UNA VOZ EN LA NOCHE
William Hope Hodgson
**
Era un noche oscura y sin estrellas. La falta de viento nos tenía
detenidos en el Pacífico norte. No sé cuál era nuestra posición exacta,
pues durante un semana fatigosa y jadeante el sol había permanecido
oculto detrás de un tenue neblina que parecía flotar sobre nosotros,
aunque a veces descendía para envolver el mar que nos rodeaba.
Ante la falta de viento, habíamos sujetado en posición firme la caña
del timón y yo era el único hombre que se encontraba en cubierta. La
tripulación, que consistía en dos marineros y un grumete, dormía en su
camarote de proa, mientras Will —mi amigo y a la vez patrón de nuestra
pequeña embarcación— se hallaba en su litera de popa, en el lado de
babor.
De pronto, surgió un llamada de entre las tinieblas que nos
rodeaban:
—¡Ah de la goleta! —Fue tan inesperada, que la sorpresa me impidió
contestar inmediatamente.
Volvió a oírse la llamada; un voz curiosamente gutural e inhumana
nos llamaba desde algun parte del mar tenebroso, por el lado de babor.
—¡Ah de la goleta!
—¡Eh! —grité, después de reponerme un poco de mi sorpresa—.
¿Quién eres? ¿Qué quieres?
—No teman —contestó la voz extraña, que probablemente había
captado cierto tono de confusión en la mía—. No soy más que un
hombre... anciano.
La pausa resultó extraña, pero hasta más adelante no le encontraría
sentido.
—Si es así, ¿por qué no atracas a nuestro costado? —pregunté con
cierta sequedad, pues no me gustaba la insinuación de que me había
mostrado un tanto confundido.
—No. .. no puedo. Sería peligroso. Yo...
La voz enmudeció y todo volvió a quedar en silencio.
—¿Qué quieres decir? —pregunté, cada vez más asombrado—. ¿Por
qué sería peligroso? ¿Dónde estás?
Escuché durante un momento, pero no hubo respuesta. Y entonces,
un sospecha súbita e indefinida, aunque no sabía de qué, se apoderó de
mí. Me acerqué rápidamente a la bitácora y saqué la lámpara encendida.
Al mismo tiempo golpeé la cubierta con el tacón para despertar a Will.
Luego me aproximé de nuevo al costado y proyecté el haz de luz amarilla
hacia la silenciosa inmensidad que había más allá de nuestra borda. Al
hacerlo, oí un grito leve y sofocado y luego un chapoteo, como si alguien
acabase de sumergir los remos precipitadamente. Pese a ello, no puedo
decir que viera nada con certeza, excepto, me pareció, que el primer
destello de luz había iluminado algo en el agua, allí donde ahora no había
nada.
—¡Eh! —llamé—. ¿Qué broma es ésta?
Pero lo único que oí fueron los confusos ruidos de un embarcación
que se alejaba de nosotros y se internaba en la noche.
Entonces oí la voz de Will que venía de popa.
—¿Qué pasa, George?
—¡Ven aquí, Will! —dije.
—¿De qué se trata? —preguntó, cruzando la cubierta. Le conté el
raro incidente que acababa de producirse. Él me hizo varias preguntas;
luego, tras un momento de silencio, hizo bocina con las manos y llamó:
—¡Ah del barco!
Desde mucha distancia nos llegó débilmente un réplica y mi
compañero repitió su llamada. Al poco, después de un breve silencio, el
sonido apagado de unos remos fue acercándose a nosotros y, al oírlo, Will
volvió a llamar.
Esta vez hubo respuesta.
—Apaguen la luz.
—Que me cuelguen si la apago —musité, pero Will me dijo que
hiciera lo que ordenaba la voz, así que metí la luz debajo de las
amuradas.
—Acerquese más —dijo Will. Siguieron oyéndose los remos. Luego,
cuando parecían estar a un media docena de brazas, cesaron de nuevo.
—¡Atraque al costado! —exclamó Will—. ¡A bordo no tenemos nada
que deba darle miedo!
—Promete que no mostrarás la luz.
—¿Qué te pasa? —pregunté—. ¿Por qué sientes ese temor infernal a
la luz?
—Porque... —empezó a decir la voz y enmudeció de repente.
—Porque ¿qué? —pregunté en seguida. Will me puso un mano en el
hombro.
—Cállate durante un minuto, viejo —dijo—. Ya me encargo yo de él.
Se inclinó más sobre la borda.
—Oiga usted, señor —dijo—. Todo esto es muy extraño..., acercarse
a nosotros de esta manera, en medio del bendito Pacífico. ¿Cómo vamos
a saber que no se trae algo raro entre manos? Dice que está solo. ¿Cómo
podemos saberlo si no le vemos? ¿Cómo... eh? ¿Qué tiene contra la luz,
si puede saberse?
Cuando Will terminó de hablar, volví a oír el ruido de remos y luego
la voz, pero ahora procedía de más lejos y su tono reflejaba una
desesperanza y un patetismo tremendos.
—Lo siento... ¡Lo siento! No quería molestarlos, pero es que tengo
hambre..., y ella también.
La voz se apagó y hasta nosotros llegó el ruido de los remos
sumergiéndose irregularmente.
—¡Alto! —gritó Will—. No quiero ahuyentarte. ¡Vuelve! Esconderemos
la luz, si a ti no te gusta.
Will se volvió hacia mí:
—Todo esto resulta muy extraño, pero creo que no hay nada que
temer.
Había un interrogante en su tono y le contesté:
—Yo tampoco. El pobre diablo habrá naufragado por aquí cerca y se
habrá vuelto loco.
El sonido de los remos iba acercándose.
—Vuelve a guardar la lámpara en la bitácora —dijo Will; luego se
inclinó sobre la borda y aguzó el oído.
Dejé la lámpara en su sitio y volví a su lado. El ruido de los remos
cesó a un docena de metros aproximadamente.
—¿No quieres atracar de costado ahora? —preguntó Will con voz
tranquila—. He vuelto a meter la lámpara en la bitácora.
—No... no puedo —repuso la voz—. No me atrevo a acercarme más.
Ni siquiera me atrevo a pagar las..., las provisiones. Eso no importa —dijo
Will, titubeando luego—. Toma toda la comida que quieras...
Volvió a titubear.
—¡Eres muy bueno! —exclamó la voz—. Que Dios, que todo lo
comprende, te recompense por tu...
La voz se quebró roncamente.
—¿La... la señora? —dijo de pronto Will—. ¿Está ...?
—La he dejado en la isla —dijo la voz.
—¿Qué isla? —tercié yo.
—No sé cómo se llama —contestó la voz—. Ojalá... —empezó a
decir, pero se calló súbitamente.
—¿No podríamos enviar un barca en su busca? —pregunté a Will.
—¡No! —dijo la voz con un énfasis extraordinario—. ¡Dios mío! ¡No!
—Hubo un breve pausa; luego, en un tono que hacía pensar en un
reproche merecido, añadió—: Me he aventurado a causa de nuestra
necesidad... Porque su agonía me atormentaba.
—¡Soy un bruto despistado! —exclamó Will—. Aguarda un minuto,
seas quien seas, y en seguida te traigo algo.
Al cabo de un par de minutos volvió con los brazos cargados de los
más variados comestibles. Se detuvo ante la borda.
—¿No puedes acercarte a recogerlo? —preguntó.
—No... no me atrevo —replicó la voz. Me pareció detectar en ella un
tono de anhelo sofocado... como si su dueño reprimiera algún deseo
mortal. Y entonces se me ocurrió que aquella criatura vieja e infeliz sufría
realmente necesidad de lo que Will tenía en los brazos y, pese a ello,
debido a algún temor ininteligible, se abstenía de acercarse velozmente al
costado de nuestra pequeña goleta y recogerlo. Y junto con este
convencimiento relámpago, llegó el conocimiento de que el invisible no
estaba loco, sino que afrontaba con cordura algún horror intolerable.
—¡Maldita sea, Will! —dije, lleno de muchos sentimientos, entre los
que predominaba un solidaridad inmensa—. Trae un caja. Meteremos la
comida en ella y se la haremos llegar flotando.
Así lo hicimos, empujando la caja con un bichero hacia la oscuridad.
Al cabo de un minuto llegó a nuestros oídos un leve exclamación del
invisible y entonces supimos que tenía la caja en su poder.Poco después
se despidió de nosotros y nos lanzó un bendición que, de ello estoy
seguro, no nos vino nada mal. Luego, sin más, oímos que los remos se
alejaban en la oscuridad.
—Mucha prisa en irse —comentó Will, quizás un tanto ofendido.
—Espera —repliqué—. No sé por qué, pero me parece que volverá.
Seguramente esos alimentos le hacían muchísima falta.
—Y a la dama también —dijo Will. Guardó silencio durante un
momento, luego prosiguió—: Es lo más raro que me ha pasado desde que
me dedico a la pesca.
—Sí —dije yo, y me puse a reflexionar. Y así fue pasando el tiempo:
un hora, y otra, y Will seguía conmigo, pues la extraña aventura le había
quitado todo deseo de dormir.
Habían transcurrido ya las tres cuartas partes de la tercera hora
cuando nuevamente oímos ruido de remos en el silencio del océano.
—¡Escucha! —dijo Will, con un leve tono de excitación en la voz.
—Lo que me figuraba. Ya vuelve —musité.
El ruido de los remos al sumergirse era cada vez más cercano y me
fijé en que los golpes de remo eran más firmes y duraban más. Era
verdad que necesitaban los alimentos.
El ruido cesó a poca distancia del costado de la goleta y la voz
extraña llegó de nuevo a nosotros a través de las tinieblas:
—¡Ah de la goleta!
—¿Eres tú? —preguntó Will.
—Sí —replicó la voz—. Me he ido repentinamente, pero... es que la
necesidad era grande. La... señora les está agradecida aquí en la tierra.
Pero más lo estará pronto en..., en el cielo.
Will empezó a decir algo con voz desconcertada, pero sus palabras
se hicieron confusas y optó por callarse. Yo no dije nada. Me sentía
maravillado por aquellas pausas curiosas, y además de mi maravilla, me
embargaba un gran solidaridad.
La voz continuó:
—Nosotros..., ella y yo, hemos hablado mientras compartíamos el
fruto de la ternura de Dios y de vosotros...
Will le interrumpió, pero sin coherencia.
—Os suplico que no..., que no menospreciéis vuestro acto de caridad
cristiana de esta noche —dijo la voz—. Cercioraros de que no haya
escapado a Su atención.
Se calló y durante un minuto entero reinó el silencio. Luego la voz
volvió a oírse:
—Hemos hablado juntos de lo... de lo que ha caído sobre nosotros.
Habíamos pensado salir, sin decírselo a nadie, del terror que ha entrado
en nuestras... vidas. Ella, igual que yo, cree que los acontecimientos de
esta noche obedecen a algún designio especial y que es deseo de Dios
que os contemos todo lo que hemos sufrido desde... desde...
—¿Sí? —dijo Will quedamente.
—Desde el hundimiento del Albatross.
—¡Ah! —exclamé involuntariamente—. Zarpó de Newcastle rumbo a
Frisco hace unos seis meses y no ha vuelto a saberse de él.
—Sí —contestó la voz—. Pero unos grados al norte de la línea le
sorprendió un terrible tempestad y quedó desarbolado. Al hacerse de día,
se vio que el barco hacía agua por todas partes y, finalmente, cuando
amainó el temporal, los marineros huyeron en los botes, dejando...,
dejando a un joven dama..., mi prometida..., y a mí mismo en los restos
del naufragio.
"Nosotros estábamos bajo cubierta, reuniendo algunas de nuestras
pertenencias, cuando ellos se fueron. A causa del miedo se comportaron
de un modo muy cruel, y cuando subimos a cubierta eran ya unas formas
pequeñas en el horizonte. Mas no desesperamos, sino que nos pusimos a
construir un pequeña balsa. En ella colocamos lo poco que cabía,
incluyendo un poco de agua y algunas galletas. Luego, como el barco
estaba ya casi del todo sumergido, nos subimos a la balsa y nos alejamos
de él.
"Fue más tarde cuando me di cuenta de que parecíamos estar en
medio de alguna marea o corriente que nos alejaba del barco, de tal
modo que al cabo de tres horas, según mi reloj, dejamos de ver su casco,
aunque los mástiles rotos siguieron siendo visibles durante un poco más.
Luego, hacia el crepúsculo, se levantó un niebla que duró toda la noche.
Al día siguiente continuábamos envueltos por la niebla, y el tiempo
permanecía calmado.
"Durante cuatro días navegamos a la deriva bajo esta extraña niebla
hasta que, al anochecer del cuarto día, llegó a nuestros oídos el murmullo
de unos lejanos rompientes. Poco a poco el ruido fue haciéndose más
claro y, al poco de la medianoche, pareció que sonaba a ambos lados y
en un espacio no muy grande. Las olas levantaron la balsa varias veces y
luego nos encontramos en aguas tranquilas, con el ruido de los
rompientes a nuestras espaldas.
"Al hacerse de día, vimos que nos encontrábamos en un especie de
laguna grande; pero poco vimos de ella en ese momento, pues cerca de
nosotros, por detrás, el casco de un gran velero asomó entre la niebla.
Como si estuviéramos de común acuerdo, los dos nos postramos de
rodillas y dimos gracias a Dios, pues creíamos que era el final de nuestras
desventuras. Nos quedaba mucho por aprender.
"La balsa se acercó al barco y gritamos que nos subieran a bordo,
mas nadie contestó. Al poco, la balsa rozó el costado del barco y, viendo
que de él colgaba un soga, la así y empecé a subir. Pero me costó mucho
subir por culpa de un especie de masa gris y viscosa que cubría la soga y
que pintaba unas manchas lívidas en el costado del barco.
"Finalmente, llegué a la borda y salté a cubierta. Vi que estaba llena
de manchas grises, algunas de las cuales formaban nódulos de varios
palmos de altura, pero yo pensaba más en la posibilidad de que a bordo
hubiera gente que en lo que veían mis ojos. Grité, pero nadie contestó.
Entonces me acerqué a la puerta que había debajo de la cubierta de
popa, la abrí y me asomé a su interior. Percibí un fuerte olor a aire
enrarecido, por lo que adiviné al instante que allí dentro no había nada
vivo y, sabiendo esto, me apresuré a cerrar la puerta, pues de repente
me sentí solo.
"Volví al costado por donde había subido a bordo. Mi..., mi amada
seguía en la balsa, sentada tranquilamente. Al ver que la estaba mirando
desde arriba, me preguntó si había alguien a bordo. Le contesté que el
barco parecía abandonado desde hacía mucho tiempo, pero que, si quería
aguardar un poquito, buscaría un escalera o algo que pudiera usar para
subir a bordo. Luego, un vez juntos, registraríamos todo el barco. Unos
momentos después, encontré un escalera de cuerda en el otro extremo
del barco. Me la llevé al costado por donde había subido y, al cabo de un
minuto, mi amada estaba junto a mí. Juntos exploramos las cabinas y
camarotes en la parte de popa, mas en ninguna parte encontramos
señales de vida. Aquí y allá, en el interior de las cabinas, encontramos
manchas de aquella masa extraña, pero, como dijo mi amada, iba a
resultar fácil limpiarlas.
"Al final, convencidos ya de que no había nadie en la popa, nos
dirigimos a proa caminando por entre los repugnantes nódulos grises de
aquella extraña sustancia. También registramos la parte de proa y
averiguamos que, efectivamente, salvo nosotros no había nadie a bordo.
"Ya sin ninguna duda al respecto, volvimos a proa y procedimos a
instalarnos tan cómodamente como nos fue posible. Entre los dos
pusimos orden y limpiamos dos de las cabinas y después miré si en el
barco había algo comestible. No tardé en comprobar que así era y mi
corazón dio gracias a Dios por su bondad. Además, descubrí dónde
estaba la bomba de agua dulce y, tras repasarla, comprobé que el agua
era potable, aunque tenía cierto sabor desagradable.
"Durante varios días permanecimos a bordo del barco, sin tratar de
llegar a la playa. Trabajábamos afanosamente para hacer de aquél un
lugar habitable. Sin embargo, ya entonces empezábamos a darnos cuenta
de que nuestra suerte era aún menos deseable de lo que hubiera cabido
imaginar, pues, aunque, como primera medida, rascamos las manchas de
aquella sustancia que había en el suelo y las paredes de los camarotes y
el salón, en el plazo de veinticuatro horas recuperaban casi su tamaño
original, lo cual no sólo nos desalentaba, sino que nos inspiraba un vaga
sensación de inquietud.
"Con todo, no estábamos dispuestos a darnos por vencidos, así que
volvíamos a poner manos a la obra y no sólo rascábamos la masa, sino
que los sitios donde había estado los regábamos profusamente con ácido
carbólico, pues en la despensa había encontrado una lata llena. Sin
embargo, al final de la semana, la sustancia volvía a presentar toda su
fuerza y, además, se había propagado a otros lugares, como si nosotros,
al tocarla, hubiéramos permitido que los gérmenes se esparcieran.
"Al despertar en la mañana del séptimo día, mi amada se encontró
con que un pequeña porción de la misteriosa sustancia crecía en su
almohada, cerca de su cara. Al verlo, se vistió a toda prisa y vino a mí. En
aquel momento me encontraba yo en la cocina, encendiendo el fuego
para el desayuno.
"Ven conmigo, John", dijo, y me condujo a popa. Al ver lo que crecía
en su almohada, me estremecí y en aquel mismo instante decidimos
abandonar en seguida el barco y ver si podíamos instalarnos más
cómodamente en tierra firme.
"Rápidamente recogimos nuestras escasas pertenencias y entonces
vi que incluso entre ellas había aparecido la masa, pues en uno de los
chales de mi amada, cerca del borde, había un poco. Tiré la prenda por la
borda, sin decirle nada a ella.
"La balsa seguía en el costado del barco, pero como era demasiado
difícil gobernarla, eché al agua un bote pequeño que colgaba de lado a
lado de popa y a bordo del mismo nos dirigimos a la playa. Mas al
acercarnos a ella, poco a poco me di cuenta de que la vil masa que nos
había hecho abandonar el barco empezaba a cubrir todo cuanto había en
tierra. En algunos sitios formaba montículos horribles, fantásticos, que
casi parecían moverse, como si albergaran algún tipo de vida silenciosa,
cuando el viento pasaba sobre ellos. En otras partes tomaba la forma de
dedos inmensos, mientras que en otras se limitaba a extenderse, lisa,
viscosa y traicionera. En algunos sitios hacía pensar en árboles enanos y
grotescos, llenos de nudos y pliegues extraordinarios... Y todo ello se
movía a ratos, horriblemente.
"Al principio nos pareció que en toda la costa que había a nuestro
alrededor no quedaba ni un solo lugar que no estuviera oculto bajo
aquella horrible sustancia; pero más tarde pudimos comprobar que nos
equivocábamos, pues al navegar siguiendo la costa, a cierta distancia,
vimos un pequeña extensión de algo que parecía arena fina y allí
desembarcamos. No era arena. Lo que era no lo sé. Lo único que he
podido observar es que sobre ella no crece la masa, mientras que nada
más que ésta aparece en todas partes, salvo allí donde esa tierra que
parece arena dibuja extraños senderos entre la gris desolación, que es en
verdad un espectáculo terrible de ver.
"Es difícil hacerles comprender cómo nos animamos al encontrar un
sitio que aparecía absolutamente libre de aquella sustancia. En él
depositamos nuestras pertenencias. Luego volvimos al barco para recoger
las cosas que parecía que íbamos a necesitar. Entre otras cosas, logré
llevarme a tierra una de las velas del barco, con la que construí dos
tiendas pequeñas, las cuales, pese a tener un forma muy irregular,
cumplían su cometido. En ellas vivíamos y teníamos almacenadas las
cosas que necesitábamos, y durante varias semanas todo fue bien, sin
que sufriéramos ningún percance digno de señalar. A decir verdad, nos
sentíamos muy felices... porque... porque estábamos juntos.
"Fue en el pulgar de la mano derecha de mi amada donde apareció la
primera porción de sustancia gris. No era más que un pequeña mancha
circular, muy parecida a un lunar gris. ¡Dios mío! ¡Qué temor embargó mi
corazón cuando ella me la enseñó! La lavamos entre los dos, rociándola
con ácido carbólico y agua. Al día siguiente, por la mañana, volvió a
enseñarme la mano. La mancha gris, parecida a un verruga, volvía a ser
visible. Durante un rato estuvimos mirándonos en silencio. Luego, todavía
sin mediar palabra, nos pusimos a eliminarla de nuevo. Estábamos a la
mitad de la operación cuando de pronto mi amada dijo:
"¿Qué es eso que tienes en la cara, amado mío?" Su voz reflejaba
inquietud. Alcé la mano para tocarme la cara.
"¡Ahí! Debajo del cabello junto a la oreja. un poco hacia el frente." Mi
dedo se posó en el lugar que me indicaba y entonces lo supe.
"Primero acabemos de curarte el pulgar", dije. Y ella se sometió sólo
porque temía tocarme antes de que se lo hubiese limpiado. Terminé de
lavarle y desinfectarle el pulgar y entonces ella hizo lo propio con mi cara.
Al terminar, nos sentarnos y estuvimos hablando durante un rato;
hablamos de muchas cosas, pues en nuestras vidas acababan de irrumpir
pensamientos inesperados y terribles. De pronto, sentimos miedo de algo
peor que la muerte. Hablamos de cargar el bote con provisiones y agua y
hacernos a la mar; pero por diversas causas éramos impotentes y... la
sustancia ya nos había atacado. Decidimos quedarnos y que Dios hiciera
con nosotros su voluntad. Nosotros esperaríamos.
"Pasó un mes, dos meses, tres meses, y las manchas iban creciendo,
a la vez que aparecían otras. Pero seguíamos esforzándonos por luchar
contra el miedo, tanto es así que sus progresos eran lentos,
relativamente hablando.
"De vez en cuando nos aventurábamos a volver al barco en busca de
cosas que nos hacían falta. Allí comprobamos que la sustancia crecía de
modo persistente. Uno de los nódulos de la cubierta principal no tardó en
llegar a la altura de mi cabeza.
"Para entonces ya habíamos abandonado toda esperanza de salir de
la isla. Nos dábamos cuenta de que, padeciendo de aquel mal, no nos
permitirían volver con los demás seres humanos.
"Un vez hubimos llegado a tal conclusión, comprendimos que era
necesario vigilar nuestras existencias de alimentos y agua, pues a la
sazón no sabíamos cuánto tiempo pasaríamos allí, aunque era posible que
fuesen muchos años.
"Esto me recuerda que ya les he dicho que soy un anciano. No es así
si nos atenemos a mis años. Pero... pero...
Se interrumpió, pero luego continuó hablando con cierta brusquedad:
—Como decía, sabíamos que teníamos que ir con cuidado con
nuestros alimentos, pero ignorábamos que nos quedasen tan pocos. Fue
un semana después cuando descubrí que todos los demás depósitos de
pan..., que yo suponía llenos..., estaban vacíos, y que, aparte de algunas
latas de verduras y carne y algunas otras cosas, no teníamos nada para
comer excepto el pan del depósito que yo había abierto.
"Al descubrir esto, decidí hacer algo, lo que pudiese, y traté de
pescar en la laguna, pero no lo conseguí. Entonces me sentí un tanto
inclinado al desespero, hasta que se me ocurrió que podía probar suerte
fuera de la laguna, en mar abierto.
"Aquí pescaba algún que otro pez, pero con tan poca frecuencia que
apenas resultaba suficiente para protegernos del hambre que nos
amenazaba. Empecé a pensar que nuestra muerte sobrevendría
probablemente a causa del hambre y del crecimiento de la sustancia que
se había apoderado de nuestros cuerpos.
"En ese estado se encontraban nuestros ánimos cuando el cuarto
mes tocó a su fin. Entonces hice un descubrimiento en verdad horrible.
Un mañana, poco antes del mediodía, regresé del barco con un pedazo de
galleta que quedaba en él y vi que mi amada estaba sentada ante la
entrada de la tienda, comiendo algo.
"¿Qué es, amada mía?", le pregunté en el momento de saltar a
tierra. Mas, al oír mi voz, pareció un tanto confundida y, volviéndose, con
gesto furtivo arrojó algo hacia el lindero del pequeño claro. Cayó más
cerca de lo que ella deseaba y yo, que empezaba a sentir un vaga
sospecha, me acerqué y lo recogí. Era un trozo de la sustancia gris.
"Al acercarme a ella con aquello en la mano, se puso pálida como un
cadáver y luego se ruborizó.
"Yo me sentía extrañamente aturdido y asustado. "¡Querida mía!
¡Querida mía!", dije, incapaz de decir nada más. Pero, al oír mis palabras,
no pudo resistirlo y rompió a llorar amargamente. Poco a poco, cuando se
fue calmando, me confesó que lo había probado el día anterior y que... le
había gustado. La obligué a arrodillarse y le hice prometer que no
volvería a tocarlo, por grande que fuera nuestra hambre. Después de
prometérmelo, me dijo que el deseo de comer de aquello le había
sobrevenido de pronto y que, hasta el momento de sentir tal deseo, la
sustancia no le había inspirado más que un repulsión infinita.
"Unas horas después, sintiéndome extrañamente desasosegado, y
muy consternado por lo que había descubierto, eché a andar por uno de
los senderos retorcidos que formaba aquella especie de tierra blanca que
parecía arena y que cruzaba la sustancia gris. Ya me había aventurado
por allí en otra ocasión, aunque sin llegar muy lejos. Esta vez,
hallándome enfrascado en pensamientos que me llenaban de perplejidad,
llegué mucho más lejos.
"Súbitamente salí de mi ensimismamiento al oír un ruido extraño y
áspero a mi izquierda. Al volverme rápidamente vi que algo se movía
entre la masa que había cerca de mí, y que presentaba unas formas
extraordinarias. Se balanceaba de un modo precario, como si poseyera
vida propia. De pronto, mientras mis fascinados ojos contemplaban
aquello, pensé que se parecía de un modo grotesco a la figura de un ser
humano deforme. Todavía estaba pensando en ello cuando se oyó un
ruido desagradable, como si algo se estuviera rasgando, y vi que uno de
los brazos, que más bien parecían ramas, se estaba despegando de las
masas grises que lo rodeaban y acercándose a mí. La cabeza... un
especie de bola gris sin forma definida, se inclinó hacia mí. Me quedé allí
parado como un estúpido y el brazo repugnante me rozó la cara. Proferí
un grito de terror y retrocedí apresuradamente unos pasos. En mis labios
notaba un sabor dulzón. Pasé la lengua por ellos y al instante sentí que
me embargaba un deseo inhumano. Me volví y cogí un puñado de
sustancia. Luego más Y... más. Mi deseo era insaciable. Mientras
devoraba la sustancia, el recuerdo del descubrimiento de la mañana
penetró en el laberinto de mi cerebro. Dios lo había enviado. Tiré al suelo
el fragmento que tenía en la mano. Luego, totalmente abatido y
sintiéndome horriblemente culpable, regresé al pequeño campamento.
"Creo que en cuanto puso sus ojos en mí, ella lo adivinó, merced a
alguna intuición maravillosa que el amor debía de haberle dado. Su
comprensión silenciosa hizo que me resultara más fácil confesarle mi
repentina flaqueza, aunque omití decirle la cosa extraordinaria que había
ocurrido antes. Deseaba ahorrarle todo terror innecesario.
"Mas lo que había descubierto resultaba intolerable y hacía nacer un
terror incesante en mi cerebro, pues no me cabía la menor duda de que
había presenciado el fin de uno de los hombres que habían llegado a la
isla en el barco que estaba en la laguna. Y en aquel fin monstruoso había
presenciado el nuestro propio.
"En lo sucesivo nos abstuvimos de aquel alimento abominable,
aunque el deseo de comerlo se nos había metido en la sangre. Sin
embargo, nuestro temible castigo era inminente, pues día a día, con un
rapidez monstruosa, la sustancia fangosa iba apoderándose de nuestros
pobres cuerpos. Materialmente no podíamos hacer nada para detenerla, y
así..., nosotros... que habíamos sido humanos, nos convertimos en...
Bueno, cada día importa menos. Sólo..., sólo que habíamos sido hombre
y doncella.
"Y cada día resulta más terrible la lucha por resistirse al hambre, al
deseo lujurioso de comer esa horrible sustancia.
"Hace un semana terminamos la galleta, y desde entonces he
pescado tres peces. Me encontraba pescando aquí esta noche cuando
vuestra goleta surgió de entre la niebla y casi se me echó encima.
Entonces los llamé. El resto ya lo conocen. Y que Dios los bendiga por su
bondad para con un par de pobres almas proscritas.
Se oyó el ruido de un remo al sumergirse..., luego el de otro.
Después..., la voz habló de nuevo y por última vez, atravesando la niebla
que la envolvía, fantasmal y lúgubre:
—¡Que Dios los bendiga! ¡Adiós!
—¡Adiós! —gritamos al unísono con voz ronca y el corazón rebosante
de emociones.
Miré a mi alrededor y me di cuenta de que empezaba a amanecer. El
sol lanzó un rayo aislado sobre el mar oculto; la luz mortecina perforó la
niebla y con un fuego melancólico iluminó la barca que se alejaba.
Aunque no muy claramente, vi algo que cabeceaba entre los remos. Me
hizo pensar en un esponja..., un esponja grande y gris que movía la
cabeza arriba y abajo... Los remos continuaron moviéndose. Eran
grises... Igual que la barca... Y mis ojos buscaron inútilmente el lugar
donde la mano se unía al remo. Mi mirada volvió rápidamente a la...
cabeza. Se inclinaba hacia delante cuando los remos se movían hacia
atrás a causa del golpe. Luego los remos se hundieron, la barca salió de
la zona iluminada y la..., la cosa se perdió de vista en medio de la niebla,
sin dejar de cabecear.
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