EL HORLA
Guy de Maupassant
Guy de Maupassant
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8 de mayo
¡Qué hermoso día! He pasado toda la mañana tendido sobre la hierba,
delante de mi casa, bajo el enorme plátano que la cubre, la resguarda y le
da sombra. Adoro esta región, y me gusta vivir aquí porque he echado raíces
aquí, esas raíces profundas y delicadas que unen al hombre con la tierra
donde nacieron y murieron sus abuelos, esas raíces que lo unen a lo que se
piensa y a lo que se come, a las costumbres como a los alimentos, a los
modismos regionales, a la forma de hablar de sus habitantes, a los perfumes
de la tierra, de las aldeas y del aire mismo.
Adoro la casa donde he crecido. Desde mis ventanas veo el Sena que
corre detrás del camino, a lo largo de mi jardín, casi dentro de mi casa, el
grande y ancho Sena, cubierto de barcos, en el tramo entre Ruán y El Havre.
A lo lejos y a la izquierda, está Ruán, la vasta ciudad de techos azules,
con sus numerosas y agudas torres góticas, delicadas o macizas, dominadas
por la flecha de hierro de su catedral, y pobladas de campanas que tañen en
el aire azul de las mañanas hermosas enviándome su suave y lejano
murmullo de hierro, su canto de bronce que me llega con mayor o menor
intensidad según que la brisa aumente o disminuya.
¡Qué hermosa mañana!
A eso de las once pasó frente a mi ventana un largo convoy de navíos
arrastrados por un remolcador grande como una mosca, que jadeaba de
fatiga lanzando por su chimenea un humo espeso.
Después, pasaron dos goletas inglesas, cuyas rojas banderas flameaban
sobre el fondo del cielo, y un soberbio bergantín brasileño, blanco y
admirablemente limpio y reluciente. Saludé su paso sin saber por qué, pues
sentí placer al contemplarlo.
11 de mayo
Tengo algo de fiebre desde hace algunos días. Me siento dolorido o más
bien triste.
¿De dónde vienen esas misteriosas influencias que trasforman nuestro
bienestar en desaliento y nuestra confianza en angustia? Diríase qué el aire,
el aire invisible, está poblado de lo desconocido, de poderes cuya misteriosa
proximidad experimentamos. ¿Por qué al despertarme siento una gran
alegría y ganas de cantar, y luego, sorpresivamente, después de dar un
corto paseo por la costa, regreso desolado como si me esperase una
desgracia en mi casa? ¿Tal vez una ráfaga fría al rozarme la piel me ha
alterado los nervios y ensombrecido el alma? ¿Acaso la forma de las nubes o
el color tan variable del día o de las cosas me ha perturbado el pensamiento
al pasar por mis ojos? ¿Quién puede saberlo? Todo lo que nos rodea, lo que
vemos sin mirar, lo que rozamos inconscientemente, lo que tocamos sin
palpar y lo que encontramos sin reparar en ello, tiene efectos rápidos,
sorprendentes e inexplicables sobre nosotros, sobre nuestros órganos y, por
consiguiente, sobre nuestros pensamientos y nuestro corazón.
¡Cuán profundo es el misterio de lo Invisible! No podemos explorarlo
con nuestros mediocres sentidos, con nuestros ojos que no pueden percibir
lo muy grande ni lo muy pequeño, lo muy próximo ni lo muy lejano, los
habitantes de una estrella ni los de una gota de agua... con nuestros oídos
que nos engañan, trasformando las vibraciones del aire en ondas sonoras,
como si fueran hadas que convierten milagrosamente en sonido ese
movimiento, y que mediante esa metamorfosis hacen surgir la música que
trasforma en canto la muda agitación de la naturaleza... con nuestro olfato,
más débil que el del perro... con nuestro sentido del gusto, que apenas
puede distinguir la edad de un vino.
¡Cuántas cosas descubriríamos a nuestro alrededor si tuviéramos otros
órganos que realizaran para nosotros otros milagros!
16 de mayo
Decididamente, estoy enfermo. ¡Y pensar que estaba tan bien el mes
pasado! Tengo fiebre, una fiebre atroz, o, mejor dicho, una nerviosidad febril
que afecta por igual el alma y el cuerpo. Tengo continuamente la angustiosa
sensación de un peligro que me amenaza, la aprensión de una desgracia
inminente o de la muerte que se aproxima, el presentimiento suscitado por
el comienzo de un mal aún desconocido que germina en la carne y en la
sangre.
18 de mayo
Acabo de consultar al médico pues ya no podía dormir. Me ha
encontrado el pulso acelerado, los ojos inflamados y los nervios alterados,
pero ningún síntoma alarmante. Debo darme duchas y tomar bromuro de
potasio.
25 de mayo
¡No siento ninguna mejoría! Mi estado es realmente extraño. Cuando se
aproxima la noche, me invade una inexplicable inquietud, como si la noche
ocultase una terrible amenaza para mí. Ceno rápidamente y luego trato de
leer, pero no comprendo las palabras y apenas distingo las letras. Camino
entonces de un extremo a otro de la sala sintiendo la opresión de un temor
confuso e irresistible, el temor de dormir y el temor de la cama. A las diez
subo a la habitación. En cuanto entro, doy dos vueltas a la llave y corro los
cerrojos; tengo miedo... ¿de qué?... Hasta ahora nunca sentía temor por
nada... abro mis armarios, miro debajo de la cama; escucho... escucho...
¿qué?... ¿Acaso puede sorprender que un malestar, un trastorno de la
circulación, y tal vez una ligera congestión, una pequeña perturbación del
funcionamiento tan imperfecto y delicado de nuestra máquina viviente,
convierta en un melancólico al más alegre de los hombres y en un cobarde al
más valiente? Luego me acuesto y espero el sueño como si esperase al
verdugo. Espero su llegada con espanto; mi corazón late intensamente y mis
piernas se estremecen; todo mi cuerpo tiembla en medio del calor de la
cama hasta el momento en que caigo bruscamente en el sueño como si me
ahogara en un abismo de agua estancada. Ya no siento llegar como antes a
ese sueño pérfido, oculto cerca de mi, que me acecha, se apodera de mi
cabeza, me cierra los ojos y me aniquila.
Duermo durante dos o tres horas, y luego no es un sueño sino una
pesadilla lo que se apodera de mí. Sé perfectamente que estoy acostado y
que duermo... lo comprendo y lo sé... y siento también que alguien se
aproxima, me mira, me toca, sube sobre la cama, se arrodilla sobre mi
pecho y tomando mi cuello entre sus manos aprieta y aprieta... con todas
sus fuerzas para estrangularme.
Trato de defenderme, impedido por esa impotencia atroz que nos
paraliza en los sueños: quiero gritar y no puedo; trato de moverme y no
puedo; con angustiosos esfuerzos y jadeante, trato de liberarme, de
rechazar ese ser que me aplasta y me asfixia, ¡pero no puedo!
Y de pronto, me despierto enloquecido y cubierto de sudor. Enciendo
una bujía. Estoy solo.
Después de esa crisis, que se repite todas las noches, duermo por fin
tranquilamente hasta el amanecer.
2 de junio
Mi estado se ha agravado. ¿Qué es lo que tengo? El bromuro y las
duchas no me producen ningún efecto. Para fatigarme más, a pesar de que
ya me sentía cansado, fui a dar un paseo por el bosque de Roumare. En un
principio, me pareció que el aire suave, ligero y fresco, lleno de aromas de
hierbas y hojas vertía una sangre nueva en mis venas y nuevas energías en
mi corazón. Caminé por una gran avenida de caza y después por una
estrecha alameda, entre dos filas de árboles desmesuradamente altos que
formaban un techo verde y espeso, casi negro, entre el cielo y yo.
De pronto sentí un estremecimiento, no de frío sino un extraño temblor
angustioso. Apresuré el paso, inquieto por hallarme solo en ese bosque,
atemorizado sin razón por el profundo silencio. De improviso, me pareció
que me seguían, que alguien marchaba detrás de mí, muy cerca, muy cerca,
casi pisándome los talones.
Me volví hacia atrás con brusquedad. Estaba solo. Únicamente vi detrás
de mí el resto y amplio sendero, vacío, alto, pavorosamente vacío; y del otro
lado se extendía también hasta perderse de vista de modo igualmente
solitario y atemorizante.
Cerré los ojos, ¿por qué? Y me puse a girar sobre un pie como un
trompo. Estuve a punto de caer; abrí los ojos: los árboles bailaban, la tierra
flotaba, tuve que sentarme. Después ya no supe por dónde había llegado
hasta allí. ¡Qué extraño! Ya no recordaba nada. Tomé hacia la derecha, y
llegué a la avenida que me había llevado al centro del bosque.
3 de junio
He pasado una noche horrible. Voy a irme de aquí por algunas
semanas. Un viaje breve sin duda me tranquilizará.
2 de julio
Regreso restablecido. El viaje ha sido delicioso. Visité el monte Saint-
Michel que no conocía.
¡Qué hermosa visión se tiene al llegar a Avranches, como llegué yo al
caer la tarde! La ciudad se halla sobre una colina. Cuando me llevaron al
jardín botánico, situado en un extremo de la población, no pude evitar un
grito de admiración. Una extensa bahía se extendía ante mis ojos hasta el
horizonte, entre dos costas lejanas que se esfumaban en medio de la bruma,
y en el centro de esa inmensa bahía, bajo un dorado cielo despejado, se
elevaba un monte extraño, sombrío y puntiagudo en las arenas de la playa.
El sol acababa de ocultarse, y en el horizonte aún rojizo se recortaba el perfil
de ese fantástico acantilado que lleva en su cima un fantástico monumento.
Al amanecer me dirigí hacia allí. El mar estaba bajo como la tarde
anterior y a medida que me acercaba veía elevarse gradualmente a la
sorprendente abadía. Luego de varias horas de marcha, llegué al enorme
bloque de piedra en cuya cima se halla la pequeña población dominada por
la gran iglesia. Después de subir por la calle estrecha y empinada, penetré
en la más admirable morada gótica construida por Dios en la tierra, vasta
como una ciudad, con numerosos recintos de techo bajo, como aplastados
por bóvedas y galerías superiores sostenidas por frágiles columnas. Entré en
esa gigantesca joya de granito, ligera como un encaje, cubierta de torres, de
esbeltos torreones, a los cuales se sube por intrincadas escaleras, que
destacan en el cielo azul del día y negro de la noche sus extrañas cúpulas
erizadas de quimeras, diablos, animales fantásticos y flores monstruosas,
unidas entre sí por finos arcos labrados.
Cuando llegué a la cumbre, dije al monje que me acompañaba:
—¡Qué bien se debe estar aquí, padre!
—Es un lugar muy ventoso, señor—me respondió. Y nos pusimos a
conversar mientras mirábamos subir el mar, que avanzaba sobre la playa y
parecía cubrirla con una coraza de acero.
El monje me refirió historias, todas las viejas historias del lugar,
leyendas, muchas leyendas.
Una de ellas me impresionó mucho. Los nacidos en el monte aseguran
que de noche se oyen voces en la playa y después se perciben los balidos de
dos cabras, una de voz fuerte y la otra de voz débil. Los incrédulos afirman
que son los graznidos de las aves marinas que se asemejan a balidos o a
quejas humanas, pero los pescadores rezagados juran haber encontrado
merodeando por las dunas, entre dos mareas y alrededor de la pequeña
población tan alejada del mundo, a un viejo pastor cuya cabeza nunca
pudieron ver por llevarla cubierta con su capa, y delante de él marchan un
macho cabrío con rostro de hombre y una cabra con rostro de mujer; ambos
tienen largos cabellos blancos y hablan sin cesar: discuten en una lengua
desconocida, interrumpiéndose de pronto para balar con todas sus fuerzas.
—¿Cree usted en eso?—pregunté al monje.
—No sé—me contestó.
Yo proseguí:
—Si existieran en la tierra otros seres diferentes de nosotros, los
conoceríamos desde hace mucho tiempo; ¿cómo es posible que no los
hayamos visto usted ni yo?
—¿Acaso vemos—me respondió—la cienmilésima parte de lo que existe?
Observe por ejemplo el viento, que es la fuerza más poderosa de la
naturaleza; el viento, que derriba hombres y edificios, que arranca de cuajo
los árboles y levanta montañas de agua en el mar, que destruye los
acantilados y que arroja contra ellos a las grandes naves, el viento que
mata, silba, gime y ruge, ¿acaso lo ha visto alguna vez? ¿Acaso lo puede
ver? Y sin embargo existe.
Ante este sencillo razonamiento opté por callarme. Este hombre podía
ser un sabio o tal vez un tonto. No podía afirmarlo con certeza, pero me
llamé a silencio. Con mucha frecuencia había pensado en lo que me dijo.
3 de julio
Dormí mal; evidentemente, hay una influencia febril, pues mi cochero
sufre del mismo mal que yo. Ayer, al regresar, observé su extraña palidez.
Le pregunté:
—¿Qué tiene, Jean?
—Ya no puedo descansar; mis noches desgastan mis días. Desde la
partida del señor parece que padezco una especie de hechizo.
Los demás criados están bien, pero temo que me vuelvan las crisis.
4 de julio
Decididamente, las crisis vuelven a empezar. Vuelvo a tener las mismas
pesadillas. Anoche sentí que alguien se inclinaba sobre mí y con su boca
sobre la mía, bebía mi vida. Sí, la bebía con la misma avidez que una
sanguijuela. Luego se incorporó saciado, y yo me desperté tan extenuado y
aniquilado, que apenas podía moverme. Si eso se prolonga durante algunos
días volveré a ausentarme.
5 de julio
¿He perdido la razón? Lo que pasó, lo que vi anoche, ¡es tan extraño
que cuando pienso en ello pierdo la cabeza!
Había cerrado la puerta con llave, como todas las noches, y luego sentí
sed, bebí medio vaso de agua y observé distraídamente que la botella
estaba llena.
Me acosté en seguida y caí en uno de mis espantosos sueños del cual
pude salir cerca de dos horas después con una sacudida más horrible aún.
Imagínense ustedes un hombre que es asesinado mientras duerme, que
despierta con un cuchillo clavado en el pecho, jadeante y cubierto de sangre,
que no puede respirar y que muere sin comprender lo que ha sucedido.
Después de recobrar la razón, sentí nuevamente sed; encendí una bujía
y me dirigí hacia la mesa donde había dejado la botella. La levanté
inclinándola sobre el vaso, pero no había una gota de agua. Estaba vacía,
¡completamente vacía! Al principio no comprendí nada, pero de pronto sentí
una emoción tan atroz que tuve que sentarme o, mejor dicho, me desplomé
sobre una silla. Luego me incorporé de un salto para mirar a mi alrededor.
Después volví a sentarme delante del cristal trasparente, lleno de asombro y
terror. Lo observaba con la mirada fija, tratando de imaginarme lo que había
pasado. Mis manos temblaban. ¿Quién se había bebido el agua? Yo, yo sin
duda. ¿Quién podía haber sido sino yo? Entonces... yo era sonámbulo, y
vivía sin saberlo esa doble vida misteriosa que nos hace pensar que hay en
nosotros dos seres, o que a veces un ser extraño, desconocido e invisible
anima, mientras dormimos, nuestro cuerpo cautivo que le obedece como a
nosotros y más que a nosotros.
¡Ah! ¿Quién podrá comprender mi abominable angustia? ¿Quién podrá
comprender la emoción de un hombre mentalmente sano, perfectamente
despierto y en uso de razón al contemplar espantado una botella que se ha
vaciado mientras dormía? Y así permanecí hasta el amanecer sin atreverme
a volver a la cama.
6 de julio
Pierdo la razón. ¡Anoche también bebieron el agua de la botella, o tal
vez la bebí yo!
10 de julio
Acabo de hacer sorprendentes comprobaciones. ¡Decididamente estoy
loco! Y sin embargo...
El 6 de julio, antes de acostarme puse sobre la mesa vino, leche, agua,
pan y fresas. Han bebido —o he bebido—toda el agua y un poco de leche. No
han tocado el vino, ni el pan ni las fresas.
El 7 de julio he repetido la prueba con idénticos resultados.
El 8 de julio suprimí el agua y la leche, y no han tocado nada.
Por último, el 9 de julio puse sobre la mesa solamente el agua y la
leche, teniendo especial cuidado de envolver las botellas con lienzos de
muselina blanca y de atar los tapones. Luego me froté con grafito los labios,
la barba y las manos y me acosté.
Un sueño irresistible se apoderó de mí, seguido poco después por el
atroz despertar. No me había movido; ni siquiera mis sábanas estaban
manchadas. Corrí hacia la mesa. Los lienzos que envolvían las botellas
seguían limpios e inmaculados. Desaté los tapones, palpitante de emoción . ¡
Se habían bebido toda el agua y toda la leche! ¡Ah! ¡Dios mío!...
Partiré inmediatamente hacia París.
12 de julio
París. Estos últimos días había perdido la cabeza. Tal vez he sido
juguete de mi enervada imaginación, salvo que yo sea realmente sonámbulo
o que haya sufrido una de esas influencias comprobadas, pero hasta ahora
inexplicables, que se llaman sugestiones. De todos modos, mi extravío
rayaba en la demencia, y han bastado veinticuatro horas en París para
recobrar la cordura. Ayer, después de paseos y visitas, que me han
renovado y vivificado el alma, terminé el día en el Théatre-Francais.
Representábase una pieza de Alejandro Dumas hijo. Este autor vivaz y
pujante ha terminado de curarme. Es evidente que la soledad resulta
peligrosa para las mentes que piensan demasiado. Necesitamos ver a
nuestro alrededor a hombres que piensen y hablen. Cuando permanecemos
solos durante mucho tiempo, poblamos de fantasmas el vacío.
Regresé muy contento al hotel, caminando por el centro. Al codearme
con la multitud, pensé, no sin ironía, en mis terrores y suposiciones de la
semana pasada, pues creí, sí, creí que un ser invisible vivía bajo mi techo.
Cuán débil es nuestra razón y cuán rápidamente se extravía cuando nos
estremece un hecho incomprensible.
En lugar de concluir con estas simples palabras : "Yo no comprendo
porque no puedo explicarme las causas", nos imaginamos en seguida
impresionantes misterios y poderes sobrenaturales.
14 de julio
Fiesta de la República. He paseado por las calles. Los cohetes y
banderas me divirtieron como a un niño. Sin embargo, me parece una
tontería ponerse contento un día determinado por decreto del gobierno. El
pueblo es un rebaño de imbéciles, a veces tonto y paciente, y otras, feroz y
rebelde. Se le dice: "Diviértete". Y se divierte. Se le dice: "Ve a combatir con
tu vecino". Y va a combatir. Se le dice: "Vota por el emperador". Y vota por
el emperador. Después: "Vota por la República". Y vota por la República.
Los que lo dirigen son igualmente tontos, pero en lugar de obedecer a
hombres se atienen a principios, que por lo mismo que son principios sólo
pueden ser necios, estériles y falsos, es decir, ideas consideradas ciertas e
inmutables, tan luego en este mundo donde nada es seguro y donde la luz y
el sonido son ilusorios.
16 de julio
Ayer he visto cosas que me preocuparon mucho. Cené en casa de mi
prima, la señora Sablé, casada con el jefe del regimiento 76 de cazadores de
Limoges. Conocí allí a dos señoras jóvenes, casada una de ellas con el doctor
Parent que se dedica intensamente al estudio de las enfermedades nerviosas
y de los fenómenos extraordinarios que hoy dan origen a las experiencias
sobre hipnotismo y sugestión.
Nos refirió detalladamente los prodigiosos resultados obtenidos por los
sabios ingleses y por los médicos de la escuela de Nancy. Los hechos que
expuso me parecieron tan extraños que manifesté mi incredulidad.
—Estamos a punto de descubrir uno de los más importantes secretos de
la naturaleza—decía el doctor Parent—, es decir, uno de sus más
importantes secretos aquí en la tierra, puesto que hay evidentemente otros
secretos importantes en las estrellas. Desde que el hombre piensa, desde
que aprendió a expresar y a escribir su pensamiento, se siente tocado por
un misterio impenetrable para sus sentidos groseros e imperfectos, y trata
de suplir la impotencia de dichos sentidos mediante el esfuerzo de su
inteligencia. Cuando la inteligencia permanecía aún en un estado
rudimentario, la obsesión de los fenómenos invisibles adquiría formas
comúnmente terroríficas. De ahí las creencias populares en lo sobrenatural.
Las leyendas de las almas en pena, las hadas, los gnomos y los aparecidos;
me atrevería a mencionar incluso la leyenda de Dios, pues nuestras
concepciones del artífice creador de cualquier religión son las invenciones
más mediocres, estúpidas e inaceptables que pueden salir de la mente
atemorizada de los hombres. Nada es más cierto que este pensamiento de
Voltaire: "Dios ha hecho al hombre a su imagen y semejanza pero el hombre
también ha procedido así con él.
"Pero desde hace algo más de un siglo, parece percibirse algo nuevo.
Mesmer y algunos otros nos señalan un nuevo camino y, efectivamente,
sobre todo desde hace cuatro o cinco años, se han obtenido sorprendentes
resultados."
Mi prima, también muy incrédula, sonreía. El doctor Parent le dijo:
—¿Quiere que la hipnotice, señora?
—Sí; me parece bien.
Ella se sentó en un sillón y él comenzó a mirarla fijamente. De
improviso, me dominó la turbación, mi corazón latía con fuerza y sentía una
opresión en la garganta. Veía cerrarse pesadamente los ojos de la señora
Sablé, y su boca se crispaba y parecía jadear.
Al cabo de diez minutos dormía.
—Póngase detrás de ella—me dijo el médico.
Obedecí su indicación, y él colocó en las manos de mi prima una tarjeta
de visita al tiempo que le decía: "Esto es un espejo; ¿qué ve en él?"
—Veo a mi primo—respondió.
—¿Qué hace?
—Se atusa el bigote. —¿ Y ahora ?
-—Saca una fotografía del bolsillo.
—¿Quién aparece en la fotografía?
—Él, mi primo.
¡Era cierto! Esa misma tarde me habían entregado esa fotografía en el
hotel.
—¿Cómo aparece en ese retrato?
—Se halla de pie, con el sombrero en la mano. Evidentemente, veía en
esa tarjeta de cartulina lo que hubiera visto en un espejo.
Las damas decían espantadas: "¡Basta! ¡Basta, por favor!"
Pero el médico ordenó: "Usted se levantará mañana a las ocho; luego
irá a ver a su primo al hotel donde se aloja, y le pedirá que le preste los
cinco mil francos que le pide su esposo y que le reclamará cuando regrese
de su próximo viaje". Luego la despertó.
Mientras regresaba al hotel pensé en esa curiosa sesión y me asaltaron
dudas, no sobre la insospechable, la total buena fe de mi prima a quien
conocía desde la infancia como a una hermana, sino sobre la seriedad del
médico. ¿No escondería en su mano un espejo que mostraba a la joven
dormida, al mismo tiempo que la tarjeta?
Los prestidigitadores profesionales hacen cosas semejantes.
No bien regresé me acosté.
Pero a las ocho y media de la mañana me despertó mi mucamo y me
dijo:
—La señora Sablé quiere hablar inmediatamente con el señor.
Me vestí de prisa y la hice pasar.
Sentóse muy turbada y me dijo sin levantar la mirada ni quitarse el
velo:
—Querido primo, tengo que pedirle un gran favor.
—¿De qué se trata, prima?
—Me cuesta mucho decirlo, pero no tengo más remedio. Necesito
urgentemente cinco mil francos.
—Pero cómo, ¿tan luego usted?
—Sí, yo, o mejor dicho mi esposo, que me ha encargado conseguirlos.
Me quedé tan asombrado que apenas podía balbucear mis respuestas.
Pensaba que ella y el doctor Parent se estaba burlando de mí, y que eso
podía ser una mera farsa preparada de antemano y representada a la
perfección.
Pero todas mis dudas se disiparon cuando la observé con atención.
Temblaba de angustia. Evidentemente esta gestión le resultaba muy penosa
y advertí que apenas podía reprimir el llanto.
Sabía que era muy rica y le dije:
—¿Cómo es posible que su esposo no disponga de cinco mil francos?
Reflexione. ¿Está segura de que le ha encargado pedírmelos a mí?
Vaciló durante algunos segundos como si le costara mucho recordar, y
luego respondió:
—Sí... sí... estoy segura.
—¿Le ha escrito?
Vaciló otra vez y volvió a pensar. Advertí el penoso esfuerzo de su
mente. No sabía. Sólo recordaba que debía pedirme ese préstamo para su
esposo. Por consiguiente, se decidió a mentir.
—Sí, me escribió.
—¿Cuándo? Ayer no me dijo nada.
—Recibí su carta esta mañana.
—¿Puede enseñármela?
—No, no... contenía cosas íntimas... demasiado personales... y la he...
la he quemado.
—Así que su marido tiene deudas.
Vaciló una vez más y luego murmuró:
—No lo sé.
Bruscamente le dije:
—Pero en este momento, querida prima, no dispongo de cinco mil
francos.
Dio una especie de grito de desesperación:
—¡Ay! ¡Por favor! Se lo ruego! Trate de conseguirlos ...
Exaltada, unía sus manos como si se tratara de un ruego. Su voz
cambió de tono; lloraba murmurando cosas ininteligibles, molesta y
dominada por la orden irresistible que había recibido.
—¡Ay! Le suplico... si supiera cómo sufro... los necesito para hoy. Sentí
piedad por ella.
—Los tendrá de cualquier manera. Se lo prometo.
—¡Oh! ¡Gracias, gracias! ¡Qué bondadoso es usted !
—¿Recuerda lo que pasó anoche en su casa?—le pregunté entonces.
—Sí.
—¿Recuerda que el doctor Parent la hipnotizó?
— Sí..
—Pues bien, fue él quien le ordenó venir esta mañana a pedirme cinco
mil francos, y en este momento usted obedece a su sugestión.
Reflexionó durante algunos instantes y luego respondió:
—Pero es mi esposo quien me los pide. Durante una hora traté
infructuosamente de convencerla. Cuando se fue, corrí a casa del doctor
Parent. Me dijo:
—¿Se ha convencido ahora?
—Sí, no hay más remedio que creer.
—Vamos a ver a su prima.
Cuando llegamos dormitaba en un sofá, rendida por el cansancio. El
médico le tomó el pulso, la miró durante algún tiempo con una mano
extendida hacia sus ojos que la joven cerró debido al influjo irresistible del
poder magnético.
Cuando se durmió, el doctor Parent le dijo:
—¡Su esposo no necesita los cinco mil francos! Por lo tanto, usted debe
olvidar que ha rogado a su primo para que se los preste, y si le habla de
eso, usted no comprenderá.
Luego le despertó. Entonces saqué mi billetera.
—Aquí tiene, querida prima. Lo que me pidió esta mañana .
Se mostró tan sorprendida que no me atreví a insistir. Traté, sin
embargo, de refrescar su memoria, pero negó todo enfáticamente, creyendo
que me burlaba, y poco faltó para que se enojase.
***
Acabo de regresar. La experiencia me ha impresionado tanto que no he
podido almorzar.
19 de julio
Muchas personas a quienes he referido esta aventura se han reído de
mí. Ya no sé qué pensar. El sabio dijo: "Quizá".
21 de julio
Cené en Bougival y después estuve en el baile de los remeros.
Decididamente, todo depende del lugar y del medio. Creer en lo sobrenatural
en la isla de la Grenouillère sería el colmo del desatino... pero ¿no es así en
la cima del monte Saint-Michel, y en la India? Sufrimos la influencia de lo
que nos rodea. Regresaré a casa la semana próxima.
30 de julio
Ayer he regresado a casa. Todo está bien.
2 de agosto
No hay novedades. Hace un tiempo espléndido. Paso los días mirando
correr el Sena.
4 de agosto
Hay problemas entre mis criados. Aseguran que alguien rompe los
vasos en los armarios por la noche. El mucamo acusa a la cocinera y ésta a
la lavandera quien a su vez acusa a los dos primeros. ¿Quién es el culpable?
El tiempo lo dirá.
6 de agosto
Esta vez no estoy loco. Lo he visto... ¡lo he visto! Ya no tengo la menor
duda... ¡lo he visto! Aún siento frío hasta en las uñas... el miedo me penetra
hasta la médula... ¡Lo he visto!...
A las dos de la tarde me paseaba a pleno sol por mi rosedal; caminaba
por el sendero de rosales de otoño que comienzan a florecer.
Me detuve a observar un hermoso ejemplar de géant des batailles, que
tenía tres flores magníficas, y vi entonces con toda claridad cerca de mí que
el tallo de una de las rosas se doblaba como movido por una mano invisible:
¡luego, vi que se quebraba como si la misma mano lo cortase! Luego la flor
se elevó, siguiendo la curva que habría descrito un brazo al llevarla hacia
una boca y permaneció suspendida en el aire trasparente, muy sola e
inmóvil, como una pavorosa mancha a tres pasos de mí.
Azorado, me arrojé sobre ella para tomarla. Pero no pude hacerlo:
había desaparecido. Sentí entonces rabia contra mí mismo, pues no es
posible que una persona razonable tenga semejantes alucinaciones .
Pero, ¿tratábase realmente de una alucinación? Volví hacia el rosal para
buscar el tallo cortado e inmediatamente lo encontré, recién cortado, entre
las dos rosas que permanecían en la rama. Regresé entonces a casa con la
mente alterada; en efecto, ahora estoy convencido, seguro como de la
alternancia de los días y las noches, de que existe cerca de mí un ser
invisible, que se alimenta de leche y agua, que puede tocar las cosas,
tomarlas y cambiarlas de lugar; dotado, por consiguiente, de un cuerpo
material aunque imperceptible para nuestros sentidos, y que habita en mi
casa como yo...
7 de agosto
Dormí tranquilamente. Se ha bebido el agua de la botella pero no
perturbó mi sueño.
Me pregunto si estoy loco. Cuando a veces me paseo a pleno sol, a lo
largo de la costa, he dudado de mi razón; no son ya dudas inciertas como
las que he tenido hasta ahora, sino dudas precisas, absolutas. He visto
locos. He conocido algunos que seguían siendo inteligentes, lúcidos y
sagaces en todas las cosas de la vida menos en un punto. Hablaban de todo
con claridad, facilidad y profundidad, pero de pronto su pensamiento
chocaba contra el escollo de la locura y se hacía pedazos, volaba en
fragmentos y se hundía en ese océano siniestro y furioso, lleno de olas
fragorosas, brumosas y borrascosas que se llama "demencia ".
Ciertamente, estaría convencido de mi locura, si no tuviera perfecta
conciencia de mi estado, al examinarlo con toda lucidez. En suma, yo sólo
sería un alucinado que razona. Se habría producido en mi mente uno de
esos trastornos que hoy tratan de estudiar y precisar los fisiólogos
modernos, y dicho trastorno habría provocado en mí una profunda ruptura
en lo referente al orden y a la lógica de las ideas. Fenómenos semejantes se
producen en el sueño, que nos muestra las fantasmagorías más
inverosímiles sin que ello nos sorprenda, porque mientras duerme el aparato
verificador, el sentido del control, la facultad imaginativa vigila y trabaja.
¿Acaso ha dejado de funcionar en mí una de las imperceptibles teclas del
teclado cerebral? Hay hombres que a raíz de accidentes pierden la memoria
de los nombres propios, de las cifras o solamente de las fechas. Hoy se ha
comprobado la localización de todas las partes del pensamiento. No puede
sorprender entonces que en este momento se haya disminuido mi facultad
de controlar la irrealidad de ciertas alucinaciones.
Pensaba en todo ello mientras caminaba por la orilla del río. El sol
iluminaba el agua, sus rayos embellecían la tierra y llenaban mis ojos de
amor por la vida, por las golondrinas cuya agilidad constituye para mí un
motivo de alegría, por las hierbas de la orilla cuyo estremecimiento es un
placer para mis oídos.
Sin embargo, paulatinamente me invadía un malestar inexplicable. Me
parecía que una fuerza desconocida me detenía, me paralizaba,
impidiéndome avanzar, y que trataba de hacerme volver atrás. Sentí ese
doloroso deseo de volver que nos oprime cuando hemos dejado en nuestra
casa a un enfermo querido y presentimos una agravación del mal.
Regresé entonces, a pesar mío, convencido de que encontraría en casa
una mala noticia, una carta o un telegrama. Nada de eso había, y me quedé
más sorprendido e inquieto aún que si hubiese tenido una nueva visión
fantástica.
8 de agosto
Pasé una noche horrible. Él no ha aparecido más, pero lo siento cerca
de mí. Me espía, me mira, se introduce en mí y me domina. Así me resulta
más temible, pues al ocultarse de este modo parece manifestar su presencia
invisible y constante mediante fenómenos sobrenaturales.
Sin embargo he podido dormir.
9 de agosto
Nada ha sucedido. pero tengo miedo.
10 de agosto
Nada: ¿qué sucederá mañana?
11 de agosto
Nada, siempre nada; no puedo quedarme aquí con este miedo y estos
pensamientos que dominan mi mente; me voy.
12 de agosto, 10 de la noche
Durante todo el día he tratado de partir, pero no he podido. He
intentado realizar ese acto tan fácil y sencillo—salir, subir en mi coche para
dirigirme a Ruán—y no he podido. ¿Por qué?
13 de agosto
Cuando nos atacan ciertas enfermedades nuestros mecanismos físicos
parecen fallar. Sentimos que nos faltan las energías y que todos nuestros
músculos se relajan; los huesos parecen tan blandos como la carne y la
carne tan líquida como el agua. Todo eso repercute en mi espíritu de manera
extraña y desoladora. Carezco de fuerzas y de valor; no puedo dominarme y
ni siquiera puedo hacer intervenir mi voluntad. Ya no tengo iniciativa; pero
alguien lo hace por mí, y yo obedezco.
14 de agosto
¡Estoy perdido! ¡Alguien domina mi alma y la dirige! Alguien ordena
todos mis actos, mis movimientos y mis pensamientos. Ya no soy nada en
mí; no soy más que un espectador prisionero y aterrorizado por todas las
cosas que realizo. Quiero salir y no puedo. Él no quiere y tengo que
quedarme, azorado y tembloroso, en el sillón donde me obliga a sentarme.
Sólo deseo levantarme, incorporarme para sentirme todavía dueño de mí.
¡Pero no puedo! Estoy clavado en mi asiento, y mi sillón se adhiere al suelo
de tal modo que no habría fuerza capaz de movernos.
De pronto, siento la irresistible necesidad de ir al huerto a cortar fresas
y comerlas. Y voy. Corto fresas y las como. ¡Oh Dios mío! ¡Dios mío! ¿Será
acaso un Dios? Si lo es, ¡salvadme! ¡Libradme! ¡Socorredme! ¡Perdón!
¡Piedad! ¡Misericordia! ¡Salvadme! ¡Oh, qué sufrimiento! ¡Qué suplicio! ¡Qué
horror!
15 de agosto
Evidentemente, así estaba poseída y dominada mi prima cuando fue a
pedirme cinco mil francos. Obedecía a un poder extraño que había penetrado
en ella como otra alma, como un alma parásita y dominadora. ¿Es acaso el
fin del mundo? Pero, ¿quién es el ser invisible que me domina? ¿Quién es
ese desconocido, ese merodeador de una raza sobrenatural?
Por consiguiente, ¡los invisibles existen! ¿Pero cómo es posible que aún
no se hayan manifestado desde el origen del mundo en una forma tan
evidente como se manifiestan en mí? Nunca leí nada que se asemejara a lo
que ha sucedido en mi casa. Si pudiera abandonarla, irme, huir y no
regresar más, me salvaría, pero no puedo.
16 de agosto
Hoy pude escaparme durante dos horas, como un preso que encuentra
casualmente abierta la puerta de su calabozo. De pronto, sentí que yo
estaba libre y que él se hallaba lejos. Ordené uncir los caballos rápidamente
y me dirigí a Ruán. Qué alegría poder decirle a un hombre que obedece:
"¡Vamos a Ruán!"
Hice detener la marcha frente a la biblioteca donde solicité en préstamo
el gran tratado del doctor Hermann Herestauss sobre los habitantes
desconocidos del mundo antiguo y moderno.
Después, cuando me disponía a subir a mi coche, quise decir: "¡A la
estación!" y grité—no dije, grité—con una voz tan fuerte que llamó la
atención de los transeúntes: "A casa", y caí pesadamente, loco de angustia,
en el asiento. Él me había encontrado y volvía a posesionarse de mí.
17 de agosto
¡Ah! ¡Qué noche! ¡Qué noche! Y sin embargo me parece que debería
alegrarme. Leí hasta la una de la madrugada. Hermann Herestauss, doctor
en filosofía y en teogonía, ha escrito la historia y las manifestaciones de
todos los seres invisibles que merodean alrededor del hombre o han sido
soñados por él. Describe sus orígenes, sus dominios y sus poderes. Pero
ninguno de ellos se parece al que me domina. Se diría que el hombre, desde
que pudo pensar, presintió y temió la presencia de un ser nuevo más fuerte
que él —su sucesor en el mundo—y que como no pudo prever la naturaleza
de este amo, creó, en medio de su terror, todo ese mundo fantástico de
seres ocultos y de fantasmas misteriosos surgidos del miedo. Después de
leer hasta la una de la madrugada, me senté junto a mi ventana abierta
para refrescarme la cabeza y el pensamiento con la apacible brisa de la
noche.
Era una noche hermosa y tibia, que en otra ocasión me hubiera gustado
mucho.
No había luna. Las estrellas brillaban en las profundidades del cielo con
estremecedores destellos.
¿Quién vive en aquellos mundos? ¿Qué formas, qué seres vivientes,
animales o plantas, existirán allí? Los seres pensantes de esos universos,
¿serán más sabios y más poderosos que nosotros? ¿Conocerán lo que
nosotros ignoramos? Tal vez cualquiera de estos días uno de ellos atravesará
el espacio y llegará a la tierra para conquistarla, así como antiguamente los
normandos sometían a los pueblos más débiles.
Somos tan indefensos, inermes, ignorantes y pequeños, sobre este
trozo de lodo que gira disuelto en una gota de agua.
Pensando en eso, me adormecí en medio del fresco viento de la noche.
Pero después de dormir unos cuarenta minutos, abrí los ojos sin hacer
un movimiento, despertado por no sé qué emoción confusa y extraña. En un
principio no vi nada, pero de pronto me pareció que una de las páginas del
libro que había dejado abierto sobre la mesa acababa de darse vuelta sola.
No entraba ninguna corriente de aire por la ventana. Esperé, sorprendido. Al
cabo de cuatro minutos, vi, sí, vi con mis propios ojos, que una nueva
página se levantaba y caía sobre la otra, como movida por un dedo. Mi sillón
estaba vacío, aparentemente estaba vacío, pero comprendí que él estaba
leyendo allí, sentado en mi lugar. ¡Con un furioso salto, un salto de fiera
irritada que se rebela contra el domador, atravesé la habitación para
atraparlo, estrangularlo y matarlo! Pero antes de que llegara, el sillón cayó
delante de mí como si él hubiera huido... la mesa osciló, la lámpara rodó por
el suelo y se apagó, y la ventana se cerró como si un malhechor sorprendido
hubiese escapado por la oscuridad, tomando con ambas manos los
batientes.
Había escapado; había sentido miedo, ¡miedo de mí!
Entonces, mañana... pasado mañana o cualquier a de estos... podré
tenerlo bajo mis puños y aplastarlo contra el suelo. ¿Acaso a veces los
perros no muerden y degüellan a sus amos?
18 de agosto
He pensado durante todo el día. ¡Oh!, sí, voy a obedecerle, seguiré sus
impulsos, cumpliré sus deseos, seré humilde, sumiso y cobarde. Él es más
fuerte. Hasta que llegue el momento...
19 de agosto
¡Ya sé... ya sé todo! Acabo de leer lo que sigue en la Revista del Mundo
Científico: "Nos llega una noticia muy curiosa de Río de Janeiro. Una
epidemia de locura, comparable a las demencias contagiosas que asolaron a
los pueblos europeos en la Edad Media, se ha producido en el Estado de San
Pablo. Los habitantes despavoridos abandonan sus casas y huyen de los
pueblos, dejan sus cultivos, creyéndose poseídos y dominados, como un
rebaño humano, por seres invisibles aunque tangibles, por especies de
vampiros que se alimentan de sus vidas mientras los habitantes duermen, y
que además beben agua y leche sin apetecerles aparentemente ningún otro
alimento.
"El profesor don Pedro Henríquez, en compañía de varios médicos
eminentes, ha partido para el Estado de San Pablo, a fin de estudiar sobre el
terreno el origen y las manifestaciones de esta sorprendente locura, y poder
aconsejar al Emperador las medidas que juzgue convenientes para apaciguar
a los delirantes pobladores."
¡Ah! ¡Ahora recuerdo el hermoso bergantín brasileño que pasó frente a
mis ventanas remontando el Sena, el 8 de mayo último! Me pareció tan
hermoso, blanco y alegre. Allí estaba él que venía de lejos, ¡del lugar de
donde es originaria su raza! ¡Y me vio! Vio también mi blanca vivienda, y
saltó del navío a la costa. ¡Oh Dios mío!
Ahora ya lo sé y lo presiento: el reinado del hombre ha terminado.
Ha venido aquel que inspiró los primeros terrores de los pueblos
primitivos. Aquel que exorcizaban los sacerdotes inquietos y que invocaban
los brujos en las noches oscuras, aunque sin verlo todavía. Aquel a quien los
presentimientos de los transitorios dueños del mundo adjudicaban formas
monstruosas o graciosas de gnomos, espíritus, genios, hadas y duendes.
Después de las groseras concepciones del espanto primitivo, hombres más
perspicaces han presentido con mayor claridad. Mesmer lo sospechaba, y
hace ya diez años que los médicos han descubierto la naturaleza de su poder
de manera precisa, antes de que él mismo pudiera ejercerlo. Han jugado con
el arma del nuevo Señor, con una facultad misteriosa sobre el alma humana.
La han denominado magnetismo, hipnotismo, sugestión... ¡qué sé yo! ¡Los
he visto divertirse como niños imprudentes con este terrible poder!
¡Desgraciados de nosotros! ¡Desgraciado del hombre! Ha llegado el... el...
¿cómo se llama?... el ... parece qué me gritara su nombre y no lo oyese...
el... sí... grita... Escucho... ¿cómo?... repite... el... Horla... He oído... el
Horla... es él... ¡el Horla... ha llegado! ...
¡Ah! El buitre se ha comido la paloma, el lobo ha devorado el cordero;
el león ha devorado el búfalo de agudos cuernos: el hombre ha dado muerte
al león con la flecha, el puñal y la pólvora, pero el Horla hará con el hombre
lo que nosotros hemos hecho con el caballo y el buey: lo convertirá en su
cosa, su servidor y su alimento, por el solo poder de su voluntad.
¡Desgraciados de nosotros!
No obstante, a veces el animal se rebela y mata a quien lo domestica...
yo también quiero... yo podría hacer lo mismo... pero primero hay que
conocerlo, tocarlo y verlo. Los sabios afirman que los ojos de los animales no
distinguen las mismas cosas que los nuestros... Y mis ojos no pueden
distinguir al recién llegado que me oprime. ¿Por qué? ¡Oh! Recuerdo ahora
las palabras del monje del monte Saint-Michel: "¿Acaso vemos la
cienmilésima parte de lo que existe? Observe, por ejemplo, el viento que es
la fuerza más poderosa de la naturaleza, el viento que derriba hombres y
edificios, que arranca de cuajo los árboles, y levanta montañas de agua en el
mar, que destruye los acantilados y arroja contra ellos a las grandes naves;
el viento, que silba, gime y ruge. ¿Acaso lo ha visto usted alguna vez?
¿Acaso puede verlo? ¡Y sin embargo existe!"
Y yo seguía pensando: mis ojos son tan débiles e imperfectos que ni
siquiera distinguen los cuerpos sólidos cuando son trasparentes como el
vidrio... Si un espejo sin azogue obstruye mi camino chocaré contra él como
el pájaro que penetra en una habitación y se rompe la cabeza contra los
vidrios. Por lo demás, mil cosas nos engañan y desorientan. No puede
extrañar entonces que el hombre no sepa percibir un cuerpo nuevo que
atraviesa la luz.
¡Un ser nuevo! ¿Por qué no? ¡No podía dejar de venir! ¿ Por qué
nosotros íbamos a ser los últimos? Nosotros no los distinguimos pero
tampoco nos distinguían los seres creados antes que nosotros. Ello se
explica porque su naturaleza es más perfecta, más elaborada y mejor
terminada que la nuestra, tan endeble y torpemente concebida, trabada por
órganos siempre fatigados, siempre forzados como mecanismos demasiado
complejos, que vive como una planta o como un animal, nutriéndose
penosamente de aire, hierba y carne, máquina animal acosada por las
enfermedades, las deformaciones y las putrefacciones; que respira con
dificultad, imperfecta, primitiva y extraña, ingeniosamente mal hecha, obra
grosera y delicada, bosquejo del ser que podría convertirse en inteligente y
poderoso.
Existen muchas especies en este mundo, desde la ostra al hombre. ¿Por
qué no podría aparecer una más, después de cumplirse el período que
separa las sucesivas apariciones de las diversas especies?
¿Por qué no puede aparecer una más? ¿Por qué no pueden surgir
también nuevas especies de árboles de flores gigantescas y resplandecientes
que perfumen regiones enteras? ¿Por qué no pueden aparecer otros
elementos que no sean el fuego, el aire, la tierra y el agua? ¡Sólo son
cuatro, nada más que cuatro, esos padres que alimentan a los seres! ¡Qué
lástima! ¿Por qué no serán cuarenta, cuatrocientos o cuatro mil? ¡Todo es
pobre, mezquino, miserable! ¡Todo se ha dado con avaricia, se ha inventado
secamente y se ha hecho con torpeza! ¡Ah! ¡Cuánta gracia hay en el elefante
y el hipopótamo! ¡Qué elegante es el camello!
Se podrá decir que la mariposa es una flor que vuela. Yo sueño con una
que sería tan grande como cien universos, con alas cuya forma, belleza,
color y movimiento ni siquiera puedo describir. Pero lo veo... va de estrella a
estrella, refrescándolas y perfumándolas con el soplo armonioso y ligero de
su vuelo... Y los pueblos que allí habitan la miran pasar, extasiados y
maravillados ...
¿Qué es lo que tengo? Es el Horla que me hechiza, que me hace pensar
esas locuras. Está en mí, se convierte en mi alma. ¡Lo mataré!
19 de agosto
Lo mataré. ¡Lo he visto! Anoche yo estaba sentado a la mesa y simulé
escribir con gran atención. Sabía perfectamente que vendría a rondar a mi
alrededor, muy cerca, tan cerca que tal vez podría tocarlo y asirlo. ¡Y
entonces!... Entonces tendría la fuerza de los desesperados; dispondría de
mis manos, mis rodillas, mi pecho, mi frente y mis dientes para
estrangularlo, aplastarlo, morderlo y despedazarlo.
Yo acechaba con todos mis sentidos sobreexcitados.
Había encendido las dos lámparas y las ocho bujías de la chimenea,
como si fuese posible distinguirlo con esa luz.
Frente a mí está mi cama, una vieja cama de roble, a la derecha la
chimenea; a la izquierda la puerta cerrada cuidadosamente, después de
dejarla abierta durante largo rato a fin de atraerlo; detrás de mí un gran
armario con espejos que todos los días me servía para afeitarme y vestirme
y donde acostumbraba mirarme de pies a cabeza cuando pasaba frente a él.
Como dije antes, simulaba escribir para engañarlo, pues él también me
espiaba. De pronto, sentí, sentí, tuve la certeza de que leía por encima de mi
hombro, de que estaba allí rozándome la oreja. Me levanté con las manos
extendidas, girando con tal rapidez que estuve a punto de caer. Pues bien...
se veía como si fuera pleno día, ¡y sin embargo no me vi en el espejo!...
¡Estaba vacío, claro, profundo y resplandeciente de luz! ¡Mi imagen no
aparecía y yo estaba frente a él! Veía aquel vidrio totalmente límpido de
arriba abajo. Y lo miraba con ojos extraviados; no me atrevía a avanzar, y
ya no tuve valor para hacer un movimiento más. Sentía que él estaba allí,
pero que se me escaparía otra vez, con su cuerpo imperceptible que me
impedía reflejarme en el espejo. ¡Cuánto miedo sentí! De pronto, mi imagen
volvió a reflejarse pero como si estuviese envuelta en la bruma, como si la
observase a través de una capa de agua. Me parecía que esa agua se
deslizaba lentamente de izquierda a derecha y que paulatinamente mi
imagen adquiría mayor nitidez. Era como el final de un eclipse. Lo que la
ocultaba no parecía tener contornos precisos; era una especie de
trasparencia opaca, que poco a poco se aclaraba.
Por último, pude distinguirme completamente como todos los días.
¡Lo había visto! Conservo el espanto que aún me hace estremecer.
20 de agosto
¿Cómo podré matarlo si está fuera de mi alcance?
¿Envenenándolo? Pero él me verá mezclar el veneno en el agua y tal
vez nuestros venenos no tienen ningún efecto sobre un cuerpo
imperceptible. No... no... decididamente no. Pero entonces... ¿qué haré
entonces?
21 de agosto
He llamado a un cerrajero de Ruán y le he encargado persianas
metálicas como las que tienen algunas residencias particulares de París, en
la planta baja, para evitar los robos. Me haré además una puerta similar. Me
debe haber tomado por un cobarde, pero no importa...
10 de setiembre
Ruán, Hotel Continental. Ha sucedido.. . ha sucedido... pero, ¿habrá
muerto? Lo que vi me ha trastornado.
Ayer, después que el cerrajero colocó la persiana y la puerta de hierro,
dejé todo abierto hasta medianoche a pesar de que comenzaba a hacer frío.
De improviso, sentí que estaba aquí y me invadió la alegría, una enorme
alegría. Me levanté lentamente y caminé en cualquier dirección durante
algún tiempo para que no sospechase nada. Luego me quité los botines y
me puse distraídamente unas pantuflas. Cerré después la persiana metálica
y regresé con paso tranquilo hasta la puerta, cerrándola también con dos
vueltas de llave. Regresé entonces hacia la ventana, la cerré con un candado
y guardé la llave en el bolsillo.
De pronto, comprendí que se agitaba a mi alrededor, que él también
sentía miedo, y que me ordenaba que le abriera. Estuve a punto de ceder,
pero no lo hice. Me acerqué a la puerta y la entreabrí lo suficiente como para
poder pasar retrocediendo, y como soy muy alto mi cabeza llegaba hasta el
dintel. Estaba seguro de que no había podido escapar y allí lo acorralé solo,
completamente solo. ¡Qué alegría! ¡Había caído en mi poder! Entonces
descendí corriendo a la planta baja; tomé las dos lámparas que se hallaban
en la sala situada debajo de mi habitación, y, con el aceite que contenían
rocié la alfombra, los muebles, todo. Luego les prendí fuego, y me puse a
salvo después de cerrar bien, con dos vueltas de llave, la puerta de entrada.
Me escondí en el fondo de mi jardín tras un macizo de laureles. ¡Qué
larga me pareció la espera! Reinaba la más completa oscuridad, gran
quietud y silencio; no soplaba la menor brisa, no había una sola estrella,
nada más que montañas de nubes que aunque no se veían hacían sentir su
gran peso sobre mi alma.
Miraba mi casa y esperaba. ¡Qué larga era la espera! Creía que el fuego
ya se había extinguido por sí solo o que él lo había extinguido. Hasta que vi
que una de las ventanas se hacía astillas debido a la presión del incendio, y
una gran llamarada roja y amarilla, larga, flexible y acariciante, ascender por
la pared blanca hasta rebasar el techo. Una luz se reflejó en los árboles, en
las ramas y en las hojas, y también un estremecimiento, ¡un
estremecimiento de pánico! Los pájaros se despertaban; un perro comenzó a
ladrar; parecía que iba a amanecer. De inmediato, estallaron otras ventanas,
y pude ver que toda la planta baja de mi casa ya no era más que un
espantoso brasero. Pero se oyó un grito en medio de la noche, un grito de
mujer horrible, sobreagudo y desgarrador, al tiempo que se abrían las
ventanas de dos buhardillas. ¡Me había olvidado de los criados! ¡Vi sus
rostros enloquecidos y sus brazos que se agitaban!...
Despavorido, eché a correr hacia el pueblo gritando: "¡Socorro!
¡Socorro! ¡Fuego! ¡Fuego!" Encontré gente que ya acudía al lugar y regresé
con ellos para ver.
La casa ya sólo era una hoguera horrible y magnífica, una gigantesca
hoguera que iluminaba la tierra, una hoguera donde ardían los hombres, y él
también. Él, mi prisionero, el nuevo Ser, el nuevo amo, ¡el Horla!
De pronto el techo entero se derrumbó entre las paredes y un volcán de
llamas ascendió hasta el cielo. Veía esa masa de fuego por todas las
ventanas abiertas hacia ese enorme horno, y pensaba que él estaría allí,
muerto en ese horno...
¿Muerto? ¿Será posible? ¿Acaso su cuerpo, que la luz atravesaba, podía
destruirse por los mismos medios que destruyen nuestros cuerpos?
¿Y si no hubiera muerto? Tal vez sólo el tiempo puede dominar al Ser
Invisible y Temido. ¿Para qué ese cuerpo trasparente, ese cuerpo invisible,
ese cuerpo de Espíritu, si también está expuesto a los males, las heridas, las
enfermedades y la destrucción prematura?
¿La destrucción prematura? ¡Todo el temor de la humanidad procede de
ella! Después del hombre, el Horla. Después de aquel que puede morir todos
los días, a cualquier hora, en cualquier minuto, en cualquier accidente, ha
llegado aquel que morirá solamente un día determinado en una hora y en un
minuto determinado, al llegar al límite de su vida.
No... no... no hay duda, no hay duda... no ha muerto... entonces tendré
que suicidarme...
8 de mayo
¡Qué hermoso día! He pasado toda la mañana tendido sobre la hierba,
delante de mi casa, bajo el enorme plátano que la cubre, la resguarda y le
da sombra. Adoro esta región, y me gusta vivir aquí porque he echado raíces
aquí, esas raíces profundas y delicadas que unen al hombre con la tierra
donde nacieron y murieron sus abuelos, esas raíces que lo unen a lo que se
piensa y a lo que se come, a las costumbres como a los alimentos, a los
modismos regionales, a la forma de hablar de sus habitantes, a los perfumes
de la tierra, de las aldeas y del aire mismo.
Adoro la casa donde he crecido. Desde mis ventanas veo el Sena que
corre detrás del camino, a lo largo de mi jardín, casi dentro de mi casa, el
grande y ancho Sena, cubierto de barcos, en el tramo entre Ruán y El Havre.
A lo lejos y a la izquierda, está Ruán, la vasta ciudad de techos azules,
con sus numerosas y agudas torres góticas, delicadas o macizas, dominadas
por la flecha de hierro de su catedral, y pobladas de campanas que tañen en
el aire azul de las mañanas hermosas enviándome su suave y lejano
murmullo de hierro, su canto de bronce que me llega con mayor o menor
intensidad según que la brisa aumente o disminuya.
¡Qué hermosa mañana!
A eso de las once pasó frente a mi ventana un largo convoy de navíos
arrastrados por un remolcador grande como una mosca, que jadeaba de
fatiga lanzando por su chimenea un humo espeso.
Después, pasaron dos goletas inglesas, cuyas rojas banderas flameaban
sobre el fondo del cielo, y un soberbio bergantín brasileño, blanco y
admirablemente limpio y reluciente. Saludé su paso sin saber por qué, pues
sentí placer al contemplarlo.
11 de mayo
Tengo algo de fiebre desde hace algunos días. Me siento dolorido o más
bien triste.
¿De dónde vienen esas misteriosas influencias que trasforman nuestro
bienestar en desaliento y nuestra confianza en angustia? Diríase qué el aire,
el aire invisible, está poblado de lo desconocido, de poderes cuya misteriosa
proximidad experimentamos. ¿Por qué al despertarme siento una gran
alegría y ganas de cantar, y luego, sorpresivamente, después de dar un
corto paseo por la costa, regreso desolado como si me esperase una
desgracia en mi casa? ¿Tal vez una ráfaga fría al rozarme la piel me ha
alterado los nervios y ensombrecido el alma? ¿Acaso la forma de las nubes o
el color tan variable del día o de las cosas me ha perturbado el pensamiento
al pasar por mis ojos? ¿Quién puede saberlo? Todo lo que nos rodea, lo que
vemos sin mirar, lo que rozamos inconscientemente, lo que tocamos sin
palpar y lo que encontramos sin reparar en ello, tiene efectos rápidos,
sorprendentes e inexplicables sobre nosotros, sobre nuestros órganos y, por
consiguiente, sobre nuestros pensamientos y nuestro corazón.
¡Cuán profundo es el misterio de lo Invisible! No podemos explorarlo
con nuestros mediocres sentidos, con nuestros ojos que no pueden percibir
lo muy grande ni lo muy pequeño, lo muy próximo ni lo muy lejano, los
habitantes de una estrella ni los de una gota de agua... con nuestros oídos
que nos engañan, trasformando las vibraciones del aire en ondas sonoras,
como si fueran hadas que convierten milagrosamente en sonido ese
movimiento, y que mediante esa metamorfosis hacen surgir la música que
trasforma en canto la muda agitación de la naturaleza... con nuestro olfato,
más débil que el del perro... con nuestro sentido del gusto, que apenas
puede distinguir la edad de un vino.
¡Cuántas cosas descubriríamos a nuestro alrededor si tuviéramos otros
órganos que realizaran para nosotros otros milagros!
16 de mayo
Decididamente, estoy enfermo. ¡Y pensar que estaba tan bien el mes
pasado! Tengo fiebre, una fiebre atroz, o, mejor dicho, una nerviosidad febril
que afecta por igual el alma y el cuerpo. Tengo continuamente la angustiosa
sensación de un peligro que me amenaza, la aprensión de una desgracia
inminente o de la muerte que se aproxima, el presentimiento suscitado por
el comienzo de un mal aún desconocido que germina en la carne y en la
sangre.
18 de mayo
Acabo de consultar al médico pues ya no podía dormir. Me ha
encontrado el pulso acelerado, los ojos inflamados y los nervios alterados,
pero ningún síntoma alarmante. Debo darme duchas y tomar bromuro de
potasio.
25 de mayo
¡No siento ninguna mejoría! Mi estado es realmente extraño. Cuando se
aproxima la noche, me invade una inexplicable inquietud, como si la noche
ocultase una terrible amenaza para mí. Ceno rápidamente y luego trato de
leer, pero no comprendo las palabras y apenas distingo las letras. Camino
entonces de un extremo a otro de la sala sintiendo la opresión de un temor
confuso e irresistible, el temor de dormir y el temor de la cama. A las diez
subo a la habitación. En cuanto entro, doy dos vueltas a la llave y corro los
cerrojos; tengo miedo... ¿de qué?... Hasta ahora nunca sentía temor por
nada... abro mis armarios, miro debajo de la cama; escucho... escucho...
¿qué?... ¿Acaso puede sorprender que un malestar, un trastorno de la
circulación, y tal vez una ligera congestión, una pequeña perturbación del
funcionamiento tan imperfecto y delicado de nuestra máquina viviente,
convierta en un melancólico al más alegre de los hombres y en un cobarde al
más valiente? Luego me acuesto y espero el sueño como si esperase al
verdugo. Espero su llegada con espanto; mi corazón late intensamente y mis
piernas se estremecen; todo mi cuerpo tiembla en medio del calor de la
cama hasta el momento en que caigo bruscamente en el sueño como si me
ahogara en un abismo de agua estancada. Ya no siento llegar como antes a
ese sueño pérfido, oculto cerca de mi, que me acecha, se apodera de mi
cabeza, me cierra los ojos y me aniquila.
Duermo durante dos o tres horas, y luego no es un sueño sino una
pesadilla lo que se apodera de mí. Sé perfectamente que estoy acostado y
que duermo... lo comprendo y lo sé... y siento también que alguien se
aproxima, me mira, me toca, sube sobre la cama, se arrodilla sobre mi
pecho y tomando mi cuello entre sus manos aprieta y aprieta... con todas
sus fuerzas para estrangularme.
Trato de defenderme, impedido por esa impotencia atroz que nos
paraliza en los sueños: quiero gritar y no puedo; trato de moverme y no
puedo; con angustiosos esfuerzos y jadeante, trato de liberarme, de
rechazar ese ser que me aplasta y me asfixia, ¡pero no puedo!
Y de pronto, me despierto enloquecido y cubierto de sudor. Enciendo
una bujía. Estoy solo.
Después de esa crisis, que se repite todas las noches, duermo por fin
tranquilamente hasta el amanecer.
2 de junio
Mi estado se ha agravado. ¿Qué es lo que tengo? El bromuro y las
duchas no me producen ningún efecto. Para fatigarme más, a pesar de que
ya me sentía cansado, fui a dar un paseo por el bosque de Roumare. En un
principio, me pareció que el aire suave, ligero y fresco, lleno de aromas de
hierbas y hojas vertía una sangre nueva en mis venas y nuevas energías en
mi corazón. Caminé por una gran avenida de caza y después por una
estrecha alameda, entre dos filas de árboles desmesuradamente altos que
formaban un techo verde y espeso, casi negro, entre el cielo y yo.
De pronto sentí un estremecimiento, no de frío sino un extraño temblor
angustioso. Apresuré el paso, inquieto por hallarme solo en ese bosque,
atemorizado sin razón por el profundo silencio. De improviso, me pareció
que me seguían, que alguien marchaba detrás de mí, muy cerca, muy cerca,
casi pisándome los talones.
Me volví hacia atrás con brusquedad. Estaba solo. Únicamente vi detrás
de mí el resto y amplio sendero, vacío, alto, pavorosamente vacío; y del otro
lado se extendía también hasta perderse de vista de modo igualmente
solitario y atemorizante.
Cerré los ojos, ¿por qué? Y me puse a girar sobre un pie como un
trompo. Estuve a punto de caer; abrí los ojos: los árboles bailaban, la tierra
flotaba, tuve que sentarme. Después ya no supe por dónde había llegado
hasta allí. ¡Qué extraño! Ya no recordaba nada. Tomé hacia la derecha, y
llegué a la avenida que me había llevado al centro del bosque.
3 de junio
He pasado una noche horrible. Voy a irme de aquí por algunas
semanas. Un viaje breve sin duda me tranquilizará.
2 de julio
Regreso restablecido. El viaje ha sido delicioso. Visité el monte Saint-
Michel que no conocía.
¡Qué hermosa visión se tiene al llegar a Avranches, como llegué yo al
caer la tarde! La ciudad se halla sobre una colina. Cuando me llevaron al
jardín botánico, situado en un extremo de la población, no pude evitar un
grito de admiración. Una extensa bahía se extendía ante mis ojos hasta el
horizonte, entre dos costas lejanas que se esfumaban en medio de la bruma,
y en el centro de esa inmensa bahía, bajo un dorado cielo despejado, se
elevaba un monte extraño, sombrío y puntiagudo en las arenas de la playa.
El sol acababa de ocultarse, y en el horizonte aún rojizo se recortaba el perfil
de ese fantástico acantilado que lleva en su cima un fantástico monumento.
Al amanecer me dirigí hacia allí. El mar estaba bajo como la tarde
anterior y a medida que me acercaba veía elevarse gradualmente a la
sorprendente abadía. Luego de varias horas de marcha, llegué al enorme
bloque de piedra en cuya cima se halla la pequeña población dominada por
la gran iglesia. Después de subir por la calle estrecha y empinada, penetré
en la más admirable morada gótica construida por Dios en la tierra, vasta
como una ciudad, con numerosos recintos de techo bajo, como aplastados
por bóvedas y galerías superiores sostenidas por frágiles columnas. Entré en
esa gigantesca joya de granito, ligera como un encaje, cubierta de torres, de
esbeltos torreones, a los cuales se sube por intrincadas escaleras, que
destacan en el cielo azul del día y negro de la noche sus extrañas cúpulas
erizadas de quimeras, diablos, animales fantásticos y flores monstruosas,
unidas entre sí por finos arcos labrados.
Cuando llegué a la cumbre, dije al monje que me acompañaba:
—¡Qué bien se debe estar aquí, padre!
—Es un lugar muy ventoso, señor—me respondió. Y nos pusimos a
conversar mientras mirábamos subir el mar, que avanzaba sobre la playa y
parecía cubrirla con una coraza de acero.
El monje me refirió historias, todas las viejas historias del lugar,
leyendas, muchas leyendas.
Una de ellas me impresionó mucho. Los nacidos en el monte aseguran
que de noche se oyen voces en la playa y después se perciben los balidos de
dos cabras, una de voz fuerte y la otra de voz débil. Los incrédulos afirman
que son los graznidos de las aves marinas que se asemejan a balidos o a
quejas humanas, pero los pescadores rezagados juran haber encontrado
merodeando por las dunas, entre dos mareas y alrededor de la pequeña
población tan alejada del mundo, a un viejo pastor cuya cabeza nunca
pudieron ver por llevarla cubierta con su capa, y delante de él marchan un
macho cabrío con rostro de hombre y una cabra con rostro de mujer; ambos
tienen largos cabellos blancos y hablan sin cesar: discuten en una lengua
desconocida, interrumpiéndose de pronto para balar con todas sus fuerzas.
—¿Cree usted en eso?—pregunté al monje.
—No sé—me contestó.
Yo proseguí:
—Si existieran en la tierra otros seres diferentes de nosotros, los
conoceríamos desde hace mucho tiempo; ¿cómo es posible que no los
hayamos visto usted ni yo?
—¿Acaso vemos—me respondió—la cienmilésima parte de lo que existe?
Observe por ejemplo el viento, que es la fuerza más poderosa de la
naturaleza; el viento, que derriba hombres y edificios, que arranca de cuajo
los árboles y levanta montañas de agua en el mar, que destruye los
acantilados y que arroja contra ellos a las grandes naves, el viento que
mata, silba, gime y ruge, ¿acaso lo ha visto alguna vez? ¿Acaso lo puede
ver? Y sin embargo existe.
Ante este sencillo razonamiento opté por callarme. Este hombre podía
ser un sabio o tal vez un tonto. No podía afirmarlo con certeza, pero me
llamé a silencio. Con mucha frecuencia había pensado en lo que me dijo.
3 de julio
Dormí mal; evidentemente, hay una influencia febril, pues mi cochero
sufre del mismo mal que yo. Ayer, al regresar, observé su extraña palidez.
Le pregunté:
—¿Qué tiene, Jean?
—Ya no puedo descansar; mis noches desgastan mis días. Desde la
partida del señor parece que padezco una especie de hechizo.
Los demás criados están bien, pero temo que me vuelvan las crisis.
4 de julio
Decididamente, las crisis vuelven a empezar. Vuelvo a tener las mismas
pesadillas. Anoche sentí que alguien se inclinaba sobre mí y con su boca
sobre la mía, bebía mi vida. Sí, la bebía con la misma avidez que una
sanguijuela. Luego se incorporó saciado, y yo me desperté tan extenuado y
aniquilado, que apenas podía moverme. Si eso se prolonga durante algunos
días volveré a ausentarme.
5 de julio
¿He perdido la razón? Lo que pasó, lo que vi anoche, ¡es tan extraño
que cuando pienso en ello pierdo la cabeza!
Había cerrado la puerta con llave, como todas las noches, y luego sentí
sed, bebí medio vaso de agua y observé distraídamente que la botella
estaba llena.
Me acosté en seguida y caí en uno de mis espantosos sueños del cual
pude salir cerca de dos horas después con una sacudida más horrible aún.
Imagínense ustedes un hombre que es asesinado mientras duerme, que
despierta con un cuchillo clavado en el pecho, jadeante y cubierto de sangre,
que no puede respirar y que muere sin comprender lo que ha sucedido.
Después de recobrar la razón, sentí nuevamente sed; encendí una bujía
y me dirigí hacia la mesa donde había dejado la botella. La levanté
inclinándola sobre el vaso, pero no había una gota de agua. Estaba vacía,
¡completamente vacía! Al principio no comprendí nada, pero de pronto sentí
una emoción tan atroz que tuve que sentarme o, mejor dicho, me desplomé
sobre una silla. Luego me incorporé de un salto para mirar a mi alrededor.
Después volví a sentarme delante del cristal trasparente, lleno de asombro y
terror. Lo observaba con la mirada fija, tratando de imaginarme lo que había
pasado. Mis manos temblaban. ¿Quién se había bebido el agua? Yo, yo sin
duda. ¿Quién podía haber sido sino yo? Entonces... yo era sonámbulo, y
vivía sin saberlo esa doble vida misteriosa que nos hace pensar que hay en
nosotros dos seres, o que a veces un ser extraño, desconocido e invisible
anima, mientras dormimos, nuestro cuerpo cautivo que le obedece como a
nosotros y más que a nosotros.
¡Ah! ¿Quién podrá comprender mi abominable angustia? ¿Quién podrá
comprender la emoción de un hombre mentalmente sano, perfectamente
despierto y en uso de razón al contemplar espantado una botella que se ha
vaciado mientras dormía? Y así permanecí hasta el amanecer sin atreverme
a volver a la cama.
6 de julio
Pierdo la razón. ¡Anoche también bebieron el agua de la botella, o tal
vez la bebí yo!
10 de julio
Acabo de hacer sorprendentes comprobaciones. ¡Decididamente estoy
loco! Y sin embargo...
El 6 de julio, antes de acostarme puse sobre la mesa vino, leche, agua,
pan y fresas. Han bebido —o he bebido—toda el agua y un poco de leche. No
han tocado el vino, ni el pan ni las fresas.
El 7 de julio he repetido la prueba con idénticos resultados.
El 8 de julio suprimí el agua y la leche, y no han tocado nada.
Por último, el 9 de julio puse sobre la mesa solamente el agua y la
leche, teniendo especial cuidado de envolver las botellas con lienzos de
muselina blanca y de atar los tapones. Luego me froté con grafito los labios,
la barba y las manos y me acosté.
Un sueño irresistible se apoderó de mí, seguido poco después por el
atroz despertar. No me había movido; ni siquiera mis sábanas estaban
manchadas. Corrí hacia la mesa. Los lienzos que envolvían las botellas
seguían limpios e inmaculados. Desaté los tapones, palpitante de emoción . ¡
Se habían bebido toda el agua y toda la leche! ¡Ah! ¡Dios mío!...
Partiré inmediatamente hacia París.
12 de julio
París. Estos últimos días había perdido la cabeza. Tal vez he sido
juguete de mi enervada imaginación, salvo que yo sea realmente sonámbulo
o que haya sufrido una de esas influencias comprobadas, pero hasta ahora
inexplicables, que se llaman sugestiones. De todos modos, mi extravío
rayaba en la demencia, y han bastado veinticuatro horas en París para
recobrar la cordura. Ayer, después de paseos y visitas, que me han
renovado y vivificado el alma, terminé el día en el Théatre-Francais.
Representábase una pieza de Alejandro Dumas hijo. Este autor vivaz y
pujante ha terminado de curarme. Es evidente que la soledad resulta
peligrosa para las mentes que piensan demasiado. Necesitamos ver a
nuestro alrededor a hombres que piensen y hablen. Cuando permanecemos
solos durante mucho tiempo, poblamos de fantasmas el vacío.
Regresé muy contento al hotel, caminando por el centro. Al codearme
con la multitud, pensé, no sin ironía, en mis terrores y suposiciones de la
semana pasada, pues creí, sí, creí que un ser invisible vivía bajo mi techo.
Cuán débil es nuestra razón y cuán rápidamente se extravía cuando nos
estremece un hecho incomprensible.
En lugar de concluir con estas simples palabras : "Yo no comprendo
porque no puedo explicarme las causas", nos imaginamos en seguida
impresionantes misterios y poderes sobrenaturales.
14 de julio
Fiesta de la República. He paseado por las calles. Los cohetes y
banderas me divirtieron como a un niño. Sin embargo, me parece una
tontería ponerse contento un día determinado por decreto del gobierno. El
pueblo es un rebaño de imbéciles, a veces tonto y paciente, y otras, feroz y
rebelde. Se le dice: "Diviértete". Y se divierte. Se le dice: "Ve a combatir con
tu vecino". Y va a combatir. Se le dice: "Vota por el emperador". Y vota por
el emperador. Después: "Vota por la República". Y vota por la República.
Los que lo dirigen son igualmente tontos, pero en lugar de obedecer a
hombres se atienen a principios, que por lo mismo que son principios sólo
pueden ser necios, estériles y falsos, es decir, ideas consideradas ciertas e
inmutables, tan luego en este mundo donde nada es seguro y donde la luz y
el sonido son ilusorios.
16 de julio
Ayer he visto cosas que me preocuparon mucho. Cené en casa de mi
prima, la señora Sablé, casada con el jefe del regimiento 76 de cazadores de
Limoges. Conocí allí a dos señoras jóvenes, casada una de ellas con el doctor
Parent que se dedica intensamente al estudio de las enfermedades nerviosas
y de los fenómenos extraordinarios que hoy dan origen a las experiencias
sobre hipnotismo y sugestión.
Nos refirió detalladamente los prodigiosos resultados obtenidos por los
sabios ingleses y por los médicos de la escuela de Nancy. Los hechos que
expuso me parecieron tan extraños que manifesté mi incredulidad.
—Estamos a punto de descubrir uno de los más importantes secretos de
la naturaleza—decía el doctor Parent—, es decir, uno de sus más
importantes secretos aquí en la tierra, puesto que hay evidentemente otros
secretos importantes en las estrellas. Desde que el hombre piensa, desde
que aprendió a expresar y a escribir su pensamiento, se siente tocado por
un misterio impenetrable para sus sentidos groseros e imperfectos, y trata
de suplir la impotencia de dichos sentidos mediante el esfuerzo de su
inteligencia. Cuando la inteligencia permanecía aún en un estado
rudimentario, la obsesión de los fenómenos invisibles adquiría formas
comúnmente terroríficas. De ahí las creencias populares en lo sobrenatural.
Las leyendas de las almas en pena, las hadas, los gnomos y los aparecidos;
me atrevería a mencionar incluso la leyenda de Dios, pues nuestras
concepciones del artífice creador de cualquier religión son las invenciones
más mediocres, estúpidas e inaceptables que pueden salir de la mente
atemorizada de los hombres. Nada es más cierto que este pensamiento de
Voltaire: "Dios ha hecho al hombre a su imagen y semejanza pero el hombre
también ha procedido así con él.
"Pero desde hace algo más de un siglo, parece percibirse algo nuevo.
Mesmer y algunos otros nos señalan un nuevo camino y, efectivamente,
sobre todo desde hace cuatro o cinco años, se han obtenido sorprendentes
resultados."
Mi prima, también muy incrédula, sonreía. El doctor Parent le dijo:
—¿Quiere que la hipnotice, señora?
—Sí; me parece bien.
Ella se sentó en un sillón y él comenzó a mirarla fijamente. De
improviso, me dominó la turbación, mi corazón latía con fuerza y sentía una
opresión en la garganta. Veía cerrarse pesadamente los ojos de la señora
Sablé, y su boca se crispaba y parecía jadear.
Al cabo de diez minutos dormía.
—Póngase detrás de ella—me dijo el médico.
Obedecí su indicación, y él colocó en las manos de mi prima una tarjeta
de visita al tiempo que le decía: "Esto es un espejo; ¿qué ve en él?"
—Veo a mi primo—respondió.
—¿Qué hace?
—Se atusa el bigote. —¿ Y ahora ?
-—Saca una fotografía del bolsillo.
—¿Quién aparece en la fotografía?
—Él, mi primo.
¡Era cierto! Esa misma tarde me habían entregado esa fotografía en el
hotel.
—¿Cómo aparece en ese retrato?
—Se halla de pie, con el sombrero en la mano. Evidentemente, veía en
esa tarjeta de cartulina lo que hubiera visto en un espejo.
Las damas decían espantadas: "¡Basta! ¡Basta, por favor!"
Pero el médico ordenó: "Usted se levantará mañana a las ocho; luego
irá a ver a su primo al hotel donde se aloja, y le pedirá que le preste los
cinco mil francos que le pide su esposo y que le reclamará cuando regrese
de su próximo viaje". Luego la despertó.
Mientras regresaba al hotel pensé en esa curiosa sesión y me asaltaron
dudas, no sobre la insospechable, la total buena fe de mi prima a quien
conocía desde la infancia como a una hermana, sino sobre la seriedad del
médico. ¿No escondería en su mano un espejo que mostraba a la joven
dormida, al mismo tiempo que la tarjeta?
Los prestidigitadores profesionales hacen cosas semejantes.
No bien regresé me acosté.
Pero a las ocho y media de la mañana me despertó mi mucamo y me
dijo:
—La señora Sablé quiere hablar inmediatamente con el señor.
Me vestí de prisa y la hice pasar.
Sentóse muy turbada y me dijo sin levantar la mirada ni quitarse el
velo:
—Querido primo, tengo que pedirle un gran favor.
—¿De qué se trata, prima?
—Me cuesta mucho decirlo, pero no tengo más remedio. Necesito
urgentemente cinco mil francos.
—Pero cómo, ¿tan luego usted?
—Sí, yo, o mejor dicho mi esposo, que me ha encargado conseguirlos.
Me quedé tan asombrado que apenas podía balbucear mis respuestas.
Pensaba que ella y el doctor Parent se estaba burlando de mí, y que eso
podía ser una mera farsa preparada de antemano y representada a la
perfección.
Pero todas mis dudas se disiparon cuando la observé con atención.
Temblaba de angustia. Evidentemente esta gestión le resultaba muy penosa
y advertí que apenas podía reprimir el llanto.
Sabía que era muy rica y le dije:
—¿Cómo es posible que su esposo no disponga de cinco mil francos?
Reflexione. ¿Está segura de que le ha encargado pedírmelos a mí?
Vaciló durante algunos segundos como si le costara mucho recordar, y
luego respondió:
—Sí... sí... estoy segura.
—¿Le ha escrito?
Vaciló otra vez y volvió a pensar. Advertí el penoso esfuerzo de su
mente. No sabía. Sólo recordaba que debía pedirme ese préstamo para su
esposo. Por consiguiente, se decidió a mentir.
—Sí, me escribió.
—¿Cuándo? Ayer no me dijo nada.
—Recibí su carta esta mañana.
—¿Puede enseñármela?
—No, no... contenía cosas íntimas... demasiado personales... y la he...
la he quemado.
—Así que su marido tiene deudas.
Vaciló una vez más y luego murmuró:
—No lo sé.
Bruscamente le dije:
—Pero en este momento, querida prima, no dispongo de cinco mil
francos.
Dio una especie de grito de desesperación:
—¡Ay! ¡Por favor! Se lo ruego! Trate de conseguirlos ...
Exaltada, unía sus manos como si se tratara de un ruego. Su voz
cambió de tono; lloraba murmurando cosas ininteligibles, molesta y
dominada por la orden irresistible que había recibido.
—¡Ay! Le suplico... si supiera cómo sufro... los necesito para hoy. Sentí
piedad por ella.
—Los tendrá de cualquier manera. Se lo prometo.
—¡Oh! ¡Gracias, gracias! ¡Qué bondadoso es usted !
—¿Recuerda lo que pasó anoche en su casa?—le pregunté entonces.
—Sí.
—¿Recuerda que el doctor Parent la hipnotizó?
— Sí..
—Pues bien, fue él quien le ordenó venir esta mañana a pedirme cinco
mil francos, y en este momento usted obedece a su sugestión.
Reflexionó durante algunos instantes y luego respondió:
—Pero es mi esposo quien me los pide. Durante una hora traté
infructuosamente de convencerla. Cuando se fue, corrí a casa del doctor
Parent. Me dijo:
—¿Se ha convencido ahora?
—Sí, no hay más remedio que creer.
—Vamos a ver a su prima.
Cuando llegamos dormitaba en un sofá, rendida por el cansancio. El
médico le tomó el pulso, la miró durante algún tiempo con una mano
extendida hacia sus ojos que la joven cerró debido al influjo irresistible del
poder magnético.
Cuando se durmió, el doctor Parent le dijo:
—¡Su esposo no necesita los cinco mil francos! Por lo tanto, usted debe
olvidar que ha rogado a su primo para que se los preste, y si le habla de
eso, usted no comprenderá.
Luego le despertó. Entonces saqué mi billetera.
—Aquí tiene, querida prima. Lo que me pidió esta mañana .
Se mostró tan sorprendida que no me atreví a insistir. Traté, sin
embargo, de refrescar su memoria, pero negó todo enfáticamente, creyendo
que me burlaba, y poco faltó para que se enojase.
***
Acabo de regresar. La experiencia me ha impresionado tanto que no he
podido almorzar.
19 de julio
Muchas personas a quienes he referido esta aventura se han reído de
mí. Ya no sé qué pensar. El sabio dijo: "Quizá".
21 de julio
Cené en Bougival y después estuve en el baile de los remeros.
Decididamente, todo depende del lugar y del medio. Creer en lo sobrenatural
en la isla de la Grenouillère sería el colmo del desatino... pero ¿no es así en
la cima del monte Saint-Michel, y en la India? Sufrimos la influencia de lo
que nos rodea. Regresaré a casa la semana próxima.
30 de julio
Ayer he regresado a casa. Todo está bien.
2 de agosto
No hay novedades. Hace un tiempo espléndido. Paso los días mirando
correr el Sena.
4 de agosto
Hay problemas entre mis criados. Aseguran que alguien rompe los
vasos en los armarios por la noche. El mucamo acusa a la cocinera y ésta a
la lavandera quien a su vez acusa a los dos primeros. ¿Quién es el culpable?
El tiempo lo dirá.
6 de agosto
Esta vez no estoy loco. Lo he visto... ¡lo he visto! Ya no tengo la menor
duda... ¡lo he visto! Aún siento frío hasta en las uñas... el miedo me penetra
hasta la médula... ¡Lo he visto!...
A las dos de la tarde me paseaba a pleno sol por mi rosedal; caminaba
por el sendero de rosales de otoño que comienzan a florecer.
Me detuve a observar un hermoso ejemplar de géant des batailles, que
tenía tres flores magníficas, y vi entonces con toda claridad cerca de mí que
el tallo de una de las rosas se doblaba como movido por una mano invisible:
¡luego, vi que se quebraba como si la misma mano lo cortase! Luego la flor
se elevó, siguiendo la curva que habría descrito un brazo al llevarla hacia
una boca y permaneció suspendida en el aire trasparente, muy sola e
inmóvil, como una pavorosa mancha a tres pasos de mí.
Azorado, me arrojé sobre ella para tomarla. Pero no pude hacerlo:
había desaparecido. Sentí entonces rabia contra mí mismo, pues no es
posible que una persona razonable tenga semejantes alucinaciones .
Pero, ¿tratábase realmente de una alucinación? Volví hacia el rosal para
buscar el tallo cortado e inmediatamente lo encontré, recién cortado, entre
las dos rosas que permanecían en la rama. Regresé entonces a casa con la
mente alterada; en efecto, ahora estoy convencido, seguro como de la
alternancia de los días y las noches, de que existe cerca de mí un ser
invisible, que se alimenta de leche y agua, que puede tocar las cosas,
tomarlas y cambiarlas de lugar; dotado, por consiguiente, de un cuerpo
material aunque imperceptible para nuestros sentidos, y que habita en mi
casa como yo...
7 de agosto
Dormí tranquilamente. Se ha bebido el agua de la botella pero no
perturbó mi sueño.
Me pregunto si estoy loco. Cuando a veces me paseo a pleno sol, a lo
largo de la costa, he dudado de mi razón; no son ya dudas inciertas como
las que he tenido hasta ahora, sino dudas precisas, absolutas. He visto
locos. He conocido algunos que seguían siendo inteligentes, lúcidos y
sagaces en todas las cosas de la vida menos en un punto. Hablaban de todo
con claridad, facilidad y profundidad, pero de pronto su pensamiento
chocaba contra el escollo de la locura y se hacía pedazos, volaba en
fragmentos y se hundía en ese océano siniestro y furioso, lleno de olas
fragorosas, brumosas y borrascosas que se llama "demencia ".
Ciertamente, estaría convencido de mi locura, si no tuviera perfecta
conciencia de mi estado, al examinarlo con toda lucidez. En suma, yo sólo
sería un alucinado que razona. Se habría producido en mi mente uno de
esos trastornos que hoy tratan de estudiar y precisar los fisiólogos
modernos, y dicho trastorno habría provocado en mí una profunda ruptura
en lo referente al orden y a la lógica de las ideas. Fenómenos semejantes se
producen en el sueño, que nos muestra las fantasmagorías más
inverosímiles sin que ello nos sorprenda, porque mientras duerme el aparato
verificador, el sentido del control, la facultad imaginativa vigila y trabaja.
¿Acaso ha dejado de funcionar en mí una de las imperceptibles teclas del
teclado cerebral? Hay hombres que a raíz de accidentes pierden la memoria
de los nombres propios, de las cifras o solamente de las fechas. Hoy se ha
comprobado la localización de todas las partes del pensamiento. No puede
sorprender entonces que en este momento se haya disminuido mi facultad
de controlar la irrealidad de ciertas alucinaciones.
Pensaba en todo ello mientras caminaba por la orilla del río. El sol
iluminaba el agua, sus rayos embellecían la tierra y llenaban mis ojos de
amor por la vida, por las golondrinas cuya agilidad constituye para mí un
motivo de alegría, por las hierbas de la orilla cuyo estremecimiento es un
placer para mis oídos.
Sin embargo, paulatinamente me invadía un malestar inexplicable. Me
parecía que una fuerza desconocida me detenía, me paralizaba,
impidiéndome avanzar, y que trataba de hacerme volver atrás. Sentí ese
doloroso deseo de volver que nos oprime cuando hemos dejado en nuestra
casa a un enfermo querido y presentimos una agravación del mal.
Regresé entonces, a pesar mío, convencido de que encontraría en casa
una mala noticia, una carta o un telegrama. Nada de eso había, y me quedé
más sorprendido e inquieto aún que si hubiese tenido una nueva visión
fantástica.
8 de agosto
Pasé una noche horrible. Él no ha aparecido más, pero lo siento cerca
de mí. Me espía, me mira, se introduce en mí y me domina. Así me resulta
más temible, pues al ocultarse de este modo parece manifestar su presencia
invisible y constante mediante fenómenos sobrenaturales.
Sin embargo he podido dormir.
9 de agosto
Nada ha sucedido. pero tengo miedo.
10 de agosto
Nada: ¿qué sucederá mañana?
11 de agosto
Nada, siempre nada; no puedo quedarme aquí con este miedo y estos
pensamientos que dominan mi mente; me voy.
12 de agosto, 10 de la noche
Durante todo el día he tratado de partir, pero no he podido. He
intentado realizar ese acto tan fácil y sencillo—salir, subir en mi coche para
dirigirme a Ruán—y no he podido. ¿Por qué?
13 de agosto
Cuando nos atacan ciertas enfermedades nuestros mecanismos físicos
parecen fallar. Sentimos que nos faltan las energías y que todos nuestros
músculos se relajan; los huesos parecen tan blandos como la carne y la
carne tan líquida como el agua. Todo eso repercute en mi espíritu de manera
extraña y desoladora. Carezco de fuerzas y de valor; no puedo dominarme y
ni siquiera puedo hacer intervenir mi voluntad. Ya no tengo iniciativa; pero
alguien lo hace por mí, y yo obedezco.
14 de agosto
¡Estoy perdido! ¡Alguien domina mi alma y la dirige! Alguien ordena
todos mis actos, mis movimientos y mis pensamientos. Ya no soy nada en
mí; no soy más que un espectador prisionero y aterrorizado por todas las
cosas que realizo. Quiero salir y no puedo. Él no quiere y tengo que
quedarme, azorado y tembloroso, en el sillón donde me obliga a sentarme.
Sólo deseo levantarme, incorporarme para sentirme todavía dueño de mí.
¡Pero no puedo! Estoy clavado en mi asiento, y mi sillón se adhiere al suelo
de tal modo que no habría fuerza capaz de movernos.
De pronto, siento la irresistible necesidad de ir al huerto a cortar fresas
y comerlas. Y voy. Corto fresas y las como. ¡Oh Dios mío! ¡Dios mío! ¿Será
acaso un Dios? Si lo es, ¡salvadme! ¡Libradme! ¡Socorredme! ¡Perdón!
¡Piedad! ¡Misericordia! ¡Salvadme! ¡Oh, qué sufrimiento! ¡Qué suplicio! ¡Qué
horror!
15 de agosto
Evidentemente, así estaba poseída y dominada mi prima cuando fue a
pedirme cinco mil francos. Obedecía a un poder extraño que había penetrado
en ella como otra alma, como un alma parásita y dominadora. ¿Es acaso el
fin del mundo? Pero, ¿quién es el ser invisible que me domina? ¿Quién es
ese desconocido, ese merodeador de una raza sobrenatural?
Por consiguiente, ¡los invisibles existen! ¿Pero cómo es posible que aún
no se hayan manifestado desde el origen del mundo en una forma tan
evidente como se manifiestan en mí? Nunca leí nada que se asemejara a lo
que ha sucedido en mi casa. Si pudiera abandonarla, irme, huir y no
regresar más, me salvaría, pero no puedo.
16 de agosto
Hoy pude escaparme durante dos horas, como un preso que encuentra
casualmente abierta la puerta de su calabozo. De pronto, sentí que yo
estaba libre y que él se hallaba lejos. Ordené uncir los caballos rápidamente
y me dirigí a Ruán. Qué alegría poder decirle a un hombre que obedece:
"¡Vamos a Ruán!"
Hice detener la marcha frente a la biblioteca donde solicité en préstamo
el gran tratado del doctor Hermann Herestauss sobre los habitantes
desconocidos del mundo antiguo y moderno.
Después, cuando me disponía a subir a mi coche, quise decir: "¡A la
estación!" y grité—no dije, grité—con una voz tan fuerte que llamó la
atención de los transeúntes: "A casa", y caí pesadamente, loco de angustia,
en el asiento. Él me había encontrado y volvía a posesionarse de mí.
17 de agosto
¡Ah! ¡Qué noche! ¡Qué noche! Y sin embargo me parece que debería
alegrarme. Leí hasta la una de la madrugada. Hermann Herestauss, doctor
en filosofía y en teogonía, ha escrito la historia y las manifestaciones de
todos los seres invisibles que merodean alrededor del hombre o han sido
soñados por él. Describe sus orígenes, sus dominios y sus poderes. Pero
ninguno de ellos se parece al que me domina. Se diría que el hombre, desde
que pudo pensar, presintió y temió la presencia de un ser nuevo más fuerte
que él —su sucesor en el mundo—y que como no pudo prever la naturaleza
de este amo, creó, en medio de su terror, todo ese mundo fantástico de
seres ocultos y de fantasmas misteriosos surgidos del miedo. Después de
leer hasta la una de la madrugada, me senté junto a mi ventana abierta
para refrescarme la cabeza y el pensamiento con la apacible brisa de la
noche.
Era una noche hermosa y tibia, que en otra ocasión me hubiera gustado
mucho.
No había luna. Las estrellas brillaban en las profundidades del cielo con
estremecedores destellos.
¿Quién vive en aquellos mundos? ¿Qué formas, qué seres vivientes,
animales o plantas, existirán allí? Los seres pensantes de esos universos,
¿serán más sabios y más poderosos que nosotros? ¿Conocerán lo que
nosotros ignoramos? Tal vez cualquiera de estos días uno de ellos atravesará
el espacio y llegará a la tierra para conquistarla, así como antiguamente los
normandos sometían a los pueblos más débiles.
Somos tan indefensos, inermes, ignorantes y pequeños, sobre este
trozo de lodo que gira disuelto en una gota de agua.
Pensando en eso, me adormecí en medio del fresco viento de la noche.
Pero después de dormir unos cuarenta minutos, abrí los ojos sin hacer
un movimiento, despertado por no sé qué emoción confusa y extraña. En un
principio no vi nada, pero de pronto me pareció que una de las páginas del
libro que había dejado abierto sobre la mesa acababa de darse vuelta sola.
No entraba ninguna corriente de aire por la ventana. Esperé, sorprendido. Al
cabo de cuatro minutos, vi, sí, vi con mis propios ojos, que una nueva
página se levantaba y caía sobre la otra, como movida por un dedo. Mi sillón
estaba vacío, aparentemente estaba vacío, pero comprendí que él estaba
leyendo allí, sentado en mi lugar. ¡Con un furioso salto, un salto de fiera
irritada que se rebela contra el domador, atravesé la habitación para
atraparlo, estrangularlo y matarlo! Pero antes de que llegara, el sillón cayó
delante de mí como si él hubiera huido... la mesa osciló, la lámpara rodó por
el suelo y se apagó, y la ventana se cerró como si un malhechor sorprendido
hubiese escapado por la oscuridad, tomando con ambas manos los
batientes.
Había escapado; había sentido miedo, ¡miedo de mí!
Entonces, mañana... pasado mañana o cualquier a de estos... podré
tenerlo bajo mis puños y aplastarlo contra el suelo. ¿Acaso a veces los
perros no muerden y degüellan a sus amos?
18 de agosto
He pensado durante todo el día. ¡Oh!, sí, voy a obedecerle, seguiré sus
impulsos, cumpliré sus deseos, seré humilde, sumiso y cobarde. Él es más
fuerte. Hasta que llegue el momento...
19 de agosto
¡Ya sé... ya sé todo! Acabo de leer lo que sigue en la Revista del Mundo
Científico: "Nos llega una noticia muy curiosa de Río de Janeiro. Una
epidemia de locura, comparable a las demencias contagiosas que asolaron a
los pueblos europeos en la Edad Media, se ha producido en el Estado de San
Pablo. Los habitantes despavoridos abandonan sus casas y huyen de los
pueblos, dejan sus cultivos, creyéndose poseídos y dominados, como un
rebaño humano, por seres invisibles aunque tangibles, por especies de
vampiros que se alimentan de sus vidas mientras los habitantes duermen, y
que además beben agua y leche sin apetecerles aparentemente ningún otro
alimento.
"El profesor don Pedro Henríquez, en compañía de varios médicos
eminentes, ha partido para el Estado de San Pablo, a fin de estudiar sobre el
terreno el origen y las manifestaciones de esta sorprendente locura, y poder
aconsejar al Emperador las medidas que juzgue convenientes para apaciguar
a los delirantes pobladores."
¡Ah! ¡Ahora recuerdo el hermoso bergantín brasileño que pasó frente a
mis ventanas remontando el Sena, el 8 de mayo último! Me pareció tan
hermoso, blanco y alegre. Allí estaba él que venía de lejos, ¡del lugar de
donde es originaria su raza! ¡Y me vio! Vio también mi blanca vivienda, y
saltó del navío a la costa. ¡Oh Dios mío!
Ahora ya lo sé y lo presiento: el reinado del hombre ha terminado.
Ha venido aquel que inspiró los primeros terrores de los pueblos
primitivos. Aquel que exorcizaban los sacerdotes inquietos y que invocaban
los brujos en las noches oscuras, aunque sin verlo todavía. Aquel a quien los
presentimientos de los transitorios dueños del mundo adjudicaban formas
monstruosas o graciosas de gnomos, espíritus, genios, hadas y duendes.
Después de las groseras concepciones del espanto primitivo, hombres más
perspicaces han presentido con mayor claridad. Mesmer lo sospechaba, y
hace ya diez años que los médicos han descubierto la naturaleza de su poder
de manera precisa, antes de que él mismo pudiera ejercerlo. Han jugado con
el arma del nuevo Señor, con una facultad misteriosa sobre el alma humana.
La han denominado magnetismo, hipnotismo, sugestión... ¡qué sé yo! ¡Los
he visto divertirse como niños imprudentes con este terrible poder!
¡Desgraciados de nosotros! ¡Desgraciado del hombre! Ha llegado el... el...
¿cómo se llama?... el ... parece qué me gritara su nombre y no lo oyese...
el... sí... grita... Escucho... ¿cómo?... repite... el... Horla... He oído... el
Horla... es él... ¡el Horla... ha llegado! ...
¡Ah! El buitre se ha comido la paloma, el lobo ha devorado el cordero;
el león ha devorado el búfalo de agudos cuernos: el hombre ha dado muerte
al león con la flecha, el puñal y la pólvora, pero el Horla hará con el hombre
lo que nosotros hemos hecho con el caballo y el buey: lo convertirá en su
cosa, su servidor y su alimento, por el solo poder de su voluntad.
¡Desgraciados de nosotros!
No obstante, a veces el animal se rebela y mata a quien lo domestica...
yo también quiero... yo podría hacer lo mismo... pero primero hay que
conocerlo, tocarlo y verlo. Los sabios afirman que los ojos de los animales no
distinguen las mismas cosas que los nuestros... Y mis ojos no pueden
distinguir al recién llegado que me oprime. ¿Por qué? ¡Oh! Recuerdo ahora
las palabras del monje del monte Saint-Michel: "¿Acaso vemos la
cienmilésima parte de lo que existe? Observe, por ejemplo, el viento que es
la fuerza más poderosa de la naturaleza, el viento que derriba hombres y
edificios, que arranca de cuajo los árboles, y levanta montañas de agua en el
mar, que destruye los acantilados y arroja contra ellos a las grandes naves;
el viento, que silba, gime y ruge. ¿Acaso lo ha visto usted alguna vez?
¿Acaso puede verlo? ¡Y sin embargo existe!"
Y yo seguía pensando: mis ojos son tan débiles e imperfectos que ni
siquiera distinguen los cuerpos sólidos cuando son trasparentes como el
vidrio... Si un espejo sin azogue obstruye mi camino chocaré contra él como
el pájaro que penetra en una habitación y se rompe la cabeza contra los
vidrios. Por lo demás, mil cosas nos engañan y desorientan. No puede
extrañar entonces que el hombre no sepa percibir un cuerpo nuevo que
atraviesa la luz.
¡Un ser nuevo! ¿Por qué no? ¡No podía dejar de venir! ¿ Por qué
nosotros íbamos a ser los últimos? Nosotros no los distinguimos pero
tampoco nos distinguían los seres creados antes que nosotros. Ello se
explica porque su naturaleza es más perfecta, más elaborada y mejor
terminada que la nuestra, tan endeble y torpemente concebida, trabada por
órganos siempre fatigados, siempre forzados como mecanismos demasiado
complejos, que vive como una planta o como un animal, nutriéndose
penosamente de aire, hierba y carne, máquina animal acosada por las
enfermedades, las deformaciones y las putrefacciones; que respira con
dificultad, imperfecta, primitiva y extraña, ingeniosamente mal hecha, obra
grosera y delicada, bosquejo del ser que podría convertirse en inteligente y
poderoso.
Existen muchas especies en este mundo, desde la ostra al hombre. ¿Por
qué no podría aparecer una más, después de cumplirse el período que
separa las sucesivas apariciones de las diversas especies?
¿Por qué no puede aparecer una más? ¿Por qué no pueden surgir
también nuevas especies de árboles de flores gigantescas y resplandecientes
que perfumen regiones enteras? ¿Por qué no pueden aparecer otros
elementos que no sean el fuego, el aire, la tierra y el agua? ¡Sólo son
cuatro, nada más que cuatro, esos padres que alimentan a los seres! ¡Qué
lástima! ¿Por qué no serán cuarenta, cuatrocientos o cuatro mil? ¡Todo es
pobre, mezquino, miserable! ¡Todo se ha dado con avaricia, se ha inventado
secamente y se ha hecho con torpeza! ¡Ah! ¡Cuánta gracia hay en el elefante
y el hipopótamo! ¡Qué elegante es el camello!
Se podrá decir que la mariposa es una flor que vuela. Yo sueño con una
que sería tan grande como cien universos, con alas cuya forma, belleza,
color y movimiento ni siquiera puedo describir. Pero lo veo... va de estrella a
estrella, refrescándolas y perfumándolas con el soplo armonioso y ligero de
su vuelo... Y los pueblos que allí habitan la miran pasar, extasiados y
maravillados ...
¿Qué es lo que tengo? Es el Horla que me hechiza, que me hace pensar
esas locuras. Está en mí, se convierte en mi alma. ¡Lo mataré!
19 de agosto
Lo mataré. ¡Lo he visto! Anoche yo estaba sentado a la mesa y simulé
escribir con gran atención. Sabía perfectamente que vendría a rondar a mi
alrededor, muy cerca, tan cerca que tal vez podría tocarlo y asirlo. ¡Y
entonces!... Entonces tendría la fuerza de los desesperados; dispondría de
mis manos, mis rodillas, mi pecho, mi frente y mis dientes para
estrangularlo, aplastarlo, morderlo y despedazarlo.
Yo acechaba con todos mis sentidos sobreexcitados.
Había encendido las dos lámparas y las ocho bujías de la chimenea,
como si fuese posible distinguirlo con esa luz.
Frente a mí está mi cama, una vieja cama de roble, a la derecha la
chimenea; a la izquierda la puerta cerrada cuidadosamente, después de
dejarla abierta durante largo rato a fin de atraerlo; detrás de mí un gran
armario con espejos que todos los días me servía para afeitarme y vestirme
y donde acostumbraba mirarme de pies a cabeza cuando pasaba frente a él.
Como dije antes, simulaba escribir para engañarlo, pues él también me
espiaba. De pronto, sentí, sentí, tuve la certeza de que leía por encima de mi
hombro, de que estaba allí rozándome la oreja. Me levanté con las manos
extendidas, girando con tal rapidez que estuve a punto de caer. Pues bien...
se veía como si fuera pleno día, ¡y sin embargo no me vi en el espejo!...
¡Estaba vacío, claro, profundo y resplandeciente de luz! ¡Mi imagen no
aparecía y yo estaba frente a él! Veía aquel vidrio totalmente límpido de
arriba abajo. Y lo miraba con ojos extraviados; no me atrevía a avanzar, y
ya no tuve valor para hacer un movimiento más. Sentía que él estaba allí,
pero que se me escaparía otra vez, con su cuerpo imperceptible que me
impedía reflejarme en el espejo. ¡Cuánto miedo sentí! De pronto, mi imagen
volvió a reflejarse pero como si estuviese envuelta en la bruma, como si la
observase a través de una capa de agua. Me parecía que esa agua se
deslizaba lentamente de izquierda a derecha y que paulatinamente mi
imagen adquiría mayor nitidez. Era como el final de un eclipse. Lo que la
ocultaba no parecía tener contornos precisos; era una especie de
trasparencia opaca, que poco a poco se aclaraba.
Por último, pude distinguirme completamente como todos los días.
¡Lo había visto! Conservo el espanto que aún me hace estremecer.
20 de agosto
¿Cómo podré matarlo si está fuera de mi alcance?
¿Envenenándolo? Pero él me verá mezclar el veneno en el agua y tal
vez nuestros venenos no tienen ningún efecto sobre un cuerpo
imperceptible. No... no... decididamente no. Pero entonces... ¿qué haré
entonces?
21 de agosto
He llamado a un cerrajero de Ruán y le he encargado persianas
metálicas como las que tienen algunas residencias particulares de París, en
la planta baja, para evitar los robos. Me haré además una puerta similar. Me
debe haber tomado por un cobarde, pero no importa...
10 de setiembre
Ruán, Hotel Continental. Ha sucedido.. . ha sucedido... pero, ¿habrá
muerto? Lo que vi me ha trastornado.
Ayer, después que el cerrajero colocó la persiana y la puerta de hierro,
dejé todo abierto hasta medianoche a pesar de que comenzaba a hacer frío.
De improviso, sentí que estaba aquí y me invadió la alegría, una enorme
alegría. Me levanté lentamente y caminé en cualquier dirección durante
algún tiempo para que no sospechase nada. Luego me quité los botines y
me puse distraídamente unas pantuflas. Cerré después la persiana metálica
y regresé con paso tranquilo hasta la puerta, cerrándola también con dos
vueltas de llave. Regresé entonces hacia la ventana, la cerré con un candado
y guardé la llave en el bolsillo.
De pronto, comprendí que se agitaba a mi alrededor, que él también
sentía miedo, y que me ordenaba que le abriera. Estuve a punto de ceder,
pero no lo hice. Me acerqué a la puerta y la entreabrí lo suficiente como para
poder pasar retrocediendo, y como soy muy alto mi cabeza llegaba hasta el
dintel. Estaba seguro de que no había podido escapar y allí lo acorralé solo,
completamente solo. ¡Qué alegría! ¡Había caído en mi poder! Entonces
descendí corriendo a la planta baja; tomé las dos lámparas que se hallaban
en la sala situada debajo de mi habitación, y, con el aceite que contenían
rocié la alfombra, los muebles, todo. Luego les prendí fuego, y me puse a
salvo después de cerrar bien, con dos vueltas de llave, la puerta de entrada.
Me escondí en el fondo de mi jardín tras un macizo de laureles. ¡Qué
larga me pareció la espera! Reinaba la más completa oscuridad, gran
quietud y silencio; no soplaba la menor brisa, no había una sola estrella,
nada más que montañas de nubes que aunque no se veían hacían sentir su
gran peso sobre mi alma.
Miraba mi casa y esperaba. ¡Qué larga era la espera! Creía que el fuego
ya se había extinguido por sí solo o que él lo había extinguido. Hasta que vi
que una de las ventanas se hacía astillas debido a la presión del incendio, y
una gran llamarada roja y amarilla, larga, flexible y acariciante, ascender por
la pared blanca hasta rebasar el techo. Una luz se reflejó en los árboles, en
las ramas y en las hojas, y también un estremecimiento, ¡un
estremecimiento de pánico! Los pájaros se despertaban; un perro comenzó a
ladrar; parecía que iba a amanecer. De inmediato, estallaron otras ventanas,
y pude ver que toda la planta baja de mi casa ya no era más que un
espantoso brasero. Pero se oyó un grito en medio de la noche, un grito de
mujer horrible, sobreagudo y desgarrador, al tiempo que se abrían las
ventanas de dos buhardillas. ¡Me había olvidado de los criados! ¡Vi sus
rostros enloquecidos y sus brazos que se agitaban!...
Despavorido, eché a correr hacia el pueblo gritando: "¡Socorro!
¡Socorro! ¡Fuego! ¡Fuego!" Encontré gente que ya acudía al lugar y regresé
con ellos para ver.
La casa ya sólo era una hoguera horrible y magnífica, una gigantesca
hoguera que iluminaba la tierra, una hoguera donde ardían los hombres, y él
también. Él, mi prisionero, el nuevo Ser, el nuevo amo, ¡el Horla!
De pronto el techo entero se derrumbó entre las paredes y un volcán de
llamas ascendió hasta el cielo. Veía esa masa de fuego por todas las
ventanas abiertas hacia ese enorme horno, y pensaba que él estaría allí,
muerto en ese horno...
¿Muerto? ¿Será posible? ¿Acaso su cuerpo, que la luz atravesaba, podía
destruirse por los mismos medios que destruyen nuestros cuerpos?
¿Y si no hubiera muerto? Tal vez sólo el tiempo puede dominar al Ser
Invisible y Temido. ¿Para qué ese cuerpo trasparente, ese cuerpo invisible,
ese cuerpo de Espíritu, si también está expuesto a los males, las heridas, las
enfermedades y la destrucción prematura?
¿La destrucción prematura? ¡Todo el temor de la humanidad procede de
ella! Después del hombre, el Horla. Después de aquel que puede morir todos
los días, a cualquier hora, en cualquier minuto, en cualquier accidente, ha
llegado aquel que morirá solamente un día determinado en una hora y en un
minuto determinado, al llegar al límite de su vida.
No... no... no hay duda, no hay duda... no ha muerto... entonces tendré
que suicidarme...
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