RESIDENT EVIL VOLUMEN 1parte1
La conspiración Umbrella
S.D. PERRY
Los sucesos malvados
proceden de causas malvadas.
Aristófanes
Prólogo
Latham Weekly, 2 de junio, 1998
EXTRAÑOS ASESINATOS EN RACCOON CITY
RACCOON CITY — Ayer, a última hora del día, en un solar abandonado que se encontraba no demasiado alejado de su casa, fue descubierto el cuerpo mutilado de Anna Mitaki, de cuarenta y dos años, al noroeste de Raccoon City. Es la cuarta víctima de los supuestos «asesinos caníbales» que se ha encontrado en el distrito de Victory Lake o cerca de éste en lo que va de mes. El cuerpo de Mitaki mostraba signos de haber sido mordido, al igual que los demás cadáveres encontrados hasta la fecha, según informes del forense. Al parecer, los mordiscos fueron producidos por mandíbulas humanas. Irons, el jefe de policía, proporcionó una breve nota de prensa poco después de que una pareja de corredores encontrase el cadáver de Mitaki hacia las nueve de la noche de ayer. Irons insistió en que el departamento de policía de Raccoon City «está trabajando denodadamente para capturar a los culpables de unos crímenes tan horribles», y que ya estaba consultando con las autoridades sobre la posibilidad de tomar medidas aún más extremas de protección para los ciudadanos de Raccoon City. Además de las muertes causadas por estos asesinos caníbales, otras tres personas han muerto en el bosque de Raccoon en las últimas semanas, aunque debido a ataques de animales, lo que eleva el total de víctimas de muertes misteriosas a siete...
Raccoon Times, 22 de junio, 1998
¡HORROR EN RACCOON! APARECEN MÁS VÍCTIMAS
RACCOON CITY — Los cuerpos de dos jóvenes fueron encontrados a primera hora de la mañana en Victory Park. Deanne Rusch y Christopher Smith son la octava y la novena víctimas de la ola de violencia que tiene aterrorizada a la ciudad desde mediados de mayo de este año. Los padres de ambas víctimas, de 19 años de edad, avisaron de su desaparición la noche del sábado, y los cuerpos fueron descubiertos por los agentes de policía en la orilla oeste del lago Victory aproximadamente hacia las dos de la madrugada del domingo. Aunque el departamento de policía todavía no ha hecho ninguna declaración oficial, los testigos del descubrimiento de los cuerpos afirman que los cadáveres de ambos jóvenes mostraban heridas muy similares a las descubiertas en las víctimas anteriores. Todavía no se ha confirmado si los atacantes eran animales o seres humanos. Según amigos de la pareja de jóvenes, ambos habían estado hablando sobre la posibilidad de «rastrear» los supuestos perros salvajes que recientemente se habían divisado en el bosque del parque, y habían planeado violar el toque de queda impuesto en la ciudad para poder ver una de las criaturas nocturnas. El alcalde Harris dará una rueda de prensa esta tarde, y se espera que anuncie alguna novedad sobre esta ola de asesinatos, como, por ejemplo, un cumplimiento más estricto del toque de queda...
Cityside, 21 de julio, 1998
RACCOON CITY — Finalmente, tras la desaparición de tres excursionistas en el bosque de Raccoon a principios de esta semana, los miembros del consejo municipal han decretado el bloqueo de la carretera rural número 6, en las laderas de los montes Arklay. El jefe de policía, Brian Irons, anunció ayer que los STARS participarán en las tareas de búsqueda de los excursionistas y que trabajarán de forma conjunta con el departamento de policía de Raccoon hasta que se ponga fin a la oleada de crímenes y desapariciones que está azotando a nuestra comunidad. El jefe Irons, un antiguo miembro de los equipos STARS, declaró hoy (en una entrevista telefónica en exclusiva para Cityside) que «ha llegado el momento de utilizar las habilidades de estos hombres y mujeres en la seguridad de nuestra ciudad. Ya hemos sufrido nueve asesinatos brutales en menos de dos meses, y cinco desapariciones conocidas hasta la fecha, y todos estos hechos han ocurrido muy cerca del bosque de Raccoon. Esto nos lleva a creer que es bastante probable que los autores de estos crímenes se oculten en algún lugar próximo al distrito de Victory Lake. Los miembros de los STARS tienen la experiencia necesaria para encontrarlos». Cuando le preguntamos al jefe Irons el motivo de la tardanza de la inclusión del equipo de los STARS en la investigación respondió que dicho equipo había estado asesorando a la policía desde el comienzo de la oleada de asesinatos y que sería un «refuerzo bienvenido» al equipo de investigación ahora que se dedicaría a tiempo completo.
La STARS, organización de carácter privado fundada en Nueva York en 1967 por un grupo de antiguos oficiales del ejército y miembros retirados de la CIA y el FBI, se creó originariamente como una medida directa contra organizaciones terroristas de carácter religioso. Bajo la dirección de Marco Palmieri, un ex jefe de la Agencia Nacional de Seguridad y Defensa (NSDA), el grupo creció rápidamente para incluir entre sus actividades y servicios desde la negociación y rescate de secuestrados hasta la infiltración informática, pasando por el control de desórdenes públicos. Cada una de las ramas de los STARS trabaja de forma coordinada con los departamentos de policía locales, y está preparada para actuar como un equipo autónomo e independiente. El equipo de los STARS de Raccoon City se formó en 1972 gracias a los esfuerzos monetarios de numerosos hombres de negocios locales, y hoy en día se encuentra bajo el mando del capitán Wesker, que fue ascendido hace seis meses...
Capítulo 1
Jill ya llegaba tarde a la reunión cuando, sin quererlo, metió sus llaves dentro de la taza de café que estaba tomando mientras se acercaba a la puerta. Oyó un leve tintineo apagado cuando llegaron al fondo de la taza. Se paró en seco, mirando incrédula la taza humeante y, en ese preciso instante, el fajo de papeles que llevaba bajo el otro brazo se le cayó. Los documentos, los clips y las notas amarillas autoadhesivas acabaron desparramados por el suelo.
—Oh, mierda.
Echó un vistazo a su reloj y se dio la vuelta hacia la cocina, con la taza aún en la mano. Wesker había convocado la reunión a las 19.00 horas en punto, lo que significaba que le quedaban nueve minutos para recorrer los diez minutos de trayecto en coche, encontrar aparcamiento y poner su trasero en una de las sillas. La primera reunión oficial desde que los STARS habían entrado de lleno en el caso... Demonios, de hecho, su primera reunión oficial desde que había sido transferida a Raccoon City y, para colmo, iba a llegar tarde. La primera vez en años que me preocupa llegar puntual y la fastidio justo antes de salir de casa... Se acercó corriendo al fregadero, sintiéndose a la vez tensa y enfadada consigo misma por no estar lista antes. Era el caso, el puñetero caso. Había recogido las copias de su memorándum después del desayuno y había pasado todo el día revisando los informes, en busca de algún dato que los policías hubiesen pasado por alto, sintiéndose más y más frustrada a medida que pasaba el día y no lograba encontrar nada nuevo. Vació la taza y recogió las llaves húmedas y tibias del fondo del fregadero. Las secó contra la tela de sus vaqueros mientras se dirigía apresuradamente hacia la puerta. Se agachó para recoger los informes... y se detuvo, mirando fijamente la fotografía que había acabado encima del montón. Pobres chicas, pobres niñas...
Lentamente cogió la fotografía, aun a sabiendas de que no tenía tiempo, pero incapaz de separar la vista de las imágenes de sus rostros cubiertos de manchas de sangre. Sintió cómo se intensificaban los nudos de angustia que habían ido creciendo a lo largo del día, y durante unos instantes, lo único que pudo hacer fue respirar mientras se quedaba mirando fijamente la fotografía de la escena del crimen. Becky y Priscilla McGee, de nueve y siete años. Había pasado de largo aquella fotografía, diciéndose que no había nada nuevo que ver, que no necesitaba mirarla...
Pero eso no es cierto, ¿verdad? Puedes seguir engañándote, o puedes admitirlo: ahora todo es distinto. Todo es diferente desde el día en que ellas murieron. Jill se hallaba sometida a una gran tensión cuando llegó a Raccoon City por primera vez. No se sentía muy segura acerca de la idea del traslado, ni siquiera estaba muy segura de querer seguir perteneciendo al equipo de STARS. Era muy buena en su trabajo, pero sólo había aceptado el empleo por la insistencia de Dick. Después de ser encarcelado, él había comenzado a presionarla para que trabajara en otra cosa. Había tardado bastante tiempo, pero su padre era muy persistente, y le había repetido una y otra vez que ya había bastante con un Valentine entre rejas, aunque también admitió que se había equivocado al educarla como lo hizo. Ella no tenía muchas opciones de trabajo con sus habilidades y su pasado, pero los STARS, al menos, apreciaban sus capacidades y no les importaban dónde ni cómo las había aprendido. El salario era bastante bueno, existía cierto grado de riesgo del que ella había acabado disfrutando... Si reflexionaba sobre ello, el cambio de carrera había sido sorprendentemente fácil. Aquello hacía feliz a Dick, y a ella le daba la oportunidad de ver cómo vivía el resto de la gente. Sin embargo, el cambio de vida había resultado más duro de lo que ella había pensado al principio. Se había sentido realmente sola por primera vez desde que Dick ingresó en prisión, y trabajar para la ley le había empezado a parecer un chiste irónico: ella, la hija de Dick Valentine, trabajando para la verdad, la justicia y el estilo de vida estadounidense. Su ascenso a miembro del equipo Alfa, una pequeña y agradable casa en las afueras... Todo aquello era una locura, y había estado pensando muy seriamente en salir pitando de la ciudad, abandonarlo todo y volver a convertirse en lo que había sido... Hasta que aquellas dos chiquillas que vivían al otro lado de la calle aparecieron en su puerta y le preguntaron con lágrimas en los ojos si de verdad era policía. Sus padres estaban en el trabajo, y ellas no podían encontrar a su perro... Becky con su uniforme verde de la escuela, la pequeña Pris con su mono enterizo. Las dos llorando, tímidas... El cachorro estaba dando vueltas por el jardín de un vecino a un par de casas de distancia. No había sido difícil encontrarlo, y ella había logrado con la misma facilidad dos amiguitas. Las hermanas se habían acostumbrado inmediatamente a Jill, y siempre aparecían después de clase para llevarle desastrados ramos de flores. Jugaban en su patio durante los fines de semana mientras cantaban incansablemente las canciones que habían aprendido en las películas o en los dibujos animados. No es que las niñas hubiesen acabado milagrosamente con la soledad de Jill pero, al menos, la idea de marcharse se había quedado en la trastienda de su mente durante una temporada. Por primera vez en los veintitrés años de su vida, había comenzado a sentirse parte de la comunidad en la que vivía y trabajaba, y el cambio había sido tan sutil y gradual que apenas se dio cuenta de él. Seis semanas antes, Becky y Pris se habían alejado del lugar donde celebraban una merienda campestre familiar en Victory Park... y se habían convertido en las dos primeras víctimas de los psicópatas que habían aterrorizado a la ciudad desde entonces. La fotografía tembló ligeramente en su mano y no le dijo nada nuevo. Becky estaba tumbada de espaldas, con los ojos abiertos y vacíos mirando fijamente el cielo, con un enorme agujero desgarrado en su abdomen. Pris estaba a su lado, con los brazos extendidos y sus delgadas extremidades desgarradas. Ambas chicas habían sido destripadas y habían muerto a causa de la brutal agresión que habían sufrido, antes de desangrarse. Si habían tenido tiempo de gritar, nadie las había oído... ¡Ya basta! ¡Han muerto, pero tú puedes hacer algo para compensarlo!
Jill metió precipitadamente los papeles en la carpeta y salió de su casa. Inspiró profundamente varias veces el tibio aire de la tarde. El aroma del césped recién cortado inundaba todo el vecindario. Un perro ladraba en algún lugar de la calle, un poco más abajo, mezclado con el sonido de la risa de los niños. Se apresuró a llegar hasta el pequeño y abollado automóvil gris que estaba aparcado delante de su casa y se obligó en silencio a no mirar hacia la casa de los McGee mientras ponía en marcha el coche y se alejaba del lugar. Jill atravesó las amplias calles del vecindario de las afueras con la ventanilla bajada y pisando a fondo el acelerador, pero siempre atenta a los posibles niños o mascotas que estuviesen jugando en la calle. Tampoco es que hubiera demasiados por los alrededores. Desde que habían comenzado los asesinatos, la gente mantenía a sus hijos y animales dentro de sus casas, aun a plena luz del día. El pequeño automóvil se sacudió cuando aceleró por el carril que daba a la autopista 22.
La brisa seca y cálida azotaba su largo cabello y lo mantenía alejado del rostro. Se sentía bien, como si se estuviese despertando de un mal sueño. Recorrió a buena velocidad la carretera bajo el sol de la tarde, que arrojaba la larga sombra de los árboles sobre el asfalto.
Ya fuese por pura causalidad o por capricho del destino, lo que estaba ocurriendo en Raccoon City la había afectado. No podía seguir actuando como si simplemente fuese una ladrona hastiada que intentaba mantenerse fuera de la cárcel y que procuraba comportarse bien para tener contento a su padre. Ni tampoco pensar que lo que estaban a punto de hacer los STARS era una misión más. Era importante. A ella le importaba que aquellas niñas estuviesen muertas y que sus asesinos todavía estuviesen libres para cometer otro crimen. Los extremos de las hojas de los informes sobre las víctimas aleteaban en el asiento del acompañante. Quizás eran nueve fantasmas inquietos, y Becky y Priscilla McGee estaban entre ellos. Puso su mano derecha sobre la hoja superior, y detuvo aquel movimiento suave. Luego juró en silencio que no importaba lo que le costase, ella encontraría a los responsables. No importaba lo que ella había sido en el pasado. No importaba lo que sería en el futuro. Había cambiado... y no descansaría hasta que los asesinos de aquellas inocentes niñas hubieran sido castigados por sus crímenes.
—¡Hola, Chris!
Chris le dio la espalda a la máquina de refrescos y vio a Forester Speyer cruzando la sala vacía a grandes zancadas, con una ancha sonrisa en su rostro moreno y juvenil. En realidad, Forest era unos cuantos años mayor que Chris, pero tenía todo el aspecto de un adolescente rebelde: pelo largo, una chaqueta vaquera llena de tachones metálicos y el tatuaje de una calavera fumando un cigarrillo en su hombro izquierdo. También era un mecánico excelente, y uno de los mejores tiradores en acción que jamás había visto Chris.
—Eh, Forest. ¿Qué tal?
Chris sacó una lata de refresco de la máquina y echó un vistazo a su reloj. Todavía disponía de un par de minutos antes de la reunión. Sonrió con aire cansado cuando Forest se detuvo delante de él, con sus ojos azules chispeantes. Forest también llevaba parte de su equipo: chaleco, cinturón de combate y una pequeña mochila.
—Wesker le ha dado permiso a Marini para comenzar la búsqueda. El equipo Bravo va a entrar en acción.
Aunque estaba excitado, el acento de Alabama de Forest convertía su conversación en un monótono canturreo. Dejó caer el equipo que llevaba en una de las sillas para invitados, todo ello sin dejar de sonreír por un instante. Chris lo miró ceñudo.
—¿Cuándo?
—Ahora mismo. En cuanto ponga en marcha unos cuantos minutos el helicóptero —Forest se colocó el chaleco de Kevlar2 sobre la camiseta mientras hablaba—. Mientras los del equipo Alfa os quedáis tomando nota, ¡nosotros vamos a dedicarnos a patearles el trasero a unos cuantos caníbales! Hay que reconocer que tenemos una enorme confianza en nosotros mismos.
—Sí, bueno... Oye, tú por si acaso, vigila tu trasero, ¿de acuerdo? Creo que en todo esto hay algo más que unos simples chiflados asesinos escondidos en el bosque.
—Tú sabrás.
Forest se echó el pelo hacia atrás y recogió su cinturón. Obviamente, estaba concentrado en la misión y en nada más. Chris pensó en hacerle algún otro comentario, pero decidió que era mejor no hacerlo. A pesar de su aire de valentón, Forest era todo un profesional. No hacía falta que le dijera que tuviera cuidado. ¿Estás seguro, Chris? ¿Crees que Billy fue suficientemente cuidadoso? Chris suspiró para sus adentros y palmeó suavemente la espalda de Forest antes de dirigirse a la sala de operaciones. Atravesó la pequeña sala de espera y pasó por la sala de entrada mientras se preguntaba sorprendido por qué Wesker enviaba por separado a ambos equipos. Aunque lo habitual era que el equipo menos experimentado de los STARS efectuara el reconocimiento inicial, la verdad es que aquella operación no tenía nada de habitual.
El gran número de víctimas ya por sí solo era más que suficiente para iniciar una investigación más exhaustiva. Eso por no hablar del hecho de que existían indicios más que suficientes como para pensar que los crímenes mostraban signos de organización, lo que debería haber elevado el asunto al nivel A1 y, sin embargo, Wesker todavía parecía considerarlo algo así como una especie de operación de entrenamiento. Nadie más lo ve. No conocían a Billy...
Chris volvió a recordar la conversación a altas horas de la noche que había mantenido la semana previa con su amigo de la infancia. No había oído nada de Billy desde hacía tiempo, pero sabía que había logrado un puesto como investigador en la compañía farmacéutica Umbrella, el principal responsable de la prosperidad de Raccoon City. Billy nunca había sido un tipo asustadizo, y el desesperado terror de su voz lo había despabilado por completo y le había causado una profunda preocupación. Billy había balbuceado que su vida estaba en peligro, que todos ellos estaban en peligro de muerte. Le había rogado a Chris que se encontrara con él en un restaurante de la carretera situado en las afueras de la ciudad... y no había aparecido jamás. Nadie había sabido nada de él desde aquel día. Chris le había dado vueltas en la cabeza una y otra vez a todo aquello a lo largo de las insomnes noches desde la desaparición de Billy. Había intentado convencerse de que no había relación alguna entre los crímenes ocurridos en Raccoon City y la desaparición de Billy... y, sin embargo, no pudo librarse de la sensación de que había algo más que lo que estaba ocurriendo a simple vista, y que Billy sabía qué era. La policía había registrado la casa de Billy, pero no había descubierto ningún indicio de delito. Pero el instinto de Chris le gritaba que su amigo estaba muerto, y que lo había asesinado alguien que no quería que contara lo que sabía. Y al parecer, yo soy el único que le cree. A Irons le importa una mierda mi teoría, y los de mi equipo creen que me ha afectado demasiado la muerte de mi viejo amigo. Dejó sus pensamientos a un lado mientras daba la vuelta a una esquina. Los tacones de sus botas lanzaban un eco sordo por las paredes del pasillo de la segunda planta. Tenía que concentrarse, centrar su mente en lo que podía hacer para descubrir la razón de la desaparición de Billy, pero estaba exhausto. Apenas había logrado dormir, y había sufrido un estado de ansiedad casi continua desde la llamada de Billy. Quizás estaba perdiendo el sentido de la perspectiva, quizá su objetividad se había visto mermada por los recientes acontecimientos... Se obligó a sí mismo a no pensar en nada concreto mientras se acercaba a la oficina de los STARS, decidido a mantener la cabeza despejada para la reunión. La luz procedente de los tubos fluorescentes del techo aumentaba en exceso la luminosidad procedente de los brillantes rayos del sol de la tarde que inundaban el estrecho pasillo. El edificio de la policía de Raccoon City tenía una estructura arquitectónica clásica, aunque poco convencional. Había mucho ladrillo y mucha madera, además de numerosas ventanas para que entrara la luz del sol. El edificio había sido la alcaldía de Raccoon City cuando él era un niño. Hacía diez años, cuando aumentó la población, lo habían convertido en la biblioteca municipal, y cuatro años antes acabaron convirtiéndolo en una comisaría de policía. Parecía que siempre se estaba llevando algún tipo de renovación... La puerta de la oficina de los STARS estaba abierta, y hasta él llegó el sonido de unas voces masculinas. Chris se detuvo un instante, indeciso sobre si seguir adelante o no al oír la voz del jefe de policía Irons. «Llámame Brian» Irons era un político egoísta y ególatra disfrazado de policía. Era un secreto a voces que tenía las manos metidas en más de un pastel. Se había visto implicado en el escándalo sobre la cesión y venta de terrenos en el distrito de Cider, allá por 1994, y aunque no había podido demostrarse nada en los tribunales, cualquiera que lo conociera en persona no tendría ninguna clase de duda sobre su culpabilidad.
Chris meneó la cabeza mientras percibía la melosa voz de Irons. Parecía increíble que durante una temporada dirigiera la sección de los STARS en Raccoon City, aunque sólo fuera como un chupatintas. Era más difícil de creer que el hecho de que acabaría algún día como alcalde de aquella ciudad. Bueno, la verdad es que tampoco ayuda mucho que te odie a muerte, ¿verdad, Redfield? Bueno, de acuerdo. A Chris no le gustaba andar besando culos, e Irons no sabía mantener otro tipo de relaciones con sus subordinados. Por lo menos, Irons no era un incompetente absoluto, ya que había recibido entrenamiento militar. Chris puso su mejor cara de circunstancias y entró en la pequeña y atestada estancia que servía como centro de operaciones y oficina. Barry y Joseph estaban sentados en la mesa común. Hablaban en voz baja mientras revisaban una caja llena de papeles. Brad Vickers, el piloto del equipo Alfa, bebía café al mismo tiempo que mantenía la mirada fija en la pantalla del ordenador, con una expresión amargada en el rostro. Al otro lado de la estancia se encontraba el capitán Wesker, recostado sobre su silla, con una sonrisa fija en su cara mientras escuchaba al jefe Irons. El policía apoyaba su corpulento cuerpo sobre el escritorio de Wesker, a la vez que se acariciaba el bigote con los dedos de una mano.
—Así que le dije: «Vas a escribir lo que te digo, Bertolucci, y te va a gustar, ¡O no vas a recibir ni un solo comunicado de prensa más de esta oficina!», y va el tipo y me dice...
—¡Chris! —dijo Wesker interrumpiendo a Irons al mismo tiempo que se echaba hacia delante en su silla—. Me alegro de que hayas llegado. Parece que por fin vamos a dejar de perder el tiempo.
Irons le lanzó una mirada furibunda, pero Chris mantuvo la misma expresión en su rostro. Wesker tampoco pareció darle demasiada importancia al enfado de Irons, ni mostró ningún esfuerzo superior al de ser simplemente educado con él. Y, por el brillo de su mirada, tampoco parecía importarle mucho que Irons lo supiera.
Chris atravesó la oficina y se quedó en pie al lado del escritorio que compartía con Ken Sullivan, uno de los miembros del equipo Bravo. Puesto que en la mayoría de las ocasiones ambos equipos trabajaban en turnos diferentes, tampoco necesitaban demasiado espacio. Dejó la lata de refresco sin abrir encima de la mesa y se giró para mirar a Wesker.
—¿Vas a enviar el equipo Bravo? El capitán le devolvió la mirada, impertérrito y con los brazos cruzados sobre el pecho.
—Es el procedimiento habitual, Chris.
Chris se sentó con el entrecejo fruncido.
—Sí, ya lo sé, pero con todo lo que habíamos hablado durante la última semana, pensé que quizás...
Irons lo interrumpió.
—Yo di la orden, Redfield. Sé que piensas que existe algún tipo de trama secreta en todo esto, pero yo no veo ninguna razón para cambiar el sistema habitual.
Cretino santurrón... Chris se obligó a sí mismo a mostrarle una sonrisa, a sabiendas de que aquello irritaría a Irons.
—Por supuesto, señor. No tiene por qué darme explicaciones.
Irons se quedó mirándolo unos instantes, entrecerrando los ojos, pero finalmente dejó pasar el comentario y se giró hacia Wesker.
—Espero un informe en cuanto regrese el equipo Bravo. Y ahora, si me disculpa, capitán...
Wesker se limitó a asentir.
—Jefe.
Irons pasó al lado de Chris y salió de la estancia. Había pasado menos de un minuto desde su marcha cuando Barry comenzó el choteo.
—¿Creéis que el jefe Irons ha logrado cagar hoy? Lo digo porque quizá debería poner cada uno algo de dinero para comprarle unos cuantos laxantes estas Navidades.
Joseph y Brad soltaron unas cuantas carcajadas, pero Chris no logró unirse a la alegría general. Un tipo como Irons era un chiste con patas, pero su manejo de la investigación no era nada divertido. Debería haber llamado a los STARS desde el mismísimo comienzo, y no limitarse a permitirles ser un apoyo. Volvió a mirar a Wesker. Era difícil adivinar lo que pensaba un hombre que mostraba siempre la misma expresión. Había llegado procedente de Nueva York unos cuantos meses atrás, y había tomado el mando de los STARS de Raccoon City. En todo aquel tiempo, Chris no había logrado adivinar apenas nada sobre su carácter. El nuevo capitán parecía ser todo lo que su reputación había prometido: tranquilo, profesional y eficaz. Sin embargo, mantenía las distancias con el resto del equipo, como si a veces tuviera la cabeza en otro sitio y no en lo que se estaba hablando...
Wesker suspiró y se puso en pie.
—Lo siento, Chris. Sé que querías que el plan fuese de otra manera, sin embargo Irons no hizo demasiado caso a tus... sospechas.
Chris asintió lentamente. Es posible que Wesker hubiera efectuado algunas sugerencias, pero el único con la capacidad para subir el nivel de gravedad de una misión era Irons.
—No es culpa tuya.
Barry se acercó hasta ellos rascándose su pelirroja barba con los dedos de una mano enorme. Barry Burton sólo medía un metro ochenta, pero tenía la robustez de un camión. Su única pasión, aparte de su familia y de su colección de armas, era el levantamiento de pesas, y los resultados de su afición eran claramente visibles.
—No te preocupes, Chris. Marini nos llamará en el mismo instante que haya el mínimo problema. Irons sólo está tratando de molestarte.
Chris asintió de nuevo, pero seguía sin gustarle ni un pelo. Por todos los... Enrico Marini y Forest Speyer eran los únicos soldados de verdad en el equipo Bravo. Ken Sullivan era un buen explorador y un excelente químico, pero, a pesar del entrenamiento que había recibido en los STARS, era incapaz de acertarle a la pared de un granero. Richard Aiken era un experto de primera clase en comunicaciones, pero también carecía de experiencia de campo. Para rematar el equipo Bravo, estaba Rebecca Chambers, quien sólo llevaba tres semanas con los STARS, y era, supuestamente, una especie de genio de la medicina. Chris había hablado con ella un par de veces, y desde luego parecía muy inteligente, pero sólo era una adolescente. No es suficiente. Puede que ni siquiera todos nosotros al mismo tiempo fuéramos suficientes en esta misión. Abrió su lata de refresco, pero no bebió. Se quedó pensativo, preguntándose contra qué se iban a enfrentar los STARS, recordando la desesperada súplica en la voz de Billy, y sus palabras resonaron una vez más en su mente.
«¡Van a matarme, Chris! ¡Van a matar a todo aquel que sepa algo! Nos vemos en la cafetería de Emmy, ahora mismo. Te lo contaré todo...»
Exhausto, Chris se quedó mirando al vacío, pensando que era el único que sabía que aquellos asesinatos sólo eran la punta del iceberg.
Barry se quedó en pie al lado del escritorio de Chris durante un minuto mientras pensaba en algo más que decir, pero su compañero no tenía aspecto de querer conversar. Barry se encogió de hombros y regresó a la mesa donde él y Joseph estaban revisando los informes. Chris era un buen tipo, pero a veces se tomaba las cosas demasiado a pecho. Se le pasaría en cuanto fuese su turno para ponerse en acción. ¡Demonios, qué calor hacía! El sudor le corría en lo que le parecían interminables ríos por su amplia espalda, pegándole la camiseta que llevaba puesta. El aire acondicionado estaba estropeado, para variar, y aun con la puerta abierta de par en par, la pequeña oficina de los STARS resultaba insoportablemente calurosa.
—¿Ha habido suerte?
Joseph levantó la vista de la pila de papeles que estaba revisando y lo miró con una sonrisa tristona en su rostro delgado.
—¿Estás de guasa? Te aseguro que es como si alguien hubiera ocultado esos malditos papeles a propósito.
Barry suspiró y recogió un puñado de informes.
—Quizá Jill los ha encontrado. Todavía estaba aquí cuando me fui ayer por la noche. Seguía revisando las declaraciones de los testigos por centésima vez...
—Bueno, y a todo esto, ¿puede saberse qué demonios es lo que estáis buscando? —preguntó Brad.
Barry y Joseph miraron al mismo tiempo a Brad, que todavía estaba sentado delante del ordenador con los auriculares puestos. En pocos minutos estaría supervisando el vuelo del equipo Bravo sobre el distrito del bosque, pero en aquel momento tenía toda la pinta de estar muy aburrido. Fue Joseph el que contestó.
—Bueno, Barry dice que existen planos de las distintas plantas de la vieja residencia Spencer, algo así como un resumen arquitectónico que apareció cuando se construyó el edificio principal... —Se calló por un momento y luego le sonrió a Brad—. Aunque a mí me parece que el bueno de Barry se está quedando senil. Dicen que lo primero que se pierde es la memoria.
Barry lanzó un bufido amistoso.
—El bueno de Barry sería capaz de patearte el trasero durante toda una semana a pesar de su edad, pequeñín.
Joseph se quedó mirándolo con seriedad fingida.
—Sí, de acuerdo, pero ¿te acordarías después de haberlo hecho?
Barry soltó una pequeña risa mientras meneaba la cabeza. Sólo tenía treinta y ocho años, pero llevaba quince en el equipo de Raccoon City, lo que lo convertía en el miembro más veterano. Soportaba numerosas bromas sobre su edad, sobre todo por parte de Joseph. Brad levantó una ceja.
—¿La residencia Spencer? ¿Qué demonios puede haber en un almacén así?
—Chicos, tendríais que aprender un poco de historia —reprendió Barry—. Fue diseñada por el gran y único George Trevor, justo antes de desaparecer de la faz de la tierra. Era aquel famoso arquitecto que construyó todos aquellos rascacielos en Washington capital. De hecho, se rumorea que puede que la desaparición de Trevor fuese la razón por la que Spencer cerró la mansión. Se dice que Trevor se volvió loco durante la construcción del lugar, y que cuando acabó, se perdió y vagabundeó por los salones y por los pasillos hasta que murió de hambre.
Brad lanzó un bufido de desprecio, pero se removió inquieto en su silla.
—Menudo montón de mierda. Nunca he oído algo igual.
Joseph le guiñó un ojo a Barry.
—No, de veras. Es cierto. Ahora su torturado espíritu vaga por la mansión todas las noches, pálido y enjuto, y he oído decir que a veces se le oye hablar, y que dice algo así como: «Traedme a Vickers... Traedme a Brad Vickers».
Brad se ruborizó lentamente.
—Sí, sí. Ja, ja. Eres todo un humorista, Frost.
Barry sonrió mientras volvía a menear la cabeza, pero se preguntó de nuevo cómo era posible que Brad hubiese llegado hasta el equipo Alfa. Era, sin duda, el mejor pirata informático que había ingresado en las filas de los STARS, y era bastante buen piloto, pero no tanto cuando se encontraba sometido a una fuerte tensión. Joseph solía llamarlo «Brad, el gallina» cuando no estaba presente, y aunque generalmente los miembros de los STARS solían apoyarse los unos a los otros, en este caso nadie discutía la valoración personal de Joseph.
—¿Y por eso Spencer cerró la mansión? —preguntó Brad a Barry, con las mejillas todavía encendidas.
Barry se encogió de hombros.
—Lo dudo mucho. Se supone que iba a ser una especie de casa de invitados para los ejecutivos más importantes de Umbrella. La verdad es que Trevor realmente desapareció justo cuando terminaron las obras de construcción, pero Spencer ya estaba loco desde mucho antes. Decidió trasladar las oficinas principales de Umbrella a Europa, no recuerdo exactamente dónde, y se limitó a cerrar la mansión. Probablemente un par de millones de dólares se fue directamente a la basura.
Joseph lanzó un bufido de desprecio.
—Y qué. Como si Umbrella fuese a sufrir mucho por algo así.
Aquello era cierto. Es posible que Spencer estuviese completamente majara, pero disponía del dinero y de los conocimientos financieros suficientes para contratar a la gente adecuada. Umbrella era una de las mayores compañías farmacéuticas y de investigación médica de todo el mundo. Ni siquiera treinta años antes, la pérdida de un par de millones de dólares habría supuesto un gran descalabro para su propietario.
—De todos modos —continuó diciendo Joseph—, la gente de Umbrella le dijo a Irons que había enviado a un equipo para comprobar el lugar, y que todo estaba orden y que nadie había penetrado en su interior.
—Entonces, ¿por qué buscáis los planos? —preguntó Brad.
Fue Chris quien respondió, lo que le provocó un respingo a Barry por el sobresalto. Se había levantado para acercarse a ellos, y su juvenil rostro mostraba un rictus de intensidad que parecía casi algo obsesivo.
—Porque es el único lugar del bosque que no ha sido inspeccionado en persona por la policía y porque se encuentra prácticamente en el centro geográfico de todas las escenas de los crímenes. Y porque no siempre puedes fiarte de lo que te dice la gente.
Brad frunció el entrecejo.
—Pero si los de Umbrella dicen que ya han enviado a los suyos...
Sea cual fuese la respuesta que tenía preparada Chris, fue interrumpida por la suave voz de Wesker, que se alzó desde el centro de la habitación.
—Muy bien, gente. Puesto que parece que la señorita Valentine no tiene previsto reunirse con nosotros, ¿por qué no empezamos ya?
Barry se acercó a su mesa. Empezó a preocuparse por Chris por primera vez desde que todo aquel asunto había comenzado. Lo había reclutado para los STARS hacía ya unos cuantos años gracias a un encuentro casual en una armería de la localidad. Chris había demostrado ser una incorporación valiosa al equipo, un joven inteligente y planificador, además de un tirador de primera y un piloto muy capacitado. Pero ahora...
Barry miró con cariño la fotografía de Kathy y de sus hijas que tenía sobre la mesa. La obsesión que sentía Chris por resolver los crímenes de Raccoon City era más que comprensible, sobre todo después de que su amigo desapareciera sin dejar rastro. Ninguno de los habitantes de la ciudad quería que se produjera otro crimen semejante. Barry tenía una familia, y estaba tan decidido como cualquier otro miembro del equipo a acabar con los asesinos, pero las sospechas de Chris habían llegado demasiado lejos. ¿Qué quería decir con eso de «no siempre puedes fiarte de lo que te dice la gente»? O bien que Umbrella mentía, o bien que el jefe Irons estaba... Aquello era ridículo. La fábrica y los edificios administrativos de Umbrella situados en las afueras de Raccoon City proporcionaban tres cuartas partes de los empleos de la ciudad. Sería contraproducente para ellos mentir. Además, la integridad de Umbrella era tan sólida como la de cualquier otra gran corporación. Es posible que participara en casos de espionaje industrial, pero el robo de secretos médicos estaba muy lejos de ser un asesinato. Y, en cuanto al jefe Irons, puede que fuese un gordo y escurridizo aprendiz de politicucho, pero no era del tipo de funcionarios que se arriesgaba más allá de aceptar fondos ilegales para sus campañas. Por dios santo, el tipo quería llegar a ser alcalde. La mirada de Barry se quedó clavada en la foto de su familia unos instantes más, antes de que diera la vuelta al la silla para situarse de frente a la mesa de Wesker. De repente; se dio cuenta de que quería con todas sus fuerzas que Chris estuviera equivocado.
Fuera lo que fuese que estaba pasando en Raccoon City, aquella clase de feroz brutalidad no podía ser planeada. Y eso significaba que... Barry no sabía qué significaba. Suspiró y esperó a que comenzara la reunión.
Capítulo 2
Jill se quedó muy aliviada cuando oyó la voz de Wesker mientras se acercaba al trote a la puerta abierta de la oficina de los STARS. Había visto uno de los helicópteros del equipo despegar desde el helipuerto justo cuando llegaba, y estaba convencida de que se habían marchado sin ella. Los miembros de los STARS eran bastante informales en algunos aspectos, pero no había sitio para los que no lograban mantener el ritmo, y ella deseaba más que nada permanecer en aquella misión.
—La policía de Raccoon City ya ha establecido un perímetro de búsqueda que incluye los sectores uno, cuatro, siete y nueve. Nosotros vamos a ocuparnos de las zonas centrales, y el equipo Bravo se colocará aquí...
Al menos no llegaba demasiado tarde. Wesker siempre comenzaba las reuniones del mismo modo: una puesta al día de la información, la exposición de teorías y luego seguían las preguntas y respuestas. Jill inspiró profundamente y entró en la oficina. Wesker estaba señalando un punto del mapa pegado en la pared frontal de la estancia, que estaba cubierto de pequeños alfileres de colores que indicaban la localización exacta donde se habían descubierto los cadáveres. Apenas cambió el tono de voz cuando Jill entró en la oficina y se dirigió rápidamente a su mesa. Se sentía como si hubiese regresado al curso básico de entrenamiento y hubiera llegado tarde a clase. Chris Redfield le dirigió una media sonrisa mientras se sentaba, y ella respondió a su saludo con un asentimiento de cabeza antes de centrar su atención en Wesker. No conocía mucho a los demás miembros del equipo de STARS en Raccoon City, pero Chris se había esforzado por hacerla sentir bienvenida desde el mismo instante de su llegada.
—…después de sobrevolar las demás zonas centrales. En cuanto recibamos sus informes, tendremos más idea de dónde concentrar nuestros esfuerzos.
—¿Y qué pasa con la mansión Spencer? —preguntó Chris—. Está prácticamente en el centro de las escenas de los crímenes. Si comenzamos allí, podremos llevar a cabo una búsqueda más exhaustiva...
—Si la información que recibimos del equipo Bravo señala en esa dirección, no te quepa la menor duda de que empezaremos la búsqueda por allí. No veo razón alguna de momento para considerarla una prioridad.
En el rostro de Chris asomó un gesto de incredulidad.
—Pero sólo tenemos la palabra de Umbrella con respecto a la seguridad de ese lugar...
Wesker apoyó los brazos en el escritorio, pero los fuertes rasgos de su rostro permanecieron inalterables.
—Chris, todos queremos llegar al fondo de esta cuestión, pero tenemos que trabajar en equipo, y el mejor método para cumplir esta misión es llevar a cabo una búsqueda minuciosa de esos excursionistas extraviados antes de empezar a sacar conclusiones definitivas. Bravo efectuará un reconocimiento aéreo y realizaremos esta misión siguiendo las reglas habituales.
Chris frunció el entrecejo, pero no dijo nada más. Jill resistió la tentación de poner los ojos en blanco tras el discursito de Wesker. Técnicamente estaba haciendo lo correcto, pero estaba siendo demasiado políticamente correcto, tal como quería el jefe de policía Irons. Éste había repetido una y otra vez a lo largo de la ola de crímenes que él estaba al mando de la investigación y era él quien daba las órdenes. A Jill no le hubiera importado demasiado si no fuese porque Wesker se había presentado a sí mismo como una persona que pensaba por su cuenta, una persona alejada del entramado político. Ella se había unido a los STARS porque no podía soportar todo aquel politiqueo que rodeaba a las supuestas fuerzas del orden, y la obvia sumisión de Wesker hacia el jefe Irons era bastante irritante.
De acuerdo, pero no olvides que estuviste a punto de acabar en la cárcel si no hubieras cambiado de «ocupación»...
—Jill, veo que has logrado encontrar tiempo suficiente para reunirte con nosotros. Ilumínanos con tus brillantes ideas. ¿Qué nos traes?
Jill miró directamente a los ojos de Wesker y le sostuvo la mirada. Intentó mantener la misma apariencia de tranquilidad que él desprendía.
—Me temo que nada nuevo. El único punto en común obvio es la localización...
Bajó la mirada a las notas que tenía sobre el montón de informes colocados encima de su escritorio, y les echó un vistazo para consultarlas.
—Esto, las muestras de tejido tomadas de debajo del cuerpo de Becky McGee y de debajo de las uñas de Chris Smith coinciden exactamente. Nos informaron ayer... y Tonya Lipton, la tercera víctima, había estado paseando por las colinas, en el sector... Sí, en el sector 7-B...
Levantó la vista de nuevo para mirar a Wesker y se atrevió a decir lo que pensaba.
—Mi teoría es que existe un posible culto ritual oculto en las montañas, compuesto por entre cuatro y siete miembros, con perros guardianes entrenados para atacar a los intrusos que entren en su territorio.
—Extrapola —le dijo Wesker mientras cruzaba los brazos y se mantenía a la espera.
Al menos, nadie se había reído. Jill se atrevió un poco más, ampliando el tema.
—El canibalismo y los desmembramientos sugieren un comportamiento ritual, lo mismo que los restos de carne descompuesta encontrados sobre algunas de las víctimas. Puede ser que los atacantes llevasen consigo parte de sus anteriores victimas, y que nos sean desconocidas. Tenemos muestras de tejidos y de saliva de cuatro atacantes humanos distintos, aunque las declaraciones de los testigos visuales indican la presencia de diez o incluso once personas. Todas las víctimas muertas por animales fueron descubiertas o se descubrió que habían sido atacadas en la misma zona, lo que sugiere que entraron en algún tipo de zona prohibida. Las muestras de saliva parecen indicar que se trata de perros, aunque existen ciertas discrepancias...
Se calló sin terminar la frase. El rostro de Wesker no mostró indicio alguno de lo que estaba pensando, pero asintió con lentitud.
—No está mal. No está nada mal. ¿Pruebas en contra?
Jill lanzó un suspiro. Odiaba tener que echar abajo su propia teoría, pero era parte de su trabajo, y, para ser sinceros, la parte que más animaba a pensar de una manera clara y racional. Los instructores de los STARS entrenaban a la gente para que no se sometiera a un único modo de pensar para llegar hasta la verdad. Echó un nuevo vistazo a sus notas.
—Es muy improbable que un culto de semejantes dimensiones se mueva mucho, y los asesinatos comenzaron hace muy poco tiempo como para que sea algo local. La policía de Raccoon City habría detectado algunos signos hace tiempo, algún tipo de empeoramiento en los crímenes antes de llegar a esto. Además, el grado de violencia post-mortem indica que se trata de atacantes desorganizados, y habitualmente actúan en solitario.
Joseph Frost, el especialista en vehículos y mecánica del equipo Alfa, habló desde el fondo de la habitación.
—Lo cierto es que la parte que se refiere a los ataques de los animales encaja, como si protegieran su territorio o algo así.
Wesker tomó un rotulador de su mesa y se levantó para dirigirse hacia la pizarra de plástico que tenía cerca de su escritorio, hablando mientras andaba.
—Estoy de acuerdo.
Escribió territorialidad en la pizarra y luego se giró para mirarla de nuevo.
—¿Algo más?
Jill negó con la cabeza, pero se sintió mejor por haber contribuido en algo. Sabía que la idea de un culto era una teoría frágil, pero no se le había ocurrido nada mejor. Desde luego, a la policía no se le había ocurrido nada en absoluto. Wesker centró su atención en Brad Vickers, quien sugirió que quizás era una nueva forma de terrorismo, y que en poco tiempo empezarían a conocer las reivindicaciones. Wesker escribió terrorismo en la pizarra, pero no parecía muy entusiasmado por la idea. Ninguno de los demás miembros del equipo parecía apoyarla tampoco. Brad se concentró rápidamente de nuevo en los auriculares para comprobar la situación del vuelo de reconocimiento del equipo Bravo. Ni Joseph ni Barry expresaron teoría alguna, y lo que pensaba Chris acerca de los asesinatos ya era conocido por todos los presentes, aunque su teoría era algo vaga y confusa: estaba convencido de que se trataba de un ataque organizado en el que, en cierto modo, estaba implicado algún tipo de influencias externas. Wesker le preguntó si tenía algo nuevo que añadir (Jill se dio cuenta de que Wesker había hecho hincapié en la palabra nuevo), pero Chris meneó la cabeza, con aspecto de sentirse ligeramente deprimido.
Wesker tapó la punta del rotulador que había utilizado y se sentó a su mesa. Se quedó mirando pensativo la superficie de la pizarra.
—Es un comienzo —dijo finalmente—. Sé que ya habéis leído los informes de la policía y del forense y que habéis oído las declaraciones de los testigos oculares...
—Aquí Vickers. Adelante.
La voz de Brad, procedente del fondo de la habitación, interrumpió a Wesker cuando el piloto del equipo Alfa comenzó a hablar. El capitán bajó su tono de voz y continuó hablando.
—Llegados a este punto, no sabemos a qué nos enfrentamos, y sé que todos nosotros tenemos ciertas... preocupaciones sobre el modo en que el departamento de policía de Raccoon City se ha hecho cargo de la situación. Pero ahora ya formamos parte de la investigación del caso, así que yo...
— ¿Qué?
Jill se giró al oír el tono de voz más alto de Brad, al igual que los demás miembros presentes en la reunión. Se había puesto en pie y parecía estar muy nervioso. Apretaba con fuerza uno de los auriculares contra su oído.
—Equipo Bravo. Informe. Repito, equipo Bravo. ¡Informe!
Wesker se puso en pie de un salto.
— ¡Vickers, pásalo al altavoz!
Brad pulsó un botón y el sonido chasqueante de la estática resonó por toda la habitación. Jill se esforzó por percibir la voz humana en medio de todos aquellos chasquidos, pero no pudo distinguir ningún sonido coherente durante varios segundos. Justo entonces...
— ¿... me recibís?... fallo, vamos a tener que...
El resto fue ahogado por un estallido de nuevos zumbidos y chasquidos. Parecía la voz de Enrico Marini, el jefe del equipo Bravo. Jill comenzó a mordisquearse el labio inferior e intercambió una mirada llena de preocupación con Chris. La voz de Enrico había sonado... histérica. Todos permanecieron en silencio escuchando durante unos cuantos segundos más, pero sólo oyeron el sonido de una comunicación abierta.
— ¿Posición? —dijo repentinamente Wesker.
La cara de Brad estaba completamente pálida.
—Están en el sector, eeeh, en el sector veintidós, al final del área e... pero hemos perdido la señal. El localizador no transmite.
Jill se sintió aturdida, y vio que el mismo sentimiento se reflejaba en los rostros de los demás miembros del equipo. El localizador del helicóptero se había diseñado para que funcionara sin importar las condiciones atmosféricas reinantes. Lo único que podía impedir su funcionamiento era algo grave, como un fallo total del sistema o un daño grave. Como, por ejemplo, si se estrellaba el helicóptero.
Chris sintió que se le formaba un nudo en el estómago cuando reconoció las coordenadas en las que se encontraba el helicóptero. La mansión Spencer. Marini había dicho algo acerca de un fallo, así que tenía que ser una coincidencia, pero él tenía la sensación de que no era así. Los Bravos estaban metidos en problemas, y justo encima de la vieja residencia de Umbrella. Todo aquello pasó por su cabeza en una décima de segundo e inmediatamente se puso en pie, listo para entrar en acción. Pasara lo que pasara, los STARS cuidaban los unos de los otros.
Wesker ya se había puesto en movimiento. Comenzó a hablarle al equipo mientras sacaba las llaves del bolsillo y se dirigía al armario de las armas.
—Joseph, ponte en la radio e intenta contactar con ellos. Vickers, pon en marcha el helicóptero y pide permiso para despegar. Quiero que salgamos de aquí en cinco minutos.
El capitán abrió la cerradura del armario al mismo tiempo que Brad le entregaba los auriculares a Joseph y salía a la carrera de la habitación. Las puertas de metal reforzado se abrieron de par en par y dejaron a la vista un arsenal de rifles y pistolas colocadas encima de cajas de municiones. Wesker se giró hacia ellos, con el rostro tan tranquilo como siempre, pero con la voz llena de energía y de autoridad.
—Barry, Chris. Quiero que llevéis las armas al helicóptero, que las carguéis y que las aseguréis. Jill, ve por los chalecos y las mochilas y reúnete con todos nosotros en el tejado.
Sacó una llave de su llavero y se la arrojó.
—Voy a llamar a Irons para asegurarme de que nos envía apoyo —continuó diciendo Wesker. Luego lanzó un rápido bufido—. Cinco minutos o menos, gente. Vamos allá.
Jill salió de la habitación para dirigirse a los vestuarios y Barry agarró una de las bolsas de lona del fondo del armario mientras asentía con la cabeza en dirección a Chris. Éste recogió otra bolsa y comenzó a llenarla de cajas de munición, cargadores y cartuchos de escopeta, mientras Barry iba llenando su bolsa con armas que antes comprobaba una por una. Joseph continuó intentando entrar en contacto con el equipo Bravo, pero sin éxito. Chris se volvió a preguntar si era simplemente coincidencia la cercanía del equipo Bravo a la residencia Spencer en su última comunicación. ¿Estaban relacionados ambos hechos? y si era así, ¿cuál era la relación?
Billy trabajaba para Umbrella, y la corporación es la propietaria de la mansión...
— ¿Jefe? Soy Wesker. Acabamos de perder contacto con el equipo Bravo. Nos dirigimos hacia el lugar del último contacto.
Chris sintió el súbito impulso de la adrenalina en sus arterias y comenzó a trabajar con mayor rapidez. Se había dado cuenta de que cada segundo contaba, que podía significar la diferencia entre la vida y la muerte para sus camaradas y amigos. Era poco probable que se hubiese producido un accidente grave. El equipo Bravo volaba a baja altura y Forest era un buen piloto, pero... ¿qué ocurriría cuando estuvieran en el suelo? Wesker le comunicó con rapidez a Irons la información de la que disponían hasta entonces, y después colgó, para dirigirse hacia donde se encontraban los demás.
—Voy a asegurarme de que nuestro helicóptero se encuentra en condiciones de vuelo. Joseph, sigue intentándolo durante un minuto más y luego pásale las comunicaciones a la gente de la centralita. Ayuda a estos dos a llevar el equipo arriba. Os veré en el tejado.
Wesker se despidió de ellos con un gesto de la cabeza y se marchó a paso ligero. Sus pisadas resonaron con fuerza por el pasillo.
—Es bueno —dijo Barry en voz baja, y a Chris no le quedó más remedio que estar de acuerdo con él. Era tranquilizador comprobar que su nuevo capitán no perdía los nervios. Chris no tenía muy claros sus sentimientos personales hacia él, pero su respeto por las cualidades de mando de Wesker crecía a cada momento.
—Adelante, equipo Bravo. ¿Me recibes? Cambio. Repito...
Joseph continuó pacientemente, con una voz repleta de tensión, pero sus llamadas se perdían en mitad de la estática que resonaba en la habitación. Wesker atravesó a paso vivo la sala de espera de la segunda planta, y en el camino saludó a un par de policías uniformados que estaban tomando un refresco al lado de la máquina automática. La puerta que daba al pasillo que finalmente lo llevaría al tejado estaba abierta de par en par, y una ligera brisa húmeda refrescaba el pegajoso calor del interior del edificio. Todavía era de día, pero no tardaría mucho en hacerse de noche. Tenía la esperanza de que aquello no complicara aún más la situación, aunque supuso que probablemente lo haría... Wesker torció a la izquierda y empezó a bajar la escalera que conducía al helipuerto mientras revisaba mentalmente de forma sistemática la lista... comenzar procedimiento de emergencia, armamento, demás equipo, informar... Ya sabía que todo estaba en orden, pero volvió a repasar la lista de todas maneras. No convenía confiarse, y las suposiciones eran el primer paso hacia el error. Le gustaba pensar en sí mismo como un hombre preciso, que tenía en cuenta todas las posibilidades y que decidía el mejor curso de acción después de sopesar cuidadosamente todos los factores. Ser jefe consistía simplemente en tener el control. Pero para cerrar este caso... Se quitó de la cabeza aquella idea antes de que llegara más lejos. Sabía lo que tenía que hacer, y todavía quedaba tiempo de sobra. Ahora tenía que concentrarse sólo en traer de regreso a los miembros del equipo Bravo, sanos y salvos. Wesker abrió la puerta que daba finalmente al exterior y salió a la brillante luz del atardecer. El creciente zumbido de los motores del helicóptero y el olor a combustible asaltaron sus sentidos. El aire en el pequeño helipuerto del tejado era más fresco que en el interior del edificio. Estaba parcialmente bajo la sombra de una vieja torre de almacenamiento de agua, vacío excepto por el helicóptero gris metalizado del equipo Alfa. Se preguntó por primera vez qué le habría sucedido al equipo Bravo. Había ordenado que el novato y Joseph revisaran ambos aparatos el día anterior, y estaban en perfectas condiciones.
Dejó a un lado aquella línea de pensamiento mientras se encaminaba hacia el helicóptero, con su ya alargada sombra siguiéndole pegada a los talones. No importaba el porqué. Al menos, ya no importaba el motivo. Lo realmente importante era lo que seguía a continuación. Espera lo inesperado era el lema de los STARS, aunque lo que realmente significaba era estar preparado para cualquier cosa. No esperes nada. Ése era el lema de Albert Wesker. Quizás era menos pegadizo, pero era infinitamente más útil. Era una garantía prácticamente infalible de que nada te sorprendería jamás en la vida. Entró en la cabina del piloto y recibió una bienvenida por parte de Vickers en forma de temblorosa señal del pulgar hacia arriba. El tipo estaba completamente pálido por el miedo, y por un instante Wesker pensó en dejarlo atrás. Chris podía pilotar, y Vickers tenía fama de venirse abajo en situaciones tensas. Lo último que necesitaba era que uno de los suyos se quedara paralizado por el miedo si se presentaban problemas. Sin embargo, pensó en los Bravo desaparecidos y decidió que era mejor que los acompañara. Al fin y al cabo, sería una misión de rescate.
Lo peor que podía hacer Vickers era vomitar encima de sí mismo si el accidente del helicóptero de los Bravo había sido muy grave, y Wesker podría soportar algo así. Abrió la puerta de carga lateral y efectuó una rápida revisión del equipo colocado en las paredes del aparato. Bengalas de emergencia, raciones de campaña... Abrió la tapa de las pesadas cajas situadas detrás de los asientos y comprobó los suministros médicos básicos mientras asentía. Estaban todo lo preparados que se podía estar...
Wesker sonrió de repente al preguntarse qué estaría haciendo Irons en aquel preciso instante.
Estará cagándose en los pantalones, seguro.
Wesker lanzó una pequeña carcajada mientras saltaba al asfalto recalentado por el sol. Se imaginó claramente a Irons con sus gordas mejillas rojas por la indignación y con la mierda corriéndole pantalones abajo. A Irons le gustaba pensar que podía tener bajo su control absolutamente todo lo que lo rodeaba, incluidas las personas, y se enfurecía cuando no era el caso, lo que lo convertía en un perfecto idiota. Por desgracia para todos ellos, era un idiota con cierto poder en Raccoon City. Wesker había investigado un poco sobre el jefe de policía antes de ocupar su nuevo puesto dentro de los STARS. Se había enterado de unos cuantos asuntos que no dejaban muy bien parado a Irons. No tenía intención alguna de utilizar aquella información, pero si Irons intentaba una vez más fastidiar la operación, Wesker no tendría el menor remordimiento en dejar filtrar aquella información a la prensa... O al menos en decirle que tenía conocimiento de ciertos «asuntillos». Desde luego, aquello lo mantendría alejado de la operación. Barry Burton apareció con la bolsa de municiones al hombro, y sus enormes bíceps se tensaron cuando se cambió la bolsa de hombro y se encaminó hacia el helicóptero. Chris y Joseph lo seguían de cerca. Chris cargaba con las armas de cinto, y Joseph llevaba al hombro un RPG en su funda, uno de aquellos lanzagranadas de tipo compacto. Wesker volvió a quedar sorprendido por la fuerza bruta de Burton cuando el miembro Alfa subió al helicóptero y dejó la bolsa en el suelo con facilidad, como si en realidad no pesara más de treinta kilos. Barry era bastante inteligente, pero, dentro de los STARS, el tener músculos era toda una ventaja. El resto de la escuadra estaba en buena forma, pero, comparados con Barry, los demás miembros del equipo eran unos palillos. Wesker volvió a centrar su atención en la puerta que daba acceso al helipuerto a la espera de que apareciera Jill mientras los demás colocaban en su sitio el equipo que habían llevado. Echó un vistazo a su reloj y frunció el entrecejo. Hacía menos de cinco minutos que habían perdido el contacto con el equipo Bravo, de modo que habían reaccionado en un tiempo excelente, así que... ¿dónde demonios estaba Valentine? No había tenido mucho contacto con ella desde su llegada a Raccoon City, pero su expediente era todo un historial. Tenía unas excelentes recomendaciones por parte de todos aquellos con los que había trabajado, y su último capitán la alababa diciendo que era notablemente inteligente y que se mantenía «increíblemente» tranquila en las situaciones de tensión. Era normal, teniendo en cuenta su vida pasada. Su padre era Dick Valentine, el mejor ladrón de guante blanco de hacía un par de décadas. Él se había encargado personalmente de entrenarla y formarla para que siguiera sus pasos, y a ella le había ido bastante bien hasta que finalmente encarcelaron a su padre...
Sea una chica prodigio o no, podría comprarse un reloj en condiciones. Le ordenó en silencio que se diera prisa para meter su trasero en el helicóptero y le indicó a Vickers que comenzara a hacer girar los rotores del aparato.
Había llegado el momento de descubrir lo mal que estaban las cosas.
Capítulo 3
Jill se giró hacia la puerta de entrada del silencioso y poco iluminado vestuario de los STARS, con dos abultadas bolsas de lona colgando de los brazos. Las dejó un momento en el suelo para recogerse el pelo y meterlo en una boina negra que se puso. La verdad es que hacía demasiado calor para ponérsela, pero era su gorro de la suerte. Echó un vistazo a su reloj antes de levantar las bolsas, satisfecha de haber empacado todo en menos de tres minutos. Había recorrido los armarios de todos los miembros del equipo Alfa recogiendo los cinturones de servicio, los guantes sin dedos, los chalecos de Kevlar y las pequeñas mochilas de combate. Advirtió que los armarios reflejaban la personalidad de su propietario. El de Barry estaba cubierto con fotografías de su familia, además de otra procedente de una revista de armas en la que se veía una de las escasas Luger que todavía existían, puesta sobre un tapete de terciopelo rojo. Chris tenía fotografías de sus compañeros de las fuerzas aéreas, y las estanterías de su armario eran el típico caos juvenil: camisetas arrugadas, papeles sueltos e incluso un yoyó de los que brillan en la oscuridad, pero con la cuerda rota. Brad Vickers tenía un montón de libros de auto ayuda para superar los problemas de carácter, y Joseph, un calendario de los hermanos Marx. Sólo el armario de Wesker carecía de cualquier clase de detalle personal. En cierto modo, aquello no la sorprendió en absoluto. El capitán le parecía demasiado tenso con respecto a su comportamiento como para darle mucho valor sentimental a cualquier objeto. Su propio armario era una mezcolanza de novelas baratas de segunda mano de crímenes verdaderos, junto con un cepillo de dientes, hilo dental y pastillas refrescantes del aliento de menta, además de tres gorros. En la puerta del armario tenía puesto un pequeño espejo y una vieja fotografía arrugada en la que aparecían ella y su padre. La habían hecho cuando era pequeña, un día que había ido con su padre a la playa en pleno verano. Mientras recogía su equipo decidió que reorganizaría su armario en cuanto tuviera un poco de tiempo libre. Cualquiera que echara un vistazo a su interior pensaría que era alguna clase de fanática del cuidado de los dientes. Jill se agachó ligeramente para cerrar la puerta con llave mientras sostenía las dos bolsas sobre una rodilla. Había logrado cerrarla cuando oyó un carraspeo deliberado detrás de ella. Sorprendida, Jill dejó caer las bolsas y se dio media vuelta buscando con la mirada la persona que había carraspeado, mientras su mente revisaba instintivamente la situación. La puerta de entrada al vestuario estaba cerrada con llave cuando ella llegó. La pequeña habitación tenía tres hileras de armarios y estaba a oscuras y en silencio hasta que ella entró. Había otra puerta al otro lado de la estancia, pero nadie había entrado desde que ella estaba allí... lo que significa que ya había alguien dentro cuando yo llegué, oculto justo en la sombra tras la última hilera de bancos. ¿Un poli echándose una siestecita? Era poco probable. El comedor del departamento disponía de un par de camastros en su parte trasera, y eran mucho más cómodos que la estrecha superficie de un banco de metal sobre el frío cemento. Quizás es alguien que esta pasando un «buen rato» con una de esas revistas —pensó con un gruñido su mente—. Bueno, ¿y qué importa? Tienes poco tiempo. ¡Mueve el trasero! Muy bien. Jill recogió las bolsas y se dio la vuelta para marcharse.
—La señorita Valentine, ¿verdad? —dijo una voz en tono bajo. Una sombra se separó de la parte trasera de la habitación y avanzó un paso. Era un hombre alto con una voz melodiosa. Tenía unos cuarenta y pocos años, su pelo era oscuro y su complexión delgada. Sus ojos tenían una mirada intensa. Iba vestido con una gabardina, a pesar del calor, de buena calidad.
Jill se preparó para actuar con rapidez si era necesario. No había reconocido al extraño.
—Sí, así es —asintió precavida. El hombre avanzó hacia ella, y una sonrisa iluminó su rostro.
—Tengo algo para usted —dijo con voz suave y tranquilizadora.
Jill entrecerró los ojos y adoptó inmediatamente una postura defensiva, apoyando el peso de su cuerpo en la punta de los pies.
—Quieto, capullo. No sé quién puñetas te crees que eres o lo que te crees que yo quiero, pero estamos en una comisaría de policía...
Dejó lentamente de hablar mientras el extraño meneaba la cabeza y sonreía aun más, al mismo tiempo que sus ojos oscuros chispeaban divertidos.
—Se equivoca con respecto a mis intenciones, señorita Valentine. Por favor, disculpe mis modales. Me llamo Trent y soy... un amigo de los STARS.
Jill se fijó atentamente en la postura del individuo y se relajó un poco. Lo miró fijamente a los ojos por si detectaba el menor indicio de movimiento. No es que se sintiera amenazada por él, no exactamente... Pero ¿cómo sabía mi nombre?
— ¿Qué quiere?
Trent ensanchó aún más su sonrisa.
—Ah, vaya, directa al grano. Pero claro, anda bastante corta de tiempo...
Metió la mano lentamente en su gabardina y sacó lo que parecía ser un teléfono móvil.
—Aunque la verdad es que lo importante no es lo que yo quiero, sino lo que yo creo que debería tener.
Jill miró breve y rápidamente al objeto que el extraño individuo sostenía en la mano y frunció el entrecejo.
—¿Eso? —le preguntó.
—Sí. He reunido unos cuantos documentos que serán muy interesantes para usted. Yo diría que muy interesantes.
Le acercó la mano que sostenía el artefacto mientras hablaba.
Ella extendió la mano con sigilo y, al hacerlo, se dio cuenta de que en realidad era un lector de minidiscos, un ordenador de bolsillo muy caro y sofisticado. Trent disponía de una buena financiación, quienquiera que fuese.
Él negó con la cabeza.
—Eso no es importante, al menos, no en este momento, aunque sí puedo decirle que hay mucha gente importante observando con detenimiento Raccoon City en este preciso instante.
—¿Ah, sí? ¿Y esa gente, también son «amigos» de los STARS, señor Trent?
Trent lanzó una pequeña risa en voz baja.
—Tantas preguntas y tan poco tiempo. Lea los informes. Y, si yo fuera usted, no le mencionaría a nadie esta pequeña conversación. La verdad es que podría tener consecuencias bastante graves.
Se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta trasera de la habitación, pero se giró hacia Jill cuando agarró el pomo. Los rasgos del curtido rostro de Trent perdieron todo resto de humor, y su mirada se volvió más intensa y penetrante.
—Sólo una cosa más, señorita Valentine, y esto es algo vital. No se lo tome a la ligera: no puede fiarse de todo el mundo, y no todos son lo que aparentan ser... ni siquiera las personas que conoce. Si quiere permanecer con vida, haría bien en recordarlo.
Trent abrió la puerta y salió sin volver a hablar, y así, tan tranquilamente, se marchó y desapareció sin más.
Jill se quedó mirando la puerta abierta, y su mente divagó en mil direcciones a la vez. Se sentía la protagonista de una de aquellas viejas películas melodramáticas de espías que acaba de encontrarse con un misterioso extraño. Era de risa, y sin embargo... y sin embargo acaba de entregarte un aparato que cuesta varios miles de dólares sin vacilar ni un instante y encima te ha dicho que vigiles tu espalda. ¿Crees que este tipo está de broma? No sabía qué pensar, y tampoco tenía tiempo para pararse a pensar. A esas alturas, era bastante probable que el equipo estuviese reunido y esperándola mientras se preguntaban dónde demonios estaría. Jill se colgó al hombro las pesadas bolsas y salió corriendo por la otra puerta. Ya habían cargado y asegurado las armas y Wesker estaba comenzando a impacientarse. Aunque sus ojos estaban ocultos por las oscuras gafas de sol de aviador, Chris se dio cuenta por su postura y por la forma en que el capitán mantenía la cabeza inclinada hacia la puerta de salida del edificio. El helicóptero estaba preparado y en marcha, con las palas de los rotores azotando el húmedo y tibio aire de la tarde y lanzándolo en oleadas hacia el estrecho compartimiento donde se encontraban. La puerta estaba abierta, por lo que el sonido del motor ahogaba cualquier intento de mantener una conversación. No quedaba otra cosa que hacer más que esperar. Vamos, Jill. No nos retrases más...
En el mismo momento en que Chris dirigía sus pensamientos hacia Jill, ésta apareció en la puerta y comenzó a recorrer a la carrera los metros que la separaban del helicóptero. Estaba claro que llevaba todo el equipo de los Alfa en las bolsas y un gesto de disculpa en el rostro. Wesker se bajó de un salto para ayudarla y agarró una de las bolsas mientras ella subía a bordo. Wesker subió inmediatamente detrás de la joven y cerró las dobles puertas del helicóptero. El rugido de la turbina del motor quedó reducido inmediatamente a un apagado zumbido.
—¿Algún problema, Jill?
La voz de Wesker no parecía mostrar enfado, pero el tono era lo bastante seco como para sugerir que tampoco estaba muy satisfecho. Jill negó con la cabeza.
—Una de las cerraduras estaba atascada. Las he pasado canutas para que funcionara la llave de una vez.
El capitán se quedó mirando fijamente a Jill. Era evidente que estaba decidiendo si iba a hacerle pasar un mal rato o no, pero finalmente se encogió de hombros.
—Llamaré a los de mantenimiento cuando regresemos. Reparte el equipo.
Recogió unos auriculares y se los puso mientras se sentaba al lado de Brad. Jill comenzó a repartir los chalecos antibalas al mismo tiempo que el helicóptero se elevaba, lentamente al principio. El edificio de la comisaría de Raccoon City se quedó abajo y atrás cuando Brad colocó al aparato para volar en dirección noroeste. Chris se sentó en cuclillas al lado de Jill cuando terminó de colocarse el chaleco y la ayudó a distribuir los guantes y los cinturones mientras sobrevolaban la ciudad en dirección a los montes Arklay. Las concurridas calles del centro de la ciudad dieron paso a la tranquilidad del extrarradio urbano, con avenidas más amplias y casas apacibles situadas en mitad de rectángulos de hierba y rodeadas de vallas blancas. La luz del atardecer bañaba aquella comunidad creciente pero aislada y difuminaba los bordes de aquel cuadro bucólico dándole un aire onírico e irreal. Los minutos pasaron en silencio mientras los miembros del grupo Alfa se terminaban de equipar y se preparaban mentalmente, cada uno de ellos perdido en sus propios pensamientos. Con un poco de suerte, el helicóptero del equipo Bravo sólo habría sufrido una ligera avería mecánica. Con seguridad Forest habría posado el aparato en uno de los numerosos claros que salpicaban el bosque, y probablemente estaría de grasa hasta los codos mientras maldecía en voz alta e intentaba arreglar el motor y esperaba que aparecieran los del equipo Alfa. Marini no comenzaría la búsqueda si el aparato no estaba en funcionamiento. La alternativa a aquello... Chris frunció el entrecejo en un gesto de disgusto. No quería considerar ninguna de las otras alternativas. Ya había visto con anterioridad las consecuencias de un helicóptero estrellado a toda velocidad cuando todavía era miembro de la fuerza aérea. Un error del piloto había provocado la caída a plomo de un Bell Huey que transportaba a once hombres y mujeres en una misión de entrenamiento. Para cuando llegó el equipo de rescate, sólo quedaban huesos rotos y medio carbonizados en mitad de los restos chamuscados del aparato. El pegajoso y dulzón hedor de la carne quemada se entremezclaban con la peste del combustible ardiendo. Incluso la superficie del suelo había ardido, y esa imagen lo había perseguido en sueños durante los meses siguientes: el suelo en llamas, el fuego químico que devoraba la mismísima tierra bajo sus pies... Se produjo un pequeño salto al cambiar de altura cuando Brad ajustó el grado de inclinación del rotor, y aquello lo hizo regresar de sus desagradables recuerdos. Los abruptos límites exteriores del bosque de Raccoon pasaron velozmente bajo ellos, y los indicadores de color naranja de las barricadas de la policía destacaban frente al apagado color verde de los árboles. El atardecer llegaba a su fin, y el bosque empezaba a llenarse de sombras.
—Tiempo estimado de llegada... tres minutos —anunció Brad.
Chris miró alrededor, a sus compañeros, y advirtió sus expresiones ceñudas y silenciosas. Joseph se había atado un pañuelo alrededor de la cabeza y estaba concentrado en volverse a atar las botas. Barry pasaba un trapo por encima de su arma preferida, un revólver Colt Python, mientras miraba fijamente por la ventana del helicóptero. Se giró para mirar a Jill y se sorprendió al ver que era ella la que lo estaba mirando fijamente y con expresión pensativa. Estaba sentada en el mismo banco que él, y le sonrió por un instante, casi de forma nerviosa cuando vio que él la había pillado observándolo. Se desabrochó repentinamente el arnés de seguridad y se sentó a su lado. Él pudo oler el ligero aroma de su piel, y el limpio olor a jabón.
—Chris... lo que has estado diciendo acerca de unos factores externos en este caso...
Hablaba en voz tan baja que él tuvo que inclinarse sobre ella para poder oírla por encima del zumbido del motor. Jill lanzó una rápida mirada alrededor, como si quisiera asegurarse de que ninguno de los otros escuchaba su conversación, y luego se giró de nuevo hacia él, con una mirada cuidadosamente neutral.
—Creo que tenías razón —continuó diciendo en voz baja—, y comienzo a creer que no es buena idea hablar sobre ello en voz alta.
Chris sintió que la garganta se le resecaba repentinamente.
—¿Ha ocurrido algo?
Jill negó con la cabeza, y sus bellos rasgos no revelaron emoción alguna.
—No, sólo que he estado pensando que sería mejor que tuvieses cuidado con lo que dices. Puede que no todos los que te escuchan estén en nuestro mismo bando...
Chris la miró ceñudo. No estaba muy seguro de lo que ella quería decir exactamente.
—Las únicas personas con las que he hablado son las del equipo...
La mirada de ella continuó mostrándose imperturbable, y él se dio cuenta de repente de lo que la joven estaba intentando decirle.
¡Jesús, y yo que pensaba que estaba un poco paranoico!
—Jill, conozco a esta gente, y aunque no los conociera, los de la central de STARS tienen perfiles psicológicos de todos y cada uno de los miembros, además de informes sobre su vida personal y su historial particular. No existe modo alguno de que eso ocurriera.
Ella dejó escapar un profundo suspiro.
—Mira, olvida lo que te he dicho. Tú sólo... sólo ten cuidado, ¿de acuerdo? Eso es todo.
—¡Muy bien, gente! Espabilad. Estamos llegando al sector veintidós, así que podrían estar en cualquier parte.
Jill lanzó una última mirada de advertencia a Chris después de la interrupción de Wesker antes de levantarse y colocarse al lado de una de las ventanas. Chris la imitó, mientras Joseph y Barry se situaban en el otro costado del helicóptero para comenzar la búsqueda visual desde el otro lado. Chris se dedicó a escrutar el terreno que corría por debajo de ellos, cada vez más oscuro en la sombría luz del atardecer, a través de la pequeña ventana de forma automática, mientras su mente funcionaba a toda velocidad sopesando lo que le había dicho Jill. En teoría, debería estar agradecido de no ser el único que sospechaba algún tipo de encubrimiento, pero ¿por qué no se lo había dicho antes? Además, eso de advertirle sobre sus propios compañeros de STARS, la verdad... Sabe algo. Debía saber algo nuevo; ésa era la única explicación razonable y con sentido. Decidió que hablaría de nuevo con ella en cuanto hubieran recogido a los miembros del equipo Bravo. Intentaría convencerla de que lo mejor sería hablar con Wesker. Si los dos insistían, al capitán no le quedaría más remedio que ceder finalmente. Se quedó mirando al aparentemente interminable mar de árboles que el helicóptero sobrevolaba a baja altura y se obligó a concentrarse en la búsqueda. La mansión Spencer tenía que estar bastante cerca, aunque no podía distinguirla en la creciente oscuridad reinante. Las ideas acerca de Billy, de Umbrella y de las extrañas advertencias de Jill hacía un momento comenzaron a dar vueltas en su cabeza, aprovechando su cansancio en un intento por romperle la concentración, pero él se resistió. Aún estaba preocupado por los miembros del equipo Bravo, aunque a medida que pasaban por encima de más y más árboles se iba convenciendo de que no estaban realmente metidos en problemas. Probablemente no sería nada grave más allá de un cable fundido. Forest había apagado todos los sistemas para efectuar una reparación... Fue justo entonces cuando lo vio, a poco menos de dos kilómetros, en el mismo instante en que Jill señalaba hacia el lugar y abría la boca. Entonces su preocupación se convirtió en un temor indefinible.
—¡Chris, mira!
Una espesa columna de humo negro atravesaba los últimos rayos de sol del día y manchaba el cielo como un anuncio de muerte. Oh, no... Barry apretó la mandíbula mientras observaba la columna de humo que se elevaba por encima de los árboles, y se sintió enfermo.
—¡Capitán, a las dos en punto!3 —exclamó Chris, y el aparato comenzó a virar inmediatamente en dirección a la negra mancha en el cielo que sólo podía significar una cosa: el helicóptero de los Bravo se había estrellado.
Wesker regresó al compartimiento de carga, con las gafas de sol todavía puestas. Miró por la ventana y habló en voz baja, con tono tranquilo.
—No supongamos lo peor. Existe la posibilidad de que se declarase un fuego después de que aterrizaran o de que encendieran el fuego a propósito, para hacer una señal que indicase dónde se encontraban exactamente.
Barry deseó que pudieran creerle, pero incluso Wesker sabía la verdad. Si el helicóptero había aterrizado por un fallo en los sistemas, era poco probable que se hubiese iniciado un incendio, y si los del equipo Bravo hubiesen querido hacer una señal, hubiesen utilizado las bengalas luminosas. Además, la madera no provoca ese tipo de humo...
—Pero sea lo que fuere que haya pasado, no lo sabremos hasta que lleguemos allí. Y ahora, si me prestáis atención, por favor...
Barry se separó de la ventana y vio que los demás hacían lo mismo. Chris, Joseph y Jill tenían la misma mirada, la misma que supuso tendría él: estaban conmocionados. Era cierto que los miembros de los STARS a veces resultaban heridos durante las misiones. Al fin y al cabo, era parte del trabajo, pero los accidentes como aquél... La única señal de inquietud de Wesker era su boca: la tenía tan apretada que formaba una línea recta en su tez morena.
—Muy bien. Escuchadme con atención. Tenemos a nuestra gente ahí abajo, en un ambiente probablemente hostil. Os quiero a todos armados, y quiero un despliegue organizado, la dispersión habitual en cuanto nos posemos. Barry, tú irás en cabeza.
Barry asintió y recuperó la compostura. Wesker tenía razón. No era el momento de dejarse llevar por los sentimientos.
—Brad va a dejarnos lo más cerca posible del lugar indicado, en lo que parece ser un pequeño claro a unos cincuenta metros aproximadamente al sur de las últimas coordenadas. Permanecerá en el helicóptero y lo mantendrá en marcha por si surgen problemas. ¿Alguna pregunta?
Nadie dijo nada, y Wesker asintió.
—Bien. Barry, entréganos la artillería. Dejaremos el resto del equipo a bordo y regresaremos a buscarlo si es necesario.
El capitán entró de nuevo en la cabina del piloto para hablar con Brad, mientras Jill, Joseph y Chris se giraban hacia Barry. Este último era el especialista en armas, de modo que comprobaba a fondo el armamento de cada uno de los miembros del equipo de los STARS y lo mantenía en perfectas condiciones. Barry se acercó al pequeño armario colgado de una de las paredes del compartimiento de carga del helicóptero y abrió la tapa, dejando a la vista seis pistolas Beretta de 9 mm colgadas de una pequeña barra metálica, completamente limpias y con el punto de mira revisado el día anterior. Cada una de las armas poseía un cargador con una capacidad de quince balas semiblindadas y de punta hueca. Eran buenas armas, pero Barry prefería su Colt Python, cuyos proyectiles tenían una potencia de impacto superior.
Distribuyó rápidamente las armas y entregó tres cargadores a cada uno de ellos.
—Espero que no las necesitemos —dijo Joseph mientras se guardaba uno de los cargadores.
Barry asintió para mostrar que estaba de acuerdo con él. Pertenecía a la Asociación Nacional del Rifle4, pero eso no significaba que fuese un idiota dispuesto a apretar el gatillo a la menor oportunidad. Simplemente le gustaban las armas de fuego. Wesker se colocó a su lado de nuevo, y los cinco se colocaron al lado de las compuertas del helicóptero, a la espera de que Brad se posara en el suelo. Las palas del rotor del helicóptero removieron la negra columna de humo que ascendía mientras se acercaban, lo que creó una especie de neblina negra que se fundió con las oscuras sombras del crepúsculo. Aquello imposibilitó por completo cualquier ocasión de divisar desde el aire al aparato estrellado. Brad sobrevoló durante unos instantes aquel punto y luego se dirigió a una pequeña zona herbosa, donde posó el helicóptero. La hierba alta se agitó con fuerza azotada por el viento provocado por las palas del rotor. Barry ya tenía la mano puesta en el tirador de la compuerta antes incluso de que los patines del aparato tocaran el suelo, listo para saltar a tierra.
Una cálida mano se posó repentinamente sobre su hombro. Barry se giró y vio a Chris mirándolo con intensidad.
—Estamos justo detrás de ti —le dijo Chris, y Barry se limitó a asentir.
No estaba preocupado por sí mismo, no con los miembros del equipo Alfa apoyándolo. Lo único que le inquietaba era la situación del equipo Bravo. Enrico Marini era un buen amigo suyo. La esposa de Marini había cuidado de sus hijas más veces de las que Barry se podía acordar, y también era muy amiga de Kathy. La sola idea de que hubiera muerto debido a un estúpido fallo mecánico... Aguanta, compañero ya llegamos...
Barry tiró del abridor de la compuerta con una mano mientras con la otra empuñaba su Colt Python, y saltó al oscuro y húmedo crepúsculo del bosque de Raccoon, preparado para cualquier cosa.
Capítulo 4
Se desplegaron y comenzaron a dirigirse hacia el norte, con Wesker y Chris situados detrás y a la izquierda de Barry, y Joseph y Jill a su derecha. Justo enfrente de ellos había un pequeño grupo de árboles, y Jill percibió el combustible ardiendo y los jirones de humo que atravesaban el follaje a medida que las aspas del helicóptero de los Alfa descendían de velocidad. Atravesaron a paso rápido la zona boscosa, donde la visibilidad disminuía notablemente bajo las ramas de los árboles. El tibio aroma de la tierra y de las agujas de pino estaba prácticamente oculto por el hedor de gasolina incendiada que aumentaba a cada paso. Bajo la escasa luz que se filtraba, Jill vio que más adelante se abría otro claro de hierba bastante alta.
—¡Ya lo veo! ¡Ahí delante!
Jill sintió que su corazón le daba un vuelco cuando oyó el grito de Barry, y todos comenzaron a correr un instante después, deseosos de reunirse con el compañero que iba en cabeza. Salió del bosquecillo de árboles con Joseph a su derecha. Barry ya estaba al lado del helicóptero estrellado, con Chris y Wesker a su espalda. Todavía salía humo del aparato, pero iba disminuyendo. Si se había producido fuego, ya se había apagado. Ella y Joseph alcanzaron al resto del equipo y se quedaron mirando. Nadie dijo absolutamente nada mientras observaban la escena. El largo y ahusado fuselaje del helicóptero estaba intacto, sin un solo arañazo visible. El patín de aterrizaje de babor parecía algo doblado, pero aparte de eso y de la cada vez más débil columna de humo procedente del rotor, no parecía tener ningún problema. Las compuertas estaban abiertas, y la linterna de Wesker reveló una cabina y un compartimiento de carga completamente intactos. Por lo que se veía, la mayor parte del equipo de los Bravo todavía estaba en el interior del helicóptero. ¿Dónde demonios están? No tenía el menor sentido. Sólo habían pasado quince minutos desde la última transmisión. Si alguien hubiese resultado herido, se habrían quedado allí esperando, y si habían decidido marcharse, ¿por qué iban a dejar su equipo atrás? Wesker le entregó su linterna a Joseph e hizo un gesto con la cabeza en dirección a la cabina.
—Compruébala a fondo. Los demás desplegaos en busca de alguna pista: huellas, casquillos, señales de lucha... Si encontráis cualquier indicio, avisadme inmediatamente. Y permaneced alerta.
Jill se demoró unos instantes más mirando el humeante helicóptero y preguntándose qué había ocurrido. Enrico había dicho algo sobre un fallo. De acuerdo, los Bravo se habían posado. ¿Qué había ocurrido después? ¿Qué les había hecho abandonar su mejor oportunidad de ser encontrados y dejar atrás su equipo de emergencia, sus armas más potentes... Jill descubrió con la mirada un par de chalecos antibala tirados en un rincón y meneó la cabeza, asombrada ante esa nueva muestra de acciones al parecer completamente irracionales. Se dio la vuelta para unirse a la búsqueda mientras Joseph entraba en la cabina del piloto. Él parecía tan confundido como ella. Esperó para oír el informe de Joseph mientras éste le devolvía la linterna a Wesker, encogiéndose de hombros de forma nerviosa.
—No sé qué ha podido ocurrir. El patín doblado sugiere un aterrizaje forzoso, pero excepto el sistema eléctrico, todo lo demás parece encontrarse en perfecto estado.
Wesker suspiró y luego levantó la voz para que los demás pudiesen oírlo con claridad.
—¡Desplegaos en círculo! ¡Separación, tres metros, y aumentadla a medida que vayáis avanzando!
Jill caminó hasta colocarse entre Chris y Barry. Todos comenzaron registrar con la mirada el suelo bajo sus pies, mientras aumentaban el perímetro del círculo, uno hacia el este y el otro hacia el noroeste del helicóptero caído. Wesker entró en la cabina del piloto mientras la registraba con la linterna, y Joseph se dirigió hacia el oeste.
Las hojas secas crujieron ruidosamente bajo sus pies mientras avanzaban, era el único sonido que se oía en el cálido y húmedo aire aparte del distante zumbido del motor del helicóptero del equipo Alfa. Con la punta de sus botas, Jill fue registrando entre la alta hierba, echando a un lado la espesa capa verde que cubría el suelo. En poco rato no habría luz para ver nada. Tendrían que sacar las linternas que los del equipo Bravo habían dejado atrás...
Jill se detuvo de repente y se quedó a la escucha. Los suaves pasos de los demás compañeros, el chasquido de las hojas secas al partirse, el distante ronroneo del motor de su helicóptero... y ni un solo sonido más. Ni el canto de un pájaro, ni siquiera el zumbido de los insectos. Absolutamente nada. Estaban en mitad del verano. ¿Dónde estaban los animales, los insectos? El silencio del bosque no era natural. Los únicos sonidos audibles eran los provocados por los humanos. Jill sintió miedo por primera vez desde que se posaron en tierra. Estaba a punto de gritar para avisar a los demás de aquello cuando Joseph gritó desde el otro extremo del claro, a sus espaldas. Su voz resonó tensa y aguda.
—¡Eh! ¡Por aquí!
Jill se dio la vuelta y comenzó a recorrer al trote la distancia que los separaba, y vio que Chris y Barry hacían lo mismo. Wesker todavía estaba en el helicóptero y cuando oyó el grito de Joseph sacó inmediatamente la pistola, que luego mantuvo apuntada hacia arriba, y también comenzó a correr hacia Joseph. Jill distinguió a duras penas la oscura silueta en la penumbra de los últimos momentos del crepúsculo. Estaba en cuclillas cerca de unos árboles situados a unos treinta metros del helicóptero. De repente, se sintió invadida por una sensación de desastre inminente y desenfundó instintivamente su arma al mismo tiempo que aceleraba el ritmo de su carrera. Joseph se puso en pie sosteniendo algo en su mano y lanzó un grito de terror antes de dejarlo caer, con los ojos completamente abiertos por el horror. La mente de Jill se negó por un instante a creer lo que había visto en la mano de Joseph. Una pistola de los STARS, una Beretta...
Jill corrió a mayor velocidad aún y se puso a la par de Wesker.
Y la mano que todavía la empuñaba, arrancada a la altura de la muñeca. Se oyó un gruñido bronco y gutural a la espalda de Joseph, procedente de la oscuridad de los árboles. El sonido de un animal que gruñía... Al que se unió el agudo aullido de otro animal...y de repente varias siluetas oscuras saltaron desde el bosque y se abalanzaron sobre Joseph, derribándolo.
—¡Joseph!
El grito de Jill retumbó en los oídos de Chris, quien se detuvo inmediatamente y desenfundó su arma. Intentó tener una línea de tiro clara contra las bestias que estaban atacando a Joseph, pero lo que el delgado rayo de luz de la linterna de Wesker iluminó era una escena de pesadilla. El cuerpo de Joseph apenas se veía, completamente tapado por tres animales que estaban desgarrándole la carne con grandes mordiscos con unas enormes fauces goteantes de saliva. Tenían el tamaño y la forma de un perro, aproximadamente de un pastor alemán, pero ahí terminaba la similitud, porque parecían no tener pelo, ni siquiera piel. Bajo la luz de la linterna de Wesker se distinguían los rojos músculos y los blancos tendones mientras las criaturas destrozaban entre rugidos a Joseph con un frenesí de sangre. Joseph lanzó otro grito, un sonido líquido y gorgoteante, mientras se debatía débilmente en un intento por salir de debajo de sus salvajes atacantes. La sangre salía a borbotones de sus múltiples heridas. Había sido el grito de un hombre agonizante. No había tiempo que perder: Chris apuntó y abrió fuego. Tres proyectiles impactaron contra el costado de uno de los perros, mientras un cuarto disparo pasó por encima de él. La bestia sólo lanzó un agudo gañido antes de derrumbarse, respirando pesadamente. Los otros dos animales continuaron con sus ataques sin hacer el menor caso de los disparos. Chris observó con horror cómo una de aquellas bestias infernales se lanzaba directamente a la garganta de Joseph y se la arrancaba de cuajo, dejando a la vista la palpitante carne llena de sangre y el hueso blanquecino. Todos los STARS abrieron fuego al mismo tiempo y lanzaron una lluvia de proyectiles explosivos contra los asesinos de Joseph. El aire se llenó de surtidores de sangre roja, pero las bestias siguieron intentando arrancarle trozos de carne al todavía tembloroso cadáver mientras las balas acribillaban sus extraños cuerpos. Finalmente, cayeron lanzando una serie de gruñidos broncos y aullidos lastimeros... y no volvieron a levantarse de nuevo.
—¡Alto el fuego!
Chris apartó el dedo del gatillo, pero continuó apuntando con su pistola a las caídas criaturas, decidido a acribillar a la primera de ellas que levantara una sola pata. Dos de ellas continuaban respirando mientras gruñían suavemente entre respiraciones entrecortadas. La tercera estaba tumbada sin vida al lado del cuerpo destrozado de Joseph. ¡Deberían estar muertas! ¡Deberían haber caído con los primeros disparos! ¿Qué son? Wesker dio un único paso hacia la escena de la matanza...
El cálido aire alrededor de ellos se llenó con el eco de broncos aullidos y de los sonidos de furia depredadora que resonaron mientras se acercaban al equipo de los STARS procedentes de todas direcciones.
—¡Al helicóptero, ahora mismo! —gritó Wesker.
Chris empezó a correr, con Barry y Jill por delante de él, con Wesker protegiendo la retaguardia. Los cuatro atravesaron a la carrera el bosque a oscuras, y las invisibles ramas les golpearon el rostro y los brazos mientras los aullidos aumentaban de volumen y de ritmo. Wesker se giró y disparó a ciegas hacia los árboles que habían dejado atrás, mientras los demás corrían tropezando hacia el helicóptero que los esperaba, y cuyas aspas ya estaban comenzando a girar. Chris sintió que el alivio lo embargaba. Seguro que Brad había oído los disparos. Todavía tenían una oportunidad...
Chris percibió con mayor claridad el ruido de las criaturas que los perseguían, el roce seco de unos cuerpos musculosos que arrastraban las hojas y apenas se preocupaban por esquivar los árboles. También distinguió el rostro pálido y con los ojos abiertos de par en par de Brad a través del cristal frontal de la cabina del helicóptero. La luz verde del panel de mando iluminaba con un resplandor enfermizo su cara desencajada por el miedo. Estaba gritando algo, pero el rugido de los motores impedía oír su voz, y el viento de las aspas había convertido el claro del bosque en un ondulante mar de hierba. Diez metros más. Ya casi estamos...
De repente, el motor del helicóptero aceleró y el aparato saltó al aire, elevándose precipitadamente. Chris pudo distinguir un último atisbo del rostro de Brad; la única emoción que reflejaba era terror en su estado puro, el pánico incontrolable que lo dominaba mientras pulsaba botones y tiraba desesperadamente de la palanca de mando.
—¡No! ¡No te vayas! —gritó Chris, pero los patines del helicóptero ya estaban fuera de su alcance. El aparato se lanzó hacia adelante y hacia arriba, alejándose de ellos a través de la oscuridad. Iban a morir. ¡Maldito seas, Vickers!
Wesker se giró y disparó de nuevo, y su esfuerzo se vio recompensado por el aullido lastimero lanzado por uno de sus perseguidores. Había al menos otros cuatro detrás de ellos y se acercaban rápidamente.
—¡Continuad! —gritó mientras intentaba apuntar al mismo tiempo que ellos corrían tropezando. Los penetrantes aullidos de los perros mutantes los hacían correr cada vez más deprisa. El sonido del helicóptero se desvanecía a lo lejos. El cobarde de Vickers se lo llevaba y huía a costa del resto del equipo. Wesker disparó de nuevo. El proyectil pasó muy lejos de su objetivo, y otra silueta sombría se unió a la manada que los perseguía. Los perros eran increíblemente veloces. No tenían ninguna oportunidad de escapar, a menos que... ¡La mansión!
—¡Girad a la derecha, a la una en punto! —aulló Wesker con la esperanza de que su sentido de la orientación permaneciera intacto. No podrían dejar atrás a sus perseguidores, pero quizá pudieran mantenerlos alejados el tiempo suficiente para ponerse a cubierto. Se dio media vuelta y disparó el último cartucho del cargador.
—¡Vacío!
Sacó el cargador vacío y manoteó en busca de uno nuevo en su cinturón mientras Barry y Chris se encargaban de cubrirlo, disparando por cada uno de sus lados contra la jauría que se aproximaba. Wesker metió un cargador lleno con una palmada, al tiempo que llegaban al borde del claro lleno de matojos y se metían de nuevo en otro grupo de árboles. Trastabillaron y esquivaron los árboles mientras tropezaban debido al terreno desigual, y los perros asesinos se acercaban cada vez más. Los pulmones le dolían por el ansia de oxígeno, y Wesker sintió que podía oler el hedor de la fétida carne descompuesta de las bestias a medida que acortaban las distancias, y de algún modo encontró fuerzas para correr más deprisa. Ya deberíamos estar allí. Tenemos que estar cerca...
Chris fue el primero en verla a través de las sombras de los árboles: una enorme monstruosidad iluminada por la luz de la luna que acababa de salir.
—¡Allí! ¡Corred hacia esa casa!
Por su aspecto exterior parecía abandonada. Las desgastadas maderas y piedras de la gigantesca mansión parecían estar a punto de desmoronarse. No se distinguían las dimensiones reales de la casa, oculta por las sombras de los setos que habían crecido demasiado y que la aislaban del bosque que la rodeaba. Un enorme porche frontal con unas puertas dobles era su única oportunidad de escapar. Wesker oyó el sonido de unas mandíbulas chasqueantes a su espalda, y se giró de un brinco para disparar intuitivamente al origen de aquel ruido mientras corría hacia la parte delantera de la mansión.
Percibió un aullido gorgoteante y a continuación la criatura se desplomó al suelo. Los aullidos de sus compañeros aumentaron de intensidad, en un frenesí provocado por la emoción de la caza. Jill fue la primera en llegar a la puerta, y se abalanzó con el hombro por delante contra la pesada madera mientras agarraba uno de los pomos con la mano. Sorprendentemente, se abrió de par en par, y una brillante luz iluminó los peldaños de piedra que llevaban al porche. Se dio la vuelta y comenzó a disparar para cubrir a los tres hombres boqueantes por falta de aliento que se dirigían hacia la puerta. Se lanzaron hacia la puerta de la mansión, y Jill fue la última en entrar. Barry empujó con su considerable peso la puerta y la mantuvo cerrada frente a los aullidos que estaban a pocos metros. Se desplomó contra ella, con la cara roja y sudorosa, mientras Chris manoteaba el cerrojo del pasador y finalmente lograba hacerla correr para cerrar por completo la puerta.
Lo habían conseguido. Los perros aullaron en el exterior y se dedicaron inútilmente a arañar la pesada puerta de hoja doble. Wesker inhaló una profunda bocanada del fresco y tranquilo aire que llenaba la habitación y luego lo soltó rápidamente. Como él ya sabía, la mansión Spencer no estaba abandonada en absoluto, y ahora que estaban allí, todos sus cuidadosos planes se habían ido al traste. Wesker maldijo en silencio a Brad Vickers de nuevo y se preguntó si estaban más a salvo en el interior que en el exterior...
Capítulo 5
Jill echó un vistazo alrededor mientras recuperaba el aliento y se sintió como el personaje de una pesadilla que acababa de convertirse en un enorme sueño fantástico. Unos monstruos aullantes y salvajes, la repentina y terrible muerte de Joseph, una terrorífica huida a través del bosque... y ahora aquello. Conque desierta, ¿eh?
Era un palacio, pura y simplemente, lo que su padre habría llamado un golpe perfecto. La estancia en la que habían entrado era el ejemplo ideal de lujo. Era enorme, probablemente más grande que toda la casa de Jill. Estaba recubierta por mármol gris, y la pieza central era una amplia escalera cubierta por una moqueta, que llevaba hasta una balaustrada en la segunda planta. Unas columnas de mármol arqueadas rodeaban aquel espléndido salón y soportaban el peso de la balaustrada de madera oscura y de aspecto pesado de la planta superior. Unos candelabros alargados arrojaban rayos de luz a lo largo de las paredes de color crema con rebordes de cuero, que contrastaban con el color ocre oscuro de la moqueta del suelo. En pocas palabras: era un escenario impresionante.
—¿Qué es esto? —murmuró Barry.
Nadie le respondió. Jill respiró profundamente y llegó a la conclusión de que no le gustaba. Notaba una sensación de... discordancia en aquella enorme sala, una atmósfera vagamente opresiva. Se sentía acechada, por algo o por alguien, aunque no podía decir qué. Bueno, es muchísimo mejor que ser devorada por un perro mutante, eso sí que tengo que reconocerlo. A aquel pensamiento le siguió otro inmediatamente. ¡Pobre Joseph!
No había habido tiempo para lamentar su muerte, y tampoco tenían tiempo en aquel momento, pero sin duda lo echarían de menos. Se dirigió hacia la enorme escalera con la pistola en la mano, y el sonido de sus pasos sonó amortiguado por la gruesa alfombra que llevaba hasta ella desde la puerta delantera. Vio una antigua máquina de escribir sobre una pequeña mesa situada a la derecha de las escaleras, con una hoja en blanco colocada en su interior preparada para escribir en ella. Era una pieza de decoración bastante extraña, pero, aparte de ella, la enorme sala estaba vacía. Se dio la vuelta para encararse con los demás y se preguntó qué estarían pensando sobre ese lugar. Tanto Barry como Chris parecían indecisos, con sus rostros enrojecidos por el esfuerzo y sudando a mares mientras registraban con la vista la inmensa entrada. Wesker estaba agachado delante de la puerta examinándola detenidamente.
Se puso en pie, con las gafas de sol todavía puestas y con el mismo aspecto tranquilo de siempre.
—La madera alrededor del pestillo está astillada. Alguien forzó esta puerta antes de que llegáramos nosotros.
El rostro de Chris se iluminó por una oleada de esperanza.
—Quizá fueron los del equipo Bravo, ¿no?
—Es lo que yo pienso —asintió Wesker—. La ayuda ya estará en camino, eso suponiendo que nuestro «amigo» Vickers se decida a llamar pidiéndola.
Su voz rezumaba sarcasmo, y Jill sintió que su propia furia crecía. Brad la había cagado a base de bien, y aquello casi les había costado la vida. No había excusa alguna para lo que había hecho. Wesker continuó hablando mientras atravesaba la estancia hacia una de las dos puertas que había en su extremo occidental. Tiró del pomo, pero ninguna de ellas se abrió.
—No es nada seguro salir ahí afuera. Será mejor que echemos un vistazo por aquí hasta que llegue la caballería. Es obvio que alguien ha mantenido este lugar en condiciones habitables, aunque por qué y durante cuánto tiempo...
Su voz fue disminuyendo de volumen hasta desaparecer.
—¿Cómo andamos de munición?
Jill sacó el cargador de su Beretta y contó las balas: tres. Tenía otros dos cargadores, pero completos, lo que daba un total de treinta y tres balas. A Chris sólo le quedaban veintidós, y a Wesker diecisiete. Barry tenía dos cilindros de recarga rápida para su Colt, además de unos cuantos proyectiles sueltos en una cartuchera al cinto, con un total de diecinueve balas. Jill pensó en todo lo que se había quedado en el helicóptero y sintió otra oleada de rabia contra Brad. Cajas de munición, linternas, radios portátiles, escopetas. Eso por no mencionar el equipo médico. Aquella Beretta que Joseph había encontrado en el claro, con los pálidos dedos de la mano arrancada todavía empuñando la pistola... uno de los STARS podía estar muerto o moribundo, y ellos, gracias a Brad, ni siquiera tenían una venda que ofrecerle si lo encontraban.
¡Pum! Fue el sonido de algo pesado que se había deslizado hasta el suelo. Todos se dieron la vuelta al unísono hacia la única puerta que se abría en la pared oriental. Jill recordó repentinamente todas las películas de terror que había visto: una casa extraña, un sonido extraño... Su cuerpo se estremeció involuntariamente, y decidió que le patearía su estrecho culo a Brad Vickers en cuanto saliera de allí.
—Chris, comprueba ese sonido y regresa para informar lo antes posible —ordenó Wesker—. Te esperaremos aquí por si la policía de Raccoon City llama a la puerta. Si te encuentras metido en un problema, dispara y te encontraremos.
Chris asintió y comenzó a dirigirse hacia la puerta. Sus pisadas resonaron fuertemente contra el suelo de mármol. Jill sintió aquella sensación de premonición recorrerle todo el cuerpo de nuevo.
—¿Chris?
Él se dio la vuelta justo cuando puso la mano en el picaporte, y Jill se dio cuenta de que nada de lo que pudiera decirle tendría sentido. Todo estaba ocurriendo con tal rapidez, la situación era tan terrible que no sabía por dónde comenzar... y él es un profesional entrenado, lo mismo que tú. Empieza a comportarte como tal.
—Ten cuidado —dijo finalmente. No era exactamente lo que quería decir, pero tendría que ser suficiente. Chris le lanzó una sonrisa de medio lado cómplice, luego levantó su Beretta y cruzó el umbral. Jill oyó el tictac de un reloj y, a continuación, él desapareció después de cerrar la puerta tras de sí. Barry la miró a los ojos y le sonrió, con una mirada con la que quería decirle: no te preocupes. Sin embargo, Jill no pudo quitarse de encima la sensación de que Chris ya no regresaría.
Chris registró con la vista la habitación y se percató de la exquisita elegancia del lugar. También se dio cuenta de que estaba solo. Quienquiera que hubiera provocado aquel ruido no estaba allí. El solemne tictac de un reloj carillón resonaba en el fresco aire de la habitación, y sus ecos rebotaban en los azulejos negros y blancos. Era un enorme salón comedor, de la clase que sólo había visto en películas sobre gente muy rica. Al igual que la sala de entrada, aquella estancia tenía un techo increíblemente alto y una balaustrada en su segunda planta, pero además estaba decorada con piezas de arte que parecían de valor y disponía de una chimenea en el extremo más alejado con un escudo de armas y unas espadas cruzadas encima de la abertura. No parecía haber forma alguna de subir a la segunda planta de aquella habitación, excepto quizás una puerta cerrada a la derecha de la chimenea... Chris bajó su arma y comenzó a acercarse a la puerta, impresionado todavía por la evidente riqueza desplegada en la «abandonada» mansión en la que habían entrado los STARS.
Las paredes de estuco de color beige de la sala comedor tenían unos rebordes de madera pulida de color rojo, y en el centro se extendía una larga mesa de madera que ocupaba toda la estancia. La mesa disponía de espacio para al menos veinte personas, aunque sólo estaba puesta para un puñado de gente. A juzgar por la capa de polvo que cubría todo, no se había servido nada en aquel lugar desde hacía varias semanas. Pero se supone que no ha habido nadie en esta casa desde hace treinta años, ¡así que aún menos puede haber una cena de gala!
Spencer mandó cerrar este lugar antes de que nadie se alojase aquí... Chris sacudió la cabeza. Era obvio que alguien había rehabilitado el lugar hacía ya bastante tiempo... así que, ¿cómo era posible que todo el mundo en Raccoon City creyese que la mansión Spencer no era más que un montón de ruinas en mitad del bosque? Y lo que era aún más importante: ¿por qué Umbrella le había mentido al jefe Irons sobre el estado real de la propiedad?
Asesinatos, desapariciones, Umbrella, Jill…
Era una sensación frustrante. Notaba que tenía buena parte de las respuestas, pero no estaba seguro sobre qué preguntas hacer. Llegó hasta la puerta y le dio la vuelta al pomo lentamente mientras escuchaba con atención para intentar percibir cualquier ruido al otro lado de ella. No oía nada aparte del tictac del viejo reloj carillón. Estaba apoyado contra la pared, y cada movimiento de su péndulo reverberaba con un sonido hueco, amplificado por la cavernosa estancia.
La puerta se abrió y ante él apareció un estrecho pasillo que se dirigía a derecha e izquierda, iluminado únicamente por unas cuantas lámparas de estilo antiguo colgadas de la pared. Chris echó un rápido vistazo en ambas direcciones. A la derecha se abrían quizás unos diez metros de otra sala de entrada, con una puerta al final, y otras dos puertas justo delante de él. La sala de entrada doblaba abruptamente a la izquierda de donde él se encontraba, ensanchándose. Vio un rastro de gotas marrones en aquel lugar.
Arrugó la nariz al mismo tiempo que el entrecejo. En el aire había un vago olor, un ligero aroma a algo desagradable, a algo familiar. Se quedó en el umbral de la puerta mientras intentaba concretar el recuerdo de aquel olor. Un verano, cuando él todavía era un chaval, se le había salido la cadena de la bicicleta mientras daba un paseo con sus amigos. Había acabado en una zanja a un metro de distancia aproximadamente de los restos de un atropello: el cadáver reseco de lo que parecía haber sido una marmota. El paso del tiempo y el calor del verano habían disipado parte del hedor, aunque lo que quedaba era suficientemente asqueroso para hacerle vomitar todo su almuerzo, para mayor diversión de sus amigos, sobre el cadáver. Luego había respirado profundamente... y había vuelto a vomitar. Todavía recordaba la peste de la podredumbre reseca recalentada por el sol. Olía a una mezcla de leche agria y bilis, el mismo olor que impregnaba aquel pasillo, como si fuera un mal sueño. Fuuump.
El sonido procedía de detrás de la primera puerta de la derecha. Era un ruido suave y deslizante, como el de un puño rozando la pared. Había alguien al otro lado.
Chris se dirigió lentamente hacia la sala de entrada y se acercó con precaución a la puerta, sin dar la espalda a la zona que no había explorado. El ruido se detuvo mientras se acercaba, y Chris advirtió que la puerta no estaba realmente cerrada. Qué mejor momento.
La puerta se abrió completamente con un ligero golpe a una pequeña estancia en penumbra que tenía las paredes cubiertas de papel verde moteado. Un hombre de anchas espaldas se encontraba a poco más de seis metros de donde él estaba, medio oculto en las sombras y de espaldas a Chris. Se dio la vuelta lentamente, arrastrando los pies con la misma actitud que alguien borracho o enfermo, y el olor que Chris había notado antes le llegó desde el hombre en apestosas oleadas. Las ropas del extraño estaban hechas jirones y manchadas, y la parte posterior de su cabeza mostraba unos cuantos mechones sueltos de cabello. Debe estar enfermo. Es posible incluso que esté moribundo... Fuera lo que fuera lo que le pasase, a Chris no le gustaba un pelo: todos sus instintos le gritaban que actuara. Atravesó la puerta y apuntó la Beretta al pecho del individuo.
—¡Quieto! ¡No se mueva!
El hombre terminó de darse la vuelta y se dirigió hacia Chris, arrastrando los pies hasta situarse a la luz. El rostro del individuo, de aquello, tenía la blanca palidez de un cadáver, rota sólo por el manchurrón de sangre que rodeaba sus labios putrefactos. Unos jirones de piel seca colgaban de sus hundidas mejillas, y los oscuros pozos de los ojos de la criatura brillaban hambrientos mientras extendía sus esqueléticas manos hacia él...
Chris disparó tres tiros que se estrellaron contra el pecho de la criatura provocando finos surtidores de sangre. Aquello se desplomó al suelo con un pequeño grito ahogado. Chris retrocedió a trompicones, y los pensamientos en su cabeza marcharon a la misma velocidad que su corazón palpitante, que le martilleaba en el pecho. Golpeó la puerta con el hombro y apenas se dio cuenta de que se cerró con un suave chasquido detrás de él mientras seguía mirando atónito al apestoso cuerpo que se había derrumbado en el suelo. ¡Está muerto, esa maldita cosa es uno de esos malditos muertos andantes!
Todos los ataques caníbales de Raccoon City se habían producido cerca del bosque. Había visto suficientes películas en el canal nocturno como para saber de qué se trataba, pero aun así no podía creérselo. Un zombi. No, no, de ninguna manera, eso era sólo ficción... Quizás era algún tipo de enfermedad que se manifestaba por los mismos signos. Tenía que contárselo a los demás. Se dio la vuelta e intentó abrir la puerta, pero la pesada hoja de madera no se movió. Se habría cerrado al tropezar con ella... Oyó un sonido detrás de él, como de algo húmedo moviéndose. Se dio la vuelta de nuevo, y los ojos se le abrieron como platos al ver que la criatura se movía espasmódicamente clavando las uñas en el suelo de madera, arrastrándose hacia él con silenciosa determinación. Chris se dio cuenta de que aquello estaba babeando, y fue la visión de los pegajosos espumarajos de color rosa acumulándose en charcos en el suelo lo que finalmente lo hizo actuar. Disparó de nuevo, dos tiros en dirección al descompuesto rostro levantado de la criatura.
En su cráneo aparecieron dos agujeros negros que dejaron salir dos pequeños riachuelos de líquido y tejido carnoso en descomposición hacia su mandíbula inferior. La criatura putrefacta se desplomó finalmente con un largo suspiro en un creciente charco de sangre. Chris no se atrevió a esperar que continuara tumbada. Le dio otro inútil tirón al pomo de la puerta y después pasó cuidadosamente al lado del cuerpo para seguir avanzando por el pasillo. Movió el picaporte de la puerta situada a su izquierda, pero estaba cerrada con llave. Había un pequeño grabado en el panel metálico del picaporte, algo parecido a una espada. Almacenó aquella información junto al resto de sus confusos pensamientos mientras continuaba avanzando con la Beretta en la mano, empuñándola con fuerza. Había un entrante a su derecha, con una puerta, pero hizo caso omiso de aquella abertura. Lo que quería era encontrar un modo de llegar de nuevo a la sala de entrada principal. Lo más probable era que los demás hubiesen oído sus disparos, pero tenía que suponer que habría otras criaturas como las que había matado. Era posible que los demás miembros del equipo ya estuviesen ocupados en salvar sus propias vidas. Divisó una puerta en el extremo de la sala, a la izquierda donde el pasillo giraba. Chris se apresuró en llegar a ella. El pútrido hedor de la criatura... Es un zombi. Llámalo por su nombre.
Sintió deseos de vomitar. Se dio cuenta de que el hedor empeoraba a medida que se acercaba a la puerta y se intensificaba con cada paso que daba. Oyó el suave gemido justo en el momento que tocaba el pomo de la puerta, mientras su mente le decía que sólo le quedaban dos balas en el arma. Sintió un movimiento en las sombras a su derecha. Tengo que recargar, tengo que encontrar un lugar seguro... Chris abrió de un tirón la puerta y se dio de bruces con los brazos extendidos de otra criatura tambaleante que lo esperaba al otro lado, con los dedos despellejados y engarfiados que se lanzaron sobre su garganta.
Tres disparos. Segundos después, dos más. Los sonidos llegaban débilmente pero con claridad hasta la palaciega sala de entrada.
—¡Chris!
—Jill, ¿por qué no...? —comenzó a decir Wesker, pero Barry lo interrumpió y no lo dejó terminar la frase.
—Yo también voy —dijo mientras comenzaba a andar hacia la puerta situada en la pared oriental.
Chris no desperdiciaría munición de esa manera a menos que no le quedase más remedio. Estaba claro que la necesitaba. Wesker cedió y asintió lentamente.
—Id. Os esperaré aquí.
Barry abrió la puerta, con Jill pegada a su espalda. Entraron en una enorme sala comedor, no tan ancha como la sala de entrada, pero probablemente tan larga como ella. En el otro extremo había otra puerta, más allá de un gran reloj carillón cuyo tictac resonaba en el aire polvoriento y frío de la estancia. Barry se encaminó al trote hacia ella, con el revólver empuñado en una mano, tenso y preocupado. ¡Dios, vaya tocada de pelotas de misión! A menudo, los equipos de STARS eran enviados a misiones peligrosas en las que las circunstancias eran poco habituales, pero ésta era la primera vez desde que había comenzado como un novato en la que Barry sentía que la misión había quedado completamente fuera de control. Joseph estaba muerto, Vickers el gallina los había dejado abandonados para que fueran devorados por unos perros infernales, y ahora Chris estaba metido en problemas. Wesker no debería haberle enviado a solas. Jill fue la primera en llegar a la puerta. Tocó el picaporte con sus delgados dedos y miró a su compañero. Barry asintió y ella la abrió, agachándose en el mismo movimiento y colocándose abajo y a la izquierda. Barry ocupó el otro lado, y entre ambos recorrieron todo el pasillo con sus armas.
—¿Chris? —dijo Jill en voz baja, pero no hubo respuesta. Barry lanzó un bufido después de olisquear el aire. Algo olía a fruta podrida.
—Comprobaré las puertas —dijo.
Jill se limitó a asentir y se movió hacia la izquierda, manteniéndose alerta y concentrada. Barry se dirigió hacia la primera de las puertas, sintiéndose bien por tener a Jill a su espalda. Había pensado que tenía un poco de mal genio cuando la conoció después de ser trasladada, pero había demostrado ser una luchadora inteligente y capacitada, un miembro bienvenido al equipo Alfa...
Jill dejó escapar un agudo grito de sorpresa y Barry se giró en redondo. El hedor a podredumbre había inundado de repente toda la estancia. Jill estaba retrocediendo de espaldas de una abertura en el extremo del pasillo, y su arma apuntaba contra algo que Barry no llegaba a ver.
—¡Alto!
Su voz sonó aguda y temblorosa, y la expresión de su rostro mostró horror... Entonces disparó una, dos veces, mientras seguía retrocediendo hacia Barry, y su respiración se volvió más rápida y entrecortada.
—¡Quítate, ponte a la izquierda!
Barry alzó su Colt cuando ella se quitó de la línea de tiro, y en ese momento apareció en su campo de visión un hombre de elevada estatura. Los brazos de la silueta estaban levantados en alto como si fuera un sonámbulo, y los dedos de sus manos estaban curvados como si fueran garras. Barry vio el rostro de la criatura y no lo dudó ni un momento. Disparó uno de los pesados proyectiles de su revólver, y la bala rebanó la parte superior de su cráneo color ceniza con un estallido. La sangre comenzó a bajar por los extraños y horribles rasgos de aquel ser hasta tapar los ojos, que se habían vuelto hacia arriba. Cayó hacia adelante y se derrumbó boca arriba a los pies de Jill. Barry corrió a situarse junto a ella.
—¿Pero qué... —comenzó a decir, y entonces vio lo que había en la moqueta del pasillo que se abría delante de ellos, tendido en una pequeña zona de espera que señalaba el final del pasillo…
Barry pensó por un momento que se trataba de Chris... hasta que vio la insignia del equipo Bravo de los STARS en el chaleco, y sintió una clase diferente de horror cuando se esforzó por reconocer los rasgos de su cara. El Bravo había sido decapitado, y la cabeza se encontraba a menos de un metro del cuerpo, con el rostro completamente tapado por una máscara de sangre. Oh, leches. Es Kenneth. Kenneth Sullivan, uno de los mejores exploradores que jamás había conocido Barry y, además, un tipo realmente estupendo. En su pecho tenía un agujero irregular y profundo, y de aquella sangrienta abertura salían restos de carne parcialmente devorada y vísceras. Le faltaba la mano izquierda, y su arma no estaba a la vista por allí cerca, así que Barry dedujo que la mano con el arma que Joseph había encontrado en el bosque debía de ser la suya...
Barry desvió la mirada, completamente asqueado. Ken había sido un hombre tranquilo y amable, que sabía un montón sobre química. Tenía un hijo adolescente que vivía con su ex mujer en algún lugar de California. Barry pensó en sus propias hijas, Moira y Poly, y sintió miedo por ellas. No es que le asustara la muerte, pero la idea de que quizá tendrían que crecer sin un padre...
Jill se acuclilló al lado del destrozado cuerpo de Ken y registró rápidamente su cinturón. Le dirigió una mirada culpable a Barry, pero éste asintió. Necesitaban la munición, y estaba claro que a Ken ya no le hacía falta. Encontró dos cargadores de proyectiles de nueve milímetros y se los metió en el bolsillo de su costado. Barry se dio la vuelta y se quedó mirando al asesino de Ken con una mezcla de asco y curiosidad. No tenía la menor duda de que se trataba de uno de los asesinos caníbales que habían estado atacando a los habitantes de Raccoon City. Tenía una costra seca de sangre alrededor de la boca y sus uñas estaban repletas de una capa de restos también sangrientos. La camiseta que llevaba puesta también estaba cubierta de manchas de sangre seca. Lo que le extrañaba era... lo muerto que parecía. En una ocasión Barry había realizado una misión de rescate encubierta en Ecuador. Unos guerrilleros rebeldes habían capturado a un grupo de campesinos y los mantenían como rehenes. Varios de ellos habían muerto al comenzar el conflicto. Los STARS habían capturado a los rebeldes, y Barry se había acercado con uno de los supervivientes para reconocer a los que estaban muertos. Las cuatro víctimas habían muerto debido a los disparos y sus cuerpos habían sido arrojados a la parte trasera de la cabaña de madera que los rebeldes habían utilizado como refugio. Después de tres semanas bajo el tórrido sol de aquella parte de Sudamérica, la piel de sus caras se había levantado en jirones, y la carne había comenzado a separarse de los tendones y también de los huesos. Todavía recordaba con total claridad aquellos rostros, y volvió a verlos cuando miró la criatura del suelo. Era el rostro de la muerte. Además, huele igual que un matadero en un día caluroso. A alguien se le olvidó decirle a este tipo que los muertos no caminan por ahí dando vueltas. Advirtió la misma confusión asqueada reflejada en el rostro de Jill, las mismas preguntas, por el momento, sin respuestas. Tenían que encontrar a Chris para reagruparse con él y con Wesker. Retrocedieron juntos por el corredor y comprobaron las tres puertas, sacudiendo y tirando de los pomos y empujándolas con el hombro. Todas estaban bien cerradas.
Pero Chris ha tenido que pasar por una de ellas. No puede haber ido a ningún otro sitio...
Aquello no tenía sentido, y aparte de echar abajo las puertas, no había nada más que pudiera hacerse.
—Deberíamos informar a Wesker sobre la situación —dijo Jill, y Barry asintió.
Si por casualidad habían encontrado la guarida de los asesinos, iban a necesitar un plan de ataque. Atravesaron de nuevo la sala comedor a la carrera, y el aire rancio del lugar fue un alivio refrescante después del hedor a sangre y corrupción del pasillo. Llegaron a la puerta que daba a la sala de entrada principal y la cruzaron a paso ligero. Jill se preguntó qué conclusión sacaría el capitán de todo aquello.
Era realmente...
Barry se detuvo en seco y registró con la mirada la elegante sala vacía. Se sentía como el tonto de un chiste que no tenía la menor gracia.
Wesker había desaparecido.
Capítulo 6
—¡Wesker! —La potente voz de Barry resonó multiplicándose por el eco de la estancia—. ¡Capitán Wesker!
Se dirigió al trote hacia una hilera de arcos que había en la parte trasera de la estancia mientras le gritaba a Jill.
—¡No salgas de la sala!
Jill se dirigió hacia las escaleras, sintiéndose casi mareada.
Primero Chris, y ahora el capitán. No habían estado fuera ni cinco minutos, y él había dicho que no se movería. ¿Por qué se habría marchado? Miró alrededor en busca de signos de lucha, de un cartucho de bala, de una mancha de sangre, pero no había ninguna señal que indicara qué había ocurrido.
Barry apareció al otro lado de la gigantesca escalera, meneando la cabeza mientras caminaba lentamente de regreso hacia ella. Jill se mordió el labio inferior al tiempo que fruncía el entrecejo.
—¿Crees que Wesker se ha encontrado con una de esas... cosas? —preguntó.
Barry lanzó un profundo suspiro.
—No creo que fuese la policía de Raccoon City la que apareciera y se lo llevara así de golpe. Además, si hubiese estado metido en problemas, habríamos oído disparos...
—No necesariamente. Puede que le hayan tendido una emboscada o que lo hayan arrastrado lejos de aquí.
Se quedaron en silencio unos momentos, pensando. Jill todavía estaba un poco afectada por el enfrentamiento cara a cara con el cadáver andante, pero pensaba que al menos había aceptado los hechos con bastante facilidad: los bosques que rodeaban Raccoon City estaban infestados de zombis. Después de toda una vida leyendo malas novelas sobre asesinos en serie, ¿tan difícil es aceptar la idea de un zombi caníbal? En cierto modo, no lo era, ni tampoco el hecho de los perros asesinos ni la mansión mantenida en buen estado en secreto. No se podía negar su existencia. La pregunta era: ¿por qué? ¿Tenía la mansión algo que ver con los asesinatos, o simplemente los zombis habían entrado a saco al igual que habían hecho con el bosque de Raccoon? ¿Fue esa criatura lo último que vieron Becky y Pris? Rechazó aquella idea de forma casi violenta: pensar en las niñas en ese momento sería un error muy grave.
—¿Qué hacemos? ¿Damos una vuelta en su busca o nos quedamos aquí esperándolo? —preguntó por fin Jill en voz alta.
—Vamos a echar un vistazo. Ken logró llegar hasta aquí. Es posible que los demás Bravo estén en algún lugar de la casa. Es muy fácil perderse aquí. Chris...
Barry dejó de hablar y medio sonrió, aunque Jill advirtió una sombra de preocupación en su mirada.
—Chris y Wesker se han... perdido —continuó diciendo—, pero los encontraremos. Va a hacer falta algo más que un par de tíos tiesos andando para causarles un problema a alguno de ellos.
Se metió la mano en uno de los bolsillos de su chaleco, sacó algo que tenía envuelto en un pañuelo y se lo entregó. Ella sintió las pequeñas formas metálicas a través de la tela y supo inmediatamente qué era.
—Te devuelvo las que me diste para que practicase durante el último mes —le dijo—. Supongo que tú sabrás utilizarlas mejor.
Jill asintió, y se metió las ganzúas en el bolsillo de la cadera. Barry se había sentido interesado por su antigua «profesión», y ella le había prestado unos cuantos elementos de su antiguo arsenal de herramientas, que incluía varias ganzúas y unas cuantas palanquetas. Quizá podrían ser útiles. El pequeño bulto que le había dado Barry se quedó encima de algo duro y de formas redondeadas... ¡El ordenador de Trent! Con toda aquella agitación, se había olvidado por completo del extraño encuentro en los vestuarios. Abrió la boca para decírselo a Barry, pero la cerró inmediatamente cuando recordó el enigmático aviso de Trent. «Si yo fuera usted, no le mencionarla a nadie esta pequeña conversación.» Que le dieran. De todas maneras, había estado a punto de decírselo a Chris... ¿y dónde está Chris ahora? ¿Quién dice que las «terribles consecuencias» de las que te advirtió Trent no han ocurrido ya? Jill se dio cuenta de lo que estaba pensando y tuvo que hacer un esfuerzo por no reírse de sí misma. Lo que había ocurrido con Trent probablemente no tenía nada que ver con el embrollo en que estaban metidos, y no importaba si podía confiar o no en Barry: de lo que estaba segura era de que no confiaba en Trent. De todas maneras, decidió no contarle nada a Barry, al menos hasta que supiera qué contenía el pequeño ordenador.
—Creo que deberíamos dividirnos —dijo Barry—. Sé que es peligroso, pero tenemos que cubrir mucho terreno. Si alguno de los dos se encuentra con alguien, nos reuniremos aquí. Utilizaremos esta sala como base.
Barry se frotó la barbilla con una mano mientras clavaba una dura mirada en los ojos de Jill.
—¿Estás preparada, Jill? Podríamos buscar juntos si no...
—No, tienes razón, Barry —admitió ella—. Yo me encargo del ala oeste.
A diferencia de los policías, los miembros de los STARS rara vez actuaban por parejas. Eran entrenados para que vigilasen sus propias espaldas cuando actuaban de forma independiente en situaciones peligrosas. Barry se limitó a asentir en silencio.
—Muy bien. Yo regresaré por donde hemos venido e intentaré «convencer» a alguna de esas puertas para que se abra. Mantente siempre ojo avizor en busca de una vía de retirada, ahorra munición... y ten cuidado.
—Tú también.
Barry sonrió al tiempo que levantaba su Colt Python.
—No te preocupes por mí.
No quedó nada más por decir. Jill se dirigió en línea recta hacia las puertas de la pared oeste que Wesker había dejado sin abrir con anterioridad. Barry, a sus espaldas, se apresuró a entrar en el salón comedor. Oyó cómo abría y luego cerraba la puerta. Estaba sola… y no pasa nada. Las puertas pintadas de azul se abrieron suavemente, sin ofrecer resistencia, y dejaron al descubierto una habitación pequeña y envuelta en sombras, también pintada con diferentes tonos de azul. Estaba tan vacía y silenciosa como la sala principal. Unas pequeñas lámparas iluminaban débilmente las pinturas enmarcadas y colgadas de las oscuras paredes. En el centro de la habitación había una gran estatua de una mujer sosteniendo una urna sobre un hombro. Jill cerró la puerta tras de sí y esperó hasta que sus ojos se acostumbraron a la penumbra; entonces vio las dos puertas que se encontraban justo enfrente de la puerta por la que ella había entrado. La que se encontraba a la izquierda estaba abierta, aunque había un pequeño cofre justo delante de ella, lo que impedía el paso. Era poco probable que Wesker hubiera pasado por allí. Se dirigió hacia la que se encontraba a la derecha e intentó abrirla: cerrada con llave. Suspiró y extendió la mano hacia el paquete de ganzúas, pero dudó por un instante al sentir el peso del ordenador de bolsillo. Veamos qué es lo que el señor Trent cree que es tan importante... Lo sacó y lo estudió durante unos momentos. Luego pulsó un botón, y una pantalla del tamaño de una carta se encendió; después de pulsar unas cuantas veces más, aparecieron varias líneas escritas en el pequeño monitor. Las leyó y reconoció unos cuantos nombres y fechas que habían aparecido en las noticias de los periódicos locales. Aparentemente, Trent había recopilado todos los artículos que había encontrado sobre los asesinatos y las desapariciones en Raccoon City, además de los artículos sobre los STARS. Aquí no hay nada nuevo...
Jill fue pasando página tras página del monitor, preguntándose adónde quería llegar el tal Trent. Encontró una lista de nombres después de todos los artículos. WILLIAM BIRKIN, STEVE KELLER, MICHAEL DEES, JOHN HOWE, MARTIN CRACKHORN, HENRY SARTON, ELLEN SMITH, BILL RABBITSON. Jill frunció el entrecejo. Ninguno de los nombres le resultaba familiar, excepto... ¿El amigo de Chris no se llamaba Bill Rabbitson, el que trabajaba para Umbrella? No estaba segura. Tendría que preguntárselo a Chris... Eso suponiendo que lo encontremos. Aquello era una pérdida de tiempo. Tenía que comenzar a buscar a los demás STARS. Pulsó el botón de avance para llegar hasta el final del archivo y apareció una imagen: unas pequeñas líneas dispuestas en formas geométricas. Había cuadrados y largos rectángulos, con pequeñas marcas que comunicaban las distintas cajas vacías. Debajo del dibujo había una línea de texto, con un mensaje tan enigmático como cabría esperar de alguien como el señor Trent: LLAVES DE CABALLERO; OJOS DE TIGRE; CUATRO HERÁLDICAS (PUERTA DE LA NUEVA VIDA); ESTE-ÁGUILA/OESTE-LOBO. Vaya, cuan esclarecedor. Esto lo explica todo, ¿verdad? Se dio cuenta de que el dibujo era una especie de mapa. Parecía el plano de una planta de edificio. La zona más amplia ocupaba el centro, y otra zona un poco más pequeña se hallaba a la izquierda... Jill sintió que el corazón le daba un salto. Se quedó mirando fijamente la pequeña pantalla mientras se preguntaba cómo demonios lo había sabido Trent. Era la primera planta de la mansión. Pulsó de nuevo el botón de avance y en la pantalla apareció lo que sólo podía ser la segunda planta de la mansión. Las formas correspondían a las del primer mapa. No había nada después del segundo mapa, pero aquello era más que suficiente. Por lo que a ella correspondía, no le quedaba la menor duda de que la mansión Spencer era el origen de la ola de terror que azotaba a Raccoon City... lo que significaba que las respuestas se encontraban en algún lugar del edificio, a la espera de ser descubiertas.
El zombi gruñó cuando Chris le disparó dos veces a quemarropa en el estómago. El sonido de impacto de los proyectiles fue absorbido por su carne rancia, y el cadáver andante cayó sobre él al tiempo que expelía una bocanada de aire apestoso sobre su rostro. Chris lo alejó de un empujón mientras se le formaba un nudo en la garganta por las arcadas. Sus manos y el cañón de su arma estaban llenos de fluidos viscosos que goteaban. La criatura se derrumbó en el suelo, con sus extremidades moviéndose todavía de forma espasmódica. Chris retrocedió al mismo tiempo que limpiaba el cañón de su arma en su chaleco antibalas mientras intentaba por todos los medios no vomitar. El zombi de la sala había sido un cuerpo reseco, encogido y lleno de pellejos, pero éste estaba... fresco; si ésa era la palabra adecuada. Necrótico, repleto de pus, húmedo...
Tragó saliva con dificultad, y el ansia por vomitar poco a poco pasó. No es que tuviera un estómago delicado, pero aquel olor... ¡Dios! Recupérate. Puede que haya mas por ahí...
La sala en la que había entrado estaba compuesta completamente por maderas oscuras y se hallaba en silencio. Por unos instantes, sólo percibió el sonido del latido de la sangre en sus oídos. Bajó la vista al cuerpo que yacía a sus pies y se preguntó qué era, qué había sido. Había sentido su aliento cálido y apestoso en su propio rostro. No era un cadáver reanimado, aunque lo pareciese. Decidió que aquello no tenía importancia. A todos los efectos pertinentes, era un zombi. Había intentado morderlo, y criaturas como aquélla ya habían devorado una parte de la población de Raccoon City. Tenía que encontrar un camino de regreso hacia el resto del grupo, y tenían que salir de allí todos juntos para conseguir ayuda. No disponían de la potencia de fuego suficiente para hacer frente a aquella situación ellos solos. Sacó el cargador vacío de la pringosa arma y lo sustituyó por otro lleno. Sintió que se le encogía el pecho por la tensión: sólo le quedaban quince balas. Tenía un cuchillo Bowie5 pero la idea de enfrentarse a un zombi sólo con un cuchillo no le atraía en absoluto. A su derecha había una puerta de aspecto sencillo. Chris tiró del pomo, pero estaba cerrada con llave. Se quedó mirando el cerrojo, y no le sorprendió ver que en él había un pequeño grabado con la forma de lo que parecía ser una armadura. Espada, armadura... Desde luego, aquello estaba relacionado de alguna manera. Avanzó a lo largo de la amplia sala, atento al menor ruido y realizando frecuentes inspiraciones profundas por la nariz. Los restos de podredumbre que le cubrían el chaleco y las manos hacían difícil detectar la presencia de algún otro mediante el olfato, ya que el olor lo cubría por completo, pero podía ser la única oportunidad de evitar otro encuentro tan cercano.
La sala se abría a la izquierda y Chris dobló la esquina con rapidez, mientras cubría toda la zona, recubierta de madera, con su Beretta. Una columna de apoyo obstaculizaba ligeramente su línea de visión, pero pudo discernir claramente la espalda de un hombre justo detrás de ella. Sus hombros caídos y sus ropas manchadas y andrajosas indicaban que era otra de aquellas criaturas. Chris se dirigió ligeramente hacia la derecha para poder disparar con mayor precisión. El zombi estaba a unos trece o catorce metros de él, pero no quería desperdiciar sus últimos proyectiles. La criatura comenzó a girar arrastrando los pies cuando oyó el ruido de las botas de Chris sobre el duro suelo de madera. Se movía con tal lentitud que Chris dudó, al ver el modo en que avanzaba. Éste parecía haber sido sumergido en una delgada capa de baba. La débil luz se reflejaba en su brillante piel mientras se balanceaba torpemente hacia Chris. El ser levantó lentamente los brazos mientras su cabeza sin pelo colgaba de su mecido cuello sobre uno de sus hombros. Avanzó en silencio, con el único sonido del arrastrar de sus pies. Chris retrocedió un paso hacia la izquierda, y el zombi cambió la dirección de su marcha, girando hacia él ansiosamente, acortando la distancia que los separaba con su lento andar.
Igual que en las películas: peligrosos pero torpes. Y fáciles de dejar atrás a la carrera...
Tenía que ahorrar munición por si llegaba a darse el caso de que quedara acorralado. Vio unas escaleras al final de la estancia, y Chris respiró profundamente preparándose para echar a correr. Dio otro paso atrás para disponer de espacio suficiente... Oyó un suave quejido a su espalda. Una nueva oleada de hedor rancio invadió su olfato. Se giró, aunque sabía qué encontraría aun antes de verlo. El zombi estaba a pocos metros de él y se aproximaba lentamente, mientras trozos de sus podridas entrañas salían por su destrozado abdomen. No lo había matado, no había esperado lo suficiente para asegurarse, y su estupidez estaba a punto de costarle la vida.
¡Oh, mierda! Chris salió corriendo por el pasillo y esquivó a ambos mientras se maldecía a sí mismo por su torpeza. Pasó al lado de la gruesa columna y, casi había llegado a las escaleras cuando se detuvo en seco al darse cuenta de lo que le esperaba en su extremo superior. Sólo captó fugazmente a la descarnada criatura antes de darse la vuelta para hacerles frente a los atacantes que se tambaleaban hambrientos en su dirección.
Un suspiro gorgoteante y el arrastrar de unos pasos procedentes de las sombras bajo la escalera le indicaron la presencia de otro zombi. Estaba atrapado, no podría matarlos a todos de ninguna manera...
¡Una puerta!
Estaba a un lado de las escaleras. Su madera oscura se confundía tanto con las sombras que era difícil verla. Chris corrió hacia ella y agarró el pomo, rezando para que estuviera abierta mientras las criaturas cerraban el círculo alrededor de él. Si estaba cerrada con llave, era hombre muerto.
Rebecca Chambers jamás había tenido tanto miedo en sus dieciocho años. Había oído durante lo que le parecía una eternidad los suaves ruidos de carnes putrefactas rozándose con la madera de la puerta, todo ello mientras intentaba desesperadamente idear un plan para escapar y su miedo crecía y crecía. La puerta no tenía cerradura, y había perdido su pistola en la aterrorizada carrera que los había llevado hasta la casa. En la pequeña habitación de almacenaje, aunque bien provista de materiales químicos y montones de papeles, no había encontrado otra cosa para defenderse que un bote de repelente para insectos medio vacío. Sostenía aquel objeto con fuerza en la mano, apostada detrás de la puerta de la pequeña habitación. Si los monstruos descubrían finalmente cómo utilizar el pomo de la puerta había decidido rociarle las caras con el insecticida y luego echar a correr.
Quizá comiencen a reírse con tanta fuerza que tendré una oportunidad de escapar. Repelente para bichos, qué gran arma…
Había oído ruidos que le parecieron disparos en algún lugar cercano, pero no se habían repetido. Tenía la esperanza de que fuera uno de los miembros de su equipo, pero a medida que los segundos pasaban, perdió aquella esperanza. Comenzó a pensar seriamente en que era la única superviviente justo cuando la puerta se abrió de golpe y una figura boqueante entró en la habitación.
Rebecca no dudó ni por un instante. Dio un paso adelante y apretó el botón del aparato, lanzando una nube de rocío químico contra el rostro del supuesto atacante al mismo tiempo que se preparaba para echar a correr y...
—¡Aaaarghh!
La figura gritó y retrocedió de un salto hacia la puerta, cerrándola de golpe. Se cubrió los ojos y empezó a toser. No era un monstruo: acababa de dejar fuera de combate a uno de los miembros del equipo Alfa. ¡Oh no! Rebecca se puso inmediatamente a rebuscar en su equipo médico de emergencia, y su inmensa sensación de alivio por ver a otro miembro de los STARS pugnaba con la enorme vergüenza que sentía en aquel instante.
Manoteó en busca de un trapo limpio y una pequeña botella rociadora de agua mientras se acercaba a él.
—Mantén los ojos cerrados. No te los frotes con las manos.
El Alfa dejó caer las manos y Rebecca pudo verle el rostro enrojecido. Lo reconoció instantáneamente: era Chris Redfield, no sólo el tipo más atractivo del equipo de los STARS, sino además su superior. Sintió cómo se le enrojecía la cara y por un momento se alegró de que no pudiera verla. Bien hecho, Rebecca. Así se hace para lograr dar la mejor impresión posible en tu primera misión. Pierdes tu pistola, te pierdes, y para colmo dejas ciego a un compañero...
Lo condujo hasta un pequeño catre que había en una esquina de la habitación y lo hizo sentarse, dejándose llevar por el entrenamiento que había recibido.
—Echa la cabeza hacia atrás. Esto te va a escocer un poquito, pero sólo es agua, ¿de acuerdo?
Le aplicó el trapo húmedo en los ojos, muy aliviada de no haberle rociado la cara con algo peor.
—¿Qué era eso que me echaste? —preguntó Chris mientras parpadeaba rápidamente. Las lágrimas y el agua corrían por su cara, pero no parecía haber sufrido nada grave en la vista.
—Ehh, insecticida. Han arrancado la etiqueta, pero probablemente su principal compuesto activo es permefrina, un irritante, pero el efecto no debería durar demasiado. Perdí mi pistola, y cuando entraste pensé que eras uno de esos monstruos, aunque si todavía no se han imaginado cómo funciona un pomo de puerta, supongo que probablemente no...
Se dio cuenta de que estaba balbuceando y hablando de forma incontrolada, de modo que se calló inmediatamente y terminó de remojar los ojos antes de dar un paso atrás. Chris se enjugó la cara y la miró con unos ojos inyectados en sangre.
—Rebecca... Chambers, ¿verdad?
Ella asintió cabizbaja.
—Sí. Mira, lo siento mucho...
—No te preocupes —interrumpió él, y le sonrió—. La verdad es que como arma no está nada mal.
Se puso en pie y echó un vistazo alrededor. Frunció el entrecejo al ver mejor la pequeña habitación. Tampoco es que hubiera mucho que ver: un baúl abierto lleno de papeles, una estantería repleta de botellas con productos químicos pero sin etiqueta de ninguna clase, un pequeño camastro y una mesilla de escritorio. Estaba claro que Rebecca lo había registrado en busca de un arma contra aquellas criaturas.
—¿Qué ha pasado con el resto de tu equipo? —le preguntó.
Rebecca meneó la cabeza.
—No lo sé. Algo le ocurrió al helicóptero y tuvimos que posarnos. Nos atacaron unos animales, una especie de perros y Enrico nos dijo que corriéramos para ponernos a cubierto.
Se encogió de hombros y, de repente, se sintió como si tuviera doce años.
—Yo... di vueltas por el bosque y acabé delante de la puerta principal de este sitio. Creo que otro de los de mi equipo la echó abajo, porque estaba abierta cuando llegué a ella...
Bajó la voz hasta callarse, y apartó los ojos de la intensa mirada de Chris. De todas maneras, el resto era probablemente bastante obvio: había perdido su arma, se había perdido y había acabado en aquel lugar. En resumen: una actuación bastante penosa.
—Eh —dijo él en voz baja—. No podías haber hecho nada más. Enrico te ordenó echar a correr, y tú echaste a correr. Te limitaste a obedecer sus órdenes. Esas criaturas de ahí eran... los zombis, están por todos lados. Yo también me he perdido, y los demás miembros del equipo Alfa puede estar en cualquier lugar. Hazme caso, si has logrado llegar sana y salva hasta aquí...
Uno de los monstruos del exterior lanzó un aullido grave y lastimero, y Chris dejó de hablar inmediatamente, y su rostro adquirió una expresión grave. Rebecca se estremeció.
—¿Qué hacemos ahora?
—Vamos a buscar a los demás y a intentar descubrir una manera de salir de aquí. —Lanzó un suspiro mientras miraba la pistola—. El caso es que tú no tienes arma, y yo casi no tengo munición...
Rebecca abrió los ojos de alegría y metió la mano en un bolsillo de su pantalón de combate. Sacó dos cargadores completos y se los entregó, encantada de poder hacer algo útil por él.
—¡Ah! También he encontrado esto en la mesa —Sacó de su bolsillo una llave plateada con el grabado de una espada. No sabía qué puerta abriría, pero pensé que podía ser útil.
Chris se quedó mirando pensativamente la llave y luego se la metió en uno de sus propios bolsillos. Se acercó hasta el baúl abierto y miró los montones de papeles. Se agachó para empezar a rebuscar entre ellos y frunció el entrecejo.
—Tú estudiaste bioquímica, ¿verdad? ¿Le has echado un vistazo a todo esto?
Rebecca se acercó hasta él.
—Apenas. He estado muy ocupada vigilando la puerta.
Él levantó el brazo y le entregó una de las hojas de papel. Rebecca la leyó rápidamente. Era una lista de neurotransmisores acompañada de unos indicadores de nivel.
—Química cerebral —dijo ella en voz alta—. Pero estas cifras deben estar equivocadas. La serotonina y la noradrenalina son demasiado bajas... Y fíjate en esto: la dopamina esta fuera de la tabla. Este tipo es un perturbado de los grandes...
Advirtió la incrédula mirada en la cara de Chris y se limitó a esbozar una sonrisa. Era una licenciada universitaria de dieciocho años, así que estaba acostumbrada a miradas como aquélla. Los STARS la habían reclutado inmediatamente después de la graduación, y le habían prometido un equipo de investigadores y un laboratorio propio para estudiar biología molecular, su auténtica pasión. Bueno, eso suponiendo que superase el entrenamiento básico y adquiriera un poco de experiencia de campo. Nadie más había mostrado interés en contratar a una chica como ella... Oyó el sonido del choque de un cuerpo contra la puerta: su sonrisa desapareció. Desde luego, estaba adquiriendo experiencia. Chris sacó de nuevo la llave con la espada grabada y miró fijamente a Rebecca.
—He pasado por delante de una puerta que tenía grabada una espada en su cerradura, justo encima del agujero de una llave. Voy a comprobar si esta llave la abre y a ver si lleva hasta la sala principal de entrada. Quiero que te quedes aquí y que leas todos esos informes. Quizás encuentres algo de utilidad.
La inquietud que sintió al oírlo debió de reflejarse en su cara, porque él bajó la voz y sonrió ligeramente para darle ánimos….
—Tengo mucha munición, gracias a ti, y no tardaré en volver.
Ella asintió mientras se esforzaba por relajarse. Estaba atemorizada, pero mostrarle el miedo que sentía no iba a ayudar en nada a Chris. Probablemente también él estaba bastante atemorizado. Se dirigió hacia la puerta mientras seguía hablando.
—La policía de Raccoon City llegará en cualquier momento, así que, si no vuelvo, quédate aquí esperando.
Alzó su arma con una mano y con la otra agarró el pomo de la puerta.
—Prepárate. En cuanto salga de aquí, coloca el baúl delante de la puerta. Te daré un grito en cuanto vuelva.
Rebecca volvió a asentir, y Chris abrió la puerta tras lanzarle una última y rápida sonrisa. Antes de salir, miró a ambos lados, y Rebecca cerró la puerta pegando la cabeza a ella. Se quedó escuchando unos instantes. Durante unos cuantos segundos no oyó nada, y después sintió una descarga de cinco o seis disparos. Luego todo quedó en silencio de nuevo. Tardó unos cuantos minutos en mover finalmente el baúl para bloquear la puerta; lo apoyó en la parte de las bisagras, para poder quitarlo de en medio con facilidad. Se arrodilló delante de él mientras intentaba aclarar sus pensamientos. Comenzó a revisar los papeles, procurando no sentirse tan joven e insegura como se sentía en aquel momento. Suspiró. Finalmente, sacó un fajo de hojas y empezó a leer.
Capítulo 7
Abrir la cerradura fue cosa de niños. Era un mecanismo simple de tres piezas en línea. Jill podría haberla abierto con un par de clips para papeles. Según el mapa del ordenador de Trent, la puerta daba a un amplio pasillo... Allí estaba. Echó otro vistazo a la pantalla del pequeño ordenador y lo guardó de nuevo, pensativa. Al parecer, existía una ruta de salida hacia la parte de atrás de la casa, que atravesaba varios pasillos y salas, situada más allá de una serie de habitaciones. Podría buscar a Wesker y a los demás por el camino y, quizás, asegurar la ruta de escape al mismo tiempo. Entró en el pasillo con la Beretta completamente cargada. Era un muestrario de rarezas. El pasillo en sí no le llamó la atención: la moqueta y el papel de las paredes eran de color marrón y beige, y las amplias ventanas sólo mostraban la oscuridad que reinaba en el exterior. Sin embargo, las cajas de los muestrarios alineadas a lo largo de la pared interior... En total había tres, y encima de cada una, una pequeña lámpara iluminaba su interior, mostrando una amplia variedad de huesos humanos blanqueados colocados en estanterías, mezclados con otros objetos oscuros más pequeños. Jill recorrió el pasillo deteniéndose un momento ante cada una de las cajas para mirar aquel extraño espectáculo. Allí había cráneos, huesos de brazos y piernas, manos y pies. Correspondían al menos a tres esqueletos completos, y junto a los huesos se veían plumas, cuentas, cintas de cuero retorcidas... Jill cogió una de las cintas de cuero en su mano, pero la dejó enseguida de nuevo en su sitio y se frotó los dedos en los pantalones. No estaba segura, pero le pareció que aquello tenía el mismo tacto que tendría una piel humana curtida, rígida y al mismo tiempo ligeramente grasienta... ¡Cliiiang! La ventana situada a sus espaldas se partió en mil pedazos; una silueta ágil y musculosa saltó al pasillo gruñendo y arqueando las mandíbulas. Era uno de los perros mutantes asesinos, con los ojos tan rojos como su goteante cuerpo. Se deslizó directamente hacia ella, y sus dientes relucieron con el mismo brillo peligroso que el cristal de la destrozada ventana que todavía estaba cayendo al suelo.
Jill se metió entre dos de las cajas y abrió fuego. El ángulo de disparo fue demasiado bajo, y la bala se estrelló contra el suelo de madera, haciendo saltar astillas que no detuvieron al perro, que se abalanzó de un salto contra ella lanzando un ronco gruñido. La golpeó en las piernas y la aplastó dolorosamente contra la pared, abriendo las mandíbulas para arrancarle la carne. El olor de la carne descompuesta la envolvió mientras disparaba una y otra vez, apenas consciente de que estaba gimiendo de miedo y asco, un sonido tan gutural y primitivo como los de los feroces y a la vez moribundos aullidos procedentes de aquella abominación perruna. La quinta bala, disparada directamente contra el pecho del animal, lo lanzó hacia atrás. La criatura se derrumbó en el suelo con un quejido lastimoso casi de cachorro mientras los borbotones de sangre manchaban la alfombra. Jill mantuvo la pistola apuntando contra la forma inmóvil en el suelo mientras aspiraba grandes bocanadas de aire. Las patas del perro se estremecieron de repente, y sus grandes garras desgarraron la húmeda y roja alfombra antes de quedarse definitivamente inmóviles. Jill se relajó al reconocer aquel movimiento como un espasmo de muerte: la vida había abandonado aquel cuerpo. Ella tenía varios morados, pero el perro estaba definitivamente muerto. Se quitó el flequillo de delante de los ojos y se agachó al lado de la criatura. Se fijó en especial en la extraña y visible musculatura y en sus enormes fauces. La carrera hacia la casa había sido demasiado confusa, y además prácticamente en la oscuridad, como para ver realmente bien el aspecto de los seres que habían matado a Joseph. Sin embargo, a la luz del pasillo, la primera impresión que había tenido no cambió en absoluto: parecía un perro despellejado. Se puso en pie y se alejó, vigilando atentamente las ventanas del pasillo. Era obvio que no ofrecían protección alguna frente a los peligros procedentes del exterior. El pasillo giraba bruscamente a la izquierda, y Jill se apresuró a llegar allí, pasando a la carrera al lado de los demás muestrarios macabros que decoraban toda la pared interior de aquel pasillo. La puerta que había al extremo del pasillo no estaba cerrada con llave. Daba entrada a otro pasillo, menos iluminado que el anterior, pero también menos tétrico. El neutro papel de pared de color verde grisáceo sólo estaba cubierto por pinturas de escenas campestres y paisajes rurales. No había nada asqueroso o siniestro en aquel lugar. La primera puerta a la derecha sí estaba cerrada con llave, en la placa de la cerradura vio que había grabada una armadura. Jill recordó algo que había leído en el ordenador de bolsillo, algo relativo a unas llaves de caballero, pero pensó que era mejor dejarlo a un lado por el momento. Según el mapa de Trent, al otro lado había una habitación que no llevaba a ningún lado. Además, si Wesker había pasado por allí, se supone que no iba a dejar puertas cerradas con llave a su espalda... Bien, también supusiste que Chris no desaparecería. No supongas nada en absoluto en un lugar como éste. La siguiente puerta que intentó abrir daba a un pequeño cuarto de baño con una decoración antigua, con detalles como un ventilador de techo y una bañera con cuatro patas. No se veían señales de que alguien lo hubiera utilizado recientemente. Se quedó allí en pie por un momento, en la pequeña habitación de olor rancio, respirando profundamente y sintiendo los efectos posteriores de la descarga de adrenalina del pasillo. Mientras crecía había aprendido a disfrutar de la sensación de peligro, de la emoción de entrar y salir de sitios desconocidos solo con la ayuda de un puñado de utensilios y su propio ingenio para mantenerse a salvo. Aquella sensación se había ido desvaneciendo desde que había ingresado en los STARS, perdida en la rutina diaria de reuniones de información y entrenamiento con armas; ahora había regresado, inesperada pero bienvenida. No podía engañarse a sí misma sobre la pura alegría que a menudo sentía después de enfrentarse a la muerte y salir ilesa. Se sentía... bien. Se sentía viva.
Bueno, no comencemos la fiesta todavía —le recordó su mente sarcásticamente—. ¿O has olvidado que a los STARS se los están comiendo vivos en este agujero infernal? Jill retrocedió hasta el silencioso pasillo y dobló otra esquina, preguntándose si Barry habría encontrado a Chris y si uno de los dos se habría encontrado con alguno de los Bravo. Sentía que disponía de una ventaja al tener aquel mapa, y decidió que en cuanto tuviera asegurada la ruta de escape, volvería a la sala principal y esperaría a Barry. Entre los dos podrían efectuar una búsqueda más minuciosa y rápida con el mapa de Trent. El pasillo acababa en dos puertas situadas una enfrente de otra. La que ella buscaba era la que estaba a su derecha. Probó a abrirla y se vio recompensada por el clic del pomo que hacía girar el pestillo. Entró en una sala oscura y vio a uno de los zombis. Era una silueta pálida y ominosa situada a unos tres metros de la puerta. La criatura comenzó a dirigirse hacia ella mientras levantaba el arma, emitiendo unos suaves quejidos de hambre con sus podridos labios. Uno de los brazos colgaba flácido en su costado, y aunque su hombro era un manojo de huesos asquerosos, su puño putrefacto se abría y se cerraba por el ansia mientras extendía el otro brazo hacia ella. La cabeza, apunta a la cabeza... El ruido de los disparos resonó con estrépito en la fría penumbra. El primero le voló la oreja derecha, pero el segundo y el tercero abrieron dos agujeros justo encima de las cejas. Unos oscuros fluidos comenzaron a bajar por su reseco rostro, hasta que la criatura cayó de rodillas, y sus vacíos e incansables ojos se pusieron en blanco al volverse hacia arriba. Oyó un sonido apagado de pasos arrastrándose en las sombras de la parte posterior de la habitación, justo hacia donde ella pretendía ir. Jill apuntó con su arma a la oscuridad y esperó a que aquello se acercara, con el cuerpo cargado de tensión. ¿Cuantas de estas criaturas hay por aquí? Disparó en cuanto el zombi asomó al doblar la esquina. La Beretta saltó ligeramente en sus sudorosas manos. El segundo disparo atravesó el ojo del podrido cuerpo, que se desplomó inmediatamente al suelo de madera oscura y pulida. La viscosa y pegajosa sustancia que componía su ojo descendió por su esquelético rostro. Jill se quedó a la espera, pero aparte de los crecientes charcos de sangre que se extendían por el suelo alrededor de las criaturas muertas, no se movió nada más. Respiró por la boca para evitar lo peor de aquel hedor, y se apresuró a llegar al otro lado de la estancia para luego doblar a la derecha y entrar en un estrecho y corto pasillo que daba a una oxidada puerta de metal. La abrió y un soplo de aire fresco la inundó, un olor tibio y limpio después del frío hedor parecido al de un depósito de cadáveres. Jill sonrió al percibir el ruido de las cigarras y el zumbido de los grillos en el aire nocturno. Había llegado al final de su pequeña excursión, y aunque todavía no estaba fuera, los sonidos y olores del bosque renovaron su sensación de misión cumplida. Ya tenemos un camino seguro, en la parte trasera de este lugar. Podemos dirigirnos hacia el norte, llegar hasta una de las carreteras locales y parar a alguien para que nos lleve hasta las barricadas de la policía. Salió a un sendero cubierto, compuesto por piedras verdes de mosaico rodeadas de unas altas paredes de cemento. En el techo del pasillo se abrían unos pequeños agujeros por donde circulaba el leve aroma de los pinos. La hiedra bajaba por las aberturas como un recordatorio del mundo exterior. Recorrió apresuradamente el pasaje en penumbra mientras recordaba que había visto en el mapa que al otro lado, al fondo y a la derecha, había una pequeña habitación, probablemente una cabaña de almacén... Dobló la esquina y se detuvo en seco ante otra puerta de metal de aspecto sólido. Su sonrisa se desvaneció cuando extendió instintivamente la mano hacia el pomo y se dio cuenta de que el agujero de la cerradura estaba taponado. Se agachó e inspeccionó el pequeño agujero con una de las ganzúas, pero quedó desilusionada: alguien lo había rellenado de material sellador. A la izquierda de la puerta había una especie de diagrama incrustado en el cemento y fabricado con cobre. Eran cuatro depresiones hexagonales talladas sobre la placa lisa de metal, y cada uno de los agujeros del tamaño de un puño estaba conectado con los demás por una delgada línea. Jill entrecerró los ojos para poder leer las palabras grabadas en la placa de metal, deseando tener una linterna mientras se esforzaba por descifrar las palabras. Limpió con la mano la delgada capa de polvo de las letras grabadas y lo intentó de nuevo. CUANDO EL SOL... SE PONGA EN EL OESTE Y LA LUNA SE ELEVE POR EL ESTE, LAS ESTRELLAS COMENZARÁN A BRILLAR EN EL CIELO... Y EL VIENTO SOPLARÁ HACIA EL SUELO. ENTONCES LA PUERTA DE LA NUEVA VIDA SE ABRIRÁ. Jill parpadeó. Cuatro agujeros... ¡La lista de Trent! Cuatro símbolos heráldicos, y algo acerca de una puerta de la nueva vida. Es un mecanismo de combinación para abrir la cerradura de la puerta. Coloca los cuatro símbolos heráldicos en su sitio y entonces la puerta se abre... El problema es que aún tengo que encontrar los cuatro símbolos heráldicos.
Jill probó a empujar la puerta y sintió que su esperanza se desvanecía: la puerta ni siquiera se movió dentro de su quicio. No se movió en absoluto. Tendrían que descubrir otro modo de salir de allí, a menos que encontrasen los símbolos heráldicos, lo que en un sitio como aquél podría llevar años. Un solitario aullido resonó en la lejanía, y los aullidos de los demás perros cercanos a la mansión se unieron en un coro demoníaco. Los extraños sonidos ululantes rasgaron el tranquilo silencio del bosque. Había docenas de ellos allí afuera, y Jill se dio cuenta de que la idea de escapar por la puerta trasera quizá no era tan buena después de todo. Disponía de cantidad limitada de munición, y sin duda habría más criaturas de pesadilla deambulando por los pasillos, hambrientas, arrastrando los pies en un silencio carente de inteligencia mientras buscaban su siguiente festín macabro... Lanzó un profundo suspiro y comenzó a regresar hacia la casa, temiendo volver a oler aquel hedor a muerte frío y apestoso incluso antes de entrar e intentando al mismo tiempo prepararse mentalmente para enfrentarse a los peligros que parecían acechar en todos y cada uno de los rincones. Los STARS estaban atrapados.
Chris sabía que tenía que aprovechar al máximo la poca munición de la que disponía, así que, en cuanto dejó atrás a Rebecca, cruzó a toda velocidad el oscuro pasillo, con sus botas resonando pesadamente en el suelo de madera. Todavía quedaban tres de ellos, agrupados muy cerca de las escaleras. Los esquivó con facilidad y continuó su carrera hasta cruzar la estancia y doblar una esquina. Se colocó en la típica postura de tirador en cuanto llegó a la puerta que daba acceso a la otra sala: bien apoyado en las piernas, una mano sosteniendo a la otra y el dedo en el gatillo. Los zombis aparecieron uno por uno, doblando la esquina, gruñendo y tambaleándose torpemente. Chris apuntó con cuidado, mantuvo la respiración pausada, se concentró… Apretó el gatillo y envió dos proyectiles a través de la gangrenosa nariz de la primera criatura. Disparó un tercer proyectil justo en el centro de la frente del segundo zombi. Los fluidos cerebrales y el tejido blando salpicaron la pared de madera que había detrás de ellos cuando los proyectiles atravesaron sus cabezas. Acertó sus disparos contra el tercer zombi cuando los otros dos todavía no habían terminado de caer al suelo. Se oyeron dos nuevas explosiones apagadas y el entrecejo de la criatura se hundió hacia el interior de su cabeza, para luego desplomarse como el saco de huesos que era. Chris bajó su Beretta mientras sentía una oleada de orgullo. Era un tirador de primera clase, incluso tenía un par de premios que lo demostraban, pero siempre era agradable comprobar lo que era capaz de hacer si disponía del tiempo suficiente para apuntar. Su puntería al disparar mientras desenfundaba no era tan buena. Ésa era la especialidad de Barry. Extendió la mano hacia el pomo de la puerta, espoleado por el recuerdo de todo lo que estaba en juego. Supuso que cada uno de los miembros del equipo Alfa sería capaz de cuidar de sí mismo, y que tenían las mismas oportunidades de sobrevivir que él, pero ésta era la primera operación de Rebecca, y ella ni siquiera tenía un arma. Tenía que sacarla de aquel lugar. Regresó a la estancia de suave luz y papel de pared verde y echó un vistazo en ambas direcciones. Más allá, el pasillo estaba envuelto en la oscuridad, por lo que no tenía modo alguno de saber si no había peligro allí.
A su derecha estaba la puerta con la espada grabada en la placa de la cerradura, y el primer zombi contra el que había disparado, tendido en el suelo en una posición grotesca y sin vida. Chris se sintió agradecido al ver que la figura no se había movido en absoluto. Al parecer, los tiros en la cabeza eran realmente la mejor manera de cargarse a un zombi, justo lo mismo que ocurría en las películas. Chris se dirigió hacia la puerta en cuestión, mientras apuntaba con su pistola a la derecha, luego a la izquierda y de nuevo a la derecha: ya había tenido suficientes sorpresas por un día. Tras comprobar que no había nadie en la pequeña abertura que había enfrente de la puerta; sacó la pequeña llave y la introdujo en la cerradura. Giró sin problemas. Chris entró en un pequeño dormitorio, sólo un poco mejor iluminado que el pasillo, puesto que únicamente había una pequeña lámpara en el escritorio de una esquina. No había peligro a la vista, a no ser que estuviera oculto debajo del pequeño camastro... o en el estrecho armario situado frente a él. Se estremeció y cerró la puerta tras de sí. Aquéllos eran los primeros temores de cualquier niño, y también habían sido los suyos: monstruos en el armario y seres que se ocultaban bajo la cama, a la espera de algún niño imprudente al que agarrar por el tobillo... Oye, ¿cuantos años tienes ahora? Chris se quitó de la mente aquellos temores producidos por los nervios y se avergonzó de sus desvaríos imaginativos. Recorrió lentamente en círculos la habitación, mientras buscaba con la vista cualquier objeto que pudiera ser útil. No había ninguna otra puerta ni nada semejante que llevara de regreso a la sala principal, pero quizá podría encontrar un arma mejor para Rebecca que el bote de insecticida. Aparte de una mesa de madera de roble y una estantería con libros, en la habitación sólo había una pequeña cama sin tender y una mesa escritorio. Le echó un rápido vistazo a los libros, luego pasó de los pies de la cama a la mesa escritorio. Había un cuaderno al lado de la lámpara, y aunque el escritorio estaba cubierto por una capa de polvo era evidente que alguien había utilizado el diario hacía relativamente poco tiempo. Chris lo tomó intrigado y lo abrió por las últimas páginas.
Quizás encontraba una pista sobre lo que estaba ocurriendo. Se sentó en el borde de la cama y comenzó a leer.
9 de mayo, 1998: he jugado al póker esta noche con Scout y Alias de Seguridad, y con Steve de Investigación. Steve ha ganado una pasta, pero creo que hacía trampas. Cabrón.
Chris sonrió ligeramente al leer aquello. Pasó a la siguiente anotación y la sonrisa se le heló en los labios, y su corazón perdió un latido.
10 de Mayo, 1998: uno de los jefazos me ha encargado que me ocupe de un nuevo experimento. Tiene todo el aspecto de un gorila despellejado. Las instrucciones sobre su alimentación especifican que se le den animales vivos. Cuando le metí en la jaula un cerdo, pareció que la criatura se ponía a jugar con él..., le arrancó las extremidades una por una y lo despanzurró antes de ponerse realmente a comer.
¿Experimento? ¿Podría ser que el que escribiera aquello se refiriese a los zombis? Chris continuó leyendo, animado por el descubrimiento. Era obvio que el diario pertenecía a alguien que trabajaba allí, lo que significaba que el encubrimiento de los casos iba más allá de lo que él mismo imaginaba.
11 de Mayo, 1998: Scott me despertó alrededor de las cinco de la mañana. Me acojonó vivo. Llevaba puesto uno de esos trajes protectores que parecen un traje espacial. Me entregó otro igual y me ordenó que me lo pusiera. Me dijo que se había producido un accidente en el laboratorio subterráneo. Sabía que pasaría algo así. Esos capullos de investigación jamás descansan, ni siquiera de noche.
12 de Mayo, 1998: he llevado el maldito traje espacial desde ayer. La piel se me está poniendo rasposa y me pica todo el cuerpo. Los puñeteros perros me han mirado de una forma muy rara hoy, así que he decidido no darles de comer. Que se jodan.
13 de Mayo, 1998: he ido a la enfermería porque tengo la espalda hinchada y me pica mucho. Me han puesto un gran vendaje y me han dicho que ya no hace falta que lleve el traje protector. Sólo quiero dormir.
14 de Mayo, 1998: encontré otra pústula en el pie esta mañana. Acabé arrastrando el pie todo el camino hasta la jaula de los perros. Habían estado tranquilos todo el día, lo que es bastante raro. Entonces, me di cuenta de que algunos de ellos se habían escapado. Si alguien lo descubre, me costará la cabeza.
15 de Mayo, 1998: mi primer día libre después de mucho tiempo y me siento hecho una mierda. Decidí ir a visitar a Nancy de todas maneras, pero los guardias me detuvieron cuando intenté salir de la mansión. Me dijeron que la compañía ha ordenado que nadie abandone el lugar. Ni siquiera puedo llamar por teléfono. ¡Han arrancado todos los cables! ¿Qué clase de situación de mierda es ésta?
16 de mayo, 1998: se rumorea que uno de los investigadores intentó escapar ayer por la noche y fue acribillado a balazos. Siento calor en todo el cuerpo, además de picores, y me paso todo el tiempo sudando. Me he rascado un bulto del brazo y se ha desprendido todo un trozo de carne podrida. No he vomitado hasta que me he dado cuenta de que el olor me daba hambre…
La escritura comenzaba a ser temblorosa. Chris dio vuelta a la página y apenas pudo entender las últimas líneas, ya que las palabras estaban colocadas casi al azar por toda la página.
19 de Mayo, 1998: no fiebre, pero pica. Hambre… comida de perros. Pica, pica. Scott cara fea, pero mate. Sabroso.
4 / / PICA. SABROSO.
Las demás páginas estaban en blanco. Chris se puso en pie y se metió el diario en el chaleco mientras sus pensamientos corrían a toda velocidad. Por fin algunas de las piezas de aquel rompecabezas comenzaban a encajar: investigaciones secretas en una residencia secreta, un accidente en un laboratorio escondido, un virus o algún otro tipo de infección que escapó de todo control y que transformó a la gente que trabajaba allí, convirtiéndolos en muertos vivientes devoradores de carne... Y algunos de ellos lograron escapar. Los asesinatos y las desapariciones en Raccoon City comenzaron a finales de mayo, coincidiendo con los efectos del «accidente». La cronología de los hechos coincidía. Pero ¿qué clase de experimentos estaban efectuando exactamente aquellos investigadores, y cuál era la implicación real de Umbrella en ellos? ¿Cuan implicado estaba Billy? No quería pensar en ello, pero mientras intentaba olvidarse de aquel pensamiento, se le ocurrió otro: ¿qué pasaría si la zona todavía era contagiosa? Se apresuró a abrir la puerta, repentinamente ansioso por informar a Rebecca de lo que había descubierto. Gracias a su entrenamiento, ella sería capaz de imaginar lo que había quedado suelto por toda la mansión procedente del laboratorio secreto. Chris tragó saliva con dificultad. Puede que en ese mismo instante, tanto él como los restantes STARS estuviesen infectados.
Capítulo 8
Después de que Jill y Barry se hubieran marchado cada uno por su lado, Wesker permaneció agazapado y pensativo detrás de la balaustrada de la sala principal. Sabía que la cuestión del tiempo era esencial, pero quería delimitar unas cuantas posibilidades antes de comenzar a actuar. Ya había cometido unos cuantos errores, y no quería cometer ninguno más. Los Alfas del grupo Raccoon eran miembros bastante inteligentes, por lo que su margen de error era realmente estrecho. Había recibido sus órdenes hacía ya un par de días, pero no había esperado encontrarse en condiciones de llevarlas a cabo tan pronto. El aterrizaje forzoso del helicóptero del equipo Bravo había sido pura casualidad, lo mismo que el repentino ataque de cobardía de Brad Vickers. Aun así, tendría que haber estado más preparado. Verse sorprendido así, con los pantalones bajados, era tan... tan poco profesional.
Suspiró y dejó aquellos pensamientos a un lado. Ya habría tiempo más tarde para recriminarse sus errores. No había esperado acabar allí, pero allí estaba, y cabrearse consigo mismo por la falta de previsión no iba a cambiar nada. Además, todavía quedaba mucho por hacer. Conocía los terrenos de la propiedad bastante bien, y el de los laboratorios como la palma de su propia mano, pero solo había estado en el interior de la mansión unas cuantas veces y no había vuelto a pasar por allí desde que había sido «oficialmente» transferido a Raccoon City. El lugar era un laberinto, diseñado por un arquitecto por encargo de un loco. Spencer estaba mal de la chaveta, de eso no había duda, y había ordenado construir la casa con infinidad de pequeños mecanismos con trampa, con un montón de estupideces de «espías» tan populares en los últimos años sesenta. Todas esas estupideces de espía van a multiplicar por dos la dificultad real de la misión. Llaves ocultas; túneles secretos... Es igual que si estuviese atrapado en una película de espionaje, incluidos los científicos locos y el reloj que hace tictac con la cuenta atrás… Su plan inicial había consistido en llevar tanto al equipo Alfa como al equipo Bravo al interior de los terrenos de la mansión Spencer para pasar luego a la mansión propiamente dicha y limpiar la zona antes de bajar a los laboratorios inferiores y acabar allí con el asunto. Tenía las llaves maestras y todos los códigos, por supuesto. Los habían enviado junto con las órdenes, y todo ello abriría la inmensa mayoría de las puertas de la mansión. El problema consistía en que no existía una llave para la puerta que llevaba al jardín, ya que tenía una cerradura de rompecabezas, y en aquellos momentos era la única vía de entrada a los laboratorios, aparte de caminar un buen rato por el bosque. Que es algo que no pienso hacer. Los perros se lanzarían encima de mí antes de que diera dos pasos, y si los 121 han logrado escapar… Wesker se estremeció al recordar el incidente con uno de los guardias novatos. Se había acercado demasiado a una de sus jaulas, de eso hacía ya un año más o menos. El chico había muerto antes incluso de que le diera tiempo a abrir la boca para pedir auxilio. Wesker no tenía la menor intención de salir de nuevo al exterior sin un ejército que le respaldara. El último contacto con la mansión se había producido seis semanas antes. Había sido una llamada histérica de Michael Dees a uno de los ejecutivos superiores de las oficinas principales de White Umbrella. El médico había aislado la mansión ocultando las cuatro piezas del rompecabezas en un inútil intento de impedir que los portadores del virus entraran en la casa. Para entonces, todos estaban infectados y sufrían una especie de manía paranoica, uno más de los encantadores efectos secundarios del virus. Sólo Dios sabía los mecanismos ocultos y las trampas que los investigadores de los laboratorios habían fastidiado mientras perdían lentamente la razón… Dees no había sido una excepción, aunque había logrado mantener la cordura durante más tiempo que sus compañeros. Tenía que ver algo con el metabolismo individual de cada persona, eso le habían dicho a Wesker. La compañía ya había decidido efectuar una limpieza completa, aunque le habían asegurado al balbuceante científico que la ayuda ya se encontraba en camino. Wesker se había reído con ganas a costa de aquello. Los chicos de la gerencia no iban a arriesgarse de modo alguno a que la infección se propagase. Se habían quedado muy quietecitos durante dos meses permitiendo que Raccoon City sufriera las consecuencias mientras el virus perdía gradualmente su potencia, y después lo habían enviado a él para que solucionara aquel follón, que era bastante considerable en aquel momento. El capitán pasó sus dedos inconscientemente por la suave alfombra mientras intentaba recordar los detalles de la reunión durante la que le habían informado sobre la llamada de Dees. Le gustase o no, tendría que encargarse de todo aquella misma noche. Tendría que recoger todas las pruebas y llegar hasta el laboratorio, y eso implicaba encontrar las piezas de la cerradura de rompecabezas. El habla de Dees había sido prácticamente incoherente, y contaba cosas sobre cuervos asesinos y arañas gigantes, pero había insistido una y otra vez en que las llaves heráldicas para la cerradura de rompecabezas «estaban ocultas donde sólo Spencer podría encontrarlas», y aquello sí tenía sentido. Todos los que trabajaban en la casa conocían la atracción de Spencer por los mecanismos secretos. Por desgracia para él, Wesker no se había preocupado por conocer nada sobre la mansión, ya que nunca pensó que necesitaría la información. Recordaba alguno de los escondrijos más pintorescos: le vino a la memoria la estatua del tigre con los ojos de distinto color, lo mismo que la habitación llena de armaduras con el gas y la habitación secreta en la biblioteca... Pero no tengo tiempo de pasar por todos esos sitios...
Wesker sonrió de repente y se levantó, sorprendido de no haber pensado antes en ello. ¿Quién decía que tenía que pasar él mismo? Había dejado a un lado a los STARS para trazar un nuevo plan y buscar las cuatro piezas heráldicas, pero no había razón alguna por la que él tuviera que hacerlo todo. Chris no era viable, era demasiado lanzado y temerario, y a Jill todavía no la conocía lo suficiente. Sin embargo, Barry... Barry Burton era un hombre de familia, y tanto Jill como Chris confiaban en él.
Y mientras ellos se dedican a pasearse por la casa, yo puedo poner en marcha el mecanismo de autodestrucción y salir pitando de aquí. Misión cumplida. Wesker, todavía sonriendo, se dirigió a la puerta que llevaba a la balaustrada de la sala comedor, y se sintió sorprendido al descubrir que estaba deseando comenzar aquella pequeña aventura. Era su oportunidad de poner a prueba sus habilidades frente a los restantes miembros del equipo y frente a los involuntarios sujetos infectados que sin duda todavía estaban rondando por el lugar, por no mencionar el viejo Spencer en persona. Y si lograba salir adelante, sería un hombre muy rico. Puede que incluso aquella misión fuera divertida.
Capítulo 9
¡AAk!
Jill apuntó rápidamente hacia el lugar de donde procedía el lastimero grito, que resonó por toda la estancia al tiempo que la puerta se cerraba detrás de ella. Fue entonces cuando vio qué había lanzado aquel grito, y se tranquilizó. Pero sonriendo con nerviosismo.
¿Qué demonios están haciendo aquí?
Todavía estaba en la parte trasera de la casa, y había decidido echar un vistazo a algunas de las demás estancias antes de comenzar a regresar a la sala principal. La primera puerta que había probado a abrir estaba cerrada con llave. Se había fijado que en la placa de la cerradura había grabado el casco de una armadura. Sus ganzúas no habían servido de nada. La cerradura era de un tipo que jamás había visto antes, así que decidió probar suerte en la puerta que estaba enfrente, al otro lado de la estancia. Se había abierto con facilidad, y había entrado preparada para enfrentarse a cualquier situación... aunque lo que menos se esperaba era ver una bandada de cuervos, posados a lo largo de la barra de apoyo de las lámparas que iluminaban la estancia y que cubría toda la longitud del techo de la habitación. Otro de los grandes pájaros lanzó un graznido lastimoso y Jill se estremeció al oírlo. Había al menos una docena de ellos, limpiándose las plumas con el pico y vigilándola con ojos brillantes como cuentas de vidrio mientras ella registraba rápidamente la habitación en busca de alguna posible amenaza: no apareció ninguna.
La cámara en la que había entrado tenía forma de «U», y su temperatura era quizás un poco más baja que la del resto de la casa. No había ningún mueble en ella. Era una sala de exposiciones, y en su pared interior sólo se veían retratos y paisajes. El gastado suelo de madera estaba salpicado de plumas negras aquí y allá entre los montones de restos secos de las deposiciones de los cuervos. Jill se preguntó de nuevo cómo habrían logrado entrar los cuervos en aquel lugar y cuánto tiempo llevarían allí. Desde luego, su aspecto tenía algo extraño. Parecían mucho más grandes que los cuervos normales, y la observaban con una intensidad que tenía algo de... que era casi antinatural. Jill volvió a estremecerse y se dio la vuelta hacia la puerta. No había nada importante en aquella estancia, y los pájaros la estaban atemorizando. Ya era hora de largarse.
Echó un vistazo a los cuadros, en su mayoría retratos, mientras se dirigía a la salida, y se fijó en que había interruptores debajo de los grandes marcos. Supuso que eran para iluminar mejor los cuadros, aunque no tenía muy claro por qué alguien se había molestado en instalar una galería de exposición tan completa para unos cuadros tan mediocres. Un bebé, un hombre joven... No es que fueran malos, pero tampoco nada del otro mundo. Se detuvo cuando tocó el frío metal del pomo de la puerta y frunció el entrecejo. Había un pequeño panel de control situado a la altura de los ojos y a la derecha de la puerta, con un cartelito que indicaba «luces». Pulsó uno de los botones y la luz de la habitación disminuyó cuando una de las lámparas se apagó. Varios de los cuervos graznaron su desacuerdo y aletearon. Jill volvió a encender la luz mientras pensaba. Si éstos son los interruptores de las luces, entonces, ¿para qué son los botones que hay debajo de los cuadros? Quizás había algo más en la habitación de lo que ella pensaba. Se dirigió al primer cuadro que había cerca de la puerta. Era una gran pintura que representaba a varios ángeles volando al lado de nubes atravesadas por rayos de sol. El título era «De la cuna a la tumba». No había ningún interruptor debajo del cuadro, así que Jill se dirigió al siguiente. Éste era el retrato de un hombre de edad madura, con los rasgos de la cara hundidos por el agotamiento, en pie cerca de una chimenea decorada. Por el corte del traje y por el peinado calculó que había sido pintado a finales de los años cuarenta o a principios de los cincuenta. Debajo del cuadro había un simple botón de encendido-apagado, sin indicación alguna. Jill movió de izquierda a derecha y se produjo un chasquido eléctrico... Los cuervos situados detrás de ella explotaron en un estallido de movimiento chirriante, alzándose todos a la vez de la barra que les servía como percha. Lo único que oyó fue el batir de sus alas negras y la súbita y enloquecida ferocidad de sus graznidos mientras se abalanzaban sobre ella. Jill echó a correr. La puerta parecía encontrarse a un millón de kilómetros, y Jill sintió que su corazón le saldría por la boca. El primero de los cuervos la alcanzó en el instante en que agarraba el pomo de la puerta con una mano. Sus garras le arañaron la suave piel de la nuca, y sintió un agudo dolor detrás de la oreja derecha. Jill manoteó contra las plumas que le azotaban las mejillas, lanzando gritos mientras los feroces graznidos la rodeaban. Palmeó el aire a su espalda y se vio recompensada por un súbito graznido de sorpresa. El pájaro se alejó de ella, dejándola tranquila por un momento.
Demasiados, tengo que salir, salir, SALIR... Abrió de golpe la puerta y cayó de bruces en el pasillo. Le dio una patada a la puerta para cerrarla en cuanto estuvo en el suelo. Permaneció allí tendida por unos instantes, mientras recuperaba el aliento y disfrutaba del frío silencio del pasillo a pesar del hedor a zombi. Ninguno de los cuervos había logrado salir. Cuando su ritmo cardíaco volvió más o menos a la normalidad, se sentó y se tocó cuidadosamente la herida que tenía detrás de la oreja. Sus dedos tocaron humedad, pero no parecía demasiado grave. La sangre ya se estaba coagulando: había tenido suerte. Pensó en lo que podría haber ocurrido si hubiese tropezado y se hubiese caído al suelo...
¿Por qué la había atacado? ¿Qué le había ocurrido al pulsar el botón del cuadro?
Recordó el chasquido eléctrico que sonó cuando lo pulsó, el sonido de una chispa... ¡La barra de apoyo! Sintió a regañadientes una oleada de admiración hacia quien quiera que hubiese diseñado aquella trampa tan sencilla.
Evidentemente, al pulsar el interruptor había enviado una corriente eléctrica a la barra de apoyo de metal donde estaban posados los cuervos. Nunca había oído hablar de cuervos entrenados para atacar, pero no se le ocurría ninguna otra explicación... lo que significaba que alguien se había tomado muchas molestias para mantener en secreto lo que quiera que hubiese oculto en aquella habitación. Y para obtener la respuesta a aquel enigma, tendría que entrar de nuevo. Puedo quedarme en la puerta e ir eliminándolos uno por uno.
No le atraía demasiado la idea. No se fiaba mucho de su puntería y, desde luego, malgastaría mucha munición. Sólo los tontos aceptan lo obvio y no piensan más. Utiliza el cerebro, Jill. Esbozó una sonrisa. Era la voz de su padre recordándole el entrenamiento que había tenido antes de ingresar en los STARS. Uno de sus primeros recuerdos era haberse escondido en los matorrales en las afueras de una vieja casa de Massachussets que su padre había alquilado para ellos. Se dedicaron a estudiar las oscuras y vacías ventanas mientras él le explicaba cómo «evaluar una posibilidad». Él lo había convertido en un juego, y durante los siguientes diez años le enseñó todos los trucos sobre cómo entrar en una casa, desde cómo reciclar paneles de cristal enteros sin dañarlos en absoluto hasta subir por unas escaleras sin que crujiera la madera. Y también le enseñó, una y otra vez, que cualquier acertijo tiene más de una respuesta.
Matar a los pájaros era demasiado obvio. Cerró los ojos y se concentró.
Botones y retratos... un niño pequeño, un bebé, un hombre joven, un hombre maduro...
«De la cuna a la tumba.» De la cuna a la tumba. Cuando por fin se le ocurrió la solución, casi se sintió avergonzada por su sencillez y por no haber pensado en ella antes. Se puso en pie y se sacudió el polvo, preguntándose cuánto tardarían los cuervos en regresar a su percha. No debería tener ningún problema en resolver el enigma en cuanto ellos se posasen. Abrió un poco la puerta y escuchó el susurrante batir de alas mientras se prometía a sí misma que la siguiente vez tendría más cuidado. Pulsar el botón equivocado en aquella casa podía ser letal.
—¿Rebecca? Déjame entrar. Soy Chris.
Oyó el ruido de algo pesado que era arrastrado, y la puerta del pequeño almacén se abrió un poco. Rebecca se apartó y se apresuró a entrar, al mismo tiempo que se sacaba el diario del chaleco.
—He encontrado este diario en una de las habitaciones —le anunció—. Parece que se ha estado llevando a cabo una serie de investigaciones. No sé de qué clase, pero...
—Virología —lo interrumpió Rebecca, y levantó sonriendo un fajo de papeles—. Tenías razón sobre lo de hacer algo útil aquí.
Chris cogió el fajo de papeles de su mano y le echó un vistazo a la primera página. Aquello estaba escrito en un lenguaje incomprensible para él, compuesto de números y letras.
—¿Qué demonios es todo esto? DH5A—MCR...
—Estás mirando una tabla de cepas —repuso Rebecca con satisfacción—. Ésa se refiere a un huésped para generar bibliotecas genómicas que contienen citosina metilada, o residuos de adenina, depende.
Chris levantó una ceja y le sonrió.
—Oye, supongamos que no tengo ni idea de lo que estás hablando y probemos de nuevo. ¿Qué es lo que has encontrado?
Rebecca se sonrojó ligeramente y tomó de nuevo los papeles en su mano.
—Lo siento. Básicamente, lo que hay es mucho, eeh, material sobre infecciones virales.
Chris se limitó a asentir.
—De acuerdo, eso lo entiendo. Un virus...
Pasó rápidamente las páginas del diario, contando los días que habían transcurrido desde la primera mención del accidente en el laboratorio.
—El once de mayo se produjo un escape o contagio procedente de un laboratorio de este lugar. A los ocho o nueve días, el que había escrito esto se convirtió en una de esas criaturas de ahí fuera.
Los ojos de Rebecca se abrieron de par en par.
—¿Dice cuándo aparecieron los primeros síntomas?
—Al parecer... a las veinticuatro horas. Él comenzó a quejarse de picores en la piel, y de hinchazones y pústulas a las cuarenta y ocho horas.
Rebecca palideció.
—Vaya, eso es... Bueno.
Chris asintió.
—Si, eso es exactamente lo que yo pienso. ¿Hay alguna forma de averiguar si nosotros estamos infectados?
—No sin disponer de más información. Todo eso —Rebecca señaló al baúl lleno de papeles— es bastante viejo, desde hace diez años o más, y no se especifica nada sobre su aplicación. Aunque la verdad, un virus de esa clase y que se transmite por el aire a esa velocidad y con esa toxicidad... Si todavía fuera viable, todo Raccoon City estaría infectado a estas alturas. No puedo estar completamente segura, pero la verdad es que no creo que siga siendo contagioso.
Chris se sintió aliviado por sí mismo y por los demás miembros del equipo de los STARS, pero el hecho de que todos aquellos «zombis» en realidad fuesen víctimas de una enfermedad... era deprimente, aunque fuese un desastre provocado por ellos mismos.
—Tenemos que encontrar a los demás —dijo finalmente—. Si uno de ellos llega a los laboratorios sin saber lo que hay allí...
Rebecca pareció alarmada ante la idea, pero asintió con tranquilidad y se dirigió rápidamente hacia la puerta. Chris pensó que con un poco de entrenamiento y experiencia sería un miembro de primera clase de los STARS. Era obvio que era una experta en química, y que incluso sin un arma estaba dispuesta a abandonar la relativa seguridad de aquel pequeño almacén para ayudar al resto del equipo. Recorrieron rápidamente la oscura estancia de madera, con Rebecca pegada a su lado. Chris comprobó su Beretta cuando llegaron a la puerta que daba al primer pasillo y luego se volvió hacia Rebecca.
—Quédate a mi lado. La puerta a la que quiero llegar está al final y a la derecha. Probablemente tendré que disparar contra la cerradura, y estoy bastante seguro de que habrá uno o dos zombis deambulando por ahí, así que necesito que vigiles mi espalda.
—Sí, señor —dijo ella en voz baja, y Chris sonrió a pesar de la situación. Él era técnicamente su superior, pero resultaba un poco raro que lo dijera en voz alta. Abrió la puerta y entró apuntando la pistola hacia las sombras que tenía delante de él y luego hacia su derecha. No se movió absolutamente nada.
—Adelante —susurró.
Recorrieron al trote el pasillo, saltando por encima de la criatura tendida en el suelo en mitad de su camino. Rebecca se dio la vuelta para vigilar el espacio abierto a sus espaldas mientras Chris tironeaba del pomo de la puerta, esperando en vano que la cerradura se hubiera abierto sola. No hubo suerte. Retrocedió alejándose de la puerta. Apuntó cuidadosamente. Disparar contra la cerradura de una puerta no era tan fácil ni tan seguro como parecía en las películas: una bala rebotada en el metal a una distancia tan corta podía matar al tirador...
—¡Chris!
Miró por encima de su hombro y vio una figura tambaleante al otro extremo de la estancia, que avanzaba lentamente hacia ellos. A pesar de la escasa luz, Chris vio que le faltaba un brazo. El penetrante y peculiar hedor de la podredumbre llegó hasta ellos mientras el zombi gemía tambaleándose en su dirección. Chris se giró de nuevo hacia la puerta y disparó dos veces contra la cerradura. La madera saltó en pedazos, y la caja metálica de la cerradura quedó al descubierto detrás de una lluvia de astillas. Tiró de nuevo del pomo y esta vez la cerradura cedió, y Chris pudo abrir la puerta. Se giró y agarró por el brazo a Rebecca, empujándola hacia la otra habitación mientras apuntaba con su Beretta al otro lado de la estancia. La criatura la había recorrido a medias, pero se había detenido al llegar a la altura del zombi sin vida que Chris había matado antes. Mientras Chris miraba horrorizado y asqueado, el zombi de un solo brazo se agachó, se puso de rodillas y metió la mano que le quedaba en el interior del aplastado cráneo del otro. Gimió de nuevo, lanzando un sonido gorgoteante y húmedo, y se llevó un puñado de materia gris goteante a sus ansiosos labios. La leche... Chris se estremeció de la cabeza a los pies involuntariamente, y se apresuró a reunirse con Rebecca, cerrando la puerta para dejar atrás la asquerosa escena. Rebecca estaba pálida, pero parecía mantener la compostura, y Chris se quedó admirado de nuevo de su valentía. Era joven pero resistente, más resistente de lo que él mismo había sido a los dieciocho años. Recorrió la sala de un vistazo e inmediatamente se dio cuenta de los cambios. A la derecha, a unos seis metros, vio el cadáver de una de las criaturas, con la parte superior de su cabeza completamente despedazada. Se hallaba boca arriba, y los agujeros de los ojos estaban llenos de sangre. A la izquierda se encontraban las dos puertas que Chris no había Intentado abrir cuando llegó por primera vez a aquel lugar. La del extremo de la sala estaba abierta de par en par, pero sólo se veían sombras oscuras.
Al menos uno de los STARS ha pasado por aquí, probablemente en mi búsqueda...
—Sígueme —dijo en voz baja a su acompañante, y se dirigió hacia la puerta abierta, agarrando con firmeza la Beretta en su mano. Quería regresar a la sala principal con Rebecca, pero la idea de que uno de sus compañeros hubiera pasado por aquella puerta hacía que mereciese la pena echar un vistazo.
Rebecca se detuvo un momento al pasar junto a la puerta cerrada de la derecha.
—Al lado de la puerta hay un dibujo de una espada —susurró.
Él mantuvo la atención fija en la oscuridad que había más allá del umbral de la puerta, pero cuando ella habló se dio cuenta de que existían muchas maneras de perderse. No creía que el resto del grupo se hubiera quedado allí esperándolo, pero la orden que había recibido era muy específica: regresar para informar. No debería estar llevando a una novata desarmada hacia una zona desconocida sin al menos explorar el terreno antes. Chris suspiró y bajó su arma.
—Regresemos a la sala principal —le dijo a Rebecca—. Podemos volver más tarde para registrar esta zona.
Ella asintió y recorrieron juntos el salón comedor. Chris mantenía la loca esperanza de que, contra toda lógica, hubiera alguien allí esperándolos.
Barry apuntó su Colt hacia la criatura que se arrastraba hacia él y disparó. El pesado proyectil esparció el semi podrido cráneo de aquel ser justo cuando le tocaba la bota. Unas pequeñas gotas le salpicaron la cara mientras el zombi se movía espasmódicamente y moría definitivamente. Barry se limpió el rostro con el dorso de la mano, sin intentar contener el enorme gesto de asco. Los pequeños azulejos blancos de la pared de la cocina se llevaron la peor parte de las salpicaduras, y unos pequeños regueros de sangre comenzaron a bajar hasta llegar al gastado linóleo marrón del suelo y a formar charquitos allí. Era realmente asqueroso. Barry bajó el revólver y sintió de nuevo el dolor del brazo izquierdo. La puerta de arriba había estado sólidamente cerrada, y los morados así lo demostraban. Bajó la mirada al zombi que tenía a los pies y se dio cuenta de que iba a tener que volver para romper otra. Si no había estado bastante seguro hasta ese momento, ya lo estaba: Chris no había ido por allí. Si lo hubiese hecho, aquella criatura no habría estado en condiciones de atacarlo. Así que, ¿dónde demonios estás, Chris?
De las tres puertas cerradas con llave, Barry había escogido la del extremo de la estancia sólo por puro instinto. Había acabado en un oscuro y silencioso pasillo que lo había llevado más allá de un ascensor hasta un estrecho tramo de escaleras. La blanca cocina del fondo parecía haber estado desierta. Las estanterías tenían casi un dedo de polvo y las paredes estaban repletas de manchas de corrosión. No había señal de uso reciente, no había señal de Chris y la única puerta al lado del lavadero estaba cerrada con llave. Estaba a punto de irse cuando se fijó en las marcas en el polvo del suelo. Barry las había seguido y... Suspiró profundamente y pasó por encima del apestoso monstruo; echando un vistazo final antes de dirigirse a la puerta número dos. Había unas cuantas cajas apiladas y el mismo hueco de ascensor de estilo antiguo, también vacío. No se preocupó por pulsar el botón de llamada porque el del piso de arriba tampoco había funcionado. Además, a juzgar por las manchas de óxido, nadie lo había utilizado en bastante tiempo. Se dio la vuelta para regresar por el mismo camino por el que había llegado, preguntándose cómo le iría a Jill. Cuanto antes salieran de allí, mejor. A Barry nunca le había asqueado tanto un lugar como aquella mansión. Era fría, era peligrosa y además olía igual que un refrigerador de carne que llevara semanas desenchufado. Generalmente, no era del tipo de personas que se asusta con facilidad o que deja que se le desboque la imaginación, pero la verdad es que esperaba ver un tipo con sábana blanca y arrastrando cadenas cada vez que doblaba una esquina... Oyó un repiqueteo metálico resonar en la lejanía. Barry se giró en redondo con un nudo de miedo en el estómago. Apuntó al azar una y otra vez su arma contra el aire, con los ojos abiertos de par en par y con la boca seca. Oyó otro repiqueteo metálico, seguido de un zumbido mecánico que sólo podía ser producido por un motor. Barry inspiró profundamente y dejó salir el aire poco a poco mientras recuperaba el control de sí mismo. No era un espíritu, después de todo: sólo era alguien que utilizaba el ascensor. ¿Pero quién? Chris y Wesker han desaparecido, y Jill está en la otra ala... Se quedó quieto donde estaba y bajó un poco su revólver mientras esperaba. No creía que los zombis fueran lo bastante listos como para darle a los botones, y mucho menos abrir la anticuada puerta, pero no quería correr el menor riesgo. Estaba a unos seis metros de la puerta, eso suponiendo que se parara en aquella planta, y tendría una línea de tiro clara contra quienquiera que saliese del ascensor y apareciese en la esquina. Tuvo un rayo de esperanza en aquellos momentos de confusión: quizá fuera uno de los miembros del equipo Bravo, o alguien que vivía allí y que quizá podría explicarle que estaba ocurriendo... El ascensor se detuvo en la cocina con un sonoro chasquido metálico. Se oyó un chirrido de hierro sobre hierro y el sonido de unos pasos... y apareció el capitán Wesker, con sus siempre presentes gafas de sol colocadas sobre sus cejas. Barry bajó el revólver mientras sonreía por la oleada de alivio que le recorrió el cuerpo. Wesker se paró en seco y contestó a su sonrisa con otra.
—¡Barry! Justo la persona que estaba buscando —le dijo con tono alegre.
—¡Dios, qué susto me ha dado! Al oír que subía el ascensor creí que iba a darme un ataque al corazón... —La voz de Barry fue bajando hasta desaparecer, lo mismo que su sonrisa—. Capitán —dijo lentamente—, ¿dónde se había metido? Cuando regresamos, ya no estaba, se había marchado.
La sonrisa de Wesker se hizo aún más amplia.
—Siento haberlo hecho. Tenía ciertos asuntos que atender... Ya sabes, las obligaciones del cuerpo.
Barry sonrió de nuevo, pero se quedó sorprendido por la confesión. Estaban allí, atrapados en mitad de un territorio hostil, ¿y el tipo se marchaba a echar una meada? Wesker levantó la mano y se puso las gafas de sol sobre los ojos, rompiendo así el contacto visual. Barry se sintió de repente un poco nervioso. La sonrisa de Wesker se había hecho aún más amplia, si eso era posible, hasta el punto de que parecía estar mostrando toda su dentadura.
—Barry, necesito que me ayudes. ¿Has oído hablar de White Umbrella?
Barry meneó la cabeza en un gesto negativo, sintiéndose cada vez más incómodo a cada segundo que pasaba.
—White Umbrella es una sección de la compañía Umbrella, una sección muy importante. Están especializados en... lo que podríamos llamar investigaciones biológicas. La residencia Spencer alberga las instalaciones de investigación, y hace poco tiempo se produjo un accidente.
Wesker despejó con la mano parte de la mesa central de la cocina y se apoyó tranquilamente contra ella. Su tono de voz se convirtió en algo parecido a una conversación consigo mismo.
—Este departamento de Umbrella mantiene ciertas relaciones con los STARS, y no hace mucho tiempo me pidieron que los... ayudara a manejar esta situación. La verdad es que es una situación muy delicada, sabes, y debemos ser muy discretos: White Umbrella no quiere que se filtre ningún rumor de su participación en todo este asunto. Verás, se supone que lo que yo debo hacer es bajar hasta los laboratorios que hay aquí y destruir ciertas pruebas inculpatorias, una serie de pruebas que demuestran que White Umbrella es la responsable del accidente que ha causado tantos problemas últimamente en Raccoon City. El problema es que no tengo la llave que lleva a esos laboratorios. Bueno, en realidad son varias llaves. Y ahí es donde entras tú. Necesito que me ayudes a encontrar esas llaves.
Barry se quedó mirándolo fijamente por unos instantes, incapaz de hablar mientras su mente daba vueltas sin parar. Un accidente, un laboratorio donde se realizaban experimentos biológicos... y perros asesinos y zombis sueltos por los bosques... Levantó su revólver y lo apuntó al sonriente rostro de Wesker, pasmado y furioso.
—¿Estás loco? ¿Crees que voy a ayudarte a destruir pruebas? ¡Zumbado hijo de puta!
Wesker meneó lentamente la cabeza, comportándose como si la actitud de Barry fuese la de un niño chico.
—Ay, Barry, no lo entiendes. No puedes elegir. Verás, unos cuantos de mis amigos de White Umbrella están ahí mismo justo delante de tu casa, vigilando a tu mujer y a tus hijas. Si no me ayudas, matarán a tu familia.
Barry sintió cómo la sangre se retiraba de su rostro. Amartilló su Colt mientras sentía un repentino y feroz odio hacia Wesker, un odio que le recorría todas y cada una de las fibras de su ser.
—Antes de que aprietes el gatillo, deberías saber que si no me pongo en contacto con mis amigos dentro de poco, tienen órdenes de seguir adelante con el plan y matarlas de todas maneras.
Aquellas palabras atravesaron la neblina roja que empañaba la mirada de Barry, y sus manos se empaparon de sudor por el súbito miedo. ¡Kathy, las niñas!
—Te estás tirando un farol — susurró, y la sonrisa de Wesker desapareció por fin. Su rostro volvió a adquirir la misma expresión indescifrable que solía tener.
—No lo estoy haciendo —repuso con frialdad—. Ponme a prueba. Siempre podrás disculparte con ellas delante de sus lápidas.
Ninguno de los dos se movió por unos instantes, y el silencio era casi palpable. Barry desmontó finalmente el percutor de su revólver y bajó el arma, al mismo tiempo que se hundían sus hombros. No podía arriesgarse. No lo haría. Para él, su familia lo era todo. Wesker asintió y metió la mano en uno de sus bolsillos. De repente, comenzó a comportarse de una manera profesional como si no hubiese pasado nada. Sacó un puñado de llaves unidas por un aro.
—Hay cuatro placas de cobre en algún lugar de la casa. Tienen el tamaño de una taza de café, y en cada una hay un grabado en uno de los lados el sol, la luna, las estrellas y el viento. Al otro lado de la mansión, en la parte trasera de la casa, hay una puerta donde encajan las cuatro placas. —Wesker sacó una llave del anillo y la puso en la mesa, deslizándola en dirección a Barry—. Esta llave debería abrir todas las puertas de la otra ala de la mansión. Al menos las puertas más importantes. Encuentra esos grabados, entrégamelos, y tu mujer y tus hijas estarán completamente a salvo.
Barry extendió la mano y cogió las llaves con los dedos entumecidos por el miedo, sintiéndose débil y más atemorizado como nunca en su vida.
—Chris y Jill...
—Querrán ayudarte sin duda en tu búsqueda. Si ves a alguno de ellos, diles que la puerta trasera que has descubierto podría ser la salida. Estoy seguro de que estarán más que encantados de cooperar con su amigo de fiar, el viejo Barry. De hecho, deberías abrir todas las puertas que puedas para facilitar el trabajo y para que la búsqueda sea más exhaustiva.
Wesker sonrió de nuevo de forma amistosa, algo que desmentían sus palabras.
—Por supuesto, siempre puedes contarles a tus compañeros que me has visto, aunque eso complicaría la situación. Si me encuentro metido en una situación del tipo, digamos, un tiro por la espalda, bueno... Ya he dicho suficiente antes, ¿verdad? Será mejor que no le contemos esto a nadie.
La llave tenía grabada una pequeña silueta que representa la placa pectoral de una armadura medieval. Barry se la metió en el bolsillo.
—¿Dónde estarás?
—Ohh, no te preocupes, estaré por los alrededores. Me pondré en contacto contigo cuando sea el momento adecuado.
Barry miró de forma suplicante a Wesker y fue incapaz de lograr que la voz no le temblara por el miedo que sentía.
—Les dirás que te estoy ayudando, ¿verdad? ¿No te olvidarás de informar?
Wesker se dio la vuelta y comenzó a andar hacia la puerta del ascensor mientras le contestaba por encima del hombro.
—Confía en mí, Barry. Haz lo que te he dicho, y no tendrás nada por que preocuparte.
Se oyó el chasquido de la puerta metálica del ascensor abrirse y cerrarse, y Wesker desapareció. Barry se quedó allí unos momentos, mirando el espacio vacío donde había estado Wesker mientras intentaba encontrar una forma de eludir aquella amenaza. No la había, y tampoco había duda alguna entre qué prefería, si su honor o su familia: podía vivir sin honor. Apretó la mandíbula y regresó a las escaleras, decidido a hacer lo que fuese necesario para salvar a Kathy y a las niñas. Aunque cuando todo aquello acabara, cuando estuviera seguro de que no corrían peligro... No tendrás sitio donde esconderte, capitán. Barry apretó sus gigantescos puños. Los nudillos se le pusieron blancos, y se prometió a sí mismo que Wesker pagaría por lo que estaba haciendo. Con intereses.
1 Las siglas STARS corresponden a su nombre en inglés: «Special Tactics and Rescue Squad». Se mantendrá en el idioma original para respetar el juego en el que está basado esta novela.
3 Los pilotos dividen el cielo utilizando la esfera del reloj para hacer referencia a su situación. Así, tomando como punto central el piloto, justo delante serían «las doce», noventa grados a la derecha serían «las tres», noventa grados a la izquierda serían «las nueve», y justo a la espalda serían «las seis». (N. del T.)
4 La Asociación Nacional del Rifle es una institución que reúne a la mayoría de los aficionados a las armas de fuego de Estados Unidos. Sus miembros suelen ser fanáticos del derecho constitucional a llevar armas, por lo que se niegan a restringir el acceso a ellas, y practican regularmente el tiro. (N. del T.)
5 Gran cuchillo de caza parecido a un machete que, según se dice, fue inventado por James Bowie, uno de los personajes más famosos en la guerra de secesión de Texas contra México, que murió a causa de una enfermedad durante el asedio del fuerte El Alamo. (N. del t.)
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