LAS MIL Y UNA NOCHE -- TOMO 3 -- 1ªparte
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LA SEGUNDA HISTORIA DE LAS HISTORIAS DE SINDBAD EL MARINO QUE TRATA
DEL SEGUNDO VIAJE
(Continuación)
Ella dijo:
...Tras de lo cual, desenrollé la tela de mi turbante, como la primera vez, y me la rodeé a la
cintura, yendo a situarme debajo del cuarto de carne, que até sólidamente a mi pecho con las dos
puntas del turbante.
Permanecí ya algún tiempo en esta posición, cuando súbitamente me sentí llevado por los
aires, como una pluma, entre las garras formidables de un rokh y en compañía del cuarto de carne.
Y en un abrir y cerrar los ojos me encontré fuera del valle, sobre la cúspide de una montaña, en el
nido del rokh, que se dispuso enseguida a despedazar la carne aquella y mi propia carne para
sustentar a sus rokhecillos. Pero de pronto se alzó hacia nosotros un estrépito de gritos que
asustaron al ave y la obligaron a emprender de nuevo el vuelo, abandonándome. Entonces desaté
mis ligaduras y me erguí sobre ambos pies, con huellas de sangre en mis vestidos y en mi rostro.
Vi a la sazón aproximarse al sitio en que yo estaba a un mercader, que se mostró muy
contrariado y asombrado al percibirme. Pero advirtiendo que yo no le quería mal y que ni aun me
movía, se inclinó sobre el cuarto de carne y lo escudriñó, sin encontrar en él los diamantes que
buscaba. Entonces alzó al cielo sus largos brazos y se lamentó, diciendo: "¡Qué desilusión! ¡Estoy
perdido! ¡No hay recurso más que en Alah! ¡Me refugio en Alah contra el Maldito, el Malhechor!" Y
se golpeó una con otra las palmas de las manos, como señal de una desesperación inmensa.
Al advertir aquello, me acerqué a él y le deseé la paz. Pero él, sin corresponder a mi zalema,
me arañó furioso y exclamó: "¿Quién eres? ¿Y de dónde viniste para robarme mi fortuna?" Le
respondí: "No temas nada, ¡oh digno mercader! porque no soy ningún ladrón, y tu fortuna en nada
ha disminuido. Soy un ser humano y no un genio malhechor, como creías, por lo visto. Soy incluso
un hombre honrado entre la gente honrada, y antiguamente, antes de correr aventuras tan
extrañas, yo tenía también el oficio de mercader.
En cuanto al motivo de mi venida a este paraje, es una historia asombrosa, que te contaré al
punto. ¡Pero de antemano, quiero probarte mis buenas intenciones gratificándote con algunos
diamantes recogidos por mí mismo en el fondo de esa cima, que jamás fue sondeada por la vista
humana!"
Saqué enseguida de mi cinturón algunos hermosos ejemplares de diamantes, y se los
entregué, diciéndole: "¡He aquí una ganancia que no habrías osado esperar en tu vida!"
Entonces el propietario del cuarto de carnero manifestó una alegría inconcebible y me dio
muchas gracias, y tras de mil zalemas, me dijo: "¡La bendición está contigo, oh mi señor! ¡Uno solo
de estos diamantes bastaría para enriquecerme hasta la más dilatada vejez! ¡Porque en mi vida
hube de verlos semejantes ni en la corte de los reyes y sultanes!" Y me dio gracias otra vez, y
finalmente llamó a otros mercaderes que allí se hallaban y que se agruparon en torno mío,
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deseándome la paz y la bienvenida. Y les conté mi rara aventura desde el principio hasta el fin.
Pero no sería útil repetirla.
Entonces, vueltos de su asombro los mercaderes, me felicitaron mucho por mi liberación,
diciéndome: "¡Por Alah! ¡Tu destino te ha sacado de un abismo del que nadie regresó nunca!"
Después, al verme extenuado por la fatiga, el hambre y la sed se apresuraron a darme de comer y
beber con abundancia, y me condujeron a una tienda, donde velaron mi sueño, que duró un día
entero y una noche.
A la mañana, los mercaderes me llevaron con ellos, en tanto que comenzaba yo a regocijarme
de modo intenso por haber escapado a aquellos peligros sin precedentes. Al cabo de un viaje
bastante corto, llegamos a una isla muy agradable, donde crecían magníficos árboles de copa tan
espesa y amplia, que con facilidad podrían dar sombra a cien hombres. De estos árboles es
precisamente de los que se extrae la sustancia blanca, de olor cálido y grato, que se llama
alcanfor. A tal fin, se hace una incisión en lo alto del árbol, recogiendo en una cubeta que se pone
al pie el jugo que destila, y que al principio parece como gotas de goma, y no es otra cosa que la
miel del árbol.
También en aquella isla vi al espantable animal que se llama "karkadann" (rinoceronte) y pace
exactamente como pacen las vacas y los búfalos en nuestras praderas. El cuerpo de esa fiera es
mayor que el cuerpo del camello; al extremo del morro tiene un cuerno de diez codos de largo y en
el cual se halla labrada una cara humana. Es tan sólido este cuerno, que le sirve al karkadann para
pelear y vencer al elefante, enganchándole y teniéndole en vilo hasta que muere. Entonces la
grasa del elefante muerto va a parar a los ojos del karkadann, cegándole y haciéndole caer. Y
desde lo alto de los aires se abate sobre ellos el terrible rokh y los transporta a su nido para
alimentar a sus crías.
Vi asimismo en aquella isla diversas clases de búfalos.
Vivimos algún tiempo allí, respirando el aire embalsamado; tuve con ello ocasión de cambiar
mis diamantes por más oro y plata de lo que podría contener la cola de un navío. ¡Después nos
marchamos de allí; y de isla en isla, y de tierra en tierra, y de ciudad en ciudad, admirando a cada
paso la obra del Creador, y haciendo acá y allá algunas ventas, compras y cambios, acabamos por
bordear Bassra, país de bendición, para ascender hasta Bagdad, morada de paz!
Me faltó el tiempo entonces para correr a mi calle y entrar en mi casa, enriquecido con sumas
considerables, dinares de oro y hermosos diamantes que no tuve alma para vender. Y he aquí que,
tras las efusiones propias del retorno entre mis parientes y amigos; no dejé de comportarme
generosamente, repartiendo dádivas a mi alrededor, sin olvidar a nadie.
Luego disfruté alegremente de la vida, comiendo manjares exquisitos, bebiendo licores
delicados, vistiéndome con ricos trajes y sin privarme de la sociedad de las personas deliciosas.
Así es que todos los días tenía numerosos visitantes notables que, al oír hablar de mis aventuras,
me honraban con su presencia para pedirme que les narrara mis viajes y les pusiera al corriente de
lo que sucedía en las tierras lejanas. Y yo experimentaba una verdadera satisfacción
instruyéndoles acerca de tantas cosas, lo que inducía a todos a felicitarme por haber escapado de
tan terribles peligros, maravillándose con mi relato hasta el límite de la maravilla. Y así es como
acaba mi segundo viaje.
¡Pero mañana, oh, mis amigos ! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 298ª NOCHE
Ella dijo:
"Pero mañana, ¡oh mis amigos! os contaré las peripecias de mi tercer viaje, el cual, sin duda,
es mucho más interesante y estupefaciente que los dos primeros!"
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Luego calló Sindbad. Entonces los esclavos sirvieron de comer y de beber a todos los
invitados, que se hallaban prodigiosamente asombrados de cuanto acababan de oír. Después
Sindbad el Marino hizo que dieran cien monedas de oro a Sindbad el Cargador, que las admitió,
dando muchas gracias, y se marchó invocando sobre la cabeza de su huésped las bendiciones de
Alah, y llegó a su casa maravillándose de cuanto acababa de ver y de escuchar.
Por la mañana se levantó el cargador Sindbad, hizo la plegaria matinal y volvió a casa del rico
Sindbad, como le indicó éste. Y fui recibido cordialmente y tratado con muchos miramientos, e
invitado a tomar parte en el festín del día y en los placeres, que duraron toda la jornada. Tras de lo
cual, en medio de sus convidados, atentos y graves, Sindbad el Marino empezó su relato de la
manera siguiente:
LA TERCERA HISTORIA DE LAS HISTORIAS DE SINDBAD EL MARINO, QUE TRATA
DEL TERCER VIAJE
Sabed, ¡oh mis amigos! -¡pero Alah sabe las cosas mejor que la criatura!--- que con la
deliciosa vida de que yo disfrutaba desde el regreso de mi segundo viaje, acabé por perder
completamente, entre las riquezas y el descanso, el recuerdo de los sinsabores sufridos y de los
peligros que corrí, aburriéndome a la postre de la inacción monótona de mi existencia en Bagdad.
Así es que mi alma deseó con ardor la mudanza y el espectáculo de las cosas de viaje. Y la misma
afición al comercio, con su ganancia y su provecho, me tentó otra vez.
En el fondo, siempre la ambición es causa de nuestras desdichas. En breve debía yo
comprobarlo del modo más espantoso.
Puse en ejecución inmediatamente mi proyecto, y después de proveerme de ricas mercancías
del país, partí de Bagdad para Bassra.
Allí me esperaba un gran navío lleno ya de pasajeros y mercaderes, todos gente de bien,
honrada, con buen corazón, hombres de conciencia y capaces de servirle a uno, por lo que se
podría vivir con ellos en buenas relaciones. Así es que no dudé en embarcarme en su compañía
dentro de aquel navío; y no bien me encontré a bordo, nos hicimos a la vela con la bendición de
Alah para nosotros y para nuestra travesía.
Bajo felices auspicios comenzó, en efecto, nuestra navegación. En todos los, lugares que
abordábamos hacíamos negocios excelentes, a la vez que nos paseábamos e instruíamos con
todas las cosas nuevas que veíamos sin cesar.
Y nada, verdaderamente, faltaba a nuestra dicha, y nos hallábamos en el límite del desahogo
y la opulencia.
Un día entre los días, estábamos en alta mar, muy lejos de los países musulmanes, cuando de
pronto vimos que el capitán del navío se golpeaba con fuerza el rostro, se mesaba los pelos de la
barba, desgarraba sus vestiduras y tiraba al suelo su turbante, después de examinar durante largo
tiempo el horizonte.
Luego empezó a lamentarse, a gemir y a lanzar gritos de desesperación.
Al verlo, rodeamos todos al capitán, y le dijimos: "¿Qué pasa, ¡oh capitán!?" Contestó: "Sabed,
¡oh pasajeros de paz! que estamos a merced del viento contrario, y habiéndonos desviado de
nuestra ruta, nos hemos lanzado a este mar siniestro. Y para colmar nuestra mala suerte, el
Destino hace que toquemos en esa isla que veis delante de vosotros, y de la cual jamás pudo salir
con vida nadie que arribara a ella. ¡Esa isla es la Isla de los Monos! ¡Me da el corazón que
estamos perdidos sin remedio!"
Todavía no había acabado de explicarse el capitán, cuando vimos que rodeaba al navío una
multitud de seres velludos cual monos, y más innumerable que una nube de langostas, en tanto
que desde la playa de la isla otros monos, en cantidad incalculable, lanzaban chillidos que nos
helaron de estupor. Y no osamos maltratar, atacar, ni siquiera espantar a ninguno de ellos, por
miedo a que se abalanzasen todos sobre nosotros y nos matasen hasta el último, vista su
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superioridad numérica; porque no cabe duda de que la certidumbre de esta superioridad numérica
aumenta el valor de quienes la poseen. No quisimos, pues, hacer ningún movimiento, aunque por
todos lados nos invadían aquellos monos, que empezaban a apoderarse ya de cuanto nos
pertenecía.
Eran muy feos. Eran; incluso, más feos que las cosas más feas que he visto hasta este día de
mi vida. ¡Eran peludos y velludos, con ojos amarillos en sus caras negras; tenían poquísima
estatura, apenas cuatro palmos, y sus muecas y sus gritos resultaban más horribles que cuanto a
tal respecto pudiera imaginarse!
Por lo que afecta a su lenguaje, en vano nos hablaban y nos insultaban chocando las
mandíbulas, ya que no lográbamos comprenderles, a pesar de la atención que a tal fin poníamos.
No tardamos, por desgracia, en verles ejecutar el más funesto de los proyectos. Treparon por los
palos, desplegaron las velas, cortaron con los dientes todas las amarras y acabaron por
apoderarse del timón. Entonces, impulsado por el viento, marchó el navío contra la costa, donde
encalló. Y los monos apoderáronse de todos nosotros, nos hicieron desembarcar sucesivamente,
nos dejaron en la playa, y sin ocuparse más de nosotros para nada embarcaron de nuevo en el
navío, al cual consiguieron poner a flote, y desaparecieron todos en él a lo lejos del mar.
Entonces, en el límite de la perplejidad, juzgamos inútil permanecer de tal modo en la playa
contemplando el mar, y avanzamos por la isla, donde al fin descubrimos algunos árboles frutales y
agua corriente, lo que nos permitió reponer un tanto nuestras fuerzas a fin de retardar lo más
posible una muerte que todos creíamos segura.
Mientras seguíamos en aquel estado, nos pareció ver entre los árboles un edificio muy grande
que se diría abandonado. Sentimos la tentación de acercarnos a él, y cuando llegamos a
alcanzarle, advertimos que era un palacio...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana; v se calló
discretamente
PERO CUANDO LLEGÒ LA 299ª NOCHE
Ella dijo:
... advertimos que era un palacio de mucha altura, cuadrado, rodeado por sólidas murallas y
que tenía una gran puerta de ébano de dos hojas. Como esta puerta estaba abierta y ningún
portero la guardaba, la franqueamos y penetramos enseguida en una inmensa sala tan grande
como un patio. Tenía por todo mobiliario la tal sala enormes utensilios de cocina y asadores de una
longitud desmesurada; el suelo por toda alfombra, montones de huesos, ya calcinados unos, otros
sin quemar aún. Dentro reinaba un olor que perturbó en extremo nuestro olfato. Pero como
estábamos extenuados de fatiga y de miedo, nos dejamos caer cuan largos éramos y nos
dormimos profundamente.
Ya se había puesto el sol, cuando nos sobresaltó un ruido estruendoso, despertándonos de
repente; y vimos descender ante nosotros desde el techo a un ser negro con rostro humano, tan
alto como una palmera, y cuyo aspecto era más horrible que el de todos los monos reunidos. Tenía
los ojos rojos como dos tizones inflamados, los dientes largos y salientes como los colmillos de un
cerdo, una boca enorme, tan grande como el brocal de un pozo, labios que le colgaban sobre el
pecho, orejas movibles como las del elefante y que le cubrían los Hombros, y uñas ganchudas cual
las garras del león.
A su vista, nos llenamos de terror, y después nos quedamos rígidos como muertos. Pero él fué
a sentarse en un banco alto adosado a la pared, y desde allí comenzó a examinarnos en silencio y
con toda atención uno a uno. Tras de lo cual se adelantó hacia nosotros, fue derecho a mí,
prefiriéndome a los demás mercaderes, tendió la mano y me cogió de la nuca, cual podía cogerse
un lío de trapos. Me dio vueltas y vueltas en todas direcciones, palpándome como palparía un
carnicero cualquier cabeza de carnero. Pero sin duda no debió encontrarme de su gusto, liquidado
por el terror como yo estaba y con la grasa de mi piel disuelta por las fatigas del viaje y la pena.
Entonces me dejó, echándome a rodar por el suelo, y se apoderó de mi vecino más próximo y lo
manoseó, como me había manoseado a mí, para rechazarle y luego apoderarse del siguiente. De
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este modo fue cogiendo uno tras de otro a todos los mercaderes, y le tocó ser el último en el turno
al capitán del navío.
Aconteció que el capitán era un hombre gordo y lleno de carne, y naturalmente, era el más
robusto y sólido de todos los hombres del navío. Así es que el espantoso gigante no dudó en
fijarse en él al elegir; le cogió entre sus manos cual un carnicero cogería un cordero, le derribó en
tierra le puso un pie en el cuello y le desnucó con un solo golpe. Empuñó entonces uno de los
inmensos asadores en cuestión y se lo introdujo por la boca, haciéndolo salir por el ano. Entonces
encendió mucha leña en el hogar que había en la sala, puso entre las llamas al capitán ensartado,
y comenzó a darle vueltas lentamente hasta que estuvo en sazón. Le retiró del fuego entonces y
empezó a trincharle en pedazos, como si se tratara de un pollo, sirviéndose para el caso de sus
uñas. Hecho aquello, le devoró en un abrir y cerrar de ojos. Tras de lo cual chupó los huesos,
vaciándolos de la medula, y los arrojó en medio del montón que se alzaba en la sala.
Concluida esta comida, el espantoso gigante fue a tenderse en el banco para digerir, y no
tardó en dormirse, roncando exactamente igual que un búfalo a quien se degollara o como un asno
a quien se incitara a rebuznar. Y así permaneció dormido hasta por la mañana. Le vimos entonces
levantarse y alejarse como había llegado, mientras permanecíamos inmóviles de espanto.
Cuando tuvimos la certeza de que había desaparecido, salimos del silencio que guardamos
toda la noche, y nos comunicamos mutuamente nuestras reflexiones y empezamos a sollozar y
gemir pensando en la suerte que nos esperaba. .
Y con tristeza nos decíamos: "Mejor hubiera sido perecer en el mar ahogados o comidos por
los monos que ser asados en las brasas. ¡Por Alah, que se trata de una muerte detestable! Pero
¿qué hacer? ¡Ha de ocurrir lo que Alah disponga! ¡No hay recurso más que en Alah el
Todopoderoso!"
Abandonamos entonces aquella casa y vagamos por toda la isla en busca de algún escondrijo
donde resguardarnos; pero fue en vano, porque la isla era llana y no había en ella cavernas ni
nada que nos permitiese sustraernos a la persecución. Así es que, como caía la tarde, nos pareció
más prudente volver al palacio.
Pero apenas llegamos, hizo su aparición en medio del ruido atronador el horrible hombre
negro, y después del palpamiento y el manoseo, se apoderó de uno de mis compañeros
mercaderes, ensartándole enseguida, asándole y haciéndole pasar a su vientre, para tenderse
luego en el banco y roncar hasta la mañana como un bruto degollado. Despertóse entonces y se
desperezó, gruñendo
ferozmente, y se marchó sin ocuparse de nosotros y cual si no nos viera.
Cuando partió, como habíamos tenido tiempo de reflexionar sobre nuestra triste situación,
exclamamos todos a la vez: "Vamos a tirarnos al mar para morir ahogados, mejor que perecer
asados y devorados. ¡Porque debe ser una muerte terrible!"
Al ir a ejecutar este proyecto, se levantó uno de nosotros y dijo: "¡Escuchadme, compañeros!
¡No creéis que vale quizás más matar al hombre negro antes de que nos extermine?" Entonces
levanté a mi vez yo el dedo y dije: "¡Escuchadme, compañeros! ¡Caso de que verdaderamente
hayáis resuelto matar al hombre negro, sería preciso antes comenzar por utilizar los trozos de
madera de que está cubierta la playa, con objeto de construirnos una balsa en la cual podamos
huir de esta isla maldita después de librar a la Creación de tan bárbaro comedor de musulmanes!
¡Bordeamos entonces en cualquier isla donde esperaremos la clemencia del Destino, que nos
enviará algún navío para regresar a nuestro país! De todos modos, aunque naufrague la balsa
y nos ahoguemos, habremos evitado que nos asen y no habremos cometido la mala acción de
matarnos voluntariamente. ¡Nuestra muerte será un martirio que se tendrá en cuenta el día de la
Retribución! . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 300ª NOCHE
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Ella dijo:
¡...Nuestra muerte será un martirio que se tendrá en cuenta el día de la Retribución!" Entonces
exclamaron los mercaderes: "¡Por Alah! ¡Es una idea excelente y una acción razonable!"
Al momento nos dirigimos a la playa y construimos la balsa en cuestión, en la cual tuvimos
cuidado de poner algunas provisiones, tales como frutas y hierbas comestibles; luego volvimos al
palacio para esperar, temblando, la llegada del hombre negro.
Llegó precedido de un ruido atronador, y creímos ver entrar a un enorme perro rabioso.
Todavía tuvimos necesidad de presenciar sin un murmullo cómo ensartaba y asaba a uno de
nuestros compañeros, a quien escogió por su grasa y buen aspecto, tras del palpamiento y manoseo.
Pero cuando el espantoso bruto se durmió y comenzó a roncar de un modo estrepitoso,
pensamos en aprovecharnos de su sueño con objeto de hacerle inofensivo para siempre.
Cogimos a tal fin dos de los inmensos asadores de hierro, y los calentamos al fuego hasta que
estuvieron al rojo blanco; luego los empuñamos fuertemente por el extremo frío, y como eran muy
pesados, llevamos entre varios cada uno. Nos acercamos a él quedamente, y entre todos
hundimos a la vez ambos asadores en ambos ojos del horrible hombre negro que dormía, y
apretamos con todas nuestras fuerzas para que cegase en absoluto.
Debió sentir seguramente un dolor extremado, porque el grito que lanzó fue tan espantoso,
que al oírlo rodamos por el suelo a una distancia respetable. Y saltó él a ciegas, y aullando y
corriendo en todos sentidos, intentó coger a alguno de nosotros. Pero habíamos tenido tiempo de
evitarlo y echarnos al suelo de bruces a su derecha y a su izquierda, de manera que a cada vez
sólo se encontraba con el vacío. Así es que, viendo que no podía realizar su propósito acabó por
dirigirse a tientas a la puerta y salió dando gritos espantosos.
Entonces, convencidos de que el gigante ciego moriría por fin en su suplicio, comenzamos a
tranquilizarnos, y nos dirigimos al mar con paso lento. Arreglamos un poco mejor la balsa, nos
embarcamos en ella, la desamarramos de la orilla, y ya íbamos a remar para alejarnos, cuando
vimos al horrible gigante ciego que llegaba corriendo, guiado por una hembra gigante, todavía más
horrible y antipática que él.
Llegados que fueron a la playa, lanzaron gritos amedrentadores al ver que nos alejábamos;
después cada uno de ellos comenzó a apedrearnos, arrojando a la balsa trozos de peñasco. Por
aquel procedimiento consiguieron alcanzarnos con sus proyectiles y ahogar a todos mis compañeros,
excepto dos. En cuanto a los tres que salimos con vida, pudimos al fin alejarnos y ponernos
fuera del alcance de los peñascos que lanzaban.
Pronto llegamos a alta mar, donde nos vimos a merced del viento y empujados hacia una isla
que distaba dos días de aquella en que creímos perecer ensartados y asados. Pudimos encontrar
allí frutas, con lo que nos libramos de morir de hambre; luego, como la noche era ya avanzada,
trepamos a un gran árbol para dormir en él.
Por la mañana, cuando nos despertamos, lo primero que se presentó ante nuestros ojos
asustados fue una terrible serpiente tan gruesa como el árbol en que nos hallábamos, y que
clavaba en nosotros sus ojos llameantes y abría una boca tan ancha como un horno. Y de pronto
se irguió, y su cabeza nos alcanzó en la copa del árbol. Cogió con sus fauces a uno de mis dos
compañeros y lo engulló hasta los hombros, para devorarle por completo casi inmediatamente. Y al
punto oímos los huesos del infortunado crujir en el vientre de la serpiente, que bajó del árbol y nos
dejó aniquilados de espanto y de dolor.
Y pensamos: "¡Por Alah, este nuevo género de muerte es más detestable que el anterior! La
alegría de haber escapado del asador del hombre negro, se convierte en un presentimiento peor
aún que cuanto hubiéramos de experimentar! ¡No hay recurso más que en Alah!"
Tuvimos enseguida alientos para bajar del árbol y recoger algunas frutas, que comimos,
satisfaciendo nuestra sed con el agua de los arroyos. Tras de lo cual, vagamos por la isla en busca
de cualquier abrigo más seguro que el de la precedente noche, y acabamos por encontrar un árbol
de una altura prodigiosa. Trepamos a él al hacerse de noche, y ya instalados lo mejor posible,
empezábamos a dormirnos, cuando nos despertó un silbido seguido de un rumor de ramas tronchadas,
y antes de que tuviésemos tiempo de hacer un movimiento para escapar, la serpiente
cogió a mi compañero, que se había encaramado por debajo de mí, y de un solo golpe le devoró
hasta las tres cuartas partes. La vi luego enroscarse al árbol, haciendo rechinar los huesos de mi
último compañero hasta que terminó de devorarle. Después se retiró, dejándome muerto de miedo.
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Continué en el árbol sin moverme hasta por la mañana, y únicamente entonces me decidí a
bajar. Mi primer movimiento fue para tirarme al mar con objeto de concluir una vida miserable y
llena de alarmas cada vez más terribles; en el camino me paré, porque mi alma, don precioso, no
se avenía a tal resolución; y me sugirió una idea a la cual debo el haberme salvado.
Empecé a buscar leña, y encontrándola en seguida, me tendí en tierra y cogí una tabla grande
que sujeté a las plantas de mis pies en toda su extensión; cogí luego una segunda tabla que até a
mi costado izquierdo, otra a mi costado derecho, la cuarta me la puse en el vientre, y la quinta, más
ancha y más larga que las anteriores, la sujeté a mi cabeza. De este modo me encontraba rodeado
por una muralla de tablas que oponían en todos sentidos un obstáculo a las fauces de la serpiente.
Realizado aquello, permanecí tendido en el suelo, y esperé lo que me reservaba el Destino.
Al hacerse de noche, no dejó de ir la serpiente. En cuanto me vio, arrojose sobre mí dispuesta
a sepultarme en su vientre; pero se lo impidieron las tablas. Se puso entonces a dar vueltas a mi
alrededor, intentando cogerme por algún lado más accesible; pero no pudo lograr su propósito, a
pesar de todos sus esfuerzos, y aunque tiraba de mí en todas direcciones. Así pasó toda la noche
haciéndome sufrir, y yo me creía ya muerto y sentía en mi rostro su aliento nauseabundo. Al
amanecer me dejó por fin, y se alejó muy furiosa, en el límite de la cólera y de la rabia.
Cuando estuve seguro de que se había alejado del todo...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 301ª NOCHE
Ella dijo:
...Cuando estuve seguro de que se había alejado del todo, saqué la mano y me desembaracé
de las ligaduras que me ataban a las tablas. Pero había estado en una postura tan incómoda, que
en un principio no logré moverme, y durante varias horas creí no poder recobrar el uso de mis
miembros. Pero al fin conseguí ponerme en pie, y poco a poco pude andar y pasearme por la isla.
Me encaminé hacia el mar, y apenas llegué descubrí en lontananza un navío que bordeaba la isla
velozmente a toda vela.
Al verlo me puse a agitar los brazos y gritar como un loco; luego desplegué la tela de mi
turbante, y atándola a una rama de árbol, la levanté por encima de mi cabeza y me esforcé en
hacer señales
para que me advirtiesen desde el navío.
El destino quiso que mis esfuerzos no resultasen inútiles. No tardé, efectivamente, en ver que
el navío viraba y se dirigía a tierra; y poco después fui recogido por el capitán y sus hombres.
Una vez a bordo del navío, empezaron por proporcionarme vestidos y ocultar mi desnudez, ya
que desde hacía tiempo había yo destrozado mi ropa; luego me ofrecieron manjares para que
comiera, lo cual hice con mucho apetito, a causa de mis pasadas privaciones; pero lo que me llegó
especialmente al alma fue cierta agua fresca en su punto y deliciosa en verdad, de la que bebí
hasta saciarme. Entonces se calmó mi corazón y se tranquilizó mi espíritu, y sentí que el reposo y
el bienestar descendían por fin a mi cuerpo extenuado.
Comencé, pues, a vivir de nuevo tras de ver a dos pasos de mí , la muerte, y bendije a Alah
por su misericordia, y le di gracias por haber interrumpido mis tribulaciones. Así es que no tardé en
reponerme completamente de mis emociones y fatigas, hasta el punto de casi llegar a creer que
todas aquellas calamidades habían sido un sueño. Nuestra navegación resultó excelente, y con la
venia de Alah el viento nos fue favorable todo el tiempo, y nos hizo tocar felizmente en una isla
llamada Salahata, donde debíamos hacer escala, y en cuya rada ordenó anclar el capitán, para
permitir a los mercaderes desembarcar y despachar sus asuntos. -
Cuando estuvieron en tierra los pasajeros, como era el único a bordo que carecía de
mercancías para vender o cambiar, el capitán se acercó a mí y me dijo: "¡Escucha lo que voy a
decirte! Eres un hombre pobre y extranjero, y por ti sabemos cuántas pruebas has sufrido en tu
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vida. ¡Así, pues, quiero serte de alguna utilidad ahora y ayudarte a regresar a tu país, con el fin de
que cuando pienses en mí lo hagas gustoso e invoques para mi persona todas las bendiciones!"
Yo le contesté: "Ciertamente, ¡oh capitán! que no dejaré de hacer votos en tu favor". Y él dijo:
"Sabe que hace algunos años vino con nosotros un viajero que se perdió en una isla en que
hicimos escala. Y desde entonces no hemos vuelto a tener noticias suyas, ni sabemos si ha muerto
o si vive todavía. Como están en el navío depositadas las mercancías que dejó aquel viajero,
abrigo la idea de confiártelas para que, mediante un corretaje provisional sobre la ganancia, las
vendas en esta isla y me des su importe, a fin de que a mi regreso a Bagdad pueda yo entregarlo a
sus parientes o dárselo a él mismo, si consiguió volver a su ciudad".
Y contesté yo: "¡Te soy deudor del bienestar y la obediencia!, ¡oh señor! ¡Y verdaderamente
eres acreedor a mi mucha gratitud, ya que quieres proporcionarme una honrada ganancia!"
Entonces el capitán ordenó a los marineros que sacasen de la cala las mercancías y las
llevaran a la orilla, para que yo me hiciera cargo de ellas. Después llamó al escriba del navío y le
dijo que las contase
y las anotase fardo por fardo. Y contestó el escriba: "¿A quién pertenecen estos fardos y a nombre
de quién debo inscribirlos?" El capitán respondió: "El propietario de estos fardos se llamaba
Sindbad el Marino, Ahora inscríbelos a nombre de ese pobre pasajero y pregúntale cómo se
llama".
Al oír aquellas palabras del capitán, me asombré prodigiosamente, y exclamé: "¡Pero si
Sindbad el Marino soy yo!" Y mirando atentamente al capitán, reconocí en él al que al comienzo de
mi segundo viaje me abandonó en la isla donde me quedé dormido.
Ante descubrimiento tan inesperado, mi emoción llegó a sus últimos límites, y añadí: "¡Oh
capitán! ¿No me reconoces? ¡Soy el pobre Sindbad el Marino, oriundo de Bagdad! ¡Escucha mi
historia! Acuérdate, ¡oh capitán! de que fui yo quien desembarcó en la isla hace tantos años sin
que hubiera vuelto. En efecto, me dormí a la orilla de un arroyo delicioso, después de haber
comido, y cuando desperté ya había zarpado el barco. ¡Por cierto que me vieron muchos
mercaderes de la montaña de diamantes, y podrían atestiguar que soy yo el propio Sindbad el
Marino!"
Aun no había acabado de explicarme, cuando uno de los mercaderes que habían subido por
mercaderías a bordo se acercó a mí, me miró atentamente, y en cuanto terminé de hablar,
palmoteó sorprendido, y exclamó:
"¡Por Alah! Ninguno me creyó cuando hace tiempo relaté la extraña aventura que me acaeció
un día en la montaña de diamantes, donde, según dije, vi a un hombre atado a un cuarto de
carnero y transportado desde el valle a la montaña por un pájaro llamado rokh. ¡Pues bien; he aquí
aquel hombre! ¡Este mismo es Sindbad el Marino, el hombre generoso que me regaló tan
hermosos diamantes!" Y tras de hablar así, el mercader corrió a abrazarme como un hermano
ausente que se encuentra de pronto a su hermano.
Entonces me contempló un instante el capitán del navío y en seguida me reconoció también
por Sindbad el Marino. Y me tomó en sus brazos como lo hubiera hecho con su hijo, me felicitó por
estar con vida todavía, y me dijo: "Por Alah, ¡oh señor! que es asombrosa tu historia y prodigiosa tu
aventura! ¡Pero bendito sea Alah, que permitió nos reuniéramos, e hizo que encontraras
tus mercancías y tu fortuna!"
Luego dio orden de que llevaran mis mercancías a tierra para que yo las vendiese,
aprovechándome de ellas por completo aquella vez. Y, efectivamente, fue enorme la ganancia que
me proporcionaron, indemnizándome con mucho de todo el tiempo que había perdido hasta
entonces.
Después de lo cual, dejamos la isla Salahata y llegamos al país de Sínd, donde vendimos y
compramos igualmente.
En aquellos mares lejanos vi cosas asombrosas y prodigios innumerables, cuyo relato no
puedo detallar. Pero, entre otras cosas, vi un pez que tenía el aspecto de una vaca y otro que
parecía un asno. Vi también un pájaro que nacía del nácar marino y cuyas crías vivían en la
superficie de las aguas, sin volar nunca sobre tierra.
Más tarde continuamos nuestra navegación, con la venia de Alah, y a la postre llegamos a
Bassra, donde nos detuvimos pocos días, para entrar por último en Bagdad.
11
Entonces me dirigí a mi calle, penetré en mi casa, saludé a mis parientes, a mis amigos y a
mis antiguos compañeros, e hice muchas dádivas a viudas y a huérfanos. Porque había regresado
más rico que nunca, a causa de los últimos negocios hechos al vender mis mercancías.
Pero mañana, si Alah quiere, ¡oh amigos míos! os contaré la historia de mi cuarto viaje, que
supera en interés a las tres que acabáis de oír".
Luego Sindbad el Marino, como los anteriores días, hizo que dieran cien monedas de oro a
Sindbad el Cargador, invitándole a volver al día siguiente.
No dejó de obedecer el cargador, y volvió al otro día para escuchar lo que había de contar
Sindbad el Marino cuando terminase la comida...
En este momento de su narración, Scherazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente
Y CUANDO LLEGO LA 302ª NOCHE
Ella dijo:
... para escuchar lo que había de contar Sindabad el Marino cuando terminase la comida.
LA CUARTA HISTORIA DE LAS HISTORIAS DE SINDBAD EL MARINO, QUE TRATA DEL
CUARTO VIAJE
Y dijo Sindbad el Marino:
"Ni las delicias ni los placeres de la vida de Bagdad, ¡ oh amigos míos! me hicieron olvidar los
viajes. Al contrario, casi no me acordaba de las fatigas sufridas y los peligros corridos. Y el alma
pérfida que vivía en mí no dejó de mostrarme lo ventajoso que sería recorrer de nuevo las
comarcas de los hombres. Así es que no pude resistirme a sus tentaciones, y abandonando un día
la casa y las riquezas, llevé conmigo una gran cantidad de mercaderías de precio, bastante más
que las que había llevado en mis últimos viajes, y de Bagdad partí para Bassra, donde me
embarqué en un gran navío en compañía de varios notables mercaderes prestigiosamente
conocidos.
Al principio fue excelente nuestro viaje por el mar, gracias a la bendición. Fuimos de isla en isla
y de tierra en tierra, vendiendo y comprando y realizando beneficios muy apreciables, hasta que un
día, en alta mar, hizo anclar el capitán, diciéndonos: "¡Estamos perdidos sin remedio!" Y de
improviso un golpe de viento terrible hinchó todo el mar, que se precipitó sobre el navío; haciéndole
crujir por todas partes y arrebató a los pasajeros, incluso al capitán, los marineros y yo mismo. Y se
hundió todo el mundo, y yo igual que los demás.
Pero, merced a la misericordia, pude encontrar sobre el abismo una tabla del navío, a la que
me agarré con manos y pies, y encima de la cual navegamos durante medio día yo y algunos otros
mercaderes que lograron asirse conmigo a ella.
Entonces, a fuerza de bregar con pies y manos, ayudados por el viento y la corriente, caímos
en la costa de una isla, cual si fuésemos un montón de algas, medio muertos ya de frío y de miedo.
Toda una noche permanecimos sin movernos, aniquilados, en la costa de aquella isla. Pero al
día siguiente pudimos levantarnos e internarnos por ella, vislumbrando una casa, hacia la cual nos
encaminamos.
Cuando llegamos a ella, vimos que por la puerta de la vivienda salía un grupo de individuos
completamente desnudos y negros, quienes se apoderaron de nosotros sin decirnos palabra y nos
hicieron penetrar en una vasta sala, donde aparecía un rey sentado en alto trono.
12
El rey nos ordenó que nos sentáramos, y nos sentamos. Entonces pusieron a nuestro alcance
platos llenos de manjares como no los habíamos visto en toda nuestra vida. Sin embargo, su
aspecto no excitó mi apetito, al revés de lo que ocurría a mis compañeros, que comieron glotonamente
para aplacar el hambre que les torturaba desde que naufragamos. En cuanto a mí, por
abstenerme conservo la existencia hasta hoy.
Efectivamente, desde que tomaron los primeros bocados, apoderose de mis compañeros una
gula enorme, y estuvieron durante horas y horas devorando cuanto les presentaban, mientras
hacían gestos de locos y lanzaban extraordinarios gruñidos de satisfacción.
En tanto que caían en aquel estado mis amigos, los hombres desnudos llevaron un tazón lleno
de cierta pomada con la que untaron todo el cuerpo a mis compañeros, resultando asombroso el
efecto que hubo de producirles en el vientre. Porque vi que se les dilataba poco a poco en todos
sentidos hasta quedar más gordos que un pellejo inflado. Y su apetito aumentó proporcionalmente,
y continuaron comiendo sin tregua, mientras yo les miraba asustado al ver que no se llenaba su
vientre nunca.
Por lo que a mí respecta, persistí en no tocar aquellos manjares, y me negué a que me
untaran con la pomada al ver el efecto que produjo en mis compañeros. Y en verdad que mi
sobriedad fue provechosa, porque averigüé que aquellos hombres desnudos comían carne humana,
y empleaban diversos medios para cebar a los hombres que caían entre sus manos y hacer de
tal suerte más tierna y más jugosa su carne. En cuanto al rey de estos antropófagos, descubrí que
era ogro. Todos los días le servían asado un hombre cebado por aquel método; a los demás no les
gustaba el asado y comían la carne humana al natural, sin ningún aderezo.
Ante tan triste descubrimiento, mi ansiedad sobre mi suerte y la de mis compañeros no
conoció límites cuando advertí enseguida una disminución notable de la inteligencia de mis
camaradas, a medida que se hinchaba su vientre y engordaba su individuo. Acabaron por embrutecerse
del todo a fuerza de comer, y cuando tuvieron el aspecto de unas bestias buenas para el
matadero, se les confió a la vigilancia de un pastor, que a diario les llevaba a pacer en el prado.
En cuanto a mí, por una parte el hambre, y el miedo por otra, hicieron de mi persona la sombra
de mí mismo y la carne se me secó encinta del hueso. Así es que, cuando los indígenas de la isla
me vieron tan delgado y seco, no se ocuparon ya de mí y me olvidaron enteramente, juzgándome
sin duda indigno de servirme asado ni siquiera a la parrilla ante su rey.
Tal falta de vigilancia por parte de aquellos insulares negros y desnudos me permitió un día
alejarme de su vivienda y marchar en dirección opuesta a ella. En el camino me encontré al pastor
que llevaba a pacer a mis desgraciados compañeros, embrutecidos por culpa de su vientre. Me di
prisa a esconderme entre las hierbas altas, andando y corriendo para perderlos de vista, pues su
aspecto me producía torturas y tristeza.
Ya se había puesto el sol, y yo no dejaba de andar. Continué camino adelante toda la noche,
sin sentir necesidad de dormir, porque me despabilaba el miedo de caer en manos de los negros
comedores de carne humana. Y anduve aún durante todo el otro día, y también los seis siguientes,
sin perder más que el tiempo necesario para hacer una comida diaria que me permitiese seguir mi
carrera en pos de lo desconocido. Y por todo alimento cogía hierbas y me comía las indispensables
para no sucumbir de hambre.
Al amanecer el octavo día...
En este momento de su narración. Scherazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 303ª NOCHE
Ella dijo:
... Al amanecer del octavo día llegué a la orilla opuesta de la isla y me encontré con hombres
como yo, blancos y vestidos con trajes, que se ocupaban en quitar granos de pimienta de los
árboles de que estaba cubierta aquella región. Cuando me advirtieron, se agruparon en torno mío y
me hablaron en mi lengua, el árabe, que no escuchaba yo desde hacía tiempo.
13
Me preguntaron quién era y de dónde venía. Contesté: "¡Oh buenas gentes, soy un pobre
extranjero!" Y les enumeré cuantas desgracias y peligros había experimentado. Mi relato les
asombró maravillosamente, y me felicitaron por haber podido escapar de los devoradores de carne
humana; me ofrecieron de comer y de beber, me dejaron reposar una hora, y después me llevaron
a su barca para presentarme a su rey, cuya residencia se hallaba en otra isla vecina.
La isla en que reinaba este rey tenía por capital una ciudad muy poblada, abundante en todas
las cosas de la vida, rica en zocos y en mercaderes cuyas tiendas aparecían provistas de objetos
preciosos, cruzadas por calles en que circulaban numerosos jinetes en caballos espléndidos,
aunque sin sillas ni estribos. Así es que cuando me presentaron al rey, tras de las zalemas hube de
participarle mi asombro por ver cómo los hombres montaban a pelo en los caballos. Y le dije: "¿Por
qué motivo, ¡oh mi señor y soberano! no se usa aquí la silla de montar? ¡Es un objeto tan cómodo
para ir a caballo! ¡Y, además, aumenta el dominio del jinete!"
Sorprendiose mucho de mis palabras el rey, y me preguntó: "¿Pero en qué consiste una silla
de montar? ¡Se trata de una cosa que nunca en nuestra vida vimos!" Yo le dije: "¿Quieres,
entonces, que te confeccione una silla, para que puedas comprobar su comodidad y experimentar
sus ventajas?" Me contestó: "¡Sin duda!"
Dije que pusiera a mis órdenes un carpintero hábil, y le hice trabajar a mi vista la madera de
una silla conforme exactamente a mis indicaciones. Y permanecí junto a él hasta que la terminó.
Entonces yo mismo forré la madera de la silla con lana y cuero y acabé guarneciéndola con
bordados de oro y borlas de diversos colores. Hice que viniese a mi presencia luego un herrero, al
cual le enseñé el arte de confeccionar un bocado y estribos; y ejecutó perfectamente estas cosas,
porque no le perdí de vista un instante.
Cuando estuvo todo en condiciones, escogí el caballo más hermoso de las cuadras del rey, y
le ensillé y embridé, y le enjaecé espléndidamente, sin olvidarme de ponerle diversos accesorios
de adorno, como largas gualdrapas, borlas de seda y oro, penacho y collera azul. Y fui en seguida
a presentárselo al rey, que lo esperaba con mucha impaciencia desde hacía algunos días.
Inmediatamente lo montó el rey, y se sintió tan a gusto y le satisfizo tanto la invención, que me
probó su contento con regalos suntuosos y grandes prodigalidades.
Cuando el gran visir vio aquella silla y comprobó su superioridad, me rogó que le hiciera una
parecida. Y yo accedí gustoso. Entonces todos los notables del reino y los altos dignatarios
quisieron asimismo tener una silla, y me hicieron la oportuna demanda. Y tanto me obsequiaron,
que en poco tiempo hube de convertirme en el hombre más rico y considerado de la ciudad.
Me había hecho amigo del rey, y un día que fui a verle, según era mi costumbre, se encaró
conmigo, y me dijo: "¡Ya sabes, Sindbad, que te quiero mucho! En mi palacio llegaste a ser como
de mi familia,
y no puedo pasarme sin ti ni soportar la idea de que venga un día en que nos dejes. ¡Deseo, pues,
pedirte una cosa sin que me la rehuses!".
Contesté: "¡Ordena, oh rey! ¡Tu poder sobre mí lo consolidaron tus beneficios y la gratitud que
te debo por todo el bien que de ti recibí desde mi llagada a este reino!" Contestó él: "Deseo casarte
entre nosotros con una mujer bella, bonita, perfecta, rica en oro y en cualidades, con el fin de que
ella te decida a permanecer siempre en nuestra ciudad y en mi palacio. ¡Espero, pues, de ti que no
rechaces mi ofrecimiento y mis palabras!"
Al oír aquel discurso quedé confundido, bajé la cabeza y no pude responder de tanta timidez
como me embargaba. De manera que el rey me preguntó: "¿Por qué no me contestas, hijo mío?"
Yo repliqué: "¡Oh rey del tiempo, tus deseos son los míos y en mí tienes un esclavo!" Al punto
envió él a buscar al kadí y a los testigos, y acto seguido diome por esposa a una mujer noble, de
alto rango, poderosamente rica, dueña de propiedades edificadas y de tierras, y dotada de gran
belleza. Al propio tiempo, me hizo el regalo de un palacio completamente amueblado, con sus
esclavos de ambos
sexos y un tren de casa verdaderamente regio.
Desde entonces viví en medio de una tranquilidad perfecta y llegué al límite del desahogo y el
bienestar. Y de antemano me regocijaba la ida de poder un día escaparme de aquella ciudad y
volver a Bagdad con mi esposa; porque la amaba mucho, y ella también me amaba, y nos
llevábamos muy bien. Pero cuando el Destino dispone algo, ningún poder humano logra torcer su
curso. ¿Y qué criatura puede conocer el porvenir? Aun había yo de comprobar una vez más ¡ay!
que todos nuestros proyectos son juegos infantiles ante los designios del Destino.
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Un día, por orden de Alah, murió la esposa de mi vecino. Como el tal vecino era amigo mío, fui
a verle y traté de consolarle, diciéndole: "¡No te aflijas más de lo permitido, oh vecino! ¡Pronto te
indemnizará Alah dándote una esposa más bendita todavía! ¡Prolongue Alah tus días!" Pero mi
vecino, asombrado de mis palabras, levantó la cabeza y me dijo: "¿Cómo puedes desearme larga
vida, cuando bien sabes que sólo me queda ya una hora de vivir?"
Entonces me asombré a mi vez y le dije: "¿Por qué hablas así, vecino, y a qué vienen semejantes
presentimientos? ¡Gracias a Alah, eres robusto y nada te amenaza! ¿Pretendes, pues,
matarte por tu propia mano?" Contestó: "¡Ah! Bien veo ahora tu ignorancia acerca de los usos de
nuestro país. Sabe, pues, que la costumbre quiere que todo marido vivo sea enterrado vivo con su
mujer cuando ella muera, y que toda mujer viva sea enterrada viva con su marido cuando muere él.
¡Es cosa inviolable! ¡Y enseguida debo ser enterrado vivo yo con mi mujer muerta! ¡Aquí ha de
cumplir tal ley, establecida por los antepasados, todo el mundo, incluso el rey!"
Al escuchar aquellas palabras, exclamé: "¡Por Alah, qué costumbre tan detestable! ¡Jamás
podré conformarme con ella!"
Mientras hablábamos en estos términos, entraron los parientes y amigos de mi vecino y se
dedicaron, en efecto, a consolarle por su propia muerte y la de su mujer. Tras de lo cual se
procedió a los funerales. Pusieron en un ataúd descubierto el cuerpo de la mujer, después de revestirla
con los trajes más hermosos, y adornarla con las más preciosas joyas. Luego se formó el
acompañamiento; el marido iba a la cabeza, detrás del ataúd, y todo el mundo, incluso yo, se
dirigió al sitio del entierro
Salimos de la ciudad, llegando a una montaña que daba sobre el mar. En cierto paraje vi una
especie de pozo inmenso, cuya tapa de piedra levantaron enseguida. Bajaron por allí el ataúd
donde yacía la mujer muerta adornada con sus alhajas; luego se apoderaron de mi vecino, que no
opuso ninguna resistencia; por medio de una cuerda le bajaron hasta el fondo del pozo,
proveyéndole de un cántaro con agua y siete panes. Hecho lo cual taparon el brocal del pozo con
las piedras grandes que lo cubrían, y nos volvimos por donde habíamos ido.
Asistí a todo esto en un estado de alarma inconcebible, pensando: "¡La cosa es aún peor que
todas cuantas he visto!" Y no bien regresé a palacio, corrí en busca del rey y le dije: "¡Oh señor
mío! ¡muchos países recorrí hasta hoy; pero en ninguna parte vi una costumbre tan bárbara como
esa de enterrar al marido vivo con su mujer muerta! Por lo tanto, desearía saber, ¡oh rey del
tiempo! si el extranjero ha de cumplir también esta ley al morir su esposa".
El rey contestó: "¡Sin duda que se le enterrará con ella!"
Cuando hube oído aquellas palabras, sentí que en el hígado me estallaba la vejiga de la hiel a
causa de la pena, salí de allí loco de terror y marché a mi casa, temiendo ya que hubiese muerto
mi esposa durante mi ausencia y que se me obligase a sufrir el horroroso suplicio que acababa de
presenciar. En vano intenté consolarme diciendo: "¡Tranquilízate, Sindbad! ¡Seguramente morirás
tú primero! ¡Por consiguiente, no tendrás que ser enterrado vivo!" Tal consuelo de nada había de
servirme, porque poco tiempo después mi mujer cayó enferma, guardó cama algunos días y murió,
a pesar de todos los cuidados con que no cesé de rodearla día y noche.
Entonces mi dolor no tuvo límites; porque si realmente resultaba deplorable el hecho de ser
devorado por los comedores de carne humana, no lo resultaba menos el de ser enterrado vivo.
Cuando vi que el rey iba personalmente a mi casa para darme el pésame por mi entierro, no dudé
ya de mi suerte. El soberano quiso hacerme el honor de asistir, acompañado por todos los
personajes de la corte, a mi entierro, yendo al lado mío a la cabeza del acompañamiento, detrás
del ataúd en que yacía muerta mi esposa, cubierta con sus joyas y adornada con todos sus
atavíos.
Cuando estuvimos al pie de la montaña que daba sobre el mar, se abrió el pozo en cuestión,
haciendo bajar al fondo del agujero el cuerpo de mi esposa; tras de lo cual, todos los concurrentes
se acercaron a mí y me dieron el pésame, despidiéndose. Entonces yo quise intentar que el rey y
los concurrentes me dispensaran de aquella prueba, y exclamé llorando: "¡Soy extranjero, y no
parece justo que me someta a. vuestra ley! ¡Además, en mi país tengo una esposa que vive e hijos
que necesitan de mí!"
Pero en vano hube de gritar y sollozar, porque cogieronme sin escucharme, me echaron
cuerdas por debajo de los brazos, sujetaron a mi cuerpo un cántaro de agua y siete panes, como
era costumbre, y me descolgaron hasta el fondo del pozo. Cuando llegué abajo, me dijeron:
"¡Desátate, para que nos llevemos las cuerdas!" Pero no quise desligarme y continué con ellas, por
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si se decidían a subirme de nuevo. Entonces abandonaron las cuerdas, que cayeron sobre mí,
taparon otra vez con las grandes piedras el brocal del pozo y se fueron por su camino, sin
escuchar mis gritos que movían a piedad...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGÒ LA 304ª NOCHE
Ella dijo:
... sin escuchar mis gritos que movían a piedad.
A poco me obligó a taparme las narices la hediondez de aquel subterráneo. Pero no me
impidió inspeccionar, merced a la escasa luz que descendía de lo alto, aquella gruta mortuoria
llena de cadáveres antiguos y recientes. Era muy espaciosa, y se dilataba hasta una distancia que
mis ojos no podían sondear. Entonces me tiré al suelo llorando, y exclamé: "¡Bien merecida tienes
tu suerte, Sindbad de alma insaciable! Y luego, ¿qué necesidad tenías de casarte en esta ciudad?
¡Ah! ¿Por qué no pereciste en el valle de los diamantes, o por qué no te devoraron los comedores
de hombres? ¡Era preferible que te hubiese tragado el mar en uno de tus naufragios y no tendrías
que sucumbir ahora a tan espantosa muerte!"
Y al punto comencé a golpearme con fuerza en la cabeza, en el estómago y en todo mi
cuerpo. Sin embargo, acosado por el hambre y la sed, no me decidí a dejarme morir de inanición, y
desaté de la cuerda los panes y el cántaro de agua, y comí y bebí aunque con prudencia, en
previsión de los siguientes días.
De este modo viví durante algunos días, habituándome paulatinamente al olor insoportable de
aquella gruta y para dormir me acostaba en un lugar que tuve buen cuidado de limpiar de los
huesos que en él aparecían. Pero no podía retrasar más el momento en que se me acabaran el
pan y el agua. Y llegó ese momento. Entonces, poseído por la más absoluta desesperación, hice
mi acto de fe, y ya iba a cerrar los ojos para aguardar la muerte, cuando vi abrirse por encima de
mi cabeza, el agujero del pozo y descender en un ataúd a un hombre muerto, y tras de él su
esposa con los siete panes y el cántaro de agua.
Entonces esperé a que los hombres de arriba tapasen de nuevo el brocal, y sin hacer el menor
ruido, muy sigilosamente, cogí un gran hueso de muerto y me arrojé de un salto sobre la mujer,
rematándola de un golpe en la cabeza; y para cerciorarme de su muerte todavía la propiné un
segundo y un tercer golpe con toda mi fuerza. Me apoderé entonces de los siete panes y del agua,
con lo que tuve provisiones para algunos días.
Al cabo de ese tiempo, abriose de nuevo el orificio, y esta vez descendieron una mujer muerta
y un hombre. Con el objeto de seguir viviendo -¡porque el alma es preciosa!- no dejé de rematar al
hombre, robándole sus panes y su agua. Y así continué viviendo durante algún tiempo, matando
en cada oportunidad a la persona a quien se enterraba viva y robándole sus provisiones.
Un día entre los días, dormía yo en mi sitio de costumbre, cuando me desperté sobresaltado al
oír un ruido insólito. Era cual un resuello humano y un rumor de pasos. Me levanté y cogí el hueso
que me servía para rematar a los individuos enterrados vivos, dirigiéndome al lado de donde
parecía venir el ruido. Después de dar unos pasos, creí entrever algo que huía resollando con
fuerza. Entonces, siempre armado con mi hueso, perseguí mucho tiempo a aquella especie de
sombra fugitiva, y continué corriendo en la oscuridad tras ella, y tropezando a cada paso con los
huesos de los muertos; pero de pronto creí ver en el fondo de la gruta como una estrella luminosa
que tan pronto brillaba como se extinguía. Proseguí avanzando en la misma dirección, y
conforme avanzaba veía aumentar y ensancharse la luz. Sin embargo, no me atreví a creer
que fuese aquello una salida por donde pudiese escaparme, y me dije: "¡Indudablemente debe ser
un segundo agujero de este pozo por el que bajan ahora algún
cadáver!"
Así que, cuál no sería mi emoción al ver que la sombra fugitiva, que no era otra cosa que un
animal, saltaba con ímpetu por aquel agujero. Entonces comprendí que se trataba de una brecha
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abierta por las fieras para ir a comerse en la gruta los cadáveres. Y salté detrás del animal y me
hallé al aire libre bajo el cielo.
Al darme cuenta de la realidad caí de rodillas, y con todo mi corazón di gracias al Altísimo por
haberme libertado, y calmé y tranquilicé mi alma.
Miré entonces al cielo, y vi que me encontraba al pie de una montaña junto al mar; y observé
que la tal montaña no debía comunicarse de ninguna manera con la ciudad, por lo escarpada e
impracticable que era. Efectivamente, intenté ascender por ella, pero en vano. Entonces, para no
morirme de hambre, entré en la gruta por la brecha en cuestión y cogí pan y agua; y volví a
alimentarme bajo el cielo, verificándolo con bastante mejor apetito que mientras duró mi estancia
entre los muertos.
Todos los días continué yendo a la gruta para quitarles los panes y el agua, matando a los que
se enterraba vivos. Luego tuve la idea de recoger todas las joyas de los muertos, diamantes,
brazaletes, collares, perlas, rubíes, metales cincelados, telas preciosas y cuantos objetos de oro y
plata había por allí. Y poco a poco iba transportando mi botín a la orilla del mar, esperando que
llegara día en que pudiese salvarme con tales riquezas. Y para que todo estuviese preparado, hice
fardos bien envueltos en los trajes de los hombres y mujeres de la gruta.
Estaba yo sentado un día a la orilla del mar, pensando en mis aventuras y en mi actual estado,
cuando vi que pasaba un navío por cerca de la montaña. Me levanté en seguida, desarrollé la tela
de mi turbante y me puse a agitarla con bruscos ademanes y dando muchos gritos mientras corría
por la costa. Gracias a Alah, la gente del navío advirtió mis señales, y destacaron una barca para
que fuese a recogerme y transportarme a bordo. Me llevaron con ellos y también se encargaron
gustosos de mis fardos.
Cuando estuvimos a bordo, el capitán se acercó a mí y me dijo: "¿Qué eres y cómo te
encontrabas en esa montaña donde nunca vi más que animales salvajes y aves de rapiña, pero no
un ser humano, desde que navego por estos parajes? Contesté: "¡Oh, señor mío, soy un pobre
mercader extranjero en estas comarcas! Embarqué en un navío enorme que naufragó junto a esta
costa; y gracias a mi valor y a mi resistencia, yo solo entre mis compañeros pude salvarme de
perecer ahogado y salvé conmigo mis fardos de mercancías, poniéndolos en una tabla grande que
me proporcioné cuando el navío viose a merced de las olas. El Destino y mi suerte me arrojaron a
esta orilla, y Alah ha querido que no muriese yo de hambre y de sed". Y esto fue lo que dije al
capitán, guardándome mucho de decirle la verdad sobre mi matrimonio y mi enterramiento, no
fuera que a bordo hubiese alguien de la ciudad donde reinaba la espantosa costumbre de que
estuve a punto de ser víctima.
Al acabar mi discurso al capitán, saqué de uno de mis paquetes un hermoso objeto de precio y
se lo ofrecí como presente, para que me tuviese consideración durante el viaje. Pero con gran
sorpresa por mi parte, dio prueba de un raro desinterés, sin querer aceptar mi obsequio, y me dijo
con acento benévolo: "No acostumbro hacerme pagar las buenas acciones. No eres el primero a
quien hemos recogido en el mar. A otros náufragos socorrimos, transportándoles a su país, ¡por
Alah! y no sólo nos negamos a que nos pagaran, sino que, como carecían de todo, les dimos de
comer y de beber y les vestimos, y siempre ¡por Alah! hubimos de proporcionarle lo preciso para
subvenir a sus gastos de viaje. ¡Porque el hombre se debe a sus semejantes, por Alah!"
Al escuchar tales palabras, di gracias al capitán e hice votos en su favor, deseándole larga
vida, en tanto que él ordenaba desplegar las velas y ponía en marcha al navío.
Durante días y días navegamos en excelentes condiciones, de isla en isla y de mar en mar,
mientras yo me pasaba las horas muertas deliciosamente tendido, pensando en mis extrañas
aventuras y preguntándome si en realidad había yo experimentado todos aquellos sinsabores o si
no eran un sueño. Y al recordar algunas veces mi estancia en la gruta subterránea con mi
esposa muerta, creía volverme loco de espanto.
Pero al fin, por obra y gracia de Alah, llegamos con buena salud a Bassra, donde no nos
detuvimos más que algunos días, entrando luego en Bagdad.
Entonces, cargado con riquezas infinitas, tomé el camino de mi calle y de mi casa, adonde
entré y encontré a mis parientes y a mis amigos; festejaron mi regreso y se regocijaron en extremo,
felicitándome por mi salvación. Yo, entonces, guardé con cuidado en los armarios mis tesoros, sin
olvidarme de distribuir muchas limosnas a los pobres, a las viudas y a los huérfanos, así como
valiosas dádivas entre mis amigos y conocimientos. Y desde entonces no cesé de entregarme a
todas las diversiones y a todos los placeres en compañía de personas agradables.
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¡Pero cuanto os conté hasta aquí no es nada, verdaderamente, en comparación de lo que me
reservo para contároslo mañana, si Alah quiere!"
¡Así habló aquel día Sindbad! Y no dejó de mandar que dieran cien monedas de oro al
cargador, invitándole a cenar con él, en compañía asimismo de los notables que se hallaban
presentes. Y todo el mundo maravillose de aquello.
En cuanto a Sindbad el Cargador ...
En este momento de su narración, Scherazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 306ª NOCHE
Ella dijo:
... En cuanto a Sindbad el Cargador, llegó a su casa, donde soñó toda la noche con el relato
asombroso. Y cuando al día siguiente estuvo de vuelta en casa de Sindbad el Marino, todavía se
hallaba emocionado a causa del enterramiento de su huésped. Pero como ya habían extendido el
mantel, se hizo sitio entre los demás, y comió, y bebió, y bendijo al Bienhechor. Tras de lo cual, en
medio del general silencio, escuchó lo que contaba Sindbad el Marino.
]
LA QUINTA HISTORIA DE LAS HISTORIAS DE SINDBAD EL MARINO, QUE TRATA DEL
QUINTO VIAJE
Dijo Sindbad:
"Sabed, ¡oh amigos míos! que al regresar del cuarto viaje me dediqué a hacer una vida de
alegría, de placeres y de diversiones, y con ello olvidé en seguida mis pasados sufrimientos, y sólo
me acordé de las ganancias admirables que me proporcionaron mis aventuras extraordinarias. Así
es que no os asombraréis si os digo que no dejé de atender a mi alma, la cual inducíame a nuevos
viajes por los países de los hombres.
Me apresté, pues, a seguir aquel impulso, y compré las mercaderías que a mi experiencia
parecieron de más fácil salida y de ganancia segura y fructífera; hice que las encajonasen, y partí
con ellas para Bassra.
Allí fui a pasearme por el puerto, y vi un navío grande, nuevo completamente, que me gustó
mucho y que acto seguido compré para mí solo. Contraté a mi servicio a un buen capitán
experimentado y a los necesarios marineros. Después mandé que cargaran las mercaderías mis
esclavos, a los cuales mantuve a bordo para que me sirvieran. También acepté en calidad de
pasajeros a algunos mercaderes de buen aspecto, que me pagaron honradamente el precio del
pasaje. De esta manera, convertido entonces en dueño de un navío, podía ayudar al capitán con
mis consejos, merced a la experiencia que adquirí en asuntos marítimos.
Abandonamos Bassra con el corazón confiado y alegre, deseándonos mutuamente todo
género de bendiciones. Y nuestra navegación fue muy feliz, favorecida de continuo por un viento
propicio y un mar clemente. Y después de haber hecho diversas escalas con objeto de vender y
comprar, arribamos un día a una isla completamente deshabitada y desierta, y en la cual se veía
como única vivienda una cúpula blanca. Pero al examinar más de cerca aquella cúpula blanca,
adiviné que se trataba de un huevo de rokh. Me olvidé de advertirlo a los pasajeros, los cuales, una
vez que desembarcaron, no encontraron para entretenerse nada mejor que tirar gruesas piedras a
la superficie del huevo; y algunos instantes más tarde sacó del huevo una de sus patas el
rokhecillo.
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Al verlo, continuaron rompiendo el huevo los mercaderes; luego mataron a la cría del rokh,
cortándola en pedazos grandes, y fueron a bordo para contarme la aventura.
Entonces llegué al límite del terror, y exclamé: "¡Estamos perdidos! ¡Enseguida vendrán el
padre y la madre del rokh para atacarnos y hacernos perecer! ¡Hay que alejarse, pues, de esta isla
lo más de prisa posible!" Y al punto desplegamos las velas y nos pusimos en marcha, ayudados
por el viento.
En tanto, los mercaderes ocupábanse en asar los cuartos del rokh; pero no habían empezado
a saborearlos, cuando vimos sobre los ojos del sol dos gruesas nubes que lo tapaban
completamente. Al hallarse más cerca de nosotros estas nubes, advertimos no eran otra cosa que
dos gigantescos rokhs, el padre y la madre del muerto. Y les oímos batir las alas y lanzar graznidos
más terribles que el trueno. Y en seguida nos dimos cuenta de que estaban precisamente encima
de nuestras cabezas, aunque a una gran altura, sosteniendo cada cual en sus garras una roca
enorme, mayor que nuestro navío.
Al verlo no dudamos ya de que la venganza de los rokhs nos perdería. Y de repente uno de los
rokhs dejó caer desde lo alto la roca en dirección al navío. Pero el capitán tenía mucha
experiencia; maniobró con la barra tan rápidamente, que el navío viró a un lado, y la roca, pasando
junto a nosotros, fue a dar en el mar, el cual abrióse de tal modo, que vimos su fondo, y el navío se
alzó y bajó y volvió a alzarse espantablemente. Pero quiso nuestro destino que en aquel mismo
instante soltase el segundo rokh su piedra, que, sin que pudiésemos evitarlo, fue a caer en la popa,
rompiendo el timón en veinte pedazos y hundiendo la mitad del navío. Al golpe, mercaderes y
marineros quedaron aplastados o sumergidos. Yo fui de los que se sumergieron.
Pero tanto luché con la muerte, impulsado por el instinto de conservar mi alma preciosa, que
pude salir a la superficie del agua. Y por fortuna, logré agarrarme a una tabla de mi destrozado
navío.
Al fin conseguí ponerme a horcajadas encima de la tabla, y remando con los pies y ayudado
por el viento y la corriente, pude llegar a una isla en el preciso instante en que iba a entregar mi
último aliento, pues estaba extenuado de fatiga, hambre y sed. Empecé por tenderme en la playa,
donde permanecí aniquilado una hora, hasta que descansaron y se tranquilizaron mi alma y mi
corazón. Me levanté entonces y me interné en la isla, con objeto de reconocerla.
No tuve necesidad de caminar mucho para advertir que aquella vez el Destino me había
transportado a un jardín tan hermoso, que podría compararse con los jardines del paraíso. Ante
mis ojos extáticos aparecían por todas partes árboles de dorados frutos, arroyos cristalinos, pájaros
de mil plumajes diferentes y flores arrebatadoras. Por consiguiente, no quise privarme de comer de
aquellas frutas, beber de aquella agua y aspirar aquellas flores; y todo lo encontré lo más excelente
posible...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 307ª NOCHE
Ella dijo:
... y todo lo encontré lo más excelente posible. Así es que no me moví del sitio en que me
hallaba, y continué reposando de mis fatigas hasta que acabó el día.
Pero cuando llegó la noche y me vi en aquella isla, solo entre los árboles, no pude por menos
de tener un miedo atroz, a pesar de la belleza y la paz que me rodeaban; no logré dormirme más
que a medias, y durante el sueño me asaltaron pesadillas terribles en medio de aquel silencio y
aquella soledad.
Al amanecer me levanté más tranquilo y avancé en mi exploración. De esta suerte pude llegar
junto a un estanque donde iba a dar el agua de un manantial, y a la orilla del estanque hallábase
sentado, inmóvil, un venerable anciano cubierto con amplio manto hecho de hojas de árbol. Y
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pensé para mí: "¡También este anciano debe de ser algún náufrago que se refugiara antes que yo
en esta isla!".
Me acerqué, pues, a él y le deseé la paz. Me devolvió el saludo, pero solamente por señas y
sin pronunciar palabra. Y le pregunté: "¡Oh venerable jeique! ¿a qué se debe tu estancia en este
sitio?" Tampoco me contestó; pero movió con aire triste la cabeza, y con la mano me hizo señas
que significaban: "¡Te suplico que me cargues a tu espalda y atravieses el arroyo conmigo, porque
quisiera coger frutas en la otra orilla!"
Entonces pensé: "¡Ciertamente, Sindbad, que verificarás una buena acción sirviendo así a este
anciano!" Me incliné, pues, y me lo cargué sobre los hombros, atrayendo a mi pecho sus piernas, y
con sus muslos él me rodeaba el cuello y la cabeza con sus brazos. Y le transporté a la otra orilla
del arroyo hasta el lugar que hubo de designarme; luego me incliné nuevamente y le dije: "¡Baja
con cuidado, oh venerable jeique!" ¡Pero no se movió! Por el contrario, cada vez apretaba más sus
muslos en torno de mi cuello, y se afianzaba a mis hombros con todas sus fuerzas.
Al darme cuenta de ello llegué al límite del asombro y miré con atención sus piernas. Me
parecieron negras y velludas, y ásperas como la piel de un búfalo, y me dieron miedo. Así es que,
haciendo un esfuerzo inmenso, quise desenlazarme de su abrazo y dejarlo en tierra; pero entonces
me apretó él la garganta tan fuertemente, que casi me estranguló y ante mí se oscureció el mundo.
Todavía hice un último esfuerzo; pero perdí el conocimiento, casi ya sin respiración, y caí al suelo
desvanecido.
Al cabo de algún tiempo volví en mí, observando que, a pesar de mi desvanecimiento, el
anciano se mantenía siempre agarrado a mis hombros; sólo había aflojado sus piernas ligeramente
para permitir que el aire penetrara en mi garganta.
Cuando me vio respirar, dióme dos puntapiés en el estómago para obligarme a que me
incorporara de nuevo. El dolor me hizo obedecer, y me erguí sobre mis piernas, mientras él se
afianzaba a mi cuello más que nunca. Con la mano me indicó que anduviera por debajo de los
árboles y se puso a coger frutas y a comerlas. Y cada vez que me paraba yo contra su voluntad o
andaba demasiado de prisa, me daba puntapiés tan violentos que veíame obligado a obedecerle.
Todo aquel día estuvo sobre mis hombros, haciéndome caminar como un animal de carga; y
llegada la noche, me obligó a tenderme con él para dormir sujeto siempre a mi cuello. Y a la
mañana me despertó de un puntapié en el vientre; obrando como la víspera.
Así permaneció afianzado a mis hombros día y noche sin tregua. Encima de mí hacía todas
sus necesidades líquidas y sólidas, y sin piedad me obligaba a marchar, dándome puntapiés y
puñetazos.
Jamás había yo sufrido en mi alma tantas humillaciones y en mi cuerpo tan malos tratos como al
servicio forzoso de este anciano, más robusto que joven y más despiadado que un arriero. Y ya no
sabía yo de qué medio valerme para desembarazarme de él, y deploraba el caritativo impulso que
me hizo compadecerle y subirle a mis hombros. Y desde aquel momento me deseé la muerte
desde lo más profundo de mi corazón.
Hacía ya mucho tiempo que me veía reducido a tan deplorable estado, cuando un día aquel
hombre me obligó a caminar bajo unos árboles de los que colgaban gruesas calabazas, y se me
ocurrió la idea de aprovechar aquellas frutas secas para hacer con ellas recipientes. Recogí una
gran calabaza seca que había caído del árbol tiempo atrás, la vacié por completo, la limpié, y fui a
una vid para cortar racimos de uvas, que exprimí dentro de la calabaza hasta llenarla. La tapé
luego cuidadosamente y la puse al sol, dejándola allí varios días, hasta que el zumo de uvas
convirtióse en vino puro. Entonces cogí la calabaza y bebí de su contenido la cantidad suficiente
para reponer fuerzas y ayudarme a soportar las fatigas de la carga, pero no lo bastante para
embriagarme. Al momento me sentí reanimado y alegre hasta tal punto, que por primera vez me
puse a hacer piruetas en todos sentidos con mi carga, sin notarla ya, y a bailar cantando por entre
los árboles. Incluso hube de dar palmadas para acompañar mi baile, riendo a carcajadas.
Cuando el anciano me vio en aquel estado inusitado y advirtió que mis fuerzas se
multiplicaban hasta el extremo de conducirle sin fatiga, me ordenó por señas que le diese la
calabaza. Me contrarió bastante la petición, pero le tenía tanto miedo, que no me atreví a negarme;
me apresuré, pues, a darle la calabaza de muy mala gana. La tomó en sus manos, la llevó a sus
labios, saboreó primero el líquido, para saber a qué atenerse, y como lo encontró agradable, se lo
bebió, vaciando la calabaza hasta la última gota y arrojándola después lejos de sí.
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Enseguida se hizo sentir en su cerebro el efecto del vino; y como había bebido lo suficiente
para embriagarse, no tardó en bailar a su manera en un principio, zarandeándose sobre mis
hombros, para aplomarse luego con todos los músculos relajados, venciéndose a derecha e
izquierda y sosteniéndose sólo lo preciso para no caerse.
Entonces yo, al sentir que no me oprimía como de costumbre, desanudé de mi cuello sus
piernas con un movimiento rápido, y por medio de una contracción de hombros le despedí a alguna
distancia, haciéndole rodar por el suelo, en donde quedó sin movimiento. Salté sobre él entonces,
y cogiendo de entre los árboles una piedra enorme, le sacudí con ella en la cabeza diversos golpes
tan certeros, que le destrocé el cráneo y mezclé su sangre a su carne. ¡Murió! ¡Ojalá no haya tenido
Alah nunca compasión de su alma! . ..
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 308ª NOCHE
Ella dijo:
...¡Ojalá no haya tenido Alah nunca compasión de su alma!
A la vista de su cadáver, me sentí el alma todavía más aligerada que el cuerpo, y me puse a
correr de alegría, y así llegué a la playa, al mismo sitio donde me arrojó el mar cuando el naufragio
de mi navío.
Quiso el Destino que precisamente en aquel momento se encontrasen allí unos marineros que
desembarcaron de un navío anclado para buscar agua y frutas. Al verme, llegaron al límite del
asombro, y me rodearon y me interrogaron después de mutuas zalemas. Y les conté lo que
acababa de ocurrirme, cómo había naufragado y cómo estuve reducido al estado de perpetuo
animal de carga para el jeique a quien hube de matar.
Estupefactos quedaron los marineros con el relato de mi historia, y exclamaron: "¡Es
prodigioso que pudieras librarte de ese jeique, conocido por todos los navegantes con el nombre
de Anciano del mar! Tú eres el primero a quien no estranguló, porque siempre ha ahogado entre
sus muslos a cuantos tuvo a su servicio. ¡Bendito sea Alah, que te libró de él!"
Después de lo cual, me llevaron a su navío, donde su capitán me recibió cordialmente, y me
dió vestidos con qué cubrir mi desnudez; y luego que le hube contado mi aventura, me felicitó por
mi salvación, y nos hicimos a la vela.
Tras varios días y varias noches de navegación, entramos en el puerto de una ciudad que
tenía casas muy bien construidas junto al mar. Esta ciudad llamábase la Ciudad de los Monos, a
causa de la cantidad prodigiosa de monos que habitaban en los árboles de las inmediaciones. Bajé
a tierra acompañado por uno de los mercaderes del navío, con el objeto de visitar la ciudad y
procurar hacer algún negocio. El mercader con quien entablé amistad me dio un saco de algodón,
y me dijo: "Toma este saco, llénale de guijarros y agrégate a los habitantes de la ciudad que salen
ahora de sus muros. Imita exactamente lo que les veas hacer. Y así ganarás muy bien tu vida".
Entonces hice lo que él me aconsejaba; llené de guijarros mi saco, y cuando terminé aquel
trabajo, vi salir de la ciudad a un tropel de personas, igualmente cargada cada cual con un saco
parecido al mío. Mi amigo el mercader me recomendó a ellas cariñosamente, diciéndoles: "Es un
hombre pobre y extranjero. ¡Llevadle con vosotros para enseñarle a ganarse aquí la vida! ¡Si le
hacéis tal servicio, seréis recompensados pródigamente por el Retribuidor!" Ellos contestaron que
escuchaban y obedecían, y me llevaron consigo.
Después de andar durante algún tiempo, llegamos a un valle cubierto de árboles tan altos, que
resultaba imposible subir a ellos; y estos árboles estaban poblados por los monos, y sus ramas
aparecían cargadas de frutos de corteza dura llamados cocos de Indias.
Nos detuvimos al pie de aquellos árboles, y mis compañeros dejaron en tierra los sacos y
pusiéronse a apedrear a los monos, tirándoles piedras. Y yo hice lo que ellos. Entonces, furiosos,
los monos nos respondieron tirándonos desde lo alto de los árboles una cantidad enorme de
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cocos. Y nosotros, procurando resguardarnos, recogíamos aquellos frutos y llenábamos nuestros
sacos con ellos.
Una vez llenos los sacos, nos los cargamos de nuevo a hombros, y volvimos a emprender el
camino de la ciudad, en la cual un mercader me compró el saco, pagándome en dinero. Y de este
modo continué acompañando todos los días a los recolectores de cocos y vendiendo en la ciudad
aquellos frutos, y así estuve hasta que poco a poco, a fuerza de acumular lo que ganaba, adquirí
una fortuna que engrosó por sí sola después de diversos cambios y compras, y me permitió
embarcarme en un navío que salía para el Mar de las Perlas.
Como tuve cuidado de llevar conmigo una cantidad prodigiosa de cocos, no dejé de
cambiarlos por mostaza y canela a mi llegada a diversas islas; y después vendí la mostaza y la
canela, y con el dinero que gané me fui al Mar de las Perlas, donde contraté buzos por mi cuenta.
Fue muy grande mi suerte en la pesca de perlas, pues me permitió realizar en poco tiempo una
gran fortuna. Así es que no quise retrasar más el regreso, y después de comprar, para mi uso
personal, madera de áloe de la mejor calidad a los indígenas de aquel país descreído, me
embarqué en un buque que se hacía a la vela para Bassra, adonde arribé felizmente después de
una excelente navegación. Desde allí salí enseguida para Bagdad, y corrí a mi calle y a mi casa,
donde me recibieron con grandes manifestaciones de alegría mis parientes y mis amigos.
Como volvía más rico que jamás lo había estado, no dejé de repartir en torno mío el bienestar,
haciendo muchas dádivas a los necesitados. Y viví en un reposo perfecto desde el seno de la
alegría y los placeres.
Luego, terminada esta historia, Sindbad el Marino, según su costumbre, hizo que entregaran
las cien monedas de oro al cargador, que con los demás comensales retiróse maravillado, después
de cenar. Y al día siguiente, después de un festín tan suntuoso como el de la víspera, Sindbad el
Marino habló en los siguientes términos ante la misma asistencia:
LA SEXTA HISTORIA DE LAS HISTORIAS DE SINDBAD EL MARINO, QUE TRATA DEL
SEXTO VIAJE
"Sabed, ¡oh todos vosotros mis amigos, mis compañeros y mis queridos huéspedes! que al
regreso de mi quinto viaje estaba yo un día sentado delante de mi puerta tomando el fresco, y he
aquí que llegué al límite del asombro cuando vi pasar por la calle unos mercaderes que al parecer
volvían de viaje. Al verlos recordé con satisfacción los días de mis retornos, la alegría que
experimentaba al encontrar a mis parientes, amigos y antiguos compañeros, la alegría, mayor aún,
de volver a ver mi país natal; y este recuerdo incitó a mi alma al viaje y al comercio. Resolví, pues,
viajar; compré ricas y valiosas mercaderías a propósito para el comercio por mar, mandé cargar los
fardos y partí de la ciudad de Bagdad con dirección a la de Bassra. Allí encontré una gran nave
llena de mercaderías y de notables, que llevaban consigo mercancías suntuosas. Hice embarcar
mis fardos con los suyos a bordo de aquel navío, y abandonamos en paz la ciudad de Bassra...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 309ª NOCHE
Ella dijo:
... y abandonamos en paz la ciudad de Bassra.
No dejamos de navegar de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad, vendiendo, comprando y
alegrando la vista con el espectáculo de los países de los hombres, viéndonos favorecidos
22
constantemente por una feliz navegación, que aprovechábamos para gozar de la vida. Pero un día
entre los días, cuando nos creíamos en completa seguridad, oímos gritos de desesperación. Era
nuestro capitán quien los lanzaba. Al mismo tiempo le vimos tirar al suelo el turbante, golpearse el
rostro, mesarse las barbas y dejarse caer en mitad del buque, presa de un pesar inconcebible.
Entonces todos los mercaderes y pasajeros le rodeamos, y le preguntamos: "¡Oh, capitán!
¿qué sucede?". El capitán respondió: "Sabed, buena gente, aquí reunida, que nos hemos
extraviado con nuestro navío, y hemos salido del mar en que estábamos para entrar en otro mar
cuya derrota no conocemos. Y si Alah no nos depara algo que nos salve de este mar, quedaremos
aniquilados cuantos estamos aquí. ¡Por lo tanto, hay que suplicar a Alah el Altísimo que nos saque
de este trance!"
Dicho esto, el capitán se levantó y subió al palo mayor, y quiso arreglar las velas; pero de
pronto sopló con violencia el viento y echó al navío hacia atrás tan bruscamente, que se rompió el
timón cuando estábamos cerca de una alta montaña. Entonces el capitán bajó del palo, y exclamó:
"¡No hay fuerza ni recurso más que en Alah el Altísimo y Todopoderoso! ¡Nadie puede detener el
Destino! ¡Por Alah! ¡Hemos caído en una perdición espantosa, sin ninguna probabilidad de
salvarnos!".
Al oír tales palabras, todos los pasajeros se echaron a llorar por propio impulso, y
despidiéndose unos de otros antes de que se acabase la existencia y se perdiera toda esperanza.
De pronto el navío se inclinó hacia la montaña, y se estrelló y se dispersó en tablas por todas
partes. Y cuantos estaban dentro se sumergieron. Y los mercaderes cayeron al mar. Y unos se
ahogaron y otros se agarraron a la montaña consabida y pudieron salvarse. Yo fui de los que
pudieron agarrarse a la montaña.
Estaba la tal montaña situada en una isla muy grande, cuyas costas aparecían cubiertas por
restos de buques naufragados y de toda clase de residuos. En el sitio en que tomamos tierra,
vimos a nuestro alrededor una cantidad prodigiosa de fardos y mercaderías, y objetos valiosos de
todas clases arrojados por el mar.
Y yo empecé a andar por en medio de aquellas cosas dispersas y a los pocos pasos llegué a
un riachuelo de agua dulce que, al revés de todos los demás ríos, que van a desaguar en el mar,
salía de la montaña y se alejaba del mar, para internarse más adelante en una gruta situada al pie
de aquella montaña y desaparecer por ella.
Pero había más. Observé que las orillas de aquel río estaban sembradas de piedras, de
rubíes, de gemas de todos los colores, de pedrería de todas formas y de metales preciosos. Y
todas aquellas piedras preciosas abundaban tanto como los guijarros en el cauce de un río. Así es
que todo aquel terreno brillaba y centelleaba con mil reflejos y luces, de manera que los ojos no
podían soportar su resplandor.
Noté también que aquella isla contenía la mejor calidad de madera de áloe chino y de áloe
comarí.
También había en aquella isla una fuente de ámbar bruto líquido, del color del betún, que manaba
como cera derretida por el suelo bajo la acción del sol y salían del mar grandes peces para
devorarlo. Y se lo calentaban dentro y lo vomitaban al poco tiempo en la superficie del agua, y
entonces se endurecía y cambiaba de naturaleza y de color. Y las olas lo llevaban a la orilla,
embalsamándola. En cuanto al ámbar que no tragaban los peces, se derretía bajo la acción de los
rayos del sol, y esparcía por toda la isla un olor semejante al del almizcle.
He de deciros asimismo que todas aquellas riquezas no le servían a nadie, puesto que nadie
pudo llegar a aquella isla y salir de ella vivo ni muerto. En efecto, todo navío que se acercaba a sus
costas estrellábase contra la montaña; y nadie podía subir a la montaña, porque era inaccesible.
De modo que los pasajeros que lograron salvarse del naufragio de nuestra nave, y yo entre ellos,
quedamos muy perplejos, y estuvimos en la orilla, asombrados con todas las riquezas que
teníamos a la vista, y con la mísera suerte que nos aguardaba en medio de tanta suntuosidad.
Así estuvimos durante bastante rato en la orilla, sin saber qué hacer, y después, como
habíamos encontrado algunas provisiones, nos las repartimos con toda equidad. Y mis
compañeros, que no estaban acostumbrados a las aventuras, se comieron su parte de una vez o
en dos; y no tardaron al cabo de cierto tiempo, variable según la resistencia de cada cual, en
sucumbir uno tras otro por falta de alimento. Pero yo supe economizar con prudencia mis víveres y
no comí más que una vez al día, aparte de que había encontrado otras provisiones, de las cuales
no dije palabra a mis compañeros.
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Los primeros que murieron fueron enterrados por los demás después de lavarles y meterles en
sudarios confeccionados con las telas recogidas en la orilla. Con las privaciones vino a complicarse
una epidemia de dolores de vientre, originada por el clima húmedo del mar. Así es que mis
compañeros no tardaron en morir hasta el último, y yo abrí con mis manos la huesa del postrer
camarada.
En aquel momento ya me quedaban muy pocas provisiones, a pesar de mi economía y
prudencia, y como veía acercarse el momento de la muerte, empecé a llorar por mí, pensando:
"¿Por qué no sucumbí antes que mis compañeros, que me hubieran rendido el último tributo,
lavándome y sepultándome? ¡No hay recurso ni fuerza más que en Alah el Omnipotente!" Y
enseguida empecé a morderme las manos de desesperación...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 310ª NOCHE
Ella dijo:
... empecé a morderme las manos con desesperación.
Me decidí entonces a levantarme, y empecé a abrir una fosa profunda, diciendo para mí:
"Cuando sienta llegar mi último momento, me arrastraré hasta aquí y me meteré en la fosa, donde
moriré. ¡El viento se encargará de acumular poco a poco la arena encima de mi cabeza y llenará el
hoyo!" Y mientras verificaba aquel trabajo, me echaba en cara mi falta de inteligencia y mi salida de
mi país, después de todo lo que me había ocurrido en mis diferentes viajes, y de lo que había
experimentado la primera, y la segunda, y la tercera, y la cuarta, y la quinta vez, siendo cada
prueba peor que la anterior.
Y decía para mí: "¡Cuántas veces te arrepentiste para volver a empezar! ¿Qué necesidad
tenías de viajar nuevamente? ¿No poseías en Bagdad riquezas bastantes para gastar sin cuenta y
sin temor a que se te acabaran nunca los fondos suficientes para dos existencias como la tuya?"
A estos pensamientos sucedió pronto otra reflexión, sugerida por la vista del río. En efecto,
pensé: ¡Por Alah! Ese río indudablemente ha de tener un principio y un fin. Desde aquí veo el
principio, pero el fin es invisible. No obstante, ese río que se interna así por debajo de la montaña,
sin remedio ha de salir al otro lado por algún sitio. De modo que la única idea práctica para
escaparme de aquí es construir una embarcación cualquiera, meterme en ella y dejarme llevar por
la corriente del agua que entra en la gruta. ¡Si es mi destino. ya encontraré de ese modo el medio
de salvarme; si no, moriré ahí dentro, y será menos espantoso que perecer de hambre en esta
playa!
Me levanté, pues, algo animado por esta idea, y enseguida me puse a ejecutar mi proyecto.
Junté grandes haces de madera de áloe comarí y chino; los até sólidamente con cuerdas; coloqué
encima grandes tablones recogidos de la orilla y procedentes de los barcos náufragos, y con todo
confeccioné una balsa tan ancha como el río, o mejor dicho algo menos ancha, pero poco.
Terminado este trabajo, cargué la balsa con algunos sacos llenos de rubíes, perlas y toda clase de
pedrerías, escogiendo las más gordas, que eran como guijarros, y cogí también algunos fardos de
ámbar gris, que elegí muy bueno y libre de impurezas; y no dejé tampoco de llevarme las
provisiones que me quedaban. Lo puse todo bien acondicionado sobre la balsa, que cuidé de
proveer de dos tablas a guisa de remos, y acabé por embarcarme en ella, confiando en la voluntad
de Alah y recordando estos versos del poeta:
¡Amigo, apártate de los lugares en que reine la opresión, y deja que resuene la morada
con los gritos de duelo de quienes la construyeron!
¡Encontrarás tierra distinta de tu tierra; pero tu alma es una sola y no encontrarás otra!
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¡Y no te aflijas ante los accidentes de las noches, pues por muy grandes que sean las
desgracias, siempre tienen un término!
¡Y sabe que aquel cuya muerte fue decretada de antemano en una tierra, no podrá morir
en otra!
¡Y en tu desgracia no envíes mensajes a ningún consejero; ningún consejero es mejor
que el alma propia!
La balsa fue pues, arrastrada por la corriente bajo la bóveda de la gruta, donde empezó a
rozar con aspereza contra las paredes, y tamben mi cabeza recibió varios choques, mientras que
yo, espantado por la oscuridad completa en que me vi de pronto, quería ya volver a la playa. Pero
no podía retroceder; la fuerte corriente me arrastraba cada vez más adentro y el cauce del río tan
pronto se estrechaba como se ensanchaba, en tanto que iban haciéndose más densas las tinieblas
a mi alrededor, cansándome muchísimo. Entonces, soltando los remos, que por cierto no me
servían para gran cosa, me tumbé boca abajo en la balsa con objeto de no romperme el cráneo
contra la bóveda, y no sé cómo, fui insensibilizándome en un profundo sueño.
Debió éste durar un año o más, a juzgar por la pena que lo originó. El caso es que al
despertarme me encontré en plena claridad. Abrí los ojos y me encontré tendido en la hierba de
una vasta campiña, y mi balsa estaba amarrada junto a un río; y alrededor de mí había indios y
abisinios.
Cuando me vieron ya despierto aquellos hombres, se pusieron a hablarme, pero no entendí
nada de su idioma y no les pude contestar. Empezaba a creer que era un sueño todo aquello
cuando advertí que hacia mí avanzaba un hombre, que me dijo en árabe: "¡La paz contigo!, ¡oh
hermano nuestro! ¿Quién eres, de dónde vienes y qué motivo te trajo a este país? Nosotros somos
labradores que venimos aquí a regar nuestros campos y plantaciones. Vimos la balsa en que te
dormiste y la hemos sujetado y amarrado a la orilla. Después nos aguardamos a que despertaras
tú solo, para no asustarte. ¡Cuéntanos ahora qué aventura te condujo a este lugar!"
Pero yo contesté: "¡Por Alah! sobre ti, oh señor ¡dame primeramente de comer, porque tengo
hambre, y pregúntame luego cuanto gustes!".
Al oír estas palabras, el hombre se apresuró a traerme alimento, y comí hasta que me
encontré harto, y tranquilo, y reanimado. Entonces comprendí que recobraba el alma, y di gracias a
Alah por lo ocurrido, y me felicité de haberme librado de aquel río subterráneo. Tras de lo cual
conté a quienes me rodeaban todo lo que me aconteció, desde el principio hasta el fin.
Cuando hubieron oído mi relato, quedaron maravillosamente asombrados, y conversaron entre
sí, y el que hablaba árabe me explicaba lo que se decían, como también les había hecho
comprender mis palabras. Tan admirados estaban, que querían llevarme junto a su rey para que
oyera mis aventuras.
Yo consentí inmediatamente, y me llevaron. Y no dejaron tampoco de transportar la balsa
como estaba, con sus fardos de ámbar y sus sacos llenos de pedrería.
El rey, al cual le contaron quién era yo, me recibió con mucha cordialidad, y después de
recíprocas zalemas me pidió que yo mismo le contase mis aventuras.
Al punto obedecí, y le narré cuanto me había ocurrido, sin omitir nada. Pero no es necesario
repetirlo.
Oído mi relato, el rey de aquella isla, que era la de Serendib, llegó al límite del asombro y me
felicitó mucho por haber salvado la vida a pesar de tanto peligro corrido. Enseguida quise
demostrarle que los viajes me sirvieron de algo, y me apresuré a abrir en su presencia mis sacos y
mis fardos.
Entonces el rey, que era muy inteligente en pedrería, admiró mucho mi colección, y yo, por
deferencia a él, escogí un ejemplar muy hermoso de cada especie de piedra, como asimismo
perlas grandes y pedazos enteros de oro y plata, y se los ofrecí de regalo.
Avínose a aceptarlos, y en cambio me colmó de consideraciones y honores, y me rogó que
habitara en su propio palacio. Así lo hice, y desde aquel día llegué a ser amigo del rey y uno de
los personajes principales de la isla. Y todos me hacían preguntas acerca de mi país, y yo les
contestaba y les interrogaba acerca del suyo, y me respondían.
Así supe que la isla de Serendib tenía ochenta parasangas de longitud y ochenta de anchura;
que poseía una montaña que era la más alta del mundo, en cuya cima había vivido nuestro padre
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Adán cierto tiempo; que encerraba muchas perlas y piedras preciosas, menos bellas, en realidad,
que las de mis fardos, y muchos cocoteros...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 311ª NOCHE
Ella dijo:
...y muchos cocoteros.
Un día, el rey de Serendib me interrogó acerca de los asuntos públicos de Bagdad y del modo
que tenía de gobernar el califa Harún Al-Raschid. Y yo le conté cuán equitativo y magnánimo era el
califa y le hablé extensamente de sus méritos y buenas cualidades. Y el rey de Serendib se
maravilló v me dijo: "¡Por Alah! ¡Veo que el califa conoce verdaderamente la cordura y el arte de
gobernar su Imperio, y acabas de hacer que le tome gran afecto! ¡De modo que desearía
prepararle algún regalo digno de él, y enviárselo contigo!" Yo contesté enseguida: "¡Escucho y
obedezco, oh señor! ¡Ten la seguridad de que entregaré fielmente tu regalo al califa, que llegará al
límite del encanto! ¡Y al mismo tiempo le diré cuán excelente amigo suyo eres y que puede contar
con tu alianza!"
Oídas estas palabras, el rey de Serendib dio algunas órdenes a sus chambelanes que se
apresuraron a obedecer. Y he aquí en qué consistía el regalo que me dieron para el califa Harún
Al-Raschid.
Primeramente había una gran vasija tallada en un solo rubí de color admirable, que tenía
medio pie de altura y un dedo de espesor. Esta vasija, en forma de copa, estaba completamente
llena de perlas redondas y blancas, como una avellana cada una. Además, había una alfombra
hecha con una enorme piel de serpiente, con escamas grandes como un dinar de oro, que tenía la
virtud de curar todas las enfermedades a quienes se acostaban en ella. En tercer lugar había
doscientos granos de un alcanfor exquisito, cada cual del tamaño de un alfónsigo. En cuarto lugar
había dos colmillos de elefante, de doce codos de largo cada uno y dos de ancho en la base. Y por
último había una hermosa joven de Serendib, cubierta de pedrerías.
Al mismo tiempo el rey me entregó una carta para el Emir de los Creyentes, diciéndome:
"Discúlpame con el califa de lo poco que vale mi regalo. ¡Y has de decirle lo mucho que le quiero!"
Y yo contesté: "¡Escucho y obedezco!" Y le besé la mano.
Entonces me dijo: "De todos modos, Sindbad, si prefieres quedarte en mi reino, te tendré
sobre mi cabeza y mis ojos; y en ese caso enviaré a otro en tu lugar junto al califa de Bagdad".
Entonces exclamé: "¡Por Alah! Tu esplendidez es gran esplendidez, y me has colmado de
beneficios. ¡Pero precisamente hay un barco que va a salir para Bassra y mucho desearía
embarcarme en él para volver a ver a mis parientes, a mis hijos y mi tierra!".
Oído esto, el rey no quiso insistir en que me quedase, y mandó llamar inmediatamente al
capitán del barco, así como a los mercaderes que iban a ir conmigo, y me recomendó mucho a
ellos, encargándoles que me guardaran toda clase de consideraciones. Pagó el precio de mi
pasaje y me regaló muchas preciosidades que conservo todavía, pues no pude decidirme a vender
lo que me recuerda al excelente rey de Serendib.
Después de despedirme del rey y de todos los amigos que me hice durante mi estancia en
aquella isla tan encantadora, me embarqué en la nave, que en seguida se dio a la vela. Partimos
con viento favorable y navegamos de isla en isla y de mar en mar, hasta que, gracias a Alah,
llegamos con toda seguridad a Bassra, desde donde me dirigí a Bagdad con mis riquezas y el
presente destinado al califa.
De modo que lo primero que hice fué encaminarme al palacio del Emir de los Creyentes; me
introdujeron en el salón de recepciones, y besé la tierra entre las manos del califa, entregándole la
carta y los presentes, y contándole mi aventura con todos sus detalles.
26
Cuando el califa acabó de leer la carta del rey de Serendib y examinó los presentes, me
preguntó si aquel rey era tan rico y poderoso como lo indicaban su carta y sus regalos. Yo
contesté: "¡Oh Emir de los Creyentes! Puedo asegurar que el rey de Serendib no exagera.
Además, a su poderío y su riqueza añade un gran sentimiento de justicia, y gobierna sabiamente a
su pueblo. Es el único kadí de su reino cuyos habitantes son, por cierto, tan pacíficos que nunca
suelen tener litigios. ¡Verdaderamente, el rey es digno de tu amistad, ¡oh Emir de los Creyentes!"
El califa quedó satisfecho de mis palabras, y me dijo: "La carta que acabo de leer y tu discurso
me demuestran que el rey de Serendib es un hombre excelente que no ignora los preceptos de la
sabiduría y sabe vivir. ¡Dichoso el pueblo gobernado por él!"
Después el califa me regaló un ropón de honor y ricos presentes, y me colmó de
preeminencias y prerrogativas, y quiso que escribieran mi historia los escribas más hábiles para
conservarla en los archivos del reino.
Y me retiré entonces, y corrí a mi calle y a mi casa, y viví en el seno de las riquezas y los
honores, entre mis parientes y amigos, olvidando las pasadas tribulaciones y sin pensar más que
en extraer de la existencia cuantos bienes pudiera proporcionarme.
Y tal es mi historia durante el sexto viaje. Pero mañana, ¡oh huéspedes míos! os contaré la
historia de mi séptimo viaje, que es más maravilloso y más admirable, y más abundante en
prodigios que los otros seis juntos".
Y Sindbad el Marino mandó poner el mantel para el festín y dio de comer a sus huéspedes,
incluso a Sindbad el Cargador, a quien mandó entregaran, antes de que se fuera, cien monedas de
oro, como los demás días.
Y el cargador se retiró a su casa, maravillado de cuanto acababa de oír. Y al día siguiente
hizo su oración de la mañana y volvió al palacio de Sindbad el Marino.
Cuando estuvieron reunidos todos los invitados y comieron, y bebieron, y conversaron, y rieron
y oyeron los cantos y la música, se colocaron en corro, graves y silenciosos.
Y habló así Sindbad el Marino:
LA SÉPTIMA HISTORIA DE LAS HISTORIAS DE SINDBAD EL MARINO, QUE TRATA DE
LA SÉPTIMA Y ULTIMA HISTORIA
"Sabed, ¡oh amigos míos! que al regresar del sexto viaje di resueltamente de lado a toda idea
de emprender en lo sucesivo otros, pues aparte de que mi edad me impedía hacer excursiones
lejanas, ya no tenía yo deseos de acometer nuevas aventuras, tras de tanto peligro corrido y tanto
mal experimentado. Además, había llegado a ser el hombre más rico de Bagdad, y el califa me
mandaba llamar con frecuencia para oír de mis labios el relato de las cosas extraordinarias que en
mis viajes vi.
Un día que el califa ordenó que me llamaran, según costumbre, me disponía a contarle una, o
dos, o tres de mis aventuras, cuando me dijo: "Sindbad, hay que ir a ver al rey de Serendib para
llevarle mi contestación y los regalos que le destino.
¡Nadie conoce como tú el camino de esa tierra, cuyo rey se alegrará mucho de volver a verte.
¡Prepárate, pues, a salir hoy mismo, porque no me estaría bien quedar en deuda con el rey de
aquella isla, ni sería digno retrasar más la respuesta y el envío!
Ante mi vista se ennegreció el mundo, y llegué al límite de la perplejidad y la sorpresa al oír
estas palabras del califa.
Pero logré dominarme, para no caer en su desagrado. Y aunque había hecho voto de no
volver a salir de Bagdad, besé la tierra entre las manos del califa y contesté oyendo y obedeciendo.
Entonces ordenó que me dieran mil dinares de oro para mis gastos de viaje, y me entregó una
carta de su puño y letra y los regalos destinados al rey de Serendib.
27
Y he aquí en qué consistían los regalos: en primer lugar una magnífica, cama, completa, de
terciopelo carmesí, que valía una cantidad enorme de dinares de oro; además había otra cama de
otro color, y otra de otro; había también cien trajes de tela fina y bordada de Kufa y Alejandría, y
cincuenta de Bagdad. Había una vasija de cornalina blanca, procedente de tiempos muy remotos,
en cuyo fondo figuraba un guerrero armado con su arco tirante contra un león. Y había otras
muchas cosas que sería prolijo enumerar, y un tronco de caballos de la más pura raza árabe ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 312ª NOCHE
Ella dijo:
... un tronco de caballos de la más pura raza árabe.
Entonces me vi obligado a partir, contra mi gusto aquella vez, y me embarqué en una nave
que salía de Bassra.
Tanto nos favoreció el destino, que a los dos meses, día tras día, llegamos a Serendib con
toda seguridad. Y me apresuré a llevar al rey la carta y los obsequios del Emir de los Creyentes.
Al verme, se alegró y satisfizo el rey, quedando muy complacido de la cortesía del califa. Quiso
entonces retenerme a su lado una larga temporada, pero yo no accedí a quedarme más que el
tiempo preciso para descansar. Después de lo cual me despedí de él, y colmado de
consideraciones y regalos, me apresuré a embarcarme de nuevo para tomar el camino de Bassra,
por donde había ido.
Al principio nos fue favorable el viento, y el primer sitio a que arribamos fue una isla llamada la
isla de Sin. Y realmente, hasta entonces habíamos estado contentísimos, y durante toda la travesía
hablábamos unos con otros, conversando tranquila y agradablemente acerca de mil cosas.
Pero un día, a la semana después de haber dejado la isla, en la cual los mercaderes habían
hecho varios cambios y compras, mientras estábamos tendidos tranquilos, como de costumbre,
estalló de pronto sobre nuestras cabezas una tormenta terrible y nos inundó una lluvia torrencial.
Entonces nos apresuramos a tender tela de cáñamo encima de nuestros fardos y mercancías, para
evitar que el agua los estropease, y empezamos a suplicar a Alah que alejase el peligro de nuestro
camino.
En tanto permanecíamos en aquella situación, el capitán del buque se levantó, apretóse el
cinturón a la cintura, se remangó las mangas y la ropa, y después subió al palo mayor, desde el
cual estuvo mirando bastante tiempo a derecha e izquierda. Luego bajó con la cara muy amarilla,
nos miró con aspecto completamente desesperado, y en silencio empezó a golpearse el rostro y a
mesarse las barbas. Entonces corrimos hacia él muy asustados, y le preguntamos: "¿Qué ocurre?"
y él contestó: "¡Pedidle a Alah que nos saque del abismo en que hemos caído!
¡O más bien, llorad por todos y despedíos unos de otros! ¡Sabed que la corriente nos ha
desviado de nuestro camino, arrojándonos a los confines de los mares del mundo!"
Y después de haber hablado así, el capitán abrió un cajón, y sacó de él un saco de algodón,
del cual extrajo polvo que parecía ceniza. Mojó el polvo con un poco de agua, esperó algunos
momentos, v se puso luego a aspirar aquel producto.
Después sacó del cajón un libro pequeño, leyó entre dientes algunas páginas, y acabó por
decirnos: "Sabed ¡oh pasajeros! que el libro prodigioso acaba de confirmar mis suposiciones. La
tierra que se dibuja ante nosotros en lontananza es la tierra conocida con el nombre de Clima de
los Reyes. Ahí se encuentra la tumba de nuestro señor Soleimán ben-Daúd. (Salomón hijo de
David) ¡Con ambos la plegaria y la paz!
Ahí se crían monstruos y serpientes de espantable catadura. ¡Además, el mar en que nos
encontramos está habitado por monstruos marinos que se pueden tragar de un bocado los navíos
mayores con cargamento y pasajeros! ¡Ya estáis avisados! ¡Adiós!"
Cuando oímos estas palabras del capitán, quedamos de todo punto estupefactos, y nos
preguntábamos qué espantosa catástrofe iría a pasar, cuando de pronto nos sentimos levantados
con barco y todo, y después hundidos bruscamente, mientras se alzaba del mar un grito más
terrible que el trueno.
28
Tan espantados quedamos, que dijimos nuestra última oración, y permanecimos inertes como
muertos. Y de improviso vimos que sobre el agua revuelta y delante de nosotros avanzaba hacia el
barco un monstruo tan alto y tan grande como una montaña, y después otro monstruo mayor, y
detrás otro tan enorme como los dos juntos. Este último brincó de pronto por el mar, que se abría
como una sima, mostró una boca más profunda que un abismo, y se tragó las tres cuartas partes
del barco con cuanto contenía.
Yo tuve el tiempo justo para retroceder hacia lo alto del buque y saltar al mar, mientras el
monstruo acababa de tragarse la otra cuarta parte, y desaparecía en las profundidades con sus
dos compañeros.
Logré agarrarme a uno de los tablones que habían saltado del barco al darle la dentellada el
monstruo marino, y después de mil dificultades pude llegar a una isla que, afortunadamente,
estaba cubierta de árboles frutales y regada por un río de agua excelente. Pero noté que la
corriente del río era rápida hasta el punto de que el ruido que hacía oíase muy a lo lejos.
Entonces, al recordar cómo me salvé de la muerte en la isla de las pedrerías, concebí la idea
de construir una balsa igual a la anterior y dejarme llevar por la corriente. En efecto, a pesar de lo
agradable de aquella isla nueva, yo pretendía volver a mi país. Y pensaba: "Si logro salvarme, todo
irá bien, y haré voto de no pronunciar siquiera la palabra "viaje", y de pensar en tal cosa durante el
resto de mi vida.
¡En cambio, si perezco en la tentativa, todo irá bien asimismo, porque acabaré definitivamente
con peligros y tribulaciones".
Me levanté, pues, inmediatamente, y después de haber comido alguna fruta, recogí muchas
ramas grandes, cuya especie ignoraba entonces, aunque luego supe eran de sándalo, de la
calidad más estimada por los mercaderes, a causa de su rareza. Después empecé a buscar
cuerdas y cordeles, y al principio no los encontré; pero vi en los árboles unas plantas trepadoras y
flexibles, muy fuertes, que podían servirme. Corté las que me hicieron falta, y las utilicé para atar
entre sí las ramas grandes de sándalo. Preparé de este modo una enorme balsa, en la cual
coloqué fruta en abundancia, y me embarqué, diciendo:
"¡Si me salvo, lo habrá querido Alah!"
Apenas subí a la balsa y me hube separado de la orilla, me vi arrastrado con una rapidez
espantosa por la corriente, y sentí vértigos, y caí desmayado encima del montón de fruta,
exactamente igual que un pollo borracho.
Al recobrar el conocimiento, miré a mi alrededor, y quedé más inmóvil de espanto que nunca, y
ensordecido por un ruido como el del trueno. El río no era más que un torrente de espuma
hirviente, y más veloz que el viento, que, chocando con estrépito contra las rocas, se lanzaba hacia
un precipicio que adivinaba yo más que veía. ¡Indudablemente iba a hacerme pedazos en él,
despeñándome sabe quién desde qué altura!
Ante esta idea aterradora, me agarré con todas mis fuerzas a las ramas de la balsa, y cerré los
ojos instintivamente para no verme aplastado y destrozado, e invoqué el nombre de Alah antes de
morir. Y de pronto, en vez de rodar hasta el abismo, comprendí que la balsa se paraba
bruscamente encima del agua, y abrí los ojos un minuto para saber a qué distancia estaba de la
muerte, y no fue para verme estrellado contra los peñascos, sino cogido con mi balsa en una
inmensa red que unos hombres echaron sobre mí desde la ribera.
De esta suerte me hallé cogido y llevado a tierra, y allí me sacaron medio vivo y medio muerto
de entre las mallas de la red, en tanto transportaban a la orilla mi balsa.
Mientras yo permanecía tendido, inerte y tiritando, se adelantó hacia mí un venerable jeique de
barbas blancas, que empezó por desearme la bienvenida y por cubrirme con ropa caliente, que me
sentó muy bien ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 313ª NOCHE
29
Ella dijo:
...que me sentó muy bien.
Reanimado ya por las fricciones y el masaje que tuvo la bondad de darme el anciano, pude
sentarme, pero sin recobrar todavía el uso de la palabra.
Entonces el anciano me cogió del brazo y me llevó suavemente al hammam, en donde me
hizo tomar un baño excelente, que acabó de resistirme el alma; después me hizo aspirar perfumes
exquisitos y me los echó por todo el cuerpo, y me llevó a su casa.
Cuando entré en la morada de aquel anciano, toda su familia se alegró mucho de mi llegada,
y me recibió con gran cordialidad y demostraciones amistosas. El mismo anciano me hizo sentar
en medio del diván de la sala de recepción, y me dio a comer cosas de primer orden, y a beber un
agua agradable perfumada con flores. Después quemaron incienso a mi alrededor, y los esclavos
me trajeron agua caliente y aromatizada para lavarme las manos, y me presentaron servilletas
ribeteadas de seda, para secarme los dedos, las barbas y la boca. Tras de lo cual, el anciano me
llevó a una habitación muy bien amueblada, en donde quedé solo, porque se retiró con mucha
discreción. Pero dejó a mis órdenes varios esclavos, que de cuando en cuando iban a verme por si
necesitaba sus servicios.
Del propio modo me trataron durante tres días, sin que nadie me interrogase ni me dirigiera
ninguna pregunta, y no dejaban que careciese de nada, cuidándome con mucho esmero, hasta
que recobré completamente las fuerzas, y mi alma y mi corazón se calmaron v refrescaron.
Entonces, o sea la mañana del cuarto día, el anciano se sentó a mi lado, y después de las
zalemas, me dijo:
"¡Oh huésped, cuánto placer y satisfacción hubo de proporcionarnos tu presencia! ¡Bendito
sea Alah, que nos puso en tu camino para salvarte del abismo! ¿Quién eres y de dónde vienes?"
Entonces di muchas gracias al anciano por el favor enorme que me había hecho salvándome la
vida y luego dándome de comer excelentemente, y de beber excelentemente, y perfumándome
excelentemente, y le dije: "¡Me llamo Sindbad el Marino! ¡Tengo este sobrenombre a consecuencia
de mis grandes viajes por mar y de las cosas extraordinarias que me ocurrieron, y que si se
escribieran con agujas en el ángulo de un ojo, servirían de lección a los lectores atentos!" Y le
conté al anciano mi historia desde el principio hasta el fin, sin omitir detalle.
Quedó prodigiosamente asombrado entonces el jeique, y estuvo una hora sin poder hablar,
conmovido por lo que acababa de oír. Luego levantó la cabeza, me reiteró la expresión de su
alegría por haberme socorrido, y me dijo:
"¡Ahora, ¡oh huésped mío! si quisieras oír mi consejo, venderías aquí tus mercancías, que
valen mucho dinero por su rareza y calidad!"
Al oír las palabras del viejo, llegué al límite del asombro, y no sabiendo lo que quería decir ni
de qué mercancías hablaba, pues yo estaba desprovisto de todo, empecé por callarme un rato, y
como de ninguna manera quería dejar escapar una ocasión extraordinaria que se presentaba
inesperadamente, me hice el enterado, y contesté: "¡Puede que sí!" Entonces el anciano me dijo:
"No te preocupes, hijo mío, respecto a tus mercaderías. No tienes más que levantarte y
acompañarme al zoco. Yo me encargo de todo lo demás. Si la mercancía, subastada, produce un
precio que nos convenga, lo aceptaremos, si no, te haré el favor de conservarla en mi almacén
hasta que suba en el mercado. ¡Y en tiempo oportuno podremos sacar un precio más ventajoso!"
Entonces quedé interiormente cada vez más perplejo; pero no lo di a entender, sino que
pensé: "¡Ten paciencia, Sindbad, y ya sabrás de qué se trata!" Y dije al anciano: "¡Oh mi venerable
tío, escucho y obedezco! ¡Todo lo que tú dispongas me parecerá lleno de bendición! ¡Por mi parte,
después de cuanto por mí hiciste, me conformaré con tu voluntad!"
Y me levanté inmediatamente y le acompañé al zoco.
Cuando llegamos al centro del zoco en que se hacía la subasta pública, ¡cuál no sería mi
asombro al ver mi balsa transportada allí y rodeada de una multitud de corredores y mercaderes
que la miraban con respeto y moviendo la cabeza. Y por todas partes oía exclamaciones de
admiración:
"¡Ya Alah! ¡Qué maravillosa calidad de sándalo! ¡En ninguna parte del mundo la hay mejor!"
Entonces comprendí cuál era la mercancía consabida, y creí conveniente para la venta tomar un
aspecto digno y reservado.
30
Pero he aquí que enseguida el anciano protector mío, aproximándose al jefe de los corredores,
le dijo: "¡Empiece la subasta!"
Y se empezó con el precio de mil dinares por la balsa. Y el jefe corredor exclamó: "¡A mil
dinares la balsa de sándalo, ¡oh compradores!" Entonces gritó el anciano: "¡La compro en dos mil!"
Y otro gritó: "¡En tres mil!" Y los mercaderes siguieron subiendo el precio hasta diez mil dinares.
Entonces se encaró conmigo el jefe de los corredores y me dijo: "¡Son diez mil; ya no puja nadie!"
Y yo dije: "¡No la vendo a ese precio!"
Entonces mi protector se me acercó y me dijo: "¡Hijo mío, el zoco, en estos tiempos, no anda
muy próspero, y la mercancía ha perdído algo de su valor! Vale más que aceptes el precio que te
ofrecen.
Pero yo, si te parece, voy a pujar otros cien dinares más. ¿Quieres dejármelo en diez mil cien
dinares?"
Yo contesté: "¡Por Alah! mi buen tío sólo por ti lo hago para agradecer tus beneficios.
¡Consiento en dejártelo por esa cantidad!"
Oídas estas palabras, el anciano mandó a sus esclavos que transportaran todo el sándalo a
sus almacenes de reserva, y me llevó a su casa, en la cual me contó inmediatamente los diez mil
cien dinares, y los encerró en una caja sólida cuya llave me entregó, dándome encima las gracias
por lo que había hecho en su favor.
Mandó enseguida poner el mantel, y comimos, y bebimos, y charlamos alegremente. Después
nos lavamos las manos y la boca, y por fin me dijo: "¡Hijo mío, quiero dirigirte una petición, que
deseo mucho aceptes!"
Yo le contesté: "¡Mi buen tío, todo te lo concederé a gusto!" El me dijo: "Ya ves, hijo mío, que
he llegado a una edad muy avanzada sin tener hijo varón que pueda heredar un día mis bienes.
Pero he de decirte que tengo una hija, muy joven aún, llena de encanto y belleza, que será muy
rica cuando yo me muera. Deseo dártela en matrimonio, siempre que consientas en habitar en
nuestro país y vivir nuestra vida. Así serás el amo de cuanto poseo y de cuanto dirige mi mano. ¡Y
me substituirás en mi autoridad y en la posesión de mis bienes!"
Cuando oí estas palabras del anciano, bajé la cabeza en silencio y permanecí sin decir
palabra.
Entonces añadió: "¡Créeme, oh hijo mío! que si me otorgas lo que te pido te atraerá la
bendición! ¡Añadiré, Para tranquilizar tu alma, que después de mi muerte podrás regresar a tu
tierra, llevándote a tu esposa e hija mía! ¡No te exijo sino que permanezcas aquí el tiempo que me
quede de vida!"
Entonces contesté: "¡Por Alah, mi tío el jeique, eres como un padre para mí y ante ti no puedo
tener opinión ni tomar otra resolución que la que te convenga! Por cada vez que en mi vida quise
ejecutar un proyecto, no hube de sacar más que desgracias y decepciones. ¡Estoy, pues,
dispuesto a conformarme con tu voluntad!"
Enseguida el anciano, extremadamente contento con mi respuesta, mandó a sus esclavos que
fueran a buscar al kadí y a los testigos, que no tardaron en llegar . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 314ª NOCHE
Ella dijo:
. ..al kadí y a los testigos, que no tardaron en llegar. Y el anciano me casó con su hija, y nos
dio un festín enorme, y celebró una boda espléndida. Después me llamó y me llevó junto a su hija,
a la cual aún no había visto. Y la encontré perfecta en hermosura y gentileza, en esbeltez de
cintura y en proporciones. Además, la vi adornada con suntuosas alhajas, sedas y brocados, joyas
y pedrerías, y lo que llevaba encima valía millares y millares de monedas de oro, cuyo importe
exacto nadie habría podido calcular.
31
Y cuando la tuve cerca, me gustó. Y nos enamoramos uno de otro. Y vivimos mucho tiempo
juntos, en el colmo de las caricias y la felicidad.
El anciano padre de mi esposa falleció al poco tiempo en la paz y misericordia del Altísimo. Le
hicimos unos grandes funerales y lo enterramos. Y yo tomé posesión de todos sus bienes, y sus
esclavos y hervidores fueron mis esclavos y servidores, bajo mi única autoridad. Además, los
mercaderes de la ciudad me nombraron su jefe, en lugar del difunto, y pude estudiar las
costumbres de los habitantes de aquella población y su manera de vivir.
En efecto, un día noté con estupefacción que la gente de aquella ciudad experimentaba un
cambio anual en primavera; de un día a otro mudaban de forma y aspecto: les brotaban alas de los
hombros, y se convertían en volátiles. Podían volar entonces hasta lo más alto de la bóveda aérea,
y se aprovechaban de su nuevo estado para volar todos fuera de la ciudad, dejando en ésta a los
niños y mujeres, a quienes nunca brotaban alas.
Este descubrimiento me asombró al principio, pero acabé por acostumbrarme a tales cambios
periódicos. Sin embargo, llegó un día en que empecé a avergonzarme de ser el único hombre sin
alas, viéndome obligado a guardar yo solo la ciudad con las mujeres y niños. Y por mucho que
pregunté a los habitantes sobre el medio de que habría de valerme para que me saliesen alas en
los hombros, nadie pudo ni quiso contestarme. Y me mortificó bastante no ser más que Sindbad el
Marino y no poder añadir a mi sobrenombre la condición de aéreo.
Un día, desesperando de conseguir nunca que me revelaran el secreto del crecimiento de las
alas, me dirigí a uno, a quien había hecho muchos favores, y cogiéndole del brazo, le dije: "¡Por
Alah sobre ti! Hazme siquiera el favor, por los que te he hecho yo a ti, de dejarme que me cuelgue
de tu persona, y vuele contigo a través del aire. ¡Es un viaje que me tienta mucho, y quiero añadir a
los que realicé por mar!"
Al principio no quiso prestarme atención; pero a fuerza de súplicas acabé por moverle a que
accediera. Tanto me encantó aquello, que ni siquiera me cuidé de avisar a mi mujer ni a mi
servidumbre; me colgué de él abrazándole por la cintura, y me llevó por el aire, volando con las
alas muy desplegadas.
Nuestra carrera por el aire empezó ascendiendo en línea recta durante un tiempo
considerable. Y acabamos por llegar tan arriba en la bóveda celeste, que pude oír distintamente
cantar a los ángeles y sus melodías debajo de la cúpula del cielo.
Al oír cantos tan maravillosos, llegué al límite de la emoción religiosa, y exclamé: "¡Loor a Alah
en lo profundo del cielo! ¡Bendito y glorificado sea por todas las criaturas!"
Apenas formulé estas palabras, cuando mi portador lanzó un juramento tremendo, y
bruscamente, entre el estrépito de un trueno precedido de terrible relámpago, bajó con tal rapidez
que me faltaba el aire, y por poco me desmayo, soltándome de él con peligro de caer al abismo
insondable. Y en un instante llegamos a la cima de una montaña, en la cual me abandonó mi
portador dirigiéndome una mirada infernal, y desapareció, tendiendo el vuelo por lo invisible.
Y quedé completamente solo en aquella montaña desierta, y no sabía dónde estaba, ni por
dónde ir para reunirme con mi mujer, y exclamé en el colmo de la perplejidad: "¡No hay recurso ni
fuerza más que Alah el Altísimo y Omnipotente! ¡Siempre que me libro de una calamidad caigo en
otra peor! ¡En realidad merezco todo lo que me sucede!"
Me senté entonces en un peñasco para reflexionar sobre el medio de librarme del mal
presente, cuando de pronto vi adelantar hacia mí a dos muchachos de una belleza maravillosa,
que parecían dos lunas.
Cada uno llevaba en la mano un bastón de oro rojo, en el cual se apoyaba al andar. Entonces
me levanté rápidamente, fui a su encuentro y les deseé la paz.
Correspondieron con gentileza a mi saludo, lo cual me alentó a dirigirles la palabra, y les dije:
"¡Por Alah sobre vosotros!, ¡oh maravillosos jóvenes! ¡decidme quiénes sois y qué hacéis!" Y me
contestaron: "¡Somos adoradores del Dios verdadero!" Y uno de ellos, sin decir más, me hizo seña
con la mano en cierta dirección, como invitándome a dirigir mis pasos por aquella parte, me
entregó el bastón de oro, y cogiendo de la mano a su hermoso compañero, desapareció de mi
vista.
Empuñé entonces el bastón de oro, y no vacilé en seguir el camino que se me había indicado,
maravillándome al recordar a aquellos muchachos tan hermosos. Llevaba algún tiempo andando,
cuando vi salir súbitamente de detrás de un peñasco una serpiente gigantesca que llevaba en la
32
boca a un hombre, cuyas tres cuartas partes se había ya tragado, y del cual no se veían más que
la cabeza y los brazos. Estos se agitaban desesperadamente y la cabeza gritaba:
"¡Oh caminante! ¡Sálvame del furor de esta serpiente y no te arrepentirás de tal acción!" Corrí
entonces detrás de la serpiente, y le di con el bastón de oro rojo un golpe tan afortunado, que
quedó exánime en aquel momento. Y alargué la mano al hombre trabado y le ayudé a salir del
vientre de la serpiente.
Cuando miré mejor la cara del hombre, llegué al límite de la sorpresa al conocer que era el
volátil que me había llevado en su viaje aéreo y había acabado por precipitarse conmigo, a riesgo
de matarme, desde lo alto de la bóveda del cielo hasta la cumbre de la montaña en la cual me
había abandonado, exponiéndome a morir de hambre y sed.
Pero ni siquiera quise demostrar rencor por su mala acción, y me conformé con decirle dulcemente:
"¿Es así como obran los amigos con los amigos?"
El me contestó: "En primer lugar he de darte las gracias por lo que acabas de hacer en mi
favor. Pero ignoras que fuiste tú, con tus invocaciones inoportunas pronunciando el Nombre, quien
me precipitaste de lo alto contra mi voluntad. ¡El Nombre produce ese efecto en todos nosotros!
¡Por eso no lo pronunciamos jamás!"
Entonces, yo, para que me sacara de aquella montaña, le dije: "¡Perdona y no me riñas; pues,
en verdad, yo no podía adivinar las consecuencias funestas de mi homenaje al Nombre! ¡Te
prometo no volverlo a pronunciar durante el trayecto, si quieres transportarme ahora a mi casa!"
Entonces el volátil se bajó, me cogió a cuestas, y en un abrir y cerrar de ojos me dejó en la
azotea de mi casa y se fue a la suya. Cuando mi mujer me vio bajar de la azotea y entrar en la
casa después de tan larga ausencia, comprendió cuanto acababa de ocurrir, y bendijo a Alah que
me había salvado una vez más de la perdición. Y tras las efusiones del regreso, me dijo: "Ya no
debemos tratarnos con la gente de esta ciudad. ¡Son hermanos de los demonios!"
Y yo le dije: "¿Y cómo vivía tu padre entre ellos?" Ella me contestó: "Mi padre no pertenecía a
su casta, ni hacía nada como ellos, ni vivía su vida. De todos modos, si quieres seguir mi consejo,
lo mejor que podemos hacer ahora que mi padre ha muerto ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 315ª NOCHE
Ella dijo:
"...lo mejor que podemos hacer ahora que mi padre ha muerto es abandonar esta ciudad
impía, no sin haber vendido nuestros bienes, casa y posesiones. Realiza eso lo mejor que puedas,
compra buenas mercancías con parte de la cantidad que cobres, y vámonos juntos a Bagdad, tu
patria, a ver a tus parientes y amigos, viviendo en paz y seguros, con el respeto debido a Alah el
Altísimo".
Entonces contesté oyendo y obedeciendo.
Enseguida empecé a vender lo mejor que pude, pieza por pieza y cada cosa en su tiempo,
todos los bienes de mi tío el jeique, padre de mi esposa, ¡difundo a quien Alah haya recibido en su
paz y misericordia! Y así realicé en monedas de oro cuanto nos pertenecía, como muebles y
propiedades, y gané un ciento por uno.
Después de lo cual me llevé a mi esposa y las mercancías que había cuidado de comprar, fleté
por mi cuenta un barco, que con la voluntad de Alah tuvo navegación feliz y fructuosa, de modo
que de isla en isla, y de mar en mar, acabamos por llegar con seguridad a Bassra, en donde
paramos poco tiempo. Subimos el río y entramos en Bagdad, ciudad de paz.
Me dirigí entonces con mi esposa y mis riquezas hacia mi calle y mi casa, en donde mis
parientes nos recibieron con grandes transportes de alegría, y quisieron mucho a mi esposa, la hija
del jeique.
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Yo me apresuré a poner en orden definitivo mis asuntos, almacené mis magníficas
mercaderías, encerré mis riquezas, y pude por fin recibir en paz las felicitaciones de mis parientes
y amigos, que calculando el tiempo que estuve ausente, vieron que este séptimo y último viaje mío
había durado exactamente veintisiete años desde el principio hasta el fin.
Y les conté con pormenores mis aventuras durante esta larga ausencia, e hice el voto, que
cumplo escrupulosamente, como veis, de no emprender en toda mi vida ningún otro viaje ni por
mar ni por tierra. Y no dejé de dar gracias al Altísimo que tantas veces, a pesar de mis
reincidencias, me libró de tantos peligros y me reintegró entre mi familia y mis amigos".
Cuando Sindbad el Marino terminó de esta suerte su relato entre los convidados silenciosos y
maravillados, se volvió hacia Sindbad el Cargador y le dijo:
"Ahora, Sindbad terrestre, considera los trabajos que pasé y las dificultades que vencí,
gracias a Alah, y dime si tu suerte de cargador no ha sido mucho más favorable para una vida
tranquila que la que me impuso el Destino.
Verdad es que sigues pobre y yo adquirí riquezas incalculables; pero ¿no es verdad también
que a cada uno de nosotros se le retribuyó según su esfuerzo?"
Al oír estas palabras, Sindbad el Cargador fue a besar la mano de Sindbad el Marino, y le dijo:
"¡Por Alah sobre ti!, ¡oh mi amo! perdona lo inconveniente de mi canción!"
Entonces Sindbad el Marino mandó poner el mantel para sus convidados, y les dio un festín
que duró treinta noches. Y después quiso tener a su lado, como mayordomo de su casa, a Sindbad
el Cargador. Y ambos vivieron en amistad perfecta y en el límite de la satisfacción, hasta que fue a
visitarlos aquella que hace desvanecerse las delicias, rompe las amistades, destruye los palacios y
levanta las tumbas, la amarga muerte. ¡Gloria al Eterno, que no muere jamás!
Cuando Schehrazada, la hija del visir, acabó de contar la historia de Sindbad el Marino,
sintióse un tanto fatigada, y como veía acercarse la mañana y no quería, por su discreción habitual,
abusar del permiso concedido, se calló sonriendo.
Entonces la pequeña Doniazada, que maravillada y con los ojos muy abiertos había oído la
historia pasmosa, se levantó de la alfombra en que estaba acurrucada, y corrió a abrazar a su
hermana, diciéndole: "¡Oh Schehrazada, hermana mía! ¡cuán suaves, y puras, y gratas, y
deliciosas para el paladar, y cuán sabrosas en su frescura, son tus palabras! ¡Y qué terrible, y
prodigioso, y temerario era Sindbad el Marino!"
Y Schehrazada sonrió y dijo: "¡Sí, hermana mía; pero eso no es nada comparado con lo que
os contaré a los dos la próxima noche, si vivo todavía por la gracia de Alah y la voluntad del rey!"
Y el rey Schahriar, que había encontrado los viajes de Sindbad mucho más largos que el que
él había hecho con su hermano Schahzamán por la pradera al borde del mar, cuando se les
apareció el genni cargado con el cajón, se volvió hacia Schehrazada y le dijo:
"¡Verdaderamente, Schehrazada, no sé qué más historias me podrás contar! ¡De todos
modos, quiero una que esté repleta de poemas! ¡Ya me la habías prometido, y parece que olvidas
que, si difieres más el cumplimiento de tu promesa, tu cabeza irá a juntarse con las cabezas de tus
antecesoras!"
Y Schehrazada dijo: "¡Sobre mis ojos! Precisamente la que te reservo, ¡oh rey afortunado! te
satisfará por completo, y en verdad que es mucho más agradable que las que has oído. Puedes
juzgar por el título, que es: HISTORIA DE LA BELLA ZUMURRUD (Esmeralda) Y ALISCHAR, HIJO
DE GLORIA.
Entonces el rey Schahriar dijo para sí: "¡No la mataré hasta después!" Y la cogió en brazos y
pasó con ella el resto de la noche.
Por la mañana salió y se fue a la sala de justicia. Y el diwán se llenó con la muchedumbre de
visires, emires, chambelanes, guardias y gente de palacio. Y el último que entró fue el gran visir,
padre de Schehrazada, que llevaba debajo del brazo el sudario destinado a su hija, a la cual creía
aquella vez muerta de veras; pero el rey no le dijo nada de tal asunto, y siguió juzgando y
nombrando para los empleos, y destituyendo, y gobernando, y despachando los asuntos
pendientes hasta terminar el día. Luego se levantó el diwán, y el rey volvió a palacio, mientras el
gran visir seguía perplejo y en el límite extremo del asombro.
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Y cuando fue de noche, el rey penetró en la habitación de Schehrazada e hicieron juntos lo
que solían.
PERO CUANDO LLEGO LA 316ª NOCHE
Concluída la cosa entre el rey y Schehrazada, la pequeña Doniazada exclamó desde el lugar
en que estaba acurrucada:
"¡Te ruego, hermana, me digas a qué esperar para empezar la historia prometida de la bella
Zumurrud y Alischar, hijo de gloria!"
Y contestó Schehrazada sonriendo: "¡No espero más que la venia de este rey bien educado y
dotado de buenos modales!" Entonces contestó el rey Schahriar: "¡Concedida!
Y dijo Schehrazada:
HISTORIA DE LA BELLA ZUMURRUD Y ALISCHAR, HIJO DE GLORIA
Se cuenta que en la antigüedad del tiempo, en lo pasado de la edad y del momento, había en
el país del Khorasán un mercader muy rico que se llamaba Gloria, y tenía un hijo llamado Alischar,
hermoso como la luna llena.
Y un día el rico mercader Gloria, ya de muy avanzada edad, se sintió atacado de mortal
dolencia. Y llamó a su hijo junto a sí y le dijo: "¡Oh hijo mío! Como está muy próximo el término de
mi destino, deseo hacerte un encargo". Muy apesadumbrado, dijo Alischar: "¿Y cuál es, ¡oh padre
mío!?"
El mercader Gloria le dijo: "He de encargarte que no te crees nunca relaciones ni frecuentes la
sociedad, porque el mundo se puede comparar a un herrero: si no te quema con el fuego de la
fragua, o no te saca un ojo o los dos con las chispas del yunque, seguramente te ahogará con el
humo. Y además, ha dicho el poeta:
¡Ilusión! ¡No creas que, cuando el Destino te traicione, encontrarás amigos de corazón
fiel en tu camino negro!
¡Oh soledad! ¡Cara soledad bendita, al que te cultiva enseñas la fuerza del que no se
desvía
y el arte de no fiarse más que de sí mismo!
"Otro dijo:
¡Si lo examina tu atención, verás que el mundo es nefasto por sus dos caras: una la
constituye la hipocresía, y la otra la traición!
"Otro dijo:
¡En futilidades, tonterías y frases absurdas suele consistir el dominio del mundo! ¡Pero
si el Destino coloca en tu camino un ser excepcional, trátale con frecuencia sólo para
mejorarte!
Cuando el joven Alischar oyó estas palabras de su padre moribundo, contestó: "¡Oh padre
mío, te escucho para obedecerte! ¿Qué más me aconsejas?"
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Y dijo Gloria el mercader: "Haz bien, si puedes. Y no esperes que te recompensen con la
gratitud o un bien parecido. ¡Oh hijo mío! ¡Desgraciadamente, no todos los días hay ocasión de
hacer el bien!" Y Alischar respondió: "¡Escucho y obedezco! ¿Son esos todos tus encargos?"
Gloria el mercader dijo: "No derroches las riquezas que te dejo; sólo te considerarán con arreglo al
poder que tengas en la mano. Y ha dicho el poeta:
¡Cuando yo era pobre, no tenía amigos; y ahora pululan a mi puerta y me quitan el
apetito!
¡Oh! ¡ A cuántos feroces enemigos les domó mi riqueza, y cuántos enemigos tendría si
mi riqueza disminuyese!”
Después prosiguió el anciano: "No descuides los consejos de la gente de experiencia, ni
creas inútil pedir consejo a quien pueda dártelo, pues el poeta ha dicho:
¡Junta tu idea con la idea del consejero, para asegurar mejor el resultado! ¡ Cuando
quieras mirarte el rostro, te bastará con un espejo, pero si quieres mirar tu oscuro trasero,
no podrás verlo sino con la combinación de dos espejos!
"Además, hijo mío, ¡tengo que darte un último consejo: ¡huye del vino! Es causa de todos los
males. Te expones a perder la razón y a ser objeto de befa y de desdén.
"Tales son mis encargos en el umbral de la muerte. ¡Oh hijo mío, acuérdate de mis palabras!
Sé un hijo excelente, y acompáñete mi bendición toda la vida".
Y tras de hablar así, el anciano mercader Gloria cerró un momento los ojos y se recogió.
Luego levantó el índice hasta la altura de los ojos y pronunció su acto de fe. Después de lo cual
falleció en la misericordia del Altísimo.
Fue llorado por su hijo y por toda su familia, y le hicieron funerales, a los cuales asistieron los
más altos y los más bajos, los más ricos y los más pobres. Y cuando se le enterró, inscribieron
estos versos en la losa de su tumba:
¡Nací del polvo, al polvo vuelvo y polvo soy! ¡Nadie sabrá nada de mis sentimientos ni
experiencias! ¡Es como si no hubiera vivido nunca!
Hasta aquí en cuanto al mercader Gloria. Ocupémonos ahora de Alischar, hijo de Gloria.
Muerto su padre, siguió Alischar comerciando en la tienda principal del zoco, y cumplió a
conciencia los encargos paternales, especialmente en lo que se refería a sus relaciones con los
demás. Pero al cabo de un año y un día, que transcurrieron con exactitud hora tras hora, se dejó
tentar por jóvenes pérfidos, hijos de zorra, adulterinos sin vergüenza. Y alternó hasta el frenesí con
ellos, y conoció a sus astutas madres y hermanas, hijas de perro. Y se sumergió hasta el cuello en
el libertinaje, y nadó en el vino y en el despilfarro, caminando por vía bien opuesta al camino recto.
Porque como no estaba a la sazón sano de espíritu, se hacía este menguado razonamiento: "Ya
que mi padre me ha dejado todas sus riquezas, me conviene utilizarlas para que no las hereden
otros. Y quiero aprovechar el momento y el placer que pasan, pues no he de vivir dos veces".
Y le pareció tan bien este razonamiento, y siguió Alischar juntando con tanta regularidad la
noche y el día por sus extremos, sin escatimar ningún exceso, que pronto vióse reducido a vender
la tienda, la casa, los muebles y hasta la ropa, y no le quedó más que lo que llevaba encima.
Entonces pudo ver claro y evidente cómo había procedido, y cerciorarse de la excelencia de
los consejos de su padre Gloria. Todos los amigos a quienes trató con fastuosidad antes y a cuya
puerta fue a llamar sucesivamente, encontraron algún motivo para despedirle. Así es que, reducido
al límite extremo de la miseria, se vio obligado, un día en que no había comido nada desde la
víspera, a salir del miserable khan en que se alojaba, y a mendigar de puerta en puerta por las
calles.
De este modo llegó a la plaza del mercado, en la cual vió una gran muchedumbre formando
corro. Quiso acercarse para averiguar lo que ocurría, y en medio del círculo formado por
mercaderes, corredores y compradores, vio. . .
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En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 317'a NOCHE
Ella dijo:
... en medio del círculo formado por mercaderes, corredores y compradores, vio a una joven
esclava blanca, de elegante y delicioso aspecto, con una estatura de cinco palmos, con rosas por
mejillas, pechos bien sentados, ¡qué trasero! Sin temor a engañarse, se le podrían aplicar estos
versos del poeta:
¡Ha salido sin defecto del molde de la Belleza! ¡Sus proporciones son admirables: ni
muy alta ni muy baja; ni muy gruesa ni muy flaca; y redondeces por todas partes!
¡Así es que la misma Belleza se enamoró de su imagen, realzada por el ligero velo que
sombreaba sus facciones modestas y altivas a la vez!
¡La luna es su rostro; la rama flexible que ondula, su cintura; y su aliento, el suave
perfume del almizcle!
¡Parece formada de perlas líquidas; porque sus miembros son tan lisos, que reflejan la
luna de su rostro, y también parecen formados por lunas!
Pero ¿dónde está la lengua que pudiera describir el milagro de claridad que constituye
su trasero brillante . . .?
Cuando Alischar dirigió sus miradas a la hermosa joven, quedó extremadamente maravillado, y
ya fuese que permaneciera inmóvil de admiración, ya que quisiera olvidar por un momento su
miseria con el espectáculo de la belleza, el caso fue que se metió entre la muchedumbre reunida
que preparábase a la venta. Y los mercaderes y corredores que por allí se hallaban, e ignoraban
aún la ruina del joven, supusieron que había ido a comprar la esclava, pues sabían que era muy
rico por la herencia de su padre, el síndico Gloria.
Pero pronto se puso al lado de la esclava el jefe de los corredores, y por encima de las
cabezas agrupadas, exclamó: "¡Oh mercaderes, dueños de riquezas, ciudadanos o habitantes
libres del desierto, el que abra la puerta de la subasta no ha de incurrir en censura! ¿He aquí
ante vosotros la soberana de todas las lunas, la perla de las perlas, la virgen llena de pudor,
la noble Zumurrud, incitadora de todos los deseos y jardín de todas las flores! ¡Abrid la
subasta!, ¡oh circunstantes! ¡Nadie censurará a quien abra la subasta! ¡He aquí ante
vosotros a la soberana de todas las lunas, a la pudorosa virgen Zumurrud, jardín de todas
las flores!"
En seguida uno de los mercaderes gritó: "¡Abro la subasta con quinientos dinares!" Otro dijo:
"¡Diez más!" Entonces gritó un viejo deforme y asqueroso, de ojos azules y bizcos, que se llamaba
Rachideddín: "¡Cien más!" Pero dijo una voz: "¡Cien más todavía!" En aquel momento, el viejo de
ojos azules y feos, pujó mucho de pronto, gritando: "¡Mil dinares!"
Entonces los demás compradores encarcelaron su lengua y guardaron silencio. Y el pregonero
se volvió hacia el dueño de la esclava joven y le preguntó si le convenía el precio ofrecido por el
viejo y si había que cerrar el trato. Y el dueño de la esclava respondió: "¡Conforme! Pero antes
tiene que consentir mi esclava también, pues le he jurado no cederla más que al comprador que le
guste. Por consiguiente, has de pedirle el consentimiento, ¡oh corredor!" Y el corredor se acercó a
la hermosa Zumurrud, y le dijo: "¡Oh soberana de las lunas! ¿quieres pertenecer a ese venerable
anciano, el jeique Rachideddín?"
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Al oír estas palabras, la hermosa Zumurrud dirigió una mirada al individuo que le indicaba el
corredor, y le encontró tal como acabamos de describirle. Y apartóse con un ademán de
repugnancia y exclamó: "¿No conoces, ¡oh jefe corredor! lo que decía un poeta viejo, aunque no
tan repulsivo como éste? Pues escucha:
Le pedí un beso. Ella me miró. ¡Y su mirada no fue de odio ni de desdén, sino de
indiferencia!
¡Sin embargo, sabía que yo era rico y considerado! Pasó y cayeron de un pliegue de su
boca estas palabras:
“!No me agradan las canas; no me gusta poner algodón mojado entre mis labios”!
Al oír estos versos, dijo el corredor a Zumurrud:
"¡Por Alah! ¡Razón tienes para rechazarle! ¡Además, mil dinares no son bastante precio! ¡En
mi opinión, vales diez mil!"
Volvióse luego hacia la multitud de compradores y preguntó si no deseaba otro a la esclava
por el precio ya ofrecido. Entonces se acercó un mercader y dijo: "¡Yo!" Y la hermosa Zumurrud le
miró, y vio que no era asqueroso como el viejo Rachideddín, y que sus ojos no eran azules ni
bizcos; pero notó que se teñía de colorado la barba, a fin de parecer más joven de lo que era.
Entonces exclamó: "¡Qué vergüenza enrojecer y ennegrecer así la faz de la ancianidad!" E
inmediatamente improvisó estos versos:
¡Oh tú que estas enamorado de mi cintura y de mi rostro, no lograrás atraer mis miradas
por mucho que te disfraces con colores ajenos!
¡Tiñes de oprobio tus canas, sin lograr ocultar tus defectos!
¡Cambias de barbas como cambias de cara, y te conviertes en tal espantajo, que si te
mirase una mujer preñada, abortaría!
Oídos estos versos por el jefe de los corredores, le dijo a Zumurrud: "¡Por Alah! ¡La verdad
está contigo!" Pero como no fue aceptada la segunda proposición, se adelantó un tercer mercader
y dijo al corredor: "Ofrezco el mismo precio. ¡Pregúntale si me acepta!" Y el corredor interrogó a la
hermosa joven, que miró entonces al hombre consabido.
Y vio que era tuerto, y se echó a reír, diciendo: "¿No sabes, ¡oh corredor! las frases del poeta
acerca del tuerto? Pues óyelas:
'Créeme, amigo: no seas nunca compañero de un tuerto, y desconfía de sus embustes
y de su falsedad!
¡Tan poco se ganará tratándole, que Alah se cuidó de sacarle un ojo para que inspirara
desconfianza!
Entonces el corredor le indicó un cuarto comprador, y le preguntó: "¿Quieres a éste?"
Zumurrud lo examinó, y vio que era un hombrecillo chico, con una barba que le llegaba al
ombligo, y dijo en seguida: "¡En cuanto a ese barbudillo, mira cómo lo describe el poeta:
¡Tienes una barba prodigiosa, que es planta inútil y molesta, triste como una noche de
invierno, larga, fría y oscura!"
Cuando el corredor vio que no aceptaba a ninguno de los que espontáneamente brindábanse
a comprarla, dijo a Zumurrud: "¡Oh mi señora! mira a todos esos mercaderes y nobles
compradores, y dime cuál tiene la suerte de gustarte, para que te ofrezca a él en venta".
Entonces la hermosa joven miró uno por uno con la mayor atención a todos los circunstantes,
y acabó por fijar su mirada en Alischar, hijo de Gloria. Y el aspecto del joven la inflamó súbitamente
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con el amor más violento, porque Alischar, hijo de Gloria, era en verdad de una belleza
extraordinaria, y nadie le podía ver sin sentirse inclinado hacia él con ardor. Así es que la joven
Zumurrud se apresuró a señalárselo al corredor, y dijo:
"¡Oh corredor! quiero a ese joven de rostro gentil y cintura ondulante, pues lo encuentro
delicioso y de sangre simpática, más ligera que la brisa del Norte; y de él dijo el poeta:
¡Oh jovencillo! ¿Cómo te olvidarán los que hayan visto tu belleza?
¡Dejen de mirarte quienes deploran los tormentos con que llenas el corazón!
¡Los que quieran preservarse de tus encantos prodigiosos, cubran con un velo tu
hechicera cara!
"Y también de él dijo otro poeta:
¡Oh señor mío, compréndelo! ¿Cómo no amarte? ¿No es esbelta tu cintura y combados
tus riñones?
¡Compréndelo!, ¡oh señor mío! ¿No es patrimonio de sabios, de gente exquisita y de
espíritus delicados el amor a cosas tales?
"Un tercer poeta ha dicho:
¡Sus mejillas están llenas y lisas; su saliva leche dulce al beberla, es un remedio para
las enfermedades; su mirada hace soñar a los prosistas y a los poetas, y sus proporciones
dejan perplejos a los arquitectos!
"Otro ha dicho:
¡El licor de sus labios es un vino enervante; su aliento tiene el perfume del ámbar y sus
dientes son granos de alcanfor!
¡Por eso Raduán, guardián del Paraíso, le rogó que se fuera, temeroso de que sedujese
a las huríes!
¡La gente tosca y de entendimiento torpe deplora sus gestos y su conducta! ¡ Como si la
luna no fuera bella en todos sus cuartos, como si su marcha no fuera armoniosa en todas
las partes del cielo!
"Otro poeta ha dicho también:
¡Por fin consintió en conceder una cita ese cervatillo de cabellera rizada, y de mejillas
llenas de rosas y mirada encantadora! ¡Y aquí estoy, puntual, con el corazón alborotado y el
mirar anhelante!
¡Me prometió esta cita, cerrando los ojos para decirme que sí! Pero si sus párpados
están cerrados, ¿cómo podrán cumplir su promesa?
"Dijo de él otro, por último:
Tengo amigos poco sagaces, que me han preguntado: "¿Cómo puedes querer
apasionadamente a un joven cuyas mejillas sombrea ya un bozo tan fuerte?"
Yo les dije: "¡Cuán grande es vuestra ignorancia! ¡Los frutos del jardín del Edén se
cogieron en sus hermosas mejillas! ¿Cómo hubieran podido dar esas mejillas tan hermosos
frutos si no fueran ya frondosas?"
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Maravilladísimo quedó el corredor al advertir tanto talento en esclava tan joven, expresó su
asombro al propietario, que le dijo: "Comprendo que te pasmen tanta belleza y tan agudo ingenio.
Pero sabe que esta milagrosa adolescente, que avergüenza a los astros y al sol, no se contenta
con conocer los poetas más delicados y complicados, ni con ser una constructora de estrofas, sino
que además sabe escribir con siete plumas los siete caracteres diferentes, y sus manos son más
preciosas que todo un tesoro. Conoce, en efecto, el arte del bordado y de tejer la seda, y toda
alfombra o cortinajes que sale de sus manos se tasa en el zoco a cincuenta dinares. Observa
también que en ocho días tiene tiempo sobrado para terminar la alfombra más hermosa o el más
suntuoso cortinaje. ¡De modo que, sin duda alguna, quien la compre habrá recuperado a los pocos
meses su dinero!"
Oídas estas palabras, el corredor levantó los brazos admirado, y exclamó: "¡Oh, dichoso aquel
que tenga esta perla en su morada, y la conserve como el tesoro más oculto!"
Y se acercó a Alischar, hijo de Gloria, señalado por la joven, se inclinó ante él hasta el suelo,
le cogió la mano y se la besó, y luego dijo...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 319ª NOCHE
Ella dijo:
. . . se inclinó ante él hasta el suelo, le cogió la mano y se la besó, y luego le dijo: "¡En verdad,
oh, mi señor! que es mucha tu suerte al poder comprar este tesoro por la centésima parte de su
valor, y el Donador no te ha escatimado sus dones! ¡Tráigate, pues, esta joven la felicidad!"
Al oír estas palabras, Alischar bajó la cabeza, y no pudo dejar de reírse interiormente de la
ironía del Destino, y dijo para sí: "¡Por Alah! ¡No tengo con qué comprar un pedazo de pan, y me
creen bastante rico para adquirir esta esclava! ¡De todos modos no diré ni que sí ni que no, para no
cubrirme de vergüenza delante de todos los mercaderes!"
Y bajó la vista y no dijo palabra.
Como no se movía, Zumurrud le miró para alentarle a la compra; pero él seguía con los ojos
bajos sin verla. Entonces ella dijo al corredor: "Cógeme de la mano y llévame junto a él, que quiero
hablarle personalmente y determinarle a que me compre, pues he resuelto pertenecer a él sólo, y
no a otro". Y el corredor la cogió de la mano y la llevó junto a Alischar, hijo de Gloria.
La joven se quedó de pie, alardeando de su belleza, delante del mozo, y le dijo: "¡Oh amado
dueño mío! ¡oh joven que haces arder mis entrañas! ¿Por qué no ofreces el precio de compra? ¿0
por qué no calculas tú el valor que te parezca más equitativo? ¡Quiero ser tu esclava a cualquier
precio!
Alischar levantó la cabeza, meneándola con tristeza, y dijo: "La venta y la compra nunca son
obligatorias".
Zumurrud exclamó: "¡Ya veo, oh dueño muy amado! que encuentras muy alto el precio de mil
dinares! ¡No ofrezcas más que novecientos, y te pertenezco!" Bajó Alischar la cabeza y nada
contestó. Ella dijo: "¡Cómprame entonces por ochocientos!" El bajó la cabeza. Ella añadió: "¡Por
setecientos!" Y él bajó otra vez la cabeza. Zumurrud siguió rebajando hasta que le dijo: "¡Sólo por
cien dinares!"
Entonces le dijo: "¡Ni siquiera tengo los cien dinares completos!" Ella se echó a reír, y le dijo:
"¿Cuánto te falta para reunir la cantidad de cien dinares? Pues si hoy no los tienes todo, ya
pagarás otro día lo que falte". El contestó: "¡Oh dueña mía! ¡sabe, por fin, que no tengo ni cien
dinares ni uno! ¡Por Alah! No poseo ni una moneda blanca, ni una roja, ni un dinar de oro, ni un
dracma de plata. De modo que no pierdas más tiempo conmigo y busca otro comprador". -
Cuando Zumurrud comprendió que el joven carecía de dinero, le dijo: "¡De todos modos, cierra
el trato! ¡Dame la mano, envuélveme en tu manto y pasa un brazo alrededor de mi cintura, que es
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como sabes, la señal de aceptación!" Alischar, que ya no tenía motivos para negarse, se apresuró
entonces a hacer lo que le mandó Zumurrud, y ésta sacó al momento de su faltriquera un bolsillo
que le entregó y le dijo: "¡Ahí dentro hay mil dinares; tienes que ofrecer novecientos a mi amo, y
conservar los otros cien para nuestras necesidades más apremiantes!" Y enseguida Alischar
entregó al mercader los novecientos dinares, y se apresuró a coger a la esclava de la mano y
llevársela a su casa.
Cuando llegaron a la casa, Zumurrud se sorprendió al ver que la habitación se reducía a un
miserable cuarto, cuyo único moblaje consistía en una mala estera vieja y rota por varias partes. Se
apresuró a dar a Alischar otro bolsillo con mil dinares más, y le dijo: "Corre pronto al zoco, para
comprar todos los muebles y alfombras que hagan falta, y comida y bebida. ¡Y escoge lo mejor que
haya en el zoco! Además, tráeme una gran pieza de seda de Damasco de la mejor clase, de color
de granate, y carretes de hilo de oro, y carretes de hilo de plata, y carretes de hilo de seda, de siete
colores diferentes. Y no olvides comprar agujas grandes, y también un dedal de oro".
Y Alischar ejecutó en seguida sus órdenes, y llevó todo aquello a Zumurrud. Entonces ella
tendió por el suelo las alfombras, arregló los colchones y divanes, lo colocó todo en orden, y puso
el mantel, después de haber encendido los candelabros.
Se sentaron entonces ambos, y comieron y bebieron, y se pusieron muy contentos. Tras de lo
cual se tendieron en su cama nueva y se satisficieron mutuamente. Y pasaron toda la noche
estrechamente enlazados, entre las puras delicias y los más alegres retozos, hasta por la mañana.
Y su amor se consolidó con pruebas indudables y se grabó en su corazón de manera indeleble.
Sin perder tiempo, la diligente Zumurrud se puso enseguida a la labor.
Cogió la pieza de seda de Damasco color de granate, y en pocos días hizo con ella un
cortinaje, en cuyo contorno representó con arte infinito figuras de aves y animales, y no hubo un
animal en el mundo, pequeño ni grande, que no quedara representado en aquella tela. Y la
ejecución era tan asombrosa de parecido y de vida, que se diría movíanse los animales de cuatro
pies y se creía oír cantar a las aves. En medio de la cortina estaban bordados grandes árboles
cargados de fruta y de sombra tan hermosa que con verla se sentía una gran frescura. ¡Y todo
aquello fue ejecutado en ocho días, ni más ni menos! ¡Gloria al que da tanta habilidad a los dedos
de sus criaturas!
Terminada la cortina, Zumurrud le dio brillo, la planchó, la dobló y se la entregó a Alischar,
diciéndole: "Ve a llevarla al zoco y véndesela a cualquier mercader con tienda abierta, y no por
menos de cincuenta dinares. Pero guárdate muy bien de cedérsela a cualquier mercader de paso
que no sea conocido en el zoco, pues eso sería causa de una cruel separación entre nosotros.
Porque tenemos enemigos que nos acechan. ¡Desconfía de los caminantes!"
Y Alischar respondió: "¡Escucho y obedezco!" Y fue al zoco y vendió por cincuenta dinares a
un mercader con tienda abierta la consabida cortina maravillosa...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 320ª NOCHE
Ella dijo:
... y vendió por cincuenta dinares a un mercader con tienda abierta la consabida cortina
maravillosa. Después compró otra vez seda e hilo de oro y plata, en cantidad suficiente para una
nueva cortina o alfombra de gusto, y se lo llevó todo a Zumurrud, que volvió a poner manos a la
obra, y en otros ocho días ejecutó una cortina más hermosa aún que la anterior, y que también
produjo la cantidad de cincuenta dinares. Y durante el espacio de un año vivieron de tal suerte,
comiendo, bebiendo y sin carecer de nada ni dejar de satisfacer su mutuo amor, más ardiente cada
día.
Un día salió Alischar de la casa, llevando, según su costumbre, un paquete que contenía un
tapiz ejecutado por Zumurrud, y emprendió el camino del zoco para presentárselo a los
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mercaderes por mediación del pregonero, como siempre. Llegado al zoco, se lo entregó al
pregonero, que empezó a pregonarlo delante de las tiendas de los mercaderes, cuando acertó a
pasar un cristiano, uno de esos individuos que pululan a la entrada de los zocos, asediando a los
parroquianos con sus ofrecimientos.
Este cristiano se aproximó al pregonero y a Alischar y les ofreció sesenta dinares por el tapiz,
en vez de los cincuenta por que se pregonaba. Pero Alischar, que sentía aversión y desconfianza
hacia aquella clase de individuos, y recordaba, además, el encargo de Zumurrud, no quiso
vendérselo. Entonces el cristiano aumentó su oferta y acabó por proponer cien dinares, y el
pregonero le dijo al oído a Alischar: "¡Verdaderamente, no desaproveches esta excelente ocasión!"
Porque el pregonero ya había sido sobornado secretamente por el cristiano con diez dinares. Y
maniobró tan bien sobre el espíritu de Alischar, que le decidió a entregar el tapiz al cristiano,
mediante la cantidad convenida. Y lo hizo no sin gran aprensión, cobrando los cien dinares, y
volvió a emprender el camino de su casa.
Conforme iba andando, al volver una esquina notó que le seguía el cristiano. Se paró y le
preguntó: "¿Cristiano, qué tienes que hacer en este barrio en donde no entra la gente de tu clase?"
Este dijo: "Perdona ¡oh señor! pero tengo un encargo que hacer al final de esta calleja. ¡Alah te
conserve!"
Alischar siguió su camino y llegó a la puerta de su casa. Y allí notó que el cristiano, después
de haber dado un rodeo había vuelto por el otro extremo de la calle y llegaba a su puerta al mismo
tiempo que él. Y le gritó, lleno de ira: "¡Maldito cristiano! ¿A qué me sigues de esa manera por
donde voy?" El otro contestó: "¡Oh, señor mío! ¡créeme que me encontraste aquí por casualidad!
¡Pero te ruego que me des un trago de agua, y Alah te recompensará, porque la sed me quema
interiormente!" Y Alischar pensó: "¡Por Alah! ¡No se dirá que un musulmán se ha negado a dar de
beber a un perro sediento! ¡Voy a darle un poco de agua!" Y entró en su casa, cogió un cántaro de
agua, e iba a salir para dársela al cristiano, cuando Zumurrud le oyó levantar el pestillo y salió a su
encuentro, conmovida por su ausencia prolongada. Y le dijo, besándole: "¿Cómo tardaste tanto en
volver hoy? ¿Vendiste al fin el tapiz, y ha sido a un mercader con tienda o a un transeúnte?"
El respondió, visiblemente turbado: "He tardado un poco porque el zoco estaba lleno, pero de
todos modos acabé por vendérsela a un mercader". Ella dijo con cierta duda en la voz: "¡Por Alah!
Mi corazón no está tranquilo. Pero ¿adónde vas con ese cántaro?" El dijo: "Voy a dar de beber al
pregonero del zoco, que me ha acompañado hasta aquí". Pero no la satisfizo esta respuesta, y
mientras salía Alischar, recitó muy ansiosa, estos versos del poeta:
¡Oh corazón mío que piensas en el amado; pobre corazón lleno de esperanzas y que
crees eterno el beso! ¿no ves que a tu cabecera vela, con los brazos tendidos, la
Separadora, y que en la sombra te acecha pérfido el Destino?
Cuando Alischar se dirigía hacia afuera, encontróse con el cristiano, que ya había entrado en
el zaguán por la puerta abierta. Al verlo el mundo se ennegreció delante de sus ojos, y exclamó:
"¿Qué haces ahí, perro, hijo de perro? ¿Y cómo osaste penetrar en mi casa sin mi permiso?" El
otro contestó: "¡Por favor, oh mi señor, perdóname! Cansado de haber andado todo el día y sin
poderme tener ya en pie, me vi obligado a pasar el umbral, pues al cabo no hay tanta diferencia
entre la puerta y el zaguán. ¡Además, no pido más que el tiempo suficiente para tomar aliento y me
voy! ¡No me rechaces, y Alah no te rechazará!"
Y cogió el cántaro que sostenía Alischar muy perplejo, bebió lo necesario y se lo devolvió. Y
Alischar se quedó de pie enfrente, esperando que se fuera. Pero pasó una hora, y el cristiano no
se movía. Entonces, Alischar, sofocado, le gritó: "¿Quieres marcharte ahora mismo y seguir tu
camino?" Pero el cristiano le contestó: "¡Oh señor mío! No serás de aquellos que hacen un
beneficio a alguien para obligarle a estar lamentándolo toda la vida, ni de aquellos de quienes dijo
el poeta:
¡Se desvaneció la raza generosa de los que, sin contar, llenaban la mano del pobre
antes de que se les tendiese!
¡Ahora hay una raza vil de usureros que calculan el interés de un poco de agua prestada
al pobre del camino!
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"Yo, mi señor, ya he apagado la sed con el agua de tu casa; pero ahora me atormenta de tal
manera el hambre, que me contentaría con lo que te haya quedado de la comida, aunque fuera un
pedazo de pan seco y una cebolla, nada más". Alischar, cada vez más enfurecido, le gritó: "¡Vaya,
vaya! ¡Fuera de aquí! ¡Basta de citas poéticas! ¡No queda nada en la casa!" El otro contestó, sin
moverse del sitio: "¡Señor, perdóname! Pero si no hay nada en tu casa, tienes encima los cien
dinares que te ha producido el tapiz. Te ruego, pues, por Alah, que vayas al zoco más cercano a
comprarme una torta de trigo, para que no se diga que abandoné tu casa sin que se haya partido
entre nosotros el pan y la sal".
Cuando Alischar oyó estas palabras, dijo para sí: "No hay duda posible. Este maldito cristiano
es un loco y un extravagante. Y lo voy a echar a la calle y a azuzar contra él a los perros
vagabundos". Y cuando se preparaba a empujarle afuera, el cristiano, inmóvil, le dijo: "¡Oh mi
señor! ¡es un solo pedazo de pan el que deseo, y una sola cebolla para poder matar el hambre!
¡De modo que no hagas mucho gasto por mí, que sería demasiado! Porque el prudente se
contenta con poco; y
¡Un pan seco basta para apagar el hambre que tortura al sabio, cuando el mundo no
bastaría para saciar el falso apetito del tragón!
Cuando Alischar vió que no le quedaba más remedio que ceder, dijo al cristiano: "¡Voy al zoco
a buscar de comer! ¡Espérame aquí sin moverte!" Y salió de la casa después de haber cerrado la
puerta, y sacó la llave de la cerradura para metérsela en el bolsillo. Fue apresuradamente al zoco,
compró queso asado con miel, pepinos, plátanos, hojaldre y pan recién salido del horno, y se lo
trajo todo al cristiano, diciéndole: "¡Come!"
Pero éste se negó, diciendo: "¡Oh mi señor! ¡qué generosidad la tuya! ¡Lo que traes basta para
alimentar a diez personas! ¡Es demasiado, a menos que quieras honrarme comiendo conmigo!"
Alischar respondió: "Yo estoy harto. ¡Come solo!" El otro exclamó: "¡Oh mi señor, la sabiduría de
las naciones nos enseña que el que se niega a comer con su huésped es indudablemente un
bastardo adulterino...!"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 321ª NOCHE
Ella dijo:
"... el que se niega a comer con su huésped es indudablemente un bastardo adulterino!" Estas
palabras no tenían réplica posible. Alischar no se atrevió a negarse, y se sentó al lado del cristiano,
y se puso a comer con él distraídamente. Y el cristiano se aprovechó de la distracción de su
huésped para mondar un plátano, partirlo, y deslizar en él con destreza banj puro mezclado con
extracto de opio, en dosis suficiente para derribar a un elefante y dormirlo durante un año. Mojó el
plátano en la miel blanca, en la cual nadaba el excelente queso asado, y se lo ofreció a Alischar,
diciéndole: "¡Oh mi señor! ¡Por la verdad de la fe, acepta de mi mano este suculento plátano que
mondé para ti!" Alischar que tenía prisa por acabar, cogió el plátano y se lo tragó.
Apenas había llegado el plátano a su estómago, cayó Alischar al suelo privado de sentido.
Entonces el cristiano brincó como un lobo pelado y se precipitó afuera, pues en la calleja de
enfrente permanecían en acecho varios hombres con un mulo, y a su cabeza estaba el viejo
Rachideddín, el miserable de los ojos azules al cual no había querido pertenecer Zumurrud, y que
había jurado poseerla a la fuerza a todo trance. Este Rachideddín no era más que un innoble
cristiano, que profesaba exteriormente el islamismo para gozar sus privilegios cerca de los
mercaderes, y era el propio hermano del cristiano que acababa de traicionar a Alischar, y que se
llamaba Barssum.
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Este Barssum corrió, pues, a avisar a su miserable hermano del resultado de su ardid, y los
dos, seguidos por sus hombres, penetraron en la casa de Alischar, se precipitaron en la inmediata
habitación, alquilada por Alischar para harem de Zumurrud, lanzáronse sobre la hermosa joven, a
la cual amordazaron y agarraron para transportarla en un momento a lomos del mulo, que pusieron
al galope, a fin de llegar en pocos instantes, sin que nadie les molestara en el camino, a casa del
viejo Rachideddin.
El viejo miserable de ojos azules y bizcos mandó entonces llevar a Zumurrud a la estancia más
apartada de la casa, y se sentó cerca de ella, después de haberle quitado la mordaza, y le dijo:
"Hete aquí ya en mi poder, bella Zumurrud, y no será el bribón de Alischar quien venga ahora a
sacarte de mis manos. Empieza, pues, antes de acostarte en mis brazos y de experimentar mi
valentía en el combate, por abjurar de tu descreída fe y consentir en ser cristiana, como yo soy
cristiano. ¡Por el Mesías y la Virgen! ¡Si no te rindes inmediatamente a mi doble deseo, te someteré
a los peores tormentos y te haré más desdichada que una perra!"
Al oír estas palabras del miserable cristiano, los ojos de la joven se llenaron de lágrimas, que
rodaron por sus mejillas, y sus labios se estremecieron y exclamó:
"¡Oh malvado de barbas blancas! ¡por Alah! ¡podrás hacer que me corten en pedazos, pero no
conseguirás que abjure de mi fe; podrás apoderarte de mi cuerpo por la violencia, como el cabrón
en celo con la cabra joven, pero no someterás mi espíritu a la impureza compartida!
¡Y Alah sabrá pedirte cuenta de tus ignominias tarde o temprano!"
Cuando el anciano vió que no podía convencerla con palabras, llamó a sus esclavos y les dijo:
"¡Echadla al suelo, y sujetadla boca abajo fuertemente!" Y los esclavos la echaron al suelo boca
abajo. Entonces aquel miserable cristiano agarró un látigo y empezó a azotarla con crueldad en
sus hermosas partes redondeadas, de modo que cada golpe dejaba una larga raya roja en la
blancura de las nalgas. Y Zumurrud, a cada golpe que recibía, en vez de debilitarse en la fe
exclamaba: "¡No hay más Dios que Alah, y Mohamed es el enviado de Alah!" Y el otro no dejó de
azotarla hasta que no pudo ya levantar el brazo. Entonces mandó a sus esclavos que la llevasen a
la cocina con las criadas y que no le dieran de comer ni de beber.
¡Esto en cuanto a ellos dos!
En cuanto a Alischar, quedó tendido sin sentido en el zaguán de su casa hasta el día
siguiente.
Entonces volvió en sí y abrió los ojos, disipada ya la embriaguez del banj y desaparecidos de
su cabeza los vapores del opio. Se sentó entonces en el suelo, y con todas sus fuerzas llamó: "¡Ya
Zumurrud!" Pero no le contestó nadie.
Levantóse anhelante y entró en la habitación, que encontró vacía y silenciosa. Se acordó del
cristiano importuno, y como también éste había desaparecido, ya no dudó del rapto de su amada
Zumurrud.
Entonces se tiró al suelo, dándose golpes en la cabeza y sollozando; después se desgarró los
vestidos, y lloró todas las lágrimas de la desolación; y en el límite de la desesperanza, se lanzó
fuera de su casa, recogió dos piedras grandes, una con cada mano, y empezó a recorrer
enloquecido todas las calles, golpeándose el pecho con las piedras y gritando: "¡Ya Zumurrud, Zumurrud!"
Y los chiquillos le rodearon, corriendo como él y gritando: "¡Un loco, un loco!" Y los conocidos
que le encontraban le miraban con lástima y lamentaban la pérdida de su razón, diciendo: "¡Es el
hijo de Gloria! ¡Pobre Alischar!"
Y siguió vagando de aquel modo y haciéndose sonar el pecho a guijarrazos, cuando le
encontró una buena vieja, que le dijo: "Hijo mío, ¡así goces de la seguridad y la razón! ¿Desde
cuándo estás loco?"
Y Alischar le contestó con estos versos:
¡La ausencia de una mujer me hizo perder la razón! ¡Oh vosotras que creéis en mi
locura, traedme a la que hubo de causarla, y daréis a mi espíritu la frescura de un díctamo!
Al oír tales versos y al mirar más atentamente a Alischar, la buena anciana comprendió que
debía ser un enamorado infeliz, y le dijo: "¡Hijo mío, no temas contarme tus penas y tu infortunio!
¡Acaso me haya puesto Alah en tu senda para ayudarte!" Entonces Alischar le contó su aventura
con Barssum el cristiano.
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Enterada la buena vieja, estuvo reflexionando una hora, y luego levantó la cabeza y le dijo a
Alischar:
"¡Levántate, hijo mío, y vé pronto a comprarme un cesto de buhonero, en el cual colocarás,
después de adquirirlos en el zoco, pulseras de cristal de colores, anillos de cobre plateado,
pendientes, dijes y otras varias cosas como las que venden las piadosas por las casas a las
mujeres. Y yo me pondré el cesto en la cabeza, y recorreré las casas de la ciudad, vendiendo esas
cosas a las mujeres. Y así podré hacer averiguaciones que nos orientarán, y si Alah quiere,
contribuirán a que encontremos a tu amada Sett Zumurrud! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana v se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 322ª NOCHE
Ella dijo:
". . . encontraremos a tu amada Sett Zumurrud". Y Alischar se puso a llorar de alegría. Y
después de haber besado la mano a la cena vieja, se apresuró a comprar y entregarle lo que le
había indicado.
Entonces la vieja fue a vestirse a su casa. Se tapó la cara con un velo de miel oscuro, se
cubrió la cabeza con un pañuelo de cachemira, se envolvió en un velo grande de seda negra, se
puso en la cabeza consabida cesta, y cogiendo un bastón para sostener su respetable vejez,
empezó a recorrer lentamente los harenes de personajes y mercaderes por los distintos barrios, y
no tardó en llegar a la casa del viejo achideddín, el miserable cristiano que pasaba por musulmán,
el maldito a quien Alah confunda y abrase en el fuego del infierno y atormente hasta la extinción
del tiempo. ¡Amin!
Y llegó precisamente en el momento en que la desventurada joven, arrojada entre las esclavas
y criadas de la cocina y dolorida aún de los golpes que había recibido, yacía medio muerta en una
mala estera.
Llamó a la puerta la vieja, y una esclava abrió y la saludó amistosamente. Y la vieja le dijo:
"Hija mía, tengo cosas bonitas que vender ¿Hay en casa quién las compre?" La criada dijo: "¡Ya lo
creo!" la llevó a la cocina, en donde la vieja se sentó con gran compostura, rodeándola en seguida
las esclavas. Fue muy benévola en la venta, y les cedió, por precios muy módicos, pulseras,
sortijas y pendientes, de modo le se granjeó su confianza y ganó sus simpatías por su lenguaje
virtuoso y la dulzura de sus modales.
Pero al volver la cabeza vio a Zumurrud tendida, e interrogó a las esclavas, que le dijeron
cuanto sabían. E inmediatamente comprendió que estaba en presencia de la que buscaba. Se
acercó a la joven y dijo: "¡Hija mía! ¡aléjese de ti todo mal! ¡Alah me envía para socorrerte! ¡Eres
Zumurrud, la esclava amada de Alischar, hijo de Gloria!" Y la enteró del objeto de su venida,
disfrazada de vendedora, le dijo: "Mañana por la noche estate dispuesta a dejarte raptar; asómate
a la ventana de la cocina que da a la calle, y cuando veas que alguien, entre la oscuridad, se pone
a silbar, ésa será la seña. Responde silbando también, y salta sin temor a la calle. ¡Alischar en
persona estará allí y te salvará!" Y Zumurrud besó las manos a la vieja, que se apresuró a salir y
enterar a Alischar de lo que acababa de suceder, añadiendo: "Irás allá, al pie de la ventana de la
cocina de ese maldito, harás tal v cual cosa".
Entonces Alischar dio mil gracias a la vieja por sus favores, quiso hacerle un regalo; pero no lo
aceptó ella y se fue deseándole buen éxito y felicidades, y le dejó recitando versos sobre la
amargura de la separación.
A la noche siguiente, Alischar se encaminó a la casa descripta por la buena vieja y acabó por
encontrarla. Se sentó al pie de la pared y aguardó a que llegara la hora de silbar. Pero cuando
llevaba allí un rato, como había pasado dos noches de insomnio, le venció de pronto el cansancio y
se durmió. ¡Glorificado sea el Unico, que nunca duerme!
Mientras Alischar permanecía aletargado al pie de la pared, el Destino envió hacia allí, en
busca de alguna ganga, a un ladrón entre los ladrones audaces, que, después de dar vuelta a la
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casa sin encontrar salida, llegó al sitio en que dormía Alischar. Y se inclinó hacia éste, y tentado
por la riqueza de su traje, le robó hábilmente el hermoso turbante y el albornoz, y se los puso
enseguida. En el mismo momento vio que se abría la ventana y oyó silbar a alguien. Miró, y vio una
forma de mujer que le hacía señas y silbaba. Era Zumurrud, que le tomaba por Alischar.
Al ver aquello, el ladrón, aunque sin saber lo que significaba, pensó: "¡Me convendrá
contestar!" Y silbó. Enseguida salió Zumurrud por la ventana y saltó a la calle con la ayuda de una
cuerda. Y el ladrón que era un mozo robusto, la cogió a cuestas y se alej con la rapidez de un
relámpago. .
Cuando Zumurrud vió que su acompañante tenía tanta fuerza, se asombró mucho, y le dijo:
"Amado Alischar, la vieja me había dicho que apenas podías moverte por lo que te habían
debilitado la pena y el temor. ¡Pero veo que estás más fuerte que un caballo!" Pero como el ladrón
no contestaba y corría con mayor celeridad, Zumurrud le pasó la mano por la cara y se la encontró
erizada de pelos más duros que la escoba del hammam, de tal modo que parecía un cerdo
que se hubiera tragado una gallina, cuyas plumas se le salieran por la boca.
Al encontrarse con aquello, la joven sintió un terror espantoso, y empezó a darle golpes en la
cara, gritando: "¿Quién eres y qué eres?" Y como en aquel momento estaban ya lejos de las
casas, en campo raso invadido por la noche y la soledad, el ladrón se detuvo un momento, dejó en
el suelo a la joven, y gritó: "¡Soy Djiwán el kurdo, el compañero más terrible de la gavilla de Ahmad
Ed-Danaf!”
“ ¡Somos cuarenta mozos que llevamos mucho tiempo privados de carne fresca! ¡La noche
próxima será la más bendita de tus noches, pues todos te cabalgaremos sucesivamente, y te
pisaremos el vientre, y nos revolcaremos entre tus muslos, y le haremos dar vueltas a tu capullo
hasta por la mañana!”
Cuando Zumurrud oyó semejantes palabras de su raptor comprendió todo lo horrible de su
situación, y se echó a llorar, golpeándose el rostro y deplorando el error que la había entregado a
aquel bandido perpetrador de violencias y a sus cuarenta compañeros. Y después, viendo que su
destino aciago la perseguía y que no podía luchar contra él, se dejó llevar de nuevo por su raptor
sin oponer resistencia y se contentó con suspirar: "¡No hay más Dios que Alah! ¡Me refugio en El!
¡Cada cual lleva su Destino atado al cuello, y haga lo que quiera, no puede alejarse de él! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 323ª NOCHE
Ella dijo:
"... Cada cual lleva su Destino atado al cuello, y haga lo que quiera, no puede alejarse de él!”
El terrible kurdo Djiwán se echó de nuevo a cuestas a la joven, y siguió corriendo hasta una
caverna oculta entre rocas, donde habían establecido su domicilio la gavilla de los cuarenta y su
jefe. Arreglaba allí la casa de los ladrones y les preparaba la comida una vieja, que era
precisamente la madre del raptor de Zumurrud. Ella fue la que al oír la seña convenida salió a la
entrada de la caverna a recibir a su hijo con la capturada. Djiwán entregó la persona de Zumurrud
a su madre, y le dijo: "Cuida bien de esta gacela hasta mi regreso, pues voy a buscar a mis
compañeros para que la cabalguen conmigo. Pero como no hemos de volver hasta mañana a
mediodía, porque tenemos que realizar algunas proezas, te ruego que la alimentes bien, para que
pueda soportar nuestras cargas y nuestros asaltos". Y se fue.
Entonces la vieja se acercó a Zumurrud y le dió de beber, v le dijo: "hija mía, ¡qué dichosa
serás cuando penetren pronto en tu centro cuarenta mozos robustos, sin contar al jefe, que él solo
es tan fuerte como todos los demás juntos! ¡Por Alah! ¡qué suerte tienes con ser joven y deseable!"
Zumurrud no pudo contestar, y envolviéndose la cabeza con el velo, se tendió en el suelo y así
permaneció hasta por la mañana.
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La noche la había hecho reflexionar, cobró ánimos y dijo para sí: "¿En qué indiferencia
condenable caigo al presente? ¿Voy a aguardar sin moverme la llegada de esos cuarenta
bandoleros perforadores, que me estropearán al taladrarme y me llenarán como el agua llena un
buque hasta hundirlo en el fondo del mar? ¡No, por Alah! ¡Salvaré mi alma y no les entregaré mi
cuerpo!"
Y como ya era día claro, se acercó a la vieja, y besándole la mano, le dijo: "Esta noche he
descansado bien, mi buena madre, y me siento con muchos ánimos y dispuesta a honrar a mis
huéspedes. ¿Qué haremos ahora para pasar el tiempo hasta que lleguen? ¿Quieres, por ejemplo,
venir conmigo al sol, y dejar que te despioje y te peine el pelo, buena madre?"
La vieja contestó: "¡Por Alah! ¡Excelente ocurrencia, hija mía, pues desde que estoy en esta
caverna no me he podido lavar la cabeza, y sirve ahora de habitación a todas las clases de piojos
que se alojan en la cabellera de las personas y en los pelos de los animales! Y cuando anochece,
salen de mi cabeza y circulan en tropel por todo mi cuerpo. Y los tengo blancos y negros, grandes
y chicos. Hay algunos, hija mía, que tienen un rabo muy largo, y se pasean hacia atrás,
y otros de olor más fétido que los follones y los cuescos más hediondos.
Si consigues librarme de esos animales maléficos, tu vida conmigo será muy dichosa". Y salió
con Zumurrud fuera de la caverna, y se acurrucó al sol, quitándose el pañuelo que llevaba a la
cabeza. Y entonces pudo ver Zumurrud que había allí todas las variedades de piojos conocidas y
otras más. Sin perder valor, empezó a quitarlos a puñados y a peinar los cabellos por la raíz con
espinas gordas; y cuando no quedó más que una cantidad normal de aquellos piojos, se puso a
buscarlos con dedos ágiles y numerosos y a aplastarlos entre dos uñas, según se acostumbraba. Y
alisó la cabellera con suavidad, con tanta suavidad, que la vieja se sintió invadida de un modo
delicioso por la tranquilidad de su propia piel limpia, y acabó por dormirse profundamente.
Sin perder tiempo, Zumurrud se levantó y corrió a la caverna, en la cual cogió y se puso ropa
de hombre; y se rodeó la cabeza con un turbante hermoso, que procedía de un robo hecho por los
cuarenta, y salió por allí a escape para dirigirse a un caballo robado también, que por allí pacía con
los pies trabados; le puso silla y riendas, saltó encima a horcajadas y salió a galope en línea recta,
invocando al Dueño de la salvación.
Galopó sin descanso hasta que anocheció; y al amanecer siguiente reanudó la carrera, sin
parar más que alguna que otra vez para descansar, comer alguna raíz y dejar pacer al caballo. Y
así prosiguió durante diez días y diez noches.
Por la mañana del undécimo día salió al cabo del desierto que acababa de atravesar y llegó a
una verde pradera por donde corrían hermosas aguas y alegraba la vista el espectáculo de
frondosos árboles, de umbrías y de rosas y flores que un clima primaveral hacía brotar a millares;
allí jugueteaban también aves de la creación y pastaban rebaños de gacelas v de animales muv
lindos.
Zumurrud descansó una hora en aquel sitio delicioso, y luego montó de nuevo a caballo, y
siguió un camino muy hermoso que corría por entre masas de verdor y llevaba a una gran ciudad
cuyos alminares brillaban al sol en lontananza.
Cuando estuvo cerca de los muros y de la puerta de la ciudad vio una muchedumbre inmensa,
que al distinguirla empezó a lanzar gritos delirantes de alegría y triunfo, y en seguida salieron de la
puerta y fueron a su encuentro emires a caballo y personajes y jefes de soldados, que se
prosternaron y besaron la tierra con muestras de sumisión de súbditos a su rey, mientras por todas
partes brotaba este clamor inmenso de la multitud delirante: "¡Dé Alah la victoria a nuestro sultán!
¡Traiga tu feliz venida la bendición al pueblo de los musulmanes, oh rey del universo! ¡Consolide
Alah tu reinado, oh rey nuestro!" Y al mismo tiempo millares de guerreros a caballo se formaron en
dos filas para separar y contener a las masas en el límite del entusiasmo, y un pregonero público,
encaramado en un camello ricamente enjaezado, anunciaba al pueblo a toda voz la feliz llegada de
su rey.
Pero Zumurrud, disfrazada de caballero, no entendía lo que podía significar todo aquello, y
acabó por preguntar a los grandes dignatarios, que habían cogido por cada lado las riendas del
caballo: "¿Qué pasa, distinguidos señores, en vuestra ciudad? ¿Y qué me queréis?" Entonces, de
entre todos ellos se adelantó un gran chambelán, que, tras de inclinarse hasta el suelo, dijo a
Zumurrud:
"El Donador, ¡oh dueño nuestro! ¡no contó sus gracias al otorgárselas! ¡Loor se le dé! ¡Te trae
de la mano hasta nosotros para colocarte como nuestro rey sobre el trono de este reino! ¡Loor a El,
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que nos da un rey tan joven y tan bello, de la noble raza de los hijos de los turcos de rostro
brillante! ¡Gloria a El! Porque si nos hubiera enviado algún mendigo o cualquier otra persona de
poco más o menos, nos habríamos visto obligados también a aceptarlo por nuestro rey y a rendirle
pleitesía y homenaje. Sabe, en efecto ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 324ª NOCHE
Ella dijo:
"...Sabe, en efecto, que la costumbre de los habitantes de esta ciudad, cuando muere nuestro
rey sin dejar hijo varón, es dirigirnos a esta carretera y aguardar la llegada del primer caminante
que nos envía el Destino para elegirle como rey y saludarle como a tal. ¡Y hoy hemos tenido la
dicha de encontrarte a ti, el más hermoso de los reyes de la tierra y el único de tu siglo y de todos
los siglos!"
Y Zumurrud, que era una mujer de seso y de excelentes ideas, no se desconcertó con noticia
tan extraordinaria, y dijo al gran chambelán y a los demás dignatarios: "¡Oh vosotros todos, fieles
súbditos míos desde ahora, no creáis de todos modos que yo soy algún turco de oscuro nacimiento
o hijo de algún plebeyo! ¡Al contrario! ¡Tenéis delante de vosotros a un turco de elevada estirpe
que ha huido de su país y de su casa después de haber reñido con su familia, y ha resuelto
recorrer el mundo buscando aventuras! ¡Y como precisamente el Destino me hace dar con una
ocasión bastante propicia para ver algo nuevo, consiento en ser vuestro rey!"
Y enseguida se puso a la cabeza de la comitiva, y entre las aclamaciones y gritos de júbilo de
todo el pueblo, hizo su entrada triunfal en la ciudad.
Al llegar a la puerta principal de palacio, los emires y chambelanes se apearon, y la
sostuvieron por debajo de los brazos, y la ayudaron a bajar del caballo, y la llevaron en brazos al
gran salón de recepciones; y después de revestirla con los atributos regios, la hicieron sentar en el
trono de oro de los antiguos reyes. Y todos juntos se prosternaron y besaron el suelo entre sus
manos, pronunciando el juramento de sumisión.
Entonces Zumurrud inauguró su reinado mandando abrir los tesoros regios acumulados
durante siglos, y mandó sacar cantidades considerables, que repartió entre los soldados, los
pobres y los indigentes. Así es que el pueblo la amó e hizo votos por la duración de su reinado. Y
además Zumurrud tampoco se olvidó de regalar gran cantidad de ropas de honor a los dignatarios
de palacio, y otorgar mercedes a los emires y chambelanes, así como a sus esposas y a todas las
mujeres del harem. Además abolió el cobro de impuestos, los consumos y las contribuciones, y
mandó libertar a los presos, y corrigió todos los males. Y de tal modo ganó el afecto de grandes y
chicos, que todos la tenían por hombre, y se maravillaron de su continencia y castidad cuando
supieron que nunca entraba en el harem ni se acostaba jamás con sus mujeres. En efecto, no
quiso tener de noche más servicio particular que el de sus lindos eunucos, que dormían
atravesados delante de su puerta.
Lejos de ser dichosa, Zumurrud no hacía más que pensar en su amado Alischar, de quien no
tuvo noticias, no obstante todas las investigaciones que mandó hacer secretamente. Y no cesaba
de llorar cuando estaba sola, ni de rezar y ayunar para atraer la bendición de Alah sobre Alischar y
lograr volverle a ver sano y salvo después de la ausencia. Y así pasó un año y todas las mujeres
del palacio levantaban los brazos, desesperadas, y exclamaban: "¡Qué desgracia para nosotras
que el rey sea tan devoto y casto!"
Al cabo del año, Zumurrud tuvo una idea y quiso ejecutarla inmediatamente. Mandó llamar a
visires y chambelanes, y les ordenó que los arquitectos e ingenieros abrieran un vasto meidán, de
una parasanga de ancho y largo, y que construyeran en medio de un magnífico pabellón con
cúpula, que había de tapizarse ricamente para colocar un trono, y tantos asientos como dignatarios
había en palacio.
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Se ejecutaron en muy poco tiempo las órdenes de Zumurrud. Y trazado el meidán, y levantado
el pabellón, y dispuestos el trono y los asientos en el orden jerárquico, Zumurrud convocó a todos
los grandes de la ciudad y del palacio, y les ofreció un banquete tal, que ningún anciano recordaba
de otro parecido. Y al final del festín, Zumurrud se volvió hacia los invitados y les dijo: "¡En
adelante, durante todo mi reinado, os convocaré en este pabellón a principios de cada mes, y os
sentaréis en vuestros sitios, y convocaré asimismo a todo el pueblo, para que tome parte en el
banquete, y coma y beba, y dé gracias al Donador por sus dones!" Y todos le contestaron oyendo y
obedeciendo. Y entonces añadió: "¡Los pregoneros públicos llamarán a mi pueblo al festín y les
advertirán que será ahorcado quien se niegue a venir!"
Y al principio del mes los pregoneros públicos recorrieron las calles, gritando: "¡Oh vosotros
todos, mercaderes y compradores, ricos y pobres, hambrientos y hartos, por orden de nuestro
señor el rey, acudid al pabellón del meidán! ¡Comeréis y beberéis y bendeciréis al Bienhechor! ¡Y
será ahorcado quien no vaya! ¡Cerrad las tiendas y dejad de vender y comprar! ¡El que se niegue
será ahorcado!"
A esta invitación, la muchedumbré acudió y se hacinó en el pabellón, estrujándose en medio
del salón unos a otros, mientras el rey permanecía sentado en el trono, y a su alrededor, en los
sitios respectivos, aparecían colocados jerárquicamente los grandes y dignatarios. Y todos
empezaron a comer toda clase de cosas excelentes, como carneros asados, arroz con manteca, y
sobre, todo el excelente manjar llamado "kisek", preparado con trigo pulverizado y leche
fermentada. Y mientras comían, el rey los examinaba atentamente uno tras otro, y durante tanto
tiempo, que cada cual decía a su vecino: "¡Por Alah! ¡No sé por qué me mira el rey con esa
obstinación!" Y entretanto, los grandes y dignatarios no dejaban de alentar a toda aquella gente,
diciéndole: "¡Comed sin cortedad y hartaos! ¡El mayor gusto que le podéis dar al rey es
demostrarle vuestro apetito!" Y ellos decían: "¡Por Alah! ¡En toda la vida no hemos visto un rey que
quisiera tan bien a su pueblo! "
Y entre los glotones que comían con más ardiente voracidad haciendo desaparecer en su
garganta fuentes enteras, estaba el miserable cristiano Barssum que durmió a Alischar y raptó a
Zumurrud, ayudado por su hermano el viejo Rachideddín. Cuando Barssum acabó de comer la
carne y los manjares con manteca o grasa, vio una fuente colocada fuera de su alcance, llena de
un admirable arroz con leche cubierto de azúcar fino y canela; atropelló a todos los vecinos y
agarró la fuente, que atrajo a sí y colocó debajo de su mano, y cogió un enorme pedazo, que se
metió en la boca. Escandalizado entonces uno de sus vecinos, le dijo...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 325ª NOCHE
Ella dijo:
..Escandalizado entonces uno de sus vecinos, le dijo: "¿No te da vergüenza tender la mano
hacia lo que está lejos de tu alcance y apoderarte de una fuente tan grande para ti solo? ¿Ignoras
que la educación nos enseña a no comer más que lo que tenemos delante?" Y otro añadió: "¡Ojalá
que ese manjar te pese en la barriga y te trastorne las tripas!" Y otro muy chistoso, gran aficionado
al haschich, le dijo: "¡Eh, por Alah! ¡Repartamos! ¡Acerca eso, que tome yo un bocado, o dos o
tres!"
Pero Barssum le dirigió una mirada despreciativa, y le gritó con violencia: "¡Ah maldito
devorador de haschich! ¡Este noble manjar no se ha hecho para tus mandíbulas! ¡Está destinado al
paladar de los emires y gente delicada!"
Y se preparaba a meter otra vez los dedos en la deliciosa pasta, cuando Zumurrud, que lo
observaba hacía un rato, lo conoció, y mandó hacia él a cuatro guardias diciéndoles: "¡Id en
seguida a apoderaros de ese individuo que come arroz con leche, y traédmelo!" Y los cuatro
guardias se precipitaron sobre Barssum, le arrancaron de entre los dedos el bocado que iba a
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tragar, le echaron de cara contra el suelo y le arrastraron por las piernas hasta delante del rey,
entre los espectadores asombrados, que enseguida dejaron de comer, cuchicheando unos junto a
otros: "¡Eso es lo que se saca por ser glotón y apoderarse de la comida de los demás!". Y el
comedor de haschich dijo a los que le rodeaban: "¡Por Alah! ¡qué bien he hecho en no comer con
él ese excelente arroz con leche! ¡Quién sabe el castigo que le darán!" Y todos empezaron a mirar
atentamente lo que iba a ocurrir.
Zumurrud, con los ojos encendidos por dentro, preguntó al hombre: "Dime, hombre de malos
ojos azules, ¿cómo te llamas y cuál es el motivo de tu venida a este país?" El miserable cristiano,
que se había puesto turbante blanco, privilegio de los musulmanes, dijo: "¡Oh nuestro señor el rey,
me llamo Alí y tengo el oficio de pasamanero. He venido a este país a ejercer mi oficio y a ganarme
la vida con el trabajo de mis manos!".
Entonces Zumurrud dijo a uno de sus eunucos: "¡Ve pronto a buscar en mi mesa la arena
adivinatoria y la pluma de cobre que me sirve para trazar las líneas geománticas!" Y en cuanto se
ejecutó su orden, Zumurrud extendió cuidadosamente la arena adivinatoria en la superficie plana
de la mesa, y con la pluma de cobre trazó la figura de un mono y algunos renglones de caracteres
desconocidos. Después de lo cual recapacitó profundamente un rato, levantó de pronto la cabeza y
con voz terrible que fue oída por toda la muchedumbre le gritó al miserable: "¡Oh perro! ¿cómo te
atreves a mentir a los reyes? ¿No eres cristiano y no te llamas Barssum? ¿Y no has venido a este
país para buscar una esclava raptada por ti en otro tiempo? ¡Ah perro! ¡Ah maldito! ¡Ahora mismo
vas a confesar la verdad que me acaba de revelar tan claramente la arena adivinatoria!"
Aterrado el cristiano al oír estas palabras cayóse al suelo juntando las manos, y dijo: "¡Perdón,
oh rey del tiempo! ¡no te engañas! ¡En efecto (preservado seas de todo mal), soy un innoble
cristiano y vine aquí con la intención de apoderarme de una musulmana a quien rapté y que huyó
de nuestra casa!".
Entonces Zumurrud en medio de los murmullos de admiración de todo el pueblo, que decía:
"¡Ualah! ¡no hay en el mundo un geomántico lector de arena comparable con nuestro rey!"; llamó al
verdugo y a sus ayudantes y les dijo: "Llevaos a ese miserable perro fuera de la ciudad, desolladle
vivo, rellenadle con hierba de la peor calidad y volved y clavad la piel en la puerta del meidán !
En cuanto al cadáver, hay que quemarlo con excrementos secos y enterrar en el albañal lo
que sobre". Y contestaron oyendo y obedeciendo, y se llevaron al cristiano, y lo ejecutaron según
la sentencia, que al pueblo le pareció llena de justicia y cordura.
Los vecinos que habían visto al miserable comer el arroz con leche no pudieron dejar de
comunicarse mutuamente sus impresiones. Uno dijo: "¡Ualah! ¡En mi vida volveré a dejarme tentar
por ese plato, aunque me gusta en extremo! ¡Trae mala sombra!" Y el comedor de haschich
exclamó, agarrándose el vientre porque tenía cólico de terror: "¡ Ualah ! ¡Mi buen destino me ha
librado de tocar a ese maldito arroz con canela!" ¡Y todos juraron no volver a pronunciar ni el
nombre del arroz con leche!
A todo esto, entró un hombre de aspecto repulsivo, que se adelantó rápidamente, atropellando
a todo el que hallaba a su paso, y viendo todos los sitios ocupados menos alrededor de la fuente
del arroz con leche, se acurrucó delante de ella y en medio del espanto general se dispuso a
tender la mano para comerlo.
Y Zumurrud enseguida conoció que aquel hombre era su raptor, el terrible Djiwán el kurdo, uno
de los cuarenta de la gavilla de Ahmad Ed-Danaf. El motivo que lo llevaba a la ciudad no era otro
que buscar a la joven, cuya fuga le había inspirado un furor espantoso cuando estaba ya
preparado a cabalgarla con sus compañeros. Y se había mordido la mano de desesperación y
había jurado que la encontraría, aunque estuviera escondida detrás del monte Cáucaso, u oculta
como el alfónsigo en la cáscara. Y había salido a buscarla, y había acabado de llegar a la ciudad
consabida, y por entrar con los demás en el pabellón para que no le ahorcaran...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana. v se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 326ª NOCHE
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Ella dijo:
... y entrar con los demás en el pabellón para que no le ahorcaran. Sentóse, pues, ante la
fuente de arroz con leche y metió toda la mano en medio. Y entonces por todas partes le gritaron:
"¡Eh! ¿Qué vas a hacer? ¡Ten cuidado! ¡Te van a desollar vivo! ¡No toques a esa fuente, que es de
mala sombra!" Pero el hombre les dirigió miradas terribles y les gritó: "¡Callaos vosotros! ¡Quiero
comer de este plato y llenarme la barriga! ¡Me gusta el arroz con leche!" Y le dijeron otra vez: "¡Que
te ahorcarán y te desollarán!" Y por toda contestación se acercó más a la fuente, en la cual ya
había metido la mano, y se inclinó hacia ella. Al verlo el comedor de haschich, que era el que tenía
más cerca, se escapó asustado y libre ya de los vapores de haschich, para sentarse más lejos,
protestando de que no tenía nada que ver con lo que ocurriera.
Y Djiwán el kurdo, después de haber metido en la fuente la mano negra como la pata del
cuervo, la sacó enorme y pesada como el pie de un camello. Redondeó en la palma el prodigioso
pedazo que había sacado, hizo con él una bola tan gorda como una cidra, y con un movimiento
giratorio se la arrojó al fondo de la garganta, en donde se hundió con el estruendo de un trueno o
con el ruido de una cascada en una caverna sonora, hasta el punto de que la cúpula del pabellón
resonó con un eco sonoro que hubo de repetir saltando y rebotando. ¡Y fue tal la huella dejada en
la masa de donde se sacó el pedazo, que se vio el fondo de la enorme fuente!
Al percibir aquello, el comedor de haschich levantó los brazos y exclamó: "¡Alah nos proteja!
¡Se ha tragado la fuente de un solo bocado! ¡Gracias a Alah que no me creó arroz con leche o
canela u otra cosa semejante entre sus manos!" Y añadió: "¡Dejémosle comer a su gusto, pues ya
veo que se le dibuja en la frente la imagen del desollado y ahorcado que ha de ser!".
Y se puso más lejos del alcance de la mano del kurdo, gritándole: "¡Así se te pare la digestión
y te ahogue, espantoso abismo!'' Pero el kurdo, sin hacer caso de lo que decían a su alrededor,
metió otra vez los dedos, gordos como estacas, en la masa tierna, que entreabrió con un crujido
sordo, y los sacó con una bola como una calabaza en las puntas, y le estaba dando vueltas en la
palma antes de tragarla cuando Zumurrud dijo a los guardias: "¡Traedme pronto al del arroz, antes
de que se trague el bocado!". Y los guardias saltaron sobre el kurdo, que no los veía por tener la
mitad del cuerpo encorvado encima de la fuente. Y le derribaron con agilidad, le ataron las manos
a la espalda y le llevaron a presencia del rey, mientras decían los circunstantes: "El se empeñó en
perderse. ¡Ya le habíamos aconsejado que se abstuviera de tocar a ese nefasto arroz con leche!"
Cuando le tuvo delante, Zumurrud, le preguntó: "¿Cuál es tu nombre? ¿Cuál es tu oficio? ¿Y
qué causa te ha impulsado a venir a esta ciudad?" El otro contestó: "Me llamo Othman, y soy
jardinero. Respecto al motivo de mi venida, busco un jardín en donde trabajar para comer".
Zumurrud exclamó: "¡Que me traigan la mesa de arena y la pluma de cobre!" Y cuando tuvo ambos
objetos, trazó caracteres y figuras con la pluma en la arena extendida, reflexionó y calculó una
hora, después levantó la cabeza y dijo: "¡Desdicha sobre ti, miserable embustero! ¡Mis cálculos
sobre la mesa de arena me enteran que en realidad te llamas Djiwán el kurdo, y que tu oficio es el
de bandolero, ladrón y asesino! ¡Ah cerdo, hijo de perro y de mil zorras! ¡Confiesa enseguida la
verdad o lo harás a golpes!"
Al oír estas palabras del rey -del cual no podía sospechar que fuese la joven robada poco
antes por él-, palideció, le temblaron las mandíbulas y los labios se le contrajeron, dejando al
descubierto unos dientes que parecían de lobo o de otra alimaña silvestre. Después intentó salvar
la cabeza declarando la verdad, y dijo: "¡Cierto es cuanto dices, oh rey! ¡Pero me arrepiento ante ti
ahora mismo, y en adelante seguiré el buen camino!" Mas Zumurrud le dijo: "¡Me es imposible
dejar vivir en el camino de los musulmanes a una fiera dañina!"
Después ordenó: "¡Que se lo lleven y le desuellen vivo y le rellenen de paja para clavarle a la
puerta del pabellón, y sufra su cadáver la misma suerte que el cristiano!"
Cuando el comedor de haschich vio que los guardias se llevaban a aquel hombre, se levantó y
se volvió de espaldas a la fuente de arroz, y dijo: "¡Oh arroz con leche, salpicado con azúcar y
canela, te vuelvo la espalda, porque no te juzgo, malhadado manjar, digno de mis miradas, ni casi
de mi trasero! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
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PERO CUANDO LLEGO LA 327ª NOCHE
Ella dijo:
"...porque no te juzgo malhadado manjar, digno de mis miradas, ni casi de mi trasero! ¡Te
escupo encima y abomino de ti!"
Y nada más por lo que a él respecta.
Veamos en cuanto al tercer festín. Como en las dos circunstancias anteriores, los pregoneros
vocearon el mismo anuncio, y se hicieron iguales preparativos; y el pueblo se congregó en el
pabellón, los guardias se colocaron ordenadamente, y el rey se sentó en el trono. Y todo el mundo
se puso a comer, a beber y a regocijarse, y la multitud se amontonaba por todas partes, menos
delante de la fuente de arroz con leche, que permanecía intacta en medio del salón, mientras todos
los comensales le volvían la espalda. Y de pronto entró un hombre de barbas blancas, se dirigió
hacia aquel lado y se sentó para comer, a fin de que no lo ahorcaran. Y Zumurrud le miró, y vio que
era el viejo Rachideddín, el miserable cristiano que la había hecho raptar por su hermano Barssum.
Efectivamente; como Rachideddín vió que pasaba un mes sin que volviera su hermano, al cual
había enviado en busca de la joven desaparecida, resolvió partir en persona para tratar de dar con
ella y el Destino le llevó a aquella ciudad hasta aquel pabellón, delante de la fuente de arroz con
leche.
Al reconocer al maldito cristiano, Zumurrud dijo para sí: "¡ Por Alah! ¡Este arroz con leche es
un manjar bendito, pues me hace encontrar a todos los seres maléficos! Tengo que mandarlo
pregonar algún día por toda la ciudad como manjar obligatorio para todos los ciudadanos. ¡Y
mandaré ahorcar a quienes no les guste!.
Entretanto ,voy a emprenderla con ese viejo criminal!" Y dijo a los guardias: "¡Traedme al del
arroz!" Y los guardias, acostumbrados ya, vieron al hombre, en seguida se precipitaron sobre él y
le arrastraron por las barbas a presencia del rey, que le preguntó: "¿Cómo te llamas? ¿Cuál es tu
profesión? ¿Y por qué has venido aquí?" El contestó: "¡Oh rey afortunado, me llamo Rustem, pero
no tengo más profesión que la de pobre, la de derviche!" Zumurrud gritó: "¡Tráiganme la arena y la
pluma!" Y se las llevaron. Y después de haber extendido ella la arena y haber trazado figuras y
caracteres, estuvo reflexionando una hora, al cabo de la cual levantó la cabeza y dijo: "¡Mientes
delante del rey, maldito! ¡Te llamas Rachideddín, y tu profesión consiste en mandar raptar
traidoramente a las mujeres de los musulmanes para encerrarlas en tu casa; en apariencia
profesas la fe del Islam, pero en el fondo del corazón eres un miserable cristiano corrompido por
los vicios! ¡Confiesa la verdad, o tu cabeza saltará ahora mismo a tus pies!" Y el miserable,
aterrado, creyó salvar la cabeza confesando sus crímenes y actos vergonzosos. Entonces
Zumurrud dijo a los guardias: "¡Echadle al suelo y dadle mil palos en cada planta de los pies!" Y así
se hizo inmediatamente. Entonces dijo Zumurrud: "¡Ahora lleváoslo, desolladle, rellenadle con
hierba podrida y clavadle con los otros dos a la entrada del pabellón. ¡Y sufra su cadáver la misma
suerte que la de los otros dos perros!" Y en el acto se ejecutó todo.
Después, todo el mundo reanudó la comida, haciéndose lenguas de la sabiduría y ciencia
adivinatoria del rey y ponderando su justicia y equidad.
Terminado el festín, el pueblo se fue y la reina Zumurrud volvió a palacio. Pero no era feliz en
su intimidad, y decía para sí: "¡Gracias a Alah, que me ha apaciguado el corazón ayudándome a
vengarme de quienes me hicieron daño! ¡Pero todo ello no me devuelve a mi amado Alischar! ¡Sin
embargo, el Altísimo es al mismo tiempo el Todopoderoso, y puede hacer cuanto quiera en
beneficio de quienes le adoran y lo reconocen como único Dios!" Y conmovida al recordar a su
amado, derramó abundantes lágrimas toda la noche, y después se encerró con su dolor hasta
principios del mes siguiente.
Entonces el pueblo se reunió otra vez para el banquete acostumbrado, y el rey y los
dignatarios tomaron asiento, como solían, bajo la cúpula. Y había empezado ya el banquete, y
Zumurrud había perdido la esperanza de volver a ver a su amado, y rezaba interiormente esta
oración: "¡Oh tú que devolviste a lussuf a su anciano padre Jacob, que curaste las llagas incurables
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del santo Ayub, abrígame en tu bondad, que vuelva a ver también a mi amado Alischar! ¡Eres el
Omnipotente, oh señor del universo! ¡Tú que llevas al buen camino a quienes se descarrían, tú que
escuchas todas las voces, y atiendes a todos los votos, y haces que el día suceda a la noche,
devuélveme a tu esclavo Alischar!"
Apenas formuló interiormente aquella invocación, entró un joven por la puerta del meidán, y su
cintura flexible se plegaba como se balancea la rama del sauce a impulso de la brisa. Era hermoso
cual la luz es hermosa, pero parecía delicado y algo fatigado y pálido. Buscó por doquiera un sitio
para sentarse y no encontró libre más que el cercano a la fuente del consabido arroz con leche. Y
allí se sentó, y le seguían las miradas espantadas de quienes le creían perdido, y ya lo veían
desollado y ahorcado.
Y a la primera mirada conoció Zumurrud a Alischar. Y el corazón le empezó a palpitar
apresuradamente y le faltó poco para exhalar un grito de júbilo. Pero logró vencer aquel
movimiento irreflexivo para no traicionarse a sí misma delante del pueblo. Sin embargo, era presa
de intensa emoción, y las entrañas se le agitaban y el corazón le latía cada vez con más fuerza.
Y quiso tranquilizarse por completo antes de llamar a Alischar.
He aquí lo ocurrido a éste. Cuando se despertó...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 328ª NOCHE
Ella dijo:
... Cuando se despertó ya era de día, y los mercaderes empezaban a abrir el zoco. Asombrado
Alischar al verse tendido en aquella calle, se llevó la mano a la frente, y vio que había
desaparecido el turbante, lo mismo que el albornoz. Entonces empezó a comprender la realidad, y
corrió muy alborotado a contar su desventura a la buena vieja, a quien rogó que fuera a averiguar
noticias. Ella consintió de grado y salió para volver al cabo de una hora con la cara y la cabellera
trastornada, a enterarle de la desaparición de Zumurrud y decirle: "Creo, hijo mío, que ya puedes
renunciar a volver a ver a tu amada. ¡En las calamidades, no hay fuerza ni recurso más que en
Alah Omnipotente! ¡Todo lo que te ocurre es por culpa tuya!"
Al oír esto, Alischar vio que la luz se convertía en tinieblas en sus ojos, y desesperó de la vida
y deseó morir, y se echó a llorar y sollozar en brazos de la buena vieja, hasta que se desmayó.
Después, a fuerza de cuidados, recobró el sentido; pero fue para meterse en la cama, presa de
una grave enfermedad que le hizo padecer insomnios, y sin duda le habría llevado directamente a
la tumba, si la buena anciana no le hubiera querido, cuidado y alentado. Muy enfermo estuvo un
año entero, sin que la vieja le dejara un momento; le daba las medicinas y le cocía el alimento, y le
hacía respirar los perfumes vivificadores. Y en un estado de debilidad extrema, se dejaba cuidar, y
recitaba versos muy tristes sobre la separación, como estos entre otros mil:
IAcumúlanse las zozobras, se aparta el amor, corren las lágrimas y el corazón arde!
¡El peso del dolor cae sobre una espalda que no puede soportarlo, sobre un corazón
extenuado por el deseo de amar, por la pasión sin rumbo y por las continuadas vigilias!
¡Señor! ¿queda algún medio de ayudarme? ¡Apresúrate a socorrerme, antes de que el
último aliento de vida se exhale de un cuerpo agotado!
En tal estado permaneció Alischar sin esperanza de restablecerse, lo mismo que sin
esperanza de volver a ver a Zumurrud, y la buena vieja no sabía cómo sacarle de aquel letargo,
hasta que un día le dijo: "¡Hijo mío, el modo de volver a encontrar a tu amiga no es seguir
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lamentándote sin salir de casa! Si quieres hacerme caso, levántate y repón tus fuerzas, y sal a
buscarla por las ciudades y comarcas. ¡Nadie sabe por qué camino puede venir la salvación! ' Y no
dejó de alentarle de tal manera ni de darle esperanza, hasta que le obligó a levantarse y a entrar
en el hammam, en el cual ella misma le bañó, y le hizo tomar sorbetes y comerse un pollo. Y le
estuvo cuidando de la misma manera un mes, hasta que le dejó en situación de poder viajar.
Entonces Alischar se despidió de la anciana y se puso en camino para buscar a Zumurrud.
Y así fue como acabó por llegar a la ciudad en donde Zumurrud era rey, y por entrar en el
pabellón del festín, y sentarse delante de la fuente de arroz con leche salpicado de azúcar y
canela.
Como tenía mucha hambre, se levantó las mangas hasta los codos, dijo la fórmula "Bismilah",
y se dispuso a comer. Entonces, sus vecinos, compadecidos al ver el peligro a que se exponía, le
advirtieron que seguramente le ocurriría alguna desgracia si tenía la mala suerte de tocar aquel
manjar. Y como se empeñaba en ello, el comedor de haschich le dijo: "¡Mira que te desollarán y
ahorcarán!"
Y Alischar contestó: "¡Bendita sea la muerte que me libre de una vida llena de infortunios!
¡Pero antes probaré este arroz con leche!" Y alargó la mano y empezó a comer con gran apetito.
Eso fue todo.
Y Zumurrud, que lo observaba muy conmovida. dijo para sí: "¡Quiero empezar por dejarlo
saciar el hambre antes de llamarle!" Y cuando vió que había acabado de comer y que había
pronunciado la fórmula ¡Gracias a Alah!", dijo a los guardias: "Id a buscar afablemente a ese joven
que está sentado delante de la fuente de arroz con leche, y rogadle con muy buenos modales que
venga a hablar conmigo, diciéndole: "¡El rey te llama para hacerte una pregunta y una respuesta,
nada más!"
Y los guardias fueron y se inclinaron ante Alischar, y le dijeron: "¡Señor, nuestro rey te llama
para hacerte una pregunta y una respuesta, nada más!" Alischar contestó: "¡Escucho y obedezco!"
Y se levantó y les acompañó junto al rey.
En tanto, la gente del pueblo hacía entre sí mil conjeturas. Unos decían: "¡Qué desgracia para
su juventud! ¡Dios sabe lo que le ocurrirá!" Pero otros contestaban: "Si fueran a hacerle algo malo,
el rey no le habría dejado comer hasta hartarse. ¡Le hubiera mandado prender al primer bocado!" Y
otros decían: "¡Los guardias no le llevaron arrastrándole por los pies ni por la ropa! ¡Le
acompañaron siguiéndole respetuosamente a distancia!"
Entretanto, Alischar se presentaba delante del rey. Allí se inclinó y besó la tierra entre las
manos del rey, que le preguntó con voz temblorosa y muy dulce: "¿Cómo te llamas, ¡oh hermoso
joven!? ¿Cuál es tu oficio? ¿Y qué motivo te ha obligado a dejar tu país por estas comarcas
lejanas?"
El contestó: "¡Oh rey afortunado! me llamo Alischar, hijo de Gloria, y soy vástago de un
mercader en el país de Khorasán. Mi profesión era la de mi padre; pero hace tiempo que las
calamidades me hicieron renunciar a ella. En cuanto al motivo de mi venida a este país...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 329ª NOCHE
Ella dijo:
"... En cuanto al motivo de mi venida a este país ha sido la busca de una persona amada a
quien he perdido, y a quien quería más que a mi vida, a mis oídos y a mi alma. ¡Y tal es mi
lamentable historia!" Y Alischar, al terminar estas palabras, prorrumpió en llanto, y se puso tan
malo, que se desmayó.
Entonces, Zumurrud, en el límite del enternecimiento, mandó a sus dos eunucos que le
rociaran la cara con agua de rosas. Y los dos esclavos ejecutaron enseguida la orden, y Alischar
volvió en sí al oler el agua de rosas. Entonces Zumurrud dijo: "¡Ahora, que me traigan la mesa de
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arena y la pluma de cobre!" Y cogió la mesa y la pluma, y después de haber trazado renglones y
caracteres, reflexionó durante una hora, y dijo con dulzura, pero de modo que todo el pueblo oyera:
"¡Oh, Alischar, hijo de Gloria! la arena adivinatoria confirma tus palabras. Dices la verdad. Por eso
puedo predecirte que Alah te hará encontrar pronto a tu amada! ¡Apacígüese tu alma y refrésquese
tu corazón!" Después levantó la sesión y mandó a los esclavos que condujeran a Alischar al
hammam, y después del baño le pusieron un traje del armario regio, y montándole en un caballo de
las caballerizas reales se lo volvieran a presentar al anochecer. Y los dos eunucos contestaron
oyendo y obedeciendo, y se apresuraron a ejecutar las órdenes del rey.
En cuanto a la gente del pueblo, que había presenciado toda aquella escena y oído las
órdenes dadas, se preguntaban unos a otros: "¿Qué oculta causa habrá movido al rey a tratar a
ese hermoso joven con tanta consideración y dulzura?" Y otros contestaron: "¡Por Alah! El motivo
está bien claro: ¡el muchacho es muy hermoso!" Y otros dijeron: "Hemos previsto lo que iba a pasar
sólo con ver al rey dejarle saciar el hambre en aquella fuente de arroz con leche, ¡Ualah! ¡Nunca
habíamos oído decir que el arroz con leche pudiera producir semejantes prodigios!"
Y se marcharon, diciendo cada cual lo que le parecía o insinuando una frase picaresca.
Volviendo a Zumurrud, aguardó con una impaciencia indecible que llegase la noche para
poder al fin aislarse con el amado de su corazón. De modo que apenas desapareció el sol y los
almuédanos llamaron a los creyentes a la oración, Zumurrud se desnudó y se tendió en la cama,
sin más ropa que su camisa de seda. Y bajó las cortinas para quedar a oscuras, y mandó a los dos
eunucos que hicieran entrar a Alischar, el cual aguardaba en el vestíbulo.
Por lo que respecta a los chambelanes y dignatarios de palacio, ya no dudaron de las
intenciones del rey al verle tratar de aquel modo desacostumbrado al hermoso Alischar. Y se
dijeron: "Bien claro está que el rey se prendó de ese joven. ¡Y seguramente, después de pasar la
noche con él, mañana le nombrará chambelán o general del ejército!"
Eso en cuanto a ellos.
He aquí, por lo que se refiere a Alischar. Cuando estuvo en presencia del rey, besó la tierra
entre sus manos, ofreciéndole sus homenajes y votos, y aguardó que le interrogaran. Entonces
Zumurrud dijo para sí: "No puedo revelarle de pronto quién soy, pues si me conociera de improviso,
se moriría de emoción". Por consiguiente, se volvió hacia él, y le dijo: "¡Oh gentil joven! ¡Ven más
cerca de mí! Dime: ¿has estado en el hammam?" El contestó: "¡Sí, oh señor mío!" Ella preguntó:
"¿Te has lavado, y refrescado, y perfumado por todas partes?"
El contestó: "¡Sí, oh señor mío!"
Ella preguntó: "¡Seguramente el baño te habrá excitado el apetito, oh Alischar! Al alcance de tu
mano, en ese taburete, hay una bandeja llena de pollos y pasteles. ¡Empieza por aplacar el
hambre!" Entonces Alischar respondió oyendo y obedeciendo, y comió lo que le hacía falta, y se
puso contento. Y Zumurrud le dijo: "¡Ahora debes de tener sed! Ahí en otro segundo taburete, está
la bandeja de las bebidas. Bebe cuanto desees y luego acércate a mí".
Y Alischar bebió una taza de cada frasco, y muy tímidamente se acercó a la cama del rey.
Entonces el rey le cogió de la mano, y le dijo: "¡Me gustas mucho, oh joven! ¡Tienes la cara muy
linda, y a mí me gustan las caras hermosas! Agáchate y empieza por darme masaje en los pies".
Al cabo de un rato, el rey le dijo: "¡Ahora dame masaje en las piernas y en los muslos!". Y Alischar,
hijo de Gloria, empezó a dar masajes en las piernas y en los muslos del rey. Y se asombró y
maravilló a la vez de encontrarlas suaves y flexibles, y blancas hasta el extremo. Y decía para sí:
"¡Ualah! ¡Los muslos de los reyes son muy blancos! iY además no tienen pelos!"
En este momento Zumurrud le dijo: "¡Oh lindo joven de manos tan expertas para el masaje,
prolonga los movimientos hasta el ombligo, pasando por el centro!" Pero Alischar se paró de pronto
en su masaje, y muy intimidado, dijo: "Dispénsame, señor, pero no sé hacer masaje del cuerpo
más que hasta los muslos. Ya he hecho cuanto sabía...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 330ª NOCHE
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Ella dijo:
"... más que hasta los muslos. Ya he hecho cuanto sabía".
Al oír estas palabras, Zumurrud exclamó con acento muy duro: "¡Cómo! ¿Te atreves a
desobedecerme? ¡Por Alah! ¡Como vaciles otra vez, la noche será bien nefasta para tu cabeza!
¡Apresúrate, pues, a inclinarte y a satisfacer mi deseo! ¡Y yo, en cambio, te convertiré en mi
amante titular, y te nombraré emir entre los emires, y jefe del ejército entre mis jefes de ejército!"
Alischar preguntó: "No comprendo exactamente lo qué quieres ¡oh rey! ¿Qué he de hacer para
obedecerte?"
Ella contestó: "¡Desátate el calzón y tiéndete boca abajo!" Alischar exclamó: "¡Se trata de una
cosa que no he hecho en rni vida, y si me quieres obligar a cometerla, te pediré cuenta de ello el
día de la Resurrección!”. ¡Por lo tanto, déjame salir de aquí y marcharme a mi tierra!"
Pero Zumurrud replicó con tono más furioso: "¡Te ordeno que te quites el calzón y te tiendas
boca abajo, si no, inmediatamente mandaré que te corten la cabeza! ¡Ven enseguida, oh joven! y
acuéstate conmigo! ¡No te arrepentirás de ello!"
Entonces, desesperado Alischar, no tuvo más remedio que obedecer.
Y se desató el calzón y se echó boca abajo. Enseguida Zumurrud le cogió entre sus brazos, y
subiéndose encima de él, se tendió a lo largo sobre la espalda de Alischar.
Cuando Alischar sintió que el rey le pesaba con aquella impetuosidad sobre su espalda, dijo
para sí: "¡Va a estropearme sin remedio!" Pero pronto notó encima de él ligeramente algo suave
que le acariciaba como seda o terciopelo, algo a la vez tierno y redondo, blando y firme al tacto a la
vez, y dijo para sí: "¡Ualah! Este rey tiene una piel preferible a la de todas las mujeres".
Y aguardó el momento temible. Pero al cabo de una hora de estar en aquella postura sin sentir
nada espantoso ni perforador, vio que el rey se separaba de pronto de él y se echaba de espaldas
a su lado.
Y pensó: "¡Bendito y glorificado sea Alah, que no ha permitido que el zib se enarbolase! ¡Qué
habría sido de mí en otro caso!"
Y empezaba a respirar más a gusto, cuando el rey le dijo: "¡Sabe, oh Alischar! que mi zib no
acostumbra a encabritarse como no lo acaricien con los dedos! ¡Por lo tanto, tienes que acariciarlo,
o eres hombre muerto! ¡Vamos, venga la mano!"
Y tendida de espaldas, Zumurrud le cogió la mano a Alischar, hijo de Gloria, y se la colocó
suavemente sobre la redondez de su historia.
Y Alischar, al tocar aquello notó una exuberancia alta como un trono, y gruesa como un
pichón, y más caliente que la garganta de un palomo, y más abrasadora que un corazón quemado
por la pasión; y aquella exuberancia era lisa y blanca, y suave y amplia.
Y de pronto sintió que al contacto de sus dedos se encabritaba aquello como un mulo
pinchado en los hocicos, o como un asno aguijado en mitad del lomo.
Al comprobarlo, Alischar dijo para sí en el límite del asombro: "¡Este rey tiene hendidura! ¡Es la
cosa más prodigiosa de todos los prodigios!"
Y alentado por este hallazgo, que le quitaba los últimos escrúpulos, empezó a notar que el zib
se le sublevaba hasta el extremo límite de la erección.
¡Y Zumurrud no aguardaba más que aquel momento! Y de pronto se echó a reír de tal modo,
que se habría caído de espaldas si no estuviera ya echada. Después le dijo a Alischar: "¿Cómo es
que no conoces a tu servidora? ¡oh mi dueño amado!"
Pero Alischar todavía no lo entendía, y preguntó: "¿Qué servidora ni qué dueño ¡oh rey del
tiempo!?" Ella contestó: "¡Oh, Alischar, soy Zumurrud tu esclava! ¿No me conoces en todas estas
señas?"
Al oír tales palabras, Alischar miró más atentamente al rey, y conoció a su amada Zumurrud. Y
la cogió en brazos y la besó con los mayores transportes de alegría.
Y Zumurrud le preguntó: "¿Opondrás todavía resistencia?"
Y Alischar, por toda respuesta, se echó encima de ella como el león sobre la oveja, y
reconociendo el camino; metió el palo del pastor en el saco de provisisones, y echó adelante sin
importarle lo estrecho del sendero. Y llegado al término del camino, permaneció largo tiempo tieso
y rígido, como portero de aquella puerta e imán de aquel mirab.
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Y ella, por su parte, no se separaba ni un dedo de él, y con él se alzaba, y se arrodillaba, y
rodaba, y se erguía, y jadeaba, siguiendo el movimiento.
Y al amor respondía el amor, y a un arrebato un segundo arrebato, y diversas caricias y
distintos juegos.
Y se contestaban con tales suspiros y gritos, que los dos pequeños eunucos, atraídos por el
ruido, levantaron el tapiz para ver si el rey necesitaba sus servicios.
Y ante sus ojos espantados apareció el espectáculo de su rey tendido de espaldas, con el
joven cubriéndole íntimamente, en diversas posturas, contestando a ronquidos con ronquidos, a los
asaltos con lanzazos, a las incrustaciones con golpes de cincel, y a los movimientos con
sacudidas.
Al ver aquello, los dos eunucos...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 331ª NOCHE
Ella dijo:
...Al ver aquello, los dos eunucos se apresuraron a alejarse silenciosamente, diciendo: "¡La
verdad es que esta manera de obrar del rey no es propia de un hombre, sino de una mujer
delirante!"
Por la mañana, Zumurrud se puso su traje regio, y mandó reunir en el patio principal de palacio
a sus visires, chambelanes, consejeros, emires, jefes de ejército y personajes notables de la
ciudad, y les dijo: "Os permito a vosotros todos, mis súbditos fieles, que vayáis hoy mismo a la
carretera en que me habéis encontrado y busquéis a alguien a quien nombrar rey en mi lugar.
¡Pues he resuelto abdicar la realeza e irme a vivir al país de ese joven, al cual he elegido por
amigo para toda la vida, pues quiero consagrarle todas mis horas, como le he consagrado mi
afecto! ¡Uasalam!"
A estas palabras, los circunstantes contestaron oyendo y obedeciendo, y los esclavos se
apresuraron rivalizando en celo, a hacer los preparativos de marcha, y llenaron para el camino
cajones y cajones de provisiones, de riquezas, de alhajas, de ropas, de cosas suntuosas, de oro y
de plata, y las cargaron en mulos y camellos. Y en cuanto estuvo todo dispuesto, Zumurrud y
Alischar subieron a un palanquín de terciopelo y brocado colocado en un dromedario, y sin más
séquito que los dos eunucos volvieron a Khorasán, la ciudad en que se encontraban su casa y sus
parientes. Y llegaron con toda felicidad. Y Alischar, hijo de Gloria, no dejó de repartir grandes
limosnas a los pobres, las viudas y los huérfanos, ni de entregar regalos extraordinarios a sus
amigos, conocidos y vecinos. Y ambos vivieron muchos años, con muchos hijos que les otorgó el
Donador. ¡Y llegaron al límite de las alegrías y felicidades, hasta que los visitó la Destructora de
placeres y la Separadora de los amantes! ¡Gloria a Aquel que permanece en su eternidad! ¡Y
bendito sea Alah en todas ocasiones!
Pero -prosiguió Schehrazada dirigiéndose al rey Schahriar- no creas ni un momento que esta
historia sea más deliciosa que la HISTORIA DE LAS SEIS JÓVENES DE DISTINTOS COLORES.
¡Y si sus versos no son mucho más admirables que los que ya has oído, mándame cortar la
cabeza sin demora!
Y dijo Schehrazada:
HISTORIA DE LAS SEIS JOVENES DE DISTINTOS COLORES
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Cuentan que un día entre los días el Emir de los Creyentes El-Mamún tomó asiento en el trono
que había en la sala de su palacio, e hizo que se congregaran entre sus manos, además de sus
visires, a sus emires y a los principales jefes de su imperio, a todos los poetas y a cuantas gentes
de ingenio delicioso se contaban entre sus íntimos. Por cierto que el más íntimo entre los más
íntimos reunidos allí era Mohammad El Bassri. Y el califa El-Mamún se encaró con él y le dijo:
"¡Oh, Mohammad, tengo deseos de oírte contar alguna historia nunca oída!" El aludido contestó:
"¡Fácil es complacerte, oh Emir de los Creyentes! Pero ¿quieres de mí una historia oída con mis
orejas, o prefieres el relato de un hecho que yo presenciara y observara con mis ojos?" Y dijo El-
Mamún: "¡Me da lo mismo, oh Mohammad! ¡Pero quiero que sea de lo más maravilloso!" Entonces
dijo Mohammad El-Bassri
"Sabe ¡oh Emir de los Creyentes! que en estos últimos tiempos conocí a un hombre de fortuna
considerable, nacido en el Yamán, que dejó su país para venir a habitar en Bagdad, nuestra
ciudad, con objeto de llevar en ella una vida agradable y tranquila. Se llamaba Alí El-Yamaní. Y
como al cabo de cierto tiempo encontró las costumbres de Bagdad absolutamente de su gusto,hizo
venir del Yamán todos sus efectos, así como su harem, compuesto de seis jóvenes esclavas,
hermosas cual otras tantas lunas.
La primera de estas jóvenes era blanca, la segunda morena, la tercera gruesa, la cuarta
delgada, la quinta rubia y la sexta negra. Y en verdad que las seis alcanzaban el límite de las
perfecciones, avalorando su espíritu con el conocimiento de las bellas letras y sobresaliendo en el
arte de la danza y de los instrumentos armónicos.
La joven blanca se llamaba...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGÓ LA 332ª NOCHE
Ella dijo:
La joven blanca se llamaba Cara-de-Luna; la morena se llamaba Llama-de-Hoguera; la
gruesa, Luna-Llena; la delgada, Hurí-del-Paraíso; la rubia, Sol-del-Día; la negra, Pupila-del-Ojo.
Un día feliz, Alí El-Yamaní, con la quietud disfrutada por él en la deleitosa Bagdad, y
sintiéndose en una disposición de espíritu mejor aún que de ordinario, invitó a sus seis esclavas a
un tiempo a ir a la sala de reunión para acompañarle, y a pasar el rato bebiendo, departiendo y
cantando con él. Y las seis se le presentaron enseguida, y con toda clase de juegos y diversiones
se deleitaron juntos infinitamente.
Cuando la alegría más completa reinó entre ellos, Alí El-Yamaní cogió una copa, la llenó de
vino, y volviéndose hacia Cara-de-Luna, le dijo: "¡Oh blanca y amable esclava! ¡Oh Cara-de-Luna!
¡Déjanos oír algunos acordes delicados de tu voz encantadora!" Y la esclava blanca, Cara-de-
Luna, cogió un laúd, templó sus sonidos y ejecutó algunos preludios en sordina que hicieron bailar
a las piedras y levantarse los brazos. Y después se acompañó el canto con estos versos que hubo
de improvisar:
Esté lejos o cerca, el amigo que tengo ha impreso para siempre su imagen en mis ojos,
y para siempre ha grabado su nombre en mis miembros fieles!
¡Para acariciar su recuerdo, me convierto, por completo en un corazón, y para
contemplarle, me convierto completamente en un ojo!
El censor que me reconviene de continuo me ha dicho: "¿Olvidarás por fin ese amor
inflamado?" Y yo le digo: "¡Oh censor severo, déjame y vete! ¿No ves que te alucinas
pidiéndome lo imposible?"
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Al oír estos versos, el dueño de Cara-de-Luna se conmovió de gusto, y después de haber
mojado los labios en la copa, se la ofreció a. la joven, que se la bebió. La llenó él por segunda vez,
y con ella en la mano se volvió hacia la esclava morena, y le dijo: "¡Oh Llama-de-Hoguera, remedio
de las almas! ¡Procura, sin besarme, hacerme oír los acentos de tu voz, cantando los versos que te
plazcan!" Y Llama-de-Hoguera cogió el laúd y lo templó en otro tono; y preludió con unos tañidos
que hacían bailar a las piedras y a los corazones y enseguida cantó:
¡Lo juro por esa cara querida! ¡Te quiero, y a nadie más que a ti querré hasta morir! ¡Y
nunca haré traición a tu amor!
¡Oh rostro brillante que la belleza envuelve con sus velos, a los más bellos seres
enseñas lo que puede ser una cosa bella!
¡Con tu gentileza has conquistado todos los corazones, pues eres la obra pura salida de
manos del Creador!
Al oír estos versos, el dueño de Llama-de-Hoguera se conmovió de gusto, y después de haber
mojado los labios en la copa, se la ofreció a la joven, que se la bebió. La llenó él entonces otra vez,
y con ella en la mano se volvió hacia la esclava gruesa, y le dijo: "¡Oh Luna-Llena, pesada en la
superficie, pero de sangre tan simpática y ligera! ¿Quieres cantarnos una canción de hermosos
versos claros como tu carne?" Y la joven gruesa cogió el laúd y lo templó, y preludió de tal modo,
que hacía vibrar las almas y las duras rocas, y tras de algunos gratos murmullos, cantó con voz
pura:
¡Si yo pudiera lograr agradarte, objeto de mi deseo, desafiaría a todo el universo y a su
ira, sin aspirar a otro premio que tu sonrisa!
¡Si hacia mi alma que suspira avanzaras con tu altivo paso cimbreante, todos los reyes
de la tierra desaparecerían sin que yo me enterase!
¡Si aceptaras mi humilde amor, mi dicha sería pasar a tus pies toda mi vida, oh tú hacia
quien convergen los atributos y adornos de la belleza!
Al oír estos versos, el dueño de la gruesa Luna-Llena se conmovió de gusto, y después de
haber mojado los labios en la copa, se la ofreció a la joven, que se la bebió. Entonces la llenó él
otra vez, y con ella en la mano se volvió hacia la esclava delgada, y le dijo: "¡Oh esbelta Hurí-del-
Paraíso! ¡Ahora te toca a ti proporcionarnos el éxtasis con hermosos cantos!" Y la esbelta joven se
inclinó hacia el laúd, como una madre hacia su hijo, y cantó los siguientes versos:
¡Extremado es mi ardor por ti, y lo iguala tu indiferencia! ¿dónde rige la ley que
aconseja sentimientos tan opuestos?
¿En casos de amor, hay un Juez supremo para recurrir a él? ¡Dejaría a ambas partes
iguales, dando el exceso de mi ardor al amado, v dándome a mí el exceso de su indiferencia!
Al oír estos versos, el dueño de la delgada y esbelta Hurí-del-Paraíso se conmovió de gusto, y
después de haber mojado los labios en la copa, se la ofreció a la joven, que se la bebió. Después
de lo cual la llenó él otra vez, y con ella en la mano se volvió hacia la esclava rubia, y le dijo...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, v se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 333ª NOCHE
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Ella dijo:
... se volvió hacia la esclava rubia, y le dijo: "¡Oh Sol-del-Día, cuerpo de ámbar y oro! ¿quieres
bordarnos más versos sobre un delicado motivo de amor?" Y la rubia joven inclinó su cabeza de
oro hacia el sonoro instrumento, cerró a medias sus ojos claros como la aurora, preludió con
algunos acordes melodiosos, que hicieron vibrar sin esfuerzo las almas y los cuerpos por dentro
como por fuera, y tras de haber iniciado los transportes con un principio no muy fuerte, dio a su
voz, tesoro de los tesoros, su mayor arranque y cantó:
¡Cuando me presento ante él, el amigo que tengo
Me contempla y asesta a mi corazón
La cortante espada de sus miradas
Y yo le digo a mi pobre corazón atravesado:
¿Por qué no quieres curar tus heridas?
¿Por qué no te guardas de él?
¡Pero mi corazón no me contesta, y cede siempre a la inclinación que le arrastra hacia
debajo de los pies del amado!
Al oír estos versos, el dueño de la esclava rubia Sol-del-Día se conmovió de gusto, y después
de haber mojado sus labios en la copa, se la ofreció a la joven, que se la bebió. Tras de lo cual la
llenó él otra vez, y con ella en la mano se volvió hacia la esclava negra, y le dijo: "¡Oh Pupila-del-
Ojo, tan negra en la superficie y tan blanca por dentro! ¡tú, cuyo cuerpo lleva el color de luto y cuyo
rostro cordial causa la dicha de nuestros umbrales, di algunos versos que sean maravillas tan rojas
como el sol!"
Entonces la negra Pupila-del-Ojo cogió el laúd y tocó variantes de veinte maneras diferentes.
Después de lo cual volvió a la primera música y entonó esta canción que cantaba a menudo, y que
había compuesto al modo impar:
¡Ojos míos, dejad correr abundantemente las lágrimas, pues ha sido asesinado mi
corazón por el fuego de mi amor!
¡Todo este fuego que me abrasa, toda esta pasión que me consume, se los debo al
amigo cruel que me hace languidecer, al cruel que constituye la alegría de mis rivales!
¡Mis censores me reconvienen y me animan a renunciar a las rosas de sus mejillas
floridas!
Pero ¿qué voy a hacer si tengo el corazón sensible a las flores y a las rosas?
¡Ahora, he aquí la copa de vino que circula allá lejos!
¡ Y los sonidos de la guitarra invitan al placer a nuestras simas, y a la voluptuosidad a
nuestros cuerpos!...
Pero a mí no me gusta más que su aliento!
¡Mis mejillas ¡ay de mí! están marchitas por el fuego de mis deseos! Pero ¡qué me
importa! ¡He aquí las rosas del paraíso: sus mejillas!
¡Qué me importa, puesto que le adoro! ¡A no ser que mi crimen resulte demasiado
grande por querer a la criatura!
Al oír estos versos, el dueño de Pupila-del-Ojo se conmovió de gusto, y después de mojar los
labios en la copa, se la ofreció a la joven, que se la bebió.
Tras de lo cual, las seis se levantaron a un tiempo, y besaron la tierra entre las manos de su
amo, y le rogaron que les dijera cuál le había encantado más y qué voz y versos le habían sido
más gratos. Y Alí El-Yamaní se vio en el límite de la perplejidad, y estuvo contemplándolas mucho
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rato, admirando sus hechizos y sus méritos con miradas indecisas, y pensaba en su interior que
sus formas y colores eran igualmente admirables.
Y acabó por decidirse a hablar, y dijo:
"¡Loor a Alah, el Distribuidor de gracias y belleza, que me ha dado en vosotras seis mujeres
maravillosas, dotadas de todas las perfecciones! Pues bien; declaro que os prefiero a todas por
igual, y que no puedo faltar a mi conciencia otorgando a una de vosotras la supremacía! ¡Venid,
pues, corderas mías, a besarme todas a un tiempo!"
Al oír estas palabras de su amo, las seis jóvenes se echaron en sus brazos, y durante una
hora le hicieron mil caricias, a las que correspondió él.
Y luego las formó en corro ante sí, y les dijo: "¡No he querido cometer la injusticia de
determinar mi elección de una de vosotras, concediéndole la preferencia entre sus compañeras.
Pero lo que no he hecho yo, podéis hacerlo vosotras. Todas estáis versadas igualmente en la
lectura del Korán y en la literatura; habéis leído los anales de los antiguos y la historia de nuestros
padres musulmanes; por último, estáis dotadas de elocuencia y dicción maravillosas. Quiero, pues,
que cada cual se prodigue las alabanzas que crea merecer; que realce sus artes y cualidades y
rebaje los hechizos de su rival. De modo que la lucha ha de trabarse, por ejemplo, entre dos rivales
de colores o formas diferentes, entre la blanca y la negra, la gruesa y la delgada, la rubia y la
morena; pero en esa lucha no se han de usar más armas que las máximas hermosas, las citas de
sabios, la autoridad de los poetas y el auxilio del Korán ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana v se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 334ª NOCHE
Ella dijo:
“... la autoridad de los poetas y el auxilio del Korán”. Y las seis jóvenes contestaron oyendo y
obedeciendo, y se aprestaron a la lucha encantadora.
La primera que se levantó fue la esclava Cara-de-Luna, que hizo seña a la negra Pupila-del-
Ojo para que se pusiera delante de ella, y enseguida dijo:
“!Oh, negra! En los libros de los sabios, se dice que habló así la Blancura: ¡Soy una luz
esplendorosa! ¡Soy una luna que se alza en el horizonte! ¡Mi color es claro y evidente! Mi frente
brilla con el resplandor de la plata. Y mi belleza inspiró al poeta que ha dicho:
¡La blanca de mejillas finas, suaves y pulidas, es una bellísima perla esmeradamente
guardada!
¡Es derecha como la letra aleph; la letra mim es su boca; sus cejas son dos nuns al
revés y sus miradas son flechas que dispara el arco formidable de sus cejas!
¡Pero si quieres conocer sus mejillas y su cintura, he de decirte: Sus mejillas, pétalos de
rosas, flores de arrayán y narcisos. Su cintura, una tierna rama flexible que se balancea con
gracia en el jardín, y por la cual se daría todo el jardín y sus vergeles!
"Pero prosigo, ¡oh negra!
"Mi color es el color del día; también es el color de la flor de azahar y de la estrella de la
mañana.
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"Sabe que Alah el Altísimo, en el Libro venerado, dijo a Musa (¡con él la plegaria y, la
paz!), quien tenía la mano cubierta de lepra: "¡Métete la mano en el bolsillo, y cuando la
saques la encontrarás blanca, o sea pura e intacta!"
"También está escrito en el Libro de nuestra fe: "¡Los que hayan sabido conservar la
cara blanca, es decir, indemne de toda mancha, serán los elegidos por la misericordia de
Alah!"
"Por lo tanto, mi color es el rey de los colores, y mi belleza es mi perfección, y mi
perfección es mi belleza.
"Los trajes ricos y las hermosas preseas sientan bien siempre a mi color y hacen
resaltar más mi esplendor, que subyuga almas y corazones.
"¿No sabes que siempre es blanca la nieve que cae del cielo? "¿Ignoras que los
creyentes han preferido la muselina blanca para la tela de sus turbantes?
"¡Cuántas más cosas admirables podría decirte acerca de mi color! Pero no quiero
extenderme más hablando de mis méritos, pues la verdad es evidente por sí misma, como la
luz que hiere la mirada. ¡Y además, quiero empezar a criticarlo ahora mismo, ¡oh negra,
color de tinta y de estiércol, limadura de hierro, cara de cuervo, la más nefasta de las aves!
"Empieza por recordar los versos del poeta que hablan de la blanca y la negra:
¿No sabes que el valor de una perla depende de su blancura, y que un saco de carbón
apenas cuesta un dracma?
¿No sabes que las cosas blancas son de buen agüero y ostentan la señal del paraíso,
mientras las caras negras no son más que pez y alquitrán, destinados a alimentar el fuego
del infierno?
"Sabe también que según los anales de los hombres justos, el santo Nuh (Noé) se durmió un
día, estando a su lado sus dos hijos Sam (Sem) y Ham (Cam). Y de pronto se levantó una brisa
que le arremangó la ropa y le dejó las interioridades al descubierto. Al ver aquello, Ham se echó a
reír, y como le divertía el espectáculo -pues Nuh, segundo padre de los hombres, era muy rico
en rigideces suntuosas-, no quiso cubrir la desnudez de su padre. Entonces Sam se levantó
gravemente, y se apresuró a taparlo todo bajando la ropa. A la sazón despertóse el venerable Nuh,
y al ver reírse a Ham, le maldijo, y al ver el aspecto serio de Sam, le bendijo.
Y al momento se le puso blanca la cara a Sam, y a Ham se le puso negra. Y desde entonces,
Sam (Los pueblos semíticos) fué el tronco del cual nacieron los profetas, los pastores de los
pueblos, los sabios y los reyes, y Ham que había huído de la presencia de su padre, fue el tronco
del cual nacieron los negros, los sudaneses.
.!Y ya sabes,oh negra! que todos los sabios, y los hombres en general, sustentan la opinión de
que no puede haber un sabio en la especie negra ni en los países negros!"
Oídas estas palabras de la esclava blanca, su amo le dijo: "¡Ya puedes callar! ¡Ahora le toca a
la negra!"
Entonces, Pupila-del-Ojo, que había permanecido inmóvil, se encaró con Cara-de-Luna, y le
dijo:
"¿No conoces, ¡oh blanca ignorante! el pasaje del Korán en que Alah el Altísimo juró por la
noche tenebrosa y el día resplandeciente? Pues Alah el Altísimo, en aquel juramento, empezó por
mentar la noche y luego el día, lo cual no habría hecho si no prefiriese la noche al día. Y además,
el color negro de los cabellos y pelos, ¿no es signo y ornato de juventud, así como el blanco es
indicio de vejez y del fin de los goces de la vida? Y si el color negro no fuera el más estimable los
colores ...
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En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 335ª NOCHE
Ella dijo:
". ..Y si el color negro no fuera el más estimable de los colores, Alah no lo habría hecho tan
querido al núcleo de los ojos y del corazón. Por eso son tan verdaderas estas palabras del poeta:
¡Si me gusta tanto su cuerpo de ébano, es porque es joven y encierra un corazón cálido
y pupilas de fuego!
¡En cuanto a lo blanco, me horroriza en extremo! ¡Escasas son las veces que me veo
obligado a tragar una clara de huevo, o a consolarme, a falta de otra cosa, con carne color
de clara de huevo!
¡Pues nunca me veréis experimentar amor extremado por un sudario blanco, o gustar de
una cabellera del mismo color!
"Y dijo otro poeta:
¡Si me vuelve loco el exceso de mi amor a esa mujer negra de cuerpo brillante, no lo
extrañéis, oh amigos míos!
¡Pues a toda locura, según dicen los médicos, preceden ideas negras!
"Dijo asimismo otro:
¡No me gustan esas mujeres blancas, cuya piel parece cubierta de harina tamizada!
¡La amiga a quien amo es una negra cuyo color es el de la noche y cuya cara es la de la
luna! ¡color y rostro inseparables, pues si no existiese la noche, no habría claridad de luna!
"Y además, ¿cuándo se celebran las reuniones íntimas de los amigos más que de noche? ¿Y
cuánta gratitud no deben los enamorados a las tinieblas de la noche, que favorecen sus retozos,
les preservan de los indiscretos y les evitan censuras? Y en cambio; ¿qué sentimiento de repulsión
no les inspira el día indiscreto, que los molesta y compromete? ¡Sólo esta diferencia debería
bastarte, oh blanca! Pero oye lo que dice el poeta:
¡No me gusta ese muchacho pesado, cuyo color blanco se debe a la grasa que le
hincha; me gusta ese joven negro, esbelto y delgado, cuyas carnes son firmes!
¡Pues por naturaleza he preferido siempre como cabalgadura para el torneo de lanza, un
garañón nuevo, de finos corvejones, y he dejado a los demás montar en elefantes!
"Y otro dijo:
¡El amigo ha venido a verme esta noche, y nos acostamos juntos deliciosamente! ¡La
mañana nos encontró abrazados todavía!
¡Si he de pedir algo al Señor, es que convierta todos mis días en noches, para no
separarme nunca del amigo!
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"De modo ¡oh blanca! que si hubiera de seguir enumerando los méritos y alabanzas del color
negro, faltaría a la sentencia siguiente: "¡Palabras claras y cortas valen más que un discurso largo!"
Pero todavía he de añadir que tus méritos valen bien poco comparados con los míos. ¡Eres
blanca, efectivamente, como la lepra es blanca, y fétida, y sofocante! Y si te comparas con la
nieve, ¿olvidas que en el infierno no sólo hay fuego, sino que en ciertos sitios la nieve produce un
frío terrible que tortura a los réprobos más que la quemadura de la llama? Y al compararme con la
tinta, ¿olvidas que con tinta negra se ha escrito el Libro de Alah, y que es negro el almizcle
preciado que los reyes se ofrecen entre sí? Por último, y por tu bien, te aconsejo que recuerdes
estos versos del poeta:
¿No has notado que el almizcle no sería almizcle si no fuera tan negro, y que el yeso no
es despreciable más que por ser blanco?
¡Y en qué estimación se tiene la parte negra del oio mientras se hace poco caso de la
blanca!
Cuando llegaba a este punto Pupila-del-Ojo, su amo Alí El-Yamaní, le dijo: "Verdaderamente,
¡oh negra! y tú, esclava blanca, habéis hablado ambas de un modo excelente. ¡Ahora les toca a
otras dos!"
Entonces se levantaron la gruesa y la delgada, mientras la blanca y la negra volvían a su sitio.
Y aquéllas quedaron de pie una frente a otra, y la gruesa Luna-Llena se dispuso a hablar la
primera.
Pero empezó por desnudarse, dejando descubiertas las muñecas, los tobillos, lo brazos y los
muslos, y acabó por quedarse casi completamente desnuda, de modo que realzaba las opulencias
de su vientre con magníficos pliegues superpuestos, y la redondez de su ombligo umbroso, y la
riqueza de sus nalgas considerables. Y no se quedó más que con la camisa fina, cuyo tejido leve y
transparente, sin ocultar sus formas redondas, las velaba de manera agradable. Y entonces,
después de algunos estremecimientos, se volvió hacia su rival, la delgada Hurí-del-Paraíso,y le
dijo ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 336ª NOCHE
Ella dijo:
.. Y entonces, después de algunos estremecimientos, se volvió hacia su rival, la delgada Hurídel-
Paraíso, y le dijo:
"¡Loor a Alah, que me ha creado gruesa, que ha puesto cojines en todas mis esquinas, que ha
cuidado de rellenarme la piel con grasa que huele a benjuí de cerca y de lejos, y que, sin embargo,
no dejó de darme como añadidura bastantes músculos para que en caso necesario pueda aplicar a
mi enemigo un puñetazo que lo convierta en mermelada de membrillo.
"Ahora bien, ¡oh flaca! sabe que los sabios han dicho: "La alegría de la vida y la
voluptuosidad consisten en tres cosas: ¡comer carne, montar carne y meter carne en
carne!"
"¿Quién podría contemplar mis formas opulentas sin estremecerse de placer? Alah mismo, en
el Libro, hace el elogio de la grasa cuando manda inmolar en los sacrificios carneros gordos, o
corderos gordos, o terneras gordas.
"Mi cuerpo es un huerto cuyas frutas son: las granadas, mis pechos; los melocotones, mis
mejillas; las sandías, mis nalgas.
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"¿Cuál fue el pájaro que más echaron de menos en el desierto los Beni-lsrail (hijos de Israel),
al huir de Egipto? ¿No era indudablemente la codorniz, de carne jugosa y gorda?
"¿Se ha visto nunca a nadie pararse en casa del carnicero para pedir la carne tísica? ¿Y no da
el carnicero a sus mejores parroquianos los pedazos más carnosos?
"Oye, además, ¡oh flaca! lo que dijo el poeta respecto a la mujer gruesa como yo:
¡Mírala andar cuando mueve hacia los dos lados dos odres balanceados, pesados y
temibles en su lascivia!
¡Mírala, cuando se sienta, deja impresas, en el sitio que abandona, sus nalgas, como
recuerdo de su paso!
¡Mírala bailar cuando con movimientos de caderas hace estremecerse a nuestras almas
y caer nuestros corazones a sus pies!
"En cuanto a ti, ¡oh flaca! ¿a qué puedes parecerte, como no sea a un gorrión desplumado?
¿Y no son tus piernas lo mismo que patas de cuervo? ¿Y no se parecen tus muslos al palo del
horno? ¿Y no es tu cuerpo seco y duro como el poste de un ahorcado?
"De ti, mujer descarnada, se trata en estos versos del poeta:
¡Líbreme Alah de verme obligado nunca a abrazar a esa mujer flaca ni de servir de
frotadero a su pasaje obstruido por guijarros!
¡En cada miembro tiene un asta que choca y se bate con mis huesos, hasta el punto de
que me despierto con la piel amoratada y resquebrajada!"
Cuando Alí El-Yamaní oyó estas palabras de la gruesa Luna-Llena, le dijo: "¡Ya te puedes
callar! ¡Ahora le toca a Hurí-del-Paraíso!" Entonces la delgada y esbelta joven miró a la gruesa
Luna-Llena, sonriendo, y le dijo:
"¡Loor a Alah, que me ha creado dándome la forma de la frágil rama del álamo, la flexibilidad
del tallo del ciprés y el balanceo de la azucena!
"Cuando me levanto, soy ligera: cuando me siento, soy gentil; cuando bromeo, soy
encantadora; mi aliento es suave y perfumado, porque mi alma es sencilla y pura de todo contacto
que manche.
"Nunca he oído ¡oh gorda! que un amante alabe a su amada diciendo: "¡Es enorme como un
elefante; es carnosa como alta es una montaña!"
"En cambio, siempre he oído decir al amante para describir a su amada: "Su cintura es
delgada, flexible y elegante. ¡Su andar es tan ligero, que sus pasos apenas dejan huellas! Sus
juegos y caricias son discretas, y sus besos están llenos de voluptuosidad. Con poca cosa se la
alimenta, y le apagan la sed pocas gotas de agua. ¡Es más ágil que el gorrión y más viva que el
estornino! ¡Es flexible como el tallo del bambú! Su sonrisa es graciosa y graciosos son sus
modales. Para atraerla hacia mí no necesito hacer esfuerzos. Y cuando hacia mí se inclina,
inclínase delicadamente; y si se me sienta en las rodillas, no se deja caer con pesadez, sino que se
posa como una pluma de ave".
"Sabe, pues, ¡oh gorda! que yo soy la esbelta, la fina, por la cual arden los corazones todos.
¡Soy la que inspiro las pasiones más violentas y vuelvo locos a los hombres más sensatos!
"En fin, yo soy la que comparan con la parra que trepa por la palmera y que se enlaza al tronco
con tanta indolencia. Soy la gacela esbelta, de hermosos ojos húmedos y lánguidos. ¡Y tengo bien
ganado rni nombre de Hurí!
"En cuanto a ti, ¡oh gorda! déjame decirte las verdades ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
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PERO CUANDO LLEGO LA 337ª NOCHE
Ella dijo:
...En cuanto a ti ¡oh gorda!, déjame que te diga las verdades .
"Cuando andas ¡oh montón de grasa y carne! lo haces como el pato; cuando comes, como el
elefante: insaciable eres en la copulación, y en el reposo, intratable.
"Además, ¿cuál será el hombre de zib bastante largo para llegar a tu cavidad oculta por las
montañas de tu vientre y tus muslos?
"Y si tal hombre se encuentra y puede penetrar en ti, enseguida lo rechaza un envite de tu
vientre hinchado.
"Parece que no te das cuenta de que, tan gorda como eres, no vales más que para que te
vendan en la carnicería.
"Tu alma es tan tosca como tu cuerpo. Tus chanzas son tan pesadas que sofocan. Tus juegos
son tan tremendos, que matan. Y tu risa es tan espantosa, que rompe los huesos de la oreja.
"Si tu amante suspira en tus brazos, apenas puedes respirar; si te besa, te encuentra húmeda
y pegajosa de sudor.
"Cuando duermes, roncas; cuando velas, resuellas como un búfalo; apenas puedes cambiar
de sitio; y cuando descansas, eres un peso para ti misma; pasas la vida moviendo las quijadas
como una vaca y regoldando como un camello.
"Cuando orinas, te mojas la ropa; cuando gozas, inundas los divanes; cuando vas al retrete, te
metes hasta el cuello; cuando vas a bañarte, no puedes alcanzarte la vulva, que se queda
macerada en su jugo y revuelta en su cabellera nunca depilada.
"Si te miran por la parte delantera, pareces un elefante; si te miran de perfil, pareces un
camello; si te miran por detrás, pareces un pellejo hinchado.
"En fin, seguramente fue de ti de quien dijo el poeta:
¡Es pesada como la vejiga llena de orines; sus muslos son dos estribaciones de
montaña, y al andar mueve el suelo como un terremoto?
¡Si en Occidente suelta un cuesco, resuena en el Oriente todo!"
A estas palabras de Hurí-del-Paraíso, Alí El-Yamaní, su amo, le dijo: "¡En verdad ¡oh Hurí! que
tu elocuencia es notoria! ¡Y tu lenguaje ¡oh Luna-Llena! es admirable! Pero ya es hora de que
volváis a vuestros sitios, para dejar hablar a la rubia y a la morena".
Entonces Sol-del-Día y Llama-de-Hoguera se levantaron, y se colocaron una enfrente de otra.
Y la joven rubia fue la primera que dijo a su rival:
"¡Soy la rubia descrita largamente en el Korán! ¡Soy la que calificó Alah cuando dijo: "¡El
amarillo es el color que alegra las miradas!" De modo que soy el más bello de los colores.
"Mi color es una maravilla, mi belleza es un límite, y mi encanto es un fin. Porque mi color da su
valor al oro y su belleza a los astros y al sol.
"Este color embellece las manzanas y los melocotones, y presta su matiz al azafrán. Doy sus
tonos a las piedras preciosas y su madurez al trigo.
"Los otoños me deben el oro de su adorno, y la causa de que la tierra esté tan bella con su
alfombra de hojas, es el matiz que fijan sobre ella los rayos del sol.
"Pero en cambio, ¡oh morena! cuando tu color se encuentra en un objeto, sirve para
despreciarlo. ¡Nada tan vulgar ni tan feo! ¡Mira a los búfalos, los burros, los lobos y los perros:
todos son morenos!
"¡Cítame un solo manjar en que se vea con gusto tu color! Ni las flores ni las pedrerías han
sido nunca morenas.
"Ni eres blanca, ni eres negra. De modo que no se te pueden aplicar ninguno de los méritos de
ambos colores, ni las frases con que se los alaba".
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Oídas estas palabras de la rubia, su amo le dijo: "¡Deja ahora hablar a Llama-de-Hoquera!"
Entonces la joven morena hizo brillar en una sonrisa el doble collar de sus dientes -¡perlas!-, y
como además de su color de miel tenía formas graciosas, cintura maravillosa, proporciones
armoniosas, modales elegantes y cabellera de carbón que bajaba en pesadas trenzas hasta sus
nalgas admirables, empezó por realzar sus encantos en un momento de silencio, y después dijo a
su rival la rubia:
"¡Loor a Alah, que no me ha hecho ni gorda deforme, ni flaca enfermiza, ni blanca como el
yeso, ni negra como el polvo de carbón, ni amarilla como el cólico, sino que ha reunido en mí con
arte admirable los colores más delicados y las formas más atractivas.
"Además, todos los poetas han cantado a porfía mis loores en todos los idiomas, y soy la
preferida de todos los siglos y de todos los sabios. "Pero sin hacer mi elogio, que harto hecho está,
he aquí sólo algunos de los poemas escritos en honor mío:
"Ha dicho un poeta . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 338ª NOCHE
Ella dijo:
"...Ha dicho un poeta:
¡Las morenas tienen en sí un sentido oculto! ¡Si lo adivinas, tus ojos no se dignarán
mirar nunca a las demás mujeres!
¡Las encantadoras saben del arte sutil con todos sus rodeos, y se lo enseñarían hasta al
ángel Harut!
Otro ha dicho:
¡Amo a una morena encantadora, cuyo color me hechiza, y cuya cintura es recta como
una lanza!
¡Cuántas veces me arrebató la sedosa manchita negra, tan acariciada y tan besada, que
adorna su cuello!
¡Por el color de su piel lisa, por el perfume delicioso que exhala, se parece al tallo
oloroso del áloe!
Y cuando la noche tiende el velo de las sombras, la morena viene a verme. Y la sujeto
junto a mí, hasta que las mismas sombras sean del color de nuestros sueños!
"Pero tú ¡oh amarilla! estás marchita como las hojas de la mulukhia (Liliácea comestible) de
mala calidad que se coge en Bab El-Luk y que es fibrosa y dura.
"Tienes el color de la marmita de barro cocido que utiliza el vendedor de cabezas de carnero.
"Tienes el color del ocre y el de la grama.
"Tienes una cara de cobre amarillo, parecido a la fruta del árbol Zakum, que en el infierno da
como frutos cráneos diabólicos.
"Y de ti ha dicho el poeta:
¡La suerte me ha dado una mujer de color amarillo tan chillón, que me da dolor de
cabeza, y mi corazón y mis ojos se estremecen de malestar!
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¡Si mi alma no quiere renunciar a verla por siempre, para castigarme me daré tan
grandes golpes en la cara que me arrancaré las muelas!"
Cuando Ali El-Yamaní oyó estas palabras, se estremeció de placer, y se echó a reír de tal
modo, que se cayó de espaldas, después de lo cual dijo a las dos jóvenes que se sentaran en sus
sitios; y para demostrarles a todas el gusto que le había dado oírlas, les hizo regalos iguales de
hermosos vestidos y pedrerías terrestres y marítimas.
Y tal es, ¡oh Emir de los Creyentes! prosiguió Mohammad El-Bassri, dirigiéndose al califa El-
Mamún, la historia de las seis jóvenes, que ahora siguen viviendo muy a gusto unas con otras en la
morada de su amo Alí El-Yamaní en Bagdad, nuestra ciudad".
Extremadamente encantado quedó el califa con esta historia, y preguntó: "Pero ¡oh
Mohammad! ¿sabes siquiera en dónde está la casa del amo de esas jóvenes, y podrías ir a
preguntarle si quiere vendérmelas? ¡Si accede, cómpramelas y tráemelas!"
Mohammad contestó: "Puedo decir ¡oh Emir de los Creyentes! que estoy seguro que el amo
de estas esclavas no querrá separarse de ellas, porque le tienen enamorado hasta el extremo". Y
El-Mamún dijo: "Lleva contigo como precio de cada una diez mil dinares, o sea sesenta mil en
total. Los entregarás de mi parte a ese Alí-El-Yamaní y le dirás que deseo sus seis esclavas".
Oídas estas palabras del califa, Mohammad El-Bassri se apresuró a coger la cantidad
consabida y fué a buscar al amo de las esclavas, al cual manifestó el deseo del Emir de los
Creyentes. Alí El-Yamaní, en el primer impulso, no se atrevió a negarse a la petición del califa, y
habiendo cobrado los sesenta mil dinares, entregó las seis esclavas a Mohammad El-Bassri, que
las condujo enseguida a presencia de ElMamún.
El califa al verlas, llegó al límite del encanto, tanto por lo vario de sus colores como por sus
maneras elegantes, su ingenio cultivado y sus diversos atractivos. Y le dio a cada una en su
harem, un sitio escogido, y durante varios días pudo gozar de sus perfecciones y de su hermosura.
A todo esto, el primer amo de las seis, Alí El-Yamaní, sintió pesar sobre sí la soledad, v
empezó a lamentar el impulso que le había hecho ceder al deseo del califa. Y un día falto ya de
paciencia, envió al califa una carta llena de desesperación, en la cual, entre otras cosas tristes,
había los versos siguientes:
¡Llegue mi desesperado saludo a las hermosas de quienes está separada mi alma! ¡Ellas
son mis ojos, mis orejas, mi alimento, mi bebida, mi jardín y mi vida!
¡Desde que estoy lejos de ellas, nada distrae mi dolor, y hasta el sueño ha huído de mis
párpados!
¿Por qué no las tengo, más celoso que antes, encerradas las seis en mis ojos, y por qué
no he bajado mis párpados como tapices encima de ellas?
¡Oh dolor, oh dolor! iPreferiría no haber nacido, a caer herido por las flechas -¡ sus
miradas mortales!- y sacadas de la herida!
Cuando el califa El-Mamún recorrió esta carta, como tenía el alma magnánima, mandó llamar
en seguida a las seis jóvenes, les dió a cada una diez mil dinares y vestidos maravillosos y otros
regalos admirables, y las mandó devolver a su antiguo amo.
No bien Alí El-Yamaní las vio llegar, más bellas que antes y más ricas y más felices, alcanzó el
límite de la alegría, y siguió viviendo con ellas entre delicias y placeres, hasta el día de la última
separación.
Pero -prosiguió Schehrazada no creas, i oh rey afortunado! que todas las historias que has
oído hasta ahora puedan valer de cerca ni de lejos lo que la HISTORIA PRODIGIOSA DE LA
CIUDAD DE BRONCE, que me reservo contarte la noche próxima, si quieres.
Y la pequeña Doniazada exclamó: "¡Oh, qué amable sería, Schehrazada, si entretanto nos
dijeras siquiera las primeras palabras!"
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Entonces Schehrazada sonrió y dijo:
"Cuentan que había un rey (¡Alah sólo es rey!) en la ciudad de. ..
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, v se calló
discretamente.
HISTORIA PRODIGIOSA DE LA CIUDAD DE BRONCE
Dijo Schehrazada:
Cuentan que en el trono de los califas Omníadas, en Damasco, se sentó un rey (¡sólo Alah es
rey!) que se llamaba Abdalmalek ben-Merwán. Le gustaba departir a menudo con los sabios de su
reino acerca de nuestro señor Soleimán ben-Daúd (¡con él la plegaria y la paz!), de sus virtudes,
de su influencia y de su poder ilimitado sobre las fieras de las soledades, los efrits que pueblan el
aire y los genios marítimos y subterráneos.
Un día en que el califa, oyendo hablar de ciertos vasos de cobre antiguo, cuyo contenido era
una extraña humareda negra de formas diabólicas, asombrose en extremo y parecía poner en
duda la realidad de hechos tan verídicos, hubo de levantarse entre los circunstantes el famoso
viajero Taleb ben-Sehl, quien confirmó el relato que acababan de escuchar, y añadió: "En efecto,
¡oh Emir de los Creyentes! esos vasos de cobre no son otros que aquellos donde se encerraron,
en tiempos antiguos, a los genios que se rebelaron ante las órdenes de Soleimán, vasos arrojados
al fondo del mar mugiente, en los confines del Moghreb, en el Africa occidental, tras de sellarlos
con el sello temible. Y el humo que se escapa de ellos es simplemente el alma condensada de los
efrits, los cuales no por eso dejan de tomar su aspecto formidable si llegan a salir al aire libre".
Al oír tales palabras, aumentaron considerablemente la curiosidad y el asombro del califa
Abdalmalek, que dijo al Taleb ben-Sehl: "¡Oh Taleb, tengo muchas ganas de ver uno de esos
vasos de cobre que encierran efrits convertidos en humo! ¿Crees realizable mi deseo? Si es así,
pronto estoy a hacer por mí propio las investigaciones necesarias. Habla". El otro contestó: "¡Oh
Emir de los Creyentes! Aquí mismo puedes poseer uno de esos objetos, sin que sea preciso que te
muevas y sin fatigas para tu persona venerada. No tienes más que enviar una carta al emir Muza,
tu lugarteniente en el país del Moghreb. Porque la montaña a cuyo pie se encuentra el mar que
guarda esos vasos está unida al Moghreb por una lengua de tierra que puede atravesarse a pie
enjuto. ¡Al recibir una carta semejante, el emir Muza no dejará de ejecutar las órdenes de nuestro
amo el califa!"
Estas palabras tuvieron el don de convencer a Abdalmalek, que dijo a 'Taleb en el instante:
"¿Y quién mejor que tú ¡oh Taleb! será capaz de ir con celeridad al país del Moghreb, con el fin de
llevar esa carta a mi lugarteniente el emir Muza? Te otorgo plenos poderes para que tomes de mi
tesoro lo que juzgues necesario para gastos de viaje, y para que lleves cuantos hombres te hagan
falta en calidad de escolta. Pero date prisa, ¡oh Taleb!" Y al punto escribió el califa una carta de su
puño y letra para el emir Muza, la selló y se la dio a Taleb, que besó la tierra entre las manos del
rey, y no bien hizo los preparativos oportunos, partió con toda diligencia hacia el Moghreb, adonde
llegó sin contratiempos.
El emir Muza le recibió con júbilo y le guardó todas las consideraciones debidas a un enviado
del Emir de los Creyentes; y cuando Taleb le entregó la carta, la cogió, y después de leerla y
comprender su sentido, se la llevó a sus labios, luego a su frente y dijo: "¡Escucho v obedezco!" Y
enseguida mandó que fuera a su presencia el jeique Abdossamad, hombre que había recorrido
todas las regiones habitables de la tierra, y que a la sazón pasaba los días de su vejez anotando
cuidadosamente, por fechas, los conocimientos que adquirió en una vida de viajes no
interrumpidos. Y cuando presentóse el jeique; el emir Muza le saludó con respeto y le dijo: "¡Oh
jeique Abdossamad! He aquí que el Emir de los Creyentes me transmite sus órdenes para que
vaya en busca de los vasos de cobre antiguos, donde fueron encerrados por nuestro Soleimán
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ben-Daúd los genios rebeldes. Parece ser que yacen en el fondo de un mar situado al pie de una
montaña que debe hallarse en los confines extremos del Moghreb. Por más que desde hace
mucho tiempo conozco todo el país, nunca oí hablar de ese mar ni del camino que a él conduce;
pero tú, ¡oh jeique Abdossamad! que recorriste el mundo entero, no ignorarás sin duda la
existencia de esa montaña y de ese mar!
Reflexionó el jeique una hora de tiempo, y contestó: "¡Oh emir Muza ben-Nossair! No son
desconocidos para mi memoria esa montaña y ese mar; pero, a pesar de desearlo, hasta ahora no
puedo ir donde se hallan; el camino que allá conduce se hace muy penoso a causa de la falta de
agua en las cisternas, y para llegar se necesitan dos años y algunos meses, y más aún para
volver, ¡suponiendo que sea posible volver de una comarca cuyos habitantes no dieron nunca la
menor señal de su existencia, y viven en una ciudad situada, según dicen; en la propia cima de la
montaña consabida, una ciudad en la que no logró penetrar nadie y que se llama la Ciudad de
Bronce!"
Y dichas tales palabras, se calló el jeique, reflexionando un momento todavía; y añadió: "Por lo
demás, ¡oh emir Muza! no debo ocultarte que ese camino está sembrado de peligros y de cosas
espantosas, y que para seguirle hay que cruzar un desierto poblado por efrits y genios, guardianes
de aquellas tierras vírgenes de la planta humana desde la antigüedad. Efectivamente, sabe ¡oh
Ben-Nossair! que esas comarcas del extremo Occidente africano están vedadas a los hijos de los
hombres. Sólo dos de ellos pudieron atravesarlas: Soleimán ben-Daúd, uno, y El-Iskandar de Dos-
Cuernos, el otro. ¡Y desde aquellas épocas remotas, nada turba el silencio que reina en tan vastos
desiertos! Pero si deseas cumplir las órdenes del califa e intentar, sin otro guía que tu servidor, ese
viaje por un país que carece de rutas ciertas, desdeñando obstáculos misteriosos y peligros,
manda cargar mil camellos con odres repletos de agua y otros mil camellos con víveres y
provisiones; lleva la menos escolta posible, porque ningún poder humano nos preservaría de la
cólera de las potencias tenebrosas cuyos dominios vamos a violar, y no conviene que nos
indispongamos con ellas alardeando de armas amenazadoras e inútiles. ¡Y cuando esté preparado
todo, haz tu testamento, emir Muza, y partamos! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
................
LA SEGUNDA HISTORIA DE LAS HISTORIAS DE SINDBAD EL MARINO QUE TRATA
DEL SEGUNDO VIAJE
(Continuación)
Ella dijo:
...Tras de lo cual, desenrollé la tela de mi turbante, como la primera vez, y me la rodeé a la
cintura, yendo a situarme debajo del cuarto de carne, que até sólidamente a mi pecho con las dos
puntas del turbante.
Permanecí ya algún tiempo en esta posición, cuando súbitamente me sentí llevado por los
aires, como una pluma, entre las garras formidables de un rokh y en compañía del cuarto de carne.
Y en un abrir y cerrar los ojos me encontré fuera del valle, sobre la cúspide de una montaña, en el
nido del rokh, que se dispuso enseguida a despedazar la carne aquella y mi propia carne para
sustentar a sus rokhecillos. Pero de pronto se alzó hacia nosotros un estrépito de gritos que
asustaron al ave y la obligaron a emprender de nuevo el vuelo, abandonándome. Entonces desaté
mis ligaduras y me erguí sobre ambos pies, con huellas de sangre en mis vestidos y en mi rostro.
Vi a la sazón aproximarse al sitio en que yo estaba a un mercader, que se mostró muy
contrariado y asombrado al percibirme. Pero advirtiendo que yo no le quería mal y que ni aun me
movía, se inclinó sobre el cuarto de carne y lo escudriñó, sin encontrar en él los diamantes que
buscaba. Entonces alzó al cielo sus largos brazos y se lamentó, diciendo: "¡Qué desilusión! ¡Estoy
perdido! ¡No hay recurso más que en Alah! ¡Me refugio en Alah contra el Maldito, el Malhechor!" Y
se golpeó una con otra las palmas de las manos, como señal de una desesperación inmensa.
Al advertir aquello, me acerqué a él y le deseé la paz. Pero él, sin corresponder a mi zalema,
me arañó furioso y exclamó: "¿Quién eres? ¿Y de dónde viniste para robarme mi fortuna?" Le
respondí: "No temas nada, ¡oh digno mercader! porque no soy ningún ladrón, y tu fortuna en nada
ha disminuido. Soy un ser humano y no un genio malhechor, como creías, por lo visto. Soy incluso
un hombre honrado entre la gente honrada, y antiguamente, antes de correr aventuras tan
extrañas, yo tenía también el oficio de mercader.
En cuanto al motivo de mi venida a este paraje, es una historia asombrosa, que te contaré al
punto. ¡Pero de antemano, quiero probarte mis buenas intenciones gratificándote con algunos
diamantes recogidos por mí mismo en el fondo de esa cima, que jamás fue sondeada por la vista
humana!"
Saqué enseguida de mi cinturón algunos hermosos ejemplares de diamantes, y se los
entregué, diciéndole: "¡He aquí una ganancia que no habrías osado esperar en tu vida!"
Entonces el propietario del cuarto de carnero manifestó una alegría inconcebible y me dio
muchas gracias, y tras de mil zalemas, me dijo: "¡La bendición está contigo, oh mi señor! ¡Uno solo
de estos diamantes bastaría para enriquecerme hasta la más dilatada vejez! ¡Porque en mi vida
hube de verlos semejantes ni en la corte de los reyes y sultanes!" Y me dio gracias otra vez, y
finalmente llamó a otros mercaderes que allí se hallaban y que se agruparon en torno mío,
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deseándome la paz y la bienvenida. Y les conté mi rara aventura desde el principio hasta el fin.
Pero no sería útil repetirla.
Entonces, vueltos de su asombro los mercaderes, me felicitaron mucho por mi liberación,
diciéndome: "¡Por Alah! ¡Tu destino te ha sacado de un abismo del que nadie regresó nunca!"
Después, al verme extenuado por la fatiga, el hambre y la sed se apresuraron a darme de comer y
beber con abundancia, y me condujeron a una tienda, donde velaron mi sueño, que duró un día
entero y una noche.
A la mañana, los mercaderes me llevaron con ellos, en tanto que comenzaba yo a regocijarme
de modo intenso por haber escapado a aquellos peligros sin precedentes. Al cabo de un viaje
bastante corto, llegamos a una isla muy agradable, donde crecían magníficos árboles de copa tan
espesa y amplia, que con facilidad podrían dar sombra a cien hombres. De estos árboles es
precisamente de los que se extrae la sustancia blanca, de olor cálido y grato, que se llama
alcanfor. A tal fin, se hace una incisión en lo alto del árbol, recogiendo en una cubeta que se pone
al pie el jugo que destila, y que al principio parece como gotas de goma, y no es otra cosa que la
miel del árbol.
También en aquella isla vi al espantable animal que se llama "karkadann" (rinoceronte) y pace
exactamente como pacen las vacas y los búfalos en nuestras praderas. El cuerpo de esa fiera es
mayor que el cuerpo del camello; al extremo del morro tiene un cuerno de diez codos de largo y en
el cual se halla labrada una cara humana. Es tan sólido este cuerno, que le sirve al karkadann para
pelear y vencer al elefante, enganchándole y teniéndole en vilo hasta que muere. Entonces la
grasa del elefante muerto va a parar a los ojos del karkadann, cegándole y haciéndole caer. Y
desde lo alto de los aires se abate sobre ellos el terrible rokh y los transporta a su nido para
alimentar a sus crías.
Vi asimismo en aquella isla diversas clases de búfalos.
Vivimos algún tiempo allí, respirando el aire embalsamado; tuve con ello ocasión de cambiar
mis diamantes por más oro y plata de lo que podría contener la cola de un navío. ¡Después nos
marchamos de allí; y de isla en isla, y de tierra en tierra, y de ciudad en ciudad, admirando a cada
paso la obra del Creador, y haciendo acá y allá algunas ventas, compras y cambios, acabamos por
bordear Bassra, país de bendición, para ascender hasta Bagdad, morada de paz!
Me faltó el tiempo entonces para correr a mi calle y entrar en mi casa, enriquecido con sumas
considerables, dinares de oro y hermosos diamantes que no tuve alma para vender. Y he aquí que,
tras las efusiones propias del retorno entre mis parientes y amigos; no dejé de comportarme
generosamente, repartiendo dádivas a mi alrededor, sin olvidar a nadie.
Luego disfruté alegremente de la vida, comiendo manjares exquisitos, bebiendo licores
delicados, vistiéndome con ricos trajes y sin privarme de la sociedad de las personas deliciosas.
Así es que todos los días tenía numerosos visitantes notables que, al oír hablar de mis aventuras,
me honraban con su presencia para pedirme que les narrara mis viajes y les pusiera al corriente de
lo que sucedía en las tierras lejanas. Y yo experimentaba una verdadera satisfacción
instruyéndoles acerca de tantas cosas, lo que inducía a todos a felicitarme por haber escapado de
tan terribles peligros, maravillándose con mi relato hasta el límite de la maravilla. Y así es como
acaba mi segundo viaje.
¡Pero mañana, oh, mis amigos ! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 298ª NOCHE
Ella dijo:
"Pero mañana, ¡oh mis amigos! os contaré las peripecias de mi tercer viaje, el cual, sin duda,
es mucho más interesante y estupefaciente que los dos primeros!"
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Luego calló Sindbad. Entonces los esclavos sirvieron de comer y de beber a todos los
invitados, que se hallaban prodigiosamente asombrados de cuanto acababan de oír. Después
Sindbad el Marino hizo que dieran cien monedas de oro a Sindbad el Cargador, que las admitió,
dando muchas gracias, y se marchó invocando sobre la cabeza de su huésped las bendiciones de
Alah, y llegó a su casa maravillándose de cuanto acababa de ver y de escuchar.
Por la mañana se levantó el cargador Sindbad, hizo la plegaria matinal y volvió a casa del rico
Sindbad, como le indicó éste. Y fui recibido cordialmente y tratado con muchos miramientos, e
invitado a tomar parte en el festín del día y en los placeres, que duraron toda la jornada. Tras de lo
cual, en medio de sus convidados, atentos y graves, Sindbad el Marino empezó su relato de la
manera siguiente:
LA TERCERA HISTORIA DE LAS HISTORIAS DE SINDBAD EL MARINO, QUE TRATA
DEL TERCER VIAJE
Sabed, ¡oh mis amigos! -¡pero Alah sabe las cosas mejor que la criatura!--- que con la
deliciosa vida de que yo disfrutaba desde el regreso de mi segundo viaje, acabé por perder
completamente, entre las riquezas y el descanso, el recuerdo de los sinsabores sufridos y de los
peligros que corrí, aburriéndome a la postre de la inacción monótona de mi existencia en Bagdad.
Así es que mi alma deseó con ardor la mudanza y el espectáculo de las cosas de viaje. Y la misma
afición al comercio, con su ganancia y su provecho, me tentó otra vez.
En el fondo, siempre la ambición es causa de nuestras desdichas. En breve debía yo
comprobarlo del modo más espantoso.
Puse en ejecución inmediatamente mi proyecto, y después de proveerme de ricas mercancías
del país, partí de Bagdad para Bassra.
Allí me esperaba un gran navío lleno ya de pasajeros y mercaderes, todos gente de bien,
honrada, con buen corazón, hombres de conciencia y capaces de servirle a uno, por lo que se
podría vivir con ellos en buenas relaciones. Así es que no dudé en embarcarme en su compañía
dentro de aquel navío; y no bien me encontré a bordo, nos hicimos a la vela con la bendición de
Alah para nosotros y para nuestra travesía.
Bajo felices auspicios comenzó, en efecto, nuestra navegación. En todos los, lugares que
abordábamos hacíamos negocios excelentes, a la vez que nos paseábamos e instruíamos con
todas las cosas nuevas que veíamos sin cesar.
Y nada, verdaderamente, faltaba a nuestra dicha, y nos hallábamos en el límite del desahogo
y la opulencia.
Un día entre los días, estábamos en alta mar, muy lejos de los países musulmanes, cuando de
pronto vimos que el capitán del navío se golpeaba con fuerza el rostro, se mesaba los pelos de la
barba, desgarraba sus vestiduras y tiraba al suelo su turbante, después de examinar durante largo
tiempo el horizonte.
Luego empezó a lamentarse, a gemir y a lanzar gritos de desesperación.
Al verlo, rodeamos todos al capitán, y le dijimos: "¿Qué pasa, ¡oh capitán!?" Contestó: "Sabed,
¡oh pasajeros de paz! que estamos a merced del viento contrario, y habiéndonos desviado de
nuestra ruta, nos hemos lanzado a este mar siniestro. Y para colmar nuestra mala suerte, el
Destino hace que toquemos en esa isla que veis delante de vosotros, y de la cual jamás pudo salir
con vida nadie que arribara a ella. ¡Esa isla es la Isla de los Monos! ¡Me da el corazón que
estamos perdidos sin remedio!"
Todavía no había acabado de explicarse el capitán, cuando vimos que rodeaba al navío una
multitud de seres velludos cual monos, y más innumerable que una nube de langostas, en tanto
que desde la playa de la isla otros monos, en cantidad incalculable, lanzaban chillidos que nos
helaron de estupor. Y no osamos maltratar, atacar, ni siquiera espantar a ninguno de ellos, por
miedo a que se abalanzasen todos sobre nosotros y nos matasen hasta el último, vista su
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superioridad numérica; porque no cabe duda de que la certidumbre de esta superioridad numérica
aumenta el valor de quienes la poseen. No quisimos, pues, hacer ningún movimiento, aunque por
todos lados nos invadían aquellos monos, que empezaban a apoderarse ya de cuanto nos
pertenecía.
Eran muy feos. Eran; incluso, más feos que las cosas más feas que he visto hasta este día de
mi vida. ¡Eran peludos y velludos, con ojos amarillos en sus caras negras; tenían poquísima
estatura, apenas cuatro palmos, y sus muecas y sus gritos resultaban más horribles que cuanto a
tal respecto pudiera imaginarse!
Por lo que afecta a su lenguaje, en vano nos hablaban y nos insultaban chocando las
mandíbulas, ya que no lográbamos comprenderles, a pesar de la atención que a tal fin poníamos.
No tardamos, por desgracia, en verles ejecutar el más funesto de los proyectos. Treparon por los
palos, desplegaron las velas, cortaron con los dientes todas las amarras y acabaron por
apoderarse del timón. Entonces, impulsado por el viento, marchó el navío contra la costa, donde
encalló. Y los monos apoderáronse de todos nosotros, nos hicieron desembarcar sucesivamente,
nos dejaron en la playa, y sin ocuparse más de nosotros para nada embarcaron de nuevo en el
navío, al cual consiguieron poner a flote, y desaparecieron todos en él a lo lejos del mar.
Entonces, en el límite de la perplejidad, juzgamos inútil permanecer de tal modo en la playa
contemplando el mar, y avanzamos por la isla, donde al fin descubrimos algunos árboles frutales y
agua corriente, lo que nos permitió reponer un tanto nuestras fuerzas a fin de retardar lo más
posible una muerte que todos creíamos segura.
Mientras seguíamos en aquel estado, nos pareció ver entre los árboles un edificio muy grande
que se diría abandonado. Sentimos la tentación de acercarnos a él, y cuando llegamos a
alcanzarle, advertimos que era un palacio...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana; v se calló
discretamente
PERO CUANDO LLEGÒ LA 299ª NOCHE
Ella dijo:
... advertimos que era un palacio de mucha altura, cuadrado, rodeado por sólidas murallas y
que tenía una gran puerta de ébano de dos hojas. Como esta puerta estaba abierta y ningún
portero la guardaba, la franqueamos y penetramos enseguida en una inmensa sala tan grande
como un patio. Tenía por todo mobiliario la tal sala enormes utensilios de cocina y asadores de una
longitud desmesurada; el suelo por toda alfombra, montones de huesos, ya calcinados unos, otros
sin quemar aún. Dentro reinaba un olor que perturbó en extremo nuestro olfato. Pero como
estábamos extenuados de fatiga y de miedo, nos dejamos caer cuan largos éramos y nos
dormimos profundamente.
Ya se había puesto el sol, cuando nos sobresaltó un ruido estruendoso, despertándonos de
repente; y vimos descender ante nosotros desde el techo a un ser negro con rostro humano, tan
alto como una palmera, y cuyo aspecto era más horrible que el de todos los monos reunidos. Tenía
los ojos rojos como dos tizones inflamados, los dientes largos y salientes como los colmillos de un
cerdo, una boca enorme, tan grande como el brocal de un pozo, labios que le colgaban sobre el
pecho, orejas movibles como las del elefante y que le cubrían los Hombros, y uñas ganchudas cual
las garras del león.
A su vista, nos llenamos de terror, y después nos quedamos rígidos como muertos. Pero él fué
a sentarse en un banco alto adosado a la pared, y desde allí comenzó a examinarnos en silencio y
con toda atención uno a uno. Tras de lo cual se adelantó hacia nosotros, fue derecho a mí,
prefiriéndome a los demás mercaderes, tendió la mano y me cogió de la nuca, cual podía cogerse
un lío de trapos. Me dio vueltas y vueltas en todas direcciones, palpándome como palparía un
carnicero cualquier cabeza de carnero. Pero sin duda no debió encontrarme de su gusto, liquidado
por el terror como yo estaba y con la grasa de mi piel disuelta por las fatigas del viaje y la pena.
Entonces me dejó, echándome a rodar por el suelo, y se apoderó de mi vecino más próximo y lo
manoseó, como me había manoseado a mí, para rechazarle y luego apoderarse del siguiente. De
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este modo fue cogiendo uno tras de otro a todos los mercaderes, y le tocó ser el último en el turno
al capitán del navío.
Aconteció que el capitán era un hombre gordo y lleno de carne, y naturalmente, era el más
robusto y sólido de todos los hombres del navío. Así es que el espantoso gigante no dudó en
fijarse en él al elegir; le cogió entre sus manos cual un carnicero cogería un cordero, le derribó en
tierra le puso un pie en el cuello y le desnucó con un solo golpe. Empuñó entonces uno de los
inmensos asadores en cuestión y se lo introdujo por la boca, haciéndolo salir por el ano. Entonces
encendió mucha leña en el hogar que había en la sala, puso entre las llamas al capitán ensartado,
y comenzó a darle vueltas lentamente hasta que estuvo en sazón. Le retiró del fuego entonces y
empezó a trincharle en pedazos, como si se tratara de un pollo, sirviéndose para el caso de sus
uñas. Hecho aquello, le devoró en un abrir y cerrar de ojos. Tras de lo cual chupó los huesos,
vaciándolos de la medula, y los arrojó en medio del montón que se alzaba en la sala.
Concluida esta comida, el espantoso gigante fue a tenderse en el banco para digerir, y no
tardó en dormirse, roncando exactamente igual que un búfalo a quien se degollara o como un asno
a quien se incitara a rebuznar. Y así permaneció dormido hasta por la mañana. Le vimos entonces
levantarse y alejarse como había llegado, mientras permanecíamos inmóviles de espanto.
Cuando tuvimos la certeza de que había desaparecido, salimos del silencio que guardamos
toda la noche, y nos comunicamos mutuamente nuestras reflexiones y empezamos a sollozar y
gemir pensando en la suerte que nos esperaba. .
Y con tristeza nos decíamos: "Mejor hubiera sido perecer en el mar ahogados o comidos por
los monos que ser asados en las brasas. ¡Por Alah, que se trata de una muerte detestable! Pero
¿qué hacer? ¡Ha de ocurrir lo que Alah disponga! ¡No hay recurso más que en Alah el
Todopoderoso!"
Abandonamos entonces aquella casa y vagamos por toda la isla en busca de algún escondrijo
donde resguardarnos; pero fue en vano, porque la isla era llana y no había en ella cavernas ni
nada que nos permitiese sustraernos a la persecución. Así es que, como caía la tarde, nos pareció
más prudente volver al palacio.
Pero apenas llegamos, hizo su aparición en medio del ruido atronador el horrible hombre
negro, y después del palpamiento y el manoseo, se apoderó de uno de mis compañeros
mercaderes, ensartándole enseguida, asándole y haciéndole pasar a su vientre, para tenderse
luego en el banco y roncar hasta la mañana como un bruto degollado. Despertóse entonces y se
desperezó, gruñendo
ferozmente, y se marchó sin ocuparse de nosotros y cual si no nos viera.
Cuando partió, como habíamos tenido tiempo de reflexionar sobre nuestra triste situación,
exclamamos todos a la vez: "Vamos a tirarnos al mar para morir ahogados, mejor que perecer
asados y devorados. ¡Porque debe ser una muerte terrible!"
Al ir a ejecutar este proyecto, se levantó uno de nosotros y dijo: "¡Escuchadme, compañeros!
¡No creéis que vale quizás más matar al hombre negro antes de que nos extermine?" Entonces
levanté a mi vez yo el dedo y dije: "¡Escuchadme, compañeros! ¡Caso de que verdaderamente
hayáis resuelto matar al hombre negro, sería preciso antes comenzar por utilizar los trozos de
madera de que está cubierta la playa, con objeto de construirnos una balsa en la cual podamos
huir de esta isla maldita después de librar a la Creación de tan bárbaro comedor de musulmanes!
¡Bordeamos entonces en cualquier isla donde esperaremos la clemencia del Destino, que nos
enviará algún navío para regresar a nuestro país! De todos modos, aunque naufrague la balsa
y nos ahoguemos, habremos evitado que nos asen y no habremos cometido la mala acción de
matarnos voluntariamente. ¡Nuestra muerte será un martirio que se tendrá en cuenta el día de la
Retribución! . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 300ª NOCHE
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Ella dijo:
¡...Nuestra muerte será un martirio que se tendrá en cuenta el día de la Retribución!" Entonces
exclamaron los mercaderes: "¡Por Alah! ¡Es una idea excelente y una acción razonable!"
Al momento nos dirigimos a la playa y construimos la balsa en cuestión, en la cual tuvimos
cuidado de poner algunas provisiones, tales como frutas y hierbas comestibles; luego volvimos al
palacio para esperar, temblando, la llegada del hombre negro.
Llegó precedido de un ruido atronador, y creímos ver entrar a un enorme perro rabioso.
Todavía tuvimos necesidad de presenciar sin un murmullo cómo ensartaba y asaba a uno de
nuestros compañeros, a quien escogió por su grasa y buen aspecto, tras del palpamiento y manoseo.
Pero cuando el espantoso bruto se durmió y comenzó a roncar de un modo estrepitoso,
pensamos en aprovecharnos de su sueño con objeto de hacerle inofensivo para siempre.
Cogimos a tal fin dos de los inmensos asadores de hierro, y los calentamos al fuego hasta que
estuvieron al rojo blanco; luego los empuñamos fuertemente por el extremo frío, y como eran muy
pesados, llevamos entre varios cada uno. Nos acercamos a él quedamente, y entre todos
hundimos a la vez ambos asadores en ambos ojos del horrible hombre negro que dormía, y
apretamos con todas nuestras fuerzas para que cegase en absoluto.
Debió sentir seguramente un dolor extremado, porque el grito que lanzó fue tan espantoso,
que al oírlo rodamos por el suelo a una distancia respetable. Y saltó él a ciegas, y aullando y
corriendo en todos sentidos, intentó coger a alguno de nosotros. Pero habíamos tenido tiempo de
evitarlo y echarnos al suelo de bruces a su derecha y a su izquierda, de manera que a cada vez
sólo se encontraba con el vacío. Así es que, viendo que no podía realizar su propósito acabó por
dirigirse a tientas a la puerta y salió dando gritos espantosos.
Entonces, convencidos de que el gigante ciego moriría por fin en su suplicio, comenzamos a
tranquilizarnos, y nos dirigimos al mar con paso lento. Arreglamos un poco mejor la balsa, nos
embarcamos en ella, la desamarramos de la orilla, y ya íbamos a remar para alejarnos, cuando
vimos al horrible gigante ciego que llegaba corriendo, guiado por una hembra gigante, todavía más
horrible y antipática que él.
Llegados que fueron a la playa, lanzaron gritos amedrentadores al ver que nos alejábamos;
después cada uno de ellos comenzó a apedrearnos, arrojando a la balsa trozos de peñasco. Por
aquel procedimiento consiguieron alcanzarnos con sus proyectiles y ahogar a todos mis compañeros,
excepto dos. En cuanto a los tres que salimos con vida, pudimos al fin alejarnos y ponernos
fuera del alcance de los peñascos que lanzaban.
Pronto llegamos a alta mar, donde nos vimos a merced del viento y empujados hacia una isla
que distaba dos días de aquella en que creímos perecer ensartados y asados. Pudimos encontrar
allí frutas, con lo que nos libramos de morir de hambre; luego, como la noche era ya avanzada,
trepamos a un gran árbol para dormir en él.
Por la mañana, cuando nos despertamos, lo primero que se presentó ante nuestros ojos
asustados fue una terrible serpiente tan gruesa como el árbol en que nos hallábamos, y que
clavaba en nosotros sus ojos llameantes y abría una boca tan ancha como un horno. Y de pronto
se irguió, y su cabeza nos alcanzó en la copa del árbol. Cogió con sus fauces a uno de mis dos
compañeros y lo engulló hasta los hombros, para devorarle por completo casi inmediatamente. Y al
punto oímos los huesos del infortunado crujir en el vientre de la serpiente, que bajó del árbol y nos
dejó aniquilados de espanto y de dolor.
Y pensamos: "¡Por Alah, este nuevo género de muerte es más detestable que el anterior! La
alegría de haber escapado del asador del hombre negro, se convierte en un presentimiento peor
aún que cuanto hubiéramos de experimentar! ¡No hay recurso más que en Alah!"
Tuvimos enseguida alientos para bajar del árbol y recoger algunas frutas, que comimos,
satisfaciendo nuestra sed con el agua de los arroyos. Tras de lo cual, vagamos por la isla en busca
de cualquier abrigo más seguro que el de la precedente noche, y acabamos por encontrar un árbol
de una altura prodigiosa. Trepamos a él al hacerse de noche, y ya instalados lo mejor posible,
empezábamos a dormirnos, cuando nos despertó un silbido seguido de un rumor de ramas tronchadas,
y antes de que tuviésemos tiempo de hacer un movimiento para escapar, la serpiente
cogió a mi compañero, que se había encaramado por debajo de mí, y de un solo golpe le devoró
hasta las tres cuartas partes. La vi luego enroscarse al árbol, haciendo rechinar los huesos de mi
último compañero hasta que terminó de devorarle. Después se retiró, dejándome muerto de miedo.
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Continué en el árbol sin moverme hasta por la mañana, y únicamente entonces me decidí a
bajar. Mi primer movimiento fue para tirarme al mar con objeto de concluir una vida miserable y
llena de alarmas cada vez más terribles; en el camino me paré, porque mi alma, don precioso, no
se avenía a tal resolución; y me sugirió una idea a la cual debo el haberme salvado.
Empecé a buscar leña, y encontrándola en seguida, me tendí en tierra y cogí una tabla grande
que sujeté a las plantas de mis pies en toda su extensión; cogí luego una segunda tabla que até a
mi costado izquierdo, otra a mi costado derecho, la cuarta me la puse en el vientre, y la quinta, más
ancha y más larga que las anteriores, la sujeté a mi cabeza. De este modo me encontraba rodeado
por una muralla de tablas que oponían en todos sentidos un obstáculo a las fauces de la serpiente.
Realizado aquello, permanecí tendido en el suelo, y esperé lo que me reservaba el Destino.
Al hacerse de noche, no dejó de ir la serpiente. En cuanto me vio, arrojose sobre mí dispuesta
a sepultarme en su vientre; pero se lo impidieron las tablas. Se puso entonces a dar vueltas a mi
alrededor, intentando cogerme por algún lado más accesible; pero no pudo lograr su propósito, a
pesar de todos sus esfuerzos, y aunque tiraba de mí en todas direcciones. Así pasó toda la noche
haciéndome sufrir, y yo me creía ya muerto y sentía en mi rostro su aliento nauseabundo. Al
amanecer me dejó por fin, y se alejó muy furiosa, en el límite de la cólera y de la rabia.
Cuando estuve seguro de que se había alejado del todo...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 301ª NOCHE
Ella dijo:
...Cuando estuve seguro de que se había alejado del todo, saqué la mano y me desembaracé
de las ligaduras que me ataban a las tablas. Pero había estado en una postura tan incómoda, que
en un principio no logré moverme, y durante varias horas creí no poder recobrar el uso de mis
miembros. Pero al fin conseguí ponerme en pie, y poco a poco pude andar y pasearme por la isla.
Me encaminé hacia el mar, y apenas llegué descubrí en lontananza un navío que bordeaba la isla
velozmente a toda vela.
Al verlo me puse a agitar los brazos y gritar como un loco; luego desplegué la tela de mi
turbante, y atándola a una rama de árbol, la levanté por encima de mi cabeza y me esforcé en
hacer señales
para que me advirtiesen desde el navío.
El destino quiso que mis esfuerzos no resultasen inútiles. No tardé, efectivamente, en ver que
el navío viraba y se dirigía a tierra; y poco después fui recogido por el capitán y sus hombres.
Una vez a bordo del navío, empezaron por proporcionarme vestidos y ocultar mi desnudez, ya
que desde hacía tiempo había yo destrozado mi ropa; luego me ofrecieron manjares para que
comiera, lo cual hice con mucho apetito, a causa de mis pasadas privaciones; pero lo que me llegó
especialmente al alma fue cierta agua fresca en su punto y deliciosa en verdad, de la que bebí
hasta saciarme. Entonces se calmó mi corazón y se tranquilizó mi espíritu, y sentí que el reposo y
el bienestar descendían por fin a mi cuerpo extenuado.
Comencé, pues, a vivir de nuevo tras de ver a dos pasos de mí , la muerte, y bendije a Alah
por su misericordia, y le di gracias por haber interrumpido mis tribulaciones. Así es que no tardé en
reponerme completamente de mis emociones y fatigas, hasta el punto de casi llegar a creer que
todas aquellas calamidades habían sido un sueño. Nuestra navegación resultó excelente, y con la
venia de Alah el viento nos fue favorable todo el tiempo, y nos hizo tocar felizmente en una isla
llamada Salahata, donde debíamos hacer escala, y en cuya rada ordenó anclar el capitán, para
permitir a los mercaderes desembarcar y despachar sus asuntos. -
Cuando estuvieron en tierra los pasajeros, como era el único a bordo que carecía de
mercancías para vender o cambiar, el capitán se acercó a mí y me dijo: "¡Escucha lo que voy a
decirte! Eres un hombre pobre y extranjero, y por ti sabemos cuántas pruebas has sufrido en tu
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vida. ¡Así, pues, quiero serte de alguna utilidad ahora y ayudarte a regresar a tu país, con el fin de
que cuando pienses en mí lo hagas gustoso e invoques para mi persona todas las bendiciones!"
Yo le contesté: "Ciertamente, ¡oh capitán! que no dejaré de hacer votos en tu favor". Y él dijo:
"Sabe que hace algunos años vino con nosotros un viajero que se perdió en una isla en que
hicimos escala. Y desde entonces no hemos vuelto a tener noticias suyas, ni sabemos si ha muerto
o si vive todavía. Como están en el navío depositadas las mercancías que dejó aquel viajero,
abrigo la idea de confiártelas para que, mediante un corretaje provisional sobre la ganancia, las
vendas en esta isla y me des su importe, a fin de que a mi regreso a Bagdad pueda yo entregarlo a
sus parientes o dárselo a él mismo, si consiguió volver a su ciudad".
Y contesté yo: "¡Te soy deudor del bienestar y la obediencia!, ¡oh señor! ¡Y verdaderamente
eres acreedor a mi mucha gratitud, ya que quieres proporcionarme una honrada ganancia!"
Entonces el capitán ordenó a los marineros que sacasen de la cala las mercancías y las
llevaran a la orilla, para que yo me hiciera cargo de ellas. Después llamó al escriba del navío y le
dijo que las contase
y las anotase fardo por fardo. Y contestó el escriba: "¿A quién pertenecen estos fardos y a nombre
de quién debo inscribirlos?" El capitán respondió: "El propietario de estos fardos se llamaba
Sindbad el Marino, Ahora inscríbelos a nombre de ese pobre pasajero y pregúntale cómo se
llama".
Al oír aquellas palabras del capitán, me asombré prodigiosamente, y exclamé: "¡Pero si
Sindbad el Marino soy yo!" Y mirando atentamente al capitán, reconocí en él al que al comienzo de
mi segundo viaje me abandonó en la isla donde me quedé dormido.
Ante descubrimiento tan inesperado, mi emoción llegó a sus últimos límites, y añadí: "¡Oh
capitán! ¿No me reconoces? ¡Soy el pobre Sindbad el Marino, oriundo de Bagdad! ¡Escucha mi
historia! Acuérdate, ¡oh capitán! de que fui yo quien desembarcó en la isla hace tantos años sin
que hubiera vuelto. En efecto, me dormí a la orilla de un arroyo delicioso, después de haber
comido, y cuando desperté ya había zarpado el barco. ¡Por cierto que me vieron muchos
mercaderes de la montaña de diamantes, y podrían atestiguar que soy yo el propio Sindbad el
Marino!"
Aun no había acabado de explicarme, cuando uno de los mercaderes que habían subido por
mercaderías a bordo se acercó a mí, me miró atentamente, y en cuanto terminé de hablar,
palmoteó sorprendido, y exclamó:
"¡Por Alah! Ninguno me creyó cuando hace tiempo relaté la extraña aventura que me acaeció
un día en la montaña de diamantes, donde, según dije, vi a un hombre atado a un cuarto de
carnero y transportado desde el valle a la montaña por un pájaro llamado rokh. ¡Pues bien; he aquí
aquel hombre! ¡Este mismo es Sindbad el Marino, el hombre generoso que me regaló tan
hermosos diamantes!" Y tras de hablar así, el mercader corrió a abrazarme como un hermano
ausente que se encuentra de pronto a su hermano.
Entonces me contempló un instante el capitán del navío y en seguida me reconoció también
por Sindbad el Marino. Y me tomó en sus brazos como lo hubiera hecho con su hijo, me felicitó por
estar con vida todavía, y me dijo: "Por Alah, ¡oh señor! que es asombrosa tu historia y prodigiosa tu
aventura! ¡Pero bendito sea Alah, que permitió nos reuniéramos, e hizo que encontraras
tus mercancías y tu fortuna!"
Luego dio orden de que llevaran mis mercancías a tierra para que yo las vendiese,
aprovechándome de ellas por completo aquella vez. Y, efectivamente, fue enorme la ganancia que
me proporcionaron, indemnizándome con mucho de todo el tiempo que había perdido hasta
entonces.
Después de lo cual, dejamos la isla Salahata y llegamos al país de Sínd, donde vendimos y
compramos igualmente.
En aquellos mares lejanos vi cosas asombrosas y prodigios innumerables, cuyo relato no
puedo detallar. Pero, entre otras cosas, vi un pez que tenía el aspecto de una vaca y otro que
parecía un asno. Vi también un pájaro que nacía del nácar marino y cuyas crías vivían en la
superficie de las aguas, sin volar nunca sobre tierra.
Más tarde continuamos nuestra navegación, con la venia de Alah, y a la postre llegamos a
Bassra, donde nos detuvimos pocos días, para entrar por último en Bagdad.
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Entonces me dirigí a mi calle, penetré en mi casa, saludé a mis parientes, a mis amigos y a
mis antiguos compañeros, e hice muchas dádivas a viudas y a huérfanos. Porque había regresado
más rico que nunca, a causa de los últimos negocios hechos al vender mis mercancías.
Pero mañana, si Alah quiere, ¡oh amigos míos! os contaré la historia de mi cuarto viaje, que
supera en interés a las tres que acabáis de oír".
Luego Sindbad el Marino, como los anteriores días, hizo que dieran cien monedas de oro a
Sindbad el Cargador, invitándole a volver al día siguiente.
No dejó de obedecer el cargador, y volvió al otro día para escuchar lo que había de contar
Sindbad el Marino cuando terminase la comida...
En este momento de su narración, Scherazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente
Y CUANDO LLEGO LA 302ª NOCHE
Ella dijo:
... para escuchar lo que había de contar Sindabad el Marino cuando terminase la comida.
LA CUARTA HISTORIA DE LAS HISTORIAS DE SINDBAD EL MARINO, QUE TRATA DEL
CUARTO VIAJE
Y dijo Sindbad el Marino:
"Ni las delicias ni los placeres de la vida de Bagdad, ¡ oh amigos míos! me hicieron olvidar los
viajes. Al contrario, casi no me acordaba de las fatigas sufridas y los peligros corridos. Y el alma
pérfida que vivía en mí no dejó de mostrarme lo ventajoso que sería recorrer de nuevo las
comarcas de los hombres. Así es que no pude resistirme a sus tentaciones, y abandonando un día
la casa y las riquezas, llevé conmigo una gran cantidad de mercaderías de precio, bastante más
que las que había llevado en mis últimos viajes, y de Bagdad partí para Bassra, donde me
embarqué en un gran navío en compañía de varios notables mercaderes prestigiosamente
conocidos.
Al principio fue excelente nuestro viaje por el mar, gracias a la bendición. Fuimos de isla en isla
y de tierra en tierra, vendiendo y comprando y realizando beneficios muy apreciables, hasta que un
día, en alta mar, hizo anclar el capitán, diciéndonos: "¡Estamos perdidos sin remedio!" Y de
improviso un golpe de viento terrible hinchó todo el mar, que se precipitó sobre el navío; haciéndole
crujir por todas partes y arrebató a los pasajeros, incluso al capitán, los marineros y yo mismo. Y se
hundió todo el mundo, y yo igual que los demás.
Pero, merced a la misericordia, pude encontrar sobre el abismo una tabla del navío, a la que
me agarré con manos y pies, y encima de la cual navegamos durante medio día yo y algunos otros
mercaderes que lograron asirse conmigo a ella.
Entonces, a fuerza de bregar con pies y manos, ayudados por el viento y la corriente, caímos
en la costa de una isla, cual si fuésemos un montón de algas, medio muertos ya de frío y de miedo.
Toda una noche permanecimos sin movernos, aniquilados, en la costa de aquella isla. Pero al
día siguiente pudimos levantarnos e internarnos por ella, vislumbrando una casa, hacia la cual nos
encaminamos.
Cuando llegamos a ella, vimos que por la puerta de la vivienda salía un grupo de individuos
completamente desnudos y negros, quienes se apoderaron de nosotros sin decirnos palabra y nos
hicieron penetrar en una vasta sala, donde aparecía un rey sentado en alto trono.
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El rey nos ordenó que nos sentáramos, y nos sentamos. Entonces pusieron a nuestro alcance
platos llenos de manjares como no los habíamos visto en toda nuestra vida. Sin embargo, su
aspecto no excitó mi apetito, al revés de lo que ocurría a mis compañeros, que comieron glotonamente
para aplacar el hambre que les torturaba desde que naufragamos. En cuanto a mí, por
abstenerme conservo la existencia hasta hoy.
Efectivamente, desde que tomaron los primeros bocados, apoderose de mis compañeros una
gula enorme, y estuvieron durante horas y horas devorando cuanto les presentaban, mientras
hacían gestos de locos y lanzaban extraordinarios gruñidos de satisfacción.
En tanto que caían en aquel estado mis amigos, los hombres desnudos llevaron un tazón lleno
de cierta pomada con la que untaron todo el cuerpo a mis compañeros, resultando asombroso el
efecto que hubo de producirles en el vientre. Porque vi que se les dilataba poco a poco en todos
sentidos hasta quedar más gordos que un pellejo inflado. Y su apetito aumentó proporcionalmente,
y continuaron comiendo sin tregua, mientras yo les miraba asustado al ver que no se llenaba su
vientre nunca.
Por lo que a mí respecta, persistí en no tocar aquellos manjares, y me negué a que me
untaran con la pomada al ver el efecto que produjo en mis compañeros. Y en verdad que mi
sobriedad fue provechosa, porque averigüé que aquellos hombres desnudos comían carne humana,
y empleaban diversos medios para cebar a los hombres que caían entre sus manos y hacer de
tal suerte más tierna y más jugosa su carne. En cuanto al rey de estos antropófagos, descubrí que
era ogro. Todos los días le servían asado un hombre cebado por aquel método; a los demás no les
gustaba el asado y comían la carne humana al natural, sin ningún aderezo.
Ante tan triste descubrimiento, mi ansiedad sobre mi suerte y la de mis compañeros no
conoció límites cuando advertí enseguida una disminución notable de la inteligencia de mis
camaradas, a medida que se hinchaba su vientre y engordaba su individuo. Acabaron por embrutecerse
del todo a fuerza de comer, y cuando tuvieron el aspecto de unas bestias buenas para el
matadero, se les confió a la vigilancia de un pastor, que a diario les llevaba a pacer en el prado.
En cuanto a mí, por una parte el hambre, y el miedo por otra, hicieron de mi persona la sombra
de mí mismo y la carne se me secó encinta del hueso. Así es que, cuando los indígenas de la isla
me vieron tan delgado y seco, no se ocuparon ya de mí y me olvidaron enteramente, juzgándome
sin duda indigno de servirme asado ni siquiera a la parrilla ante su rey.
Tal falta de vigilancia por parte de aquellos insulares negros y desnudos me permitió un día
alejarme de su vivienda y marchar en dirección opuesta a ella. En el camino me encontré al pastor
que llevaba a pacer a mis desgraciados compañeros, embrutecidos por culpa de su vientre. Me di
prisa a esconderme entre las hierbas altas, andando y corriendo para perderlos de vista, pues su
aspecto me producía torturas y tristeza.
Ya se había puesto el sol, y yo no dejaba de andar. Continué camino adelante toda la noche,
sin sentir necesidad de dormir, porque me despabilaba el miedo de caer en manos de los negros
comedores de carne humana. Y anduve aún durante todo el otro día, y también los seis siguientes,
sin perder más que el tiempo necesario para hacer una comida diaria que me permitiese seguir mi
carrera en pos de lo desconocido. Y por todo alimento cogía hierbas y me comía las indispensables
para no sucumbir de hambre.
Al amanecer el octavo día...
En este momento de su narración. Scherazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 303ª NOCHE
Ella dijo:
... Al amanecer del octavo día llegué a la orilla opuesta de la isla y me encontré con hombres
como yo, blancos y vestidos con trajes, que se ocupaban en quitar granos de pimienta de los
árboles de que estaba cubierta aquella región. Cuando me advirtieron, se agruparon en torno mío y
me hablaron en mi lengua, el árabe, que no escuchaba yo desde hacía tiempo.
13
Me preguntaron quién era y de dónde venía. Contesté: "¡Oh buenas gentes, soy un pobre
extranjero!" Y les enumeré cuantas desgracias y peligros había experimentado. Mi relato les
asombró maravillosamente, y me felicitaron por haber podido escapar de los devoradores de carne
humana; me ofrecieron de comer y de beber, me dejaron reposar una hora, y después me llevaron
a su barca para presentarme a su rey, cuya residencia se hallaba en otra isla vecina.
La isla en que reinaba este rey tenía por capital una ciudad muy poblada, abundante en todas
las cosas de la vida, rica en zocos y en mercaderes cuyas tiendas aparecían provistas de objetos
preciosos, cruzadas por calles en que circulaban numerosos jinetes en caballos espléndidos,
aunque sin sillas ni estribos. Así es que cuando me presentaron al rey, tras de las zalemas hube de
participarle mi asombro por ver cómo los hombres montaban a pelo en los caballos. Y le dije: "¿Por
qué motivo, ¡oh mi señor y soberano! no se usa aquí la silla de montar? ¡Es un objeto tan cómodo
para ir a caballo! ¡Y, además, aumenta el dominio del jinete!"
Sorprendiose mucho de mis palabras el rey, y me preguntó: "¿Pero en qué consiste una silla
de montar? ¡Se trata de una cosa que nunca en nuestra vida vimos!" Yo le dije: "¿Quieres,
entonces, que te confeccione una silla, para que puedas comprobar su comodidad y experimentar
sus ventajas?" Me contestó: "¡Sin duda!"
Dije que pusiera a mis órdenes un carpintero hábil, y le hice trabajar a mi vista la madera de
una silla conforme exactamente a mis indicaciones. Y permanecí junto a él hasta que la terminó.
Entonces yo mismo forré la madera de la silla con lana y cuero y acabé guarneciéndola con
bordados de oro y borlas de diversos colores. Hice que viniese a mi presencia luego un herrero, al
cual le enseñé el arte de confeccionar un bocado y estribos; y ejecutó perfectamente estas cosas,
porque no le perdí de vista un instante.
Cuando estuvo todo en condiciones, escogí el caballo más hermoso de las cuadras del rey, y
le ensillé y embridé, y le enjaecé espléndidamente, sin olvidarme de ponerle diversos accesorios
de adorno, como largas gualdrapas, borlas de seda y oro, penacho y collera azul. Y fui en seguida
a presentárselo al rey, que lo esperaba con mucha impaciencia desde hacía algunos días.
Inmediatamente lo montó el rey, y se sintió tan a gusto y le satisfizo tanto la invención, que me
probó su contento con regalos suntuosos y grandes prodigalidades.
Cuando el gran visir vio aquella silla y comprobó su superioridad, me rogó que le hiciera una
parecida. Y yo accedí gustoso. Entonces todos los notables del reino y los altos dignatarios
quisieron asimismo tener una silla, y me hicieron la oportuna demanda. Y tanto me obsequiaron,
que en poco tiempo hube de convertirme en el hombre más rico y considerado de la ciudad.
Me había hecho amigo del rey, y un día que fui a verle, según era mi costumbre, se encaró
conmigo, y me dijo: "¡Ya sabes, Sindbad, que te quiero mucho! En mi palacio llegaste a ser como
de mi familia,
y no puedo pasarme sin ti ni soportar la idea de que venga un día en que nos dejes. ¡Deseo, pues,
pedirte una cosa sin que me la rehuses!".
Contesté: "¡Ordena, oh rey! ¡Tu poder sobre mí lo consolidaron tus beneficios y la gratitud que
te debo por todo el bien que de ti recibí desde mi llagada a este reino!" Contestó él: "Deseo casarte
entre nosotros con una mujer bella, bonita, perfecta, rica en oro y en cualidades, con el fin de que
ella te decida a permanecer siempre en nuestra ciudad y en mi palacio. ¡Espero, pues, de ti que no
rechaces mi ofrecimiento y mis palabras!"
Al oír aquel discurso quedé confundido, bajé la cabeza y no pude responder de tanta timidez
como me embargaba. De manera que el rey me preguntó: "¿Por qué no me contestas, hijo mío?"
Yo repliqué: "¡Oh rey del tiempo, tus deseos son los míos y en mí tienes un esclavo!" Al punto
envió él a buscar al kadí y a los testigos, y acto seguido diome por esposa a una mujer noble, de
alto rango, poderosamente rica, dueña de propiedades edificadas y de tierras, y dotada de gran
belleza. Al propio tiempo, me hizo el regalo de un palacio completamente amueblado, con sus
esclavos de ambos
sexos y un tren de casa verdaderamente regio.
Desde entonces viví en medio de una tranquilidad perfecta y llegué al límite del desahogo y el
bienestar. Y de antemano me regocijaba la ida de poder un día escaparme de aquella ciudad y
volver a Bagdad con mi esposa; porque la amaba mucho, y ella también me amaba, y nos
llevábamos muy bien. Pero cuando el Destino dispone algo, ningún poder humano logra torcer su
curso. ¿Y qué criatura puede conocer el porvenir? Aun había yo de comprobar una vez más ¡ay!
que todos nuestros proyectos son juegos infantiles ante los designios del Destino.
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Un día, por orden de Alah, murió la esposa de mi vecino. Como el tal vecino era amigo mío, fui
a verle y traté de consolarle, diciéndole: "¡No te aflijas más de lo permitido, oh vecino! ¡Pronto te
indemnizará Alah dándote una esposa más bendita todavía! ¡Prolongue Alah tus días!" Pero mi
vecino, asombrado de mis palabras, levantó la cabeza y me dijo: "¿Cómo puedes desearme larga
vida, cuando bien sabes que sólo me queda ya una hora de vivir?"
Entonces me asombré a mi vez y le dije: "¿Por qué hablas así, vecino, y a qué vienen semejantes
presentimientos? ¡Gracias a Alah, eres robusto y nada te amenaza! ¿Pretendes, pues,
matarte por tu propia mano?" Contestó: "¡Ah! Bien veo ahora tu ignorancia acerca de los usos de
nuestro país. Sabe, pues, que la costumbre quiere que todo marido vivo sea enterrado vivo con su
mujer cuando ella muera, y que toda mujer viva sea enterrada viva con su marido cuando muere él.
¡Es cosa inviolable! ¡Y enseguida debo ser enterrado vivo yo con mi mujer muerta! ¡Aquí ha de
cumplir tal ley, establecida por los antepasados, todo el mundo, incluso el rey!"
Al escuchar aquellas palabras, exclamé: "¡Por Alah, qué costumbre tan detestable! ¡Jamás
podré conformarme con ella!"
Mientras hablábamos en estos términos, entraron los parientes y amigos de mi vecino y se
dedicaron, en efecto, a consolarle por su propia muerte y la de su mujer. Tras de lo cual se
procedió a los funerales. Pusieron en un ataúd descubierto el cuerpo de la mujer, después de revestirla
con los trajes más hermosos, y adornarla con las más preciosas joyas. Luego se formó el
acompañamiento; el marido iba a la cabeza, detrás del ataúd, y todo el mundo, incluso yo, se
dirigió al sitio del entierro
Salimos de la ciudad, llegando a una montaña que daba sobre el mar. En cierto paraje vi una
especie de pozo inmenso, cuya tapa de piedra levantaron enseguida. Bajaron por allí el ataúd
donde yacía la mujer muerta adornada con sus alhajas; luego se apoderaron de mi vecino, que no
opuso ninguna resistencia; por medio de una cuerda le bajaron hasta el fondo del pozo,
proveyéndole de un cántaro con agua y siete panes. Hecho lo cual taparon el brocal del pozo con
las piedras grandes que lo cubrían, y nos volvimos por donde habíamos ido.
Asistí a todo esto en un estado de alarma inconcebible, pensando: "¡La cosa es aún peor que
todas cuantas he visto!" Y no bien regresé a palacio, corrí en busca del rey y le dije: "¡Oh señor
mío! ¡muchos países recorrí hasta hoy; pero en ninguna parte vi una costumbre tan bárbara como
esa de enterrar al marido vivo con su mujer muerta! Por lo tanto, desearía saber, ¡oh rey del
tiempo! si el extranjero ha de cumplir también esta ley al morir su esposa".
El rey contestó: "¡Sin duda que se le enterrará con ella!"
Cuando hube oído aquellas palabras, sentí que en el hígado me estallaba la vejiga de la hiel a
causa de la pena, salí de allí loco de terror y marché a mi casa, temiendo ya que hubiese muerto
mi esposa durante mi ausencia y que se me obligase a sufrir el horroroso suplicio que acababa de
presenciar. En vano intenté consolarme diciendo: "¡Tranquilízate, Sindbad! ¡Seguramente morirás
tú primero! ¡Por consiguiente, no tendrás que ser enterrado vivo!" Tal consuelo de nada había de
servirme, porque poco tiempo después mi mujer cayó enferma, guardó cama algunos días y murió,
a pesar de todos los cuidados con que no cesé de rodearla día y noche.
Entonces mi dolor no tuvo límites; porque si realmente resultaba deplorable el hecho de ser
devorado por los comedores de carne humana, no lo resultaba menos el de ser enterrado vivo.
Cuando vi que el rey iba personalmente a mi casa para darme el pésame por mi entierro, no dudé
ya de mi suerte. El soberano quiso hacerme el honor de asistir, acompañado por todos los
personajes de la corte, a mi entierro, yendo al lado mío a la cabeza del acompañamiento, detrás
del ataúd en que yacía muerta mi esposa, cubierta con sus joyas y adornada con todos sus
atavíos.
Cuando estuvimos al pie de la montaña que daba sobre el mar, se abrió el pozo en cuestión,
haciendo bajar al fondo del agujero el cuerpo de mi esposa; tras de lo cual, todos los concurrentes
se acercaron a mí y me dieron el pésame, despidiéndose. Entonces yo quise intentar que el rey y
los concurrentes me dispensaran de aquella prueba, y exclamé llorando: "¡Soy extranjero, y no
parece justo que me someta a. vuestra ley! ¡Además, en mi país tengo una esposa que vive e hijos
que necesitan de mí!"
Pero en vano hube de gritar y sollozar, porque cogieronme sin escucharme, me echaron
cuerdas por debajo de los brazos, sujetaron a mi cuerpo un cántaro de agua y siete panes, como
era costumbre, y me descolgaron hasta el fondo del pozo. Cuando llegué abajo, me dijeron:
"¡Desátate, para que nos llevemos las cuerdas!" Pero no quise desligarme y continué con ellas, por
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si se decidían a subirme de nuevo. Entonces abandonaron las cuerdas, que cayeron sobre mí,
taparon otra vez con las grandes piedras el brocal del pozo y se fueron por su camino, sin
escuchar mis gritos que movían a piedad...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGÒ LA 304ª NOCHE
Ella dijo:
... sin escuchar mis gritos que movían a piedad.
A poco me obligó a taparme las narices la hediondez de aquel subterráneo. Pero no me
impidió inspeccionar, merced a la escasa luz que descendía de lo alto, aquella gruta mortuoria
llena de cadáveres antiguos y recientes. Era muy espaciosa, y se dilataba hasta una distancia que
mis ojos no podían sondear. Entonces me tiré al suelo llorando, y exclamé: "¡Bien merecida tienes
tu suerte, Sindbad de alma insaciable! Y luego, ¿qué necesidad tenías de casarte en esta ciudad?
¡Ah! ¿Por qué no pereciste en el valle de los diamantes, o por qué no te devoraron los comedores
de hombres? ¡Era preferible que te hubiese tragado el mar en uno de tus naufragios y no tendrías
que sucumbir ahora a tan espantosa muerte!"
Y al punto comencé a golpearme con fuerza en la cabeza, en el estómago y en todo mi
cuerpo. Sin embargo, acosado por el hambre y la sed, no me decidí a dejarme morir de inanición, y
desaté de la cuerda los panes y el cántaro de agua, y comí y bebí aunque con prudencia, en
previsión de los siguientes días.
De este modo viví durante algunos días, habituándome paulatinamente al olor insoportable de
aquella gruta y para dormir me acostaba en un lugar que tuve buen cuidado de limpiar de los
huesos que en él aparecían. Pero no podía retrasar más el momento en que se me acabaran el
pan y el agua. Y llegó ese momento. Entonces, poseído por la más absoluta desesperación, hice
mi acto de fe, y ya iba a cerrar los ojos para aguardar la muerte, cuando vi abrirse por encima de
mi cabeza, el agujero del pozo y descender en un ataúd a un hombre muerto, y tras de él su
esposa con los siete panes y el cántaro de agua.
Entonces esperé a que los hombres de arriba tapasen de nuevo el brocal, y sin hacer el menor
ruido, muy sigilosamente, cogí un gran hueso de muerto y me arrojé de un salto sobre la mujer,
rematándola de un golpe en la cabeza; y para cerciorarme de su muerte todavía la propiné un
segundo y un tercer golpe con toda mi fuerza. Me apoderé entonces de los siete panes y del agua,
con lo que tuve provisiones para algunos días.
Al cabo de ese tiempo, abriose de nuevo el orificio, y esta vez descendieron una mujer muerta
y un hombre. Con el objeto de seguir viviendo -¡porque el alma es preciosa!- no dejé de rematar al
hombre, robándole sus panes y su agua. Y así continué viviendo durante algún tiempo, matando
en cada oportunidad a la persona a quien se enterraba viva y robándole sus provisiones.
Un día entre los días, dormía yo en mi sitio de costumbre, cuando me desperté sobresaltado al
oír un ruido insólito. Era cual un resuello humano y un rumor de pasos. Me levanté y cogí el hueso
que me servía para rematar a los individuos enterrados vivos, dirigiéndome al lado de donde
parecía venir el ruido. Después de dar unos pasos, creí entrever algo que huía resollando con
fuerza. Entonces, siempre armado con mi hueso, perseguí mucho tiempo a aquella especie de
sombra fugitiva, y continué corriendo en la oscuridad tras ella, y tropezando a cada paso con los
huesos de los muertos; pero de pronto creí ver en el fondo de la gruta como una estrella luminosa
que tan pronto brillaba como se extinguía. Proseguí avanzando en la misma dirección, y
conforme avanzaba veía aumentar y ensancharse la luz. Sin embargo, no me atreví a creer
que fuese aquello una salida por donde pudiese escaparme, y me dije: "¡Indudablemente debe ser
un segundo agujero de este pozo por el que bajan ahora algún
cadáver!"
Así que, cuál no sería mi emoción al ver que la sombra fugitiva, que no era otra cosa que un
animal, saltaba con ímpetu por aquel agujero. Entonces comprendí que se trataba de una brecha
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abierta por las fieras para ir a comerse en la gruta los cadáveres. Y salté detrás del animal y me
hallé al aire libre bajo el cielo.
Al darme cuenta de la realidad caí de rodillas, y con todo mi corazón di gracias al Altísimo por
haberme libertado, y calmé y tranquilicé mi alma.
Miré entonces al cielo, y vi que me encontraba al pie de una montaña junto al mar; y observé
que la tal montaña no debía comunicarse de ninguna manera con la ciudad, por lo escarpada e
impracticable que era. Efectivamente, intenté ascender por ella, pero en vano. Entonces, para no
morirme de hambre, entré en la gruta por la brecha en cuestión y cogí pan y agua; y volví a
alimentarme bajo el cielo, verificándolo con bastante mejor apetito que mientras duró mi estancia
entre los muertos.
Todos los días continué yendo a la gruta para quitarles los panes y el agua, matando a los que
se enterraba vivos. Luego tuve la idea de recoger todas las joyas de los muertos, diamantes,
brazaletes, collares, perlas, rubíes, metales cincelados, telas preciosas y cuantos objetos de oro y
plata había por allí. Y poco a poco iba transportando mi botín a la orilla del mar, esperando que
llegara día en que pudiese salvarme con tales riquezas. Y para que todo estuviese preparado, hice
fardos bien envueltos en los trajes de los hombres y mujeres de la gruta.
Estaba yo sentado un día a la orilla del mar, pensando en mis aventuras y en mi actual estado,
cuando vi que pasaba un navío por cerca de la montaña. Me levanté en seguida, desarrollé la tela
de mi turbante y me puse a agitarla con bruscos ademanes y dando muchos gritos mientras corría
por la costa. Gracias a Alah, la gente del navío advirtió mis señales, y destacaron una barca para
que fuese a recogerme y transportarme a bordo. Me llevaron con ellos y también se encargaron
gustosos de mis fardos.
Cuando estuvimos a bordo, el capitán se acercó a mí y me dijo: "¿Qué eres y cómo te
encontrabas en esa montaña donde nunca vi más que animales salvajes y aves de rapiña, pero no
un ser humano, desde que navego por estos parajes? Contesté: "¡Oh, señor mío, soy un pobre
mercader extranjero en estas comarcas! Embarqué en un navío enorme que naufragó junto a esta
costa; y gracias a mi valor y a mi resistencia, yo solo entre mis compañeros pude salvarme de
perecer ahogado y salvé conmigo mis fardos de mercancías, poniéndolos en una tabla grande que
me proporcioné cuando el navío viose a merced de las olas. El Destino y mi suerte me arrojaron a
esta orilla, y Alah ha querido que no muriese yo de hambre y de sed". Y esto fue lo que dije al
capitán, guardándome mucho de decirle la verdad sobre mi matrimonio y mi enterramiento, no
fuera que a bordo hubiese alguien de la ciudad donde reinaba la espantosa costumbre de que
estuve a punto de ser víctima.
Al acabar mi discurso al capitán, saqué de uno de mis paquetes un hermoso objeto de precio y
se lo ofrecí como presente, para que me tuviese consideración durante el viaje. Pero con gran
sorpresa por mi parte, dio prueba de un raro desinterés, sin querer aceptar mi obsequio, y me dijo
con acento benévolo: "No acostumbro hacerme pagar las buenas acciones. No eres el primero a
quien hemos recogido en el mar. A otros náufragos socorrimos, transportándoles a su país, ¡por
Alah! y no sólo nos negamos a que nos pagaran, sino que, como carecían de todo, les dimos de
comer y de beber y les vestimos, y siempre ¡por Alah! hubimos de proporcionarle lo preciso para
subvenir a sus gastos de viaje. ¡Porque el hombre se debe a sus semejantes, por Alah!"
Al escuchar tales palabras, di gracias al capitán e hice votos en su favor, deseándole larga
vida, en tanto que él ordenaba desplegar las velas y ponía en marcha al navío.
Durante días y días navegamos en excelentes condiciones, de isla en isla y de mar en mar,
mientras yo me pasaba las horas muertas deliciosamente tendido, pensando en mis extrañas
aventuras y preguntándome si en realidad había yo experimentado todos aquellos sinsabores o si
no eran un sueño. Y al recordar algunas veces mi estancia en la gruta subterránea con mi
esposa muerta, creía volverme loco de espanto.
Pero al fin, por obra y gracia de Alah, llegamos con buena salud a Bassra, donde no nos
detuvimos más que algunos días, entrando luego en Bagdad.
Entonces, cargado con riquezas infinitas, tomé el camino de mi calle y de mi casa, adonde
entré y encontré a mis parientes y a mis amigos; festejaron mi regreso y se regocijaron en extremo,
felicitándome por mi salvación. Yo, entonces, guardé con cuidado en los armarios mis tesoros, sin
olvidarme de distribuir muchas limosnas a los pobres, a las viudas y a los huérfanos, así como
valiosas dádivas entre mis amigos y conocimientos. Y desde entonces no cesé de entregarme a
todas las diversiones y a todos los placeres en compañía de personas agradables.
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¡Pero cuanto os conté hasta aquí no es nada, verdaderamente, en comparación de lo que me
reservo para contároslo mañana, si Alah quiere!"
¡Así habló aquel día Sindbad! Y no dejó de mandar que dieran cien monedas de oro al
cargador, invitándole a cenar con él, en compañía asimismo de los notables que se hallaban
presentes. Y todo el mundo maravillose de aquello.
En cuanto a Sindbad el Cargador ...
En este momento de su narración, Scherazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 306ª NOCHE
Ella dijo:
... En cuanto a Sindbad el Cargador, llegó a su casa, donde soñó toda la noche con el relato
asombroso. Y cuando al día siguiente estuvo de vuelta en casa de Sindbad el Marino, todavía se
hallaba emocionado a causa del enterramiento de su huésped. Pero como ya habían extendido el
mantel, se hizo sitio entre los demás, y comió, y bebió, y bendijo al Bienhechor. Tras de lo cual, en
medio del general silencio, escuchó lo que contaba Sindbad el Marino.
]
LA QUINTA HISTORIA DE LAS HISTORIAS DE SINDBAD EL MARINO, QUE TRATA DEL
QUINTO VIAJE
Dijo Sindbad:
"Sabed, ¡oh amigos míos! que al regresar del cuarto viaje me dediqué a hacer una vida de
alegría, de placeres y de diversiones, y con ello olvidé en seguida mis pasados sufrimientos, y sólo
me acordé de las ganancias admirables que me proporcionaron mis aventuras extraordinarias. Así
es que no os asombraréis si os digo que no dejé de atender a mi alma, la cual inducíame a nuevos
viajes por los países de los hombres.
Me apresté, pues, a seguir aquel impulso, y compré las mercaderías que a mi experiencia
parecieron de más fácil salida y de ganancia segura y fructífera; hice que las encajonasen, y partí
con ellas para Bassra.
Allí fui a pasearme por el puerto, y vi un navío grande, nuevo completamente, que me gustó
mucho y que acto seguido compré para mí solo. Contraté a mi servicio a un buen capitán
experimentado y a los necesarios marineros. Después mandé que cargaran las mercaderías mis
esclavos, a los cuales mantuve a bordo para que me sirvieran. También acepté en calidad de
pasajeros a algunos mercaderes de buen aspecto, que me pagaron honradamente el precio del
pasaje. De esta manera, convertido entonces en dueño de un navío, podía ayudar al capitán con
mis consejos, merced a la experiencia que adquirí en asuntos marítimos.
Abandonamos Bassra con el corazón confiado y alegre, deseándonos mutuamente todo
género de bendiciones. Y nuestra navegación fue muy feliz, favorecida de continuo por un viento
propicio y un mar clemente. Y después de haber hecho diversas escalas con objeto de vender y
comprar, arribamos un día a una isla completamente deshabitada y desierta, y en la cual se veía
como única vivienda una cúpula blanca. Pero al examinar más de cerca aquella cúpula blanca,
adiviné que se trataba de un huevo de rokh. Me olvidé de advertirlo a los pasajeros, los cuales, una
vez que desembarcaron, no encontraron para entretenerse nada mejor que tirar gruesas piedras a
la superficie del huevo; y algunos instantes más tarde sacó del huevo una de sus patas el
rokhecillo.
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Al verlo, continuaron rompiendo el huevo los mercaderes; luego mataron a la cría del rokh,
cortándola en pedazos grandes, y fueron a bordo para contarme la aventura.
Entonces llegué al límite del terror, y exclamé: "¡Estamos perdidos! ¡Enseguida vendrán el
padre y la madre del rokh para atacarnos y hacernos perecer! ¡Hay que alejarse, pues, de esta isla
lo más de prisa posible!" Y al punto desplegamos las velas y nos pusimos en marcha, ayudados
por el viento.
En tanto, los mercaderes ocupábanse en asar los cuartos del rokh; pero no habían empezado
a saborearlos, cuando vimos sobre los ojos del sol dos gruesas nubes que lo tapaban
completamente. Al hallarse más cerca de nosotros estas nubes, advertimos no eran otra cosa que
dos gigantescos rokhs, el padre y la madre del muerto. Y les oímos batir las alas y lanzar graznidos
más terribles que el trueno. Y en seguida nos dimos cuenta de que estaban precisamente encima
de nuestras cabezas, aunque a una gran altura, sosteniendo cada cual en sus garras una roca
enorme, mayor que nuestro navío.
Al verlo no dudamos ya de que la venganza de los rokhs nos perdería. Y de repente uno de los
rokhs dejó caer desde lo alto la roca en dirección al navío. Pero el capitán tenía mucha
experiencia; maniobró con la barra tan rápidamente, que el navío viró a un lado, y la roca, pasando
junto a nosotros, fue a dar en el mar, el cual abrióse de tal modo, que vimos su fondo, y el navío se
alzó y bajó y volvió a alzarse espantablemente. Pero quiso nuestro destino que en aquel mismo
instante soltase el segundo rokh su piedra, que, sin que pudiésemos evitarlo, fue a caer en la popa,
rompiendo el timón en veinte pedazos y hundiendo la mitad del navío. Al golpe, mercaderes y
marineros quedaron aplastados o sumergidos. Yo fui de los que se sumergieron.
Pero tanto luché con la muerte, impulsado por el instinto de conservar mi alma preciosa, que
pude salir a la superficie del agua. Y por fortuna, logré agarrarme a una tabla de mi destrozado
navío.
Al fin conseguí ponerme a horcajadas encima de la tabla, y remando con los pies y ayudado
por el viento y la corriente, pude llegar a una isla en el preciso instante en que iba a entregar mi
último aliento, pues estaba extenuado de fatiga, hambre y sed. Empecé por tenderme en la playa,
donde permanecí aniquilado una hora, hasta que descansaron y se tranquilizaron mi alma y mi
corazón. Me levanté entonces y me interné en la isla, con objeto de reconocerla.
No tuve necesidad de caminar mucho para advertir que aquella vez el Destino me había
transportado a un jardín tan hermoso, que podría compararse con los jardines del paraíso. Ante
mis ojos extáticos aparecían por todas partes árboles de dorados frutos, arroyos cristalinos, pájaros
de mil plumajes diferentes y flores arrebatadoras. Por consiguiente, no quise privarme de comer de
aquellas frutas, beber de aquella agua y aspirar aquellas flores; y todo lo encontré lo más excelente
posible...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 307ª NOCHE
Ella dijo:
... y todo lo encontré lo más excelente posible. Así es que no me moví del sitio en que me
hallaba, y continué reposando de mis fatigas hasta que acabó el día.
Pero cuando llegó la noche y me vi en aquella isla, solo entre los árboles, no pude por menos
de tener un miedo atroz, a pesar de la belleza y la paz que me rodeaban; no logré dormirme más
que a medias, y durante el sueño me asaltaron pesadillas terribles en medio de aquel silencio y
aquella soledad.
Al amanecer me levanté más tranquilo y avancé en mi exploración. De esta suerte pude llegar
junto a un estanque donde iba a dar el agua de un manantial, y a la orilla del estanque hallábase
sentado, inmóvil, un venerable anciano cubierto con amplio manto hecho de hojas de árbol. Y
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pensé para mí: "¡También este anciano debe de ser algún náufrago que se refugiara antes que yo
en esta isla!".
Me acerqué, pues, a él y le deseé la paz. Me devolvió el saludo, pero solamente por señas y
sin pronunciar palabra. Y le pregunté: "¡Oh venerable jeique! ¿a qué se debe tu estancia en este
sitio?" Tampoco me contestó; pero movió con aire triste la cabeza, y con la mano me hizo señas
que significaban: "¡Te suplico que me cargues a tu espalda y atravieses el arroyo conmigo, porque
quisiera coger frutas en la otra orilla!"
Entonces pensé: "¡Ciertamente, Sindbad, que verificarás una buena acción sirviendo así a este
anciano!" Me incliné, pues, y me lo cargué sobre los hombros, atrayendo a mi pecho sus piernas, y
con sus muslos él me rodeaba el cuello y la cabeza con sus brazos. Y le transporté a la otra orilla
del arroyo hasta el lugar que hubo de designarme; luego me incliné nuevamente y le dije: "¡Baja
con cuidado, oh venerable jeique!" ¡Pero no se movió! Por el contrario, cada vez apretaba más sus
muslos en torno de mi cuello, y se afianzaba a mis hombros con todas sus fuerzas.
Al darme cuenta de ello llegué al límite del asombro y miré con atención sus piernas. Me
parecieron negras y velludas, y ásperas como la piel de un búfalo, y me dieron miedo. Así es que,
haciendo un esfuerzo inmenso, quise desenlazarme de su abrazo y dejarlo en tierra; pero entonces
me apretó él la garganta tan fuertemente, que casi me estranguló y ante mí se oscureció el mundo.
Todavía hice un último esfuerzo; pero perdí el conocimiento, casi ya sin respiración, y caí al suelo
desvanecido.
Al cabo de algún tiempo volví en mí, observando que, a pesar de mi desvanecimiento, el
anciano se mantenía siempre agarrado a mis hombros; sólo había aflojado sus piernas ligeramente
para permitir que el aire penetrara en mi garganta.
Cuando me vio respirar, dióme dos puntapiés en el estómago para obligarme a que me
incorporara de nuevo. El dolor me hizo obedecer, y me erguí sobre mis piernas, mientras él se
afianzaba a mi cuello más que nunca. Con la mano me indicó que anduviera por debajo de los
árboles y se puso a coger frutas y a comerlas. Y cada vez que me paraba yo contra su voluntad o
andaba demasiado de prisa, me daba puntapiés tan violentos que veíame obligado a obedecerle.
Todo aquel día estuvo sobre mis hombros, haciéndome caminar como un animal de carga; y
llegada la noche, me obligó a tenderme con él para dormir sujeto siempre a mi cuello. Y a la
mañana me despertó de un puntapié en el vientre; obrando como la víspera.
Así permaneció afianzado a mis hombros día y noche sin tregua. Encima de mí hacía todas
sus necesidades líquidas y sólidas, y sin piedad me obligaba a marchar, dándome puntapiés y
puñetazos.
Jamás había yo sufrido en mi alma tantas humillaciones y en mi cuerpo tan malos tratos como al
servicio forzoso de este anciano, más robusto que joven y más despiadado que un arriero. Y ya no
sabía yo de qué medio valerme para desembarazarme de él, y deploraba el caritativo impulso que
me hizo compadecerle y subirle a mis hombros. Y desde aquel momento me deseé la muerte
desde lo más profundo de mi corazón.
Hacía ya mucho tiempo que me veía reducido a tan deplorable estado, cuando un día aquel
hombre me obligó a caminar bajo unos árboles de los que colgaban gruesas calabazas, y se me
ocurrió la idea de aprovechar aquellas frutas secas para hacer con ellas recipientes. Recogí una
gran calabaza seca que había caído del árbol tiempo atrás, la vacié por completo, la limpié, y fui a
una vid para cortar racimos de uvas, que exprimí dentro de la calabaza hasta llenarla. La tapé
luego cuidadosamente y la puse al sol, dejándola allí varios días, hasta que el zumo de uvas
convirtióse en vino puro. Entonces cogí la calabaza y bebí de su contenido la cantidad suficiente
para reponer fuerzas y ayudarme a soportar las fatigas de la carga, pero no lo bastante para
embriagarme. Al momento me sentí reanimado y alegre hasta tal punto, que por primera vez me
puse a hacer piruetas en todos sentidos con mi carga, sin notarla ya, y a bailar cantando por entre
los árboles. Incluso hube de dar palmadas para acompañar mi baile, riendo a carcajadas.
Cuando el anciano me vio en aquel estado inusitado y advirtió que mis fuerzas se
multiplicaban hasta el extremo de conducirle sin fatiga, me ordenó por señas que le diese la
calabaza. Me contrarió bastante la petición, pero le tenía tanto miedo, que no me atreví a negarme;
me apresuré, pues, a darle la calabaza de muy mala gana. La tomó en sus manos, la llevó a sus
labios, saboreó primero el líquido, para saber a qué atenerse, y como lo encontró agradable, se lo
bebió, vaciando la calabaza hasta la última gota y arrojándola después lejos de sí.
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Enseguida se hizo sentir en su cerebro el efecto del vino; y como había bebido lo suficiente
para embriagarse, no tardó en bailar a su manera en un principio, zarandeándose sobre mis
hombros, para aplomarse luego con todos los músculos relajados, venciéndose a derecha e
izquierda y sosteniéndose sólo lo preciso para no caerse.
Entonces yo, al sentir que no me oprimía como de costumbre, desanudé de mi cuello sus
piernas con un movimiento rápido, y por medio de una contracción de hombros le despedí a alguna
distancia, haciéndole rodar por el suelo, en donde quedó sin movimiento. Salté sobre él entonces,
y cogiendo de entre los árboles una piedra enorme, le sacudí con ella en la cabeza diversos golpes
tan certeros, que le destrocé el cráneo y mezclé su sangre a su carne. ¡Murió! ¡Ojalá no haya tenido
Alah nunca compasión de su alma! . ..
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 308ª NOCHE
Ella dijo:
...¡Ojalá no haya tenido Alah nunca compasión de su alma!
A la vista de su cadáver, me sentí el alma todavía más aligerada que el cuerpo, y me puse a
correr de alegría, y así llegué a la playa, al mismo sitio donde me arrojó el mar cuando el naufragio
de mi navío.
Quiso el Destino que precisamente en aquel momento se encontrasen allí unos marineros que
desembarcaron de un navío anclado para buscar agua y frutas. Al verme, llegaron al límite del
asombro, y me rodearon y me interrogaron después de mutuas zalemas. Y les conté lo que
acababa de ocurrirme, cómo había naufragado y cómo estuve reducido al estado de perpetuo
animal de carga para el jeique a quien hube de matar.
Estupefactos quedaron los marineros con el relato de mi historia, y exclamaron: "¡Es
prodigioso que pudieras librarte de ese jeique, conocido por todos los navegantes con el nombre
de Anciano del mar! Tú eres el primero a quien no estranguló, porque siempre ha ahogado entre
sus muslos a cuantos tuvo a su servicio. ¡Bendito sea Alah, que te libró de él!"
Después de lo cual, me llevaron a su navío, donde su capitán me recibió cordialmente, y me
dió vestidos con qué cubrir mi desnudez; y luego que le hube contado mi aventura, me felicitó por
mi salvación, y nos hicimos a la vela.
Tras varios días y varias noches de navegación, entramos en el puerto de una ciudad que
tenía casas muy bien construidas junto al mar. Esta ciudad llamábase la Ciudad de los Monos, a
causa de la cantidad prodigiosa de monos que habitaban en los árboles de las inmediaciones. Bajé
a tierra acompañado por uno de los mercaderes del navío, con el objeto de visitar la ciudad y
procurar hacer algún negocio. El mercader con quien entablé amistad me dio un saco de algodón,
y me dijo: "Toma este saco, llénale de guijarros y agrégate a los habitantes de la ciudad que salen
ahora de sus muros. Imita exactamente lo que les veas hacer. Y así ganarás muy bien tu vida".
Entonces hice lo que él me aconsejaba; llené de guijarros mi saco, y cuando terminé aquel
trabajo, vi salir de la ciudad a un tropel de personas, igualmente cargada cada cual con un saco
parecido al mío. Mi amigo el mercader me recomendó a ellas cariñosamente, diciéndoles: "Es un
hombre pobre y extranjero. ¡Llevadle con vosotros para enseñarle a ganarse aquí la vida! ¡Si le
hacéis tal servicio, seréis recompensados pródigamente por el Retribuidor!" Ellos contestaron que
escuchaban y obedecían, y me llevaron consigo.
Después de andar durante algún tiempo, llegamos a un valle cubierto de árboles tan altos, que
resultaba imposible subir a ellos; y estos árboles estaban poblados por los monos, y sus ramas
aparecían cargadas de frutos de corteza dura llamados cocos de Indias.
Nos detuvimos al pie de aquellos árboles, y mis compañeros dejaron en tierra los sacos y
pusiéronse a apedrear a los monos, tirándoles piedras. Y yo hice lo que ellos. Entonces, furiosos,
los monos nos respondieron tirándonos desde lo alto de los árboles una cantidad enorme de
21
cocos. Y nosotros, procurando resguardarnos, recogíamos aquellos frutos y llenábamos nuestros
sacos con ellos.
Una vez llenos los sacos, nos los cargamos de nuevo a hombros, y volvimos a emprender el
camino de la ciudad, en la cual un mercader me compró el saco, pagándome en dinero. Y de este
modo continué acompañando todos los días a los recolectores de cocos y vendiendo en la ciudad
aquellos frutos, y así estuve hasta que poco a poco, a fuerza de acumular lo que ganaba, adquirí
una fortuna que engrosó por sí sola después de diversos cambios y compras, y me permitió
embarcarme en un navío que salía para el Mar de las Perlas.
Como tuve cuidado de llevar conmigo una cantidad prodigiosa de cocos, no dejé de
cambiarlos por mostaza y canela a mi llegada a diversas islas; y después vendí la mostaza y la
canela, y con el dinero que gané me fui al Mar de las Perlas, donde contraté buzos por mi cuenta.
Fue muy grande mi suerte en la pesca de perlas, pues me permitió realizar en poco tiempo una
gran fortuna. Así es que no quise retrasar más el regreso, y después de comprar, para mi uso
personal, madera de áloe de la mejor calidad a los indígenas de aquel país descreído, me
embarqué en un buque que se hacía a la vela para Bassra, adonde arribé felizmente después de
una excelente navegación. Desde allí salí enseguida para Bagdad, y corrí a mi calle y a mi casa,
donde me recibieron con grandes manifestaciones de alegría mis parientes y mis amigos.
Como volvía más rico que jamás lo había estado, no dejé de repartir en torno mío el bienestar,
haciendo muchas dádivas a los necesitados. Y viví en un reposo perfecto desde el seno de la
alegría y los placeres.
Luego, terminada esta historia, Sindbad el Marino, según su costumbre, hizo que entregaran
las cien monedas de oro al cargador, que con los demás comensales retiróse maravillado, después
de cenar. Y al día siguiente, después de un festín tan suntuoso como el de la víspera, Sindbad el
Marino habló en los siguientes términos ante la misma asistencia:
LA SEXTA HISTORIA DE LAS HISTORIAS DE SINDBAD EL MARINO, QUE TRATA DEL
SEXTO VIAJE
"Sabed, ¡oh todos vosotros mis amigos, mis compañeros y mis queridos huéspedes! que al
regreso de mi quinto viaje estaba yo un día sentado delante de mi puerta tomando el fresco, y he
aquí que llegué al límite del asombro cuando vi pasar por la calle unos mercaderes que al parecer
volvían de viaje. Al verlos recordé con satisfacción los días de mis retornos, la alegría que
experimentaba al encontrar a mis parientes, amigos y antiguos compañeros, la alegría, mayor aún,
de volver a ver mi país natal; y este recuerdo incitó a mi alma al viaje y al comercio. Resolví, pues,
viajar; compré ricas y valiosas mercaderías a propósito para el comercio por mar, mandé cargar los
fardos y partí de la ciudad de Bagdad con dirección a la de Bassra. Allí encontré una gran nave
llena de mercaderías y de notables, que llevaban consigo mercancías suntuosas. Hice embarcar
mis fardos con los suyos a bordo de aquel navío, y abandonamos en paz la ciudad de Bassra...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 309ª NOCHE
Ella dijo:
... y abandonamos en paz la ciudad de Bassra.
No dejamos de navegar de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad, vendiendo, comprando y
alegrando la vista con el espectáculo de los países de los hombres, viéndonos favorecidos
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constantemente por una feliz navegación, que aprovechábamos para gozar de la vida. Pero un día
entre los días, cuando nos creíamos en completa seguridad, oímos gritos de desesperación. Era
nuestro capitán quien los lanzaba. Al mismo tiempo le vimos tirar al suelo el turbante, golpearse el
rostro, mesarse las barbas y dejarse caer en mitad del buque, presa de un pesar inconcebible.
Entonces todos los mercaderes y pasajeros le rodeamos, y le preguntamos: "¡Oh, capitán!
¿qué sucede?". El capitán respondió: "Sabed, buena gente, aquí reunida, que nos hemos
extraviado con nuestro navío, y hemos salido del mar en que estábamos para entrar en otro mar
cuya derrota no conocemos. Y si Alah no nos depara algo que nos salve de este mar, quedaremos
aniquilados cuantos estamos aquí. ¡Por lo tanto, hay que suplicar a Alah el Altísimo que nos saque
de este trance!"
Dicho esto, el capitán se levantó y subió al palo mayor, y quiso arreglar las velas; pero de
pronto sopló con violencia el viento y echó al navío hacia atrás tan bruscamente, que se rompió el
timón cuando estábamos cerca de una alta montaña. Entonces el capitán bajó del palo, y exclamó:
"¡No hay fuerza ni recurso más que en Alah el Altísimo y Todopoderoso! ¡Nadie puede detener el
Destino! ¡Por Alah! ¡Hemos caído en una perdición espantosa, sin ninguna probabilidad de
salvarnos!".
Al oír tales palabras, todos los pasajeros se echaron a llorar por propio impulso, y
despidiéndose unos de otros antes de que se acabase la existencia y se perdiera toda esperanza.
De pronto el navío se inclinó hacia la montaña, y se estrelló y se dispersó en tablas por todas
partes. Y cuantos estaban dentro se sumergieron. Y los mercaderes cayeron al mar. Y unos se
ahogaron y otros se agarraron a la montaña consabida y pudieron salvarse. Yo fui de los que
pudieron agarrarse a la montaña.
Estaba la tal montaña situada en una isla muy grande, cuyas costas aparecían cubiertas por
restos de buques naufragados y de toda clase de residuos. En el sitio en que tomamos tierra,
vimos a nuestro alrededor una cantidad prodigiosa de fardos y mercaderías, y objetos valiosos de
todas clases arrojados por el mar.
Y yo empecé a andar por en medio de aquellas cosas dispersas y a los pocos pasos llegué a
un riachuelo de agua dulce que, al revés de todos los demás ríos, que van a desaguar en el mar,
salía de la montaña y se alejaba del mar, para internarse más adelante en una gruta situada al pie
de aquella montaña y desaparecer por ella.
Pero había más. Observé que las orillas de aquel río estaban sembradas de piedras, de
rubíes, de gemas de todos los colores, de pedrería de todas formas y de metales preciosos. Y
todas aquellas piedras preciosas abundaban tanto como los guijarros en el cauce de un río. Así es
que todo aquel terreno brillaba y centelleaba con mil reflejos y luces, de manera que los ojos no
podían soportar su resplandor.
Noté también que aquella isla contenía la mejor calidad de madera de áloe chino y de áloe
comarí.
También había en aquella isla una fuente de ámbar bruto líquido, del color del betún, que manaba
como cera derretida por el suelo bajo la acción del sol y salían del mar grandes peces para
devorarlo. Y se lo calentaban dentro y lo vomitaban al poco tiempo en la superficie del agua, y
entonces se endurecía y cambiaba de naturaleza y de color. Y las olas lo llevaban a la orilla,
embalsamándola. En cuanto al ámbar que no tragaban los peces, se derretía bajo la acción de los
rayos del sol, y esparcía por toda la isla un olor semejante al del almizcle.
He de deciros asimismo que todas aquellas riquezas no le servían a nadie, puesto que nadie
pudo llegar a aquella isla y salir de ella vivo ni muerto. En efecto, todo navío que se acercaba a sus
costas estrellábase contra la montaña; y nadie podía subir a la montaña, porque era inaccesible.
De modo que los pasajeros que lograron salvarse del naufragio de nuestra nave, y yo entre ellos,
quedamos muy perplejos, y estuvimos en la orilla, asombrados con todas las riquezas que
teníamos a la vista, y con la mísera suerte que nos aguardaba en medio de tanta suntuosidad.
Así estuvimos durante bastante rato en la orilla, sin saber qué hacer, y después, como
habíamos encontrado algunas provisiones, nos las repartimos con toda equidad. Y mis
compañeros, que no estaban acostumbrados a las aventuras, se comieron su parte de una vez o
en dos; y no tardaron al cabo de cierto tiempo, variable según la resistencia de cada cual, en
sucumbir uno tras otro por falta de alimento. Pero yo supe economizar con prudencia mis víveres y
no comí más que una vez al día, aparte de que había encontrado otras provisiones, de las cuales
no dije palabra a mis compañeros.
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Los primeros que murieron fueron enterrados por los demás después de lavarles y meterles en
sudarios confeccionados con las telas recogidas en la orilla. Con las privaciones vino a complicarse
una epidemia de dolores de vientre, originada por el clima húmedo del mar. Así es que mis
compañeros no tardaron en morir hasta el último, y yo abrí con mis manos la huesa del postrer
camarada.
En aquel momento ya me quedaban muy pocas provisiones, a pesar de mi economía y
prudencia, y como veía acercarse el momento de la muerte, empecé a llorar por mí, pensando:
"¿Por qué no sucumbí antes que mis compañeros, que me hubieran rendido el último tributo,
lavándome y sepultándome? ¡No hay recurso ni fuerza más que en Alah el Omnipotente!" Y
enseguida empecé a morderme las manos de desesperación...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 310ª NOCHE
Ella dijo:
... empecé a morderme las manos con desesperación.
Me decidí entonces a levantarme, y empecé a abrir una fosa profunda, diciendo para mí:
"Cuando sienta llegar mi último momento, me arrastraré hasta aquí y me meteré en la fosa, donde
moriré. ¡El viento se encargará de acumular poco a poco la arena encima de mi cabeza y llenará el
hoyo!" Y mientras verificaba aquel trabajo, me echaba en cara mi falta de inteligencia y mi salida de
mi país, después de todo lo que me había ocurrido en mis diferentes viajes, y de lo que había
experimentado la primera, y la segunda, y la tercera, y la cuarta, y la quinta vez, siendo cada
prueba peor que la anterior.
Y decía para mí: "¡Cuántas veces te arrepentiste para volver a empezar! ¿Qué necesidad
tenías de viajar nuevamente? ¿No poseías en Bagdad riquezas bastantes para gastar sin cuenta y
sin temor a que se te acabaran nunca los fondos suficientes para dos existencias como la tuya?"
A estos pensamientos sucedió pronto otra reflexión, sugerida por la vista del río. En efecto,
pensé: ¡Por Alah! Ese río indudablemente ha de tener un principio y un fin. Desde aquí veo el
principio, pero el fin es invisible. No obstante, ese río que se interna así por debajo de la montaña,
sin remedio ha de salir al otro lado por algún sitio. De modo que la única idea práctica para
escaparme de aquí es construir una embarcación cualquiera, meterme en ella y dejarme llevar por
la corriente del agua que entra en la gruta. ¡Si es mi destino. ya encontraré de ese modo el medio
de salvarme; si no, moriré ahí dentro, y será menos espantoso que perecer de hambre en esta
playa!
Me levanté, pues, algo animado por esta idea, y enseguida me puse a ejecutar mi proyecto.
Junté grandes haces de madera de áloe comarí y chino; los até sólidamente con cuerdas; coloqué
encima grandes tablones recogidos de la orilla y procedentes de los barcos náufragos, y con todo
confeccioné una balsa tan ancha como el río, o mejor dicho algo menos ancha, pero poco.
Terminado este trabajo, cargué la balsa con algunos sacos llenos de rubíes, perlas y toda clase de
pedrerías, escogiendo las más gordas, que eran como guijarros, y cogí también algunos fardos de
ámbar gris, que elegí muy bueno y libre de impurezas; y no dejé tampoco de llevarme las
provisiones que me quedaban. Lo puse todo bien acondicionado sobre la balsa, que cuidé de
proveer de dos tablas a guisa de remos, y acabé por embarcarme en ella, confiando en la voluntad
de Alah y recordando estos versos del poeta:
¡Amigo, apártate de los lugares en que reine la opresión, y deja que resuene la morada
con los gritos de duelo de quienes la construyeron!
¡Encontrarás tierra distinta de tu tierra; pero tu alma es una sola y no encontrarás otra!
24
¡Y no te aflijas ante los accidentes de las noches, pues por muy grandes que sean las
desgracias, siempre tienen un término!
¡Y sabe que aquel cuya muerte fue decretada de antemano en una tierra, no podrá morir
en otra!
¡Y en tu desgracia no envíes mensajes a ningún consejero; ningún consejero es mejor
que el alma propia!
La balsa fue pues, arrastrada por la corriente bajo la bóveda de la gruta, donde empezó a
rozar con aspereza contra las paredes, y tamben mi cabeza recibió varios choques, mientras que
yo, espantado por la oscuridad completa en que me vi de pronto, quería ya volver a la playa. Pero
no podía retroceder; la fuerte corriente me arrastraba cada vez más adentro y el cauce del río tan
pronto se estrechaba como se ensanchaba, en tanto que iban haciéndose más densas las tinieblas
a mi alrededor, cansándome muchísimo. Entonces, soltando los remos, que por cierto no me
servían para gran cosa, me tumbé boca abajo en la balsa con objeto de no romperme el cráneo
contra la bóveda, y no sé cómo, fui insensibilizándome en un profundo sueño.
Debió éste durar un año o más, a juzgar por la pena que lo originó. El caso es que al
despertarme me encontré en plena claridad. Abrí los ojos y me encontré tendido en la hierba de
una vasta campiña, y mi balsa estaba amarrada junto a un río; y alrededor de mí había indios y
abisinios.
Cuando me vieron ya despierto aquellos hombres, se pusieron a hablarme, pero no entendí
nada de su idioma y no les pude contestar. Empezaba a creer que era un sueño todo aquello
cuando advertí que hacia mí avanzaba un hombre, que me dijo en árabe: "¡La paz contigo!, ¡oh
hermano nuestro! ¿Quién eres, de dónde vienes y qué motivo te trajo a este país? Nosotros somos
labradores que venimos aquí a regar nuestros campos y plantaciones. Vimos la balsa en que te
dormiste y la hemos sujetado y amarrado a la orilla. Después nos aguardamos a que despertaras
tú solo, para no asustarte. ¡Cuéntanos ahora qué aventura te condujo a este lugar!"
Pero yo contesté: "¡Por Alah! sobre ti, oh señor ¡dame primeramente de comer, porque tengo
hambre, y pregúntame luego cuanto gustes!".
Al oír estas palabras, el hombre se apresuró a traerme alimento, y comí hasta que me
encontré harto, y tranquilo, y reanimado. Entonces comprendí que recobraba el alma, y di gracias a
Alah por lo ocurrido, y me felicité de haberme librado de aquel río subterráneo. Tras de lo cual
conté a quienes me rodeaban todo lo que me aconteció, desde el principio hasta el fin.
Cuando hubieron oído mi relato, quedaron maravillosamente asombrados, y conversaron entre
sí, y el que hablaba árabe me explicaba lo que se decían, como también les había hecho
comprender mis palabras. Tan admirados estaban, que querían llevarme junto a su rey para que
oyera mis aventuras.
Yo consentí inmediatamente, y me llevaron. Y no dejaron tampoco de transportar la balsa
como estaba, con sus fardos de ámbar y sus sacos llenos de pedrería.
El rey, al cual le contaron quién era yo, me recibió con mucha cordialidad, y después de
recíprocas zalemas me pidió que yo mismo le contase mis aventuras.
Al punto obedecí, y le narré cuanto me había ocurrido, sin omitir nada. Pero no es necesario
repetirlo.
Oído mi relato, el rey de aquella isla, que era la de Serendib, llegó al límite del asombro y me
felicitó mucho por haber salvado la vida a pesar de tanto peligro corrido. Enseguida quise
demostrarle que los viajes me sirvieron de algo, y me apresuré a abrir en su presencia mis sacos y
mis fardos.
Entonces el rey, que era muy inteligente en pedrería, admiró mucho mi colección, y yo, por
deferencia a él, escogí un ejemplar muy hermoso de cada especie de piedra, como asimismo
perlas grandes y pedazos enteros de oro y plata, y se los ofrecí de regalo.
Avínose a aceptarlos, y en cambio me colmó de consideraciones y honores, y me rogó que
habitara en su propio palacio. Así lo hice, y desde aquel día llegué a ser amigo del rey y uno de
los personajes principales de la isla. Y todos me hacían preguntas acerca de mi país, y yo les
contestaba y les interrogaba acerca del suyo, y me respondían.
Así supe que la isla de Serendib tenía ochenta parasangas de longitud y ochenta de anchura;
que poseía una montaña que era la más alta del mundo, en cuya cima había vivido nuestro padre
25
Adán cierto tiempo; que encerraba muchas perlas y piedras preciosas, menos bellas, en realidad,
que las de mis fardos, y muchos cocoteros...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 311ª NOCHE
Ella dijo:
...y muchos cocoteros.
Un día, el rey de Serendib me interrogó acerca de los asuntos públicos de Bagdad y del modo
que tenía de gobernar el califa Harún Al-Raschid. Y yo le conté cuán equitativo y magnánimo era el
califa y le hablé extensamente de sus méritos y buenas cualidades. Y el rey de Serendib se
maravilló v me dijo: "¡Por Alah! ¡Veo que el califa conoce verdaderamente la cordura y el arte de
gobernar su Imperio, y acabas de hacer que le tome gran afecto! ¡De modo que desearía
prepararle algún regalo digno de él, y enviárselo contigo!" Yo contesté enseguida: "¡Escucho y
obedezco, oh señor! ¡Ten la seguridad de que entregaré fielmente tu regalo al califa, que llegará al
límite del encanto! ¡Y al mismo tiempo le diré cuán excelente amigo suyo eres y que puede contar
con tu alianza!"
Oídas estas palabras, el rey de Serendib dio algunas órdenes a sus chambelanes que se
apresuraron a obedecer. Y he aquí en qué consistía el regalo que me dieron para el califa Harún
Al-Raschid.
Primeramente había una gran vasija tallada en un solo rubí de color admirable, que tenía
medio pie de altura y un dedo de espesor. Esta vasija, en forma de copa, estaba completamente
llena de perlas redondas y blancas, como una avellana cada una. Además, había una alfombra
hecha con una enorme piel de serpiente, con escamas grandes como un dinar de oro, que tenía la
virtud de curar todas las enfermedades a quienes se acostaban en ella. En tercer lugar había
doscientos granos de un alcanfor exquisito, cada cual del tamaño de un alfónsigo. En cuarto lugar
había dos colmillos de elefante, de doce codos de largo cada uno y dos de ancho en la base. Y por
último había una hermosa joven de Serendib, cubierta de pedrerías.
Al mismo tiempo el rey me entregó una carta para el Emir de los Creyentes, diciéndome:
"Discúlpame con el califa de lo poco que vale mi regalo. ¡Y has de decirle lo mucho que le quiero!"
Y yo contesté: "¡Escucho y obedezco!" Y le besé la mano.
Entonces me dijo: "De todos modos, Sindbad, si prefieres quedarte en mi reino, te tendré
sobre mi cabeza y mis ojos; y en ese caso enviaré a otro en tu lugar junto al califa de Bagdad".
Entonces exclamé: "¡Por Alah! Tu esplendidez es gran esplendidez, y me has colmado de
beneficios. ¡Pero precisamente hay un barco que va a salir para Bassra y mucho desearía
embarcarme en él para volver a ver a mis parientes, a mis hijos y mi tierra!".
Oído esto, el rey no quiso insistir en que me quedase, y mandó llamar inmediatamente al
capitán del barco, así como a los mercaderes que iban a ir conmigo, y me recomendó mucho a
ellos, encargándoles que me guardaran toda clase de consideraciones. Pagó el precio de mi
pasaje y me regaló muchas preciosidades que conservo todavía, pues no pude decidirme a vender
lo que me recuerda al excelente rey de Serendib.
Después de despedirme del rey y de todos los amigos que me hice durante mi estancia en
aquella isla tan encantadora, me embarqué en la nave, que en seguida se dio a la vela. Partimos
con viento favorable y navegamos de isla en isla y de mar en mar, hasta que, gracias a Alah,
llegamos con toda seguridad a Bassra, desde donde me dirigí a Bagdad con mis riquezas y el
presente destinado al califa.
De modo que lo primero que hice fué encaminarme al palacio del Emir de los Creyentes; me
introdujeron en el salón de recepciones, y besé la tierra entre las manos del califa, entregándole la
carta y los presentes, y contándole mi aventura con todos sus detalles.
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Cuando el califa acabó de leer la carta del rey de Serendib y examinó los presentes, me
preguntó si aquel rey era tan rico y poderoso como lo indicaban su carta y sus regalos. Yo
contesté: "¡Oh Emir de los Creyentes! Puedo asegurar que el rey de Serendib no exagera.
Además, a su poderío y su riqueza añade un gran sentimiento de justicia, y gobierna sabiamente a
su pueblo. Es el único kadí de su reino cuyos habitantes son, por cierto, tan pacíficos que nunca
suelen tener litigios. ¡Verdaderamente, el rey es digno de tu amistad, ¡oh Emir de los Creyentes!"
El califa quedó satisfecho de mis palabras, y me dijo: "La carta que acabo de leer y tu discurso
me demuestran que el rey de Serendib es un hombre excelente que no ignora los preceptos de la
sabiduría y sabe vivir. ¡Dichoso el pueblo gobernado por él!"
Después el califa me regaló un ropón de honor y ricos presentes, y me colmó de
preeminencias y prerrogativas, y quiso que escribieran mi historia los escribas más hábiles para
conservarla en los archivos del reino.
Y me retiré entonces, y corrí a mi calle y a mi casa, y viví en el seno de las riquezas y los
honores, entre mis parientes y amigos, olvidando las pasadas tribulaciones y sin pensar más que
en extraer de la existencia cuantos bienes pudiera proporcionarme.
Y tal es mi historia durante el sexto viaje. Pero mañana, ¡oh huéspedes míos! os contaré la
historia de mi séptimo viaje, que es más maravilloso y más admirable, y más abundante en
prodigios que los otros seis juntos".
Y Sindbad el Marino mandó poner el mantel para el festín y dio de comer a sus huéspedes,
incluso a Sindbad el Cargador, a quien mandó entregaran, antes de que se fuera, cien monedas de
oro, como los demás días.
Y el cargador se retiró a su casa, maravillado de cuanto acababa de oír. Y al día siguiente
hizo su oración de la mañana y volvió al palacio de Sindbad el Marino.
Cuando estuvieron reunidos todos los invitados y comieron, y bebieron, y conversaron, y rieron
y oyeron los cantos y la música, se colocaron en corro, graves y silenciosos.
Y habló así Sindbad el Marino:
LA SÉPTIMA HISTORIA DE LAS HISTORIAS DE SINDBAD EL MARINO, QUE TRATA DE
LA SÉPTIMA Y ULTIMA HISTORIA
"Sabed, ¡oh amigos míos! que al regresar del sexto viaje di resueltamente de lado a toda idea
de emprender en lo sucesivo otros, pues aparte de que mi edad me impedía hacer excursiones
lejanas, ya no tenía yo deseos de acometer nuevas aventuras, tras de tanto peligro corrido y tanto
mal experimentado. Además, había llegado a ser el hombre más rico de Bagdad, y el califa me
mandaba llamar con frecuencia para oír de mis labios el relato de las cosas extraordinarias que en
mis viajes vi.
Un día que el califa ordenó que me llamaran, según costumbre, me disponía a contarle una, o
dos, o tres de mis aventuras, cuando me dijo: "Sindbad, hay que ir a ver al rey de Serendib para
llevarle mi contestación y los regalos que le destino.
¡Nadie conoce como tú el camino de esa tierra, cuyo rey se alegrará mucho de volver a verte.
¡Prepárate, pues, a salir hoy mismo, porque no me estaría bien quedar en deuda con el rey de
aquella isla, ni sería digno retrasar más la respuesta y el envío!
Ante mi vista se ennegreció el mundo, y llegué al límite de la perplejidad y la sorpresa al oír
estas palabras del califa.
Pero logré dominarme, para no caer en su desagrado. Y aunque había hecho voto de no
volver a salir de Bagdad, besé la tierra entre las manos del califa y contesté oyendo y obedeciendo.
Entonces ordenó que me dieran mil dinares de oro para mis gastos de viaje, y me entregó una
carta de su puño y letra y los regalos destinados al rey de Serendib.
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Y he aquí en qué consistían los regalos: en primer lugar una magnífica, cama, completa, de
terciopelo carmesí, que valía una cantidad enorme de dinares de oro; además había otra cama de
otro color, y otra de otro; había también cien trajes de tela fina y bordada de Kufa y Alejandría, y
cincuenta de Bagdad. Había una vasija de cornalina blanca, procedente de tiempos muy remotos,
en cuyo fondo figuraba un guerrero armado con su arco tirante contra un león. Y había otras
muchas cosas que sería prolijo enumerar, y un tronco de caballos de la más pura raza árabe ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 312ª NOCHE
Ella dijo:
... un tronco de caballos de la más pura raza árabe.
Entonces me vi obligado a partir, contra mi gusto aquella vez, y me embarqué en una nave
que salía de Bassra.
Tanto nos favoreció el destino, que a los dos meses, día tras día, llegamos a Serendib con
toda seguridad. Y me apresuré a llevar al rey la carta y los obsequios del Emir de los Creyentes.
Al verme, se alegró y satisfizo el rey, quedando muy complacido de la cortesía del califa. Quiso
entonces retenerme a su lado una larga temporada, pero yo no accedí a quedarme más que el
tiempo preciso para descansar. Después de lo cual me despedí de él, y colmado de
consideraciones y regalos, me apresuré a embarcarme de nuevo para tomar el camino de Bassra,
por donde había ido.
Al principio nos fue favorable el viento, y el primer sitio a que arribamos fue una isla llamada la
isla de Sin. Y realmente, hasta entonces habíamos estado contentísimos, y durante toda la travesía
hablábamos unos con otros, conversando tranquila y agradablemente acerca de mil cosas.
Pero un día, a la semana después de haber dejado la isla, en la cual los mercaderes habían
hecho varios cambios y compras, mientras estábamos tendidos tranquilos, como de costumbre,
estalló de pronto sobre nuestras cabezas una tormenta terrible y nos inundó una lluvia torrencial.
Entonces nos apresuramos a tender tela de cáñamo encima de nuestros fardos y mercancías, para
evitar que el agua los estropease, y empezamos a suplicar a Alah que alejase el peligro de nuestro
camino.
En tanto permanecíamos en aquella situación, el capitán del buque se levantó, apretóse el
cinturón a la cintura, se remangó las mangas y la ropa, y después subió al palo mayor, desde el
cual estuvo mirando bastante tiempo a derecha e izquierda. Luego bajó con la cara muy amarilla,
nos miró con aspecto completamente desesperado, y en silencio empezó a golpearse el rostro y a
mesarse las barbas. Entonces corrimos hacia él muy asustados, y le preguntamos: "¿Qué ocurre?"
y él contestó: "¡Pedidle a Alah que nos saque del abismo en que hemos caído!
¡O más bien, llorad por todos y despedíos unos de otros! ¡Sabed que la corriente nos ha
desviado de nuestro camino, arrojándonos a los confines de los mares del mundo!"
Y después de haber hablado así, el capitán abrió un cajón, y sacó de él un saco de algodón,
del cual extrajo polvo que parecía ceniza. Mojó el polvo con un poco de agua, esperó algunos
momentos, v se puso luego a aspirar aquel producto.
Después sacó del cajón un libro pequeño, leyó entre dientes algunas páginas, y acabó por
decirnos: "Sabed ¡oh pasajeros! que el libro prodigioso acaba de confirmar mis suposiciones. La
tierra que se dibuja ante nosotros en lontananza es la tierra conocida con el nombre de Clima de
los Reyes. Ahí se encuentra la tumba de nuestro señor Soleimán ben-Daúd. (Salomón hijo de
David) ¡Con ambos la plegaria y la paz!
Ahí se crían monstruos y serpientes de espantable catadura. ¡Además, el mar en que nos
encontramos está habitado por monstruos marinos que se pueden tragar de un bocado los navíos
mayores con cargamento y pasajeros! ¡Ya estáis avisados! ¡Adiós!"
Cuando oímos estas palabras del capitán, quedamos de todo punto estupefactos, y nos
preguntábamos qué espantosa catástrofe iría a pasar, cuando de pronto nos sentimos levantados
con barco y todo, y después hundidos bruscamente, mientras se alzaba del mar un grito más
terrible que el trueno.
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Tan espantados quedamos, que dijimos nuestra última oración, y permanecimos inertes como
muertos. Y de improviso vimos que sobre el agua revuelta y delante de nosotros avanzaba hacia el
barco un monstruo tan alto y tan grande como una montaña, y después otro monstruo mayor, y
detrás otro tan enorme como los dos juntos. Este último brincó de pronto por el mar, que se abría
como una sima, mostró una boca más profunda que un abismo, y se tragó las tres cuartas partes
del barco con cuanto contenía.
Yo tuve el tiempo justo para retroceder hacia lo alto del buque y saltar al mar, mientras el
monstruo acababa de tragarse la otra cuarta parte, y desaparecía en las profundidades con sus
dos compañeros.
Logré agarrarme a uno de los tablones que habían saltado del barco al darle la dentellada el
monstruo marino, y después de mil dificultades pude llegar a una isla que, afortunadamente,
estaba cubierta de árboles frutales y regada por un río de agua excelente. Pero noté que la
corriente del río era rápida hasta el punto de que el ruido que hacía oíase muy a lo lejos.
Entonces, al recordar cómo me salvé de la muerte en la isla de las pedrerías, concebí la idea
de construir una balsa igual a la anterior y dejarme llevar por la corriente. En efecto, a pesar de lo
agradable de aquella isla nueva, yo pretendía volver a mi país. Y pensaba: "Si logro salvarme, todo
irá bien, y haré voto de no pronunciar siquiera la palabra "viaje", y de pensar en tal cosa durante el
resto de mi vida.
¡En cambio, si perezco en la tentativa, todo irá bien asimismo, porque acabaré definitivamente
con peligros y tribulaciones".
Me levanté, pues, inmediatamente, y después de haber comido alguna fruta, recogí muchas
ramas grandes, cuya especie ignoraba entonces, aunque luego supe eran de sándalo, de la
calidad más estimada por los mercaderes, a causa de su rareza. Después empecé a buscar
cuerdas y cordeles, y al principio no los encontré; pero vi en los árboles unas plantas trepadoras y
flexibles, muy fuertes, que podían servirme. Corté las que me hicieron falta, y las utilicé para atar
entre sí las ramas grandes de sándalo. Preparé de este modo una enorme balsa, en la cual
coloqué fruta en abundancia, y me embarqué, diciendo:
"¡Si me salvo, lo habrá querido Alah!"
Apenas subí a la balsa y me hube separado de la orilla, me vi arrastrado con una rapidez
espantosa por la corriente, y sentí vértigos, y caí desmayado encima del montón de fruta,
exactamente igual que un pollo borracho.
Al recobrar el conocimiento, miré a mi alrededor, y quedé más inmóvil de espanto que nunca, y
ensordecido por un ruido como el del trueno. El río no era más que un torrente de espuma
hirviente, y más veloz que el viento, que, chocando con estrépito contra las rocas, se lanzaba hacia
un precipicio que adivinaba yo más que veía. ¡Indudablemente iba a hacerme pedazos en él,
despeñándome sabe quién desde qué altura!
Ante esta idea aterradora, me agarré con todas mis fuerzas a las ramas de la balsa, y cerré los
ojos instintivamente para no verme aplastado y destrozado, e invoqué el nombre de Alah antes de
morir. Y de pronto, en vez de rodar hasta el abismo, comprendí que la balsa se paraba
bruscamente encima del agua, y abrí los ojos un minuto para saber a qué distancia estaba de la
muerte, y no fue para verme estrellado contra los peñascos, sino cogido con mi balsa en una
inmensa red que unos hombres echaron sobre mí desde la ribera.
De esta suerte me hallé cogido y llevado a tierra, y allí me sacaron medio vivo y medio muerto
de entre las mallas de la red, en tanto transportaban a la orilla mi balsa.
Mientras yo permanecía tendido, inerte y tiritando, se adelantó hacia mí un venerable jeique de
barbas blancas, que empezó por desearme la bienvenida y por cubrirme con ropa caliente, que me
sentó muy bien ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 313ª NOCHE
29
Ella dijo:
...que me sentó muy bien.
Reanimado ya por las fricciones y el masaje que tuvo la bondad de darme el anciano, pude
sentarme, pero sin recobrar todavía el uso de la palabra.
Entonces el anciano me cogió del brazo y me llevó suavemente al hammam, en donde me
hizo tomar un baño excelente, que acabó de resistirme el alma; después me hizo aspirar perfumes
exquisitos y me los echó por todo el cuerpo, y me llevó a su casa.
Cuando entré en la morada de aquel anciano, toda su familia se alegró mucho de mi llegada,
y me recibió con gran cordialidad y demostraciones amistosas. El mismo anciano me hizo sentar
en medio del diván de la sala de recepción, y me dio a comer cosas de primer orden, y a beber un
agua agradable perfumada con flores. Después quemaron incienso a mi alrededor, y los esclavos
me trajeron agua caliente y aromatizada para lavarme las manos, y me presentaron servilletas
ribeteadas de seda, para secarme los dedos, las barbas y la boca. Tras de lo cual, el anciano me
llevó a una habitación muy bien amueblada, en donde quedé solo, porque se retiró con mucha
discreción. Pero dejó a mis órdenes varios esclavos, que de cuando en cuando iban a verme por si
necesitaba sus servicios.
Del propio modo me trataron durante tres días, sin que nadie me interrogase ni me dirigiera
ninguna pregunta, y no dejaban que careciese de nada, cuidándome con mucho esmero, hasta
que recobré completamente las fuerzas, y mi alma y mi corazón se calmaron v refrescaron.
Entonces, o sea la mañana del cuarto día, el anciano se sentó a mi lado, y después de las
zalemas, me dijo:
"¡Oh huésped, cuánto placer y satisfacción hubo de proporcionarnos tu presencia! ¡Bendito
sea Alah, que nos puso en tu camino para salvarte del abismo! ¿Quién eres y de dónde vienes?"
Entonces di muchas gracias al anciano por el favor enorme que me había hecho salvándome la
vida y luego dándome de comer excelentemente, y de beber excelentemente, y perfumándome
excelentemente, y le dije: "¡Me llamo Sindbad el Marino! ¡Tengo este sobrenombre a consecuencia
de mis grandes viajes por mar y de las cosas extraordinarias que me ocurrieron, y que si se
escribieran con agujas en el ángulo de un ojo, servirían de lección a los lectores atentos!" Y le
conté al anciano mi historia desde el principio hasta el fin, sin omitir detalle.
Quedó prodigiosamente asombrado entonces el jeique, y estuvo una hora sin poder hablar,
conmovido por lo que acababa de oír. Luego levantó la cabeza, me reiteró la expresión de su
alegría por haberme socorrido, y me dijo:
"¡Ahora, ¡oh huésped mío! si quisieras oír mi consejo, venderías aquí tus mercancías, que
valen mucho dinero por su rareza y calidad!"
Al oír las palabras del viejo, llegué al límite del asombro, y no sabiendo lo que quería decir ni
de qué mercancías hablaba, pues yo estaba desprovisto de todo, empecé por callarme un rato, y
como de ninguna manera quería dejar escapar una ocasión extraordinaria que se presentaba
inesperadamente, me hice el enterado, y contesté: "¡Puede que sí!" Entonces el anciano me dijo:
"No te preocupes, hijo mío, respecto a tus mercaderías. No tienes más que levantarte y
acompañarme al zoco. Yo me encargo de todo lo demás. Si la mercancía, subastada, produce un
precio que nos convenga, lo aceptaremos, si no, te haré el favor de conservarla en mi almacén
hasta que suba en el mercado. ¡Y en tiempo oportuno podremos sacar un precio más ventajoso!"
Entonces quedé interiormente cada vez más perplejo; pero no lo di a entender, sino que
pensé: "¡Ten paciencia, Sindbad, y ya sabrás de qué se trata!" Y dije al anciano: "¡Oh mi venerable
tío, escucho y obedezco! ¡Todo lo que tú dispongas me parecerá lleno de bendición! ¡Por mi parte,
después de cuanto por mí hiciste, me conformaré con tu voluntad!"
Y me levanté inmediatamente y le acompañé al zoco.
Cuando llegamos al centro del zoco en que se hacía la subasta pública, ¡cuál no sería mi
asombro al ver mi balsa transportada allí y rodeada de una multitud de corredores y mercaderes
que la miraban con respeto y moviendo la cabeza. Y por todas partes oía exclamaciones de
admiración:
"¡Ya Alah! ¡Qué maravillosa calidad de sándalo! ¡En ninguna parte del mundo la hay mejor!"
Entonces comprendí cuál era la mercancía consabida, y creí conveniente para la venta tomar un
aspecto digno y reservado.
30
Pero he aquí que enseguida el anciano protector mío, aproximándose al jefe de los corredores,
le dijo: "¡Empiece la subasta!"
Y se empezó con el precio de mil dinares por la balsa. Y el jefe corredor exclamó: "¡A mil
dinares la balsa de sándalo, ¡oh compradores!" Entonces gritó el anciano: "¡La compro en dos mil!"
Y otro gritó: "¡En tres mil!" Y los mercaderes siguieron subiendo el precio hasta diez mil dinares.
Entonces se encaró conmigo el jefe de los corredores y me dijo: "¡Son diez mil; ya no puja nadie!"
Y yo dije: "¡No la vendo a ese precio!"
Entonces mi protector se me acercó y me dijo: "¡Hijo mío, el zoco, en estos tiempos, no anda
muy próspero, y la mercancía ha perdído algo de su valor! Vale más que aceptes el precio que te
ofrecen.
Pero yo, si te parece, voy a pujar otros cien dinares más. ¿Quieres dejármelo en diez mil cien
dinares?"
Yo contesté: "¡Por Alah! mi buen tío sólo por ti lo hago para agradecer tus beneficios.
¡Consiento en dejártelo por esa cantidad!"
Oídas estas palabras, el anciano mandó a sus esclavos que transportaran todo el sándalo a
sus almacenes de reserva, y me llevó a su casa, en la cual me contó inmediatamente los diez mil
cien dinares, y los encerró en una caja sólida cuya llave me entregó, dándome encima las gracias
por lo que había hecho en su favor.
Mandó enseguida poner el mantel, y comimos, y bebimos, y charlamos alegremente. Después
nos lavamos las manos y la boca, y por fin me dijo: "¡Hijo mío, quiero dirigirte una petición, que
deseo mucho aceptes!"
Yo le contesté: "¡Mi buen tío, todo te lo concederé a gusto!" El me dijo: "Ya ves, hijo mío, que
he llegado a una edad muy avanzada sin tener hijo varón que pueda heredar un día mis bienes.
Pero he de decirte que tengo una hija, muy joven aún, llena de encanto y belleza, que será muy
rica cuando yo me muera. Deseo dártela en matrimonio, siempre que consientas en habitar en
nuestro país y vivir nuestra vida. Así serás el amo de cuanto poseo y de cuanto dirige mi mano. ¡Y
me substituirás en mi autoridad y en la posesión de mis bienes!"
Cuando oí estas palabras del anciano, bajé la cabeza en silencio y permanecí sin decir
palabra.
Entonces añadió: "¡Créeme, oh hijo mío! que si me otorgas lo que te pido te atraerá la
bendición! ¡Añadiré, Para tranquilizar tu alma, que después de mi muerte podrás regresar a tu
tierra, llevándote a tu esposa e hija mía! ¡No te exijo sino que permanezcas aquí el tiempo que me
quede de vida!"
Entonces contesté: "¡Por Alah, mi tío el jeique, eres como un padre para mí y ante ti no puedo
tener opinión ni tomar otra resolución que la que te convenga! Por cada vez que en mi vida quise
ejecutar un proyecto, no hube de sacar más que desgracias y decepciones. ¡Estoy, pues,
dispuesto a conformarme con tu voluntad!"
Enseguida el anciano, extremadamente contento con mi respuesta, mandó a sus esclavos que
fueran a buscar al kadí y a los testigos, que no tardaron en llegar . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 314ª NOCHE
Ella dijo:
. ..al kadí y a los testigos, que no tardaron en llegar. Y el anciano me casó con su hija, y nos
dio un festín enorme, y celebró una boda espléndida. Después me llamó y me llevó junto a su hija,
a la cual aún no había visto. Y la encontré perfecta en hermosura y gentileza, en esbeltez de
cintura y en proporciones. Además, la vi adornada con suntuosas alhajas, sedas y brocados, joyas
y pedrerías, y lo que llevaba encima valía millares y millares de monedas de oro, cuyo importe
exacto nadie habría podido calcular.
31
Y cuando la tuve cerca, me gustó. Y nos enamoramos uno de otro. Y vivimos mucho tiempo
juntos, en el colmo de las caricias y la felicidad.
El anciano padre de mi esposa falleció al poco tiempo en la paz y misericordia del Altísimo. Le
hicimos unos grandes funerales y lo enterramos. Y yo tomé posesión de todos sus bienes, y sus
esclavos y hervidores fueron mis esclavos y servidores, bajo mi única autoridad. Además, los
mercaderes de la ciudad me nombraron su jefe, en lugar del difunto, y pude estudiar las
costumbres de los habitantes de aquella población y su manera de vivir.
En efecto, un día noté con estupefacción que la gente de aquella ciudad experimentaba un
cambio anual en primavera; de un día a otro mudaban de forma y aspecto: les brotaban alas de los
hombros, y se convertían en volátiles. Podían volar entonces hasta lo más alto de la bóveda aérea,
y se aprovechaban de su nuevo estado para volar todos fuera de la ciudad, dejando en ésta a los
niños y mujeres, a quienes nunca brotaban alas.
Este descubrimiento me asombró al principio, pero acabé por acostumbrarme a tales cambios
periódicos. Sin embargo, llegó un día en que empecé a avergonzarme de ser el único hombre sin
alas, viéndome obligado a guardar yo solo la ciudad con las mujeres y niños. Y por mucho que
pregunté a los habitantes sobre el medio de que habría de valerme para que me saliesen alas en
los hombros, nadie pudo ni quiso contestarme. Y me mortificó bastante no ser más que Sindbad el
Marino y no poder añadir a mi sobrenombre la condición de aéreo.
Un día, desesperando de conseguir nunca que me revelaran el secreto del crecimiento de las
alas, me dirigí a uno, a quien había hecho muchos favores, y cogiéndole del brazo, le dije: "¡Por
Alah sobre ti! Hazme siquiera el favor, por los que te he hecho yo a ti, de dejarme que me cuelgue
de tu persona, y vuele contigo a través del aire. ¡Es un viaje que me tienta mucho, y quiero añadir a
los que realicé por mar!"
Al principio no quiso prestarme atención; pero a fuerza de súplicas acabé por moverle a que
accediera. Tanto me encantó aquello, que ni siquiera me cuidé de avisar a mi mujer ni a mi
servidumbre; me colgué de él abrazándole por la cintura, y me llevó por el aire, volando con las
alas muy desplegadas.
Nuestra carrera por el aire empezó ascendiendo en línea recta durante un tiempo
considerable. Y acabamos por llegar tan arriba en la bóveda celeste, que pude oír distintamente
cantar a los ángeles y sus melodías debajo de la cúpula del cielo.
Al oír cantos tan maravillosos, llegué al límite de la emoción religiosa, y exclamé: "¡Loor a Alah
en lo profundo del cielo! ¡Bendito y glorificado sea por todas las criaturas!"
Apenas formulé estas palabras, cuando mi portador lanzó un juramento tremendo, y
bruscamente, entre el estrépito de un trueno precedido de terrible relámpago, bajó con tal rapidez
que me faltaba el aire, y por poco me desmayo, soltándome de él con peligro de caer al abismo
insondable. Y en un instante llegamos a la cima de una montaña, en la cual me abandonó mi
portador dirigiéndome una mirada infernal, y desapareció, tendiendo el vuelo por lo invisible.
Y quedé completamente solo en aquella montaña desierta, y no sabía dónde estaba, ni por
dónde ir para reunirme con mi mujer, y exclamé en el colmo de la perplejidad: "¡No hay recurso ni
fuerza más que Alah el Altísimo y Omnipotente! ¡Siempre que me libro de una calamidad caigo en
otra peor! ¡En realidad merezco todo lo que me sucede!"
Me senté entonces en un peñasco para reflexionar sobre el medio de librarme del mal
presente, cuando de pronto vi adelantar hacia mí a dos muchachos de una belleza maravillosa,
que parecían dos lunas.
Cada uno llevaba en la mano un bastón de oro rojo, en el cual se apoyaba al andar. Entonces
me levanté rápidamente, fui a su encuentro y les deseé la paz.
Correspondieron con gentileza a mi saludo, lo cual me alentó a dirigirles la palabra, y les dije:
"¡Por Alah sobre vosotros!, ¡oh maravillosos jóvenes! ¡decidme quiénes sois y qué hacéis!" Y me
contestaron: "¡Somos adoradores del Dios verdadero!" Y uno de ellos, sin decir más, me hizo seña
con la mano en cierta dirección, como invitándome a dirigir mis pasos por aquella parte, me
entregó el bastón de oro, y cogiendo de la mano a su hermoso compañero, desapareció de mi
vista.
Empuñé entonces el bastón de oro, y no vacilé en seguir el camino que se me había indicado,
maravillándome al recordar a aquellos muchachos tan hermosos. Llevaba algún tiempo andando,
cuando vi salir súbitamente de detrás de un peñasco una serpiente gigantesca que llevaba en la
32
boca a un hombre, cuyas tres cuartas partes se había ya tragado, y del cual no se veían más que
la cabeza y los brazos. Estos se agitaban desesperadamente y la cabeza gritaba:
"¡Oh caminante! ¡Sálvame del furor de esta serpiente y no te arrepentirás de tal acción!" Corrí
entonces detrás de la serpiente, y le di con el bastón de oro rojo un golpe tan afortunado, que
quedó exánime en aquel momento. Y alargué la mano al hombre trabado y le ayudé a salir del
vientre de la serpiente.
Cuando miré mejor la cara del hombre, llegué al límite de la sorpresa al conocer que era el
volátil que me había llevado en su viaje aéreo y había acabado por precipitarse conmigo, a riesgo
de matarme, desde lo alto de la bóveda del cielo hasta la cumbre de la montaña en la cual me
había abandonado, exponiéndome a morir de hambre y sed.
Pero ni siquiera quise demostrar rencor por su mala acción, y me conformé con decirle dulcemente:
"¿Es así como obran los amigos con los amigos?"
El me contestó: "En primer lugar he de darte las gracias por lo que acabas de hacer en mi
favor. Pero ignoras que fuiste tú, con tus invocaciones inoportunas pronunciando el Nombre, quien
me precipitaste de lo alto contra mi voluntad. ¡El Nombre produce ese efecto en todos nosotros!
¡Por eso no lo pronunciamos jamás!"
Entonces, yo, para que me sacara de aquella montaña, le dije: "¡Perdona y no me riñas; pues,
en verdad, yo no podía adivinar las consecuencias funestas de mi homenaje al Nombre! ¡Te
prometo no volverlo a pronunciar durante el trayecto, si quieres transportarme ahora a mi casa!"
Entonces el volátil se bajó, me cogió a cuestas, y en un abrir y cerrar de ojos me dejó en la
azotea de mi casa y se fue a la suya. Cuando mi mujer me vio bajar de la azotea y entrar en la
casa después de tan larga ausencia, comprendió cuanto acababa de ocurrir, y bendijo a Alah que
me había salvado una vez más de la perdición. Y tras las efusiones del regreso, me dijo: "Ya no
debemos tratarnos con la gente de esta ciudad. ¡Son hermanos de los demonios!"
Y yo le dije: "¿Y cómo vivía tu padre entre ellos?" Ella me contestó: "Mi padre no pertenecía a
su casta, ni hacía nada como ellos, ni vivía su vida. De todos modos, si quieres seguir mi consejo,
lo mejor que podemos hacer ahora que mi padre ha muerto ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 315ª NOCHE
Ella dijo:
"...lo mejor que podemos hacer ahora que mi padre ha muerto es abandonar esta ciudad
impía, no sin haber vendido nuestros bienes, casa y posesiones. Realiza eso lo mejor que puedas,
compra buenas mercancías con parte de la cantidad que cobres, y vámonos juntos a Bagdad, tu
patria, a ver a tus parientes y amigos, viviendo en paz y seguros, con el respeto debido a Alah el
Altísimo".
Entonces contesté oyendo y obedeciendo.
Enseguida empecé a vender lo mejor que pude, pieza por pieza y cada cosa en su tiempo,
todos los bienes de mi tío el jeique, padre de mi esposa, ¡difundo a quien Alah haya recibido en su
paz y misericordia! Y así realicé en monedas de oro cuanto nos pertenecía, como muebles y
propiedades, y gané un ciento por uno.
Después de lo cual me llevé a mi esposa y las mercancías que había cuidado de comprar, fleté
por mi cuenta un barco, que con la voluntad de Alah tuvo navegación feliz y fructuosa, de modo
que de isla en isla, y de mar en mar, acabamos por llegar con seguridad a Bassra, en donde
paramos poco tiempo. Subimos el río y entramos en Bagdad, ciudad de paz.
Me dirigí entonces con mi esposa y mis riquezas hacia mi calle y mi casa, en donde mis
parientes nos recibieron con grandes transportes de alegría, y quisieron mucho a mi esposa, la hija
del jeique.
33
Yo me apresuré a poner en orden definitivo mis asuntos, almacené mis magníficas
mercaderías, encerré mis riquezas, y pude por fin recibir en paz las felicitaciones de mis parientes
y amigos, que calculando el tiempo que estuve ausente, vieron que este séptimo y último viaje mío
había durado exactamente veintisiete años desde el principio hasta el fin.
Y les conté con pormenores mis aventuras durante esta larga ausencia, e hice el voto, que
cumplo escrupulosamente, como veis, de no emprender en toda mi vida ningún otro viaje ni por
mar ni por tierra. Y no dejé de dar gracias al Altísimo que tantas veces, a pesar de mis
reincidencias, me libró de tantos peligros y me reintegró entre mi familia y mis amigos".
Cuando Sindbad el Marino terminó de esta suerte su relato entre los convidados silenciosos y
maravillados, se volvió hacia Sindbad el Cargador y le dijo:
"Ahora, Sindbad terrestre, considera los trabajos que pasé y las dificultades que vencí,
gracias a Alah, y dime si tu suerte de cargador no ha sido mucho más favorable para una vida
tranquila que la que me impuso el Destino.
Verdad es que sigues pobre y yo adquirí riquezas incalculables; pero ¿no es verdad también
que a cada uno de nosotros se le retribuyó según su esfuerzo?"
Al oír estas palabras, Sindbad el Cargador fue a besar la mano de Sindbad el Marino, y le dijo:
"¡Por Alah sobre ti!, ¡oh mi amo! perdona lo inconveniente de mi canción!"
Entonces Sindbad el Marino mandó poner el mantel para sus convidados, y les dio un festín
que duró treinta noches. Y después quiso tener a su lado, como mayordomo de su casa, a Sindbad
el Cargador. Y ambos vivieron en amistad perfecta y en el límite de la satisfacción, hasta que fue a
visitarlos aquella que hace desvanecerse las delicias, rompe las amistades, destruye los palacios y
levanta las tumbas, la amarga muerte. ¡Gloria al Eterno, que no muere jamás!
Cuando Schehrazada, la hija del visir, acabó de contar la historia de Sindbad el Marino,
sintióse un tanto fatigada, y como veía acercarse la mañana y no quería, por su discreción habitual,
abusar del permiso concedido, se calló sonriendo.
Entonces la pequeña Doniazada, que maravillada y con los ojos muy abiertos había oído la
historia pasmosa, se levantó de la alfombra en que estaba acurrucada, y corrió a abrazar a su
hermana, diciéndole: "¡Oh Schehrazada, hermana mía! ¡cuán suaves, y puras, y gratas, y
deliciosas para el paladar, y cuán sabrosas en su frescura, son tus palabras! ¡Y qué terrible, y
prodigioso, y temerario era Sindbad el Marino!"
Y Schehrazada sonrió y dijo: "¡Sí, hermana mía; pero eso no es nada comparado con lo que
os contaré a los dos la próxima noche, si vivo todavía por la gracia de Alah y la voluntad del rey!"
Y el rey Schahriar, que había encontrado los viajes de Sindbad mucho más largos que el que
él había hecho con su hermano Schahzamán por la pradera al borde del mar, cuando se les
apareció el genni cargado con el cajón, se volvió hacia Schehrazada y le dijo:
"¡Verdaderamente, Schehrazada, no sé qué más historias me podrás contar! ¡De todos
modos, quiero una que esté repleta de poemas! ¡Ya me la habías prometido, y parece que olvidas
que, si difieres más el cumplimiento de tu promesa, tu cabeza irá a juntarse con las cabezas de tus
antecesoras!"
Y Schehrazada dijo: "¡Sobre mis ojos! Precisamente la que te reservo, ¡oh rey afortunado! te
satisfará por completo, y en verdad que es mucho más agradable que las que has oído. Puedes
juzgar por el título, que es: HISTORIA DE LA BELLA ZUMURRUD (Esmeralda) Y ALISCHAR, HIJO
DE GLORIA.
Entonces el rey Schahriar dijo para sí: "¡No la mataré hasta después!" Y la cogió en brazos y
pasó con ella el resto de la noche.
Por la mañana salió y se fue a la sala de justicia. Y el diwán se llenó con la muchedumbre de
visires, emires, chambelanes, guardias y gente de palacio. Y el último que entró fue el gran visir,
padre de Schehrazada, que llevaba debajo del brazo el sudario destinado a su hija, a la cual creía
aquella vez muerta de veras; pero el rey no le dijo nada de tal asunto, y siguió juzgando y
nombrando para los empleos, y destituyendo, y gobernando, y despachando los asuntos
pendientes hasta terminar el día. Luego se levantó el diwán, y el rey volvió a palacio, mientras el
gran visir seguía perplejo y en el límite extremo del asombro.
34
Y cuando fue de noche, el rey penetró en la habitación de Schehrazada e hicieron juntos lo
que solían.
PERO CUANDO LLEGO LA 316ª NOCHE
Concluída la cosa entre el rey y Schehrazada, la pequeña Doniazada exclamó desde el lugar
en que estaba acurrucada:
"¡Te ruego, hermana, me digas a qué esperar para empezar la historia prometida de la bella
Zumurrud y Alischar, hijo de gloria!"
Y contestó Schehrazada sonriendo: "¡No espero más que la venia de este rey bien educado y
dotado de buenos modales!" Entonces contestó el rey Schahriar: "¡Concedida!
Y dijo Schehrazada:
HISTORIA DE LA BELLA ZUMURRUD Y ALISCHAR, HIJO DE GLORIA
Se cuenta que en la antigüedad del tiempo, en lo pasado de la edad y del momento, había en
el país del Khorasán un mercader muy rico que se llamaba Gloria, y tenía un hijo llamado Alischar,
hermoso como la luna llena.
Y un día el rico mercader Gloria, ya de muy avanzada edad, se sintió atacado de mortal
dolencia. Y llamó a su hijo junto a sí y le dijo: "¡Oh hijo mío! Como está muy próximo el término de
mi destino, deseo hacerte un encargo". Muy apesadumbrado, dijo Alischar: "¿Y cuál es, ¡oh padre
mío!?"
El mercader Gloria le dijo: "He de encargarte que no te crees nunca relaciones ni frecuentes la
sociedad, porque el mundo se puede comparar a un herrero: si no te quema con el fuego de la
fragua, o no te saca un ojo o los dos con las chispas del yunque, seguramente te ahogará con el
humo. Y además, ha dicho el poeta:
¡Ilusión! ¡No creas que, cuando el Destino te traicione, encontrarás amigos de corazón
fiel en tu camino negro!
¡Oh soledad! ¡Cara soledad bendita, al que te cultiva enseñas la fuerza del que no se
desvía
y el arte de no fiarse más que de sí mismo!
"Otro dijo:
¡Si lo examina tu atención, verás que el mundo es nefasto por sus dos caras: una la
constituye la hipocresía, y la otra la traición!
"Otro dijo:
¡En futilidades, tonterías y frases absurdas suele consistir el dominio del mundo! ¡Pero
si el Destino coloca en tu camino un ser excepcional, trátale con frecuencia sólo para
mejorarte!
Cuando el joven Alischar oyó estas palabras de su padre moribundo, contestó: "¡Oh padre
mío, te escucho para obedecerte! ¿Qué más me aconsejas?"
35
Y dijo Gloria el mercader: "Haz bien, si puedes. Y no esperes que te recompensen con la
gratitud o un bien parecido. ¡Oh hijo mío! ¡Desgraciadamente, no todos los días hay ocasión de
hacer el bien!" Y Alischar respondió: "¡Escucho y obedezco! ¿Son esos todos tus encargos?"
Gloria el mercader dijo: "No derroches las riquezas que te dejo; sólo te considerarán con arreglo al
poder que tengas en la mano. Y ha dicho el poeta:
¡Cuando yo era pobre, no tenía amigos; y ahora pululan a mi puerta y me quitan el
apetito!
¡Oh! ¡ A cuántos feroces enemigos les domó mi riqueza, y cuántos enemigos tendría si
mi riqueza disminuyese!”
Después prosiguió el anciano: "No descuides los consejos de la gente de experiencia, ni
creas inútil pedir consejo a quien pueda dártelo, pues el poeta ha dicho:
¡Junta tu idea con la idea del consejero, para asegurar mejor el resultado! ¡ Cuando
quieras mirarte el rostro, te bastará con un espejo, pero si quieres mirar tu oscuro trasero,
no podrás verlo sino con la combinación de dos espejos!
"Además, hijo mío, ¡tengo que darte un último consejo: ¡huye del vino! Es causa de todos los
males. Te expones a perder la razón y a ser objeto de befa y de desdén.
"Tales son mis encargos en el umbral de la muerte. ¡Oh hijo mío, acuérdate de mis palabras!
Sé un hijo excelente, y acompáñete mi bendición toda la vida".
Y tras de hablar así, el anciano mercader Gloria cerró un momento los ojos y se recogió.
Luego levantó el índice hasta la altura de los ojos y pronunció su acto de fe. Después de lo cual
falleció en la misericordia del Altísimo.
Fue llorado por su hijo y por toda su familia, y le hicieron funerales, a los cuales asistieron los
más altos y los más bajos, los más ricos y los más pobres. Y cuando se le enterró, inscribieron
estos versos en la losa de su tumba:
¡Nací del polvo, al polvo vuelvo y polvo soy! ¡Nadie sabrá nada de mis sentimientos ni
experiencias! ¡Es como si no hubiera vivido nunca!
Hasta aquí en cuanto al mercader Gloria. Ocupémonos ahora de Alischar, hijo de Gloria.
Muerto su padre, siguió Alischar comerciando en la tienda principal del zoco, y cumplió a
conciencia los encargos paternales, especialmente en lo que se refería a sus relaciones con los
demás. Pero al cabo de un año y un día, que transcurrieron con exactitud hora tras hora, se dejó
tentar por jóvenes pérfidos, hijos de zorra, adulterinos sin vergüenza. Y alternó hasta el frenesí con
ellos, y conoció a sus astutas madres y hermanas, hijas de perro. Y se sumergió hasta el cuello en
el libertinaje, y nadó en el vino y en el despilfarro, caminando por vía bien opuesta al camino recto.
Porque como no estaba a la sazón sano de espíritu, se hacía este menguado razonamiento: "Ya
que mi padre me ha dejado todas sus riquezas, me conviene utilizarlas para que no las hereden
otros. Y quiero aprovechar el momento y el placer que pasan, pues no he de vivir dos veces".
Y le pareció tan bien este razonamiento, y siguió Alischar juntando con tanta regularidad la
noche y el día por sus extremos, sin escatimar ningún exceso, que pronto vióse reducido a vender
la tienda, la casa, los muebles y hasta la ropa, y no le quedó más que lo que llevaba encima.
Entonces pudo ver claro y evidente cómo había procedido, y cerciorarse de la excelencia de
los consejos de su padre Gloria. Todos los amigos a quienes trató con fastuosidad antes y a cuya
puerta fue a llamar sucesivamente, encontraron algún motivo para despedirle. Así es que, reducido
al límite extremo de la miseria, se vio obligado, un día en que no había comido nada desde la
víspera, a salir del miserable khan en que se alojaba, y a mendigar de puerta en puerta por las
calles.
De este modo llegó a la plaza del mercado, en la cual vió una gran muchedumbre formando
corro. Quiso acercarse para averiguar lo que ocurría, y en medio del círculo formado por
mercaderes, corredores y compradores, vio. . .
36
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 317'a NOCHE
Ella dijo:
... en medio del círculo formado por mercaderes, corredores y compradores, vio a una joven
esclava blanca, de elegante y delicioso aspecto, con una estatura de cinco palmos, con rosas por
mejillas, pechos bien sentados, ¡qué trasero! Sin temor a engañarse, se le podrían aplicar estos
versos del poeta:
¡Ha salido sin defecto del molde de la Belleza! ¡Sus proporciones son admirables: ni
muy alta ni muy baja; ni muy gruesa ni muy flaca; y redondeces por todas partes!
¡Así es que la misma Belleza se enamoró de su imagen, realzada por el ligero velo que
sombreaba sus facciones modestas y altivas a la vez!
¡La luna es su rostro; la rama flexible que ondula, su cintura; y su aliento, el suave
perfume del almizcle!
¡Parece formada de perlas líquidas; porque sus miembros son tan lisos, que reflejan la
luna de su rostro, y también parecen formados por lunas!
Pero ¿dónde está la lengua que pudiera describir el milagro de claridad que constituye
su trasero brillante . . .?
Cuando Alischar dirigió sus miradas a la hermosa joven, quedó extremadamente maravillado, y
ya fuese que permaneciera inmóvil de admiración, ya que quisiera olvidar por un momento su
miseria con el espectáculo de la belleza, el caso fue que se metió entre la muchedumbre reunida
que preparábase a la venta. Y los mercaderes y corredores que por allí se hallaban, e ignoraban
aún la ruina del joven, supusieron que había ido a comprar la esclava, pues sabían que era muy
rico por la herencia de su padre, el síndico Gloria.
Pero pronto se puso al lado de la esclava el jefe de los corredores, y por encima de las
cabezas agrupadas, exclamó: "¡Oh mercaderes, dueños de riquezas, ciudadanos o habitantes
libres del desierto, el que abra la puerta de la subasta no ha de incurrir en censura! ¿He aquí
ante vosotros la soberana de todas las lunas, la perla de las perlas, la virgen llena de pudor,
la noble Zumurrud, incitadora de todos los deseos y jardín de todas las flores! ¡Abrid la
subasta!, ¡oh circunstantes! ¡Nadie censurará a quien abra la subasta! ¡He aquí ante
vosotros a la soberana de todas las lunas, a la pudorosa virgen Zumurrud, jardín de todas
las flores!"
En seguida uno de los mercaderes gritó: "¡Abro la subasta con quinientos dinares!" Otro dijo:
"¡Diez más!" Entonces gritó un viejo deforme y asqueroso, de ojos azules y bizcos, que se llamaba
Rachideddín: "¡Cien más!" Pero dijo una voz: "¡Cien más todavía!" En aquel momento, el viejo de
ojos azules y feos, pujó mucho de pronto, gritando: "¡Mil dinares!"
Entonces los demás compradores encarcelaron su lengua y guardaron silencio. Y el pregonero
se volvió hacia el dueño de la esclava joven y le preguntó si le convenía el precio ofrecido por el
viejo y si había que cerrar el trato. Y el dueño de la esclava respondió: "¡Conforme! Pero antes
tiene que consentir mi esclava también, pues le he jurado no cederla más que al comprador que le
guste. Por consiguiente, has de pedirle el consentimiento, ¡oh corredor!" Y el corredor se acercó a
la hermosa Zumurrud, y le dijo: "¡Oh soberana de las lunas! ¿quieres pertenecer a ese venerable
anciano, el jeique Rachideddín?"
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Al oír estas palabras, la hermosa Zumurrud dirigió una mirada al individuo que le indicaba el
corredor, y le encontró tal como acabamos de describirle. Y apartóse con un ademán de
repugnancia y exclamó: "¿No conoces, ¡oh jefe corredor! lo que decía un poeta viejo, aunque no
tan repulsivo como éste? Pues escucha:
Le pedí un beso. Ella me miró. ¡Y su mirada no fue de odio ni de desdén, sino de
indiferencia!
¡Sin embargo, sabía que yo era rico y considerado! Pasó y cayeron de un pliegue de su
boca estas palabras:
“!No me agradan las canas; no me gusta poner algodón mojado entre mis labios”!
Al oír estos versos, dijo el corredor a Zumurrud:
"¡Por Alah! ¡Razón tienes para rechazarle! ¡Además, mil dinares no son bastante precio! ¡En
mi opinión, vales diez mil!"
Volvióse luego hacia la multitud de compradores y preguntó si no deseaba otro a la esclava
por el precio ya ofrecido. Entonces se acercó un mercader y dijo: "¡Yo!" Y la hermosa Zumurrud le
miró, y vio que no era asqueroso como el viejo Rachideddín, y que sus ojos no eran azules ni
bizcos; pero notó que se teñía de colorado la barba, a fin de parecer más joven de lo que era.
Entonces exclamó: "¡Qué vergüenza enrojecer y ennegrecer así la faz de la ancianidad!" E
inmediatamente improvisó estos versos:
¡Oh tú que estas enamorado de mi cintura y de mi rostro, no lograrás atraer mis miradas
por mucho que te disfraces con colores ajenos!
¡Tiñes de oprobio tus canas, sin lograr ocultar tus defectos!
¡Cambias de barbas como cambias de cara, y te conviertes en tal espantajo, que si te
mirase una mujer preñada, abortaría!
Oídos estos versos por el jefe de los corredores, le dijo a Zumurrud: "¡Por Alah! ¡La verdad
está contigo!" Pero como no fue aceptada la segunda proposición, se adelantó un tercer mercader
y dijo al corredor: "Ofrezco el mismo precio. ¡Pregúntale si me acepta!" Y el corredor interrogó a la
hermosa joven, que miró entonces al hombre consabido.
Y vio que era tuerto, y se echó a reír, diciendo: "¿No sabes, ¡oh corredor! las frases del poeta
acerca del tuerto? Pues óyelas:
'Créeme, amigo: no seas nunca compañero de un tuerto, y desconfía de sus embustes
y de su falsedad!
¡Tan poco se ganará tratándole, que Alah se cuidó de sacarle un ojo para que inspirara
desconfianza!
Entonces el corredor le indicó un cuarto comprador, y le preguntó: "¿Quieres a éste?"
Zumurrud lo examinó, y vio que era un hombrecillo chico, con una barba que le llegaba al
ombligo, y dijo en seguida: "¡En cuanto a ese barbudillo, mira cómo lo describe el poeta:
¡Tienes una barba prodigiosa, que es planta inútil y molesta, triste como una noche de
invierno, larga, fría y oscura!"
Cuando el corredor vio que no aceptaba a ninguno de los que espontáneamente brindábanse
a comprarla, dijo a Zumurrud: "¡Oh mi señora! mira a todos esos mercaderes y nobles
compradores, y dime cuál tiene la suerte de gustarte, para que te ofrezca a él en venta".
Entonces la hermosa joven miró uno por uno con la mayor atención a todos los circunstantes,
y acabó por fijar su mirada en Alischar, hijo de Gloria. Y el aspecto del joven la inflamó súbitamente
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con el amor más violento, porque Alischar, hijo de Gloria, era en verdad de una belleza
extraordinaria, y nadie le podía ver sin sentirse inclinado hacia él con ardor. Así es que la joven
Zumurrud se apresuró a señalárselo al corredor, y dijo:
"¡Oh corredor! quiero a ese joven de rostro gentil y cintura ondulante, pues lo encuentro
delicioso y de sangre simpática, más ligera que la brisa del Norte; y de él dijo el poeta:
¡Oh jovencillo! ¿Cómo te olvidarán los que hayan visto tu belleza?
¡Dejen de mirarte quienes deploran los tormentos con que llenas el corazón!
¡Los que quieran preservarse de tus encantos prodigiosos, cubran con un velo tu
hechicera cara!
"Y también de él dijo otro poeta:
¡Oh señor mío, compréndelo! ¿Cómo no amarte? ¿No es esbelta tu cintura y combados
tus riñones?
¡Compréndelo!, ¡oh señor mío! ¿No es patrimonio de sabios, de gente exquisita y de
espíritus delicados el amor a cosas tales?
"Un tercer poeta ha dicho:
¡Sus mejillas están llenas y lisas; su saliva leche dulce al beberla, es un remedio para
las enfermedades; su mirada hace soñar a los prosistas y a los poetas, y sus proporciones
dejan perplejos a los arquitectos!
"Otro ha dicho:
¡El licor de sus labios es un vino enervante; su aliento tiene el perfume del ámbar y sus
dientes son granos de alcanfor!
¡Por eso Raduán, guardián del Paraíso, le rogó que se fuera, temeroso de que sedujese
a las huríes!
¡La gente tosca y de entendimiento torpe deplora sus gestos y su conducta! ¡ Como si la
luna no fuera bella en todos sus cuartos, como si su marcha no fuera armoniosa en todas
las partes del cielo!
"Otro poeta ha dicho también:
¡Por fin consintió en conceder una cita ese cervatillo de cabellera rizada, y de mejillas
llenas de rosas y mirada encantadora! ¡Y aquí estoy, puntual, con el corazón alborotado y el
mirar anhelante!
¡Me prometió esta cita, cerrando los ojos para decirme que sí! Pero si sus párpados
están cerrados, ¿cómo podrán cumplir su promesa?
"Dijo de él otro, por último:
Tengo amigos poco sagaces, que me han preguntado: "¿Cómo puedes querer
apasionadamente a un joven cuyas mejillas sombrea ya un bozo tan fuerte?"
Yo les dije: "¡Cuán grande es vuestra ignorancia! ¡Los frutos del jardín del Edén se
cogieron en sus hermosas mejillas! ¿Cómo hubieran podido dar esas mejillas tan hermosos
frutos si no fueran ya frondosas?"
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Maravilladísimo quedó el corredor al advertir tanto talento en esclava tan joven, expresó su
asombro al propietario, que le dijo: "Comprendo que te pasmen tanta belleza y tan agudo ingenio.
Pero sabe que esta milagrosa adolescente, que avergüenza a los astros y al sol, no se contenta
con conocer los poetas más delicados y complicados, ni con ser una constructora de estrofas, sino
que además sabe escribir con siete plumas los siete caracteres diferentes, y sus manos son más
preciosas que todo un tesoro. Conoce, en efecto, el arte del bordado y de tejer la seda, y toda
alfombra o cortinajes que sale de sus manos se tasa en el zoco a cincuenta dinares. Observa
también que en ocho días tiene tiempo sobrado para terminar la alfombra más hermosa o el más
suntuoso cortinaje. ¡De modo que, sin duda alguna, quien la compre habrá recuperado a los pocos
meses su dinero!"
Oídas estas palabras, el corredor levantó los brazos admirado, y exclamó: "¡Oh, dichoso aquel
que tenga esta perla en su morada, y la conserve como el tesoro más oculto!"
Y se acercó a Alischar, hijo de Gloria, señalado por la joven, se inclinó ante él hasta el suelo,
le cogió la mano y se la besó, y luego dijo...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 319ª NOCHE
Ella dijo:
. . . se inclinó ante él hasta el suelo, le cogió la mano y se la besó, y luego le dijo: "¡En verdad,
oh, mi señor! que es mucha tu suerte al poder comprar este tesoro por la centésima parte de su
valor, y el Donador no te ha escatimado sus dones! ¡Tráigate, pues, esta joven la felicidad!"
Al oír estas palabras, Alischar bajó la cabeza, y no pudo dejar de reírse interiormente de la
ironía del Destino, y dijo para sí: "¡Por Alah! ¡No tengo con qué comprar un pedazo de pan, y me
creen bastante rico para adquirir esta esclava! ¡De todos modos no diré ni que sí ni que no, para no
cubrirme de vergüenza delante de todos los mercaderes!"
Y bajó la vista y no dijo palabra.
Como no se movía, Zumurrud le miró para alentarle a la compra; pero él seguía con los ojos
bajos sin verla. Entonces ella dijo al corredor: "Cógeme de la mano y llévame junto a él, que quiero
hablarle personalmente y determinarle a que me compre, pues he resuelto pertenecer a él sólo, y
no a otro". Y el corredor la cogió de la mano y la llevó junto a Alischar, hijo de Gloria.
La joven se quedó de pie, alardeando de su belleza, delante del mozo, y le dijo: "¡Oh amado
dueño mío! ¡oh joven que haces arder mis entrañas! ¿Por qué no ofreces el precio de compra? ¿0
por qué no calculas tú el valor que te parezca más equitativo? ¡Quiero ser tu esclava a cualquier
precio!
Alischar levantó la cabeza, meneándola con tristeza, y dijo: "La venta y la compra nunca son
obligatorias".
Zumurrud exclamó: "¡Ya veo, oh dueño muy amado! que encuentras muy alto el precio de mil
dinares! ¡No ofrezcas más que novecientos, y te pertenezco!" Bajó Alischar la cabeza y nada
contestó. Ella dijo: "¡Cómprame entonces por ochocientos!" El bajó la cabeza. Ella añadió: "¡Por
setecientos!" Y él bajó otra vez la cabeza. Zumurrud siguió rebajando hasta que le dijo: "¡Sólo por
cien dinares!"
Entonces le dijo: "¡Ni siquiera tengo los cien dinares completos!" Ella se echó a reír, y le dijo:
"¿Cuánto te falta para reunir la cantidad de cien dinares? Pues si hoy no los tienes todo, ya
pagarás otro día lo que falte". El contestó: "¡Oh dueña mía! ¡sabe, por fin, que no tengo ni cien
dinares ni uno! ¡Por Alah! No poseo ni una moneda blanca, ni una roja, ni un dinar de oro, ni un
dracma de plata. De modo que no pierdas más tiempo conmigo y busca otro comprador". -
Cuando Zumurrud comprendió que el joven carecía de dinero, le dijo: "¡De todos modos, cierra
el trato! ¡Dame la mano, envuélveme en tu manto y pasa un brazo alrededor de mi cintura, que es
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como sabes, la señal de aceptación!" Alischar, que ya no tenía motivos para negarse, se apresuró
entonces a hacer lo que le mandó Zumurrud, y ésta sacó al momento de su faltriquera un bolsillo
que le entregó y le dijo: "¡Ahí dentro hay mil dinares; tienes que ofrecer novecientos a mi amo, y
conservar los otros cien para nuestras necesidades más apremiantes!" Y enseguida Alischar
entregó al mercader los novecientos dinares, y se apresuró a coger a la esclava de la mano y
llevársela a su casa.
Cuando llegaron a la casa, Zumurrud se sorprendió al ver que la habitación se reducía a un
miserable cuarto, cuyo único moblaje consistía en una mala estera vieja y rota por varias partes. Se
apresuró a dar a Alischar otro bolsillo con mil dinares más, y le dijo: "Corre pronto al zoco, para
comprar todos los muebles y alfombras que hagan falta, y comida y bebida. ¡Y escoge lo mejor que
haya en el zoco! Además, tráeme una gran pieza de seda de Damasco de la mejor clase, de color
de granate, y carretes de hilo de oro, y carretes de hilo de plata, y carretes de hilo de seda, de siete
colores diferentes. Y no olvides comprar agujas grandes, y también un dedal de oro".
Y Alischar ejecutó en seguida sus órdenes, y llevó todo aquello a Zumurrud. Entonces ella
tendió por el suelo las alfombras, arregló los colchones y divanes, lo colocó todo en orden, y puso
el mantel, después de haber encendido los candelabros.
Se sentaron entonces ambos, y comieron y bebieron, y se pusieron muy contentos. Tras de lo
cual se tendieron en su cama nueva y se satisficieron mutuamente. Y pasaron toda la noche
estrechamente enlazados, entre las puras delicias y los más alegres retozos, hasta por la mañana.
Y su amor se consolidó con pruebas indudables y se grabó en su corazón de manera indeleble.
Sin perder tiempo, la diligente Zumurrud se puso enseguida a la labor.
Cogió la pieza de seda de Damasco color de granate, y en pocos días hizo con ella un
cortinaje, en cuyo contorno representó con arte infinito figuras de aves y animales, y no hubo un
animal en el mundo, pequeño ni grande, que no quedara representado en aquella tela. Y la
ejecución era tan asombrosa de parecido y de vida, que se diría movíanse los animales de cuatro
pies y se creía oír cantar a las aves. En medio de la cortina estaban bordados grandes árboles
cargados de fruta y de sombra tan hermosa que con verla se sentía una gran frescura. ¡Y todo
aquello fue ejecutado en ocho días, ni más ni menos! ¡Gloria al que da tanta habilidad a los dedos
de sus criaturas!
Terminada la cortina, Zumurrud le dio brillo, la planchó, la dobló y se la entregó a Alischar,
diciéndole: "Ve a llevarla al zoco y véndesela a cualquier mercader con tienda abierta, y no por
menos de cincuenta dinares. Pero guárdate muy bien de cedérsela a cualquier mercader de paso
que no sea conocido en el zoco, pues eso sería causa de una cruel separación entre nosotros.
Porque tenemos enemigos que nos acechan. ¡Desconfía de los caminantes!"
Y Alischar respondió: "¡Escucho y obedezco!" Y fue al zoco y vendió por cincuenta dinares a
un mercader con tienda abierta la consabida cortina maravillosa...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 320ª NOCHE
Ella dijo:
... y vendió por cincuenta dinares a un mercader con tienda abierta la consabida cortina
maravillosa. Después compró otra vez seda e hilo de oro y plata, en cantidad suficiente para una
nueva cortina o alfombra de gusto, y se lo llevó todo a Zumurrud, que volvió a poner manos a la
obra, y en otros ocho días ejecutó una cortina más hermosa aún que la anterior, y que también
produjo la cantidad de cincuenta dinares. Y durante el espacio de un año vivieron de tal suerte,
comiendo, bebiendo y sin carecer de nada ni dejar de satisfacer su mutuo amor, más ardiente cada
día.
Un día salió Alischar de la casa, llevando, según su costumbre, un paquete que contenía un
tapiz ejecutado por Zumurrud, y emprendió el camino del zoco para presentárselo a los
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mercaderes por mediación del pregonero, como siempre. Llegado al zoco, se lo entregó al
pregonero, que empezó a pregonarlo delante de las tiendas de los mercaderes, cuando acertó a
pasar un cristiano, uno de esos individuos que pululan a la entrada de los zocos, asediando a los
parroquianos con sus ofrecimientos.
Este cristiano se aproximó al pregonero y a Alischar y les ofreció sesenta dinares por el tapiz,
en vez de los cincuenta por que se pregonaba. Pero Alischar, que sentía aversión y desconfianza
hacia aquella clase de individuos, y recordaba, además, el encargo de Zumurrud, no quiso
vendérselo. Entonces el cristiano aumentó su oferta y acabó por proponer cien dinares, y el
pregonero le dijo al oído a Alischar: "¡Verdaderamente, no desaproveches esta excelente ocasión!"
Porque el pregonero ya había sido sobornado secretamente por el cristiano con diez dinares. Y
maniobró tan bien sobre el espíritu de Alischar, que le decidió a entregar el tapiz al cristiano,
mediante la cantidad convenida. Y lo hizo no sin gran aprensión, cobrando los cien dinares, y
volvió a emprender el camino de su casa.
Conforme iba andando, al volver una esquina notó que le seguía el cristiano. Se paró y le
preguntó: "¿Cristiano, qué tienes que hacer en este barrio en donde no entra la gente de tu clase?"
Este dijo: "Perdona ¡oh señor! pero tengo un encargo que hacer al final de esta calleja. ¡Alah te
conserve!"
Alischar siguió su camino y llegó a la puerta de su casa. Y allí notó que el cristiano, después
de haber dado un rodeo había vuelto por el otro extremo de la calle y llegaba a su puerta al mismo
tiempo que él. Y le gritó, lleno de ira: "¡Maldito cristiano! ¿A qué me sigues de esa manera por
donde voy?" El otro contestó: "¡Oh, señor mío! ¡créeme que me encontraste aquí por casualidad!
¡Pero te ruego que me des un trago de agua, y Alah te recompensará, porque la sed me quema
interiormente!" Y Alischar pensó: "¡Por Alah! ¡No se dirá que un musulmán se ha negado a dar de
beber a un perro sediento! ¡Voy a darle un poco de agua!" Y entró en su casa, cogió un cántaro de
agua, e iba a salir para dársela al cristiano, cuando Zumurrud le oyó levantar el pestillo y salió a su
encuentro, conmovida por su ausencia prolongada. Y le dijo, besándole: "¿Cómo tardaste tanto en
volver hoy? ¿Vendiste al fin el tapiz, y ha sido a un mercader con tienda o a un transeúnte?"
El respondió, visiblemente turbado: "He tardado un poco porque el zoco estaba lleno, pero de
todos modos acabé por vendérsela a un mercader". Ella dijo con cierta duda en la voz: "¡Por Alah!
Mi corazón no está tranquilo. Pero ¿adónde vas con ese cántaro?" El dijo: "Voy a dar de beber al
pregonero del zoco, que me ha acompañado hasta aquí". Pero no la satisfizo esta respuesta, y
mientras salía Alischar, recitó muy ansiosa, estos versos del poeta:
¡Oh corazón mío que piensas en el amado; pobre corazón lleno de esperanzas y que
crees eterno el beso! ¿no ves que a tu cabecera vela, con los brazos tendidos, la
Separadora, y que en la sombra te acecha pérfido el Destino?
Cuando Alischar se dirigía hacia afuera, encontróse con el cristiano, que ya había entrado en
el zaguán por la puerta abierta. Al verlo el mundo se ennegreció delante de sus ojos, y exclamó:
"¿Qué haces ahí, perro, hijo de perro? ¿Y cómo osaste penetrar en mi casa sin mi permiso?" El
otro contestó: "¡Por favor, oh mi señor, perdóname! Cansado de haber andado todo el día y sin
poderme tener ya en pie, me vi obligado a pasar el umbral, pues al cabo no hay tanta diferencia
entre la puerta y el zaguán. ¡Además, no pido más que el tiempo suficiente para tomar aliento y me
voy! ¡No me rechaces, y Alah no te rechazará!"
Y cogió el cántaro que sostenía Alischar muy perplejo, bebió lo necesario y se lo devolvió. Y
Alischar se quedó de pie enfrente, esperando que se fuera. Pero pasó una hora, y el cristiano no
se movía. Entonces, Alischar, sofocado, le gritó: "¿Quieres marcharte ahora mismo y seguir tu
camino?" Pero el cristiano le contestó: "¡Oh señor mío! No serás de aquellos que hacen un
beneficio a alguien para obligarle a estar lamentándolo toda la vida, ni de aquellos de quienes dijo
el poeta:
¡Se desvaneció la raza generosa de los que, sin contar, llenaban la mano del pobre
antes de que se les tendiese!
¡Ahora hay una raza vil de usureros que calculan el interés de un poco de agua prestada
al pobre del camino!
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"Yo, mi señor, ya he apagado la sed con el agua de tu casa; pero ahora me atormenta de tal
manera el hambre, que me contentaría con lo que te haya quedado de la comida, aunque fuera un
pedazo de pan seco y una cebolla, nada más". Alischar, cada vez más enfurecido, le gritó: "¡Vaya,
vaya! ¡Fuera de aquí! ¡Basta de citas poéticas! ¡No queda nada en la casa!" El otro contestó, sin
moverse del sitio: "¡Señor, perdóname! Pero si no hay nada en tu casa, tienes encima los cien
dinares que te ha producido el tapiz. Te ruego, pues, por Alah, que vayas al zoco más cercano a
comprarme una torta de trigo, para que no se diga que abandoné tu casa sin que se haya partido
entre nosotros el pan y la sal".
Cuando Alischar oyó estas palabras, dijo para sí: "No hay duda posible. Este maldito cristiano
es un loco y un extravagante. Y lo voy a echar a la calle y a azuzar contra él a los perros
vagabundos". Y cuando se preparaba a empujarle afuera, el cristiano, inmóvil, le dijo: "¡Oh mi
señor! ¡es un solo pedazo de pan el que deseo, y una sola cebolla para poder matar el hambre!
¡De modo que no hagas mucho gasto por mí, que sería demasiado! Porque el prudente se
contenta con poco; y
¡Un pan seco basta para apagar el hambre que tortura al sabio, cuando el mundo no
bastaría para saciar el falso apetito del tragón!
Cuando Alischar vió que no le quedaba más remedio que ceder, dijo al cristiano: "¡Voy al zoco
a buscar de comer! ¡Espérame aquí sin moverte!" Y salió de la casa después de haber cerrado la
puerta, y sacó la llave de la cerradura para metérsela en el bolsillo. Fue apresuradamente al zoco,
compró queso asado con miel, pepinos, plátanos, hojaldre y pan recién salido del horno, y se lo
trajo todo al cristiano, diciéndole: "¡Come!"
Pero éste se negó, diciendo: "¡Oh mi señor! ¡qué generosidad la tuya! ¡Lo que traes basta para
alimentar a diez personas! ¡Es demasiado, a menos que quieras honrarme comiendo conmigo!"
Alischar respondió: "Yo estoy harto. ¡Come solo!" El otro exclamó: "¡Oh mi señor, la sabiduría de
las naciones nos enseña que el que se niega a comer con su huésped es indudablemente un
bastardo adulterino...!"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 321ª NOCHE
Ella dijo:
"... el que se niega a comer con su huésped es indudablemente un bastardo adulterino!" Estas
palabras no tenían réplica posible. Alischar no se atrevió a negarse, y se sentó al lado del cristiano,
y se puso a comer con él distraídamente. Y el cristiano se aprovechó de la distracción de su
huésped para mondar un plátano, partirlo, y deslizar en él con destreza banj puro mezclado con
extracto de opio, en dosis suficiente para derribar a un elefante y dormirlo durante un año. Mojó el
plátano en la miel blanca, en la cual nadaba el excelente queso asado, y se lo ofreció a Alischar,
diciéndole: "¡Oh mi señor! ¡Por la verdad de la fe, acepta de mi mano este suculento plátano que
mondé para ti!" Alischar que tenía prisa por acabar, cogió el plátano y se lo tragó.
Apenas había llegado el plátano a su estómago, cayó Alischar al suelo privado de sentido.
Entonces el cristiano brincó como un lobo pelado y se precipitó afuera, pues en la calleja de
enfrente permanecían en acecho varios hombres con un mulo, y a su cabeza estaba el viejo
Rachideddín, el miserable de los ojos azules al cual no había querido pertenecer Zumurrud, y que
había jurado poseerla a la fuerza a todo trance. Este Rachideddín no era más que un innoble
cristiano, que profesaba exteriormente el islamismo para gozar sus privilegios cerca de los
mercaderes, y era el propio hermano del cristiano que acababa de traicionar a Alischar, y que se
llamaba Barssum.
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Este Barssum corrió, pues, a avisar a su miserable hermano del resultado de su ardid, y los
dos, seguidos por sus hombres, penetraron en la casa de Alischar, se precipitaron en la inmediata
habitación, alquilada por Alischar para harem de Zumurrud, lanzáronse sobre la hermosa joven, a
la cual amordazaron y agarraron para transportarla en un momento a lomos del mulo, que pusieron
al galope, a fin de llegar en pocos instantes, sin que nadie les molestara en el camino, a casa del
viejo Rachideddin.
El viejo miserable de ojos azules y bizcos mandó entonces llevar a Zumurrud a la estancia más
apartada de la casa, y se sentó cerca de ella, después de haberle quitado la mordaza, y le dijo:
"Hete aquí ya en mi poder, bella Zumurrud, y no será el bribón de Alischar quien venga ahora a
sacarte de mis manos. Empieza, pues, antes de acostarte en mis brazos y de experimentar mi
valentía en el combate, por abjurar de tu descreída fe y consentir en ser cristiana, como yo soy
cristiano. ¡Por el Mesías y la Virgen! ¡Si no te rindes inmediatamente a mi doble deseo, te someteré
a los peores tormentos y te haré más desdichada que una perra!"
Al oír estas palabras del miserable cristiano, los ojos de la joven se llenaron de lágrimas, que
rodaron por sus mejillas, y sus labios se estremecieron y exclamó:
"¡Oh malvado de barbas blancas! ¡por Alah! ¡podrás hacer que me corten en pedazos, pero no
conseguirás que abjure de mi fe; podrás apoderarte de mi cuerpo por la violencia, como el cabrón
en celo con la cabra joven, pero no someterás mi espíritu a la impureza compartida!
¡Y Alah sabrá pedirte cuenta de tus ignominias tarde o temprano!"
Cuando el anciano vió que no podía convencerla con palabras, llamó a sus esclavos y les dijo:
"¡Echadla al suelo, y sujetadla boca abajo fuertemente!" Y los esclavos la echaron al suelo boca
abajo. Entonces aquel miserable cristiano agarró un látigo y empezó a azotarla con crueldad en
sus hermosas partes redondeadas, de modo que cada golpe dejaba una larga raya roja en la
blancura de las nalgas. Y Zumurrud, a cada golpe que recibía, en vez de debilitarse en la fe
exclamaba: "¡No hay más Dios que Alah, y Mohamed es el enviado de Alah!" Y el otro no dejó de
azotarla hasta que no pudo ya levantar el brazo. Entonces mandó a sus esclavos que la llevasen a
la cocina con las criadas y que no le dieran de comer ni de beber.
¡Esto en cuanto a ellos dos!
En cuanto a Alischar, quedó tendido sin sentido en el zaguán de su casa hasta el día
siguiente.
Entonces volvió en sí y abrió los ojos, disipada ya la embriaguez del banj y desaparecidos de
su cabeza los vapores del opio. Se sentó entonces en el suelo, y con todas sus fuerzas llamó: "¡Ya
Zumurrud!" Pero no le contestó nadie.
Levantóse anhelante y entró en la habitación, que encontró vacía y silenciosa. Se acordó del
cristiano importuno, y como también éste había desaparecido, ya no dudó del rapto de su amada
Zumurrud.
Entonces se tiró al suelo, dándose golpes en la cabeza y sollozando; después se desgarró los
vestidos, y lloró todas las lágrimas de la desolación; y en el límite de la desesperanza, se lanzó
fuera de su casa, recogió dos piedras grandes, una con cada mano, y empezó a recorrer
enloquecido todas las calles, golpeándose el pecho con las piedras y gritando: "¡Ya Zumurrud, Zumurrud!"
Y los chiquillos le rodearon, corriendo como él y gritando: "¡Un loco, un loco!" Y los conocidos
que le encontraban le miraban con lástima y lamentaban la pérdida de su razón, diciendo: "¡Es el
hijo de Gloria! ¡Pobre Alischar!"
Y siguió vagando de aquel modo y haciéndose sonar el pecho a guijarrazos, cuando le
encontró una buena vieja, que le dijo: "Hijo mío, ¡así goces de la seguridad y la razón! ¿Desde
cuándo estás loco?"
Y Alischar le contestó con estos versos:
¡La ausencia de una mujer me hizo perder la razón! ¡Oh vosotras que creéis en mi
locura, traedme a la que hubo de causarla, y daréis a mi espíritu la frescura de un díctamo!
Al oír tales versos y al mirar más atentamente a Alischar, la buena anciana comprendió que
debía ser un enamorado infeliz, y le dijo: "¡Hijo mío, no temas contarme tus penas y tu infortunio!
¡Acaso me haya puesto Alah en tu senda para ayudarte!" Entonces Alischar le contó su aventura
con Barssum el cristiano.
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Enterada la buena vieja, estuvo reflexionando una hora, y luego levantó la cabeza y le dijo a
Alischar:
"¡Levántate, hijo mío, y vé pronto a comprarme un cesto de buhonero, en el cual colocarás,
después de adquirirlos en el zoco, pulseras de cristal de colores, anillos de cobre plateado,
pendientes, dijes y otras varias cosas como las que venden las piadosas por las casas a las
mujeres. Y yo me pondré el cesto en la cabeza, y recorreré las casas de la ciudad, vendiendo esas
cosas a las mujeres. Y así podré hacer averiguaciones que nos orientarán, y si Alah quiere,
contribuirán a que encontremos a tu amada Sett Zumurrud! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana v se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 322ª NOCHE
Ella dijo:
". . . encontraremos a tu amada Sett Zumurrud". Y Alischar se puso a llorar de alegría. Y
después de haber besado la mano a la cena vieja, se apresuró a comprar y entregarle lo que le
había indicado.
Entonces la vieja fue a vestirse a su casa. Se tapó la cara con un velo de miel oscuro, se
cubrió la cabeza con un pañuelo de cachemira, se envolvió en un velo grande de seda negra, se
puso en la cabeza consabida cesta, y cogiendo un bastón para sostener su respetable vejez,
empezó a recorrer lentamente los harenes de personajes y mercaderes por los distintos barrios, y
no tardó en llegar a la casa del viejo achideddín, el miserable cristiano que pasaba por musulmán,
el maldito a quien Alah confunda y abrase en el fuego del infierno y atormente hasta la extinción
del tiempo. ¡Amin!
Y llegó precisamente en el momento en que la desventurada joven, arrojada entre las esclavas
y criadas de la cocina y dolorida aún de los golpes que había recibido, yacía medio muerta en una
mala estera.
Llamó a la puerta la vieja, y una esclava abrió y la saludó amistosamente. Y la vieja le dijo:
"Hija mía, tengo cosas bonitas que vender ¿Hay en casa quién las compre?" La criada dijo: "¡Ya lo
creo!" la llevó a la cocina, en donde la vieja se sentó con gran compostura, rodeándola en seguida
las esclavas. Fue muy benévola en la venta, y les cedió, por precios muy módicos, pulseras,
sortijas y pendientes, de modo le se granjeó su confianza y ganó sus simpatías por su lenguaje
virtuoso y la dulzura de sus modales.
Pero al volver la cabeza vio a Zumurrud tendida, e interrogó a las esclavas, que le dijeron
cuanto sabían. E inmediatamente comprendió que estaba en presencia de la que buscaba. Se
acercó a la joven y dijo: "¡Hija mía! ¡aléjese de ti todo mal! ¡Alah me envía para socorrerte! ¡Eres
Zumurrud, la esclava amada de Alischar, hijo de Gloria!" Y la enteró del objeto de su venida,
disfrazada de vendedora, le dijo: "Mañana por la noche estate dispuesta a dejarte raptar; asómate
a la ventana de la cocina que da a la calle, y cuando veas que alguien, entre la oscuridad, se pone
a silbar, ésa será la seña. Responde silbando también, y salta sin temor a la calle. ¡Alischar en
persona estará allí y te salvará!" Y Zumurrud besó las manos a la vieja, que se apresuró a salir y
enterar a Alischar de lo que acababa de suceder, añadiendo: "Irás allá, al pie de la ventana de la
cocina de ese maldito, harás tal v cual cosa".
Entonces Alischar dio mil gracias a la vieja por sus favores, quiso hacerle un regalo; pero no lo
aceptó ella y se fue deseándole buen éxito y felicidades, y le dejó recitando versos sobre la
amargura de la separación.
A la noche siguiente, Alischar se encaminó a la casa descripta por la buena vieja y acabó por
encontrarla. Se sentó al pie de la pared y aguardó a que llegara la hora de silbar. Pero cuando
llevaba allí un rato, como había pasado dos noches de insomnio, le venció de pronto el cansancio y
se durmió. ¡Glorificado sea el Unico, que nunca duerme!
Mientras Alischar permanecía aletargado al pie de la pared, el Destino envió hacia allí, en
busca de alguna ganga, a un ladrón entre los ladrones audaces, que, después de dar vuelta a la
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casa sin encontrar salida, llegó al sitio en que dormía Alischar. Y se inclinó hacia éste, y tentado
por la riqueza de su traje, le robó hábilmente el hermoso turbante y el albornoz, y se los puso
enseguida. En el mismo momento vio que se abría la ventana y oyó silbar a alguien. Miró, y vio una
forma de mujer que le hacía señas y silbaba. Era Zumurrud, que le tomaba por Alischar.
Al ver aquello, el ladrón, aunque sin saber lo que significaba, pensó: "¡Me convendrá
contestar!" Y silbó. Enseguida salió Zumurrud por la ventana y saltó a la calle con la ayuda de una
cuerda. Y el ladrón que era un mozo robusto, la cogió a cuestas y se alej con la rapidez de un
relámpago. .
Cuando Zumurrud vió que su acompañante tenía tanta fuerza, se asombró mucho, y le dijo:
"Amado Alischar, la vieja me había dicho que apenas podías moverte por lo que te habían
debilitado la pena y el temor. ¡Pero veo que estás más fuerte que un caballo!" Pero como el ladrón
no contestaba y corría con mayor celeridad, Zumurrud le pasó la mano por la cara y se la encontró
erizada de pelos más duros que la escoba del hammam, de tal modo que parecía un cerdo
que se hubiera tragado una gallina, cuyas plumas se le salieran por la boca.
Al encontrarse con aquello, la joven sintió un terror espantoso, y empezó a darle golpes en la
cara, gritando: "¿Quién eres y qué eres?" Y como en aquel momento estaban ya lejos de las
casas, en campo raso invadido por la noche y la soledad, el ladrón se detuvo un momento, dejó en
el suelo a la joven, y gritó: "¡Soy Djiwán el kurdo, el compañero más terrible de la gavilla de Ahmad
Ed-Danaf!”
“ ¡Somos cuarenta mozos que llevamos mucho tiempo privados de carne fresca! ¡La noche
próxima será la más bendita de tus noches, pues todos te cabalgaremos sucesivamente, y te
pisaremos el vientre, y nos revolcaremos entre tus muslos, y le haremos dar vueltas a tu capullo
hasta por la mañana!”
Cuando Zumurrud oyó semejantes palabras de su raptor comprendió todo lo horrible de su
situación, y se echó a llorar, golpeándose el rostro y deplorando el error que la había entregado a
aquel bandido perpetrador de violencias y a sus cuarenta compañeros. Y después, viendo que su
destino aciago la perseguía y que no podía luchar contra él, se dejó llevar de nuevo por su raptor
sin oponer resistencia y se contentó con suspirar: "¡No hay más Dios que Alah! ¡Me refugio en El!
¡Cada cual lleva su Destino atado al cuello, y haga lo que quiera, no puede alejarse de él! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 323ª NOCHE
Ella dijo:
"... Cada cual lleva su Destino atado al cuello, y haga lo que quiera, no puede alejarse de él!”
El terrible kurdo Djiwán se echó de nuevo a cuestas a la joven, y siguió corriendo hasta una
caverna oculta entre rocas, donde habían establecido su domicilio la gavilla de los cuarenta y su
jefe. Arreglaba allí la casa de los ladrones y les preparaba la comida una vieja, que era
precisamente la madre del raptor de Zumurrud. Ella fue la que al oír la seña convenida salió a la
entrada de la caverna a recibir a su hijo con la capturada. Djiwán entregó la persona de Zumurrud
a su madre, y le dijo: "Cuida bien de esta gacela hasta mi regreso, pues voy a buscar a mis
compañeros para que la cabalguen conmigo. Pero como no hemos de volver hasta mañana a
mediodía, porque tenemos que realizar algunas proezas, te ruego que la alimentes bien, para que
pueda soportar nuestras cargas y nuestros asaltos". Y se fue.
Entonces la vieja se acercó a Zumurrud y le dió de beber, v le dijo: "hija mía, ¡qué dichosa
serás cuando penetren pronto en tu centro cuarenta mozos robustos, sin contar al jefe, que él solo
es tan fuerte como todos los demás juntos! ¡Por Alah! ¡qué suerte tienes con ser joven y deseable!"
Zumurrud no pudo contestar, y envolviéndose la cabeza con el velo, se tendió en el suelo y así
permaneció hasta por la mañana.
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La noche la había hecho reflexionar, cobró ánimos y dijo para sí: "¿En qué indiferencia
condenable caigo al presente? ¿Voy a aguardar sin moverme la llegada de esos cuarenta
bandoleros perforadores, que me estropearán al taladrarme y me llenarán como el agua llena un
buque hasta hundirlo en el fondo del mar? ¡No, por Alah! ¡Salvaré mi alma y no les entregaré mi
cuerpo!"
Y como ya era día claro, se acercó a la vieja, y besándole la mano, le dijo: "Esta noche he
descansado bien, mi buena madre, y me siento con muchos ánimos y dispuesta a honrar a mis
huéspedes. ¿Qué haremos ahora para pasar el tiempo hasta que lleguen? ¿Quieres, por ejemplo,
venir conmigo al sol, y dejar que te despioje y te peine el pelo, buena madre?"
La vieja contestó: "¡Por Alah! ¡Excelente ocurrencia, hija mía, pues desde que estoy en esta
caverna no me he podido lavar la cabeza, y sirve ahora de habitación a todas las clases de piojos
que se alojan en la cabellera de las personas y en los pelos de los animales! Y cuando anochece,
salen de mi cabeza y circulan en tropel por todo mi cuerpo. Y los tengo blancos y negros, grandes
y chicos. Hay algunos, hija mía, que tienen un rabo muy largo, y se pasean hacia atrás,
y otros de olor más fétido que los follones y los cuescos más hediondos.
Si consigues librarme de esos animales maléficos, tu vida conmigo será muy dichosa". Y salió
con Zumurrud fuera de la caverna, y se acurrucó al sol, quitándose el pañuelo que llevaba a la
cabeza. Y entonces pudo ver Zumurrud que había allí todas las variedades de piojos conocidas y
otras más. Sin perder valor, empezó a quitarlos a puñados y a peinar los cabellos por la raíz con
espinas gordas; y cuando no quedó más que una cantidad normal de aquellos piojos, se puso a
buscarlos con dedos ágiles y numerosos y a aplastarlos entre dos uñas, según se acostumbraba. Y
alisó la cabellera con suavidad, con tanta suavidad, que la vieja se sintió invadida de un modo
delicioso por la tranquilidad de su propia piel limpia, y acabó por dormirse profundamente.
Sin perder tiempo, Zumurrud se levantó y corrió a la caverna, en la cual cogió y se puso ropa
de hombre; y se rodeó la cabeza con un turbante hermoso, que procedía de un robo hecho por los
cuarenta, y salió por allí a escape para dirigirse a un caballo robado también, que por allí pacía con
los pies trabados; le puso silla y riendas, saltó encima a horcajadas y salió a galope en línea recta,
invocando al Dueño de la salvación.
Galopó sin descanso hasta que anocheció; y al amanecer siguiente reanudó la carrera, sin
parar más que alguna que otra vez para descansar, comer alguna raíz y dejar pacer al caballo. Y
así prosiguió durante diez días y diez noches.
Por la mañana del undécimo día salió al cabo del desierto que acababa de atravesar y llegó a
una verde pradera por donde corrían hermosas aguas y alegraba la vista el espectáculo de
frondosos árboles, de umbrías y de rosas y flores que un clima primaveral hacía brotar a millares;
allí jugueteaban también aves de la creación y pastaban rebaños de gacelas v de animales muv
lindos.
Zumurrud descansó una hora en aquel sitio delicioso, y luego montó de nuevo a caballo, y
siguió un camino muy hermoso que corría por entre masas de verdor y llevaba a una gran ciudad
cuyos alminares brillaban al sol en lontananza.
Cuando estuvo cerca de los muros y de la puerta de la ciudad vio una muchedumbre inmensa,
que al distinguirla empezó a lanzar gritos delirantes de alegría y triunfo, y en seguida salieron de la
puerta y fueron a su encuentro emires a caballo y personajes y jefes de soldados, que se
prosternaron y besaron la tierra con muestras de sumisión de súbditos a su rey, mientras por todas
partes brotaba este clamor inmenso de la multitud delirante: "¡Dé Alah la victoria a nuestro sultán!
¡Traiga tu feliz venida la bendición al pueblo de los musulmanes, oh rey del universo! ¡Consolide
Alah tu reinado, oh rey nuestro!" Y al mismo tiempo millares de guerreros a caballo se formaron en
dos filas para separar y contener a las masas en el límite del entusiasmo, y un pregonero público,
encaramado en un camello ricamente enjaezado, anunciaba al pueblo a toda voz la feliz llegada de
su rey.
Pero Zumurrud, disfrazada de caballero, no entendía lo que podía significar todo aquello, y
acabó por preguntar a los grandes dignatarios, que habían cogido por cada lado las riendas del
caballo: "¿Qué pasa, distinguidos señores, en vuestra ciudad? ¿Y qué me queréis?" Entonces, de
entre todos ellos se adelantó un gran chambelán, que, tras de inclinarse hasta el suelo, dijo a
Zumurrud:
"El Donador, ¡oh dueño nuestro! ¡no contó sus gracias al otorgárselas! ¡Loor se le dé! ¡Te trae
de la mano hasta nosotros para colocarte como nuestro rey sobre el trono de este reino! ¡Loor a El,
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que nos da un rey tan joven y tan bello, de la noble raza de los hijos de los turcos de rostro
brillante! ¡Gloria a El! Porque si nos hubiera enviado algún mendigo o cualquier otra persona de
poco más o menos, nos habríamos visto obligados también a aceptarlo por nuestro rey y a rendirle
pleitesía y homenaje. Sabe, en efecto ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 324ª NOCHE
Ella dijo:
"...Sabe, en efecto, que la costumbre de los habitantes de esta ciudad, cuando muere nuestro
rey sin dejar hijo varón, es dirigirnos a esta carretera y aguardar la llegada del primer caminante
que nos envía el Destino para elegirle como rey y saludarle como a tal. ¡Y hoy hemos tenido la
dicha de encontrarte a ti, el más hermoso de los reyes de la tierra y el único de tu siglo y de todos
los siglos!"
Y Zumurrud, que era una mujer de seso y de excelentes ideas, no se desconcertó con noticia
tan extraordinaria, y dijo al gran chambelán y a los demás dignatarios: "¡Oh vosotros todos, fieles
súbditos míos desde ahora, no creáis de todos modos que yo soy algún turco de oscuro nacimiento
o hijo de algún plebeyo! ¡Al contrario! ¡Tenéis delante de vosotros a un turco de elevada estirpe
que ha huido de su país y de su casa después de haber reñido con su familia, y ha resuelto
recorrer el mundo buscando aventuras! ¡Y como precisamente el Destino me hace dar con una
ocasión bastante propicia para ver algo nuevo, consiento en ser vuestro rey!"
Y enseguida se puso a la cabeza de la comitiva, y entre las aclamaciones y gritos de júbilo de
todo el pueblo, hizo su entrada triunfal en la ciudad.
Al llegar a la puerta principal de palacio, los emires y chambelanes se apearon, y la
sostuvieron por debajo de los brazos, y la ayudaron a bajar del caballo, y la llevaron en brazos al
gran salón de recepciones; y después de revestirla con los atributos regios, la hicieron sentar en el
trono de oro de los antiguos reyes. Y todos juntos se prosternaron y besaron el suelo entre sus
manos, pronunciando el juramento de sumisión.
Entonces Zumurrud inauguró su reinado mandando abrir los tesoros regios acumulados
durante siglos, y mandó sacar cantidades considerables, que repartió entre los soldados, los
pobres y los indigentes. Así es que el pueblo la amó e hizo votos por la duración de su reinado. Y
además Zumurrud tampoco se olvidó de regalar gran cantidad de ropas de honor a los dignatarios
de palacio, y otorgar mercedes a los emires y chambelanes, así como a sus esposas y a todas las
mujeres del harem. Además abolió el cobro de impuestos, los consumos y las contribuciones, y
mandó libertar a los presos, y corrigió todos los males. Y de tal modo ganó el afecto de grandes y
chicos, que todos la tenían por hombre, y se maravillaron de su continencia y castidad cuando
supieron que nunca entraba en el harem ni se acostaba jamás con sus mujeres. En efecto, no
quiso tener de noche más servicio particular que el de sus lindos eunucos, que dormían
atravesados delante de su puerta.
Lejos de ser dichosa, Zumurrud no hacía más que pensar en su amado Alischar, de quien no
tuvo noticias, no obstante todas las investigaciones que mandó hacer secretamente. Y no cesaba
de llorar cuando estaba sola, ni de rezar y ayunar para atraer la bendición de Alah sobre Alischar y
lograr volverle a ver sano y salvo después de la ausencia. Y así pasó un año y todas las mujeres
del palacio levantaban los brazos, desesperadas, y exclamaban: "¡Qué desgracia para nosotras
que el rey sea tan devoto y casto!"
Al cabo del año, Zumurrud tuvo una idea y quiso ejecutarla inmediatamente. Mandó llamar a
visires y chambelanes, y les ordenó que los arquitectos e ingenieros abrieran un vasto meidán, de
una parasanga de ancho y largo, y que construyeran en medio de un magnífico pabellón con
cúpula, que había de tapizarse ricamente para colocar un trono, y tantos asientos como dignatarios
había en palacio.
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Se ejecutaron en muy poco tiempo las órdenes de Zumurrud. Y trazado el meidán, y levantado
el pabellón, y dispuestos el trono y los asientos en el orden jerárquico, Zumurrud convocó a todos
los grandes de la ciudad y del palacio, y les ofreció un banquete tal, que ningún anciano recordaba
de otro parecido. Y al final del festín, Zumurrud se volvió hacia los invitados y les dijo: "¡En
adelante, durante todo mi reinado, os convocaré en este pabellón a principios de cada mes, y os
sentaréis en vuestros sitios, y convocaré asimismo a todo el pueblo, para que tome parte en el
banquete, y coma y beba, y dé gracias al Donador por sus dones!" Y todos le contestaron oyendo y
obedeciendo. Y entonces añadió: "¡Los pregoneros públicos llamarán a mi pueblo al festín y les
advertirán que será ahorcado quien se niegue a venir!"
Y al principio del mes los pregoneros públicos recorrieron las calles, gritando: "¡Oh vosotros
todos, mercaderes y compradores, ricos y pobres, hambrientos y hartos, por orden de nuestro
señor el rey, acudid al pabellón del meidán! ¡Comeréis y beberéis y bendeciréis al Bienhechor! ¡Y
será ahorcado quien no vaya! ¡Cerrad las tiendas y dejad de vender y comprar! ¡El que se niegue
será ahorcado!"
A esta invitación, la muchedumbré acudió y se hacinó en el pabellón, estrujándose en medio
del salón unos a otros, mientras el rey permanecía sentado en el trono, y a su alrededor, en los
sitios respectivos, aparecían colocados jerárquicamente los grandes y dignatarios. Y todos
empezaron a comer toda clase de cosas excelentes, como carneros asados, arroz con manteca, y
sobre, todo el excelente manjar llamado "kisek", preparado con trigo pulverizado y leche
fermentada. Y mientras comían, el rey los examinaba atentamente uno tras otro, y durante tanto
tiempo, que cada cual decía a su vecino: "¡Por Alah! ¡No sé por qué me mira el rey con esa
obstinación!" Y entretanto, los grandes y dignatarios no dejaban de alentar a toda aquella gente,
diciéndole: "¡Comed sin cortedad y hartaos! ¡El mayor gusto que le podéis dar al rey es
demostrarle vuestro apetito!" Y ellos decían: "¡Por Alah! ¡En toda la vida no hemos visto un rey que
quisiera tan bien a su pueblo! "
Y entre los glotones que comían con más ardiente voracidad haciendo desaparecer en su
garganta fuentes enteras, estaba el miserable cristiano Barssum que durmió a Alischar y raptó a
Zumurrud, ayudado por su hermano el viejo Rachideddín. Cuando Barssum acabó de comer la
carne y los manjares con manteca o grasa, vio una fuente colocada fuera de su alcance, llena de
un admirable arroz con leche cubierto de azúcar fino y canela; atropelló a todos los vecinos y
agarró la fuente, que atrajo a sí y colocó debajo de su mano, y cogió un enorme pedazo, que se
metió en la boca. Escandalizado entonces uno de sus vecinos, le dijo...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 325ª NOCHE
Ella dijo:
..Escandalizado entonces uno de sus vecinos, le dijo: "¿No te da vergüenza tender la mano
hacia lo que está lejos de tu alcance y apoderarte de una fuente tan grande para ti solo? ¿Ignoras
que la educación nos enseña a no comer más que lo que tenemos delante?" Y otro añadió: "¡Ojalá
que ese manjar te pese en la barriga y te trastorne las tripas!" Y otro muy chistoso, gran aficionado
al haschich, le dijo: "¡Eh, por Alah! ¡Repartamos! ¡Acerca eso, que tome yo un bocado, o dos o
tres!"
Pero Barssum le dirigió una mirada despreciativa, y le gritó con violencia: "¡Ah maldito
devorador de haschich! ¡Este noble manjar no se ha hecho para tus mandíbulas! ¡Está destinado al
paladar de los emires y gente delicada!"
Y se preparaba a meter otra vez los dedos en la deliciosa pasta, cuando Zumurrud, que lo
observaba hacía un rato, lo conoció, y mandó hacia él a cuatro guardias diciéndoles: "¡Id en
seguida a apoderaros de ese individuo que come arroz con leche, y traédmelo!" Y los cuatro
guardias se precipitaron sobre Barssum, le arrancaron de entre los dedos el bocado que iba a
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tragar, le echaron de cara contra el suelo y le arrastraron por las piernas hasta delante del rey,
entre los espectadores asombrados, que enseguida dejaron de comer, cuchicheando unos junto a
otros: "¡Eso es lo que se saca por ser glotón y apoderarse de la comida de los demás!". Y el
comedor de haschich dijo a los que le rodeaban: "¡Por Alah! ¡qué bien he hecho en no comer con
él ese excelente arroz con leche! ¡Quién sabe el castigo que le darán!" Y todos empezaron a mirar
atentamente lo que iba a ocurrir.
Zumurrud, con los ojos encendidos por dentro, preguntó al hombre: "Dime, hombre de malos
ojos azules, ¿cómo te llamas y cuál es el motivo de tu venida a este país?" El miserable cristiano,
que se había puesto turbante blanco, privilegio de los musulmanes, dijo: "¡Oh nuestro señor el rey,
me llamo Alí y tengo el oficio de pasamanero. He venido a este país a ejercer mi oficio y a ganarme
la vida con el trabajo de mis manos!".
Entonces Zumurrud dijo a uno de sus eunucos: "¡Ve pronto a buscar en mi mesa la arena
adivinatoria y la pluma de cobre que me sirve para trazar las líneas geománticas!" Y en cuanto se
ejecutó su orden, Zumurrud extendió cuidadosamente la arena adivinatoria en la superficie plana
de la mesa, y con la pluma de cobre trazó la figura de un mono y algunos renglones de caracteres
desconocidos. Después de lo cual recapacitó profundamente un rato, levantó de pronto la cabeza y
con voz terrible que fue oída por toda la muchedumbre le gritó al miserable: "¡Oh perro! ¿cómo te
atreves a mentir a los reyes? ¿No eres cristiano y no te llamas Barssum? ¿Y no has venido a este
país para buscar una esclava raptada por ti en otro tiempo? ¡Ah perro! ¡Ah maldito! ¡Ahora mismo
vas a confesar la verdad que me acaba de revelar tan claramente la arena adivinatoria!"
Aterrado el cristiano al oír estas palabras cayóse al suelo juntando las manos, y dijo: "¡Perdón,
oh rey del tiempo! ¡no te engañas! ¡En efecto (preservado seas de todo mal), soy un innoble
cristiano y vine aquí con la intención de apoderarme de una musulmana a quien rapté y que huyó
de nuestra casa!".
Entonces Zumurrud en medio de los murmullos de admiración de todo el pueblo, que decía:
"¡Ualah! ¡no hay en el mundo un geomántico lector de arena comparable con nuestro rey!"; llamó al
verdugo y a sus ayudantes y les dijo: "Llevaos a ese miserable perro fuera de la ciudad, desolladle
vivo, rellenadle con hierba de la peor calidad y volved y clavad la piel en la puerta del meidán !
En cuanto al cadáver, hay que quemarlo con excrementos secos y enterrar en el albañal lo
que sobre". Y contestaron oyendo y obedeciendo, y se llevaron al cristiano, y lo ejecutaron según
la sentencia, que al pueblo le pareció llena de justicia y cordura.
Los vecinos que habían visto al miserable comer el arroz con leche no pudieron dejar de
comunicarse mutuamente sus impresiones. Uno dijo: "¡Ualah! ¡En mi vida volveré a dejarme tentar
por ese plato, aunque me gusta en extremo! ¡Trae mala sombra!" Y el comedor de haschich
exclamó, agarrándose el vientre porque tenía cólico de terror: "¡ Ualah ! ¡Mi buen destino me ha
librado de tocar a ese maldito arroz con canela!" ¡Y todos juraron no volver a pronunciar ni el
nombre del arroz con leche!
A todo esto, entró un hombre de aspecto repulsivo, que se adelantó rápidamente, atropellando
a todo el que hallaba a su paso, y viendo todos los sitios ocupados menos alrededor de la fuente
del arroz con leche, se acurrucó delante de ella y en medio del espanto general se dispuso a
tender la mano para comerlo.
Y Zumurrud enseguida conoció que aquel hombre era su raptor, el terrible Djiwán el kurdo, uno
de los cuarenta de la gavilla de Ahmad Ed-Danaf. El motivo que lo llevaba a la ciudad no era otro
que buscar a la joven, cuya fuga le había inspirado un furor espantoso cuando estaba ya
preparado a cabalgarla con sus compañeros. Y se había mordido la mano de desesperación y
había jurado que la encontraría, aunque estuviera escondida detrás del monte Cáucaso, u oculta
como el alfónsigo en la cáscara. Y había salido a buscarla, y había acabado de llegar a la ciudad
consabida, y por entrar con los demás en el pabellón para que no le ahorcaran...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana. v se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 326ª NOCHE
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Ella dijo:
... y entrar con los demás en el pabellón para que no le ahorcaran. Sentóse, pues, ante la
fuente de arroz con leche y metió toda la mano en medio. Y entonces por todas partes le gritaron:
"¡Eh! ¿Qué vas a hacer? ¡Ten cuidado! ¡Te van a desollar vivo! ¡No toques a esa fuente, que es de
mala sombra!" Pero el hombre les dirigió miradas terribles y les gritó: "¡Callaos vosotros! ¡Quiero
comer de este plato y llenarme la barriga! ¡Me gusta el arroz con leche!" Y le dijeron otra vez: "¡Que
te ahorcarán y te desollarán!" Y por toda contestación se acercó más a la fuente, en la cual ya
había metido la mano, y se inclinó hacia ella. Al verlo el comedor de haschich, que era el que tenía
más cerca, se escapó asustado y libre ya de los vapores de haschich, para sentarse más lejos,
protestando de que no tenía nada que ver con lo que ocurriera.
Y Djiwán el kurdo, después de haber metido en la fuente la mano negra como la pata del
cuervo, la sacó enorme y pesada como el pie de un camello. Redondeó en la palma el prodigioso
pedazo que había sacado, hizo con él una bola tan gorda como una cidra, y con un movimiento
giratorio se la arrojó al fondo de la garganta, en donde se hundió con el estruendo de un trueno o
con el ruido de una cascada en una caverna sonora, hasta el punto de que la cúpula del pabellón
resonó con un eco sonoro que hubo de repetir saltando y rebotando. ¡Y fue tal la huella dejada en
la masa de donde se sacó el pedazo, que se vio el fondo de la enorme fuente!
Al percibir aquello, el comedor de haschich levantó los brazos y exclamó: "¡Alah nos proteja!
¡Se ha tragado la fuente de un solo bocado! ¡Gracias a Alah que no me creó arroz con leche o
canela u otra cosa semejante entre sus manos!" Y añadió: "¡Dejémosle comer a su gusto, pues ya
veo que se le dibuja en la frente la imagen del desollado y ahorcado que ha de ser!".
Y se puso más lejos del alcance de la mano del kurdo, gritándole: "¡Así se te pare la digestión
y te ahogue, espantoso abismo!'' Pero el kurdo, sin hacer caso de lo que decían a su alrededor,
metió otra vez los dedos, gordos como estacas, en la masa tierna, que entreabrió con un crujido
sordo, y los sacó con una bola como una calabaza en las puntas, y le estaba dando vueltas en la
palma antes de tragarla cuando Zumurrud dijo a los guardias: "¡Traedme pronto al del arroz, antes
de que se trague el bocado!". Y los guardias saltaron sobre el kurdo, que no los veía por tener la
mitad del cuerpo encorvado encima de la fuente. Y le derribaron con agilidad, le ataron las manos
a la espalda y le llevaron a presencia del rey, mientras decían los circunstantes: "El se empeñó en
perderse. ¡Ya le habíamos aconsejado que se abstuviera de tocar a ese nefasto arroz con leche!"
Cuando le tuvo delante, Zumurrud, le preguntó: "¿Cuál es tu nombre? ¿Cuál es tu oficio? ¿Y
qué causa te ha impulsado a venir a esta ciudad?" El otro contestó: "Me llamo Othman, y soy
jardinero. Respecto al motivo de mi venida, busco un jardín en donde trabajar para comer".
Zumurrud exclamó: "¡Que me traigan la mesa de arena y la pluma de cobre!" Y cuando tuvo ambos
objetos, trazó caracteres y figuras con la pluma en la arena extendida, reflexionó y calculó una
hora, después levantó la cabeza y dijo: "¡Desdicha sobre ti, miserable embustero! ¡Mis cálculos
sobre la mesa de arena me enteran que en realidad te llamas Djiwán el kurdo, y que tu oficio es el
de bandolero, ladrón y asesino! ¡Ah cerdo, hijo de perro y de mil zorras! ¡Confiesa enseguida la
verdad o lo harás a golpes!"
Al oír estas palabras del rey -del cual no podía sospechar que fuese la joven robada poco
antes por él-, palideció, le temblaron las mandíbulas y los labios se le contrajeron, dejando al
descubierto unos dientes que parecían de lobo o de otra alimaña silvestre. Después intentó salvar
la cabeza declarando la verdad, y dijo: "¡Cierto es cuanto dices, oh rey! ¡Pero me arrepiento ante ti
ahora mismo, y en adelante seguiré el buen camino!" Mas Zumurrud le dijo: "¡Me es imposible
dejar vivir en el camino de los musulmanes a una fiera dañina!"
Después ordenó: "¡Que se lo lleven y le desuellen vivo y le rellenen de paja para clavarle a la
puerta del pabellón, y sufra su cadáver la misma suerte que el cristiano!"
Cuando el comedor de haschich vio que los guardias se llevaban a aquel hombre, se levantó y
se volvió de espaldas a la fuente de arroz, y dijo: "¡Oh arroz con leche, salpicado con azúcar y
canela, te vuelvo la espalda, porque no te juzgo, malhadado manjar, digno de mis miradas, ni casi
de mi trasero! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
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PERO CUANDO LLEGO LA 327ª NOCHE
Ella dijo:
"...porque no te juzgo malhadado manjar, digno de mis miradas, ni casi de mi trasero! ¡Te
escupo encima y abomino de ti!"
Y nada más por lo que a él respecta.
Veamos en cuanto al tercer festín. Como en las dos circunstancias anteriores, los pregoneros
vocearon el mismo anuncio, y se hicieron iguales preparativos; y el pueblo se congregó en el
pabellón, los guardias se colocaron ordenadamente, y el rey se sentó en el trono. Y todo el mundo
se puso a comer, a beber y a regocijarse, y la multitud se amontonaba por todas partes, menos
delante de la fuente de arroz con leche, que permanecía intacta en medio del salón, mientras todos
los comensales le volvían la espalda. Y de pronto entró un hombre de barbas blancas, se dirigió
hacia aquel lado y se sentó para comer, a fin de que no lo ahorcaran. Y Zumurrud le miró, y vio que
era el viejo Rachideddín, el miserable cristiano que la había hecho raptar por su hermano Barssum.
Efectivamente; como Rachideddín vió que pasaba un mes sin que volviera su hermano, al cual
había enviado en busca de la joven desaparecida, resolvió partir en persona para tratar de dar con
ella y el Destino le llevó a aquella ciudad hasta aquel pabellón, delante de la fuente de arroz con
leche.
Al reconocer al maldito cristiano, Zumurrud dijo para sí: "¡ Por Alah! ¡Este arroz con leche es
un manjar bendito, pues me hace encontrar a todos los seres maléficos! Tengo que mandarlo
pregonar algún día por toda la ciudad como manjar obligatorio para todos los ciudadanos. ¡Y
mandaré ahorcar a quienes no les guste!.
Entretanto ,voy a emprenderla con ese viejo criminal!" Y dijo a los guardias: "¡Traedme al del
arroz!" Y los guardias, acostumbrados ya, vieron al hombre, en seguida se precipitaron sobre él y
le arrastraron por las barbas a presencia del rey, que le preguntó: "¿Cómo te llamas? ¿Cuál es tu
profesión? ¿Y por qué has venido aquí?" El contestó: "¡Oh rey afortunado, me llamo Rustem, pero
no tengo más profesión que la de pobre, la de derviche!" Zumurrud gritó: "¡Tráiganme la arena y la
pluma!" Y se las llevaron. Y después de haber extendido ella la arena y haber trazado figuras y
caracteres, estuvo reflexionando una hora, al cabo de la cual levantó la cabeza y dijo: "¡Mientes
delante del rey, maldito! ¡Te llamas Rachideddín, y tu profesión consiste en mandar raptar
traidoramente a las mujeres de los musulmanes para encerrarlas en tu casa; en apariencia
profesas la fe del Islam, pero en el fondo del corazón eres un miserable cristiano corrompido por
los vicios! ¡Confiesa la verdad, o tu cabeza saltará ahora mismo a tus pies!" Y el miserable,
aterrado, creyó salvar la cabeza confesando sus crímenes y actos vergonzosos. Entonces
Zumurrud dijo a los guardias: "¡Echadle al suelo y dadle mil palos en cada planta de los pies!" Y así
se hizo inmediatamente. Entonces dijo Zumurrud: "¡Ahora lleváoslo, desolladle, rellenadle con
hierba podrida y clavadle con los otros dos a la entrada del pabellón. ¡Y sufra su cadáver la misma
suerte que la de los otros dos perros!" Y en el acto se ejecutó todo.
Después, todo el mundo reanudó la comida, haciéndose lenguas de la sabiduría y ciencia
adivinatoria del rey y ponderando su justicia y equidad.
Terminado el festín, el pueblo se fue y la reina Zumurrud volvió a palacio. Pero no era feliz en
su intimidad, y decía para sí: "¡Gracias a Alah, que me ha apaciguado el corazón ayudándome a
vengarme de quienes me hicieron daño! ¡Pero todo ello no me devuelve a mi amado Alischar! ¡Sin
embargo, el Altísimo es al mismo tiempo el Todopoderoso, y puede hacer cuanto quiera en
beneficio de quienes le adoran y lo reconocen como único Dios!" Y conmovida al recordar a su
amado, derramó abundantes lágrimas toda la noche, y después se encerró con su dolor hasta
principios del mes siguiente.
Entonces el pueblo se reunió otra vez para el banquete acostumbrado, y el rey y los
dignatarios tomaron asiento, como solían, bajo la cúpula. Y había empezado ya el banquete, y
Zumurrud había perdido la esperanza de volver a ver a su amado, y rezaba interiormente esta
oración: "¡Oh tú que devolviste a lussuf a su anciano padre Jacob, que curaste las llagas incurables
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del santo Ayub, abrígame en tu bondad, que vuelva a ver también a mi amado Alischar! ¡Eres el
Omnipotente, oh señor del universo! ¡Tú que llevas al buen camino a quienes se descarrían, tú que
escuchas todas las voces, y atiendes a todos los votos, y haces que el día suceda a la noche,
devuélveme a tu esclavo Alischar!"
Apenas formuló interiormente aquella invocación, entró un joven por la puerta del meidán, y su
cintura flexible se plegaba como se balancea la rama del sauce a impulso de la brisa. Era hermoso
cual la luz es hermosa, pero parecía delicado y algo fatigado y pálido. Buscó por doquiera un sitio
para sentarse y no encontró libre más que el cercano a la fuente del consabido arroz con leche. Y
allí se sentó, y le seguían las miradas espantadas de quienes le creían perdido, y ya lo veían
desollado y ahorcado.
Y a la primera mirada conoció Zumurrud a Alischar. Y el corazón le empezó a palpitar
apresuradamente y le faltó poco para exhalar un grito de júbilo. Pero logró vencer aquel
movimiento irreflexivo para no traicionarse a sí misma delante del pueblo. Sin embargo, era presa
de intensa emoción, y las entrañas se le agitaban y el corazón le latía cada vez con más fuerza.
Y quiso tranquilizarse por completo antes de llamar a Alischar.
He aquí lo ocurrido a éste. Cuando se despertó...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 328ª NOCHE
Ella dijo:
... Cuando se despertó ya era de día, y los mercaderes empezaban a abrir el zoco. Asombrado
Alischar al verse tendido en aquella calle, se llevó la mano a la frente, y vio que había
desaparecido el turbante, lo mismo que el albornoz. Entonces empezó a comprender la realidad, y
corrió muy alborotado a contar su desventura a la buena vieja, a quien rogó que fuera a averiguar
noticias. Ella consintió de grado y salió para volver al cabo de una hora con la cara y la cabellera
trastornada, a enterarle de la desaparición de Zumurrud y decirle: "Creo, hijo mío, que ya puedes
renunciar a volver a ver a tu amada. ¡En las calamidades, no hay fuerza ni recurso más que en
Alah Omnipotente! ¡Todo lo que te ocurre es por culpa tuya!"
Al oír esto, Alischar vio que la luz se convertía en tinieblas en sus ojos, y desesperó de la vida
y deseó morir, y se echó a llorar y sollozar en brazos de la buena vieja, hasta que se desmayó.
Después, a fuerza de cuidados, recobró el sentido; pero fue para meterse en la cama, presa de
una grave enfermedad que le hizo padecer insomnios, y sin duda le habría llevado directamente a
la tumba, si la buena anciana no le hubiera querido, cuidado y alentado. Muy enfermo estuvo un
año entero, sin que la vieja le dejara un momento; le daba las medicinas y le cocía el alimento, y le
hacía respirar los perfumes vivificadores. Y en un estado de debilidad extrema, se dejaba cuidar, y
recitaba versos muy tristes sobre la separación, como estos entre otros mil:
IAcumúlanse las zozobras, se aparta el amor, corren las lágrimas y el corazón arde!
¡El peso del dolor cae sobre una espalda que no puede soportarlo, sobre un corazón
extenuado por el deseo de amar, por la pasión sin rumbo y por las continuadas vigilias!
¡Señor! ¿queda algún medio de ayudarme? ¡Apresúrate a socorrerme, antes de que el
último aliento de vida se exhale de un cuerpo agotado!
En tal estado permaneció Alischar sin esperanza de restablecerse, lo mismo que sin
esperanza de volver a ver a Zumurrud, y la buena vieja no sabía cómo sacarle de aquel letargo,
hasta que un día le dijo: "¡Hijo mío, el modo de volver a encontrar a tu amiga no es seguir
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lamentándote sin salir de casa! Si quieres hacerme caso, levántate y repón tus fuerzas, y sal a
buscarla por las ciudades y comarcas. ¡Nadie sabe por qué camino puede venir la salvación! ' Y no
dejó de alentarle de tal manera ni de darle esperanza, hasta que le obligó a levantarse y a entrar
en el hammam, en el cual ella misma le bañó, y le hizo tomar sorbetes y comerse un pollo. Y le
estuvo cuidando de la misma manera un mes, hasta que le dejó en situación de poder viajar.
Entonces Alischar se despidió de la anciana y se puso en camino para buscar a Zumurrud.
Y así fue como acabó por llegar a la ciudad en donde Zumurrud era rey, y por entrar en el
pabellón del festín, y sentarse delante de la fuente de arroz con leche salpicado de azúcar y
canela.
Como tenía mucha hambre, se levantó las mangas hasta los codos, dijo la fórmula "Bismilah",
y se dispuso a comer. Entonces, sus vecinos, compadecidos al ver el peligro a que se exponía, le
advirtieron que seguramente le ocurriría alguna desgracia si tenía la mala suerte de tocar aquel
manjar. Y como se empeñaba en ello, el comedor de haschich le dijo: "¡Mira que te desollarán y
ahorcarán!"
Y Alischar contestó: "¡Bendita sea la muerte que me libre de una vida llena de infortunios!
¡Pero antes probaré este arroz con leche!" Y alargó la mano y empezó a comer con gran apetito.
Eso fue todo.
Y Zumurrud, que lo observaba muy conmovida. dijo para sí: "¡Quiero empezar por dejarlo
saciar el hambre antes de llamarle!" Y cuando vió que había acabado de comer y que había
pronunciado la fórmula ¡Gracias a Alah!", dijo a los guardias: "Id a buscar afablemente a ese joven
que está sentado delante de la fuente de arroz con leche, y rogadle con muy buenos modales que
venga a hablar conmigo, diciéndole: "¡El rey te llama para hacerte una pregunta y una respuesta,
nada más!"
Y los guardias fueron y se inclinaron ante Alischar, y le dijeron: "¡Señor, nuestro rey te llama
para hacerte una pregunta y una respuesta, nada más!" Alischar contestó: "¡Escucho y obedezco!"
Y se levantó y les acompañó junto al rey.
En tanto, la gente del pueblo hacía entre sí mil conjeturas. Unos decían: "¡Qué desgracia para
su juventud! ¡Dios sabe lo que le ocurrirá!" Pero otros contestaban: "Si fueran a hacerle algo malo,
el rey no le habría dejado comer hasta hartarse. ¡Le hubiera mandado prender al primer bocado!" Y
otros decían: "¡Los guardias no le llevaron arrastrándole por los pies ni por la ropa! ¡Le
acompañaron siguiéndole respetuosamente a distancia!"
Entretanto, Alischar se presentaba delante del rey. Allí se inclinó y besó la tierra entre las
manos del rey, que le preguntó con voz temblorosa y muy dulce: "¿Cómo te llamas, ¡oh hermoso
joven!? ¿Cuál es tu oficio? ¿Y qué motivo te ha obligado a dejar tu país por estas comarcas
lejanas?"
El contestó: "¡Oh rey afortunado! me llamo Alischar, hijo de Gloria, y soy vástago de un
mercader en el país de Khorasán. Mi profesión era la de mi padre; pero hace tiempo que las
calamidades me hicieron renunciar a ella. En cuanto al motivo de mi venida a este país...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 329ª NOCHE
Ella dijo:
"... En cuanto al motivo de mi venida a este país ha sido la busca de una persona amada a
quien he perdido, y a quien quería más que a mi vida, a mis oídos y a mi alma. ¡Y tal es mi
lamentable historia!" Y Alischar, al terminar estas palabras, prorrumpió en llanto, y se puso tan
malo, que se desmayó.
Entonces, Zumurrud, en el límite del enternecimiento, mandó a sus dos eunucos que le
rociaran la cara con agua de rosas. Y los dos esclavos ejecutaron enseguida la orden, y Alischar
volvió en sí al oler el agua de rosas. Entonces Zumurrud dijo: "¡Ahora, que me traigan la mesa de
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arena y la pluma de cobre!" Y cogió la mesa y la pluma, y después de haber trazado renglones y
caracteres, reflexionó durante una hora, y dijo con dulzura, pero de modo que todo el pueblo oyera:
"¡Oh, Alischar, hijo de Gloria! la arena adivinatoria confirma tus palabras. Dices la verdad. Por eso
puedo predecirte que Alah te hará encontrar pronto a tu amada! ¡Apacígüese tu alma y refrésquese
tu corazón!" Después levantó la sesión y mandó a los esclavos que condujeran a Alischar al
hammam, y después del baño le pusieron un traje del armario regio, y montándole en un caballo de
las caballerizas reales se lo volvieran a presentar al anochecer. Y los dos eunucos contestaron
oyendo y obedeciendo, y se apresuraron a ejecutar las órdenes del rey.
En cuanto a la gente del pueblo, que había presenciado toda aquella escena y oído las
órdenes dadas, se preguntaban unos a otros: "¿Qué oculta causa habrá movido al rey a tratar a
ese hermoso joven con tanta consideración y dulzura?" Y otros contestaron: "¡Por Alah! El motivo
está bien claro: ¡el muchacho es muy hermoso!" Y otros dijeron: "Hemos previsto lo que iba a pasar
sólo con ver al rey dejarle saciar el hambre en aquella fuente de arroz con leche, ¡Ualah! ¡Nunca
habíamos oído decir que el arroz con leche pudiera producir semejantes prodigios!"
Y se marcharon, diciendo cada cual lo que le parecía o insinuando una frase picaresca.
Volviendo a Zumurrud, aguardó con una impaciencia indecible que llegase la noche para
poder al fin aislarse con el amado de su corazón. De modo que apenas desapareció el sol y los
almuédanos llamaron a los creyentes a la oración, Zumurrud se desnudó y se tendió en la cama,
sin más ropa que su camisa de seda. Y bajó las cortinas para quedar a oscuras, y mandó a los dos
eunucos que hicieran entrar a Alischar, el cual aguardaba en el vestíbulo.
Por lo que respecta a los chambelanes y dignatarios de palacio, ya no dudaron de las
intenciones del rey al verle tratar de aquel modo desacostumbrado al hermoso Alischar. Y se
dijeron: "Bien claro está que el rey se prendó de ese joven. ¡Y seguramente, después de pasar la
noche con él, mañana le nombrará chambelán o general del ejército!"
Eso en cuanto a ellos.
He aquí, por lo que se refiere a Alischar. Cuando estuvo en presencia del rey, besó la tierra
entre sus manos, ofreciéndole sus homenajes y votos, y aguardó que le interrogaran. Entonces
Zumurrud dijo para sí: "No puedo revelarle de pronto quién soy, pues si me conociera de improviso,
se moriría de emoción". Por consiguiente, se volvió hacia él, y le dijo: "¡Oh gentil joven! ¡Ven más
cerca de mí! Dime: ¿has estado en el hammam?" El contestó: "¡Sí, oh señor mío!" Ella preguntó:
"¿Te has lavado, y refrescado, y perfumado por todas partes?"
El contestó: "¡Sí, oh señor mío!"
Ella preguntó: "¡Seguramente el baño te habrá excitado el apetito, oh Alischar! Al alcance de tu
mano, en ese taburete, hay una bandeja llena de pollos y pasteles. ¡Empieza por aplacar el
hambre!" Entonces Alischar respondió oyendo y obedeciendo, y comió lo que le hacía falta, y se
puso contento. Y Zumurrud le dijo: "¡Ahora debes de tener sed! Ahí en otro segundo taburete, está
la bandeja de las bebidas. Bebe cuanto desees y luego acércate a mí".
Y Alischar bebió una taza de cada frasco, y muy tímidamente se acercó a la cama del rey.
Entonces el rey le cogió de la mano, y le dijo: "¡Me gustas mucho, oh joven! ¡Tienes la cara muy
linda, y a mí me gustan las caras hermosas! Agáchate y empieza por darme masaje en los pies".
Al cabo de un rato, el rey le dijo: "¡Ahora dame masaje en las piernas y en los muslos!". Y Alischar,
hijo de Gloria, empezó a dar masajes en las piernas y en los muslos del rey. Y se asombró y
maravilló a la vez de encontrarlas suaves y flexibles, y blancas hasta el extremo. Y decía para sí:
"¡Ualah! ¡Los muslos de los reyes son muy blancos! iY además no tienen pelos!"
En este momento Zumurrud le dijo: "¡Oh lindo joven de manos tan expertas para el masaje,
prolonga los movimientos hasta el ombligo, pasando por el centro!" Pero Alischar se paró de pronto
en su masaje, y muy intimidado, dijo: "Dispénsame, señor, pero no sé hacer masaje del cuerpo
más que hasta los muslos. Ya he hecho cuanto sabía...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 330ª NOCHE
55
Ella dijo:
"... más que hasta los muslos. Ya he hecho cuanto sabía".
Al oír estas palabras, Zumurrud exclamó con acento muy duro: "¡Cómo! ¿Te atreves a
desobedecerme? ¡Por Alah! ¡Como vaciles otra vez, la noche será bien nefasta para tu cabeza!
¡Apresúrate, pues, a inclinarte y a satisfacer mi deseo! ¡Y yo, en cambio, te convertiré en mi
amante titular, y te nombraré emir entre los emires, y jefe del ejército entre mis jefes de ejército!"
Alischar preguntó: "No comprendo exactamente lo qué quieres ¡oh rey! ¿Qué he de hacer para
obedecerte?"
Ella contestó: "¡Desátate el calzón y tiéndete boca abajo!" Alischar exclamó: "¡Se trata de una
cosa que no he hecho en rni vida, y si me quieres obligar a cometerla, te pediré cuenta de ello el
día de la Resurrección!”. ¡Por lo tanto, déjame salir de aquí y marcharme a mi tierra!"
Pero Zumurrud replicó con tono más furioso: "¡Te ordeno que te quites el calzón y te tiendas
boca abajo, si no, inmediatamente mandaré que te corten la cabeza! ¡Ven enseguida, oh joven! y
acuéstate conmigo! ¡No te arrepentirás de ello!"
Entonces, desesperado Alischar, no tuvo más remedio que obedecer.
Y se desató el calzón y se echó boca abajo. Enseguida Zumurrud le cogió entre sus brazos, y
subiéndose encima de él, se tendió a lo largo sobre la espalda de Alischar.
Cuando Alischar sintió que el rey le pesaba con aquella impetuosidad sobre su espalda, dijo
para sí: "¡Va a estropearme sin remedio!" Pero pronto notó encima de él ligeramente algo suave
que le acariciaba como seda o terciopelo, algo a la vez tierno y redondo, blando y firme al tacto a la
vez, y dijo para sí: "¡Ualah! Este rey tiene una piel preferible a la de todas las mujeres".
Y aguardó el momento temible. Pero al cabo de una hora de estar en aquella postura sin sentir
nada espantoso ni perforador, vio que el rey se separaba de pronto de él y se echaba de espaldas
a su lado.
Y pensó: "¡Bendito y glorificado sea Alah, que no ha permitido que el zib se enarbolase! ¡Qué
habría sido de mí en otro caso!"
Y empezaba a respirar más a gusto, cuando el rey le dijo: "¡Sabe, oh Alischar! que mi zib no
acostumbra a encabritarse como no lo acaricien con los dedos! ¡Por lo tanto, tienes que acariciarlo,
o eres hombre muerto! ¡Vamos, venga la mano!"
Y tendida de espaldas, Zumurrud le cogió la mano a Alischar, hijo de Gloria, y se la colocó
suavemente sobre la redondez de su historia.
Y Alischar, al tocar aquello notó una exuberancia alta como un trono, y gruesa como un
pichón, y más caliente que la garganta de un palomo, y más abrasadora que un corazón quemado
por la pasión; y aquella exuberancia era lisa y blanca, y suave y amplia.
Y de pronto sintió que al contacto de sus dedos se encabritaba aquello como un mulo
pinchado en los hocicos, o como un asno aguijado en mitad del lomo.
Al comprobarlo, Alischar dijo para sí en el límite del asombro: "¡Este rey tiene hendidura! ¡Es la
cosa más prodigiosa de todos los prodigios!"
Y alentado por este hallazgo, que le quitaba los últimos escrúpulos, empezó a notar que el zib
se le sublevaba hasta el extremo límite de la erección.
¡Y Zumurrud no aguardaba más que aquel momento! Y de pronto se echó a reír de tal modo,
que se habría caído de espaldas si no estuviera ya echada. Después le dijo a Alischar: "¿Cómo es
que no conoces a tu servidora? ¡oh mi dueño amado!"
Pero Alischar todavía no lo entendía, y preguntó: "¿Qué servidora ni qué dueño ¡oh rey del
tiempo!?" Ella contestó: "¡Oh, Alischar, soy Zumurrud tu esclava! ¿No me conoces en todas estas
señas?"
Al oír tales palabras, Alischar miró más atentamente al rey, y conoció a su amada Zumurrud. Y
la cogió en brazos y la besó con los mayores transportes de alegría.
Y Zumurrud le preguntó: "¿Opondrás todavía resistencia?"
Y Alischar, por toda respuesta, se echó encima de ella como el león sobre la oveja, y
reconociendo el camino; metió el palo del pastor en el saco de provisisones, y echó adelante sin
importarle lo estrecho del sendero. Y llegado al término del camino, permaneció largo tiempo tieso
y rígido, como portero de aquella puerta e imán de aquel mirab.
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Y ella, por su parte, no se separaba ni un dedo de él, y con él se alzaba, y se arrodillaba, y
rodaba, y se erguía, y jadeaba, siguiendo el movimiento.
Y al amor respondía el amor, y a un arrebato un segundo arrebato, y diversas caricias y
distintos juegos.
Y se contestaban con tales suspiros y gritos, que los dos pequeños eunucos, atraídos por el
ruido, levantaron el tapiz para ver si el rey necesitaba sus servicios.
Y ante sus ojos espantados apareció el espectáculo de su rey tendido de espaldas, con el
joven cubriéndole íntimamente, en diversas posturas, contestando a ronquidos con ronquidos, a los
asaltos con lanzazos, a las incrustaciones con golpes de cincel, y a los movimientos con
sacudidas.
Al ver aquello, los dos eunucos...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 331ª NOCHE
Ella dijo:
...Al ver aquello, los dos eunucos se apresuraron a alejarse silenciosamente, diciendo: "¡La
verdad es que esta manera de obrar del rey no es propia de un hombre, sino de una mujer
delirante!"
Por la mañana, Zumurrud se puso su traje regio, y mandó reunir en el patio principal de palacio
a sus visires, chambelanes, consejeros, emires, jefes de ejército y personajes notables de la
ciudad, y les dijo: "Os permito a vosotros todos, mis súbditos fieles, que vayáis hoy mismo a la
carretera en que me habéis encontrado y busquéis a alguien a quien nombrar rey en mi lugar.
¡Pues he resuelto abdicar la realeza e irme a vivir al país de ese joven, al cual he elegido por
amigo para toda la vida, pues quiero consagrarle todas mis horas, como le he consagrado mi
afecto! ¡Uasalam!"
A estas palabras, los circunstantes contestaron oyendo y obedeciendo, y los esclavos se
apresuraron rivalizando en celo, a hacer los preparativos de marcha, y llenaron para el camino
cajones y cajones de provisiones, de riquezas, de alhajas, de ropas, de cosas suntuosas, de oro y
de plata, y las cargaron en mulos y camellos. Y en cuanto estuvo todo dispuesto, Zumurrud y
Alischar subieron a un palanquín de terciopelo y brocado colocado en un dromedario, y sin más
séquito que los dos eunucos volvieron a Khorasán, la ciudad en que se encontraban su casa y sus
parientes. Y llegaron con toda felicidad. Y Alischar, hijo de Gloria, no dejó de repartir grandes
limosnas a los pobres, las viudas y los huérfanos, ni de entregar regalos extraordinarios a sus
amigos, conocidos y vecinos. Y ambos vivieron muchos años, con muchos hijos que les otorgó el
Donador. ¡Y llegaron al límite de las alegrías y felicidades, hasta que los visitó la Destructora de
placeres y la Separadora de los amantes! ¡Gloria a Aquel que permanece en su eternidad! ¡Y
bendito sea Alah en todas ocasiones!
Pero -prosiguió Schehrazada dirigiéndose al rey Schahriar- no creas ni un momento que esta
historia sea más deliciosa que la HISTORIA DE LAS SEIS JÓVENES DE DISTINTOS COLORES.
¡Y si sus versos no son mucho más admirables que los que ya has oído, mándame cortar la
cabeza sin demora!
Y dijo Schehrazada:
HISTORIA DE LAS SEIS JOVENES DE DISTINTOS COLORES
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Cuentan que un día entre los días el Emir de los Creyentes El-Mamún tomó asiento en el trono
que había en la sala de su palacio, e hizo que se congregaran entre sus manos, además de sus
visires, a sus emires y a los principales jefes de su imperio, a todos los poetas y a cuantas gentes
de ingenio delicioso se contaban entre sus íntimos. Por cierto que el más íntimo entre los más
íntimos reunidos allí era Mohammad El Bassri. Y el califa El-Mamún se encaró con él y le dijo:
"¡Oh, Mohammad, tengo deseos de oírte contar alguna historia nunca oída!" El aludido contestó:
"¡Fácil es complacerte, oh Emir de los Creyentes! Pero ¿quieres de mí una historia oída con mis
orejas, o prefieres el relato de un hecho que yo presenciara y observara con mis ojos?" Y dijo El-
Mamún: "¡Me da lo mismo, oh Mohammad! ¡Pero quiero que sea de lo más maravilloso!" Entonces
dijo Mohammad El-Bassri
"Sabe ¡oh Emir de los Creyentes! que en estos últimos tiempos conocí a un hombre de fortuna
considerable, nacido en el Yamán, que dejó su país para venir a habitar en Bagdad, nuestra
ciudad, con objeto de llevar en ella una vida agradable y tranquila. Se llamaba Alí El-Yamaní. Y
como al cabo de cierto tiempo encontró las costumbres de Bagdad absolutamente de su gusto,hizo
venir del Yamán todos sus efectos, así como su harem, compuesto de seis jóvenes esclavas,
hermosas cual otras tantas lunas.
La primera de estas jóvenes era blanca, la segunda morena, la tercera gruesa, la cuarta
delgada, la quinta rubia y la sexta negra. Y en verdad que las seis alcanzaban el límite de las
perfecciones, avalorando su espíritu con el conocimiento de las bellas letras y sobresaliendo en el
arte de la danza y de los instrumentos armónicos.
La joven blanca se llamaba...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGÓ LA 332ª NOCHE
Ella dijo:
La joven blanca se llamaba Cara-de-Luna; la morena se llamaba Llama-de-Hoguera; la
gruesa, Luna-Llena; la delgada, Hurí-del-Paraíso; la rubia, Sol-del-Día; la negra, Pupila-del-Ojo.
Un día feliz, Alí El-Yamaní, con la quietud disfrutada por él en la deleitosa Bagdad, y
sintiéndose en una disposición de espíritu mejor aún que de ordinario, invitó a sus seis esclavas a
un tiempo a ir a la sala de reunión para acompañarle, y a pasar el rato bebiendo, departiendo y
cantando con él. Y las seis se le presentaron enseguida, y con toda clase de juegos y diversiones
se deleitaron juntos infinitamente.
Cuando la alegría más completa reinó entre ellos, Alí El-Yamaní cogió una copa, la llenó de
vino, y volviéndose hacia Cara-de-Luna, le dijo: "¡Oh blanca y amable esclava! ¡Oh Cara-de-Luna!
¡Déjanos oír algunos acordes delicados de tu voz encantadora!" Y la esclava blanca, Cara-de-
Luna, cogió un laúd, templó sus sonidos y ejecutó algunos preludios en sordina que hicieron bailar
a las piedras y levantarse los brazos. Y después se acompañó el canto con estos versos que hubo
de improvisar:
Esté lejos o cerca, el amigo que tengo ha impreso para siempre su imagen en mis ojos,
y para siempre ha grabado su nombre en mis miembros fieles!
¡Para acariciar su recuerdo, me convierto, por completo en un corazón, y para
contemplarle, me convierto completamente en un ojo!
El censor que me reconviene de continuo me ha dicho: "¿Olvidarás por fin ese amor
inflamado?" Y yo le digo: "¡Oh censor severo, déjame y vete! ¿No ves que te alucinas
pidiéndome lo imposible?"
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Al oír estos versos, el dueño de Cara-de-Luna se conmovió de gusto, y después de haber
mojado los labios en la copa, se la ofreció a. la joven, que se la bebió. La llenó él por segunda vez,
y con ella en la mano se volvió hacia la esclava morena, y le dijo: "¡Oh Llama-de-Hoguera, remedio
de las almas! ¡Procura, sin besarme, hacerme oír los acentos de tu voz, cantando los versos que te
plazcan!" Y Llama-de-Hoguera cogió el laúd y lo templó en otro tono; y preludió con unos tañidos
que hacían bailar a las piedras y a los corazones y enseguida cantó:
¡Lo juro por esa cara querida! ¡Te quiero, y a nadie más que a ti querré hasta morir! ¡Y
nunca haré traición a tu amor!
¡Oh rostro brillante que la belleza envuelve con sus velos, a los más bellos seres
enseñas lo que puede ser una cosa bella!
¡Con tu gentileza has conquistado todos los corazones, pues eres la obra pura salida de
manos del Creador!
Al oír estos versos, el dueño de Llama-de-Hoguera se conmovió de gusto, y después de haber
mojado los labios en la copa, se la ofreció a la joven, que se la bebió. La llenó él entonces otra vez,
y con ella en la mano se volvió hacia la esclava gruesa, y le dijo: "¡Oh Luna-Llena, pesada en la
superficie, pero de sangre tan simpática y ligera! ¿Quieres cantarnos una canción de hermosos
versos claros como tu carne?" Y la joven gruesa cogió el laúd y lo templó, y preludió de tal modo,
que hacía vibrar las almas y las duras rocas, y tras de algunos gratos murmullos, cantó con voz
pura:
¡Si yo pudiera lograr agradarte, objeto de mi deseo, desafiaría a todo el universo y a su
ira, sin aspirar a otro premio que tu sonrisa!
¡Si hacia mi alma que suspira avanzaras con tu altivo paso cimbreante, todos los reyes
de la tierra desaparecerían sin que yo me enterase!
¡Si aceptaras mi humilde amor, mi dicha sería pasar a tus pies toda mi vida, oh tú hacia
quien convergen los atributos y adornos de la belleza!
Al oír estos versos, el dueño de la gruesa Luna-Llena se conmovió de gusto, y después de
haber mojado los labios en la copa, se la ofreció a la joven, que se la bebió. Entonces la llenó él
otra vez, y con ella en la mano se volvió hacia la esclava delgada, y le dijo: "¡Oh esbelta Hurí-del-
Paraíso! ¡Ahora te toca a ti proporcionarnos el éxtasis con hermosos cantos!" Y la esbelta joven se
inclinó hacia el laúd, como una madre hacia su hijo, y cantó los siguientes versos:
¡Extremado es mi ardor por ti, y lo iguala tu indiferencia! ¿dónde rige la ley que
aconseja sentimientos tan opuestos?
¿En casos de amor, hay un Juez supremo para recurrir a él? ¡Dejaría a ambas partes
iguales, dando el exceso de mi ardor al amado, v dándome a mí el exceso de su indiferencia!
Al oír estos versos, el dueño de la delgada y esbelta Hurí-del-Paraíso se conmovió de gusto, y
después de haber mojado los labios en la copa, se la ofreció a la joven, que se la bebió. Después
de lo cual la llenó él otra vez, y con ella en la mano se volvió hacia la esclava rubia, y le dijo...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, v se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 333ª NOCHE
59
Ella dijo:
... se volvió hacia la esclava rubia, y le dijo: "¡Oh Sol-del-Día, cuerpo de ámbar y oro! ¿quieres
bordarnos más versos sobre un delicado motivo de amor?" Y la rubia joven inclinó su cabeza de
oro hacia el sonoro instrumento, cerró a medias sus ojos claros como la aurora, preludió con
algunos acordes melodiosos, que hicieron vibrar sin esfuerzo las almas y los cuerpos por dentro
como por fuera, y tras de haber iniciado los transportes con un principio no muy fuerte, dio a su
voz, tesoro de los tesoros, su mayor arranque y cantó:
¡Cuando me presento ante él, el amigo que tengo
Me contempla y asesta a mi corazón
La cortante espada de sus miradas
Y yo le digo a mi pobre corazón atravesado:
¿Por qué no quieres curar tus heridas?
¿Por qué no te guardas de él?
¡Pero mi corazón no me contesta, y cede siempre a la inclinación que le arrastra hacia
debajo de los pies del amado!
Al oír estos versos, el dueño de la esclava rubia Sol-del-Día se conmovió de gusto, y después
de haber mojado sus labios en la copa, se la ofreció a la joven, que se la bebió. Tras de lo cual la
llenó él otra vez, y con ella en la mano se volvió hacia la esclava negra, y le dijo: "¡Oh Pupila-del-
Ojo, tan negra en la superficie y tan blanca por dentro! ¡tú, cuyo cuerpo lleva el color de luto y cuyo
rostro cordial causa la dicha de nuestros umbrales, di algunos versos que sean maravillas tan rojas
como el sol!"
Entonces la negra Pupila-del-Ojo cogió el laúd y tocó variantes de veinte maneras diferentes.
Después de lo cual volvió a la primera música y entonó esta canción que cantaba a menudo, y que
había compuesto al modo impar:
¡Ojos míos, dejad correr abundantemente las lágrimas, pues ha sido asesinado mi
corazón por el fuego de mi amor!
¡Todo este fuego que me abrasa, toda esta pasión que me consume, se los debo al
amigo cruel que me hace languidecer, al cruel que constituye la alegría de mis rivales!
¡Mis censores me reconvienen y me animan a renunciar a las rosas de sus mejillas
floridas!
Pero ¿qué voy a hacer si tengo el corazón sensible a las flores y a las rosas?
¡Ahora, he aquí la copa de vino que circula allá lejos!
¡ Y los sonidos de la guitarra invitan al placer a nuestras simas, y a la voluptuosidad a
nuestros cuerpos!...
Pero a mí no me gusta más que su aliento!
¡Mis mejillas ¡ay de mí! están marchitas por el fuego de mis deseos! Pero ¡qué me
importa! ¡He aquí las rosas del paraíso: sus mejillas!
¡Qué me importa, puesto que le adoro! ¡A no ser que mi crimen resulte demasiado
grande por querer a la criatura!
Al oír estos versos, el dueño de Pupila-del-Ojo se conmovió de gusto, y después de mojar los
labios en la copa, se la ofreció a la joven, que se la bebió.
Tras de lo cual, las seis se levantaron a un tiempo, y besaron la tierra entre las manos de su
amo, y le rogaron que les dijera cuál le había encantado más y qué voz y versos le habían sido
más gratos. Y Alí El-Yamaní se vio en el límite de la perplejidad, y estuvo contemplándolas mucho
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rato, admirando sus hechizos y sus méritos con miradas indecisas, y pensaba en su interior que
sus formas y colores eran igualmente admirables.
Y acabó por decidirse a hablar, y dijo:
"¡Loor a Alah, el Distribuidor de gracias y belleza, que me ha dado en vosotras seis mujeres
maravillosas, dotadas de todas las perfecciones! Pues bien; declaro que os prefiero a todas por
igual, y que no puedo faltar a mi conciencia otorgando a una de vosotras la supremacía! ¡Venid,
pues, corderas mías, a besarme todas a un tiempo!"
Al oír estas palabras de su amo, las seis jóvenes se echaron en sus brazos, y durante una
hora le hicieron mil caricias, a las que correspondió él.
Y luego las formó en corro ante sí, y les dijo: "¡No he querido cometer la injusticia de
determinar mi elección de una de vosotras, concediéndole la preferencia entre sus compañeras.
Pero lo que no he hecho yo, podéis hacerlo vosotras. Todas estáis versadas igualmente en la
lectura del Korán y en la literatura; habéis leído los anales de los antiguos y la historia de nuestros
padres musulmanes; por último, estáis dotadas de elocuencia y dicción maravillosas. Quiero, pues,
que cada cual se prodigue las alabanzas que crea merecer; que realce sus artes y cualidades y
rebaje los hechizos de su rival. De modo que la lucha ha de trabarse, por ejemplo, entre dos rivales
de colores o formas diferentes, entre la blanca y la negra, la gruesa y la delgada, la rubia y la
morena; pero en esa lucha no se han de usar más armas que las máximas hermosas, las citas de
sabios, la autoridad de los poetas y el auxilio del Korán ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana v se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 334ª NOCHE
Ella dijo:
“... la autoridad de los poetas y el auxilio del Korán”. Y las seis jóvenes contestaron oyendo y
obedeciendo, y se aprestaron a la lucha encantadora.
La primera que se levantó fue la esclava Cara-de-Luna, que hizo seña a la negra Pupila-del-
Ojo para que se pusiera delante de ella, y enseguida dijo:
“!Oh, negra! En los libros de los sabios, se dice que habló así la Blancura: ¡Soy una luz
esplendorosa! ¡Soy una luna que se alza en el horizonte! ¡Mi color es claro y evidente! Mi frente
brilla con el resplandor de la plata. Y mi belleza inspiró al poeta que ha dicho:
¡La blanca de mejillas finas, suaves y pulidas, es una bellísima perla esmeradamente
guardada!
¡Es derecha como la letra aleph; la letra mim es su boca; sus cejas son dos nuns al
revés y sus miradas son flechas que dispara el arco formidable de sus cejas!
¡Pero si quieres conocer sus mejillas y su cintura, he de decirte: Sus mejillas, pétalos de
rosas, flores de arrayán y narcisos. Su cintura, una tierna rama flexible que se balancea con
gracia en el jardín, y por la cual se daría todo el jardín y sus vergeles!
"Pero prosigo, ¡oh negra!
"Mi color es el color del día; también es el color de la flor de azahar y de la estrella de la
mañana.
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"Sabe que Alah el Altísimo, en el Libro venerado, dijo a Musa (¡con él la plegaria y, la
paz!), quien tenía la mano cubierta de lepra: "¡Métete la mano en el bolsillo, y cuando la
saques la encontrarás blanca, o sea pura e intacta!"
"También está escrito en el Libro de nuestra fe: "¡Los que hayan sabido conservar la
cara blanca, es decir, indemne de toda mancha, serán los elegidos por la misericordia de
Alah!"
"Por lo tanto, mi color es el rey de los colores, y mi belleza es mi perfección, y mi
perfección es mi belleza.
"Los trajes ricos y las hermosas preseas sientan bien siempre a mi color y hacen
resaltar más mi esplendor, que subyuga almas y corazones.
"¿No sabes que siempre es blanca la nieve que cae del cielo? "¿Ignoras que los
creyentes han preferido la muselina blanca para la tela de sus turbantes?
"¡Cuántas más cosas admirables podría decirte acerca de mi color! Pero no quiero
extenderme más hablando de mis méritos, pues la verdad es evidente por sí misma, como la
luz que hiere la mirada. ¡Y además, quiero empezar a criticarlo ahora mismo, ¡oh negra,
color de tinta y de estiércol, limadura de hierro, cara de cuervo, la más nefasta de las aves!
"Empieza por recordar los versos del poeta que hablan de la blanca y la negra:
¿No sabes que el valor de una perla depende de su blancura, y que un saco de carbón
apenas cuesta un dracma?
¿No sabes que las cosas blancas son de buen agüero y ostentan la señal del paraíso,
mientras las caras negras no son más que pez y alquitrán, destinados a alimentar el fuego
del infierno?
"Sabe también que según los anales de los hombres justos, el santo Nuh (Noé) se durmió un
día, estando a su lado sus dos hijos Sam (Sem) y Ham (Cam). Y de pronto se levantó una brisa
que le arremangó la ropa y le dejó las interioridades al descubierto. Al ver aquello, Ham se echó a
reír, y como le divertía el espectáculo -pues Nuh, segundo padre de los hombres, era muy rico
en rigideces suntuosas-, no quiso cubrir la desnudez de su padre. Entonces Sam se levantó
gravemente, y se apresuró a taparlo todo bajando la ropa. A la sazón despertóse el venerable Nuh,
y al ver reírse a Ham, le maldijo, y al ver el aspecto serio de Sam, le bendijo.
Y al momento se le puso blanca la cara a Sam, y a Ham se le puso negra. Y desde entonces,
Sam (Los pueblos semíticos) fué el tronco del cual nacieron los profetas, los pastores de los
pueblos, los sabios y los reyes, y Ham que había huído de la presencia de su padre, fue el tronco
del cual nacieron los negros, los sudaneses.
.!Y ya sabes,oh negra! que todos los sabios, y los hombres en general, sustentan la opinión de
que no puede haber un sabio en la especie negra ni en los países negros!"
Oídas estas palabras de la esclava blanca, su amo le dijo: "¡Ya puedes callar! ¡Ahora le toca a
la negra!"
Entonces, Pupila-del-Ojo, que había permanecido inmóvil, se encaró con Cara-de-Luna, y le
dijo:
"¿No conoces, ¡oh blanca ignorante! el pasaje del Korán en que Alah el Altísimo juró por la
noche tenebrosa y el día resplandeciente? Pues Alah el Altísimo, en aquel juramento, empezó por
mentar la noche y luego el día, lo cual no habría hecho si no prefiriese la noche al día. Y además,
el color negro de los cabellos y pelos, ¿no es signo y ornato de juventud, así como el blanco es
indicio de vejez y del fin de los goces de la vida? Y si el color negro no fuera el más estimable los
colores ...
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En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 335ª NOCHE
Ella dijo:
". ..Y si el color negro no fuera el más estimable de los colores, Alah no lo habría hecho tan
querido al núcleo de los ojos y del corazón. Por eso son tan verdaderas estas palabras del poeta:
¡Si me gusta tanto su cuerpo de ébano, es porque es joven y encierra un corazón cálido
y pupilas de fuego!
¡En cuanto a lo blanco, me horroriza en extremo! ¡Escasas son las veces que me veo
obligado a tragar una clara de huevo, o a consolarme, a falta de otra cosa, con carne color
de clara de huevo!
¡Pues nunca me veréis experimentar amor extremado por un sudario blanco, o gustar de
una cabellera del mismo color!
"Y dijo otro poeta:
¡Si me vuelve loco el exceso de mi amor a esa mujer negra de cuerpo brillante, no lo
extrañéis, oh amigos míos!
¡Pues a toda locura, según dicen los médicos, preceden ideas negras!
"Dijo asimismo otro:
¡No me gustan esas mujeres blancas, cuya piel parece cubierta de harina tamizada!
¡La amiga a quien amo es una negra cuyo color es el de la noche y cuya cara es la de la
luna! ¡color y rostro inseparables, pues si no existiese la noche, no habría claridad de luna!
"Y además, ¿cuándo se celebran las reuniones íntimas de los amigos más que de noche? ¿Y
cuánta gratitud no deben los enamorados a las tinieblas de la noche, que favorecen sus retozos,
les preservan de los indiscretos y les evitan censuras? Y en cambio; ¿qué sentimiento de repulsión
no les inspira el día indiscreto, que los molesta y compromete? ¡Sólo esta diferencia debería
bastarte, oh blanca! Pero oye lo que dice el poeta:
¡No me gusta ese muchacho pesado, cuyo color blanco se debe a la grasa que le
hincha; me gusta ese joven negro, esbelto y delgado, cuyas carnes son firmes!
¡Pues por naturaleza he preferido siempre como cabalgadura para el torneo de lanza, un
garañón nuevo, de finos corvejones, y he dejado a los demás montar en elefantes!
"Y otro dijo:
¡El amigo ha venido a verme esta noche, y nos acostamos juntos deliciosamente! ¡La
mañana nos encontró abrazados todavía!
¡Si he de pedir algo al Señor, es que convierta todos mis días en noches, para no
separarme nunca del amigo!
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"De modo ¡oh blanca! que si hubiera de seguir enumerando los méritos y alabanzas del color
negro, faltaría a la sentencia siguiente: "¡Palabras claras y cortas valen más que un discurso largo!"
Pero todavía he de añadir que tus méritos valen bien poco comparados con los míos. ¡Eres
blanca, efectivamente, como la lepra es blanca, y fétida, y sofocante! Y si te comparas con la
nieve, ¿olvidas que en el infierno no sólo hay fuego, sino que en ciertos sitios la nieve produce un
frío terrible que tortura a los réprobos más que la quemadura de la llama? Y al compararme con la
tinta, ¿olvidas que con tinta negra se ha escrito el Libro de Alah, y que es negro el almizcle
preciado que los reyes se ofrecen entre sí? Por último, y por tu bien, te aconsejo que recuerdes
estos versos del poeta:
¿No has notado que el almizcle no sería almizcle si no fuera tan negro, y que el yeso no
es despreciable más que por ser blanco?
¡Y en qué estimación se tiene la parte negra del oio mientras se hace poco caso de la
blanca!
Cuando llegaba a este punto Pupila-del-Ojo, su amo Alí El-Yamaní, le dijo: "Verdaderamente,
¡oh negra! y tú, esclava blanca, habéis hablado ambas de un modo excelente. ¡Ahora les toca a
otras dos!"
Entonces se levantaron la gruesa y la delgada, mientras la blanca y la negra volvían a su sitio.
Y aquéllas quedaron de pie una frente a otra, y la gruesa Luna-Llena se dispuso a hablar la
primera.
Pero empezó por desnudarse, dejando descubiertas las muñecas, los tobillos, lo brazos y los
muslos, y acabó por quedarse casi completamente desnuda, de modo que realzaba las opulencias
de su vientre con magníficos pliegues superpuestos, y la redondez de su ombligo umbroso, y la
riqueza de sus nalgas considerables. Y no se quedó más que con la camisa fina, cuyo tejido leve y
transparente, sin ocultar sus formas redondas, las velaba de manera agradable. Y entonces,
después de algunos estremecimientos, se volvió hacia su rival, la delgada Hurí-del-Paraíso,y le
dijo ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 336ª NOCHE
Ella dijo:
.. Y entonces, después de algunos estremecimientos, se volvió hacia su rival, la delgada Hurídel-
Paraíso, y le dijo:
"¡Loor a Alah, que me ha creado gruesa, que ha puesto cojines en todas mis esquinas, que ha
cuidado de rellenarme la piel con grasa que huele a benjuí de cerca y de lejos, y que, sin embargo,
no dejó de darme como añadidura bastantes músculos para que en caso necesario pueda aplicar a
mi enemigo un puñetazo que lo convierta en mermelada de membrillo.
"Ahora bien, ¡oh flaca! sabe que los sabios han dicho: "La alegría de la vida y la
voluptuosidad consisten en tres cosas: ¡comer carne, montar carne y meter carne en
carne!"
"¿Quién podría contemplar mis formas opulentas sin estremecerse de placer? Alah mismo, en
el Libro, hace el elogio de la grasa cuando manda inmolar en los sacrificios carneros gordos, o
corderos gordos, o terneras gordas.
"Mi cuerpo es un huerto cuyas frutas son: las granadas, mis pechos; los melocotones, mis
mejillas; las sandías, mis nalgas.
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"¿Cuál fue el pájaro que más echaron de menos en el desierto los Beni-lsrail (hijos de Israel),
al huir de Egipto? ¿No era indudablemente la codorniz, de carne jugosa y gorda?
"¿Se ha visto nunca a nadie pararse en casa del carnicero para pedir la carne tísica? ¿Y no da
el carnicero a sus mejores parroquianos los pedazos más carnosos?
"Oye, además, ¡oh flaca! lo que dijo el poeta respecto a la mujer gruesa como yo:
¡Mírala andar cuando mueve hacia los dos lados dos odres balanceados, pesados y
temibles en su lascivia!
¡Mírala, cuando se sienta, deja impresas, en el sitio que abandona, sus nalgas, como
recuerdo de su paso!
¡Mírala bailar cuando con movimientos de caderas hace estremecerse a nuestras almas
y caer nuestros corazones a sus pies!
"En cuanto a ti, ¡oh flaca! ¿a qué puedes parecerte, como no sea a un gorrión desplumado?
¿Y no son tus piernas lo mismo que patas de cuervo? ¿Y no se parecen tus muslos al palo del
horno? ¿Y no es tu cuerpo seco y duro como el poste de un ahorcado?
"De ti, mujer descarnada, se trata en estos versos del poeta:
¡Líbreme Alah de verme obligado nunca a abrazar a esa mujer flaca ni de servir de
frotadero a su pasaje obstruido por guijarros!
¡En cada miembro tiene un asta que choca y se bate con mis huesos, hasta el punto de
que me despierto con la piel amoratada y resquebrajada!"
Cuando Alí El-Yamaní oyó estas palabras de la gruesa Luna-Llena, le dijo: "¡Ya te puedes
callar! ¡Ahora le toca a Hurí-del-Paraíso!" Entonces la delgada y esbelta joven miró a la gruesa
Luna-Llena, sonriendo, y le dijo:
"¡Loor a Alah, que me ha creado dándome la forma de la frágil rama del álamo, la flexibilidad
del tallo del ciprés y el balanceo de la azucena!
"Cuando me levanto, soy ligera: cuando me siento, soy gentil; cuando bromeo, soy
encantadora; mi aliento es suave y perfumado, porque mi alma es sencilla y pura de todo contacto
que manche.
"Nunca he oído ¡oh gorda! que un amante alabe a su amada diciendo: "¡Es enorme como un
elefante; es carnosa como alta es una montaña!"
"En cambio, siempre he oído decir al amante para describir a su amada: "Su cintura es
delgada, flexible y elegante. ¡Su andar es tan ligero, que sus pasos apenas dejan huellas! Sus
juegos y caricias son discretas, y sus besos están llenos de voluptuosidad. Con poca cosa se la
alimenta, y le apagan la sed pocas gotas de agua. ¡Es más ágil que el gorrión y más viva que el
estornino! ¡Es flexible como el tallo del bambú! Su sonrisa es graciosa y graciosos son sus
modales. Para atraerla hacia mí no necesito hacer esfuerzos. Y cuando hacia mí se inclina,
inclínase delicadamente; y si se me sienta en las rodillas, no se deja caer con pesadez, sino que se
posa como una pluma de ave".
"Sabe, pues, ¡oh gorda! que yo soy la esbelta, la fina, por la cual arden los corazones todos.
¡Soy la que inspiro las pasiones más violentas y vuelvo locos a los hombres más sensatos!
"En fin, yo soy la que comparan con la parra que trepa por la palmera y que se enlaza al tronco
con tanta indolencia. Soy la gacela esbelta, de hermosos ojos húmedos y lánguidos. ¡Y tengo bien
ganado rni nombre de Hurí!
"En cuanto a ti, ¡oh gorda! déjame decirte las verdades ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
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PERO CUANDO LLEGO LA 337ª NOCHE
Ella dijo:
...En cuanto a ti ¡oh gorda!, déjame que te diga las verdades .
"Cuando andas ¡oh montón de grasa y carne! lo haces como el pato; cuando comes, como el
elefante: insaciable eres en la copulación, y en el reposo, intratable.
"Además, ¿cuál será el hombre de zib bastante largo para llegar a tu cavidad oculta por las
montañas de tu vientre y tus muslos?
"Y si tal hombre se encuentra y puede penetrar en ti, enseguida lo rechaza un envite de tu
vientre hinchado.
"Parece que no te das cuenta de que, tan gorda como eres, no vales más que para que te
vendan en la carnicería.
"Tu alma es tan tosca como tu cuerpo. Tus chanzas son tan pesadas que sofocan. Tus juegos
son tan tremendos, que matan. Y tu risa es tan espantosa, que rompe los huesos de la oreja.
"Si tu amante suspira en tus brazos, apenas puedes respirar; si te besa, te encuentra húmeda
y pegajosa de sudor.
"Cuando duermes, roncas; cuando velas, resuellas como un búfalo; apenas puedes cambiar
de sitio; y cuando descansas, eres un peso para ti misma; pasas la vida moviendo las quijadas
como una vaca y regoldando como un camello.
"Cuando orinas, te mojas la ropa; cuando gozas, inundas los divanes; cuando vas al retrete, te
metes hasta el cuello; cuando vas a bañarte, no puedes alcanzarte la vulva, que se queda
macerada en su jugo y revuelta en su cabellera nunca depilada.
"Si te miran por la parte delantera, pareces un elefante; si te miran de perfil, pareces un
camello; si te miran por detrás, pareces un pellejo hinchado.
"En fin, seguramente fue de ti de quien dijo el poeta:
¡Es pesada como la vejiga llena de orines; sus muslos son dos estribaciones de
montaña, y al andar mueve el suelo como un terremoto?
¡Si en Occidente suelta un cuesco, resuena en el Oriente todo!"
A estas palabras de Hurí-del-Paraíso, Alí El-Yamaní, su amo, le dijo: "¡En verdad ¡oh Hurí! que
tu elocuencia es notoria! ¡Y tu lenguaje ¡oh Luna-Llena! es admirable! Pero ya es hora de que
volváis a vuestros sitios, para dejar hablar a la rubia y a la morena".
Entonces Sol-del-Día y Llama-de-Hoguera se levantaron, y se colocaron una enfrente de otra.
Y la joven rubia fue la primera que dijo a su rival:
"¡Soy la rubia descrita largamente en el Korán! ¡Soy la que calificó Alah cuando dijo: "¡El
amarillo es el color que alegra las miradas!" De modo que soy el más bello de los colores.
"Mi color es una maravilla, mi belleza es un límite, y mi encanto es un fin. Porque mi color da su
valor al oro y su belleza a los astros y al sol.
"Este color embellece las manzanas y los melocotones, y presta su matiz al azafrán. Doy sus
tonos a las piedras preciosas y su madurez al trigo.
"Los otoños me deben el oro de su adorno, y la causa de que la tierra esté tan bella con su
alfombra de hojas, es el matiz que fijan sobre ella los rayos del sol.
"Pero en cambio, ¡oh morena! cuando tu color se encuentra en un objeto, sirve para
despreciarlo. ¡Nada tan vulgar ni tan feo! ¡Mira a los búfalos, los burros, los lobos y los perros:
todos son morenos!
"¡Cítame un solo manjar en que se vea con gusto tu color! Ni las flores ni las pedrerías han
sido nunca morenas.
"Ni eres blanca, ni eres negra. De modo que no se te pueden aplicar ninguno de los méritos de
ambos colores, ni las frases con que se los alaba".
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Oídas estas palabras de la rubia, su amo le dijo: "¡Deja ahora hablar a Llama-de-Hoquera!"
Entonces la joven morena hizo brillar en una sonrisa el doble collar de sus dientes -¡perlas!-, y
como además de su color de miel tenía formas graciosas, cintura maravillosa, proporciones
armoniosas, modales elegantes y cabellera de carbón que bajaba en pesadas trenzas hasta sus
nalgas admirables, empezó por realzar sus encantos en un momento de silencio, y después dijo a
su rival la rubia:
"¡Loor a Alah, que no me ha hecho ni gorda deforme, ni flaca enfermiza, ni blanca como el
yeso, ni negra como el polvo de carbón, ni amarilla como el cólico, sino que ha reunido en mí con
arte admirable los colores más delicados y las formas más atractivas.
"Además, todos los poetas han cantado a porfía mis loores en todos los idiomas, y soy la
preferida de todos los siglos y de todos los sabios. "Pero sin hacer mi elogio, que harto hecho está,
he aquí sólo algunos de los poemas escritos en honor mío:
"Ha dicho un poeta . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 338ª NOCHE
Ella dijo:
"...Ha dicho un poeta:
¡Las morenas tienen en sí un sentido oculto! ¡Si lo adivinas, tus ojos no se dignarán
mirar nunca a las demás mujeres!
¡Las encantadoras saben del arte sutil con todos sus rodeos, y se lo enseñarían hasta al
ángel Harut!
Otro ha dicho:
¡Amo a una morena encantadora, cuyo color me hechiza, y cuya cintura es recta como
una lanza!
¡Cuántas veces me arrebató la sedosa manchita negra, tan acariciada y tan besada, que
adorna su cuello!
¡Por el color de su piel lisa, por el perfume delicioso que exhala, se parece al tallo
oloroso del áloe!
Y cuando la noche tiende el velo de las sombras, la morena viene a verme. Y la sujeto
junto a mí, hasta que las mismas sombras sean del color de nuestros sueños!
"Pero tú ¡oh amarilla! estás marchita como las hojas de la mulukhia (Liliácea comestible) de
mala calidad que se coge en Bab El-Luk y que es fibrosa y dura.
"Tienes el color de la marmita de barro cocido que utiliza el vendedor de cabezas de carnero.
"Tienes el color del ocre y el de la grama.
"Tienes una cara de cobre amarillo, parecido a la fruta del árbol Zakum, que en el infierno da
como frutos cráneos diabólicos.
"Y de ti ha dicho el poeta:
¡La suerte me ha dado una mujer de color amarillo tan chillón, que me da dolor de
cabeza, y mi corazón y mis ojos se estremecen de malestar!
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¡Si mi alma no quiere renunciar a verla por siempre, para castigarme me daré tan
grandes golpes en la cara que me arrancaré las muelas!"
Cuando Ali El-Yamaní oyó estas palabras, se estremeció de placer, y se echó a reír de tal
modo, que se cayó de espaldas, después de lo cual dijo a las dos jóvenes que se sentaran en sus
sitios; y para demostrarles a todas el gusto que le había dado oírlas, les hizo regalos iguales de
hermosos vestidos y pedrerías terrestres y marítimas.
Y tal es, ¡oh Emir de los Creyentes! prosiguió Mohammad El-Bassri, dirigiéndose al califa El-
Mamún, la historia de las seis jóvenes, que ahora siguen viviendo muy a gusto unas con otras en la
morada de su amo Alí El-Yamaní en Bagdad, nuestra ciudad".
Extremadamente encantado quedó el califa con esta historia, y preguntó: "Pero ¡oh
Mohammad! ¿sabes siquiera en dónde está la casa del amo de esas jóvenes, y podrías ir a
preguntarle si quiere vendérmelas? ¡Si accede, cómpramelas y tráemelas!"
Mohammad contestó: "Puedo decir ¡oh Emir de los Creyentes! que estoy seguro que el amo
de estas esclavas no querrá separarse de ellas, porque le tienen enamorado hasta el extremo". Y
El-Mamún dijo: "Lleva contigo como precio de cada una diez mil dinares, o sea sesenta mil en
total. Los entregarás de mi parte a ese Alí-El-Yamaní y le dirás que deseo sus seis esclavas".
Oídas estas palabras del califa, Mohammad El-Bassri se apresuró a coger la cantidad
consabida y fué a buscar al amo de las esclavas, al cual manifestó el deseo del Emir de los
Creyentes. Alí El-Yamaní, en el primer impulso, no se atrevió a negarse a la petición del califa, y
habiendo cobrado los sesenta mil dinares, entregó las seis esclavas a Mohammad El-Bassri, que
las condujo enseguida a presencia de ElMamún.
El califa al verlas, llegó al límite del encanto, tanto por lo vario de sus colores como por sus
maneras elegantes, su ingenio cultivado y sus diversos atractivos. Y le dio a cada una en su
harem, un sitio escogido, y durante varios días pudo gozar de sus perfecciones y de su hermosura.
A todo esto, el primer amo de las seis, Alí El-Yamaní, sintió pesar sobre sí la soledad, v
empezó a lamentar el impulso que le había hecho ceder al deseo del califa. Y un día falto ya de
paciencia, envió al califa una carta llena de desesperación, en la cual, entre otras cosas tristes,
había los versos siguientes:
¡Llegue mi desesperado saludo a las hermosas de quienes está separada mi alma! ¡Ellas
son mis ojos, mis orejas, mi alimento, mi bebida, mi jardín y mi vida!
¡Desde que estoy lejos de ellas, nada distrae mi dolor, y hasta el sueño ha huído de mis
párpados!
¿Por qué no las tengo, más celoso que antes, encerradas las seis en mis ojos, y por qué
no he bajado mis párpados como tapices encima de ellas?
¡Oh dolor, oh dolor! iPreferiría no haber nacido, a caer herido por las flechas -¡ sus
miradas mortales!- y sacadas de la herida!
Cuando el califa El-Mamún recorrió esta carta, como tenía el alma magnánima, mandó llamar
en seguida a las seis jóvenes, les dió a cada una diez mil dinares y vestidos maravillosos y otros
regalos admirables, y las mandó devolver a su antiguo amo.
No bien Alí El-Yamaní las vio llegar, más bellas que antes y más ricas y más felices, alcanzó el
límite de la alegría, y siguió viviendo con ellas entre delicias y placeres, hasta el día de la última
separación.
Pero -prosiguió Schehrazada no creas, i oh rey afortunado! que todas las historias que has
oído hasta ahora puedan valer de cerca ni de lejos lo que la HISTORIA PRODIGIOSA DE LA
CIUDAD DE BRONCE, que me reservo contarte la noche próxima, si quieres.
Y la pequeña Doniazada exclamó: "¡Oh, qué amable sería, Schehrazada, si entretanto nos
dijeras siquiera las primeras palabras!"
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Entonces Schehrazada sonrió y dijo:
"Cuentan que había un rey (¡Alah sólo es rey!) en la ciudad de. ..
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, v se calló
discretamente.
HISTORIA PRODIGIOSA DE LA CIUDAD DE BRONCE
Dijo Schehrazada:
Cuentan que en el trono de los califas Omníadas, en Damasco, se sentó un rey (¡sólo Alah es
rey!) que se llamaba Abdalmalek ben-Merwán. Le gustaba departir a menudo con los sabios de su
reino acerca de nuestro señor Soleimán ben-Daúd (¡con él la plegaria y la paz!), de sus virtudes,
de su influencia y de su poder ilimitado sobre las fieras de las soledades, los efrits que pueblan el
aire y los genios marítimos y subterráneos.
Un día en que el califa, oyendo hablar de ciertos vasos de cobre antiguo, cuyo contenido era
una extraña humareda negra de formas diabólicas, asombrose en extremo y parecía poner en
duda la realidad de hechos tan verídicos, hubo de levantarse entre los circunstantes el famoso
viajero Taleb ben-Sehl, quien confirmó el relato que acababan de escuchar, y añadió: "En efecto,
¡oh Emir de los Creyentes! esos vasos de cobre no son otros que aquellos donde se encerraron,
en tiempos antiguos, a los genios que se rebelaron ante las órdenes de Soleimán, vasos arrojados
al fondo del mar mugiente, en los confines del Moghreb, en el Africa occidental, tras de sellarlos
con el sello temible. Y el humo que se escapa de ellos es simplemente el alma condensada de los
efrits, los cuales no por eso dejan de tomar su aspecto formidable si llegan a salir al aire libre".
Al oír tales palabras, aumentaron considerablemente la curiosidad y el asombro del califa
Abdalmalek, que dijo al Taleb ben-Sehl: "¡Oh Taleb, tengo muchas ganas de ver uno de esos
vasos de cobre que encierran efrits convertidos en humo! ¿Crees realizable mi deseo? Si es así,
pronto estoy a hacer por mí propio las investigaciones necesarias. Habla". El otro contestó: "¡Oh
Emir de los Creyentes! Aquí mismo puedes poseer uno de esos objetos, sin que sea preciso que te
muevas y sin fatigas para tu persona venerada. No tienes más que enviar una carta al emir Muza,
tu lugarteniente en el país del Moghreb. Porque la montaña a cuyo pie se encuentra el mar que
guarda esos vasos está unida al Moghreb por una lengua de tierra que puede atravesarse a pie
enjuto. ¡Al recibir una carta semejante, el emir Muza no dejará de ejecutar las órdenes de nuestro
amo el califa!"
Estas palabras tuvieron el don de convencer a Abdalmalek, que dijo a 'Taleb en el instante:
"¿Y quién mejor que tú ¡oh Taleb! será capaz de ir con celeridad al país del Moghreb, con el fin de
llevar esa carta a mi lugarteniente el emir Muza? Te otorgo plenos poderes para que tomes de mi
tesoro lo que juzgues necesario para gastos de viaje, y para que lleves cuantos hombres te hagan
falta en calidad de escolta. Pero date prisa, ¡oh Taleb!" Y al punto escribió el califa una carta de su
puño y letra para el emir Muza, la selló y se la dio a Taleb, que besó la tierra entre las manos del
rey, y no bien hizo los preparativos oportunos, partió con toda diligencia hacia el Moghreb, adonde
llegó sin contratiempos.
El emir Muza le recibió con júbilo y le guardó todas las consideraciones debidas a un enviado
del Emir de los Creyentes; y cuando Taleb le entregó la carta, la cogió, y después de leerla y
comprender su sentido, se la llevó a sus labios, luego a su frente y dijo: "¡Escucho v obedezco!" Y
enseguida mandó que fuera a su presencia el jeique Abdossamad, hombre que había recorrido
todas las regiones habitables de la tierra, y que a la sazón pasaba los días de su vejez anotando
cuidadosamente, por fechas, los conocimientos que adquirió en una vida de viajes no
interrumpidos. Y cuando presentóse el jeique; el emir Muza le saludó con respeto y le dijo: "¡Oh
jeique Abdossamad! He aquí que el Emir de los Creyentes me transmite sus órdenes para que
vaya en busca de los vasos de cobre antiguos, donde fueron encerrados por nuestro Soleimán
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ben-Daúd los genios rebeldes. Parece ser que yacen en el fondo de un mar situado al pie de una
montaña que debe hallarse en los confines extremos del Moghreb. Por más que desde hace
mucho tiempo conozco todo el país, nunca oí hablar de ese mar ni del camino que a él conduce;
pero tú, ¡oh jeique Abdossamad! que recorriste el mundo entero, no ignorarás sin duda la
existencia de esa montaña y de ese mar!
Reflexionó el jeique una hora de tiempo, y contestó: "¡Oh emir Muza ben-Nossair! No son
desconocidos para mi memoria esa montaña y ese mar; pero, a pesar de desearlo, hasta ahora no
puedo ir donde se hallan; el camino que allá conduce se hace muy penoso a causa de la falta de
agua en las cisternas, y para llegar se necesitan dos años y algunos meses, y más aún para
volver, ¡suponiendo que sea posible volver de una comarca cuyos habitantes no dieron nunca la
menor señal de su existencia, y viven en una ciudad situada, según dicen; en la propia cima de la
montaña consabida, una ciudad en la que no logró penetrar nadie y que se llama la Ciudad de
Bronce!"
Y dichas tales palabras, se calló el jeique, reflexionando un momento todavía; y añadió: "Por lo
demás, ¡oh emir Muza! no debo ocultarte que ese camino está sembrado de peligros y de cosas
espantosas, y que para seguirle hay que cruzar un desierto poblado por efrits y genios, guardianes
de aquellas tierras vírgenes de la planta humana desde la antigüedad. Efectivamente, sabe ¡oh
Ben-Nossair! que esas comarcas del extremo Occidente africano están vedadas a los hijos de los
hombres. Sólo dos de ellos pudieron atravesarlas: Soleimán ben-Daúd, uno, y El-Iskandar de Dos-
Cuernos, el otro. ¡Y desde aquellas épocas remotas, nada turba el silencio que reina en tan vastos
desiertos! Pero si deseas cumplir las órdenes del califa e intentar, sin otro guía que tu servidor, ese
viaje por un país que carece de rutas ciertas, desdeñando obstáculos misteriosos y peligros,
manda cargar mil camellos con odres repletos de agua y otros mil camellos con víveres y
provisiones; lleva la menos escolta posible, porque ningún poder humano nos preservaría de la
cólera de las potencias tenebrosas cuyos dominios vamos a violar, y no conviene que nos
indispongamos con ellas alardeando de armas amenazadoras e inútiles. ¡Y cuando esté preparado
todo, haz tu testamento, emir Muza, y partamos! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente.
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