DIOSES EN EL DESTIERRO
J. J. Van der Leeuw
CAPÍTULO PRIMERO
EL DRAMA DEL ALMA EXPATRIADA
Al Sendero del Ocultismo se le suele llamar el Sendero de la Aflicción.
No hay motivo para que le hayamos de llamar Sendero de la Aflicción en vez de Sendero del Júbilo. El mismo logro que significa aflicción para nuestra naturaleza inferior, es júbilo para nuestro Yo superior, y del aspecto en que la consideremos depende que nuestra experiencia sea gozosa o aflictiva. El inmediato objetivo del Sendero del Ocultismo es la unión de lo que comúnmente llamamos el yo inferior y ,el Yo superior, y esta unión se efectúa en la primera ,de las grandes iniciaciones. Desde el momento de la individualización, no hay en la historia del alma humana mayor suceso que la iniciación.
Como la palabra indica, es un nuevo comienzo, el comienzo de una nueva vida, de
la consciente vida en nuestro verdadero ser o ego.
EL DESPERTAR. DEL ALMA
En tanto que el hombre, en su peregrinación por la materia, se identifica enteramente
con sus cuerpos, cuyos dictados obedece cumplidamente, con olvido de su verdadera y divina naturaleza, no sufre pero se satisface a modo de los animales. El sufrimiento empieza cuando el alma en su terrena cárcel suspira por la divina Mansión de la cual vive expatriada, cuando el amor, la belleza y la verdad despiertan la conciencia de su verdadera naturaleza.
Estamos como Prometeo encadenados a la roca de la materia, pero hasta que tenemos
conciencia de lo que verdaderamente somos, no nos damos cuenta de que estamos prisioneros y expatriados. Así pudiera vivir quien desterrado de su patria en los días de la juventud, hubiese permanecido muchos años entre extranjeros, recordando amargamente, en medio de las miserias y privaciones de su destierro, que hubo un tiempo en que conoció distinto ambiente. Pero quizás algún día oye un canto que oyera en su juventud, y con súbita agonía recuerda lo que perdió, considerando penosamente que es un desterrado, lejos de todo cuanto le fue querido. Estas memorias resucitan el anhelo de la nativa patria, y este anhelo cobra mayor intensidad que nunca. Entonces comienzan el sufrimiento y la lucha. El sufrimiento a causa de conocer lo que perdió; y la lucha en el intento siempre más o menos penoso de recobrar lo un tiempo poseído.
De análoga suerte, cuando en el transcurso de la humana evolución despierta el alma,
no sólo allega gozo este despertar sino también sufrimiento. Mientras el hombre vivió
la vida animal de sus cuerpos, estuvo en cierto modo contento; pero con el recuerdo de su verdadera naturaleza, con la visión del mundo a que pertenece, nació la secular lucha en los mundos de materia, que él mismo ocasionó al identificarse con sus cuerpos, Mientras que hasta el momento de la iniciación no consideraba sus cuerpos como una traba, llegan ahora a ser para él como la abrasadora túnica de Nesos, que tanto más se adhería a la epidermis, de Hércules cuanto más el héroe se esforzaba en desprenderse de su contacto.
Desde ahora en adelante, se reconoce el hombre como dos entidades en una. Es consciente de un Yo interno, superior y divino, que le incita a volver a su divina Patria, y de una inferior naturaleza animal que es su conciencia atada a los cuerpos y por ellos dominada.
LA LUCHA MORAL EN EL HOMBRE
No hay en la vida humana más arduo problema ni mayor dificultad que el reconocimiento de ser dos entidades en una. Así San Pablo gime en la lucha de la ley de sus miembros contra la ley del espíritu y angustioso exclama:
"Porque no hago el bien que quiero; mas el mal que no quiero, éste hago. y ,si hago lo que no quiero, ya no lo obro yo, sino el pecado que mora en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: Que el mal está en mí. Porque según el hombre interior
me deleito en la ley de Dios: mas veo otra ley en mis miembros que se rebela contra la ley de mi espíritu, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable hombre de mí! ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte?" (Rom. 7; 19-24.)
Pero acaso en ninguna parte está descrita tan profundamente esta lucha como en las
Confesiones de San Agustín, quien dice: "Me arrebató a ti tu propia belleza, y me
arrancó de ti mi propio peso, arrojándome gemebundo sobre estas bajas cosas; y el peso
eran los hábitos de mi carne" (7,17).
Y en otro pasaje dice:
"Los goces de esta mi vida, de los cuales debo lamentarme, están en pugna con mis
tristezas, en las cuales debiera regocijarme. No sé a qué lado se inclinará la victoria " (10, 28).
Es la perpetua experiencia del hombre en lucha, con tanto acierto expresada por Goethe
al exclamar:
"¡Ay! que dos almas alientan en mi pecho. "
Es la experiencia de todo aspirante que se halla en el Sendero del Ocultismo, y aun
de todo ser humano que trate de vivir noblemente, de acuerdo con los dictados de su Yo
superior, y se ve retardado o impedido por los deseos de su yo inferior. Nadie está libre
de esta lucha fundamental. En innumerables formas nos enfrenta esta Hydra de múltiples cabezas, y la vida de muchos aspirantes al ocultismo es una tragedia a causa de esta interna lucha, que no sólo ocasiona agudos sufrimientos y menosprecio propio, sino que agota los cuerpos y substrae vitalidad.
¿Hay en la vida humana más acerbo sufrimiento moral que contemplar la visión del
espíritu y al instante negarla en la vida práctica? Entonces sentimos aquel menosprecio
de nosotros mismos que según dice Hamlet es "más amarga bebida que la sangre"; sentimos la desesperación del repetido fracaso en el intento de vivir como deberíamos vivir.
Tan magna como es esta tragedia humana, lo más trágico de ella es su innecesidad como
resultado de nuestra ignorancia respecto a la actuación de nuestra conciencia.
LA CAUSANTE IGNORANCIA
Lo último que descubre el hombre es a sí mismo. Es una extraña y sin embargo universal verdad que la sed de conocimiento debió empezar en el hombre por lo más lejano y terminar por lo más cercano. El hombre primitivo estudió el firmamento, pero sólo hasta ahora en los modernos tiempos comienza el hombre a explorar los misterios de su alma. La mayoría de seres humanos son un misterio para sí mismos, y aun muchos, ni siquiera se percatan de la existencia del misterio. Si al hombre vulgar le preguntáramos lo que en realidad es como ser viviente; qué sucede cuando siente, piensa y obra; cuál es la causa de la lucha entre el bien y el mal de que es consciente en su interior, no sabría qué responder, y aun las mismas preguntas le parecerían nuevas y extrañas. Sin embargo, ¿no es más extraño todavía que vayan las gentes por la vida sobrellevando todas sus vicisitudes, sufriendo las miserias comunes a todos los hombres, regocijándose en los fugaces placeres de la vida, soportando su incesante carga, ya todo esto sin preguntar por qué?
Si viésemos a un hombre que viajara con mucha incomodidad y fatigas, y al preguntarle a dónde iba nos respondiera que nunca se le había ocurrido pensarlo, seguramente lo
tildaríamos de mentecato. No obstante es exactamente el caso de la mayoría de laso gentes en la vida ordinaria. Siguen su camino desde el nacimiento hasta la muerte, trabajan durante todo el trayecto y nunca preguntan por qué, o si lo preguntan, formulan la pregunta en términos superficiales sin preocuparse de recibir o no respuesta.
Pero en su larga peregrinación a cada alma le llega la hora en que la vida le es imposible
a menos, que conozca su motivo; cuando desilusionada del mundo circundante en donde no puede hallar duradera satisfacción, da el alma por un momento de mano a su frenética cazatras las ilusiones, y exhausta queda silenciosa y solitaria. Entonces nace en el interior del alma la conciencia de un nuevo mundo.
Entonces, desviado su rostro de la fascinación del mundo circundante, descubre el alma la permanente realidad del mundo interior, el mundo del Yo superior. Entonces y sólo entonces pueden responderse las preguntas acerca de la vida; pero como ha dicho Emerson, el alma nunca responde verbalmente, sino por lo que ella misma inquiere.
CONOCIMIENTO DE NUESTRA VERDADERA NATURALEZA
Durante el período de lucha, se formula el hombre preguntas respecto a la finalidad de
la vida y la naturaleza de su ser; pero cuando llegan las respuestas, olvida las preguntas en la experiencia de la Realidad en sí misma.
Así, en cuanto a la respuesta referente a la existencia del hombre, no es una exposición
intelectual del modo cómo está constituido, sino más bien el reconocimiento de su interno Yo, y en consecuencia, el descubrimiento del mundo de este Yo. Cuando consideramos el problema de la dualidad que en la vida diaria experimentamos todos de un Yo superior por una parte y de un yo inferior por otra, hallamos una admirable verdad.
El hombre es esencialmente divino. Como hijo de Dios participa de la naturaleza de su
Padre cuya divinidad comparte. Por lo tanto, la verdadera patria del hombre es el mundo de la Divinidad, en donde vivimos y somos y tenemos nuestro ser "de eternidad a eternidad ".
El ego humano tiene sus actividades en su propio mundo, y allí goza de una jubilosa y
esplendente vida más allá de toda concepción.
Por consiguiente, en su propio mundo no puede aprender las lecciones de la experiencia,
y por esto transfiere su conciencia a los mundos de manifestación externa, en donde rige la multiplicidad con la antítesis del Yo y del no-yo. Solamente en estos mundos de manifestación externa y mediante cuerpos constituidos por materia de los mismos mundos puede el ego tener conciencia de sí mismo como separada individualidad. En el mundo divino, la verdadera patria del ego, no hay distinción, entre el yo y el no-yo, porque cada entidad participa de la universal conciencia del conjunto; y así es que en el mundo divino no puede adquirir el ego la conciencia de sí mismo. Unicamente en el trino universo de manifestación externa, constituido por los mundos físico, emocional y mental hallamos la dualidad de objeto y sujeto necesaria para adquirir la conciencia individual. Para lograr este conocimiento se transfiere el ego a los mundos exteriores y asume cuerpos de la materia de estos mundos. El Génesis describe este traslado del alma a los mundos de tinieblas. El paraíso primitivo no es un estado que pueda
perdurar por mucha que sea su belleza y armonía. El alma ha de comer del árbol del bien y del mal, del árbol del conocimiento aun a costa del Paraíso. Una vez experimentado el deseo de conocer los mundos de materia, asume el, alma "túnicas de pieles " o cuerpos materiales, y desde entonces ha de vivir sujeta a las condiciones de la existencia material, y "ganarse el pan con el sudor de su rostro " .
La finalidad de este largo destierro es la redención o regeneración, que se efectúa cuando el alma recobra el conocimiento de su esencial divinidad y Cristo nace en el corazón del hombre. Entonces se restituye al Paraíso; pero con plena conciencia de sí mismo, posee el ego en su propio mundo los frutos de su descenso a los mundos de materia.
EL DRAMA DEL ALMA
Podemos considerar las repetidas encarnaciones del alma divina en los mundos de manifestación externa como una especial actividad del ego con el determinado propósito de adquirir un conocimiento que sólo de este modo le es posible adquirir. El descenso de la divina conciencia a los tres cuerpos físico, emocional y mental, está simbolizado en la caída del hombre, puesto que es su verdadera caída en la materia, la trágica causa de todo el subsiguiente sufrimiento en la peregrinación del alma. Porque al infundir el ego una porción de sí mismo en los tres cuerpos, esta porción se identifica con los cuerpos en que se infunde, y en esta identificación le parece ser los cuerpos destinados a servirle de instrumento.
Al identificarse con sus cuerpos, la encarnada conciencia ya no participa de la omniabarcante conciencia del divino Yo a que pertenece, sino que participa de la separatividad de los cuerpos y se convierte en una entidad separada de los demás seres y opuesta a ellos, esto es, en una personalidad. Es la vieja leyenda de Narciso que al contemplar reflejada su imagen en las aguas del estanque, anhela abrazarla, y en el intento muere sumergido en las aguas. Así la encarnada conciencia está sumergida en las aguas de la materia, y al identificarse con los cuerpos se desglosa del Yo a que pertenece y ya no se reconoce como lo que verdaderamente es: un hijo de Dios.
Entonces comienza la secular tragedia del alma expatriada, que se olvida de su divina herencia y se degrada en la inconsciente sumisión a los cuerpos que debieran ser instrumentos de su voluntad. Es el antiguo mito gnóstico de Sophia, el alma divina que expatriada vive entre bandidos y ladrones que la humillan y maltratan hasta que Cristo la redime y la restituye a su divina patria.
¿Cabe mayor tragedia y más profunda degradación que la del alma divina, miembro de
la suprema Nobleza presidida por la misma Divinidad, al quedar sujeta a las humillaciones e indignidades de una existencia en que olvidada de su alta categoría consiente en esclavizarse a la materia ?
A veces, cuando vemos a la humanidad en su peor aspecto, horrible en sus odios, desconcertada en su desvío de la naturaleza, grosera y brutal o estúpida y frívola, nos percatamos de esta intensa tragedia del alma desterrada y tenemos punzante conciencia de la degradación sufrida por el inmortal Yo interior.
NECESARIO CAMBIO DE ACTITUD
Así pues, nuestra conciencia de ser una dualidad, constituida por un Yo superior interno y un yo inferior externo está basada en la ignorancia. No somos dos entidades sino
una sola. Somos el Yo divino y ningún otro.
Su mundo es nuestro mundo y su vida es nuestra vida. Lo que sucede es que cuando infundimos nuestra divina conciencia en los cuerpos por cuyo medio hemos de adquirir ciertas experiencias nos identificamos con estos cuerpos y olvidamos lo que realmente somos. Entonces, la aprisionada conciencia, esclava de los tres cuerpos, sigue los deseos de estos cuerpos, y la llamamos el yo inferior o personalidad.
La voz interna, nuestra verdadera voz es el llamamiento del Yo superior, y se entabla la
penosa lucha entre el ego y la personalidad, equivalente a una verdadera crucifixión. Sin
embargo, la mayor parte de este sufrimiento proviene de la ignorancia y cesa cuando comprendemos nuestra verdadera naturaleza, lo cual denota un completo cambio de actitud.
Desde luego es erróneo el concepto de la dualidad de nuestra naturaleza. Siempre consideramos el alma, el espíritu, el Yo superior, el ego o como quiera que designemos nuestra naturaleza superior, cual si estuviera en lo alto, mientras que el yo inferior o personalidad permanece en lo bajo. Entonces nos esforzamos en llegar a lo alto como un intento de conseguir algo esencialmente extraño a nosotros y por tanto de difícil logro. Así solemos hablar de los "tremendos esfuerzos" requeridos para alcanzar el Yo superior; y otras veces hablamos de la inspiración o conocimiento, de la energía espiritual o del amor como si del Yo superior lo recibiéramos. En ambos casos cometemos el fundamental error de identificarnos con lo que no somos y en esta actitud nos planteamos el problema.
La primera condición del logro espiritual es la certidumbre sin sombra de duda de que
somos el espíritu o Yo superior. La segunda condición, tan esencial e importante como la primera, es la confianza en nuestras propias fuerzas como egos, y el valor de libremente emplearlas. En vez de considerar la conciencia vigílica como el estado normalmente natural, y mirar al ego como si fuera un altísimo ser que se ha de alcanzar mediante continuos y formidables esfuerzos, hemos de considerar anormal nuestro ordinario estado de conciencia, y la vida del espíritu como nuestra verdadera vida de la que nos han apartado nuestros continuos esfuerzos.
EL ESTADO ANORMAL DE SEPARATIVIDAD
Difícilmente se nos ocurre la idea de los persistentes y formidables esfuerzos que hemos de hacer para mantener la ilusión de nuestra separada personalidad. Durante todo el
día la estamos afirmando y defendiéndola de todo ataque, de suerte que de ningún modo
se desconozca, desprecie o se ofenda ni se niegue su reconocimiento. Además, en todas las cosas que para nosotros deseamos, procuramos vigorizar nuestra separada personalidad mediante la adquisición de los deseados objetos.
La ilusión de nuestro separado yo nace de identificar nuestro verdadero Yo espiritual
con los cuerpos por cuyo medio se manifiesta.
Es como si la conciencia del ego se dilatase hasta infundirse en los cuerpos, y allí se intrincara y retorciera de tal suerte que formara una separada esfera de conciencia centrada en torno de los cuerpos a que se adhiere. Pero este no es el estado normal sino distinta y esencialmente anormal y antinatural. Lo mismo podríamos decir que fuera normal y natural dilatar en uno de sus puntos una cinta de caucho y la superficie así formada adherirla a un objeto fijo. Esta adherencia sería anormal, pues en el momento en que separáramos el caucho del objeto, recobraría la banda su prístino estado natural. De la propia suerte, sólo necesitamos desprender nuestra conciencia de los cuerpos a que la hemos adherido.
Sólo necesitamos desvanecer la ilusión de separatividad que tan tiernamente acariciamos de continuo, para que la porción de conciencia que constituye la separada personalidad se reintegre automáticamente al Yo superior, a nuestro verdadero ser .
Mucho hablamos del esfuerzo y violencia necesarios para alcanzar la conciencia espiritual; pero ¿ nos fijamos en el abrumador esfuerzo, en la formidable violencia que necesitamos emplear para mantener la ilusión de separatividad? Verdad es que ni nos damos cuenta de que la mantenemos porque ya es una segunda naturaleza afirmar nuestra personalidad a costa de cuanto nos rodea, adquirir lo que deseamos y conservar lo que tenemos, por lo que no advertimos el gigantesco esfuerzo necesario para la afirmación y engrandecimiento de nuestra personalidad. Sin embargo, el esfuerzo existe.
En consecuencia, mediante un definido esfuerzo de voluntad desechemos la potente superstición que nos mantiene esclavizados a los mundos de materia y nos impide reconocer lo que verdaderamente somos; y en cambio reconozcamos" aseguremos y mantengamos nuestra divinidad. No hay orgullo ni separatividad en esta afirmación, porque la unidad es la clave del mundo en que así entramos, nuestro verdadero mundo, donde no pueden existir la arrogancia ni el engreimiento. El orgullo es una planta que sólo puede medrar en las caliginosas regiones de los mundos de materia; y todo lo siniestro deja de existir necesariamente desde el momento en que entramos en
nuestra verdadera patria.
Unicamente liberando nuestra conciencia de la esclavitud de los cuerpos, reconociendo
los poderes del ego y negándonos a embrollarnos de nuevo en la tela de la existencia material podremos librarnos de la acerba y agotadora lucha entre el Yo superior y el yo inferior; lucha que emponzoña la vida de tantos fervorosos aspirantes a la iniciación, al reintegro del yo inferior en el superior .
OBRAS Y NO PALABRAS
De nada sirve leer una cosa, reconocer que es verdad y estimar su exactitud desde lejos.
Para que nos aproveche ha de ser algo más que una enseñanza teórica; ha de ser una
práctica. y así, en las siguientes páginas trataremos no sólo de reconocer que nuestra verdadera conciencia es el ego sino de desprender esta conciencia de las limitaciones que la aprisionan y transportarla una vez libre al mundo de divino gozo y libertad a que pertenece.
Ya es una vulgaridad decir que lo que en nuestros tiempos necesitamos son obras y no
palabras, pero no obstante es una profunda verdad que ha de divulgarse en una índole
de libros y conferencias en que el autor o el orador no se contraiga a escribir o decir lo
que los lectores y oyentes puedan o no apreciar, sino que conjuntamente emprendan el autor y los lectores y el orador y sus oyentes una expedición a los reinos de lo desconocido, en donde uno conduzca y los demás sigan, pero a donde todos vayan por propio impulso.
Así nuestras conferencias han de ser conferencias de acción, nuestros libros, libros de
acción, y los oyentes y lectores deben experimentar en su propia conciencia lo que oigan y lean.
Hagámoslo así en nuestro intento de conocernos tal como verdaderamente somos, no
leyendo estas páginas objetivamente cual quien contempla un extraño espectáculo, sino
procurando identificarnos con la lectura e incorporando a la conciencia lo leído en estas
páginas.
CAPÍTULO II
EL CAMINO HACIA EL EGO
Comencemos por pensar acerca de nosotros mismos y observar lo que sucede en la mente cuando así pensamos. Resultará naturalmente que cada cual pensará de sí mismo tal como aparece físicamente, como se ve en el espejo con su rostro familiar y llamándose por el nombre que lleva.
Esta es la primera ilusión que se ha de desvanecer, porque mientras pensemos en nosotros creyendo que somos el cuerpo físico, continuaremos identificados con este cuerpo, y esto es precisamente lo que no debemos hacer .
Al identificarnos con el cuerpo físico o con su sutil contraparte el cuerpo etéreo, nos esclavizamos a sus deseos y condiciones de existencia. Por consiguiente, nuestro cuerpo físico responderá a todo cambio de las circunstancias a que esta sujeto, y seguira su propio camino en vez del nuestro. El resultado será debilidad, mala salud y cierta pesadez o embotamiento del cuerpo que lo incapacite para responder al Yo interior .
MUDANZA DEL CUERPO FÍSICO
Todo cambia cuando vencemos la ilusión de que somos el cuerpo físico y lo vemos tal
cual es, como nuestro siervo o instrumento en el mundo físico. Debemos invertir, por decirlo así, la polaridad de la relación, y en vez de que el mundo físico nos domine por medio del cuerpo físico con el cual nos identificamos, debemos dominar el mundo físico por medio del subyugado cuerpo físico. El centro de gravedad debe trasladarse desde el cuerpo físico a nuestra conciencia; y por decirlo así, debemos experimentar que retraemos el centro de nuestra conciencia y tras ella nos colocamos para actuar por medio del cuerpo físico, pero sin identificarnos con él. Muy profundo es este cambio de actividad hacia el cuerpo físico. Como las limaduras de hierro se agrupan alrededor de un centro común bajo la acción del imán y se distribuyen por las líneas de fuerza del campo magnético así formado, de análoga suerte las partículas de los cuerpos denso y etéreo, en vez de estar caótica e indefinidamente sujetas a toda eventual influencia del exterior, han de estar sometidas a la única influencia dominante de la voluntad. Debemos experimentar que así sucede, debemos advertir la mudanza suscitada por nuestra afirmación de que no somos, el cuerpo físico sino que el cuerpo físico es nuestro servidor. Debemos experimentar que desde entonces en adelante, los cuerpos denso y etéreo han de estar nutridos y dinamizados por la energía dimanante del interior más bien que por la vitalidad externa.
Es preciso experimentar y sentir prácticamente esta mudanza, más bien que pensar y
discutir sobre ella. Debemos experimentar que nuestro cuerpo físico responde vibrantemente a las excitaciones de la conciencia interior y que se sujeta a sus leyes, y condiciones y no a las del mundo físico circundante.
Hemos de mantener esta actitud en todo cuanto hagamos en la vida diaria. Debemos
experimentar de continuo que actuamos conscientemente por medio del cuerpo físico, pero que éste no actúa a su antojo. Por lo tanto, debemos someterlo a regulares hábitos en el alimento, el sueño y el ejercicio, de modo que sea un perfecto instrumento. Si no disciplinamos los músculos de nuestro cuerpo por medio del diario ejercicio físico, no esperemos que sea elástico y responsivo, pues de la salud física depende mucho más de lo que reconoce la práctica.
También debemos regular el sustento, a fin de que el cuerpo físico pueda estar siempre
alerta y responder oportunamente. En vez de comer cualquier cosa y de cualquier manera, debemos ingerir tan sólo aquellos manjares que lo hagan un instrumento más neto, vigoroso y delicado para nuestro uso. Y durante la comida hemos de reconocer que estamos reparando y reconstruyendo desde el interior el cuerpo físico.
También esto lo hemos de experimentar prácticamente ,en vez de satisfacernos con saberlo teóricamente.
Debemos tener la convicción de que comemos conscientemente y que mientras tomamos un bocado lo asimilamos espiritualmente a la contextura del cuerpo. Los cristianos que reconocen el valor de los sacramentos instituídos por Cristo, comprenden el significado de la Eucaristía o Comunión, y también saben de qué modo se consumen los consagrados elementos. De la misma manera debemos tomar toda clase de manjares, porque toda la materia está consagrada por la presencia de Cristo cuya vida está en todas las cosas, aunque en la hostia consagrada y en el vino se manifiesta plenamente su Presencia.
De los mismos y de otros muchos modos podemos contribuir a la mudanza de los cuerpos denso y etéreo, tal como los filósofos herméticos los conocían, para regenerar el cuerpo y hacerlo perfecto instrumento del Yo interno.
Es una verdadera transmutación, y una vez cumplida quebrantado queda para siempre el
dominio del cuerpo físico sobre nuestra conciencia, y lo convierte en bien templado instrumento para nuestro uso.
MUDANZA DEL CUERPO ASTRAL
Cuando mudamos nuestra actitud respecto del cuerpo físico, le substraemos el centro de
la conciencia, aunque no enteramente porque entonces nos quedaríamos dormidos o extáticos; pero ya no mantenemos nuestra conciencia en el cuerpo físico; sino en superior nivel, y actuamos por medio del cuerpo físico, lo cual es muy diferente.
Después hemos de proceder respecto del cuerpo astral o emocional lo mismo que procedimos respecto del cuerpo físico, con objeto de llevar a cabo análoga mudanza.
De nuevo tropezamos con la misma dificultad. Generalmente consentimos que nuestro
cuerpo emocional pertenezca al mundo emocional y que este mundo lo influya y determine en él deseos y emociones dimanantes de causas exteriores. Por supuesto que no siempre somos conscientes de ello, pues todavía no distinguimos entre el "Yo" y el "no- yo" con referencia a lo que llamamos los mundos "interiores" o sean los de la emoción y el pensamiento, y en consecuencia nos parece que las emociones y pensamientos "surgen de nuestro interior" cuando en realidad provienen de fuera o por lo menos los excita el mundo exterior .
Visto por clarividencia, el resultado es que el cuerpo astral ofrece diversas manchas de
color, irregularmente distribuidas, que cambian fácilmente por externas influencias. Todo esto ha de mudarse. Debemos considerar el cuerpo emocional como nuestro vehículo en el mundo astral. Hemos de someterlo firmemente al dominio del ego y efectuar en él la misma mudanza que llevamos a cabo en el cuerpo físico. Hemos de vitalizar el cuerpo emocional desde el interior y manifestar por su medio las emociones que determinemos.
Procurad experimentar esta mudanza en vosotros mismos. Daos cuenta de que vuestro
cuerpo astral está ya libre de todos aquellos mezquinos deseos y emociones que tan conturbadores son, y determinad qué emociones ha de consentir el ego en dicho cuerpo. Sentid estas emociones e irradiadlas conscientemente.
Ante todo sentid amor, no el amor que desea poseer, sino el amor profesado generosamente a todos los seres y todas las, cosas. Después, sentid devoción al Maestro, a la magna obra, a cuanto de mejor conozcáis y henchid vuestro cuerpo astral de esta devoción. Además, compadecéos de los que sufren; sentid que vuestro corazón rebosa de piedad por cuantos sufren en el ancho mundo. Finalmente, sentid aspiración espiritual; sentíos intensamente anhelantes de las cosas superiores, y suponed que la verdadera espiritualidad irradia de vuestro cuerpo emocional, que será en verdad
muy diferente cuando manifieste los sentimientos y emociones que el ego le determine
conscientemente a manifestar. En vez de agitarlo fluctuantes y nebulosas emociones que
cambian a cada momento, será un radiante cuerpo que firmemente emita las emociones
determinadas por el ego y que palpite rítmicamente bajo los impulsos interiores.
Visto clarividentemente resulta también
muy distinto el cuerpo astral, pues en vez de sucias manchas de color, muestra emociones claramente definidas y concéntricamente ordenadas que sin cesar irradian del centro del cuerpo astral. Así se opera en este cuerpo mudanza análoga a la efectuada en el físico.
También en este caso cabe comparar la mudanza operada a la que se observa en una
masa de limaduras de hierro, cuando se la somete a la influencia de un campo magnético. En el modificado cuerpo astral hay una céntrica, dominante y directora voluntad que por intususcepción lo vitaliza. Ya es nuestro siervo y ninguna influencia excitante ni tentadora del exterior venida podrá despertar en él emociones o deseos que no consintamos.
Ya no es entonces nuestro cuerpo astral parte ni parcela del mundo astral circundante,
sino que de él está desglosado para armonizarse con el ego. Cambió la polaridad. Está
ahora vitalizado desde el interior e irradia constantemente emociones superiores en auxilio del mundo.
Al efectuar esta mudanza en el cuerpo astral hemos dado otro paso adelante en el vencimiento de aquella dualidad de los yos superior e inferior que tanto nos atribuló en el pasado y que provenía de nuestra ignorancia en consentir que parte de nuestra conciencia estuviese dominada por los cuerpos. Al someter el cuerpo astral a la voluntad del ego, le substraemos el centro de la conciencia, desenredamos por decirlo así la conciencia del cuerpo en que estaba embrollada, la conducimos un paso más cerca del mundo a que pertenece y hacemos del cuerpo astral, vitalizado desde el interior, nuestro siervo.
MUDANZA DEL CUERPO MENTAL
Consideremos ahora el cuerpo mental y su completa mudanza.
En ciertos aspectos, la mudanza del cuerpo mental es la que mayormente importa, porque en él está el peligro aunque lo desconozcamos.
Nunca obramos ni hablamos sin antes pensar, sin haber forjado una imagen, es decir,
sin haber "imaginado" lo que vamos a hacer.
Sin embargo, no nos damos cuenta de ello, porque tan rápidas son las operaciones de la
mente y nuestra conciencia es para nosotros tan desconocido terreno, que ignoramos lo que allí sucede. Pero aun antes de levantar la mano, pensamos en este movimiento, forjamos una imagen de él, y como esta imagen es creadora se concreta en acción.
El pensamiento humano es la manifestación del Espíritu Santo, el Dios Creador, cuya
suprema Energía creadora se manifiesta en nuestra fuerza mental, que es un arma de
dos filos, mucho más peligrosa para quien desconoce su poder .
Al pensar forjamos en el cuerpo mental y creamos una forma repleta de divina energía
creadora que se resuelve en acción. A veces se necesita cierto número de reiterados pensamientos para que la carga de energía creadora se plasme en acción; y si el pensamiento se repite muchas veces establece un hábito o costumbre, de modo que en más de una ocasión no podemos resistir la forma mental que nosotros mismos creamos.
Pero la energía mental no fuera dañosa si el ego determinara conscientemente las imágenes que se hubiesen de forjar en el cuerpo mental. El peligro, el terrible peligro de toda nuestra vida está en consentir la representación de imágenes mentales por incitaciones externas, en tolerar que los estímulos del mundo exterior forjen imágenes en el cuerpo mental, que plasmen la creadora materia mental en formas de pensamiento cargadas de energía que forzosamente habrán de concretarse en acción.
Esta indisciplinada actividad del cuerpo mental es causa de todas nuestras internas
luchas y dificultades espirituales. La ignorancia consiente el indisciplinado funcionamiento de un cuerpo que debiera ser nuestro útil servidor en vez de que nos utilizara como siervos. Cuando consentimos que los estímulos del exterior muevan al cuerpo mental a forjar imágenes, nos extraviamos y comienza la lucha.
PELIGROS DE LA IMAGINACIÓN INDISCIPLINADA
Consideremos el caso de un habitual beodo ansioso de bebida. Conoce el sufrimiento que su flaqueza le ocasiona. Conoce cómo malgasta su salario y mata de hambre a su familia, y en sus lúcidos momentos, resuelve desechar aquel vicio. Pero pasa por delante de una taberna, ve salir y entrar gente, y acaso le llega al olfato el olorcillo de la bebida. Hasta aquel momento ha estado libre de la tentación y de la consiguiente lucha. Pero, ¿qué sucede ahora? En aquella fracción de segundo se imagina bebiendo; forja una imagen mental y durante un instante vive y actúa en aquella forma mental, como si en efecto gozara bebiendo. Experimenta la posible satisfacción de sus ansias; pero en realidad no hace más que intensificarlas de suerte que sin remedio ha de seguir la acción. Una vez forjada la imagen, evoca tardíamente su voluntad diciendo: "No quiero beber." Pero ya es demasiado tarde y de nada le vale luchar, porque una vez creada la imagen mental casi siempre subsigue la acción. Por supuesto que a veces la imagen no es bastante vigorosa y es posible rechazarla, aunque a costa de la lucha, el sufrimiento y desgaste que de rechazarla resulta. El mejor medio es impedir que se forme la creadora imagen mental e intervenir cuando todavía sea eficaz la intervención.
La indisciplina imaginal ocasiona más graves sufrimientos de los que cabe suponer. Las
innumerables ocasiones en que tantos no pudieron dominar sus bajas pasiones, y especialmente la lujuria, fueron resultado de una indisciplinada imaginación y no de una flaca voluntad. Se puede sentir un vivísimo deseo, pero el creador pensamiento lo plasmará en acción.
La mayoría de las gentes no dan importancia a sus imágenes, representaciones mentales,
ensueños y pensamientos porque no son tangibles ni visibles a simple vista. Sin embargo, son el solo y único peligro. Porque a quien experimente un intenso deseo sexual, no le será peligroso ver o pensar en el objeto de su deseo a menos que al pensamiento acompañe la imagen mental de imaginarse satisfaciendo su apetito. El peligro empieza cuando se imagina a sí mismo en acto de satisfacción del deseo y consiente que el deseo vigorice la forjada imagen.
Puede un hombre estar rodeado de objetos
de deseo y sin embargo no experimentar turbación ni dificultad alguna, con tal de no
permitir que su creadora energía mental reaccione en dichos objetos. Nunca nos daremos cuenta bastante de que los objetos concupiscentes no tienen de por sí poder alguno, a menos que le permitamos a la mente influir en ellos y forjemos imágenes creadoras de la acción. Pero una vez forjada la imagen sobreviene la lucha. Podemos entonces recurrir a la que nos figuramos que es nuestra voluntad con intento de librarnos mediante una frenética resistencia de los resultados de nuestra imaginación. Pocos saben todavía que la anhelosa o frenética resistencia inspirada por el miedo es algo muy diferente de la voluntad.
EMPLEO DE LA VOLUNTAD
Cuando Coué, al hablar del poder de la imaginación o del creador poder del pensamiento, dice que en la lucha entre la imaginación y la voluntad siempre vence la imaginación, está en lo cierto con tal que por voluntad entienda la frenética y ansiosa resistencia que en la mayoría de las gentes es el sucedáneo de la voluntad. Así cuando vamos en bicicleta y al ver un poste en medio del camino nos precipitamos derechamente contra el obstáculo a riesgo de accidente, el error proviene de la indisciplinada imaginación, pues nos forjamos la temerosa imagen de que vamos a chocar contra el poste, nos representamos a nosotros mismos en el acto del choque y vigorizamos la imagen por la emoción de temor. Entonces nos resistimos contra la imagen, pero esta ansiosa y frenética resistencia no merece el nombre de "voluntad". Por el contrario, aquella resistencia fortalece seguramente la imaginación y aun la ayuda a provocar el suceso que tratamos de eludir. Pero si empleamos la genuina voluntad no consentiremos que la imaginación reaccione en el poste. En efecto, una vez visto serenamente el poste, no hemos de consentir que influya en nuestra conciencia,
sino por el contrario fijar la imaginación en el claro y abierto camino que deseamos tomar.
Entonces será como si el poste no existiese para nosotros y sólo veremos el abierto camino.
Muy vieja es la conseja de los tres arqueros que apostaron a quién de ellos podría flechar a un pájaro posado en un lejano árbol.
El primero acertó en el árbol y no en el pájaro. El segundo apuntó al pájaro prescindiendo del árbol, y sólo hirió al avecilla. El tercero no se preocupó del árbol ni del pájaro sino tan sólo de su intención y dió en el blanco.
Por cierto que debía de ser un pájaro más que bobo para quedarse en el árbol. Tal es el poder de la voluntad, el poder de no pensar más que en el objeto que deseamos lograr y en ningún otro. Si el beodo de nuestro ejemplo hubiese empleado su genuina voluntad hubiera pensado tan sólo en seguir su camino hasta llegar a donde iba, sin que la taberna le incitara con su tentación.
El poder de la genuina voluntad nos capacita para concentrar la imaginación en el
único propósito que hemos determinado realizar. La especial función de la voluntad no es hacer algo ni luchar contra algo, sino mantener un propósito en la conciencia con exclusión de todos los demás.
ESENCIALIDAD DEL CUERPO MENTAL
Así vemos que la cuña ha de penetrar en el cuerpo mental. N o hemos de consentir que se forje en el cuerpo mental imagen alguna sin estar determinada por el ego. Hemos de barrer y limpiar el cuerpo mental de toda clase de formas de pensamiento, de imágenes y representaciones mentales y secuelas de siniestros pensamientos. Después hagamos lo mismo que hicimos con los otros cuerpos, esto es, invertir la polaridad de modo que todas las partículas del cuerpo mental respondan y obedezcan a la conciencia egoente y ya no se supediten al mundo circundante. También aquí la mudanza es notoria para la visión clarividente, y el cuerpo mental aparece entonces iluminado con la luz del interno Yo, como un radiante objeto concordemente armonizado con nuestra genuina manifestada conciencia.
Pero aun esto no basta, porque a lo sumo podremos con ello impedir que el cuerpo mental nos dañe y sea un obstáculo en nuestro camino. Debemos, además, convertir el creador poder del pensamiento en una definida fuerza para el bien, no solamente de modo que no nos dañe sino que por el contrario nos beneficie. Esto significa que con nuestras emociones debemos crear y fortalecer aquellas imágenes mentales que deseemos, ver realizadas en nuestra vida diaria. La perfección es la meta de nuestro camino evolutivo, no por el egoísta propósito de ,ser perfectos, sino más bien con el anhelo de aliviar las cargas del mundo. En vez de imaginarnos siendo y haciendo lo que no necesitamos ser ni hacer, debemos imaginarnos como el hombre perfecto que anhelamos ser y algún día seremos. Pensad con toda vuestra energía mental en vosotros mismos como si fuerais divinos en amor, divinos en voluntad, divinos en pensamiento,
palabra y acción, y henchid vuestro cuerpo mental con esta imagen, vigorizándola con
placenteras emociones de júbilo y amor, de consagración y aspiración. Esta imagen se
plasmará por sí misma. La misma ley rige para ella que para las siniestras imágenes
mentales que tanto nos atribulan. En cuanto hayamos dominado conscientemente el poder de la imaginación, ya no seremos sus esclavos ni se valdrá en adelante de nosotros sino que nosotros nos valdremos de él, y si en el pasado era nuestro enemigo se convertirá en amigo.
De infinidad de modos puede emplearse el poder de la imaginación constructivamente
en vez de emplearlo destructivamente. No sólo en nuestra conducta y diarias acciones, sino en la obra que estamos haciendo y en la reforma de nuestro carácter podemos usar este ilimitado poder cuando hacemos de nuestro cuerpo mental nuestro obediente y dócil instrumento. Ahora retirad también del cuerpo mental el centro de la conciencia y mantenedlo respondiente al Yo interno como mantenéis los cuerpos astral y físico. Así mantenemos en servidumbre los tres cuerpos en los tres mundos de ilusión. Son los tres caballos que arrastran nuestro vehículo en los mundos inferiores, pero el Yo es el divino auriga que no permite que los caballos vayan por donde se les antoje sino por donde él los dirige. Ha desprendido el ego su conciencia de los tres cuerpos en que estaba enmarañada y la ha restituído a su peculiar mundo, desde donde puede valerse de los tres cuerpos como de dóciles siervos.
CAPÍTULO III
EL MUNDO DEL EGO
Cuando la conciencia se libera de los tres cuerpos en que estaba aprisionada, se reintegra naturalmente al ego en quien de veras reside.
Así es que hemos de reintegrar la conciencia al ego; más aún, tratar de reconocer sin
sombra de duda que somos el ego, un alma divina que estaba desterrada. Hemos de transferir la conciencia al mundo a que pertenece, y entrar en el mundo que es verdaderamente nuestro mundo, pues en este mismo momento nos reconoceremos como el divino Yo interno, en unidad con lo divino en todas las cosas.
De entonces en adelante, ya no podremos dudar de si somos el Yo superior o el yo inferior, ni habrá la agotadora lucha entre los dos opuestos polos de nuestra naturaleza, pues ya no son dos, porque la presa y desterrada conciencia quedó restituida a la patria conciencia de que se desvió, y de nuevo es uno el hombre, es el divino Yo interno que se vale conscientemente de los tres cuerpos como de sus instrumentos, pero sin estar ya ligado a ellos.
No hemos de reintegrar la conciencia al ego tan sólo en pensamiento. No hemos de reconocer por mera intelectualidad sino de positiva y real manera que somos el ego y que vivimos en nuestro propio mundo.
Si habéis logrado desprender la conciencia de los cuerpos, no habrá dificultad en transferirla al ego, porque realmente es la conciencia del ego, y el mundo del ego es vuestra verdadera patria.
Cuando así volvemos al mundo del cual durante tanto tiempo habíamos estado desterrados, nuestra primera impresión es un predominante sentimiento de júbilo y libertad.
Como quien estuvo largos años preso en una mazmorra y al salir libre lo ofusca la luz del día, así nosotros, al entrar en nuestro propio mundo tras largo destierro en la cárcel de la materia, quedamos sobrecogidos por la luz que nos rodea, al vernos libres de las limitaciones que nos restringían. En el mundo del ego todo es luz y júbilo, y allí vive el ego una vida de tan incomparable bienaventuranza y hermosura, que aunque sólo viéramos aquel mundo una sola vez, ya no volveríamos a caer víctimas del mundo de ilusión. Ahora ya sabemos quiénes somos. Nos hemos visto en nuestra divina belleza en el mundo que es nuestra morada, y ningún poder terreno será capaz de incitarnos a creer que somos los cuerpos. Se rompió el hechizo que nos fascinaba, y por vez primera disfrutamos de paz sin temores de lucha.
Admirable es cuán sencillo resulta súbitamente todo, cuando entramos en el mundo del
ego, y cuán natural es entonces obrar rectamente. Nuestra vida anterior se nos mostraba llena de complicaciones y casi incomprensible en sus problemas. Una vez nos hemos
atrevido a reconocer lo que verdaderamente somos, cesa toda lucha, es innecesario todo esfuerzo y la vida resulta sencilla y natural y va transcurriendo armoniosamente.
LA VIDA DEL EGO
Una de las cosas que más nos sorprenden al reconocernos como egos es que la vida en
nuestro propio mundo supera y trasciende a la que llamamos vida en la tierra. Aun aquellos que reconocen que el yo inferior no es más que una temporánea manifestación del divino Yo interno, suelen incurrir en el error de considerar dicha temporánea manifestación como si fuese de suprema importancia y absorbente interés para el Yo divino. La realidad es muy diferente. El Yo, nuestro verdadero ser, tiene una vida propia, en la cual, la subsidiaria actividad a que llamamos vida terrena, no tiene en modo alguno la importancia que le atribuimos. Cuando somos conscientes de nosotros mismos como egos, también lo somos de las actividades del ego.
Muy difícil, si no imposible, es dar idea de estas actividades. En nuestra conciencia vigílica sólo conocemos las cosas del mundo físico, y estas cosas no tienen realidad para nosotros a menos que las describamos en términos peculiares del mundo físico.
En su propio mundo el ego está siempre activo en la gran obra de la Creación. En compañía de las huestes angélicas y otros seres superiores, el ego coopera en la obra de la creación del mundo, por la cual subsiste este universo. La obra de Dios es creación, y como el ego es divino, está ocupado en la misma divina actividad creadora. Unicamente el arte puede hablar de esta genuina obra del hombre divino; y por tanto, a los poetas y músicos hemos de recurrir si queremos comprender algo de nuestra labor como egos. Así en la tragedia de Esquilo, titulada Prometeo encadenado, vemos algo de la obra del ego, cuando el coro de Espíritus y Horas canta :
"Tejamos la tela de mística medida. De los abismos cerúleos y de los confines de la tierra, venid, diligentes espíritus de potencia y placer, y bailad la danza y música del júbilo, como aguas de millares de ríos que desembocan en un océano de esplendor y armonía."
Y más adelante canta jubilosamente el coro de Espíritus:
"Y nuestro canto construirá en el ilimitado campo del vacío, un mundo para que lo gobierne el Espíritu de Sabiduría. "
Canto, música, sonido; he aquí las palabras mejor apropiadas a la idea de la obra del ego
en su propio mundo; y sin embargo, no hay por supuesto en el mundo del ego nada de lo
que en la tierra llamamos sonido. Pero la obra en conjunto impresiona como una gran sinfonía cuyas notas y cuerdas son seres vivientes que entonan el himno de su propia naturaleza y crean por su poder. También podemos representar la obra del ego en su propio mundo como la textura de una tela de luz en la que los seres vivientes parecen puntos radiantes enlazados por líneas de luz. Pero nada puede dar idea ,de la inefable felicidad que llena el mundo del ego ni de la sensación de estar bañado en luz y en "incontemplada belleza".
Dice el libro de Job que cuando fue creado el mundo "se regocijaron todos los hijos de
Dios" y esta expresión recuerda algún tanto al ego, verdadero hijo de Dios, henchido de
gozo en su propio mundo.
La obra en conjunto semeja un potente ritual, un ceremonioso himno de creación que
mantiene los mundos, y lo que llamamos ritual aquí en la tierra es una sombra del verdadero y magno ritual que tan bien conocemos todos en nuestro propio y verdadero mundo. Por esto, los rituales de las grandes religiones del mundo y el de la masonería, nos recuerdan el mundo a que pertenecemos. En dichos rituales oímos débiles ecos y fragmentarias melodías del canto que siempre estamos entonando en el mundo del ego.
NUESTRA VIDA EN LA TIERRA
Cuando en estado de egos conscientes pensamos en nuestra vida terrena, en la vida que
tan importantísima nos parece cuando nos hallamos en estado de ordinaria conciencia vigílica, resulta ilusoria, casi como un sueño, y ciertamente sin la importancia que por lo
general le atribuimos. Como egos consideramos la vida terrena cual una labor que debemos cumplir, una lección que hemos de aprender, esto es, la lección del "propio reconocimiento". Unicamente en los mundos de materia densa hay la necesaria resistencia y separatividad para nutrir el sentimiento individual y de la conciencia del "Yo" que después se ha de restituir a la superior unidad.
Al observar así nuestra vida terrena desde el mundo del ego, logramos mayor ecuanimidad en la existencia que después hemos de pasar en la tierra, porque es una profunda verdad que nada en la vida terrena importa mucho, y que la mayor parte de las cosas carecen de importancia. En cuanto nos reconocemos en la plenitud de nuestra gloria como egos, la vida terrena nos parece una subsidiaria actividad a la que hemos de prestar un poco de nuestra conciencia, un poco de nuestra atención, de la propia suerte que el estadista atareado en una magna obra concede algo de atención a una obra personal en que esté interesado.
LA BELLEZA DEL EGO
En el mundo del ego no hay formas y colores tales como en la tierra los conocemos, pero hay lo que podemos expresar en términos de color y forma. Así cabe hablar del aspecto del ego, aunque no se muestre como se muestran los objetos en el mundo fenoménico. Por lo tanto, no será equívoco decir que el ego se nos muestra en glorificada forma humana, y que en esta forma nos vemos entonces como realmente somos. La forma humana en que allí nos vemos es al propio tiempo representativa
de nuestro verdadero tipo o genio, de nuestra misión en la magna obra. Así un ego a quien conozco, apareció como un radiante joven, como un Apolo griego esculpido en reluciente mármol y sin embargo inmaterial, con la inspiración por básica característica. Otro ego tenía parecido aspecto al del Demetrio del Museo Británico, una dignificada, serena y pacífica figura, que por decirlo así planeaba sobre el mundo, al cual contribuía a nutrir y proteger. Así cada ego tiene su peculiar aspecto, radiante y hermoso, que expresa su misión o genio.
Cuando restituida la conciencia al mundo del ego nos reconocemos como tales egos, debemos procurar ver el aspecto que en nuestro propio mundo tenemos, y en adelante pensar en nosotros mismos únicamente en dicho aspecto. Una vez visto este aspecto, ya no hemos de volver a pensar en nosotros como la imagen que vemos cuando al espejo nos miramos.
Desde que reconocemos que somos el divino Yo interno, no debemos ni por un momento ceder a la vieja ilusión de que somos el cuerpo físico y tenemos un divino Yo en un plano superior. Desde entonces queda invertida la posición, y al hablar de nosotros, hablamos del radiante Ser que verdaderamente somos y no de los cuerpos por cuyo medio se manifiesta temporáneamente parte de nuestra conciencia.
MANTENIMIENTO DE LA CONCIENCIA EGOENTE
Como quiera que ,tenemos tras nosotros siglos de evolución durante los cuales estábamos contentos de sufrir destierro en las tinieblas del mundo exterior, resulta que aunque por un corto rato nos reconozcamos como egos, siempre propendemos a volver a los antiguos hábitos de identificación con los cuerpos.
Tal es nuestro frecuente error. Cuando durante la meditación o en el transcurso de alguna ceremonia experimentamos un instante de intenso arrobamiento espiritual, nos decimos después: "¡Cuán hermoso era esto! Siento que se haya concluido." Pero esto es un error en el que no hemos de incurrir. En cambio, cuando experimentemos algo sublime, cuando nos reconozcamos como el divino Yo, digamos: "Esto es muy hermoso y ha de subsistir en mí." Tal es la gran diferencia. Nuestra flaqueza está en que cuando experimentamos estos sublimes sentimientos los dejamos desvanecer. No habéis de tolerarlo, sino rebelaros diciendo: "No quiero que este sentimiento se desvanezca. He de mantener este divino reconocimiento. Yo, el divino Ser, lo mantendré." Esto es posible porque ya se hizo y debe hacerse. Todos reconoceremos algún día nuestros divinos poderes, y aprenderemos a mantener como una permanente realidad la conciencia que de ordinario sólo tenemos durante unos cuantos momentos. ¿Por qué no empezar
desde ahora?
Si os reconocéis como egos participantes de la vida de divino gozo e inefable felicidad, decidid permanecer en tal estado. No volváis a las tinieblas del destierro. ¿Por qué retornar a la entumecida existencia, en la lóbrega mazmorra de la vida personal, cuando podéis vivir en el fulgor de la Vida divina? ¿Por qué no permanecer allí, actuar desde allí y allí vivir?
CAPÍTULO IV
LOS PODERES DEL EGO
Una vez afirmada la convicción de que somos el ego, debemos reconocer los poderes,
atributos o facultades que como tales egos nos competen.
Ante todo tenemos el amor del ego, el poder de unidad, el aspecto que en terminología teosófica llamamos budi.
Parte de la tragedia desenvuelta cuando la conciencia del ego se infunde en los tres cuerpos y de ella se apodera la conciencia elemental de estos tres cuerpos, consiste en que el ego se considera un ser separado de todo cuanto le rodea y capaz de moverse por doquiera.
Desde el momento en que nos restituimos a la conciencia del ego, se desvanece la ilusión de separatividad y comprendemos lo que es la unidad. Entonces se obra el prodigio de que nos reconocemos todavía como seres individuales y al propio tiempo estamos en la vida de los demás seres, en todas las criaturas. Somos la vida de los árboles, la vida de las aguas del mar, la vida de las nubes, del sol y de todas las cosas. Tal es el amor, el poder del ego, nuestro reconocimiento de la unidad en este nivel, y la única fuerza motora en el Sendero de Perfección. Ni la voluntad ni el pensamiento nos impelen a lo largo del Sendero que conduce a la divina Unión. Es únicamente el amor, el reconocimiento de la unidad, y cuanto mayormente reconocemos la unidad más vivo es nuestro amor a los hombres nuestros hermanos, a los árboles y las rocas, y mayormente nos vemos empujados a la unión con la Vida divina, magnéticamente atraídos hacia la unión. Tratad de sentir este poder del ego para unirse con todas las cosas; tratad de sentir que vuestra conciencia se disuelve en la suprema Conciencia hasta que se identifique con esta Conciencia universal. Primeramente tratad o procurad sentir que vuestra conciencia es parte de la del Maestro y perded en el todo vuestro ser. No os contraigáis a contemplar esta unidad con el Maestro, sino sentidla de modo que sea una cosa efectiva y que os sintáis parte del Maestro. De esta suerte comprenderéis fácilmente que el amor es la única fuerza motora en el Sendero; que la intensidad de vuestro amor y adoración por el Maestro, que el grado en que podáis sentiros unidos
a El, constituye la posibilidad de que os tome por discípulos.
Análogamente, pero en muchísimo mayor grado se explaya nuestra conciencia cuando
nos sentimos unidos a la gran Fraternidad y tratamos de experimentar algo de la asombrosa unidad de aquella Conciencia que sólo tiene una Voluntad, la Voluntad del Rey y sin embargo está constituida por varios grandes Seres.
También en este caso, cuando podamos reconocer la unidad de esta Conciencia, dicho
reconocimiento nos acercará a ella, nos unirá a ella y nos conducirá a la primera gran
iniciación.
El amor es como un imán que nos atrae hacia el objeto amado y con él nos identifica;
y cuando logramos reconocer el amor del ego y sentir como se dirige hacia todas las cosas, hacia todas las criaturas de este mundo, no puede menos de conducirnos a la meta de la evolución, a la unión con la Divinidad.
Cuando así lo sentimos, entonces comprendemos el significado de la oculta máxima :
"creced como crece la flor". Cuando la flor recibe los cálidos rayos del sol se explaya anhelante de su fulgor y hacia el sol se dirige. El amor de la flor por el sol la hace crecer; y de la propia suerte crece el alma por su amor al divino Fulgor. N o requiere esfuerzo este crecimiento. ¡No hay violento empuje hacia adelante; es una concordancia natural con lo que amamos. Por esto ha de ser nuestro amor omniabarcante, sin excluir nada, pues debe fluir generosamente hacia todas las cosas, porque en todas las cosas buscamos la vida divina. Si de nuestro amor excluimos alguna cosa o algún ser y de nosotros lo separamos, excluiremos la Vida divina y dificultaremos nuestra unión con esta Vida. Pensad en el Señor Cristo como el Corazón de esta Unidad de todas las cosas; sentid Su amor como el amor que todas las cosas enlaza y amando a Cristo amaréis todas las cosas. Entonces comprenderemos la verdad enunciada por Cristo al decir que cuanto hiciéramos por el menor de nuestros hermanos por El lo haríamos.
Además, al reconocer este particular atributo del ego, no hemos de tener una mera contemplación o concepto intelectual del amor, sino que debemos sentir el amor del ego, identificarnos con este amor, y entonces podremos remontarnos en sus alas a superiores esferas. Es un poder que debemos aprender a emplear conscientemente.
LA VOLUNTAD DEL EGO
El siguiente poder del ego que debemos aprender a reconocer como propio es el poder
de la voluntad, llamado Atma en Teosofía.
No se ha de confundir este poder verdaderamente divino con la débil potencia a que llamamos "voluntad" en la vida diaria. Difícilmente hallaríamos otra palabra cuyo concepto se hubiese de tal modo confundido y tergiversado. La empleamos cuando realmente debiéramos decir "deseo" o "apetito", y hablamos de personas que "tienen flaca voluntad", cuando no hay tal voluntad flaca ; y aludimos al "entrechoque de voluntades" cuando meramente significamos el entrechoque de egoístas deseos.
Según dije anteriormente, Coué y Baudouin emplean la palabra voluntad para expresar la anhelosa y frenética resistencia, y así es que en una de las obras más importantes
de psicología moderna se confunde el concepto.
Ante todo debemos desechar la generalizada idea de que la voluntad actúa o hace algo,
es decir, que llevamos algo a cabo por un esfuerzo de la voluntad. La actuación no es incumbencia de la voluntad, sino de un diferente aspecto del ego, el de la creadora actividad.
La voluntad es el gobernante, el rey que dice: "se ha de hacer tal cosa" pero que nada hace por sí mismo. Psicológicamente hablando, la voluntad es el poder de enfocar la conciencia en una cosa con exclusión de toda otra.
Así vemos que la voluntad es un poder sereno, tranquilo, inmóvil, el poder de mantenerse en una cosa y excluir todas las demás. Pero es un formidable poder, acaso por lo poco comprendido.
NO VOLUNTAD FLACA SINO INDISCIPLINADA IMAGINACION
Comprenderemos esto mejor si analizamos algunos ejemplos en que, según decimos en
lenguaje corriente, no es bastante recia nuestra voluntad.
Imaginemos que determinamos levantarnos a las seis de la mañana. Cuando llega la hora y nos despertamos, nos sentimos naturalmente soñolientos y perezosos. Si empleáramos rectamente la voluntad no nos sería difícil levantamos, porque mantendríamos el único pensamiento de levantarnos, con exclusión de toda otra cosa, y no habría lucha. Pero lo que realmente hacemos es consentir que nuestra imaginación plantee el problema, y por una parte pensamos en la molesta sensación de frialdad al saltar de entre las calientes sábanas y lo desagradable de vestirse sin luz de día, mientras que por otra parte imaginamos cuán agradable sería permanecer un rato más en la cama
y volvernos a dormir del otro lado. Así forjamos imágenes que naturalmente propenden
a concretarse en acto e incitarnos a permanecer en la cama. Cuando empezamos a resistir, la resistencia es muy débil, y si vence habremos hecho un esfuerzo de todo punto innecesario que consume vitalidad y pudiera haberse evitado fácilmente si comprendiéramos la verdadera función de la voluntad. Al no levantarnos, no hemos denotado flaca voluntad sino indisciplinada imaginación. El recto uso de la voluntad hubiera sido mantener el pensamiento o la imaginación, es decir, la actividad creadora, enfocada en la sola idea de levantarnos de la cama, con exclusión de toda otra. De
esta manera no permitiremos que la imaginación juegue con pensamientos tales como la
molestia de levantarse y la comodidad de permanecer en la cama, y así no encontraremos dificultad en levantarnos inmediatamente.
De cierto expresó Hamlet una profunda verdad psicológica al decir que "el nativo matiz de la resolución se descolora con la pálida influencia del pensamiento". La fuerza de voluntad del ego mantiene enfocada la conciencia en el punto interesante, con exclusión de toda idea, sentimiento, persona o influencia que amenazara impedirlo o nos incitara desde el exterior.
Citemos otro ejemplo. Muchos conocen por experiencia la desagradable sensación que les sobrecoge cuando por vez primera están a punto de arrojarse al agua desde gran altura.
Han determinado arrojarse, pero en el momento crítico titubean y necesitan algún tiempo para armarse de valor y lanzarse al agua.
Lo que realmente ha sucedido es que el sujeto permitió que la imaginación forjara una terrorífica imagen del chapuzón y de la conveniencia de no arrojarse al agua.
Forjada la imagen, se ve naturalmente el individuo impedido por ella, y le espanta el
chapuzón que antes tan agradable le parecía.
El medio de evitar la vacilación es también mantener enfocada la conciencia en el lanza-
miento al agua y excluir todo pensamiento, sentimiento o influencia que pudiera impedirlo. Entonces no tropezará con dificultad alguna para realizar su propósito.
EMPLEO DE LA VOLUNTAD EN OCULTISMO
Cuando aplicamos todo esto al empleo de la voluntad para llegar a la meta de la perfección, vemos fácilmente por qué tan a menudo fracasamos. Determinamos llegar a la meta, alcanzar nuestro espiritual destino. Al efecto nos trazamos una línea de conducta según ciertos principios que consideramos esenciales.
Pues bien, si mantuviéramos la voluntad enfocada en este único propósito, con exclusión de cuanto amenazara contrariarlo, no tropezaríamos con dificultades ni necesaria fuera la lucha. Lo que en realidad hacemos es que cuando se nos depara ocasión de seguir la línea de conducta que nos hemos trazado, comenzamos a pensar en las ventajas e inconvenientes, en lo agradable y desagradable de la particular acción que nos proponemos realizar, y una vez forjadas las imágenes mentales o formas de pensamiento, las vigorizamos con la emoción y el deseo, de modo que se interponen
en el camino de realizar nuestra primera intención. Entonces comienza la lucha con todos sus adyacentes males, con sufrimiento propio, fatiga de los cuerpos y el riesgo de fracasar en la empresa. Desde luego que debemos considerar las circunstancias, empleando siempre el buen sentido y el deliberado juicio, pero no hemos de permitir que extrañas influencias nos desvíen de nuestra línea de conducta.
Por lo tanto, tratad de reconocer esta voluntad en vuestro interior. Considerad que
ocupa vuestra conciencia como una deslumbrante luz blanca; imaginad la irresistible y
capaz de mantener firme el propósito hasta su completa realización.
Una vez reconocido y experimentado este genuino poder de la voluntad, ya nunca podremos hablar de flacas, voluntades, porque la voluntad es una potencia verdaderamente divina, y si no comprendemos sus funciones y su significado en nuestra vida, no podremos cumplir nuestro destino.
Así pues, emplead el poder de la voluntad para mantener en vuestra conciencia el único
propósito de perfeccionaros en servicio del mundo. Tal debe ser vuestra absorbente y dominante pasión sin consentir que nada la contraríe ni entorpezca. No ha de ser un deseo egoísta, como lo sería mientras no entrarais en el mundo del ego ni comprendierais lo que significa la unidad. Unicamente cuando comprendemos, cuando conocemos que toda la creación es completa e indestructiblemente una echamos de ver la imposibilidad de la salvación individual. Salvación equivale a perfección y significa unión con la divina Vida presente en todas, las cosas, y por tanto nunca puede ser individual y restringida a unos cuantos elegidos. El éxito de uno es el éxito de todos. Cuando un ser humano alcanza el adeptado, toda la humanidad, la creación toda triunfa en él, y un nuevo cordón viene a enlazar la humanidad con Dios, surge un nuevo poder para aliviar la carga de los sufrimientos del mundo. Cuando en La Divina Comedia de
Dante sale un alma del purgatorio y entra en el paraíso, todo el purgatorio se estremece de júbilo. Esto es literalmente verdad. El éxito de un ser humano es motivo de alegría para la creación toda, y nunca se contrae a un éxito individual. El anhelo de perfección es el anhelo de desvanecer la ilusión de separatividad y reconocer la realidad de la vida universal, de suerte que egoísmo y perfección son términos contradictorios.
Por lo tanto, procurad emplear en bien de todos los seres este poder verdaderamente divino que todos poseemos, y mantened la conciencia enfocada en la idea de perfección, y que esta idea predomine en cuanto hagamos.
Al principio nos será algo difícil efectuar nuestra ordinaria labor mientras mantengamos la conciencia enfocada en las cosas superiores; pero no tardaremos en contraer este
hábito, y el anhelo de perfección será el permanente fondo en que bordaremos el dechado de nuestra vida diaria.
SOMOS EL SENDERO
En cierto sentido somos ya perfectos y divinos en este mismo momento. Nuestro verdadero ser no es el fugaz y siempre mudable vislumbre a que llamamos presente, sino que abarca todo nuestro pasado y todo nuestro porvenir. Es el completo ser con todo su ciclo de evolución contenido en él. Así es que tanto somos hombres primitivos como hombres perfectos, y aquello por lo cual nos esforzamos es en realidad ya nuestro. El secreto de la evolución consiste en llegar a ser lo que somos.
Solamente así podemos comprender el significado de otras muchas máximas ocultistas,
como la de que "nosotros mismos debemos llegar a ser el Sendero". Esto es completa verdad; y sin embargo, sólo la comprendemos cuando en nuestra conciencia egoente hemos visto la meta, la perfección, el adeptado, no como una cosa extraña y lejanísima a la que nos hemos de ir acercando desde fuera, sino como nuestro interno destino y nuestro intérrimo Ser. Cuando así conocemos lo que significa llegar a convertirnos en el Sendero, también sabemos entonces que nada en la tierra podrá ya interponerse entre nosotros y la meta de nuestra perfección, pues la hemos visto y con ella nos hemos identificado. Es como si hubiésemos visto nuestra propia divinidad y como si la meta estuviera en el centro de nuestro ser. El Sendero de Perfección se convierte entonces en el desenvolvimiento de nuestra divinidad.
EL PODER DEL PENSAMIENTO CREADOR
Reconocidos los poderes de amor y de voluntad, vamos a descubrir el tercer poder capital del ego, el del pensamiento creador o el Manas como la Teosofía lo llama. El pensamiento humano es la manifestación del Espíritu Santo, así como la voluntad es la manifestación del Padre y el amor la del Hijo.
El Espíritu Santo es el aspecto o persona de la creadora actividad de Dios el Creador; y
cuando reconocemos este poder en nosotros, nos sentimos inspirados y poseídos de ilimitada actividad creadora, del poder de la acción.
En nosotros, sólo el pensamiento actúa, sólo el pensamiento crea, y efectúa los mandatos de la voluntad. Si la voluntad es el rey, el pensamiento es el primer ministro, y las actividades de nuestro pensamiento deben ser dirigidas siempre por la voluntad. Ilimitado parece el poder creador del pensamiento, y cuando así lo comprendemos, advertimos que como egos podemos "hacerlo todo", sentimos en nuestro interior una ilimitada energía creadora para llevar a cabo Cuanto decrete la voluntad. Unicamente cuando funciona este creador poder del pensamiento se realiza la acción. Por esto es un poder tan peligroso para el hombre hasta que comprende que debe dirigirlo conscientemente, porque de lo contrario se verá arrastrado esclavamente por su naturaleza inferior.
EMPLEO DE LOS TRES PODERES
Tales son los tres poderes del ego, o mejor diríamos su trino poder, porque los tres aspectos se compendian en uno y constituyen una verdadera trinidad. Una vez reconocidos los tres poderes y experimentado su empleo en la magna obra de perfeccionamiento, veamos ahora de usarlos simultáneamente, tal como deben usarse, en trina unidad. Hemos de emplear la voluntad en el único propósito de lograr la perfección en beneficio del mundo; hemos de emplear el amor para identificarnos
con nuestro propósito; y hemos de emplear el pensamiento para crearlo y realizarlo. Unicamente cuando se emplean simultáneamente los tres poderes se consigue el resultado, y entonces todo lo podemos conseguir porque el poder del ego es divino y por tanto ilimitado.
Pero esto no lo hemos de hacer tan sólo a ratos perdidos, sino que ha de ser una continua actividad habitual, sea cual sea nuestra profana ocupación. El secreto del éxito espiritual está en que una vez nos hemos reconocido como egos y conscientes de nuestros poderes como tales, ya no hemos de volver a las rutinas de la ordinaria conciencia corporal, sino que debemos mantener el superior nivel ya alcanzado, aunque al principio nos parezca que para ello hemos de hacer un esfuerzo sobrehumano.
El diagrama de nuestra vida espiritual muestra demasiado a menudo una serie continua de ascensos y descensos. Alcanzamos una altura espiritual tan sólo para descender inmediatamente al antiguo nivel; pero si queremos vencer no hemos de consentir semejante descenso. Cuando por meditación o cualquier otro medio nos sobrevenga el raro momento de exaltación espiritual, debemos persistir en este estado con suma tenacidad, manteniéndonos en el nivel alcanzado y prescindiendo de todo lo demás. En los primeros días tal vez sea necesario un desesperado esfuerzo, pero no tardaremos en acostumbrarnos y podremos efectuar nuestra ordinaria labor desde el nuevamente logrado nivel, que al fin y al cabo no es más que nuestra verdadera Patria, no un país extraño en el que tratamos de entrar, sino nuestra divina Patria de la que temporáneamente nos olvidamos.
CAPÍTULO V
LA VUELTA DEL DESTIERRO
Al reconocernos como egos podemos mirar los tres cuerpos y resolver que sólo sean nuestros tres servidores en los tres mundos de ilusión. Ya no descenderemos a ellos, ya no volveremos a enmarañarnos en aquellos mundos de ilusión; ya no volveremos a identificarnos con los tres cuerpos ni permitiremos que la conciencia elemental se apodere de la conciencia del ego y la domine. Hemos de permanecer en la cumbre de la montaña, viendo ante nosotros la ilimitada perspectiva de la vida, y desde la cumbre debemos pensar, sentir y obrar. Es posible y debemos hacerlo.
Desde la cima de la montaña pensad en vuestros tres cuerpos. Ved vuestro cuerpo
mental limpio de las ordinarias y frívolas imágenes mentales, y desde vuestro interior cread en él una potente forma de pensamiento en beneficio del mundo. Mantened constantemente esta imagen con parte de vuestra voluntad sin consentir que se desvanezca, porque es la forma de pensamiento que de allí en adelante ha de gobernar vuestra vida diaria.
Mantened de esta suerte el cuerpo mental, y ordenadle que en lo sucesivo rechace toda
tentación del exterior, y que ninguna forma de pensamiento, ninguna imagen mental podrá forjar sin vuestro consentimiento.
Mirad después vuestro cuerpo astral y decidíos a mantenerlo tal como lo habéis visto
vivificado desde el interior por las emociones del Yo. Inundad lo de amor a todos los seres, de devoción, de simpatía, de aspiración espiritual. Ved irradiar estos sentimientos del centro del cuerpo astral, que palpite con esta nueva pulsación de vida, y determinaos a no consentir jamás que lo dominen externas influencias. Después mirad el cuerpo físico con su contraparte etérea, y resolveos a que en lo sucesivo también sean instrumentos de la voluntad. Ved cómo la voluntad se manifiesta por medio del cuerpo. Ved cómo la divina energía del Yo influye en el cuerpo físico, e imaginaos que este cuerpo se regenera por intususcepción. Cuando lo reconozcamos como vehículo de Atma se renovará, será vigoroso y sano, libre de enfermedades y de cuantas tribulaciones lo conturban cuando es meramente parte del mundo físico. Redimidlo de
esta esclavitud. Ha de estar en el mundo físico, pero sin pertenecer a este mundo. Su más estrecho lazo ha de ligarlo con el Yo y no con el mundo. Vuestros tres cuerpos han de estar sujetos al Yo y de ellos han de irradiar los poderes del Yo. Haced de vuestros cuerpos mental, astral y físico apropiados canales de la trina energía del Yo, pero sin enredaros jamás en ellos, sino manteneos constantemente en la cumbre de la montaña y contemplad desde allí los mundos inferiores.
De este modo será vuestra vida completamente feliz y venceréis toda dificultad, porque ¿cómo puede haber discordancia cuando reconozcáis la divinidad de vuestro ser? Desde
entonces en adelante, cuando os vuelva a sobrevenir algo que os conturbó cuando estabais identificados con vuestros cuerpos, os reconoceréis como egos y no habrá conflicto alguno, pues ya habréis forjado el único pensamiento de perfección que domina vuestro cuerpo mental, y nada podrá turbaros, porque de leyes que no puedan prevalecer al mismo tiempo dos imágenes o pensamientos en el cuerpo mental. Mientras mantenemos esta imagen mental de perfección podemos ocuparnos en nuestra ordinaria labor, pero dicha imagen mental o forma de pensamiento dominará constantemente y ninguna otra podrá hacer presa en el cuerpo mental y darle forma contraria a nuestra voluntad.
Así tened en cuenta que de ahora en adelante habéis, de vivir desde vuestro interior
Sin permitir jamás que vuestros cuerpos se apoderen de vuestra conciencia y oscurezcan vuestro conocimiento del Yo. Determinad que vosotros, el alma, el ego, restituí do a su divina Patria, ha de seguir permaneciendo allí.
No volváis a incurrir en el error de descender a un nivel a que no pertenecéis," No temáis llamaros divinos. No hay engreimiento en ello, ni tampoco orgullo, porque el orgullo es separatividad, y una vez nos reconocemos como egos, nos sentimos disueltos en el Mar de Conciencia, nos sentimos identificados con una Conciencia tan vasta, tan omniabarcante, que el pensamiento de separatividad resulta ridículo. Estamos libres de esta ilusión porque sabemos que cuanto hagamos está hecho por nuestra mediación, y que cuando sentimos, pensamos y obramos, sirven nuestros cuerpos de canales por donde la vida divina se derrama sobre el mundo.
Además, en este estado de conciencia nos reconocemos identificados con el Maestro.
Participamos de la beatitud de Su presencia y en Su presencia son fáciles todas, las cosas.
En Su presencia no puede haber otro deseo que el de unirse más estrechamente a El. En
Su presencia es imposible hacer las ruines, mezquinas y feas cosas que hicimos en el pasado. En Su presencia sólo podemos tratar de ser grandes como El es, grandes en nuestras emociones y pensamientos, y divinos como divino es El.
Así el camino del ego es el camino de la iniciación, que significa volverse a unir con
su pátrica conciencia, de la que se había olvidado la porción de ella que estuvo encarnada e identificada con los cuerpos. Es la iniciación el comienzo de una nueva vida, la vida consciente del ego, aunque actúe por medio de los tres cuerpos. De diferentes maneras se han expuesto las cualidades requeridas para la iniciación; pero cuando hayamos adquirido permanentemente la conciencia del ego, necesariamente habremos adquirido también las cualidades requeridas. La conciencia egoente entraña discernimiento, porque cuando la conciencia encarnada se desprende de los cuerpos
que la dominaban, ya no siguen los cuerpos sus propios deseos sino que obedecen a la voluntad del ego. La conciencia egoente equivale a Buena Conducta puesto que nuestra conducta ya no es la de la conciencia esclavizada por los cuerpos, sino la conducta del Ego que necesariamente ha de ser de Buena Conducta. La conciencia egoente significa amor en su más amplio concepto, porque el mundo del ego es el mundo de la unidad, y no podemos tener la conciencia egoente sin sentirnos en unidad con todo cuanto existe.
Además de conducirnos la presencia del ego a la iniciación entraña en sí su propia recompensa, pues quien la logra, disfruta de perpetuo gozo, poder y paz. En esto consiste el comienzo de la nueva vida.
Todos podemos llegar a este reconocimiento. Todos podemos clamar por lo que somos.
No es algo extraño, algo externo a nosotros lo que hemos de lograr. Unicamente hemos de entrar en el mundo a que pertenecemos, clamar por lo que verdaderamente somos.
Así pues, regocijémonos en nuestra divinidad, reclamemos nuestra divina herencia y decidámonos a volver al país nativo, de donde fuimos desterrados por millones de años a estos mundos de tinieblas y sufrimiento. Y que la bendición de los Maestros a Quienes
servimos recaiga en nosotros, y que Su amor nos proteja y escude hasta que estemos en
donde ellos están, hasta que también alcancemos el estado del Hombre Perfecto.
EPÍLOGO
La exploración del mundo de nuestra conciencia, tan poco conocido de la mayoría de las gentes, es de necesidad para quien quiera conocerse tal como realmente es, como el ego residente en su propio mundo, usando los tres cuerpos como vehículos de su conciencia, pero sin dejarse dominar por ellos.
En efecto, la mística jornada descrita en las precedentes páginas es un ejercicio que han
de practicar todos los aspirantes hasta ser tan expertos en él que puedan mantener sin interrupción la conciencia egoente. El ideal es que una vez alcanzado el nivel del ego, debemos permanecer allí y negarnos a volver a los rutinarios caminos de esclavitud corporal. Hay quienes logran éxito la primera vez que practican este ejercicio. Otros pueden quedar sorprendidos por alguna excitación o trastorno y recaer en la antigua actitud antes de que hayan tenido tiempo de prevenirse. En ambos casos es necesaria la práctica regular de la conciencia del ego. En el primer caso para conservar lo conquistado; y en el segundo para recuperar lo que estuvo a punto de perderse. Aunque en los precedentes capítulos hemos explicado ampliamente diferentes puntos, acaso no comprendan bien el efectivo ejercicio espiritual quienes traten de practicarlo.
Por lo tanto, no estará de más repetir las principales puntos del ejercicio como una ruta
de prueba para quienes anden en busca de la egoente conciencia. Se ha de entender que hay muchos medios de lograr el mismo fin, pero el que hemos descrito ha resultado eficaz en muchos casos ya propósito para personas: de muy distinto temperamento. Prefiero llamarlo ejercicio a meditación, aunque toda meditación debe ser un ejercicio. Si lo llevan a cabo varias personas, convendrá que una de ellas indique en voz baja las etapas del ejercicio para que se hagan simultáneamente todos los esfuerzos. Como en toda meditación, la comodidad del cuerpo físico es más ventajosa que la violencia de algunas posturas orientales; pero bueno será escoger un lugar quieto y tranquilo y al abrigo de toda perturbación.
LA MEDITACIÓN DEL EGO
Si el ejercicio lo hace un grupo, empiécese por pensar en la unidad de dicho grupo, tratando de experimentar esta unidad.
Después piénsese en algún alto ideal, preferiblemente en un Maestro de Sabiduría, tratando de sentir amor y devoción hacia El.
En seguida, pensad en el cuerpo físico e imaginad que es vuestro siervo en el mundo
físico, y considerad lo como si recibiese salud, vigor y vitalidad desde el interior. Retirad el centro de conciencia del cuerpo físico, tanto de la parte densa como de la etérea, y contemplad el cuerpo astral. Limpiad lo de toda emoción y deseo transitorios y manifestad por su medio las emociones superiores. Sentid el amor a todas las criaturas, devoción al Altísimo, simpatía por los que sufren, y aspiraciones espirituales. Dejad que estas emociones irradien constantemente del cuerpo astral.
Retraed del cuerpo astral el centro de la conciencia y contemplad el cuerpo mental. Limpiadlo de toda imagen mental y forma de pensamiento e iluminadlo con la luz de la mente superior de modo que esta luz irradie de todo el cuerpo mental.
Forjad en el cuerpo mental vuestra propia imagen como si fuerais hombres perfectos en
amor, voluntad y pensamiento, y ocupad el cuerpo mental con esta imagen.
Retraed del cuerpo mental el centro de la conciencia y considerad que los tres cuerpos
son instrumentos perfectamente contrastados en poder del ego, Ahora reconoceos como egos, concentrad en el ego vuestra conciencia y sabed que sois el ego residente en su propio mundo de júbilo y belleza. Sentid el gozo y libertad y ved el esplendor de vuestro propio mundo y conoceréis que es vuestra verdadera Patria.
Después reconoced los poderes del ego primeramente su poder de amor o unidad con
todas las cosas.
Sentid la unidad con el Maestro; tratad de sentir que sois parte de Su conciencia.
Después habéis de sentir la unión de la Fraternidad; sentid aquella potente conciencia que invade el mundo entero y reconoced que todos los seres son uno mismo, enteramente uno en ella. Además" habéis de sentiros unidos con todo cuanto vive, con la naturaleza entera, con toda la humanidad. Amad a todos los seres, y sentid identificada vuestra conciencia con la Conciencia universal.
Sentid la beatitud de esta unidad y que impelidos por este amor, llegaréis al corazón de
las cosas, al amor de Cristo y sentíos parte de Su vida y amor. Después reconoced la voluntad del ego, en el Atma, y sentid que esta voluntad inunda vuestra conciencia como indagadora luz con irresistible poder.
Emplead la voluntad con el único propósito de lograr "la perfección en beneficio del mundo", y excluid todo lo demás, llenando vuestra conciencia con este único propósito hasta realizarlo.
Después reconoced el Manas, la creadora energía del ego. Sentid esta ilimitada energía
y emplead la para crear la idea de perfección, llenándola con el poder creador para plasmarla.
Hecho esto, emplead conjuntamente los tres poderes: la voluntad para determinar el único propósito de perfección en beneficio del mundo; el amor para identificaros con el propósito; y el pensamiento para crearlo y realizarlo. Persistid en esta obra.
Ahora reconoced nuevamente que sois el ego. Tratad de ver la belleza de vuestro propio
mundo, y vuestra propia belleza en dicho mundo, y determinaos a manteneros en tal estado de conciencia egoente, suceda lo que quiera durante el día.
Después contemplad los tres cuerpos, pero sin infundiros nuevamente en ellos. Primero,
el cuerpo mental, de modo que lo iluminéis con la luz de la mente superior, y cread en él
vuestra imagen como si ya hubieseis alcanzado la perfección.
Después contemplad el cuerpo emocional y manifestad por su medio las emociones del
ego, el amor a todos los seres, la devoción a lo elevado, la simpatía por los que sufren y
la aspiración espiritual, dejando que estas emociones irradien continuamente del cuerpo
astral.
Finalmente, contemplad el cuerpo físico y considerad lo como expresión del Atma, de
la voluntad, y regenerad lo de modo que por intususcepción esté sano, vigoroso y radiante de vitalidad.
Mantened así los tres cuerpos como perfectos canales de la energía divina de suerte que
por ellos se manifiesten los poderes del ego.
Pero siempre y en toda circunstancia reconoced que sois el ego y mantened incesantemente la conciencia egoente.
Por último, derramad una bendición espiritual sobre el mundo circundante, valiéndoos
de los reconocidos poderes.
Al finalizar el ejercicio no os restituyáis de repente a la ordinaria conciencia corporal,
sino mantened durante todo aquel día la conciencia egoente, enfocando en ella parte de
vuestra atención mientras estéis ocupados en los menesteres de la vida diaria.
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