American Zombie
Dr. Gordon Leigh Bromley
París en 1936 era agradable cuando conduje desde el Aeropuerto Le Bourget a la ciudad, una mañana de primavera. Había embarcado en el primer vuelo desde Londres en una visita rápida, y mi intención era cubrir un buen número de investigaciones disparatadas. Un escritor en el periódico parisino Le Temps había publicado algunos puntos de vista sobre el arte comercial moderno, y yo quería formularle más preguntas al respecto. Una vez que hube terminado otras entrevistas, llamé a su oficina y pedí hablar con el señor Henri Champley, mencionando que traía una carta de su corresponsal en Londres, Robert L. Cru. Me informaron que se encontraba en la Agence Havas, pero me dijeron que podía dirigirme ya al periódico, pues esperaban que regresara pronto.
Cuando entré en la oficina no tenía la más mínima intención de realizar ninguna mención sobre mi propio interés en la magia; sin embargo, madame Tabouis —que dio la casualidad de presentarse al mismo tiempo que yo— hizo un comentario fortuito sobre las hazañas de madame Alexandra David—Neel, a quien yo había conocido en Benarés hace muchos años, antes de que se fuera al Tíbet. Encontré a monsieur Champley muy interesado en un libro que acababa de terminar de corregir; y estaba profundamente inmerso en la cultura negra en todos sus aspectos. Ya había publicado un libro titulado, creo, Route Shanghai; y este nuevo trabajo iba a llamarse Femme Blanc et l’Homme Noir, o un título similar... aún no lo había decidido. Hacía poco yo había reseñado los volúmenes de W.B. Seabrook, Magic Island y Jungle Ways; y cuando hube acabado con mis preguntas corrientes, nuestra conversación se dirigió a las experiencias de la magia. A pesar de sus muchos viajes, monsieur Champley no alegaba haber tenido ninguna experiencia íntima con el lado oculto del mundo, aunque había recorrido todo el Oriente. Con toda probabilidad no se apartó demasiado de los bien recorridos trayectos de la gente rica. Había visitado los Países Bajos y también las Indias Orientales; Java y, por supuesto, Bali, e imagino que también Sumatra; pero incluso allí no buscó contacto con el mundo oculto. Con el submundo corriente del blanco civilizado, sí; ése era, en verdad, uno de sus intereses como buen periodista y estudioso de los asuntos mundiales. Estaba francamente alarmado de las relaciones sexuales del hombre blanco con las mujeres de color, y —lo que a él le parecía más grave— de las mujeres blancas con los hombres de color. Comprendía, dijo, la repugnancia alemana hacia esta revolución biológica. Le comenté lo de las colonias francesas y lo que yo mismo había visto. Reconoció todo: desde Marruecos a Indochina. Y luego mencionó Haití... y a los zombis; y entonces recordé los relatos de Seabrook.
Después, Henri Champley exclamó con calma:
—¡Por supuesto, yo mismo he visto un zombi! ¡Y no en Haití, sino en Nueva York! ¡Y era una mujer blanca!
Incluso entre los estudiantes de magia, el fenómeno del zombi rara vez se menciona. El zombi, el vampiro, el profanador de tumbas, y las versiones modernas de los íncubos y los súcubos... no son nada agradables. Uno necesita tener un corazón valiente y ciertos conocimientos para examinarlos con frialdad. Entre los Bataks de Sumatra había conocido a los zombis, y aunque en la peor ocasión no estuve solo, su dueña se hallaba demasiado próxima al distrito para mi gusto.
Le pedí a monsieur Champley que me hablara de esa zombi americana. Hizo una pausa prolongada antes de empezar. Daba la impresión de que hubiera tratado de olvidar una experiencia desagradable y que le resultara difícil recordar los suficientes hechos del acontecimiento.
—¿Recuerda lo que dice madame David—Neel acerca de sus experiencias en el Tibet? —Asentí, ya que había leído con atención sus libros—. Había un hombre... varios hombres que se convirtieron en raudos viajeros, ayudados en parte por encontrarse en un estado casi hipnótico. Bien, ése me parece a mí que es un tipo de enfoque al zombi; pero ahora su resistencia es mayor. Por lo demás, la criatura puede estar muerta para este mundo.
Mi propia experiencia coincidía con esa observación. Hay zombis de muchos grados y varios tipos. Aun en las calles de Londres, a intervalos, se puede ver a los muertos vivientes realizando alguna tarea por voluntad de sus amos. Pero a mí me interesaba esta zombi americana.
—Yo estaba en Nueva York —continuó monsieur Champley— y, naturalmente, me dirigí a Harlem, el principal distrito negro, por razón de mis propios estudios de la cultura negra.
Había asistido a una reunión de una especie de sociedad secreta, celebrada en un sótano de la Avenida Lennox, una vez que los “tugurios” corrientes de los negros habían cerrado. Allí los negros discutieron los aspectos políticos de su futuro. Uno de ellos, a quien él llamó señor Joshua, caminó con él hasta el mismo Central Park. Bajo la primera luz del sol, sacaron muchos temas. Hablaron de la atracción entre la gente blanca y la de color. El señor Joshua se tornó más misterioso cuando surgió el tema de la “fascinación”, dijo monsieur Champley.
—Joshua insinuó que los negros todavía poseían algunos de los antiguos secretos de la magia... ésos que se conocían en el Congo, en Guinea, hace siglos. Estos métodos tradicionales de magia, afirmó, les eran desconocidos a los chinos o a los japoneses. En cuanto a ello, yo mismo no sé si es correcto.
”Entonces me preguntó si yo sabía lo que era un guédé. El nombre me era absolutamente extraño. Luego explicó que se trataba de un zombi. En el acto reconocí el término por el libro de Seabrook, y dije que sí; sin embargo, no conocía nada más que lo que la ligera descripción allí impresa pudo contarme, lo cual no era mucho, y le indiqué a Joshua que no estaba en mi terreno.
”—Bien —dijo con orgullo, como si el mago negro tuviera un rango muy alto en la orden para haber adquirido ese poder (¡y quizá así sea!)—, puede pensar que se trata de un cuerpo muerto, traído una vez más a la vida antes de que toda la vida haya partido. O puede decir que es, quizá, un ser humano corriente cuya voluntad ha sido completamente dominada. Su propia inteligencia está suprimida; nunca más volverá a emerger. Entiende lo suficiente como para oír y obedecer, ¡pero nunca se eleva a la consciencia personal!
”—¿Es lo mismo que el hipnotismo? —pregunté.
”—¡Claro que no! No es lo mismo —repuso mi amigo Joshua—. Es una esclavitud del alma. ¡Y yo la he visto!
Entonces formulé una pregunta:
—¿Cuál es, con precisión, la diferencia entre un proceso de hipnotismo, como el sistema que empleaban años atrás en el Salpétriere por razones médicas o investigación psicológica, y este proceso oculto de fascinación que ha producido un zombi? ¿Cuál es la diferencia entre el hipnotismo corriente... y el método aliado, pero no idéntico, del mesmerismo?
Champley se confesó incapaz de definirla. Yo había visto la práctica tanto del hipnotismo como del mesmerismo; y tenía la seguridad de que existía una diferencia considerable. Sin entrar en detalles aquí, consideraba que un proceso se operaba de forma directa a través de la mente, y el otro, primordialmente, a través del cuerpo. O, para decirlo de otra manera, se podía mesmerizar a un animal —un gato o una gallina—, pero no era posible hipnotizar a un ser que carecía de una mente consciente para ser hipnotizada. Le expliqué, lo mejor que pude, algunos de estos puntos.
—Pero —pregunté—, ¿cómo se produce el zombi? ¿Es una obsesión?
De nuevo Champley reconoció su ignorancia. No lo sabía; no se lo habían contado. Siguió narrándonos más cosas de su aventura en Nueva York.
—El señor Joshua me habló de un negro misterioso y viejo, a quien él conocía personalmente, que había afirmado tener el poder de producir y controlar a los zombis. Primero le había mostrado esa zombi americana a Joshua, como un ejemplo para que él no temiera el poder de los blancos.
”En una habitación, en un piso más alto de una pensión de Harlem, que en realidad se hallaba encima del sótano del restaurante donde yo asistí a la reunión de los negros, había un cuarto cerrado. Allí se escondía esa zombie americana. El negro viejo abrió la puerta en silencio. Se acercó a la cama, que tenía una figura quieta cubierta con una especie de mantel barato. Retiró la tela y reveló la cara mortalmente pálida de una mujer de unos treinta años, de pelo oscuro. Quitó el mantel del todo. Ella tenía los brazos reposando a los costados, y su torso y extremidades brillaban con una especie de palidez cerosa. No había ni un punto de color en ella, ni tenía vello, y los pezones eran como las raíces blancas de alguna planta.
”El negro viejo retrocedió, con los brazos cruzados, al tiempo que musitaba alguna antigua exhortación del Congo; y al cabo de un momento la mujer se levantó, se cubrió el cuerpo con la tela y empezó a moverse por el cuarto, realizando diversas tareas insignificantes, siendo el único sonido el suave roce de sus pies descalzos y el continuado y profundo cántico del viejo mago. Durante unos diez minutos o así la escena nos mantuvo en silencio. Entonces, el anciano paró, agitó los brazos con lento poder, momento en que la mujer volvió a echarse y se puso, una vez más, rígida. No pudimos detectar ninguna señal o sonido de respiración en todos esos minutos. Volvió a cubrirla con el mantel y el negro nos hizo un gesto para que nos fuéramos. No necesitamos una segunda orden. Me alegré de salir al fresco y luminoso aire del día. No podía creer lo que había visto: ¡sin lugar a dudas una zombi americana, una mujer blanca en ese estado oculto, ahí, en la Avenida Lennox, en Harlem, Nueva York!
—¡Ya está! —finalizó Champley con cierto nerviosismo, pensé yo, ante el recuerdo de ese episodio antinatural—. ¡Es todo lo que puedo contarles sobre esa zombi americana!
—Hay muchas historias de la Misa Negra en París —reconocí—, y en su mayor parte son leyendas, o algo meramente teatral y sin realidad alguna. Pero parece que lo que usted vio tuvo la realidad sin la ceremonia.
—Desde entonces —prosiguió el periodista—, he pensado que, quizá, hay otras clases de zombis. ¿Tipos de magia más moderna, de engaños más modernos? ¡Pero no debo mezclar este ocultismo con nuestras políticas!
Al ver que recuperaba su humor galo, reí. Yo sabía que el París moderno tenía muchos misterios, muchos atractivos para los príncipes o los mendigos, algunos de ellos de naturaleza oculta; y algunos más cálidamente humanos en su inmediatez de encanto para el hombre corriente.
—Una cosa más —recordó—. Jamás averigüé de dónde procede el nombre de zombi. A la mujer la llamaron guédé.
—Seabrook nos da el nombre de zombi como un término vudú, procedente de Haití —aventuré. Había escuchado nombres diferentes para la misma criatura en la India y Sumatra—. La palabra zombi quizá provenga del español antiguo, posiblemente es una corrupción de es hombre y de sombra1. El nombre hindú, chayya, también significa una criatura de la sombra; pero un fantasma es un bhuth: el doble es el s’arira.
Estos términos no vienen en los diccionarios habituales, ingleses o franceses; ni siquiera se pueden encontrar en las enciclopedias del ocultismo. La palabra francesa guédé significa glasto; mientras que guerat significa barbecho. ¿Indica, entonces, ese término —quizá como un antiguo vocablo de argot parisino que de algún modo llegó a Haití— “la criatura que es barbecho”, incapaz de un crecimiento del alma? El habla isleña de las Indias Occidentales tiene muchos dialectos que combinan el francés, el español y el portugués con las lenguas africanas de los negros; y tal vez se hayan encontrado nombres nuevos para la antigua y casi olvidada magia del Continente Oscuro.
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