Joven Flamenca Estrangulada Por El Diablo
Charles Nodier
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La historia que viene a continuación tuvo lugar el veintisiete de mayo de
1582. Vivía en Amberes una chica joven y bella, amable, rica y de buena casa;
esto la hacía ser altiva, orgullosa, y sólo buscaba, día tras día, la forma de
agradar con sus trajes suntuosos a una infinidad de elegantes que le hacían la
corte.
Esta joven fue invitada, según la costumbre, a las bodas de un amigo de su
padre que se casaba. Como no quería faltar y estaba deseosa de asistir a tal
fiesta para superar en belleza y gracia a todas las demás damas y doncellas,
preparó sus ricos trajes, dispuso el bermellón con el que quería maquillarse a la
manera de las italianas y, como no hay cosa que más guste a las flamencas que
la ropa bonita, mandó hacer cuatro o cinco pavanas, cuya vara de tela costaba
nueve escudos. Cuando estuvieron terminadas, ordenó venir a una planchadora
y le encomendó la tarea de almidonar con cuidado dos de las pavanas para el
día de las bodas y el siguiente, prometiéndole por su trabajo el equivalente a
veinticuatro cuartos.
La planchadora lo hizo lo mejor posible, pero la doncella no las encontró
de su agrado y envió enseguida a buscar a otra obrera a quien entregó las
pavanas y el sombrero para almidonarlos, prometiéndole un escudo si todo era
de su gusto. Esta segunda planchadora empleó toda su habilidad para hacerlo
bien; pero tampoco pudo contentar a la joven que, despechada y furiosa,
desgarró y lanzó por la habitación sus pavanas y sombreros, blasfemando el
nombre de Dios y jurando que prefería que el diablo se la llevase antes que ir a las
bodas así vestida.
Apenas hubo pronunciado la pobre doncella estas palabras cuando él
diablo, que estaba al acecho y había adoptado la apariencia de uno de sus más
queridos admiradores, se presentó ante ella con una gorguera en el cuello
admirablemente almidonada y arreglada a la última moda. La joven, engañada,
y creyendo que hablaba con uno de sus favoritos, le dijo amablemente:
—Amigo mío, ¿quién os ha compuesto tan bien vuestras gorgueras? Es así
como yo las quería.
El espíritu maligno respondió que las había arreglado él mismo, y dicho
esto se las quita del cuello y las pone graciosamente en el de la doncella, que no
pudo contener la alegría de verse tan bien engalanada. Después de haber
abrazado a la pobrecilla por la cintura, como para besarla, el malvado demonio
lanzó un grito horrible, le retorció miserablemente el cuello y la dejó sin vida en
el suelo.
El grito fue tan espantoso que el padre de la joven y todos los que estaban
en la casa concibieron al oírlo el presagio de alguna desgracia. Se apresuraron a
subir a la habitación donde encontraron a la doncella rígida y muerta, con el
cuello y el rostro negros y magullados. Tenía la boca azulada y desfigurada de
tal manera que todos retrocedieron de espanto. El padre y la madre, después de
haber gritado y sollozado durante largo rato, ordenaron amortajar a su hija, a
quien introdujeron después en un féretro; y para evitar el deshonor que temían,
dieron a entender que su hija había muerto súbitamente de apoplejía. Pero un
suceso como aquél no podía permanecer en secreto. Al contrario: era necesario
que fuera puesto de manifiesto ante todos, a fin de servir de ejemplo. Cuando el
padre hube dispuesto todo para el entierro de su hija, se encontró con que
cuatro hombres fuertes y corpulentos no pudieron levantar ni mover el ataúd
que cobijaba aquel desgraciado cuerpo. Hicieron venir a otros dos porteadores
robustos que se unieron a los cuatro primeros; pero fue en vano, pues el féretro
era tan pesado que no se movía, como si estuviera clavado con fuerza en el
suelo. Los asistentes, espantados, pidieron que se abriera el ataúd, y se procedió
a ello al instante. Entonces —¡oh, prodigio espantoso!—, no encontraron en el
féretro más que un gato negro, que se escapó precipitadamente y desapareció
sin que se pudiera saber lo que fue de él. El ataúd permaneció vacío; la
desgracia de la chica mundana fue descubierta y la iglesia no le concedió las
oraciones de los muertos.
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