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miércoles, 28 de noviembre de 2007

EL POZO Y EL PENDULO // EDGAR ALLAN POE

El pozo y el péndulo
Edgar Allan Poe
(1809-1849)


Impia tortorum longas hic turba furores sanguinis innocui, non satiata,
aluit, sospite nunc patria, fracto nunc funeris antro, mors ubi dira fuit vita
salusque patent.
(Cuarteto compuesto para las puertas de un mercado que debió erigirse en
el solar del Club de los Jacobinos, en París.)


Estaba agotado, agotado hasta no poder más, por aquella larga
agonía. Cuando, por último, me desataron y pude sentarme, noté
que perdía el conocimiento. La sentencia, la espantosa sentencia
de muerte, fue la última frase claramente acentuada que llegó a mis
oídos. Luego, el sonido de las voces de los inquisidores me pareció
que se apagaba en el indefinido zumbido de un sueño. El ruido
aquel provocaba en mi espíritu una idea de rotación, quizá a causa
de que lo asociaba en mis pensamientos con una rueda de molino.
Pero aquello duró poco tiempo, porque, de pronto, no oí nada más.

No obstante, durante algún rato pude ver, pero ¡con qué terrible
exageración! Veía los labios de los jueces vestidos de negro: eran
blancos, más blancos que la hoja de papel sobre la que estoy
escribiendo estas palabras; y delgados hasta lo grotesco,
adelgazados por la intensidad de su dura expresión, de su
resolución inexorable, del riguroso desprecio al dolor humano. Veía
que los decretos de lo que para mí representaba el Destino salían
aún de aquellos labios. Los vi retorcerse en una frase mortal, les vi
pronunciar las sílabas de mi nombre, y me estremecí al ver que el
sonido no seguía al movimiento.

Durante varios momentos de espanto frenético vi también la blanda
y casi imperceptible ondulación de las negras colgaduras que
cubrían las paredes de la sala, y mi vista cayó entonces sobre los
siete grandes hachones que se habían colocado sobre la mesa.

Tomaron para mí, al principio, el aspecto de la caridad, y los
imaginé ángeles blancos y esbeltos que debían salvarme. Pero
entonces, y de pronto, una náusea mortal invadió mi alma, y sentí
que cada fibra de mi ser se estremecía como si hubiera estado en
contacto con el hilo de una batería galvánica. Y las formas
angélicas convertíanse en insignificantes espectros con cabeza de
llama, y claramente comprendí que no debía esperar de ellos auxilio
alguno. Entonces, como una magnífica nota musical, se insinuó en
mi imaginación la idea del inefable reposo que nos espera en la
tumba. Llegó suave, furtivamente; creo que necesité un gran rato
para apreciarla por completo. Pero en el preciso instante en que mi
espíritu comenzaba a sentir claramente esa idea, y a acariciarla, las
figuras de los jueces se desvanecieron como por arte de magia; los
grandes hachones se redujeron a la nada; sus llamas se apagaron
por completo, y sobrevino la negrura de las tinieblas; todas las
sensaciones parecieron desaparecer como en una zambullida loca
y precipitada del alma en el Hades. Y el Universo fue sólo noche,
silencio, inmovilidad.

Estaba desvanecido. Pero, no obstante, no puedo decir que hubiese
perdido la conciencia del todo. La que me quedaba, no intentaré
definirla, ni describirla siquiera. Pero, en fin, todo no estaba perdido.

En medio del más profundo sueño..., ¡no! En medio del delirio...,
¡no! En medio del desvanecimiento..., ¡no! En medio de la muerte...,
¡no! Si fuera de otro modo, no habría salvación para el hombre.

Cuando nos despertamos del más profundo sueño, rompemos la
telaraña de algún sueño. Y, no obstante, un segundo más tarde es
tan delicado este tejido, que no recordamos haber soñado.
Dos grados hay, al volver del desmayo a la vida: el sentimiento de
la existencia moral o espiritual y el de la existencia física. Parece
probable que si, al llegar al segundo grado, hubiéramos de evocar
las impresiones del primero, volveríamos a encontrar todos los
recuerdos elocuentes del abismo trasmundano. ¿Y cuál es ese
abismo? ¿Cómo, al menos, podremos distinguir sus sombras de las
de la tumba? Pero si las impresiones de lo que he llamado primer
grado no acuden de nuevo al llamamiento de la voluntad, no
obstante, después de un largo intervalo, ¿no aparecen sin ser
solicitadas, mientras, maravillados. nos preguntamos de dónde
proceden? Quien no se haya desmayado nunca no descubrirá
extraños palacios y casas singularmente familiares entre las
ardientes llamas; no será el que contemple, flotantes en el aire, las
visiones melancólicas que el vulgo no puede vislumbrar, no será el
que medite sobre el perfume de alguna flor desconocida, ni el que
se perderá en el misterio de alguna melodía que nunca hubiese
llamado su atención hasta entonces.

En medio de mis repetidos e insensatos esfuerzos, en medio de mi
enérgica tenacidad en recoger algún vestigio de ese estado de
vacío aparente en el que mi alma había caído, hubo instantes en
que soñé triunfar. Tuve momentos breves, brevísimos en que he
llegado a condensar recuerdos que en épocas posteriores mi razón
lúcida me ha afirmado no poder referirse sino a ese estado en que
parece aniquilada la conciencia. Muy confusamente me presentan
esas sombras de recuerdos grandes figuras que me levantaban,
transportándome silenciosamente hacia abajo, aún más hacia
abajo, cada vez más abajo, hasta que me invadió un vértigo
espantoso a la simple idea del infinito en descenso.

También me recuerdan no sé qué vago espanto que experimentaba
el corazón, precisamente a causa de la calma sobrenatural de ese
corazón. Luego el sentimiento de una repentina inmovilidad en todo
lo que me rodeaba, como si quienes me llevaban, un cortejo de
espectros, hubieran pasado, al descender, los límites de lo ilimitado,
y se hubiesen detenido, vencidos por el hastío infinito de su tarea.
Recuerda mi alma más tarde una sensación de insipidez y de
humedad; después, todo no es más que locura, la locura de una
memoria que se agita en lo abominable.

De pronto vuelven a mi alma un movimiento y un sonido: el
movimiento tumultuoso del corazón y el rumor de sus latidos.

Luego, un intervalo en el que todo desaparece. Luego, el sonido de
nuevo, el movimiento y el tacto, como una sensación vibrante
penetradora de mi ser. Después la simple conciencia de mi
existencia sin pensamiento, sensación que duró mucho. Luego,
bruscamente, el pensamiento de nuevo, un temor que me producía
escalofríos y un esfuerzo ardiente por comprender mi verdadero
estado. Después, un vivo afán de caer en la insensibilidad. Luego,
un brusco renacer del alma y una afortunada tentativa de
movimiento. Entonces, el recuerdo completo del proceso, de los
negros tapices, de la sentencia, de mi debilidad, de mi desmayo. Y
el olvido más completo en torno a lo que ocurrió más tarde.
Únicamente después, y gracias a la constancia más enérgica, he
logrado recordarlo vagamente.

No había abierto los ojos hasta ese momento. Pero sentía que
estaba tendido de espaldas y sin ataduras. Extendí la mano y
pesadamente cayó sobre algo húmedo y duro. Durante algunos
minutos la dejé descansar así, haciendo esfuerzos por adivinar
dónde podía encontrarme y lo que había sido de mí. Sentía una
gran impaciencia por hacer uso de mis ojos, pero no me atreví.
Tenía miedo de la primera mirada sobre las cosas que me
rodeaban. No es que me aterrorizara contemplar cosas horribles,
sino que me aterraba la idea de no ver nada.

A la larga, con una loca angustia en el corazón, abrí rápidamente
los ojos. Mi espantoso pensamiento hallábase, pues, confirmado.
Me rodeaba la negrura de la noche eterna. Me parecía que la
intensidad de las tinieblas me oprimía y me sofocaba. La atmósfera
era intolerablemente pesada. Continué acostado tranquilamente e
hice un esfuerzo por emplear mi razón. Recordé los procedimientos
inquisitoriales, y, partiendo de esto, procuré deducir mi posición
verdadera. Había sido pronunciada la sentencia y me parecía que
desde entonces había transcurrido un largo intervalo de tiempo. No
obstante, ni un solo momento imaginé que estuviera realmente
muerto.

A pesar de todas las ficciones literarias, semejante idea es
absolutamente incompatible con la existencia real. Pero ¿dónde me
encontraba y cuál era mi estado? Sabía que los condenados a
muerte morían con frecuencia en los autos de fe. La misma tarde
del día de mi juicio habíase celebrado una solemnidad de esta
especie. ¿Me habían llevado, acaso, de nuevo a mi calabozo para
aguardar en él el próximo sacrificio que había de celebrarse meses
más tarde? Desde el principio comprendí que esto no podía ser.

Inmediatamente había sido puesto en requerimiento el contingente
de víctimas. Por otra parte, mi primer calabozo, como todas las
celdas de los condenados, en Toledo, estaba empedrado y había
en él alguna luz.
Repentinamente, una horrible idea aceleró mi sangre en torrentes
hacia mi corazón, y durante unos instantes caí de nuevo en mi
insensibilidad. Al volver en mí, de un solo movimiento me levanté
sobre mis pies, temblando convulsivamente en cada fibra.
Desatinadamente, extendí mis brazos por encima de mi cabeza y a
mi alrededor, en todas direcciones. No sentí nada. No obstante,
temblaba a la idea de dar un paso, pero me daba miedo tropezar
contra los muros de mi tumba. Brotaba el sudor por todos mis
poros, y en gruesas gotas frías se detenía sobre mi frente. A la
larga, se me hizo intolerable la agonía de la incertidumbre y avancé
con precaución, extendiendo los brazos y con los ojos fuera de sus
órbitas, con la esperanza de hallar un débil rayo de luz. Di algunos
pasos, pero todo estaba vacío y negro. Respiré con mayor libertad.
Por fin, me pareció evidente que el destino que me habían
reservado no era el más espantoso de todos.

Y entonces, mientras precavidamente continuaba avanzando, se
confundían en masa en mi memoria mil vagos rumores que sobre
los horrores de Toledo corrían. Sobre estos calabozos contábanse
cosas extrañas. Yo siempre había creído que eran fábulas; pero, sin
embargo, eran tan extraños, que sólo podían repetirse en voz baja.
¿Debía morir yo de hambre, en aquel subterráneo mundo de
tinieblas, o qué muerte más terrible me esperaba? Puesto que
conocía demasiado bien el carácter de mis jueces, no podía dudar
de que el resultado era la muerte, y una muerte de una amargura
escogida. Lo que sería, y la hora de su ejecución, era lo único que
me preocupaba y me aturdía.

Mis extendidas manos encontraron, por último un sólido obstáculo.
Era una pared que parecía construida de piedra, muy lisa, húmeda
y fría. La fui siguiendo de cerca, caminando con la precavida
desconfianza que me habían inspirado ciertas narraciones antiguas.
Sin embargo, esta operación no me proporcionaba medio alguno
para examinar la dimensión de mi calabozo, pues podía dar la
vuelta y volver al punto de donde había partido sin darme cuenta de
lo perfectamente igual que parecía la pared. En vista de ello busqué
el cuchillo que guardaba en uno de mis bolsillos cuando fui
conducido al tribunal. Pero había desaparecido, porque mis ropas
habían sido cambiadas por un traje de grosera estameña.
Con objeto de comprobar perfectamente mi punto de partida, había
pensado clavar la hoja en alguna pequeña grieta de la pared. Sin
embargo, la dificultad era bien fácil de ser solucionada, y, no
obstante, al principio, debido al desorden de mi pensamiento, me
pareció insuperable. Rasgué una tira de la orla de mi vestido y la
coloqué en el suelo en toda su longitud, formando un ángulo recto
con el muro. Recorriendo a tientas mi camino en torno a mi
calabozo, al terminar el circuito tendría que encontrar el trozo de
tela. Por lo menos, esto era lo que yo creía, pero no había tenido en
cuenta ni las dimensiones de la celda ni mi debilidad. El terreno era
húmedo y resbaladizo. Tambaleándome, anduve durante algún rato.
Después tropecé y caí. Mi gran cansancio me decidió a continuar
tumbado, y no tardó el sueño en apoderarse de mí en aquella
posición.

Al despertarme y alargar el brazo hallé a mi lado un pan y un
cántaro con agua. Estaba demasiado agotado para reflexionar en
tales circunstancias, y bebí y comí ávidamente. Tiempo más tarde
reemprendí mi viaje en torno a mi calabozo, y trabajosamente logré
llegar al trozo de estameña. En el momento de caer había contado
ya cincuenta y dos pasos, y desde que reanudé el camino hasta
encontrar la tela, cuarenta y ocho. De modo que medía un total de
cien pasos, y suponiendo que dos de ellos constituyeran una yarda,
calculé en unas cincuenta yardas la circunferencia de mi calabozo.
Sin embargo, había tropezado con numerosos ángulos en la pared,
y esto impedía el conjeturar la forma de la cueva, pues no había
duda alguna de que aquello era una cueva.

No ponía gran interés en aquellas investigaciones, y con toda
seguridad estaba desalentado. Pero una vaga curiosidad me
impulsó a continuarlas. Dejando la pared, decidí atravesar la
superficie de mi prisión. Al principio procedí con extrema
precaución, pues el suelo, aunque parecía ser de una materia dura,
era traidor por el limo que en él había. No obstante, al cabo de un
rato logré animarme y comencé a andar con seguridad, procurando
cruzarlo en línea recta.

De esta forma avancé diez o doce pasos, cuando el trozo rasgado
que quedaba de orla se me enredó entre las piernas, haciéndome
caer de bruces violentamente.

En la confusión de mi caída no noté al principio una circunstancia
no muy sorprendente y que, no obstante, segundos después,
hallándome todavía en el suelo, llamó mi atención. Mi barbilla
apoyábase sobre el suelo del calabozo, pero mis labios y la parte
superior de la cabeza, aunque parecían colocados a menos altura
que la barbilla, no descansaban en ninguna parte. Me pareció, al
mismo tiempo, que mi frente se empapaba en un vapor viscoso y
que un extraño olor a setas podridas llegaba hasta mi nariz. Alargué
el brazo y me estremecí, descubriendo que había caído al borde
mismo de un pozo circular cuya extensión no podía medir en aquel
momento. Tocando las paredes precisamente debajo del brocal,
logré arrancar un trozo de piedra y la dejé caer en el abismo.
Durante algunos segundos presté atención a sus rebotes. Chocaba
en su caída contra las paredes del pozo. Lúgubremente, se hundió
por último en el agua, despertando ecos estridentes. En el mismo
instante dejóse oír un ruido sobre mi cabeza, como de una puerta
abierta y cerrada casi al mismo tiempo, mientras un débil rayo de
luz atravesaba repentinamente la oscuridad y se apagaba en
seguida.

Con toda claridad vi la suerte que se me preparaba, y me felicité por
el oportuno accidente que me había salvado. Un paso más, y el
mundo no me hubiera vuelto a ver. Aquella muerte, evitada a
tiempo, tenía ese mismo carácter que había yo considerado como
fabuloso y absurdo en las historias que sobre la Inquisición había
oído contar. Las víctimas de su tiranía no tenían otra alternativa que
la muerte, con sus crueles agonías físicas o con sus abominables
torturas morales. Esta última fue la que me había sido reservada.

Mis nervios estaban abatidos por un largo sufrimiento, hasta el
punto que me hacía temblar el sonido de mi propia voz, y me
consideraba por todos motivos una víctima excelente para la clase
de tortura que me aguardaba.

Temblando, retrocedí a tientas hasta la pared, decidido a dejarme
morir antes que afrontar el horror de los pozos que en las tinieblas
de la celda multiplicaba mi imaginación. En otra situación de ánimo
hubiese tenido el suficiente valor para concluir con mis miserias de
una sola vez, lanzándome a uno de aquellos abismos, pero en
aquellos momentos era yo el más perfecto de los cobardes. Por otra
parte, me era imposible olvidar lo que había leído con respecto a
aquellos pozos, de los que se decía que la extinción repentina de la
vida era una esperanza cuidadosamente excluida por el genio
infernal de quien los había concebido.

Durante algunas horas me tuvo despierto la agitación de mi ánimo.
Pero, por último, me adormecí de nuevo. Al despertarme, como la
primera vez, hallé a mi lado un pan y un cántaro de agua. Me
consumía una sed abrazadora, y de un trago vacíe el cántaro. Algo
debía de tener aquella agua, pues apenas bebí sentí unos
irresistibles deseos de dormir. Caí en un sueño profundo parecido al
de la muerte. No he podido saber nunca cuánto tiempo duró; pero,
al abrir los ojos, pude distinguir los objetos que me rodeaban.
Gracias a una extraña claridad sulfúrea, cuyo origen no pude
descubrir al principio, podía ver la magnitud y aspecto de mi cárcel.
Me había equivocado mucho con respecto a sus dimensiones. Las
paredes no podían tener más de veinticinco yardas de
circunferencia. Durante unos minutos, ese descubrimiento me turbó
grandemente, turbación en verdad pueril, ya que, dadas las terribles
circunstancias que me rodeaban, ¿qué cosa menos importante
podía encontrar que las dimensiones de mi calabozo? Pero mi alma
ponía un interés extraño en las cosas nimias, y tenazmente me
dediqué a darme cuenta del error que había cometido al tomar las
medidas a aquel recinto. Por último se me apareció como un
relámpago la luz de la verdad. En mi primera exploración había
9
contado cincuenta y dos pasos hasta el momento de caer. En ese
instante debía encontrarme a uno o dos pasos del trozo de tela.
Realmente, había efectuado casi el circuito de la cueva. Entonces
me dormí, y al despertarme, necesariamente debí de volver sobre
mis pasos, creando así un circuito casi doble del real. La confusión
de mi cerebro me impidió darme cuenta de que había empezado la
vuelta con la pared a mi izquierda y que la terminaba teniéndola a la
derecha.

También me había equivocado por lo que respecta a la forma del
recinto. Tanteando el camino, había encontrado varios ángulos,
deduciendo de ello la idea de una gran irregularidad; tan poderoso
es el efecto de la oscuridad absoluta sobre el que sale de un letargo
o de un sueño. Los ángulos eran, sencillamente, producto de leves
depresiones o huecos que se encontraban a intervalos desiguales.

La forma general del recinto era cuadrada. Lo que creí mampostería
parecía ser ahora hierro u otro metal dispuesto en enormes
planchas, cuyas suturas y junturas producían las depresiones.

La superficie de aquella construcción metálica estaba embadurnada
groseramente con toda clase de emblemas horrorosos y repulsivos,
nacidos de la superstición sepulcral de los frailes. Figuras de
demonios con amenazadores gestos, con formas de esqueleto y
otras imágenes del horror más realista llenaban en toda su
extensión las paredes. Me di cuenta de que los contornos de
aquellas monstruosidades estaban suficientemente claros, pero que
los colores parecían manchados y estropeados por efecto de la
humedad del ambiente. Vi entonces que el suelo era de piedra. En
su centro había un pozo circular, de cuya boca había yo escapado,
pero no vi que hubiese alguno más en el calabozo.

Todo esto lo vi confusamente y no sin esfuerzo, pues mi situación
física había cambiado mucho durante mi sueño. Ahora, de
espaldas, estaba acostado cuan largo era sobre una especie de
armadura de madera muy baja. Estaba atado con una larga tira que
parecía de cuero. Enrollábase en distintas vueltas en torno a mis
miembros y a mi cuerpo, dejando únicamente libres mi cabeza y mi
brazo izquierdo. Sin embargo, tenía que hacer un violento esfuerzo
para alcanzar el alimento que contenía un plato de barro que habían
dejado a mi lado sobre el suelo. Con verdadero terror me di cuenta
de que el cántaro había desaparecido, y digo con terror porque me
devoraba una sed intolerable. Creí entonces que el plan de mis
verdugos consistía en exasperar esta sed, puesto que el alimento
que contenía el plato era una carne cruelmente salada.
Levanté los ojos y examiné el techo de mi prisión. Hallábase a una
altura de treinta o cuarenta pies y parecíase mucho, por su
construcción, a las paredes laterales. En una de sus caras llamó mi
atención una figura de las más singulares. Era una representación
pintada del Tiempo, tal como se acostumbra representarle, pero en
lugar de la guadaña tenía un objeto que a primera vista creí se
trataba de un enorme péndulo como los de los relojes antiguos. No
obstante, algo había en el aspecto de aquella máquina que me hizo
mirarla con más detención.

Mientras la observaba directamente, mirando hacia arriba, pues
hallábase colocada exactamente sobre mi cabeza, me pareció ver
que se movía. Un momento después se confirmaba mi idea. Su
balanceo era corto y, por tanto, muy lento. No sin cierta
desconfianza, y, sobre todo, con extrañeza la observé durante unos
minutos. Cansado, al cabo de vigilar su fastidioso movimiento, volví
mis
ojos a los demás objetos de la celda.

Un ruido leve atrajo mi atención. Miré al suelo y vi algunas enormes
ratas que lo cruzaban. Habían salido del pozo que yo podía
distinguir a mi derecha. En ese instante, mientras las miraba,
subieron en tropel, a toda prisa, con voraces ojos y atraídas por el
olor de la carne. Me costó gran esfuerzo y atención apartarlas.

Transcurrió media hora, tal vez una hora—pues apenas
imperfectamente podía medir el tiempo— cuando, de nuevo, levanté
los ojos sobre mí. Lo que entonces vi me dejó atónito y sorprendido.

El camino del péndulo había aumentado casi una yarda, y, como
consecuencia natural, su velocidad era también mucho mayor.

Pero, principalmente, lo que más me impresionó fue la idea de que
había descendido visiblemente. Puede imaginarse con qué espanto
observé entonces que su extremo inferior estaba formado por media
luna de brillante acero, que, aproximadamente, tendría un pie de
largo de un cuerno a otro. Los cuernos estaban dirigidos hacia
arriba, y el filo inferior, evidentemente afilado como una navaja
barbera. También parecía una navaja barbera, pesado y macizo, y
ensanchábase desde el filo en una forma ancha y sólida. Se
ajustaba a una gruesa varilla de cobre, y todo ello silbaba
moviéndose en el espacio.

Ya no había duda alguna con respecto a la suerte que me había
preparado la horrible ingeniosidad monacal. Los agentes de la
Inquisición habían previsto mi descubrimiento del pozo; del pozo,
cuyos horrores habían sido reservados para un hereje tan temerario
como yo; del pozo, imagen del infierno, considerado por la opinión
como la Ultima Tule de todos los castigos. El más fortuito de los
accidentes me había salvado de caer en él, y yo sabia que el arte
de convertir el suplicio en un lazo y una sorpresa constituía una
rama importante de aquel sistema fantástico de ejecuciones
misteriosas. Por lo visto, habiendo fracasado mi caída en el pozo,
no figuraba en el demoníaco plan arrojarme a él. Por tanto, estaba
destinado, y en este caso sin ninguna alternativa, a una muerte
distinta y más dulce ¡Mas dulce! En mi agonía, pensando en el uso
singular que yo hacía de esta palabra, casi sonreí.

¿Para qué contar las largas, las interminables horas de horror, más
que mortales, durante las que conté las vibrantes oscilaciones del
acero? Pulgada a pulgada, línea a línea, descendía gradualmente,
efectuando un descenso sólo apreciable a intervalos, que eran para
mí más largos que siglos. Y cada vez más, cada vez más, seguía
bajando, bajando.

Pasaron días, tal vez muchos días, antes que llegase a balancearse
lo suficientemente cerca de mí para abanicarme con su aire acre.

Hería mi olfato el olor de acero afilado. Rogué al Cielo, cansándolo
con mis súplicas, que hiciera descender más rápidamente el acero.
Enloquecí, me volví frenético, hice esfuerzos para incorporarme e ir
al encuentro de aquella espantosa y movible cimitarra. Y luego, de
pronto, se apoderó de mí una gran calma y permanecí tendido
sonriendo a aquella muerte brillante, como podría sonreír un niño a
un juguete precioso.
Transcurrió luego un instante de perfecta insensibilidad. Fue un
intervalo muy corto. Al volver a la vida no me pareció que el péndulo
hubiera descendido una altura apreciable. No obstante, es posible
que aquel tiempo hubiese sido larguísimo. Yo sabía que existían
seres infernales que tomaban nota de mi desvanecimiento y que a
su capricho podían detener la vibración.

Al volver en mí, sentí un malestar y una debilidad indecibles, como
resultado de una enorme inanición. Aun entre aquellas angustias, la
naturaleza humana suplicaba el sustento. Con un esfuerzo penoso,
extendí mi brazo izquierdo tan lejos como mis ligaduras me lo
permitían, y me apoderé de un pequeño sobrante que las ratas se
habían dignado dejarme. Al llevarme un pedazo a los labios, un
informe pensamiento de extraña alegría, de esperanza, se alojo en
mi espíritu. No obstante, ¿qué había de común entre la esperanza y
yo? Repito que se trataba de un pensamiento informe. Con
frecuencia tiene el hombre pensamientos así, que nunca se
completan. Me di cuenta de que se trataba de un pensamiento de
alegría, de esperanza, pero comprendí también que había muerto al
nacer. Me esforcé inútilmente en completarlo, en recobrarlo. Mis
largos sufrimientos habían aniquilado casi por completo las
ordinarias facultades de mi espíritu. Yo era un imbécil, un idiota.

La oscilación del péndulo se efectuaba en un plano que formaba
ángulo recto con mi cuerpo. Vi que la cuchilla había sido dispuesta
de modo que atravesara la región del corazón. Rasgaría la tela de
mi traje, volvería luego y repetiría la operación una y otra vez. A
pesar de la gran dimensión de la curva recorrida—unos treinta pies,
más o menos—y la silbante energía de su descenso, que incluso
hubiera podido cortar aquellas murallas de hierro, todo cuanto podía
hacer, en resumen, y durante algunos minutos, era rasgar mi traje.

Y en este pensamiento me detuve. No me atrevía a ir más allá de
él. Insistí sobre él con una sostenida atención, como si con esta
insistencia hubiera podido parar allí el descenso de la cuchilla.
Empecé a pensar en el sonido que produciría ésta al pasar sobre mi
traje, y en la extraña y penetrante sensación que produce el roce de
la tela sobre los nervios. Pensé en todas esas cosas, hasta que los
dientes me rechinaron.

Más bajo, más bajo aún. Deslizábase cada vez más bajo. Yo
hallaba un placer frenético en comparar su velocidad de arriba
abajo con su velocidad lateral. Ahora, hacia la derecha; ahora, hacia
la izquierda. Después se iba lejos, lejos, y volvía luego, con el
chillido de un alma condenada, hasta mi corazón con el andar
furtivo del tigre. Yo aullaba y reía alternativamente, según me
dominase una u otra idea.

Más bajo, invariablemente, inexorablemente más bajo. Movíase a
tres pulgadas de mi pecho. Furiosamente, intenté libertar con
violencia mi brazo izquierdo. Estaba libre solamente desde el codo
hasta la mano. Únicamente podía mover la mano desde el plato que
habían colocado a mi lado hasta mi boca; sólo esto, y con un gran
esfuerzo. Si hubiera podido romper las ligaduras por encima del
codo, hubiese cogido el péndulo e intentado detenerlo, lo que
hubiera sido como intentar detener una avalancha.

Siempre mas bajo, incesantemente, inevitablemente más bajo.
Respiraba con verdadera angustia, y me agitaba a cada vibración.
Mis ojos seguían el vuelo ascendente de la cuchilla y su caída, con
el ardor de la desesperación más enloquecida; espasmódicamente,
cerrábanse en el momento del descenso sobre mí. Aun cuando la
muerte hubiera sido un alivio, ¡oh, qué alivio más indecible! Y, sin
embargo, temblaba con todos mis nervios al pensar que bastaría
que la máquina descendiera un grado para que se precipitara sobre
mi pecho el hacha afilada y reluciente. Y mis nervios temblaban, y
hacían encoger todo mi ser a causa de la esperanza. Era la
esperanza, la esperanza triunfante aún sobre el potro, que dejábase
oír al oído de los condenados a muerte, incluso en los calabozos de
la Inquisición.

Comprobé que diez o doce vibraciones, aproximadamente,
pondrían el acero en inmediato contacto con mi traje, Y con esta
observación entróse en mi ánimo la calma condensada y aguda de
la desesperación. Desde hacía muchas horas, desde hacía muchos
días, tal vez, pensé por primera vez. Se me ocurrió que la tira o
correa que me ataba era de un solo trozo. Estaba atado con una
ligadura continuada. La primera mordedura de la cuchilla de la
media luna, efectuada en cualquier lugar de la correa, tenía que
desatarla lo suficiente para permitir que mi mano la desenrollara de
mi cuerpo. ¡Pero qué terrible era, en este caso, su proximidad! El
resultado de la más ligera sacudida había de ser mortal. Por otra
parte ¿habrían previsto o impedido esta posibilidad los secuaces del
verdugo? ¿Era probable que en el recorrido del péndulo
atravesasen mi pecho las ligaduras? Temblando al imaginar
frustrada mi débil esperanza, la última, realmente, levanté mi
cabeza lo bastante para ver bien mi pecho. La correa cruzaba mis
miembros estrechamente, juntamente con todo mi cuerpo, en todos
sentidos, menos en la trayectoria de la cuchilla homicida.

Aún no había dejado caer de nuevo mi cabeza en su primera
posición, cuando sentí brillar en mi espíritu algo que sólo sabría
definir, aproximadamente, diciendo que era la mitad no formada de
la idea de libertad que ya he expuesto, y de la que vagamente había
flotado en mi espíritu una sola mitad cuando llevé a mis labios
ardientes el alimento. Ahora, la idea entera estaba allí presente,
débil, apenas viable, casi indefinida, pero, en fin, completa.
Inmediatamente, con la energía de la desesperación, intenté llevarla
a la práctica.

Hacia varias horas que cerca del caballete sobre el que me hallaba
acostado se encontraba un número incalculable de ratas. Eran
tumultuosas, atrevidas, voraces. Fijaban en mí sus ojos, como si no
esperasen más que mi inmovilidad para hacer presa. "¿A qué clase
de alimento—pensé—se habrá acostumbrado en este pozo?"

Menos una pequeña parte, y a pesar de todos mis esfuerzos para
impedirlo, había devorado el contenido del plato; pero a la larga, la
uniformidad maquinal de ese movimiento le había restado eficacia .Aquella plaga, en su voracidad, dejaba señales de sus agudos
dientes en mis dedos. Con los restos de la carne aceitosa y picante
que aún quedaba, froté vigorosamente mis ataduras hasta donde
me fue posible hacerlo, y hecho esto retiré mi mano del suelo y me
quedé inmóvil y sin respirar.

Al principio, lo repentino del camino y el cese del movimiento
hicieron que los voraces animales se asustaran. Se apartaron
alarmados y algunos volvieron al pozo. Pero esta actitud no duró
más que un instante. No había yo contado en vano con su
glotonería. Viéndome sin movimiento, una o dos o más atrevidas se
encaramaron por el caballete y oliscaron la correa. Todo esto me
pareció el preludio de una invasión general. Un nuevo tropel surgió
del pozo. Agarrándose a la madera, la escalaron y a centenares
saltaron sobre mi cuerpo. Nada las asustaba el movimiento regular
del péndulo. Lo esquivaban y trabajaban activamente sobre la
engrasada tira. Se apretaban moviéndose y se amontonaban
incesantemente sobre mí. Sentía que se retorcían sobre mi
garganta, que sus fríos hocicos buscaban mis labios.

Me encontraba medio sofocado por aquel peso que se multiplicaba
contantemente. Un asco espantoso, que ningún hombre ha sentido
en el mundo, henchía mi pecho y helaba mi corazón como un
pesado vómito. Un minuto más, y me daba cuenta de que en más
de un sitio habían de estar cortadas. Con una resolución
sobrehumana, continué inmóvil.

No me había equivocado en mis cálculos. Mis sufrimientos no
habían sido vanos. Sentí luego que estaba libre. En pedazos,
colgaba la correa en torno de mi cuerpo. Pero el movimiento del
péndulo efectuábase ya sobre mi pecho. L estameña de mi traje
había sido atravesada y cortada la camisa. Efectuó dos oscilaciones
más, y un agudo dolor atravesó mis nervios. Pero había llegado el
instante de salvación. A un ademán de mis manos, huyeron
tumultuosamente mis libertadoras. Con un movimiento tranquilo y
decidido, prudente y oblicuo, lento y aplastándome contra el
banquillo, me deslicé fuera del abrazo y de la tira y del alcance de la
cimitarra. Cuando menos, por el momento estaba libre.

¡Libre! ¡Y en las garras de la Inquisición! Apenas había escapado de
mi lecho de horror, apenas hube dado unos pasos por el suelo de
mi calabozo, cesó el movimiento de la máquina infernal y la oí subir
atraída hacia el techo por una fuerza invisible. Aquélla fue una
lección que llenó de desesperación mi alma. Indudablemente, todos
mis movimientos eran espiados. ¡Libre! Había escapado de la
muerte bajo una determinada agonía, sólo para ser entregado a
algo peor que la muerte misma, y bajo otra nueva forma. Pensando
en ello, fijé convulsivamente mis ojos en las paredes de hierro que
me rodeaban. Algo extraño, un cambio que en principio no pude
apreciar claramente, se había producido con toda evidencia en la
habitación. Durante varios minutos en los que estuve distraído, lleno
de ensueños y escalofríos, me perdí en conjeturas vanas e
incoherentes.

Por primera vez me di cuenta del origen de la luz sulfurosa que
iluminaba la celda. Provenía de una grieta de media pulgada de
anchura, que extendíase en torno del calabozo en la base de las
paredes, que, de ese modo, parecían, y en efecto lo estaban,
completamente separadas del suelo. Intenté mirar por aquella
abertura, aunque, como puede imaginarse, inútilmente. Al
levantarme desanimado, se descubrió a mi inteligencia, de pronto,
el misterio de la alteración que la celda había sufrido.
Había tenido ocasión de comprobar que, aun cuando los contornos
de las figuras pintadas en las paredes fuesen suficientemente
claros, los colores parecían alterados y borrosos. Ahora acababan
de tomar, y tomaban a cada momento, un sorprendente e
intensísimo brillo, que daba a aquellas imágenes fantásticas y
diabólicas un aspecto que hubiera hecho temblar a nervios más
firmes que los míos. Pupilas demoníacas, de una viveza siniestra y
feroz, se clavaban sobre mí desde mil sitios distintos, donde yo
anteriormente no había sospechado que se encontrara ninguna, y
brillaban cual fulgor lúgubre de un fuego que, aunque vanamente,
quería considerar completamente imaginario.

¡Imaginario! Me bastaba respirar para traer hasta mi nariz un vapor
de hierro enrojecido. Extendíase por el calabozo un olor sofocante.
A cada momento reflejábase un ardor más profundo en los ojos
clavados en mi agonía. Un rojo más oscuro se extendía sobre
aquellas horribles pinturas sangrientas. Estaba jadeante; respiraba
con grandes esfuerzos. No había duda sobre el deseo de mis
verdugos, los más despiadados y demoníacos de todos los
hombres.

Me aparté lejos del metal ardiente, dirigiéndome al centro del
calabozo. Frente a aquella destrucción por el fuego, la idea de la
frescura del pozo llegó a mi alma como un bálsamo. Me lancé hacia
sus mortales bordes. Dirigí mis miradas hacia el fondo.

El resplandor de la inflamada bóveda iluminaba sus cavidades más
ocultas. No obstante, durante un minuto de desvarío, mi espíritu
negóse a comprender la significación de lo que veía. Al fin, aquello
penetró en mi alma, a la fuerza, triunfalmente. Se grabó a fuego en
mi razón estremecida. ¡Una voz, una voz para hablar! ¡Oh horror!
¡Todos los horrores, menos ése! Con un grito, me aparté del brocal,
y, escondiendo mi rostro entre las manos, lloré con amargura.
El calor aumentaba rápidamente, y levanté una vez mas los ojos,
temblando en un acceso febril. En la celda habíase operado un
segundo cambio, y este efectuábase, evidentemente, en la forma.

Como la primera vez, intenté inútilmente apreciar o comprender lo
que sucedía. Pero no me dejaron mucho tiempo en la duda. La
venganza de la Inquisición era rápida, y dos veces la había
frustrado. No podía luchar por más tiempo con el rey del espanto.
La celda había sido cuadrada. Ahora notaba que dos de sus
ángulos de hierro eran agudos, y, por tanto obtusos los otros dos.

Con un gruñido, con un sordo gemido, aumentaba rápidamente el
terrible contraste.

En un momento, la estancia había convertido su forma en la de un
rombo. Pero la transformación no se detuvo aquí. No deseaba ni
esperaba que se parase. Hubiera llegado a los muros al rojo para
aplicarlos contra mi pecho, como si fueran una vestidura de eterna
paz. "¡La muerte!—me dije—. ¡Cualquier muerte, menos la del
pozo!" ¡Insensato! ¿Cómo no pude comprender que el pozo era
necesario, que aquel pozo único era la razón del hierro candente
que me sitiaba? ¿Resistiría yo su calor? Y aun suponiendo que
pudiera resistirlo, ¿podría sostenerme contra su presión?

Y el rombo se aplastaba, se aplastaba, con una rapidez que no me
dejaba tiempo para pensar. Su centro, colocado sobre la línea de
mayor anchura, coincidía precisamente con el abismo abierto.

Intenté retroceder, pero los muros, al unirse, me empujaban con
una fuerza irresistible.


Llegó, por último, un momento en que mi cuerpo, quemado y
retorcido, apenas halló sitio para él, apenas hubo lugar para mis
pies en el suelo de la prisión. No luché más, pero la agonía de mi
alma se exteriorizó en un fuerte y prolongado grito de
desesperación. Me di cuenta de que vacilaba sobre el brocal, y volví
los ojos...

Pero he aquí un ruido de voces humanas. Una explosión, un
huracán de trompetas, un poderoso rugido semejante al de mil
truenos. Los muros de fuego echáronse hacia atrás
precipitadamente. Un brazo alargado me cogió del mío, cuando, ya
desfalleciente, me precipitaba en el abismo. Era el brazo del general
Lasalle. Las tropas francesas habían entrado en Toledo. La
Inquisición hallábase en poder de sus enemigos.

FIN

lunes, 26 de noviembre de 2007

La Mascara de la Muerte Roja // Edgar Allan Poe

La Mascara de la Muerte Roja
Edgar Allan Poe




Durante mucho tiempo, la «Muerte Roja» había devastado la región. Jamás pestilencia alguna fue tan fatal y espantosa. Su avatar era la sangre, el color y el horror de la sangre. Se producían agudos dolores, un súbito desvanecimiento y, después, un abundante sangrar por los poros y la disolución del ser. Las manchas purpúreas por el cuerpo, y especialmente por el rostro de la víctima, desechaban a ésta de la Humanidad y la cerraban a todo socorro y a toda compasión. La invasión, el progreso y el resultado de la enfermedad eran cuestión de media hora.

Pero el príncipe Próspero era feliz, intrépido y sagaz. Cuando sus dominios perdieron la mitad de su población, reunió a un millar de amigos fuertes y de corazón alegre, elegidos entre los caballeros y las damas de su corte, y con ellos constituyó un refugio recóndito en una de sus abadías fortificadas. Era una construcción vasta y magnífica, una creación del propio príncipe, de gusto excéntrico, pero grandioso. Rodeábala un fuerte y elevado muro, con sus correspondientes puertas de hierro. Los cortesanos, una vez dentro, se sirvieron de hornillos y pesadas mazas para soldar los cerrojos. Decidieron atrincherarse contra los súbitos impulsos de la desesperación del exterior e impedir toda salida a los frenesíes del interior.

La abadía fue abastecida copiosamente. Gracias a tales precauciones los cortesanos podían desafiar el contagio. El mundo exterior, que se las compusiera como pudiese. Por lo demás, sería locura afligirse o pensar en él. El príncipe había provisto aquella mansión de todos los medios de placer. Había bufones, improvisadores, danzarines, músicos, lo bello en todas sus formas, y había vino. En el interior existía todo esto, además de la seguridad. Afuera, la «Muerte Roja».

Ocurrió a fines del quinto o sexto mes de su retiro, mientras la plaga hacía grandes estragos afuera, cuando el príncipe Próspero proporcionó a su millar de amigos un baile de máscaras de la más insólita magnificencia.

¡Qué voluptuoso cuadro el de ese baile de máscaras! Permítaseme describir los salones donde tuvo efecto. Eran siete, en una hilera imperial. En muchos palacios estas hileras de salones constituyen largas perspectivas en línea recta cuando los batientes de las puertas están abiertos de par en par, de modo que la mirada llega hasta el final sin obstáculo. Aquí, el caso era muy distinto, como se podía esperar por parte del duque y de su preferencia señaladísima por lo bizarre. Las salas estaban dispuestas de modo tan irregular que la mirada solamente podía alcanzar una cada vez. Al cabo de un espacio de veinte o treinta yardas encontrábase una súbita revuelta, y en cada esquina, un aspecto diferente.

A derecha e izquierda, en medio de cada pared, una alta y estrecha ventana gótica comunicaba con un corredor cerrado que seguía las sinuosidades del aposento. Cada ventanal estaba hecho de vidrios de colores que armonizaban con el tono dominante de la decoración del salón para el cual se abría. El que ocupaba el extremo oriental, por ejemplo, estaba decorado en azul, y los ventanales eran de un azul vivo. El segundo aposento estaba ornado y guarnecido de púrpura, y las vidrieras eran purpúreas. El tercero, enteramente verde, y verdes sus ventanas. El cuarto, anaranjado, recibía la luz a través de una ventana anaranjada. El quinto, blanco, y el sexto, violeta. El séptimo salón estaba rigurosamente forrado por colgaduras de terciopelo negro, que revestían todo el techo y las paredes y caían sobre un tapiz de la misma tela y del mismo color. Pero solamente en este aposento el color de las vidrieras no correspondía al del decorado.

Los ventanales eran escarlata, de un intenso color de sangre. Ahora bien: no veíase lámpara ni candelabro alguno en estos siete salones, entre los adornos de las paredes o del techo artesonado. Ni lámparas ni velas; ninguna claridad de esta clase, en aquella larga hilera de habitaciones. Pero en los corredores que la rodeaban, exactamente enfrente de cada ventana, levantábase un enorme trípode con un brasero resplandeciente que proyectaba su claridad a través de los cristales coloreados e iluminaba la sala de un modo deslumbrante. Producíase así una infinidad de aspectos cambiantes y fantásticos.

Pero en el salón de poniente, en la cámara negra, la claridad del brasero, que se reflejaba sobre las negras tapicerías a través de los cristales sangrientos, era terriblemente siniestra y prestaba a las fisonomías de los imprudentes que penetraban en ella un aspecto tan extraño, que muy pocos bailarines tenían valor para pisar su mágico recinto.

También en este salón erguíase, apoyado contra el muro de poniente, un gigantesco reloj de ébano. Su péndulo movíase con un tictac sordo, pesado y monótono. Y cuando el minutero completaba el circuito de la esfera e iba a sonar la hora, salía de los pulmones de bronce de la máquina un sonido claro, estrepitoso, profundo y extraordinariamente musical, pero de un timbre tan particular y potente que, de hora en hora, los músicos de la orquesta veíanse obligados a interrumpir un instante sus acordes para escuchar el sonido. Los valsistas veíanse forzados a cesar en sus evoluciones.

Una perturbación momentánea recorría toda aquella multitud, y mientras sonaban las campanas notábase que los más vehementes palidecían y los más sensatos pasábanse las manos por la frente, pareciendo sumirse en meditación o en un sueño febril. Pero una vez desaparecía por completo el eco, una ligera hilaridad circulaba por toda la reunión. Los músicos mirábanse entre sí y reíanse de sus nervios y de su locura, y jurábanse en voz baja unos a otros que la próxima vez que sonaran las campanadas no sentirían la misma impresión. Y luego, cuando después de la fuga de los sesenta minutos que comprenden los tres mil seiscientos segundos de la hora desaparecida, cuando llegaba una nueva campanada del reloj fatal, se producía el mismo estremecimiento, el mismo escalofrío y el mismo sueño febril.

Pero, a pesar de todo esto, la orgía continuaba alegre y magnífica. El gusto del duque era muy singular. Tenía una vista segura por lo que se refiere a colores y efectos. Despreciaba el decora de moda. Sus proyectos eran temerarios y salvajes, y sus concepciones brillaban con un esplendor bárbaro. Muchas gentes lo consideraban loco. Sus cortesanos sabían perfectamente que no lo era. Sin embargo, era preciso oírlo, verlo, tocarlo, para asegurarse de que no lo estaba.

En ocasión de esta gran fête, había dirigido gran parte de la decoración de los muebles, y su gusto personal había dirigido el estilo de los disfraces. No hay duda de que eran concepciones grotescas. Era deslumbrador, brillante. Había cosas chocantes y cosas fantásticas, mucho de lo que después se ha visto en “Hernani”. Había figuras arabescas, con miembros y aditamentos inapropiados.

Delirantes fantasías, atavíos como de loco. Había mucho de lo bello, mucho de lo licencioso, mucho de lo bizarre, algo de lo terrible y no poco de lo que podría haber producido repugnancia.

De un lado a otro de las siete salas pavoneábase una muchedumbre de pesadilla. Y esa multitud —la pesadilla— contorsionábase en todos sentidos, tiñéndose del color de los salones, haciendo que la música pareciera el eco de sus propios pasos.
De pronto, repica de nuevo el reloj de ébano que se encuentra en el salón de terciopelo. Por un instante queda entonces todo parado; todo guarda silencio, excepto la voz del reloj. Las figuras de pesadilla quédanse yertas, paradas. Pero los ecos de la campana se van desvaneciendo. No han durado sino un instante, y, apenas han desaparecido, una risa leve mal reprimida se cierne por todos lados. Y una vez más, la música suena, vive en los ensueños.

De un lado a otro, retuércense más alegremente que nunca, reflejando el color de las ventanas distintamente teñidas y a través de las cuales fluyen los rayos de los trípodes. Pero en el salón más occidental de los siete no hay ahora máscara ninguna que se atreva a entrar, porque la noche va transcurriendo. Allí se derrama una luz más roja a través de los cristales color de sangre, y la oscuridad de las cortinas teñidas de negro es aterradora. Y a los que pisan la negra alfombra llégales del cercano reloj de ébano un más pesado repique, más solemnemente acentuado que el que hiere los oídos de las máscaras que se divierten en las salas más apartadas.

Pero en estas otras salas había una densa muchedumbre. En ellas latía febrilmente el corazón de la vida. La fiesta llegaba a su pleno arrebato cuando, por último, sonaron los tañidos de medianoche en el reloj. Y, entonces, la música cesó, como ya he dicho, y apaciguáronse las evoluciones de los danzarines. Y, como antes, se produjo una angustiosa inmovilidad en todas las cosas. Pero el tañido del reloj había de reunir esta vez doce campanadas. Por esto ocurrió tal vez, que, con el mayor tiempo, se insinuó en las meditaciones de los pensativos que se encontraban entre los que se divertían mayor cantidad de pensamientos. Y, quizá por lo mismo, varias personas entre aquella muchedumbre, antes que se hubiesen ahogado en el silencio los postreros ecos de la última campanada, habían tenido tiempo para darse cuenta de la presencia de una figura enmascarada que hasta entonces no había llamado la atención de nadie, Y al difundirse en un susurro el rumor de aquella nueva intrusión, se suscitó entre todos los concurrentes un cuchicheo o murmullo significativo de asombro y desaprobación. Y luego, finalmente, el terror, el pavor y el asco.

En una reunión de fantasmas como la que he descrito puede muy bien suponerse que ninguna aparición ordinaria hubiera provocado una sensación como aquélla. A decir verdad, la libertad carnavalesca de aquella noche era casi ilimitada. Pero el personaje en cuestión había superado la extravagancia de un Herodes y los límites complacientes, no obstante, de la moralidad equívoca e impuesta por el príncipe. En los corazones de los hombres más temerarios hay cuerdas que no se dejan tocar sin emoción. Hasta en los más depravados, en quienes la vida y la muerte son siempre motivo de juego, hay cosas con las que no se puede bromear. Toda la concurrencia pareció entonces sentir profundamente lo inadecuado del traje y de las maneras del desconocido.

El personaje era alto y delgado, y estaba envuelto en un sudario que lo cubría de la cabeza a los pies.

La máscara que ocultaba su rostro representaba tan admirablemente la rígida fisonomía de un cadáver, que hasta el más minucioso examen hubiese descubierto con dificultad el artificio. Y, sin embargo, todos aquellos alegres locos hubieran soportado, y tal vez aprobado aquella desagradable broma. Pero la máscara había llegado hasta el punto de adoptar el tipo de la «Muerte Roja». Sus vestiduras estaban manchadas de sangre, y su ancha frente, así como sus demás facciones, se encontraban salpicadas con el horror escarlata.

Cuando los ojos del príncipe Próspero se fijaron en aquella figura espectral (que con pausado y solemne movimiento, como para representar mejor su papel, pavoneábase de un lado a otro entre los que bailaban), se le vio, en el primer momento, conmoverse por un violento estremecimiento de terror y de asco. Pero, un segundo después, su frente enrojeció de ira.

—¿Quién se atreve —preguntó con voz ronca a los cortesanos que se hallaban junto a él—, quién se atreve a insultarnos con esta burla blasfema? ¡Apoderaos de él y desenmascararse, para que sepamos a quién hemos de ahorcar en nuestras almenas al salir el sol!.

Ocurría esto en el salón del Este, o cámara azul, donde hallábase el príncipe Próspero al pronunciar estas palabras. Resonaron claras y potentes a través de los siete salones, pues el príncipe era un hombre impetuoso y fuerte, y la música había cesado a un ademán de su mano.

Ocurría esto en la cámara azul, donde hallábase el príncipe rodeado de un grupo de pálidos cortesanos. Al principio, mientras hablaba, hubo un ligero movimiento de avance de este grupo hacia el intruso, que, en tal instante, estuvo también al alcance de sus manos, y que ahora, con paso tranquilo y majestuoso, acercábase cada vez más al príncipe. Pero por cierto terror indefinido, que la insensata arrogancia del enmascarado había inspirado a toda la concurrencia, nadie hubo que pusiera mano en él para prenderle, de tal modo que, sin encontrar obstáculo alguno, pasó a una yarda del príncipe, y mientras la inmensa asamblea, como obedeciendo a un mismo impulso, retrocedía desde el centro de la sala hacia las paredes, él continuó sin interrupción su camino, con aquel mismo paso solemne y mesurado que le había distinguido desde su aparición, pasando de la cámara azul a la purpúrea, de la purpúrea a la verde, de la verde a la anaranjada, de ésta a la blanca, y llegó a la de color violeta antes de que se hubiera hecho un movimiento decisivo para detenerle.

Sin embargo, fue entonces cuando el príncipe Próspero, exasperado de ira y vergüenza por su momentánea cobardía, se lanzó precipitadamente a través de las seis cámaras, sin que nadie lo siguiera a causa del mortal terror que de todos se había apoderado. Blandía un puñal desenvainado, y se había acercado impetuosamente a unos tres o cuatro pies de aquella figura que se batía en retirada, cuando ésta, habiendo llegado al final del salón de terciopelo, volvióse bruscamente e hizo frente a su perseguidor. Sonó un agudo grito y la daga cayó relampagueante sobre la fúnebre alfombra, en la cual, acto seguido, se desplomó, muerto, el príncipe Próspero.

Entonces, invocando el frenético valor de la desesperación, un tropel de máscaras se precipitó a un tiempo en la negra estancia, y agarrando al desconocido, que manteníase erguido e inmóvil como una gran estatua a la sombra del reloj de ébano, exhalaron un grito de terror inexpresable, viendo que bajo el sudario y la máscara de cadáver que habían aferrado con energía tan violenta no se hallaba forma tangible alguna.

Y, entonces, reconocieron la presencia de la «Muerte Roja», Había llegado como un ladrón en la noche, y, uno por uno, cayeron los alegres libertinos por las salas de la orgía, inundados de un rocío sangriento. Y cada uno murió en la desesperada postura de su caída.

Y la vida del reloj de ébano extinguióse con la del último de aquellos licenciosos. Y las llamas de los trípodes se extinguieron. Y la tiniebla, y la ruina, y la «Muerte Roja» tuvieron sobre todo aquello ilimitado dominio.


F I N

lunes, 19 de noviembre de 2007

ASHKIN

ASHKIN
La descripción de una pesadilla.Horror onírico y fantástico.





El tiempo esta dejando en mi carne mas cicatrices que los cigarrillos...eso

nadie lo percibe.Me señalan la mayor parte de él...me envenenan con sus

dedos acusadores..las yemas de la ignorancia , las uñas de la incomprensión

, rematando las manos que sueltan al vacío de las calles, de las casas: las

calles que habito sin rumbo, las casas que recorro sin aire...

Hoy la sucia pieza casi sin angúlos debido al exceso de telarañas, mañana

los adoquines fríos , brillando levemente ante sus miradas...ante la brasa

de mi cigarro, la cual inevitablemente termina siendo apagada en mis brazos,

o en mis manos...

Me llaman el "cenicero humano" , por algún tiempo me gane la vida haciendo

el espectáculo en un programa de Televisión, me dieron un micrófono en forma

de enorme cigarrillo con el cual debía acosar a cada persona que viera

fumando...

"-Usted cree que fumar es perjudicial para la salud?

-¿Yo?-rie- ¡Claro que no, es el estadoo que miente a la población para

presionar a las tabacaleras y obtener mayores impuestos!

-¿Así que no cree que ese inofensivo ccilindro sea perjudicial?

¡Permítamelo!.....-le arrancaba el cigarrillo de los dedos y lo apagaba en

frente...La brasa se hundía en la carne hasta que el siseo del contacto con

la sangre la ahogaba...."

Las tabacaleras financiaban las declaraciones de los

entrevistados....querían abaratar impuestos, eso estaba claro.El programa

fue un desastre...y yo me ví sin empleo.

Mis incontables yagas en la piel , supurantes las mas recientes , resecas

las mas antiguas, eran un testimonio perpetuo del daño que el cigarrillo

hace a la salud...

Me transforme en un peligro para los intereses de las Tabacaleras, y

comenzaron a acosarme primero, luego a amenazarme...Se decía que desde que

"el hombre cenicero" se había hecho cnocido las ventas de Nicotina y

Cigarrillos habían descendido hasta un treinta por ciento.

Sus intereses me importaban bien poco: por lo cual jamás claudiqué, jamás

cruzó por mi mente romper con el hábito de apagar cada cigarrillo consumido

por mi boca, en mi propia carne.

Pronto me dí cuenta que ya pocos sitios en el cuerpo quedaban intactos ,

sanos: me estaba transformando en una sola y enorme quemadura sin

fin...comenzé a desnudarme paulatinamente , a quitarme trozos de la ropa

para poder visualizar espacios sanos donde ejecutar esos malditos cilindros

de tabaco rodeado de papel, hundiéndolos, aplastándolos, achatándolos hasta

transformarlos en simples rastros de humo en el viento, en simples rastros

de demencia en mi silueta....

Fui descubriendo mi cuerpo entero al mundo, y al calor abrasador de mi

propio delirio: hasta que llegué a las últimas consecuencias de mis actos:

todo acto tiene sus últimas consecuencias, hasta la vida misma como un solo

gran acto y su gran consecuencia: la muerte.

Mis genitales...única zona casi intacta.Hacía allí se dirijieron mis dedos,

aferrando temblorosos los cogarillos ya fumados, sus rojizos y humeantes

extremos...hacia mis testiculos primero, quemando la piel de mi

escroto.Luego hacia mi prepucio, y por último hacia mi glande....

Eran de mi ser lo último oculto, pues hasta me las había ingeniado para

utilizar mi espalda, quebrandome las articulaciones de mi codo derecho, de

manera de que mi brazo pudiera colgar hacia atras con el cigarrillo en la

mano lo suficiente como para aplastarlo apoyandome contra una pared

cualquiera (siempre claro está, debía cuidar que no estuviera húmeda...).

Desnudo, desfigurado, contemplaba precisamente mis genitales, a la paz de

las sombras , sentado en el cordón de una vereda en una calle de la cual ni

siquiera me había interesado en averiguar el nombre.

Y del humo de mi último cigarrillo, del humo de mi dolor apareció , casi sin

que notara su presencia al principio.

Aún en la penumbra dejaba relucir su hermosura: su piel completamente

amarilla...seguramente no mediría mas de metro y medio, sus cabellos

rojizos...su mirada penetrante, como una brasa de cigarrillo.

-¿Tienes un cigarrillo? - me preguntó..

Busqué intintivamente en la zona del pecho con mi brazo izquierdo olvidando

que ya no había bolsillos en esa zona, que ya no llevaba camisa,ni prenda de

vestir alguna encima.

-No...no lo tengo...De hecho acabo de apagar el último: no tengo dinero para

comprar mas, y nadie le regalaría un cigarrillo al "hombre cenicero"....me

odian, casi tanto como a ellos mismos...He llegado al final de mi camino: mi

única meta en la vida ha sido cubrir mi cuerpo entero de rastros de

cigarrillos apagados...y estos ha concluido...por suerte justo al unísono

con los medios que me permitían obtener los cigarrillos...

El ser amarillo no podía ocultar su gesto de preocupación...era indiscutible

que el hecho le preocupaba mas que a mi mismo....

-Veras....tu dolor perpetuo, tu actituud...No solo ha sido grato a nosotros,

sino hasta útil...

Yo permanecí indiferente...Hay cosas que son tan , pero tan increibles, que

exceden el límite de la sorpresa.Uno da por descontada la demencia...y las

ignora.Como los seres hermosos, de piel amarilla y cabello rojizo de poco

mas de un metro de estatura...

-Ajá....-dije yo jugueteando con mis ttesticulos, con las piernas cruzadas en

el frío del pavimento.

-Ajá...-continuó el ser....- Y por esoo vine a darte dos obsequios: una nueva

piel y una nueva sed...

Alzé mi vista para mirar aquellos ojos, ahora malévolso , diabólicos...Y

bajo ellos percibí la sonrisa.Mas allá de la figura, una vitrina, de un

local abandonado me reveló mi nueva realidad...¡Volvía a tener forma!

Miré mis brazos atónito, mis piernas, los mismisismos testiculos con los

cuales me hallaba jugando....

¡Toda mi piel se había vuelto a poner rosada, tersa , sauve como la de una

modelo de alguna propaganda de jabón de baño!....

Grite a la luz de los faroles, tenúe por la suciedad de los vidrios que los

recubrían....me incorporé , quedando muy por encima en cuanto a estatura del

extraño ser....

-¡Toda una vida de dolor , y sacrificiio, para pagar por mis

debilidades....toda una vida de escapatorias para llevar a una conclusión mi

obra...y ahora....y ahora...tu.....!

Crispé mis manos, me sentía impotente....el ser solo sonreia, bajo aquellos

ojos maléficos.

Sin reflexionarlo tomé con fuerza uno de sus brazos, y comenzé a retorcerlo

, a tironearlo....insolitamente la sonrisa no se desdibujaba de su rostro...

-Eso es ..-dijo cuando su pequeño y diiminuto brazo cedio , y quedo en mis

sanos de piel brazos, totalmente arrancado...

Una extraña sangre, amarilla tambien comenzó a brotar de su hombro, de la

ausencia de su extremidad, y yo quedé mirando sus pequeños dedos , en la

punta del brazo que había seccionado con la fuerza de mi furia...también de

este trozo suelto de aquel pequeño cuerpo brotaba una extraña sangre, mas

extraña aún pues comenzó a humear, a hervir, como si algo la estuviera

calentando hasta tornarse en una suerte de antorcha...¡Me vi portador de una

antorcha de carne en las manos en escasos segundos!

-Eso es ...-sususurro el diminuto ser,, desde el piso...pues había caido de

espaldas mortalmente herido, aún sonriendo.-Nueva sed...nueva

fuerza...Vuelve a comenzar....¡Nos vemos!

Sin dudarlo aplasté aquella llama contra mi pecho, apaguñé aquel fuego de

carne y snagre contra mi nuevamente sano pecho, lo hundí hasta que no mi

carne comenzó a arderme , a escocerme, a apagarlo con los fluidos, con la

sangre....y solo cuando me cerciore de que ese diminuto brazo no arrojaria

mas que un leve humo lo arroje con furia contra el cuerpo del maligno ser...

Pero el maligno ser ya no estaba allí....

Amarillo si...pero no su piel, su cabello...

Rojizo si..pero no su cabello, la sangre que la rodeaba....

Y no era EL, era ELLA...una niña de pelo largo , desmembrada y

agonizante...con un grupo de personas a lo lejos que corrían gritando hacia

mi.

Supe que nuevamente era la hora de huir.

Y cuando se huye , se vuelve a empezar...Nunca entendí porque ese ser siguió

haciandome compañía cada una de mis noches, ni porqué al arrancar alguna

parte de su cuerpo , la misma se volvia combustible...solo sabía que , como

algún día había hecho con los cigarrillos , debía apagarlas con mi piel...

Tampoco jamas entendí, porque ese , una vez desmembrado por mi nueva y

extraordinaria fuerza, cambiaba de forma: mutaba hasta revelarse como una

niña o un niño...

Solo sé que ahora debo huir permanentemente: ya no son las compañías

tabacaleras quienes me acosan, sino la Asociacion Para la Protección de los

Niños de la Calle.

Dicen que desde que me hice famoso, en mi nueva forma, el porcentaje de

niños de la calle ha disminuido en un 30 por ciento....

domingo, 18 de noviembre de 2007

HECHIZOS Y AMULETOS DE AMOR

HECHIZOS Y AMULETOS DE AMOR

HECHIZOS



AMULETO PARA AUMENTAR EL DESEO SEXUAL

Este amuleto invoca al espíritu del fuego que es el que alimenta la atracción sexual de la pareja. Confeccione una bolsa de seda de color rojo y colóquele un puñado de granos de pimienta negra, una hoja de laurel y un algodón que perfumara con aceite de musk, tres gotas de su perfume y tres gotas del perfume de su pareja. Entierre la bolsita en una maceta y luego, siembre en ella una plantita de ruda.



BOLSA DE AMULETOS PARA AUMENTAR LA PASION AMOROSA

Para aumentar la pasión amorosa en su vida o su atractivo sexual, encender una vela roja (de preferencia con aroma de manzana, canela o fresa) cuando la Luna esté en su fase decreciente y llenar una bolsa de amuletos de franela o seda roja con una raíz de mandrágora, algunos botones o pétalos de rosas secas, un amuleto del Dios egipcio Bast y una gema de granate tallada en forma de corazón en la que se escribió el nombre (o el nombre de hechicera eke) y la fecha de nacimiento completos.Sellar la bolsa de amuletos, consagrarla y cargarla. Llevar la bolsa de amuletos en el bolsillo o bolso de mano para ayudarlo a ser más atractivo para el sexo opuesto. Ungir la bolsa de amuletos con un poco de aceite de almizcle y colocarla debajo de la cama, antes de tener relaciones sexuales con el fin de aumentar sus energías sexuales y las de su pareja.


CÓMO DECIDIRTE ENTRE VARIOS AMORES

Este hechizo es uno de los más sencillos y siempre ha resultado eficaz para quienes lo han llevado a la práctica. Necesitas tres trocitos de papel. En cada uno de los trozos escribes tres nombres de las personas de las que te interesa saber lo que sienten. Cuando los hayas escrito los doblas bien.

Los mueves para no saber cuál es cuál. Uno de los papeles lo debes poner debajo de la almohada, otro metelo en algún lugar de la habitación que te guste y el otro lo debes poner en la repisa de la ventana. Cinco minutos después los debes mirar. El que está bajo la almohada es el amor que te conviene, el que siempre te querrá. El que está en la habitación es el que te quiere pero vuestra relación no tiene futuro. El de la ventana es la persona que no te quiere y que a largo plazo te dará disgustos. Tenlo en cuenta.


FUEGO SAGRADO PARA MANTENER EL AMOR

Para que el sagrado fuego que mantiene unida su pareja nunca se apague compre una planta que no de flores y cuyas hojas crezcan durante todas las estaciones del año; efectúese esta compre un día jueves. Elija una maceta de barro de boca ancha, píntela de color verde, escriba en un papel su nombre y el de su pareja en forma de cruz y colóquelo en el fondo de la maseta. Disponga tres cristales de cuarzo formando un triangulo sobre el papel con sus nombres. Luego traspase su nueva planta a esta maceta, mientras repite: "Esta planta crecerá con vigor, al igual que nuestra unión amorosa. La energía del sol y del Agua que la alimenta también alimentaran nuestra unión física y espiritual. No olvide regarla diariamente con agua, que haya dejado sedimentar toda una noche en una copita de cristal.


HECHIZO CONTRA LA INFIDELIDAD

Este hechizo pertenece al extenso repertorio de la Magia Gitana, profundos conocedores de todos los secretos para el logro de la felicidad desde tiempos inmemorables.Para que su pareja no caiga en la tentación de la infidelidad, los días 10 y 20 de cada mes haga este pequeño ritual:Elija la mejor manzana roja que pueda, lústrela perfectamente, la manzana no debe tener machucaduras ni defectos, dele un mordiscón a la fruta y trague el trozo entero -sin masticar- ahora con una cinta blanca ate una foto del ser amado a la manzana, envuelva todo con papel blanco y déjelo al pie de un árbol frondoso.


HECHIZO DE PASION


Para volver más apasionado a su hombre en el lecho, escribir su nombre en una vela roja con forma de falo (se consigue en la mayoría de las tiendas de objetos del ocultismo), con la palma y dedos untados con aceite de almizcle, sobar la vela nueve veces y, entonces, hacerla pasar a través del humo del incienso de almizcle. Encender la vela una vez al día, dejándola que se queme sólo media pulgada (menos de dos centímetros) a la vez. Cuando la vela termine de quemarse, envolver lo que queda en un pedazo de satín rojo y mantener el amuleto debajo de la cama durante un mes entero. style="mso-special-character: line-break">



HECHIZO PARA ENCONTRAR A TU ALMA GEMELA


Si aún no ha encontrado su pareja ideal, durante tres noches, al acostarse, visualice una luz rosada que envuelva su cuerpo hasta que se quede dormido.Luego, por la mañana, tome una ducha y eche sobre su cuerpo, desde los hombros hacia abajo sin salpicar la cabeza ni el rostro, una infusión realizada con agua, cáscara de manzana y una cucharada de miel.La cuarta noche al acostarse, encienda en el cuarto un sahumerio, y visualice envuelto totalmente en halo de calor y de luz blanca.Luego repita fervorosamente:" Señor, sé que quiero amar, y que hay alguien que esta dispuesto a entregarse a mi corazon. Deseo que llegue lo mas pronto posible."Luego imagine que esta persona ingresa en su cuarto, le habla, lo acaricia y también se encuentra en un halo de intensa luz. Visualice que se despide con ternura mientras se va alejando. Finalice este rito diciendo:"El amor llegara porque así lo deseo"Repita esta visualización 4 veces, hasta completar un total de siete noches de ritual. Si pasa el tiempo y no ha obtenidos resultados, vuelva a repetirlo con más fe y más amor que nunca.



MANTENGA SU DESEO SEXUAL Y EL DE SU PAREJA PARA SIEMPRE


Consiga una superficie de madera que sea rectangular y no tenga menos de 20 centímetros de largo. Fabrique con arcilla un muñeco, al que le ira incluyendo atributos del ser amado: peguele un mechón de sus cabellos y vístalo con un pañuelo que le pertenezca. Apoche el muñeco acostado sobre la madera, y coloque cerca de este, pequeños objetos que le pertenezcan a usted: anillos cadenitas, cartas de amor, etc. Durante tres días eleve plegarias nocturnas frente al muñeco, pidiendo al Supremo que nunca los separe. Al cuarto día cubra todo con flores rojas, guárdelo en una caja y dispóngala en un lugar de su casa que no este a la vista de nadie. Mantenga todo asi, durante seis meses y ya nada podrá destruir la unión física y espiritual.



PARA ATRAER A UNA PERSONA


En un papel blanco, escribes el nombre completo de esa persona. Lo untas de pegamento y pones pétalos de flor blanca. En otro papel, escribes tu nombre completo, lo untas de pegamento y colocas cominos. Pones los papeles de frente y los coses alrededor con hilo verde.
Los entierras en una maceta junto con un puñado de alubias blancas. Lo riegas cada día al irte a dormir pronunciando el nombre de esa persona y el tuyo, tres veces. Se supone que si salen ramas y el tiesto se mantiene, se provoca con éxito el acercamiento. Si la persona que quieres atraer se encontrara en tu lugar de trabajo, sería bueno tener el tiesto en ese sitio, y entonces lo regarías al acabar la jornada de trabajo cada día.



PARA ATRAER AL SEXO OPUESTO


Preparar una infusión mágica con base en genciana, flor de maravilla (familia Tagetes), flor de pasión (género Passiflora), ruda (género Ruta, familia Ruta graveolens) y violetas. Deje remojar y añada una fracción de esta infusión al agua en que se bañe durante siete noches seguidas



PARA ATRAER EL AMOR (HECHIZO 1)


Se necesitan: Un imán pequeño
Una fotografía chica del aludido
15 cm. De tela roca
Una fotografía chica tuya
Hilo rojo.
Se pone el imán entre la foto tuya y la de él, ambas dándose la cara, amarra con el hilo hasta que queden bien seguras, guarda debajo de tu almohada durante tres noches seguidas y antes de dormirte, concéntrate en lo que quieres que se realice con él. La cuarta noche pones las fotografías con el imán dentro de una bolsita de tela roja; la que llevarás contigo a todas partes hasta que el galán caiga redondito.



PARA ATRAER EL AMOR (HECHIZO 2)


Necesitas :
Un pedazo de papel china blanco (o lo que se le parezca) de aprox. 5X5 cms.
Crayón rojo
Una velita roja
En el papel escribe tu nombre y el del chico que te trae loca; alrededor de los nombres dibuja un corazón, dobla el papel en cuatro y quémalo en la llama repitiendo tres veces seguidas, “gracias por traerlo a mi vida; Fulano y yo seremos felices ahora, así sea.” Deja ir las cenizas por la coladera del lavabo.



PARA ATRAER EL AMOR (HECHIZO 3)


Necesitas :
Una hoja blanca
Pluma con tinta azul
Una vela rosa
Un vaso de vidrio con agua
Incienso de rosas rojas
Prende el incienso y la vela, a un lado coloca el vaso con agua y en la hoja escribes todos los nombres de los chicos que te gustan, o los nombres de hombre que te gusten, no importa en número que sea, dobla la hoja en cuatro y en esta cara del papel escribe tu nombre. Coloca el papel debajo de la vela y concéntrate en pedir estando segura de que llegará el amor de tu vida. Una vez que se consuma la vela quema el papel y arroja las cenizas por el lavabo, junto con el agua del vaso.



PARA ATRAER EL AMOR (HECHIZO 4)


Se Necesitan: Una vela roja
Papel blanco
Un vaso de vidrio con agua
Incienso de rosas rojas
Una pirámide
Una rosa roja
Prende el incienso y escribe en un papel las características del chico que quieres tener, si no lo conoces, descríbelo detalladamente; cómo quisieras que fuera tanto físicamente como de carácter no te quedes corta en lo que deseas, haz de cuenta que estás en el super y lo vas a comprar, ¿cómo lo escogerías? Ya que lo tienes claro dobla en cuatro el papel y ponlo debajo de la pirámide, la cual pondrás de tu lado derecho; deshoja la rosa y pon los pétalos dentro del vaso con agua al centro y la vela del lado izquierdo; deja encendida la vela por cinco minutos. Al día siguiente enciende la vela y escribe en una nueva hoja lo que deseas, dóblala en cuatro y quema la hoja del día anterior dejando en su lugar en la nueva. Lo tienes que escribir nueve veces, nueve días seguidos. Cuando los pétalos se hayan hecho feos o el agua turbia, cámbialos por unos nuevos.



PARA ALEJAR A LAS MOSCONAS


Necesitas :
Cabellos de tu chavo (no se los arranques, quítalos de su cepillo)
Una vela chica morada o violeta
Un cuadrito de papel blanco de 5X5.
Prende la vela, escribe en el papel el nombre de tu chico y pon los cabellos dentro de él, enrolla como taco y quémalo en la vela diciendo: “Por medio de esta luz violeta que la fuerza de cualquier chica (o si sabes el nombre de alguna rival lo dices) que se acerque, se extinga de inmediato”. Repítelo por tres días seguidos; el último día deja la vela encendida hasta que se consuma y... ¡hasta la vista baby! ;)



PARA HACER EL AMOR SEGURO


Tomar un mechón de cabello o algún recorte de uña de su amante o cónyuge y a la luz de una vela color de rosa con aroma de fresa, colocar el mechón o uña dentro de una manzana ahuecada, junto con otro mechón de su propio cabello o uña y un polvo hecho con raíz de unicornio, flores de pensamientos o de nardo americano (Aralia recemosa). Hacer pasar la manzana ahuecada y rellena por el humo de incienso de resina frankincense (resina de árboles árabes y africanos del género Boswellia), aunado con mirra. Envolver después la manzana con una pieza de satín blanco y enterrarla en su patio (sí carece de un patio, puede enterrarla en una madera de gran tamaño, de preferencia una en la que crezca una planta regida por Venus).


PARA HECERSE AMAR DE UN JOVEN SOLTERO


Procura, amable amiga, obtener de tu galán un objeto que haya llevado mucho tiempo encima, como un pañuelo, una corbata, una cigarrera, un cortaplumas, etc. Cuando lo tengas en tu poder harás lo siguiente: Por la noche al acostarte, colócate el objeto en el centro de los pechos, piensa intensamente en tu amado hasta que te duermas. Esto lo harás por lo menos, nueve noches seguidas. Luego tomaras una parte pequeña del objeto con el cual has dormido y lo quemaras en un viernes, al salir el sol. Guarda las cenizas, y cuando tengas ocasión procura hacerlas deslizar en su cuerpo, es decir que se pongan en contacto con la piel del hombre que se desea. Si esto no fuera posible, procura hacerlas tocas cuando os deis la mano.



PARA PROVOCAR UN ENAMORAMIENTO


Toma una cinta verde, de más o menos 20 cm. A continuación escribe con rotulador verde, tu nombre y la palabra VENUS, el nombre de la persona y la palabra AMOR. Te enrollas la cinta en el brazo izquierdo, con las palabras escritas hacia dentro y haces tres nudos repitiendo las palabras escritas.
Tienes que llevarla puesta hasta que se rompa y cuando esto suceda, lo quemarás por la noche y tirarás las cenizas en un lugar donde corra el agua. Se puede hacer hasta tres viernes seguidos.



PARA PROVOCAR UN ENAMORAMIENTO



Se coge una foto tuya reciente, a ser posible que esté de cuerpo entero. Se unta con pegamento y se deja caer encima azúcar. En una foto de la otra persona, se dará también el pegamento y se dejará caer sobre ella canela en polvo. Se pegarán las fotos de frente, metiendo en el medio pétalos de una rosa roja.
Se cosen alrededor con hilo rojo y se meten en un tiesto que tenga flores de color rojo. Riégalo durante 21 días por la mañana y al regarlo di los nombres de las dos personas.
La receta funciona siempre que se trate de atraer a una persona que sea libre y no se trate de perjudicar los sentimientos de nadie.



PARA QUE EN UNA AMISTAD SURJA EL AMOR


Te harás con una cinta roja que tenga tantos centímetros como tu altura. Escribes en esa cinta, con un rotulador dorado, el nombre y apellidos de la persona que te interesa por cinco veces.
Esa cinta la liarás a la cabecera de tu cama y harás un nudo cada noche a lo largo de nueve días. Cuando hagas el nudo deberás pensar en esa persona. Al cabo de nueve días, cogerás la cinta y harás un rollito. Lo atarás a una prenda interior tuya o bien la liarás alrededor de tu cintura haciendo tres nudos para sujetarla.
Cuando se rompa por el desgaste, la quemas y las cenizas las pones en una planta que tenga flores rojas. Deberás regarla tú.Este trabajo se puede hacer para que un jefe de tu trabajo te trate con más atención.

PARA QUE NI SE TE ACERQUE


Necesitas : Una vela morada
Un vaso de cristal con agua hasta la mitad
Hilo color morado (del que se uso para coser)
Pluma con tinta morada
Media hoja de papel carta color blanco
Incienso de sándalo
Se prende el incienso y la vela; escribe en la hoja el nombre del fulano que no te deja ni a sol ni a sombra, enrolla el papel como taco y amárralo con el hilo por la mitad; lo metes al vaso con agua (que no llegue al hilo) y piensas que el tal por cual ya no va estar mas en tu vida y apagas la vela; al otro día la vuelves a encender y piensas en lo mismo y volteas el papel para que se moje también por el otro lado lo dejas un día más y lo sacas para que se seque perfectamente y lo puedas quemar en la vela, la cual dejas prendida hasta que se consuma.



PARA QUE NO SE ENAMORE DE OTRA


Necesitas :
6 alfileres nuevos
Una vela chica verde
Una vela chica roja
Un corazón de tela rojo
Anota en el corazón el nombre tu amado y el tuyo, clava los alfileres en la vela –cuidando de que no la vayas a partir- y enciéndela; cuando la velita se vaya consumiendo ve recuperando los alfileres, con el último asegura tu corazón doblándolo en dos y ponlo debajo de tu almohada durante 13 noches: la decimocuarta noche quemas todo en la vela roja y lo tiras. Deja arder las velas hasta que se consuma.



PARA SER LA MÁS GUAPA


Una vela, un papel del color de la vela y un lápiz. En el papel escribes lo que deseas mejorar de ti y debajo firmas: ser irresistible no es imposible. A continuación quemas el papel con la vela y cierras los ojos. Acto seguido debes lavarte la cara sólo con agua mientras dices en alto: Ser irresistible no es imposible. En dos días notarás los resultados de manera espectacular.



PERFUME PARA AUMENTAR EL DESEO SEXUAL

Con esta formula usted podrá elaborar un perfume con el cual se despertara su propio caudal erótico y además atrapar irresistiblemente a su amante. Necesitara dos hojas secas de lirio, cuatro flores secas de naranjo, cuatro gramos de almizcle y cinco gramos de alcanfor. En la noche de un lunes mezcle todos los elementos y redúzcalos a polvo. Una vez pulverizado todo, agréguele diez gotas de agua de rosa y treinta gotas de una colonia o aceite esencial, cuya fragancia puede elegir según la siguiente lista: SIGNOS DE FUEGO: ARIES, LEO, SAGITARIO: ROSAS, NARCISO, ESENCIAS FLORALES SIGNOS DE AIRE: GEMINIS, LIBRA, ACUARIO: SANDALO, LAVANDA, ESENCIAS FRUTALES. SIGNOS DE TIERRA: TAURO, VIRGO, CAPRICORNIO: JAZMIN, PINO, PATCHULI, ESENCIAS SECAS SIGNOS DE AGUA: CANCER, ESCORPIO, PICIS: GARDENIA, MUSK, LIRIO, ESENCIAS AL OLEO Deje todo estos ingredientes macerar durante un día completo en un frasco de vidrio bien tapado en un lugar fresco. Al día siguiente, mójese la punta de los dedos con la esencia y arroje unas gotas sobre su almohada, en el interior de sus zapatos, en el piso del dormitorio y en una prenda intima. Luego, prepare un baño de inmersion, y eche todo el contenido que le haya sobrado. Repita este rito 2 o 3 veces por año.



RECETA DE AMOR


Partes una manzana por la mitad y escribes en la mitad de ella, con la punta de un alfiler, tu nombre. En la otra mitad, escribes el nombre de la persona que quieres enamorar. Pones hojas de laurel, azúcar y miel de romero.
Juntas de nuevo las dos mitades y la envuelves con una cinta roja en la que hayas escrito 21 veces la palabra "amor". Le clavas 21 alfileres de cabeza blanca y la colocas la manzana en el interior de un recipiente con miel durante 40 días.
Transcurrido ese tiempo, la entierras cuando se oculte el sol. Es mejor que sea con luna llena. La entierras próxima a un río y encima colocarás semillas de un fruto maduro como un melocotón. No vuelvas a pasar por ese lugar nunca.



RECETA PARA LIGAR ENAMORADOS


Cómprese una vara de cinta, y al salir de la tienda mírese al cielo y dígase: "Tres estrellas veo en el cielo, y la de Jesús cuatro, y esta cinta a mi pierna ato, para que fulano no pueda comer, ni beber, ni descansar, mientras no se case conmigo". Se debe decir tres veces seguidas, hacer en la cinta siete nudos antes de atarla a la pierna, y llevarla siempre puesta. Es muy importante que él lo ignore.


TRABAJO DE AMOR CON VELAS PAREJA

Para el ritual de amor siguiente vamos a necesitar:Un recipiente de barro o cerámica en forma de cazuela.3 Velas en forma de pareja de color rojo3 trozos de cinta roja de 1 metro cada unoMiel de abeja líquidaSahumerio en varilla de mielPerfore las velas pareja a la altura del corazón, una perforación en la parte del hombre y otra en la de la mujer. En cada perforación coloque el nombre escrito en un papel blanco, con letra manuscrita y untado con miel, de la siguiente manera: en el "corazón" del hombre el nombre de la mujer y en el de la mujer, el nombre del hombre. Tome ahora una vela de parafina roja, la enciende y deje caer encima de las perforaciones gotas hasta sellar completamente los "corazones".Escriba a lo largo de cada cinta los nombres completos de la pareja, intercalándolos, o sea una vez el femenino y otra el masculino y así hasta concluir con la cinta.Ate cada una de las parejas con la cinta diciendo: "así como en la tierra estoy atando estas parejas, pido que también en el astral estén unidas en cuerpo y alma hoy, mañana y siempre".Coloque ahora una vela dentro de la cazuela y enciéndala, colocando a cada lado de la misma una varilla de sahumerio de miel.Haga una oración para Santa Bárbara, pidiendo por la unión de la pareja.Repita esto mismo con las dos velas restantes.Sobre los restos de todas las velas, vuelque la miel y lleve esta cazuela a un lugar donde haya pasto y flores.Luego ya de regreso encienda durante siete días velas a Santa Bárbara que son la mitad de arriba roja y la mitad inferior blanca.



COMO ENCONTRAR PAREJA


Para encontrar una nueva pareja, durante la noche de Luna Nueva preparé una infusión hirviendo nueve pétalos de rosa blanca en 1/4 litro de agua mineral o de lluvia(un vaso de agua). Deje enfriar él liquido y luego de tomar su baño, por la noche, vuelque el té de rosas sobre su cuerpo, del cuello hacia abajo, mentalizando la luz lunar y haciendo el pedido para encontrar pareja. Repita el baño los tres primeros días de Luna Nueva durante tres lunaciones, totalizando nueve baños.



CÓMO LOGRAR UNA LLAMADA


¡¡SOLO UNA LLAMADA!! Si ya estas desesperad@, y te conformas con que te llame este "hechizo" te saldrá bien. A quien mejor funciona es las chicas tauro. Coges un espejo pequeñito y un alfiler / aguja. Con el alfiler, rayas en el espejo el nombre de tu chic@. Después colocas el espejo con su nombre por detrás al lado del teléfono. ¡¡¡NO TARDARÁ MUCHO EN LLAMARTE!!!!


FECHAS NEGATIVAS

Dicen los sabios gitanos que hay fechas muy negativas para realizar rituales de amor y hasta que las mismas fechas son contraproducentes para casarse, las fechas son las siguientes y le recomiendo tenerlas muy en cuenta:ENERO: 1*2*6*14*27FEBRERO: 1*17*19MARZO: 11*26ABRIL: 10*27*28MAYO: 11*12JUNIO: 19JULIO: 18*21AGOSTO: 2*26*27SETIEMBRE: 10*18OCTUBRE: 6NOVIEMBRE: 6*17DICIEMBRE: 5*14*23





CIGARRILLOS PARA SEDUCIR

Le voy a enseñar a fabricar unos cigarrillos especialmente indicados para seducir a la persona amada - no interesa si es hombre o es mujer-.Estos son los elementos que va a necesitar:Un trozo de papel pergamino de aproximadamente 2 x 2 centímetros.(Este papel se consigue en las librerías y negocios que vendan materiales para dibujo).Tinta china roja.Una pluma de blanca de ave, a la que le sacará un poco de punta en su extremo duro, para poder escribir con ella.Una lata vacía.Un poco de alcohol fino de 90ªY dos cigarrillos de la marca que habitualmente fume.Procedimiento:Forme con el dedo índice y el pulgar de cada mano un ángulo recto, una luego los dedos pulgares entre sí y colóquelos a unos dos centímetros del papel pergamino.Con los ojos cerrados intente reproducir en su mente la imagen de la persona a la que desee seducir.Una vez que esta imagen esta fija en su mente abra los ojos e intente proyectar la imagen sobre el papel pergamino durante tres minutos.Con la pluma y la tinta roja escriba en el papel pergamino el nombre y apellido de la persona que desee conquistar, siempre con letra manuscrita, nunca con letra tipo imprenta.Impregne el pergamino con su aliento.Impregne el papel pergamino en el alcohol y préndale fuego dentro de la lata vacía.El papel debe quemarse totalmente.Una vez que se haya enfriado recoja las cenizas.Estas cenizas deben ser guardadas en un saquito de tela verde y las debe llevar junto a su pecho durante nueve días y nueve noches.Desarme luego de transcurrido ese tiempo con mucho cuidado los dos cigarrillos, me refiero a que les saque el tabaco, dejando intacto el papel que los envuelve.Mezcle este tabaco con las cenizas que contiene su bolsita.Rellene nuevamente los cigarrillos con el tabaco.Si Ud. fuma estos cigarrillos cerca de la persona deseada y lo envuelve con su humo, comprobará los efectos de esta magia.Si ambos son fumadores y cada uno enciende el cigarrillo al mismo tiempo el efecto del hechizo se potenciará notablemente.


AUMENTAR CONFIANZA EN UNO MISMO

Este ritual tomara especialmente atractiva a la persona que lo practique. Es muy efectivo para aquellos que experimentan inseguridad y miedo a no gustar. Durante una semana seguida, a medianoche, encienda dos velas de color violeta en su dormitorio y luego proceda a tomar una ducha breve. Al terminar diríjase al cuarto y apague las velas con los dedos. Al séptimo día de realizar este rito, encienda nuevamente las velas y disponga a la derecha de ella una copita de licor y a la izquierda un platito con sal gruesa.

Diga siete veces la siguiente oración: Reclamo las caricias del amor para mi alma y mi cuerpo. Luego con sus dedos vaya salpicándose unas gotas del licor por la frente, el pecho, el vientre, los muslos y los pies. Prenda un sahumerio de musk y repita: Que la sal se lleve mis amarguras y mis inseguridades. Vuelque el resto del licor en la sal y deje todo así hasta que las velas se consuman. Finalmente tire en una bolsa las velas, la sal y los restos de sahumerio.



AMOR DE FUEGO Y AIRE


Para realizar este hechizo mágico de amor, deberá Ud. comenzarlos entre las 4,30 y 5 hrs. de la mañana.


En una hoja de papel en blanco escribe el nombre de la persona amada con letra cursiva, justo encima de esa escritura coloque su nombre completo en la misma dirección, o sea uno sobre el otro, repita esta operación por 8 veces consecutivas. Busque una prenda suya y otra de la persona amada* en el caso de no tener ninguna prenda, puede comprar una apropiada con el pensamiento puesto en su amor* envuelva las prendas de la siguiente forma primero coloque sobre la mesa su prenda, luego la de la persona amada y en centro de ella el papel con los nombres, encima del papel coloque limadura de sus propias uñas obtenidas con una lima de metal, doble todo en forma de rollo, átelo con un hilo blanco y mientras está realizando esta operación, vaya pensando: "así como ato estas prendas y nombres, quiero que... (decir el nombre de la persona) se encuentre atada a mí en cuerpo y alma", concluido esto coloque al lado del envoltorio una vela color ROJO, enciéndala y pida fuertemente por su amor. Una vez que hayan transcurrido unos 30 minutos, tome el atado de prendas colóquelos en un recipiente de metal y rocíelo con 4 cucharadas de aceite de soja (o soya), seguidamente queme con la llama de un fósforo, todo el atado. Lleve con mucho cuidado las cenizas a una parque o a una plaza y échelas al viento, pidiendo siempre por el amor y la unión deseada.



AMOR DE FUEGO Y PASIÓN

Para encender la llama de la pasión, encienda las velas que a continuación le indico.Procúrese tres velas de miel, una color amarillo, otro color celeste y una última color blanca. Desenrolle con mucho cuidado cada una de las velas y unte su interior con aceite de rosas y coloque un pequeño papel blanco con el nombre de la persona amada, hecho esto vuelva a cerrar la vela a su forma primitiva.Coloque un mantel blanco sobre la mesa, un vaso de agua mineral, tres sahumerios de rosa y tres platitos blancos en forma de triángulo, o sea uno atrás y dos adelante algo separados entre sí. En el centro de los platitos coloque un bouquet de flores frescas. Para encender las velas proceda de la siguiente manera, encienda un fósforo de madera y aplique calor en la base de la vela dejando que caigan 8 gotas de cera en platito, pegue la vela y luego de hacer esta operación con las restantes, enciéndalas una a una en este orden:

1)La blanca que será la que se encuentra como vértice del imaginario triángulo. pidiendo a su ángel de la guarda toda su protección para este ritual,

2)La vela Amarilla que debe estar colocada a su izquierda y por último la celeste que estará a su derecha.Concéntrese en la llama de las velas y vaya pidiendo a la vez que imaginando lo que Ud. desea de la persona amada. Si esto le resulta en principio difícil, concéntrese por espacio de 15 minutos en la llama de las velas sin ningún pensamiento en particular, de esta manera logrará ingresar a un estado superior de conciencia y ahora sí podrá realizar la visualización indicada.

"Que todo lo que está en mi pensamiento suceda, ese es mi deseo y todo lo que deseo intensamente puedo conseguirlo!!!" repita esta frase varias veces, tantas como le sean posible.Una vez consumidas las tres velas saque los restos, envuélvalos en un papel blanco y entiérrelos de ser posible en su propio jardín o sino en una maceta.

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