BLOOD

william hill

Seguidores

domingo, 7 de noviembre de 2010

El Visitante Y Otras Historias -- Dylan Thomas -- XXVIII

El Visitante Y Otras Historias


Dylan Thomas

 Los enemigos

(1934)

Ya había amanecido en los verdes acres del valle de Jarvis y el señor Owen arrancaba la mala hierba de su jardín. Un poderoso vien­to le tiraba de la barba y a sus pies parecía bramar el mundo vegetal. Un grajo perdido en el cielo graznaba en busca de compañía. Al fin, su vuelo enfiló solitario el Oeste con un lamento en el pico. El señor Owen, irguiendo los hombros descansadamente, levantó la vista al cielo y contempló aquel obscuro batir de alas contra un rojo Sol. En su fría cocina, la señora Owen suspiraba ante un puchero de sopa. Tiempo atrás, el valle era tan sólo un albergue del ganado. Sólo los vaqueros baja­ban de la colina para guiar con sus voces a las vacas y ordeñarlas después. Ningún extra­ño había pisado jamás el valle. El señor Owen había llegado hasta allí un atardecer de verano después de vagar solitario por toda la comar­ca. Aquel día y a aquella hora las vacas yacían plácidamente tumbadas y el arroyo saltaba cantando entre las guijas. «Aquí –pensó el señor Owen–, en medio de este valle, edificaré una casita pequeña con un jardín.» Y volviendo a trazar la misma ruta que lo había llevado hasta el valle por las ventosas colinas, regresó a su pueblo y contó a su mujer lo que había visto. Y así fue como acabó por levantarse en­tre los verdes campos una humilde casita. Plantaron en torno a ella un huerto y en torno al huerto se alzó un cercado que impedía el paso de las vacas.
Todo eso sucedió a principios de año. Aho­ra habían pasado otoño y verano. El jardín ya había florecido y desflorecido. La escarcha cubría la hierba. El señor Owen volvió a in­clinarse sobre la Tierra para arrancar hierbajos y el viento retorcía las testas próximas del gramaje y arrancaba una oración de sus ver­des fauces. Pacientemente iba arrancando y estrangulando los hierbajos, provocando en la Tierra un combate: entre sus dedos morían los insectos que habían excavado galerías allí don­de había brotado la mala hierba. Y se iba can­sando de matarlos y cansándose aún más de arrancar raíces y tallos podridos y verdes.
La señora Owen, asomada a las profundi­dades del puchero, había dejado a la sopa her­vir con libertad. Bullía obscura y espesa hasta que vino a iluminarla el reflejo de un arco iris. Relucía, fulgente como el Sol y gélida co­mo la estrella polar, entre los pliegues de su vestido donde ella tenía puesto el puchero con todo candor. Los posos del té del desayuno le habían anunciado la llegada de un extraño. La señora Owen se preguntaba qué le diría el puchero.
Por las raíces descuajadas culebreaba un gusano retorciéndose al tacto de los dedos y ciego en la luz. De pronto se había llenado la hondonada entera de viento, del gemir de las raíces, de alientos del bajo cielo. No sólo las mandrágoras chillan: las retorcidas raíces chi­llan también. Todos los hierbajos que el se­ñor Owen arrancaba del suelo chillaban como niños de pecho. En el pueblecito del otro lado del monte, al compás del colérico viento, las ropas tendidas en los jardines se mecían en extrañas danzas. Y mujeres de inflados vien­tres sentían un golpe nuevo en las entrañas al inclinarse sobre artesas de agua hirviendo. La vida les corría por las venas, los huesos, y la carne que los envolvía, carne que tenía su es­tación y su clima mientras el valle envolvía las casas con la carne de su verde hierba.
Como una tumba profanada, la bola de cris­tal del puchero iba rindiendo su cadáver a los ojos de la señora Owen. Esta contemplaba los labios de las mujeres y los cabellos de los hombres que iban cobrando forma en la su­perficie de aquel mundo transparente. Pero de repente desaparecieron las formas como por ensalmo y ya sólo distinguía los perfiles de las colinas de Jarvis. Por el valle invisible que se abría bajo aquella superficie venía ca­minando un hombre con un sombrero negro. Si seguía su marcha acabaría por caerle en el regazo. «Por las colinas viene caminando un hombre con un sombrero negro», exclamó di­rigiendo la voz al otro lado de la ventana. El señor Owen se sonrió y siguió desherbando. Fue en aquel tiempo cuando el reverendo Davies, perdido desde por la mañana, se apostó contra un árbol plantado en la divisoria de las colinas de Jarvis. Un ventarrón removía las ramas y la magnífica Tierra verdosa trepi­daba incierta a sus pies. Dondequiera que di­rigiese la vista, las lomas del monte se alzaban erizadas contra el cielo y dondequiera que bus­case refugio de la tormenta, hallaba una ate­morizada obscuridad. Cuanto más caminaba, más extraño se volvía el paisaje en torno suyo. Ora se remontaba hasta altitudes impensables, ora descendía vertiginoso por un valle no ma­yor que la palma de su mano. Los árboles se movían como seres humanos. Fue coincidencia providencial alcanzar la divisoria de los mon­tes cuando el Sol llegaba a su cenit. El mundo se deslizaba entre dos horizontes y él se quedó junto a un árbol y contempló el valle. Había en la campiña una casita rodeada por un huer­to. En torno a ella, bramaba el valle, como un boxeador se había plantado ante ella el vien­to, pero la casa permanecía impasible. Le pa­reció al reverendo que la casa había sido arrancada del caserío del pueblo por un ave gigantesca que la había depositado en medio de un tumultuario Universo.
Pero al compás que sorteaba los peñasco­sos riscos del monte se iba difuminando de la bola de la señora Owen. Una nube le arre­bató el sombrero negro y ahora vagaba bajo la nube la sombra anciana de un fantasma con heladas estrellas en la barba y sonrisa de me­dia luna. Nada sabía de esto el reverendo Davies, que se iba arañando las manos entre las peñas. Era viejo, se había emborrachado con el vino del oficio matinal y aquello que le bro­taba de los cortes no era sino sangre humana.
Nada sabía tampoco de las transformacio­nes del globo el buen señor Owen que, con el rostro junto a la tierra, seguía arrancando los cuellos de los escandalosos hierbajos. Había oído la profecía del sombrero negro de boca de la señora Owen, y se había sonreído pues siempre sonreía ante la fe de aquélla en los poderes del misterio. Había levantado la ca­beza al oír sus voces, pero con una sonrisa había preferido la llamada más clara de la Tierra. «Multiplicaos, multiplicaos», había di­cho a los gusanos sorprendidos en las galerías y había hecho de ellos mitades pardas para que se alimentasen y creciesen por todo el huerto, para que salieran hasta los campos y llegaran a los vientres del ganado.
Nada de aquello sabía el señor Davies. Vio la figura de un hombre con barba industriosa­mente reclinado sobre el suelo. Vio que la casa era una hermosa imagen con el pálido rostro de una mujer apretado a la cristalera de una ventana. Y quitándose el sombrero negro, se presentó como párroco de un pueblo que es­taba a unas diez millas de allí.
Está usted sangrando –dijo el señor Owen.
Las manos del señor Davies estaban en ver­dad inundadas de sangre. Cuando la señora Owen observó las heridas del párroco, le hizo sentar en un sillón que había junto a la ven­tana y le preparó una taza de té.
Le he visto a usted por el monte –dijo ella, y él le preguntó entonces que cómo había podido verle si las alturas estaban a tanta dis­tancia.
Tengo buena vista –respondió aquélla.
Y él no lo puso en duda. Aquella mujer te­nía los ojos más extraños que él había visto nunca.
Esto es muy tranquilo –dijo el reve­rendo.
No tenemos reloj –dijo la mujer ponien­do mesa para tres.
Es usted muy amable.
Somos amables con cuantos llegan hasta aquí.
El reverendo se preguntaba cuántos ven­drían a parar a casa tan solitaria en medio del valle, pero decidió no hacer ninguna pregunta por miedo a que la mujer hallara una res­puesta. Se dijo que la mujer tenía cierto mis­terio, que debía amar la obscuridad, pues todo estaba muy obscuro. Era ya demasiado mayor como para inquirir los secretos de la obscuri­dad, y ahora se sentía aún mayor con el traje talar deshecho en jirones y empapado y con las manos frígidas liadas entre las vendas que le había puesto aquella extraña mujer. Los vientos de la mañana podían ya con él, ya po­día cegarle el repentino advenimiento de la obscuridad. La lluvia podía pasar a través suyo como pasa a través de los fantasmas. Viejo, canoso y cansado, se había sentado junto a la ventana y casi se hacía invisible perfilado con­tra las estanterías y el lienzo blanco del si­llón.
Pronto estuvo lista la comida y el señor Owen entró desde el jardín sin lavarse.
¿Bendecimos la mesa? –preguntó el se­ñor Davies cuando los tres estuvieron senta­dos a la mesa.
La señora Owen cabeceó asintiendo.
Oh, Dios Todopoderoso, bendice estos alimentos –dijo el señor Davies; levantó la vista mientras seguía la oración y observó que los Owen habían cerrado los ojos–. Gracias te damos, Señor, por los dones que Tú nos de­paras –y notó que los labios de los Owen se movían imperceptiblemente.
No oía lo que de­cían pero supo que no pronunciaban la misma oración.
Amén –dijeron los tres juntos.
El señor Owen, orgulloso en el comer, se inclinaba sobre el plato igual que se había inclinado sobre la Tierra. Afuera se distinguían el pardo cuerpo de la Tierra, el verde pellejo de la hierba y el pecho de las colinas de Jarvis. Un viento atería la Tierra animal y el Sol absorbía el rocío de los campos. En las orillas del mar, los granos de arena se estarían mul­tiplicando mientras el mar rodaba por ellos. Sintió en la garganta la aspereza de los ali­mentos: le parecía que la corteza de la carne tenía un sentido y que también lo tenía el lle­varse la comida a la boca. Observó, con repentina satisfacción, que la señora Owen tenía la garganta desnuda.
También ella estaba inclinada sobre su pla­to, pero jugueteaba por los bordes de éste con los dientes del tenedor. No comía porque se habían posado sobre ella los viejos poderes y no se atrevía siquiera a levantar la cabeza y a alumbrar el verdor de su mirada. Sabía decir por el sonido la dirección del viento en el valle. Sabía, por las formas de las sombras en el mantel, la situación del Sol. Oh, si pu­diera volver a coger el globo y contemplar la extensión de obscuridad que cubría aquella luz invernal. Pero le rondaba por la cabeza una obscuridad que iba arrumbando la luz a su al­rededor. Tenía a la izquierda un fantasma. Con todas sus fuerzas convocó a la luz intan­gible que halaba al fantasma y la mezcló con la obscuridad de su propia cabeza.
El señor Davies, como si un pájaro le es­tuviera chupando la sangre, sintió una desola­ción en las venas y, en un dulce delirio, contó sus aventuras por los montes, el frío y el vien­to que había pasado y cómo aquéllos habían subido y bajado ante sus ojos. Había estado perdido, dijo, y había encontrado un obscuro retiro en que refugiarse del intimidante vien­to. La obscuridad le había asustado y había va­gado por el monte zarandeado por la mañana como un barco sin rumbo. Por todas partes se había sentido sacudido en el vacío o aterrori­zado por las acuciantes tinieblas. No había lu­gar en que pudiera ir a parar un viejo, dijo apiadándose de sí. Por amor a su parroquia, amaba también las tierras que la rodeaban, pero el monte se había vencido a su paso o lo había levantado por los aires. Y porque ama­ba a Dios, amaba también la obscuridad donde los hombres de edad rendían culto al obscuro invisible. Pero ahora las cuevas de los montes se habían poblado de formas y voces que se burlaban de él porque era viejo.
«Tiene miedo de la obscuridad –pensó la señora Owen–, de la maravillosa obscuridad.»
El señor Owen pensó sonriente: «Tiene mie­do del gusano de la tierra, de la copulación del árbol, del sebo viviente de las entrañas del mundo.»
Contemplaron al viejo y pareció más que nunca un fantasma. La ventana le dibujaba en torno a la cabeza un círculo difuso de luz.
De repente el señor Davies se arrodilló y se puso a rezar. No comprendía el frío de su corazón ni el miedo que le paralizaba al arro­dillarse, pero mientras decía la oración que había de salvarlo, contempló los ojos som­bríos de la señora Owen y la mirada risueña de su marido. De rodillas en la alfombra, a la cabecera de la mesa, miraba fijamente a la obscura mente y al burdo cuerpo obscuro. Los miraba y rezaba como un viejo dios acosado por sus enemigos.

El árbol

(1934)

Sobre la casita que a distancia se encaraba con las colinas de Jarvis, se alzaba una torre donde anidaban los pájaros mañaneros y en torno a la cual merodeaban de noche las le­chuzas. Desde el pueblo se divisaba en el ven­tanuco de la torre una luz como de luciérna­ga detrás de las vidrieras. Pero el interior del cuartucho sobre el cual hacían su nido los go­rriones pocas veces estaba iluminado; de sus techos descascarillados pendían telas de ara­ña, se dominaban desde él veinte millas a la redonda y sus rincones polvorientos con hue­llas de pezuña albergaban algún secreto.
El niño conocía la casita palmo a palmo, conocía los irregulares arriates y el cobertizo repleto de flores que desbordaban los tiestos, pero no lograba hallar la llave que abriera la puertecilla de la torre.
La casa cambiaba a vaivén de su capricho y los arriates podían tornarse mar, ribera o cielo. Cuando un arriate se convertía en una triste milla marina y él cruzaba navegando una superficie quebrada bajo las olas, del coberti­zo surgía el jardinero como en un feraz islote de motorrales. También el jardinero, asido a un tallo, se hacía a la mar. A horcajadas de una escoba podía volar hasta donde el niño quisiera. El jardinero conocía todas las histo­rias desde el principio del mundo.
Al principio había un árbol –decía.
¿Cómo era el árbol?
Como aquel donde está silbando el mirlo.
Es un halcón, es un halcón –exclamaba el niño.
El jardinero levantaba la vista hacia el ár­bol y veía un gigantesco halcón emperchado sobre una rama o un águila que se mecía al viento.
El jardinero amaba la Biblia. Cuando el Sol declinaba y el jardín se llenaba de gente, solía sentarse en el cobertizo a la luz de una vela y leía el pasaje del primer amor y la leyenda de la manzana y la serpiente. Pero lo que más le gustaba era la muerte de Cristo en un madero. En torno a él, los árboles for­maban un cerco, y los tonos de sus cortezas y el fluir escondido de la savia por sus raíces le anunciaban el paso de las estaciones. Su mundo se tornaba y cambiaba al ritmo con que la primavera mudaba la desnudez del ra­maje. De aquella Tierra en forma de manzana nacía su Dios como un árbol echando en los brotes a sus hijos que las brisas invernales arrastraban a la deriva. El invierno y la muer­te se movían en el mismo viento. El jardine­ro, sentado en su cobertizo, leía la historia de la crucifixión, mientras contemplaba los tiestos en el alféizar las noches de invierno. En noches así solía pensar que el amor no era nada y que muchos de sus hijos se troncha­ban.
El niño transfiguraba los arriates en sus juegos. El jardinero le llamaba por el nombre de su madre y, sentándoselo sobre las rodillas, le contaba las maravillas de Jerusalén y el nacimiento en un pesebre.
En el principio era la ciudad de Belén –le susurraba al niño antes de que la campana del crepúsculo le reclamase al té.
¿Dónde está Belén?
Muy lejos –decía el jardinero–. Hacia el Este.
Al Este se alzaban las lomas de Jarvis, ocultando el Sol, al tiempo que los árboles levantaban de entre las yerbas la Luna.
El niño estaba en la cama. Contemplaba su caballo balancín y quiso tener alas para, montado en él, surcar los cielos de Arabia. Pero los vientos de Gales batían contra los visillos y subía un cri-cri de grillos desde la sucia parcela que había bajo la ventana. Sus juguetes estaban muertos. Se puso a llorar y luego lo dejó al no saber la razón de sus lá­grimas. La noche era ventosa y fría, se en­contraba calentito entre las sábanas, la noche era inmensa como el monte y él solo era un niño en su cama.
Cerró los ojos y vio una cueva más pro­funda que la obscuridad del jardín donde el primer árbol que había soltado imposibles pá­jaros se erguía solitario con un fulgor de fue­go. Se escaparon lágrimas de sus párpados y pensó que el primer árbol estaba plantado muy cerca de él, como un amigo en el jardín. Saltó de la cama y se acercó de puntillas a la puerta. El caballo balancín se columpió sobre sus muelles y el niño, sobresaltado, se escurrió sigilosamente y volvió al lecho. Miró al caballito y estaba inmóvil. Volvió a levan­tarse otra vez, avanzó de puntillas sobre la al­fombra, alcanzó la puerta, dio una vuelta al picaporte y escapó a todo correr. A ciegas, su­bió hasta el final de las escaleras, ya arriba, contempló los obscuros escalones que llegaban hasta la puerta de entrada, vio cómo una hues­te de sombras se revolvía por los rincones y al oír sus sinuosas voces, imaginó las cuencas de sus ojos y la delgadez de sus brazos caídos. Eran sombras pequeñas, secretas y sin san­gre, surgidas de invisibles armaduras y envuel­tas en cendales de tela de araña. Le tocaron en el hombro y le hablaron al oído en un susurro. Corrió escaleras abajo: ni una sombra en la entrada y los rincones vacíos. Extendió la ma­no, acarició la obscuridad, y creyó sentir que una seca cabeza de terciopelo se le escurría por entre los dedos rozándole las uñas como una bruma. Pero no había nadie. Abrió la puer­ta y las sombras se precipitaron en el jardín. Una vez en el sendero, sus temores le abandonaron. La Luna se había posado sobre los matorrales y la escarcha se extendía por la hier­ba. Llegó al término del sendero hasta el ár­bol iluminado más viejo aún que la luz con un hervor de bichos bajo la corteza y las ra­mas saliéndole del tronco como brazos hela­dos de mujer. El niño tocó el árbol, éste se dobló a su tacto. Y una estrella que brillaba en el cielo más que ninguna se quemó sobre la torre de los pájaros con un fulgor que no alcanzó a alumbrar más que las deshojadas ramas, el tronco y las inquietas raíces. El niño se dirigió hacia el árbol sin vacilar. Rezó fren­te a él sus oraciones, arrodillado sumisamente sobre la ennegrecida leña que el viento de la noche había arrastrado. Y entonces, temblan­do de amor y de frío, volvió a correr entre los arriates de nuevo hacia casa.

Al Este de la comarca vivía un tonto que vagabundeaba por aquellos parajes, alimentán­dose del pan que le daban de limosna en las granjas. En cierta ocasión el párroco le había regalado un traje que cubría desmañadamen­te su escuálida figura y flotaba en el viento al pasar por los campos. Tenía los ojos tan abiertos y tan limpio el cuello que nadie podía negarse a sus súplicas. Y si pedía agua, leche le daban.
¿De dónde eres?
Del Este –decía.
Todos sabían que era un tonto, y le daban de comer por limpiar los jardines. Una vez, al clavar el rastrillo en el estiércol, oyó que del fondo de su corazón subía una voz. Echó ma­no de un montón de heno, atrapó un ratón, le hizo una carantoña en el hocico y lo dejó es­capar.

Todo el día estuvo el niño pensando en el árbol, le acompañó en sus sueños toda la no­che, mientras la Luna se alzaba sobre los cam­pos. Una mañana, a mediados de diciembre, cuando el viento batía la casa desde las colinas más remotas y cuando aún la nieve de las horas obscuras blanqueaba los tejados y la hier­ba, salió corriendo hacia el cobertizo. El jar­dinero andaba componiendo un rastrillo que había encontrado roto. Sin decir una palabra, el niño se sentó a sus pies sobre un cajón de semillas y se quedó mirándole coser los dien­tes del rastrillo. Le pareció que nunca lo lo­graría con aquel alambre. Observó las botas del jardinero, húmedas de nieve, las rodilleras de sus pantalones, los botones desabrocha­dos de su zamarra y los pliegues de la barriga que se adivinaban bajo una remendada camisa de franela. Miró sus manos ocupadas con los dorados nudos del alambre, eran unas manos toscas, pardas: había bajo sus rotas uñas man­chas de tierra y en las puntas de los dedos un amarilleo de tabaco. El rostro del jardinero tenía una expresión decidida mientras pasaba el alambre por entre los dientes del rastrillo, presintiendo que se iban a desprender del man­go. Al niño le impresionaron la fuerza y la su­ciedad del viejo, pero, al mirarle la larga y espesa barba blanca e impoluta como la nieve, recuperó en seguida la confianza. Era la barba de un apóstol.
Le he rezado al árbol –dijo el niño.
Reza siempre a los árboles –dijo el jar­dinero, que pensaba en el calvario y en el Paraíso.
Le rezo al árbol todas las noches.
El alambre se escurrió por entre los dien­tes del rastrillo.
Le he rezado a aquel árbol.
El alambre se rompió con un chasquido.
El niño, levantando el dedo por encima del invernadero señalaba el árbol que, a diferen­cia de los demás del jardín, no tenía huellas de nieve.
Es el árbol mayor –dijo el jardinero, y el niño, encaramado ahora en el cajón, gritó con tanta fuerza que el malparado rastrillo cayó al suelo con estruendo.
Es el primer árbol, el primero de que tú me hablaste. Al principio había un árbol, dijiste. Yo te oí –exclamó el niño.
El mayor es tan bueno como los demás –dijo el jardinero con voz condescendiente.
El primero de todos los árboles –mur­muró el niño.
Reconfortado de nuevo por la voz del jar­dinero, le dirigió una sonrisa al árbol a través de los cristales, y el alambre volvió a escu­rrirse del rastrillo roto.
Dios crece en los árboles raros –dijo el viejo–. Sus árboles vienen a extraños parajes a descansar.
Y mientras el jardinero desplegaba la his­toria de las doce estaciones de la cruz, el ár­bol agitaba sus ramas como saludando al niño. De los negros pulmones del jardinero surgió una voz de apóstol.
Le ayudaron a subir al árbol y le pusieron clavos en la tripa y en los pies. La sangre del Sol de mediodía, sobre el tronco del viejo ár­bol, teñía su corteza.

Desde las colinas de Jarvis, el tonto con­templaba el valle impoluto en cuyas aguas y praderas las brumas se levantaban y perdían.
Vio que el rocío se deshilachaba, que el gana­do se miraba en los arroyos y que las obscuras nubes huían al rumor del Sol. Sobre los bordes de un cielo transparente apareció el Sol como un caramelo en un vaso de agua. El tonto sin­tió hambre cuando las primeras gotas invisi­bles de lluvia cayeron en sus labios, tomó en las manos unas briznas de hierba y, después de probarlas, le parecía notar su verdor en la lengua. Había luz en su boca y la luz era ru­mor en sus oídos: todo el valle era un dominio de luz. Ya conocía las colinas de Jarvis, por encima de las laderas del contorno se erguían sus perfiles, podían distinguirse a millas, y mi­llas de distancia, pero nadie le había hablado nunca del valle al que se abrían las colinas. Belén, gritó el tonto al valle, meditando el so­nido de las palabras e infundiéndoles toda la gloria de aquella mañana galesa. Se sintió her­mano del mundo que le rodeaba, aspiró el aire igual que un recién nacido abraza y ab­sorbe la luz. La vida del valle de Jarvis que era un vapor que ascendía de aquel cuerpo de árboles y prados y de aquel manojo de arroyos le prestaba sangre nueva. La noche le había secado las venas y el amanecer del valle le devolvía la sangre.
Belén –dijo el tonto al valle.

El jardinero no tenía nada que darle al niño, así que, sacándose una llave del bolsillo, le dijo:
Esta es la llave de la torre. El día de No­chebuena te abriré sus puertas.
Antes de obscurecer, el niño y él subieron las escaleras de la torre, metieron la llave en la cerradura, y la puerta, como la tapadera de una caja secreta, se abrió a su paso. El cuar­to estaba vacío.
¿Dónde están los secretos? –preguntó el niño, mientras contemplaba las enmarañadas vigas, las telarañas de los rincones y las vidrie­ras emplomadas.
Basta con que te haya dado la llave –di­jo el jardinero, que creía que en su bolsillo, junto con plumas de aves y semillas, se escon­día la llave del Universo.
Como no había secretos, el niño se puso a llorar. Exploró una vez y otra la estancia va­cía, pateaba el polvo tratando de hallar algu­na disimulada trampa y golpeaba con los nu­dillos las desnudas paredes en busca de la hue­ca voz del cuarto que pudiera haber más allá de la torre. Pasó la mano por las telarañas de la ventana y a través del polvo divisó la nieve de la Nochebuena. Un mundo de colinas se escalonaba hasta el compás del cielo y cum­bres que el niño nunca había visto alargaban los brazos a los copos de nieve. Se extendían ante él peñas y bosques, anchos mares de Tie­rra estéril y una marea nueva de cielos ba­rriendo las negras playas. Hacia el Este, som­bras de criaturas inefables y una madriguera de árboles.
¿Quiénes son aquéllas?, ¿quiénes son?
Son las colinas de Jarvis –dijo el jar­dinero–, que han estado ahí desde el princi­pio.
Tomó al niño de la mano y lo apartó de la ventana. La llave volvió a introducirse en la cerradura.
Aquella noche el niño durmió bien, había una fuerza especial en la nieve y en la obscuri­dad, una música inalterable en el silencio de las estrellas y un silencio en el viento veloz. Belén estaba más cerca de lo que él esperaba.

La mañana de Navidad el tonto entró en el jardín. Tenía el pelo húmedo y los zapatos nevados, rotos y enfangados. Cansado del lar­go viaje desde las colinas de Jarvis y desma­yado de hambre, se sentó junto al viejo árbol hasta donde el jardinero había arrastrado un tronco. Entrelazó los dedos, mirando los de­solados parterres y las malas hierbas que cre­cían en los bordes del sendero. Por encima de un alero rojo sobresalía la torre como un árbol de piedra y cristal. Se subió el cuello del abrigo, pues un viento fresco golpeaba el ár­bol, se miró las manos y vio que rezaban. En­tonces el miedo del jardín vino sobre él, los matorrales se habían vuelto enemigos y los árboles, en avenida hasta la verja, levantaban sus brazos pavorosamente. Mirando a las co­linas el lugar parecía estar muy alto; desde el temblor de los penachos de una nueva monta­ña, parecía, en cambio, estar muy bajo. El viento soplaba aquí con fuerza rasgando rabio­samente el silencio, arrancando de las ramas viejas una voz judía. El silencio latía como un corazón. Sentado ante las crueles colinas, oyó una voz que desde su interior clamaba:
¿Por qué me trajiste aquí?
No pudo decir por qué había venido, le ha­bían dicho que viniera y alguien le había guiado, pero no sabía decir quién. De los arriates surgió una voz y empezó a diluviar.
Dejadme –dijo el tonto, volviéndose con­tra el cielo–. Tengo lluvia en la cara y viento en las mejillas.
Y abrazó la lluvia.
Allí lo encontró el niño, al amparo del ár­bol, soportando la tortura del tiempo con divina paciencia, con una triste mueca de sonrisa en los labios y el cabello desaliñado al viento.
¿Quién era aquel extraño? Tenía fuego en los ojos y el cuello desnudo bajo el abrigo, pero sonreía sentado contra el árbol el día de Na­vidad.
¿De dónde has venido? –preguntó el niño.
Del Este –respondió el tonto.
No le había engañado el jardinero y la torre tenía un secreto. El árbol raído que relucía en la noche era el primero de todos los árboles.
Y volvió a preguntar:
¿De dónde has venido?
De las colinas de Jarvis.
Ponte de pie contra el árbol.
El tonto, sonriendo todavía, se levantó y re­clinó la espalda contra el tronco.
Pon los brazos así.
El tonto extendió los brazos.
El niño escapó corriendo hacia el cobertizo, y al llegar a los arriates empapados, vio que el tonto no se había movido, que todavía seguía allá, con la espalda contra el árbol y los brazos abiertos erguido y sonriente.
Déjame atarte las manos.
El tonto sintió cómo el alambre inútil del rastrillo le ceñía las muñecas, se le clavaba en la carne, y la sangre de las heridas manaba brillante y caía sobre el árbol.
Hermano –dijo.
Y vio que el niño soste­nía en la palma de la mano unos clavos de plata.

El mapa del amor

(1937)

Aquí viven –dijo Sam Rib– las bestias de dos espaldas.
Señaló su mapa del Amor, cuadrátula de mares, islas y continentes extra­ños con una selva obscura en cada extremo. La isla de las dos espaldas, en la línea del ecuador, se encogía a su tacto como piel afectada de lu­pus y el mar de sangre que la rodeaba encon­traba un nuevo movimiento en sus aguas. El semen, cuando subía la marea, rompía contra las bullentes costas; los granos de arena se multiplicaban; las estaciones se sucedían; el verano, con ardor paterno, daba paso al otoño y a los primeros aguijones del invierno, dejan­do que la isla conformase en sus recodos los cuatro vientos contrarios.
Aquí –dijo Sam Rib, poniendo los de­dos en las montañas de un islote– viven las primeras bestias del amor.
Y también la progenie de los primeros amores mezclados, como no ignoraba, con las matas que barniza­ban sus verdes elevaciones, con su propio viento y la savia que nutría el primer chirrido de un amor que nunca, mientras no llegara la primavera, encontraba la respuesta nerviosa en las hojas correspondientes.
Beth Rib y Reuben señalaron el mar verde que rodeaba la isla. Este corría por entre las quebrazas como niño por sus primeras grutas. Marcaron los canales bajo el mar, dibujados esquemáticamente, que engarzaban la isla de las primeras bestias con las tierras palustres. Avergonzados de las plantas semilíquidas que brotaban del pantano, los venenos trazados a pluma que se cocían en las matas y la copu­lación en el barro secundario, los niños se ru­borizaron.
Aquí –dijo Sam Rib– hay dos meteoros que se mueven.
Siguió con el dedo los trián­gulos finamente dibujados de dos vientos y la boca de dos querubines arrinconados. Los me­teoros se movían en un solo sentido. Se arrastraban individualmente por sobre las abomi­naciones de la ciénaga, gozosos del amor de sus propias lluvias y nevadas, del amor del ruido de sus propios suspiros y los placeres de sus propios padecimientos verdes. Los me­teoros, garzón y doncella, se desplazaban en medio de aquel mundo agitado, tronando la tempestad marina bajo ellos, divididas las nu­bes en innúmeros anhelos de movimiento mien­tras ellos se limitaban a observar con descaro el descarnado muro de viento.
Volved, oh pródigos sintéticos, al labo­ratorio de vuestro padre –declamó Sam Rib– y al cebado becerro del tubo de ensayo.
Se­ñaló los cambios de dirección, en que las líneas dibujadas a pluma de los temporales ya sepa­rados sobrevolaban la profundidad del mar y la segunda fisura entre los dos mundos de amantes. Los querubes soplaron más fuerte; el viento de los dos meteoros trastocadores y las espumas del mar unificados continuaron su empuje; los temporales se detuvieron frente a la costa única de dos países acoplados. Dos torres desnudas sobre los dos-amores-en-un-grano de los millones de la arena combinaban aquéllos, según informaban las flechas del ma­pa, en un solo ímpetu. Pero las flechas de tinta los hacían retroceder; dos torres agostadas, húmedas de pasión, temblaban de terror a la vista de su primera cópula y dos sombras pá­lidas arrollaron la Tierra.
Beth Rib y Reuben escalaron la colina que proyectaba un ojo de piedra sobre el valle des­guarnecido; corrieron colina abajo cogidos de la mano, cantando mientras lo hacían, y de­jaron sus botitas en la hierba húmeda del pri­mero de los veinte campos. En el valle había un espíritu que campearía cuando todas las colinas y árboles, todas las rocas y arroyos hu­bieran quedado enterrados bajo la muerte del Occidente. Y allí se alzaba el primer campo, donde el loco Jarvis, cien años atrás, había derramado su simiente en la entraña de una muchacha calva que había vagado desde su lejano país y yacido con él en los ayes del amor.
Y el cuarto campo, un lugar de maravillas, donde los muertos pueden retorcer las piernas de todos los borrachos desde sus tumbas mar­chitas y los ángeles caídos guerrean por sobre las aguas de los ríos. Plantado en el suelo del valle a una profundidad mayor de la que las ciegas raíces pudieran abrir tras sus compa­ñeras, el espíritu del cuarto campo emergía de las tinieblas arrancando lo profundo y tenebroso de los corazones de todos los que bollan el valle a una treintena de kilómetros o más de las lindes del condado montañoso.
En el campo décimo y central, Beth Rib y Reuben llamaron a la puerta de los cortijos para preguntar por el enclave de la primera isla rodeada de colinas amantes. Llamaron a la puerta trasera y les espetaron un reproche fantasmal.
Descalzos y cogidos de la mano corrieron por los diez campos restantes hasta la orilla del Idris, donde el viento olía a algas marinas y el espíritu del valle estaba engarzado con la lluvia del mar. Pero llegó la noche, mano so­bre muslo, y las figuraciones de las dilatacio­nes sucesivas del río por entonces anieblado arrojó a su lado una nueva forma. Una forma isleña, amurallada de obscuridad, a un kilómetro río arriba. Furtivamente, Beth Rib y Reuben caminaron de puntillas hasta el agua murmuriante. Vieron que la forma crecía, desenlaza­ron sus dedos, se quitaron las ropas estivales y, desnudos, se precipitaron al río.
Río arriba, río arriba –susurró ella.
Río arriba –dijo él.
Flotaron río abajo cuando una corriente tiró con fuerzas de sus piernas, pero salvaron ésta y nadaron hacia la isla todavía en creci­miento. Brotó el barro del lecho del río y libó de los pies de Beth.
Río abajo, río abajo –dijo ella y ambos forcejearon con el barro.
Reuben, rodeado de algas, luchó con las cabezas grises que pugnaban con sus manos y siguió a la muchacha hasta la orilla del valle de altura.
Sin embargo, mientras Beth seguía nadan­do, el agua le hizo cosquillas; el agua le pre­sionaba su costado.
Amor mío –exclamó Reuben, excitado por el cosquilleo de las aguas y las manos de las algas.
Y, al detenerse desnudos en el campo vigé­simo, susurró ella:
Amor mío.
Al principio, el miedo les hizo retroceder. Mojados como estaban, tiraron de las ropas hacia sí.
Al otro lado de los campos –dijo ella.
Al otro lado de los campos, en la dirección de las colinas y la morada de montaña de Sam Rib, los niños corrieron como torres agosta­das, abandonado su lazo, aturdidos por el ba­rro y sufriendo el sonrojo producido por el primer cosquilleo del agua de la isla neblinosa.
Aquí viven –dijo Sam Rib– las prime­ras bestias del amor.
Los niños escuchaban en el frescor de la mañana siguiente, demasia­do asustados para rozarse las manos. Volvió a señalar la combada colina que daba a la isla e indicó el curso de los canales delineados que casaban barro con barro, verde marino con un verde más profundo y todas las montañas del amor y las islas en un solo territorio.
He aquí los consortes vegetales, los consortes ver­des, los granos –dijo Sam Rib– y las aguas divisorias que emparejan y se emparejan. El Sol con la hierba y la lozanía, la arena con el agua y el agua con la hierba perenne empare­jan y se emparejan para gestación y fomento del globo.
Sam Rib se había casado con una mujer verde, al igual que el tío abuelo Jarvis lo había hecho con su muchacha calva; se ha­bía casado con una acuosidad femenina para gestación y fomento de los niños que se rubo­rizaban junto a él. Observó cómo las tierras pantanosas estaban tan cerca de la primera bestia que doblara la espalda, una colina el orbe de las bestias dobladas de abajo tan alta como la colina del tío abuelo que la noche pasada había enarcado el entrecejo y envuelto en cuescos. La colina del tío abuelo había he­rido los pies de los niños, pues los cebos y las botitas se habían perdido para siempre en­tre las matas del primer campo.
Al pensar en la colina, Beth Rib y Reuben se quedaron quietos. Oyeron decir a Sam que la colina de la primera isla era de descenso tan suave como la lana, tan lisa como el hielo para deslizarse. Recordaron el dócil descenso de la noche anterior.
Colina mansa –dijo Sam Rib–, de subi­da trabajosa.
Lindando con la colina de los adolescentes había una blanca carretera de piedra y hielo señalada por los pies deslizantes o el trineo de los niños que bajaran; otra carretera, al pie, ascendía en un reguero de san­gre y piedra roja señalado por las huellas va­cilantes de los niños que subieran. El descenso era suave como lana. Un fallo en la primera isla y la colina ascendente se rodearía de una punzante masa de cuescos.
Beth Rib y Reuben, que nunca olvidarían los encorvados peñascos y los pedernales entre la hierba, se miraron por primera vez en aquel día. Sam Rib le había hecho a ella y lo moldearía a él, haría y moldearía al muchacho y a la joven conjuntamente hasta conformar un escalador doble que suspirase por la isla y se fundiera allí en un esfuerzo singular. Volvió a hablarles del barro, pero no quiso que se asustaran. Y que las grises cabezas de las algas estaban rotas y que nunca volverían a hinchar­se en las manos del nadador. El día del ascenso había transcurrido; restaba el primer descen­so, colina en el mapa del amor, dos ramas de hueso y olivo en las manos infantiles.
Los pródigos sintéticos volvieron aquella noche a la estancia de la colina, a través de grutas y cámaras que corrían hasta el techo, distinguiendo el techo de estrellas y con la feli­cidad en sus manos cerradas. Ante ellos estaba el valle roturado y el pasto de los veinte cam­pos nutría al ganado; el ganado de la noche se rebullía junto a las cercas o saltaba a las cáli­das aguas del Idris. Beth Rib y Reuben corrie­ron colina abajo, aún bajo sus pies la ternura de las piedras; acelerando la marcha, descendieron el ijar de Jarvis, el viento en el cabello, azotando sus aletas palpitantes aromas mari­nos que soplaban del norte y del sur, donde no había ningún mar; y, reduciendo la veloci­dad, llegaron al primer campo y la linde del valle para encontrar sus botines venustamente dispuestos en un lugar hollado por alguna pe­zuña, en la hierba.
Se calzaron las botitas y corrieron por en­tre las hojas que caían.
He aquí el primer campo –dijo Beth Rib a Reuben.
Los niños se detuvieron, la noche iluminada por la Luna siguiendo su curso, una voz surgiendo al filo de la obscuridad.
Dijo la voz:
Vosotros sois los niños del amor.
Y tú, ¿dónde estás?
Soy Jarvis.
¿Y quién eres?
Aquí, queridos míos, aquí en la cerca, con una mujer sabia.
Pero los niños se alejaron corriendo de la voz que surgía del cercado.
Aquí, en el segundo campo.
Se detuvieron para recuperar el aliento y una comadreja, produciendo su ruidito, pasó corriendo por sus pies.
Cógete más fuerte.
Yo te cogeré más fuerte.
Dijo una voz:
Sujetaos más fuerte, niños del amor.
¿Dónde estás?
Soy Jarvis.
¿Quién eres?
Estoy aquí, aquí, yaciendo con una vir­gen de Dolgelley.
En el tercer campo, el hombre que corres­pondía a Jarvis penetraba a una muchacha verde y, mientras les llamaba niños del amor, penetraba al espectro de la joven y el aroma de suero de mantequilla de su aliento. Penetra­ba a una tullida en el cuarto campo, pues la torsión de los miembros femeninos prolonga­ban el amor, y maldijo a los niños indiscretos que le habían sorprendido con una amante de miembros tiesos en el quinto campo, delimitan­do las divisiones.
Una muchacha de la Cuenca del Tigre sujetaba con fuerza a Jarvis, y sus labios forma­ban sobre el cuello del hombre un corazón rojo y partido; allí estaba el campo sexto y rizado por los temporales, donde, apartándose del peso de las manos femeninas, vio el hom­bre la inocencia de ambos, dos flores que sa­cudían la oreja de un cerdo.
Rosa mía –dijo Jarvis, pero el séptimo amor perfumaba sus manos, sus manos pulsa­doras que sostenían el cancro de Glamorgan bajo la octava cerca. Del Corazón del Monas­terio de Bethel, una mujer santa le sirvió por novena vez.
Y los niños, en el campo central, gritaron mientras diez voces subían, subían, bajaban de los diez espacios de la medianoche y el mundo cercado.
Era noche cerrada cuando respondieron, cuando los gritos de una voz respondieron compasivamente a la pregunta a dos voces que trinó en las rayas del aire que subía, subía y bajaba.
Nosotros –dijeron– somos Jarvis, Jarvis bajo la cerca, en los brazos de una mujer, una mujer verde, una mujer calva como tejón, sobre una pata de paloma.
Contaron el número de sus amores ante los oídos de los niños. Beth Rib y Reuben oyeron los diez oráculos y se rindieron con timidez. Más allá de los campos restantes, entre los susurros de las diez últimas amantes, ante la voz del avejentado Jarvis, grisáceo su pelo en las últimas sombras, se precipitaron al Idris. La isla relucía, el agua parloteaba, había un ademán de miembros en cada caricia del vien­to que mellaba el río sereno. El se quitó las ropas estivales y ella dispuso los brazos como un cisne. El muchacho desnudo estaba a su espalda; y ella se volvió y lo vio zambullirse en los escarceos de su aguja. Tras ellos, mo­rían las voces de los padres de ella.
Río arriba –exclamó Beth–, río arriba.
Río arriba –replicó él.
Sólo las cálidas aguas cartografiadas co­rrieron aquella noche sobre las playas de la isla de las primeras bestias, blanca bajo la Luna nueva.

La mujer y el ratón

(1936)

1
En los aleros del manicomio los pájaros anunciaban la llegada de la primavera. Su trino imperturbable no se rendía al lastimero aullido canino de un loco que alargando los brazos por entre las rendijas de una de las habita­ciones superiores parecía desgarrar el cielo que se extendía entre su ventanuco y los nidos. El aire traía un fresco aroma hasta el blanco edi­ficio y sus contornos. Por la tapia que lo sepa­raba del mundo, el manicomio asomaba las verdes manecillas de sus árboles.
En los jardines los enfermos se hallaban sentados contemplando el Sol, las flores o la nada, o bien paseaban sosegadamente por los senderos de gravilla que crujían estremecidamente a su paso. Eran parterres donde hubieran podido corretear en silencio niños con tra­jes de colores. Había en todo el edificio una dulce expresión como si allí se supiera tan sólo de las cosas amables de la vida y de las emociones discretas. En una de las habitaciones centrales se encontraba un niño que se había seccionado con unas tijeras los pulgares.
A un lado del sendero principal que unía la verja con el edificio, ligeramente apartada de él, una niña con los brazos en alto hacía señas a los pájaros. En vano intentaba seducir a los gorriones articulando y retorciendo los dedos. «Tiene que ser primavera», dijo. Los go­rriones cantaban exultantes, y al poco dejaron de cantar.
Volvió a sentirse el aullido de la habitación superior. Apresado entre los barrotes de la ven­tana aparecía el rostro del loco. Abría la enor­me circunferencia de la boca y gruñía contra el Sol escuchando las inflexiones de sus voces con atención despiadada. Tenía los ojos, de mi­rada perdida, clavados contra los céspedes y sentía la rotación de los años que tenuemente retrocedían. Los barrotes de hierro se derre­tían bajo el Sol. Como una flor, se abrió en un latido una nueva habitación.

2
Se había despertado todavía en la obscuri­dad, y ahora escrutaba en el cabo del cerebro el sentido del sueño para que bajo cada uno de sus símbolos posara una claridad separada. Había símbolos olvidados, habían desfilado muy de prisa por un crujir de hojas, los gestos manuales de una mujer que se contoneaba en el firmamento, una lluvia y un rumor de viento. Recordaba la cara ovalada de la mujer y el color de sus ojos. Recordaba el tono de su voz, pero no lo que había dicho. Había estado pa­seando por la hierba y sus palabras habían caído con las hojas y había hablado con el viento que golpeteaba las cristaleras como un viejo.
En la tragedia loca de un griego había ha­bido siete mujeres con idéntico rostro corona­das de un aro de cabellos locos y negros. Una a una habían pasado por la hierba y desapa­recido después. Le habían vuelto la cara into­lerablemente angustiada de dolor.
El sueño había cambiado ahora. Donde es­tuvieron las mujeres, había ahora una avenida de árboles. Los árboles de las márgenes se in­clinaban y entrelazaban las manos y todo se tornaba un negro bosque. Se había visto a sí mismo, absurdamente desnudo, franquearlo hasta las profundidades. Al pisar un haz de leña, sintió una mordedura. De nuevo estaba ante él el rostro de la mujer. Aquel rostro fati­gado era todo su sueño. Los cambiantes deta­lles, los celestiales cambios del sueño, los apalancados árboles y las dentelleantes ramas, todo lo demás no era sino la trama de su deli­rio. No era la sombra enfermiza del pecado lo que enturbiaba su rostro, era la enfermiza sombra de no haber jamás pecado y de no ha­ber estado nunca bien.
Encendió la vela de la mesilla de madera que tenía junto a la cama. La llama confundió las sombras de la habitación y extrajo de la obscuridad deformadas figuras humanas. Oyó el reloj por vez primera. No había oído hasta entonces otra cosa que el viento del exterior y los claros sonidos de invierno del mundo noc­turno. Mas ahora el ligero tictac se sentía como el corazón de un ser oculto allí. Ahora no oía a los pájaros de la noche. El sonoro reloj aho­gaba su llanto o acaso el viento conmoviera gélidamente los entresijos de su plumaje. Re­cordó los negros cabellos de la mujer de los árboles y de las siete mujeres paseando por la hierba.
Ya no podía escuchar la voz de la razón. A su lado latía el pulso de un corazón nuevo. Dejó satisfecho que el sueño dictara su propio ritmo. Cuando el Sol se ponía, se levantaba una y otra vez y, bajo la negrura loca de las estre­llas, paseaba por los montes mientras el viento acariciaba su pelo y su nariz. De lo alto de los montes salían a la obscuridad conejos y ratas consolados por las sombras de la hiriente luz del Sol. La mujer se había alzado también en la obscuridad y atrapaba centenares de estrellas y le enseñaba un misterio que pendía y brillaba en las alturas de la noche celestial, más allá de las constelaciones que se abrían al otro lado de los visillos.
Volvió a dormirse y despertó con el día. Mientras se vestía, un perro arañó la puerta. Lo dejó entrar y le acarició el húmedo hocico. Hacía demasiado calor para un día de invierno. Una brisa ligera no aliviaba la acidez del calor. Al abrir la ventana, los rayos oblicuos del Sol retorcieron sus imágenes en los haces implaca­bles de luz.
Mientras comía trataba de no pensar en la mujer. Se había alzado de las profundidades de la obscuridad. Ahora se había perdido nueva­mente, estaba ahogada o muerta. Al resplandor de la impoluta cocina, entre los blancos tablo­nes, los candelabros de bronce, los platos de las estanterías y el fragor del reloj y la tetera, se sentía atrapado entre el creer y el no creer en ella. Ahora se fijaba en las líneas de su cue­llo. Vio su carne en el pan cortado, su sangre, que aún fluía por los canales de su misterioso cuerpo, en el agua de primavera.
Pero otra voz le decía que estaba muerta. Era la mujer de una historia de locos. Se obli­gó a escuchar la voz que repetía que estaba muerta. Muerta, viva, ahogada, en pie. Las dos voces se cruzaban por el cerebro. Se resistía a pensar que se hubiera apagado en ella la últi­ma chispa de vida. Está viva, viva, exclamaron las dos voces al tiempo.
Mientras estiraba las sábanas vio un block y sentándose a la mesa tomó con elegancia un lapicero. Por el monte sobrevoló un gavilán. Por delante de la ventana planearon unas ga­viotas, con las alas distendidas e inmóviles, chirriando. En un agujero junto a las madri­gueras, una rata amamantaba a su retoño mien­tras el Sol se remontaba hacia las nubes. Y él dejó el lapicero.

3
Una mañana de invierno, después de haber rasgado inútilmente el canto del gallo los ám­bitos del jardín, aquella que con él había vivido tanto tiempo, surgió con todo el esplendor de su juventud. Había proclamado su voluntad de ser libre y de escapar de la ruta de sus sueños. Si no hubiera estado en el principio, no hu­biera habido principio. Cuando él era niño, había danzado ella por su vientre, y había atizado sus infantiles entrañas. Y ahora por fin él había hecho nacer a quien le había acompañado desde el principio. Con él vivieron un perro, un ratón y una mujer de cabellos negros.

4
No es poco, pensó, la escritura que ante mí se extiende. Es la historia de la creación, la fábula del nacimiento. Otro ser se había ge­nerado de sí. No de sus entrañas, sino de su alma y de su cabeza fecunda. Había alcanzado él la casa de la colina donde el ser que llevaba en su interior madurara y naciera lejos de la mirada de los hombres. Entendió que el viento que traía el grito de la mujer había hablado en su último sueño. «Hazme nacer», había ex­clamado. Y él había dado el ser a esa mujer. Revestida de carne, la vida recibida le haría ahora caminar, hablar y cantar. Y supo tam­bién que era un ser absoluto sobre las impo­lutas páginas. Había un oráculo en la punta del lápiz.
Después de comer estuvo limpiando la co­cina. Cuando hubo fregado hasta el último pla­to, contempló aquel espacio. En un rincón, junto a la puerta, se abría un agujero del ta­maño de media corona. Halló una piececita de hojalata y la clavó tapando el agujero de modo que nada pudiera entrar ni salir por él. Se puso el abrigo y salió en dirección del mar y los montes.
De la irrumpiente marea saltaban quebra­das las aguas hasta caer y encharcar las hen­diduras de las rocas. Descendió hasta el semicírculo de la playa y los racimos de conchas no se rompían con sus pisadas. Sintió en un costado los latidos del corazón y volvió la mi­rada hacia el punto en que las rocas mayores trepaban desafiantes hacia los prados. Y allí, al pie del acantilado, le hacía frente la sonrisa dibujada en el rostro ovalado de la mujer. La espuma salpicaba su cuerpo desnudo y por entre los pies le corrían ligeras volutas de agua marina. Levantó la mujer la mano y se llegó hasta donde ella estaba.

5
Con el frescor del atardecer pasearon por el jardín de la casa. Al recubrir su desnudez mantenía la mujer toda su belleza. Los pies enguantados se deslizaban con la misma lige­reza que si anduvieran descalzos. Su voz tenía la claridad de una campana y la cabeza sobre­salía con dignidad elegante. En el paseo por los estrechos senderos, sintió acordes los chi­rridos de las gaviotas. Y ella señalaba con el dedo arbustos y pájaros, y alumbraba en alas y hojas placeres nuevos, nueva belleza en el fragor agitado de las aguas contra las guijas y vida nueva en las muertas ramas de los árboles.
Qué tranquilo es este lugar –dijo ella contemplando la obscura acometida del mar en la ribera–. ¿Es siempre así?
Cuando son aguas de tormenta, no –con­testó–. Los niños juegan por el monte y los enamorados bajan a las orillas.
El atardecer se tornó noche tan de repente que en el mismo lugar que ella ocupaba se alzaba ahora una sombra lunar. La tomó de la mano y juntos corrieron hacia la casa.
Antes de llegar yo, estabas muy solo –di­jo ella.
Contra el hogar crepitó una brasa y él se echó hacia atrás y un movimiento de las ma­nos mostró su susto.
Te asustas con facilidad –dijo ella–. A mí no me asusta nada.
Pero repensó sus palabras y entonces dijo con voz queda:
Tal vez un día no tenga piernas con que andar ni manos con que tocar ni corazón bajo el pecho.
Mira las estrellas –dijo él–. Forman en el cielo una figura. Son letras que componen una palabra. Alguna noche levantaré la vista y leeré la palabra.
Pero ella le besó y apaciguó su temor.

6
El loco recordaba las inflexiones de su voz, oía de nuevo el susurro de sus prendas y veía la curvatura espléndida de su pecho. En los oídos le tronaba su propio aliento. Una niña en la playa hacía señas a los gorriones. Un niño ronroneaba en alguna parte y acariciaba los negros lomos de un caballo de madera que relinchaba y se tumbaba después plácidamente.

7
Durmieron abrazados la primera noche, uni­dos en la obscuridad. Las sombras, perdida su antigua deformidad, se habían perfilado y re­cortado con la presencia de la mujer.
Y las estrellas los contemplaban y fulgían en sus ojos.
Mañana tendrás que contarme lo que sueñes –dijo él.
Será lo que he soñado siempre –dijo ella–. Paseo por la hierba, voy y vengo por el mismo retazo hasta que me sangran los pies. Son siete imágenes de mí misma yendo y vi­niendo por el mismo lugar.
Ese es mi sueño. Siete es un número má­gico.
¿Mágico? –dijo ella.
Una mujer construye un hombre de cera y le clava un alfiler en el pecho, y el hombre muere. Existe un pequeño demonio que nos dice lo que ha de hacerse. Muere una mujer y se la ve pasear. Una mujer se convierte en monte.
Ella descansó la cabeza en los hombros del loco y se durmió.
Él la besó en la boca y le acarició el cabello.
Ella dormía y él no podía dormir. Miraba las estrellas en atenta vigilia. Ahogado en te­rrores, las aguas hambrientas se cernían sobre su cráneo.
Tengo dentro un demonio –dijo.
Ella se revolvió al sonido de las palabras, pero de nuevo quedó su cabeza inmóvil y ya­ciente su cuerpo en el lecho frío.
Tengo dentro un demonio, pero no le digo lo que ha de hacer. El demonio me levanta la mano y yo escribo, y de las palabras brota la vida. Ella es la mujer del demonio.
Emitió una queja de satisfacción y se acu­rrucó junto a él. El cálido aliento de la mujer recorría su cuello y el pie de aquélla reposaba en el suyo como un ratón. Observó la belleza de su sueño. Aquella belleza no podía haber nacido del mal. Dios, a quien había buscado en su soledad, había hecho esta mujer para ser su compañera de igual forma que había dado antes a Adán aquella costilla de su cuerpo lla­mada Eva.
Volvió a besarla y la vio sonreír en el sueño.
Dios a mi lado –se dijo.

8
No había dormido con Raquel ni desperta­do con Leah. Tenía en las mejillas la palidez del amanecer. Con la uña acarició suavemente su rostro, y ella no se movió.
Pero no había habido en su sueño una mu­jer. Ni siquiera una hila de cabello femenino se había descolgado del cielo. Dios había des­cendido en una nube y la nube se había trans­formado en un nido de serpientes. El mezquino silbo de las serpientes había sugerido un ru­mor de aguas y en ellas había perecido ahogado. Se había hundido en los abismos, por debajo de los verdes escorzos y las pompas de los peces, en los abismos óseos del fondo del mar.
Y allá, detrás de una blanca cortina, se mo­vían gentes sin propósito, entonando una leta­nía de palabras sin cordura.
¿Qué has encontrado debajo del árbol?
Un hombre de aire.
No, no, debajo del otro árbol.
Un feto dentro de una botella.
No, no, debajo del otro árbol.
Una ratonera.
Se había hecho invisible. No había más que su voz. Había cruzado en un vuelo un tramo de jardines caseros y la voz, enredada en una maraña de antenas de radio, le sangraba como si tuviera substancia. Desde unas hamacas, unos hombres escuchaban el vómito de unos alta­voces:
¿Qué has encontrado debajo del árbol?
Un hombre de cera.
No, no, debajo del otro árbol...
Nada recordaba sino retazos de frases, los movimientos de un hombro que se volvía, el rápido vuelo, la caída de las sílabas. Poco a poco, sin embargo, el sentido se venía aproxi­mando a su cerebro. Ya podía traducir todos los símbolos de sus sueños y alzó el lapicero para que todo quedara claro y firme en el pa­pel. Mas las palabras se resistían. Y cuando tomó asiento para escuchar más de cerca, el sonido ya no se sentía. Ella abrió los ojos.
¿Qué estás haciendo? –dijo.
Dejó el papel y la besó antes de vestirse.
¿Qué has soñado esta noche? –le pregun­tó a la mujer después del desayuno.
Nada. He dormido, sólo eso. Y tú, ¿qué has soñado?
Nada –repuso.

9
El grito exultante de la creación venía en el rumor del hervor del agua, llegaba hasta los cegadores reflejos de la loza y de las baldosas que ella barría con el candor de una pequeña que barre su casa de muñecas. Tan sólo se dis­tinguía en ella el flujo desbordado de la crea­ción, la majestad trascendente de ser y vivir en los pliegues insensibles de la carne que dis­curría por todo su cuerpo. Tras los horrores de la interpretación de los símbolos, no podía entender él por qué el mar apuntaba con la cresta de cada una de sus olas a las fértiles y remotas estrellas, por qué la agonizante mar­cha de la Luna trasponía aquella escena feroz.
Ella había dado forma a sus imágenes aque­lla tarde. Se inclinó levemente y enturbió la luz de la lámpara, y por cada uno de los poros de su mano surgía resplandeciente el óleo de la vida.
Y ahora en el jardín recordaban su primer paseo por él.
Qué solo te sentías antes de que yo lle­gase.
Qué pronto te asustabas.
Nada de aquella belleza se había perdido al cubrir su desnudez. Aunque él hubiera dormido a su lado, ahora le satisfacía conocer su cuer­po. La fue desnudando y luego la amó allí mis­mo, en un lecho de hierbas.

10
El ratón había estado aguardando la consu­mación. Arrugando los ojos, se deslizaba clan­destinamente por el túnel que nacía en la pared de la cocina, sembrado de pequeños fragmen­tos de papel a medio roer. Sus pasitos quedos y frágiles avanzaban por la obscuridad, araña­ban sus uñitas la madera. Clandestinamente procedía por el recinto abierto entre los muros y saludaba con un chillidito a la ciega luz que se filtraba por las grietas hasta limar definiti­vamente aquel telón de hojalata. Lentamente la luz de la Luna se iba posando sobre aquel espacio en que el ratón, persistente en su des­trucción, iba ganando terreno a la claridad. Cayó la última barrera. Y ya estaba el ratón sobre las baldosas de la cocina.

11
Aquella noche el loco hablaba del amor en el jardín del Edén.
Plantaron en Oriente un jardín y Adán fue a habitarlo. Hicieron de él a Eva, hueso de su hueso, carne de su carne. Vivían desnu­dos, como tú en las orillas del mar lo estabas, pero Eva no pudo ser tan bella. Comieron con el demonio y el demonio los vio desnudos y en­tonces cubrieron su desnudez. Por primera vez habían reconocido el mal en sus hermosos cuerpos.
Tú viste, entonces, el mal en el mío –dijo ella– cuando estaba desnuda. Tan pronto es­taba desnuda como vestida. ¿Por qué cubriste mi desnudez?
No era bueno contemplarla –dijo él.
Pero si era hermosa... Tú mismo has di­cho que era hermosa –dijo ella.
No era bueno contemplarla.
Has dicho que el cuerpo de Eva era bello. Y sin embargo, dices que no era bueno contem­plarme. ¿Por qué cubriste mi desnudez?
No era bueno contemplarla.

12
Sé bienvenido –dijo el demonio al lo­co–. Mírame bien. Crezco y crezco. Mira cómo me multiplico. Mira mis ojos tristes y griegos. Y el deseo vehemente de nacer en mi torva mirada. ¡Qué divertido!
Soy un muchacho del manicomio que des­pluma a los pájaros. Recuerda los leones que murieron crucificados. ¡Quién sabe si no fui yo mismo quien abrió la puerta del sepulcro para que Cristo saliera!
El loco había escuchado la bienvenida una y otra vez. Constantemente desde aquel atar­decer del segundo día que siguió al amor en el Paraíso, desde el día en que le había dicho a la mujer que no era bueno contemplar su desnudez, había escuchado la bienvenida y ha­bía visto que aquellas palabras, desprendidas de un arco de lluvia, habían ardido en el mar. Tan sólo una sílaba en los oídos, la primera de ellas, y ya él había comprendido que ninguna cosa de la Tierra podría salvarle, y que el ratón saldría.
Ya había salido el ratón.
El loco dio un grito a la niña que hacía señas a los pájaros: una bandada formaba en una rama apiñadamente.

13
¿Por qué cubriste mi desnudez?
No era bueno contemplarla.
¿Por qué, no, no, debajo del otro árbol?
No era bueno, encontré una cruz de cera.
Y mientras ella le preguntaba aturdida y dulcemente el porqué aquel a quien ella tanto amaba encontraba impúdica su desnudez, él sentía que los quebrados fragmentos de una vieja endecha se interponían en la pregunta.
Así pues, ¿por qué? –decía ella–. ¿No, no, debajo del otro árbol?
Se oyó a sí mismo contestar:
No era bueno, encontré una espina que hablaba.
Las cosas reales e irreales mudaban de lu­gar y, cuando un pájaro rompió en un trino, sintió que en aquella garganta se escondía un balbuceo de primavera.
Ella se alejó de su presencia con una son­risa donde aún se dibujaba una pregunta y pa­sando la cresta de una loma, desapareció por la semiobscuridad en que la figura contorneada de una casa de campo semejaba otra mujer. Y luego volvió diez veces más con diez aspec­tos diferentes. Con su aliento le acariciaba la oreja, con el dorso de la mano rozaba la frialdad de sus labios, y en la distancia, a una milla, encendió las luces de la casa.
Contemplando las estrellas se hizo de noche. El viento cortaba la noche nueva. Muy de im­proviso se oyeron los gritos de un pájaro so­brevolando la espesura y el ulular hambriento de una lechuza en el lejano bosque.
El gran ojo verde y oriental de Sirio con­tradecía los latidos de su corazón. Se puso la mano ante los ojos, así no lo deslumbraría la estrella, y se encaminó calmosamente en direc­ción a la lucecita que brillaba en los alrededo­res de aquel hogar. Era la unión de todos los elementos: viento, fuego y mar, amor y desa­mor, todos enhebrando un círculo en torno a sí.
La mujer no estaba sentada junto al fuego, plegado el vestido y sonriente, según la había imaginado. Pronunció su nombre desde la es­calera. Se acercó hasta el dormitorio vacío y luego la llamó por el jardín. Había desapare­cido y todo el misterio de su presencia había dejado tras de sí el ámbito del hogar. Aquellas sombras que había creído ver difuminarse en el momento en que ella había aparecido, po­blaban ahora los rincones con un murmullo de femeninas voces. Mientras subía las escaleras, sintió que las voces de las sombras se hacían cada vez más penetrantes y el lugar todo rever­beraba con ellas y ya no podía escucharse el viento.

14
Se había dormido con lágrimas en las me­jillas y dolor en el alma. Había llegado al fin a aquel mismo hueco de nube donde su padre solía sentarse.
Padre –dijo–, he recorrido el mundo entero en busca de algo que mereciera ser ama­do, pero ya he desistido y sólo vago de un lugar a otro, entre horribles gemidos, reconozco en la voz de las ranas y los vencejos mi propia voz, distingo mi propio rostro en el rostro enig­mático de las fieras.
Extendió los brazos esperando que descen­diera la palabra desde aquella vieja boca escon­dida tras la blanca barba de heladas lágrimas. Y suplicó al viejo que hablase.
Háblame, a mí, a tu hijo. Recuerda nues­tras lecturas de los clásicos en las azoteas. Recuerda cómo tañías el arpa irlandesa hasta que los gansos, los siete gansos del Judío erran­te, se alzaban graznando por el aire. Háblame, padre, soy tu único hijo, el pródigo ido de los herbazales de los pequeños pueblos, ido del olor y el murmullo de las ciudades, ido de los desiertos de espinas y de los mares profundos. Eres un hombre sabio y viejo.
Seguía suplicando la palabra del viejo, pero, acercándose a él y contemplando su cara, dis­tinguió entre la boca y los ojos un tinte de muerte, y un nido de ratones en la espesura de su barba helada.
Era una debilidad volar y, sin embargo, voló. Era una debilidad de la sangre ser invisible, y sin embargo lo era. Pensaba y soñaba impensadamente a la vez, conocía sus flaquezas y la locura de volar, pero no tenía la fortaleza de resistirse. Voló como un pájaro sobrevuela la campiña, pero pronto se había desvanecido el cuerpo del pájaro y ya era una voz voladora solamente. Los postigos de una ventana abierta le saludaban, tal como el espantapájaros salu­da meciendo sus harapos al pájaro sabio, y se colaba por una ventana hasta posarse encima de una cama junto a una muchacha durmiente.
Despierta, muchacha –dijo–, soy tu amante que llega de noche.
Ella despertó a su voz.
¿Quién me llamaba?
Te llamaba yo.
¿Y dónde estás?
Te estoy hablando al oído desde la almo­hada donde yace tu cabeza.
¿Y quién eres tú?
Soy una voz.
Deja entonces de hablarme al oído y salta a mi mano para poder tocarte y acariciarte. Salta a mi mano, voz.
Se tumbó cálidamente en aquella palma.
¿Dónde estás?
En tu mano.
¿En qué mano?
En la mano izquierda que tienes sobre el pecho. Si cierras el puño me aplastarás. Estoy en las raíces de los dedos.
Háblame.
Yo tuve un cuerpo y fui siempre una voz. Como en verdad soy, así vengo hasta ti en la noche, voz de tu almohada.
Sé quién eres. Eres la voz inmóvil y susurrante que no debiera escuchar. Me han di­cho que no escuche la voz susurrante e inmóvil que habla de noche. Tienes que marcharte.
Soy tu amante.
No debo escucharte –dijo la muchacha, y cerró el puño súbitamente.

15
Sin temor de la lluvia, llegó hasta el jardín y enterró la cara en la Tierra húmeda. Con las orejas apretadas contra el suelo, sentía que el gran corazón que latía bajo el mantillo y la hierba se tensaba antes de hacerse pedazos. En sueños decía a cualquier figura:
Levántame. Sólo peso diez libras. Soy ahora más ligero. Seis libras. Dos libras. Me asoma la espina dorsal por el pecho.
Como una llave se pierde en la maleza, así se había perdido el secreto de aquella alqui­mia que había tornado la pequeña rotación de los sentidos sin equilibrio en momentos de oro. En medio de la noche se había confundido un secreto, y la confusión de la locura que prece­día a la muerte descendería sobre su cerebro como una bestia.
Escribió en el papel sin saber lo que es­cribía, aterrado ante la mirada de las palabras inolvidables.

16
Y esto es todo cuanto fue: había nacido una mujer, no de unas entrañas, sino de un alma y de una idea. Y aquel que de la nada le había dado el ser amó su obra y la obra le amó a él. Pero he aquí también que un milagro aconteció al hombre. El hombre se enamoró del milagro, pero no pudo retenerlo a su lado y el mila­gro se fue de él. Y con él vivían un perro, un ratón y una mujer de cabello negro. La mujer se marchó un día, y el perro murió.

17
Enterró al perro a un extremo del jardín. «Descansa en paz», le dijo al perro muerto. Pero la fosa era poco profunda, y las ratas que habitaban las galerías de la tumba mordisquea­ron la mortaja.

18
Vio en las aceras de la ciudad el paso va­gabundo de la mujer, sus pechos tersos bajo un abrigo negro en que se habían apoyado las cabezas canas de hombres de edad. Su vida, lo sabía, duraría ya poco. Con él había pasado también su primavera. Tras el verano y el oto­ño, la edad profana que separa la vida y la muerte, seguiría el retorcido hechizo del invier­no. Aquel que conoce las sutilezas de toda ra­zón y percibe a las cuatro unidas en todos los símbolos de la Tierra, trastocaría la cronología de las estaciones. No llegaría a haber invierno.

19
Pensad ahora en la vieja efigie del Tiempo, en su luenga barba encanecida por un Sol egip­cio, sus pies desnudos bañados de mar. Ob­servad cómo arremeto contra nuestro perso­naje. He detenido su corazón, fragmentado como un orinal. No, no es una lluvia. Es el líquido humor de un corazón destrozado. Luna y parhelio refulgen en el mismo cielo. Atur­dido por la vertiginosa persecución del Sol en pos de la Luna, y por el centelleo cegador de las estrellas, subo corriendo para leer de nue­vo la historia del amor de un hombre y una mujer. Me echo en el suelo para observar el agujero de media corona en la pared perfora­do y las huellas de las pisadas de un ratón en el suelo.
Pensad ahora en la vieja efigie de las esta­ciones. Quebrad el ritmo y movimiento de las viejas imágenes, el trotar de primavera, el galopito del verano, la triste zancada del otoño y el paso arrastrado del invierno. Quebrad, pieza a pieza, el cambio continuo del movi­miento hasta que se torne un zanquivano an­dar.
Pensad en el Sol, para quien no tengo otra imagen que un ojo reventado, y en la Luna rota.

20
Poco a poco el caos se fue haciendo me­nor y las cosas del mundo exterior ya no se transmutaban en las formas de su pensamien­to. En torno suyo reinaba cierta paz, y de nue­vo se oía una música de la creación trepidar sobre las aguas cristalinas, bajar del cielo sa­grado hasta los húmedos confines de la Tierra por donde el mar flotaba. Lentamente fue ca­yendo la noche y el monte ascendía por las estrellas. Tomó el cuaderno y con letra clara escribió en la última página:

21
La mujer ha muerto.

22
Había en tal muerte cierta dignidad. Y el héroe que llevaba dentro parecía sobresalir con todo su poder. Él mismo que había dado ser a la mujer volvía ahora a llevársela. Y ella moría sin saber siquiera qué mano celestial se había posado sobre ella y la había poseído.
Se echó a andar cuesta abajo, paso a paso y en los labios se le dibujaba una sonrisa fren­te al mar. En la orilla sintió un latido cordial y se volvió a contemplar las rocas mayestáticas que trepaban por el verdor. Allí, al pie del promontorio, con la cara hacia él, yacía ella sonriente. El agua del mar iba cubriendo su desnudez. Él, entonces, se fue hacia ella y con las uñas le tocaba las frías mejillas.

23
Sumido en el último dolor, se hallaba en pie ante la ventana abierta de su dormitorio. Y la noche era una isla en un mar de sentido y misterio. Y la voz de la noche era una voz de resignación. Y la cara de la Luna era el ros­tro de la humildad.
Ya conocía el último portento antes de la tumba y el misterio que incomprensiblemente combina Cielo y Tierra. Sabía que su milagro no había podido mantenerse en presencia del ojo Sirio y del ojo de Dios. La mujer le había enseñado lo maravillosa que era la vida. Y ahora que ya sabía del placer de la sangre de los árboles y que conocía las profundidades de los pozos de las nubes, ahora habría de ce­rrar los ojos y morir. Abrió los ojos y miró las estrellas. Un millón de estrellas escribían la misma palabra. Y la palabra de las estrellas quedaba claramente impresa en el firmamento.

24
El ratón, que había salido del agujero, ha­bía aparecido por la cocina solitaria, por entre las sillas desvencijadas y las porcelanas rotas. Sus patitas se posaban plácidamente por aquel suelo pintado todo de grotescas figuras de ni­ñas y pájaros. Y a hurtadillas volvió a meter­se por el agujero y siguió excavando por las paredes. No había otro ruido en la cocina que los arañazos del ratón en la madera.

25
En los aleros del manicomio los pájaros trinaban y el loco, con el rostro aplastado con­tra las rejas, junto a los niños, aullaba al Sol.
En un banco, al lado del sendero de gravilla, una niña hacía gestos a los pájaros mien­tras que en un parterre bailaban de la mano tres viejecitas bobaliconamente y al son de un órgano italiano llegado del mundo de fuera.
La primavera ha llegado –dijeron los guardianes.

El vestido

(1936)

Llevaban ya dos días siguiéndole por todo el contorno: al pie de las colinas, sin embargo, había logrado despistarlos y ahora, acurruca­do tras unos matorrales amarillentos, les oía vocear mientras rastreaban con torpeza los hondos del valle. Apostado tras un árbol y desde los altos del horizonte, les había visto batir los prados como perros ojeadores, apa­leando los setos e imitando un desmayado au­llar hasta que la bruma, que había descendido inesperadamente desde un primaveral cielo, vino a ocultárselos de la vista. Era una bruma maternal que le arropaba por los hombros, bajo cuya rasgada camisa, la sangre se le se­caba como en la hoja de un acero. Aquella bruma le calentaba: posada en sus labios, le servía de bebida y alimento. En medio de aquel mantillo de algodón, esbozó una sonrisa felina. Desviándose de la ladera en que se ha­bían montado las guardias, se adentraba por la parte en que el bosque se espesaba, siguien­do una senda que acaso le llevara a la luz, al fuego y a un cuenco de sopa. Pensó entonces en el chisporroteo de brasas de una chimenea y en una joven madre, apostada ante el fuego, solitaria, imaginó sus cabellos. En ellos en­contrarían sus manos un nido ideal. Corrió por entre los árboles hasta hallarse en una es­trecha senda. ¿Qué dirección tomar allí? No sabía si caminar hacia la Luna o escapar de ella. La bruma la ocultaba y perdía, pero podía distinguir, por un rincón del cielo en que se había disipado, puntos de estrellas. Se puso a caminar hacia el norte, en la dirección de las estrellas, que musitaban un sordo canto, y sin­tió el chapoteo de sus pies sobre aquella es­ponja de Tierra.
Ahora había tiempo para poner en orden sus ideas, pero nada más ponerse a ello, un mochuelo gritó entre los árboles que se des­plomaban sobre el camino, y se detuvo a ha­cerle un guiño compartiendo la melancolía de su lamento. El mochuelo se abalanzaría ense­guida sobre un ratón. Lo estuvo contemplando, hasta que el persistente chirrido que emitía sentado en una rama acabó por asustarle. Unos metros más adelante, sintió que volaba por encima de él con un fresco grito. Pobre liebre, pensó, se la ha de llevar una comadre­ja. El camino subía hacia las estrellas, y el bosque, el valle y el recuerdo de las escopetas empezaron a desvanecerse a sus espaldas.
Oyó unos pasos. De entre la bruma surgió la figura de un viejo, radiante de lluvia.
Buenas noches –dijo el viejo.
Noches así... –dijo el loco.
El viejo, silbando, apresuró el paso en dirección a los árboles, que escoltaban los dos lados del sendero.
Que me descubran los sabuesos –decía entre dientes el loco mientras se encaramaba por unos riscos–, que me busquen –y con la astucia de un zorro, volvió hasta el punto en que el camino de brumas se partía en tres brazos.
«Al demonio las estrellas», se dijo, y se echó a andar hacia la obscuridad.
A sus pies, el mundo era una pelota que pateaba en su carrera. Por encima de él, es­taban los árboles. Oyó a lo lejos cómo un perro de caza se había quedado atrapado en una trampa y corrió más todavía pensando que acaso tuviera al enemigo en los talones. «Pa­to, muchachos, pato», exclamó igual que un cazador, pero con una vocecita tibia, como si estuviera señalando la estela de una estrella errante.
Cuando recordó de pronto que llevaba sin dormir desde su huida, dejó de correr. La llu­via, ya como fatigada de sacudir la Tierra, se había remansado y era un soplo de viento, briznas de cereal mecidas al vuelo. Si cogiera el sueño, el sueño sería una muchacha. Du­rante las dos últimas noches, mientras estuvo corriendo por entre desiertos parajes, había soñado que conocía a una muchacha. «Acués­tate», le decía ella, y tendía en el suelo su ves­tido como si fuera un lecho y se acostaba con él. Pero a mitad del sueño mientras la leña a sus pies crujía como un frufrú de vestido, ha­bía escuchado el vocerío de enemigos por el campo. Y había tenido que seguir y seguir corriendo, dejando el sueño bien atrás. Sol, Luna o negro cielo, había sorteado los vientos antes de iniciar su huida.
¿Dónde anda Jack? –habían pregunta­do en el jardín del lugar del que había escapado.
Por los montes con un cuchillo de car­nicero –respondían con una sonrisa.
Pero había tirado el cuchillo contra un ár­bol y aún debía temblar estremecido en el tronco, y ahora sólo tenía, mientras corría sin parar por el frío, un sueño que le hacía bra­mar.
Y ella, sola en casa, estaba cosiéndose un vestido nuevo. Era un vestido de campesina, radiante de bordados de flores. Sólo unas pun­tadas más y ya estaría listo. Dos flores brota­rían de sus pechos.
En el paseo del domingo, de la mano de su marido, por los campos y las calles del pue­blo, los niños habrían de sonreír detrás de ellos. Su ceñida cintura levantaría una mur­muración de viudas. Se deslizó en su vestido nuevo y comprobó, al mirarse en el espejo que había sobre la chimenea, que estaba más gua­pa de lo que hubiera podido soñar. Le hacía más blanco el rostro y más negra su obscura melena.
Un perro, levantando la cabeza, estremeció la noche con un aullido. Ella volvió dejando a un lado las visiones, se acercó a la ventana y corrió las cortinas. Fuera, andaban buscando a un loco. Tenía los ojos verdes, decían, y es­taba casado. Decían que el loco había cortado los labios a su mujer porque sonreía a los hombres. Se lo habían llevado, pero él, des­pués de robar un cuchillo en la cocina, había apuñalado a su celador y andaba escapado por el valle.
Desde lejos el loco vio una lucecita en la casa y se acercó hasta el seto del jardín sigilo­samente. Sin llegar a verla, advirtió que el jar­dín tenía un cercado. Las manos se le habían desgarrado en las puntas de un oxidado alam­bre y bajo sus rodillas crepitaban unas hier­bas húmedas. Después de deslizarse entre los alambres del cercado, las criaturas del jardín y sus escarchas vinieron a recibir su cabeza de flores. Se había destrozado los dedos, aún le manaban otras viejas heridas. Convertido en un hombre de sangre salió de la obscuridad del enemigo y alcanzó las escaleras. Y dijo en un murmullo: «Que no me disparen.» Y abrió la puerta.
Ella estaba en el centro de la habitación. Tenía suelta la melena y desabrochados los botones de la pechera del vestido. ¿Por qué aulló el perro tan desoladoramente en aquel instante? Asustada con el aullido y recordan­do viejas historias, se había dejado caer en una mecedora. ¿Qué habrá sido de la mujer del loco?, se preguntaba mientras se mecía. No podía imaginarse una mujer sin labios.
La puerta se había abierto silenciosamente. Él entró en la habitación con los brazos en alto y tratando de sonreír.
Has vuelto –dijo ella.
Dio la vuelta a la silla y lo miró. Había sangre hasta en sus verdes ojos. Le puso la mano en la boca. «Que no disparen», dijo él.
Al mover el brazo, el vestido se le había abierto y él contempló maravillado la blancura de su frente, sus asustados ojos, su crispa­da boca y las flores de su vestido. El vestido bailaba ahora en medio de la luz. Ella vino a sentarse frente a él, cubierto de flores. «Duer­me», dijo el loco. Y, de rodillas, dejó que su cabeza aturdida se reclinara contra el regazo de la mujer.

Los huertos

(1936)

Había soñado que en el pueblecito marinero habían roto en llamas un centenar de huertos y que todas las lenguas de fuego de aquella tarde sin viento batían por el follaje. Los pá­jaros habían remontado el vuelo huyendo de las nubéculas rojas que se formaban repenti­namente sobre las ramas. Pero al descender la noche y salir la Luna y acompasarse el mar que dormía a tan sólo una milla, un viento apa­gó el fuego y los pájaros volvieron. Era él un granjero en un sueño que acababa como había empezado: con la mano carnosa y fantasmal de una mujer que señalaba los árboles. Tren­zándose los cabellos claros y obscuros, sonreía la mujer a la figura hermana que se erguía impasible en una sombra circular junto a los muros del huerto. Los pájaros volaron hasta posarse en los hombros de su hermana sin temor a su cara de espantapájaros ni a la des­nuda cruz de madera que se ocultaba bajo sus harapos. Él besó a la mujer y ella le devolvió el beso. Entonces vinieron los cuervos hasta sus brazos y ella le abrazó. El hermoso espan­tapájaros le estaba besando y señalaba los ár­boles mientras el fuego perecía.
Aquella mañana veraniega Marlais desper­tó con los labios todavía húmedos del beso. Era una historia aún más terrible que las his­torias de los venerables locos del Libro Negro de Llareggubb, pues la mujer del huerto y su hermana estaca de los muros eran los amantes eternos de un espantapájaros. Y los huertos ar­dientes del pueblo marino, y las nubes en las copas de los árboles, ¿qué harían con su amor de las mujeres que convocan a los pájaros? To­dos los árboles del mundo podían arder desde las raíces a las hojas más altas, y él no derra­maría una gota de agua contra las llamas del pasto más cercano. Ella era amante, y su her­mana con pájaros en los hombros le sujetaba y abrazaba con más fuerza aún que la mujer de Llan-Asia.
Por la ventana de la buhardilla veía el cielo azul pálido y limpio posado sobre el laberinto de chimeneas y tejados, promesa de un hermo­so día en los ríos del Sol. Allí, en el perfil de una chimenea, se alzaba su hijo de piedra y desnudo, y las tres comadres ciegas, despidien­do fuego por el cráneo y haciendo un corrillo al calor de cualquier día. Ningún hombre ha­bía vuelto su cabeza de veleta a contemplar a las muchachas pelirrojas y morenas del pueblo para convertirlas con su solo movimiento en pilares de piedra. Un viento llegado del fin del mundo había congelado a los paseantes de los tejados cuando el pueblo era sólo un puñado de casas. Y ahora un redondel de colinas de carbón, donde los niños jugaban a los indios, proyectaba su sombra sobre los negros blo­ques de las cien calles. Y las ciegas comadres de piedra se abrazaban junto a su hijo desnu­do y a las vírgenes enladrilladas bajo las torres y los cuellos de los montes.
El mar corría a su izquierda, doce valles allá, pasando la cadena de volcanes y la gran piña de los bosques y las diez ciudades meti­das en un agujero. Besaba las orillas de Glamorgan, donde media montaña se había des­moronado contra un bosque salvaje desde un racimo de ciudades estremeciendo el suelo del País de Gales. Pero ahora, pensaba Marlais, el mar está tranquilo y frío, lleno de delfines: corre en todas las direcciones desde su verde centro, lamiendo los cantos de la Tierra, dan­do voz a las conchas de las ardientes arenas de la arrumbada montaña. Las líneas del tiem­po nunca confundirán con las azules superfi­cies del mar y su lecho sin fondo. Pensó en el mar en movimiento. Cuando el Sol se hundía, el fuego se adentraba en las líquidas caver­nas. Recordó, mientras se vestía, los cien fue­gos en torno a las copas de los manzanos y el incierto sabor salobre del viento que perecía al levantar el hermoso espantapájaros su ma­no señaladora. Agua y fuego, manzanos y mar, dos hermanas y una bandada de pájaros, todo florecía y revoloteaba aquella mañana a mitad del verano en la buhardilla de la casa plantada en la ladera de la ciudad ennegrecida.
Afiló el lápiz y cerró el cielo, se echó para atrás el pelo enmarañado, ordenó los papeles de una historia infernal que tenía en el escritorio, y al garabatear con rabia sobre una pá­gina en blanco las palabras «mar» y «fuego» rompió la punta del lápiz. Ni el fuego ilumina­ba, aventuraba, ni encendía con sus impávi­dos signos las líneas de los renglones, ni el agua se cernía sobre las cegadas cabezas de las palabras no escritas. La historia estaba muerta. Érase un blanco árbol con manzanas donde una helada torre de lechuzas se colum­piaba en un viento antártico. Unas muchachas desnudas, con los pezones de fresa, yacían al Sol en la arena y allí, junto a los mares de Azov o Karelia, una mujer, impía y gélida, se lamentaba. La montaña estaba en contra suya. Luchaba con las palabras como un hombre contra el Sol, y el Sol victorioso del mediodía se imponía a la historia sin vida.
Poned alrededor del mundo un anillo bico­lor de cabello de mujeres, blanco y negro car­bón contra el tinte veraniego de los límites de hierba y cielo, tallos de cuatro senos en las astas de los confines del mar del verano, ojos en las conchas marinas, dos árboles frutales en una montaña de carbón: así se devana a vuestros ojos la mañana, tornada atardecer, del pobre Marlais. Dos árboles frondosos ar­dían incandescentes bajo sus párpados, donde la noche más íntima llevaba por los escondri­jos del cráneo hasta el primer e inmenso mun­do del ojo lejano. Imaginad los brotes de un huerto nocturno, una mujer encantada de vér­tebras en reja quemándose las manos en las hojas, un hombre en llamas que a una milla del mar revuelca vuestro corazón con un vien­to: escrita queda así para vosotros la muerte en vida de Marlais en el giro circular de aquel día que discurría sin tiempo.
El mundo era la cosa más triste que había en torno y las estrellas del norte, donde la sombra burlona de la Luna daba vueltas, eran un estrago de rostros del sur. Sólo el arbolado pecho dentado del espantapájaros de la mujer podía mantener firme la cabeza como una manzana en la blanca madera inaccesible a los gusanos y sólo su solitario pecho de púas po­día atravesar al gusano en el sueño que dor­mía bajo los párpados de su amor. Redonda y real, la Luna alumbraba a las mujeres de Llan-Asia y a las vírgenes transidas de amor de aquella calle.
La palabra está demasiado con nosotros. Levantó su lápiz y su sombra, torre de plomo y madera, se posó sobre el papel en blanco. Tomó con los dedos la torre del lápiz, la me­dia luna de su uña pulgar salía y se ponía tras su tejado de plomo. La torre se derrumbó, se derrumbó la ciudad de palabras, las murallas de un poema, las simétricas letras. La luz de­clinaba entre las desintegradas cifras y el Sol desapareció en busca de una mañana descono­cida y la palabra del mar se arrolló en el Sol. «Imágenes, todo imágenes –gritó a la torre derrumbada, y ya era de noche–. ¿A qué arpa pertenece el mar? ¿A qué ardiente vela el Sol?» Imagen de hombre, se puso en pie y descorrió los visillos. La paz, como una sonrisa, se pa­seaba por los tejados del pueblo. «Imágenes, todo imágenes», exclamó Marlais, saliendo por la ventana y pisando ya una superficie de te­jados.
A su alrededor, relucían las pizarras en el humillo de las magníficas rimeras tejadas y por entre los vapores de las colinas. Debajo de él, en un mundo de palabras, los hombres se movían sin propósito escapando del tiempo. Va­leroso en su desolación, se llegó hasta los bor­des de los tejados y allí se detuvo alzado peli­grosamente sobre el minúsculo tráfago y las luces de las señales urbanas. A sus pies se ha­llaba el juguete de la ciudad. Pasaban los co­ches de mazapán, cambiando y frenando, y des­lizándose por los suelos de las guarderías hasta alcanzar las manos de un niño. Pero enseguida le venció la altura y sintió que las piernas tambaleantes se debilitaban con su peso y que el cerebro se le hinchaba como una vejiga de aire. Era la imagen de una ciudad niña que palpitaba en la confusión. Tenía polvo en los ojos, ojos que flotaban en el polvo que ascen­día de las calles. Y ya en los tejados más bajos se tocó el pecho izquierdo. Muerte eran los fulgentes imanes de las calles; el viento le arrancó la visión de la muerte. Ahora estaba desnudado de temor, tenía la fuerza de los músculos nocturnos. Por las azoteas corrió hacia la Luna. La Luna se acercaba en la más fría gloria de su corte de estrellas empujando y arrastrando las aguas del mar. Y él obser­vaba celoso su rumbo, buscando una palabra para cada uno de sus pasos en la dirección del cielo, clamando contra su imperturbable cara y confundido por sus máscaras diversas. Las máscaras de la muerte y la danza, cubriendo sus gigantescas facciones, transformaban el firmamento. Se revolvía tras una nube y volvía a parecer sonriente contra la pared del aire. Imágenes, todo eran imágenes, desde Marlais, batido y desharrapado, hasta la ho­rrible ciudad, invisible él sobre los tejados a los ojos de la calle, ciega la calle a sus pies para su andariega palabra. La mano que se abría ante él era una vida de cinco dedos.
Un niño lloraba, pero el llanto se fue des­vaneciendo. En un solo murmullo se confundieron las voces calmadas y enardecidas que rompían el común silencio, en uno solo el do­lor de la mujer que proclamaba su desdicha retorciéndose por los tabiques y el de la dama elegante y contenida. La palabra está dema­siado con nosotros, y la palabra muerta. Las nubes de muselina, aparecidas por entre las grandes viviendas, estallan en una lluvia fría sobre los suburbios. El granizo crepita contra las pistas de ceniza y los angélicos adoquines. Una sola cosa son lluvia y asfalto. Todo uno, granizo y ceniza, carne y áspero polvo. Por en­cima del zumbido de los hogares, lejos del territorio celeste y del cerco de hielo, pregun­taba a cada sombra. Hombre entre fantasmas y fantasma embaucado, aún buscaba la últi­ma respuesta.
Incontestablemente se alzó la voz del niño desnudo por una boca de piedra que ya en­tonces no humeaba. «Quien se mueve loca­mente por entre nosotros, sobre los tejados, a mi frío costado de encarnado ladrillo y jun­to a las mujeres de las veletas heladas, quien anda por esta calle, quien recorre la noche entera sin amante bajo la imagen de los pa­raísos galeses del estío, tiene dos amantes hermanas a diez ciudades de aquí. Más allá de los bosques, a la izquierda, más allá del mar, sus amantes arden eternamente por él junto a un centenar de huertos.» Las voces de las coma­dres se alzaron incontestablemente. «Quien anda por las vírgenes de piedra es nuestro vir­gen Marlais, viento y fuego, el cobarde de los tejados ardientes.»
Se metió por una ventana que había abierta.
La roja savia de los árboles corría a borbo­tones desde la caldera de las raíces al fragor de la flor y las copas de los árboles, la noche aquella que siguió al paseo por el vacío. Se sen­tían como velas guardadas en un baúl que no pueden apagarse porque el calor de la ca­beza sulfúrica de la hierba sigue ardiendo amarillenta bajo el cadáver del Sol. Y allí en un vuelo recorría, medio hombre, medio niebla, los círculos de manzanas planeando sobre el camino que llevaba del mar a la ciudad en pleno calor del mediodía mientras rompía el alba.
Y cuando el Sol, alzándose como un río so­bre los montes, se ocultaba bajo un árbol, la mujer señaló los cien huertos y las bandadas de pájaros que rodeaban a su despertar. Era el segundo e intolerable despertar de una vida demasiado bella como para romperse, pero ya el sueño se había roto. Quien había andado junto a las vírgenes al lado de los huertos, era un virgen más, viento y fuego, y un co­barde en el destructivo venir de la mañana. Después de vestirse y desayunar, subió por esta calle hasta el final de la cuesta y volvió la vista hacia el mar invisible.
Buenos días, Marlais –dijo un viejo sentado con seis galgos en la hierba ennegrecida.
Buenos días, David Davies.
Muy temprano te has levantado –dijo David Dosveces.
Voy a dar un paseo hasta el mar.
El mar de color de vino –dijo David Dosveces.
Marlais cruzó a grandes pasos las verdes sendas que llevaban hasta la divisoria del Valle de Whippet, tras el círculo de la ciudad, donde los árboles, retorcidos entre escorias y humos, se desgarraban al cielo y el negro sue­lo. Las ramas muertas parecían suplicar que las raíces levantaran en vilo la Tierra y abrie­ran una docena de canales vacíos para las ho­jas y el espíritu de la madera mascada, de­jando en el valle un agujero para la savia de manos de topo, una larga tumba para el es­queleto de la última primavera que a través de Tierra antaño verde había brincado cuando los montes con perfiles despuntados de tene­dor estaban tiesos y rígidos. Los árboles de Whippet eran los largos muertos del sur de la comarca. Cuantos habían sido tragados por la Tierra, cortada en tajo ahora, señalaban ha­cia la colina con aquellos dedos amenazado­res con negras uñas-hojas. En el País de Ga­les, la muerte había convertido a los muertos galeses en aquellas mutiladas imágenes del valle.
El día era un pasar de días. Con la caída del hombre desde el Sol y con el pináculo de los primeros paraísos, los mediodías se suce­dían en cada mediodía, en cada chinche de fuego, en cada asesino de cuento (las leyendas de los mares rusos se desvanecían al desper­tar los árboles con el incendio). Y todos los veranos del valle, todas las tardes del verano, antes monumentales, escarlatas y espléndidas, y ahora pétreas y mortecinas, resplandecían en el paseo del mar. Paseaba con firmeza por el valle ancestral donde sus antepasados se hallaban apostados por la colina escapando de su polvo de madera y llenos de gorriones. En la antesala del hoyo donde se contenía Llan-Asia como si una tumba guardara a toda una ciudad, se halló atrapado en el humo de los bosques y como un fantasma se descolgó por los barrios sencillos que se abrían por el interior de las raíces, hasta las empinadas calles.
¿Dónde vas, Marlais? –le preguntó un cojo junto a un negro parterre.
Hacia el mar, Mr. William Williams.
El mar de sirenas lleno –dijo Will Peg.
Marlais salió del valle de tubérculos y llegó a la montaña baldía atravesando un valle de semillas y un campo de cormoranes. Sobre el cráneo de Prince Price un cuervo graznaba con infernal aliento. La tarde se rompió, la Tierra se contorsionaba y como un árbol o un relámpago, el viento, asomando entre las raí­ces, se cernía por escoria y humo al caer el crepúsculo. Rodeado de ecos, voces candentes y viajeras, y demonios con cuernos, se sentía vibrar en territorio enemigo al tiempo que la noche nueva se cernía como la pesadilla de un atardecer. «Que se derrumben los árboles –de­cían los polvorientos viajeros–, que los can­tos se desfolien y se pudran y desaparezcan los tojos, que el movimiento ampuloso de los montes se trague a prados y Tierra por la tum­ba que conduce al Edén. Vientos de fuego, fó­siles, bóvedas y ataúdes, puñado de polvo que al jardín conduce. Y allá la serpiente se enros­ca al tronco del árbol de cuya piel se desgaja la chispa de manzana que lo hace vibrar. Un espantapájaros se ilumina sobre el tamiz de las ramas cimeras y, a uno en el círculo del Sol, se levantan todos los árboles nuevos for­mando un huerto en torno al crucifijo.» A la medianoche, dos valles más se abren a sus pies, valles obscuros en que se perfila la gene­rosa palma de la montaña minera donde duer­men dos ciudades. A la una de la madrugada pasaba por Aberbabel, que el valle sujetaba en un puño a sus pies. Ya no era ahora un jo­ven, sino un legendario caminante, un hombre del pueblo que tenía por corazón un grillo. Pasó junto a la iglesia de Aberbabel, atajó por el camposanto donde las lápidas de piedra pa­recían inquietas y vio a un hombre en cami­són con las mejillas coloradas, que andaba levitado.
Los valles pasaron. De las colinas rezu­mantes de agua, momentos de montaña, surgió el undécimo valle como una hora. Y el perfil de los cien huertos magnificados con el inmaculado resplandor de la Luna menguante aparecía ahora intemporalmente por el ojo de duende del telescopio, por el círculo de luz que como anillo nupcial coronaba la última colina al lado del mar. Tal era el espectáculo abierto tras el telescopio, y así era el mundo que Marlais vio al amanecer después de la primera de las once aventuras jamás contadas a ambos lados suyos, los muros irrompibles, más altos que los tallos de legumbre que fe­cundaron una historia en el techo del mundo, de piedra, tierra, escarabajo y árbol. Un ce­menterio ante él se perdía con el demonio de la cama y llevaba hasta el camino entre el mar y el pueblo donde los huertos florecían sobre las empalizadas de madera y los caminos se abrían en la dirección de los cuatro puntos cardinales. Hasta la cumbre de la colina su­bía una línea de piedras sorteadas de árboles, en la profundidad del paisaje, con la misma hondura de la historia del fuego final que atra­vesaba las cámaras del Edén, refrescaba una verde estructura tras un encarnado descenso. Y al fondo de todos los fondos, como pie­dra poblada de ciudades, como río enmarca­do en un cristal de lugares, la colina donde ahora se hallaba. Ya no era un hombre del pueblo peregrino, sino Marlais el poeta, en la antesala de la ruina, al lado mismo de la muerte, sobre el Infierno mismo a su roja izquier­da, hasta llegar al primero de los prados en que las manzanas no fecundadas iban a gritar fuego en el viento desde una media montaña que se derrumbaba hacia el oeste en dirección al mar. Como una figura en un dibujo, Mar­lais, en el centro y al mediodía, se hallaba en el interior de un círculo de manzanos y eran círculos concéntricos que se alargaban millas y millas hasta alcanzar un grupo de pueblos. Se tumbó en la hierba y el mediodía se le posó encima heridor. Durmió hasta que lo desper­tó un sonsonete que se sentía por el campo. Era la tarde apacible de los huertos de las hermanas y la hermana del pelo claro tocaba la campanita llamando al té.
Había llegado ya casi al final del viaje in­descriptible. La muchacha rubia, en un prado que desde donde estaba Marlais formaba un declive de escalera, extendió un mantel sobre una piedra lisa. Puso en una taza té y leche y cortó el pan en rebanadas tan finas que po­día verse Londres a través de ellas. Se quedó contemplando la escalera y el seto podado y transparente, y mientras Marlais subía con sus harapos y desaliñado, el pecho desnudo le brillaba bajo el Sol, y ella se levantaba, le sonreía y le ponía té. Este fue el final de las historias jamás contadas. Se sentaron en el prado junto a la mesa de piedra como amantes de merienda, demasiado enamorados como para poder siquiera intercambiar una palabra, con la familia contemplándolos desde un seto. Ella ha­bía tocado la campanita llamando a su hermana y había llamado a un amante que habitaba a once valles de allí. Las tazas de los otros amantes estaban vacías.
Y aquel que había soñado que cien huertos se echaban a arder vio de repente en la tarde apacible cómo a través de la floresta salían lenguas de fuego. Los árboles crepitaban y ful­gían al Sol, los pájaros salían escapando al vuelo y en cada rama se levantaba una nubecilla roja, la corteza se desprendía como piel vieja y las nonatas y encendidas manzanas gi­raban enloquecidas devoradas por el haz de luz. Los árboles eran antorchas y fuegos de artificio, lentamente consumiéndose en el hor­no de los prados y formando un arco ardiente mientras que sobre los calcinados caminos se desplomaban las frutas carbonizadas y ceni­cientas.
Aquel que había soñado un sueño de niño con su mano carnosa y fantasmal en la tarde apacible, vio ahora, en el cenit del fuego, entre las astilladas raíces de la entrada del huerto, que ella levantaba pesadamente la mano se­ñalando los pájaros y los árboles. El cielo lle­vaba una ráfaga de fuego alado y soplaba un aire de crepúsculo. Y mientras la noche lle­gaba, ella sonreía como en el corto sueño de los once valles de edad. Coja como Pisa, la noche se reclinaba contra los muros. Ninguna trompeta golpeará los muros del País de Ga­les hasta derribarlos antes del último chas­quido musical. Señaló a su hermana en una sombra junto al jardín esfumándose y la fi­gura de cabeza obscura con cuervos en los hom­bros apareció al lado de Marlais.
Este fue el final de una historia más te­rrible aún que las historias de los vivos en los hogares montañosos de las colinas de Jarvis, y el valle artificial que riega el Idris es un territorio de niños que lleva por el mar hasta el undécimo valle. Allí se escondía un sueño que no era sueño. El viento del mundo real vino a apagar los fuegos. Un espantapájaros apuntaba a los árboles extinguidos.
Todo eso había soñado antes del fuego y la extinción de las flores, antes del amanecer y del diluvio de sal, ya no era un sueño junto a los huertos. Besó a las dos hermanas secretas y el espantapájaros le devolvió el beso. Oyó que los pájaros revoloteaban por los hombros de su amante. Y contempló el pecho dentado, el ojo de púas y su mano leñosa y seca.

No hay comentarios:

-

INTERESANTES

¿QUIERES SALIR AQUI? ; ENLAZAME

-

Twitter

.

Etiquetas

h. p. lovecraft (122) relato (114) cuento (76) Stephen King (63) gotico (60) GIBRÁN KHALIL GIBRÁN (57) Robert Bloch (50) terror (48) lovecraft (46) guy de maupassant (44) Lord Dunsany (43) anne rice (39) horror (37) maupassant (37) scifi (35) Edgar Allan Poe (31) cuentos (28) ambrose bierce (27) Jorge Luis Borges (26) oscar wilde (26) los mitos de cthulhu (24) algernon blackwood (23) poema (23) ray bradbury (23) blood gothic (22) august derleth (21) dark (21) enlaces (21) 1ªparte (20) bloodgothic.blogspot.com (20) demonios (19) imagenes (19) poemas (19) 2ªparte (18) mario benedetti (18) vampiros (18) capitulo del necronomicon (17) h.p. lovecraft (17) poesia (17) relatos (16) Clark Ashton Smith (15) Horacio Quiroga (15) amanecer vudú (15) musica (15) alejandro dumas (14) becquer (13) blood (13) gothic (13) underground (13) Philip K. Dick (12) amor (12) charles dickens (12) fantasia (12) fredric brown (12) pulp (12) poe (11) EL BAR DEL INFIERNO (10) Howard Phillips Lovecraft (10) el vampiro (10) las mil y una noche (10) necronomicon (10) vampiro (10) Charles Bukowski (9) el hombre ilustrado (9) friedrich nietzsche (9) gibran khalil gibran (9) lilith (9) onirico (9) paul auster (9) subrealismo (9) terror onirico (9) victoriano (9) 2 (8) Andrés Díaz Sánchez (8) Fantasmagoría (8) Isaac Asimov (8) Lewis Carroll (8) Yukio Mishima (8) arte (8) cuento de amor (8) cuento gotico (8) diccionario (8) el extraño (8) fantasmas (8) franz kafka (8) king (8) psicodelicos (8) realidad (8) vamp (8) varios (8) videos (8) Bram Stoker (7) El Castillo de Otranto (7) Selección (7) autor novel (7) cthulhu (7) cuento corto (7) cuento onirico (7) demonologia (7) entrevista con el vampiro (7) guy (7) julio cortazar (7) mitos (7) novel (7) novela (7) oscuro (7) psi-ci (7) recopilacion (7) seleccion (7) sentimientos (7) shelley (7) tatuajes parlantes (7) un mundo feliz (7) 2ª parte (6) ALFRED BESTER (6) ANTON CHEJOV (6) Bestiario (6) Douglas Adams (6) LA VOZ DEL DIABLO (6) LAS BRUJAS DE MAYFAIR (6) RESIDENT EVIL (6) Rubén Darío (6) Selecciones (6) bukowsky (6) clive barker (6) crepusculo (6) cuento victoriano de amor (6) darknes (6) el paraiso perdido (6) el pasillo de la muerte (6) ficcion (6) john milton (6) la metamorfosis (6) mary (6) meyer stephenie (6) pandora (6) rammstein (6) ramsey campbell (6) realidad sucia (6) stephen (6) vampirismo (6) 3ªparte (5) ALEXANDRE DUMAS (5) ANGELES (5) ASÍ HABLÓ ZARATUSTRA (5) Charles Nodier (5) En busca de la ciudad del sol poniente (5) Flores de las Tinieblas (5) Lord des Morte (5) Marqués de Sade (5) aire frio (5) al azif (5) angel oscuro (5) aventuras (5) charles bukowsky (5) dioses (5) el cazador de sueños (5) el ceremonial (5) el demonio de la peste (5) el horla (5) gotica (5) henry kuttner (5) la casa del pasado (5) la hermandad negra (5) lavey (5) leyendas (5) libros (5) links (5) relato corto (5) wikipedia (5) Aldous Huxley (4) BRIAN W. ALDISS (4) CUESTION DE ETIQUETA (4) Drácula (4) Dylan Thomas (4) EL BESO SINIESTRO (4) EL RUISEÑOR Y LA ROSA (4) EL templo (4) ENTRADAS (4) Edmond Hamilton (4) Federico García Lorca (4) Historias de fantasmas (4) LIBROS DE LA UNIDAD (4) LOS MISERABLES (4) Las Mil y Una Noches (4) Los Fantasmas (4) Los Versos Satánicos (4) Poemas vampíricos (4) Poul Anderson (4) Richard Matheson (4) Robert E. Howard (4) Rudyard Kipling (4) Una Voz En La Noche (4) William Hope Hodgson (4) allan (4) anime (4) anonimo (4) avatars (4) chuck palahniuk (4) citas (4) colleen gleason (4) comentario (4) cuento gotico-victoriano (4) cyberia (4) de lo mejor de paul auster (4) diablos (4) donde cruzan los brujos (4) edgar (4) el diablo (4) el retrato de dorian gray (4) el sabueso (4) el wendigo (4) espiritus (4) fantastico (4) frankestein (4) frases (4) galeria (4) goticos (4) hechizos (4) historias (4) infierno (4) jorge fondebrider (4) la ciudad sin nombre (4) la hermosa vampirizada (4) letra (4) licantropia (4) los amados muertos (4) mito (4) muerte (4) saga vampiros (4) salman rushdie (4) schahrazada (4) twilight (4) victor hugo (4) voces de oscuridad (4) 1984 (3) 3 (3) 666 (3) A n n e R i c e (3) A r m a n d (3) AL ABISMO DE CHICAGO (3) ALGO LLAMADO ENOCH (3) Al otro lado del umbral (3) Alejandro Dolina (3) Apariciones de un Ángel (3) Arthur Machen (3) BOB SHAW (3) Brian Lumley (3) CRONICAS VAMPIRICAS 2 (3) Corto de Animación (3) Dan Brown (3) Días de ocio en el Yann (3) E. Hoffmann Price (3) E. T. A. Hoffmann (3) EL DESAFÍO DEL MAS ALLÁ (3) EL FANTASMA DE CANTERVILLE (3) EL HORROR OCULTO (3) EL LADRON DE CUERPOS (3) EL TEMPLO DEL DESEO DE SATÁN (3) EL TIEMPO ES EL TRAIDOR (3) El Espectro (3) El Libro Negro (3) El espectro de madam Crowl (3) El morador de las tinieblas (3) El príncipe feliz (3) Emisario Errante (3) En la cripta (3) Frank Kafka (3) Fritz Leiber (3) Ghost in the Shell (3) Giovanni Papini (3) Gitanjali (3) Hombre con manías (3) J. Ramsey Campbell (3) JOSEPH PAYNE BRENNAN (3) John Stagg (3) Jr. (3) LA BIBLIOTECA DE BABEL (3) LA CONFESIÓN (3) LA EXTRAÑA CASA EN LA NIEBLA (3) LA IGLESIA DE HIGH STREET (3) LA MARCA DE LA BESTIA (3) LA RISA DEL VAMPIRO (3) LAS RUINAS CIRCULARES (3) La Jaula (3) La Trilogía de Nueva York (3) Mercenarios del Infierno (3) Miguel Hernández (3) Palomos Del Infierno (3) Pío Baroja (3) Rafael Alberti (3) Thanatopia (3) Théophile Gautier (3) Tomás Moro (3) Un Sueño en un Sueño (3) abraham merrit (3) alas rotas (3) alien (3) alquimia (3) amuletos (3) angeologia (3) antiguas brujerias (3) antologia (3) apocalipsis (3) biografia (3) cain (3) carrie (3) charles baudelaire (3) cronicas vampiricas (3) cuento victoriano (3) cuentos del siglo XIX (3) danza macabra (3) dark . gotico (3) david langford (3) de profundis (3) definicion (3) el abismo en el tiempo (3) el alquimista (3) el demonio en la tierra (3) el exorcista II (3) el libro negro de alsophocus (3) el loco (3) el mono (3) el sacrifico (3) el superviviente (3) el vampiro estelar (3) ensayo (3) escritor novel (3) exorcismo (3) fabula (3) fabulas (3) filosofia (3) frank b. long (3) goth (3) gotic (3) guion (3) helena petrovna blabatsky (3) himno al dolor (3) historias de terror (3) inquisicion (3) introduccion (3) john baines (3) john william polidori (3) justine (3) la casa maldita (3) la casa tellier (3) la ciudad de los muertos (3) la llamada de cthulhu (3) la sombra fuera del espacio (3) la tumba (3) las flores del mal (3) legion (3) leyenda (3) lisa tuttle (3) lo innombrable (3) locura (3) lord byron (3) los brujos hablan (3) los gatos de ulthar (3) luna sangrienta (3) mail (3) martín s. warnes (3) maturin (3) mein teil (3) melmoth el errabundo (3) milowishmasterfox (3) neorealismo (3) nombres (3) nombres demoniacos (3) oscuros (3) pacto de sangre (3) pensamientos (3) poemas en prosa (3) poesias (3) polaris (3) que viene el lobo (3) rabindranat tagore (3) ratas (3) rimas (3) roald dahl (3) robert silverberg (3) rosenrot (3) rostros de calabera (3) satanismo (3) snake (3) sueño (3) suicidas (3) teatro (3) vida (3) vudu (3) yveline samoris (3) Ángeles y demonios (3) 1 (2) 4ªparte (2) A. Bertram Chandler (2) ABANDONADO (2) ALBERT FISH (2) Akira (2) Alfonso Linares (2) Algunos Poemas a Lesbia (2) Antonio Gala (2) Aparicion (2) Astrophobos (2) Ayer... hace tanto tiempo (2) BETHMOORA (2) Blade Runner (2) Brad Steiger (2) C. M. EDDY (2) CELEPHAÏS (2) CHICKAMAUGA (2) CONFESIONES DE UN ARTISTA DE MIERDA (2) CORAZONADA (2) Carrera Inconclusa (2) Charon (2) Christian Jacq (2) Clarimonda (2) Cowboy Bebop (2) Cyberpunk (2) Cómo Ocurrió (2) E D G A R A L L A N P O E (2) E. F. Benson (2) EL ASESINO (2) EL BAUTISMO (2) EL BESO (2) EL CABALLERO (2) EL CENTRO DEL INFIERNO (2) EL DESIERTO (2) EL DIABLO EN EL CAMPANARIO (2) EL EXORCISTA (2) EL FANTASMA Y EL ENSALMADOR (2) EL GOLEM (2) EL GRITO DEL MUERTO (2) EL JARDÍN DEL PROFETA (2) EL OTRO YO (2) EL PISO DE CRISTAL (2) EL PRESUPUESTO (2) EL RETRATO DE ROSE MADDER (2) EL SÉPTIMO CONJURO (2) EL VAGABUNDO (2) EL ÁRBOL (2) Ecos (2) El Conde de Montecristo (2) El Cuerno Del Horror (2) El Dr. Jekyll y Mr. Hyde (2) El Funeral de John Mortonson (2) El Hombre De Arena (2) El Monte de las Ánimas (2) El Puñal (2) El Que Cierra El Camino (2) El Sacrificio (2) El Tulipán Negro (2) El Valle Perdido (2) El Visitante Y Otras Historias (2) El artista del hambre (2) El ciclo del hombre lobo (2) El clérigo malvado (2) El gato del infierno (2) El gato negro (2) El homúnculo (2) El legado (2) El miedo (2) El rapto de la Bella Durmiente (2) El saber mágico en el Antiguo Egipto (2) El árbol de la colina (2) Elogio de la locura (2) En la noche de los tiempos (2) Estirpe de la cripta (2) Fuera de Aquí (2) GUARDIANES DEL TIEMPO (2) GUSTAVO ADOLFO BECQUER (2) Gustav Meyrink (2) H. Barlow (2) H.P.Lovecraft (2) HERMANN HESSE (2) Harlan Ellison (2) Hasta en los Mares (2) Historia (2) Historia Del Necronomicon (2) Historia de fantasmas (2) Hocus Pocus (2) ICARO DE LAS TINIEBLAS (2) INTERNET (2) JUANA INES DE LA CRUZ (2) Jack Vance (2) John Sheridan Le Fanu (2) José Luis Velarde (2) Kurt Vonnegut (2) LA BIBLIA SATANICA (2) LA BÚSQUEDA (2) LA CAIDA DE BABBULKUND (2) LA DECLARACIÓN DE RANDOLPH CARTER (2) LA FARSA (2) LA LOTERÍA DE BABILONIA (2) LA MUERTA ENAMORADA (2) LA MUERTE (2) LA MUSA DE HYPERBOREA (2) LA PERLA (2) LAS LEGIONES DE LA TUMBA (2) LESTAT EL VAMPIRO (2) LOS VERSOS SATANICOS (2) La Bestia en la Cueva (2) La Calle (2) La Casa de la Pesadilla (2) La Habitación Cerrada (2) La Monja Sangrienta (2) La Tortura de la Esperanza (2) La Verdad (2) La chica más guapa de la ciudad (2) La conspiración Umbrella (2) La marquesa de Gange (2) La noche de los feos (2) La pasión turca (2) Letras (2) Los Sueños de la Casa de la Bruja (2) Los crímenes que conmovieron al mundo (2) Los ojos de la momia (2) Los reyes malditos (2) Los tres mosqueteros (2) MAGOS (2) MARIO BENEDETTI - LA MUERTE (2) MINORITY REPORT (2) MOBY DICK (2) MUJERES (2) Mark Twain (2) Morella (2) Narrativa gótica (2) No hay camino al paraíso (2) PABLO NERUDA (2) POPSY (2) PUNTERO IZQUIERDO (2) R. L. Stevenson (2) RADIO FUTURA (2) ROSTRO DE CALAVERA (2) Rabindranath Tagore (2) Retornos de una sombra maldita (2) Robert A. Heinlein (2) SAMAEL AUN WEOR (2) SATANAS (2) SU VIDA YA NO ES COMO ANTES (2) SUPERVIVIENTE (2) Sherry Hansen Steiger (2) The Last Vampire (2) Thomas M. Disch (2) UN DÍA DE CAMPO (2) UTOPIA (2) Un habitante de Carcosa (2) Un juguete para Juliette (2) Una mujer sin importancia (2) Una tienda en Go-by Street (2) V.O. (2) VELANDO EL CADÁVER (2) Vida después de la Muerte (2) Vida y Muerte (2) Villiers de L'Isle-Adam (2) Vinum Sabbati (2) YO CRISTINA F. (2) a la puta que se llevó mis poemas (2) a las aguas (2) a un general (2) agonico (2) al amor de mi vida (2) aladino (2) alaide floppa (2) alas nocturnas (2) albunes (2) alexandre (2) amistad (2) andres diaz sanchez (2) angel de la muerte (2) animas y fantasmas (2) anime-blood (2) antonio machado (2) apocaliptico (2) arena y espuma (2) arthur c. clarke (2) asesinato (2) baudelaire (2) bequer (2) blancanieves (2) brujas (2) busqueda (2) c. m. eddy jr. (2) cabala (2) capitulo suelto (2) caronte (2) castigo (2) catolico (2) cementerios (2) ciberespacio (2) ciberpunk (2) cielo (2) ciudad de cristal (2) ciudad vampiro (2) coleccion (2) colette gothic darknes (2) comics (2) computadora (2) conjuros (2) cortos (2) costazar (2) creepwar.gotico (2) cria cuervos (2) cruelmente romantica (2) cuento amor (2) cuentos coliniales de terror (2) cuentos cortos (2) cuentos de canterbury (2) cuentos de un soñador (2) cumbres borrascosas (2) dagon (2) death (2) demonio (2) depeche mode (2) diagnostico de muerte (2) dios (2) disciplinas de vampiro (2) dolor (2) don juan (2) dracula (2) e l v a m p i r o (2) ecce homo (2) el (2) el abismo (2) el anticristo (2) el arbol de la vida (2) el caballero de la maison rouge (2) el canibal de rotenburgo (2) el caos reptante (2) el club de la lucha (2) el club de los suicidas (2) el coche del diablo (2) el disco (2) el dueño de rampling gate (2) el elixir de larga vida (2) el entierro (2) el espectro del novio (2) el evangelio de los vampiros (2) el fabricante de ataúdes (2) el fantasma de la opera (2) el gran inquisidor (2) el hijo (2) el jinete en el cielo (2) el joven lovecraft (2) el palacio de la luna (2) el pantano de la luna (2) el profeta (2) el signo (2) ellinson (2) elogio de tu cuerpo (2) emily bronte (2) entendimiento (2) entre sueños (2) epistola (2) escritor (2) espacio (2) esperanza (2) esquizofrenia (2) eva (2) fin (2) fiodor dostoiesvski (2) fobia (2) fragmentos del necronomicon (2) frankenstein (2) g. a. becquer (2) gabriel garcia marquez (2) genesis (2) gothic darknes (2) gracia torres (2) guerra (2) guillotina (2) h. (2) hada (2) harry harrison (2) hazel heald (2) hechizo (2) herman hesse (2) historia / ficcion (2) historia real (2) hombre-lobo (2) honore de balzac (2) horror en el museo (2) indice (2) ingles (2) intriga (2) introductoria (2) italo calvino (2) juego (2) juguemos a los venenos (2) kafka (2) kir fenix (2) la carta robada (2) la catedra de lucifer (2) la cosa en el dormitorio (2) la creacion (2) la cruz del diablo (2) la dama de las camelias (2) la habitacion cerrada (2) la hoya de las brujas (2) la imagen de la muerte (2) la maquina de follar (2) la muerte y la condesa (2) la noche boca arriba (2) la novia del hombre caballo (2) la piedra negra (2) la torre oscura (2) lacrimosa (2) leyes (2) lhiliht (2) libro (2) literatura (2) los habitantes del pozo (2) los otros dioses (2) los perros de tindalos (2) los zuecos (2) m. r. james (2) milady (2) miskatonic (2) misterio (2) morfina (2) morgue (2) mp3 (2) music (2) mª. covadonga mendoza (2) narracion ocultista (2) nobel (2) noir (2) nota (2) notas (2) nuestros primos lejanos (2) nuevas cronicas vampiricas (2) occidente (2) ocultismo (2) on-line (2) oriente (2) orson scott card (2) p. (2) paris (2) paulo coelho (2) pecados (2) peter blatty (2) poderes (2) primigenio (2) prometeo (2) prosas luciferinas (2) psico (2) r.l. stevenson (2) reglas (2) relato amor (2) religion-ficcion (2) reliquia de un mundo olvidado (2) revelacion (2) revolucion francesa (2) ritual (2) rituales (2) robert a. lowndes (2) robert louis stevensont (2) roger zelazny (2) roll (2) romancero gitano (2) romanticismo (2) rpg (2) saki (2) sangre (2) serie cronicas vampiricas gardella (2) simbolismo (2) suicidio (2) sumario (2) surrealismo (2) taisha abelar (2) tetrico (2) the best (2) the cure (2) tragedia (2) traidor (2) un dia en el confin del mundo (2) una cruz de siglos (2) varios autores (2) varios cuentos (2) vaticano (2) video (2) violin (2) vistoriano (2) washington irving (2) willian blatty (2) ¿QUO VADIS? (2) ÁNGELES IGNORANTES (2) Ángela (2) "Vivo sin vivir en mí" (1) (1515-1582) (1) (1816) (1) (1934) (1) + y - (1) -- ANONIMO (1) -- EL HORROR DE DUNWICH (1) . EL PROFETA ERMITAÑO (1) . LA SANTA COMPAÑA . (1) . La locura del mar (1) . Luis Cernuda (1) . VENOM (1) .El Club del Ataúd. (1) .ecunemico (1) .rar (1) 100 (1) 13 fantasmas (1) 17THIS SECRET HAS TO BE KEPT by you from anyone else (1) 1809-1849 (1) 1810 (1) 1812 (1) 1862 (1) 1918/19 (1) 1939-1941? (1) 1ª parte (1) 1ªmujer (1) (1) 26 CUENTOS PARA PENSAR (1) 2parte (1) 2ª Serie (1) (1) 2ºlibro (1) 2ºlibro de nuevas cronicas vampiricas (1) 334 (1) 360º (1) 3:47 a.m. (1) 4 (1) 5 (1) 6 (1) 7 pecados capitales (1) 84 de charing cross road (1) (1) 9000 años (1) A LA ESPERA (1) A M B R O S E B I E R C E (1) A imagen y semejanza (1) A restos.. de ti (1) A través de la puerta de la llave de plata (1) A través de las puertas de la llave de plata (1) A. E. VAN VOGT (1) A. MERRIT (1) A. Merritt (1) A.R. Ammons (1) A: lord Alfred Douglas (1) ABAJO (1) ABONO PARA EL JARDÍN (1) ABUELITO (1) ACERO -- Richard Matheson (1) ADEFESIA (1) AGENTE DEL CAOS (1) AL MAGNIFICO LORENZO DE MÉDECIS (1) AL OTRO LADO (1) ALGUIEN ME APRECIA AHÍ ARRIBA (1) ALGÚN QUE OTRO ANIMAL (1) ALMAS EN PENA (1) AMADEO KNODLSEDER (1) AMANECER EN MERCURIO (1) AMANECER VUDU (1) AMBROSE GWINET BIERCE (1) AMERICAN ZOMBIE (1) AMOR Y ODIO (1) ANDREA SOL (1) ANGEL DE LUZ (1) ANIUTA (1) ANTES DEL ESPECTÁCULO (1) APARECIÓ CAÍN (1) APRENDED GEOMETRIA (1) AQUEL VIEJO (1) ARMAGEDON Fredric Brown (1) ARTHUR JERMYN (1) ASESINOS SATÁNICOS (1) AYER (1) Abraham Merritt (1) Abraza la oscuridad (1) Acorralado (1) Ad Lucem (1) Adam Kadmon (1) Adan (1) Adiós al siglo XX (1) Adolf Hitler (1) Afuera (1) Agatha Christie (1) Ahmad Ibn Ata'Illah (1) Alan Barclay (1) Albertina desaparecida (1) Alejandro Pushkin (1) Alejo Carpentier (1) Aleksandr Nikoalevich Afanasiev (1) Aleksandr Pushkin (1) Alfred E. Van Vogt (1) Alfred Elton van Vogt (1) Algernoon Blackwood (1) Alien earth (1) Amityville (1) Ana María Matute (1) Anatoli Dneprov (1) Andrei Chikatilo (1) Andrógino (1) Animismo (1) Anne Brontë (1) Another Google Bot (1) Antiguas brujerías (1) Antipoemas (1) Antología (1) Anubis (1) Anónimo (1) Appleseed (1) Aramis (1) Arcipreste de Hita (1) Armand (1) Asesinado Al Pie De Un Altar Vudú (1) Asimov (1) Atentamente suyo Jack el Destripador (1) Atentamente suyo. Jack el Destripador (1) Athos (1) August W. Derleth (1) Auguste Villiers de l'lsle‑Adam (1) Augusto Monterroso (1) Augustus Hare (1) Autobiografía (1) Auténtico Amor (1) Ayuda Alienígena (1) BAJO LAS PIRÁMIDES H. P. LOVECRAFT (1) BARBA AZUL (1) BERTA (1) BLANCO Y AZUL (1) BOCCACCIO (1) BOITELLE (1) BOLA DE SEBO (1) Bacarat (1) Balada nupcial (1) Barry Longyear (1) Battle Angel Alita (1) Bibliografía (1) Biblioteca (1) Boogiepop Phamtom (1) Breve comentario sobre la esquizofrenia (1) Bruce Sterling (1) Bubblegum Crisis (1) C. L. MOORE (1) C. S. Lewis (1) C.L. Moore (1) CABEZA DE CONO (1) CANCIÓN DE AMOR (1) CANTOS DE VIDA Y ESPERANZA (1) CARTA A UN FÉNIX (1) CARTA DE UN LOCO (1) CARTAS (1) CASTIGOS (1) CEREMONIAL (1) CHARLES PERRAULT (1) CHERTOGON (1) CIBER-DARK (1) COCAINA (1) COCO.COCO. COCO FRESCO (1) COMO PARA CONFUNDIRSE (1) COMPLICIDAD PREVIA AL HECHO (1) CON DIOS (1) CONFESIONES DE UNA MUJER (1) CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA DE 1978 (1) CONVERSIONES (1) COPLAS A LA MUERTE DE SU PADRE (1) CORTÁZAR (1) COTO DE CAZA (1) CRONICAS VAMPÍRICAS 2 (1) CRÍTICA AL CRISTIANISMO Y A LA SOCIEDAD (1) CUADERNO HALLADO EN UNA CASA DESHABITADA (1) CUENTOS DE AMOR. DE LOCURA Y DE MUERTE (1) CUERPO Y ALMA (1) Cabeza de Lobo (1) Camilo José Cela (1) Canaan negro (1) Canción del pirata (1) Cannibal Corpse (1) Canon Pali (1) Carmilla (1) Carolina (1) Cartas Desde La Tierra (1) Casi Extinguidos (1) Catastrofe Aerea (1) Catherine Crowe (1) Catulo (1) Charles Dickens El guardavías (1) Charles Grant (1) Charles Nightingale (1) Chaugnar Faugn (1) Chica gótica (1) Chitterton House (1) Chris Chesley (1) Christopher Marlowe (1) Ciencia Ficción (1) Cine (1) Claudia (1) Colección (1) Conan (1) Conoce la Ciudad Gótica en 3D (1) Conología de la caza de hackers (1) Conquístate a ti mismo y conquistarás al mundo (1) Conversación (1) Corazones Perdidos (1) Corman (1) Cosas Zenna Henderson (1) Crom (1) Crumtuar y la Diosa (1) Cría cuervos (1) Cuando los cementerios son una atracción (1) Cuarta parte (1) Cynthia Asquith (1) CÁTULO (1) Cómo mueren los mitos (1) D'Artagnan (1) DAGÓN (1) DANTE ALIGHIERI (1) DE COMO EL Dr. JOB PAUPERSUM LE TRAJO ROSAS ROJAS A SU HIJA (1) DE COMO LLEGO EL ENEMIGO A THULNRANA (1) DE SADE (1) DECAMERON (1) DEL MÁS ALLÁ (1) DELENDA EST... (1) DESPERTARES (1) DIABLO (1) DICCIONARIO DE ÁNGELES (1) DICCIONARIO DEL DIABLO (1) DIÁLOGO SOBRE LA PENA CAPITAL (1) DOBLE CREER (1) DOS POEMAS (1) DOS SERES IGUALES (1) Dan Brown Ángeles y demonios (1) Dark Gotico (1) Dark Icarus (1) David F. Bischoff (1) De guardia (1) Death Fails (1) Del toro (1) Demonios babilónicos (1) Demoníacos (1) Dennis Etchison (1) Dentro de mí (1) Deportacion (1) Depresión (1) Der Vampir (1) Derek Rutherford (1) Descargo de responsabilidad (1) Desde Lugares Sombríos (1) Desert Punk (1) Diagnóstico de Muerte (1) Diccionario De Relaciones Y Sexo (1) Diccionario de Símbología (1) Donde habite el olvido XII (1) Douglas Rushkoff (1) Dr. Bloodmoney (1) Duelo (1) Dulces para esa dulzura (1) E L E N T I E R R O P R E M A T U R O (1) E L E N T I E R R O P R E M A T U R O (1) E L A N T I C R I S T O (1) E-volution (1) E. M. Johnson (1) E.F.Benson (1) E.T.A. Hoffmann (1) EL ABONADO (1) EL ABUELO ASESINO (1) EL ALEPH (1) EL ALEPH ficcion (1) EL ALMOHADON DE PLUMAS (1) EL ARISTÓCRATA SOLTERÓN (1) EL ARMARIO (1) EL ARO (1) EL ASESINATO DE DIOS (1) EL BARON DE GROGZWIG (1) EL BARRILITO (1) EL BICHO DE BELHOMME (1) EL BIGOTE (1) EL CARDENAL NAPELLUS (1) EL CETRO (1) EL CLUB DE LUCHA (1) EL CONDE DE MONTECRISTO II (1) EL CONDE DE MOTECRISTO (1) EL CONDUCTOR DEL RAPIDO (1) EL COTTAGE DE LANDOR (1) EL CRIMEN DE LORD ARTHUR SAVILLE (1) EL CRIMINAL Y EL DETECTIVE (1) EL CUENTO FINAL DE TODOS LOS CUENTOS (1) EL DEMONIO DE LA PERVERSIDAD (1) EL DIENTE DE BALLENA (1) EL DIOS SIN CARA (1) EL DUEÑO DE RAMPLING GATE (1) EL ERMITAÑO (1) EL FINAL (1) EL FLASH (1) EL FRUTO DE LA TUMBA (1) EL GATO Y EL RATÓN (1) EL GRABADO EN LA CASA H. P. LOVECRAFT (1) EL GRAN GRIMORIO (1) EL HOMBRE DE LA CALAVERA (1) EL HURKLE ES UN ANIMAL FELIZ (1) EL INCORREGIBLE BUITRE DE LOS ALPES (1) EL JOVEN GOODMAN BROWN (1) EL JUEGO DE LOS GRILLOS (1) EL JUEGO DE PELOTA EN RAMTAPUR (1) EL LIBRO DE LO INCREÍBLE (1) EL LIBRO DE LOS SERES IMAGINARIOS (1) EL MATRIMONIO DEL CIELO Y EL INFIERNO (1) EL MESMERISMO (1) EL METRONOMO (1) EL MUNDO AVATAR: ANDY WARHOL (1) EL NECRONOMICON (1) EL NUMERO QUE SE HA ALCANZADO (1) EL OJO SIN PARPADO (1) EL ORACULO DE SADOQUA (1) EL ORINAL FLORIDO (1) EL ORO (1) EL OTRO VAGABUNDO (1) EL PESCADOR DEL CABO DEL HALCON (1) EL PRECURSOR (1) EL REGRESO (1) EL RELÁMPAGO (1) EL REY (1) EL REY DE HIERRO (1) EL ROBLE HA CAÍDO (1) EL RÍO (1) EL SEXO FRIO (1) EL SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO (1) EL SUEÑO DEL REY KARNA-VOOTRA (1) EL SUSURRADOR EN LA OSCURIDAD (1) EL TRUEQUE (1) EL USURPADOR DE CADAVERES (1) EL VALLE DE LOS DIOSES (1) EL VAMPIRO ARMAND (1) EL VAMPIRO ARMAND (1) EL VENGADOR DE PERDONDARIS (1) EL VIUDO TURMORE (1) EL ZOPILOTE (1) EL _ ALEPH (1) EL cantar del exangel (1) EL ÚLTIMO EXPERTO (1) ELIGE TU DESTINO (1) ELISA BROWN (1) EN EL BOSQUE DE VILLEFERE (1) EN EL CREPUSCULO (1) EN ESTADO LATENTE (1) EN LA FERIA (1) EN ZOTHIQUE (1) Eco (1) Edad Media (1) Edgar Allan Poe El Cuervo (1) Edward Bulwer-Lytton (1) Edward Lucas White (1) El Almohadón de Plumas (1) El Arte de la Estrategia (1) El Asirio (1) El BAR II (1) El Barril de Amontillado (1) El Boogie Del Cementerio (1) El Borametz (1) El Buque Fantasma (1) El Carbunclo Azul (1) El Caso de los Niños Deshidratados (1) El Centinela (1) El Clan De Los Parricidas (1) El Club del Ataúd (1) El Corsario (1) El Crimen Invisible (1) El Cuarto en la Torre (1) El Dios de los Brujos (1) El Dios-Monstruo De Mamurth (1) El Dragón (1) El Eclipse (1) El Espejo De Nitocris (1) El Gigante Egoista (1) El Gris Gris En El Escalón De Su Puerta Le Volvió Loco (1) El Haschich (1) El Hombre Del Haschisch (1) El Hombre que Soñó (1) El Hueco (1) El Mago de Oz (1) El Mensajero de la Muerte (1) El Misterio del Mary Celeste (1) El Nuevo Acelerador (1) El Nuevo Acelerador Herbert George Wells. (1) El Príncipe (1) El Regalo de los Terrestres (1) El Rey Estelar (1) El Ritual (1) El Ruido de un Trueno (1) El Sacerdote Y Su Amor (1) El Signo Amarillo (1) El Underground digital (1) El Vengador de Perdóndaris (1) El Violador de la Moto (1) El Visitante Y Otras Historias Dylan Thomas (1) El Yoga (1) El amor de mi vida (1) El aprendiz de brujo. (1) El armonizador (1) El cadillac de Dolan (1) El camaleón (1) El campamento del perro (1) El cartero del rey (1) El caso de Charles Dexter Ward (1) El cuarto de goma (1) El demonio en Ceirno (1) El duque de L'Omelette (1) El espejo de Ko Hung (1) El extraño vuelo de Richard Clayton (1) El francotirador cazado (1) El grimorio del papa Honorio (1) El guardián entre el centeno (1) El horror del montículo (1) El informe del inspector Legrasse (1) El jardín de Adompha (1) El jardín del tiempo (1) El judío errante (1) El judío errante.Thomas M. Disch (1) El mal de la muerte (1) El muchacho que escribia poesia (1) El mundo que ella deseaba (1) El pararrayos (1) El pecado de Hyacinth Peuch (1) El perfume (1) El pescador del Cabo del Halcón (1) El pescador y su alma (1) El puñal del godo (1) El que acecha en la oscuridad (1) El que susurraba en las tinieblas (1) El roble de Bill (1) El sexo y yo (1) El soldado y la muerte (1) El telar (1) El terror volvió a Hollywood (1) El Árbol de las Brujas (1) El árbol de la buena muerte (1) El árbol de oro (1) El último sueño del viejo roble (Cuento de Navidad) (1) Eliphas Lévi (1) Ellen Schreiber (1) Empirismo (1) En donde suben y bajan las mareas (1) En el Calor de la Noche (1) En persona (1) Ensayo al viejo estilo (1) Erasmo de Rotterdam (1) Erecciones (1) Eres tan bella como una flor (1) Ergo Proxy (1) Eric Frank Russell (1) Eric Lavín (1) Escéptico (1) Ese Gran simulacro (1) Esoterismo (1) Esta noche se rebelan las estrellas (1) Estilo gótico (1) Exhibiciones (1) Eyaculaciones (1) F R I E D R I C H N I E T Z S C H E (1) FABULAS Y SIMBOLOS (1) FBI (1) FEMINISTAS (1) FESTIVAL DEL TESTÍCULO (1) FICCIONES (1) FLUYAN MIS LÁGRIMAS DIJO EL POLICÍA (1) FRANCIS MARION CRAWFORD (1) FRANK BELKNAP L. (1) FRASES DE POLÍTICOS (1) FREDIE MERCURY (1) FUERA DE ESTE MUNDO (1) Factotum (1) Fahrenheit 451 (1) Farenheit 451 (1) Feuerräder (1) Fiel amigo (1) Flautistas en el bosque (1) Fondo Monetario (1) Frank Belknap Long (1) Frankenstein o el moderno Prometeo (1) Franz Harttmann (1) Fred Saberhagen (1) Frederick Marryat (1) Frederick pohl (1) Freud (1) Fruto negro (1) Fuego Brillante (1) Fuego infernal (1) G. A. BEQUER (1) GENTE REUNIDA (1) GIBRÁN KHALIL GIBRÁN LADY RUTH (1) GIGANTE (1) GITANO (1) GOTHICPUNK (1) GUARDIANES DEL TIEMPO EXTRAÑOS TERRÍCOLAS ORBITA ILIMITADA ONDA CEREBRAL UN MUNDO EN EL CREPUSCULO (1) GUERRA DE ALADOS (1) GUIA DEL AUTOESTOPISTA GALACTICO (1) Gardner F. Fox (1) Gastón (1) Gauguin (1) Geoffrey Chaucer (1) George Berkeley (1) George Gordon Byron (1) George Langelaan (1) George Orwell (1) Ghost lover (1) Gilbert Thomas (1) Gordon Leigh Bromley (1) Gottfried Benn (1) Greg Egan (1) Grimoires (1) Guión para Alíen III (1) Gustave Flaubert (1) Génesis (1) Gómez (1) H. G. WELLS (1) H. P. Lovecraft LA BÚSQUEDA DE IRANON (1) H. P. Lovercraft (1) H.P.Lovecraft y E. Hoffmann Price (1) HAN CAIDO LOS DOS (1) HECHIZOS DE AMOR (1) HERBERT WEST (1) HIJO DE LA LUNA (1) HIPNOS (1) HISTORIA DE MAR Y TIERRA (1) HISTORIA DEL ENDEMONIADO PACHECO (1) HISTORIA DEL JOVEN DE LAS TARTAS DE CREMA (1) HISTORIA DEL MANDADERO (1) HISTORIA GÓTICA (1) HISTORIA PRODIGIOSA DE LA CIUDAD DE BRONCE (1) HOMBRES y DRAGONES (1) HOY Y MAÑANA (1) Hasta donde mueran los sentimientos (1) Hay Tigres (1) Hector G. Oesterheld (1) Heinrich August Ossenfelder (1) Hell-fire 1956 (1) Herbert George Wells. (1) Herman Melville (1) Hierba gatera (1) Historia Del Necronomicon H. P. Lovecraft (1) Historia de un muerto contada por él mismo (1) Historia de una demonización. (1) Horace Walpole (1) Howard Fast (1) Howard P. Lovecraft (1) Howard Philip Lovecraft (1) Héctor Álvarez (1) Híbrido (1) II parte (1) III (1) III parte (1) IMAGEN DE TU HUELLA (1) IMAGINE (1) IMÁGENES MALDITAS (1) INDICE MIO CID (1) Ideas (1) Ilusionismo (1) Inanna (1) Intento (1) Investigador De Lo Oculto (1) Isthar (1) Iván A. Efrémov (1) Iván Turguéniev (1) J. G. Ballard (1) J. J. Van der Leeuw (1) J.D. Salinger (1) JACK LONDON (1) JON WIENER (1) JORGE ADOUM (1) JUAN SALVADOR GAVIOTA (1) JUEGO DE SOMBRAS (1) JUNTO A UN MUERTO (1) Jaime Bayly (1) James H. Schmitz (1) James Montague RhodesCORAZONES PERDIDOS (1) Javi (1) Jean Lorrain (1) Jean Ray (1) Jim Morrison (1) John Lennon (1) John Silence (1) John Stagg - El Vampiro (1) John W. Campbell (1) John Wyndham (1) John/Yoko (1) Jorge Bucay (1) Jorge Manrique (1) Jose Antonio Rodriguez Vega (1) Joseph Sheridan Le Fanu (1) José Luis Garci (1) José Luis Zárate Herrera (1) José Manuel Fernández Argüelles (1) José María Aroca (1) José de Esponceda (1) Juan C. "REX" García Q. (1) Juan Darién (1) Juan Ruiz (1) Juan de la Cruz (1) Juan-Jacobo Bajarlía (1) Kabbalah (1) Keith Laumer (1) Khnum (1) Kit Reed (1) L a Muerte De Halpin Frayser A mbrose Bierce (1) L a Mujer Loba (1) LA ALQUIMIA COMO CIENCIA DEL ARTE HERMETICO (1) LA AVENTURA DEL ASESINO METALICO (1) LA BAILARINA (1) LA BALLENA DIOS (1) LA BALLENA Y LA MARIPOSA (1) LA BARONESA (1) LA BECADA (1) LA BELLEZA INÚTIL (1) LA BELLEZA INÚTILguy de maupassant (1) LA BODA DEL LUGARTENIENTE LARÉ (1) LA CABELLERA (1) LA CASA (1) LA COMPAÑERA DE JUEGO (1) LA CONFESIÓN DE TEODULIO SABOT (1) LA CRIBA (1) LA ESCUELA DE LA PIEDRA DE LOYANG (1) LA ESPADA DE WELLERAN (1) LA ESTATUA (1) LA EXTRAÑA CABALGADA DE MOROWBIE JUKES Rudyard Kipling (1) LA FERIA DE LAS TINIEBLAS (1) LA INVASIÓN DIVINA (1) LA LUNA LLENA (1) LA MAGIA NEGRA (1) LA MALDICIÓN (1) LA MAQUINA DEL SONIDO (1) LA MASCARA DE LA MUERTE ROJA (1) LA MOSCA (1) LA MÚSICA DE ERICH ZANN (1) LA NARIZ (1) LA PARENTELA DE LOS ELFOS (1) LA PARÁBOLA CHINA (1) LA PIMPINELA ESCALATA (1) LA QUE ERA SORDA (1) LA RAÍZ CUADRADA DE CEREBRO (1) LA SEGUNDA LEY (1) LA SENDA (1) LA SOMBRA. (1) LA TEMPESTAD (1) LA TEORIA DE LAS MASCOTAS DE L.T. (1) LA TIERRA DE ZAAD (1) LA TIERRA ROJA (1) LA TRAMA CELESTE (1) LA TRÁGICA HISTORIA DEL DOCTOR FAUSTO (1) LA VENTANA ABIERTA (1) LA VENUS DE ILLE (1) LA VISITA QUE J. H. OBERHEIT HACE A LAS TEMPIJUELAS (1) LAGARTIJA (1) LAGRIMAS Y RISAS (1) LAGRIMAS Y SONRISAS (1) LAS BECADAS (1) LAS DOS PRINCESAS (1) LAS GRANADAS (1) LAS HOJAS SECAS (1) LAS LEYES (1) LAS PERVERSAS CRIATURAS DE SERGIO LAIGNELET (1) LAS RANAS (1) LAS RATAS DEL CEMENTERIO (1) LAS REVELACIONES DE BECKA PAULSON (1) LAS TUMBAS DE TIEMPO (1) LEOPOLDO LUGONES (1) LEYENDA DE LA CALLE DE NIÑO PERDIDO (1) LEYES DE DROGAS (1) LIBRO DE LA DUALIDAD (1) LIBRO DE LA IGNORANCIA (1) LIBRO DEL AMOR (1) LILIHT (1) LOS AGUJEROS DE LA MASCARA (1) LOS CANGREJOS CAMINAN SOBRE LA ISLA (1) LOS CLANES DE LA LUNA ALFANA (1) LOS CONSTRUCTORES (1) LOS CUATRO HERMANOS LUNARES (1) LOS DOS CAZADORES (1) LOS DOS HERMANOS (1) LOS DOS POLÍTICOS (1) LOS DOS ÁNGELES (1) LOS HOMBRES QUE ASESINARON A MAHOMA (1) LOS HOMBRES QUE BAILAN CON LOS MUERTOS (1) LOS HUÉSPEDES -- SAKI (1) LOS IMPOSTORES (1) LOS SIETE PUENTES (1) LOS VEINTICINCO FRANCOS DE LA SUPERIORA (1) LOS ÁRBOLES DEL AZUL (1) LSD (1) LUZIFER (1) La Acacia (1) La Aureola Equivocada (1) La Callejuela Tenebrosa (1) La Campaña (1) La Casa Croglin (1) La Casa De Los Espíritus (1) La Caza de Hackers (1) La Ciudad (1) La Cámara De Los Horrores (1) La Cámara de los Tapices (1) La Entrada Del Monstuo (1) La Estatua de Sal (1) La Extraña Cabalgada De Morowbie Jukes (1) La Fiera Y La Bella (1) La Leyenda De San Julian El Hospitalario (1) La Liberación de la Bella Durmiente (1) La Luna Nueva (1) La Magia (1) La Mandrágora (1) La Mascarada (1) La Muerte Enamorada (1) La Máscara de la Muerte Roja (1) La Palida Esposa De Toussel (1) La Pradera Verde (1) La Pócima Vudú De Amor Comprada Con Sangre (1) La Torre del Elefante (1) La Tregua (1) La Vérité (1) La bahía de las corrientes irisadas (1) La capa (1) La casa de Cthulhu (1) La casa del hacha (1) La casa hechizada (1) La catacumba (1) La condena (1) La cultura del miedo (1) La dama de compañía (1) La familia de Pascual Duarte (1) La guadaña (1) La hija del árbol (1) La llave de plata (1) La lucha por la vida I (1) La lucha por la vida II (1) La lucha por la vida III (1) La mansión de las rosas (1) La mañana verde (1) La muerte del borracho (1) La mujer de Dennis Haggarty (1) La mujer del bosque (1) La máquina del sonido (1) La novia del ahorcado (1) La parra (1) La pregunta (1) La reina estrangulada (1) La soledad del escritor en el siglo XXI (1) La sombra de Eva (1) La sombra que huyó del capitel (1) La sombra que huyó del capitel. los mitos de cthulhu (1) La sombra que huyó del chapitel (1) La vampiro española (1) La ventana en la buhardilla (1) La vida de la muerte (1) La vida en las trincheras del Hiperespacio (1) La vida nueva (1) Lain (1) Las botas mágicas (1) Las figurillas de barro (1) Las imprudentes plegarias de Pombo el idólatra (1) Las mandrágoras (1) Las once mil vergas -- Guillaume Apollinaire -- Advertencia (1) Las palabras mágicas (1) Las puertas del Valhalla (1) Lawrence C.Conolly (1) Leigh Brackett (1) Lestat (1) Ley y Orden (1) León Tolstoi (1) Libro de Buen Amor (1) Libro de Eibon (1) Lilitú (1) Lista de los demonios en el Ars Goetia (1) Llegado desde el infierno (1) Lluvia Negra (1) Lord of the Flies (1) Los Crímenes de la Rue Morgue (1) Los Elementales (1) Los Nueve Pecados Satánicos (1) Los Poemas Ocultos (1) Los cazadores de cabezas (1) Los colmillos de los árboles (1) Los comedores de lotos (1) Los gatos de Père Lachaise (1) Los hijos de Babel (1) Los príncipes demonio I (1) Los reploides (1) Los árboles parlantes (1) Lotófagos (1) Luana (1) Luis Enrique Délano (1) Luisa Axpe (1) Lydia Cabrera (1) Lyman Frank Baum (1) M .R. James (1) MACHISTAS (1) MAESE LEONHARD (1) MAGICO (1) MANUSCRITO ENCONTRADO EN UNA BOTELLA DE CHAMPAGNE (1) MAQUIAVELO (1) MARIDOS (1) MARIO VARGAS LLOSA (1) MARY W. SHELL (1) MAS ALLÁ DEL MURO DEL SUEÑO (1) MAUPASSANT. AHOGADO (1) MAUPASSANT. ADIOS (1) MAUPASSANT.EL AFEMINADO (1) MAUPASSANT.EL ALBERGUE (1) MEN IN BLACK (1) METAMORFOSIS (1) MI MONSTRUO DE OJOS SALTONES (1) MI RESPETADO SUELO DURMIENTE (1) MINICUENTOS ESCALOFRÍO (1) MULTIPLICACIÓN. (1) Mage La (1) Magia menor (1) Manual de zoología fantástica (1) Manuel González Noriega (1) Mao (1) Marcel Proust (1) Margaret A. Murray (1) Margarita Guerrero (1) Margaritas Fredric Brown Daisies (1) Marguerite Duras (1) Mario Benedetti - La noche de los feos (1) Mario Benedetti - Ni Cinicos Ni Oportunistas (1) Mario Flecha (1) Marx (1) Mary Shelley. (1) Mary Wolfman (1) Marzo Negro (1) Matrix (1) Maxim Jakubowski (1) Maximiliano Ferzzola (1) Me siento sola (1) Memnoch El Diablo (1) Memoria de Crímenes (1) Memorias de un moribundo (1) Mentalismo (1) Metadona (1) Metzengerstein (1) Mi Querida Muerte (1) Miguel de Cervantes Saavedra . NOVELA (1) Miguel de Cervantes Saavedra . NOVELA LA GITANILLA (1) Mitología hebrea (1) Monopolio (1) Montado en la bala (1) Mujer de pie (1) MundoDisco (1) My buddy (1) MÁSCARAS (1) Más allá de los confines del mundo (1) Más vasto que los imperios (1) Máximo Torralbo (1) Música (1) NARRACIONES OCULTISTAS (1) NEGLIGENCIA (1) NO MIRES ATRÁS (1) NOTICIAS (1) NOTICIAS DEL MAS ALLA (1) NUL-O (1) Nathaniel Hawthorne (1) Necrológica (1) Neil Olonoff (1) Nelly Kaplan (1) Neuromancer (1) Ni Cinicos Ni Oportunistas (1) Ni Corruptos Ni Contentos (1) Nicolás Maquiavelo (1) Nieto de un verdugo (1) Nightmares and dreamscapes (1) Nikolàj Semënovic Leskov (1) No Despertéis a los Muertos (1) No Tengo Boca. Y Debo Gritar (1) No a la censura (1) No te Salves (1) No tocarte (1) Nona (1) Novela de terror (1) Nyarlathotep (1) Nyarlathotep el Terrible (1) O V I D I O (1) OLIVER ONIONS (1) ORGIAS (1) ORISHAS (1) OSCURA Y FRIA NOCHE (1) Opinion Personal (1) Otros mundos. otros dioses (1) PACIENTE BERLIN (1) PACTO (1) PACTOS DIABOLICOS EN FLORES PACTOS DIABOLICOS EN FLORES (1) PALABRAS (1) PAPÁ BENJAMIN (1) PARANOYAS (1) PARCAS (1) PARTE 1 (1) PATTI SMITH (1) PAZ CONTAGIOSA (1) PAZ Y GUERRA (1) PELIGROS DEL SATANISMO (1) PINOSANGUINOCHETBURUNDA (1) PLURIEMPLEO (1) POBRE (1) POE Y OTROS (1) POEMA INDIO (1) POEMA VAMP (1) POEMAS ÚLTIMOS (1) POEMÊ (1) POIROT INFRINGE LA LEY (1) POQUITA COSA (1) POR LA SANGRE ES LA VIDA (1) PRELUDIOS (1) PREMIOS (1) PROCESO (1) PRÍNCIPE Y MENDIGO (1) PUERTA AL INFIERNO SANGRE EN EL CIELO (1) PUNK (1) PUNTO DE PARTIDA (1) PUTA (1) Padma Sambava (1) Padre fundador (1) Para las seis cuerdas (1) Parricidios (1) Patakí De Ofún (1) Patrick Süskind (1) Paulo Navas (1) Pecados capitales (1) Pedro Pastor (1) Pelotón D (1) Pequeña Antología (1) Pesadilla (1) Pete Adams (1) Peter Shilston (1) Peter Valentine Timlett (1) Peter Wake (1) Philaréte Chasles (1) Poema de amor a una chica que hacía striptease (1) Poemas Completos (1) Poemas Malditos (1) Poemas de Gilgamesh (1) Poemas de amor (1) Porthos (1) Primer amor (1) Primera parte (1) Primera parte 2 (1) Prosper Mérimée (1) Protesta Anonima General (1) Proyección (1) Príncipe (1) Príncipe de las tinieblas (1) Próxima Centauri (1) Pseudomonarchia Daemonum (1) Psiquismo (1) Punch Drunk (1) QUE DIFÍCIL ES SER DIOS (1) R. E. HOWARD (1) R. W. Chambers (1) R.E.3 (1) RAMÓN GOMEZ DE LA SERNA (1) REANIMADOR (1) REGIONES APARTADAS (1) RELATOS DE TERROR (1) RENZO (1) RETRANSMISION ETERNA (1) RIMA VII (1) RIMA XXXVIII (1) RITUALES SATANICOS (1) ROBERT LOUIS STEVENSON (1) ROBOT CITY (1) ROLL AND ROLL (1) ROMANCE DEL ENAMORADO Y LA MUERTE (1) Raymond J. Martínez (1) Reaper (1) Recetas (1) Respuesta del Forastero (1) Reto (1) Retoños (1) Reventando el sistema (1) Rhea (1) Richard Bellush (1) Richard Calder (1) Richard Shrout (1) Richelieu (1) Ritos (1) Rituales con los ángeles (1) Robert Ervin Howard (1) Robert Ervin Howard: Un Recuerdo (1) Rochefort (1) Rockefeller (1) R’Iyeh (1) S. SV - XVIII (1) SALIDA DEL EDEN (1) SALVAME (1) SATANICo (1) SATÁN (1) SECTAS SATÁNICAS (1) SECUESTRO HOCHSCHILD (1) SEHNSUCHT (1) SETENTA (1) SIDDHARTA (1) SIN TON NI SON (1) SLAN (1) SOBRE LA ARENA (1) SORTEOS (1) SORTILEGIO DE OTOÑO (1) STANLEY CEPILLO DE DIENTES (1) STÉPHANE MALLARMÉ (1) SUEÑOS (1) Sandy Lopez Juarez (1) Santa Teresa de Ávila (1) Saquitos (1) Segador (1) Segunda parte (1) Serial Experiments Lain (1) Sharon N. Farber (1) Si Viene Damon (1) Siembra de Marte (1) Siglo XV (1) Silent Möbius (1) Simbiótica (1) Skull and Bones (1) Sobre Todo Madrid (1) Sociedad Thule (1) Sociedad Vril (1) Soy Leyenda (1) Soy la Puerta (1) Stalin (1) Stanley G. Weinbaum (1) Stanley Weinbaum (1) Stephen Vincent Benet (1) Supieras... (1) SÍMBOLO DE BALPHOMET (1) TALENTO (1) TOBERMORY (1) TOMBUCTÚ (1) TONTOS (1) TRAGEDIAS (1) TRATADO ESOTÉRICO DE TEURGIA (1) TRES DIOSES Y NINGUNO (1) TRES REGALOS (1) TRINITY BLOOD (1) TROPAS DEL ESPACIO (1) TU FRIALDAD (1) Tanith Lee (1) Taveret (1) Teatro de Crueldad (1) Templarios (1) Tercera parte (1) Tercera parte 2 (1) Terror en el espacio (1) Terry Carr (1) Terry Pratchett (1) Tetas (1) The Green Meadow (1) The Lilim (1) The Matrix (1) The Reward (1) The dead beat (1) The garden of time (1) The green morning (1) Theodore Sturgeon (1) Thomas Burnett Swann (1) Théàtre des Vampires (1) Tierra extraña (1) Tokio (1) Totemismo (1) Transmisión (1) Transmutación Transferencia Misticismo Desarrollismo (1) Trigun (1) Tsathoggua (1) Términos (1) U N C A M I N O A L A L U Z D E L A L U N A (1) UN AS DEL AJEDREZ (1) UN ASESINATO (1) UN COMPENDIO DE SECTAS (1) UN DIA EN EL REFLEJO DEL ESPEJO (1) UN LUGAR DE LOS DIOSES (1) UN MENSAJE IMPERIAL (1) UN OLOR A MUNDO (1) UN SEÑOR MUY VIEJO CON UNAS ALAS ENORMES (1) UN SUEÑO (1) UNA CONFLAGRACION IMPERFECTA (1) UNA ISLA (1) UNA ODISEA MARCIANA (1) UNA PEQUEÑA FABULA (1) UNA TARDE EN LO DE DIOS (1) UNA TUMBA SIN FONDO (1) URSULA K. LEGUIN (1) USA (1) USURPACIÓN DE DERECHOS DE AUTOR (1) Un crimen fuera de lo corriente (1) Un día en el confín del Mundo (1) Un escándalo en Bohemia (1) Un escándalo en Bohemia sir Arthur Conan Doyle (1) Un manifiesto Cyberpunk (1) Un marido ideal (1) Una carta abierta a H. P. Lovecraft (1) Una confesión encontrada en una prisión de la época de Carlos II (1) Una cuestión de identidad (1) Universo desierto (1) Ursula K. Le Guin (1) Utopía (1) V I N C E N T V A N G O G H (1) VENGANZAS (1) VESTIDURAS (1) VIEJO VINO (1) VIH-SIDA (1) VINTAGE (1) VITTORIO EL VAMPIRO (1) VIVIDOR A SU PESAR (1) VIVOS (1) VOLUMEN 1 (1) VOLUMEN 1parte 2 (1) Valencia (1) Valencia nocturno (1) Venganzas Y Castigos De Los Orishas (1) Viaje a la semilla (1) Viktor Saparin (1) Villiers de L'Isle (1) Villiers de L'Isle Adam (1) Vivian Meik (1) Voces de la Oscuridad (1) Von Junzt (1) Vuelto a nacer (1) Víctor Hugo (1) W.W. Jacobs (1) WHITE (1) WHITE ZOMBIE (1) Walter Scott (1) WannaFlock (1) Ward Moore (1) Weird Tales (1) Wendigo (1) Wilfred Blanch Talman (1) William Golding (1) William H. Hogdson (1) William Irish (1) William Shakespeare (1) Winifred Jackson (1) Wlliam Shakespeare (1) Wood'stown (1) Y cada día nos cuesta más soñar. (1) YERMA (1) YING-YANG (1) YO OS SALUDO (1) YVETTE (1) Yasutaka Tsutsui (1) Yra Reybel (1) YulyLizardi (1) ZOMBIE (1) ZOTHIQUE (1) Zenna Henderson (1) Zuzana_dt666(arrova)hotmail.com (1) a dreamer`s tales (1) a la caza (1) abducciones (1) abortivo (1) abstractos (1) aceite de perro (1) acerca de nyarlatoted (1) acido (1) actual (1) actualizacion 4.0 (1) adicción (1) adios (1) adolfo (1) agathos (1) aguelles (1) ahogado (1) al pueblo hebreo (1) alcacer (1) aldoux huxley (1) aleksandr (1) alfa (1) algo sobre los gatos (1) algunas formas de amar (1) ali-baba y los cuarenta ladrones (1) almas (1) alto (1) amante fantasma (1) amateur (1) ambiente (1) amor . i love... (1) amy foster (1) analogia (1) anarko-undergroud (1) anarquía (1) anecdota (1) angel (1) angela (1) angeles guardianes (1) angelustor (1) animales racionales (1) animas (1) ann (1) anonimos (1) antes del espectaculo (1) antifona (1) antiguos (1) anton (1) antropologia de la muerte (1) apariciones (1) apocalipsis 2012 (1) apocalipsis-ficcion (1) apocapocalipsis (1) apocrifos (1) aqui hay tigres (1) aqui vive el horror (1) arcangel negro (1) archivos (1) arde (1) arfego (1) arkham (1) armagedon (1) armando (1) armas (1) arqueologia (1) arquetipo (1) arquitectura (1) arrebatado (1) articulo (1) articulos (1) artista gotica (1) asesino (1) asesino en serie (1) asesinos (1) asfódelo (1) ashkin (1) atlantida (1) auto de fe (1) autobiografia carcelaria (1) autores (1) avalon (1) avatar (1) ayuda alienigena (1) bajo (1) bajo la piramide (1) barrilamontillado (1) bdsm (1) berenice (1) berkeley (1) berlin (1) bert-sellers (1) biblia (1) bibliografia (1) bien (1) biotecnologia (1) blanco y negro (1) blog (1) blogs (1) blood canticle (1) bloods (1) boemios (1) boix (1) books of bloods (1) bram (1) brenda (1) breve (1) bruja (1) brujas y ovnis (1) bublegum (1) budhismo (1) budismo (1) bukoski (1) cabalista (1) cabalistico (1) caballeros de Jerusalén (1) caballeros de tabla redonda (1) campbell (1) cancion (1) canciones (1) canibal (1) canto (1) canto vii (1) cantos (1) caotico (1) capilla (1) capitulos eliminados (1) capuletos montescos (1) carl sagan (1) carlo frabetti (1) carta a colin wilson (1) casa tomada (1) catacumbas (1) causas (1) cd (1) celebres (1) celta (1) cementerio (1) cenizas (1) censura (1) centinela (1) cesar vallejo (1) charles (1) charles fort (1) charlotte mew (1) chulhut (1) ciber (1) cibercultura (1) ciencias de la educación (1) cinico (1) circulo (1) claro de luna (1) cocaína (1) coeficiente intelectual (1) coelho (1) coleccion relatos de terror (1) collins (1) color (1) comentarios (1) como ser un gran escritor (1) completo (1) compramos gente (1) concepto gotico (1) concilio de rivendel (1) condecorado (1) confesion (1) conocer (1) contemporaneo.1863 (1) control de las informaciones (1) conversacion (1) correspondencias sephirothicas (1) corrupcion (1) costumbre (1) crackanthorpe (1) creador (1) creencias (1) crimenesdelamor (1) cripta (1) cristiana (1) cristiano (1) cronicas marcianas (1) cronopios (1) cubres borrascosas (1) cuento clásico de terror (1) cuento extraño (1) cuento macabro (1) cuento terror (1) culto secreto. algernon lackwood (1) cultura (1) curita (1) cyberglosario (1) cyborg (1) cíclopes (1) dactilo (1) dalia negra (1) damon knight (1) daniel defoe (1) darex (1) darex vampire (1) darg (1) dark art (1) darks (1) data desde el siglo X hasta el XV (1) david lake (1) de kadath el desconocido (1) de leng en el frio yelmo (1) de los antiguos y su simiente (1) de los diversos signos (1) de los tiempos y las epocas que deben observarse (1) debilidades (1) definiciones (1) delicioso dolor (1) demonios sin cuernos (1) demons (1) demons et merveilles (1) dendrofilia (1) dependencia (1) dependencia de las computadoras (1) depresion (1) derleht (1) derleth (1) desamparado en el infierno (1) desaparición (1) descanso (1) desconocido (1) descubrimiento (1) desintoxicación (1) desmembramiento (1) desolacion (1) devil doll (1) diablos internos (1) diabolico (1) diabolos (1) diccionario de los infiernos (1) dicho (1) dickens (1) dictadores (1) dictionarie infernal (1) dikens (1) diligencias (1) dinero (1) diosa (1) diosas madres (1) discipulos (1) disculpas (1) dolor-fiel amigo (1) dominio publico (1) dorian gray (1) down (1) dowson (1) doyle (1) dragones (1) dramaturgo (1) droga (1) duende (1) e l v a m p i r o (1) e-mails (1) e.a.poe (1) e.t.a. hoffman (1) eclipse (1) ecuador (1) eddy (1) edicion fria (1) el ahogado mas hermoso del mundo (1) el alberge (1) el alfabeto de nug-soth (1) el amo de moxon (1) el angel (1) el arbol (1) el arbol de la bruja (1) el arma (1) el arpa (1) el artista (1) el auxiliar de la parroquia (1) el avaro (1) el ayunador (1) el barbero de bagdad (1) el coco (1) el cohete (1) el conde dracula (1) el contejo de anthony garstin (1) el corazon de la señorita winchelsea (1) el dia de los trifidos (1) el diablo en la botella (1) el dios caballo (1) el duende (1) el enamorado y la muerte (1) el engendro maldito (1) el entierro de las ratas (1) el estatuto de las limitaciones (1) el fantasma (1) el grabado de la casa (1) el gran dios pan (1) el hechizo mas fuerte (1) el hombre (1) el hombre del cohete (1) el horror de dunwich (1) el horror de salem (1) el huesped de dracula (1) el huracan (1) el intruso (1) el ladron de cadaveres (1) el libro de los condenados (1) el manuscrito (1) el manuscrito de un loco (1) el martillo de vulcano (1) el mercado de niños (1) el milagro secreto (1) el misterio de las catedrales (1) el monte de las animas (1) el mortal inmortal (1) el mundo (1) el mundo avatar (1) el mundo poseido (1) el negro (1) el otro pie (1) el padre escrupuloso (1) el poder de las palabras (1) el pozo y el pendulo (1) el principe (1) el principe feliz (1) el puente del troll (1) el que se enterro (1) el que tenia alas (1) el rayo que no cesa (1) el regreso del brujo (1) el retrato oval (1) el saber del sueño (1) el secreto del barranco de macarger (1) el sello de yog-sothoth (1) el señor de las moscas (1) el señor de los anillos (1) el temple (1) el tenorio (1) el ungüento de khephens el egipcio (1) el veto del hijo . thomas hardy (1) el viejo terrible (1) el visitante (1) el visitante del cementerio (1) el zorro y el bosque (1) elias (1) elizabeth gaskell (1) email (1) emisarios (1) en las montañas alucinantes (1) en las montañas de la locura (1) encantamientos (1) enfermedad (1) engaño (1) enrique andersont imbert (1) ente (1) entrad a mi reino (1) enviados (1) epilogo (1) equivocado (1) eric lavin (1) escapar (1) escrito (1) escrito 1514 (1) escritura (1) escuela (1) esoterico (1) espacio-tiempo (1) españolito que vienes al mundo (1) especial (1) espiritus rebeldes (1) essex (1) esteban echeverria (1) estetica (1) etchinson (1) evangelion (1) evangelista (1) excluidos (1) experimental (1) extractos (1) extraño (1) fantasticas (1) favole (1) feeds (1) felicidad (1) filtros (1) fin del mundo (1) final (1) fondos (1) foro (1) fosas comunes (1) fracmento (1) fragmento (1) fragmentos .las mil y una noche (1) frances (1) francisco (1) francisco umbral (1) frases celebres (1) fredo (1) free (1) fructuoso de castro (1) fulcanelli (1) funciones (1) futurista (1) fuy un profanador de tumbas adolescente (1) gabriela mistral (1) gai (1) galsworthy (1) gaston leroux (1) geirtrair-la desmembradora (1) geometria euclediana (1) george gissing (1) georgie porgie (1) ghost (1) gor­gonas (1) goth darknes (1) gothh (1) gothico (1) gothnight (1) goticas (1) gotico-victoriano (1) grimorio (1) guerraarte (1) guerras (1) guerras espirituales (1) guillermo (1) gusana_0520(arrova)hotmail.com (1) gustavo adolfo bequer (1) gótica (1) gótico (1) hambre (1) hara-kiri (1) harian (1) hay que aguantar a los niños (1) hebrea (1) hechiceria (1) hecho real (1) helena (1) helene hannf (1) henry james un dia unico (1) herlink harland (1) heroina (1) hilanderas (1) hill house (1) hipertexto (1) historia de amor (1) historia de vampiros (1) historia desconocida del cannabis (1) historia gotica (1) historia gotica cañi (1) historia terror (1) historias vampiricas (1) hombre oscuro (1) horacio (1) houdini (1) howard p.lovecraft (1) http://www.youtube.com/watch?v=qGuF-_SIYnc (1) huellas (1) hugo mujica (1) ian watson (1) ibañez (1) identidades (1) ignacio almada (1) imagenes . art (1) imagenes de culto (1) imagenes malditas (1) imagenes.blogdiario.com (1) inconvencional (1) ineditos (1) inez wallace (1) infiledidades (1) inhumano (1) instrucciones (1) intolerancia (1) inusual (1) invocacion (1) invocacion satanica (1) invocaciones (1) iq (1) irreal (1) isabel allende (1) isidro marin gutierrez (1) j.w. goethe (1) jack womack (1) japan/spain (1) jay anson (1) jazz (1) jinetes del apocalipsis (1) joan aiken (1) john marks (1) johnathan y las brujas (1) johnson spencer (1) jose maria aroca (1) jose martin (1) joseph conrad (1) juan g. atienza (1) juan marino (1) judeo-mesopotamica (1) juez (1) justicia (1) juventud (1) kabala (1) kamasutra (1) kipling (1) klein (1) kons (1) la abjuracion del gran cthulhu (1) la aventura de los coches de punto (1) la boda de john charrington (1) la busqueda de iranon (1) la caida de la casa usher (1) la casa vacia (1) la cisterna (1) la cueva de los ecos (1) la cueva de malachi (1) la dama de las sombras (1) la demanda de las lagrimas de la reina (1) la desolacion de soom (1) la divina comedia (1) la durmiente (1) la encina (1) la esfinge sin secreto (1) la flor del membrillo (1) la formula de dho-hna (1) la futura difunta (1) la gran ramera (1) la gran ramera : ICCRA (1) la guarida (1) la hija de ramses (1) la hija del tratante de caballos (1) la historia de moises y aone (1) la hora final de coffey (1) la invencion de la soledad (1) la ironía (1) la lampara de alhazred (1) la larva (1) la leyenda de esteban (1) la llamada de chylhu (1) la luns nueva (1) la mano (1) la mano disecada (1) la mezcladora de cemento (1) la misa del ateo (1) la montaña de la locura (1) la nave blanca (1) la noche de los tiempos (1) la playa (1) la playa y la muerte (1) la politica del cuerpo (1) la pradera (1) la prueba del amor (1) la puerta del señor de maletroit (1) la rabia (1) la resurreccion de los muertos (1) la rosa del vampiro (1) la sal de la tierra (1) la siesta de un fauno (1) la sombra del desvan (1) la sombra del lago (1) la tos (1) la vela carmesi (1) la venta de los gatos (1) la venus de las pieles (1) la voz de hastur (1) lady (1) las 3.47 de la madrugada (1) las almas de animales muertos (1) las gemelas asesinadas (1) las islas voladoras (1) las joyas (1) las manos de coffey (1) las niñas de alcacer (1) las parcas (1) las piedras magicas (1) latin (1) lawrence (1) lectura (1) lecturas para el baño (1) leonora (1) lesli_paloma_estrella(arroba)hotmail.com (1) letanias de satan (1) levi (1) leviatan (1) leyenda del valle dormido (1) lhiliht-La novia de Corinto (1) li po (1) libre (1) libro cuarto (1) libro de la vida (1) libro de los vampiros (1) libro de poemas (1) libro decimo (1) libro septimo (1) ligeia (1) lilit (1) limpio (1) linkmesh.com (1) lirics (1) listado (1) literatura sucia (1) lo grotesco (1) lobos (1) londres (1) lores (1) los alfileres (1) los cuatro jinetes del apocalipsis (1) los despojos (1) los desterrados (1) los devoradores del espacio (1) los espadachines de varnis (1) los infortunios de la virtud (1) los primigenios (1) los secretos del corazon (1) los suicidios (1) los superjuguetes duran todo el verano (1) lovecrat (1) lover (1) luis cernuda (1) luis fernando verissimo (1) lullaby (1) lyrics (1) madame D (1) madre de serpiente (1) madres (1) maestros del terror (1) magacine (1) magia (1) magia blanca (1) magia eclesiastica (1) mal (1) maleficios (1) manera de vivir (1) manga (1) manifiesto subrealista (1) manuscrito (1) manuscritos del mar muerto (1) maria en distintas religiones (1) marques de sade (1) martir (1) marvel (1) mas alla del muro de los sueños (1) mas alla del muro del sueño (1) mas visitadas (1) matanzas de polonias (1) maters (1) matriarcado (1) matrimonio del brigadier (1) maupassant.gotico (1) maximo torralbo (1) meditacion (1) memoria (1) memorias (1) memorias de una princesa rusa (1) mentiras iglesia catolica (1) mi lamento (1) mi raza (1) midi (1) mil y una noche (1) minicuentos (1) miseria campesina (1) misiva (1) mistico (1) mitologia (1) modernizacion (1) moderno (1) moliere (1) moradas (1) moradores (1) morgana (1) morirse de amor (1) morphinoman (1) mortician corpse (1) moscu (1) movil (1) msn (1) muete roja (1) mundo muerto (1) mutante (1) nExTuz (1) narrativa completa (1) naturalista (1) necropolis (1) negocios (1) negra (1) negro (1) negromantico (1) neo (1) neo-historia-futurista (1) neo-nazi futurista (1) neoclasical (1) neon (1) nesbit (1) neuquen gaston (1) new york (1) nicolas maquiavelo (1) nikolaj vasilievic gogol (1) ninfos (1) niño (1) niñosfantasia (1) no tengo boca y debo gritar (1) noche ahogadora... (1) normal (1) nota;lectura (1) novelas cortas (1) nueva frontera (1) nueva jerusalem (1) nueve (1) o manual practico do vampirismo (1) obra ficticia. (1) obsesiones (1) obsesivo (1) odin (1) ohann L. Tieck (1) oinos (1) ola de violencia (1) olonoff (1) omega (1) opio (1) oracion a la diosa liliht (1) orden (1) oscura (1) oscuridad (1) oscuro.imagenes (1) otros (1) paciencia (1) pactos (1) paganos (1) paginas goticas (1) pandilleros (1) para componer el incienso de kzauba (1) para convocar a shub-niggurath (1) para el conjuro de las esferas (1) para erguir las piedras (1) para forjar la cimitarra de barzay (1) para hacer el polvo de ibn ghazi (1) para invocar a yog-sothoth (1) parabola (1) parabola de las prisiones (1) paracelso (1) paradoja (1) paradojico (1) paranormal (1) parodia (1) parte1 (1) pasajero (1) pasajeros (1) pasion (1) paul (1) pecado (1) pekiz (1) pendulo (1) pensamientos y meditaciones (1) pequeña antologia (1) pequeños mosnstruos (1) perder los nervios o la cabeza (1) perdida (1) perdon (1) perez (1) pero las nubes nos separan (1) personalidad multiple (1) personas (1) pespectivas paranoicas (1) picassa (1) piezas condenadas (1) pigmeos (1) pin-pon (1) plagas (1) plegaria (1) plumas etereas (1) poder policial (1) poema dolor (1) poema novel (1) poemario (1) poemas vampiricos (1) poesia completa (1) poesia popular rusa (1) poesia sucia (1) poeta (1) poetry (1) policia (1) policia 1999 (1) policia del pensamiento (1) polidori (1) pop (1) pop art (1) por fin se hace justicia (1) por ti (1) portugues (1) posguerras (1) postestades (1) pozo (1) practicas (1) pratchett (1) preambulos (1) premoditorio (1) primer temor (1) primeros tiempos (1) primigenios (1) primordiales (1) principados (1) principio (1) principio del mundo (1) prosapoema (1) prostibulo (1) prudencia (1) psiquicos (1) pubertad (1) pura y dura (1) pushkin (1) querubines (1) quien se ha llevado mi queso (1) quija (1) quimeras (1) quimica (1) quincalla (1) quiroga (1) raciocinio (1) racismo (1) radicalismo religioso pentecostal (1) radios (1) rafael lopez rivera (1) raices (1) rea silvia (1) realidad alternativa (1) realismo del subrealismo (1) realismo sucio (1) rebote (1) recopilaciones (1) recuerdos (1) red (1) redsatanica (1) referencias (1) registro (1) registro exoterico (1) rehabilitacion de marginados (1) rehabilitacion de toxicomanos (1) reino gótico (1) relato gotico (1) relato gotico de amor (1) relato negro (1) relato oscuro (1) relato.horror (1) relatos cortos (1) relicario de tinieblas (1) religioso (1) relojero (1) remar (1) renegado catolicamente (1) requien por un dios mortal (1) reseñas (1) residuos (1) restaurantes (1) retazo (1) retrato (1) robert e.howard (1) rocio (1) romance (1) romance de lobos (1) romeo y julieta (1) ropas viejas (1) rosaroja (1) ruinas (1) rumores blasfemos (1) rusos (1) sacher-masoch (1) sacramento (1) sacrilegium (1) sadman (1) salamandras (1) san juan (1) san petesburgo (1) santa compaña (1) santa parca (1) satanas vende objetos usados (1) satanica (1) satanicos (1) satanizarus (1) sbrealismo (1) sectario (1) seleccion de poemas (1) semilla negra (1) sentido (1) sephirotico (1) sepulveda (1) ser (1) seven (1) sexo (1) señales (1) shirley jackson (1) sigils (1) significado (1) silfos (1) simbolgia (1) simbolica (1) similitud (1) sin cortes (1) sin identidad (1) sindbab el marino (1) sinfonica (1) sion (1) sir Arthur Conan Doyle (1) sires (1) sistema (1) sistina (1) situacion (1) slideshow (1) snuff (1) snuff movie (1) socrates (1) soledad (1) soluciones (1) song (1) sordo.mudo y ciego (1) stan rice (1) stevenson (1) stocker (1) strange (1) subconciente (1) subcubo (1) submundo del terror (1) sueños de nombres muertos (1) sueños difusos (1) sueños fobicos (1) sumeris (1) sunis (1) supersticiones (1) surrealism (1) surrealista (1) suttas (1) szandor (1) tarot.vida (1) tatuaje (1) te degollare de nuevo kathleem (1) te quiero puta (1) te sientas bien (1) teem (1) telato (1) telequinesico (1) temas (1) temas varios (1) tematicos (1) temor (1) terror desconocido (1) terror supertiscioso (1) terror.gotico (1) testimonio (1) texas (1) texto de un comentario (1) texto satanico (1) thackeray (1) the black cat (1) the haunting (1) the number in the best (1) tiempo (1) tierra de vampiros (1) tiros de gracia (1) tisera martin (1) todo depende de un cabello (1) todocharlas (1) toledo (1) tolkien (1) tomo3 (1) tortura (1) trabajos (1) traduccion (1) trailer (1) trainspotting (1) transilvania (1) tres-fechas (1) tribunales rusticos (1) triste (1) trollope (1) ubbo-sathla (1) un adios (1) un asunto de otro tiempo (1) un beso (1) un dia de campo (1) un hijo (1) un hombre (1) un naufragio psicologico.laguna mental (1) un poco de lejia en polvo (1) un raton en el pasillo (1) una carta (1) una ejecucion espeluznante (1) una hija de ramses (1) una jaula para la muerte (1) una pequeña historia piadosa (1) una vez en la vida (1) una victima del espacio superior (1) unamuno (1) universo sin límites (1) vacuna vih/sida (1) valentine (1) valle inclan (1) valle o paraiso (1) vampira (1) vampirica (1) vampirismus (1) vampíricos.varios (1) van hellsing (1) varios. (1) vejez (1) velatorio (1) ven... (1) veneno del cielo (1) verdugos voluntarios (1) viajando (1) viaje nocturno (1) vida de un vagabundo (1) videoart (1) videopoema (1) villiers de l´isle-adam (1) violacion (1) vision del futuro remoto (1) visual (1) vittorio (1) voladores (1) vuelta (1) wallpapers (1) walpurgis (1) wasington (1) web`s oficiales (1) wells (1) william (1) winston sanders (1) within temptation (1) wmv (1) woody allen (1) wrong (1) y más lento (1) yhvh (1) yo andube con un zombie (1) ªparte (1) ¿De que escapaban nuestros dioses? (1) ¿QUIERE USTED ESPERAR? (1) ¿Tenian ombligo Adan y Eva? (1) ¿cantara el polvo tus alabanzas? (1) ¿quien mato a zebedee? (1) ÁNIMAS Y FANTASMAS. (1) Álvares de Azevedo (1) Época de siembra (1) ÍNDICE DE VARIAS HISTORIAS (1) ΩMEGΛ (1) अल अजिफ (1)

.