STEPHEN
KING
——
Danza
Macabra
STEPHEN KING
Center Lovell, Maine
"¿Qué es lo peor que has hecho?"
"No podría contarte eso, pero diré la peor cosa
que me pasó a mí... lo más espantoso”
PETER STRAUB, Ghost Story
"Bueno, tendremos realmente una fiesta,
pero vamos a poner un guardia afuera
EDDIE COCHRAN, "Come On Everybody"
CAPÍTULO I
Octubre 4, 1957, y una
Invitación a Bailar
1
Para mí, el terror, -el verdadero terror, por oposición a cualquier demonio o
fantasma que pudiera vivir en mi propia mente- comenzó una tarde de Octubre de
1957. Recién había cumplido 10 años. Y como correspondía, estaba en un cine: el
Stratford Theater, en el centro de Stratford, Connecticut.
La película que daban aquel día era una de mis favoritas de todos los tiempos, y el
hecho de que fuera ésa la película que daban –en vez de un western de Randolph
Scott western o una película de guerra de John Wayne— era también porque
correspondía. La matineé del sábado de aquel día en que comenzó el verdadero
terror fue Tierra vs. The Flying Saucers (La Tierra Contra Los Platos Voladores),
protagonizada por Hugh Marlowe, quien por aquel tiempo era quizás más
conocido por su rol como el novio abandonado y xenófobo fanático de Patricia
Neal en The Day the Tierra Stood Still, una película de ciencia ficción un tanto más
vieja y mucho más racional.
En The Day the Tierra Stood Still, un alien llamado Klaatu (Michael Rennie un traje
intergaláctico blanco brillante) aterriza sobre el Mall, en Washington, D.C., en un
plato volador (el que, cuando tenía baja potencia, resplandecía como aquellos
Jesucristos de plástico que solían darnos en la escuela bíblica de vacaciones por
memorizar versículos de la Biblia). Klaatu desciende por la pasarela, y se detiene
al primer paso, convirtiéndose en el foco de todos los ojos horrorizados y de las
bocas de varios centenares de armas del ejército. Es un momento de tensión
memorable, un momento dulce en retrospectiva —la clase de momento que hace
que la gente como yo se convierta en fanática del cine de por vida-. Klaatu
comienza a tontear con cierta clase de arma –parecía una especie de cortadora de
cesped, tal como puedo recordar- y un joven soldado “gatillo fácil” rápidamente le
dispara en un brazo. Termina siendo, por supuesto, que el aparato era un regalo
para el presidente. Aquí no había rayos mortales, sólo un simple comunicado de
estrella a estrella.
Eso fue en 1951. En aquella atarde de sábado en Connecticut cosa de seis años
más tarde, los amigos de los platillos voladores parecían, y actuaban un poco
menos amistosos. Lejos de aquel noble e igualmente triste estilo de Michael
Rennie como Klaatu, los tipos del espacio de La Tierra vs. los Platillos voladores
parec+ían viejos árboles vivos y extremadamente malignos, con sus cuerpos
nudosos y marchitos, y sus caras de viejos gruñones.
En vez de llevar un recuerdo al Presidente como cualquier nuevo embajador
llevando una prueba de la estirpe de su país, la gente del platillo en Tierra vs. the
Flying Saucers llevaban rayosmortales, destrucción y, finalmente, una guerra con
todo. Todo esto —y en particular la destrucción de Washington, D.C.— fue
construido con maravilloso realismo , por el trabajo en efectos especiales de Ray
Harryhausen, un tipo que solía ir al cine con un compinche llamado Ray Bradbury
cuando era niño.
Klaatu viene a extender una mano de amistad y hermandad. Le ofrece al pueblo
de la Tierra formar parte de una especie de ONU interestelar —siempre y cuando
dejemos de lado nuestro desafortunado hábito de matarnos los unos a los otros,
como vinimos haciéndolo por millones. Los platilleros de La Tierra vs. los Platillos
voladores, llegaron sólo a conquistar, la última armada de un planeta moribundo,
viejo y codicioso, sin buscar la paz, sino el pillaje.
The Day the Earth Stood Still es una en un selecto puñado —las verdaderas
películas de ciencia ficción-. Los antiguos platilleros de La Tierra vs. los Platillos
voladores son emisarios de una raza de película mucho más común: las de horror.
No hay un sinsentido con eso de "Iba a ser un regalo para su Presidente"; esta
gente desciende de una nave del tipo Project Skyhook de Hugh Marlowe, en Cabo
Cañaveral y empiezan a patear culos.
Pienso que en el espacio entermedio entre estas dos filosofías fue sembrado el
terror. Si hay una línea de fuerza entre estas ideas aparentemente opuestas,
entonces el terror casi con seguridad creció ahí.
Porque, justo cuando los platillos estaban montando su ataque en la Capital de
Nuestra Nación, en el rollo final de la película, todo simplemente se detuvo. La
pantalla se puso negra. El cine estaba lleno de chicos, pero había
sorprendentemente muy poco barullo. Si uno recuerda las matineés de sábado en
aquella disipada juventud, uno podrá acordarse que un montón de chicos en el
cine, tiene numerosas maneras de expresar su resentimiento por la interrupción de
la proyección o por su comienzo retrasado —rítmicos aplausos; ese grandioso
canto tribal de la infancia de “¡Queremos-el-show! ¡Queremos-el-show!
¡Queremos-el-show!"; cajas de caramelos que volaban contra la pantalla, cónos de
pochoclo que se convertían en cornetas... Si algún chico tenía un petardo Black
Cat en su bolsillo desde el último Cuatro de Julio, tendría su oportunidad de
sacarlo de ahí, ostentar frente a sus amigos para obtener aprobación y
admiración, y luego encenderlo y arrojarlo desde el “gallinero”.
Ninguna de esas cosas ocurrieron en aquel día de Octubre. El filme no se había
cortado; simplemente había sido apagado el proyector. Entonces se encendieron
las luces, algo totalmente inaudito. Nos sentamos, parpadeando en la luz como
topos.
El gerente caminó hasta el medio del escenario y levantó sus manos pidiendo
silencio –algo innecesario-. Seis años más tarde, en 1963, tuve un flash de ese
momento cuando una tarde de viernes de noviembre, el muchacho que nos
llevaba a casa desde el colegio, nos contó que el Presidente había sido baleado
en Dallas.
2
Si la danza macabra tiene alguna verdad, o algún valor, este es simplemente que
las novelas, películas y programas de radio y televisión —incluso los comics— que
tratan con el horror siempre hacen su trabajo en dos niveles. Al tope está el nivel
“asqueroso”— por ejemplo, cuando Regan vomita en la cara del sacerdote o se
masturba con un crucifijo en The Exorcist, o cuando el crudo monstruo interior de
La Profecía de John Frankenheimer le arranca la cabeza al piloto como si fuera un
muñeco. El asco puede ser obtenido con una variedad de grados de fineza
artística, pero siempre está allí
Pero en otro nivel, más potente, el trabajo del horror realmente es una danza, una
búsqueda rítmica, movediza.
Y lo que está buscando es el lugar donde tú, el lector o espectador, vives en tu
nivel más primitivo. El trabajo del horror no está interesado en el amoblamiento
civilizado de nuestras vidas. Como un número de baile, atraviesa nuestros
espacios, aquellos que hemos ordenado poco a poco,con cada pieza expresando
(¡eso espero!) nuestro carácter socialmente aceptable, amable y culto. Está en la
búsqueda de otro lugar, una habitación que puede parecerse al refugio secreto de
un caballero victoriano, o a veces la cámara de tortura de la Inquisición Española...
pero quizás más frecuentemente y con más éxito a la simple, corriente y brutal
cueva del cavernícola de la Edad de Piedra.
¿Es arte el horror? En este segundo nivel, el trabajo del horror, no puede ser otra
cosa, alcanza el nivel de arte, porque simplemente está buscando algo más allá
del arte, algo que depreda al arte: está buscando lo que puedo llamar puntos de
presión fóbica. Una buena historia de horror hará su danza hasta el centro de tu
vida, y hallará la puerta secreta del cuarto que tú creías que nadie conocía —como
alguna vez dijeron Albert Camus y Billy Joel, “El Extraño nos pone nerviosos, pero
nos encanta intentar enfrentarlo en secreto” —.
¿Las arañas te aterran? Excelente. Tenemos arañas, como en Tarántula, El
Increíble Hombre Reducible, y Reino de las Arañas. ¿Qué hay acerca de las
ratas? En la novela de James Herbert del mismo nombre, uno puede sentirlas
arrastrarse por encima de ti... y comerte vivo. ¿Y las serpientes? ¿Una sensación
de encierro? ¿Alturas? ¿O...? Hay de lo que quieras.
Porque los libros y las películas son medios masivos, el campo del horror ha
estado a veces en la posibilidad de mejorar cualquier miedo personal en los
últimos treinta años. Durante aquel período (y en un menor grado en los años
anteriores a los setenta), el género del horror ha sido capaz a veces de encontrar
los puntos fóbicos nacionales de presión, y aquellos libros y films que han sido los
más exitosos, casi siempre parecen ocuparse de expresar los miedos que existen
para un amplio espectro de personas. Esa clase de miedos que son a veces
políticos, económicos, y psicológicos más que sobrenaturales, nos dan finalmente
un alegórico y grato sentimiento, y es una suerte de alegoría que la mayoría de los
cineastas se sienta cómodo con eso. Tal vez porque ellos saben que si la mierda
comienza a ponerse demasiado espesa, ellos pueden guardar al monstruo en la
oscuridad de nuevo.
Estamos regresando a Stratford en 1957, hace mucho tiempo, pero antes de eso,
déjenme sugerirles que uno de los filmes de los últimos treinta años en encontrar
un punto de presión con gran exactitud fue Invasion of the Body Snatchers (La
invasión de los ladrones de cadáveres), de Don Siegel. Más aún, discutiremos
acerca de la novela —y Jack Finney, el autor, tendrá también algunas cosas para
decir.— pero por ahora, echemos un breve vistazo al filme.
En realidad no hay nada físicamente horrible la versión de Siegel de Invasion of
the Body Snatchers1; no hay nudosos y malignos viajeros estelares aquí, no hay
retorcidas sombras mutantes bajo una fachada de normalidad. La “gente capullo”
es sólo un poquito diferente, eso es todo. Un poco vagos, un poco desordenados.
A pesar de eso, Finney nunca pone esto en letras de molde en su libro, pero
ciertamente sugiere que la cosa más horrible acerca de "ellos" es que carecen del
más común y asible sentido de la estética. No importa, Finney sugiere que estos
aliens usurpadores del espacio exterior no pueden apreciar La Traviata o Moby
Dick o ni siquiera una buena tapa de Norman Rockwell en el Saturday Evening
Post. Esto es suficientemente malo, pero—¡Dios mío!— ellos no cortan su césped,
ni reemplazan el vidrio del garage que se rompió cuando el chico de la esquina
bateó una pelota a través de él. Ellos no vuelven a pintar sus casas cuando se
descascaran. Este camino lleva a Santa Mira, nos dicen, y están tan llenos de
baches e irregularidades que uno empieza a pensar que quien se encarga del
mantenimiento de la ciudad –la misma que airea sus pulmones municipales con
atmósfera vital del capitalismo, uno puede decir— los problemas están por venir.
El nivel del asco es una cosa, pero es en ese segundo nivel de horror en que a
veces experimentamos ese sutil sensación de ansiedad que llamamos "la piel de
gallina." A través de los años, Invasion of the Body Snatchers nos ha dado piel de
gallina a muchos, y se le han imputado a la versión fílmica de Siegel toda clase de
ideas subliminales. Fue visto como un filme anti-McCarthy hasta que alguien
indicó el hecho de que las visiones políticas de Don Siegel dificilmente podrían ser
consideradas izquierdistas. Entonces la gente comenzó a a verlo como un filme
del tipo "Mejor muerto que Rojo". De las dos ideas, pienso que la segunda, encaja
mejor con el film que hizo Siegel, la escena que termina con Kevin McCarthy en en
el medio de una autopista, gritando "¡Están viniendo! ¡Están viniendo!" a los autos
que pasan velozmente y sin control a su lado. Pero en mi corazón, no creo
realmente que Siegel se haya puesto del todo un sombrero político cuando hizo la
película (y ustedes verán más tarde que Jack Finney nunca lo ha creído); yo creo
que él sólo se estaba divirtiendo, y que los matices... simplemente ocurrieron.
Esto no invalida la idea de que hay un elemento alegórico en Invasion of the Body
Snatchers; simplemente sugiere que a veces esos puntos de presión, esas
terminales de miedo, están tan profundamente enterradas y siguen siendo tan
vitales que podemos cerrarlas como pozos artesianos, diciendo una cosa, a la vez
que expresamos algo más en un susurro.
La versión de Philip Kaufman de la novela de Finney es divertida (a pesar de que,
para ser francos, no lo es tanto como la de Siegel), pero ese susurro ha cambiado
a otro enteramente diferente: el subtexto de la película de Kaufman parece
satirizar a todo el movimiento de los egocéntricos setentas: Estoy-bien-tú-estásbien-
por-eso-metámonos-en-la-bañera-caliente-y-masajeemos-nuestras-preciosas
conciencias” lo cual es sugerir que, a pesar de los sueños intranquilos de las
1 De todos modos, sí lo hay en la remake de Philip Kaufman. Hay un momento en ese filme que es repulsivamente horrible.
Llega cuando Donald Sutherland usa un rastrillo para golpear en la cara a un capullo casi totalmente formado. La cara de
esta "persona" se rompe con una facilidad nauseabunda, como un pedazo de fruta podrida, y libera una explosión de la
sangre de utilería más realista que ha visto en unapelícula color. Cuando llegó ese momento, hice una mueca, me tapé la
boca con la mano, ...y me pregunté por qué demonios la película no fue calificada como “con reservas”.
masas, que subonscientemente pueden cambiar de una década a otra, la tubería
interna de aquel pozo de sueños permanece constante y vital.
Esta es, sospecho, la verdadera danse macabre: esos inolvidables momentos en
los que el creador de una historia de horror está capacitado para unir las mentes
consciente y subconsciente con una sola potente idea. Creo que ocurrió en un
mayor grado en la versión Siegel de Invasion of the Body Snatchers, pero por
supuesto, ambos, Siegel y Kaufman, pudieron hacer lo suyo por cortesía de Jack
Finney, quien excavó bien en el original.
Todo eso, nos lleva de regreso, creo, al Stratford Theater en una cálida tarde de
otroño de 1957.
3
Nos sentamos ahí en nuestros asientos, como muñecos, contemplando al gerente.
El se veía nervioso y cetrino —o tal vez eran sólo los reflectores—. Nos sentamos
preguntándonos que clase de catástrofe podría haberlo motivado a detener la
película justo cuando restaba alcanzando la apoteosis de cada matineé de
sábado, "la parte buena", y el modo en que tembló su voz cuando habló no agregó
para nadie una sensación de estar todo bien.
"Quiero decirles," dijo con esa voz temblorosa, "que los Rusos han puesto en
órbita un satélite espacial alrededor de la tierra. Ellos lo llamaron...Spootnik."
Esa muestra de información fue recibida por un silencio sepulcral, absoluto.
Simplemente nos quedamos ahí, una audiencia de chicos de los 50s, chicos con
cortes al rape, cortes de blancos, colas de caballo, colas de pato, miriñaques,
chinos, jeans con dobladillos, anillos del Capitán Medianoche, chicos que recién
habíamos descubierto a Chuck Berry y Little Richard en una radio de rhythm &
blues negro de New York, que a veces se sintonizaba de noche, oscilando una y
otra vez, en un plano distante, una radio en donde hablaban con una poderosa
jerga. Éramos ellos, chicos que crecieron con el Capitán Video y Terry y los
Piratas. Éramos los chicos heabíamos visto innumerables veces a Combat Casey
sacarle los dientes a North Korean en los comics. Eramos los chicos que vimos a
Richard Carlson atrapar miles de sucios comunistas espías En I Led Three Lives.
Éramos los chicos que juntábamos de a cuartos de dólar para ver a Hugh Marlowe
in Earth vs. the Flying Saucers y nos daban esa clase de noticias sorprendentes
como una especie de desagradable bonus.
Recuerdo esto muy claramente: cortando aquel espantoso silencio de muerte,
llegó una voz aguda, no sé si era de un chico o una chica, una voz que estaba
cerca de las lágrimas, pero que también estaba llena de una furia espantosa: "¡Oh,
vamos, pon la película, mentiroso!"
El gerente no miró en ningún momento en dirección al lugar de donde venía esa
voz, y eso fue de algún modo, lo peor de todo. De alguna menera eso lo probaba.
Los Rusos nos habían vencido en el espacio.
En algún lugar, por encima de nuestras cabezas, pitando triunfalmente, había una
bola electrónica que había sido construida detrás de la Cortina de Hierro. Ningún
Capitán Medianoche ni Richard Carlson (quien también protagonizaba Riders to
the Stars -Jinetes a las estrellas- ; y oh muchacho, la amarga ironía que hay en
eso) había conseguido detenerlo. Estaba allí arriba, y ellos lo llamaron Spootnik. El
gerente permaneció allí por un largo rato, mirándonos como si esperara tener algo
más que decir, pero no se le ocurría. Entonces se fue y muy pronto, la película
empezó de nuevo.
4
Entonces, aquí está la cuestión. Ustedes recuerdan dónde estaban cuando el
Presidente Kennedy fue asesinado. Recuerdan dónde estaban cuando
escucharon que RFK2 cayó en una cocina de cierto hotel como resultado de los
actos de otro loco. Tal vez recuerden incluso donde estaban durante la crisis de
misiles cubana.
¿Recuerdan dónde estaban cuando los Rusos lanzaron el Sputnik I?
Terror —lo que Hunter Thompson llama "miedo y odio"— a veces surge de una
penetrante sensación de inastabilidad... de que esas cosas están fuera de su sitio.
Si ese sentido de desubicación es repentino, y parece personal, si te golpea cerca
del corazón, entonces queda en tu memoria como un todo. Sólo el hecho de que
casi todos recuerdan dónde estaban cuando escucharon las noticias del asesinato
de Kennedy, es algo que encuentro casi tan interesante como el hecho de que un
nerd con un revólver comprado por correo pueda cambiar el curso de la historia
mundial en el curso de catorce segundos o algo así. Ese momento de certeza y el
espasmo de tres días de dolor atontado que le siguieron, fue, quizás, el más
cercano a la conciencia y empatía masivas a las que cualquier pueblo de toda la
historia ha llegado a vivir en un período. Y, en retrospectiva, recuerdos masivos:
doscientos millones de personas como si fueran un friso viviente. El amor no podrá
lograr esa suerte de golpe emocional que hizo que pareciéramos arrojados por la
borda. Peor es la compasión.
No estoy sugiriendo que la noticia del lanzamiento del Sputnik tuviera en cualquier
parte, el mismo golpe de efecto sobre la psique americana (a pesar de todo, tuvo
lo suyo, vean por ejemplo, la entretenida narrativa de eventos posteriores el éxito
del lanzamiento ruso que hizo Tom Wolfe en su superlativo libro acerca de nuestro
programa espacial, The Right Stuff –El Material adecuado-), Pero también me
pregunto si un montón de chicos —los bebés de la guerra, como fuimos
llamados— recuerdan el evento tan bien como yo.
Somos fértiles campos para las semillas del terror, nosotros, los bebés de la
guerra; hemos sido criados en una extraña y circense atmósfera de paranoia,
patriotismo, y hubris nacional. Nos han dicho que éramos la nación más grande de
la Tierra y que cualquier forajido que recurra a su cortina de hierro en ese gran
saloon que es la política internacional descubriría quien es el revólver más rápido
del Oeste (como ocurre en la iluminada novela acerca de aquel período que
escribió Pat Frank, Alas, Babylon), pero también nos dijeron con exactitud que
debíamos quedarnos en nuestros refugios atómicos y cuanto tiempo debíamos
permanecer allí una vez que hayamos ganado la guerra. Teníamos más alimentos
que cualquier nación en la historia del mundo, pero habría vestigios de Estroncio-
90 en nuestra leche después de las pruebas nucleares.
2 Robert F. Kennedy, senador de los Estados Unidos, hermano del presidente asesinado, y muerto a su vez en 1965.
Fuimos los hijos de los hombres y las mujeres que ganaron lo que Duke Wayne
solía llamar "la grande,"3 y cuando el polvo se dispersó, Estados Unidos estaba en
la cima. Habíamos reemplazado a Inglaterra en el puesto del coloso que se
paraba a horcajadas sobre el mundo.Cuando la gente se preguntó una vez más
para hacerme, a mí y a otros millones de chicos como yo, Londres había sido
bombardeada hasta dejarla casi arrasada, el sol se ponía cada doce horas, o algo
así en el Imperio Británico, y Rusia había sido desangrada hasta la anemia en su
guerra contra los Nazis; durante el sitio de Stalingrado, los soldados rusos habían
sido obligados a comerse a sus camaradas muertos. Pero ni una sola bomba
había caído sobre New York, y los Estados Unidos tenían la menor tasa de bajas
de cualquiera de las grandes potencias involucradas en la guerra.
Más aún, teníamos una gran historia para redactar (todas las historias cortas son
grandes historias), particularmente en asuntos de invención e innovación. Cada
maestro de grado dijo las mismas dos palabras para deleite de sus estudiantes;
dos mágicas palabras encendiéndose y apagándose como un bello cartel de neón;
dos palabras de poder y gracia casi increíble; y esas dos palabras eran: ESPÍRITU
PIONERO. Mis compañeros y yo crecimos seguros con la conciencia del
ESPÍRITU PIONERO de los Estados Unidos, un conocimiento que puede ser
sintetizado en una letanía de nombres aprendidos de memoria en el aula. Eli
Whitney. Samuel Morse. Alexander Graham Bell. Henry Ford. Robert Goddard.
Wilbur y Orville Wright. Robert Oppenheimer. Esos hombres, damas y caballeros
tenían todos una gran cosa en común. Todos ellos eran americanos simplemente
repletos de ESPÍRITU PIONERO. Ellos eran, y siempre han sido como esa
mordaz frase americana: “más rápidos y mejores que la mayoría”.
¡Y qué mundo se extendía adelante! ¡Estaba todo esbozado en las historias de
Robert A. Heinlein, Lester del Rey, Alfred Bester, Stanley Weinbaum, y docenas
de otros! Esos sueños vinieron en las últimas revistas de ciencia ficción baratas,
que por octubre de 1957 estaban contrayéndose y muriendo...pero la ciencia
ficción en si misma nunca estuvo en mejor forma. El espacio podrá ser algo más
que conquistado, nos dijeron esos autores... ¡podría ser habitado! Alfileres de plata
atravesando el vacío, seguido por cohetes flamígeros empujando a enormes
naves dentro de los mundos extraterrestres, seguidos por robustas colonias llenas
de hombres y mujeres (hombres y mujeres americanas, no hace falta aclarar) con
ESPÍRITU PIONERO rezumando por todos los poros. Marte podría convertirse en
nuestro patio trasero, se instalará en el cinturón de asteroides la nueva fiebre del
oro (o posiblemente la nueva fiebre del rodio)... finalmente, por supuesto, las
mismísimas estrellas serán nuestras. Un futuro glorioso aguardaba, con los
turistas haciendo chasquear sus Kodaks y obteniendo impresiones de las seis
lunas de Procyon IV, y una línea de ensamble del Chevrolet JetCar en Sirio III. La
Tierra misma se transformaría en una utopía que uno podía ver en la tapa de
cualquier número de los '50s de Fantasy & Science Fiction, Amazing Stories,
Galaxy, o Astounding Stories.
Un futuro lleno de ESPÍRITU PIONERO; aún mejor, un futuro lleno de ESPÍRITU
PIONERO AMERICANO. Vean, por ejemplo, la tapa de la edición original en
rústica de Bantam de “Crónicas Marcianas”, de Ray Bradbury. No hay nada esta
3 Se refiere a la Segunda Guerra Mundial (1939-1945)
visión artística —un producto de la imaginación del artista y no de Bradbury; no
hay nada tan etnocéntrico o descaradamente tonto como esa tapa del clásico
máximo de la ciencia ficción y la fantasía— Los viajeros del espacio que
aterrizaban parecían una unidad militar entrando de improviso en una playa de
Saipan o Tarawa. Es un cohete en lugar de un LST4 lo que hay en el fondo, es
verdad, pero su comandante de mandíbula saliente, blandiendo su automática,
bien podría haberse escapado de una película de John Wayne: "Vamos, tontos,
¿quieren vivir para siempre? ¿Dónde está su ESPÍRITU PIONERO?"
Esta fue la cuna de una una elemental teoría política y el sueño tecnólogico en el
cual yo, y un montón de otros bebés de la guerra fuimos mecidos hasta aquel día
de Octubre, cuando la cuna fue rudamente vapuleada, y todos nosotros nos
caímos de ella. Para mí, fue el final del dulce sueño... y el comienzo de la
pesadilla.
Los chicos comprendieron las implicancia de lo que los rusos habían hecho tan
bien y tan rápidamente como ningún otro. Ciertamente tan rápido como los
políticos que fueron cayendo unos sobre otros para hacer leña de esta situación.
Los grandes bombarderos que han alcanzado a Berlín y Hamburgo en la Segunda
Guerra Mundial, incluso entonces, en 1957, se han vuelto obsoletos. Una nueva y
ominosa abreviatura llegaba al vocabulario del temor: IBCM. Los ICBMs, tal como
entendimos, eran simplemente los cohetes V alemanes que habían crecido. Ellos
podían transportar enormes cantidades de muerte y destrucción nuclear y si los
rusos, intentaban algo ocurrente, nosotros simplemente podríamos borrarlos de la
faz de la tierra. ¡Cuidado Moscú! ¡Aquí llega una enorme dosis caliente de
ESPÍRITU PIONERO para ustedes, pavos!
Excepto aquello... de algun modo, increíblemente los Rusos estaban prestándoles
mucha atención a sus propios departamentos de desarrollo de ICBM. Después de
todo, los ICBMs eran sólo grandes cohetes, y los Commies5 ciertamente no habián
puesto al Sputnik I en órbita con un pisapapas.
Y en ese contexto, la película volvió a empezar en Stratford, con las ominosas,
gorgeantes voces de los platilleros haciendo eco por todas partes: "Miren al
firmamento... el aviso llegará desde el cielo... miren al cielo..."
5
Este libro intenta ser un pantallazo informal acerca de dónde viene el género del
horror en los últimos treinta años, y no una autobiografía de un servidor.La
autobiografía de un padre, escritor, y ex profesor de secundaria podría ser, en
efecto, monótono. Soy un escritor de oficio, lo que significa que las cosas más
interesantes que me pasaron, me pasaron en mis sueños. Pero porque soy un
novelista de horror, y también un chico de mi época, y porque creo que el horror
no horroriza hasta que el lector o espectador no se sienta tocado personalmente,
ustedes encontrarán el elemento autobiográfico constantemente deslizándose. El
horror en la vida real es una emoción con la que uno lucha —cómo yo mismo he
4 Módulo de aterrizaje (N del T.)
5 Comunistas (N. del T.)
luchado con la idea de que los rusos nos habían vencido en el espacio—
totalmente solo. Es un combate librado en los huecos secretos del corazón.
Creo que en el fondo estamos todos solos y que cualquier contacto humano
profundo y perdurable no es más que una ilusión necesaria pero al menos los
sentimientos que creemos “positivos" y "constructivos" están fuera de alcance, y
es necesario un esfuerzo para hacer contacto y establecer una suerte de
comunicación. Los sentimientos de amor y bondad, la aptitud para querer y
empatizar, es todo lo que sabemos de la luz. Son esfuerzos para conectar e
integrarnos; son emociones que nos mantienen juntos, almenos son una
confortable ilusión, que convierte la carga de ser mortales en algo más fácil de
acarrear.
Horror, terror, miedo, pánico: ésas son las emociones que nos llevan a
separarnos, a salirnos de la multitud, y nos hace sentir solos. Es paradójico que
esos sentimientos y emociones que asociamos con el “instinto de masas" puedan
hacer esto, pero nos han dicho que las multitudes son lugares solitarios para estar,
una camaradería sin amor. Las melodías de las historias de horror son simples y
repetitivas, y son melodías de inestabilidad y desintegración... pero otra paradoja
es que el ritual que surge de esas emociones parecen retornar las cosas una vez
más a una situación más estable y constructiva. Pregúntenle a cualquier psiquiatra
qué está haciendo su paciente mientras se recuesta en el diván y habla acerca de
qué es lo que le mantiene despierto, y qué ve en sus sueños.
¿Qué ven ustedes cuando apagan la luz? preguntaron los Beatles; su respuesta:
“No puedo decírtelo, pero sé que es mío”.
El género del que estamos hablando, sea en términos de libros, filmes, o TV, es
realmente todo en uno: hacer creíbles los horrores. Y una de las preguntas que se
hacen más frecuentemente por la gente que ha comprendido la paradoja (pero
quizás no ha logrado articularla del todo en sus propias mentes) es: ¿Por qué
quieres hacer cosas horribles cuando hay tanto horror real en el mundo?
La respuesta parece ser que hacemos horrores para ayudarnos a manejar los
verdaderos horrores. Con la infinita inventiva de la humanidad
aferramos todos los elementos que provocan división y destrucción y tratamos de
convertirlos en herramientas para desmantelarlos. El término catarsis es tan viejo
como el drama griego, y ha sido usado un poco demasiado por algunos colegas
algo charlatanes para justificar lo que hacen, pero aún eso limita su uso. El sueño
del horror es en sí mismo una vía de escape, una lanza... y puede ocurrir
tranquilamente que el sueño de los medios masivos del horror puede a veces
convertirse en el diván de analista de todo un país.
Por eso aquel tiempo al cual nos habíamos transportado, Octubre of 1957, parece
absurdo si los vemos con los ojos de hoy, pero La Tierra vs. los Platillos voladores
se había convertido en una simbólica declaración política.
Por encima de la historia barata de invasores-del-espacio, eso se convierte en un
adelanto de la guerra definitiva. Esos codiciosos y retorcidos monstruos viejos
piloteando los platillos son en realidad, los rusos; y la destrucción del monumento
a Washington, la cúpula del Capitolio, y la Suprema Corte —todo mostrado con
siniestro realismo por los efectos especiales de Harry Hausen— se convierten en
nada menos que en la destrucción que uno logicamente debe esperar cuando las
bombas-A finalmente vuelen.
Y entonces llega el final de la película. El último plato volador ha sido derribado
por el arma secreta de Hugh Marlowe, un revólver ultrasónico que interrumpe la
energía electromagnética de los platillos voladores, u otra especie de pavada
agradable. Los parlantes, que parecen estar en todas las esquinas de Washington
voceaban: “El peligro inminente... ha terminado. El peligro inminente... ha
terminado. El peligro inminente... ha terminado." La cámara nos muestra el cielo
límpido. Esos viejos monstruos malvados con sus helados gruñidos y sus caras de
raíces retorcidas han sido vencidos. Cortamos a una playa de California,
mágicamente desierta, excepto por Hugh Marlowe y su nueva mujer (que es, por
supuesto, la hija del Viejo Miltar Malhumorado Que Murió Por Su País); Ellos están
en su luna de miel.
"Russ," ella le pregunta, "¿volverán?"
Marlowe mira sabiamente al cielo, luego vuelve a mirar a su esposa. "No en este
hermoso día," dice plácidamente. "Y no en este mundo perfecto."
Ellos corren tomados de la mano hasta las olas, y los créditos del final empiezan a
rodar.
Por un momento —sólo por un momento— el paradójico truco ha funcionado.
Hemos tomado el horror en una mano, y lo hemos usado para destruirse, un truco
parecido a pisarse los cordones de tus propios zapatos. Por un rato, el miedo más
profundo —la realidad del Sputnik ruso y lo que eso significa— ha sido extirpado.
Crecerá una vez más, pero eso será más tarde. Por ahora, lo peor ha sido
enfrentado y no ha salido tan mal después de todo. Hubo aquel mágico momento
de reintegración y seguridad al final, es el mismo sentimiento que llega cuando se
detiene la montaña rusa al final de la vuelta y sales con tu chica, ambos enteros e
ilesos.
Creo que ese sentimiento de reintegración, que surge de un campo que se
especializa en la muerte, el miedo y la monstruosidad, es el que hace a la danse
macabre tan gratificante y mágica... eso y la habilidad ilimitada de la imaginación
humana para crear mundos interminables y hacerlos realidad. Es un mundo en el
cual una excelente poetisa como Anne Sexton puede "escribir para estar sana."
De sus poemas que expresan y delinean su descenso a las profundidades de la
insania, su propia habilidad para tratar con el mundo, eventualmente regreso, al
menos por un rato... y quizás otros han sido capaces de utilizar sus poemas en su
oportunidad. Esto no sugiere que escribir puede justificarse por su utilidad; pero
escribir simplemente para deleitar al lector es suficiente, ¿no?
Este es un mundo en el que he vivido por mi cuenta eligiendo desde que era un
niño, desde mucho antes de lo del Stratford Theater y el Sputnik I. No estoy
ciertamente tratando de decirles que los rusos me han traumatizado afectando mi
interés en la ficción de horror, pero estoy simplemente indicando que fue en aquel
instante cuando comencé a tener una sensación de conexión útil entre el mundo
de la fantasía y aquello que My Weekly Reader acostumbraba llamar Eventos
Actuales. Este libro es sólo mi excursión a través de ese mundo a través de todos
los mundos de fantasía y horror que me han deleitado y aterrado. Llega con un
muy pequeño plan de ordenamiento, y si a veces te sientes como un perro de
caza con una nariz de baja calidad lanzado hacia delante buscando un rastro de
esencia interesante, y aunque tropiece, para mí es genial.
Pero esto no es una cacería. Es una danza. Y a veces ellos apagan las luces en el
salón de baile.
Pero bailemos de todos modos, tú y yo. Incluso en la oscuridad. Especialmente en
la oscuridad.
¿Me harían el honor?
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