ANTON CHEJOV - LAS ISLAS VOLADORAS
CAPÍTULO PRIMERO: La Conferencia
—¡He terminado, caballeros! —dijo Mr. John Lund, joven miembro de la Real
Sociedad Geográfica, mientras se desplomaba exhausto sobre un sillón. La sala de
asambleas resonó con grandes aplausos y gritos de ¡bravo! Uno tras otro, los
caballeros asistentes se dirigieron hacia John Lund y le estrecharon la mano.
Como prueba de su asombro, diecisiete caballeros rompieron diecisiete sillas y
torcieron ocho cuellos, pertenecientes a otros ocho caballeros, uno de los
cuales era el capitán de La Catástrofe, un yate de 100.000 toneladas.
—¡Caballeros! —dijo Mr. Lund, profundamente emocionado—. Considero mi más
sagrada obligación el darles a ustedes las gracias por la asombrosa paciencia
con la que han escuchado mi conferencia de una duración de 40 horas, 32 minutos
y 14 segundos... ¡Tom Grouse! —exclamó, volviéndose hacia su viejo criado—.
Despiértame dentro de cinco minutos. Dormiré, mientras los caballeros me
disculpan por la descortesía de hacerlo.
—¡Sí, señor! —dijo el viejo Tom Grouse.
John Lund echó hacia atrás la cabeza, y estuvo dormido en un segundo.
John Lund era escocés de nacimiento. No había tenido una educación formal ni
estudiado para obtener ningún grado, pero lo sabía todo. La suya era una de esas
naturalezas maravillosas en las que el intelecto natural lleva a un innato
conocimiento de todo lo que es bueno y bello. El entusiasmo con el que había
sido recibido su parlamento estaba totalmente justificado. En el curso de
cuarenta horas había presentado un vasto proyecto a la consideración de los
honorables caballeros, cuya realización llevaría a la consecución de gran fama
para Inglaterra y probaría hasta qué alturas puede llegar en ocasiones la mente
humana.
«La perforación de la Luna, de uno a otro lado, mediante una colosal barrena.»
¡Éste era el tema de la brillantemente pronunciada conferencia de Mr. Lund!
CAPÍTULO II: El Misterioso Extraño
Sir Lund no durmió siquiera durante tres minutos. Una pesada mano descendió
sobre su hombro y tuvo que despertarse. Ante él se alzaba un caballero de un
metro, ocho decímetros, dos centímetros y siete milímetros de altura, flexible
como un sauce y delgado como una serpiente disecada. Era completamente calvo.
Enteramente vestido de negro, llevaba cuatro pares de anteojos sobre la nariz,
un termómetro en el pecho y otro en la espalda.
—¡Seguidme! —exclamó el calvo caballero con tono sepulcral.
—¿Dónde?
—¡Seguidme, John Lund!
—¿Y qué pasará si no lo hago?
—¡Entonces me veré obligado a perforar a través de la Luna antes de que lo
hagáis vos!
—En ese caso, caballero, estoy a vuestro servicio.
—Vuestro criado caminará detrás de nosotros.
Mr. Lund, el caballero calvo y Tom Grouse abandonaron la sala de asambleas,
saliendo a las bien iluminadas calles de Londres. Caminaron durante largo
tiempo.
—Señor —dijo Grouse a Mr. Lund—, si nuestro camino es tan largo como este
caballero, de acuerdo con la ley de la fricción, ¡gastaremos nuestras suelas!
Los caballeros meditaron un momento. Diez minutos después, tras decidir que el
comentario de Grouse tenía mucha gracia, rieron ruidosamente.
—¿Con quién tengo el honor de compartir mis risas, caballero? —preguntó Lund a
su calvo acompañante.
—Tenéis el honor de caminar, hablar y reír con un miembro de todas las
sociedades geográficas, arqueológicas y etnográficas del mundo, con alguien que
posee un grado magna cum laude en cada ciencia que ha existido y que existe en
la actualidad, es miembro del Club de las Artes de Moscú, fideicomisario
honorífico de la Escuela de Obstetricia Bovina de Southampton, suscriptor del
The Illustrated Imp, profesor de magia amarillo-verdosa y gastronomía elemental
en la futura Universidad de Nueva Zelanda, director del Observatorio sin Nombre,
William Bolvanius. Os estoy llevando, caballero, a...
(John Lund y Tom Grouse cayeron de rodillas ante el gran hombre, del que tanto
habían oído, e inclinaron sus cabezas en señal de respeto.)
—...os estoy llevando, caballero, a mi observatorio, a treinta y dos kilómetros
de aquí. ¡Caballero! El silencio es una bella cualidad en un hombre. Necesito un
compañero en mi empresa, la significación de la cual seréis capaz de comprender
con tan sólo los dos hemisferios de vuestro cerebro. Mi elección ha recaído en
vos. Tras vuestra conferencia de cuarenta horas, es muy improbable que deseéis
entablar conversación conmigo, y yo, caballero, no amo a nada tanto como a mi
telescopio y a un silencio prolongado. La lengua de vuestro servidor, empero,
será detenida a una orden vuestra. ¡Caballero, viva la pausa! Os estoy
llevando... Supongo que no tendréis nada en contra, ¿no es así?
—¡En absoluto, caballero! Tan sólo lamento que no seamos corredores y, por otra
parte, el que estos zapatos que estamos usando valgan tanto dinero.
—Os compraré zapatos nuevos.
—Gracias, caballero.
Aquellos de mis lectores que estén sobre ascuas por el deseo de tener un mejor
conocimiento del carácter de Mr. William Bolvanius pueden leer su asombrosa
obra: «¿Existió la Luna antes del Diluvio?; y, si así fue, ¿por qué no se
ahogó?» A esta obra se le acostumbra a unir un opúsculo, posteriormente
prohibido, publicado un año antes de su muerte y titulado: «Cómo convertir el
Universo en polvo y salir con vida al mismo tiempo.» Estas dos obras reflejan la
personalidad de este hombre, notable entre los notables, mejor que pudiera
hacerlo cualquier otra cosa.
Incidentalmente, estas dos obras describen también cómo pasó dos años en los
pantanos de Australia, subsistiendo enteramente a base de cangrejos, limo y
huevos de cocodrilo, y sin hacer durante todo este tiempo ni un solo fuego.
Mientras estaba en los pantanos, inventó un microscopio igual en todo a uno
ordinario, y descubrió la espina dorsal en los peces de la especie «Riba». Al
volver de su largo viaje, se estableció a unos kilómetros de Londres y se dedicó
enteramente a la astronomía. Siendo como era un auténtico misógino (se casó tres
veces y tuvo, como consecuencia, tres espléndidos y bien desarrollados pares de
cuernos), y no sintiendo deseos ocasionales de aparecer en público, llevaba la
vida de un esteta. Con su sutil y diplomática mente, consiguió que su
observatorio y su trabajo astronómico tan sólo fuesen conocidos por él mismo.
Para pesar y desgracia de todos los verdaderos ingleses, debemos hacer saber que
este gran hombre ya no vive en nuestros días; murió hace algunos años,
oscuramente, devorado por tres cocodrilos mientras nadaba en el Nilo.
CAPÍTULO III: Los Puntos Misteriosos
El observatorio al que llevó a Lund y al viejo Tom Grouse... (sigue aquí una
larga y tremendamente aburrida descripción del observatorio, que el traductor
del francés al ruso ha creído mejor no traducir para ganar tiempo y espacio).
Allí se alzaba el telescopio perfeccionado por Bolvanius. Mr. Lund se dirigió
hacia el instrumento y comenzó a observar la Luna.
—¿Qué es lo que veis, caballero?
—La Luna, caballero.
—Pero, ¿qué es lo que veis cerca de la Luna, caballero?
—Tan sólo tengo el honor de ver la Luna, caballero.
—Pero, ¿no veis unos puntos pálidos moviéndose cerca de la Luna, caballero?
—¡Pardiez, caballero! ¡Veo los puntos! ¡Sería un asno si no los viera! ¿De qué
clase de puntos se trata?
—Esos puntos tan sólo son visibles a través de mi telescopio. ¡Pero ya basta!
¡Dejad de mirar a través del aparato! Mr. Lund y Tom Grouse, yo deseo saber,
tengo que saber, qué son esos puntos. ¡Estaré allí pronto! ¡Voy a hacer un viaje
para verlos! Y ustedes vendrán conmigo.
—¡Hurra! —gritaron a un tiempo John Lund y Tom Grouse—. ¡Vivan los puntos!
CAPÍTULO IV: Catástrofe en el Firmamento
Media hora más tarde, Mr. William Bolvanius, John Lund y Tom Grouse estaban
volando hacia los misteriosos puntos en el interior de un cubo que era elevado
por dieciocho globos. Estaba sellado herméticamente y provisto de aire
comprimido y de aparatos para la fabricación de oxígeno (1). El inicio de este
estupendo vuelo sin precedentes tuvo lugar en la noche del 13 de marzo de 1870.
El viento provenía del sudoeste. La aguja de la brújula señalaba oeste-noroeste.
(Sigue una descripción, extremadamente aburrida, del cubo y de los dieciocho
globos.) Un profundo silencio reinaba dentro del cubo. Los caballeros se
arrebujaban en sus capas y fumaban cigarros. Tom Grouse, tendido en el suelo,
dormía como si estuviera en su propia casa. El termómetro (2) registraba bajo
cero. En el curso de las primeras veinte horas, no se cruzó entre ellos ni una
sola palabra ni ocurrió nada de particular. Los globos habían penetrado en la
región de las nubes.
Algunos rayos comenzaron a perseguirles, pero no consiguieron darles alcance,
como era natural esperar tratándose de ingleses. Al tercer día John Lund cayó
enfermo de difteria y Tom Grouse tuvo un grave ataque en el bazo. El cubo
colisionó con un aerolito y recibió un golpe terrible. El termómetro marcaba
-76°.
—¿Cómo os sentís, caballero? —preguntó Bolvanius a Mr. Lund al quinto día,
rompiendo finalmente el silencio.
—Gracias, caballero —replicó Lund, emocionado—; vuestro interés me conmueve.
Estoy en la agonía. Pero, ¿dónde está mi fiel Tom?
—Está sentado en un rincón, mascando tabaco y tratando de poner la misma cara
que un hombre que se hubiera casado con diez mujeres al mismo tiempo.
—¡Ja, ja, ja, Mr. Bolvanius!
—Gracias, caballero.
Mr. Bolvanius no tuvo tiempo de estrechar su mano con la del joven Lund antes de
que algo terrible ocurriese. Se oyó un terrorífico golpe. Algo explotó, se
escucharon un millar de disparos de cañón, y un profundo y furioso silbido llenó
el aire. El cubo de cobre, habiendo alcanzado la atmósfera rarificada y siendo
incapaz de soportar la presión interna, había estallado, y sus fragmentos habían
sido despedidos hacia el espacio sin fin.
¡Éste era un terrible momento, único en la historia del Universo!
Mr. Bolvanius agarró a Tom Grouse por las piernas, este último agarró a Mr. Lund
por las suyas, y los tres fueron llevados como rayos hacia un misterioso abismo.
Los globos se soltaron. Al no estar ya contrapesados, comenzaron a girar sobre
sí mismos, explotando luego con gran ruido.
—¿Dónde estamos, caballero?
—En el éter.
—Hummm. Si estamos en el éter, ¿qué es lo que respiramos?
—¿Dónde está vuestra fuerza de voluntad, Mr. Lund?
—¡Caballeros! —gritó Tom Grouse—. ¡Tengo el honor de informarles de que, por
alguna razón, estamos volando hacia abajo y no hacia arriba!
—¡Bendita sea mi alma, es cierto! Esto significa que ya no nos encontramos en la
esfera de influencia de la gravedad. Nuestro camino nos lleva hacia la meta que
nos habíamos propuesto. ¡Hurra! Mr. Lund, ¿qué tal os encontráis?
—Bien, gracias, caballero. ¡Puedo ver la Tierra encima, caballero!
—Eso no es la Tierra. Es uno de nuestros puntos. ¡Vamos a chocar con él en este
mismo momento!
¡¡¡BOOOM!!!
CAPÍTULO V: La Isla de Johann Goth
Tom Grouse fue el primero en recuperar el conocimiento. Se restregó los ojos y
comenzó a examinar el territorio en el que Bolvanius, Lund y él yacían. Se
despojó de uno de sus calcetines y comenzó a dar friegas con él a los dos
caballeros. Éstos recobraron de inmediato el conocimiento.
—¿Dónde estamos? —preguntó Lund.
—¡En una de las islas que forman el archipiélago de las Islas Voladoras! ¡Hurra!
—¡Hurra! ¡Mirad allí, caballero! ¡Hemos superado a Colón!
Otras varias islas volaban por encima de la que les albergaba (sigue la
descripción de un cuadro comprensible tan sólo para un inglés). Comenzaron a
explorar la isla. Tenía... de largo y... de ancho (números, números, ¡una
epidemia de números!). Tom Grouse consiguió un éxito al hallar un árbol cuya
savia tenía exactamente el sabor del vodka ruso. Cosa extraña, los árboles eran
más bajos que la hierba (?). La isla estaba desierta. Ninguna criatura viva
había puesto el pie en ella.
—Ved, caballero, ¿qué es esto? —preguntó Mr. Lund a Bolvanius, recogiendo un
manojo de papeles.
—Extraño... sorprendente... maravilloso... —murmuró Bolvanius.
Los papeles resultaron ser las notas tomadas por un hombre llamado Johann Goth,
escritos en algún lenguaje bárbaro, creo que ruso.
—¡Maldición! —exclamó Mr. Bolvanius—. ¡Alguien ha estado aquí antes que
nosotros! ¿Quién pudo haber sido? ¡Maldición! ¡Oh, rayos del cielo, machacad mi
potente cerebro! ¡Dejad que le eche las manos encima, tan sólo dejad que se las
eche! ¡Me lo tragaré de un bocado!
El caballero Bolvanius, alzando los brazos, rió salvajemente. Una extraña luz
brillaba en sus ojos.
Se había vuelto loco.
CAPÍTULO VI: El Regreso
—¡Hurra! —gritaron los habitantes de El Havre, abarrotando cada centímetro del
muelle. El aire vibraba con gritos jubilosos, campanas y música. La masa oscura
que los había estado amenazando durante todo el día con una posible muerte
estaba descendiendo sobre el puerto y no sobre la ciudad. Los barcos se hacían
rápidamente a mar abierto. La masa negra que había ocultado el sol durante
tantos días chapuzó pesadamente (pesamment), entre los gritos exultantes de la
multitud y el tronar de la música, en las aguas del puerto, salpicando la
totalidad de los muelles. Inmediatamente se hundió. Un minuto después había
desaparecido toda traza de ella, exceptuando las olas que cruzaban la superficie
en todas direcciones. Tres hombres flotaban en medio de las aguas: el
enloquecido Bolvanius, John Lund y Tom Grouse. Fueron subidos rápidamente a
bordo de unas barquichuelas.
—¡No hemos comido en cincuenta y siete días! —murmuró Mr. Lund, delgado como un
artista hambriento. Y relató lo sucedido.
La isla de Johann Goth ya no existía. El peso de los tres bravos hombres la
había hecho repentinamente más pesada.
Dejó la zona neutral de gravitación, fue atraída hacia la Tierra, y se hundió en
el puerto de El Havre.
CONCLUSIÓN
John Lund está ahora trabajando en el problema de perforar la Luna de lado a
lado. Se acerca el momento en que la Luna se verá embellecida con un hermoso
agujero. El agujero será propiedad de los ingleses.
Tom Grouse vive ahora en Irlanda y se dedica a la agricultura. Cría gallinas y
da palizas a su única hija, a la que está educando al estilo espartano. Los
problemas científicos todavía le preocupan: está furioso consigo mismo por no
haber pensado en recoger ninguna semilla del árbol de la Isla Voladora cuya
savia tenía el mismo, el mismísimo sabor que el vodka ruso.
(1). Gas inventado por los químicos. Dicen que es imposible vivir sin él.
Tonterías. Lo único sin lo cual no se puede vivir es el dinero.
(2). Este instrumento existe en la realidad. (Notas del traductor del francés
al ruso.)
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