿Qué nos importa?
MISTRESS ARBUTHNOT.––Lo que un hombre ha sido, lo es ahora y
lo será siempre.
GERALD.––Mamá, dime lo que hizo Lord Illingworth. Si fue
algo vergonzoso, no iré con él. Me conoces lo suficiente para saber que no me
iré.
MISTRESS
ARBUTHNOT.––Gerald, acércate a mí. Muy cerca, como solías estar cuando
eras pequeño, cuando eras mi pequeño hijo. (Gerald se sienta junto a su madre.
Ella le acaricia el cabello y después le coge las manos.) Gerald, hubo hace
tiempo una muchacha muy joven; tenía unos dieciocho años por entonces. George
Harford..., ése era el nombre que antes tenía Lord Illingworth..., la conoció.
Ella no sabía nada de la vida. Él... lo sabia todo. Hizo que esta muchacha lo
amase... Hizo que lo amase tanto que ella abandonó una mañana la casa de sus
padres. Lo amó mucho, ¡y él le prometió casarse con ella. Hizo la promesa
solemne de casarse con ella, y ella lo creyó. Era muy joven e ignoraba cómo era
la vida realmente. Pero él aplazó el matrimonio semana tras semana, mes tras
mes. Ella aún confiaba en él. Lo amaba. Antes que su hijo naciese, porque
tuvieron un hijo, le imploró, aunque fuese por el niño, que se casase con ella
para que la criatura tuviera un nombre, para que no recayese sobre ella el peso
del pecado que no había cometido. Él se negó. Cuando el niño nació, ella lo
dejó, llevándose consigo a su hijo, y su vida quedó destrozada, su alma arruinada,
y todo lo que en ella había de dulce, bueno y puro quedó mancillado. Ella
sufrió terriblemente... Sufre ahora.Y sufrirá siempre. Para
ella no hay paz ni alegría. Es una mujer que arrastra su cadena como un
criminal. Es una mujer que lleva máscara como un leproso. El fuego no puede
purificarla. El agua no puede borrar su angustia. ¡Nada puede sanarla! ¡No hay
narcótico que pueda hacerla dormir! ¡No hay adormideras que la hagan olvidar!
¡Está perdida! ¡Es un alma perdida! Por eso digo que Lord Illingworth es malo.
Por eso no quiero que mi hijo se vaya con él.
GERALD.––Querida madre, todo eso suena muy trágico. Pero me
atrevo a decir que la muchacha tiene la misma culpa que Lord Illingworth.
Después de todo, una muchacha verdaderamente buena, una muchacha con buenos
sentimientos, no se va de su casa con un hombre con el que no está casada ni
vive con él como si fuera su esposa. Ninguna muchacha decente lo haría.
MISTRESS ARBUTHNOT.––(Después de una pausa.) Gerald, retiro
todas mis objeciones. Estás libre de irte con Lord Illingworth cuando y a donde
quieras.
GERALD.––Querida madre, sabía que no te interpondrías en mi
camino. Eres la mujer más buena que Dios ha creado.Y en cuanto a Lord
Illingworth, no creo que sea culpable de nada infame. No puedo creerlo de él
... No puedo.
HESTER.––(Dentro.) ¡Déjeme! ¡Déjeme! (Entra Hester
aterrorizada y se arroja en los brazos de Gerald.) ¡Oh! ¡Sálveme! ¡Sálveme de
él!
GERALD.––¿De quién?
HESTER.––¡Me ha insultado! ¡Me ha insultado horriblemente! (Entra
Lord Illingworth por el fondo. Hester se desprende de los brazos de Gerald y lo
señala.)
GERALD.––(Fuera de si, lleno de rabia e indígnación.) Lord
Illingworth, ha insultado al ser más puro de la tierra, a un ser tan puro como
mi madre. Ha insultado a la mujer que, junto con mi madre, amo más en el mundo.
¡Como hay un Dios en el cielo que lo mataré!
MISTRESS ARBÜTHNOT.––(Corriendo a sujetarlo.) ¡No! ¡No!
GERALD.––(Desembarazándose de ella.) No me sujetes, mamá. No
me sujetes... ¡Lo mataré!
MISTRESS ARBUTHNOT.––¡Gerald!
GERALD.––¡Déjame te digo!
MISTRESS ARBUTHNOT.––¡Deténte, Gerald, deténte! ¡Es tu
padre! (Gerald agarra las manos de su madre y la mira a la cara. Ella se
derrumba lentamente al suelo, llena de vergüenza. Hester se desliza hacía la
puerta. Lord Illíngu orth frunce el ceño y se muerde el labio. Después de un
momento, Gerald levanta a su madre, la rodea con el brazo y la conduce fuera de
la habitación.)
T E L Ó N
ACTO CUARTO
Escena: cuarto de estar en la casa de mistress Arbuthnot, en
Wrockley.Ventanal al fondo que da al jardín. Puertas a derecha e izquierda.
GeraldArbuthnot escribe sobre una mesa. Entra Alice por la derecha seguida de
lady Hunstanton y mistress Allonby.
ALICE.––Lady Hunstanton y mistress Allonby. (Sale por la
izquierda.)
LADY HUNSTANTON.––Buenos días, Gerald.
GERALD.––(Levantándose.) Buenos días, lady Hunstanton.
Buenos días, mistress Allonby.
LADY HUNSTANTON.––(Sentándose.) Venimos a preguntar por su
querida madre, Gerald. ¿Supongo que ya estará mejor?
GERALD.––Mi madre no ha bajado todavía, lady Hunstanton.
LADY HÜNSTANTON.––¡Ah! Temo que anoche hacía demasiado calor
para ella. Creo que ha habido truenos. O quizá fuera la música. ¡La música me
hace sentirme tan romántica! Al menos me calma los nervios.
MISTRESS ALLONBY.––Hoy día las dos cosas son lo mismo.
LADY HUNSTANTON.––Me alegro de no saber lo que ha querido
usted decir, querida. Temo que sea algo malo. ¡Ah! ¡Qué bonita es esta
habitación! ¿No es cierto que es bonita y antigua?
MiSTRESs ALLONBY.––(Observando con sus lentes la
habitación.) Parece enteramente el feliz hogar inglés.
LADY HUNSTANTON.––Ésa es la palabra justa, querida. Eso lo
describe perfectamente. Se siente la buena influencia de su madre en todo lo
que hay alrededor, Gerald.
MISTRESS ALLONBY.––Lord Ilhngworth dice que toda influencia
es mala, pero que la buena influencia es la peor del mundo.
LADY HUNSTANTON.––Cuando Lord Illingworth conozca mejor a
mistress Arbuthnot, cambiará de opinión. Ciertamente, debo traerlo aquí.
MISTRESS ALLONBY.––Me gustaría ver a Lord Illingworth en un
feliz hogar inglés.
LADY HUNSTANTON.––Le haría mucho bien, querida. La mayoría
de las mujeres de Londres parece que no amueblan sus habitaciones con otra cosa
que con orquídeas y con novelas francesas. Pero aquí tenemos la habitación de
una santa. Flores frescas y naturales, libros que no escandalizan, cuadros que
una puede mirar sin ruborizarse.
MISTRESS ALLONBY.––Pero a mí me gusta ruborizarme.
LADY HUNSTANTON.––Bueno, hay mucho que decir a favor del
rubor, si una sabe tenerlo en el momento preciso. El pobre y querido Hunstanton
solía decirme que yo no me ruborizaba lo bastante. Pero entonces él era muy
particular. No me dejó conocer a ninguno de sus amigos, excepto a los que
tenían setenta años, como el pobre Lord Ashton, que por cierto después estuvo
ante el tribunal. Un caso muy desafortunado.
MISTRESS ALLONBY.––Me gustan los hombres de setenta años.
Siempre ofrecen devoción para toda la vida. Creo que los setenta años es un
edad ideal para un hombre.
LADY HUNSTANTON.––Es usted incorregible, ¿verdad, Gerald?
¡Ah! Espero que ahora su querida madre venga a verme con más frecuencia. Usted
y Lord Illingworth se marcharán casi inmediatamente, ¿verdad?
GERALD.––Ya no tengo la intención de ser el secretario de Lord
Ilbngworth.
LADY HUNSTANTON.––¡Cómo! ¡Gerald! Seria una enorme tontería
por su parte. ¿Qué razón tiene para eso?
GERALD.––No creo ser apropiado para el puesto.
MISTRESS ALLONBY.––Desearía que Lord Illingworth me pidiese
que fuera su secretaria. Pero él dice que no soy lo bastante seria.
LADY HUNSTANTON.––Querida, no debe hablar así en esta casa.
Mistress Arbuthnot no sabe nada sobre la sociedad perversa en que nosotros
vivimos. No quiere entrar en ella. Es demasiado buena. Consideré un gran honor
que viniese a mi casa anoche. Le dio una atmósfera de respetabilidad a la
reunión.
MISTRESS ALLONBY.––¡Ah! Eso debe haber sido lo que usted
creyó que eran truenos.
LADY HUNSTANTON.––Querida, ¿cómo puede decir eso? No hay
relación alguna entre ambas cosas. Pero realmente, Gerald, ¿qué entiende usted
por no ser apropiado?
GERALD.––Las ideas de Lord Illingworth sobre la vida son
demasiado diferentes de las mías.
LADY HUNSTANTON.––Pero, mi querido Gerald, a su edad no
debería usted tener ideas sobre la vida. Están completamente fuera de lugar. En
este asunto deberían guiarle los demás. Lord Illingworth le ha hecho una gran
oferta, y viajando con él vería usted el mundo, o al menos mucho mundo, bajo
los mejores auspicios posibles, y alternaría con la gente elevada, lo cual es
muy importante en este solemne momento para su carrera.
GERALD.––No quiero ver el mundo; ya he visto bastante de él.
MISTRESS ALLONBY.––Supongo que no se imaginará usted que ha
agotado la vida, míster Arbuthnot. Cuando un hombre dice eso se sabe que la
vida lo ha agotado a él.
GERALD.––No deseo dejar a mi madre.
LADY HUNSTANTON.––Gerald, eso es simple pereza por su parte.
¡No dejar a su madre! Si yo fuera su madre, insistiría en que se marchase. (Entra
Alice por la izquierda.)
ALICE.––Mistress Arbuthnot les pide disculpas, pero tiene un
fuerte dolor de cabeza y no puede ver a nadie esta mañana, señora. (Sale por la
derecha.)
LADY HUNSTANTON.––(Levantándose.) ¡Un fuerte
dolor de cabeza! ¡Lo siento! Quizá puede usted llevarla a Hunstanton esta tarde
si se encuentra mejor, Gerald.
GERALD.––Temo que esta tarde no, lady Hunstanton.
LADY HUNSTANTON.––Bueno, mañana entonces. ¡Ah! Si tuviera
usted padre, Gerald, no dejaría que malgastase usted aquí su vida. Lo enviaría
inmediatamente con Lord Illingworth. ¡Pero las madres son tan débiles! Somos
todo corazón, todo corazón. Vamos, querida; tengo que ir a la parroquia a
preguntar por mistress Daubeny, pues me temo que no esté muy bien. Es
maravillosa la forma en que el archidiácono lo soporta todo, maravillosa. Es el
más agradable de los maridos. Un modelo. Adiós, Gerald; déle mis más cariñosos
recuerdos a su madre.
MISTRESS
ALLONBY.––Adiós, míster Arbuthnot.
GERALD.––Adiós. (Salen lady Hunstanton y mistressAllonby.
Gerald se sienta y lee su carta) ¿Con qué nombre pudo firmar? No tengo derecho
a ninguno. (Firma, pone la carta en un sobre, escribe las señas y va a cerrarla
cuando se abre la puerta de la izquierda y entra mistressArbuthnot. Gerald deja
el lacre. Madre e lijo se miran.)
LADY HUNSTANTON.––(A través del ventanal del fondo.) Adiós
otra vez, Gerald. Nos vamos acortando camino por su bonito jardín.Y recuerde mi
consejo... Márchese con Lord
Illingworth.
MISTRESS
ALLONBY.––«Au revoir», míster Arbuthnot. Acuérdese de traerme algo de
sus viajes; pero no un chal de la India; eso no. (Salen.)
GERALD.––Mamá, acabo de escribirle.
MISTRESS ARBUTHNOT.––¿A quién?
GERALD.––A mi padre. Le he escrito para decirle que venga
aquí esta tarde a las cuatro.
MISTRESS ARBUTHNOT.––No vendrá. No entrará en mi casa.
GERALD.––Debe venir.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Gerald, si vas a irte con Lord
Illingworth, vete inmediatamente. Antes que yo muera de dolor; pero no me pidas
que lo vea.
GERALD.––Mamá, no me entiendes. Nada en el mundo me inducirá
a irme con Lord Illingworth o a dejarte a ti. Me conoces lo bastante bien para
saber eso. No; le he escrito para decirle...
MISTRESS ARBUTHNOT.––¿Qué puedes tú decirle?
GERALD.––¿No puedes adivinar lo que he escrito en esta
carta, mamá?
MISTRESS ARBUTHNOT.––No.
GERALD.––Mamá, claro que puedes. Piensa, piensa lo que tiene
que suceder ahora, inmediatamente, uno de estos días.
MISTRESS ARBUTHNOT.––No tiene que suceder nada.
GERALD.––Le he escrito a Lord Ilhngworth para decirle que se
case contigo.
MISTRESS ARBÚTHNOT.––¿Casarse conmigo?
GERALD.––Mamá, lo obligaré a hacerlo. El mal que te ha hecho
debe ser reparado. Hay que hacer justicia. La justicia puede ser lenta, mamá,
pero al fin llega. Dentro de unos días serás la legítima esposa de Lord
Illingworth.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Pero, Gerald...
GERALD.––Insistiré hasta que lo haga. Lo obligaré. No se
atreverá a negarse.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Pero, Gerald, soy yo quien se niega. No
quiero casarme con Lord Illingworth.
GERALD.––¿No quieres casarte con él? ¡Mamá!
MISTRESS ARBUTHNOT.––No quiero casarme con él.
GERALD.––Pero no entiendes. Es por ti por lo que quiero que
esto se haga, no por mí. Este matrimonio, este matrimonio necesario, este
matrimonio que por razones obvias debe llevarse a cabo, no me ayudará a mí, no
me dará el nombre que realmente tengo derecho a llevar. Pero seguramente será
algo para ti el que tú, mi madre, aunque tarde, seas la esposa del hombre que
es mi padre. ¿No significa eso nada?
MISTRESS ARBUTHNOT.––No quiero casarme con él.
GERALD.––Mamá, debes hacerlo.
MISTRESS ARBUTHNOT.––No lo haré. Hablas de una compensación
por el mal que me ha hecho. ¿Qué compensación podría encontrar yo? No hay
compensación posible. Estoy degradada. Él no. Eso es todo. Es la historia
corriente de un hombre y una mujer, como ocurre siempre.Y el final es el final
de siempre la mujer sufre; el hombre queda libre.
GERALD.––No sé si será el final de siempre, mamá; espero que
no. Pero tu vida, al menos, no terminará así. El hombre dará todas las
reparaciones posibles. No es suficiente. Eso no borra el pasado, ya lo sé. Pero
al menos marca un futuro mejor, mejor para ti, mamá.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Me niego a casarme con Lord
Illingworth.
GERALD.––Si viniese él mismo a pedirte que fueras su mujer,
le darías una contestación diferente. Recuerda que es mi padre.
MISTRESS ARBÜTHNOT.––Si viniese él mismo, lo cual no hará,
mi contestación sería la misma. Recuerda que yo soy tu madre.
GERALD.––Mamá, haces mi intención terriblemente dificil al
hablar así, y no puedo entender por qué no quieres ver este asunto desde el
punto de vista del derecho, desde el punto de vista lógico. Es para borrar toda
la amargura de tu vida, para borrar la sombra que oculta tu nombre, para eso es
para lo que debe tener lugar tu matrimonio. No hay alternativa; y después del
matrimonio tú y yo podemos irnos juntos. Pero
primero debe celebrarse éste. Es un deber que tienes que
cumplir no sólo por ti, sino por todas las demás mujeres... Sí; para que él no
pueda deshonrar a ninguna otra.
MiSTRESS ARBUTHNOT.––No tengo que hacer nada por las demás
mujeres. Ni una sola me ayudó. No hay una sola mujer en el mundo a la que yo
pueda pedir piedad, si la quisiera, o simpatía, si la pudiera ganarla. Las
mujeres son duras entre sí. Anoche esa muchacha, con todo lo buena que es,
escapó de la habitación como si yo fuese una cosa corrompida. Tenía razón.
Estoy corrompida. Pero mis errores son míos, y puedo soportarlos sola. Debo
soportarlos sola. ¿Qué tienen que ver conmigo las mujeres que no han pecado, ni
yo con ellas? No nos comprendemos. (Entra Hester por el fondo, a espaldas de
ellos.)
GERALD.––Te imploro que hagas lo que te pido.
MISTRESS ARBUTHNOT.––¿Qué hijo pidió nunca a su madre que
hiciese un sacrificio tan horrible? Ninguno.
GERALD.––¿Qué madre se negó a casarse con el padre de su
propio hijo? Ninguna.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Déjame entonces que sea la primera. No
lo haré.
GERALD.––Mamá, tú crees en la religión y me educaste para
que yo también creyese en ella. Bien; pues tu religión, la religión que me
enseñaste cuando yo era pequeño, mamá, debe decirte que tengo razón. Lo sabes,
te das cuenta de ello.
MISTRESS ARBÜTHNOT.––No lo sé. No me doy cuenta, ni iré ante
el altar de Dios para pedirle que bendiga una burla tan horrible como sería mi
matrimonio con George Harford. No diré las palabras que la Iglesia ordena
decir. No las diré. No podría atreverme. ¿Cómo podría jurar amar a un hombre
que odio, honrar a un hombre que me ha traído el deshonor, obedecer al que con
su experiencia me hizo pecar? No; el matrimonio es un sacramento para los que
se aman mutuamente. No es para seres como él y como yo. Gerald, para salvarte
de las burlas y las imprecaciones del mundo he mentido al mundo. Le he mentido
durante veinte años. No podía decirle al mundo la verdad. ¿Quién lo hubiera
hecho? Pero no iré a mentir a Dios y en presencia de Dios. No, Gerald, ningún
acto regulado por la Iglesia o el Estado podrá unirme a George Harford. Puede
ser que esté ya demasiado unida a él, que, después de robarme, me abandonó más
rica, pues hallé la más preciada perla en mi vida o lo que yo creí que lo era.
GERALD.––Ahora no te entiendo.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Los hombres no entienden lo que son las
madres.Yo no soy diferente a las otras mujeres, excepto en el mal que me han
hecho y el mal que hice yo, y en mi enorme castigo y mi gran desgracia. Sin
embargo, por ti he tenido que mirar a la muerte. Para criarte he combatido con
ella. La muerte luchó conmigo por ti.Todas las mujeres tenemos que luchar con
la muerte para guardar a nuestros hijos. La muerte que no tiene hijos quiere
los hijos de los demás. Gerald, cuando estabas desnudo, yo te vestí; cuando
tuviste hambre, yo te di de comer. Te cuidé noche y día durante todo el largo
invierno. No hay tarea ni cuidado demasiado pequeños para el ser que las
mujeres amamos...Y, ¡oh! ¡Cómo te amaba yo! Más de lo que Ana amó a Samuel.Y tú
necesitabas amor, porque eras débil, y sólo el amor podía hacerte vivir. Sólo
el amor puede hacer vivir a cualquiera. Y los niños generalmente no se
preocupan y causan dolor, y nosotras siempre pensamos que cuando sean hombre y
nos conozcan mejor nos compensarán. Pero no es así. El mundo los aleja de
nuestro lado, y ellos se hacen amigos con los cuales son más felices que con
nosotras y tienen diversiones en las que nosotras no contamos e intereses que
no son los nuestros, y frecuentemente son injustos con nosotras, porque cuando
encuentran amarga la vida nos hacen reproches y cuando la encuentran dulce no
dejan que compartamos con ellos su dulzura... Has tenido muchos amigos, has ido
a sus casas y te has divertido con ellos, mientras que yo, con mi secreto, no
me atrevía a seguirte, sino que me quedaba en casa, cerraba la puerta y
permanecía en tinieblas. Mi pasado estaba conmigo... Y tú creíste que no me
preocupaban las cosas agradables de la vida. Pues las deseaba, pero no me
atrevía a tocarlas, sintiendo que no tenía derecho. Creíste que yo era más
feliz trabajando entre los pobres. Imaginaste que ésa era mi misisón.
No lo era. Pero ¿qué iba a hacer? El enfermo no pregunta si la mano que arregla
su almohada es pura, ni al moribundo le preocupa si los labios que tocan su
frente han conocido el beso del pecado. Era en ti en quien yo pensaba todo el
tiempo; les di a ellos el amor que tú no necesitabas; les di un amor que no era
suyo... Y tú creíste que yo ocupaba mucho tiempo en estar en la iglesia y en
hacer mis deberes religiosos. Pero ¿dónde podía ir? La casa de Dios es la única
en que los pecadores son bienvenidos, y tú siempre estabas en mi corazón,
Gerald, demasiado dentro de mi corazón. Porque aunque día tras día me he
arrodillado en la casa de Dios, nunca me he arrepentido de mi pecado. ¿Cómo
podía arrepentirme de mi pecado si tú, mi amor, eres su fruto? Aun ahora que
eres duro conmigo no me arre-piento. No.Tú eres para mí más que la inocencia.
Prefiero infinitamente ser tu madre que haber sido siempre pura. ¡Oh! ¡Lo
prefiero! ¿No ves? ¿No te das cuenta? Es mi deshonor lo que me ha hecho
quererte tanto. Es mi desgracia la que me ha unido tanto a ti. Es el precio que
he pagado por ti, el precio de mi alma
y de mi cuerpo lo que ha hecho que te ame como te amo. ¡Oh!
No me pidas que haga esa cosa horrible. ¡Eres el hijo de mi vergüenza; síguelo
siendo!
GERALD.––Mamá, no sabía que me querías tanto. Y seré un hijo
mejor de lo que he sido.Y tú y yo nunca debemos separarnos... Pero, mamá... No
lo puedo evitar... Debes ser la esposa de mi padre. Debes casarte con él. Es tu
deber.
HESTER.––(Adelantándose y abrazando a mistressArbuhnot.) No,
no; no lo hará usted. Eso sería un verdadero deshonor, el primero que hubiese
usted conocido. Sería una verdadera desgracia, la primera que padecería. Déjele
y venga conmigo. Hay otros países además de Inglaterra... ¡Oh! Otros países
tras el océano que son mejores, más buenos y menos injustos. El mundo es muy
ancho y extenso.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Pero no para mí. Para mí es como la
palma de la mano, y por donde yo ando hay espinas.
HESTER.––No será así. En algún sitio encontraremos verdes
campiñas y agua fresca, y si tenemos que llorar, lloraremos juntas. ¿No lo
amamos las dos?
GERALD.––¡Hester!
HESTER.––(Rechazándolo.) ¡No, no! No puede amarme a mí si no
la ama también a ella. No puede honrarme a mí si a ella no la cree una santa. En
ella han sufrido martirio todas las mujeres. No es ella sola, sino todas
nosotras las que nos sentimos destrozadas en ella.
GERALD.––Hester, Hester, ¿qué debo hacer?
HESTER.––¿Respeta al hombre que es su padre?
GERALD.––¿Respetarle? ¡Lo desprecio! Es un infame.
HESTER.––Gracias por salvarme anoche de él.
GERALD.––¡Ah! Eso no es nada. Moriría por salvarla a usted.
¡Pero no me dice lo que ahora debo hacer!
HESTER.––¿No le he dado las gracias por su ayuda?
GERALD.––Pero ¿qué debo hacer?
HESTER.––Pregúntele a su corazón, no al mío. Nunca he tenido
una madre que proteger o afligir.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Es cruel..., cruel. Déjeme que me vaya.
GERALD.––(Se abalanza hacía su madre y se pone de rodillas
junto a ella.) Mamá, perdóname. He estado ciego.
MISTRESS ARBUTHNOT.––No me beses las manos; están frías. Mi
corazón también lo está; algo se ha roto en él.
HESTER.––¡Ah! No diga eso. Los corazones reviven al ser
heridos. El placer puede convertir un corazón en piedra, la riqueza puede
endurecerlo; pero el dolor... ¡Oh! El dolor no puede romperlo. Además, ¿qué
dolor tiene usted ahora? En este momento él la quiere más que nunca, la quiere
como antes... ¡Oh! ¡La ha querido a usted siempre! Sea buena con él.
GERALD.––Eres mi madre y mi padre en la misma persona. No
necesito un segundo padre. Era por ti por quien hablaba, sólo por ti. ¡Oh! Di
algo, mamá. ¿He encontrado un amor para perder otro? Dímelo. ¡Oh! Mamá, eres
cruel. (Se levante y se arroja llorando en el sofá.)
MISTRESS ARBUTHNOT.––(A Hester.) Pero ¿ha encontrado
realmente otro amor?
HEsTER.––Usted sabe que lo he amado siempre.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Pero nosotros somos muy pobres.
HESTER.––¿Quién es pobre cuando es amado? ¡Oh! Nadie. Odio
mis riquezas. Son una carga. Déjele compartirlas conmigo.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Pero estamos deshonrados. Nuestro lugar
está entre los parias. Gerald no tiene nombre. El pecado de los padres ha caído
sobre el hijo. Es la ley de Dios.
HESTER.––Yo estaba equivocada. La ley de Dios es sólo el
amor.
MISTRESS ARBUTHNOT.––(Se levanta y coge a Hester de la mano.
Va lentamente hasta donde está Gerald en el sofá, con el rostro entre las
manos. Le toca y él la mira.) Gerald, no puedo darte un padre, pero te he
traído una esposa.
GERALD.––Mamá, no soy digno de ella ni de ti.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Ella viene a ti porque eres digno. Y
cuando estés lejos, Gerald..., con... ella... ¡Oh! Acuérdate de mí. No me
olvides.Y cuando reces, reza por mí. Hay que rezar cuando se es feliz, y tú
serás feliz, Gerald.
HESTER.––¡Oh! ¿No pensará dejarnos?
GERALD.––Mamá, ¿no querrás dejarnos?
MISTRESS ARBUTHNOT.––¡Yo podría avergonzaros!
GERALD.––¡Mamá!
MISTRESS ARBUTHNOT.––Entonces solamente algún tiempo, y si
después queréis, con vosotros para siempre.
HESTER.––(A mistress Arbuthnot.) Salga con nosotros al
jardín.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Más tarde, más tarde. (Salen Hester y
Gerald. Mistress Arbuthnot va hacia la puerta de la izquierda. Se detiene ante
el espejo que hay sobre el estante de la chimenea y se mira en él. Entra Alice
por la derecha.)
ALICE.––Un caballero quiere verla, señora.
MIsTREss ARBUTHNOT.––Dígale que no estoy en casa. Enséñame
su tarjeta. (Coge la tarjeta de la bandeja y la mira.) Dígale que no quiero
verlo. (Entra Lord Illingworth. MistressArbuthnot lo ve por el espejo y se
estremece, pero no se vuelve. Alice sale.) ¿Qué tienes que decirme hoy, George
Harford? No puedes tener nada que decirme. Debes abandonar esta casa.
LORD ILLINGWORTH.––Rachel, ahora Gerald lo sabe todo acerca
de ti y de mí, así que debemos hacer un arreglo que nos convenga a los tres.Te
aseguro que él encontrará en mí al más encantador y generoso de los padres.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Mi hijo puede venir en cualquier
momento. Te salvé anoche. No seré capaz de salvarte otra vez. Mi hijo siente
muy dentro de él mi deshonor, terriblemente dentro. Te ruego que te vayas.
LORD ILLINGWORTH.––Anoche ocurrió algo desafortunado. Esa
tonta muchacha puritana hizo una escena sólo porque quise besarla. ¿Qué mal hay
en un beso?
MISTRESS ARBUTHNOT.––(Volviéndose.) Un beso puede arruinar
una vida humana, George Harford.Yo lo sé. Lo sé demasiado bien.
LORD ILLINGWORTH.––No discutamos eso ahora. Lo que hoy
importa es nuestro hijo. Me agrada mucho, como sabes, y aunque te extrañe, me
admiró su conducta de anoche. Se decidió con gran prontitud a defender a esa
bonita gazmoña americana. Es justo como me hubiera gustado que fuese un hijo
mío. Excepto que ningún hijo mío debería ponerse del lado de los puritanos; eso
es siempre un error. Ahora lo que me propongo es...
MISTRESS ARBUTHNOT.––Ninguna proposición tuya me interesa.
LORD ILLINGWORTH.––De acuerdo con nuestras ridículas leyes
inglesas no puedo legitimar a Gerald. Pero puedo dejarle mis propiedades.
Illingworth está incluido, desde luego, pero es una aburrida barraca. Puede
quedarse con Ashby, que es mucho más bonito, con Harborough, que es el mejor
coto de caza del norte de Inglaterra, y con la casa de Saint James Square. ¿Qué
más puede desear un hombre en este mundo?
MISTRESS ARBUTHNOT.––Nada más, estoy segura.
LORD ILLINGWORTH.––En cuanto a título, el título es
realmente una carga en estos tiempos democráticos. Como George Harford tenía
todo lo que quería. Ahora sólo tengo lo que quieren los demás, lo cual no es
tan agradable. Bien; mi propósito es éste...
MISTRESS ARBUTHNOT.––Te he dicho que no me interesa, y te he
pedido que te vayas.
LORD ILLINGWORTH.––El muchacho estará seis meses al año
contigo y los otros seis conmigo. Es perfectamente lógico, ¿no? Tú puedes tener
la renta que quieras y vivir donde gustes. En cuanto a tu pasado, nadie sabe
nada de él, excepto Gerald y yo. Está la puritana, desde luego, la puritana de
la blanca muselina, pero ella no cuenta. No podrá contar la historia sin
explicar que se opuso a ser besada.Y todas las mujeres pensarían que era tonta
y los hombres que era aburrida. Y no tienes que temer que Gerald no sea mi
heredero. Yo necesito decirte que no tengo ni las más ligera intención de
casarme.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Llegas demasiado tarde. Mi hijo no te
necesita. No le eres necesario.
LORD ILLINGWORTH.––¿Que quieres decir, Rachel?
MISTRESS ARBUTHNOT.––Que no eres necesario para el porvenir
de Gerald. No te necesita.
LORD ILLINGWORTH.––No te entiendo.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Mira al jardín. (Lord Illíngworth se
levanta y va hacia la ventana.) Sería mejor que no te viera; le traerías
recuerdos desagradables. (Lord Illingworth mira hacia fuera y se estremece.) Ella
lo ama. Ambos se aman. Estamos a salvo de ti y nos vamos a marchar.
LORD ILLINGWORTH.––¿Adónde?
MISTRESS ARBUTHNOT.––No te lo diremos, y si nos encuentras,
no te conoceremos. Pareces Sorprendido. ¿Qué bienvenida podrías esperar de la
muchacha cuyos labios intentaste manchar, del muchacho cuya vida llenaste de
vergüenza, de la madre cuyo deshonor se debe a ti?
LORD ILLINGWORTH.––Te has vuelto muy dura,
Rachel.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Una vez fui demasiado débil. Gracias a
Dios he cambiado.
LORD ILLINGWORTH.––Yo era muy joven entonces. Los hombres
conocemos la vida demasiado pronto. MISTRESS ARBUTHNOT.––Y las mujeres
demasiado tarde. Ésa es la diferencia entre unos y otros. (Una pausa.)
LORD ILLINGWORTH.––Rachel, quiero mi hijo. Ahora
mi dinero no le hace falta, pero yo quiero mi hijo. Unámonos, Rachel. Puedes
hacerlo, si quieres. (Ve la carta sobre la mesa.)
MISTRESS ARBUTHNOT.––No hay lugar para ti en la vida de mi
hijo. No se interesa por ti.
LORD ILLINGWORTH.––Entonces, ¿por qué me escribe?
MISTRESS ARBUTHNOT.––¿Qué quieres decir?
LORD ILLINGWORTH.––¿Qué es esta carta? (Coge la carta.)
MISTRESS ARBUTHNOT. Eso...; nada. Dámela.
LORD ILLINGWORTH.––Está dirigida a mí.
MISTRESS ARBUTHNOT.––No la abras. Te lo prohíbo.
LORD ILLINGWORTH.––Y es la letra de Gerald.
MISTRESS ARBUTHNOT.––No iba a ser enviada. La escribió esta
mañana antes de verme. Pero ahora lamenta haberla escrito, lo lamenta mucho. No
la abras. Dámela.
LORD ILLINGWORTH.––Me pertenece. (La abre, se sienta y la
lee lentamente. Mistress Arbuthnot lo observa todo el tiempo.) ¿Supongo que tú
ya las habrás leído, Rachel?
MISTRESS ARBUTHNOT.––No.
LORD ILLINGWORTH.––¿Sabes lo que dice?
MISTRESS ARBUTHNOT.––¡Sí!
LORD ILLINGWORTH.––No admito ni por un instante que el
muchacho tenga razón en lo que dice. No admito que sea mi deber casarme
contigo. No estoy de cuerdo en absoluto. Pero para recuperar a mi hijo estoy
dispuesto... Sí, estoy dispuesto a casarme contigo, Rachel..., y a tratarte
siempre con la deferencia y respetos debidos a una esposa. Me casaré contigo
tan pronto como quieras. Te doy mi palabra de honor.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Antes ya me lo prometiste una vez y no
lo cumpliste.
LORD ILLINGWORTH.––Lo haré ahora. Y eso te demostrará que
quiero a mi hijo, al menos tanto como tú. Porque si me caso contigo, Rachel,
tendré que renunciar a algunas ambiciones. Ambiciones elevadas, si es que
existen las ambiciones elevadas.
MISTRESs ARBÜTHNOT.––Me niego a casarme contigo.
LORD ILLINGWORTH.––¿Hablas en serio?
MISTRESS ARBUTHNOT.––Sí.
LORD ILLINGWORTH.––¿Por qué razones? Me interesan
enormemente.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Ya se las he explicado a mi hijo.
LORD ILLINGWORTH.––Supongo que serán muy sentimentales, ¿no?
Las mujeres vivís por y para vuestras emociones. No poseéis filosofia de la
vida.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Tienes razón. Las mujeres vivimos por y
para nuestras emociones. Por y para nuestras pasiones, si lo quieres.Yo tengo
dos pasiones: el amor hacia mi hijo y el odio hacia ti. Tú no puedes borrarlas.
Se alimentan entre sí.
LORD ILLINGWORTH.––¿Qué clase de amor es ése que necesita
tener el odio por hermano?
MISTRESS ARBUTHNOT.––La clase de amor que yo tengo por
Gerald. ¿Crees que es terrible? Bien; lo es. Todo amor es terrible. Todo amor
es una tragedia. Yo te amé una vez. ¡Qué tragedia es para una mujer haberte
amado!
LORD ILLINGWORTH.––¿Te niegas a casarte conmigo?
MISTRESS ARBUTHNOT.––Sí.
LORD ILLINGWORTH.––¿Porque me odias?
MISTRESS ARBUTHNOT.––Sí.
LORD ILLINGWORTH.––¿Y mi hijo me odia como tú?
MISTRESS ARBUTHNOT.––No.
LORD ILLINGWORTH.––Me alegro de oír eso, Rachel.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Simplemente, te desprecia.
LORD ILLINGWORTH.––¡Qué lástima! Qué lástima para él, quiero
decir.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Los hijos empiezan por amar a sus
padres. Después los juzgan. Raramente los perdonan.
LORD ILLINGWORTH.––(Lee la carta otra vez muy lentamente.) ¿Puedo
preguntarte qué argumentos has usado para hacer que el muchacho que ha escrito
esta carta, esta bella y apasionada carta, dejase de creer que debías casarte
con su padre, con el padre de tu hijo?
MISTRESS ARBUTHNOT.––No he sido yo la que lo ha convertido.
Ha sido otra.
LORD ILLINGWORTH.––¿Y quién es esa criatura «fin de siécle»?
MISTRESS ARBUTHNOT.––La puritana.
LORD ILLINGWORTH.––(Frunce el ceño, luego se levanta
lentamente y va hacia la mesa donde está su sombrero y sus guantes. Mistress
Arbuthnot permanece junto a la mesa. El coge uno de sus guantes y empieza a
ponérselo.) Entonces ¿ya no tengo nada que hacer aquí, Rachel?
MISTRESS ARBUTHNOT.––Nada *.
* Mistress Arbuthnot repite, irónicamente, las mismas
palabras anteriormente dichas por Lord Illingworth. Esta transmutación, que
produce un efecto moral en los personajes, es prototípica del arte dramático de
Wilde.
LORD
ILLINGWORTH.––¿Es un adiós?
MISTRESS ARBUTHNOT.––Espero que esta vez para siempre.
LORD ILLINGWORTH.––¡Qué curioso! En este momento estás igual
que la noche que me dejaste, hace veinte años. Tienes la misma expresión en la
boca. Te doy mi palabra, Rachel, que ninguna mujer me ha amado como tú.Tú te
diste a mí como una flor para que yo hiciese con ella lo que quisiera. Fuiste
el más bonito de los juguetes, la más fascinante de las novelas... (Saca su
reloj.) ¡Las dos menos cuarto! Debo volver a Hunstanton. Supongo que no volveré
a verte. Lo siento, lo siento de veras. Es una experiencia divertida
encontrarse entre las personas de nuestro mismo rango y tratando muy seriamente
a la querida de uno y a su... (Mistress Arbuthnot coge el guante y cruza la
cara de Lord Illingworth con él. Lord Illingworth se estremece. Le turba lo
insultante del castigo. Por fin se controla, va hacía la ventana y mira a su
hijo. Suspira y abandona la habitación.)
MISTRESS ARBUTHNOT.––Lo hubiera dicho. Lo hubiera dicho. (Entran
Gerald y Hester desde el jardín.)
GERALD.––Bueno, querida mamá. Después de todo no has salido,
así que venimos a buscarte. Mamá, ¿has estado llorando? (Se arrodilla junto a
ella.)
MISTRESS ARBUTHNOT.––¡Hijo mío! ¡Hijo mío! ¡Hijo mío! (Le
acaricia el cabello.)
HESTER.––(Acercándose.) Pero ahora tiene usted dos hijos.
¿Me quiere como hija?
MISTRESS ARBUTHNOT.––(Levantando la vista.) ¿Me quiere usted
como madre?
HESTER.––A usted entre todas las mujeres que he conocido. (Van
hacia la puerta que da al jardín rodeándose mutuamente la cintura con el brazo.
Gerald va hacía la mesa de la izquierda a por su sombrero. Al volverse ve el
guante de Lord Illingworth en el suelo y lo recoge.)
GERALD.––Mamá, ¿qué guante es éste? ¿Has tenido una visita?
¿Quién era?
MISTRESS ARBUTHNOT.––(Volviéndose.) ¡Oh! Nadie. Nadie en
particular. Un hombre sin importancia.
TELÓN
FIN DE «UNA MUJER SIN IMPORTANCIA»
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