Y CUANDO LLEGÓ LA TERCERA NOCHE
Daniazada dijo: “Hermana mía, te suplico que termines tu relato.” Y Schahrazada contestó: “Con toda la
generosidad y simpatía de mi corazón.” Y prosiguió después:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que, cuando el tercer jeique contó al efrit el más asombroso de
los tres cuentos, el efrit se maravilló mucho, y emocionado y placentero, dijo: “Concedo el resto de la sangre
por que había de redimirse el crímen, y dejo en libertad al mercader.”
Entonces el mercader, contentísimo, salió al encuentro de los jeiques y les dio miles de gracias. Ellos, a
su vez, le felicitaron por el indulto. Y cada cual regresó a su país.
“Pero -añadió Schahrazada- es más asombrosa la historia del pescador.”
Y el rey dijo a Schahrazada: “¿Qué historia del pescador es esa?”
Y Shahrazada dijo:
HISTORIA DEL PESCADOR Y DEL EFRIT
“He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que había un pescador, hombre de edad avanzada, casado, con
tres hijos y muy pobre.
Tenía por costumbre echar las redes sólo cuatro veces al día y nada más Un día entre los días, a las doce
de la mañana, fue a orillas del mar, dejó en el suelo la cesta, echó la red, y estuvo esperando hasta que llegara
al fondo. Entonces juntó las cuerdas y notó que la red pesaba mucho y no podía con ella. Llevó el cabo
a tierra y lo ató a un poste. Después se desnudó y entró en el mar, maniobrando en torno de la red, y no paró
hasta que la hubo sacado. Vistióse entonces muy alegre y acercándose a la red, encontró un borrico
muerto. Al verlo, exclamó desconsolado: “¡Todo el poder y la fuerza están en Alah, el Altísimo y el Omnipotente!”
Luego dijo: “En verdad que este donativo de Alah es asombroso.” Y recitó los siguientes versos:
¡Oh buzo, que -giras ciegamente en las tinieblas de la noche y de la perdición! -¡Abandona esos penosos
trabajos; la fortuna no gusta del movimiento!
Sacó la red, exprimiéndola el agua, y cuando hubo acabado de exprimirla, la tendió de nuevo. Después,
internándose en el agua, exclamó: “¡En el nombre de Alah!” Y arrojó la red de nuevo, aguardando que llegara
al fondo. Quiso entonces sacarla, pero notó que pesaba mas que antes y que estaba más adherida, por
lo, cual la creyó repleta de una buena pesca; y arrojándose otra vez al agua, la sacó al fin con gran trabajo,
llevándola a la orilla, y encontró una tinaja enorme, llena de arena y de barro. Al verla, se lamentó mucho y
recitó estos versos:
¡Cesad, vicisitudes de la suerte, y apiadaos de los hombres!
¡Qué tristeza! ¡Sobre la tierra ninguna, recompensa es igual al mérito ni digna del esfuerzo realizado
por alcanzarla!
¡Salgo de casa a veces para buscar candorosamente la fortuna; y me enteran de que la fortuna hace mucho
tiempo que murió!
¿Es así, ¡oh fortuna! como dejas, a los sabios en la sombra, para que los necios gobiernen el mundo?
Y luego, arrojando la tinaja lejos de él, pidió perdón a Alah por su momento de rebeldía y lanzó la red
por vez tercera, y al sacarla la encontró llena de trozos de cacharros y vidrios. Al ver esto, recitó todavía
unos versos de un poeta:
¡Oh poeta! ¡Nunca soplará hacia ti el viento de la fortuna! ¿Ignoras, hombre ingenuo, que ni tu pluma
de caña ni las líneas armoniosas de la escritura han de enriquecerte jamas?
Y alzando la frente al cielo; exclamó: “¡Alah! ¡Tú sabes que yo no echo la red mas que cuatro veces por
día, y ya van tres!” Después invocó nuevamente el nombre de Alah y lanzó la red, aguardando que tocase el
fondo. Esta vez, a pesar de todos sus esfuerzos, tampoco conseguía sacarla, pues a cada tirón se enganchaba
más en las rocas del fondo. Entonces dijo: “¡No hay fuerza ni poder mas que en Alah!” Se desnudó, metiéndose
en el agua y maniobrando alrededor de la red, hasta que la desprendió y la llevó a tierra. Al abrirla
encontró un enorme jarrón de cobre dorado, lleno e intacto. La boca estaba cerrada con un plomo que ostentaba
el sello de nuestro Señor Soleimán, hijo de Daud. El pescador se puso muy alegre al verlo, y se dijo:
“He aquí un objeto que venderé en el zoco de los caldereros, porque bien vale sus diez dinares de oro.”
Intentó mover el jarrón, pero hallándolo muy pesado, se dijo para sí: “Tengo que abrirlo sin remedio; meteré
en el saco lo que contenga y luego lo venderé en el zoco de los caldereros.” Sacó el cuchillo y empezó a
maniobrar, hasta que levantó el plomo. Entonces sacudió el jarrón, queriendo inclinarlo para verter el contenido
en el suelo. Pero nada salió del vaso, aparte de una humareda que subió hasta lo azul del cielo y se
extendió por la superficie de la tierra. Y el pescador no volvía de su asombro. Una vez que hubo salido todo
el humo, comenzó a condensarse en torbellinos, y al fin se convirtió en un efrit cuya frente llegaba a las
nubes, mientras sus pies se hundían en el polvo. La cabeza del efrit era como una cúpula; sus manos semejaban
rastrillos; sus piernas eran mástiles; su boca, una caverna; sus dientes, piedras; su nariz, una alcarraza;
sus ojos, dos antorchas, y su cabellera aparecía revuelta y empolvada. Al ver a este efrit, el pescador
quedó mudo de espanto, temblándole las carnes, encajados los dientes, la boca seca, y los ojos se le cegaron
a la luz.
Cuando vio al pescador, el efrit dijo: “¡No hay más Dios que Alah, y Soleimán es el profeta de Alah!” Y
dirigiéndose hacia el pescador, prosiguió de este modo: “¡Oh tú, gran Soleimán, profeta de Alah, no me
mates; te obedeceré siempre, y nunca me rebelaré contra tus mandatos.” Entonces exclamó el pescador:
“¡Oh gigante audaz y rebelde, tú te atreves a decir que Soleimán es el profeta de Alah! Soleimán murió hace
mil ochocientos años; y nosotros estamos al fin de los tiempos. Pero ¿qué historia vienes a contarme?
¿Cuál es el motivo de que estuvieras en este jarrón?”
Entonces el efrit dijo: “No hay más Dios que Alah. Pero permite, ¡oh pescador! que te anuncie una buena
noticia.” Y el pescador repuso: “¿Qué noticia es esa?” Y contestó el efrit: “Tu muerte. Vas a morir ahora
mismo, y de la manera más terrible.” Y replicó el pescador: “¡Oh jefe de los efrits! ¡mereces por esa noticia-
que el cielo te retire su ayuda! ¡Pueda él alejarte de nosotros! Pero ¿por qué deseas mi muerte? ¿qué hice
para merecerla? Te he sacado de esa vasija, te he salvado de una larga permanencia en el mar, y te he
traído a la tierra.” Entonces el efrit dijo: “Piensa y elige la especie de muerte que prefieras; morirás del modo
que gustes.” Y el pescador dijo: “¿Cuál es mi crimen para merecer tal castigo?” Y respondió el efrit:
“Oye mi historia, pescador.” Y el pescador dijo: “Habla y abrevia tu relato, porque de impaciente que se
halla mi alma se me está saliendo por el pie.” Y dijo el efrit:
“Sabe que yo soy un efrit rebelde. Me rebelé contra Soleimán, hijo de Daud. Mi nombre es Sakhr El-
Genni. Y Soleimán envió hacia mí a su visir Assef, hijo de Barkhia, que me cogió a pesar de mi resistencia,
y me llevó a manos de Soleimán. Y mi nariz en aquel momento se puso bien humilde. Al verme, Soleimán
hizo su conjuro a Alah y me mandó que abrazase su religión y me sometiese a su obediencia. Pero yo me
negué. Entonces mandó traer ese jarrón, me aprisionó en él y lo selló con plomo, imprimiendo el nombre
del Altísimo. Después ordenó a los efrits fieles que me llevaran en hombros y me arrojasen en medio del
mar. Permanecí cien años en el fondo del agua, y decía de todo corazón: “Enriqueceré eternamente al que
logre libertarme.” Pero pasaron los cien años y nadie me libertó. Durante los otros cien años me decía:
“Descubriré y daré los tesoros de la tierra a quien me, liberte.” Pero nadie me libró. Y pasaren. cuatrocientos
años, y me dije: “Concederé tres cosas a quien me liberte.” Y nadie me libró tampoco. Entonces, terriblemente
encolerizado, dije con toda el alma: “Ahora mataré a quien me libre, pero le dejaré antes elegir,
concediéndole la clase de muerte que prefiera.” Entonces tú, ¡oh pescador! viniste a librarme, y por eso te
permito que escojas la clase de muerte.”
El pescador, al oír estas palabras del efrit; dijo: “¡Por Alah que la oportunidad es prodigiosa! ¡Y había de
ser yo quien te libertase! ¡Indúltame, efrit, que Alah te recompensará! En cambio, si me matas, buscará
quien te haga perecer.” Entonces el efrit le dijo: “¡Pero si yo quiero matarte es precisamente porque me has
libertado!” Y el pescador le contestó: “¡Oh jeique de los efrits, así es como devuelves el mal por el bien! ¡A
fe que no miente el proverbio!” Y recitó estos versos:
¿Quieres probar la amargura de las cosas? ¡Sé bueno y servicial!
¡Los malvadas desconocen la gratitud!
¡Pruébalo, si quieres, y tu suerte será la de la pobre Magir, madre de Amer!
Pero el efrit le dijo: “Ya hemos hablado bastante. Sabe que sin remedio te he de matar.” Entonces pensó
el pescador: “Yo no soy mas que un hombre y él un efrit; pero Alah me ha dado una razón bien despierta.
Acudiré a una astucia para perderlo. Veré hasta dónde llega su malicia.” Y entonces dijo al efrit: “¿Has decidido
realmente mi muerte?” Y el efrit contestó: “No lo dudes.” Entonces dijo: “Por el nombre del Altísimo,
que está grabado en el sello de Soleimán, te conjuro a que respondas con verdad a mi pregunta.” Cuando
el efrit oyó el nombre del Altísimo, respondió muy conmovido: “Pregunta, que yo contestaré la verdad.
Entonces dijo el pescador: “¿Cómo has podido entrar por entero en este jarrón donde apenas cabe tu pie o
tu mano?” El efrit dijo: “¿Dudas acaso de ello?” El pescador respondió: “Efectivamente, no lo creeré jamás
mientras no vea con mis propios ojos que te metes en él.”
En este momento de su narración, Schahrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ LA CUARTA NOCHE
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que cuando el pescador dijo al efrit que no le creería como no lo
viese con sus propios ojos, el efrit comenzó a agitarse; convirtiéndose nuevamente en humareda que subía
hasta el firmamento. Después se condensó, y empezó a entrar en el jarrón poco a poco, hasta el fin. Entonces
el pescador cogió rápidamente la tapadera de plomo, con el sello de Soleimán, y obstruyó la boca del
jarrón. Después, llamando al efrit, le dijo: “Elige y piensa la clase de muerte que más te convenga; si no, te
echaré al mar, y me haré una casa junto a la orilla, e impediré a todo el mundo que pesque, diciendo: “Allí
hay un efrit, y si lo libran quiere matar a los que le liberten.” Luego enumeró todas las variedades de
muertes para facilitar la elección. Al oirle, el efrit intentó salir, pero no pudo, y vio que estaba, encarcelado
y tenía encima el sello de Soleimán, convenciéndose entonces de que el pescador le había encerrado en un
calabozo contra el cual no pueden prevalecer ni los más débiles ni los más fuertes de los efrits. Y comprendiendo
que el pescador le llevaría hacia el mar, suplicó: “¡No me lleves! ¡no me lleves!” Y el pescador
dijo: “No hay remedio.” Entonces, dulcificando su lenguaje, exclamó el efrit: “¡Ah pescador! ¿Qué vas a
hacer conmigo?” El otro dijo: “Echarte al mar, que si has estado en él mil ochocientos años, no saldrás esta
vez hasta el día del Juicio. ¿No te rogué yo que me dejaras la vida para que Alah te la conservase a ti y no
me mataras para que Alah no te matase? Obrando infamemente rechazaste mi plegaria. Por eso Alah te ha
puesto en mis manos, y no me remuerde el haberte engañado.” Entonces dijo el efrit: “Abreme el jarrón y te
colmaré de beneficias.” El pescador respondió: “Mientes, ¡oh maldito! Entre tú y yo pasa exactamente lo,
que ocurrió entre el visir del rey Yunán y el médico Ruyán.”
Y el efrit dijo: “¿Quiénes eran el visir del rey Yunán y el médico Ruyán?... ¿Qué historia es esa?”
HISTORIA DEL VISIR DEL REY YUNÁN Y DEL MEDICO RUYÁN
El pescador dijo:
“Sabrás, ¡oh efrit! que en la antigüedad del tiempo y en lo pasado de la edad, hubo en la ciudad de Fars,
en el país de los ruman, un rey llamado Yunán. Era rico y poderoso, señor de ejércitos, dueño de fuerzas
considerables y de aliados de todas las especies de hombres. Pero su cuerpo padecía una lepra que desespeEste
documento ha sido descargado de
raba a los médicos y a los sabios. Ni drogas, ni píldoras, ni pomadas le hacían efecto alguno, y ningún sabio
pudo encontrar un eficaz remedio para la espantosa dolencia. Pero cierto día llegó a la capital del rey Yunán
un médico anciano de renombre, llamado Ruyan. Había estudiado los libros griegos, persas, romanos,
árabes y sirios, así como la medicina y la astronomía, cuyos principios y reglas no ignoraba, así como sus
buenos y malos efectos. Conocía las virtudes de las plantas grasas y secas y también sus buenos y, malos
efectos. Por último, había profundizado la filosofía y todas las ciencias médicas y otras muchas además.
Cuando este médico llegó a la ciudad y permaneció en ella algunos días, supo la historia del rey y de la lepra
que le martirizaba por la voluntad de Alah, enterándose del fracaso absoluto de todos los médicos y sabios.
Al tener de ello noticia, pasó muy preocupado la noche. Pero no bien despertó por la mañana (al brillar
la luz del día y saludar el sol al mundo, magnífica decoración del Optimo) se puso su mejor traje y fue a
ver al rey Yunán. Besó la tierra entre las manos del rey e hizo votos por la duración eterna de su. poderío y
de las gracias de Alah y de todas las mejores cosas. Después le enteró de quien era, y le dijo: “He averiguado
la enfermedad que atormenta tu cuerpo y he sabido que un gran número de médicos, no ha podido encontrar
el medio de curarla. Voy, ¡oh rey! a aplicarte mi tratamiento, sin hacerte beber medicinas ni untarte
con pomadas.” Al oírlo, el rey. Yunán se asombró mucho, y le dijo: “¡Por Alah! que si me curas te enriquecerá
hasta los hijos de tus hijos, te concederé todos tus deseos y serás mi compañero y amigo” En seguida
le dio un hermoso traje y otros presentes, y añadió: “¿Es cierto que me curarás de esta enfermedad sin medicamentos
ni pomadas?” Y respondió el otro: “Sí, ciertamente. Te curaré sin fatiga ni pena para tu cuerpo.”
El rey le dijo, cada vez más asombrado: “¡Oh gran médico! ¿Qué día. y que momento verán realizarse
lo que acabas de prometer? Apresúrate a hacerlo, hijo mío.” Y el medico contestó:. “Escucho y obedezco.”
Entonces salió del palacio y alquiló una casa, donde instaló sus libros, sus remedios y sus plantas aromáticas.
Después hizo extractos de sus medicamentos y de sus simples, y con estos extractos construyó un
mazo corto y encorvado, cuyo mango horadó, y también hizo una pelota, todo esto lo mejor que pudo.
Terminado completamente su trabajo, al segundo día fue a palacio, entró en la cámara del rey y besó la tierra
entre sus manos. Después le prescribió que fuera a caballo al meidán y jugara con la bola y el mazo.
Acompañaron al rey sus emires, sus chambelanes, sus visires y los jefes del reinó. Apenas había llegado
al meidán, se le acercó el médico y le entregó el mazo, diciéndole: “Empúñalo de este modo y da con toda
tu fuerza en la pelota. Y haz de modo que llegues a sudar. De ese modo el remedio penetrará en la palma de
la mano y circulará por todo tu cuerpo. Cuando transpires y el remedio haya tenido tiempo de obrar, regresa
a tu palacio, ve en seguida a bañarte al hamman, y quedarás curado. Ahora, la paz sea contigo.”
El rey Yunán cogió el mazo que le alargaba el médico, empuñándolo con fuerza. Intrépidos jinetes montaron
a caballo y le echaron la pelota. Entonces empezó a galopar detrás de ella para alcanzarla y golpearla,
siempre con el mazo bien cogido. Y no dejó de golpear hasta que transpiró bien por la palma de la mano y
por todo el cuerpo, dando lugar a que la medicina obrase sobre el organismo. Cuando el médico Ruyán vio
que el remedio había circulado suficientemente, mandó al rey que volviera a palacio para bañarse en el
hammam. Y el rey marchó en seguida y dispuso que le prepararan el hammam. Se lo prepararon con gran
prisa, y los esclavos apresuráronse también a disponerle la ropa. Entonces el rey entró en el hammam y tomó
el baño, se vistió de nuevo y salió del hammam para montar a caballo, volver a palacio y echarse a
dormir.
Y hasta aquí lo referente al rey Yunán. En cuanto al médico Ruyán, éste regresó a su casa, se acostó, y al
despertar por la mañana fue a palacio, pidió permiso al rey para entrar, lo que éste le concedió, entró, besó
la tierra entre sus manos y empezó por declamar gravemente algunas estrofas:
¡Si la elocuencia te eligiese como padre, reflorecería! ¡Y no sabría elegir ya a otro más que a ti!
¡Oh rostro radiante, cuya claridad borraría la llama de un tizón encendido!
¡Ojalá ese glorioso semblante siga con la luz de su frescura y alcance a ver cómo las arrugas surcan la
cara del Tiempo!
¡Me has cubierto con los beneficias de tu generosidad, como la nube bienhechora cubre la colina!
¡Tus altas hazañas te han hecho alcanzar las cimas de la gloria y eres el amado del Destino, que ya no
puede negarte nada!
Recitados los versos, el rey sé puso de pie; y cordialmente tendió sus brazos al médico. Luego, le sentó a
su lado, y le regaló magníficos trajes de honor.
Porque, efectivamente, al salir del hammam el rey se había mirado el cuerpo, sin encontrar rastro de lepra,
y vio su piel tan pura como la plata virgen. Entonces se dilató con gran júbilo su pecho. Y al otro día,
al levantarse el rey por la mañana, entró en el diván; se sentó en el trono y comparecieron los chambelanes
y grandes del reino, así como él médico Ruyán. Por esto, al verle, el rey se levantó apresuradamente y le
hizo sentar a su lado. Sirvieron a ambos manjares y bebidas durante todo el día. Y al anochecer, el rey entregó
al médico dos mil dinares, sin contar los trajes de honor y magníficos presentes, y le hizo montar su
propio corcel. Y entonces el médico se despidió y regresó a su casa.
El rey no dejaba de admirar el arte del médico ni de decir: “Me ha curado por el exterior de mi cuerpo sin
untarme con pomadas. ¡Oh Alah! ¡Qué ciencia tan sublime! Fuerza es colmar de beneficios a este hombre y
tenerle para siempre como compañero y amigo afectuoso.” Y el rey Yunán se acostó, muy alegre de verse
con el cuerpo sano y libre de su enfermedad.
Cuando al otro día se levantó el rey y se sentó en el trono, los jefes de la nación pusiéronse de pie, y los
emires y visires se sentaron a su derecha y a su izquierda. Entonces mandó llamar al médico Ruyán, que
acudió y besó la tierra entre sus manos. El rey se levantó en honor suyo, le hizo sentar a su lado, comió en
su compañía, le deseó larga vida y le dio magníficas telas y otros presentes, sin dejar de conversar, con él
hasta el anochecer, y mandó le entregaran a modo de remuneración cinco trajes de honor y mil dinares. Y
así regresó el médico a su casa, haciendo votos por el rey.
Al levantarse por la mañana, salió el rey y entró en el diván, donde le rodearon los emires, los visires y
los chambelanes. Y entre los visires había uno de cara siniestra, repulsiva, terrible, sórdidamente avaro, envidioso
y saturado de celos y de odio. Cuando este visir vio que el rey colocaba a su lado al médico Ruyán
y le otorgaba tantos beneficios, le tuvo envidia y resolvio secretamente perderlo. El proverbio lo dice: “El
envidioso ataca a todo el mundo. En el corazón del envidioso está emboscada la persecución, y la desarrolla
si dispone de fuerza o la conserva latente la debilidad,” El visir se acercó al rey Yunán, besó la tierra entre
sus, manos, y dijo: “¡Oh rey del siglo y del tiempo, que envuelves a los hombres en tus beneficios! Tengo
para ti un consejo de gran importancia, que no podría ocultarte sin ser un mal hijo. Si me mandas que te lo
revele, yo te lo revelaré.” Turbado entonces el rey por las palabras del visir, le dijo: “¿Qué consejo es el
tuyo? El otro respondió: “¡Oh rey glorioso! los antiguos han dicho: “Quien no mire el fin y las consecuencias
no tendrá a la Fortuna por amiga”, y justamente acaba de ver al rey obrar con poco juicio otorgando
sus bondades a su enemigo, al que desea el aniquilamiento de su reino, colmándole de favores, abrumándole
con generosidades. Y yo, por esta causa, siento grandes temores por el rey.” Al oir esto, el rey se turbó
extremadamente, cambió de color; y dijo: “¿Quién es el que supones enemigo mío y colmado por mí de favores?”
Y el visir respondió: “¡Oh rey! Si estás dormido, despierta, porque aludo al médico Ruyán.” El rey
dijo: “Ese es buen amigo mío, y para mí el más querido de los hombres, pues me ha curado con una cosa
que yo he tenido en la mano y me ha librado de mi enfermedad, que había desesperado a los médicos.
Ciertamente que no hay otro como él en este siglo, en el mundo entero, lo mismo en Occidente que en
Oriente. ¿Cómo, te atreves a hablarme así de él? Desde ahora le voy a señalar un sueldo de mil dinares al
mes. Y aunque le diera la mitad de mi reino, poco seria para lo que merece. Creo que me dices todo eso por
envidia, como se cuenta en la historia, que he sabido; del rey Sindabad.”
En aquel momento la aurora sorprendió a Schahrazada, que interrumpió su narración.
Entonces Doniazada le dijo: “¡Ah, hermana mía! ¡Cuán dulces, cuán puras, cuán deliciosas son tus palabras!”
Y Schahrazada dijo: “¿Qué es eso comparado con lo que os contaré la noche próxima, si vivo todavía
y el rey tiene a bien conservarme?” Entonces el rey dijo para sí: “¡Por Alah! No la mataré sin haber oído
la continuación de su historia, que es verdaderamente maravillosa.” Y el rey fue al diván, y juzgó, otorgó
empleos, destituyó y despachó los asuntos pendientes hasta acabarse el día. Después se levantó el diván
y el rey entró en su palacio.
Y CUANDO LLEGÓ LA QUINTA NOCHE
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el rey Yunán dijo a su visir: “Visir, has dejado entrar en ti la
envidia contra el médico, y quieres que yo lo mate para que luego me arrepienta, como se arrepintió el rey
Sindabad después de haber matado al halcón.” El visir preguntó: “¿Y cómo ocurrió eso?” Entonces el rey
Yunán contó:
EL HALCÓN DEL REY SINDABAD
“Dicen que entre los reyes de Fars hubo uno muy, aficionado a diversiones, a paseos por los jardines y a
toda especie de cacerías. Tenía un halcón adiestrado por él mismo, y no lo dejaba de día ni de noche pues
hasta por la noche lo tenía sujeto al puño. Cuando iba de caza lo llevaba consigo, y le había colgado del
cuello un vasito de oro, en el cual le daba de beber. Un día estaba el rey sentada en su palacio, y vio de
pronto venir al wekil que estaba encargado de las aves de caza, y le dijo: “¡Oh rey de los siglos! Llegó la
época de ir de caza.” Entonces el rey hizo sus preparativos y se puso el halcón en el puño. Salieron después
y llegaron a un valle, donde armaron las redes de caza. Y de pronto cayó una gacela en las redes. Entonces
dijo el rey: “Mataré a aquel por cuyo lado pase la gacela.” Empezaron a estrechar la red en torno de la gacela,
que se aproximó al rey y se enderezó sobre las patas como si quisiera besar la tierra delante del rey.
Entonces el rey comenzó a dar palmadas para hacer huir a la gacela, pero ésta brincó y pasó por encima de
su cabeza y se internó tierra adentro. El rey se volvió entonces hacia los guardas, y vio que guiñaban los
ojos maliciosamente, Al presenciar tal cosa, le dijo al visir: “¿Por qué se hacen esas señas mis soldados?” Y
el visir contestó: “Dicen que has jurado matar a aquel por cuya proximidad pasase la gacela.” Y el rey exclamó:
“¡Por mi vida! ¡Hay que perseguir y alcanzar a esa gacela!” Y se puso a galopar, siguiendo el rastro,
y pudo alcanzarla. El halcón le dio con el pico en los ojos de tal manera, que la cegó y la hizo sentir vértigos.
Entonces el rey, empuñó su maza, golpeando con ella a la gacela hasta hacerla caer desplomada. En
seguida descabalgó, degollándola y desollándola, y colgó del arzón, de la silla los despojos. Hacía bastante
calor, y aquel lugar era desierto, árido, y carecía de agua. El rey tenía sed y también el caballo. Y el rey se
volvió y vio un árbol del cual brotaba agua como manteca. El rey llevaba la mano cubierta con un guante
de piel; cogió el vasito del cuello del halcón, lo llenó de aquella agua, y lo colocó delante del ave, pero ésta
dio con la pata al vaso y lo volcó. El rey cogió el vaso por segunda vez, lo llenó, y como seguía creyendo
que el halcón tenía sed, se lo puso delante, pero el halcón le dio con la pata por segunda vez y lo volcó. Y el
rey se encolerizó, contra el halcón, y cogió por tercera vez el vaso, pero se la presentó al caballo, y el halcón
derribó el vaso con el ala. Entonces dijo el rey: ¡Alah te sepulte, oh la más nefasta de las aves de mal
agüero! No me has dejado beber, ni has bebido tú, ni has dejado que beba el caballo.” Y dio con su espada
al halcón y le cortó las alas. Entonces el halcón, irguiendo la cabeza; le dijo por señas. “Mira lo que hay en
el árbol.” Y el rey levantó los ojos y vio en el árbol una serpiente, y el líquido que corría era su veneno.
Entonces el rey se arrepintió de haberle cortado las alas al halcón. Después se levantó, montó a caballo, se
fue, llevándose la gacela, y llegó a su palacio. Le dio la gacela al cocinero, y le dijo: “Tómala y guísala.”
Luego se sentó en su trono, sin soltar al halcón. Pero el halcón, tras una especie de estertor, murió. El rey al
ver esto, prorrumpió en gritos de dolor y de amargura por haber matado al halcón que le había salvado de la
muerte.
¡Tal es la historia del rey Sindabad!”
Cuando el visir hubo oído el relato del rey Yunán, le dijo; “¡Oh gran rey lleno de dignidad! ¿que daño he
hecho yo cuyos funestos efectos hayas tú podido ver?. Obro así por compasión hacia tu persona. Y ya verás
como digo la verdad. Si me haces caso podrás salvarte, y si no, perecerás como pereció Un visir astuto que
engañó al hijo de un rey entre los reyes.
HISTORIA DEL PRÍNCIPE Y LA VAMPIRO
El rey de que se trata tenía un hijo aficionadísimo a la caza con galgos, y tenía también un visir. El rey
mandó al visir que acompañara a su hijo allá donde fuese. Un día entre los días, el hijo salió a cazar con
galgas, y con él salió el visir. Y ambos vieron un animal monstruoso. Y el visir dijo al hijo del rey: “¡Anda
contra esa fiera! ¡Persíguela!” Y el príncipe se puso a perseguir a la fiera, hasta que todos le perdieron de
vista. Y de pronto la fiera desapareció en el desierto. Y el príncipe permanecía perplejo, sin saber hacia
dónde ir, cuando vio en lo más alto del camino una joven esclava que estaba llorando. El príncipe le preguntó:
“¿Quién eres?” Y ella respondió: “Soy la hija de un rey de reyes de la India. Iba con la caravana por
el desierto, sentí ganas de dormir, y me caí de la cabalgadura sin darme cuenta. Entonces me encontré sola
y abandonada.” A estas palabras, sintió lástima el príncipe y emprendió la marcha con la joven, llevándola
a la grupa de su mismo caballo. Al pasar frente a un bosquecillo, la esclava le dijo. “¡Oh señor, desearía
evacuar una necesidad!” Entonces el príncipe la desmontó junto al bosquecillo, y viendo que tardaba mucho,
marchó detrás de ella sin que la esclava pudiera enterarse. La esclava era una vampiro, y estaba diciendo
a sus hijos: “¡Hijos míos, os traigo un joven muy robusto!” Y ellos dijeron: “¡Tráenoslo, madre, para
que lo devoremos!” Cuando lo oyó el príncipe, ya no pudo dudar de su próxima muerte, y las carnes le
temblaban de terror mientras volvía al camino. Cuando salió la vampiro de su cubil, al ver al príncipe temblar
como un cobarde, le preguntó: “¿Por qué tienes miedo?” Y el dijo: “Hay un enemigo que me inspira
temor:” Y prosiguió la vampiro: “Me has dicho que eres un príncipe..” Y respondió él: “Así es la verdad.”
Y ella le dijo: “Entonces, ¿por qué no das algún dinero a tu enemigo para satisfacerle?” El príncipe replicó:
“No se satisface con dinero. Sólo se contenta con el alma. Por eso tengo miedo, como víctima, de una injusticia.”
Y la vampira le dijo: “Si te persiguen, como afirmas, pide contra tu enemigo la ayuda: de Alah, y
Él te librará de sus maleficios y de los maleficios de aquellos de quienes tienes miedo.” Entonces el príncipe
levantó la cabeza al cielo y dijo: “¡Oh tú, que atiendes al oprimido que te implora, hazme triunfar de mi
enemigo, y aléjale de mí, pues tienes poder para cuanto deseas!” Cuando la vampiro oyó estas palabras, desapareció.
Y el príncipe pudo regresar al lado de su padre, y le dio cuenta del mal consejo del visir. Y el rey
mandó matar al visir.”
En seguida el visir del rey Yunán prosiguió de este modo:
“¡Y tú, oh rey, si te fías de ese médico, cuenta que te matará con la peor de las muertes! Aunque le hayas
colmado de favores y le hayas hecho tu amigo, está preparando tu muerte. ¿Sabes por qué te curó de tu enfermedad
por el exterior de tu cuerpo, mediante una cosa que tuviste en la mano? ¿No crees que es sencillamente
para causar tu pérdida con una segunda cosa que te mandará también coger?” Entonces el rey Yunán, dijo:
“Dices la verdad. Hágase según tu opinión, ¡oh visir bien aconsejado! Porque es muy probable
que ese médico haya venido ocultamente como un espía para ser mi perdición. Si me ha curado con una cosa
que he tenido en la mano, muy bien podría perderme con otra que, por ejemplo, me diera a oler.” Y luego
el rey Yunán dijo a su visir: “¡Oh visir! ¿que debemos hacer con él?” Y el visir respondió: “Haya que
mandar inmediatamente que le traigan, y cuando se presente aquí degollarlo, y así te librarás de sus maleficios,
y quedarás desahogado y tranquilo. Hazle traición antes que él te la haga a ti.”. Y el rey Yunán dijo:
“Verdad dices, ¡oh visir!” Después el rey mandó llamar al médico, que se presentó alegre, ignorando lo que
había resuelto el Clemente. El poeta lo dice en sus versos:
¡Oh tú, que temes los embates del Destino, tranquilízate! ¿No sabes que todo está en las manos de aquel
que ha formado la tierra?
¡Porque lo que está escrito, escrito está y no se borra nunca! ¡Y lo que no está escrito no hay por qué
temerlo!
¡Y tú, Señor! ¿Podré dejar pasar un día sin cantar tus- alabanzas? ¿Para quién reservaría, si no, el don
maravilloso de mi estilo rimado y mi lengua de poeta?,
¡Cada nuevo don que recibo de tus manos ¡oh Señor! es más hermoso que el precedente, y se anticipa a
mis deseos!
Por eso, ¿cómo no cantar tu gloria, toda tu gloria, y alabarte en mi alma y en público?
¡Pero he de confesar que nunca tendrán mis labios elocuencia bastante ni mi pecho fuerza suficiente para
cantar y para llevar los beneficios de que me has colmado!
¡Oh tú que dudas, confía tus asuntos a las manos de Alah, el único Sabio! ¡Y así que lo hagas, tu corazón
nada tendrá que temer por parte de los hombres!
¡Sabe también que nada se hace por tu voluntad, sino por la voluntad del Sabio de los Sabios!
¡No desesperes, pues, nunca, y olvida todas las tristezas y todas las zozobras! ¿No sabes que las zozobras
destruyen el corazón más firme y más fuerte?
¡Abandonáselo todo! ¡Nuestros proyectos no son mas que proyectos de esclavos impotentes ante el único
Ordenador! ¡Déjate llevar! ¡Así disfrutaras de una paz duradera!
Cuando se presento el médico Ruyán; el rey le dijo- “¿Sabes por qué te he hecho venir a mi presencia?”
Y el médico contestó: Nadie sabe lo desconocido, más que Alah el Altísimo.” Y el rey le dijo: “Te he mandado
llamar pata matarte y arrancarte el alma.” Y el médico Ruyán, al oír estas palabras, se sinlió asombrado,
con el más prodigioso asombro, y dijo: “¡Oh rey! ¿por qué me has de matar? ¿que falta he cometido?”
Y el rey contestó: “Dicen que eres un espía y que viniste para matarme. Por eso te voy a matar, antes de
que me mates.” Después el rey llamó al porta-alfanje y le dijo: “¡Corta la cabeza a ese traidor y líbranos de
sus maleficios!” Y el médico le dijo: “Consérvame la vida, y Alah te la conservará. No me mates, si no
Alah te matará también.”
Después retiró la súplica, como yo lo hice dirigiéndome a ti, ¡oh efrit! sin que me hicieras caso, pues, por
el contrario, persististe en desear mi muerte.
Y en seguida el rey Yunán dijo al médico: “No podré vivir confiado ni estar tranquilo como no te mate.
Porque si me has curado con una cosa que tuve en la mano, creo que me matarás con otra cosa que me des
a oler o de cualquier otro modo.” Y dijo el médico: “¡Oh rey! ¿esta es tu recompensa? ¿así devuelves mal
por bien?” Pero el rey insistió: “No hay más remedio que darte la muerte sin demora.” Y cuando el médico
se convenció de que el rey quería matarle sin remedio, lloró y se afligió al recordar los favores que había
hecho a quienes no los merecían. Ya lo dice el poeta:
¡La joven y loca Maimuna es verdaderamente bien pobre de espíritu! ¡Pero su padre, en cambio, es un
hombre de gran corazón y considerado entre los mejores!
¡Miradle, pues! ¡Nunca anda sin su farol en la mano, y así evita el lodo de los caminos, el polvo de las
carreteras y los resbalones peligro!
En seguida se adelantó el porta-alfanje, vendó los ojos al médico y, sacando la espada, dijo al rey: “Con
tu venia.” Pero el médico seguía llorando y suplicando al rey: “Consérvame la vida, y Alah te la conservará.
No me mates, o Aláh te matará a ti.” Y recitó estos versos de un poeta:
¡Mis consejos no tuvieron ningún éxito, mientras que los consejos de los ignorantes conseguían su propósito!
¡No recogí mas que desprecios!
¡Por esto, si logro vivir, me guardaré mucho de aconsejar! ¡Y si muero, mi ejemplo servirá a los demás
para que enmudezca su lengua.!
Y dijo después al rey: “¿Esta es tu recompensa? He aquí que me tratas como hizo un cocodrilo.” Entonces
preguntó el rey: “¿Qué historia es esa de un cocodrilo?”. Y el médico dijo: “¡Oh señor! No es posible
contarla en este estado. ¡Por Alah sobre ti! Consérvame la vida, y Alah te la conservará.” Y después comenzó
a derramar copiosas lágrimas. Entonces algunos de los favoritos del rey se levantaran y dijeron:
“¡Oh rey! Concédenos la sangre de este médico, pues nunca le hemos visto obrar en contra tuya; al contrario,
le vimos librarte de aquella enfermedad que había resistido a los médicos y a los sabios.” El rey les
contestó. “Ignoráis la causa de que mate a este médico; si lo dejo con vida, mi perdición es segura, porque
si me curó de la enfermedad con una cosa que tuve en la mano, muy bien podría matarme dándome a oler
cualquier otra. Tengo mucho miedo de que me asesine para cobrar el precio de mi muerte, pues debe ser un
espía que ha venido a matarme. Su muerte es necesaria; sólo así podré perder mis temores.” Entonces el
médico imploró otra vez: “Consérvame la vida, para que Alah te conserve; y no me mates, para que no te
mate Alah.”
Pero ¡oh efrit! cuando el médico se convenció de que el rey le quería matar sin remedio, dijo: “¡Oh rey!
Si mi muerte es realmente necesaria, déjame ir a mi casa para despachar mis asuntos, encargar a mis parientes
y vecinos que cuiden de enterrarme, y sobre todo para regalar mis libros de medicina. A fe que tengo
un libro que es verdaderamente el extracto de los extractos y la rareza de las rarezas, que quiero legarte
como un obsequio para que lo conserves cuidadosamente en tu armario.” Entonces él rey preguntó al médico:
“¿Qué libro es ése?” Y contestó el médico: “Contiene cosas inestimables; el menor de los secretos que
revela es el siguiente: Cuándo me corten la cabeza, abre el libro, cuenta tres hojas y vuélvelas; lee en seguida
tres renglones de la página de la izquierda, y entonces la cabeza cortada te hablará y contestará a todas
las preguntas que le dirijas.” Al oír estas palabras, el rey se asombró hasta el límite del asombro, y estremeciéndose
de alegría y de emoción, dijo: “¡Oh médico! ¿Hasta cortandote la cabeza hablarás?” Y el médico
respondió: “Sí, en verdad, ¡oh rey! Es, efectivamente, una cosa prodigiosa.” Entonces el rey le permitió
que saliera, aunque escoltado por guardianes, y el médico llegó a su casa, y despachó sus asuntos aquel día,
y al siguiente día también. Y el rey subió al diván, y acudieron los emires, los visires, los chambelanes, los
nawabs y todos los jefes del reino, y el diván parecía un jardín lleno de flores. Entonces entró el médico en
el diván y se colocó de pie ante el rey, con un libro muy viejo y una cajita de colirio llena de unos polvos.
Después se sentó y dijo: “Que me traigan una bandeja.” Le llevaran una bandeja, y vertió los polvos, y los
extendió por la superficie. Y dijo entonces: “¡Oh rey! coge ese libro, pero no lo abras antes de cortarme la
cabeza. Cuando la hayas cortado colócala en la bandeja y manda que la aprieten bien contra los polvos para
restañar la sangre. Después abrirás el libro.” Pero el rey, lleno de impaciencia, no le escuchaba ya; cogió el
libro y lo abrió, encontrando las hojas pegadas unas a otras. Entonces, metiendo su dedo en la boca, lo mojó
con su saliva y logró despegar la primera hoja. Lo mismo tuvo que hacer con la segunda y la tercera hoja, y
cada vez se abrían las hojas con más dificultad. De este modo abrió el rey seis hojas, y trató de leerías, pero
no pudo encontrar ninguna clase de escritura. Y el rey diio: “¡Oh médico, no hay nada escrito!” Y el médico
respondió: “Sigue volviendo más hojas del mismo modo.” Y el rey siguió volviendo más hojas. Pero
apenas habían pasado algunos instantes, circuló el veneno por el organismo del rey en el momento y en la
hora misma, pues el libro estaba envenenado. Y entonces sufrió el rey horribles convulsiones, y exclamó`
“¡El veneno circula!” Y después el médico Ruyán comenzó a improvisar versos, diciendo:
¡Esos jueces! ¡Han juzgado, pero excediéndose en sus derechos y contra toda justicia! ¡Y sin embargo,
¡oh Señor! ¡La justicia existe!
¡A su vez fueron juzgados! ¡Si hubieran sido íntegros y buenas, se les habría perdonado! ¡Pero oprimieron,
y la suerte les ha oprimido y les ha abrumado con las peores tribulaciones!
¡Ahora son motivo de burla y de piedad para el transeúnte! ¡Esa es la ley! ¡Esto a cambio de aquello! ¡Y
el Destino se ha cumplido con toda lógica!
Cuándo Ruyán el médico acababa su recitado, cayó muerto el rey. Sabe ahora, ¡oh efrit! que si el rey Yunán
hubiera conservado al médico Ruyán, Alah a su vez le habría conservado. Pero al negarse; decidió su
propia muerte.
Y si tú; ¡oh efrit! hubieses querido conservarme, Alah te habría conservado.
En este momento de su narración, Scháhrazada vio aparecer la mañana; y se calló discretamente. Y su
hermana Doniazada le dijo: “¡Qué deliciosas son tus palabras!” Y Schabrazada contestó: “Nada es eso
comparado con lo que os contaré la noche próxima, si vivo todavía y el rey tiene a bien conservarme.” Y
pasaron aquella noche en la dicha completa y en la felicidad hasta por la mañana. Después el rey se dirigió
al diván. Y cuando termino el diván, volvió a su palacio y se reunió con los suyos.
Y CUANDO LLEGÓ LA SEXTA NOCHE
Schahrazada dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que cuando el pescador dijo al efrit: “Si me hubieras conservado,
yo te habría conservado, pero no has querido más que mi muerte, y te haré morir prisionero en este jarrón y
te arrojaré a ese mar”, entonces el efrit clamó y dijo:“¡Por Alah sobre ti! ¡oh pescador, no lo hagas! Y consérvame
generosamente, sin reconvenirme por mi acción, pues si yo fui criminal; tú debes ser benéfico, y
los proverbios conocidos dicen: “¡Oh tú que haces bien a quien mal hizo, perdona sin restricciones el crimen
del malhechor!” Y tú, ¡oh pescador! no hagas conmigo lo que hizo Umama con Atica.” El pescador
dijo: “¿Y que caso fue ese?” Y respondió el efrit: “No es ocasión para contarlo estando encarcelado. Cuando
tú me dejes salir, yo te contaré ese caso.” Pero el pescador dijo. “¡Oh, eso nunca! Es absolutamente necesario
que yo te eche al mar, sin que tengas medio de salir. Cuando yo supliqué y te imploraba, tú deseabas
mi muerte, sin que hubiera cometido ninguna falta contra ti, ni bajeza alguna, sino únicamente favorecerte,
sacándote de ese calabozo. He comprendido, por tu conducta conmigo, que eres de mala raza. Pero
has de saber, que voy a echarte al mar, y enteraré de lo ocurrido a todos los que intenten sacarte, y así te
arrojarán de nuevo, y entonces permanecerás en ese mar hasta el fin de los tiempos para disfrutar todos los
suplicios.”' El efrit le contestó: “Suéltame, que ha llegado el momento de contarte la historia. Además te
prometo no hacerte jamás ningún daño, y te seré muy útil en un asunto que te enriquecerá para siempre.”
Entonces el pescador se fijó bien en esta promesa de que, si libertaba al efrit, no sólo no le haría jamás ningún
daño, sino que le favorecería en un buen negocio. Y cuando se aseguró firmemente de su fe y de su
promesa, y le tomó juramento por el nombre de Alah Todopoderoso, el pescador abrió el jarrón. Entonces
el humo empezó a subir, hasta que salió completamente, y se convirtió en un efrit, cuyo rostro era espantosamente
horrible. El efrit dio un puntapié al jarrón y lo tiró al mar. Cuando el pescador vio que el jarrón iba
camino del mar, dio por segura su propia perdición, y dijo: “Verdaderamente, no es esto una buena señal.”
Después intentó tranquilizarse y dijo: “¡Oh efrit! Alah Todopoderoso ha dicho: “Hay que cumplir los juramentos,
porque se os exigirá cuenta de ellos. Y tú prometiste y juraste que no me harías traición. Y si me la
hicieses, Alah te castigará, porque es celoso, es paciente y no olvida. Y yo te digo lo que el médico Ruyán
al rey Yunán: Consérvame, y Alah te conservará.” Al oír estas palabras, el efrit rompió a reír, y echando a
andar delante de él, dijo: “¡Oh pescador, sígueme!” Y el pescador echó a andar detrás de él, aunque sin mucha
confianza en su salvación. Y así salieron completamente de la ciudad, y se perdieron de vista, y subieron
a una montaña, y bajaron a una vasta llanura, en medio de la cual había un lago. Entonces el efrit se
detuvo, y mandó al pescador que echara la red y pescase. Y el pescador miró a través del agua, y vio peces
blancos y peces rojos, azules y amarillos. Al verlos se maravilló el pescador; después echó su red, y cuando
la hubo sacado encontró en ella cuatro peces, cada uno de color distinto. Y se alegró mucho, y el efrit le
dijo: “Ve con esos peces al palacio del sultán, ofréceselos y te dará con que enriquecerte. Y, mientras tanto,
¡por Alah! discúlpame mis rudezas, pues olvidé los buenos modales con mi larga estancia en el fondo del
mar, adonde me he pasado mil ochocientos años sin ver el mundo ni la superficie de la tierra. En cuanto a
ti, vendrás todos los días a pescar a este sitio, pero nada más que una vez. Y ahora, que Alalh te guarde con
su protección.” Y el efrit golpeó con sus dos pies en tierra, y la tierra se abrió y le trago.
Entonces el pescador volvió a la ciudad, muy maravillado de lo que le había ocurrido con el efrit. Después
cogió los peces y los llevó a su casa, y en seguida, cogiendo una olla de barro, la llenó de agua y colocó
en ella los peces, que comenzaron a nadar en el agua contenida en la olla. Después se puso esta olla en la
cabeza y se encaminó al palacio del rey, según el efrit le había encargado. Guando el pescador se presentó
al rey y le ofreció los peces, el rey se asombró hasta el límite del asombro al ver aquellos peces que le ofrecía
el pescador, porque nunca los había visto en su vida, ni de aquella especie ni de aquella calidad, y dispuso:
“Que entreguen esos peces a nuestra cocinera negra.” Porque esta esclava se la había regalado, hacía
tres días solamente, el rey de los Rum, y aún no había tenido ocasión de lucirse en su arte de la cocina. Así
es que el visir le mandó que friera los peces, y le dijo: “¡Oh buena negra! Me encarga el rey que te oiga: Si
te guardo como un tesoro, ¡oh gota de mis ojos! es porque te reservo para el día del ataque. De modo que
demuéstranos hoy tu arte de cocinera y lo bueno de tus platas.” Dicho esto, volvió el visir después de hacer
sus encargos, y el rey le ordenó que diera al pescador cuatrocientos dinares. Habiéndoselos dado el visir,
los guardó, el pescador en una halada de su túnica, y volvió a su casa, cerca de su esposa, lleno de alegría y
de expansión. Después compró a sus hijos todo lo que podían necesitar. Y hasta aquí es lo que le ocurrió al
pescador.
En cuanto a la negra, cogió los peces, los limpió y los puso en la sartén. Después dejó que se frieran bien
por un lado y los volvió en seguida del otro. Pero entonces, súbitamente, se abrió la pared de la cocina, y
por allí se filtró en la cocina una joven de esbelto talle, mejillas redondas y tersas, párpados pintadas con
kohl negro, rostro gentil. y cuerpo graciosamente inclinado. Llevaba en la cabeza un velo, de seda azul,
pendientes en las orejas, brazaletes en las muñecas, y en los dedos sortijas con piedras preciosas. Tenía en
la mano una varita de bambú. Se acercó, y metiendo la varita en la sartén, dijo: “¡Oh peces! ¿seguís sosteniendo
vuestra promesa?” Al ver aquello, la esclava se desmayó, y la joven repitió su pregunta por segunda
y tercera vez. Entonces todos los peces levantaron la cabeza desde el fondo de la sartén, y dijeron: “¡Oh,
sí!... ¡Oh, sí!...” Y entonaron a coro la siguiente estrofa:
¡Si tú vuelves sobre tus pasos, nosotros te imitaremos! ¡Si tú cumples tu promesa, nosotros cumpliremos
la nuestra! ¡Pero si quisieras escaparte, no hemos de cejar hasta que te declares vencida!
Al oír estas palabras, la joven derribó la sartén y salió por el mismo sitio por donde había entrado, y el
muro de la cocina se cerró de nuevo.
Cuando la esclava volvió de su desmayo, vio que se habían quemado los cuatro peces y estaban negras
como el carbón. Y comenzó a decir: “¡Pobres pescados! ¡pobres pescados!”, Y mientras seguía lamentándose,
he aquí que se presentó el visir, asomándose por detrás de su cabeza, y le dijo: “Llévale los pescados
al sultán.” Y la esclava se echó a llorar, y le contó al visir la historia de lo que había ocurrido, y el visir
se quedó muy maravillado, y dijo: “Eso es verdaderamente una historia muy rara.” Y mandó buscar al pescador,
y en cuanto se presentó el pescador, le, dijo: “Es absolutamente indispensable que vuelvas con cuatro
peces como los que trajiste la primera vez.” Y el pescador se dirigió hacia el lago, echó su red y la sacó
conteniendo cuatro peces, que cogió y llevó al visir. Y el visir fue a entregárselos a la negra, y le dijo:
“¡Levántate! ¡Vas a freírlos en mi presencia, para que yo vea que asunto es este!” Y la negra se levantó,
preparó los peces, y los puso al fuego en la sartén. Y apenas habían pasado unos minutos, hete aquí que se
hendió la pared, y apareció la joven, vestida siempre con las mismas vestiduras y llevando siempre la varita
en la mano. Metió la varita en la sartén, y dijo: “¡Oh peces! ¡oh peces! ¿seguís cumpliendo vuestra antigua
promesa?” Y los peces levantaron la cabeza, y cantaron a coro esta estancia:
¡Si tú. vuelves sobre tus pasos, nosotros te imitaremos! ¡Si tú cumples tu juramento, nosotros cumpliremos
el nuestro! ¡Pero si reniegas de tus compromisos, gritaremos de tal modo que nos resarciremos!
En este momento de su narración, Schahrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ LA SÉPTIMA NOCHE
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que cuando los peces empezaron a hablar, la joven volcó la sartén
con la varita, y salió por donde había entrado, cerrándose la pared de nuevo. Entonces el visir se levantó y
dijo: “Es esta una casa que verdaderamente no podría ocultar al rey.” Después marchó en busca del rey y le
refirió lo que había pasado en su presencia. Y el rey, dijo: “Tengo que ver eso con mis propios ojos.” Y
mandó llamar al pescador y le ordenó que volviera con cuatro peces iguales a los primeros, para lo cual le
dio tres días de plazo. Pero el pescador marchó en seguida al lago, y trajo inmediatamente los cuatro peces.
Entonces el rey dispuso que le dieron cuatrocientos dinares, y volviéndose hacia el visir, le dijo: “Prepara tú
mismo delante de mí esos pescados.” Y él visir contestó: “Escucho y obedezco.” Y entonces mandó llevar
la sartén delante del rey, y se puso a freír los peces, después de haberlos limpiado bien, y en cuánto estuvieron
fritos por un lado, las volvió del otro. Y de pronto se abrió la pared de la cocina y salió un negro semejante
a un búfalo entre los búfalos, o a un gigante de la tribu de Had, y llevaba en la mano una rama verde,
y dijo con voz clara y terrible: “¡Oh peces! ¡oh peces ¿Seguís sosteniendo vuestra antigua promesa?” Y los
peces levantaron la cabeza desde el fondo de la sartén, y dijeron “Cierto que sí, cierto que sí.” Y declamaron
a coro estos versos:
¡Si tú vuelves hacia atrás, nosotros volveremos! ¡Si tú cumples tu promesa, nosotros cumpliremos la
nuestra! ¡Pero si te resistes, gritaremos tanto que acabarás por ceder!
Después el negro se acercó a la sartén, la volcó con la rama, y los peces se abrasaron, convirtiéndose en
carbón. El negro se fue entonces por el mismo sitio por donde había entrado. Y cuando hubo desaparecido
de la vista de todos, dijo el rey: “Es este un asunto sobre el cual, verdaderamente, no podríamos guardar
silencio. Ademas, no hay duda que estos peces deben tener una historia muy extraña.” Y entonces mandó
llamar al pescador, y cuando se presentó el pescador, le dijo: ¿De dónde proceden estos peces?” El pescador
contestó: “De un estanque situado entre cuatro colinas, detrás de la montaña que domina tu ciudad.” Y
el rey, volviéndose hacia el pescador, le dijo: “¿Cuántos días se tarda en llevar a ese sitio?” Y dijo el pescador:
“¡Oh sultán, señor nuestro! Basta con media hora.” El sultán quedó sorprendidísimo, y mandó a sus
soldados que marchasen inmediatamente con el pescador. Y el pescador iba muy contrariado, maldiciendo
en secreto al efrit. Y el rey y todos partieron y. subieron a una montaña, y bajaron hasta una vasta llanura
que en su vida habían visto anteriormente. Y el sultán y los soldados se asombraron de esta extensión desierta,
situada entre cuatro montañas, y de aquel estanque en que jugaban peces, de cuatro colores rojos,
blancos, azules y amarillos. Y el rey se detuvo y preguntó a los soldados y a cuantos estaban presentes:
“¿Hay alguno de vosotros que haya visto anteriormente ese lago en este lugar?” Y todos respondieron:
“¡Oh, no!” Y el rey dijo: “¡Por Alah! No volveré jamás a mi capital ni me sentaré en el trono de mi reino
sin averiguar la verdad sobre este lago y los peces que encierra.” Y mandó a los soldados que cercaran las
montañas, y los soldados así lo hicieron. Entonces el rey llamó a su visir. Porque este visir era hombre sabio,
elocuente, versado en todas las ciencias. Cuando se presentó entre las manos del rey, éste le dijo:
“Tengo intención de hacer una cosa, y voy a enterarte de ella. Deseo aislarme completamente esta noche y
marchar yo solo a descubrir el misterio de este lago y sus peces. Por consiguiente, te quedarás a la puerta de
mi tienda, y dirás á los emires, visires y chambelanes: “El sultán está indispuesto y me ha mandado que no
deje pasar a nadie. Y a ninguno revelarás mi intención.” De este modo el visir no podía desobedecer. Entonces
el rey se disfrazó, y ciñéndose su espada, se escabulló de entre su gente sin que nadie lo viese. Y
estuvo andando toda la noche sin detenerse hasta la mañana, en que el calor, demasiado excesivo, le obligó
a descansar. Después anduvo durante todo el resto del día y durante la segunda noche hasta la mañana siguiente.
Y he aquí que vio a lo lejos una cosa negra, y se alegró de ello y dijo: “Es probable que encuentre
allí a alguien que me contará la historia del lago y sus peces.” Y al acercarse a esta cosa negra vio que
aquello era un palacio enteramente construido con piedras negras, reforzado con grandes chapas de hierro,
y que una de las hojas de la puerta estaba abierta y la otra cerrada. Entonces se alegro mucho, y parándose
ante la puerta, llamó suavemente; pero como no le contestasen, llamó por segunda vez y por tercera vez.
Después, y como seguían sin contestar, llamó una cuarta vez, pero con gran violencia, y nadie contestó
tampoco. Entonces se dijo: “No hay duda; este palacio está desierto.” Y en seguida, tomando ánimos, penetró
por la puerta del palacio y llegó a un pasillo, y allí dijo en alta voz: ¡Ah del palacio! Soy un extranjero,
un caminante que pide provisiones para continuar su viaje.” Después reiteró su demanda por segunda y
tercera vez, y como no le contestasen, afirmó su corazón y fortificó su alma, y siguió por aquel corredor
hasta el centro del palacio. Y no encontró a nadie. Pero vio que todo el palacio estaba suntuosamente revestido
de tapices y que en el centro de un patio interior había un estanque Coronado por cuatro leones de
oro rojo, de cuyas fauces brotaba un chorro de agua que semejaba de perlas y pedrería. En torno veíanse
numerosos pájaros, pero no podían volar fuera del palacio, por impedírselo una gran red tendida por encima
de todo. Y el rey se maravilló al ver aquellas cosas, aunque afligiéndose por no encontrar a alguien que le
pudiese revelar el enigma del lago, de los peces, de las montañas, y del palacio. Después se sentó entre dos
puertas, y meditó profundamente. Pero de pronto oyó una queja muy débil que parecía brotar de un corazón
dolorido, y oyó una voz dulce que cantaba quedamente estos versos:
¡Mis sufrimientos ¡ay! no he podido ocultarlos, y mi mal de amores fue revelado!... ¡Y ahora el sueño se
aparta de mis ojos para convertirse en insomnio constante!
¡Oh amor! ¡Viniste al oír mi voz, pero cuánta tortura dejaste en mis pensamientos!
¡Ten piedad de mí! ¡Déjame gustar del reposo! ¡Y sobre todo, no vayas a visitar a Aquella que es toda
mi alma, para hacerla padecer! ¡Porque Ella es mi consuelo en las penas y peligros!
Cuando el rey oyó estas quejas amargas se levantó y se dirigió hacia el lugar de donde procedían. Llegó
hasta una puerta cubierta por un tapiz. Levantó el tapiz, y en un gran salón vio un joven que estaba reclinado
en un gran lecho. Este joven era muy hermoso, su frente parecía una flor, sus mejillas igual que la rosa,
y en medio de una de ellas tenía un lunar como un gota de ámbar negro. Ya lo dijo el poeta:
¡El joven es esbelto y gentil! ¡Sus cabellos de tinieblas son tan negros que forman la noche! ¡Su frente es
tan blanca que ilumina la noche! ¡Nunca los ojos de los hombres presenciaron una fiesta como el espectáculo
de sus gracias!
¡Le conocerás entre todos los jóvenes por el lunar que tiene en la rosa de su mejilla, precisamente debajo
de uno de sus ojos!
Al verle, el rey, muy complacido, le dijo: “¡La paz sea contigo!” Y el joven siguió echado en la cama,
vistiendo un traje de seda bordado de oro. Con un acento de tristeza que parecía extenderse por toda su persona,
devolvió el saludo al rey y dijo: “¡Oh señor! ¡Perdona que no me pueda levantar!” Pero el rey contestó:
“¡Oh joven! Entérame de la historia de ese lago y de sus peces de colores, así como del misterio de
este palacio y de la cansa de tu soledad y de tus lágrimas,” Al oírlo, el joven derramó nuevas lágrimas, que
corrían a lo largo de sus mejillas, y el rey se asombró y le dijo: “¡Oh joven! ¿Qué es lo que te hace llorar?”
Y el joven respondió: “¿Cómo no he de llorar, si me veo en este estado?” Y el joven, alargando las manos
hacia el borde de su túnica, la levantó. Y entonces el rey vio que toda la mitad inferior del joven era de
mármol, y la otra mitad, desde el ombligo hasta el cabello de la cabeza, era de un hombre. Y el joven dijo
al rey: “Sabe, ¡oh señor! que la historia de los peces es una cosa tan extraordínaria, que si se escribiera con
una aguja en el ángulo interior del ojo, a fin de que todo el mundo la viera, sería una gran lección para el
observador cuidadoso:”
Y el joven contó la historia que sigue:
HISTORIA DEL JOVEN ENCANTADO Y DE LOS PECES
“Sabe, ¡oh señor! que mi padre era rey de esta ciudad. Se llamaba Mahmud, y era rey de las Islas Negras
y de estas cuatro montañas. Mi padre reinó sesenta años, y después se extinguió en la misericordia del Retribuidor.
Después de su muerte, fui yo sultán y me casé con la hija de mi tío. Me quería con amor tan poderoso,
que si por casualidad tenía que separarme de ella, no comía ni bebía hasta mi regreso. Y así siguió
bajo mi protección durante cinco años, hasta que fue un día al hammam, después de haber mandado al cocinero
que preparase los manjares para nuestra cena. Entré en el palacio, y reclinándome en el lugar de
costumbre, mandé a dos esclavas que me hicieran aire con los abanicos. Una se puso a mi cabeza y otra a
mis pies. Pero pensando en la ausencia de mi esposa, se apoderó de mí el insomnio, y no pude conciliar el
sueño, porque ¡si mis ojos se cerraban, mi alma permanecía en vela! Oí entonces a la esclava que estaba
detrás de mi cabeza hablar de este modo a la que estaba a mis, pies: “¡Oh Masauda! ¡Qué desventurada juventud
la de nuestro dueño! ¡Qué tristeza para él tener una esposa como nuestra ama, tan pérfida y tan criminal!”
Y la otra respondió: “¡Maldiga Alah a las mujeres adúlteras! Porque esa infame nunca podrá tener
un hombre mejor que nuestro dueño, y sin embargo le es infiel.” Y la primera esclava dijo: “Nuestro dueño
debe de ser muy impasible cuando no hace caso de las acciones de esa mujer.” Y repuso la otra: “¿Pero qué
dices? ¿Puede sospechar siquiera nuestro amo lo que hace ella? ¿Crees que la dejaría en libertad de obrar
así? Has de saber que esa pérfida pone siempre algo en la copa en que bebe nuestro amo todas las noches
antes de acotarse. Le echa banj y le hace dormir con eso. En tal estado, no puede saber lo que ocurre, ni
adonde va ella, ni lo que hace. Entonces, después de darle de beber el banj, se viste y se va, dejándole solo,
y no vuelve hasta el amanecer. Cuando regresa, le quema una cosa debajo de la nariz para que la huela, y
así despierta nuestro amo de su sueño.”
En el momento que oí, ¡oh señor! lo que decían las esclavas, se cambió en tinieblas la luz de mis ojo. Y
deseaba ardientemente que viniera la noche para encontrarme de nuevo con la hija de mi tío. Por fin volvió
del hammam. Y entonces se puso la mesa, y estuvimos comiendo durante una hora, dándonos, mutuamente
de beber, como de costumbre. Después pedí el vino que solía beber todas las noches antes de acostarme, y
ella me acercó la copa. Pero yo me guardé muy bien de beber, y fingí que la llevaba á los labios, como de
costumbre, pero la derramé rápidamente por la abertura de mi túnica, y en la misma hora y en el mismo
instante me eché en la cama, haciéndome el dormido. Y ella dijo entonces: “¡Duerme! ¡Y así no te despiertes
nunca más! ¡Por A!ah, te detesto! Y detesto hasta tu imagen, y mi alma está harta de tu trato.” Despues
se levantó, se puso su mejor vestido, se perfumó, se ciñó una espada, y abriendo la puerta del palacio
se marchó. En seguida me levanté yo también, y la fui siguiendo hasta que hubo salido del palacio. Y atravesó
todos los zoco, y llegó por fin hasta las puertas de la ciudad, que estaban cerradas. Entonces habló a
las puertas en un lenguaje que no entendí, y los cerrojos cayeron y las puertas se abrieron, y ella salió. Y yo
eché a andar detrás de ella, sin que lo notase, hasta que llegó a unas colinas formadas por los amontonamientos
de escombros, y a una torre coronada por una cúpula y construida de ladrillos. Ella entró por la
puerta, y yo me subí a lo alto de la cúpula, donde había una terraza y desde allí me puse a vigilarla, Y he
aquí que ella entró en la habitación de un negro muy negro. Este negro era horrible, tenía el labio superior
como la tapadera de una marmita, y el inferior como la marmita misrna, ambos tan colgantes, que podían
escoger lo guijarros entre la arena. Estaba podrido de enfermedades y tendido sobre un montón de cañas de
azúcar. Al verle, la hija de mi tío besó la tierra entre sus manos, y él levantó la cabeza hacia ella y le dijo:
“¡Desdichada de ti! ¿Cómo has tardado tanto? He convidado a los negros, que se han bebido el vino. Y yo
no he querido beber por causa tuya.” Ella contestó: “¡Oh dueño mío, querido de mi corazón!¿no sabes que
estoy casada con el hijo de mi tío, que detesto hasta su imagen y que me horroriza estar con él? Si no fuese
por el temor de hacerte daño, hace tiempo que habría derruido toda la ciudad, en la que sólo se oiría la voz
de la corneja y el mochuelo, y además habría transportado las ruinas al otro lado del Cáucaso.” Y contestó
el negro: “¡Mientes infame! Juró por el honor y por las cualidades de los negros, “y por nuestra infinita superioridad
sobre los. blancos, que como vuelvas a retrasarte otra vez, a partir de este día, repudiaré tu trato.
¡Oh pérfida traidora! ¡Qué basural ¡Eres la más despreciable de las mujeres blancas!”
Así narraba el príncipe dirigiéndose al rey. Y prosiguió de este modo
“Cuando oí toda aquella conversación y lo vi todo con mis propios ojos, el mundo se convirtió en tinieblas
para mí y no supe ni dónde estaba. En seguida la hila de mi tío rompio a llorar y a lamentarse humildemente
entre las manos del negro, y le decía: “¡Oh amante mío, orgullo de mi corazón! ¡No tengo a nadie
más que ti! ¡Si me despidieses me moriría! ¡Oh amor mío! ¡Luz de mis ojos!” Y no cesó en su llanto ni en
sus súplicas hasta que la hubo perdonado. Y dijo después: “Amo mío, ¿tienes con qué alimentar a tu esclava?”
Y contestó el negro: “Levanta la tapadera de la cacerola, allí encontrarás un guisado de huesos de ratones,
que ha de satisfacerte. En ese jarro que ves ahí hay buza y la puedes beber.” Y ella comió y bebió y
fue a lavarse las manos. Despues se acostó sobre el montón de cañas, y se acurrucó contra el negro, cubriéndose
con unos harapos infectos.
Al ver todas estas cosas que hacía la hija de mi tío, no pude contenerme más, y bajando de la cúpula y
precipitándome en la habitación, cogí la espada que llevaba la hija de mi tío, resuelto a matar a ambos. Y
comencé por herir primeramente al negro, dándole un tajo en el cuello, y creí que había perecido.”
En este momento de su narración, Schahrazada vio aproximarse la mañana, y se calló discretamente. Y
cuando lució la mañana, Schahriar entró en la sala de justicia, y el diván estuvo lleno hasta el fin del día.
Después el rey volvió a palacio, y Doniazada dijo a su hermana: “Te ruego que prosigas tu relato.” Y ella
respondió: “De todo corazón, y como homenaje debido.”
Y CUANDO LLEGÓ LA OCTAVA NOCHE
Schahrázada dijo:
He llegado a saber. ¡oh rey afortunado! que el joven encantado dijo al rey:
“Al herir al negro para cortarle la cabeza, corté efectivamente su piel y su carne, y creí que lo había matado,
porque lanzó un estertor horrible. Y a partir de este momento, nada sé sobre lo que ocurrió. Pero al
día siguiente vi que la hija de mi tío se había cortado el pelo y se había vestido de luto. Después me dijo:
“¡Oh hijo de mi tío! No censures lo que hago, porque acabo de saber que se ha muerto mi madre, que a mi
padre lo han matado en la guerra santa, que uno de mis hermanos ha fallecido de picadura de escorpión y
que el otro ha quedado enterrado bajo las ruinas de un edificio; de modo que tengo motivos para llorar y
afligirme.” Fingiendo que la creía, le dije: “Haz lo que creas conveniente; pues no he de prohibírtelo.” Y
permaneció encerrada con su luto, sus lágrimas y sus accesos de dolor durante todo un año, desde su comienzo
hasta el otro comienzo. Y transcurrido el año, me dijo: “Deseo construir para mí una tumba en este
palacio; allí podré aislarme con mi soledad y mis lágrimas, y la llamaré la Casa de los Duelos.” Yo le dije:
“Haz lo que tengas por conveniente.” Y se mandó construir esta Casa de los Duelos, coronada por una cúpula,
y conteniendo un subterráneo como una tumba. Después transportó allí al negro, que no había muerto,
pues sólo había quedado muy enfermo y muy débil, aunque en realidad ya no le podía servir de nada a la
hija de mi tío. Pero esto no le impedía estar bebiendo a todas horas vino y buza. Y desde el día en que le
herí no podía hablar y seguía viviendo, pues no le había llegado todavía su hora. Ella iba a verle todos los
días, entrando en la cúpula, y sentía a su lado accesos de llanto y de locura, y le daba bebidas y condimientos.
Así hizo, por la mañana y por la noche, durante todo otro año. Yo tuve paciencia durante este
tiempo; pero un día, entrando de improviso en su habitación, la oí llorar y arañarse la cara, y decir amargamente
estos versos:
¡Partiste! ¡oh muy amado mío! y he abandonado a los hombres y vivo en la soledad, porque mi corazón
no puede amar nada desde que partiste, ¡oh muy amado mío!
'¡Si vuelves a pasar cerca de tu muy amada, recoge por favor sus despojos mortales, en recuerdo de su
vida terrena, y dales el reposo de la turrba donde tú quieras, pero cerca, de ti, si vuelves a pasar cerca de
tu muy amada!
¡Que tu voz se acuerde de mi nombre de otro tiempo, para hablarme en la tumba! ¡Oh, pero en mi tumba.
sólo oirás el triste sonido de mis huesos al chocar unos con otros!
Cuando hubo terminado su lamentación, desenvainé la espada, y le dije: “¡Oh traidora! sólo hablan así
las infames que reniegan de sus amores y pisotean el cariño.” Y levantando el brazo, me disponía a herirla,
cuando ella, descubriendo entonces que había sido yo quien hirió al negro, se puso de pie, pronunció unas
palabras misteriosas, y dijo: “Por la virtud, de mi magia, que Alah te convierta mitad piedra y mitad hombre.”
E inmediatarnente, señor, quedé como me ves. Y ya no pude valerme ni hacer un movimiento, de
suerte que no estoy ni muerto ni vivo. Después de ponerme en tal estado, encantó las cuatro islas de mi reino,
convirtiéndolas en montañas, con ese lago en medio de ellas, y a mis súbditos los transformó en peces.
Pero hay más. Todos los días me tortura azotándome con una correa, dándome cien latigazos, hasta que me
hace sangrar. Y después me pone sobre las carnes una camisa de crin, cubriéndola con la ropa.”
El joven se echó entonces a llorar y recitó estos versos:
¡Aguardando tu sentencia y tu iusticia, ¡oh mi Señor!, sufro pacientemente, pues tal es tu voluntad!
¡Pero me ahogan mis desgracias! Y sólo puedo recurrir a ti, ¡oh Señor! ¡oh Alah, adorado por nuestro
bendito Profeta!
El rey dijo entonces, al joven:. “Has añadido una pena a mis penas; Pero dime: ¿dónde está esa mujer?”
Y respondió el mancebo: “En la tumba, donde está su negro, debajo de la cúpula. Todos los días viene a
ésta habitación, me desnuda, y me da cien latigazos, y yo lloro y grito, sin poder hacer un movimiento para
defenderme. Después de martirizarme, se va junto al negro, llevándole vinos y licores hervidos.”. Entonces
exclamó el rey: “¡Oh excelente joven! ¡Por Alah! voy a hacerte un favor tan memorable, que después de mi
muerte pasará al dominio de la Historia.” Y ya no añadió más, y siguió la conversación hasta que se acercó
la noche. Después se levantó el rey y aguardó que llegase la hora nocturna de las brujas. Entonces se desnudó,
volvió a ceñirse la espada, y se fue hacia el sitio donde se encontraba el negro. Había allí velas y farolillos
colgados, y también perfumes, incienso y distintas pomadas. Se fue derechamente al negro, le hirió,
le atravesó, y le hizo vomitar el alma. En seguida se lo echó a hombros, y lo arrojó al fondo de un pozo que
había en el jardín. Después volvió a la cúpula, se vistió con las ropas del negro, y se paseó durante un instante
a todo lo largo. del subterráneo, tremolando en su mano la espada completamente desnuda.
Transcurrida una hora, la desvergonzada bruja llegó a la habitación del joven. Apenas hubo entrado, desnudó
al hijo de su tío, cogió el látigo y empezó a pegarle. Entonces él gritaba: “¡No me hagas sufrir más!
¡Bastante terrible es mi desgracia! ¡Ten piedad de mí!” Ella respondió: “¿La tuviste de mí? ¿Respetaste a
mi amante? Así, pues, ¡toma, toma!” Después, le puso la túnica de crin, colocándole la otra ropa por encima,
e inmediatamente marchó al aposento del negro, llevándole la copa, de vino y la taza de plantas hervidas.
Y al entrar debajo de la cúpula, se puso a llorar e imploró: “¡Oh dueño mío, háblame, hazme oír tu
voz!” Y recitó dolorosamente estos versos:
¡Oh corazón mío! ¿ha de durar mucho esta separación tan angustiosa? ¡El amor con que me traspasaste
es un tormento que supera mis fuerzas! ¿Hasta cuándo seguirás huyendo de mí? ¡Si sólo querías mí dolor
y mi amargura, ya serás feliz, pues bien se han cumplido tus deseos!
Después rompió en sollozos y volvió a implorar: “¡Oh dueño mío! Háblame, que yo te oiga.” Entonces
el supuesto negro torció la lengua y empezó a imitar el habla de los negros: “¡No hay fuerza ni poder sin la
ayuda de Alah!” La bruja, al oír hablar al negro después de tanto tiempo, dio un grito de júbilo y cayó desvanecida,
pero pronto volvió en sí, y dijo: “¿Es que mi dueño esta curado?” Entonces el rey, fingiendo la
voz y haciéndola muy débil, dijo: “¡Oh miserable libertina! No mereces que te hable.” Y ella dijo: “¿Pero
por qué?” Y él contestó: “Porque siempre estás castigando a tu marido, y él da voces, y esto me quita el
sueño toda la noche hasta la mañana. De otro modo ya habría yo recobrado las fuerzas. Eso precisamente
me impide contestarte.” Y ella dijo. “Pues ya que tú me lo mandas, lo libraré del estado en que se encuentra.”
Y él contestó: “Sí, líbralo y recobraremos la tranquilidad.” Y dijo la bruja: “Escucho y obedezco.”
Después salió de la cúpula, marchó al palacio, cogió una taza de cobre llena de agua, pronunció unas palabras
mágicas, y el agua empezó a hervir como hierve en la marmita. Entonces echó un poco de esta agua al
joven, y dijo, ¡Por la fuerza de mi conjuro, te mando que salgas de esa forma y recuperes la primitiva!” Y el
joven se sacudió todo él, se puso de pie, y exclamó muy dichoso al verse libre: “¡No hay más Dios que
Alah, y Mohamed es el Profeta de Alah! ¡Sean con El la bendición y la paz de Alah!” Y ella dijo: “¡Vete, y
no vuelvas por aquí, porque te matare!” Y se lo gritó en la cara. Entonces el joven se fue de entre sus manos.
Y he aquí todo lo referente a él.
En cuanto a la bruja, volvió en seguida a la cúpula, descendió al subterráneo, y dijo: “¡Oh dueño mío! levántate,
que te vea yo.” Y el rey contestó muy débilmente: “Aún no has hecho nada. Queda otra cosa para
que recobre la tranquilidad. No has suprimido la causa principal de mis males.” Y ella dijo: ¡Oh amado
mío! ¿cuál es esa causa principal?” Y el rey contestó: “Esos peces del lago, los habitantes de la antigua ciudad
y de las cuatro islas, no dejan de sacar la cabeza del agua, a media noche, para lanzar imprecaciones
contra ti y contra mí. Y este es el motivo de que no recobre yo las fuerzas. Libértalos, pues. Entonces podrás
venir a darme la mano y ayudarme a levantar, porque seguramente habré vuelto a la salud.”
Cuando la bruja oyó estas-palabras, que creía del negro, exclamó muy alegre: “¡Oh dueño mío! pongo tu
voluntad sobre mi cabeza y sobre mis ojos.” E invocando el nombre de Bismillah, se levantó muy dichosa,
echó a correr, llegó al lago, cogió un poco de agua, y...
En este momento de' su narración Schahrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ LA NOVENA NOCHE
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que cuando la bruja cogió un poco de agua y pronunció unas palabras
misteriosas, los peces empezaron a agitarse, irguiendo la cabeza, y acabaron por convertirse en hijos
de Adán, y en la hora y en el instante se desató la magia que sujetaba a los habitantes de la ciudad. Y la
ciudad se convirtió en una población floreciente, con magníficos zocos bien construidos, y cada habitante
se puso a ejercer su oficio, Y las montañas volvieron a ser islas como en otro tiempo. Y hete aquí todo lo
que hubo respecto a esto. Por lo que se refiere a la bruja, ésta volvió junto al rey, y como le seguía tomando
por el negro, le dijo: ¡Oh querido mío! Dame tu mano generosa para besarla.” Y el rey le respondió en voz
baja: “Acércate más a mí.” Y ella se aproximó. Y el rey cogió de pronto su buena espada, y le atravesó el
pecho con tal fuerza, que la punta le salió par la espalda. Después, dando un tajo, la partió en dos mitades.
Hecho esto salió en busca del joven encantado, que le esperaba de pie. Entonces le felicitó por su desencantamiento,
y el joven le besó la mano y le dio efusivamente las gracias. Y le dijo el rey: “¿Quieres marchar
a tu ciudad, o acompañarme a la mía? Y el joven contestó: “¡Oh rey de los tiempos! ¿sabes cuánta
distancia hay de aquí a tu ciudad?” Y dijo el rey: “Dos días medio.” Entonces le dijo el joven: ¡Oh rey! si
estás durmiendo, despierta. Para ir a tu capital emplearás, con la voluntad de Alah, todo un año. Si llegaste
aquí en dos días y medio, fue porque esta población estaba encantada. Y cuenta, ¡oh rey! que no he de
apartarme de ti ni siquiera el instante que dura un parpadeo.” El rey se alegró al oírlo, Y dijo: `Bendigamos
a Alah, que ha dispuesto te encontrase en mi camino. Desde hoy serás mi hijo, ya que Alah no me los ha
querido dar hasta ahora.” Y se echaron uno en brazos del otro, y se alegraron hasta el límite de la alegría.
Dirigiéronse entonces al palacio del rey que había estado encantado. Y el joven anunció a los notables de
su reino que iba a partir para la santa peregrinación a la Meca. Y hechos los preparativos necesarios, partieron
él y el rey, cuyo corazón anhelaba el regreso a su país, del que esaba ausente hacía un año. Marcharon,
pues, llevando cincuenta mamalik cargados de regalos. Y no dejaron de viajar día y noche durante un año
entero, hasta que avistaron la ciudad. El visir salió con los soldados al encuentro del rey, muy satisfecho de
su regreso, pues había llegado a temer no verle más. Y los soldados se acercaron, y besaron la tierra entre
sus manos, y le desearon la bienvenida. Y entró en el palacio y se sentó en su trono. Después llamó al visir
y le puso al corriente de cuanto le había ocurrido. Cuando el visir supo la historia del joven, le dio la enhorabuena,
por su desencantamiento y su salvación.
Mientras tanta, el rey gratificó a muchas personas, y después dijo al visir: “Que venga aquel pescador que
en otro tiempo me trajo los peces.” Y el visir mandó llamar al pescador que había sido causa del desencantamiento
de los habitantes de la ciudad. Y cuando se presentó le ordenó el rey que se acercase, y le regaló
trajes de honor, preguntándole acerca de su manera de vivir y si tenía hijos, Y el pescador dijo que tenía un
hijo y dos hijas. Entonces el rey se casó con una de sus hijas, y el joven se casó con la otra. Después el rey
conservó al pescador a su lado y le nombró tesorero general. En seguida envió a su visir a la ciudad del joven,
situada en las islas Negras, y le nombró sultán de aquellas islas, escoltándole los cincuenta mamalik
con numerosos trajes de honor para todos aquellos emires. El visir, al despedirse, besó ambas manos del
sultán y salió, para su destino. Y el rey y el joven siguieron juntos, muy felices con sus esposas, las dos hijas
del pescador, gozando una vida de venturosa tranquilidad y cordial esparcimiento., En cuanto al pescador,
nombrado tesorero general, se enriqueció mucho y llegó a ser el hombre más rico de su tiempo. Y todos
los días veía a sus hijas, que eran esposas de reyes. ¡Y en tal estado, después de numerosos años completos,
fue a visitarles la Separadora de los amigos, la Inevitable, la Silenciosa, la Inexorable! “¡Y ellos murieron!”
Pero no creáis que esta historia -prosiguió Schahrazada- sea más maravillosa que la del mandadero.
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