MURCIELAGOS
Gustav Meyrink
EL JUEGO DE LOS GRILLOS
–¿Y? –preguntaron los señores, como por una sola boca, al entrar el profesor
Goclenius más rápidamente de lo que era su costumbre y visiblemente alterado– ¿Le
entregaron las cartas? ¿Ya está Johannes Skoper viajando de regreso a Europa? ¿Cómo se
encuentra? ¿Llegó alguna colección con el correo? –inquirían todos a la vez.
–Solamente esto –dijo el profesor muy serio colocando sobre la mesa un paquete de
hojas manuscritas y un frasquito en el que se podía vez un insecto muerto de color
blancuzco y el tamaño de un ciervo volante–. El embajador chino me lo entregó
personalmente con la aclaración de que llegó esta mañana, vía Dinamarca.
–Me temo que se ha enterado de alguna noticia desagradable sobre nuestro colega
Skoper –le cuchicheó al oído un caballero de barba afeitada a un anciano profesor de
ondulante melena leonina, director como él en el Museo de Ciencias Naturales, que se
había quitado los lentes y observaba con profundo interés el insecto metido en el frasquito.
Era aquél un recinto muy particular, en el que los señores –seis en total, y todos ellos
investigadores científicos de la vida de los lepidópteros y coleópteros– se hallaban
sentados alrededor de una ancha y larga mesa.
La mezcla de los olores de alcanfor y sándalo acentuaba ese clima extrañamente
mortuorio que se desprendía de los diodones que pendían de cuerdas fijadas en el
cielorraso y que, con sus ojos vidriosos y saltones parecían las cabezas truncadas de
espectadores fantasmales, las máscaras diablescas de salvajes tribus insulares, los huevos
de avestruz, las bocazas de tiburón y los dientes de narval, los monos derrengados y de
otras mil formas y figuras grotescas provenientes de zonas muy lejanas.
De las paredes –colgados sobre los marrones armarios carcomidos que tenían algo de
monacal bajo el sol del atardecer que jugueteaba con las plantas del jardín y las combadas
rejas de la ventana pendían, amorosamente enmarcados en oro y semejantes a retratos de
venerables antepasados, cuadros a todo color de escarabajos en proporciones gigantescas.
Con una de sus manos extendida en un gesto cordial, una tímida sonrisa rodeándole
los ojitos redondos y la nariz en forma de botón, con el alto sombrero de copa de uno de
los señores disectores sobre su cabeza y el porte de un alcalde de aldea que se hace
fotografiar por primera vez en la vida, un lirón se asomaba obsequiosamente desde un
ángulo del aula, en el que también se balanceaban unos cuantos cueros de víbora.
La cola oculta entre las sombras más lejanas del corredor y las partes más nobles de
su cuerpo a punto de recibir una nueva mano de esmalte –para dar cumplimiento de este
modo al deseo expreso del señor Ministro de Enseñanza–, el orgullo de todo el Instituto,
un cocodrilo de doce metros de largo, espiaba por la puerta entreabierta. El profesor
Goclenius había tomado asiento, desatado la cinta que mantenía atadas las hojas
manuscritas y pasado rápidamente la mirada sobre las primeras líneas acompañándose
con un murmullo inteligible.
–Esto está fechado en Butan, en el sudeste del Tibet, el de Julio de , o sea
cuatro semanas antes del estallido de la guerra; de lo que se infiere que esta carta tardó
más de un año en llegar a nuestras manos –y agregó luego de una pequeña pausa–:
Nuestro colega Johannes Skoper escribe aquí, entre otras cosas, lo siguiente: "En otra
oportunidad les relataré más detalladamente el rico botín que pude obtener durante mi
largo viaje por tierras fronterizas chinas, pasando por Assam hasta llegar a Bután, país
todavía inexplorado; hoy sólo quiero referirme lo más sucintamente posible a las
circunstancias asombrosas a las que debo el descubrimiento de un grillo blanco como
verán totalmente nuevo" –el profesor Goclenius señalaba mientras leía estas últimas
palabras al insecto que estaba en el frasco– "y que los chamanes utilizan para fines
religiosos bajo el nombre de Phat, una palabra que les sirve a la vez de insulto para todo lo
que se parezca a un europeo o individuo de raza blanca.
"Pues bien: cierta mañana me entero –por intermedio de unos peregrinos lamaístas
que se dirigían a Lhasa– que cerca de mi campamento se encontraba un alto exponente de
los Dugpas, algo así como sacerdotes del diablo temidos en todo el territorio del Tibet,
reconocibles por sus gorros escarlatas, y que afirman ser descendientes directos del
demonio de los hongos. Lo cierto es que estos Dugpas pertenecen a la antiquísima religión
tibetana de los lamaístas y chamanes de la cual conocemos poco y nada, y son hijos de una
raza extraña cuyos orígenes se remontan hasta la noche de los tiempos. Este Dugpa –me
decían los peregrinos mientras hacían girar furtiva y supersticiosamente su molinillo de
oraciones– es un Samtche Mitchebat, un ser que ya no debe ser designado como hombre,
que puede «ligar y desligar», alguien que, para decirlo en pocas palabras, gracias a su
facultad de ver más allá del tiempo y del espacio, puede realizar todo lo que se proponga
en esta tierra. Existen, así me dijeron, dos caminos para alcanzar esas alturas que
sobrepasan todos los poderes humanos: uno, que es el de la «luz» –la compenetración con
Buda– y otro opuesto: el «camino de la mano izquierda», al que solamente tiene acceso un
Dugpa de nacimiento... y que viene a ser un camino espiritual Heno de horror y de
espanto. Estos Dugpas «natos» pueden aparecer –aunque muy raras veces– en cualquiera
de los puntos cardinales y son casi siempre hijos de padres sumamente religiosos.
«Parecería», opinaba el peregrino que me confesaba todas estas cosas, «que la mano del
señor de las sombras colocara en estos casos una rama emponzoñada en el árbol de la
santidad.» Resulta ser que existe un solo medio para saber si un niño se halla o no
espiritualmente vinculado a la liga de los Dugpas, de ser así, el remolino de cabello que
todos tenemos en la coronilla debe girar de izquierda a derecha en vez de hacerlo en
dirección inversa.
"Yo expresé inmediatamente –por pura curiosidad– mi deseo de conocer
personalmente al Dugpa de alto rango que se hallaba por los alrededores, pero el jefe de
mi caravana, que también es un tibetano oriental, se negó terminantemente.
"–¡Son puras tonterías! –gritaba–, en todo el territorio de Bután no hay un sólo
Dugpa; sin contar que ningún Dugpa, y mucho menos un Samtche Mitchebat, se avendría
a mostrar sus artes a un ser de raza blanca!
"La oposición demasiado enfática de este hombre despertó en mí sospechas cada vez
mayores a medida que el se desgañitaba, y después de un larguísimo y astuto
interrogatorio pude sonsacarle que él mismo practicaba la religión de los Bonzos y que
estaba perfectamente enterado –por el tinte rojizo de los vapores que despedía la tierra,
eso es lo que me quiso hacer creer– que había un Dugpa en las cercanías del campamento.
"–Pero nunca consentiría en ofrecerte una muestra de sus artes –seguía repitiendo sin
cesar.
"–¿Por qué no? –seguí preguntando.
"–Porque no asumiría la... responsabilidad.
"–¿Qué clase de responsabilidad? –quise saber.
"–Sucede que las perturbaciones que con ello ocasionaría en el reino de las causas lo
lanzarían nuevamente en la vorágine de las reencarnaciones, si es que no ocurre algo
muchísimo peor.
"Yo estaba interesado en saber más acerca de la misteriosa religión de los Dugpas,
por lo que le pregunté:
"–¿Tiene el hombre, según tu religión, un alma?
"–Sí y no.
"–¿Cómo es eso?
"Por toda respuesta el tibetano arrancó de la tierra una brizna de hierba y le hizo un
nudo:
"–¿Tiene esta brizna un nudo?
"–Sí.
"Desató el nudo.
"–¿Y ahora?
"–Ahora ya no lo tiene.
"–De ese mismo modo tiene el hombre un alma y no la tiene –afirmó con toda
llaneza.
"Traté de encarar la cosa de otro modo para llegar a tener una idea más clara acerca
de su manera de pensar:
"–De acuerdo, supongamos ahora que al cruzar aquel desfiladero tan terriblemente
peligroso te hubieras caído al abismo, ¿tu alma habría seguido viviendo o no?
"–¡Yo no me habría caído!
"Haciendo una nueva tentativa le mostré mi revólver:
"–Y si ahora te mato de un tiro, seguirías viviendo o no?
"–Tú no me puedes matar.
"–¡Claro que puedo!
"–Bueno, entonces trata de hacerlo.
"¡Ni loco! pensé para mis adentros, ese sí que sería un buen enredo... andar por este
ilimitado terreno montañoso sin un jefe de caravana... Él pareció haber adivinado mis
pensamientos y sonrió no sin cierto sarcasmo. Era desesperante. Me quedé callado por un
buen rato.
"–Lo que sucede, es que no puedes querer –dijo retomando la palabra–. Detrás de tu
voluntad hay una infinita cantidad de deseos, algunos que conoces y otros que no conoces,
y todos ellos son más fuertes que tú.
"–¿Qué es entonces el alma según tu religión? –le pregunté enojado–; ¿tengo yo, por
ejemplo, un alma?
"–Sí.
"–¿Y si me muero mi alma sigue viviendo?
"–No.
"–¿Pero la tuya, después de tu muerte, sí?
"–Sí. Porque yo tengo un nombre.
"–¡Yo también lo tengo!
"–Sí, pero no conoces tu nombre verdadero, por lo tanto no lo tienes. Eso que
consideras tu propio nombre no es más que una palabra hueca inventada por tus padres.
Cuando duermes te lo olvidas, yo no me olvido de mi nombre cuando duermo.
"–¡Pero cuando estés muerto tampoco podrás saberlo! –repliqué.
"–No. Pero el maestro lo conoce y no lo olvidará jamás, y cuando él me llame por mi
nombre verdadero, volveré a levantarme; solamente yo y ningún otro, porque yo soy el
único que lleva mi nombre. Nadie más que yo lo tiene. Eso que tú dices que es tu nombre
lo tienen muchos otros en común contigo... igual que los perros –terminó murmurando
con desprecio. Y si bien entendí perfectamente sus últimas palabras, dejé que creyera que
no había sido así.
"–¿Y qué es lo que tú entiendes por maestro? –le pregunté con la mayor naturalidad.
"–El Samtche Mitchebat.
"–¿El que ahora es casi nuestro vecino?
"–Sí, pero es sólo su reflejo el que se encuentra ahora cerca de este campamento;
aquél que él es en realidad está en todas partes. Y puede no estar en parte alguna si quiere.
"–¿Eso quiere decir que puede volverse invisible? –tuve que sonreír a pesar mío–,
¿quieres insinuar acaso que a veces está dentro del mundo en que vivimos y a veces fuera
de él; que a veces está y otras veces no?
"–Un nombre también está sólo cuando se lo pronuncia, y cuando no se lo pronuncia
no está más –fue la respuesta del tibetano.
"–¿Y puedes tú, por ejemplo, convertirte también en un maestro?
"–Sí.
"–De modo que entonces habría dos maestros, ¿no es así?
"Yo me sentía triunfante, ya que, para decirlo abiertamente, la arrogancia del tipo me
estaba fastidiando; ahora lo tenía bien agarrado en la trampa (mi próxima pregunta sería:
¿si uno de los maestros quiere que brille el sol y el otro quiere hacer que llueva, cuál de los
dos gana?); tanto más perplejo me dejó lo que tuve que oír a continuación:
"–Si yo llego a ser maestro alguna vez, seré el Samtche Mitchebat. ¿O acaso crees que
puede haber dos cosas que sean totalmente semejantes entre sí sin que sean la misma cosa?
"–Digas lo que digas, en tal caso serían dos y no uno; si yo me cruzara con vosotros,
serían dos las personas que yo vería y no uno solo –le contradije.
"El tibetano se agachó, eligió entre los cristales de calcita que estaban esparcidos por
el suelo uno de especial transparencia y me dijo con sorna:
"–Coloca esto delante de tu ojo y mira el árbol aquél; lo ves doble, ¿no es cierto?
¿Pero acaso se han convertido por eso en dos árboles en vez de uno?
"En el momento no supe qué contestarle, tampoco me hubiera sido fácil expresarme
en el idioma de los mongoles –que era el único que podíamos usar para nuestro mutuo
entendimiento– con la soltura y lógica necesarias para abordar un tema tan intrincado
como éste; por lo tanto tuve que dejarlo creer que la victoria era suya. Pero interiormente
estaba asombrado a más no poder por la agilidad espiritual de ese ser semi-salvaje, con
sus ojos oblicuos de calmuco y vestido con aquella sucia piel de cordero. Hay algo extraño
en estos asiáticos de las montañas, por fuera parecen animales, pero a poco que uno les
toque su almita, aparece el filósofo.
"Volví al punto de partida:
"–¿Tú crees entonces que el Dugpa se negaría a mostrarme sus artes porque rechaza
la responsabilidad?
"–No, seguro que no lo haría.
"–¿Pero si soy yo quien asume toda responsabilidad?
"Por primera vez, desde que lo conocía el tibetano se desconcertó. Su rostro fue
invadido por una inquietud tan grande, que no le fue posible disimularla. Una expresión
de crueldad salvaje, para mí inexplicable, se alternaba con otra de hondo regocijo. En
todos estos meses que anduvimos juntos hemos pasado semanas entera corriendo peligro
de muerte, hemos cruzado abismos que llenarían de pánico a cualquiera, pasando sobre
puentes de bambú de apenas un pie de ancho, y a mí más de una vez me pareció que se
me paralizaba el corazón; hemos cruzado desiertos y casi nos hemos muerto de sed, y él
nunca perdía, ni por un solo minuto, su equilibrio interior. ¿Y ahora? ¿Cuál podía ser la
causa que le hacía ponerse tan fuera de sí? Con sólo mirarlo me bastó para saber que en su
mente las ideas se agitaban en loco torbellino.
"–Condúceme hasta el Dugpa, yo te recompensaré holgadamente –intenté de nuevo.
"–Quiero pensarlo –me contestó por fin.
"Todavía era de noche cuando entró en mi carpa para despertarme. Ya se había
decidido, me dijo, y estaba dispuesto.
"Había ensillado dos de nuestros hirsutos caballos mongoles, cuya altura no es
mucho mayor que la de un perro grande, y nos internamos en la obscuridad de la noche.
Los hombres de mi caravana seguían profundamente dormidos alrededor de las casi
extinguidas fogatas diseminadas por el terreno.
"Pasaron horas sin que cambiáramos una sola palabra; ese peculiar aroma del
almizcle que las estepas tibetanas exhalan durante las noches de julio y el monótono
rumor de las retamas al ser barridas por las patas de nuestros caballos, casi me llegan a
embriagar de tal manera, que para poder mantenerme despierto, me vi obligado a no
quitar mi vista de las estrellas, que aquí, en esta tierra salvaje, tienen algo de llameantes,
como si se tratase de trozos de papel encendidos. De ellas se desprende un influjo
excitante que le inquieta a uno el corazón.
"Cuando las primeras luces del alba comenzaron a trepar por detrás de las cimas de
las montañas, pude notar que los ojos del tibetano se mantenían totalmente abiertos, sin
pestañear, con la mirada siempre fija en un solo punto del cielo. Observé que estaba como
ausente.
"Le pregunté varias veces si conocía tan bien el lugar donde hallar al Dugpa como
para no prestarle ninguna atención al camino, pero no recibí respuesta alguna.
"–Él me atrae como la piedra magnética atrae el hierro –balbuceó por fin, como
saliendo de un sueño muy profundo.
"Ni al llegar el mediodía nos tomamos un descanso; siempre mudo, mi acompañante
volvía a apresurar el paso de su caballo cada vez que éste se mostraba un poco más lento.
Yo me vi obligado a comer mi ración de carne de cabra sentado en la montura. "Poco antes
del anochecer paramos –doblando al pie de un cerro totalmente desnudo– cerca de esas
fantásticas carpas que a veces se pueden ver en Bután. Son negras, hexagonales abajo y
puntiagudas arriba, de bordes combados, y se hallan paradas sobre una suerte de zancos,
de modo que se parecen a enormes arañas que tocan el suelo con sus vientres.
"Yo esperaba encontrarme con un sucio chamán de melena y barba desgreñadas, una
de esas criaturas dementes o epilépticas –que son tan frecuentes entre los mongoles y
tungusos– que se embriagan con infusiones logradas con la cocción de ciertos hongos y
que luego creen estar viendo espíritus o se sienten impelidos a largar de sí profecías
incomprensibles; en vez de ello veo parado ante mí –inmóvil– un hombre de unos buenos
seis pies de estatura, sorprendentemente delgado, sin barba, con un brillo oliváceo en el
rostro –un color como no lo había visto nunca en un ser humano vivo–, siendo la
separación entre sus ojos oblicuos tan grande, que se me antojaba antinatural: un ejemplar
de una raza humana para mí totalmente desconocida.
"Sus labios –lisos como la porcelana, al igual que la piel de toda su cara– eran
rojísimos, finos como el filo de un cuchillo y tan, pero tan curvados –especialmente en las
comisuras muy alzadas, como congeladas en una sonrisa despiadada–, que parecían haber
sido dibujados con pincel sobre su cara.
"Me fue imposible quitar la vista de ese hombre por largo tiempo... y al volverlo a
recordar ahora casi diría que me estaba sintiendo como un niño al que se le corta la
respiración de puro susto ante la súbita aparición de una máscara terrorífica que emerge
de las sombras.
"Sobre su cabeza el Dugpa llevaba un gorro escarlata, en tanto que el resto de su
cuerpo se hallaba cubierto hasta los tobillos por una costosa capa de cebellina totalmente
teñida de anaranjado.
"Tanto él como mi guía no se dirigieron la palabra ni una sola vez, pero yo sigo
creyendo que se entendieron mediante gestos y señales secretas, puesto que, sin
preguntarme para nada qué era lo que quería de él, el Dugpa dijo de pronto que estaba
dispuesto a mostrarme todo lo que yo deseara, siempre y cuando me comprometiera
expresamente a asumir toda responsabilidad... aún sin conocerla.
"Yo, por supuesto, me declaré inmediatamente de acuerdo.
"Como prueba de ello yo debía tocar la tierra con mi mano izquierda.
"Así lo hice.
"Se nos adelantó entonces en silencio durante un corto trecho y nosotros lo seguimos
hasta que nos ordenó que nos sentásemos.
"Tomamos asiento junto al borde de una elevación de terreno que se asemejaba
curiosamente a una mesa.
"¿Llevaba yo conmigo un lienzo blanco?
"Empecé buscando desesperadamente en todos mis bolsillos, pero nada, hasta que
por fin hallé escondido en el fondo rasgado de mi chaqueta un viejo mapa plegadizo de
Europa bastante borroso ya (que evidentemente había llevado conmigo sin saberlo
durante todo mi viaje por el Asia), lo extendí entre nosotros y le expliqué al Dugpa que el
dibujo representaba un mapa de mi patria.
"Intercambiaron una rápida mirada con mi guía, y nuevamente pude ver como en el
rostro del tibetano aparecía esa expresión maligna, casi se podría decir de odio, que tanto
me había llamado la atención la noche anterior.
"¿Deseaba yo ver el juego mágico de los grillos?
"Asentí con la cabeza y supe al instante qué era lo que me iba a tocar presenciar: ese
truco famoso que consiste en hacer aparecer diversos insectos bajo el influjo de un silbido
o algo semejante.
"Tal cual, no me había equivocado, el Dugpa dejó oír un sonido chirriante, suave y
metálico (cosa que estas gentes logran mediante el uso de una campanita plateada que
llevan oculta entre sus ropas), e inmediatamente un montón de grillos fueron saliendo de
sus recovecos dentro de la tierra para reunirse sobre el mapa. "Cada vez más y más.
"Infinidad de ellos.
"Ya me estaba enojando de sólo pensar que por un ridículo truco circense –que ya
había tenido oportunidad de presenciar varias veces en la China–, hubiese emprendido
una cabalgata tan trabajosa, pero el espectáculo que de ahí en más se ofreció ante mi vista
me compensó con creces el esfuerzo realizado: los grillos no sólo pertenecían a una especie
totalmente desconocida para la ciencia –lo que los hacía interesantes de por sí–, sino que
además se comportaban de una manera más que peculiar. Apenas hubieron tomado
contacto con el dibujo del mapa, comenzaron a correr sin ton ni son en todas direcciones,
para luego ir formando grupos que se examinaban mutuamente con desconfianza.
Súbitamente cayó sobre el centro mismo del mapa una mancha de luz con los colores del
arco iris (provenía, como constaté al momento, de un pequeño prisma de vidrio que el
Dugpa había puesto contra el sol), y en pocos segundos los pacíficos grillos se convirtieron
en un apelotonamiento de insectos que se destrozaban entre sí de la manera más
abominable. El espectáculo era demasiado repulsivo como para pensar en describirlo. El
chirriar de los miles y miles de alas daba un tono altísimo, casi melodioso, que me llegó
hasta la médula de los huesos; si bien se asemejaba al canto de los grillos que todos
conocemos, estaba compuesto de un odio tan infernal mezclado con una suerte de lamento
tan atroz, que yo sé que no lo podré olvidar jamás.
"Por debajo de esa masa de cuerpos se iba derramando un jugo espeso y verdoso.
"Le ordené al Dugpa que parara de inmediato esa bestialidad; pero él ya había
guardado el prisma y se limitó a responderme con un encogimiento de hombros.
"En vano me esforzaba por separar a los grillos con un palo: sus locas ganas de matar
ya no conocían límite.
"Cada vez aparecían más de ellos, venían en tropel para participar de este juego
macabro hasta formar una montaña vibrante y pataleante tan alta casi como un hombre.
"A una legua a la redonda la tierra se hallaba cubierta por insectos enloquecidos que
formaban una masa blancuzca que pugnaba por llegar al centro movida por un sólo
pensamiento: matar, matar, matar.
"Algunos grillos que iban cayendo malheridos del montón y no podían volver a
subir, se destrozaban a sí mismos con sus antenas.
"El chirrido era por momentos tan fuerte y tan espantosamente agudo, que me tuve
que tapar los oídos con las manos, porque estaba seguro de no poder soportarlo más.
"Finalmente, gracias a Dios, los animales parecían ser cada vez menos, las filas que
salían de debajo de la tierra se hacían cada vez más ralas hasta que cesaron por completo.
"–¿Y ahora qué se propone? –pregunté al tibetano cuando vi que el Dugpa no
demostraba ninguna intención de dar por terminada la representación, sino que más bien
parecía esforzado en mantener sus pensamientos concentrados en vaya uno a saber qué
idea. Su labio superior estaba contraído de modo tal que se podían ver claramente sus
dientes afilados y puntiagudos. Eran negros como la brea, sospecho que de tanto mascar
hojas y yerbas, una costumbre muy difundida en estas zonas.
"–Liga y desliga –oí que me respondía el tibetano.
"A pesar de que yo no cesaba de repetirme a mí mismo que no eran más que insectos
los que aquí habían encontrado una muerte tan horrenda, no podía evitar sentirme por
demás impresionado, tanto, que por momentos creí desvanecerme... y la voz continuaba
llegándome de muy lejos: –Liga y desliga...
"No podía entender su significado, y sigo aún hoy sin entenderlo; tampoco puede
decirse que después de lo ya relatado sucediera algo digno de ser tomado especialmente
en cuenta. ¿Por qué sería entonces que yo permanecí ahí sentado? Tal vez pasaran horas,
no lo sé. Era como si la voluntad de levantarme hubiese desaparecido de mi cuerpo, no
puedo definirlo de otro modo.
"Poco a poco el sol se iba hundiendo, y tanto el paisaje terreno como el celeste fue
adquiriendo ese tinte rojo y anaranjado totalmente irreal, que cualquiera que haya estado
alguna vez en el Tibet tan bien conoce. El colorido de este cuadro sólo es comparable al de
las carpas que se pueden hallar en las romerías europeas.
"No me podía desprender de las palabras: «liga y desliga»; paulatinamente iban
adquiriendo en mi cerebro un sentido espantoso de verdad; en mi imaginación el bulto
compacto y enorme de grillos se convertía en millones de soldados agonizantes. Sentí de
pronto mi garganta como estrangulada por un misterioso e inconmensurable sentido de
responsabilidad, cuyo tormento era aún mayor por lo mismo que me era imposible hallar
su origen.
"Por un momento tuve la impresión de que el Dugpa se había ido y que en su lugar
tenía delante mío –escarlata y verde oliva– a la abominable estatua del dios de la guerra
tibetano.
"Pude luchar contra esa visión hasta tener nuevamente ante mis ojos a la realidad tal
cual era; pero a mí no me bastaba con esa realidad: los vapores que se elevaban de la
tierra, las cimas dentelladas y nevadas de las montañas que se recortaban en el horizonte,
el Dugpa con su gorro escarlata, yo mismo, con mis ropas mitad europeas mitad asiáticas,
y finalmente esa carpa negra con sus patas de araña, ¡todas esas cosas no podían ser reales!
Realidad, fantasía, visión... ¿qué era verdad, qué era mentira? Y para colmo esa torturante
sensación de que mi pensamiento se abría dejando un gran espacio hueco cada vez que
volvía a hostigarme el miedo a ese nuevo, inexplicable, terrible sentido de
responsabilidad.
"Más tarde, mucho más tarde... durante mi viaje de regreso, este acontecimiento fue
creciendo en mi memoria como una exuberante planta venenosa que yo trataba en vano de
extirpar.
"De noche, cuando no puedo conciliar el sueño, comienza a tomar cuerpo en mí la
vaga sensación de estar a punto de comprender el significado de la frase «Liga y desliga»,
y entonces trato de asfixiarla para que no pueda madurar, del mismo modo en que uno
trata de sofocar un fuego antes de que se propague... Pero de nada sirve defenderme ... en
mi imaginación puedo ver como del montón de grillos muertos se alza un vapor rojizo que
se va formando en nubes, que obscureciendo el cielo como las nubes fantasmales que trae
el monzón, se precipitan hacia Occidente.
"Y ahora mismo, mientras escribo estas líneas, siento algo que yo... yo... yo..."
–Aquí la carta se interrumpe –dijo el profesor Goclenius–; desgraciadamente debo
comunicarles ahora que en la embajada china me dieron la desgraciada nueva de la
muerte de nuestro estimado colega Johannes Skoper, acaecida en el lejano Oriente... –el
profesor no pudo seguir; un fuerte grito lo interrumpió: "No puede ser, el grillo sigue vivo
después de todo un año! ¡Increíble! ¡Atrápenlo! ¡Se vuela!". Vociferaban todos al mismo
tiempo. El profesor de la melena leonina había destapado el frasco dejando salir al insecto
aparentemente muerto.
Un momento después de todo este alboroto, el grillo había salido volando por la
ventana hacia el jardín, y los graves señores científicos, en su afán por darle caza, casi se
llevan por delante al portero del museo que venía para encender las lámparas de la sala de
profesores.
Moviendo pensativamente la cabeza, el viejo observaba a esos extraños personajes
que en el jardín trataban de dar caza a un pequeño insecto volador. Luego miró hacia el
cielo del atardecer rumiando para sí: ¡Las formas que pueden llegar a tomar las nubes en
estos tiempos de guerra! Ahí hay una que parece un hombre con un gorro rojo y la cara
verde; si no fuese porque los ojos están tan separados, se diría que es igualito a un ser
humano. ¡Realmente, a mi edad lo único que me falta es volverme supersticioso!
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