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sábado, 6 de noviembre de 2010

RESIDENT EVIL TRES -- LA CIUDAD DE LOS MUERTOS -- 1ªparte

RESIDENT EVIL VOLUMEN TRES
LA CIUDAD DE LOS MUERTOS
S.D. PERRY
La maldad sin oposición crece,
la maldad tolerada envenena todo el sistema.
Jawaharlal Nehru

Prólogo

Raccoon Times, 26 de agosto, 1998
EL ALCALDE ANUNCIA UN PLAN PARA MANTENER LA SEGURIDAD EN LA CIUDAD
RACCOON CITY — El alcalde Harris anunció en una rueda de prensa celebrada ayer por la tarde frente a las escaleras del ayuntamiento de la ciudad que el consejo municipal contratará diez nuevos agentes para que se unan a la policía de Raccoon City, como medida de respuesta ante la suspensión de las Escuadras de Rescate y Tácticas Especiales (los STARS), iniciada desde los brutales asesinatos que asolaron Raccoon City a comienzos del verano. Harris, respaldado en todo momento por el jefe de policía Brian Irons y los demás miembros del consejo municipal, aseguró a los ciudadanos que Raccoon City volverá a ser una ciudad tranquila y segura, una comunidad próspera en la que se podrá trabajar y vivir sin temor. También confirmó que las investigaciones sobre los once asesinatos «caníbales» y los tres ataques causados por animales salvajes no han terminado, ni mucho menos.
«El hecho de que nadie haya sido atacado a lo largo del último mes no significa que los policías de esta ciudad se vayan a relajar —declaró Harris—. Las buenas gentes de Raccoon City merecen tener confianza en su policía, y pueden estar seguros de que los miembros del departamento del jefe Irons están haciendo todo lo posible para mantener la seguridad de los ciudadanos. Como muchos de ustedes saben, lo más probable es que la suspensión de los STARS se confirme de forma permanente. La enorme incompetencia que demostraron durante las investigaciones preliminares de los asesinatos y su posterior desaparición de Raccoon City indican que no les importa en absoluto esta comunidad. Sin embargo, yo quiero asegurarles que nosotros sí nos preocupamos por ustedes, y que yo, el jefe Irons y los hombres y mujeres que ven aquí hoy quieren más que nada en este mundo que Raccoon City sea un lugar donde nuestros hijos puedan crecer sin miedo.»
Harris siguió a continuación con la explicación de un plan muy detallado que consta de tres puntos, para aumentar la confianza de los ciudadanos de Raccoon City e impedir que se cometan actos violentos. Además de reclutar entre diez y doce nuevos agentes de policía, el toque de queda continuará vigente al menos hasta finales de septiembre, y el jefe de policía Irons estará al mando de una fuerza de choque compuesta por numerosos agentes y detectives que seguirá en la búsqueda de los asesinos que mataron a once personas entre mayo y julio de este año...
Cityside, 4 de septiembre, 1998
UMBRELLA PLANEA RENOVAR SU COMPLEJO INDUSTRIAL
RACCOON CITY — La planta química propiedad de la compañía Umbrella que se encuentra al sur de la ciudad sufrirá una gran remodelación, que comenzará el próximo lunes. Ésta será la tercera renovación estructural de envergadura en lo que va de año por parte de la próspera compañía farmacéutica. Según declaró Amanda Whitney, portavoz de la empresa, dos de los laboratorios situados en el interior de la planta principal se proveerán de nuevos equipos, por un valor de varios millones de dólares, que se han diseñado para sintetizar vacunas, y el edificio será equipado con un sistema de seguridad de la más alta tecnología. Además, en todos los edificios de oficinas se renovarán las computadoras a lo largo de las próximas semanas. ¿Esto no aumentará los problemas de tráfico en la ciudad? Amanda Whitney afirmó que «sabemos que el edificio del departamento de policía de Raccoon City acaba de finalizar otra de sus renovaciones, por lo que los conductores están bastante cansados de los atascos en el centro, pero no hay ningún motivo para preocuparse: la mayor parte de la reconstrucción será externa, y las demás modificaciones se efectuarán después de las horas de trabajo».
Como nuestros lectores recordarán, en la zona exterior delantera del edificio de la policía aparecieron numerosas grietas tanto en el cemento como en los jardines, lo que obligó a repavimentar toda la zona y a desviar el tráfico durante seis días a lo lago de Oak Street.
Cuando le preguntaron por el motivo de tantas «transformaciones» en los últimos tiempos, la portavoz contestó que Umbrella había permanecido a la cabeza del mercado durante tanto tiempo debido a la utilización de la tecnología más reciente y avanzada, y que estarían ocupados durante un par de meses como máximo para seguir renovándose, pero que creía que el esfuerzo merecería la pena una vez hubiesen acabado...
Editorial del Raccoon Weekly, 17 de septiembre, 1998
¿SE PRESENTARÁ IRONS?
RACCOON CITY — El alcalde Harris posiblemente tendrá una primavera agitada. Las fuentes de información de este diario dentro del departamento de policía han revelado que el jefe de policía de Raccoon City, Brian Irons, que lleva en su cargo desde hace cuatro años y medio, está pensando en presentarse al máximo cargo del ayuntamiento en las próximas elecciones, enfrentándose al popular y hasta la fecha sin oponentes Devlin Harris, que ha permanecido en el cargo desde hace ya tres legislaturas. Aunque Irons no quiso confirmar su posible participación en las elecciones, el antiguo miembro de los STARS tampoco desmintió el rumor ante los medios de comunicación.
Gracias a su popularidad, mayor que nunca y en aumento desde que se puso fin a la serie de asesinatos que se produjeron este verano, y que aún están sin resolver, y al incremento de plantilla planeado para el departamento de policía de Raccoon City, es posible que el jefe Irons sea el único capaz de derrotar a Harris e impedirle que renueve su cargo en el ayuntamiento. Sin embargo, queda pendiente una cuestión: ¿serán capaces los votantes de olvidar los cargos imputados a Irons en el escándalo de los sobornos y la estafa ocurridos en el distrito de Cider? ¿No tendrán en cuenta sus costosos gustos en arte y decoración, que han convertido ciertas zonas del edificio del departamento de policía en un museo más que en una zona de trabajo? Si finalmente se decide por aspirar a la alcaldía, les aseguro que este periodista está más que dispuesto a echar un vistazo a sus cuentas bancarias.
Raccoon Times, 22 de septiembre, 1998
JOVEN ATACADA EN UN PARQUE DE LA CIUDAD
RACCOON CITY — La pasada noche, aproximadamente a las seis y media, la joven de catorce años Shanna Williamson fue atacada por un misterioso extraño en el parque de Birch Street, situado en el centro de la ciudad, mientras se dirigía de regreso a su casa después de entrenar. El individuo, que apareció repentinamente desde detrás de un seto en el extremo sur del parque derribó a la señorita Williamson antes de intentar agarrarla. La joven logró escapar con sólo unos cuantos rasguños y huyó corriendo hacia la cercana casa de Tom y Clara Atkins. La señora Atkins llamó a la policía, que inició un registro exhaustivo e infructuoso del parque, puesto que los agentes no encontraron el menor rastro del atacante. Según declaró la joven (en un comunicado difundido a primera hora de esta mañana por el departamento de policía), el hombre parecía ser un vagabundo. Sus ropas y su pelo estaban muy sucios, y describió el hedor que desprendía como «olor a fruta podrida». También declaró que parecía estar borracho, ya que se tambaleó y se cayó mientras la perseguía cuando ella huyó.
Debido a la serie de asesinatos caníbales que se produjeron entre mayo y julio del presente año (que sigue todavía sin resolver), el departamento de policía de Raccoon City se ha tomado muy en serio el ataque contra la señorita Williamson. El atacante muestra un enorme parecido con los miembros de una «banda» que fue vista por diversos testigos en Victory Park en junio pasado. El alcalde Harris ha convocado una conferencia de prensa para última hora de hoy, y el jefe de policía Irons ha declarado que gracias a la incorporación de los nuevos agentes de policía, cuya llegada está prevista para la próxima semana, los equipos regulares extenderán sus patrullas para incluir los bloques de viviendas del centro de la ciudad...

Capítulo 1

6 de septiembre, 1998
Los demás la estaban esperando fuera, junto a la camioneta de Barry, por lo que Jill procuró apresurarse. No le fue fácil: la casa había quedado completamente revuelta desde la última vez que ella había estado allí. El suelo de todas las habitaciones estaba cubierto por montones de libros y de papeles, y el lugar estaba demasiado oscuro para andar con rapidez por aquel mar de desechos. Le cabreaba que su pequeño hogar hubiese sido invadido de esa manera, aunque no le sorprendía en absoluto. Se figuró que al menos tenía la buena suerte de no ser una persona sentimental... y de que los intrusos no hubieran encontrado su pasaporte.
Agarró un puñado de calcetines y de ropa interior limpia en mitad de la oscuridad de su dormitorio y lo metió todo sin orden en su desgastada mochila, deseando poder encender las luces. Hacer la maleta en la oscuridad era mucho más difícil de lo que parecía, y lo sería de todos modos aunque no le hubieran registrado a fondo la casa. Sin embargo, sabía que no debía correr riesgos. Era poco probable que Umbrella todavía estuviese vigilando sus casas, pero si alguien lo estaba haciendo, una luz en cualquier habitación podría atraer disparos.
Al menos has salido al exterior. Se acabó el esconderse.
Y ésa era la única parte buena. Se dirigían a un país extranjero para asaltar las oficinas centrales del enemigo, y lo más probable es que los mataran en la operación, pero al menos no tendría que permanecer en Raccoon City por más tiempo. Y, por lo que había leído en los periódicos, quizás era lo mejor. Dos ataques en la última semana... Chris y Barry se mostraban escépticos con respecto al peligro que aquello pudiera representar, aun a sabiendas de los efectos del virus-T en la gente. Barry creía que era algún tipo de truco de publicidad, que Umbrella «rescataría» a Raccoon City antes de que nadie resultase realmente herido de gravedad. Chris se mostró de acuerdo con esa idea e insistió en que Umbrella no se atrevería a echar mierda en el jardín de su propia casa, es decir, en la ciudad, y menos si se tenía en cuenta que el desastre de la mansión Spencer había ocurrido hacía tan poco tiempo. Sin embargo, Jill no quería suponer nada: los tipos de Umbrella ya habían demostrado que no eran capaces de «contener» los resultados de su investigación. También habría que tener en cuenta lo ocurrido a Rebecca y David Trapp en los laboratorios de Maine...
No era el momento de ponerse a recordar aquello: tenían que tomar un avión. Jill dejó de apuntar al armario con la linterna y, cuando ya estaba a punto de salir para dirigirse a la sala, se acordó de que sólo llevaba un sujetador encima. Gruñó y se dio la vuelta de nuevo para comenzar a rebuscar en los cajones abiertos. Ya tenía ropa más que suficiente, escogida entre la que Brad había dejado atrás en su piso cuando había salido huyendo de Raccoon City. Ella y los chicos habían permanecido ocultos en la casa vacía durante varias semanas, desde que Umbrella había atacado la casa de Barry. Aunque la ropa de Brad no le servía a Chris, demasiado alto, ni a Barry, demasiado fuerte, ella había logrado aprovecharla. Sin embargo, la ropa interior femenina no era parte del vestuario del piloto de los STARS, y a Jill no le apetecía bajarse del avión e ir a comprar sujetadores en cuanto llegasen a Austria.
Vanidad, tienes nombre de corsé1 —murmuró en voz baja mientras manoteaba entre el montón de ropa.
Encontró uno de los esquivos sujetadores después de registrar dos veces los cajones, y lo metió completamente arrugado en la mochila mientras trotaba hacia la pequeña entrada de la casa de alquiler.
Era la segunda vez que había pasado por allí desde que habían decidido ocultarse, y tenía la sensación de que tardaría bastante tiempo en volver. Decidió que se llevaría una fotografía que tenía oculta en uno de los libros colocados en las estanterías.
Pasó con agilidad por encima de los confusos montones y bultos que había en el suelo. Tapó con una mano el extremo de la linterna y apuntó el estrecho haz de luz hacia la esquina donde debía estar la estantería y el libro que buscaba.
La estantería ya no estaba. El equipo de Umbrella lo había arrancado todo de la pared, pero no parecía que hubiesen registrado los propios libros. Sólo Dios sabía qué era lo que buscaban con exactitud. Probablemente intentaban encontrar alguna pista para descubrir el paradero de los renegados de STARS. Después del ataque contra la casa de Barry y de lo que había ocurrido durante la desastrosa misión en la Ensenada de Calibán, ella no se hacía ilusiones con respecto a las probabilidades que tenían de que Umbrella no prestara atención a sus actos.
Jill descubrió por fin el libro que estaba buscando, un ejemplar de tapa blanda de una novela bastante sensacionalista titulada La vida en la prisión. Su padre se habría partido de risa. Recogió el libro del suelo y hojeó entre sus páginas. Se detuvo cuando la luz iluminó el rostro sonriente y burlón de Dick Valentine. Le había enviado la fotografía en una de sus últimas cartas, y ella la había metido en el libro para no perderla. Esconder los objetos importantes para ella era un hábito que había adquirido desde muy pequeña, una costumbre que le había sido útil una vez más.
Dejó caer el libro y, mientras miraba la fotografía, se olvidó de la prisa que tenía. En sus labios se dibujó una leve sonrisa. Probablemente era el único hombre al qué incluso le sentaba bien el traje naranja de la prisión de máxima seguridad. Se preguntó por un momento que pensaría él de la situación en la que se encontraba metida. En cierto modo, él era responsable de ella. Bueno, al menos de que hubiera ingresado en los STARS. Después de que lo encerraran, había insistido para que dejara el negocio de los robos e incluso llegó a decir que se había equivocado al entrenarla como ladrona...
Así que cambié de trabajo, e incluso me puse a trabajar para la sociedad en lugar de enfrentarme a ella, y luego la gente de Raccoon City comenzó a morir. Los STARS descubrimos una conspiración para crear armas biológicas complejas con un virus que convierte a todo bicho viviente en un auténtico monstruo y, por supuesto, nadie nos cree, y los miembros de los STARS que Umbrella no puede comprar son desacreditados ante el mundo o son eliminados. Así que nos escondimos, intentamos sacar a la luz alguna prueba y acabamos con las manos vacías, mientras Umbrella continúa jodiendo a todo el personal con sus peligrosas investigaciones y más gente honrada muere por su culpa. Y ahora nos embarcamos en una misión suicida en Europa, con la intención de infiltrarnos en las oficinas centrales de una compañía multimillonaria y así impedir que destruyan todo el maldito planeta. Me pregunto qué es lo que pensarías. Bueno, suponiendo que te creyeras todo eso, ¿qué pensarías?
Te sentirías orgulloso de mí, Dick —susurró, sin apenas darse cuenta de que estaba hablando en voz alta.
Tampoco estaba muy segura de que aquello fuera verdad. Su padre quería que trabajara en algo menos peligroso, y comparado con lo que ella y sus ex compañeros de los STARS iban a enfrentar, el robo con escalamiento era tan peligroso físicamente como la contabilidad.
Después de un largo instante, colocó con cuidado la fotografía en uno de los bolsillos de la mochila y miró alrededor, a los destrozados restos de su pequeña casa, sin dejar de pensar en su padre y en lo que diría sobre el extraño rumbo que había tomado su vida. Si todo salía bien, quizá podría contárselo en persona. Rebecca Chambers y los demás supervivientes de la misión en la Ensenada de Calibán todavía se mantenían ocultos. Con discreción, habían entrado en contacto con los demás miembros de confianza de la organización de los STARS en busca de apoyo e información, mientras esperaban que ella, Chris y Barry les contaran lo que sabían de las oficinas centrales de Umbrella. La sede oficial estaba en Austria, aunque sospechaban que las mentes que habían planeado todo el proyecto del virus-T se encontraban ocultas en algún otro lugar...
Lugar que no encontrarás si no mueves el trasero. Los chicos pensarán así que te has parado a echarte una siesta.
Jill se echó al hombro la mochila y dio un último vistazo a la habitación antes de retroceder hacia la puerta trasera, atravesando la cocina. En el aire se percibía un ligero olor a fruta podrida procedente de un cuenco de manzanas y peras que había encima de la nevera y que ya hacía tiempo se había desintegrado en un montón de moho y polvo. Aunque conocía su origen, el olor le provocó un escalofrío que le recorrió toda la espina dorsal. Apresuró el paso para acercarse a la puerta de salida mientras intentaba detener la oleada de recuerdos sobre lo que habían encontrado en la mansión Spencer...
Pudriéndose mientras seguían caminando, intentando agarrarme con sus húmedos y descarnados dedos, con los rostros derritiéndose convertidos en una masa de pus y carne podrida...
Ella apenas pudo contener un grito de sorpresa al oír la llamada en voz baja de Chris, que todavía estaba fuera. La puerta se abrió, y la silueta de Chris quedó recortada en la oscuridad por la luz de una lejana farola.
Sí, estoy aquí —contestó al mismo tiempo que daba un paso adelante—. Siento haber tardado tanto. Los de Umbrella han pasado por aquí con una máquina excavadora.
A pesar de la escasa luz, pudo ver la media sonrisa en su juvenil rostro.
Estábamos empezando a pensar que te habían pillado los zombis. —Aunque el tono de voz de Chris era risueño, ella advirtió cierto grado de preocupación en ella.
Jill sabía que su intención era reducir la tensión del momento, pero no pudo responder a la sonrisa. Había muerto demasiada gente por culpa de lo que Umbrella había dejado escapar a los bosques que rodeaban Raccoon City. Si el escape del virus se hubiera producido en el centro de la ciudad...
No tiene gracia —fue lo único que dijo.
La sonrisa de Chris se esfumó.
Lo sé. ¿Estás lista?
Jill asintió, aunque no se sentía realmente preparada para lo que se les avecinaba. Sin embargo, tampoco se había sentido preparada para lo que dejaban atrás. Su concepto de realidad había cambiado bruscamente en cuestión de semanas, y las pesadillas se habían convertido en lo habitual.
Grandes compañías malvadas, científicos locos, virus asesinos, sin olvidar los muertos vivientes...
Sí —contestó por fin—. Estoy lista.
Salieron juntos. En el mismo instante en el que Jill cerró la puerta, tuvo una repentina y ominosa sensación: jamás volvería a poner sus pies en aquella casa, ninguno de ellos regresaría nunca a Raccoon City...
Pero no porque nos vaya a pasar algo. No, algo va a pasar, pero no será a nosotros.
Permaneció, ceñuda, con el pomo de la puerta en la mano, dudando por un momento mientras intentaba darle un sentido a esa extraña sensación. Si sobrevivían a la operación de reconocimiento, si lograban tener éxito en su lucha contra Umbrella, ¿por qué no iban a poder regresar a sus casas? No lo sabía, pero la sensación era tremendamente poderosa. Algo saldría mal, algo iba a ocurrir...
Eh, Jill, ¿estás bien?
Jill levantó la mirada y vio en su cara el mismo gesto de preocupación que momentos antes. Habían llegado a conocerse bastante bien en las últimas semanas, aunque ella sospechaba que Chris deseaba conocerla aún más.
Ah, vaya. ¿No te gustaría a ti también?
La sensación de catástrofe se fue diluyendo, y otras sensaciones confusas la reemplazaron. Jill sacudió mentalmente su cabeza y asintió con un gesto de la barbilla, mientras dejaba de lado sus sentimientos. El vuelo a Nueva York no iba a esperarla para que se dedicara a revisar sus sentimientos o para que se preocupara por asuntos que no podía controlar, fueran imaginados o verdaderos.
Y, sin embargo, esa sensación...
Salgamos de una vez de aquí —dijo por fin, y lo dijo de corazón.
Se adentraron en la noche y dejaron la oscura casa a sus espaldas, silenciosa y solitaria como una tumba.

Capítulo 2

3 de octubre, 1998
El crepúsculo ya se había asentado a lo largo de las montañas y había pintado el paisaje quebrado con tonos de penumbra púrpura. El cielo serpenteaba a través de la creciente oscuridad, rodeado por colinas sombrías que se alzaban hacia el cielo sin nubes, extendiéndose hacia las primeras insinuaciones del brillo de las estrellas.
León habría apreciado más la belleza del paisaje si no fuese porque iba a llegar tan tarde. No tendría problema para estar a tiempo en la comisaría cuando comenzara su turno, pero habría deseado pasar antes por su apartamento para soltar su equipaje, darse una ducha y comer algo. Tal como estaban las cosas, sería una suerte si tenía tiempo para pararse a comprar algo en un bar de carretera. En la última parada se había cambiado de ropa y se había puesto su uniforme, lo que le había ahorrado un par de minutos, pero aun así, realmente la había fastidiado bastante.
Muy bien, agente Kennedy, así se hace. El primer día de trabajo y tendrás que quitarte los restos de la hamburguesa de queso de entre los dientes mientras pasan lista y explican las patrullas. Todo un profesional.
Su turno empezaba a las nueve en punto, y ya eran más de las ocho. León apretó un poco más el pedal del acelerador, aunque su jeep acababa de pasar al lado de una señal que le indicaba que estaba a media hora de Raccoon City. Al menos, la carretera estaba bastante despejada. Con excepción de un par de coches, no había visto a nadie en lo que a él le habían parecido horas. Aquello era un cambio agradable comparado con el atasco de tráfico que había sufrido en las afueras de Nueva York y que le había costado la mayor parte de la tarde. Incluso había llamado la noche anterior para intentar dejarle un mensaje al sargento encargado del turno de noche para decirle que quizá llegaría tarde, pero debía haber algún fallo en la línea telefónica, porque lo único que había sonado era la señal de comunicando.
El poco mobiliario del que disponía ya lo había trasladado al pequeño apartamento tipo estudio en el distrito Trask, un barrio de trabajadores pero acogedor. Había un parque a poco más de dos manzanas de su casa, y la comisaría estaba a sólo cinco minutos en coche. Se acabaron los enormes atascos, se acabaron los tugurios superpoblados, se acabaron los actos de brutalidad sin sentido. Si lograba sobrevivir a la vergüenza de empezar su primer turno como agente de policía sin haber tenido tiempo de deshacer las maletas, deseaba vivir en una pequeña ciudad pacífica como Raccoon City.
Este lugar tendrá bien poco que ver con la Gran Manzana2, muchas gracias... Bueno, excepto en estos últimos meses, con esos asesinatos...
A pesar de intentar evitarlo, sintió un ligero estremecimiento por la emoción. Por supuesto, lo que había ocurrido en Raccoon City había sido horrible, pero no habían atrapado a los asesinos, y lo cierto es que la investigación apenas había comenzado. Y si le caía bien a Irons, tan bien como les había caído a los directores de la academia de policía, quizá tendría la oportunidad de trabajar en el caso. Le habían llegado rumores de que el tal Irons era un poco capullo, pero León sabía que su entrenamiento había sido de primera clase y que incluso un capullo estaría un poco impresionado. Después de todo, se había graduado entre los diez primeros de su promoción, y no era un completo extraño en Raccoon City, ya que había pasado la mayoría de los veranos allí cuando era un chaval, mientras sus abuelos vivían. Por entonces, el edificio de la comisaría había sido una biblioteca, y a Umbrella todavía le quedaban muchos años para convertir el pueblo en una pequeña ciudad.
Sin embargo, en su mayor parte seguía siendo el lugar tranquilo que recordaba de sus años infantiles. En cuanto los asesinos caníbales estuvieran entre rejas, Raccoon City sería un lugar ideal de nuevo, una comunidad tranquila y limpia asentada entre las montañas como un recóndito paraíso.
Así que me instalo y, en una o dos semanas, Irons se da cuenta de lo bien redactados que están mis informes o lo buen tirador que soy en la galería de tiro. Me pide que eche un vistazo a los informes del caso, sólo para familiarizarme con los detalles antes de enviarme a realizar los trabajos cotidianos, y yo veo algo que nadie ha visto. Quizás una pauta o un motivo común para asesinar a algunas de las víctimas,.. Quizás un error en el informe de un testigo que nadie ha comprobado porque todos llevan demasiado tiempo metidos en el caso. Y fíjate que llega este poli novato y resuelve el caso, y no hace ni un mes que ha salido de la academia...
Algo se cruzó por delante del jeep.
¡Jesús!
León apretó el freno y el todoterreno viró de un lado a otro mientras él salía de su ensimismamiento y se esforzaba por controlar el vehículo. Los frenos se bloquearon y el chirrido de las gomas de las ruedas sonó como un grito. El jeep dio la vuelta hasta quedar encarado hacia los oscuros árboles que se alineaban a lo largo de la carretera y finalmente se detuvo en el arcén tras una última sacudida de toda la carrocería.
León tenía el corazón en un puño y el estómago en la garganta. Abrió la ventana y sacó el cuello para poder ver al animal que había pasado a toda velocidad por la carretera. No le había llegado a dar, pero había estado muy cerca. Le pareció que se trataba de un perro, pero no lo había visto con claridad. Era de gran tamaño, quizás un pastor alemán o un dobermann algo crecido, pero había algo raro en aquel perro.
Sólo lo había visto una fracción de segundo, como un relámpago de ojos rojizos y un cuerpo esbelto y ágil parecido al de un lobo, pero había algo más, parecía estar...
¿Sudoroso? No, sólo fue una impresión, la luz me ha jugado una mala pasada en la vista. O estabas tan cagado de miedo que viste otra cosa. Estás bien y no le has dado, eso es lo importante.
Jesús —dijo de nuevo, esta vez en voz más baja, y se sintió a la vez aliviado y bastante enfadado mientras la adrenalina comenzaba a disminuir en su sistema sanguíneo. Los que dejaban sueltos a sus perros eran auténticos idiotas. Proclamaban a los cuatro vientos que querían que sus mascotas fueran libres, pero luego se sorprendían cuando acababan aplastados bajo las ruedas de un coche.
El jeep se había detenido a pocos metros de una señal de tráfico en la que se leía: «Raccoon City 10». Distinguió las letras con la escasa luz del moribundo crepúsculo. León echó un vistazo a su reloj. Todavía le quedaba poco más de media hora para llegar a su comisaría. Le sobraba tiempo, pero, por alguna otra extraña razón, se quedó allí quieto y sentado, respirando profundamente con los ojos cerrados. La suave brisa cargada con el olor a pinos le refrescó la cara. El desierto tramo de carretera parecía tranquilo, pero de un modo antinatural, como si todo el paisaje estuviese conteniendo la respiración, a la espera. Cuando su corazón recobró su ritmo normal, se sorprendió al descubrir que seguía intranquilo, que incluso sentía un poco de ansiedad.
Los asesinatos de Raccoon City… ¿Verdad que algunas de las personas murieron por ataques de animales? ¿Unos perros salvajes o algo parecido? Quizás ése no era un perro de compañía, después de todo.
Un pensamiento inquietante..., que aumentó cuando de repente también sintió que el perro todavía se encontraba en las cercanías, que quizá lo estaba observando oculto entre las sombras de los árboles.
Bienvenido a Raccoon City, agente Kennedy. Vigile las cosas que quizá lo están vigilando...
No seas capullo —se dijo a sí mismo con un murmullo, y se sintió un poco mejor cuando oyó el tono de adulto en plan «no digas tonterías» en su voz. A menudo se preguntaba si alguna vez se libraría de su imaginación desbordante.
Sueñas despierto como un chaval con la idea de atrapar a los tipos malos y luego te inventas a unos monstruos con forma de perros que acechan en los bosques... Oye, León, intenta comportarte según la edad que tienes, ¿de acuerdo? Por Dios, eres un poli, una persona adulta...
Encendió de nuevo el motor y volvió a la carretera, sin hacer caso de la extraña sensación de intranquilidad que había logrado apoderarse de él a pesar del tono autoritario de su mente consciente. Tenía un nuevo trabajo y un lindo apartamento en una bonita y floreciente ciudad. Era un tipo competente, inteligente y con cierto atractivo: mientras mantuviera a raya a sus glándulas creativas, todo iría bien.
Y ya estoy de camino —se dijo a sí mismo, obligándose a sonreír de un modo que le sonó fuera de lugar pero que de repente le pareció necesario para tranquilizarse. Estaba de camino hacia Raccoon City, hacia una prometedora nueva vida. No había nada por que preocuparse, nada en absoluto...
Claire estaba exhausta, tanto física como emocionalmente, y el hecho de que el trasero le doliera desde hacía un par de horas no ayudaba mucho. Le parecía que el rugido del motor de su Harley Davidson se había asentado con firmeza en sus huesos, como contrapunto físico de las mariposas que sentía en el estómago y, por supuesto, lo peor de todo parecía proceder de su recalentado y dolorido trasero. Además, estaba oscureciendo y, como perfecta idiota que era, no llevaba sus ropas de cuero para montar en moto. Chris se cabrearía un montón.
Va a gritarme hasta que se le salten las venas del cuello, pero no me importa en absoluto. Por favor, Dios, que esté allí para gritarme por lo idiota que soy...
La Harley siguió zumbando a lo largo de la oscura carretera. El ruido de su motor regresaba como un eco después de rebotar en las laderas de las colinas, repletas de árboles. Dobló las curvas con mucho cuidado: se había percatado de que la carretera estaba prácticamente desierta, así que, si se caía, pasaría mucho tiempo antes de que alguien pasara para ayudarla.
Como si eso importara. Cáete de la moto sin el equipo de protección puesto y tendrán que apartar tus restos del asfalto con una espátula.
Era una estúpida. Sabía que había sido una estúpida por salir con tanta prisa como para no vestirse en condiciones... pero también sabía que a Chris le había pasado algo. Diablos, algo le había pasado a toda la ciudad. A lo largo de las dos últimas semanas, la creciente sospecha de que su hermano estaba metido en problemas se había convertido en una certidumbre. Y las llamadas que había efectuado a lo largo de la mañana le habían corroborado sus temores.
No hay nadie en casa. No hay nadie en ninguna casa. Es como si todo Raccoon City se hubiera mudado y no hubiera dejado una dirección de contacto.
Era realmente malo, aunque no le importaba lo que le pasara a Raccoon City. A ella lo único que le importaba era que Chris vivía allí, y que si le había ocurrido algo malo...
Ella no podía, no debía pensar de ese modo, no podía pensar en eso. Chris era lo único que le quedaba en la vida. Su padre había muerto durante la construcción de un edificio cuando los dos todavía eran unos críos, y cuando su madre había muerto en un accidente de coche tres años antes, Chris había hecho todo lo posible por adoptar la función de sus padres muertos. Aunque sólo tenía algunos años más que ella, la había ayudado a escoger una universidad y le había encontrado un psicólogo bastante bueno para que la ayudara a superar el trauma. Incluso le mandaba algo de dinero todos los meses aparte de lo que ella cobraba del dinero del seguro de vida de sus padres. Era lo que él llamaba «dinero para salir». Y además de todo eso, la llamaba cada dos semanas, sin fallar, como un reloj.
Ese mes, sin embargo, no la había llamado ni una sola vez, y ni siquiera había contestado a los mensajes que ella le ha había dejado. Había intentado convencerse de que era una tontería preocuparse. Quizás había encontrado por fin una chica, o había ocurrido algo con respecto a la suspensión de los STARS, fuese lo que fuese exactamente eso. Pero después de tres cartas sin contestación y de esperar durante días a que el teléfono sonase, había acabado llamando a la policía de Raccoon City aquella misma tarde, con la esperanza de que alguien supiera qué le había pasado. Lo único que había obtenido era la señal constante de comunicación.
Allí sentada en su dormitorio, mientras oía el latido mecánico sin vida del teléfono, había comenzado a preocuparse de verdad. Incluso una pequeña ciudad como Raccoon City tenía un sistema de contestador automático para todas las llamadas en espera. La parte racional de su mente le aconsejó que no se dejara dominar por el pánico, que una línea sobrecargada no era motivo para alarmarse... pero su parte más emocional ya estaba gritando que una leche, que allí ocurría algo raro, y malo, por añadidura. Tras hojear con manos temblorosas su agenda de teléfonos había llamado a unas cuantas personas a las que ella consideraba amigos de Chris, a sitios o a gente a los que él le había dicho que llamara si estaba metida en problemas y él no estaba en su casa: Barry Burton, el restaurante de Emmy, un policía al que nunca había conocido llamado David Ford... Incluso llamó al teléfono de Billy Rabbitson, aunque Chris le había dicho que había desaparecido hacía meses. Con excepción de un sobrecargado contestador automático en la casa de David Ford, sólo había obtenido señales de comunicación.
Para cuando colgó después de la última llamada, la preocupación se había convertido en algo muy parecido al terror. Sólo tardaría unas seis horas y media desde su universidad hasta Raccoon City. Su compañera de habitación le había pedido prestadas sus ropas de montar en moto para irse con su nuevo novio motero, pero Claire tenía un casco de repuesto, así que, con aquella sensación que todavía no llegaba a ser de pánico entremetiéndose en sus pensamientos, simplemente había agarrado el casco y se había marchado.
Estúpida, quizás. Impulsiva, desde luego. Y si Chris está sano y salvo, los dos podremos reírnos de mis paranoias hasta que reventemos de la risa. Pero hasta que descubra qué está pasando, no tendré un momento de paz.
Los últimos restos de la luz del día se escapaban por el horizonte del cielo sin nubes, aunque la débil luz de la luna casi llena y el faro de su Softail le proporcionaban luz suficiente para ver, más que suficiente para distinguir con claridad el cartel de «Raccoon City 10».
Claire volvió a centrar su atención en conducir su pesada moto mientras se decía a sí misma que Chris estaría bien, que si hubiese ocurrido algo extraño en Raccoon City, alguien habría dado la voz de alarma a aquellas alturas. Pronto sería noche cerrada, pero estaría en Raccoon City antes de que oscureciera demasiado como para montar en moto sin problemas.
Pronto descubriría si Raccoon City era un sitio seguro o no.

Capítulo 3

León llegó a las afueras de la ciudad con veinte minutos de sobra, pero decidió que la posible cena caliente tendría que esperar. Sabía por sus anteriores visitas a la comisaría de la ciudad que había un par de máquinas de aperitivos y chucherías, por lo que podría aguantar el tirón hasta que encontrara tiempo para comer en condiciones. La idea de una chocolatina pasada y unos cacahuetes rancios no pareció agradarle nada a su estómago, que llevaba un rato gruñendo, pero la culpa sólo la tenía él. La próxima vez que se marchara de viaje tendría en cuenta el tráfico de salida desde Nueva York.
Conducir de nuevo hasta la ciudad había hecho mucho por tranquilizar sus agitados nervios. Había pasado al lado de unas cuantas pequeñas granjas que se encontraban al este de la ciudad, con sus terrenos arados y sus almacenes de grano, y finalmente había pasado por el bar de carretera que separaba al Raccoon City campestre del Raccoon City urbano. La idea de que en poco tiempo patrullaría aquellas carreteras secundarias y las mantendría seguras, le proporcionó una sorprendente sensación de bienestar y un ligero orgullo. La primera brisa del otoño que entraba por la ventanilla bajada era agradablemente fresca, y la luz de la luna lo bañaba todo con un resplandor plateado. Después de todo, no llegaría tarde. En menos de una hora sería oficialmente uno de los defensores y protectores de Raccoon City.
Cuando León dobló la esquina que daba a la calle Bybee, en dirección a una de las calles que lo conduciría hasta la comisaría de policía, tuvo el primer indicio de que algo iba mal, muy mal. A lo largo de las primeras manzanas se quedó un poco sorprendido: cuando pasó por la quinta, empezó a quedarse pasmado. No era extraño, era más bien... imposible.
Bybee era la primera calle de verdad de la ciudad, y entraba desde el este, donde el número de edificios superaba ampliamente al de solares vacíos. Había numerosos bares, cafeterías y restaurantes de barrio, además de una sala de cine donde sólo parecían poner películas de terror y comedias picantes, así que era uno de los sitios más populares de Raccoon City para la juventud del lugar. Incluso había unas cuantas tabernas donde en invierno servían caldo casero y bebidas calientes con ron para los alumnos entusiastas del esquí. A las nueve y cuarto de una noche de sábado, la calle Bybee tendría que estar repleta de gente.
Sin embargo, León vio que la mayoría de las tiendas y los restaurantes de ladrillo situados a lo largo de la calle tenían las luces apagadas, y en las pocas que se veía alguna luz no parecía haber nadie en su interior. A los lados de la calle había un montón de coches aparcados, y aun así, no logró ver ni a una sola persona. Bybee, el lugar preferido de los quinceañeros y de los estudiantes de la universidad, estaba completamente desierto.
¿Dónde demonios se ha metido todo el mundo?
Su mente se esforzó por encontrar una respuesta mientras avanzaba con el coche por la desierta calle, en busca de una razón lógica y también, en cierto modo, para aliviar la creciente ansiedad que volvía a apoderarse de su cuerpo. Pensó que quizá todos estaban en alguna celebración multitudinaria, como una misa al aire libre o los festejos de la salsa de tomate. Aquello le dio otra idea: quizá Raccoon City tenía su propia versión de la Oktoberfest3 y habían empezado a devorar salchichas a diestro y siniestro en otro lugar de la ciudad.
Sí, muy bien, pero ¿se ha ido todo el mundo a la vez? Tiene que ser una fiesta de mil pares de narices.
En ese preciso instante, León se dio cuenta de que tampoco había visto un solo coche circulando desde que se había pegado el susto a diez kilómetros de la ciudad. Ni uno solo. Y, junto con aquel inquietante pensamiento, se dio cuenta de algo más. Era algo menos llamativo, pero mucho más próximo.
Algo olía mal. De hecho, algo olía a mierda.
Demonios, huele como a mofeta muerta, Bueno, es que más bien huele a una mofeta que hubiese vomitado sobre sí misma antes de morir.
Había reducido la velocidad del jeep hasta circular casi al ritmo de un peatón. Había planeado doblar hacia la izquierda en la calle Powell, una manzana más adelante... pero aquel horrible olor y la total ausencia de vida lo estaban atemorizando bastante. Pensó que quizá lo mejor sería detener el coche y bajarse para comprobar si todo iba bien, para echar un vistazo y ver si descubría alguna indicación de...
Oh, vaya...
León sonrió y sintió una inmensa oleada de alivio que hizo desaparecer su ansiedad y su estado de confusión. Había un par de personas de pie en la esquina, prácticamente delante de él. La luz de la farola no le permitía verlos con claridad, porque estaba justo detrás de ellos, pero León distinguió sus siluetas. Era una pareja, un hombre y una mujer. Ella iba vestida con una falda y él llevaba puestas unas botas de trabajo. Cuando se acercó, se dio cuenta, por el modo en que caminaban hacia la calle Powell, de que estaban borrachos como una cuba. Ambos iban trastabillando de un lado a otro de las sombras provocadas por los edificios, pero iban en su misma dirección, así que no pasaría nada si se paraba a preguntarles qué demonios estaba ocurriendo.
Deben de haber salido del bar de Kelly. Seguro que se han tomado una o dos cervezas de más, pero como no están conduciendo, eso a mí no me importa. Me voy a sentir realmente estúpido cuando me digan que esta noche es el concierto anual gratuito o la gran barbacoa de «come todo lo que puedas sin pagar».
Casi mareado por el alivio que sentía, León dobló la esquina y entrecerró los ojos mirando hacia las densas sombras para intentar descubrir dónde estaba la pareja. No los vio, pero divisó un callejón que se abría entre dos tiendas, una joyería y una de ultramarinos. Quizá sus dos amigos borrachos se habían metido allí para utilizarlo como lavabo o quizás estaban metidos en algo más turbio...
¡Mierda!
Apretó a fondo el pedal de freno al mismo tiempo que media docena de siluetas oscuras saltaban del asfalto, iluminadas por los faros del jeep como si fueran hojas arrastradas por el viento. Sorprendido, tardó un segundo en darse cuenta de que eran pájaros. No oyó ningún graznido ni ninguna otra clase de grito, aunque estaba lo bastante cerca para oír el batir de sus alas. Eran cuervos, que disfrutaban de un festín, probablemente algún animal atropellado, aunque más bien parecía...
Oh, Dios mío.
Vio un cuerpo humano tendido en mitad de la carretera, a unos seis metros del jeep. Estaba boca abajo, pero parecía una mujer... y, a juzgar por las manchas rojas que cubrían su antaño blusa blanca, no era una estudiante que se había hinchado de cerveza y que se había tumbado para echarse una siesta en el lugar equivocado.
Un atropello con huida. Algún cabrón le pasó por encima y luego huyó. Jesús, qué destrozo...
León apagó el motor, y ya tenía medio cuerpo fuera del jeep cuando sus pensamientos se precipitaron uno detrás de otro. Dudó con un pie puesto ya sobre el asfalto, y con el hedor de la muerte y la podredumbre impregnando todo el aire nocturno. Su mente se había quedado congelada en una idea que no quería ni pararse a considerar, pero sabía que era lo que debía hacer. Aquello no era un ejercicio de entrenamiento: podía estar jugándose la vida.
¿Qué pasa si no es un atropello con huida? ¿Qué pasa si no hay nadie por aquí porque por los alrededores ronda alguna clase de psicópata con su arma automática dispuesto a practicar el tiro al blanco? Puede que todo el mundo esté metido en el interior de las casas, oculto. Quizá la policía de Raccoon City ya viene hacia aquí, y quizás el par de individuos que vi antes no estaban borrachos, sino heridos e intentaban buscar ayuda.
Se metió de nuevo en el coche y rebuscó debajo de su asiento para encontrar su regalo de graduación: una Desert Eagle 50AE Magnum, con un cañón personalizado de diez pulgadas, un arma de fabricación israelí. Su padre y su tío, ambos policías, se la habían regalado entre los dos. No era el arma reglamentaria de la policía de Raccoon City, sino una mucho más potente. Cuando León sacó un cargador de la guantera y lo metió de un golpe seco, sintiendo el peso del arma en sus manos ligeramente temblorosas, decidió que, en aquel momento, era el mejor regalo que jamás le habían hecho. Se metió otros dos cargadores en el cinturón por pura precaución: cada cargador sólo llevaba seis balas.
Mantuvo la Magnum apuntando hacia el suelo mientras salía del jeep y le echaba un rápido vistazo a los alrededores. No estaba familiarizado con Raccoon City por la noche, pero sabía que la ciudad no debería estar tan oscura como estaba en esos momentos. Muchas de las farolas a lo largo de la calle Powell no tenían bombillas o simplemente no estaban encendidas. Las sombras más allá del cuerpo empapado en sangre eran muy profundas: si no hubiese sido por los faros de su jeep, no habría podido ver nada en absoluto.
Empezó a caminar hacia el cuerpo, sintiéndose terriblemente expuesto cuando abandonó la relativa cobertura del jeep, pero a sabiendas de que quizás ella todavía estaba viva. Era poco probable, pero tenía que comprobarlo.
Dio unos cuantos pasos más y pudo ver que sin ninguna duda era una mujer joven. Su pelo de color rojo oscuro y lacio le tapaba la cara, pero las ropas delataban su edad: pantalones vaqueros ceñidos y unas sandalias de moda. Las heridas estaban casi ocultas por la camisa ensangrentada, pero parecía haber docenas de ellas. Los agujeros irregulares en la tela húmeda dejaban entrever carne desgarrada y brillante, y tejidos musculares en las heridas más profundas.
León tragó saliva con esfuerzo y se cambió el arma de mano para luego agacharse a su lado. La piel fría y pegajosa cedió con facilidad bajo la presión de sus dedos en la garganta. Intentó encontrar el pulso con la punta de dos dedos apretándolos contra la carótida. Pasaron unos cuantos segundos, unos segundos durante los cuales se sintió terriblemente joven mientras intentaba recordar el procedimiento que había que seguir para efectuar una recuperación cardiorrespiratoria y al mismo tiempo rezaba para que sus dedos encontraran un solo latido.
Cinco compresiones, dos respiraciones cortas, mantener los codos bien colocados... Vamos, por favor, no estés muerta...
No halló el pulso, y no quiso esperar ni un segundo más. Se metió la pistola en el cinturón y la agarró por los hombros para darle la vuelta y comprobar si al menos respiraba... pero en cuanto empezó a levantarla, vio algo que le hizo dejarla de nuevo en el suelo, mientras el estómago se le subía a la garganta.
La camisa de la víctima se había salido de los pantalones lo suficiente para dejar al descubierto la columna y parte de las costillas. Los trozos blanquecinos de hueso todavía tenían hebras de carne colgadas, y las estrechas y curvadas puntas de las costillas se hundían en trozos de tejido destrozado. Tenía todo el aspecto de haber sido derribada... y masticada. Los retazos de información que su mente había recogido hasta el momento y que le habían parecido poco importantes de repente adquirieron una enorme trascendencia, y en el mismo instante que todos los hechos encajaron, sintió los tentáculos del verdadero miedo apoderarse de los rincones de su mente.
Los cuervos no pueden haber hecho esto. Habrían tardado horas, ¿y quién demonios ha oído hablar de cuervos que se alimentan después de caer el sol? Y ese olor a podrido no procede de ella, ha muerto hace poco y...
Caníbales. Asesinatos.
No. De ninguna manera. Para que ocurriera algo así, para que una persona fuera asesinada y luego parcialmente... devorada en mitad de una calle sin que nadie lo impidiese... Y con tiempo suficiente para que lleguen los carroñeros...
Para que eso pasara, los asesinos tendrían que haber matado a la mayor parte de la población. ¿Parece probable? No. Bien. Entonces, ¿de dónde procede ese olor asqueroso? ¿Y dónde está todo el mundo?
León percibió a su espalda un gruñido bajo y suave. Unos pasos arrastrados y luego otro sonido. Un sonido húmedo.
Tardó menos de un segundo en ponerse en pie y darse la vuelta en redondo mientras su mano desenfundaba de forma instintiva su pistola. Eran la pareja de antes, los borrachos, que se tambaleaban hacia él, a la que se había unido un tercer individuo de aspecto fornido... con toda la camisa empapada de sangre. Sangre en su pechera. Y en sus manos. Y goteando desde su boca, una boca roja con aspecto gomoso en mitad de un rostro descompuesto, como si fuese una herida purulenta. El otro hombre, el que llevaba puestas las botas de trabajo y un mono de faena, tenía un aspecto muy parecido, y el escote de la blusa rosa de la mujer dejaba al descubierto un busto por el que aparecían manchas oscuras, muy parecidas al moho.
El trío continuó avanzando hacia él, tambaleándose, y pasaron al lado de su jeep mientras levantaban sus pálidas manos en su dirección y emitían unos gemidos hambrientos. Un líquido viscoso pero fluido salió de repente de una de las ventanas de la nariz del tipo fornido y le cayó sobre los labios que se movían débilmente. León se quedó inmóvil por el terrible conocimiento de saber que el tremendo hedor era olor a podrido y a carne putrefacta y que procedía de ellos...
Entonces vio a otra de aquellas criaturas que salía de una puerta al otro lado de la calle, una joven con una camiseta manchada y el pelo recogido que dejaba a la vista una cara carente de expresión y sin señal alguna de inteligencia.
Otro gruñido a su espalda. León miró por encima de su hombro y esta vez vio a un joven de pelo oscuro con los brazos podridos que salía de debajo de las sombras de una marquesina.
León levantó su arma y apuntó hacia el individuo más cercano, el tipo del mono de faena, aunque todos sus instintos le gritaban que saliera corriendo. Estaba aterrorizado, pero su lógica entrenada insistía en que debía existir una explicación para todo aquello que estaba viendo, y que lo que estaba viendo no eran muertos vivientes.
Control y procedimiento. Eres un policía...
¡Muy bien! ¡Ya os habéis acercado bastante! ¡Todos quietos!
Su tono de voz era potente, autoritario, y llevaba puesto su uniforme, así que… Oh, Dios, ¿por qué no se detienen?
El hombre con el mono de faena gimió de nuevo, sin hacer caso de la pistola que le estaba apuntando al pecho, con los demás siguiéndolo de cerca a cada lado, a menos de tres metros de él.
¡No se muevan! —repitió León, pero esta vez a voz en grito.
El pánico reflejado en su propia voz lo hizo retroceder un paso mientras miraba a izquierda y a derecha. Vio que más gente como aquélla empezaba a salir de todas las sombras de la calle.
Algo lo agarró por el tobillo.
¡No! —gritó, dando la vuelta con el arma por delante...
Y entonces vio que el supuesto cadáver víctima del atropello estaba arañando su bota con unos dedos empapados en sangre al mismo tiempo que intentaba arrastrar su cuerpo destrozado hasta él. Su agónico lamento de hambre se unió al de los demás mientras intentaba morderle la bota, y unas gruesas gotas de saliva mezclada con sangre resbalaron por encima de su barbilla completamente arañada y le mancharon el cuero del calzado.
León disparó contra su torso superior. El tremendo estampido explosivo del proyectil hizo que ella lo soltara... y a aquella distancia tan corta, probablemente hizo pedazos su corazón. El cuerpo se desplomó de nuevo sobre el asfalto entre espasmos de muerte...
Cuando se dio de nuevo la vuelta y vio que los demás estaban a menos de dos metros, disparó otras dos veces. Los proyectiles hicieron florecer dos fuentes carmesíes en el pecho del más cercano, y de las heridas comenzó a salir un caño de sangre.
El hombre con el mono de faena apenas detuvo su marcha cuando los dos balazos le abrieron el pecho y sólo se tambaleó durante un segundo. Abrió otra vez su ensangrentada boca y de nuevo emitió un gemido lastimero de hambre, mientras mantenía las manos alzadas hacia él como si necesitara que lo dirigieran hacia la fuente de su alivio.
Debe de estar drogado. Esa potencia de fuego habría derribado a un búfalo
León disparó otra vez mientras retrocedía. Y otra vez. Y otra vez. Y cuando el cargador estuvo vacío, lo dejó caer al suelo y metió otro. Disparó más proyectiles, pero aun así, ellos siguieron acercándose, impertérritos ante los disparos que arrancaban trozos de su podrida y apestosa carne. Sólo era un mal sueño, como en una mala película. Aquello no era real... pero León supo que, si no se convencía con rapidez, moriría enseguida. Devorado vivo por aquellos...
Vamos, Kennedy. Dilo. Por estos zombis.
Aquellas criaturas le impedían acercarse a su jeep, así que León continuó retrocediendo, sin dejar de disparar.

Capítulo 4

Menuda vida nocturna. Este lugar está muerto. Claire sólo había visto a un par de personas cuando finalmente entró en el casco urbano de Raccoon City, ni de cerca las que esperaba ver. De hecho, el lugar parecía estar desierto. El casco le tapaba buena parte de la visión periférica, pero, desde luego, no parecía haber mucho movimiento en la parte oriental de la ciudad. Tampoco parecía haber mucho tráfico. Le pareció muy raro, pero si tenía en cuenta los desastres que se había imaginado, tampoco era especialmente siniestro. Al menos, Raccoon City todavía existía, y vio a un nutrido grupo de gente con aspecto de haber salido de una fiesta cuando se acercaba al restaurante abierto las veinticuatro horas del día que había en la calle Powell. Caminaban por el centro de una calle lateral. Sin duda, eran chavales borrachos con ganas de bronca, si no recordaba mal su última visita a la ciudad. Molestos, pero, desde luego, no los cuatro Jinetes del Apocalipsis.
Nada de ruinas por bombardeos, nada de incendios colosales, nada de ataque aéreo. Bueno, por ahora, todo va bien.
Había pensado ir directamente a casa de Chris, pero luego se dio cuenta de que iba a pasar por delante del restaurante de Emmy. Claire se acordó de que Chris apenas sabía cocinar, así que vivía a base de cereales por la mañana, un bocadillo frío a mediodía y una cena en Emmy unos seis días por semana. Incluso aunque no estuviera allí, merecería la pena pararse para preguntar por él a una de las camareras, por si lo había visto hacía poco.
Claire se percató de la presencia de un par de ratas cuando detuvo la moto. Los roedores saltaron de encima de los cubos de basura de la acera y escaparon velozmente hacia un pequeño callejón lateral. Bajó la horquilla de la moto y desmontó, se quitó el casco y lo dejó encima del asiento tibio.
Se sacudió el cabello, recogido en una coleta, y arrugó la nariz con desagrado. Estaba claro que, por el olor que desprendía, la basura llevaba bastante tiempo allí tranquila sin que nadie la molestara. Fuese lo que fuese lo que habían tirado en ella, desprendía un olor que sin duda alguna podía considerarse tóxico.
Se sacudió las partes de sus piernas y brazos que estaban al aire antes de entrar, tanto para hacerlas entrar en calor como para quitarse un poco la mugre que se le había pegado por el camino. Unos pantalones cortos y una camiseta de manga corta ceñida al cuerpo no eran las prendas más apropiadas para una noche de octubre, y aquello le volvió a recordar lo estúpida que había sido por montar de aquel modo. Chris le echaría un sermón de mil demonios... Pero no será aquí.
El cristal de la gran ventana frontal le permitía una buena visión del interior del hogareño e iluminado restaurante, y pudo distinguir con claridad desde los altos taburetes de color rojo del mostrador hasta las sillas acolchadas de las mesas alineadas en las paredes... y no había absolutamente nadie a la vista. Claire frunció el entrecejo, y su decepción inicial dio paso a un sentimiento de confusión. Había visitado a Chris muchas veces a lo largo de los últimos años, por lo que había estado en aquel lugar a casi todas las horas del día o de la noche. Ambos eran bastante noctámbulos, y en más de una ocasión habían decidido salir a las tres de la madrugada a tomarse una hamburguesa, lo que significaba que siempre acababan en el restaurante de Emmy. Y siempre había algún cliente en Emmy, charlando con una de las camareras vestidas con delantales de plástico rosa o inclinados sobre una taza de café mientras leían el periódico, sin importar la hora del día o de la noche que fuese.
Así que… ¿dónde están? Ni siquiera son las nueve de la noche todavía...
En el cartel de la puerta se leía «Abierto», y no descubriría por qué no había nadie si se quedaba allí, en mitad de la calle. Echó una última mirada a su moto, abrió la puerta y entró en el restaurante. Inspiró profundamente y llamó en voz alta, con la esperanza de que alguien le contestara.
¿Hola? ¿Hay alguien?
Su voz pareció carecer de tono en cierto modo al resonar en el silencio del vacío restaurante. Con excepción del monótono zumbido de los ventiladores del techo, no se oía absolutamente ningún otro sonido. En el aire flotaba el familiar aroma a grasa rancia, pero había algo más. Era un olor muy penetrante, pero a la vez muy dulzón, como el de flores pudriéndose.
El restaurante tenía forma de L, y las mesas se extendían enfrente de ella y a su izquierda. Claire empezó a avanzar, caminando con lentitud. La zona de los camareros se encontraba al final de la barra, y más allá estaba la cocina. Si Emmy estaba realmente abierto, los miembros del personal estarían por allí, tan sorprendidos como ella de que no hubiera ni un solo cliente...
Pero eso no explicaría todo este desorden, ¿verdad?
No era exactamente un desorden. La falta de orden era lo bastante sutil como para que ella no se hubiera percatado desde fuera. Había unas cuantas cartas de menú tiradas por el suelo, un vaso de agua derramado en la barra y un par de piezas de cubertería esparcidas aquí y allá. Aquéllas eran las únicas señales de que algo iba mal, pero eran suficientes.
Al infierno lo de echar un vistazo a la cocina. Todo esto es demasiado raro. Algo está realmente jodido en esta ciudad. Quizá sólo les han robado, o quizás están preparando una fiesta sorpresa. ¿Qué más da? Ya es hora de que me marche a otro lugar.
En ese preciso instante oyó un ruido procedente del hueco al final de la barra, un lugar que no podía ver. Era un sonido débil de algo que se movía, un susurro de tela arrastrándose seguido de un gruñido abogado. Allí había alguien, agachado y oculto a la vista.
Claire habló de nuevo en voz alta mientras notaba cómo su corazón le aporreaba la caja torácica por la tensión que sentía.
¿Hola?
No percibió nada durante un latido y, a continuación, otro gruñido, un gemido ahogado que le puso los pelos de la nuca de punta.
A pesar de sus temores, Claire se apresuró a acercarse al lugar, sintiéndose de repente muy infantil por su deseo previo de marcharse. Quizá se había producido un robo y los clientes estaban atados y amordazados. O peor incluso, tan malheridos que ni siquiera podían gritar pidiendo ayuda. Le gustase o no, ella estaba involucrada.
Llegó al final de la barra, giró a su izquierda... y se detuvo en seco, quedándose completamente inmóvil, sintiéndose como si le hubieran dado una bofetada. Lo que vio fue un hombre calvo vestido con el uniforme de un cocinero, al lado de un carrito lleno de bandejas, de espaldas a ella. Estaba agachado sobre el cuerpo de una camarera, pero había algo muy raro en ella, algo tan raro que la mente de Claire no pudo aceptarlo al principio. Su mirada recorrió el uniforme rosa, los zapatos de trabajo, incluso la tarjeta de plástico que todavía estaba enganchada a la pechera de su vestido, con el nombre: Julie o Julia...
La cabeza. Le falta la cabeza.
En cuanto Claire se dio cuenta de lo que faltaba, no fue capaz de borrarlo de su mente, por mucho que lo intentó. Donde debería haber estado la cabeza de la enfermera sólo había un charco de sangre secándose, una masa informe y pegajosa rodeada por restos de cráneo, mechones de pelo negro aplastado y trozos diversos de carne. El cocinero tenía las manos sobre la cara, y mientras Claire miraba horrorizada el cadáver sin cabeza, el individuo dejó escapar un gemido lastimero.
Claire abrió la boca, sin saber exactamente qué iba a salir de ella. Un grito, una pregunta sobre qué había ocurrido o un ofrecimiento de ayuda. No sabía qué decir, y cuando el hombre se dio la vuelta y bajó las manos, se quedó pasmada de que no saliera absolutamente nada de su boca.
El tipo se estaba comiendo a la camarera. Sus gruesos dedos estaban cubiertos por oscuros restos de carne. La extraña y enajenada cara que la miraba estaba completamente cubierta de sangre.
Un zombi.
Se había criado oyendo cuentos sobre criaturas monstruosas, tanto en las fogatas de los campamentos de verano como en las películas de terror, así que su mente lo aceptó en el mismo instante que lo vio y pensó: «No estoy loca». La criatura, completamente pálida, desprendía aquel hedor dulzón y enfermizo que ella había olido antes, con los ojos cubiertos por un velo semitransparente.
Zombis en Raccoon City. Eso sí que no lo esperaba.
Al mismo tiempo que su mente lógica aceptaba los hechos con tranquilidad, su cuerpo sintió un repentino espasmo de terror. Claire trastabilló al retroceder, y el pánico ascendió otro grado en sus tripas cuando el cocinero siguió girando mientras se levantaba. Era un tipo enorme, de casi dos metros de alto, y tan ancho como un armario...
¡Y está muerto! ¡Está muerto y se está comiendo a la camarera, así que no dejes que se te acerque más!
El cocinero dio un paso hacia ella, y sus manos ensangrentadas se cerraron en sendos puños. Claire retrocedió con mayor rapidez y casi se resbaló al pisar una de las cartas de menú. Un tenedor chirrió cuando lo pisó con una de sus botas.
¡Sal de aquí ahora mismo!
Ya me marcho —logró balbucear—. De veras, no hace falta que me acompañe a la salida...
El cocinero se tambaleó hacia adelante, y sus ojos ciegos resplandecieron con un brillo hambriento e insensible. Claire dio otro paso atrás y extendió una mano hacia su espalda. No tocó nada, sólo aire...
Un instante después, tocó el frío metal del tirador de la puerta. Una descarga de adrenalina por la sensación de triunfo recorrió todo su cuerpo cuando se giró, agarró la puerta... y un momento después, gritó, una exclamación de horror y miedo. Había otras dos, no, tres de aquellas criaturas allí fuera, con su putrefacta carne pegada al cristal de la ventana frontal del restaurante. Uno de los seres sólo tenía un ojo: donde debía estar el otro, sólo había un agujero supurante. Otra de las criaturas carecía de labio superior, y su rostro mostraba una constante y desigual sonrisa macabra. Todos estaban golpeando el cristal con sus manos engarfiadas como garras, como animales feroces y torpes. Sus rostros grises estaban casi completamente cubiertos de sangre... y desde las sombras, al otro lado de la calle, otras oscuras siluetas salieron tambaleándose dirigiéndose hacia el restaurante.
No puedo salir, estoy atrapada... ¡Dios, la puerta trasera! Con el rabillo del ojo vio la reluciente luz verde de la señal de salida de emergencia que brillaba como un faro en la oscuridad. Claire se giró de nuevo y apenas miró al cocinero que estaba a poco más de un metro de ella: tenía toda su atención concentrada en su única esperanza de huida.
Echó a correr, y sus botas se convirtieron en un borrón de color al mismo tiempo que sus brazos se convertían en pistones para conseguir mayor velocidad. La puerta daba a un callejón trasero: iba darse de bruces contra ella a toda velocidad y, si estaba cerrada con llave, estaba jodida.
Claire se estrelló contra la puerta, que se abrió de par en par, y luego contra la pared de ladrillo de uno de los lados del callejón... y luego vio un arma que le apuntaba directamente a la cara. Era probablemente lo único que la habría detenido en su carrera en ese momento: alguien con una pistola.
Se detuvo inmediatamente y levantó los brazos de forma instintiva, como para detener un golpe.
¡Un momento! ¡No dispare!
El tipo de la pistola no se movió, y el arma de aspecto letal continuó apuntando hacia su cabeza...
Va a matarme...
¡Al suelo! —gritó el individuo, y Claire se dejó caer. Sus rodillas cedieron tanto por la orden que le habían dado como por los fríos dedos que de repente agarraron su hombro...
¡Bam! ¡Bam!
El hombre disparó, y Claire giró la cabeza para ver al cocinero muerto desplomarse hacia atrás justo a su espalda, con un enorme agujero en mitad de la frente. Unos lentos goterones de sangre comenzaron a salir de la herida, y sus ojos blanquecinos quedaron cubiertos por una capa de color rojo. El cuerpo acabó de caer y se estremeció. Una, dos veces... y por fin dejó de moverse.
Claire se volvió para mirar al hombre que le había salvado la vida, y se dio cuenta por primera vez del uniforme que llevaba puesto. Un policía. Era joven y alto... y tenía un aspecto casi tan aterrorizado como ella. Su labio superior estaba completamente cubierto de terror, y tenía los ojos, de color azul, abiertos de par en par. Sin embargo, al menos su voz sonó tranquila y llena de confianza cuando extendió la mano para ayudarla a levantarse.
No podemos quedarnos aquí. Venga conmigo, estaremos mucho más seguros en la comisaría de policía.
Mientras decía aquello, Claire percibió un coro de gemidos y gruñidos que se acercaba procedente de la calle. Los hambrientos sollozos de aquellas criaturas sonaban cada vez más fuerte. Claire dejó que la levantara y le agarró la mano con firmeza. Se alegró un poco de que los dedos del hombre estuviesen tan temblorosos como los de ella.
Ambos echaron a correr, esquivando cubos y bidones de basura y saltando por encima de cajas esparcidas por doquier, perseguidos por los tenebrosos gemidos de los zombis que salían del callejón y empezaban a seguirlos.

Capítulo 5

León corrió al lado de la chica mientras intentaba de forma desesperada recordar el trazado general de la ciudad. El callejón debería dar a la calle Ash, no demasiado lejos de Oak Street, la calle donde estaba el edificio de la comisaría... situado a más de quince manzanas al oeste de donde se encontraban en ese momento. A menos que consiguieran algún medio de transporte, no lograrían llegar. Sólo le quedaba el cargador que ya tenía metido en la pistola, y sólo cuatro balas en su interior. Por los sonidos que surgían de las sombras del callejón, había docenas, quizá centenares de aquellos seres en su interior.
Cuando llegaron al final del callejón, León levantó la mano y frenó el ritmo de la carrera hasta convertirlo en un trote. Echó un vistazo a la calle mal iluminada. No pudo ver mucho, pero desde donde se hallaban hasta la siguiente farola, había unas once o doce criaturas a su derecha, tambaleándose y trastabillando mientras atravesaban la pestilente oscuridad. A la izquierda sólo había tres, no muy lejos de...
¡Aleluya!
¡Allí!
León señaló con el dedo un coche patrulla de la policía que estaba aparcado justo al otro lado de la calle, sintiendo una oleada de alivio y esperanza. No vio agente alguno: ya era pedir demasiado... pero las dos puertas delanteras estaban abiertas, y las tres cosas que vagabundeaban en sus cercanías no llegarían a tiempo de impedir que entrasen. Aunque las llaves no estuviesen puestas, en su interior había una radio y los cristales eran a prueba de bala. Probablemente podrían resistir frente a los cadáveres ambulantes hasta que llegase la ayuda...
Es la única oportunidad que tenemos. ¡Vamos!
Dudó el tiempo suficiente como para que la chica asintiera con un gesto de la cabeza, con su pelo recogido en una cola de caballo agitándose por el brusco movimiento. Un instante después, ambos volvieron a echar a correr hacia el coche de policía, y el asfalto se convirtió en un borrón bajo sus pies. León mantuvo su arma apuntada hacia las criaturas que estaban más cerca de ellos, a unos quince metros. Deseaba dispararles, impedirles que dieran un solo paso más hacia ellos, pero sabía que debía ahorrar munición, que no podía permitirse el lujo de desperdiciar la poca que le quedaba.
Dios mío, por favor, que las llaves estén puestas...
Llegaron hasta el coche al mismo tiempo y se separaron. La chica se desvió para entrar por la puerta del acompañante, y León se dio cuenta horrorizado de que probablemente ella pensaba que era su coche. Esperó a que cerrara la puerta de un portazo antes de entrar de un salto y colocarse detrás del volante. Una pequeña pero aterrorizada parte de su mente le gritaba que era su primer día de servicio mientras se apresuraba a cerrar la puerta de un tirón.
Su plegaria fue respondida: las llaves estaban puestas. León dejó caer la Magnum en su regazo y las agarró, sintiendo de nuevo aquella esperanza y alivio, como si hubiera otras opciones además de la de morir.
Ponte el cinturón —le dijo, y sin apenas oír su respuesta afirmativa giró las llaves y las luces se encendieron.
La calle Ash y las criaturas quedaron bañadas por unos pálidos remolinos de luces rojas y azules. Los colores transformaron las sombras, cambiándoles la forma y el tamaño. Era una visión infernal, y apretó el pedal del acelerador a fondo para alejarse de allí con toda la rapidez que pudo.
El coche saltó de la acera con un chirrido de goma. León enderezó las ruedas primero a la derecha y luego a la izquierda, esquivando por poco a una mujer con la mitad del cuerpo cabelludo arrancado. Pudo oír, incluso a través de las ventanas cerradas, su gemido aullante de frustración mientras se alejaban a toda velocidad, al que se le unieron varios... muchos más.
Refuerzos. Pide refuerzos y apoyo.
León manoteó en busca de la radio sin quitar la vista de la calzada. Las criaturas estaban dispersas pero eran numerosas: monstruos tambaleantes de siluetas oscuras que salían trastabillando a la calle como si fuesen atraídos por el ruido del coche que pasaba a toda velocidad. Tuvo que esquivar a varios más mientras el coche patrulla salía de la calle Powell y continuaba a toda velocidad.
La chica le estaba hablando mientras miraba al desolado panorama y León apretaba el botón que abría las comunicaciones de la radio. Su sensación de desamparo aumentó: ni señal de estática, ni nada de nada.
¿Qué demonios pasa aquí? Llego a Raccoon City y todo el lugar es una pura locura que...
Estupendo. La radio no funciona —la interrumpió León, dejando caer el micrófono y centrando su atención en la conducción.
Toda la ciudad parecía un mundo alienígena, con las calles envueltas en extrañas sombras. Aquello tenía ciertas cualidades oníricas, pero el olor le impedía pensar que aquello era un sueño. El hedor a carne putrefacta había impregnado incluso el interior del coche patrulla, lo que hacía bastante difícil concentrarse en conducir. Al menos, no había tráfico ni tampoco gente. Bueno, no gente de verdad...
Excepto la chica y yo. Tengo que cumplir mi deber, tengo que protegerla de cualquier daño. Pobre chavala, no debe de tener más de diecinueve o veinte años y probablemente está aterrorizada. Tengo que mantenerme firme y alejarla de cualquier otro peligro, tengo que llegar la comisaría y...
Eres un poli, ¿verdad?
El tono de voz cantarín pero en cierto modo sarcástico de la chica le sacó de sus aterrorizadas ensoñaciones. Le dirigió una mirada rápida y se dio cuenta de que, aunque estaba bastante pálida, no parecía estar temblando al borde de un ataque de nervios. Incluso detectó cierto destello de humor en sus ojos de color gris claro, y a León le dio la impresión de que ella no era del tipo de personas que tenían ataques nerviosos. Algo realmente bueno, si tenía en cuenta las circunstancias en las que se encontraban.
Sí. Mi primer día de trabajo. Estupendo, ¿verdad? Me llamo León Kennedy.
Claire —le contestó ella—. Claire Redfield. He venido a buscar a mi hermano, Chris, y...
Se fue callando poco a poco mientras observaba la calle. Dos de las criaturas se dirigían tambaleándose hacia un punto por donde tenía que pasar el coche. León pisó aún más el acelerador y logró pasar en medio de ellas. La reja de metal que separaba el compartimiento trasero del delantero estaba bajada, lo que le proporcionaba una clara visión por el espejo retrovisor. Los dos zombis continuaron andando como estúpidos detrás del coche.
Hambrientos. Lo mismo que en las películas.
Ninguno de los dos habló durante unos momentos, y la cuestión principal quedó en el aire sin que la mencionaran. Fuese lo que fuese lo que había pasado y que había convertido a Raccoon City en una película de terror, no importaba tanto saber cómo había ocurrido como saber cómo iban a sobrevivir. Sólo tardarían un par de minutos en llegar a la comisaría, suponiendo que las calles permanecieran relativamente despejadas. Existía un aparcamiento subterráneo. Intentaría entrar por allí en primer lugar, pero si sus puertas estaban cerradas, tendrían que cruzar un pequeño trecho a pie. Había un pequeño patio delante del edificio, una zona de aparcamiento...
Me quedan cuatro balas... y quizá toda la ciudad está llena de estas cosas. Necesitamos otra arma...
Eh, abre la guantera —le dijo. Si estaba cerrada, seguro que una pequeña llave que había al lado de la llave de contacto del coche la abriría.
Claire apretó el botón y metió la mano en su interior. Al agacharse, dejó al descubierto la espalda de su chaleco rosa sin mangas. 'Tenía una ilustración pintada: un voluptuoso ángel femenino que sostenía una bomba. Debajo había un cartel que ponía: «Fabricado en el cielo». Todo el conjunto era el apropiado para ella.
Hay un arma aquí dentro —anunció, extrayendo una pistola semiautomática.
La sujetó con cuidado y comprobó que estaba cargada antes de meter la mano otra vez para sacar un par de cargadores. Era de las antiguas armas de ordenanza del departamento de policía de Raccoon City, una Browning HP. Desde el comienzo de la serie de asesinatos, los policías de la ciudad habían sido equipados con las Hekler und Koch VP70, también con un calibre de nueve milímetros. La principal diferencia consistía en que la Browning sólo podía albergar trece proyectiles, mientras que la VIVO disponía de un cargador de dieciocho balas más una en la recámara. Por el modo en que la manipulaba, León dedujo que la chica sabía perfectamente lo que estaba haciendo.
Será mejor que te la quedes tú —le dijo. En la comisaría encontraría un arsenal más que decente. Suponiendo que todavía quedaran algunos policías allí, podría recoger su arma reglamentaria... ¿Y por qué supones nada en absoluto?
Cuando León estaba doblando la esquina entre la calle Ash y la Tercera, quizás a una velocidad un poco elevada, se dio cuenta de repente de que era posible que la comisaría estuviese repleta de cadáveres. Todo estaba ocurriendo con tanta rapidez que ni siquiera se le había ocurrido aquella posibilidad. Enderezó el coche y frenó un poco, para disponer de algo de tiempo para diseñar un plan alternativo con toda la tranquilidad y la frialdad posible. Quizá se estaba desarrollando una defensa organizada de la comisaría, pero no era fácil sentir esperanza con el hedor a podrido que impregnaba con tanta fuerza el aire.
Tenemos el depósito casi lleno. Es más que suficiente para cruzar las montañas, y podríamos estar en Latham en menos de una hora.
Podrían pasar al lado de la comisaría y si el lugar tenía un aspecto inseguro, salir pitando de la ciudad. A él le parecía un buen plan. Comenzó a girar la cabeza para decírselo a Claire para saber qué pensaba... cuando el asqueroso olor a matanza lo rodeó por completo y algo se lanzó contra él desde la parte trasera del coche.
Claire lanzó un grito, y el monstruo, que había estado oculto desde que ellos entraron en el automóvil, agarró con sus manos heladas el hombro de León, y su apestoso aliento le dio de lleno en el rostro. Le agarró también el brazo derecho y tiró de él para acercarlo a sus labios y dientes babeantes.
¡No! —gritó León mientras el coche viraba brutalmente a la derecha y se dirigía de frente contra un edificio.
La criatura perdió el equilibrio y aflojó la presión sobre el brazo de León. Éste aprovechó para hacer girar el volante, pero fue demasiado tarde para esquivar por completo la pared. El metal chirrió y una brillante lluvia de chispas iluminó las manos y la macabra expresión del zombi que iba en el asiento trasero cuando el coche salió rebotado hacia el pavimento.
El zombi cambió de objetivo y se abalanzó sobre Claire. León no se lo pensó siquiera y aceleró a tope, girando luego a la derecha. La parte trasera del coche dio un bandazo y se estrelló contra una camioneta de reparto aparcada, lanzando otra lluvia de ardientes chispas. El cadáver babeante cayó tumbado sobre el asiento trasero, pero se levantó de nuevo y se lanzó otra vez contra la chica, intentando despedazarla con garras y dientes.
El coche patrulla avanzó a toda velocidad por la calle Tercera. León intentó mantener el control del vehículo al mismo tiempo que se esforzaba por agarrar su arma y darse la vuelta, con su Magnum empuñada por el cañón. Ni siquiera pensó en apartar el pie del pedal del acelerador, no pensó en nada más que en que el zombi estaba a punto de enterrar sus dientes en el hombro de la forcejeante Claire.
Bajó la pesada arma con fuerza contra su cara. La empuñadura arrancó parte de la piel, que se desprendió en una gran tajada. La sangre saltó de la herida cuando aplastó la nariz y el cartílago se separó del hueso con un crujido húmedo. La criatura lanzó un gorgoteo y se agarró la cabeza sangrante. León tuvo tiempo de saborear un sentimiento de triunfo durante un segundo... antes de que Claire gritara: «¡Cuidado!».
León levantó la vista para darse cuenta de que estaban a punto de estrellarse.
León golpeó al zombi con su arma, y Claire se encogió de forma instintiva ante el chorro de sangre que siguió a continuación. Su mirada horrorizada se fijó en que la calle por la que iban estaba a punto de acabar.
¡Cuidado!
Vio de reojo sus nudillos blancos de apretar el volante, su mandíbula también apretada por la tensión... y el coche comenzó de repente a girar sobre sí mismo chirriando, y los edificios y las farolas pasaron tan rápidamente a su lado que lo único que pudo ver fue un borrón general, y entonces...
Se produjo una enorme explosión de sonido, cristales rotos y metal aplastado cuando el coche de policía se estampó contra algo sólido, arrojando a Claire contra el cinturón de seguridad, que la detuvo en seco. El impacto lanzó al zombi hacia adelante al mismo tiempo, y ella levantó los brazos de forma instintiva cuando el ser muerto atravesó el parabrisas...
... y luego, todo se detuvo. Sólo pudo oír el sonido del metal caliente crujiendo al comenzar a enfriarse y el palpitar de su propio corazón, atronando en sus oídos. Claire bajó lentamente los brazos y vio que León, que ya se había recuperado, contemplaba el destrozado cuerpo que estaba despatarrado encima de la parte delantera del automóvil, aunque por suerte, la cabeza de la criatura no estaba a la vista. No se movía en absoluto.
¿Estás bien? —le preguntó.
Claire se giró y miró a León. Tuvo que reprimir un repentino acceso de risa histérica. Raccoon City había sido tomada por una legión de muertos vivientes y acababan de tener un accidente grave de coche porque un muerto había intentado comérselos. Si tenían en cuenta todo aquello, «bien» no era la primera palabra que se le venía a la mente.
Sin embargo, cuando vio la expresión preocupada y sincera del rostro de León, la necesidad de echarse a reír se le pasó de forma inmediata. Él mismo parecía al borde de un ataque de nervios. Si daba rienda suelta a sus propios nervios, no sería de gran ayuda.
Todavía sigo de una sola pieza —logró contestarle por fin, y el joven policía asintió, con aspecto de sentirse aliviado.
Claire inspiró profundamente, sintiéndose como si fuese la primera vez que respiraba en horas, y miró alrededor para ver dónde habían acabado. León había logrado efectuar un giro de 180 grados justo al final de la calle, donde terminaba en una pared. El coche patrulla estaba completamente encarado hacia el lugar por donde habían llegado. No había zombis en las inmediaciones, pero Claire tenía el presentimiento de que no disponía de demasiado tiempo para ponerse a cubierto. Por lo que había visto hasta aquel momento, la mayor parte de Raccoon City, si no toda la ciudad, se había visto afectada por... por lo que fuera que hubiese pasado. Empuñó con firmeza la pistola, intentando mantener bajo control sus desbocadas emociones.
Tenemos que... —comenzó a decir León, pero se detuvo, abriendo los ojos de par en par mientras miraba más allá de ella, hacia la calle. Claire giró la cabeza... y por un segundo, sólo pudo pensar que alguien le había echado una maldición en algún momento en su viaje desde la universidad.
Estoy maldita. Alguien quiere que muera, por eso me pasa todo esto.
Un camión de transporte venía disparado por la avenida lateral que daba a la calle donde ellos estaban. Todavía se hallaba a unos cuantos bloques de distancia, pero lo bastante cerca para darse cuenta de que avanzaba sin control alguno.
El camión daba bandazos de un lado a otro, y aplastó una pequeña camioneta que estaba aparcada a un lado de la calle, y después se lanzó de frente contra un buzón que estaba al otro lado. Con un horror impotente Claire se dio cuenta de que era un camión cisterna y, por el modo en que la cisterna iba oscilando, era obvio que estaba cargado hasta los topes. En la fracción de segundo que tardó en procesar aquella información y en rezar para que no fuese gasolina o gas de calefacción, el camión había recorrido la mitad de la distancia que los separaba de ellos. Pudo llegar a ver las llamas pintadas en la cabina de color verde oscuro, pero ni siquiera entonces fue real, no hasta que León rompió su pasmado silencio.
¡Ese loco nos va a atropellar! —dijo en un susurro, y en ese preciso instante, ambos comenzaron a manotear para soltar sus cinturones de seguridad, al mismo tiempo que Claire rezaba para que no se hubieran atascado...
El sonido de los cinturones al deslizarse después de abrirse fue completamente inaudible bajo el impresionante rugido del camión y el tremendo crujido de los coches al ser aplastados a derecha y a izquierda. Estaría encima de ellos en menos de tres segundos.
¡Corre!
Un instante después, ella abrió de golpe la puerta del coche y salió al suave aire de la noche, que le refrescó la sudorosa piel mientras el rugido del motor del camión tapaba todo lo demás.
Dio cinco enormes zancadas y luego oyó tanto como sintió el estampido del impacto, con el asfalto temblando bajo sus pies al mismo tiempo que el enorme chirrido del metal retorciéndose atronaba a su espalda.
Otras dos zancadas y...
¡Baaaammmmm!
Fue empujada sin consideración ni modales por una inmensa onda de presión formada por el calor y el sonido. Logró aterrizar de pie mientras la explosión de la cisterna convertía la noche en día por un brillante momento. Cayó aparatosamente sobre su hombro y rodó sobre sí misma. La suciedad le raspó la piel recalentada y terminó cayendo detrás de un coche aparcado formando una bola jadeante.
Se produjo una breve y chasqueante lluvia de restos humeantes, y momentos después Claire se puso en pie. Se tambaleó hacia el centro de la calle para buscar entre las enormes antorchas de fuego alguna señal de León. El corazón se le encogió con lo que vio. El camión cisterna, el coche patrulla y lo que un minuto antes era una ferretería, todo, estaba envuelto en una enorme nube de fuego y llamas químicas, y la calle estaba completamente bloqueada por una masa de retorcidos restos ardiendo.
Claire...
La voz le llegó ahogada pero audible a través de la muralla de llamas. Era León.
¿León?
¡Estoy bien —gritó él—. ¡Dirígete hacia la comisaría! ¡Nos vemos allí!
Durante un segundo, Claire dudó y se quedó mirando la pistola que todavía sostenía en su temblorosa mano. Tenía miedo, estaba atemorizada ante la idea de encontrarse sola en una ciudad que se había convertido en un cementerio viviente... pero tampoco es que tuviera mucho donde elegir. Desear que las circunstancias fuesen distintas era una pérdida de tiempo.
¡De acuerdo!
Se giró e intentó orientarse a través del humo y de las luces desprendidas por las ondulantes llamas. La comisaría estaba cerca, a un par de manzanas de allí...
Y también lo estaban las criaturas que salieron de las sombras, desde detrás de los coches y desde el interior de los oscuros edificios. Con un propósito fijo e inmutable, se tambalearon hacia ella bajo la extraña luz producida por el accidente, emitiendo pequeños sonidos hambrientos mientras se acercaban: dos, tres, cuatro en total. Pudo ver su piel desgarrada y sus podridos miembros, y unos agujeros oscuros en el lugar donde deberían estar los ojos... y, aun así, continuaron avanzando hacia ella, como si la carne viva les atrajera de un modo instintivo.
Oyó disparos más allá de la muralla de fuego, dos tiros procedentes quizá de una manzana de distancia, y luego nada más, excepto los chasquidos de las llamas que lo devoraban todo y los gemidos lastimosos de los muertos que se acercaban a ella arrastrando los pies.
León está solo ahora, y ya se ha puesto en movimiento. ¡Muévete tú!
Claire inspiró profundamente. Divisó una abertura en el letal círculo de muertos que se le acercaba y echó a correr.

Capítulo 6

Ada Wong introdujo el brillante disco de metal en la ranura de la estatua, dándole golpecitos hasta que encajó perfectamente en el mármol. En cuanto estuvo colocado en su lugar, percibió el leve ruido producido por los mecanismos ocultos y dio un paso atrás para ver qué pasaba. El eco de sus pasos resonó a través de la enorme sala de entrada de la comisaría de Raccoon City, un eco que llegó hasta sus oídos procedente incluso desde la parte superior del edificio de tres plantas.
¿Otra llave?¿Una de las medallas del subsótano?¿O quizá la mismísima muestra, oculta pero a la vista de todos...? Eso sí que sería una bonita sorpresa.
Si los deseos fueran monedas... La ninfa de piedra que llevaba un cántaro de agua se inclinó un poco hacia adelante, y de la vasija apoyada en su hombro cayó un pequeño trozo de metal sobre el borde de la fuente ya sin agua. La llave de picas.
Suspiró mientras la recogía. Ya tenía las llaves. De hecho, ya disponía de todo lo necesario para registrar la comisaría, y la mayoría de los objetos que necesitaba para entrar en los laboratorios. Si no fuese porque a alguno de los de Umbrella se les había ido la mano, el trabajo habría sido un auténtico paseo. Dinero fácil.
Pero en vez de encontrarme con tres días de vacaciones sans comforts4 me encuentro con que soy la protagonista de la película «Mantén alejados a los muertos vivientes», y que además tengo que jugar a «Métele una Bala en el Cerebro» y a «Encuentra al Periodista» al mismo tiempo. Las muestras podrían estar en cualquier lugar, dependiendo de quién haya sobrevivido. Suponiendo que logre salir de aquí con la mercancía, voy a pedirme una bonificación de mil pares de diablos. Nadie debería tener que trabajar en estas condiciones.
Ada se metió la llave en una pequeña bolsa que llevaba colgada en la cadera y luego miró sin ver la balaustrada superior de la impresionante sala mientras comprobaba mentalmente todas las estancias por las que había pasado y las que había registrado de forma más concienzuda. Bertolucci no parecía estar en ningún lugar del ala este del edificio, ni en los pisos superiores ni en los inferiores. Había pasado lo que le habían parecido horas mirando los rostros de los muertos, rebuscando entre las hediondas pilas de cuerpos para encontrar su mandíbula cuadrada y su pelo recogido en una anacrónica cola de caballo. Por supuesto, era perfectamente posible que estuviese en movimiento para intentar huir, pero por los informes que tenía sobre él, el periodista era del tipo conejil, y se habría escondido ante la menor señal de peligro.
Y hablando de peligro...
Ada salió de su estado pensativo con una sacudida y se puso en marcha, dirigiéndose hacia la puerta que daba acceso a la parte inferior del ala este. La entrada estaba bastante despejada de portadores del virus, ya que no parecían entender el concepto de los pomos de las puertas... pero había otras amenazas aparte de los infectados. Sólo Dios sabía lo que los de Umbrella eran capaces de enviar para efectuar una «limpieza»... o lo que habría salido de los laboratorios cuando se produjo el escape. Menos temibles pero igualmente molestos eran los policías que todavía estaban vivos y buscaban a alguien a quien salvar. Había oído disparos aislados, unos más cercanos, otros más lejanos, aproximadamente cada hora desde que había llegado al lugar. Estaba claro que había unas cuantas personas que no estaban infectadas en el interior del enorme y antiguo edificio. Sin embargo, la idea de tener que intentar convencer a un aterrorizado machote con una pistola de que ella estaba realmente viva, que no era uno de los muertos vivientes y de que, además, no quería que la escoltase y la protegiese casi hacía atractivo el encuentro con los zombis.
Ada caminó sobre la punta de sus pies para evitar hacer ruido, atravesó la puerta que se encontraba en un extremo de la extensa sala y luego se apoyó sobre ella. Aunque todavía no había explorado el sótano y existían unos cuantos infectados en los despachos de los detectives, todas las puertas de la sala estaban cerradas. Si alguien o algo intentaba atacarla, podría verlo llegar y salir a tiempo del lugar.
¡Ah, la emocionante vida del agente libre! ¡Viaja por el mundo! ¡Gana dinero robando objetos importantes! ¡Enfréntate a los muertos vivientes cuando no te has duchado o has comido en condiciones desde hace tres días! ¡Impresiona a tus amigos!
Se recordó que debía insistir en el tema de la bonificación. Cuando había llegado a Raccoon City hacía menos de una semana, ella creía estar preparada: había estudiado todos los mapas, memorizado los informes y preparado su tapadera: una joven que estaba buscando a su novio, un científico de Umbrella. Esa parte era casi verdad. De hecho, había sido su breve relación sentimental con John Howe diez meses antes la que le había proporcionado el trabajo. La verdad es que más bien se había tratado de un revolcón de una noche, y uno no demasiado bueno, pero John se había creído que era otra cosa, y su relación con Umbrella, aunque era probablemente lo que lo había matado, se había convertido en un golpe de suerte para ella.
Así pues, había estado preparada, pero a las veinticuatro horas de alojarse en el hotel más agradable de Raccoon City, su suerte había cambiado: había oído los primeros gritos en el exterior mientras comía en el restaurante casi vacío del hotel Arklay Inn. Los primeros, pero en absoluto los últimos.
En cierto modo, aquel desastre era una ventaja para ella.
No habían quedado guardias para proteger el exterior de los laboratorios, ni había tenido que efectuar incontables y sigilosos recorridos de prueba. El tiempo que había pasado estudiando la situación y el virus-T la había tranquilizado en el sentido de que su período de vida en el aire era bastante limitado y de que se disipaba con rapidez en el aire, su principal medio de transporte. El único modo de contagiarse en aquel momento era entrar en contacto con alguien infectado, así que no había ningún problema, y en cuanto ella y otro par de decenas de personas habían logrado llegar a la comisaría de policía, había visto que Bertolucci estaba entre los supervivientes. Incluso con el factor de los no muertos dando vueltas por los alrededores, la situación inicialmente parecía estar a su favor.
Objetivos de la misión: interrogar al periodista, descubrir cuánto sabe y matarlo o dejarlo a un lado según sea el caso. Obtener una muestra del nuevo virus, la última maravilla del doctor Birkin. Sin problemas, ¿verdad?
Tres días antes, gracias a que sabía cómo estaban conectados los laboratorios de Umbrella con el sistema de alcantarillado de Raccoon City y con Bertolucci justo delante de sus narices, había pensado que el trabajo ya estaba hecho. Por supuesto, fue entonces cuando todo comenzó a salir mal.
La comisaría reformada, con todos los despachos cambiados de sitio después del fiasco de los STARS, con lo que la mitad de mi preparación se fue al garete. La gente que empezó a desaparecer. Las barricadas que no paraban de caer. El jefe de policía, Irons, lanzando órdenes como si fuera un dictador de pacotilla mientras seguía intentando impresionar al alcalde Harris y a su gimoteante hija, al mismo tiempo que los muertos se amontonaban...
Había vigilado a Bertolucci lo bastante de cerca para darse cuenta de que estaba más que dispuesto a salir corriendo y a esconderse, pero lo había perdido de vista justo en el momento que se escabulló para huir. Ni siquiera había tenido tiempo de entrar en contacto con él antes de que desapareciera en el laberinto que se había convertido la comisaría aprovechando la confusión causada por los primeros ataques.
Ada había decidido marcharse también y permanecer sola cuando tres cuartas partes de los civiles habían muerto después de que a alguien se le olvidara cerrar una de las puertas del garaje. No estaba dispuesta a morir para mantener su tapadera de turista aterrada que buscaba a su novio.
Y así comenzó la espera. Casi cincuenta horas de espera mientras toda la situación se calmaba, encerrada en la torre del reloj de la tercera planta, deslizándose en silencio hasta las plantas inferiores para buscar comida o para utilizar el lavabo durante los períodos de tiempo cada vez más largos entre las ráfagas de disparos. Entre los estampidos de las balas y los gritos y los aullidos...
Estupendo. Así que ahora has salido ¿y qué haces? Quedarte de pie como un pasmarote y ponerte a reflexionar. Sigue con la tarea: cuanto antes termines, antes podrás recoger tu paga y retirarte a una preciosa isla en algún lugar del Caribe.
Aun así, Ada no se movió por unos instantes, mientras tamborileaba con aire ausente el cañón de su Beretta contra una de sus largas piernas, cubiertas por medias de seda. Delante de ella había tres cuerpos tirados a lo largo del pasillo. No pudo dejar de mirar uno de los cadáveres, hecho un guiñapo debajo del alféizar de una ventana. Era una mujer con unos pantalones vaqueros recortados y una camiseta de deporte, con las piernas despatarradas de forma obscena y un brazo puesto por encima de su cabeza ensangrentada. Los otros dos cadáveres pertenecían a dos policías. No reconoció a ninguno de los dos, pero la muchacha había sido una de las personas con las que había hablado cuando había llegado a la comisaría. Su nombre era Stacy nosequé, una chica nerviosa pero de fuerte carácter que acababa de cumplir dieciocho años.
Stacy Kelso, eso era. Había ido a la ciudad para comprar helado y había acabado arrastrada por la multitud que huía. Pero, a pesar de la situación en la que se encontraba, estaba más preocupada por lo que les pudiese pasar a sus padres y a su hermanito pequeño, que todavía estaban en casa. Una chica con conciencia. Una buena chica.
¿Por qué estaba pensando en aquello? Stacy estaba muerta, con un agujero en su sien izquierda, y Ada no era amiga íntima suya. No es que tuviera que sentirse personalmente responsable de lo que le había pasado. Había ido allí por un trabajo, y no era culpa suya que la situación en Raccoon City hubiera saltado por los aires...
Quizá no es un sentimiento de culpabilidad —le susurró una parte de su mente—. Quizá sólo lamentas que no consiguiera sobrevivir. Después de todo, era una persona, y ahora está tan muerta como probablemente lo están ya su hermano pequeño y sus padres...
Espabila —se dijo a sí misma en voz baja pero con un tono de irritación.
Desvió la mirada de la patética silueta de la muchacha y la concentró en un cenicero roto al otro extremo del pasillo. Sentirse mal por las cosas que ella no había podido controlar no era su estilo. No era de ese modo como había logrado llegar a ser una de las mejores del negocio, y si tenía en cuenta lo mucho que le iba a pagar el señor Trent por mantener sus servicios, aquél no era el mejor momento para comenzar a analizar su capacidad de empatía. La gente moría, así era el mundo, y si algo había aprendido a lo largo de su vida era que sufrir por aquella verdad no tenía ningún sentido.
Objetivos de la misión: hablar con Bertolucci y conseguir la muestra del virus-G. Eso era de lo único que tenía que preocuparse.
Ada todavía debía comprobar un mecanismo en un lugar situado a unos cuantos pasillos de donde se encontraba. Era en la sala de conferencias de prensa. Las notas de Trent sobre las últimas reformas realizadas por el arquitecto en el edificio de la comisaría eran bastante esquemáticas, pero ella sabía que estaban relacionadas principalmente con unas lámparas de gas esculpidas y una pintura al óleo. Quienquiera que hubiese encargado todo aquel trabajo tenía una rica vida secreta. Existían numerosos pasajes secretos en los pisos superiores, detrás de la pared de lo que antaño había sido una habitación de almacenamiento. Todavía no los había registrado, aunque un rápido vistazo a la habitación le indicó que había sido remodelada como despacho. A juzgar por el ambiente sobrecargado y por la neurótica decoración machista, sin duda debía tratarse de la oficina particular de Irons. Se había dado cuenta, incluso en el corto período de tiempo que había permanecido cerca de él, que no era el hombre más estable emocionalmente con quien se había encontrado. Se había percatado con rapidez y de un modo muy claro que estaba a sueldo de Umbrella, pero había algo de él que pedía a gritos un psiquiatra.
Ada comenzó a recorrer el pasillo, con sus sandalias de fiesta resonando con fuerza sobre las baldosas azules. Ya estaba temiendo tener que enfrentarse a otro rompecabezas mecánico que le haría perder tiempo. No es que creyera que sirviera de mucho, porque estaba convencida desde el principio de que el virus todavía estaba en el laboratorio, pero no podía dejar pasar una oportunidad de encontrarlo antes de tiempo. Los informes indicaban que había entre ocho y once pequeños viales con la sustancia requerida. Era una información que procedía de una grabación de vídeo que tenía dos semanas de antigüedad, y el laboratorio de Birkin no era precisamente impenetrable. El laboratorio subterráneo estaba comunicado con la comisaría mediante las alcantarillas, por lo que tenía que pensar en la posibilidad de que hubieran cambiado las muestras de sitio. Además, Bertolucci podía estar escondido en la biblioteca de investigación o en la oficina de los STARS, situada en el ala oeste, o incluso en el cuarto oscuro donde se revelaban las fotografías. Tenía que encontrarlo, vivo o muerto. Así también tendría la ocasión de recoger unos cuantos cargadores de nueve milímetros de los policías completamente muertos.
Siguió avanzando por el pasillo y atravesó una pequeña sala de espera, con una máquina de aperitivos que ya había sido despanzurrada y saqueada. Al igual que el resto de la comisaría, el aire del pasillo era frío y necesitaba urgentemente un ambientador. Había logrado acostumbrarse al hedor, pero el frío la estaba matando. Ada deseó por centésima vez desde que abandonó la mesa en el Arklay Inn haberse vestido de un modo más informal para la cena. El vestido ceñido y sin mangas y las sandalias eran estupendos para su tapadera, pero no resultaban nada prácticos para aquella misión.
Llegó al extremo del pasillo y abrió con cuidado la puerta que daba a la izquierda, con su arma medio alzada. Al igual que antes, el pasillo estaba vacío, pero era otra muestra de la elegancia pretenciosa del edificio: las paredes eran del color pardo de la arena polvorienta y el suelo estaba cubierto de azulejos con decoraciones simétricas. La comisaría debía de haber sido magnífica antaño, pero los años de servicio como edificio institucional le habían arrebatado su grandeza. El gastado aspecto general de mansión de película y el frío y desesperanzado ambiente creaban una atmósfera bastante siniestra, como si, en cualquier momento, una mano helada fuese a posarse sobre su hombro y un soplo de fétido aliento le erizase los pelos de la nuca...
Ada frunció el entrecejo de nuevo: después de aquel trabajo, iba a tomarse unas vacaciones muy, muy largas. De lo contrario, se buscaría otro tipo de trabajo. Su concentración, su capacidad para fijar su atención, ya no era lo que había sido. Y en su trabajo, equivocarse en el momento inadecuado podía significar la muerte, literalmente hablando.
Una gran bonificación. Trent apesta a dinero. Le voy a pedir una cifra de siete dígitos, como mínimo de seis, y el primero muy elevado.
Cuando intentó dejar a un lado sus pensamientos racionales para que su percepción más animal se pusiera al mando, descubrió que no podía desechar una imagen que se introdujo de forma constante en su mente: era el recuerdo de la joven Stacy Kelso, colocándose nerviosamente el pelo detrás de las orejas mientras le hablaba de su hermano pequeño, poco más que un bebé...
Ada logró librarse con una sacudida mental de aquel recuerdo inquietante después de lo que le pareció una eternidad y continuó andando por el siguiente pasillo mientras se prometía a sí misma que ya no tendría más fallos de concentración... y preguntándose por qué no lograba convencerse de ello.

Capítulo 7

Las botas de León hicieron crujir los fragmentos de cristal roto que alfombraban el suelo de la armería Kendo mientras abría los distintos cajones y el sudor manchado de ceniza le bajaba por el rostro. Si no encontraba municiones del calibre 50 para su arma en poco tiempo, estaba jodido. Las pocas armas que quedaban en el interior de la tienda saqueada eran inaccesibles, rodeadas como estaban de un cable de acero de un grosor más que respetable, y el escaparate frontal estaba completamente destrozado. Las criaturas no tardarían mucho en descubrirlo, sólo le quedaba una bala y todavía debía recorrer un par de manzanas antes de llegar a la comisaría.
Vamos, vamos. Alguien tiene que haber pedido munición del calibre 50 para una Magnum, tiene que haber alguien en Raccoon City que...
¡Sí!
En el cuarto cajón, debajo de los rifles para cazar ciervos. Media docena de cargadores vacíos y otras tantas cajas de munición. León agarró una caja y se dio la vuelta, dejándola en el mostrador mientras dirigía una fugaz mirada a la parte delantera de la pequeña tienda.
No se veía a nadie todavía, si no incluía al tipo muerto que estaba en el suelo. Aún no se movía, pero León dedujo por la frescura de las heridas que todavía rezumaban en su considerable tripa y que manchaban su gruesa camiseta blanca, que no disponía de demasiado tiempo. No sabía cuánto tiempo tardaban los muertos recientes en volver a levantarse, pero no tenía la menor gana de descubrirlo en ese momento.
De todas maneras, tengo que darme prisa. Soy como un faro para esas criaturas, y es fácil entrar en este lugar.
León comenzó a llenar los cargadores mientras dividía sus miradas entre el mostrador, donde se movían sus temblorosas manos, y la parte delantera de la tienda.
Había tropezado por casualidad con la tienda de armas. La había olvidado por completo en su alocada huida de pesadilla de los restos del choque y del posterior incendio. Pero cuando vio que el camino más rápido hacia la comisaría se hallaba obstruido por los restos de la explosión, había decidido que el mejor desvío era a través de la tienda. Había sido una coincidencia que sin duda le había salvado la vida. Aunque había matado a dos o tres de los no muertos en el camino, su número casi lo había derrotado...
Unnnhhhh...
Una silueta esquelética y tenebrosa surgió entre las sombras de la calle y se dirigió tambaleante hacia la tienda.
Demonios —murmuró León, y sus dedos lograron descubrir el modo de ir con mayor rapidez. Ya había llenado un cargador. Llenaría otro y el resto se lo llevaría. Si no controlaba sus nervios en aquel momento, estaría muerto antes de llegar a la comisaría.
De repente, otra figura leprosa apareció delante de la destrozada puerta de cristal de la tienda. Estaba tan podrida que León pudo ver los gusanos retorciéndose por entre las fibras musculares.
Cuatro... cinco... ¡Listo!
Agarró la Magnum y sacó el cargador prácticamente vacío, que cayó al suelo. La criatura de los gusanos se estaba abriendo paso con el hombro a través de los trozos de cristal de la puerta que todavía seguían unidos al marco. Algo líquido gorgoteó suavemente en su garganta.
Una bolsa. Necesitaba una bolsa. La nerviosa mirada de León recorrió el espacio que había detrás del mostrador y se detuvo en una bolsa de deporte manchada de grasa que estaba apoyada en un taburete alto en la esquina trasera. De dos veloces zancadas la agarró y vació su contenido mientras regresaba hacia la pila de cargadores y de balas sueltas que había encima del mostrador. Las piezas de un equipo de limpieza de armas cayeron al suelo de linóleo, y León barrió los cargadores hacia la bolsa abierta con el brazo y con la mano, dejando caer las balas sueltas en las cajas que seguían en el cajón del armario.
El monstruo putrefacto continuó arrastrando los pies hacia él, tropezando con el cuerpo del hombre de la gran tripa, y León pudo oler su terrible hedor. Levantó rápidamente la Magnum y apuntó al rostro de aquel asqueroso ser.
En la cabeza, lo mismo que en las películas.
El cráneo reventó con un sonido líquido tras el tremendo estampido del arma, y unos gruesos chorros de fluido se esparcieron con un chasquido húmedo por las paredes y las cajas de muestras situadas a su espalda. León se dio la vuelta incluso antes de que el cuerpo se derrumbara y se agachó al lado del cajón del armario. Metió todas las pesadas cajas en la bolsa de nilón. Tenía el estómago encogido y temblaba de miedo ante la sola idea de que en aquel instante el callejón de la parte de atrás de la tienda estuviese llenándose con más seres como aquél e impidiéndole llegar hasta donde tenía que llegar.
Cinco cargadores por caja, cinco cajas, sal pitando de aquí ahora mismo...
Se puso en pie y se cargó la bolsa al hombro mientras se dirigía hacia la puerta trasera. Vio con el rabillo del ojo que la otra criatura había logrado por fin entrar en la tienda y, por el ruido de cristales rotos al ser pisados, dedujo que no había sido la única, y que unas cuantas más se encontraban detrás de ella.
Abrió la puerta de emergencia y asomó la cabeza, mirando a izquierda y derecha. Terminó de salir y la puerta se cerró a su espalda con un suave chasquido metálico. Sólo vio cubos de basura metálicos y contenedores para el material de reciclaje, todos rebosantes de restos medio podridos y llenos de moho.
Desde donde se encontraba observó que el callejón seguía hacia la izquierda y que luego doblaba de nuevo hacia la izquierda. Si su sentido de la orientación no le fallaba, aquel estrecho y atestado callejón lo llevaría directamente hacia la calle Oak y saldría a menos de una manzana de distancia de la comisaría.
Hasta el momento había tenido suerte. Lo único que le quedaba era desear que la racha de suerte continuase y que le permitiese llegar hasta el edificio de la comisaría de Raccoon City sano y salvo, y que, Dios mediante, encontrase un gran contingente de personas muy bien armadas que supiesen qué demonios estaba ocurriendo.
Y a Claire. Mantente a salvo, Claire Redfield, y si llegas antes que yo, no cierres la puerta con llave.
León se recolocó la pesada bolsa repleta de munición sobre su espalda y comenzó a recorrer el callejón mal iluminado, dispuesto a acribillar a cualquiera que se interpusiera en su camino.
Claire llegó a la comisaría sin apenas tener que disparar. Los zombis que inundaban las calles de Raccoon City en un goteo continuo eran incansables pero lentos, y la adrenalina que todavía inundaba su sistema sanguíneo le había facilitado la tarea de esquivarlos. Supuso que el ruido de la colisión los había hecho salir de sus escondites y que luego se habían limitado a seguir su rastro con la nariz o con lo que les quedaba de ellas: de los más o menos diez zombis que se habían acercado a ella lo suficiente para verlos con claridad, al menos la mitad estaba en un avanzado estado de descomposición, con la carne desprendiéndose de sus huesos.
Estaba tan concentrada en vigilar la calle y en pensar en todo lo que le había ocurrido hasta aquel momento que casi pasó de largo frente a la comisaría de policía. Había estado dos veces con anterioridad en el edificio de la comisaría, cuando había visitado a Chris, pero jamás había entrado por la parte de atrás, menos aún había llegado en mitad de una oscuridad fría y pestilente, perseguida por siniestros cadáveres andantes. Un coche patrulla estrellado y un par de zombis con uniformes de policía le indicaron por casualidad que había llegado donde quería, después de atravesar una pequeña zona de aparcamiento y una especie de cobertizo para herramientas que daba a un diminuto patio cubierto donde, en una ocasión, ella y Chris habían almorzado juntos, sentados en los peldaños que llevaban al helipuerto de la segunda planta del edificio. Y así de fácil, había llegado por fin a su objetivo.
Correr y esquivar a los dos cadáveres ambulantes de uniforme que recorrían sin rumbo fijo el patio en forma de «L» resultó muy fácil. Fue tal el alivio que sintió al ver que se encontraba en un lugar que reconocía, de sentir que estaba a punto de encontrarse a salvo, que no vio a la mujer hasta que casi fue demasiado tarde. La mujer, con un brazo colgando completamente inútil de su correspondiente hombro y una camiseta corta hecha jirones empapada de sangre, salió de las sombras al pie de las escaleras y rozó el brazo de Claire con unos dedos rugosos y fríos.
Claire dejó escapar un pequeño grito de sorpresa y retrocedió trastabillando ante el brazo extendido de la criatura... y a punto estuvo de caer en los brazos de otro individuo, también putrefacto, que había salido de detrás de las escaleras, tambaleándose pero en silencio.
Claire la esquivó echándose a un lado y apuntó su nueve milímetros contra el hombre. Retrocedió un paso... y sintió cómo su pantorrilla chocaba contra los peldaños de la escalera que llevaba al tejado. La mujer estaba a unos dos metros a su derecha; la camiseta recortada y destrozada dejaba al descubierto un pecho medio arrancado, mientras el brazo que todavía le funcionaba estaba extendido hacia Claire. El hombre estaba a un paso de tocarla, y ella ya no podía retroceder más.
Claire apretó el gatillo y se produjo un tremendo estampido. El arma saltó y casi se le cayó de la mano. La parte derecha del reseco rostro sin expresión del hombre desapareció, convertido en un estallido de chorros de líquido oscuro que salieron disparados de su destrozado cráneo.
Agarró con más fuerza la pistola y apuntó a la cara pálida y gimiente de la mujer. Se oyó otro estampido ensordecedor, y el creciente gemido se interrumpió de repente. La frente de color de cera se hundió hacia dentro, y por detrás de su cabeza asomó un chorro de astillas de hueso y sangre. La mujer cayó hacia atrás, estrellándose contra el pavimento como...
Como un cadáver, que es lo que ya era. No volverán a levantarse después de esto.
De repente, se dio cuenta de todo lo que acababa de ocurrir cuando había apretado el gatillo, como si su mente consciente llegara tarde a la cita y se encontrara con todo aquello. Por unos instantes fue incapaz de moverse. Se quedó mirando los dos cuerpos tirados y medio podridos de las dos personas contra las que acababa de disparar y sintió que estaba a punto de perder el control. Había crecido rodeada de pistolas y había acudido a galerías de tiro docenas de veces para practicar... pero con una pistola del calibre 22, y había disparado contra dianas de papel. Eran dianas que no sangraban, que no esparcían trozos de sustancia cerebral cuando acertaba, como los dos seres humanos que ella acababa de...
No —la interrumpió una voz tranquila en el interior de su propio cerebro—. No eran humanos, ya no lo eran. No te engañes ni pierdas más tiempo con un remordimiento inútil. Puede que León ya esté dentro y esté buscándote. Y si han llamado a los STARS, es posible que Chris también esté dentro.
Por si aquello no era una motivación suficiente, los dos policías zombis que ella había pasado de largo cuando entró por primera vez en el patio se dirigían hacia ella, arrastrando las botas sobre las losas del pavimento. Había llegado el momento de irse.
Subió al trote las escaleras, apenas capaz de percibir el eco metálico de sus pasos sobre los peldaños debido al zumbido que sentía en los oídos. Los estampidos de los proyectiles de nueve milímetros la habían ensordecido de forma temporal... lo que explicó por qué no oyó el helicóptero hasta que casi estuvo en el tejado.
Claire llegó a la plataforma que daba paso al tejado y se detuvo en seco. Una agitada ventolera azotó rítmicamente sus hombros desnudos cuando el gran vehículo oscuro se puso parcialmente a la vista mientras se mantenía en el aire, con la otra mitad permanecía perdida en las sombras. Estaba cerca de la antigua torre-depósito de agua que estaba al borde del helipuerto en la esquina sudeste, aunque no estaba segura de si acababa de despegar o se disponía a aterrizar.
No estaba segura, y no le importaba.
¡Eh! —gritó con todas sus fuerzas mientras levantaba su mano en el aire—. ¡Eh! ¡Aquí! ¡Aquí!
Sus gritos se perdieron en los remolinos de polvo levantados por las aspas y que recorrieron el tejado, ahogados por el continuo rugido del motor y el zumbido de las palas del rotor. Claire agitó los dos brazos con frenesí mientras sentía que le había tocado algo parecido a la lotería.
¡Ha venido alguien! ¡Gracias, Dios mío, gracias!
Un intenso rayo de luz surgió procedente de un foco situado en mitad del fuselaje del aparato. Recorrió el tejado... pero en la dirección equivocada, alejándose de ella. Claire movió los brazos con mayor frenesí mientras inhalaba aire para gritar con mayor fuerza...
Entonces vio lo mismo que vio el foco en ese momento, mientras percibía el ininteligible grito por encima del batir de las aspas: un hombre, un policía, de pie en la esquina opuesta a las escaleras donde ella estaba, apoyado de espaldas contra un pequeño murete del tejado. Empuñaba lo que parecía ser una ametralladora, y también parecía estar muy, pero que muy vivo.
Ven aquí...
El agente gritaba al helicóptero, con la voz teñida de pánico. Claire vio en aquel instante el motivo de su pánico, y sintió que su alivio y su esperanza se evaporaban: dos zombis se tambaleaban recorriendo la superficie del helipuerto y se dirigían hacia el objetivo perfectamente iluminado que representaba el policía que gritaba. Ella alzó su pistola por un momento, pero la bajó desesperada, temerosa de acertar al hombre acorralado.
El foco permaneció fijo, sin dejar de iluminar todo aquel horror con una brillante claridad. El policía no pareció darse cuenta de la proximidad de los zombis hasta que lo agarraron, con sus resecos brazos invadiendo el círculo de luz blanca.
¡Retroceded! ¡No os acerquéis más! —gritó.
Esta vez, Claire pudo oírlo perfectamente gracias al puro terror que desprendía su voz, y también oyó su aullante grito de agonía cuando las dos siluetas podridas se abalanzaron sobre él.
El ruido de su arma automática recorrió el helipuerto, y Claire percibió incluso por encima del tronar del helicóptero el zumbido de las balas perdidas. Se dejó caer inmediatamente, y sus rodillas crujieron al estrellarse contra el metal del último peldaño mientras el tableteo de los disparos seguía sin parar...
Entonces se produjo un cambio en el ruido del motor del helicóptero, que se convirtió en un extraño zumbido que elevó su tono hasta terminar siendo un aullido mecánico. Claire levantó la vista y vio que el enorme aparato bajaba el morro mientras la cola se agitaba de un lado a otro de forma errática y salvaje.
¡Dios mío, les ha dado!
El foco del helicóptero comenzó a iluminar en todas direcciones a la vez, restallando brevemente en las tuberías metálicas, en el cemento del tejado y en la todavía forcejeante y moribunda figura del policía, que todavía estaba disparando mientras los zombis le arrancaban trozos de carne...
Y en ese preciso instante, el helicóptero se desplomó de lado y las palas de su rotor empezaron a morder el cemento de la superficie del helipuerto con un chirrido tremendo. Un momento después, antes de que Claire pudiera siquiera parpadear, el morro del aparato se estrelló contra la misma superficie y lanzó una lluvia de fragmentos de cristal y brillantes chispas.
La explosión se produjo cuando el enorme aparato se deslizó hasta chocar con la esquina sudeste... justo encima del policía muerto y de sus atacantes. El tableteo maníaco de la ametralladora fue finalmente interrumpido por el rugido de las llamas que saltaron después de la explosión inicial e iluminaron todo el tejado con un poderoso brillo rojizo. Al mismo tiempo, algo cedió en el tejado con un tremendo crujido y el morro del aparato lo atravesó y desapareció de la vista.
Claire se puso de pie sobre unas piernas que apenas sentía y se quedó mirando incrédula la hoguera en que se había convertido la mitad del helipuerto. Todo había pasado demasiado deprisa como para que ella sintiera que había pasado nada en absoluto, y las llamas y el humo que eran la prueba tangible de lo ocurrido sólo acrecentaban la sensación de irrealidad. El hedor dulzón a carne quemada le llegó con una oleada de aire recalentado, y en el repentino silencio percibió los gemidos de los zombis que todavía deambulaban por el patio.
Echó un vistazo hacia abajo, hacia el pie de las escaleras, y vio que los dos policías muertos permanecían allí, tropezando y cayendo una y otra vez contra el primer peldaño. Al menos, no podían subir las escaleras...
No pueden subir. Las escaleras.
Claire giró sus aterrorizados ojos hacia la puerta que llevaba al interior del edificio de la comisaría, situada a unos diez metros de las rugientes llamas que estaban devorando lentamente el fuselaje del helicóptero. Con excepción de las escaleras, aquella puerta era el único medio de llegar al tejado, y si los zombis no podían subir por las escaleras...
Es que estoy metida hasta el cuello en mierda. La comisaría no es segura.
Se quedó mirando pensativamente los restos ardientes mientras sopesaba sus distintas posibilidades. La nueve milímetros contenía muchas balas y todavía tenía otros dos cargadores: podía regresar a la calle, buscar un coche que tuviera las llaves puestas y marcharse en busca de ayuda.
Pero ¿qué pasa con León? Y ese policía todavía estaba vivo... ¿Qué pasa si hay más gente en el interior, planeando un modo de escapar?
Pensó que se las había apañado muy bien ella sola hasta el momento, pero también sabía que se sentiría mucho más segura si otra persona estuviese al mando. Una escuadra de policías antidisturbios estaría bien, aunque ella se conformaría con un policía veterano cargado hasta los dientes de armas. O con Chris. Claire no sabía si lo encontraría en la comisaría, pero estaba firmemente convencida de que todavía estaba vivo. Si había alguien preparado para sobrevivir a una crisis como aquélla, esa persona era su hermano.
Encontrara a alguien o no, no podía irse sin decírselo a León. Si no lo hacía así, si salía pitando de la ciudad y a él lo mataban por seguir buscándola...
Tomó una decisión. Se dirigió hacia la entrada, bordeando con cuidado las llamas y vigilando las sombras alerta ante cualquier posible movimiento. Cerró los ojos por un momento cuando por fin llegó a la puerta y, con una mano sudorosa, agarró el tirador.
Puedo hacerlo —dijo en voz baja, y aunque el tono de voz y las palabras no sonaron todo lo confiadas que a ella le hubieran gustado, al menos su voz no tembló ni le falló. Abrió los ojos y luego la puerta: cuando nada se abalanzó hacia ella procedente de las sombras, se deslizó en silencio hacia el interior.

Capítulo 8

El jefe de policía Brian Irons estaba de pie en uno de sus pasillos privados, mientras intentaba recuperar el aliento, cuando sintió el estremecedor impacto que recorrió todo el edificio. También lo oyó, oyó algo: un sonido explosivo lejano, seguido de lo que debió ser un tremendo crujido, pesado y abrupto.
En el tejado —pensó de forma distraída—. Algo en el tejado...
No se preocupó por llevar aquel pensamiento a ninguna conclusión. Fuese lo que fuese lo que había pasado, no podía empeorar la situación.
Irons se separó de la dura pared de piedra sobre la que había estado apoyado con una cadera bien rolliza y a continuación levantó a Beverly con toda la delicadeza de la que fue capaz. Llegarían al ascensor en un momento, y desde allí sólo había un pequeño trecho hasta su despacho. Allí podría descansar, y después...
Y después —murmuró—. Ésa es la cuestión, ¿verdad? ¿Y después, qué?
Beverly no le respondió. Sus rasgos perfectos permanecieron inmóviles y silenciosos, y sus ojos cerrados... pero le pareció que se acurrucaba aún más entre sus brazos, con su largo y esbelto cuerpo apretujado sobre su pecho. Era su imaginación, sin duda.
Beverly Harris, la hija del alcalde. La joven y preciosa Beverly, que había protagonizado muchos de sus sueños culpables con su belleza rubia. Irons la abrazó con mayor fuerza y continuó andando hacia el ascensor mientras intentaba no mostrar lo exhausto que estaba por si ella se despertaba en ese instante.
Para cuando hubo llegado al ascensor, tanto su espalda como sus brazos eran un puro dolor. Probablemente debería haberla dejado en su habitación de juegos privada, a la que a él le gustaba llamar el Santuario. Se trataba de un lugar tranquilo, y también uno de los lugares más seguros que había en toda la comisaría. Sin embargo, en el momento en que había decidido acercarse hasta su despacho para recoger su diario así como unos cuantos objetos personales, se había dado cuenta de que no podía soportar dejarla atrás. Le había parecido tan vulnerable, tan inocente... Le había prometido a Harris que la protegería, ¿qué pasaría si la atacaban durante su ausencia? ¿Qué pasaría si regresaba de su despacho y ella simplemente hubiera... desaparecido? Desaparecido, como todo lo demás...
Toda una década de trabajo. Intrigando, buscando los contactos adecuados, labrándome una posición con mucho cuidado... Todo eso desaparecía de un plumazo.
Irons la bajó hasta el frío suelo y entonces abrió la puerta mientras intentaba por todos los medios no pensar en todo lo que había perdido. En ese momento, Beverly era lo más importante.
Voy a mantenerte a salvo —murmuró. ¿No se había levantado un poco una de las comisuras de sus labios? ¿Sabía ella que estaba salvo, que el tío Brian estaba cuidándola? Cuando todavía era una chiquilla, cuando él todavía solía ir a cenar a la casa de los Harris, ella lo llamaba así: el tío Brian.
Lo sabe. Por supuesto que lo sabe.
La llevó medio a rastras hasta el interior del ascensor y luego la dejó apoyada en una esquina, mirando con ternura su angelical rostro. De repente se sintió inundado por un amor casi paternal hacia ella, y no se sorprendió al notar que tenía los ojos llenos de lágrimas, lágrimas de orgullo y afecto. Desde hacía varios días sufría aquellos súbitos accesos de emoción: rabia, terror, incluso alegría. Nunca había sido un hombre especialmente emotivo, sin embargo se había acostumbrado a aceptar aquellos intensos sentimientos, incluso a disfrutarlos, en cierto modo. Por lo menos, no eran confusos. También había habido momentos en los que se había visto inundado por una extraña e inquietante confusión, una ansiedad sin forma ni sentido que lo había dejado profundamente intranquilo... y tan desorientado como si fuera un niño pequeño y perdido.
Se acabó todo eso. Ya nada puede salir mal. Beverly está conmigo y, en cuanto recoja todas mis cosas, nos esconderemos a salvo en el Santuario y descansaremos un poco. Necesitará tiempo para recuperarse y… y… yo puedo, yo puedo resolver la situación. Sí, eso es: la situación necesita ser resuelta.
Parpadeó y a continuación se libró de las lágrimas, ya casi olvidadas, cuando el metálico ascensor comenzó a subir. Luego desenfundó su arma y finalmente sacó el cargador para contar cuántas balas le quedaban. Sus estancias privadas eran totalmente seguras, pero el despacho era otra cosa: quería estar preparado.
El ascensor se detuvo por fin y Irons abrió la puerta con una pierna antes de levantar a la chica, gruñendo por el esfuerzo. La cargó en brazos como hubiera llevado a una criatura dormida, con su fresco y suave cuerpo completamente relajado en sus manos, con la cabeza echada hacia atrás y balanceándose mientras él caminaba. La había levantado mal, y su vestido blanco se le había subido, dejando al descubierto la blanca y sedosa piel de sus piernas. Irons se obligó a apartar la vista y se concentró en el panel de mandos que abrían la pared que daba a su despacho. No importaba las inocentes fantasías que había tenido hasta el momento: ahora ella era su única y total responsabilidad. Él era su protector, su caballero andante...
Logró apretar con fuerza el botón que sobresalía con una de las rodillas y entonces la pared se deslizó lentamente hacia un lado, dejando a la vista su despacho, con una decoración tremendamente recargada... y también absolutamente vacío, afortunadamente. Los únicos ojos que lo miraron fueron los vidriosos globos de las cabezas de los animales que había matado y colgado como trofeos. La enorme mesa de castaño que había importado desde Italia se encontraba justo delante de él, y su resistencia estaba disminuyendo con tremenda rapidez. Beverly era una muchacha pequeña, pero él ya no estaba tan en forma como antaño. Se apresuró a dejarla encima de la mesa, empujando y tirando una jarra llena de bolígrafos con el codo.
¡Ya está! —dijo con una profunda exhalación, y luego le sonrió.
Ella no le respondió a la sonrisa, sin embargo él sintió que se despertaría en poco tiempo, lo mismo que había ocurrido antes. Metió la mano debajo de la mesa y entonces pulsó uno de los botones que había debajo. La pared se cerró de nuevo a su espalda.
Se había preocupado cuando la había encontrado, profundamente dormida cerca del despacho del agente Scott, en la parte posterior. George Scott estaba muerto, completamente cubierto de heridas, y en el momento en que Irons había visto la enorme mancha roja que había en el regazo de Beverly, había temido que ella también estuviera muerta, pero cuando la tomó en brazos para llevársela hasta el Santuario, hasta un lugar seguro, ella le había susurrado al oído que no se sentía bien, que estaba herida, y también que quería que la llevaran a su casa...
¿De verdad? ¿De verdad lo había hecho? Irons frunció el entrecejo, arrancado de aquel recuerdo confuso por algo, algo que había sentido cuando la había dejado en su mesa de trabajo del Santuario y había alisado su manchado vestido blanco, algo que no podía precisar ni recordar con exactitud. No le había parecido importante en aquel momento, pero ahora, alejado de la oculta comodidad del Santuario, le estaba aguijoneando la memoria, Le recordaba que había sufrido uno de aquellos ratos de confusión cuando, cuando...
Había sentido la fría y gomosa viscosidad de los intestinos bajo sus dedos, bajo la tela del vestido...
Cuando la había tocado.
¿Beverly? —llamó a la joven con un suave susurro mientras se sentaba detrás cuando sus piernas se quedaron sin fuerzas de repente.
Beverly se mantuvo en silencio, y una turbulenta marea de sentimientos asaltó a Irons como una gigantesca ola, pasando por encima de él y llenándole la mente con recuerdos, imágenes y verdades que él no quería admitir. El corte de las líneas de comunicación después de los primeros ataques. Umbrella y Birkin y los muertos andantes. La matanza en el garaje, cuando el aire se había impregnado del penetrante olor a sangre fresca, cuando el alcalde Harris había sido devorado vivo mientras gritaba hasta el último momento. El número cada vez menor de seres vivos a lo largo de la terrible primera noche, y la brutal y despiadada percepción de que la ciudad, su ciudad, ya no existía.
Después de aquello, le invadió de nuevo la confusión. La extraña e histérica alegría cuando se dio cuenta de que no sufriría ninguna consecuencia por los actos que había cometido. Irons recordó el juego en el que había participado a lo largo de la segunda noche, cuando algunas de las «mascotas» de Birkin habían logrado entrar en la comisaría y se habían apoderado de casi todos los policías que quedaban vivos. Había encontrado a Neil Carson oculto en la biblioteca, y había... había perseguido al sargento como si se tratase de un animal campestre.
¿Qué importaba? ¿Qué importa aquello ahora si mi vida en Raccoon City se ha acabado?
Todo lo que le quedaba, lo único a lo que podía agarrarse era el Santuario... y a esa parte de él que lo había creado, el glorioso y oscuro corazón que habitaba en su interior y que siempre había logrado mantener oculto. Esa parte de él ya era libre...
Irons miró el cadáver de Beverly Harris, extendido a lo largo de su mesa como si fuera un frágil y delicado sueño, y se sintió despedazado por el miedo y el horror que luchaban en su pecho. ¿La había matado él? No podía recordarlo.
El tío Brian. Hace diez años, yo era su tío Brian. ¿En qué me he convertido?
Era demasiado, no podía soportarlo. Sacó de su funda su VP70 cargada sin apartar la vista de su rostro sin vida y comenzó a frotar el cañón del arma con sus dedos insensibles, con suaves caricias que lo reconfortaron en cierto modo mientras giraba la boca del arma hacia él. Cuando el cañón de la pistola estuvo firmemente apretado contra su suave y blanda tripa, sintió que tenía al alcance de la mano una especie de paz. Apoyó dos de los dedos en el gatillo y, en ese preciso instante, Beverly le susurró de nuevo, con sus labios inmóviles y su dulce y musical voz procedente de ningún sitio y de todos los lugares al mismo tiempo.
No me abandones, tío Brian. Dijiste que me mantendrías a salvo, que me cuidarías. Piensa en todo lo que podrías hacer ahora que todo el mundo se ha ido y no hay nada que te impida hacer lo que quieras...
Estás muerta —susurró Irons totalmente confundido, pero ella continuó hablando, con un tono de voz suave e insistente.
Nada que te impida realizarte por primera vez en toda, tu vida...
Torturado por las dudas, Irons apartó poco a poco, con mucha lentitud, la pistola de nueve milímetros de la boca de su estómago. Tras un instante de inmovilidad, se inclinó y apoyó su frente sobre el hombro de Beverly y cerró sus cansados ojos.
Ella tenía razón: no podía abandonarla. Él se lo había prometido, y había algo de cierto en lo que había dicho acerca de todas las cosas que podría realizar. Su mesa de trabajo en el Santuario era lo bastante grande para dar cabida a toda clase de animales...
Irons suspiró, sin estar seguro de qué era lo siguiente que debía hacer... y preguntándose por qué tenía que decidirlo con tanta prisa. Descansarían durante un rato, quizás incluso echarían una siesta juntos, y, cuando se despertaran, todo estaría mucho más claro.
Sí, eso era lo que harían. Descansarían y luego él podría resolver la situación y ocuparse de todo. Al fin y al cabo, era el jefe de policía.
Brian Irons sintió que volvía a controlar sus nervios. Se deslizó suavemente en un duermevela inquieto, sintiendo la fría piel de Beverly como un bálsamo sobre su febril frente.

Capítulo 9

Gracias a una furgoneta aparcada en el callejón situado detrás de la armería, la ruta directa de León hacia la comisaría se había convertido en unos cuantos desvíos a través de una cancha de baloncesto infestada de zombis, otro callejón y un autobús aparcado que apestaba por la gran cantidad de cadáveres que había en su interior. Era una pesadilla, resaltada por susurrantes aullidos, el hedor de la podredumbre y, en una ocasión, por una distante explosión que le hizo estremecer las piernas. Aunque se había visto obligado a disparar contra tres más de los muertos andantes y estaba hasta las cejas de adrenalina y de un sentimiento de horror, había logrado mantenerse de algún modo de una pieza gracias a la esperanza de que el edificio de la policía de Raccoon City sería un lugar seguro, de que allí se habría establecido algún tipo de gabinete de crisis, dirigido por la policía y con médicos, gente con autoridad dispuesta a tomar decisiones y a reunir el personal necesario. No era sólo una esperanza: era una necesidad. La posibilidad de que no quedara nadie vivo en Raccoon City con capacidad de mando era sencillamente impensable.
Cuando por fin salió a la calle que daba a la comisaría y vio los coches patrulla ardiendo, sintió que lo golpeaban en el estómago. Pero lo que realmente le arrebató toda esperanza fue la visión de agentes de policía gimoteantes y medio podridos, tambaleándose en mitad de las ondulantes llamas. Sólo había cincuenta o sesenta agentes de policía en la comisaría de Raccoon City, y al menos un tercio de ellos estaban atravesando los restos de los coches o se hallaban ensangrentados y tirados a menos de treinta metros de la entrada de la comisaría.
León se obligó a sí mismo a dejar a un lado su desesperación y a fijar su atención en la puerta que llevaba al patio delantero de la comisaría. No importaba si alguien había sobrevivido o no: tenía que aferrarse a su plan e intentar llamar por radio para conseguir ayuda... y también tenía que pensar en Claire. Si se concentraba en sus propios miedos sólo lograría hacer más difícil lo que debía llevar a cabo.
Corrió hacia la puerta, esquivando con agilidad a un agente de uniforme horriblemente quemado que tenía unos huesos ennegrecidos por únicos dedos. Cuando agarró el frío tirador metálico y lo empujó se dio cuenta de que cierta parte de su ser era cada vez más insensible a la tragedia, a la idea de que aquellos seres habían sido antaño ciudadanos de Raccoon City. Las criaturas que recorrían las calles no eran menos horribles por ello, pero el impacto emocional de todo aquello no podía soportarse durante mucho tiempo: había demasiados.
Gracias a Dios, no hay demasiadas por aquí.
León cerró la puerta con un fuerte empujón en cuanto pasó, y se apartó un sudoroso mechón de pelo de la frente al mismo tiempo que inspiraba profundamente una gran bocanada de aire casi fresco mientras registraba con la vista el patio. El pequeño y herboso parque a la derecha estaba lo bastante iluminado como para ver que por allí sólo deambulaban unas cuantas de aquellas criaturas que antes habían sido humanas, y que ninguna estaba lo bastante cerca de él como para ser una amenaza. También divisó las dos banderas que adornaban la fachada del edificio y que colgaban inertes en las inmóviles sobras. Aquella visión le hizo recuperar la esperanza que había perdido: al menos, pasase lo que pasase, por lo menos había logrado llegar a un lugar que conocía. Y ese sitio tenía que ser sin duda más seguro que las calles.
Pasó corriendo al lado de un trío de muertos que caminaba en círculos y los esquivó con facilidad. Eran dos hombres y una mujer, que habrían pasado con facilidad por seres humanos con vida si no hubiese sido por sus lamentos hambrientos y su paso trastabillante y sus movimientos descoordinados. Tenían que haber muerto hacía poco tiempo...
Sólo que no están muertos, porque la gente muerta no echa sangre por la boca cuando les disparas. Eso por no mencionar el hecho de dedicarse a ir dando vueltas intentando pegarle un mordisco a las demás personas...
Los muertos no andan... y los vivos tienden a caer en redondo al suelo después de recibir varios impactos de una bala de calibre 50 y no soportan tener carne podrida pegada a los huesos. Las preguntas que todavía no había tenido tiempo de hacerse a sí mismo inundaron su mente mientras recorría al trote la distancia que lo separaba de los peldaños que lo llevarían a la entrada principal de la comisaría, unas preguntas para las que no tenía respuesta... pero que pronto descubriría, sin duda alguna. Estaba seguro de ello.
La puerta no estaba cerrada por dentro, pero León no se sorprendió por ello. Con todo lo que había pasado desde el momento que había llegado a la ciudad, supuso que lo mejor era procurar no sorprenderse en absoluto y mantener sus esperanzas al nivel más bajo posible. La abrió y entró, con la Magnum por delante y con el dedo en el gatillo.
Vacío. No había signo alguno de vida en la enorme sala de entrada del edificio de la policía de Raccoon City... y tampoco indicio alguno del desastre que había sufrido la ciudad. León abandonó sus intentos de no sorprenderse mientras cerraba la puerta a sus espaldas y se adentraba en el interior.
¿Hola? —dijo en voz baja, pero el eco le devolvió la palabra como un suave susurro.
Todo tenía el mismo aspecto que recordaba de la última vez que había estado allí: tres plantas de un estilo arquitectónico clásico cubiertas de roble y mármol; una estatua de piedra de una mujer llevando un cántaro de agua en la parte inferior de la gran sala; una rampa a cada lado que llevaban a la oficina del recepcionista; el símbolo de la policía de Raccoon City, que brillaba débilmente, como recién pulido, bajo la difusa luz de las lámparas de las paredes y que estaba en el suelo, justo delante de la estatua.
Ningún cuerpo, nada de sangre... Ni siquiera un casquillo de bala. Si aquí se ha producido un ataque, ¿dónde demonios están las pruebas?
León comenzó a subir por la rampa de la izquierda, sintiéndose intranquilo por el profundo silencio que reinaba en la enorme sala. Se detuvo al llegar al mostrador de recepción y asomó el cuerpo por encima de él: excepto por el hecho de que no había nadie atendiendo a los recién llegados, todo parecía estar en su sitio y no había nada fuera de lo normal. Vio un teléfono en la mesa de detrás del mostrador, y tomó el auricular, colocándoselo entre el hombro y la oreja mientras pulsaba los números con unos dedos que le parecieron fríos y distantes. Ni siquiera oyó el tono habitual: sólo los latidos de su propio corazón, martilleando con fuerza.
Dejó el auricular de nuevo en su sitio y se giró para no perder de vista la amplia sala mientras decidía hacia dónde dirigirse en primer lugar. Por mucho que deseara encontrar a Claire, antes también quería, y de forma desesperada, unirse a otros policías. Había recibido la copia de un memorándum de la policía de Raccoon City en el que se informaba de la reubicación de numerosos departamentos, pero la verdad es que aquello no tenía mucha importancia: si quedaban policías en el interior del edificio, no estarían precisamente preocupados por mantenerse cerca de las mesas de sus despachos.
Vio tres puertas que salían de la gran sala de entrada y que llevaban a diferentes partes de la comisaría, dos en la parte oeste y una en la parte este. De las dos que daban al oeste, una llevaba a través de una serie de salas y pasillos hacia la parte trasera del edificio, más allá de una hilera de oficinas de archivos y de una sala de reuniones; la segunda conducía a las oficinas de los agentes de uniforme y a los vestuarios, que a su vez estaban comunicados con un pasillo que llevaba a unas escaleras que daban a la segunda planta. La puerta que daba al este, bueno, de hecho, toda la parte este del edificio estaba dedicada a los despachos de los detectives: oficinas, cuartos de interrogatorios, una sala de prensa... También había un acceso a la planta sótano y otra escalera que llevaba al exterior del edificio.
Claire probablemente habrá entrado por el garaje... o por las escaleras de atrás que llevan al tejado...
O podía haber dado la vuelta y haber entrado por la misma puerta que él, eso suponiendo que hubiese logrado llegar hasta la comisaría. Podía estar en cualquier sitio. Y si tenía en cuenta que el edificio casi ocupaba el mismo espacio que una manzana de pisos, tenía mucho terreno que registrar.
Por fin decidió que tenía que empezar por algún lado, así que se dirigió hacia la zona de los policías de uniforme, donde estarían los agentes de a pie y su propio armario personal. Era una elección al azar, pero allí era donde más tiempo había pasado en sus anteriores visitas a la comisaría, entre las distintas entrevistas y las revisiones de los horarios de los turnos del trabajo. Además, era la parte del edificio más cercana, y el silencio de cementerio de la gran sala estaba comenzando a atemorizarlo.
La puerta no estaba cerrada con llave, y León la abrió con lentitud, conteniendo la respiración con la esperanza de que la habitación estuviese tan tranquila y despejada como la sala de entrada. Pero lo que vio fue la confirmación de sus primeros y peores temores: las criaturas habían pasado por allí... y se habían cebado con ganas.
La gran estancia estaba arrasada, con las mesas y las sillas hechas pedazos y sus restos esparcidos por todos los rincones. Las paredes estaban decoradas con largas chorreones de sangre seca, como grandes brochazos, y también había grandes manchas rojas y señales de arrastre con la misma sustancia en el suelo, que llevaban hasta...
Oh, leches...
El policía estaba sentado con la espalda apoyada sobre los armarios personales situados a la izquierda, con las piernas abiertas y separadas de par en par y medio tapadas por una mesa derribada y rota. Al oír la voz de León, levantó débilmente una pistola, empuñada por una mano temblorosa, y apuntó con ella hacia donde se encontraba León... pero la bajó inmediatamente, como si el esfuerzo lo hubiera dejado exhausto. Su vientre estaba cubierto por completo con sangre fresca, y sus rasgos oscuros estaba retorcidos por el dolor.
León se acercó en dos zancadas, se agachó a su lado inmediatamente y le tocó con suavidad en el hombro. No podía ver la herida, pero por la cantidad de sangre que había estaba claro que era muy grave.
¿Quién eres? —le preguntó el policía con un susurro.
El tono suave y casi somnoliento de su voz atemorizó a León tanto como la herida todavía sangrante y la mirada vidriosa de sus ojos: el hombre estaba perdiendo la vida con rapidez. Nunca habían sido formalmente presentados, pero León ya le había visto con anterioridad. Le habían hablado del joven policía negro como de un tipo muy inteligente que se estaba haciendo acreedor con mucha rapidez del ascenso a detective.
Marvin. Marvin Branagh...
Soy Kennedy. ¿Qué ha pasado? —le preguntó sin bajar la mano del hombro de Branagh. La piel del agente desprendía un calor enfermizo a través de la camisa hecha jirones.
Hace unos dos meses —dijo Branagh con un hilo de voz—... los asesinatos caníbales... los STARS descubrieron zombis en la mansión del bosque...
Tosió débilmente, y León pudo ver una pequeña burbuja de sangre formarse en una de las comisuras de sus labios. León pensó en decirle que se tranquilizara y que descansara, pero la mirada fija y perdida de Branagh lo hizo desistir: era evidente que el policía estaba decidido a contarle lo que había ocurrido, le costase lo que le costase.
Chris y los demás descubrieron que Umbrella estaba detrás de todo el asunto... Arriesgaron sus vidas por nosotros y nadie les creyó... y luego ocurrió esto.
Chris... Chris Redfield. El hermano de Claire.
León no había relacionado aquellos hechos, aunque sabía algo de los problemas que habían tenido los STARS en la ciudad. Sólo conocía algunos retazos del asunto: la suspensión de empleo y sueldo de los miembros de la Escuadra de Rescate y Tácticas Especiales, después de que se los acusara de negligencia durante la investigación de los casos de asesinatos, había sido la razón de la contratación de más policías para la comisaría de Raccoon City, entre ellos, él. Incluso había leído los nombres de los famosos miembros de los STARS en uno de los periódicos locales, junto a unos historiales de su carrera realmente impresionantes...
Y Umbrella es la que en realidad dirige esta ciudad. Se ha producido algún tipo de escape químico, algo que intentaron ocultar echándole la culpa a los de STARS y librándose así de ellos...
Todo aquello pasó por su mente en una fracción de segundo, y en ese instante, Branagh tosió de nuevo, pero con menos fuerza aún que antes.
Aguanta un momento —dijo; miró con rapidez alrededor en busca de algo con lo que detener la tremenda hemorragia, mientras se fustigaba en su fuero interno por no haberlo hecho antes.
En uno de los armarios que se hallaba cerca de Branagh, parcialmente abierto, vio una camiseta arrugada tirada en el fondo. León la recogió del suelo y la dobló de forma desigual, apretándola contra el estómago de Branagh. El policía colocó una de sus ensangrentadas manos sobre aquel vendaje improvisado, y cerró los ojos cuando comenzó a hablar de nuevo con voz entrecortada.
No... te preocupes por mí. Hay... tienes que intentar rescatar a los supervivientes...
La resignación en la voz de Branagh era terriblemente evidente. León meneó la cabeza, incapaz de aceptar la realidad, deseoso de hacer algo para aliviar el dolor de Branagh, pero el policía herido se estaba muriendo y no había nadie a quien pedirle ayuda.
No es justo. Esto no es justo.
Vete —pidió Branagh con un susurro y con los ojos todavía cerrados.
Branagh tenía razón: León no podía hacer otra cosa, pero no se movió, no pudo moverse durante unos momentos... hasta que Branagh alzó de nuevo su arma, apuntándolo con un repentino arranque de energía que le proporcionó a su voz un tono de mando.
¡Vete de una vez! —le ordenó, y León se puso en pie, preguntándose si él sería tan altruista si se encontrara en la misma situación mientras intentaba a la vez convencerse de que Branagh lograría salir adelante.
Volveré —dijo con firmeza, pero el brazo de Branagh ya había caído, y su barbilla estaba apoyada sobre su jadeante pecho.
Rescata a los supervivientes.
León retrocedió hacia la puerta, tragando saliva mientras se esforzaba por aceptar un cambio de planes que podría causarle la muerte, pero que no podía rechazar. Hubiera tomado posesión de su cargo o no, era un policía. Si existían otros supervivientes, su deber moral y cívico era intentar encontrarlos y ayudarlos.
Había un almacén de armas en el sótano, cerca del garaje de aparcamiento. León abrió la puerta y pasó de nuevo a la sala de entrada, rezando para que los armarios del almacén estuviesen bien provistos... y que quedase alguien con vida para ayudarlo.

Capítulo 10

Claire salió del tejado en llamas y atravesó un sinuoso pasillo repleto de fragmentos de cristal, pasando al lado de un policía muy muerto, una ensangrentada confirmación sobre sus temores acerca de la seguridad en el interior de la comisaría. Pasó deprisa por encima del cadáver y continuó avanzando, con su tensión nerviosa aumentando en cada momento. Por las destrozadas ventanas alineadas a lo largo del pasillo entraba una brisa fresca, algo que le daba vida a la oscuridad. Vio unas cuantas plumas negras pegadas a las manchas de sangre que salpicaban el suelo, y su suave y ondulante movimiento la hizo saltar y apuntar su pistola hacia cualquier sombra a cada momento.
Pasó al lado de una puerta que probablemente llevaba al exterior y a unas escaleras, pero continuó avanzando, doblando hacia la derecha y hacia lo que ella creía que era el centro del edificio. El modo en que el helicóptero había enterrado el morro en el tejado le estaba aguijoneando la imaginación y le hacía pensar en toda la comisaría envuelta en llamas.
Por el aspecto de la situación, tal vez no sería una idea tan mala...
Cadáveres y huellas de manos manchadas de sangre por las paredes. Claire no estaba precisamente entusiasmada con la idea de vagabundear por el edificio de la comisaría. De todas maneras, morir por un incendio tampoco era una idea muy atractiva. Necesitaba ver cuan mala era la situación antes de comenzar a buscar a León.
El pasillo acababa en una puerta cuya superficie estaba fría al tacto. Cruzó mentalmente los dedos, la abrió... y retrocedió trastabillando ante la oleada de humo acre que la asaltó, con un cargado olor a metal y a madera quemada en el aire caliente. Se acuclilló ligeramente y entró, echando un vistazo al pasillo que se extendía a la derecha. El pasillo doblaba a la derecha otra vez a unos treinta metros aproximadamente, y aunque no pudo ver el fuego, la luz de las llamas se reflejaba con claridad en las paredes de paneles grises de la esquina. El chasquido de las llamas al restallar era aumentado por la estrechez del pasillo, y resonaba con la misma hambre devoradora y sin sentido de los zombis del patio.
Vaya, menuda mierda ¿Y ahora, qué?
Vio otra puerta situada en diagonal al punto donde estaba acuclillada, sólo a unos pasos. Claire inspiró profundamente y avanzó hacia allí, todavía agachada para permanecer por debajo de la gruesa capa de humo y con la esperanza de encontrar un extintor de incendios... y de que el extintor de incendios fuera suficiente para apagar el incendio que había provocado el helicóptero al estrellarse.
La puerta daba a una sala de espera vacía. Sólo había un par de sofás de vinilo verde y un mostrador redondo, con otra puerta enfrente de la puerta por la que había entrado. La pequeña estancia parecía estar intacta, tan tranquila e inofensiva como ella se había esperado, y, a diferencia de lo que le había ocurrido a lo largo de la noche, no se topó con ningún desastre al acecho entre las sombras causadas por los tubos fluorescentes del techo, ni tampoco con el hedor putrefacto a zombis que arrastraban los pies.
Ni tampoco hay un extintor de incendios...
Bueno, no al menos a simple vista. Cerró la puerta que daba al humeante pasillo y se dirigió hacia el mostrador, levantando la tapa de entrada con la punta de la pistola. Vio una vieja máquina de escribir en una mesa y, a su lado..., un teléfono. Claire se apresuró a levantar el auricular, luchando contra la desesperanza, pero no oyó absolutamente nada. Suspiró, lo dejó de nuevo en su sitio y se agachó para echar un vistazo debajo de la mesa. Una guía telefónica, unos cuantos montones de papeles... y justo allí, medio escondido detrás de un bolso de mujer, encontró la familiar silueta que había esperado descubrir, cubierta por una gruesa capa de polvo.
Ahí estás —murmuró y se detuvo sólo un momento para meterse la pistola dentro del chaleco antes de levantar el pesado cilindro. Nunca antes había utilizado uno de aquellos aparatos, pero parecía bastante sencillo: una manivela de metal con una anilla metálica con una bocacha de caucho negro a un lado. Sólo medía poco más de medio metro, pero pesaba entre unos veinte y unos veinticinco kilos. Supuso que eso significaba que estaba lleno.
Claire volvió a la puerta con el extintor y comenzó a inspirar con bocanadas breves pero intensas, para llenarse los pulmones de aire puro. Sintió un ligero mareo, pero la hiperventilación le permitiría aguantar más tiempo sin respirar. No quería desmayarse debido a la inhalación de humo antes de apagar el incendio por completo.
Inspiró por última vez y abrió la puerta, recorriendo el pasillo, mucho más caliente en aquellos momentos, en una postura semiagachada. La columna de humo, ahora mucho más densa, y se había convertido en una niebla de más de un metro de grosor que bajaba desde el techo.
Mantente agachada, respira superficialmente y ten cuidado de dónde pisas...
Dobló la esquina y sintió una extraña mezcla de alivio y pena al ver los restos ardientes que se encontraban justo delante de ella. Inclinó la cabeza y aspiró un poco de aire a través de la tela de su chaleco mientras sentía que su piel comenzaba a sentir los efectos del calor. El fuego no era tan peligroso como ella se había imaginado: era más humo que otra cosa, y ni siquiera era tan alto como ella. Las llamas estaban lamiendo la pared con unos dedos amarillo-anaranjados que parecían tener problemas para mantenerse, detenidos como estaban por la gruesa madera de una puerta medio derribada. Fue el morro del helicóptero lo que le llamó la atención, la ennegrecida cáscara de la cabina... y el ennegrecido cadáver del piloto, todavía enganchado con el cinturón a su asiento, con la boca abierta en un silencioso grito. No había manera de saber si había sido un hombre o una mujer: los rasgos faciales se habían borrado por completo, derretidos como cera negra.
Claire tiró de la anilla que mantenía inmóvil la manivela y apuntó con la corta manguera de bocacha negra hacia el suelo, donde las llamas bailaban con colores azules y blancos. Apretó la manivela, y una estela de espuma blanca salió silbando, esparciendo los restos con una nube polvorienta. Incapaz de ver nada con claridad en mitad de aquella tormenta blanca, dirigió la corta manguera hacia todos lados, cubriendo todo el morro del helicóptero con el anulador del oxígeno. El fuego pareció apagarse menos de un minuto después, pero siguió apretando la manivela hasta que el extintor se quedó vacío.
Claire lo soltó cuando salió el último chorro de espuma e inspiró unas cuantas veces antes de inspeccionar los humeantes restos en busca de algún punto todavía en llamas. Ni una sola chispa, pero de la puerta de madera situada al lado de la cabina del helicóptero, cubierta por manchas blancas, todavía salían unas cuantas pequeñas columnas de humo. Se acercó un poco y pudo ver un brillo anaranjado bajo la superficie. La zona alrededor de la puerta ya estaba completamente achicharrada, pero Claire no quiso correr el menor riesgo: dio un paso atrás y propinó una fuerte patada a la puerta, apuntando a las ascuas encendidas.
Cuando su bota golpeó de lleno un punto caliente, la puerta se abrió de par en par con un sonoro crujido, y la madera quemada cedió arrojando una lluvia de chispas encendidas. Unas cuantas aterrizaron sobre su pantorrilla desnuda, pero ella sacó su arma antes de agacharse un poco para quitárselas con el dorso de la otra mano, más temerosa de lo que pudiera aparecer por la puerta que de unas cuantas pequeñas ampollas.
Vio un pequeño pasillo con el suelo cubierto por trozos irregulares de madera astillada y una ligera capa de humo, y una puerta al otro lado y a la izquierda. Claire se dirigió hacia ella, movida tanto por el deseo de respirar un poco de aire fresco como por las ganas de saber adonde llevaba. Había acabado con la amenaza más inmediata, la del incendio, así que tenía que empezar a buscar a León... y a pensar en lo que necesitaban para sobrevivir. Si pudiera echarle un vistazo en el camino mientras encontraba a León, quizás encontrara algo que los ayudara y que pudieran utilizar.
Un teléfono que funcione, las llaves de un coche... Leches, un par de ametralladoras o incluso un lanzallamas nos vendrían bien, pero me conformaré con lo que encuentre.
La sencilla puerta al otro extremo del pasillo no estaba cerrada con llave. Claire la abrió con un ligero empujón, preparada para disparar contra cualquier cosa que se moviera... y se detuvo en seco, bastante sorprendida por el extraño ambiente de la sobrecargada habitación. Era algo así como la parodia de un club exclusivo para hombres de los años cincuenta, un gran despacho cuya extravagante decoración rozaba lo ridículo. Las paredes estaban cubiertas por grandes y pesadas estanterías de caoba y las mesas alineadas debajo hacían juego, rodeando una especie de zona para sentarse compuesta por sillas tapizadas en cuero y una pequeña mesa de mármol, todo ello colocado sobre una alfombra oriental obviamente muy cara. Del techo colgaba una lámpara muy recargada, que lanzaba una luz densa y potente sobre la escena. Aquí y allá había delicados jarrones y cuadros con marcos de aspecto sólido, pero todos aquellos diseños clásicos se veían contrastados y empequeñecidos por las cabezas de animales y los pájaros en diferentes posturas que dominaban el ambiente de la estancia, todos colocados alrededor de una enorme mesa en el otro extremo... ¡Jesús!
Extendida sobre la mesa, como un personaje sacado de una novela de terror gótico, vio a una mujer joven y bella con un largo vestido blanco, que tenía las tripas hechas jirones sangrientos. El cadáver estaba colocado corno si fuera una pieza de decoración central, con los muertos ojos de cristal de las polvorientas cabezas de los animales fijos en ella. Vio un halcón y lo que le pareció un águila, con sus alas colocadas de un modo que imitaba el vuelo, además de un par de cabezas de ciervo con sus correspondientes maderas y la cabeza de un alce, con su característico morro. El efecto era tan inquietante y surrealista que Claire se quedó sin respiración por un momento...
Y cuando la silla de respaldo alto de detrás de la mesa se dio la vuelta de repente, apenas pudo contener un respingo y un grito de terror supersticioso, esperando ver una imagen de la Muerte con sus sonrientes dientes. Sólo era un hombre... pero era un hombre con una pistola, y la estaba apuntando con ella.
Ninguno de los dos se movió durante un segundo... y entonces el hombre bajó el arma y en su porcino rostro apareció una media sonrisa enfermiza.
Lo siento muchísimo —dijo con un tono de voz tan falso y melifluo como el de un mal político—. Pensé que era otro de esos zombis.
Se pasó un grueso dedo por su erizado bigote mientras hablaba y, aunque Claire nunca lo había visto antes, supo inmediatamente de quién se trataba. Chris había despotricado de él muy a menudo.
Gordo, con bigote, y tan falso como un vendedor de reliquias de santos: es el jefe de policía, Irons.
No tenía buen aspecto: sus mejillas estaban completamente enrojecidas, y unas manchas blancas rodeaban sus ojos porcinos. La forma en que su mirada se posaba aquí y allá por toda la habitación era bastante inquietante. Parecía encontrase bajo los efectos de una tremenda paranoia. De hecho, parecía estar desequilibrado, como si no estuviese en contacto en absoluto con la realidad.
¿Es usted el jefe de policía Irons? —le preguntó Claire. Intentó que el tono de su voz sonase lo más respetuoso posible mientras se acercaba a la mesa.
Sí, soy yo —repuso con un tono suave y tranquilo—. ¿Y quién es usted?
Sin embargo, antes de que pudiera contestar, Irons continuó hablando, y lo que dijo a continuación, lo mismo que el tono petulante en el que lo dijo, confirmó las sospechas de Claire.
No, no me lo diga. No tiene importancia. Acabará como todos los demás...
Dejó el resto de la frase en el aire y se quedó mirando a la joven muerta que estaba delante de él con alguna clase de emoción que Claire no pudo precisar. Sintió lástima por él, a pesar de todo lo que Chris le había contado acerca de él, sobre su personalidad corrupta y su absoluta falta de profesionalidad. Sólo Dios sabía los horrores que había presenciado o lo que había tenido que hacer para sobrevivir.
¿Es tan extraño que tenga tantos problemas para aceptar la realidad? León y yo hemos aparecido en esta película de terror en la última parte. Irons lleva aquí desde los anuncios previos, y probablemente ha visto morir a sus amigos más cercanos.
Bajó la vista hacia la joven tendida a lo largo de la mesa, y Irons habló de nuevo, con una voz que sonó al mismo tiempo triste y pomposa.
Ésta es la hija del alcalde. Se suponía que yo tenía que protegerla, pero he fallado de forma patética...
Claire buscó algunas palabras de consuelo, deseando decirle que tenía suerte de estar vivo, que no había sido culpa de él... pero las palabras murieron en su garganta, junto a la piedad que sentía, cuando él continuó con su lamento.
Mírela. Era una auténtica belleza, con una piel prácticamente perfecta. Pero todo eso se pudrirá dentro de poco... y, en una hora o menos, se convertirá en una de esas cosas. Lo mismo que los demás.
Claire no quiso sacar conclusiones precipitadas, pero el tono insatisfecho de su voz y la hambrienta mirada llenada de deseo en sus ojos le puso la carne de gallina. El modo en que miraba a la joven muerta...
Te lo estás imaginando todo. Es el jefe de policía, no un lunático perverso. Además, es la primera persona con la que te has encontrado que puede proporcionarte alguna información. No desaproveches la oportunidad...
Debe de existir algún modo de impedirlo... —sugirió Claire con un tono de voz amable.
Sí. Con una bala en la cabeza... o decapitándola.
Levantó por fin la vista del cuerpo, pero no miró a Claire. Se fijó en las criaturas disecadas y colocadas en el borde su mesa, y su voz adquirió un tono resignado pero hasta cierto punto alegre.
Y pensar que la taxidermia era mi afición favorita. Eso se acabó...
Las alarmas internas de Claire saltaron en un frenético clamor. ¿La taxidermia? ¿Qué demonios tenía que ver aquello con el cuerpo humano muerto que había encima de la mesa?
Irons la miró finalmente, y a Claire no le gustó ni un pelo. Su mirada oscura y lacrimosa estaba fijada en su cara, pero él no parecía verla realmente. Ella pensó por primera vez que él no le había preguntado cómo había llegado hasta allí y que no había comentado nada en absoluto sobre el humo que se había ido filtrando hasta su oficina. Y el modo en que hablaba de la hija del alcalde... No había auténtica pena en su voz por la muerte, sólo autocompasión y una especie de retorcida admiración.
Tío, tío y tío... No es que esté fuera de contacto con esta realidad, es que está en otro puñetero planeta.
Por favor —pidió Irons en voz baja—. Me gustaría estar a solas.
Se hundió en la silla, cerró los ojos y dejó la cabeza apoyada en el respaldo acolchado, como si estuviera exhausto. Y así, con aquella facilidad, ella había sido despedida del lugar. Aunque tenía un millón de preguntas por hacerle, muchas de las cuales él podría responder sin duda, creyó que quizá lo mejor sería salir pitando de allí, al menos, en ese momento...
Oyó un suave crujido a su espalda y a la izquierda, tan bajo que no estuvo segura de haberlo oído realmente. Claire se giró con el entrecejo fruncido y advirtió que había una segunda puerta en el despacho. No se había dado cuenta de su existencia hasta aquel momento, y el suave crujido había salido de allí.
¿Otro zombi? O quizás alguien que se está escondiendo...
Miró de nuevo a Irons y comprobó que ni siquiera se había movido. Aparentemente, no había oído nada, y ella había dejado de existir para él, al menos, por el momento. Había regresado a cualquiera que fuese su mundo privado antes de que ella entrara en la estancia.
Así que, ¿regreso por donde he venido o pruebo a ver qué hay detrás de la puerta número dos?
León. Necesitaba encontrar a León, y tenía la profunda impresión de que Irons estaba zumbado, sin importar si estaba realmente loco o no. No representaba una gran pérdida que no pudiera unirse a ellos. Pero si había más personas escondidas en el edificio, personas a las que ella y León podrían ayudar o que incluso podrían ayudarlos a ellos dos...
Sólo tardaría un momento en echar un vistazo. Miró por última vez a Irons, derrumbado sobre sí mismo al lado del cadáver de la hija del alcalde y rodeado por sus animales sin vida, y se dirigió hacia la puerta, con la esperanza de no estar cometiendo un error.

Capítulo 11

Sherry llevaba mucho tiempo escondida en el edificio de la comisaría, por lo menos tres o cuatro días, y todavía no había visto a su madre. Ni siquiera una vez, ni siquiera cuando todavía quedaba un montón de gente con vida. Había encontrado a la señora Addison, una de las profesoras de la escuela, justo después de haber llegado allí, pero la señora Addison ya había muerto. Un zombi se la había comido. Poco después, Sherry había descubierto un túnel de ventilación que recorría la mayor parte del edificio, y había decidido que permanecer escondida era mucho más seguro que quedarse con los mayores, porque los mayores no paraban de morir, y porque había un monstruo en el edificio que era peor que los zombis o que los hombres vueltos del revés, y estaba bastante segura de que ese monstruo la estaba buscando a ella. Probablemente no era más que una tontería. Ella no creía que los monstruos escogieran a una persona para perseguirla... pero la verdad es que tampoco había creído en monstruos, hasta ese momento.
Así que Sherry se había quedado escondida en la habitación del caballero. Allí no había gente muerta, y el único modo de entrar, aparte del túnel de ventilación que salía de detrás de las armaduras, era por un largo pasillo guardado por un gran tigre. El tigre estaba disecado, pero daba miedo de todas maneras, y Sherry pensó que quizás el tigre ahuyentaría al monstruo. Una parte de ella sabía que aquello era una tontería, pero de todas formas la hacía sentir mejor.
Había pasado la mayor parte del tiempo durmiendo desde que los zombis habían tomado todo el edificio de la comisaría. Cuando estaba dormida, no tenía que pensar en lo que podía haberle ocurrido a sus padres o preocuparse por lo que le podría ocurrir a ella. En el túnel de ventilación había el calor suficiente para estar cómoda, y tenía mucha comida que había sacado de la máquina de chucherías de la gran sala, pero tenía miedo, y peor que sentir miedo era sentirse sola, así que había dormido todo lo que había podido.
Estaba dormida, calentita y encogida detrás de los caballeros cuando un tremendo ruido la había despertado, un rugido procedente del algún punto del exterior del edificio. Estaba segura de que era el monstruo. Sólo lo había visto de refilón una vez, y sólo su tremenda y horrible espalda, a través de una rejilla metálica, pero lo había oído gritar y aullar muchas veces desde entonces y por todos lados de la comisaría. Sabía que era terrible, terrible y violento y que estaba hambriento. A veces desaparecía durante horas, y ella tenía la esperanza de que se hubiera marchado por fin, pero siempre regresaba, y no importaba dónde se metiera ella: siempre parecía estar en algún lugar cercano.
El tremendo ruido que la había despertado de su intranquilo sueño fue muy parecido al que provocaría el monstruo si empezara a echar abajo las paredes. Se acurrucó aún más en su escondite, preparada para salir corriendo hacia el túnel de ventilación si el ruido se acercaba mucho más. No lo hizo; no se movió durante mucho rato, esperando con sus ojos firmemente cerrados mientras sostenía con fuerza su amuleto de la suerte, un precioso colgante de oro que su madre le había regalado precisamente la semana anterior, tan grande que le llenaba toda la mano. Al igual que en ocasiones anteriores, el amuleto había funcionado: el tremendo y horrible ruido no se había repetido. O quizás había sido el gran tigre el que había ahuyentado al monstruo y le había impedido encontrarla. De cualquier manera, al oír los suaves sonidos de unos pasos, se había sentido lo bastante segura para salir de su escondrijo y acercarse al pasillo para escuchar. Los zombis y los hombres del revés no podían utilizar las puertas y, si se hubiese tratado del monstruo, seguro que ya habría atravesado a golpes la puerta y habría entrado aullando en busca de sangre.
Tiene que ser una persona. Quizá se trate de mamá...
A mitad del pasillo, donde se abría una puerta a la derecha, oyó a gente hablar en aquella oficina y sintió una oleada de esperanza y de soledad al mismo tiempo. No podía oír con claridad lo que decían, pero era la primera vez que oía a alguien desde hacía dos días sin que esa persona estuviese gritando. Y si había gente hablando, quizás era porque por fin había llegado la ayuda a Raccoon City.
El ejército del gobierno, o los marines, o quizá todos ellos...
Emocionada, se apresuró a recorrer el pasillo. Se encontraba al lado del gran tigre rugiente, justo al lado de la puerta, cuando su emoción se desvaneció. Las voces habían dejado de hablar. Sherry se quedó muy quieta y, de repente, se sintió muy nerviosa. Si hubiera llegado gente para ayudar a los de Raccoon City, ¿no habría oído los aviones y los camiones? ¿No habría oído los disparos y las bombas y los hombres con altavoces diciendo que todo el mundo saliera fuera?
Quizá las voces no son de gente del ejército, después de todo. Quizá son voces de gente mala. Gente loca, como aquel hombre...
Poco después de que Sherry se escondiera, había visto algo horrible a través de la rejilla del conducto de ventilación que llevaba a la habitación de los armarios. Un hombre alto y pelirrojo estaba en mitad de la habitación, hablando solo y balanceándose hacia adelante y hacia atrás sentado en una silla. En el primer momento Sherry había pensado al principio preguntarle si sabía dónde estaban sus padres y pedirle ayuda para encontrarlos, pero algo en la forma que hablaba y se reía en voz baja mientras se balanceaba le hizo sentir miedo; se detuvo y lo observó en silencio durante un rato desde la segura oscuridad del túnel de ventilación. El hombre tenía un cuchillo muy grande en la mano y, después de mucho rato, sin dejar de reírse, de murmurar y de balancearse, se lo había clavado en el estómago. Sherry había sentido más miedo de aquel hombre que de los zombis, porque lo que había hecho no tenía sentido, ningún sentido.
No quería encontrarse con nadie más como aquel hombre. Y aunque la gente de la oficina no estuviese mal de la cabeza, quizá la sacarían de su lugar seguro e intentarían protegerla, lo que equivaldría a su muerte, porque estaba segura de que el monstruo no sentía miedo de los adultos.
Se sentía mal por darse la vuelta, pero no tenía otra elección. Sherry comenzó a darse la vuelta para regresar a la habitación de las armaduras...
¡Crac!
Permaneció inmóvil cuando el suelo de madera crujió bajo sus pies. El chasquido del listón de madera resonó con un ruido increíble, y ella contuvo la respiración, agarrando su pendiente y rezando para que la puerta no se abriera de golpe a sus espaldas y que algún loco saliera por ella y... y la atrapara.
No oyó ruido alguno, pero estuvo segura de que el agitado latir de su corazón la delataría, porque sonaba tremendamente fuerte. Después de diez largos segundos, comenzó a avanzar de nuevo lentamente por el pasillo, pisando con toda la suavidad que pudo y sintiendo que estaba saliendo de una cueva llena de serpientes durmiendo. Le pareció que el pasillo que llevaba de regreso a la sala de las armaduras medía un kilómetro de largo, y tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no echar a correr en cuanto llegó a la esquina, porque si algo había aprendido de las películas de la tele, era que huir corriendo del peligro siempre significaba tener una muerte horrible.
Llegó por fin a la entrada de la habitación de las armaduras y sintió que casi se desmayaba del alivio. Estaba a salvo de nuevo, y podría acurrucarse otra vez en la vieja manta que la señora Addison había encontrado en una de las oficinas y que le había dado...
La puerta de la otra oficina se abrió y luego se cerró, y Sherry oyó unos pasos un segundo después, unos pasos que iban en su busca.
Sherry entró de golpe en la estancia, sin pensar en nada más que en el arranque de pánico y terror que recorrió todo su cuerpo. Pasó zumbando al lado de tres caballeros, dejando a un lado su refugio porque sabía que tenía que huir, que tenía que alejarse de allí todo lo que pudiera. Sabía que existía una habitación oscura más allá de la vitrina que se alzaba en mitad de la habitación, y oscuridad era lo que ella necesitaba, una sombra en la que desaparecer...
Oyó los pasos que echaban a correr en algún punto a su espalda, resonando sobre el piso de madera mientras ella se metía en la habitación oscura y se apretujaba en el rincón más alejado. Sherry se acurrucó entre los polvorientos ladrillos de la chimenea y la silla tapizada que había a su lado e intentó hacerse lo más pequeña posible, abrazándose las rodillas y escondiendo la cabeza entre ellas.
Por favor, por favor, por favor. No entres, no me veas. No estoy aquí...
Los pasos habían llegado a la puerta de la habitación y ahora eran más lentos, como si dudaran, rodeando la gran vitrina de cristal que se alzaba en el centro de la estancia. Sherry pensó en su lugar de refugio, en la boca del túnel de ventilación por la que podría haberse marchado lejos y se esforzó por contener las tibias lágrimas de rabia y arrepentimiento. La habitación de la chimenea no ofrecía ninguna forma de escapar: estaba atrapada.
El sonido hueco y resonante de cada paso acercaba más y más al extraño a la habitación oscura en la que Sherry estaba escondida. Se apretujó aún más, prometiendo que haría cualquier cosa, cualquier cosa, si el extraño se marchaba...
Pam. Pam. Pam.
De repente, la habitación de llenó de una luz cegadora, y el suave chasquido del interruptor quedó ahogado por el aterrorizado grito de Sherry. Se levantó de golpe del rincón donde estaba metida y echó a correr, chillando y sin mirar, con la esperanza de pasar de largo al lado del extraño y llegar hasta el túnel de ventilación... cuando una cálida mano la agarró con fuerza por el brazo, impidiéndole dar un solo paso más. Gritó de nuevo, retorciéndose con toda la fuerza que pudo, pero el extraño era fuerte...
¡Espera!
Era una mujer, y su voz sonó casi tan frenética como el acelerado palpitar del corazón de Sherry.
¡Suéltame! —gimió Sherry, pero la mujer siguió agarrándola e incluso se acercó a ella un poco más.
Tranquila, tranquila... No soy un zombi. Tranquilízate, todo va bien...
La voz de la mujer había adquirido un tono tranquilizador, y las palabras sonaron casi como una nana. La mano que la tenía agarrada era fuerte pero tibia. La dulce y suave voz musical repitió las tranquilizadoras palabras una y otra vez,
Tranquila, está bien. No voy a hacerte daño. Ya estás a salvo...
Sherry levantó por fin la vista y miró a la mujer. Vio lo bonita que era, su mirada dulce y llena de preocupación y comprensión. En un segundo, Sherry dejó de forcejear y de intentar huir y sintió que unas tibias lágrimas comenzaban a bajarle por las mejillas, unas lágrimas que había estado conteniendo desde que había visto al hombre de pelo rojo suicidarse. Se abrazó de modo instintivo a la joven y bonita extraña, y la mujer respondió rodeando con sus brazos los temblorosos hombros de la niña.
Sherry lloró durante un par de minutos, permitiendo que la mujer acariciase su cabello y le siguiera susurrando palabras tranquilizadoras al oído. Por mucho que quisiera quedarse acurrucada en los brazos de la mujer y olvidar todos sus miedos, por mucho que le gustaría creer que estaba a salvo, sabía que no era cierto. Además, ya no era una niña: ya había cumplido doce años el mes anterior.
Sherry se separó de los brazos con un gran esfuerzo y se frotó los ojos para secarse las lágrimas. Levantó la vista hacia su bello rostro y se dio cuenta de que no era una mujer mayor, que quizá sólo tendría unos veinte años. Las ropas que llevaba eran realmente juveniles: unas botas, unos pantalones vaqueros de color rosa y de perneras recortadas y una camiseta chaleco sin mangas que hacía juego con los pantalones. Llevaba su brillante pelo castaño recogido en una cola de caballo y, cuando sonrió, le pareció una estrella de cine.
La mujer se puso en cuclillas a su lado, sin dejar de sonreír con dulzura.
Hola. Me llamo Claire. ¿Cómo te llamas?
Sherry sintió timidez por un momento, avergonzada por haber huido a la carrera de una chica tan amable. Sus padres le decían a menudo que actuaba como un bebé emocional, que era «demasiado imaginativa» para su propio bien, y allí estaba la prueba: Claire no le iba a hacer daño, estaba segura de ello.
Sherry Birkin —contestó, y luego sonrió con la esperanza de que Claire no estuviese enfadada con ella. No parecía enfadada, de hecho, parecía encantada con su respuesta.
¿Sabes dónde están tus padres? —preguntó con el mismo tono de voz dulce.
Trabajan en la planta química de Umbrella, a las afueras de la ciudad —contestó Sherry.
En la planta química... Entonces, ¿qué estás haciendo aquí?
Mi madre llamó por teléfono y me dijo que viniera a la comisaría. Dijo que iba a ser muy peligroso quedarse en casa.
Claire se limitó a asentir.
Por lo que parece, tenía toda la razón. Pero este lugar también es peligroso...
Claire frunció ligeramente el entrecejo, pensativa, pero volvió a sonreír otra vez.
Será mejor que vengas conmigo.
Sherry sintió que se le formaba un nudo en el estómago y negó con la cabeza, preguntándose cómo podría explicarle a Claire que no era buena idea, que en realidad, era una idea muy mala. En aquellos momentos, quería más que nada en el mundo no estar a solas, pero no era algo seguro para Claire.
Si me marcho con ella y el monstruo me encuentra...
Mataría a Claire. Y aunque Claire era delgada, Sherry estaba bastante segura de que no cabría en el túnel de ventilación.
Ahí fuera hay algo —dijo por fin—. Lo he visto, es más grande que los zombis. Y viene por mí.
Claire meneó la cabeza y abrió la boca para decirle algo tranquilizador, probablemente para intentar hacerle cambiar de idea, pero de repente, un tremendo sonido repleto de furia inundó la habitación, resonando en tremendas oleadas por todo el edificio y procedente de un sitio indeterminado de su interior... pero de un sitio cercano.
Raaaarrrrrghhh...
Sherry sintió que su sangre se convertía en hielo. Los ojos de Claire se abrieron de par en par y su piel se quedó pálida.
¿Qué ha sido eso?
Sherry retrocedió trastabillando, sin aliento, y con su mente corriendo ya hacia su escondrijo seguro detrás de las tres armaduras.
Eso es lo que intentaba decirte —dijo con un jadeo, y se dio la vuelta y echó a correr antes de que a Claire le diera tiempo a impedírselo.
¡Sherry!
La pequeña no hizo caso de la súplica en el grito y pasó corriendo al lado de la vitrina para llegar a la seguridad de la entrada al túnel de ventilación. Saltó con agilidad a lo alto del pedestal del caballero y se dejó caer sobre las manos y las rodillas, agachando la cabeza y metiéndose a cuatro patas en el antiguo agujero de piedra que existía en la base de la pared.
Su única oportunidad, la única oportunidad de Claire, era que ella se mantuviera lo más alejada posible de su amiga más reciente. Quizás se encontrarían de nuevo cuando el monstruo ya se hubiera ido.
Sherry abrigó la esperanza de que no fuera ya demasiado tarde mientras reptaba por la estrecha y sinuosa oscuridad del túnel de ventilación.
1 Juego de palabras que hacen referencia a una frase de «Otelo», un drama de William Shakespeare: «Fragilidad, tienes nombre de mujer». (N. del t.)
2 Nombre con el que también se conoce a la ciudad de Nueva York. (N. del t.)
3 Festival de octubre. Fiesta típica de la ciudad alemana de Munich, donde todo el mundo come salchichas y bebe cerveza. (N. del t.)
4 En francés en el original. (N. del t.)

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