Antífona del Fin del Mundo (canto apocaliptico, o de revelacion)
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Antífona del Fin del Mundo
(o Sobre la Destrucción)
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"Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa reboza."
(Sal 22, 5)
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"El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. (...)
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Cuando el rey entró a saludar a los invitados, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?" El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los sirvientes: "Átenlo de pies y manos y arrójenlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes"."
(Mt 22, 2. 11-13)
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En alguna de mis ya casi olvidadas travesías a latere de las plácidas tierras del estoico Séneca y del lírico Ovidio, estuve paseándome libremente por las antiguas bibliotecas, aparentemente ocultas y para muchos inexploradas, de las catacumbas cercanas a la basílica de Santa María la Mayor en Roma, al parecer utilizadas a manera de monasterio por monjes cistercienses de la cientificista orden de San Benito, quienes, al rededor del siglo XII o XIII anno Domini, muy probablemente hayan elegido éste como el perfecto lugar desde donde se idearía para el mundo entero el primer reloj mecánico de la humanidad; sin embargo mi misión y cometido al retomar mis apuntes y enarbolar la pluma, para imprimir mi banalmente erudita caligrafía, lejano me hallan de relatar no menos bizarras anécdotas conventuales, sino que muy por el contrario he decidido ser fiel, quien sabe si por última vez, a mi afán documental, factum por el que emprendo el arduo trabajo, difícil sin duda a la vista de mi lamentable estado físico, de llevar a cabo esta nimia tarea, aunque de modo aleatorio y menos frecuente he osado de llamarla monumental, sin duda alguna por los relatos que en ella se describen.
El pergamino fue hallado en la superior de las repisas, muy cercana a la osamenta de algún falso beato, una de tantas reliquias medievales seguramente, encerrado éste (o lo que quedaba de él) en la antes cristalina urna, que además contenía una vieja e ilegible inscripción, ahora tan manchada de polvo y telarañas, que estuve obligado a olvidarme del difunto hombre de Dios tan solo para que mi vista recayera, como atraída por el destino, sobre el texto que a mi relato involucra desde el inicio de los tiempos; se hallaba menos sucio que roído por los ratones, sin embargo no reparé en esforzarme para poder descifrar el oculto texto tras lo ceniciento y ennegrecido del borde superior derecho, indudable producto del fuego acaecido circa 1331 en su anterior morada, el ahora derruido castillo Wolenjscka en la región nor-oriental de los bosques de Oriana.
Para más detalles puedo decir que era atribuido a las visiones que se dice tuvo en Tagaste el reconocido padre de la iglesia, San Agustín de Hipona, aunque me permito dudar de dicha autoría ya que el latín utilizado en esta suerte de obra, entendible solo dentro del anticuado género literario del Apocalipsis, no corresponde sino a una forma propia al uso del idioma en su ya postrera manifestación, empleada mayormente en los escritos religiosos del medioevo tardío, por lo que no podría ser el patriarca más que un impostor, aquel quien con su sonoro "De Domini Legis qui Fraus et Servitus Luxis Mensibus et Carnisibus est" pretendía suplantar al santo.
Comienzo pues sin más demora y sponte sua a traducir este apócrifo documento sobre el fin del mundo y, porque no decirlo, del universo todo, del cosmos como hasta hoy (engañados) lo habríamos querido conocer. El título puede ser raudamente entendido como "Tratado sobre la Ley del Señor que es Fraude y Servidumbre de la Mente y de la Carne para con la Luz", aunque debo añadir también el menos pomposo, aunque no por ello insignificante subtítulo de "Apolión", vocablo del antiguo griego que deriva del hebreo "Abbadon", en castellano: DESTRUCCIÓN.
El texto comienza con una exhortación que muy posiblemente data de una fecha posterior a la conclusión en la escritura del documento principal, y que puede ser atribuida, sin lugar a dudas ya que su firma y sello se hallan tras este proemio, al desconocido Conde de Bella Ponte, quien sabe si algún execrable pseudo-ilustrado noble italiano, que queriendo imprimir su adusta letra sobre el mismo papel que utilizó el profeta, no tuvo mejor idea que destruir el histórico documento, cubriendo con vulgar tela de lino un antiguo y seguramente inestimable grabado, no solo por su valor pecuniario sino por la claridad y luces que hubiera aportado al entender del texto, pretendo decir que la inigualable estupidez del susodicho Conde nos ha negado la capacidad de descifrar el documento con la debida antelación, ahora resulta ya fútil toda interpretación, el turno le ha llegado a la muerte, los hechos hablan por si solos; muy a mi pesar recuerdo vagamente haber tratado de vislumbrar a trasluz dicha imagen, pero la gruesa piel de cordero sobre la que se inscribió la totalidad del texto no me lo permitía; sin embargo, y aunque lo juzgue de poca utilidad, copio a continuación, en su italiano original, el inicial exordio de Bella Ponte:
Gia non si puô ascoltare il dolce nome
[dos líneas ilegibles]
La riservata pace in nostro cielo.
Corrucciato ha sconfitto Dio le Home
[...ilegible...]
Che pianger sopra il ferro e la catena.
Conti di Bella Ponte
[firma y sello]
Lo que someramente puede ser interpretado como: "Ya no puedo hallar el dulce nombre (...) La reservada paz en nuestro cielo. Frunciendo el ceño Dios al Hombre (...) Que llorar sobre la cadena y el hierro". Como se puede observar, muy a la renacentista usanza de colocar a Dios en un mismo nivel que el común mortal, nótese bien que tanto Dio como Home se hallan escritos con mayúscula inicial. A partir de aquí, aunque ya lo mencioné anteriormente, entendemos un latín propio al uso eclesial de la época en que la lingua romanza tomaba fuerza en el secular mundo occidental; pretendo pues que mi arte poético sea dejado de lado, he intentado ser fiel a la metáfora original, aquello que debiera ser entendido no será empañado por el placer literario, este es un discurso cuyo análisis me atrevería a calificar de necesariamente presque scientifique:
"Hallábame yo presto al Río de la Amargura recostado, cuando sin previo aviso se apostó un luminoso ángel a mi costado, pero su luz no era como la de los hombres, vestía un traje de penetrante azabache, y de su boca surgían dagas de hierro fundido al calor de sus fauces, pude ver en su cráneo tres cuernos, el uno de oro, el otro de plata y el otro de fuego; su larga cabellera cubría los veinticuatro universos, y sus lenguas eran como de serpiente. Y fue el ángel que he descrito, quien agachándose sobre los siete mares susurró a mi oído las siguientes palabras: "escucha bien lo que digo, observa bien lo que hago, que allegados al final destino, no hallarán más que el amargo trago...", en eso interrumpió su discurso, y tras de sus relucientes sandalias de acero y bronce observé al Padre de las Naciones que me imploraba en tono imperativo, me dijo que describiese todo aquello que ante mis ojos se presente, y que plasme en mi libro, con pluma de plata y con mi propia sangre, los himnos que mis sentidos puedan entender, pero que ocultando luego mis verídicos relatos, Él mismo se encargaría de entregárselos a aquellos dignos...
[Aquí se nota claramente la mancha provocada por la quemadura producto del fuego, no puedo retomar el relato más que por partes, aunque debo sin embargo transcribir incluso las palabras inconclusas, ya que son ellas las que mejor guardan el secreto de la revelación].
El arma o (...) espada de fuego que me impregnaba con su silbido (...) aullando los feroces buitres de tres cabeza [o cabezas] (...) sus cuatro cuernos se asemejaban a los de Satanás (...) por donde luego se retornó al camino, y viendo que aquellos que escupían (...) sangre en la boca del profeta, lanzas que arrojaban azufre y sin (...) teniendo mucho cuidado de no tocar su armadura, anduve vagando entre los árboles que ante mi alma aparentaban ser antiguos espectros del inf... (...) Pude entonces entender el mensaje, la voz me llamó como el clamor de una trompeta, y supe recién a quien debí seguir desde el inicio, Dios y los suyos se hallaban frente a mi, sus vestiduras blancas brillaban con la luz de mil doscientos treinta y siete soles, pero mi ángel era entre todos conocido como Abbadón, el mensajero del fin del mundo.
Guiado por el heraldo de la destrucción, puede transitar por caminos hasta entonces desconocidos para el hombre, en tanto que del cuerno de oro de quien me conducía, se vio surgir un dragón similar a una serpiente, pero alado como el águila; el paisaje era hermoso ante mis humanos ojos, pero el ángel negro me anunciaba: "pronto las cristalinas fuentes de preciosas esculturas, erigidas en honor a aquel que reina en lo alto, se transformarán en ríos de sangre, de los labios de las bestias del campo se oirá el grito eterno y despiadado del enojo del Señor; las dulces melodías que hasta entonces hayan entonado las aves serán calladas para siempre, y lo único que quedará de este jardín seremos tu y yo, y el terrible monstruo, como el dragón que viste surgir de mi cuerno, que aguarda por nosotros bajo nuestros pies."
Y habiendo pronunciado esta profecía se desvaneció entre alaridos y una nube de azufre, es así que me encontré frente a una montaña conocida como el Haar-Meggido [o Armagedón], más grande que mil montañas juntas, y por cuyas faldas corrían cinco ríos, uno de ellos se asemejaba al río Estigia, otro al Eúfrates, el tercero parecía ser el Jordán, y de los otros dos no pude conocer sus nombres; sobre la cima se hallaba en ruinas la ciudad de Dios, sus murallas habían sido destrozadas por innumerables terremotos, y justo mientras observaba que las torres aun se mantenían en pie, la tierra se estremeció bajo mis pies, y lo que antes fue un pueblo ahora se transformaba en polvo, los cadáveres de nuestros ancestros se levantaron y huyeron, pero sus débiles huesos y pútridas carnes les impedían correr, entonces observé, en tanto que intentaba mantenerme en pie, cómo en lo profundo de la ladera en la que me hallaba se abría la tierra y del subsuelo brotaba una repugnancia verde, amarilla y roja, verde por la peste, amarilla por el hambre, y roja por la sangre derramada en las guerras.
Pude pues ver a los ojos del terrible monstruo, que aparecía de entre la repugnancia verde, amarilla y roja, acompañado de un ejercito de sesenta y siete jinetes, donde cada cual comandaba un regimiento de ocho mil millones de soldados; y en lo alto un ángel blanco y brillante como la luna hizo sonar una trompeta que entre tres estrellas se sostenía, la trompeta era de barro, pero adornada con esmeraldas, y sonaba como el clamor de miles de condenados, aunque esta vez sonó como el trueno, y a su sonido acudieron igual número de jinetes y soldados que los anteriores, pero estos vestían todos de blanco aunque sus armaduras eran de oro y estaban ensangrentadas; y de entre ambos ejércitos pude sentir que se formaba una ola de agua y sal como las del mar, pero dos mil veces mayor, y me salpicó en el rostro su espuma, y quemó mis ojos, por lo que no pude ver más, hasta que mi ángel, Abbadón, me tomó por la cintura y me elevó con sus alas por sobre el cerro llamado Meggido, y volvió a desvanecerse, sin embargo esta vez cuidó de mí, y me dejó como flotando, suspendido sobre el siniestro campo, entre los cielos y la tierra, en medio de la batalla final.
Del cielo caían, como lanzadas por la mano Jehová, miles de estrellas envueltas en llamas, y una de ellas tenía inscrito el nombre de Jerusalén y otra el de Babilonia; mientras tanto, el monstruo que surgió de la tierra bajo mis pies se lamentaba, porque al caer de las estrellas perdió dos tercios de sus legiones, y en ese mismo instante se hizo una terrible luz en el centro del firmamento, y no era el sol ni la luna sino que era como las dos luminarias juntas, y era llamado Hijo de Hombre, y en su frente estaba inscrito un número que no pude entender, y el Hijo de Hombre se burlaba de la Bestia, y con su espada de fuego y hielo la hirió de muerte en una de sus siete cabezas, y cayó muerta la Bestia, y de su cuerpo salían gusanos, y en sus cuernos se edificaron templos al Señor de los cielos, y de lo alto seguían cayendo bolas de fuego, que aunque pasaban por sobre mi y me atravesaban no provocaban daño alguno ni sobre mi piel ni en mi cuerpo.
Es entonces que de entre las tropas de la Bestia surgió un nuevo grito de guerra, y pude ver a mi ángel rugir como el león de Enoc, y sus alas de águila se transformaron en alas de buitre, y luego esgrimió la lanza del pecado contra el Cristo del cielo, y le traspasó el costado, es entonces que me entregó una cruz y tres clavos, y también una corona de espinas, y me dijo - "crucifícalo" - a lo que intente resistir negando mi apoyo, y el ángel insistió una vez más, - "crucifícalo" - escuche su voz, pero nada hice por obedecerle, me dejo entonces en libertad y empecé a caer, pero mi cuerpo no se destrozó en el suelo, sino que me sentí fortalecido, y viendo la valentía de los soldados de la Bestia, que a pesar de haber sido menguados en sus dos tercios, y ya muerta la Bestia, seguían atacando con todas sus fuerzas, y sentí entonces valor, pude ver que un par de alas, similares a las del murciélago, habían crecido en mi espalda, entonces lleno de ira remonte los aires en brutal embestida contra el Mesías del cielo, quien tras haber sido herido por Abbadón, aun nos escupía en la cara.
Lo miré de pie frente a mi, era del tamaño de los continentes, sin embrago me acerqué a su cabeza y arranqué la corona de espinas de su frente, en eso vi como su poder se reducía, pero no acababa de reír y me decía - "si Dios está conmigo, quien estará contra mi" - a lo que yo imbuido por el calor de la batalla le respondí - "nuestro ejercito es libre, y lucha por propia voluntad" - y diciendo esto bebí la sangre que manaba de la herida de su costado, y con mucho esfuerzo clave sus pies a la cruz, y luego ambas manos, es entonces que coloqué la corona de espinas, que mi ángel me había entregado, sobre su cráneo, y sus alas como de ángel y paloma se desprendieron de su dorso, y cayó su cuerpo al piso donde los esbirros de Satanás tallaron estas letras en su cruz: "Perdimos a nuestro padre, ahora recobramos a nuestro hijo", y arrojaron al Jesús a lo profundo del abismo, al lago de fuego y azufre, donde ardió eternamente.
Y las lanzas y flechas de los ángeles de la Bestia, revestidos ahora con negras armaduras de hierro y hielo, pudieron herir a la totalidad de ángeles del cielo, y los prístinos servidores de Jehová caían sobre los cinco ríos como cisnes heridos y muertos, y los ríos se transformaron en sectas que adoraban a la Bestia muerta, y los templos que se edificaron en honor al Señor de los cielos, sobre los cuernos de la Bestia, fueron destruidos por los gusanos de su descomposición, y de los ríos transformados en sectas surgían predicadores y profetas, y muchos de ellos se hacían llamar santos y herederos del trono, pero ninguno había sido marcado, por lo que ninguno podía reclamar la herencia, aunque su misión estaba siendo cumplida, ya que habían sido extendidos como semillas por el mundo para sembrar la confusión; y nadie supo nada, y nadie dijo nada, y ninguno de los habitantes del mundo pudo entender, se asemejaban ellos cada vez más a los cadáveres de nuestros ancestros que se levantaron y huyeron al conocer de la venida de Lucifer, sin embargo los huesos de los mortales no eran débiles ni pútridas sus carnes, sino que lo que les impedía correr eran sus mentes embotadas y nulas como las palabras de los profetas y predicadores que falsamente se hacían llamar herederos.
Pude ver que la ira de Dios se cernía sobre mi, y sin embargo me sentía tranquilo, el último de los ángeles, casi tan brillante como el Cristo condenado y llamado Miguel por sus tropas, me tomo al caer y me dio de beber de la copa de la sabiduría divina, que era amarga al paladar pero dulce como vino para el alma, es entonces que la cordura de mi espíritu me permitió ver, tras las más altas nubes del cielo, el trono del altísimo que se hallaba revestido de ébano y marfil pero que en verdad había sido tallado en mármol; el Padre de las Naciones emitió entonces un sonido como de tambores de guerra, aunque eran en realidad una y mil horrorosas carcajadas, a sus pies se hallaba recostado el guardián del cosmos, mitad perro y mitad lobo, tenía siete ojos, uno delante y seis detrás, pero sus ojos se hallaban cerrados, tenía además siete colas como de serpiente, y levantando el hocico para olerme, ladró con voz humana el siguiente himno - "grande es el Señor de los abismos, bienvenido al trono de su majestad, Satanás" - y el falso para los ciegos pero verdadero Jehová, me tomo de la mano derecha y la arrancó de mi brazo, luego me marcó en la frente y en el cuello con el título de Anti-Cristo, y mis alas como de murciélago se transformaron en cadenas para atar al guardián del cosmos, y con el can y las cadenas a mis espaldas me envió a predicar la verdad de la mentira por el mundo, ¡y a cosechar la destrucción con la hoz de la muerte!"
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