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lunes, 18 de enero de 2010

LOS BRUJOS HABLAN 2ª parte -1ª



LOS



BRUJOS



HABLAN



(SEGUNDA PARTE)



EL HOMBRE ESTELAR



JOHN BAINES



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“El que decide llegar a la iniciación debe buscar



aquella puerta única por donde comienza esta senda



y debe empezar a buscarla dentro de sí mismo, ya



que cuando consiga que su petición de llegar al



lado de un maestro sea escuchada por su espíritu,



éste lo conducirá en forma segura al lado de un



verdadero y real maestro”.



(Párrafo final de “Los Brujos Hablan”, 1a parte), de John Baines.



PALABRAS DE ISIS



“Yo ISIS, señora de los misterios de la naturaleza, me dirijo a ti:



“Tú, neófito que buscas atravesar el portal de la iniciación, y tú, profano que lees por curiosidad, serena tu



espíritu, aclara tu mente, calma tus emociones. Apártate del mundanal ruido cobíjate en el manto de tu propio



YO para que puedas trasponer sin peligro el umbral que conduce a la morada de los brujos. Arroja tus



prejuicios; despójate de tu egoísmo, huye por un instante del personalismo y la irreflexividad; analiza con



serena mirada”.



“No temas sino a ti mismo, no dudes sino de lo que analices superficialmente, no niegues sin primero



reflexionar. Sepárate de la multitud que opaca tus ideas; sé tu mismo y piensa por ti mismo; no te limites.”



“Tú, buscador de maravillas, tú, candidato a la iniciación, no mires hacia la distancia, reúne todas tus



energías en ti mismo. Olvídate de la India y del Tíbet, no clames a Dios, Alá, ni Jesucristo. Lo que buscas está



allí mismo donde tu estás en este momento. Sí, deja de mirar hacia afuera y sepulta tu mirada en lo más



profundo de ti mismo. Aguza tu percepción, afina tus sentidos, y allí en el centro de tu ser estás tu mismo, tu



YO, tu verdadera esencia, la verdad detrás de la mentira, la energía inmortal que anima al barro. Mira con



unción y reverencia porque es luz..., esa luz que te ciega, es Dios. Escucha como dice: Yo soy el camino y la



vida.”



“Más..., ¡cuidado!, no se puede contemplar a Dios cara a cara sin morir. ¿Estás dispuesto a seguir? Puedo



concederte un gran don. Te ofrezco... ¡la muerte! No tiembles, esta muerte es el don de los inmortales, es la del



fénix que renace glorioso de entre sus propias cenizas. Para ser, es preciso no ser; para nacer y ser, se debe



morir primero. Si lo logras, serás llamado el Dos veces nacido. No desdeñes mi oferta, piénsalo bien; más vale



morir ahora que vivir a la espera de la muerte. No creas que si me rechazas podrás seguir indemne tu camino,



por el contrario, todos los caminos conducen hacia mí; ignórame y serás como los huérfanos, que no conocen



a sus padres. Solamente tienes dos caminos: o te devoro o te desposas conmigo. Tuya, y sólo tuya es la



elección.”



“Si eliges ser devorado, dedícate a gozar de la vida, apura la copa del placer hasta la última gota, cierra la



mente a la voz de tu espíritu, entrégate a la bestia, y disfruta del placer sensual de la materia. Así, casi sin



darte cuenta, llegará el momento de la antropofagia final. ¿Crees acaso que me compadeceré de ti? Te



engañas, no tengo sentimientos, estoy más allá del placer y del dolor, más allá del bien y del mal, soy como el



sol que se levanta en las mañanas para alumbrar a todos por igual. Después de tu muerte serás sólo un



despojo y un recuerdo. Después... ni siquiera eso.”



“Si anhelas desposarte conmigo debes estar dispuesto a sufrir la muerte iniciática, tendrás que pasar por las



pruebas a las cuales te someterá sin piedad la terrible Esfinge para aquilatar tu valor espiritual y la calidad de tu



temple. Yo me entrego solamente al que llegó a la crucifixión, resistiendo los embates de los cuatro elementos.



Amo solamente a los que han sabido apurar la copa de la amargura, de las traiciones, del escarnio y la mofa,



persecuciones, calumnias y difamación; a los iniciados que han persistido con valor, sufriendo la soledad del



espíritu en medio de un mundo de animales. A mí se llega después de haber recibido la calumnia y la



difamación, que son las pruebas del aire; los golpes y persecuciones que son las pruebas de la tierra; los vicios



y las tentaciones sensuales que son las pruebas del agua, y después de haber dominado las ambiciones



descontroladas, que son las pruebas del fuego.”



“Este cuaternario corresponde a cada uno de los extremos de la cruz, donde fue clavado uno de los que



arribó a mi regazo: Jesús, el Cristo. No obstante, otros aún más grandes han vivido y viven en el secreto; nadie



conoce su existencia porque así conviene a sus labores.”



“No creas que en el mundo existen sólo los nacidos una vez y los dos veces nacidos; también existen, por



desgracia, los una y media vez nacidos, y los abortados. Guárdate de engrosar sus filas convencido por su



maquiavélico lenguaje, ya que éstos no viven ni en este mundo ni en el otro; son aquéllos que en verdad no



son iniciados ni profanos, los imitadores de los maestros, los semisabios, los sembradores de mano sucia, los



seguidores de la letra muerta, y los magos negros, que me codician y se ufanan de mi amor, cuando no son



dignos ni siquiera de mi sonrisa. Unos pueden vestir sari o túnica; otros, collarines y mandiles, otros, los atavíos



“rosacruces”; algunos, se proclamarán los “únicos dueños de la verdad”, creyendo tener su monopolio; todos se



jactan de mi amistad, pero son solamente pordioseros que me imploran una migaja de sabiduría. No se nace



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dos veces parándose de cabeza o meditando, ni en el ataúd de ceremonias puramente simbólicas, como



tampoco, por obra y gracia del espíritu santo.”



“Si me desdeñas, recibe mi bendición y prosigue tu camino; destinado estás a ser alimento de los dioses; no



todos pueden ser “hombres”; algunos, solamente animales, o peor todavía, vegetales. Si vienes a mí por



curiosidad, piénsalo dos veces: es fácil ser temerario con lo que no se conoce. Si no tienes el valor necesario,



retrocede, escúdate en tu vanidad y en tu orgullo, confórmate con mirar el suelo como tus congéneres. Si no



estás preparado, no aspires a conocer mi rostro: desgraciado de aquél que poseído de animal codicia o insana



curiosidad, contemplare aunque fuera mi reflejo, porque no me olvidará jamás, y morirá atormentado por el



ansia de poseerme.”



“Si estás preparado, si tienes ojos para ver y oídos para escuchar, si tu intención es noble y pura, prosigue



sin desmayo, y sabe que a partir desde el momento en que cruces la puerta de la oculta morada, yo te



esperaré ansiosa como la novia adolescente con su primer amor. Este libro puede ayudarte mucho, puede ser



el guía que te lleve hacia la escondida puerta que tantos buscan y que tan pocos encuentran. Busca y



encontrarás; no eleves preces a los dioses, lucha por mí. Me conquistarás por la fuerza de tu decisión, y no



orando.”



EL ANTICRISTO



Resulta sorprendente cómo el ser humano, sabiendo tantas cosas, comprende tan pocas. Al igual que en la



homeopatía, el producto noble (conocimiento), se encuentra diluido infinitesimalmente, debido a la incapacidad



de comprensión.



El homo sapiens dedica sus más importantes esfuerzos al aumento de su saber, pero es precisamente en



este empeño donde se pierde cada vez más en la bruma de la incertidumbre y la desorientación. Teórico del



conocimiento, devora incansablemente cuanta tesis o nuevo estudio aparece, pero al igual que en el suplicio



mitológico de Tántalo, su sed, lejos de saciarse, se acrecienta.



Paradójico destino es el de esta criatura alucinada: saber cada día más y comprender cada vez menos.



Exteriorizarse cotidianamente de manera inevitable, hasta perder la propia identidad, alejándose obligadamente



de sí mismo para fundirse con lo externo. El sapiens ha avanzado con rapidez extraordinaria en la conquista de



la ciencia, y con la misma celeridad se ha perdido a sí mismo para vivir en un mundo de fantasmas nacidos de



la alucinación colectiva de un mundo cada vez más artificial, estereotipado, y programado. En este mundo, por



lo general, triunfa el hombre colectivizado que exhibe una perfecta sumisión a las pautas de la muchedumbre, y



que renuncia a temprana edad a pensar con su propio cerebro, haciéndolo en cambio, con “la mente colectiva”



de la multitud. Éste es el seguro pasaporte para el éxito material, pero el precio que se paga es de una



desigualdad exorbitante con la recompensa. Este precio es la propia individualidad, alegoría central del lema



délfico “conócete a ti mismo”. Precisamente, quien se conoce a sí mismo, y por ende a los demás, es vejado,



postergado y marginado. El liderazgo pertenece a los mediocres; se glorifica al becerro de oro y se celebra el



clisé hueco del sujeto programado. El templo de Delfos y su ideal ya no existen. Han sido reemplazados por el



templo de la Universidad, el templo de la ley, el templo de las religiones, el templo de las ideologías políticas y



sistemas económicos y el templo de las instituciones sociales y sus lemas y consignas. A todos los une un



común denominador: “desconócete a ti mismo, entrégate a la muchedumbre y acata sus designios.”



Muy pocas personas se dan cuenta de esta situación, pero algunas lo presienten instintivamente y tratan de



rebelarse contra el sistema sin saber qué es lo que verdaderamente las lleva a esta reacción. La juventud, por



ejemplo, se resiste intuitivamente, aunque a veces por errados caminos, a ser absorbida por el ente colectivo.



Más tarde, con el correr de los años también se someten, al fortalecerse su programa cerebral y recibir de la



mente colectiva su fuerte influencia.



Se estima como antisocial a quien no se integra rápidamente al colectivo, considerándose en cambio como



muy valioso al que se funde fácil e íntegramente con las masas perdiendo su individualidad. Esta actitud es



considerada como una muestra de corrección y de “conciencia social.” En esto, como en muchas otras cosas,



el sapiens ha errado el camino, ya que no es posible ayudar o amar a los demás sin conocerse primero a sí



mismo.



Hace dos mil años, el sapiens tenía básicamente los mismos problemas que ahora, los mismos temores,



deseos, angustias, ambiciones, codicia, mentira, cobardía, complejos, conflictos internos, y desorientación. Sus



pautas de conducta no eran diferentes en lo profundo a las actuales. Sus condiciones materiales, en cambio,



eran dramáticamente diferentes, observándose hasta la fecha un progreso asombroso. Cabe preguntarse si



este mismo avance se produjo también en la naturaleza interna del sapiens, es decir, si hoy día es mejor como



ser humano, si tiene más calidad que en aquella época. La respuesta es claramente negativa. Ningún cambio



apreciable se ha verificado en dos mil años (ni en cinco mil), en la calidad humana del sapiens. Solamente ha



aumentado su capacidad intelectual en virtud de las poderosas y crecientes exigencias de la civilización.



Mientras el mundo ha pasado de la barbarie a la civilización en el transcurso de la historia, el “salvaje



sapiens” se mantiene hoy día básicamente tan primitivo como en el pasado remoto, cubriéndose solamente con



sucesivas y gruesas capas de un barniz cultural y educativo.



Rompiendo la desolación espiritual de la humanidad vino un día al mundo, lleno de amor y compasión, un ser



superior: Cristo. Pretendía dar al sapiens una oportunidad de conocer un mundo diferente, sin violencia, sin



odio, sin esclavitud, sin contradicción, para mostrarle lo que podría llegar a realizar.



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La mente colectiva de la muchedumbre, programada de acuerdo al lema “ojo por ojo diente por diente”



rechazó con violencia el mensaje cristiano, procediendo a destruir al Mesías, tal como había ocurrido



anteriormente en otras ocasiones en que Cristo había venido a la Tierra, manifestándose en otros hombres



superiores.



Es así como la muchedumbre es en verdad el instrumento del Anticristo, el monstruo ciego, la bestia sin



cabeza que acecha a todo aquél que pretende individualizarse conscientemente para dejar de ser sapiens y



convertirse en hombre estelar, pináculo evolutivo del homo sapiens.



En algún momento, quién sabe como, se forjó la leyenda falsa del Anticristo, errónea en el sentido de



imaginar que una persona mitológica nacería en el mundo para destruirlo por medio de la perversión de los



valores cristianos superiores, y que este ser encarnaría en un hombre para realizar su nefasta labor.



En parte, creemos que esta leyenda se originó por una deformación del término Antecristo, con el cual se



designaba en círculos herméticos a quien actuaría como el anunciador de Cristo, allanando y preparando su



camino. Es así como el único Antecristo que conocemos fue Juan el Bautista.



Hoy en día, no contamos por desgracia con el impulso espiritual de Cristo encarnado en un cuerpo humano.



Cristo como fuerza divina omnipresente en los templos religiosos no pasa de ser una alegoría simbólica que



invita a los creyentes a seguir un ejemplo reconfortante. No se conoce a quien posea una verdadera fuerza



espiritual, a la cual pudiéramos llamar “crística”. Los sacerdotes de las diversas religiones se conforman sólo



con tratar de imitar a Cristo, pero infortunadamente lo hacen con una espiritualidad externa y prefabricada, de



acuerdo a los clisés establecidos por los patriarcas de la iglesia.



Sin embargo, el desconocimiento no significa necesariamente la inexistencia. Lo cierto es que la antorcha de



la espiritualidad es llevada en el momento presente por unos pocos individuos, desconocidos en su mayoría.



Llamémoslos “los brujos”, en un sentido dignificante de esta expresión que usualmente se emplea de modo tan



vulgar, ya que nos referimos a los grandes iniciados, a los nuestros, a los superiores desconocidos o sabios



ocultos de la humanidad.



Entonces, ¿por qué usar el apelativo de “brujos”? Por la simple razón de que siempre, la masa ignorante ha



calificado así a los poseedores de cualidades extrañas o poderes desconocidos por el vulgo. Existió además



una inquisición que tildó con este apelativo a los hombres sabios de avanzada, para desacreditarlos y anular



sus ideas diferentes. Por este motivo, adoptamos con agrado este nombre, con la intención de lavar con el



tiempo su estigma negativo y supersticioso. Pretendemos mostrar cómo la hechicería, la ignorancia y la



superstición son exclusividad del sapiens, y no así de “los brujos”. Por desgracia, en el pasado, la mentalidad



popular ha calificado de “brujos” a los simples hechiceros que viajan al “sabbat” empleando sortilegios de baja



extracción para satisfacer tal vez sus bajas pasiones.



Ahora bien, ¿por qué designamos a Cristo como el símbolo de la espiritualidad? Lo hacemos porque Jesús



fue el miembro más destacado de “la Cofradía de los Brujos”, preparado especialmente para su misión de



hacer encarnar en sí mismo a Cristo. (Jesús y Cristo eran dos personas diferentes; una humana y otra divina.)



Cristo es un ser superior que está en un punto de la escala evolutiva donde un ser humano podría tal vez



llegar en millones de años de evolución. Concibámoslo como una potencia espiritual extraterrestre, a la cual



podríamos llamar un Arcángel. Este Arcángel, debido a su larguísima evolución, poseía una perfecta y



poderosa espiritualidad, motivo por el cual Jesús fue largamente preparado para poder resistir en su cuerpo



físico esta altísima vibración, la cual sólo podía manifestarse por breves momentos, ya que su intensidad podía



destruir el sistema nervioso y celular del cuerpo de Jesús. Cristo era quien realizaba los milagros a través de



Jesús, el cual proveía la materia para su manifestación.



La Cofradía de los Brujos permanece muy bien oculta, porque tiene derecho a su propia intimidad, pero



algunos de sus miembros se han mezclado con la gente común, guiados por el anhelo cristiano de mostrar al



Sapiens el camino hacia una vida superior. Saben, sin embargo, que el conocimiento del “Arte hermético”, que



es el instrumento para llegar a la cumbre espiritual, es solamente para una “élite”, y no para ser divulgado. No



obstante, la cofradía iniciática otorga la oportunidad para que cualquier persona que tenga el suficiente



merecimiento pueda llegar, si es que la magnitud e inteligencia de su esfuerzo se lo permite, a integrar la élite



hermética de “los brujos” u “hombres estelares.



La ciencia de “los brujos” se llama Arte hermético, en honor a Hermes Trismegisto, de quien afirma la



tradición habría llegado a la tierra hace aproximadamente treinta mil años, procedente del espacio exterior,



siendo ungido Supremo Gran Maestro de la Cofradía Iniciática.



Inspirado en sus luces, Egipto llegó a ser grande y sabio, denominándose “hermetismo” a la ciencia sagrada



de los sacerdotes. Sólo a costa de grandes sacrificios y pruebas era posible en aquella época pertenecer a una



escuela iniciática hermética, y la gran mayoría que lograba ingresar, fracasaba en el camino por no tener la



entereza moral y espiritual para resistir los múltiples obstáculos, tentaciones y pruebas con que ISIS la señora



de los misterios de la naturaleza aquilataba en su justa valía a quienes pretendían el conocimiento supremo de



la verdad absoluta.



Fue en una de esas escuelas donde Jesús se realizó a sí mismo como hermetista, llegando a los más altos



grados iniciáticos.



Debido a que ha llegado el momento de hacerlo, divulgaremos el misterio de Jesús, el Cristo y las causas de



la miseria moral de la humanidad, siguiendo las enseñanzas de La Cofradía de los Brujos. Esta miseria moral



proviene de la “adoración al becerro de oro”, es decir, del sometimiento del ser humano al dios dinero, en aras



del cual debe entregar o sacrificar sus posibilidades espirituales para poder subsistir. Los que poseen los



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adecuados medios de supervivencia pervierten, por lo general, sus valores espirituales en potencia en el necio



juego de escalar posiciones sociales a costa del mercado de consumos. Poco vale la espiritualidad o calidad



moral de un individuo, ya que la necesidad de oro lo lleva a denigrarse y prostituirse por el vil metal, el que



compra honra, respeto ajeno, amor, fama, y poder. El dios dinero está sentado sobre el mundo, y quien quiere



disfrutar sus dones, debe adorarlo. El verdadero poder del dinero no es únicamente material, sino que es



principalmente una fuerza oculta, ya que la moneda no vale nada por sí misma, sino que solamente es un



símbolo del esfuerzo o del trabajo humano. Por extraña paradoja aunque el trabajo es intrínsecamente noble, el



dinero, producto del esfuerzo, está bajo el control o influencia de un poder satánico o diabólico.



Invitamos al lector a meditar en qué es lo que él haría si fuera Satanás para corromper al ser humano; de qué



medios o herramientas se valdría para fomentar los crímenes, la codicia, la guerra, el fratricidio, y la



descomposición de los valores morales. Resulta difícil imaginar para esto algo más adecuado que el oro,



neutro en su propia condición, pero diabólico al manejarse torcidamente.



Pero, ¿es que existe Satanás verdaderamente, o es sólo el mito creado por el vulgo para explicar ciertas



cosas? Si una persona cree en la existencia de Dios, tiene que creer necesariamente en la realidad del “Diablo”



o Satán, contraparte del supremo creador. Debemos recordar que en la vida no existe la unidad absoluta, y que



la mera existencia de algo debe llevarnos a afirmar que lo contrario de esto también es real. No hay luz sin



sombra, bien sin mal, ni verdad sin la mentira. La muerte sigue a la vida y la vida a la muerte.



Dios sería entonces la suprema inteligencia creadora, y el “diablo” la inteligencia destructiva. En la cábala



antigua se ha simbolizado al “diablo” como la sombra de Dios. Así, tal como el Gran Creador tiene sus huestes



angélicas, el demonio tiene también su legión infernal. A esta legión es a la que se refiere William Blatty en su



obra “El Exorcista”, donde expone el fenómeno de la “posesión diabólica”. Después de esta explicación



podemos continuar con nuestro relato.



La tradición transmitida por los grandes maestros herméticos afirma que en un momento crucial de la historia



de la humanidad, un poderoso “Arcángel diabólico”, si es que se nos permite llamarlo así, logró penetrar las



defensas ocultas e ingresar en la atmósfera del planeta tierra, provocando grandes perturbaciones. Para poder



concebir a este ente, sugerimos la lectura del libro “El que acecha en el umbral”, de H. P. Lovecraft. El



causante directo, aunque involuntario de esta catástrofe que nos aflige hasta el día de hoy, fue, según consta



en los anales herméticos, Moisés.



Todos conocen la aparición de Moisés flotando en una cesta en el río, y su posterior adopción, circunstancia



que indujo a engaño a los sacerdotes egipcios de aquella época, quienes tomándolo por egipcio llegaron a



iniciarlo en los misterios de la magia ritual, que es un método para hacer vibrar notas claves de la naturaleza y



producir así ciertos fenómenos que el operador desea lograr. El estudio de la física atómica nos muestra en



teoría que es posible producir cambios o transmutaciones en la materia, por lo que no tiene nada de milagroso



que estas mutaciones se lleven a cabo por procedimientos secretos. A pesar de su identificación esotérica con



la magia egipcia, Moisés siempre permaneció fiel a la sangre de sus ancestros, por lo cual su más fuerte deseo



era el de constituirse en el líder que liberara a su pueblo de la esclavitud, conduciéndolo a la tierra prometida.



Guiado por este deseo, Moisés, consciente de las poderosas fuerzas que había aprendido a manejar, concibió



una audaz idea: realizar un pacto o alianza mágica con un ángel, criatura divina que se encargaría de darle el



poder y la ayuda del cielo para salvar a sus hombres.



Después de una larga preparación llevó a cabo, en la mas profunda soledad, la ceremonia ritual con las



palabras mágicas e invocaciones correspondientes. En medio de impresionantes fenómenos atmosféricos y



telúricos hizo su aparición un ser de impresionante presencia, que hizo temblar de pánico a Moisés por la



tremenda fuerza que proyectaba. Jamás sabremos ni nos será posible imaginar las condiciones en las cuales



se llevó a cabo el pacto entre el hombre y el cielo. El ángel accedió a todo lo que Moisés le solicitaba y



prometió su ayuda, exigiendo en cambio una irrestricta obediencia. Le reveló su nombre que era Y., y le pidió



que en señal de unión todos sus seguidores debían experimentar una pequeña operación quirúrgica de tipo



ritual, con leve derramamiento de sangre. Todo hombre que pasaba por esto llegaba a ser hijo de Y. La sangre



que se derramaba sellaba este pacto.



A partir de este día, Moisés, revestido de un poder sobrehumano comienza a realizar toda clase de actos de



magia, convirtiendo en el centro de su poder al “Arca de la Alianza”. Toda clase de plagas y calamidades



fueron enviadas sobre Egipto e incrédulos y rebeldes eran fulminados por la ira de Y. De esta manera el pueblo



de Moisés iniciaría el éxodo que habría de durar 40 años.



Posteriormente, Y., el poder oculto tras el líder, comenzó a cambiar súbitamente su manera de proceder,



empezando a formular extrañas exigencias, cuyo común denominador era el derramamiento de sangre.



Moisés, sobrecogido, empezó a darse cuenta de la magnitud del error cometido, al comprender que el “ángel



divino” era en verdad “ángel de las tinieblas”, polo opuesto al de la potencia luminosa que él había pretendido



evocar.



Este “ángel infernal” era uno de los integrantes de las huestes de las sombras, vampiro que para mantener su



poder y fortaleza necesitaba beber sangre humana, esencia cargada de la vitalidad que otorga la chispa divina.



Es por eso que a lo largo del éxodo se producen tantos incidentes de sangre, provocados por el oculto dictador.



¿Quién era realmente Y.? Digamos que era un ser muy anciano por su evolución, la cual ignoramos dónde se



originó. A través de larguísimos períodos de tiempo cósmico, este ente conservó su individualidad, pero



evolucionó, por desgracia, hacia el lado conceptual negativo, negro, o destructivo, como un anciano que al



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pasar el tiempo se hubiera ido amargando más y más hasta llegar a una concepción totalmente destructiva y



negativa de la vida.



Muchos seres similares a Y., existen en el Universo. Por fortuna, las defensas magnéticas del planeta tierra



constituyen para estos entes una coraza impenetrable. Sin embargo, el ritual mágico de Moisés abrió una



puerta y formó la vía a través de la cual pudo penetrar Y., a la tierra.



Detengámonos a pensar un momento y veremos que nos encontramos ante el acontecimiento más



trascendental, pero infortunadamente perjudicial, en la historia oculta de la humanidad. Para justificar esta



aserción debemos necesariamente hacer algunas disgresiones aclaratorias sobre lo que es verdaderamente el



planeta tierra.



Podemos afirmar serenamente, sin temor a la burla sarcástica de los ignorantes o de los semisabios, que el



planeta tierra es un ser humano. No algo equivalente a un ser humano, sino que un hombre en toda la



extensión de la palabra.



La filosofía hermética sostiene la veracidad de la reencarnación, pero afirma que ésta se lleva a cabo



solamente en algunas personas, las cuales poseen o han desarrollado íntimamente algunas cualidades o



características capaces de resistir a la muerte, es decir, ajenas al cuerpo físico corruptible. Al decir personas



nos referimos a seres humanos, aún cuando estos presentaren características físicas diferentes al hombre



terrestre. Prosiguiendo con la reencarnación, el hermetismo enseña que cuando un iniciado hermetista de alto



grado alcanza el poder de reencarnar conscientemente, es decir, cambiar de cuerpo físico conservando su



individualidad y cierto grado de memoria, el iniciado va, gradualmente, en el transcurso de sucesivas vidas,



creciendo paulatinamente en su poder espiritual, o sea, teniendo una esencia o chispa divina cada vez más



potente.



De este modo llega el momento en el cual el cuerpo del hombre, en la dimensión y forma que nosotros



conocemos, no es capaz de “contener” o soportar una esencia tan vasta y poderosa, motivo por el cual ese



espíritu o esencia superdesarrollada debe buscar un cuerpo físico adecuado a su tremenda fuerza energética.



Es así como “reencarna” en el cuerpo de un planeta nuevo o joven, y continúa allí su desarrollo, en condiciones



y medios que nos resulta difícil concebir. Así fue como un ser humano extraordinariamente evolucionado tomó



el cuerpo del planeta tierra y lo hizo el suyo propio, bajo la forma más perfecta del Universo:la esfera.



Esta esfera está formada por los mismos materiales básicos del cuerpo humano, que son, en síntesis, los



materiales del Universo. Esta esfera respira, se mueve, piensa, y siente. Tiene un sistema circulatorio,



digestivo, procreador, y respiratorio. El petróleo es su sangre, se alimenta de la materia vegetal, animal, y



mineral. Sexualmente es hermafrodita, con un hemisferio masculino y otro femenino. Respira a través de la



vida vegetal, y su alimentación etérica o magnética la recibe por medio de la antena emisora y receptora que es



el homo sapiens.



Una vez hecha esta aclaración, y para aquilatar la magnitud de la catástrofe provocada accidentalmente por



Moisés con la llegada de Y., podemos revelar que este ente, anciano, vengativo, y malicioso, expulsó de la



tierra a su joven espíritu, encarnando en su lugar. Con este hecho, se inició para la humanidad una era oscura



y sangrienta. Para el pueblo judío comienza así una etapa de sufrimiento, martirio y dolor, al convertirse en



inocentes víctimas de las fuerzas negativas de Y. Sólo así podemos explicarnos las grandes aflicciones que



han debido soportar los judíos.



Imaginemos la desesperación de Moisés al darse cuenta de la calamidad que se había producido y de los



padecimientos desatados sobre quienes quería ayudar. Con el transcurso de los días, Moisés comprendió que



nada podría contra Y., ya que éste poseía una incalculable malignidad. Poseído de tal convencimiento reunió a



los sabios de su pueblo y los instruyó en el gran misterio del Mesías, para que estos hombres, utilizando



rituales mágicos, crearan un dios, realizando así el misterio de la teurgia, a fin de que este dios los liberara y



salvara al mundo de la perniciosa influencia de Y.



Una vez transmitida esta instrucción Moisés subió al monte Nebo y jamás fue vuelto a ver con vida.



Los sabios que heredaron las instrucciones del patriarca siguieron fielmente sus instrucciones, ejecutando el



ritual mesiánico según las reglas instituidas. Fue así como después de algunos cientos de años aparece Jesús,



“el hijo del hombre” (reflexiónese en esta expresión) el Salvador esperado por los sabios iniciados por Moisés.



Es así como en las circunstancias conocidas por todos, nace Jesús. La enseñanza hermética sostiene que



fue hijo de mujer judía y padre romano, siendo su progenitor un soldado romano, simple instrumento de fuerzas



ocultas superiores.



¿Por qué se dice que María permaneció virgen? En realidad este misterio no se refiere a una virginidad



fisiológica sino al hecho de que efectivamente no hubo contacto físico entre el verdadero padre de Jesús y



María. En efecto, su padre espiritual fue un gran iniciado hermético que utilizó etéricamente el cuerpo físico del



soldado romano para procrear un hijo. La simiente espiritual fue transmitida por el maestro oculto; el esperma



físico por el romano. De esta manera, María concibió “sin perder su virginidad”. Recordemos además que en



aquella época la palabra virginidad no se empleaba para designar la doncellez, sino para distinguir a las



mujeres iniciadas en el secreto de la “vírgula”, como lo fue María. (Recordemos que la vara mágica que usaba



Moisés se designaba con el nombre de “vírgula”.)



Quienes tengan “ojos para ver y oídos para escuchar” comprenderán. En cuanto a los otros, se producirá un



silencio sepulcral en su interior, y sólo quedará lugar al sarcasmo del ignorante, al vacío mental del que no



quiere entender, o bien, a la ceguera inconsciente del que no le conviene ver.



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Jesús, dios creado por el hombre, encarnado en cuerpo de hombre, es consagrado un día por el Antecristo,



Juan el Bautista, gran iniciado cuyo bautismo impartido en el río fue el medio que permitió la primera



manifestación de Cristo en Jesús, el dios-hombre, cuya misión estaba delineada desde su nacimiento.



Desde los tiempos de Moisés, la Cofradía de los Brujos había observado atentamente, pero sin poderlos



evitar, los acontecimientos ya relatados. Conocedores del misterio mesiánico y sabiendo que algunos sabios lo



estaban realizando, decidieron apoyarlos para tratar de subsanar las graves anomalías suscitadas. Ellos



estuvieron atentos al nacimiento de Jesús y fueron sus ocultos padrinos que lo protegieron y educaron para



que cumpliera con su doble misión, la cual era la siguiente:



Primero: liberar al “pueblo elegido” de su oculto victimario.



Segundo: salvar al mundo en general del vampiro invisible que se hacía llamar Y., para así iniciar en la tierra



una nueva era bajo el lema cristiano de “Amaos los unos a los otros” (lo opuesto de “ojo por ojo y diente por



diente”).



Paralelamente a esta misión, Jesús fue un activo miembro de la Cofradía de los Brujos, recibiendo de ella



todo su apoyo e inspiración, aún cuando los grandes maestros sostienen que fracasó en su misión, o mejor



dicho, sólo tuvo un éxito parcial, ya que no logró su cometido. Debemos entender que nos referimos a Jesús, y



de ninguna manera a Cristo.



A fin de comprender verdaderamente a Jesús, es preciso considerar su triple personalidad:



1) Jesús hombre.



2) Jesús Dios (dios creado por el hombre).



3) Cristo (quien se manifestaba a través de Jesús).



Con respecto a Cristo, no es difícil darse cuenta que era un ángel, espíritu solar que “descendió del cielo”



para manifestarse como el poder supremo del “Padre” en la tierra.



En Jesús y sus doce apóstoles podemos ver el símbolo de un misterio solar y cósmico, ya que la ciencia



hermética dice que nuestro sistema solar está compuesto por doce planetas más el sol (los doce apóstoles y



Cristo), y que los planetas no conocidos serán descubiertos con el tiempo.



No hablemos más sobre Jesús, temiendo haberlo hecho ya en demasía. Solamente diremos que la crucifixión



era un drama esperado, en el cual debía derramarse la sangre de Jesús para que así Cristo pudiera a su vez



“encarnar” en el planeta tierra y desplazar a Y., expulsándolo de nuestra atmósfera en forma definitiva. Sin



embargo, como ya lo hemos dicho, esta misión sólo tuvo un éxito relativo. Cristo encarnó en la tierra, pero Y.,



no pudo ser expulsado, compartiendo ambos desde entonces, el gobierno del planeta.



Volviendo a Cristo, su fuerza actúa en el mundo a través de los representantes de la Cofradía de los Brujos,



quienes dirigen escuelas herméticas en las cuales el estudiante desarrolla su fuerza espiritual hasta llegar a la



desintegración de su alma animal, quedando así a salvo de la influencia de Y., quién sólo puede actuar



valiéndose de los instintos animales y primitivos, como el odio, la envidia, la lujuria, la codicia, el orgullo, la



vanidad, etcétera.



De esta manera, el Faro Espiritual se mantiene encendido para iluminar a los espíritus selectos que son



potencialmente capaces de convertirse en seres humanos plenamente desarrollados, abandonando su



condición de Sapiens.



Cada uno de los que llega a esto se convierte en un centro de irradiación crística, y por lo tanto, es una valla



más para la influencia de Y. Los ingenuos dicen que Cristo volverá a la tierra. ¡Cristo está en la tierra!



Solamente necesita que la misma humanidad lo descrucifique de la cruz en la cual ella lo ha clavado.



Mientras esto no se lleve a cabo seguirán produciéndose guerras, en las cuales muere gran cantidad de



personas cuya vitalidad es absorbida por Y., el gran impulsor oculto de estos conflictos, los cuales no



terminarán hasta que este ente sea sojuzgado.



El verdadero Anticristo es Y., y él ha desdoblado su influencia negativa en sus servidores, las personas de



instintos bestiales, las cuales a, su vez han incorporado esta vibración a la muchedumbre, entidad amorfa y



ciega, receptora de cualquier fuerza de suficiente potencia. De este modo, los principios de Y., incorporados en



el inconsciente colectivo de la humanidad motivan la filosofía de “ojo por ojo y diente por diente”. Cogida por



esta fuerza maléfica, la gente vive de manera demoníaca: odia, destruye, roba, asesina a sus hermanos,



devuelve el mal con un mal mayor, comercia con la honra y el honor, esclaviza a los débiles, explota a los



desvalidos, y denigra a los justos. Por fortuna hay muchos que hacen lo contrario de todo esto, ya que si no



fuera así, la vida sería insoportable. Son los que de alguna manera han recibido una verdadera influencia



cristiana (no necesariamente religiosa) y tienen valores más elevados que los comunes.



Las religiones tienen una influencia familiar y social positiva, pero infortunadamente en el terreno de lo



netamente espiritual no tienen mucho que ofrecer, y por lo general procuran contrarrestar esta falencia con el



uso indiscriminado del estandarte de Cristo.



La Cofradía de los Brujos no deriva su poder de Cristo ni habla en su nombre, solamente, exalta sus valores,



y muestra o relata eventos que el mundo debe conocer, para que los “elegidos” (los verdaderamente humanos)



reafirmen su convicción y lealtad para con una vida espiritual superior. El poder de los brujos deriva de su



armonización y acatamiento de las leyes cósmicas, y de la profunda y serena condición espiritual a la cual han



llegado, la cual los pone en mágica relación con Dios, el Gran Padre Universal, reconocido por los hermetistas



como la causa primera de todo origen y la gran fuerza ordenadora y creadora.



8



Si hemos hablado de Cristo ha sido exclusivamente para explicar lo esotérico de la fenomenología



psicosocial del mundo de hoy, ya que el sapiens en su ingenuidad, cree que todo en la vida es como se ve en



apariencia y superficie, y que las cosas deben ser, con seguridad, como la gran mayoría dice que son. Cuando



llega a conocer lo esotérico de los acontecimientos o las causas ocultas de diversos fenómenos, se sonríe



incrédulamente, argumentando con infantil lógica que: “si eso fuera verídico ya se sabría por la prensa, o lo



habrían enseñado en el colegio o la Universidad, o bien, existirían bien documentados libros al respecto”. Ésa



es la manera de pensar que anula el progreso, ya que si todos creyeran lo mismo, nadie se molestaría en



estudiar o investigar fenómenos poco conocidos.



No obstante todo lo ya expresado, el sapiens en su manifestación individual (no como especie) puede



presentar cualidades y características superiores en estado latente que lo lleven a comprender en parte las



verdades herméticas, y así, motivado por este conocimiento, despertar a una realidad superior. El individuo



sapiens puede salvarse del letárgico destino de la humanidad y llegar con el tiempo al mundo de los



hermetistas, “brujos”, u “hombres despiertos”.



Moisés, hombre de fuerza y saber, fue arrastrado por sus ansias libertarias a la ejecución de un error de



magnitud cósmica, que según afirman los grandes sabios hermetistas, estuvo a punto de destruir el sistema



solar. Para justificar esta aseveración debemos comparar (según el aforismo hermético “como es arriba es



abajo y como es abajo es arriba”) el sistema solar con la constitución de un átomo, y considerar la



entronización de Y., como la sustitución de un electrón en forma arbitraria (cambio o transmutación del núcleo



espiritual del planeta tierra).



Ésta es una de las tantas lecciones que obligan a la Cofradía de los Brujos a mantener estrictamente el



secreto hermético, instruyendo en conocimientos superiores solamente a quienes han demostrado hasta la



saciedad su fortaleza, pureza moral y espiritual, y rectitud de intenciones.



VIVISECCIÓN DEL SAPIENS



El homo sapiens es una paradoja viviente. No sabríamos decir si es la más grande o la más insignificante de



las criaturas, que habitan la tierra. En él se aúnan las cualidades más excelsas con las pasiones más ruines,



viles y perversas. Hay mucha gente buena, pero los malos son más numerosos. Llamamos bueno al que



cumple con las leyes, respeta a su prójimo, y hace el bien en general, es decir, trata de ayudar a los demás en



la medida de sus fuerzas. Denominamos malo al sujeto destructivo, amoral, que goza perjudicando a la gente



de alguna manera.



Por desgracia, tanto el bueno como el malo son de esa manera sin que intervenga para nada en ellos



mismos su propia volición. El bueno es bondadoso a pesar de sí mismo. El malo no puede evitar ser como es.



Aún más, lo justifica y acepta. La situación se complica al observar que hay hombres buenos pero “tontos”, y



muchos malos inteligentes.



¿Cómo hacer para seleccionar nuestras amistades? ¿Cómo medir a quién haremos depositario de nuestro



afecto? ¿De qué manera podemos autocalificarnos para valorar nuestra ubicación como personas vivientes?



No podemos dividir el mundo en buenos y malos, ricos y pobres, inteligentes y tontos, o personas



importantes o insignificantes. Generalmente el sapiens se agrupa por simpatías instintivas que escapan a todo



análisis. Esta alineación se establece comúnmente por las cualidades o defectos. Lo similar busca lo similar,



salvo en la relación amorosa, donde lo contrario es más frecuente.



Los hombres de ciencia estudian constantemente la psicología del sapiens, procurando justificar, de algún



modo, sus infinitas contradicciones. Se han escrito incontables tratados y ensayos sobre la moral, el amor, la



ética, la vida, la muerte, lo finito, y lo infinito. No obstante, muy poca luz ha surgido sobre la verdadera



naturaleza del sapiens. No se debe esto a que la ciencia ignore demasiadas cosas, sino al hecho sorprendente



de la inutilidad que reviste el saber, al comprobar la incapacidad de la persona humana, de “aquilatar” o “tomar



el peso” a los alcances o proyecciones de conceptos determinados. Diciéndolo de otra manera, si afirmamos



que el ser humano vive permanentemente en un estado sonambúlico, el estudiante puede entender



perfectamente la idea, especialmente si está bien documentada, pero será absolutamente incapaz de



proyectarla al contexto general de la vida humana y natural. Es decir, no captará ni remotamente, todo el horror



que encierra la afirmación que nos sirve de ejemplo.



Es así como las más impactantes realidades permanecen “ignoradas”, a pesar de que son de público



dominio. Uno de los hechos más impresionantes es precisamente nuestra condición biológica de animales. No



lo pensemos abstractamente, sino que repitámoslo varias veces: “soy un animal, soy un animal, soy un animal”.



Pensemos en lo que esto verdaderamente significa y en todo aquello que involucra. Sabemos que la mayoría



de las personas dirán que entienden perfectamente que son animales, pero también estoy seguro que les



resultará absolutamente imposible visualizar las asombrosas proyecciones que esto tiene. Debido a lo cual,



podemos decir que “la ciencia sabe mucho pero lo ignora casi todo”. Al respecto, podemos recordar con agrado



el libro de Desmond Morris, “El mono desnudo”, un estudio sobre el animal humano. Este libro dirigido al gran



público, produjo un gran impacto, por el crudo examen de las características animales del sapiens, haciendo de



él un acertado retrato zoológico. ¿Y qué ocurría antes de esto? ¿Acaso la gente no sabía que el sapiens era un



mono? Por supuesto que sí, pero nadie “pesaba” el significado que esto tenía.



9



Y sin embargo, el sapiens se siente profundamente orgulloso de su talento, de su genio creador, de su



capacidad de raciocinio, de su capacidad de afecto y de su poder creador, autodenominándose “la más alta



manifestación viviente de la inteligencia”, o “la criatura viviente más perfecta”.



Particularmente satisfecho se muestra el sapiens con su cultura, aduciendo que la capacidad de transmitirla a



generaciones venideras lo diferencia enormemente de las demás especies animales, las cuales, en apariencia,



carecen de esta facultad.



De igual modo, sapiens afirma poseer altísimos privilegios inherentes al grado de “civilización” obtenido por



su especie. También hemos oído frases tales como: “todo ser humano tiene derecho a ser feliz”, o bien “todo



ser humano es libre por naturaleza”. Diciéndolo de otro modo, esto equivale a sostener que por el solo hecho



de haber nacido, una criatura sapiens tiene derecho a libertad, felicidad, amor y bienestar.



Pretendemos mostrar (no demostrar ya que escribimos sólo para las personas inteligentes, que no necesitan



ser convencidas, sino que se convencen a sí mismas con argumentos inteligentes y razonables) que el homo



sapiens no solamente no tiene derecho ni a libertad, ni a felicidad, ni a bienestar alguno que no se lo gane a sí



mismo, sino que además, no es ni remotamente tan inteligente, racional, y superior como él mismo lo cree.



Por el contrario, queremos establecer la escasa importancia del homo sapiens ante la naturaleza, y su



absoluta mediocridad intelectual, como asimismo, su condición eminentemente sonambúlica y su existencia



absolutamente fantasiosa, mentirosa e irreal. En otras palabras, el sapiens es sólo una criatura funcionalmente



deficiente y antropológicamente infantil, que por motivos psicológicamente comprensibles (autoestima), prefiere



sepultar esta convicción en lo más profundo del subconsciente, y soñar, en cambio, en su propio e ilusorio



poderío, importancia, voluntad e inteligencia.



Sería absurdo pensar que en un mundo habitado por seres racionales, conscientes, e inteligentes, exista el



peligro latente de una destrucción total por una guerra nuclear. El solo hecho que existan leyes punitivas



demuestra que la gente no se conduce teniendo como guía a la razón, la justicia, la tolerancia, el deber, y la



corrección.



La locura, los complejos, el suicidio, los crímenes pasionales, los trastornos psicológicos, la angustia, la



ambición descontrolada, el asesinato, nos prueban, justamente, el irracional comportamiento de las personas.



Es así como el sapiens pretende poseer una serie de cualidades, poderes y privilegios, que existen sólo en



su imaginación. Cuando Calderón de la Barca dijo que “la vida es sueño”, tenía muchísima más razón de la que



jamás nadie podría pensar.



La especie sapiens es la cantidad, el número, el material provisto por la naturaleza para que según sus



propias leyes, se produzca la selección de unos pocos seres que son los que finalmente llegan a una meta



evolutiva. Estos pocos pueden alcanzar verdaderamente una condición humana, y gozar de todos los



privilegios que esto involucra, tales como libertad, felicidad, bienestar, amor, etc. La masa proporciona



simplemente la materia prima para el experimento social de la naturaleza y de la historia. La naturaleza es fría



y no tiene preferencias ni simpatías por nadie en especial.



Esto no debe ser motivo para que la gente se desprecie a sí misma, creyendo injustificadamente ser criaturas



inferiores; lo que ocurre, sencillamente, es que el homo sapiens, según su edad evolutiva es apenas un niño,



que en su condición de tal no puede avergonzarse de no ser como los adultos. En efecto, sabemos que el



comportamiento relativamente consciente del ser humano alcanza apenas a unos miles de años, y que si



tuviéramos que comparar su edad con la de un ejemplar sapiens (edad cronológica de una persona), diríamos,



que como especie tiene apenas 8 ó 10 años de edad.



Cabe esperarse que cuando llegue a su mayoría de edad, la cual tiene que medirse por tiempo cósmico y no



terrestre, logre una mayor madurez.



Hoy en día la humanidad acepta como “normal” a todo individuo cuyo comportamiento biológico y psicológico



se ajuste a la “norma” general, es decir, a las pautas colectivas. “Anormal” es todo aquél que se aparta de



estos esquemas. No obstante, jamas pensamos cuán lejos o cuán cerca estará lo “normal” de lo óptimo. Podría



ocurrir que lo “normal” esté mucho más cerca de lo deficiente, imperfecto, o pésimo, que de lo óptimo.



¿No sería posible, por ejemplo, que los genios no sean los extraordinariamente inteligentes, sino que al



revés, el resto de la humanidad extraordinariamente tonta? Debernos aceptar que esto es perfectamente



posible, ya que carecemos de hitos o puntos de referencia para comparar a la raza humana con otra.



Suponiendo que realmente todos los habitantes del planeta fuéramos dementes, ¿que posibilidades



tendríamos de darnos cuenta de esto?



Un individuo solamente puede hacerse consciente de estos fenómenos si en virtud de una experiencia



mística, trasciende su condición de sapiens, y se eleva a un estado de profunda conciencia y absoluta vigilia,



en el cual su tremenda claridad mental lo hace comprender “verdades absolutas o eternas”, en contraposición a



las “pequeñas” verdades, temporales y relativas, que maneja en su vida habitual.



Durante esta elevación de la conciencia, el individuo puede ver que el ser humano “normal”, es



verdaderamente anormal, en el sentido de un ser viviente deficientemente realizado. Observará al sapiens



como un retrasado mental (no intelectual), como un irresponsable, como un sujeto hipnotizado.



Este proceso de conocimiento, el cual ha sido llamado “revelación o iluminación” en algunos hombres



“santos”, se ve confirmado posteriormente, al salir el individuo de su estado superior y bajar a la condición



común, por su ulterior observación del comportamiento de las personas, las cuales actúan probando y



demostrando en la vida cotidiana, la veracidad del saber que el iniciado adquirió.



10



Contra lo ya expuesto se objetará que el avance extraordinario de la ciencia, prueba la inteligencia y



capacidad del ser humano, y que la civilización la demuestra. Sin embargo, esta impugnación se justifica



solamente por el hecho de que el sapiens tiene en alta estima la inteligencia, considerándola como la más alta



manifestación humana. Se comprende entonces, que se venere la acción y memoria de los grandes



intelectuales, superados en poder y prestigio solamente por los grandes millonarios. Un genio será, de este



modo, recordado vigorosamente por la historia, aun cuando fuere el inventor de un arma letal que destruyera a



media humanidad.



El hermetismo refuta el hecho de que la inteligencia sea el elemento más valioso del individuo humano, y



sostiene, en cambio, que su fundamento más precioso e inapreciable es la conciencia (en el sentido de ser



más consciente, más despierto, más alerta, más juicioso, más sabio).



Esta facultad, la conciencia, de la cual carecen la mayoría de las personas, solamente puede nacer en



sujetos que por variados factores han alcanzado en la vida un nivel de vigilia más alto que el normal, es decir,



que en cierta manera han despertado, liberándose del sueño sonambúlico que aqueja a la masa.



Aseguramos que el sapiens es un ser integralmente programado, a nivel cerebral, emocional, instintivo, y



físico, en general. Aquello que la psicología llama “personalidad”, podemos también definirlo como “programa



individual”. Un sujeto cualquiera tiene una compleja y extensa programación cerebral, por efecto de la herencia,



la educación, la cultura, la imitación, el aprendizaje, los reflejos condicionados, etc. De esta manera, cuando un



individuo piensa, puede hacerlo solamente dentro del texto básico de su programa cerebral, del cual no puede



apartarse por motivo alguno, aun cuando se esforzara en lograrlo.



Cada sujeto debe atenerse forzosamente a su guión cerebral, y no puede hacer otra cosa que manifestarse



en él y por su intermedio.



A fin de comprender lo que tratamos de explicar, pensemos en programación y conciencia como en



elementos absolutamente opuestos, ya que conciencia implica capacidad de cambio, elección, y autogobierno,



lo cual, obviamente, no es posible en un ente que es la manifestación visible de un programa. El Gran



Programador puede ser denominado Dios, Padre Universal, Inteligencia Cósmica, o como se le quiera



nombrar, pero siempre sabremos a que nos referimos.



Debido a su programación cerebral y a otros fenómenos poco conocidos, el ser humano vive, como ya lo



hemos dicho con anterioridad, en un permanente estado sonambúlico. ¿Qué es un sonámbulo? El diccionario



define el sonambulismo como “sueño anormal durante el cual el paciente se levanta, anda, y a veces habla”.



Genial definición para nuestro propósito, solamente que la expresaríamos de la siguiente manera: “sueño que



afecta a toda la humanidad, durante el cual, se levanta, anda, lucha, ama, odia, goza, sufre, piensa, procrea,



vive, envejece, y muere, sin darse cuenta jamás de su condición hipnótica”. Recordemos que el conocimiento



de la hipnosis se originó en las escuelas esotéricas, y que la ciencia, aún habiéndole adoptado, está muy lejos



de conocer.



Sin embargo, el individuo duerme en la noche, pero está despierto en el día. Lo que no se considera es que



sueño y vigilia representan puntos extremos de la conciencia psicológica, pero que entre estos polos hay



muchos grados. Así, una persona puede estar, durante la noche, ligeramente dormida, muy dormida,



profundamente dormida, o “profundísimamente” dormida. Lo mismo ocurre con la vigilia, en la cual, un hombre



puede estar apenas despierto o extremadamente alerta. Pues bien, el sapiens se acostumbró insensiblemente



a creer que su estado habitual de conciencia durante el día es el de “estar despierto”, cuando en realidad es un



estado de sueño hipnótico o sonambúlico, en el cual, sin embargo, el sujeto puede desenvolverse con



apariencias de vigilia, ya que la inteligencia programática no se ve, en apariencia, afectada por la hipnosis,



especialmente cuando no hay nadie lo suficientemente despierto como para hacerlo notar. La historia nos



relata, empero, los episodios de la vida de algunos filósofos que por haber devenido “hombres despiertos”,



comprendieron la verdad, tuvieron acceso a una realidad profunda y substancial, y trataron de comunicar su



conocimiento a los demás hombres para ayudarlos a despertar. Algunos así lo hicieron, pero la inmensa



mayoría permaneció sorda, ciega, y muda.



No obstante, la gran mayoría de los filósofos han sido solamente grandes pensadores, pero no hombres



despiertos; gigantes del intelecto, pero no de la conciencia. Es por eso que la filosofía tradicional ha sido



siempre tan árida, tan fría, tan abstracta, y tan poco práctica. Estos filósofos fueron solamente “enamorados de



la verdad”, pero en forma de una imagen o símbolo, y no como una realidad viviente.



De este modo, la inteligencia que posee el sapiens, aun cuando sea genial, es una inteligencia mecánica,



muerta y programada.



¿Y qué hay de la capacidad creadora?, se nos objetará, cuando el hombre prueba su genio creador a cada



instante. Replicamos a esto diciendo que el programa cerebral y cultural del hombre docto o sabio, crece



constantemente, pero siempre siguiendo los patrones ya establecidos en el texto. El sujeto puede estudiar o



investigar constantemente, pero siempre dentro de los límites del contenido básico de su intelecto. Así,



acumula miles de elementos heterogéneos y homogéneos, los cuales, en su diario quehacer intelectual pueden



dar lugar a infinitas combinaciones, que se han dado por la mecánica del pensamiento en el trabajo cerebral,



pero no por un auténtico proceso de creación. En este mundo regido por la inteligencia mecánica, será tanto



más inteligente aquél que más información posee en su programa, y que sea capaz de manejarla en la forma



más ágil posible.



El filósofo hermético, que se ha convertido realmente en un hombre despierto, tiene una inteligencia viva,



despierta, creadora y desprogramada, al revés del común de los mortales. Esta inteligencia se manifiesta más



11



allá de lo puramente intelectual, llegando a la cima de una concepción integral en la cual la inteligencia debe



rebasar el ámbito intelectual para llegar a la dimensión de lo mental. En efecto, hemos dado a la palabra mente



un significado que no tiene habitualmente, definiéndola del siguiente modo: “inteligencia y conciencia nacida de



un aprendizaje en estado de vigilia intensificada”.



El hombre común carece de mente, y debe conformarse con manejar su limitada inteligencia y conocimiento,



desarrollados en base a un aprendizaje sonambúlico, o sea, en estado de sueño o hipnosis.



El hermetista, con su mente, puede llegar al conocimiento de las verdades absolutas y eternas, en oposición



a las verdades relativas y temporales del sapiens. Las metas del hermetista son eternas; las del profano,



temporales y finitas.



Privado de las posibilidades superiores de la mente, el sapiens presiente en forma oscura su propia debilidad



e indefensión ante el destino y la muerte, la enfermedad, la guerra, la pobreza, y los cambios peligrosos. Es por



eso que siempre ha buscado líderes o jefes cuya fortaleza supla su propia debilidad. Guiado por el mismo afán



ha inventado dioses, a los cuales pide el poder y la fortaleza de la cual él mismo carece. Toda la estructura de



nuestro mundo civilizado se basa en la absoluta debilidad, cobardía, impotencia, ignorancia, e indefensión del



individuo humano, el cual fabrica sistemas colectivos de protección, apoyo y control, para así suplir



externamente su endeblez interna.



Prefabrica una cultura, una moral, credos religiosos, leyes y sistemas policiales para reprimir a quienes vayan



contra los comunes intereses del momento histórico. Planifica y programa la vida comunitaria y el futuro de sus



hijos. Internamente, en cambio, la chispa espiritual desfallece cada vez más ante la deshumanización



progresiva de un mundo que en verdad nunca fue humano, sino, “animal-inteligente”. El mundo ha glorificado la



ciencia, olvidándose en cambio de la naturaleza humana.



El centro de gravedad de la conciencia psicológica del sujeto se proyecta cada vez más hacia el mundo



externo, efectuando un progresivo abandono de sí mismo para encarnarse en los hijos monstruosos de la



civilización: los bienes de consumo, las máquinas, el cine, y la televisión. La a publicidad y la prensa son los



dos super monstruos de la época, herramientas con las cuales se manipula hábilmente al hombre para



convertirlo en un perfecto autómata, obediente consumidor de tales o cuales productos, y respetuoso servidor



de ideologías y sistemas, que a la vez sirven a pequeños grupos de poder. Si bien es cierto que vivimos en la



era de las multitudes, y que su voz ha reemplazado a la autoridad de reyes y príncipes del pasado, no es



menos cierto que la historia es el conflicto de las minorías, es decir, de los líderes que dirigen la masa.



Por ser de interés extremo, transcribo las palabras del profesor Ludwig Von Bertalanffy, de la Universidad de



Alberta, USA:



“El comportamiento es una reacción provocada por estímulos externos”... “en la medida en que el



comportamiento no es connatural o instintivo, obedece a influjos externos a los que el organismo ha estado



sometido anteriormente: el condicionamiento clásico según Pavlov, el condicionamiento instrumental según



Skiner, los sucesos vívidos en la temprana infancia según Freud, los refuerzos secundarios según teorías más



recientes. Se deduce de esto que el aprendizaje elemental, la enseñanza y la vida humana en general, son



esencialmente reacciones a condiciones externas: comienzan en la temprana niñez con la imposición de



normas elementales de limpieza y otras interferencias que conducen a un comportamiento socialmente



aceptable y frenan la conducta que no lo es; siguen con la enseñanza, que se da mejor según los principios de



Skinner de refuerzo de las reacciones correctas y utilizando máquinas de enseñar; y acaban en un hombre



adulto incorporado a una sociedad opulenta que a todos hace venturosos, un hombre al cual se condiciona en



forma rigurosamente científica con los medios de información pública de las masas para hacer de él un



consumidor perfecto, o sea, un autómata que responde adecuadamente reaccionando de acuerdo con lo



preceptuado por el predominante conjunto político”... “El hombre como máquina que puede ser programada;



todas esas maquinas idénticas como automóviles salidos de la cadena de montaje; el equilibrio o la comodidad



como desiderátum; el comportamiento como una operación comercial de gasto mínimo y beneficio máximo; tal



es la expresión perfecta de la filosofía de la sociedad comercial. Estímulo-reacción, ingresos-salida, productorconsumidor,



todo ello corresponde al mismo concepto expresado en términos distintos”.



Sigue el profesor Bertalanffy: “Se me da un ardite en qué medida los profesores A, B o C hayan modificado a



Watson, Hull y Freud o reemplazado sus tajantes asertos por circunloquios más restringidos y alambicados.



Pero sí me importa, y mucho, que su espíritu siga dominándolo todo en nuestra sociedad y, lo que es más, que



se juzgue necesario para la supervivencia de. la misma; es reducir al hombre al nivel inferior de su naturaleza



animal y manipularlo con miras a degradarlo a consumidor autómata y estúpido, a un fantoche manejado por



los hilillos de la fuerza política entonteciéndole sistemáticamente con un perverso sistema de enseñanza; en



resumen, deshumanizándolo más y más por medio de una complicada tecnología psicológica. Los efectos de



tales manejos los vemos en todas partes: “en la indecible vulgaridad de la cultura popular; en los insufribles



niños y mozalbetes que no saben hablar su propia lengua cuando ingresan a la Universidad, pero permanecen



embobados ante el televisor cinco horas diarias”... “sociedad en la que la insensata y despiadada competencia



llena millares de manicomios; en la política que ha transmutado la democracia de Jefferson en un rebaño fácil



de manejar”... “la persuasión de la multitud es una de las artes más antiguas”... “el arte de persuadir a la



multitud pasó a ser una ciencia que utiliza mecanismos y técnicas psicológicas”... “Éste, además de las armas



nucleares es el gran descubrimiento de nuestra época: la facultad de modelar a los hombres y trocarlos en



autómatas “compradores” de todo, desde pasta dentífrica y Beatles hasta presidentes, la guerra atómica y el



propio aniquilamiento”.



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El sapiens, alienado por estas poderosas fuerzas, es un simple títere al cual no le queda otro recurso que vivir



su vida y cumplir con el papel que le ha sido asignado en el drama de la creación.



¿No será ésta una gigantesca y horrenda conspiración planificada por anónimas potencias, o será sólo un



pasatiempo de los dioses?



El bombardeo constante de los medios audiovisuales que impactan poderosamente a la psiquis del sujeto,



los múltiples requerimientos de la sociedad, y la complejidad creciente de la vida civilizada mantienen a la



persona fascinada y en suspenso, como en un verdadero trance sonambúlico, del cual difícilmente despertará,



ya que la relación entre el sujeto y el medio es un constante proceso de retroalimentación, el cual actúa como



elemento de mantención y refuerzo de la hipnosis.



El hermetista puede aislarse psicológicamente de esta influencia negativa y permanecer despierto, pero debe



obligadamente compartir con la gente las circunstancias materiales que ese derivan de esta situación de



sugestión colectiva.



Por cierto que la sociedad no es la causante del sueño sonambúlico del sapiens, sino que solamente actúa



manteniéndolo y reforzándolo. El sueño es una fuerza universal que está presente en todo el Cosmos, y que se



manifiesta de diversas maneras.



Según la tradición hermética, cuando el Supremo Creador expulsó al hombre del paraíso, lo castigó



injertándole en el cerebro un mecanismo de sueño hipnótico, a fin de que fuera un obediente siervo de las



viñas del Señor.



Los maestros herméticos, deseando compartir la dicha de un estado vigilia superior con quienes estén



preparados para ello, mantienen escuelas herméticas donde se concede al sujeto “una oportunidad” de



liberarse de la esclavitud del sueño que, convierte a los hombre en “instrumentos animados manuables”,



definición del esclavo dada por Aristóteles.



La Cofradía de los Brujos invita a todo aquél que esté lo suficientemente capacitado, a la realización de esta



magna obra para que se una a su movimiento espiritual. Afirmamos que el hombre puede recuperar el paraíso



perdido y aún ganar ventaja, ya que puede volver a habitarlo “después de haber comido el fruto prohibido”, que



según lo expresa la Biblia, haría al hombre similar a Dios.



Sin embargo, esta invitación es solamente para los que tengan “ojos para ver y oídos para escuchar, ya que



los labios de la sabiduría permanecen cerrados para el que no sabe escuchar”.



No se piense, no obstante, que cualquiera puede cruzar la puerta que conduce a la dicha suprema y a la



inmortalidad. Al revés, “muchos serán los llamados y pocos los elegidos”.



Cada persona tiene su “nivel personal”, y si ese nivel es demasiado bajo, cultural y conceptualmente



hablando, es insalvable el espacio que tendría que salvar para ponerse a la altura de una escuela iniciática



verdadera. Puede, en cambio, prepararse para la iniciación llevando una vida virtuosa y disciplinada,



procurando llegar a una autosuperación moral y espiritual. Muchas veces la vida misma ha preparado lo



suficiente a un individuo. No hay normas rígidas en esto; en determinados casos se exigirá a un individuo una



educación superior como requisito básico para ingresar a una escuela, ya que sin una base cultural le sería



imposible comprender la enseñanza, y su camino sería un “acto de fe”, lo cual es insuficiente.



Debemos considerar que a pesar de que el sapiens está íntegramente programado, y esto lo perjudica de la



manera que hemos analizado, posee la chispa divina, y que este sólo hecho le brinda de inmediato todas las



más grandes posibilidades de redención y ascenso.



Esto lo podemos observar en aquellas personas que por alguna causa tienen una chispa divina más



poderosa que lo común, y que demuestran este hecho realizando toda clase de buenas obras y enfrentando la



vida con un criterio superior. Si vivisectamos al hombre es sólo para mostrarle sus posibilidades de evolución, y



no con el ánimo de una crítica destructiva o cruel.



EL ALMA COLECTIVA DE LA ESPECIE



Aristóteles definió un esclavo como un “instrumento animado manuable”. Esta pavorosa descripción no ha



sido jamás tan acertada como hoy día si la aplicamos al ser humano en general, ya que el individuo es un mero



apéndice y caja de resonancia de la especie. El “homo sapiens” al igual que las otras especies animales, posee



un alma colectiva que regula y dirige la evolución de la raza. Esta alma colectiva produce las migraciones de



las aves, regula la reproducción, dirige los diferentes cambios y adaptaciones, provoca los períodos de celo, y



en general, dirige el comportamiento instintivo de las bestias. El sapiens por el hecho de pertenecer al reino



animal no puede estar libre de esta fuerza directora, la cual, en efecto, lo controla, dirige, supervigila, y regula,



actuando como una mente común que sofoca el pensamiento propio.



Esta alma común ha sido llamada por Jung, “el inconsciente colectivo”, sin llegar a hablar de un “alma



animal”, no obstante haber poseído, con seguridad, este conocimiento. Este inconsciente colectivo es en



realidad el alma animal del sapiens. El sólo hecho de comprender, aceptar, y “tomar el peso” a este asunto,



significa visualizar el fundamento más importante de la vida del sapiens, ya que el impulso bestial actúa como



el motivo básico de todas sus acciones.



La personalidad es sólo un reflejo del alma común, la cual moldea con un poder insospechado la psiquis del



sujeto. Es nada más que una emanación del depósito común, la cual se incorpora y personaliza en un



13



individuo, quien llega así a tener, si es que se puede usar esta expresión, “un alma animal de su propio



peculio”, miniaturización y singularización de la gran alma colectiva.



De este modo, el sujeto recibe de sus padres una herencia corporal y genética, y de la humanidad, el legado



del poder y de la inteligencia animal. En estas condiciones, ya es muy difícil que el sujeto llegue a



sobreponerse a esta compulsión arrolladora y pueda llegar a formar su propia personalidad individual. Debe



conformarse con compartir el destino común de sus congéneres, a no ser que tenga la “suerte” de llegar a una



escuela hermética.



Sostenemos que no puede haber un verdadero progreso espiritual y moral si el hombre no corta el cordón



umbilical que lo une al computador central de la especie, el cual sustenta las características “bestiales”.



Este acontecimiento memorable, único, trascendental e irreversible, es el que se lleva a cabo en el seno de



las verdaderas escuelas herméticas. Las otras, en cambio, no tocan para nada el alma animal del estudiante,



limitándose a impartirle determinada enseñanza, la cual, con seguridad, será utilizada para bestializar aún más



la inteligencia.



He aquí un fenómeno común de nuestro tiempo: la bestialización de la inteligencia. Mientras más inteligente



se vuelve un individuo, más grande será el poder de su bestia, quien utilizará ese intelecto para satisfacer sus



propios instintos, sin preocuparle nada más.



El programa colectivo (del alma colectiva) basado en una feroz e inhumana competencia, obliga al individuo a



matar para comer. La muerte tiene muchos grados, y la destrucción física es el último. Antes viene el lento



declinar proveniente de la destrucción de los anhelos interiores. Podemos matar anulando las voluntades



ajenas o explotando sin misericordia a otros; devolviendo mal por mal, destruyendo el amor, la cordura, la



felicidad, y la paz de las personas; calumniando, injuriando, o manifestando una fría insensibilidad ante los



problemas ajenos.



El futuro de la raza humana no parece muy promisorio: el acelerado desarrollo de una inteligencia fría y



deshumanizada, sin amor ni contenido espiritual.



El “progreso” está concibiendo titanes de la inteligencia, pero pigmeos del espíritu, con la conciencia y la



sensibilidad humana atrofiadas por un vasto programa cerebral y cultural al servicio ulterior del computador



central de la especie.



La única posibilidad de salvación la tiene el individuo aislado, es decir, aquél que por medio de la cultura



hermética logra su autonomía vital, desligándose del cerebro central.



Por desgracia no pueden salvarse todos, ya que junto con la extinción de la especie sapiens se producirían



graves desequilibrios cósmicos al dejar de operar el computador central, el cual cumple funciones necesarias



para la armonía planetaria de nuestro sistema.



¿Qué porvenir espera a quienes no pueden salvarse?



Nada dramático ni espectacular, unos podrán reencarnar y seguir una lentísima evolución a través de



muchas vidas, y otros se desintegrarán, es decir, tendrán el tipo de muerte que espera la mayor parte de la



gente materialista, que cree que todo se acaba en la tumba.



La telaraña onírica que apresa al hombre es tremendamente sutil y compleja, pero al mismo tiempo



brutalmente evidente cuando se aprende a observar determinados fenómenos de la psicología social. Las



personas, aún cuando busquen algo superior, se dan vuelta en el círculo vicioso de los modelos de



comportamiento dictados por la cultura. Mientras más estudian menos saben, y menos comprenden. Todos sus



esfuerzos son capitalizados por el computador central, quien los capitaliza para el acervo cultural comunitario.



¿Cómo tuvo su origen este computador central?



Se formó gradualmente desde que el hombre existe sobre la tierra por la acción del medio ambiente sobre su



psiquis. Es hijo de las emanaciones de Dios y de las emanaciones del hombre. Seguirá creciendo y



perfeccionándose en virtud de la vida misma del ser humano, pero lo sobrevivirá a éste, ya que esta fuerza,



llamémosla “inconsciente colectivo”, o “computador central”, no necesita, una vez creada, de un soporte



material o biológico para seguir existiendo.



El individuo no existe mental o ideológicamente hablando, ya que es inseparable de la cultura. Ésta se rige



por los modelos de comportamiento aceptados por la sociedad, la cual en última instancia es gobernada por el



computador central. De este modo, la cultura que tanto bien hace al hombre en algunos aspectos, en otros,



podemos considerarla la verdadera homicida de la chispa divina, de la libertad y de la conciencia, ya que



encasilla, limita, obliga, presiona, hipnotiza y posee al individuo con una potencia irresistible, modelándolo de



acuerdo a una plantilla única que se establece como prototipo de producción de hombres-robot, esclavos que



el computador central necesita para mantener en movimiento el espectáculo de la vida.



En una sociedad enferma, como la nuestra, tendremos indefectiblemente una cultura enferma y alienada por



los estereotipos colectivos. Nuestra sociedad está realmente enferma, y vivimos en ella verdaderos sueños



infernales, dignos de la “Divina Comedia”. Cada ser encierra un mundo de problemas y conflictos de toda



índole. Por suerte, o por desgracia, el hombre embota sus facultades superiores y no advierte todo el horror de



su existencia en un mundo trastornado. Un aforismo popular dice que “en el mundo de los ciegos, el tuerto es



rey”. Algo así ocurre en nuestra civilización, en la cual, las formas superiores de gobierno y dirección



comunitaria no están sometidas a ningún tipo de control de sanidad mental. Somos dirigidos en mayor o menor



medida por individuos de los cuales ignoramos total y absolutamente su grado de trastorno o enfermedad



mental. Basta que alguien aparente ser normal para que sea aceptado como tal.



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Sabemos que la perturbación mental es uno de los fenómenos más difíciles de advertir y evaluar, aún por los



profesionales especializados. El sujeto común está imposibilitado de percibir este trastorno.



Parece increíble que en una civilización que se dice avanzada, se haya descuidado tan importante tema, ya



que sabemos que es un pequeño grupo de hombres el que dirige a la gran masa. ¿Cuántos de los que forman



parte de ese grupo de dirigentes son perturbados con problemas graves? ¿Un 30%, o acaso no 50%, o tal vez



su gran mayoría? ¿Ha evaluado alguien el daño que esto significaría para la humanidad? No importaría gran



cosa que sufrieran perturbaciones mentales aquellos sujetos que no ocupan cargos públicos o directivos de



importancia, pero tratándose en cambio de personas cuyo radio de acción social es muy amplio, resulta



absurdo, inconveniente e irracional que no sean sometidas obligatoriamente a controles periódicos, destinados



a evaluar su salud mental y psicológica.



En este momento, es perfectamente posible que el magistrado que administra justicia en el sector donde



usted vive, sea un perturbado mental. Esta contingencia no puede ser refutada por ningún psiquiatra, ya que la



enfermedad mental jamás ha sido espectacular y aparente, sino más bien, solapada, oculta e insidiosa. De



hecho, se sabe que no existe la persona que no presente elementos patológicos en su función mental. La



gravedad de estos factores es la ignorada.



En el caso del magistrado a que hacíamos referencia, si efectivamente éste tuviera una mentalidad



patológica de cierta gravedad, se daría el horrible caso de un perturbado mental autorizado por la sociedad



para manipular a las personas, administrando la justicia de acuerdo a sus complejos, frustraciones, manías y



traumas. A esto puede objetarse que un juez no hace sino atenerse al texto de la ley, pero si analizamos en



conciencia, comprenderemos que el código es sensible a muchas interpretaciones personales.



Cabe preguntarse cuántos jueces paranoicos existirán en el mundo, desvirtuando totalmente la sagrada



imparcialidad de la ley; cuántos personajes públicos importantes que son víctimas de la histeria, la



megalomanía, el egocentrismo, el ansia desenfrenada de poder, el sadismo, o la pérdida absoluta del sentido



de la autocrítica.



No existe ningún tipo de control de salud mental sobre aquellas personas que en virtud de su cargo están



afectas al fenómeno de la “inflación” psicológica por el prestigio que su cargo les confiere. Esta palabra,



acuñada por Jung, designa la desorientación que experimenta una persona al identificarse con el cargo que



desempeña y extraviarse en su autoevaluación. De este modo, un médico, por ejemplo, podría “inflar” o elevar



su propia persona a la altura de la importancia y dignidad que la sociedad ha conferido al médico por medio de



un título profesional. Pero el sujeto no es lo que su cargo o puesto representa, sino meramente una persona,



por lo cual no puede él mismo ostentar toda la importancia y grandeza otorgada a la profesión médica en



general, colegio al cual pertenecen miles de personas. Sin darse cuenta, el sujeto sometido a la “inflación”,



pretende usurpar o atribuirse él solo, la fuerza, el poder y la importancia que no pertenece a él mismo, sino que



es otorgado por la sociedad.



Sabemos que no hay control psicológico, que fatalmente, miles de víctimas inocentes pagan de diversos



modos la insania de quienes están encargados de administrar nuestra civilización. Errores judiciales, abusos de



poder, equivocaciones políticas fatales que degeneran en conflictos armados, usurpación del poder por mafias



financieras, sistemas educacionales obsoletos o erróneos; todo esto provocado de alguna manera por



perturbados mentales. Incluyo entre estos enfermos a quienes venden su honor, su dignidad, su decencia, y su



persona, por una recompensa económica.



También es cierto que hay grandes éxitos, descubrimientos muy beneficiosos y obras muy positivas, pero



desgraciadamente, por un motivo u otro, rara vez producen una acción mundial decisivamente positiva. Es



como curar las ramas de un árbol mientras se pudre su tronco o sus raíces. En efecto, ningún acontecimiento o



descubrimiento científico será trascendentalmente importante mientras no pueda cambiar la naturaleza



humana, elevándola a un nivel superior.



De otro modo, serán sólo piedrecitas que llegarán a formar un monte, sólo en eternidades de tiempo. Sin



embargo, para comprender esto, hay que darse cuenta que no existe real progreso y evolución si no cambia la



naturaleza humana.



Es precisamente en esa magna obra que los Grandes Iniciados herméticos están empeñados, y es por eso,



como ya lo hemos dicho, que existen algunas verdaderas escuelas herméticas donde se concede una



oportunidad a la gente.



A fin de llegar a una comprensión más amplia de la mecánica de actuación del alma colectiva o computador



central, es preciso analizar la actuación psicológica de las multitudes, lo que permite comprobar la acción



encubierta de cierto tipo de fuerzas que se posesionan de las personas bajo determinadas circunstancias.



Transcribimos algunos párrafos de la obra de Gustavo Le Bon, “Psicología de las Multitudes”.



Dice Le Bon “En el sentido ordinario, la palabra muchedumbre representa una reunión de individuos,



cualesquiera que sean los accidentes que los reúnan.



“Desde el punto de vista psicológico, la expresión “muchedumbre” toma otra significación muy distinta. En



ciertas circunstancias dadas, y solamente en estas circunstancias, una aglomeración de hombres posee



caracteres nuevos muy diferentes de los individuos que componen esta aglomeración. La personalidad



consciente se desvanece, los sentimientos y las ideas de todas las unidades, son orientados en una misma



dirección. Se forma un alma colectiva transitoria, sin duda, pero que presenta caracteres muy puros. La



colectividad entonces se convierte en lo que a falta de una expresión mejor, pudiéramos llamar una



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muchedumbre organizada, o, si se prefiere así, una muchedumbre psicológica. Entonces forma un solo ser y se



encuentra sometida a la ley de unidad mental de las muchedumbres.”



En esta descripción de Le Bon podemos ver como el computador central actúa con fuerza al agruparse las



personas en muchedumbres psicológicas. No obstante, muchedumbre pueden ser 2, 3, 5 ó 40 personas, ya



que su significado psicológico (“muchedumbre”) es diferente del común. Cuando un sujeto ha desarrollado una



fuerte individualidad es menos sensible en el momento a la coerción de la masa.



Continúa Le Bon “En todo lo que es materia de sentimiento, religión, política, moral, afectos, antipatías, etc.,



los hombres más eminentes no pasan sino muy raramente el nivel de los individuos más comunes. Entre, un



gran matemático y su zapatero puede existir un abismo desde el punto de vista intelectual; pero, desde el punto



de vista del carácter, la diferencia es muy frecuentemente nula o muy débil”... “Las aptitudes intelectuales de



los individuos... y, por consecuencia su individualidad, se borran en el alma colectiva. Lo heterogéneo se anega



en lo homogéneo y dominan las cualidades inconscientes. Precisamente esta comunidad de cualidades



ordinarias es la que nos explica por qué las multitudes no sabrán nunca realizar actos que exigen una



inteligencia elevada. Las decisiones de interés general tomadas por una asamblea de hombres distinguidos,



pero dedicados a especialidades diferentes, no son sensiblemente distintas de las decisiones que tomaría una



reunión de imbéciles. En las muchedumbres lo que se acumula no es el talento sino la estupidez”



“Desvanecimiento de la personalidad consciente, predominio de la personalidad inconsciente, orientación por



vía de sugestión y contagio de los sentimientos y de las ideas en un mismo sentido, tendencia a transformar



inmediatamente en actos las ideas sugeridas; tales son, pues, los principales caracteres del individuo en la



muchedumbre. No es el individuo mismo, es un autómata, en quien no rige la voluntad. Así, por el sólo hecho



de formar parte de una muchedumbre, el hombre desciende muchos grados en la escala de la civilización.”



Más adelante expresa: “Las muchedumbres respetan dócilmente la fuerza y son mediocremente



impresionadas por la bondad, que para ellas, es una forma de debilidad”.



“Sus simpatías no han sido concedidas nunca a los dueños benignos, sino a los tiranos que los han



aplastado vigorosamente. Siempre elevan estatuas para estos últimos. Si alguna vez pisotean con gran



satisfacción al déspota caído, es porque habiendo perdido su fuerza, entra en la categoría de los débiles, a



quienes se desprecia porque no se les teme”... “Siempre prontas a sublevarse contra una autoridad débil, la



muchedumbre se inclina servilmente ante la fuerte. Sí la fuerza de la autoridad es intermitente, esa misma



muchedumbre, obedeciendo siempre a sentimientos extremados, pasa alternativamente de la anarquía a la



servidumbre y de la servidumbre a la anarquía. Por otra parte, creer en el predominio de sus instintos



revolucionarios sería desconocer bastante la psicología de las muchedumbres. En este punto, nos ilusionan



solamente sus violencias. Sus explosiones de rebeldía y de destrucción son siempre muy efímeras. Las



muchedumbres están demasiado regidas por lo inconsciente y bastante sometidas, por consecuencia, a la



influencia de herencias seculares para no ser extremadamente conservadoras; abandonadas a sí mismas,



abandonan bien pronto sus desórdenes y se dirigen, por instinto, hacia la servidumbre.”



Podemos ver a través de esta acertadísima descripción, de Gustavo Le Bon, como el computador central



manipula a las personas convirtiéndolas en marionetas al servicio de un plan establecido.



¿Qué plan? El plan evolutivo del sapiens, el cual debe ajustarse a ciertas reglas del juego, las cuales, a



grosso modo, son las siguientes:



1. El sapiens no es ni puede ser libre, considerándolo colectivamente, como especie.



2. El sapiens debe nacer, sufrir, amar, gozar, reproducirse, construir civilizaciones, destruirlas, enfermar, y



morir, sólo para beneficio de potencias superiores invisibles, quienes capitalizan el “producto vital”. (¿Acaso, a



su vez, el sapiens no profita de otras especies animales?) (¿Acaso no hay algunos animales que sólo existen



para alimentar al sapiens?) (El mineral se alimenta de rayos cósmicos; la planta del mineral; el animal de la



planta; el hombre, de todos ellos; y los dioses, se alimentan del hombre.)



3. El sapiens es, por lo tanto, un esclavo a perpetuidad. No obstante, ejemplares individuales o aislados



(separados del grupo), pueden llegar a ser libres.



4. La única libertad posible es la liberación del computador central, y el único modo de lograrlo consiste en



vencerse y trascenderse a sí mismo.



5. El sapiens está obligado a cumplir con las reglas del juego del plan que se le ha asignado.



6. La evolución del sapiens se realizará inevitablemente con el tiempo, pero con la medida del tiempo



cósmico y no terrestre. Tal vez sean millones de años terrestres los que tenga que aguardar para llegar a la



perfección.



7. No existe la evolución del individuo sapiens; sólo la de la especie, a la que se refiere el punto anterior. Si



un individuo sapiens quiere evolucionar, debe transformarse en mutante humano, para el cual sí existe la



evolución.



8. Existen otras reglas de juego, pero solamente pueden ser reveladas las que ya hemos señalado.



A fin de explicar el modo de operar de este plan sapiens, estableceremos la jerarquización de las fuerzas



operantes.



Este diagrama pretende describir someramente las fuerzas básicas que actúan en el Universo: Dios, el



creador, en su doble manifestación de vida y muerte, luz y sombra, sueño y vigilia, degrada su poder hasta



llegar a actuar en lo concreto por medio de ciertos “ángeles”, a los cuales la tradición hermética denomina



Arcontes o señores del destino, quienes dirigen el plan evolutivo.



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Este plan, en lo que al sapiens se refiere, se mantiene en virtud de la energía sueño, tal corno puede



apreciarse en el grabado. Sin embargo, puede verse allí que la irradiación divina de la energía luminosa, que



llamamos vigilia, llega hasta el planeta tierra, pero no se manifiesta en el sapiens. La energía sueño, dirigida o



manipulada por los Arcontes, mantiene la programación del sistema hasta en la unidad más pequeña de grupo:



la familia.



Quien tenga “ojos para ver y oídos para escuchar”, sacará incalculable provecho de la comprensión de este



sistema.



Solamente con el fin de señalar un ejemplo práctico, aplicaremos esta clave maestra para explicar extraños



hechos en la vida de Jesús, pero que a la luz de esta llave se aparecen de una racionalidad y claridad



meridiana.



¿Por qué Jesús aparece tan tremendamente antagónico a la familia?



Recordemos sus palabras: “Pues he venido a poner a un hombre contra su padre, y a la hija contra su madre,



y la nuera contra su suegra. Y los enemigos del hombre deben ser sus propios familiares. Aquél que ama a su



padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y aquél que ama a su hijo o a su hija mas que a mí, no



es digno de mí”. Cuando se le dijo a Jesús que su madre, y sus hermanos estaban fuera y deseaban hablarle,



dijo: “¿Quién es mi madre? ¿Quiénes son mis hermanos? Y alargó su mano hacia sus discípulos diciendo: “He



aquí a mi madre y a mis hermanos”. Cuando uno de los discípulos le pidió que le dejara ir a enterrar a su



padre, Jesús le dijo: “Sígueme; y deja que los muertos entierren a sus muertos”.



¡Curiosas palabras para quien predicaba el amor!



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Sin embargo, la explicación es simple; observando nuestro diagrama veremos que la familia es el núcleo último



de mantención de la energía sueño o hipnótica, instrumento de esclavitud del sapiens a la inconsciencia



animal. De este modo, si Jesús pretendía que sus discípulos vieran la luz, despertaran, y evolucionaran, tenía



necesariamente que romper las cadenas del sueño.



Se comprende que este ejemplo puede aplicarse solamente a quienes desean abrazar para siempre un



camino de superación espiritual apartado del mundo y de los humanos afectos, como debe haber sido el caso



de los doce apóstoles. También es preciso comprender que pueden existir dos familias: la familia animal (del



sapiens) y la familia divina (humana). Huelga decir que toda familia que en virtud de la superación espiritual de



sus componentes se libera de la acción del sueño, se convierte, en verdad, en “la divina familia”. Se trata de



que el núcleo familiar se mantenga sólidamente unido, pero no por la fuerza onírica o los simples lazos de



sangre, sino por una auténtica “comunión” espiritual.



En lo que se refiere a su libertad material, el sapiens tendrá un gran progreso y seguramente se liberará



algún día del dicho bíblico “ganarás el pan con el sudor de tu frente”. El avance de la ciencia y de la técnica



permite suponer o prever que la jornada de trabajo se irá acortando en la misma proporción en que la



automatización de máquinas especializadas (robots) se encargue del trabajo pesado, que el hombre debe



realizar. Son previsibles también extraordinarios avances médicos y la aparición de nuevas invenciones que



hagan la vida terrestre cada vez más placentera y agradable, todo lo cual, al no ir aparejado a un aumento en



el nivel de conciencia de la gente, conducirá a un estado de “barbarie civilizada”. Nuestros descendientes serán



bárbaros extraordinariamente inteligentes, poseedores de una avanzadísima técnica, pero con atrofia



progresiva de sus músculos y de su conciencia espiritual.



El fenómeno de la “inflación psicológica”, divulgado por Jung, al cual nos hemos ya referido, afecta



fuertemente al hombre común, el cual, al identificarse con la ciencia, las artes, la cultura, el progreso



tecnológico, y la civilización, los absorbe en su propio ser, confundiéndolos consigo mismo. De esta manera



pierde de vista a su propia persona, y vive en un nivel de importancia y calificación que le es absolutamente



ajeno, y que corresponde en realidad a la suma total de los esfuerzos del hombre desde que éste existe sobre



la tierra. Mediante un truco psicológico multiplica su propio valor por millones, y el resultado es una profunda



satisfacción de la autoestima.



Siempre, para analizar a una persona y juzgar su valía individual, debemos despojarla de todos los honores,



dignidades herencias, autoridad, y privilegios que la sociedad le confiere. Por desgracia, nuestro análisis será



muy desalentador, ya que en la mayoría de los casos no encontraremos, en el interior de este ente “inflado” al



ser humano que bajo esta cobertura pretendemos hallar; ha fallecido devorado por la vida misma, o tal vez



nunca ha existido.



Es por eso que el sujeto siempre se esconde bajo numerosas máscaras y disfraces, ya que así pasa



desapercibida su absoluta insignificancia. “Mientras más pequeño es un individuo, más trata de “inflarse” a si



mismo para darse importancia ante los demás y elevar así su autoestima.



La psicología afirma que el más profundo principio de la naturaleza humana es el deseo de ser apreciado, y



que existe por lo tanto, una exigencia de autoexaltación. Se dice que la experiencia más ambicionada por el



hombre es el aumento de su autoestima, y que el rasgo más imposible de desarraigar es la vanidad.



El doctor Gordon Allport expresa lo siguiente: “Cualquiera que sea el carácter de la autoestima, sus formas



más puras de expresión traen consigo extraordinarias estrategias de la conducta, tendientes a mantener el



prestigio personal, a no perder la estimación en sí mismo. El individuo puede ocultar sus verdaderas emociones



y adoptar un aspecto falso, recubrirse con una máscara. La persona que resulta de esta actitud protege al



sujeto de heridas narcisistas” ... “Lo más espectacular es la capacidad que tienen los hombres de engañarse a



sí mismos en interés de la autoestima” ... “Las técnicas de autoengaño son muchas y se agrupan bajo la



denominación general de “racionalizaciones” ... “El razonamiento descubre las causas reales de nuestros



actos, la racionalización, encuentra buenas razones para justificarlos.”



Podemos advertir como el individuo mismo, en lo que a su propio Yo se refiere, trata por todos los medios



posibles de poner la mayor distancia posible entre ese Yo y la realidad qué lo circunda. Mientras más



“amortiguadores” existan entre el sujeto y el mundo, más apaciblemente dormirá éste, ya que se alejará



substancialmente de la realidad, percibiéndola a lo lejos, como una vaga sospecha a través del tejido de sus



mecanismos protectores, como es la personalidad y su función. La personalidad está al servicio del programa



del sujeto, aún más, forma parte de este programa, y es el artilugio psicológico destinado a mantenerlo y



reforzarlo. El estudio de los mecanismos de la personalidad resulta de una utilidad invaluable para comprender



el sistema operativo del computador central.



Alma colectiva o computador central, personalidad, cultura, sociedad, movimientos de masas, educación,



publicidad, televisión y prensa, son poderosas herramientas al servicio de Hipnos.



Existen minorías selectas de sujetos que por su esfuerzo personal llegan a destacarse de la masa y a



sobresalir por diversos motivos. Pueden pertenecer a una aristocracia intelectual, de sangre, o financiera, pero



en lo profundo, sirven al computador central con la misma docilidad de la masa, con la única diferencia que



éste los recompensa mejor.



Las grandes diferencias humanas son bastante superficiales, ya que interiormente las personas reaccionan



en forma más o menos parecida.



Por supuesto que existen algunos “elegidos”, hombres privilegiados cuya penetración intelectual logra, en



cierta medida, atravesar las barreras de lo superficial y aparente, individuos que por algún motivo resisten



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mejor la influencia hipnótica de la energía sueño. Sin embargo, sus escritos, sus palabras, o su prédica, se



pierden en el vacío de la multitud alucinada.



La dificultad para profundizar y comprender conceptos que no son de uso habitual hará casi imposible que



una persona evalúe la tremenda importancia que reviste el alma colectiva en la vida del ser humano. Basta



pensar, para aquilatar esta valía, que solamente somos una “emanación vital” del alma colectiva, una



estructura sin autonomía ni vida propia. A la luz de esta verdad podemos comprender muchos fenómenos



psicológicos poco claros, pero que tienen una importancia decisiva en la vida humana. Hablemos por ejemplo



de la angustia, motivo oculto de muchas acciones del hombre. Erich Fromm sostiene que: “la vivencia de la



separatidad provoca angustia: es por cierto, la fuente de toda angustia. Estar separado significa estar aislado,



sin posibilidad alguna de utilizar mis poderes humanos” “la conciencia de la separación humana sin la reunión



por el amor, es la fuente de vergüenza. Es al mismo tiempo, la fuente de la culpa y de la angustia. La



necesidad más profunda del hombre es, entonces, la necesidad de superar su separatidad, de abandonar la



prisión de su soledad”.



Debemos preguntarnos ¿por qué tanto miedo de separarse? ¿Y separarse de qué? Obviamente, esa



necesidad de unión corresponde a la ligazón con el alma colectiva o computador central. Todo intento o



posibilidad de separación, en virtud de una influencia externa o interna, produce pánico, y este pánico lo



experimenta “el animal humano” ante la amenaza de separarlo del rebaño.



Reflexionando en esto podemos comprender la magnitud del mal que aqueja al sapiens: no solamente no



quiere ser humano, sino que siente una profunda angustia ante la sola posibilidad de abandonar su condición



animal. Es por eso que el angustiado Sapiens ha inventado algunos trucos o soluciones fallidas o artificiales



que, le permiten amortiguar transitoriamente su profundo temor. Fromm habla de las siguientes tentativas para



escapar del estado de separación:



1. Los estados orgiásticos:



Por medio de la orgía el sujeto logra un estado transitorio de exaltación en el cual el mundo exterior



desaparece, y con él el sentimiento de separatidad con respecto al mismo. Esta orgía puede provocarse por



medio de las drogas, por rituales de cierta índole, por el alcohol, y por la experiencia sexual. Los rituales de



tribus primitivas ofrecen un cuadro de este tipo de solución, pero esta misma se presenta también en



sociedades más civilizadas, en los rituales religiosos que producen una experiencia de fusión con el grupo y



con una divinidad que al perdonar el pecado recompensa al creyente otorgándole el “estado de gracia”.



El alcohol y las drogas proporcionan una violenta pero transitoria sensación de unión con la gente o con el



mundo, pero cuando la experiencia orgiástico termina, se sienten más separados y angustiados.



2. La conformidad con el grupo:



Se trata de una unión en la cual el ser individual desaparece en gran medida, y cuya finalidad es la



pertenencia al rebaño. En la medida que el sujeto se haga idéntico a sus semejantes y acepte sus ideas,



patrones y costumbres sin pensar ni vacilar, se salvará de la separatidad, y por consiguiente de la soledad y la



angustia.



Sin embargo, el precio a pagar es muy grande, ya que comprende la libertad y la individualidad. Además,



como lo dice Fromm, la unión por la conformidad no es intensa ni violenta; es calma dictada por la rutina, y por



ello mismo, suele resultar insuficiente para aliviar la angustia de la separatidad, debiendo recurrir además a los



estados orgiásticos. Sostiene Fromm que la conformidad tipo rebaño ofrece tan sólo la ventaja de ser



permanente y no espasmódica, ya que el individuo es introducido en el patrón de conformidad a los 3 ó 4 años



y a partir de ese momento nunca pierde el contacto con el rebaño. Aún su funeral que él anticipa como su



última actividad social importante, está estrictamente de acuerdo con el patrón.



3. La actividad creadora:



En cualquier tipo de tarea creadora la persona que crea se une con su material, que representa el mundo



exterior a él. El hombre se une al mundo en el proceso de creación. Sin embargo, la unidad alcanzada por



medio del trabajo creador no es interpersonal y constituye por lo tanto, como los puntos anteriores, respuestas



parciales al problema de la existencia. La solución plena está en el logro de la unión interpersonal, la fusión con



otra persona, en el amor.



4. La unión por el amor:



Esta solución plena solamente podría lograrse al existir un verdadero amor y no una unión pasional, ni menos



simbiótica. La unión pasional sería aquélla en la cual la persona es esclava de una pasión y en realidad su



“actividad” es una “pasividad”, puesto que está impulsado; es el que sufre la acción y no el que la realiza. La



unión simbiótica es la que se produce al existir una dependencia en que ambos se necesitan mutuamente y



procuran “absorberse” recíprocamente. Es como una forma de vampirismo o parasitismo. La unión por el amor



solamente es válida cuando hay amor maduro, es decir, unión a condición de preservar la propia individualidad.



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A través de la profunda descripción de Fromm podemos ver como el sapiens tiene como motivación principal



en la vida, su profunda angustia, basada en el temor a la liberación con respecto al computador central.



Sugerimos al lector que analice cualquier aspecto de la psicología social usando la clave maestra del



conocimiento del Alma Colectiva en el sapiens. Sea el amor, sea la política, la guerra, el arte la moral, la justicia



o la injusticia; todo lo podrá entender con la comprensión previa del misterio del Computador central.



A estas alturas, muchos lectores pueden sentirse preocupados, porque tal vez esperaban más “magia”,



misterio y ocultismo. Deseaban quizá la revelación de fantásticos secretos que le permitirían desdoblarse con



un simple “abracadabra” o alcanzar la clarividencia con la apertura del tercer ojo. ¡Paciencia!, el más



impaciente y superficial es el que menos ve. Solamente el que intuye que las grandes verdades se encuentran



en lo simple, puede llegar a ver bajo la superficie de las apariencias. La gente siempre busca lo complicado,



creyendo encontrar una equivalencia entre complejidad y verdad. Si meditamos profundamente nos daremos



cuenta que es mucho más difícil reparar en lo simple que en lo complejo. Lo simple se aparece tan desprovisto



de atractivo que nadie se preocupa de estudiarlo o de esforzarse por penetrar la superficie. No obstante, la



verdad está en lo simple, y es por eso que se afirma que la “verdad está escrita en el libro abierto de la



naturaleza”. La verdad está “botada” por todas partes y nadie repara en ella. Es más difícil “conocer lo que ya



se conoce” que aquello que se ignora. Lo conocido no llama la atención, y existe ya sobre ello una cantidad de



prejuicios.



Es por eso que el intelecto lo arrincona en el desván de lo insignificante e inservible, despreciando el



profundo tesoro que puede encerrar.



El misterio del ocultismo y la magia se basa en la comprensión de lo que es de todos conocido pero que



nadie comprende. Es por eso que el vulgo anda tan perdido y desorientado al tratar de encontrar misteriosos



maestros en la India, de dominar extrañas cualidades parasicológicas, o de encontrar curiosos y desaparecidos



manuscritos con los “secretos mágicos”.



La palabra “ocultismo” no designa un conocimiento desconocido, sino una enseñanza que está oculta. Oculta



por la tontería humana, por el snobismo, la superficialidad, la fantasía, y la falta de un estado de conciencia



superior. Es por eso que muchas veces, al faltar el “abracadabra” el estudiante se siente defraudado ya que él



esperaba lo “mágico”. Pero, ¿cual es generalmente el concepto de lo mágico? Lo mágico es el alimento de la



esperanza de los flojos, los cuales creen que basta aprender ciertos trucos o alcanzar ciertos “poderes” para



poder alcanzar sin esfuerzo alguno, por arte de magia, la realización de todos sus deseos. Es decir, conciben el



arte mágico como el ejercicio de lo arbitrario, en un procedimiento en el cual el mundo y la naturaleza estarían



sometidos a los caprichos o arbitrarios deseos del hechicero. Desde ya, debemos desilusionarlos, porque lo



arbitrario no existe en el Universo, y de existir, provocaría la destrucción del Cosmos.



La gente le tiene horror al esfuerzo, y por lo tanto, lo “mágico-fácil” tiene un atractivo extraordinario sobre los



incautos. Parafraseando a Hermes Trismegisto podemos afirmar que “como es arriba es abajo” y que por lo



tanto, tal como la obtención de algo físico o material demanda trabajo, tiempo, y esfuerzo, igual ocurre con lo



hermético, arte en el cual, solamente después de un largo proceso iniciático, es posible recién comenzar a dar



los primeros pasos. Sin embargo, no debemos tampoco olvidar que el esfuerzo va en relación a la importancia



de la meta que perseguimos, y que no conocemos ninguna meta más alta y noble que la de llegar a convertirse



en un verdadero ser humano de altas cualidades espirituales.



Muchas personas identifican lo mágico con las dotes parapsicológicas, creyendo que la suprema meta del



Ocultismo consiste en desarrollar los poderes PSI. Se comprende el equívoco en virtud del completo



desconocimiento que existe en lo que a Ocultismo se refiere, cuyas metas espirituales no son ni temporales ni



relativas, sino infinitas, eternas, y absolutas, trascendiendo la materia, el momento histórico, la vida y la muerte.



¿SER 0 NO SER?



Este tradicional interrogante planteado por Shakespeare es también uno de los elementos básicos en los que



debe trabajar el estudiante de hermetismo. A primera vista, la pregunta parece el planteamiento previo a la



decisión de vivir o morir, ya que a nadie se le puede ocurrir pensar que “no es”, desde el momento en que tiene



una evidencia de existir, de verse a sí mismo, y de poseer un cuerpo material que ocupa un espacio. Cualquier



persona normal que se pregunte a sí misma: ¿Soy o no soy?, tendrá que responder afirmativamente.



Sin embargo, el hermetismo, afirma que el sapiens “no es”. ¿Cómo puede entenderse esto? Sólo a través de



una mayor precisión y profundidad en los conceptos. Es preciso, para esto, manejar dos triángulos filosóficos



que son los siguientes:



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El sapiens posee un cuerpo físico, con una chispa divina o espíritu, y un yo psicológico o personalidad. Si nos



preguntamos si Fulano de Tal es, y nos referimos al cuerpo y al yo psicológico, tendremos que responder



afirmativamente. Si nos referimos en cambio al espíritu o Yo superior, nuestra respuesta será negativa.



Para comprender esto tenemos que darnos cuenta que hablamos de una persona, y este sujeto vive en el



mundo material, en un cuerpo material. Este cuerpo se manifiesta plenamente, y esto es innegable, porque



ocupa un espacio. El Yo psicológico de este cuerpo también se manifiesta constantemente (tal vez no deja



jamás de hacerlo) y también tenemos una evidencia de esto. Sin embargo, el Yo Superior o el espíritu, a pesar



de estar encarnado en la materia, vive una existencia propia en un mundo que le es afín. Este Yo Superior no



se manifiesta ni en el cuerpo ni en el mundo concreto, y por lo tanto, “no es” en la realidad material del



momento presente.



Por cierto que para aquellas personas que no creen que exista un espíritu o “el espíritu” en el sapiens, esta



explicación carecerá en absoluto de valor. A estos individuos les pediría que se formularan a sí mismos la



siguiente pregunta: ¿Quién soy yo? Ciertamente, no soy el cuerpo ni soy “fulano de tal”. ¿Seré acaso “el



pensador”? ¿Quién soy yo?



Prosiguiendo con nuestra exposición, sostenemos que el espíritu o esencia inmortal, o Yo Superior, vive en



un “misterioso limbo”, al cual no tenemos acceso. Desde ese “limbo”, un fino hilo llega sin embargo hasta la



conciencia psicológica, dándole al sujeto el “sentido de lo espiritual”. No obstante, el espíritu jamás se



manifiesta en el cerebro del individuo, y por lo consiguiente, tampoco lo hace en la realidad concreta del mundo



material.



Por ende, si yo me pregunto, ¿Soy o no soy?, por referirse esto al Ser esencial, tendré que responder: Soy



en el limbo donde estoy como ser espiritual, pero no soy en el mundo material donde mi cuerpo físico vive la



realidad del momento presente. Y como no me sirve para nada Ser en el limbo, tendré que aceptar que No soy.



En cambio, “fulano de tal” (mi Yo psicológico) es, y existe en cierta medida, en la realidad material.



Aquí llegamos precisamente al objetivo básico perseguido por el verdadero Ocultismo (el esotérico y no el



exotérico) el cual es:



1. Que el sapiens se transforme en hombre.



2. Que ese hombre sea espiritual.



El hermetismo tiene la meta primera de la espiritualidad, concepto sobre el cual hay tantas ideas erróneas.



Para la mayoría de la gente, la espiritualidad es un misterioso estado místico en el cual el sujeto llega a la



pureza absoluta, absteniéndose de comer carne y de beber alcohol, observando una completa castidad sexual,



y viviendo apartado de la existencia material, en un océano de bondad, amor, y renunciamiento. Con



frecuencia, los pintores imaginan a los santos como hombres casi esqueléticos, de rostro muy delgado, ojos



hundidos y aspecto de mansedumbre. Casi todas las estampas de Cristo lo representan como un sujeto muy



débil y desnutrido, sin fuerza ni vigor. Esta falsa imagen de la espiritualidad es la que tratan de adoptar o imitar



todos aquéllos que por un medio u otro “tienen inquietudes espirituales”.



Llegar a ser espiritual significa en verdad una sola cosa, y esto es, “que el espíritu se manifieste a través del



propio cerebro. De esta manera el sujeto es espiritual, porque su espíritu tiene acceso a la realidad material,



concreta, y temporal. Ahora bien, que como consecuencia de este hecho se despierten ciertas cualidades



superiores en el individuo, es asunto aparte.



El concepto tiempo agregado al tema que estudiamos, nos permitirá visualizar el fenómeno del ser de una



forma mucho más luminosa. No nos interesa, en relación al tiempo, ninguna de las complicadas ecuaciones



einstenianas, sino el mero concepto de pasado, presente, y futuro. De hecho, nos interesa positivamente sólo



el presente; pasado y futuro representan sólo conceptos negativos en este análisis.



Recapitulemos y agreguemos el tiempo a nuestro proceso reflexivo:



El Sapiens posee un cuerpo físico el cual tiene un Yo psicológico y un Yo Superior o espíritu. Este cuerpo,



que es de materia, ocupa un lugar en el espacio y tiene una ubicación en el tiempo.”



Situemos ahora estas partes constituyentes en el tiempo y en el espacio:



Presente 1. Cuerpo físico



(lo concreto)



Sin duda alguna está ubicado en el



momento presente, es decir, existe en la



realidad del presente. Posee un espaciotiempo



correcto de acuerdo a nuestra



realidad terrenal.



Presente, pasado



y futuro



2. Yo psicológico



(lo mental)



Espacio:



Tiempo:



indeterminado



fluctúa entre el pasado,



presente y futuro.



Lo que es, ha sido



y será



3. Espíritu



(lo energético puro)



Espacio:



Tiempo:



Infinito



cósmico



En el Cosmos existen infinitas formas de vida, las cuales deben regirse por las realidades absolutas del



Universo. Sin embargo, dentro de estas realidades absolutas existen verdades temporales o relativas, las



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cuales son degradaciones de lo absoluto en una infinita escala de niveles, cada uno de los cuales tiene leyes



absolutas y relativas. En nuestra calidad de homo sapiens vivimos en la realidad del mundo que ya conocemos,



es decir, cuerpo material y tiempo terrestre. Si viviéramos en un distante planeta, tal vez tendríamos un cuerpo



etérico o gaseoso, y un tiempo adecuado al planeta donde existimos.



Por lo tanto, nuestra realidad primordial, como sapiens, es el mundo material del planeta tierra, regido por un



tiempo terrestre, medido por relojes terrestres. Ésa es nuestra realidad concreta, en lo que a nuestra vida en un



cuerpo biológico se refiere. Si hemos seguido atentamente el desarrollo de este tema, llegaremos a las



siguientes conclusiones:



1. Nuestro cuerpo físico vive ajustado a la absoluta realidad de las condiciones vitales que rigen nuestra



existencia. El tiempo terrestre transcurre para él de acuerdo a las pautas del reloj.



2. Nuestro Yo psicológico es un abanico abierto hacia el pasado, presente y futuro. Jamás está



completamente en el presente; ni en el pasado; ni en el futuro. Con respecto al tiempo, es disidente del cuerpo



físico, es decir, tiene una diferente ubicación en el tiempo.



3. Nuestro espíritu vive en un tiempo cósmico, pero él mismo, está más allá del tiempo. Es el que es, el que



ha sido, y el que eternamente será.



Nuestra incapacidad de ser espirituales reside en el hecho de que nuestro espíritu y nuestro cuerpo no



coinciden en el tiempo, por lo cual no puede haber una comunicación entre ellos. Para hacer coincidir nuestro



espíritu y cuerpo existen dos métodos básicos:



A = El CAOS



B = EL ORDEN



En ambos sistemas se necesita de un “mediador” o intermediario que sirva de contacto entre cuerpo y



espíritu. En el caso A el sujeto emplea el subconsciente (en el cual coexiste el pasado, el presente y el futuro)



para unirse a lo espiritual. Se le llama el caos porque se produce una desorientación en el tiempo y en el



espacio que puede afectar las condiciones materiales de vida del sujeto, pero que aumenta sus luces



espirituales.



En el caso B, del Orden, se crea por medio de la “teurgia” un mediador artificial, no subconsciente, sino



superconsciente. Más adelante nos extenderemos en este caso.



Se trata, por cualquiera de los dos medios, de llevar al espíritu a la realidad temporal del cuerpo físico, ya que



no puede hacerse a la inversa.



Para dilucidar el misterio del ser, el estudiante debe adentrarse acuciosamente en los conceptos que



equivalen al Ser y al No ser, es decir, que podemos identificarnos con dichos estados. El Ser, corresponde, por



supuesto, a la realidad, y el No ser a la fantasía. Expresado de otra manera, todo lo “fantástico” (en el sentido



de fantasía ilusoria) no es, ya que corresponde solamente a una visión subjetiva del individuo. Por el contrario,



la realidad Es, ya que equivale a la contemplación objetiva de un fenómeno que existe separadamente del



sujeto (externo), o bien, a un fenómeno interno, pero perfectamente estudiado, comprobado y delimitado.



Resulta abismante el observar hasta que punto el ser humano vive en un mundo personal (subjetivo)



puramente fantástico e ilusorio, sin llegar jamás a encontrarse con la realidad concreta y objetiva. Esto se



explica por lo que ya hemos hablado en torno al sueño, ya que cada persona tiene un mundo de sueños o



fantasías personales que corresponden a sus deseos y temores. Es así, como en cierta medida, cada persona



vive en “su propio mundo fantástico”, fabricado imaginativamente de acuerdo a sus necesidades inconscientes.



Existe una clave absoluta que nos proporciona un punto de referencia para comprender el misterio del Ser, y



esta clave se expresa en el siguiente concepto hermético: “la única realidad es la del momento presente; no



existe pasado ni futuro; ambos son ilusorios” (el pasado existió y el futuro existirá).



¿Qué es el presente? El presente es el punto exacto de unión entre el pasado y el futuro.



Si logramos comprender que la única realidad es la del momento presente, llegaremos hasta el fondo del



misterio del ser y el no ser. La vida está compuesta por una naturaleza real, absoluta e implacable; por el



sueño y por el tiempo. En esa vida nos encontramos con módulos de fantasía y módulos de realidad. Cada



módulo está siempre compuesto de 3 elementos: el tiempo, el espacio, y la persona. Según como se combinen



estos tres elementos, el sujeto Es, o No es.



Con el fin de entender esto nos construiremos la siguiente imagen del mundo:



1. Un espacio aparentemente inmutable e inmóvil.



2. Una huincha tal como la cinta de una computadora. Esta cinta está dividida en espacios, o graduada como



una cinta métrica. Cada grado corresponde a un segundo, y este sistema se mueve sobre el espacio inmóvil a



la velocidad de un grado por segundo. (Para el caso, da lo mismo que sea el espacio o el tiempo quienes se



muevan; lo básico es que uno de ellos lo hace.)



3. El hombre, de pie sobre la tierra (parte del espacio), al lado de la banda del tiempo.



Pensemos ahora que existen muchas cintas del tiempo en el Universo, una para el hombre, otra para los



minerales, animales, planetas, galaxias, etcétera. A nosotros sólo nos interesa para esta explicación, el tiempo



del hombre.



Supongamos que esta banda del tiempo humano se está moviendo a razón de un grado por segundo, y que



el hombre está parado al lado de esta medida y que debe caminar junto a ella. Detengamos el sistema por un



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momento y hagamos una marca roja en la cinta, exactamente frente al hombre, y pongamos todo en marcha



nuevamente.



En la medida en que el hombre se mantenga en la marca roja, vivirá en la realidad; es decir, ese sujeto ES.



Por el contrario, al apartarse de la marca, sea atrasándose o adelantándose con respecto a ella, el sujeto NO



ES.



La coincidencia con el tiempo nos lleva a la realidad de nuestra existencia; la descoincidencia a una



existencia fantástica. Aún más, es preciso también agregar a este esquema un elemento que falta para formar



un módulo. Este elemento es la actividad física y psicológica del sujeto en un momento dado. A fin de ilustrar



esto pondremos el siguiente ejemplo:



Fulano de tal, conocedor del secreto del tiempo, tal como aquí lo exponemos, logra una plena coincidencia



con el tiempo en este momento.



¿Cuál sería su situación?



Supongamos que su ubicación se ha producido en el grado 2 del tiempo (división imaginaria). En este grado



2 son las tres de la tarde y 42 segundos, y nuestro sujeto experimental se encuentra en su oficina, ubicada en



el centro de la ciudad. ¿Qué es lo real para este individuo? Solamente el espacio-tiempo con el cual está



físicamente conectado en ese instante. Ésta es su realidad primaria: es decir, su oficina con todo lo que ella



contiene y con la labor que esté ejecutando en ese momento. Su casa, su automóvil, su familia, todo aquello



que es ajeno a su función del momento, no existe sino como una realidad secundaria, ya que son elementos



con los cuales el individuo entrará en contacto en un futuro muy cercano, pero que por la misma razón, no



existen en ese instante, ya que la única realidad es la del momento presente.



Ahora bien, en la medida en que el sujeto proyecte su conciencia psicológicamente a una realidad secundaria



o a una fantasía (a lo que no está comprendido en su espacio tiempo del momento) el individuo dejará de



coincidir con el tiempo y caerá indefectiblemente en poder del sueño, la fantasía, y la irrealidad. Es por esto,



que oscuramente, se ha presentido en la concentración mental un arma poderosa para conseguir algo valioso.



Resulta obvio que una persona solamente puede mantenerse en coincidencia con el tiempo en relación directa



a su autodisciplina.



Si pudiéramos, de algún modo, entrar en coincidencia con el tiempo cósmico, viviríamos, seguramente, miles



o millones de años; nuestra edad sería planetaria y no humana.



El gran enemigo del individuo es el Yo psicológico, quien, como ya lo manifestáramos anteriormente, es un



verdadero abanico, abierto sobre el pasado, presente y futuro, imposibilitando así una coincidencia temporal



positiva.



La imaginación del sujeto lo hace proyectar su conciencia fuera del momento presente, viviendo así una



existencia irreal y fantástica; no existiendo. Debemos entender que si un hombre vive en otro tiempo, no es, en



el tiempo presente.



Es preciso añadir algo tremendamente importante, y es el hecho de que al existir coincidencia en el tiempo,



es decir, al ubicarse en la realidad del momento presente, se consigue la manifestación del espíritu en el



cerebro, logrando así ser espirituales. El secreto de la espiritualidad es por lo tanto el misterio del tiempo y de



su acción en el ser humano.



Para el hermetista las personas tienen dos edades:



1. La edad cronológica.



2. La edad real.



La edad cronológica es la que todos conocemos. La edad real es la suma de todos los pequeños momentos



en los cuales el espíritu se manifestó en el cerebro, y por lo tanto, tuvo acceso a la realidad material concreta.



Por diversos motivos, algunos accidentales y otros imputables al individuo mismo, el espíritu tiene algunas



manifestaciones corporales. Sin embargo, son tan raras y breves en la generalidad de las personas, que la



edad real de un sujeto de 40 años cronológicos puede ser de apenas 3 meses, semanas, días, e inclusive



horas. Esta edad real la obtenemos sumando los espacios de tiempo en los cuales se manifestó el espíritu,



momentos en los que el sujeto adquiere, a pesar de su brevedad, una amplificación y elevación de su



conciencia.



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Esto nos revela parte de los métodos usados por los hermetistas en el desarrollo espiritual de los estudiantes,



ya que al conseguir manifestar el espíritu y mantener esta condición, se produce inevitablemente un proceso de



verdadera evolución. Sin embargo, éste es un proceso largo y doloroso, ya que involucra la “transubstanciación



del verbo”, es decir, que el verbo o espíritu, se convierta en carne y sangre.



Esto es lo que enseñó Jesús a sus discípulos en la última cena al darles pan y vino, y decirles: “bebed que



ésta es mi sangre, comed que éste es mi cuerpo.”



Muy pocos aceptarían que esta afirmación fue literal y no simbólica. La mayoría, no se dará cuenta de todo lo



que aquí se dice, a pesar de la simpleza de nuestro lenguaje. Escribimos para una minoría, pero en el lenguaje



de las mayorías, a fin de que todos tengan una oportunidad.



Un módulo de realidad está compuesto por los siguientes elementos:



1. El sujeto en el espacio-tiempo correcto.



2. Lo que contiene el espacio del punto anterior (cosas materiales y psicológicas).



Un módulo de fantasía contiene:



1. El sujeto en el espacio-tiempo incorrecto.



2. Las cosas materiales e inmateriales que contienen el espacio anterior.



Resulta innecesario agregar que los Módulos de realidad constituyen una rara excepción. La mayor parte de



las personas viven casi permanentemente enredadas en la telaraña de la fantasía y el sueño, los cuales roban



al sujeto sus mejores posibilidades de alcanzar una verdadera conciencia y una real felicidad. Aún cuando



estos fenómenos se expongan claramente y se advierta a la gente de este peligro, sólo una pequeña minoría



comprenderá su precaria situación. Recordemos las sabias palabras de José Ortega y Gasset en uno de los



párrafos de su obra: “La rebelión de las masas”, cuando dice: “Todas las cosas de que habla la ciencia, sea ella



que quiere, son abstractas, y las cosas abstractas son siempre claras. De suerte que la claridad de la ciencia



no está tanto en la cabeza de los que la hacen como en las cosas de que hablan. Lo esencialmente confuso,



intrincado, es la realidad vital concreta, que es siempre única. El que sea capaz de orientarse con precisión en



ella; el que vislumbre bajo el caos que presenta toda situación vital la anatomía secreta del instante; en suma,



el que no se pierda en la vida, ése es de verdad una cabeza clara. Observad a los que os rodean y veréis cómo



avanzan perdidos por la vida; van como sonámbulos dentro de su buena o mala suerte, sin tener la más ligera



sospecha de lo que les pasa. Los oiréis hablar en fórmulas taxativas sobre sí mismos y sobre su contorno, lo



cual indicaría que poseen ideas sobre todo ello. Pero si analizáis someramente esas ideas, notaréis que no



reflejan mucho ni poco la realidad a que parecen referirse, y si ahondáis más en el análisis, hallaréis que ni



siquiera pretenden ajustarse a tal realidad. Todo lo contrario: el individuo trata con ellas de interceptar su propia



visión de lo real, de su vida misma. Porque la vida es por lo pronto un caos donde uno está perdido. El hombre



lo sospecha; pero le aterra encontrarse cara a cara con esa terrible realidad y procura ocultarla con un telón



fantasmagórico, donde todo está muy claro. Le trae sin cuidado que sus ideas no sean verdaderas; las emplea



como trincheras para defenderse de su vida, como aspavientos para ahuyentar la realidad”



“El hombre de cabeza clara es el que se libra de esas “ideas” fantasmagóricas y mira de frente a la vida, y se



hace cargo de que todo en ella es problemático, y se siente perdido. Como esto es la pura verdad a saber, que



vivir es sentirse perdido, el que lo acepta ya ha empezado a encontrarse, ya ha comenzado a descubrir su



auténtica realidad, ya está en lo firme. Instintivamente, lo mismo que el náufrago, buscará algo a que agarrarse,



y esa mirada trágica, perentoria, absolutamente veraz, porque se trata de salvarse, le hará ordenar el caos de



su vida. Éstas son las únicas ideas verdaderas: las ideas de los náufragos. Lo demás es retórica, postura,



íntima farsa. El que no se siente de verdad perdido se pierde inexorablemente; es decir, no se encuentra



jamás, no topa nunca con la propia realidad.”



“Esto es cierto en todos los órdenes, aún en la ciencia, no obstante ser la ciencia de suyo una huida de la



vida, (la mayor parte de los hombres de ciencia se han dedicado a ella por terror a enfrentarse con la vida. No



son cabezas claras; de aquí su notoria torpeza ante cualquier situación concreta). Nuestras ideas científicas



valen en la medida en que nos hayamos sentido perdidos en una cuestión en que hayamos visto bien su



carácter problemático y comprendamos que no debemos apoyarnos en ideas recibidas, en recetas, en lemas ni



en vocablos. El que descubre una nueva verdad científica tuvo antes que triturar casi todo lo que había



aprendido, y llegar a esa nueva verdad con las manos sangrientas por haber yugulado innumerables lugares



comunes.



En forma brillante, aunque a modo “profano” y no hermético, Ortega y Gasset expone lo difícil que resulta



encontrar “cabezas claras”, como él las llama, ya que los hombres se pierden tras la superficialidad de su



propio pensamiento y fantasía, sin llegar jamás a encontrar la realidad de la vida.



El sujeto común y cualquiera, no llega nunca a sospechar la magnitud de su extravío en el mundo que lo



acoge, ya que su prójimo carece tanto o más de orientación que él mismo. Por desgracia, el colegio y la



universidad no constituyen ninguna brújula en este aspecto, ni menos los códigos éticos y morales, ni las leyes



o reglas instituidas por la sociedad, ya que para serlo así, tendrían que ser diseñados por “cabezas claras”, las



cuales, por cierto, no abundan. Sin embargo, y esto lo hemos visto repetidamente en la historia, aparecen de



improviso y aisladamente, “cabezas claras”, que señalan el rumbo a seguir con una claridad meridiana. Por lo



común, la gente se mofa de tales inteligencias, como lo hace siempre el ignorante de aquello que no entiende,



como una defensa para no mostrar su invalidez intelectual.



Nuestro mundo, es por lo menos por el momento, un planeta de lisiados que se creen perfectamente sanos,



porque no conocen otra condición. Sin embargo, el daño no está ni en el cuerpo ni en la inteligencia; reside en



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la falta de conciencia. ¿Pero qué es esta conciencia de la cual hablamos? No es acaso lo que diferencia al



hombre de los animales? Ciertamente no, aun cuando lógicamente un sapiens es bastante más consciente que



un animal que no posee la chispa divina.



La conciencia a la cual nos referimos se origina por el ejercicio de una inteligencia desprovista de contenido



onírico. La inconsciencia, por el contrario, es la inteligencia de un sujeto dormido (lo cual como ya lo hemos



señalado en paginas anteriores, no daña el pensamiento mecánico o “inteligencia muerta”). Resumiremos en el



esquema siguiente lo que tratamos de explicar:



1) Inconsciencia: inteligencia nacida de un aprendizaje onírico. El nivel de vigilia del sujeto es muy bajo aún



cuando su intelecto sea “brillante”, ya que esta agudeza sólo refleja una gran agilidad para establecer



combinaciones con la información cerebral. La llamamos “inteligencia muerta” o “programada”.



2) Conciencia: inteligencia que se originó y desarrolló en base a un aprendizaje vigílico. El nivel de vigilia del



sujeto es constantemente alto. Podemos llamarla “inteligencia viva” o “desprogramada”.



Podríamos decir, entonces, para establecer una denominación, que el hombre es un “lisiado de la mente”. En



rigor de la verdad, el término “mente” lo empleamos sólo figuradamente, ya que el Sapiens carece de mente,



como lo explicaremos más adelante. No obstante, establecemos así, con la expresión “lisiado de la mente”, la



carencia e inoperancia absoluta o invalidez de la mente, a la cual, herméticamente hablando, consideramos



como la facultad superior del ser humano, la cual posee sólo en estado latente (el significado de algunas



palabras en el hermetismo es sensiblemente diferente del usual).



Debido a la falta de un estado de vigilia superior, el planeta tierra es un “pequeño infierno”, donde por gracia



divina o maldad infernal, el sujeto no advierte ni valora su precaria condición ni la oscuridad de su conciencia.



Como verdadero insano, cada Sapiens, a similitud, de don Quijote, el hidalgo castellano, arremete lanza en



ristre contra sus particulares molinos de viento. Así, combate tras combate, la juventud se pierde, las ilusiones



mueren, la pureza se marchita, y se desvanecen gradualmente los últimos resplandores de lucidez.



Si fuéramos dioses perversos o expoliadores inmorales, no podríamos idear nada mejor para hacer trabajar



tranquilos a un grupo de esclavos que hacerles creer por medio de hipnosis colectiva que son felices e



importantes. Contaríamos con perfectos autómatas de protoplasma que laborarían incansablemente



produciendo aquello que a nosotros nos interesara. Por añadidura, estos robots se fabricarían y mantendrían a



sí mismos. Se argumentará que el sapiens, a diferencia de otras especies, siembra, produce y labora sólo para



sí mismo y no para otros seres. Esto es efectivo en lo que se refiere a los productos y materiales que el sapiens



emplea para su propia manutención. Ninguna especie, no humana roba al sapiens el producto material de sus



esfuerzos. No ocurre lo mismo, en cambio, con los frutos sutiles producidos por el árbol humano (sistema



nervioso) en su existencia cotidiana. Éstos, son rápidamente “cosechados” por ciertos seres que se encuentran



en una escala evolutiva mucho más alta que el ser humano, verdaderos dioses del espacio, que profitan del



esfuerzo humano, pero que a la vez cumplen ciertas funciones cósmicas, es decir, ocupan un importante



puesto en la economía universal. Ya los hemos mencionado anteriormente, llamándolos, los Arcontes del



destino. También podríamos referirnos a ellos como los Dioses del Zodíaco, ya que son los que dirigen y



regulan la existencia humana en este planeta. Cuando se habla de una verdadera astrología, esto se refiere, no



a las “irradiaciones” de un planeta determinado, sino a la influencia de los dioses zodiacales, cada uno de los



cuales (son 72 en total) tiene características personales y definidas, influyendo de un modo peculiar sobre las



personas a quienes controla. Todos los habitantes de la tierra están bajo el gobierno de alguno o de varios de



estos dioses, quienes disponen, modelan y dirigen los destinos de la humanidad, pero no así el destino del



hermetista, quien alcanza, en un momento dado, su autonomía vital, desligándose del mandato de los



arcontes.



Los arcontes del destino son seres temibles, no porque sean malos, sino por su severidad fría e inexorable



en la manipulación del sapiens. Si tuviéramos que establecer un símbolo para ellos, sin duda alguna los



figuraríamos con un látigo en la mano, cilicio con el cual fustigan a la humanidad a fin de hacerla progresar, aún



cuando esta evolución sea imperceptible en nuestro tiempo terrestre. Estos jueces ocultos provocan, por



ejemplo, sin piedad alguna en sus corazones, una guerra mundial en la que mueren millones de personas.



Para ellos, estos difuntos no tienen mas valor que el asignado por el sapiens a los miles de animales que



sacrifica diariamente para alimentarse.



El sapiens, en su lucha inclemente por la existencia, y en sus múltiples relaciones con el medio natural y



social que lo circunda, experimenta inevitablemente toda suerte de tribulaciones, sufrimientos, decepciones, y



experiencias diversas, tanto gratas como ingratas. Como consecuencia de esto, su aparato emocional y



nervioso elabora ciertos elementos incorpóreos, pero de una extraordinaria potencia, los cuales “abandonan” el



cuerpo humano en forma de vibraciones (todo vibra, la materia es sólo energía vibratoria) que son emitidas por



antenas incorporadas en la unidad biológica, las cuales se encuentran orientadas o sintonizadas con la



frecuencia de los Arcantes, quienes así “cosechan” esta fuerza y las utilizan con fines que no divulgaremos,



volviendo a advertir, que de todos modos, cumplen una función cósmica.



Es así como el sapiens es despojado inadvertidamente del producto más noble producido por él mismo: el



destilado final de la experiencia humana, caldo en el cual está la sangre, el alma, y la vida misma del sujeto, ya



que vivió para esto, sufrió, amo, gozo, trabajó, construyó, hizo la guerra, estudió, investigó, solamente para



elaborar el caldo aurífero de su vida. Debemos comprender que el Computador central sólo existe en función



de los Arcontes del destino, como instrumento para el control de la especie sapiens.



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El objeto de la vida, el motivo por el cual el sapiens fue creado, no es para que goce de la vida en los jardines



del Señor, sino para que sea un mero peón de sus viñedos, obrero tan perfecto que, actúa como cultivador y



cultivo al mismo tiempo.



Si el hombre pudiera evitar que su caldo aurífero le fuera sustraído, podría, con este producto vital, hacerse



igual a los dioses, evolucionando rápidamente al aprovechar de manera integral los productos del laboratorio



químico de su cuerpo físico. Esto es precisamente lo que hace el estudiante de hermetismo, el cual es liberado



transitoriamente por los arcontes del destino, ya que aquel sujeto, en virtud de su comprensión y



responsabilidad, no necesita de un capataz con látigo en mano que lo obligue a evolucionar por el sufrimiento,



sino que, toma en sus propias manos su responsabilidad evolutiva, y si lo estima necesario, se somete él



mismo al sufrimiento temporal, con el fin de lograr la felicidad eterna. (Al revés del profano, quien elige el goce



transitorio a costa del sufrimiento “eterno”.)



Si el estudiante fracasa o se desvía de su camino, abusando de su libertad temporal, los arcontes vuelven a



tomarlo bajo control, castigándolo con durísimas lecciones.



Podemos observar, desde otro punto de vista cómo determinados países son elegidos por los Arcontes, para



efectuar allí un verdadero “martirologio”. Mas, no se crea que este sufrimiento es estéril, ya que aquel sacrificio



provoca, generalmente, un resurgimiento moral, material, espiritual e intelectual, de la población, en virtud de la



ley del sufrimiento. Es así como después de las guerras advertimos un rápido renacer hacia un estado superior.



¡Duro precio de la evolución!, ya que esto se habría podido evitar en la medida en que existieron en ese país o



en el mundo, suficiente cantidad de “cabezas claras”, y que la masa hubiera estado dispuesta a seguirlos.



¡Basta ya de revelar secretos que al sapiens están velados! Tendamos un manto de silencio sobre este tema,



para cumplir con el mandato de la esotérica esfinge, que ordena callar. El hablar y el callar son dos espadas



que deben manejarse con un arte sublime para no quebrantar la armonía universal. Los que tienen “ojos para



ver” comprenderán todo aquello que aquí no se puede decir en la palabra escrita, pero sí en el lenguaje críptico



de los iniciados. Los que no están en este caso, es mejor que no entiendan nada y continúen durmiendo



tranquilamente. Al final, los Arcontes no corren peligro de una “mala cosecha”, motivada por una posible



rebelión del sapiens, ya que éste es demasiado ciego para ver el peligro donde éste realmente se encuentra.



Resulta penoso observar la tremenda limitación del sapiens, quien se encierra en el pequeño mundo de los



conceptos estereotipados, del conocimiento aprendido de memoria, de la imitación, y de los mecanismos de



compensación y defensa.



Su invalidez mental no le permite apreciar el pequeñísimo cubículo que lo aprisiona. Y desde allí, con juicios



absolutamente a priori, acepta, condena o tolera, sin molestarse para nada en analizar en profundidad con su



inteligencia, las situaciones a las cuales se ve enfrentado.



LA ILUSION DEL CONOCIMIENTO VERDADERO



Todo verdadero conocimiento radica en la mente y no en la inteligencia. La mente es aquello que distingue al



hermetista del profano, el cual, como ya lo hemos dicho en el capítulo anterior, es un “inválido de la mente” (por



carecer de ella).



El hermetista, por el contrario, tiene una mente que él mismo ha formado y desarrollado, la cual le permite



alcanzar estados de conciencia superior, en los cuales tiene acceso a la verdad absoluta.



Físicamente, mente es una esfera magnética que se establece entre dos polos: el cerebro (polo negativo en



el hombre) y el sexo (polo positivo del hombre). (En la mujer: polo positivo el cerebro y negativo el sexo.) Esta



esfera se forma exclusivamente mediante el trabajo en sí mismo del estudiante hermetista, y es el resultado de



un largo esfuerzo. Desde un punto de vista espiritual superior, la mente es la piedra filosofal mediante la cual el



iniciado logra una continua transformación de metales viles (ignorancia, mentira), en oro (conocimiento,



verdad), y la inmortalización de su propia individualidad.



La mente es el estómago de la inteligencia. Al carecer de ella el sapiens no llega jamás a efectuar la



digestión de la información que posee, y se constituye en una “inteligencia empachada”. Glotón del



conocimiento, devora y devora información respecto a muchas cosas, la cual se integra al archivo cerebral, sin



llegar nunca a ceder la “quinta esencia” de su secreto. Esta inmensa masa de información que posee un sujeto



medianamente culto, es precisamente la que le da la falsa sensación de “conocer muchas cosas”, y se siente



con la autoridad moral para emitir toda clase de opiniones, permaneciendo ignorante de su verdadera condición



de “invalidez mental” (la cual, al final, es una invalidez de la inteligencia). Mientras más fama o prestigio tenga



el autor de los libros o lecciones que el sujeto ha estudiado, mayor será su ceguera intelectual. Si posee un



título profesional, fruto de largo estudio en las aulas universitarias, lo más seguro es que su inteligencia haya



sido total e irremediablemente dañada al estratificarse (o tal vez petrificarse) en niveles muy bajos de



asimilación de la enseñanza, debido al insignificante estado de vigilia del estudiante, quien se limita a



memorizar y a efectuar malabares de infinitas combinaciones con los datos que posee, acrobacias que le dan



una extraordinaria agilidad intelectual y la seguridad absoluta de ser “muy inteligente” y extraordinariamente



capaz en lo profesional. Sin embargo, todo aquel tráfago de conocimientos falla lamentablemente en las



situaciones prácticas de la vida real, salvo en lo que se refiere a la aplicación de conceptos matemáticos. Es



así, como a pesar de todo lo que el sapiens sabe, no se aprecia un progreso en su naturaleza interna a lo largo



de la historia, ni tampoco existen indicios reales de que dicha evolución se aproxime. El hombre se ha



convertido en el “portador” de innumerables conceptos cada día más numerosos y complejos, pero el sujeto



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mismo, como tal, no cambia en absoluto. Es allí donde se aprecia la absoluta indefensión del sapiens: en la



incapacidad absoluta de aplicar la información de la cual es “portador”, a su propia transformación y evolución.



Esta imposibilidad es tan grande, que el conocimiento que posee no le sirve para mirarse a sí mismo y



autoevaluarse de una manera imparcial, eficaz, objetiva y superior. Es un hecho que el sujeto “no se ve a sí



mismo”, y por lo consiguiente, está lleno de falsos conceptos sobre su propia importancia, valor y capacidad. A



lo más que puede aspirar es a mejorar las condiciones materiales en las cuales vive, y a tratar, guiado por un



impulso subconsciente, de alcanzar las estrellas, con la secreta esperanza de encontrar una raza galáctica



superior que le enseñe a vivir como ser humano, capacitándolo para abandonar su condición animal.



Es así como tantas personas viven con la esperanza de la real existencia de los discos voladores, anhelando



el encuentro con extraterrestres, que de algún modo les ayuden a superarse. Como ocurre con todas las cosas



de su vida, el sapiens se aferra a esperanzas lejanas o ilusiones fabricadas para eludir las posibilidades reales



que tiene a su alcance.



Es mucho más fácil soñar con platillos voladores o con dogmas religiosos de cualquier especie, que poner



manos a la obra en la propia superación espiritual. El sapiens es fundamentalmente haragán, y como tal busca



siempre el camino más fácil y de menor esfuerzo. Le fascina la creencia simple y la fe ignorante; se deslumbra



por todo lo que puede significar tener algo sin esfuerzo ya sea por obra y gracia, del “espíritu santo”, o merced



al azar. De esta manera, elabora todo tipo de sueños absurdos, subjetivos, ilógicos, y arbitrarios; no importa el



contexto con tal de aferrarse a ilusiones convenientes, tal como el náufrago se sujeta a una tabla de salvación.



En busca de ese asidero el frustrado se convierte a una fe religiosa y consigue de esta manera liberarse de un



yo indeseable, es decir, satisfacer su pasión de renunciamiento individual, desintegrándose o fundiéndose en el



movimiento de masas al que ha ingresado. A esto se refiere el gran filósofo y pensador Eric Hoffer cuando dice:



“La fe en una causa santa es con frecuencia un sustituto de la fe que hemos perdido en nosotros mismos”.



Con esta “estrategia” el sujeto se realiza plenamente como haragán, ya que ni siquiera necesita pensar;



solamente aceptar sin juicio ni análisis el dogma religioso al cual se ha adherido (solamente los que se



esfuerzan más allá del deber y la necesidad NO son haraganes). Generalmente las personas viven soñando



con algún acontecimiento futuro que cambiará radicalmente sus vidas. Puede ser la expectativa de un “golpe



de suerte” que los convierta en millonarios, el encuentro con un gran amor, o el advenimiento de “fuerzas o



causas superiores” que modelen su destino de una manera más feliz. Esta ilusión futura, demás está decirlo,



estropea o anula todo intento presente y real de conseguir por medio del esfuerzo metódico y sostenido aquello



que el sujeto anhela. El sapiens es en verdad un “haragán profesional”, principalmente en lo que se refiere a su



actividad cerebral, y de acuerdo a esta conducta, se dopa asiduamente con “la droga del sueño”. Esta droga



existe, químicamente hablando, pero sólo en el interior del organismo humano, donde provoca el sueño



sonambúlico.



Resulta indudable que esta pereza se extiende al ámbito de la inteligencia, y que nadie quiere “complicarse la



vida” pensando en cosas difíciles. Es más cómodo seguir aquellas ideas que mejor justifiquen el temperamento



o manera de ser del individuo. Es decir, por ejemplo, si una persona es irresponsable, se entregará



fervientemente a cualquier movimiento religioso o político que lo libere de toda responsabilidad, por el



mecanismo de la entrega incondicional a un poder divino superior; a una muchedumbre psicológica en la cual



nadie es responsable de nada, porque es anónima. Un sujeto cobarde elegirá un movimiento que lo prive de la



mayor cantidad posible de experiencias vitales que involucren un peligro para la tranquilidad del cuerpo o, de la



inteligencia.



Bajo el impulso de la pereza intelectual, el sapiens procura llenar su cerebro rápidamente con la mayor



cantidad posible de información, la cual trata de memorizar lo más exactamente posible. De este modo aspira a



tener “soluciones” prefabricadas para todas aquellas situaciones que se le presenten en su vida, argumentos a



los cuales recurrir en forma relámpago sin molestarse en analizar el problema o conflicto al cual se vea



enfrentado. Con este fin, absorbe rápida y superficialmente todo lo que estudia o aprende, llevándose a cabo el



proceso que hemos denominado “aprendizaje onírico” (aprendizaje en un bajísimo estado de vigilia: es nulo



desde el punto de vista de la verdad esencial). El sujeto, en esta condición, otorga gran importancia al prestigio



de la fuente que emana la información que él recibe. Mientras mayor sea este prestigio, ya sea de un profesor,



un escritor, o una institución, mas ciegamente aceptará el estudiante los conceptos vertidos, sin molestarse en



analizarlos en profundidad. También, siguiendo la misma norma, imitará las pautas de conducta de personajes



famosos a quienes admire, y hará suya la ideología de aquellos individuos.



Con el tiempo, llega la persona a una completa programación intelectual, momento que marca la “defunción”



de aquél intelecto, que se convierte en “inteligencia mecánica” o “muerta”. No importa cuán brillante sea el



individuo; tengamos la seguridad que si está en estas condiciones será solamente un “inválido mental”, que por



su miopía cerebral estará incapacitado de vislumbrar la enorme magnitud de lo que ignora, limitándose a vivir



en el “huevo” de su propio saber.



Dentro de su “huevo mental”, el sujeto estará cómodo y calentito, totalmente a salvo del peligro de



argumentos o hechos que lo obliguen a pensar, y llegar, tal vez, a la revisión completa de su bagaje intelectivo.



Este hombre formó ya sus mecanismos de adaptación y defensa, y se arraiga ciegamente en los conceptos



que conoce y domina, los cuales constituyen su árbol cultural. En todo momento de su existencia en que este



sujeto se encuentre con fenómenos, teorías, o conocimientos no archivados en su depósito cultural, los rebatirá



ardorosamente si contrarían lo que él conoce, o simplemente los descalificará si le son desconocidos. Si en



alguna oportunidad toma conocimiento de hechos o argumentos novedosos o sorprendentes, se sentirá



27



amenazado sicológicamente, en especial, si están en pugna con sus intereses y principios. Sabemos que la



personalidad psicológica se integra en todos más amplios a partir de unidades separadas de comportamiento.



En la práctica, todas las experiencias del individuo debieran integrarse debidamente a la personalidad. Sin



embargo, ocurre en la personalidad el mismo fenómeno que ya señalábamos en la inteligencia, es decir, que



existe una diferencia muy significativa entre experiencia integrada y experiencia asimilada. La gente aprende



mucho menos de lo que se cree de sus experiencias, ya que éstas, muy frecuentemente se integran a la



personalidad bajo la forma de “clisés” y vacíos símbolos estereotipados, que no aportan a la conciencia del



individuo “una lección provechosa”. Más bien, se fijan como esquemas huecos de conducta, los cuales se



siguen ciegamente, sin un verdadero discernimiento. La persona se refugia: en estas directrices programáticas



y se esconde y protege tras de ellas, con el fin de mantenerse cómoda e inerte, en lo que a la verdadera



inteligencia se refiere. A este conjunto de circuitos de protección y mantenimiento, lo llamamos el “huevo”, para



figurar el hecho de que allí el hombre mantiene intacto su infantilismo y falta de madurez, liberándose de



experimentar choques traumáticos en su enfrentamiento con nuevas realidades y exigencias vitales. Es por



esto que las personas, en forma automática, rechazan toda idea nueva que no esté contenida en sus



esquemas cerebrales, por valiosa o noble que ésta sea, y a la inversa, aceptan “a priori” toda sugerencia,



aparentemente acorde a sus pautas, por maligna que ésta sea a la luz de un examen más profundo. En verdad



debemos concluir en que el arte del pensamiento ha sido olvidado por la humanidad (si es que alguna vez lo ha



tenido de manera general), y ha sido suplantado por el “arte de la imitación y la memorización informativa”.



Es por esto que los hombres más sabios e ilustres, diestros en la solución de profundos problemas



científicos, fracasan rotundamente al tratar de resolver dificultades de orden vital y práctico, como podría ser el



arreglar conflictos personales de tipo emocional o entender y aconsejar sabiamente a sus hijos.



La organización de la sociedad en instituciones de dirección y ayuda hace que en el mundo civilizado “todo



esté previsto”, es decir, el estado tiene una solución para todos; aun cuando nadie quede satisfecho con la



ayuda estatal, por lo menos existe una solución, ya sea para problemas médicos, educacionales, jurídicos, etc.



Todo está organizado de tal manera como para que resulte difícil que el individuo pueda enfrentarse a graves



peligros, o tenga que salir, como el hombre prehistórico, a cazar su alimento. Hay soluciones “tipo” establecidas



para todo. El sujeto sabe hoy día que puede pasar hambre, pero que es improbable que fallezca por inanición,



lo cual era un fenómeno masivo en otras épocas.



Esta relativa seguridad abona precisamente la pereza intelectual, ya que el sujeto al no ser exigido ni



presionado de una manera realmente amenazante, no necesita jamás emplear a fondo su cerebro y se



conforma con una plácida mediocridad, libre de conflictos intelectuales. Son muy pocos los individuos que



persiguen la “verdad total”, o sea, las claves esenciales de todo lo que ha existido, existe, y existirá. Los sabios



se conforman con ser “semisabios”, alcanzando solamente el conocimiento de algunas de las disciplinas



científicas, artes, o letras, quedando en la ignorancia total y absoluta de sus propias naturalezas humanas y de



las leyes ocultas que rigen la vida en el Universo.



No llegan jamás a conocer el secreto de la vida, limitándose a describir fenómenos diversos, sin explicar



nunca qué es una cosa, solamente dicen cómo es, lo cual no resulta difícil de discernir.



El hermetista procede a la inversa: parte por estudiar y llegar a conocer las claves vitales del Universo, con lo



cual se apodera del hilo de oro que es el nexo común de todos los fenómenos vitales. Es como si tratáramos



de conocer lo que es un durazno, y la ciencia comenzara a estudiar su piel y su carne, sin penetrar nunca hasta



el hueso. El hermetista no se preocupa ni del pellejo ni de la carne, ya que plantando la semilla puede



multiplicar sus frutos, y estudiar el resto en los libros escritos por los semisabios. El verdadero sabio,



conociendo las verdades absolutas, tiene acceso, cuando así lo desea, a cualquiera de las verdades relativas.



Tal como los agnósticos, sostenemos que no puede producirse el conocimiento genuino, pero agregamos



algo muy importante, que constituye el principio medular de la filosofía hermética, y es el hecho de que la



imposibilidad de un genuino conocimiento se mantiene sólo por las particulares condiciones de la conciencia



del sapiens, y que si esas condiciones son alteradas y modificadas mediante técnicas herméticas, el



entendimiento aparece en el individuo, y lo capacita gradualmente para llegar, con el tiempo, a un verdadero



conocimiento. Así se ha formado la cofradía de los brujos, poseedores de la sabiduría que está más allá del



bien y del mal; del conocimiento que trasciende toda polaridad y parcialidad (por fuerza, esta ciencia debe ser



absolutamente imparcial e impersonal).



El panorama conceptual del sapiens está constituido en gran parte por sus creencias, ya que cuando el



hombre cree algo con suficiente seguridad, confiere a sus creencias la categoría de conocimientos, los cuales,



la mayor parte de las veces son sólo el reflejo de prejuicios, esperanzas, gustos o disgustos.



Ingenuamente, muchos pensadores y hombres de ciencia cifran todas sus esperanzas para el mejoramiento



de la raza humana, en un desarrollo mayor y masivo de la inteligencia del sapiens, creyendo así, que esto



permitiría alcanzar una especie de paraíso en la tierra. Estas personas, desconocedoras de la ciencia



hermética, no se dan cuenta que una inteligencia al servicio de la bestia no puede aportar nada que en su



última acepción sea realmente beneficioso para el hombre. En efecto, entre dos bestias, una estúpida y otra



inteligente, ¿cuál es más peligrosa? Por supuesto, la más inteligente.



La inteligencia sin conciencia conduce inevitablemente al caos al hombre, pero con la diferencia que lleva a



un caos más completo, más sofisticado, aumentado y mejorado, en relación al trastorno provocado por



cerebros mediocres.



28



Cada individuo se desenvuelve en la maraña de su propia ceguera, buscando ardorosamente reforzar su



posición y descalificar la de otros. Con horrenda frecuencia encontramos personas que predican argumentos



absolutamente necios, irracionales y espurios, pero que están completa y sinceramente convencidas que



tienen la verdad y que los demás están equivocados. Aún más, sufren tremendamente ante la incomprensión



de la gente. En el fondo, lo que estos seres pretenden es obtener licencia y reconocimiento para sus ideas, y



alcanzar en la vida la notoriedad o importancia que la naturaleza les ha negado.



Muchos podrían argumentar que “los hermetistas se creen dueños de la verdad”. Desde ya y por anticipado,



declaramos que nadie tiene el monopolio de la verdad, pero que somos los verdaderos poseedores del “arte



hermético”, ya que éste nos pertenece por aristocracia espiritual, y no de sangre. La aristocracia espiritual



empieza con el individuo y termina con él, y solamente se hereda de si mismo, es decir, del personaje que uno



mismo ha sido en encarnaciones anteriores. Hay personas que no creen en la reencarnación. A ellas les



decimos que seguramente no reencarnarán, ya que no tienen nada dentro de ellas mismas que pueda



sobrevivir a la muerte. Sólo el Karma dirá la última palabra, ya que aunque no reencarnen deberán pagar de



algún modo sus deudas pendientes con la naturaleza.



Resulta muy simple, a la manera del haragán, descalificar el hermetismo sin tomarse el trabajo de estudiarlo



y practicarlo, pero negarlo sin conocerlo en su verdadera dimensión, es simplemente criticar lo que se ignora.



Resulta plenamente justificado reprochar a los que por simple fe aceptan una idea determinada, pero de la



misma manera es lícito condenar a quienes rechazan sin análisis racional.



Para ilustrar este proceder, tan común en la gente, usamos la palabra “anti-fe”, y decimos que es perjudicial



tener fe ciega, pero que tan malo como esto es tener una ciega “anti-fe”, o sea una creencia irracional en lo



opuesto de aquello que estamos examinando, lo cual, por cierto, nos impide toda imparcialidad, que es la base



de una reflexión profunda y verdadera.



Es así como muchos hombres son campeones de la fe o de la “anti-fe”, pero carecen absolutamente de la



verdadera inteligencia (la conciencia). Sostenemos fehacientemente que sólo un cerebro en pleno estado de



vigilia, puede, en forma gradual, sentar las bases para que nazca una inteligencia superior, consciente y



despierta, no programada, lo cual puede, en razón de su agudeza, tener acceso al genuino conocimiento.



Afirmamos también que el conocimiento tiene muchos grados, y que para poder alcanzar lo superior se precisa



de un proceso místico, pero no milagroso, sino de un misticismo lógico y natural. Con justicia podemos hablar



de “la iluminación”, para referirnos a la plena clarificación de una inteligencia espiritualizada. Podemos decir



con plena conciencia, que, el conocimiento genuino es algo “prohibido” para el sapiens, y que solamente se



puede lograr cuando el individuo consigue la mutación de sapiens a hombre estelar, y adquiere así pleno



derecho al saber.



El sapiens debe conformarse con el saber relativo del semisabio, el que alumbra el mundo de la materia y



oscurece el panorama interno, haciendo inútil la sapiencia del científico, ya que es la materia la que debe estar



al servicio del hombre y no éste al servicio de aquélla.



Sin embargo, la realidad actual nos muestra, como ya lo hemos señalado anteriormente, un mundo



deshumanizado, con remedos de hombres, que sirven incondicionalmente a la materia, la cual absorbe



inclemente sus energías vitales.



Existe una extraña simbiosis entre la materia y el sapiens, en el sentido de que ésta necesita tanto del



sapiens como éste precisa de ella. En efecto, el sapiens tiene, a pesar de todo lo que ya hemos dicho, una



notable diferencia con el animal puro: posee la chispa divina, lo cual lo coloca en un nivel más elevado que el



animal. Por pequeña que sea la fuerza de la chispa divina en un individuo, esto provoca en él un trascendental



fenómeno: posee la irradiación de la conciencia, aunque sea en escala microscópica. La conciencia es la



energía irradiante de la chispa divina o esencia, y es una fuerza sutil que se desprende constantemente del



hombre, tal como la luz y el calor son proyectados por el sol. De esta manera, una persona cualquiera emana



de sí misma una energía similar al magnetismo animal, pero de condición “divina”, o expresándole de otra



manera, dotado de alta vibración. Sobre esta pequeña chispa divina trabaja el hermetista para hacerla crecer



en fuerza y poder, lo cual consigue a través de las diferentes fases de la iniciación.



Es así como el profano es semejante al resplandor de una vela, en lo que a su conciencia se refiere. El



iniciado, en cambio, según su grado de desarrollo puede llegar a ser similar a un sol, lo cual ilustra el secreto



profundo de los “Hijos del Sol”.



En virtud de su conciencia, el sujeto proyecta esta energía hacia todo aquello que toca con sus manos, o



hacia todo lo que entra en su campo de influencia. Un artista concentra su conciencia en su obra, y esta fuerza



es la qué nos provoca una vivencia especial y nos transmite una energía que impresiona nuestra psiquis de



manera favorable o negativa.



Un artesano mueblista “deja su alma en su obra”, lo desee o no, ya que esto es inevitable. De esta manera el



sapiens trabaja dándole conciencia a la materia, es decir, “espiritualizando” o “sutilizando” lo denso.



(Reflexionemos en quien puede sacar provecho de este fenómeno; quien capitaliza este esfuerzo.)



No obstante, como el sapiens realiza esto de manera completamente inconsciente, no puede decirse que sea



un acto de su voluntad soberana, sino más bien “algo que ocurre” porque así está dispuesto o programado. En



razón de esta ignorancia, en vez de ser el dueño y el amo de la materia, ocurre lo contrario: la materia sojuzga



al hombre extrayéndole su energía conciencia, la cual, impregnando los cuerpos elementales, queda



incorporada a ellos.



29



La energía conciencia tiene algunas propiedades inherentes a ella misma y otras atingentes al resultado de



su fusión con una persona determinada.



Trataremos de explicar esto en el cuadro siguiente:



1. Energía conciencia: Es pura y virgen en sí misma. Compone el “cuerpo de Dios”. Una fracción infinitesimal



de ella fue “emanada” por el Supremo Creador y tomó cuerpo en una persona determinada.



2. Conciencia corporizada: Al encarnar en un sujeto designado, esta energía, pura y virgen en sí misma, se



modifica de acuerdo al tono vibratorio básico, a la cultura, al autodominio y disciplina, y al comportamiento



del individuo.



Al corporizarse la energía conciencia, como en el caso N° 2, puede seguir dos caminos:



A) Conciencia corporizada superiormente: (una ínfima porción de la raza humana). La energía Conciencia



pura, espiritual y virgen, adquiere por la experiencia inteligente del sujeto, la noción del bien y del mal, y el



conocimiento “hominal” que sólo lo brinda la existencia en cuerpo material. Esta esencia llega, por lo tanto,



a alcanzar la inteligencia hominal, conservando la inteligencia divina. Se realiza en este caso el propósito



superior de la existencia del hombre.



B) Conciencia corporizada inferiormente: (la gran masa humana). La energía Conciencia se mancha y



degrada al ser corrompida en su naturaleza superior por la esclavitud a una bestia pervertida por la



inteligencia desviada de un sapiens ciego e ignorante, que vive sólo para satisfacer sus propios instintos.



Esta conciencia, manteniéndose elevada, en sí misma, se “inferioriza” en su manifestación, irradiándose



como una energía “teñida” por las pasiones inferiores, impulsos, y tendencias del individuo.



En su existencia cotidiana, el sujeto satura sus posesiones materiales con su energía Conciencia, la cual al



separarse de él actúa independientemente, con inteligencia propia, la cual ha sido tomada al individuo, es



decir, ha salido de él inadvertidamente, dándole “tono y color” a la conciencia pura. Como cada persona tiene



impulsos, temores, deseos, ambiciones y sentimientos que se manifiestan como pasiones descontroladas,



estas fuerza imprimen una directriz a la energía conciencia, trayectoria absolutamente incontrolable para el



individuo a partir desde el momento en que esta fuerza lo abandona para incorporarse a una estructura



material cualquiera. Éste es el motivo por el cual una persona puede llegar a ser totalmente esclavizada por



sus posesiones materiales, las cuales lo utilizan para absorber de él, más y más conciencia.



Existen muchas obras de ciencia ficción donde se expone el tema de máquinas, ya sea robots u otras, que de



improviso adquieren inteligencia propia y la consiguiente autonomía en sus acciones. En realidad, se ha



procurado en dichos libros difundir ciertas ideas bajo una forma simple de relato novelesco, con el fin de hacer



pensar a los lectores y prepararlos de manera muy gradual para concepciones más complejas. A veces se



disfraza una realidad de ficción, para no encontrar la oposición ciega de la masa, que niega tozudamente todas



las cosas que no están comprendidas en el archivo cultural ortodoxo de la humanidad. La verdad es que este



fenómeno existe y nadie está libre de él. La máquina se ha convertido en un monstruo que no “va” a devorar al



hombre, porque ya lo está haciendo. El automóvil, por ejemplo, presta grandes servicios a su dueño, pero cabe



preguntarse, quién domina a quién; cuál es el dueño y cuál el sirviente. Es el automóvil quien transporta a su



dueño, como un esclavo obediente, o es éste quien debe trabajar largas horas para alimentar y mantener su



coche, y “conducirlo” para que pueda cumplir con la función propia de su existencia: desplazarse por los



caminos a gran velocidad devorando la sangre de la tierra, el petróleo.



Desde otro punto de vista podemos observar a quienes tienen animales domésticos, como el perro, por



ejemplo, trabajar para mantenerlos y cuidarlos, tal como quien cría a su propio hijo. Muchas veces al observar



un sapiens que lleva a un perro atado a una cadena, podemos preguntarnos quién conduce a quién. En



relación a los animales domésticos, la energía Conciencia nos explica la misteriosa identificación que se



produce entre perro y amo, en que por inexplicadas circunstancias adquieren un parecido asombroso, que a



veces se limita a los modos de conducta y otras llega hasta un inquietante parecido físico. La explicación es



simple: el animal tal como el automóvil u otros objetos de uso personal, absorbe la energía Conciencia de su



“amo”, la cual está, como ya lo hemos explicado, “teñida” o impregnada de las características individuales de la



persona, las cuales, en este caso, terminan modelando el físico del animal.



En algunas ocasiones, la energía Conciencia desplazada por el sujeto toma cuerpo en una máquina



perteneciente a él, reacciona de modo destructivo contra su dueño, debido a que las pasiones de éste son



destructivas en forma indiscriminada, y por lo tanto, se vuelven contra él mismo. La historia del doctor



Frankestein es un simbolismo de esto que estancos explicando. (La conciencia emanada es un virtual hijo del



hombre en el cual se originó). Muchas veces hay personas que son destruidas por sus propias obras, y no por



una reacción kármica de sus acciones, sino porque la fuerza de naturaleza pasional o destructiva que han



generado procura, en su acción inconsciente, destruir a su propio padre.



Algo muy parecido ocurre con los hijos carnales, que ya en su más temprana edad manifiestan todo tipo de



mañas, berrinches, caprichos, o ataques de llanto histérico cuando no se satisfacen sus deseos



inmediatamente. No podemos culpar a estas criaturas, ya que sólo se limitan a dar salida a las taras que los



padres han incorporado en ellos por la encarnación de su conciencia. Todos los defectos no dominados de los



progenitores, todas las tendencias ocultas de tipo instintivo, toman cuerpo en los hijos. Es por esta causa que



la Biblia dice que: “los pecados de los padres los pagan los hijos”. Posteriormente, los padres se encuentran



con que no pueden dominar ni dirigir a sus hijos, sino que al revés, en muchos casos, ellos son quienes ejercen



una verdadera tiranía sobre los autores de sus días. Con esta situación no hace más que repetirse un estado



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de cosas anterior; la imposibilidad de dominar las energías internas, las cuales se desbocan en forma de



pasiones. Lo mismo ocurre ahora con los hijos, y en este caso la energía se rebela desde otro cuerpo físico.



Prosiguiendo con nuestro comentario anterior sobre las máquinas, podemos señalar la influencia



extraordinaria que tiene el operador sobre un ordenador de datos, el cual se vuelve muy “sensible” a los



estados vitales y anímicos de quien lo maneja. Esto ocurre porque la máquina se impregna con la energía



conciencia del operador, la cual actúa con autonomía, pero siguiendo las directrices básicas de los estados



vibratorios del sujeto.



También puede señalarse un fenómeno que todos los choferes y dueños de camiones de transporte



conocen, y que se basa en la identificación estrecha con el vehículo que es su fuente de trabajo y subsistencia.



Me refiero a las reacciones extrañas que pueden tener estas máquinas en ciertas ocasiones, experimentando



toda clase de trastornos mecánicos absolutamente ilógicos e increíbles. En algunos casos llega tan lejos esto



que el dueño de la máquina termina arruinado. También se produce el caso de máquinas que han tenido un



accidente o choque y que al cambiar de dueño o conductor, se repite el accidente con características casi



idénticas.



Es de sobra conocido el caso de las joyas “malditas”, que traen mala suerte a sus poseedores, hasta el punto



de sufrir en forma inexorable, una muerte violenta. Todo esto se explica por el “hijo invisible” (conciencia) que



habita en los objetos materiales, ente que fue creado por alguno de los poseedores del objeto, o tal vez por



quien lo fabricó. Igualmente debemos hablar del conocido caso de las armas de fuego, en que por el hecho de



haber causado una muerte, se convierten en peligrosas, ya que quedan impregnadas con las vibraciones de la



tragedia y del causante del hecho. De aquí viene el dicho de que “las armas las carga el diablo”, ya que un



revólver que tiene una vibración de muerte, despierta en su poseedor vibraciones similares por un proceso de



inducción magnética. Así, éste, casi sin darse cuenta puede hacer uso de su arma a la más leve provocación o



perturbación emocional.



Terminaremos, en relación a este tema, citando el caso de las plantas y flores, que como cualquiera puede



comprobarlo, son extremadamente sensibles a la influencia de la conciencia del dueño, cuidador, o de quien



esté frecuentemente en su cercanía. Cualquier persona que sienta amor por una planta o un árbol, y que le



hable como quien se dirigiera a una persona, podrá comprobar un extraordinario aumento en la hermosura,



salud y vitalidad del espécimen.



Como todo este tema lo hemos desarrollado para explicar la imposibilidad del conocimiento genuino en las



condiciones ordinarias de conciencia, queremos señalar el poder enorme que tiene la materia sobre el sapiens,



ya que éste no puede emancipar su inteligencia de la influencia hipnótica de la materia, la cual lo afecta en su



doble aspecto:



1. Por la proyección sobre el individuo de la energía masa.



2. Por la proyección sobre el individuo de la energía conciencia absorbida con anterioridad.



La materia en sí, tiene una energía que le es propia, la cual irradia fuertemente, y afecta al hombre de una



manera determinada. Éste, atado a unas posesiones materiales, se vuelve impotente para discernir toda otra



cosa que no sea la conservación y multiplicación de las propiedades o bienes que posee. Por otra parte, la



materia corporal influye de manera decisiva sobre la inteligencia, agudizándola u opacándola. Si la materia del



cuerpo mantiene una vibración baja y densa, la inteligencia decae inexorablemente. Éste es el motivo secreto



de por qué Moisés, poseedor de ciertos secretos herméticos, prohibió a sus seguidores comer carne de cerdo,



por ser este animal de una vibración material particularmente densa y lenta, produciendo por tanto un deterioro



de la capacidad intelectiva. Ésta es la base también del sistema vegetariano, y, aunque hay mucho que decir



sobre esto, toda persona que se haya abstenido de carne por algún tiempo, comprobará que su pensamiento



se aclara notablemente.



La energía conciencia irradiada por la masa, afecta al sujeto de manera hipnótica, porque le impone la



influencia de una vibración ajena que lo impulsa a actuar de acuerdo a su particular vibración. Un regalo que



nos ha sido entregado por compromiso social por una persona de malas intenciones, puede influir



negativamente en nuestra salud, inteligencia y destino.



Recapitulando, el sapiens vive permanentemente en un estado sonambúlico que lo mantiene dormido, lo cual



lo imposibilita para lograr un conocimiento verdadero, y que deteriora gravísimamente su conciencia y su



inteligencia. Cada día aumenta su saber a costa de su esencia humana, la cual se jibariza en relación directa al



aumento de la extensión y potencia de la programación cerebral del sujeto.



Esta programación lo convierte en un verdadero “robot biológico”, con reacciones automáticas en lo



fisiológico, instintivo, emocional, e intelectual.



Las ideas, las opiniones, o los sentimientos del individuo, pierden toda validez humana, para transformarse



en meros circuitos activados por influencias externas, las cuales se convierten en los elementos



desencadenantes de las reacciones internas de la persona, mero resonador del concierto cultural y de la marea



afectiva e instintiva de la humanidad.



31



LA ILUSIÓN DE LA LIBERTAD



Una de las más poderosas ilusiones del sapiens es aquélla que tiene relación con el libre albedrío.



Como una manera de rebelarse contra lo que hemos expresado en páginas anteriores, alguien podría



argumentar que “pese a quien pese”, él hace lo que “se le da la gana”, y que esa libertad prueba realmente que



no está sujeto a control de ninguna especie por fuerzas ajenas a su persona. Precisamente, una de las cosas



que le da al sapiens una sensación de poder, es la ilusión de la libertad. Para demostrar esta libertad el



adolescente se rebela contra las normas de conducta de la sociedad, creyendo que así prueba su autonomía,



cuando en realidad lo único que consigue es someterse a sus propios impulsos inconscientes.



Muchos enfoques se le ha dado a la libertad, y es así como se habla de: libertad privada o personal, libertad



pública, social, de acción, de palabra, de ideas, libertad moral, y libertad económica. En la realidad vital



cotidiana se habla de una “esclavitud económica”, de la liberación femenina, de la opresión de clases inferiores



por otras superiores, de la sujeción con respecto al miedo y la angustia, la dependencia de autoridades



superiores, la subordinación de la juventud al mundo creado por sus mayores, y así muchos otros conceptos



que sería largo enumerar.



No nos interesa realizar un análisis filosófico ortodoxo, exponiendo lo que ya han dicho tantos pensadores en



el pasado, sino una reflexión sobre la realidad vital del sapiens, y eso es lo que haremos.



El sujeto cree en su autonomía personal por el hecho de que en cualquier momento puede, si así lo desea,



romper violentamente con alguno de los lazos que lo aprisionan, sin que nadie pueda impedírselo. Le es



posible, si lo quiere de esa manera, abandonar su trabajo que lo aprisiona y vivir, como un vagabundo, de la



caridad ajena. O bien, abandonar esos estudios que son tan penosos y resignarse a buscar un empleo o vivir



como sea posible. Si el individuo realiza alguno de estos hechos “liberadores”, sabe que tiene que pagar un



precio por ello, pero considera que es barato en relación a lo que significa salirse con la suya. La mejor prueba



de esta aparente autonomía puede discurrirla el lector, imaginando que en cualquier momento puede, por un



acto volitivo, abandonar la lectura de este libro en forma definitiva. Todas estas reflexiones sugieren la



posesión de una fuerza que podríamos llamar “poder para hacer cosas”, algo de lo cual se siente muy orgulloso



el sapiens. La conciencia, la inteligencia, la voluntad y la libertad, constituyen el cuaternario mitológico de la



raza humana, la cual considera estos dones como “la enseña santa” que marca su condición de seres



humanos, y ni por un momento se les ocurre dudar de que efectivamente son los poseedores de estos



atributos.



Con el fin de ilustrar debidamente este capítulo sobre la libertad, formaremos un ternario junto con las



palabras voluntad y deseo, ya que se encuentran íntimamente relacionadas con el tema que nos interesa.



Antes de proseguir quiero advertir algo que resulta de interés extremo para aclarar el desarrollo de esta obra,



y es el hecho de que este libro pretende alumbrar de manera clara y abierta, podríamos decir, de un modo casi



antihermético, a todos los que aspiran a realizar algo de manera real y efectiva en el camino de su propia



superación espiritual, y para esto es de vital importancia que el sujeto conozca a fondo su verdadera naturaleza



interna y su real posición en la escala vital de valores. En la medida en que el sujeto esté lleno de ilusiones



sobre sí mismo y con respecto a la vida, su realización espiritual se vuelve imposible, constituyéndose



solamente en un hermoso sueño de una persona bien intencionada. El mundo está lleno de espejismos de esta



clase, que al final resultan ser nada más que artificios que usa la gente para evadirse de una realidad que le



molesta. Ningún campo más propicio que el del esoterismo para abonar toda clase de fantasías de intelectos



ansiosos de eludir la cruda realidad, ya que al enfrentarla, ésta tiene la gran desventaja que exige al individuo



todo tipo de sacrificios y esfuerzos para que él pueda lograr lo que se propone, y esto resulta ciertamente



penoso y difícil.



Es más simple para el haragán limitarse a soñar, sin esfuerzo ni riesgo de ninguna especie, ya que en los



sueños todo es posible y no se corre el peligro de enfrentarse a situaciones arduas, conflictivas o traumáticas.



Para estas personas, el ocultismo es el verdadero “ábrete sésamo” que les permite drogarse con la ilusión de



una perfección y avance espiritual que sólo existe en su imaginación estimulada por deseos y temores



inconscientes.



El buscador de doctrinas esotéricas sólo desea, por lo general, encontrar un sistema ideológico que justifique



sus propios defectos y estimule sus sueños ocultos, aún cuando dicho esquema sea absurdo y evidentemente



subjetivo o infantil.



Podemos afirmar que el sapiens entiende sólo lo que quiere entender, o mejor dicho, aquello que le conviene,



descalificando en cambio, de manera absoluta, todo aquello que atenta contra sus pautas cerebrales o sus



hábitos de vida o conducta. Éste es tal vez uno de los obstáculos más grandes a los que se enfrenta el



estudiante de hermetismo o el neófito que aspira al discipulado. Analizar objetivamente, sin prejuicios, requiere



una disposición flexible y abierta, para no limitarse a sí mismo y descalificar sin un proceso de reflexión vigílica



y profunda, aquello que se está estudiando.



Sin embargo, por mucho que un sujeto se esfuerce en esto, no tendrá éxito si tiene una opinión demasiado



elevada de si mismo, en relación a su propia inteligencia y saber. Basta que alguien se crea muy inteligente,



culto, o sabio, para que deje de pensar imparcialmente, limitándose a un examen superficial de los conceptos,



tomando con frecuencia, solamente su contenido, emocional o simbólico. La vanidad y el orgullo son dos



vendas que ciegan al sapiens, impidiéndole ver lo que sería evidente para el observador despierto, imparcial, e



impersonal.



32



Simbólicamente podríamos representar al sapiens como un personaje que se ha inflado a sí mismo, y que



dicha condición lo impulsa, flotando por los aires, hacia regiones superiores, pero sólo en lo que a distancia del



suelo se refiere. Desde les nubes contempla el mundo y se siente el ser más sabio y perfecto de la creación.



Por desgracia, mientras permanezca en ese limbo se mantendrá también completamente alejado de la realidad



vital y cotidiana. El primer paso que debe dar el estudiante de hermetismo, o de lo esotérico en general,



consiste en poner efectivamente los pies en la tierra, y proceder aunque le duela, a su propio “desinflamiento”,



hasta alcanzar el nivele real que le corresponde, ojalá en el punto más bajo posible, ya que no existe otra



manera de partir que no sea desde cero. Si no se ha partido de cero, es una partida falsa, y por lo tanto,



viciada. El estudiante debe llegar a vivir la experiencia de comprender en forma integral su propia



insignificancia e increíble pequeñez ante la inmensidad del Universo.



Como ya lo hemos expresado en páginas anteriores, el sujeto debe “apreciar la magnitud de su ignorancia”, ya



que solamente la inmensa humildad que se produce a causa de esta experiencia, puede conducir al individuo,



junto con una poderosa motivación y adecuada vigilia, a las condiciones psicológicas necesarias para que



pueda entender qué es hermetismo, y las trascendentales verdades que encierra. Si no se ha logrado esta



condición de humildad y persiste el orgullo y una fuerte autoestima, junto a una disposición interna destructiva,



resulta improbable que un individuo pueda jamás sacar algún provecho espiritual de la ciencia hermética. Es



por eso que estamos tratando en esta obra de que el sujeto se vea a sí mismo como realmente es, y no como



cree ser. Por ningún motivo debe el estudiante aceptar estos conceptos con la fe ciega de un creyente o un



converso, por el contrario, debe cernirlos innumerables veces en el cedazo de una meditación serena y



desprejuiciada, y en un estado de vigilia intensificada. Después no debe tampoco conformarse con esto; es



preciso que compruebe estas enseñanzas en la práctica de la vida diaria, observando la experiencia propia y la



ajena.



En la práctica y estudio del hermetismo existe un orden necesario que debe cumplirse para que el estudiante



pueda llegar a la meta que se ha propuesto, y es respetando este ordenamiento que instamos al lector a que



realice el mayor esfuerzo para comprender este trabajo. Hay tres etapas básicas que deben cumplirse para



tener éxito, y éstas, son las siguientes:



1. Motivación



A) 2. Comprensión Resultado: Evolución



3. Práctica



Éstos son los pasos indispensables para que el estudiante pueda lograr su propósito. Su motivación debe ser



poderosa; su comprensión, profunda y su práctica, intensa. El resultado de todo esto es la evolución del



estudiante. No obstante, esto que a primera vista se ve tan simple, resulta de realización ardua y compleja, ya



que generalmente falla alguna de las etapas y la evolución no se lleva a cabo.



Muchas veces el estudiante llega al siguiente resultado:



1. Motivación



B) 2. --------------- Resultado: estimulación de la energía masa (no hay evolución).



3. Práctica



En el caso B, el sujeto llevado por su entusiasmo se salta el punto segundo, llegando directamente a la



práctica. También es posible, y esto es lo más común, que su propia incapacidad de entender lo lleve a



soslayar este tramo, con lo cual el resultado será de una “estimulación de la energía masa”, es decir, una



euforia corporal, pero sin el resultado que se pretende, esto es, evolucionar.



Debemos darnos cuenta de la importancia fundamental que tiene la comprensión profunda en el camino



hermético, ya que ésta no es una senda de fe y autoconvencimiento, y sin una auténtica comprensión, nada



real puede lograrse; sólo ilusiones subjetivas.



También es frecuente que se produzca el siguiente caso:



1. Motivación. pobre



C) 2. Comprensión: insuficiente Resultado: evolución insignificante.



3. Práctica: escasa



Puede suceder también que la comprensión y la práctica sean aceptables, pero con una motivación muy



deficiente. En ese caso, faltará el combustible necesario para que el sujeto pueda llevar a buen término su



propósito espiritual.



Una vez hecha esta disquisición, analizaremos el triángulo compuesto por las palabras Libertad, Voluntad y



Deseo.



En primer lugar debemos manifestar que el sapiens tiene una ambivalencia en relación a la libertad; la desea



y la teme simultáneamente. Por lo general, la desea físicamente y la teme psicológicamente. El sapiens quiere



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su libertad física, política y económica; desea una total libertad de acción para cumplir con sus propósitos



personales. Este anhelo representa, en el fondo, un ansia inconmensurable de poder, es decir, que el individuo



quiere ser tan libre como para poder ejercer su poder en las personas y el medio ambiente. Siguiendo su deseo



de libertad, procura por todos los medios a su alcance lograr su autonomía física, ideológica y económica.



Opuestamente, obedeciendo su temor ancestral a la responsabilidad individual, se funde en sistemas



religiosos, culturales y políticos, en los cuales “disuelve” su propio yo, liberándose así de la responsabilidad de



sus propias decisiones y acciones.



Desde otro punto de vista, se entiende también la libertad como la falta de oposición a la acción o tendencia



individual, haciendo de este modo posible que el sujeto pueda culminar sus propósitos, cualesquiera que éstos



sean. Es por eso que muchos individuos buscan su liberación a través de una exitosa gestión económica,



aduciendo que el dinero hace al sujeto libre y poderoso.



Sin, embargo, el sapiens deja de lado lo único verdaderamente importante en este aspecto, factor que en la



práctica actúa como un verdadero carcelero (y a veces verdugo del sujeto). Nos referimos a la naturaleza



interna del hombre; a sus sentimientos, instintos, y pasiones, que son sus verdaderos amos. La única libertad



posible en esta vida es la liberación de las propias pasiones, ya que mientras éstas nos dominen, seremos



meros títeres que obedecen al flujo y reflujo de los estados pasionales de las muchedumbres.



Toda autonomía se hace imposible al obrar, pensar, y sentir, en virtud de la influencia del medio ambiente



sobre nuestra naturaleza interna. Cualquier dosis de libertad que hayamos tenido, desaparece ante la fuerza



primitiva con que somos dominados por nuestra alma animal.



La libertad no depende de las condiciones físicas de un individuo; el recluso, en un establecimiento



carcelario, puede ser más autónomo que un hombre que posee muchas riquezas y la libertad plena de



movimiento. La única verdadera libertad es la libertad de sí mismo y la liberación del computador central de la



especie. Mientras no se haya llevado a cabo esta obra, podremos ser grandes políticos, multimillonarios



famosos, tener, gloria, honores, y poder, pero seremos tan esclavos, o tal vez más, que el más desposeído de



los hombres.



Invitamos al lector sagaz a analizarse a sí mismo para establecer qué decisiones propias ha tomado en su



vida de manera absolutamente libre, sin la compulsión de presiones externas o internas que obligan al sujeto a



actuar de un modo determinado, simplemente porque no le queda otra alternativa, o bien, siguiendo la ley del



menor esfuerzo. Debe considerar que esto no es decidir libremente, de modo autónomo y voluntario, sino que



equivale a que las cosas le sucedan al individuo independientemente de su deseo. Partiendo desde la edad



aproximada en la cual se pueden tomar decisiones, podremos apreciar que decidimos seguir una carrera



determinada, por imitación, condicionamiento, o ambición. Que contrajimos matrimonio, por soledad, deseo



sexual, falta de cariño, o conveniencia personal, pero no por libre elección. Elegir libremente implica decidir



independientemente de las presiones internas y externas, de manera imparcial y objetiva, pesando



cuidadosamente el pro y el contra, y determinando qué es lo que verdaderamente queremos, y en qué medida



eso puede perjudicarnos o favorecernos, y qué grado de compatibilidad existe entre nuestro proyecto y los



intereses familiares y sociales.



Hemos llegado, de este modo, a la segunda palabra de nuestro triángulo: Voluntad, que al final, es el



elemento clave que puede arrojar más luz sobre el problema que nos ocupa. En efecto, ser capaz de elegir o



decidir implica la posesión de un criterio maduro que se manifiesta a través de la, voluntad, la cual es el timón



de nuestras vidas. Para ser libre tenemos que estar capacitados para decidir nuestra existencia



voluntariamente. Sin embargo, aquí es donde Voluntad se confunde con Deseo, tercera palabra del triángulo.



Efectivamente, es preciso reconocer que el ser humano no se mueve por el impulso de su voluntad sino por la



fuerza de su deseo, el cual es motivado y concebido por los instintos o emociones preponderantes. Tener



voluntad implica la posesión de un Yo Superior poderoso, estable, y maduro, ya que lo volitivo permite



mantener la constancia de una línea de acción, lo cual no ocurre en la práctica, ya que el sujeto cambia



constantemente su centro de gravedad o “yo directivo”. Tal como lo expresara tan acertadamente Gurdjief, el



hombre no tiene un yo, sino que posee muchos yoes, los cuales, en realidad, lo poseen a él mismo, en forma



instintiva y anárquica, a la manera pasional. Por eso es que el sapiens está cambiando tan rápidamente de



propósito y de manera de pensar y sentir. De aquí nacen las enormes contradicciones internas, la



desorientación, la duda, y la inestabilidad (¿qué estabilidad puede haber si cambiamos a cada instante?).



Como el sapiens se da cuenta en forma inconsciente de este fenómeno, crea esquemas intelectuales lo más



rígidos posibles, a fin de aferrarse a ellos y obtener así una improvisada firmeza. No importa que “yo directivo”



esté actuando como amo de nuestra “casa biológica” (el cuerpo físico); el sólido esquema nos dirá qué es lo



que tenemos que hacer. Éste es uno de los motivos por los cuales el sapiens “petrifica” su inteligencia,



limitándose a un conjunto de circuitos fijos, estables y permanentes. Esto tiene algunas ventajas, pero son



insignificantes al lado de los factores negativos que esto implica. Si bien es cierto que la “petrificación” sirve al



sujeto para alcanzar una mayor estabilidad emocional o intelectual, y una adaptación al grupo en el cual se



desenvuelve, por otra parte, convierte el individuo, conceptualmente hablando, en un “árbol de piedra”, rígido,



inflexible, y estático, privándolo de la dinámica de las transformaciones.



Mientras el mundo cambia, este sujeto se aferrará a sus gastados esquemas, negándose a considerar la



importancia y el contenido trascendental de aquellas transformaciones.



Sin un Yo Superior crecido y maduro, el hombre no tiene una verdadera voluntad, solamente la fuerza de lo



desconocido y lo imprevisto lo empuja hacia una meta que por no haber elegido, la desconoce absolutamente.



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El sapiens es un eterno caminante hacia lo desconocido, e ignora completamente lo fasto o nefasto de su



futuro. El presentimiento de este hecho lo empuja a "gozar de la vida" en forma compulsiva, con una búsqueda



sistemática del placer del hoy, ya que carece de la certidumbre de un mañana; es un ente sin futuro, por lo



menos, en lo que a propia elección se refiere. En estas condiciones, se comprende y disculpa, en cierta



medida, la actitud materialista y netamente egoísta del sapiens, quien procura por todos los medios a su



alcance, hacer vibrar su vacío e inerte mundo interno. Persiguiendo esto, prefiere muchas veces, el sufrimiento



vano a la paz interna.



Careciendo de un Yo Superior, el sapiens se refugia tenazmente en un Yo Colectivo, el cual se proyecta



dentro del individuo dirigiendo su vida. De este Yo, hemos hablado ya en capítulos anteriores, denominándolo



Alma Colectiva o Computador central de la especie. Es así como la costumbre, la moda, la aprobación o



rechazo colectivo de determinadas pautas de conducta, va dominando al sujeto, y termina por alienarlo de



manera irresistible. Todos los hombres que parecen tener una actitud original y exitosa ante la vida, son



imitados rápidamente por la masa, la cual adopta sin mayor análisis, su manera de proceder, pero sólo en lo



aparente, sin pretender mirar bajo la superficie. Los astros de cine o las estrellas de la canción desatan una



manía imitativa, ya que proyectan una gran imagen, y los “hombres grises” tratan de apropiarse de ella para



destacarse de la gente.



Son escasas las personas que actúan auténticamente, siguiendo sus impulsos internos, manifestándose tal



como son; la mayoría busca constantemente la aprobación ajena para justificar y reforzar su manera de



proceder. Una costumbre característica de casi todas las personas, es la de atisbar frecuentemente la



expresión facial de la gente con la cual alterna, a fin de establecer si esos rostros manifiestan aprobación o



rechazo, modificando su actitud en consecuencia.



La masa, por su parte, busca continuamente líderes a los cuales someterse. Éste es el verdadero



reconocimiento de su nulidad volitiva; necesita quien la dirija porque carece de voluntad para hacerlo por sí



misma. Siempre el líder es el símbolo del hombre que tiene la fuerza, la audacia, la libertad, y la determinación



de la cual carece el hombre común.



Negamos de manera terminante el libre albedrío del sapiens, y sostenemos que en verdad, de acuerdo al



concepto oriental “todo está escrito”. El sapiens ocupa un nivel específico dentro del orden cósmico, y para él,



todo está predeterminado y previsto. No obstante, no debemos entender este concepto de una manera



absoluta, ciega y terminante, sino que es preciso interpretarlo en el sentido de que la persona está limitada a



las posibilidades que le brindan los Señores del destino o Dioses zodiacales, pero que éstos no empujan al



sujeto en una senda de una sola vía, sino que en su camino hay bifurcaciones que le presentan el dilema de



una elección, pero siempre dentro del camino que le fue impuesto.



Si bien es cierto que para el sapiens, “todo está escrito”, no ocurre lo mismo con el hombre sabio que se



liberó del alma colectiva animal y se convirtió en un hombre estelar. Para éste, nada está escrito, y él tiene en



sus manos el libro de su destino y la pluma con la cual puede escribir lo que le plazca siempre dentro de las



leyes que rigen el Universo; jamás en su contra).



El sapiens no puede dirigir su vida hacia donde, realmente lo desea; debe limitarse a dejarse llevar por la



marea del “progreso” colectivo, cuyo flujo y reflujo está determinado por los Señores del destino.



Es así como se construyen las más grandes civilizaciones, obra en la cual se invierte mucha sangre, sudor, y



lágrimas, sólo para que un día cualquiera el péndulo oscile hacia el otro extremo y se destruya todo



rápidamente, quedando solamente ruinas, vestigios, y recuerdos. El péndulo de la vida arrolla y sobrepasa la



creación humana, la cual, por muy importante y poderosa que sea, es aventada con el paso del tiempo,



perdiendo de ese modo, cualquiera trascendencia que haya tenido. Sólo los dioses inmortales sobreviven el



terrible Cronos.



EL HERMETISMO



El hermetismo es la Ciencia magistral del Universo, y llegó al planeta tierra en los tiempos de Lemuria, según



lo afirma la tradición, traída por maestros extraterrestres, quienes pretendieron con ese acto trascendental,



conceder al sapiens la posibilidad de una evolución superior, la cual, hasta ese momento, le estaba negada.



Desconocemos los motivos profundos de estos visitantes; solo sabemos que vinieron a este lugar y se



quedaron mucho tiempo. Lo menos interesante es el hecho físico mismo de su llegada, y determinar en qué



clase de naves pudieron arribar. Sin embargo, comentaremos el hecho de que un “artefacto espacial” no es el



único medio de viajar en el Universo, y que es posible que seres humanos, o “humanoides”, como se les quiera



llamar, pueden, bajo ciertas condiciones, y aún careciendo de un cuerpo material, desplazarse por el Universo



a velocidades superiores a la de la luz. No es la luz lo que se desplaza más rápido en el Cosmos; es el



pensamiento y creemos fehacientemente que es posible viajar en alas del pensamiento, lo cual está



simbolizado por el dios Mercurio.



Desde nuestro punto de vista hermético no nos interesa tampoco el avance científico y técnico de los



visitantes espaciales; nos ocupa solamente la ciencia de la naturaleza interna del ser humano, clave maestra



absoluta de todas las ciencias. Es por esto, que con justicia podemos llamar al hermetismo La ciencia de todas



las ciencias.



Desde los antiguos tiempos basta ahora, la ciencia hermética no se ha perdido ni desvirtuado, sino que se



conserva en toda su pureza, aún cuando se han dado a conocer numerosas mistificaciones seudofilosóficas



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que se han transformado en sistemas que tienen un fondo hermético, pero que carecen del verdadero



conocimiento.



En nuestra época el hermetismo está plenamente activo, y sigue dando al sapiens la oportunidad de



escaparse de su clasificación u ordenación cósmicas, para ascender a un nivel infinitamente superior: el nivel



del hombre, es decir, de la criatura en la cual se manifiestan plenamente las más altas cualidades hominales,



de las que por cierto, carece el sapiens. Este prodigioso tránsito requiere de una auténtica mutación del



sapiens, el cual, si tiene éxito en el proceso, abandona para siempre su condición de terrestre, para convertirse



en hombre estelar.



Esto, no es ni una abstracción ni un símbolo, es una posibilidad absolutamente real, verídica, concreta y



tangible. Por mucho que estudiemos las maravillas de la naturaleza, los prodigios de la ciencia y la técnica, no



existe ni existirá maravilla igual a la que señalamos: la metamorfosis de la larva humana en hombre estelar.



Esto sucede en este momento, en nuestra época, en este mundo, y no es algo que la gente ignore, ya que se



ha hablado mucho de una “tradición iniciática esotérica”. Sin embargo, el sapiens prefiere involucrarse en



estudios absolutamente improductivos, intrascendentes, y temporales, que no le aportarán ningún beneficio



que resista el paso del tiempo. En Santiago de Chile, en Buenos Aires, en París, en Pekín, Nueva York, Moscú



o El Cairo, se están formando mutantes, hombres estelares que dejarán para siempre de ser terráqueos, aún



cuando físicamente vivan en este planeta y colaboren más que nadie a un verdadero progreso. Es posible ser



extranjero en su propio planeta, pero a la manera de los seres superiores, llevar una existencia sencilla, simple,



y anónima. Los hombres insignificantes luchan continuamente para llamar la atención; los realmente



importantes tratan de pasar desapercibidos.



Los “invasores” o “alienígenos”, como se ha denominado a supuestos visitantes de las estrellas, no están por



llegar; están aquí desde la remota época de Lemuria, anónimos, y enteramente confundidos con la



muchedumbre. Estos hombres han sido siempre “la luz de la humanidad”, los que llevan, a la manera de



Prometeo, el fuego divino en sus manos, alumbrando, inspirando, y ayudando a los hombres terrestres,



quienes se encuentran en un mero estado larvario en su evolución.



¿Qué hacen estos hombres estelares? ¿A qué se dedican? A las mismas labores de los hombres comunes,



ya que deben ganarse el pan de cada día, pues su condición superior no los libera de la responsabilidad del



trabajo. Por el contrario, mientras más consciente es un hombre, mayores responsabilidades contrae, y esto es



fácilmente comprensible. Sin embargo, además de la lucha por la vida, realizan una intensa actividad



hermética, es decir, que su existencia, sus acciones sus pensamientos, y sus ideas, tienen un propósito



trascendentalmente superior. No se piense que estos seres viven procurando enseñar hermetismo a los



terrestres; por el contrario, la ciencia hermética es un conocimiento estelar, prohibido a los terrestres, a quienes



sólo se les puede transmitir esta enseñanza cuando cumplen exitosamente las formalidades de un proceso que



llamamos Iniciación. Los que no llenan estos requisitos, no tienen derecho por mera curiosidad, a conocer lo



que está vedado por las leyes del Supremo Creador o Gran Ordenador del Universo. No se crea tampoco que



todos estos hombres estelares viven impartiendo el proceso de la Iniciación; solamente unos pocos de ellos,



muy pocos, han tomado esta grave responsabilidad. El resto trabaja en otras labores que no viene al caso



divulgar.



Siguiendo con nuestra explicación, existen dos clases de hombres estelares: los que originariamente llegaron



del espacio extraterrestre y prosiguieron su evolución en este planeta, y los que por el proceso de la Iniciación



se transformaron en Mutantes, los cuales alcanzaron por la elevación de su conciencia, la calificación de



hombres estelares.



La manifestación más reciente del hermetismo (hablando del pasado), se dio en Egipto, en una época no



precisada históricamente, con el “maestro de maestros” Hermes Trismegisto (el tres veces grande). La tradición



asegura que este maestro llegó a nuestro planeta Tierra hace treinta mil años atrás. De aquí derivó su nombre



la filosofía hermética, es decir, la enseñanza de Hermes, el que se constituyó en un perfecto heredero y



continuador de los primitivos maestros.



Debemos entender que antes de Hermes, la ciencia hermética debe haber sido designada con otro nombre,



pero esto no tiene ninguna importancia, ya que las palabras son solamente símbolos que pueden cambiar



muchas veces, pero el objeto designado permanece idéntico en su propia naturaleza. Es así como en el curso



de la historia la ciencia hermética adoptó muchos nombres, pero permaneció constante en su naturaleza



interna. Los hermetistas más conocidos fueron los primitivos Rosacruces (no los que hoy día llevan este



nombre), quienes adoptaron una serie de símbolos explicatorios para hacer más fácil la transmisión de la



enseñanza a los estudiantes.



Debemos aclarar, que si bien es cierto existen hoy día algunos verdaderos Rosacruces, son desconocidos.



Los hermetistas, llámense rosacruces, magos, iniciados, maestros, brujos, etc., no están agrupados en una



sola “Orden hermética” u “Orden Rosacruz”, sino que están diseminados por el mundo, siendo cada uno de



ellos, autónomo, a pesar de laborar dentro de un plan común. Un hombre estelar puede ser un político



eminente, un sacerdote, un maestro de escuela, un escritor, un cineasta, un militar, un artesano o un pensador



cualquiera. Cada uno sabe qué es lo que está haciendo exactamente en esa posición. Estos hombres no



actúan como maestros instructores; los maestros de sabiduría están generalmente a cargo de una escuela en



la cual se imparte instrucción hermética; sin embargo, lo repetimos, son poquísimos.



Desde el momento en que hablamos de “filosofía hermética”. Mucha gente puede pensar que ésta es una



disciplina abstracta y teórica, un mero ejercicio del pensamiento que no aporta nada práctico al individuo.



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Además, ocurre que la filosofía tradicional brinda una inmensa gama de reflexiones sobre innumerables



problemas que preocupan al sapiens. Los grandes filósofos que han existido en la historia de la humanidad,



constituyen hoy día los pilares del pensamiento civilizado. Aparentemente, no habría mucho que agregar sobre



lo que ya se ha dicho al respecto. Es por eso que hablar de filosofía hermética no altera ni conmueve a nadie.



Debemos decir, por lo demás, que no pretendemos de ninguna manera llamar la atención, hacer



sensacionalismo o proselitismo; solamente queremos comunicar algo al mundo, para que éste, en la medida de



su capacidad conceptual, pueda entender los rudimentos del Arte hermético, o bien, negarlo, burlarse, o



simplemente encogerse de hombros. A los grandes sabios herméticos no les interesa convencer a nadie; se



limitan a cumplir su labor de iluminación espiritual de la Humanidad. Si su mensaje es escuchado, se



regocijarán con la promesa de una nueva aurora del sapiens; si no son comprendidos ni apreciados, lo



sentirán, pero no por ellos, sino por la gente que se privará de tan hermosa y fantástica oportunidad.



A los hombres estelares no les preocupa mayormente el paso del tiempo, ya que son inmortales en su



naturaleza intrínseca. Pueden transformarse muchas veces, sufriendo el proceso que llamamos muerte, pero



más allá de ésta conservan su identidad consciente y la memoria de sus conocimientos, volviendo cada vez a



la existencia física como quien despierta de un sueño reparador. Es el sapiens, en cambio, quien debe



preocuparse por el tiempo, ya que la brevedad de su existencia como identidad pensante lo obliga a trabajar



aceleradamente si es que quiere transformarse en hombre estelar y obtener la inmortalidad.



Muchos se preguntarán cómo es posible que el hermetismo permanezca tan desconocido, si es que



verdaderamente es algo tan importante. Otros, identificarán la filosofía hermética con el Yoga, mentalismo,



ocultismo, parasicología, espiritismo, demonología, magia negra, etc., pensando que no existe tal secreto



hermético, en vista de la abundante literatura que existe al respecto. Debemos advertir que el hermetismo no



ha trascendido fuera de las verdaderas escuelas, porque es un arte para cuyo conocimiento hay que alcanzar



un estado especial de conciencia, que si no se logra, todo lo que se estudie al respecto será charla hueca y



vacía. La sabiduría de los hombres despiertos no puede ser comprendida por seres dormidos, por muy



inteligentes que sean.



Podría creerse que la filosofía hermética es algo que debe estudiarse asiduamente en un retiro espiritual,



aguzando el intelecto al máximo para cumplir lo antes posible con el “plan de instrucción”. Inversamente, y a



diferencia de la filosofía tradicional, el hermetismo es algo profundamente vital, y el individuo debe enfrentarse



a los diferentes avatares por los que pasa el hombre en su existencia terrena, con el fin de realizar la



enseñanza de una manera práctica, ya que la filosofía hermética es el arte de vivir, el cual no se enseña en



ninguna universidad ni colegio. El estudiante tiene que apoderarse de la sabiduría hermética con el sudor de su



frente, conociendo la vida a fondo, atravesando por la mayor cantidad posible de experiencias, que le permitan,



alumbrado con lo que va conociendo en teoría, realizarse a si mismo como un verdadero sabio hermético y



hombre estelar.



El hermetismo es la única filosofía “viviente”; el único conocimiento que es idea, concepto, carne, sangre, y



espíritu. Como es carne y sangre (recordemos a Jesús en la última cena) se renueva constantemente a sí



mismo; es dinámico, flexible, y eternamente joven.



El hermetismo es la realización de la sabiduría como una filosofía viviente; es el espíritu universal y divino,



transubstanciado en un cuerpo de materia viviente.



Por lo ya expuesto, no existe un “Molde hermético”, plantilla, o matriz que pudiera servir de modelo para



producir hombres estelares según un patrón establecido; todo lo contrario, cada uno de ellos es



verdaderamente único. Es por esto que la filosofía hermética no se enseña al modo tradicional en que el



sapiens está acostumbrado a estudiar; en que el éxito está garantizado para el más inteligente o estudioso.



Si así fuera, si el hermetismo se impartiera según un programa de materias que el estudiante debe dominar,



estaríamos creando hombres con su cerebro lavado, es decir, programados de acuerdo a un esquema, y por lo



tanto, sería la violación de la esencia misma de esta ciencia, la cual busca la libertad, autonomía, y libre



albedrío del hombre, por citar lo más simple y fácil de entender.



Es difícil que alguien comprenda cómo es posible “enseñar sin enseñar”, cómo se puede transmitir



conocimiento sin una instrucción programada y metódica. La respuesta es simple: en el proceso iniciático se



coloca al estudiante en condiciones vitales muy peculiares a fin de que él pueda, con criterio autodidacta, “crear



su propio conocimiento”, cuya base se le entrega en instrucciones orales de carácter muy especial, y por un



proceso místico que podríamos denominar “ósmosis mental”.



A decir verdad, el hermetismo no reconoce otra posibilidad de verdadero aprendizaje que no sea el



aprendizaje autodidacta en el cual, es el propio sujeto quien se enseña a sí mismo, tomando la información



básica de un instructor, o simplemente, de la palabra escrita. Consideramos que el sistema educacional que se



utiliza en colegios y universidades adolece de un grave defecto: programa al estudiante en base a esquemas



rígidos que se graban en su cerebro con la fuerza del prestigio y la autoridad de estos planteles, dañando



seriamente la inteligencia del alumno, la cual se convierte en una capacidad estática, enfocada solamente en lo



que el sujeto aprendió, casi imposibilitada de enfrentar el análisis profundo de cosas verdaderamente nuevas y



diferentes. A nivel profesional, resulta sensible observar a los especialistas, que han sido modelados de



acuerdo a un estereotipo básico, tal como quien fabricara elementos en serie.



La ciencia hermética es la única que no programa cerebralmente al individuo, manteniendo su inteligencia



libre de circuitos mecánicamente establecidos. La inteligencia del hombre estelar es libre y desprogramada. La



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explicación de la manera como se puede hacer esto, está fuera del alcance de un intelecto programado, y por



lo tanto no es materia para exponer en esta obra. Solamente, a manera de orientación general, podemos



sugerir al lector que reflexione en la relación que existe entre lo particular y lo general, y en el dicho popular



que expresa que nada es verdad ni es mentira; todo es según el color del cristal con que se mira”. En efecto,



sólo al elevarse por encima de las múltiples caras de la verdad, puede conocerse la verdad absoluta, que



sintetiza en sí misma lo que es y lo que no es, la verdad y la mentira, el bien y el mal, la ignorancias y la



sabiduría, la vida y la muerte.



Llamaremos también la atención sobre los koanes que se emplean en el budismo Zen, como un ejemplo de



lo que estamos diciendo. El koan, es una especie de diálogo simbólico entre un maestro y sus discípulos, el



cual plantea un interrogante que no puede resolverse intelectualmente, por estar más allá de la razón. Se tratar



con esto de destruir el pensamiento conceptual y trascenderlo, para llegar a la naturaleza esencial y única de



todas las cosas.



El hermetismo, por ejemplo, dice que “todo es mente” (la palabra mente, ha sido elegida para designar la



energía única del Universo, pero igualmente podría usarse otra, tal como espíritu) y que la naturaleza del



Universo es mental. De esta manera, la naturaleza profunda de todo lo que existe estaría compuesta por



energía mente. El átomo es mente; el hombre es mente; Dios es mente.



Aquí reside el interés máximo del filósofo hermético: en apoderarse del conocimiento de la esencia única de



todas las cosas, la cual, como está en todas partes, es la clave maestra de la sabiduría.



La vida misma es contradictoria y paradojal; nadie se explica, por ejemplo, que si existe un ser supremo haya



tanta injusticia en este mundo. A la luz de la sabiduría hermética se disipan todas las contradicciones y se



reconcilian las paradojas, llegándose además a comprender la causa oculta de todas las cosas.



La verdad es la exageración de lo simple, y para llegar a lo simple no se requiere de una gran sapiencia o



instrucción en las materias tradicionales. Eso sí, resulta indispensable tener un grado mínimo de cultura, ya que



de otro modo nuestra inteligencia carecería de datos con los cuales trabajar para llegar finalmente a la síntesis,



estado en el cual el sujeto no necesita de una cultura, por lo menos en el sentido acostumbrado.



LOS BUSCADORES



La abundante “mitología” esotérica en vez, de desvelar lo oculto, lo ha velado de manera más profunda,



causando con esto el más profundo desconcierto entre los que buscan, sincera o falsamente, la luz de la



verdad hermética. Existe gran cantidad de escuelas, centros y “movimientos”, cada uno con su particular



filosofía. En apariencia, cada una de estas corrientes se contrapone a las otras, y existe una gran falta acuerdo



y coincidencia en sus enseñanzas. Por supuesto, cada escuela proclama que su verdad es la correcta, y que



sus similares, son imperfectas o espurias. No pretendemos de ninguna manera criticar a las diferentes



escuelas, sino más bien orientar a los buscadores para que efectivamente encuentren aquello que persiguen, y



a la vez, obtengan mayor luz sobre sus móviles personales. Cada buscador tiene un particular concepto sobre



lo que desea encontrar, y es así como puede, efectivamente, encontrar lo que pretende, pero darse cuenta



posteriormente que su hallazgo no lo conducirá a nada verdaderamente superior, real y positivo.



Bajo el contexto general de “ciencias ocultas”, hay quienes se sienten atraídos por el espiritismo, el yoga, el



rosacrucismo, la parasicología, o el “mentalismo”. A la vez, dentro de cada una de estas corrientes existen



numerosas escuelas y “pseudoescuelas”. El candidato a la iniciación encuentra difícil ubicarse para elegir



adecuadamente.



En primer lugar, diremos que cada individuo tiene un “nivel” que le es propio, dentro del promedio general de



la humanidad. Esto es como si todos nosotros viviéramos en un estanque de agua, similar a un acuario, y cada



uno encontrara su propia línea de flotación, de acuerdo a la densidad de su cuerpo. Hay muchas calidades de



sapiens; hay quienes están muy abajo y otros muy alto para su especie. En estas condiciones, se comprende



que cada persona busque un movimiento o escuela adecuado a su propio nivel, ya que si no es así, el sujeto



estará imposibilitado de sacar algún provecho. En este caso se comprende que “lo similar atrae a lo similar”.



Para ejemplarizar lo que estamos diciendo, vamos a suponer que un sujeto muy “bajo” o denso, llega hasta una



escuela de alto nivel, atraído por la meta que persigue. Este individuo, con absoluta seguridad, considerará



mala o deficiente la institución que ha conocido, ya que su concepto de malo será todo lo que esté por debajo o



por encima de su propia línea de flotación. Para él, lo bueno será lo que se acomode a su propia vibración.



Debido a este principio del nivel de flotación, a las personas de vibración densa les resulta casi imposible



permanecer en grupos iniciáticos de alto nivel, debiendo conformarse con otros de categoría inferior.



Sin embargo, es preciso señalar que todas las escuelas sirven, aun las de bajo nivel, ya que si no fuera por



éstas, no habría quien acogiera al sujeto de inferior calidad, el cual necesita también de una luz equivalente a



su propia capacidad de ver. Por el contrario, si un hombre de alta vibración llega a un movimiento de baja



categoría, le resultará fácil y cómodo quedarse, pero su desarrollo espiritual será escaso o nulo.



Para ser discípulo de Jesús sería necesario estar a la altura de un apóstol; de otra manera sería imposible.



Es muy importante decir que las verdaderas escuelas son muy escasas, y que la mayoría son solamente



centro de estudio o práctica de principios elementales. Dividiremos para nuestra explicación en tres grupos a



las escuelas:



1. Centros de estudio (como son la gran mayoría).



2. Escuelas conectadas a una fuerza oculta superior que son muy escasas.



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3. Escuelas iniciáticas (que pueden impartir en forma real y no simbólica el proceso místico de la iniciación),



que son escasísimas y prácticamente desconocidas.



Prácticamente cualquier persona puede ingresar a los centros de estudio que hemos clasificado en punto



uno. Basta pagar una cuota y mantener una asistencia regular, o una comunicación constante en el caso de las



instrucciones por correspondencia.



Resulta útil para una persona el pertenecer a alguno de estos centros de estudio, ya que preparan al sujeto



para cosas superiores, a la vez que despiertan en él una mayor inquietud espiritual.



Podríamos decir que estos grupos representan lo exotérico o externo de la doctrina hermética.



En el punto dos encontramos a las escuelas que efectivamente están enlazadas a un poder superior, es



decir, que de algún modo tienen un enlace con los hombres estelares. El estudiante puede sacar mucho



provecho de ellas.



Con el número 3 hemos clasificado a las escuelas iniciáticas, que son las únicas que pueden conducir al



estudiante de manera real y no simbólica, por el proceso de la iniciación. Se caracterizan porque siempre existe



un maestro al frente, y porque son las portadoras del fuego celeste, el cual transmiten al estudiante en la



iniciación. Resulta indispensable establecer que la iniciación no es como creen algunos ingenuos una



ceremonia ritual que se practica, en un templo, sino que el nombre, iniciación, designa el proceso completo de



mutación de la larva humana en hombre estelar, el cual es provocado y dirigido por los maestros de estas



escuelas.



¿Dónde están físicamente estas escuelas iniciáticas?



Su ubicación no interesa mayormente, ya que a pesar de que su número es muy reducido, todo aspirante que



tenga un poderoso y verdadero anhelo de superación espiritual y que posea el nivel adecuado, encontrará con



toda seguridad quien lo guíe hasta encontrar uno de estos talleres.



Debemos ahora hablar sobre los aspirantes a la sabiduría. Sabemos que hay personas que han recorrido



cuanta escuela existe buscando lo que desean, pero nunca lo han hallado, probablemente porque no saben



qué es lo que realmente quieren. Generalmente tienen las más fantásticas ideas al respecto, y creen



honradamente, por ejemplo, que los únicos maestros verdaderos están en la India, o en alguna parte



misteriosa o inaccesible del Oriente. Otros piensan que hay que comunicarse con los discos voladores por



medio de la telepatía con el fin de recibir instrucciones de sus hipotéticos tripulantes, supuestos poseedores de



conocimientos esotéricos. Hay quienes creen sólo en el espiritismo, la parasicología, o la enseñanza



francmasónica. Los más ingenuos exigen todo tipo de “cartas patentes”, pergaminos secretos, o pruebas



materiales que atestigüen de dónde emana la autoridad de la escuela. También hay algunos que



sugestionados por la publicidad, fama o prestigio de alguna institución, creen que es lo mejor que pueden



encontrar. La realidad es que el aspirante no está capacitado para elegir, ni menos para llegar eventualmente a



juzgar la bondad o pobreza del Instituto al cual ingrese. Si estuviera en condiciones de elegir, sería porque su



visión espiritual sobrepasa a la de los instructores que él busca, caso en el cual éstos no tendrían nada que



enseñarle. Solamente la iluminación de su propio espíritu puede guiar al postulante en este caso. En la



antigüedad, por ejemplo, al ser iniciados los candidatos en ciertas hermandades esotéricas, se les presentaba



dos vasos con vino o licor, y se le advertía que uno contenía un veneno mortal, debiendo el neófito elegir uno



de ellos y bebérselo íntegramente. Si no aceptaba, era rechazado de inmediato. Sabemos que a veces esto era



sólo una comedia para aquilatar el valor y la decisión del individuo, pero que en otros casos, el compuesto



tóxico existía efectivamente, estimándose que si el sujeto lo bebía, había desde ya fracasado, pues no estaba



alumbrado por su chispa divina en la búsqueda que había iniciado.



Es de importancia básica que el buscador analice los móviles que lo guían, ya que de esta manera podrá



evitarse muchos sinsabores y pérdida de tiempo, ya que sabemos que uno de los factores más desagradables



relacionados con el comportamiento humano es el hecho de que el sapiens se miente a sí mismo con una



frecuencia asombrosa. Sus mentiras son de tal astucia, sutileza y perfección, que el sujeto puede demorarse



muchos años de su vida en descubrir que un farsante lo estaba engañando, y que este charlatán era él mismo.



El objeto de este autoengaño lo ha determinado muy exactamente la psicología y generalmente se refiere a la



necesidad de mantener la autoestima a un nivel elevado.



Existen muchas técnicas de autoengaño, y se agrupan bajo la denominación general de “racionalizaciones”.



El profesor Gordon Allport nos da al respecto la siguiente definición: “La razón adecua los impulsos y creencias



al mundo de la realidad, la racionalización adecua en cambio la concepción de la realidad a los impulsos y



creencias del individuo. El razonamiento descubre las causas reales de nuestros actos, la racionalización



encuentra buenas razones para justificarlos”. ¡He aquí un tesoro de sabiduría psicológica en pocas palabras!



Por desgracia, nadie hace uso de él, a pesar de que puede dar a muchas personas la clave de los



acontecimientos nefastos de su vida.



El individuo se miente a sí mismo para eludir el enfrentamiento con sus conflictos internos, con lo cual logra



un alivio momentáneo, pero jamás una solución. Es por esto que es vital que el interesado en el hermetismo o



en las corrientes esotéricas diversas, investigue sus propios móviles. ¿Existe verdaderamente en él un



auténtico deseo de superación espiritual? ¿Siente una verdadera sed espiritual? ¿O solamente está guiado por



el deseo egoísta de alcanzar un poder que le dé prestigio, popularidad y reconocimiento?



Puede ocurrir que el sujeto sea un converso potencial para cualquier movimiento colectivo, y que (caso muy



común) busque solamente deshacerse de su yo insignificante o indeseable, fundiéndolo en cualquier



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movimiento de masas. El sujeto puede ser un paranoico, un acomplejado en grado superlativo, un fracasado,



un vanidoso que necesita de un auditorio para lucirse, o un intelectual impulsado sólo por la curiosidad. Es



posible que ande huyendo de sí mismo o del mundo, o que un gran fracaso amoroso o su tremenda soledad, lo



lleven a buscar una compañía cualquiera. Otros pueden pretender poderes mágicos, secretos para ganar



dinero o atraer al sexo opuesto, o simplemente quieren abrir su “tercer ojo”, sin tener, en realidad, la más



mínima idea de lo que pretenden. En cualquiera de estos casos, u otros en que guiado por estos ejemplos, se



deduzca fácilmente que el individuo no está llevado por un genuino anhelo de superación espiritual, es



preferible que se abstenga de solicitar la luz hermética, ya que no se encuentra preparado para esto, además



de no interesarle verdaderamente.



Esto no quiere decir que alguna persona que está en uno de los casos anteriores no vaya a poseer,



paralelamente al problema que la aqueja, un real impulso de elevación espiritual. Muchas veces las personas



“más espirituales”, por así decirlo, son las que más problemas encuentran en su existencia terrestre, por la



dificultad de adaptar sus vehículos psíquicos más sutiles que lo común, a las vicisitudes de nuestra



“civilización”. Sucede en muchos casos que un estudiante ingresa a una fraternidad hermética y no le resulta



posible quedarse por las enormes dificultades que surgen en su camino. En esta alternativa pueden perderse la



gran mayoría de los candidatos, ya que es muy simple pertenecer a grupos de estudio o escuelas



contemplativas donde no existe una iniciación real, pero si el sujeto ingresa a una escuela iniciática, deberá



enfrentarse con el espectro de si mismo y vencerlo, si es que pretende alcanzar la luz. La naturaleza lo probará



sin contemplaciones, a fin de establecer su verdadera calidad espiritual. En alquimia hermética se dice que



para hacer oro hay que tener oro, aun cuando sea una fracción infinitesimal”. Precisamente, en las pruebas, se



sabrá con absoluta seguridad cuanto oro espiritual tiene el candidato. Si no tiene esta semilla áurea, toda



mutación resultará imposible, y el sujeto deberá conformarse con luchar en esta vida para formar su



pequeñísima porción de oro espiritual, lo cual lo capacitará en una próxima reencarnación para llegar más



lejos.



También ocurre que una vez dentro de una fraternidad hermética, el estudiante puede permanecer allí varios



años ciego y sordo a la enseñanza que recibe, sin poder aquilatar el inmenso valor de la escuela y del



conocimiento que está recibiendo. Esta situación puede durar siempre, o sobrevenir un día cualquiera, una



experiencia iluminadora, que abra los ojos para siempre al individuo.



La falta de avance o de éxito, se debe generalmente a que el sujeto no se esfuerza lo suficiente, poniendo él



mismo, límite a su propio trabajo. Para no engañar a nadie, hay que decir que el hermetismo no es, de ninguna



manera, para los flojos o cómodos, sino al contrario, para la gente dispuesta a realizar esfuerzos titánicos para



evolucionar. Aquí hemos tocado un punto del que ya hemos hablado, pero es necesario analizar repetidas



veces hasta llegar a entenderlo. Nos referimos a que el vulgo siempre piensa en el Ocultismo, la Magia, o el



hermetismo, como en un sistema, que mediante el uso de fórmulas mágicas, permitiría obtener rápidamente,



sin mayor esfuerzo, lo que de otro modo sería posible sólo a costa de gran empeño. Riqueza, amores, trabajo,



o favores especiales, serían obtenidos por mediación de potencias superiores. Como lo hemos señalado con



anterioridad, la gente siempre cree en lo que quiere creer, esto es, en lo que conviene a sus propósitos



personales. En este caso, como en otros, todo lo que signifique economizar esfuerzo y alcanzar las cosas por



procedimientos maravillosos será inmediatamente aceptado por el vulgo. Seguramente el relato de “Aladino y



la lámpara maravillosa” de “Las mil y una noches”, fue escrito por un haragán, a manera de proyección



inconsciente de sus sueños ocultos. Esto no quiere decir que esos prodigios no sean posibles sino que de



ninguna manera pueden constituirse en un “abracadabra” para lograr las cosas con poco trabajo. Uno de los



principios herméticos dice que: “toda causa produce un efecto”, el cual será de una potencialidad equivalente a



la acción que le dio origen, y tendrá un tiempo de gestación o realización acorde a la importancia de lo que se



pretende conseguir. No existe, por lo tanto, el milagro de obtener las cosas sin esfuerzo, como caídas del cielo.



Esto sería una arbitrariedad en el ordenamiento cósmico, y sí este acto caprichoso fuera posible, la integración



de los materiales del Universo se rompería. No existen en el Cosmos ni los milagros ni la casualidad;



solamente la causalidad (ley de causa y efecto), y los fenómenos naturales producidos por leyes de la



naturaleza poco conocidas. Lo que se llama un milagro es solamente un hecho natural, pero de naturaleza



desconocida.



Existen también quienes no encuentran porque no quieren encontrar, ya que si lo hicieran, se verían



obligados a enfrentarse al arduo problema de vencerse a sí mismos para poder evolucionar, lo cual ellos saben



de antemano, y los asusta. Constituirse en cambio en un eterno buscador no requiere de grandes esfuerzos,



sino que muy por el contrario, permite al sujeto dar rienda suelta a sus más audaces sueños, sin peligro de



sufrir un descalabro. El perpetuo explorador, elude, entregándose a la fantasía onírica, el encuentro con la real



oportunidad de realizarse a sí mismo de manera genuina. Resulta muy cómodo soñar durante 30 o más años



que uno se perfecciona cada día más y que va camino de la perfección espiritual. Por supuesto que esta



fantasía contribuye, según la magnitud del autoengaño, a hacerle la vida más llevadera y soportable al



individuo, pero fatalmente llega el enfrentamiento con la realidad cruel.



Sin el ánimo de ofender a nadie, sino solamente para dar a conocer una verdad, es necesario considerar que



existen tantos tipos de escuelas como clases de individuos. Hay escuelas para quienes llegan por primera vez



en su cadena de reencarnaciones a la luz de la enseñanza hermética; hay escuelas para gente ya muy



evolucionada, para personas muy inteligentes, para tontos, para simples, para quienes han fracasado en su



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iniciación en vidas pasadas, para maestros castigados por los jueces ocultos; escuelas de magia blanca, y



también de magia negra.



Ya hemos señalado el peligro de que personas psicológicamente enfermas se refugien en el hermetismo



como un medio de escapar de sus problemas internos, o bien, lo utilicen como un acicate para sus más



exaltados sueños. Sin embargo, mucho mas peligroso, es el hecho triste de hacerse discípulo de un maestro



enfermo. ¿Pero, es que puede haber maestros enfermos? Ciertamente, y esto se explica por la ambigüedad de



la palabra “maestro” y por el hecho de que el cerebro humano tiene un tope de resistencia, y pasado este límite



puede desequilibrarse.



Supongamos, por ejemplo, el caso de un individuo que ha llegado a tener mucho conocimiento esotérico,



pero que no se ha realizado espiritualmente como un verdadero hombre estelar por carecer de la suficiente



“limpieza interna” y por no haber podido superar sus perturbaciones mentales provenientes de frustraciones o



complejos diversos (recordemos que perturbación mental no es sinónimo de locura). Este sujeto, en un



momento dado, por motivos que no viene al caso analizar, puede fundar una escuela y transmitir una



enseñanza, la cual, por supuesto, estará distorsionada por el trastorno psicológico de este maestro. Esto no



quiere decir que la enseñanza que este hombre imparta sea falsa, por el contrario, puede ser enteramente



verídica por conocerla perfectamente en su teoría. Sin embargo, aquí cabe citar un aforismo de gran significado



esotérico, el cual dice más o menos lo siguiente: “los medios correctos en manos del hombre incorrecto, actúan



incorrectamente; los medios incorrectos usados por el hombre correcto, actúan correctamente”. Esto se refiere



a que un conocimiento verídico en manos de un sujeto desviado moral, emocional, o mentalmente, actuará



desviadamente, y el que recibe esta enseñanza experimentará la reacción negativa de este hecho. Al revés



podría ocurrir que un hombre íntegro y puro estuviera equivocado en algunos conocimientos que posee. En



este caso, no nos quepa duda que de un modo mágico el resultado final será adecuado y correcto. Por



supuesto que lo ideal es el sujeto integro con un conocimiento certero. Esto explica el por qué los magos



negros, por ejemplo, pueden poseer grandes conocimientos esotéricos, pero su meta y sus propósitos



verdaderos no los conoceremos nunca, ya que su lema es engañar siempre al estudiante de sus escuelas para



utilizarlo de manera encubierta para sus propios fines. Es así como explotan siempre las debilidades de sus



seguidores, haciéndolos concebir toda clase de grandes ilusiones sobre el futuro.



Volviendo al caso que señalábamos de un maestro enfermo, el individuo generalmente es completamente



sincero, y está convencido de que él es el único dueño de la verdad y el conocimiento. Una de las



características más destacadas de estos sujetos trastornados, es su propia egolatría, la cual es tan inmensa



que llegan perfectamente a convencerse que son DIOS mismo encarnado en la tierra, y que por supuesto, son



infalibles y omniscientes; no pueden equivocarse jamás, porque siempre tienen la razón. La pérdida del sentido



de la autocrítica y la autoglorificación de estos hombres es fácil de apreciar a través del lenguaje que emplean



para referirse a ellos mismos, ya que todas sus historias están destinadas siempre a demostrar cuán



poderosos, sabios, inteligentes, e infalibles son. Cualquier psiquiatra encontraría en ellos un tema clásico de



estudio. Debemos darnos cuenta que es muy fácil que un paranoico, y aún un esquizofrénico, tengan acceso al



conocimiento esotérico y adopten el papel de maestros. No obstante, es relativamente simple reconocerlos: la



egolatría, la infalibilidad demencial, la autodivinización, autoglorificación, y un supuesto monopolio de la verdad



serán generalmente sus características más destacadas.



En resumen, la iniciación puede desvirtuarse en su propósito de perfección espiritual, y llevar al sujeto al



delirio de grandezas y megalomanías en las cuales se confunden en desorden las verdades que el sujeto



conoce, con los sueños e ilusiones tejidos por su inconsciente. Es decir, existe el “aborto iniciático”. Puede



darse, por ejemplo, el caso de un individuo que no pudo limpiar su alma, pero que logró saber determinadas



cosas, y se convierte en la sombra de la luz. El demonio utiliza siempre la verdad para confundir a la gente,



para lo cual la invierte. Lo demoníaco es solamente lo divino al revés.



Por supuesto que también existen aquellas escuelas cuyo verdadero propósito no es iniciático, sino político, y



que utilizan la organización como una pantalla para reclutar adeptos. Su verdadero fin no es el de formar



hombres estelares, sino de engrosar los batallones de ciertos sistemas ideológicos.



Una última advertencia con respecto a las escuelas: debemos desconfiar siempre de aquéllas en las cuales



se halaga la autoestima del individuo, manifestándole repetidas veces que “es una persona muy evolucionada,



muy espiritual”, o muy inteligente y preparada.



Con frecuencia, en algunos centros, se utiliza el sistema de la alabanza, franca o sutil, como un medio de



utilizar al estudiante para fines que éste ignora. La mentira hábilmente dosificada y dirigida, se emplea allí



como un arma para manejar al estudiante, explotando sus pasiones inferiores con la promesa de que alcanzará



infaliblemente lo que pretende. De igual manera, desconfiemos de quienes entregan su enseñanza sin pedir



nada a cambio, a la manera de un romántico Jesucristo. Si la regalan de ese modo es porque no vale nada; lo



valioso siempre exige, para ser poseído, algo de una importancia equivalente. Muchos pseudo maestros dicen



que “la enseñanza no se cobra”. Nosotros debemos manifestar, algo absolutamente diferente: la enseñanza no



se puede comprar, ya que no está a la venta, pero es preciso que el estudiante aporte algo valioso a quien lo



instruye, ya sea a la escuela, o al maestro físico. Ésta es una ley oculta que no se puede violar.



Finalmente, debemos insistir en que una escuela siempre debe tener un maestro, ya que si carece de él, y se



limita a transmitir el legado del pasado, el discípulo no puede existir, ya que para que haya estudiante tiene que



haber maestro. No importa que el instructor que esté al frente de una fraternidad esotérica no sea de la talla de



“un gran maestro”, ya que no todos pueden llegar a esto. Lo que interesa es que este sujeto esté efectivamente



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bien orientado y sea un hombre recto, sano y puro. Sin embargo, el buscador no tiene otra manera de ubicar al



maestro que no sea por su propia aspiración interna. Mientras más fuerte sea su anhelo por la verdad y la



libertad, con mayor certeza encontrará lo que busca.



CAMINO HACIA EL OLIMPO



LAS SIETE LLAVES DEL CONOCIMIENTO



1. El principio del mentalismo



“Todo es mente; el Universo es mental”



En éste, el primero de los siete principios herméticos, se afirma que “El Universo es mental”, y que la única



realidad esencial de las cosas es mente, ya que el Universo en sí mismo es una creación mental, es decir,



vivimos en la mente de Dios, quien mantiene el Cosmos a la manera del que sostiene un pensamiento por



medio de la concentración mental.



“El Kybalion”, compendio de principios herméticos, nos muestra dos aforismos que ilustran nuestro saber:



1. “La mente infinita del todo es la matriz del cosmos.”



2. “El Todo crea en su mente infinita innumerables universos, los que existen durante aeones de tiempo, y así



y todo, para él, la creación, desarrollo, decadencia y muerte de un millón de universos no significa más tiempo



que el que se emplea en un abrir y cerrar de ojos.”



Es así como Dios, o el todo mente, crea la vida por medio de su pensamiento, tal como el hombre puede



crear un Universo en su propia mente. El Gran Creador imagina la creación y la proyecta hacia el huevo



cósmico, dando origen a la vida en sus infinitas manifestaciones. De este modo, el hermetista no se preocupa



demasiado por estudiar la composición química de los elementos, sino que prefiere estudiar el principio mente,



compuesto esencial de todo lo que existe. Animales, minerales, vegetales, hombres, dioses, planetas, galaxias,



universos, materia y energía, todo es mente; el Universo es mental. Es por esto que en todo el Cosmos



imperan las mismas leyes, las de la mente.



La energía mente se manifiesta en una escala infinita de vibraciones, las cuales van desde lo denso a lo más



sutil. La combinación de estas vibraciones, al igual que la mezcla de las notas musicales emitidas por un piano,



produce los diferentes elementos o materiales del Universo, con características tan diferentes entre sí, pero



cuya naturaleza intrínseca está formada por mente.



Es por eso que los antiguos alquimistas creían en la transmutación del plomo o de cualquier metal, en oro, ya



que el compuesto íntimo de todos los metales es exactamente el mismo: mente.



En lo personal, nuestro cuerpo físico es mente, nuestro huesos, nuestra sangre, nuestro sistema nervioso,



nuestra inteligencia, nuestro espíritu, nuestro pensamiento: todo es mente.



El todo mente (Dios), es infinito, eterno, inmutable e incognoscible. El todo mente no es energía ni materia, es



algo superior a esto: es una mente viviente e infinita, a la cual se le puede también llamar, Espíritu, o esencia



real.



El todo mente ha existido siempre y existirá siempre; es lo absoluto que está más allá de toda comprensión.



Todo aquello que es finito, mudable y transformable, no puede ser el todo. Y como nada existe fuera de él, en



realidad, todo lo finito debe ser nada realmente. El Kybalion nos plantea las siguientes interrogantes



herméticas: ¿Qué es el Universo? Si nada puede existir fuera del todo; entonces, ¿el universo es el todo. No,



no puede serlo porque el Universo parece estar hecho de múltiples unidades y está en continuo cambio.



Entonces, si el Universo no es del todo, debe ser nada. Sin embargo, nosotros somos sensibles y sentimos la



existencia del Universo. Y si el Universo es algo y no es el todo, ¿qué puede ser? Sencillamente, como ya lo



hemos dicho, es una creación mental del todo.



Éste es el origen del tan conocido principio hindú del “Maya”. Ellos, (los hindúes) dicen que “Todo es Maya”,



es decir, traduciéndolo a palabras occidentales, Todo es ilusión. Ciertamente, un pensamiento nuestro es



ilusión. Si hemos creado imaginativamente un personaje como un viejito de barba blanca, corta estatura, ojos



verdes, y un bastón de ramas de mi árbol, este personaje es fantasioso e ilusorio desde nuestro punto de vista



material, pero absolutamente tangible, concreto y real para los materiales, elementos o personajes de nuestro



sueño imaginativo. Un fantasma es un fantasma para el hombre físico, pero es un ser material para otro



fantasma. Atravesará puertas de madera pero no “puertas para fantasmas”, hechas de “madera fantasma”.



Un automóvil fabricado de pensamientos (imaginario), no puede chocar con un vehículo material, pero sí con



otro coche imaginario, ya que está en la, misma vibración o en la misma densidad de su “materia”.



Debemos entender que como sapiens, criaturas de carne y hueso, estamos ubicados en un nivel vibratorio



específico, es decir, ocupamos un lugar en la ordenación del Universo. Es preciso reflexionar que para



nosotros es materia solamente aquella energía de características vibratorias semejantes o idénticas a la



nuestra, y que energía será el polo opuesto. Por el contrario, para un hombre cuyo cuerpo estuviera formado



de energía en un diferente estado vibratorio, la “materia” sería para él la energía similar a la que compone su



cuerpo.



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No existe, por lo tanto, materia ni energía; sólo la energía única, material o esencia primordial que lo



compone todo.



Si pudiéramos salir de nuestra clasificación, escaparnos de este Universo y unirnos al todo mente,



participando de su naturaleza, el Universo se desintegraría instantáneamente (sólo para nosotros), debido a



que habríamos cambiado la situación o posición del observador.



No es difícil entender que si desde el punto de vista de lo absoluto, “todo es ilusión”, desde nuestra mortal



situación, “nada es ilusión”, ya que todo lo que ocurre nos afecta de alguna manera y podemos percibirlo y



sentirlo. Ahora bien, como sapiens, hemos sido hechos a semejanza de Dios y tenemos dentro de nosotros la



chispa divina. Si lo corporal es en nosotros lo finito, relativo y mudable, la chispa divina o esencia espiritual, es



lo absoluto. Esta reflexión nos lleva a un trascendental descubrimiento: el sapiens es el único ser del universo



que participa tanto de la naturaleza del pensador (Dios = chispa divina), como de la estructura de lo imaginado,



por el pensador (mundo material = cuerpo físico).



A través de la comprensión de este principio es posible vislumbrar el motivo por el cual el hombre fue creado:



es el instrumento utilizado por Dios para que cree con su pensamiento los materiales del Universo. El supremo



creador utiliza el cerebro del hombre para crear la vida. En este proceso de creación podemos distinguir dos



etapas:



1. El hombre, dios de su propio Universo.



2. El hombre, órgano de creación de la vida (¿lo sexual de Dios?).



En la primera etapa, el sapiens imagina todo un Universo con su pensamiento, proceso de asombrosa



similitud a la creación efectuada por la divinidad. Cabe preguntarse si en este Universo imaginado por el



sapiens, no existen también, planetas, galaxias, vegetales, minerales, y aun el hombre, en otra escala



dimensional. En realidad, lo infinitamente grande se confunde con lo infinitamente pequeño. No podemos decir



cuando algo será tan pequeño como para desaparecer o tan grande como para desintegrarse. Creemos,



efectivamente, que existe todo un Universo en el pensamiento de cada hombre, y que si para éste transcurre



un segundo, para los seres que viven en su imaginación pueden haber pasado millones de años.



En la segunda etapa, la vida creada por el hombre en su propia imaginación, y que existió en su Universo



mental, pasa de ese mundo al Universo de Dios, donde existe el propio hombre, es decir, su densidad material



se iguala a la de su creador.



Es posible que lo mismo le ocurra al hombre, y que en un momento dado éste pase a otro Universo superior



a éste que conocemos.



La comprensión de que todo es ilusión (“Todo es Maya”), puede desquiciar a quien no esté preparado para



esta verdad, ya que en su interpretación vulgar nos llevaría a creer que como Todo es ilusión, no vale la pena



hacer nada, ya que en última instancia, nada vale la pena porque “todo es nada”. No se debe cometer este



error, el cual se originaría al ubicarse en el nivel de un observador que existiera fuera de este Universo.



La superación espiritual que promete el hermetismo, consiste en el desarrollo, fortalecimiento, crecimiento y



evolución de la parte divina del sapiens; lo que se llama corrientemente Espíritu. Esta parte esencial se



desarrolla a costa de lo onírico (lo ilusorio), y es así como el sapiens puede convertirse en un mutante, o sea, el



sujeto cuyo centro de gravedad cambia de lo ilusorio a lo absoluto que existe en sí mismo (su propio espíritu el



cual es una emanación de Dios). Este cambio tan profundo, capacita al sujeto para ir comprendiendo la verdad



de manera gradual y llegar finalmente al conocimiento de la verdad absoluta, la única que es inmutable,



inmortal, y eterna, y que no sufre cambios por el paso del tiempo porque está más allá de él. En última



instancia sólo es totalmente verídica la verdad absoluta, ya que la relativa se circunscribe solamente a observar



un pequeño sector de lo absoluto. Es por este motivo que en el hermetismo, tal como lo proclama el Kybalion,



se habla de Sabios, y Semisabios. Estos últimos son los que se limitan a conocer el mundo ilusorio del Maya,



es decir, lo imaginado por el gran creador, sin poder nunca remontarse a la fuente original de todo lo que



existe. Son una especie de sabios del mundo de los fantasmas, o sea, lo onírico. El verdadero sabio hermetista



se polariza en lo esencial de sí mismo, y al lograr que su espíritu se manifieste a través de su propio cerebro,



se evade del mundo de la fantasía onírica para penetrar en el nivel del Gran Pensador, donde radica lo



absoluto.



Esto explica por qué la personalidad, que es el medio de adaptarse a lo ilusorio para no percibir su calidad de



tal, impide el desarrollo espiritual superior del individuo, al bloquear su contacto con la realidad. Por lo general,



mientras más programada esté una persona, más difícil le resultará elevarse al mundo del conocimiento de lo



absoluto.



2. El principio de correspondencia



“Como arriba es abajo; como abajo es arriba.



Este principio hermético se refiere a la similitud que, existe entre los diversos planos o clasificaciones



vibratorias que existen en el ordenamiento del Universo. La gran escala de la vida va desde la materia al



espíritu, existiendo en el medio una infinita escala vibratoria. Dentro de esta gama, las mismas leyes que



actúan en lo denso, por ejemplo, obrarán también en lo espiritual o sutil. Existe una correspondencia o similitud



entre todos los fenómenos cósmicos, y el estudio de estas analogías permite llegar a lo desconocido partiendo



de lo que ya se sabe. La astrología, por ejemplo, se basa en la premisa de que el hombre es un microcosmos,



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es decir, que tiene en su interior una réplica análoga al Universo, y que por medio de este esquema vital



estamos unidos a los planetas de nuestro sistema solar e influenciados por ellos. La carta celeste del



horóscopo pretende llegar al trazado de nuestra estructura vital interna por medio de la ley de correspondencia.



Los planetas manifestarán su influencia a través de las diferentes partes de nuestro cuerpo, con las cuales se



corresponden. Sabemos, por ejemplo, que Aries corresponde a la cabeza y Piscis a los pies, existiendo una



simpatía entre el signo zodiacal, el planeta que lo rige, y la zona del cuerpo sobre la cual domina. Un talismán



es un objeto mediante el cual se pretende establecer una relación magnética entre el sujeto que se desea



proteger y la fuerza cósmica correspondiente. El Cosmos influencia al hombre con sus energías, pero a la vez,



es influenciado por éste.



Existe aquí un principio de retroalimentación, cuyas exactas proyecciones no podemos vislumbrar. Se dice



que si una persona tira una piedra a un lago, este acto simple llegará algún día a influenciar los confines del



Universo de alguna manera. Existe la unidad universal, en el sentido de que todo está unido a todo; no



podemos separarnos de la gente ni de nuestro medio ambiente. Tú mismo, lector, estás unido por un hilo



invisible a cada habitante de nuestro planeta y a todo ser que existe en el Cosmos. Si odias a alguien, te estás



destruyendo a ti mismo; si quieres vengarte de una persona, lo que pongas en movimiento caerá finalmente



sobre ti. Recordemos los principios cristianos, que se basan en puro hermetismo: “No hagas a otros lo que no



quieras que te hagan a ti”, o “Amaos los unos a los otros”. Este principio de correspondencia se explica porque



Todo es mente; el Universo es mental. La energía mente es un nexo común de todo lo que existe.



Tal como existen correspondencias externas (con lo externo), también las hay dentro de nuestro cuerpo, y



también en relación al sexo opuesto. Obsérvese por ejemplo la similitud entre las amígdalas y los testículos o



los ovarios, entre el espermatozoide y el bulbo raquídeo con el cerebro, o la relación entre este último y el sexo.



En este caso, habitualmente la pérdida de sensibilidad en lo sexual deriva en una mayor sensibilidad



intelectual, y viceversa. Esto se comprueba en la satiriasis, que generalmente lleva a un deterioro de la



inteligencia. Con respecto a los sexos opuestos, podemos ver como el pene se corresponde con el clítoris, y el



útero con la próstata.



La magia simpática es el arte de establecer correspondencias artificiales entre una persona y una figura de



cera, un talismán, una planta o cualquier objeto. De este modo, las influencias recibidas por el muñeco de cera,



derivarán finalmente hacia el sujeto que sirvió de modelo. Basándose en este mismo principio, un individuo



puede entrar en correspondencia con un árbol o una planta, y traspasarle su propia enfermedad, con la mejoría



equivalente.



La acupuntura nos muestra un caso del ventajoso empleo de las equivalencias corporales, donde el estímulo



en el lóbulo de una oreja puede sanar una cefalalgia. A primera vista es muy difícil pensar que puede haber



una relación entre lóbulo de la oreja y nuestra cabeza, pero la experiencia concreta prueba que la hay. Es



posible por medio de las agujas que se utilizan en la acupuntura curar muchas enfermedades o provocar



insensibilidad al dolor; todo esto por la correspondencia.



Es de máximo interés el estudio del aforismo hermético “Como es arriba es abajo; como es abajo es arriba”,



ya que nos explica los lazos de influencia recíproca que existen entre un individuo y la naturaleza terrestre y



celeste. El medio ambiente, al irradiar sus fuerzas sobre nosotros, provoca cambios en nuestro interior y en los



acontecimientos que diariamente nos ocurren. A la inversa, nuestra condición psicológica y nuestro estado



mental se proyectan hacia la naturaleza, y como consecuencia de esto, se producen en nuestras vidas sucesos



fastos o nefastos. Este aforismo hermético tiene una gran aplicación práctica que se desvelará sólo al



estudiante acucioso. Por nuestra parte sólo daremos algunos ejemplos:



1. Una persona mantiene su habitación en desorden y totalmente, desaseada. Este hecho material, de



naturaleza física, repercute de inmediato en lo psicológico del sujeto, quien se convierte, intelectual y



emocionalmente en una réplica de la situación física que mantiene. Su psiquis será el retrato de su habitación,



y viceversa.



2. Esta misma persona del ejemplo anterior se dedica un día a efectuar un escrupuloso aseo y ordenamiento



de su pieza. Como consecuencia de esto, realiza también una cuidadosa limpieza de su psiquis, sintiéndose



especialmente alegre, “liviano”, y confortable.



3. Un sujeto amargado y negativo se encuentra habitualmente con gente que lo rechaza instintivamente, y



que sin darse cuenta cómo, pueden llegar a odiarlo.



4. Una mujer se cree fea y se siente poco atractiva. Aun cuando sea en verdad “fascinante”, su estado mental



rechazará al sexo opuesto.



No creemos necesario explicar mayormente estos casos. Dentro del tema que estamos tratando, y por la



importancia enorme que reviste, consideraremos en forma especial lo que se refiere a la relación establecida



entre los actos jurídicos que obligan al sujeto y la dependencia y falta de libertad que sobreviene en el plano de



la energía. Vamos a suponer, para ilustrar esto, que una mujer no se lleva bien con su marido, y se separa de



hecho, pero sin divorciarse. Por este hecho ella seguirá unida firmemente a su esposo, y si él es un sujeto



negativo que le desea cosas malas, esta dama no podrá aislarse de estas fuerzas; las recibirá y seguramente



la perjudicarán, aun cuando esté diez años viviendo separada de su ex compañero. ¿Cuál es la razón de esto?



La causa reside en nuestro aforismo “como es arriba es abajo; como es abajo es arriba”, ya que por existir un



contrato jurídico entre ambos cónyuges, ellos están, en verdad, indisolublemente ligados, por lo menos



mientras el contrato tenga vigencia legal. La ley de los hombres proyecta su influencia hasta el mundo de la



energía, llamémoslo “plano astral”, “plano mental”, o “cuarta dimensión”, para designar un lugar de vibraciones



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muchísimo más sutiles que las materiales. Lo mismo que en el caso anterior ocurre con personas naturales que



se unan a través de un contrato para formar una persona jurídica, lo cual ocurre en el caso de una sociedad



comercial, por ejemplo. Mientras la escritura de constitución de la sociedad esté vigente, los socios



permanecerán unidos, y cada uno de ellos afectará la vida de los demás, de una manera positiva o negativa, y



a la vez, recibirá también de ellos una fuerza que determinará sucesos importantes en su vida. De ahí el peligro



de unir nuestras vidas con personas afectadas por un karma muy pesado o negativo, el cual, en caso de una



ligazón jurídica, caerá indefectiblemente sobre nosotros.



A través de este principio de correspondencia es posible entender la crueldad inmensa que significa el



condenar a un delincuente a cadena perpetua, ya que por haberlo dictado así la ley del sapiens, este sujeto



continuará prisionero indefinida o permanentemente, aún después de su fallecimiento. Cadena perpetua



significa, en el fondo, cárcel después de la muerte.



Para que no reine la desesperación en quienes están en este trance y lean este libro, quiero aconsejarles que



practiquen una especie de defensa mental para liberarse junto con la muerte. Este “sortilegio”, por llamarlo así,



consiste en repetir todos los días la siguiente oración: “me libero de la ley de los hombres y me entrego a la



justicia divina”. Es preciso advertir que para que ésta fórmula surta efecto y el sujeto se libere realmente, es



preciso sentir profundamente lo que se está diciendo, ya que si se repite mecánicamente, con seguridad



fracasará. Es diferente el caso cuando se condena al reo a la pena capital, ya que en este trance, la muerte lo



libera.



Debemos también señalar la importancia enorme que tiene para la especie sapiens, los descubrimientos u



observaciones astronómicas, ya que si un sujeto cualquiera descubre una nueva estrella con su telescopio, y



ésta emite energías sutiles de carácter destructivo (todos los cuerpos emiten energía, a la cual podemos



denominar “energía masa”) estas fuerzas llegarán hasta nuestro planeta en forma intensa, ya que se ha creado



una vía mental para ello.



Los templos del antiguo Egipto estaban construidos de manera que si en ciertas épocas del año una persona



miraba hacia el cielo desde una abertura o ubicación previamente establecida, veía una estrella, conocida por



los constructores, con lo cual se pretendía establecer un contacto mental para que el observador recibiera la



influencia positiva de aquel astro.



Es preciso advertir que esta enseñanza sobre las siete llaves herméticas es de carácter básico, para que el



estudiante descubra todo lo que permanece oculto, o se dice entre líneas.



Quiero terminar este comentario sobre el principio de correspondencia honrando el recuerdo de los



extraordinarios egipcios, quienes poseyeron conocimientos herméticos extraordinarios antes de llegar a su



decadencia. El vulgo siempre ha comentado, al igual que los arqueólogos ignorantes, que en Egipto la gente



era tan ignorante que adoraba dioses animales, lo cual se considera el colmo de la decadencia moral. Por



nuestra parte; debemos decir que esto era la manifestación de la sabiduría hermética antigua. Me explico: los



egipcios tenían dioses animales no para adorarlos, sino para que fueran adorados por los animales comunes y



corrientes (los no instituidos dioses). El objeto de crear dioses animales era el de mantener la pureza y



elevación de la raza humana, al impedir por medios “mágicos” que los animales penetraran en la escala



humana, encarnando como sapiens. En el capítulo “La ilusión del conocimiento verdadero” hemos hablado



sobre la corporización de la energía conciencia, lo cual viene al caso en este tema, para explicar que los



animales al recibir la irradiación de la conciencia del hombre asimilan en parte la energía de la chispa divina,



fuego mágico que los capacita para entrar por primera vez a la escala humana al morir como animales. Se



comprende que esto ocurre de preferencia con animales domesticados o que por alguna razón especial tienen



un contacto sostenido con el hombre. Un perro de circo, por ejemplo, ya está muy cerca de la vibración



humana.



No puedo dejar menos de hacer una pausa al imaginar la sonrisa burlona de quienes creerán, con toda



seguridad, en la debilidad mental de quien escribe. Creo que los comprendo perfectamente, ya que si por mi



parte no hubiera tenido la oportunidad de comprobar hasta la saciedad la veracidad absoluta de la ciencia



hermética, si fuera un neófito en la materia y estuviera leyendo este libro, pensaría lo mismo que ellos. Por el



contrario, si los lectores incrédulos pudieran cambiarse con mi persona por algunos minutos por medio de una



transmigración mágica, me darían completamente la razón. El problema reside en que es preciso vivir la



experiencia hermética para que ésta confirme lo que ya se había logrado aprehender por medio del instrumento



intelectual. Me siento también obligado a señalar que en el hermetismo no se cree ni se deja de creer;



simplemente, se comprende o no se comprende.



Prosiguiendo con la explicación de los dioses animales, debemos decir que cuando un animal encarna por



primera vez como ser humano, será un sujeto de bajísimo nivel, con instintos animales muy fuertes, y que



seguramente hará un grave daño a la sociedad, ya sea por convertirse en un delincuente o al pervertirse



moralmente por carecer de los frenos adecuados para controlar los instintos. Este sujeto-animal, tiene que



elevarse muy gradualmente de nivel a lo largo de muchas reencarnaciones. Se comprende que si muchos



animales se convierten en ejemplares de sapiens, la humanidad se enfrentaría a una grave crisis, y eso es lo



que ocurre precisamente en este momento.



Por medio de la magia ritual los sacerdotes egipcios sacrificaban un perro, por ejemplo, y lo momificaban



enterrándolo en un lugar secreto. Este perro recibía un nombre y era ungido en el momento de su muerte como



“dios de los perros”. Este animal se convertiría así en el guardián oculto que impediría el ingreso de perros a la



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escala humana, para lo cual había sido especialmente preparado. Nos reservamos la explicación completa y



profunda de esta operación mágica, la cual sólo serviría para satisfacer la curiosidad del vulgo.



Solamente falta agregar que de ninguna manera un hombre puede reencarnar como animal, y que no todas



las personas reencarnan, pero esto es tema aparte.


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