RESIDENT EVIL VOLUMEN 1parte 2
La conspiración Umbrella
S.D. PERRY
Capítulo 10
Jill metió el pesado símbolo heráldico de cobre con las estrellas grabadas en su lugar dentro del diagrama. Justo encima de los otras tres aberturas. Encajó en su sitio con un ligero chasquido metálico y se quedó pegado a la superficie metálica. Uno menos... Dio un paso atrás para alejarse de la cerradura rompecabezas y sonrió. Los cuervos la habían vigilado atentamente en la sala de pinturas, sin moverse de su sitio, graznando de vez en cuando mientras ella resolvía el sencillo acertijo. Había seis retratos en total, de la cuna a la tumba, desde un recién nacido, hasta un anciano de mirada bastante inquietante. Supuso que todos eran de lord Spencer, aunque jamás había visto un retrato suyo... La última pintura era una escena mortuoria, con un hombre de tez pálida tendido en una cama de su casa rodeado de los suyos. Al pulsar el botón de aquel cuadro, el retrato había caído al suelo empujado por cuatro pivotes metálicos, uno en cada esquina. Detrás había encontrado una pequeña abertura alineada de terciopelo y en su interior se encontraba la placa de cobre. Había abandonado la sala sin sufrir el menor contratiempo, aunque no estaba muy segura de que los cuervos se sintieran satisfechos por ello. Aspiró profundamente el fresco aroma del agradable aire nocturno antes de regresar a la mansión. Sacó el pequeño ordenador de Trent mientras caminaba. Estudió el mapa digital para decidir qué camino seguir tras pasar cuidadosamente por encima del cuerpo tirado en la sala. Al parecer, lo mejor sería volver por el mismo camino por el que había ido. Pasó de nuevo por las puertas dobles que comunicaban el corredor con la sala donde estaban expuestos los cuadros de los paisajes. Según el mapa, la puerta que estaba justo enfrente de ella la llevaría a una pequeña habitación cuadrada que llevaba a otra mayor. Completamente tensa, agarró el pomo de la puerta y la abrió de golpe, agachándose y apuntando con su Beretta hacia el interior al mismo tiempo. La pequeña habitación era completamente cuadrada, y además estaba completamente vacía. Jill se puso en pie, y por unos instantes se quedó admirando la sencilla elegancia de la habitación mientras la atravesaba para dirigirse a la puerta de la derecha. Tenía un techo elevado y las paredes eran de mármol de color crema salpicado con motas doradas: era precioso. Y caro, por quedarse corto. Sintió una vaga nostalgia por los días pasados con su padre, con sus planes grandiosos y sus esperanzas de dar el golpe definitivo. Eso era lo que podía comprarse si uno tenía dinero de verdad... Se preparó de nuevo mientras agarraba el ondulante tirador de frío metal de la siguiente puerta. La abrió y efectuó un rápido recorrido con la pistola por la estancia. Se tranquilizó, estaba completamente sola. A la derecha había una chimenea con molduras, debajo de un tapiz rojo y dorado. Sobre una alfombra de diseño oriental y color naranja oscuro había un sofá bajo y de estilo moderno y una mesa de café ovalada, y en la pared posterior, una escopeta semiautomática montada sobre un par de ganchos, brillando bajo la luz de un par de lámparas de estilo antiguo que había encima de ella. Jill sonrió y cruzó deprisa la habitación sin poder creer la suerte que había tenido. Por favor, que esté cargada. Por favor, que esté cargada...
Reconoció el arma cuando se colocó delante de ella. No era precisamente una experta en armamento, pero la escopeta era del mismo tipo que la que utilizaban los STARS: una Remington M870, con cargador de cinco disparos. Enfundó la Beretta y tomó la escopeta con las dos manos, todavía sonriente... Pero la sonrisa desapareció cuando ambos ganchos saltaron hacia arriba al ser liberados del peso de la escopeta, al mismo tiempo que sonaba un ruido pesado detrás de la pared, como de algo metálico que cambiase de posición. Jill no tenía ni idea de qué era todo aquello, pero no le gustó ni un pelo. Se dio la vuelta rápidamente y registró la habitación con la vista en busca de algún posible movimiento, pero la estancia estaba tan tranquila como cuando entró. No aparecieron pájaros chillando, ni saltaron alarmas acústicas o luminosas, y ninguno de los cuadros se cayó de la pared. No se trataba de trampa alguna. Más aliviada, comprobó el estado del arma. Descubrió que estaba completamente cargada y que alguien se había ocupado de mantenerla en buen estado, ya que el cañón estaba limpio y olía ligeramente a aceite y a líquido limpiador. En esos momentos era el mejor olor que se le ocurría. El peso del arma en sus brazos era reconfortante: era el peso del poder. Buscó por el resto de la habitación y quedó decepcionada por no encontrar más proyectiles. De todas maneras, la escopeta era un hallazgo magnífico. Los chalecos de los STARS disponían de un bolsillo posterior donde podía colocarse una escopeta o un rifle, y aunque ella no era una tiradora experta a la hora de desenfundar por encima del hombro, al menos le permitiría tener las manos libres. No había nada más de interés en la habitación, de modo que Jill se dirigió hacia la puerta, ansiosa por regresar a la sala principal y compartir con Barry todo lo que había descubierto. Había registrado todas las habitaciones que había podido abrir en la primera planta de aquella ala de la mansión. Si él había logrado lo mismo, podrían iniciar el registro de la segunda planta en busca de los miembros del equipo Bravo y de sus propios compañeros de equipo. Y después, con suerte, saldremos pintando de este matadero. Cerró la puerta tras de sí y caminó sobre el suelo de azulejos de la elegante habitación de mármol, mientras mantenía la esperanza de que Barry hubiese encontrado a Chris y a Wesker. Seguro que no han venido por aquí, pensó mientras le daba la vuelta al pomo y empujaba la puerta. Estaba cerrada con llave. Jill frunció el entrecejo mientras tironeaba infructuosamente. Se movió un poco, pero no giró en absoluto. Echó un vistazo al hueco entre el marco y la puerta, repentinamente un poco nerviosa.
Allí estaba, al lado de la manivela de la puerta: una gruesa placa de acero que indicaba que el cerrojo estaba echado, y uno muy sólido: toda la zona estaba reforzada con metal. Pero sólo hay una cerradura, y es para este pomo... ¡Clic! ¡Clic! ¡Clic!.
Sobre ella cayó una ligera lluvia de polvo al mismo tiempo que en la estancia resonaba el sonido de mecanismos al ponerse en movimiento, el chasquido profundo y rítmico del metal girando desde detrás de las paredes de piedra. ¿Qué dem...? Jill miró hacia arriba, sorprendida, y sintió que el estomago se le encogía mientras el mismo aire se le atragantaba. El elevado techo que minutos antes había admirado estaba moviéndose, y el mármol de las esquinas se reducía a polvo por empujar la roca contra la roca. Estaba bajando. Regresó inmediatamente a la habitación donde había encontrado la escopeta. Intentó hacer girar la manivela... y descubrió que estaba tan cerrada como el pomo de la otra puerta.
¡Mierda! ¡Mal! ¡Muy mal!
Jill corrió hacia la otra puerta de nuevo mientras sentía que el pánico se apoderaba de su cuerpo y mantenía la mirada fija en el techo que bajaba. Recorría entre seis y nueve centímetros por segundo, así que tardaría menos de un minuto en llegar al suelo. Levantó la escopeta y apuntó hacia la puerta que daba al hall, intentando no pensar cuántos disparos harían falta para echar abajo una cerradura reforzada. Era la única salida que tenía, las ganzúas no servirían en una cerradura como aquélla... El primer disparó se estrelló contra la puerta y una lluvia de astillas saltó en todas direcciones, dejando al descubierto lo que ella se temía: la placa de metal que sostenía la barra de acero se extendía hasta la mitad de la puerta. Su mente se apresuró a buscar una solución, pero no encontró ninguna. No disponía de la munición necesaria para abrirse paso a través de la puerta, y la Beretta estaba cargada con proyectiles de punta hueca que se aplastarían en cuanto impactaran.
Quizás pueda debilitarla para derribarla luego... Disparó de nuevo, y esta vez apuntó contra el propio marco de la puerta. El rugiente disparo destrozó la madera y agujereó el mármol, pero no fue suficiente ni por asomo. El techo continuó su chirriante descenso. Ya estaba a menos de tres metros de ella: iba a morir aplastada por completo. Dios, no permitas que muera de esta manera...
—¿Jill? ¿Eres tú?
Una voz resonó apagada en el lado del pasillo. Jill sintió que la esperanza volvía a recorrer inesperadamente su cuerpo al oír aquella voz. ¡Barry!
—¡Socorro! ¡Barry, échala abajo ahora mismo, deprisa! —gritó Jill con voz aguda y temblorosa.
—¡Retrocede!
Jill dio un paso atrás al mismo tiempo que oyó cómo la puerta recibía un tremendo impacto. La madera se estremeció, pero resistió el golpe. A Jill se le escapó un pequeño grito de frustración. Su mirada recorrió el espacio que había entre la puerta y el techo. Otro fuerte impacto, y la puerta volvió a estremecerse. El techo ya estaba a metro y medio de su cabeza.
Vamos, VAMOS.
El sonido del impacto del tercer golpe fue seguido por el crujido de la madera rompiéndose y astillándose. La puerta se abrió de par en par, y la silueta de Barry se recortó en el umbral. Tenía la cara completamente enrojecida y sudorosa pero ya estaba extendiendo una mano hacia ella. Jill se lanzó hacia adelante y él la agarró por la muñeca, levantándole literalmente los pies del suelo y arrastrándolos por el aire hasta el pasillo. Ambos cayeron al suelo mientras a su espalda la puerta era aplastada sobre sus goznes. La madera y el metal chirriaron a medida que el techo continuaba bajando suavemente. La puerta se partió con una serie de crujidos y chasquidos agudos. El techo llegó hasta el suelo con un último y resonante impacto que pareció una explosión apagada. La casa quedó finalmente de nuevo en silencio, como una tumba. Jill y Barry se pusieron en pie, y ella no dejó de mirar el umbral de la puerta mientras lo hacía. Todo el espacio que antes ocupaba la habitación estaba tapado por el sólido bloque de piedra que había constituido el techo. Eran al menos un par de toneladas de roca.
—¿Estás bien? —preguntó Barry.
Jill no contestó por unos instantes. Miró la escopeta que todavía sostenía en sus temblorosas manos y recordó lo confiada que se había sentido de que no había ninguna trampa. Por primera, vez se preguntó cómo iban a lograr salir de aquel lugar infernal.
Se quedaron en pie en la sala vacía. Chris se dedicó a pasear arriba y abajo pisando la alfombra que estaba situada justo delante de las escaleras, pero Rebecca prefirió quedarse apoyada en el pasamano, aunque se notaba su nerviosismo. La enorme sala de entrada seguía tan fría y ominosa como la primera vez que Chris la había visto. Las mudas paredes no revelaban ninguno de sus secretos, y los STARS habían desaparecido, sin dejar ninguna pista sobre dónde habían ido o por qué. Se oyó un profundo sonido retumbante procedente de algún lugar de la mansión, como si alguien estuviese cerrando una gigantesca puerta. Ambos inclinaron ligeramente la cabeza y permanecieron a la escucha, pero el ruido no se repitió, es mas, ni siquiera estaba seguro de la dirección desde la que había llegado.
Estupendo. Es genial. Zombis, científicos locos, y ahora ruidos extraños en la noche. Incomparable.
Le sonrió a Rebecca, con la esperanza de que pareciera menos nervioso de lo que realmente estaba.
—Bueno, no han dejado mensaje. Supongo que eso nos deja pasar al plan B.
—¿Cuál es el plan B?
Chris lanzó un profundo suspiro.
—Que me cuelguen si lo sé, pero podemos empezar por echarle un vistazo a la habitación con el signo de la espada grabado. Quizá consigamos algo más de información mientras esperamos a que el equipo se reagrupe, algo así como un mapa o una cosa parecida.
Rebecca asintió, y ambos atravesaron de nuevo el salón comedor, con Chris a la cabeza. No le gustaba la idea de exponerla a más peligros, pero tampoco quería dejarla a solas, al menos no en la sala principal: ya no le parecía nada segura. Algo pequeño y duro crujió bajo la bota de Chris cuando pasaron al lado del gran reloj carillón que seguía marcando el paso del tiempo con su monótono tictac. Se agachó y recogió del suelo un trozo gris oscuro de escayola pintada. Cerca había otros dos o tres trozos similares.
—¿Te fijaste si estaban estos trozos cuando pasamos antes por aquí? —preguntó a Rebecca.
Ella negó con la cabeza, y Chris bajó la vista para buscar más trozos. Él tampoco recordaba haberlos visto antes. Al otro lado de la mesa vieron una pila de fragmentos rotos. Se apresuraron a dar la vuelta alrededor del extremo de la inmensa mesa, más allá de la chimenea de recargada decoración, y se detuvieron delante del montón de fragmentos. Chris revolvió los trozos con la punta de la bota. Por las formas y los ángulos de las piezas dedujo que habían pertenecido a una estatua. Fuese lo que fuese, ahora no era más que basura.
—¿Es importante? —quiso saber Rebecca.
Chris se encogió de hombros.
—Puede que sí, puede que no. De todas maneras, merece la pena que echemos un vistazo. En una situación como ésta, nunca se sabe lo que puede terminar sirviendo como pista.
El resonante tictac del viejo reloj los siguió hasta la puerta del salón, hasta el hedor a podredumbre que llenaba el estrecho pasillo. Chris sacó la llave con el grabado de la espada de su bolsillo mientras se acercaban... Se detuvo en seco. Desenfundó rápidamente su Beretta y se acercó a Rebecca. La puerta al otro extremo del salón estaba cerrada: cuando habían salido de allí, estaba abierta. No se sentía observado, ni percibía ningún movimiento en el salón, pero alguien tenía que haber pasado por ahí mientras estaban en la sala de entrada. Aquel pensamiento lo desconcertó y le reafirmó su creencia de que allí estaban sucediendo acontecimientos secretos. La criatura muerta que estaba a su izquierda continuaba en la misma posición inerte que antes, con los ojos llenos de sangre mirando sin ver al techo, y Chris se preguntó de nuevo quién la habría matado. Sabía que debería registrar el cadáver y explorar la zona, pero no quería marchar por su cuenta hasta que encontrara un lugar seguro para Rebecca.
—Vamos —le susurró.
Se dirigieron de nuevo hacia la puerta cerrada con llave, y Chris le entregó la llave a Rebecca para que ella la abriera mientras él vigilaba el salón a sus espaldas. La cerradura de la puerta de madera de intrincada decoración funcionó con un suave chasquido metálico, y Rebecca le dio un ligero empujón para abrirla. Chris advirtió que la habitación era segura incluso antes de terminar de efectuar una rápida comprobación y de indicarle a Rebecca que podía pasar. Estaba montada como un antiguo bar de copas, con un gran piano de cola que dominaba la pista al otro extremo de la barra, que incluía taburetes fijos en toda su longitud. Quizá fuera la suave luz o los apagados colores lo que le daba aquel aire de quieta tranquilidad. Fuese cual fuese la razón, Chris decidió que era la estancia más agradable que había encontrado hasta ese momento… y quizás sea el sitio adecuado para que me espere Rebecca mientras intento encontrar a los demás... Rebecca se sentó en el borde del polvoriento asiento del gran piano negro mientras Chris efectuaba una exploración más exhaustiva del lugar. Además del piano, sólo había un par de macetas con plantas, una pequeña mesa y un pequeño hueco detrás de donde estaba situado el piano, con un par de estanterías de madera situadas en su interior. La única entrada era por la que ellos habían pasado. Era el sitio ideal para que Rebecca permaneciese oculta y a salvo.
Enfundó su arma y se puso al lado de ella en el piano e intentó escoger con cuidado sus palabras. No quería asustarla con la idea de que tendría que quedarse de nuevo a solas. Ella le sonrió dubitativa, lo que la hizo parecer aún más joven de lo que era en realidad, y sus mechones rojizos reforzaron la impresión de que solo era una chiquilla... Una chiquilla que tardó en licenciarse en la universidad menos tiempo del que tardaste tú en sacarte el título de piloto, así que no te pongas en plan superior con ella, porque seguramente es mucho mas lista que tú. Chris suspiró en su fuero interno y le devolvió la sonrisa.
—¿Qué te parecería quedarte un rato aquí a solas mientras yo le echo otro vistazo a la casa? —le preguntó.
Su sonrisa desapareció un poco, pero aguantó la mirada.
—Es lógico —contestó—. No tengo un arma, y si te ves metido en problemas, yo sólo sería un estorbo... —Su sonrisa se hizo más ancha de nuevo y añadió—: aunque si te patea el trasero un teorema matemático, no me vengas llorando.
Chris soltó una carcajada, tanto por la errónea apreciación que había tenido sobre ella como por el propio chiste. Estaba claro que no debía subestimarla. Se dirigió hacia la puerta y tras poner la mano en el pomo, se detuvo.
—Regresaré lo antes que pueda —dijo—. Echa la llave en cuanto salga y no te vayas de paseo, ¿de acuerdo?
Rebecca asintió, y él regresó al salón, cerrando la puerta inmediatamente después de salir. Esperó hasta oír que ella echaba el cerrojo, y luego desenfundó su Beretta, y el último resto de su sonrisa desapareció en cuanto comenzó a andar con paso vivo y se alejó en dirección al pasillo. Cuanto más se acercaba a la criatura putrefacta, peor era el olor. Realizó unas pequeñas inspiraciones mientras se acercaba al cuerpo, pero pasó de largo para comprobar la extensión del pasillo antes de comenzar a examinar los agujeros de bala pero se detuvo en seco. No pudo evitar quedarse mirando el segundo cadáver que estaba tendido delante de una pequeña abertura en la pared, sin cabeza y completamente cubierto de sangre. Chris estudió detenidamente las facciones sin vida de la cabeza que estaba un poco más lejos y llegó a la conclusión de que se trataba de Kenneth Sullivan. Sintió una oleada de furia, y una renovada ansia de venganza le recorrió el cuerpo ante la imagen del cadáver del miembro del equipo Bravo. Esto no está bien. Joseph, Ken, Billy también probablemente... ¿Cuántos más han muerto? ¿Cuántos más tendrán que sufrir a causa de un estúpido accidente? Se dio finalmente la vuelta y se dirigió con paso decidido hacia la puerta que llevaba de regreso al salón comedor. Comenzaría de nuevo desde la sala principal de entrada y comprobaría todos y cada uno de los lugares por los que podrían haber pasado los demás STARS y mataría a todas y cada una de las criaturas con las que se cruzase por el camino. Sus camaradas no habrían muerto en vano. Chris se encargaría de eso, aunque fuese lo último que hiciese en la vida.
Rebecca cerró la puerta inmediatamente después de que Chris saliera, deseándole en silencio buena suerte antes de regresar al polvoriento piano y sentarse delante de él. Sabía que él se sentía responsable de ella, y se preguntó cómo podía haber sido tan estúpida como para soltar su arma. Si al menos tuviese un arma, él no tendría que preocuparse tanto. Puede que no tenga experiencia, pero he superado el entrenamiento básico, lo mismo que los demás... Pasó un dedo por encima de las teclas cubiertas de polvo, sintiéndose completamente inútil. Debería haberse llevado consigo unos cuantos de los archivos que había encontrado en el pequeño almacén. No sabía si podría obtener mucha más información de ellos, pero al menos tendría algo para leer. No era muy buena en eso de quedarse quietecita y sentada, y no tener nada que hacer empeoraba la situación.
Podrías practicar un poco, se dijo, y sonrió al pensarlo mientras bajaba la vista hacia las teclas. No, gracias. Había padecido cuatro largos años de interminables lecciones de piano antes de que su madre finalmente le permitiera dejarlas. Se puso en pie y echó un vistazo a la desierta habitación en busca de algo con que entretenerse. Se acercó hasta la barra del bar y pasó la mitad del cuerpo por encima de ella, pero sólo vio unas cuantas estanterías de vasos y un puñado de servilletas, todo ello cubierto por otra fina capa de polvo. También había unas cuantas botellas de diversas bebidas alcohólicas, aunque la mayoría de ellas estaban vacías, y algunas botellas de vino de aspecto caro y sin abrir, justo detrás de la barra...
Rebecca desechó el pensamiento en el mismo instante que se le ocurrió. No era una gran bebedora, y se le ocurrió pensar que aquél no era el mejor momento para comenzar. Suspiró y se dio la vuelta para registrar con la vista el resto de la habitación. No había mucho más que ver aparte del piano. En la pared a su izquierda tenía el pequeño retrato de una mujer, a una altura bastante regular con un marco oscuro; cerca del piano había una planta con grandes hojas que se estaba secando lentamente en el suelo; una mesa que sobresalía de una pared con un vaso de martini volcado encima de ella. Si tenía en cuenta de todo lo que disponía para entretenerse, el piano comenzaba a parecerle bastante interesante... Pasó de largo junto al piano y se dedicó a curiosear en la pequeña abertura de la pared que tenía a su derecha. Había dos estanterías para libros vacías a un lado. Nada interesante... Frunció el entrecejo y se acercó a las estanterías. La mas pequeña, que además era la más exterior, estaba vacía, pero la que estaba detrás de ella...
Colocó ambas manos en los extremos de la pieza y la empujó, lo que hizo que la estantería exterior se deslizase hacia adelante. No pesaba mucho, por lo que la desplazó con facilidad, dejando un rastro en el polvo del suelo de madera. Rebecca registró las estanterías ocultas y se llevó una decepción: una vieja corneta mellada, un plato de cristal para dulces, un par de jarrones de baratija... y una partitura musical para piano de pie sobre un pequeño atril reposahojas. Le echó un vistazo al nombre de la pieza musical y sintió una repentina oleada de nostalgia por la época en que solía tocar piano: era la sonata número 14 «Claro de Luna», una de sus piezas favoritas. Recogió las amarillentas hojas mientras recordaba las horas que había pasado intentando aprender a tocarla cuando tenía diez u once años. De hecho, había sido precisamente aquella pieza musical la que finalmente la había convencido de que el piano no era lo suyo. Era una composición precisa y delicada, y ella la había destrozado bastante cada vez que había intentado interpretarla. Regresó con las hojas a la esquina donde estaba el piano y se quedó mirándolo pensativamente. Tampoco es que tuviera algo mejor que hacer... Además, es posible que otro de los miembros del equipo oiga cómo toco y venga a llamar a la puerta para averiguar la procedencia de un ruido tan horrible. Limpió de polvo el asiento mientras sonreía y se sentó, dejando las hojas abiertas en el pequeño atril del piano. Sus dedos adoptaron la posición correcta de forma casi automática mientras leía las primeras notas, como si nunca hubiera abandonado las clases. Era una sensación reconfortante, un cambio bienvenido a los horrores de la mansión. Comenzó a tocar lenta y dubitativamente. En cuanto las primeras notas melancólicas se alzaron en el aire, ella sintió que se relajaba, y dejó que la tensión y el miedo desaparecieran. No es que tocara demasiado bien, ya que su tempo estaba tan desencaminado como siempre, pero al menos pulsaba las notas apropiadas, y la fuerza de la melodía compensaba de sobra la falta de calidad de la artista. Si las teclas no estuviesen tan duras... Algo se movió a su espalda... Rebecca se levantó de un salto, tirando el asiento al suelo mientras se daba la vuelta y buscaba desesperadamente con la vista a su atacante. Lo que vio en realidad fue tan inesperado que se quedó inmóvil por la sorpresa durante unos cuantos segundos, incapaz de comprender lo que le estaban diciendo sus sentidos... La pared se está moviendo...
Mientras las últimas notas seguían aún resonando el aire, el panel de casi un metro de la pared de su derecha se movió hacia arriba, hacia el techo, donde se detuvo suavemente con un ligero rugido. Rebecca no se movió durante unos cuantos segundos, a la espera de que ocurriera algo horrible, pero los segundos transcurrieron en silencio, y nada más se movía. La habitación volvía a estar tan silenciosa y aparentemente segura como momentos antes. Una partitura oculta, unas teclas extrañamente duras... ¿Como si estuviesen conectadas a alguna clase de mecanismo?
La estrecha abertura dejó al descubierto una cámara oculta del tamaño de un pequeño armario empotrado, tan poco iluminada como el resto de la habitación. Estaba vacía, con excepción de un busto y un pedestal.
Avanzó hacia la abertura y se detuvo de repente al pensar en trampas letales y en dardos envenenados. ¿Qué pasaría si seguía avanzando y disparaba algún tipo de gigantesca trampa? ¿Qué ocurriría si la puerta se cerrase por completo, ella se quedara allí atrapada y Chris no regresase? ¿Qué pasaría si fuese el único miembro de los STARS que no lograra ni una mierda en esta misión? Vamos, demuestra que tienes lo que hay que tener. Rebecca inspiró y se preparó para las posibles consecuencias mientras entraba y miraba alrededor con cautela. Si había alguna amenaza allí, ella era incapaz de verla. Las sencillas paredes de estuco eran de color café con leche, bordeadas con unos marcos de madera oscura. La luz de la pequeña cámara procedía de una ventana que daba a un pequeño invernadero a su derecha, con un puñado de plantas secas y muertas detrás de los sucios cristales. Se acercó un poco más al pedestal que había al fondo de la cámara y se dio cuenta de que el busto de piedra en su parte superior era de Beethoven. Reconoció el ceño y la expresión seria del compositor de la sonata «Claro de Luna». El pedestal lucía un grueso emblema dorado con la forma de un escudo de armas, del tamaño de un plato. Rebecca se agachó para ver mejor el emblema. Parecía sólido y grueso, y su diseño le recordó vagamente a un símbolo real hecho de un oro algo más pálido. Le sonaba familiar, había visto aquel dibujo en algún otro lugar de la casa... ¡En el salón comedor, encima de la chimenea!
Exacto, eso era, sólo que la pieza que estaba encima de la chimenea era de madera, de eso estaba segura. Se había fijado en ella mientras Chris investigaba los restos de la estatua rota. Tocó el emblema por pura curiosidad y pasó los dedos por los bordes. Luego puso las dos manos en los bordes ligeramente resaltados y tiró de ellos. El pesado emblema salió con facilidad, como si no debiera estar allí, y la puerta detrás de ella se cerró, dejándola allí encerrada.
Volvió a colocar sin dudar el emblema en su sitio y aquella sección de pared se alzó de nuevo, deslizándose suavemente de nuevo hacia arriba. Se quedó mirando aliviada el pesado emblema dorado mientras pensaba. Alguien había montado todo aquello para mantener oculto el emblema de metal, así que tenía que ser importante pero ¿cómo se suponía que alguien iba a poder retirarlo? ¿Y el que estaba encima de la chimenea también dejaba al descubierto un pasaje secreto? o... ¿y si el que está encima de la chimenea tiene el mismo tamaño? No podía estar completamente segura, pero sabía instintivamente que era la respuesta correcta. Si los intercambiaba de lugar en aquella cámara, utilizando el emblema de madera para mantener la puerta secreta abierta y luego colocar el de metal encima de la chimenea... Rebecca regresó a la habitación. Chris le había dicho que se estuviera allí quieta, pero no estaría fuera más de un minuto o dos a lo sumo. Quizás así tendría algo que enseñarle cuando regresase, una auténtica contribución para resolver los secretos de la mansión y una prueba de que, después de todo, no era tan inútil.
Capítulo 11
Barry y Jill estaban en pie junto a la puerta de salida, en el sendero cubierto, respirando el limpio aire nocturno. Más allá de las altas paredes, los grillos entonaban su incesante e interminable canción, un tranquilizador recordatorio de que todavía existía un mundo en sus cabales allí fuera. El encuentro tan cercano con la muerte había dejado a Jill un poco mareada y con el estómago ligeramente revuelto. Barry la había llevado con suavidad del hombro hasta el exterior, con la sugerencia de que el aire fresco la haría sentir mejor. No había encontrado ni a Chris ni a Wesker, aunque al parecer estaba bastante seguro de que seguían con vida. Le contó lo ocurrido rápidamente, volviendo a trazar mentalmente el recorrido que había seguido. Jill seguía apoyada en la pared todavía aspirando grandes bocanadas del tibio aire nocturno.
—Y entonces oí los disparos y me acerqué corriendo —concluyó Barry, acariciándose de forma distraída su corta barba. Le sonrió a Jill, aunque de un modo un tanto dubitativo—. Tuviste suerte. Un par de segundos más y habrías sido un relleno de bocadillo de Jill.
Ella le devolvió la sonrisa y asintió agradecida, pero se dio cuenta de que él parecía algo... tenso, y que su humor era un poco artificial. Pensó que era raro. No creía que Barry fuera de los que se ponen nerviosos ante el peligro.
¿Te extraña? Estamos atrapados aquí dentro, no encontramos al resto del equipo, y toda esta mansión está en contra de nosotros. No es que sea precisamente una situación relajante.
—Espero poder devolverte el favor si alguna vez te metes en problemas —contestó ella con voz suave—. De verdad. Me has salvado la vida.
Barry desvió la mirada y se sonrojó un poco.
—Me alegro de haber podido ayudarte —dijo con voz ronca—. Sólo ten un poco más de cuidado. Este lugar es peligroso.
Ella asintió de nuevo, pensando en lo cerca que había estado de la muerte. Se estremeció ligeramente, y luego se obligó a dejar a un lado aquellos pensamientos: tenían que concentrarse en encontrar a Chris y a Wesker.
—¿De verdad crees que todavía están vivos?
—Sí. Además de los casquillos de bala, había todo un rastro de esas malditas criaturas en la otra ala, todas con un tiro amplio en la cabeza. Tiene que ser Chris, aunque yo también tuve que esparcir los sesos de unos cuantos allá arriba, así que supongo que se habrá refugiado en algún sitio...
Barry señaló con la barbilla el diagrama de cobre de la pared.
—Entonces, ¿el diagrama ese de las estrellas ya estaba ahí?
Jill frunció el entrecejo, sorprendida por el repentino cambio de tema. Era extraño, porque Chris era uno de los amigos más íntimos de Barry.
—No, lo encontré en otra habitación con trampa. Este lugar parece estar repleto de ellas. De hecho, creo que deberíamos continuar buscando a Chris y a Wesker juntos. No tenemos ni idea de lo que pueden haber encontrado, ni de lo que podría pasarnos a cualquiera de nosotros dos.
Barry hizo un gesto negativo con la cabeza.
—No sé... Quiero decir que tienes razón, que deberíamos tener cuidado, pero hay muchas habitaciones, y nuestra principal prioridad debería ser asegurarnos una ruta de escape. Si nos dividimos, podremos intentar encontrar con mayor rapidez los demás emblemas y buscar a Chris al mismo tiempo. Y a Wesker.
Aunque su actitud no cambió en absoluto, Jill tuvo la repentina sensación de que Barry no se sentía cómodo. Se había girado para observar con mayor detenimiento el símbolo heráldico de cobre, pero a ella casi le pareció que estaba intentando no mirarla a los ojos.
—Además —continuó diciendo—, ahora ya sabemos a qué nos enfrentamos, y mientras utilicemos el sentido común, no tendremos problemas de ningún tipo.
—Barry, ¿te encuentras bien? Pareces... cansado.
No era la palabra apropiada, pero fue la única que se le ocurrió en aquel momento. Él lanzó un gran suspiro y finalmente se giró para mirarla a los ojos. Parecía realmente cansado. Bajo los ojos tenía unos círculos oscuros, y también tenía los hombros hundidos.
—No, estoy bien. Sólo es que estoy muy preocupado por Chris, ¿sabes?
Jill asintió, pero continuó teniendo la sensación de que había algo más. Desde que la había arrancado de aquella trampa, Barry parecía actuar de una forma inusitadamente deprimida, incluso nerviosa. ¿Estás paranoica? Eh, estás hablando de Barry Burton, la espina dorsal de los STARS de Raccoon City, por no mencionar el hecho de que es el hombre que acaba de salvarte la vida. ¿Qué podría estar ocultando? Jill sabía que probablemente se estaba pasando con sus sospechas, pero de todas maneras decidió no decir nada sobre el miniordenador de Trent. No se sentía tentada de confiar en nadie después de todo lo que le había pasado. Además, por el modo en que Barry hablaba, parecía que ya conocía la disposición de la mayoría de las habitaciones de la mansión, así que tampoco es que necesitara su ayuda... Muy bien, tú sigue así. Lo siguiente será pensar que el capitán Wesker ha organizado todo este embrollo. Jill bufó despectivamente en su interior y se puso en pie separándose lentamente de la pared. Seguida por Barry, comenzó a caminar de regreso al interior de la mansión. Esa última idea sí que había sido bastante paranoica. Se detuvieron al llegar a la puerta, y Jill aprovechó para inhalar unas cuantas bocanadas más del suave aire para intentar sanar sus nervios. Barry había desenfundado mientras tanto su Colt Python y estaba recargando las cámaras vacías con expresión ceñuda.
—Creo que volveré al ala este para ver si encuentro algún rastro de Chris —dijo—. ¿Por qué no pruebas arriba y comienzas a buscar los demás símbolos? De ese modo podremos registrar todas las habitaciones y luego regresar a la sala principal.
Jill asintió y Barry abrió la puerta. Las oxidadas bisagras chirriaron como una protesta, y una oleada de aire frío los rodeó. Jill suspiró intentando prepararse para enfrentarse de nuevo a un laberinto de estancias sombrías y heladas, a otra serie de puertas sin abrir y a los secretos que se ocultaban tras ellas.
—Lo harás bien —dijo Barry en voz baja mientras le ponía una tibia mano encima del hombro y la empujaba con suavidad hacia el interior de la mansión. En cuanto la puerta se cerró tras de ellos, levantó una mano con un saludo informal y le sonrió—. Buena suerte —dijo, y antes de que ella pudiera responderle, se dio la vuelta y se marchó con paso apresurado, con el arma en la mano. Pasó a través de las puertas dobles del extremo de la estancia con otro crujido de metal viejo y desapareció.
Jill se quedó mirando cómo se marchaba, sola de nuevo en el frío y apestoso silencio del estrecho pasillo. No era su imaginación: Barry le ocultaba algo, pero ¿era algo por lo que debía preocuparse o es que sólo estaba intentando protegerla?
Quizás es que ha encontrado a Chris o a Wesker muertos y no ha querido decírmelo... No era un pensamiento agradable, pero al menos explica el extraño comportamiento de Barry. Era obvio que deseaba salir lo antes posible de la casa, y que quería que ella permaneciese en el ala oeste. Y el modo en que había examinado el rompecabezas de la puerta, como si estuviese más preocupado por la posible vía de salida que por el paradero de Chris o de Wesker. Miró las dos figuras tendidas en el suelo y las pegajosas manchas de sangre que las rodeaban y que se estaban secando. Quizá se estaba esforzando demasiado en buscar unos motivos que no existían. Quizá, lo mismo que ella, Barry estaba atemorizado, y le angustiaba la sensación de que la muerte podía llegar en cualquier momento. Quizá debería dejar de pensar en todo esto y comenzar a cumplir mi parte de la misión. Encontremos o no a los demás Barry tiene razón en algo: debemos salir de aquí. Tenemos que regresar a la ciudad para contarle a la gente lo que está pasando aquí. Jill enderezó los hombros y se dirigió hacia la puerta que llevaba a las escaleras mientras desenfundaba su arma. Si había logrado llegar de una pieza hasta entonces, podría llegar un poco más lejos para intentar desentrañar el misterio que le había costado la vida a tantas personas. O morir en el intento, le susurró su mente.
Forest Speyer estaba muerto. El alegre chaval sureño con sus ropas callejeras y su sonrisa fácil ya no estaba entre ellos. Ese Forest se había marchado dejando atrás un impostor ensangrentado y sin vida medio apoyado en la pared. Chris se quedó mirando hacia abajo, al cuerpo del impostor, y los distantes sonidos de la noche se perdieron debido a un repentino golpe de viento que hizo retemblar los aleros y gimió a lo largo del patio de la segunda planta. Era un sonido fantasmal, pero Forest no podía oírlo. Forest no oiría nada nunca más. Chris se agachó al lado del cuerpo inerte y le quitó cuidadosamente la pistola Beretta de los dedos fríos. Se dijo a sí mismo que no miraría, pero mientras extendía la mano hacia el cinturón de Forest no pudo evitar fijar la mirada en la terrible vacuidad de las órbitas de los ojos del miembro del equipo Bravo.
Jesús, ¿qué ha pasado? ¿Qué te ha pasado, compañero?
El cuerpo de Forest estaba completamente cubierto de heridas, la mayoría de unos dos o tres centímetros de largo, de forma irregular y rodeadas de carne ensangrentada. Parecía que lo hubiesen apuñalado un centenar de veces con un cuchillo sin punta, y cada puñalada había arrancado un trozo de carne y piel. Parte de su caja torácica estaba parcialmente a la vista, y se veían trazos blancos bajo la rojez de la carne. Su mirada sin ojos era el horror final. Parecía que su asesino no se había conformado con quitarle la vida, sino que también quiso quitarle el alma... En el cinturón de Forest había tres cargadores completos para la Beretta. Chris se metió los cargadores en un bolsillo y se levantó rápidamente, apartando la vista del cuerpo mutilado. Miró hacia el bosque mientras respiraba profundamente. Sus pensamientos eran confusos. Intentaba encontrar una explicación y, sin embargo, era incapaz de captar ni un solo hecho coherente. Había decidido que revisaría todas las puertas para comprobar cuáles estaban cerradas sin llave y, cuando vio la ensangrentada huella de una mano en la pequeña sala de arriba y oyó los lastimeros graznidos de unos pájaros, había entrado a la carga, dispuesto a impartir justicia. Cuervos. Sonaba como una bandada de cuervos... o un asesinato en realidad. Manada de perros, gatitos juguetones, asesinato de cuervos... Parpadeó, y su agotada mente se concentró en aquellos pensamientos aparentemente triviales. Chris se agachó al lado del destrozado cuerpo de Forest frunciendo el entrecejo, y observó más de cerca las heridas tan irregulares. Entre las heridas más profundas había otras, docenas de pequeños rasguños y rasponazos más regulares que formaban líneas... Garras. Patas con uñas. En el mismo instante en que ese pensamiento se formó en su mente, percibió el batir de unas alas. Se giró lentamente, teniendo todavía en una mano que se había quedado repentinamente fría la Beretta de Forest. Un esbelto pero monstruoso pájaro estaba posado en el pasamanos de la escalera, a menos de un metro de él, y lo miraba con unos brillantes ojos negros. Sus suaves plumas brillaban de forma apagada en su hinchado cuerpo y un trozo de algo rojo y húmedo le colgaba del pico. El pájaro inclinó la cabeza hacia un lado, soltó un penetrante graznido, y el colgajo de carne de Forest cayó sobre el pasamanos. Graznidos de respuesta llegaron procedentes de todos lados e inundaron el aire nocturno cuando los compañeros de bandada del cuervo alzaron el vuelo. El susurrante batir de unas alas de extraordinario tamaño resonó en toda la estancia cuando docenas de oscuras siluetas confusas se dejaron caer desde los aleros del tejado, graznando y con las garras abiertas. Chris echó a correr, con el recuerdo de la imagen de las sangrantes órbitas de los ojos de Forest inundándole la mente mientras se apresuraba a escapar. Entró a tropezones en otra pequeña estancia y cerró la puerta de golpe tras de sí, cortando de golpe los graznidos de los pájaros atacantes. Sintió la adrenalina recorrer sus venas en cálidas y repentinas oleadas. Respiró profundamente una y otra vez, y unos momentos después sintió que las pulsaciones de su corazón disminuían, que recuperaban un ritmo un poco más normal. Los graznidos de los cuervos fueron perdiéndose en la distancia, arrastrados por las suaves ráfagas del gimiente viento nocturno. Jesús, mira que puedo llegar a ser idiota. Estúpido, estúpido. Había llegado dispuesto a combatir, deseoso de vengar la muerte del otro miembro de los STARS, y se había quedado pasmado por lo que había descubierto. Si no se hubiese quedado tan sorprendido por la muerte de Forest, probablemente se habría dado cuenta de la relación entre el tipo de heridas que había sufrido su compañero y los pájaros, incluso quizá se habría dado cuenta del creciente número de pajarracos reunidos, que lo observaban desde las sombras, a la espera de su siguiente víctima. Se dirigió hacia la puerta que llevaba a la sala principal, furioso consigo mismo por meterse en una situación para la que no estaba preparado. No podía permitirse seguir cometiendo errores, no podía dejar que su atención se desviase de lo que tenía delante. Aquello no era un juego, donde podría pulsar el botón de «volver a empezar». Fallaba y lo mataban. Allí la muerte era real, había gente muriendo, sus amigos estaban muriendo...
Si no espabilas y comienzas a tener más cuidado, vas a reunirte con ellos donde quiera que estén, y te convertirás en otro cadáver destrozado y sin vida tirado en algún frío pasillo, otra víctima más de la locura de esta casa... Chris acalló aquel murmullo torturador e inspiró profundamente mientras retrocedía hasta la galería de la entrada, cerrando la puerta al pasar. Autoflagelarse era tan poco útil como cargar a ciegas en un ambiente peligroso y extraño en busca de venganza. Tenía que concentrarse en lo que era importante: en encontrar a los demás miembros del equipo Alfa. En Rebecca... Se dirigió hacia las escaleras mientras se metía la pistola de Forest en el cinturón. Al menos Rebecca podría defenderse ella sola...
—Chris.
Dio un súbito respingo, sobresaltado, y miró hacia abajo, donde vio a la joven al pie de las anchas escaleras, sonriéndole de oreja a oreja. Bajó al trote las escaleras y se alegró de verla a pesar suyo.
—¿Qué ha ocurrido? ¿Va todo bien?
Rebecca levantó en alto una llave plateada cuando él llegó a su altura, sin dejar de sonreír.
—He encontrado algo que quizá te sea útil.
Chris cogió la llave y advirtió que tenía grabada la imagen de un pequeño escudo antes de guardársela en el chaleco. Rebecca resplandecía de alegría, y sus ojos brillaban emocionados.
—Me puse a tocar el piano después de que te marchaste, y se abrió una puerta secreta en la pared. Había un emblema de oro en su interior, y lo cambié por el que había en el salón comedor, y entonces se movió el reloj carillón y la llave estaba atrás del reloj.
Dejó de hablar de repente; y su sonrisa desapareció mientras lo miraba a la cara.
—Lo siento... Sé que me dijiste que no saliera de allí, pero pensé que te alcanzaría antes de que te alejases demasiado...
—Está bien, no te preocupes —la interrumpió él con una sonrisa forzada—. Sólo estoy sorprendido de verte aquí. Mira te he traído un arma mejor que el repelente para insectos.
Le entregó la Beretta junto con un par de cargadores. Rebecca tomó la pistola en su mano y se quedó mirándola en forma pensativa. Cuando levantó la vista de nuevo hacia su rostro, su mirada era seria e intensa.
—¿De quién era?
Chris pensó mentirle, pero sabía que ella no le creería. De repente se dio cuenta por qué se sentía tan protector hacia ella, por qué deseaba evitar que supiera la triste y nauseabunda verdad. Claire.
Eso era: le recordaba a su hermana pequeña, desde su sarcasmo y su ingenio hasta su aspecto de muchacha traviesa, pasando por el modo en que se peinaba.
—Escucha —dijo ella en voz baja—. Sé que te sientes responsable de mí, y tengo que admitir que soy completamente novata en este tipo de situaciones, pero soy un miembro de este equipo, y al ocultarme los hechos podrías hacer que me mataran, así que, ¿quién era?
Chris se quedó mirándola durante unos instantes antes de suspirar y aceptarlo: ella tenía razón.
—Forest. Lo encontré en el exterior. Lo habían picoteado unos cuervos inmensos hasta matarlo. Kenneth también está muerto.
Por sus ojos pasó una sombra de angustia, pero, sólo fue un instante, porque asintió con firmeza y no apartó la mirada de sus ojos.
—Bueno. ¿Qué hacemos ahora?
Chris no pudo evitar sonreír ligeramente, e intentó recordar si él había sido así de arrojado cuando era más joven.
Señaló con un gesto las escaleras, esperando que no estuviese a punto de cometer otro error.
—Supongo que tendremos que probar con otra puerta.
Wesker no captó gran cosa de la conversación que habían mantenido Barry y Jill, pero después del ahogado «Buena suerte» de Barry, oyó una puerta abrirse y cerrarse y; momentos después, el ruido de unas botas sobre el suelo de madera, seguido de otra puerta que se cerraba. La estancia contigua había quedado vacía, y los dos miembros de su equipo habían entrado para continuar con la búsqueda de los restantes emblemas de cobre. Me parece que he escogido la habitación adecuada para esperar. Había utilizado la llave con el grabado del yelmo para encerrarse en un pequeño estudio cerca de la puerta trasera: el lugar perfecto para vigilar los progresos del equipo. No sólo podría oírlos ir y venir, sino que además dispondría de ventaja a la hora de encaminarse hacia los laboratorios. Sostuvo en alto el pesado emblema que representaba el viento y lo puso bajo la luz de la lámpara de la mesa escritorio. Sonrió. La verdad es que había sido demasiado fácil. Al pasar junto a la estatua de escayola después de hablar con Barry, recordó que tenía un compartimiento secreto en algún punto en su interior. En lugar de perder un tiempo valioso buscando aquel compartimiento, se limitó a empujar aquel horrible objeto por la balaustrada del salón comedor. No había encontrado uno de los emblemas en su interior, pero el brillo de la joya azul entre los fragmentos había sido un mejor hallazgo. En una habitación al otro lado del salón comedor había una estatua de un tigre que tenía un ojo rojo y otro azul. Se trataba de uno de los pocos mecanismos que recordaba de una visita anterior. Una rápida revisión de la estatua del tigre había confirmado sus sospechas: le faltaban ambos ojos. Cuando colocó la brillante piedra azul en el agujero apropiado, la estatua giró hacia un lado dejando al descubierto el emblema. Y con algo tan simple se encontraba un paso más cerca de completar la misión. Cuando los otros tres símbolos heráldicos estén colocados en su lugar, esperaré a que salgan en busca de éste y lo pondré yo para poder salir. Pensó en salir a comprobar el diagrama, pero decidió que era mejor no hacerlo. La casa era grande, pero no era tan grande, y no había necesidad de arriesgarse a que lo vieran. Además, probablemente todavía no habían logrado encontrar ninguno de los demás emblemas. Ya se la había jugado al bajar por las escaleras para recoger la joya, cuando casi se había topado de frente con Chris Redfield. Chris había encontrado a la novata, y probablemente los dos estaban dando vueltas en busca de «pistas». Además, esta habitación es realmente cómoda. Quizá me eche una siesta mientras espero que los demás cumplan con su obligación. Se reclinó sobre el respaldo de la silla, muy complacido consigo mismo por todo lo que había conseguido hasta aquel momento. Lo que podía haberse convertido en un desastre estaba resultando ser una operación estupenda, gracias a que había pensado con rapidez. Ya había encontrado uno de las emblemas heráldicos, tenía a Barry y a Jill trabajando para él... y había tenido la suerte de encontrarse con Ellen Smith mientras registraba la biblioteca... Uy, borra eso. Se trata de la doctora Ellen Smith, si no le importa... Se había acercado a la biblioteca después de recoger el emblema del viento para comprobar el estado de la pequeña habitación que daba al helipuerto de la mansión, y cuya entrada estaba oculta detrás de una estantería. Un rápido registro que no había revelado nada útil, y estaba a punto de registrar la habitación oculta cuando la doctora Smith se había dirigido tambaleante hacia él. Había intentado salir con ella desde que lo habían trasladado a Raccoon City, atraído por sus largas piernas y por su pelo rubio platino. Siempre le habían gustado las mujeres rubias, sobre todo las listas. Ella no sólo lo había rechazado una y otra vez, sino que además ni siquiera había intentado ser amable al hacerlo. Cuando él la tuteó y la llamó Ellen, ella le informó con frialdad que era su superior, además de médico y que debía dirigirse a ella como tal. La reina de hielo, de todas todas. Si no hubiera sido tan condenadamente atractiva, él no le habría hecho caso. Pero vaya, doctora Ellen, su belleza se ha marchitado...
Wesker cerró los ojos, sonriendo, y recordó la experiencia. Habían sido unos deshilachados mechones de pelo los que lo habían ayudado a identificarla cuando apareció por detrás de una estantería, gimiendo y trastabillando para alcanzarlo. Sus piernas seguían siendo largas, pero habían perdido gran parte de su atractivo, por no mencionar también buena parte de su piel.
—Qué perfume tan encantador lleva hoy, doctora Smith —había dicho él.
Luego le había metido dos disparos en la cabeza y ella se había derrumbado con un estallido de fragmentos de huesos y salpicaduras de sangre. Wesker no se consideraba un hombre frívolo, pero apretar el gatillo para dispararle a aquella zorra altanera había sido algo maravillosamente gratificante, no, algo profundamente gratificante. Como la guinda de un pastel de chocolate: una pequeña recompensa por tenerlo todo bajo control. Quizá si tengo suerte es posible que me encuentre con ese gilipollas de Sarton en los laboratorios. Wesker se levantó tras unos instantes y se desperezó. Se dio la vuelta para echar un vistazo a algunos de los libros que estaban en la estantería situada a su espalda. Estaba deseoso de ponerse en movimiento, pero era bastante probable que los STARS tardaran algún tiempo en encontrar las piezas del rompecabezas, y no podía hacer absolutamente nada para acelerar el proceso. Más le valía entretenerse con algo... Frunció el entrecejo cuando intentó comprender algunos de los títulos de los libros que había allí. Uno de los libros se llamaba «Fagémidos: vectores de complementación alfa». En el siguiente se leía «Bibliotecas de ADN y condiciones electroforéticas». Textos de bioquímica y revistas de medicina. Estupendo. Quizá debería, después de todo, echarse una siesta. El mero hecho de leer los títulos ya le estaba dando sueño. Su mirada se posó en un tomo de aspecto pesado que estaba solo en una de las estanterías inferiores, encuadernado con un delicado cuero rojo. Lo tomó en sus manos, contento de entender el título, aunque fuera algo tan estúpido como «Águila del este, lobo del oeste»... Un momento. Eso es lo mismo que está escrito en la fuente... Wesker se quedó mirando el lomo del libro y sintió que su buen humor iba desapareciendo gradualmente. No podía ser: Era posible que los investigadores hubieran enloquecido pero sin duda no estarían tan chalados como para cerrar por completo los laboratorios. No había razón alguna para ello. Abrió el libro de forma casi frenética, rezando para que estuviera equivocado. Dejó escapar un gemido de furia incontrolable al ver lo que había metido en el hueco interior del falso libro: un medallón de bronce con un águila grabada en una de sus caras. Era parte de una llave para otra de las enloquecidas cerraduras de Spencer. Era la conclusión de un chiste cruel. Tenía que encontrar los emblemas para poder salir de la casa. Una vez en el patio tendría que atravesar un retorcido laberinto de túneles que acababan en una sección oculta del jardín. Allí estaba la vieja fuente de piedra que señalaba la entrada a los laboratorios subterráneos. La fuente era una de las caprichosas invenciones de Spencer, una maravilla de la ingeniería que podía abrirse o cerrarse para ocultar las instalaciones inferiores... eso suponiendo que se dispusiera de las llaves: dos medallones fabricados con bronce, uno grabado con la imagen de un águila y el otro con la de un lobo. El hecho de haber encontrado el medallón con la imagen del águila grabada en él significaba que la puerta estaba cerrada, y eso significaba que el medallón del lobo podía estar en cualquier lugar, absolutamente en cualquier lugar de aquella casa, y que sus probabilidades de ser el primero en entrar en los laboratorios habían quedado reducidas prácticamente a cero. Incapaz de controlar su furia y su rabia, agarró el medallón y arrojó el libro contra la lámpara de la mesa, derribándola con un crujido y un chasquido y sumiendo la habitación en una repentina oscuridad. Ya no tenía sentido guardar el emblema del viento: su plan perfecto se había ido al garete. Tendría que abandonar su ventaja y mantener la esperanza de que uno de los otros encontrara por casualidad el medallón del lobo, escondido en algún punto de aquella enorme propiedad. Completamente enfurecido, Wesker se quedó de pie en mitad de la oscuridad, con los puños apretados, intentando no gritar de rabia.
Capítulo 12
Jill oyó un ruido parecido al de un cristal rompiéndose y se quedó completamente inmóvil, a la escucha. Los sonidos se propagaban de forma extraña en la mansión: los largos pasillos y la curiosa distribución de las estancias hacían difícil saber de dónde procedían los ruidos. Eso si llegas a oírlos. Suspiró y echó un vistazo alrededor, a la tranquila habitación repleta de libros situada arriba de las escaleras. Ya había comprobado las otras tres habitaciones a lo largo de la balaustrada superior y no había encontrado nada de interés: un dormitorio algo espartano con dos camastros, una oficina y un cuarto de estudio sin acabar con una puerta cerrada con llave y una chimenea en su interior. Los únicos interruptores que había encontrado eran los de la luz, aunque se había quedado muy intrigada por un botón negro de aspecto bastante siniestro situado en la pared de la oficina... hasta que lo pulsó y se dio cuenta de que había logrado descubrir el sistema de vaciado de una pecera vacía que había en una esquina de la estancia. Había encontrado más munición para la escopeta. Pensó que debería estar agradecida por ello. Era una docena de proyectiles que había encontrado en una caja de metal debajo de uno de los camastros del dormitorio. Sin embargo, si en alguna de las estancias había un emblema escondido, ella no lo encontró. Jill sacó el ordenador de Trent y echó un vistazo al mapa, situándose en el extremo superior de las escaleras. Más allá de la segunda puerta de la habitación de espera había un amplio pasillo en forma de «u» que daba de nuevo a la balaustrada del salón frontal. El pasillo también daba a otras dos habitaciones, una que era un callejón sin salida, y otra que atravesaba bastantes más. Guardó el aparato y desenfundó su Beretta, deteniéndose un momento para aclarar su mente antes de entrar en el pasillo. No le fue fácil. Sus pensamientos eran bastante confusos, divididos como estaban entre intentar adivinar qué había ocurrido en aquella casa para que aparecieran esos monstruos y sus preocupaciones por su equipo. Tendrías que haber mirado con mayor detenimiento aquellos papeles... La oficina era muy sencilla, con sólo una mesa escritorio y una estantería de libros, pero también había en ella una hilera de percheros al lado de la puerta con batas de laboratorio colgadas. Los papeles, que estaban esparcidos por encima de la mesa, contenían listas de números y letras en su mayor parte. Sabía lo suficiente de química para darse cuenta de que aquello era química, así que ni siquiera intentó leerlos o descifrarlos. Sin embargo, desde que había encontrado los papeles, había comenzado a pensar que los zombis eran resultado de un accidente de laboratorio. La mansión estaba en unas condiciones demasiado buenas como para que fuera un particular el que suministrara el dinero para ello, y el hecho de que todo aquello se hubiera mantenido en secreto durante tanto tiempo sugería que era una tapadera. Calculó que la capa de polvo correspondía a un par de meses, lo que coincidía con el comienzo de los primeros ataques contra Raccoon City. Si los que habitaban aquella casa habían estado llevando a cabo alguna clase de experimento y algo había salido mal...
¿Algo que transformaba a la gente en comedores de carne humana? Creo que te estás pasando un poquillo...
Sin embargo, de nuevo, era la teoría que tenía más sentido, aunque mantenía su mente abierta a otras posibilidades.
Por lo que se refería a las preocupaciones sobre su equipo, Barry se estaba comportando de una forma rara, y Chris y Wesker seguían desaparecidos. En ese sentido no se habían producido cambios... y no los habrá si tú no te pones en marcha.
Jill dejó a un lado sus preocupaciones y entró en el pasillo.
Se dio cuenta del olor antes incluso de ver al zombi más allá del corredor, tirado en el suelo. Los pequeños apliques de la pared iluminaban de forma irregular el cuerpo, los reflejos que despedían eran rojizos, y teñían todo el pasillo con un resplandor de color carmesí oscuro. Apuntó su arma hacia el cuerpo inmóvil y oyó una puerta cerrarse en algún lugar cercano.
¿Barry?
Él le había dicho que registraría el otro lado de la mansión, pero quizás había encontrado algo y había regresado para buscarla... o tal vez se iba encontrar por fin con algún miembro del equipo.
Sonrió ante aquella idea y se apresuró a recorrer el lóbrego pasillo, deseosa de ver otro rostro familiar. Justo en el momento que doblaba la esquina, una nueva oleada de hedor y podredumbre la rodeó... Entonces la criatura caída a sus pies le agarró uno de los tobillos, inmovilizándole el pie con una fuerza sorprendente.
Jill agitó los brazos en el aire sorprendida en un intento por mantener el equilibrio y no gritar de asco al ver al zombi que acercaba su cara a la bota. Sus esqueléticos y despellejados dedos arañaron débilmente el grueso cuero del calzado para procurar tirarla... Jill levantó instintivamente la otra bota y le dio un pisotón en la nuca. La suela resbaló encima del cráneo con un asqueroso sonido húmedo. Un gran jirón de piel se quedó pegado a la suela de la bota y dejó al descubierto el blanco hueso pero la criatura hizo caso omiso y siguió agarrándola.
El segundo y el tercer pisotón golpearon la base del cráneo y, finalmente, al cuarto, Jill sintió y oyó el chasquido del hueso al romperse cuando las vértebras se partieron bajo el impacto de la bota.
Las pálidas manos retemblaron por un instante, y el zombi se quedó inmóvil sobre la polvorienta moqueta con un goteo líquido procedente de su garganta. Jill pasó por encima del cuerpo definitivamente inmóvil y dobló corriendo la esquina mientras tragaba saliva con dificultad. Estaba convencida de que las criaturas que recorrían la casa también eran víctimas en cierto modo, como lo habían sido Becky y Pris, y liberarlos de su maldición era un acto casi oneroso, pero también eran una amenaza, por no mencionar el hecho de que eran una fuente ambulante de infecciones. Tendría que ser más cuidadosa.
A su derecha tenía una pesada puerta de madera con unas incrustaciones de metal en forma de volutas. En la placa de la herradura había grabada una armadura, pero al igual que las demás puertas que había encontrado hasta entonces en el piso superior, no estaba cerrada con llave. No había nadie en el interior de la iluminada habitación, pero ella se sintió de repente menos dispuesta a continuar la búsqueda de quienquiera que estuviese en aquella zona. Dos de las paredes de la gran estancia estaban cubiertas por una serie de armaduras completas, ocho a cada lado, y una pequeña vitrina en la pared trasera, eso sin contar un gran botón rojo situado en mitad del suelo de mosaico gris.
¿Otra trampa? Quizás es un rompecabezas... Intrigada, entró en la estancia y se dirigió hacia la vitrina. Los silenciosos guardias sin vida de las paredes parecían vigilar cada uno de sus movimientos. En el suelo había un par de agujeros con rejilla bastante misteriosos, uno a cada lado del botón rojo. Quizás eran tomas de ventilación. Su corazón se aceleró ligeramente. De repente, estuvo segura de que había encontrado otra de las trampas de la mansión. Una rápida inspección ocular de la vitrina hizo que se decidiera. No había forma alguna de abrirla: el cristal era de una sola pieza. Pero algo brillaba en un pequeño hueco al fondo, con un brillo que parecía cobre batido... y claro, se supone que debo apretar ese botón, pensando que abrirá la vitrina... y después, ¿qué?
Se imaginó una escena bastante vívida: los huecos de ventilación cerrándose mientras la puerta quedaba sellada. Una lenta muerte por asfixia en una tumba sin aire. O quizá la estancia se llenaría de agua o con algún tipo de gas venenoso. Miró alrededor frunciendo el entrecejo mientras se preguntaba si debía intentar bloquear la puerta para que no se cerrase o si habría un botón oculto en una de las armaduras que estaban vacías...
Cualquier acertijo tiene más de una respuesta, Jill, no lo olvides.
Sonrió de repente. ¿Por qué tenía que pulsar el botón? Se agachó al lado de la vitrina y agarró con firmeza el cañón de su pistola. Con un simple golpe enérgico, el cristal se rompió con un chasquido, y unas finas líneas de telaraña surgieron del punto de impacto. Utilizó de nuevo la empuñadura del arma para abrir un agujero y metió cuidadosamente la mano en el interior.
A continuación tomó el emblema hexagonal de cobre con un arcaico grabado de un sol sonriente. Ella respondió a la sonrisa que aparecía en el grabado, complacida por la solución que había encontrado. Al parecer, algunas de las triquiñuelas de la casa podían sortearse de un modo distinto al planeado, siempre que no hiciera caso de las reglas del juego limpio. Aun así, prefirió regresar rápidamente a la puerta, no quería cantar victoria hasta que hubiera salido de la soleada estancia.
Salió de nuevo al pasillo de luz rojiza y se quedó allí por un momento, con el emblema en la mano mientras sopesaba las distintas opciones de las que disponía. Podía continuar buscando a quienquiera que fuese el que rondaba por aquella zona y había cerrado la puerta que había oído, o podía regresar a la puerta con la cerradura de rompecabezas y colocar cada emblema en su sitio. Sin embargo, por mucho que deseara encontrar al resto del equipo, Barry tenía razón: lo primero era salir de aquel lugar. Si alguno de los demás miembros del equipo estaba vivo, sin duda estaría buscando un modo de salir de la mansión. Su pensativa mirada se posó en la fétida criatura que había matado, y se detuvo durante unos instantes en el charco de oscuro fluido que crecía lentamente alrededor de la cabeza del zombi. Entonces, de repente, se dio cuenta de que quería salir de la casa desesperadamente, quería escapar cuanto antes del aire viciado y del hedor de las pestilentes criaturas que acechaban entre las polvorientas y frías estancias de aquel sitio, quería salir lo antes que fuera humanamente posible. Jill tomó una decisión y se apresuró a regresar por donde había llegado, sosteniendo con fuerza el emblema en su mano. Ya había descubierto dos de las piezas del rompecabezas que necesitaban los STARS para escapar de la mansión. No sabía hacia qué escaparían, pero cualquier cosa sería mejor que lo que dejarían atrás...
—¡Richard!
Rebecca se puso inmediatamente de rodillas al lado del miembro del equipo Bravo y le puso los dedos de una mano temblorosa en la garganta para comprobar si todavía estaba vivo.
Chris permaneció mirando en silencio el cuerpo desangrado. Ya sabía que ella no sentiría latido alguno bajo sus dedos; la tremenda herida en el hombro derecho de Richard estaba secándose y de aquel destrozo en la carne ya no quedaba sangre. Estaba muerto.
Observó cómo la delgada mano de Rebecca se retiraba del cuerpo de Richard y se acercaba a los velados ojos del miembro del equipo Bravo para cerrarlos. Los hombros de su compañera se hundieron, y Chris sintió por un momento que se desmayaba al pensar en Richard: el experto en comunicaciones había sido un tipo encantador, una buena persona, y sólo tenía treinta y tres años... Miró alrededor, registrando con la vista la vacía habitación en busca de alguna pista sobre la causa de la muerte de Richard. La estancia en la que habían entrado estaba un poco más allá de la balaustrada de la segunda planta, y sin ningún tipo de decoración. Excepto Richard, allí no había nada más...
Chris frunció el entrecejo y caminó unos cuantos pasos hacia la segunda entrada de la habitación. Se agachó y echó un vistazo más detenido al suelo de baldosas oscuras. Allí había una mancha de sangre seca, con la imprenta de la bota de Richard marcada, y estaba a mitad de camino entre el cuerpo de su compañero y la sencilla puerta de madera que se encontraba a tres metros de él. Se quedó mirando pensativo a la puerta, y apretó con fuerza la culata de su pistola.
Sea lo que fuere lo que ha matado a Richard, está al otro lado de la puerta, y quizás esté esperando a más víctimas...
—Chris, échale un vistazo a esto.
Rebecca, todavía arrodillada al lado de Richard, tenía la mirada fija en el destrozado hombro derecho del cadáver. Chris se arrodilló junto a ella, sin estar seguro de que era lo que debía mirar. La herida tenía los bordes desiguales, y la carne estaba descolorida por el traumatismo. Sin embargo, era cierto que había algo raro: la herida no parecía muy profunda...
—¿Ves esas líneas de color púrpura que salen de los cortes? ¿Y la forma en que el músculo ha sido perforado aquí y aquí? —Rebecca señaló dos agujeros separados unos quince centímetros. La carne alrededor de cada uno de los agujeros tenía un color rojo con aspecto de infección. Se sentó en cuclillas y levantó la vista para mirar a Chris—. Creo que ha muerto envenenado. Me parece que es una mordedura de serpiente.
Chris se quedó mirándola, ligeramente perplejo.
—¿Qué serpiente tiene ese tamaño?
Ella meneó la cabeza mientras se ponía de pie.
—Ni idea. Quizás ha sido otra criatura, pero lo que está claro es que esa herida no era suficiente para matarlo. Le habría llevado horas desangrarse por esa herida. Estoy bastante segura de que ha muerto envenenando.
Chris la miró con un nuevo respeto. Tenía buena vista de los detalles y se estaba comportando estupendamente, teniendo en cuenta la situación general. Registró rápidamente el cuerpo de Richard y encontró otro cargador completo y un aparato de radio portátil. Le entregó ambos objetos a Rebecca y se metió la Beretta de Richard en el cinturón.
Miró de nuevo a la puerta y luego a Rebecca.
—Sea lo que fuere lo que lo ha matado, puede que esté detrás de esa puerta...
—Entonces habrá que tener cuidado —respondió ella y, sin decir otra palabra, se encaminó hacia la puerta y se quedó de pie al lado del umbral, esperándolo.
Tengo que dejar de pensar en ella como si se tratase de una niña. Ha sobrevivido al resto de su equipo, y no necesita que ande sintiéndome superior a ella o diciéndole que se quede a mi espalda. Se acercó hasta la puerta y le hizo un gesto de asentimiento. Ella giró el pomo y abrió la puerta, y ambos alzaron las armas y cubrieron el pasillo en toda su extensión mientras cruzaban el umbral.
Justo delante de ellos vieron unas escaleras de madera que conducían a otra puerta cerrada. A la izquierda, un ramal del pasillo daba a otra puerta. En las paredes al lado de las escaleras había largas manchas de sangre, y Chris tuvo la absoluta certeza de que lo que había matado a Richard estaba detrás de aquella puerta.
Le señaló con un gesto el ramal a Rebecca y después habló con voz baja.
—Encárgate de esa habitación. Si te encuentras en problemas, regresa aquí y espérame. Regresa de todas maneras en cinco minutos para ver si todo va bien.
Rebecca asintió y avanzó por el estrecho pasillo. Chris esperó que ella entrara en la nueva habitación antes de subir las escaleras mientras sentía que el corazón le palpitaba con fuerza bajo las costillas.
La puerta estaba cerrada con llave, pero Chris se percató de que en la placa de la cerradura había grabado un pequeño escudo. Rebecca estaba resultando ser más útil de lo que en principio se había imaginado. Sacó la llave que le había entregado un rato antes y abrió la gran puerta, comprobando su Beretta antes de entrar en la estancia.
Era un gran ático, tan sencillo y falto de adornos que contrastaba con el resto de la mansión, tan decorada. Unas vigas de apoyo de madera iban desde el suelo hasta el inclinado techo, y aparte de unas cuantas cajas y barriles puestos al lado de las paredes, el lugar estaba completamente vacío.
Chris continuó adentrándose en la estancia, manteniendo la guardia alta mientras la registraba. Al otro lado de la amplia estancia había un muro parcial, de unos tres metros por dos metros, bastante separado de la pared posterior del ático, que le recordó el establo de un caballo. Era la única zona oculta a la vista. Chris se acercó hasta allí lentamente, los pasos de sus botas sobre el suelo de madera lanzaron ecos huecos al frío aire.
Se pegó a la pared y asomó la Beretta al mismo tiempo que la cabeza, con el corazón casi desbocado.
No vio ninguna serpiente cuando miró por encima del muro, pero sí un agujero de contornos desiguales cerca de la unión entre las dos paredes, a unos treinta centímetros de altura y con unos sesenta de diámetro. Chris husmeó el aire: olía a algo acre y extraño, como el olor almizcleño de un animal salvaje. Frunció el entrecejo y comenzó a alejarse...
De pronto se detuvo e inclinó el cuerpo para mirar mejor. Había un trozo de metal redondeado cerca del agujero, como una moneda del tamaño de un puño pequeño. Tenía algo grabado, como una luna en cuarto creciente o menguante... Chris rodeó el pequeño muro y entró en el recinto rodeado, vigilando atentamente el agujero mientras se agachaba recogía el disco de metal. Era una pieza hexagonal de cobre con una luna grabada, una bonita muestra de artesanía...
Oyó un ruido suave y siseante, como de algo grande que se arrastrase, proveniente del agujero.
Chris retrocedió de un salto y apuntó hacia el agujero mientras se movía. Continuó retrocediendo hasta que su espalda chocó con la pared del ático, y comenzó a girarse para salir de allí...
Entonces un cilindro oscuro salió disparado del agujero a una velocidad del rayo. Era tan grande como un plato e impactó contra la pared a escasos centímetros de la pierna derecha de Chris. La madera saltó hecha astillas por el golpe...
¡Mierda! ¡Eso es una serpiente! Chris trastabilló al mismo tiempo que la serpiente retrocedía para atacar de nuevo y a la vez sacaba el resto de su cuerpo del agujero. Alzó su parte delantera y levantó su cabeza hasta la altura del pecho de Chris. Abrió la boca y dejó al descubierto unos enormes colmillos goteantes.
Chris corrió hacia el centro de la habitación y allí se dio media vuelta. Apuntó de nuevo y disparó contra la gran cabeza en forma de diamante del animal. La serpiente soltó un extraño grito siseante cuando el proyectil atravesó un lado de las tremendas fauces, abriendo un agujero en su estirada piel.
Se dejó caer al suelo de nuevo y se abalanzó contra él como un látigo, con un solo empuje de su largo y musculoso cuerpo, de al menos seis metros de largo. Chris disparó otra vez y un trozo de carne escamosa se desprendió de la espalda de la serpiente, salpicando el suelo de sangre negra.
El animal volvió a alzarse delante de Chris con un siseo rugiente, y su cabeza quedó a escasos centímetros de la cara de él, con la sangre saliendo a borbotones del agujero de la boca... A los ojos. Apunta a los ojos.
Chris apretó el gatillo y la serpiente le cayó encima, tirándolo al suelo con las tremendas convulsiones de su cuerpo. La cola azotó una de las vigas de apoyo con tal fuerza que la agrietó. Chris luchó por liberar sus brazos aprisionados para poder herirla gravemente antes de que lo matara...
El pesado y frío cuerpo se quedó fláccido de repente, desplomándose inerte al suelo.
—¡Chris! —gritó Rebecca cuando entró corriendo en la habitación, y se detuvo en seco cuando vio el monstruoso reptil—. Vaya...
Chris se esforzó por apoyar una de sus botas en una de las vigas de apoyo y, después de empujar con fuerza, logró salir de debajo del grueso cadáver. Rebecca se agachó para tirar de él y ayudarlo, con los ojos abiertos de par en par por la sorpresa y la incredulidad.
Se quedaron mirando la herida que había logrado matar finalmente a la criatura: el negro y rezumante agujero que había sido su ojo, atravesado y machacado por un proyectil de nueve milímetros.
—¿Estás bien? —preguntó ella en voz baja.
Chris se limitó a asentir. Quizá tenía unos cuantos morados, pero ¿qué importaba? Había estado literalmente a escasos centímetros de una muerte segura, y todo por agacharse a recoger…
Levantó la mano que sostenía el emblema de cobre y tuvo que tirar de sus agarrotados dedos para separarlos del metal.
Lo había mantenido agarrado durante el enfrentamiento contra la serpiente sin siquiera darse cuenta y, al mirarlo de nuevo, tuvo la sensación de que era algo importante...
¿Quizá porque has estado a punto de convertirte en comida para serpientes por recogerlo del suelo?
Rebecca lo tomó en su mano y recorrió con el dedo el grabado de la luna.
—¿Has encontrado algo? —preguntó Chris.
Ella meneó la cabeza.
—Nada importante. Una mesa, un par de estanterías. ¿Para qué sirve esto?
Chris se encogió de hombros y volvió la vista hacia el sangriento agujero que había sido el ojo derecho de la serpiente. Se estremeció involuntariamente al pensar lo que podía haber ocurrido si hubiese fallado aquel último disparo...
—Quizá lo descubramos por el camino —respondió finalmente en voz baja—. Vamos, salgamos de aquí.
Rebecca le devolvió el emblema y salieron apresuradamente del ático. Mientras cerraba la puerta tras de sí, Chris se dio cuenta de repente que, aunque nunca antes le había preocupado, a partir de aquel momento odiaba profundamente a las serpientes.
Barry subió con pasos lentos y pesados las escaleras de la ala principal. El nudo en el estómago provocado por el miedo crecía a cada paso. Había registrado todas y cada una de las habitaciones del ala oriental que había podido abrir y no había encontrado absolutamente nada. Las mismas imágenes horribles se repetían una y otra vez su mente mientras recorría lentamente la escalera: Kathy, Moira y Poly Anne, aterrorizadas y sufriendo en su propia casa a manos de un puñado de extraños. Kathy conocía la combinación del armario blindado del sótano donde guardaban las armas, pero las probabilidades de que llegara hasta él sin que alguien... Barry llegó al primer rellano y aspiró aire con una inspiración temblorosa y profunda. Kathy ni siquiera pensaría en correr hacia donde estaban las armas si oía que alguien rompía las ventanas o la puerta. Su prioridad sería llegar hasta donde se encontrasen las niñas, para asegurarse de que estaban bien.
Si no encuentro esos emblemas, nada irá bien. No había ninguna radio ni teléfono en toda la mansión. Si Wesker no lograba llegar hasta los laboratorios, ¿cómo podría estar en contacto con la gente de White Umbrella para avisarle que retirara a los asesinos?
Barry llegó hasta la puerta del último rellano, que llevaba al ala occidental. Su única esperanza era que Jill o Wesker hubiesen logrado encontrar los otros tres símbolos heráldicos que faltaban. No sabía dónde estaba metido Wesker aunque no tenía dudas de que aquel cabrón aparecería en poco tiempo, pero Jill probablemente continuaría buscando el piso superior. Podrían repartirse las habitaciones que ella no hubiera registrado y al menos eliminar las zonas menos probables. Si no lograban encontrar ninguno de los emblemas, él tendría que volver al ala oriental y empezaría a destrozar el mobiliario...
Abrió la puerta que llevaba al pasillo rojo... y casi se dio de bruces con Chris Redfield y Rebecca Chambers mientras entraban en la puerta a su derecha. El rostro de Chris se iluminó con una enorme sonrisa.
—¡Barry! —El joven dio un paso adelante y lo abrazó con fuerza. Luego retrocedió sin dejar de sonreír—. ¡Jesús, me alegro de verte! Empezaba a pensar que Rebecca y yo éramos los únicos que quedábamos vivos. ¿Dónde están Jill y Wesker?
Barry logró esbozar una sonrisa mientras se esforzaba por inventar una respuesta aceptable y casi se sintió enfermo por los remordimientos. Mentirle a Jill había sido relativamente fácil, pero conocía a Chris desde hace años... Kathy y las niñas, muertas...
—Jill y yo salimos en tu búsqueda, pero todas las puertas de aquella sala estaban cerradas, y el capitán había desaparecido para cuando regresamos a la entrada. Os hemos estado buscando a los dos e intentado encontrar una forma de salir de aquí desde entonces...
Barry pudo sonreír de una forma más natural.
—Yo también me alegro mucho de verte, de veros a los dos.
Al menos, eso es verdad.
—¿Así que Wesker simplemente desapareció? —preguntó Chris.
Barry asintió, sintiéndose incómodo de nuevo.
—Sí. y hemos encontrado a Ken. Uno de esos bichos de dos patas lo ha matado.
Chris suspiró.
—Sí, lo he visto. Forest y Richard también están muertos
Barry sintió una oleada de tristeza y tragó saliva con dificultad. De repente notó que el odio que sentía por Wesker aumentaba todavía más. Las personas para las que trabajaba el capitán habían provocado todo aquello, y ahora había que ocultarlo todo para evitar la responsabilidad de sus acciones… y me guste o no, yo voy a ayudarles a hacerlo.
Barry respiró profundamente y congeló una imagen de su mujer y sus hijas en su mente.
—Jill encontró una especie de puerta trasera, que cree puede ser una salida. El problema es que tiene algo así como una cerradura rompecabezas y necesitamos encontrar las piezas para abrirla. Son cuatro emblemas de metal-cobre. Jill ya ha encontrado uno, y creemos que los demás están escondidos en distintos sitios de la mansión...
Dejó de hablar al ver la sonrisa de Chris mientras éste se metía la mano en un bolsillo del chaleco.
—¿Algo parecido a esto?
Barry se quedó mirando al emblema que Chris había sacado, y sintió que el corazón se le aceleraba.
—¡Sí, es uno de ellos! ¿Dónde lo has encontrado?
Rebecca comenzó a hablar, sonriendo con timidez.
—Tuvo que enfrentarse a una serpiente gigante para conseguirlo, una serpiente realmente gigante. Creo que ha podido estar afectada por el accidente, mediante un virus transgénico aunque los de ese tipo son muy raros.
Barry extendió la mano con toda la naturalidad que pudo hacia el símbolo heráldico mientras fruncía el entrecejo.
—¿Un accidente?
Chris asintió.
—Sí. Hemos encontrado información que sugiere que existen ciertas instalaciones científicas en este lugar, y que en lo que estaban trabajando se salió de madre: un virus.
—Uno que al parecer puede afectar a mamíferos y reptiles —añadió Rebecca—. No sólo diferentes especies, sino diferentes familias.
Ha afectado a la mía, desde luego, pensó Barry con amargura. Frunció el entrecejo aún más, simulando estar pensativo y preocupado, cuando en realidad lo que intentaba era encontrar una excusa para irse solo. El capitán no se le acercaría a menos que estuviese a solas, y Barry estaba desesperado por colocar la pieza de cobre en su sitio, por demostrar que estaba cooperando y que había convencido al resto del equipo para que lo ayudara a buscar. Sentía cómo se le iban escapando los segundos y el metal comenzaba a calentarse bajo sus sudorosos dedos.
—Tenemos que meter en el ajo a los federales1 —dijo finalmente—. Ya sabéis, una investigación completa con apoyo militar, toda la zona en cuarentena...
Chris y Rebecca estaban asintiendo con la cabeza, y Barry sintió de nuevo un ataque casi incontrolable de remordimientos. Dios, si no fueran tan confiados...
—Pero para ello tenemos que encontrar los demás emblemas —continuó Barry—. Puede que Jill haya descubierto otro de ellos, quizás incluso ha encontrado los dos que faltan...
Dios lo quiera...
—¿Sabes dónde está? —preguntó Chris.
Barry asintió mientras pensaba a toda velocidad.
—Creo que sí, pero este lugar es una especie de laberinto así que, ¿por qué no nos esperáis en la sala principal por la que entramos mientras voy a buscarla? De ese modo podremos organizar la búsqueda y realizar un registro más exhaustivo —Sonrió, con la esperanza de que su voz sonara más convincente de lo que realmente se sentía—. Aunque, si no regreso pronto, seguid buscando más emblemas como éste para colocarlos en la puerta trasera que se encuentra al final del pasillo del ala oeste, en la primera planta.
Chris se quedó mirándolo por un momento y Barry adivinó todas las preguntas que se estaban formando en su mente, preguntas que Barry no podría contestar: ¿Por qué debemos separarnos? ¿Qué tal si además buscamos al capitán que también ha desaparecido? ¿Cómo podemos estar seguros de que esa puerta trasera es una vía de escape y nos llevará al exterior?
Por favor, por favor, haz lo que te pido...
—Muy bien —aceptó finalmente Chris a regañadientes—. Esperaremos, pero si ella no está donde tú crees, regresa con nosotros. Tenemos más oportunidades de salir con vida de aquí si nos mantenemos juntos.
Barry sólo asintió; dio media vuelta y se marchó al trote por el oscuro pasillo antes de que Chris tuviera ocasión de decir nada más. Había visto la duda en los ojos de Chris, había oído la incertidumbre en su voz. Al oír sus últimas palabras, Barry había sentido el impulso desesperado de advertirle sobre el capitán Wesker y su traición. Marcharse había sido la única manera de impedirse a sí mismo decir algo de lo que podría arrepentirse, algo que podría matar a su familia. En cuanto oyó que se cerraba la puerta que daba al balcón, aumentó el ritmo de su carrera y dobló las esquinas a toda velocidad. Había un zombi muerto cerca de la puerta que llegaba a las escaleras, y Barry se limitó a saltar por encima. El hedor del cadáver quedó atrás cuando atravesó el pasillo. Saltó los escalones de la escalera trasera de tres en tres mientras su conciencia le machacaba de forma constante e inmisericorde, recordándole sin cesar su traición.
Barry, eres un mentiroso. Utilizas a tus amigos del mismo modo que Wesker te utiliza a ti: juegas con su confianza en ti. podrías haberles dicho lo que está pasando realmente para que te ayudaran a detenerlo... Barry se sacudió aquellos pensamientos de la cabeza cuando llegó a la puerta de metal que daba al camino cubierto y la abrió de golpe. No podía arriesgarse, no lo haría. ¿Qué pasaría cuando Wesker estuviese cerca de ellos y lo oyera? Wesker tenía a la familia de Barry para chantajearlo, pero cuando Chris y los otros supieran la verdad, ¿qué le impediría a Wesker matarlos para que no hablaran? Si ayudaba a Wesker a destruir las pruebas, los STARS no podrían demostrar nada, y el capitán podría dejarlos marchar sin mayor problema a todos...
Barry se acercó hasta el diagrama situado junto a la puerta trasera y se paró en seco, mirándolo fijamente. Una enorme sensación de alivio le inundó el cuerpo, una oleada de tranquilidad y calma. Tres de los cuatro huecos del diagrama estaban tapados por sus correspondientes emblemas: el sol, el viento y las estrellas. Se había acabado.
¡El capitán ya puede llegar hasta los laboratorios y llamar a los suyos. Ya no nos necesita más! Puedo regresar y mantener al resto del equipo ocupado mientras él hace lo que tenga que hacer. La policía de Raccoon City aparecerá más tarde o más temprano y podré olvidar todo lo sucedido...
Estaba tan emocionado que no oyó los pasos apagados sobre el suelo de piedra, a su espalda. No se dio cuenta de que no estaba solo hasta que la suave voz de Wesker sonó a su lado.
—¿Por qué no acaba el rompecabezas, señor Burton?
Barry dio un respingo sobresaltado. Miró fijamente a Wesker, odiando su cara satisfecha medio oculta por las gafas de sol. El capitán indicó con un gesto de su cabeza el emblema de cobre que Barry sostenía en la mano.
—Sí, de acuerdo —murmuró Barry en tono sombrío y colocó la última pieza del rompecabezas en su lugar.
Se oyó un profundo chasquido metálico procedente del interior de la puerta, cliiiing, y Wesker pasó a su lado, abriendo de un empujón la puerta y dejando a la vista un pequeño y desvencijado almacén de herramientas. Barry asomó la cabeza y vio la salida en la pared de enfrente. No había ningún diagrama a su lado, no había más enloquecedores rompecabezas que resolver. Kathy y las niñas estaban a salvo.
Wesker se inclinó en una reverencia burlona y le indicó a Barry que pasara al interior, siempre sonriendo.
—No hay mucho tiempo, Barry, y todavía tenemos mucho por hacer.
Barry lo miró con una expresión confundida.
—¿Qué quieres decir? Ya puedes llegar al laboratorio...
—Bueno, ha habido un pequeño cambio de planes. Verás, resulta que necesito que me encuentres otra cosa, tengo una ligera idea de dónde está, pero hay una serie de peligros... has realizado un trabajo tan bueno hasta el momento que quiero que vengas conmigo de nuevo...
La sonrisa de Wesker se transformó en una mueca parecida a la boca de un tiburón, un frío e implacable recordatorio para Barry de lo que se encontraba en juego.
—De hecho, me temo que debo insistir en que vengas.
Después de un momento que pareció durar una eternidad, Barry asintió cabizbajo.
Capítulo 13
Mi queridísima Alma:
«Estoy sentado aquí, intentando pensar por dónde empezar, en cómo explicar en pocas palabras todo lo que ha ocurrido en mi vida desde la última vez que hablamos, y ya he fallado en mi propósito. Espero que cuando recibas esta carta te encuentres sana y salva y que perdones los rodeos que doy al escribir, pero no es fácil contarte esto. Incluso mientras te escribo, noto cómo las ideas más simples se me escapan de la mente debido a los sentimientos de desesperación y confusión, pero tengo que contarte lo que ha pasado y lo que tengo en el corazón antes de descansar. Ten paciencia y acepta lo que voy a contarte como la verdad que es. El relato completo de lo ocurrido llevaría horas de escritura, y me queda poco tiempo, así que éstos son los hechos: el mes pasado se produjo un accidente en el laboratorio, y el virus que estábamos estudiando escapó de nuestro control. Todos mis colegas que resultaron infectados han muerto o pronto morirán, y la naturaleza de la enfermedad es tal que los que todavía viven han perdido la cordura. El virus le roba a la víctima su humanidad, y la enfermedad la obliga a buscar y a destruir toda vida que encuentre. Puedo oírlos mientras te escribo esto, amontonados contra la puerta que he cerrado con llave, lo mismo que animales hambrientos y sin inteligencia, aullando como almas perdidas. No existen palabras suficientes ni con la necesaria profundidad para describir la vergüenza y la pena que siento al pensar que soy responsable en parte de su enfermedad. Creo que ahora ya no sienten nada, ni miedo, ni dolor, pero el hecho de que no puedan sentir el horror de lo que se han convertido no me libera de mi terrible culpa. Esta pesadilla que me rodea también es obra mía.
A pesar de la culpabilidad que arde en mi corazón y que me perseguiría durante toda la vida, intentaré sobrevivir aunque sólo fuera para verte otra vez, sin embargo, todos mis esfuerzos sólo han servido para retrasar lo inevitable: estoy infectado y no existe cura alguna para lo que vendrá a continuación. La única solución es acabar con mi vida antes de que pierda lo que me diferencia de ellos: mi amor por ti. Por favor, comprende lo que hago. Quiero que sepas que lo siento mucho.»
MARTIN CRACKHORN
Jill suspiró y dejó el arrugado trozo de papel encima de la mesa con suavidad. Las criaturas eran víctimas de su propia investigación. Al parecer, había adivinado lo que había sucedido en la mansión, aunque leer aquella carta impedía que se sintiera muy orgullosa de sus dotes de deducción. Había colocado el emblema del sol, y había decidido que la oficina de la planta superior merecía un registro más exhaustivo. Después de rebuscar un poco, había encontrado el testamento de Crackhorn metido en uno de los cajones.
Crackhorn, Martín Crackhorn. Era uno de los nombres de la lista de Trent... Jill frunció el entrecejo y regresó a la puerta de la oficina caminando con lentitud. Por alguna extraña razón que no lograba a comprender, Trent quería que los STARS descubrieran lo que había ocurrido en la mansión antes que nadie. Sin embargo, era obvio que él ya sabía bastante, así que ¿por qué no decírselo directamente a los STARS? y además, ¿qué ganaba Trent diciéndoles lo poco que había dicho? Atravesó el pequeño vestíbulo de la oficina y salió de nuevo a la sala, todavía con el entrecejo fruncido. Barry había estado actuando de una forma bastante rara poco antes, y ella necesitaba saber la razón. Quizá le respondiera con franqueza si le hacía una pregunta directa... O quizá no. De todas maneras, al menos me dará una respuesta.
Jill se detuvo en el rellano de las escaleras posteriores e inspiró profundamente... y se dio cuenta de que algo había cambiado. Miró alrededor con incertidumbre, mientras intentaba descubrir con exactitud lo que le estaban diciendo sus sentidos.
Hace menos frío. Sólo un poco menos de frío, pero desde luego la temperatura ha subido. Y el aire no huele tanto a estancado... Como si alguien hubiese abierto una ventana o quizás una puerta.
Jill se dio la vuelta y comenzó a bajar las escaleras al trote, repentinamente ansiosa por echarle un vistazo a la cerradura del diagrama. Cuando llegó al final de las escaleras vio que la puerta que comunicaba una sala con la otra estaba abierta de par en par. Oyó a lo lejos el sonido de los grillos, y sintió el cálido aire nocturno soplar hacia ella a través de la fría hedionda de la mansión. Se apresuró a llegar hasta el oscuro pasillo y dobló a la derecha mientras intentaba no hacerse ilusiones. Dobló de nuevo a la derecha y vio que la puerta que llevaba hasta el sendero abierto también estaba abierta de par en par. Quizá lo único que ocurre es eso, que las dos puertas estaban abiertas. No significa que el rompecabezas esté resuelto. Jill comenzó a correr, sintiendo la limpia tibieza del aire veraniego sobre su piel mientras daba la vuelta a una esquina del sendero... Dejó escapar una corta y triunfante carcajada cuando vio los cuatro emblemas colocados en su sitio al lado de la puerta abierta. Una cálida brisa atravesaba la estancia que el rompecabezas había abierto, un pequeño almacén para las herramientas de jardinería. La puerta de metal que había al otro lado del almacén también estaba abierta, y Jill vio la luz de los rayos de la luna brillando sobre una pared de ladrillo que había más allá de la puerta de oxidadas bisagras. Barry había tenido razón: la puerta llevaba al exterior. Ahora podrían buscar ayuda, podrían encontrar un camino seguro por el que salir del bosque o, al menos, hacer una señal de fuego a la policía que...
Pero si Barry ha encontrado los símbolos heráldicos que faltaban, entonces, ¿por qué no ha venido a buscarme? La sonrisa de Jill se desvaneció cuando entró en el cobertizo, mientras miraba con desgana las polvorientas cajas y barriles que se alineaban a lo largo de las grises paredes de piedra. Barry sabía dónde se encontraba, él mismo le había sugerido que se encargara de registrar la segunda planta del ala oeste... Quizá no ha sido Barry quien ha abierto la puerta.
Cierto, podía haber sido Wesker o Chris, o tal vez incluso uno de los miembros del equipo Bravo. Si era así, lo mejor que podía hacer era regresar en busca de Barry. Mejor, incluso, investigaré la zona un poco, sólo para asegurarme de que vale la pena el esfuerzo. Era una forma de racionalizar un sentimiento, porque la idea de regresar a la mansión ahora que tenía una posible vía de escape delante de ella no era tan atrayente. Desenfundó su Beretta y se encaminó hacia la puerta exterior. Había tomado una decisión. De lo primero que se dio cuenta fue del ruido del agua corriendo, que se oía por encima de los demás suaves ruidos nocturnos del bosque. Sonaba como una pequeña catarata. Lo segundo y lo tercero fueron los cuerpos de dos perros que estaban tirados en mitad del sendero pedregoso. Los había abatido a disparos. Sin duda, alguno de los STARS ha pasado por aquí. Jill entró en un gran patio que estaba rodeado por unos elevados muros, con unos gruesos setos a cada lado. Unas nubes oscuras se cernían ominosas a poca altura. Al otro lado de aquel espacio abierto vio una puerta de hierro, a continuación de un plantío de arbustos, y a su izquierda divisó un sendero que se veía envuelto en las sombras que proyectaban los altos muros de ladrillo de cuatro metros. El suave murmullo de la catarata parecía provenir de aquella dirección, aunque el sendero acababa abruptamente en otra puerta de metal de poco más de un metro. ¿Quizás unas escaleras que bajan?
Jill dudó unos instantes. Miró la vieja y oxidada puerta de metal que se encontraba delante de ella, y después a los retorcidos cuerpos de los perros mutantes. Ambos estaban más cerca de la puerta que del sendero, y suponiendo que ambos hubieran muerto mientras atacaban, el que había disparado debía encaminarse en aquella dirección... De repente oyó un fuerte ruido de agua salpicando en todas direcciones, y aquello tomó la decisión por ella. Jill se giró y corrió por el sendero iluminado por la luna, con la esperanza de descubrir lo que había provocado aquel sonido. Llegó al final del sendero de piedra y se asomó por encima de la puerta. Retrocedió, sorprendida por el repentino vado que se abría a sus pies. No había escalera alguna: la puerta daba a una pequeña plataforma de ascensor y a un enorme patio a unos seis metros por debajo de ella. El sonido del chapoteo procedía de su derecha, y Jill bajó la mirada justo a tiempo para ver una silueta oscura que atravesaba una catarata, y desaparecía tras la cortina de agua que dejaba por la pared oeste. ¿Qué demonios...? Se quedó mirando la pequeña cascada y parpadeó, sin sentirse segura de lo que había visto. Quizá los ojos le estaban jugando una mala pasada. El chapoteo había cesado en cuanto la persona había desaparecido, y estaba bastante segura de que no tenía alucinaciones auditivas... lo que significaba que la cascada ocultaba un pasaje secreto. Estupendo. Eso es justamente lo que le falta a este lugar. Dios sabe que no me bastaba con lo que he encontrado dentro de la casa. Los mandos para el ascensor, en el que sólo cabía una persona, se encontraban en una barra de metal al lado de la puerta oxidada. La plataforma se encontraba en el suelo del patio inferior, así que Jill apretó el botón de encendido, pero no ocurrió nada. Tendría que bajar por otro método y perder tiempo mientras el tipo de la silueta misteriosa se alejaba. A no ser que...
Jill observó detenidamente el estrecho hueco del ascensor, un rectángulo de poco más de un metro de longitud del lado encarado hacia el patio abierto. Tener que subir por allí sería una cabronada, pero ¿y bajar? Pan comido. Podría descender en un minuto o poco más. Sólo tendría que utilizar la espalda como punto de apoyo e ir bajando poco a poco con las piernas. Un inquietante pensamiento la asaltó mientras se sacaba la escopeta de la funda de la espalda y se preparaba para comenzar el descenso: si la persona que había atravesado la cascada era uno de los miembros del equipo STARS, ¿cómo sabía que existía un pasaje secreto en aquel lugar? Buena pregunta, y no una en la que quisiera detenerse mucho rato. Jill empuñó con fuerza la escopeta, abrió la puerta que daba al hueco del ascensor y comenzó a bajar lentamente por él.
Le habían dado a Barry quince minutos de margen antes de dirigirse hacia el ala oeste y encontrar abierta la puerta trasera. Se quedaron allí en pie, mirando la placa de cobre y los distintos emblemas grabados. Chris se fijó especialmente en el emblema con el grabado de la luna en cuarto creciente que Barry se había llevado consigo. Se sentía algo confuso y muy preocupado. Barry era una de las personas más francas y honestas que jamás había conocido. Si él había dicho que iba en busca de Jill y que volvería junto a ellos, eso es exactamente lo que pretendía hacer. Pero no había regresado, y si se había metido en problemas, ¿cómo es que el emblema habla acabado colocado en su sitio correspondiente? No le gustaba ninguna de las explicaciones a las que había llegado su mente lógica: alguien se lo podría haber arrebatado... él podría haberlo colocado en su sitio y luego haber resultado herido... Las posibilidades parecían infinitas, y alguna de ellas era demasiado esperanzadora. Suspiró, le dio la espalda al diagrama y miró a Rebecca.
—Sea lo que fuere lo que le ha pasado a Barry, deberíamos seguir adelante. Puede que éste sea el único camino de salida de la mansión y sus alrededores.
Rebecca sonrió levemente.
—A mí me parece bien. Es que me siento bien por la idea de salir por fin de aquí, ¿sabes?
—Sí, te entiendo —contestó él con fervor.
No se había dado cuenta de que se había acostumbrado al frío y opresivo ambiente de la mansión hasta que salieron al exterior. La diferencia era realmente increíble.
Atravesaron el pequeño almacén de herramientas y se detuvieron en la puerta trasera. Ambos respiraban de forma rápida y agitada. Rebecca comprobó su Beretta por lo que le pareció a Chris que era la centésima vez desde que salieron de la sala principal y volvió a morderse el labio inferior. Chris se dio cuenta de lo tensa que estaba su compañera e intentó pensar en algo que la ayudara a relajarse, cualquier cosa que le sirviera si se veían obligados a entrar en una situación de combate. El entrenamiento de los STARS cubría todas las situaciones básicas, pero disparar con una pistola de juguete contra una pantalla de vídeo gigante era muy distinto a enfrentarse en un combate real.
Sonrió de repente al recordar las sabias palabras que le habían dicho en su primera operación, un enfrentamiento contra un grupo de enloquecidos miembros de una secta religiosa en la parte interior septentrional del estado de Nueva York. Estaba aterrorizado, y había hecho todo lo humanamente posible por que no se le notara. La capitana de la misión era una mujer extremadamente bajita y muy dura de roer, una experta en explosivos llamada Kaylor. Lo había llevado aparte, lo había mirado de arriba abajo y le había dado el mejor consejo que jamás había recibido.
—Hijo, pase lo que pase, cuando comience el tiroteo, intenta no mearte en los pantalones, ¿de acuerdo?
Aquello lo sorprendió tanto que lo sacó del estado de nerviosismo en el que se encontraba. Lo que le había dicho era tan chocante que se había visto obligado a olvidar su miedo para aceptar que le había dicho algo tan fuera de lo normal.
—¿De qué te ríes? —le preguntó intrigada Rebecca.
Chris sacudió la cabeza y su sonrisa desapareció. No creía que aquello funcionara con Rebecca, y además, los peligros a los que se enfrentaban en aquel momento no respondían a sus disparos.
—Es largo de contar. Vámonos.
Se adentraron en la oscuridad y la tranquilidad de la noche, sólo interrumpida por el chirrido de los grillos. Estaban en una especie de patio interior, con unos altos muros de piedra a cada lado y con un sendero que se dirigía hacia la izquierda.
Chris podía percibir el sonido de agua corriendo cerca de allí y el lastimero aullido de un coyote, un sonido solitario y lejano.
Y hablando de perros...
Había un par de ellos tendidos en el suelo del sendero de piedra, y la luz de la luna se reflejaba en sus húmedos y fibrosos cuerpos.
Chris se acercó a uno de ellos, se agachó a su lado y le tocó el costado. Retiró con rapidez la mano y en su cara se dibujó un gesto de asco: el cuerpo del perro mutante estaba tibio y pegajoso, como si le hubieran metido en una bañera llena de mocos.
Se puso en pie mientras se limpiaba la mano en la pernera de sus pantalones.
—No lleva mucho tiempo muerto —dijo en voz baja—. Calculo que hace menos de una hora que lo mataron.
Más allá de unos setos herbosos que se levantaban delante de ellos había una puerta de hierro de aspecto oxidado. Chris le indicó con un gesto a Rebecca el lugar, y ambos se dirigieron hacia allí. El ruido del agua aumentó hasta convertirse en un rugido apagado. Chris tiró de la puerta, que se abrió sobre unas bisagras oxidadas y ruidosas y dejó al descubierto un enorme depósito de agua cortado directamente en la piedra, del tamaño de un par de piscinas grandes puestas juntas. Unas sombras oscuras y profundas caían a cada lado, provocadas por el aparentemente sólido muro de árboles y lujuriosa vegetación que amenazaba con atravesar la valla que rodeaba el depósito. Avanzaron hasta detenerse en el borde de la enorme piscina. Al parecer, se encontraba en el lento proceso de ser vaciada. El rugido apagado lo causaba el estrecho flujo de agua que salía por el extremo oriental a través de una pequeña compuerta. No había un sendero que rodeara el depósito, pero Chris divisó una pasarela que cruzaba por el centro de la propia superficie normal del agua, a unos dos metros de distancia por debajo de ella. Vio también unas escaleras metálicas a ambos lados de la pasarela, y era obvio que el propio sendero por el que caminaban había estado sumergido hasta hacía poco, porque las piedras oscuras estaban salpicadas aquí y allá por algas goteantes. Chris observó detenidamente todo el conjunto durante unos instantes, y se preguntó cómo podía cruzarlo nadie cuando estaba completamente lleno de agua. Otro misterio que añadir a la creciente lista de sucesos inexplicables. Bajaron sin decir nada y se apresuraron a cruzar el sendero de la pasarela. Las botas chirriaban con un sonido húmedo al pisar las piedras mojadas. Chris subió deprisa por la segunda escalera y, en cuanto estuvo arriba, extendió la mano para ayudar a subir a Rebecca. El sendero, oscurecido por la sombra de los árboles, estaba cubierto de ramas y agujas de pino y parecía recorrer el borde oriental del depósito, pasando por encima de la compuerta abierta. Comenzaron a andar hacia la catarata artificial, y sólo habían recorrido unos cuantos metros cuando comenzó a llover. Plop, plop, plop.
Chris frunció el entrecejo, y una voz interior le indicó que no se debería poder oír las gotas de lluvia por encima del rugir del agua que se vaciaba. Miró hacia arriba... Vio que una rama retorcida caía desde el follaje de los árboles que se asomaban por encima de la verja, una rama que cayó sobre las piedras y comenzó a deslizarse suavemente... Eso no es una rama... Entonces vio que había una docena en el suelo, arrastrándose por encima de las piedras negras, retorciéndose y siseando mientras caían desde los árboles. Rebecca y él estaban rodeados de serpientes.
—Oh, mierda...
Sorprendida, Rebecca se giró hacia Chris al oírlo maldecir, y entonces sintió que el terror atravesaba su cuerpo de la cabeza a los pies y su corazón se encogía al ver el sendero a espaldas de Chris. El suelo parecía haber cobrado vida, y unas sombras negras se retorcían hacia sus pies y caían desde arriba como una lluvia viviente. Rebecca comenzó a levantar su pistola, pero se dio cuenta de que eran demasiadas justo en el momento en que Chris la agarraba del brazo.
—¡Corre! —le gritó.
Comenzaron a correr tambaleándose y Rebecca gritó de forma involuntaria e incontrolada en el momento en que el cuerpo grueso que se retorcía le cayó encima del hombro. Sintió el frío tacto de las escamas de la criatura sobre su brazo mientras la serpiente caía hacia el suelo y se golpeaba con las piedras del camino. Siguieron corriendo por el sendero zigzagueante bajo las sombras, con las suelas de las botas aplastando carne gomosa en movimiento que casi les hacía perder el equilibrio. Las serpientes se abalanzaban sobre ellos intentando morderles las botas. Por fin llegaron a la compuerta de metal, y el agua negra y espumosa corrió bajo sus pies y el sonido de sus botas sobre el metal se apagó debido al rugir del agua. Las piedras situadas por delante de ellos estaban más despejadas de serpientes, pero el sendero también desaparecía bruscamente, y una plataforma de ascensor marcaba su final. No quedaba otro sitio hacia el que ir. Se apretujaron en la pequeña plataforma y Rebecca manoteó los mandos mientras respiraba en boqueadas aterrorizadas. Chris se giró y disparó repetidas veces. El chasquido del arma resonó por encima del rugir de las turbulentas aguas al mismo tiempo que Rebecca encontraba por fin el botón que ponía en funcionamiento el ascensor y lo apretaba. La plataforma se estremeció y comenzó a descender, bajando pegada a la gran pared rocosa hacia otro patio enorme y vacío que se encontraba a sus pies. Rebecca se dio la vuelta y alzó su arma para ayudar a Chris... Se quedó con la boca abierta, incapaz de hacer nada, frente a la tremenda y desagradable escena. Tenían que ser cientos de serpientes, porque el sendero estaba prácticamente oculto por las viscosas criaturas que se retorcían y siseaban mientras se abalanzaban unas contra otras en un frenesí de mordiscos. Para cuando logró salir de su estupor, la visión había desaparecido después de subir más allá del nivel de sus ojos. El ascensor pareció tardar una eternidad, y ambos mantuvieron la mirada enfocada hacia arriba, hacia el borde del sendero que acababan de dejar atrás mientras contenían la respiración y esperaban que empezaran a caerles una lluvia de cuerpos. Ambos saltaron de la plataforma del ascensor cuando éste se encontraba a pocos metros del suelo, y se alejaron a toda velocidad, aunque a trompicones, a lo largo de la pared rocosa. Se dejaron caer de espaldas sobre la fría piedra, jadeantes. Rebecca echó un vistazo al patio interior al que habían llegado entre dos bocanadas de aire, y dejó que el suave sonido de la cascada la tranquilizara un poco. Era un espacio abierto enorme, compuesto por piedras y ladrillos, y cuyos colores estaban difuminados por la escasa luz. El agua procedente del depósito que habían dejado atrás y arriba caía sobre dos piscinas cercanas, y enfrente de ellos había una única puerta, y ni una sola serpiente. Tomó una última bocanada de aire y la dejó escapar lentamente después. Luego se giró hacia Chris.
—¿Te han mordido? —preguntó preocupada.
Él negó con la cabeza.
—¿Y a ti?
—No, tampoco. Aunque si he de serte sincera, preferiría no volver por ahí. La verdad es que me gustan más los gatos.
Chris se quedó mirándola por unos momentos antes de sonreír y alejarse de la pared de piedra.
—Es curioso. Yo creí que te irían más las ratas de laboratorio. La...
Bip-bip. ¡La radio! Rebecca manoteó para desenganchar el aparato de su cinturón, dejando repentinamente en el olvido el tema de las serpientes. Era el sonido que había estado esperando escuchar desde que encontraron el cuerpo de Richard. Alguien intentaba comunicarse con ellos, quizás una patrulla de rescate. Levantó el aparato para que ambos pudieran oír la comunicación. La estática chasqueó a través de pequeño altavoz junto al chillido de una débil señal.
—... oy Brad!... equipo Alfa... recibís? Si... escuchar esto...
La voz desapareció para ser sustituida por completo por la estática. Rebecca pulsó el botón de comunicación y habló rápidamente.
—¿Brad? ¡Brad, adelante!
Ambos permanecieron a la escucha durante unos instantes más, pero no lograron oír nada más.
—Debe de haber salido del radio de alcance de este aparato —dijo Chris.
Suspiró y se internó en el patio mientras miraba hacia el cielo oscuro y nublado. Rebecca volvió a colocarse la silenciosa radio en el cinturón, pero se sentía más llena de esperanza que en ningún otro momento de la noche. El piloto estaba en algún lugar, allí fuera, sobrevolando en círculos la zona para encontrarlos. Ahora que ya habían salido de la mansión, podrían oírle con mayor claridad. Eso suponiendo que regrese. Rebecca hizo caso omiso de aquel pensamiento y caminó hasta colocarse al lado de Chris, quien había visto otra pequeña plataforma elevadora, oculta tras un repliegue más allá de la cascada. Una rápida comprobación les mostró que no disponían de la energía necesaria en la batería como para funcionar. Chris se dio la vuelta hacia la puerta mientras metía un nuevo cargador en su Beretta.
—¿Vemos qué hay detrás de la puerta número uno?
Era una pregunta retórica, porque a menos que quisieran cruzar por el medio de todas aquellas serpientes, era su única opción. Aun así, Rebecca sonrió y asintió con la cabeza, queriendo demostrarle que estaba preparada y dispuesta... y deseando al mismo tiempo que, si pasaba algo, realmente lo estuviera.
Capítulo 14
Jill se quedó de pie al borde de un gran pozo en mitad del húmedo túnel, mirando impotente la puerta que se hallaba al otro lado. La boca del pozo era demasiado ancha para llegar de un salto al otro lado, y no había forma alguna de bajar por un lado y luego subir por el otro. Al menos, ella no veía modo de hacerlo; tendría que regresar y probar a entrar por la puerta que estaba cerca de la escalera. Su suspiro de frustración se convirtió en un estremecimiento. La fría humedad que emanaba de las paredes de piedra ya habría sido bastante mala sin que ella encima estuviera completamente empapada. Menudo pasadizo secreto: para utilizarlo, tienes que pillar una neumonía. Un reflejo metálico llamó su atención cuando se dio la vuelta, con los pies haciendo chasquear el agua que tenía metida en las botas. Se agachó para ver mejor mientras se quitaba un mechón de pelo mojado que le tapaba los ojos. Era una pequeña placa de metal incrustada en una piedra, con un agujero de seis lados del tamaño aproximado de una moneda en el centro. Volvió a mirar a la puerta y se quedó pensativa.
Quizá pone en funcionamiento un puente o baja unas escaleras... No importaba, ya que no disponía del elemento necesario para ello; era un callejón sin salida. Además, era poco probable que quienquiera que fuese la persona que había visto metiéndose debajo de la cascada hubiera logrado cruzar. Jill volvió a recorrer el tortuoso pasaje hacia la entrada del túnel, todavía sorprendida por lo que había encontrado detrás la cortina de agua. Al parecer, existía todo un complejo entramado de túneles debajo de la propiedad Spencer. Las paredes del túnel eran desiguales y rugosas, y de tanto en tanto salían unos trozos de piedra caliza de ellas, pero en extraños ángulos. Sin embargo, la enorme cantidad de trabajo necesaria para crear aquel camino subterráneo era pasmosa. Finalmente, llegó hasta la puerta de metal que había cerca de la escalera y tuvo que esforzarse por reprimir el castañeteo de los dientes cuando una fría corriente procedente del patio superior recorrió su cuerpo. El ruido de la cascada le llegaba extrañamente apagado. El continuo y rítmico golpeteo de las gotas de agua que caían sobre el suelo de piedra sonaba mucho más fuerte, dando una atmósfera medieval a los túneles... Abrió la puerta... y se quedó helada, sintiendo una intensa mezcla de emociones cuando vio a Barry Burton darse la vuelta para encararse con ella, con su revólver apuntándole al pecho. Ganó la emoción de la sorpresa.
—¿Barry?
Él bajó rápidamente su arma, con el mismo aspecto de sorpresa que ella, y con el mismo aspecto empapado. Su camiseta colgaba chorreando de sus anchos hombros, y su corto pelo estaba pegado al cráneo.
—¡Jill! ¿Cómo has llegado hasta aquí?
—Por lo visto, del mismo modo que tú, pero ¿cómo sabías...?
Él levantó la mano, indicándole con el gesto que se callara.
—Escucha.
Ambos guardaron un intenso silencio. Jill miró arriba y abajo el pasillo de piedra, y no logró oír nada de lo que fuera que Barry hubiera oído. Había una puerta de metal a cada lado, semiocultas en la sombra provocada por la escasa luz.
—Creí oír algo —dijo finalmente Barry—. Voces...
Antes de que ella pudiera formularle ninguna pregunta, se dio la vuelta y la miró con una sonrisa insegura.
—Mira, siento no haberte esperado, pero oí a alguien caminando por el jardín y decidí salir a mirar quién era. Encontré este lugar por casualidad. Tropecé y caí dentro... Es igual. Me alegro de verte aquí. Vamos a echar un vistazo por los alrededores a ver qué encontramos.
Jill asintió, pero decidió mantener vigilado a Barry durante un tiempo. Quizás ella estaba paranoica, pero a pesar de lo que había dicho, Barry no parecía realmente muy contento de verla...
Espera y observa, le susurró su mente. De momento, era lo único que podía hacer. Barry encabezó la marcha hacia la puerta que se hallaba a la derecha, con el Colt en alto. Tiró del pomo de la puerta, y ante sus ojos apareció otro túnel envuelto en sombras. A pocos pasos a la derecha había otra puerta de metal, más allá, el pasillo estaba completamente a oscuras. Barry le señaló con un gesto a Jill la puerta y ella asintió. Barry la abrió y los dos entraron en otro silencioso corredor. Jill suspiró para sus adentros mientras observaba detenidamente las paredes, deseando tener un trozo de tiza con ella. El túnel en el que se encontraban parecía idéntico a todos los que habían visto, aunque éste giraba a la izquierda al final. Ya se sentía perdida, así que esperaba que no hubiese muchos más giros y esquinas...
—¿Hola? ¿Quién anda por ahí?
Una voz grave y familiar resonó procedente de algún punto por delante de ellos, y las palabras rebotaron por el eco del lugar.
—¿Enrico? —dijo Jill.
—¿Jill? ¿Eres tú?
Emocionada, Jill recorrió a la carrera los últimos metros que la separaban de la esquina, con Barry pegado a sus talones. El jefe del equipo Bravo todavía estaba vivo, y de algún modo había acabado allí abajo... Dobló la esquina y lo vio sentado con la espalda apoyada en la pared. El túnel se ensanchaba y acababa en un pequeño gabinete, por supuesto, también envuelto en sombras.
—¡Quieta! ¡No te muevas!
Jill se detuvo en seco, mirando fijamente la Beretta con la que Enrico la apuntaba. Estaba herido, y el reguero de sangre que le salía de la pierna había formado un charco en el suelo.
—¿Estás con alguien, Jill?
Tenía los ojos negros entrecerrados con una expresión de sospecha, pero el cañón de su arma no osciló ni un milímetro.
—Barry también está aquí... Enrico, ¿qué ha pasado? ¿De qué va todo esto?
Enrico se quedó mirándolos en cuanto Barry dobló cautelosamente la esquina, y durante un largo momento su mirada fue del uno al otro llena de nerviosismo... Por fin se derrumbó y bajó el arma mientras se desplomaba de nuevo sobre la pared. Barry y Jill se apresuraron a acercarse y se agacharon al lado del Bravo herido.
—Lo siento —dijo Enrico con voz débil—. Tenía que asegurarme...
Al parecer, defenderse de aquel modo le había hecho gastar sus últimas energías. Jill le tomó de las manos con suavidad, alarmada por la palidez de su rostro. La sangre continuaba saliendo de la herida, y ya tenía la pernera de los pantalones completamente empapada.
—Todo esto ha sido un montaje, una trampa —dijo de forma entrecortada mientras la miraba con ojos temblorosos—. Me perdí y trepé por la valla... Vi los túneles... encontré el papel... Umbrella lo sabía desde el principio...
Barry parecía asustado, y su rostro estaba casi tan blanco como el de Enrico.
—Aguanta, Enrico. Te sacaremos de aquí, sólo tienes que quedarte tumbado...
Enrico sacudió negativamente la cabeza sin dejar de mirar a Jill.
—Hay un traidor en los STARS —susurró—. Él me dijo...
¡Bang! ¡Bang!
El cuerpo de Enrico casi saltó en el aire cuando dos agujeros aparecieron de repente en su pecho. La sangre comenzó a salir en grandes borbotones y, a pesar del resonante eco de los disparos, pudieron oír el ruido de unos pies lanzados a la carrera por el pasillo que estaba a sus espaldas. Barry se puso en pie de un salto y echó a correr, doblando la esquina mientras Jill apretaba impotente la cada vez menos temblorosa mano de Enrico. Su cuerpo se derrumbó definitivamente, muerto antes ni siquiera de llegar al frío suelo de piedra. La mente de Jill se llenó de preguntas mientras el eco de los pasos lanzados en la persecución de Barry se alejaban y el silencio volvía a reinar en las profundas sombras.
¿Qué papel había encontrado Enrico? Cuando el miembro del equipo Bravo había pronunciado la palabra «traidor», ella había pensado inmediatamente en Barry, ya que actuaba de forma muy rara, pero él había estado justo a su lado cuando alguien había disparado dos veces contra Enrico. ¿Quién lo ha hecho? ¿De quién hablaba Trent? ¿A quién ha visto Enrico? Jill sostuvo la mano de Enrico sintiéndose perdida y sola y esperó a que Barry regresase.
Rebecca estaba registrando un viejo baúl que había apoyado en una de las paredes de la habitación en la que habían entrado, revolviendo ceñuda montones de papel mientras Chris registraba el resto de la estancia. Los únicos elementos de mobiliario eran un camastro con las sábanas revueltas, una mesa escritorio y un antiguo y enorme mueble estantería. Después del frío y extraño esplendor de la mansión Chris se sintió en cierto modo absurdamente agradecido por el ambiente más sencillo y normal. Habían llegado hasta una casa situada al final de un largo y tortuoso camino procedente del patio, un lugar mucho más pequeño e infinitamente menos intimidatorio que la mansión. La sala en la que habían entrado estaba construida con madera muy simple y sin decorar, lo mismo que los dos dormitorios que habían descubierto justo al salir del silencioso pasillo. Chris supuso que habían encontrado la casa de algunos de los empleados de la mansión. Se había fijado en el polvo del suelo de la sala de entrada en el que no se veía ni una sola huella, y se dio cuenta con resignada calma que ninguno de los otros miembros de los STARS había pasado por allí. Ni él ni Rebecca tenían modo alguno de regresar, por lo que la única opción que les quedaba era intentar encontrar otra puerta trasera y salir en busca de ayuda. A Chris no le gustaba la idea, pero no les quedaba más remedio. Después de un breve registro por encima de las estanterías, Chris se dirigió hacia la desgastada mesa escritorio de madera y tiró del primer cajón. Estaba cerrado con llave. Se agachó y recorrió con los dedos el fondo del cajón, sonriendo cuando tocó con la punta un grueso trozo de cinta adhesiva.
¿Es que la gente ya no ve películas? La llave siempre está pegada debajo del cajón. Tiró de la cinta adhesiva y una pequeña llave plateada cayó en su mano. Sin dejar de sonreír, abrió la cerradura y tiró del cajón. Lo único que había dentro era un mazo de cartas, unos cuantos bolígrafos y lápices, algunas gomillas, un arrugado paquete de cigarrillos... en su mayor parte, cachivaches varios, del tipo que siempre se acumula en los cajones de un escritorio. ¡Premio!
Chris levantó el grupo de llaves por el llavero de cuero, sintiéndose muy satisfecho consigo mismo. Si encontrar la salida resultaba así de fácil, estarían en Raccoon City en muy poco tiempo.
—Parece que hemos encontrado algo —dijo en voz baja con el llavero en la mano.
El cuero tenía grabada a fuego la palabra «Alias» por un lado, y por el otro tenía escrito a bolígrafo el número 345. Chris no tenía ni idea de la posible importancia del número, pero recordó el mote por el diario que había encontrado en la mansión.
Gracias, señor Alias.
Si se suponía que las llaves pertenecían a aquel lugar, estaban mucho más cerca de salir de la propiedad Spencer.
Rebecca todavía estaba sentada al lado del baúl, rodeada de papeles, sobres e incluso unas cuantas fotografías que también había sacado. Parecía totalmente concentrada en lo que fuese que estuviese leyendo, y cuando Chris se acercó a ella levantó la mirada con unos ojos llenos de preocupación.
—¿Has encontrado algo? —preguntó Chris.
Rebecca levantó la hoja de papel que estaba leyendo.
—Un par de cosas. Escucha esto: «Han pasado cuatro días desde el accidente, y la Planta 42 sigue creciendo y mutando a un ritmo increíble...» —Pasó de largo unas cuantas páginas hablando mientras lo hacía—. Llama a esa criatura Planta 42 y dice que la raíz se encuentra en el sótano... aquí está: «Poco después del accidente, uno de los miembros infectados del personal de investigación se volvió muy violento y partió el depósito de agua del sótano, lo que inundó toda la sección. Creemos que algunos residuos de los elementos químicos utilizados en las pruebas del virus T han contaminado el agua y han contribuido a las tremendas mutaciones de la Planta 42. Ya se ha descubierto un número de brotes en otras partes de edificio, pero en este momento, la planta principal cuelga del techo de la gran sala de conferencias de la primera planta. Hemos llegado a la conclusión de que la Planta 42 ha logrado desarrollar cierta sensibilidad al movimiento alrededor y se ha convertido en un ser carnívoro. Cuando se aproxima un humano, utiliza sus lianas tentaculares y prensiles para inmovilizar a la víctima, mientras otros miembros adaptados para atacar se pegan a la piel como si fueran sanguijuelas y extraen ingentes cantidades de sangre. Varios miembros del personal han caído víctimas de la planta». Esto tiene fecha del veintiuno de mayo, y está firmado por Henry Sarton.
Chris meneó la cabeza incrédulo, preguntándose de nuevo cómo alguien podía inventar un virus como ése. Parecía infectar todo lo que tocaba y contagiaba la locura, transformando al ser infectado en un carnívoro letal, siempre deseoso de sangre.
Dios, y ahora una planta devoradora de hombres.
Chris se estremeció, y de repente se sintió doblemente aliviado de poder salir de allí tan pronto.
—Así que también infecta a las plantas —dijo—. Cuando realicemos nuestro informe, tendremos que...
—Es que eso no es todo —interrumpió ella mientras le entregaba con expresión preocupada una fotografía. Era una imagen borrosa de un hombre de mediana edad vestido con una bata de laboratorio. Estaba en pie delante de una sencilla puerta de madera. Chris la reconoció: era la misma puerta por la que habían entrado unos escasos diez minutos antes, era la entrada a aquel edificio.
Le dio la vuelta a la fotografía y leyó en voz alta la pequeña anotación escrita.
—H. Sarton, enero de 1998. Punto 42.
Se quedó mirando fijamente a Rebecca, comprendiendo al fin su mirada temerosa. Estaban en el punto 42. La planta carnívora estaba allí.
Wesker se quedó de pie en la oscuridad del túnel sin luz. Su irritación fue en aumento mientras oía a Barry recorrer a la carrera los pasillos. Jill no se quedaría esperando eternamente, y el enfurecido señor Burton no parecía darse cuenta de que el asesino de Enrico simplemente se había metido en las sombras de la vuelta de la esquina, el lugar más obvio donde esconderse. Vamos, vamos...
Había comenzado a pensar que las cosas iban bien desde que salieron de la casa. Había recordado la habitación subterránea cerca de la entrada a los laboratorios, y estaba casi seguro de que la medalla del lobo estaría allí. Además, los túneles estaban despejados. Había esperado encontrar fuera a los MA2, pero al parecer nadie había trasteado con los mecanismos de paso desde el accidente. Se habían separado para buscar la palanca que hacía funcionar los mecanismos de paso, y había estado a plena vista, colocado al lado del mismísimo mecanismo que ponía en funcionamiento. Toda habría salido a la perfección... si el maldito Enrico Marini no hubiese pasado por allí y hubiese encontrado un papel muy importante que se le había caído accidentalmente a Wesker: su hoja de órdenes, directamente enviadas desde las oficinas centrales de Umbrella. y para complicarlo todo, Jill había aparecido en los túneles antes de que Wesker pudiera acabar con el problema. Wesker suspiró para sus adentros. Si no era una cosa, era la otra. La verdad era que ese asunto se había convertido en un enorme dolor de cabeza desde el principio. Al menos, la seguridad de los departamentos inferiores no había sido activada, aunque no había tenido forma alguna de estar seguro hasta que llegaron a los túneles, y al haber llevado a Barry como seguro ante las posibles medidas de seguridad, ahora tenía que cargar con las consecuencias. Si la suma de dinero que le pagaban no fuese tan buena... Sonrió. ¿A quién quería engañar? La suma era estupenda.
Barry apareció después de lo que a Wesker le parecieron años, blandiendo su revólver a ciegas. El cuerpo de Wesker se tensó y esperó hasta que llegara al cuarto del generador. Ahora venía la parte peligrosa: Enrico había sido amigo íntimo de Barry. Justo cuando Barry entró en el cuarto, Wesker salió de las sombras y se puso a su espalda, clavándole el cañón de su pistola en los riñones. Comenzó a hablar al mismo tiempo en tono bajo y rápido.
—Sé que quieres matarme, Barry, pero quiero que pienses lo que estás a punto de hacer. Si yo muero, toda tu familia muere, y ahora mismo, me parece que Jill también va a tener que morir... pero tú puedes impedirlo. Puedes detener todas estas muertes.
Barry había dejado de moverse inmediatamente al sentir la punta del arma clavada en su espalda, pero Wesker advirtió la rabia apenas contenida de su voz, el odio en su estado puro.
—Has matado a Enrico —dijo con un gruñido casi animal.
Wesker apretó aún más el cañón de su arma.
—Sí, pero no me quedó más remedio. Enrico había encontrado una información que no debería saber, así que sabía demasiado y si le hubiera dicho a Jill todo lo que sabía sobre Umbrella, también habría tenido que matarla a ella.
—Vas a matarla de todas maneras. Vas a matarnos a todos...
Wesker suspiró, y dejó que una nota de desesperación y súplica se filtrara en su voz.
—¡Eso no es cierto! ¿No lo entiendes? ¡Sólo quiero llegar al laboratorio y eliminar las pruebas antes que nadie más las encuentre! En cuanto destruya ese material, ya no habrá razón alguna para que nadie más resulte herido. Simplemente... nos iremos.
Barry se quedó en silencio, y a Wesker no le cupo duda alguna de que el hombretón quería creerle, quería desesperanzadamente creer que la situación era así de simple. Wesker le dejó dudar por unos momentos antes de presionarlo de nuevo.
—Lo único que quiero que hagas es que mantengas ocupada a Jill, que la mantengas a ella y a cualquier otro alejados de los laboratorios, al menos durante un tiempo. Le estarás salvando la vida, y te juro que en cuanto consiga lo que quiero, tú y tu familia no volveréis a oír de mí en toda vuestra vida.
Esperó, y cuando Barry finalmente habló, Wesker supo que lo tenía en el bote.
—¿Dónde están los laboratorios?
¡Buen chico! Wesker bajó su arma y mantuvo la expresión de su rostro completamente neutra por si acaso Barry tenía una buena visión nocturna y le veía la cara. Sacó un papel doblado de uno de los bolsillos de su chaleco y se lo puso en la mano a Barry. Era un mapa de los túneles del primer nivel de las instalaciones del subsuelo.
—Si por alguna razón no puedes mantenerla alejada de los laboratorios, al menos manténla a tu lado. Hay muchas puertas con cerraduras en el exterior por esa zona, y si la cosa se pone fea, puedes encerrarla hasta que todo esto haya acabado. Lo digo en serio, Barry: nadie más tiene por qué resultar herido. Todo depende de ti.
Wesker dio un rápido paso atrás y recogió la palanca con la punta de seis lados que había dejado al lado del generador. Se quedó observando a Barry durante unos cuantos segundos más, y vio cómo los hombros del grandullón se hundían y su cabeza se inclinaba de forma sumisa. Satisfecho, Wesker se dio media vuelta y salió de la estancia. En el muy poco probable caso de que cualquiera de los STARS llegara hasta los laboratorios, el señor Burton se encargaría de neutralizarlo para que no causara más problemas. Se apresuró a regresar a la entrada del túnel, felicitándose en silencio por volver a tener la situación bajo control mientras se acercaba al mecanismo del primer pasaje. Tenía que darse prisa. Había «olvidado» mencionarle unos cuantos detalles a Barry, como, por ejemplo, el destacamento experimental de seguridad que dejaría libre en los túneles en cuando abriera aquel mecanismo por primera vez. Lo siento, Barry, tengo tantas cosas en la cabeza... Sería interesante ver cómo su equipo se comportaba frente a los 121, los Cazadores. Ver cómo se enfrentaban la agilidad y la fuerza de los STARS contra aquellas criaturas iba a ser todo un espectáculo. Por desgracia, él se lo perdería. Era mucha mala suerte, porque los Cazadores llevaban encerrados mucho, mucho tiempo, y tendrían muchísima, pero muchísima hambre.
Capítulo 15
Barry tardaba mucho tiempo en volver, demasiado. Jill no tenía ni idea de la extensión total de aquellos túneles y, por lo que había visto, todos tenían el mismo aspecto. Era perfectamente posible que Barry se hubiese perdido mientras intentaba encontrar el camino de regreso. O quizás había encontrado al asesino, y al no tener apoyo alguno... Puede que no regrese nunca. En cualquier caso, quedarse allí parada no le serviría de nada. Se puso en pie, miró por última vez la pálida cara de Enrico y le deseó la paz en silencio antes de alejarse.
¿Qué es lo que encontró que hizo que lo mataran? ¿Quién fue? Enrico sólo había logrado decir que el traidor era un hombre, pero eso no aclaraba gran cosa. Excepto ella y la novata, todos los demás miembros del equipo STARS de Raccoon City eran hombres. Podía eliminar a Chris, ya que él mismo estaba convencido de que pasaba algo raro desde el principio, y tampoco era Barry, que había estado justo a su lado en el momento que habían disparado contra Enrico. Brad Vickers no era el tipo de persona dispuesta a correr ninguna clase de riesgo, y Joseph y Kenneth estaban muertos, así que...
Eso sólo deja a Richard Aiken, a Forest Speyer y a Albert Wesker. Ninguno de ellos le sonaba como posible traidor, pero al menos tenía que considerar la posibilidad. Enrico estaba muerto, y ella no tenía ya ninguna duda de que Umbrella había comprado a uno de los miembros de STARS. Se agachó para atarse mejor las empapadas botas cuando llegó a la puerta. Tenía que estar preparada, porque quienquiera que fuese el que había matado a Enrico, podía matarlos tanto a ella como a Barry, y puesto que no lo había hecho, Jill suponía que simplemente no quería matar a nadie más que no andaría a la búsqueda de nuevos objetivos. Si se suponía que dicho individuo todavía se encontraba en aquel complejo subterráneo, ella tendría que ser todo lo silenciosa que fuese posible, si quería encontrarlo, porque los túneles eran excelentes conductores de sonido y amplificaban hasta el menor susurro. Abrió la puerta de metal y se quedó a la escucha. Luego se internó en el silencioso túnel, pegada a la pared. El corredor que se abría delante de ella carecía de luces. Prefirió retroceder por donde había llegado, la oscuridad era perfecta para una emboscada. No quería descubrir que estaba equivocada con respecto a las intenciones del atacante recibiendo un balazo en la cabeza. A través de las frías y ominosas paredes de piedra resonó un rugido bajo y reverberante, como el ruido de algo grande moviéndose pesadamente. Jill utilizó el sonido instintivamente para cubrirse y corrió varios pasos para alcanzar la siguiente puerta de metal justo cuando el rugido dejó de sonar. Se deslizó hasta el pasillo en el que se había topado con Barry y cerró suavemente la puerta tras de sí.
¿Qué demonios era eso? ¡Parecía que se estaba moviendo toda una pared! Se estremeció al recordar el techo que bajaba sin cesar en aquella habitación donde se había visto atrapada. Quizá los túneles también estaban llenos de trampas.
Tendría que vigilar cada paso que daba. La idea de quedar completamente aplastada bajo toneladas de roca por algún extraño mecanismo subterráneo... ¿Cómo el que había al lado del pozo, con el agujero hexagonal? Asintió lentamente para sí misma y decidió que tendría que ir a echar otro vistazo a las puertas a las que no había podido acceder antes. Quizás el asesino poseía la herramienta necesaria para abrirlas, y el sonido que había oído antes era el mecanismo de apertura en funcionamiento. Podía equivocarse, pero no perdía nada por echar un vistazo... Y, al menos, no me perderé. Extendió la mano para abrir la puerta por la que había llegado allí y se detuvo de repente, con la cabeza inclinada hacia un lado para escuchar mejor el extraño ruido que llegaba procedente del túnel a su espalda. Era... ¿una bisagra oxidada?
¿Alguna clase de pájaro? Era un sonido bastante fuerte, fuese lo que fuese. Tump. Tump. Tump. Ese sonido sí que lo reconocía. Pasos, e iban en su dirección; o bien era Barry o bien era alguien con su complexión física. Eran unos pasos pesados, lentos, pero demasiado separados entre sí, demasiado... deliberados. ¡Sal de aquí ahora mismo! Jill agarró la manivela metálica de la puerta y la abrió. Salió corriendo hacia el siguiente túnel, sin importarle ya el ruido que hacía. Aunque a veces no los interpretaba bien, sus instintos jamás le fallaban, y en aquel momento le estaban diciendo que no debía estar allí cuando quienquiera o lo quequiera que fuese que estaba provocando aquel ruido llegara hasta aquel lugar. Continuó corriendo por el pasillo de piedra, alejándose de la escalera que llevaba de regreso al patio exterior, y, llegado el momento, decidió que era mejor aminorar la marcha. Respiró profundamente. No podía seguir corriendo de esa manera hacia adelante, era muy posible que hubiera más peligros aparte del que se encontraba a su espalda. La puerta se abrió detrás de ella.
Jill se giró y alzó su arma... y se quedó mirando horrorizada la criatura que estaba allí. Era enorme, con una silueta humana... pero allí acababa el parecido. Estaba desnuda y carecía de sexo. Todo su cuerpo musculoso estaba cubierto por una piel parecida a la de los anfibios y de un color verde oscuro. Estaba tan inclinado sobre su espalda que sus brazos increíblemente largos casi tocaban el suelo, y tanto las manos como los pies acababan en unas garras de aspecto muy afilado. Sus ojos, pequeños y de un color claro luminoso, resaltaban en su liso cráneo reptilesco. La extraña criatura giró la cabeza y fijó su mirada en ella. Su amplia mandíbula inferior bajó... y soltó un chillido agudo como jamás había oído Jill antes, un grito que llenó su mente de un terror letal. Jill disparó, y tres proyectiles se incrustaron en el pecho de la criatura, lanzándola hacia atrás. El ser trastabilló y se desplomó contra la pared del túnel... Lanzando otro feroz aullido se abalanzó hacia ella, impulsándose sobre sus poderosas piernas y con las garras extendidas hacia adelante, dispuestas a agarrar y desgarrar su carne.
Disparó una y otra vez mientras la criatura corría hacia ella, y los proyectiles arrancaron trozos de carne e hiciera saltar al aire chorros de sangre... Finalmente, la criatura se desplomó a un par de metros de ella, sin dejar de chillar y lanzando zarpazos con una de las garras en un intento por agarrarle las piernas. Un olor animal llegó hasta su nariz, un olor que hablaba de lugares oscuros y rabia salvaje. Dios, ¿por qué no muere? Jill apuntó la Beretta hacia la parte posterior del cráneo y vació el cargador. Continuó disparando mientras la carne verdosa se abría y los huesos saltaban astillados, aun cuando las balas perforaron la masa pulposa y sonrosada de su cerebro. Clic. Clic. Clic. No había más balas. Bajó el arma mientras todo el cuerpo le temblaba. Se había acabado, la criatura estaba muerta, pero había sido necesario casi un cargador completo, quince proyectiles de nueve milímetros, y los últimos siete u ocho a quemarropa. Sacó el cargador vacío sin dejar de mirar al monstruo caído y metió un nuevo cargador en la Beretta antes de enfundarla. Sacó la escopeta Remington de la funda a su espalda y se sintió reconfortada por su peso y solidez. ¿En qué demonios estaban trabajando aquí? Parecía que los investigadores de Umbrella habían desarrollado algo más que un virus. Algo igual de letal, pero con garras... y puede que haya más como éste. Jamás había tenido un pensamiento tan horrible. Jill agarró con fuerza la escopeta, se dio la vuelta y comenzó a correr.
Chris y Rebecca recorrieron un largo pasillo de madera, mirando alrededor a cada paso que daban. De cada grieta y agujero de las esquinas entre la pared y el techo salía lo que parecía hiedra seca y muerta. Era una extensión de color hueso que recorría las planchas de madera como si fuese un gigantesco hongo. Parecía inofensivo, pero después de lo que Rebecca le había leído acerca de la Planta 42, Chris se mantuvo alerta y preparado para salir corriendo. Después de revisar todos los papeles del baúl, Rebecca había encontrado un informe sobre una clase de pesticida que al parecer podía fabricarse en el Punto 42, y que ellos denominaban Impacto-V. Se había llevado el informe consigo, aunque Chris dudaba que llegara a ser útil. Lo único que quería era encontrar la salida y, si podían esquivar aquella planta asesina, mucho mejor. La sala delantera había estado libre de cualquier ramificación de la planta, aunque Chris no habría dicho que era zona segura. Además de los dos dormitorios al lado de la puerta delantera, habían encontrado una habitación de descanso bastante ominosa. Chris había echado un vistazo en su interior, y todas las alarmas internas habían saltado en su cabeza, aunque no había descubierto por qué. No había ningún peligro visible. Lo único que había en la estancia era la barra de un bar y un par de mesas. Sin embargo, a pesar de la aparente calma del lugar, Chris había cerrado rápidamente la puerta y ambos habían pasado de largo. Su instinto era razón más que suficiente para alejarse de allí. Se detuvieron delante de la única puerta que había en el largo y sinuoso pasillo, sin dejar de mirar de forma nerviosa la hiedra seca que había cerca del tejado. Chris tiró del pomo; la puerta se abrió. Una bocanada de aire húmedo y caliente surgió de la estancia mal iluminada, con un fuerte aroma tropical, sólo que tenía una ligera nota desagradable, como si fuera el hedor de la fruta podrida. Chris puso instintivamente a Rebecca detrás de él al ver las paredes de la habitación. Estaban completamente cubiertas del mismo tipo de excrecencia vegetal que habían encontrado en el pasillo, sólo que en este caso, aquella especie de hiedra mostraba un aspecto vivo e hinchado, con un verde parecido al de la bilis. Del interior de la habitación surgió un ligero susurro como una leve sensación de movimiento, y Chris se dio cuenta de que procedía de la propia planta de aspecto enfermizo. Las paredes temblaban con un extraño efecto óptico mientras las lianas no dejaban de crecer y extenderse.
Rebecca intentó pasar al lado de Chris para entrar y éste extendió el brazo para detenerla.
—¿Qué? ¿Estás loca? ¡Creí que habías dicho que esa cosa chupaba la sangre!
Ella negó con la cabeza sin dejar de mirar las temblorosas paredes llenas de vida.
—Ésta no es la Planta 42, al menos, no la parte de la que hablaba el informe. La Planta 42 tiene que ser mucho más grande y debe tener mucha mayor movilidad. Nunca he estudiado mucha fitobiología, pero según lo que dice el informe debemos buscar una angiosperma con follaje móvil... —Se detuvo y sonrió nerviosa—. Lo siento. Piensa en una gran planta bulbosa con lianas de tres a seis metros retorciéndose.
Chris sonrió.
—Estupendo. Gracias por tranquilizarme.
Entraron en la gran habitación, procurando no caminar demasiado cerca de las siseantes paredes. Había otras tres puertas aparte de la que habían utilizado para entrar. Una estaba justo frente a la entrada, y las otras estaban enfrente la una de la otra a su izquierda, donde la habitación se ensanchaba. Chris se dirigió hacia la puerta situada frente a la entrada, seguido de Rebecca, ya que probablemente era la que los llevaría al exterior de aquel edificio. La puerta no estaba cerrada con llave, y Chris comenzó a empujarla para abrirla... ¡BAM! La puerta se cerró con un fuerte golpe, lo que hizo que ambos dieran un salto atrás al mismo tiempo que levantaban las armas. A continuación oyeron una serie de golpes fuertes y deslizantes, como si alguien al otro lado le estuviese dando patadas a las paredes... pero los golpes sonaban por todos lados: por arriba del marco de la puerta, a ambos lados y por todos los rincones de la habitación contigua.
—Dijiste un montón de lianas, ¿verdad? —preguntó Chris a Rebecca.
Ella asintió.
—Creo que acabamos de encontrar a la Planta 42.
Se quedaron escuchando durante unos momentos, y Chris pensó en la fuerza y el peso necesarios para mantener cerrada una puerta de semejante modo. Sin duda, es más grande y más móvil y quizás está bloqueando la única salida de este lugar. Estupendo. Retrocedieron y regresaron a la zona abierta. Se quedaron mirando a las otras dos puertas. La que estaba a su derecha tenía el número 002 encima del marco. Chris sacó el llavero que había encontrado en el cajón y rebuscó entre las distintas llaves hasta encontrar la que tenía ese número. Abrió la puerta y entró, con Rebecca pegada a su espalda. A la izquierda había una puerta más pequeña que daba a un lavabo, silencioso y polvoriento. La habitación era un dormitorio, con un camastro, una mesa escritorio y un par de estanterías. No había nada de interés.
Oyeron otra serie de golpes fuertes y apagados procedentes del otro lado de la pared más alejada y retrocedieron deprisa hacia la húmeda habitación de paredes siseantes. Chris luchó contra la creciente certidumbre de que tendrían que enfrentarse a la planta si querían salir de allí. No necesariamente. Puede que haya otro modo de salir de aquí. Tal como estaban saliendo las cosas, no lo creía posible. Desde los tambaleantes zombis que acechaban en el edificio principal hasta la carrera bajo la lluvia de serpientes cayendo de los árboles, todas y cada una de las partes que había en la residencia Spencer parecían diseñadas para que nadie la abandonara. Chris dejó a un lado los pensamientos negativos mientras se aproximaban a la última puerta de la sombría estancia, pero aquellas ideas regresaron inmediatamente cuando vio un pequeño teclado verde adosado a un lado del marco de la puerta. Probó a abrir la puerta, pero el pomo sólo se movió unos milímetros. Era otro callejón sin salida.
—Es una cerradura de seguridad —dijo suspirando— No hay forma de entrar si no sabes el código secreto.
Rebecca frunció el entrecejo mientras observaba detenidamente las pequeñas luces rojas encendidas encima de los botones numerados.
—Podemos ir probando hasta pulsar la combinación correcta...
Chris negó con la cabeza.
—¿Sabes las probabilidades que tenemos de dar por casualidad con la secuencia de números correcta...? —Se detuvo. Se quedó mirándola fijamente. A continuación rebuscó en su bolsillo el llavero que había encontrado en la mesa de la entrada—. Prueba con tres, cuatro, cinco —dijo, observando con atención a Rebecca mientras ella pulsaba obedientemente los números que le había indicado.
Vamos, señor Alias, no nos falles... El conjunto de luces rojas parpadeó y después se apagó una por una. Cuando la última lucecita roja se apagó, oyeron un clic procedente del interior de la puerta. Chris sonrió de oreja a oreja y empujó la puerta para abrirla... y sintió que la moral se le venía al suelo cuando miró el interior de la pequeña habitación. Estaba llena de anaqueles polvorientos repletos de pequeñas botellas y redomas, además de un fregadero oxidado. No era la salida que esperaba encontrar.
—No, eso hubiese sido demasiado fácil. Dios sabe que no podemos tenerlo tan fácil...
Rebecca entró a paso ligero en la habitación. Se acercó a uno de los anaqueles y observó detenidamente las distintas botellas, murmurando sus nombres mientras las miraba.
—Hiosciamina, anhídrido, dieldrina...
Se giró hacia él; ahora era ella la que sonreía de oreja a oreja.
—¡Chris, podemos matar la planta! Ese veneno, el Impacto-V es una fitotoxina, y puedo mezclarla aquí. Si podemos llegar al sótano y encontrar la raíz de la planta...
Chris le devolvió la sonrisa.
—Entonces podremos destruirla sin tener que luchar contra esa condenada criatura. ¡Rebecca, eres un genio! ¿Cuánto tiempo necesitas?
—Diez, quince minutos como mucho.
—Los tienes. Quédate aquí. Volveré lo antes posible.
Rebecca empezó a bajar botellas de los anaqueles al mismo tiempo que Chris cerraba la puerta y comenzaba a recorrer al trote el camino que lo llevaría hasta el pasillo que se encontraba más allá de las susurrantes paredes de color verde oscuro. Iban a derrotar a aquel lugar y, en cuanto lograran salir de allí, Umbrella se las iba a pagar todas juntas.
Barry estaba de pie al lado del frío cuerpo de Enrico, con el mapa de Wesker arrugado en el puño. Jill ya no estaba para cuando había regresado al lugar, pero en lugar de ponerse a buscarla, se había quedado allí paralizado, incapaz siquiera de apartar la vista del cadáver de su amigo asesinado. Es culpa mía. Si no hubiese ayudado a Wesker a salir de la casa, todavía estarías vivo... Barry se quedó mirando con tristeza el rostro de Enrico. Se sentía tan lleno de vergüenza y culpabilidad que ya no sabía qué hacer. Sí sabía que debía encontrar a Jill, que debía mantenerla alejada de Wesker, mantener a su familia a salvo... pero aun así, no podía alejarse del cadáver. Su mayor deseo en ese momento era poder explicarle a Enrico lo que había ocurrido, hacerle entender por qué la situación había llegado a ese punto.
Tiene a Kathy y a las niñas, Enrico... ¿Qué otra cosa podía hacer? ¿Qué otra cosa puedo hacer si no obedecer sus órdenes? El miembro del equipo Bravo se quedó mirándolo con unos ojos fijos y ligeramente velados, unos ojos que ya no veían. No mostraban acusación alguna, ni comprensión, ni nada de nada. Incluso si Barry continuaba ayudando al capitán y todo lo demás salía como se suponía, aun así Enrico Marini continuaría muerto, y Barry no sabía cómo podría vivir sabiendo que él era el responsable de aquello...
El eco de unos disparos resonó en los túneles. De muchos disparos... ¡Jill! Barry giró la cabeza de repente. Su mano se dirigió inmediatamente a desenfundar su arma. Aquellos disparos lo hicieron ponerse en movimiento cuando la rabia le recorrió el cuerpo. Sólo cabía una explicación: Wesker había encontrado a Jill. Barry comenzó a correr, abrumado por la idea de que otro de los miembros de STARS muriera a manos del traidor, al mismo tiempo furioso por haber creído las mentiras del capitán...
La puerta que se encontraba justo delante de él se abrió de golpe, estampándose contra la pared, y Barry se detuvo en seco. Todos los pensamientos que tenía sobre Wesker, Enrico y Jill desaparecieron de repente al ver la figura encorvada que tenía delante. Su mente no podía comprender lo que veía, sus asombrados ojos le suministraban retazos de información al cerebro, información que no tenía sentido. Piel verde. Ojos penetrantes de color naranja. Garras. Aquello aulló, un grito horrible y agudo, y Barry dejó de pensar automáticamente. Apuntó y apretó el gatillo, y el aullido se convirtió en un gemido gorgoteante cuando el pesado proyectil destrozó la garganta de aquel ser y lo arrojó al suelo. La criatura agitó salvajemente los brazos mientras la sangre manaba a grandes borbotones del todavía humeante agujero. Barry oyó varios crujidos como el de huesos al romperse, y vio más sangre que salía a borbotones de los puños de la bestia cuando sus largas y gruesas garras se partieron contra la pared de roca. Barry se quedó mudo mientras observaba a la criatura que continuaba moviéndose violenta y espasmódicamente, respirando a través de la burbujeante herida como si todavía estuviese intentando aullar. Aquel disparo tendría que haberle arrancado el cuello, separándoselo de la cabeza, pero tardó otro minuto largo en morir. Sus frenéticos movimientos fueron reduciéndose de forma gradual a medida que la sangre salía a chorros y la debilitaba. Finalmente, dejó de moverse, y al fijarse en el enorme charco que se extendía a sus pies, Barry se dio cuenta de que se había desangrado hasta morir y que no había perdido la conciencia en ningún momento. ¿Qué es lo que acabo de matar? ¿Qué cojo...? Otro aullido muy semejante al lanzado por la criatura que acababa de matar resonó en el túnel exterior, y el húmedo aire se vio inundado de horror cuando a él se añadieron un segundo, y después un tercero. Aquellos gritos animales se elevaron de tono hasta convertirse en algo furioso y antinatural, los aullidos de unas criaturas que no deberían existir sobre la faz de la tierra. Barry metió unos dedos temblorosos en la bolsa colgada del cinturón donde guardaba la munición y sacó unas cuantas balas para recargar el revólver mientras rezaba con la esperanza de disponer suficientes proyectiles... y para que los disparos que había oído no fuesen la última resistencia de Jill.
Capítulo 16
Podría haber pasado por una araña si alguna especie de araña tuviese aquel enorme tamaño. No podía ser otra cosa, por lo que se deducía de la gruesa capa de telaraña que cubría toda la habitación, desde el suelo hasta el techo. Jill se quedó mirando las curvadas y todavía temblorosas patas de aquella abominación y sintió que se le ponía la carne de gallina. La criatura que la había atacado en la entrada del patio había sido tan terrorífica, pero tan inverosímil al mismo tiempo, que no había podido relacionarla con nada que ella conociera. Las arañas, sin embargo... Ya las odiaba antes de encontrarse con aquélla. Odiaba sus cuerpos oscuros y peludos, odiaba sus delgadas y veloces patas. La criatura que tenía delante era la madre de todas las arañas, y aun muerta, la atemorizaba. Pero no lleva mucho tiempo muerta...
Se obligó a mirar el cuerpo y los charcos de fluido verde que salían de los agujeros en su cuerpo redondeado y peludo. Le habían disparado numerosas veces, y por el líquido que todavía brotaba de sus heridas, dedujo que no llevaba más de diez minutos muerta, quizá menos. Se estremeció y avanzó hacia la doble puerta de metal que daba al exterior de aquella estancia llena de telarañas. Las suaves tiras de aquella sustancia pegajosa se agarraban a sus botas y la obligaban a esforzarse para avanzar. Caminó de forma lenta y deliberada, decidida a no caerse. La sola idea de quedar cubierta de tela de araña, de tener todo el cuerpo... Se estremeció de nuevo de los pies a la cabeza y tragó saliva. Piensa en cualquier otra cosa, en lo que sea...
Al menos sabía que se encontraba en el buen camino, y cerca de quienquiera que fuese el responsable de poner en marcha el mecanismo del túnel. Un buen truco. Al llegar a la zona donde había visto el agujero, pensó que se había perdido. El enorme pozo había desaparecido, y en su lugar sólo se veía piedra pulida. Levantó la vista y divisó los bordes irregulares del pozo por encima de su cabeza. Toda la sección central del túnel había dado la vuelta y había girado igual que una gigantesca rueda mediante algún milagro de ingeniería.
Las puertas la habían llevado hasta otro túnel vacío y recto. En un extremo había un enorme peñasco, y más allá, la habitación que estaba a punto de abandonar... Jill agarró el pomo de una de las puertas y la abrió. Cruzó el umbral para encontrarse en otro pasillo sombrío. Apoyó el cuerpo en la puerta y respiró profundamente, resistiendo a duras penas la necesidad de sacudirse las ropas. Puedo despedazar a tiros a zombis y monstruos a mansalva, y ahora veo una araña y pierdo la cabeza... El corto y vacío túnel iba de izquierda a derecha por delante de ella, con una puerta a cada extremo, pero la puerta que tenía a la izquierda se encontraba en la misma pared donde estaba la puerta por la que acababa de salir, y que llevaba de regreso al patio. Jill decidió acercarse a la puerta de la derecha, con la esperanza de que su sentido de la orientación todavía permaneciera intacto. La puerta de metal se abrió con un crujido y, en cuanto entró, notó el cambio en el ambiente. El túnel se dividía delante de ella. A la derecha había otro pasillo de paredes rocosas que se hundía en las sombras, pero a la izquierda vio un pequeño ascensor, igual que los que había encontrado en el patio. Una brisa cálida y suave la recorrió de arriba abajo, y el dulce aroma del patio le pareció un sueño olvidado. Jill sonrió y comenzó a acercarse al ascensor. Se dio cuenta de que la plataforma del ascensor estaba arriba. Era bastante probable que todavía estuviese tras la pista del asesino de Enrico... Pero tal vez no. Quizá fue por el otro pasillo y estoy a punto de perder su rastro. Jill dudó y se quedó mirando con ganas el hueco del ascensor. Se dio la vuelta finalmente con un suspiro, tenía que echar al menos un vistazo en la otra dirección. Entró en el pasillo que se encontraba justo delante de ella, y la temperatura descendió rápidamente hasta el familiar desagradable frescor del resto del lugar. El túnel se extendía varios metros a su derecha y acababa en un extremo sin salida. A su izquierda, otro peñasco enorme y redondeado como el que había visto con anterioridad marcaba el final del otro extremo, a unos treinta metros de distancia, y había algo pequeño justo delante de él, algo que despedía un ligero reflejo azul. Jill frunció el entrecejo y avanzó hacia la roca gigante, intentando distinguir qué era el objeto azul. En la mitad del pasillo había un pequeño ramal a la izquierda, y reconoció la placa de metal que había a su lado. Era del mismo tipo de mecanismo que había movido el pozo. Entró en el pequeño ramal y examinó con atención las gastadas piedras de su entrada. A la derecha se abría una pequeña puerta, y Jill se dio cuenta de que el pasillo y la habitación podían esconderse mediante un mecanismo y que las paredes giraban para tapar la entrada. Demonios, deben de haber tardado años en montar todo esto y pensar que yo estaba impresionada con la casa... Abrió la puerta y echó un vistazo en su interior. Sólo era una habitación cuadrada de mediano tamaño, y la única decoración era un pedestal con la estatua de un pájaro. No tenia otra salida, y Jill sintió una repentina sensación de alivio cuando se dio cuenta de lo que aquello implicaba. Ya podía salir de los túneles subterráneos: el asesino ya se había marchado. Salió sonriendo al pasillo de nuevo y comenzó a acercarse a la piedra gigante, aún curiosa por saber qué era aquel objeto azul.
Se dio cuenta de que era un libro encuadernado con cuero teñido de color azul. Lo habían arrojado descuidadamente al lado de la piedra, y estaba abierto y boca abajo. Se colgó la Remington al hombro y se agachó para recogerlo. Era en realidad una caja-libro. Su padre le había hablado de aquellos objetos, aunque ella no había visto ninguno con anterioridad. Las páginas estaban recortadas detrás de la cubierta, y allí se escondían los objetos de valor, aunque éste ya estaba vacío... Le dio la vuelta y recorrió con un dedo las doradas letras del título, Águila del Este, Lobo del Oeste, mientras se encaminaba hacia el ascensor. No parecía un título interesante, aunque el libro estaba muy bien encuadernado... Clic.
Se detuvo en seco cuando la pequeña piedra bajo su pie izquierdo se hundió ligerísimamente... y en ese preciso instante se dio cuenta de que el pasillo estaba algo inclinado en la dirección que ella estaba caminando. Oh, no. Detrás de ella oyó un profundo sonido rugiente de roca rozando contra roca.
Jill dejó caer el libro y empezó a correr para ponerse a cubierto, con los brazos y las piernas lanzados a toda velocidad mientras el rugido aumentaba y el peñasco liberado tomaba velocidad. La oscura abertura del pequeño ramal parecía estar a kilómetros de distancia... No voy a llegar, voy a morir...
Casi pudo sentir las toneladas de piedra abalanzándose sobre ella. Quería mirar, sentía la necesidad de mirar, pero sabía que las décimas de segundo que ello supondría representaban la diferencia entre la vida y la muerte. Se lanzó en una desesperada explosión final de velocidad hacia la abertura, arrojándose al suelo y metiendo las piernas... justo cuando la enorme roca pasó de largo sin alcanzarla por escasos centímetros. Mientras aspiraba la siguiente angustiosa bocanada de aire, el peñasco impactó contra el otro extremo del pasillo con un sonido estremecedor que estremeció todo el túnel y la sacudió hasta los huesos. Lo único que pudo hacer por unos instantes fue quedarse encogida sobre el frío suelo mientras se esforzaba por no vomitar. Cuando logró superar aquella sensación, se puso lentamente de pie y se sacudió el polvo que la cubría. Tenía las palmas de las manos completamente arañadas y las rodillas llenas de cardenales a causa de la caída de cabeza al suelo, pero pensó que, desde luego, si lo comparaba con ser aplastada por una piedra gigante, había tomado la decisión correcta. Jill descolgó la Remington y se dirigió de nuevo hacia el ascensor, deseosa de dejar atrás aquel complejo subterráneo. Cruzó los dedos para que, fuese lo que fuese lo siguiente que tuviera que enfrentar, fuese algo de sangre caliente y que no hubiera arañas.
El sótano estaba completamente inundado. Chris permaneció al comienzo de la corta rampa que llevaba a las puertas del sótano, mirando el reflejo de su cara sin sonrisa que se dibujaba en la ondulante agua. Parecía fría. Y profunda. Después de dejar atrás a Rebecca, había seguido por la sala y había descubierto la habitación 003 en un extremo. La escalera que llevaba hasta el sótano estaba discretamente oculta detrás de una estantería en el ordenado dormitorio. Había bajado hasta el helado pasillo de cemento iluminado cae bombillas fluorescentes que, además de luz, despedían un continuo zumbido, lo que representaba un cambio brusco con respecto a la sencilla decoración de madera de las estancias superiores. Al menos, he descubierto el sótano... Al parecer, matar la Planta 42 era la única vía de escape. No había visto ninguna otra salida del lugar, lo que significaba que tenía que encontrarse al otro lado de la habitación que ocupaba la planta. O era eso, o no había una puerta trasera, idea que lo dejó bastante inquieto. No le parecía posible, pero tampoco se lo parecía una planta carnívora como aquélla. Y no lo descubrirás hasta que acabes con esto. Chris suspiró y entró en el agua. Estaba fría y desprendía un desagradable olor químico. Cruzó vadeando hasta que llegó a la puerta. El agua, que en un principio le había llegado a las rodillas, continuó subiendo hasta detenerse a la altura de la mitad del muslo. Se estremeció y empujó la puerta para entrar. El sótano estaba dominado por un elemento: un enorme tanque de cristal en el centro de la estancia que se extendía desde el suelo hasta el techo, y que mostraba un gran agujero irregular en el fondo del lado derecho. Chris no era demasiado bueno para juzgar el volumen de las botellas, pero calculó que para llenar toda aquella zona de agua, el tanque debía tener una capacidad de bastantes miles de litros de agua. ¿Qué demonios estaban estudiando aquí para necesitar tanta agua? ¿Olas de maremotos? No importaba. Hacía frío y quería encontrar cuanto antes lo que necesitaba para poder regresar a terreno seco. Se dirigió lentamente hacia su izquierda, luchando contra la resistencia y el empuje de las suaves olas. Aquello era totalmente irreal: vadear una estancia de cemento completamente iluminada. Aunque, cuando lo pensó mejor, supuso que no era más extraño que todo lo que le había pasado desde que el helicóptero del equipo Alfa se había posado en tierra. Todo lo relativo a la propiedad Spencer tenía cierto aire onírico, como si existiese en su propia realidad lejos de las reglas del resto del mundo... Di más bien un aire de pesadilla. Plantas asesinas, serpiente gigantes, muertos vivientes. Lo único que falta es un platillo volador o, quizás, un dinosaurio... Oyó un suave chapoteo a su espalda y miró por encima del hombro... y lo que vio fue una gruesa aleta triangular alzarse sobre la superficie del agua a unos diez metros de él, que comenzó a avanzar en su dirección, seguida por debajo por una borrosa silueta gris. El pánico se apoderó de él, un pánico tan absoluto que borró cualquier pensamiento racional. Dio un paso gigantesco para echar a correr...
Se dio cuenta de que no podía correr cuando se cayó de bruces en la fría agua repleta de productos químicos y luego salió escupiendo agua contaminada por la nariz y por la boca, mientras deseaba fervientemente que Rebecca tuviese razón y el virus hubiera perdido toda su potencia. Giró rápidamente la cabeza, con los ojos irritados, y buscó con la vista la aleta... Entonces se dio cuenta de que la distancia entre ellos había quedado reducida a la mitad. Ahora podía distinguirlo con mayor claridad: era un tiburón; su cuerpo, de unos seis metros de largo, surcaba con facilidad el agua, con su larga cola impulsándolo hacia adelante... y con unos ojos negros y sin expresión mirándolo por encima de su eterna sonrisa dentada. Las balas mojadas no suelen disparar...
Chris trastabilló hacia atrás, a sabiendas de que no tenía ninguna oportunidad de correr más que aquel bicho y de dejarlo atrás. Levantó los brazos para equilibrarse mejor y se puso de lado. Logró dar unos cuantos pasos más antes de que el tiburón se le echara encima... Saltó hacia un lado, esquivando al animal, y dio enérgicas palmadas en el agua lanzando espumas por todos lados. El tiburón pasó de largo, y su cuerpo suave y pesado le rozó la pierna. Chris se apresuró en cuanto terminó de pasar, manoteando desesperado en el agua para intentar seguirlo y mantenerse detrás de él mientras doblaba la esquina en la inundada habitación. Si conseguía mantenerse suficientemente cerca, no podría girar para morderlo... Sólo que el tiburón dispondría en pocos segundos de espacio más que suficiente para maniobrar. Divisó dos puertas delante de él, a la izquierda, pero el gigantesco pez ya lo estaba dejando atrás y se dirigía hacia la siguiente esquina para girar y abalanzarse de nuevo sobre él. Chris inspiró profundamente y se sumergió, sabiendo que era una locura pero que no tenía otra opción mejor. Braceó desesperadamente hacia la primera puerta después de impulsarse con una patada contra el suelo de cemento hacia adelante. Llegó a la puerta al mismo tiempo que el tiburón daba la vuelta y comenzaba a nadar en su dirección. Agarró medio ahogado el pomo de la puerta... que estaba cerrada con llave. Mierda mierda mierda...
Chris metió la mano en su chaleco y rebuscó en uno de los bolsillos las llaves del tal Alias mientras la aleta se acercaba cada vez más y veía con mayor claridad los dientes de la feroz sonrisa...
Metió la llave en la cerradura, la única llave para la que no había encontrado cerradura, y al mismo tiempo le dio un empujón con el hombro a la puerta. El tiburón se encontraba ya a escasos metros de él. La puerta se abrió de golpe y Chris cayó al otro lado, cayendo y pataleando frenéticamente a la vez. Una de sus botas impactó de lleno contra el morro del tiburón, desviándolo de la abertura. Se levantó de un salto y lanzó todo el peso de su cuerpo contra la puerta, que se cerró lentamente con un chapoteo suave. Se desplomó de espaldas contra la puerta, mientras se enjugaba con la manga los ojos llorosos por la picazón. El oleaje provocado por su paso fue decreciendo gradualmente al mismo tiempo que él recuperaba el aliento y su visión se aclaraba. Estaba a salvo, por el momento. Desenfundó su Beretta y sacó el cargador chorreante, preguntándose cómo demonios lograría llegar de nuevo arriba. Miró alrededor en la pequeña habitación en la que se encontraba, pero no vio nada que pudiera utilizar como arma. Una de las paredes estaba cubierta de botones e interruptores. Se acercó hasta ella dando grandes zancadas sobre el agua. Se había sentido atraído por una luz roja parpadeante. Me parece que he encontrado una sala de control. Genial. Quizá pueda apagar todas las luces y hacer que el tiburón se ponga a dormir. Al lado de la luz intermitente había una palanca, Chris leyó el desgastado texto que había debajo y sintió cómo crecía su incredulidad. Sistema de vaciado de emergencia. Tiene que ser una broma. ¿Por qué nadie bajó esta palanca en el mismo instante en que se rompió el tanque?
La respuesta se le ocurrió inmediatamente: las personas que trabajaban allí eran científicos, de modo que no iban a perder la ocasión de estudiar su magnífica Planta 42 vaciando de agua aquel lago artificial. Chris agarró la palanca y tiró hacia abajo. Oyó un sonido metálico y deslizante al otro lado de la puerta, y el nivel de agua comenzó a descender inmediatamente. Un minuto después, los últimos restos desaparecían por debajo de la puerta, y un ruido burbujeante sonó en la dirección del tanque roto. Regresó hacia la puerta y la abrió con cuidado... y oyó los frenéticos golpes de un pez muy grande que intentaba nadar a través del aire. Chris sonrió, pensando que quizá debería sentir lástima por aquella criatura indefensa... pero en realidad esperaba que sufriera una muerte lenta y agonizante.
Wesker había abatido a cuatro de los trabajadores de Umbrella que estaban infectados por el virus y muertos en vida durante su trayecto hasta la sala de ordenadores del nivel tres. No había reconocido a ninguno de los cuatro, aunque estaba bastante seguro de que el segundo que había matado era Steve Keller, uno de los integrantes del equipo de investigaciones especiales. Steve siempre llevaba puestos unos zapatos de cuero de tipo mocasín, y la criatura reseca que lo había atacado en las escaleras llevaba puestos unos zapatos de su marca preferida. Al parecer, los efectos causados por el vertido del virus al aire habían sido peores en los laboratorios y, aunque ensuciaban menos, eran más inquietantes. Las criaturas que recorrían las habitaciones y los pasillos estaban completamente deshidratadas, con sus miembros completamente enjutos, fibrosos, y con los ojos igual que uvas pasas. Wesker había esquivado a varios de ellos, pero los que tuvo que matar definitivamente apenas habían sangrado. Se sentó delante del ordenador en una habitación fría y estéril. Esperó a que el sistema se encendiera mientras por primera vez en todo el día se sentía realmente con el control de la situación. Antes había tenido buenos momentos, por supuesto: el modo en que había manejado a Barry, cómo había encontrado la medalla del lobo en los túneles. Incluso dispararle a Ellen Smith en la cara le había proporcionado una momentánea sensación de cumplimiento, de que dominaba los acontecimientos. Sin embargo, habían salido mal tantas cosas a lo largo del camino que no había podido disfrutar de ninguno de sus éxitos.
Pero ahora ya estoy aquí. Si los STARS no están muertos ya, pronto lo estarán. Y si no sufro una enorme disminución de mi habilidad, habré salido de aquí dentro de media hora, con la misión cumplida... Todavía existían unos cuantos peligros, pero Wesker podría enfrentarse a ellos. Sin duda, los monos mutantes, los MA2, estaban sueltos por el cuarto del generador, pero no era difícil esquivarlos, siempre que uno no dejara de correr. Él lo sabía bien: había ayudado a desarrollar el diseño. Y también quedaba el premio gordo, el Tirano a la espera en su urna de cristal, un nivel más abajo, dormido, en el dulce sueño de los condenados... Del que sin duda jamás podrá despertar. Qué desperdicio. Tanto poder, y sin embargo los de White deciden que se trata de un fracaso... Un ligero pitido musical le indicó que el sistema estaba activado y preparado. Wesker sacó una pequeña libreta de su chaleco y la abrió por la lista de códigos, aunque ya los sabía de memoria. John Howe había puesto en marcha el sistema ya hacía meses, utilizando su nombre y el de su novia, Ada, como claves de acceso. Wesker introdujo la primera de las contraseñas, la que le permitiría abrir todas las puertas de los laboratorios, y sintió un repentino y vago optimismo por la emoción del día. Acabaría todo tan pronto, y no habría nadie que fuera testigo de sus logros, que compartiera los recuerdos de todo lo ocurrido. Y, al pensarlo, se dio cuenta de que era una lástima que ninguno de los miembros de los STARS pudiera estar con él. Lo único mejor que un final grandioso era un final grandioso con público.
Capítulo 17
Jill había tomado el ascensor hasta lo que parecía ser otra parte del jardín o del patio, aunque la zona estaba bastante aislada por estar completamente rodeada por árboles. Lo había adivinado por unas cuantas plantas que crecían sin cuidado alguno y por los tranquilizadores ruidos del bosque provenientes del otro lado del vallado metálico. En aquel lugar no había nada más que ver que una puerta oxidada, encajada en una pared cubierta de hiedra, y que había sido soldada, y un gran pozo abierto. Por su interior bajaba una escalera en espiral que llevaba hasta otro pequeño ascensor. En el que subí, pero ¿dónde demonios estoy ahora?
El ascensor la había llevado hasta un lugar completamente distinto a cualquier otro de los que había registrado en la propiedad Spencer. Carecía del olor fétido y extraño que flotaba en el aire de la mansión, y también de la penumbra goteante de los subterráneos. Era como si ella hubiese pasado de la ambientación de una novela de terror gótica a una instalación militar, al desolado paraíso de un utilitariano.2
Se encontraba en una gran estancia de cemento reforzado con acero, con las paredes pintadas del típico color naranja sucio de las instalaciones industriales. Unos conductos y tuberías de metal cubrían el techo y la parte superior de las paredes, y la estancia tenía el muy apropiado nombre de «XD-RSI», que estaba pintado a lo largo del cemento con letras negras de varios metros de alto. Jill había perdido completamente la orientación con respecto a la mansión.
Aunque hace tanto frío como en el resto del lugar, al menos sé que voy en el buen camino... En uno de los laterales de la estancia vio una puerta de metal de aspecto sólido, cerrada a cal y canto. El letrero que había a su izquierda indicaba que sólo podía abrirse en caso de emergencia de primera clase. Supuso que la señal S1 que había en la pared significaba «sótano nivel 1». Su teoría se vio confirmada cuando divisó una escalerilla metálica atornillada a la pared que bajaba a través de un estrecho agujero en el suelo de cemento. Lo normal es que a la S1 le siguiera S2.
Dadas las alternativas, me parece que es ahí hacia donde debo dirigirme, porque mi otra opción es regresar a través de los túneles subterráneos. Echó un vistazo por el agujero, y sólo vio un rectángulo de cemento al otro lado. Suspiró y comenzó a descender tras enfundar la Remington.
Se giró en cuanto llegó al último peldaño, desenfundando rápidamente la escopeta. Se hallaba en una estancia mucho más pequeña, pero del mismo aspecto industrial que la anterior: unos tubos fluorescentes insertados en el techo, una puerta gris de metal y unas paredes de cemento, lo mismo que el suelo. Atravesó el lugar a paso rápido, mientras comenzaba a sentirse esperanzada de que no encontraría más trampas o más criaturas. Hasta ese momento, lo más peligroso que había visto en los niveles del sótano era el ambiente gris y depresivo. Abrió la puerta y su esperanza se desvaneció cuando el seco y polvoriento olor a carne muerta y podrida le asaltó el olfato. Entró en una pasarela de cemento que llevaba hasta el comienzo de unas escaleras, con una barandilla de metal que rodeaba todo el camino. En el extremo superior de las escaleras vio un zombi derrumbado en el suelo. Estaba tan reseco que parecía una criatura momificada. Mantuvo en alto la escopeta, preparada para cualquier cosa, y se acercó lentamente a las escaleras. Advirtió que en el punto donde la barandilla se acababa se abría un ramal a la izquierda. Echó un rápido vistazo desde la esquina y comprobó que la zona estaba despejada. Dobló la esquina sin dejar de vigilar al cuerpo reseco y atravesó el corto pasillo hasta llegar a una puerta situada a su izquierda. Un cartel colocado a un lado de la puerta indicaba «Sala de datos visuales». La puerta no estaba cerrada con llave. La abrió y se encontró en una habitación gris con una larga mesa de conferencias en el centro, con un proyector de diapositivas enfrente de una pantalla portátil al otro extremo de la estancia. Jill vio un aparato de teléfono en la pared de la derecha y hacia allí se dirigió, a sabiendas de que era esperar demasiado de su suerte, pero tenía que comprobarlo de todas maneras. No era un teléfono, sino un sistema de comunicación interna que parecía no funcionar. Suspiró y pasó de largo al lado de una columna decorativa. Rodeó la mesa, mirando sin interés al proyector de diapositivas vacío. Dejó que su mirada vagabundease por el lugar, en busca de algo de interés, y se detuvo en un cuadrado de metal sin marcas de ninguna clase que había en la pared, aproximadamente del tamaño de una hoja de papel. Jill se acercó para mirarlo con mayor detenimiento. Había una pequeña barra en el extremo superior del cuadrado. La tocó suavemente y el panel de metal se deslizó hacia abajo, dejando al descubierto un gran botón de color rojo. Miró alrededor la tranquila habitación, intentando imaginar cuál sería la trampa esa vez. Y entonces se dio cuenta de que ya no habría trampa alguna. La mansión, los túneles... Todo estaba preparado para mantener a la gente alejada de este lugar, para impedir que llegaran hasta estos niveles inferiores. Todas estas habitaciones son demasiado insulsas como para ser otra cosa que un lugar de trabajo. De forma instintiva supo que aquel pensamiento era completamente lógico. Ésa era una sala de reuniones, un sitio donde beber café malo y discutir con los colegas de profesión. Nada iba a atacarla si apretaba aquel botón. Jill lo apretó, y la columna ornamental situada detrás de ella se deslizó hacia un lado con un suave zumbido metálico. Detrás del sitio donde había estado la columna aparecieron varias estanterías repletas de documentos... y también algo brillante que relucía bajo la tenue luz de la estancia. Se acercó apresuradamente y recogió una llave metálica, con un rayo grabado en su parte más ancha. Se la metió en uno de los bolsillos y se dedicó a revisar los papeles de las estanterías. Todos tenían estampado el logotipo de Umbrella, y aunque la mayoría de los informes eran demasiado gruesos para ponerse a leerlos, el título de uno de ellos le dijo a Jill lo que necesitaba saber, lo que ya había estado sospechando. «Umbrella/Informe de las armas biológicas/ Investigación y desarrollo». Jill puso de nuevo el informe en su sitio mientras asentía con lentitud. Por fin había encontrado las auténticas instalaciones de investigación. Supo al instante que el traidor de los STARS estaría en algún lugar de aquellas estancias. Iba a tener que ser muy, muy prudente. Jill lanzó un vistazo final alrededor y decidió que lo mejor era buscar la cerradura a la que pertenecía la llave que había encontrado. Ya era hora de colocar las últimas piezas del rompecabezas que había organizado Umbrella y por el que los miembros de los STARS se habían sacrificado para intentar resolverlo.
La retorcida y gruesa raíz de la Planta 42 ocupaba una gran esquina de la habitación del sótano, y su mayor parte colgaba en forma de delgadas extremidades de aspecto animal que casi tocaban el suelo. Unas cuantas de aquellas extremidades parecidas a grandes gusanos se retorcían de un lado a otro, chocando entre sí mientras se movían hacia adelante y hacia atrás como si buscaran el suministro de agua que Chris había cortado.
—Dios, es asqueroso —dijo Rebecca en voz alta.
Chris se limitó a asentir. Aparte de la sala de control hacia la que había escapado del tiburón, sólo había otras dos estancias en aquel sótano. Una de ellas estaba llena de cajas con municiones para todo tipo de armas, y aunque la mayoría de los proyectiles estaban inservibles por estar empapados, habían descubierto una caja de balas de nueve milímetros en lo alto de una estantería, lo que había evitado que se quedaran sin munición. La otra habitación era muy sencilla; sólo tenía una mesa de madera, un camastro... y la enorme raíz de la planta carnívora que vivía escaleras arriba.
—Sí —dijo finalmente Chris—. Bueno, ¿cómo lo hacemos?
Rebecca sostuvo en alto una pequeña botella llena de un líquido de color púrpura y lo removió ligeramente, sin dejar de mirar los tentáculos que todavía se movían.
—Bueno, tú te echas hacia atrás y no respiras muy fuerte. Esto incluye un par de toxinas que ninguno de los dos queremos tragar, y el líquido se convertirá en gas en cuanto impacte contra las células infectadas.
Chris volvió a asentir.
—¿Cómo sabremos si está funcionando?
Rebecca sonrió.
—Si el informe sobre esta sustancia es correcto, lo sabremos. Mira.
Destapó la botella y se acercó a la retorcida rama. Luego le dio la vuelta a la botella y salpicó los temblorosos tentáculos con el líquido. Una nubecilla de un humo rojizo surgió rápidamente de la raíz mientras Rebecca vaciaba la botella y retrocedía inmediatamente unos pasos. Oyeron un sonido chasqueante y silbante, como el de la madera mojada recién arrojada sobre una hoguera y que empieza a quemarse. Escasos segundos después, las retorcidas fibras comenzaron a romperse y a desmoronarse hacia el suelo, donde se deshicieron en polvo. Los gruesos nudos del centro de la raíz comenzaron a retorcerse y a secarse, encogiéndose sobre sí mismos. Chris se quedó mirando pasmado mientras la gigantesca y atemorizadora raíz se convertía en una goteante bola de musgo de un tamaño no mayor que el de la pelota de un niño y se quedaba allí colgada, completamente muerta. Todo el proceso no había durado más allá de quince segundos. Rebecca señaló con un gesto de la barbilla hacia la puerta y ambos salieron mientras Chris meneaba, incrédulo, la cabeza.
—Dios, ¿qué has puesto en ese mejunje?
—Fíate de lo que te digo: no quieras saberlo. ¿Estás listo para salir de aquí?
Chris sonrió de oreja a oreja.
—Vamos allá.
Ambos comenzaron a correr al trote hacia las puertas del sótano, recorriendo rápidamente el frío pasillo hacia la escalera que llevaba arriba. Chris ya estaba pensando en unos cuantos planes de escape para cuando salieran de aquel edificio. La cuestión dependería mucho de hacia dónde llevara la salida. Si acababan saliendo al bosque, lo mejor sería dirigirse a la carretera más cercana y encender una hoguera, y luego esperar a que llegara la ayuda... Aunque quizá tengamos suerte y lleguemos al aparcamiento de este puñetero lugar. Podríamos hacerle el puente a un coche y salir de aquí pitando. Quizás así lograríamos que Irons hiciera algo útil por una vez, como, por ejemplo, llamar a los refuerzos... Llegaron al pasillo de madera y se encaminaron hacia la estancia donde estaba la planta. Cruzaron a grandes zancadas la habitación verde de lianas siseantes y finalmente se detuvieron delante de la puerta ocupada por la Planta 42. Chris respiró profundamente y asintió en dirección a Rebecca. Ambos desenfundaron sus armas y Chris abrió la puerta, deseoso de saber qué había más allá de la planta experimental.
Entraron en una enorme habitación, cuyo húmedo ambiente estaba cargado con el olor a vegetación podrida. Fuera cual fuera el aspecto que tenía antes, el monstruo que había sido la Planta 42 ahora no era más que un gran y humeante lago de una viscosidad púrpura en el centro de la estancia. Unas lianas hinchadas del tamaño de mangueras antiincendios se extendían fláccidas a lo largo del suelo, como una masa lívida y Chris registró la habitación con la vista en busca de la puerta de salida, y lo único que vio fue una chimenea en una de las paredes, una silla rota en una esquina... y una puerta que aparentemente llevaba de vuelta al dormitorio que ya habían registrado. Era un pasadizo secreto que no habían descubierto, y que llevaba hasta la mismísima estancia en la que se encontraban.
La entrada debe de estar escondida detrás de la estantería de libros...
No había salida del lugar. Matar a la planta había sido una pérdida de tiempo. No bloqueaba el paso a ningún lugar. Rebecca parecía tan desilusionada como él. Tenía los hombros hundidos y sus ojos de expresión sombría registraban las paredes desnudas de la estancia.
—Lo siento, Rebecca.
Ambos recorrieron lentamente la habitación. Chris miraba la planta muerta mientras caminaba e intentaba decidir qué hacer. Rebecca se acercó a la chimenea y se agachó a su lado para examinada, removiendo las ennegrecidas cenizas. No la haría regresar a la mansión. Ninguno de ellos estaba preparado para aquello. Además, eran demasiadas serpientes incluso con la munición adicional que habían conseguido. Podían esperar en el patio a que Brad sobrevolara el lugar de nuevo, esta vez más cerca, y hasta que estuviera al alcance del pequeño aparato de radio que llevaban...
—Chris, he encontrado algo.
Se dio la vuelta y vio que Rebecca sacaba un par de hojas de papel de entre las cenizas. Tenían los bordes quemados, pero aparte de eso parecían estar en buen estado. Cruzó la estancia y se inclinó para mirar por encima de su hombro... y sintió que su corazón comenzaba a palpitarle con fuerza cuando leyó las primeras palabras de la hoja que sostenía Rebecca.
PROCEDIMIENTOS DE SEGURIDAD
SÓTANO, NIVEL UNO
Helipuerto: uso exclusivo de los ejecutivos. Esta restricción no será aplicable si se produce una emergencia. Las personas no autorizadas que entren en el helipuerto serán abatidas sin previo aviso.
Ascensor: el ascensor queda sin funcionamiento durante las emergencias.
SÓTANO, NIVEL DOS
Sala de datos visuales: únicamente pueden utilizarla los miembros de la Sección de Investigación Especial. Los restantes accesos a la Sala de datos visuales debe ser autorizado por Keith Arving, directivo de sala.
SÓTANO, NIVEL TRES
Prisión: la Sección Sanitaria controla el uso de la prisión. Un ayudante de investigación (E. Smith, S. Ross, A. Wesker) debe estar presente si se autoriza el uso del virus.
Cuarto de generadores: acceso limitado a los supervisores generales. Esta restricción no es aplicable a los ayudantes de investigación con autorización especial.
SÓTANO, NIVEL CUATRO Con respecto a los progresos del «Tirano» tras el uso del Virus-T...
El resto del papel estaba quemado y no podían leerse las palabras.
—A. Wesker —dijo Chris en voz baja—. Capitán.
Maldito sea Wesker... Barry le había dicho que Wesker había desaparecido inmediatamente después de que los demás miembros del equipo Alfa se dividieran para buscarlo, y fue Wesker el que nos condujo inmediatamente aquí cuando los perros nos atacaron. El jefe competente, eficaz, inescrutable Wesker, y que ahora resulta que trabaja para Umbrella...
Rebecca pasó a la segunda página y Chris se agachó aún más, deseoso de observar con atención los pequeños carteles que había debajo de las líneas y los recuadros del papel.
MANSIÓN. PATIO. CASA DE GUARDIA. SÓTANO. LABORATORIOS
Incluso había una brújula dibujada cerca del diagrama de la mansión, que mostraba algo que no habían descubierto: una entrada secreta a las instalaciones subterráneas, oculta tras la cascada. Rebecca se puso de pie y miró a Chris con ojos inseguros.
—¿El capitán Wesker está metido en todo esto?
Chris asintió lentamente.
—Y si todavía está aquí lo más seguro es que se encuentre allí abajo, en esos laboratorios, quizá con el resto del equipo. Si Umbrella lo ha enviado aquí, sólo Dios sabe lo que está tramando.
Tenían que encontrarlo, tenían que advertir a los supervivientes del equipo de los STARS que Wesker los había traicionado a todos.
Ya estaba todo hecho. Wesker entró en el ascensor que lo llevaría de regreso al nivel tres, repasando la lista mientras bajaba la puerta exterior y deslizaba la puerta interior hasta cerrarla. Muestras recogidas, archivos borrados, energía conectada, soporte vital del Tirano desconectado... Era una auténtica pena lo del Tirano. A pesar de su aspecto tan horrible, aquella criatura era una maravilla de la ingeniería quirúrgica, química y genética. Se había quedado durante un largo rato delante de la enorme vitrina de cristal, observándolo pasmado y en silencio antes de desconectar a regañadientes el sistema de soporte vital. Mientras los tubos de fluidos se vaciaban, se había imaginado el espectáculo que habría sido verlo en acción una vez que los investigadores hubieran acabado su trabajo.
Se hubiera convertido en el soldado definitivo, una bella criatura en el campo de batalla..., que ahora tenía que ser destruida porque algún técnico idiota había apretado el botón equivocado. Aquel error le había costado a Umbrella millones de dólares y había matado a todos los investigadores que lo habían creado. Pulsó el botón de subida y el ascensor cobró vida con un zumbido, llevándolo de vuelta hacia el último paso de su misión: activar el sistema de autodestrucción que se encontraba en la parte trasera del cuarto de generadores. Se daría sí mismo quince minutos para asegurarse de que se encontraba fuera del radio de acción de la explosión: bajaría por la escalera del helipuerto, tomaría la carretera trasera hacia la ciudad... y luego, bum, se acabó la instalación secreta de Umbrella. Bueno, al menos en el bosque de Raccoon... En cuanto regresara a la ciudad, empacaría sus objetos y se dirigiría hacia al aeropuerto privado de Umbrella. Desde allí efectuaría todas las llamadas necesarias para que sus contactos en White Umbrella supieran lo que había ocurrido. Tenían a un equipo de «limpieza» preparado para rastrear todo el bosque y eliminar a los especímenes supervivientes... y también estarían ansiosos por ponerles las manos encima a las muestras de tejidos que había recogido. Dos de cada uno de los especímenes, excepto del Tirano. Con todos los científicos encargados del proyecto Tirano muertos, los jefazos de Umbrella habían decidido anular aquella línea de investigación de forma indefinida. Wesker pensaba que era un error pero, al fin y al cabo, a él no le pagaban por pensar.
Wesker abrió las puertas en cuanto el ascensor se detuvo. Salió y dejó a un lado el maletín con las muestras mientras desenfundaba su Beretta. Recorrió mentalmente el sinuoso trayecto a través de del cuarto de generadores. Tendría que correr otra vez por la zona donde se encontraban los MA2 para llegar hasta el sistema de activado. Ya lo había logrado antes para conectar el sistema de encendido de los ascensores, pero se habían mostrado mucho más activos de lo que él se esperaba. En lugar de debilitarlos, el hambre los había llevado a nuevas cotas de ferocidad. Había tenido suerte de atravesar el lugar sin un solo rasguño...
Wesker se detuvo en seco cuando oyó un zumbido hidráulico procedente del otro lado de la estancia. Unos pasos resonaron sobre el suelo de cemento, luego dudaron, y finalmente se dirigieron hacia el cuarto de generadores, al otro extremo del pasillo. Wesker asomó un poco la cabeza por la esquina y miró, justo a tiempo para ver desaparecer a Jill Valentine a través de las puertas metálicas, que lanzaron un siseo mecánico por todo el lugar antes de cerrarse. ¿Cómo ha logrado atravesar la zona con los Cazadores? ¡Jesús!
Al parecer, la había subestimado... y, además, había llegado sola. Si era tan buena, era posible que los MA1 no la matasen, y acababa de bloquearle la única ruta de acceso hasta el sistema de activado de la autodestrucción. No podría enfrentarse a la vez a las criaturas que rondaban las pasarelas entrelazadas entre sí como un laberinto y al mismo tiempo impedir que ella siguiera fisgoneando...
Completamente frustrado, Wesker recogió la maleta de muestras y cruzó a paso rápido la estancia, de regreso a las puertas hidráulicas que llevaban al pasillo principal del nivel tres. Si Valentine lograba salir de allí, tendría que pegarle un tiro. Eso sólo retrasaría sus planes unos cuantos minutos, pero, aun así, era un hecho inesperado. El juego había llegado demasiado lejos como para permitir más sorpresas. Las sorpresas lo cabreaban, le daban la sensación de que no tenía las cosas bajo control. Yo tengo el control ¡Aquí no ocurre nada que yo no pueda manejar! Este es mi juego, y yo pongo las reglas. Lograré cumplir mi misión sin mas interferencias por parte de esa pequeña zorra ladrona... Wesker se acercó al acecho hasta el pasillo principal y vio que Jill había logrado eliminar a unos cuantos más de los resecos investigadores y técnicos que deambulaban por los laboratorios subterráneos. Dos de ellos estaban justo al lado de la puerta. Tenían los cráneos reventados y convertidos en fragmentos polvorientos por lo que parecían ser impactos de proyectiles de posta. Rabioso, le dio a uno de ellos una patada en las costillas, que se partieron con un crujido seco bajo la punta de su bota... A ese crujido le siguió el sonido de unas pesadas botas que bajaban por las escaleras metálicas que daban al nivel dos, y su pesado taconeo resonó por toda la estancia. Justo después, Wesker oyó una voz bronca pero titubeante.
—¿Jill?
Barry Burton, vivito y coleando...
Wesker alzó lentamente su arma, dispuesto a disparar contra Barry en cuanto apareciera a la vista, pero la bajó inmediatamente, pensativo. Después de un momento, una feroz sonrisa comenzó a extenderse lentamente por su rostro.
Capítulo 18
Jill entró lentamente en la siseante y humeante dependencia, donde un denso olor a grasa impregnaba el pegajoso aire caliente. Era una especie de cuarto de calderas, aunque bastante grande. El pesado ruido de maquinaria industrial resonaba por todos lados. El lugar estaba repleto de sinuosas pasarelas, y unas enormes turbinas giraban sin cesar, generando energía con un zumbido continuo al mismo tiempo que unas tuberías ocultas arrojaban vapor de forma regular e intermitente.
Avanzó lentamente en aquel lugar escasamente iluminado, mirando hacia abajo desde una de las pasarelas con elevadores. Desde donde estaba, pudo ver que todo aquel gran centro de producción de energía, era un laberinto de caminos y pasarelas que se retorcían entre enormes grupos de maquinaria.
Éste es el origen de toda la energía que consume este complejo. Eso explica que hayan logrado mantenerlo en secreto durante tanto tiempo. Tenían su propia ciudad aquí dentro, completamente autónoma. Probablemente también hacían que les trajeran la comida desde fuera de Raccoon City...
Entró en una estrecha pasarela que se abría a su derecha, y registró insegura con la vista el camino, a la espera de encontrarse con más de los extraños y pálidos zombis con los que se había topado en la zona S3. La zona parecía despejada, pero con todo aquel ruido y movimiento creado por las turbinas...
Algo le rasgó el hombro izquierdo, un tajo violento y repentino que le abrió el chaleco y le arañó la piel.
Jill se giró y disparó en el mismo movimiento, y el tronar de la escopeta ahogó los demás sonidos. La descarga sólo impactó contra el metal, y las postas del proyectil rebotaron a lo largo de la pasarela vacía. Detrás de ella no había nada.
¿De dónde...? Una garra parecida a la hoja de una espada curva partió el aire delante de ella. Había bajado desde arriba...
Jill retrocedió un par de pasos y levantó la vista hacia la malla metálica del techo... y entonces vio una oscura silueta que correteaba por la parrilla metálica a una velocidad increíble. En cada una de sus extremidades divisó unas garras curvadas de aspecto afilado. Atisbó unas gruesas púas alrededor de su rostro mutante y aplanado, y en ese mismo instante aquel ser se dio media vuelta y echó a correr hacia las ruidosas sombras del cuarto de generadores.
Al final de la pasarela había una puerta, y Jill comenzó a correr hacia ella, con el corazón palpitándole a toda velocidad y el agudo zumbido de los generadores taladrándole los oídos. Estaba a dos metros de la puerta cuando vio otra sombra delante de ella. Levantó la escopeta y enderezó el cuerpo...
¡Hay más!
Eran dos las criaturas que se habían situado por encima y por delante de ella. Eran seres achaparrados con grandes garras curvadas de aspecto inquietante en lugar de manos. Una de las criaturas se descolgó agarrándose por las patas del techo para intentar alcanzarla con las garras de una mano. Jill disparó y el ser mutante aulló cuando la descarga le acertó de lleno en el pecho. Cayó al suelo esparciendo la sangre que le salía a borbotones de la tremenda herida.
Se dio la vuelta y comenzó a correr hacia la entrada mientras percibía el suave chasquido de las garras correteando por la malla metálica. Otra de las aberrantes criaturas parecidas a un mono mutante se descolgó delante de ella, pero Jill se agachó en lugar de detenerse, temerosa de parar su carrera. El extraño brazo de la criatura silbó justo a su lado, a menos de un centímetro de su oreja. Las puertas de metal estaban delante de ella. Jill se abalanzó contra ellas con el hombro por delante a la vez que bajaba la manivela de una de ellas, y entró a tropezones en la fría tranquilidad del pasillo. La puerta se cerró cortando el frenético aullido de una de las criaturas, que resonó por encima del traquetear de la maquinaria en funcionamiento.
Se dejó caer de espaldas a la puerta, boqueando en busca de aire... y vio a Barry Burton de pie en mitad del silencioso pasillo.
Él se aproximó corriendo hacia ella, con una expresión de profunda preocupación en su barbudo rostro.
—¡Jill! ¿Estás bien?
Ella se alejó de la puerta, sorprendida.
—Dios, Barry, ¿dónde te habías metido? Pensé que te habías perdido en los túneles.
Barry asintió ceñudo.
—Eso es lo que me pasó, y me encontré con algunos problemas para salir.
Jill vio las salpicaduras de sangre en sus ropas, los rasguños y desgarrones en su camisa, y se dio cuenta de que se había encontrado con algunas más de aquellas pesadillas de color verde. Tenía el mismo aspecto que si hubiera ido a la guerra... y hablando de heridas...
Jill se llevó la mano al hombro. La retiró con los dedos ensangrentados, pero la herida, aunque dolorosa, sólo era superficial. Sobreviviría.
—Barry, tenemos que salir de aquí. He encontrado unos cuantos archivos arriba que son una prueba de lo que estaba pasando aquí. Enrico tenía razón: Umbrella está metida en todo esto y uno de los STARS lo sabía. Es demasiado peligroso seguir registrando este lugar. Tenemos que pillar esos informes y regresar a la mansión para esperar a la policía de Raccoon...
—Pero si creo que he encontrado el laboratorio principal —la interrumpió Barry—. Hay un ascensor al bajar las escaleras, al final de la sala. He visto ordenadores y todo ese tipo de cosas. Si podemos acceder a sus archivos informáticos, entonces sí que los pillaremos.
No parecía muy emocionado por el descubrimiento, pero Jill apenas se dio cuenta. Con toda la información que podían obtener de las bases de datos de Umbrella, como nombres, fechas, material de investigación...
Podríamos descubrirlo todo y presentárselo a la policía en un lindo y jugoso paquete envuelto con una cinta...
Jill asintió sonriendo.
—Muéstrame el camino.
Los túneles habían resultado un frío y triste laberinto, pero el mapa les había permitido atravesarlos con rapidez. Rebecca y Chris habían llegado al primer nivel de los sótanos; estaban empapados y tiritando, además de bastante impresionados por las criaturas que se habían encontrado por el camino. Los científicos de Umbrella habían sido repugnantemente creativos a la hora de crear sus terribles monstruos. Chris intentó abrir la puerta que llevaba al helipuerto, pero estaba firmemente cerrada. La señal de emergencia que había a su lado implicaba que sólo podría abrirse con el sistema de alarma activado. Había esperado poder hacer salir a Rebecca con la radio para pedir ayuda, mientras él se dedicaba a buscar a los demás por las instalaciones. Miró hacia abajo por las estrechas escaleras y suspiró mientras se daba la vuelta hacia ella.
—Quiero que te quedes aquí. Si te quedas cerca del ascensor, podrás captar la señal de radio de Brad desde el exterior. Dile dónde estamos y lo que ha ocurrido. Si no vuelvo en veinte minutos, regresa al patio y espera allí hasta que llegue alguien en nuestra ayuda.
Rebecca se sonrojó y negó con la cabeza.
—¡Pero yo quiero ir contigo! Puedo cuidar de mí misma, y si encuentras el laboratorio, me necesitarás para saber qué hay que buscar...
—No. Por lo que sabemos, Wesker ya ha matado a los demás miembros de STARS , y está buscándonos para rematar su trabajo. Si somos los últimos, no podemos arriesgarnos a que nos pille a los dos en una emboscada. Alguno de nosotros tiene que sobrevivir para contar a la gente lo que está haciendo Umbrella. Lo siento, pero es la única manera. —Le sonrió y le puso una mano en el hombro— Ya sé que puedes cuidar de ti misma. Esto no tiene nada que ver con tu capacidad como agente, ¿de acuerdo? Veinte minutos. Sólo quiero ver si alguien más ha logrado permanecer con vida.
Rebecca abrió la boca como si fuera a seguir protestando, pero la cerró y se limitó a asentir en silencio.
—De acuerdo, me quedaré. Veinte minutos.
Chris se dio la vuelta y comenzó a bajar por la escalera, esperando poder cumplir su promesa de regresar. El capitán había logrado engañarlos a todos, actuando como si fuera un jefe preocupado durante semanas mientras la gente de Raccoon City moría y él sabía los motivos. Aquel tipo era un psicópata.
Al parecer, Umbrella había creado más de un tipo de monstruo. Era hora de descubrir cuánto daño había causado.
Barry no pudo mirar a Jill mientras tomaban el ascensor que los llevaría a S4. Wesker los estaría esperando allí; y Jill descubriría que durante todo aquel tiempo había estado ayudando al capitán. Había matado a otras tres de las criaturas más feroces y violentas en los túneles antes de llegar al laboratorio... sólo para encontrarse con Wesker, quien había insistido en que atrajera con engaños a Jill hasta S4 y que lo ayudara a encerrarla. El sonriente cabrón le había recordado a Barry la situación en que se encontraba su familia y le había prometido de nuevo que sería lo último que le pediría hacer y que después de encerrar a Jill llamaría a los suyos para que se retiraran y dejaran en paz a su mujer y sus hijas...
Sólo que eso es lo que ha dicho todas y cada una de las veces. «Encuentra los símbolos heráldicos y te podrás ir. Ayúdame en los túneles y te podrás ir. Traiciona a tu amiga...»
—Barry, ¿estás bien?
Él se giró hacia ella justo cuando el ascensor se detuvo, y miró con expresión triste directamente a los preocupados ojos de Jill.
—Llevo preocupada por ti desde que llegamos a la mansión —dijo mientras le ponía una mano en el brazo—. Incluso llegué a pensar... Bueno, no importa lo que pensé. ¿Algo va mal?
Él abrió la puerta interior y luego levantó la exterior para tener una excusa para desviar la vista.
—Yo... Sí, algo va mal —repuso en voz baja—. Pero ahora no es el momento. Vamos a acabar con esto.
Jill frunció el entrecejo pero asintió, aunque sin dejar de mostrar un semblante preocupado.
—Muy bien. Cuando esto acabe, podremos hablar.
—No querrás hablarme cuando todo esto acabe...
Barry entró en el corto pasillo y Jill lo siguió, con las botas de ambos resonando sobre la rejilla metálica del suelo. Un poco más adelante la pasarela giraba a la izquierda, y Barry se detuvo un momento fingiendo comprobar su arma, por lo que Jill se colocó delante de él en el camino.
Doblaron la esquina y Jill se detuvo en seco, mirando fijamente el cañón de la Beretta de Wesker, que le apuntaba directamente a la cara. Les sonrió a ambos, y aunque las gafas de sol le tapaban los ojos, estaba claro que la sonrisa era burlona y satisfecha.
—Hola, Jill. Qué detalle por tu parte pasar por aquí —le dijo—. Buen trabajo, Barry. Quítale las armas.
Ella se giró y fijó su asombrada mirada en él, mientras Barry le arrancaba con rapidez la escopeta de las manos y luego le desenfundaba la Beretta, con el rostro completamente enrojecido.
—Ahora regresa a S1 y espérame allí al lado de la salida. Subiré dentro de un par de minutos.
Barry se quedó mirándolo.
—Pero me dijiste que sólo ibas a encerrarla...
—Oh, no te preocupes. No pienso hacerle daño. Te lo prometo. Ahora márchate.
Jill lo miró, y en su rostro se mezclaron una expresión de asombro, de miedo y de ira.
—¿Barry?
—Lo siento, Jill.
Barry se dio la vuelta, derrotado y avergonzado, por no mencionar el temor por lo que le pudiera pasar a Jill. Wesker le había dado su palabra, pero las promesas del capitán no significaban nada. Probablemente la mataría en cuanto oyese cerrarse las puertas del ascensor...
Pero ¿y si no subo al ascensor? Quizá todavía pueda hacer algo para salvarle la vida...
Barry se acercó corriendo al ascensor, abrió las puertas... y luego las cerró de golpe.
Apretó el botón que lo haría subir a S3 sin pasajero. Luego regresó silenciosamente hacia la esquina y se quedó escuchando.
—No puedo decir que esté muy sorprendida, pero ¿cómo has logrado que Barry te ayude?
Wesker lanzó una carcajada.
—El viejo Barry tiene problemas en casa. Le dije que Umbrella tenía un equipo vigilando su casa, preparado para matar a su familia. Estuvo más que encantado de ayudarme.
Barry cerró los puños y apretó la mandíbula, completamente enfurecido.
—Eres un cabrón, ¿lo sabías? —le dijo Jill.
—Quizá, pero voy a ser un cabrón muy rico cuando todo esto acabe. Umbrella me paga mucho dinero por solucionar este pequeño problema y por eliminar a unos cuantos de esos fisgones de STARS al mismo tiempo.
—¿Por qué va a querer Umbrella eliminar a los STARS?
—Oh, no quiere eliminados a todos. Tiene grandes planes para algunos de nosotros, al menos para los que queremos sacar beneficios. Sois vosotros, los buenazos, a los que no quiere. Todos esos buenos ciudadanos, con una ética y toda esa mierda feliz. La manera en que Redfield ha andado proclamando a voces su teoría de la conspiración... ¿Crees que Umbrella no se iba a dar cuenta? Eso tiene que acabar. Todo este lugar está preparado para saltar en pedazos en caso de accidente... y desde luego, el derrame del virus-T puede considerarse un accidente. En cuanto todos estéis muertos y las instalaciones hayan quedado destruidas, nadie podrá saber la verdad.
El muy hijo de puta, nos iba a matar a todos...
—Pero ya basta de hablar de Umbrella. Te he hecho traer hasta aquí para realizar yo mismo un pequeño experimento. Quiero ver cómo el miembro más ágil de nuestro equipo se enfrenta al milagro de la ciencia moderna. Si eres tan amable de cruzar esa puerta...
Barry se aplastó contra la pared cuando Wesker dio un paso atrás y parte de su hombro quedó a la vista. Puso la mano en su Colt y lo desenfundó con lentitud.
—No puedo creer que estés haciendo esto —dijo Jill—. Vendernos para proteger a un puñado de ejecutivos chantajistas sin ética ni moral...
—¿Chantajistas? Ah, te refieres a lo de Barry. Umbrella no se dedica a hacer chantajes. Pueden permitirse comprar a quien quieran. Me inventé lo de su familia para que hiciera todo lo que yo...
Barry golpeó el cráneo de Wesker con la culata de su revólver y con toda la fuerza que pudo. Wesker se desplomó como un saco de patatas.
Capítulo 19
Jill se quedó mirando pasmada cómo Wesker dejaba de hablar de repente y caía al suelo en redondo... hasta que Barry apareció doblando la esquina con el Colt en la mano y se quedó mirando al cuerpo del capitán con los ojos llenos de odio furibundo.
Ella se agachó rápidamente al lado de Wesker y le quitó la pistola que todavía empuñaba en la mano inerte, metiéndosela en su propio cinturón. Barry se giró para mirarla, esta vez con los ojos llenos de arrepentimiento y pidiendo disculpas.
—Jill, lo siento mucho. No debí creerle en ningún momento.
Ella se quedó mirándolo por un momento, pensando en las hijas de Barry. Moira tenía la edad de Becky McGee...
—No importa —dijo por fin—. Has vuelto, y eso es lo que importa.
Barry le devolvió sus armas y ambos miraron de nuevo el cuerpo tendido de Wesker. Todavía respiraba, pero estaba inconsciente. Estaba claro no se iba a recuperar en bastante tiempo.
—Supongo que no llevarás unas esposas encima, ¿verdad? —preguntó Barry en voz alta.
Jill negó con la cabeza.
—Quizá podamos echar un vistazo en el laboratorio y encontremos algo. Tiene que haber un cable o algo similar que podamos utilizar para atarlo. Además, siento curiosidad por saber qué es ese «milagro de la ciencia moderna» al que se refería.
Se dio media vuelta y apretó el botón que abría la puerta hidráulica, fijándose al mismo tiempo en la señal de peligro de contaminación biológica que había a un lado de ella. La puerta se abrió deslizándose a un lado y los dos entraron en el laboratorio. Por todos los...
Era una cámara enorme, con un techo altísimo, repleta de pantallas de ordenador y de cables que serpenteaban por el suelo y que terminaban en una serie de grandes tubos de cristal. Había ocho tubos en total, situados en el centro de la estancia, y cada uno de ellos tenía el tamaño suficiente como para contener a una persona adulta. Todos estaban vacíos.
Barry se agachó y recogió un puñado de cables con una mano, mientras con la otra rebuscaba un cuchillo en su bolsillo. Mientras tanto, Jill caminó hacia la parte trasera del lugar, mirando el equipo médico y técnico... y de repente se detuvo. Sintió cómo se le abrían los ojos de par en par y la mandíbula le caía. Apoyado en la pared posterior había un tubo mucho más grande que los demás, de al menos dos metros y medio de altura, enganchado y conectado con un cable a su propia pantalla de ordenador. La criatura que se encontraba en su interior tocaba ambos extremos del tubo y era, sencillamente, monstruosa.
—Jill, ya tengo los cables. Voy a...
Barry se detuvo a su lado, y sus palabras se desvanecieron cuando vio aquella abominación. Ambos comenzaron a acercarse sin decir ni una palabra, incapaces de resistir el impulso de ver aquello más de cerca.
Era un ser de gran estatura y de proporciones físicas correctas, al menos por lo que se refería al ancho y musculoso torso y a sus piernas. Aquellas partes parecían humanas. Sin embargo, uno de los brazos había sido transformado en un puñado de garras enormes, mientras que el otro brazo parecía normal, aunque increíblemente grande. En el sitio donde debía encontrarse su corazón había una especie de tumor grueso y lleno de sangre, y Jill se dio cuenta de que aquella masa bulbosa era el corazón de la criatura. Palpitaba ligeramente, extendiéndose y contrayéndose con latidos lentos y rítmicos.
Se paró delante del tubo de cristal, pasmada por aquella abominación. Podía ver líneas de cicatrices en sus extremidades, cicatrices causadas por operaciones quirúrgicas. No tenía órganos sexuales: estaba claro que se los habían extirpado. Miró su cara y vio que también habían quitado parte de la carne del rostro. Los labios habían desaparecido, y parecía sonreír continuamente a: través del rasgado tejido de su cara, donde podían verse todos los dientes.
—Tirano —dijo Barry en voz baja.
Jill lo miró, y vio que observaba ceñudo la pantalla del ordenador que estaba conectado al tubo de cristal mediante numerosos cables.
Jill miró de nuevo al Tirano y se sintió asaltada por una mezcla de pena y asco. Fuese lo que fuese en aquel momento, antes había sido un hombre, y Umbrella lo había convertido en un horror de pesadilla.
—No podemos dejar esto así —dijo en voz baja, y Barry asintió.
Se reunió con él delante de la pantalla del ordenador y estudió con detenimiento las decenas de botones e interruptores. Tenía que haber algo que acabara con la vida de aquello. Era lo menos que se merecía. Había una hilera de seis interruptores rojos en la parte baja de los controles. Barry pulsó uno de ellos. No pareció ocurrir nada. Él la miró, y ella se encogió de hombros, asintiendo con la cabeza para indicarle que continuara. Barry utilizó el dorso de la mano para pulsarlos todos a la vez.
Se oyó un repentino golpe sordo...
Ambos se giraron en redondo, justo a tiempo para ver cómo el Tirano retiraba el brazo y luego golpeaba de nuevo el cristal del tubo. Unas grietas aparecieron en el lugar del impacto, aunque el cristal parecía tener un grosor de varios centímetros...
—Aaaah... ¡Mierda!
Barry agarró a Jill por el brazo mientras la criatura retiraba sus ensangrentados nudillos del cristal para golpearlo por tercera vez.
—¡Corre!
Ambos comenzaron a correr, y Jill deseó con todas sus fuerzas que hubieran dejado tranquila a aquella bestia mientras el pánico invadía todo su cuerpo. Barry aplastó con su mano el botón de apertura de la puerta, que se deslizó hacia un lado justo en el mismo momento que detrás de ellos se oía el ruido del cristal que finalmente se rompía.
Cruzaron atropelladamente la puerta, completamente aterrorizados, y mientras Barry pulsaba de nuevo el botón de la puerta... se dieron cuenta de que Wesker había desaparecido.
Wesker caminó trastabillando hacia el cuarto de generadores, con la cabeza latiéndole y sintiendo las piernas como algo lejano y débil. Notaba que iba a vomitar en cualquier momento.
Maldito Barry... Se habían llevado su pistola. Había recuperado el sentido mientras ellos entraban en el laboratorio, y había aprovechado para arrastrarse hasta el ascensor, maldiciéndolos a ambos, maldiciendo a Umbrella por crear tal follón y maldiciéndose a sí mismo por no haber matado simplemente a todos los STARS cuando había tenido la ocasión.
Esto no ha acabado todavía. Aún tengo el control. Éste es mi juego... La maleta con las muestras se había quedado en el laboratorio, y probablemente aquellos idiotas ya la estaban destruyendo. Y también al Tirano. Aquella magnífica criatura, indefensa sin sus inyecciones de adrenalina, muerta. Dispararían contra su dormido corazón y moriría sin haber probado jamás el sabor del combate.
Wesker llegó hasta la puerta del cuarto de generadores y se apoyó en ella mientras intentaba recuperar el aliento. La sangre le golpeaba en los oídos. Sacudió la cabeza para intentar aclarar la extraña niebla que le cubría los ojos y que se había asentado en su cerebro. Ya no tenía las muestras de tejidos, pero todavía podía cumplir la misión. Era importante, era muy importante que cumpliera la misión. Se trataba de control, y el control era su especialidad.
Sistema de autodestrucción... cuidado con los monos... Los MA1, tenía que tener cuidado con los MA1. Wesker abrió la puerta y se lanzó adelante. El suelo parecía muy lejano y muy cercano a la vez. Las máquinas le siseaban, y chirriaban y bufaban en el aire caliente y aceitoso. Su mano encontró la barandilla y la utilizó para impulsarse hacia la parte trasera del cuarto de generadores, intentando correr pero descubriendo que sus piernas no estaban interesadas en obedecerle.
Una garra salió disparada desde arriba y le arrancó un trozo de cuero cabelludo. Sintió un líquido tibio correr por su nuca y bajar hasta la espalda. Siguió avanzando a tropezones, pero el dolor que sentía en la cabeza se hizo mucho más agudo e intenso. Se llevaron mi pistola, los estúpidos, estúpidos majaderos se llevaron mi pistola... Llegó a la puerta y, en el momento que logró abrirla, algo pesado lo golpeó en la espalda y lo tiró de bruces hacia la siguiente habitación. Cayó sobre el frío suelo de metal y un aullido penetrante desgarró el aire junto a su oído. Unas gruesas garras perforaron la piel de su espalda. Wesker manoteó para librarse del ser sonriente y aullante que intentaba matarlo. Golpeó a la criatura con toda la fuerza que pudo, clavándole el canto de la mano en la garganta. El mono se retiró de un salto y trepó de nuevo al techo. Wesker se puso de pie y avanzó trastabillando, con nuevas oleadas de dolor y náusea recorriendo su cuerpo. El aire estaba demasiado caliente, las turbinas resonaban demasiado altas e insistentes en su frenesí giratorio... pero al fin pudo ver la puerta, la puerta que llevaba al lugar donde podría dar cumplimiento a su misión.
Todos los STARS muertos, despedazados en el aire mientras yo escapo, mientras huyo convertido en un hombre rico... Abrió la puerta de golpe y se acercó a la pequeña pantalla brillante que estaba en la parte trasera de la estancia. Allí había más tranquilidad, hacía más fresco. Las enormes máquinas que llenaban el lugar zumbaban suavemente, y su propósito era completamente diferente a las que había fuera. Las máquinas de aquel lugar lo ayudarían a recuperar el control. El ruido procedente de la puerta abierta a su espalda le pareció muy lejano cuando llegó hasta la pantalla. Sintió los dedos adormecidos mientras comenzaba a tocar las teclas. Encontró las teclas que necesitaba, y el código se desparramó en letras verdes por la pantalla después de sólo unos cuantos errores. Una voz sensual y tranquila le informó de que la cuenta atrás comenzaría en treinta segundos. Todavía aturdido, intentó recordar cómo se ponía en marcha el reloj. El sistema de auto destrucción se podría en marcha automáticamente en cinco minutos, pero él tenía que reprogramarlo, tenía que conseguir tiempo para volver a orientarse y poder llegar al exterior... Algo chilló detrás de él. Wesker se dio la vuelta, confuso, y vio a cuatro de los monos mutantes que corrían hacia él y se abalanzaban con sus garras abiertas. Un dolor terrible subió desde sus piernas y se desplomó, cayendo al duro suelo de metal. Esto no puede estar ocurriendo.
Una de las criaturas se puso sobre su pecho de un salto y, de repente, Wesker apenas pudo respirar, ni siquiera pudo alzar sus débiles brazos para echarlo a un lado. Otro le desgarró la pierna izquierda, arrancando un grueso trozo de carne con su garra. La tercera y la cuarta criatura aullaron de alegría alrededor de él como niños malvados y siniestros, levantando las garras mientras saltaban sobre sus patas rechonchas.
Sintió los ojos cubiertos de sangre y el mundo comenzó a dar vueltas, y los aullidos y los siseos aumentaron hasta un nivel ensordecedor, y ardiente calor y su mente...
Ha llegado el Tirano.
Wesker pudo sentir su presencia, la presencia vasta y poderosa de algo que lo rodeaba. Sonrió a pesar del dolor que sentía y buscó la presencia a través de la roja neblina de su reducida visión, deseando más que nada en el mundo ver cómo causaba una matanza entre sus atacantes en una maravilla de movimientos perfectos... pero sólo pudo distinguir una inmensa sombra que parecía cubrirlo por entero, incluso pasar a través de él, y sólo pudo imaginarse que el magnífico y poderoso guerrero se agachaba para alejarlo de sus torturadores...
Yo tengo el control. Quiero veeeeer... La oscuridad le arrebató todas sus esperanzas, y Wesker no volvió a pensar en nada más.
—STARS Equipo Alfa, equipo Bravo, ¡cualquiera! ¡Si no podéis responder, intentad hacerme una señal! Me estoy quedando sin combustible. ¿Me recibís? ¡Aquí Brad! Repito, STARS Equipo Alfa, equipo Bravo...
Rebecca apretó el botón de comunicaciones y habló con rapidez.
—¡Brad! ¡Hay un helipuerto al lado de la mansión Spencer! ¡Tienes que llegar al helipuerto! ¡Brad, adelante!
Rebecca oyó un agudo pitido de la estática y algo parecido a la palabra «recibido», pero no oyó el resto.
¿Qué había dicho? «¿Recibido?» o «¿Me has recibido?
No tenía forma de saberlo. Frustrada y preocupada, Rebecca agarró con fuerza el aparato de radio, con la esperanza de que Brad la hubiera oído.
De repente, el agudo clamor de una alarma resonó en la silenciosa estancia a través de algún altavoz oculto en el techo. Rebecca dio un salto por la sorpresa y miró alrededor confundida por completo. Oyó un leve zumbido procedente del interior de la puerta que llevaba al helipuerto y se acercó apresuradamente a ella. Agarró el pomo y lo hizo girar. Esta vez, la puerta se abrió.
Una fría voz femenina comenzó a hablar de forma lenta y clara, audible incluso por encima de la barahúnda causada por la estridente alarma.
—El sistema de autodestrucción ha sido activado. Todo el personal debe evacuar la zona inmediatamente o comenzar el proceso de desactivación. Disponen de cinco minutos. El sistema de autodestrucción ha sido activado...
Rebecca se quedó de pie en mitad del umbral de la puerta abierta mientras el mensaje se repetía, vigilando el hueco de la escalera al tiempo que sentía que su sangre corría cada vez más deprisa y esperaba que Chris apareciera, procedente de los niveles inferiores.
Se había marchado hacía muy pocos minutos, pero ya se les había acabado el tiempo.
Capítulo 20
Jill y Barry corrieron desde el ascensor de vuelta hacia la sala principal de S3 y la fría voz electrónica les informó que disponían de cuatro minutos y medio. Llegaron al pasillo a toda velocidad, doblando la esquina como posesos y... vieron a Chris Redfield a mitad de camino de las escaleras metálicas.
—¡Chris! —gritó Jill.
Él se dio la vuelta como un rayo, y su rostro se iluminó de alegría al verlos correr hacia él.
—¡Deprisa! —les gritó—. ¡Hay un helipuerto en S1! ¡Gracias a Dios!
Chris los esperó hasta que llegaron al pie de las escaleras y luego echó a correr de nuevo, atravesando a la carrera la pasarela y sosteniendo la trampilla que daba acceso a las escaleras de mano. Jill y Barry llegaron hasta el extremo superior de las escaleras y atravesaron también a la carrera la pasarela mientras la voz electrónica les informaba de que disponían de cuatro minutos y quince segundos a partir de aquel momento para salir de allí.
Barry fue el primero en subir por la escalera, y Jill la siguiente, con Chris pegada a su espalda. Salieron a S1, y lo primero que Jill vio fue a Rebecca Chambers de pie en la puerta de emergencia, con su juvenil rostro congestionado por la preocupación. Chris la hizo pasar por la puerta y los cuatro se apresuraron a recorrer todo lo rápidamente que pudieron un sinuoso pasillo de cemento. Jill rezó con fervor pidiendo que les diera tiempo para salir de aquel lugar. Espero que te achicharres aquí, Wesker.
Al final del pasillo encontraron un gran ascensor. Barry abrió con violencia la puerta y la sostuvo mientras los demás entraban; en cuanto lo hicieron, saltó al interior. La fría voz femenina les informó de que les quedaban cuatro minutos justos. El ascensor pareció subir a paso de tortuga y Jill echó un vistazo a su reloj, con su corazón acelerado mientras pasaban los segundos. No vamos a lograrlo. No saldremos a tiempo... El ascensor se detuvo con un suave zumbido, y esta vez fue Chris quien abrió la puerta de un fuerte tirón. El fresco aire del amanecer les inundó los rostros... junto al dulce y maravilloso sonido de un helicóptero sobrevolando.
—¡Me oyó! —gritó Rebecca, y Jill sonrió, sintiendo una repentina oleada de cariño por la novata.
El helipuerto era enorme, y el amplio espacio estaba rodeado por unos altos muros. Una circunferencia de color amarillo pintada sobre el asfalto negro le mostraba a Brad dónde debía aterrizar. Barry y Chris agitaron frenéticamente los brazos, indicándole al piloto que se diera prisa mientras Jill miraba de nuevo su reloj. Les quedaban poco más de tres minutos y medio. Tiempo más que de sobra...
¡BAAAMMMM! Jill se dio la vuelta en redondo y vio numerosos trozos de cemento y asfalto volar por los aires y luego caer como lluvia sobre la esquina noroccidental de la zona de aterrizaje. Una gigantesca garra salió del agujero y se apoyó en el irregular reborde... y la pálida y enorme figura del Tirano salió de un salto, aterrizando en la superficie del helipuerto. Se levantó ágilmente de su posición agazapada... y comenzó a avanzar hacia ellos. ¿Qué demonios es eso? Debía de medir al menos unos dos metros y medio, y algunas partes de su gigantesco cuerpo estaban deformadas y mutiladas. Su sonriente rostro estaba concentrado en ellos, incluso mientras se ponía de pie. Avanzó hacia ellos a paso lento, abriendo y cerrando la garra de su brazo izquierdo.
No tenemos tiempo, Brad no puede aterrizar...
Chris apuntó contra el bulto oscuro en forma de tumor que aquella criatura tenía en el pecho y disparó, apretando el gatillo cinco veces en rápida sucesión. Tres de los proyectiles impactaron en su objetivo, y los otros dos se quedaron a escasos centímetros del palpitante órgano rojo... y la criatura ni siquiera aflojó el paso.
—¡Dispersaos! —gritó Barry.
Los STARS se separaron. Jill tiró de Rebecca hacia la esquina más alejada de la enorme bestia y Chris se alejó corriendo hacia la pared sur. Barry se quedó en el sitio y apuntó su Colt contra el monstruo que se le acercaba. Tres proyectiles del calibre 357 atravesaron su abdomen, y el eco de los rugidos de los disparos rebotó procedente de las altas paredes de cemento. De repente, la criatura aceleró su marcha y comenzó a correr hacia Barry, echando hacia atrás su gigantesca garra...
Barry se echó a un lado justo cuando aquella criatura llegó a su altura corriendo semiagachada y levantando la garra como si estuviera arrojando un bolo en una bolera.
Las uñas de la garra abrieron varios surcos en el asfalto, como si éste tuviera la consistencia del agua. El monstruo se detuvo en cuanto pasó de largo, y se giró de forma casi indiferente para ver a Barry ponerse de pie trastabillando y disparar de nuevo. La bala le arrancó un buen trozo de carne del hombro derecho. Un grueso reguero de sangre comenzó a correrle pecho abajo para terminar reuniéndose con los goteantes agujeros del estómago. El helicóptero de los STARS continuó sobrevolando el lugar, incapaz de aterrizar, y la inmensa criatura no daba señal alguna de que fuera a detenerse ni de que ni siquiera sintiese dolor por las terribles heridas. Comenzó a correr de nuevo y dejó caer su enorme e inhumana mano mientras se abalanzaba contra Barry... justo cuando el percutor del revólver golpeaba un casquillo vacío.
Barry se echó de nuevo a un lado, pero esta vez el monstruo giró con él y la garra le rozó el costado y lo lanzó de bruces contra el suelo. ¡Barry!
Chris echó a correr hacia la criatura, disparando contra su espalda mientras se agachaba sobre el caído miembro del equipo Alfa. Barry retrocedió de espaldas, tumbado como estaba, con los ojos abiertos de par en par y su chaleco hecho jirones...
La criatura debió de sentir finalmente los pinchazos causados por las balas, porque se dio la vuelta y fijó su mirada sin expresión en Chris. Barry logró ponerse en pie a trompicones y se alejó cojeando. ¡No tenemos tiempo! Chris vació el cargador y los últimos proyectiles le dieron de lleno en la cara. Trozos de dientes y de carne volaron por los aires procedentes de la boca sin labios del monstruo, cayendo en el asfalto en fragmentos blancos y rojos. La criatura no pareció darse cuenta de ello mientras echaba a correr de nuevo, esta vez hacia él, a una velocidad increíble.
Tanto Jill como Rebecca comenzaron a disparar y a gritar para distraer su atención y alejarlo de Chris, pero el monstruo ya se había fijado una presa y corría hacia ella al mismo tiempo que echaba hacia atrás su garra...
Espera...
Se echó a un lado en el último instante posible y el monstruo pasó a su lado a toda velocidad, con su garra abriendo una herida enorme en el asfalto justo donde él había estado menos de un segundo antes.
Chris corrió y se dio cuenta de repente de que los segundos seguían pasando y que no podrían matarlo a tiempo.
Barry sintió cómo corría la sangre por su muslo. El brutal zarpazo del Tirano le había cortado en profundidad la carne. El dolor era soportable; la idea de que iban a morir no lo era.
Moriremos por la explosión si esto no nos hace pedazos antes...
El Tirano fijó su atención en Rebecca y en Jill cuando ambas comenzaron a disparar de nuevo contra el aparentemente invulnerable monstruo. Comenzó a andar de nuevo con su paso tranquilo hacia ellas, sin hacer caso de los nuevos y sangrientos agujeros que aparecían en su cuerpo. Las descargas de la escopeta de Jill le alcanzaron en las piernas y en el pecho, y las balas de nueve milímetros disparadas por Rebecca acribillaron su cuerpo... pero no dejó de andar.
El viento azotó el rostro de Barry al mismo tiempo que el rugir de las palas del rotor del helicóptero aumentó de volumen. Oyó un grito procedente de arriba.
—¡Allá va!
Barry miró hacia arriba, hacia el helicóptero, que se encontraba a sólo cinco metros del suelo, y vio cómo un objeto oscuro y de aspecto pesado salía volando de la compuerta lateral abierta del aparato y se estrellaba contra el asfalto con un sonoro golpe.
Chris era el que estaba más cerca, y corrió hacia el objeto. El Tirano casi había llegado a la altura de Jill y de Rebecca. Las dos se separaron y cada una echó a correr en una dirección diferente. La criatura se dirigió sin dudarlo hacia Jill mientras la seguía con su extraña y penetrante mirada.
—¡Jill, hacia aquí! —gritó Chris.
Barry se dio la vuelta y vio que Chris tenía sobre el hombro el pesado lanzagranadas.
¡Sí!
Jill giró y comenzó a correr hacia Chris, con el Tirano muy cerca de ella.
—¡Fuera!
Ella saltó hacia un lado y rodó por el suelo al mismo tiempo que Chris disparaba. El tremendo siseo del cohete al salir casi quedó ahogado por el tronar de las aspas del helicóptero.
No se produjo ninguna explosión. La granada impactó de lleno en el pecho del Tirano... y en una deflagración de luz incendiaria y de sonido ensordecedor, voló al monstruo en un millón de trozos humeantes.
Brad hizo bajar el helicóptero mientras los destrozados restos de carne y hueso caían sobre los cuatro miembros de los STARS, que se apresuraron a acercarse al aparato.
Los patines del helicóptero todavía no habían tocado el suelo cuando Jill ya se había lanzado de cabeza hacia la compuerta abierta, y Chris, Barry y Rebecca la siguieron inmediatamente después.
—¡Vámonos, Brad, vámonos! —gritó Jill.
El aparato se alzó en el aire y se alejó a toda velocidad.
Capítulo 21
La tranquila voz femenina solo fue percibida por unos oídos inhumanos.
—Tienen cinco segundos, cuatro, tres, dos, uno. Sistema de autodestrucción activado.
El circuito que recorría toda la residencia Spencer a todo lo largo y ancho se activó.
Con un rugido y un trueno, seguidos de una avalancha de movimiento, toda la residencia Spencer saltó en mil pedazos. Los artefactos explosivos estallaron simultáneamente en el sótano de la mansión, detrás del enorme estanque, debajo de una chimenea normal y corriente y en la casa de guardia y en el tercer nivel de los laboratorios subterráneos. Las paredes de mármoles se derrumbaron sobre los suelos , que se desintegraron en el interior de la mansión. Las rocas se partieron en mil pedazos y el cemento se convirtió en un fino polvillo ennegrecido. Unas enormes bolas de fuego anaranjado se alzaron bajo el sol del amanecer y pudieron ser vistas a kilómetros de distancia entre los breves segundos de su brillante vida.
Mientras la potente onda sonora provocada por la explosión recorría el bosque y moría mientras se alejaba, los restos del lugar comenzaron a arder.
Epílogo
Los cuatro permanecían en silencio mientras Brad pilotaba el helicóptero de regreso a la ciudad. Aunque él tenía un millón de preguntas que hacerles, había algo en su silencio que no invitaba a comenzar una conversación. Chris y Jill miraban por la ventana de la compuerta el fuego que se extendía por toda la zona de la mansión Spencer, con una expresión ceñuda en sus rostros. Barry estaba apoyado de espaldas en la pared que separaba la cabina del compartimiento de carga, mirándose las manos como su nunca las hubiera visto antes. La chica nueva iba de un lado curándoles las heridas, pero sin decir tampoco ni una sola palabra.
Brad mantuvo la boca cerrada. Todavía se sentía una mierda por haber salido huyendo. Las había pasado canutas desde entonces. Había sobrevolado la zona en círculos mientras veía como la aguja del indicador del combustible bajaba sin parar. Había sido una completa pesadilla, y tenía que echar una meada más que nada en el mundo.
Y aquel monstruo...
Se estremeció de los pies a la cabeza. Fuera lo que fuese, se alegraba mucho de que estuviera muerto. Había tenido que utilizar todo su valor para no salir volando en el mismo momento en que le puso la vista encima, y por lo que a él se refería, merecía un poco de respeto por lograr lanzar el lanzagranadas por la compuerta abierta.
Miró hacia atrás de nuevo, al silencioso cuarteto, preguntándose si debía contarles lo de la misteriosa llamada que había recibido por radio. Justo instantes después de que la novata gritara algo sobre un helipuerto a través de la estática, una señal muy firme y poderosa le llegó, y una voz masculina le dio con toda tranquilidad las coordenadas precisas del lugar. El tipo había estado escuchando la conversación, lo que ya era muy extraño de por sí, pero el hecho de que conociera la localización exacta del helipuerto era algo que atemorizaba muchísimo a Brad. Frunció el entrecejo intentando recordar el nombre de aquel hombre misterioso. ¿Thad? ¿Terrence?
Trent. Eso es, dijo que su nombre era Trent.
Brad decidió que se lo contaría a sus compañeros otro día. Por el momento, lo único que quería era regresar a casa.
1 Otro nombres por los que son conocidos los miembros del Federal Bureau of Investigation, o FBI. (N. del t.)
2 Seguidor de la doctrina del utilitarismo, que considera la utilidad como el principio de la moral, es decir, que sólo lo útil es bueno, y que la conducta apropiada de cualquier persona debería ser la utilidad de sus actos. (N. del t.)
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