PERSONAS, LUGARES Y COSAS (Volumen 1)
People, Places & Things, Vol. 1
Stephen King / Chris Chesley
- Hotel al final del camino (Hotel At The End Of The Road) (King)
- ¡Tengo que escapar! (I've Got To Get Away!) (King)
- La deformación dimensional (The Dimension Warp) (King) *
- La cosa al fondo del pozo (The Thing At The Bottom Of The Well) (King)
- El extraño (The Stranger) (King)
- Estoy cayendo (I'm Falling) (King) *
- La expedición maldita (The Cursed Expedition) (King)
- Del otro lado de la niebla (The Other Side of The Fog) (King)
- Genio, 3 (Genius, 3) (Chesley)
- Los cuarenta principales, noticias, clima y deportes (Top forty, News, Weather and Sports) (Chesley)
- El chico sangriento (Bloody Child) (Chesley)
- Recompensa (Reward) (Chesley)
- Una cosa muy inusual (A Most Unusual Thing) (Chesley)
- Desaparecido (Gone) (Chesley)
- Han vuelto (They've Come) (Chesley)
- Asustado (Scared) (Chesley)
- La curiosidad mató al gato (Curiousity Kills The Cat) (Chesley)
- Nunca mires detrás de ti (Never Look Behind You) (King-Chesley)
* Cuentos extraviados
Triad Publishing Company
— 1963 —
HOTEL AL FINAL DEL CAMINO
—¡Más rápido! —dijo Tommy Riviere—. ¡Más rápido!
—Lo estoy poniendo a ciento veinte —dijo Kelso Black.
—Tenemos a los polis encima nuestro —dijo Riviera—. Ponlo a ciento cuarenta. —Se asomó por la ventanilla. Detrás del automóvil que huía se encontraba un patrullero, con la sirena aullando y las luces rojas destellando.
—Voy a doblar en el camino lateral de allí adelante —gruñó Black. Giró el volante y el automóvil se internó en el tortuoso camino de grava.
El policía uniformado se rascó la cabeza.
—¿A dónde se fueron?
Su compañero frunció el entrecejo.
—No lo sé. Simplemente... desaparecieron.
—Mira —señaló Black—. Hay unas luces enfrente.
—Es un hotel —se asombró Riviera—. ¡Un hotel, en este camino perdido! ¡Tiene que funcionar! La policía nunca nos buscará allí.
Black clavó los frenos sin importarle los neumáticos del automóvil. Riviera se inclinó sobre el asiento trasero y aferró una bolsa negra. Empezaron a caminar.
El hotel parecía una escena sacada de la época del 1900.
Riviera pulsó la campanilla con impaciencia. Apareció un anciano.
—Queremos una habitación —exigió Black.
El hombre los contempló en silencio.
—Una habitación —repitió Black.
El hombre se dio vuelta para volver a su oficina.
—Mira, viejo —dijo Tommy Riviera—. Eso no se lo perdono a nadie. —Extrajo su treinta y ocho—. Ahora mismo vas a darnos una habitación.
El hombre parecía dispuesto a seguir su camino, pero por último pronunció:
—Habitación cinco. Al final del pasillo.
Como no les ofreció firmar el registro, ellos subieron. El cuarto estaba vacío salvo por una cama doble de hierro, por un espejo resquebrajado y un empapelado mugriento.
—Aah, qué basura de cuarto —dijo Black, asqueado—. Apostaría a que hay tantas cucarachas aquí que se podría llenar un bidón de veinte litros.
Al despertar a la mañana siguiente, Riviera no pudo salir de la cama. No podía mover ni un músculo. Estaba paralizado. Entonces el viejo se dejó ver. Tenía la aguja que acababa de aplicarle a Black en los brazos.
—De modo que está despierto —dijo—. Queridos míos, ustedes dos son los primeros agregados a mi museo en veinticinco años. Pero se conservarán bien. Y no morirán. Irán a parar al resto de la colección de mi museo viviente. Unos hermosos especímenes.
Tommy Riviera ni siquiera pudo expresar su horror.
¡TENGO QUE ESCAPAR!
«¿Qué estoy haciendo aquí?», me pregunté de repente. Estaba terriblemente asustado. No podía recordar nada, pero aquí estaba yo, trabajando en la línea de montaje de una central atómica. Todo lo que sabía era que me llamaba Denny Phillips. Era como si me acabara de despertar de un sueño apacible. El lugar estaba vigilado y los guardias portaban pistolas. Tenían la apariencia de ser de negocios. Había otros trabajadores y parecían zombis. Parecían prisioneros.
Pero no importaba. Tenía que descubrir quién era yo… qué estaba haciendo.
¡Tenía que escapar!
Empecé a cruzar el piso, y uno de los guardias gritó:
—¡Vuelve aquí!
Corrí por la habitación, me abalancé sobre el guardia y salí por la puerta. Oí el estallido de las pistolas y supe que me estaban disparando. Pero el pensamiento persistía:
¡Tengo que escapar!
Había un nuevo grupo de guardias bloqueando la otra puerta. Pareció que estaba atrapado, hasta que vi una pértiga balanceándose. Me agarré de ella y fui proyectado cien metros hasta que aterricé. Pero no terminó bien. Había un guardia allí. Me disparó. Me sentí débil y mareado… me sumergí en un abismo grande y oscuro…
Uno de los guardias se quitó la gorra y se rascó la cabeza.
—No sé Joe, no sé. El progreso es una gran cosa… pero que x-238a… Denny Phillips…, son unos buenos robots… pero se desorientan una y otra vez, y parece como si estuvieran buscando algo… casi humano. Oh, está bien.
Pasó un camión que en un costado decía: REPARACIÓN DE ROBOTS ACME.
Dos semanas más tarde, Denny Phillips estaba de nuevo en el trabajo… con una mirada ausente en sus ojos. Pero de repente…
Sus ojos se aclararon… y el persistente pensamiento volvió a él:
¡¡TENGO QUE ESCAPAR!!
LA COSA AL FONDO DEL POZO
Oglethorpe Crater era un niño horrible y miserable. Adoraba atormentar a perros y gatos, arrancarle las alas a las moscas, y observar cómo se retorcían los gusanos mientras los estiraba lentamente. (Esto dejó de ser divertido cuando se enteró de que los gusanos no sienten dolor.)
Pero su madre, que era tonta como ella sola, no advertía ni sus rarezas ni sus demostraciones de sadismo. Un buen día, cuando Oglethorpe y su mamá regresaron a casa desde el cine, la cocinera abrió de un portazo, presa de un ataque de nervios.
—¡Ese niño espantoso atravesó una soga en los escalones del sótano, así que cuando bajé a buscar patatas me caí y casi me mato! —gritó.
—¡No le creas! ¡No le creas! ¡Ella me odia! —lloró Oglethorpe con las lágrimas saltándole de los ojos. Y el pobrecito Oglethorpe comenzó a sollozar como si le hubieran roto su pequeño corazón.
Mamá despidió a la cocinera y Oglethorpe, el pequeño y adorado Oglethorpe, subió a su cuarto a clavarle alfileres a Spotty, su perro. Cuando mamá preguntó por qué Spotty estaba llorando, Oglethorpe le respondió que se había clavado un vidrio en una pata. Dijo que se lo arrancaría. La mamá pensó: «mi pequeñín Oglethorpe es un buen samaritano».
Entonces, un día, mientras se encontraba en el campo buscando más cosas a las que poder torturar, Oglethorpe descubrió un pozo profundo y oscuro. Gritó, creyendo que escucharía un eco.
—¡Hola!
Pero una suave voz le respondió:
—Hola, Oglethorpe.
Oglethorpe miró hacia abajo pero no pudo ver nada.
—¿Quién eres? —preguntó Oglethorpe.
—Ven, baja —le dijo la voz—, y nos divertiremos mucho.
De modo que Oglethorpe bajó.
El día transcurrió y Oglethorpe no regresó. Su mamá llamó a la policía y se organizó una batida de rescate. Durante algo más de un mes buscaron al pequeño y adorado Oglethorpe. Justo cuando estaban a punto de rendirse encontraron a Oglethorpe en un pozo, y bien muerto.
¡Y vaya manera de morir!
Tenía los brazos arrancados, de la forma en que lo hacen las personas cuando le arrancan las alas a las moscas. Le habían clavado alfileres en los ojos y mostraba otras torturas demasiado horribles de describir.
Cuando envolvieron su cuerpo (o lo que quedaba de él) y se marcharon, realmente les pareció escuchar una risa proveniente del fondo del pozo.
EL EXTRAÑO
Kelso Black se estaba riendo.
Se rió hasta que el costado empezó a dolerle y la botella de whisky barato que aferraba entre sus manos se le derramó por el suelo.
¡Policías idiotas! Había sido tan fácil. Y ahora tenía cincuenta de los grandes en sus bolsillos. ¡Si el guardia había muerto, era tan sólo por su culpa! Se le había atravesado en el camino.
Riendo, Kelso Black se llevó la botella a los labios. Fue en eso cuando las escuchó: unas pisadas en la escalera que llevaba al ático donde se había escondido.
Tomó su pistola. La puerta se entreabió.
El extraño vestía una chaqueta negra y un sombrero ladeado sobre los ojos.
—Hola, hola —dijo—. Kelso, he estado observándote. Me agradas muchísimo. —El extraño se rió y le produjo un estremecimiento de horror.
—¿Quién es usted?
El hombre se rió de nuevo.
—Tú me conoces. Yo te conozco. Hicimos un pacto hará casi una hora, en el momento en que le disparaste a ese guardia.
—¡Lárguese! —la voz de Black se elevó estridentemente—.¡Lárguese! ¡Lárguese!
—Ya es hora de que vengas conmigo, Kelso —le dijo el extraño con suavidad—. Después de todo, tenemos un largo camino que recorrer.
El extraño se quitó la chaqueta y el sombrero. Kelso Black contempló aquel Rostro.
Gritó.
Kelso Black gritó y gritó y gritó.
Pero el extraño apenas se rió y, en un instante, el cuarto estuvo silencioso. Y vacío.
Aunque olía poderosamente a azufre.
LA EXPEDICIÓN MALDITA
—Bien —dijo Jimmy Keller, mirando más allá del tren de aterrizaje, hacia donde el cohete descansaba en medio del desierto. Un viento solitario soplaba en el desierto, y Hugh Bullford dijo:
—Sí. Es hora de partir hacia Venus. ¿Por qué? ¿Por qué queremos ir a Venus?
—No lo sé —respondió Keller—. Simplemente no lo sé.
El cohete aterrizó sobre Venus. Bullford comprobó el aire y exclamó en tono asombrado:
—¡Pero..., el aire es bueno, como el viejo aire de la Tierra! Perfectamente respirable.
Ambos salieron, y fue el turno para el asombro de Keller.
—¡Caray, es como una primavera en la Tierra! Todo lujurioso y verde y bonito. ¡Caray, es... es el Paraíso!
Corrieron al exterior. Las frutas eran exóticas y deliciosas, la temperatura perfecta. Cuando cayó la noche durmieron afuera.
—Voy a llamarlo el Jardín del Edén —afirmó Keller con entusiasmo.
Bullford contemplaba el fuego.
—Este lugar no me gusta, Jimmy. Siento que está todo mal. Hay algo... maligno en los alrededores.
—Eres feliz en el espacio —se mofó Keller—. Duérmete.
A la mañana siguiente James Keller apareció muerto.
En su rostro había una mirada de horror que Bullford esperaba no volver a ver jamás.
Bullford llamó a la Tierra luego de enterrarlo. No obtuvo respuesta. La radio estaba muerta. Bullford la desarmó y volvió a armarla. No había nada roto en ella, pero el hecho persistía: no funcionaba.
La preocupación de Bullford fue en aumento. Corrió al exterior. El paisaje era igual de agradable y feliz. Pero Bullford podía notar la maldad en él.
—¡Tú lo mataste! —gritó—. ¡Lo sé!
De repente la tierra se abrió y se deslizó hacia él. Volvió corriendo a la nave, al borde del pánico. Pero no lo hizo sin antes tomar una muestra de tierra.
Analizó la tierra y entonces el terror se apoderó de él. Venus estaba vivo.
De repente la nave espacial se inclinó y cayó. Bullford gritó. Pero la tierra se cerró por encima de él y casi pareció relamerse los labios.
Luego volvió a la normalidad, esperando a la próxima víctima...
DEL OTRO LADO DE LA NIEBLA
Cuando Pete Jacob salió, la niebla inmediatamente se tragó su casa y no logró distinguir nada más que un manto blanco a su alrededor. Le produjo el extraño sentimiento de ser el último hombre en el mundo.
De repente Pete se sintió mareado. Se le revolvió el estómago. Se sentía como una persona en un ascensor en picada. Luego se le pasó y empezó a caminar. La niebla comenzó a aclarar y los ojos de Pete se desorbitaron a causa del miedo, el temor y la maravilla.
Se encontraba en el medio de una ciudad.
¡Pero la ciudad más cercana estaba a más de cincuenta kilómetros!
¡Y qué ciudad! Pete nunca había visto algo así.
Elegantes edificios de altas espirales parecían querer alcanzar el cielo. La gente caminaba sobre cintas transportadoras en movimiento.
En la cima de un rascacielos leyó: 17 de abril, 2007. Pete había caminado hacia el futuro. ¿Pero, cómo?
De repente Pete sintió miedo. Se sintió horrible, terriblemente asustado.
Él no pertenecía a este sitio. No podía quedarse. Corrió hacia la niebla en retirada.
Un policía de extraño uniforme le gritó, enfurecido. Por poco no lo atropellan unos extraños automóviles que rodaban a quince centímetros o así del piso. Pero Pete tuvo suerte. Volvió a internarse en la niebla y muy pronto todo se esfumó.
Entonces la sensación volvió a aparecer. Esa misteriosa sensación de caída… luego la niebla comenzó a aclarar.
Se parecía a su hogar…
De repente hubo un chillido estridente. Se dio vuelta para ver un enorme brontosauro prehistórico que corría hacia él. Tenía el deseo de matar en sus pequeños ojos.
Aterrado, corrió de nuevo hacia la niebla…
La próxima vez que la niebla te rodee y escuches unos pasos precipitados atravesando la blancura… llámalos.
Podría ser Pete Jacobs, tratando de encontrar su salida de la Niebla…
Ayuda al pobre tipo.
NUNCA MIRES DETRÁS DE TI
George Jacobs estaba cerrando su oficina cuando una anciana entró resueltamente.
Casi nadie atravesaba su puerta en esos días. Las personas lo odiaban. Durante quince años le había vaciado los bolsillos a la gente. Nunca nadie había logrado engancharlo con ninguna acusación. Pero mejor volvamos a nuestra pequeña historia.
La anciana que entró tenía una fea cicatriz en su mejilla izquierda. Sus ropas consistían en su mayor parte en trapos sucios de tela burda. Jacobs estaba contando su dinero.
—¡Bien! Cincuenta mil novecientos setenta y tres dólares con sesenta y dos centavos.
A Jacobs siempre le gustó ser preciso.
—De hecho, mucho dinero —dijo ella—. Estaría muy mal que no pudiera gastarlo.
Jacobs se dio vuelta.
—Pero... ¿quién es usted? —preguntó, sorprendido a medias—. ¿Qué derecho tiene a espiarme?
La mujer no contestó. Levantó su huesuda mano. Se produjo una llamarada de fuego en su garganta... y un grito. Luego, con un borbotón final, George Jacobs murió.
—Me pregunto qué —o quién— pudo haberlo matado —dijo un joven.
—Me alegra que haya muerto —dijo otro.
Aquel fue afortunado.
No miró detrás de él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario