Mundo muerto
Harry Harrison
Capítulo I
- Un momento - dijo Jason ante el micrófono, volviéndose después para anunciar -. No, no estoy haciendo nada importante. Ahora mismo iré para ver de qué se trata.
Desconectó el micro y la imagen del operador de radio desapareció de la pantalla.
Por todos los alrededores de la torreta de guardia, reinaba la oscuridad; la única iluminación existente provenía del parpadeo de las luces de los mandos de la pantalla de defensa. Meta alzó ligeramente el rostro y le sonrió, para luego volver a concentrar su atención sobre el tablero de alarma.
- Me voy a acercar a la torre de radio del aeropuerto del espacio - le dijo Jason -. Hay una nave espacial en órbita, tratando de ponerse en contacto con nosotros en un idioma desconocido. Quizá pueda yo sacarles del apuro.
- Vuelve pronto - respondió Meta, y después de comprobar rápidamente que todas las señales de alarma estaban de color verde, se revolvió en la silla y se levantó para acercarse a él. Le rodeó entre sus brazos bien proporcionados y casi tan fuertes como los de un hombre, aunque sus labios eran tibios y muy femeninos. Él le devolvió su beso, y ella se separó inmediatamente volviendo a fijar su atención en las alarmas y sistemas de defensa.
- Esto es lo más fastidioso con Pyrrus - dijo Jason -. Demasiado eficiente -. Se inclinó y, la pellizcó suavemente en el cuello. Ella se puso a reír y le dio una bofetada cariñosa sin separar los ojos de los aparatos. Él se había echado hacia un lado, pero no lo suficientemente rápido, y salió frotándose una oreja.
- ¡Señorita, peso mosca! - murmuró para sus adentros al salir.
El operador de radio se hallaba solo en la torre del aeropuerto del espacio, un jovenzuelo que no había salido nunca del planeta, y por ende conocía solamente Pyrran, mientras que Jason, después de su carrera como jugador profesional, hablaba o al menos tenía profundas nociones de la mayoría de los idiomas de la galaxia.
- En estos momentos está describiendo una órbita fuera del campo de acción - dijo el operador -. Volverá dentro de un momento. Habla un idioma muy raro - conectó el receptor, y al cabo de unos segundos, por encima de una trepidación de ruidos producidos por la atmósfera, se oyó una voz que crecía lentamente en intensidad.
- ...jegkan ikke forsta... Pyrrus, ¿kan dig hord niig...?
- No hay ninguna dificultad - dijo Jason acercándose al micrófono -. Es nytdansk, lo hablan en la mayoría de los planetas del área polar - conecto con el dedo pulgar.
- Pyrrus til rumfartskib, corto - dijo conectando el receptor. La respuesta llegó inmediatamente en el mismo idioma.
- Se solicita permiso para tomar tierra. ¿Cuáles son sus órdenes?
- Permiso denegado, y le sugerimos encarecidamente que vaya en busca de un planeta más saludable.
- Eso es de todo punto imposible, ya que traigo un mensaje para Jason Dinalt, y según informaciones que he recibido se halla aquí.
Jason miró hacia el altavoz con renovado interés:
- Su información es correcta: al habla Dinalt. ¿Cuál es el mensaje?
- No puedo transmitirlo a través de un circuito público. En estos momentos estoy siguiendo el circuito de su emisor. ¿Quiere darme las instrucciones necesarias?
- ¿Se da cuenta de que probablemente está cometiendo un suicidio? Este es el más mortífero planeta de la galaxia, y todas las formas de vida, desde las bacterias hasta los halcones gigantes (que son tan grandes como la nave que usted pilota), son enemigos del hombre. Hay algunos medios de evitar la influencia de esos seres por ahora, pero de todos modos, para un extranjero como usted, la muerte sería segura. ¿Me oye?
No hubo respuesta. Jason se encogió de hombros y miró hacia el radar de aproximación.
- Bueno, de todos modos la vida es la suya. Pero no vaya a decir luego, en los últimos estertores de la agonía, que no había sido advertido. Le traeré hasta aquí, pero solamente en el caso de que acceda a quedarse sin salir de su nave. Yo iré a su encuentro; de ese modo habrá bastantes probabilidades de que el ciclo de descontaminación en la cámara de desinfección de su aparato, mate la vida microscópica.
- Eso está bien - fue la respuesta -. Como comprenderá no tengo ningunas ganas de morir. Lo único que quiero es entregar el mensaje.
Jason orientó la nave hacia el lugar donde se hallaban, y estuvo observando al mismo tiempo su emersión de entre las nubes, hasta que llegó a posarse con un ligero chasquido de llantas y chirriar de frenos.
- Se ha posado de un modo terrible - murmuró el operador de radio; luego volvió a sus mandos desinteresándose por el extranjero. Los de Pyrran nunca se mostraban muy curiosos por las cosas a no ser que tuvieran una desmedida importancia.
Jason era el extremo totalmente opuesto. La curiosidad le había llevado a Pyrrus, y le había envuelto en una guerra que se extendía por todo el planeta, y que casi le había costado la vida. En estos mismos momentos era la curiosidad lo que le impulsaba hacia la nave. Pero la verdad era que si en esta ocasión se metía en algún problema, no podría esperar ayuda de nadie.
- Me sé cuidar por mí mismo - se dijo con convicción de sus palabras; y cuando alzó la mano el revólver resbaló de la pistolera que llevaba sujeta a la muñeca, yendo a parar a su mano. Ya tenía el dedo índice contraído, y cuando el gatillo sin seguro cayó sobre el dedo sonó un solo disparo, que hizo blanco a través de la distancia en el punto exacto que había escogido como diana.
Estaba convencido de que era muy hábil. Nunca tendría la misma habilidad que los nativos Pyrranos, nacidos y elevados en aquel mortífero planeta con doble gravedad, pero era más rápido y más peligroso de lo que lo pudiera ser cualquier extranjero. Era capaz de adueñarse de cualquier situación difícil que se pudiera presentar, y además disfrutaba de ellas. En el pasado, había tenido muchas divergencias de criterio con la policía y con otras muchas autoridades planetarias, aunque no creía que nadie fuera capaz de molestarse en enviar a la policía, a través de los espacios interestelares, para arrestarle.
¿Por qué habría venido esta nave espacial?
Había un número de identificación pintado en el armazón exterior de la nave, y una divisa heráldica que se le hacía un tanto familiar. ¿Dónde la había visto antes?
Distrajo su atención una abertura de la parte exterior, y penetró por ella. Una vez la hubo traspuesto, cerró los ojos mientras los rayos supersónicos y ultravioleta del ciclo de descontaminación hacían cuanto podían por eliminar las variadas formas de vida inferior que pudiera traer en sus ropas. Terminaron por fin las precauciones a que le habían sometido, y cuando la puerta interior comenzó a abrirse estrechó cuanto pudo su cuerpo contra ella, dispuesto a saltar al interior en cuanto hubiera espacio suficiente. Si tenía que haber allí alguna sorpresa, prefería que la primera fuera la de su presencia inmediata.
En cuanto atravesó la puerta se apercibió de que su cuerpo se estaba desplomando. El revólver voló hacia su mano y ya lo tenía medio levantado apuntando hacia el hombre que con traje del espacio permanecía sentado en la silla de control de mandos.
- Traic... - fue todo cuanto llegó a decir; había perdido el conocimiento antes de chocar con el suelo metálico.
Cuando volvió en sí, lo hizo acompañado de un dolor de cabeza mezclado con intermitentes zumbidos que le producían un malestar inenarrable cada vez que se movía, y cuando abrió los ojos, la luz le hirió de tal forma que hubiese preferido que se tornara en tinieblas. Cualquiera que fuese la droga que le había dejado inconsciente, era de rápida acción, y seguramente se disipaban sus efectos con relativa facilidad. El dolor de cabeza fue disminuyendo hasta convertirse en un simple embotamiento, y llegó a abrir los ojos sin experimentar la sensación de que le clavaban agujas en la misma retina.
Se hallaba sentado en una silla espacial de estructura idéntica a las empleadas en cualquier nave, pero que había sido equipada con abrazaderas para las muñecas, y los tobillos, que le mantenían por de sobra aprisionado. Había un hombre sentado en la silla de al lado, entretenido observando las luces del cuadro de mandos de la nave. Ésta se hallaba en pleno vuelo, y totalmente sumida en las profundidades del espacio. El extranjero maniobraba en los computadores, controlando el vuelo.
Jason aprovechó aquella oportunidad para estudiar a aquel hombre. Parecía un poco mayor para ser un policía, aunque fijándose más detenidamente era difícil llegar a cerciorarse de su edad. Tenía el pelo gris y tan corto, que casi parecía calvo. Las arrugas de su piel muy curtida, parecían más bien haber sido producidas por la exposición al sol y al aire, que por el transcurso de los años. Alto y erguido, daba la impresión a primera vista de no tener recia contextura, hasta que Jason se dio cuenta de que tal efecto era causado por una ausencia total de cualquier exceso de grasas. Era como si el sol le hubiera quemado, y la lluvia le hubiera lamido, hasta no dejar entre los dos, más que huesos, tendones y músculos. Cuando movía la cabeza, los músculos del cuello se marcaban bajo la piel como si de cables rígidos se tratara, y sus manos en el cuadro de mandos recordaban las ennegrecidas garras de un pájaro salvaje. Con el impulso de un dedo puso en funcionamiento el control automático, y abandonó la atención puesta en el cuadro para concentrarla en Jason.
- Veo que ya ha vuelto en si. Era un gas benigno. No obstante no me satisfizo el tener que emplearlo, pero no tenía otro remedio y era la mejor solución.
Cuando hablaba abría y cerraba la boca, de tal modo que imprimía al movimiento un gran ritual de seriedad. Por otra parte, sus ojos azules miraban con gran fijeza, bajo espesas cejas negras. No había el menor indicio de humor o de sarcasmo en su expresión o sus palabras.
- De todos modos no fue un recibimiento muy amistoso, que digamos - dijo Jason mientras con cierto disimulo ponía a prueba la resistencia de bandas que le sujetaban. Estaban bien atadas y muy prietas -. Si llego a tener la menor idea de que su mensaje personal tan importante iba a ser una dosis de gas, creo que me lo hubiera pensado dos veces antes de guiarle para que pudiera posarse en nuestro aeropuerto.
- Trampa para el tramposo - respondió -. Si hubiera habido otro medio de capturarle, lo hubiera usado. Pero considerando su reputación de cruel asesino, y el hecho indudable de que tiene amigos en Pyrrus, me apoderé de usted del único modo posible.
- Muy noble por su parte, ya lo creo - a Jason estaba empezando a molestarle la tirantez y el aplomo del otro, y sobre todo la rectitud de sus ideas -. El fin justifica los medios, y eso es todo; no es que sea un argumento muy original, pero... Entré con los ojos bien abiertos y no me quejo. - «No mucho al menos», pensó con amargura. El primer puñetazo que tuviera ocasión de dar, pensó que se lo daría a sí mismo por estúpido -. Y si no es mucho pedir... ¿querría hacer el favor de decirme quién es usted, y por qué ha montado todo este lío para apoderarse de mi desnutrido cuerpo?
- Yo soy Mikah Samon. Y le estoy llevando a Cassylia para que sea juzgado y sentenciado.
- Cassylia... Estaba seguro de que me recordaba algo la identificación que hay en el exterior de su nave. Creo que no debe sorprenderme el saber que están interesados por encontrarme. Pero debe saber usted que queda ya muy poco de los tres billones diecisiete millones que gané en su casino.
- No, Cassylia no quiere la devolución del dinero - repuso Mikah mientras cerraba los controles y su cuerpo describía media circunferencia al girar sobre la silla -. Y tampoco quieren que vuelva usted, puesto que se ha erigido en su héroe planetario. Cuando usted escapó con sus podridas ganancias, llegaron a la conclusión y el convencimiento de que ya nunca volverían a ver el dinero. Pusieron en funcionamiento su bien dirigido sistema de propaganda, hasta el punto de que ahora es usted conocido a través de todo el sistema estelar adyacente bajo el sobrenombre de «Jason Tres Billones», la prueba viviente de la honestidad de sus juegos deshonestos, y un atractivo para todos los débiles de espíritu. Usted fue la tentación para hacerles jugar en busca de dinero en lugar de trabajar honestamente para conseguirlo.
- Le ruego que me disculpe por hallarme hoy lo suficientemente falto de reflejos como para no seguir a la perfección el hilo de sus razonamientos - expuso Jason agitando la cabeza como si quisiera desprenderse del aturdimiento que todavía le embargaba -. No llego a percatarme debidamente de la intención de sus palabras. ¿Qué clase de policía es usted que me detiene con ánimo de que sea sometido a un juicio, después de que todos los cargos han sido retirados?
- No soy un policía - explicó Mikah pausadamente, entrelazando los dedos a la altura de las rodillas, y abriendo los ojos de par en par de un modo penetrante - Yo soy uno de los creyentes en la Verdad... y nada más. Los corrompidos politicastros que dirigen Cassylia le han alzado sobre el pedestal del honor. Rindiéndole honores a usted, a otro, y a otro más corrupto todavía, si es que es posible, ellos han incrementado sus fortunas, amparándose en la imagen que de usted y los otros si los hay, han creado. Pero yo voy a hacer uso de la Verdad para destruir esa imagen, y cuando haya conseguido destruir la imagen habré conseguido desterrar el demonio que la produjo.
- Una gran empresa para un hombre - repuso Jason tranquilamente, con más tranquilidad quizá de la que realmente sentía -. ¿Tiene un cigarrillo?
- Por descontado que en esta nave no hay tabaco ni bebidas alcohólicas. Y conste que yo soy algo más que un hombre... Tengo mis partidarios. El Partido de la Verdad se ha constituido en un poder que hay que reconocer. Nos ha costado mucho trabajo y mucho tiempo apoderarnos de usted, pero merecía la pena. Hemos seguido el rastro de su vida deshonesta en los últimos tiempos, desde el planeta Mahaut, hasta el casino Nebula de Galipto, y a través de toda una serie de sórdidos delitos, capaces de revolver el estómago de cualquier hombre honesto. Poseemos mandamientos de detención de cualquiera de esos lugares, y hasta en algunos casos ha llegado hasta nosotros el resultado de los juicios y la sentencia de muerte definitivamente dictada.
- ¿Supongo que para nada preocupa su alto sentido de la legalidad que esos juicios se hayan llevado a efecto en mi ausencia? - ironizó Jason -. ¿O que yo haya robado solamente a casinos y jugadores que al fin y al cabo constituyen del robo a los incautos su medio de vida?
Mikah Samon despreció tales consideraciones con un gesto despectivo de la mano:
- Se ha demostrado su culpabilidad en un buen número de delitos. De nada le servirá querer defender su posición con frases o razonamientos más o menos bien hechos. Tendría que estar agradecido al fin y al cabo, de que su..., digamos..., dispar conducta anterior, sea ahora la base sobre la que se apoyan otros nobles propósitos. Esta será la palanca con la que haremos caer al infraestructurado y mal constituido gobierno de Cassylia.
- No sé qué voy a tener que hacer para corregir mi impertinente curiosidad - dijo Jason -. ¡Míreme! - Debatió impulsivamente las muñecas entre las argollas que las retenían, y los servomotores gimieron un poco, mientras la unidad detectora se ponía en funcionamiento, estrechando el radio de las esposas, hasta conseguir limitar los movimientos de Jason -. No hace más que unos minutos estaba disfrutando de mi bienestar corporal y mi libertad, cuando de pronto me llamaron para que hablara con usted por radio. Y entonces, en lugar de dejarle estrellarse contra una colina, por ejemplo, le guié para que pudiera realizar un buen aterrizaje, y además no pude resistir la tentación de meter mi estúpida cabeza en la trampa que me había preparado. ¡Tendré que empezar a aprender a contener esos impulsos!
- Si con sus palabras me quiere dar a demostrar que me suplica merced o compasión, le diré que detesto tal postura - explicó Mikah -. Nunca he aceptado favores de nadie, ni debo lo más mínimo a los hombres de su calaña. Ni les deberé nunca.
- Siempre, igual que nunca, indican un tiempo indefinido, superior a nuestra comprensión - respondió Jason tranquilamente -. Quisiera tener la paz de su espíritu para poder determinar el camino recto de las cosas.
- Lo que acaba de decir muestra que aún puede haber esperanzas para usted. Tendría usted que llegar a reconocer la Verdad antes de morir. Yo le ayudaré, hablaremos, y le explicaré.
- ¡Antes la ejecución! - se atrevió a bromear Jason.
Capítulo II
- ¿Me va a dar de comer en la boca? ¿O me va a desatar las muñecas mientras como? - preguntó Jason. Mikah estaba ante él con una bandeja, sin saber qué resolución tomar al respecto. Con esas palabras Jason pretendía aguijonearle un poco, muy suavemente, ya que Mikah sería cualquier cosa menos un estúpido -. Le advierto que casi preferiría que me lo diera usted, pues su cuerpo, delgado, alto, calvo, se adopta bien a las características de la mayoría de los que ejercen esta profesión.
- Puede comer usted solo, sin necesidad de que le ayuden - repuso Mikah instantáneamente dejando la bandeja a un lado del sillón que ocupaba Jason -. Pero tendrá que comer con una sola mano, puesto que si le dejo completamente libre es usted capaz de crearme problemas. - Oprimió sobre uno de los botones instalados en el respaldo del sillón, y la muñeca derecha quedó en libertad. Jason abrió y cerró la mano repetidas veces, como si quisiera recuperar la energía perdida en los dedos y cogió el tenedor.
Mientras comía, los ojos de Jason bailaban de un lado a otro sin descanso, escrutándole todo. La atención en un jugador no es cualidad indispensable, pero teniendo los ojos bien abiertos y la atención aparentemente puesta en un lugar distante, se pueden ver muchas cosas: el súbito reflejo de las cartas de alguien, o un ligero cambio de expresión que revela si es buena o mala la jugada de un oponente. Poco a poco, sin aparentarlo, su mirada recorrió toda la cabina sin excepción. El cuadro de mandos, las pantallas, computadores, los mandos de iniciación de vuelo, mapas, el estuche donde se guardaban éstos, y una librería. Todo fue detenidamente observado, considerado y recordado. Quizás uno o varios de ellos le darían la solución o le proporcionarían idea de algún plan.
Hasta este momento todo cuanto poseía, era el comienzo y el final de una idea. El comienzo: Se hallaba prisionero en aquella nave, en viaje de vuelta hacia Cassylia. Y el final: No sabía cómo pero no era él quien iba a admitir el hecho de continuar siendo prisionero, ni el que iba a volver a Cassylia.
Poseía los dos extremos, el principio y el fin. Pero ahora le faltaba el punto medio que en estos momentos era la parte vital. El final parecía imposible de alcanzar por el momento, pero Jason, sin embargo, en un solo instante llegó a dudar de poderlo conseguir. Partía del principio de que cada uno se busca su suerte. Hay que tener los ojos abiertos mientras las cosas evolucionan, y en cuanto llega el momento oportuno, hay que actuar. Si se actúa lo suficientemente rápido, es buena suerte. Y si se pasa el tiempo y con él la oportunidad, pensando en los pros y los contras y calibrando las posibilidades, entonces, es lo que algunos definen como mala suerte.
Empujó suavemente el plato hacia un lado, y se dispuso a revolver el azúcar que había en la taza. Mikah había comido a su lado, y comprensiblemente más de prisa, y se disponía a tomar la segunda taza de té. Miraba fijamente, pero sin que sus ojos dieran muestra de estar concentrados en lo que veían, como si estuviera borracho. Las palabras de Jason le sacaron de aquel estado.
- Puesto que usted no tiene cigarrillos en la nave, ¿me permitiría fumar uno de los míos? Tendrá que cogérmelos usted, pues no llego a meter la mano en el bolsillo estando encadenado de este modo.
- Lo siento, pero no podré ayudarle - repuso Mikah sin inmutarse -. El tabaco es un irritante, una droga y un cancerígeno. Si le doy un cigarrillo es darle cáncer.
- ¡No sea hipócrita! - espetó Jason sin contemplaciones -. Hace muchas centurias que ya han desterrado del tabaco los agentes productores del cáncer. Y aún en el supuesto que no lo hubieran hecho, ¿es que variaba en algo la situación? Usted me lleva a Cassylia hacia una muerte segura. Entonces, ¿para qué demonios le importa el estado de mis pulmones con miras a un futuro?
- Yo no lo miraba desde ese punto de vista. Lo hacía simplemente porque hay ciertas reglas de vida...
- ¿Ah. si? - interrumpió Jason guardando la iniciativa y la ventaja -. ¡No tantas como usted se cree! Y usted y los que como usted están siempre soñando con esas reglas de vida, nunca, sin embargo, consiguen hacer prosperar sus creencias. Se opone usted a las drogas. ¿Qué drogas? ¿Qué me dice del ácido tánico que hay en el té y que usted se está bebiendo? ¿O de la cafeína que también hay en él? Está cargado de cafeína, y eso es una droga considerada al mismo tiempo como un fuerte estimulante y un diurético. Esta es la razón por la cual no encontrará té en ninguna de las cantinas del espacio. Y este es el caso de una droga prohibida por una buena razón. ¿Puede usted justificar del mismo modo su prohibición a los cigarrillos?
Mikah se disponía a hablar, pero antes reflexionó unos instantes.
- Quizá tenga usted razón. Estoy cansado y, además, no tiene ninguna importancia. - Sacó el paquete de cigarrillos del bolsillo de Jason y dejó caer uno sobre la bandeja. Inmediatamente después se sirvió una tercera taza de té con cierto aire apologético. - Le ruego que me disculpe, Jason, por haber intentado arrastrarle a mis propios sistemas y conceptos. Cuando se persigue con ahínco la gran Verdad, deja uno escapar imperceptiblemente la pequeña Verdad. No soy intolerante, pero tengo tendencia a creer que los que me rodean se abandonarán y dejarán arrastrar por ciertos criterios y principios que he fijado incluso para mí mismo. La humildad es algo que nunca deberíamos olvidar, y debo por tanto agradecerle el haber sido causa de recordarlo. La búsqueda de la Verdad es ardua tarea.
- ¡Pero la Verdad no existe! - espetó Jason, poniendo una inflexión de rabia e insulto en la voz, ya que quería mantener envuelto en la conversación a quien le había hecho prisionero. Y lo suficientemente envuelto y atraído en la conversación como para hacerle olvidar que su brazo estaba en libertad. Se llevó la taza a los labios, pero sin llegar a beber ni una gota. Aquella media taza le proporcionaba una razón para continuar con el brazo libre.
- ¿Que no existe la Verdad? - Mikah sopesó sus palabras -. ¡Usted no sabe lo que dice! ¡Toda la galaxia se desborda de Verdad! es la piedra de toque de la misma Vida, es lo que separa a la Raza Humana de los animales.
- Ni hay Verdad, ni hay Vida, ni hay Raza Humana; al menos con letras mayúsculas, como usted las deletrea no las hay. No existen.
Mikah contrajo su expresión en un esfuerzo de concentración.
- Tendrá que explicarme eso - propuso al fin. - No se expresa usted con claridad suficiente.
- Me temo que el que no ve las cosas claras es usted. Está haciendo una realidad de algo que no existe. La Verdad, con v minúscula es una descripción, una relación. Es... un medio de describir un juicio. Un útil semántica. Pero Verdad con V mayúscula, es una palabra imaginaria, un sólido sin significado. Pretende por sí misma ser un nombre, pero no tiene referencia. No sirve para nada. No significa nada. Cuando usted dice «creo en la Verdad», es lo mismo que si dijera, «creo en nada».
- ¡Está usted terriblemente equivocado! - decía Mikah apuntando con un dedo e inclinando su cuerpo hacia delante -. La Verdad es una abstracción filosófica, uno de los útiles de que se han servido nuestras mentes para alzarnos por encima de las bestias... es la prueba de que nosotros mismos no seamos bestias, sino un orden más alto de la creación. Las bestias pueden ser verdad, pero no pueden conocer la Verdad. Las bestias pueden ver, pero no pueden ver la Belleza.
- ¡Brrr...! - gruñó Jason -. No se puede hablar con usted, y mucho menos llegar a disfrutar de un intercambio comprensible de ideas. Ni siquiera estamos hablando en el mismo idioma. Olvide por un momento quién tiene razón y quién no la tiene. De ese modo se hallará usted en los principios básicos de la cuestión y al menos accederá a reconocer el significado de los términos que estamos utilizando. Para empezar..., ¿sabe definir la diferencia entre ética y ethos?
- Desde luego - respondió Mikah alzando la cabeza ligeramente y mostrando un brillo especial en los ojos que mostraba placer -. Ética es la disciplina que trata de lo que es bueno o malo, de lo que está bien o mal, y también del deber moral y la obligación. El ethos se refiere al conjunto de creencias, similitudes o ideales que caracterizan a un grupo o una comunidad.
- Muy bien. Ya veo que se ha pasado las largas noches espaciales con la nariz aplastada contra los libros. Pues, ahora el asegurarse de la diferencia entre estos dos términos es muy sencillo, porque es el corazón, la medula del pequeño problema de comunicación que tenemos aquí. El ethos está inextricablemente ligado a una sociedad simple, y en ningún caso se puede separar de ella, so pena de peder todo su significado. ¿Estamos de acuerdo?
- Pues...
- Vamos, vamos... tiene que estar de acuerdo con los términos de su propia definición. El ethos de un grupo es lo que rodea al término de los medios necesarios para que los miembros del grupo estén en contacto social y psicológicamente unidos los unos con los otros. ¿De acuerdo?
Mikah, aunque con desgana hizo un signo de aquiescencia.
- Pues ahora que estamos de acuerdo con esto, podemos avanzar un paso más. La ética, de acuerdo con su definición debe tratar con cualquier número de sociedades o grupos. Si hay leyes absolutas de éticas, deben ser tan inclusivas que se podrán aplicar a cualquier sociedad. Una ley de éticas, debe ser tan universal en su aplicación como la ley de la gravedad.
- No le comprendo muy bien...
- Estaba seguro de ello, desde el primer momento que llegamos a este punto. Hay mucha gente como usted, que no hacen más que charlar y charlar acerca de las Leyes Universales, y ni siquiera se dan cuenta del verdadero significado de esas palabras. Mis conocimientos respecto a la historia de la ciencia son bastante vagos, pero apostaría cualquier cosa a que la primera Ley de la Gravedad de que se pudiera tener noticia determinarla que las cosas caen a tal y tal velocidad, y en su caída se produce una aceleración que aumenta según tales y tales principios. Pero eso no es una ley, sino una observación que no puede tomarse como definitiva hasta que usted no añada y especifique: «sobre este planeta». En un planeta que difiera en su masa de otro, se llegaría a diferentes observaciones. La ley de la gravedad es la fórmula: F = mM / - d2 a la cual se puede recurrir para calcular la fuerza de la gravedad entre dos cuerpos.
»- Esto no es - continuó - más que un medio de expresar fundamentales e inalterables principios, que pueden aplicarse en todas circunstancias. Por tanto, si lo que usted pretende es tener, crear, fundar, verdaderas leyes éticas, éstas tendrán que tener la misma universalidad que la ley antes mencionada. Tendrán que responder del mismo modo en Cassylia que en Pyrrus que en cualquier planeta o sociedad que se pueda hallar. Y esto nos lleva nuevamente a lo que decíamos antes. Lo que usted con tanta grandilocuencia llama (con letras mayúsculas y un buen coro de trompetas) «Leyes Éticas», no son leyes ni nada. No son más que pequeños retazos de ethos triviales, observaciones aborígenes efectuadas por unos cuantos pastores del desierto, con el fin exclusivo de mantener el orden y el respeto en casa o en la choza. ¡Esas reglas no pueden tener ninguna aplicación universal!; usted mismo puede verlo. Piense en los distintos planetas que ha visitado y en los innumerables, fantásticos, y maravillosos medios que la gente tiene para reaccionar los unos contra los otros, y luego intente dar forma a diez reglas de conducta que fueran aplicables a todos los tipos de sociedades humanas imaginables. Eso es una tarea imposible. Le aseguro que no es usted muy ético si trata de imponer sus principios a donde quiera que vaya, a no ser que encuentre un interés muy particular en cometer un suicidio.
- ¡Me está usted insultando!
- Eso espero, que se sienta ofendido. Si no consigo hacerle reaccionar por otros medios, quizá con el insulto pueda sacudirle ese estado de moral medio adormecido que hay en usted. ¿Cómo se atreve usted a considerarme merecedor de un juicio por robar dinero del casino de Cassylia, cuando todo lo que dice fue de acuerdo con el propio código de ética de aquellas gentes? Ellos consienten los juegos de azar, lo cual quiere decir que la ley, según el ethos local, debe ser que los juegos perversos sean una norma. Y si ellos han creado posteriormente una ley que diga que el castigar los tejemanejes de los garitos de juego es ilegal, entonces, es la ley la que carece de ética, y no el castigo. Si usted me lleva a juicio, para ser juzgado por la ley, usted no responde a la ética, y yo seré una víctima indefensa de un hombre endemoniado.
- ¡Maldición de Satanás! - gritó Mikah, poniéndose en pie de un salto y paseando de un lado a otro por delante de Jason, al mismo tiempo que enlazaba y desenlazaba las manos presa de gran agitación -. Usted lo que quiere es confundirme con su semántica y ética, que no son al fin y al cabo más que un oportunismo y un acuerdo. Pero hay una Ley Más Alta que no se puede discutir...
- ¡Eso es un juicio imposible..., y se lo puedo demostrar! - al decir estas palabras Jason señaló hacia los libros que había en la pared -. Y se lo puedo demostrar con sus propios libros. Con el Aquinas no... ése es demasiado denso. Me basta el pequeño volumen ese donde dice «Lull» al dorso. ¿No es El libro de la Orden de Chyialry de Lull?
Los ojos de Mikah se abrieron de par en par a causa de la sorpresa.
- ¿Conoce ese libro? ¿Ha leído las obras de Lull?
- Pues claro que sí - respondió Jason con hipócrita seriedad, pues era el único libro de la colección que recordaba haber leído; sin razón justificada el título había quedado grabado en su memoria -. Déjemelo ver, y le demostraré lo que decía.
Nadie hubiera podido apreciar, a juzgar por la naturalidad de sus palabras, que había llegado a un momento crítico de sus propósitos. Dio un sorbo en la taza de té, sin mostrar la más leve señal de la incertidumbre que le embargaba.
Mikah Samon tomó el libro de la estantería y se lo dio.
Jason fue hojeando paulatinamente mientras hablaba.
- Sí..., sí, esto es perfecto. Y casi es un ejemplo ideal de su modo de pensar. ¿Le gusta leer a Lull?
- ¡Extraordinario! - respondió Mikah con vehemencia -. Hay belleza en cada una de sus líneas, y muestra la Verdad que hemos olvidado con las prisas de la vida moderna. Es una reconciliación y una prueba de la intercorrelación entre lo Místico y lo Concreto. Por una simple manipulación de símbolos, lo expresa todo con aplastante lógica.
- ¡No prueba nada de nada! - manifestó Jason con énfasis -. No hace más que un juego de palabras. Coge una, le da un valor abstracto e irreal, y luego demuestra ese valor relacionándolo con otras palabras de idénticos antecedentes confusos. Sus verdades no son verdades. Son simplemente sonidos sin significación. Este es punto clave, y en el que precisamente defieren su universo y el mío. Usted vive en ese mundo de hechos, de verdades sin significado, que carecen de existencia. El mío, mi mundo, se compone de hechos, de verdades que se pueden sopesar, probar, y que están relacionados con otros hechos de una forma lógica. Mis verdades son inamovibles e indiscutibles.
- Demuéstrame una de sus inamovibles verdades Existen. - propuso Mikah con la voz más tranquila en estos momentos que la de Jason.
- Ahí - dijo Jason -. Ese libro grande y verde que hay sobre el aparador. Ese libro contiene verdades que no le quedará más remedio que aceptar incuestionablemente... Me comeré cada una de sus páginas si no lo reconoce así. Tráigamelo.
A juzgar por el tono de voz parecía enfadado, totalmente convencido de la realidad de sus palabras, y Mikah cayó en la trampa. Le tendió el volumen a Jason, teniendo que recurrir para ello a sus dos manos, a causa de su espesor, sus perfiles metálicos y el gran peso.
- Escúcheme atentamente y trate de comprender, aunque reconozco que le será un poco difícil - comenzó a demostrar Jason abriendo el libro. Mikah sonrió con mal disimulada suficiencia ante la ignorancia de su detenido -. Esta es una efemérides estelar, tan ligada a los hechos, como un huevo a la carne que reboza. En cierto modo es una historia de la raza humana. Mire hacia la pantalla del tablero de mandos y comprobará lo que quiero decir. ¿Ve la línea horizontal verde? Pues bien, ésa es nuestra ruta.
- Dada la rara circunstancia de que esta es mi nave, y que yo soy el que la pilota, eso ya lo sabía - respondió irónico Mikah -. Continúe con su prueba.
- Sígame bien - continuó Jason -. Intentaré hacerlo lo más simple posible. Ahora, el puntillo rojo que hay en la línea verde, indica la posición de nuestra nave. El número que hay encima de la pantalla es nuestro próximo punto de navegación, y que es el lugar exacto donde el campo gravitatorio de una estrella es lo suficientemente fuerte como para poder ser detectado en un vuelo espacial. El número es el que se le ha dado a la estrella en la lista del código estelar. BD89-046-229. Ahora lo busco en el libro - pasó rápidamente las páginas - y miro en la lista. No tiene nombre. Un error en la codificación de símbolos. Esos pequeños significan que hay un planeta o planetas que reúnen las condiciones necesarias como para que el hombre pueda vivir en ellos. Lo cual no quiere decir que no haya gente allí.
- ¿Y qué quiere demostrar con todo esto? - preguntó Mikah.
- Paciencia..., paciencia... ya lo verá dentro de un momento. Ahora mire a la pantalla. El punto verde que se aproxima a la línea de ruta es el PMP (Punto Máximo de Proximidad). Cuando el puntito verde y el rojo coincidan...
- Deme ese libro - ordenó Mikah, avanzando con resolución hacia él, seguro de que algo raro estaba ocurriendo. Pero llegó tarde por unos instantes.
- ¡Aquí tiene su prueba! - dijo Jason lanzando el pesado libro contra la pantalla, con todos los extrasensibles circuitos tras ella. Y antes de que el primer libro cayera rebotado sobre los mandos, ya estaba el segundo en el aire.
El ruido que produjeron fue considerable, y el chisporroteo que se formó a la ruptura de circuitos, originó una policromía de colores.
En el suelo se observó un tremendo y súbito viraje, al quedar abiertos los relais, dejando caer a la nave en el espacio normal.
Mikah lanzó un grito de dolor al quedar tendido en el suelo como consecuencia de la brusca transición. Atado a la silla, Jason luchaba desesperadamente contra las náuseas que invadían su estómago, y la nebulosa que a causa del mareo tenía ante sus ojos.
Mientras Mikah se debatía por ponerse en pie, Jason ponía todo su empeño en hacer diana con los platos y la bandeja entre las ruinas de los computadores y mandos de la nave.
- Aquí tiene su hecho, su realidad - dijo con irreprimible voz de triunfo -. Un hecho incontrovertible. ¡Ya no vamos a Cassylia!
Capítulo III
- Por su culpa nos vamos a matar los dos - dijo Mikah con el rostro lívido, pero sin alterar el tono de voz.
- Aún no - respondió Jason más optimista -. Lo que sí he dejado fuera de combate son los mandos para que no podamos ir a ninguna otra estrella. Pero aún no se ha demostrado que no podamos tomar tierra en uno de los planetas. Usted mismo vio, que hay uno cuando menos que es susceptible de darnos cobijo.
- Exactamente. Y en él arreglaré los desperfectos habidos y podremos continuar viaje a Cassylia, con lo cual usted no habrá ganado nada.
- Quizá - respondió Jason.
Su voz no expresó el más leve convencimiento de que se llegaran a cumplir los designios de su apresor, ya que no tenía ni más ligera intención de continuar el viaje, pensara lo que pensara Mikah al respecto.
- Ponga su mano sobre la silla - ordenó Mikah.
La argolla sobre el brazo derecho volvió a impedirle todo movimiento.
Mikah se tambaleó al producirse un cambio brusco de dirección en la nave.
- ¿Qué ha sido? - preguntó.
- El control de emergencia. El computador de la nave ha acusado la sensación de que algo drástico está ocurriendo. Quizá podríamos controlar el vuelo con los mandos manuales, pero ya no importa. La nave por sí sola puede llegar a mejores resultados que nosotros mismos. Encontrará el planeta que estamos ansiando, y lo conseguirá con las mayores economías de tiempo y carburante. Cuando entremos en la atmósfera sí que habrá llegado el momento de que se ocupe por usted mismo de encontrar un lugar donde poder apostamos.
- No me creo ni una palabra de lo que está diciendo - respondió Mikah -. Voy a hacerme cargo de los mandos ahora mismo y lanzar un S.O.S. de emergencia. Alguien lo recibirá.
En el momento en que se disponía a llevar a la práctica su decisión, la nave dio un nuevo giro brusco, y todas las luces se apagaron. En la oscuridad, se podían apreciar los chisporroteos y tenues llamas en el interior de los mandos. La presencia de suave espuma les hizo desaparecer, y al cabo de unos momentos el circuito de luz de emergencia entró en funcionamiento, proporcionando un débil resplandor.
- No tenía que haber arrojado el libro de Lull - dijo Jason -. A la nave le ocurrió igual que a mí: que no pudimos digerirlo.
- Es usted irreverente y profano - dijo Mikah entre dientes mientras se acercaba a los mandos -. Quiso matamos a los dos. No tiene respeto ni para su propia vida ni para la mía. Es usted un hombre que merece el peor de los castigos que hayan dictado las leyes.
- Soy un jugador, eso es - rió Jason - y no tan malo como usted quiere significar. Me arriesgo, sí, pero sólo cuando creo que es el momento oportuno. Usted me llevaba a una muerte segura. Y lo peor que me podía ocurrir al estropear los mandos era llegar al mismo resultado. De modo que preferí arriesgarme. Naturalmente las posibilidades de riesgo para usted eran, y lo son, mucho mayores para usted, pero ahora me doy cuenta de que no tomé en consideración ese detalle. Bueno, después de todo, este asunto no fue más que idea suya, por tanto, no le queda más remedio que hacerse responsable de las consecuencias de sus propios actos, y no reprocharme nada a mí por ello.
- Tiene usted razón - repuso Mikah tranquilamente -. Tenía que haber sido más precavido. Y ahora. ¿quiere decirme qué tengo que hacer para salvar nuestras vidas? No funciona ningún mando.
- ¡Ninguno! ¿Ya ha probado el de emergencia? El botón rojo que hay en el cuadro de seguridad.
- Sí, ya lo hice. Tampoco funciona.
Jason se tiró hacia atrás en el asiento, visiblemente contrariado por la respuesta. Al cabo de unos segundos dijo:
- Lea uno de sus libros, Mikah, y busque consuelo en su filosofía. No podemos hacer nada. Ahora todo depende de los computadores, y de los que quede de los circuitos.
- Pero..., ¿no podemos hacer algo, reparar algo?
- ¿Acaso es usted un técnico en naves? Pues yo tampoco, de modo que si metiéramos la mano según donde, quizá hiciéramos más perjuicios que otra cosa.
Dos días de vuelo errante tardaron en alcanzar el planeta. Un cúmulo inmenso de nubes oscurecía la atmósfera. Avanzaban desde el lado donde aún era de noche, y no había ningún detalle visible que les pudiera servir de referencia. Tampoco se divisaba ningún signo de luces.
- Si hubiera ciudades, habríamos visto las luces, ¿verdad? - preguntó Mikah.
- No es condición indispensable. Podría haber tormentas, o quizá se trata de una ciudad cerrada, o tal vez no hay más que océano en este hemisferio.
- O también podría suceder que no hubiera gente ahí - aventuró Mikah -. Y aunque la nave consiga posarse de tal manera que nos deje a salvo, ¿qué importa? Al fin y al cabo quedaremos atrapados para el resto de nuestras vidas en un planeta perdido, en el más remoto confín del universo.
- Por favor, ¡no sea tan optimista! - bromeó Jason -. ¿Y qué me dice de quitarme estos grilletes mientras bajarnos? Probablemente el primer contacto con el suelo será muy brusco, y a mí también me gustaría tener una oportunidad.
Mikah quedó pensativo unos instantes, frunció el celo y determinó por fin:
- ¿Me da su palabra de honor de que no intentará escapar en cuanto nos hayamos posado?
- No. Si empeñara mi palabra, ¿me creería? Si me desata, usted es quien se arriesga. De cualquier modo, no creo que haya mucha diferencia.
- Yo tengo que cumplir con mi deber - resolvió Mikah.
Y Jason se quedó atado en el sillón.
Ya habían entrado en la atmósfera, y el ligero susurro que produjo al principio el aire al chocar contra la cabina, en seguida se convirtió en un chillido agudo y estridente. Se cortó la fuerza de los motores, y se hallaban en caída libre. La fricción del aire calentó la cabina por su parte exterior, y la temperatura aumentó rápidamente aun a pesar de la unidad refrigeradora.
- ¿Qué ocurre? - preguntó Mikah -. Usted está más acostumbrado a estos menesteres. ¿Vamos... vamos a estrellarnos?
- Tal vez. Sólo puede ocurrir una de las dos cosas. Si todos los instrumentos han dejado de funcionar... en ese caso nos vamos a partir en mil pedazos, pero aún cabe la posibilidad de que los computadores funcionen haciendo un último y extremo esfuerzo. Espero y deseo que así sea. Hay que tener en cuenta que en estos tiempos se fabrican computadores maravillosos, extraordinarios, que resuelven toda clase de problemas de circuitos. La cabina y los motores están en buen estado, pero no hay forma de hacer uso de los mandos. En un caso como éste un buen piloto humano dejaría que la nave fuese a la velocidad que quisiera y en la dirección que le viniera en gana, antes de poner en marcha los mandos automáticos. Después sometería al aparato a la mayor aceleración posible. Con ello, naturalmente, el exterior de la cabina recibiría lo suyo, ¿pero qué importa? Y por fin, se haría uso de los circuitos el menor espacio de tiempo posible.
- ¿Y ahora qué es lo que cree usted que está ocurriendo? - preguntó Mikah, sentándose en la silla de aceleración.
- No lo sé. Pero... ¿es que no me va a desatar antes de que nos estrellemos? Podríamos tener un choque muy brusco, y quizá sea necesario que huyamos de aquí a toda prisa.
Mikah se quedó pensativo nuevamente y sacó el revólver.
- Le voy a desatar pero no dudaré en disparar sobre usted al menor movimiento sospechoso que haga. Y en cuanto estemos en suelo firme, le volveré a atar.
- Le agradezco sus buenos propósitos - dijo Jason en cuanto se sintió libre, y mientras se frotaba las muñecas.
La desaceleración se dejó sentir sobre ellos, obligándoles a una respiración entrecortada, y a meterse en colchonetas protectoras.
Mikah continuaba con el revólver en la mano, aunque en aquellos momentos lo tenía pegado al pecho sin poderlo levantar.
De todos modos, no tenía ninguna importancia, puesto que Jason no podía mantenerse en pie ni moverse. La presión de la desaceleración era tan enorme que ambos estuvieron a punto de perder el sentido.
Pero de pronto, la presión desapareció.
Y continuaban en su caída libre.
Los motores lanzaron un zumbido, y los relés funcionaron por unos momentos. Pero no pudieron proseguir. Los dos hombres se miraron mutuamente, inmóviles, esperando que llegara el fin de la inconmensurable cantidad de tiempo que duraba el descenso.
La nave dio un nuevo viraje. El fin llegó para Jason en forma de sacudidas, chasquidos y dolor. El repentino impacto le lanzó al lado opuesto de la nave. Su último movimiento consciente fue el de protegerse la cabeza entre los brazos. Aún estaba levantando los brazos cuando perdió el conocimiento.
Hay ocasiones en que el frío deja de ser una simple sensación de la temperatura reinante, para convertirse en dolor. Un frío que penetra en lo más profundo de la carne antes de acabar con la vida del organismo.
Jason volvió en sí, gritando irrefrenablemente. El frío era tan intenso que en aquellos momentos invadía el universo entero. Se dio cuenta al estornudar que lo que arrojaba por la boca y la nariz era agua fría. Se apercibió de que algo le rodeaba, y con un gran esfuerzo llegó a reconocer el brazo de Mikah; éste mantenía el rostro de Jason por encima de la superficie mientras nadaba. Vio una sombra en el agua, a cuyo alrededor salían burbujas y ruidos extraños, y que supuso sería la nave tragada por las fauces del despiadado océano.
El frío había dejado de producirle aquel dolor tan intenso, y estaba relajando sus músculos cuando halló algo sólido bajo sus pies.
- Levántate y camina, maldito seas - murmuró Mikah sin poder contener el insulto -. No puedo... sostenerme a mí mismo... y tengo que... llevarte a ti...
Salieron del agua, uno al lado del otro, arrastrándose de pies y manos, como animales cuadrúpedos. Todo aquello revestía un algo muy irreal, y a Jason se le hacía difícil pensar.
De pronto se vio un resplandor en la oscuridad, una luz que se acercaba hacia ellos. Jason se sentía incapaz de hablar, pero oyó el grito desgarrador de Mikah en solicitud de auxilio. La luz se fue acercando; era una especie de antorcha mantenida en alto. Mikah se puso en pie, al ver la llama que se aproximaba.
Fue como una pesadilla. No era un hombre, sino una cosa con una tea encendida. Una cosa de facciones angulosas, y de horribles rasgos faciales. Llevaba una especie de maza que descargó sobre Mikah, que se desplomó sin el más leve quejido, para volverse después hacia Jason. No tenía fuerza suficiente para luchar, aunque puso todo su empeño para ponerse en pie. Los dedos se clavaron en la arena en un supremo esfuerzo por levantarse, pero no lo consiguió; exhausto por el último esfuerzo cayó boca abajo.
Estaba a punto de perder nuevamente el sentido, pero de ningún modo quería someterse. Unos pies lentos y pesados se arrastraban por la arena, al mismo tiempo que la antorcha refulgente se venía hacia él. Mientras pudiera, no quería dar la espalda a aquel monstruo, y, con las últimas fuerzas que pudo dio media vuelta sobre sí mismo, hasta quedar con las espaldas pegadas al suelo, y los ojos henchidos de impotencia y horror puestos sobre la cosa, el extraño ser que se alzaba sobre él.
Capítulo IV
No le quiso matar en aquel momento, pero le miraba de un modo insoslayable; y mientras los segundos transcurrían lentamente, Y Jason se mantenía en vida, se esforzó en reconsiderar sobre la amenaza que había aparecido ante ellos de entre las tinieblas.
- ¿K’e vi stas el...? - dijo el extraño ser. Por vez primera Jason llegó a la conclusión de que era un ser humano. El significado de la pregunta que le acababan de formular llegó, no obstante a ser captado por su exhausto cerebro; se percató de que casi lo había comprendido, aunque en realidad nunca había oído antes tal idioma. Intentó responder, pero de su garganta no salieron más que balbuceos casi incoherentes.
- Ven k’n torcoy...! r'pidu!
Nuevas luces aparecieron de entre la oscuridad, acompañadas de ruido de pasos. Al acercarse, Jason vio con más nitidez al hombre que tenía ante él, y pudo comprender la razón por la que le había confundido con un ser inhumano. Todos sus miembros estaban completamente envueltos en trozos de pieles curtidas, y tanto el pecho como el resto del cuerpo, estaban protegidos con pieles enteras, en las que se apreciaban dibujos de color rojo sanguinolento. En la cabeza llevaba el caparazón de algún animal monstruoso, que por la parte de delante terminaba en espiral; dos agujeros taladrados expresamente facilitaban la visión de aquel ser indescriptible. Tenía unos dientes grandes, largos como dedos, que habían sido colocados en la parte inferior del caparazón, lo cual acrecentaba su escalofriante apariencia. Lo único que había de humano en el aspecto exterior de aquel ser era la apestosa barba que asomaba por debajo del caparazón y los dientes. Había otros muchos detalles que Jason asimiló rápidamente. Tantas y tantas sensaciones físicas y psíquicas, le tenían a punto de desfallecer.
Una orden dada con voz muy gutural, detuvo a los porteadores de antorchas a unos cinco metros del lugar donde yacía Jason. No llegaba a comprender la razón por la que no se permitía a aquellos hombres armados acercarse más a ellos, sobre todo teniendo en cuenta que la luz de las antorchas apenas les alumbraba; todo, absolutamente todo, en aquel planeta parecía inexplicable.
Pero Jason, debió perder el conocimiento durante unos segundos al menos, pues cuando volvió a mirar a la antorcha estaba clavada en la arena, a su lado, mientras que el hombre le había quitado una de las botas, y estaban haciendo lo propio con la otra. Jason se quiso debatir febrilmente, pero todo fue inútil y no pudo impedir el robo de que era objeto. La sensación normal del transcurso del tiempo también parecía haberse alterado y aunque cada segundo en aquellos momentos parecía una hora: los acontecimientos se sucedían a una rapidez vertiginosa. Había sido desprovisto de las botas, y el hombre manoseaba las ropas de Jason deteniéndose a cada instante para mirar a los portadores de antorchas.
Los aparatos magnéticos eran extraños para aquel ser, y al encontrar la brújula de Jason, clavó indeciso los dientes en ella, queriendo abrirla o romper la resistente cobertura metálica. Estaba montando en cólera al no conseguir sus propósitos, cuando incomprensiblemente apretó el botón que aseguraba la tapa exterior y apareció la brillante esfera ante sus ojos. No contento con ello, quiso continuar sus exploraciones hasta que llegó a romper el vidrio de protección. Todo aquello parecía agradarle sobremanera; pero cuando jugueteando con ella, la punta de la aguja se clavó en su mano, penetrando a través de los envoltorios que la cubrían, dio un grito horrible y arrojó con furia y rabia terribles, el aparato sobre la arena. La pérdida de aquel objeto, que en estas latitudes sería irreemplazable, y probablemente de gran utilidad, puso a Jason en acción, tratando de recuperarlo, se sentó, se arrastró hacia un lado y cuando ya tenía la brújula al alcance de su mano, perdió repentinamente el conocimiento.
Poco antes del amanecer, el dolor que sentía en la cabeza le hizo experimentar la agradable sensación de que aún vivía. Sobre él tenía unos cuantos harapos, que despedían un olor insoportable, pero que al menos retenían en cierto modo el calor de su cuerpo. Apartó la ropa que le cubría el rostro, y permaneció mirando a las estrellas, puntos fríos de luz, que parpadeaban en la frígida noche.
El aire era estimulante, y aspiró con fuerza repetidas veces. Tuvo la sensación de que le quemaba la garganta, pero al mismo tiempo le aclaraba los pensamientos. Hasta entonces no se dio cuenta de que su semiinconsciencia había sido causada por el golpe recibido en la cabeza al estrellarse la nave; fue explorando con los dedos su propia cabeza, para encontrarse una región tumefacta, hinchada y dolorida. Seguramente había sufrido una contusión cerebral, y ésta era la explicación de su anterior imposibilidad para moverse o pensar sin esfuerzo.
Se preguntaba qué le habría ocurrido a Mikah Samon después del terrible mazazo que había recibido en la cabeza. En caso de haber muerto habría sido un final inesperado para un hombre que había conseguido sobrevivir al choque de la nave contra las aguas del océano. No es que Jason tuviera un afecto especial por aquel hombre desnutrido, pero al fin y al cabo le debía la vida. Mikah le había salvado, para ser asesinado poco después.
A través de todos estos pensamientos, Jason llegó a la conclusión de que tenía que matar a aquel hombre tan pronto como se encontrara en las suficientes condiciones físicas para ello; al mismo tiempo, quedó no poco sorprendido de sus reflexiones al aceptar aquella sed de sangre a que le obligaba la lucha de una vida por otra. Al parecer, durante su larga estancia en Pyrrus, había perdido una buena parte de su aversión a matar, salvo en los casos de defensa propia, aunque a juzgar por lo que había visto hasta ahora, las costumbres pyrranas hubieran sido en esta ocasión de mayor utilidad. El cielo aparecía gris e incorporó la cabeza para contemplar el amanecer.
Quedó terriblemente sorprendido al encontrar a Mikah Samon acostado junto a él, asomando apenas la parte superior de la cabeza de entre las pieles que le cubrían. Tenía el pelo pegado y manchado de sangre negra, pero aún respiraba.
- Es más difícil matar a uno de lo que yo pensaba - murmuró Jason, incorporándose más todavía al apoyarse sobre un codo, y contemplando aquel mundo adonde les había llevado su propio sabotaje de la nave espacial.
Era un desierto horrendo, de cuerpos amontonados unos junto a otros, que le recordaba la imagen que tenía del final de la batalla del fin del mundo. Unos cuantos de ellos se estaban poniendo en pie, sujetando las pieles que les servían de abrigo alrededor de sus cuerpos que constituían los únicos signos de vida en aquella inmensidad arenosa. A un lado, una cadena de dunas, tapaba la vista del mar, aunque no le impedía oír el murmullo de las olas. En lo alto de las dunas apareció una figura que le era conocida, el hombre armado, haciendo algo extraño con lo que parecían ser trozos de cuerda; había un ruido metálico que de pronto se perdió en la distancia, dejando de oírse después. Mikah Samon se agitó y lanzó una especie de quejido.
- ¿Cómo te encuentras? - preguntó Jason -. Son los suyos, los dos ojos más preñados en sangre que haya visto en mi vida.
- ¿Dónde estoy...?
- ¡Esta sí que es una pregunta bien original! Pues, no, señor, no tengo ni idea de dónde estamos, pero si se encuentra en condiciones, puedo hacerle una breve sinopsis del modo como llegamos hasta aquí.
»Recuerdo que íbamos andando, pero algo horrible salió de entre la oscuridad, como un demonio del mismo infierno. Luchamos y...
»Le aporreó la cabeza. Un golpe rápido y seco, y ésa fue toda la lucha que hubo. Yo contemplé más detenidamente a su demonio, aunque no me hallaba en mejores condiciones para luchar contra él que usted. Es un hombre vestido con un inimaginable disfraz propio de una pesadilla, y que resulta ser el jefe de toda esta tribu de desarrapados que hay por aquí. Aparte de esto, son pocas las cosas que sé, excepto que me han robado las botas, y que las voy a recuperar aunque para ello lo tenga que matar.
- No codicie las cosas materiales - entonó Mikah con seriedad -, y no hable de matar a un hombre por bienes materiales. Es usted un demonio, Jason y..., ¡no llevo las botas! ¡Ni la ropa tampoco!
Mikah apartó con relativa energía las pieles que le servían de abrigo, al descubrir lo que ocurría.
- ¡Belial! - gritó -. ¡Asmodeus, Abaddon, Apollyon y Ball-zebub!
- Muy bonito - dijo Jason admirado -. No cabe la menor duda de que ha estudiado usted toda la demonología. ¿Estaba pasando lista o es que les pedía ayuda?
- ¡Silencio, blasfemo! ¡Me han robado! - Se puso en pie, y el viento, azotando el casi desnudo cuerpo, tiñó rápidamente su piel poco curtida de un débil tono azul -. Me voy ahora mismo al encuentro de la corrompida criatura que se atrevió a hacer tal cosa, y le voy a obligar a que me devuelva lo que es mío.
Mikah se dispuso a marchar, pero Jason se abalanzó sobre él y le hizo presa sobre un tobillo hasta que le derribó sobre el suelo. La caída le dejó a Mikah medio conmocionado a causa de su persistente debilidad, y Jason volvió a cubrir con las mugrientas pieles el huesudo cuerpo.
- ¡Estamos en paz! - dijo Jason -. La noche pasada me salvó usted la vida, y ahora le he salvado yo la suya. Está desarmado y herido, mientras que el hombre ese que está en la montaña es una especie de armario andante, y el que tiene la personalidad suficiente para vestir un disfraz de ese tipo, la tiene también para matar con la misma tranquilidad que se mondan los dientes. Así que serénese, y procure evitar problemas. Hay un medio para salir de este lío, siempre hay un medio para salirse de cualquier lío si se busca, y yo lo encontraré. De momento, voy a dar una vuelta por los alrededores y hacer algunas investigaciones. ¿De acuerdo?
La respuesta fue una especie de quejido, pues Mikah había perdido nuevamente el sentido, mientras sangre fresca volvía a manar de la herida.
Jason se puso en pie y envolvió su cuerpo entre los harapos para que le sirvieran de protección del viento, anudando los dos extremos. A continuación hurgó en el suelo levantando la arena, hasta que encontró una piedra que le cabía en la mano, y armado de ese modo comenzó a abrirse camino entre las revueltas siluetas de los que dormían.
Cuando volvió, Mikah había recobrado el conocimiento, y el sol ya había hecho un largo recorrido sobre el horizonte. Toda la gente estaba despierta, formando una mezcla desordenada de unos treinta hombres, mujeres y niños. Todos eran idénticos en suciedad dentro de aquellas pieles, y los pocos que se movían, lo hacían muy lentamente. Los demás permanecían impertérritos sentados en el suelo. No mostraban el menor interés por los dos extranjeros. Jason acercó a Mikah una taza de cuero, conteniendo un brebaje de color alquitranado.
- Bébase esto. Es agua. Lo único que parece que hay por aquí para beber. No encontré comida. - Conservaba la piedra en la mano, y mientras hablaba la frotaba sobre la arena. En uno de los lados se distinguía una mancha de color rojizo, muy seca, que conservaba unos cuantos pelos largos, pegados a ella.
- Eché un vistazo por los alrededores, y la verdad es que hay muy poco más de lo que se ve desde aquí. Ese grupo de individuos derrengados, con sus apestosas pieles, y unos cuantos de ellos que llevan agua en botellas de cuero. Están acostumbrados a recibir órdenes del «yo más fuerte», de modo que ordené más que supliqué un poco de agua. La comida vendrá después.
- Pero. ¿quiénes son?, ¿qué es lo que hacen? - preguntó Mikah con voz incierta a causa del sufrimiento que le producía el efecto del golpe. Jason miré la parte contusionada y decidió no tocarla. La herida había sangrado libremente, y la sangre había coagulado. Lavarle con aquella agua no serviría de mucho, y por el contrario podría provocarle una infección que no haría más que sumarse a los otros problemas.
- De lo único que estoy seguro es de una cosa - dijo Jason -. De que son esclavos. No sé por qué están aquí ni lo que están haciendo ni adónde van, pero su estado está dolorosamente claro; e igual que el nuestro. El Viejo Asqueroso que está en la colina, es el jefe. Y los demás somos esclavos.
- ¡Esclavos! - exclamó Mikah horrorizado -. ¡Eso es abominable! ¡Los esclavos deben ser libertados!
- No idealice, por favor; olvide todo cuanto le han enseñado los libros y trate de ser realista... aunque le duela. Aquí no hay más que dos esclavos que necesitan ser puestos en libertad, y cuanto antes; y esos somos usted y yo. Estas gentes parece que se acomodan perfectamente a su statu quo, y no veo razón alguna para que cambien. No voy a emprender ninguna campaña abolicionista hasta que no vea despejado el camino para salir de este lío, y aun entonces, probablemente no me meteré en tales menesteres. Este planeta ha existido durante muchos tiempos, bajo tales condiciones de vida sin mi presencia, y continuará del mismo modo cuando yo me haya ido.
- ¡Cobarde! ¡Usted tiene, debe, luchar por la Verdad, y la Verdad es lo que le libertará!
- Ya tenemos las letras mayúsculas otra vez - murmuró Jason -. Lo único que me puede libertar soy yo. Quizá no sea muy poético, pero es la verdad. La situación aquí no es muy halagüeña, pero tampoco imposible de derrotar, de modo que escuche y aprenda. El jefe, cuyo nombre es Ch'aka, parece que ha salido a una especie de cacería; no sé de qué. No está muy lejos y volverá pronto, de manera que trataré de explicárselo todo con la máxima rapidez. Creí que había reconocido el idioma, y tenía razón. Es forma degenerada del esperanto, el idioma que hablan todos los mundos del Terido. Este lenguaje alterado, más el hecho de que estas gentes se hallen a un paso por encima de la Edad de Piedra, nos proporcionan la evidencia absoluta de que carecen y han carecido desde siempre de cualquier contacto con el resto de la galaxia, aunque preferiría que no fuese así. Puede haber alguna base comercial en algún punto del planeta, y si la hay ya la encontraremos más tarde. En estos momentos tenemos otras muchas cosas de qué ocuparnos, pero cuando menos sabemos hablar el idioma. Estas gentes han hecho una contracción de gran número de sonidos, y han perdido otros, e incluso han introducido una especie de detención silábica gutural, que dicho sea de paso, no necesita el lenguaje; pero con un poco de esfuerzo se puede llegar a un entendimiento del significado de las palabras.
- Pero yo no hablo esperanto.
- Pues apréndalo. Es muy fácil. Y ahora no me interrumpa y escúcheme. Estas criaturas nacieron y se han criado como esclavos, y es todo cuanto saben. Hay una pequeña lucha de niveles, en la que los más fuertes empujan al trabajo a los más débiles, cuando Ch'aka no mira, pero eso lo tengo resuelto. Nuestro mayor problema es Ch'aka, y tenemos que averiguar muchas cosas antes de que podamos salirle al paso. Él es el jefe, el guerrero, el padre, el proveedor, y el destino de este populacho, y a decir verdad, parece que conoce su trabajo. Así pues, trate de ser un buen esclavo durante un tiempo. No sé cuánto, pero el justo para poder resolver esta situación.
- ¿Esclavo yo? - inquirió Mikah tratando de reincorporarse. Jason le obligó a volver a su anterior posición, quizá con más ímpetu del necesario.
- ¡Sí!, usted... y yo también. Es el único medio de que podamos sobrevivir a esta situación. Haga lo que hagan los demás; obedezca órdenes, y con ello mantendrá una oportunidad de permanecer en vida, hasta que podamos encontrar el medio de salir de aquí.
La respuesta de Mikah quedó ahogada por el murmullo que levantaron las gentes al ver venir a Ch'aka por las dunas. Los esclavos se pusieron en pie, y comenzaron a formar una alineación bastante espaciosa entre individuo e individuo.
Jason ayudó a Mikah a ponerse en pie, y envolverle con tiras de pieles los pies. Después, cargando prácticamente con todo su peso, ocuparon un lugar de la formación. Cuando todos estuvieron en su sitio, Ch'aka propinó una patada al más próximo, y todos empezaron a caminar muy despacio, mirando detenidamente hacia el suelo, como si buscaran algo. Jason no tenía idea del significado de aquel acto, pero mientras nadie se metiera con él ni con Mikah, lo demás era secundario: bastante trabajo tenía él con tener que llevar prácticamente arrastrado al hombre herido. Por fin Mikah consiguió reunir fuerzas suficientes como para ayudar a soportar su propio peso.
Uno de los esclavos señaló algo sobre el suelo, se puso a gritar, y la formación se detuvo. Estaba demasiado alejado de Jason, como para poder averiguar la causa de la excitación que le invadía. El hombre se inclinó y comenzó a hurgar un agujero en el suelo, con un trozo de madera puntiagudo. Al cabo de unos segundos había sacado una cosa redonda, de tamaño inferior al de la mano, que elevó por encima de la cabeza lleno de júbilo y lo fue a entregar a Ch'aka dando una pequeña carrerilla. El amo del esclavo, lo cogió y le dio un mordisco, y cuando el hombre que la había encontrado se volvió para alejarse, le gratificó con otra patada. La formación se volvió a poner en camino.
Encontraron otros dos de aquellos objetos misteriosos, que Ch'aka se comió rápidamente, y no consintió en mostrarse proveedor hasta que su hambre no estuvo satisfecha. Cuando encontraron otro de los objetos, causa de incesante búsqueda, llamó a un esclavo, y dejó el fruto dentro de una especie de cesto enmallado que aquél llevaba colgado en la espalda. A partir de aquel momento, el esclavo del cesto anduvo constantemente al lado y delante de Ch'aka, quien se ocupaba de vigilar cuidadosamente de que todo lo que se recogiera fuera a parar inmediatamente dentro del cesto. Jason se preguntaba qué sería aquello, y al pensar en que era algo comestible, sintió unas terribles punzadas en el estómago.
El esclavo que caminaba junto a Jason, lanzó un grito señaló hacia la arena. Al detenerse la columna, Jason dejó a Mikah sentado en el suelo, y observó con gran interés cómo el esclavo hurgaba el suelo con su trozo de madera alrededor de un puntito verde que despuntaba sobre la arena del desierto. El hoyo descubrió por fin un objeto rugoso de color gris, con raíces de las que apuntaban hojas verdes. A Jason le pareció en aquel momento tan comestible como un trozo de piedra, lo cual estaba en desacuerdo totalmente con la opinión del esclavo, a juzgar por la temeridad irresistible que tuvo de llevarse las raíces a la cara para olerlas. Ch'aka se molestó por tal acto, hasta el punto de que después de haber dejado el esclavo el objeto en el cesto, le dio una patada tan fuerte que lo tiró por tierra. El esclavo se levantó, y dolorido, volvió al lugar que antes ocupara en la formación.
Poco después Ch'aka ordenó que se detuvieran e inmediatamente todos los esclavos se reunieron a su alrededor mientras éste metía la mano en el cesto. Fue llamando uno por uno, y a medida que se acercaban, les daba una o más raíces según los méritos, que a su juicio, habían adquirido cada uno de los individuos. Ya estaba el cesto medio vacío cuando con la maza señaló a Jason.
- K'e nam h'vas vi? - preguntó.
- Mia namo estas Jason, mia amiko estas Mikah.
Jason le había respondido en correcto esperanto, y Ch'aka parecía comprenderlo bastante bien, puesto que emitió una especie de gruñido de asentimiento y metió la mano en el cesto. Le miró a través de su rostro enmascarado, y Jason presintió el impacto de aquellos ojos, invisibles para él, que le acechaban. El mazo le señaló de nuevo.
- ¿De donde venís? ¿Era vuestra la nave que se hundió?
- Sí. Veníamos en esa nave, y procedemos de un sitio muy lejano.
- ¿Del otro lado del océano? - Aparentemente era la distancia más grande que el esclavizador podía imaginar.
- Eso es, del otro lado del océano - Jason no se encontraba de humor suficiente como para darle una lección de astronomía -. ¿Y cuándo comemos?
- Vosotros sois hombres ricos en vuestra región, tenéis una nave y hasta calzado. Ahora soy yo el que tiene las botas. Aquí sois esclavos. Mis esclavos. Los dos sois mis esclavos.
- Sí, sí, yo soy tu esclavo, yo soy tu esclavo - repitió Jason con desgana -. Pero los esclavos también comen. ¿Dónde está la comida?
Ch'aka volvió a meter la mano en el cesto, y sacó una de las raíces. La partió por la mitad, y la arrojó sobre la arena frente a Jason.
- Trabaja de firme, y tendrás más.
Jason la recogió y limpió la suciedad que había sobre ella lo mejor que pudo. Le dio un trozo a Mikah, y haciendo un gran esfuerzo se decidió a meterse en la boca el trozo que le correspondía: casi se masticaba la arena, aun a pesar de las sacudidas que le había dado, y el fruto, tenía un ligero sabor a cera rancia. Le costó un gran trabajo, y aun hasta reprimir las arcadas, el tener que tragar aquello, pero al fin lo hizo. Sin lugar a dudas, era comida, y de momento tendrían que pasar con aquello, hasta que los tiempos cambiaran.
- ¿De qué hablaron? - preguntó Mikah, mientras rumiaba muy despacio su ración entre dientes.
- De cambalaches inciertos. Él cree que somos sus esclavos, y naturalmente yo dije que sí. Pero, claro, eso no es más que temporal - añadió Jason al ver que el rostro de Mikah se ponía lívido, y empezaba a ponerse en pie. Jason le dio un empujón que le hizo sentar nuevamente. - Éste es un planeta extraño; usted está herido, no tenemos ni comida, y ni siquiera tenemos idea de cómo haremos para sobrevivir. Por tanto, lo único que podemos hacer para continuar viviendo, es lo que diga ese Viejo Feo. Si él nos quiere llamar esclavos, ¡pues de acuerdo!, esclavos.
- ¡Antes morir libre que vivir bajo cadenas!
- ¡Deje ya de decir tonterías! Es mejor vivir entre cadenas y averiguar el modo de librarnos de ellas. De este modo acabará vivo libre, que es mucho mejor que muerto libre, y desde luego mucho más atractivo. Y ahora cierre el pico y coma. No podemos hacer nada mientras pertenezcamos a la clase de los heridos renqueantes.
El resto del día lo pasó la formación de caminantes, afanándose entre la arena, y para poder seguir contribuyendo a la recuperación de Mikah, Jason aportó dos krenoj, la raíz comestible.
Se detuvieron antes del oscurecer, y se dejaron caer rendidos sobre la arena. En el momento de efectuar el reparto de la comida recibieron una ración un poco más extensa, sin duda en atención a la eficiente contribución de Jason en el trabajo. Los dos hombres se hallaban exhaustos, y se quedaron dormidos tan pronto como anocheció.
A la mañana siguiente se pusieron inmediatamente en marcha. Caminaban siempre, en busca de comida, paralelamente al mar, oculto por las dunas, mientras que uno de los esclavos lo hacía por las cretas de aquéllas. Seguramente, el que caminaba en solitario, había visto algo de gran interés, pues empezó a descender la pendiente, agitando los brazos sin cesar. Ch'aka corrió con torpeza hacia las dunas, y habló con el explorador; después le hizo que se alejara de su presencia.
Jason contempló con creciente interés, como desembalada el fardo que pendía de su hombro, hasta que por fin sacó un arco de extraordinaria presencia. Aquella pieza complicada y mortal discordaba totalmente de los medios de aquella sociedad esclavizada y primitiva. Jason hubiera querido mirarlo con más detenimiento. Ch'aka sacó de otro envoltorio una flecha de dimensiones apropiadas al arco.
Los esclavos se sentaron en silencio sobre la arena, mientras que su amo, aceleraba la marcha para escalar la duna. Poco antes de llegar a la cima se tendió en el suelo boca abajo, arrastrándose sigilosamente. Después desapareció de la vista de sus esclavos.
Pocos minutos más tarde se oyó un chillido desgarrador de dolor, procedente de detrás de las dunas, e inmediatamente todos los esclavos se pusieron en pie y emprendieron una loca carrera hacia las dunas. Jason dejó a Mikah donde estaban, y pronto estuvo entre la primera fila de observadores.
Se detuvieron todos a la distancia habitual, y se deshicieron en cumplidos y parabienes por la calidad del disparo, y glosando la extraordinaria habilidad de Ch'aka como cazador. Jason tuvo que admitir que los elogios tenían algo de merecido. Un anfibio grande, cubierto de piel, yacía al borde del agua. El extremo posterior de la flecha sobresalía del cuello del animal y la sangre corría al mezclarse con el agua que impulsaban las olas.
- ¡Carne! ¡Hoy hay carne!
- ¡Ch'aka ha matado al rosmaro! ¡Ch'aka es extraordinario!
- ¡Ch'aka el gran proveedor! - gritó Jason para meterse en el ambiente de las cosas -. ¿Cuándo comemos?
El amo ignoraba a los esclavos, y recuperaba la respiración, entrecortado por el esfuerzo de la carrera. Después cogiendo nuevamente el arco, se acercó al animal y con el cuchillo fue desgarrando la carne para recuperar la flecha, que sostuvo en la misma mano que el arco manchándolo con sangre fresca.
- ¡Ir a buscar leña para hacer fuego! - ordenó. - Tú, Opisweni, hazte cargo del cuchillo.
Retrocediendo unos pasos de espaldas, se sentó en un altillo apuntando al esclavo con el arco, mientras éste se aprestaba a descuartizar la pieza. Ch'aka había dejado el cuchillo clavado en el animal, y el esclavo se dispuso a efectuar lo que le habían ordenado. Mientras trabajaba, miraba de vez en cuando a Ch'aka que no dejaba de apuntarle.
- Un alma confiada, nuestro conductor de esclavos - se dijo Jason a sí mismo, mientras se reunía con los demás para ir en busca de leña. Ch'aka tenía las armas, pero también un temor constante de que le pudieran asesinar. Si Opisweni hacía uso del cuchillo para cualquier otra cosa que no fuera el despedazado de la bestia, se encontraría con la flecha incrustada en la nuca. Muy eficiente.
Se recogió la leña suficiente para hacer una hoguera respetable, y cuando Jason volvió con su contribución para el fuego, el rosmaro había sido despedazado en grandes trozos. Ch'aka apartó a puntapiés a sus esclavos del montón de leña, y sacó un pequeño objeto de otro de los sacos. Movido por el interés y la curiosidad, Jason se acercó lo máximo posible, saliéndose incluso del círculo expectante. Aunque nunca había visto anteriormente un encendedor primitivo, el funcionamiento le era de sobra conocido. En una mano llevaba un trozo de piedra, y en la otra un trozo de metal, y frotándolos desprendía chispas que eran recogidas por otro trozo de yesca. Ch'aka sopló sobre ella, y se inflamó.
¿De dónde habría sacado el encendedor y el arco? Eran signos evidentes de un nivel cultural superior al que poseían aquellos nómadas esclavos, y que demostraban una remota posibilidad de que hubiera un sistema de vida más elevado en aquel planeta, del que habían visto desde que se estrellaron en él. Poco más tarde, mientras los otros se afanaban en sus raciones de carne, se llevó a un lado a Mikah y le habló de todo ello.
- Aún hay esperanza. Estos solemnes ignorantes, no han fabricado en su vida un arco ni un encendedor. Por tanto, debemos averiguar de dónde los sacaron, y tratar de llegar hasta allí. Eché un vistazo a la flecha, cuando Ch'aka la arrancó de la bestia, y juraría que era de acero.
- ¿Y qué tiene eso que ver? - preguntó Mikah.
- Pues sería la prueba de la existencia de una sociedad industrializada, y hasta de un posible contacto interestelar.
- Pues entonces, tenemos que preguntarle a Ch'aka de donde los sacó, y marcharnos en seguida. Allí habrá autoridades con las que nos pondremos en contacto, les expondremos la situación, y podremos ser trasladados a Cassylia. Hasta entonces no le consideraré arrestado de nuevo.
- ¡Me maravilla lo considerado que es usted! - dijo Jason poniendo una burlona inflexión en el tono de sus palabras. Mikah era un hueso duro de roer a causa de la rectitud y firmeza de sus ideas, y Jason había intentado por todos los medios, descubrir su talón de Aquiles -. ¿Y no se siente usted con remordimientos al querer llevarme a un lugar donde me van a matar? Después de todo, somos compañeros de fatigas... y yo le he salvado la vida.
- Lo sentiré, Jason. Me doy cuenta de que aunque sea pecador, no está completamente perdido, y guiándole hacia un buen camino, puede ser de gran utilidad en la sociedad. Pero mis sentimientos personales no deben permitir que se alteren los demás acontecimientos y las cosas sigan el debido curso; olvida usted que cometió un delito y que por tanto debe pagar con la pena que le corresponda.
Ch'aka lanzó un eructo en el interior de su caparazón, lo cual produjo un ruido cavernoso. y gritó - a sus esclavos:
- ¡Ya vale de comer, cerdos! Os estáis engordando. Envolver la carne y llevarla con vosotros, aún hay luz suficiente para buscar krenoj. ¡Moveos!
Una vez más, la alineación estuvo formada en un momento, y comenzó a caminar por el desierto. Hallaron más raíces comestibles, y se detuvieron en una ocasión unos momentos para llenar los recipientes de pieles, a propósito para el agua, en un lugar donde ésta salía a borbotones de entre la arena. El sol se alejaba hacia el horizonte, y el poco calor que pudieran tener sus rayos, quedaba absorbido por un cúmulo de nubes. Jason miró a su alrededor y sintió un escalofrío; de pronto se apercibió de una pequeña línea de puntos que se movían en el horizonte. Se lo hizo notar a Mikah, que todavía continuaba recostado sobre él.
- Parece que venga toda una compañía. Me pregunto qué representan ellos en este programa.
El dolor disminuía considerablemente la capacidad de atención de Mikah, quien no llegó a comprobar por sí mismo lo que le decía su compañero; pero lo más curioso era que tampoco se dieron cuenta los otros esclavos, ni Ch'aka siquiera.
Los puntos se fueron acrecentando hasta convertirse en otro grupo de caminantes, aparentemente absorbidos en la misma tarea que el grupo de Ch'aka. Se afanaban en su tarea sin dejar de avanzar, y examinando detenidamente la arena, siguiéndoles detrás la solitaria figura de su amo. Los dos grupos se iban acercando lentamente el uno al otro.
Cerca de las dunas, había un pequeño ribazo de piedras, y el grupo de esclavos de Ch'aka. se detuvo allí tan pronto como llegaron, dejándose caer sobre la arena. y emitiendo profundos suspiros de satisfacción por el descanso. El montón de piedras era a todas luces indicativo de una zona limítrofe, y Ch'aka se acercó para posar un pie sobre una de las piedras, y permaneció contemplando al otro grupo de esclavos que se acercaba. Ellos también se detuvieron ante el ribazo, y se dejaron caer al suelo. Ninguno de los dos grupos mostró interés alguno en el otro, y únicamente los amos parecían más animados. El recién llegado se detuvo a unos diez pasos antes de llegar a la altura de Ch'aka, y agitó por encima de su cabeza un martillo de piedra de aspecto terrorífico.
- ¡Te odio, Ch'aka! - masculló.
- ¡Te odio, Fasimba! - fue la inmediata respuesta.
El intercambio de saludos fue tan formal como un pas de deux, y casi una declaración de guerra. Ambos hombres aprestaron las armas, intercambiaron unos cuantos insultos, y luego pasaron a una conversación más tranquila. Fasimba llevaba el mismo tipo de disfraz que Ch'aka, horrible por el temor que inspiraba, y difiriendo solamente en algunos detalles. En lugar de un caparazón, la cabeza de Fasimba estaba oculta en el interior de una calavera de un anfibio rosmaro, adornada además con otros detalles y cuernos. Las diferencias entre los dos hombres eran insignificantes, y correspondían solamente a pequeños detalles de decoración. Eran, sin ningún género de dudas, amos de esclavos, e iguales.
- Hoy he matado un rosmaro, el segundo en diez días - dijo Ch'aka.
- Cogiste un buen trozo de costa. Está plagado de rosmaro. ¿Y qué hay de los dos esclavos que me debes?
- ¿Que yo te debo dos esclavos?
- Sí, dos esclavos. Vamos, no te hagas el tonto. Te traje aquellas piezas de acero desde d'zertanoj. Uno de los esclavos con que me pagaste murió. Todavía me debes uno.
- Sí, claro, cogí dos esclavos para ti. Dos que saqué del océano.
- Buen trozo de costa cogiste.
Ch'aka anduvo a lo largo de la formación, ahora tendida en el suelo, de sus esclavos, hasta que llegó al que el día anterior había olido la rata ganándose una buena patada. De un manotazo lo puso en pie, y lo fue llevando a empujones hacia el otro grupo.
- Aquí tienes uno bueno - dijo, mientras como prueba definitiva de la mercancía le propinaba una nueva patada al esclavo.
- Parece que está muy delgado. No es muy bueno, no.
- ¡No...! Lo que ocurre es que es todo fibra, todo músculo. Y trabaja mucho. Y comer..., come muy poco.
- ¡Eres un embustero!
- ¡Te odio Fasimba!
- ¡Y yo también te odio Ch'aka! ¿Dónde está el otro?
- ¡Ah...! Tengo uno muy bueno. Un extranjero que vino del otro lado del océano, y que además de que es muy trabajador, te contará historias muy divertidas.
Jason dio media vuelta a tiempo para evitar que el patadón que le venía encima, no le diera de lleno. Aun así le dio lo bastante fuerte como para dejarle tumbado. Antes de que se pudiera levantar, Ch'aka había cogido a Mikah Samon por un brazo y lo fue arrastrando hasta llevarlo con el otro grupo de esclavos. Fasimba se acercó para examinarle, palpándole las costillas y un brazo.
- No tiene muy buen aspecto. Y el agujero que lleva en la cabeza es enorme.
- Pero trabaja mucho - dijo Ch'aka - casi está curado. Es muy fuerte.
- ¿Me darás otro si se muere éste? - preguntó Fasimba dubitativamente.
- ¡Sí, sí! Te daré otro. ¡Te odio, Fasimba!
- ¡Y yo a ti, Ch'aka!
Todo el rebaño de esclavos se puso en pie y comenzaron a caminar volviendo sobre los pasos que les habían traído hasta aquel lugar.
Jason se acercó corriendo hasta Ch'aka y gritando:
- ¡Espera! ¡No vendas a mi amigo! Trabajamos mucho mejor si lo hacemos juntos. Te podrías desprender de otro...
Los esclavos se quedaron sorprendidos ante aquella reacción desconocida para ellos, mientras Ch'aka se volvió sobre sus talones levantando al mismo tiempo la maza.
- ¡Cierra el pico! Eres un esclavo, y si me vuelves a decir otra vez en tu vida lo que tengo que hacer, te mato.
Jason no se atrevió a continuar, pues era evidente que no tenía otra alternativa. Tenía cierto remordimiento de conciencia por la posible suerte de Mikah: si sobrevivía a la herida, no era desde luego el tipo de individuo que se sabia someter a las condiciones inevitables de la vida de esclavo. Pero Jason había hecho todo cuanto había podido para salvarle, y nada más se podía hacer. Ahora Jason no tenía más remedio que pensar en sí mismo.
Anduvieron durante un rato antes de que oscureciera. La duración de la marcha había estado supeditada a que llegara el momento de perder de vista a los otros esclavos; cuando ya no se veía ni rastro de ellos, se detuvieron para pasar la noche.
Jason buscó refugio al socaire de un altillo que rompía la fuerza del viento, y sacó un trozo de carne reseca que tuvo la precaución de guardar en el primer festín. Estaba duro y muy grasiento, pero de todos modos era superior en mucho a los krenoj apenas comestibles, que constituían la mayor parte de la dicta de los esclavos. Empezó a comer mirando a un lado y otro, y vio a uno de los esclavos que venía hacia él.
- ¿Me das un poco de carne? - preguntó el esclavo con voz plañidera. Al cabo de unos segundos se dio cuenta de que quien había hablado era una mujer, una muchacha. Todos los esclavos tenían idéntico aspecto envueltos en sus pieles y con el pelo largo, sucio, y revuelto. Arrancó un trozo de carne y se lo ofreció.
- Aquí tienes. Siéntate y cómetelo. ¿Cómo te llamas?
A cambió de su generosidad, intentó obtener información de la muchacha.
Ijale estaba todavía de pie y desgarraba la carne sujetándola con una mano, mientras con el dedo índice de la otra se rascaba la cabeza.
- ¿De dónde viniste? ¿Siempre has vivido aquí..., de esta forma?
- No, aquí, no. Vine de Bul'wajo, luego de Fasimba, y ahora pertenezco a Ch'aka.
- ¿Qué o quién es Bul'wajo? ¿Es alguien como nuestro jefe Ch'aka?
Ella asintió sin dejar de mordisquear la carne.
- ¿Y los d'zertanoj de quienes Fasimba consiguió las flechas, quiénes son?
- No sabes mucho, que digamos - dijo ella, terminando de comer la carne, y chupando la grasa de los dedos.
- Sé lo suficiente como para tener carne cuando tú no tienes, de manera que no abuses de mi hospitalidad. ¿Quiénes son los d'zertanoj?
- Todo el mundo sabe quiénes son - hizo un gesto de incomprensión ante la pregunta de Jason, y buscó un lugar blando en la arena para sentarse -. Viven en el desierto. Van en caroj, y apestan. Tienen muchas cosas bonitas. Uno de ellos me dio la bonita que tengo. Si te la enseño, ¿no me la quitarás?
- No, no la tocaré. Pero me gustaría ver algo de lo que ellos hayan hecho. Mira, aquí tienes un poco más de carne. Y ahora enséñame esa cosa.
Ijale hurgó entre sus pieles, hasta llegar a un bolsillo escondido, de donde sacó algo que apretaba con todas sus fuerzas con la mano cerrada. Extendió la mano con orgullo y la abrió. Todavía había luz suficiente para que Jason pudiera descubrir la forma ruda de un trozo de vidrio rojo.
- ¿Verdad que es muy bonito? - preguntó ella.
- Precioso - convino Jason.
Durante unos instantes sintió una punzada de verdadera compasión, al contemplar el aspecto de la muchacha con el brazo tendido, y su «tesoro» en la mano. Los antepasados de la muchacha habían llegado a este planeta en naves espaciales, llevando con ellos el conocimiento de las más avanzadas ciencias. Cortando el cordón umbilical que les unía a otros mundos, sus hijos habían degenerado hasta este punto: esclavos llegados a tal grado de inteligencia, que daban más valor a un trozo de vidrio insignificante, que a ninguna otra cosa en el mundo.
- Te gusta, ¿eh? - Repitió Ijale, volviendo a esconder el vidrio -. ¿Oye, me quieres dar un beso?
- Quieta, quieta - se apresuró a responder Jason. - La carne ni era más que un regalo, y por tanto, no tienes que pagarme nada.
- ¿No te gusto? ¿Te parezco demasiado fea?
- No, no. ¡Qué va! ¡Eres preciosa! - mintió Jason - Lo que ocurre es que estoy muy cansado.
¿Era guapa o fea? No lo sabría decir. La mitad del pelo, totalmente revuelto y sucio, le cubría la mitad del rostro, mientras que la otra mitad, estaba cubierta de una película densa y oscura. Tenía los labios agrietados y casi en carne viva, y una contusión rojiza le cubría parte de la mejilla.
- Déjame que me quede cerca de ti esta noche, porque sino Mzil'kazi se querrá apoderar de mí, y le tengo miedo. Mira donde está.
El hombre a quien ella había señalado, les estaba mirando desde lejos, y aún se alejó más todavía cuando Jason alzó el rostro para verle.
- No te preocupes por Mzil'kazi - dijo Jason. Se levantó, cogió una piedra y vio cómo el observador echaba a correr a toda prisa.
- Me gustas. Te volveré a enseñar mi cosa bonita.
- Tú también me gustas. No, ahora no. Demasiadas cosas buenas muy de prisa, me podrían hacer daño. Buenas noches.
Capítulo V
Ijale estuvo junto a Jason durante todo el día siguiente, y no se movió de su lado en la formación reglamentaria e inacabable de la busca del krenoj. Tantas veces como le era posible le hacía preguntas a la muchacha, y antes del atardecer había conseguido que ella le dijera cuánto sabía del lugar donde vivían. El océano era algo misterioso que producía animales comestibles, pescado, y de vez en cuando algún cadáver humano, y algún barco en lontananza. Pero no se sabía nada de ellos. El otro lado del territorio estaba flaqueado por un desierto más inhóspito todavía que éste sobre el que arrastraban su existencia; una inconmensurable planicie de arena sin vida, que sólo era habitable por los d'zertanoj y sus misteriosos caroj. Estos últimos quizá fueran animales, o tal vez, algún tipo de transporte mecánico; según la vaga descripción de Ijale cualquiera de los dos era factible. Océano, costa y desierto; esto y nada más era lo que constituía su mundo, y no concebía que pudieran existir otras cosas más allá.
Pero Jason sabía que había más; que tenía que haber algún contacto con una civilización superior; el arco era una prueba evidente de ello, y se había propuesto firmemente descubrir su procedencia. Pero para conseguir esto tendría que cambiar su condición de esclavo, cuando llegara el momento oportuno. De momento había conseguido hacer un progreso: esquivar con cierta facilidad las pesadas botas de Ch'aka.
El trabajo no era duro, y había comida suficiente.
Siendo solamente un esclavo, no tenía otras obligaciones oportunidades que obedecer órdenes, y sin embargo, tenía más que suficientes para descubrir un gran número de cosas de este planeta, lo cual, estando todo lo bien preparado que fuera posible, le sería de gran utilidad en el momento en que decidiera abandonar aquel lugar.
Cuando ya casi anochecía, divisaron otra columna de esclavos caminantes, en la distancia, siguiendo una ruta paralela a la de ellos. Jason sospechó que se repetirían los acontecimientos del día anterior, pero quedó agradablemente sorprendido al ver que no era así. La vista de los otros, hizo montar en cólera a Ch'aka inmediatamente, y enviar a sus esclavos para que se pusieran a cubierto de todo riesgo, a toda velocidad y en todas direcciones. Dando saltos tremendos, gritando desaforadamente, blandiendo la maza al aire de un modo incontenible, se puso en situación antes de emprender una loca carrera.
Jason le siguió de cerca, vivamente interesado por el nuevo rumbo que tomaban las cosas.
Frente a ellos, estaba el otro grupo de esclavos esparcido, y de entre la penumbra que formaban, apareció otra figura armada. Los dos líderes se abalanzaron el uno hacia el otro a toda velocidad, y Jason ansiaba y suplicaba por un choque brusco y demoledor que los dejara fuera de combate en cuanto se encontraran. Sin embargo, redujeron de a poco la velocidad antes de chocar y comenzaron a dar vueltas uno alrededor del otro, escupiendo insultos e imprecaciones a mansalva.
- ¡Te odio, M'shika!
- ¡Te odio, Ch'aka!
Las palabras eran las mismas, pero el significado tenía más formalidad y fiereza que Cuando fueron intercambiadas con Fasimba.
- ¡Te mataré, M'shika! ¡Has vuelto a entrar en mis tierras con la carroña de tus esclavos!
- ¡Eres un farsante, Ch'aka, este terreno es mío desde hace mucho tiempo!
- ¡Te voy a matar!
Ch'aka dio un salto enorme al pronunciar esas palabras, y descargó un mazazo tal, que hubiera partido al otro hombre en dos de haberlo alcanzado. Pero M'shika esperaba el golpe y se tiró hacia atrás, lanzando un contragolpe con su maza que Ch'aka logró esquivar con facilidad. Hubo un intercambio rápido de golpes que no hicieron más que blandir el aire, hasta que ambos hombres estuvieron entrelazados, entregándose a una lucha llena de vigor y acometividad.
Rodaron cogidos por el suelo, gritando de un modo salvaje y tratando de destrozarse el uno al otro. Los pesados mazos no tenían ninguna utilidad en aquella lucha cuerpo a cuerpo, y fueron despreciados en favor de los cuchillos y las rodillas: ahora comprendía Jason la utilidad de los colmillos que Ch'aka llevaba atados, de punta, sobre las pieles que envolvían las rodillas. No se trataba de una simple lucha de dominación, sino que cada uno de ellos trataba de matar a su oponente. La armadura que en ambos constituían las pieles, hacía más difíciles sus propósitos, y la lucha continuaba, llenando el suelo de dientes de animales rotos, armas desechadas, y toda clase de despojos. Parecían que iban a decidirse por declarar nulo el combate, cuando los dos se separaron para recuperar fuerzas, pero inmediatamente se lanzaron el uno contra el otro con renovado ahínco.
Fue Ch'aka quien deshizo el equilibrio de fuerzas, cuando con gran astucia clavó la daga en el suelo, y en el siguiente volteo que dieron sobre la arena, la recogió por el mango con la boca. Sujetando los brazos de su oponente entre sus manos, se lanzó de cabeza, y acertó a encontrar el punto débil sobre la armadura del otro.
M'shika lanzó un grito y una imprecación terribles, y se debatió por desasirse de su enemigo hasta conseguirlo. Cuando se puso en pie la sangre corría estrepitosamente por el brazo, goteando sin cesar por la punta de los dedos. Ch'aka volvió a saltar sobre él, pero el herido tuvo tiempo de apoderarse de su maza y parar el golpe.
Retrocediendo alocadamente, aprovechó para recoger la mayoría de sus armas esparcidas con el brazo herido, y emprendió una veloz retirada.
Ch'aka corrió tras él por espacio de unos metros, gritando a los cuatro vientos las alabanzas de su fuerza y habilidad, y de cobardía de su oponente. Entretanto, Jason, vio una especie de cuerno corto, procedente de algún animal marino, perdido entre la arena revuelta, y rápidamente lo recogió antes de que Ch'aka volviera.
Una vez que el enemigo había sido disperso y había desaparecido, Ch'aka buscó cuidadosamente por el suelo que había sido campo de batalla, tratando de encontrar algún trofeo militar de valor. Aunque todavía quedaban una o dos horas de luz diurna indicó que había llegado el momento de detenerse, y distribuyó la correspondiente ración de tarde de krenoj.
Jason se sentó, y mascó su ración sumido en reflexiones, mientras que Ijale, recostada a su lado, movía la espalda rítmicamente, tratando de aliviar la comezón de su piel dañada por la repugnante mordedura de algún ácaro escondido. Los piojos eran inevitables; hacían de las costuras o arrugas de las pieles su inexpugnable fortaleza, y emergían de tanto en tanto sobre la tibia carne humana. Jason había llegado al nivel de los demás, en lo que a la ración de esa peste se refiere, y como los demás, buscaba también sus ratos y oportunidades para mitigar la comezón. Aquel estado de cosas, habían hecho que el malhumor y la ira se fueran adueñando de él sin ni siquiera apercibirse.
- Me estoy cansando - dijo, poniéndose en pie. - Estoy harto de la esclavitud. ¿Cuál es el lugar más próximo en el desierto, donde pueda encontrar los d'zertanoj?
- Por allí, a dos días de camino. Pero, ¿cómo vas a matar a Ch'aka?
- Yo no lo voy a matar, simplemente me voy. Ya he disfrutado bastante tiempo de su hospitalidad y de sus botas.
- No puedes hacer eso - susurró ella -. Te matarán.
- No creo que Ch’aka me pueda matar si no esto y aquí.
- Todos te matarían. Es la ley. Todos los esclavos que escapan mueren.
Jason se volvió a sentar, mordió otro trozo de su krenoj y se entretuvo rumiándolo.
- Me propones que me quede. Pero yo no tengo ningún deseo particular en matar a Ch'aka, aun a pesar de que me robara las botas. Y por otra parte, no veo de qué me podría servir el matarle.
- Eres tonto. Si mataras a Ch'aka, tú serías el nuevo Ch'aka. Y entonces... podrías hacer lo que quisieras.
Naturalmente. Ahora que se lo había dicho, los estamentos sociales parecían evidentes. Pero el hecho de haber visto esclavos y esclavizadores, Jason había caído en la errónea creencia de que eran diferentes clases de sociedad, cuando en realidad, no había más que una sola clase, y era la que se podía denominar la del más fuerte. Él mismo se tenía que haber dado cuenta de esto cuando vio el extremo cuidado que Ch'aka ponía en no permitir que nadie se acercara más de lo que creía prudencial a él, y cuando observó que todas las noches desaparecía para dirigirse a algún lugar oculto. Siempre existía la sospecha de la venganza llevada hasta el más absoluto extremo, pensando en cada uno de los hombres con las manos tendidas hacia él, contra él, y con el convencimiento de que la longevidad dependía de la fuerza del brazo y la rapidez de reflejos. Cualquiera que quisiera individualizarse, separarse, tenía que considerar que era tanto como aislarse de la sociedad, y por tanto se convertía en un enemigo susceptible de ser asesinado en cuanto le echaran la vista encima. Todo esto sumaba al hecho de que tenía que matar a Ch'aka si quería continuar adelante. En realidad no quería hacerlo.
Pero no le quedaba más remedio.
Aquella noche, Jason siguió con la mirada a Ch'aka en el momento en que éste se separaba de los otros, observando con toda minuciosidad la dirección que tomaba. Naturalmente, el dueño de los esclavos, darla un rodeo antes de dirigirse al lugar escogido de antemano, pero con un poco de suerte, Jason lograría encontrarle. Y le mataría. No es que le atrajera mucho el asesinato a medianoche, e incluso, antes de llegar a este planeta, había siempre tenido el convencimiento de que matar a un hombre, terminar con la existencia de otro hombre dormido era una cobardía y un procedimiento infame. Pero a tales males, tales remedios, pues desde luego lo que no podía afrontar era un combate abierto contra aquel hombre armado y acorazado.
Estuvo dormitando pacientemente hasta que llegó la medianoche, cuando llegó este momento, salió con máximo sigilo de entre las pieles que le cubrían. Ijale se dio cuenta de su maniobra, y él vio sus ojos abiertos de par en par a la luz de las estrellas, pero la muchacha ni se movió ni dijo una palabra. En el más completo silencio desapareció en la oscuridad de las dunas.
Encontrar a Ch'aka en la noche del desierto, no era empresa fácil, pero Jason persistía. Anduvo de un lado a otro, encontrándose con sombríos repechos y montículos que había que registrar con el mayor de los cuidados. Aquel hombre debía estar durmiendo en uno de ellos, y sin duda estaría alerta al menor ruido.
El hecho de que Ch'aka había tomado especiales precauciones para salvaguardarse de un asesinato, quedó indiscutiblemente demostrado a Jason cuando oyó sonar la campanilla. Era un sonido débil, apenas audible, pero que le dejaba a uno helado instantáneamente. Algo había quedado enredado en su brazo, y al echarse hacia un lado, aun a pesar de hacerlo con el mayor de los cuidados, la campanilla volvió a sonar. Maldijo en voz baja su estupidez, por no haber recordado las campanillas que en otras ocasiones oyera alrededor de Ch'aka. Sin lugar a dudas, aquel hombre debía protegerse todas las noches con una especie de tela de araña de cuerdas finas, que hacían sonar las campanillas si alguien intentaba aproximarse a él en la oscuridad. Muy despacio y haciendo el menor ruido posible, Jason se alejó de aquel lugar.
Armando un gran alboroto con los pies, apareció Ch'aka, agitando la maza por encima de la cabeza, y yendo directamente hacia Jason. Jason se hizo desesperadamente hacia un lado, y la maza se estrelló contra el suelo. Pequeñas rocas salientes, se alzaban ante sus pies, y lo que más temía era que si tropezaba con una de ellas y caía, podía considerarse muerto, pero no le quedaba otro recurso que correr. Ch'aka con toda su impedimenta no lograba darle alcance, y Jason consiguió mantenerse en pie el tiempo suficiente para dejarle a larga distancia. Ch'aka gritaba enfurecido, maldiciendo a ultranza, sin lograr alcanzarle. Jason, por su parte, con la respiración totalmente alterada, consiguió perderse en la oscuridad.
Describió, un gran círculo antes de adentrarse en el campamento que formaban los hombres en descanso. Sabía que el menor ruido les despertaría, y prefirió andar con el máximo cuidado antes de volver a meterse entre sus pieles. El cielo, empezaría pronto a despejar las tinieblas, y ya que el estado nervioso no le permitiría reconciliar el sueño, prefirió permanecer despierto dudando si habría sido reconocido; se inclinó más bien por pensar que no.
Cuando el sol comenzaba a asomar en el horizonte, Ch'aka apareció sobre las dunas, y aun en la distancia se apreciaba la ira que le embargaba.
- ¿Quién fue? - chilló -. ¿Quién fue el que se acercó a mí esta noche? - comenzó a caminar entre ellos, mirando a derecha e izquierda, y nadie osó decir palabra ni moverse si no fue para echarse hacia atrás a medida que avanzaba -. ¿Quién ha sido? - volvió a gritar de nuevo, en el momento en que llegó al lugar en que estaba Jason.
Cinco esclavos se atrevieron a alzar la mano señalando a Jason, al mismo tiempo que Ijale, temblorosa, se separaba de él.
Maldijo a los traidores, al mismo tiempo que se ponía en pie y saltaba hacia atrás para esquivar el golpe de maza que se le venía encima. Llevaba en la mano. el cuerno puntiagudo de que se había apropiado durante la lucha entre Ch'aka y M'shika, pero un sexto sentido le decía que tenía que haber otro procedimiento mejor para salir con éxito de aquella empresa, que el de enfrentarse en combate singular a Ch'aka, tenía que haber otro medio. En su alocada carrera se volvió para mirar furtivamente a su enemigo que venía tras de sus pasos, momento que aprovechó un esclavo para extender la pierna y hacerle caer.
¡Todos estaban contra él! Todos estaban uno contra otro, y ningún hombre estaba a salvo de las manos del de al lado. Se levantó y consiguió salir de entre el grupo de esclavos, para dirigirse hacia un ribazo de pronunciada vertiente. Cuando llegó a la cúspide, se giró para tirar arena al rostro de Ch'aka con ánimo de cegarle momentáneamente, pero el dueño de los esclavos, despreciando el ataque de Jason, sacó el arco y se dispuso a montar la flecha. Jason tuvo que echar a correr. Ch'aka salió en su persecución, con pesados pasos.
Jason comenzaba a cansarse, y llegó a la determinación de que era el mejor momento para lanzarse a un contraataque. Habían perdido de vista a los esclavos, y por lo tanto la lucha se desarrollaría sin testigos, subiéndose a un montículo de rocas areniscas, se giró repentinamente, para saltar desde aquella altura. Ch'aka fue cogido por sorpresa y ya tenía la maza medio levantada cuando Jason cayó sobre él. Jason aprovechó la ventaja que le daba caer sobre su enemigo y la sorpresa de éste, para coger la maza y arrancarla de la mano de Ch'aka.
Al caer al suelo, y puesto boca abajo, el hombre armado escupió sobre la arena, mientras Jason se debatía ardientemente por llegar a poner la mano sobre la barbilla de Ch'aka. Apretó con toda la fuerza de su mano y sus dedos sobre el cuello del enemigo, para luego con un movimiento rapidísimo, bajar la mano y asirse a las barbas de Ch'aka, tirándole bruscamente la cabeza hacia atrás. Le mantuvo en aquella posición durante unos instantes al final de los cuales, Jason, con la mano libre, hundió el puntiagudo cuerno sobre la carne blanda de la garganta. Un borbotón de sangre calenturiento le inundó la mano, mientras que Ch'aka moría entre horribles convulsiones y estertores de agonía, que Jason aminoraba con el peso de su cuerpo.
Exhausto, próximo al desfallecimiento, Jason se puso en pie. Se hallaba solo con su víctima. El aire frío atravesaba su cuerpo, un viento que arrastraba granos de arena que le azotaban, algunos de los cuales quedando pegados a su piel al hacer cuerpo con el sudor que le cubría. Restregó sus manos ensangrentadas sobre la arena, y comenzó a desnudar el cadáver. Cuerdas recias sostenían el caparazón sobre la cabeza del muerto, y cuando terminó de desatarlas y se lo quitó, vio que Ch'aka era un hombre que había sobrepasado la mediana edad. Poseía bastantes mechones grises en la barba, y la cabeza la tenía totalmente blanca. Tenía el rostro excesivamente pálido a causa de ir siempre cubierto con el caparazón.
Le costó bastante rato quitarle todo cuanto le envolvía, para ponérselo él, pero al fin lo consiguió. Bajo las pieles y los envoltorios, aparecieron en los pies de Ch'aka las botas de Jason, muy sucias, pero sin estropear, y Jason se las quitó lleno de contento. Cuando por fin, después de haber restregado el caparazón con arena, lo puso sobre su cabeza, Ch'aka acababa de resucitar. El cuerpo sobre la arena, no era más que el de un esclavo muerto. Jason abrió una tumba en la arena, enterró el cuerpo, y lo cubrió con la misma tierra.
Después, terriblemente embarazado con las armas, los sacos, el arco y la maza en la mano, se puso en camino hacia los esclavos expectantes. Tan pronto como apareció ante ellos, se pusieron en pie, y organizaron la acostumbrada formación en fila.
Jason vio a Ijale que le miraba con rostro preocupado, intentando descubrir quién habría ganado la batalla.
- ¡En marcha para volver sobre nuestros pasos! - gritó. Ella, habiéndole reconocido, le sonrió tímidamente y dio media vuelta -. ¡Un nuevo día está amaneciendo para vosotros, esclavos! Ya sé que en este momento no me creéis, pero aún tenemos muchas probabilidades.
Comenzó a silbar mientras arrastraba sus pasos tras la formación, y saboreó con satisfacción el primer krenoj que encontraron sus hombres.
Capítulo VI
Aquella tarde, encendieron una hoguera, en la playa, y Jason se sentó, de espaldas y muy próximo al mar, para tenerlos a todos ante su vista y que nada le pudiera sorprender. Se quitó el caparazón, que le ponía dolor de cabeza, y llamó a Ijale junto a él.
- Te escucho, Ch'aka. Yo obedezco.
Corrió presurosa junto a él, se tumbó en la arena y le ofreció sus labios.
- ¡Pues vaya una opinión que tienes de los hombres! - expuso Jason -. ¡Siéntate bien! Y recuerda que mi nombre es Jason, y no Ch'aka.
- SI, Ch'aka - dijo ella mirándole detenidamente.
Él le acercó el cesto de krenoj.
- Ya veo que no va a ser muy fácil cambiar el sistema social. Dime, ¿no has sentido tú nunca, o alguno de los otros, el deseo de ser libres?
- ¿Qué es ser libres?
- Bueno... creo que esto ya responde a mi pregunta. Libre es lo que eres cuando no eres esclavo, ¡libre!, libre para ir a donde quieras y hacer lo que te dé la gana.
- No me gustaría eso - dijo ella un tanto confusa ¿Quién se cuidaría de mí? ¿Quién me protegería? ¿Cómo iba a poder encontrar krenoj? Para hallar el krenoj hace falta mucha gente junta... uno solo se moriría de hambre.
- Pero si eres libre, te puedes reunir con otras gentes libres y así, poder buscar el krenoj juntos.
- Eso es una tontería. El que lo encontrara se lo comería, y no lo compartiría con nadie, si no hubiera un dueño que le obligara a ello. Y a mí me gusta comer.
Jason se pasó la mano por la barba.
- A todos nos gusta comer, pero eso no quiere decir que para ello, tengamos que ser esclavos. Pero ya veo, que hasta que no se produzcan algunos cambios radicales en las circunstancias actuales, no voy a conseguir mucho en mi intención de liberaros, y por el contrario tendré que tomar todas las precauciones que tomaba Ch'aka, para continuar con vida.
Cogió la maza y se adentró en la oscuridad, en silencio, circundando el campamento, hasta que encontró un lugar que consideró apropiado para pasar la noche. Trabajando a tientas, sacó los enseres de los sacos, y plantó unas estacas de donde pendían hebras de cuero. A los extremos de las hebras, había campanillas que tintineaban al menor movimiento. Bajo tal protección, se acostó en el centro de aquella tela de araña que le servía de despertador, y transcurrió para él una noche sin descanso, sobresaltado a cada instante, en espera de que sonaran las campanillas.
A la mañana siguiente continuó la marcha. Llegaron a la raya divisoria, y cuando los esclavos se detuvieron, Jason les incitó para que la atravesaran. Lo hicieron llenos de regocijo, convencidos de que serían testigos de un combate sin igual, por la posesión del territorio violado. Sus esperanzas estaban justificadas, cuando más tarde, en pleno día, divisaron a la otra columna de esclavos, muy lejos a la derecha, de la que se destacó una figura que vino corriendo hacia ellos.
- ¡Te odio, Ch'aka! - gritó Fasimba lleno de ira, poniendo en esta ocasión, grave intención a sus palabras ¡Entrar en mi territorio! ¡Te mataré!
- ¡Espera! - le interrumpió Jason - ¡Ah, yo te odio, Fasimba!, perdona que haya olvidado los formulismos. No quiero apoderarme de tus tierras, y te aseguro que el viejo tratado o lo que sea, sigue y seguirá manteniéndose. Lo único que quiero es hablar contigo.
Fasimba se contuvo, pero continuó con su hacha de piedra presta al ataque, lleno de sospechas.
- ...tienes una nueva voz, Ch'aka.
- Soy un nuevo Ch'aka; el otro está subiendo ahora a las grandes dehesas; quiero tratar contigo sobre uno de tus esclavos y entonces nos iremos.
- Ch’aka era un guerrero fuerte. Tú debes ser un buen luchador, Ch'aka - agitó el hacha lleno de furor ¡Pero no eres tan bueno como yo, Ch'aka!
- Tú eres el mejor, Fasimba; nueve de cada diez esclavos te quieren a ti por amo. Mira, si no llegamos a un acuerdo, sacaré inmediatamente a mi gentuza de aquí. Lo que quiero es al esclavo que tenía el agujero en la cabeza. Te daré dos esclavos a cambio, a los que tú escojas. ¿Qué me dices a esto?
- Que es un buen trato, Ch'aka. Tú coge a uno de los míos, al mejor, y yo cogeré a dos de los tuyos. Pero el del agujero en la cabeza ya no está. Demasiados problemas. Siempre estaba hablando. Me hacían mal los pies de tanto darle patadas, así que me desembaracé de él.
- ¿Le mataste?
- Yo nunca desperdicio un esclavo. Negocié con él con los d'zertanoj, y a cambio me dieron flechas. ¿Quieres flechas?
- No, ahora no, Fasimba, pero te agradezco la información. - Metió la mano en una bolsa, y sacó krenoj -. Toma, aquí tienes algo de comida.
- ¿Dónde cogiste el krenoj envenenado? - preguntó Fasimba con total desinterés -. Yo saco provecho del krenoj envenenado.
- Éste no está envenenado; es perfectamente comestible, o al menos en la medida en que lo son las cosas aquí.
Fasimba se puso a reír.
- Eres gracioso, Ch'aka. Te daré una flecha por el krenoj envenenado.
- Desde luego, eres tozudo, amigo - dijo casi para sí, arrojando el krenoj sobre el suelo, en el espacio que mediaba entre ambos -. ¿Pero no te digo que es perfectamente comestible?
- Eso es lo que le digo al hombre al que se lo doy. Yo saco buen provecho del krenoj envenenado - y diciendo esto arrojó una flecha bastante lejos, recogió el vegetal del suelo, y comenzó a alejarse.
Cuando Jason recogió la flecha, ésta se curvó, y vio que estaba casi partida en dos, y que el lugar por donde se había partido, había sido cubierto con barro.
- ¡Me parece bien! - le gritó al dueño de los esclavos en retirada -. ¡Pero ahora espera a que tu amigo se coma el krenoj!
Continuaron la marcha, primero hacia la raya divisoria, con el suspicaz Fasimba vigilando sus pasos desde lejos. Solamente cuando Jason y su banda hubieron atravesado la raya divisoria, los otros volvieron a su normal nomadismo.
Entonces comenzó la larga marcha, hacia los límites de la tierra desierta. Puesto que tenían que buscar krenoj mientras caminaban, les costó tres días alcanzar su destino. Jason comenzó avanzando en dirección fija y correcta, pero tan pronto como perdieron de vista el mar, perdió con él la idea concreta del camino a seguir. Sin embargo, no hizo confidencia de su ignorancia a los esclavos, y ellos continuaron caminando con rumbo fijo por lo que era para ellos una ruta bien conocida.
A lo largo del camino, recogieron y consumieron un buen número de krenoj, y encontraron dos sitios tan ricos en aquel vegetal, que les permitió volver a llenar sus sacos de pieles, y hasta le señalaron un animal confuso, asustado, sentado en un agujero, que Jason, sin que ninguno de ellos se atreviera a exteriorizar su disgusto, falló de buen trecho con el arco. A la mañana del tercer día, Jason vio una línea de demarcación en el lejano horizonte, y antes de la comida del mediodía, llegaron a una mar de ondulante y azul grisácea arena.
La realidad, comparada con lo que él se había acostumbrado a pensar que era un desierto, fue sobrecogedora. Bajo sus pies, arena y arenisca, mientras que algunos matojos salpicados aquí y allá, daban idea de una repulsiva existencia, igual que algunas otras hierbas y el mismo krenoj, aun a pesar de ser el sostenedor de vida. Hombres y animales vivían aquí, y aunque fuera de la forma más rudimentaria, al menos se mantenían en vida. En toda la vasta extensión que se abría ante ellos, no se vislumbraba la vida, ni la posibilidad de que la hubiera, aunque al parecer no existía la menor duda de que los d'zertanoj vivían aquí. Esto significaba, que aunque aparentemente aquel territorio era ilimitado, cual era la creencia de Ijale, había probablemente tierras cultivables al otro lado. Y también había montañas, si no es que eran nubes, las líneas de picos grises que se divisaban en el lejano horizonte.
- ¿Dónde encontraremos a los d'zertanoj? - preguntó Jason al esclavo más próximo a él, que se limitó a encogerse y mirar hacia otro lado. Jason tenía un problema de disciplina. Los esclavos no hacían nada que él les pidiera, si no les trataba a patadas. La situación de aquellos hombres era tal, que una orden que no fuera acompañada de una patada, no era una orden, y sin embargo, la continuada aversión de Jason a imponer la violencia física sobre una orden hablada, era tomada como un signo de debilidad. Sus esfuerzos por mejorar la vida de los esclavos se veían bloqueados totalmente por los mismos esclavos. Lanzando una maldición entre dientes, por la obstinada testarudez de aquellas criaturas, Jason le dio una patada al hombre con la punta del pie.
- Les encontraremos al lado de la gran roca - fue la inmediata respuesta.
Siguiendo con la vista la dirección indicada, se apreciaba en la distancia un punto oscuro, y cuando se acercaron, Jason vio que era un afloramiento de roca, construido de un modo uniforme. Tras aquellos muros se podían esconder gran número de hombres, y por tanto no estaba dispuesto a arriesgar a sus preciados esclavos, o lo que era más, exponer su propio pellejo. Dio una orden en voz alta, y la columna se detuvo, sentándose en la arena. Él avanzó unos metros con la maza en una mano y examinando con suspicacia la estructura.
El hecho de que había vigilantes ocultos, quedó demostrado, cuando apareció un hombre de detrás de una esquina, y fue caminando con lentitud hacia él. Llevaba ropas muy holgadas y un cesto bajo un brazo, y cuando llegó a un punto, que aproximadamente era la mitad de camino entre Jason, y el edificio que acababa de abandonar, se detuvo, y se sentó con las piernas cruzadas sobre la arena, dejando el cesto a un lado. Jason observó detenidamente en todas direcciones, hasta que llegó a la conclusión de que la situación no ofrecía ningún peligro. No había ningún lugar donde pudieran esconderse hombres armados, y en lo que se refería a un hombre solo, nunca le había tenido miedo. Con la maza a punto, avanzó hasta quedar situado a tres pasos del otro.
- Bienvenido, Ch'aka - saludó el hombre -. Temía que no volveríamos a vernos, después de aquella pequeña... diferencia que tuvimos.
Continuó sentado mientras hablaba, al mismo tiempo que pasaba displicentemente la mano, por las hebras de su barba hirsuta. Tenía la cabeza totalmente rapada, y estaba tan reseca por el sol y tan quemada, como el resto del rostro, cuyo rasgo más prominente era la proa de su nariz que terminaba en ventanas acampanadas y que constituía un sólido soporte para un par de gafas de sol hechas a mano. Daba la impresión de haber sido talladas en hueso, y se acomodaban perfectamente a su rostro, Aquel tipo de protección para los ojos demostraba en principio, que el que las empleaba tenía cierta debilidad en la vista, que unido a las arrugas de su aspecto exterior, sugerían que aquel hombre era bastante mayor, y por tanto, muy difícil que pudiera suponer ningún pero para Jason.
- Quiero una cosa - dijo Jason yendo directamente al grano del asunto, a la manera Ch'aka.
- Una voz nueva y un nuevo Ch'aka... Te doy la bienvenida. El otro era un perro y me serviría de gran regocijo saber que murió entre grandes sufrimientos cuando le mataste. Y ahora, siéntate amigo Ch’aka, y bebe conmigo.
Con el mayor de los cuidados, destapó el cesto, y sacó una jarra de piedra, y dos vasijas pequeñas.
- ¿De dónde sacas la bebida venenosa? - preguntó Jason, recordando las maneras y procedimientos locales. Este d'zertanoj era un tipo curioso; había sabido comprender instantáneamente, por la voz de Jason, que había habido un cambio de identidad -. ¿Y cuál es tu nombre?
- Edipon - dijo el anciano, mientras que, sin sentirse ofendido, metía de nuevo las vasijas en el cesto - ¿Qué es lo que quieres? Si te pones en razón, llegaremos a un acuerdo. Siempre necesitamos esclavos, y por tanto, siempre estamos deseosos de negociar.
- Quiero a uno de tus esclavos, y lo cambio por dos de los míos.
El hombre, que continuaba sentado, sonrió fríamente tras el refugio de su nariz.
- No hace falta que hables con tan poca naturalidad, y tanta parquedad, como los bárbaros de las costa, puesto que adivino por tu acento, que eres un hombre de educación. ¿Qué esclavo es el que quieres?
- El que te entregó Fasimba. Me pertenece. - Jason abandonó sus modales e inflexiones lingüísticas, y se puso más en guardia, mirando de nuevo en derredor de las solitarias arenas. Este viejo pájaro reseco, era más inteligente de lo que parecía, y Jason tenía que mantenerse totalmente a la expectativa.
- ¿Eso es cuanto necesitas? - inquirió Edipon.
- En este momento, no se me ocurre otra cosa. Si llegamos a un acuerdo en esto, quizá después podamos hablar de otros asuntos.
La risa de Edipon tuvo algo muy desagradable para Jason, y se echó hacia atrás rápidamente, cuando el viejo se puso dos dedos en la boca, y lanzó un silbido estridente. Oyó unos ruidos extraños, y Jason aun se giró a tiempo para ver a unos hombres que aparentemente brotaban del vacío desierto, pero que en realidad, salían de debajo de pequeñas guaridas de madera, cubiertas con arena para disimular el escondrijo. Había hombres con escudos, broqueles y mazas, y Jason maldijo su estupidez al haberse reunido con Edipon en el lugar escogido por el otro. Alzó la maza, y se volvió de nuevo hacia el viejo, pero éste ya se había alejado, buscando el refugio de la roca. Jason gritó lleno de rabia, y corrió hacia el hombre más próximo, que estaba todavía a mitad de camino entre él y el lugar que aquél había ocupado como escondite. El hombre no pudo impedir que el golpe de Jason cayera sobre la parte superior del escudo, y le tirase al suelo. Jason continuó corriendo, pero otro se cruzó en su camino. No veía el modo de burlarle, y por tanto decidió lanzarse contra aquel a toda velocidad, produciendo un tintineo constante, los colmillos y cuernos pendientes de sus vestimentas. El hombre se derrumbó ante el ataque de Jason, que al mismo tiempo le partió el escudo con la maza, y aún le hubiera ocasionado mayores daños, si no hubieran llegado los otros hombres y se hubiera tenido que enfrentar a ellos.
La batalla fue breve y endiablada, con Jason dando un poco más de lo que recibió. Dos de los atacantes, estaban fuera de combate, y un tercero no se quitaba las manos de su cabeza abierta cuando la razón del número, dio con Jason en el suelo. Llamó desesperadamente a sus esclavos, solicitando ayuda, y les maldijo con todas sus fuerzas. al ver que ni se inmutaban y continuaban sentados, mientras le ataban las manos con cuerdas, y le despojaron de todas sus armas. Uno de los vencedores, hizo señas con las manos a los esclavos, quienes dócilmente se internaron en el desierto.
Jason fue arrastrado, chillando de rabia, en la misma dirección.
Había una abertura amplia en el muro, que permitía ver una gran parte del desierto; y en cuanto Jason la hubo traspuesto, su rabia desapareció instantáneamente. Éste era uno de los caroj de que le había hablado Ijale; no cabía la menor duda. Ahora comprendía porque, a los ojos ineducados de la muchacha, había duda en si aquella cosa era un animal o no. El vehículo era de unos diez metros de largo, y su forma recordaba a la de un barco. Llevaba en uno de los extremos una cabeza grande, y evidentemente falsa, cubierta con pieles, y en la que los dientes tallados y pintados, y unos resplandecientes ojos de cristal. Estaba cubierto con las más variadas cosas, y de él pendían unas patas que de ningún modo daban la sensación de realidad. Todo aquel camuflaje y revestimiento, no hubiera conseguido engañar a un niño de seis años civilizado. Aquella especie de disfraz podía ser suficiente para engañar a los ignorantes esclavos, pero aquel mismo niño civilizado se hubiera dado cuenta inmediatamente de que era un vehículo, y sobre todo en cuanto hubiera visto las seis ruedas grandes que ocupaban la parte inferior. Estaban mal terminadas, y habían sido hechas con una sustancia de aspecto elástico. Todavía no sabía el tipo de tracción que emplearían, pero Jason quedó verdaderamente sorprendido al llegar hasta él el olor de fuel quemado. Este mecanismo de raro aspecto tenía alguna fuente de poder artificial, que podría ser el producto de una revolucionaria industrial local, o bien proporcionado por negociantes de otros mundos. Cualquiera de las posibilidades le ofrecía la probabilidad eventual de escapar de aquel planeta sin nombre.
Los esclavos, algunos de los cuales temblaban de temor ante lo desconocido, fueron metidos a empujones y con destemplanza en el caroj. Cuatro de los sabuesos que habían rendido a sumisión y amarrado a Jason, le arrastraron nuevamente y le metieron en la plataforma, donde permaneció tranquilamente examinando con detenimiento cuanto se podía ver en aquel vehículo mecánico del desierto. Un poste se proyectaba en la parte delantera de la plataforma, y uno de los hombres no se separaba de lo que sin duda era la palanca de gobierno, el timón. Si este monolítico aparato se maniobraba con las ruedas delanteras, tenía que tener la tracción en las de atrás, y Jason se fue arrastrando hacia aquel lugar. Una cabina, de la anchura de la plataforma, sin ventanas y con una sola puerta en la que se podía apreciar toda clase de cerraduras y candados. Sin lugar a dudas era la habitación donde se hallaba el motor, cuyos humos tiznaban de negro el metal que se alzaba sobre el techo de la cabina.
- Nos vamos - anunció Edipon, haciendo desmesurados gestos con los brazos en el aire -. Alzad el puente de entrada. Narsisi, estate atento para indicar la ruta al caroj. Y ahora..., rezad todos mientras yo voy al altar para inducir a los sagrados poderes a que nos lleven hacia Puti'ko. - Se fue hacia la cabina, y se detuvo para preguntar a uno de los hombres armados -: Erebo, perezoso hijo de perra, ¿te acordaste de llenar esta vez las calderas de los dioses para cuando tengan sed?
- Sí, las llené, las llené - masculló Erebo, mientras masticaba un krenoj.
Una vez efectuadas las preparaciones, Edipon entró en la habitación. Se produjeron abundantes ruidos antes de que lo hiciera, a causa de los cerrojos, pestillos y candados que hubo que abrir. Al cabo de unos minutos una nube negra, de humo grasiento fue arrastrada por el viento. Casi transcurrió una hora antes de que los sagrados poderes se decidieran a ponerse en movimiento, y anunciaron su decisión lanzando al aire chillidos y resoplidos. Cuatro de los esclavos lanzaron un grito lleno de angustia y se desvanecieron, mientras que los demás resistían aquellas escenas con rostro que hubieran mostrado mayor felicidad estando muertos.
Para Jason que ya había vivido alguna experiencia con las máquinas primitivas, la válvula de seguridad de la caldera de vapor, con sus chillidos y estridencias no constituyó ninguna sorpresa. Incluso estaba preparado, cuando el vehículo, dando una sacudida terrible, se puso en movimiento a través del desierto. A juzgar por la cantidad tan enorme de humo y de vapor que salía de aquella habitación, llegó a la conclusión de que el motor no era muy eficiente, aunque por primitivo que fuera, la verdad es que hacía avanzar el caroj a través de la arena del desierto con paso lento y seguro.
Una nueva oleada de chillidos se elevó de entre los esclavos, e incluso algunos llegaron a querer saltar de un lado a otro buscando una solución, incluso la muerte, para el nuevo tormento, por lo desconocido, que les acechaba. Los más rebeldes, fueron dejados fuera de combate, a fuerza de maza. Un d'zertanoj envuelto en ropas, se abría paso a través de las filas de cautivos, obligándoles a tragar una pequeña cantidad de líquido oscuro. Algunos de ellos perdieron el conocimiento, o quizás estaban muertos, aunque las posibilidades eran mayores de que simplemente estuvieran inconscientes, puesto que no había razón para que sus cautivadores les mataran, después de haberse visto en tales penalidades y trabajos para meterlos allí. Éste era el parecer de Jason, pero los aterrados esclavos no poseían el solaz de su filosofía, de modo que se debatían, creyendo que estaban luchando en defensa de sus propias vidas.
Cuando le llegó el turno a Jason, no se sometió tan fácilmente aún a pesar de sus creencias, y todavía consiguió morder con rabia furibunda algunos dedos, y propinarle a un hombre una patada en el estómago antes de que se sentaran sobre él, le sujetaran todo el cuerpo, taparan las narices, y le obligaran con ello a tragar una buena ración del líquido ardiente. Le dio la impresión que le quemaba las entrañas, y todavía se debatió por ponerse en pie, pero esto fue lo último que pudo recordar.
Capítulo VII
- Bebe un poco más de esto - le decía una voz, mientras el agua fría resbalaba por entre la comisura de sus labios, y una pequeña cantidad llegaba a atravesar la garganta haciéndole toser. Algo le estaba oprimiendo la espalda, y las muñecas le dolían terriblemente. La memoria de los hechos volvió hasta él pausadamente... la lucha, la captura, y la pócima que le habían obligado a beber. Cuando abrió los ojos, vio una luz amarillenta, titubeante, frente a él, colgada de una cadena, que momentáneamente le hirió los ojos. Intentó reunir las energías suficientes para sentarse. Había, frente a la luz, un rostro que le era familiar, y Jason parpadeó unos instantes, antes de susurrar entrecortadamente.
- ¿Eres tú, Mikah?, ¿o formas parte de una pesadilla?
- No es posible escapar a la justicia, Jason. Sí, soy yo, y tengo que formularte algunas preguntas muy graves.
Jason volvió a susurrar.
- Sí, no me cabe la menor duda de que eres real. Ni aun en una pesadilla se me hubiera ocurrido que contestaras en estos términos. Pero antes de que me hagas tales preguntas, ¿querrías explicarme una o dos cosas del lugar donde nos encontramos? Tendrías que saber algo, puesto que has sido esclavo de los d'zertanoj durante más tiempo que yo.
Mientras hablaba Jason se dio cuenta de que el dolor de las muñecas se lo proporcionaban unas argollas de hierro que las tenían apresadas. Las argollas a su vez estaban unidas a fuertes cadenas, y éstas al poste de madera sobre el que estaba descansando la cabeza.
- ¿Por qué estas cadenas?, ¿qué tal es la hospitalidad de estas gentes?
Mikah se resistió a la invitación que le hacían de compartir ciertas informaciones que en aquel momento podían ser vitales, y por el contrario volvió a su irresistible tópico.
- Cuando te vi la última vez eras un esclavo de Ch'aka, y esta noche te trajeron con los otros esclavos de Ch'aka, y encadenado a un poste, mientras estabas inconsciente. Había un lugar vacío junto al mío, y les dije que yo me cuidaría de ti, si te dejaban a mi lado, y ellos accedieron, pero ahora hay algo que quiero saber. Antes de que te desnudaran vi que llevabas la armadura y el caparazón de Ch'aka. ¿Donde está él?, ¿qué le ocurrió?
- Yo soy Ch'aka - murmuró Jason, al tiempo que la sequedad que tenía en la garganta le hizo toser. Bebió un trago abundante de agua de la vasija -. Pareces muy vindicativo, Mikah, viejo hipócrita. ¿Ya has olvidado aquello de poner la otra mejilla? No me digas que llegaste a odiar a aquel hombre porque te golpeó la cabeza, te fracturó el cráneo y te vendió como a un esclavo infecto. En el caso de que hayas sentido resquemor por aquella injusticia, te aseguro que ya puedes alegrarte, porque el demonio de Ch'aka ya no existe. Está enterrado en la inmensidad del desierto, y después de despojarle de todos sus atavíos, ocupé su puesto.
- ¿Le mataste?
- Pues..., en una palabra: sí. Y no creas que fue muy fácil, pues él tenía todas las ventajas de su parte, y yo no poseía más que mi nativa ingenuidad, que afortunadamente fue suficiente. Me costó bastante trabajo, porque cuando intenté asesinarle mientras dormía...
- Intentaste..., ¿qué?
- Acercarme a él por la noche. No creerás que nadie que estuviera en su sano juicio, se atrevería a enfrentarse a un monstruo semejante cara a cara, ¿no? Aunque al fin y al cabo así fue, puesto que estaba rodeado de trampas y trucos que le permitían cerciorarse de si alguien se acercaba por la noche. En resumidas cuentas luchamos, gané, me convertí en Ch'aka, aunque mi reinado no fue ni muy largo ni muy noble. Anduve buscándote por todo el desierto, hasta que caí entre las garras de ese viejo pajarraco que se llama Edipon. Y ésa ha sido mi vida desde que nos separamos. Ahora cuéntame la tuya... dónde estamos... cómo van las cosas por aquí...
- ¡Asesino! ¡Esclavizador! - Mikah retrocedió cuanto le permitía la longitud de la cadena, y señaló con un dedo acusador a Jason -. ¡Dos cargos más a añadir a tu innumerable lista de infamias! Me repugna pensar que llegué a sentir simpatía por ti, y que me hubiera gustado ayudarte. Seguiré ayudándote, pero con el fin exclusivo de mantenerte en vida, para poder llevarte a Cassylia y ser sometido a juicio y penalización.
- Me gusta este ejemplo de nobleza e imparcialidad... juicio y penalización. - Jason volvió a toser y vació el contenido de la vasija -. ¿No oíste decir nunca que todo el mundo es inocente hasta que no se demuestra su culpabilidad? Es uno de los sillares sobre el que se asienta toda la jurisprudencia. ¿Y cómo podrías justificar el llevarme a Cassylia por actos que ocurrieron en este planeta, actos que aquí no son crímenes? Eso es como sacar a un caníbal de su tribu, y ejecutarle por antropofagia.
- ¿Qué habría de malo en ello? El comer carne humana es un crimen tan horrendo que no me atrevo ni a imaginarlo. Desde luego un hombre que corneta tales acciones debe ser ejecutado.
- Estoy de acuerdo en que si se esconde detrás de la puerta de tu casa y se come a uno de tus familiares o amigos, debes recurrir contra él, pero si se come un buen aliado de enemigo, reunido con sus compañeros de tribu, dentro de su ambiente, en su tribu, entonces no. ¿No comprendes que la conducta humana no puede ser juzgada más que en relación al medio que le rodea? La conducta es relativa. Los caníbales dentro de su sociedad son tan morales como un predicador en la tuya.
- ¡Blasfemo! ¡Un crimen es un crimen! ¡Las leyes morales que están muy por encima de cualquier sociedad humana!
- ¡Oh, no! No las hay. Ese es el punto justo donde tu moralidad medieval se viene abajo: Todas las leyes e ideas son históricas y relativas, pero no absolutas. Caminan perfectamente ligadas al tiempo y al lugar: separadas de su contexto pierden toda su importancia. Dentro del contexto de esta asquerosa sociedad, actué de la forma más discreta y más honesta. Procuré asesinar a mi amo, hecho ambicioso que es el único medio por el que un mucha puede tirar adelante en este perro mundo, y que sin lugar a dudas fue el medio que empleó Ch'aka para llegar al puesto que ocupaba. El asesinato no servía de nada, pero el combate sí, y los resultados fueron los mismos. Una vez en el poder, procuré atender lo mejor que pude a mis esclavos, aunque naturalmente no me lo apreciaron, puesto que no quieren ningún cuidado. Sólo querían mi puesto, porque resulta ser la ley de la tierra. Lo único que hice mal fue el no limitarme a mis obligaciones como dueño y señor de esclavos y no haberlos tenido andando arriba y abajo por las playas, durante toda su vida. En lugar de eso, vine hasta aquí para buscarte, y caí en la trampa y fui reducido a la esclavitud, de la que no sé si saldré por haber sido tan estúpido.
La puerta se abrió de pronto, y una luz tenue entró en el edificio sin ventanas.
- ¡De pie, esclavos! - gritó un d'zertanoj bajo el umbral de la puerta.
Se elevó un coro de murmullos y susurros en el momento en que los hombres se ponían en pie. Jason pudo comprobar que él no era más que uno de los veinte esclavos, que estaban maniatados al tronco de lo que seguramente había sido un árbol de respetables dimensiones. El hombre encadenado en el extremo totalmente opuesto, parecía ser el jefe del grupo, puesto que insultaba y gritaba conminando a los otros a ponerse en pie. Cuando por fin, todos se habían reincorporado, comenzó a gritar dando órdenes en un tono hectoriano.
- Vamos, vamos. Cuanto antes vayamos, mejor comida tendremos. Y no olvidéis las escudillas. Y a ver si hoy conseguirnos trabajar todos a una, cada uno cargando con el peso que le corresponda, de otro modo estamos perdidos. No olvidéis las escudillas, y que no se os caigan. Recordad que no comeréis ni beberéis nada sí no las lleváis con vosotros. Vamos, que cada cual cargue con el peso que le corresponda. Lo digo para todos, y en especial para los nuevos. Vamos a darles un día de trabajo y nos darán un día de comida...
- ¡Bueno, ya basta, cierra el pico! - gritó alguien.
- ...y no os podréis quejar - continuaba el hombre imperturbable -. Venga, todos a la vez... uno.., inclinaros y coger el tronco con todas vuestras fuerzas..., dos..., levantarlo del suelo, así, y... tres..., de pie, y en marcha.
Avanzaron hacia la luz del exterior, y el viento frío del amanecer atravesó las vestiduras pyrranas y los otros harapos de cuero de Ch'aka que le habían permitido conservar a Jason. Sus captores le habían quitado los colmillos y otros objetos que podían ser utilizados como armas, pero no se habían preocupado por la vestimenta, de manera que no llegaron a ver sus botas.
A Jason le hubiera gustado poder mostrarse agradecido a los dioses por aquellas prerrogativas, pero no hacía más que temblar. Tarde o temprano la situación tendría que cambiar, pues consideraba que ya había desempeñado durante bastante tiempo el papel de esclavo en aquel planeta retrógrado, y su misión era de mayores empresas.
Guardando un orden perfecto, los esclavos dejaron caer el tronco al lado de un muro, y se sentaron sobre él. Extendiendo la mano que sujetaba las escudillas, como desgraciados penitentes aceptaron unos cazos de sopa que les suministraban otro esclavo que arrastraba una enorme marmita con ruedas: él también estaba encadenado a la marmita. El apetito de Jason desapareció cuando probó aquel mejunje. Era sopa de krenoj, y aquel tubérculo del desierto aún le sabía peor - si era posible - servido y condimentado de aquella manera. Pero sobrevivir era aun más importante que tener que fastidiarse de aquella manera, de modo que decidió engullir su ración.
Cuando terminaron el desayuno, se pusieron nuevamente en marcha, hasta llegar a un lugar donde Jason se sintió realmente perplejo. En el centro de un cercado había un enorme cabestrante, en el que un grupo de esclavos estaba poniendo un extremo del tronco al que se hallaban atados. El grupo de Jason, y otros dos, ocuparon sus puestos, formando una rueda de cuatro puntas sobre el cabestrante. Un vigilante gritaba a los esclavos mientras éstos dejaban caer su peso sobre los troncos, hasta que consiguieron poner el tronco en movimiento y comenzaron a dar vueltas; el movimiento era muy lento, pero la rueda no cesaba de avanzar.
Cuando toda la cadena de trabajo estuvo en movimiento, Jason fijó su atención en el mecanismo que estaban impulsando. Una columna vertical que sobresalía del cabestrante, ponía en movimiento una rueda, de la que salían toda una serie de correas de cuero, que se movían sin cesar. Algunas de ellas desaparecían entre agujeros de las enormes piedras, mientras que el conjunto de todos ellos hacía voltear un brazo de piedra, que no podía ser más que el contrapeso de una bomba. Todo aquello no daba la impresión más que de ser un medio ineficaz de bombear agua, puesto que sin duda habría algunos lagos subterráneos en los alrededores. Pero el olor que inundaba aquellas proximidades, le era familiar en extremo, y Jason había llegado a la conclusión de que no podía ser el agua el objeto de sus trabajos, cuando un gorgoteo salió de la bomba, que al cabo de unos momentos escupía una corriente espesa y negra.
- ¡Petróleo! ¡Naturalmente! - gritó incontenible Jason -. Cuando el vigilante le lanzó una mirada amenazadora, e hizo restallar el látigo, volvió a concentrar su atención en el esfuerzo que debla aprontar a la rueda.
Este era el secreto de los d'zertanoj y la fuente de su poderío. Se podían ver colinas amuralladas en los alrededores, y montañas, pero los esclavos capturados, no llegarían nunca, o en contadas ocasiones a saber la dirección por la que habían venido a este lugar escondido, o cuánto tiempo había durado el viaje. En este valle bien protegido, los esclavos trabajaban para obtener el refinado líquido que sus amos emplearían para como fuerza de empuje de sus carromatos del desierto. ¿Pero utilizaban el petróleo sin refinar para esto? El petróleo borboteaba de una forma constante, y a través de pequeñas canalizaciones. ¿Qué procedimientos, y hasta qué grado de adelanto habría en todo aquello? Una recia chimenea coronaba el edificio escupiendo nubes de humo negro, mientras que a través de algunos agujeros del muro, salían ruidos tremendos, intensísimos, que amenazaban con levantarle la tapa de los sesos.
En el mismo instante en que se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo en el interior del edificio, se abrió una puerta y apareció Edipon, sonándose la monstruosa nariz en un trozo de tela. La rueda continuaba dando vueltas, y cuando la rotación le aproximó a Jason, éste le llamó.
- ¡Eh!, Edipon, acércate. Quiero hablar contigo. Soy Ch'aka, si es que no me reconoces sin el uniforme.
Edipon le miró inexpresivamente, y dio media vuelta rascándose la nariz. El vigilante de los esclavos se acercó a toda prisa con el látigo levantado, mientras que la lenta rotación de la rueda, iba alejando a Jason. Volvió la cabeza por encima del hombro para gritar:
- ¡Escúchame! Yo sé muchas cosas y te puedo ayudar.
Como única respuesta obtuvo una mirada, y el látigo estaba a punto de entrar en funciones.
Pero había llegado el momento de arriesgarse.
- Harías mejor en escucharme..., pues yo sé que cuando menos se tarda en conseguir una cosa, me... ¡Eh...!
El último grito fue involuntario y el látigo descargó su furia.
Las palabras de Jason no tenían significado alguno para los demás esclavos, ni para el vigilante, que de nuevo levantaba el látigo dispuesto a dejarlo sentir otra vez, pero sin embargo, en Edipon produjeron un impacto tan dramático como si hubiese caminado descalzo sobre carbón incandescente. Se detuvo, giró sobre sí, y aún a pesar de la distancia que les separaba, Jason, pudo apreciar el cambio de color que se había producido en su rostro instantáneamente.
- ¡Parad la rueda! - gritó Edipon.
Esta orden inesperada, llamó la atención de todos. El vigilante contuvo el impulso de su látigo, mientras los esclavos se iban deteniendo unos tras otros, y la rueda lanzaba los últimos chirridos antes de detenerse. Sobre el repentino silencio que se hizo, sonaban los pasos firmes de Edipon que se acercaba a Jason, hasta quedar a un paso de distancia, con la boca entreabierta y los dientes oprimidos unos contra otros como si se dispusiera a morder.
- ¿Qué es lo que has dicho? - arrastró las palabras entre dientes mientras en su mano aparecía un cuchillo.
Jason sonrió, mostrando y actuando con más calma de la que sentía en realidad. De todos modos, sabía que tenía que tener mucho tacto si no quería que el cuchillo de Edipon quedara hundido en su estómago.
- Ya lo oíste, y no creo que quieras que lo repita ante tantos extraños. Sé lo que está ocurriendo aquí, porque procedo de un lugar muy lejano donde hacemos toda esta clase de cosas de un modo constante. Te puedo ayudar. Te puedo enseñar el medio de obtener mejores rendimientos, y cómo hacer que tus caroj funcionen mejor. Ponme a prueba. Basta con que me quites estas cadenas y vayamos a un lugar privado donde podamos charlar durante un rato.
Lo que Edipon estaba pensando era evidente. Se mordió los labios y miró a Jason fijamente. Jason correspondió a aquella mirada con una sonrisa llena de inocencia, y tamborileó con los dedos sobre el tronco, marcando el tiempo de espera y decisión de su aprehensor.
Pero a pesar del enorme frío reinante, tuvo la sensación de que el sudor corría por su espalda. En aquellos momentos se estaba jugando una carta muy importante que sólo el grado de inteligencia de Edipon podía decidir. No obstante la idea de Jason era que Edipon contaba con la ventaja de poder hacer callar para siempre a cualquier esclavo, que aparentara conocer demasiadas cosas de su secreto, pero que por esa misma razón, no le importaría hacerle antes de nada unas cuantas preguntas.
Como esperaba, ganó la curiosidad, y el cuchillo volvió a su funda, mientras Jason lanzaba un irreprimible suspiro de alivio. Habían sido unos momentos de una excitación insospechada aun para un jugador profesional.
- Soltadle y traédmelo - ordenó Edipon, dando media vuelta y alejándose presa de agitación. Los otros esclavos contemplaban la escena con los ojos de par en par, y su admiración creció cuando vieron que Jason era liberado de sus cadenas.
- ¿Pero qué estás haciendo? - preguntó Mikah.
Uno de los guardianes le dio con la mano de revés, y lo tiró al suelo. Jason se limitó a sonreír, y llevarse una de las manos libres a la boca en señal de silencio, antes de que le obligaran a salir de allí. Estaba libre de cadenas, y continuaría estándolo, si conseguía convencer a Edipon de que podría serle mucho más útil en otros trabajos que requirieran mayor y mejor capacidad.
La habitación a donde le condujeron, estaba provista de las primeras muestras de decoración que había visto en aquel planeta, aunque rudas. El mobiliario había sido construido con cierto esmero, y había una cubierta de tejido sobre la cama. Edipon estaba de pie, al otro lado de la mesa, golpeando ligeramente los nudillos sobre la oscura superficie pulida, dando con ello muestra de su incontenible nerviosismo.
- ¡Atadle! - ordenó a los guardias. Y Jason fue nuevamente amarrado a unas anillas que se proyectaban del muro. Tan pronto como los guardias salieron, Edipon se puso frente a Jason y volvió a sacar el cuchillo -. ¡Dime todo cuanto sabes o te mataré en el acto!
- Mi pasado es un libro abierto para ti, Edipon. Procedo de un lugar donde conocemos todos los secretos de la naturaleza.
- ¿Cuál es el nombre de esa tierra? ¿Eres un espía de Appsala?
- No es muy fácil que lo sea, puesto que nunca había oído pronunciar ese nombre. - Jason se mordió el labio inferior, juzgando el grado de inteligencia de Edipon, y lo sincero que podía ser con él. No era el momento oportuno para enredarse en mentiras sobre la geografía planetaria: quizá diera mejores resultados tratar de convencerle por medio de una pequeña dosis de verdad.
- Si te dijera que procedo de otro planeta, de otro mundo colgado del cielo, entre otras estrellas, ¿me creerías?
- Tal vez. Hay muchas leyendas antiguas, que dicen que nuestros antepasados, vinieron de un mundo escondido en el cielo, pero yo siempre lo interpreté como una cháchara religiosa, propia tan sólo para mujeres.
- Pues en este caso son las chicas las que tienen razón. A vuestro planeta llegaron hombres, cuyas naves cruzaron el vacío del espacio, del mismo modo que vuestros caroj cruzan el desierto. Vuestro pueblo ha olvidado todo eso, y han perdido la ciencia y los conocimientos que tuvieron en otros tiempos, pero en otros mundos, los adelantos y el saber continúan.
- ¡Tonterías!
- ¡Qué va! ¡No son tonterías! Es la ciencia, aunque en muchas ocasiones se haya confundido una cosa con otra. Pero te lo demostraré. Sabes que nunca hubiera podido entrar en tu misterioso edificio, y me imagino que no dudarás de que nadie me ha podido contar sus secretos. Y sin embargo, me apuesto lo que quieras a que te puedo describir con todo detalle lo que ocurre allí adentro, pero... no viendo la maquinaria, no, sino sabiendo lo que hay que hacer con el petróleo bruto, para poder obtener los productos que necesitáis. ¿Quieres oírme?
- Adelante - dijo Edipon, sentándose en un extremo de la mesa.
- Yo no sé cómo le llamaréis aquí al objeto ése, pero al fin y al cabo no es más que un aparato que se usa para llevar a cabo una destilación fraccionada. Vuestro petróleo crudo va a parar a una especie de tanque, y de allí lo conducís por medio de cañerías hasta una retorta, que es una vasija grande que cerráis herméticamente. Una vez cerrada, le aplicáis fuego por debajo, tratando de poner todo el petróleo a una misma temperatura. Se producen unos gases, y por medio de una nueva cañería los lleváis a un condensador, que probablemente no será más que otra cañería sobre la que cae un chorro de agua fría. Entonces colocáis un recipiente en el extremo opuesto de la cañería, donde cae el jugo que quemáis en vuestros caroj para hacerlos andar.
Los ojos de Edipon se habían ido abriendo de par en par a medida que Jason avanzaba en sus explicaciones, hasta que pareció que iban a salirle sus órbitas.
- ¡Demonios! - dio un respingo y se acercó con paso rápido a Jason, manteniendo en la mano el cuchillo -. ¡No es posible que lo hayas visto funcionar nunca! ¡Sólo mi familia lo ha visto, y nadie más! ¡Estoy seguro!
- Tranquilízate, Edipon. Ya te he dicho que en mi mundo hemos estado haciendo eso durante muchos años - apoyó todo el peso de su cuerpo sobre un pie, aprestándose a proporcionarle una patada al cuchillo en el caso de que Edipon no llegara a saber controlar sus nervios -. Como comprenderás, no he venido aquí para apoderarme de vuestros secretos, puesto que no lo son para nosotros. Aun sin verlo, estoy seguro de que podría llevar a cabo algunas mejoras importantes en el funcionamiento de vuestro artefacto. ¿Cómo controláis la temperatura de la caldera en ebullición? ¿Tenéis termómetros?
- ¿Qué son termómetros? - preguntó Edipon, olvidando el cuchillo por el momento y dejándose llevar por el disfrute de la discusión técnica.
- Esto ya me lo pensaba. Ya veo que vuestro estimado producto va a mejorar de un modo considerable en calidad si tenéis a alguien aquí que sepa hacer un tubo de vidrio. Aunque quizá fuera más fácil equipar una banda de doble metal. Estáis intentando evaporar y obtener fracciones, y hasta que no consigáis tener una temperatura constante y controlada, nunca obtendréis una separación correcta de productos. Lo que necesitáis para vuestros motores son las fracciones más volátiles, los líquidos que se evaporan primero, como la gasolina y el benceno. Después eleváis la temperatura y obtendréis el keroseno, que os servirá para la iluminación, y así sucesivamente en línea decreciente de calidades hasta que no quede más que una masa de alquitrán que os pueda ser útil para pavimentar las carreteras. ¿Qué te parece todo esto?
Edipon intentaba por todos los medios mantenerse en calma, aunque un músculo de la mejilla, tembloroso, le traicionaba.
- Todo cuanto has dicho es la verdad, aunque en pequeñas cosas no hayas sido muy preciso. Pero en realidad no me siento muy interesado por vuestro termómetro, ni en mejorar la calidad de nuestra agua de poder. Ha sido lo suficientemente buena para mi familia durante muchas generaciones, y lo es también para mí.
- ¿Y crees que eso es muy original por tu parte? ¿Crees que haces bien en mantenerte en una línea de conservadurismo, pudiendo mejorar la situación actual?
- Pero también hay algo que podrías hacer y que te proporcionaría buenas recompensas - continuó Edipon -. Sabemos ser generosos cuando es necesario. Tú has visto nuestro caroj, e incluso has viajado en uno de ellos, y también has visto cómo me he metido en el altar sagrado para interceder cerca de los sagrados poderes para que nos pusieran en movimiento. ¿Me podrías decir cuáles son los poderes que mueven al caroj?
- Espero que éste sea mi examen final, Edipon. Dejando de un lado lo que llamas los «altares» y los «sagrados poderes», creo que lo que vas a hacer dentro de la habitación tiene muy poco que ver con las plegarias. Debe haber varios métodos para poner en movimiento estos vehículos, pero... pensemos en el más simple. Lo que me preguntas es difícil, de modo que si fallo en algo no seré merecedor de castigo. Primero está la combustión interna. Dudo que poseáis técnica suficiente al respecto, pero el hecho de que tuvierais tanto trabajo con los tanques de agua, y que casi os costó una hora en poneros en movimiento, demuestra que en todo esto está implicado el vapor... ¡la válvula de seguridad! ¡Lo había olvidado! Eso es, el vapor. Entras, cierras la puerta, naturalmente, y luego abres un par de válvulas hasta que el fuel cae en la caldera de fuego y entonces tú la enciendes. Quizá tengas un medidor de presión, o quizás esperas hasta, que la válvula de seguridad te indique que has llegado al nivel preciso de vapor. Y eso puede ser muy peligroso, puesto que si la válvula se estropea va a estallar la caldera, y todo el artefacto va a subir por encima de las nubes. Una vez tienes el vapor, abres una válvula para dejar que aquél vaya a los cilindros, y entonces todo entra en movimiento. Después no hay más que disfrutar del viaje, estando seguro, naturalmente, de que el nivel del agua en la caldera es correcto, de que la presión está alta, de que el fuego es lo bastante fuerte y de que todos los ejes están bien lubrificados, en cuanto al resto...
Jason vio con sorpresa cómo Edipon se movía como fiera enjaulada alrededor de la habitación, alzando la ropa por encima de las huesudas rodillas. Llevado por el nerviosismo, dejó el cuchillo encima de la mesa, se acercó a grandes zancadas a Jason, lo cogió por los hombros y lo sacudió con violencia.
- ¿Sabes lo que has hecho? - le preguntó con gran, excitación -. ¿Sabes lo que has dicho?
- Desde luego. ¿Significa ello que he terminado el examen con éxito y que me vas a hacer caso? ¿Tenía razón?
- Yo no sé si tienes razón o no. Nunca he visto el interior de una de esas endiabladas cajas de Appsala. - Volvió a danzar alrededor de la habitación -. Sabes más de sus... cómo le llamaste?, motores, que yo. Me he pasado la vida maldiciendo al pueblo de Appsala por no revelarnos su secreto. ¡Pero tú nos lo revelarás! Construiremos nuestros propios motores, y si quieren agua de poder, ¡la tendrán que pagar muy cara!
- ¿Le importaría explicarse un poco mejor? - intervino Jason -. En todo mi vida había oído nada tan confuso.
- Yo te enseñaré, hombre de un mundo lejano, y tú nos revelarás los secretos de Appsala. Estoy viendo llegar el amanecer de un nuevo día para Puti'ko.
Abrió la puerta y llamó a los guardias y a su hijo, Narsisi. Este último llegó cuando los otros estaban desatando a Jason, quien reconoció en el joven al atolondrado d'zertanoj que había estado ayudando a Edipon en la, puesta en marcha y maniobras del vehículo.
- Coge esta cadena, hijo mío, y ten a punto tu maza, para descargarla sobre este esclavo, matándolo si es preciso, en el caso de que haga el menor movimiento para escapar. En caso contrario, no le hagas ningún daño, pues nos será de un incalculable valor. Vamos.
Narsisi tomó la cadena y se acercó a Jason, pero éste dio un pequeño respingo para evitar el primer impulso de Narsisi, y no volvió a moverse. Tanto el padre como el hijo le miraron sorprendidos.
- Quiero dejar bien entendido unas cuantas cosas antes de que sigamos adelante. El hombre que va a aportar un nuevo día a Puti’ko no es un esclavo. Hay que meterse bien esto en la cabeza antes de que las cosas vayan más lejos. Trabajaremos bajo cierta vigilancia de guardias, o bajo algún procedimiento que os asegure de que no puedo escapar, pero la esclavitud se acabó.
- Pero tú... no eres uno de los nuestros, y por tanto sólo puedes ser esclavo.
- Sí, pero yo he añadido una nueva categoría a vuestro orden social: la clase de empleado. Aunque me pese, soy un empleado, que desarrolla una labor especializada, y quiero ser tratado de ese modo. Y si no, haced la cuenta por vosotros mismos. Matad a un esclavo, ¿y qué habéis perdido? Muy poca cosa, y sobre todo si tenéis otro esclavo que pueda hacer fuerza y empujar en el mismo sitio que ocupaba el muerto. Pero matadme a mí, ¿y qué ganáis? Unas cuantas salpicaduras de masa encefálica pegadas en el borde del mazo, que al fin y al cabo no os sirven de nada.
- ¿Quiere decir con eso que no tenemos reaños para matarle? - preguntó Narsisi a su padre con aspecto preocupado y somnoliento.
- No, no se refiere a eso - explicó Edipon -. Lo, que quiere decir es que si le matamos no hay nadie que pueda hacer el trabajo que nos puede hacer él. Pero a mí no me convencen sus razonamientos. No hay más que esclavos y esclavizadores; cualquier otra cosa va en contra del orden natural. Pero nos tiene atrapados entre salano y la tempestad de arena, de manera que no nos quedará más remedio que concederle alguna libertad. Traedme, pues, al esclavo, o sea... al empleado... y veremos si es capaz de hacer las cosas que ha prometido. Si no consigue darme satisfacción, tendré el placer de matarle yo mismo, porque os aseguro que no me gustan sus ideas revolucionarias.
Caminaron en fila de a uno hacia un edificio cerrado y bien guardado, de inmensas puertas, que una vez abiertas revelaron en su interior las formas masivas de siete caroj.
- ¡Míralos! - exclamó Edipon levantando la nariz. - La más delicada y hermosa de las construcciones, que inunda de temor el corazón de nuestros enemigos, que nos transporta a lo largo de los desiertos con la máxima regularidad, que soporta sobre sí cargas inmensas... ¡y no hay más que tres que funcionen!
- ¿Cuestión de motor? - aventuró Jason.
Edipon maldijo una y otra vez, con la respiración alterada por la ira, y se acercó hacia un patio interior, donde había cuatro cajas negras inmensas, pintadas con cabezas de muerto, huesos rotos, chorros de sangre y toda, clase de símbolos de la más absoluta apariencia siniestra.
- Esos cerdos de Appsala nos cogen nuestra agua de poder, y no nos dan nada a cambio. ¡Oh, sí! ¡Nos permiten hacer uso de sus motores!, pero en cuanto han funcionado un par de meses los muy malditos se paran y ya no vuelven a funcionar, y entonces los tenemos que llevar a la ciudad para que nos los cambien por otros nuevos, y ¡claro!, siempre estarnos pagándoles una vez, y otra, y otra.
- Un buen negocio - dijo Jason contemplando los bultos en donde se hallaban contenidos los motores - ¿Y por qué no se meten de lleno con ellos y los arreglan ustedes mismos? No debe ser muy difícil. No pueden ser muy complejos.
- ¡Eso es la muerte! - se apresuró a responder Edipon, al mismo tiempo que por el mero hecho de pensarlo se separaban de las cajas inconscientemente -. Eso ya lo habíamos intentado en los tiempos de los padres de mis padres, ya que no somos supersticiosos como los esclavos, y sabemos que son cosas, esos motores, hechos por los hombres y no por los dioses. Sin embargo, las escurridizas serpientes de Appsala esconden sus secretos con el mayor de los cuidados. Al menor intento que se lleve a cabo para abrir la tapa una muerte horrible sale de allí y llena el aire. Los que respiran ese aire mueren, y a los que apenas han sido alcanzados por él les salen unas ampollas enormes y mueren retorcidos por el dolor. Los hombres de Appsala se rieron cuando esto le ocurrió a nuestro pueblo y después de esto todavía nos elevaron más el precio.
Jason paseó alrededor de una de las tapas, examinándola con todo interés y llevando tras sí a Narsisi al otro extremo de la cadena. Aquel objeto sobrepasaba la altura de su cabeza, y era casi el doble de largo. A través de una abertura en uno de los lados pudo ver una serie de palancas de mando y dos pequeños discos de color, y por encima de éstos había tres bocas de cara pintadas. Poniéndose de puntillas, Jason echó una ojeada a la parte superior, sin que allí descubriera nada de relevante interés.
- Me tendrían que decir cómo funcionen los mandos. Creo que empiezo a comprender este artefacto, pero...
- ¡Antes la muerte! - gritó Narsisi -. Sólo mi familia...
- ¿Quieres cerrar el pico? - le interrumpió Jason ¿No te acuerdas? No te está permitido negarme ningún tipo de ayuda, de trabajo se entiende. Aquí no hay ningún secreto. Y no sólo es eso, sino que probablemente sé más cosas que vosotros de estas máquinas por el simple hecho de haberlas mirado. Aceite, agua y fuel van por estos tres agujeros, se aplica una llama por algún sitio, probablemente este punto chamuscado bajo los mandos y se abre una de las válvulas de aprovisionamiento de fuel; este otro aparato es para que el motor vaya más de prisa o más despacio, y el tercero es la alimentación del agua. Los discos son una especie de indicadores.
Narsisi palideció y dio un paso atrás.
- Y ahora estate tranquilo mientras hablo con tu padre.
- Todo es tal como dices - intervino Edipon -. Las bocas tienen que estar siempre llenas, y es de mal presagio si llegan a vaciarse; si esto ocurriera, los poderes no funcionarían o quién sabe si aún sería peor. El fuego va aquí, tal como dijiste, y cuando el dedo verde llega hasta este nivel, ya se puede poner en movimiento. El de al lado es para alcanzar gran velocidad o para ir despacio. Y por último, tenemos el dedo rojo, que cuando llega hasta este nivel hay que accionar un mando y mantenerlo en la misma posición hasta que el dedo rojo se retira de su situación anterior. El aliento blanco sale por una abertura posterior. Eso es todo.
- Y es todo lo que suponía - murmuró Jason -. Os proporcionan el mínimo de controles para que no lleguéis nunca a comprender los principios básicos del funcionamiento. Sin la teoría no llegaríais nunca a saber lo que controla cada uno de los mandos, por qué lo controla y su relación con los otros, ni por qué aparece el indicador verde cuando actúa la presión, o por qué, lo hace el indicador rojo cuando el nivel del agua está por debajo del mínimo. Todo muy escueto. Y todo ello va sellado y cerrado dentro de este artefacto para impediros toda acción en el supuesto caso de que se os ocurriera la idea de querer meter la mano en el aparato con ánimo de desvelar sus secretos. Esta cubierta exterior me suena a que está formada por un doble muro y por la descripción que me hicisteis apostaría que en el interior de ese doble muro hay uno de los vesicantes gases de guerra, infiltrado allí en estado líquido. Cualquiera que quisiera cortar, atravesar esa cámara de separación se olvidaría rápidamente de sus ambiciones después de haber injerido una buena dosis de ese gas. Pero tiene que haber un medio de penetrar en el interior de la caja; estoy seguro de que ellos no tiran los aparatos al cabo de unos cuantos meses de utilización. Y considerando el nivel tecnológico desplegado por esta monstruosidad creo que podré encontrar la forma de salir adelante. De modo que acepto el trabajo. Me hago responsable.
- De acuerdo. Ya puedes empezar.
- Un momento, jefe. Aún tiene que aprender unas cuantas cosas acerca de la mano de obra alquilada. Siempre hay ciertas condiciones de trabajos y acuerdos estipulados entre ambas partes, los cuales me gustaría enumerarle ahora mismo.
Capítulo VIII
- Lo que no comprendo es para qué quieres al otro esclavo - dijo Narsisi -. Que quieras tener a la mujer, me parece natural, así como que tengas tu propia habitación. Mi padre ha dado su consentimiento. Pero también dijo que yo y mis hermanos estamos para ayudarte, y que los secretos de los motores no tienen que ser revelados a nadie más.
- Pues entonces ve corriendo al lado de tu padre y obtén el permiso para que el esclavo Mikah se una a mi en el trabajo. Le puedes decir que procede del mismo mundo que yo, y que vuestros secretos no son más que un juego de niños para él. Y si tu padre aún quiere más explicaciones, dile que lo que necesito es una ayuda eficaz e inteligente y avezada, alguien que sepa manejar las herramientas de trabajo y en quien se pueda confiar para seguir con entera exactitud las directrices de trabajo fijadas. Tú y tus hermanos tenéis unas ideas muy personales respecto al modo de hacer las cosas, y una tendencia muy arraigada a abandonar los detalles a la voluntad de los dioses, al mismo tiempo que no dudáis en emplear la maza sobre las cosas que no funcionan como querríais.
Narsisi se retiró hablando y murmurando para sí mismo, mientras Jason se inclinaba ante la caldera de aceite, planificando el próximo paso.
Se había pasado la mayor parte del día derribando y preparando troncos sobre los que debería rodar la máquina hasta llevarla al valle arenoso lejos del centro de la población; se necesitaba un espacio abierto para realizar los experimentos en los que el mínimo error podía ser suficiente para desatar una nube de gas mortal.
El mismo Edipon había comprendido, por fin, la necesidad y el buen sentido de estas prevenciones, aunque todo su empeño había sido siempre llevar a efecto todas las pruebas y experimentos en el mayor de los secretos, a puerta cerrada. Otorgó al fin su asentimiento y permiso con la condición de que tal como se le había propuesto se alzaran unos muros de pieles alrededor del aparato, formando un cercado que podía muy bien ser vigilado y custodiado. Al mismo tiempo, y como valor incidental, el cercado de pieles actuaría de protección, muy apreciada, contra el viento.
No antes de una buena cantidad de discusiones las rutilantes cadenas y grilletes que rodeaban los brazos de Jason desaparecieron, siendo sustituida toda la impedimenta por ligeras argollas de hierro sobradamente bien sujetas a las piernas. Se veía obligado a arrastrar los pies cuando caminaba, pero tenía los brazos completamente libres, y esto significaba una ventaja muy notable, aun teniendo en cuenta que siempre había uno de los hermanos que, arco en ristre, le vigilaba constantemente por si se le ocurría cometer la osadía de inclinarse para tratar de desembarazarse de aquellos lazos que, al fin y al cabo, eran los que le unían al pueblo que le tenía apresado.
Pero antes de poner manos a la obra tenía que procurarse algunas herramientas y cerciorarse de los conocimientos técnicos de aquellas gentes, lo cual siempre sería tener que entablar una batalla más contra su tradicional mutismo respecto a sus preciosos secretos.
- Vamos - le dijo a uno de los guardias -, tenemos que encontrar a Edipon para proporcionarle a la úlcera que ha hecho de sus secretos un nuevo tormento.
Una vez tranquilizados y serenos los primeros síntomas de entusiasmo, el líder de los d'zertanoj empezaba a sentir escaso placer en la realización de su nuevo proyecto.
- Tienes tu habitación propia - le decía a Jason, malhumorado -, una mujer esclava que te hace la comida, y acabo de dar las órdenes y el permiso necesario para que vaya otro esclavo a ayudarte. Ahora ya me estás pidiendo otra cosa... ¿Es que me quieres sacar hasta la última gota de sangre de mi cuerpo?
- ¡No dramaticemos tanto! Yo quiero pura y exclusivamente las herramientas que me permitan una continuidad en el trabajo y echar una ojeada a los talleres mecánicos. Bien tengo que tener una idea del modo que tu pueblo resuelve los problemas mecánicos antes de que me ponga la trabajar sobre esa caja de trucos y trampas en el desierto.
- La entrada está prohibida.
- Creo que en todas las cosas debe guiarnos la razón y el buen sentido, y creo que sería muy conveniente que no nos dejáramos llevar por tradicionalismos, sino por la forma de obtener los mejores resultados. Por otra parte, me parece que con esto que pido, que considero esencial, tengo todos los medios para llegar a resultados positivos. ¿Quieres ir delante, por favor?
Los guardias mostraron, o no pudieron impedir el mostrar cierto recelo, al abrir las puertas del edificio de la refinería a Jason, y hubo intercambios de miradas preocupadas entre un tintineo de llaves. Un grupo de viejos d'zertanoj apestando a humos de aceite, salió del interior para reunirse con los recién llegados, empezando a discutir acaloradamente con Edipon. cuya opinión prevaleció al fin. Nuevamente encadenado, y escoltado como un criminal, Jason fue, aunque a regañadientes, dejado entrar en el oscuro interior, que presentaba un aspecto deprimente e insano.
«No podía ser más primitivo», dijo para sí Jason. El trabajo era duro, y los productos obtenidos, las herramientas, como si procediesen de una especie de máquina neolítica. En cuanto a los útiles de trabajo que constituían la preparación del fuel, estaban formados por retortas de destilación, que habían sido laboriosamente formadas por hojas de cobre, y rudamente ribeteadas unas con las otras. El líquido se salía por todas las juntas, al igual que los codos de las cañerías. La mayoría de las herramientas eran tenazas y martillos de herrero, que tenían que dar forma a las chapas sobre un yunque. Lo que sobresaltó el corazón de Jason fue la presa y el torno de donde salían las cadenas y cinturones para los esclavos. Tampoco consideró detestable el procedimiento de fabricación de tuercas y tornillos cuya misión era asegurar las ruedas de los caroj a sus ejes.
Podía haber sido peor. Jason escogió unas cuantas herramientas y las puso a un lado, destinándolas a su uso particular a partir de la mañana siguiente. La luz empezaba a dejar paso a las tinieblas de la noche, por lo cual el trabajo había terminado por aquel día.
Salieron de aquel lugar, constituyendo una procesión armada, igual que habían venido, y dos guardias le mostraron una especie de perrera, que a partir de aquel momento sería su habitación privada y particular. Una cerradura pesada cayó tras él al cerrarse la puerta, y se vio obligado a parpadear y fruncir los párpados repetidas veces a causa del humo denso que producía el keroseno, y a través del cual, la luz de la única lámpara que había en la habitación apenas penetraba.
Ijale estaba arrodillada ante una pequeña estufa de aceite cociendo algo en una vasija. Alzó el rostro, sonrió indecisa a Jason, y después volvió el rostro rápidamente hacia la estufa. Jason se acercó lentamente, husmeó repetidas veces, y se estremeció.
- ¡Vaya un festín! Sopa de krenoj, y para después, estoy seguro de que habrá krenoj fresco y ensalada de krenoj. Para mañana veremos a ver si podemos introducir alguna pequeña modificación en la dieta.
- Ch'aka es grande - murmuró ella sin mirarle al rostro -. Ch'aka es poderoso...
- Mi nombre es Jason. Perdí el empleo de Ch'aka cuando me quitaron el uniforme.
- Jason es poderoso para conseguir atraer a los d'zertanoj y hacerles hacer su voluntad. Su esclava se lo agradece.
Él puso la mano bajo la barbilla de Ijale, le miró el rostro y la ciega obediencia que se leía en sus ojos, le dejó pensativo.
- ¿Es que no podemos olvidarnos ni un momento de la esclavitud? Vivimos juntos en este asunto y saldremos juntos de él.
- Escaparemos. Ya lo sé. Mataré a todos los d'zertanoj, libertarás a todos los esclavos, y nos llevarás otra vez al lugar a donde pertenecemos, donde podemos andar de un lado a otro en busca de krenoj, y alejados de este horrible lugar.
- Ya veo que aún quedan chicas fáciles de contentar. Pues, sí, eso es poco más o menos lo que me propongo, exceptuando que cuando salgamos de aquí, nos vamos a ir en una dirección muy distinta, y lo más lejos posible del krenoj.
Ijale le escuchaba con todo interés, revolviendo al mismo tiempo la sopa con una mano, mientras que con la otra se rascaba el cuerpo metiendo la mano en el interior de sus ropajes. Jason al mirarlo, se dio cuenta de que él también se estaba rascando, y que a causa de ello llevaba la piel terriblemente llagada y enrojecida, lo cual no había podido evitar desde el primer momento que puso el pie sobre este inhospitalario planeta.
- ¡Ya estoy harto! - gritó súbitamente, acercándose a la puerta y aporreándola estrepitosamente -. Este lugar es el más incivilizado que he visto en mi vida, pero eso no es razón para que no vivamos lo más cómodamente posible -. Se oyeron algunos ruidos de cadenas y pestillos al otro lado de la habitación, hasta que al fin Narsisi asomó la cabeza.
- ¿Por qué gritas de ese modo? ¿Qué te ocurre?
- ¡Necesito agua, mucha agua!
- Pero si ya tienes agua - respondió Narsisi sorprendido y señalando un recipiente de piedra en uno de los rincones -. Ahí tienes agua suficiente para unos cuantos días.
- Para vuestras necesidades, sí muchacho, pero no para las mías. Necesito al menos diez veces más agua de la que hay ahí, y la quiero ahora. Y jabón, si es que se conoce tal cosa en este rincón de bárbaros.
Las exigencias de Jason promovieron un buen número de discusiones, pero al fin éste se salió con la suya, explicando que necesitaba el agua para realizar algunos ritos religiosos que le asegurarían el éxito en el siguiente día de trabajo. La reacción que tal argumentación produjo, no pudo ser más inmediata. Al cabo de unos minutos llegaron hasta la habitación toda una variada colección de vasijas y recipientes, y un tarro enorme lleno de jabón líquido.
- Menos mal que lo hemos conseguido - suspiró Jason -. Mira, Ijale, tengo una sorpresa para ti.
- Sí, Jason - se acercó corriendo a él, sonriéndole felizmente, y ofreciéndole los labios.
- ¡No! ¡Parece que siempre estés pensando en lo mismo! Si te llamo es para que tomes un baño. ¿Sabes lo que es un baño?
- No - repuso ella con indiferencia.
- Pues, ven aquí. Eso es, aquí - Jason le mostraba el lugar señalando con la mano un agujero que había en el suelo -. Esto nos servirá de bañera, a menos que el agua se filtre cuando la metamos ahí dentro.
Calentaron el agua en la estufa, pero Ijale aún se estremecía cuando Jason le iba echando el agua encima. Dio algunos chillidos cuando él frotaba el resbaladizo jabón sobre su pelo; pero a pesar de ello, él continuó, cerrándole la boca con una mano, para que los gritos no atrajeran la atención de los guardias; también se lavó la cabeza él mismo, y el cuero cabelludo experimentó una sensación deliciosa a causa del refrescante tratamiento. Parte del jabón le fue a los oídos, cerrando en parte los conductos auditivos, de tal manera que la primera sensación que tuvo de que la puerta estaba abierta, fue al oír los gritos con la voz de Mikah. Volvió el rostro y le vio de pie, en el umbral de la puerta, con el brazo extendido señalando en tono amenazador y mostrando en su expresión una ira incontenible. Narsisi tras él contemplaba la escena, abriendo desmesuradamente los ojos, al quedar fascinado ante aquel sobrenatural y fantástico rito religioso.
- ¡Degradación! - atronó Mikah -. Obligas a esa pobre criatura a que se incline ante tu voluntad, humillándola, haciéndola que se bañe delante de ti -. Eres un demonio, Jason, un demonio perverso, y tienes que ser arrastrado ante la justi...
- ¡Fuera! - vociferó Jason, al mismo tiempo que se acercaba a Mikah, para en cuanto le tuvo en sus manos sacarle a empujones y patadas que le recordaron sus recientes tiempos de Ch'aka -. ¡Aquí, lo único que hay perverso es tu mente, tu espíritu, especie de burro rabicorto! Le estoy dando a la muchacha la primera lavada de toda su vida, y por tanto, me tendrías que dar o premiar con una medalla por traer la sanidad a los nativos, y mira por donde, en lugar de eso te pones a chillarme de ese modo!
Dejó de empujarlos a los dos, y gritó dirigiéndose a Narsisi:
- ¡Quería a ese esclavo, pero no ahora! Tenle atado hasta mañana por la mañana y entonces me lo traes! - Cerró la puerta de golpe, y se dijo a sí mismo que debería acordarse de procurar un pestillo para colocarlo en el lado interior de la puerta.
Lavó sus ropas, cenaron y se acostaron.
Para desayunar, había otra vez krenoj, pero Jason se encontraba tan bien físicamente, que no le importó lo más mínimo. Se sentía a sí mismo limpio, y la comezón había desaparecido. Al mirar a Ijale, se dio cuenta de que la muchacha, limpia, era totalmente distinta, guapa, joven y fuerte, y de contornos maravillosos.
La ropa especial de su indumentaria Pyrrana, se había secado casi inmediatamente después de haberla lavado, lo que le permitía llevar ropa limpia. Ijale, por su parte, todavía se estaba recobrando de los efectos traumáticos del baño, pero parecía muchísimo más atractiva con la cara y manos limpias y el pelo peinado. Pensó en que tendría que encontrar algunas ropas para ella, pues sería una vergüenza arruinar el buen trabajo que había hecho dejándola que volviera a meterse entre aquellas horribles pieles mal curadas, y de las que nunca se desprendía.
Con una inmejorable sensación de bienestar, se acerco a la puerta, la abrió e irrumpió en el frío de la mañana, para dirigirse a su trabajo. Mikah ya estaba allí, esperándole con aire malhumorado, y haciendo de tanto en tanto sonar las cadenas que pendían de sus brazos. Al llegar junto a él, Jason le dedicó la más amistosa de las sonrisas, con lo que no hizo más que echar sal sobre las heridas morales del otro.
- Grilletes de hierro en las piernas para él también - ordenó Jason -. Y de prisa, hoy tenemos mucho trabajo. - Se volvió de espaldas y se frotó las manos contemplando el motor cuidadosamente cerrado que tenía que reparar.
La campana, toda la masa exterior, estaba hecha de un metal que no podía, por su condición, esconder muchos secretos. Con el mayor de los cuidados levantó parte de la pintura, hasta que encontró la junta de unión entre los extremos de la plancha metálica, pero ya no pudo encontrar ninguna marca que le revelara lo más mínimo. Después de recorrer parte de la superficie, palmo a palmo, dando pequeños golpes y con la oreja pegada al metal, Jason llegó a la conclusión de que sus suposiciones, formuladas la primera vez que examinó el artefacto, eran ciertas: una doble pared metálica rellena de un líquido venenoso que en contacto con el aire se gasifica. El más mínimo poro, significaría la muerte. Y aquel líquido no estaba allí, más que para ocultar los secretos del motor; no tenía ninguna otra función. La construcción del artefacto era cúbica, y la campana que lo cubría lo hacía solamente por cinco lados. ¿Y el sexto que era la base?
«¡Ahora sí que estás pensando, Jason!», se dijo a sí mismo para darse ánimo, arrodillándose para examinarla. Sin duda alguna, la respuesta tenía que estar en el sexto lado.
- ¡Aquí, Mikah! - llamó. Y el hombre se separó con desgana del calor de la estufa que tenían encendida, para acercarse a él -. Ponte todo lo próximo que puedas a mí, y mira, esta máquina que me recuerda a los tiempos medievales mientras hablamos. Tenemos que fingir que estamos discutiendo de trabajo. ¿Vas a cooperar conmigo?
- No, no lo haré, Jason, tengo miedo que me manches al tocarme, como ya has hecho con otros.
- Pues tú, no vas muy limpio, que digamos.
- Sabes que no quiero decir físicamente.
- Pero yo sí. Creo que no te iría nada mal un buen baño con un buen champú. No me preocupa en absoluto el estado de tu alma; de eso ya te encargarás tú cuando te toque. Pero si trabajas conmigo yo encontraré el medio de que salgamos de aquí, y consigamos llegar a la ciudad que fabrica estos artefactos, porque si hay algún medio de poder salir de este planeta, lo encontraremos solamente en esta ciudad.
- Ya lo sé, pero tengo mis dudas.
- Pequeños sacrificios ahora, para conseguir grandes bienes más tarde. ¿El único y exclusivo propósito de este viaje, no era llevarme ante la justicia? Pues te aseguro que no lo podrás realizar si te empeñas en pudrir el resto de tu vida viviendo en plan de esclavo.
- Eres el mismísimo abogado del demonio, por la forma en que retuerces mi conciencia, pero lo que dices es verdad. Te ayudaré para que podamos escapar.
- Así me gusta. Pues ahora, al trabajo. Ve a ver a Narsisi y dile que haga traer tres como mínimo, tres troncos de buen tamaño del tipo de los que nos hacían empujar cuando estábamos encadenados.
Unos esclavos trajeron los troncos, pero los dejaron donde se alzaban los muros de pieles, puesto que Edipon no les permitía entrar, y entre Jason y Mikah tuvieron que pasar grandes penalidades para colocarlos en el lugar apetecido. Los d'zertanoj, que nunca hacían ningún trabajo físico, se divirtieron como cuando Jason les pidió que les ayudaran. En cuanto los troncos estuvieron en su sitio en punto estratégicos al lado del motor, Jason abrió unos canales en el suelo, y apuntaló el artefacto. Una vez bien seguros de que el peso no se vencería en ninguna dirección, se fueron relevando Mikah y Jason para sacar la arena de debajo, hasta que el motor quedó suspendido en el aire, sujeto solamente por los troncos. Jason se metió debajo y examinó el fondo de la máquina. Era totalmente lisa.
Una vez más, levantó la capa de pintura con el mayor de los cuidados, hasta que quedaron al descubierto los bordes. De pronto el metal sólido dejó paso a una soldadura, y la estuvo picando hasta que descubrió que aquella pieza laminada de metal había sido amarrada a los extremos.
«Vaya camanduleros estos appsalanoj», se dijo a sí mismo, poniéndose a raspar la soldadura con la hoja del cuchillo. Sacó la chapa de metal con facilidad y la tiró al suelo produciendo un ruido metálico. La superficie era suave y de un metal muy duro.
- Basta por hoy - decidió Jason saliendo del hoyo, y sacudiendo las manos una contra la otra. Casi era de noche -. Por hoy ya hemos hecho bastante, y quiero pensar un poco antes de seguir adelante. Hasta aquí, la suerte no ha dejado de estar de nuestra parte, pero tampoco creí que todo resultara tan fácil. Espero que habrás traído la maleta y tus mejores ropas contigo, Mikah, porque te vas a venir a vivir conmigo.
- ¡Jamás! Un pozo de pecado, de depravación...
Jason le miró fríamente a los ojos, y a cada palabra que le decía le pegaba con la punta del dedo en el pecho. mientras con la otra mano le indicaba la dirección de la habitación.
- Vas a venir a vivir conmigo, porque es esencial para nuestros planes. Y si dejas de hablar de mi debilidad moral, yo te aseguro que nada diré de las tuyas. Y ahora, vamos.
La intención era de vivir con Mikah Samon, pero vivir, lo que se dice vivir, resultaba poco menos que imposible. Mikah obligó a Jason y a Ijale a que se fueran al otro lado de la habitación, a que se pusieran de espaldas, y que le prometieran no mirar mientras se bañaba tras un telón de pieles. Ellos accedieron, pero Jason llevó a efecto una pequeña venganza, explicándole a Ijale chistes en voz baja que los dos reían a grandes carcajadas, con lo que Mikah llegó al convencimiento de que se estaban riendo de él. El biombo de pieles permaneció en el mismo sitio después del baño, y aún fue reforzado, para que Mikah se retirara poco después detrás para descansar.
A la mañana siguiente, bajo la mirada asustadiza y llena de temor de los guardianes, Jason forcejeó en la capa inferior del motor. Había estado pensando en ello durante gran parte de la noche, y puso sus teorías en práctica al momento. Apretando con todas sus fuerzas con la punta del cuchillo, podía hacer una buena entalladura en el metal. No era tan blando como la soldadura, pero parecía ser de una aleación muy simple, conteniendo un buen porcentaje de plomo. ¿Qué habría tras todo aquello? Probando cuidadosamente con la punta del cuchillo, recorrió todo el fondo de un modo regular. La profundidad del metal era regular y uniforme excepto en dos puntos, donde encontró algunas irregularidades; estaban en la línea media de la base rectangular, y equidistantes de los extremos y, de los lados. Clavando y raspando siempre con la punta del cuchillo, puso al descubierto dos formas de aro y apariencia que se le hicieron familiares, cada una de ellas tan grande como su misma cabeza.
- Mikah, métete en el agujero, y mira esas cosas. Dime qué crees que son.
Mikah se rascó la barba y las tocó ligeramente con un dedo.
- Aún están cubiertas con el metal. No sabría a ciencia cierta...
- No te exijo que me lo digas a ciencia cierta. No te pido que estés seguro de nada. Dime tan sólo, qué son, a tu parecer.
- Bueno..., pues..., dos tuercas grandes, desde luego. Cogidas a los extremos de los tornillos. Pero son tan grandes...
- Es como tendrían que ser si su misión fuera sostener todo el metal de la caja. Creo que nos estamos acercando mucho y muy rápidamente al punto de desentrañar el misterio del medio de abrir el artefacto... y por consiguiente, ha llegado también el momento de andar con el máximo cuidado. Aún no puedo creerme que sea tan fácil como parece, el desvelar el secreto. Voy a cortar un trozo de hierro del calibre de la tuerca, y haremos una llave inglesa. Entre tanto te puedes quedar aquí y recoger los retales de metal.
El hacer la llave inglesa constituyó un pequeño revulsivo en la técnica local, y todos los viejos que disfrutaban del título de Maestros de la Forja se acercaron para consultar sobre la técnica y el procedimiento de construcción. Uno de ellos era un herrero, y tras un ritual sacrificio y una sarta de plegarias sacó una barra de hierro de entre un montón de brasas de carbón, y Jason atizó los fuelles hasta que se puso al rojo el hierro. A fuerza de buenos martilleos el trozo de hierro se convirtió en una llave con la cabeza apropiada para las tuercas que aparecían en el motor. Después de dar los últimos toques y meterlo en aceite para que sirviera de engrase, consiguió la herramienta que confiaba que le podría desempeñar un buen papel.
Edipon estuvo sin duda alguna, siguiendo de cerca el progreso de los trabajos, pues estaba esperando cerca del motor cuando llegó a Jason con la llave terminada.
- He estado ahí abajo - le anunció - y he visto las tuercas que esos cerdos appsalanoj han puesto dentro del sólido metal. ¡Quién lo hubiera sospechado! Aún me parece imposible que se pueda esconder un metal tras otro. ¿Cómo se puede hacer eso?
- Pues muy fácil. La base del conjunto del motor fue recubierto por un metal derretido que caía sobre ella. Debe tener un punto más bajo de fusión que el hierro del motor, de tal modo que no le dañaba en absoluto. Desde luego, en la ciudad tienen un conocimiento más profundo de la técnica del metal, y como lo saben, se aprovechan de vuestra ignorancia.
- ¡Ignorancia! Nos estás insultando...
- Retiro lo dicho. Quise decir que ellos estaban convencidos de que conseguirían burlaros, dándoselas de listos; y como no lo han conseguido, pues los idiotas son ellos. ¿Te satisface más as!?
- ¿Qué harás ahora?
- Secaré las tuercas y cuando lo haga, es muy posible que la zona que contiene el veneno se ponga en contacto con el aire.
- Pero eso es muy peligroso para ti. Los demonios deben tener otras trampas a punto para cuando cedan y den vuelta las tuercas. Voy a mandar a un esclavo fuerte, para que sea él quien les dé vueltas y nosotros lo observaremos distanciados. Su muerte no tendrá ninguna importancia.
- Me siento profundamente conmovido por el interés que te tomas por mi salud, y aunque me gustaría poderme acoger a la oportunidad que me brindas, no puedo. Yo también había estado pensando en algo parecido, pero al fin he llegado a la conclusión de que es un trabajo que no puede hacer nadie más que yo. El sacar esas tuercas de ahí, parece muy fácil, y eso es precisamente lo que me tiene más en recelo. Voy a hacerlo, estando a la expectativa al mismo tiempo de cualquier otro truco que pudiera sobrevenir, y eso..., eso es algo que yo sólo puedo hacer. Y ahora sugiero que te retires con todas las tropas hacia un lugar fuera de todo riesgo.
No se produjo la menor duda en abandonar el campo.
El ruido de las pisadas se oía repiquetear a toda velocidad sobre la arena, y Jason se quedó solo. Las cortinas de pieles se sacudían de vez en cuado por la fuerza del viento, y el ruido que producía era el único que imperaba en los alrededores. Jason escupió en la palma de sus manos, contuvo un ligero temblor, y se metió en el hoyo. La llave se acoplaba perfectamente con la tuerca, apretó las dos manos con sumo cuidado y mayor fuerza alrededor del mango, apoyó la pierna contra la pared del muro y empezó a empujar.
Se detuvo. Tres vueltas de paso de rosca hicieron caer la tuerca. Había algo en todo aquello que no le gustaba nada, aunque no sabía él lo que era. Pero la sospecha era suficiente.
- Mikah - gritó. Pero tuvo que llamar con todas sus fuerzas dos veces más para que su asistente asomara la cabeza entre las pieles -. Acércate adonde trabajan el petróleo, y tráeme uno de sus tornillos con una tuerca... de cualquier talla; no importa.
Jason se estuvo calentando las manos en la estufa hasta que volvió Mikah con el tornillo grasiento, para desaparecer inmediatamente con intención de ir a reunirse con los otros. Cuando volvió al hoyo, lo acercó a la sección que sobresalía del tornillo de los appsalaj y casi gritó de alegría. Las dificultades que había previsto en un principio se acababan de desvanecer. El paso de rosca del tornillo del motor había sido hecho en sentido inverso al normal si el uno iba hacia arriba, los dientes del otro iban hacia abajo.
Dejando la tuerca y el tornillo, colocó la llave inglesa sobre la pieza del motor, y empezó a hacer fuerza muy despacio en la dirección que en un principio le hubiera parecido totalmente errónea: como si estuviera apretando, cuando en realidad lo que hacía era aflojar. Lo hizo despacio, muy despacio, primero un cuarto de vuelta, después media vuelta. Poco a poco los pasos de rosca iban desapareciendo, hasta que quedaron al mismo nivel que la superficie de la tuerca. Se movía con facilidad, y antes de un minuto estuvo en el suelo. Dejó caer la llave inglesa tras el tornillo y saber de allí a toda prisa. Se puso en pie, al lado del armatoste, y con el máximo cuidado olfateó el aire, presto para echar a correr al menor síntoma de un escape de gas. Pero no notó nada.
El segundo tornillo salió con tanta facilidad como el primero, y sin producir tampoco ningún efecto maligno.
Desde la entrada del cerco de pieles, gritó al grupo que se mantenía en la distancia.
- ¡Volved, el trabajo está casi terminado!
Uno por uno se fueron relevando en el hoyo, para contemplar los tornillos y el interior del motor que nunca hubieran imaginado cómo era.
- Ya queda muy poco - les dijo - y estoy seguro de que para sacar todo eso, no es el mejor procedimiento el andar hurgando y rascando, como en principio era mi primera intención. Pero los que llevaron a cabo el montaje de este aparato, ya debieron calcular los inconvenientes que se presentarían a los que, queriendo aflojar los tornillos, no se dieran cuenta de que en vez de eso los estarían apretando. De todos modos, hasta que llevemos a buen término la operación todavía tenemos que hilar muy fino. Por cierto, ¿hay medio de conseguir trozos grandes de hielo, Edipon? ¿Ahora es invierno, no?
- ¿Hielo? ¿Invierno? - murmuró Edipon cogiéndole por sorpresa el cambio de conversación. Se rascó la punta de su prominente nariz -. Pues claro que es invierno. Hielo... debe haberlo en los grandes lagos, en las montañas; están siempre helados los lagos en este período del año. ¿Pero para qué quieres el hielo?
- Házmelo traer y ya lo verás. Que sean trozos de superficies lisas que yo pueda amontonar. No voy a levantar la campana que recubre el motor, sino que voy a dejarlo caer desde abajo.
No había transcurrido mucho tiempo, cuando los esclavos llegaron desde los lagos distantes con el hielo, y entre tanto Jason había montado una firme estructura lisa de madera, alrededor del motor, poniendo algunas cuñas metálicas bajo la campana; después aseguró las cuñas a la estructura. De esta forma, si se bajaba el motor hasta el fondo del hoyo, la campana quedaría arriba suspendida, aguantada por las cuñas. El hielo haría lo demás. Jason construyó unos fundamentos de hielo bajo el motor, y luego quitó los troncos que servían de soporte, de manera que mientras el hielo se fundía lentamente, el motor bajaría al mismo ritmo hasta el fondo del hoyo.
El tiempo continuaba siendo muy frío, y el hielo no llegaba a fundirse, hasta que por fin, Jason decidió que el mejor medio de abreviar la operación sería aproximar la estufa al montón de hielo. El agua comenzó a correr hasta el fondo del hoyo, y Mikah se las vio y para ir sacándola, mientras que la holgura entre la campana y la base del motor se iba ampliando. La fusión del hielo, continuó durante el resto del día, y durante casi toda la noche. Con los ojos enrojecidos y exhausto, Jason y Mikah estuvieron supervisando constantemente el lento hundimiento, y cuando los d'zertanoj volvieron al amanecer, el motor descansaba a salvo, en una charca de barro, en el fondo del hoyo; la campana había salido.
- Se las saben todas esos demonios de Appsala, pero Jason Dinalt, no nació precisamente ayer - bromeó -. ¿Veis esa especie de escudilla boca abajo que hay en la parte superior del motor? - Señalaba a un recipiente del tamaño de un barril pequeño, lleno de un líquido aceitoso verdoso -. Ese es el engañabobos, ahí está la trampa. Las tuercas que saqué iban cogidas a la campana, pero en lugar de estar atornilladas directamente a ellas, estaban conectadas por medio de un eje cruzado que descansaba sobre la parte superior de ese bote. Si una de las tuercas se hubiera apretado en lugar de aflojarla, habría roto el vidrio. Y ahora les diré lo que hubiera ocurrido de haber sucedido eso.
- ¡El líquido venenoso!
- Ni más ni menos. Y el doble muro de campana también está lleno de eso. Sugiero que tan pronto como hayamos cavado un agujero bien grande en el desierto, tanto la campana como el recipiente sean enterrados y olvidados para siempre. Dudo si el motor nos reservará otras sorpresas, pero tendré el máximo cuidado a medida que vaya trabajando.
- ¿Y crees que podrás arreglar el motor? ¿Ya sabes qué es lo que no funciona? - Edipon temblaba de alegría y esperanza.
- Todavía no. Apenas he podido echar un vistazo. En realidad una ojeada fue suficiente como para convencerme de que el trabajo sería tan fácil como robarle krenoj a un ciego. El motor es tan deficiente en construcción como la destilación de vuestro petróleo. Si tu gente pone un décimo de la energía que tú pones en ocultar el proceso de destilación en la investigación y mejoramiento de vuestro producto, te aseguro que llegaréis a volar en aviones a reacción.
- Prefiero olvidar tu insulto en compensación al favor que nos ¡has hecho. Ahora arreglarás este motor y los demás. ¡Un nuevo día amaneciendo para nosotros!
Jason bostezó.
- En este momento lo único que llega es la noche para mí. Necesito echar un buen sueño. Mira a ver si puedes hablar con tu hijo para que haga sacar el agua del motor y el hoyo antes de que se estropee, y cuando vuelva veremos a ver si lo podemos poner en marcha.
Capítulo IX
El buen humor de Edipon era patente, y Jason aprovechó para obtener el mayor número de concesiones posibles. Aparentando que se podrían presentar otras trampas y trucos en los motores, llegó a obtener el permiso necesario para poder hacer todo el trabajo en el sitio que desde un principio había ocupado en el exterior, en lugar de tener que quedar recluido en los edificios. Se mejoró el acondicionamiento de protección contra el tiempo reinante, y se construyó un aparato de sujeción para los motores especialmente concebido para cuando Jason estuviera trabajando en ellos. Se había construido con las especificaciones exactas designadas por Jason.
El arreglo del primer motor, presentó algunos inconvenientes, pero Jason, a base de fundiciones, de tornillos y recomposición de cilindros, dobló la compresión y el poder de aceleración. Cuando Edipon vio el cambio de velocidad que el motor reconstruido proporcionaba a su caroj estrechó a Jason contra su pecho y le prometió la mayor de las recompensas. Tal recompensa resultó ser un trozo de carne pequeño diario, para paliar la monotonía de las comidas de krenoj y una doble guardia en la puerta de su habitación que le asegurara la imposibilidad de desaparición de su valiosa propiedad. Su alimentación hasta aquel momento, había consistido única y exclusivamente en krenoj, y Jason se erizó al admitir de pronto que ya se había acostumbrado a él.
Jason tenía sus propios planes y estaba muy ocupado, siempre que le era factible, manufacturando un buen número de piezas de equipo que no tenían nada que ver con sus trabajos de recomponedor de artefactos. Mientras limpiaba una parte del motor, llamó a uno de los esclavos en ayuda.
- ¿Tú qué harías si te diera un arma, una maza, por ejemplo? - le preguntó cuando estuvo a su lado. Narsisi y uno de sus hermanos se hallaban totalmente fuera del alcance de la conversación, aburridos por la rutina del deber custodio.
- ¿Qué haría yo con maza? - farfulló el esclavo, arrugando el entrecejo y pensativo por el esfuerzo que tenía que desarrollar en su meditación.
- Eso es lo que, te he preguntado. Y sigue limpiando mientras piensas, no quiero que los guardias se den cuenta de nada.
- Si tuviera maza... ¡mataría! - decidió el esclavo, estrujando literal e inconscientemente entre sus manos el harapo que estaba utilizando.
- ¿Me matarías a mí?
- Si tuviese maza, te mataría, ¡tú no tan grande!
- Pero si te diera la maza, ¿no podría yo ser tu amigo? Y siendo tu amigo, ¿no querrías matar a ningún otro?
La novedad que tales proposiciones provocaron en el individuo le dejaron momentáneamente perplejo, lo cual motivó que moviera la cabeza y quedara pensativo. Pero advertida tal actitud por Narsisi, le conminó rápidamente a que siguiera trabajando. Jason suspiró y decidió ir en busca de otro esclavo a quien comunicar las proposiciones de su programa.
Le costó bastante, pero la idea empezaba a surtir sus efectos entre los esclavos. Todo cuanto tenían que esperar de los d'zertanoj era una cantidad de trabajo insoportable, horrible y sin conmiseración, y una muerte temprana. Jason les ofrecía, por el contrario, algo muy distinto: armas, la oportunidad de matar a sus dueños, e incluso, si aún tenían más sed de sangre, podrían saciarla en su marcha hacia Appsala. Era muy difícil hacerles comprender que tenían que trabajar juntos, si querían llegar a buenos resultado, y no matar a Jason ni matarse entre sí en cuanto tuvieran armas. Era un plan inmejorable, y probablemente se llevaría a efecto antes de que se hiciera ninguna visita a la ciudad. La revuelta, al menos, tenía que ser suficiente para liberarlos, aunque después los esclavos desaparecieran. Había menos de cincuenta d'zertanoj en aquel destacamento, todos hombres, con sus mujeres y hijos bastante alejados de allí, en las colinas. No sería muy difícil, por tanto, matarles o hacerles huir, y antes de que pudieran traer refuerzos, Jason y sus esclavos liberados se habrían ido. Solamente faltaba una cosa para terminar de redondear sus planes, y una nueva remesa de esclavos le resolvió el problema.
«Días felices», rió para sí, abriendo la puerta de su habitación y frotándose las manos de alegría. El guardia introdujo a Mikah tras él, y cerró la puerta. Jason se aseguró de que nadie podría abrirla con el pestillo interior que él había montado, y entonces hizo señas a los otros dos para que se acercaran al lugar más alejado de la puerta, en un rincón de la habitación.
- Hoy han venido nuevos esclavos - les dijo -, y uno de ellos es de Appsala, un mercenario o un soldado que capturaron en una escaramuza. Sabe que no le dejarán vivir el tiempo suficiente para poder salir de aquí, de modo que me agradeció cuantas sugerencias le hice.
- Esta es conversación de hombres que yo no entiendo - dijo Ijale, dando media vuelta y yendo hacia el fuego donde preparaba algo de comida.
- Esto lo comprenderás - dijo Jason yendo hacia ella, cogiéndola por un hombro y obligándola a volver -. El soldado ése sabe dónde está Appsala, y puede llevarnos hasta allí. Ha llegado el momento de pensar en marcharnos de aquí.
Tenía toda la atención de Ijale y la de Mikah puesta en sus palabras.
- ¿Y cómo lo haremos - susurró ella.
- Tengo mis planes concebidos ya. Tengo limas y ganzúas suficientes como para poder entrar en todas las habitaciones, un buen número de armas, la llave para los armarios y todos los esclavos de mi parte.
- ¿Qué pretendes hacer? - preguntó Mikah.
- Levantar una revuelta de esclavos en el mejor de los estilos. Los esclavos lucharán contra los d'zertanoj y nosotros escaparemos, y hasta podría ser que con una armada de hombres protegiéndonos, pero, de cualquier modo, escaparemos.
- ¡Estás hablando de una revolución! - gritó Mikah, por lo cual Jason saltó sobre él y lo tiró al suelo. Ijale le sujetaba las piernas, mientras Jason le atenazaba por el pecho y le tapaba la boca.
- ¿Pero qué es lo que pasa? ¿Quieres pasarte la vida arreglando motores? Estamos demasiado bien custodiados como para poder arriesgarnos a salir de aquí por nuestros propios medios, de manera que necesitamos aliados. Los tenemos a nuestra disposición... ¡a todos los esclavos!
- Rev... o... luc... ión - murmuró Mikah, a través de los dedos que le oprimían.
- Pues claro que es una revolución. Y también es el único medio de sobrevivir que podrán tener en su vida esos pobres diablos. Ahora no son más que un rebaño humano, maltratados y muertos al antojo de esos usurpadores. No creo que tengas que sentir compasión por ninguno de los d'zertanoj, todos y cada uno de ellos han cometido más de diez asesinatos. Tú mismo has visto cómo han estado golpeando a la gente hasta dejarlos muertos. ¿Crees que son demasiado buenos como para tener que sufrir una revolución?
Mikah se relajó y Jason levantó la mano ligeramente, presto a dejarla caer de nuevo en el caso de que Mikah levantara la voz por encima de un susurro.
- Pues claro que no son buenos - acepto Mikah - son bestias con apariencia humana. No siento ninguna piedad por ellos y deberían ser barridos y hechos desaparecer de la faz de la tierra como lo fueron Sodoma y Gomorra. Pero no debe conseguirse por medio de una revolución, una revolución es perversa, inherentemente perversa.
Jason inclinó despectivamente la cabeza en señal de desacuerdo.
- Espero que estarás de acuerdo conmigo en que los dos tercios de los gobiernos que existen en la actualidad, la otra parte es de reciente formación, fueron fundados por medio de la revolución. Circunspectos, liberales, democráticos gobiernos que se iniciaron gracias a un puñado de muchachos con revólveres y con el inmenso deseo de hacer cambiar las cosas y ponerlas de manera que fuesen más beneficiosas para ellos. ¿De qué forma te vas a quitar la argolla que atenaza tu cuello si no hay otro medio de hacerles desaparecer de un modo legal? Si no puedes desembarazarte de ellos... dispara.
- ¡Una revolución sangrienta, no puede ser!
- De acuerdo, no habrá revolución - decidió Jason poniéndose en pie y frotándose las manos con evidente disgusto -. Lo que haremos será cambiarle el nombre. ¿Qué te parece si le llamáramos... un motín en la prisión? No, eso tampoco te gustaría. ¡Ya lo tengo!... ¡Liberación! Somos nosotros quienes vamos a romper las cadenas que les tienen amarrados y vamos a devolverlos, ¡pobre gente!, a las tierras de donde fueron robados. El hecho, sin importancia, de que los esclavizadores los miren como una propiedad, sin pararse a pensar nunca en lo que ello representa, y que luego, cuando llega un caso así se sientan ultrajados, no debe importarte. De manera que... ¿te unes a mi movimiento de liberación?
- No deja de ser una revolución.
- Mira, es... ¡lo que a mí me dé la gana en llamarlo! - se exasperó Jason -. O te vienes conmigo de acuerdo con mis planes, o te dejaremos aquí cuando nos vayamos. Te doy mí palabra de que no me volveré atrás y haré lo que digo. - Avanzó unos pasos, se sirvió un poco de sopa y esperó a que la ira que le embargaba disminuyera un tanto.
- No puedo... no puedo hacerlo - suspiraba Mikah, sin levantar la vista del plato de sopa que tenía ante él y que miraba como si fuera un oráculo de cristal. Jason le volvió la espalda.
- No vayas a ser como él - advirtió a Ijale alzando el dorso de la cuchara hacia ella -. No tendrás mejor suerte de la que hayas tenido nunca, aun viniendo de una sociedad como la tuya, que tiene los pies puestos firmemente en el suelo, o en la tumba, para ser más exacto. Tu pueblo solo ve que los hechos concretos, y sólo, de entre éstos, los más evidentes, y una simple abstracción, como es un trust, va más allá de vuestras posibilidades de comprensión. Y entre tanto, este payaso de cara larga no puede pensar más que en la abstracción de las abstracciones, y cuanto más irreales, mejor. Estoy seguro de que se rompe la cabeza pensando muchas veces en cuántos ángeles pueden bailar en la punta de un alfiler.
- Eso no me preocupa - interrumpió Mikah, reaccionando a la insinuación -. Pero de vez en cuando sí que pienso en ello. Creo que es un problema digno de ser tenido en consideración.
- ¿Lo ves?
Ijale asintió.
- Si él está equivocado y yo también lo estoy, entonces tú eres el único que debe tener razón - hizo un gesto de complacencia por sus propias palabras.
- Muy bien dicho - sonrió Jason -. Y, además, es verdad. No es que crea que soy infalible, pero estoy más que seguro de que veo mejor la diferencia entre abstracciones y hechos, mucho mejor que cualquiera de vosotros dos, y, además, soy mucho más diestro en manejarlos. - ¡Monstruo de la arrogancia! - exclamó Mikah.
- ¡Oh! ¡Calla ya...! ¡Tranquilo...!
- ¡El orgullo siempre va antes del fracaso! Eres un maldiciente y un idólatra antipietista...
- Muy bien...
- ...y lo que me apesadumbra es el haber estado considerando, aunque sólo haya sido durante unos minutos, el ayudarte a ponerme de tu lado en el pecado, y temo con ello por la debilidad de mi alma, que no ha sido capaz de resistir como debiera. Lo siento, pero tengo que cumplir con mi deber. - Empezó a dar golpes en la puerta y gritó -: ¡Guardias! ¡Guardias!
A Jason se le escapó la escudilla de la mano e iba a lanzarse a sus pies, cuando resbaló en la sopa que acababa de caer. Mientras se ponía en pie de nuevo, se oyeron los cerrojos de la puerta y ésta se abrió. Si hubiera podido alcanzar a Mikah antes de que el idiota abriera la boca, se la hubiera cerrado para siempre, o al menos lo hubiera dejado fuera de combate antes de que fuera demasiado tarde.
Pero realmente, era demasiado tarde. Narsisi asomó la cabeza con aspecto somnoliento; Mikah adoptó la más dramática de las poses y señaló a Jason:
- ¡Atrapadle y arrestad a ese hombre! ¡Le acuso de intento de revolución y de planear un asesinato!
Jason se detuvo unos instantes y volviéndose hacia atrás, metió la mano en el saco de sus pertenencias personales que estaba apoyado en la pared. Continuaba buscando, vació todo su contenido y al fin se apoderó de un trozo de metal en forma de martillo, de aspecto muy pesado.
- ¡Tú sí que eres un traidor! - gritó Jason a Mikah, al mismo tiempo que avanzaba hacia Narsisi.
Aunque en apariencia daba la impresión de ser muy lento, no estaba nada mal en cuanto a reflejos, y el escudo detuvo el golpe de Jason, mientras que con la maza le dio tal golpe en el dorso de la mano que se la hizo abrir; los dedos, doloridos, se abrieron, y el martillo cayó al suelo.
- Creo que será mejor que vengáis los dos conmigo; mi padre sabrá y decidirá lo que hay que hacer - dijo Narsisi empujando a Jason y a Mikah delante de él. Cerró y llamó a uno de sus hermanos para que continuara la guardia, y después condujo a los cautivos. Hacían un ruido tremendo con sus grilletes en las piernas. Mikah caminaba con la nobleza de un mártir, y Jason rechinando los dientes.
Edipon no se mostró sorprendido cuando se habló de la rebelión de los esclavos, y se hizo cargo de la situación antes de que Narsisi terminara de hablar.
- Ya me esperaba esto, de manera que no me sorprende. Sabía que llegaría el momento en que intentarías derrotarme, y por eso fue por lo que permita que estuviera otro contigo para ayudarte y aprender de tus enseñanzas. Como sospechaba, te ha traicionado para ganarse tu puesto.
- ¿Traicionar? No pretendía obtener ningún beneficio personal - protestó Mikah.
- Ése era el único y más puro de los motivos - sonrió Jason fríamente -. No te creas ni una sola palabra de lo que te diga este piojoso, Edipon. No estoy planeando ninguna revolución, él mismo me dijo que quería mi trabajo.
- ¡Me estás calumniando, Jason! ¡Yo nunca miento! ¡Estabas planeando una revuelta! Me dijiste...
- ¡Callaros los dos! - ordenó Edipon -. Callaros o voy a hacer que os apaleen hasta dejaros muertos. Aquí el que tiene que juzgar soy yo. El esclavo Mikah ha traicionado al esclavo Jason, y si el esclavo Jason estaba planeando una revolución, no es una cosa que no tenga la menor importancia. Su ayudante no le hubiera denunciado si no hubiera estado seguro de que podía hacer el trabajo tan bien como él, y que en realidad es lo único que me importa verdaderamente. Tus ideas acerca de la clase trabajadora me han causado muchos problemas, Jason, y me gustaría matarlas, al mismo tiempo que a ti. Encadenadlo con los esclavos. Mikah, te recompenso con la habitación de Jason y su mujer, y mientras hagas el trabajo tan bien como él, no te mataré. De manera que trabaja durante mucho tiempo y vivirás mucho tiempo.
- Ése era el único y más puro de los motivos, ¿no es eso lo que dijiste, Mikah? - gritaba Jason mientras le sacaban a empujones de la habitación.
La caída desde el pináculo del poder fue rapidísima. En menos de media hora, había nuevos grilletes en las muñecas de Jason, que por el otro extremo estaban sujetos al muro. Su estancia la comparte con los otros esclavos. Los grilletes que llevaba en las piernas, ni por un momento se vio la menor duda en ellos de quitárselos, sino que, al contrario, los dejaron en su sitio, sin duda como recuerdo adicional de su nuevo estado. Tan pronto como la puerta se cerró, cogió las cadenas y las examinó a la pálida luz de una lámpara distante.
- ¿Cómo va la revolución? - le preguntó el esclavo que tenía a su lado, inclinándose hacia él y haciendo de su voz un susurro.
- Pues ya lo ves, ¡formidablemente! ¡Ja, ja! - fue la respuesta divertida de Jason, al mismo tiempo que se aproximaba más a él para cerciorarse de su físico, cuyos ojos presentaban un caso extremado de estrabismo, mirando en distintas direcciones a la vez - Tu cara me es familiar, ¿eres acaso uno de los nuevos esclavos? ¿No hablé contigo hoy mismo?
- Sí, señor, ese soy yo, Snarbi, un buen guerrero, lancero, experto en la maza y en la daga, siete asesinatos en mi haber y dos posibles en mi record actual. Puedes comprobarlo, si quieres, en la casa consistorial.
- Lo recuerdo todo muy bien, Snarbi, incluso el hecho de que conoces el camino de vuelta hacia Appsala.
- No creo que lo haya olvidado.
- Entonces, la revolución sigue en pie -, en realidad se puede decir que comienza ahora mismo; pero quiero que vayamos poco a poco. En lugar de libertad a todos estos esclavos, ¿qué te parecería la idea de escapar nosotros dos solos?
- No he oído ninguna idea mejor desde que se inventó la tortura. No necesitamos para nada a estos tipos estúpidos, no harían más que causarnos problemas. Hay que hacer las cosas rápidamente y sin levantar ningún alboroto. Es siempre mi principio.
- Yo también parto siempre de ese mismo principio - asintió Jason, metiendo la mano en sus botas, con la punta de los dedos.
Se había metido allí la mejor lima en el mismo momento que Mikah le estaba traicionando en su habitación. El ataque de que hizo objeto a Narsisi no fue más que para disimular su acción anterior.
Jason había hecho aquella lima con el mayor de los cuidados para no ser descubierto, o al menos éstas eran sus intenciones, pero al fin lo consiguió. Cortó las argollas que se ceñían sobre sus piernas y en menos de tres minutos yacían los dos en el suelo.
- ¿Eres un mago? - susurró Snarbi.
- Mecánico. Lo que ocurre es que en este planeta las dos cosas tienen el mismo significado. - Miraron a su alrededor, pero los esclavos, exhaustos, dormían profundamente y no habían oído nada. Se puso rápidamente a limar la argolla de la cadena que aseguraba los grilletes de las muñecas -. Snarbi - dijo rápidamente -, ¿estamos unidos en la misma cadena?
- Sí, la cadena va a lo largo de los grilletes y sujeta a todo el tronco de esclavos. El otro extremo atraviesa un agujero que hay en la pared.
- No podía ser mejor. Estoy limando una de estas anillas y cuando ceda estamos libres. Mira a ver si puedes sacar la cadena de entre los agujeros de tus grilletes, y déjala descansar en el suelo, sin que se dé cuenta de lo que ocurre el esclavo que hay a tu lado. De momento nos iremos con los grilletes. No tenemos tiempo de entretenernos con ellos, y tampoco nos serán muy molestos. ¿Vienen los guardias aquí alguna vez durante la noche para echar un vistazo a los esclavos?
- Desde que estoy aquí no han venido nunca. Lo que hacen es despertarnos por la mañana, empujando la cadena de un lado a otro.
- Entonces esperemos que esta noche ocurra lo mismo, porque la verdad es que vamos a necesitar mucho tiempo. ¡Ya está! La lima había atravesado la anilla de parte a parte. - Ahora mira a ver si puedes sujetar desde este extremo toda la cadena, mientras yo intento entrelazar de nuevo estas anillas y curvar un poco la que haga de unión.
Cuando lo hubieron conseguido, se tumbaron en el suelo con el mayor sigilo y se fueron sin hacer el menor ruido hacia la puerta.
- ¿Hay algún guardia fuera? - preguntó Jason.
- Que yo sepa, no. No creo que tengan bastantes hombres aquí como para poder guardar a los esclavos.
Cuando llegaron a la puerta, Jason plegó los labios de contento.
- Estos idiotas se han dejado la llave en la cerradura.
Cogió el trozo mas suave de cuero de los que llevaba, y después de extenderlo sobre el suelo cuidadosamente, lo empujó por debajo de la puerta, dejando un pico a su alcance, para en el momento oportuno poder tirar hacia sí.
Entonces, a través del agujero de la cerradura, empujó la llave suavemente y oyó un ruido seco al otro lado de la puerta sobre el suelo. Cuando retiró el cuero, la llave se hallaba en el mismo centro. Una vez abierta la puerta con el mayor de los cuidados, en pocos segundos estuvieron en el exterior, penetrándolo con la mirada, sumido en la oscuridad.
- ¡Vamos, de prisa! ¡Corre, salgamos de aquí! - dijo Snarbi. Pero Jason le sujetó por el cuello y le retuvo.
- ¿Es que no hay ni un átomo de inteligencia en este planeta? ¿Cómo vas a ir hasta Appsala sin comida ni agua? ¿Y si la encuentras, cómo vas a llevar la suficiente? Si quieres continuar con vida, sigue las instrucciones. Primero voy a cerrar esta puerta, para que nadie piense que escapamos por casualidad. Después, nos procuraremos algún medio de transporte y saldremos de aquí, bajo el más puro de los estilos. ¿De acuerdo?
La respuesta no fue más que un ronquido, hasta que Jason abrió un tanto los dedos y dejó que el aire penetrara de nuevo en los pulmones del individuo y compañero de huida. No obstante, aquel ronquido debió significar asentimiento, puesto que Snarbi anduvo sin ningún género de oposición detrás de Jason, mientras éste avanzaba a lo largo de las oscuras avenidas, entre los edificios.
Llegar hasta la refinería no fue ningún problema, puesto que los pocos centinelas que había, atendían más a un posible peligro exterior, que al interior que les acechaba.
- Siéntate aquí y no toques nada; de lo contrario, serás maldito para toda la vida - ordenó el tembloroso Snarbi; se fue hacia la parte central con el martillo asido con fuerza entre sus dedos. Se alegró de ver a uno de los hijos de Edipon en el turno de guardia, recostado contra un tronco, dormitando. Jason le levantó con toda suavidad el casco de cuero con la mano libre, y descargó una vez el martillo sobre él, el guardián durmió más profundamente. - Ahora podemos ponernos a trabajar - dijo Jason cuando volvió al interior -. Encendió una pequeña lámpara.
- ¿Pero qué estás haciendo? - preguntó Snarbi aterrorizado -. Nos verán, nos atraparán... los esclavos que huyen... nos matarán...
- No te muevas de mi lado, Snarbi, y no tienes por que preocuparse de nada. Estas luces no pueden ser vistas por los centinelas. Ya tuve antes buen cuidado de observar este detalle. Por otra parte, tenemos bastante trabajo que hacer antes de marcharnos... Tenemos que preparar un caroj.
No es que en realidad hubiese que prepararlo, que construirlo desde su más primitiva estructura. La operación consistía más bien en acoplar el motor al cuerpo del artefacto. Había que colocar tres ruedas del caroj, y dos de ellas tenían que sujetarse todavía con tuercas y tornillos. Jason puso las ruedas en su sitio e hizo uso de Snarbi para que apretara los tornillos. Cuando la tercera rueda estuvo colocada, todo el aparato recordaba la plataforma de una máquina de vapor, montada sobre inseguros caballetes. Y eso era en realidad lo que Jason se había propuesto que fuera desde un principio, y los caballetes sostenedores salieron de sus puestos con la misma facilidad que se habían acoplado los otros sostenes.
La posibilidad de una huida eventual, había siempre ocupado el primer plano de sus pensamientos y reflexiones.
Snarbi estaba sumido en los últimos retoques de aceite, agua y fuel, mientras que Jason llenaba los tanques. Encendió el fuego bajo el quemador y cargó en el artefacto una buena partida de herramientas y un pequeño aprovisionamiento de krenoj, que se había ingeniado para ahorrar de lo correspondiente a sus propias raciones. Todos estos preparativos requirieron algún tiempo. Pronto amanecería, y por tanto, tenían que salir de allí cuanto antes de manera que tenía que tomar una decisión con extrema urgencia.
No podía dejar a Ijale allí, y siendo que iba a recogerla a ella, no podía negarse a llevar a Mikah igualmente consigo. Aquel hombre le había salvado la vida, y, por consiguiente, no debía tener en cuenta en aquellos momentos las tonterías que había hecho desde su llegada al planeta. Jason era de los que creía que siempre se debe algo a un hombre que ha contribuido al prolongamiento de nuestra existencia, pero, no obstante, se preguntaba a sí mismo hasta qué punto se debería considerar deudor. En el caso de Mikah llegó a la conclusión de que la balanza se inclinaba ligeramente por la deuda. Quizás en esta ocasión...
- Vigila la máquina... estaré de vuelta tan pronto como me sea posible - dijo saltando a tierra.
- ¿Qué es lo que quieres que haga? ¿Quedarme aquí con este diablo de máquina? ¡Ni hablar! ¡No puedo! ¡Arderá y consumirá mi cuerpo!
- Actúa de acuerdo con tu edad, Snarbi, de acuerdo con tu edad física, sino con tu edad mental. Este montón de trastos fue hecho por los hombres, y arreglado y mejorado por mí... no tiene nada que ver con los demonios. Quema aceite para dar calor y éste produce vapor, que va por este tubo, y de aquí hacia este eje y se ponen en funcionamiento las ruedas para que nos podamos trasladar y mover. Quizá puedas comprender esto mejor: yo, solo yo, te puedo sacar en libertad de aquí. Por lo tanto te quedarás y harás lo que yo diga, o de lo contrario te chafaré la cabeza, ¿está claro?
Snarbi asintió en silencio.
- De acuerdo. Así me gusta. Todo lo que tienes que hacer es sentarte aquí y mirar este disco verde, ¿lo ves? Si ves que pasa de este punto antes de que haya vuelto, accionas esta palanca en esta dirección. ¿Está claro? De esta forma, la válvula de seguridad no se pondrá en funcionamiento despertando con ello a toda la ciudad, al mismo tiempo que ello nos permitirá seguir adelante.
Jason salió. Pasó por delante del silencioso centinela y se encaminó hacia otra estación de refinería. En lugar de una maza o una daga, iba armado con una especie de estilete bien templado que él mismo se las había arreglado para fabricar delante de las narices de los centinelas. Examinaban constantemente todos sus trabajos y todo cuanto hacía, tanto en su puesto habitual de trabajo como en los pequeños arreglos, composturas e incluso herramientas, que fabricaba en su propia habitación, pero como ellos desconocían la mayor parte de las cosas que Jason hacía, todos sus trabajos iban más allá de la comprensión de aquellas gentes. Llevaba pequeños recipientes que había llenado de las fracciones más combustibles de la refinería, y después las había cubierto con paños empapados del mismo líquido. Aquel olor tan fuerte casi le producía vértigo, pero confiaba en que al menos se vería recompensando de sus esfuerzos en el momento oportuno. Lo único que podía hacer era confiar, ya que no había realizado ningún experimento completo. En caso de tener que hacer uso de aquello, nada más tenía que encender la cubierta exterior y arrojar el recipiente contra ellos. El recipiente estallaría, produciendo un impacto considerable, al mismo tiempo que ponía en ignición el contenido. Teóricamente, al menos, debería ser así.
Estaba seguro de que su subconsciente no tenía un gran interés en salvar a la muchacha esclava, y menos todavía en arriesgar la piel por ella. Pero había llegado al edificio donde estaba su habitación y trataba de averiguar, asomando por una esquina, si había un guardia a la puerta. Sí que estaba, y parecía que estuviera dormitando, pero algo le sobresaltó y le hizo despertar. No había oído nada, pero olfateó el aire y torció un tanto la nariz; el fuerte olor que desprendía el agua del poder de los molotov de Jason, había llegado hasta él, y divisó a Jason antes de que éste pudiera esconderse.
- ¿Quién hay ahí? - preguntó el guardia avanzando a paso rápido.
No había manera de salir de allí sin ser visto, y como no tenía otra alternativa, dio un salto hacia adelante y se plantó ante el guardia. La hoja que esgrimía fue directamente bajo la protección del guardián - probablemente no había visto una espada nunca con anterioridad -, y la punta le dio de lleno en la garganta. Expiró tras unos cuantos ronquidos de agonía. Con toda rapidez se dispuso a abrir los tornillos y cerraduras que sellaban la puerta. Se oyó un ruido de pasos en la distancia en el mismo momento en que conseguía abrir la puerta, y entró corriendo en la habitación.
- Salid rápido, ¡nos vamos!, ¡hay que huir! - les apremió mientras empujaba a la adormilado Ijale hacia la puerta. Sintió un gran placer al tener la ocasión de propinar un tremendo patadón a Mikah, que le levantó literalmente del suelo y le hizo atravesar el quicio de la puerta, donde tropezó con Edipon que acababa de llegar blandiendo una maza. Jason se abrió paso entre las tumultuosas siluetas que se arremolinaban a su alrededor, golpeó a Edipon con la empuñadura de la espada detrás de la oreja y levantó a Mikah del suelo.
- Corred hacia el taller de reparación de motores - ordenó a sus compañeros, que no salían de su estupor ante aquellos hechos inesperados -. Tengo un caroj allí, en el que podemos escapar.
Por fin se pusieron en movimiento a toda velocidad.
Gritos estridentes sonaban tras ellos, y todo un grupo compacto de d'zertanoj armados corría a escasa distancia. Jason se apoderó de una de las lámparas que iluminaban la entrada, cuando llegaron al edificio, quemándose la mano a causa de los bruscos movimientos que hacia con ella, y aplicó la llama a una de las bombas que él mismo había fabricado. Ésta se incendió instantáneamente y Jason la lanzó contra los soldados antes de que las quemaduras de su mano alcanzaran mayor gravedad. El artefacto se estrello contra el muro y se rompió. El líquido inflamable se extendió en todas direcciones, pero la llama no fructificó.
Jason lanzó algunas maldiciones, e inmediatamente cogió otra bomba, pues éstas eran su último recurso, ya que si no cumplían su misión estaba perdido. Los d'zertanoj dudaron un momento antes de atravesar el charco de poder, y en aquel instante lanzó la segunda bomba incendiaria. Ésta estalló al momento, y ante la sorpresa de Jason incendió la primera bomba, con lo cual suelo se convirtió en una cortina de humo. Manteniendo la lámpara en su mano, por si le era necesario lanzar otra bomba, corrió tras los otros compañeros.
Hasta aquel momento la alarma no había cundido de una forma general por todo el edificio. Pero de pronto la confusión se extendió como un reguero de pólvora por todos los rincones. Por la distancia a que se hallaba y a la velocidad que corría, calculó que ya no necesitaría la lámpara, de modo que decidió apagarla. Desde el desierto llegó hasta él, de una forma cada vez más acentuada, un silbido penetrante.
- ¡Ya me la ha jugado! - murmuró para sí -. Ese ruido procede de la válvula de seguridad de la caldera de vapor.
Alcanzó a Ijale y a Mikah, que avanzaban confusos en la oscuridad; le proporcionó un nuevo golpe a Mikah, al mismo tiempo que expresaba su repentino odio por la raza humana, y los condujo hacia el lugar que había sido su centro de trabajo a una velocidad agotadora.
Por fin habían conseguido escapar, al menos de momento, sin daños corporales, gracias a la confusión que se había creado en los primeros momentos. Los d'zertanoj parecían no tener experiencia en los ataques nocturnos, que fue la interpretación que dieron a la huida de aquellos tres seres, y en tales circunstancias organizaron una increíble torre de Babel entre carreras y gritos. El edificio que se quemaba y el cuerpo yaciente de Edipon todavía contribuyeron a aumentar la confusión y el desorden.
Pero con todo ello, y con las prisas, Jason no hacía más que conducir directamente al enemigo hacia el vehículo de vapor, precioso en estos momentos para ellos, pero no tenía otra elección. En cualquier caso el vehículo estaba dando a conocer su presencia con aquellos silbidos ensordecedores, y si no llegaba a tiempo para rectificar en lo posible los errores cometidos por Snarbi estaban atrapados. Nada más llegar fue directamente hacia la máquina. Snarbi estaba escondido detrás de una rueda, pero no era el momento oportuno de prestarle la menor atención. Al mismo tiempo que Jason saltaba sobre la plataforma, la válvula de seguridad enmudeció y a ello siguieron unos segundos llenos de incertidumbre y temor.
Comenzó por mirar todas las válvulas, vigilando estrechamente los indicadores: no había vapor suficiente para rodar diez metros. La poca agua que quedaba hervía estrepitosamente, mientras los gritos de rabia de los d'zertanoj que acababan de atravesar los muros de cueros y pieles llegaban hasta él. Jason metió el extremo de uno de los recipientes que había acondicionado para bombas en la caldera de fuego, y tan pronto como prendió la lanzó a los otros. Los gritos de rabia se convirtieron en gritos de temor, mientras las lenguas de fuego lamían a los perseguidores, que se lanzaban en retirada en total desorden. Jason se lanzó tras ellos y les hizo apresurar la retirada lanzando otra bomba. Parecía que se retiraban hasta los muros de la refinería, pero no llegaba a estar seguro de sí, amparándose en la oscuridad, no habría habido algunos de ellos que se habrían escondido para después acercarse a rastras hasta los flancos de la máquina.
Volvió corriendo al carro, le dio un golpe al indicador de presión, que se mantenía inmóvil, y abrió la alimentación de fuel de par en par. Una vez efectuadas diferentes comprobaciones y verificaciones en la válvula de seguridad y en los indicadores de nivel de la caldera, no le quedaba más que esperar, pues no podía hacer otra cosa hasta que la presión volviera a subir. Los d'zertanoj estarían reuniéndose, reagrupando sus fuerzas y organizando un ataque en pleno. Si la presión subía lo suficiente antes de que esto ocurriera, podrían escapar, pero si no...
- Mikah... y tú, estúpido Snarbi, meteros detrás de este aparato y empujad...
- ¿Qué ha ocurrido? ¿has dado rienda suelta a una revolución? Si es así... no cuentes con mi ayuda...
- ¡Nos vamos! ¡Escapamos! ¡Huimos! Si es que eso te convence y no te molesta. Nos vamos Ijale, yo y un guía - ordenó Jason.
- Yo también iré. No hay nada punible en escapar de estos bárbaros.
- Muy delicado por tu parte el pensar y hablar así - respondió Jason irónico -. Ahora empuja. Quiero poner el vehículo en el centro, lejos de los muros, y apuntando hacia el desierto. Hacia el desierto... creo que es por aquí, ¿no es eso, Snarbi?
- Hacia el desierto... sí, eso es, ese es el camino. - Todavía le temblaba la voz del miedo que acababa de pasar. Jason se alegró al darse cuenta de ello.
- Ahí está bien, y ahora todo el mundo arriba. Cójanse a las barras que puse a los lados para que nadie caiga, si es que conseguimos salir de aquí, claro está.
Jason echó una ojeada al lugar donde guardaban las cosas más imprescindibles para ver si faltaba algo y subió a bordo. Apagó la linterna y se sentó en la oscuridad, mientras iba creciendo a pasos agigantados la tensión de aquellos momentos, con los ojos puestos en la oscuridad y las caras iluminadas por las llamas que se asomaban por la boca de la caldera. No se podía medir el tiempo; cada segundo parecía que duraba una eternidad. Los muros de pieles que rodeaban el centro de trabajo ocultaba la vista del exterior, y en unos momentos la imaginación convertía los murmullos del viento y el silencio de la noche en hordas terribles de gentes que saltaban sobre ellos, prestos para aplastarlos en un instante.
- Mejor será que escapemos corriendo y abandonemos este aparato - dijo Snarbi poniéndose en pie y tratando de saltar al suelo desde la plataforma -. Aquí estamos atrapados, y nunca conseguiremos huir.
Jason le atenazó antes de que saltara, y de un puñetazo con todas sus fuerzas le dejó tendido en el suelo para después, acercándose a él, cogerle la cabeza y golpearla contra la madera de la plataforma hasta que le hizo perder el conocimiento.
- No puedo por menos que ponerme de parte de ese pobre hombre - intervino Mikah con severidad -. Eres un bruto, Jason, por castigarle a causa de un sentimiento natural. Deja ya tus ataques sádicos y únete a mí en una plegaria.
- Si ese pobre hombre por el que tú sientes compasión hubiera cumplido con su deber y hubiera vigilado la caldera de vapor como yo le había indicado, estaríamos todos a salvo muy lejos de aquí. Y si tú tienes todavía fuerzas y aire que gastar rezando, empléalos en algo más práctico soplando el fuego de la caldera. No van a ser las brujas, las plegarias, ni la intervención divina lo que nos saque de aquí... sino el vapor...
Un grito de guerra terrorífico salió de gran número de gargantas a la vez, y un nutrido grupo de d'zertanoj apareció en la entrada del recinto. Al mismo tiempo, la parte trasera del muro de pieles cayó y apareció otro grupo de hombres armados. El caroj, inmóvil, estaba atrapado entre dos grupos de atacantes, que se lanzaban a la carga. Jason, maldiciendo, encendió cuatro bombas y las lanzó dos a dos en dirección opuesta. Antes de que llegaran a su destino saltó hacia la válvula de vapor y la abrió de golpe; con un salto tremendo el caroj se puso en movimiento. Por un momento los atacantes se vieron contenidos por las llamas y comenzaron a lanzar gritos de rabia al ver que la máquina se ponía en movimiento.
A cada vuelta que daban las ruedas la velocidad se aceleraba, y cuando llegaron a la cortina que formaban las pieles las arrancó de su sitio con toda facilidad. Los gritos se iban haciendo más débiles y las llamas perdían vivacidad tras ellos al internarse en una carrera suicida en el desierto, saltando sin reparos por encima de los altibajos del terreno. Jason se aferró al timón y llamó con urgencia a Mikah para que le reemplazara. Si abandonaba el timón, y con ello el control de la dirección de la máquina, era seguro que se estrellarían en un momento, y, sin embargo, mientras estuviera allí no podía controlar la fuerza de salida del vapor. Por fin Mikah llegó a apercibirse de lo que Jason se proponía, y arrastrándose desesperadamente y con sumo cuidado, avanzó poco a poco hacia él.
- Coge este timón y mantenlo con fuerza, procurando sortear los desniveles del terreno.
Tan pronto como abandonó aquel lugar, Jason se abrió paso hacia los mandos y redujo la velocidad; fueron aminorando lentamente hasta que se detuvieron por completo. Ijale no tuvo fuerzas para reincorporarse, y Jason tenía la sensación de que cada molécula de su cuerpo hubiera sido apaleada con mazos. No se divisaba señal alguna de persecución tardaría al menos una hora antes de que volviera a subir la presión de vapor en el caroj, pero nadie que fuera a pie podría darles alcance.
- De pie, Snarbi - ordenó -. Os he sacado a todos de la esclavitud y ha llegado el momento de que nos guíes. Hasta ahora he servido de faro para la construcción y puesta a punto de esta máquina, y en este momento te toca a ti caminar delante e ir indicándonos el mejor camino dentro de la dirección apropiada.
Snarbi saltó de la máquina con cierta dificultad y avanzó unos pasos. Jason abrió un poco la válvula del vapor y el aparato se puso en marcha, mientras Mikah volvía al timón para seguir al gula.
Ijale se arrastró unos pasos y fue a colocarse al lado de Jason, estremecida a causa del frío y del miedo. Él le dio unos golpecitos cariñosos en el hombro.
- Tranquilízate - le dijo -. A partir de este momento todo será un viaje de placer.
Capítulo X
Hacía seis días que habían salido de Puti’ko, y las provisiones estaban casi exhaustas. El terreno, una vez alejados de las montañas, se había hecho más fértil y comenzaba a dibujar en el horizonte pampas de hierba con bastantes riachuelos y manadas de animales que les aseguraban el no tener que morir de hambre. Lo que les preocupaba era el fuel, y Jason aquella misma tarde había abierto el último bidón. Se detuvieron unas cuantas horas antes de que anocheciera, ya que la carne fresca se les había acabado, y Snarbi cogió el arco y las flechas y salió a cazar. De entre todos ellos era el único que podía manejar aquella arma con cierta destreza, aun a pesar de su deficiencia ocular, puesto que era el único que conocía los intríngulis de aquellas tierras; de modo que los quehaceres de la caza le fueron asignados a él. A fuerza de la costumbre el temor que había experimentado en un principio por el caroj fue desapareciendo, y su propia estima fue creciendo gracias a su habilidad como cazador. Avanzaba arrogante entre la hierba a la altura de la rodilla, con el arco pendiente del hombro y silbando notas desconocidas por él mismo entre dientes. Jason le contemplaba al alejarse y experimentó una sensación de malestar que no le era desconocida en los últimos días.
- No confío en este mercenario. No confío en él ni un momento - murmuró.
- ¿Me hablabas? - preguntó Mikah.
- No, no te hablaba, pero es igual. ¿Has observado algo interesante en esta región, algo diferente?
- Nada. Es un lugar salvaje, donde nunca se ha posado la mano del hombre.
- Entonces estás ciego, amigo mío, porque he observado cosas distintas durante estos días, y eso que yo sé tanto del ambiente de estos parajes como tú, Ijale - llamó -. Y ella separó la cabeza de la caldera, donde estaba haciendo cocer los últimos restos de krenoj -. Deja eso, sabe igual de mal en todas partes, y si Snarbi tiene un poco de suerte tendremos esta noche carne asada. Dime, ¿has visto algo raro o diferente en la tierra que hemos atravesado hoy?
- No, nada raro, únicamente algunas huellas de gente. Hemos pasado dos veces por sitios donde la hierba estaba truncada y había ramas rotas, como si hubiera pasado un caroj hace dos o tres días o quizá más. Y hemos pasado un sitio donde alguien hizo fuego, pero no era reciente.
- ¿De manera que no había nada que observar, - ironizó Jason -. Mira lo que toda una vida de buscar krenoj puede hacer para desarrollar el sentido de la observación y el reconocimiento del terreno.
- Pero es que se da la circunstancia de que yo no soy un salvaje. No pretenderás que yo ande buscando ese tipo de cosas.
- Desde luego. He aprendido a no esperar nada de ti desde el primer momento que haya un problema. Pero ahora necesito tu ayuda. Ésta es la última noche de libertad de Snarbi, y no quiero que él haga ninguna guardia esta noche, de manera que tú y yo nos repartiremos el trabajo.
Mikah quedó sorprendido.
- No te comprendo. ¿Qué es lo que quieres decir con eso de que ésta es su última noche de libertad?
- Pues tendría que estar muy claro, incluso para ti, después de ver cómo funciona la ética social en este planeta. ¿Qué es lo que te crees que íbamos a hacer cuando llegáramos a Appsala? ¿Seguir a Snarbi como una cabra a su dueño? No tengo ni la menor idea de lo que se lleva entre manos, pero lo que sí sé es que algo planea. Cuando le hago alguna pregunta acerca de esa ciudad sólo me responde con generalidades. Ya sé que no es más que un mercenario a sueldo y que por tanto no debe estar muy metido en detalles, pero desde luego sabe más de lo que nos dice. Su versión es de que todavía estamos a cuatro días de camino de la ciudad, pero yo estoy seguro, por el contrario, de que nos hallamos a más de uno o dos. Al amanecer quiero apoderarme de él, atarle con fuerza y acercarnos a aquellas colinas para ver lo que se divisa. Yo lo ataré con cadenas para que no pueda escapar y luego subiré allí y haré algunas exploraciones.
- ¡Vas a encadenar a ese pobre hombre y hacer un esclavo de él sin razón alguna!
- ¡No voy a hacer un esclavo de él!, sino solamente voy a encadenarle para estar seguros de que no nos lleva a ninguna trampa que le beneficie. Esta porquería de caroj vale lo suficiente como para ser la tentación de cualquiera de los locales, y si él es capaz de venderme como a una máquina de vapor, su suerte está echada.
- ¡No te puedo soportar! - estalló Mikah -. Condenas a un hombre sin prueba evidente, por el simple hecho de que sospechas de él. ¡Es muy distinto de juzgar a ser juzgado! Y además no puedo por menos de decirte que eres un hipócrita, porque me permito recordarte que, según me dijiste, un hombre es inocente mientras no se demuestre lo contrario.
- Bueno, pues si adoptas esa postura, te diré que este hombre es culpable; culpable de ser miembro de una Sociedad hundida, destrozada, lo cual le llevará siempre a actuar de un modo idéntico en cada oportunidad. ¿Aún no has comprendido lo suficientemente bien a esta gente?
»- ¡Ijale! - Ella alzó la cabeza sorprendida, evidentemente ajena a la conversación -. Dime, ¿cuál es tu opinión? Pronto vamos a llegar a un lugar donde Snarbi tiene amigos o gente que le ayudará. ¿Qué es lo que crees que hará?
- Saludará a las que conoce. Y hasta quizá le den un poco de krenoj - sonrió satisfecha por su respuesta.
- Estoy hablando muy en serio y no me refiero a eso - dijo Jasen pacientemente -. ¿Qué sucederá si vamos los tres con él cuando lleguemos a algún sitio donde haya gente y la gente nos vea a nosotros y al caroj...?
Ella se sentó, asustada.
- ¡No podemos ir con él! Si se reúne con gente a quienes conoce lucharán contra nosotros, nos harán sus esclavos y se apoderarán del caroj. Tienes que matar a Snarbi inmediatamente.
- ¡Siempre sedientos de sangre... - comenzó a decir Mikah con voz acusadora, pero se detuvo cuando vio a Jason recoger una pesada maza.
- ¿Aún no lo comprendes? - se exasperaba Jason atando a Snarbi no hago más que ponerme a la altura de la ética social del código que rige aquí, algo como... un saludo en el ejército, o no comer con los dedos cuando se está en una sociedad distinguida. En realidad aún creo que soy un poco blando o demasiado razonable, pues si tuviera que seguir al pie de la letra las costumbres sociales locales, creo que tendría que matarle, antes de que nos creara mayores problemas.
- No puede ser. No puedo creerlo. Es que no puedo creerlo. No se puede juzgar y condenar a un hombre por una simple suposición.
- ¡Pero si no le estoy condenando! - dijo Jason comenzando a montar en cólera -. No hago más que asegurarme de que no nos pueda causar ningún disgusto. Estoy de acuerdo en que no estés de acuerdo conmigo y en que no me ayudes; ¡pero no te metas ni te interpongas en mi camino! Comparte la guardia conmigo esta noche, y sea lo que sea lo que yo haga mañana por la mañana irá sobre mis espaldas y no tendrá nada que ver contigo.
- Ya vuelve - susurró Ijale. Y al cabo de unos segundos Snarbi aparecía de entre la alta hierba.
- Atrapé un corvo - anunció con orgullo, dejando caer el animal ante ellos -. Trocéenle, hagan buenos trozos y los asaremos. Esta noche comeremos.
Por su aspecto y sus palabras aparentaba una total inocencia; lo único que denotaba en él cierta sensación de culpabilidad eran sus ojos cruzados. Jason llegó a dudar durante unos segundos si su aseveración de sospecha había sido correcta; pero después pensó en el lugar donde se hallaba y desaparecieron sus dudas. Snarbi no cometería ningún delito intentando matarles o esclavizarles; no haría con ello más que obrar como cualquier otro bárbaro mantenedor de esclavos hubiera hecho en su lugar. Jason buscó entre su saco de herramientas algunas cuerdas que le permitieran atar al nativo.
Cenaron todos tranquilamente y todos los demás se durmieron rápidamente. Jason, cansado de los trabajos de la jornada y por el viaje, y un tanto pesado por la digestión de la cena copiosa, a la que ya no estaba acostumbrado, tenía que esforzarse por permanecer despierto y alerta para cualquier contingencia que se pudiera presentar, que bien pudiera provenir del interior del campamento como del exterior. Cuando ya no podía resistir el sueño, caminaba alrededor del campamento, hasta que el frío le obligaba a retirarse al lado de la caldera. Por encima de las estrellas parpadeaban serenamente, y cuando una, más brillante que las demás, alcanzó su cenit, estimó que había llegado la medianoche. Sacudió a Mikah para que despertara.
- Ahora te toca a ti. Ten los oídos y los ojos bien atentos a cualquier ruido o movimiento, y sobre todo no olvides de vigilar con toda atención por ahí - señaló con el dedo pulgar hacia la silueta silenciosa de Snarbi. - Despiértame inmediatamente si hay algo sospechoso.
Se quedó dormido casi de inmediato, y Jason apenas se movió hasta que las primeras luces del alba irrumpieron en el cielo. Sólo se divisaban ya las estrellas más brillantes, y se apreciaba una densa capa de niebla que se alzaba de entre la hierba de los contornos; cerca de él se dibujaban las siluetas de los dos que dormían; el que estaba más lejos de él experimentó un sobresalto en su sueño y Jason se dio cuenta de que era Mikah.
Saltó de entre las pieles que le cubrían y cogió al otro hombre por los hombros.
- Pero, ¿qué haces dormido? - gritó -. ¡Habíamos quedado en que estarías de guardia!
Mikah abrió los ojos y parpadeó con majestuosa seguridad en sí mismo.
- Estaba de guardia, pero hacia el amanecer Snarbi se despertó y se brindó a relevarme en mi puesto. No pude rehusarle.
- ¡Que le dejaste que se hiciera cargo de la guardia!
- No podía juzgar a un hombre inocente como culpable, formando parte al mismo tiempo de sus actos carentes de toda justicia y honradez, Jason. Por tanto le dejé que él se hiciera cargo de la guardia.
Las palabras se agolpaban en la garganta de Jason:
- ¿Y entonces, dónde está? ¿Ves a alguien de guardia?
Mikah miró a su alrededor con toda atención y vio que en todo cuanto abarcaba su vista no estaban más que ellos dos e Ijale que comenzaba a despertar.
- Parece que se ha ido. Con esto ha demostrado que no se puede tener confianza en él, y en el futuro no se le permitirá que haga la guardia.
Jason echó el pie hacia atrás para proporcionarle una nueva patada, pero rápidamente pensó que no tenía tiempo para tales indulgencias y se lanzó hacia los mandos de la máquina. El encendedor de la caldera funcionó al primer intento por casualidad y lo aplicó a la caldera. Comenzó a elevar la presión, pero cuando miró los indicadores pudo apreciar que carecían casi totalmente de fuel. Tenía que quedar de todos modos suficiente en el último barril, como para sacarles de allí y ponerles a salvo antes de que volviese Snarbi trayendo problemas y disgustos, pero el barril había desaparecido.
- Esto lo echa todo por tierra - expuso Jason amargamente tras una búsqueda infructuosa por todos los rincones del caroj. El agua de poder había desaparecido con Snarbi, quien, asustado como estaba de aquella máquina de vapor, debía saber bastante de todos modos a fuerza de observar a Jason cómo alimentaba con fuel las calderas, y de donde deducía que aquel aparato no podía funcionar sin aquel líquido vital.
- ¿Y no te preocupa - dijo - ni te remuerde el habernos condenado a todos a esclavitud nuevamente?
- Hice lo que era de razón. No tenía otra alternativa. Tenemos que vivir como criaturas con moral o hundirnos hasta el nivel de los animales.
- Pero cuando tú vives entre gente que se comporta como animales, ¿cómo haces para sobrevivir?
- Vive como ellos... como tú, Jason - juzgó con majestuosidad -, arrastrándose Y doblegándose al temor, pero incapaces de librarse de su destino, se retuercen o se arrastren como quieran. O se vive como yo lo he hecho, como un hombre de convicción, sabiendo lo que está bien y lo que se debe hacer en todo momento, y no dejándose influenciar o engañar por las pequeñas necesidades diarias. Si se vive de esta manera se puede morir feliz.
- ¡Pues muérete feliz! - gritó Jason haciendo mención de avanzar hacia la espada. Pero se contuvo antes de llegar hasta ella -. Pensar que siempre tuve el convencimiento de que llegaría a enseñarte algo de lo que es la existencia aquí, y que ahora estoy seguro de que antes te morirás que llegarás ni siquiera a comprender lo que quiero enseñarte. Tú llevas contigo, en tu ser, lo que crees que es tu realidad, y no te separas de ella ni siquiera un momento, siendo más firmes y más sólidos tus convencimientos que el suelo que estamos pisando.
- Por una vez estamos de acuerdo, Jason. He intentado abrirte los ojos a la luz de la verdad, y tú siempre has girado el rostro para no verla. Ignoras, o haces por ignorar las Leyes Eternas por las exigencias del momento, y por consiguiente estás condenado.
Los indicadores de presión de la caldera habían llegado al punto máximo, pero el nivel del fuel estaba a cero.
- Coge comida para el desayuno, Ijale - dijo Jason -, y alejaros de esta máquina. El fuel se ha terminado y con él se ha acabado todo.
- Haré un fardo que podamos llevar con nosotros y escaparemos a pie.
- No. eso por descontado que no. Snarbi conoce estos territorios y sabía que le echaríamos de menos al amanecer. Cualquiera que sea el problema que nos acarree, aún está por ver, y sin embargo no seríamos capaces de hallar una solución escapando a pie. De manera que lo mejor será que nos ahorremos energías. ¡Pero os aseguro que no se van a apoderar de mi aparato a vapor casi fabricado por mí mismo de pura artesanía! - añadió con cierta vehemencia, mientras recogía el arco -. ¡Atrás, atrás los dos! Harán de mi un esclavo por mis posibilidades y conocimientos, pero no les voy a dejar ninguna muestra de ello. Si quieren uno de estos vehículos a vapor tendrán que pagarlo caro.
Se tiró largo en el suelo y a la tercera flecha incendiada alcanzó el caroj. Éste se prendió fuego, y al cabo de pocos segundos estallaba la caldera, lanzando al aire una lluvia de metal y madera que se esparció alrededor.
En la distancia oyó gritos y ladridos de perros.
Cuando se puse en pie divisó una línea lejana de hombres que avanzaban a través de la hierba que les llegaba casi a la cintura, y cuando estaban más cerca distinguió unos perros enormes que tiraban furibundos de las correas. Aunque todavía deberían tardar unas horas en llegar hasta allí, se acercaban a un trote rapidísimo. Expertos corredores ataviados con cueros, portadores de arcos y carcaj llenos de flechas. Se desplegaron en semicírculo e hicieron alto cuando los tres extranjeros estuvieron al alcance de sus flechas. Montaron los arcos y esperaron alerta, a que las ruinas humeantes del caroj se desvanecieron, hasta que al fin Snarbi avanzó, sosteniéndose en pie gracias a otros dos corredores.
- Ahora pertenecéis a... al Hertug Persson... y sois sus esclavos... - dijo Snarbi. Parecía demasiado exhausto para apercibirse de cuanto le rodeaba -. ¿Qué le ha ocurrido al caroj? - Su pregunta fue casi un chillido al apercibirse de las humeantes ruinas, y se hubiera desplomado al suelo a no ser por los que le sostenían entre sus brazos. Evidentemente los nuevos esclavos perdían mucho valor con la pérdida de la máquina.
Snarbi se acercó, y sin que ninguno de los soldados le ayudara recogió todas las herramientas de Jason que pudo encontrar. Cuando ya había hecho un paquete con ellas y la caballería de a pie comprobó que no sufría ningún daño con ello, accedieron, aunque no de muy buen grado, a transportarlas. Uno de los soldados, idéntico en la indumentaria a todos los demás, parecía ser el responsable de la patrulla, y cuando hizo la señal de que daban la vuelta para alejarse, cercaron a los tres prisioneros y les conminaron para que se pusieran en pie.
- Ya voy, ya voy... - dijo Jason royendo un hueso - Pero primero voy a terminar el desayuno. Veo un horizonte interminable de krenoj que se cierne sobre mí, y quiero saborear esta comida antes de entrar en el servilismo.
Los soldados se miraron confundidos los unos a los otros, y miraron a su oficial en espera de órdenes.
- ¿Quién es éste? - le preguntó a Snarbi mientras señalaba a Jason, que continuaba sentado -. ¿Hay alguna razón para que no le mate en el acto?
- ¡No debes hacerlo! - se apresuró a responder Snarbi -. Ése es el que construye los vehículos y conoce todos sus secretos. Hertug Persson le torturará hasta que le haga construir uno.
Jason se limpió los dedos en la hierba y se puso en pie.
- Muy bien, caballeros, podemos marchar. Y en el camino quizás alguien me pueda explicar quién es Hertug Persson y cuál es la suerte que nos espera.
- Yo te lo diré - se ofreció Snarbi poniéndose a su lado mientras iniciaban la marcha -. Se trata de Hertug de Perssonoj. Yo he combatido junto a los perssonoj y ellos me conocen, y yo vi a Hertug en persona, y me creyó. Los perssonoj son muy poderosos en Appsala y poseen muchos secretos ocultos, pero no son tan poderosos como los trozelligo que poseen los secretos del caroj y del jetilo. Sabía que podía pedirles cualquier precio a los perssonoj si les proporcionaba el secreto del caroj. Y me decidí. - Acercó el rostro a pocos centímetros del de Jason y añadió -: Tú les descubrirás los secretos. Yo les ayudaré a torturarte hasta que lo hagas.
Jason extendió el pie al mismo tiempo que caminaban, y Snarbi tropezó en él y cayó de bruces, circunstancia que aprovechó Jason para continuar la marcha de tres o cuatro pasos, por encima del cuerpo de Snarbi.
Ninguno de los soldados prestó atención a este incidente. Cuando Snarbi se puso en pie, corrió hasta la altura de Jason y los soldados, gritando y escupiendo maldiciones, pero Jason ni siquiera las oyó, por entender que bastantes problemas tenía con los suyos.
Capítulo XI
Vista desde la montaña, Appsala parecía una ciudad en llamas que se estuviera hundiendo en el mar. Sólo al acercarse más, dedujeron que el humo salía de una gran cantidad de chimeneas, grandes y pequeñas, que ponían cima a los edificios, y que la ciudad comenzaba en la tierra, y cubría un cierto número de pequeñas islas, que se alzaban en lo que sin duda era una laguna. Había embarcaciones sujetas por cabos a los embarcaderos de un lado de la ciudad, y por todas partes se veían discurrir canales. Jason buscó con ansiedad un aeropuerto del espacio, o al menos algún signo de cultura interestelar, pero no vio nada.
Había una nave de respetable tamaño en uno de los extremos de un embarcadero, que sin duda les estaba esperando, y los cautivos fueron atados de pies y manos y arrojados dentro. Jason consiguió dar media vuelta sobre sí mismo, hasta situarse de cara a la ciudad y se puso a discursear a medida que avanzaba el crucero, aparentemente para tranquilizar a sus compañeros pero en realidad en beneficio propio, puesto que el sonido de su propia voz siempre le reconfortaba y le daba ánimo.
- Nuestro viaje está llegando a su fin, y ante nosotros se alza la romántica y antigua ciudad de Appsala, famosa por sus asquerosas costumbres, sus nativos criminales, y sus arcaicos progresos sanitarios, uno de cuyos canales acuosos surca esta nave que parece resignada desde hace tiempo a discurrir por lo que parece ser la cloaca mayor. Hay islas a ambos lados, y las más pequeñas están pobladas de cabañas tan decrépitas, que en comparación con los agujeros que hacen en el suelo los más humildes animales, son al lado de sus palacios, mientras que las islas mayores parecen fortalezas, cada una de ellas amurallada, y presentando un rostro de guerrero al mundo exterior. No puede haber tantas fortalezas en una ciudad como ésta, o de lo contrario me inclino por creer que cada una de ellas es indudablemente el celoso guardián de una de las tribus, grupos o clanes de que nos habló nuestro amigo Judas. Mirad esos monumentos del más refinado egoísmo; esto es el producto acabado de un sistema que comienza con esclavizadores como el antiguo Ch'aka, con sus tribus de buscadores de krenoj, pasando por familias jerárquicas como los d'zertanoj, y que alcanza su cenit en la depravación que se esconde tras esos muros. Todavía es el poder absoluto el que rige, cada hombre apoderándose de cuanto esté a su alcance, y siendo el único medio de ascender, el caminar sobre los cuerpos hundidos o medio hundidos de los demás. En estas circunstancias todos los descubrimientos físicos y todos los inventos, son tratados como asuntos secretos, privados y personales, y de esa forma hacer uso de ellos en aras de un beneficio personal. Nunca había visto un grado de egoísmo humano llevado a tales extremos. Y admiro la capacidad y sapiencia de Homero, en seguir siempre fiel a una idea, sin importarle a quien le duela.
El barco llegó y Jason tuvo que abandonar su precario discurso para volver a la realidad.
A medida que descendían, Jason aprovechó para echar una ojeada por los alrededores. No pudo ver nada importante porque rápidamente fueron empujados a través de una puerta, bordeada al igual que los pasillos por guardianes, hasta que desembocaron en una enorme habitación central. Carecía totalmente de mobiliario, a excepción de un entarimado en el extremo opuesto, sobre el que se alzaba un rústico trono de hierro. El hombre que se sentaba en él, era sin lugar a dudas Hertug Persson, que llevaba una magnífica barba blanca, y el pelo largo hasta los hombros; tenía la nariz roja y redonda, y los ojos azules y acuosos. Se estaba llevando en aquel momento un trozo de krenoj a la boca, suspendido delicadamente de un tenedor de hierro de dos púas.
- Decidme - gritó Hertug de pronto -, ¿por qué no se les puede matar de inmediato?
- Somos tus esclavos, Hertug, somos tus esclavos - gritó todo el mundo en la habitación al unísono, al mismo tiempo que alzaban los brazos al aire.
Cogido por sorpresa Jason, no llegó a gritar con ellos la primera vez, pero lo hizo a la segunda. Sólo Mikah fue el único que no se unió a aquella algazara y cantó, hablando por contra en solitario cuando la plegaria de saludo hubo terminado.
- Yo no soy esclavo del hombre.
El que mandaba a los soldados blandió el arco y lo descargó sin compasión sobre la cabeza de Mikah, el que cayó inconsciente al suelo.
- Ya tienes un nuevo esclavo, oh, Hertug - dijo el oficial.
- ¿Cuál es de entre vosotros el que conoce los secretos del caroj - preguntó Hertug.
Y Snarbi señaló a Jason.
- Él, oh, Todopoderoso. Sabe construir caroj y monstruos que abrasan y hacen huir. Lo sé porque yo mismo lo vi. Vi cómo quemaba a los d'zertanoj. Y aún sabe hacer muchas otras cosas. Te lo traje para que fuera tu esclavo y para que hiciera un caroj para los perssonoj. Aquí están las piezas del caroj en el que viajábamos juntos, o las que quedaron después de que se viera consumido por el fuego.
Snarbi saco las herramientas y fragmentos del vehículo que esparció en el suelo. Hertug se mordió los labios, incrédulo.
- ¿Y qué demuestra esto? - preguntó volviéndose hacia Jason -. Esto no quiere decir nada. ¿Cómo me puedes demostrar, esclavo, que eres capaz de hacer todo cuanto dices?
Por la mente de Jason pasó fugaz la idea de negar el ser conocedor de tales asuntos, lo cual sería una buena venganza contra Snarbi, quien sin lugar a dudas tendría un trágico final por armar tanto revuelo por nada, pero descartó tal pensamiento, y reaccionó rápidamente. Por una parte había razones humanitarias, pues Snarbi no tenía la culpa de ser como era, pero principalmente porque Jason no tenía ningún interés en ser sometido a tortura. No sabía nada de los métodos locales de tortura, y quería continuar desconociéndolos.
- Pues, probarlo es muy fácil, Hertug, de todos los perssonoj, porque yo sé todo de todo. Sé construir maquinas que andan, que hablan, que corren, vuelan, navegan, y que ladran como un perro.
- ¿Construirás un caroj para mí?
- Lo podría hacer si tuvieras las herramientas que necesito para trabajar. Pero tengo que saber primero, cuál es la especialidad de tu pueblo, si entiendes lo que quiero decir. Por ejemplo, los trozelligoj hacen motores, y los d'zertanoj obtienen aceite: ¿qué hace tu pueblo?
- ¡No puedes saber tanto como dices, si no conoces las glorias de los perssonoj!
- Vengo de una tierra muy lejana, como sabes, y las noticias tardan mucho en extenderse en este planeta.
- Pero no de los perssonoj - dijo Hertug molesto, dándose un golpe en el pecho -. Podemos hablar a todo lo largo de la región y siempre sabemos dónde están nuestros enemigos. Podemos conseguir con nuestra magia, que se encienda una luz en el interior de una bola de vidrio, o la magia de hacer soltar la espada de entre las manos del enemigo haciendo que el terror llegue hasta su corazón.
- Esto me hace pensar que tú y los tuyos, debéis tener el monopolio de la electricidad, lo cual me alegro de oír. Si tienes algún equipo de potencia...
- ¡Detente! - interrumpió Hertug -. ¡Fuera! ¡Todo el mundo fuera excepto los sciuloj! No, el nuevo esclavo, no, éste que se quede aquí - gritó cuando los soldados cogían a Jason para llevárselo.
Cuando los demás salieron, sólo quedó en la habitación un puñado de hombres. Todos ellos llevaban un dibujo en el pecho que recordaba un sol radiante. Eran indudablemente adeptos en el secreto de las artes eléctricas. Todos miraban con rabia a Jason.
El Hertug les habló de nuevo:
- Has hecho uso de una palabra sagrada. ¿Quién te habló de ello? Habla inmediatamente o morirás en el acto.
- ¿Pues no te dije que yo lo sabía todo? Puedo construir un caroj y, si se me concede un poco de tiempo, estoy seguro de que podré mejorar vuestros trabajos y conocimientos eléctricos, si es que vuestra técnica está al mismo nivel que el resto del planeta.
- ¿Sabes lo que se esconde tras ese portal prohibido? - preguntó Hertug, señalando hacia una puerta cerrada, custodiada, protegida con una barrera que había al otro extremo de la habitación -. Es imposible que hayas visto nunca lo que hay ahí, pero si eres capaz de decirnos lo que se esconde tras ella, reconoceré que eres el hechicero que pretendes y proclamas.
- Tengo el extraño presentimiento de que me he encontrado en una situación parecida en otra ocasión - suspiró Jason -. De acuerdo, pues ahí va. Tu gente hace aquí electricidad, quizá químicamente, aunque dudo que tuvierais bastante energía para hacerla de esa forma, de manera que debéis tener alguna especie de generador. Será una gran magneto, un hierro especial unos cables alrededor, y ya está la electricidad. Todo ello lo hacéis con cables de cobre, del cual no debéis tener gran abundancia. Dices que habláis a lo largo de la región a gran distancia. Apostaría cualquier cosa a que no habláis, sino que lo que hacéis es emitir golpes secos, ruidos, ¿es cierto o no?
Un trasiego de pies inquietos y voces que elevaban cierto murmullo de entre los adeptos, eran signos inequívocos de que había acertado en gran parte.
- Se me ocurre una idea para ti: creo que inventaré el teléfono. En lugar de ese tictac seco, podréis hablar de un lado a otro de la región. ¿Os gustaría poder hacerlo así? Habláis al lado de un aparato, y vuestra voz es reconocida al otro extremo del cable.
Los ojos de cerdo de Hertug brillaron inconteniblemente de ilusión.
- Dicen que antiguamente se podía hacer así, pero nosotros lo hemos intentado con insistencia, y siempre hemos fracasado. ¿Sabrías realmente hacerlo?
- Podría hacerlo... si primero llegáramos a un acuerdo. Pero antes de hacer ninguna promesa tengo que ver vuestro equipo de trabajo.
Esto era rebelarse contra el secreto tan celosamente guardado, pero al fin y al cabo la avaricia era más fuerte que el tabú. y la puerta del lugar más sagrado de entre los sagrados se abrió para Jason, mientras que dos de los sciuloj, con las dagas desnudas y prestas para el ataque, se ponían a su lado. Hertug abría el camino, seguido por Jason y sus septuagenarios guardianes, con el resto de los sciuloj, más jóvenes detrás. Cada uno de ellos hizo una inclinación de cabeza y murmuró una plegaria antes de penetrar en el sagrado recinto, mientras que Jason, a la vista de aquello, casi estuvo a punto de estallar en risas.
Una columna rotativa - indudablemente movida por esclavos - entraba en la gran habitación, a través del muro más alejado, y hacía mover un entretramado de correas y poleas, que daba la impresión de que todo iba a fundirse de un momento a otro. Todo aquello sorprendió a Jason, e incluso le llegó a desorientar hasta que examinó detenidamente las piezas, una por una y se apercibió de lo que se trataba.
- ¿Qué otra cosa podía haber esperado? se dijo a sí mismo -. Si hay dos maneras de hacer una cosa, es seguro que esta gente escogerán la peor.
Todo el conjunto recordaba una ilustración de la edad del bronce en una edición de los primeros pasos en la electricidad.
- ¿No se estremece tu alma a la vista de estas maravillas? - preguntó Hertug viendo a Jason boquiabierto y casi petrificado.
- Sí que se estremece, sí - respondió Jason -, ¡pero de dolor! al ver esta colección raquítica, enfermiza, mal concebida, de mecánica errónea.
- ¡Blasfemo! - chilló Hertug - ¡Acabad con él ahora mismo!
- ¡Esperad un momento! - dijo Jason sujetando con fuerza los brazos armados de los dos sciuloj más próximos, e interponiendo su cuerpo entre él y los otros soldados -. ¡No interpretar mal mis palabras! Es un gran generador el vuestro, la séptima maravilla del mundo, aunque más maravilloso sea todavía cómo se las arregla para producir electricidad. Es un invento extraordinario que se adelanta en muchos años al standard de vida de este tiempo. Sin embargo, yo me atrevería a sugerir algunas pequeñas modificaciones, que harían producir más electricidad con menos trabajo. Creo que sabréis que la corriente eléctrica se genera en un cable, cuando la atraviesa un campo magnético.
- No tengo intención de discutir de teología con alguien que no cree - respondió fríamente Hertug.
- Teología o ciencia, llámalo como quieras, pero las respuestas son siempre las mismas. - Jason apretó un poco los brazos de los dos ancianos, con sus músculos endurecidos en Pyrran, y las dagas que ellos sostenían cayeron al suelo. El resto de los sciuloj no parecieron muy decididos a lanzarse al ataque -. ¿Pero nunca se les ha ocurrido pararse a pensar que podrían tener corriente eléctrica continuamente y con mayor facilidad moviendo el cable alrededor del campo magnético, en lugar de hacerlo al revés? Podéis tener así la misma afluencia de corriente, con la décima parte de trabajo.
- Siempre lo hemos hecho así, y siempre dio resultados excelentes a nuestros antepasados...
- Ya lo sé..., ya lo sé... no me cites ahora a tus antepasados. Me parece que ya he oído hablar antes de ellos en este planeta. - Los sciuloj comenzaron a moverse inquietos de nuevo con las armas prestas -. Mira, Hertug, ¿quieres matarme o no? Díselo a tus muchachos.
- No matarle - decidió Hertug tras unos momentos de duda -. Lo que dice puede ser verdad. Puede ser capaz de ayudarnos en el funcionamiento de nuestras máquinas sagradas.
Amparándose en la tregua, Jason dio una vuelta por la habitación examinando detenidamente los aparatos que la llenaban de extremo a otro, intentando por todos los medios controlar sus reacciones promovidas por el horror.
- Supongo que esta maravilla que hay aquí es tu santificado telégrafo.
- Exactamente - respondió Hertug.
Jason se encogió de hombros.
Cables de cobre colgaban desde el techo, y terminaban en un embrollo que hacía las veces de electroimán. Cuando la corriente salía del electroimán, atraía una pieza de hierro plano. Y cuando la corriente se interrumpía, el peso del extremo de la pieza, a modo de péndulo, volvía a la vertical. Había un trozo de metal puntiagudo, a modo de rayador, en el extremo opuesto del metal, y en la punta del rayador un trozo de tiza. Todo ello se movía según el balanceo del péndulo.
Mientras Jason observaba, el mecanismo se puso en movimiento. El electroimán funcionó, el péndulo saltó, la aguja hizo una incisión en la tiza, las ruedas chirriaron, y todo el conjunto se movió lentamente dando la impresión de que iba a derrumbarse. Un sciuloj, atento, se aprestaba a poner otro trozo de cera en cuanto el primero se hubiera terminado.
Una vez terminado el mensaje, las líneas se hacían visibles poniendo un líquido rojo sobre ellas. Después se llevaba la cinta sobre una mesa donde según el código de información se traducía el mensaje. Aun considerándolo todo, era un procedimiento, lento, inseguro, o inepto de transmitir información. Jason se frotaba las manos.
- ¡Oh, Hertug, de todos los perssonoj! - entonó - He estado observando tus santificadas maravillas, y estoy aterrorizado, ya lo creo que lo estoy. Sería muy difícil para un simple mortal, mejorar los trabajos de los dioses, al menos en estos momentos, pero creo que está dentro de mi poder, transmitirle algunos poderes, y algunos secretos de la electricidad, que los dioses quisieron compartir conmigo.
- ¿Tales como...? - preguntó Hertug.
- Tales como..., veamos, ¿como es en esperanto esta palabra...?, tales como el akumulatoro. ¿Sabes lo que es?
- Esa palabra aparece en algunos de nuestros santos escritos, pero ya no sé más de ella.
Hertug se relamía de ilusión.
- Pues entonces prepárate para añadir un nuevo capítulo a tus escritos, pues te voy a proporcionar un vaso Leyden, gratis, y con todas las instrucciones necesarias para conseguir mejores resultados. Es una manera de poner electricidad en una botella, como si fuera agua. Más tarde ya iremos a por otros tipos de baterías más sofisticadas.
- Si eres capaz de hacer eso, serás debidamente recompensado. Fracasa, y tendrás...
- No quiero amenazas, Hertug, ya estamos muy por encima de todo eso. Y tampoco quiero recompensas. Te dije que sería una muestra gratis, sin sentirte obligado a nada, a no ser algunos conforts o mejoras de tipo físico, para cuando esté trabajando: no quiero grilletes, quiero un aprovisionamiento de krenoj y agua, y algunas cosas por el estilo. Y entonces, si te gusta lo que he hecho, y quieres más, podremos hacer un trato. ¿De acuerdo?
- Tendré en cuenta tus proposiciones - respondió Hertug.
- Un simple sí, o no, es suficiente. ¿Qué puedes perder en un trato como éste?
- Tus compañeros continuarán prisioneros y morirán tan pronto como tú no respetes lo acordado.
- Una buena idea. Y si quieres que uno de ellos, el llamado Mikah, te haga algún trabajo, aunque sea penoso y duro, estaré perfectamente de acuerdo. Necesitaré algunos materiales especiales que no veo por aquí. Necesitaré un vaso de vidrio de boca ancha, y una buena cantidad de estaño.
- ¿Estaño? No sé lo que es.
- Sí, sí que lo sabes. Es ese metal blanco que mezcláis con el cobre para obtener bronce.
- Stano. De eso sí tenemos mucho.
- Pues házmelo traer y me pondré a trabajar.
En teoría, un vaso Leyden, es muy fácil de manufacturar, si todos los materiales necesarios se tienen a mano. Pero llegar a tener los materiales requeridos era el mayor problema de Jason. Los perssonoj, no soplaban el vidrio, pero compraban todo el que necesitaban a los vitristoj, que trabajaban bajo fórmulas secretas. Estos sopladores del vidrio, producían una buena cantidad de botellas, vasos para beber, platos de vidrio, y una media docena más de otros recipientes y tarros. Pero ninguna de sus botellas se podía adaptar a ese uso, y se sintieron horrorizados ante la sugerencia de Jason de que tendrían que fabricar una botella de acuerdo con sus especificaciones. La oferta de un buen pago al contado les recuperó un tanto del desmayo y poca disposición a complacer que mostraron en un principio, y después de estudiar el modelo de arcilla que había hecho Jason, accedieron no sin desgana a fabricar una botella de iguales características, a cambio de una suma apreciable. Hertug se mostró en un principio un tanto reacio a pagar aquella cantidad, pero al fin pagó la suma requerida con monedas de oro.
- Tu muerte será horrible - le dijo a Jason - si el akumulatoro fracasa.
- Ten confianza, y todo saldrá bien - le tranquilizó Jason.
No había visto a Mikah ni a Ijale desde que habían caído en posesión de los perssonoj, pero no tenía que preocuparse por ello de momento. Ijale estaba bien acostumbrada a la vida de esclavitud, y por tanto no había peligro de que se metiera en problemas mientras él estaba vendiendo a Hertug las maravillas de sus conocimientos eléctricos. Pero Mikah, sin embargo, no estaba habituado a la esclavitud, y Jason esperaba y casi deseaba que se metiera en algún lío, del que tendría que salir, en el mejor de los casos con bastantes contusiones físicas. Después de los últimos fracasos, las reservas de buena voluntad por parte de Jason hacia aquel hombre habían llegado a su limite, desembocando en un dique seco.
- Ya lo han traído - anunció Hertug, mientras él y todos los sciuloj se agrupaban alrededor del vaso de vidrio, del que estaban quitando los envoltorios que le protegían.
- No está mal del todo - dijo Jason, acercándolo a la luz para calibrar el espesor del vidrio -, de todos modos creo que es unas cuatro veces más grande que el modelo que les envié.
- Por un gran precio, un gran vaso - dijo Hertug - de manera que no hay nada de extraño. ¿De qué te quejas? ¿Temes fracasar?
- No temo nada. Hay muchos más trabajos para hacer un modelo de este tamaño. Puede ser más peligroso; estos vasos Leyden llegan a concentrar mucha carga.
Haciendo caso omiso de los mirones, Jason recubrió el vaso por dentro y por fuera con una lámina de estaño, dejando al descubierto unos dos tercios de la parte superior. Después hizo una especie de tapón con gund, un material pastoso de cualidades aislantes, y a continuación hizo un agujero en él. Los perssonoj no salían de su asombro, mixtificados, mientras Jason metía una varilla de hierro a través del agujero, y luego ataba una cadena de hierro corta al extremo más largo, y fijaba una bola de hierro al extremo más corto.
- Ya está terminado - anunció.
- Pero..., ¿Y ahora qué pasa? - preguntó Hertug preocupado.
- Ya lo verás - Jason colocó nuevamente el tapón en la boca del vaso, de manera que la cadena descansaba en el revestimiento interior de la lámina de estaño. Señaló hacia la bola que salía del extremo superior - Ésta está atada al polo negativo de tu generador -, la electricidad fluye a lo largo de la varilla y la cadena y es recogida en el revestimiento de estaño. Tenemos en marcha el generador hasta que el vaso está lleno, y luego desconectamos la entrada. Entonces el vaso tendrá en su interior una gran cantidad de carga eléctrica, de la que podremos aprovecharnos haciendo conexión con la bola: ¿Comprendido?
- ¡Idioteces! - espetó uno de los sciuloj.
- Espera y verás - respondió Jason mostrando una calma que no sentía en realidad. Había construido el vaso de Leyden, de acuerdo con los borrosos recuerdos que tenía de las ilustraciones de los libros de texto estudiados en su juventud, y por tanto no tenía ninguna garantía de que la cosa funcionara. Conectó la tierra con el polo positivo del generador, y extendió otros cables en el suelo.
- ¡No tocar nada! - gritó, dando unos pasos atrás y cruzándose de brazos.
El generador se puso en funcionamiento pero nada visible ocurría. Lo dejó funcionar durante varios minutos, puesto que no tenía ni idea de la capacidad del vaso, y mucho dependía de los resultados del primer experimento. Al fin se fueron elevando algunos murmullos de impaciencia por parte de los sciuloj, y decidió avanzar y desconectar el vaso.
- Parad el generador; la operación ha terminado. El akumulatoro está rebosante de la santificada fuerza de la electricidad.
Acercó una unidad de demostración que había preparado, consistente en unos bulbos de luz conectados en un mismo cable en serie. Tenía que haber carga suficiente en el vaso de Leyden, como para vencer la débil resistencia de los filamentos de carbón, y encenderlos. Así lo esperaba.
- ¡Blasfemia! - gritó el viejo sciuloj, avanzando unos pasos -. Los escritos sagrados dicen que la fuerza santificada no puede aparecer más que cuando el circuito es complejo, y que cuando no o es, la fuerza no aparece. Y ahora este extranjero se atreve a decirnos que ahora la santidad reside en ese vaso, al que no hay conectado más que un cable. ¡Mentiras y blasfemias!
- Yo no haría eso si estuviera en su lugar... - le sugirió Jason al más viejo, que se aproximaba a la bola de hierro situada en la parte superior del vaso de Leyden.
- Aquí no hay ninguna fuerza, no puede haber aquí... - no terminó de decir sus palabras, en el mismo momento que acercaba un dedo a un centímetro de la bola. Saltó una tremenda chispa azul de entre la punta del dedo y el metal cargado, y el sciuloj, lanzó un chillido terrible antes de desplomarse sobre el suelo. Uno de sus compañeros se inclinó para examinarle y luego tomó la mirada llena de espanto hacia el vaso.
- Está muerto - susurré.
- No podéis decir que no se lo advertí - expuso Jason, decidiendo sacar el mayor partido posible de aquella situación ya que tenía la suerte de su parte -. ¡Era él quien estaba blasfemando! - gritó Jason, mientras el viejo se separaba de su compañero muerto -. La fuerza santificada estaba concentrada en el vaso, él no quiso creerlo, y la fuerza le castigó matándole. No volváis a dudar, o todos correréis la misma suerte. Nuestro trabajo como sciuloj - añadió, confiriéndose a si mismo cierta promoción de la esclavitud - es sacar el mayor rendimiento posible de los poderes de la electricidad, para hacer más grande la gloria de Hertug. Que esto nos sirva de recuerdo para que nunca se pueda olvidar. - Miraron el cuerpo yaciente, echándose hacia atrás inconscientemente, y comprendieron perfectamente la exposición a que les acababa de hacer Jason.
- La fuerza santificada puede matar - dijo Hertug, sonriendo ante el cadáver y frotándose las manos -. Estas son en realidad, nuevas maravillosas. Sabía desde siempre que podía producir sacudidas, y causar quemaduras pero no pensé que llegara a tener este gran poder. Nuestros enemigos temblarán antes nosotros.
- Desde luego - respondió Jason retirando los cables que tan cuidadosamente había preparado. - Y ahora - continuó Jason arrastrando las sílabas y bajando el tono de voz - dime qué te parecen estas otras maravillas: un motor eléctrico para levantar y empujar grandes pesos, una luz que pueda penetrar en la oscuridad de la noche, un procedimiento para revestir objetos con una capa de metal, y muchas cosas más. Todas pueden ser tuyas, Hertug.
- ¡Empieza a construir ahora mismo!
- Inmediatamente... ¡tan pronto como nos hayamos puesto de acuerdo en algunos términos del contrato!
- Eso no me suena muy bien.
- Pues aún te sonará peor, cuando oigas los detalles de la proposición, pero estoy seguro de que merecen la pena. - Se inclinó un poco, y susurró al oído de Hertug -: ¿Qué me dices de una máquina que pudiera derribar los muros de las fortalezas de tus enemigos, de tal manera que pudieras aniquilarlos a tu voluntad y apoderarte de sus secretos?
- ¡Salid todos fuera! ¡Pronto! - ordenó Hertug. Cuando se quedaron solos volvió la mirada enrojecida hacia Jason -. ¿Cuál es el trato que mencionabas?
- Libertad para mí, que me eleves al rango de tu consejero personal, esclavos, joyas, muchachas, buena comida... y todas esas cosas que son habituales en el trabajo. A cambio de eso construiré para ti todos esos objetos que he mencionado, y aun muchos más. ¡No hay nada que yo no sepa y pueda hacer! ¡Y todo, todo será tuyo...!
- Los destruiré a todos... ¡yo regiré los destinos de Appsala!
- Eso es poco más o menos lo que me imaginaba, y lo que me proponía. Y cuanto mejor vayan las cosas para ti, mejor lo irán también para mí. Por mi parte no pido más que una vida confortable, y la oportunidad de poder trabajar y concentrarme en mis inventos, ya que soy un hombre de escasas ambiciones. Yo me sentiré feliz encerrado en mi laboratorio... mientras tú dominas y riges el mundo.
- Pides mucho...
- Pero también yo te daré mucho. Hagamos una cosa, piénsatelo durante un día o dos, mientras te decides, y entretanto yo haré algún invento para ti, que te sirva al mismo tiempo de instrucción y beneficio.
Jason recordó la chispa que había derribado al viejo sciuloj y esto le hizo concebir nuevas esperanzas. Quizás aquello fuera el medio de salir de aquel planeta.
Capítulo XII
- ¿Cuándo estará esto terminado? - preguntó Hertug, pasando la mano por los objetos y herramientas extendidas sobre el banco de trabajo de Jason.
- Mañana por la mañana, aunque para ello tenga que trabajar toda la noche, oh, Hertug. Pero antes de que esté terminado quiero hacerte otro regalo, que consiste en un procedimiento de mejorar tu sistema telegráfico.
- ¡No necesita mejoras! Funciona tal como lo hacia en los días de nuestros antepasados, y...
- Yo no voy a cambiar nada; ya sé que vuestros antepasados, sabían de todo más, y que no es posible aventajarles en nada. Pero lo que sí querría es mostrarte una nueva técnica operacional. Mira esto... - y le mostró una de las tiras de metal, con un revestimiento de tiza a modo de escritura sobre ella -. ¿Sabes leer este mensaje?
- Pues claro que sí -, sólo que requiere un gran poder de concentración, puesto que es un profundo misterio.
- No tan profundo, yo con un simple golpe de vista, adivino su horrible sencillez.
- ¡Eres un blasfemo!
- Pues yo no lo veo así. Mira aquí: Esto es una B, dos trazos hechos por el péndulo mágico, ¿no es así?
Hertug se entretuvo contando con los dedos.
- Pues sí que es cierto, es una B, tienes razón. ¿Pero cómo lo has sabido?
- Fue difícil descubrirlo, pero en realidad, para mí todo es como un libro abierto. La B es la segunda letra del alfabeto, y por tanto está codificada por dos golpes. La C es la tercera, lo cual aún es fácil; pero se termina con la Z, necesitando para ella veintiséis pulsaciones en la tecla emisora, lo que representa una pérdida de tiempo considerable. Y sin embargo, lo que se tendría que hacer es unas pequeñas modificaciones en el equipo, para que se puedan emitir dos señales diferentes... o lo que es lo mismo, y para ser un poco más originales, llamemos a las unas puntos y a las otras rayas. Y en este momento, haciendo uso de las dos señales, una corta y una larga, podemos transcribir cada letra del alfabeto, con un máximo de cuatro señales, ¿comprendido?
- Creo que me duele un poco la cabeza, y se me hace difícil seguirte...
- Pues piensa en ello esta noche. Por la mañana mi invento estará terminado, y entonces te demostraré lo que te he explicado.
Hertug salió de la habitación, musitando algo entre dientes, y Jason terminó las últimas conexiones sobre una armadura para su nuevo generador.
- ¿Cómo le llamas a esto? - dando una vuelta sobre sí mismo alrededor de una caja alta, y bien adornada de madera.
- Esto es la Bienaventuranza al Hacedor Hertug una nueva fuente de reverencia, respeto y financiación para Tu Excelencia. Hay que colocarla en el templo, o en lugar equivalente de tus dominios, donde el público tendrá que pagar por el privilegio de hacerte homenaje. Observa: Yo soy un individuo que entra en el templo. Hago un donativo a los sacerdotes, cojo esta maneta que sale de este lado, y la pongo en esta posición. - Se puso en movimiento lentamente al mismo tiempo que se oía un ruido de ejes que entraban en funcionamiento, en el interior de la caja -. Ahora mira ahí arriba.
Sobresaliendo por encima de la superficie de la caja, había dos brazos metálicos curvados, que terminaban en dos esferas de cobre ligeramente separadas. Hertug se sobresaltó, e instintivamente retrocedió unos pasos, al ver cómo saltaban unas chispas azules. - Esto impresionará y causará sensación a los payeses, ¿no crees? - preguntó Jason -. Ahora mira las chispas, y observa su secuencia. Mira... primero tres chispas cortas, luego tres largas, y después tres cortas otra vez.
Detuvo la máquina, y fue hacia Hertug tendiéndole una hoja de pergamino escrita, que parecía más bien una doctorada versión del código interestelar.
- Advierte bien esto. Tres puntos para la H y tres rayas que indican una A. Por tanto mientras la máquina está puesta en posición de trabajo, emite en clave un H.A.H., que significa Huraoj al Hertug. ¡Hurra al Hertug! ¡Todos gritan sus alabanzas al Hertug! Un sistema que sin duda producirá su impacto, que mantendrá a los sacerdotes ocupados y fuera de todo posible error, y tendrá también a tus seguidores entretenidos. Y al mismo tiempo la máquina gritará tus alabanzas con la voz de la electricidad, una y otra vez, una y otra vez, de día y de noche.
El Hertug puso en marcha la palanca de mando, y observó las chispas con los ojos llenos de asombro.
- Será puesto en el templo mañana mismo. Pero hay algunos designios sagrados que deberían tenerse en cuenta.
- Quizás oro...
- Sí, y joyas también, cuanto mayor sea la riqueza exterior mucho mejor. La gente no va a pagar mucho si no tiene un aspecto exterior impresionante.
Jason escuchaba feliz el ruido de las chispas que saltaban. Según el código y la clave locales, estaba diciendo H.A.H, pero para alguien perteneciente a otro mundo, estaba diciendo S.O.S. Y cualquier nave espacial con un receptor nada más que mediano que entrara en la atmósfera del planeta tenía que recoger y apercibirse de las ondas emitidas por aquel aparato. Hasta quizá habría quien podría estar escuchando el mensaje en estos momentos. Con solo que tuviera un receptor podría escuchar a su vez las respuestas a su mensaje, pero poco importaba, pues si esto llegara a ocurrir más adelante, pronto oirían el zumbido de los motores al aproximarse a Appsala...
Pero en aquellos momentos no ocurrió nada. Hacía más de doce horas que Jason había emitido el primer S.O.S., pero muy a pesar suyo tuvo que abandonar la idea de un rescate inmediato. Lo mejor que podía hacer por tanto era esperar con las mayores comodidades posibles a que llegara aquel momento. No podía pensar ni concebir la posibilidad de que no pasara ninguna nave espacial por las proximidades de aquel planeta en toda su vida.
- He estado considerando tus proposiciones - dijo Hertug separándose del transmisor -. Podrás tener un pequeño apartamento para ti, y quizás un esclavo o dos, bastante comida y los días festivos vino y cerveza...
- ¿Y no habrá ninguna bebida más fuerte que esas?
- Ya no se puede conseguir nada más fuerte que eso; los vinos de los perssonoj, que vienen de nuestros campos en las laderas del Monte Malviglia, son sobradamente conocidos por su potencia.
- Pues aún serán más y mejor conocidos en cuanto yo me ocupe un poco de ellos. Veo un gran número de pequeñas aunque considerables mejoras que se pueden llevar a cabo si es que tengo que quedarme por aquí durante algún tiempo. Hasta creo que os tendré que inventar el water closed, antes de que yo mismo coja un reumatismo terrible en esos lugares tan húmedos. Hay que hacer muchas cosas, muchas. La primera de todas es una lista de prioridades, encabezada sin lugar a dudas por la moneda. Algunas de las cosas que quiero hacer para tu mayor gloria, serán un poco caras, de manera que lo más importante es que podamos reunir primeramente un buen tesoro. Supongo que no habrá entre tus principios religiosos ninguno que te prohíba hacerte rico, ¿verdad?
- Ninguno - se apresuró a responder Hertug, mostrándose muy positivo.
- Entonces, podemos descansar ahora un poco. Con el permiso de Su Excelencia, me retiraré a mis nuevas habitaciones para dormir un poco, tras lo cual prepararé una lista de proyectos para someterlos a tu juicio primero, y para que sirvan después a tu mayor encumbramiento.
- Esto me satisface. No olvides la cosa esa de hacer dinero.
- Encabezará la lista.
Aunque Jason tenía libertad para traspasar las habitaciones que eran consideradas sagradas por ser lugares destinados al trabajo, siempre tenía cuatro guardianes que no se movían de su lado en todo el tiempo, haciendo que de vez en cuando llegara hasta él el pestilente olor a krenoj de sus bocas.
- ¿Sabes dónde están mis nuevas habitaciones? - inquirió Jason al capitán de la guardia, un tipo de tosco aspecto llamado Benn't.
- Unnh - respondió Benn't poniéndose al frente del grupo. Subieron una tortuosa escalera de piedra que conducía a los pisos más altos, y luego por un corredor oscuro llegaron a una puerta donde había un guardia estacionado. Benn't abrió con una llave enorme que pendía de su cinturón.
- Aquí es - indicó señalando con el pulgar que resaltaba por la uña negra, hacia el interior.
- Y veo que han traído los esclavos - dijo Jason mirando al interior y viendo a Mikah e Ijale encadenados al muro -. La verdad es que no les voy a poder sacar mucho provecho a estos dos, si no tienen que estar más que como figura decorativa. ¿Tienes la llave?
Con menor gracejo y soltura si cabe, Benn't sacó una llave pequeña de una faltriquera y se la entregó a Jason; a continuación salió y cerró la puerta tras él.
- Estaba segura de que conseguirías que no te hicieran el menor daño - le decía Ijale a Jason - mientras éste lo libraba del aro de hierro -. Estaba tan segura que llegué incluso a casi no temer por ti.
Mikah mantuvo un mutismo absoluto, hasta que Jason empezó a inspeccionar los alrededores de la habitación en compañía de Ijale para irrumpir de pronto fríamente:
- Te has olvidado de liberarme de estas cadenas.
- Me alegro de que te hayas dado cuenta - respondió Jason -. Eso me ahorra el tenértelo que decir yo mismo. ¿Conoces de algún medio mejor para estar seguros de que no te verás metido en ningún lío?
- ¡Me estás insultando!
- No, señor. Te estoy diciendo la verdad. Me hiciste perder mi trabajo con los d'zertanoj cuando iba a las mil maravillas, y no paraste hasta que me encerraron como a un esclavo vulgar. Cuando escapé, te llevé conmigo, y pagaste mi generosidad dejando que Snarbi nos traicionara para traernos hasta mi actual patrón... y la posición que ocupo en este momento, la he ganado sin tener que agradecerte nada.
- Hice lo que honradamente creí más conveniente.
- Pues pensaste mal.
- ¡Eres un hombre vindicativo y vulgar, Jason Dinalt!
- Pues la verdad es que no sabría demostrarte lo contrario, pero de momento te quedas encadenado al muro.
Tomó a Ijale por un brazo y la llevó a dar una vuelta de reconocimiento por el apartamento.
- La moda más actualizada dice que la puerta de entrada debe abrirse sobre la habitación principal, amueblada con leños rústicos, y que las paredes deberán estar decoradas con una gran variedad de molduras. Este es un buen sitio para hacer queso, pero completamente inhabitable para un ser humano. Esta se la dejamos a Mikah. - Abrió una puerta que daba sobre una habitación al lado -. Ésta está mejor, expuesta al sur, vista al gran canal, y hay más luz. Las ventanas están bien orientadas permitiendo que entre el sol y el aire fresco. Aquí tendré que poner un vidrio. Pero de momento un poco de lumbre en este fogón medio oxidado no irá del todo mal.
- ¡Krenoj! - exclamó Ijale corriendo hacia un cesto que se vislumbraba en la alcoba. Jason se mostró pasivo. Ella lo olió unos instantes, palpándole entre los dedos -. No es muy viejo; diez días, o quizá quince. Bueno para sopa.
- ¡Precisamente lo que necesita un estómago hambriento! - expuso Jason carente de entusiasmo.
Mikah daba gritos desde la otra habitación, y Jason encendió la fogata antes de ir a ver lo que quería.
- ¡Esto es criminal! - decía Mikah al mismo tiempo que con sus movimientos hacía chasquear las caderas.
- Yo soy un criminal - y Jason hizo ademán de volver a marcharse.
- ¡Espera! No puedes dejarme así. Somos hombres civilizados. Sácame de aquí y te daré mi palabra de que haré lo que me digas.
- Muy amable por tu parte, Mikah. viejo amigo, pero toda mi confianza se esfumó, desapareció, se agotó en mi alma siempre tan confiada antes. Soy un nuevo converso al ethos y ahora de ti no confío más que en lo que te veo hacer. Es todo cuanto puedo hacer, pero dejaré que estires las piernas por aquí para ver si al menos dejas de gritar.
Jason le liberó de las cadenas que le sujetaban los pies, y dio media vuelta dispuesto a alejarse.
- Te has olvidado de quitarme el aro, el collar - dijo Mikah.
- ¿Ah, si? ¡Qué descuido! - respondió Jason -. No he olvidado que me traicionaste ante Edipon, y por tanto, tampoco he olvidado el collar. Entretanto seas un esclavo no me volverás a traicionar, de manera que continuarás siendo un esclavo.
- Debí haberme esperado esto de ti - la voz de Mikah estaba preñada de una ira sorda y fría -. Tú no eres un hombre civilizado, sino un perro. No te daré mi palabra de ayudarte en ningún momento, sea cual fuere. Estoy avergonzado de mí mismo por haber considerado la posibilidad de llegar a tal extremo. Eres un satánico, mefistofélico, y como mi vida entera está dedicada a combatir tales cosas, lucharé contra ti.
Jason tenía el brazo medio levantado para descargar el puño sobre él, pero de pronto desistió de tal idea y por el contrario se puso a reír.
- Nunca debes amenazarme, Mikah. Parece imposible que un hombre pueda ser tan insensible a los hechos, a la lógica, a la realidad y a lo que solía denominarse sentido común. Me alegro de que admitas que estás en contra mía, pues así me será más fácil guardar mis espaldas. Además, de este modo no olvidaré que no debo cometer nuevas tonterías contigo. Te guardaré como a esclavo, y te trataré como a tal. Así que coge ese recipiente de piedra y vete a buscar agua, adonde van a buscarla los otros esclavos.
Giró sobre sus talones, y salió de la habitación sobreexcitado todavía por la ira, pero comenzó a mostrar cierto entusiasmo cuando vio la comida que Ijale había preparado tan cuidadosamente.
Con el estómago lleno, y calentándose los pies en el fuego, Jason se sentía casi cómodo. Ijale estaba agazapada a su lado entreteniéndose en reparar algunas pieles con una enorme aguja de hierro, mientras que desde la otra habitación llegaba hasta ellos el ruido de las cadenas que Mikah iba arrastrando. Era tarde y Jason estaba cansado, pero le había prometido a Hertug toda una relación de posibles descubrimientos, y quería terminarla antes de irse a dormir. Alzó la cabeza sorprendido al oír un ruido de llaves en la puerta de entrada, pero casi antes de apercibirse de lo que ocurría, Benn't irrumpía en la habitación seguido de uno de sus soldados, que llevaba una antorcha.
- Vamos - dijo Benn't señalando hacia la puerta.
- ¿Adónde y por qué? - preguntó Jason, sin moverse de su sitio, aunque un tanto preocupado.
- Vamos - repitió Benn't, en el mismo tono desagradable, y sacando una pequeña espada del cinturón.
- Estoy empezando a aborrecerte - espetó Jason poniéndose lentamente en pie y de mal grado. Se echó una de sus pieles sobre la espalda y cruzó la habitación.
No se veía la guardia en la puerta de la habitación, pero sin embargo, había unas formas oscuras en el suelo visibles a la luz de la antorcha. ¿Sería la guardia? Jason reaccionó de repente y quiso dar media vuelta, pero la puerta se cerró de golpe tras ellos, y la punta de la espada de Benn't se hundió en sus ropajes de cuero, dejando sentir lo que serían los efectos de la afilada punta por encima de los riñones.
- Como hables o te muevas, date por muerto - le susurró el soldado al oído.
Jason lo pensó durante unos instantes y decidió no moverse. No era porque la amenaza le causara la menor preocupación, pues estaba seguro de poder desarmar a Benn't y caer sobre el otro soldado antes de que pudiera sacar la espada, sino porque se sentía atraído e interesado por el nuevo rumbo que tomaban las cosas. Tenía la firme sospecha de lo que estaba ocurriendo era totalmente ajeno a Hertug, y se preguntaba adónde iría a parar aquella situación.
Pero al momento se arrepintió de haber tomado tal decisión. Le metieron en la boca un trapo maloliente, y para que no se pudiera desprender de él le cruzaron la boca con cuerdas que le hirieron el cuello y las mejillas. Le ataron los brazos al mismo tiempo, y una segunda espada le oprimía uno de los costados. Ya era imposible intentar la menor resistencia, a no ser de exponerse a riesgos muy serios, de manera que fue subiendo las escaleras en la dirección que le indicaban, hasta que llegaron al techo del edificio.
El soldado apagó la antorcha, y quedaron a merced de la oscuridad de la noche, con un viento frío, casi helado, que les azotaba. Descendieron lentamente a lo largo de las resbaladizas tejas. La balaustrada era invisible en la oscuridad reinante, y cuando Jason tropezó con las piernas por debajo de las rodillas con ella, se venció su peso hacia adelante y hubiera caído al otro lado si un soldado no le hubiera retenido a tiempo. Trabajando lentamente y con el mayor de los sigilos le ataron una cuerda por debajo de los brazos, y le fueron bajando por el alvero de la fachada. Aquel lado del edificio de los perssonoj estaba rodeado por el canal, y Jason, al descender, se fue hundiendo en él hasta quedar sumergido hasta la cintura. De pronto, entre la oscuridad fue apareciendo la silueta de un bote ante sus ojos. Unas manos rudas le ayudaron a subir y momentos más tarde el bote cortaba las aguas, después de situarse debajo del edificio, para que los raptores de Jason pudieran embarcarse junto con él. Los remos apresuraban la marcha. La alarma no había sonado.
Los hombres del bote le ignoraron por completo; tendido como estaba en el fondo, hacían descansar los pies sobre él, hasta que molesto se hizo a un lado. No había mucho que ver en aquel viaje de sorpresa, y menos en la posición en que se hallaba, pero al fin divisó unas luces. y alzando un poco la cabeza divisó una amplia entrada de mar, muy parecida a la que había visto a su llegada al territorio de los perssonoj. No le costó mucho trabajo llegar a la conclusión de que había sido raptado por una de las organizaciones rivales. Cuando el bote se detuvo fue literalmente arrojado al embarcadero, para ser más tarde empujado hacia un alto y rústico portal de hierro. Benn't había desaparecido - probablemente después de haber recibido las treinta monedas de plata - y los nuevos guardianes permanecían en silencio. Le desataron, le quitaron la mordaza y le obligaron prácticamente a atravesar una puerta de hierro, cerrándola tras él. Le dejaron solo, frente a los escalofriantes horrores de la habitación.
Había siete figuras sentadas sobre alto entarimado, armadas y terriblemente enmascaradas. Cada una de ellas se apoyaba sobre un largo montante. Ardían unas lámparas de extrañísima concepción produciendo un humo tal que el aire enrarecido rebosaba olor sulfuroso.
Jason se echó a reír fríamente, y miró alrededor en busca de una silla. No había ninguna a la vista, de manera que cogió una lámpara, con forma de culebra y que arrojaba llamas por la boca, de una mesa próxima, y la puso en el suelo, para después sentarse sobre la mesa. Volvió a lanzar una mirada llena de incredulidad a las horribles siluetas que se alzaban ante él.
- ¡De pie - mortal! - dijo la figura que ocupaba el centro de la reunión -. ¡Sentarse ante el Mastreguloj es tanto como pedir la muerte!
- Pues yo me siento - respondió Jason, haciendo acción de ponerse más cómodo -. Estoy seguro de que no me raptaron con la simple intención de matarme, y cuanto antes os deis cuenta de que vuestras tragicómicas vestimentas no me asustan lo más mínimo, antes iréis al grano de lo que queráis de mí.
- ¡Silencio! ¡La muerte está a mano!
- Ekskremento! - respondió Jason silabeando la palabra -. Vuestras máscaras y vuestras amenazas son de la misma calidad que la de los esclavizadores del desierto. Vayamos cuanto antes a los hechos. Han llegado hasta vosotros rumores respecto a mí, y os habéis sentido interesados. Habéis oído hablar de los caroj y los espías os han hablado del orador electrónico en el templo y hasta quizás os han dicho más cosas. Todo eso os parecía tan bueno que me quisisteis para vosotros, y entonces tratasteis de conseguirme por medio de algunos traidores, por un poco de dinero. Pues aquí estoy.
- ¿Sabes a quién le estás hablando? - preguntó la figurilla de la derecha con una voz chillona y temblorosa. Jason examinó al que había hablado detenidamente.
- ¿Al Mastreguloj? He oído hablar de vosotros. Se dice que sois los brujos de esta ciudad, porque poseéis el fuego que arde en el agua, el humo que quema los pulmones, el agua que quema la carne, y más cosas por el estilo. Y yo lo que creo es que sois los aprendices de químico de estos contornos; y aunque también se dice que sois muy pocos en número, sois lo suficientemente pestilentes como para tener asustadas y alejadas de vosotros a las otras tribus.
- ¿Sabes lo que esto contiene? - preguntó el hombre, alzando una esfera de vidrio con un líquido amarillento en el interior.
- Ni lo sé ni me importa lo más mínimo.
- Pues contiene la ardiente agua mágica que te marchitará en un instante si te toca...
- ¡No me hagas reír! Ahí no hay más que un ácido cualquiera, de los más comunes, sulfúrico probablemente, porque el otro ácido proviene de él, y que es el que produce el olor a huevos podridos que hay en la habitación.
Su conclusión pareció haber conmovido todo el edificio; las siete figuras se movieron nerviosas, y susurraron palabras ininteligibles a aquella distancia para Jason. Entre tanto estaban distraídos, Jason se puso en pie y avanzó despacio hacia ellos. Ya se había cansado de aquel juego de acertijos científicos y le irritaba pensar que había sido raptado, atado, puesto a remo o en aquella agua helada, y continuó avanzando. Estos mastreguloj eran temidos y repudiados de Appsala, pero según los cálculos que se había hecho, no formaban un clan muy numeroso. Por un buen número de razones había respaldado a los perssonoj para que se alzaran con el poderío y no pensaba cambiar de idea ni de bando.
Aprovechando el charloteo que aún continuaba llegó a su mente el recuerdo de un libro que leyó en una ocasión acerca de huidas célebres. Se acordó siempre de algunos detalles porque tenía un verdadero interés profesional en tal técnica, ya que en muchas ocasiones sus propósitos y los de la policía habían sido totalmente dispares. Y la conclusión que había sacado de aquel libro era que el mejor momento para escapar era siempre inmediatamente después de haber sido capturado. Y ésta era la ocasión.
Los mastreguloj hablan cometido el error de dejarle suelto y solo; estaban tan acostumbrados a intimidar, a asustar a la gente que se habían hecho descuidados... y viejos. A juzgar por las voces y la manera de actuar estaba seguro de que no había ningún joven entre los presentes, al igual que el hombre que estaba a la derecha estaba ya bien metido en la vejez. Lo revelaba su voz. y ahora que Jason estaba más cerca, podía apreciar mejor la ostensible vibración de la espada en la mano del hombre.
- ¿Quién te reveló el secreto y el sagrado nombre del sulfurika adda? - preguntó irritado la figura del centro -. Habla, espía, o de lo contrario te arrancaremos la lengua y arrojaremos fuego por tu garganta...
- No hagáis eso - rogó Jason, poniendo una rodilla en tierra y cruzando los brazos conmiserativamente ante su pecho -. ¡Cualquier cosa menos eso! ¡Hablaré! - Se fue acercando de rodillas hacia el entarimado, dirigiéndose al mismo tiempo hacia la derecha -. Diré la verdad, no lo resisto más... éste es el hombre que me habló de los sagrados secretos. - Señaló al más viejo de la derecha, y acercó al mismo tiempo la mano hacia la espada que sostenía el anciano.
Jason se puso en pie y arrancó la espada de la mano del viejo en el mismo instante que le propinó un empujón que le lanzó contra el otro que tenía al lado. Ambos hombres rodaron por el suelo.
- ¡Muerte a los infieles! - gritó arrancando de un tirón la cortina negra que llena de dibujos de calaveras y demonios colgaba del muro. La arrojó sobre los dos hombres más próximos en el preciso instante en que se ponían de nuevo en pie, y veía una pequeña puerta que hasta entonces había permanecido oculta tras la cortina. La abrió de un golpe, yendo a desembocar a un pasillo de tenue luz, y casi en los brazos de dos guardias allí estacionados. La ventaja de la sorpresa estaba de su parte. El primero se desplomó al proporcionarle Jason un golpe terrible con la parte plana de la espada sobre la cabeza, y el segundo dejó caer la espada cuando la punta de la de Jason le hirió en la parte superior del brazo. El entrenamiento en la lucha que había adquirido en Pyrran le hacía ahora un buen servicio. Podía moverse con más rapidez y matar a sus enemigos gracias a sus reflejos más ágiles, que cualquiera de los de Appsala. Lo dejó bien demostrado cuando al dar la vuelta a una esquina, yendo en dirección a la puerta, casi tropezó con Benn't, su primer guardián.
- Gracias por haberme traído aquí... como aún no tenía bastantes problemas... y aunque ser un traidor a sueldo sea normal en Appsala, no fue muy delicado por tu parte matar a uno de tus propios hombres. - Alzó la espada y atravesó la garganta de Benn't casi decapitándolo. Aquel arma era pesada y difícil de manejar, pero una vez puesta en movimiento cortaba cuanto se hallaba en su camino. Jason continuó corriendo y atacó con todas sus fuerzas a los guardianes que había en el patio de entrada.
La única ventaja que tenía era, una vez más, el elemento de la sorpresa, por tanto, tenía que moverse con la mayor rapidez posible. Si llegaban a reagruparse aquellos hombres podrían capturarle y matarle, pero la noche estaba muy avanzada y la menor cosa del mundo que pudieran sospechar era un ataque furibundo por la retaguardia. Uno cayó, otro soltó el arma y echó a correr con el brazo destrozado, y Jason entre tanto reunía todas sus fuerzas sobre la pesada barra que cerraba la entrada. Con el rabillo del ojo vio aparecer a uno de los enmascarados, Mastreguloj.
- ¡Muerte! - chillaba el hombre lanzando una esfera de vidrio hacia la cabeza de Jason.
- Gracias - dijo Jason atrapando el objeto en el aire con la mano libre. Se lo metió entre sus ropas y abrió la puerta.
Ya estaban organizando la persecución cuando bajó las resbaladizas escaleras, y saltó al interior del bote más próximo. Era demasiado ancho para poderlo remar con facilidad pero cortó las amarras y haciendo presión con un remo sobre el embarcadero se internó en el canal. Un ligero oleaje se había levantado en el canal y dejó que el bote se meciera entre las olas mientras sujetaba los remos en sus puntos de apoyo. Algunas siluetas aparecieron en las escalera, hubo gritos y parpadeos de antorchas, hasta que poco a poco fueron perdiéndose en la distancia y desaparecieron de su vista. Jason remaba internándose en la oscuridad de la noche y sonriendo amargamente para consigo mismo.
Capítulo XIII
Remó hasta que el ejercicio le hizo entrar en calor y luego dejó que el bote fuera arrastrado por la marea. De vez en cuando chocaba contra algún obstáculo oculto en la oscuridad. Jason remaba en los momentos en que era preciso hacer girar el bote para internarse en otro canal y fue serpenteando de un lado a otro hasta que quedó convencido de que su rastro había quedado suficientemente difuso para posibles perseguidores. Se acercó hacia el desembarcadero más próximo donde le fuera posible dejar el bote. Saltó de la embarcación con agua hasta los tobillos y la arrastró, sacándola cuanto pudo del agua.
Cuando ya no pudo más, volvió a saltar al interior y puso la cápsula de vidrio fuera del alcance de cualquier emergencia que la pudiera romper accidentalmente. Entonces se sentó a esperar la llegada del amanecer. Estaba entumecido y tembloroso y antes de que las primeras luces grises irrumpieran en el cielo se hallaba de un humor terrible.
Tenues siluetas fueron apareciendo de entre la oscuridad, pequeñas embarcaciones cercanas apoyadas sobre el suelo y aseguradas con cadenas a recios troncos de madera y mucho más lejos el ligero boceto de unos edificios. Un hombre avanzaba decidido hacia aquel lugar pero tan pronto como vio a Jason y a su bote quedó como petrificado durante unos instantes y desapareció. Se oyeron algunos murmullos cercanos y Jason saltó a tierra y blandió al aire unas cuantas veces la espada para desentumecer los músculos.
Alrededor de una decena de hombres se acercaban inciertos hacia él, llevando mazos y remos y casi temblando de temor.
- Vete y déjanos en paz - dijo el que, parecía ser portavoz de los demás, extendiendo el dedo índice en otra dirección -. Coge tu insana barcaza, mastreguloj, y vete de nuestras tierras. No somos más que pobres pescadores...
- Yo no siento más que respeto y simpatía por vosotros - dijo Jason apoyándose sobre la espada - y debéis creerme que no siento más amor por los mastreguloj que vosotros mismos.
- Pero tu bote... y ese signo... - señaló el portavoz hacia una horrible talla esculpida sobre la parte curva del bote.
- Yo se lo robé.
Los pescadores quedaron sorprendidos, cambiaron algunas palabras entre ellos, algunos echaron a correr, mientras que unos cuantos caían de rodillas para rezar. Uno de ellos le lanzó su maza a Jason y a buen seguro le hubiera alcanzado si éste no hubiera esquivado el golpe con la espada.
- Estamos perdidos - murmuraba quejumbroso el que llevaba la voz cantante -, los mastreguloj vendrán hasta aquí, verán esta maldita embarcación, y entonces caerán sobre nosotros y nos matarán. ¡Cógela y llévasela inmediatamente!
- Hay algo de verdad en lo que dices - accedió Jason. El bote era un handicap apenas podía manejarlo solo y era demasiado fácil identificarlo para poder llegar a pasar desapercibido. Sin perder de vista a los pescadores, recogió la bola de vidrio y apoyando el hombro sobre el extremo de la embarcación, la volvió a meter en el agua, hasta un lugar donde la corriente se apoderó de ella y la arrastró hasta hacerla perder de vista.
- Ya no existe tal problema - dijo Jason -. Ahora tengo que volver a los dominios de los perssonoj. ¿Cuál de vosotros quiere tomarse el trabajo de llevarme hasta allí?
Los pescadores comenzaron a alejarse, y Jason se plantó ante el que los conducía antes de que pudiera desaparecer también.
- ¡Bueno, qué me dices!
- No creo que llegara a encontrar ese lugar - dijo el hombre transformado momentáneamente en blanca su piel quemada por el viento -. Niebla, muchos islotes apenas perceptibles que provocan grandes riesgos de embarrancar, y... además, yo no hice esa ruta nunca...
- Vamos, vamos, te pagaré bien tan pronto como lleguemos a tierra. Pon tú el precio.
El hombre lanzó una risita incrédula y se hizo a un lado.
- Ya veo lo que quieres decir - dijo Jason cruzando la espada en el camino del otro -. El dinero es una cosa que no tiene mucho valor aquí.
Jason miró pensativamente la espada y se dio cuenta por vez primera de que los relieves de la empuñadura eran piedras con fines ornamentales. Hizo un gesto mostrándolas al otro con la mano libre.
- Aquí tienes, te pagaré por adelantado si encuentras un cuchillo para poder sacar las piedras de aquí. De momento te daré esta roja que parece un rubí; después, cuando lleguemos allí, la verde.
Tras unos minutos de discusión y la añadidura de otra piedra roja, puesto que la avaricia es más fuerte que el miedo, como de costumbre, el pescador metió en el canal un bote pequeño y mal calafateado. Remó mientras Jason se acomodaba en el fondo del bote y ambos comenzaron a buscar con la mirada el lugar que les pudiera indicar el camino a seguir para llegar a los dominios de los perssonoj. Llegaron a un lugar donde el hombre juró que aquella era una entrada a los dominios buscados, pero Jason, enterado como estaba ya, al menos hasta ahora, de las costumbres locales, sabía que aquellos juramentos podrían ser una añagaza que le llevara a alguna situación muy distinta de la deseada, y por tanto, con un pie en el bote dispuesto a saltar a la menor sospecha, hasta que apareció un guardia de los perssonoj, distinguible en la distancia, por el sol ardiente que llevaba en la vestimenta a la altura del pecho. El pescador recibió el pago final con sorpresa, y se alejó remando rápidamente. Llamaron a otro guardia, le quitaron la espada a Jason y fue inmediatamente conducido a la sala de audiencia de Hertug.
- ¡Traidor! - gritó Hertug, dejando para mejor ocasión los formulismos -. Conspiraste para matar a mis hombres y escapar, pero ahora te tengo aquí...
- ¡Oh, para, para! - interrumpió Jason irritado, quitándose de encima de un empujón a los guardias que le tenían cogido por los brazos -. Si volví aquí, fue voluntariamente, y eso, incluso en Appsala, debe querer decir algo, tiene que ser significativo. Fui raptado por los mastreguloj con la ayuda de un traidor de entre los de tu guardia...
- ¡Su nombre!
- Benn't, muerto... yo mismo lo vi. Tu capitán, en quien tenías tanta confianza, te vendió a la competencia, quienes querían que trabajara para ellos, pero yo no acepté. No me fiaba mucho de ellos, y me fui antes de que me hicieran cualquier oferta. Pero traje una muestra conmigo. - Jason sacó la esfera de vidrio, y al verla, los guardias, corrieron hacia atrás, chillando, y aun el mismo Hertug se puso blanco.
- ¡El agua que quema! - consiguió decir.
- Exactamente. Y tan pronto como pueda, va a formar parte de la batería que estaba inventando. Estoy cansado, Hertug, no me gusta que me rapten y me hagan ir dando tumbos de un lado a otro. Todo lo de Appsala me cansa, y tengo algunos planes para el futuro. Haz salir a esos hombres para que te pueda decir cuáles son esos planes.
Hertug se mordió los labios nervioso, y miró a los guardias.
- Volviste - le dijo a Jason -, ¿por qué?
- Porque te necesito del mismo modo que tú me necesitas a mí. Tienes muchos hombres, poder y dinero. Yo tengo grandes proyectos. Haz salir a tus siervos.
Había una olla de krenoj sobre la mesa, y Jason anduvo rebuscando en ella hasta encontrar algunas raíces frescas, y dio algunos mordiscos. Hertug continuaba pensativo.
- Volviste - repitió. Parecía encontrar este hecho altamente sorprendente -. Hablemos.
- Solos.
- Despejad la habitación - ordenó. Pero se tomó la precaución de colocar a su lado un arco a punto para disparar. Jason no hizo el menor caso; no esperaba otra cosa. Se acercó a la ventana y contempló la ciudad isleña. El viento que antes soplara se había detenido, y un sol todavía débil, cubría la extensión de la vista.
- ¿Te gustaría ser el dueño de todo eso? - preguntó Jason.
- Continúa hablando - los ojos de Hertug comenzaban a bailar en sus órbitas.
- Antes ya te mencioné esto, pero ahora... te hablo muy seriamente. Te voy a revelar cada uno de los secretos de cada uno de los clanes de este condenado planeta. Te voy a enseñar cómo los d'zertanoj destilan el petróleo, cómo los mastreguloj hacen el ácido sulfúrico, y cómo los trozelligoj fabrican motores. Además, voy a mejorar tus armas de guerra e inventar otras nuevas. Haré de la guerra algo tan terrible, que nunca será larga. De vez en cuando la guerra se recrudecerá, pero tus tropas siempre ganarán. Barrerás para siempre a la competencia, uno tras otro, empezando por los más débiles, hasta que te conviertas en el dueño y señor de la ciudad, y después, de todo el planeta. Las riquezas de un mundo serán tuyas, y tus atardeceres se verán animados por las horribles muertes que tú ordenarás para tus enemigos. ¿Qué dices a todo esto?
- ¡Supren la Perssonoj! - gritó Hertug poniéndose en pie de un salto.
- Eso es lo que pensé que dirías. Si voy a tener que quedarme aquí durante un periodo de tiempo, quiero hacerme cargo de algunas cosas concernientes al sistema. Me he sentido demasiado incómodo durante algún tiempo, y ya ha llegado el momento de cambiar.
Capítulo XIV
Los días se hicieron más largos, el tiempo se tornó en lluvias, pero al fin se alejaron éstas. Las últimas nubes, impulsadas por el viento, se refugiaron en el mar, y al fin el sol brilló sobre la ciudad de Appsala. Las flores germinaron, los capullos se abrieron y el aire se llenó de perfumes, mientras que de las aguas tibias de los canales, se elevaba otro olor menos agradable, que a Jason no le hubiera importado ni lo más mínimo que desapareciera. Pero en realidad tenía muy poco tiempo para apercibirse, pues se pasaba largas horas trabajando en la investigación y la producción, en una tarea exhaustiva. La investigación pura, y el desarrollo de la producción eran muy caros, y cuando los gastos subían demasiado, Hertug se mesaba la barba e invocaba los viejos y apacibles días. Entonces Jason tenía que dejarlo todo, y hacer al instante un nuevo milagro o dos. El arco de luz fue uno, y después el arco calorífico, que contribuyó a los trabajos metalúrgicos y agradó mucho a Hertug, y sobre todo cuando descubrió lo útil que era para torturar, como quedó demostrado en un trozelligoj capturado que llegó a decirles cuanto querían saber. Cuando este invento perdió novedad, Jason introdujo el galvanizado, que ayudó a su vez a incrementar la tesorería.
Después de abrir la esfera de vidrio de los mastreguloj, con grandes precauciones, Jason se sintió realmente satisfecho de que contuviera ácido sulfúrico, y con él construyó una tosca pero efectiva batería, Todavía molesto por el rapto de que había sido objeto, condujo un ataque a la gabarra de los mastreguloj, y se apoderó de un gran aprovisionamiento de ácido así como de otros productos químicos. Hacía experimentos con estos últimos cuando tenía tiempo. Había llevado a efecto un gran número de ensayos en su intento de realizar nuevos inventos, pero como no recordaba la técnica de los mismos totalmente se vio forzado a abandonarlos. La fórmula de la pólvora se le había olvidado, y esto le deprimió, si bien alegró a sus asistentes que habían estado rastrillando entre viejos montones de aprovisionamientos de salitre.
Alcanzó mayores éxitos con el caroj y las máquinas de vapor, como consecuencia de sus anteriores experiencias. En los ratos perdidos inventó los signos móviles, el teléfono y el altavoz, que añadido al disco de fonógrafo, hizo maravillas en las recaudaciones religiosas, produciendo voces de ultratumba. También construyó un propulsor naval, y estaba perfeccionando una catapulta a vapor. Por su propio gusto instaló una retorta de destilación en su habitación, con lo cual obtenía un tosco pero efectivo brandy.
«Después de todo las cosas no van tan mal», se dijo, poniéndose cómodo en su silla y sirviéndose un vaso de la más reciente destilación. Había sido un día caluroso, y más que nada pesado por la humedad que subía de los canales, pero en aquel momento del atardecer la brisa del mar era fría y agradable al trasponer las ventanas. Entre pecho y espalda se había metido un buen bistec, cocinado en una parrilla de carbón de su propia invención, acompañado con krenoj y pan cocido de harina molida en un aparato de su reciente fabricación. Ijale cantaba en la cocina mientras limpiaba, y Mikah pasaba un trapo por los tubos de la retorta de destilación, para su mejor funcionamiento...
- ¿Seguro que no quieres acompañarme a echar un trago? - preguntó Jason irónico.
- El vino es burlón, y la bebida fuerte encoleriza... Proverbio - declamó Mikah en el mejor de los estilos.
- El vino alegra el corazón del hombre. Samon. Yo también he leído ese libro. Pero si no quieres tomar una copa en plan amistoso, ¿por qué no te tomas un vaso de agua fresca y descansas un poco? Ese trabajo puede esperar hasta mañana.
- Yo soy un esclavo - respondió Mikah amargamente, tocando el collar de hierro que tenía en el cuello por un momento y volviendo después al trabajo.
- Bueno, pero eso sólo te lo puedes reprochar tú mismo. Si se pudiera tener más confianza en ti, yo te daría la libertad. En realidad, ¿por qué no lo hago ahora mismo? Dame simplemente tu palabra de que no provocarás más problemas y te sacaré de ese collar antes de que puedas decir antidesestablementarianismo. Creo que estoy en bastante buena situación con Hertug como para poder hacer frente a los pequeños líos que puedas formar. ¿Qué me respondes? Aunque tu conversación sea de muy pocos alcances, es al menos el doble de despierta de lo que se pueda encontrar en este planeta.
Mikah llevó la mano al collar de nuevo, y dudó durante unos instantes. Luego gritó:
- ¡No! - y separó los dedos como si el hierro quemara -. ¡Atrás, Satanás! ¡Fuera! No voy a implorar nada, ni voy a confiar mi honor a un hombre como tú. Prefiero estar encadenado hasta que llegue el día de la liberación, en cuyo día te veré cómo te se somete a juicio por delitos como éste, ante un tribunal de justicia, siendo sentenciado a muerte.
- Ya veo que tienes muchas esperanzas en conseguir tus ambiciones - dijo Jason apurando el vaso y volviéndolo a llenar -. Espero que se cumplan, al menos en lo que se refiere al día de la liberación; a partir de ese momento, creo que nuestras opiniones difieren un poco. Pero, ¿te has parado a pensar lo lejos que puede estar ese día de liberación? ¿Y crees tú que has hecho algo por contribuir a que llegue ese día?
- Yo no puedo hacer nada... ¡Soy un esclavo!
- Sí, y los dos sabemos por qué. Pero aparte de eso. ¿crees que podrías hacer algo mejor si estuvieras libre? Yo contestaré por ti. No. Pero yo sí que puedo hacer más y mejor, y he llegado a hechos concretos. Encontré algunos cristales que resonaban muy bien, y construí una radio cristal. No oigo otra cosa que las señales atmosféricas, y mi propio y bendito S.O.S.
- ¿De qué blasfemia estás hablando?
- ¿Aún no te lo había dicho? Hice una radio muy simple, con apariencia de orador electrónico, y los creyentes han estado transmitiendo religiosamente desde ese día.
- ¿Es que no hay nada sagrado para ti, blasfemo?
- Ya hablaremos de eso en otra ocasión, aunque no veo de qué te quejas ahora. ¿Acaso me quieres decir que respetas esta religión fónica con el gran dios Electro y todo lo demás? Tenías que estar agradecido de que yo sacara algún provecho de los reverentes. Si cualquier aparato espacial entra en la atmósfera de este planeta recogerá la llamada de auxilio y vendrá hacia aquí.
- ¿Cuándo? - preguntó Mikah sin poder disimular su interés.
- Pues podría ser dentro de cinco minutos, o dentro de quinientos años. Aunque haya alguien buscándote hay muchísimos planetas en esta galaxia. Por mi parte, dudo que los Pyrranos vengan a por mí, no tienen más que una nave espacial y siempre está muy ocupada. ¿Y tu gente?
- Ellos rezarán por mí, pero no me podrán buscar. La mayor parte del dinero que teníamos se dedicó a la construcción de la nave que tú destruiste. ¿Pero y otras naves comerciantes, exploradores...?
- Suerte... todo depende de los azares de la suerte. Como decía, cinco minutos, o cinco centurias... o nunca. La suerte es ciega.
Mikah se sentó apesadumbrado, y Jason, que se daba cuenta de que era peligroso, tuvo momentáneamente un rasgo de conmiseración:
- Vamos, alégrate, las cosas no van tan mal aquí - dijo -. Compara simplemente nuestra situación presente, con nuestro primer trabajo de buscadores de krenoj en la tribu de Ch'aka. Ahora tenemos y disfrutamos de un sitio con muebles confortables, calor, buena comida, y tan pronto como pueda inventarlas, todas las cosas más modernas. Para mi propia conveniencia, además de tener en cuenta que odio a la mayoría de la gente que anda envuelta en esto, me he propuesto sacar a este mundo de la edad negra en que se halla, y quiero conducirlo hacia las glorias de un futuro tecnológico. ¿Te creías que me estaba metiendo en todos estos líos por el simple capricho de ayudar a Hertug?
- No te entiendo.
- Eso es muy normal en ti. Mira, tenemos aquí una cultura estática que no cambiará nunca a menos que se ponga una buena carga de explosivos en el corazón de ella misma. Esa carga soy yo. Entre tanto el conocimiento de las cosas esté clasificado como un secreto oficial, no habrá progreso. Habrá probablemente ligeras modificaciones y mejoras dentro de los clanes que trabajan sus especialidades, pero en resumen, nada de vital importancia. Pues yo estoy destruyendo todo eso. Estoy dando a Hertug la información de los secretos poseídos por todas las demás tribus, más otras muchas cosas que ninguno de ellos conocía. Esto desequilibrará la balanza que hasta el momento les tenía a todos por un igual, y si hace la guerra como es debido, o sea como yo le diga, puede desembarazarse de todos uno tras otro...
- ¿Guerra? - preguntó Mikah, moviendo las ventanas de la nariz y desorbitando los ojos - ¿Dices guerra?
- Esa es la palabra - respondió Jason, apurando el vaso y concentrando en la visión de sus propios pensamientos -. Como dijo alguien una vez, no se puede hacer una tortilla sin romper los huevos. Si se le deja solo, este mundo irá dando tumbos en su órbita durante toda la vida, con un noventa y nueve por ciento de la población condenado a muerte por enfermedades, por pobreza, por sociedad, por miseria, por esclavitud y por muchas cosas más. Voy a emprender una guerra, una buena guerra, totalmente científica, que barrerá a la competencia. Cuando todo haya acabado éste será un lugar mucho, mucho mejor para todos. Hertug se apoderará del poder y se convertirá en un dictador. El trabajo que estoy haciendo es demasiado para los viejos sciuloj, y he tenido que contratar jóvenes iniciados en la técnica. Cuando todo haya acabado se llevará a efecto la floreciente fertilización de todas las ciencias, e inmediatamente se provocará por sí misma una revolución industrial. No podrá volverse atrás porque los viejos días habrán muerto. Máquinas, capital. constructores, lujo, artes...
- Eres un monstruo - escupió Mikah entre dientes -. Para satisfacer tu propio egocentrismo, vas a hacer estallar una guerra, condenando con ello a muerte a miles de inocentes.. ¡Yo te lo impediré aunque me cueste la vida!
- ¿Queeé...? - dijo Jason alzando la cabeza. Se había quedado medio dormido, agotado por la discusión, la jornada de trabajo, y la visión de sus pensamientos dorados.
Pero Mikah no respondió. Se había puesto de espaldas, y en aquel instante se inclinaba sobre un montante, limpiándolo. Tenía el rostro congestionado, y los dientes apretados con tal fuerza contra sus labios, que un hilo de sangre le corrió por la barbilla. Por fin comprendió los beneficios del silencio en ciertos momentos, aunque los esfuerzos para contenerse casi le costaran la vida.
En el patio de los perssonoj había un gran tanque de piedra, lleno de agua fresca traída con las gabarras. Aquí se reunían los esclavos en busca de provisiones, éste era el centro de las conspiraciones e intrigas. Mikah esperaba su turno para llenar el cántaro, pero en el mismo momento examinaba el rostro de los otros esclavos, buscando a uno que le había hablado unas semanas antes, y a quien había ignorado en el transcurso de aquel tiempo. Por fin le vio cargado de leña para el fuego, y se acercó a él.
- Ayudaré - susurró Mikah mientras pasaba por su lado. El hombre sonrió pícaramente.
- Por fin has sido sensato. Todo se arreglará.
Se hallaban en pleno verano. Los días eran frescos y húmedos y el aire no refrescaba hasta después de oscurecer. A Jason le había llegado el momento de hacer algunas pruebas con su catapulta de vapor, lo cual le había forzado a violar su regla de hacer el trabajo solamente durante el día. En el último minuto se dedicó por tales pruebas, pues el fuego de la caldera trabajando a pleno rendimiento, producía un calor insoportable durante el día. Mikah había salido a por agua para llenar el tanque de la cocina - se había olvidado de hacerlo durante el día -, de modo que Jason no le había visto cuando volvió al taller de trabajo después de cenar. Los ayudantes de Jason tenían la caldera a punto, y la presión de vapor había subido: las pruebas iban a empezar. A causa del silbido del vapor que escapaba, y del ruido general de la maquinaria, la primera señal que tuvieron de que algo iba mal, fue cuando un soldado irrumpió en la habitación con las vestiduras teñidas en sangre a causa de una flecha clavada en el hombro.
- ¡Ataque... trozelligoj! - gritó.
Jason dio algunas órdenes, pero nadie le prestó atención y todos corrieron hacia la puerta. Maldiciendo, permaneció allí el tiempo suficiente para cortar la alimentación del fuego y abrir la válvula de seguridad para que la caldera no estallara después que él se hubiera ido. Después siguió a los otros, no sin antes pasar por delante del estante donde se hallaban sus armas experimentales y recoger la que él había dado en llamar estrella de la mañana, consistente en un recio mango, sobrepujado con una bola de bronce en, la que había colocado pinchos de acero. Describió un arco con el brazo y el arma silbó en el aire.
Corrió a lo largo de los pasillos hacia el lugar de donde procedían los gritos distantes, y que, al parecer, venían del patio de entrada. Mientras subía las escaleras que conducían a los pisos superiores, oyó algunos ruidos indeterminados y un grito ahogado. Saliendo al patio principal vio que la lucha estaba tocando a su fin y que la ganarían los hombres de Hertug sin necesidad de su recurso y ayuda.
Arcos carbónicos iluminaban la escena. La puerta que daba al mar había sido destruida parcialmente por una barcaza con quilla muy puntiaguda. Incapaces de abrirse camino a través del patio, los trozelligoj habían atacado a lo largo del muro y barrido a casi todos los guardias apostados allí. Pero antes de que pudieran continuar su avance, llegaron refuerzos y el contraataque de los defensores detuvo a los invasores. Como el éxito de aquella escaramuza era imposible, se fueron retirando lentamente, limitándose a defender a duras penas la retaguardia. Todavía quedaban hombres moribundos, pero la batalla había terminado. Muertos, la mayor parte de ellos asaetados por flechas, flotaban en el agua, mientras que los que no habían sufrido ningún daño, retiraban a los heridos. Allí no quedaba nada que Jason pudiera hacer, y comenzó a preguntarse qué razones habría tras aquel ataque de medianoche.
En el mismo momento tuvo el presentimiento de que todo aquel lío tenía algo que ver con él. ¿Qué ocurría? El ataque había sido rechazado, pero algo no iba bien, algo que debía ser importante. De pronto recordó los ruidos que había oído cuando salía del edificio. Y el grito ahogado, como si alguien le hubiera obligado al silencio.
Los ruidos no le habían significado lo más mínimo; de haber pensado en ellos tenía que haber llegado a la conclusión de que otros soldados tenían que haber salido detrás de él para unirse a la batalla.
«Pero yo fui el último en atravesar esa puerta. ¡Nadie bajó las escaleras!» En el mismo momento en que se decía estas palabras, iba corriendo hacia las escaleras y, una vez en ellas, las fue subiendo de tres en tres.
Llegó al pasillo, continuó avanzando y saltó por encima de un cuerpo yaciente, y al fin se dio cuenta de que los ruidos de la lucha proceden de sus propias habitaciones.
En el interior de las mismas, todo aquello parecía una casa de locos. No quedaba en pie y encendida más que una lámpara, bajo la incierta luz de la cual los soldados saltaban, corrían y se movían por encima de lo que quedaba del mobiliario, luchando a muerte. Las habitaciones parecían más pequeñas, llenas como estaban de hombres entregados a la lucha, y Jason saltó por encima de unos muertos para unirse a las filas de los perssonoj.
- Ijale - gritó -, ¿dónde estás? - entre tanto descargaba la estrella de la mañana sobre el casco de un soldado. El hombre se desplomó, arrastrando a otro consigo.
- ¡Ése es! - gritó una voz desde la retaguardia de las filas de los trozelligoj, y Jason casi se vio desbordado por los atacantes que se volvieron hacia él. Había tantos que casi tropezaban entre sí, lanzados a un furioso ataque. Le asediaban por todas partes, intentando herirle en las piernas o bien hendir sus brazos con pequeñas lanzas. Una espada logró alcanzarle en una brazo, lo que, a causa del dolor que le producía, le obligaba a realizar grandes esfuerzos para manejar la estrella de la mañana, que estaba produciendo estragos entre los enemigos. No se apercibía más que de los hombres que le atacaban, ni de los soldados que habían llegado en defensa de aquella situación obligando a sus atacantes a retirarse de los dominios de los perssonoj
Jason se limpió el sudor que le cubría los ojos con la manga y siguió corriendo tras ellos. Hablan aparecido más antorchas, y llegó a la definitiva conclusión de que los incontables asaltantes se batían en retirada, luchando en un terrible cuerpo a cuerpo y dirigiéndose todos hacia las ventanas que daban al canal. Todas las ventanas, tan cuidadosamente montadas por Jason, habían sido destrozadas a patadas, mientras que algunos garfios se agarraban a los muros, de los que pendían recias cuerdas.
Oscuras siluetas desaparecían a lo largo del muro, bajando desesperadamente por las escaleras de cuerda pendientes de los mismos.
Los gritos de los vencedores aligeraban el paso de los que huían, hasta que Jason, impuso el restablecimiento del orden a fuerza de golpes y empujones.
- ¡No... seguirlos! - gritó, mientras cruzaba una pierna el marco de la ventana. Con el mango de su arma, estrella de la mañana, sujeto entre los dientes, descendió la escalera de cuerdas, maldiciendo aquellos ataques que podían ser tan peligrosos como inesperados.
Cuando llegó abajo vio que los extremos de las cuerdas se hundían en el agua del canal, y oyó el ruido de remos que se apresuraban por alejarse, perdiéndose en la oscuridad.
De pronto, Jason se apercibió de un dolor intenso que le producía la pierna, así como de su estado de agotamiento: estaba seguro de que no tendría fuerzas para volver subir.
- Diles que hagan traer un bote por aquí - le dijo a un soldado que le había seguido en su intento de persecución. Luego se quedó colgado, con los brazos cruzados entre las cuerdas, hasta que llegara el bote. Fue el mismo Hertug quien llegó, blandiendo una espada en la mano.
- ¿Qué es este ataque? ¿Qué significa esto? - preguntó Hertug. Jason se dejó caer en el bote y se tendió sobre el banco.
- Pues está bastante claro... todo el ataque iba encaminado a apoderarse de mí.
- ¿Qué? No puede ser...
- Pues lo es y te darás cuenta si te detienes un momento para pensarlo. El ataque por la puerta del mar no estaba preparado para tener éxito; su única finalidad era disimular el verdadero intento de raptarme. La suerte fue que esta noche yo estaba trabajando en el taller, cuando en otras ocasiones a esas horas estoy durmiendo.
- ¿Y quién quería apoderarse de ti? ¿Por qué?
- ¿Aún no te has despertado ante el hecho de que soy la pieza más valiosa de toda la propiedad de Appsala? Los mastreguloj fueron los primeros en darse cuenta; ellos consiguieron raptarme, como puedes recordar. Tenías que haber previsto un ataque de los trozelligoj; después de todo, ahora ya tienen que saber que estoy construyendo motores de vapor, que hasta este momento constituían su monopolio.
El bote llegó al embarcadero, y Jason saltó dolorosamente a tierra.
- ¿Pero cómo consiguieron entrar y localizar tus habitaciones? - preguntó Hertug.
- Era un trabajo interno, un traidor, como ocurre siempre en este corrompido planeta. Alguien que conocía mi rutina de vida, alguien que pudo colocar las escaleras en los muros en beneficio de los botes que se aprestaban al ataque. No fue Ijale... dios han debido capturarla.
- ¡Yo descubriré quién es el traidor! - aseguró Hertug -. Le voy a someter al arco calorífico pulgada a pulgada.
- Yo sé quién es ese traidor - dijo Jason con gran pesar en los ojos -. Oí su voz al llegar, diciéndoles quién era yo. Reconocí su voz... era mi esclavo, Mikah.
Capítulo XV
- ¡Pues lo pagará, ya lo creo que lo pagará! - gritó Hertug rechinando los dientes de un modo horrible. Estaba bebiendo un vaso de brandy de Jason, y sus ojos y nariz estaban más colorados que de costumbre.
- Me alegro de oírte decir eso, porque es lo mismo que yo pensaba - dijo Jason, echándose hacia atrás sobre un cojín con un vaso más grande todavía apoyado sobre el pecho. Se había limpiado la herida de la pierna con agua hervida, y la había cubierto con vendas esterilizadas, Le dolía un poco en aquellos momentos, pero estaba seguro de que no le traería problemas. Prefirió olvidarse de ello y volvió a sus proyectos:
- Empecemos la guerra ahora - dijo.
Hertug parpadeó perplejo,
- ¿No es demasiado pronto? Quiero decir, ¿estamos ya preparados?
- Invadieron tu castillo, mataron a tus soldados, te produjeron pérdidas...
- ¡Muerte a los trozelligoj! - gritó Hertug estampando el vaso contra la pared.
- Eso me gusta más. No olvides lo bastardos que son. No les puedes dejar que se vayan así como así. Además. es la mejor ocasión para empezar la guerra ahora, o nunca tendremos otra oportunidad. Si los trozelligoj armaron tanto lío para apoderarse de mi, ahora deben estar preocupados. Puesto que sus planes no salieron bien, deben estar pensando en un ataque más potente y probablemente recurrirán a otras tribus para que les ayuden. Están ya empezando a temerte, Hertug, de modo que será mejor empezar la guerra ahora antes de que decidan asociarse y nos barran a nosotros. Aún podemos caer sobre las tribus, unas tras otra, y asegurarnos la victoria.
- Sería mejor si tuviéramos más hombres y un poco de tiempo...
- Tenemos aproximadamente dos días... el tiempo suficiente para equipar a los hombres que formarán en la invasión. Eso te dará también el tiempo requerido para llamar a todas las reservas. Hay que asegurarse bien, ya que nuestro fin debe ser atacar y apoderarnos de la fortaleza de los trozelligoj, aparte de que ésta es la única oportunidad que tenemos. ¡La nueva catapulta de vapor estoy seguro de que hará un buen trabajo!
- ¿Ya ha sido probada?
- Lo suficiente como para demostrar que cumplirá con sus designios. Empezaré a trabajar con las primeras luces, pero sugiero que envíen mensajeros para que recluten a todos los hombres posibles y puedan estar aquí con tiempo suficiente. ¡Muerte a los trozelligoj!
- ¡Muerte! - repitió Hertug.
Había muchas cosas que hacer y Jason decidió continuar los preparativos sin ir a dormir ni un momento. Cuando se cansara pensaría en el traicionero Mikah y preguntaría lo que le habría ocurrido a Ijale, y la incertidumbre y la ira le devolverían al trabajo. No estaba seguro de que Ijale continuara viviendo; llegaba solamente a la conclusión de que había sido raptada. En cuanto a Mikah, tendría que responder de muchas cosas.
Puesto que los motores de vapor y el propulsor ya habían sido instalados en un barco y experimentados en el mar interior, con lo que terminar la guerra no sería muy largo. Todo quedaba reducido a un acoplamiento. Primero pensó en instalar la catapulta de vapor en el barco de guerra, pero después decidió lo contrario. Había un sistema más sencillo y mejor. La catapulta fue instalada en una barcaza ancha, con la caldera, tanques de fuel y una gran selección de escogidos misiles.
Los perssonoj fueron llegando, todos ellos destilando irritación y sed de venganza. A pesar de los gritos que lanzaban, Jason consiguió dormir unas horas en la segunda noche, y se despertó al amanecer. La flota estaba reunida, y con gran redoble de tambores se hicieron a la mar.
En primer lugar iba el barco de guerra, el Dreamnaught, con Jason y Hertug en el puente. A su alrededor, una gran variedad de naves, de todos los tamaños, repletas de tropas. Toda la ciudad sabía lo que estaba ocurriendo y los canales estaban desiertos, mientras que la fortaleza de los trozelligoj estaba guardada y al acecho. Jason dejó escapar un silbido de la caldera de vapor, antes de llegar al alcance de las armas enemigas, y toda la flota se detuvo.
- ¿Por qué no atacamos? - preguntó Hertug.
- Porque nosotros los tenemos a tiro, mientras que ellos no pueden alcanzarnos. Mira. - Inmensa, una gran nube en forma de flechas se hundía en el agua, a unos treinta metros de la quilla del barco.
- Flechas jetilo - murmuró Hertug -. Les he visto traspasar el cuerpo de siete hombres sin detenerse.
- Pero no sucederá esto en esta ocasión. Dentro de poco te demostraré las glorias de una guerra científica.
El fuego de los jetiloj no era más efectivo que el grito de los soldados en las murallas, donde alzaban las espadas y lanzaban maldiciones, y que pronto se detuvieron. Jason se pasó a la barcaza, comprobó que estaba bien anclada y que estaba perfectamente orientada hacia la fortaleza. Mientras subía la presión del vapor, apuntó la catapulta y la emplazó en posición de disparo.
El arma era simple, pero poderosa, y tenía grandes esperanzas puestas en ella. Sobre la plataforma, que podía desplazarse tanto en elevación como en rotación, había un cilindro, cuyo pistón estaba conectado directamente al brazo corto de una larga palanca. Cuando el vapor llegara al cilindro, la poderosa fuerza del pistón impulsarla el brazo del mecanismo. Tal brazo, lanzado con enorme potencia, se vería detenido por una barra cruzada, pero cualquier carga que hubiera en la cazoleta del extremo del brazo saltaría por el aire con una fuerza terrible. Todo el mecanismo había sido probado y funcionaba perfectamente, aunque no se había hecho todavía ningún ensayo de tiro.
- Presión al máximo - ordenó Jason a los técnicos - Poned una de esas piedras en la cazoleta. - Había preparado una cantidad de misiles, todos ellos del mismo peso aproximadamente. Mientras cargaban el arma, verificó una vez más todas las piezas.
- ¡Ahí va! - gritó apretando sobre la válvula.
El pistón saltó con velocidad suficiente, el brazo saltó y se estrelló estrepitosamente contra la barra de contención. La piedra salió silbando. Todos los perssonoj lanzaron gritos de alegría. Pero tales gritos de satisfacción se acallaron cuando la piedra pasó por encima de la guarnición, yendo a parar a unos cincuenta metros del blanco escogido, desapareciendo por el otro lado. Los trozelligoj estallaron en estruendosas risas al ver la inofensividad de la piedra que se hundía en el canal por el lado contrario.
- Fue un tiro de ensayo - dijo Jason tratando de quitar importancia a aquel fallo - Un poco menos de elevación y haré caer una piedra como una bomba en el patio.
Repasó las válvulas y con evidente preocupación puso el brazo articulado en la posición horizontal, al mismo tiempo que ponía el pistón en posición de disparo. Con mucho cuidado Jason cerró la válvula y operó sobre la rueda de elevación. Pusieron la piedra nuevamente y disparó.
En esta ocasión los únicos que lanzaron gritos de júbilo fueron los trozelligoj, ya que la piedra tomó bastante altura y cayó casi en vertical hundiendo uno de los botes atacantes a menos de cincuenta metros de la barcaza.
- No tengo mucha confianza en tu máquina - dijo Hertug.
- Siempre hay problemas de campo de acción - respondió Jason entre dientes -. Ya verás el próximo disparo. Decidió abandonar todo intento de cálculo de trayectorias, ya que la máquina era mucho más poderosa de lo que había calculado. Maniobró con diligencia otra vez sobre la rueda de elevación, y levantó la parte posterior de la catapulta, hasta situarla de forma que la piedra tuviera que salir de la cazoleta casi paralela al agua.
- Este es el tiro de la verdad - anunció con mucha más convicción de la que en realidad sentía; cruzó uno sobre otro los dedos de la mano libre, y disparó. La piedra salió con un impulso terrible y fue a estrellarse contra la parte más alta del muro, debajo justo de las almenas. Esto hizo saltar en pedazos una gran parte del sitio donde se había producido el impacto, derribando al mismo tiempo a los soldados que se hallaban en aquel lugar. Ya no se oyeron más gritos de júbilo por parte de los trozelligoj.
- ¡Se retiran asustados! - gritó Hertug exultante ¡Al ataque!
- Todavía no - explicó Jason tranquilamente -. No hay que olvidar la verdadera misión de las armas que tienen que poner sitio a la fortaleza. Les tenemos que hacer tanto daño como podamos antes de atacar... lo cual nos será de gran utilidad después. - Dio media vuelta a la rueda de elevación y el siguiente proyectil hizo saltar otra parte del muro.
Cuando las piedras habían llevado a efecto una gran parte de sus funciones sobre el muro, y habían conseguido abrir grandes brechas en la cara principal del edificio,
Jason cambió de sistema.
- Poned un proyectil especial - ordenó - Se trataba de unos fardos de tela, impregnados con aceite, que llevaban en su interior piedras y bien sujetas con cuerdas.
El mismo la prendió fuego, y no la disparó hasta que estuvo bien encendida. La gran velocidad del proyectil dejó una estela de humo en el aire y cuando cayó sobre el tejado del reducto enemigo, se mantuvo bien prendido.
- Vamos a lanzar unos cuantos más de éstos - dijo Jason, mostrándose contento y frotándose las manos.
La parte posterior del muro estaba agujereada por varios sitios, dos torres hablan caído y la mayor parte del techo estaba en llamas, antes de que los desesperados trozelligoj pudieran hacer nada por apagarlo. Jason había estado esperando este momento y se dio cuenta perfectamente cuando las puertas que se abrían al mar comenzaban a ponerse en movimiento.
- ¡Alto el fuego! - ordenó -, y estad bien atentos a la presión. Yo mismo me encargo de matar y despedazar a cualquiera de vosotros que sobreviva, si dejáis que estalle la caldera. - Saltó al bote que esperaba al lado de la barcaza - ¡Hacia los barcos de guerra! - dijo, mientras el bote se ponía en movimiento y Hertug, viniendo tras él, gritaba:
- ¡Hertug es siempre el que dirige! - gritó, dándole un golpe sin querer a uno de los remeros, con la espada que blandía sin mucho acierto.
- Me parece muy bien - dijo Jason -, pero ten mucho cuidado en el sitio en que pones la espada, y esconde la cabeza cuando empiecen los disparos.
Cuando Jason llegó al puente del Dreamnaught vio que los trozellinoj habían decidido hacerse a la mar y se dirigían directamente hacia ellos. Jason había oído escalofriantes descripciones de poderosas armas de destrucción y se alegró al ver que no se trataba más que de un barco de remos y desarmado, tal como esperaba.
- ¡Adelante a toda velocidad! - gritó a través de un altavoz.
Los barcos avanzaban uno hacia otro, de frente, a toda velocidad, y las flechas de los jetiloj se estrellaban contra la armadura del Dreamnaught y caían rebotadas al agua. Sin haber sufrido todavía ningún daño, las dos embarcaciones continuaban su loca carrera hacia una terrible colisión. Pero la vista a corta distancia de la envergadura del Dreamnaught debió asustar un tanto al capitán enemigo, dándose cuenta de que un choque a aquella velocidad no les beneficiaría en nada a ellos, por lo cual hizo cambiar rápidamente el rumbo. Jason hizo instantáneamente la maniobra necesaria para seguir al otro, y dirigió la quilla hacia el flanco de la nave enemiga.
- ¡Agarraos... vamos a chocar! - gritó en el momento en que la proa de dragón del otro barco pasaba cerca de ellos y sobre la cual se apercibían rostros expectantes llenos de horror. El terrible impacto que se produjo hizo saltar de los puestos que ocupaban a los hombres del Dreamnaught, en el mismo momento en que éste se detenía.
- ¡Marcha atrás a los motores para que podamos salir de aquí! - ordenó Jason.
Un soldado, que a causa de la fuerza del choque había caído desde el otro barco sobre la cubierta del Dreamnaught, había quedado medio inconsciente. Lanzando gritos de guerra, Hertug salió por la ventana del puente y atacó al soldado, dándole un golpe en el cuello y arrojándolo al agua. Después Hertug, entre gritos de dolor, chillidos y estertores de agonía de algunos soldados, corrió a ponerse a salvo en el puente, en el instante en que comenzaban a caer flechas sobre la nave.
Los propulsores rugían, puestos a toda velocidad, pero el Dreamnaught sólo vibraba y no se movía. Jason se hizo cargo de la maniobra y, poniendo el motor en posición de avance, aceleró, y después intentó avanzar de costado. El barco quedó libre y comenzó a moverse lentamente.
- ¿Viste cómo me deshice del insolente que se atrevió a atacarnos? - preguntó Hertug con inmensa e incontenible satisfacción.
- Nadie duda de tu fuerte brazo - respondió Jason -. ¿Y viste la brecha que abrí en la barcaza? ¡Ahhh! ¡La caldera! - añadió mientras hasta ellos llegaba un terrible zumbido desde la posición enemiga, seguida de una nube de vapor y humo, mientras la nave, partida por la mitad, se hundía lentamente.
- Tras los sobrevivientes - ordenó Hertug, pero Jason no le hizo caso.
- Hay agua abajo - dijo un hombre asomando la cabeza por una trampilla -. Sin duda cubre los pies.
- Alguna de las juntas que se ha abierto con el choque - le dijo Jason -. ¿Pues qué se pensaba? Por esta razón precisamente instalé las bombas achicadoras, y tenemos diez hombres esclavos extra a bordo. Ponerlos a trabajar.
- Hoy es un día de victoria - dijo Hertug contemplando su espada teñida de sangre -. ¡Qué arrepentidos deben estar esos cerdos de haber atacado nuestra fortaleza!
- Y aún se arrepentirán más a medida que pase el día - dijo Jason -. Ahora vamos hacia la última fase. ¿Estás seguro de que tus hombres saben perfectamente lo que hay que hacer?
- Yo mismo se los he dicho muchas veces, e incluso les he dado hojas impresas con las órdenes que tú preparaste. Todo está a punto para dar la señal. ¿La damos ya?
- Es demasiado pronto. Tú quédate aquí en el puente, con la mano sobre el silbato, mientras yo voy a hacer unos disparos más.
Jason se pasó a la barcaza y lanzó unas cuantas bombas incendiarias especiales sobre el tejado enemigo para mantener el fuego vivo. Después, colocó pesadas piedras sobre la catapulta y las lanzó contra la fortaleza, hasta conseguir que algunas de ellas alcanzaran la puerta que se abría al mar. Le bastaron cuatro disparos para dejarlas totalmente rotas. El camino estaba abierto. Jason hizo señas con las manos y saltó al bote. El silbato sonó tres veces y los impacientes perssonoj en sus naves se lanzaron al ataque.
Puesto que allí no se podía confiar a nadie un trabajo determinado, Jason no era solamente el comandante en jefe de los atacantes, sino también el capitán del barco, el artillero, el estratega y todo lo demás, y las piernas empezaban a cansársele de tanto correr arriba y abajo y de un sitio a otro. El subir al puente del Dreamnaught ya constituyó un esfuerzo. Una vez que los atacantes estuviesen en el reducto enemigo, podía empezar a descansar y dejar que los otros terminaran el trabajo con su característica sed de venganza. Él ya había hecho su parte: había debilitado las defensas enemigas y causado un gran número de destrozos. Ahora el grueso de las fuerzas se estrecharían en un combate mano a mano, abriendo el camino de la victoria.
Todas las naves estaban en movimiento. Algunas ya habían llegado a mitad de camino de las puertas del mar, y el Dreamnaught todavía no se había movido. En cuanto lo consiguió, lanzaron los motores a pleno desarrollo y en pocos minutos estuvo en cabeza de la formación. Cerca de las puertas, la noble guardia de Hertug marchaba en cabeza, y el resto de las naves, en formación desplegada.
Jason sacó el frasco de emergencia, del brebaje de destilación casera y engulló una buena dosis. Se sirvió un segundo vaso para saborearlo más tranquilamente, mientras desde el lugar privilegiado que ocupaba en el puente contemplaba la batalla.
Desde el primer momento en que las fuerzas se encontraron no había la menor duda de cuál sería el desenlace. Los defensores estaban abatidos, disminuidos en número, y desmoralizados. No podían hacer otra cosa que resignarse a la carga de los perssonoj. El patio quedó limpio en un momento, y la batalla comenzó a llegar al corazón de la guarnición: había llegado el momento de que Jason hiciera el resto.
Agotó el vaso, colgó un pequeño escudo de su brazo izquierdo, y en la otra mano blandió su estrella de la mañana, que había demostrado ser de efectos incuestionables. Estaba seguro de que Ijale tenía que estar allí, y tenía que encontrarla antes de que tuviera que sufrir mayores peligros. Se sentía en cierto modo responsable de la muchacha - ella estaría aún caminando a lo largo de las costas desérticas, con una tribu de nativos, si él no hubiera llegado allí -. Para bien, o para mal, ella estaba metida en aquel lío por su culpa, y tenía que sacaría de allí sana y salva. Saltó a tierra.
El fuego del techo parecía que se apagaba sin llegar a causar mayores daños a las piedras del edificio, pero aún humeaba y por todas partes se hacía difícil la respiración. En la entrada a la fortaleza no había más que muerte: cuerpos y sangre y unos cuantos heridos. Jason abrió de una patada una puerta y se internó en el reducto enemigo. Un último vestigio de lucha se desarrollaba en uno de los salones, pero Jason hizo caso omiso y se internó en lo que resultó las cocinas. Aquí y allí no había más que esclavos que se escondían debajo de las mesas y el jefe de cocina que le atacó con un cuchillo. Jason le desarmó de un golpe y le amenazó con promesas de una muerte horrible si no le decía dónde estaba Ijale. El cocinero habló de buen grado, sosteniendo su brazo herido, pero no sabía nada. Los esclavos no hacían más que temblar de miedo y estaban indefensos. Jason pasó entre ellos y salió de allí.
Entró en una habitación, atraído por los gritos y el ruido de las armas, hallando un lugar totalmente cubierto de hombres muertos y heridos, y donde el suelo se hacía resbaladizo con la sangre.
Toda una alineación de hombres armados y protegidos con escudos se desplegaba en la habitación, y detrás de ellos había un pequeño grupo de hombres más ricamente vestidos y enjoyados que indudablemente debían ser la noble familia de los trozelligoj. Se hallaban sobre el entarimado que en otras ocasiones sirviera para cobijar grandes festines, y desde el lugar que ocupaban veían perfectamente a los hombres que se batían abajo. Uno de ellos se apercibió de la presencia de Jason cuando entró y señaló hacia él con la espada, mientras hablaba rápidamente con los otros. Todos volcaron su atención en él, y el grupo se desplegó.
Jason vio que sostenían a Ijale, cruelmente encadenada y atada, y que uno de ellos apoyaba la espada en los riñones de la joven. No obstante, le hicieron señas para que se apercibiera de ello, y el significado de sus gestos era evidente: no ataques, o ella morirá. Ellos no se hacían Idea de lo que Ijale significaba para él, pero debieron vislumbrar en él algún afecto.
La reacción de Jason fue instintiva y se lanzó hacia adelante. La victoria estaba en las manos de los perssonoj, pero aquella situación podía acabar con la vida de Ijale. ¡Tenía que llegar hasta ella!
Los soldados trozelligoj fueron cayendo a su lado, con el impulso de su arma, hasta que llegó a la alineación de los guardianes de Ijale. Una flecha pasó silbando por su lado, pero ni siquiera se apercibió de ello. La rapidez del ataque y la furia que desplegaba hizo retroceder de momento a los defensores, mientras que su estrella de la mañana iba dejando fuera de combate a algunos hombres.
Había otro miembro en el grupo del entarimado, del que Jason no se había dado cuenta antes; lo vio en el momento en que se lanzaba al ataque de los opresores de la joven. ¡Era Mikah! ¡El traidor aquí! Se hallaba al lado de Ijale, que iba a ser asesinada porque Jason no llegaría a tiempo. La espada estaba a punto de traspasarla.
Con renovadas fuerzas se lanzó a un ataque furibundo, derribando al primer hombre que le salió al paso. Después Jason fue atacado desesperadamente por los dos flancos al mismo tiempo y tuvo que entregarse a luchar hasta el último soplo de fuerza en defensa de su propia vida.
La diferencia era considerable, cinco, seis, contra uno.
Todos formidablemente armados. Pero él no tenía que ganar aquella contienda, sino solamente resistir unos segundos más hasta que llegaran sus hombres. Se hallaban tras él; oía los gritos victoriosos de los que avanzaban sobre los defensores. Jason detuvo una espada con el escudo, consiguió apartar de una patada en el pecho a un atacante y derribó a un tercero con su estrella de la mañana.
Pero eran demasiados. Y todos contra él. Hizo retroceder a dos y luego se volvió hacia los que le atacaban por detrás. De pronto... el más viejo, el jefe de aquellas gentes, con los ojos preñadas de ira... y una espada larga en la mano... cayó sobre él.
- ¡Muere, demonio! ¡Muere, destructor - gritó el trozelligoj.
La larga y fría hoja de la espada le alcanzó por encima del cinturón, se hundió en su cuerpo con un horrible dolor, le traspasó y salió por la espalda.
Capítulo XVI
Le dolía, pero no era insoportable. Lo que era peor era la certeza de que la muerte le acechaba. Aquel viejo había podido más que él y le había matado. Todo había terminado. Casi por instinto Jason levantó el escudo y lo lanzó contra el hombre, tirándole hacia atrás a trompicones. La espada continuaba, instrumento resplandeciente de la muerte, atravesada en su cuerpo.
- Déjala - dijo Jason con voz extenuada a Ijale, que alzó sus manos encadenadas para quitársela.
La batalla había terminado y a través de la nube que el dolor formaba en sus ojos, Jason pudo ver a Hertug ante él, con el testimonio de la muerte escrito en los ojos.
- Trapos - dijo Jason con la mayor claridad que pudo -. Tenedlos a punto para ponerlos en las heridas cuando me saquéis la espada.
Manos fuertes de soldados lo pusieron en pie, y los trapos estaban a punto. Hertug estaba ante Jason, que asintió ligeramente con la cabeza, y cerró los ojos. Una vez el dolor, terrible dolor, hizo presa en él, y cayó. Estaba tendido en el suelo, con las ropas destrozadas y la sangre que manaba comprimida por los vendajes.
Cuando perdía el conocimiento, lo cual aliviaba su agonía, se preguntó a sí mismo que por qué se preocupaba. ¿Por qué prolongar el dolor? Sólo podía morir aquí, a gran distancia de antisépticos y antibióticos, y con la destrucción en sus entrañas. No tenía más remedio que morir...
Jason recobró el conocimiento a tiempo para ver a Ijale arrodillada a su lado, con una aguja e hilo, cosiendo los labios horribles de la herida de su abdomen. Las tinieblas volvieron nuevamente ante él, y la próxima vez que abrió los ojos estaba en su propia habitación, de cara a la luz del sol que entraba por las ventanas. Algo oscureció la luz, y primero la frente y las mejillas, y luego los labios sintieron frío. Esto le hizo volver a la realidad del gran dolor que le embargaba y la sequedad que cubría la garganta.
- Agua... - susurró, y él mismo quedó sorprendido de la debilidad que reflejaba su voz.
- Me dijeron que no tenías que beber con una herida así - dijo Ijale señalando su cuerpo.
- No creo que importe mucho... de un modo u otro - respondió él, causándole mayor dolor la certeza de la muerte que la misma herida. Hertug apareció al lado de Ijale, tendiendo una cajita a Jason.
- Los sciuloj han conseguido esto, raíces del bede que amortiguan el dolor y lo alejan. Tienes que masticarlo, aunque no mucho; es muy peligroso si se toma demasiado bede.
«No para mí». pensó Jason, haciendo grandes esfuerzos para masticar la reseca raíz. «Un calmante, un narcótico, una droga... no voy a tener mucho tiempo para habituarme a ella.»
Cualquiera que fuera la droga, consiguió buenos efectos y Jason se encontró mejor.
El dolor disminuyó, así como la sed, y aunque se sentía muy debilitado, no tenía la misma sensación de estar exhausto.
- ¿Cómo fue la batalla? - pregunto a Hertug, que se mantenía en pie con los brazos cruzados.
- La victoria fue nuestra. Los únicos supervivientes de los trozelligoj son nuestros esclavos ahora; su clan ha dejado de existir. Algunos soldados huyeron, pero no cuentan. Su fortaleza es nuestra, así como las habitaciones más secretas donde construían sus motores. Si sólo pudieras ver esas máquinas...
Al darse cuenta de que Jason no podría verlas, Hertug comenzó a sollozar.
- Alégrate - le dijo a Hertug -. Ganada una, ganadas todas. No hay tribu ahora lo suficientemente fuerte como para poderse enfrentar a ti. Sigue atacando antes de que ellos se puedan reagrupar. Aplasta primero a los mayores enemigos. Y si es posible procura no matar a sus técnicos; necesitarás algunos para que te expliquen y den cuenta de sus secretos después que los hayas derrotado. Muévete rápido, y antes del invierno todo Appsala será tuyo.
- Te haremos el funeral más exquisito que Appsala haya visto nunca - dijo Hertug sollozando nuevamente.
- Claro que sí. No repares en gastos.
- Habrá fiestas religiosas y plegarias, y tus restos serán convertidos en cenizas en el arco calorífico en honor al dios Elektro.
- Nada me podría hacer más feliz...
- Y después serán llevados al mar, en cabeza de una magnífica procesión funeral, barco tras barco, todos ellos perfectamente armados, de manera que a la vuelta del viaje podamos caer sobre los mastreguloj, cogiéndolos desprevenidos.
- Eso ya está mejor, Hertug. Llegué a pensar por un momento que te estabas haciendo un poco sentimental.
Un ruido en la puerta atrajo la atención de Jason y éste volvió la cabeza despacio para ver a un grupo de esclavos que metían a rastras unos cables en la habitación. Otros llevaban un equipo de cajas, tras ellos venía otro esclavo que hacía restallar un látigo, llevando a Mikah encadenado, delante de él. Mikah fue conducido a un rincón y allí se desplomó.
- Iba a matar al traidor - dijo Hertug -, pero después pensé en lo bonito que sería que tú mismo lo torturaras hasta que muriera. Te gustará, disfrutarás. El arco calorífico estará pronto a punto, y tú mismo puedes asarle, centímetro a centímetro, enviándole por delante como sacrificio a Elektron, y para que te allane y suavice el camino que tú debes recorrer.
- Es una gran consideración por tu parte - dijo Jason mirando con el rabillo del ojo a Mikah, que continuaba encogido en el suelo -. Encadenadlo a la pared y luego dejadnos solos, para que yo pueda pensar en la más ingeniosa y terrible de las torturas.
- Haré lo que me pides. Pero después me tienes que dejar presenciar la ceremonia. Siempre he tenido un gran interés en conocer nuevos métodos de tortura.
- Me lo creo, Hertug.
Se fueron y Jason vio a Ijale que se acercaba a Mikah con un cuchillo de cocina.
- No hagas eso - le dijo Jason -. Eso no es bueno.
- No, no es bueno.
Ella, obediente, dejó el cuchillo y cogió una esponja para limpiar el rostro de Jason. Mikah levantó la cabeza y miró a Jason. Mostraba diversas heridas en el rostro, y un ojo lo tenía completamente tapado.
- Me querrás decir - preguntó Jason - ¿qué demonios te proponías traicionándonos e intentando que yo fuera capturado por los trozelligoj?
- Aunque me tortures mis labios permanecerán eternamente cerrados.
- No seas más idiota que de costumbre. Nadie te va a torturar. Lo único que me pregunto es qué mosca te picó en esa ocasión.
- Hice lo que creí más conveniente - respondió Mikah, poniéndose en pie.
- Siempre haces lo que crees más conveniente, sólo que siempre te equivocas. ¿No te gustaba la forma en que yo te trataba?
- No había nada personal en lo que hice.
- Pues yo creo que lo hiciste por la recompensa y por un nuevo trabajo, ya que estabas irritado conmigo - puntualizó Jason conociendo el punto débil de Mikah.
- ¡Nunca! Si quieres saberlo... lo hice para evitar la guerra...
- ¿Qué quieres decir con eso?
Mikah daba una impresión omnipotente y judicial a pesar de su ojo hinchado. Las cadenas dejaron oír sus chasquidos en el momento en que señalaba con dedo acusador a Jason.
- Un tanto ahogado en alcohol, un día me confesaste tus delitos y me hablaste de tus planes de sembrar una guerra mortal entre estas gentes inocentes, haciendo que la muerte y el despotismo cayeran sobre sus cuellos. Yo me di cuenta de lo que tenía que hacer. Tenía que detenerte. Me mordí los labios para que continuaran callados, y de ese modo no llegaran a decir ni una palabra que revelara mis pensamientos porque yo conocía el medio de evitar todo aquello.
»En cierta ocasión - continuó - se me había acercado un hombre a sueldo de los trozelligo, un clan de honestos labradores y mecánicos, que me aseguró que había quien deseaba hacerse con sus servicios, liberándolo de los perssonoj. En aquella ocasión no le respondí porque cualquier plan para librarnos de estas gentes llevaría consigo violencias y pérdidas de vidas, y por tanto no pude considerar tal proposición aun a precio de que negarme era tanto como continuar entre cadenas. Entonces, cuando me di cuenta de tus intenciones sedientas de sangre, examiné mi conciencia y comprendí lo que tenía que hacer. Saldríamos de aquí, raptados por los trozelligoj, quienes prometieron no hacerte ningún daño, aunque serías guardado como prisionero. La guerra se habría evitado.
- Eres un imbécil - dijo Jason.
- No me importa la opinión que tengas de mí. Volvería a hacer lo mismo si tuviera la ocasión.
- ¿Aun a pesar de saber que las gentes a las que querías venderme no eran mejores que éstas? ¿No evitaste tú mismo que uno de ellos matara a Ijale durante la lucha? Creo que debería darte las gracias por eso, aunque en realidad fuiste tú quien la metió allí.
- No necesito tu agradecimiento. Era la pasión del momento lo que les hizo lanzarse sobre ella. No les podemos culpar de ello.
- De cualquier modo, no importa. La guerra ha terminado; ellos perdieron y mis planes para conseguir una revolución industrial se llevarán a efecto, aun sin mi atención personal. Lo único que has conseguido con todo esto ha sido matarme... lo que considero muy difícil de olvidar.
- ¿Qué tontería...?
- ¡Tontería, especie de idiota sin cerebro! - dijo Jason apoyándose en un brazo, pero volviendo a caer, a causa del dolor que el movimiento le produjo. ¿Te crees que estoy aquí porque estoy cansado? Vuestro rapto e intrigas me metieron en la lucha más de lo que pretendía, y con ello fui a dar con una espada, larga, aguda y poco recomendable. Me derrumbó como a un cerdo.
- No comprendo lo que estás diciendo.
- No me extraña. Me atravesaron de parte a parte, de abdomen a la espalda. Mis conocimientos de la anatomía no son tan buenos como quizá debieran, pero creo que ningún órgano de vital importancia recibió el menor daño. Si me hubieran dañado el hígado o cualquier otra vesícula, no estaría hablando contigo ahora. Pero no veo la manera de hacer un agujero a través de un abdomen sin perforar algún intestino. Y en tal caso, si no has leído el libro de primeros auxilios, lo que ocurre después es una infección, sin conocimientos médicos de este planeta, es cien por cien fatal.
Esto hizo callar a Mikah, pero Jason no aprovechó esta circunstancia para seguir hablando, y cerró los ojos para descansar un poco. Cuando los volvió a abrir era de noche, y descansó y abrió los ojos varias veces hasta el amanecer. En aquel momento tuvo que despertar a Ijale para que le trajera la caja con raíces de bede. Ella le limpió la frente, Jason observó la expresión de su rostro.
- No es que haga más frío aquí - le dijo -. Soy yo. Te hirieron por mi culpa - dijo Ijale empezando a gimotear.
- Tonterías - le dijo Jason - No importa de la forma que muera, siempre hubiera sido un suicidio. Yo mismo lo había predicho hace mucho tiempo. En el planeta en que nací no había más que días llenos de sol, paz interminable y larga vida. Decidí abandonarlo, prefiriendo una vida corta, pero rebosante de acción, que una larga y vacía. Bueno, dame un poco más de esas raíces porque me gusta olvidar mis problemas.
La droga era fuerte, y la infección muy extendida. Jason se sumió en la rojiza niebla que le proporcionaba el bede y cuando volvió en sí se dio cuenta de que nada había cambiado. Ijale continuaba allí, junto a él, y Mikah en el otro extremo de la habitación cargado de cadenas. Se preguntó qué les ocurriría a ellos cuando él muriera, y el solo hecho de pensarlo le estremeció.
Fue durante uno de esos momentos de negros presagios que oyó un ruido, un murmullo creciente que traía el aire. Haciendo un acopio desmedido de fuerzas, se apoyó sobre los codos y gritó.
- ¡Ijale! ¿Dónde estás? ¡Ven aquí inmediatamente!
Ella llegó corriendo desde la habitación de enfrente y él se percataba de los gritos en el exterior, de las voces en el canal y en el patio central. ¿Había oído bien? ¿Sería una alucinación de su estado enfebrecido? Ijale estaba tratando de acostarle de nuevo, pero él se resistía y llamo a Mikah.
- ¿Oíste algo? ¿Lo has oído?
- Estaba dormido... creo que oí...
- ¿Qué?
- Un murmullo, un zumbido... me despertó. Parecía como si... pero es imposible...
- ¿Imposible? ¿Por qué imposible? Era un motor a propulsión, ¿no es cierto? Aquí, en este primitivo planeta.
- Pero aquí no hay cohetes espaciales.
- Pero ahora si que los hay, idiota. ¿Para qué crees que construí mi emisora de largo alcance de plegarias?
»Ijale - urgió a la muchacha, buscando debajo de la almohada -. Toma este dinero, todo, y baja al templo de Elektro y dáselo a los sacerdotes. No dejes que nadie te detenga, pues es la cosa más importante que hayas hecho en tu vida. Probablemente han dejado todos de hacer funcionar el aparato y han salido todos al exterior a contemplar el extraño fenómeno. Esa nave nunca descubrirá el lugar exacto sin alguien que la guíe, y si se posa en algún lugar distinto de Appsala quizá se vea metida en problemas. Diles que la hagan funcionar y que no dejen un solo momento de hacerlo, porque una nave de los dioses viene hacia aquí, y necesita la ayuda de todas las plegarias.
Ijale salió corriendo y Jason se recostó nuevamente, con la respiración alterada. ¿Habría en los alrededores alguna nave espacial que se había percatado de sus SOS? ¿Habría a bordo algún médico o algún sistema que detuviera su avanzado estado de infección? Tenía que haberlo, todas las naves espaciales estaban dotadas de un modo u otro de alguna previsión médica. Por primera vez desde que había sido herido se permitió pensar que había alguna oportunidad de sobrevivir, quitándose con ello un gran peso de encima. Hasta llegó a sonreír a Mikah.
- Tengo el presentimiento, viejo Mikah, de que ya nos hemos comido el último krenoj. ¿Crees que podremos soportarlo?
- Me veré obligado a hacerme cargo de ti - dijo Mikah con gravedad -. Tus delitos son demasiado serios; no puedo obrar de otro modo. Me veré obligado a decirle al capitán que notifique a la policía...
- ¿Qué me impide ahora mismo matarte para que dejes de meterte conmigo?
- No creo que lo hagas. Al fin y al cabo debo reconocer que posees un cierto sentido del honor.
- ¡Un cierto sentido del honor! ¡Palabra de oración para ti! ¿Es posible que baya un tanto de luz y de inteligencia en tu mente?
Antes de que Mikah pudiera responder se volvió a oír el runruneo de los motores que se acercaban y que no moría al alejarse el aparato como había ocurrido antes, sino que iba aumentando hasta el extremo de hacerse ensordecedor.
- Cohetes - gritó Jason -. Es una nave espacial atraída por mi aparato de radio.
En aquel momento Ijale entraba corriendo en la habitación tratando de ocultarse bajo la cama de Jason.
- Los sacerdotes han huido - susurró -; todo el mundo está escondido. Una bestia enorme que respira fuego acaba de llegar para destruirnos a todos. - Su voz se convirtió de pronto en un grito y el ruido de los motores en el patio exterior dejó de oírse.
- Ha tomado tierra felizmente - suspiró Jason. Mientras señalaba los objetos que había sobre la mesa - Ijale. Tráemelos. Voy a escribir dame papel y un lápiz, una nota que quiero que lleves tú misma a la nave que acaba de llegar. - Ella se echó hacia atrás temblorosa - No tienes que tener miedo, Ijale. No es más que un barco como los que tenemos aquí, sólo que en lugar de ir por el agua va por el aire. Esa nave lleva gente que no te hará ningún daño. Sal fuera y dales esta nota; luego tráelos aquí.
- Tengo miedo...
- Pues no lo debes tener; ningún mal te harán. La gente de esa nave me ayudará, y creo que me sanarán en seguida.
- Si es así, iré - se limitó a responder, sacando fuerzas de flaqueza y temblando todavía en el momento de salir por la puerta.
Jason la vio salir.
- Hay veces, Mikah - dijo - que si no te veo llego a sentirme orgulloso de la raza humana.
Pasaron los minutos, y Jason, sin darse cuenta, no hacía más que tirar de las sábanas, retorciéndolas entre sus dedos, pensando en lo que estaría ocurriendo en el exterior. Oyó de pronto un ruido de metales, seguido de una rápida serie de explosiones. ¿Estarían atacando aquellos locos la nave,? Lanzó unas imprecaciones y maldijo su propia debilidad al no poder ponerse en pie. Todo cuanto podía hacer era quedarse allí y esperar; entretanto su existencia dependía de otros.
Sonaron más explosiones - esta vez en el interior del edificio -, así como gritos y desgarradores chillidos. Se oyeron pasos en el pasillo, hasta que Ijale entró corriendo, y Meta, con el revólver humeante entre sus manos, entró tras ella.
- Hay mucha distancia desde aquí hasta Pyrrus - dijo Jason reposando los ojos sobre la turbada belleza de Meta -, pero no esperaba que apareciera otra persona por esa puerta...
- ¡Estás herido! - corrió hacia él, arrodillándose al lado de la cama, pero de tal forma que no perdía de vista la puerta de entrada. Cuando ella le tomó la mano sus ojos mostraron sorpresa y temor. No dijo nada, pero rápidamente sacó una caja que llevaba en el cinturón, le inyectó tres veces con una aguja hipodérmica en rápida sucesión.
Cuando terminó, el rostro de Meta estaba junto al suyo; ella se inclinó un poco y le besó en los labios, mientras una hebra de oro de su pelo descansaba sobre la mejilla de Jason. Era una mujer, pero una mujer Pyrrana, y le besaba con los ojos abiertos, y sin separarse de su posición disparó un tiro que deshizo un rincón del marco de la puerta e hizo retirar a los soldados que se habían acercado.
- No les dispares - dijo Jason cuando ella había dejado de besarle -. Mientras no se demuestre lo contrario son nuestros amigos.
- No míos. Tan pronto como salí de la nave me hicieron fuego con una especie de arma primitiva. Pero yo supe responder. Hasta llegaron a disparar contra la muchacha que trajo el mensaje. ¿Te encuentras mejor?
- Ni mejor ni peor. Un poco desmayado por los inyectables que me has puesto. Pero será mejor que nos vayamos a la nave. Veremos si puedo caminar.
Sacó las piernas de la cama, y en el momento de querer ponerse en pie perdió el conocimiento, cayendo de bruces sobre el suelo. Meta lo volvió a meter en la cama y le arregló las sábanas.
- Tienes que quedarte aquí hasta que te encuentres mejor. Estás demasiado enfermo para moverte ahora.
- Pero estaré mucho más enfermo si me quedo. Tan pronto como Hertug (que es el que manda aquí) se dé cuenta de que me quiero marchar, hará cuanto sea posible para retenerme aquí, sin importarle los hombres que pueda perder para conseguirlo. Tenemos que marchar antes de que ese corto de entendimiento llegue a esta conclusión.
Meta miró alrededor de la habitación y su mirada cayó sobre Ijale, que estaba a su vez mirándola, pero pasó sobre ella como si formara parte del mobiliario, para después detenerse en Mikah.
- ¿Es peligroso este bicho encadenado al muro? - preguntó.
- A veces si; tienes que vigilarlo con todo esmero; es el que se apoderó de mí en Pyrrus.
La mano de Meta voló hacia un bolsillo que tenía en el cinturón y sacó un revólver de repuesto.
- Aquí tienes un revólver... supongo que lo querrás matar tú mismo.
- Mira, Mikah - dijo Jason notando el peso familiar del arma sobre su mano -. Todo el mundo quiere que te mate. ¿Por qué querrá todo el mundo deshacerse de ti de esa manera?
- No tengo miedo a morir - respondió Mikah irguiendo la cabeza y echando hacia atrás los hombros pero sin llegar a alcanzar un aspecto impresionante a causa de su barba gris y las cadenas que llevaba.
- Pues tendrías que tenerlo - dijo Jason bajando el revólver -. Es sorprendente cómo un hombre, tan empeñado siempre en hacer las cosas mal y al revés haya podido vivir durante tanto tiempo.
Se volvió hacia Meta y añadió:
- Me he cansado de matar por ahora - le dijo . En este planeta no se puede hacer otra cosa. Además lo necesitamos para que me ayude a bajar las escaleras, puesto que no creo que pueda hacerlo por mí mismo, y estoy seguro de que es la mejor camilla que podamos encontrar por aquí.
Meta se volvió hacia Mikah, sacó el revólver y disparó. Mikah se encogió, se puso la mano delante de los ojos y después pareció sorprendido de hallarse aún con vida. Meta le acababa de dejar en libertad rompiendo las cadenas. Después se acercó despacio hacia él y dijo:
- Jason no quiere que le mate, pero no siempre hago lo que él me dice. Si quiere continuar viviendo hará lo que yo diga. Sacará el tablero de esa mesa para improvisar una camilla. Ayudará a llevar a Jason hasta la nave. Si nos causa el menor problema ya puede darse por muerto. ¿Comprendido?
Mikah abrió la boca para protestar, o quizá para lanzar uno de sus discursos, pero algo en la fría apariencia de la muchacha le detuvo. Se limitó a asentir y fue hacia la mesa.
Ijale se hallaba al lado de la cama de Jason, estrechando su mano con fuerza. No había entendido ni una sola palabra del idioma que hablaban.
- ¿Qué es lo que ocurre, Jason? - susurró. - ¿Qué fue esa cosa brillante que mordió tu brazo? Esta nueva te besó, o sea que debe ser tu mujer, pero tú eres fuerte y puedes tener dos mujeres. No me dejes.
- ¿Quién es esa muchacha? - preguntó Meta fríamente.
- Una nativa. Una esclava que me ayudó - dijo Jason con una indiferencia que no sentía -. Si la dejamos aquí, probablemente la matarán. Vendrá con nosotros...
- No creo que sea aconsejable. - Los ojos de Meta eran refulgentes en aquel momento. Una mujer Pyrrana enamorada era siempre una mujer... y una Pyrrana, lo que resultaba ser una combinación peligrosa. Afortunadamente un ruido en la puerta la distrajo y lanzó dos disparos en aquella dirección antes de que Jason pudiera detenerla.
- Detente... es Hertug.
Una voz asustada habló desde fuera.
- No sabíamos que ella fuera tu amiga, Jason. Algunos soldados, demasiado fogosos, se apresuraron a disparar. Les he hecho castigar. Somos amigos, Jason. Dile a la de la nave que no siga disparando para que yo pueda entrar y pueda hablarte.
- No entiendo sus palabras - dijo Meta -, pero no me gusta su tono de voz.
- Tu instinto es correcto, cariño - le dijo Jason, - Aunque tuviera dos ojos, nariz y boca en la parte posterior de la cabeza no podría ser más falso y de doble intención.
Jason se movió y se dio cuenta de que sentía mareos a causa sin duda de las drogas que había en su cuerpo. El pensar con naturalidad le suponía un esfuerzo, pero era un esfuerzo que tenía que hacer. Aún no habían terminado los problemas, y aunque Meta era muy diestra con las armas, era imposible que pudiera hacer frente a todo un ejército. Y eso es lo que estaba llamado a ocurrirles si él no prestaba esmerada atención a los futuros acontecimientos.
- Pasa, Hertug - llamó -. Nadie te causará el menor daño... a veces ocurren estos errores. - Y luego le dijo a Meta -: No dispares, pero tampoco te muestres demasiado confiada. Trataré de hablar y conseguir que no haya jaleo, pero no puedo garantizarlo, así que estate presta para cualquier cosa.
Hertug apareció en la puerta, miró en la habitación y desapareció de nuevo. Al fin consiguió dominar los nervios y entró con desconfianza.
- Es un arma muy bonita la que tiene tu amigo, Jason. - Quedó sorprendido al ver el uniforme y el pelo de Meta, y continuó -: Bueno, tu amiga. Dile que le cambiamos algunos esclavos por un arma como esa. Cinco esclavos no es mal negocio.
- Digamos siete.
- De acuerdo. Cógelos.
- Pero no te dará ésa; ha pertenecido a su familia durante muchos años y no podría soportar el tenerse que separar de ella. Pero hay otra en la nave que llegó... y podría ir a buscarla.
Mikah había terminado de descoyuntar la mesa y colocó el tablero al lado de la cama de Jason; después, entre él y Meta, lo colocaron encima. Hertug se limpió la nariz con el dorso de la mano y sus ojos se apercibieron de todo.
- En el barco hay cosas que harán mucho bien - dijo mostrando más inteligencia de la que Jason le había concedido -, ¡No morirás y escaparás en la nave del cielo!
Jason se retorció en la camilla, haciendo gestos de agonía.
- ¡Me estoy muriendo, Hertug! Se llevan mis cenizas a la nave para hacer un funeral del espacio y luego esparcirlas por las estrellas...
Hertug se fue hacia la puerta, pero Meta le dio alcance al instante, retorciéndole el brazo y poniéndoselo en la espalda hasta hacerle chillar de dolor. Después le hundió el revólver en los riñones.
- ¿Cuáles son tus planes, Jason? - preguntó tranquilamente.
- Mikah llevará la parte de delante de la camilla, y Hertug e Ijale irán detrás. Tenle a raya con tu revólver, y con un poco de suerte saldremos de aquí con la piel entera.
Salieron despacio y con mucho ruido. Los perssonoj, sin alguien que les mandara, no sabían qué decisión tomar; los gritos de dolor de Hertug no hacían más que amedrentarles, así como los disparos de Jason, que hicieron saltar en pedazos algunas ventanas. Llegaron por fin hasta la nave sin dificultades.
- Ahora viene la parte más difícil - dijo Jason, pasando un brazo por encima de los hombros de Ijale y dejando descansar la mayor parte del peso sobre el cuello de Mikah, bien sujeto con la otra mano. No podía caminar, pero consiguieron ponerlo a bordo -. No te muevas de la puerta, Meta, y no descuides ni un momento a este viejo búho. Estate a la expectativa de cualquier cosa, pues en estas latitudes la lealtad no existe, y si tienen que matar a Hertug para apoderarse de ti no lo dudarán ni un solo instante.
- Es lógico - accedió Meta -. Después de todo, es la guerra.
- Sí, creo que un Pyrrana lo miraría de ese modo. Estate preparada. Pondré en marcha los motores, y cuando estemos dispuestos para despegar haré sonar la sirena. Entonces dejas a Hertug, cierras la puerta y vienes hacia los mandos a la mayor velocidad posible... no creo que yo pudiera encargarme de un despegue, ¿comprendido?
- Perfectamente. Adelante... estamos perdiendo el tiempo.
Jason se dejó caer en el sillón del copiloto y accionó sobre los mandos de demarrage a la mayor velocidad. Iba a accionar el botón de la sirena cuando de pronto se oyó un estruendo terrible que hizo estremecer la nave, y durante un segundo crucial pareció que la nave iba a derrumbarse. Se reincorporó y puso en funcionamiento la alarma. Antes de que dejara de silbar, Meta ocupaba el sitio del piloto y la pequeña nave tornaba el camino del espacio.
- Están más adelantados de lo que yo creía en este mundo primitivo - dijo tan pronto como pudo dominar los efectos de la aceleración -. Había una máquina grande, horrible, en uno de los edificios, que de repente empezó a echar humo, y nos lanzó una piedra que casi se nos lleva una de las aletas. Yo disparé, pero ese a quien tú llamabas Hertug escapó.
- En algunos aspectos están muy avanzados - dijo Jason, sintiéndose demasiado débil para admitir que casi hablan sucumbido a causa de su propio invento.
Capítulo XVII
Con Meta pilotando con gran habilidad se adentraron en la atmósfera que conduciría al espacio Pyrrano.
Cuando despertó, una gran parte del dolor y del malestar hablan desaparecido, así como la fiebre; y aunque se hallaba extraordinariamente débil logró avanzar por el pasillo y acercarse a la sala de mandos. Meta estaba comprobando el rumbo con un computador.
- ¡Comida! - gritó Jason, carraspeando -. Mis tejidos están exhaustos y necesitan reponerse. Me muero de hambre.
Meta, sin responder ni una palabra, le dio un tubo, haciéndolo de tal manera que él comprendió, sin dejar lugar a dudas, que estaba molesta por algo. En el mismo momento en que se ponía el tubo en la boca, vio a Ijale, encogida en el otro extremo del compartimiento.
- ¡Cielos, qué bueno está esto! - exclamó Jason con falsa jovialidad -. ¿Pilotas la nave tú sola, Meta?
- Pues claro que estoy sola - lo dijo de tal manera que parecía más bien haber dicho: ¿Eres tonto? -. Me dieron permiso para que me llevara la nave, pero no podían disponer de nadie que viniera conmigo.
- ¿Y cómo hiciste para encontrarme? - le preguntó, tratando de descubrir la razón por la que estaba de ese humor.
- Pues de la forma más natural. El operador del aeropuerto del espacio se dio cuenta de la insignia que había en la nave en que te fuiste, y cuando éste se la describió a Kerk reconoció que era de Cassylia. Fui a Cassylia e investigué, identificaron la nave, pero en el registro no constaba que hubiese vuelto. Entonces fui en dirección contraria hacia Pyrrus y descubrí tres posibles planetas, lo suficientemente cercanos como para haber podido registrar el vuelo de la nave en su paso por el espacio. Dos de ellos tienen una organización central, con modernos aeropuertos y control de vuelos, y hubieran estado enterados si la nave que yo andaba buscando hubiera aterrizado allí o se hubiera estrellado contra ellos. Pero no sabían nada. Por tanto la nave tenía que haber ido a parar al tercero, y que es el planeta que acabamos de abandonar. Tan pronto como entré en su atmósfera oí la señal y me acerqué a la mayor velocidad posible... ¿Qué vas a hacer con esa mujer?
Estas últimas palabras fueron dichas en un tono glacial. Ijale seguía encogida, sin comprender una palabra de la conversación, pero evidentemente petrificada por el temor.
- Pues la verdad es que aún no lo he pensado...
- No hay sitio más que para una mujer en tu vida, Jason. Yo. Y mataré a cualquiera que piense de modo distinto.
Y desde luego decía lo que sentía, y estaba dispuesta a cumplirlo; y si Ijale tenía que continuar viviendo por más tiempo había que alejarla lo más rápido posible de la mortal amenaza que significaban los celos de una hembra Pyrrana. Jason pensó rápidamente.
- Nos detendremos en el próximo planeta civilizado Y la dejaremos allí. Tengo dinero suficiente para dejar un depósito en un Banco y que le dure muchos años. Y arreglaré las cosas de forma que le paguen solamente un poco cada vez, de manera que, pase lo que pase, siempre tendrá suficiente, no me voy a preocupar por ella... pues si fue capaz de vivir entre la legión del krenoj puede darse vida en un mundo ordenado.
Ya se estaba preparando para oír las quejas que tales noticias provocarían en Ijale, pero era la única forma de garantizar su existencia.
- Yo me cuidaré de ella y la llevaré por la senda del bien y la verdad - una voz conocida habló desde la puerta. Mikah estaba allí, apoyado en el dintel de la puerta.
- ¡Eso es una idea maravillosa - corroboró Jason con entusiasmo. Se volvió hacia Ijale y le habló en su mismo lenguaje - ¿Has oído eso? Mikah te va a llevar a casa con él, y cuidará de ti. Yo haré lo necesario para que tengas dinero para todas tus necesidades... y él te explicará como lo tienes que gastar. Quiero que le escuches con la máxima atención, anota exactamente cuanto diga, y entonces haces todo lo contrario. Me tienes que prometer que lo harás, y que nunca quebrantarás la promesa. De esa manera, aunque puede que cometas algunos errores, y alguna vez estés equivocada, durante el resto del tiempo las cosas irán como una seda.
- ¡Yo no puedo dejarte! ¡Llévame contigo! ¡Seré siempre tu esclava! - gritó.
- ¿Qué es lo que está diciendo? - intervino Meta, entendiendo algo del significado.
- Eres un demonio, Jason - intervino Mikah -. Ella te obedecerá, estoy seguro, y no importa lo que digas o lo que ocurra, siempre hará tu voluntad.
- Eso espero, sinceramente - dijo Jason con fervor. Tiene uno que haber nacido en tu particular concepción, nosotros somos felices inclinándonos un poco bajo el impacto de la existencia, y sacamos más placer de la vida física que nos rodea.
- Eres un diablo, y no podrás escapar al castigo - la mano de Mikah apareció desde detrás del quicio de la puerta, sosteniendo una pistola que había encontrado sobre el marco -. A partir de este momento soy yo el que manda en esta nave. Atarás a las dos mujeres para que no nos causen problemas; después iremos a Cassylia para someterte a juicio.
Meta estaba girada de espaldas a Mikah, y continuaba sentada en la silla de control a unos cinco metros de él, con las manos llenas de notas y apuntes de navegación. Levantó muy despacio la cabeza, miró a Jason, y una sonrisa se dibujó en su rostro.
- Dijiste que no querías que le mataran.
- Y sigo diciendo que no quiero que muera, pero también es cierto que no tengo intención ni ganas de ir a Cassylia. - Él se percató de su sonrisa y se dio la vuelta.
Respiró tranquilo, y se oyó un ruido de pasos a su espalda. No se disparó ningún tiro, pero se oyó un grito angustioso, un chillido, y un ruido sordo y seco le dijo que Mikah acababa de perder su última discusión.
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