EL ORACULO DE SADOQUA
CLARK ASHTON SMITH
Horatius, un oficial romano apostado en la recién conquistada provincia de Averonia, busca en vano a su desaparecido compañero, Galbius, de quien no existe al parecer ni señal ni rumor entre los nativos. Horatius, desesperado, solicita por último un oráculo de los druidas paganos: el [temible] y maligno oráculo del espantoso dios Sadoqua, el cual se cree dormita eternamente bajo tierra en una caverna en medio de los profundos bosques de Averonia. Encuentra el lugar, acompañado por varios soldados, y es llevado por los sombríos, repulsivos druidas que le [ordenan] entrar en la cueva del oráculo [solo]. En una gruta hendida de arriba a abajo, donde la luz de fuera desciende lúgubremente al interior de medio veladas sombras, halla a un extraño ser mitad humano, peludo, atezado, encadenado junto a una [fétida, humeante] sima de donde vahean hórridos, hediondos vapores. El ser [responde] habla en un semiarticulado latín, y da una críptica contestación a sus preguntas relativas al destino de Galbius. Horatius se siente extrañamente desasosegado por algo en la voz; y cuando la medio tamizada luz del sol cae por un momento sobre el insólito oráculo, cree ver en este ser un remoto, deformado, imposible parecido con el perdido Galbius. La criatura, empero, niega ser Galbius; y Horatius se marcha con sus hombres, más dolorosamente perplejo y confuso que antes. Al irse, se encuentra con una preciosa chica pagana, que mora en las proximidades de la caverna. Se produce una inmediata atracción entre los dos; y Horatius regresa más tarde, solo, para continuar conociéndola. El amor crece entre ellos y la chica le cuenta, de mala gana, alguno de los verdaderos secretos de la caverna del oráculo, y confiesa que el actual oráculo es efectivamente el perdido Galbius, quien fue secuestrado por los druidas y encadenado al lado de la sima. Los vapores elevándose desde ella le habían hecho olvidar rápidamente todos sus recuerdos normales y habían causado su degradación en una forma subhumana. De esta manera, se había convertido en un apropiado médium a fin de ser influido por el durmiente dios Sadoqua, el que conoce todas las cosas; y podía responder las preguntas con las respuestas que el dios le dictaba. Muchos otros habían sido los oráculos del dios. Se decía que los vapores emanados de la sima eran su mismo aliento; y su efecto era tan terrible que pocos mortales podían resistirlos mucho tiempo sin morir o cuando menos tornarse tan embrutecidos que ya no eran capaces de hablar y perdían su valor como mediadores. Al saber esto, [Horatius] encolerizado entra de nuevo en la cueva secreta, y se encuentra con que Galbius se ha convertido en una casi informe masa de negro, velludo plasma, que profiere inarticulados sonidos. Horrorizado, trata de matar a la cosa. Los druidas entran y lo prenden mientras hunde su espada en el metamorfoseado Galbius. Es dejado inconsciente de un golpe. Al recobrar más tarde la consciencia, se encuentra a sí mismo encadenado junto a la maligna sima, inhalando los humos que le hacen olvidar su pasado humano en un loco, primigenio delirio.
CLARK ASHTON SMITH
Horatius, un oficial romano apostado en la recién conquistada provincia de Averonia, busca en vano a su desaparecido compañero, Galbius, de quien no existe al parecer ni señal ni rumor entre los nativos. Horatius, desesperado, solicita por último un oráculo de los druidas paganos: el [temible] y maligno oráculo del espantoso dios Sadoqua, el cual se cree dormita eternamente bajo tierra en una caverna en medio de los profundos bosques de Averonia. Encuentra el lugar, acompañado por varios soldados, y es llevado por los sombríos, repulsivos druidas que le [ordenan] entrar en la cueva del oráculo [solo]. En una gruta hendida de arriba a abajo, donde la luz de fuera desciende lúgubremente al interior de medio veladas sombras, halla a un extraño ser mitad humano, peludo, atezado, encadenado junto a una [fétida, humeante] sima de donde vahean hórridos, hediondos vapores. El ser [responde] habla en un semiarticulado latín, y da una críptica contestación a sus preguntas relativas al destino de Galbius. Horatius se siente extrañamente desasosegado por algo en la voz; y cuando la medio tamizada luz del sol cae por un momento sobre el insólito oráculo, cree ver en este ser un remoto, deformado, imposible parecido con el perdido Galbius. La criatura, empero, niega ser Galbius; y Horatius se marcha con sus hombres, más dolorosamente perplejo y confuso que antes. Al irse, se encuentra con una preciosa chica pagana, que mora en las proximidades de la caverna. Se produce una inmediata atracción entre los dos; y Horatius regresa más tarde, solo, para continuar conociéndola. El amor crece entre ellos y la chica le cuenta, de mala gana, alguno de los verdaderos secretos de la caverna del oráculo, y confiesa que el actual oráculo es efectivamente el perdido Galbius, quien fue secuestrado por los druidas y encadenado al lado de la sima. Los vapores elevándose desde ella le habían hecho olvidar rápidamente todos sus recuerdos normales y habían causado su degradación en una forma subhumana. De esta manera, se había convertido en un apropiado médium a fin de ser influido por el durmiente dios Sadoqua, el que conoce todas las cosas; y podía responder las preguntas con las respuestas que el dios le dictaba. Muchos otros habían sido los oráculos del dios. Se decía que los vapores emanados de la sima eran su mismo aliento; y su efecto era tan terrible que pocos mortales podían resistirlos mucho tiempo sin morir o cuando menos tornarse tan embrutecidos que ya no eran capaces de hablar y perdían su valor como mediadores. Al saber esto, [Horatius] encolerizado entra de nuevo en la cueva secreta, y se encuentra con que Galbius se ha convertido en una casi informe masa de negro, velludo plasma, que profiere inarticulados sonidos. Horrorizado, trata de matar a la cosa. Los druidas entran y lo prenden mientras hunde su espada en el metamorfoseado Galbius. Es dejado inconsciente de un golpe. Al recobrar más tarde la consciencia, se encuentra a sí mismo encadenado junto a la maligna sima, inhalando los humos que le hacen olvidar su pasado humano en un loco, primigenio delirio.
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