LA MUERTE
Entre los gitanos que al final de la Edad Media vivían en Bulgaria, la Muerte solía aparecer bajo formas amables, gratas y aún tentadoras.
En ocasiones, era una hermosa bailarina que extendía los brazos hacia su víctima en el momento más frenético de la danza.
Otras veces era un músico, que tocaba en su cítara unos aires melancólicos que convidaban a viajar al otro mundo.
En los meses de verano, la Muerte era visible, comía con las familias más poderosas y contaba historias de personajes ilustres. Todos le rendían homenaje o le hacían obsequios valiosos. Tan deseable aparecía el Ángel, que muchos entregaban gustosos la vida a cambio de un breve contacto.
Los gitanos y gitanas jóvenes empezaron a morir desmedidamente. Demasiado ocupada la muerte en aquellos decesos, no encontraba tiempo para llevarse a los viejos y a los enfermos.
El poder de aquel pueblo estaba seriamente resentido: escaseaban los guerreros, los trabajadores vigorosos y los vientres fértiles. Cada primavera, la Muerte se llevaba a los más jóvenes y a los más hermosos.
El héroe Lug, que era valiente, agudo y poseedor de una salvaje energía venérea, comprendió el funesto poder que tiene la belleza cuando sirve a las fuerzas de la destrucción.
Una noche, citó a la Muerte en un bosque sagrado que crecía en la ladera de una antigua loma. Ella acudió bajo la forma de la más hermosa de las mujeres. Lug comenzó a amarla ardorosamente pero, para sorpresa del Ángel, efectuó unas maniobras que había aprendido de unos taoístas chinos que había conocido en una caravana. Aquellos hombres le habían enseñado la destreza prodigiosa de prolongar la cópula indefinidamente, sin desembocar en las desaforadas culminaciones que los gitanos consideraban fatales y urgentes. Acostumbrada la Muerte a llevarse a los hombres a caballo de su último espasmo, trató de conducir a su compañero hasta el ápice del goce, pero no lo logró. Lug, hablando por entre sus dientes y tensando los músculos de sus glúteos, le dijo:
—Puedo estar en el penúltimo escalón durante toda la existencia, puedo dar todos los saltos menos el definitivo, puedo galopar a toda velocidad y detenerme exactamente al borde del abismo.
Después, recordando unas astutas manipulaciones que aconsejaban los sabios taoístas, Lug logró que la Muerte perdiera el equilibrio y cayera indefensa en territorios de placer. Entonces el ángel recuperó su aspecto verdadero y horripilante. El héroe la miró con ojos de fuego y le gritó:
—El amor y la pasión son más fuertes que la muerte. Ya no los uses como armas y vuelve a tus antiguos procederes de senectud, corrupción y enfermedad.
La Muerte se rió con dientes de calavera.
—El amor y la pasión son la muerte y tú, Lug, amas porque mueres y mueres porque amas.
Lug cayó fulminado, pero la muerte ya no volvió a ser hermosa en aquellas tribus y desde entonces volvieron a morirse sólo los viejos y los apestosos. Las personas jóvenes y fuertes siguieron siendo, como en todas partes, inmortales.
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