Vuelto a nacer
Sharon N. Farber
ABSTRACT:
La condición histórica del vampirismo está provocada por un
microorganismo que revampira la fisiología y el metabolismo
del ser mediante procesos negentrópicos. Se conjetura la
evolución del organismo y se sugieren los usos potenciales
de este descubrimiento.
TITULO:
Adaptación hematofágica del Homo Nosferatus, con notas
sobre la distribución geográfica de los morfos que imitan
los supergenes moderados del Homo Licantropus.
Había olvidado la negrura absoluta de un camino vecinal por la noche.
Arriba, entre los árboles se divisan las estrellas. Por lo demás, es
como estar ciego. Totalmente diferente del hospital donde acababa
de terminar mi residencia, que era un oasis de luz fluorescente en
una jungla urbana. Allí no es posible caminar con seguridad por las
calles mejor iluminadas. Era agradable volver a casa, aunque fuese
por unas cortas vacaciones.
Caminaba sintiendo el asfalto bajo mis pies. En el buzón situado
al pie del sendero particular de la granja familiar, dónde la curva,
había un resplandor casi sublime de luz estelar.
El halo de un coche que se acercaba rodeó la curva, iluminando
la carretera. Descubrí que me hallaba en el centro del camino y
me aparté a un lado. Unos faros me bañaron en su luz. Cerré
los ojos para no perder mi visión nocturna.
El coche giró hacia el sendero de la casa del viejo Riggen y
se detuvo.
Los nervios acondicionados por la ciudad hicieron que mi
corazón acelerase sus latidos.
Se abrió la portezuela del auto y vi a un joven de unos
veintiocho años sentado en él. Tenía cabello negro y un
poblado bigote.
—¿Se ha extraviado, acaso? —me preguntó.
—No. Estoy lo bastante cerca de casa como para llamar
al perro.
Se rió y su sonrisa le hizo guapo.
—No sea tan paranoica. Hum... Usted debe ser la
famosa hija de Sanger, la que se marchó a la gran
ciudad para ser médica.
—Acusación contra la culpable. Y usted debe ser el
científico loco que alquiló la casa de Riggen.
—No, sólo soy un humilde microbiólogo: Kevin Marlowe.
El científico loco es mi jefe Auger.
—¿Ese Auger?
Me dedicó otra sonrisa.
—Ah. ¿por qué no viene mañana a tomar el té y
conocerá al Auger ese, doctora?
AUTORES:
Alastair Auger, Doctor en Fisiología. Kevin Marlowe,
doctor en Medicina. Mae Sanger doctora en Medicina.
Asterisco. Estudio subvencionado por la Fundación
para el Estudio de lo Esotérico.
INTRODUCCION:
Los recientes adelantos en Medicina han hecho necesario
diferenciar entre la muerte clínica, o cese de los latidos
cardíacos, y la muerte biológica o cerebral. Esta distinción
se ha visto complicada por el creciente uso de metodologías
que soportan de forma "heroica" la vida.
La Historia aporta casos raros en los que la muerte
clínica no fue seguida por la muerte biológica, sino que
fue mantenida en un estado intermedio. Los individuos
no-muertos fueron llamados Nosferatus o vampiros.
La investigación de los autores sobre este fenómeno
ha conducido al descubrimiento de un microorganismo
causante, la Pseudobacteria augeria.
—El doctor Auger, la doctora Sanger.
—Encantado.
El gran profesor Alistair Auger me sonrió. Era alto,
con el pelo grisáceo y cejas curvas, unos veinte años
mayor que Marlowe y yo. Recortaba las palabras, con
los ojos muy fijos, y también irradiaba el intelecto de
un conferenciante perfecto.
—Al menos—continuó—, encontramos en este mundo
semicivilizado intelectualmente a alguien que aspire
al nivel de la pseudociencia.
—Debe ver mi colección herbaria alguna vez—repliqué.
—Tengo entendido que ha oído hablar de mí —el doctor
enarco una ceja.
—Claro. Todo el mundo conoce al profesor Auger,
inteligente y...
—Pero loco—me atajó.
Se volvió a su ayudante.
—¿Lo ve, Kevin? Esta joven tiene aún el delicioso
candor de los tontorrones locales, aunque atemperado
por exponerse al ambiente hipócrita de una educación
más elevada. Lo hará muy bien.
Ahora fui yo la que enarcó una ceja.
Sonó el timbre. Marlowe se asomó a la ventana y gruñó.
—Diablo, es Weems.
Seguí su mirada. Apoyado contra el timbre había un
hombre de cara perruna, con un traje gris y corbata de lazo.
Auger hizo una mueca de dolor y por unos segundos
se agarro el abdomen. Luego, se recobró.
—Me desharé de él. Kevin, llévala a dar una vuelta
por el laboratorio.
MATERIALES Y METODOS:
Las Pseudobacterias augeria se hallaban guardadas en
una solución salina isotónica a 37º centígrados,
temperatura a la cual son inactivas. Grupos de
pseudobacterias augeria inactivas eran inyectadas en
animales que luego eran sacrificados. Tras un periodo
critico que dependía del numero de pseudobacterias
inyectado y de las Generaciones (Diagrama 1) necesarias
para alcanzar el promedio especifico de especie del peso
corporal de las pseudobacterias (Tabla A) el animal
muerto se reanimaba. La vida latente duraba tres días.
La línea de puntos indica el número primario de la
infección por pseudobacterias para imitar una progenie
suficiente, a fin de reanimar el cuerpo antes de que se
produzca la corrupción final. En vivo, un número de
ataques o "mordiscos" vampíricos asegurando
la fundación de una gran colonia, aumentaría las
posibilidades de la resurrección posmortem.
—¿Vampiros?—repetí, acariciando a un conejito blanco—.
Vamos, nosotros hicimos uno en la Facultad de Medicina.
Una broma divertida desde que Arlo dejó un pedazo de
cadáver en el confesionario.
Paseé la vista por el laboratorio, sin creer lo que veía, como
no creía tampoco en lo que contaba Marlowe. Habían
transformado una vieja granja en un moderno Castillo de
Frankenstein. Jaulas de animalitos estaban junto a pequeñas
computadoras, como anidados entre las centrifugas, los
contadores de partículas, el microscopio electrónico, y
los espectrofotómetros. Unos sacudidores automáticos
palpitaban al fondo.
Marlowe me entregó un estetoscopio.
—Primero asegúrese de que funciona.
Lo apliqué sobre mi quinta costilla y oí el tranquilizador "pam, pam, pam".
—Estoy viva.
—Pruebe en el conejo.
Miré fijamente al animal, y lo palpé. Marlowe sacó un platito de algo
que parecía sangre. El animal se liberó al momento de mis manos,
se abalanzó hacia el plato y empezó a lamer el rojizo liquido.
—Está bien, te creo. Mas, ¿cómo? Me refiero a que obviamente
su cerebro está oxigenado, de lo contrario el animal no saltaría.
Pero ¿cómo circula la sangre si el corazón no bombea?
—No lo sabemos con seguridad.
Señaló un cubo de basura. Dentro había un conejo muerto.
—¿Lo diseccionaron o lo cortaron en pedazos?
—Auger es bioquímico y yo... Bueno, ninguno de los
dos sabe trinchar un asado.
—Ya. Necesitan a alguien que sepa jugar con un escalpelo
¿verdad? Oiga, son mis primeras vacaciones en siete años, y
he de empezar un trabajo dentro de un mes en el Este...
Weems y Auger entraron en el laboratorio.
—Estoy seguro, señor Weems, que incluso usted reconocerá
que no habíamos recurrido a una tienda de empeños—
decía Auger: con un amplio gesto de la mano.
Weems señaló una taza de café instalada sobre el espectrofotómetro
infrarrojo.
—¿Es esta la forma de tratar el equipo de la Fundación?
Eh ¿quién es ella?
—Nuestra nueva asociada—me presentó Auger.
Weems me contempló con desdén.
—¿Desea ver mis credenciales?
—Creo que ya las veo—rió.
—Muchachos —exclamé—, acaban de contratar a un
cirujano.
El efecto progresivo del vampirismo sobre la fisiología
del cuerpo que recibe la dosis de bacterias augeria fue
estudiado en las ratas. A un grupo le inyectaron el
número exacto de bacterias, fue sacrificado y colocado
en una cámara de incubación mantenida a 15° centígrados
para apresurar la replicación. El noventa y siete por
ciento de las ratas infectadas se reanimaron entre las
cincuenta y cuatro y las setenta y tres horas posmortem.
Fueron sacrificados especímenes a intervalos de 0, 6, 12,
24... horas postresurrección, y fue estudiada su anatomía,
su patología y su serología.
A otro grupo de ratas controladas se le inyectó salina
normal, fue sacrificado y colocado en una cámara de
incubación a la misma temperatura. Sobrevino la
corrupción clásica, y al sexto día fueron arrojadas
todas a la basura.
—Hum... Huele como un osario se quejó Marlowe—.
¿Cómo lo resiste?
—Resulta claro que no ha trabajado nunca en una
clínica urbana, Kevin. No ha vivido en una granja.
Señalé a la rata que había atado a la mesa y que estaba
diseccionando bajo luz roja.
—¿Ve esto? Tal vez no use el corazón como una bomba,
pero todavía es el cruce del sistema circulatorio.
Seguramente es por lo que funciona aún la antigua
rutina de la estaca en el corazón.
—Sólo como medida temporal—replicó Kevin—.
Los microorganismos parecen capaces de reparar
sus tejidos. Recuerde que el método clásico de matar a
los vampiros consiste en clavarles una estaca,
después de la decapitación o la incineración.
—Hum... la estaca bien untada con ajo, y colocando
al vampiro en un horno al rojo vivo hasta asarlo por completo.
Mire esas pequeñas chinches...
—Por favor, no llama chinches a las pseudobacterias augeria
—refunfuñó Auger, viniendo hacia nosotros.
—Oh, vea esto, señor—le dijo Kevin entregándole un micrografía electrónica.
—¡Estupendo!
Me pasé de puntillas para verlo. El aparato micrográfico
presentaba la chinche, con su cuerpo bacteriano falto de
núcleo, sus pseudópodos estilo ameba y los rebordes
celulares irregulares, así como sus agrupaciones ribosomiales
y el retículo endoplásmico, más otras cositas que ni Kevin
logró identificar. Había un disco liso y anucleado unido a
la membrana exterior.
—Vaya... ¡Tiene enganchado un eritrocito!
—Los dejé juntarse en vez de centrifugarlos explicó Kevin
con orgullo—. El giro debe desalojar las células rojas
de la sangre en la superficie.
—Bien, esto explica cómo es transportada la sangre—
comenté.
Auger levantó significativamente Las cejas demostrando
una condescendencia intelectual.
Oímos un cache en el senderito.
—¡Maldición!—gruñó Auger—. Debe ser Weems de nuevo.
Salió raudo del laboratorio.
—¿Podemos ir esta noche al cine, Mae? —sugirió Kevin.
—Ya hemos vista dos veces la película, a menos que
se refiera al estreno de Disney en el Condado Sur.
—Dios mío, qué cosa tan tonta... ¿Cómo la soporta?
—Bueno, dentro de tres semanas... cuando esté en
mi sala de urgencias de Manhattan, con sangre hasta
Las orejas... me alegrará recordar todo esto. ¿Por qué
no nos tomamos un día libre y bajamos a la ciudad...?
—¡Idiota!
En el jardín, el profesor Auger estaba muy enojado.
Oímos a Weems responderle en tono airado, y Kevin
y yo nos apresuramos a salir.
—Queda revocada—gritaba Weems.
El hombrecito estaba detrás de su auto como protección.
Auger parecía lo bastante loco como para estrangularlo.
Tenia el rostro lívido y respiraba como si acabara de
ganar una carrera de dos mil metros. No quise imaginarme
cuál sería su presión arterial.
—Cálmese o le dará un ataque—le recomendé.
Weems se volvió triunfalmente hacia nosotros.
—La Fundación ha revocado la subvención.
Y queremos las cuentas claras.
—¡Bastardo!—le apostrofó Auger, corriendo
hacia el coche de Weems.
Se detuvo de repente, con expresión confusa
en su semblante, se agarró el estómago y cayó al suelo.
Corrí hacia él y le ausculte. Estaba pálido y respiraba
entrecortadamente, con un pulse alocado y débil. Shock.
—¿Es un ataque cardiaco?—se interesó Weems.
El maldito roedor parecía dichoso.
Kevin se arrodilló al otro lado.
—¿Qué puedo hacer?—preguntó.
Desabroché la camisa de Auger y le palpé el
abdomen. Estaba rosado, caliente y firme.
Hemorragia interna.
—¡Dios mío! exclamé. Metí la mano dentro de
sus pantalones y busqué el pulso femoral. No palpitaba.
Me eché a llorar—. Bueno, nada más.
Auger dejó de respirar, y Kevin inició la respiración
boca a boca. Busqué el pulso de la carótida en el
cuello del profesor. Pulsó débilmente y se paró.
—No sirve de nada, Kevin. Ha muerto.
Weems se echó a reír gozosamente, saltó al interior
de su coche y arrancó a toda velocidad. Kevin
empezó un masaje externo del corazón, con ansiedad
y apresuramiento.
Le así por los hombros y lo aparté del cadáver.
—Ya basta, Kevin. No sirve de nada. ¿Recuerda
esos dolores gástricos que sentía? Era una aneurisma,
una flojedad en la pared de la aorta abdominal.
Se ha roto, Kevin. Ha sangrado interiormente.
Nada puede salvarle ya.
—Una ambulancia, llamaré a...
—Escuche. Aunque llegaran aquí dentro de media hora,
no serviría de nada. Oh, Kevin, hace cinco minutos,
si yo le hubiese tenido en la mesa con un buen instrumental y
buenos ayudantes, habríamos intentado un injerto De Bakey.
Pero las posibilidades de salvarle sólo habrían sido de
un cinco por ciento.
Kevin se levantó y contempló el cadáver. Luego, dio
media vuelta y corrió hacia la casa, dejándome con el muerto.
Muerto, Auger carecía de carisma. Sus facciones estaban
casi blancas, sin sangre, y parecía una espantosa figura de cera.
Cerré su boca y le arreglé las ropas con más dignidad.
Kevin regresó con una gran jeringa cardíaca y un frasco
lleno de un líquido blancuzco.
—¡Estás loco!—le recriminé tuteándole ya.
—Dará resultado, Mae. Podemos resucitarle. Los
he centrifugado hasta la concentración. Aquí hay bastantes
pseudobacterias para reparar el mal y reanimarle casi
inmediatamente.
La implicación era aterradora. Los conejos vampiros
ya eran muy raros, pero Kevin se disponía a fabricar
un vampiro humano.
—¡Puedes salvarle la vida! Bien, hazlo.
Era típico de Kevin dejar que otro tomase las decisiones.
Llené la jeringa y hundí los doce centímetros de aguja
en el distendido abdomen. Kevin parecía enfermo y se
volvió de espaldas. Era difícil apretar para hacer descender
el líquido. Saqué la aguja y por la punta asomó una gotita
de sangre fresca. Con dos jeringas más vacié el frasco.
Trasladamos el cuerpo al laboratorio y lo envolvimos
en hielo para rebajar cuanto antes la temperatura corporal.
Kevin se apresuró a a vomitar. Yo hice café y le añadí
una buena dosis de whisky medicinal.
—¡Por un futuro interno de la prisión de Sing Sing!—
brindé frente a Kevin.
Media hora más tarde no sentíamos ningún pesar.
—Tenemos que comprarle una capa negra—decia yo—.
Y darle lecciones de idioma transilvánico.
—Yo quiero chuparte la sangre, querida—rió Kevin,
saltando sobre mí.
Juntos y riendo rodamos par el suelo.
Sonó el timbre de la puerta. Weems había vuelto
con un comisario del sheriff.
—Hola, Fred.
—Hum... hola, Mae. Cuánto tiempo sin verte.
El comisario parecía cohibido.
—Fuimos juntos al instituto—anuncié en general.
—Lamento molestarles, pero ese tipo afirma
que aquí hay un fiambre.
—Un cadáver?—rió Kevin desde el suelo—.
Yo no veo ninguno. Lo único muerto aquí—añadió
con voz grave, es la vida nocturna de la población.
—Están borrachos—adivinó Weems.
—Muy inteligente, Weems—aprobé—. Una brillante
deducción.
—¡Han escondido el cadáver! Alastair Auger está
muerto. Incluso ella lo dijo— señaló acusadoramente.
—Eh, aparte el dedo.
El comisario se interpuso entre los dos.
—Lo siento, Mae... lo siento, doctor, pero he
de redactar un informe y...
—El profesor Auger no se encuentra bien, Fred,
y no podemos molestarle. Créeme cuando afirmo
que está vivo. Soy médico. Y me enseñaron esta
clase de cosas.
—Es un engaño... Y no me marcharé hasta ver
el cuerpo de Auger.
—Si, es algo aterrador. Pero temo que usted
no es mi tipo, Weems.
El rostro de Weems se puso blanco a la vista de
Auger, apoyado en el marco de la puerta del
laboratorio y sonriendo malévolamente. Estaba
reluciente por el hielo y llevaba una toalla.
—¡Ella le ha hecho algo! —tartamudeó Weems—.
Estaba muerto...
El comisario cogió a Weems por el brazo y lo
propulso hacia la puerta.
—Lo siento, Mae. Profesores...—se encaminó
al coche-patrulla, diciendo—: Bien, amigo, existe algo
como una declaración falsa...
Kevin se echó a reír histéricamente.
—De no haber despertado usted ahora—musitó ,
lo habría hecho en el depósito de cadáveres del condado.
—Si me perdonan—repuso Auger—, esta luz me
pone nervioso y me muero... de hambre.
Me ofrecí para ir en busca de un litro de sangre.
—Si, gracias, doctora. Su garganta me atrae
de manera muy incómoda.
RESULTADOS Y DISCUSIÓN:
El vampiro es considerado tradicionalmente como
un cuerpo ocupado por un demonio. Ahora podemos
modificar este retrato para decir que se trata de
un mamífero muerto porque su corazón no late y
es anormal la temperatura del cuerpo, pero que
sin embargo éste sigue funcionando como un
organismo debido a la presencia de una colonia
de simbiontes. Las pseudobacterias funcionan
como metabolizadoras y transportadoras del
oxigeno, los nutrientes y los residuos, funciones
asumidas en un organismo no infectado por los
sistemas circulatorio y digestivo. La bacteria augeria
es un agente infectante débil, que requiere un ambiente
especial después de la muerte, y es susceptible a las
drogas antibacterianas más comunes. Documentación
tradicional sobre la aversión del vampiro al ajo,
un antibiótico blando.
El cuerpo fisiológico del infectado sufre unos cambios
que parecen eliminar unos sistemas ya no necesarios
y aumentar la eficacia de las adaptaciones vampíricas.
Esos cambios aparecen progresivamente, y han de ser
estudiados a largo plazo.
El primero de los grandes cambios es la atrofia del
tracto digestivo. Los nutrientes pasan directamente
del estómago a la sangre, con la necesidad paralela
de que sólo pueden ingerirse soluciones isotónicas
para evitar la destrucción osmótica de las células
sanguíneas. Como la única solución isotónica corriente
y natural es la sangre, el vampiro la toma tradicionalmente.
También se necesita una fuente de sangre externa por
otras razones. Por ejemplo, porque el transporte de
sangre es pseudobacteriano y no hidrostático, o sea
mucho más lento, y el cuerpo requiere más hematíes
de los que puede producir la medula ósea de su cuerpo.
—Todos los grandes han muerto... Yo, por ejemplo.
—Tómelo—le aconsejé.
Kevin entró, nos vio y enrojeció. Cuanto más conocía a
Kevin, más comprendía cuan retentivo anal podía ser.
- ¿Interrumpo?
—Sí—contestó Auger.
Al hablar, yo veía sus agudos caninos.
—No. Dame eso, sí, el esfingomanómetro
. Usted no comprende el placer de tener a un
paciente que no se queja por la frialdad de un estetoscopio.
Bromeé mientras ataba el brazal de la presión arterial,
para ocultar el repeluzno que me producía Auger.
Intelectualmente, sabía que era el mismo hombre que
había conocido una semana atrás, pero emocionalmente
yo tenia problemas relativos a una paciente con una
temperatura de 30° centígrados... o sea entre la normal y
la ambiental. Y también a causa de las rarezas de su circulación,
ya que incluso en la habitación más cálida las manos de Auger
estaban como si hubiese salido de una tormenta de nieve sin mitones.
—¿Lo hacemos otra vez?
Auger parpadeó cuando bombeé el tensómetro. Asentí y
escuché por el estetoscopio. No me acostumbraba al hecho
de que su corazón no latiese ni hubiera presión arterial.
—No hay diástole ni sístole—afirmé—. Señor, su tensión
arterial es de cero la máxima y cero la mínima.
—Ah, normal exclamó Auger, cogiendo su camisa—.
Bastante tiempo hemos perdido. ¿Volvemos al laboratorio?
No le gustaban los chequeos médicos (y estoy convencida
de que eso les ocurre a todos los médicos). Discutí en vano
sobre la conveniencia de llevarle a un hospital para que le
sometie-sen a unos análisis verdaderos: rayos X, estudios
metabólicos, electroencefalogramas...
—Son las tres de la madrugada —se quejó Kevin—.
Necesito un poco de café.
—¿No puedes acostumbrarte a trabajar en el turno del
cementerio?
Recibió mi broma con una débil sonrisa. Era duro
acostumbrarse a trabajar de noche. Auger odiaba
la luz diurna como todos los vampiros.
Otra cosa que exigía más estudio: ¿se debía ello a
la temperatura o a la radiación infrarroja? De todos modos,
mis padres opinaban que mis nuevas horas de trabajo
eran el resultado de un amorío con Kevin, lo cual me
hacía estar incomoda en casa.
Auger aceptó una taza de café y le echó una cucharada de
sal para tornarla osmóticamente similar a la sangre.
—No hay bastantes metabolitos ni nutrientes en la sangre
que usted bebe para sostenerse, profesor. ¿De dónde diablos
saca las energías?
—Es un proceso negentrópico, parecido al que permite a
mis Pseudobacterias augeria estar en estado latente a más
de 35°C, en tanto que los procesos enzimáticos corrientes
se aceleran—me explicó—. ¿Cuantos cálculos ha hecho usted,
doctora Sanger?
—Dos semestres.
—Al menos necesitará cuatro para entenderlos.
¿No será mejor volver al trabajo?
A medida que crecen las poblaciones humanas, tienden
a eliminar las especies competitivas, creando un nicho
para un ser de rapiña. Tal vez sea posible remutar la
pseudobacteria augeria hacia su hipotético antepasado,
la pseudobacteria licantrópica, que sobreviviría a la
temperatura normal del cuerpo, cambiando a sus
anfitriones en animales carnívoros. El cuerpo modelo
probablemente quedó mediatizado por un complejo
supergénico similar en principio a los que se hallan
en las imitaciones de mariposas, resultando unos morfos
discretos con una falta de tipos intermedios. El examen
de la literatura sugiere que el morfo adoptado fue el del
mayor ser de rapiña natural de la zona geográfica donde
estaban los hombre-lobos del norte de Europa, los oso-lobos
de Escandinavia y los tigre-lobos de la India. Se han notificado
algunos casos de hombre-lobos que se convirtieron en
vampiros después de muertos, sugiriendo una infección
paralela o una evolución en progreso.
Volvía en mi auto de la ciudad cuando vi los coches de la
policía alineados a lo largo de la carretera. Frené la marcha
y grité por la ventanilla:
—¿Necesitan un médico?
Mi amigo, el comisario Fred me hizo señas para que me
detuviese detrás de un coche-patrulla.
—¿Te acuerdas del fulano que me aseguró que el profesor
estaba muerto?
Me condujo a través de un grupo de polis, hacia un barranco
poco hondo.
Weems yacía con los brazos colgados del reborde. Le habían
cortado la muñeca y había sangrado hasta morir.
—No hay mucha sangre—comenté al fin—. Suele haber un
gran charco cuando alguien se desangra.
—Se escurrió hacia el regato de abajo—comentó el comisario
del sheriff—. Siempre han de suicidarse en mi territorio.
¿Cuánto tiempo dirías que lleva fiambre?
El cadáver ya estaba frío. El rigor mortis se había completado,
aunque aún no había cesado. Calculé unas veinte horas,
tal vez algo menos.
—¡Condenados suicidas!—refunfuñó el sheriff, que se unió a
nosotros—. Una verdadera molestia...
Me mostré de acuerdo y nos quedamos por allí unos minutos
recordando suicidios.
Luego, me marché a casa, aparqué el coche, y me dirigí al laboratorio.
Anochecía cuando llegué.
Kevin estaba muy excitado.
—Hemos empezado el último capítulo del artículo. Lo
enviaremos simultáneamente a Science y a Nature. Bien Mae,
empiece a coger buen apetito porque creo que dan buenos
alimentos en el Premio Nóbel.
Casi corrí hacia el dormitorio de Auger. Estaba tendido en la cama,
completamente recto, como un cadáver. Mientras estaba yo allí,
apretando los puños, despertó y se incorporó.
—¡Ah, doctora Sanger. ¿A qué debo el honor de...
—¡Usted lo mató!
—¿A quién?
Oh, sabia ser suave.
—Y logró que pareciese un suicidio. Los polis se lo han tragado.
Me dedicó su sonrisa más encantadora, sin darse cuenta de
que sus agudos dientes estropeaban el efecto.
—No me quedaba otro remedio. Era nuestro enemigo.
Convenció a la junta de la Fundación para que revocasen
la subvención.
—Su muerte no conseguirá que vuelvan a subvencionarnos,
Auger. Usted lo mató por despecho.
Paso una mano helada en mi brazo.
—Cálmese. La próxima semana seremos famosos.
Usted no tendrá que aceptar ese trabajo en Nueva York.
Será la más eminente bruja-doctora de Norteamérica.
—Me pone enferma—aparté mi brazo y salí del cuarto—.
Adiós, Kevin. Todo fue bien mientras duró. Borra mi nombre
del artículo. Deseo olvidar que haya ocurrido todo esto.
Kevin mostró una mueca de inquietud.
—Oh, no puedes dejarnos ahora...
—Pues fíjate—murmuré.
Ya era de noche, pero había recorrido aquel camino
docenas de veces. Cuando mis pies sintieron el asfalto
en lugar de la grava, torcí a la derecha y empecé a ascender
la loma. Un coche iluminó la carretera y me hice a un lado.
Las luces traseras se amortiguaron en la distancia, y a su
débil resplandor vi una figure alta procedente del carril de
coches de nuestra casa.
Era Auger.
Me seguía.
De pronto, volvió a reinar la negrura. Vi dos ojos que brillaban
en rojo como los de un ciervo. Era lo único que podía ver; las
estrellas arriba y dos ojos rojos. Me miraban fijamente, con la
fijeza del ser de rapiña nocturno.
Auger habló con suavidad, rompiendo con su voz el silencio.
—No te haré daño. Sabes que lo deseas.
Me aterré y eché a correr, escuchando el sonido de mis pasos
sobre el terreno, y con las manos al frente como una ciega.
El corazón palpitaba de miedo, y mi cuerpo estaba ya empapado
por un sudor frío, pero la supercarga de adrenalina me
impulsaba a seguir corriendo.
Vislumbré el débil resplandor de la luz en el buzón del camino.
Podía correr por el sendero, correr los trescientos metros
que faltaban hasta mi casa. El hogar, la luz, la seguridad.
Algo ocultó el resplandor del buzón. Comprendí que era
Auger que estaba ante mí, bloqueando el sendero.
A metro setenta sobre el suelo, dos ojos rojos.
Di media vuelta y me hundí en el bosque. Las ramas me azotaron
el rostro, enganchándose a mi pelo y a mis ropas. Tropecé y
caí en el regato, me incorporé y continué mi loca carrera.
Unas manos me cogieron por detrás y me empujaron
contra un cuerpo invisible en la oscuridad. Tuve consciencia de una
fuerza inhumana y de una chaqueta que olía a lana y a productos
quimicos. Forcejeé, pateé, pero él ignoró mis golpes.
Me asió de las manos y las sostuvo entre la suyas, heladas.
—No luches—susurró—. Disfrutarás.
Sentí su aliento en mi cuello y traté de gritar. pero no pude.
Estaba demasiado asustada.
—Esto no puede ocurrirme a mi—musité—. ¡No a mí!
El mordisco fue agudo y doloroso, seguido por una sensación
cálida cuando mi sangre surgió por los orificios. Empecé a
forcejear, pero Auger sólo estaba atento a la sangre que
chupaba con avidez.
Mi mente se tornó clínica. Medio litro igual a una décima
parte de la sangre total del cuerpo humano. Sufriría un shock moderado.
Ya experimentaba los primeros síntomas. Ah, Auger me estaba matando...
Mis rodillas cedieron y me hundí en tierra. Auger seguía bebiendo
en mi yugular izquierda. Por encima del clamor de mis oídos,
escuchaba los jadeos del vampiro. Yo estaba ya demasiado
débil para seguir luchando. Las constelaciones de verano
nos contemplaban impávidas, formando parte de un resplandor
al que la falta de oxígeno ponía alucinaciones y una extraña
sensación de euforia.
La agonía empezaba a serme grata.
CONCLUSIONES:
En la historia del vampirismo, se ha motejado al
vampiro de malvado y demonio. Ahora, que se ha
comprendido la etiología de esta condición, no existe
razón alguna para que el vampiro no pueda ocupar
su lugar y funcione como un miembro de la sociedad.
Con la debida prescripción de sangre, la enfermedad
quedaría limitada a las víctimas actuales. Y en estas
condiciones no necesitaría ser clasificada como
contagiosa.
Me desperté bajo un roble. Una araña había utilizado
mi brazo izquierdo para tender su tela, y en mi cabello
había un ciempiés.
—Ooohhh... debo de haber dormido largo tiempo—
mascullé sentándome y apoyándome en el roble.
Me sentía muy mal. Débil, helada, con dolor de cabeza
y hambrienta. No había estado tan hambrienta en toda mi
vida. La sensación de hambre llenaba todo mi cuerpo.
Distraídamente, lleve dos dedos a mi muñeca para
tomarme el pulso.
No había ninguno.
Comprobé la carótida. Me dolía al menor movimiento.
Mi corazón no latía.
Retire la mano y me miré los dedos. Estaban lívidos,
completamente exangües.
Estaba muerta. Yo era un vampiro. Me palpé los caninos
con la lengua y sentí su agudeza.
Todo era culpa de Auger Lo recordé todo y experimenté
unas tremendas nauseas.
Auger estaría en el laboratorio.
Y habría sangre. Sí siempre había sangre allí. Refrigeradores
repletos. Sangre de conejo. Sangre de rata.
Sangre humana.
La luna nueva todavía es una rajita en el cielo, pero ya
veo en la oscuridad. Un ciervo se cruza a mi paso y queda
aterrado hasta que me alejo. Al acercarme a la casa, oigo
como Kevin pasa a máquina el artículo. Maldito artículo.
Incluso será posible, mediante una infección controlada
de pseudobacterias augeria, conquistar a la muerte,
permitiéndonos revivir y conservar indefinidamente
nuestras mentes y...
—Kevin, dame sangre. De prisa, antes de que te muerda.
Me así a una silla para dominarme. Al mirar hacia
abajo, vi que mi nueva fuerza vampírica había aplastado
el resistente plástico.
Kevin, tembloroso, me entregó un poco de 0 negativo.
Me la tragué. Estaba helada y me revolvió el estómago.
—Más.
Tomé seis cuencos antes de poder mirar a Kevin sin
experimentar el deseo de atacarle. Luego, me alisé el
vestido, me peiné, tapé mis prendas sucias con una bata
de laboratorio, y me metí una jeringa en el bolsillo.
—¿Dónde está, Kevin?
—Estás viva, Mae, y eso es lo que cuenta. No...
—Me chupó hasta secarme. ¿Dónde está?
—No quiso hacerte daño. Dijo que no...
Le cogí del brazo y parpadeó a mi contacto.
—Mira, Kevin, carne muerta. ¿Va el premio Nóbel a
calentarnos por la noche?
—Añade esto a la conclusión del articulo, Kevin: "Cuando
no hayan muertes, habrá que definir de nuevo el asesinato".
—Bienvenida, doctora Sanger.
Auger está en la puerta del laboratorio. Estoy temblando.
Ya no puede hacerme daño, me repito una y otra vez.
Pero ansío huir. O llorar.
—La sangre refrigerada no sirve. Aguarde hasta que se
emborrache con sangre palpitante, caliente, viva.
—¡Cállese! susurré.
—Y el poder. Y la fuerza, Usted siempre admiró la fuerza.
Le gustará ser un vampiro, doctora Sanger.
—No, no... No quiero ese poder idiota... ¡No quiero
matar! Estudié para salvar vidas, para curar... ¡No quiero
ser como usted.
Se ríe.
—¡La biología no es mi destino!—chillé.
Vuelve a reír. Apenas se lo censuro.
—Pensé concederle una oportunidad. Está bien, Kevin,
clávale una estaca.
Giro en redondo. Kevin tiene ya una estaca y un mazo
, pero como de costumbre vacila. Lo agarra y lo arroja
al suelo, delante de Auger.
Auger maldice y coge la estaca.
—¿Debo suponer que esto tampoco me dolerá?
—Siempre he admirado el sentido del humor en
las personas —responde.
Saco la jeringa de mi bolsillo, me deslizo a un lado,
se la clavo en el costado y empujo el émbolo.
—Admire esto... veinte centímetros de tetraciclina.
Gime roncamente y me arroja una mesa. La esquivo
y se aplasta contra el estante de los productos químicos.
—Ya está curado, Auger. He matado sus pequeñas
chinches las que le mantenían vivo.
Coge un espectrofotómetro de cien kilos y me lo tira con
toda su fuerza. Caigo entre las jaulas, liberando a media
docena de ratas. Los conejos vampíricos se escurren
también por todas partes. Me levanto y me limpio el polvo.
—Calma, calma... este es el equipo de la Fundación.
Kevin contempla atónito cómo Auger me arroja el
cromatógrafo de gas. Se rompe en el suelo, y las chispas
inflaman los líquidos químicos derramados par tierra.
Se inicia un buen incendio puntuado por las explosiones
de reactivos embotellados.
Auger se acerca y me agarra, pero esta vez lo empujo
hacia atrás, cojo la estaca de madera y se la hundo
en el corazón.
Parece sorprendido.
—¿Por qué a mí? —exclama.
Muere otra vez.
—Vamos, Kevin. Esto va a derrumbarse.
—¡Apártate de mí!—chilla—. ¡No me toques,
vampiro!
Se desabrocha la camisa y me enseña la cadena
con una cruz.
—No seas estúpido, Kevin.
El fuego ha llegado al almacén de los productos
químicos. Corro a la ventana y me arrojo por entre
un estrépito de cristales. A mis espaldas explota el laboratorio.
Los chillidos de Kevin se han apagado.
Los papeles chamuscados vuelan cuando el aire
recalentado surge por las ventanas destruidas. El plástico
de la máquina de escribir se funde, dejando desnudos
los cables de su interior. Los caracteres de metal se
retuercen, se comban entre si, y se funden también
en una masa irreconocible.
Me marcho a casa y me aseo y regreso a tiempo
de contemplar la labor de los bomberos. Apenas
queda nada de la vieja granja.
—Soy médica. ¿Puedo ayudar en algo?
—Ya no hay ayuda posible, Mae.—El jefe de los bomberos
me recuerda del cuarto curso—. Tal vez podrías identificar
los cadáveres.
Están tapados con mantas de plástico amarillo. dos masas en
forma de cuerpo humano, de carne achicharrada. El jefe de
Los bomberos me mira con simpatía.
—No los conocería ni su propia madre. Oh. estás pálida,
Mae. Johnny será mejor que la acompañes a su casa.
Un bombero guapo y joven me coge del brazo y me conduce
sendero arriba. lejos del fuego y el humo.
—¿Eran científicos?—me pregunta—. ¿Qué estaban haciendo aquí?
—Trabajaban en cosas que el hombre no debe conocer—respondo.
El joven no reconoce la cita.
Contemplo de reojo a mi acompañante.
Es joven, fuerte, sano...
Bah, no echará de menos medio litrito de sangre...
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