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miércoles, 28 de julio de 2010

EL PARAISO PERDIDO -- JOHN MILTON -- LIBRO CUATRO

EL PARAISO PERDIDO
JOHN MILTON
--


LIBRO CUARTO.
SUMARIO.
Satanás, a la vista del jardín de Edén y del paraje en que ha proyectado
ejecutar su atentado contra Dios y contra el hombre, comienza a
intimidarse. Se halla agitado de opuestas pasiones, y entre ellas de envidia,
de temor y desesperación, pero se confirma en el mal y se avanza
hacia el Paraíso. Descripción del monte en cuya cumbre está situado.
Satanás vence todos los obstáculos: se transforma en buitre, y se sienta
sobre una rama del árbol de la vida. Pintura de aquel jardín delicioso.
Satanás examina a Adán y Eva. La nobleza de su figura y la felicidad de
su estado le llenan de admiración: persiste en la resolución de arruinarlos;
espía en secreto su conversación, y por ella sabe la prohibición del
fruto del árbol de la ciencia. Funda sobre esto su plan para hacérsela
quebrantar, pero lo dilata a fin de enterarse aún más de su situación.
Uriel, bajando del Sol, avisa a Gabriel la llegada de un espíritu infernal
al Paraíso, aunque no ha podido conocer cual es. Gabriel se promete dar
con él antes de la mañana inmediata. Adán y Eva se retiran al fin del día
a disfrutar del sueño. Descripción del cenador en que dormían. Oración
que hacen al llegar a él, antes de recogerse. Gabriel hace la ronda con
los Ángeles que están de guardia, y entre ellos envía dos al cenador por
si acaso ha ocurrido a aquel espíritu maligno emprender alguna cosa
contra nuestros primeros padres mientras duermen. Le encuentran, con
efecto, junto al oído de Eva, ocupado en tentarla con un sueño, y le
traen por fuerza a la presencia de Gabriel, a quien contesta con orgullo,
preparándose al combate. Espantado por una señal del Cielo, huye fuera
del Paraíso.
¡Oh quién pudiera aquellas temerosas
Palabras repetir, con voz tonante,
Que el Santo Evangelista oyó inspirado,
Cuyo eco hizo temblar las espaciosas
Bóvedas de los Cielos, que al distante
Mundo gritaron, de temor helado:
«¡Ay do los habitantes de la tierra!»
Cuando segunda vez el dragón fiero,
En figuras, al tiempo venidero
Por los santos Profetas anunciado,
A los humanos vino a hacer la guerra!
Y esta voz de los Cielos, ¿no podía
Al hombre prevenir del insidioso
Lazo, cuando era tiempo todavía
De evitarlo? Con esto precavido,
Reconociendo al Angel tenebroso
Su pérfida traición, quizá burlando,
De su furor no hubiera defendido.
Mas si el hombre de cierto lo supiera,
¿En ser leal qué mérito tuviera?
Con todo, astuto, ya se va acercando
Por la primera vez el enemigo
Infernal a turbar su dulce abrigo,
Y a vengar en la frágil o inocente
Pareja sus afrentas merecidas,
La privación que sufro justamente
De su felicidad y sus perdidas
Glorias en el Infierno sepultadas.
Mas el momento llega. Ya el estruendo
De la tempestad suena: de ira ardiendo,
Satanás huella ya aquellas moradas
Felices. Gime la naturaleza
Al verlo; y a pesar de su fiereza,
Él turbado, aun en dudas sumergidos
De sus mismos furores espantado,
Retrocede así el bronce de la guerra,
Cuando la muerte, que en su seno encierra
Tronando arroja, ceja estremecido.
En vano vencedor ha quebrantado
Las puertas del abismo, y con sus artes
Al Edén delicioso ha penetrado:
El Infierno consigo a todas partes
Lleva: sus penas en su pecho moran:
Las infernales llamas lo devoran:
En una situación tan deplorable
Por huir de aquel Infierno, el miserable
A sí mismo su ser se arrancaría.
La desesperación cruel le agría
Y aviva todos sus remordimientos:
Temo la previsión y la memoria:
Ésta lo acuerda su pasada gloria,
Lo que es y lo que ha sido,
Y sin fin acrecienta sus tormentos.
La previsión, a su ánimo afligido
Anunciando la suerte venidera
Que por sus nuevos crímenes le espera
De parte de aquel Dios tan implacable
Y justo vengador, como amo amable,
Le está continuamente desolando.
Todo le asusta, oprime y desespera.
Ya de Edén al aspecto deleitoso,
De rabia se consume su envidioso
Corazón; a sus ojos presentando,
En su recinto plácido y florido,
Una imagen del Cielo, que ha perdido:
Ya el apartado empíreo contemplando,
Con la llorosa vista lo devora,
O al ver el bello Sol que el orbe dora,
Ríos de resplandores derramando,
Herido de sus luces, con rabiosa
Ira aparta su vista tenebrosa,
Y al paso que del pecho en lo hondo gime,
Así a aquel astro su dolor exprime:
«¡Brillante globo, antorcha majestuosa,
»Que pareces el Dios de ese reciente
»Mundo! ¡Tú, cuyo aspecto es suficiente
»Para que el color pierda intimidada,
»Esa turba de estrellas luminosa!
»Tú, que a la noche mandas que sus tristes
»Negros velos recoja apresurada!
»¡Tú, benéfico don de mi tirano,
»Portento de tu dueño soberano,
»Que el mundo todo de alegría vistes!
»¿Qué te hice yo, que a mí solo atormentas?
»Sí: te aborrezco ¡oh Sol! ¡Cuánto acrecientas
»Con tu hermosura misma mis dolores!
»¡Yo la tuve algún día!
»¡Rodeado de más vivos resplandores
»Que tú, a no ser mi infausta rebeldía,
»¡Triste de mí! en el Cielo, venturoso,
»Un sólo rayo mío eclipsaría
»Toda tu luz, y desde mi elevado
»Trono vería ahora el orgulloso
»Diadema tuyo por mis pies hallado!
»¡He caído! Aquel necio desacierto
»De mi soberbia, me ha precipitado
»Del Cielo a las cadenas, y me ha abierto
»El Infierno. ¡Vasallo fementido!
»Hijo ingrato! ¿Cómo he desconocido
»A un Dios en quien veía
»Que más que un amo un bienhechor tenía?
»Cuando en su corte tan felices fuimos,
»¿Nos echó nunca en cara, por ventura,
»Los altos dones que a su amor debimos?
»Himnos, adoraciones, una pura
»Gratitud, para aquel Monarca augusto,
»¿Qué homenaje más dulce ni más justo?
»No exigió de nosotros otra cosa.
»¿Y cómo pude yo graduar de dura
»Una ley tan suave y tan honrosa?
»Quise ser su rival: contra él, ingrato,
»Los dones convertí que le debía:
»Me persuadí, insensato,
»Que a un paso más, con él me igualaría:
»De sus mismos favores el exceso
»Llegué a temer, como insufrible peso
»De reconocimiento; y resentido,
»No paré ya hasta haberlo sacudido.
»¡Triste mí! ¿Ignoraba por ventura
»Que de un corazón bueno la ternura
»Jamás recibir teme, porque sabe
»Amar, y siendo el reconocimiento
»Amor, en él la ingratitud no cabe?
»¿Y qué otra cosa que mi amor pudiera,
»Lleno de lealtad y rendimiento,
»Pagar los beneficios inmortales
»De Dios y sus bondades paternales?
»¿Cuánta satisfacción para mí fuera,
»Que al paso que de bienes me llenara,
»Yo con mi tierno amor se los volviera,
»Y siempre lo debiera, aunque pagara!
»Mas ¿por qué de tu trono soberano
»Me hizo nacer mi suerte tan cercano?
»Más lejos, no me hubiera seducido.
»De mi dicha mi mal ha procedido.
»Se humilla el débil, mas el poderoso
»Siempre quiero subir: sí; el engañoso
»Poder la causa fue de mi delito:
»Aspiré al trono y perecí proscrito.
»Pero aunque riel me hubiera conservado,
»¿Quizá entre mis iguales
»Otro no hubiera habido que, embriagado
»Del poder como yo, se rebelara
»Contra Dios, y a imitarle me arrastrara?
»No por cierto. Sumisos y leales,
»A cual más firme, en pie se han sostenido,
»Y sólo yo, de todos, he caído.
»¿Acaso les dio Dios más abundantes
»Dones, más fuerzas, para que constantes
»Estuvieran? A todos igualmente
»Los repartió su mano omnipotente.
»¿De qué me quejo pues? ¿Y qué disculpa
»Puedo dar? ¿A quién he de echar la culpa?
»¿De libertad quizás carecería?
»Tampoco: nada, nada me faltaba,
»Libertad, gracias, todo lo tenía,
»Y mi corazón sólo claudicaba.
»¡Tú, corazón desventurado, fuiste
»El que los dulces vínculos, rompiste
»Del tierno afecto con que Dios te amaba!
»¡Perjudicial amor! ¿Y por qué amarme?
»Su odio prefiero. De desesperarme.
»Sólo sirve su amor. ¡Sea maldito!...
»Mas ¿qué dices, espíritu precito?
»¡Primero que él, lo seas tú mil veces,
»Vasallo infiel, de su favor no digno!
»¿Qué tienes más que lo que te mereces,
»Tú, que hiciste un uso tan indigno
»De tu albedrío, noble gracia suya,
»Y cuyo abuso sólo fue obra tuya?
»¿Adónde huiré, desventurado? ¿En dónde
»De su vista, a la cual nada se esconde,
»Podré ocultarme? De su soberano
»Poder, del duro alcance de su mano,
»¿Quién me libertará? ¡Poder terrible,
»Sin fin, igual a mi tormento horrible!
»Las infernales puertas he forzado:
»De mi prisión he hallado la salida;
»Pero de mis fatigas ¿qué he sacado?
»¡Ah! ¿el verdadero Infierno aquí se anida,
»En lo hondo de mi pecho! Es un segundo
»Infierno, que arrastrado de un insano
»Furor, he abierto por mi propia mano,
»Mil veces más voraz y más profundo
»Que el primero en que fui precipitado,
»Y tal que aquel un Cielo es a su lado.
»¡Arrepiéntete pues, oh miserable!
»Es justo, ya que has sido tan culpable.
»¿Ha de ser vano mi remordimiento?
»¿De mi llanto ese Dios no ha de hacer cuenta?
»Póstrate, pues, ante su acatamiento;
»Mas ¿qué digo? ¿Postrarme? ¿Yo postrarme?
»Sólo el decirlo es la mayor afrenta.
»Antes su encono logre aniquilarme.
»¿Qué dirían de mi los inmortales
»Guerreros que mi suerte han dividido,
»Ellos, que firmes en los más fatales
»Reveses, a Dios mismo, en el supuesto
»De mi superior clase, me han opuesto,
»Y en mi sus esperanzas han reunido?
»Cuando me oyeron insultar tan bravo
»A ese Dios, ¿por ventura han presumido
»Que pensase en volver a ser su esclavo?
»¿Y podré yo, a los pies de ese tirano
»Postrándome en su nombre bajamente,
»Llevarles, engañando su esperanza,
»Vil perdón, en lugar de la venganza?
»Me corro de un proyecto tan insano.
»Cuando como a su Rey, concordemente
»Rendidos, me prestaron obediencia,
»Sobre las ruinas de la omnipotencia
»Mis derechos fundaron, y aunque fuera
»Posible que ese Dios me perdonara
»Y que yo lo mirara sin recelo
»Tan poco tiempo su perdón durara,
»Como el dolor con que me arrepintiera.
»Bien presto Satanás se indignaría
»De verse perdonado. Vuelto al Cielo,
»En mi primera silla restaurado.
»Mis hierros en romper no tardaría.
»Y a mi interior audacia volvería.
»El natural orgullo de la dicha,
»Se burlaría al punto de mi forzado
»Juramento, arrancado a la desdicha.
»Mi furor, a ese Dios que yo detesto
»Acometiendo un golpe aun más funesto
»Me atrevería de su brazo airado.
»Y si mi honor echando yo en olvido,
»Esas paces hiciese de un momento,
»¿Qué más en mi favor resultaría
»Que doblar mi vergüenza y mi tormento?
»Nada basta a curar del ofendido
»Orgullo las heridas, Yo sabría
»Los males perdonar; mas no es posible
»Que una injuria perdone. ¡Demasiado
»Honda es la llaga que en mi triste pecho
»Ese soberbio vencedor ha hecho,
»Para que yo la olvide! Mi terrible
»Enemigo lo sabe: así, cerrado
»A toda compasión, su amor inclina
»Al hombre, que nos ha sustituido
»En, todo su favor. A éste destina
»Los tronos de que cruel los ha arrojado.
»Para él también es ese delicioso
»Mundo que liberal ha enriquecido
»Con tal afán su brazo poderoso.
»¡Adiós, pues, esperanzas y temores;
»Viles remordimientos, sin, tardanza
»Huíd de mi! ¡Ven tú, dulce venganza,
»Penétrame de todos tus furores!
»Que el imperio del mundo ese adversario
»Soberbio y yo a lo menos dividamos,
»Y en él iguales cultos consigamos!
»¡Que él sea el Dios del bien, y yo, al contrario,
»El Dios del mal! Estoy ya decidido.
»Le juro desde ahora eterna guerra.
»Ambos nuestros altares en la tierra
»Tendremos, y esos hombres que ha querido
»Anteponernos, ese Edén florido
»Serán de mi poder y de mi aliento
»El primero y glorioso monumento.»
Mientras así se explica, está pintada
La desesperación en su semblante,
Del aborrecimiento acompañada
Y la envidia rabiosa.
Su tez, que por tres veces inconstante
De color ha mudado en un instante,
Al que atento mirándole, estuviera,
De su corazón bárbaro la odiosa
Trama, el disfraz con que ocultar quería
Quién era, y el objeto a que venia,
Sin duda alguna descubierto hubiera;
Pues un rostro celeste resplandece
Siempre igual, ni una nube lo oscurece.
El mismo Satanás el riesgo advierte
De ser reconocido, y de tal suerte
Vuelve a disimular su enojo fiero,
Que no parece ya en aquel instante
Más que un Angel de paz. Él fue el primero
Que inventó el disfrazar con los colores
De la virtud, del vicio los horrores.
El dulce resplandor de su semblante
Hubiera a unos mortales deslumbrado;
Mas no pudo engañar la penetrante
Vista de Uriel: sus ojos le han seguido
Hasta la Asiria misma; hasta el erguido
Monte, en cuya alta cumbre está parado.
Satanás se cree solo; mas le observa
El Querubín de lejos vigilante;
En su inquietud, su vista fulminante,
Su turbulento andar y su proterva
Cara. su excelsa patria desconoce,
Y el yerro en que ha caído reconoce.
Satanás entre tanto, prosiguiendo
Su aventurada empresa, ya ha llegado
De Edén a las llanuras deliciosas:
Mira, y ve en suave cuesta un dilatado
Collado, que coronan, compitiendo
Con sus ramas fornidas y frondosas,
Los bosques que recorren, su ladera:
Densos entre ellos, mil entretejidos
Arbustos con su verde cabellera
Espesan más aquellos escondidos
Asilos de una sombra impenetrable,
Y su lozana y rústica abundancia
La entrada impide a la feliz estancia.
Subiendo más arriba, con ascenso
Gradual, el fresno altivo, la apreciable
Y triunfadora palma, el cedro inmenso
Y el piramidal pino, aquel oscuro
Agreste anfiteatro circundando,
Y sombra sobro sombra amontonando,
Forman un majestuoso y verde muro
Que el vasto espacio del Edén rodea;
Pero de dentro el hombre señorea
Su inmensa cerca, alegra contemplando
A lo lejos su nuevo y extendido
Imperio. En el paraje más subido
Del collado, su cumbre coronando,
Se extiende una arboleda innumerable
De fecundos frutales, escogida.
A un tiempo junta lo útil y agradable.
En sus ramas, que un soplo dulce mece,
Junto a la abierta flor, el botón crece,
Y la recién nacida
Fruta, sobre la fruta ya madura,
Nueva esperanza al apetito ofrece.
El indujo del Sol, que con dulzura
Y abundancia sus rayos las envía,
Las sazona, y varía
Con los bellos colores que el hermoso
Celeste arco a un nublado tenebroso.
Cuanto más Satanás a la encantada
Arboleda se acerca, más percibe
De un céfiro suave la pureza;
Aire divino, con el cual revive
De aquel fértil terreno la agotada
Fuerza, y conserva toda su belleza:
Puro aliento, remedio soberano
Para todos los males, exceptuada
La desesperación; ¡para ella vano!
Alrededor de Satanás respira
Balsámica la alegre primavera:
El dulce viento por las plantas gira,
O de las aguas sobre la ligera
Y clara cima plácido resbala.
Su soplo un néctar delicioso exhala,
Y de sus blandas alas al sonido,
Revive el verde campo adormecido:
Las flores inconstantes va besando,
Con su ámbar ambas alas perfumando,
Murmurando después, vuela sencillo
A contar a todo otro vientecillo
Que halla, cuál es la tierra deliciosa,
Donde su carga recogió preciosa.
Así cuando un piloto, recorriendo
Las apartadas costas africanas,
Bordeando sus desiertos arenales,
Las torres de Mozambica lejanas
Olvida ya, hacia el Norte prosiguiendo
Su viaje, entonces de las orientales
Playas siente venir los olorosos
Aromas de aquel clima deliciosos,
Que su olfato disfruta con intenso
Anhelo. Enajenado respirando
Los vapores preciosos
De aquellas tierras, en que siega errante
El Arabe la mirra y el incienso;
La vela acorta, y lento navegando
Por la costa adelante,
De aquellas sensaciones la dulzura
Más largo tiempo disfrutar procura:
Hasta el antiguo océano risueño
Celebra de él y de su nave el sueño:
Aunque a1 cabo ésta deja la ribera
Lejos, aspiran aún los marineros
Los hálitos suaves, que ligeros
La siguen largo espacio en su carrera.
Tan silencioso el Diablo, disfrutaba
Con ansia el fresco y perfumado viento
Que en aquellos contornos respiraba.
Suspenso, solitario, a paso lento,
Va rodeando la cerca dilatada,
Penetrar procurando en su recinto;
Pero cien veces, sin hallar la entrada,
Se pierde en aquel denso laberinto
De plantas y de arbustos, que cerrando
Los huecos y los árboles trepando
Hasta lo alto, con tal fuerza se enlazan,
Que el paso a cada instante le embarazan,
Y le ocultan las partes interiores
De aquel jardín, y sus habitadores.
Hacia el opuesto lado, que al Oriente
Mira, es en donde existe únicamente,
Bajo de frescas sombras, una entrada;
Satanás la repara, y despreciando
Con soberbio desdén lo que no cuesta
Dificultad, de un salto en la sagrada
Mansión caer se deja, quebrantando
La ley severa por el Cielo impuesta.
Así entre sombras, cuando recogido
En el aprisco está el pastor dormido,
Creyendo su rebaño allí seguro,
Feroz, de su hambre cruel aguijoneado,
El voraz lobo acude, y salta el muro;
Y el ladrón, de las sombras ayudado
De la noche, sitiando del avaro
El tesoro, que cien fuertes cerrojos
Y espesos muros guardan; abre un claro,
Por el puesto en que menos lo recela
En el tejado, por allí se cuela,
Y carga sin temor con sus despojos:
Del mismo modo aquel Arcángel fiero,
De todos los bandidos el primero,
Que desde sus principios fue homicida,
Pérfido asalta el muro, en que se encierra
El tesoro de Dios sobre la tierra:
Ya dentro, sube al árbol de la vida,
Al árbol que hacia el Cielo con su bella
Copa entre todos los demás descuella,
Y en la rama más alta y más frondosa
Se empina, transformado en la figura
De un carnicero buitre. No procura
Buscar la vida eterna en su preciosa
Fruta, antes bien horrores respirando,
Desde el árbol vital está pensando,
Con malicia profunda, de qué suerte
A cuantos viven ha de dar la muerto.
Tampoco cuenta en sus solicitudes
El recobrar, con la celeste influencia
Del árbol saludable, sus virtudes:
Sólo es una atalaya, desde donde,
Sin que pueda advertirse su presencia,
Que entro sus hojas cautamente esconde,
Consiga ver su presa deseada.
Así tan sola la divina ciencia
Conoce el precio justo, y la adecuada
Medida de los bienes y los males
De esta vida, y los otros racionales
Vivientes los pervierten, y hacen de ellos
Tal vez un uso indigno, profanando
Los dones más sagrados y más bellos
Del Cielo, y del bien mismo el mal sacando.
Silencioso el Arcángel examina,
El país delicioso que domina.
La tierra allí otro Cielo lo parece,
Que rica en bienes a su vista ofrece,
En sus claros arroyos, los verdores
De sus campos, sus frutos y sus flores,
A un breve y vivo cuadro reducida
En su recinto toda la belleza
Que extensa brilla en la naturaleza.
Es el jardín de Dios: es su escogida
Morada: de su amor es el secreto
Asilo, y de sus dones el objeto.
Dios mismo desde Aurán, que hacia el Oriente
A su extensión de término servía,
Lo había prolongado al Occidente,
Hasta el llano en que vieron los futuros
Siglos alzarse los soberbios muros
De la griega Seleucia, y allí había
Plantado con sus manos inmortales
Mil arbustos floridos, mil frutales,
Inocentes primicias
De aquella tierra, virgen todavía,
Que eran del paladar y del olfato,
Cual de la vista misma, las delicias.
Más hermoso, más grato,
O sobre todos los restantes,
Daba el árbol de vida sus brillantes
Frutos, con que los aires perfumaba
De ambrosía. Muy cerca, en la apariencia
Poco menos hermoso, se elevaba
El árbol homicida, de la ciencia
Del bien y el mal. ¡Ay Dios! ¡Planta funesta!
¡Y qué de penas a los hombres cuesta!
Por ella, los ardides infernales
Sumergieron la tierra en tantos males.
Un abundante río, al Mediodía,
Por la llanura mil rodeos dando,
De su verdor aumenta la alegría.
Encuentra con un monte, y sin ladearse
En un abierto seno, que al costado
Presenta, por la arena jugueteando,
Sus claras ondas corren a encerrarse.
Por su mano el Eterno ha atravesado
El alto monte en medio del camino,
Que recorre aquel río cristalino,
Para que se introduzcan en sus venas,
Por sus sedientos poros invisibles
Las aguas todas, y después de llenas,
En manantial de lo alto despedidas,
Y en multitud de fuentes apacibles,
Y limpios arroyuelos divididas,
Rieguen las tierras del jardín hermoso.
Regado todo, nuevamente unidas
En un lago espacioso,
De él en cascadas caen con estruendo
Todas juntas. El río apareciendo
Segunda vez, triunfante, caudaloso,
De volver a la luz se ensoberbece,
Y todos sus raudales agregando
A su corriente, rápido buscando
Nuevas tierras, de allí desaparece,
En las que, en cuatro ríos separadas
Sus aguas, a infinitas y apartadas
Regiones la frescura y la abundancia
Llevan; de cuyos nombres y distancia
Apenas conservados en la historia,
Por no alargarme, no hago aquí memoria.
Mas quisiera yo hacer una pintura
Cabal, si el arte tanto hacer pudiera,
Del modo con que el río, en su primera
Libertad, derramando su onda pura,
De la altura del monte despeñada
Con fuerte estruendo, cubre su cascada
De un paño de zafiros, cristalino,
Y cuál rueda después apresurado,
En los varios arroyos que ha formado,
Arenas de oro y perlas orientales.
Cada uno de ellos riega en su camino
Con su néctar las plantas, coloreando
Las flores, y las frutas sazonando.
Flores y frutas todas celestiales,
Dignas de aquel divino Paraíso.
No las oprime el arte al cautiverio
De su mezquino método preciso,
Reduciendo sus libres y variadas
Familias. No conocen de su imperio
La nimiedad. No están en arregladas
Tablas y estrechos cuadros reunidas,
Sino al azar, sin orden aparente,
Por la mano magnífica esparcidas
De la naturaleza,
Sobre todas las artes eminente,
Que inimitable siempre, la belleza
Que a la esmaltada tierra ha prodigado
En el mismo desorden ha cifrado.
De aquella multitud innumerable
De plantas y de flores diferentes,
Una se abre al rocío de la aurora;
Otra ostenta la púrpura agradable
De su cáliz al sol, que la enamora,
Y tierna se matiza a los ardientes
Rayos del Mediodía;
Otras, de un verde bosque a la sombría
Solitaria espesura,
Calladas y modestas, su hermosura
Descubren, ocultando vergonzosas
Sus atractivos entre sus frondosas
Ramas del horizonte a la luz pura:
Tal era aquel jardín rústico, hermoso,
Sencillo al mismo tiempo y majestuoso.
Se realizan en él las fabulosas
Descripciones de aquel incomparable
Jardín de las Hespérides famoso.
Mil globos de oro, que entre la agradable
Verde esmeralda de las hojas penden,
Y bajo cuyo peso deleitable
Hasta el suelo descienden
Las ramas oprimidas,
Brillan en medio de sus escogidas,
Innumerables frutas, matizadas
De distintos vivísimos colores,
Con tan varios aromas perfumadas,
Como son diferentes sus sabores.
En otras partes del jardín inmenso
A porfía, las lágrimas preciosas,
Mil arbustos y plantas olorosas
Destilan, de la mirra y del incienso.
No ven allí los ojos encantados
Mas que una variedad de perspectivas,
A cual más admirable, deliciosas
Campiñas, arboledas, verdes prados,
Abundantes raudales de aguas vivas
Que esparcen la alegría y la hermosura;
Rebaños que, gozando la frescura
De las sombras, esquilan extendidos
Con Paz inalterable los floridos
Valles, al lado del león horrible,
Del voraz lobo, que con apacible
Inocencia, disfrutan el tranquilo
Fresco verdor de aquel remoto asilo,
Debajo de la copa levantada
De una palma, tendidos en la fina
Yerba, a la orilla de una clara fuente
O paciendo también tranquilamente.
Otro arroyo una vega dilatada
Baña, de hermosas flores esmaltada,
Y entre ellas de la rosa sin espina,
Digna de aquella tierra peregrina.
Algo más lejos, antros ignorados
Del sol, de fresco moho entapizados,
En la hora del calor, al dulce sueño
Convidan con su plácido beleño;
Se encarama arrastrando la ambiciosa
Hiedra sobre ellos, mientras majestuosa
La parra, a lo más alto va subiendo,
Sus vástagos robustos extendiendo,
A sus ásperos muros abrazada:
Pendientes de la bóveda elevada,
Entre las verdes hojas, resplandecen
Sus racimos purpúreos, que ofrecen,
De cada grano en el hinchado seno,
Un vaso de precioso néctar lleno.
A otro lado, de lo alto descendiendo
De las colinas, varios arroyuelos,
Sus aguas espumosas reuniendo
En un lago espacioso festoneado
De mirtos, y de flores coronado,
En su onda azul, espejo de los Cielos,
Después de haber regado la fecunda
Tierra, acaban su marcha vagabunda.
Las aguas se estremecen blandamente,
Y al sonido responden, con su acento
Dulce y variado, las canoras aves.
Murmura entre las hojas el ambiente,
Que ligero las pone en movimiento,
Uniendo a aquella orquesta su armonioso
Gemido, en tonos más o menos graves,
Los bosques ya cercanos, ya apartados,
Por los suaves vientos balanceados.
Tal es aquel concierto delicioso,
Natural, que la fábula diría
Que al coro de las Gracias, agregadas
Las estaciones, sobre las variadas
Llanuras del jardín a competencia,
Al compás de su dulce melodía,
Con los ligeros pies la yerba hollando,
Bailaban en cadencia,
Y que Pan con su flauta, acompañando
La alegre danza, sobre la pradera,
Por su parte gozoso celebraba
La fiesta de una eterna primavera.
No de la fértil Enna la abundosa
Vega, que en otros tiempos habitaba
La hija de Ceres, la triforme Diosa,
Cogiendo flores con su mano bella.
Menos hermosas que ella,
Cuando a la noche eterna del profundo
Tártaro la llevó el enamorado
Plutón, y su afligida madre el mundo
Para hallarla corrió de uno a otro lado,
No era tan verde, rica y deliciosa,
Como aquella morada venturosa.
Aun al valle de Daphne celebrado,
Que del Oronte baña la corriente
Y fertiliza la Castalia fuente,
El bello Edén avergonzado habría.
Las frescas arboledas que hermosea
El Tritón, donde no penetra el día.
En las que Baco, aun niño, fue escondido
Con la cabra Amalthea
Por Jove, ni las islas encantadas,
Bañadas por su rápida corriente
Pueden con el jardín de Edén florido
Ser por término alguno comparadas.
El monte, en fin, en donde antiguamente
Criar solían los Emperadores
Abisinos sus hijos, mientras eran
Jóvenes, en pensiles deleitosos,
Adornados de plantas y de flores,
Lo que dio causa de que supusieran
Algunos sabios que el Edén había
Existido en los climas calurosos
De la abrasada Etiopía, no podía
Sostener el cotejo más ligero
Con aquel Paraíso verdadero,
Por más que de sus rocas elevadas
La vista el vasto espacio distinguía
De su mansión supuesta recorriendo
Sus faldas dilatadas
Y valles amenísimos, en donde
Su origen ignorado el Nilo esconde.
Se está de negra envidia consumiendo
Satanás, que contempla el delicioso
Paraíso; se doblan su dolores
Sólo al ver la morada venturosa
De los deleites. Mientras que su ansiosa
Vista recorre todo su espacioso
Verde recinto entre sus moradores,
Advierte dos, cuya elevada frente
Y porte majestuoso
Le sorprenden: en ellos prontamente
Al ver sus bellos cuerpos, su presencia
Noble, llena de gracia y de inocencia
Celestial, el Monarca tenebroso
A los Reyes del mundo ha conocido.
Lo eran realmente, y serio merecían.
Imágenes de Dios, resplandecían
En su rostro sus brillos celestiales:
Dominando en su pecho agradecido
Los afectos más puros y filiales,
Como a padre le amaman,
Y como a Rey supremo le adoraban.
Queriendo siempre lo que Dios quería,
Media su poder la omnipotencia,
Y en sola la obediencia
Todos sus privilegios se fundaban;
Pero su sexo cada uno tenía
Diverso, y en sus prendas y figura
Se observaba notable diferencia.
Presenta el uno en su elevada frente
El valor junto a la sabiduría:
La gracia encantadora y la dulzura
Se ven de la otra en el resplandeciente
Semblante. Ambos del Cielo
Hijos, habitan en el mismo suelo.
Él para Dios; mas ella juntamente
Para é1 y para Dios criada ha sido.
En los ojos de Adán alta respira
La majestad; indican que ha nacido
Para el mando y la gloria. Su semblante
Sereno y varonil respeto inspira:
Sus poblados cabellos, de un brillante
Negro color, de la cabeza hermosa
Por el nevado cuello repartidos
En naturales rizos, caen ondeando
Hasta los hombros sólo, con graciosa
Negligencia, y los cubren esparcidos.
Como un velo densísimo fluctuando
Los de Eva, sin adorno y sin esmero.
Más poblados y largos, la hermosura
Ocultan de su talle, prolongando
Sus bucles de oro, juego del ligero
Céfiro, más allá de la cintura.
Aquellos blandos rizos se parecen
A los corvos zarcillos de la parra
Con que a los altos álamos se agarra,
A proporción que crecen
Sus vástagos, que débiles cayeran
Si aquel robusto apoyo no tuvieran.
Cabal emblema son de la flaqueza
De la mujer, que su ternura excita
El apoyo a buscar que necesita
En el amor del hombre y fortaleza;
Pero con todo, al paso que a él se inclina
Como inferior, amante le domina.
El hombre cariñoso, su entereza
Olvida, y cede voluntariamente
A su imperio. Ella gana dulcemente
Su corazón, y al paso que desea
Complacerle, modesta y reservada,
De su amor los favores le escasea,
Con lo que cada día es más preciada.
Así se unen la fuerza y la dulzura,
La bondad y el dominio, y asegura
El Pudor, del cariño la constancia.
¡No; tú, falso Pudor, hijo del crimen,
Sensación vergonzosa, con que exprimen
Los vicios un exceso de malicia,
No existías! El mundo, aun el, su infancia,
No estaba precisado a la injusticia
De cubrir, con un velo deshonroso,
La obra suma del Todopoderoso:
Con hipócrita adorno, los vestidos
Vinieron a ocultar posteriormente
Los dones que ostentaba la inocente
Naturaleza, y a ultrajarla, unidos
Con el vicio en estrecha compañía.
La vergüenza a la tierra de contado
Vino, y huyó el pudor abandonado.
Llegó, a tener vergüenza de sí mismo
El hombre, a quien su culpa sumergía
De la bajeza en el oscuro abismo;
Su honor perdió, y trocó por la decencia
Su candor primitivo y su inocencia.
No estaban en tal caso todavía
Los monarcas del mundo, que sin velo,
Sin el menor rubor se presentaban
A su Dios y a los Angeles del Cielo.
Como el delito aún no conocían,
En su desnudez santa no temían,
O por mejor decir, aun la ignoraban.
Sin el menor recelo,
Serenos sus bellezas desplegaban.
Él, de todos los hombres el modelo
Perfecto por sus prendas y figura;
Dotada ella de gracia y hermosura
Sobre todo su sexo; ambos dichosos;
Las delicias del mundo y los gloriosos
Dueños de sus restantes moradores,
Paseaban mano a mano entre las flores
De sus bellos jardines: el cultivo
Que daban en aquel feliz estado,
Sin pena, sin fatiga y sin cuidado,
Lo era para ellos más que un sucesivo
Placer, que les hacía más sabroso
Después el alimento y el reposo,
Cuando a la fresca sombra de una hermosa
Arboleda, a la orilla de una fuente
Cristalina, tendidos blandamente
Sobre la tierna yerba deleitosa,
La dulce precisión satisfacían
De comer, o el vigor disminuido
Con ligero descanso reponían.
Su alimento sencillo ministraban
Los árboles, bajando
Sus ramas a sus Reyes con rendido
Obsequio, y a su mano presentando
Mil frutas varias que las agobiaban
Con su peso, balsámicas, jugosas,
Saludables a un tiempo y deliciosas:
Calmados ya de la hambre los apuros,
Para saciar la sed, en sus cortezas
Perfumadas y huecas, recogían
De alguna fuente los cristales puros;
Superiores del lujo ¡las riquezas,
De mesa les servían
Ya un verde otero, ya un ameno prado
De tierna yerba y flores tapizado.
Venturoso festín, en que se unían
La festiva sonrisa, las delicias
De la conversación, con las caricias
Inocentes y puras, naturales
Entre aquellos esposos inmortales.
Durante la comida, numerosos
Vasallos a estos Reyes poderosos
Del mundo sus respetos tributaban;
Multitud de diversos animales,
Que entonces les servían y acataban,
Y después a los bosques, espantosas
Soledades y cuevas tenebrosas
Se refugiaron, donde montaraces
Y rebeldes, al paso que temblaron
De sus Reyes, sangrientos y voraces.
Por su parte también los asustaron;
Pero ahora, complacerles deseando,
Su festivo cariño desahogando
Delante de ellos, los entretenían
Con sus variadas luchas. Se veían
Mansos y alegres los leones fieros,
Y tigres retozar con los corderos;
Las crueles hienas y forzudos osos
Juguetear con los ciervos, y medrosos
Gamos dispersos por el vasto llano.
Aun el torpe elefante con pesados
Saltos se esmera en que su Soberano
Se divierta; ya muestra su destreza,
Ya de su horrible fuerza la grandeza,
De su ágil trompa los multiplicados
Nudos flexibles, o desenvolviendo,
O con arte admirable recogiendo,
Su habilidad agota prodigiosa.
A los pies de sus Reyes, resbalando
Por el suelo, despliega cada anillo
Por su turno, y se viene aproximando
La pérfida serpiente silenciosa,
Sin dar sospecha a su ánimo sencillo.
Otros brutos, la fina y fresca yerba
Del terreno abundoso
Siegan, o el pasto rumian con reposos,
Que tienen en sus buches de reserva.
Mas por grados la luz ya desfallece
Del Sol, que al Occidente, sumergido
En el remoto mar, desaparece,
Y el astro vespertino taciturno,
Al luto de las sombras extendido,
A prestar viene su farol nocturno.
Hasta aquel punto Satanás callado,
Desahoga al fin su pecho cancerado.
«¡Con que ésta es, oh Potencias infernales
»Exclama, aquella raza afortunada,
»Por el fiero enemigo destinada
»A ocupar nuestras sillas inmortales!
»¡Oh trueque el más horrible y lastimero!
»¡Oh rabia cruel! ¡sus nombres venturosos
» De la vida en el libro están escritos,
»Los nuestros de él borrados y proscritos!
»Pero cuanto yo más los considero,
»Más me admiro Compuestos milagrosos
»De luz y cieno; a un tiempo espirituales,
»Y terrenos; con poca diferencia,
»En prendas a los Angeles iguales,
»Pueden llegar a hacerles competencia.
»Tal gracia en ellos, tal candor respira,
»Que a pesar de mi justa y mortal ira,
»Me compadecen. ¡Oh desventurada
»Pareja! Goza, goza apresurada
»De tu felicidad. ¡Bienes, honores,
»Tranquilidad, placeres, al instante
»Desaparecerán! Sí: ¡en adelante
»Igualarán tu gozo tus dolores!
»¡Tiembla? ¡Ve a la desgracia encarnizada,
»A devorar su presa preparada!
»¿Y por qué Dios, a cuyo amor funesto
»Debéis vuestra existencia,
»Tan frágiles os ha hecho, y no ha dispuesto
»Dar a ese noble ser más consistencia?
»¡En vano os hizo un Cielo de la tierra!
»Satanás mismo os viene a hacer la guerra.
»¡Sí, yo propio! Ese Dios que ha establecido
»Vuestra vivienda aquí, hubiera debido
»Protegerla contra un desesperado
»Enemigo cual yo, con más cuidado.
»¡Vedme, pues, ya presento!
»¿Qué digo? No es el odio el que me gula,
»¡Oh pareja inocente
»Tan inferior a mí! La rabia, mía
»Contra vosotros no es. Vuestro abandono,
»Lejos de hacer que os mire con encono,
»Mueve en mi pecho un sentimiento humano
»Que para mi no tuvo mi tirano.
»Vuestra suerte a la mía a juntar vengo,
»Unos mismos derechos gozaremos,
»Y unos para otros todos viviremos.
»Yo facultad no tengo
»De daros la alegría y el reposo,
»Ni un Paraíso como éste delicioso;
»Mas mi asilo os daré, aunque desgraciado,
»Que vuestro mismo protector me ha dado
»Con él, sea cual fuere, yo os convido;
»Si no es mejor, en mi no ha consistido.
»A mi corte vendrán a conduciros
»Reyes y Potentados, y a serviros
»De escolta en las desiertas
»Regiones que atraviesa su camino:
»De par en par las infernales puerta
»Patentes os darán ancho pasaje:
»No será como aquí vuestro destino
»Vivir en un espacio limitado:
»Vosotros, vuestros hijos y linaje
»Cabréis con sobras en cualquier paraje
»Remoto de mi reino dilatado:
»Si en lugar de placer halláis dolores,
»Acusad a ese Dios, que a mis furores
»A vengar en vosotros ha obligado
»Los males de que él sólo autor ha sido:
»De vosotros estoy compadecido.
»Sí: siento atropellar vuestra inocencia;
»Mas lo requiere la razón de estado,
»Y ésta debe tener la preferencia.
»La conquista de un mundo, tanta dura
»Afrenta que vengar, causa bastante
»son para desterrar toda ternura
»De mi ulcerado pecho. Mi honor pida
»Que para siempre la piedad olvide:
»Esta debe callar en el instante
»Que la gloria se pone por delante.»
Así para arrojarse a aquel horrible
Delito, Satanás endurecía
Su corazón, por sí nada sensible,
Con la razón de estado y honor vano,
Excusas ya sabidas de un tirano.
.De su rama al momento con impía
Resolución desciende, y confundido
Entre los animales diferentes
Que a la sombra de aquel bosque florido
Sestean o retozan inocentes,
Tomando a cada paso la figura
De unos y otros, se oculta, y se asegura
De no ser conocido. Con tortuosos
Pasos se acerca de los dos esposos,
Y con la vista y el oído atento,
Notando el menor dicho o movimiento
Sobre su rica presa astuto vela,
Que inocente de nada se recela.
Tan pronto del león la catadura
Fiera toma, sacude la erizada
Melena, y con los ojos centellantes
Amenaza: tan pronto la figura
Del tigre cruel adopta, su barreada
Piel, de sus verdes ojos las brillantes
Malignas luces, como su postura,
Cuando, espiando de lejos los sencillos
Retozos de dos tiernos cervatillos,
Se agacha, con cautela la cabeza
Levanta, y arrastrando se endereza
A ellos, huta esconderse tras de una alta
Peña, o maleza, desde donde salta
Sobre ambos el traidor con ligereza,
Y uno con cada zarpa atroz asiendo
Sacia en su sangre su furor horrendo.
Mientras que los acecha disfrazado
Satanás, de este modo, cariñoso,
Adán a su mujer, que tiene al lado,
Abre su corazón, y silencioso
El enemigo, que su ruina labra,
No pierde del discurso una palabra.
«¡Oh tú, la dice Adán, mi, amada prenda
»Única, sin la cual esta vivienda,
»Por más que sea hermosa,
»Me pareciera triste y fastidiosa!
»Tú, mi caro tesoro,
»Primero y noble don del Dios que adoro.
¡Sin duda a su poder imponderable
Iguala su bondad! ¿Y qué derechos
Teníamos nosotros a su amable
»Protección? ¿Qué servicios le hemos hecho?
»Necesitaba acaso nuestro vano
»Auxilio, el que del polvo, con su mano
»Poderosa nos hizo en un momento,
»Y nos dio todo cuanto poseemos?
Y qué nos pide en agradecimiento
»De tanto beneficio? Que gozando
»De todos cuantos bienes nos ofrece
»Este ameno jardín, sólo exceptuemos
»La fruta de aquel árbol de la ciencia
»Del bien y el mal, que al puesto está tocando,
»En donde el árbol de la vida crece;
»Precepto harto suave a quien disfruta,
»Con una amplia licencia,
»De tanta varia y exquisita fruta.
»Pero, ¡oh mi cara esposa, cauta advierte
»Cuán cerca de la vida está la muerte,
»Un árbol, de otro! Huyamos, pues, juiciosos
»De tocar a sus frutos venenosos;
»Contentos con la suerte
»Feliz que a Dios sin mérito debemos,
»Su cólera terrible no irritemos;
»La muerte nos costara. ¡Sólo el nombre
»Basta, sin conocerla a que me asombre!
»¡Ah! pues que sobre todos los vivientes
»Nuestro imperio absoluto dilatamos
»Y el aire, tierra y agua dominamos
»Mediante su favor, ¿por qué imprudentes,
»Eva querida, su beneficencia
»Olvidando, tendremos la insolencia
»De quebrantar sus leyes soberanas?
»Obedezcamos, pues, a ese adorable
»Dios, que no dio un poder tan admirable:
»No perdamos jamás nuestra inocencia,
»Por ideas tan falsas como insanas.
»Ya que todos los frutos poseemos
»De este jardín hermoso y dilatado,
»A excepción de uno sólo, no lleguemos
»Siquiera a ese árbol que nos ha vedado.
»Bien merece este levé sacrificio
»El que nos ha hecho tanto beneficio.
»Rindamos, pues, a nuestro Dios augusto
»Este homenaje tan ligero y justo.
»Su bondad y grandeza bendiciendo
»Y su sagrada voluntad cumpliendo
»Sigamos divertidos las labores
»De las plantas, las frutas y las flores,
»Que aunque trabajo en su cultivo hubiera
»Siempre a tu lado una delicia fuera.
»¡0h tú le responde Eva, tú mi guía,
»Mi dulce dueño, esposo tan querido,
»De quien y para quien formada he sido,
»Sin el cual mi existencia no sería
»Mas que un error de la naturaleza
»Agradecer, es cierto, no podemos
»A Dios tantos favores dignamente,
»Por más obsequios que lo tributemos,
»Por más que cada día su grandeza
»Aplaudamos; y yo principalmente
»A quien dándome a ti, todo lo ha dado.
»En ti ha agotado su magnificencia.
»¿Qué objeto puede serte comparado,
»Oh Caro Adán! ¡Con cuánta complacencia
»Me acuerdo de aquel día memorable
»En que empezó mi amor, como mi vida
»Estaba entre las flores ya dormida:
»Me despierto de pronto: me sorprendo
»Un vivo sentimiento indubitable
»Me hace ver que yo existo. Esta admirable
»Novedad, por más que hago, no comprendo,
» Mas recorro mi ser, desconocido;
» Ni sé quién soy, ni cómo allí me encuentro,
»Ni de dónde he venido.
»A los objetos cuidadosa atiendo
»Que me cercan. En esto oigo el ruido
»Que hace, al brotar del escondido centro
»De una honda cueva, una abundosa fuente;
»Siguiendo más pausada a su destino,
»De su agua forma un paño trasparente:
»La miro, y en su seno cristalino
»Veo brillar la luz. Aventurada,
»De aquel húmedo plano a la ribera
» Llego curiosa, dándole una ojeada
»Tímida; pero ¡cuánto no me admiro
»Al ver allí a lo vivo retratada
»La inmensidad de la celeste esfera
»Y de la tierra, cuanto coge el giro
»De la vasta llanura deliciosa!
»En esto de repente en su onda pura
»Otro prodigio advierto, una figura
»Fluctuando en ella: me aproximo ansiosa;
»Pero apenas me inclino
»Para verla mejor, cuando al camino
»Me sale, y se me acerca presurosa:
»Con la misma atención ella me mira
»Que a ella yo, y si me aparto se retira.
»Cuando yo me estremezco, se estremece:
»Se espanta como yo; pero parece
»Que un móvil interior que yo no entiendo,
»La una hacia la otra nos está atrayendo.
»De volver a acercarnos encantadas,
»Nuestros ojos se buscan mutuamente
»Y mi crédulo amor, hasta el presente,
»Y el suyo, enajenadas
»Mirándonos una a otra nos tuviera,
»Si del espeso bosque no escuchara
»Una voz, que me habló de esta manera: »
Deja, Eva, tus delirios, y repara
Que lo que ves no es más que una figura,
Un traslado sutil, una pintura
De ti misma; que insana
Te apasionas por una sombra vana.
Sígueme, y verás pronto un nuevo objeto
No imaginario, sino que realmente
Existe y vive, digno de tu afecto,
Como del suyo tu; que prontamente
Con insolubles lazos a ti unido,
Con ternura será de ti querido:
Él con su ardiente amor te hará dichosa,
Y su suerte no menos venturosa
Será, con tu cariño inalterable.
De tu seno fecundo,
El humano linaje innumerable
Saldrá, que ha de poblar el vasto mundo.
Serás nombrada la universal madre
De los hombres, como él de todos padre.
»¿Qué debía yo hacer? Seguí obediente
»De aquella extraña voz el invisible
»Eco, hasta tanto que te hallé dormido
»A la sombra apacible
»De un plátano frondoso y eminente.
»No encontré en tu semblante aquel florido
»Tierno color, aquella gracia viva,
»Delicadas facciones, y atractiva
»Dulzura de la imagen encantada
»En que me había visto retratada.
»Aunque admiré tu varonil belleza.
»Y de tu augusto rostro la nobleza,
»Tímida huía ya, cuando tú abriste
»Los ojos, y a carrera me seguiste
»Gritando:-« ¡Vuelve, vuelve, Eva querida!
No temas; no huyas; mira que tu vida
De la mía ha salido;
Que de mí carne y huesos eres hecha.
Para que tú existieses, te he cedido
Una parte de mi, la más cercana
Al corazón, y de ella el amor mana
Que debe unirnos con la más estrecha
Inseparable liga. Mi porfía
No te espante en querer contigo unirme;
Pues que eres la mitad del alma mía,
De la cual yo no puedo dividirme.
No huyas, pues, de un amigo, de un hermano,
De un esposo.»-«A este punto me alcanzaste,
»Y cogiéndome tierno de la mano,
»Sobre tu corazón la colocaste.
»Cedí, y desde aquel día
»Conocí en tu hechicera compañía
»Cuánto mayor amor tu majestuosa
»Presencia varonil y tu juiciosa
»Prudencia inspiran, que mi delicada
»Belleza, que me tuvo alucinada
A estas palabras, mira cariñosa
A Adán, y reverente, de sus brazos
Le estrecha a medias en los castos lazos,
Apoyando el nevado y puro seno,
Que ocultan en gran parte sus dorados
Cabellos, cual madejas derramados,
Sobre su corazón. De pasmo lleno,
Al ver unido aquel, respeto raro,
Con tal cariño, en el objeto caro,
Adán a sus caricias amoroso
Responde; mas, sereno y majestuoso.
Aun su carácter superior demuestra
En medio del afecto que la muestra.
Así en las narraciones fabulosas
A Júpiter se pinta acariciando
A Juno, cuando el aire fecundando
Su unión sobre la tierra, la atmósfera
Llovió alegre los lirios y las rosas,
Y derramó la verde primavera.
De la más negra envidia consumido,
Observa sus caricias deliciosas,
Puras como sus almas virtuosas,
El perverso Demonio: enfurecido,
Con crueles ojos de través los mira,
Y de este modo suelta el freno a su ira:
»¡Oh espectáculo horrible! ¡Oh nuevo Infierno,
» Mas insufrible aún que el que he dejado!
»Ellos, felices, del amor más tierno
»Mutuamente disfrutan. Han hallado
»En su sociedad dulce, en este hermoso
»Jardín, cuanto podía su ambicioso
»Corazón desear. ¡Desventurado
»Yo! ¡Al paso que ellos aman, aborrezco,
»Y cuando gozan, mísero padezco!
»¡Para ellos es la dicha y la alegría!
»¡EL infierno, las penas, la venganza,
»Siglos de padecer sin esperanza,
»Llanto y horror serán la suerte mía!
»Paz, gozo, dicha, amor, ¡jamás mi triste
»Corazón sentirá vuestra dulzura
»La desesperación, con su amargura
»Será en la eternidad mi única herencia.
»Pero ¿qué dices? ¡Oh infeliz! ¿No oíste
»El secreto importante que ha salido
»De su boca? Tal vez algún consuelo,
»Podrá proporcionarte esa imprudencia:
»En este fértil suelo,
»Según han dicho, se les ha prohibido
»La fruta que en el árbol de la ciencia
»Crece, como funesta al que la toca
»Vedar la ciencia, ¿no fuera una loca
»Manía, en Dios totalmente imposible?
»En esto es, pues, visible
»Que se oculta un secreto misterioso.
»¿La ciencia será un crimen por ventura
»En ellos? ¿Estará acaso envidioso
»Dios de que ellos la adquieran? ¿O por suerte
»¿Con la ignorancia, evitarán la muerte?
»No; lo más cierto es que será una pura
»Prueba que Dios habrá determinado
» Hacer de su obediencia
»Debida y su filial correspondencia.
»Si es así, ¡pobres de ellos! No pudiera
»Su altivo protector haber tomado
»Providencia que más facilitara
»Su ruina a un tiempo y mi venganza fiera.
»Parto; voy a pintarles el precepto
»De su Dios, que esa fruta, ha prohibido,
»Como extrañeza rara,
»Como de baja envidia puro efecto,
»Porque está firmemente persuadido
»Que si prueban del árbol de la ciencia
»La fruta, se abrirá su inteligencia;
»Y como él serán Dioses. Esta astuta
»Invención, y lo hermosa de la fruta,
»Sin duda excitarán, ya sus curiosos
»Deseos, ya sus humos ambiciosos.
»Si la comen, son muertos, y perdida
»Su raza, mi venganza está cumplida
»Pero nada omitamos; es factible
»Que algún Ángel descanse en la espesura,
»De este jardín, o goce la frescura
»De sus fuentes. Tal vez será posible
»Sacarle algún secreto conducente;
»Registrémoslo, pues, menudamente.
»Y vosotros, objetos tan odiosos
»Para mí, que os tenéis por venturosos,
»Aprovechad aprisa los momentos
»Breves que os quedan que gozar, en tanto,
» Que vuelto al reino del eterno llanto
»Os llevo a tener parte en. mis tormentos. »
Dicho esto, con escarnio, se endereza
Orgulloso a otra parte. Desconfiado
Registra el bosque, el llano, el monte, el prado,
Los frutales, las yerbas y aun abrojos,
Recorriéndolo todo pieza a pieza:
Nada se escapa a sus vivaces ojos.
Allá en donde la bóveda declina
Del Cielo y nuestra vista deslumbrada
Juzga que el horizonte se termina
Del mar en la llanura dilatada.
Remoto, con sus ondas confundido,
El Sol entre arreboles, encendido
De brillantes colores, se ponía
Y lentamente desaparecía,
Extendidos sus rayos luminosos
Al nivel de los campos deleitosos
Edén, que de oro y púrpura pintaban,
En su puerta oriental derechos daban;
Junto a ella, hasta los Cielos eminente
Un risco desigual, de refulgente
Alabastro elevarse se veía:
Entre sus rocas ásperas se abría
Un camino espacioso, que viniendo
Del llano, su cima, iba subiendo
En varias vueltas. Los demás costados
Derechos, escarpados,
Eran de todo punto inaccesibles.
Sentado con sus Ángeles, su altura
De puntas erizada,
De peñascos horribles,
Gabriel ocupa envuelto en una oscura
Nube, y en tanto que la noche viene,
A cuidadosas velas destinada,
En ver sus varios juegos se entretiene,
Juegos nobles, heroicos y cuales
A jóvenes convienen celestiales.
Para hacerlos estaban despojados
De atavíos guerreros. Esparcidas
Se ven por todas partes, suspendidas
Sobre las blancas rocas, las brillantes
Corazas, los morriones, los pesados
Broqueles, los escudos, los cimeros
De oro, ricos de perlas y diamantes;
De los dardos y lanzas los aceros
Tersos, que arrojan luz funesta y viva,
Completan la terrible perspectiva.
En esto, sobre un rayo vespertino
Del Sol, rápido Uriel, a la manera
Desciende de una exhalación ligera
Que en medio de una noche tempestuosa
Muestra al piloto trémulo el camino
Por donde se lo acerca la espantosa
tormenta, mientras triste y diligente
La brújula consulta inútilmente;
Al llegar dice: «Escucha, ¡oh generoso
»Gabriel! Puesto que el Todopoderoso
»La custodia de Edén te ha confiado,
»En torno de estos muros con cuidado
»Vela; que temo que hay algún precito
»Espíritu, que intenta en su distrito
»Introducirse. En este mismo día,
»Cuando mi astro mediaba su carrera,
»Un ser espiritual llegó a su esfera,
»Y se me presentó como un curioso
»Angel, que otro motivo no tenía
»De viajar que el de ver el milagroso
»Orden del mundo, y particularmente
»De admirar en el hombre la preciosa
»Y fiel imagen del, Omnipotente:
»Su aire divino, su presencia hermosa,
»Me engañaron al pronto; pero luego
»Que partió, con la vista le he seguido
»A esos montes al Norte colocados,
»Hasta que en su espesura le he perdido.
»Su oscuro ceño, su desasosiego
»Y sus ojos turbados,
»No obstante su disfraz, me han persuadido
»De que es sin duda una infernal espía.
»Y algún perverso intento aquí le guía.»
»Ilustre hijo del Cielo, le responde
»Gabriel, sé bien que de ese Sol brillante
»Que habitas, a tu vista penetrante,
»Del vasto espacio que con sus fogosos
»Rayos alumbra, nada se la esconde,
»Y me consta también que no ha llegado
»Aquí ninguno de nuestros gloriosos
»Ciudadanos celestes desde la hora
»Del mediodía, a no ser enviado
»Con órdenes del Cielo, pues que hasta ahora
»De la guardia ni un punto hemos faltado:
»Mas con todo, si alguna criatura
»De otra clase, cual dices, atrevida,
»Saltando de los muros la clausura
»Aquí se ha introducido,
»Lo que a un ser incorpóreo no podemos
»Impedir, aunque más esté escondida
» Antes que la Aurora haya aparecido
»Está seguro de que la hallaremos. »
Dijo: y a Uriel la punta, del dorado
Rayo del Sol que allí lo había traído,
Formando un arco, vuelve apresurado
A llevarlo a aquel astro que su ardiente
Rostro hacia las Azores ocultaba
Y su diaria carrera remataba,
O por mejor decir, rodar veía
Nuestra pequeña esfera diligente,
Que su órbita diurna concluía,
En tanto que él, inmóvil, majestuoso,
Envuelto en resplandores,
Cual de la Aurora, así del Occidente,
El velo de vapores nebuloso
Adornaba de mil vivos colores.
Pero la fresca noche ya ha tendido
Su oscuro manto: el pueblo de las flores
De su negra librea se ha vestido:
El silencio la sigue: se adormecen
Cada cual en su albergue o en su nido,
Los brutos y las aves,
Que al dulce viento plácidas se mecen
En el bosque distante:
Todo calla, a excepción del vigilante
Ruiseñor, que amoroso, con suaves
Notas en su variado canto gime,
Y a las sombras sus quejas tierno exprime
Los céfiros detienen sus alientos
Por oírle, y los ecos solamente
Envidiosos repiten sus acentos;
Entretanto la bóveda eminente
De los Cielos se cubra de zafiros
Centelleantes, que guía en la pomposa
Marcha admirable de sus varios giros
Héspero con su luz resplandeciente,
Hasta que en medio de la silenciosa
Turba se deja ver su majestuosa
Reina, todos sus brillos eclipsando,
Y desde su azul trono dilatando
El blando velo de su luz plateada
Sobre la tierra en sueño sepultada.
Adán entonces a su compañera
Dice así: «Ya ha empezado su carrera
»La noche. como ves: la paz amable
»La sigue: así el Señor, con admirable
»Orden, suceder hace al bullicioso
»Día el nocturno plácido reposo:
»De éste los vagabundos animales
»Disfrutan ahora sosegadamente,
»Sin dar cuenta a su Dios del precedente
»Tiempo, o reconocer sus celestiales
»Bondades; mas el hombre, que criado
»Fue libre, inteligente,
»Y a ser el Rey del mundo destinado,
»En espíritu y cuerpo dividido,
»Con el alma a su Dios agradecido
»Debe amar y alabar, y juntamente
»Servirle con sus fuerzas corporales,
»Empleándose en trabajos materiales,
»Para adornar la habitación hermosa,
»El jardín, que ha debido a su sagrada
»Dignación, y evitar la peligrosa
»Ociosidad, con una moderada
»Ocupación, que lejos de cansarle,
»El gozo y el placer sirva a aumentarle
»Retirémonos, pues, y disfrutemos
»Del sueño a que la noche nos convida,
»Y en la fresca mañana volveremos,
» A la rosada aurora adelantados,
»A dar a este jardín nuestras labores.
»Hay varias plantas cuya desmedida
»Lozanía de ramas y de flores
»Sofoca los retoños moderados
» De otras, y así cortar es necesario
»De sus brotes el lujo extraordinario,
»Que no es más que una estéril abundancia
» Del cenador en la agradable estancia
»Hay también porción de hojas marchitadas
»Y de ramas quebradas
»Que quitar: Pero es tarde ya. Durmamos,
» Y la naturaleza repongamos.
A estas palabras; el modelo hermoso
»De las mujeres, Eva, le replica:
»¡Oh tú, objeto querido de, mi ardiente
»Amor; tú, de mi vida cara fuente!
» ¡Con qué gusto me entrego a tu juicioso
»Dictamen en un todo! Dios se explica
»Por tu boca: esto basta: me someto;
»Tu sólo a Dios, yo a ti debo respeto
» Después de él. Tú en su nombre eres mi guía:
»Obedecerte es la obligación mía.
»Sí, caro esposo, en ti todos los dones
»Encuentro: disfrutando de tu trato,
»Los días, meses, años y estaciones
»Me parecerán sólo un breve rato:
»En todas me deleito Y soy dichosa:
»Que varíen o no, una misma cosa
»Son para mí, cuando te tengo al lado:
»Nada me causa enfado;
»Todo me hechiza en la naturaleza
»Contigo. me deleita la rosada
»Suave luz del alba y su frescura,
»El canto de las aves matutino:
»Del sol recién nacido la belleza,
»Cuándo su luz, a ríos derramada,
»Se abre, entre la espesura
»Del bosque más oscuro, ancho camino,
»Los montes y los valles alegrando,
»Y las flores y frutas coloreando:
»No menos el rocío me recrea,
»Cuando en lluvia del Cielo descendiendo
»Con sus trémulas gotas hermosea
» Y refresca las hierbas, esparciendo
»En el campo un aroma delicioso:
»También me gusta al fin de un día hermoso
»La tarde, que apacible sucediendo
»A sus vivos fulgores, nos convida
»A una distracción dulce y al reposo:
»Del tierno ruiseñor la repetida
»Canción, que siempre nueva me parece,
»En medio de la noche silenciosa,
»Mil delicias me ofrece
»Puras también: me encanta la plateada
»Luna, y esa preciosa pedrería
»Del Ciclo: esa brillante y numerosa
»Turba de estrellas de que va escoltada,
»Que sólo el que las hizo contaría.
»Mas todo cuanto en la naturaleza
»Me deleita; las rosas de la aurora,
»El cantó matutino de las aves,
»Del sol recién nacido la belleza,
»Sus luces con que el campo se colora.
»El rocío y sus perlas, la frescura
»Con que animan las hierbas, los suaves
»Aromas que despiden, la hermosura
»De la tarde apacible, el melodioso
»Trino del ruiseñor, el misterioso
»Silencio de la noche, y las legiones
»De estrellas que rodando en los distantes
»Celestes pabellones
»Relucen a manera de diamantes
»Y la luna, su reina majestuosa,
»¿Qué serían sin ti para tu esposa?
»Pero dime, ¿esos astros que iluminan
»El firmamento, cuando en un completo
»Letargo todo yace, a qué caminan,
»Y cuál es de sus luces el objeto? »
»¡Oh del hombre y de Dios hija admirable!
»La dice Adán; toda esa muchedumbre
»De globos, de que sólo una vislumbra
»Divisamos, con orden inmutable
»Comienzan y concluyen su camino
»Cada día, sin fin, con el destino
»De dar luz a otros Pueblos, o nacidos
»O por nacer, pero desconocidos,
»Por estar tan remotos de esta esfera
»De la tierra, que en orbes más cercanos
»Vivirán, como en éste los humanos.
»Sin esa población, la noche, todo
»Su imperio antiguo recobrado hubiera
»Su inmensa posesión, y dominando
»Cual despótica Reina, extendería
»Su manto tenebroso de tal modo,
»Que el universo rápida enlutando,
»La antorcha de la vida apagaría.
»Ahora, el fuego eficaz de esas lumbreras
»Todo lo anima, todo lo ilumina,
»Y no sólo fomenta las esferas
»Cercanas, más también veloz camina
»Por todo el universo, derramando
»El calor y la luz, comunicando
»A todas partes su vital aliento
»Todo lo templa. todo lo calienta,
»Todo lo adorna, todo lo alimenta
»Y cuanto cría, con su influjo lento
»Lo prepara en secreto a que reciba
»Del sol ardiente la impresión más viva,
»Y aunque para nosotros sean perdidos
»Por nuestra corta vista los lucidos
»Brillos de esas esferas, no pensemos
»Que esa obra prodigiosa
»La inmensidad que vemos pueble ociosa,
»Ni que falten tampoco espectadores
»Que admiren todo lo que no podemos
»Nosotros alcanzar, y adoradores
»Que alaben al Señor por su hermosura.
»Debes estar segura
»Que de noche y de día, aunque escondidos
»A nosotros, millares de millares
»De espíritus celestes, esparcidos
»Por todos lados, sin cesar velando.
»Admiran esos bellos luminares,
»Esos miles de mundos diferentes,
».A su hacedor benéfico ensalzando.
»¿Y cuántas noches, de la selva umbrosa,
» De los valles y montes eminentes.
»No nos repitió el eco la armoniosa
»Música de sus voces concertadas,
»Solas o en varios coros separadas?
»Cuando sus escuadrones diligentes
»Entre la oscura sombra están velando,
»O en sus nocturnas rondas caminando.
»Varias veces, cual yo, les has oído
»Acompañar sus voces deliciosas
»Con los ecos sonoros
»De sus arpas y liras melodiosas.
»Y el tiempo de la noche, dividido
»En varias velas, alternar sus coros.
»Llamando tiernos nuestros corazones
»A tributar a Dios adoraciones. »
Así acabó. Se sigue un amoroso
Silencio, y por la mano de su esposo,
Eva al lecho nupcial es conducida;
Lecho de la virtud y la inocencia
En que está toda la magnificencia
De la naturaleza resumida.
Por su mano el Señor plantado había
El bello cenador, en que existía.
Con el laurel, el mirto se hermanaba,
Para formar su techo y sus costados;
Entre sus verdes ramos enlazados,
Sus blancas flores el jazmín mezclaba;
Y el amaranto hermoso,
Circundado de un pueblo numeroso
De mil floridas plantas, se elevaba.
Allí con un desorden aparente
Se ven resplandecer confusamente
Los mosaicos Iris y las rosas,
Los cárdenos jacintos, olorosas
Violetas, y un sin fin de delicadas
Flores, tan vivamente coloreadas,
Que al rubí y al topacio oscurecieran
Si a su lado sus brillos se pusieran.
La ave, el insecto y aun el vagabundo
Cuadrúpedo, se guardan con respeto
De profanar osados el secreto
Asilo, reservado al Rey del mundo.
De la fábula el campo fértil, vario,
No presentó jamás antro, habitado
Por los Sátiros, Ninfas y Silvanos,
Más silencioso, oculto y retirado
Que lo era aquel refugio solitario,
Entre todas las Sombras señalado
Del Edén, Para ser de los humanos
La cuna. Con sus manos virginales
Eva hermoseado lo interior había,
Para aquel agradable y feliz día,
En, que de ambos los lazos inmortales
Debían estrecharse, en que del Cielo
La Sacra bendición los sellaría:
Rosas por lecho; la naturaleza
Por testigo; Por dote la belleza,
Y por gala nupcial el blanco velo
De la Pura inocencia: tales eran,
Las circunstancias, las solemnidades
De una boda que a todas de modelo
Servir debía, en las demás edades,
Si ambos fieles a Dios permanecieran.
¡Eva feliz, mil veces más hermosa
Que la bella Pandora fabulosa
Ojalá que tú al mundo las fatales
Desventuras no traigas y los males
Que a ella la antigüedad ha atribuido!
Ambos esposos, el, el escondido
Retiro entrando, adoran reverentes,
Por 1a abierta techumbre divisando
El Cielo, al que crió sus refulgentes
Bóvedas aire, tierra, y los lucidos
Orbes inmensos que a ésta están rodeando,
Para aclarar las sombras repartidos.
Unidos cantan este himno amoroso:
«Tú, ¡oh Dios! como la noche, hiciste el día;
»Para él descanso aquélla, éste al contrario,
»A fin de que un trabajo deleitoso,
»A la naturaleza necesario,
»Que un ocio continuado cansaría,
»Haga más dulce aquel mismo reposo
»¿Y a quién, Señor, sino es a ti, debemos
»Estas delicias, estos indecibles
»Ímpetus de amor tuyo con que ardemos
«Y los lazos estrechos y apacibles
»Del dulce afecto que nos profesamos
»El uno al otro, y que te consagramos?
»Este afecto inocente, inalterable,
»Entre tus dones es el más amable
»Adorarte, servirte,
»Y como a tierno padre bendecirte
»En un corazón sólo siempre unidos,
»Es nuestro único bien, nuestro desvelo.
»¿Y basta acaso el más ardiente celo
»Para corresponder agradecido!
»A tanto favor tuyo? Tu criaste
»Este jardín tan vasto y adornado
»Para nosotros solos demasiado
»Fecundo; y tierno nos aseguraste
»Que su feracidad y su grandeza,
»Necesitando brazos numerosos
»Para darle cultivo, y su belleza
»Testigos que la admiren, religiosos,
»De nuestra unión amable brotaría
»Una progenie de hombres abundantes,
»Que a nosotros en todo semejante.
»Sus frutos y sudor dividiría.
»¡Con qué delicia, cuando estén cumplidas
»Estas promesas tuyas, Cantaremos
»Juntos tu gloria, y te bendeciremos,
»Sea cuando la luz brillo del día,
»Sea cuando las sombras esparcidas
»De la noche nos llamen al tranquilo
»Sueño, en nuestro escondido y grato asilo!
Así los dos esposos acabaron
Su oración al Eterno; satisfecho
Este dulce deber, se retiraron
A su mullido y perfumado lecho,
Y en brazos de la paz y la inocencia
Al plácido descanso se entregaron.
Salve, ¡oh sacro Himeneo! ¡Feliz fuente
Del humano linaje! ¡Entonces puro
De todo impulso de concupiscencia,
De mano misma del Omnipotente
Saliste; y aunque luego el humo impuro
Del pecado algún tanto ha oscurecido
Tu lustre, siempre santo, protegido
Por la divina ley, eres fecundo
Manantial, destinado a dar al mundo
Desierto racionales moradores,
Y a su eterno Señor adoradores!
¡Tú, de esta corta vida en el camino,
Eres el general, útil destino
De los humanos, y si alguno tiene
Tal gracia del Señor, tal fortaleza,
Que imitando la angélica pureza
De tus consuelos lícitos se abstiene,
Hace a Dios el más grande sacrificio!
¡Salve pues, oh tú, origen de la humana
Sociedad! ¡Noble antídoto del vicio!
¡Única propiedad de la primera
Edad de la inocencia, en la cual era
Lo restante común! ¡De ti dimana
Todo lazo social, y por tu imperio
El hombre, a quien el Cielo tu sagrado
Yugo exclusivamente ha destinado,
Desterró el adulterio
Entre los brutos. Como los amores.
Vagos y de otros vicios la torpeza
Con todos sus horrores!
¡Sola tu unión es verdadera y pura!
La razón la asegura
Como la aprueba, la naturaleza.
¡Tú sólo, refrenando las pasiones
Estableces las dulces relaciones,
Los nombres caros entre los humanos
De esposos, padres, de hijos y de hermanos,
Lazos que a un tiempo el público bien hacen,
Y la privada dicha satisfacen!
¡Para ti únicamente
Sus flechas oro el casto amor reserva,
Y sus alas de púrpura conserva!
¡Para ti es de su antorcha el fuego ardiente,
No ya de los sentidos pasajera
Vislumbre, sino llama verdadera
Y pura de las almas! ¡Cuán distante
Está de aquel impuro
Fuego, tan sin razón amor nombrado,
Ya del vicio nacido, ya comprado,
Y de aquel otro afecto delirante,
Que disfrazado con el manto oscuro
De la noche hace dura centinela
A un balcón, y frenético respira,
Tiritando al compás de su arpa, o lira
La torpe seducción que le desvela!
Lejos de ti también las engañosas
Caricias, del desorden alimento,
Placeres, embriagueces de un momento,
Con que la loca juventud cebada,
Víctima de mil penas dolorosas
Y largas, se ve al fin sacrificada!
¡No eran tales los lazos que ceñían
La pareja inocente!
Del ruiseñor al canto melodioso
Arrullados, tranquilos, dulcemente
En su lecho dormían;
Su desnudez cubría el oloroso
Rocío de las flores que caían
Del techo, y la fatiga precedente
Desechando, sus fuerzas reparaban,
Que así diariamente renovaban.
¡Pareja amable, en dulce paz reposa!
Serás siempre dichosa,
Si con serlo, cual lo eres, te contentas,
Y saber más que sabes nunca intentas!
En esto, ya mediaba su carrera
La noche, y para hacer la acostumbrada
Ronda, los Querubines con ligera
Marcha, la puerta de marfil dejando,
Por el bello jardín van caminando.
Gabriel entonces, a su camarada,
Después de él entre todos el primero,
Vuelto, dice: ¡Oh magnánimo guerrero!
»Contigo la mitad de estas legiones
»Lleva; y con atención al Mediodía
»Corre el campo. Vosotros al contrario,
»Que velen vuestros fieles escuadrones
»A la parte del Norte es necesario.
»Por el camino que al Poniente guía
»Nosotros todo lo registraremos,
»Y a la mañana allí nos reuniremos.
La tropa se divide en el momento
En tres escuadras, cual la llama al viento.
A Cephón y a Ithuriel con otro fuerte
Cuerpo separa, y dice de esta suerte:
«Partid, volad ligeros al instante:
»Registrad con cuidado vigilante
»Todos los escondites misteriosos
»Del jardín; sobre todo, con curiosos
»Ojos, examinad el retirado
»Asilo en que descansa descuidado
»Adán con su mujer; pues ha venido,
»Esta tarde a la guardia un mensajero
»Celestial del ocaso, y he sabido
»Por el, que de el Infierno se ha escapado
»(¡Quién lo hubiera creído!) un prisionero
»De algún malvado intento conducido.
»Id, prendedle, y traedle a mi presencia. »
Esto dicho, camina en diligencia
Con, su fuerte escuadrón, cuya guerrera
Armadura en las sombras centelleando
Eclipsa a la brillante mensajera ando,
De la noche. Cephón y el de su mando,
Rápidos por su parte se enderezan
Al asilo en que ocultos descansad
Están ambos esposos, Y tropiezan
Con el cruel Satanás, que revestido
De la figura de un reptil pequeño,
De la esposa de Adán sitia el oído.
Con, su halito mortal durante el sueño
Una ilusión la inspira, con que en pena
Tiene su corazón, y la enajena
La razón, su veneno procurando
Difundir en los más Puros vapores
De la sangre, que a modo de ligera
Niebla que eleva de una clara fuente
El Sol, de vena en vena circulando
Todo lo Interior llena. Los horrores
Tira a infundirla de que su alma fiera
Toda rebosa, la ambición ardiente,
La curiosidad vana, la osadía,
La esperanza falaz, la rebeldía,
Y sobre todo la soberbia adusta,
Cuanto más bien tratada más injusta.
Mientras que a la inocente así provoca
Al mal Cephón ligeramente toca
Con la acerada punta de su lanza
Al, infernal reptil, que diligente,
Su venida advirtiendo. se ha escondido
Entre las flores. Nada a aquel temido
Contacto se resiste, hacia él se avanza
El feroz enemigo de repente,
De su disfraz desecha la impostura,
Y vuelto a su legítima figura.
Así como un depósito de inerte
Pólvora. de que nadie sospechara,
A no haberlo observado, que encerrara
La ruina y el horror, cuando por suerte
Una chispa la toca, con tremendo
Estampido el contorno estremeciendo
Aun a los más lejanos amedrenta,
Tal el Rey del Infierno se presenta
Delante de Cephón y sus guerreros,
Que al verle, al reparar su horrible gesto,
Cediendo del horror a los primeros
Impulsos, retroceden; pero presto
La ira ocupa el lugar de la sorpresa,
Y así Cephón su indignación le expresa
«¿Quién eres, atrevido?
»¿De dónde vienes? Di. ¿Cómo has podido
»En el jardín entrar? ¿Acaso no crees
»Uno de aquellos delincuentes seres
»Para siempre al Infierno condenados?
»¿Por qué, pues, de tu cárcel los candados
»Has roto? ¿Con qué intento
»En ese disfraz vil y sospechoso
»A turbar vienes a este sacro asiento
»De esos dos inocentes el reposo?»
«¡cómo! ¿No me conoces? le responde
»Satanás. No lo extraño: colocados
»Todos vosotros en los inferiores
»Puestos del Cielo corno os corresponde
»Remotos de las clases superiores,
»Jamás la honra de serme presentados
»Tuvisteis, o si tu me has conocido
»En la corte de tu amo casualmente,
»Dime, plebeyo vil, ¿por qué has fingido,
»Ignorar quién soy yo?» Al insolente
Vuelve Cephón desprecio por desprecio.
»¡Oh ser tan orgulloso como necio!
»Lo dice, no es posible conocerte
»Habiendo así llegado a envilecerte
»Un Ángel busco aún en ese impuro
»Rostro, y no encuentro más que un ser perjuro.
»¿Te crees todavía en el estado
»En que te vi cuando resplandecías
»En tu celeste silla? Aquellos días
»¡Infeliz! para ti se han acabado.
»Perdiste la hermosura y la excelencia,
»Al punto que perdiste la inocencia!
»¡La venganza de Dios en tu horroroso
»Semblante está grabada,
»Ángel falso de luz, del tenebroso
»Dominio esclavo vil , de tu sagrada
»Patria deshonra! ven para entregarte
»Al Jefe de esta celestial milicia,
»Que de tu odio implacable y tu malicia
»Debe guardar esta feliz morada.
»Corno mereces él sabrá tratarte.»
Así concluyo. Su serena frente
Y su belleza dan tal ascendiente
A su severidad, que sorprendido
Sé, turba Satanás. Desfallecido,
Reconoce la fuerza incontrastable
De la virtud, y sufre intolerable
Tormento al ver un bien que el ha perdido:
Pérdida que, a pesar de su violento
Furor, lo impide toda resistencia;
Pues su desmayo es pura consecuencia
De la vergüenza que su pecho oprime,
No de temor ni de arrepentimiento.
De no poder vencerla sólo gime
Su soberbia; con todo, exteriormente
Esta interior debilidad desmiente,
Y así a Cephón responde: «Estoy dispuesto
»A marchar; pero tú, ¡vil temerario,
»De un tirano del Ciclo secundario
»Ministro! a tu orgulloso Jefe envía
»A decir que le espero en este puesto,
»O si, no, armaos todos juntamente,
»Que juntos mi valor os desafía:
»Pues siendo en todo tan sobresaliente
»Sobre vosotros, fuera poca gloria,
»Venceros separados, y sí acaso
»Por un azar es vuestra la victoria,
»Tendré menos vergüenza en mi fracaso
»¡Ángel degenerado!-le responde
»Cephón, con una irónica amargura,
»Tu miedo, que a mis ojos no se esconde,
»Que no llegará el caso me asegura
»De un combate, en que el ultimo guerrero
»De los que están aquí te vencería.»
Satanás no replica, y el ultraje
Devorando en silencio, prisionero,
Humillado, al paraje
Dispuesto, entro la guardia el paso guía.
Ardía de furor; pero no osaba
Ni huir ni batallar, porque una mano
Invisible de lo alto le abrumaba.
Su soberbia, ocultar procura en vano
La vergüenza interior que a su semblante
Se ve asomada. Tal un arrogante
Bridon tasca, espumando,
El duró freno que lo está domando.
Mas llegan a la puerta de Occidente,
Puesto asignado a la guerrera gente
Para su reunión. Allí se hallaban
Ya las otras escuadras y esperaban,
Formadas todas bajo sus banderas,
De su Jefe las órdenes postreras,
Cuando Gabriel exclama: «¡Camaradas!
»De gente que aquí viene oigo el ruido:
»Tened todos las armas preparadas:
»Mas ya a los resplandores del Ocaso
»Distingo que es el escuadrón guerrero
»Nuestro, a correr el centro dirigido
»Del jardín, y con él un extranjero
»Viene, que en su estatura, incierto paso,
»Vista amenazadora y ceño duro,
»Es algún potentado del oscuro
»Infernal reino. Cada cual atienda,
»Más aun que valeroso, a ser prudente,
»Pues que su gesto y su mirar ardiente
»Recelar me hacen una gran contienda. »
Llega en esto Cephón, y lo da cuenta
De cómo y en qué puesto hallado ha sido
Aquel rebelde, su disfraz fingido,
Sus palabras, sus miras y el exceso
De su rabia violenta,
Al verso por la fiel escuadra preso.
Gabriel entonces con semblante airado,
Áspero, así amenaza al monstruo osado:
«Habla, esclavo rebelde, ¿por qué vienes
»A corromper con el impuro aliento
»Del vicio a la virtud? ¿Qué quehacer tienes,
»Pérfida fiera, con los corazones
»Fieles, que nunca en tus conspiraciones
»Tuvieron parte? Y si tu atrevimiento
»Te ha podido sacar de tu terrible
»Cárcel, di: ¿cuáles son las intenciones
»Tuyas en afligir con esa horrible
»Presencia este Paraíso venturoso?»
Con desdén fríamente sonriendo,
Replica Satanás: «Yo no comprendo
»Tu delirio, oh Gabriel. Te reputaba,
»Cual todos en el Cielo, por juicioso;
»Pero o no eres el mismo, o me engañaba.
»Di: ¿qué cautivo no anhelará ansioso
»Quebrantar sus cadenas?
»¿Quién al placer preferirá las penas?
»Si tu mismo cautivo te encontraras,
»Tus hierros a romper no te esforzaras?
»Mas poco compadece ajenos males
»Aquel que no ha sentido, sus fatales
»Heridas, y Gabriel, siempre en el Cielo,
»De la desgracia ignora el desconsuelo.
»Mimado por la próspera fortuna,
»Del infeliz la queja le importuna.
»Dices que yo la ley he quebrantado
»Que tu amo me había impuesto;
»¿Y para qué las puertas me ha dejado
»Abiertas? Si no quiere estar expuesto
»A tales lances, que las asegure
»Con llaves y cerrojos, y procure
»Que las guarden mejor sus carceleros.
»Cuando me sorprendieron tus guerreros,
»Yo soy sincero, andaba paseando
»El jardín, sus bellezas disfrutando.
»¿Y en que a tu Rey ofende la inocencia
»De esta distracción mía? ¿Por ventura
»He cometido la menor violencia?
»¿Cuál es, pues, mi delito o mi impostura?»
Gabriel con risa amarga le replica.
«Conque ya la razón se ha despedido»
»Del Ciclo y sus oráculos explica
»En el Infierno, donde se ha acogido
»Con Satanás? ¿ Él es el que decide
»Del juicio ajeno, cuando el suyo mismo
»Se extravió, hasta arrojarle en el abismo?
»¿ y ahora de las sospechas cuenta pide
»Que de su negra trama hemos formado?
»Dices que es dulce el evitar los males;
»¿ Pues por qué provocar las inmortales
»Iras de tu Señor? ¡Vil fugitivo!
»¡Traidor a tu amo! Pronto su irritado
»Brazo, segunda vez a tu olvidada
»Cadena te pondrá, después de arado
»Tu cuerpo todo con azote vivo
» De llamas, con lo cual esa acendrada
»Razón tuya conozca cuán terribles
»Golpes da su venganza provocada.
»Y ahora dime: ¿por qué tus apacibles
»Compañeros, contigo no han salida
»De su oscura prisión? ¿ Es su tormento
»Menor que el tuyo, o tienen más aliento
»Que tú? Si es, gustoso te concedo
»Que con el mayor juicio ha procedido
»Su digno Jefe, que tan listo ha huido,
»Dejándolos; pues ya que de valiente
»Pruebas no ha dado, su oportuno miedo
» Le acredita a lo menos de prudente.»
Satanás le responde enfurecido:
«¿Quién puede proferir tan insolente
»Calumnia? ¡Yo cobarde! ¡Yo medroso!
»¡Ah! ¡No me han visto así los celestiales
»Campos, en que contigo combatiendo,
»Contigo, que estás ahora tan brioso,
»Nada de mi venganza te librara,
»De mis golpes seguros y mortales,
»Si tu amo, conociendo
»Cuánto a los míos eran desiguales
»Tus alientos, sus rayos no juntara
»A tus débiles tiros! Tu arrogante
»Discurso viene da tu inexperiencia,
»Y prueba que aun estás harto distante
»De saber lo quo exige la prudencia
»De un Jefe, y que éste debe no arrojarse
»A empresa alguna, sin asegurarse
»Por sí mismo de si es o no asequible.
»Esto es lo que he hecho yo. Habiendo tenido
»Noticia de esto mundo producido
»De nuevo penetrado de la horrible
»Situación en que estamos, descoso
»De aliviarla, intente ver si podría
»Establecer en este delicioso
»Vasto país ¡ni pueblo desgraciado!
»Para lograr la empresa, convenía
»Antes reconocerlo exactamente
»¿ Y este empeño difícil y arriesgado
»Acaso a los demás dejar debía?
»Lo emprendí: mil peligros he vencido:
»Con vuelo diligente,
»Ese desierto inmenso he conseguido
»Transitar solo, y veme aquí presente.
»Alaba un poco menos tus guerreros:
»Las delicias, los cultos lisonjeros
»Del Ciclo, con su gloria. Acostumbrados
»De la música y canto a la dulzura,
»Para esto esos pacíficos soldados
»Son propios, pero no para la dura
»Guerra: que sigan, pues, esa gloriosa
»Carrera, que su dueño les inspira:
»Que nos dejen la lanza belicosa,
»Y alegres vuelvan a tomar la lira. »
Con escarnio mirándole, le dice:
De este modo Gabriel: «¿Con tal torpeza
»Satanás a sí mismo contradice?
»Que fingieses creí, con más destreza:
»Aseguraste en tu anterior discurso
»Que era tu fuga el natural recurso
»De un cautivo infeliz que padecía
»Y salir de sus penas pretendía,
»Y actualmente confiesas que has venido
»A espiar; ¿ y te precias, ¡atrevido!
»De ser sincero y fiel? ¿Cómo profanas
»De la fidelidad el nombre santo?
»Si eres fiel, es para esas inhumanas
»Criaturas, que el Reino del espanto
»Contigo habitan; ¡bien digna gavilla
»Del Jefe digno que las acaudilla!
»Y tú, que ahora reclamas tu grandeza,
»Tu independencia, con altivo ceño,
»¿Quién de los Cielos al excelso dueño,
»Quién, ¡hipócrita vil! con más bajeza,
»si bajeza cupiera, en adorarle,
»Hizo que tú la corte, cuando estabas
»Con él, pensando insano en destronarle?
»Arrastrando, ser grande procurabas.
»Mas en tu corazón profundamente
»Graba lo que te digo: si insolente,
»Segunda vez volvieres a insultarle,
»Su sacra ley de nuevo quebrantares,
»Y a este lugar vedado penetrares,
»En el momento, ¡pérfido villano
»te agarrará mi poderosa mano,
»Y precipitaré tu ser impuro,
»Con vínculos de acero encadenado,
»Dentro del calabozo más oscuro,
»Más hondo del Infierno: allí encerrado
»Verás que sus prisiones abrasadas
»Saben guardar las víctimas, confiadas
»Por Dios a su custodia. Intenta entonces
»De sus puertas falsear los duros bronces:
»Ven a decirnos que el Señor no vela
»En ellas con bastante diligencia;
»Que debía poner de centinela
»Carceleros que menos negligencia
»Tuviesen, y si acaso es necesario
»Que oponga otros cerrojos y prisiones
»Más fuertes al arrojo temerario
»Tuyo y de tus intrépidas legiones.»
A tales amenazas, con horrendo
Furor responde Satanás rugiendo:
«¡Cómo!... ¡Tu a mí prenderme! ¡Encadenarme!
»¡Fanfarrón débil! ¿Sabes por ventura
»A quién insultas, tú, que ni a mirarme,
»Si supieras lo que haces, te atrevieras?
»¿La protección de tu amo te asegura?
»Pues ya te apronto un golpe más pesado
»Que esas puertas de bronce ponderadas
»Del Infierno, y que todas sus barreras
»De hierro duplicado,
»Con candados de aceros reforzadas.
»Sí: aun cuando tu Dios mismo, congregando
»Todas vuestras milicias y vibrando
»Ardientes rayos, venga a defenderos
»En su carro de fuego, en que ligeros
»Le paseáis por el Cielo, como errados
»Viles siervos, al yugo acostumbrados,
»Temblad.» Calló, dicho esto, llamaradas
Arrojando de fuego sus miradas.
Una selva de dardos lo rodea,
Más numerosa que la mies que ondea
Cuando sus olas de oro un fiero viento
Arrancar amenaza de su asiento,
Mientras el labrador, mudo de espanto,
Observa con la vista las mudanzas,
Del tiempo, que según su movimiento
Varía sus inciertas esperanzas.
Inmóvil entre tanto,
Como de Athos el monte nebuloso,
Satanás se prepara a algún horrendo
Choque, que el mundo hubiera estremecido
Y el jardín delicioso
De Edén con él hubiera destruido,
Si el Todopoderoso, conociendo
El peligro, no hubiera suspendido
Su balanza celeste colocada
Entre los signos de Escorpión y Astrea,
Balanza en que la masa fue pesada
Del orbe, entonces en tinieblas ciego,
La tierra, el agua, el aire y aun el fuego.
Y que enorme, bruñida, centellea
Del sol en el camino refu1gente,
Con la que aun al presente,
Cuando irritado contra los mortales
Permite de la guerra los excesos,
Dios, en sus platos de oro, los fatales
Reveses contrapesa y los sucesos;
Y decide, librándola en la mano,
Las suertes todas del linaje humano.
En uno de ellos pone ti tenebroso
Satanás, en el otro al valeroso
Querubín: sube aquel al azul velo,
Y éste, al contrario, grave baja al suelo.
Gabriel lo ve gozoso, y con tonante
Voz a Satanás dice: «Ve delante
»De tus Ojos escrita tu sentencia:
»La ha dado la divina Omnipotencia:
»A ella nuestro poder todo debemos:
»Para pelear, ya arbitrio no tenemos;
»Sin esto, ¡Oh fementido! yo te hubiera
»Hollado pronto esa cabeza fiera;
»Pero habló el Cielo, debo respetarle.
»Tú tiembla en adelante de agraviarle.
»Los ojos alza, advierte cuán ligera
»Es de peso tu suerte.» Ansioso mira
El monstruo a lo alto, y ve que su ominoso
Plato al Ciclo se eleva presuroso.
Aterrado, confuso, ardiendo en ira,
Huye dando bramidos: silenciosa
Huye con él la noche tenebrosa.

LIBRO QUINTO.
SUMARIO
Cuenta Eva por la mañana el sueño que la ha turbado durante la noche
a Adán, que procura consolarla. Salen para cuidar del jardín. Su
cántico al Eterno para consagrarla el día. Dios, para hacer al hombre
inexcusable, envía a Rafael a advertirle que no se aparte de su obediencia,
que ese bien de su libertad, y que se guarde de su enemigo. Encarga
al Arcángel que descubra a Adán cuál es aquel enemigo, la causa de su
aborrecimiento, y todo lo que pueda serie útil. Aparición de Rafael en el
Paraíso. Adán le sale al encuentro, le conduce a su morada, y la convida
e su rústica mesa. Sus coloquios durante todo el día; Rafael cumple con
su comisión, Instruye a Adán de quien es su enemigo, de su envidia y
del motivo de ella. Lo expone el principio y los Progresos de la rebelión
acaecida en el cielo; cómo sedujo Satanás una multitud de Ángeles los
llevó hacia el Norte, y logró hacer rebelar contra Dios a todos ellos,
excepto a Abdiel, Serafin celoso que se le opone con firmeza y por último
le abandona.
Ya la rosada aurora se asomaba.
Pródiga a manos llenas derramando
Los rubíes y perlas del Oriente
Sobre la fresca tierra, que ostentando
Su ropaje de flores demostraba
Su alegría de verla nuevamente,
Cuando despertó Adán de su apacible
Sueño, que como fruto de un sencillo
Sano alimento, no necesitaba
De otro despertador que del visible
Fulgor de la mañana, del acento
Temprano de algún tierno pajarillo
Entre las ramas oculto, del murmullo
De las fuentes, o bien del nuevo arrullo
De las hojas, que pone en movimiento
Del alba precursor el dulce viento;
Se admira al ver que duerme todavía.
Eva. Un vivo encarnado que teñía
Su tersa y blanca tez, una penosa
Respiración, y su desordenado
Cabello, todo anuncia que ha pasado
Una noche turbada y trabajosa.
Sobre el lecho de rosa
Adán en el momento incorporado,
Contempla aquel Objeto de su ardiente
Amor, siempre a Sus ojos delicioso,
Sea que, enajenada, del reposo
Disfrute, o que despierta, tiernamente
Hable con él: la mano suavemente
Pone sobre la suya cariñoso
Y con tono más dulce que el ligero
Céfiro que a las flores enamora,
Cuando el fulgor del alba las colora,
La despierta diciéndola: «¡Oh querida
»Esposa mía! ¡Hechizo lisonjero
»De mi alma! ¡Mitad cara de mi vida!
»Eva! ¡Tú, de quien sola una mirada
»Hace ver la existencia
»De un Dios criador y su beneficencia!
»¡Tú, su más bello don, su obra postrera
»La frescura, del alba derramada
»Ya la luz, nos convida placentera
»A despedir el satisfecho sueño
»Y acudir del cultivo al desempeño;
»Y la naturaleza en este instante,
»Renaciendo más bella y más brillante
»Este grato convite
»Por boca de las aves nos repite.
»No malogremos, pues, estas preciosas
»Horas de ir a admirar las tiernas flores
»Que adelantadas se abren, los rosados
»Matices de la aurora, y las hermosas
»Varias figuras con que los vapores,
»De púrpura teñidos, en nublados
»Se elevan hacia el Cielo condenados.
»El azahar nos prodiga sus olores,
»La mirra sus aromas, y el lloroso
»Bálsamo su perfume delicioso.
»¿Oyes cantar las aves, las abejas
»Obsequiar susurrando las bermejas
»Flores, y sacar de ellas su sabroso
»Tesoro? ¿Todo el orbe ha revivido,
»Y todavía el hombre está dormido? »
A estas palabras, del penoso sueño
Despierta Eva encendida y asustada,
Y así responde, a su querido dueño
Tiernamente abrazada:
«¡Oh tú, en quien sólo encuentra su reposo
»Mi corazón! ¡La gloria, el ornamento,
»Como el consuelo de la vida mía!
»¡Cuánto no es mi contento,
»De volver a mirar ese amoroso
»Rostro, y a un tiempo el resplandor del día
»¡Bien lo necesitaba! ¡Qué insufrible
»Noche he pasado! ¡El Ciclo no permita
»Que otra Vez igual noche se repita!
»¡Un sueño, una ilusión la más horrible
»Me ha agitado! En lugar de presentarme,
»Cual siempre me sucede, tu adorada
»Imagen, o pasearme
»Contigo en la llanura matizada
»De flores y rodeada de agradables
»Frutales, sólo ideas espantables
»De turbación, de ofensas y de penas,
»De mi ánimo hasta entonces bien ajenas,
»A mis tímidos ojos ofrecía,
»Cuando una voz, que tuya parecía,
»Tal era de su tono la dulzura:
«¡Despierta, Eva! me dijo la hermosura
De la noche más bella, el apacible
Silencio, de las ondas la frescura,
El ruiseñor, que el corazón, sensible
Al amor, desahoga enternecido
Con su variado músico quejido.
Y la luna en su trono ya subida,
Que reviste de plata la extendida
Llanura entre los, bosques penetrando
Y el terreno a sus sombras disputando,
Todo a una grata admiración convida:
Mas ¿de qué sirve toda esta belleza
Sin testigos? Ven, pues, Eva dichosa,
Con tu presencia hermosa
A darla nuevo encanto! Esas distantes
Estrellas, que a pesar de su grandeza
Parecen chispas, ojos son brillantes,
Con, los que el Cielo tu hermosura mira,
Y su obra misma embelesado admira»-
»Me levanto, creyendo
»Que era tu voz; pero te busco en vano:
»Extraviada me veo recorriendo
»Un árido desierto, y en presencia
»Poco después del árbol de la ciencia.
»Jamás lo había visto tan lozano
»Y bello: mientras tanto que curiosa
»Considerando estoy su fruta hermosa,
»Al pié del tronco un ser desconocido
»Veo, que nada de mortal ofrece
»En su traza: en sus alas y figura
»A un celestial espíritu parece,
»De aquellos que otras veces han tenido
»Del Cielo a visitarnos: la dulzura
»En sus ojos brillaba: su dorado
»Cabello espeso, con primor trenzado,
»Sobre la espalda jugueteando ondeaba,
»Y la ambrosía en perlas derramaba:
»Ansioso mira a aquel árbol vedado,
»Y en vivo tono exclama: »¡Arbol precioso!
¿No hay en este jardín algún viviente,
Hombre o Deidad, que de tu delicioso.
Peso te alivie, y pruebe tu excelente
Celestial fruta? ¿Conque, sin aprecio,
De ti pendiente, la divina ciencia,
Por un capricho de la envidia necio,
No será más que inútil apariencia?
¿Y qué amo tan injusto y tan avaro
Es el que guarda ese tesoro raro,
Que con tanto primor ha producido
Para sí solo? Cumpla su temido
Mandamiento quien quiera: yo pretendo?
Que la útil fruta que me está ofreciendo,
No me la ofrezca en vano.
»Al decir esto, audaz echa la mano
»A la fruta, la admira, se recrea
»Con su aroma, la come y saborea.
»Sus blasfemias, su arrojo temerario,
»Me llenaron de horror; él al contrario
»Gritaba, enajenado de alegría:
«¡Oh fruta celestial y deliciosa!
Hasta ahora tu valor no conocía:
Vedada por la envidia caprichosa,
La prohibición misma me ha tentado,
Y me hace hallar en ti mayor dulzura
Tu sabor corresponde a tu hermosura:
No hay que dudar, si el Cielo el ser te ha dado
Sólo para los Dioses te ha criado.
Mas el hombre tal vez llegar pudiera
A ser también un Dios, si te comiera.
¿Y por qué esta esperanza no tendría?
El bien, a proporción que cunde, crece
Y Dios, cuanto más da, más se enriquece
De su bondad divina desconfía
El que no goza de lo que, ha formado,
¡Tú pues, objeto del amor del Cielo
En la tierra adorado!
Eva, desde hoy eleva mas el vuelo:
Una suerte te espera más gloriosa
Come conmigo de esta milagrosa
Fruta, y ¡pueda algún día grandeza
Igualar a tu gracia y tu, belleza!
Esa prisión estrecha, es por ventura
Digna de tan perfecta criatura?
Da un más vasto horizonte al pensamiento:
Llévalo más allá del firmamento,
Al Empíreo mismo. Allí, gloriosa
Serás, entre los Dioses colocada;
Y de eternas delicias embriagada
También, cual lo son ellos, serás Diosa.»
»Dice así: de la boca me aproxima
»La fruta, y casi en ella la introduce:
»Su perfume, su vivo color de oro
»Me hechizan; su belleza me seduce:
ȃl insiste y me anima.
»Vencida en fin, la tomo y la devoro.
»Al instante, en mí misma experimento
»Mil nuevas sensaciones deliciosas,
»Y por los aires rápida me siento
»Elevar. Este mundo a mis pies veo,
»Montes, ríos, llanuras espaciosas,
»Todo lo advierto, en todo me, recreo;
»Pero el prodigio de que más me admiro
»Soy yo misma, que atónita me miro,
»Sin poder comprender de qué manera
»Feliz me hallo en aquella nueva esfera.
»Desaparece en esto de repente
»Mi guía: desde el Cielo hasta este hermoso
»Cenador caigo, mucho más ligera
»Que subí, y nuevamente
»A mi anterior reposo
»Vuelvo. Al fin, con el día he sacudido
»La espantosa ilusión que ha producido
»La noche, y con, tu, vista, del recelo
»Y pena que he tenido consuelo. »
Acaba así la relación funesta,
Y Adán más triste que Eva, la contesta:
»¡Oh imagen, oh mitad alma mía
»¡cuánto no compadezco tu agonía
»De esta cruel noche ¡En todo ese conjunto
»De ideas y de especies tan extraño
»Quizá el Ángel del mal, que en nuestro daño
»Vela (no hay que dudarlo), tiene parte:
»Lo temo; mas con todo, en este punto
»¿Por qué debo asustarme ni asustarte?
»Eva, tu corazón celeste y puro
»De los choques del mal está seguro:
Morar en ti no puede, pues depende
De ti el que se introduzca. Pero aprende,
Para tranquilizarte, de qué modo
El Dios que nos dio el ser nos ha formado.
Por los sentidos solos entra todo
A nuestras almas: nuestra fantasía,
De todas las especies diferentes
Que por aquellas puertas la han llegado,
»Imágenes se forma, que reúne,
»Descompone o varía,
»Cual ficticias que son y dependientes
»De su arbitrio; mas éste, dominado
»Por la razón, las junta, las desune,
»O su orden cambia, exacto obedeciendo
»Sus decretos supremos, y eligiendo
»Lo que ella, a la verdad siempre arreglada,
»Justa le dicta; pero apenas llega
»La noche, y en el sueño sepultada
»La razón calla, cuando sacudiendo
»La libre y caprichosa fantasía
»De esta rival el yugo, usurpa, ciega
»De ambición, el imperio que tenía.
»Su móvil veleidad desarreglada
»Lo trueca, lo confunde y desordena
»Todo, mientras el sueño encadenada
»Tiene nuestra razón; necia nos llena
»De pinturas informes y ficciones:
»Las especies, los actos y expresiones
»Nos representa de los precedentes
»Tiempos, y mil objetos, mil asuntos,
»Tan opuestos reúne y diferentes,
»Que ellos mismos se admiran de estar juntos.
»Así a la más perfecta criatura
»El mal puede acercarse, por su loco
»Influjo, Eva querida; pero poc
»En nosotros subsiste su impostura
»Despierta la razón y la deshace,
»Antes que llegue su fatal aliento
»A empañar la pureza
»De nuestros corazones, o que abrace
»Error alguno nuestro entendimiento.
»Así, aunque en sueños ceda tu flaqueza,
»Despierta tienes toda la entereza
»De la virtud. Deshechos los vapores
»De la ilusión, desprecia sus horrores
»Soñados, Eva amada, y nuevamente
»Vuelva a tus ojos su resplandeciente
»Brillo celeste, en que mi dicha mora
»Y que excede a los rayos de la aurora.
»Ven a nuestro vergel, a las orillas:
»De nuestras cristalinas fuentecillas,
»A recobrar tu dulce paz turbada,
»Con el placer de la labor usada.
»La noche sus delicias suspendiendo,
»Las acrecienta. Ve esas tiernas flores,
»Que para ti sus cálices abriendo,
»Ostentan los colores, la frescura
»Que las dan de la aurora los albores:
»Ven pues, Eva, a gozar de su hermosura. »
Así a la esposa trémula consuela
Con tierna voz Adán, y la asegura.
Ella, se le sonríe; pero vierte
Tal cual lágrima aún, que se desvela
En ocultar a Adán. Este lo advierte,
Y las enjuga él mismo cariñoso,
No obstante que ella del cabello hermoso,
Pañuelo para el mismo fin hacía:
¡Lágrimas dulces de arrepentimiento,
Propias de un alma cándida y sublime,
Que aunque ningún delito la extravía,
Siente las puntas del remordimiento,
Y aun de una culpa imaginaria gime!
Ambos del cenador salen gozosos:
Admiran, al nacer del claro día,
Cómo el sol, en los senos espumosos
Del vasto mar aun medio sumergido,
Asoma su lucido
Carro, y sus vivos rayos, resbalando
Sobre la superficie de la tierra,
Sus montes poco a poco van dorando,
Y cual la sombra tímida se encierra
En los antros y bosques más poblados
Ambos concordemente arrodillados,
Cómo acostumbran, a su Dios adoran.
Y su benigna protección imploran;
Justo tributo que diariamente
Le pagan, concluyendo con un tierno
Himno, que llega hasta su trono eterno.
Canto que une lo dulce a lo sublime,
Que sin orden, sin arte, de su ardiente
Y puro amor los ímpetus exprime
Que a manera de fuego, en los estrechos
Límites no cabiendo de sus pechos,
Al Cielo se remonta en llama viva.
Para que éste gustoso lo reciba,
No ha menester del acompañamiento
De la arpa, o de la lira melodiosa,
Y así comienza su amoroso acento:
»Toda esta obra, tan bella y majestuosa,
»Tú la hiciste, oh Dios omnipotente,
»De todo bien, perenne, única fuente!
»En ella está tu imagen delineada,
»A más de ser por sí tan prodigiosa.
»¿Mas qué es en tu presencia sino nada?
»Nunca te admiro, ¡oh Ser eterno y santo!
»Sin que me oprima un religioso espanto.
»¿Y a quien será posible
»Formar de ti la más confusa idea?
»¡Tu, que solo a ti mismo comprensible,
»Remoto de nosotros, en la altura
»Del Cielo de los Cielos elevado
»Resides sólo! En vano centellea
»En la vasta extensión de la visible,
»De cuando en cuando, por la sombra oscura
»De nuestra limitada inteligencia,
»Algún débil fulgor, proporcionado
»A sus alcances, de tu sacra esencia,
»Que, al mismo tiempo tu bondad divina
»Demuestra y a adorarla nos inclina;
»¡Siempre acerca de ti nuestro concepto
»Es, cual nosotros mismos, imperfecto!
»Vosotros, sí, podéis, Ángeles santos,
»Algún bosquejo hacer más semejante
»Vosotros, que asistís a su brillante
»Trono durante un día interminable
»Sin noche, ensalzad, pues, con dulces cantos
»Su bondad, su grandeza imponderable!
»Cielos, tierra, alabad al venturoso
»Dueño; principio y fin de cuanto existe!
»¡Y tú, claro lucero matutino.
»Que el último en salir y el más hermoso,
»Cierras la marcha silenciosa y triste
»Del nocturno escuadrón de las estrellas,
»Precediendo a la aurora en su camino,
»Celebra del Criador el amoroso
»Esmero que te dio luces tan bellas!
»¡Tu también, alma a un tiempo y refulgente
»Farol del mundo, sea que tu ardiente
»Carro asome del fondo de los mares,
»Sea que al alto Cielo ya subido,
»Con tus fulgores hayas extinguido
»El brillo de los otros luminares,
»O que ya desmayado, sus fogosas
»Ruedas de nuevo entro las procelosas
»Ondas bañes, oh sol, que en la belleza
»Y de tu resplandor en la viveza
»Eres su imagen, sigue diligente,
»Sin parar, de la aurora al occidente,
»Y de éste hasta la aurora, tu carrera
»Veloz y eterna, a voces ensalzando
»Su nombre, y sus grandezas publicando
»¡Y tú, de aquel luciente astro del día
»Blanca y modesta hermana, que su esfera
»Teniendo en tu breve órbita por guía,
»Parece que deseas acercarte
»A él, y por turno a veces separarte,
»Como vosotros orbes encendidos,
»Que sobre vuestros ejes sostenidos
»Siempre en un mismo puesto estáis rodando
»Y vosotros errantes
»Mundos, por el espacio repartidos,
»Que os movéis a compás, y las brillantes
»Orbitas unas a otras enlazando,
»Mil prodigiosas y arregladas danzas
»Formáis; a la suprema inteligencia.
»A que el orden debéis y la existencia,
»Entonad incesantes alabanzas!
»¡Vosotros, hermanados elementos
»De la naturaleza primitivas
»Producciones, que libres divagando,
»Con varios combinados movimientos
»Sin cesar vuestros átomos mezclando.
»Sus vastas obras entretenéis vivas,
»A su inmutable ser adoraciones
»Nuevas rendid con vuestras variaciones!
»¡Vapores, nieblas densas elevadas
»De los montes, los ríos y lagunas,
»Sea que en negras nubes transformadas
»Refrigeréis con lluvias oportunas
»Nuestros áridos campos, o cubriendo
»El Cielo, por los rayos coloreadas
»Del Sol, con estupendo
»Velo de oro y de púrpura templados
»Hagáis llegar sus brillos a nosotros,
»Naced, subid, caed, y acordemente
»Alabad al Criador omnipotente!
»¡Aquilones helados,
»Huracanes furiosos, y vosotros
»Céfiros blandos, a quienes confía
»De la extensión del aire el vasto imperio,
»Id, llenad de su nombre el hemisferio!
»¡Selvas incultas, bosques, a porfía
»Doblad delante de él vuestras frondosas
»Copas! ¡Cedros inmensos, adoradle!
»¡Torrentes, vuestras ondas presurosas
»Detened a su nombre, y tributadle
»Humilde vasallaje! ¡Claras fuentes,
»Cristalinos arroyos, que corriendo,
»Vuestras ondas lo vayan bendiciendo
»Con sus gratos murmullos! ¡Entonadle,
»Vosotras, oh vivientes
»Liras, pintadas, tiernas avecillas,
»Al despertaros, cuando a la ventana
»Del Oriente se asoma la mañana,
»Alegres, vuestras dulces cancioncillas!
»¡Que los coros del aire repartidos
»Lleven sus alabanzas inmortales
»Sobre sus alas hasta los subidos
»Palacios celestiales!
»Huéspedes de las selvas y espesuras,
»De los ásperos; montes y llanuras,
»Del aire, mar y tierra habitadores,
»Que de tantas figuras y colores
»Voláis, nadáis, andáis, o lentamente
»Arrastráis por el suelo,
»Sed testigos del puro y vivo celo
»Con que mañana y tarde acordemente
»Humildes y afectuosos le alabamos,
»Y a que nos imitéis os convidamos!
»¿Y quién, oyendo tan maravilloso
»Concierto universal de sus criaturas,
»Podría mantenerse silencioso?
»A ensalzarle enseñamos
»Nosotros, como más favorecidos
»Por su excelsa bondad, a las oscuras
»Cuevas, los duros riscos, extendidos
»Llanos fecundos, y empinados montes,
»Cotos de nuestros vastos horizontes.
»¡Salve, pues, ser divino, soberano
»Del Universo! ¡Se nuestro benigno
»Protector! ¡Haz que el hombre sea digno
»De haber sido formado por tu mano!
»Ella nos hizo, ¡guárdanos piadoso
»Y si tal vez el Ángel inhumano
»Del mal, de las tinieblas guarecido
»De la noche, algún lazo ha prevenido,
»Destrúyelo! ¡Disipa poderoso
»Las vanas nieblas que en la fantasía
»Nuestra hubiere esparcido,
»Cuál disipa las sombras ahora el día! »
Los dos esposos juntos así oraron,
Y su calma ordinaria recobraron.
La mañana, los llama a sus labores;
A través de una multitud de flores
Que ha abierto de la aurora la frescura,
De rocío los blancos pies bailando,
Cada uno alegre por llegar se apura
Al punto en que su mano esta esperando,
Ya la madura fruta, ya la hermosa
Flor. Todo lo recorren: enderezan
Allí un torcido arbusto: allá tropiezan
Con una rama inútil, lujuriosa
En demasía, y sin piedad la cortan
Cual los retoños lánguidos que abortan
Las plantas, por sobrada lozanía.
En otra parte casan la viciosa
Parra, que en vano sus renuevos gula,
Buscando apoyos con algún robusto
Álamo, en cuyas ramas a su gusto
Se enlacen; los racimos su precioso
Dote forman, y mezclan sus morados
Visos con la hoja estéril del frondoso
Árbol hasta su cima encaramados.
Mira el Eterno su trabajo agreste,
Y llama a Rafael, que después vino
Con el tiempo a la tierra, cual celeste
Viajero, a conducir en su camino
Al buen Tobías, y con la virtuosa
Sara, que siete esposos por la odiosa
Rabia había perdido de un Demonio,
Unirle en casto, y santo matrimonio.
«Rafael, le dice Dios, tú ya has sabido
»Que por su encono horrible conducido,
»En esta noche el infernal Tirano
»De entrar en el paraíso la insolencia
»Ha tenido, y tentar con sugestiones
»De esos tiernos esposos la inocencia:
»Conozco todo su proyecto insano:
»Su ira aprovechará las ocasiones
»De perderlos, con todo su linaje.
»Parte, y escoge para tu mensaje
»El oportuno instante en que, cansado
»Adán, huyendo el sol del mediodía,
»Se haya ya retirado a la sombría
»Espesura, y respire sosegado,
»Después de haber en dulce paz comido,
»O con un breve sueño despedido
»La fatiga. Precave con juiciosos
»Avisos su desgracia. Con él pasa
»Como entre dos amigos cariñosos
»Toda la tarde, hasta que ya la escasa
»Luz anuncia la noche; con dulzura
»Exponle todas sus obligaciones
»Para conmigo, su dichosa suerte
»Y tanto como debe a mi ternura:
»Que no de oídos a las tentaciones,
»Y no fíe de sí, cauto le advierte.
»Sino de mis auxilios Yo le he dado
»Cuantos, ha menester para guardarse;
»Está, pues en su mano conservarse
»Fiel y dichoso, cual lo esta igualmente
»Si quiere, el ser infiel y desgraciado.
»Le crié libre y obra libremente
»Mas temo que la misma circunstancia
»De ser libre produzca su inconstancia,
»Y que en solas sus fuerzas descuidado,
»Halle en su pecho abrigo
»Algún ardid fatal de su enemigo.
»Prevenle, pues de todo que recelo
»Sus artificios más que su violencia
»De esta le guardaré con mi asistencia,
»Mas de los otros no será posible
»Que Satanás le engañe: así, que cele
»Sobre sí mismo y sobre su invisible
»Cruel adversario, que en extremo astuto,
»Puede su dicha convertir en luto.
»Si ya por ti avisado se perdiere.
»Cúlpese a si del mal que le viniere.»
Tal fue de Dios el inmortal decreto.
Rafael se le inclina, con respeto
Profundo. En el momento los ardores
Que engolfado en presencia le tenían
De Dios, deja; las alas desplegando
Que de aquellos eternos resplandores
Sus ojos deslumbrados defendían,
Y entre la muchedumbre va pasando
De espíritus celestes, que ligera
Se abre para que siga su carrera.
Llega pronto a las puertas relucientes
Del Cielo: con presteza ambos batientes
Sobre sus goznes rápidos volviendo
Por sí solos abiertos, libre paso
Le dan: ¡tal era el arte milagroso
Con que los fabricó su autor divino!
Sin detenerse, Rafael saliendo
De la aurora al ocaso,
Recorre de una ojeada el espacioso
Éter por donde lleva su camino
Ni nube ni astro estorba que su viva
Vista penetre la extensión inmensa
De aquella prodigiosa, perspectiva,
Cubierta de brillante niebla densa,
Por los rayos del sol iluminada.
Distingue claramente la apartada
Tierra, como una esfera reducida,
Mas con todo a las otras parecida,
Que aquel espacio pueblan numerosas
Del fresco Edén las sombras deleitosas
Divisa, cuya cima coronada
De verdes cedros, vastos horizontes
Descubre, en majestad sobrepujando
A los más altos y frondosos montes.
Tal, remota del mar en la azulada
Y líquida llanura,
La verde isla, de Delos dominando
Las aguas, como un punto, nebuloso
Divisa el desvelado navegante,
O la encumbrada altura
De ida fabuloso.
Entre las ondas líquidas del viento
Se lanza el Seralín, que una brillante
Figura de ave toma de repente
Y con arrebatado movimiento
Entre los soles nada, o atraviesa
Los varios mundos; ya rápidamente
Por el Aquilón fiero conducido.
Con vuelo igual resbala,
Ya sobre el aire con esfuerzo pesa,
Y azota con sus alas duramente
Sus blandas olas, o con sostenido
Sesgo las equilibra y las iguala.
Prosigue y toca al término del Cielo,
Adonde subir puede el alto vuelo
De la águila ambiciosa, cuando gira
Más remota del mundo. A su llegada
El pueblo de las aves sorprendido
Al extranjero admira:
Créelo el Fénix, ave celebrada
Por su hermosura, que la vista hechiza;
Maravilla del mundo, que nacido
De si mismo, hijo y padre juntamente
A los thebanos campos acogido
De su misma ceniza,
Después que hecha una ardiente
Pira en su voraz llama se ha abrasado,
Vuelve a vivir de nuevo y se eterniza.
Sólo entre los vivientes, la fortuna
Hace para él de su sepulcro cuna.
Así, siguiendo el mensajero alado
Su viaje, llega cerca del frondoso
Edén, se para y vuelve a su primera
Figura natural resplandeciente,
Con seis alas, que forman el glorioso
Atributo asignado a su eminente
Dignidad, se presenta: a la manera
De un manto real de púrpura, nacidas
Dos de los hombros, sirven extendidas
Para volar: las otras. En figura
De una celeste, zona rutilante,
Le rodean y ocultan su cintura,
De donde salen: sirve el par restante,
Compuesto de las plumas más ligeras,
De formarle brillantes taloneras.
Su plumaje de mil varios colores
Centellea una viva y pura llama,
Y esparce preciosísimos olores,
Con que en torno los aires embalsama.
Los Ángeles que a Edén están guardando,
Desde muy lejos, de que es el no dudan,
Y con respeto, alegres lo saludan.
Corresponde, y su campo, atravesando,
A los vergeles llega, en que se miran
Crecer el nardo y el incienso unidos
Con la mirra, y el ámbar, y respiran
Un aroma que encanta los sentidos:
Profusión de los dones más preciosos
De la naturaleza,
Que el juvenil vigor y la entereza
Virginal, en aquellos venturosos
Tiempos, intacta y pura conservaba,
Y liberal, cual rica presentaba
Por todos lados una lozanía.
Sin aparato ni arte, que decía,
Caprichosa y ligera,
Que estaba, en su florida primavera.
Mientras que iba así solo transitando
El llano, Adán de lejos le divisa.
Era la hora precisa
En que el sol, su carrera equilibrando,
Del mar y de la tierra, fulminando,
Los senos penetraba. En la sombría
Espesura de un fresco bosquecillo
Eva ya la comida prevenía;
No menos saludable que sencillo.
El banquete agradable consistía
En leche y varias frutas delicadas,
Por la alegre inocencia sazonadas.
»¡Acude, grita Adán, Eva querida!
»Un ilustre extranjero hacia aquí viene
»Por el Oriente. Tal belleza tiene
»En su semblante, a tanta gracia unida,
»Tan puro resplandor le condecora,
»Que creo al mediodía ver la aurora.
»Es, no hay ya que dudarlo, algún enviado
»Del Señor. ¡Quiera el Cielo que logremos
»La dicha de hospedarle! ¡Ve, prepara,
»Eva mía, cuanto hayas conservado
»De fruta más sabrosa, bella y rara
»Es preciso que honremos
»En él a nuestro Dios, y que volvamos
»A su bondad divina alguna parte
»De los dones que de ella disfrutamos,
»¿Y puedo, cara esposa, idea darte
»De lo que de su mano recibimos?
»Cuanto más le pedimos,
»Mas nos da, nuestros votos excediendo;
»Los tesoros que vamos consumiendo.
»Sin cesar nos renueva.
»Si una flor se marchita, salen ciento;
»Si una fruta se pierde, en el momento
»Brota una multitud de fruta nueva.
»Pues nos prodiga bienes tan preciosos,
»Seamos a su ejemplo generoso.
»¡Oh tú, le responde Eva, que formado
»Fuiste por el Eterno del más puro
»Barro! Oprimidos crujen los hermosos
»Árboles bajo el fruto ya maduro,
»Que los carga: también he reservado
»De aquellas frutas que imperfectas nacen
»Y agrias, una porción, depositadas
»En un paraje cómodo y seguro,
»Para lo venidero destinada,
»Pues sé que a fuerza de guardarlas se hacen
»Perfectas: de ellas, parte servir puede,
»Y añadiré cuanto el vergel contenga
»De mejor, y en el orden que convenga
»Para que el huésped satisfecho quede;
»El jugoso melón, la mantecosa
»Pera, la uva morada y la olorosa
»Ananá. Que se admire ese elevado
»Ángel, al ver que vuestro fértil suelo,
»Por nuestras mismas manos cultivado,
»Es en las frutas el rival del Cielo.
Dice, y a escoger corre apresurada
Cuando puedo adornar su agreste mesa;
De procurar no cesa
Que a un mismo tiempo hechice delicada,
Con su orden natural sencillo y grato,
El paladar la vista y el olfato:
Que con tal proporción las escogidas
Frutas estén allí distribuidas,
Que por grados creciendo
En sabor y belleza,
Del lánguido apetito la pereza
Despierten. Su tesoro recogiendo
Anda, cual las abejas, afanada,
Y el jardín y el vergel de, su sabrosa
Carga despoja, que hacia su morada,
Ligera lleva. Entonces abundosa
Madre, por si la tierra producía
Todos los frutos que ahora repartidos
Están en varios climas, y ofrecía,
Dentro de aquel recinto reunidos.
Cuantos la Europa y la África presentan,
Cuanto ambas Indias de precioso ostentan
Las frutas que de Alcino el huerto daba,
Que con sus reales manos cultivaba,
Todo en aquel vergel rico florece:
Junto al oro la púrpura se ofrece
En esta fruta: aquélla la blandura
Del algodón más fino muestra al lado
De otra que en su corteza áspera y dura
Encierra el dulce zumo más preciado:
Erizada de espinas se defiende
Otra de aquella mano que pretende
Su tesoro arrancarla, y cada una
Por su olor y sabor, a competencia,
En el puesto pretendo preferencia.
El buen gusto decide su importuna
Disputa. Eva contenta, amontonada
En pirámides bella, y ordenada
A su placer la admira. Una bebida
Grata forma después, de la jugosa
Uva, en sus propias manos exprimida,
Que excite espirituosa y moderada,
La inocente alegría, y la gustosa
Leche de las almendras extraída,
Corona el lujo con que está dispuesta
Aquella natural solemne fiesta,
En que de vasos sirven las más bellas
Cortezas, de ornamento, delicadas
Flores las mas balsámicas, y entre ellas
Con profusión las rosas derramadas.
Adán vuela a encontrar a su importante
Huésped, que viene sin la pompa vana
Que acompaña constante
La majestad terrible
De aquellos Reyes, que su soberana
Persona hacen al pueblo inaccesible.
¡Locos! Por la soberbia alucinados,
Piensan que serán de él más respetados
Por sus carrozas de oro y su opulencia,
Que por su amor y su beneficencia:
El noble Serafín no trae más corte
Que sus virtudes y celeste porte:
En esto sólo cifra sus honores,
No en una turba vil de aduladores.
Saludándole, hacia él Adán se avanza,
Y al respeto juntando la confianza,
Así lo dice: «¡Oh Principio del Cielo!
»Pues tal tu noble aspecto te declara
»Ya que una feliz suerte nos depara
»Que a este jardín, dejando tu alta silla,
»Te hayas dignado dirigir el vuelo,
»Haznos aun otra gracia, que te pido;
»Divida con nosotros la sencilla
»Habitación que aquí hemos adornado,
»En cuanto a nuestra industria ha sido dable,
»Hasta que el sol, de lo alto descendido,
»Su ardor haya templado.
»Goza en paz con nosotros la agradable
»Sombra, y las frutas frescas y sabrosas
»De este huerto encantado.
»Solos en él nuestra mansión hacemos.
»Nuestro Señor, y tuyo, nos ha dado
»En propiedad sus tierras abundosas,
»Y así contigo lo bendeciremos.
»El Arcángel responde: » Este precioso
»Jardín y el que lo habita
»Merecen bien de un Ángel la visita:
»Esperaré con gusto en consecuencia,
»En su recinto umbroso,
»Que el sol haya templado su violencia. »
Dicho esto, del abrigo campesino
Alegres ambos toman el camino,
Asilo grato, cuya arquitectura
Simple consiste en varias ensaladas
Plantas y hermosas flores perfumadas,
Que conservan la sombra y la frescura.
Eva allí los espera: la bella Eva,
A quien sin duda París en la prueba
De la hermosura, hubiera preferido
A cuantas Diosas se la disputaban,
A la gracia hechicera en ella unido
El candor se veía: la inocencia
Y la bondad brillaban
En su celeste rastro a competencia,
Y con su velo sonrosado y puro,
La modestia vestía
La casta desnudez que descubría.
«¡Salve! le dice el Ángel» venturosa
Palabra, que ha de ser en lo futuro
A otra Eva, a la purísima María
Repetida, y con suerte más dichosa;
Pues que esta divina Eva la cabeza
Quebrantará de la infernal serpiente,
Y la esposa de Adán, por su flaqueza,
Será engañada lastimosamente.
«¡Salve! le dice pues, ¡oh tú fecunda
»Madre de los humanos, destinada
»A poblar esta esfera dilatada!
»La multitud de perlas con que inunda
»Sus campiñas la aurora, y las estrellas
»Innumerables cuyas luces bellas,
»El Cielo alumbran a tu descendencia
»En numero darán la preeminencia. »
A una mesa de céspedes formada
Se sientan, esto dicho, circundada
De naturales sillas
De lo mismo: un tapiz de hierbecillas
Verde cubre la mesa y los asientos.
En lugar de compuestos alimentos,
Ofrece aquélla cuantas excelentes
Frutas producir puede la florida
Primavera, al otoño reunida;
Se dan la mano entrambas estaciones,
Juntando sus magníficos presentes
Para obsequiar al huésped soberano.
«Dígnate de probar mis pobres dones,
»Le dice el padre del linaje humano
»Esas frutas que ves, un delicioso
»Regalo son de aquel Dios poderoso
»A quien el ser debemos, que previene
»Nuestros deseos y necesidades,
»Y aun de nuestros placeres cuenta tiene.
»¡Tales son con los hombres sus bondades
»Es verdad que tal vez estas agrestes
»Frutas, para nosotros tan sabrosas,
»Mérito no tendrán para celestes
»Seres, cual tu, mas vienen de la mano
»De nuestro común Dueño soberano:
»Esto es bastante para que preciosas
»Las juzgues, y te dignes recibirlas. »
»Bendigamos al ser que os las ha dado,
»Responde Rafael: en admitirlas
»Tengo el mayor placer; pues a mi augusto
»Dios, que las ha criado,
»Muestro humilde mi aprecio y mi respeto,
»Y al mismo tiempo correspondo justo
»A la expresión sencilla del afecto
»Que me mostráis. Es cierto, como dices,
»Que una esencia incorpórea no tiene,
»Necesidad de vuestros materiales
»Alimentos. Allá, en nuestras felices
»Moradas; se mantiene
»Nuestro ser de alimentos celestiales
»Incorpóreos, al hombre, incomprensibles
»Mientras la tierra habite; mas podemos,
»Como de Dios la voluntad hacemos
»En mostrarnos visibles,
»En ocasión como esta acompañaros,
»Y tomar parte en vuestros inocentes
»Convites, igualmente que ayudaros
»A agradecer sus dones excelentes.
»Vosotros, que aunque sois espirituales,
»Estáis ligados a unos materiales
»Cuerpos íntimamente, de tal modo
»Que con ellos formáis un solo todo,
»A la necesidad estáis sujetos
»De hacer uso de viandas corporales,
»Necesidad que a todos los objetos
»Corpóreos comprende. Así repara
»Cómo se dan los mismos elementos
»Liberales uno a otro los sustentos:
»Al agua nutro el aire y refrigera:
»A éste el fuego abrasara,
»Si en sus densos vapores no le diera
»El agua nutrimento que calmase
»El ardor y sus fuerzas reparase,
»Cual la tierra sin duda pereciera,
»Si el agua, el aire y fuego no tuviesen
»Cuidado de nutrirla, introducidos
»En sus poros: sin esto, desunidos
»Sus cuerpos todos, fuera. Indispensable
»Que en átomos al fin se disolviesen,
»Por otra parte, el fuego formidable
»Privado de ejercicio dormiría,
»O del todo tal vez se extinguiría
»Si el aire con su aliento
»Y la tierra con sólido alimento
»De su letargo, no le despertaran
»Y su apetito horrible no saciaran.
»Esos astros que alumbran y calientan
»El Universo, todos igualmente
»Del éter y del fuego se apacientan,
»Y el mismo sol que, ves, calma su ardiente
»Sed, los cristales de la mar bebiendo
»Y los preciosos jugos extrayendo
»De la tierra, a la cual también él cuenta
»Que su fuego benéfico sustenta.
»A ejemplo de los entes materiales
»También nuestras sustancias celestiales
»De espirituales dones se mantienen,
»Y en disfrutarlos su delicia tienen.
»Ved en esta, admirable providencia
»De nuestro dueño la beneficencia.
»En esta mutua unión de las criaturas
»Materiales, nos hace ver las puras
»Llamas de amor. Que deben inmortales
»Unir a él, y entre sí, las racionales.
»De esta precisión misma un placer hace:
»Al paso que la fuerza se rehace
»Con el sustento, halláis en él un vivo
»Deleite; al; cual. no obstante, un excesivo
»Apego no tengáis, pues que os espera
»Otro indecible en la celeste esfera,
»Cuando sirviendo a Dios aquí leales,
»Os lleve, a sus vergeles inmortales.
»Agradeced, en tanto, estos hermosos
»Frutos conmigo, como la figura
»De aquella dicha deliciosa y pura
»Que con, nosotros gozaréis gloriosos. »
Acabó, y comenzaron su comida,
Gustosa y limpia, con candor servida
Por la bella Eva, que con la dulzura
De su conversación los animaba,
Y del gozo común participaba.
El festín moderado y saludable
Concluyó y disfrutando la frescura
De las opacas sombras deleitable
Adán que hacía tiempo deseaba
Curioso conocer las ignoradas
Costumbres, de los seres escogidos
Que del Cielo habitando las moradas
Del majestuoso resplandor vestidos
De Dios, eran imágenes sagradas
De su grandeza la obra prodigiosa
De sus manos, ministros que leales
Deben velar con ansia cariñosa
En guardar a los frágiles mortales
De todo mal, al Ángel se dirige,
Y así rodeando, que se explique exige:
»¡Hijo del Cielo cuanto no debemos
»A tus bondades! ¡Cuanta honra tenemos
»En ver huésped tan grande colocado
»A nuestra mesa! Tu que en el celeste
»Alcázar estás hecho cada día
»A saciarte de néctar y ambrosía,
»De la pobreza no te has desdeñado
»Tan diferente, de un festín como éste.
»Adán, responde el Ángel, ha llegado
»El tiempo de que tengas mas idea
»¡De nosotros, del mundo, de ti mismo,
»Y en cuanto dable sea
»A tu débil alcance, de ese abismo
»De perfecciones, Dios, que por si existe,
»Y por quien sólo lo demás subsiste.
»En él somos, vivimos, nos movemos;
»De él nacidos, si el mal nuestra carrera
»En su origen no altera,
»A él, como a nuestra fuente, volveremos;
»Jamás de ésta ha salido cosa impura.
ȃl es el que los seres diferentes
»Ha formado, y en clases, ya eminentes,
»Ya medianas, ya bajas, dividido;
»Y él es el que sus rangos asegura.
»Cuanto más cerca están de su presencia,
»Mayor es su pureza y su excelencia,
»Y tanto más su grado distinguido.
»Según su inclinación, según su estado
»O su naturaleza, cada día
»Hacia la perfección, grado por grado,
»Caminan todos ellos, y a porfía
»A su Hacedor se esfuerzan a acercarse.
»Observa el Universo con cuidado,
»Y verás esta ley verificarse:
»Repara la recién nacida planta;
»Apenas brota, cuando desplegando
»Sus tallitos, se empina, se levanta
»Por los aires, sus hojas arrojando
»Con la dirección misma: ya frondosa
»Y cubierta de flores, más hermosa
»Cada instante, con todo no contenta,
»Poco después su rico fruto ostenta,
»Y éste levanta, a ejemplo de las flores,
»Hacia el Cielo aromáticos vapores.
»Entre la multitud de materiales
»Seres, en clase y orden desiguales,
»Todo a subir, a mejorar aspira:
»A ser un vegetal la piedra tira:
»La planta a ser se acerca, en lo posible,
»Un animal sensible:
»El animal procura aproximarse
»Naturalmente al hombre, que quisiera
»Por su parte ser Ángel, de manera
»Que todos desearían despojarse
»De su cuerpo mortal, y que su esencia
»A ser llegase pura inteligencia.
»Vosotros, oprimidos
»Bajo la esclavitud de los sentidos
»No podéis discurrir con la presteza,
»Ni la extensión, que la naturaleza
»Angélica: nosotros claramente
»Vemos, cuando vosotros, al contrario,
»Solo pensáis confusa y lentamente,
»Y aun os es, para hacerlo, necesario
»Que sea en una especie limitada,
»Cuando nosotros, de una sola ojeada,
»Una infinidad de ellas abrazamos,
»Y como son en sí las conocemos.
»Pero por más que estéis ahora distantes,
»De los excelsos dones que gozamos
»Los que del Cielo somos habitantes,
»Un día llegará en que, como hacemos,
»Nosotros, a las bóvedas eternas
»El alto vuelo dirijáis gloriosos,
»Y habitéis sus palacios venturosos.
»Responded gratos a las miras tiernas
»Del Señor, que os ha dado la existencia:
»La dicha mereced con la obediencia:
»Conservad la inocencia con cuidado,
»Y del bien que os prodiga satisfechos,
»No lo perdáis, abriendo vuestros pechos
»A la ambición de verlo acrecentado.»
«¡Qué dulce claridad has esparcido,
»Responde Adán, en nuestro entendimiento!
»¡Con qué facilidad he comprendido
»La inmensa escala de las criaturas,
»Y por ellas subido hasta el asiento
»De la Divinidad! Pero ¿a qué vienen
»Los consejos, que tanto has repetido,
»De obediencia y afecto? Son seguras
»Muestras de desconfianza. ¿Acaso tienen
»Tanta dificultad? ¿Seria dable
»Que el hombre a un ser no amase tan amable?
»¡Y qué ingratos no fueran
»Hijos que a un padre, a un Dios no obedecieran,
»Que de un vil barro, con sus generosas
»Manos, dos criaturas tan dichosas
»Hizo, y que aun nos ofrece la esperanza
»De otra más grande bienaventuranza! »
Replica Rafael: «¡Oh hijo del Cielo
»Y de la tierra! tu dichosa suerte
»Del Todopoderoso se origina:
»El conservarla es obra de tu celo:
»De tu fidelidad penderá verte
»Cada vez más feliz; agradecido
»Responde siempre a su bondad Divina,
»Y ella te sostendrá. Te ha concedido
»Un ser perfecto, pero no inmutable,
»Bueno, más libre. Puedes igualmente,
»Continuar en ser justo, o ser culpable:
»En ti sólo consiste, único dueño
»De tu voluntad eres: el empeño
»De todo lo criado, el más ardiente,
»Fuera para forzarla insuficiente.
»Del hado aun tiene menos dependencia,
»Pues no hay otro hado que la Providencia,
»Y de ésta los decretos inmortales
»Nunca violentan a los racionales.
»¿Y qué valor tendría una forzada
»Docilidad debida a la impotencia?
»Jamás adora meritoriamente
»A Dios el que no puede libremente
»Ofenderle: de modo que arriesgada
»Está siempre a pecar la criatura,
»Hasta que habiendo el premio merecido,
»En el tiempo por Dios establecido,
»Sea en eterna gracia confirmada.
»Tal es tu suerte actual, tal la futura,
»Y el decreto del Cielo, y tal ha sido
»La nuestra: aunque nacimos en la altura
»De los Cielos, igual prueba pasamos,
»Antes de estar seguros, como estamos.
»¡Y cuántos de los nuestros no perdieron
»Su dicha, por el mal uso que hicieron
»De aquella libertad! Alucinados
»Por su orgullo, pudiendo ser leales,
»Fueron rebeldes; y precipitados
»En un abismo de perpetuos males,
»Gimen. ¡Oh desgraciada rebeldía!
»¡Cuán distinto destino hubiera sido
»El suyo, si no hubieran delinquido!
»Aprende de su suerte desgraciada;
»Imítanos, no imites su osadía. »
»¡Hijo del Cielo, dice reverente
»El padre de los hombres; de qué ardiente
»Fervor el alma siento penetrada
»Al oír de tu boca esa sagrada
»Instrucción! ¡Con qué gusto la recibo!
»No experimenté nunca otro tan vivo,
»Aun cuando en medio de la silenciosa
»Noche, llegó a mi oído la armoniosa
»Música de los coros celestiales.
»Sabia las verdades principales
»Que me has dicho; mas ¡Cuánto no ha aclarado
»Tu explicación divina lo que había
»De oscuro en mis ideas, y movía
»Mil interiores dudas! Enterado
»Quedo, pues, de que obramos libremente
»En todo cuanto hacemos o deseamos;
»Y por lo mismo que nos encontramos
»En esta situación independiente
»Y feliz, ¿no es muy justo que observemos
»La ley del Dios a quien se la debemos?
»Sí: me ofrezco a observarla exactamente;
»Mas la noticia de esa rebeldía,
»Sucedida en el Cielo, me ha inquietado,
»Y si a bien lo tuvieses, desearía
»Con detalle saber lo que ha pasado;
»Quiénes han delinquido,
»Cuáles sus culpas y castigo han sido.
»Tiempo hay, porque del sol la ardiente esfera
»Poco hace que ha mediado su carrera.
»Dígnate, pues, benigno, de informarnos
»De lo que tanto debe interesarnos. »
Rafael a esta súplica, un instante
Suspenso, de este modo le contesta:
»¡Oh padre de los hombres! ¡Qué funesta
Memoria me propones que renueve!
»¿Cómo de tal asunto, tan distante,
»De vuestro corto alcance, podré daros
»Aun la menor idea, aunque me pruebe
»A acomodarle a vuestras corporales
Imágenes, o cómo he de explicaros
Las discordias crueles, las horribles
Batallas de los campos eternales,
A la imaginación incomprensibles?
»¿Y podré acaso, sin dolor, contaros
»La súbita caída lamentable
»De aquella muchedumbre innumerable
»De Ángeles, antes puros y gloriosos?
»¿Me será permitido
»Sacar de las tinieblas del profundo
»Secreto los sucesos prodigiosos
»De un invisible mundo,
»Para vosotros aun, desconocido?
»Si: todo ceder debe a vuestra urgente
»Utilidad. Sabréis, por lo que os cuente,
»Lo que es la ira de Dios; y los pecados
»Del Cielo justamente castigados
»Serán una lección muy conducente
»Para vosotros. No extrañéis, os ruego,
»Que al pintaros, un cuadro de la guerra
»De los Cielos, me valga desde luego
»De colores tomados de la tierra:
»Además de que no fuera posible
»Que con otros os fuese inteligible,
»Sabed que en muchas cosas vuestro suelo
»Es una imagen material del Cielo.
»Dios no había criado todavía
»Este mundo que veis; el caos horrendo,
»De la fúnebre noche en compañía,
»Cual Monarca supremo poseyendo
»Estaba este lugar, en que ahora vemos
»Los orbes todos rápidos rodando,
»Y en el éter su peso equilibrando;
»Cuando un día... (En el Cielo conocemos
»También la distinción de cada día,
»Sino que al anual curso le arreglamos
»De las estrellas, y un día llamamos
»Al año vuestro.) En el que yo os decía,
»Por orden del Eterno, con pomposa,
»Marcha desde los cuatro cardinales,
»Puntos del orbe, a su presencia vienen,
»Por la extensión del éter espaciosa,
»Formadas las milicias celestiales
»En apretadas filas y en hileras
»Sin término: sus Jefes, según tienen
»El grado, de su mando las señales
»Ostentan. Los pendones, las banderas,
»Los estandartes por el aire ondeando,
»Y entre selvas de picas dominando,
»En su color diverso, y sus empresas,
»El número, la clase y distinciones
»Designan de los varios batallones.
»Las pruebas de lealtad también impresas
»Se ven en ellas, que cada uno ha dado,
»Emblemas que interpretan, elocuentes
»En su mudo lenguaje, los ardientes
»Afectos de sus puros corazones
»Para el Criador, que así los ha ensalzado,
»Alrededor del trono majestuoso
»De su Dios, con respeto silencioso,
»Se apiñan los inmensos escuadrones,
»Círculo sobre círculo formando,
»En uno incalculable terminando.
»Sentado está a su diestra su glorioso
»Hijo en el mismo trono, cuyo vivo
»Resplandor, fulminando cara a cara,
»El celeste concurso no pudiera
»Sufrir sin perecer, si su excesivo
»Brillo el Monarca eterno no cubriera
»De un velo que su efecto moderara:
»Desde aquel invisible monte ardiente
»Así se oyó su voz omnipotente:
«¡Ángeles, hijos del resplandor puro
De los Cielos, Virtudes, Potestades,
Tronos, Dominaciones, herederos
De mis felicidades,
Oíd! ¡Escuchad todo lo que juro,
Mi irrevocable ley, y los primeros
Sed en obedecerla! Hoy ha nacido,
En este día eterno, este glorioso
Hijo de mí: es el único: es mi ungido
Divino Verbo Todopoderoso.
Yo, yo mismo el diadema en su cabeza
Colocando, proclamo su grandeza.
Quiero que a mi derecha, en mi real silla,
Todo el Cielo le doble la rodilla,
Que como a mí le adore y le respete.
Los que le sirvan, súbditos leales,
Gozarán mis favores inmortales;
Mas todo el que a esta ley no se sujete,
Me ultraja, es un rebelde declarado,
Perturbador del Cielo, y enemigo
De mi Imperio sagrado:
Como a tal le maldigo;
Por la eternidad toda le destierro
De esta mansión augusta, deliciosa,
De la dicha y la paz: precipitado
De ella, caerá al momento en el encierro
Más negro del abismo, en donde sea
Víctima de mi eterna y espantosa
Venganza, y de su pena el fin no vea.
»Al oír estas solemnes
»Palabras, Querubines, Serafines,
»Todos llenos de gozo, en los confines
»Del Cielo, con perennes
»Hosannas, al Rey nuevo celebraron.
»Mas por desgracia algunos no faltaron
»Que, soberbios, de envidia consumidos,
»Se dieron entre sí por ofendidos:
»No obstante, en lo exterior disimularon.
»Y todo aquel festivo y fausto día,
»Con general concordia y armonía,
»En dulces cantos, en alegres danzas
»Y en conciertos pasó, como acaece
»Cuando una real celebridad se ofrece:
»Las agradables rápidas mudanzas
»De aquellos bailes, aunque con distinto
»Mérito superior, eran iguales,
»En el enlace vario, al laberinto
»Majestuoso que forman enredadas
»Entre sí las esferas celestiales,
»Que unidas o apartadas,
»Sin arreglo ninguno en la apariencia,
»Subiendo sin cesar o descendiendo,
»Rectas marchando o círculos haciendo;
»Fieles al orden que la providencia
»Divina ha establecido en su carrera,
»Al que el fin de sus giros considera
»Profundamente, de tan ordenado
»Bello desorden dejan hechizado.
»Concierto eterno que el respeto inspira,
»Y el pasmo para el ser de cuya ciencia
»Tiene su origen tal magnificencia,
»Y que su mismo autor con placer mira.
»Llegó la noche; (que también los Cielos
»Ven extenderse sus oscuros velos
»Por turno, y no carecen de su aurora:
»No porque allí esta varía
»Revolución nos sea necesaria,
»Sino por disfrutar la encantadora
»Pompa del espectáculo movible,
»Prodigioso de todo lo visible.)
»Aquella noche, pues, un delicioso
»Banquete reunió todo el numeroso
»Concurso: en platos de oro la ambrosía
»Por las suntuosas mesas discurría,
»Y el néctar en rubíes rutilante
»Espumaba en los vasos de diamante.
»Con la copa en la mano, coronados
»De flores, sobre flores recostados,
»Todos en amorosa compañía,
»Beben la eterna vida y la alegría.
»Dios mismo de su gozo participa,
»Y pródigo a inundarlos se anticipa
»De un placer, tanto más puro y perfecto,
»Cuanto exceso no admite, ni defecto.
»Pero ya en esto, de la excelsa altura
»De aquel divino monte, que derrama
»La luz del día, cual la sombra oscura,
»El crepúsculo suave va cubriendo
»La fulminante llama,
»Y sus sombríos tintes esparciendo;
»Velo ligero que en aquel hermoso
»País la noche aclara,
»De tal modo, que casi se dudara
»Si aun es de día. Bajo aquel umbroso
»Y plácido vapor, su soporoso
»Bálsamo, el blando sueño introducía
»En nuestros ojos. Todo se dormía,
»Excepto aquel de cuya vigilante
»Vista depende el orbe en todo instante.
»Al pie del monte santo, una llanura
»Inmensa corre, que aunque se extendiera
»A nivel aplanada, vuestra esfera
»No igualaría: en ella la frescura
»Mantiene siempre el río de la vida:
»Que la atraviesa. Sobre su florida
»Dilatada ribera,
»Por orden los diversos batallones,
»Para pasar la noche, desplegaron
»Soberbias tiendas, ricos pabellones:
»Dentro de ellos, sirviéndoles de arrullo
»De los céfiros suaves el murmullo,
»Del sueño al dulce olvido se entregaron.
»Sólo aquellos velando se quedaron
»Que al pie del trono del Eterno hacían
»Guardia incesante, atentos esperando
»Sus órdenes, y alegres repartían
»La noche en varios coros divididos;
»Sus pechos encendidos,
»Con amorosos himnos desahogando.
»¡Bien distinta es la causa del desvelo
»Del fiero Satanás! (que ya en el Cielo
»No se le da otro nombre desde el día
»En que cayó, y de Dios en la presencia,
»Jamás el primer nombre que tenía
»Pronunciar se permite.) ¡Cuán diverso
»Objeto lo despierta, y cuán perverso!
»Contra aquel lugar santo, una violencia
»Atroz fragua en su pecho rencoroso.
»Hasta entonces del Todopoderoso
»Favorito, la envidia lo consume
»Secretamente al ver su Hijo divino,
»A quien profesa un odio el más ferino,
»Elevado sobre él. Loco, presume
»Que a él solo el alto trono se debía,
»Y a cada honor con que el Señor decora
»Al heredero de su monarquía,
»La rabia cruel su corazón devora.
»Por último resuelve, aprovechando
»De la noche el silencio, retirarse
»Con todas las escuadras de su mando,
»Y otras que recogiese astutamente,
»A un paraje remoto, y ocuparse
»En seducirlas, e interinamente
»Desairar al Señor con una ausencia
»Que aguaba la alegría de la fiesta,
»Y mostrar a su nuevo Soberano
»Su desprecio, hasta tanto que dispuesta
»La turba, que trajera a su obediencia,
»Estuviese a abrazar su empeño, insano.
»Con este intento astuto se endereza
»Al subalterno superior en grado
»Que se le sigue, y tienta su flaqueza.
«¿Duermes, le dice, camarada amado?
¿Ignoras el dolor que al despertarte
De ese cobarde sueño ha de asaltarte?
¿Duermes? ¿Olvidas ese vergonzoso
Decreto que dio ayer el poderoso
Rey del Cielo, del cual fuisteis testigo,
Decreto en que nos cabe tanta parte
A nosotros? Tu bien sabes que un amigo
En mi has tenido siempre, que igualmente
Te he abierto los secretos de mi mente
Con la propia amistad, y que con celo
Por ti me he desvelado muchas veces,
Y con todo ¿te entregas sin recelo
Al sueño en este lance, y no te ofreces
Con tus sabios consejos a ayudarme?
Puesto que nuevas leyes nos imponen,
¿No es justo examinar si éstas se oponen
A los derechos que hemos poseído
Siempre? Fuera imprudencia el explicarme
Más claro en un asunto decidido,
Y en un puesto como éste. Ve al momento:
A los jefes despierta: mis guerreras
Huestes recoge bajo sus banderas:
Diles que orden de Dios he recibido
Que nos manda poner en movimiento
Para el campo del Norte: allí debemos
Estar mañana, para cuando venga
Ese Hijo suyo, que con cetro en mano
Quiere hacer ver su nuevo Soberano,
A nuestras tropas. Luego que lleguemos,
Podremos disponer lo que convenga,
Para que en su triunfal marcha gloriosa
Se le hagan los honores que merece.
»Apenas acabó, desaparece
»El subalterno Jefe, seducido
»Por su pérfida arenga sediciosa,
»Volando a trasladar lo prevenido
»De uno a otro Jefe, a los que comunica
»La orden, sus reflexiones añadiendo
»Malignas, con que astutamente indica
»Su segunda intención, y recorriendo
»El celestial ejército, se aplica
»A despertar la envidia y el encono
»En unos; a otros, con soberbio tono
»A la venganza incita de su herida
»Dignidad, de éste excita la mudanza,
»Inspirándole miedo y desconfianza;
»De aquel, alienta la ambición dormida.
»Y logra al fin con sus falaces artes
»Se agreguen muchos a los estandartes
»Reales de Satanás, cuyo famoso
»Nombre, universalmente respetado,
»Ayuda, más que todo, a aquel odioso
»Proyecto. Su valor acreditado,
»De su celeste empleo la grandeza,
»Y su radiante rostro, que en belleza
»Al astro hermoso precursor del día,
»Y en brillo superaba, los tenía
»A todos hechizados, ¡Miserable!
»De aquel mismo lucero,
»De los nocturnos astros el primero,
»Que en resplandor a todos excedía,
»El nombre tuvo, hasta la lamentable
»Época en que perdió toda su dicha.
»Tal impresión sus artes, por desdicha,
»En los guerreros crédulos hicieron,
»Que una tercera parte sedujeron
»Del celestial ejército. Validos
»De la noche, con él se desertaron.
»Mas, aunque de las sombras protegidos,
»Su vergonzosa fuga no ocultaron
»A aquel Dios cuya vista penetrante,
»Claro u oscuro, próximo o distante,
»Todo lo abraza, y lee abiertamente ,
»En lo más interior de toda mente.
»Del Monte sacro que entre resplandores
»Habita, en que de noche, suspendidas
»Las lámparas eternas, sus fulgores
»Clarísimos esparcen encendidas,
»Sin que las necesite, ha distinguido
»La fuga: los intentos que ha tenido
»Cada uno en ella: el norte rebelado;
»Y el brillante hemisferio
»Del Oriente con ligas infestado.
»Y con dulce sonrisa, dirigido
»A su Hijo, dice: «¡Apoyo de mi Imperio!
¡Tú, en quien yo resplandezco enteramente!
Tú, el heredero eterno de mi trono
Antiguo, es tiempo de que castiguemos
Esa turba insolente,
Y la quietud del Cielo aseguremos.
Satanás, arrastrado de su encono
Y ambición inhumana,
Pretende, hollando nuestra soberana
Majestad, elevar independiente
Su solio a par del nuestro, en la eminente
Montaña, en que un palacio ya ha erigido.
Tomemos pues, contra ese temerario
Las medidas que exige su atrevido
Proyecto: defendamos el santuario,
Nuestros derechos, esa bienhadada
Tierra, a los escogidos destinada,
Y el mismo augusto monte, en que te he ungido. »
»Sosegado, sereno, rebosando
»Resplandores divinos, cual glorioso
»Triunfador que de lauro belicoso
»Está ya la victoria coronando,
»El Hijo Eterno al Padre así responde:
«¡Cuán bien el desdén tuyo corresponda
Al endeble enemigo que se atreve
A ofendernos! A mí, su saña fiera,
Me abre una nobílisima carrera.
Yo haré, que sepa en breve
Como de su Señor la fortaleza
Abate del soberbio la braveza,
Cómo reprimir sabe los malvados
Intentos de unos viles coligados,
Y si tu Hijo divino su luciente
Trono debe ceder a un insolente. »
»Entretanto, que esto dice, el furibundo
»General de las ordas rebeladas,
»Rápido va volando al infecundo
»Suelo que el Septentrión con sus heladas
»Manos siembra de nieves eternales.
»Con igual rapidez, los desleales
»Escuadrones le siguen, excediendo
»Mil veces su indecible muchedumbre
»A la de las estrellas cuya lumbre
»El firmamento aclara, a las arenas
»Que términos del mar su hervor horrendo
»Contienen, y al aljófar que la aurora
»Sobre la tierra compasiva llora,
»La aridez refrescando de sus venas.
»Atraviesa veloz con sus legiones,
»Mil estados diversos, mil regiones,
»En que reinan Monarcas poderosos,
»Príncipes, Potentados numerosos,
»Provincias de los Cielos dependientes;
»Con las cuales, vuestro orbe celebrado
»Y sus remotos climas diferentes
»Cotejados, serían lo que fuera
»El jardín en que estamos, limitado,
»Con la espaciosa esfera
»De todo lo visible comparado.
»Al polo llega al fin, de su potencia
»El centro. Allí, con toda la pomposa
»Ostentación de Real magnificencia,
»Cual un monte sobre otro establecido,
»Hacia el Cielo la cumbre alza orgullosa
»El enorme edificio construido
»Por Satanás, con sus piramidales
»Soberbias torres, que la nebulosa
»Altura dominando, y el espacio
»Inmenso del contorno, cual rivales
»De las que ostenta el celestial palacio
»Del Eterno, a distancia prodigiosa
»Se descubren, vestidas de brillantes
»Rubíes, esmeraldas y diamantes.
»Del orgullo funesto monumento,
»Lo había fabricado su insolencia,
»Por competir en la magnificencia
»Con aquel en que Dios tiene su asiento,
»La corte de su excelsa monarquía,
»En donde a su Hijo coronado había.
»Satanás, reunido su consejo,
»Con él consulta, al parecer perplejo.
»Ya sobre resolver a qué paraje
»Saldrán a recibir al Soberano
»Nuevo, ya sobre el culto y homenaje
»Que se le ha de rendir. Lo viene a mano
»Este pretexto, para dar un tiento
»Sobre su empresa a aquel ayuntamiento.
«¡Príncipes, dice, Tronos, Potestades!
Si estos dictados ya no son ociosos
Títulos, gracias a las novedades
Que ocurren desde la época en que, hollados
Nuestros fueros preciosos,
Nuestros justos derechos, y eclipsados,
Todos nuestros honores, ha subido
Al trono de los Cielos ese ungido
Hijo de Dios Eterno, ese perfecto
Ser, a quien todo debe estar sujeto:
De su severo Padre una imperiosa
Orden súbita, aquí nos ha traído,
Cansados en la noche tenebrosa,
¿Y a qué fin? A que alegres preparemos
La entrada a ese otro Rey que ya tenemos,
A aprontar el tributo que a su viaje
Aquí debe pagárselo, y rendirlo,
Cuando llegue, el usado vasallaje.
¡Dichosos si al salir a recibirle;
Al tributario humildes esos pechos
De invención nueva, contra los derechos.
Innatos, que tenemos; al postrarnos
A sus plantas, se digna de mirarnos!»
¿De dos cetros a un tiempo, en adelante
El peso sufriremos? ¿No es bastante
El que ya nos oprime? Levantaos
Contra tan inauditas novedades,
Nobles hijos del Cielo, y acordaos
Que, aunque en poder y rango diferentes,
También vosotros sois divinidades
Que todos los derechos consiguientes
A la Deidad, con Dios os son comunes,
Y por naturaleza estáis inmunes
De todo yugo duro o vergonzoso.
La noble libertad tolerar puede
De títulos y honores la existencia,
Y aun de algún Jefe la útil preeminencia,
Indispensable a un pueblo numeroso;
Pero, a un poder injusto jamás cede,
Y arde de indignación cuando la oprime
Un igual, o pretende sujetarla.
Fiel a un gobierno recto y moderado,
Sobre la igualdad pública fundado,
Con un esfuerzo intrépido se exime
Del déspota que intenta esclavizarla.
»Sus decretos opone ese tirano
A los derechos nuestros; ¿y que fuerza
Deben hacer a los que el juicio sano
Tienen como nosotros? No contento
Con usurpar el trono, ahora se esfuerza,
Persuadido de nuestro desaliento,
A que en su Hijo su imagen adoremos
Y otro nuevo tirano toleremos.
No será así verá con pesadumbre
Que estos vasallos a quienes intenta
Imponer una nueva servidumbre,
Nacidos para el mando, no hacen cuenta
De amenazas, y nunca envilecidos
Serán, o a un servil yugo reducidos.»
»Así habló Satanás, sin que allí hubiese,
»Quien a sacar la cara se atreviese,
»O a vengar a su Dios: todos callaron
»Y cobardes su causa abandonaron.
»Abdiel tan sólo, súbdito celoso,
»Defendió ardiente al Todopoderoso.
»Alzase, y con los ojos inflamados
»De una ira justa, a los degenerados
»Ángeles, y a aquel monstruo que enajena
»De Dios sus corazones, así truena:
«¡Oh maldad! ¡Oh blasfemia nunca, oída
En el Cielo! ¡Atentado parricida
De un ingrato, un traidor contra un piadoso
Señor, que de su excelso trono al lado,
Sin: mérito ninguno, le ha elevado!
¿Por dónde, de tu Dios, a ti te toca,
Pérfido sedicioso,
Tomar las sacras órdenes en boca?,
Si a su Hijo único manda que adoremos,
¿A gran dicha tenerlo no debemos?
¿No es Dios como su Padre? ¿Acaso piensas
Que a un igual tuyo, al darle culto, inciensas?
¡Insensato!... ¡Igual tuyo!... Ten sabido,
Que eres vasallo suyo, dependiente,
Y le debes servir rendidamente.
¿O habrás en tu soberbia presumido
Hacer vano el solemne juramento
Con que su Padre por tu rey le ha ungido,
Del Cielo y de ti mismo en la presencia?
¿Y cómo, tienes el atrevimiento
De meterte a juzgar de la sagrada
Autoridad de un Dios que la existencia
Te dio, y que sacó el Cielo de la nada;
Que para nuestro bien, a la manera
De un padre, en tales términos modera
Su gobierno, que al paso que gocemos
Nuestros derechos, de ellos no abusemos?
»¿Y a quién sino a él, delicias, dignidades,
Y toda especie de felicidades
Debemos? Lejos de que su grandeza
Se abata hasta ultrajarnos, se complace
En colmarnos de bienes y de honores.
Y liberal, participarnos hace
De su misma nobleza,
De sus propios divinos resplandores.
Y aun cuando cierto fuera,
Como afirmas con tanto magisterio,
Que nadie de un igual sufre el imperio,
¿Es tal de tu soberbia la ceguera,
Que a pesar de los títulos gloriosos
Que te ha dado el Señor pródigamente,
Y debieran saciar los ambiciosos
Deseos tuyos, llegue a lisonjearte
De que al Hijo de Dios omnipotente
Puedes de modo alguno compararte,
Cuanto más ser su igual? ¿A aquel sagrado
Verbo, por quien el Cielo fue criado
Con sólo una palabra; a quien debiste,
Como todos, el ser; en quien consiste,
Con otra, aniquilar cuanto ha formado?
Ángeles, tronos, todos lo debemos
Cuanto somos: ¿no es justo que alabemos
Su infinita bondad agradecidos?
Pues a esto se reducen los rendidos
Cultos que exige: en suma, a que le amemos;
Y lejos de ser esto una penosa
Esclavitud, ¿habrá otra más gloriosa
Felicidad? Por ella disfrutamos
De su misma grandeza: generoso
Divide con nosotros el gobierno,
Los bienes todos de su Imperio eterno,
De su mismo, poder participamos.
Dirían que no juzga ser dichoso,
Si con él a su lado no reinamos.
»Así el fiel Ángel, sin ningún recelo
»Los reprendió; pero su santo celo
»Nadie imita: los más, por el contrario,
»Le llaman indiscreto y temerario.
»En fin, Satanás triunfa, y con desprecio
»Así replica: «¡Ese esclavo vil y necio!
¿Conque fuimos criados, y el encargo
De criarnos fue dado a ese famoso
Hijo? ¡Descubrimiento bien precioso,
Por cierto! Pero dinos, sin embargo:
¿Por dónde de ese celestial secreto
Has logrado instruirte? ¿Con qué objeto,
Cuándo. Y por qué capricho, la potencia
De ese Dios nos ha dado la existencia?
Tú bien te acordarás; mas por mi parte,
No puedo yo dejar de asegurarte
Que ignoro que en el tiempo precedente
A nosotros, hubiese un ser viviente.
No es razón que con ese error desdores
A nuestros celestiales moradores.
Coetáneos de Dios, no le debimos,
El ser, y por nosotros existimos.
Cuándo hubo el fatal círculo acabado
De la suerte, y el punto destinado
Para nuestra existencia hubo, venido,
Con él nacimos. Celestiales entes,
Por nosotros los hemos adquirido
Los dotes que tenemos eminentes,
Y pronto haremos ver a esos rivales
Soberbios, si les somos desiguales
En valor, o si un amo conocemos.
Tú mismo, tu verás si nos valemos
De ruegos, para que ese Dios temible
Se aplaque, y si a pedirlo gracia vamos.
A su palacio, o bien de él lo arrancamos.
Llévale esta noticia, que sensible
Será a tu celo, y marcha presuroso,
Que estarte aquí sería peligroso.»
»Dice, y por todas partes un estruendo,
Suena confuso, cual de las airadas
»Olas contra las peñas estrelladas,
»El discurso sacrilegio aplaudiendo.
»Oye bramar Abdiel, sin alterarse,
»El ejército inmenso alborotado,
»Y aunque de todo el mundo amenazado,
»En ira ardiendo, así vuelve a explicarse:
«¡Oh corazón, que Dios ha maldecido,
Duro, cerrado ya al remordimiento,
A su justa sentencia presta oído!
Por mi boca se explica: ya el momento
Llega de tu castigo irremediable,
En que toda esa turba miserable,
Por tus viles astucias seducida,
Como cómplice, envuelta en tu caída,
Será al mismo suplicio condenada:
No te inquietes, cobarde sedicioso,
Del rango que en el Cielo ha de tocarte
Que nunca será aquélla tu morada.
Te quejabas de que un yugo penoso
Esa cerviz indómita oprimía;
Seguro está que vuelvas a quejarte
De él, que otro más terrible está dispuesto
Para que agobie tu cabeza impía.
En lugar de esa suerte que lamentas,
Cual velo sobre ti penden funesto
De una venganza eterna las tormentas.»
Sabes cómo Dios ama, sabrás presto
Cómo aborrece. ¡Tiembla! Su decoro
Le ha obligado a dejar el cetro de oro,
Y a tomar el de hierro. No paciente
Para sufrir, como hasta aquí ha sufrido,
Tanto insulto, que no se le ha escondido,
De tu audacia y de toda esta insolente
Turba, sí para hollar esa cabeza
Tuya obstinada, y quebrantar tu frente.
Mas sigo tu consejo: con presteza
Parto: no porque tema esa canalla
Revoltosa, ya a punto de batalla,
Sino porque los fuegos vengadores
Del Cielo, si llovieran de repente,
No me confundan con el delincuente.
¡Tiembla! ya Dios el rayo esta vibrando:
A soltar va la rienda a sus furores,
Y el corazón a la piedad cerrando,
Os hará ver, si no pudo criaros,
Como os jactáis, que puede aniquilaros. »
»Así habló Abdiel, entre la inicua gente
»Él sólo puro, el único inocente.
»Lleno de un valor noble y religioso,
»Atraviesa del pueblo sedicioso
»Las filas. Sus bravatas, su algazara,
»O desprecia sereno, o no repara,
»Y otras veces se vuelve, lastimado
»De su delirio, a ver si ya las fieras
»Llamas del Cielo, tiendas y banderas,
»Y el campo, a devorar han comenzado. »

LIBRO SEXTO.
SUMARIO.
CONTINÚA Rafael su narración. Refiere a Adán cómo Miguel y
Gabriel tuvieron orden de marchar el frente de los Ángeles buenos contra
las legiones rebeldes. Descripción del primer combate en el Cielo.
Satanás y sus legiones se retiran al favor de la noche. Junta éste un consejo,
inventa máquinas infernales, que en el combate siguiente causan
algún desorden en el ejército de Miguel, pero al fin los Ángeles buenos
arrancan y arrojan sobra ellas montes y riscos que las sepultan. Aumentándose
más y más el desorden, el Eterno envía a su Hijo, a quien estaba
reservado el honor de aquella victoria. Llega al campo de batalla, revestido
del poder de su Padre, y prohibiendo a sus Ángeles que tomen parte
en ella, avanza él sólo sobre su carro y se precipita, con el rayo en la
mano, sobre las legiones enemigas, que, desordena y destroza en el
momento; las persigue hasta la extremidad del Cielo y las precipita en el
fondo del abismo, que su Divina justicia les había preparado. Después
de éste triunfo vuelve el Mesías a su Padre.
«Por la espaciosa etérea llanura
»Siguió toda la noche su camino
»El intrépido Abdiel, raudo volando,
»Sin que intentase el enemigo bando
»Estorbarle. Por grados, ya la oscura
»Sombra al albor cedía matutino
»De la aurora, que abría presurosa,
»Con sus dedos de rosa,
»Al sol las puertas de oro del oriente.
»En el monte de Dios, una honda cueva
»Hay, cerca de su trono, desde donde,
»Alternativamente
»La noche sale, sin parar, o el día.
»Este esparce gozoso su luz nueva,
»Cuando la noche tímida se esconde
»En su seno, y la noche, cuando él entra,
»Por los aires su negro carro guía.
»Jamás el día con la noche encuentra,
»Al entrar ni al salir, pues sus dos puertas,
»Cuidan las Horas de tener abiertas,
»Y al paso que uno de ellos sale fuera
»Por la una, por la opuesta entra a carrera
»Huyendo su contrario. De este modo,
»La hermosa variedad completa todo
»El deleite del Cielo. Mas, ya ahora
»Con la temprana luz, que el Cielo dora,
»Ve Abdiel cubiertas todas las distantes
»Empíreas llanuras de banderas,
»Caballos, carros y armas fulminantes,
»Y reconoce al punto las guerreras
»Milicias celestiales ordenadas,
»Que vestidas de acero cristalino,
»Despedían centellas inflamadas,
»Relámpagos y fuegos, deslumbrando
»La vista, un mar de luz representando,
»Llegado aquel guerrero peregrino
»Al campo, como Dios todo sabía,
»De las noticias que él darle podía,
»Entre los Serafines se coloca,
»Puesto que en el ejército le toca,
»Allí, con entusiasmo recibido,
»Todos le aplauden, todos le rodean,
»De cerca al noble siervo ver desean
»Que fiel a su Señor, con encendido
»Celo, tales peligros ha arrostrado.
»Por un impulso general llevado
»Ante el Eterno trono, entre festivas
»Aclamaciones y gozosos vivas,
»Triunfante se presenta a su adorado
»Rey divino, y de en medio de la densa,
»Nube de oro, que templa de su inmensa,
»Luz los fulgores, una majestuosa
»Voz de este modo le habla cariñosa:
»¡Animo, amigo fiel de tu alto Dueño,
Animo! que has salido de tu empeño
De modo, que equivale a una victoria
Ilustre lo que has hecho. ¡Con qué aliento
No has sostenido mi Divina gloria!
Tu conducta ha de ser un monumento,
De tu constancia, eterno. Tú has sabido
Ser aun más que valiente;
A mil afrentas viles hacer frente,
Sin alterarte; afrentas tan crueles,
Que al tormento más duro han excedido,
Con mi aprobación sola satisfecho,
A los ultrajes has opuesto el pecho.
¡Ve pues, ahora, seguido de mis fieles
Guerreros, ve a domar esos furores
Que con tanta nobleza despreciaste,
De una turba de esclavos, conjurada
Contra su dueño! ¡ Lleva los terrores
Adónde los insultos encontraste!
¡Duro, la rebelión castiga osada
De esos ingratos, que mis sacras leyes
Desprecian, y no quieren por sus Reyes
Ni A mi Verbo, ni a mí! ¡Parte volando
También, bravo Miguel! ¡Tú, que constante
Con tal celo me sirves, toma el mando
De mis tropas, y oprime esa arrogante
Plebe! ¡La irresistible fuerza acabe
Lo que indultar en la bondad no cabe!
Y tú, Gabriel amado, a mis soldados
Haz que estas nuevas órdenes conozcan,
Y a Miguel por su Jefe reconozcan.
¡Id, por mi justa cólera guiados,
¡No haya paz, no haya tregua, ni indulgencia
Para esos fementidos conjurados
¡Castigad, confundid sus delincuentes
Tramas, armad los brazos vengadores
De fuego y hierro! ¡todos los rigores
Prueben de mi justicia, la violencia
De un Dios airado, ya que mis clementes
Bondades despreciaron! ¡Arrojadlos
De los fines del Cielo! ¡Despojadlos
De la felicidad Ya la sentencia
Se ha pronunciada. El Caos tiene abierta
Para admitirlos, sus eternas puertas,
Y el Infierno sus bocas insaciables,
Aguardando esas víctimas culpables. »
»Apenas habla, nubes tenebrosas
»El santo monte esconden, torbellinos
»Furiosos braman, y columnas de humo,
»Mezcladas con ardientes remolinos
»De llamas, lo rodean. Espantosas
»Señales de que la ira del Dios sumo
»Se ha despertado. No menos horrible,
»Atruena los contornos invisible
»La etérea trompeta. A sus acentos,
»Y al compás de celestes instrumentos,
»Del eterno los fieros escuadrones,
»Ordenados siguiendo sus pendones,
»En silencio profundo van marchando,
»La guerra y la venganza respirando.
»Los Jefes, por las filas discurriendo,
»Con el desnudo acero dirigiendo
»La concertada marcha, en la brillante
»Armadura, en el aire y fulminante
»Vista, parecen Dioses que han tomado
»Las armas por un Dios mas elevado:
»¡Por el Mesías! Nada su divino,
»Ardor puede estorbar en el camino.
»Montes, peñascos, ríos, encrespadas
»Olas del vasto mar alborotado,
»Simas profundas, selvas dilatadas,
»Mundos enteros, todo lo superan,
»Nada rompe sus filas arregladas.
»Ni el viento ni el relámpago pudieran
»La presteza igualar del fiero vuelo
»Con que se avanzan, sin tocar al suelo
»Tal, para darte idea, los alados
»Pueblos en escuadrones separados,
»A tu presencia el vuelo dirigieron,
»Cuando a que los nombrases acudieron.
»Conforme del Empíreo se alejan,
»Con vuelo infatigable
»Los celestes guerreros, atrás dejan,
»Una multitud varia, innumerable,
»De provincias, de reinos y de estados,
»Que si con vuestra tierra comparados
»Fuesen, ésta con toda su atmósfera,
»Junto al menor, pequeña pareciera.
»En fin al horizonte, ven delante,
»Por la parte del norte, una llanura,
»Que a lo lejos figura
»Un vasto mar de fuego coruscante.
»Conforme se aproximan, admirados
»Ven una mies de hierro de afilados
»Dardos, un bosque inmenso entretejido,
»De banderas, escudos y morriones,
»Cuyo vario grabado colorido
»Mostraba del orgullo los blasones.
»A Satanás, al enemigo osado
»De Dios conocen, que con su malvado,
»Ejército a ellos viene dirigido,
»Proyectando asaltar el mismo día
»El monte santo, y a su Eterno dueño
»Usurparla celeste monarquía:
»Tal de aquel temerario era el empeño.
»¡Proyecto vano! Presto a sus expensas
»Reconocieron el y sus inmensas
»Legiones que era un necio infausto sueño.
»Nosotros, por el pronto penetrados
»De honor profundo, el paso detuvimos,
»Al ver contra el Señor el detestable
»Delirio de aquel pueblo innumerable,
»Los Ángeles contra Ángeles armados,
»El Cielo contra el Cielo: los que fuimos,
»Hasta entonces hermanos, reputados
»Hijos de un común padre, que dichosos,
»De unos mismos derechos disfrutando,
»En un mismo banquete, la ambrosía
»Y el néctar, embriagados de alegría,
»Saboreamos unidos, amorosos,
»Y fraternales himnos acordando
»Con las sonoras liras, ensalzando
»Al Dios, que nos hacía venturosos,
»¡Divididos, armados, implacables,
»Hacernos guerra! ¡Pero se ha acabada
»Aquel tiempo feliz! Ahora, con vario
»Horrendo tono, gritos espantables,
»De rabia suenan de uno y otro lado.
»Al centro del ejército contrario,
»Sobre un carro que al sol en lo brillante
»Disputa, con terrible y majestuosa
»Presencia, en pie aparece el arrogante
»Satanás: una nube luminosa
»De fieros Querubines le rodea,
»Que armada de oro puro, centellea.
»Al suelo salta furibundo al vernos,
»Y ordena todo para acometernos.
»Ambas huestes están ya cara a cara,
»Un estrecho intervalo las separa:
»¡Intervalo terrible,
»Que hace el próximo encuentro más horrible
»A la imaginación. Entrambas frentes
»En líneas sin término seguidas,
»A modo de dos muros relucientes,
»El Cielo inmenso ocupan extendidas,
»Los aceros calando,
»Y una a otra con la vista amenazando.
»Antes que la señal de la batalla
»Se dé, cual torre enorme que a un violento
»Terremoto con torpe movimiento
»Se agita, Satanás se avanza al frente
»De sus legiones. Una fina malla
»Le cubre todo, de resplandeciente
»Oro, topacios, perlas, encarnados
»Rubíes, y diamantes, hermanados
»Con arte primoroso.
»Sufrir no puede Abdiel el orgulloso
»Aire de su rival. Hacia él se avanza,
»Blandiendo fiero la acerada lanza,
»Y a pesar suyo, al ver su majestuoso
»Semblante, sorprendido,
»De esta manera exclama enfurecido:
»¡Qué es lo que veo, Dios eterno y justo?
¡Cómo puede aun brillar tu sello augusto
En esa frente, en donde la insolencia
Ha ocupado el lugar de la inocencia!
¡Cómo puede el delito revestirse
De ese porte divino!
Pero de esas reliquias del destino,
Que antes gozó, no tiene que aplaudirse.
En vano su soberbia endurecida
Le hace alzar tan osado la cabeza.
Ya que de él la razón no ha sido oída,
De mi brazo, tal vez, la fortaleza
Le hará otro efecto. Tengo de mi parte
La justicia, ¡oh mi Dios! y has de dignarte
También de concederme la victoria.
Con ambas cosas, es cierta mi gloria,
Y el temerario, por mis pies hollado,
Conocerá, de rabia devorado,
Lo que es la fuerza, a la justicia unida. »
»Esto dicho al Arcángel, que al mirarle,
»Renovando la furia concebida
»En la anterior disputa, va a encontrarle,
»Se acerca, y de este modo le provoca:
»¡Conque te vuelvo a hallar, vil sedicioso!
En vano, alucinado por tu loca
Presunción, en tus fuerzas confiabas,
Y en tu elocuencia: en vano esperanzabas
Al Cielo seducir con tu engañoso
Proyecto, o de tu Dios hollar la corte
Indefensa. ¿Pensabas que en el Norte
Sin saberlo él, tus tramas urdirías,
Y fácilmente le sorprenderías?
¡Estúpido! ¿Y a quién? A aquel terrible
Dios, a quien ocultarse es imposible,
A quien todo lo ve, lo considera,
Que es dueño en un momento, según quiera,
De producir ejércitos enteros
En número mayor que los guerreros
Que tú cuentas, o de una sola ojeada,
Si por sí se bajase a combatirte,
Cual te sacó primero de la nada,
A la nada de nuevo reducirte,
A ti, tus armas, carros, y bridones,
Banderas, y soberbios escuadrones,
O sepultaros en la noche eterna.
Ya ves que seducir no has conseguido
A todos: que no falta quien discierna,
No obstante tu malvada hipocresía,
Tus funestas astucias: que ha tenido
Tu Dios vasallos nobles que fielmente
Su causa abracen. Poco lo creía
Esa orgullosa turba de villanos,
De su número ufanos,
Ni tú el primero, cuando con ardiente
Celo, solo y sin miedo, os hice frente.
La época de cumplirse ya ha llegado
Los males que yo os he pronosticado,
Y en que vas, aunque tarde, a costa tuya
A aprender, sin que el día se concluya,
Que el sabio a la razón debe agregarse,
Aunque a la multitud vea extraviarse.
Está bien, ¡Serafín desconocido!
¡Pero infeliz de ti!, -replica fiero
Satanás: -estoy muy agradecido
A tu vuelta: con eso, tú el primero
Espiarás tu audacia; tú que, fuiste
El que en aquel senado majestuoso
De tantos Dioses, solo te atreviste
A levantar el grito sedicioso.
¿A qué hablas de amos ni de omnipotentes?
Tales bajezas no reconocemos
Mis guerreros ni yo: como valientes
Nuestros sacros derechos sostendremos:
Sí: contra vuestro Dios, contra vosotros.
Mas celebro, repito, que a nosotros
Vuelvas: una esperanza, según veo,
Lisonjera, tu aliento ha despertado.
Sin duda habrás contado
Conseguir de mis ruinas un trofeo.
Acércate, cobarde fugitivo,
Acércate; que sepan mis rivales
Por ti, con qué agasajo a sus iguales
En mi campo recibo.
Antes, con todo, porque no se queje,
Ni tú, ni otro cual tú, de que te deje
Sin respuesta formal, por un momento
Dilato el castigar tu atrevimiento.
Lo confieso, hasta ahora yo creía,
Perdona mi altivez, que consistía
En la libertad sola nuestra dicha
Celeste; pero veo, por desdicha,
Que ese Dios sujetar ha conseguido
A una esclavitud dura y vergonzosa
La parte, a la verdad, más numerosa,
Mas también la más vil, de todo el Cielo.
Rebaño a la bajeza reducido,
¿Qué premio os da por vuestro humilde celo?
Insípidos placeres, y canciones,
Son vuestra ocupación, vuestras virtudes;
El manejo de liras y laúdes,
Vuestras evoluciones
Militares. Así tiene pagado
Un ejército entero de cantores,
O por mejor decir, de aduladores
Eternos, a ensalzarle destinado
Ven, pues, con esa valerosa gente
A embestirnos; verás cómo mis bravos
Guerreros os enseñan prontamente
La diferencia que hay de los esclavos
De un déspota, al aliento belicoso
De un pueblo libre, fiero y generoso.
-Tú sí, responde Abdiel, -tú sí que debes
Avergonzarte de la vil cadena
Que arrastras: tú, que de la odiosa,
Soberbia eres esclavo, y que te atreves
De bajeza a graduar la más gloriosa
Obligación. Tu injuria, a boca llena,
Como, por Dios, también es rechazada
Por la naturaleza horrorizada:
Ambos dicen que debe estar sujeto
Todo viviente al ser el más perfecto,
Y obedeciendo a la naturaleza,
Sé que a Dios obedezco. La grandeza
De Dios y su bondad son imperiosos
Títulos, que el respeto
Y la obediencia exigen; aunque fuera
Un hado ciego, como blasfemaste,
Yo sus decretos todopoderosos,
El que a todos nosotros el ser diera,
Aquel Dios, y no el hado que inventaste,
Siendo el primero en la sabiduría,
También en el poder serlo debía
«¡Hablas de servidumbre! ¿Y quién es siervo,
Sino el que escoge un amo tan protervo
Cómo él? ¿El que desleal, abandonando
A su dueño, insultando
A su bondad, emplea aquel talento
Que le debe, cual lo haces tú al presente,
En ser de la maldad el instrumento?
¿Que eres tu mismo mas que un miserable
Esclavo de la envidia detestable
Que el bien que perder te hizo tu insolente
Soberbia en tu interior ha producido?
¡Calumniador blasfemo! de esa fiera
Lengua infernal los ímpetus modera:
Ve a reinar al abismo: él es tu nido.
El Cielo es para Dios, y su divina
Protección basta para que triunfemos,
Y a ti, y toda esa turba sujetemos
A las duras cadenas que os destina.
Para Satanás son, como el glorioso
Imperio para el Todopoderoso.
Cobarde fugitivo me has llamado,
Dándome de valor sabias lecciones;
Aprovecharlas quiero, y de contado
A mi maestro traigo apuestos dones.»
»Al decir esto, su terrible espada
»Cae cual rayo sobre el reluciente
»Morrión de Satanás rápidamente,
»Y junta al pecho su cabeza osada.
»Ni la vista, ni el mismo pensamiento,
»Aun menos el broquel, podido hubiera
»Precaver la presteza del violento
»Golpe, que le aturdió de tal manera,
»Que después que diez pasos sin sentido,
»Retrocedió, en el suelo arrodillado,
»Cayera totalmente, sí en su lanza
»Enorme no se hubiera sostenido.
»Tal un erguido monte, a la pujanza
»De un terremoto súbito, que un lado
»De sus hondos cimientos ha arrancado,
»Cae hacia, aquella parte con estruendo,
»A medias en sus ruinas envolviendo
»Los árboles robustos, que poblaban
»Sus faldas, y su cumbre coronaban.
»Los rebeldes se turban al mirarle
»De aquel modo; mas luego aquella afrenta
»Del Jefe principal, su rabia aumenta,
»Y acuden presurosos a librarle.
»De los nuestros se ven en los semblantes,
»En el aire, y los ojos fulminantes,
»Los ardientes deseos de la gloria,
»La ansia de combatir: presto el gozoso
»Clamor de la esperanza belicoso,
»Pronóstico infalible de victoria
»La señal pide: la trompeta suena
»Por orden de Miguel, y el aire atruena
»El hosanna triunfal de boca en boca.
»Con el mismo valor, pero espantando
»Con su tristeza y su mirar furioso
»El enemigo ejército, cortando,
»Rápido el aire, con el nuestro choca.
»Retumba el vasto espacio al tumultuoso
»Combate, con clamores formidables,
»Con estruendo cual nunca se había oído
»En los campos del Cielo deleitables,
»Hasta aquel día, y tiembla estremecido
»El universo todo. A la manera
»De un fuego subterráneo, que escondido,
»A un tiempo dos volcanes encendiera,
»Un furor mismo inflama
»Entrambos campos, con horrible llama;
»Densas nubes de flechas abrasadas
»Silbando suben rápidas, y luego,
»Sobre los combatientes apiñadas
»Lloviendo, forman sobre su cabeza
»Una horrorosa bóveda de fuego
»Trémula gime la naturaleza,
»Y con sordo bramido,
»Responde el hondo abismo conmovido,
»Si vuestra tierra entonces existiera,
»Al eco solo, perecido hubiera.
»¿Y habría de esto que admirarse acaso,
»Al encuentro, al horrísono fracaso
»De miles de millones de furiosos
»Ángeles entre sí, tan poderosos,
»Que uno solo bastaba, si quisiese,
»Para arrojar veloz del firmamento
»Cualquiera de esos orbes luminosos,
»Con tan fácil impulso por el viento,
»Cual si una leve piedra o dardo fuese?
»¿Y qué destrozo, en la naturaleza
»Ya turbada, no hubiera producido
»Al cabo, del combate la braveza?
»¡Qué desorden, qué horribles convulsiones
»No hubieran agitado, aun las regiones
»Del Cielo, si el Señor compadecido,
»A tal horror un término no diera!
»¿Y quién sino él ponérselo pudiera?
»Cada escuadra es allí una innumerable
»Hueste: equivale a un escuadrón entero
»Cada Jefe: cada ínfimo guerrero
»Es un Jefe completo: es suficiente
»Cualquiera a gobernar con admirable
»Ciencia las maniobras complicadas
»De un ejército inmenso; sabiamente
»Formar, o desplegar las apretadas
»Y móviles columnas, de mil modos;
»Abrir, cerrar, o dilatar ligeras,
»Con táctica acertada, las hileras,
»Y dirigir los movimientos todos,
»Necesarios al arte de la guerra.
»Una alma, un solo espíritu se encierra
»En cada cual de entrambos belicosos
»Ejércitos, un solo y mismo aliento:
»Cada uno arregla, y pone en movimiento
»Ordenado sus cuerpos numerosos.
»En ellos, el terror no halla cabida
»Ni el cobarde abatido pensamiento.
»Firme en su puesto, cada cual olvida
»Intrépido el peligro, y no dejara
»De sostenerlo, aunque se desplomara
»Sobre él el orbe, cual si consistiera
»Sólo en su esfuerzo la batalla fiera
»¡Cuántas hazañas, dignas de memoria
»Eterna, en aquel campo se perdieron,
»Entre la muchedumbre confundidas!
»Ni de aquellas que más sobresalieron:
»Te hará yo ahora la prolija historia.
»Te dije en general, que enardecidas
»Las tropas, ya estribando
»En el sólido suelo, combatían
»De pie firme; ya rápidas volando
»Al través de los aires cristalinos, :
»Oscuras como negros torbellinos,
»O espantosas tormentas, se embestían
»Con fuerza imponderable.
»Al oír el ruido horrible, a la implacable
»Rabia de ambos ejércitos, dirían
»Que la mitad del universo ardiendo,
»A la otra media, igualmente abrasada.
»Estaba con furor acometiendo.
»Fluctuaba, en la batalla encarnizada,
»Aun la victoria, cuando el orgulloso
»Satanás, que se había señalado
»Con hechos a cual más maravilloso,
»Sin que hasta entonces nadie a su pujanza
»Hubiese resistido, ve admirado,
»En medio de sus tropas, un guerrero
»Que, haciendo en ellas un estrago fiero,
»Ancha calle se abría. Hacia él se avanza:
»Era Miguel, que con furor horrendo,
»Con la misma presteza
»Que un rayo, baja, sube, deshaciendo
»A cada golpe de su enorme lanza
»Un batallón, entero.
»A ella, Satanás cauto, la firmeza
»Opone de su escudo fulminante,
»Tres veces guarnecido de diamante.
»Miguel a su llegada, su guerrero
»Furor suspende. A un golpe solo espera
»Aquella guerra concluir, hollando
»El fiero Jefe del contrario bando,
»Y de cualquier manera
»Encadenarle, con lo que tendrían
»Fin los males que al Cielo destruían
»Dándole, pues, una siniestra ojeada,
»Así confunde su soberbia osada:
«¡Ángel del mal, autor de una sangrienta
Guerra que nunca ha sido conocida
De la paz sempiterna en la morada;
Guerra funesta al Cielo, a Dios odiosa,
Cuyos males, que ya no tienen cuenta,
Todos caerán sobre tu fementida
Cabeza! Sólo tú, la deliciosa
Tranquilidad de nuestra venturosa
Patria con tus infamias has turbado.
Tú, la naturaleza has afligido,
Y en su inocente seno has derramado,
Un enjambre mortífero de males.
Tú, un número infinito de leales
Siervos, a tu Señor desconocido,
En enemigos suyos has trocado,
Sus corazones de pureza llenos
Inficionando atroz, con los venenos
De la malicia que en el tuyo anida.
»¡Parte! En vano quisieras en el Cielo,
Ver la fraternal guerra repetida.
Dios, para siempre, de sus apacibles
Regiones te destierra, de este suelo,
Que habitan la concordia y el consuelo,
Y contigo destierra la furiosa
Discordia, las horribles
Y sordas tramas, las conspiraciones,
Y hasta el rastro menor de tus traiciones.
¡Parte! ¡Lleva contigo a tu espantosa
Cárcel todos los malos y delitos,
Y esa inmensa familia de proscritos!
El Infierno está pronto a recogeros.
¡Corre! Allá, entre sus llamas y terrores,
Podréis a vuestro espacio entreteneros
En oír los formidables
Gritos de la discordia, y los furores
Para vuestros oídos agradables.
¡Marcha! antes que de un bote de mi lanza
Te destroce, o que Dios, cuya venganza
Es lenta, pero cierta, la adelante,
Y a todos os sepulte en el instante
En tal sima de males, que su fuerte
Brazo invoquéis, para que os dé la muerte.
-Vano es, replica Satanás, tu intento
De infundir miedo al que en valor te excede,
Con amenazas que se lleva el viento.
Quien a tu Dios no teme, ¿cómo puede
Temerte a ti?¿ Has logrado por ventura,
Con todas tus bravatas, que espantado
De tu furia, haya huido ni un soldado?
¿No ha sostenido cada cual su puesto,
En la refriega dura,
Con el mayor valor? Y si ha caído
Por un azar funesto,
¿No ha caído con gloria? Has pretendido,
Que me armo yo por una causa injusta.
Los intereses de esta causa augusta
(Así la de unos héroes llamarse,
Merece) creo deben arreglarse
Por las armas, y no por parlerías,
Con que has juzgado nos asustarías
Sí: por sola la fuerza triunfaremos,
O pronto de ese Cielo deleitoso
Un nuevo Infierno haremos.
Si no reinare, en el imperio odioso
Del abismo a lo menos tendré el gusto
De no ser un esclavo; la sublime
Libertad gozaré, sin que el injusto
Tirano la envilezca, que os oprime.
Y me será mi suerte tolerable.
Tu entre tanto, ¡enemigo despreciable!
Ven, une a tu valor la fortaleza
De ese a quien llamas Todopoderoso;
Sabe que lejos de sentir flaqueza,
Lejos de huir, de hallaros deseoso
Aquí vine, y después de derrotados,
Si de la fuga os salva la presteza,
Hasta el pie de su trono irá a buscaros.»
»Cesan de hablar, y empieza la espantosa
»Contienda; pero daros no es posible
»A vosotros, humanos, una idea
»De aquellos altos hechos, que no sea
»Muy remota. Su historia prodigiosa,
»Que aun en nuestro lenguaje es indecible,
»¿Cuál lo será en el vuestro? ¿Y a qué objeto
»Terreno acudirá, que comparable
»Ser pueda a aquella escena formidable,
»Y de ella os haga hacer algún concepto?
»¿Cómo, en fin, elevar la torpe, oscura
»Inteligencia humana a tal altura?
»En las armas, el aire y la grandeza,
»Dos Dioses belicosos parecían,
»A decidir entre ellos destinados
»La causa de los Cielos encontrados.
»A un tiempo entrambos, que en la fortaleza
»A solo Dios cedían,
»Círculos de relámpagos formando
»Vastos, con los aceros ya desnudos
»En los aires, se acercan cautamente,
»Poniendo freno a su ímpetu valiente,
»Horribles resplandores fulminando.
»Dos anchos soles llevan por escudos,
»Que el uno contra el otro reflejando,
»El horizonte inflaman; sus fulgores
»Llenan de espanto a los espectadores,
»Que rápidos en círculo se alejan,
»Y campo espaciosísimo les dejan,
»De la conmoción misma temerosos
»Del aire: pues si pueden a menores
»Objetos compararse sus furiosos
»Choques, al referirlo se diría
»Que otro trastorno igual no se vería,
»Aun cuando en guerra la naturaleza,
»Dos astros enemigos, que viniesen
»De dos puntos opuestos, se embistiesen
»Con horrenda fiereza,
»En medio de los aires encendidos,
»Al fuerte estruendo de sus repetidos
»Choques, el orbe todo amedrentando,
»Y aun al remoto Cielo amenazando.
»Ya levantado el brazo, cuya horrible
»Fuerza no tiene par en lo visible,
»Inferior a aquel sólo
»Que del Cielo estrellado
»La bóveda encorvó de polo a polo,
»Cada uno de ellos, que a acabar aspira
»De un golpe solo la sangrienta guerra,
»Mide de arriba abajo con cuidado
»Al terrible enemigo, y diestro gira
»Antes de herir la formidable espada,
»Que ya cruzando, a la enemiga cierra
»El paso, ya de punta prolongada,
»La hace también cruzar: rápidamente,
»Se embisten, se retiran: el ardiente
»Furor por puntos crece: el ruido aterra
»Al inquieto concurso: la esperanza
»De uno y otro partido está en balanza,
»Y algún tiempo indecisa la victoria.
»De Miguel al acero, al fin la gloria
»De lograrla se debe: a aquella espada
»De la armería celestial sacada.
»Satanás le dirige ya impaciente
»Una estocada tal, que su pujante
»Fuerza horadara el peto relumbrante
»De Miguel; mas la para diligente,
»Y al golpe dado por su fuerza inmensa,
»Hecha pedazos, salta centelleando
»De aquel monstruo la espada: en el instante
»Miguel la suya tiende, y penetrando
»El broquel, sin que sirva de defensa
»Todo el triple refuerzo de diamante,
»Y la dura coraza guarnecida,
»De fuerte malla, una profunda herida
»En el costado le abre. Da un bramido
»Satanás, que jamás había sentido
»Dolor igual al que el divino acero
»Le ha causado, que aturde al campo entero
»Por más que está impaciente de vengarse.
»No pudiendo del suelo levantarse
»Se revuelca en el polvo, blasfemando
»Sobrevive, con todo, al golpe fiero,
»Tal es de nuestros seres celestiales
»El privilegio: cual los materiales,
»Aunque una etérea esencia disfrutando
»Heridos pueden ser, mas no morirse.
»Su espíritu vital, que siempre dura,
»Los vivifica, su interior fomenta,
»Hace que vuelvan pronto a reunirse
»Las fibras divididas, y los cura.
»Mas el primer dolor aun atormenta
»A Satanás, que está desfallecido;
»Tanta es la copia de la sangre pura,
»Que sus celestes venas han perdido.
»Por todas partes, sus soldados fieles
»Corren a socorrerle: en sus broqueles
»Le levantan, al carro reluciente,
»Sangre aun en abundancia derramando,
»Afligidos le llevan prontamente,
»Y el campo de la gloria abandonando,
»En paraje seguro y solitario
»El reposo le dejan necesario
»De vergüenza y de rabia consumido,
»Despedazado de remordimientos,
»Disfrutar el descanso no podía.
»Se indigna al verse hollado, envilecido,
»Avergonzado, y crecen sus tormentos
»Considerando que ha sido vencido
»Por un siervo del Dios a quien quería
»Igualarse, y soberbio despreciaba.
»La batalla entretanto continuando,
»Más de un guerrero fiel se señalaba
»En nuestra sacra hueste. Allí tronando
»Gabriel delante de sus estandartes
»Derramaba el terror: por todas partes
»El enemigo atropellado huía.
»Feroz, Moloch entonces se presenta,
»Y con sus mismas tropas se ensangrienta,
»Para estorbar su fuga: pretendía
»Nada menos el bárbaro orgulloso
»Que vencer a Gabriel, aprisionarle,
»Y en su triunfo pomposo,
»A su brillante carro encadenarle,
»A vista del Monarca sanguinario.
»Gabriel airado venga prontamente
»Las, blasfemias de aquel fiero adversario
»De todo bien, contra el Omnipotente.
»Un tajo tan horrible le asegura,
»Que parte de la frente a la cintura,
»Su vasto cuerpo. El monstruo dolorido,
»Sus miembros destrozados arrastrando,
»Huye, y levanta al Cielo el alarido,
»Hecho la burla de los que insultaba.
»A una ala del ejército peleando
»Uriel, a Rafael acompañaba:
»Ambos eterna gloria consiguieron
»Contra dos tronos del contrario bando,
»Cubiertos de armaduras de diamante,
»Adremelech, con Asmodeo unido,
»A entrambos a sus pies los abatieron.
»Atravesó el acero fulminante
»De Uriel a Adremelech; y un fuerte tajo
»De Rafael, a Asmodeo dirigido,
»El hombro y diestro brazo le echó abajo.
»Los dos rebeldes, que con arrogancia
»Se jactaron de ser a Dios iguales,
»Rabiosos reconocen la distancia
»Que hay de él a unos vasallos desleales
»¡Cuántas hazañas, cuántos prodigiosos
»Sucesos, dignos de inmortal memoria,
»Y cuántos nombres de héroes famosos
»Referiría! Pero ¿qué interesa
»Del Cielo a los felices moradores
»El aura vana de una frágil gloria?
»Llenos de los magníficos honores
»De que su Dios no cesa
»Un punto de colmarlos, no desean
»Otros. Tampoco ceden los rivales
»Nuestros en la batalla, porque sean
»Menos valientes, sino porque armados
»Por una mala causa, son privados
»Del favor que dispensa a sus leales
»Guerreros la Divina Providencia.
»Con todo, hacen terrible resistencia;
»Pero ya está borrada su memoria
»De los fastos del Cielo; así en mi historia.
»Sus nombres callar. Los ha perdido
»Su soberbia, castíguela el olvido;
»Que nunca puede hallar la gloria entrada
»En donde la injusticia está alojada.
»Ahora, por todas partes dispersados,
»Huyen sus batallones consternados.
»No se halla ya en el campo el belicoso
»Aparato: por todo su espacioso
»Ámbito no se ven más que tendidos
»Guerreros, armas rotas, destrozados
»Carros, dardos, caballos esparcidos;
»Todo huye, todo cede a la terrible
»Mano que cae sobre ellos invisible.
»Sembraron la discordia con denuedo,
»Y ahora recogen la vergüenza y miedo.
»No así aquellos soldados valerosos
»Del Monarca del Cielo: victoriosos
»Y alegres, con un orden admirable,
»Rauda avanza su hueste incontrastable,
»De sus brillantes armas arrojando
»Llamas, los enemigos ahuyentando:
»Como en sus pechos la virtud habita,
»Aunque al cansancio cedan un momento
»Algunos de ellos, su valor excita,
»Y vuelven a seguir con nuevo aliento.
»Mas, ya de aquel teatro lastimoso
»Horrorizado el Sol, a su morada
»Huye: viene la Noche acompañada
»Del Silencio, y aplaca el belicoso
»Alboroto, cubriendo a los furores
»Con su venda, la vista encarnizada
»En su sombra, vencidos, vencedores,
»Campo y sangrientas ruinas envolviendo
»La tímida Quietud la va siguiendo,
»Y a su apacible aliento todo calla,
»En medio de despojos, que sangrientos
»Son de su inmortal gloria monumentos,
»Los nuestros sobre, el campo de batalla
»Hacen alto. Cercanas y distantes
»Disponen centinelas vigilantes,
»Y guardias que aseguren el reposo
»A sus, cansados miembros. Entre tanto,
»Satanás, recobrado de su herida,
»Sus fugitivas tropas, del espanto
»Poseídas, reuniendo presuroso,
»Con ellas marcha a su anterior guarida.
»De vergüenza, de rabia devorado,
»El descanso y el sueño echa en olvido.
»Entre las sombras, junta su escogido
»Consejo, y ocultando con cuidado
»Su profundo dolor, de esta manera
»Habla: «¡Guerreros! esta memorable
Batalla, haya sido como se quiera
Su éxito, es una prueba, incontestable
De lo que pueden vuestros valerosos
Ánimos. Defensores generosos
De vuestra libertad, podéis gloriaros
De que vuestros tiranos no han podido,
A pesar de su número crecido,
A su yugo insufrible sujetaros.
Pero no es esta dicha únicamente
El objeto a que aspiro. Aunque apreciemos
El honor, olvidarnos no debemos
Del imperio: sin éste, inútilmente
El otro conservar procuraremos;
Pues que el honor, unido a la flaqueza,
Poco tiempo sostiene su entereza.»
Este día ha empezado la gloriosa
Carrera vuestra. En él habéis sabido
Adónde llega vuestra prodigiosa
Fuerza, como también que en adelante
Siempre podréis lo que hoy habéis podido,
Y aun quizá más, pues que es ya hecho constante
Que ese Dios orgulloso, imaginario,
Que tanto ha deseado a su arbitrario
Dominio reducirnos, todo el resto
De su poder ha echado en este día,
Por conseguir el triunfo; que ha supuesto
Por cierto que su empeño lograría,
Y que no lo ha logrado: así, es visible
Que no es tan infalible,
Como antes lo creímos, su presciencia,
Y que ha agotado, sin lograr su intento,
Toda su decantada omnipotencia.
Verdades ambas que el mayor aliento
Han de infundirnos para lo futuro.
Es cierto, no lo niego, que en apuro
Fin la batalla de hoy hemos estado.
¿Pero qué hay que extrañarlo, en un momento
En que desprevenido y mal armado
El ejército nuestro se encontraba,
Y al enemigo todo le sobraba?
»Hemos visto hoy que, es ese Dios falible.
Otro día veremos que es vencible;
También hemos sacado otra preciosa
Ventaja, y es, saber que nuestra vida
Es inmortal, y que ninguna herida
Puede privarnos de ella, por furiosa
Que sea: aunque pedazos nos hiciera,
Nuestra naturaleza los juntara
Al punto, y el vigor nos restaurara.
Por lo que nuestra pérdida es ligera,
Y si algunos dolores toleramos,
Como antes de pelear ya nos hallamos.
Busquemos, pues, ahora la manera
De tener armas que proporcionadas
Sean al valor nuestro, y en fin cuales
Convienen a unos seres inmortales,
Dejando las inútiles, usadas,
De flechas, dardos y otras; que con esto,
Mejor suerte quizá tendremos presto.
Sobre todo, sepamos si el astuto
Enemigo, de algunas ignoradas
Armas puede servirse, averiguando
Cuáles son, y robarle procurando
El secreto de hacerlas. Grande fruto
Conseguiremos, sólo con habernos
Enterado bien de ellas; pues siquiera
Cuando nuestro arte hacerlas no pudiera,
De su efecto podremos precavernos.
Extiéndase también nuestra consulta,
A investigar si alguna causa oculta,
A la pérdida que hoy hemos sufrido,
No obstante el valor nuestro, ha concurrido.
En fin, todo el talento que tenemos,
Como hace el enemigo, aprovechemos,
Bien persuadidos de que en su alto trono
Le obligaremos a mudar de tono.
Explique, pues, cada uno libremente
Lo que sobre esto juzgue conveniente.»
»Acabó, y un celeste Potentado
»Se levanta del medio del senado.
»Mesiroch es su nombre, y su figura
»Sangrienta y maltratada, manifiesta
»Por sí sola el rigor de la funesta
»Batalla; destrozada la armadura,
»Roto el morrión, la cara desmayada
»Y a fuerza de aflicción desencajada,
»Dan a entender lo mucho que ha sufrido:
» Mas se esfuerza con todo, y dirigido
»A Satanás, con un suspiro ardiente
»Y débil voz le dice lo siguiente:
»¡Magnánimo guerrero! ¡Incontrastable
Apoyo del legítimo derecho
Que tenemos al título glorioso
De Dioses, y a rehusar un yugo odioso;
Que el primero, contra ese formidable
Tirano que nos pone en tan estrecho
Apuro, nos sostienes animoso!
No es dable que con armas desiguales
Podamos resistir a esos mortales
Enemigos: nosotros padecemos
De las heridas: ellos protegidos
Por un encanto, de que no tenemos
Idea, nuestros golpes escarnecen,
Conservan su vigor y no padecen.
Por más que seamos Dioses, oprimidos
De dolores, no es dable hagamos frente,
Largo tiempo a guerreros impasibles
Aun los más fuertes, necesariamente
Serán por los más débiles vencidos.
Puede uno resistir a los sensibles
Ímpetus de placer; de ellos privarse.
Por cierto tiempo; y aún eternamente
Tal vez, de sus encantos separarse,
Pues sin ellos, en una dulce calma
Que su viveza turba, queda el alma:
Mas vivir con dolores insufrible.
Entre todos los males
Es el único mal, el más terrible:
Toda constancia cede, a sus fatales
Embates; presto su ímpetu violento
Se nos lleva las fuerzas y el aliento.
Aquel, pues, que ingenioso un medio inventa,
Para poder vencer nuestros rivales,
Llegándolos a herir, como el valiente
Caudillo a quien la libertad debemos,
Merecerá que todos le ensalcemos
Con elogios y honores inmortales.
-Tienes razón, -»responde con modesto
Rostro el infernal Jefe; -pero admira
Que esa invención difícil que has propuesto
Digna del celo ardiente que te inspira,
Descubierta la tengo,
Y a daros cuenta del hallazgo vengo:
¿Quién aquí podrá haber tan distraído,
Que al ver el suelo etéreo en que estamos,
De tanto don precioso enriquecido,
De tantas plantas, flores de ambrosía,
De oro brillante y fina pedrería,
Que a nuestros pies a cada paso huyamos,
No conozca que de esta tierra el seno
Ha de estar necesariamente lleno
De materias sutiles, inflamables,
Que bien que a nuestros ojos invisibles,
Por un elemental fuego movidas,
En secreto, estos frutos elaboran,
Les dan su consistencia y los coloran?
Cuando aquellas materias que comprime
La tierra, en sus entrañas escondidas,
De la mansión oscura
Al aire exterior salen, es segura
Su inflamación, al punto que se arrime
Una chispa tan sola, y encendidas,
Es tan súbita y grande su violencia,
Que nada puede hacerlas resistencia,
Como que son de aquel material mismo
Que alimenta las llamas del abismo.
»Esta materia, en granos trabajada,
Y en tubos de metal bien apretada,
Puesto un sólido globo a la salida
Del tubo, en que se encuentra comprimida,
Aplicado, por un respiradero,
El fuego a la materia combustible,
El globo arrojará. con tan horrible
Fuerza, que barra un escuadrón. Entero.
¿Qué digo? Si en un risco tropezara,
Como un débil cristal lo destrozara.
Tan formidable trueno a la terrible
Explosión acompaña, que el denuedo.
Del más bravo convierte en torpe miedo.
Prevengámonos, pues, de estas fatales
Armas, que harán creer al orgulloso
Enemigo que al Todopoderoso
Hemos robado el rayo, el que confieso
Es la sola arma que, por sus mortales
Furiosas llamas, con razón ha impreso
En nosotros temor. Pues que destreza
No nos falta, y tenemos materiales,
En esta invención útil trabajemos,
Y el rayo con ventaja supliremos.
»Mas nos es necesaria la presteza;
La obra no es larga, y antes que mañana
De la aurora veáis la luz temprana,
Acabada estará, y todo dispuesto
Para que haga el efecto más funesto,
Y quede nuestra pérdida vengada.
Desechad pues, alegres, los temores:
Pronto del nuevo invento artificioso,
A costa de esa gente escarmentada,
Os pasmará el estrago prodigioso.
Creed que seréis siempre vencedores,
Mientras a Satanás tengáis al frente.
Recobrad el aliento y la esperanza,
Y vamos a enseñar a ese potente
Amo de todo el orbe, sin tardanza,
Que con armas iguales,
Somos, como él, Deidades celestiales,
Y que no saldrá siempre victorioso.»
»Así habló Satanás, introduciendo
»Del nuevo rayo el uso pernicioso:
»¡Arma pérfida, horrenda, que a la muerte
» De alas de fuego rápidas vistiendo, más improviso y fuerte,
»Y más inevitable hace su daño!
»¡Invento aborrecible! ¡No es extraño
»Que Satanás te hallara,
»Y que con tanto ardor te propagara!
»E1 mismo Dios ahogó en su nacimiento
»Este invento malvado,
»Y si lo toleró posteriormente,
»Fue para que sirviese de instrumento
»A su justa venganza, ya cansado
»De las maldades con que el insolente
»Linaje de los hombres inundaba
»El mundo, y su bondad menospreciaba
»Desde entonces, cual nueva y atroz peste,
»Efecto de la cólera celeste,
»Aquel rayo informal en las batallas
»Destrozó los guerreros, las murallas
»Hizo volar, y fuegos abrasados
»Llovió sobre los pueblos consternados.
»Desde entonces, el hombre delincuente,
»Que los rayos del cielo solamente
»Temía, sufre en la sangrienta guerra
»Otros harto más crueles de la tierra.
»En fin, Satanás triunfa, todo el mundo
»Se anima, y un feliz suceso espera.
»Admiran la invención, pero a primera
»Vista cada uno de ellos se figura
»Que, sin tener ingenio tan fecundo
»Como su Jefe, en ella dado hubiera.
»Así nuestro amor propio nos engaña,
»De modo que la cosa más oscura
»Nos parece, después que se ha inventado,
» Tan clara, que juzgamos cosa extraña
»Que a nuestro vivo ingenio haya escapado.
»Todos salen, y la orden ejecutan:
»El trabajo gozosos se disputan,
»Innumerables brazos empleando
»Y el suelo de alto a bajo trastornando;
»Encorvados arrancan de la tierra,
»Cuanta materia conducente encierra,
»Una sustancia informe aun y grosera;
»De una costra espumosa a la manera,
El salitre y el nitro humedecidos,
De los cuales del arte la destreza
Templa con calor lento la crudeza,
»Y que después a polvos reducidos,
»Con azufre y carbón amalgamados,
»Y en granos muy menudos convertidos,
»Al uso horrible quedan preparados.
»En tanto, otros, de rocas y metales,
»Los globos, de tamaños desiguales,
»Labran que han de barrer con fuerte truene
»Y de ruinas sembrar todo el terreno
»Por donde pasen; o hacen los fatales
»Tubos de duro bronce, que a la fiera
»Muerte deben abrir larga carrera.
»Otro escuadrón también vuela ligero
»Por el campo, y el seco junco encuentra,
»Que en lo interior por el respiradero
»Del tubo, en él el fuego reconcentra.
»Todos se mueven: todos afanados
»Trabajan, y la noche silenciosa
»Con su sombra los cubre cuidadosa,
»Para que ser no puedan espiados.
»En fin, sus obras todas concluidas
»Están antes que brillen los albores
»De la aurora, y las armas prevenidas
»Son a sus esperanzas superiores.
»Apenas entre tanto el matutino
»Fulgor de lo visible abre la escena,
»Cuando la celestial trompeta suena,
»Y convoca a las armas al divino
»Ejército: cada uno por su parte
»Armado, forma bajo su estandarte,
»De ardor lleno. A las luces que aparecen
»Del sol, ya las alturas coloreando,
»Las tersas armas de oro reflejando,
»Como un incendio inmenso resplandecen.
»Una porción de aquellos más ligeros
»Ángeles, a distancia los primeros
»Avanzan, de las cumbres registrando
»De los montes si acaso aparecía
»El enemigo, que aun no se veía
»En la vasta llanura, deseosos
»De averiguar sus miras, intenciones,
»Pasos y belicosas prevenciones,
»Si huye, vuelve o adónde se retira:
»Mientras que por los campos espaciosos,
»Ansioso cada cual los ojos gira,
»Ven ondear a lo lejos sus banderas,
»Y hacia ellos dirigirse sus guerreras
»Legiones. Uno de los más veloces.
»Zophiel, el aire corta, y dando voces:
»A las armas, exclama, compañeros!
Ahí está el enemigo. Hemos creído
Que huía, y vele que a embestirnos viene:
Gana de ahorrarnos una marcha tiene.
Mirad de su vanguardia los primeros
Escuadrones: notad el atrevido
Aire con que se acercan: al instante
Vestid vuestras corazas de diamante,
Vuestros morriones: empuñad las fieles
Espadas, y reunidos los broqueles
De oro, formad impenetrable muro;
Que si yo no me engaño, ha de ser duro
Y sangriento el combate de este día,
No una lluvia ligera de perdidos
Tiros, sino un granizo de, encendidos
Dardos, una tormenta abrasadora:
El riesgo es digno de la valentía
Vuestra: ¡á las armas pues, esta es la hora!»
»Así el celeste joven les advierte,
»Y aun más les dice su corazón fuerte.
»Todo se mueve, todo en apretados
»Batallones avanza diligente.
»A la vista se muestran de repente
»Los fieros enemigos, que callados,
»Formando un cuadro espeso, a paso lento
»A ellos vienen marchando,
»El tren entre sus filas arrastrando,
»Con pesado y oculto movimiento,
»De aquellos nuevos rayos espantosos,
»Que esconden en el centro cuidadosos.
»Estando ya ambas haces en presencia,
»Hacen alto un instante;
»Entonces, Satanás sale delante
»De las filas, y dice a sus legiones:
«¡Camaradas! ¡con cuánta complacencia
Os anuncio que ya ha llegado el día
Feliz en que las crueles dimensiones,
Que tanto agitan vuestra patria y mía,
Se terminen! Abrid vuestras hileras:
Que el Cielo sea testigo
De nuestras amorosas y sinceras
Disposiciones a una paz estable:
Que las vea al momento el enemigo:
No se aguarda sin duda a nuestro amable
Recibimiento. Prono un amistoso
Tratado nos traerá, a más del reposo,
La dicha, con la guerra incompatible.
Generosos en tanto, aunque rivales,
Abridles vuestros brazos fraternales,
Y anunciadles a gritos la plausible
Noticia de la paz que proponemos,
Y con qué condiciones la queremos,
Que todos las perciban claramente. »
»Dichas en alta voz estas dolosas,
»Palabras, se abre el espacioso frente
»Del cuadro, y ordenados,
»Su van doblando todos a ambos lados.
»Al formar las dos alas espaciosas,
»Dejan un gran vacío, en que extendida
»La vista, descubrimos sorprendidos
»Tres órdenes de tubos: suspendidos
»Sobre movibles ruedas, presentaban
»La boca hacia nosotros dirigida,
»Horizontal, aquellos desmedidos
»Tubos, y oscuros, nos amenazaban.
»A cada uno cercano,
»La señal aguardando, se veía
»Un Ángel vigilante, en cuya mano
»Derecha un junco por la punta ardía.
»Nosotros, ignorantes del engaño,
»Estábamos! mirando atentamente,
»Con diversión, el aparato extraño,
»Cuando del mudo bronce, interrumpiendo
»El silencio, a una seña, con la ardiente
»Vara cada Ángel a un oído toca,
»A un extremo del tubo practicado
»Y en el momento, con horrible estruendo,
»Cada una arroja por la fiera boca
»El rayo que en su seno está encerrado,
»Con relámpago vivo, y negra nube
»De humo, que dilatada al Cielo sube.
»Parten al mismo tiempo, destrozando
»Las entrañas de aquellos encendidos
»Tubos, miles de globos escondidos
»De hierro, cual granizo temeroso
»De vivo fuego, rápidos silbando,
»La espantosa batalla comenzando.
»De aquella atroz tormenta a la violencia,
»Con estrago horroroso,
»Sobre el Arcángel el Querubín rueda,
»El Ángel sobre el Ángel: nadie queda
»En pie no hay o su furia resistencia
»De nada les valió, aquella pujante
»Firmeza, a la de un monte semejante,
»Que por naturaleza disfrutaban.
»¡Ah! La fuerte armadura que llevaban,
»En lugar de servirles de segura
»Defensa, fue un fatal impedimento.
»A no haberse encontrado embarazados
»Con sus arneses ricos y pesados,
»A su arbitrio, mudando de figura
»Sus esencias, sutiles más que el viento,
»Cual átomos, con pronto movimiento
»Hubieran evitado fácilmente
»Los estragos de aquel granizo ardiente;
»Pero en fin, todo cede a su braveza:
»En vano separarse, y abrir paso
»Procuran: de los globos la presteza
»Lo estorba, y amenaza otro fracaso
»Nuevo la doble fila, que preñada
»De otra nube de rayos, preparada
»A vomitarlos, a una seña espera.
»Con todo, su valor aun no tolera
»Ni la idea de fuga, y en pie puestos
»Los más de ellos, no obstante sus heridas,
»A aguardar la tormenta están dispuestos.
»Satanás, que supone ya vencidas
»Nuestras tropas, su ruina escarneciendo,
»A sus soldados dice: -»Esos famosos
Guerreros, que hacia aquí con tal coraje
Venían, ya parece que del viaje
Se van arrepintiendo,
O al ver la paz tan próxima gozosos,
Como tan diestros en ligeras danzas,
Esos pasos extraños y mudanzas!
Nuevas para esta fiesta han discurrido;
Pues aunque en su aire tímido dirían
Que de nuestro agasajo desconfían,
Con tal franqueza y con tan encendido
Amor aquí los hemos recibido,
Que una injusticia inverosímil fuera
Que tal recelo en ellos existiera;
Mas con todo, por sí estos pensamientos
Los acongojan, creo conveniente
Que las proposiciones repitamos,
Y él son de nuestros dulces instrumentos
Les anuncie de nuevo el impaciente
Ardor con que abrazarles deseamos:
Que bien seguro estoy de que ni en danza
Ni en fuga pensarán, y su confianza
Volviéndonos, tranquilos a los lazos
No se negarán ya de nuestros, brazos. »
»Con la misma ironía le contesta
»Belial: -«No extraño que a la desconfianza
Y al temor esa gente este dispuesta.
Ella es ligera y débil, y el tratado
Que les han presentado
Artículos tenía de tal peso,
Y cláusulas también en tanto exceso
Duras, que no era dable, que a primera
Prueba, su vanidad las digiriera:
Mas, como están ya de ellas instruidos,
Y han podido a su gusto examinarlas,
A su repetición darán oídos,
Y no se negaran quizá a aceptarlas;
»Así sus dos cabezas orgullosas,
»De su primer derrota la memoria
»Olvidan, y con sátiras jocosas
»Cantan antes de tiempo la victoria;
»Mas no fue su delirio duradero:
»Pronto, el vigor perdido recobrando
»Los nuestros, y venganza respirando,
»Van a buscar dispersos, con ligero
»Vuelo, por todas partes, armas tales
»Que puedan destruir las infernales
»Máquinas, y su rabia en el momento
»Se las da: arrancan de su firme asiento
»Enormes riscos, elevadas peñas,
»Vastos montes enteros con sus breñas,
»Bosques y ríos: rápidos volando
»Con ellos en la mano hasta una altura
»Inmensa y sobre el campo balanceando,
»De allí con fiero impulso, y con segura
»Mira, los lanzan sobre el tren horrendo,
»En una misma ruina confundiendo
»Las huestes enemigas aterradas.
»Porque debo advertirte que en el Cielo,
»Así como sucede en vuestro suelo,
»Dios, para que aumentara su belleza
»La variedad, llanuras dilatadas
»Dispuso, corno bosques deliciosos,
»Montes, fuentes y ríos caudalosos,
»Y cuanto adorna la naturaleza.
»¿Pero cómo graduaros el espanto
»De las tropas contrarias, cuando vieron
»Nuestros guerreros, de los cuales tanto
»Se burlaron, cubrir los horizontes
»Con tal furia, y las cumbres de los montes
»Vueltas de arriba abajo descubrieron
»Que sobre sus cabezas suspendidas,
»Iban a despeñarse? Consternados
»Los ven caer sobre ellos, sin que puedan
»Estorbarlo. En sus ruinas sepultados,
»Con sus máquinas fieras destruidas,
»En un momento muchos de ellos quedan.
»Todo lo arrasa aquella lluvia horrible
»De enormes masas que, cual nieve espesa,
»El vasto campo de inundar no cesa.
»Arrojadas con ímpetu indecible,
»Todo lo cubren: no se oye otra cosa
»Que clamores penados y gemidos
»De los que bajo de ellas oprimidos
»A librarse se esfuerzan vanamente:
»Sin fruto, a la tormenta procelosa
»Los escudos oponen y armaduras;
»Hechas pedazos, sus abolladuras
»Mismas hieren cruelmente
»A sus míseros dueños: cada instante
»Con más furor la tempestad se cierra.
»Las máquinas, las tiendas, los guerreros,
»Cuanto encuentra delante,
»Tanto bajo su peso horrendo entierra.
»En fin, los que han logrado con ligeros
»Vuelos de ella esquivarse,
»O que, heridos, aun pueden manejarse,
»Imitan nuestro ejemplo: por el viento,
»Montes con montes rápidos chocando,
»Bosques con bosques vuelan al momento,
»Una lóbrega bóveda formando
»Sobre el campo, que todo lo oscurece.
»Con las tinieblas la batalla crece,
»La vasta confusión, los gritos fieros,
»Los ayes y quejidos lastimeros.
»Consigo mismo en guerra parecía:
»Que el Caos obstinado combatía;
»Ruina con ruina, horrores con horrores,
»Espanto con espanto, batallaban.
»Y a la naturaleza sus furores
»De total destrucción amenazaban.
»La patria misma nuestra, el alto Cielo,
»Que ya temblaba se viniera al suelo,
»Si el Padre celestial, que deseoso
»De señalar su amor a su querido
»Hijo y de darle el triunfo más glorioso.
»Aquel estrago había permitido,
»Seguro de que al punto que quisiera
»Haría que cesase, no se hubiera
»Resuelto a terminarlo. Desde el trono
»En que reside, envuelto en resplandores,
»Quiere colmar de su Hijo los honores,
»Y al rival, que conspira con encono
»Implacable contra él, hacer patente
»Que con él parte toda su eminente
»Autoridad, derechos y grandeza,
»Como de su poder la fortaleza,
»Y a su diestra volviendo el majestuoso
»Rostro, así dice a su Hijo venturoso:»
¡Noble imagen, descanso y gloria mía,
Cuyo brillo invisible
Mi resplandor divino hace visible!
¡Tú, mi Hijo Eterno, mi sabiduría!
Ya dos de nuestros días celestiales
Llevan de duración esas fatales
Discordias, esas lides tan crueles
Que sostiene Miguel con nuestros fieles
Soldados: tú conoces los primeros
Héroes de esos choques lastimeros,
Miguel y Satanás, ambos rivales
El nacimiento, y en valor iguales,
Excepto la notable diferencia
Que en favor de Miguel, la inobediencia
De aquél hace: pelear los he dejado,
El rigor de mis leyes suspendiendo,
Y a Satanás, cual si inocente fuera,
Como a todo su ejército malvado,
Casi en su vigor todo manteniendo,
Porque a nuestra grandeza convenía
Que esta guerra espantosa ver hiciera
Adónde llega su soberbia impía,
Como la fe sincera.
De Miguel y los suyos: sobre todo,
Para glorificarte de este modo,
Haciendo que tu brazo omnipotente
Abata solo a todo ese insolente
Ejército, y mostrar así que nada
Resistir puede a tu justicia airada.
Ves a qué extremo llega ya su furia:
Esa lluvia de montes arrancados,
De ríos, y de bosques encontrados,
Que hacen temblar aun la celeste curia.
»Ya este desorden, si se prolongara,
El universo todo devastara:
Es tiempo de cortarlo; te he escogido
Para que aplaques la fatal tormenta
De estos dos tristes días: el tercero
Es tuyo. De mi fuerza revestido,
Marcha; a esos sediciosos escarmienta.
Imponles el severo
Castigo merecido: que, de susto
Y de rabia temblando,
Sepan que están debajo de tu mando;
Que eres su Dios, su Rey, su Juez augusto.
Lleva contigo todo mi guerrero
Equipaje, mis flechas afiladas,
Mi temeroso acero,
Mis rayos y centellas abrasadas:
Sube sobre mi carro formidable,
Que hace de horror estremecer el Cielo:
Ve con rápido vuelo,
Sigue, hiera, confunde esa culpable
Raza: a ninguno tu furor perdone,
Que estas felices playas abandone:
Que aprendan, en la noche sempiterna
El respeto que, deben a mi eterna
Palabra, y los perpetuos dolores
Con que sé castigará los traidores. »-
»Dice, y del Hijo excelso la divina
»Claridad con sus brillos ilumina,
»Uno en otro su imagen reflejando,
»Y de luces los Cielos inundando.
»El Hijo entonces, a su Padre Eterno
»Contesta así, con el amor más tierno:
«¡Oh fuente de mi ser incomparable!
¡Tú, supremo poder de los poderes,
El primero, el mayor, más excelente
Más santo, como el único adorable
Entre todos los seres,
Ante el cual humillada toda frente
Se inclina!, Tú a mí me has comunicado
La gloria, y como a ti me has ensalzado,
Yo con igual amor corresponderte
Sé, y es toda mi dicha complacerte.
Pues que tú depositas en mi mano
Tus rayos, ya a mi sólo pertenece
Ejecutar tus voluntades santas,
La victoria verás presto a tus plantas.
Agradarte es mi gozo soberano:
¡Feliz en la ocasión que se me ofrece,
Si al paso que a la fácil guerra vuelo
Por ti, algún riesgo hiciera ver mi celo!
Tomo, pues, el poder que tú has querido,
Darme, mas solamente
Para defensa tuya; complacido
En recibirlo, aun más en devolverlo
Lo estaré, cuando tú quieras tenerlo,
Y yo en tu seno de él eternamente
Disfrute, sin hallarnos precisados
A castigar con él otros malvados.»
Tu resplandor, tu gloria, en mí resaltan.
Lo que amas amo: lo que tú aborreces
Odio; y a mi respeto aquellos faltan
Que no te rinden todo el que mereces.
Es deber mío y bienaventuranza,
Como a tu amor, servir a tu venganza,
Tu hijo ha de ser tu imagen acabada.
Parto: de tu poder mi diestra armada,
Presto echará del Cielo esos ingratos,
Contra quienes tus justas leyes claman,
Que con impíos fementidos tratos
Han turbado su paz, a las funestas
Cadenas del Infierno, que dispuestas
A oprimirles, sus víctimas reclaman.
Ellos, que tú asociaste a tus supremas
Felicidades y que de diademas
Celestes coronaste, que dichosos
Fueran permaneciendo virtuosos,
Y el peso de sentir van de tus mortales
Iras, que con audacia han provocado:
Una vez su delito castigado,
No tendrás sino súbditos leales
Que te amen y te adoren, y el primero
De ejemplo servirá a su amor sincero.»
»Esto diciendo, del derecho lado
»Del Padre se levanta, y le saluda,
»Inclinando su cetro, cariñoso.
»Apenas ahuyentada la sombría
»Noche, el remoto Oriente el color muda,
»Al brillo de la aurora, el tercer día,
»Cuando terrible, a un huracán furioso
»En el rápido estruendo semejante,
»Sale el paternal carro fulminante,
»Vencedor siempre y de la gloria ansioso,
»Por sí solo impelido,
»Sin que le tiren: un poder secreto
»En su interior produce el mismo efecto.
»De cuatro Querubines precedido,
»Vuela; cada uno cuatro luminosas
»Caras tiene, y sus alas inflamadas
»Están todas sembradas
»De ojos que en resplandor a las estrellas
»Vencen. Con otros brillan las fogosas
»Ruedas: ondea, en ellos reflejando,
»La luz del sol celeste, confundiendo
»La vista, y al correr, vivas centellas
»Y torrentes de llamas despidiendo
»Van, todo cuanto encuentran abrasando.
»Del magnífico carro el vasto asiento,
»Más limpio que el cristal, y transparente,
»En hermosura excede al firmamento.
»Encima de él un trono está eminente
»En que el zafiro celestial, mezclado:
»Con el ámbar más puro, resplandece,
»Y los vivos colores oscurecen
»De que el iris soberbio está adornado.
»El Hijo del Eterno, revestido
»De armas aun más brillantes, más hermosas,
»De las armas que el Padre le ha cedido,
»Y en que el Cielo agotó sus milagrosas
»Artes, sube en el carro poderoso.
»Con las ardientes alas extendidas
»Con que el águila cierne su orgulloso
»Vuelo. sobre las nubes levantado,
»La Victoria está atenta en pie a su lado:
»De flechas guarnecidas
»De triple horrendo trueno,
»El carcaj y trisulcos rayos, lleno,
»Del hombro, del Señor esta pendiente,
»Revuelto en llama ardiente
»Y funesta, un espeso torbellino
»De humo oculta con noche tenebrosa
»El semblante divino,
»Relámpagos horribles despidiendo
»Y negros surcos en el aire abriendo.
»A una enorme distancia, la espantosa
»Venida de aquel carro formidable
»Se divisa, que siguen presurosos
»Diez mil y diez mil carros belicosos
»Con orden admirable,
»Hacia uno y otro lado divididos.
»Aun el trono celeste y azulado
»En que aquel triunfador viene sentado
»Chispea al fiero ardor de su implacable
»Ira. Los Querubines encendidos
»En sus veloces alas lo sostienen
»Y del Señor las órdenes previenen,
»Con indecible rapidez volando,
»El pensamiento mismo atrás dejando
»Llega: apenas su ejército percibe
»El resplandor lejano, conociendo
»A su dueño, embriagado de alegría,
»Su tristeza pasada despidiendo,
»Un nuevo ser recibe
»Y todos los peligros desafía.
»Ya del Mesías brilla el victorioso
»Estandarte, en el éter desenvuelto
»A la voz de Miguel; el prodigioso
»Número de escuadrones, que revuelto
»Y disperso cubría el espacioso
»Campo, se ordena: un regocijo santo,
»Inefable. Sucede al negro espanto.
»De Dios a la presencia, a sus asientos,
»Vuelven los montes de ellos, arrancados,
»Los bosques y campiñas reverdecen,
»Dan saltos de alegría los collados:
»Se coloran, y esparcen sus alientos
»Balsámicos las flores: aterrados,
»El Desorden y Horror desaparecen:
»Se calman los turbados elementos,
»Y a los pies del Autor de su belleza,
»Dulce sonríe la naturaleza.
»Al ver aquel poder, estremecidos
»Los enemigos tiemblan, mas no obstante.
»No se dan por vencidos.
»A los riesgos que tienen por delante
»Su desesperación sola los lanza,
»En ella cifran toda su esperanza:
»Las reliquias reúnen de su gente,
»Y a su flor rebeldes hacen frente.
»Así de la soberbia los venenos
»Los hacen delirar, de juicio ajenos.
»¡Soberbia cruel, que nunca ser domada
»Puede, y que contra Dios ahora enconada,
»Unida con la envidia, los devora,
»Al ver que, a excepción de ellos, todo adora
»Su excelsa majestad! Empedernidos,
»Los prodigios que ven, lejos de hacerles
»Fuerza, no sirven más que a endurecerlos
»De nuevo: piensan sólo, embravecidos.
»En arrancar el cetro de su mano,
»O si la adversa suerte hiciese vano
»Su esfuerzo furibundo,
»En las ruinas del mundo,
»Por su furor deshecho, sepultarse.
»Nadie piensa en huir, ni en humillarse;
»O reinar, o morir, a una voz claman.
»Entre tanto; el Señor a sus queridos
»Guerreros, que a ambos lados extendidos,
»Con aplausos vivísimos le aclaman,
»A una seria callados,
»Dirige estas palabras:
«¡Oh soldados
Leales! descansad de la fatiga
Habéis con valor noble defendido
Mis derechos; el Cielo ha recibido
Con placer vuestro obsequio: ese glorioso
Valor debisteis a su mano
Mas a él fielmente habéis correspondido.
Basta con ese esfuerza generoso
Que habéis hecho: entregaos al reposo:
Aunque es preciso que esos delincuentes
Sean, como merecen, castigados,
Y esos combates queden terminados,
No quiero el Cielo ya vuestros valientes
Brazos emplear en esto:
A hacerlo por sí mismo está dispuesto.
Dios solo debe su desobediencia
Castigar, pues que a él sólo han ofendido,
Y ninguna asistencia
Su brazo omnipotente necesita:
Estad tranquilos, pues; si su precita
Soberbia a Dios así ha desconocido,
Dios mismo hará visible,
Castigándola, el peso inconcebible
De su justicia. A su Hijo han ultrajado,
Y por mí mismo deba ser vengado.»
La envidia con que miran mi grandeza
Es la que ha dado causa a sus traiciones:
Sé todas sus perversas intenciones,
Y hasta qué extremo llega su vileza.
De mi celeste Padre los favores,
El trono que conmigo ha dividido,
Y el supremo poder que me ha cedido
Sobre ellos, su soberbia han humillado
De modo, que han querido a los horrores
De la guerra exponerse, antes que darme
El culto que debían tributarme,
Y contra mi concordes se han armado.
Ya, pues, mi tolerancia se ha acabado:
Verán a quién la gloria pertenece.
Y el poder. Puesto que su audacia crece
Con la indulgencia, y que tan sólo cuentan
Con la fuerza y poder, que su malicia
No aprecia la virtud ni la justicia,
Yo haré que de su Dios el poder sientan,
Y conozcan también adónde alcanza
Su fuerza y el terror de su venganza,
Cuando ya a la bondad la puerta cierra.
Pues quieren que la suerte de la guerra
Sea de sus derechos la medida,
Sea ella sola la que los decida.»
»A estas palabras su furor se enciende;
»Relámpagos arrojan sus miradas.
»Parten los Querubines al momento,
»Cubriendo con las alas levantadas
»La deslumbrada vista: el carro hiende
»Rápido el aire: tiembla el firmamento
»Conmovido al impulso temeroso:
»Todos volando van. El impetuoso
»Bramido de uno y otro opuesto viento,
»Ni el choque de dos huestes disputando
»El campo, ensangrentadas batallando,
»Ni el fragor de un volcán, cuando la llama
»Su seno rompe, igualan al estruendo
»Con que el carro veloz corre, se inflama,
»Sobre las ruedas rápidas rugiendo:
»Semejante a la noche tenebrosa,
»En su horror más profundo,
»El Señor precipita furibundo
»El carro fiero de la prodigiosa
»Altura, adonde está más apiñado
»El enemigo. Cual devastadora
»Llama, todo lo asuela y lo devora.
»Bajo el eje abrasado,
»Y las enormes ruedas centelleantes,
»Se estremecen del éter las distantes
»Playas, el orbe y el profundo Infierno:
»Todo, menos el trono del Eterno.
»Para empezar la guerra, a su llegada
»Mil dardos, o mejor diré, mil rayos
»Arroja de una vez su diestra armada,
»Y otros tras de ellos de romper no cesan,
»Cuyas ardientes puntas atraviesan
»Los corazones, lánguidos desmayos
»E indecibles dolores produciendo
»En los que toca el fuego venenoso.
»El enemigo aquel estrago viendo,
»Aterrado las armas arrojando,
»Por todas partes huye presuroso,
»Un asilo buscando.
»Serafines, Arcángeles, pendones,
»Caballos, carros, armas, y morriones
»Destroza el carro, con furor rodando,
»Bajo su peso. -«¡Cese esa espantosa
Tormenta! ¡Caed, montes, sepultadlos!
¡De su vista furiosa
En las entrañas vuestras ocultadnos!»
»Claman los que huyen sin parar corriendo.
»Con no menos ardor, los van siguiendo
»Los cuatro Querubines, que al triunfante
»Carro abren paso rápidos delante.
»Del sinnúmero de ojos esparcidos
»En sus alas, de aquellos extendidos
»Por las ruedas del carro fulgurante,
»Diluvian llamas: es cada, uno horrible
»Viva fuente de fuego inextinguible
»Con su Eterno Señor de inteligencia
»Parece que dividen su pujanza
»Como también su cólera y venganza.
»Los guerreros contrarios se retraen,
»Confundidos, de toda resistencia
»Lánguidos, totalmente acobardados
»Las armas de las manos se les caen:
»Perecieran bien, presto aniquilados
»Si de orden del Señor lo detuviera
»La Victoria su vuelo y suspendiera
»Los rayos que en las manos ya tenía
»Para dar fin de aquella raza impía
»Su dueño Eterno no quiere acabarlos
»Sino de las mansiones celestiales
»De la paz, al abismo desterrarlos:
»Indemnes pues, así, de los mortales
»Últimos tiros de sus rayos fieros,
»Cual tímido ganado huyen ligeros,
»Procurando ganar la delantera
»Al veloz carro, hasta que a la frontera
»Del Cielo llegan. Mas el espanto
»Les da; pero a sus pies ven de repente
»Un inmenso, profundo y temeroso
»Abismo, en cuyo centro tenebroso,
»Divisan tristes la mansión del llanto,
»El Infierno voraz: la fugaz gente
»Retrocede al instante horrorizada.
»El formidable abismo tiene al frente,
»A espaldas de su Dios la diestra armada,
»Ya adelanto, ya atrás, de terror llenos
»Fluctúan, sin saber determinarse:
»El rayo los rechaza a la ribera,
»Y los precisa al fin a despeñarse.
»Con los ojos cerrados, en los senos
»Insondables de aquella sima fiera,
»Del Cielo caen, de una horrenda altura,
»Y aun cayendo, terrible los apura
»Con sus rayos la mano inexorable
»De Dios, sin dejar tregua a su execrable
»Casta. Aun allí los sigue sin sosiego,
»Con sus dardos horrísonos de fuego.
»Tiembla el abismo a aquel tumulto horrible:
»Se conmueve hasta el centro más profundo,
»Al arrojarse en él todo aquel mundo
»De víctimas y de armas, imposible
»De numerar, a cuyos alaridos
»Responden de sus ecos los gemidos.
»Juzga que el Cielo se halla en tal. trabajo,
»Que arruinado sobre él se viene abajo,
»Y, él mismo con el, susto repentino,
»Sin duda huido hubiera, si el destino
»Sus cimientos no hubiese allí clavado,
»Y sobre él todo el orbe fabricado.
»Nueve días enteros, a millones,
»Y nuevo noches, sin cesar rodaron
»Revueltas las atónitas legiones.
»Al alboroto, tímidas temblaron
»Del Caos insensible las regiones;
»Pero al fin, del Infierno la espantable
»Sima , su digno asilo, la insaciable
»Boca abriendo, los traga, y rechinando,
»Vuelve a cerrarse sobre su cabeza.
»Con eterna tormenta está bramando,
»Un mar de fuego oscuro, que circunda
»Toda la redondez de la profunda
»Cárcel, horror de la naturaleza,
»En que tiene el Dolor establecida
»Su silla, y con la noche tenebrosa,
»La Desesperación aun más odiosa,
»Y a todos lados cierra la salida.
»No estaba así la patria que perdieron:
»¡El Cielo! Libre de la escandalosa
»Guerra que en él movieron,
»En dulce paz, ya exentos sus confines
»De rebeldes, los himnos, los festines
»Y la pompa renacen. La dulzura
»Crece de su éter es su luz más pura,
»Y su techo divino
»Recobra su azul suave y cristalino.
»Vuelve entonces el Hijo del Eterno,
»Vencedor de la liga del Infierno,
»Glorioso a los palacios celestiales;
»Vuela el carro, y los Ángeles en coros
»Le acompañan alegres, con sonoros
»Aplausos y con cánticos triunfales.
»El triunfo es sólo de su Soberano;
»Mas de su Rey la gloria dividiendo,
»Su palma celestial lleva en la mano
»Cada uno, y en el próspero camino,
»Llenos de resplandor van repitiendo:
»¡Bendito seas, triunfador Divino,
Rey de Reyes, Señor de los Señores,
Hijo de Dios; a ti son los loores!
¡Oh Príncipes, abrid las, eternales
Puertas de las mansiones inmortales!»
»A ellas llega, rodeado de luz viva,
»Con toda la brillante comitiva
»El Señor, al compás de los cantares
»Celestes de millares de millares
»De Espíritus, que vuelan diligentes
»A su encuentro. De par en par patentes
»Las puertas de oro se abren. Majestuoso
»Entrando, va a sentarse al diestro lado,
»En el trono del Todopoderoso:
»Sus rayos le devuelve, y de su amado
»Padre gozando todos los honores,
»Divide sus eternos resplandores.
»Ya ves que, como dije, me he servido,
»En mi historia, de símiles terrenos,
»Bien que de aquellos hechos muy ajenos;
»Sin ellos, no me hubieras entendido
»De Dios te he relatado la victoria,
»Sobre unos seres de ingratitud llenos.
»¡Adán! para bien tuyo en la memoria
»Tenla siempre presente.
»Satanás, con la envidia más ardiente,
»Os mira, y aliviado se creyera
»De su mal, si en su ruina os envolviera.
»Con ansia anhela de su Dios vengarse:
»Quisiera a sus secuaces dar consuelo,
»Colmando de desgracias vuestro suelo:
»Nada menos pretende que saciarse
»De afrontar al Señor, y a aquel inmundo
»Funesto abismo trasladar el mundo:
»De su furor es menester guardarse:
»Témele. Advierte que es imponderable
»La astucia de ese bárbaro enemigo,
»Y su ira con vosotros implacable.
»Prevenlo a tu mujer: sirve de abrigo
»A ¡su flaqueza: Dios ha castigado
»Los soberbios rebeldes, que han faltado
»A sus leyes; su ejemplo considera
»Y de, tu Dios las órdenes venera. »

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