R.E. 3
LA CIUDAD DE LOS MUERTOS
3ªparte
Capítulo 22
A Annette le dolía todo el cuerpo. Se irguió un poco con lentitud hasta lograr sentarse, sintiéndose enferma por los cientos de dolores y pinchazos que le recorrían el cuerpo y que reclamaban su atención. Su cuello y su estómago eran una sinfonía de dolor, se había torcido la muñeca derecha y sentía cómo las rodillas se le iban hinchando a cada segundo que pasaba. Sin embargo, el dolor que era una pura agonía se localizaba en el costado derecho. Estaba segura de que se había roto una o dos costillas o, al menos, se las había astillado.
Horrible mujer...
Annette se reclinó un poco hacia atrás, apoyando su dolorido cuello en su mano sana, pero lo único que vio arriba fue metal y sombra. Al parecer, Ada Wong, la zorra de Umbrella, había salido corriendo. Había pretendido engañarla diciendo que no sabía de qué iba todo aquello, pero a ella no le tomaba el pelo. Annette Birkin no es ninguna estúpida, pensó. Probablemente la espía ya estaba de camino hacia el laboratorio o quizá corría para llegar hasta ella, ansiosa por rematar su trabajo.
Umbrella, Umbrella es la culpable de todo esto...
Annette logró ponerse en pie con un tremendo esfuerzo, utilizando la rabia para sobreponerse al dolor. Tenía que salir de allí, tenía que llegar al laboratorio antes de que lo hicieran... ¡pero le dolía tanto! La sensación de tener un cuchillo clavado en el estómago era atroz, como si le estuviera aserrando las entrañas, y el laboratorio parecía estar a un millón de kilómetros...
No puedo permitir que le roben su trabajo...
Se tambaleó hacia la puerta de la cavernosa estancia, con un brazo comprimiéndose el pecho, donde también notaba una sensación ardiente... y se detuvo. Inclinó la cabeza hacia un lado para oír mejor.
Disparos. Su eco llegó a través del aire frío, procedente del vertedero adyacente... y un segundo después, un siseo poderoso, más disparos, un tremendo chapoteo...
Annette sonrió, aunque su sonrisa no tenía nada de alegre. Después de todo, ella podría llegar antes al laboratorio. El puente. Baja el puente para que no pueda escapar. Cansada y dolorida, Annette caminó tambaleándose hasta los controles hidráulicos y activó el descenso del puente. El poderoso zumbido de los motores del puente ahogó los sonidos de cualquiera que fuese el enfrentamiento que se estuviese produciendo. La enorme plataforma bajó dando vueltas sobre sí misma y se acopló en su lugar con un gran chasquido metálico.
Annette se alejó de la pared con un empujón y se dejó caer sobre la consola que había al lado de la puerta. Encontró los botones que ponían en marcha el gran ventilador y los apretó, todo ello sin dejar de sonreír. El zumbido agudo de la puesta en marcha fue sustituido en poco tiempo por un rugido bronco. Ada estaba metida en problemas en el vertedero, y Annette no iba a permitir que saliera trepando por la escalera. Con el puente bajado y el conducto de ventilación bloqueado, la señorita Wong tendría que abrirse paso a tiros.
Espero que te hayas encontrado con una manada de lamedores, zorra. Espero que te hagan pedazos ahí dentro...
Annette se dio la vuelta para alejarse de la consola y se cayó. El dolor y el mareo eran demasiado fuertes ya. Sus amoratadas e hinchadas rodillas golpearon el suelo y enviaron una nueva oleada de pinchazos de dolor a lo largo de sus piernas.
Entonces la puerta que tenía justo delante se abrió. Annette levantó la pistola, pero fue incapaz de apuntar, y utilizó las pocas fuerzas que le quedaban en no gritar por el sufrimiento y la frustración.
Lo siento, William, me duele tanto. Lo siento, pero no puedo...
Una mujer joven se puso en cuclillas delante de ella, con un gesto de preocupación en su rostro. Iba vestida con unos pantalones vaqueros recortados y un chaleco, y estaba empapada con agua de las alcantarillas... y también llevaba en la mano una estilizada pistola de aspecto imponente, aunque no la estaba apuntando con ella. En realidad, no parecía estar apuntando a ningún lugar.
Otra espía.
—¿Eres Ada? —preguntó la chica en tono dubitativo mientras estiraba una mano para tocarla.
Aquello fue más de lo que Annette Birkin fue capaz de soportar: ser tocada por un peón conspirador e inmisericorde de la compañía Umbrella.
—Aléjate de mí —le contestó con un gruñido al mismo tiempo que apartaba con una débil palmada la mano de la joven—. No soy tu contacto, y no lo llevo encima. Ya puedes matarme, porque no lo encontrarás.
La chica retrocedió, con una expresión confundida en su rostro sucio.
—¿Encontrar qué? ¿Quién es usted?
Otra vez las preguntas, pero la rabia desapareció, dejándola agotada. Estaba cansada de soportar engaños. El dolor era demasiado grande y ya no tenía fuerzas para pelear.
—Annette Birkin —repuso con voz débil—. Como si no lo supieras...
Ahora me matará. Se acabó, todo se acabó.
Annette no pudo evitarlo. Las lágrimas empezaron a bajar por sus mejillas, unas lágrimas tan inútiles como sus planes. Le había fallado a William, había fallado como esposa y como madre, e incluso había fallado como científica. Al menos, todo acabaría pronto, al menos existiría un final para toda aquella angustia...
—¿Es usted la madre de Sherry?
Las palabras de la joven la dejaron sorprendida, pero la sacaron de su estado exhausto como si le hubieran dado una bofetada en la cara.
—¿Qué? ¿Quién...? ¿Qué es lo que sabes de Sherry?
—Está perdida por las alcantarillas —contestó la chica con voz rápida y cargada de preocupación mientras se metía la pistola en el cinturón—. Por favor, tiene que ayudarme a encontrarla. Se la tragó uno de los conductos de drenaje y no sé dónde buscarla...
—Pero le dije que se marchara a la comisaría... —se lamentó Annette. Había olvidado todo su dolor físico, y su corazón latía en oleadas de incredulidad horrorizada—. ¿Por qué está aquí? ¡Este sitio es peligroso! ¡Puede morir! Y el virus-G... Umbrella la encontrará y se la llevarán. ¿Por qué está aquí?
La joven extendió el brazo de nuevo y la ayudó a levantarse. Annette no se opuso esa vez: estaba demasiado débil y horrorizada para resistirse. Si Sherry estaba en las alcantarillas, si Umbrella la encontraba...
La chica se quedó mirándola fijamente, y parecía sentirse al mismo tiempo preocupada y culpable, pero también esperanzada, todo al mismo tiempo.
—La comisaría fue asaltada... ¿Adónde llevan las alcantarillas? Por favor, Annette, ¡tienes que decírmelo!
La verdad apareció en mitad de su cansancio y miedo como un amargo rayo de luz.
Las alcantarillas llevan hasta el estanque de filtración... que casualmente está al lado del tranvía de la fábrica. El modo más rápido de llegar a los laboratorios. Todo aquello no era más que un truco. La chica estaba utilizando el nombre de Sherry para llegar hasta las instalaciones de Umbrella y para conseguir información sobre el virus-G. Sherry todavía estaba en la comisaría, sana y salva, y todo no era más que un montaje para engañarla…
Pero la gente de Umbrella sabe cómo llegar al laboratorio, ¿por qué me lo iba a preguntar si ya lo sabe? ¡No tiene sentido!
Annette levantó otra vez su pistola, y su dolorida muñeca no dejó de temblar. Se alejó de la muchacha. Se sentía demasiado confundida, había demasiadas preguntas sin respuesta... y como no estaba segura de nada, no pudo apretar el gatillo.
—No te muevas. No me sigas —dijo, haciendo caso omiso del dolor mientras extendía la mano hacia atrás para abrir la puerta—. Te pegaré un tiro si intentas seguirme.
—Annette... no lo entiendo... sólo quiero ayudar...
—¡Cállate! ¡Cállate y déjame sola! ¿Es que no puedes dejarme tranquila?
Atravesó la puerta sin dejar de retroceder y luego la cerró en las narices de la sorprendida y atemorizada muchacha. Apretó su brazo sobre sus costillas, astilladas o rotas, en cuanto la puerta estuvo cerrada.
Sherry...
Era una mentira, todo aquello tenía que ser una mentira... pero no cambiaba nada, de todas maneras. Todavía podía lograrlo, tenía que lograr llegar hasta las instalaciones para acabar con lo que había empezado.
Se dio la vuelta y comenzó a caminar tambaleándose, cojeando y jadeando. Entró en la fría oscuridad del pasillo de comunicación y dejó que cada doloroso paso fuera un recordatorio de lo que Umbrella le había hecho.
Una caverna fría y silenciosa, con las paredes recubiertas de hielo, y estoy perdido. Estoy perdido y agotado y llevo corriendo atemorizado desde hace mucho tiempo, así que me he sentado para descansar. Aquí se está tan tranquilo, tan fresco... pero me duele el brazo. Estoy sentado apoyado contra una pared, una pared en la que han empezado a crecer espinas, y una de ellas se me está clavando en la carne, y me está atravesando. Duele mucho, y tengo que levantarme, tengo que encontrar a una persona, tengo que...
Levantarme.
León abrió los ojos y se dio cuenta inmediatamente de que había vuelto a perder el conocimiento. Darse cuenta de ello lo hizo dar un respingo, y el miedo repentino lo despertó por completo.
Ada, Claire... Jesús, ¿cuánto tiempo llevo así?
Apartó con suavidad la mano del hombro y notó la costra todavía húmeda y pegajosa de la sangre entre sus dedos. Le dolía, pero no con tanta intensidad como minutos antes. Al menos, había dejado de salir sangre, como mínimo en la entrada de la herida: los jirones de la camisa habían taponado el agujero, formando un sello junto a la sangre coagulada.
Se inclinó un poco hacia adelante y extendió el brazo para tocar el lugar por donde había salido la bala. Sintió otra amalgama de tejido y de sangre solidificándose bajo el palpitar de la herida. No tenía forma alguna de estar seguro, pero casi estaba convencido de que la bala había atravesado limpiamente su cuerpo, perforando la carne pero sin llegar a tocarle el hueso, lo que significaba que había tenido mucha, mucha suerte.
Aunque me hubiera volado el brazo... Ada todavía está por ahí, y dejé que Claire fuera en su busca. Tengo que buscarlas a las dos.
Pensó que había sido el impacto de la herida, más que la pérdida de sangre o el dolor, lo que le había provocado el desmayo. No podía permitirse pasar más tiempo recuperándose. Apretó los dientes y se apoyó sobre su brazo sano. Sintió sus músculos agarrotados por el frío húmedo que desprendía el cemento sobre el que había estado apoyado.
Su hombro izquierdo rozó un momento la pared, y León jadeó cuando el dolor se intensificó por un momento, punzante y tibio, hasta que retrocedió poco a poco después de unos segundos para convertirse en un latido sordo. Esperó mientras el dolor remitía, respirando trabajosamente y recordándose a sí mismo que podía haber sido mucho peor.
Cuando por fin se puso completamente en pie, decidió que podía seguir adelante. No se sentía mareado ni aturdido, y aunque vio manchas de sangre en la pared y en el suelo, no era tanta como había creído que vería. León se giró procurando no mover demasiado el hombro de la herida y comenzó a recorrer el pasillo que llevaba hasta una puerta cerrada, situada en uno de sus extremos. Avanzó todo lo deprisa que pudo y se atrevió.
Vio otro túnel repleto de agua cuando cruzó la puerta, un túnel que se prolongaba en ambas direcciones. Había una escalera a la izquierda, pero ni siquiera pensó en cómo podría subirla sin abrir de nuevo su herida. Además, en el extremo de la escalera oyó las palas de un enorme ventilador que estaba en marcha. Se dirigió hacia la derecha, metiéndose en el agua oscura y provocando pequeñas olas, con la esperanza de ver alguna pista que le indicara hacia dónde se habían dirigido Ada y Claire.
Perseguir a quien nos ha disparado... ¿Cómo ha podido hacer eso? ¿Cómo ha podido dejarme allí así?
Se había jurado a sí mismo después de su enfrentamiento con el ser que les había vomitado aquellos bichejos que no daría nada por supuesto sobre la señorita Ada Wong. A ratos era encantadora y tonteaba con él, y al momento siguiente se dedicaba a rechazarlo. Además, si de verdad había aprendido a disparar con pistolas de pintura, él era un ejecutivo de banca. Sin embargo, a pesar de su comportamiento capaz de confundirlo y de su más que probable duplicidad, le gustaba. Era inteligente y tenía mucha confianza en sí misma, además de que era muy guapa. Él suponía que debajo de aquella fachada contradictoria se encontraba una buena persona...
Pero te abandonó para perseguir a quien os había disparado, te dejó tirado en el suelo con una bala en el hombro. Si, vaya, es estupenda. Deberías casarte con ella.
Llegó a una bifurcación del túnel y decidió dejar de intentar imaginarse los motivos de las acciones de Ada, y se dijo que debía preguntárselo a ella cuando la encontrara... si la encontraba. La puerta de la derecha estaba cerrada con llave, así que se giró a la izquierda, atisbando con inseguridad en las sombras cada vez más oscuras mientras avanzaba. No debería haber permitido que Claire saliera en busca de Ada sin él. Debería haberse levantado y haberla acompañado...
Se detuvo cuando creyó percibir algo. Disparos, en la lejanía, en algún punto por delante de donde él se encontraba, con el eco distorsionado por el laberíntico diseño de los túneles que formaban el sistema de alcantarillas.
León apretó su muñeca contra la herida sin soltar la Magnum y empezó a correr. El dolor se intensificó de nuevo inmediatamente y le provocó náuseas. No pudo avanzar más rápido que a un pequeño trote, y el agua retrasaba su marcha tanto como el agudo dolor... pero cuando el eco de los últimos disparos se desvaneció, encontró fuerzas para avanzar a mayor velocidad.
Divisó un pequeño ramal lateral a la izquierda un poco más adelante, del que salía un leve rayo de luz amarillenta que iluminaba la espesa agua negra. Incluso antes de llegar allí, se dio cuenta de que debería tomar una decisión, porque un poco más adelante de aquel punto vio una especie de plataforma, con una puerta de aspecto resistente en mitad de los ladrillos que cortaban aquella parte del túnel. Del techo caía más agua en unos delgados chorros continuados. Una elección obvia, aunque quizás..,
León se detuvo en el largo y estrecho haz de luz procedente del ramal de la izquierda. Al fondo vio otra puerta, pero no tenía tiempo para explorar y decidirse, y los disparos podían haber salido de cualquiera de las dos... ¡Bam! ¡Bam!
A la izquierda. León se lanzó hacia el nuevo túnel y el dolor se agudizó aún más, al mismo tiempo que sentía una cálida humedad en la muñeca cuando la herida se abrió y comenzó a rezumar sangre. Hizo caso omiso del dolor, apresurándose en llegar hasta la puerta y abrirla, para oír con claridad más disparos mientras recorría el resto del pasillo en el que había entrado.
El corredor era mucho más amplio que los túneles del sistema de alcantarillado, aunque igual de oscuro y frío. Probablemente era un túnel de transporte para material pesado industrial. Giró a la izquierda y luego a la izquierda otra vez. En la segunda esquina pudo ver, mientras corría, un montón de cajas apiladas y una estantería de metal llena de contenedores metálicos, justo al lado de una puerta de carga y descarga.
Oyó otra andanada de disparos, luego un chapoteo en el agua... y un ruido diferente, un siseo gutural y profundo que le heló la sangre de las venas. Era un sonido extrañamente familiar, pero demasiado fuerte para que fuera posible.
Un millón de serpientes a la vez, quizás un millar de gatos gigantes o, incluso, algún tipo de dinosaurio primitivo y terrible...
Echó a correr, abandonando por fin la pretensión de mantener cerrada la herida. Necesitaba los dos brazos para impulsarse si quería avanzar con mayor rapidez. El final del túnel ya estaba cercano. Vio un panel de luces titilantes y una abertura a la izquierda, otra puerta de carga enorme... y se detuvo justo a tiempo antes de cruzarse en la línea de fuego cuando sonó otra rápida sucesión de disparos a la vez que una tremenda rociada de líquido inundaba el pasillo, haciendo bajar grandes cortinas de agua de las paredes.
—¡Alto! ¡Voy a pasar! —gritó.
Entonces oyó la voz de Ada. Sintió una enorme oleada de alivio a pesar del horror que, sabía, se encontraba a un paso de ellos.
—¡León!
¡Está viva!
Se plantó delante de la puerta abierta con la Magnum en alto y la herida abierta y sangrando... y vio a Ada al otro lado de un lago de mugre, cajas y maderos rotos que flotaban sobre el turbio y turbulento líquido.
Estaba de pie sobre una pequeña plataforma de cemento que sobresalía, detrás de una escalera, con su Beretta apuntando hacia las agitadas aguas estancadas en el lugar.
—Ada, ¿qué...?
¡Blaaaaffff!
Un gigantesco surtidor salió disparado del pequeño lago y lo arrojó de espaldas hacia el pasillo de nuevo. Ocurrió tan deprisa que no llegó a verlo hasta que se encontró por los aires, y su mente absorbió la imagen justo cuando aterrizaba en el suelo. Cayó sobre su hombro herido y lanzó un grito, provocado tanto por el fuerte dolor como por lo que había visto.
Un cocodrilo...
León se puso en pie y comenzó a alejarse tambaleándose antes de saber ni siquiera si podría levantarse. El gigantesco lagarto, un cocodrilo de diez metros como mínimo, apareció en el pasillo a su espalda lanzando un tremendo rugido. Las superficies temblaron cuando el enorme reptil salió de la guarida que lo albergaba, y su cuerpo arrojó litros de agua además de la que resbalaba por sus fauces abiertas repletas de dientes.
Una boca tan grande como yo; no, más grande...
León empezó a correr, sin sentir ya dolor alguno, con el corazón latiéndole a toda velocidad debido al pánico puramente animal que sentía. Iba a devorarlo, iba a masticarlo hasta convertirlo en un millar de trozos sanguinolentos y aullantes...
Y la bestia rugió de nuevo, un aullido bronco que le hizo temblar los huesos, que le provocó la necesidad de expulsar sudor por todos y cada uno de los temblorosos poros de su cuerpo.
León miró hacia atrás y se dio cuenta de que era mucho, mucho más veloz que el monstruoso lagarto. Todavía estaba subiendo por la puerta de carga, con unas piernas redondas como troncos: su grueso cuerpo era demasiado grande para permitirle desplazarse con rapidez.
León cambió de arma en mitad de su terror, y su herida aulló de dolor cuando metió un cartucho en la recámara de la escopeta con el sistema de carga manual. Caminó de espaldas con cierto bamboleo y, cuando llegó a una esquina, se situó detrás de ella y descargó los cinco cartuchos con toda la rapidez que pudo cargarlos en la recámara. Los pesados proyectiles atravesaron el grotesco morro de la horrible parodia de cocodrilo.
El monstruo rugió, agitando la cabeza de un lado a otro, y la sangre surgió a raudales de su sonriente cara, pero, aun así, siguió avanzando, arrastrando tras de sí su cola blindada desde el estanque de agua fétida.
No es suficiente. No es suficiente potencia de fuego.
León se dio la vuelta y echó a correr de nuevo, horrorizado ante el hecho de tener que retirarse, temeroso de lo que podría pasarle a Ada si dejaba el cocodrilo atrás, pero sabiendo que harían falta cincuenta descargas como aquélla para detenerlo. Eso, o una explosión nuclear...
¿Por qué demonios me entretengo en pensar? Lo que tengo que hacer es salir de aquí y después pensar en algo. Aguanta, Ada.
Los atronadores pasos del gigante resonaron en sus oídos mientras pasaba de largo al lado de las cajas, de los cilindros de metal...
Y entonces dejó de correr. Todos sus instintos le gritaban que siguiera corriendo apelando a su cordura, pero había tenido una idea, y mientras el terrible lagarto seguía avanzando, León se dio la vuelta y regresó.
Que esto funcione. Funciona en las películas, por favor, Dios, escúchame...
La hilera de cinco cilindros relucientes estaba metida en un profundo hueco de la pared y asegurada en su sitio con un cable de acero. Vio un botón al lado para soltar el cable, y León lo apretó de un manotazo con la palma. Un extremo del pesado cable cayó al suelo, mientras el otro se mantenía en su lugar.
Dejó caer la escopeta al suelo y agarró el cilindro que tenía más cerca. Sus músculos se tensaron por el esfuerzo, y la sangre comenzó a empapar la manga izquierda de su camisa. Sintió los débiles regueros de sangre que corrían por su pecho, mezclados con las gotas de sudor, pero no cejó en sus esfuerzos, apoyándose en los talones para tirar con mayor fuerza del contenedor de gas comprimido...
¡Ya está!
León saltó hacia atrás cuando el alargado envase plateado cayó al suelo, donde rodó unos cuantos centímetros. Levantó la mirada y vio que el cocodrilo había avanzado casi veinte metros y se hallaba lo bastante cerca para ver con claridad las puntas de sus colmillos blancuzcos de más de diez centímetros cuando lanzó otro atronador rugido, lo bastante cerca para oler su aliento fétido y asqueroso, que le llegó en una vaharada de aire un segundo después, lo bastante cerca...
León apoyó una bota en el cilindro y lo empujó con toda la fuerza que le quedaba. El artefacto comenzó a rodar lentamente hacia el lagarto que se acercaba. Por algún increíble golpe de suerte, el suelo del pasillo estaba un poco inclinado hacia el monstruo. Los más de cien kilos del cilindro aceleraron un poco su avance mientras se dirigían hacia el monstruo describiendo una ligera semicircunferencia.
Sacó su Magnum del cinturón mientras retrocedía de nuevo. Apuntó con su arma el resplandeciente contenedor y se obligó a sí mismo a no disparar. El cocodrilo siguió avanzando, y su cola azotó las paredes con tal fuerza, que provocó unos pequeños desprendimientos de polvo de cemento que cayeron desde el techo y las paredes con cada coletazo. León estaba completamente asombrado, en un estado de terror tan primario que lo único que pudo hacer para no darse la vuelta y salir corriendo fue seguir allí mirando asombrado. Vamos, cabrón...
El cocodrilo y el cilindro se hallaban a poco menos de treinta metros de donde él se encontraba... y León apretó el gatillo. El primer disparo rebotó en el suelo justo delante del contenedor, y también justo en el momento que las enormes fauces se abrieron. La bestia bajó la cabeza para agarrar el obstáculo y echarlo a un lado.
... Tranquilo...
León disparó de nuevo y... ¡BAAAAMMM!
Fue lanzado de espaldas y al suelo cuando el cilindro explotó. La cabeza del monstruo desapareció literalmente bajo la deflagración de metales retorcidos y gases encendidos y estalló como un globo pinchado. Casi simultáneamente, León fue alcanzado por una oleada de restos humeantes, con trozos de dientes y huesos y pedazos de carne destrozada y rasgada que cayeron sobre él como una manta húmeda.
León se sentó boqueando y con los oídos zumbando, mientras el brazo seguía sangrando sin parar, y miró cómo el cadáver sin cabeza se quedaba finalmente inmóvil sobre el suelo, con las piernas desplomándose bajo el peso sin mente del monstruo reptilesco. Volvió a apretar su mano cubierta de sangre contra la herida. Se sentía exhausto, enfermo, dolorido... y tremendamente satisfecho, más de lo que se había sentido desde hacía bastante tiempo.
—Te pillé, capullo de mierda —dijo en un murmullo, y sonrió.
Así fue como se lo encontró Ada cuando llegó corriendo unos momentos después: mirando los resultados de su proeza con una mirada turbia y mareada, ensangrentado y sangrando... y con una sonrisa de niño feliz.
Capítulo 23
Ada cortó en tiras la camiseta blanca que León llevaba puesta debajo de su camisa de uniforme para vendarle el brazo y el hombro con los trozos y, de paso, confeccionó una especie de cabestrillo para que lo utilizara en cuanto se pusiera de nuevo la camisa. Parecía haber perdido suficiente sangre como para estar un poco mareado, casi indefenso. Ada aprovechó su ligero estado de confusión para explicarle, mientras lo atendía, los motivos que la habían impulsado a marcharse de repente. Ella también se sentía un poco confundida, pero por la mezcla de sentimientos que luchaban en su interior...
—Su cara me resultaba conocida. Creí que John me la había presentado, y casi la alcancé, pero supongo que me dejó pasar de largo en alguno de los pasillos. Me perdí en los túneles mientras intentaba encontrar el camino de regreso...
No había nada de verdad en lo que decía, pero León no parecía darse cuenta de ello, como tampoco parecía darse cuenta de la suavidad y el cuidado con que lo estaba tocando, ni del ligero temblor en su voz mientras le pedía disculpas por tercera vez por dejarlo solo.
Me ha salvado la vida. Otra vez. Y lo único que le doy a cambio son más mentiras, un engaño calculado por toda respuesta a su capacidad de sacrificio.
Algo había cambiado en Ada desde que él había recibido la bala en vez de ella, sólo para salvarla. El problema era que no sabía cómo revertir el cambio y, lo que era aún peor, no sabía si quería revertirlo. Era algo parecido al nacimiento de un nuevo sentimiento, una emoción que no podía precisar y a la que no podía poner nombre, pero que parecía llenarla por completo. Era inquietante, incómoda... pero en cierto modo, no era desagradable. La inteligente solución a la que había llegado para eliminar el problema del cocodrilo casi invencible, la criatura a la que apenas había logrado mantener a raya a pesar de todos sus esfuerzos, había fortalecido aquel sentimiento sin nombre. El agujero de su hombro sólo era una herida leve, pero por los regueros de sangre fresca que le bajaban por el brazo y por el pecho, supo que le había dolido horrores, que le había drenado la vida mientras se esforzaba por salvarle el trasero a ella.
Líbrate de él ahora mismo —le susurró su mente—. Abandónalo, no dejes que esto afecte el trabajo. El trabajo, Ada, la misión. Tu vida.
Sabía que eso era lo que tenía que hacer, que era lo único que podía hacer... pero, en cuanto acabó de vendarlo lo mejor que pudo y le contó su patética mentira sobre lo último que había ocurrido, se olvidó de forma conveniente de escucharse a sí misma. Ada lo ayudó a ponerse en pie y lo alejó del lugar repleto de restos donde el reptil monstruoso había encontrado su fin, mientras seguía balbuceando alguna tontería sobre que había encontrado lo que parecía una salida cuando se había perdido.
Annette Birkin había desaparecido. En cuanto León había atraído al cocodrilo hasta sacarlo del estanque, ella se había apresurado a subir las escaleras para comprobarlo. Efectivamente: la doctora había mantenido el sentido común suficiente como para poner en marcha el ventilador y bajar el puente, lo que había cortado de forma muy eficaz cualquier vía de escape para Ada. Era muy probable que la mujer fuera una psicótica, pero no era estúpida. Y aunque se hubiera equivocado en el nombre del patrón de Ada, había acertado de pleno en el propósito de su misión. Para llevar a cabo la misión, Ada tendría que llegar cuanto antes al laboratorio, antes de que Annette pudiera hacer nada... definitivo. Pero León, el silencioso y tambaleante León, la haría tardar el doble.
¡Suéltalo! Libérate de ese peso, ¡no eres una maldita enfermera, por el amor de Dios! Esa no eres tú, Ada...
—Tengo sed —dijo León con un susurro, y su cálido aliento le acarició el cuello.
Ella levantó la mirada hasta su rostro cubierto de restos ensangrentados y descubrió que esa vez le resultaba más fácil hacer caso omiso de la voz en su interior. Estaba claro que tendría que dejarlo. Al final tendrían que separarse...
Pero todavía no.
—Entonces, me temo que tendré que encontrar algo de agua —y lo condujo con suavidad en la dirección que ella necesitaba tomar.
Sherry se puso en pie en medio de la oscuridad, con un sabor asqueroso y amargo en la boca. Una corriente de una sustancia fría y repugnante tiraba de sus ropas. Entonces oyó un sonido rugiente que la envolvió, un ruido como si el cielo estuviera cayéndose. Durante un segundo, no pudo recordar qué había ocurrido ni dónde estaba... y cuando se dio cuenta de que no podía moverse, le entró pánico. El sonido rugiente fue aminorando poco a poco hasta desaparecer, pero ella siguió atascada en mitad de un río repugnante, aprisionada contra algo duro y húmedo, y estaba sola.
Abrió la boca para gritar... y de repente se acordó del monstruo aullante, del monstruo y después del gigantesco hombre calvo, y por último, de Claire. Acordarse de Claire impidió que se pusiera a gritar. En cierto modo, su recuerdo era como una caricia que le calmaba la sensación de terror y le permitía pensar con claridad.
Me absorbió un agujero, y ahora estoy... estoy en otro sitio, y empezar a gritar no me va a servir de nada.
Era un pensamiento valiente, era un pensamiento fuerte, y pensar en ello la hizo sentirse mejor. Se alejó de la superficie dura que tenía a la espalda y avanzó a través del agua. Descubrió que no estaba inmovilizada en absoluto. Había estado pegada a una serie de barrotes o de aberturas en la roca, y la fuerza de la corriente la había mantenido apretada contra ese lugar, lo que probablemente le había salvado la vida al evitar que muriera ahogada. El repugnante líquido de densidad lechosa seguía fluyendo lentamente alrededor de ella, burbujeando como un arroyo normal, pero no con tanta fuerza como antes. El mal sabor de boca significaba que debía de haber bebido unos cuantos tragos involuntarios...
Recordar aquello le hizo recobrar toda la memoria. Había estado flotando hasta que un remolino de la corriente le había dado la vuelta y la había sumergido, y ella se había tragado parte de aquel líquido de sabor horrible y con regusto químico y había perdido el conocimiento, se había desmayado, o eso creía.
Al menos, el ruido ya no se oía, fuese lo que fuese. Sonaba como un tren en movimiento, o como un gigantesco camión que tronaba en la lejanía. Y en ese momento, ya más despierta, se dio cuenta de que podía ver. No mucho, la verdad, pero lo suficiente para saber que estaba en una gran estancia repleta de agua y que había un pequeño rayo de luz procedente de algún punto de la parte superior.
Tiene que haber una salida. Alguien construyó este lugar, así que necesitaban una salida para llegar fuera...
Sherry nadó un poco más y, al patalear, notó que las puntas de sus zapatos rozaban algo duro. Algo duro y liso. Se sintió estúpida por no haber pensado en ello antes. Tomó una gran bocanada de aire, encogió las piernas... y se puso en pie. El agua le llegaba hasta los hombros, pero podía permanecer en posición erguida.
Los últimos restos del pánico que había sentido se desvanecieron mientras se mantenía en pie en mitad del lugar, girando lentamente sobre sí misma mientras sus ojos acababan de acostumbrarse a la escasa luz... y se percataban de la existencia de la silueta de una escalera en la pared más alejada. Todavía estaba atemorizada, de eso no le cabía la menor duda, pero el descubrimiento de aquellos peldaños de metal significaba que había descubierto una salida, y eso la tranquilizó un poco. Sherry levantó los pies del sumergido suelo y comenzó a chapotear en dirección a la escalera, sintiéndose orgullosa de cómo se estaba comportando.
Nada de gritos ni de lloriqueos. Como dijo Claire. Fuerte. Llegó a la escalera y puso las rodillas sobre el último peldaño, situado a unos cuantos centímetros por encima de la superficie del agua. Luego subió los pies y comenzó a ascender, poniendo cara de asco por el tacto grasiento y resbaladizo de los peldaños de metal. La escalera parecía no tener fin y, cuando se atrevió a bajar la vista para ver cuánto había subido, sólo pudo ver una pequeña mancha de agua que brillaba donde la escasa luz llegaba de forma directa. También pudo ver el origen de la luz: una estrecha abertura en el techo, no mucho mas arriba de donde ella se encontraba.
Casi he llegado arriba. Además, si me caigo, no me pasará nada, así que no tengo nada de que preocuparme.
Sherry tragó saliva, deseosa de que aquel pensamiento fuera absolutamente cierto, y miró hacia arriba de nuevo.
Unos cuantos peldaños más... y de repente, cuando fue a agarrarse del siguiente, su mano tropezó con un techo de metal. La superficie era irregular, pero ella sintió una oleada de orgullo por haberlo conseguido. Empujó con una mano... y la puerta de metal no se abrió. Ni siquiera se movió.
—Mierda —dijo con un susurro, pero la palabra no le sonó enfadada, como ella había esperado. Sonó más bien pequeña y solitaria, casi como una súplica.
Sherry encajó un codo en el último peldaño al que estaba agarrada, tocó su colgante para que le diera buena suerte y lo intentó de nuevo, empujando de veras. Esta vez lo hizo con todas sus fuerzas, y creyó notar que cedía un poco, un poco... pero ni de cerca lo suficiente para poder salir. Bajó la mano y volvió a soltar un taco, pero esta vez en silencio. Estaba atrapada.
No se movió durante varios minutos. No quería bajar de nuevo al agua, pero tampoco quería creer que realmente estaba atrapada. Sin embargo, también empezaba a notar el cansancio en sus brazos, y tampoco quería tener que saltar.
Por fin, comenzó a bajar, a un paso mucho más lento con el que había subido. Cada peldaño que bajaba era una admisión de la derrota.
Cuando había recorrido tal vez la tercera parte de la escalera, oyó unos pasos por encima de su cabeza. Al principio, sólo se trató de un ligero golpeteo, más una pequeña vibración que otra cosa, pero pronto se dio cuenta de que eran pasos y de que cada vez sonaban más cercanos... Aún más cercanos, hasta que se aproximaron al extremo superior del pozo donde se encontraba.
Por un momento Sherry pensó en no hacer caso de los pasos, pero luego se apresuró a subir de nuevo por los peldaños tras decidir que merecía la pena correr el riesgo. Cabía la posibilidad de que no se tratara de Claire ni de alguien dispuesto a ayudarla, pero lo más seguro era de que se tratara de su única oportunidad de escapar.
Comenzó a gritar antes de llegar al final de la escalera.
—¡Hola! ¡Socorro! ¿Alguien puede oírme? ¡Hola! ¡Hola!
Los pasos parecieron detenerse, y en cuanto llegó de nuevo al techo, comenzó a golpear el portillo de metal con el puño.
—¡Hola! ¡Hola! ¡Hola!
Se dispuso a dar otro golpe con su dolorido puño... pero sólo golpeó el aire, y una luz cegadora le obligó a cerrar los ojos.
—¡Sherry! ¡Oh, Dios mío! ¡Cariño, me alegro tanto de verte!
Claire. Era Claire, y aunque Sherry no podía verla, se sintió abrumada por una inmensa sensación de alegría al oír su voz. Unas manos fuertes y cálidas la ayudaron a salir y luego unos brazos cálidos y húmedos la abrazaron con fuerza. Sherry parpadeó y entrecerró los ojos para distinguir un poco mejor los detalles de la enorme estancia a través del velo blanco de luz.
—¿Cómo supiste que era yo? —preguntó Claire, sin dejar de abrazarla.
—No lo sabía, pero no podía salir por mí misma, y oí pasos...
Sherry miró alrededor, al gran espacio donde Claire la había sacado, y se sintió pasmada y asombrada por el simple hecho de que Claire la hubiera oído. El lugar era enorme, y lo atravesaban de lado a lado largas pasarelas metálicas que lo cruzaban en diagonal... y se dio cuenta de que la sección de suelo donde se encontraba el portillo por el que había salido estaba en la esquina más alejada de la zona más oscura de la sala, y que el portillo en sí apenas tenía medio metro de ancho.
Jolín. Si no hubiera golpeado el portillo o si ella hubiera estado caminando más deprisa...
—Me alegro de que seas tú —dijo Sherry con firmeza, y Claire sonrió, con el mismo aspecto de sorpresa y alegría que tenía Sherry.
Claire se arrodilló delante de ella, y su sonrisa se desvaneció un poco.
—Sherry... He visto a tu madre. Está viva y está bien...
—¿Dónde? ¿Dónde la has visto? —la interrumpió Sherry, excitada por la noticia... pero sintiendo al mismo tiempo una tensión nerviosa indefinida que le dificultaba la respiración.
Miró los ojos llenos de preocupación y se dio cuenta que estaba pensando de nuevo en mentirle, que estaba buscando la mejor manera de decirle algo que iba a resultar desagradable. Unas cuantas horas antes, Sherry quizá se lo hubiera permitido...
Pero eso se acabó. Tenemos que ser fuertes y valientes...
—Dime la verdad, Claire. La verdad.
Claire suspiró y meneó la cabeza.
—No sé hacia dónde se marchó. Tenía... tenía miedo de mí, Sherry. Creo que me confundió con otra persona, alguien loco o malo. Huyó de mí, pero estoy segura de que vino por aquí, y estaba intentando encontrarla cuando te oí gritar.
Sherry asintió con lentitud mientras se esforzaba por asimilar la idea de que su madre se había estado comportando de una manera rara, lo bastante rara como para que Claire intentara dorarle la píldora.
—¿Y crees que vino por aquí? —preguntó Sherry por fin.
—No estoy completamente segura. También me encontré con el policía al que conocí al llegar aquí, León, antes de tropezar con tu madre. Lo conocí en cuanto llegué a la ciudad. Se encontraba en uno de esos túneles por los que te estuve buscando cuando desapareciste. Estaba herido y no podía acompañarme para seguir buscándote, así que cuando tu madre se marchó corriendo, regresé a buscarlo, pero ya no estaba...
—¿Estaba muerto?
Claire negó con la cabeza.
—No, no. No estaba, simplemente se había marchado, así que deshice mis pasos y, por lo que sé, éste es el único camino por el que ha podido venir tu madre. Pero ya te he dicho que no estoy segura...
Se quedó dudando, con el entrecejo fruncido, mientras miraba de forma pensativa a Sherry.
—¿Tu madre te habló alguna vez de algo llamado el virus-G?
—¿El virus-G? No, creo que no.
—¿Te dio algo para que lo guardaras, como un pequeño frasquito de cristal o algo parecido?
Esta vez, fue Sherry la que frunció el entrecejo.
—No, nada. ¿Por qué?
Claire se puso en pie y apoyó una mano sobre su hombro al mismo tiempo que se encogía de hombros.
—No es demasiado importante.
Sherry entrecerró los ojos y Claire volvió a sonreírle.
—De verdad. Vamos, veamos si podemos adivinar hacia dónde se fue tu madre. Apuesto a que te está buscando.
Sherry dejó que Claire tomara la delantera, preguntándose por qué estaba tan segura de repente, con una certeza casi absoluta, de que Claire no creía lo que estaba diciendo... y preguntándose también por qué ella misma no se atrevía a preguntarle más sobre el asunto.
El ascensor de la fábrica, lo mismo que el tranvía eléctrico, estaban exactamente en el mismo sitio donde Annette los había dejado. El margen de tiempo que le quedaba se había reducido sin duda, pero todavía estaba por delante de los espías, de Ada Wong y de su pequeña amiga desarrapada...
Mentiras, me han contado mentiras, lo mismo que hacen siempre, como si el hecho de que haya perdido a William, de que sienta tanto dolor no fuera suficiente para ellos, no fuera suficiente para hacerles sentir vergüenza de sí mismos...
Sacó con mano temblorosa la llave de control del bolsillo de su destrozada bata de laboratorio y apoyó el cuerpo en el panel de control dejándose caer pesadamente sobre él. Metió con dificultad la llave y la hizo girar. Sus temblorosos dedos tocaron el botón de activación, y una hilera de luces apareció en la consola, con un brillo demasiado intenso incluso en la oscuridad sólo iluminada por la luna. Una fresca brisa de otoño recorrió su dolorido cuerpo, un viento amistoso y secreto que olía a fuego y a enfermedad...
Como en Halloween, como las hogueras en la oscuridad cuando sacan a los muertos, y lanzan sus podridos y pestilentes cuerpos al fuego, quemando sus cadáveres repletos de enfermedad...
En el aire nocturno resonaron cuatro bocinazos. Era el aviso de que el enorme ascensor estaba preparado para bajar. Annette subió trastabillando los escalones grises y amarillos, incapaz de recordar qué había estado pensando con anterioridad. Había llegado el momento de irse y estaba tan, tan cansada. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que había dormido por última vez? Tampoco podía recordarlo.
Me he dado un golpe en la cabeza, ¿verdad? O quizá sólo estoy somnolienta...
Ya se había sentido agotada en otras ocasiones, pero el dolor incesante de sus heridas la había transportado a un sitio delirante que ella nunca había imaginado que podría existir. Sus pensamientos se perseguían unos a otros en espiral, con unas repentinas oleadas de sentimientos que ella no podía resolver, al menos no hasta el punto de sentirse satisfecha. Sabía lo que tenía que hacer: encender el sistema de autodestrucción, abrir la puerta subterránea para escapar, esconderse en las sombras y esperar hasta que estuviera curada. Sin embargo, todo el resto se había convertido en algo extraño, en un deslavazado grupo de pensamientos inconexos agrupados de forma libre y desordenada, como si hubiera tomado algún tipo de droga que hubiera sobrecargado sus sentidos y que sólo le permitiera pensar en una cosa cada vez y al mismo tiempo.
Ya casi se había acabado. Aquello era algo a lo que podía agarrarse, uno de los únicos pensamientos fijos y constantes en su confusa mente. Era una frase segura y casi mágica en cierto modo, una frase que todavía podía ver, sin importar lo ciega que pudiera quedar. Mientras se dirigía hacia la fábrica, había tosido y tosido una y otra vez, y después había vomitado por el dolor que sentía. Sólo había echado un ligero y ácido chorro de bilis que le había provocado la aparición de unos puntos negros en la vista, y la negrura permaneció en sus ojos durante tanto tiempo que pensó que se quedaría totalmente ciega...
Ya casi se ha acabado.
Se agarró a aquella idea como si fuese su amor perdido, encontró el tirador del compartimiento metálico y se metió en su interior. Pulsó los controles en mitad de un sueño confuso. El movimiento y el sonido provocado por el movimiento la rodearon mientras se tendía en el banco metálico y cerraba los ojos. Unos cuantos momentos de descanso y todo habría acabado...
Annette se dejó llevar por la oscuridad, y el ronroneo de los motores la sumergió de forma casi instantánea en un sueño profundo. Estaba bajando, y sus músculos se relajaban, mientras todos sus dolores dejaban de ejercer influencia sobre ella, y durante un espacio interminable de tiempo, encontró el silencio...
Hasta que un aullido, un grito feroz y terrible penetró como un cuchillo en su oscuridad. Era un rugido que mostraba tal furia y dolor que le habló directamente a su corazón. Ella se levantó de un salto, jadeante y temerosa... y en ese preciso instante se dio cuenta de qué era lo que la había sacado de repente de su descanso sin sueño. Sus pensamientos se reorganizaron, dándole una nueva idea a la que agarrarse.
Se trataba de William. William, que había regresado a su hogar, que la había seguido. Umbrella ya no tendría nada de nada, porque el ser en el que se había transformado su esposo había regresado a la zona de explosión.
El aullido apareció de nuevo, y esta vez, su eco resonó en uno de los numerosos recovecos secretos del laboratorio mientras el ascensor seguía bajando y bajando.
Annette volvió a cerrar los ojos, y el nuevo pensamiento se unió a su antiguo amor perdido, y la unión de ambos le proporcionó la felicidad por fin.
William ha regresado a casa. Ya casi se ha acabado.
El tercer pensamiento siguió a los dos primeros de una forma natural, y se unió a ellos mientras ella se deslizaba de nuevo hacia el silencio, aun a sabiendas de que tendría que levantarse en poco tiempo para empezar su viaje final. Cuando el ascensor se detuviera por fin, se levantaría y estaría preparada.
Umbrella sufrirá por todo lo que han hecho, y todo el mundo acaba por morir.
Sonrió y se quedó dormida, soñando con William.
Capítulo 24
León comenzó a sentirse mejor allí sentado, en la sala de control donde Ada lo había dejado. Había encontrado un botiquín en una de las estanterías cubiertas de polvo, junto a una botella de agua, y le había vendado el hombro. Se había marchado hacía sólo diez minutos, pero la aspirina estaba empezando a surtir efecto y el agua había hecho maravillas.
Estaba sentado delante de una consola repleta de interruptores e intentaba recordar lo que había ocurrido después de la explosión en las alcantarillas. Lo último que realmente recordaba con claridad era la imagen del cuerpo de cocodrilo descabezado desplomándose en el suelo, y luego la sensación de verse asaltado por el mareo y por la debilidad. Ada lo había vendado y lo había llevado hasta allí a través de los pasillos...
Y de lo que parecía un túnel de metro. Estuvimos allí durante un minuto o dos...
Y finalmente habían llegado a aquella habitación, donde ella le había dicho que esperara descansando mientras se marchaba fuera para comprobar algo. León había protestado, recordándole que aquél no era un lugar seguro, pero en ese instante todavía estaba demasiado mareado para hacer otra cosa que sentarse donde ella lo había dejado. Jamás se había sentido tan indefenso o tan dependiente de otra persona. Sin embargo, ya se sentía mucho mejor después de beberse el litro y medio de agua de la botella. Al parecer, la pérdida de sangre provocaba deshidratación...
Así que me dio el agua y luego se marchó para comprobar... ¿qué? ¿Y cómo supo el modo de llegar hasta aquí?
Apenas había tenido fuerzas para andar, y mucho menos para empezar a hacer preguntas, pero incluso en su agotado delirio, se había dado cuenta de la seguridad con que caminaba, de cómo había escogido el camino sin dudar y con una precisión infalible. ¿Cómo podía saberlo? Era una marchante de arte en Nueva York, así que, ¿cómo podía conocer absolutamente nada sobre el sistema de alcantarillado de Raccoon City?
Además, ¿dónde está? ¿Por qué no ha regresado ya? Ella lo había ayudado, de hecho, probablemente le había salvado la vida, pero él no podía seguir creyendo que era lo que decía ser. Quería saber exactamente qué estaba haciendo allí, y quería saberlo ya. No sólo porque ella le había estado ocultando algo: Claire estaba en algún lugar de aquellas alcantarillas, y si Ada conocía el camino de salida de la ciudad, León debía al menos intentar descubrirlo.
León se puso en pie con lentitud, agarrándose al respaldo de la silla, e inspiró profundamente. Todavía estaba débil, pero ya no se sentía mareado, y su brazo tampoco le dolía tanto. Quizá se trataba de la aspirina. Desenfundó la Magnum y se dirigió hacia la puerta de la pequeña estancia polvorienta, prometiéndose a sí mismo que no aceptaría más mentiras ni más sonrisas conciliadoras.
Abrió la puerta y salió a un almacén con un extremo al aire libre y que era lo bastante grande como para guardar un avión. Estaba vacío, y era un lugar decrépito y repleto de sombras, pero la fresca brisa nocturna que lo recorría lo convertía en un sitio casi agradable...
En ese preciso momento, vio a Ada que entraba en una plataforma elevada, justo por fuera del hangar, y desaparecía detrás de lo que parecía el compartimiento de un tren. Era un ascensor de transporte industrial y, por el aspecto de los raíles que recorrían el almacén, era una sección de la fábrica abandonada que no había sido realmente abandonada por completo.
—¡Ada!
León corrió hacia el ascensor mientras mantenía apretado su brazo herido contra su costado. Sintió un feroz enfado cuando oyó el zumbido de los motores del transporte, el eco de su fuerte sonido metálico, reverberar en el aire nocturno: Ada se marchaba, no iba a «comprobar» nada...
Pero no se marchará hasta que me diga el motivo.
León salió corriendo al espacio abierto bajo la luna, oyendo cómo la puerta del transporte se cerraba de golpe justo cuando pasaba al lado de una consola de control y subía hasta la plataforma metálica que temblaba. Casi tropezó y se cayó en los peldaños de colores brillantes, y el ascensor comenzó a descender antes de que hubiera recuperado el equilibrio. Unos paneles de metal corrugado de casi un metro de alto se alzaron alrededor del tren de transporte, rodeando la gran plataforma mientras se hundía con suavidad en la tierra.
León agarró el tirador de la puerta mientras la oscuridad envolvía al transporte que retemblaba, y el cielo se convertía en una mancha estrellada más y más pequeña por encima de su cabeza. La fría y pálida luz de la luna fue reemplazada rápidamente por la luz naranja de las lámparas de mercurio del transporte.
Entró dando tropezones, y vio la expresión de susto y asombro en la cara de Ada mientras se levantaba del banco que estaba atornillado a uno de los lados del ascensor, con la Beretta medio alzada en su dirección. La bajó de nuevo, y él vio un destello de culpabilidad en sus ojos, que desapareció en el tiempo que él tardó en levantar la mano y cerrar la puerta.
Ninguno de los dos pronunció una palabra durante unos momentos, y se quedaron mirándose el uno al otro mientras el ascensor continuaba con su suave descenso. León casi pudo ver el esfuerzo de Ada para inventarse una explicación. Decidió que estaba demasiado cansado para estar de humor para tragarse otra mentira.
—¿Adónde vamos? —preguntó, y esta vez no intentó ocultar la cólera que sentía en su voz.
Ada suspiró y se sentó de nuevo. León vio cómo se le hundían los hombros.
—Creo que es la salida de este lugar —respondió en voz baja. Levantó la vista y sus ojos castaños buscaron los suyos—. Lo siento. No debería haber intentado marcharme sin ti, pero tenía miedo...
León percibió un auténtico arrepentimiento en su voz, lo vio en sus ojos, y sintió que su ira cedía un poco.
—¿Miedo de qué?
—De que no lo lograras. De que yo no lo lograra al intentar mantenernos a los dos a salvo.
—Ada, ¿de qué estás hablando?
León se dirigió al banco y se sentó a su lado. Ella bajó la vista hasta sus manos y siguió hablando en voz baja.
—Mientras te estaba buscando, allá en las alcantarillas, descubrí un mapa en una pared —explicó—. Mostraba lo que parecía ser una especie de fabrica o de laboratorio subterráneo y, si el mapa era correcto, existe un túnel que lleva desde allí hasta las afueras de la ciudad. —Ella lo miró a los ojos, y parecía realmente alterada—. León, no creí que estuvieras en condiciones de realizar un recorrido como ése, tal como estás. Y también tenía miedo de que si te llevaba conmigo, de que si llegábamos a un callejón sin salida o una de esas criaturas nos atacaba...
León asintió con lentitud. Ella había intentado protegerse... y protegerlo a él.
—Lo siento —volvió a decir—. Debería habértelo dicho. No debería haberte dejado allí de ese modo. Después de todo lo que has hecho por mí, yo... yo al menos debía haberte dicho la verdad.
La pena y la culpa que sus ojos mostraban no podían simularse. León extendió su mano para tomar la de ella, dispuesto a decirle que lo entendía y que no debía culparse por ello...
Entonces oyó un fuerte golpe en el exterior. Todo el transporte se estremeció, muy ligeramente, pero lo suficiente para que a los dos se les tensara el cuerpo.
—Probablemente se trata de un pequeño salto en los raíles... —sugirió León, y Ada asintió, mirándolo con una intensidad que lo hizo sentir agradablemente incómodo. También sintió que un repentino calor empezaba a recorrerle el cuerpo...
¡Baaam!
Y Ada salió despedida del banco, arrojada al suelo por algo curvado que había atravesado la pared del transporte y que había desgarrado la superficie de metal del costado del habitáculo como si en realidad sólo fuera papel. Era un puño, un puño con garras de hueso, cada una de más de treinta centímetros de largo, garras de la que goteaba...
—¡Ada!
La gigantesca mano se retiró, y sus garras ensangrentadas abrieron nuevos agujeros en la pared metálica mientras León se dejaba caer al suelo al lado de Ada y agarraba su cuerpo inerte, arrastrándola al centro del transporte. Un terrible aullido recorrió la oscuridad en movimiento del exterior. León estuvo seguro de que se trataba del mismo aullido que habían oído antes en la comisaría, sólo que esta vez era mucho más violento, mucho más cercano, e incluso mucho más inhumano que antes.
León mantuvo agarrada a Ada con su brazo sano, sintiendo el cálido goteo de la sangre empaparle su costado derecho, sintiendo su peso muerto sobre su pecho jadeante.
—¡Ada, despierta! ¡Ada!
Ninguna respuesta. La dejó otra vez en el suelo con suavidad y luego apartó la tela empapada de su vestido, justo un poco por encima de su cadera. La sangre salía de dos agujeros profundos, aunque no había forma alguna de saber su gravedad real, y León arrancó un trozo de tela del reborde de su corto vestido y apretó el tejido doblado sobre sí mismo contra las heridas...
El monstruo aulló de nuevo, y la rabia que desprendía su garganta no era nada comparada con la que León sentía en aquel momento mientras miraba los ojos cerrados y la cara inmóvil de Ada. Extendió el vestido sobre el vendaje improvisado para mantenerlo apretado lo mejor que pudo y se puso en pie mientras se descolgaba la Remington del hombro.
Ada lo había cuidado, lo había protegido cuando él no había podido protegerse a sí mismo. León empezó a cargar la escopeta con gesto ceñudo, sin sentir ninguna clase de dolor mientras se preparaba para devolverle el favor.
Fue Sherry la que adivinó por dónde podía haberse marchado su madre mientras ella y Claire registraban lo que parecía ser el final de la línea de habitaciones. Habían llegado a otra estancia abierta y sombría, pero sólo había una puerta en ella. No parecía existir otro modo de salir de aquel lugar cavernoso, a menos que la madre de Sherry hubiese saltado del piso elevado sobre el que se encontraban y hubiese atravesado caminando la completa oscuridad que las rodeaba.
Se quedaron al borde de la oscuridad, intentando divisar algo a través de la negrura más absoluta, pero sin resultado. La habitación parecía ser un muelle de carga y descarga. Una plataforma con raíles corría a lo largo de la pared trasera a partir de la puerta y luego acababa de repente, dando paso a lo que parecía ser un abismo sin fondo. O Annette había bajado y había comenzado a recorrer alguna clase de sendero secreto o Claire se había equivocado sobre la dirección que la madre de Sherry había tomado cuando huyó de ella.
¿Y ahora qué hacemos? ¿Regresamos o intentamos seguirla? No quería hacer ninguna de las dos cosas, aunque lo de retirarse le sonaba muchísimo mejor que lo de meterse en un agujero negro que no sabía adonde llevaba. Además, lo más seguro era que León estuviese todavía en algún lugar de por allí detrás...
—A lo mejor es un tren. Se parece a una estación de tren —dijo Sherry, y en cuanto pronunció la palabra «tren», Claire se dio mentalmente una fuerte patada en el culo.
Una plataforma que en realidad es un andén, unas vías, un centenar de lo que parecen ser «tuberías» en el techo...
Claire sonrió a Sherry mientras meneaba la cabeza por su propia estupidez. Estaba claro que estaba perdiendo facultades.
—Sí, creo que es eso —asintió—. Pero has sido tú la que lo has adivinado, no yo. Debo de tener el cerebro en huelga...
La pequeña consola de ordenador que estaba a un lado del andén, y que ella había considerado poco importante, era probablemente el panel de mando. Claire se dirigió hacia ella. Sherry la siguió mientras manoseaba de forma inconsciente su colgante de oro y le describía los sonidos que había oído mientras se hallaba en el fondo del pozo de drenaje.
—Y se alejaba, lo mismo que un tren. Me hizo pasar mucho miedo, porque el ruido era muy fuerte.
Allí estaba, justo debajo de la pequeña pantalla del monitor que se encontraba encima de la consola: un código de regreso y un grupo de diez teclas. Claire introdujo el código y pulsó la tecla de «intro»: la cámara se inundó con el sonido del zumbido de la maquinaria que se ponía en funcionamiento. El sonido de un tren.
—Eres una chiquita muy inteligente, ¿sabes? —le dijo Claire, y el rostro de Sherry se iluminó, con toda su cara arrugada por la gran sonrisa que apareció en ella.
Claire le rodeó los hombros con un brazo y regresaron hacia el extremo del andén para esperar la llegada del tren.
Las luces del tranvía aparecieron después de unos cuantos segundos. Los dos pequeños círculos de luz se fueron haciendo más y más grandes mientras los observaban llegar. Después de todos los apuros que habían pasado, Claire decidió que sería todo lo optimista que pudiera sobre aquel acontecimiento. En primer lugar, para alejar cualquier idea sobre cualquier próximo hecho horrible que pudiera ocurrir. El tren las sacaría de la ciudad, sin duda, y estaría repleto de comida y de agua. Tendría duchas y ropas limpias y tibias...
Naaa, olvida eso. Una bañera llena de agua caliente, un par de esos albornoces peludos y unas zapatillas calentitas.
Eso estaría bien, pensó, pero se conformaría con cualquier otra cosa que no incluyera monstruos o gente con trastornos mentales. Miró a Sherry y se dio cuenta de que todavía estaba manoseando el colgante.
—¿Qué es lo que tienes ahí? —preguntó, deseosa de que Sherry sonriera de nuevo—. ¿Tienes una foto de tu novio o algo así?
—¿Aquí dentro? Oh, no, no es un medallón para fotos —contestó Sherry, y Claire se alegró de ver en sus mejillas asomó un ligero tono de rubor—. Mi madre me lo regaló. Es un amuleto de buena suerte... y no tengo novio. Los chicos de mi edad son unos críos todavía.
La sonrisa de Claire se hizo aún más amplia.
—Acostúmbrate, cariño. Por lo que yo he visto, algunos de ellos jamás terminan de crecer.
El tren ya estaba lo bastante cerca para ver su silueta. Se trataba de un único coche de unos cinco o seis metros de largo que avanzaba con suavidad bajo su guía superior.
—¿Adónde crees que lleva? —preguntó Sherry, y antes de que Claire respondiera, la puerta del andén saltó por los aires.
La escotilla estalló hacia dentro, arrancada de cuajo de los goznes con un chillido de metal y un tremendo estampido contra el suelo...
Claire agarró a Sherry y la acercó a su cuerpo, mientras el enorme Señor X entraba, doblando su cuerpo de lado y hacia abajo para pasar a través de la estrecha abertura que representaba para él la puerta. Su mirada sin alma se fijó inmediatamente en ellas.
—¡Ponte detrás de mí! —gritó Claire a Sherry mientras sacaba la pistola de Irons.
Se arriesgó a mirar hacia atrás, al tren que se aproximaba. Diez segundos, lo único que necesitaban eran diez segundos...
Pero el Señor X dio un gigantesco paso hacia ellas, y Claire supo inmediatamente que no los tenía. Su terrible cara sin expresión y sus manos ya alzadas estaban todavía a seis metros de ella, pero eso sólo significaba cuatro de sus inmensas zancadas...
—¡Sube al tren en cuanto llegue! —dijo Claire con otro grito, y apretó el gatillo.
Cuatro, cinco, seis disparos contra su pecho. El séptimo proyectil arrancó un trozo de su blanquecina mejilla, pero el Señor X ni siquiera parpadeó. Tampoco sangró, y tampoco se detuvo. Dio otra gran zancada, y el negro y humeante agujero de su cara fue otra muestra clara de su falta de condición humana. Claire bajó el ángulo de disparo de la pistola y siguió apretando el gatillo.
Piernas, rodillas...
¡Bam! ¡Bam! ¡Bam!
Se detuvo por un momento cuando los proyectiles lo acribillaron. Al menos una de las balas había sido un impacto directo contra su rodilla izquierda, pero sus ojos no dejaron de mirarla, fijos en ella como si se tratase de un proyectil dirigido contra un objetivo...
—¡Aquí! ¡Vamonos!
Sherry le estaba tirando del chaleco, gritando, y Claire comenzó a retroceder, apretando de nuevo el gatillo. Otros dos proyectiles alcanzaron al monstruo en las tripas...
Y, de repente, se encontró en el interior del tren: Sherry había hallado los mandos de apertura de la puerta. La cerró, con un sonido veloz y siseante, y el Señor X quedó encuadrado en la pequeña ventana, sin avanzar más, pero sin llegar a caer. Sin morir.
—¡Sígueme! —le gritó al divisar el tablero de luces intermitentes, que estaba a su derecha. Sabía que la puerta no resistiría ni un segundo si la gigantesca y terrible criatura comenzaba a caminar de nuevo y se lanzaba contra ella.
Corrió hacia el tablero de mandos con Sherry a su lado y, mientras apretaba con mano temblorosa el botón rojo que indicaba «avance», dio gracias a Dios porque el ingeniero que había diseñado el aparato lo había planeado para ser lo más simple posible...
Y el tren se puso en marcha, alejándose con suavidad del andén, alejándose de aquella criatura inhumana e indestructible mientras se internaba en la oscuridad.
Annette estaba sentada en la zona de descanso del personal, en la cuarta planta. Esperaba que el sistema principal respondiera al encendido general mientras discutía consigo misma si iniciar o no la secuencia P-épsilon. En cuanto el sistema de autodestrucción se pusiera en marcha, todas las puertas de los pasillos quedarían desbloqueadas y todas las que estuviesen conectadas electrónicamente quedarían abiertas. Las criaturas que habían permanecido atrapadas a lo largo de los últimos días quedarían libres para salir, y la mayoría estarían muy hambrientas...
Hambrientas e infectadas, supurando virus en su estado más puro a través de su carne putrefacta...
No quería tener ningún encuentro... desagradable al marcharse, pero en cuanto las primeras líneas del código aparecieron en la pantalla, decidió no poner en marcha la secuencia. El gas P-épsilon era sólo un experimento, algo en lo que habían trabajado un par de investigadores de microbiología para dejar tranquilo y satisfecho al personal de control de daños de Umbrella. Si lograba funcionar, dejaría fuera de combate a los Re3 y a todos los humanos infectados por la oleada de virus transportados por el aire, la primera, lo que le garantizaría un trayecto más seguro hasta el túnel del transporte de escape. Sin embargo, los espías estaban cada vez más cerca, y Annette no quería facilitarles el trabajo. Había oído que alguien hacía regresar el ascensor después de que ella saliera trastabillando camino al laboratorio de síntesis. En realidad, aquello era genial: llegarían a tiempo para el gran final, y quería que tuvieran que luchar por sus vidas mientras ella se alejaba a toda velocidad hacia la seguridad, se alejaba de la inmensa explosión que arrasaría las instalaciones de miles de millones de dólares...
Todo arderá, arderá y yo me veré libre de esta pesadilla. Final de la partida, y yo habré ganado. Umbrella perderá, de una vez por todas. Esos cabrones traicioneros y rastreros, asesinos...
Se sintió bien, despierta, completamente consciente y sin apenas sentir dolor. Había decidido dirigirse hacia la terminal de ordenador más cercana en cuanto regresara, para poner en marcha el sistema de autodestrucción incluso antes de recoger la muestra, pero apenas había sido capaz de ver lo que tenía delante cuando salió a tropezones del ascensor. Había tenido miedo de olvidarse de algo o, aún peor, de caerse y no poder levantarse de nuevo. Un pequeño paseo hasta el armario de los medicamentos del laboratorio de síntesis había acabado con todo aquello y lo había arreglado. El terrible dolor ya no era más que un recuerdo lejano, y había desaparecido, lo mismo que los extraños procesos mentales que habían dificultado tanto su concentración. Cuando su pequeña combinación de fármacos perdiera su efectividad, pagaría los efectos, pero durante las siguientes dos horas, al menos, estaba muy bien, mejor que como nueva.
Epinefrina, endorfina, anfetamina. ¡Vaya, vaya!
Annette sabía que estaba drogada y que no debía sobrestimar sus capacidades, pero ¿por qué no iba a sentirse contenta? Sonrió a la pequeña pantalla de ordenador que tenía delante y comenzó a teclear los códigos. Sus dedos volaron sobre el teclado, y sintió que los dientes se le iban a partir por la energía que le había proporcionado la adrenalina sintética que su acelerada corriente sanguínea transportaba por sus arterias. Había logrado regresar al laboratorio, William había regresado también, y la muestra, la única muestra viable de virus-G de todo el laboratorio estaba metida en el bolsillo de su bata de investigadora. La había escondido en una de las cápsulas de fusión antes de marcharse en busca de William, y la había recogido de camino a la estancia de descanso del personal...
76E, 43 L, 17A. Tiempo para ponerse a salvo... 20. Aviso vocal/corte de energía, 10. Autorización personal: 0001 Birkin...
Y eso era todo. Annette no pudo dejar de sonreír. No quiso dejar de hacerlo mientras acariciaba con suavidad la tecla de «intro». La sensación de triunfo fue como una espiral tibia y líquida de alegría que recorrió su magullado cuerpo. Un simple apretón, y nada en la Tierra podría detenerlo. Diez minutos después de pulsar la tecla, las cintas grabadas con los avisos comenzarían a ponerse en funcionamiento, y el ascensor de transporte quedaría inmovilizado, aislando las instalaciones del mundo exterior. Las cintas comenzarían la cuenta atrás: cinco minutos para alcanzar en tren la distancia mínima de seguridad, y otros cinco minutos después y...
Buuummm. Veinte minutos antes de la explosión. Tiempo más que suficiente para llegar hasta el túnel y encender el tren, sin importar lo que ande suelto por ahí. Tiempo más que suficiente para alejarme del reloj que avanzará sin detenerse, bajo las calles de la ciudad, a través de las aisladas laderas de las colinas en las ajueras de Raccoon City. Tiempo más que suficiente para llegar al final de la vía, salir a la extensión de terreno privado, dar la vuelta... y ver cómo Umbrella lo pierde todo.
Cuando la cuenta del reloj llegase a cero, las cargas de autodestrucción de explosivo plástico instaladas en el reactor central de la planta de energía del laboratorio estallarían. Incluso si sólo estallaba una de las doce cargas instaladas, esa única explosión sería suficiente para activar todas las cargas secundarias colocadas a lo largo de las paredes. El sistema de autodestrucción de Umbrella había sido diseñado para destruirlo absolutamente todo. El laboratorio se convertiría en un infierno en llamas que haría saltar por los aires la ciudad muerta, lo que sería visible a kilómetros de distancia... y ella estaría allí para verlo, para saber que había hecho todo lo posible para hacer justicia. Esto va por ti, William...
El pensamiento fue agridulce. Durante cierto tiempo, no habían... disfrutado de su relación como marido y mujer. William era tan inteligente, estaba tan entregado al trabajo, que los placeres de las síntesis y de los desarrollos habían sustituido los hábitos y los deberes diarios de un matrimonio. Ella había llegado a reconocer su genio, a disfrutar de la tarea de apoyarlo sin la incomodidad de las peleas en una relación... Sin embargo, en aquel momento, con el dedo apoyado para acabar con todo para siempre, descubrió de repente que deseaba con todas sus fuerzas que hubiera ocurrido algo mucho más profundo entre ellos a lo largo de los últimos años, algo más aparte de su tremenda adoración por sus increíbles dones, del aprecio de William por su ayuda...
Este es nuestro último beso, amor mío. Esta es mi contribución final a tu trabajo, mi último acto de amor por lo que compartimos.
Sí, exactamente ése era su sentimiento. Annette apretó la tecla con el corazón alegre y vio el código brillar en la pantalla con luz verde.
—Les entrego respetuosamente mi dimisión —dijo en voz baja, y comenzó a reírse.
Capítulo 25
La oscuridad pasó zumbando al lado de la plataforma en movimiento, una oscuridad metálica bañada en una tenebrosa luz naranja. Fuera lo que fuese lo que había abierto el agujero en la pared del transporte, había desaparecido. León había rodeado dos veces el aparato y no había visto absolutamente nada. Tampoco había oído nada, con excepción del suave zumbido de los motores en marcha.
De repente, la criatura aulló por fin y León alzó el cañón de la escopeta, pero lo que vio lo dejó paralizado por completo. En el segundo que tardó en verlo realmente, su furia vengativa se había disuelto como polvo en el viento, y fue reemplazada por un asombro que le heló toda la sangre de las venas. Me cago en...
La criatura todavía estaba aullando, con la cabeza echada hacia atrás, con un grito gutural y gorgoteante que parecía una voz surgida del infierno de la oscuridad que la envolvía. Sin duda, antaño había sido un hombre: todavía podía ver en sus enormes brazos y piernas los restos de las ropas que había llevado puestas... pero todo lo que tenía de humano había desaparecido y cambiado, y todavía estaba cambiando al mismo tiempo que aullaba su rabia a la fría oscuridad, mientras León sólo podía quedarse mirando.
Su cuerpo estaba hinchado y repleto de extraños músculos. Tenía el pecho desnudo y dilatado por completo por su aullido interminable. Su brazo derecho era unos veinte centímetros más largo que el izquierdo, y las ensangrentadas garras de hueso sobresalían de una mano palpitante. Lo más curioso era el tumor bulboso y en movimiento que tenía en su bíceps derecho, y que más bien parecía un ojo del tamaño de plato. Giraba con movimientos húmedos de un lado a otro, como si estuviese buscando algo...
Y el aullido también cambió. Su tono se hizo más profundo, más rugiente. El rostro estaba cayendo hacia adelante... y fundiéndose con el pecho. Como si se tratase de cera caliente, como si fuera un efecto especial sacado de una película, la cabeza de la criatura se hundió en el torso y desapareció bajo la inflamada y aparentemente voraz piel...
Y, al mismo tiempo, otro rostro comenzó a aparecer y a formarse, alzándose desde detrás de su cuello con un horrible sonido crujiente, parecido al de los huesos al astillarse y romperse. La piel se partió de repente y las aberturas de unos ojos parpadearon, a la vez que otra parte de la cara se agrietaba y aparecía un agujero rojizo rodeado de huesos que comenzaba a cumplir las funciones de boca y tomaba el relevo del aullido con una nueva voz...
León apretó el gatillo en respuesta, como una negativa a la impura existencia de aquel monstruo.
¡Bam!
Las postas del disparo le alcanzaron de lleno en el pecho, y un espeso chorro de sangre de color púrpura saltó de la herida, cortando inmediatamente el aullido de la criatura... pero fue lo único que logró. La nueva cabeza del monstruo se giró hacia León, se inclinó hacia un lado... y la criatura bajó de un salto a la plataforma, aterrizando en una postura semiagachada sobre unas piernas que tenían el diámetro del pecho de León. Le bastó un paso que casi pareció un salto para ponerse lo bastante cerca de León como para que éste pudiera oler el extraño hedor químico que emanaba de su reluciente piel... y para que pudiera ver que la herida del pecho había dejado de sangrar, y que la piel ya estaba cubriendo los pequeños agujeros.
La criatura alzó sus tremendas garras y León retrocedió trastabillando. Cargó con un chasquido de la corredera del cañón otro proyectil en la recámara y disparó justo cuando la garra comenzó a bajar... ¡Sshhhiiink!
Una lluvia de chispas salió despedida de la barandilla metálica al mismo tiempo que las postas perforaban el estómago del monstruo, provocando otro chorro de sangre púrpura procedente de su cuerpo. El tremendo impacto del poderoso cartucho disparado a quemarropa apenas detuvo al enorme monstruo. Dio otro paso, y León volvió retroceder mientras cargaba otro cartucho... y tropezó con los peldaños que llevaban hasta el cubículo de transporte, tropezó y se cayó de culo. El disparo pasó por encima de la cabeza del monstruo. Otro paso, y estaría encima de él... Muerto. Estoy...
Pero no dio aquel paso. En lugar de eso, se giró hacia la barandilla e inclinó su extraña cabeza al mismo tiempo que las aletas de su rudimentaria nariz se agitaban...
Y en silencio, de un modo casi grácil, saltó por encima del borde la plataforma, hacia la oscuridad que subía.
León se quedó inmóvil durante unos instantes. No pudo moverse: estaba demasiado ocupado intentando comprender que, al final, el monstruo no lo había matado. Había olido o sentido algo, y había detenido su ataque, que sin duda habría sido letal e imparable... y simplemente había saltado por encima de la barandilla del transporte en marcha. No estoy muerto. Se ha ido y no estoy muerto. El porqué no lo sabía, y no tenía tiempo para intentar adivinarlo. Ya era suficiente aceptar el hecho de que estaba vivo. Poco después, quizás unos escasos segundos después, sus liados sentidos y su confusa mente le advirtieron de que el transporte estaba disminuyendo de velocidad, que el hueco por el que bajaban tenía más luz, y que la oscuridad ya no era tan negra, sino más bien grisácea.
León se puso en pie con dificultad y se acercó para ver el estado de Ada.
Sherry había oído el monstruo a lo lejos, en lo profundo del gigantesco agujero, e incluso sintió más miedo del que había sentido cuando el gigante (el Señor X lo había llamado Claire) había aparecido en la estación de tren. Claire le había dicho que probablemente no se trataba del monstruo, sino más bien de algún problema de la maquinaria, pero Sherry no quedó convencida. El sonido procedía de tan lejos que podría haber sido cualquier otra cosa...
Pero, ¿y si no lo es? ¿Y si Claire se equivoca?
Se quedaron de pie fuera de un almacén en mitad de la helada oscuridad, de pie sobre el gran agujero del suelo, mientras esperaban que los ruidos mecánicos se detuvieran. La luna casi llena resplandecía cerca del horizonte, y Sherry se dio cuenta, por el color azul oscuro del cielo en aquella zona, de que la noche ya estaba muy avanzada y el amanecer estaba cerca. Sin embargo, no estaba cansada. Sentía miedo y nerviosismo, e incluso a pesar de que Claire la agarrara de la mano, no quería bajar a través del negro agujero donde podía encontrarse el horrible monstruo.
Después de lo que les pareció una eternidad, el zumbido de la maquinaria se detuvo. Claire se alejó del agujero —el hueco del transporte, lo había llamado—, y se dio la vuelta hacia el almacén.
—Vamos a ver si podemos llamar al... ¿Sherry?
Sherry no se había movido para seguirla. Se había quedado inmóvil mirando el agujero, agarrando su amuleto y deseando ser tan valiente como Claire... pero no lo era. Sabía que no lo era, y sabía que no quería bajar a la oscuridad.
No puedo, no puedo bajar ahí. No soy como Claire, y no me importa nada que mamá haya bajado por ahí. No me importa nada de nada...
Sherry sintió una calidez que le recorría la espalda y levantó la vista sorprendida. Era Claire, que se había quitado su chaleco y se lo estaba colocando por encima de los hombros.
—Quiero que te quedes con esto —dijo Claire, y Sherry sintió una repentina oleada de alegría y confusión.
—Pero... ¿por qué? Es tuyo, y vas a pasar frío...
Claire no le hizo caso durante un minuto, mientras la ayudaba a ponérselo correctamente. Era demasiado grande para ella, y estaba bastante cubierto de suciedad, pero era la prenda más linda que jamás había tenido puesta. Es para mí. Quiere que yo me quede con él. Claire se arrodilló delante de ella. Ahora sólo llevaba puesta su camiseta negra y sus pantalones cortos, y se quedó mirando con mucha seriedad a Sherry mientras tiraba de las solapas del chaleco y se lo cerraba mejor sobre el pecho.
—Quiero que te lo quedes porque sé que tienes miedo —dijo con firmeza—, y porque hace mucho tiempo que tengo este chaleco, y con él me siento capaz de patearle el culo a cualquiera, como si nada pudiera detenerme. Mi hermano tiene una chaqueta de cuero con el mismo dibujo, y él sí que patea los culos de los malos... pero porque me robó la idea.
Sonrió de repente. Era una sonrisa cansada pero cálida, y aquello le hizo olvidar a Sherry cualquier recuerdo de su madre, aunque sólo fuera por un minuto.
—Así que ahora es tuyo, y cada vez que tú te lo pongas, quiero que recuerdes que eres la mejor chica de doce años con la que jamás me haya cruzado.
Sherry le devolvió la sonrisa, abrazando con fuerza el chaleco de color rosa gastado para apretarlo contra su cuerpo.
—Y además es un soborno, ¿verdad?
Claire asintió sin dudarlo ni un segundo.
—Aja. Y además es un soborno, así que, ¿qué me dices?
Sherry suspiró y extendió su mano para tomar la de Claire, y regresaron al almacén para buscar los mandos del ascensor.
Ada se despertó cuando León la depositó con suavidad en el chirriante camastro. Se despertó sintiendo un dolor punzante en la cabeza y un dolor agudo en su costado. Su primer pensamiento fue creer que le habían disparado, pero en cuanto abrió los ojos y la imagen del preocupado y pálido rostro de León se hizo más nítida, lo recordó todo.
Iba a besarme. Bueno, eso creo. Y después...
—¿Qué ha pasado?
León bajó su mano y le apartó un mechón de pelo de su frente, con una leve sonrisa.
—Ha pasado un monstruo. Creo que ha sido el mismo que mató a Bertolucci. Atravesó con su mano la pared del ascensor y te hirió. Te golpeaste en la cabeza después de que... te atravesara con su garra.
¡El virus!
Ada se esforzó por incorporarse para mirarse la herida, pero el fuerte dolor de cabeza la obligó a tumbarse de nuevo. Estiró la mano y se tocó con cuidado el lugar donde sentía el palpitante dolor. Entrecerró los ojos cuando pasó los dedos por encima del chichón pegajoso.
—Eh, eh, tranquila. Quédate quieta —le advirtió León—. La herida no es demasiado grave, pero te diste un golpe muy fuerte...
Ada cerró los ojos mientras intentaba recuperar el control. Si se había infectado, ya no podía hacer nada para evitarlo... y aquello sería realmente una ironía. Si había sido Birkin quien la había herido y todavía estaba lleno de gérmenes, ella terminaría recogiendo el virus-G de un modo muy personal.
Respira profundamente, mantén la calma. Ya no estás en el transporte. Eso, ¿qué te dice?
—¿Dónde estamos? —preguntó mientras volvía a abrir los ojos.
León meneó la cabeza con un gesto negativo.
—No estoy seguro. El sitio es como tú dijiste. Estamos en una especie de fábrica o de laboratorio subterráneo. El transporte está justo ahí fuera. Te he traído a la habitación más cercana.
Ada giró su doliente cabeza lo suficiente para ver las pequeñas ventanas, justo encima de una mesa repleta de papeles, que daban a la gran nave donde había llegado el transporte.
Debemos de estar en la cuarta planta, donde se detiene el ascensor...
El laboratorio principal de síntesis estaba en la quinta planta.
León la estaba mirando con tal sinceridad, con unos ojos azules tan decorosamente enternecidos, que Ada pensó seriamente por unos cuantos segundos en abortar la misión. Todavía podían bajar juntos hasta el túnel de escape, montar en el tren y salir de la ciudad. Podrían huir, marcharse lejos, muy lejos...
Y después, ¿qué? ¿Llamarás a Trent y le dirás que vas a devolverle el dinero? Claro. Luego quizá puedas conocer a los padres de León, comprarte un anillo y después una linda casa de color blanco con una pequeña valla de madera también de color blanco, quién sabe, tener un par de críos... Podrías aprender a hacer punto y a lo mejor masajearle los pies cuando regrese a casa después de un duro día de trabajo encerrando a borrachos y despejando atascos de tráfico. Y vivieron felices...
Ada cerró los ojos de nuevo, incapaz de mirarlo a los suyos mientras hablaba.
—León, me duele mucho la cabeza, y el túnel que vi, el del mapa... No sé dónde está exactamente...
—Yo lo encontraré —afirmó él en voz baja—. Lo encontraré, y después vendré a buscarte. No te preocupes por nada, ¿de acuerdo?
—Ten cuidado —le respondió ella con un susurro, y un instante después sintió sus labios rozar muy levemente su frente. Oyó que se ponía en pie y caminaba hacia la puerta.
—Tú sólo tienes que quedarte ahí. Volveré pronto —dijo, y la puerta se abrió y se cerró. Estaba sola.
No le pasará nada. Se perderá intentando encontrar el túnel, regresará y verá que me he ido y tomará el ascensor para regresar de nuevo a la superficie... Yo podré encontrar la muestra y escapar y todo habrá terminado.
Ada esperó un minuto y luego se incorporó con lentitud. El rostro se le torció con una mueca cuando sintió el doloroso palpitar en el interior de su cabeza. Estaba claro que había sido un golpe bastante fuerte, pero no uno capaz de incapacitarla. 'Todavía podía manejarse sola.
Oyó un ruido en el exterior. Se puso en pie y caminó hacia una de las ventanas. Sabía cuál era el origen del ruido antes incluso de mirar a través del cristal, y sintió que el ánimo se le hundía un poquito: el transporte subía de nuevo, probablemente llamado por un equipo de Umbrella que ya se encontraba en la fábrica...
Lo que significa que no dispongo de mucho tiempo. Y si lo encuentran...
No, a León no le pasaría nada de nada. Era un luchador y tenía el sentido común suficiente para alejarse a marchas forzadas de cualquier peligro. Además, era fuerte y honesto... así que no necesitaba en su vida a nadie como ella cerca de él. Había sido una estupidez pensar en ello, aunque sólo hubiera sido por un momento. Había llegado el momento de acabar con el asunto, de llevar a cabo la misión para la que había ido a Raccoon City, de recordar quién era ella en realidad: una agente independiente, una mujer que no tenía reparos ni escrúpulos algunos sobre robar o matar para lograr llevar a cabo una misión con éxito. Era una ladrona fría y eficiente que se enorgullecía de no haber fallado ni siquiera en uno de los trabajos que había llevado a cabo a lo largo de toda su carrera. Ada Wong siempre se marchaba con la mercancía que había ido a buscar, y haría falta algo más que unas cuantas horas con un policía de ojos azules para lograr que lo olvidara.
Ada sacó las tarjetas de acceso y la llave maestra de su pequeño bolso y abrió la puerta, diciéndose a sí misma que estaba haciendo lo correcto... e intentando mantener la esperanza de que esta vez lograría convencerse a sí misma.
Capítulo 26
Annette se había tropezado con un serio problema. El trayecto hasta el compartimiento de carga no había sido complicado. Sólo se había encontrado con un infectado, uno de los primeros enfermos, y le había abierto un agujero en su cabeza reseca y blanquecina con el primer disparo. Había pasado bajo un Re3 dormido, pero éste no se había movido en absoluto en su cómodo lecho del techo, y, al parecer, las demás criaturas que acechaban desde las sombras de las instalaciones no se habían dado cuenta todavía de que eran libres. Si no era así, significaba que se habían desmenuzado convirtiéndose en polvo antes de lo que ella había pensado. En cualquiera de los dos casos, ella se habría marchado del lugar antes de tener que preocuparse por una u otra posibilidad.
Había logrado llegar al compartimiento de carga en menos de tres minutos y había pulsado el código clave con una enorme sensación de logro y de triunfo. El subidón provocado por la mezcla de drogas empezaba a desaparecer, pero todavía se sentía bien... hasta que la escotilla del compartimiento se negó a abrirse. Annette introdujo de nuevo el código, bastante sencillo, pero esta vez con más cuidado... y no ocurrió nada. Era una de las pocas puertas de las instalaciones que no se abría automáticamente cuando se ponía en marcha el sistema de autodestrucción, pero aquello no debería haber supuesto un problema, ya que existía un disco de verificación en una ranura situada bajo los controles de apertura. El disco siempre estaba allí a pesar de la insistencia del personal directivo de seguridad de Umbrella en que sólo debían tenerlo en sus manos los jefes de departamento de cada una de las secciones...
Y, por supuesto, en cuanto había metido la mano en la ranura, se había encontrado con que el disco no estaba allí, donde se suponía que debía estar. Alguien se lo había llevado.
Annette se quedó de pie delante de la compuerta cerrada, en la vacía estancia, y comenzó a sentir los primeros tentáculos de miedo recorrer su mente. Era un ataque de histeria que no podía permitirse.
El laboratorio va a saltar por los aires, y ya he desperdiciado casi cinco minutos, así que, ¿dónde demonios está el maldito disco?
—Tranquila, tranquila. No pasa nada, estás bien...
Un suave eco, un susurro razonado en mitad de la reluciente sala. Sólo tenía que subir en el ascensor hasta la siguiente planta. Al fin y al cabo, tenía la tarjeta maestra de apertura, tenía un arma y tenía tiempo. Tampoco demasiado, pensó después, pero suficiente.
Respiró profundamente y regresó al pasillo que llevaba hasta las escaleras, recordándose a sí misma que todo iba bien y que aquel contratiempo no tenía importancia, que Umbrella iba a pagar de todos modos, lograra o no, salir de allí. No quería morir, no iba a morir, pero los relucientes pasillos de paredes cubiertas de sangre y los laboratorios, antaño completamente esterilizados, iban a arder de todas maneras, así que no había necesidad de dejarse llevar por el pánico...
Justo cuando giró a la derecha y avanzó con rapidez por el pasillo que la llevaría hasta su objetivo, con sus pasos resonando con un sonido hueco en el silencio, un panel del techo cayó precisamente delante de ella... y un Re3, un lamedor, aterrizó en el suelo y aulló exigiendo su sangre. ¡No!
Annette apretó el gatillo, pero el disparo sólo abrió un agujero en el hombro de la criatura en el preciso momento que se lanzaba de un salto sobre ella, extendiendo una garra deforme para destriparla. Sintió un fuerte dolor en el antebrazo y disparó de nuevo, asombrada e incrédula...
El segundo proyectil le acertó de lleno en la garganta. El monstruo aulló de nuevo mientras la sangre salía con un chorro borboteante de su destrozada garganta. Su aullido se convirtió en un feroz grito rugiente cuando se abalanzó de nuevo sobre ella.
El tercer disparo destrozó la gelatinosa sustancia gris que constituía su cerebro, y la criatura cayó al suelo inmediatamente, quedando hecha un montón de carne que se estremecía de forma espasmódica a escasos centímetros de sus piernas, igualmente temblorosas.
Annette comenzó a jadear al darse cuenta de lo cerca que había estado de morir. Bajó la mirada hacia su sangrante brazo, a los profundos cortes que habían atravesado la tela de la bata de laboratorio...
Y algo se rompió de forma definitiva. Algo en su mente, los pensamientos de su mente corrían a toda velocidad, lo mismo que su corazón palpitante: la sangre y el lamedor, el lamedor de William, muerto en el suelo delante de ella. Todo lo anterior giró y giró, danzando mientras formaba un círculo en el interior de su cabeza y se concentraba hasta formar una única idea, un pensamiento increíblemente simple. Un pensamiento que le daba sentido a todo lo que había ocurrido.
No es suyo.
Estaba tan claro, tan claro como el agua. No podía huir del dolor, porque el dolor la encontraría en cualquier lugar hacia el que corriera. Tenía la prueba allí mismo, goteando por su brazo. William lo había comprendido, pero se había perdido a sí mismo antes de poder explicárselo a ella, antes de decirle lo que ella realmente tenía que hacer: tenía que enfrentarse a sus atacantes y asegurarse de que se enterasen, que se enterasen que el virus-G no era suyo, porque no les pertenecía. Pero ¿lo entenderán? ¿Podrán entenderlo? Quizá sí, quizá no. Sin embargo, se sentía tan apabullada por aquella verdad de una sencillez tan profunda que supo que al menos tenía que intentarlo. Era el trabajo de la vida de William. Era su legado, y ahora le pertenecía a ella. Ya lo había intuido antes, pero ahora lo sabía. Era un rayo de luz en su mente que convertía a todos los demás problemas en asuntos triviales.
No es suyo. Es mío.
Tendría que encontrarlos a todos, decírselo, y en cuanto hubieran aceptado la verdad de lo que les diría, tendrían que dejarla tranquila. Después, si todavía le quedaba tiempo, se marcharía.
Pero antes, tendría que pincharse otra vez. Sonrió, con los ojos abiertos de par en par y con la mirada un poco perdida. Annette pasó por encima del lamedor y se dirigió hacia las escaleras.
León creyó oír disparos.
Estaba en una especie de estancia quirúrgica, la primera habitación al final del primer pasillo que había tomado después de dejar atrás a Ada. Levantó la vista del montón de papeles arrugados que había estado revisando y se quedó a la escucha. Sin embargo, los chasquidos no se repitieron, así que continuó con su búsqueda. Pasó con rapidez las páginas, desesperado por encontrar algo más aparte de las interminables listas de números y letras bajo el anagrama de Umbrella.
Vamos, vamos. Tiene que haber algo útil entre toda esta información...
Quería salir de allí, quería agarrar a Ada y salir cagando leches de allí. El cuerpo despanzurrado tirado sobre una esquina era razón más que suficiente, pero había algo más aparte de aquello. El mismo aire de la habitación, del pasillo que daba a la habitación y, estaba seguro, el de todas las estancias de la instalación, era insano. Olía a muerte, pero lo que era aún peor era la atmósfera, el ambiente creado por algo mucho más siniestro, mucho más inmoral. Mucho más... malvado.
Aquí realizaron experimentos, llevaron a cabo pruebas y Dios sabe qué más cosas... y crearon una plaga de zombis y crearon el monstruoso demonio zombi que atacó a Ada. Han matado a toda una ciudad. Fuese lo que fuese lo que pretendían hacer, era algo malvado sin lugar a dudas.
Maldad a gran escala. El transporte los había llevado hasta una instalación secreta de Umbrella, bastante grande. Sabía por los números que aparecían en las paredes que se encontraba en la cuarta planta, significase lo que significase aquello. La pasarela, una de las tres entre las que había podido elegir, por la que había llegado hasta el pasillo y hasta la habitación de operaciones donde se encontraba, pasaba por encima de un espacio abierto de unos veinticinco o treinta metros, cuyo fondo no era visible, completamente perdido en la oscuridad. No sabía a la profundidad que habían bajado Ada y él, aunque la verdad es que tampoco le importaba. Lo único que quería era encontrar un mapa como el que ella había descubierto en las alcantarillas, un diagrama claro y sencillo con una flecha que indicara «salida»... Y no está aquí.
León echó a un lado los papeles, lleno de frustración... y vio un disco de ordenador en la mesa de acero, que había estado oculto por el montón de papeles sobre los resultados de experimentos químicos. Lo recogió con el entrecejo fruncido por la intriga y leyó la etiqueta: «Para la verificación del almacén de carga». Estaba escrito con grandes letras mayúsculas, pero con cierto descuido.
León lanzó un suspiro y se lo guardó en un bolsillo. Se frotó los cansados ojos con la mano derecha. El brazo izquierdo le había quedado casi inútil después de trasladar a Ada desde el ascensor. No quería ponerse a buscar un ordenador para saber lo que había en el disco, no quería ir de habitación en habitación para encontrar la salida, descubriendo una y otra vez nuevas atrocidades llevadas a cabo por Umbrella antes de que todo se fuera al garete. Estaba cansado y dolorido, además de preocupado por Ada... y, mientras se dirigía hacia la puerta de salida, decidió que debía volver para ver cómo estaba y hablar con ella. Quería tranquilizarla, decirle que encontraría la salida, pero que el puñetero lugar era enorme. Si al menos ella recordara la dirección general donde se encontraba la salida, o quizás incluso el número de la planta o piso.
León abrió la puerta, entró en el pasillo... y entonces vio, justo delante de él, una mujer con una pistola en la mano, una nueve milímetros con la que le apuntaba directamente al pecho. La desconocida estaba sangrando. Unos débiles regueros de sangre bajaban lentamente por su sucia bata de laboratorio... y por la expresión de su cara, por la extraña mirada que vio en sus ojos vidriosos, se dio cuenta inmediatamente que estaba drogada hasta las cejas con alguna sustancia, y que realizar cualquier movimiento brusco sería una idea realmente mala.
Jesús, ¿qué es esto?
—Tú asesinaste a mi marido —le dijo—. Tú y tu compañera, y también la joven. Todos vosotros, todos queríais bailar en su tumba, ¡pero yo tengo algo que deciros!
Tenía un subidón tremendo. Podía notarlo en el temblor agudo de su voz y en el modo que a veces su piel se tensaba y temblaba en su cara. León mantuvo las manos a lo largo de sus costados y habló con voz baja y tranquila.
—Señora, soy agente de policía, y estoy aquí para ayudarla, ¿de acuerdo? No quiero hacerle daño, sólo...
La mujer metió su ensangrentada mano en uno de los bolsillos de su bata y sacó algo que sostuvo en alto. Se trataba de un tubo de cristal lleno de un extraño fluido púrpura. Sonrió con salvajismo y lo sostuvo aún más alto, por encima de su cabeza, pero sin dejar de apuntarle al pecho.
—¡Aquí está! Esto es lo que queréis, ¿verdad? Escúchame. ¿Me escuchas atentamente? ¡No es vuestro! ¿Entiendes lo que te digo? ¡No es vuestro! Fue William quien lo creó y yo lo ayudé, ¡así que no os pertenece!
León asintió con lentitud, y luego habló con tranquilidad.
—Tiene razón, no me pertenece. Es suyo, completamente su...
La mujer ni siquiera lo oía.
—Creéis que podéis llegar y tomarlo, pero yo os detendré. Impediré que os lo llevéis. Todavía queda mucho tiempo, tiempo de sobra para matarte, para matar a Ada, ¡y a cualquier otra persona que intente llevárselo!
Ada...
—¿Qué sabe acerca de Ada? —dijo León con voz agitada al mismo tiempo que daba medio paso hacia la enloquecida mujer. Ya no se sentía tan tranquilo—. ¿Le ha hecho daño? ¿Dígamelo?
La mujer se echó a reír, con unas carcajadas completamente carentes de humor y repletas de locura.
—¡Fueron los de Umbrella los que la enviaron aquí, idiota! ¡La propia Ada Wong en persona, la señorita «Los amo y los abandono». Sedujo a John para apoderarse del virus-G, ¡pero tampoco le pertenece a ella! No lo es, no es vuestro, es mí...
Una enorme conmoción sacudió el suelo, arrojando a León contra la pared y luego contra el suelo. La rugiente vibración estremeció hasta las paredes... y ¡bam!, del techo comenzaron a caer tuberías y trozos de yeso. Una gruesa viga abatió a la mujer con un chasquido sordo. León se protegió la cabeza con el brazo derecho cuando varios trozos de cemento y de escayola comenzaron a caer encima de él y alrededor...
Un instante después, todo acabó. León se incorporó y se quedó mirando a la mujer completamente pasmado, sin comprender qué había ocurrido. La desconocida no se movía en absoluto. La viga de metal que la había golpeado todavía estaba colgada del techo, y tenía uno de los brazos atrapado debajo del alargado trozo de metal...
De repente, una voz clara y carente de sentimiento resonó procedente de unos altavoces ocultos en algún lugar de las paredes. Era una voz femenina y tranquila, que resaltaba incluso por encima del clamor de las sirenas de alarma.
«La secuencia de autodestrucción ha sido activada. Esta secuencia de autodestrucción no puede ser abortada. Todo el personal debe evacuar las instalaciones inmediatamente. La secuencia de autodestrucción ha sido activada. Esta programa no puede ser abortado. Todo el personal debe evacuar las instalaciones inmediatamente...»
León trastabilló hasta que consiguió ponerse en pie y se acercó con rapidez a la mujer caída en el suelo. Se agachó, le quitó el cilindro de cristal de su mano abierta y se lo metió en uno de los compartimientos de su cinturón. No sabía quién era, pero sabía que estaba lo bastante loca como para tener metida cualquier cosa en aquel tubo de ensayo.
Ada...
Tenía que regresar junto a Ada y salir de allí. Las alarmas intermitentes y aullantes resonaban por todo el lugar, persiguiéndolo a lo largo de todo el camino desde la puerta hasta la pasarela metálica, junto con el mensaje con voz femenina indiferente que repetía incesantemente el anuncio de su destrucción.
La voz grabada no daba ninguna indicación de cuánto tiempo les quedaba, pero León estaba completamente seguro de que no quería estar por los alrededores cuando el reloj llegara al final de la cuenta atrás.
Capítulo 27
El fresco y oscuro viaje a través del pozo del ascensor terminó con un chirrido de frenos hidráulicos... y, a continuación, sólo se oyó el silencio cuando los motores se apagaron y las dejaron atrapadas en algún punto del aparentemente interminable túnel.
—¿Claire? ¿Qué...?
Claire levantó un dedo y se lo llevó a los labios, indicándole a Sherry que se quedara callada... y percibió un sonido muy parecido a una sirena de alarma, un bramido agudo y repetitivo, aunque sonaba muy lejano. También le pareció oír una voz, pero sólo pudo distinguir un murmullo como el de una voz de tono femenino.
—Vamos, cariño. Me parece que el viaje se ha terminado. Vamos a ver dónde hemos acabado. Y quédate cerca de mí.
Salieron del cubículo del transporte y pasaron a la plataforma. Los sonidos distantes ya no eran tan distantes... y también distinguieron algo de luz, procedente de algún punto por detrás del ascensor. Claire tomó a Sherry de la mano mientras salían a toda prisa. No quería alarmar a la niña, pero estaba bastante segura de que lo que oía sí era una alarma. Sin duda, lo que también se oía era una voz grabada por encima de los bocinazos rítmicos, y Claire quería saber lo que estaba diciendo.
El ascensor se había detenido a poco más de un metro de una especie de túnel de servicio. La luz que había visto procedía de una bombilla que colgaba del techo del pequeño túnel. No había ninguna puerta, pero sí espacio suficiente para permitir que una persona pasase por allí al final del estrecho y corto túnel. Era casi seguro que se trataba un espacio pensado para que un obrero trabajase en caso de avería. Tendría que ser suficiente...
Si no, tendremos que trepar hasta la superficie, y probablemente sólo será un kilómetro o una cosa así hacia arriba...
No les quedaba más remedio. Claire aupó a Sherry y luego subió detrás de ella, pasando delante y arrastrándose por el negro agujero. Los bocinazos de la alarma aumentaron más y más de volumen a medida que se acercaban al espacio adaptado para el trabajo de los obreros, y el murmullo se convirtió en la voz de una mujer. Se esforzó por oír mejor las palabras para entenderlas, con la esperanza de oír algo así como «avería en el ascensor» o la palabra «temporalmente», pero siguió sin oír nada con claridad. No les quedaba más remedio que dejar atrás el ascensor y mantener la esperanza de que lo abandonaban por algo mejor.
Claire giró un poco su cuerpo y lanzó un suspiro.
—Chica, me parece que nos va a tocar arrastrarnos un poco. Yo iré en primer lugar, y tú...
¡Blam!
Sherry gritó cuando algo aterrizó con un ruido tremendo sobre el techo del ascensor de transporte que habían dejado atrás, atravesándolo con un enorme chirrido de metal partido y doblado. Claire tiró de Sherry para acercarla más a ella, con el corazón encogido y la respiración detenida... y una mano, a la que siguió otra, apareció a través del agujero en el techo. Después, dos gruesos brazos, oscurecidos por las sombras... y, por último, el cráneo blanco, enorme y reluciente del Señor X, como una luna llena en una noche sin estrellas.
Claire se giró de nuevo y empujó a Sherry hacia la oscuridad del estrecho espacio diseñado para el personal de reparación, con el corazón palpitándole a toda velocidad y el cuerpo cubierto repentinamente de sudor.
—¡Vete! ¡Vete! ¡Voy detrás de ti!
Sherry desapareció en la oscuridad, desapareciendo de la vista como un ratón asustado, y Claire no miró hacia atrás. Estaba demasiado aterrorizada para volver la vista mientras seguía a Sherry hasta el negro agujero. Estaba segura de que su incansable perseguidor estaba trepando por encima del destrozado ascensor para continuar con su decidida y extraña persecución.
Ada había oído parte de la enloquecida conversación de León con Annette desde las sombras del centro de la pasarela, donde los tres senderos metálicos se encontraban. Se había obligado a sí misma a no acudir en ayuda de León, prometiéndose a sí misma que si oía disparos, volvería a reconsiderarlo..., pero en ese preciso instante, toda la instalación se había estremecido con fuerza, y la suave voz grabada había comenzado su repetitiva letanía. ¡Mierda!
Ada se puso en pie, furiosa con la científica, y una parte de su ser lo sintió por León. Sabía lo que aquello significaba: Annette había puesto en marcha el sistema de autodestrucción. Eso significaba que probablemente les quedaban menos de diez minutos para salir pitando del lugar... Y León no conoce el camino de salida.
No importaba, no importaba. Eso no era importante. Ella iba a recoger la muestra, que sin duda Annette llevaba consigo, y necesitaba hacerlo inmediatamente. León no era su problema, nunca había sido su problema, y no podía abandonar la misión en ese momento, no después del infierno por el que había pasado para conseguir el preciado virus de Trent.
Ada se alejó un paso del panel principal que conectaba las tres pasarelas... y en ese preciso instante oyó unas pisadas que iban en su dirección. Eran unos pasos demasiado pesados como para tratarse de Annette. Se ocultó de nuevo entre las sombras, en la pasarela que llevaba al oeste detrás de la estructura metálica.
Un segundo después, León pasó corriendo por el lugar, probablemente de regreso al lugar donde esperaba encontrarla a ella esperándolo. Ada inspiró profundamente y dejó escapar el aire con lentitud mientras se esforzaba por sacarse a León de la cabeza. Después salió corriendo en dirección al lugar donde había oído a Annette.
Ada se había marchado.
«... ha sido activado. Esta secuencia de autodestrucción...»
—¡Cállate, cállate. —dijo León con un fuerte susurro.
Se quedó allí de pie, en mitad de la habitación, sintiéndose perdido e inútil, con un nudo en el estómago y las manos crispadas en un puño.
Le habría entrado pánico al oír la sirena y la alarma y habría salido corriendo. Probablemente estaba perdida en el interior de las enormes instalaciones, perdida y confundida. Quizá lo estaba buscando mientras aquella voz infernal y tranquila repetía su mensaje, mientras las sirenas sonaban una y otra vez.
¡El ascensor de transporte!
León se dio la vuelta y atravesó corriendo la puerta... y vio que había desaparecido. Sólo había un gran agujero negro de un par de metros de profundidad donde había estado unos minutos antes. Había estado demasiado concentrado en llegar hasta donde estaba Ada como para darse cuenta de que el ascensor ya no estaba allí...
¡Tenemos que encontrar el túnel! ¡Tenemos que encontrarlo! ¡Sin el ascensor estamos atrapados!
León se dio la vuelta mientras lanzaba un silencioso aullido de frustración y comenzó a correr hacia las pasarelas, rezando para encontrarla antes de que fuera demasiado tarde.
El espacio para reparaciones se acababa de repente, justo delante de un hueco vertical de unos dos metros de altura que daba a un túnel. A Sherry le zumbaban los oídos y tenía la boca seca como un zapato. Sherry se agarró a los bordes del agujero cuadrado, cerró los ojos y saltó al interior.
Se balanceó sobre el pasillo y se dejó caer en cuanto estuvo en posición vertical. Aterrizó mal y se cayó cuando se le dobló la pierna derecha. Le dolió, pero apenas lo sintió. Empezó a arrastrarse sobre las rodillas y sobre las manos para quitarse de en medio. Se quedó mirando al agujero... y por allí apareció la cabeza de Claire. Sus ojos preocupados inspeccionaron rápidamente a Sherry para comprobar si estaba bien y, a continuación, si el pasillo estaba despejado y era seguro... aparte de que había una mujer hablando por los altavoces, de que las sirenas estaban provocando un jaleo infernal y de que el Señor X les estaba pisando los talones.
Claire extendió al brazo todo lo que pudo, con la pistola en la mano.
—Sherry, necesito que agarres esto. No puedo darme la vuelta.
Sherry se puso en pie, estiró el brazo y agarró la pistola por el cañón. Se sorprendió al descubrir lo mucho que pesaba el arma cuando Claire la soltó.
—No apuntes a nada con eso —le susurró Claire, y se deslizó fuera del agujero, doblando su cuerpo y aterrizando sobre su hombro, con la cabeza inclinada hacia dentro. Dio una pequeña voltereta y sus pies golpearon la pared de cemento.
Claire se puso en pie antes incluso de que Sherry tuviera tiempo de preguntarle si estaba bien. Tomó la pistola de su mano y apuntó hacia la puerta que estaba al otro extremo del pasillo.
—¡Corre! —gritó, y ella misma también empezó a correr, empujando a Sherry por la espalda con una mano mientras se dirigían hacia la puerta, y la voz de los altavoces les decía que salieran del lugar, que la secuencia de autodestrucción había sido activada...
Detrás de ellas oyeron un sonido de metal retorciéndose que superó al de las sirenas, y Sherry corrió con mayor rapidez aún, completamente aterrorizada.
Capítulo 28
Annette Birkin salió a gatas de debajo del aplastante peso del frío metal, sin dejar de empuñar la pistola, pero sin el frasco de virus-G. Cuando abrió la boca para gritar su furia, para maldecir a Dios por la injusticia de su terrible suplicio, un chorro de sangre salió de entre sus labios, como un torrente medio coagulado. Mío, mío, mío... Logró levantarse sin saber ni cómo.
Ada se dijo a sí misma que, de todas maneras, no se merecía la buena opinión de León Kennedy. Nunca se la había merecido.
Perdóname...
Cruzó corriendo la pasarela procedente de la zona de descarga, desesperado por el miedo que sentía por ella, y Ada salió de las sombras y lo apuntó con la Beretta a la espalda.
—¡León!
Él se giró inmediatamente, y Ada sintió que la garganta se le quedaba atenazada cuando vio la expresión de alivio que le recorrió la cara... y se esforzó por no sentir nada más cuando la sonrisa de alegría de León se convirtió en un gesto de amargura, que borró por completo la sonrisa.
¡Dios, perdóname!
—Te he estado esperando —dijo, sin sentir el menor orgullo por lo tranquila y calmada que sonó su voz. Lo fría y profesional que le pareció.
Las alarmas siguieron sonando, y la voz mecánica sonó casi con la misma frialdad que la suya, indicándoles que la secuencia de autodestrucción no podía detenerse. No tenía tiempo de dejar que León se hiciese a la idea de que era un monstruo tan carente de alma como uno de los zombis que se habían encontrado o la criatura en que se había convertido Birkin.
—El virus-G —le dijo—. Dámelo.
León no movió ni un músculo.
—Me dijo la verdad —sin un atisbo de ira, sólo con un dolor que era más de lo que Ada quería oír—. Trabajas para Umbrella.
—No —Ada negó con la cabeza—, pero tampoco es asunto tuyo para quién trabajo. Yo, yo...
Ada sintió, por primera vez en muchos años, desde que era una chiquilla, el picor de las lágrimas en sus ojos, y de repente, lo odió por ello, por hacer que se odiase a sí misma.
—¡Lo he intentado! —gritó con un lamento. Toda su compostura fue barrida por el feroz torrente de rabia que recorrió su cuerpo—. ¡Intenté perderte de vista en la fábrica! ¡Y además, tenías que quitárselo, ¿verdad? ¡No podías dejárselo encima!
Ella vio la compasión reflejada en su rostro y sintió que su furia se desvanecía, reemplazada sin tregua por una oleada de pena, pena por lo que había perdido, por lo que había perdido con él, por la parte de su ser que había perdido hacía tanto, tanto tiempo atrás.
Quiso hablarle de Trent, de sus misiones en Europa y en Japón, de cómo se había convertido en lo que era. Quiso hablarle sobre todo y cada uno de los hechos de su miserable vida repleta de éxitos que la habían llevado hasta aquel lugar, hasta empuñar un arma contra el hombre que le había salvado la vida, un hombre con el que hubiera podido compartir algo, en otro momento y otro lugar. El reloj seguía su marcha atrás.
—Entrégamelo —le dijo—. No me obligues a matarte.
León se quedó mirándola a los ojos, y simplemente dijo:
—No.
Pasó un segundo, y después otro.
Ada bajó su pistola.
León se preparó para recibir el disparo, la bala procedente del arma de Ada que le quitaría la vida...
Y ella bajó con lentitud su Beretta, al mismo tiempo que sus hombros se hundían y una lágrima comenzaba a bajar por su piel de porcelana.
León dejó escapar el aire que había estado conteniendo, sintiendo demasiadas cosas a la vez: una mezcla de tristeza y pena por su traición, junto a la compasión por un alma torturada, reflejada en sus preciosos ojos negros...
Y oyó un disparo procedente de las sombras que ella tenía a su espalda. Los ojos de Ada se abrieron de par en par, y su boca se quedó abierta por la sorpresa mientras caía hacia adelante. La pistola repiqueteó al chocar contra el suelo, y su cuerpo tropezó con la barandilla y pasó por encima.
—¡Ada, no!
Echó a correr y se agachó, y al mismo tiempo que ella lograba agarrarse a la barandilla, él la sostuvo de la muñeca. Su cuerpo quedó colgando de un lado a otro sobre la vacía oscuridad sin fondo, mientras la sangre salía a borbotones de su destrozado hombro.
—¡Ada, aguanta!
—Mío —susurró Annette.
Alzó la pistola de nuevo, preparándose para disparar contra el otro y para recuperar lo que era suyo por derecho, para hacerles pagar a todos... y la pistola comenzó a pesar demasiado. Se caía, y ella se caía con su arma. Cayeron juntas hacia el oscuro metal, y la oscuridad empezó a girar en el interior de su mente. Por fin se llevaba el dolor.
William...
Fue su último pensamiento antes de quedarse dormida.
La puerta daba paso a una habitación repleta de máquinas aullantes. Los chirridos y zumbidos de los siseantes y traqueteantes gigantes ahogaban el gemido de las sirenas de alarma. Claire corrió, tirando y empujando a Sherry junto a ella mientras buscaba desesperadamente una salida. Sabía que el monstruo estaba cerca.
¿Qué es lo que quiere? ¿Por qué nos persigue? Allí...
Una plataforma en la esquina, a unos dos metros del suelo, con un puñado de cajas echadas a un lado justo debajo de ella.
—¡Por aquí! —gritó Claire.
Echaron a correr, pasando al lado de las temblorosas consolas de metal. Claire sintió un tremendo calor que salía desprendido de las máquinas cuando aupó a Sherry para que subiera y luego la siguió. ¡Crrrraaccc!
Se dio la vuelta y vio que la enorme criatura estaba rajando la puerta de metal. Entró con grandes zancadas en la sofocante habitación y comenzó a buscar...
Vieron una doble compuerta de metal en el otro extremo de la plataforma. Se abalanzaron en aquella dirección mientras Claire no pensaba en otra cosa que no fuera seguir huyendo o en el modo de destruir a aquel monstruo que había sobrevivido a todo lo que...
La compuerta estaba abierta y entraron en otra plataforma. El calor en aquella sombría estancia era tremendamente intenso, terrible... y además el lugar era un callejón sin salida. Claire se dio cuenta de ello antes de dar media docena de pasos en aquella enorme estancia. Se encontraban en la plataforma de observación de una fundición, y el infernal calor procedía de los enormes depósitos al rojo vivo que estaban debajo de ellas.
Tenía doce balas, divididas entre dos pistolas. Claire se acercó a trompicones al borde de la plataforma, con Sherry a su lado. La luz anaranjada del metal fundido las iluminó con su brillo afiebrado. Aquel calor era suficiente como para achicharrar cualquier cosa...
¿Cómo? ¿Cómo lo hago saltar?
—¡Sherry, vete allí!
Apuntó con el dedo el punto más alejado de la plataforma. Sherry negó con la cabeza mientras su rostro temblaba por el miedo.
—¡Hazlo! ¡Ahora mismo! —gritó Claire, y Sherry lanzó a su vez un grito, aunque de terror, mientras echaba a correr, con su gargantilla rebotando contra las solapas del chaleco de tela vaquera...
No es un colgante...
Sherry volvió a gritar. Claire se dio la vuelta y vio al Señor X que se aproximaba a ellas.
Caminó por la estancia con el mismo andar erguido y rígido que Claire había visto cuando lo encontró por primera vez. La extraña luz anaranjada le daba un tono aún más de pesadilla. Claire se mantuvo firme donde se encontraba. Se metió la pistola de Irons en los pantalones mientras el plan a medio formar que tenía en su atemorizada cabeza comenzaba a adquirir detalles. Probablemente no saldría bien, pero tenía que intentarlo de todas maneras...
Se abalanza sobre mí, salto por encima de la barandilla, lo agarro y lo arrastro conmigo...
El Señor X centró su mirada sin emoción en ella mientras daba otro de sus enormes pasos. Los negros agujeros de sus ojos y el que tenía en la garganta eran sólo unos pozos de sombras en su terrible piel pálida, coloreada como una calabaza bajo la luz de aquel lugar... y se giró hacia Sherry. Se abalanzó hacia ella mientras alzaba sus terribles puños.
—¡Eh! ¡Eh! ¡Estoy aquí! —gritó Claire, pero la criatura no la oyó, no la vio. Todo su monstruoso ser estaba concentrado en la pequeña y acobardada chiquilla gimoteante que estaba acurrucada en un rincón de la pared más alejada mientras agarraba su colgante...
Justo en ese momento, Claire supo lo que quería. Las frases pronunciadas por Sherry y por Annette se unieron en un relámpago de comprensión, que le proporcionó la respuesta.
El virus-G. Destrozarla. Amuleto de buena suerte...
No era un colgante...
—¡Sherry! ¡Quiere tu colgante! ¡Tíramelo!
Si estaba equivocada, ambas estaban muertas. El Señor X se acercó aún más a la niña, lo que le impidió a Claire verla...
La gargantilla, el colgante que contenía en su interior al virus-G y que Annette le había entregado a su hija, junto con el peligro de llevarlo puesto, llegó volando procedente de la caliente oscuridad, y cayó a los pies de Claire, justo delante de ella.
El Señor X dio inmediatamente la vuelta, siguiendo con su mirada inexpresiva el vuelo del colgante, y dejó a un lado a Sherry en el mismo instante que la gargantilla abandonaba la mano de la niña. Había estado en lo cierto.
¡Buena chica!
Claire lo recogió del suelo y lo balanceó delante del monstruo, sintiendo una oleada de increíble rabia y de alegría maliciosa cuando el hinchado gigante comenzó a dirigirse hacia ella con su paso decidido y con los puños en alto de nuevo. Sus ojos sin expresión estaban fijos en la brillante gargantilla.
—¿Quieres esto? —dijo Claire con tono de burla, provocándolo. Las palabras rezumaron su furia por las balas malgastadas, por el miedo que ella y Sherry habían sufrido—. ¿Sí? ¡Pues entonces, ven a buscarlo, miserable monstruosidad sin sesos!
La criatura estaba ya a menos de dos metros de ella cuando Claire se giró y lanzó el regalo de Sherry a la gran superficie burbujeante y abrasadora. La gargantilla desapareció inmediatamente en el hierro fundido... y la criatura sobrenatural que las había aterrorizado a lo largo de toda aquella interminable noche caminó directamente hacia la barandilla. Las barras metálicas se partieron bajo su paso implacable... mientras el monstruo se desplomaba en silencio hacia el gigantesco caldero. Una gran ola de metal fundido y siseante golpeó por un momento los lados del contenedor y unas erupciones espontáneas de llamas saltaron de su cuerpo mientras desaparecía bajo la superficie del burbujeante líquido.
Sintió triunfo, un triunfo dulce y maravilloso... y un instante después, la fría voz mecánica de los altavoces cambió de repente, arrebatándole la alegría que le proporcionaba ver al Señor X darse un baño de lava.
El mensaje que oyó por encima del barullo de las sirenas le heló la sangre.
«Quedan cinco minutos para alcanzar la distancia mínima de seguridad. Todo el personal que quede debe abandonar inmediatamente las instalaciones. Por favor, diríjanse a la plataforma inferior. Repito, por favor, diríjanse a la plataforma inferior. Repito, por favor, diríjanse...»
Sherry ya estaba a su lado, y Claire la agarró de la mano y comenzó a correr.
Sentía un dolor insoportable, y Ada cerró los ojos, preguntándose si bastaría para matarla.
—¡Aguanta, Ada! ¡Tú sólo aguanta, yo te subiré!
A través de los latidos de la sangre y del clamor de las sirenas, Ada oyó el aviso del comienzo de la cuenta atrás del sistema de autodestrucción. Cinco minutos.
Intenta salvarme. Vamos a morir los dos.
El agarrón de León era fuerte, y la determinación en su atemorizada y suplicante voz era casi tan fuerte como la voluntad de ella. Casi, pero no lo bastante.
Ada levantó la cara para mirarlo, y vio que, a pesar de todo lo ocurrido, él quería salvarla, quería que sobreviviera. Quería ayudarla a subir y llevarla a un lugar seguro lejos de allí.
Esta vez no. No por mí...
Su vida se había basado en el egoísmo, en ella misma y nadie más, en la avaricia. Había visto morir a mucha buena gente, y en algún momento de su vida, había perdido su capacidad de sentir preocupación por los demás. Se había dicho a sí misma que aquel esfuerzo era una pérdida de tiempo y un signo de debilidad.
Y estaba equivocada. Fui egoísta y estuve equivocada todo este tiempo, y ahora ya es demasiado tarde.
No, no era demasiado tarde. Fuese lo que fuese lo que la esperase abajo, ya había tomado una decisión.
—León... baja, dirígete hacia el oeste y encuentra el almacén de carga... más allá de la fila de... las sillas de plástico. Necesitarás el... disco. Está en mi... bolsito.
—¡Ada! ¡Ya lo tengo! ¡El disco del almacén de carga y descarga! ¡Ya lo encontré! ¡No hables, sólo aguanta! ¡Déjame que te ayude!
Intentó agarrarse mejor a la barandilla.
Hablar le suponía un esfuerzo horrible, pero tenía que acabar, tenía que advertirle antes de que el tiempo se le acabase.
—El código es 345. Monta en el ascensor y baja. El túnel... subterráneo lleva al exterior. Tienes que ir... a toda velocidad. Ten cuidado con Birkin, el infectado por el virus-G... Ya está cambiando. ¿Lo has entendido?
León asintió, mirándola intensamente con sus profundos ojos azules.
—Vive —dijo ella, y fue una buena palabra, una palabra maravillosa con la que despedirse y marcharse. Estaba cansada, la misión estaba acabada y León estaba a salvo.
Se soltó de la barandilla y León gritó su nombre. Aquel sonido la siguió hacia la oscuridad como un adiós agridulce.
Capítulo 29
Sherry estaba aterrorizada, pero el Señor X estaba muerto, y sin duda, él era el monstruo que había visto, no el de la comisaría, sino el monstruo de verdad, el que había querido despedazarla desde el principio...
Pero no tuvo tiempo de pensar en ello, porque Claire tiraba de ella mientras recorrían a toda velocidad el camino por el que habían llegado hasta la fundición. A través de la sala de maquinaria, a través del pasillo con el espacio para reparaciones, doblando una esquina...
Y Sherry lanzó un grito al ver un zombi, justo delante de ellas, que se giró en su dirección. Una criatura muerta y blanquecina, apenas unos cuantos huesos polvorientos. Claire levantó la pistola y disparó..., bang, y la cara de la criatura se hundió hacia dentro. La gimiente parodia de ser humano se desplomó al suelo, y Claire tiró de Sherry para que pasara por encima del cuerpo y siguiera corriendo hacia la puerta que estaba al final del pasillo.
Se trataba de un ascensor, y Sherry se apoyó en una de sus paredes como si se derrumbara después de que Claire la metiera de un fuerte empellón. Intentó recuperar el aliento mientras ella pulsaba los botones. Después de la velocidad a la que habían corrido para huir del Señor X, les pareció que el ascensor bajaba a paso de tortuga, con un zumbido pausado y tranquilo.
—Vamos a lograrlo —la animó Claire entre jadeos—. Ya falta muy poco.
Sherry asintió, y su corazón empezó a palpitar con mayor fuerza aún cuando oyó que la voz de los altavoces indicaba que sólo les quedaban cuatro minutos para alcanzar la distancia de seguridad mínima.
León sintió que no sabía cómo ponerse en pie y alejarse. La imagen de su bello y sereno rostro un segundo antes de dejarse caer...
Ya no está. Ada se ha marchado.
Extendió el brazo para recoger la Beretta del suelo, y una nueva oleada de dolor y tristeza le recorrió el alma cuando la empuñó. La pistola todavía estaba tibia con el calor de la mano de Ada... y además pesaba poco. Pesaba muy poco porque no estaba cargada con ninguna bala. Ni siquiera tenía metido un cargador. Ella nunca había querido hacerle daño. Le había mentido, le había mentido siempre, pero nunca había pretendido hacerle daño...
«...quedan cuatro minutos para alcanzar la distancia mínima de seguridad. Todo el personal que quede debe abandonar inmediatamente las instalaciones. Por favor, diríjanse a la plataforma inferior...»
Cuatro minutos. Le quedaban cuatro minutos para llegar lo bastante lejos y cumplir el último deseo de Ada.
Se puso en pie y se dirigió a toda prisa hacia la puerta... y se detuvo de repente, metiendo una mano en un bolsillo del cinturón. Sacó el pequeño tubo de cristal repleto de líquido púrpura. Sabía que no tenía tiempo que perder, pero sólo tardó un segundo en echar el brazo atrás y arrojar con todas sus fuerzas la muestra lo más lejos que pudo. Quiso alejarla todo lo posible de él.
Si el laboratorio responsable de tantas muertes iba a arder, que el virus-G ardiera con él.
—¡Sí!
La puerta del ascensor se abrió... y allí estaba el tren. Un tren subterráneo de color plateado que brillaba suavemente bajo las luces. Estaba oscuro y en silencio, sin ninguna clase de potencia motriz. No se trataba de la máquina llena de energía y dispuesta a partir que Claire se había imaginado, pero era el vehículo de huida más precioso que jamás había visto.
Sherry se mantuvo pegada a su lado, agarrada a su brazo, mientras corrían hacia la puerta delantera de aquella especie de tranvía subterráneo de tres vagones. Las irritantes alarmas seguían sonando, y su eco se multiplicaba a lo largo del túnel de cemento. La suave voz de mujer, la voz que Claire había comenzado a odiar hacía sólo unos momentos, les informó de que les quedaban tres minutos para alcanzar la distancia mínima de seguridad.
Se apresuraron a subir a bordo del tren. Claire se dio cuenta, aunque no le importó en absoluto, de que no había asientos, sólo un amplio y vacío espacio donde los pasajeros podían permanecer de pie. La cabina de control estaba a la izquierda.
—Vamos a poner en marcha esta preciosidad —dijo Claire, y la radiante y esplendorosa mirada de esperanza que apareció en la sucia y cansada cara de Sherry le partió el corazón, pero sólo un poco.
Oh, cariño...
Claire apartó la mirada con rapidez y subió a saltos los escalones que llevaban al interior de la cabina mientras se prometía a sí misma que si el tren no funcionaba, ella misma llevaría a cuestas a Sherry por el túnel. Haría todo lo que estuviese en su mano para que aquel débil rayo de esperanza en los ojos de la chiquilla no se apagase.
El código y el disco de verificación que había encontrado en la sala de operaciones abrieron la puerta, como Ada le había dicho. La ancha compuerta daba paso a un corto pasillo. A León sólo le quedaban tres minutos, así que lo recorrió a toda velocidad, atravesó otra puerta, que tenía un símbolo de peligro biológico en su dintel, y finalmente llegó a la bodega de carga y descarga.
No tenía tiempo para detenerse y echar un vistazo alrededor. Estaba concentrado en llegar hasta el ascensor antes de que la voz grabada le dijera que ya no tenía posibilidad de salir con vida de las instalaciones. León corrió hacia la parte trasera de la enorme estancia, teñida de un extraño color rojo, y encontró los mandos del enorme ascensor del tipo habitual en los almacenes. Apretó el botón de bajada, preparado para entrar y salir pitando...
Pero no ocurrió nada, excepto que se encendió una hilera de lucecitas, quizás unas veinte lucecitas, en la parte superior de la puerta. Comenzaron a parpadear y a apagarse en orden descendente. Y muy lentamente.
León extendió el brazo y volvió a apretar el botón, sintiendo una aturdida incredulidad mientras el ascensor seguía descendiendo, deteniéndose en lo que le parecieron minutos en las distintas plantas, mientras las alarmas seguían atronando y la cuenta atrás para la destrucción del laboratorio seguía acercándose más y más a su final.
—¡Jesús!
Se dio la vuelta y sintió deseos de gritar si tenía que esperar mucho más... y, por primera vez, echó un vistazo a la estancia en la que se encontraba. Las dos altas y anchas hileras de estanterías múltiples que recorrían el lugar de lado a lado estaban repletas de una «mercancía» muy especial: aunque la media docena de gigantescos contenedores de cristal que se alineaban en cada estantería sólo tenían un líquido claro y rojo en su interior, León sintió un escalofrío sólo con mirarlos. Cada uno de ellos era lo bastante grande para contener a un hombre adulto, y eso le hizo preguntarse para qué los habían fabricado.
No importa. Van a volar hechos pedazos en un par de minutos, lo mismo que yo si este condenado cacharro no se da prisa y no logro salir de este puñetero lugar...
Se giró de nuevo hacia el ascensor, casi agradecido de sentir frustración e ira, de sentir algo aparte de pérdida..., y el techo encima del ascensor comenzó a estremecerse. León dio un paso atrás, apuntando con su Magnum hacia el sólido panel de metal del techo justo cuando salió despedido por los aires...
El monstruo con el que se había enfrentado en el otro ascensor de transporte aterrizó delante de él. Se trataba de la misma criatura demoníaca que había herido a Ada, que casi lo había matado a él...
¿Birkin?
Por el modo en que echó atrás su extraña cabeza y comenzó a aullar, con un grito que ahogó el sonido de las alarmas, León estuvo seguro de que había ido a acabar su trabajo.
El tranvía ya estaba preparado: disponía de la potencia suficiente y estaba listo para ponerse en marcha... si no fuese porque el sistema automático de apertura de la puerta del túnel parecía haberse estropeado. Ante sí tenía toda una consola repleta de pequeñas luces verdes, excepto una única señal roja que insistía en que la puerta tenía que abrirse de forma manual.
Dos minutos para llegar a la distancia mínima de seguridad.
No lo lograremos. No vamos a lograrlo.
—Quédate aquí —le indicó Claire a Sherry, y salió al exterior para encontrar el sistema de apertura manual, rezando para que no fuese una avería grave.
León se dio la vuelta y echó a correr cuando el monstruo comenzó a andar hacia él. Cada uno de sus poderosos pasos resonó en la estancia mientras el eco de su terrible aullido todavía se multiplicaba en las paredes del lugar.
¡Piensa!
La poderosa escopeta no había sido suficiente. Tenía que acertarle en algún punto vulnerable...
Los ojos... Utiliza la Magnum.
León había llegado de nuevo a la puerta. Se giró y disparó, apuntando su arma al rostro de la criatura...
Pero el rostro estaba cambiando de nuevo. La mandíbula estaba bajando mientras gritaba. Unos grandes colmillos o garras salieron de lo que quedaba de su boca, de la parte superior de su palpitante pecho... y León vio, mientras la criatura rugía de nuevo con su boca mutante, que le estaban saliendo otros dos brazos de sus costados. Las extremidades se colocaron en su sitio, y los codos se doblaron mientras de la punta de cada brazo comenzaban a salir unos gruesos gusanos que se convirtieron en unos dedos acabados en garras. ¡Bam! ¡Bam! ¡BAM!
Los disparos fueron muy seguidos y atravesaron con facilidad la tirante piel encima del ojo izquierdo. El monstruo rugió otra vez, pero en esta ocasión de dolor, y León vio saltar unos cuantos trozos de hueso y un fluido púrpura con consistencia de pus, mientras un pequeño chorro de sangre negra le bajaba hasta tapar la pupila amarilla de su ojo.
El ser sacudió la cabeza a un lado y a otro, arrojando más líquido alrededor, agachándose sobre sus enormes piernas como si se tratase de una gigantesca rana mutante... y saltó al aire, hacia arriba y a la derecha. Aterrizó en una de las estanterías de más de dos metros con un gruñido animal. Mierda. ¿Cómo hará eso?
No podía verle los ojos. De hecho, no pudo ver nada más que la espalda mientras la criatura comenzó a bajar... mientras cambiaba de nuevo. De eso no cabía duda: percibió los húmedos chasquidos óseos antes incluso de ver las puntas de las espinas que le salieron encima de la columna dorsal de su carne púrpura.
No quería ver en lo que se estaba convirtiendo, pero el ascensor todavía no había llegado, y le quedaban dos malditos minutos.
León sacó otro cargador y lo introdujo con una palmada y un chasquido, y luego disparó contra lo que podía ver: una forma con seis patas, una silueta que ya había perdido todo parecido con un ser humano.
El proyectil atravesó uno de los musculosos hombros, y la criatura saltó. Cayó al suelo como si se tratase de una especie de bestia salvaje y arácnida y aterrizó a pocos metros de donde él estaba. Su pecho se había convertido en una pared de dientes extraños, de pinchos, que se abría y se cerraba al son de sus jadeos... y en ese momento gritó de nuevo. Era un sonido demoníaco, completamente diferente a cualquier otra cosa que hubiera oído antes. Parecían los gritos moribundos de un millar de almas condenadas al infierno.
León disparó dos veces contra el puñado de dientes y retrocedió y, por fin, bajo el ensordecedor ulular de las sirenas, oyó el campanilleo que anunciaba la llegada del ascensor.
Claire corrió hacia la parte delantera del tren, mirando todos y cada uno de los botones y de las palancas que sobresalían de la pared del túnel, frunciendo el entrecejo, y menos de diez segundos después, encontró la palanca de color rojo y blanco que buscaba y la bajó de golpe. Percibió el chirrido del roce de metal contra metal en algún lugar por delante del tren y echó a correr de nuevo hacia la puerta... cuando oyó otro chirrido metálico: el ruido del acero al ser desgarrado y doblado hasta perder su forma original. El sonido procedía de algún punto detrás del tranvía, en la parte trasera del túnel...
No. No puede ser...
Se quedó mirando hacia los últimos vagones, más allá de las rejas metálicas de una puerta cerrada que llevaba de regreso a las sombras... y percibió un sonido muy parecido al del hueso al chocar contra el cemento, un sonido chirriante y pesado que se repitió una y otra vez.
Pasos.
Claire corrió hacia la puerta, aun a sabiendas de que no podía ser el Señor X, que no podía serlo de ninguna manera. Estaba derretido, ya no existía, y además, ellas ya no tenían el virus-G... y en ese momento, divisó un atisbo de movimiento más allá de las rejas, a unos diez metros de distancia. Era algo grande y alto, y de su silueta salían pequeñas volutas de humo que manchaban la oscuridad... y le llegó el olor acre y penetrante de algo quemado. Aquello salió de las sombras en dirección a la parte trasera del último vagón y alzó unos enormes puños achicharrados...
¡Bam!
El vagón llegó incluso a balancearse mientras Claire se daba cuenta por fin de que sí se trataba del Señor X, o lo que quedaba de él..., y de que, sin duda, era un demonio surgido directamente del infierno.
Había colocado las balas que había en los dos cargadores en un solo cargador mientras estaban montadas en el ascensor. Le quedaban en total once balas. Estaba claro que no iban a ser suficientes, sin embargo era lo único de lo que ambas disponían.
Claire alzó la pistola de Irons, preguntándose si aquél iba a ser su final.
León corrió y rodeó la estantería que tenía a la derecha para regresar al ascensor. Oyó los atronadores pasos justo a su espalda, y supo que no podía parar de ninguna manera.
Dio otro giro, luego atravesó de nuevo el centro de la estancia... y algo lo golpeó en la espalda y lo lanzó disparado hacia adelante y hacia el suelo: la bestia se había abalanzado contra él y lo había embestido.
León rodó sobre sí mismo y la criatura se colocó enseguida encima de él, con sus dientes goteantes de saliva preparados para atravesarle el cráneo mientras las patas lo mantenían inmovilizado. El tumor parecido a un ojo seguía todavía allí, mirándolo desde un hombro...
El policía colocó el cañón de la pistola justo debajo de la babeante barbilla y apretó el gatillo una y otra vez mientras gritaba, vaciando el cargador de pesados proyectiles en la cabeza de la criatura.
La bestia aulló y pataleó, para terminar finalmente cayendo a un lado de León. El enorme y alucinante animal todavía estaba aullando cuando León se puso en pie y se acercó a la carrera al ascensor. Entró y se dio la vuelta, pulsando el botón de bajada.
Vio que la bestia se estremecía, cambiaba y aullaba, al mismo tiempo que despedía trozos de carne y hueso y chorreones de sangre, luego se daba la vuelta y volvía a dirigirse hacia el ascensor. Tomó velocidad con cada paso tembloroso.
La puerta se fue cerrando con gran lentitud, y la criatura casi volaba ya...
León agarró bien la escopeta con las dos manos, metió un cartucho en la recámara y apretó el gatillo. El impacto le dio de lleno en el pecho y la hizo retroceder... justo cuando la puerta se cerró. León ya bajaba. Sólo le quedaba un minuto.
Capítulo 30
¡Bam! Sherry sintió que el vagón se bamboleaba con fuerza.
¡Corre!
Corrió hacia la puerta, recordando que Claire le había dicho que no saliera, pero sin importarle. No sabía de qué se trataba, ni de qué forma ella podría ayudar, pero no iba a quedarse allí, con los brazos cruzados...
¡Bam!
Y la vagoneta se estremeció de nuevo con fuerza de arriba abajo, al mismo tiempo que el eco del tremendo impacto resonaba a través del aire rancio y estanco. Hasta el mismo suelo se estremeció bajo sus pies. Sherry extendió el brazo hasta la puerta y pulsó el botón de apertura. Su corazón le palpitaba a cien por hora, y el sudor le bajaba por el rostro en grandes regueros, arrastrando la suciedad de su cara consigo.
La puerta se abrió deslizándose hacia un lado... y allí estaba Claire, apuntando con su pistola contra algo que Sherry no pudo ver y que estaba en la parte trasera del tren.
La mirada de Claire se posó un momento en ella, y las temblorosas palabras que le gritó estaban llenas de miedo y pánico.
—¡No salgas! ¡Cierra la puerta!
Sherry estiró el brazo de nuevo hacia el mando de cierre y de apertura, pero dudó por un momento, aterrorizada por lo que pudiera pasarle a Claire, deseando ver qué era...
Una mirada rápida...
Sacó la cabeza velozmente, un segundo, buscando con la vista la causa del pánico de Claire, que estaba golpeando de esa manera el vagón del tren. Un olor parecido al de la carne quemada y a productos químicos inundaba el andén escasamente iluminado, un olor procedente de...
Sherry gritó en cuanto lo vio, cuando vio el achicharrado monstruo que estaba provocando las sacudidas del tranvía, justo detrás de una pared de barras metálicas. Vio su gigantesco puño machacar la pared metálica del vagón, pero de donde no pudo apartar la vista fue de la cara del monstruo.
El Señor X.
Su piel se había quemado por completo y había desaparecido de todo su cuerpo. Unas cuantas volutas de humo todavía se desprendían de su cráneo con aspecto de caramelo derretido, pero los ojos seguían allí: rojos y negros, lanzando un humo acre, pero repletos de vida.
—¡Sherry! ¡Hazlo ahora mismo! —le gritó Claire sin apartar ni un instante su mirada del humeante monstruo, de su terrible y gigantesco cuerpo cubierto por músculos rojos y metálicos, tan quemados y rojos como sus impresionantes y desagradables ojos.
Sherry pulsó el botón, y la puerta se cerró justo cuando Claire comenzó a disparar.
El ascensor comenzó a bajar, aunque no como León había esperado, ni todo lo rápidamente que él necesitaba que bajara. La amplia plataforma se deslizó hacia abajo por un túnel en ángulo, como por un tobogán, mientras unas luces de neón sobre unas paredes negras indicaban el avance. Muy lentamente.
—Quedan cuarenta segundos para alcanzar la distancia mínima de seguridad.
—Vamos, vamos, vamos... —dijo León en voz baja.
Había olvidado todos y cada uno de los dolores que sentía en el cuerpo ante el temor creciente que sentía en su cerebro.
La voz había dejado de mencionar la cuestión de llegar a la plataforma de descarga, y ahora sólo anunciaba cada fracción de diez segundos. Por mucho que odiara las instrucciones repetidas, era mucho peor no oírlas. Los silencios que se abrían entre las frases le indicaban que no merecía la pena esforzarse por intentarlo.
Llegar hasta aquí, hasta tan lejos, y morir por culpa de un ascensor lento...
No podía aceptarlo. Había pasado por demasiadas penalidades. El accidente de automóvil, Claire, la huida a la carrera, los monstruos, y Ada y Birkin... Tenia que lograrlo, o todo aquello no habría servido para nada.
No parecía existir un suelo de verdad bajo la plataforma que descendía, o de lo contrario habría intentado bajar a pie, pero, por lo que pudo ver, el ascensor bajaba mediante unos raíles colocados a ambos lados, en la oscuridad, gracias a alguna clase de mecanismo que no llegaba a ver.
«...veinte segundos para alcanzar la distancia...» El cuerpo de León empezó a estremecerse, con la tensión agitando sus músculos y agarrotándolos de tal modo que le costaba respirar. ¿Cuál era la distancia de seguridad? Cuando aquella voz fría e inhumana llegase a cero, ¿cuánto tardaría en producirse la explosión?
A toda velocidad, ella dijo a toda velocidad... El tren tendría que ser muy veloz, y a él sólo le quedaban diez segundos para llegar hasta el aparato. El extraño ascensor continuó su lento, tranquilo y suave descenso hacia la oscuridad.
La puerta se cerró y Sherry estuvo a salvo, de momento. Los pensamientos de Claire se habían acelerado a tope revisando sus escasas posibilidades en un relámpago.
No puedo dejar que lo saque de las vías...
Sabía que no tenía ninguna esperanza de herir a la criatura, pero quizá podría distraerla lo suficiente para poder escapar. Deseó haberle enseñado a Sherry cómo funcionaban los sencillos mandos del tren, deseó que el tren ya estuviera en marcha, alejándose con Sherry y llevándosela a la seguridad del exterior...
Pero no lo hice, y tenemos que irnos ya.
El mensaje grabado estaba contando atrás los últimos diez segundos para llegar a la distancia mínima de seguridad. Claire apuntó a la cabeza mutante del Señor X mientras el cuerpo humeante de la feroz criatura golpeaba brutalmente de nuevo la ya mellada pared del tren.
Cinco disparos. Cuatro de ellos se estrellaron contra el extraño material que formaba su carne, alrededor del punto donde debía encontrarse una oreja en un humano normal. El quinto proyectil salió demasiado alto, y mientras el eco de las explosiones de los disparos resonaba por el helado andén, la criatura que ella había bautizado como el Señor X se giró lentamente hacia ella.
¿Y ahora, qué?
La voz femenina grabada la distrajo por un momento, justo cuando el Señor X dio un único paso hacia ella, un paso gigantesco y monstruoso que lo sacó de las sombras.
«...tres, dos, uno. Es necesaria la distancia mínima de seguridad. La autodestrucción ocurrirá dentro de cinco minutos. Quedan cinco minutos antes de la detonación final.»
Las alarmas siguieron aullando, pero al menos la voz se quedó callada, aunque ella no lo hubiera notado, ya que tenía sus ojos abiertos de par en par fijados en la criatura. Era un ser odioso, sobre todo por su forma todavía humanoide, como una burla de la realidad, de la cordura de la vida. A pesar de los trozos superficiales que se veían quemados en la mayor parte de su cuerpo, su carne antinatural no había perdido nada de su elasticidad. La materia rojiza que se encontraba bajo las quemaduras se contraía y se extendía como si se tratara de auténtico músculo. Tenía todo el aspecto de un gigante despellejado salido de debajo de un edificio en llamas... y no pudo estar segura de si había sufrido con su baño de metal fundido. Otro increíble paso y levantó los brazos, arrancando de cuajo la puerta de rejas. Las barras de hierro cayeron al suelo...
Lento al principio. Al menos, tengo esa ventaja...
Era la única ventaja que tenía. Claire echó a correr hacia la puerta, todavía atemorizada, pero el humeante monstruo era bastante lento, poderoso pero incapaz de moverse de un modo...
De repente, el Señor X dejó de caminar. La criatura se dobló por la cintura, dobló las rodillas... y salió impulsada del suelo con un empuje dinámico que arrancó trozos de cemento del suelo y sus deformes pies se lanzaron hacia ella a toda velocidad.
Claire ni siquiera pensó. Se echó hacia la derecha y corrió para alejarse del monstruo semiagachado, todo lo deprisa que pudo. Estuvo a punto de atraparla, con unos reflejos absolutamente inhumanos, como si la pérdida de su capa de piel lo hubiera liberado, como si el metal líquido lo hubiera reducido a su estado de fuerza más puro. Oyó el sonido de unos dedos que no eran de carne arañando el cemento cuando saltó por encima de la puerta rota y se lanzó hacia las sombras. Miró hacia atrás y vio que el Señor X había levantado un brazo, rasgando el aire donde ella se encontraba un instante antes. Había querido destriparla...
Pero ¿por qué? Ya no tengo el virus-G, no tiene motivo alguno...
Claire corrió para adentrarse aún más en la resonante oscuridad, mientras el sistema de altavoces le informaba de que les quedaban cuatro minutos.
«Quedan cuatro minutos antes de la detonación...»
¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!
Por fin el ascensor se detuvo, justo cuando creía que tendría un ataque al corazón por la frustración que sentía. León se abalanzó sobre la manivela de la gruesa puerta de metal, preparado para salir corriendo.
La puerta se abrió dando paso a la pared de un pasillo, un corredor de cemento que estaba iluminado por unos tubos fluorescentes. No vio ninguna señal de hacia dónde debía dirigirse.
¿Izquierda o derecha?
Los pocos segundos que estuviera dudando podían costarle la vida... eso si todavía tenía alguna oportunidad de salvarla.
Una vez había oído decir que cuando la gente se enfrenta a una decisión así, la mayoría gira de forma instintiva hacia el lado de su mano dominante. Decidió que, con la mierda de suerte que había tenido a lo largo de aquella larga, larga noche en Raccoon City, lo mejor sería ir en la otra dirección.
A la izquierda. León corrió, con las botas resonando contra el suelo, preguntándose si debería importarle hacer tanto ruido.
Claire vio no demasiado lejos de la puerta rota una pasarela que cruzaba la vía por encima del tren. Las escaleras estaban ocultas por las profundas sombras...
Oyó las potentes pisadas del Señor X cuando comenzó a perseguirla de nuevo. Cada paso resonaba con el chasquido de aquella carne mutante contra el suelo de cemento. El terror la impulsó a correr aún más deprisa. Sus pies apenas tocaban el suelo, sin importarle si se estaba lanzando de cabeza contra una pared que no vería a tiempo en aquella oscuridad. Quizás eso sería lo mejor. Aquella criatura era tremendamente poderosa, era veloz, era imposible de matar. No tenía la menor oportunidad si llegaba a atraparla...
Los pasos sonaban cada vez más rápidos y fuertes. Oyó el chasquido de sus dedos con garras al arañar el suelo de cemento. Como mucho le quedaba, quizás, un segundo antes de que su mano la destrozara...
Se lanzó de nuevo a la derecha de forma repentina, arrojándose hacia un pozo de oscuridad que se abría justo al pasar las escaleras. El Señor X pasó zumbando como un mamut, una masa borrosa por la velocidad que llevaba, y ella llegó incluso a sentir el viento provocado por su mano al intentar agarrarla por la pierna cuando se lanzó al suelo.
Sintió un dolor agudo a lo largo del brazo cuando su codo se estrelló con fuerza contra el suelo de cemento. No hizo caso del dolor y se puso en pie de un salto, en busca del monstruo en la oscuridad.
¿Puede verme? ¿Me ve?
Su mano encontró la esquina de una pared a la derecha, con cemento a su izquierda y a su espalda. Estaba en el espacio que se abría debajo de las escaleras, y no tenía ni idea de dónde se encontraba el increíblemente silencioso Señor X. Las sombras no le servirían de mucha ayuda si aquella criatura podía ver en la oscuridad.
Recorrió las paredes con las manos y encontró un interruptor. Lo pulsó, y la textura de las sombras cambió cuando una débil luz se filtró hasta allí procedente de algún punto de arriba... y pudo ver al monstruo a menos de veinte metros justo en el momento que se giraba y su mirada rojiza registraba el desierto andén... y la descubría, fijando su vista en ella. El único sonido que se oía era el leve chasquido de su piel al enfriarse, aunque todavía humeaba, hasta que dio un paso desde la escalera y el cemento crujió bajo una pierna de color púrpura.
Me quedan seis o siete disparos. Los ojos, a los ojos...
Claire salió rápidamente de debajo de las sombras y alzó la pistola de Irons. Apretó el gatillo y comenzó a retroceder hacia las escaleras.
¡Bam! ¡Bam! ¡Bam!
El Señor X se puso en posición para lanzarse a un nuevo ataque mientras las balas se estrellaban contra su cara derretida. Dos de los proyectiles rebotaron cuando él giró la cabeza para centrarse en ella.
¡Bam! ¡Bam!
Ella ya estaba en las escaleras, subiendo un escalón de espaldas. Las balas parecían inútiles, y el Señor X comenzó a correr semiagachado de nuevo. Se le echaría encima antes de que tuviera tiempo de darse la vuelta, antes de que pudiera subir por las escaleras.
Voy a morir..., pero al menos, le haré daño antes...
El Señor X dio uno, dos pasos enormes y redujo a la mitad la distancia que los separaba mientras Claire apuntaba con cuidado, decidida a sacar el máximo partido posible a sus últimos disparos. Iba a morir, y sólo lo sentía por Sherry. Sólo deseaba incapacitar todo lo que pudiera al Señor X antes de que la matara.
Disparó, y el ojo izquierdo del monstruo explotó con un estallido de un líquido de color negro tinta y que salpicó todo su contrahecho rostro inhumano.
¡Sí!
El Señor X se giró hacia la derecha, sin detenerse pero sin dirigirse hacia ella... pero se estrellaría contra la base de las escaleras. ¡Demasiado cerca! Tenía que intentar acertarle en el otro ojo, y sólo le quedaban unos dos segundos...
Claire volvió a apuntar con cuidado, se centró en su objetivo y...
¡Clic!
No quedaban más balas y el monstruo ya estaba pisando la base de los escalones. El hedor a carne quemada la rodeó cuando la criatura levantó una de sus gigantescas manos. Por un momento, lo único que Claire pudo ver fue su enorme y terrible corpachón.
Claire se encogió sobre sí misma formando una bola y se dejó caer escaleras abajo...
Y lanzó un grito de dolor cuando los dedos con garras del Señor X la arañaron profundamente a lo largo de su muslo izquierdo. Una voz distante le indicó que sólo le quedaban tres minutos.
Capítulo 31
Se había equivocado de camino. Los diferentes giros y esquinas del pasillo frío y vacío por el que había pasado lo habían llevado hasta una estancia de almacenamiento... un callejón sin salida.
«Quedan tres minutos para la detonación.» León se giró para regresar por el mismo camino por el que había llegado hasta aquel almacén, y se obligó a sí mismo a correr trastabillando con lo que sintió que eran los últimos restos de sus fuerzas. Estaba demasiado cansado para sentirse desilusionado, para sentirse preocupado por la posible cercanía de su muerte, para desear que todo hubiera salido de otro modo. Seguir en movimiento consumía todas las energías que le quedaban.
Lo lograría o no lo lograría. En cualquiera de los dos casos, no creía que se tratase de una sorpresa.
Claire se golpeó contra el suelo al pie de las escaleras, pero se puso de pie enseguida, aunque la sangre le bajaba corriendo por su pierna como un tibio latido de dolor punzante. Se alejó tambaleándose, sin ningún hueso roto..., pero sabía que su pierna desgarrada sólo sería el principio de lo que el monstruo le haría, un preludio del auténtico dolor que se avecinaba.
El Señor X seguía inclinado sobre la barandilla de las escaleras, pero se puso en pie mientras ella se alejaba trastabillando con la espalda vuelta hacia la puerta rota del andén. El monstruo giró su inmenso cuerpo en dirección a ella. Un extraño líquido oscuro y espeso salía de la abierta negrura de su cuenca de ojo vacía. Sin embargo, ella estaba segura de que tendría otros sentidos que compensarían la pérdida del ojo. La compensarían, le harían tomar la dirección adecuada, empezaría a correr de nuevo hacia ella... y la mataría como la máquina implacable que en realidad era. Claire no podría hacer nada para impedirlo.
Al menos, moriré en la explosión...
Tropezó con una de las rejas metálicas de la puerta y a duras penas logró no caerse. La sangre salpicó el suelo cuando dio otro paso tambaleante.
Por favor, que sea rápido...
—¡Toma! ¡Utiliza esto!
Claire se giró, vio que el Señor X se estaba poniendo en posición para lanzarse en otro de sus letales ataques... y también vio una silueta que estaba en lo alto, en la pasarela que cruzaba las vías justo por encima del tren. Eran la voz y la silueta de una mujer. La figura envuelta en sombras le tiró alguna cosa...
¿Quién?
El objeto repiqueteó al caer en el suelo y se deslizó hasta detenerse entre ella y el Señor X. Era de metal, de un metal plateado... Claire lo había visto antes, en las películas: era una ametralladora... y corrió hacia ella. Una nueva esperanza final, otra oportunidad, aunque fuera muy leve, para que ella y Sherry sobrevivieran.
Se agachó para recoger el arma y vio al Señor X que se abalanzaba hacia ella, con el sonido de sus pasos atronando en el aire y estremeciendo el suelo...
En ese preciso instante, Claire agarró la pesada arma y dio una patada al suelo para rodar de espaldas. Su tembloroso dedo encontró el hueco del gatillo y su cuerpo se movió para acomodarse al arma. Culata en el suelo, brazos alrededor del cañón del frío metal. Apuntó...
Por favor, por favor, por favor...
El monstruo sólo estaba a un paso de ella cuando el chorro de balas surgió con un rugido de la ametralladora, una cadena de pequeñas explosiones que sacudieron por completo el cuerpo de Claire... y se estrellaron contra las tripas del monstruo. La fuerza bruta de tantos impactos lo detuvo en mitad de un paso... y lo obligó a retroceder.
Ratatatatatatatatatata...
Sintió que el vibrante metal intentaba librarse de ella así como de su agarrón, por lo que apretó todavía más los brazos, y la culata del arma golpeó el suelo a un ritmo enloquecido. Las balas continuaban atravesando el abdomen de la criatura, tantas y con tanta rapidez, que ni siquiera pudo oír sus propios gritos de alegría y exaltación, ni tampoco sus jadeos de dolor...
El Señor X seguía intentando avanzar, pero algo extraño estaba sucediendo, algo extraño y maravilloso: sus tripas estaban siendo despedazadas por el interminable chorro de proyectiles, y el agujero en su abdomen iba ganando profundidad mientras unos fluidos negros bajaban hasta sus piernas procedentes de la tremenda herida. La boca del Señor X estaba abierta, y era un agujero negro y vacío como la cuenca de su ojo derecho, y al igual que la cuenca, un líquido espeso salía de ella, oscureciendo los rasgos inmisericordes de su cara.
Ratatatatatatatatatata...
Claire continuó con el gatillo apretado dirigiendo el chorro de balas, viendo cómo la criatura se esforzaba por enfrentarse a aquella lluvia de proyectiles que la atravesaban, viendo cómo sangraba, cómo parecía... condensarse, cómo su enorme cuerpo se derrumbaba y su torso se hundía.
Las balas seguían saliendo cuando el Señor X levantó los brazos... y se partió en dos.
Claire separó el dedo del gatillo cuando la parte superior del cuerpo del monstruo cayó al suelo y se estrelló contra él con un sonido húmedo de pieza de carne de matadero, y sus piernas se derrumbaron y cayeron a un lado. De ambas mitades siguieron saliendo más chorros de extraña sangre. Unos grandes charcos de aquella sustancia negra crecieron alrededor de las grandes mitades del cuerpo partido e inundaron el lugar con un fuerte hedor. La criatura estaba muerta... y, en caso de que no lo estuviera ya no importaba. A menos que pudiera arrastrarse por el suelo sobre sus brazos con tanta rapidez como lo hacía con sus piernas, su combate contra el terrible misterio que había sido el Señor X había terminado por fin...
A la mierda con todo eso. ¡Vete ya!
Claire se puso en pie en menos de un segundo, sin hacer caso del chasquido húmedo de la sangre en el interior de su bota y el dolor que lo había causado. Su mirada recorrió la pasarela donde había estado su salvadora. Allí no había nadie, y no sabía si ya había pasado otro minuto. No había podido oír el aviso de los altavoces debido al rugido de la ametralladora.
—¡Eh! —gritó Claire, retrocediendo hacia el vagón del tren—. ¡Tenemos que irnos ahora mismo!
No obtuvo respuesta, ningún sonido excepto el zumbido en sus oídos y el eco de sus temblorosas palabras. Si quería salvar a Sherry...
Claire se dio la vuelta y echó a correr.
«... quedan dos minutos para la...»
León se obligó a sí mismo a correr más deprisa. Las paredes del sinuoso túnel se convirtieron en un borrón gris que pasaba al lado de su dolorida percepción. Hacía tiempo que había perdido la cuenta de todos los giros y de todas las esquinas del corredor, y también perdía rápidamente la esperanza. Una pequeña voz en un rincón de su mente le decía que quizá lo mejor sería que se detuviera, que se sentara y que se quedara descansando...
En ese momento lo oyó, un ruido que destrozó el pequeño susurro desesperado de su mente.
Era el ruido de maquinaria pesada poniéndose en movimiento en algún lugar por delante de él.
¡Un tren!
Más rápido. Sintió las piernas como algo lejano y gomoso. Los pulmones le ardían y sentía que el corazón se le iba a salir del pecho. De un modo u otro, aquello estaba a punto de terminar.
Capítulo 32
Claire entró como una tromba en el tren empuñando un rifle enorme y con la pierna completamente cubierta de sangre. Apenas se detuvo un instante para pulsar el botón de cierre de la puerta antes de continuar corriendo hacia la cabina del conductor. Sherry sabía que estaban metidas en graves problemas, que si lo conseguían iba a ser por los pelos, así que no le hizo perder el tiempo con preguntas inútiles. Se limitó a seguirla, aliviada más allá de lo que jamás se había sentido al ver que Claire estaba viva, pero sin decirlo en voz alta.
Está bien, Claire está bien, y ya nos vamos de aquí...
Una pequeña versión de las alarmas y un diminuto equivalente de la voz de los altavoces de fuera resonó en la pequeña cabina.
—Quedan dos minutos para la detonación.
Claire había dejado caer el rifle de silueta extraña y ya estaba pulsando botones y apretando interruptores, con la atención completamente centrada en la consola de mando. Un gigantesco zumbido mecánico las envolvió de repente, un aullido creciente y agudo que le hizo apretar los dientes a Claire. Sherry no estuvo segura de si se trataba de una sonrisa, pero ella sonrió cuando sintió que el tren comenzaba a moverse hacia adelante... alejándolas del andén.
Claire se giró y vio a Sherry de pie detrás de ella. Intentó sonreír, y colocó una mano sobre el hombro de Sherry, pero no dijo nada; Sherry tampoco lo hizo, a la espera de lo que ocurriría.
El tren comenzó a avanzar con mayor rapidez, pasando al lado de andenes escasamente iluminados, mientras el túnel que se abría ante ellas permanecía oscuro y vacío. Sherry dejó que el calor que desprendía la mano de Claire le recordara que eran amigas, que, pasara lo que pasase, Claire era su amiga...
De repente, vio a un hombre, a un policía, aparecer tambaleante un poco más adelante, a la izquierda, y un instante después, el tren pasó delante de él. Sus ojos estaban abiertos de par en par como buscando algo, con una expresión de desesperación en el rostro.
—¡Claire!
—¡Lo he visto!
Claire se giró y salió corriendo de la cabina de mando hacia la puerta, con sus pies resonando sobre el suelo de metal del tren. Apretó de un puñetazo el botón de apertura de las puertas y la que tenía delante se abrió hacia un lado. Los rugientes ruidos del túnel se colaron junto con el viento en el vagón.
—¡León! —gritó—. ¡Date prisa!
Se echó hacia atrás de forma involuntaria cuando una pared apareció de repente y se giró con el mismo gesto de desesperación que el hombre, que León. Después de un segundo, se giró y cerró la puerta.
—¿Lo ha logrado? —le preguntó Sherry, pero se dio cuenta mientras lo decía de que Claire no tenía forma alguna de saberlo con certeza.
Claire se acercó hasta ella y le rodeó cariñosamente los hombros con un brazo. El tren siguió avanzando y cobrando velocidad mientras su cara mantenía el mismo gesto de preocupación...
Y la voz del altavoz les dijo que les quedaba un minuto...
Y la puerta trasera del vagón se abrió. León entró tambaleante, con un brazo envuelto en un vendaje desgarrado y empapado de sangre y el pelo aplastado contra el cráneo por una sustancia negra y pegajosa. Sin embargo, sus ojos azules seguían brillando con intensidad tras la máscara de suciedad que cubría su rostro.
—¡A toda velocidad! —gritó, y Claire asintió.
León dejó escapar un gran suspiro. Se acercó a ellas trastabillando, con el tren agitándose cada vez más mientras iba tomando velocidad y atravesaba con mayor rapidez el túnel. Puso su brazo sano alrededor de Claire, y ella lo abrazó con fuerza.
—¿Ada? —le preguntó Claire con un susurro—. ¿Aun... la científica?
León negó con la cabeza, y Sherry se dio cuenta de que estaba a punto de echarse a llorar.
—No. No pude... No.
«... treinta segundos para la detonación. Veintinueve, veintiocho...»
La voz de la mujer continuó con la cuenta atrás. Los números parecían pasar al doble de velocidad de lo que deberían, y Sherry hundió su rostro en el tibio costado de Claire, pensando en su madre y en su padre. Esperaba que hubieran logrado salir, que estuvieran a salvo...
Pero probablemente no es así. Probablemente están muertos.
Sherry percibió los latidos del corazón de Claire y se abrazó con mayor fuerza a su amiga, pensando que ya se ocuparía de ello más adelante.
«... cinco, cuatro, tres, dos, uno. Secuencia completa. Detonación.»
Durante unos segundos no oyeron nada. Las alarmas habían dejado de sonar por fin, y lo que único que se oía era el traqueteo del tren al avanzar a toda velocidad...
Un instante después se produjo una fuerte explosión, un ruido apagado, un aullido amortiguado que fue creciendo y creciendo de volumen, hasta convertirse en un rugido descomunal.
Sherry cerró los ojos con fuerza y el tren se estremeció de forma violenta de un lado a otro con una fuerza terrible, y se vieron arrojados al suelo de metal al mismo tiempo que una brillante luz parpadeó a través de las ventanas, como si los ruidos de un accidente de coche los rodearan por todos lados, a la vez que sobre el techo sonaban unos pesados golpes...
Y el tren continuó su marcha. Continuó su marcha, la luz desapareció, y ellos seguían vivos.
El cegador resplandor disminuyó de potencia y desapareció. León sintió cómo la tensión abandonaba su cuerpo. Rodó hacia un costado y vio a Claire incorporándose mientras extendía una temblorosa mano hacia la chiquilla que estaba a su lado.
—¿Estás bien? —preguntó Claire a la niña, y la pequeña asintió. Ambas se giraron hacia él. Sus caras expresaban claramente lo que sentían: asombro, cansancio, incredulidad, esperanza.
—León Kennedy, te presento a Sherry Birkin —dijo Claire, pronunciando las palabras con mucho cuidado, con un levísimo acento lleno de intención en «Birkin».
Él captó el mensaje incluso sin necesitar ver la intensidad de su mirada, y asintió para mostrar que lo había recibido antes de sonreírle a la chiquilla.
—Sherry, éste es León —continuó diciendo Claire—. Lo conocí nada más llegar a Raccoon City.
Sherry le devolvió la sonrisa, pero se trataba de una sonrisa demasiado cansada y adulta que parecía fuera de lugar en una niña como ella. Era demasiado joven para conocer una sonrisa de aquella clase.
Otra consecuencia negativa debida al comportamiento de Umbrella: una criatura que pierde su inocencia de este modo terrible…
Se quedaron sentados en el suelo durante unos segundos sin hacer nada, simplemente mirándose unos a otros, mientras las sonrisas iban desapareciendo poco a poco. León apenas se atrevía a mantener la esperanza de que todo hubiera acabado de verdad, que estuvieran dejando atrás todo aquel horror. Vio de nuevo esos mismos sentimientos reflejados delante de él, en el ceño de Sherry y en la expresión cansada de Claire...
Así que cuando oyeron el distante chirrido de metal doblado procedente de algún punto en la parte trasera del tren, no se sorprendió en absoluto, ni vio reflejado ese sentimiento en sus rostros. Era un sonido que indicaba que el metal estaba siendo rasgado... al que le siguió un sonido de algo pesado al caer al suelo, aunque casi sonó sigiloso. Después, ningún otro ruido.
Debería haberme imaginado que esto no había acabado...
—¿Un zombi? —preguntó Sherry con un susurro, y las palabras casi se perdieron bajo el ruido del suave traqueteo del tren.
—No creo, cariño —repuso Claire con voz tranquila, y León se dio cuenta por primera vez que su pierna izquierda estaba profundamente desgarrada y la sangre salía de numerosos arañazos de gran tamaño. Había estado demasiado sorprendido por su huida por los pelos como para darse cuenta antes.
—¿Qué tal si voy allí y echo un vistazo? —dijo León, dándose cuenta de la sugerencia no expresada de Claire, pero manteniendo la voz tranquila y calmada. No tenía sentido atemorizar aún más a Sherry. Se puso en pie y señaló con un gesto de su barbilla a la pierna de Claire.
—Sherry, ¿por qué no te quedas aquí con Claire y le echas un vistazo a esa pierna? Voy a ver si encuentro algunas vendas mientras compruebo que no pasa nada. No dejes que se mueva, ¿de acuerdo?
Sherry asintió, y su rostro volvió a mostrar una intensidad de intención que no era la que correspondía su edad.
—Entendido.
—Regresaré en un momento. —Se dio la vuelta para dirigirse hacia la parte trasera del bamboleante tren, rezando para que no fuese nada, pero sabiendo que no iba a ser así. Empuñó con fuerza la escopeta Remington y empezó a caminar para ver de qué se trataba.
León abrió la puerta y los ruidos de la marcha del tren se amplificaron durante un segundo antes de que se cerrara a su espalda. Claire no pudo verlo entrar en el siguiente vagón debido a la posición en que se encontraba tirada en el suelo, y deseó haber estado en la forma física adecuada para acompañarlo. Si había algo más aparte de ellos en el tren, Sherry no estaba a salvo, ninguno de ellos lo estaba...
No pienses de ese modo. Seguro que no es nada. Ya se ha acabado...
¿Como se acabó el Señor X?
—¿Qué debo hacer? —preguntó Sherry, sacando a Claire de aquellos descorazonadores pensamientos—. Tengo que ejercer una presión directa, ¿a que sí?
Claire asintió con una sonrisa.
—Exacto, sólo que ambas estamos bastante llenas de mugre, y creo que la sangre ya está empezando a coagularse. Esperemos para ver si León regresa con algo limpio para tapar la herida...
Su voz se apagó poco a poco, y sus pensamientos regresaron al Señor X. Había algo que la estaba inquietando y no sabía qué era. Estaba un poco mareada por la sangre que había perdido...
El virus-G. Quería el virus-G.
¿Por qué había bajado el Señor X al andén del tren de escape? ¿Por qué había intentado entrar en el tren? A no ser que...
Claire se esforzó por ponerse en pie, intentando sobreponerse al mareo que sentía y al pulsante dolor de su pierna.
—Eh, no te muevas —le dijo Sherry con una mirada de profunda preocupación en sus ojos—. ¡León dijo que te quedaras quieta!
Quizá podría haber superado sus problemas físicos, pero ver a Sherry en aquel estado, a punto de dejarse llevar por el pánico, fue demasiado para ella. Si a bordo del tren se encontraba alguna criatura producto del virus-G, si ése era el motivo por el que el Señor X había bajado hasta allí, León tendría que enfrentarse a semejante monstruo él sólo. No podía dejar sola a Sherry. Si León no regresaba, ella tendría que averiguar cómo desenganchar el vagón en el que se encontraban o detener el tren antes de que la criatura pudiera llegar hasta ellos...
Claire apartó a un lado aquellos pensamientos y se obligó a sí misma a sonreírle a Sherry.
—Sí, señora. Sólo quería asegurarme de que había podido llegar sin problemas al segundo vagón.
Vio cómo una sensación de alivio recorría la cara de Sherry.
—Ah. Bueno, pues olvídate de eso. Yo soy la que te cuida a ti ahora, y te digo que te estés quieta.
Claire asintió con aire ausente, con la esperanza de estar equivocada, de que León regresara en cualquier momento...
¡Bam! ¡Bam! ¡Bam!
El tronar de la Remington fue perfectamente audible. Sherry la agarró de la mano cuando otros dos disparos destrozaron las esperanzas de Claire mientras el tren seguía avanzando a toda velocidad a través de la oscuridad.
El segundo vagón estaba despejado. Era el espacio completamente abierto por el que había entrado León minutos antes. Todo era acero polvoriento y poco más. Estaba claro que quienquiera que hubiese sido el que había diseñado el vehículo de escape, había planeado y previsto que los empleados de Umbrella tendrían que ir apretados como sardinas en lata.
Sin embargo, sólo vamos nosotros tres... y nuestro polizonte.
No había nada extraño a la vista, pero León avanzó con lentitud, registrando con cuidado las zonas envueltas en sombras y preparándose mentalmente para encontrarse con lo que fuera que hubiese entrado por el último vagón. Fuese lo que fuese, no podía ser tan malo como con lo que se había encontrado en el almacén de carga y descarga, la cosa-Birkin, si realmente se trataba de eso. La idea de que aquella criatura tuviera algo que ver con la joven amiga de Claire era tremendamente inquietante, incluso obscena. Un monstruo y una loca, ambos destruidos, ambos padres de aquella niña...
Llegó a la parte trasera del traqueteante y mal iluminado vagón y miró a través del cristal, dejando a un lado todos aquellos pensamientos mientras se esforzaba por distinguir algo en el último vagón. Oscuridad, nada más.
Leches.
Quizás no había nada que ver, pero no obstante tenía que comprobarlo. Sintió que su corazón comenzaba a bombear nueva adrenalina en la corriente sanguínea y cómo su cansancio desaparecía por momentos. Nada, seguro que no pasaba nada, pero tenía una sensación de inquietud. Mala.
Lo último, ya es lo último...
Aspiró una gran bocanada de aire y a continuación abrió la puerta. El viento producido por la velocidad del tren lo azotó aullando mientras se agarraba a la barandilla. El ensordecedor traqueteo del tren ahogó el palpitar de su corazón cuando abrió la puerta que daba paso al último vagón y entraba en la oscuridad.
Levantó inmediatamente el cañón de su escopeta. Todos sus sentidos le gritaron que diera media vuelta y saliera corriendo mientras la puerta se cerraba deslizándose a su espalda. Alargó el brazo hacia su espalda buscando alguna clase de interruptor de la luz. La oscuridad estaba impregnada de un fuerte olor a lejía o a cloro, y también a un suave sonido húmedo, de movimiento...
Una única bombilla en el centro del vagón se encendió justo cuando encontró el botón y lo apretó, y por un momento pensó que había perdido la cabeza y se había vuelto loco del todo.
Una cosa. Aquella criatura había perdido todo remoto parecido a un ser humano, con excepción del extraño tumor pulsante que tenía a un lado, un orbe que tenía un aspecto muy parecido al de un ojo.
Birkin.
La criatura no era otra cosa que una gigantesca burbuja de materia oscura y pegajosa, que tenía el ancho del vagón, de un lado a otro. León no pudo calcular su altura. La cosa-Birkin tenía extendidos unos gruesos cordones de su ser, unos tentáculos de materia elástica húmeda que estaban agarrados a todos los espacios posibles que tenía delante de sí: el techo, el suelo, las paredes, Y mientras León la miraba fijamente, aquella bestia alienígena se arrastró hacia adelante cuando los oscuros miembros se contrajeron, haciendo avanzar unos pocos metros la masa de su enorme cuerpo.
No estaba loco. Estaba viendo la realidad, estaba viendo el cambio de colores oscuros de su superficie: negro, rojo, verde púrpura a lo largo de sus tentáculos cuando se extendieron de nuevo. Aquel material viscoso se pegó de algún modo a las superficies metálicas del vagón, arrastrando a la burbuja unos cuantos metros más. El cuerpo en sí era poco más que una enorme boca, una húmeda abertura en la que todavía se veían dientes... y que lo alcanzaría en poco tiempo si no salía inmediatamente de su estupor asqueado.
León apuntó hacia el gigantesco agujero que era su boca y apretó el gatillo. Metió otro cartucho en la recámara y disparó, otro cartucho en la recámara y otro disparo... y el gatillo disparó en seco: se había quedado sin cartuchos, y la gigantesca cosa semilíquida todavía seguía avanzando sin dar indicios de detenerse.
No sabía cómo matarla. Ni siquiera sabía si los disparos le habían causado algún daño. Su mente se aceleró en un intento por encontrar la solución, una solución que acabase de una vez por todas con el terrible monstruo que había creado el virus-G. Podía separar el último vagón disparando a los remaches y a las cadenas que lo unían al siguiente, si pudiera encontrar el mecanismo de enganche...
Todavía estaría vivo. Seguiría vivo y cambiando en la oscuridad del túnel, convirtiéndose en algo nuevo...
La forma elástica de su cuerpo indefinido avanzó otro poco, y León extendió la mano hacia atrás para buscar el botón de apertura de la puerta. Tendría que intentar separar los vagones. No tenía otra elección...
A menos que...
Dudó por un momento, pero luego desenfundó la Magnum y apuntó hacia aquella criatura de existencia imposible, hacia el extraño tumor que sobresalía a través de una abertura en su carne gomosa: el ojo que había aparecido en todas y cada una de las formas que había adoptado el ser que antaño había sido Birkin. Apuntó con cuidado...
¡Bam!
El efecto fue inmediato y completo. El pesado proyectil atravesó la esfera semilíquida... y de la enorme abertura dentada que hacía las veces de boca salió una especie de silbido aullante como nada que él hubiera oído jamás en la tierra, como si fuera el rugido de un ser mecánico y enloquecido. Los tentáculos de materia sin forma se encogieron hacia el cuerpo y se ennegrecieron mientras se secaban...
Y entonces la criatura implosionó, metiéndose dentro de sí misma, arrugándose hasta formar una bola humeante con un tamaño menor a una cuarta parte de su tamaño original. El gélido orbe se encogió igual que si se tratase de una pelota de playa que se deshinchaba, deformándose hasta convertirse en un disco grueso y luego en un charco ancho y espeso de materia burbujeante.
—Chúpate ésa —dijo León en voz baja mientras las últimas burbujas explotaban y el charco quedaba convertido en algo inanimado y sin vida. Se quedó mirando durante unos momentos, sin pensar en nada en absoluto... y por fin se dio la vuelta para reunirse con Claire y con Sherry para decirles que todo había acabado.
Es mi primer día en este trabajo —pensó.
—Quiero un aumento de sueldo —dijo León en voz alta, sin dirigirse a nadie en concreto, y no pudo evitar la sonrisa que de repente apareció en su cara, una muestra de alegría cansada que desapareció con rapidez... pero en los pocos segundos que permaneció en su rostro, lo hizo sentirse mejor de lo que se había sentido desde hacía mucho tiempo.
León había regresado y había encontrado un mono de trabajo que rompió en pedazos y que utilizó para vendar la pierna de Claire. Lo único que dijo fue que ya estaban a salvo, aunque Sherry había visto como él y Claire intercambiaban una de aquellas miradas de «no debemos hablar de esto delante de ella». Sherry estaba tan cansada que ni siquiera se sintió ofendida.
Se acomodó entre los brazos de Claire. Ella comenzó a acariciarle el cabello, y ninguno de los tres habló. No tenían nada que decir, al menos durante un buen rato. Estaban vivos, en un tren que se alejaba a toda velocidad del peligro... y de algún punto no demasiado por delante de ellos, comenzó a filtrarse una suave luz a través del cristal de la cabina de mando, y Sherry pensó que se parecía mucho a la luz del amanecer.
Epílogo
Vieron las consecuencias de la explosión desde una distancia de veinte kilómetros: una enorme nube negra que se alzaba sobre la ciudad bajo la luz del amanecer como si se tratase de una terrible tormenta...
O de un mal sueño —pensó Rebecca—. Un sueño recurrente. Umbrella.
No lo dijo en voz alta, porque no era necesario. John y David no habían pasado aquella infernal noche en la mansión Spencer, pero sí habían estado en las instalaciones de la Ensenada de Calibán, así que habían sido testigos de lo que Umbrella era capaz de realizar. Lo sabían.
Nadie habló mientras David aumentaba la velocidad, con los nudillos blancos a causa de la fuerza con que agarraba el volante. Por una vez, John no soltó ningún chiste sobre lo que podía haber ocurrido. Todos sabían que aquélla era una mala señal. Antes de que Jill, Chris y Barry se marchasen rumbo a Europa, la propia Jill les había comunicado por radio sus sospechas sobre la posibilidad de otro accidente y les había pedido que se mantuvieran alerta. En cuanto las líneas telefónicas se habían quedado sin comunicación, cargaron la furgoneta todo terreno y se dirigieron hacia Maine para ver qué podían hacer. La única pregunta que podían hacerse de momento era: ¿cuánta gente había muerto en aquella ocasión?
Quizás éste sea el final, por fin. Una explosión de esa magnitud... Umbrella no podrá ocultar lo que ha ocurrido con tanta facilidad, no si realmente está tan mal la situación como parece.
Fue John quien rompió por fin el silencio. Su voz profunda y potente parecía extrañamente «acogotada».
—¿Autodestrucción?
David lanzó un suspiro.
—Probablemente. Y por si se ha producido un escape de cualquier clase, no vamos a entrar. Daremos un rodeo alrededor de la ciudad y llamaremos a Latham para pedir ayuda. Seguro que los de Umbrella ya estarán enviando su propio equipo de limpieza.
Rebecca asintió junto a John. Ninguno era ya, en teoría, miembro de los STARS, pero David había sido capitán, y por buenos motivos. Se quedaron de nuevo sumidos en un tenso silencio mientras los árboles apenas tocados por la luz del amanecer pasaban velozmente al lado del vehículo de transporte. Rebecca se preguntaba con qué se encontrarían, cuando vio a las personas que salían a la carretera agitando los brazos en el aire.
—Eh... —comenzó a decir, pero David ya estaba pisando los frenos, bajando la velocidad a medida que se acercaban al trío de desarrapados desconocidos. Se trataba de un policía con un brazo vendado y una joven con camiseta y pantalones cortos, ambos armados, una niña pequeña que llevaba puesto un chaleco rosa que evidentemente no era de su talla. No estaban infectados o, al menos, no mostraban señales visibles de ello a los ojos de Rebecca. No obstante, tenían un aspecto horrible. Con aquellas ropas desgarradas, con unos rostros tan blancos y con unas expresiones tan perdidas bajo sus máscaras de suciedad, podían haber pasado perfectamente por unos muertos vivientes.
—Yo hablaré —dijo David, con su voz de acento británico suave pero firme, y en ese momento se detuvieron al lado de los supervivientes de Raccoon City.
David abrió la ventanilla de su puerta y apagó el motor. El joven policía se adelantó un paso mientras la joven rodeaba los hombros de la chiquilla con un brazo.
—Se ha producido un accidente en Raccoon City —les dijo, y aunque era evidente que estaban muy cansados y heridos, y muy necesitados de ayuda, en el tono de voz del policía se adivinaba un tono de precaución, un tono precavido que era una sugerencia de lo mala que era la situación—. Un accidente terrible. Será mejor que no entren en la ciudad. No es un lugar seguro.
David frunció el entrecejo.
—¿Qué clase de accidente, agente?
Fue la joven la que contestó, con un gesto de amargura en la boca.
—Un accidente de Umbrella —dijo, y el policía se limitó a asentir mientras la chiquilla hundía su rostro en el costado de la joven.
John y Rebecca intercambiaron una mirada, y David apretó el botón que quitaba el seguro de las puertas.
—¿De veras? Ésos suelen ser los peores —dijo con voz amable—. Estaremos encantados de ayudarlos, si quieren, o quizá podríamos llamar pidiendo ayuda...
Era una pregunta. El policía miró hacia atrás, a los ojos de la joven, y luego fijó la mirada en los ojos de David durante unos largos segundos. Debió ver algo en sus ojos que le hizo fiarse de David, porque asintió con lentitud y luego le hizo un gesto a la muchacha y a la chiquilla para que entraran en el vehículo.
—Gracias —dijo con una voz en la que por fin apareció el enorme cansancio que sentía—. Si pudieran llevarnos, sería un gran favor.
David sonrió.
—Entren, por favor. John, Rebecca, ¿podríais echarles una mano?
John agarró un par de mantas que había en la parte trasera del vehículo mientras Rebecca se encargaba de acercar el botiquín, procurando no dejar al descubierto los ocultos rifles que se encontraban colocados al lado del montante de la rueda.
Un accidente de Umbrella...
Rebecca se preguntó si se daban cuenta de la suerte que habían tenido al sobrevivir, pero cuando miró de nuevo aquellos tres rostros agotados y con expresiones parecidas a los de los combatientes después de una batalla, se dio cuenta de que probablemente sí se percataban de aquello.
Comenzaron a hablar incluso antes de que David hiciera girar el vehículo... y muy pronto descubrieron que tenían en común mucho más de lo que ellos creían. La chiquilla se quedó dormida mientras regresaban por el mismo camino que habían llegado, dejando atrás la ciudad en llamas.
1 El acetileno es una sustancia muy combustible que se emplea en los sopletes industriales. (N. del t.)
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